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Revista Interamericana de Educación de Adultos ISSN: 0188-8838 [email protected] Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe México Araújo Freire, Ana Maria : sus virtudes, su generosidad, su personalidad Revista Interamericana de Educación de Adultos, vol. 29, 2007, pp. 91-116 Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe Pátzcuaro, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=457545100004

Cómo citar el artículo Número completo Sistema de Información Científica Más información del artículo Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Página de la revista en redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad* X Ana Maria Araújo Freire**

Quiero destacar aquí algunas de las cualidades más grandes de Paulo que forma- ban la parte más profunda de su ser, de su inteligencia, de su vida; su generosi- dad, su amor, su fe y creencia en los hombres y en las mujeres; su esperanza, su sencillez, su curiosidad y osadía en el pensar, en el hacer y en el actuar, su constan- te buen humor y sentido de justicia, su capacidad de ser leal con todos y con todas y consigo mismo, sin apartarse del comportamiento radicalmente ético; su serenidad y forma respetuosa de establecer relaciones de horizontalidad y convi- vencia con todos. A ese trato amable, a sus virtudes, a las innumerables, auténticas y profundas maneras de ser y de comportarse frente al mundo y con el mundo y las personas. En el fondo la humanidad de Paulo, su deseo inmenso de que todos y todas pudiesen ser más seres, es lo que yo llamo la nobleza de Paulo. Esas virtudes se desarrollaron en él al mismo tiempo por su coherencia en el ser, el conocer y el valorar dialécticamente, complementándose una en la otra. Estas cualidades-ca- tegorías explican la comprensión histórica, utópica y teórica de la educación liberadora, justificadas por su propia manera de leer y de enfrentar el mundo, sustentadas en sus intuiciones, emociones y sentimientos. No quiero ni puedo separar sus cualidades como persona de su obra teórica porque aquéllas están incorporadas en ésta. No hay dicotomía entre su ser en el mundo y lo que propone en su obra. Su manera de comportarse como hombre público, como educador de la , como educador ético-político compro- metido y como hombre en extremo devoto de las relaciones familiares y de la

* Tomado de: Ana Maria Araújo Freire (2006). Paulo Freire: Uma história de vida. Villa das Letras, Indaiatuba, SP, con la autorización de la autora. Traducción del portugués de Martha Elena Cuevas. Revisión de la traducción: Margarita Mendieta. ** Ana Maria Araújo Freire es doctora en Educación por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, en la que actualmente se ha dedicado a los estudios freirianos procurando, como algunos otros estudiosos del área, perpetuar el verdadero esfuerzo político y educativo de Freire. Profundizó sus estudios teóricos sobre la historia y la filosofía de la educación durante su matrimonio con Paulo Freire, enfatizando sus investigaciones sobre el problema del analfabetismo en Brasil. Sus libros publicados en Brasil son: Nita y Paulo, crónicas de amor y Analfabetismo en Brasil. 91 amistad, de un lado, y su praxis y obra de otro, se fundieron dialécticamente porque él fue, éticamente, coherente. Es así que para describir alguna de sus cualidades como persona busco su obra teórica sin preocuparme de la división que pudiera haber entre ellas. Él era así, y le gustaba ser así: sentimientos, emocio- nes y razón eran parte del mismo cuerpo consciente, por eso no puedo ni quiero separarlos, así como él no lo hizo. Paulo fue, sin duda, un hombre sensible, fuerte y apasionado contra todo lo que estuviese fuera de los principios éticos y de sus creencias político-ideológicas. Su manera utópica de hablar y escribir su epistemología, y tan frecuentemente metafórica para contar sus historias, fue inigualable. Con su manera de respetar a los demás, con su honradez y franqueza, pero sobre todo con su inteligencia creadora y revolucionaria de hombre inconforme con las injusticias que han sido históricamente impuestas a gran parte de hombres y mujeres, se preocupó, escri- bió y luchó casi toda su vida de una manera muy especial. Paulo fue un hombre que creyó en la palabra, que para él era acción, era praxis, por eso mismo tuvo mucho cuidado con su uso; no sólo correcto, boni- to, adecuado y poético, sino político. Desde joven se enfrentó a la abstinencia de la palabra. Me dijo algunas veces:

Sé que eso no fue determinante para el golpe de Estado de 1964, pero que la abstinencia de la palabra de muchos de nuestros hombres y mujeres de izquierda contribuyó para el odio de los que destruyeron aquel sueño brasileño, contribuyó. Alguien andaba por ahí diciendo y repitiendo: “Voy a matar a toda la burguesía y clavar la cabeza de cada uno de ellos en los postes de la ciudad”. Cuando me dijo esto, yo, cortésmente: advertí: compa- ñero, cuidado con lo que hablas… ¿Tú crees que eso es posible? Antes que tú llegues al último burgués te habrán liquidado… y te digo: no cuentes conmigo para eso.

Orgulloso y feliz, pero modesto y consciente de su posición en el mundo, Paulo vivió su vida con fe en Dios y en los hombres y mujeres con mucha humildad, sensualidad, sencillez y alegría; con seriedad, convicción y deseo de transforma- ción. Aprendió con todos y todas, más que nada con los grupos oprimidos, y luchó, de manera crítica, para la superación de sus relaciones de opresión y en contra del opresor; vivió intensamente las tensiones y los conflictos de la vida, siem- pre esperanzado en las posibilidades de un necesario cambio en el mundo. Impacien- temente paciente luchó, con tolerancia, coherencia y respeto a las personas y a todos los seres, por largos años de su vida, por un mundo más justo y más bonito. Paulo nunca dejó de soñar los sueños verdaderamente democráticos. Cuando algún periodista o estudiante le pedía un mensaje respondía sin pes- tañear: “Hijo mío, sólo el Papa da mensajes”. Desde que estudió y trabajó en el extinto Colegio Oswaldo Cruz, de , Paulo entendió aún más lo que había 92 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE aprendido con sus padres; la importancia de la generosidad de Aluízio y Genove Araújo a través de la enseñanza y del afecto dados por mis padres y su despren- dimiento de las cosas materiales, cualidades que luego fueron buscadas y cons- truidas por Paulo para ser más persona, para convertirse verdaderamente en un educador y en un hombre público. Quien conocía mínimamente a Paulo podía percibir, de inmediato, su capaci- dad de escuchar con atención, tocando y mirando a una u otra persona que lo necesitara, con un grado de acogimiento tal que, al hacerlo, enseñaba y aprendía al mismo tiempo. Respetaba y era respetado, aceptaba y valoraba el decir, la idea, las intuiciones, los sentimientos, la voz del otro y de la otra. Se hizo así un maestro de los sueños, de los deseos, de las ansias y de los intereses legítimos de los otros y de las otras porque resonaban su propio sentir, desear, entender, reflexionar, actuar y escribir todo eso sistemáticamente. Resonaban en todo su cuerpo, en su cuerpo consciente. El hecho de tocar el cuerpo de las personas fueron cambios afectivos inten- sos que proliferaron en otras formas de comunicación que, casi siempre, se hicieron epistemológicas y antropológicas. Eso en el fondo denota la coherencia de Paulo, pues él no dividió jamás el saber del sentir; la razón de la emoción; el ser del decir; el conocimiento de la sensibilidad; la generosidad de la esperanza; la esperanza del amor, porque lo suyo era generosidad esperanzadora y no genero- sidad hipócrita. Su capacidad y voluntad de escuchar la voz de los otros en las circunstancias de la vida con sensibilidad, amor y cuidado que lo provocaba epistemológica- mente, iban en ese camino de búsqueda. El haberse posicionado siempre contra la cultura de la violencia,1 existente en la historia humana, y forjar una filosofía

1 Sobre la violencia, en 1993, Paulo publicó en el libro Aprendiendo con la propia historia, v. II. con Sérgio Guimarães (Paz y Tierra, 2000), lo siguiente: “Yo ya había dicho que lo ideal es que las transformaciones radicales de la sociedad –que trabajan en el sentido de la superación de la violen- cia– fuesen hechas sin violencia. Ahora, la responsabilidad de que ellas sean salpicadas de violencia no es de quien pretende cambiar el mundo. Es de quien pretende que el mundo no cambie. Entonces, una vez más, son los dominantes, son las clases dominantes las que llevan a las clases dominadas a la pelea, al conflicto, inclusive físico, cuando las clases dominadas –en defensa de sus derechos y de su humanidad– protestan contra la preservación de la maldad, de la perversidad, de la maldad del opresor… Para concluir a tu pregunta: delante del problema de la violencia y de la democracia, yo hoy continúo pensando que la democracia no significa que desaparezca en absoluto el derecho de violencia a quien le está siendo prohibido sobrevivir. Y que el esfuerzo de sobrevivir a veces rebasa el diálogo. Para quien está prohibido sobrevivir, algunas veces, la única puerta es la de la pelea. Entonces yo concluiría diciéndote: yo hago todo para que el gasto humano sea menor, como político y como educador. Entiendo, sin embargo, el gasto mayor. Si tú me preguntaras: ¿para dónde te inclinas? Yo me inclino para la disminución del gasto humano, de las vidas, por ejemplo, pero entiendo también que ellas puedan ser gastadas, en la medida en que tú pretendas mantener la vida. Lo propio de la preservación de la vida lleva a la pérdida de otras y eso es doloroso. Ahora, en lo que yo no creo es en la concientización de los poderosos. Yo creo en la conversión de algunos poderosos, pero no en cuanto a la clase que comanda, no en cuanto a la clase que domina”. (pp. 84-86).

93 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad eminentemente generosa y esperanzadora –humanista y liberadora– es la mayor prueba de eso. Partir de esas premisas para comprender bien el mundo ya es en sí un estar siendo que rebasa el simple estar en el mundo. Es ese estar con el mundo que implica estar con todos los hombres y mujeres, con todos los otros seres del mundo. Y ese modo de estar con, viniendo de lo mas profundo de su ser, refleja su nobleza conscientemente construida, que proviene de sus cualidades, sobre todo del amor, de la esperanza y de la generosidad. Se sentía a gusto hablando con las personas de las clases populares. Valoraba sus ideas, manera de hablar, costumbres y creencias. Todo eso le provocaba sentimientos de solidaridad, compasión y cooperación y le permitía entender más dialécticamente, con ellas y a partir de ellas, su peculiar acto de escuchar la filosofía, la política, la ciencia y la propia vida. A partir de esa capacidad poco común de escuchar al pueblo, de oír, acoger y elaborar las ideas, las razones, las necesidades, las aspiraciones, los dolores y las alegrías de los hombres y de las mujeres comunes es que Paulo creó una teoría del conocimiento tan concreta, tan engranada, tan revolucionaria y con tanto rigor científico. Su teoría del conocimiento tiene concreción porque partió de su apertura para escuchar, sentir y emocionarse con las clases populares. Paulo tuvo muchos amigos y amigas; recibió el afecto y el cariño de hombres y mujeres por donde pasaba, conversaba, daba clases o conferencias. General- mente era muy grande la receptividad de los oyentes cuando él hacía sus discursos. Tenía un magnetismo que emanaba de todo su cuerpo a través de su mirada. Le dije algunas veces: “Naciste para el palco… para ser conferencista o cantante…”.2 Sólo una vez me tocó ver que lo abuchearan en público, ciertamente la única en su vida. Fue en una reunión con educadores y educadoras de la Secretaría Municipal de Educación de São Paulo, en el Parque Anhembi. Sin avergonzarse, Paulo no tuvo ninguna reacción negativa. Entendía que el público generalmente abuchea cuando no concuerda con lo que oye o con la situación creada por el orador o la oradora. O también cuando la persona halaga a otra que el público no acepta. Ese fue el caso. Paulo había nombrado a una funcionaria de la Red en reconocimiento por su lucha organizada y su valentía contra el gobierno autori- tario del presidente municipal Jânio Quadros, pero los y las educadoras de la red municipal no estuvieron de acuerdo con el comentario de Paulo ni con la actua- ción de la nombrada.

2 Véase “Vocación de cantante”. En: Nita y Paulo: crónicas de amor (pp. 28-29).

94 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE Nadie aplaude, decía Paulo, aquello que no representa una parte de sí mismo, de sus deseos, de sus ansias o de sus pensamientos, de sus ideas. Quien aplaude al otro está aplaudiendo a sí mismo. Quien abuchea, está abucheando en el otro o a la otra lo que no encuentra en sí o lo que no le gusta en sí. Era tolerante y tranquilo, pero suficientemente agresivo para defender su es- pacio personal y profesional. Nunca ofendía, pero tampoco soportaba que lo ofendieran. Abominaba a los injustos, los explotadores, los “dueños” de perso- nas, las maledicencias, “hablar mal de la vida ajena”, y sobre todo las traiciones y las injurias. En nuestro último verano en estábamos en el centro de Recife, en la avenida Guararapes, comprando algunos discos de música clásica. Hacía mucho calor, Paulo salió de la tienda y se quedó afuera, esperándome. Oí a un hombre que decía a gritos: “¡Hijo, éste es un monumento nacional! Fíjate bien en él, es el famoso Paulo Freire”. Salí para “auxiliar” a Paulo de ese discurso que sabía que lo estaría inhibiendo. Cuando los dos estaban frente a mí, Paulo per- manecía inmóvil, impactado. Después pudo hablar:

Nita, aquel hombre ahí que corre entre los carros y autobuses fue una de las personas que yo ayudé en los años 60. Él era funcionario de la Universidad de Recife y me pidió ir a trabajar en el SEC. Conseguí su transferencia, y en verdad se esforzó para hacer bien las nuevas tareas. En fin, vino el golpe de 1964, yo estaba sufriendo las persecuciones en mi casa o en la prisión cuando un camión del Ejército fue hasta el lugar donde se encontraba el SEC y donde sistematizábamos el ‘Método de Alfabetización’ para recoger todo el material subversivo con el cual, decían, estábamos preparando una revolución bolchevique/nazista.3

Durante horas revisaron todo lo que les daba la impresión de ser “material al servicio del comunismo”. Insatisfecho con la denuncia ya hecha, aquel hombre, un joven entonces, corrió a alcanzar al grupo militar que ya partía y dijo maldosa y sumisamente: “Coronel, el más subversivo de todos no fue atrapado.” Paulo tomo aire, respiró hondo y no paraba de sudar. Después continuó:

Los soldados regresaron al interior del predio y el joven apuntó los cuadros del famoso artista ,4 pintados especialmente para el trabajo de codificación/

3 Véase la indagatoria militar a la que Paulo se sometió y cómo su interrogador creía, como la mayoría de los “dueños del golpe”, que esas dos ideologías antagónicas eran apenas de izquierda. 4 Paulo siempre pensó que en cuanto Lula llegara al poder le pediría localizar esos cuadros. Él tenía la esperanza de que no hubieran sido destruidos con el vandalismo y con la idiotez de los militares de entonces. Paulo nutrió el sueño de recuperar esos cuadros y llevarlos a un museo de educación popular. En 1989 me dijo que si su nombramiento como Ministro de la Educación se confirmase, en

95 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad decodificación del “Método de Alfabetización”, para la concientización de los alfabetiza- dos, que estaban colgados en las paredes. Estos cuadros (más de diez) que me habían donado, y que yo consideraba del grupo del SEC, del pueblo, jamás los volvimos a ver.

Paulo jamás perdonó a aquel hombre por su capacidad de traicionar al pueblo, de someterse al poder, por considerarlo cobarde y malediciente; porque sé cuanto sabía amar, por eso mismo tenía una rabia profunda. La justa rabia, decía, es una emoción que moviliza a las personas. La reacción del cuerpo de Paulo en aquella tarde caliente de Recife, en enero de 1997, me dio la impresión de que él no había disculpado a aquel hombre. Paulo vivió las contradicciones humanas en su cuerpo consciente, y nunca las negó. Creo que a más de dos personas Paulo nunca entendió ni perdonó; su enorme capacidad de amar y respetar no fue suficiente para eso. No perdonó nunca a los que fueron “para el otro lado del río”, expresión que usaba para referirse a los que habían negado los sueños utópicos de justicia y democracia. Ese estado de discernimiento ético de Paulo se amplió en su teoría y praxis, marcándolas con su cuerpo consciente y con su alma generosa y lúcida, porque él no sólo pensó y escribió dialécticamente, sino que materializó la dialéctica de las contradicciones; él abominó con todas sus fuerzas a los envidiosos, a los vengativos y a los que se imponen valiéndose de sus posiciones para faltar a su deber de cualquier forma y en cualquier situación. Paulo marcó su posición en el mundo también por haber tenido una compasión enorme por aquellos que no saben ser firmes en sus posiciones; fue respetuoso con las preferencias y decisio- nes ajenas o leales a sus compañeros de lucha. Quiero decir que en Paulo no hay neutralidad. Está a favor de qué y de quién, o contra qué y contra quién, del ¿por qué? el ¿cuándo? el ¡porqué! Y sabemos que él estuvo a favor de los explotados, de los oprimidos, de los desarrapados del mundo, de los que necesitan de justicia y libertad; de los que quieren vivir plena- mente sus sueños legítimos, ya sea a nivel personal o social. Trabajó intensamente desde muy joven y dormía muy poco hasta su madu- rez. En su “vejez” sintió la necesidad de descansar; pensó en disminuir, nunca en abandonar, su ritmo de trabajo. Alargó su período de sueño y para recuperarse durante el día no hacía siestas, optaba por “pasear en coche” para ver gente, paisajes verdes y lugares perfilados por la belleza. Le gustaba el dinamismo de la vida urbana y el sol caliente brasileño, las noches quietas y claras para sentir la vida, en la contemplación de la luna y las estrellas. Fue un hombre ligado a los

la primera reunión ministerial pediría a Lula y al Ministro del Ejército localizar y devolver pública- mente esos cuadros.

96 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE problemas concretos de la realidad social, pero le gustaba “descifrar” las formas de las nubes blancas en los cielos azules, sentado en las arenas de la playa o desde la terraza de nuestro departamento en Piedade, Pernambuco. Era tan sutil en sus análisis sobre los hechos “triviales” de la vida, de lo que venía del pueblo y de su modo de conocer –el sentido común– como cuidadoso en sus análisis teóricos científicos y en el dejarse llevar por sus fantasías de niño… por las fantasías de su curiosidad estética. Como buen nordestino, a Paulo le gustaba el calor de las aguas y caminar por la arena blanca de las playas. Después del exilio perdía el ánimo con el frío que traía consigo lo oscuro de la eterna noche y se complacía con el calor que el sol fuerte y luminoso del Noreste brasileño impone a todos y a todo. Caminábamos mucho por las mañanas en las arenas de la playa de Piedade o por la calzada que nos llevaba de nuestro departamento hasta la “Terminal de Boa Viagem”, siempre al final de la tarde, el sol poniéndose, el calor dejándo- nos… En el “mercadito” siempre lleno de turistas y de gente de la localidad, admirábamos y algunas veces comprábamos artesanía nordestina: bordados y tejidos, cerámicas, maderas talladas, hamacas para descansar o para dormir, cada vez más coloridas y con bordes más trenzados, bisutería hecha de cáscara de coco y de conchas coloridas del mar; comida fina y apetitosa de toda clase para deleite de quien no quiere perder sus raíces: buchada de bode, sarapatel, pé-de- moleque (pastel crocante hecho con azúcar moscabado y diversos aromatizantes, relleno de castañas de cajú), Pastel Souza Leão (muy famoso en el país, prepara- do por primera vez por la familia que le dio su nombre, la receta se mantuvo escondida por años y hoy es de dominio público), pastel de fubá, bolo-de-rolo, grude de goma asado en hojas del plátano. Angu, mungunzá, pamonha y canjica auténticos que tienen como uno de los ingredientes la leche de coco que resalta el sabor del maíz. Maíz cocido y maíz asado; cacahuates cocidos o asados, pasas de cajú y de carambola. Y tantas otras cosas sabrosas que hacen agua la boca del comensal… Siempre comíamos a la misma hora una tapioca calientita con coco rallado. La de Paulo, absolutamente tradicional, sin queso. Cuando yo pedía la mía con queso asado decía: “esos son inventos a los que no me quiero adherir”. Tuvo una fidelidad enorme a las comidas de su tierra, a lo que aprendió a comer con su madre, ¡y Elza se vio “obligada” a seguir por ese camino! Decía que él había jurado sobre la Biblia y la bandera de Pernambuco que no traicionaría a su tierra, a partir de la fidelidad a la comida… Decía con cierto orgullo: “Jamás comí fondue en Suiza o quesos mal-olientes en Francia, casi morí de hambre en Inglaterra y en Japón…”. Sus “traiciones” nunca fueron más allá de la cocina de los países del Mediterráneo: Portugal, España y Grecia… Así, la comida típica nordestina, cuyo sabor guardaba en la memoria, era casi exclusiva en su menú. No cambiaba por nada una “galinha de cabidela” servida 97 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad con frijoles o un pescado con leche de coco, servido con frijoles sazonados con cilantro y leche de coco. Saboreaba la buchada de bode, el zarapatel, el cocido pernambucano y la feijoada paulista. ¿Nieves? Sólo las de “frutas tropicales”: pitanga, cajá, graviola, mangaba… Nunca tomaba una nieve de crema, de cho- colate, de nueces… ¿Dulces? De jaca y guayaba sobre todo. ¿Frutas? Mangos, jaca, papaya, zapote, araçá, plátanos, sobre todo el plátano-manzano, piña, ca- rambola, graviola, cajú… Paulo era y se sabía goloso. “Tengo miedo de aquel que no le gusta comer…, de quien le gustaría vivir apenas con píldoras de la saciedad…”, dijo algunas veces. Le gustaba la “cachacinha”, sobre todo la de Minas, amarillita; le gustaba el buen whisky, y de una manera muy especial los vinos tintos que había aprendi- do a beber y a apreciar en los tiempos que vivió en , pero tenía un enorme control sobre sí en lo que se refería a las bebidas alcohólicas: “Sólo exageré cuando Elza murió y me sentía vacío, hueco… sin perspectivas de vida. Sola- mente por algunos meses…”, decía con una cierta dosis de censura a sí mismo. Osado y fuerte, tenía miedo de viajar en avión, pero eso no le impidió volar por los cinco continentes hablando de su obra, de sus sueños democráticos, de que todos y todas fuesen verdaderos ciudadanos en su ciudad y en su país, de sus ganas de cambiar el mundo…, enfatizando que cambiar es difícil, pero es posible. En uno de esos innumerables viajes que hicimos, cuando el avión estaba preparándose para despegar, la sobrecargo del vuelo se paró enfrente de todos para hacer las recomendaciones de rutina. Paulo entonces me sorprendió con una afirmación obvia, pero que tenía la connotación de una cosa absolutamente nueva: “Nita, ve… ¡Nosotros somos un cuerpo que habla…! el único ser que habla…” Nunca había pensado en eso… él me hablaba tranquilo y pensaba profundamente sobre ese hecho porque estuvo siempre atento a las cosas ob- vias… a las cosas que vemos pero no nos detenemos en ellas para reflexionar. Él lo hacía siempre. Se hizo por eso el pedagogo de lo obvio. Paulo fue un hombre que reflexionaba sobre las cosas obvias que observaba en donde vivía y por donde andaba, y las tomó como punto de partida para formar, entre otros fundamentos, su teoría. Se convirtió, por eso, verdadera- mente en el “andador de lo obvio”, en el “caminante de la esperanza”. Podríamos considerarlo un profeta, un “adivino” del mañana porque, como él mismo decía: “profeta no es el hombre de barbas blancas que vaga por la calles con su bastón en la mano, profeta es todo hombre o toda mujer que viviendo profundamente el hoy, puede prever el mañana”. Paulo fue siempre el hombre del hoy, de ahí el haberse anticipado en ver la realidad oculta por las ideologías, haber podido muchas veces ver tan bien lo que la historia nos estaba reservando. Por eso su obra, desde sus primeros escritos, continúa vigente.

98 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE Se consideraba un ser privilegiado por haber podido acompañar muchos eventos históricos importantes: la Revolución de 1930; el surgimiento de las masas populares y los movimientos de educación popular; el viaje y llegada del hom- bre a la Luna;5 la velocidad y eficiencia de los medios de comunicación; la lucha de la emancipación de la mujer y su nuevo espacio conquistado; las “proezas” de los aviones grandes y veloces, de las computadoras y del fax; el regreso del pueblo a las calles de Brasil pidiendo elecciones “Directas ya” y después repu- diando la corrupción y exigiendo, al mismo tiempo, la ética en la política y la “moción de censura” del presidente corrupto elegido por la “inexperiencia de- mocrática” de nuestro pueblo. Así, se conmovió con la participación alegre y decidida de los jóvenes “cara pintada”,6 con los millones por las calles y plazas del país en los años 90. Vivió todo eso con emoción y críticamente. Puedo imaginar la conmoción de Paulo si estuviese con nosotros viendo a un hombre del pueblo, Luís Inácio Lula da Silva, ser electo presidente de la Repú- blica. ¡Con más de 53 millones de votos! Haber tomado posesión en la fiesta más bonita y conmovedora de todas las organizadas por nuestros presidentes. Brasilia llena de gente de todas partes del país. Explosión de alegría jamás vista en nuestra vida pública. No sé si Paulo hubiera sido invitado de nuevo a ser el Ministro de Educación de ese gobierno, o si él juzgaría más prudente dedicarse solamente a la educación de adultos/educación popular.7 O si hubiera decidido quedarse fuera del gobierno. Sé que Paulo tampoco diría: “Fui yo quien instigó desde los años 50 del siglo pasado al pueblo para salir a las calles y luchar por sus derechos, por la democra- tización de nuestro país”. Porque nunca se otorgó el derecho de traer para sí las

5 Paulo me contó que en esa ocasión él estaba en uno de los días del Seminario en una universidad norteamericana muy celosa de sus obligaciones, cuando propuso que en aquel momento deberían parar las actividades y ver, por la TV, que una nueva época histórica estaba comenzando. Muchos de los alumnos y profesores no querían creer en la propuesta que oían. Algunos hasta decían: “¡No esperaba que Paulo Freire propusiese semejante cosa: eso significa una evidente falta de responsabi- lidad delante de los compromisos asumidos!”. Paulo comentó conmigo: “Perderíamos la curiosidad en caso de que no hubiésemos parado para ver tamaña hazaña de los hombres y mujeres, de la increíble conquista de la ciencia. En nombre de la eficiencia académica evidenciaban sus mentes de burócratas. Qué pena que la Academia sea así…” 6 Véase en Pedagogía de la tolerancia (pp. 231-232), la carta escrita para Verónica Coelho sobre ese hecho y su emoción. 7 Cuando el primer ministro de Educación del gobierno de Lula, Cristóvão Buarque, me invitó a su primera audiencia después de su toma de posesión el 2 de enero de 2002, a su “audiencia emblemática”, como dijo en esa ocasión, yo le dije: “Cristóvão, si Paulo estuviera vivo y hubiera ‘partidarios de Paulo’ y ‘partidarios de Cristóvão’ pidiendo a Lula el nombramiento de ministro de la educación, tengo absoluta certeza de que mi marido le diría, entre otros motivos, por haber declarado en su discurso de posesión ese su deseo profundo: ‘Amigo, quédate de ministro y nómbrame director del Departamento de Educación de Adultos’.” 99 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad conquistas políticas de nuestro país. Nunca se colocó la corona de laureles8 en su propia cabeza. El haber llegado Lula al cargo máximo de la nación le daría, innegablemente, motivo de gran alegría. Pero su alegría y gusto democráticos eran más radicales. Eran radicalmente ético-político-humanistas. Su alegría resi- diría en la constatación de que hombres y mujeres brasileños habían cambiado, se venían politizando desde los tiempos del MCP y del SEC, habían aprendido a decir su palabra,9 hecho por el cual Paulo empeñó toda su vida. Gracias a él y a un gran número de mujeres y hombres brasileños abrimos, en diversos frentes y concepciones de mundos diferentes, no tengo la menor duda, la mayor posibi- lidad de la historia brasileña, quizá del mundo, de construir un nuevo modo de gobernar un país y su pueblo. Paulo así lo entendía: tomar el poder y reinventar un nuevo poder.10 El poder socialista y verdaderamente democrático con el cual Paulo soñaba y para el cual ofreció su vida pasa por la reinvención del gobierno que debe ser practicado por los que quieren una sociedad más justa e igualitaria. Quiero y debo enfatizar, por el bien de la verdad, que Paulo tiene mucho que ver con eso, fue uno de los artífices más grandes de la democratización de la sociedad brasileña.11 Pocos días antes de su muerte Paulo lloró cuando cinco

8 La única que él recibió, sin haberla pedido, con mucho orgullo y cariño, fue en su Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Estocolmo, la cual guardó junto con el Diploma. 9 Sobre eso, remito al lector a la carta que escribí a Lula el 28 de octubre de 2002, cuando fue electo para presidente de la República, en la cual enfatizo la influencia y repercusión de la obra y praxis de Paulo en ese hecho de nuestra democracia (véase el Capítulo 18 de la biografía de Paulo que escribí). 10 Al hacer, en agosto de 2005, la revisión de esta biografía, me siento obligada a comentar sobre la actual y profunda crisis ética y política que amenaza el proceso de democratización brasileña. Debo hablar sobre eso porque a lo largo de este libro expuse algunas veces cómo Paulo contribuyó para ese proceso –que no sólo yo, sino 53 millones de electores creíamos estar listos para que se concretizara– y de la alegría que él sentiría con la llegada de un hombre del pueblo a la presidencia de Brasil, si todavía estuviese entre nosotros. Me pregunto, entre espantada, desilusionada y perpleja, ¿por qué algunos militantes del Partido de los Trabajadores “olvidaron” sus ideales históricos, aquellos que aceleraron y nutrieron la esperanza de convertir nuestro país en el suelo de todas y todos nosotros, muchos de los cuales, repito, aprendidos con la comprensión ético-político-educativa de Paulo? Intentando entender esta realidad con mi marido, percibo que lo que está determinando esta postura de varios componentes del PT viene siendo, inadmisiblemente, una carrera ambiciosa e incontrolada que ofusca y ciega a los que se quieren mantener en el poder haciendo concesiones insensatas con el único deseo de “habiendo llegado ahí, estar ahí de cualquier manera”, desvirtuando y aniquilando así la ética de la Vida y sueño posible de justicia social. En suma, la esperanza ética de un gobierno verdaderamente democrático como Paulo soñó, buscó, dio los subsidios teóricos y los ofreció para que la sociedad política, cambiando las formas de gobernar reinventase el poder a favor del pueblo, de todas y de todos los brasileños, desgraciadamente no se está concretizando. Ciertamente nos resta luchar contra el desencantamiento y la desesperanza porque la esperanza es parte indisociable de la condición humana –y comenzamos a (re)organizar el sueño posible de hacer de Brasil un país verdaderamente democrático ¡A la altura de su pueblo! 11 Remito al lector a la carta de Frei Betto del 27 de octubre de 2002 a Lula, cuando fue su elección para presidente de la República (véase el Capítulo 18 de la biografía de Pulo que escribí).

100 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE jóvenes, hijos de padres ligados al poder de Brasilia, quemaron vivo a nuestro “padre-hermano”, el indio pataxó Galdino Jesus dos Santos. Para la Pedagogía de la indignación12 Paulo escribió, con una extraña belleza, desde su ética profunda (él no disociaba la estética de la ética), con compasión verdadera, con angustia y luto: “Que cosa extraña ‘jugar’ a matar al indio, a matar gente. Me quedo a pensar aquí, sumergido en el abismo de una profunda perple- jidad, espantado frente a la perversidad intolerable de esos jóvenes que se deshumanizan en el ambiente en que decrecieron en lugar de crecer” (p. 65). Paulo se hubiera alegrado con la marcha y la lucha pacífica y consciente de los que componen el Movimiento de los Sin Tierra (MST),13 proclamando marchas igualmente pacíficas y reivindicadoras: “¡La marcha de los desempleados, de los enjuiciados, de los que protestan contra la impunidad, de los que claman contra la violencia, contra la mentira y la falta de respeto a las cosas públicas. La marcha de los sin techo, de los sin escuela, de los sin hospital, de los renegados. La marcha esperanzadora de los que saben que cambiar es posible!”.14 Esos son ejemplos de cómo Paulo amó. Amó a las personas independiente- mente de su raza, de su género, de su religión, de su edad o de su oposición ideológica. Amó la naturaleza; el mar azul caliente y ruidoso, las corrientes de los ríos y las caídas abruptas de sus aguas, el calor del sol que todo calienta, la nieve cayendo sobre las hojas amarillentas que el otoño había preparado para su lecho, las nubes blancas dibujando figuras que a él le gustaba interpretar en sus eternos movimientos en los cielos azules o durante la puesta del sol;15 las flores con su variedad de colores, sobre todo las rosas. Los árboles de gran porte; se asom- braba ante los árboles de mangos y de jacas, con sus frutos generosamente gran- des y sabrosos, con sus sombras. Tenía fascinación por los perros –muchas ve- ces incluyó a Jim16 y Andrea en sus textos teóricos– y todavía más por los paja- ritos.17 Miraba a esas aves pequeñitas y les silbaba, me parecía que quería conver- sar con ellas. Los pintassilgos y los sabiás eran sus preferidos. Grabamos en el

12 Confróntese en Pedagogía de la indignación, la 3ª Carta (p. 65-9). Véase también “De la tolerancia, una de las cualidades fundadoras de la vida democrática”, en Pedagogía de la tolerancia (p. 23-4). 13 Cfr. Pedagogía de la indignación, 2ª Carta, pp. 53-63. 14 Ibidem, 2ª Carta (p.61). 15 “Hay otra forma curiosa de entregarnos gustosamente al desafío. Se trata de la curiosidad estética. Ella me hace parar y admirar la puesta del sol. Es lo que me detiene, perdido en la contemplación de la rapidez y elegancia con que se mueven las nubes en el fondo azul del cielo. Es lo que me emociona, el rostro de la obra de arte que me centra en lo bonito” (A la sombra de este mango, p. 77). 16 Cfr. “Jim”. En Nita y Paulo: crónicas de amor, pp. 48-49. 17 Paulo trajo de Ginebra, cuando regresó a Brasil, un pajarito hacia el cual tenía una predilección tan grande que no pudo dejarlo. Le dio el nombre de “”, en homenaje al animador de TV, porque el animal tenía la alegría y la vivacidad del brasileño que tan bien, según Paulo, se relacionaba con el pueblo.

101 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad jardín de nuestra casa en la calle Valencia, en São Paulo, una cinta con el canto de los sabiás, que al final de las tardes venían hasta nosotros para alegrarnos. La enorme capacidad de amar de Paulo incluía los animales y está retratada en tres historias que voy a contar. La primera aconteció después de que Elza falleció y Paulo, para levantarse de su dolor, quiso “distraerse” registrando oficialmente, en la Sociedad Paulista de Perros Pastores Alemanes, una pareja de pastores alemanes que le daban seguri- dad y afecto y que acababan de procrear siete cachorros. Anotó con cuidado en la ficha, con su propia letra, los nombres escogidos y sus significados: “Cacho- rros. Nacimiento: 9 de enero de 1987. Perras: Aicá (tribu indígena), Andira (ár- bol), Andorinha (ave), Arumã (planta). Machos: Aracati (viento), Aracaju (tiem- po firme), Acauã (nombre propio)”. La segunda se refiere a una “carta de recomendación” dirigida a nuestro chofer de entonces para que cuidara a la pareja de pastores alemanes:

Carlos: Aplicamos ayer, siguiendo la receta de la doctora, la medicina de Jim. Los cachorritos estaban muertos de hambre y Andira no quiere amamantarlos. Les dimos leche Nido y se la tomaron toda. Sería bueno que me hicieras este favor: compra leche para el domin- go y lunes. De la playa pediremos a Sabrina que les dé la leche el lunes. Dejo también 10 000 cruzeiros para el combustible del carro y para la leche. Después hablo contigo. Buen Carnaval con los tuyos. Paulo

La tercera es sobre su reacción inmediata por la vida y no por el valor financiero de las cosas. Una vez, mientras le contaba una bonita película de amor y sobre el diálogo entre los dos personajes, rehice la misma pregunta que la protagonista había hecho a su compañero: “Si en un incendio tuvieses que salvar a un gato o un cuadro de un famoso pintor, de un Rembrandt, de un Picasso, de un…”, él interrumpió mi pregunta y dijo con una fuerte mirada: “Yo salvaría, sin dudar, el gato... cualquiera que fuera… Nita, el gato tiene Vida…”. A Paulo le gustaba oír música. Cuando trabajaba oía a los clásicos: Villa- Lobos, Bach, Vivaldi, Mozart y Beethoven eran sus preferidos. Silbaba para divertirse, para pensar, para expresar sus sentimientos de alegría o para calmar sus dolores. Le gustaban mucho mis elogios a sus silbidos: “Nunca nadie me dijo eso que me acabas de decir…”. Silbó bien, muy bien, hasta el final de su vida. ¡Villa-Lobos sabe de eso! Las bachianas, sobre todo la número cinco, eran sus favoritas. De la música popular brasileña tenía predilección por la “triste o sentimen- tal”, canciones tradicionales y muy apreciadas antes del bossa nova, que cantaban 102 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE en su juventud Francisco Alves, Nelson Gonçalves, Carlos Gallardo, Sílvio Cal- das, Orlando Silva, y después Altemar Dutra. Las cantó hasta el día que cumplió 50 años… hizo hasta una grabación… Cosas de la vida, de su misma rabia, lo hicieron abandonar ese hábito que tanto le gustaba. De este género le gustaba escuchar a Maria Bethânia, , , , y otros más. Me contó que sufrió con la muerte prematura de Elis Regina, por quien tenía una predilección muy especial: le gustaba su espontaneidad al cantar, su voz, su repertorio y su compromiso político. Le gustaban también las canciones francesas románticas y los tangos argentinos. Estoy oyendo ahora la Radio Cultural de São Paulo, la estación de radio favorita de Paulo y mía, que nos acompañaba en las horas de trabajo o de placer, ¡y qué coincidencia!, oigo “Mi Buenos Aires querido”, de Carlos Gardel, uno de los tangos que me llevan nostálgicamente a algunas tardes en las plazas de la Ricoletta y a las noches de la capital porteña, con Paulo, con amigos argentinos: Gustavo Cirigliano18 y su mujer Helba; Tato Iglesias; Cristina y Alberto Vázquez, sus vecinos en Ginebra, cuando ellos fueron también exiliados por la dictadura militar argentina. Considero que la cosa más marcada y significativa de Paulo era su fuerte mirada, dulce y profunda; su mirada, que comunicaba por sí sola el amor, la solidaridad, la mansedumbre y la ternura de su persona. Paulo era cortés, comunicativo, alegre, de buen humor, siempre atento a todo lo que fuese VIDA.19 De personalidad sencilla, hablaba con los expresivos gestos de sus manos dando afectividad a lo que hablaba. Si estaba al lado de alguna persona cuando hablaba, casi siempre la tocaba suavemente en el hombro. Pero Paulo escuchaba más de lo que hablaba. Sus alumnos y sus alumnas lo saben. En fin, el mirar, el escuchar y el tocar20 fueron los gestos/movimientos con los cuales, al lado del observar, del estudiar y del pensar/hablar/escribir Paulo revelaba sus deseos, los espantos y la esperanza de su ser eternamente apasiona- do por la vida. Quien conoció a Paulo difícilmente se olvidará de esos rasgos que traducían su personalidad segura y tierna, bien-humorada y apacible, tolerante y osada, comunicativa y amiga, eternamente preocupada por el otro y la otra y consigo

18 Estudioso de la obra de Paulo, filósofo de ideas progresistas, con varias obras publicadas, profesor en varias universidades del mundo, amante y estudioso de los tangos. En mi último viaje a Argentina, en septiembre de 2002, me presentó Tangología, de su propia autoría. 19 Recuerdo la frase con la que Paulo terminó su testimonio a Edney Silvestre en entrevista a la TV Globo: “Me gustaría ser recordado como un sujeto que amó profundamente al mundo y las perso- nas, los bichos, los árboles, las aguas, la vida” (cfr. Pedagogía de la tolerancia, p. 329). 20 Escribí sobre eso en un trabajo publicado, Convergente(ia), y con algunas alteraciones en el libro publicado bajo los auspicios de la Prefectura de Recife, Paulo Freire – Cuando las ideas y los afectos se cruzan (respectivamente, en las pp. 3-8 y 235-242).

103 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad mismo, en el sentido de perfeccionar sus virtudes y de ser feliz, y así hacer felices a los otros y las otras. Entre muchas de las cosas que admiré en Paulo era que atendía siempre, de manera sencilla, paciente y respetuosamente, las llamadas telefónicas. No acepta- ba “secretarias telefónicas” o distorsionar la voz para no ser identificado, y así huir de personas que lo buscaban para hacerle preguntas o comentarios. Por teléfono lo llamaban ¡decenas de veces al día! Algunas de esas llamadas rebasa- ban las conversaciones de los parientes y amigos, de las personas e instituciones que lo buscaban para dar o recibir una información o hacerle una invitación; eran de estudiantes que le pedían “clases particulares” en la víspera de una prue- ba o seminario cuyo tema sería el educador Paulo Freire. Dedicaba el tiempo que el interlocutor o interlocutora demandara, aunque para eso tuviera que inte- rrumpir un texto que estuviera escribiendo o leyendo. Cuando yo le decía: “Paulo, estuviste mucho tiempo con esos muchachos en el teléfono, ¿valió la pena? ¿No perdiste tu tiempo?”. Su respuesta irremediablemente era: “Nunca perdemos el tiempo cuando somos atentos, respetuosos y corteses con las personas. ¡Cuando atendemos una petición legítima de un joven o una joven curiosa de saber!”. Eso pasó muchas veces. Después instalamos una línea telefónica en mi anti- gua casa cuyo número había sido de una empresa comercial o industrial. “¿Es ahí las Correas Mercurio?”, preguntaban con frecuencia. Paulo se extendía por algunos minutos casi siempre. Explicaba que no les podría ayudar “porque no sé el número de esa empresa”. Ni siquiera llegamos a saber si la empresa realmente funcionaba todavía o no, si estaba en la capital o en alguno de los municipios del Grande São Paulo. Uno de esos “amigos desconocidos” informó: “Señor, esa empresa ¡es de Osasco!”. Paulo, ¿interrumpiste el trabajo tan importante y te quedaste conversando sin saber con quien? “Valió la pena, mujer. Siempre vale la pena tener una atención especial a quien te pide una información. Nunca se pierde tiempo con otro ser que te pide una ayuda y que tiene ganas de conversar”. Fue consciente de lo que su persona significaba para al mundo, pero jamás lo divulgó a los “siete vientos”, ni se dejó invadir por la vanidad. Me contó en una ocasión: “Cuando llegué a Europa, a Asia o a los Estados Unidos y conviví con millares de personas que me decían: ‘la Pedagogía del oprimido cambió mi vida’ me propuse trabajar mi lectura del mundo en la cuestión de la vanidad, pues ¡es fácil y tentador perder la humildad oyendo cosas como esa!”. Así, Paulo siempre decía de sí mismo: “No soy ángel ni demonio, soy un hombre que sabe algunas cosas y que busca su perfeccionamiento en cuanto ser con el mundo”. Por eso, creo, tuvo una capacidad inmensa de aceptar las fragi- lidades humanas, pero, contradictoriamente, esa manera de ser hizo que no se pudiera apartar de algunas personas que, desgraciadamente, lo procuraban con la intención de promoverse, de sacar provecho de su persona y de su prestigio. 104 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE No se preocupaban por disfrutar de su sabiduría o de la amistad verdadera que él ofrecía gratuitamente, con amor. Digo pocas personas porque la gran mayoría entendió su grandeza, su entereza y su capacidad de ser gente de verdad. En ese sentido, algunas veces le advertí que era necesario establecer límites al aceptar esos y otros comportamientos y cosas que yo juzgaba inadmisibles, pero él siempre respondía a mis señales de advertencia con la misma argumentación: “Mujer, acepta más las fragilidades humanas…”. Paulo nunca decía que una persona era frágil, débil, que cometía pecados, que mentía, que era incapaz de ser leal, de cumplir algún compromiso… decía: “Es una persona que tiene más fragilidades que cualidades éticas…”. No tengo certeza de que en los últimos días de su vida él no hubiera pensado mejor esa postura. Algunas personas fueron más allá de lo que él imaginaba y podía soportar. No se culpó, no se martirizó, no se lamentó, pero en cambio sí sufrió y se espantó. Así, esa cualidad de ser tolerante en extremo, contradictoria- mente, expuso una fragilidad de Paulo: la dificultad de marcar, con más ahínco, los límites. Se dejó, por desgracia, ser explotado algunas veces y corrió el riesgo de que su imagen fuera vilipendiada. Es por ello que, tristemente, algunas perso- nas “confundieron” la extrema generosidad de Paulo con la fragilidad. Sobre la cuestión del pecado, tan utilizado en la Iglesia católica como una táctica para prohibir e impedir la autonomía personal de cada uno de los seres humanos, Paulo afirmaba que esa era una de las debilidades de la Iglesia. “Peca- do no es robar cuando se tiene hambre, hacer el amor cuando las parejas no están casadas, prevenirse para no tener enfermedades sexualmente transmisi- bles… Pecado es hacer fraudes, explotar y oprimir al dominado: al pobre, al desarrapado, al desesperanzado, al huérfano, a la viuda…”. Paulo, a mi parecer, más que cuidadoso fue extremadamente celoso.21 Expe- rimenté en mi vida con él esa difícil ambigüedad de sentimientos al principio de nuestra vida de casados. Para mí sus celos eran, por un lado, una actitud lisonjera y, por otro, una actitud posesiva y agresiva a mi persona, a mi privacidad, a mi postura de seriedad ante el hombre escogido, porque lo quería, lo amaba y lo respetaba. Nosotros dialogamos mucho sobre eso, pero sé, sin embargo, que no fue fácil que él controlara sus impulsos (como yo los controlé),22 que sabía racio-

21 Véase “Ojos verdes”. En: Nita y Paulo: crónicas de amor, pp. 58-60. 22 Durante los trabajos del I Congreso de Alfabetizados de la Ciudad de São Paulo, el 16 de diciembre de 1990, recibí el siguiente recado anónimo, de buena caligrafía, entre otros muchos que le declara- ban amor a Paulo y que me causaban celos: “Tengo envidia de ti por estar siempre junto a nuestro maestro, Paulo Freire, pero de todo corazón pido que ustedes sean muy felices.” En otra ocasión, en el hall de un teatro en São Paulo en un espectáculo que Antônio Fagundes dedicó a las y los profesores de la Red Municipal, Itamar Mendes, un ex-alumno, me preguntó: “Ana, ¿no tienes celos de esa fila de mujeres tocando y mirando fijamente al profesor?” Le respondí: “En cuanto fuere una fila, todo está bien. Pero, si alguna se para más –más– más… yo ‘la quito’… sin más trámite.” 105 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad nalmente que tendría que inhibirlos porque no los quería sentir, por lo menos de esa manera tan intensa. A partir de su aprendizaje con las feministas del mundo, sobre todo con las norteamericanas, él admitió sin miedo y sin subestimación su parte femenina, y ciertamente por eso ejerció con ética, sensibilidad, virilidad, pasión y sensualidad su masculinidad. Así, para él era fácil decirme tanto lo que fantaseaba en privado como lo que soñaba políticamente. Era displicente tomando medicamentos en público, casi siempre aspirinas, y en su vestir y calzar, pero después de casados lo incentivé a preocuparse de su apariencia. Dejó el hábito de medicarse cuando daba un discurso. Cambió su ropa y los tenis por saco y corbata. Dejó crecer sus cabellos y creo que de una cierta manera se volvió vanidoso… Aprendió a “vestirse y calzar sin lujo pero con un estilo que lo convertía en lo que él era íntimamente: un apasionado por la estética”.23 A él le gustaba que yo me vistiera con saco y blusa o vestido con medias transparentes. Decía que si las mujeres supieran lo poco femeninos que son los pantalones no los usarían. Me pedía que usara labial y en una ocasión me trajo de Europa dos de carmín. En el verano europeo de 1994 Paulo y yo hicimos un largo viaje de trabajo, intercalado con momentos de placer y descanso. Colocamos en el itinerario la República Checa; yo tenía el sueño de conocer Praga, más que de conversar con el notable pensador marxista Karel Kosik. Paulo priorizaba más su deseo de encontrarse con el filósofo que de ver la ciudad. Amigos alemanes localizaron al checo y consiguieron una cita para que Paulo dialogara con él. Llegamos a su casa, en una plaza cerca del Castillo de Praga, en una tarde caliente de agosto. Un departamento europeo, típico de filósofo de izquierda, de un hombre en cierta manera solitario; con libros y escritos por todos lados. De las pequeñas ventanas del último piso del lugar donde vivía se veía el más bello paisaje de aquella ciudad donde destacaban las innumerables y ricas iglesias católicas, las laderas de Smetna, del Río Moldavia y su puente Charles, los palacios, el cementerio judío y sus sinagogas. Paulo, como tantas veces en su vida, antes del viaje se comportaba como un niño que iría a conocer a un hombre importante. Ansioso, iba con una bolsa repleta de sus libros editados en inglés, los llevaba de Brasil especialmente para Kosik. Su pequeña “bolsa de mano”, muchas veces olvidada en lugares muy poco propicios, acabó dejándola en un taxi que habíamos tomado en la calle frente al hotel, para que nos llevara a la casa del filósofo de la Dialéctica de lo concreto. Después de horas de intercambios de ideas y de encuentro el anfitrión

23 Cfr. En Nita y Paulo: crónicas de amor, p. 42.

106 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE nos invitó a cenar con su mujer en un restaurante que ofrecía “verdadera comida checa” que los turistas todavía no habían descubierto. Fue hasta entonces que Paulo se dio cuenta que había perdido su bolsa. Para no interrumpirlo en su conversación, fui en un taxi de un amigo de Kosik a verificar si la bolsa se había quedado en el hotel, pero no la encontré. Cuando regresé le conté a Paulo que había tomado algunas providencias para cancelar la tarjeta de crédito. Paulo se enojó consigo mismo por su poco cuidado… pero esa rabia le duró sólo algu- nos segundos. La plática se prolongó hasta altas horas de la noche. Hablamos del fútbol brasileño, que Karel tanto admiraba; de las dificultades que se generaron en esos tiempos por la nueva ideología de la entonces Checoslovaquia, antes y después de la Primavera de Praga; de la posibilidad de su venida a São Paulo; de cosas simples de la vida siempre permeadas por las más serias para la construc- ción de una sociedad para el socialismo, la justicia social y la Paz.

A nuestro regreso, Paulo le escribió esta carta:

Querido profesor Karel Kosik: Mis primeras palabras son para, en mi nombre y en el de Nita, agradecer a ti y tu esposa, la cortesía con que nos recibieron. Muchas gracias también por la cena que nos ofrecieron en que el gusto excelente de la comida checa estuvo a la altura del calor humano que en ningún momento faltó. Al llegar al hotel aquella noche, nos dijeron que un taxista había telefoneado a la recep- ción diciendo que, al día siguiente, a las 6 de la mañana, llevaría mi bolsa que había encontrado en su carro. Le dije al taxista que no tenía ninguna intención de pagar por su seriedad pero me sentía feliz de ofrecerle un regalo, le di 400 francos suizos de los 700 que tenía en la bolsa. No tenemos por qué no creer en el mundo. De regreso a São Paulo hablé en la reunión del Departamento de Teoría del Currículo de la visita que te hicimos. Fue unánime el entusiasmo del Departamento cuando dije que estudiarías la posibilidad de venir aquí el próximo año. El director del Departamento24 estuvo al día siguiente en una reunión con los directores de sectores de posgrado del país. Comentó la posibilidad de tu venida a Brasil y 15 universidades solicitaron tu presencia. Él te escribirá para ponerse de acuerdo contigo. Recibe nuestro abrazo fraterno que hacemos extensivo a tu esposa. Paulo Freire

24 Este cargo en la época era ocupado por el Prof. Dr. Alípio Casali.

107 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad Bien… el caso del taxista checo… Cuando regresamos al hotel, la joven de la recepción nos avisó que un hombre había telefoneado diciendo que había en- contrado la bolsa de Paulo y vendría al día siguiente a las seis de la mañana para regresarla. Paulo entonces le pidió un favor: sacar todo el dinero de la bolsa y donárselo al hombre. Ella pensó que era una exageración y yo comenté: “¿Y nosotros, Paulo, nos quedaremos sólo con la tarjeta de crédito?”. Él nos dio la razón. Entonces le dijo a la joven recepcionista: “retire, por favor, 400 francos suizos y se los da”. Así lo hizo. A las 12 horas, cuando salimos a tomar el tren que nos llevaría a Viena, el chofer estaba ahí en el zaguán del hotel. No hubo palabras… apenas un gran apretón de manos y miradas que nos decían lo que él quería hacer: ¡llevarnos hasta la estación del tren en señal de agradecimiento! Y decir con ese acto muchas gracias, pues en aquellos tiempos todavía tan difíciles del postcomunismo para los checos la donación de Paulo había sido extremada- mente generosa. Este es uno de los ejemplos, entre muchos otros, de la genero- sidad de Paulo, de querer dar todo lo que tenía sin preocuparse de acumular para sí. Me acuerdo que me dijo un día que, en los años 50, ya con hijas, iba a vender la casa donde vivían para darle el dinero a un primo suyo que no tenía los recursos para que le hicieran una operación médica delicada y rara en la época. Cuando me contó esa historia le pregunté: “¿Paulo, tú, Elza y las hijas se queda- rían sin casa para vivir, sin su único patrimonio de la familia?”. Me dio como respuesta la de siempre, que no dejaba dudas de su grande, tal vez “excesivo” espíritu de generosidad: “Nita, nací desnudo y tengo todo lo que tengo…”. Paulo fue muy tímido de adolescente, por eso le pidió a su madre que le hiciera pantalones largos cuando comenzó a frecuentar el colegio de mis padres. Tenía vergüenza de sus piernas delgadas, de su cuerpo delgado y anguloso. Con sacrificios, ella le hizo uno para usarlo toda la semana y lavarlo el domingo. Desde entonces tuvo mucho cuidado con esa prenda. Todas las noches lo saca- ba, alisaba el doblez y lo colgaba cuidadosamente en el gancho. Le pregunté el porqué y él entonces me contó esa historia que había marcado su historia de niño pobre. Hasta que fue adulto joven, ya famoso en Recife, es que enfrentó su timidez y entró en el Teatro Santa Isabel –teatro municipal de Recife– cuando el MCP hacía allá sus encuentros memorables. Estoy contenta por haber introducido a Paulo al mundo del entretenimiento. Conmigo fue a bares, a teatros y a bailes de danza clásica, además de los cinemas que desde niño frecuentaba… Se maravilló con la casa de tablados de danzas flamencas. Paulo profesó una enorme gratitud hacia mis padres, a los cuales nunca dejó de visitar, de marcar su presencia amorosa en la vida de ellos. Todos los sábados los visitaba acompañado de Elza. Muchas veces después del horario del SESI iba 108 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE hasta allá a “tomar una sopita” antes de ir a dar clases en la Facultad de Filosofía o un café, en el “camino para casa”, hecho por mi “negrita Maria”, que tanto le gustaba. Cuando mi hermano Paulo de Tarso, oficial de la Fuerza Aérea Brasileña, en esa época situada en el Campo de los Alfonsos, en Río de Janeiro, falleció vícti- ma de un tiro dentro en un restaurante de Fortaleza, Paulo se solidarizó de ma- nera impar. Mi hermano acababa de regresar, después de casi dos años de acti- vidad como oficial de las Fuerzas de Pacificación de la ONU en el Congo Belga, cuando fuimos sorprendidos por su estúpida e injusta muerte. Paulo visitó dia- riamente a mis padres desde el fatídico día 30 de noviembre de 1962 hasta que pasó un año de esa tragedia. Conseguí viajar para ir al entierro de mi hermano, en Recife, y Paulo me acompañó al Aeropuerto Guararapes para tratar de con- fortarme por aquella pérdida irreparable. Esa antigua relación de solidaridad de Paulo para conmigo lo llevó a ser la persona que abogó por mí ante la autoridad de tránsito de Recife para que yo pudiese manejar automóviles a los 17 años de edad. Felizmente nunca di oportu- nidad de que él se hubiese arrepentido de ese acto de confianza en mí. Paulo “adoraba” el fútbol e iba a los campos de juego cuando vivía en Recife. En su retorno del exilio raramente vivió la emoción de vibrar apoyando a uno de los clubes populares –Santa Cruz, de Recife, y Corinthians, de São Paulo– pues nunca se sintió dentro de los que tenían tradiciones elitistas. Apoyaba como niño, callado, pero le daba mucha rabia cuando alguno de los equipos populares brasileños o la selección brasileña perdía un juego. Uno de los raros momentos que Paulo “perdía completamente la razón” y se dejaba llevar por la pura emo- ción era viendo por televisión uno de esos juegos. Si es verdad que el fútbol vino de Inglaterra, como era allá uno de los deportes de la elite, aquí fue tomando los colores nacionales. Pasó a ser, sobre todo, diversión y pasión de las clases popu- lares e intelectuales, y más recientemente de la clase media y media-alta. Los jugadores no son ya los doctores e hijos de ricos blancos, son negros que vienen de las clases subalternas. Creo que esa identidad inconsciente de Paulo con el fútbol se explica por su asociación con los secularmente ofendidos que hoy juegan y se enriquecen en Brasil y en el mundo reuniendo en los estadios a millo- nes de aficionados. Cuando Paulo vivía en el exilio, muchos brasileños lo llamaban por teléfono pidiendo –con tono autoritario– que no asistiera a los juegos de la Copa del Mundo de Fútbol que se realizarían en México, en 1970. La disculpa era que si Brasil ganaba la Copa Jules Rimet los militares en el poder traerían para sí las ventajas de la victoria para beneficiarse ideológicamente –y para torturar sin ser percibidos–, pues el país hacía feriado el día que jugaba Brasil y casi toda su población estaba frente a la televisión. Así, los militares que facilitaban las emi- 109 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad siones a color y en vivo, usarían todavía más a la población aprovechando el clima de euforia y la alegría auténtica por los resultados de nuestro fútbol, así podrían imponer como verdad la visión nacionalista elitista que sintetizaban en el eslogan “Nadie detiene a este País”. Los que “estaban en contra de ver los juegos de Brasil” alegaban que el régimen militar confirmaría, con la victoria en los campos, la idea de la soberanía nacional proclamada por ellos –pero que en el fondo contradecía a la Ideología de la Seguridad Nacional–. Frente al argumen- to de que irreversiblemente se impediría el regreso al estado de derecho como consecuencia de una mayor alineación política, en caso que Brasil fuese tricampeón de fútbol, Paulo respondía:25

Revolución que, bajo pretexto de servir al pueblo, le quita el derecho de lo que le gusta, de apoyar, de entusiasmarse con el fútbol, no es digna de él. El fútbol es el “deporte de las multitudes”, del pueblo que se alegra y lucha por él, apoyando o jugando. La contra- dictadura se hace en el combate en varios frentes de lucha y no secuestrando el derecho de tener (y ver) el fútbol. Es derecho, es gusto, tiene que ver con nuestra cultura, con nuestro ritmo: las fintas son la mañana de nuestro pueblo vivida en los cuerpos de los que juegan. Vean cómo el pueblo delira de alegría con los dribles. Son lindos, maravillo- sos, los cuerpos en movimiento.

La curiosidad de Paulo, que nació con él mismo y que fue creciendo con su madurez de intelectual, se puede constatar por un hecho simple que hoy no tiene sentido ante la rapidez de las “comunicaciones”, pero que en los años 40 y 50, cuando el mundo ensayaba los primeros pasos en la construcción de una red más efectiva para decir al otro, del otro lado del planeta Tierra, lo que hacía y lo que pensaba, fue todo un acontecimiento. Abrir las enormes cajas de madera que traían los libros europeos y norteame- ricanos para Recife era motivo de reunión de los intelectuales pernambucanos, que Paulo experimentó con curiosidad y alegría de niño, como quien se iniciaba en el mundo del saber conociendo a quien había alcanzado primero el conoci- miento científico. Él mismo habla de esos momentos:

Había también, en lo más profundo de la casa, un espacio en que se abrían las grandes cajas de embalaje, donde traían los libros importados. Siento todavía hoy, en mi cuerpo, el gozo con que asistía, por invitación de Aluízio, a la Editorial Nacional, de Melkezedec, en la Emperatriz, a la apertura de las cajas. Y la emoción con que iba hojeando uno a uno los libros que se iban liberando antes de ser expuestos en los estantes junto a otras curiosidades (Cartas a Cristina, 2a. ed., p. 111).

25 Cfr. En Nita y Paulo: crónicas de amor, pp. 110-112. 110 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE Pero en los años 90 la comunicación, el libro, la invitación y la respuesta comen- zaron a llegarnos por fax. Eso dejaba a Paulo impactado y maravillado: “Mi letra está llegando a Japón y a Suiza a la misma hora que mandamos un papel escrito por teléfono… ¡eso es increíble! ¿Cómo puede el teléfono llevar nuestra propia letra a cualquier parte del mundo?”, decía seriamente espantado con la evolución de la tecnología en menos de medio siglo: “Abrir una caja a finales de los años 40 y 50 que venía del Norte con viajes de más de un mes en sótanos de los navíos era un asombro para nosotros en Recife… saber lo que pensaba un alemán… lo que decían los franceses… ahora viene todo en pocos segundos… ¡por teléfono!”. Paulo fue un hombre a quien la seriedad de su postura ética y política no le quitó el buen humor y las ganas de reír. Cuando regresó del exilio quería conocer Brasil en todos sus aspectos: leía los escritos en las defensas de los camiones, los escritos de los baños públicos, las inscripciones en los muros de las calles de la ciudad. Quería también reiniciarse en el gusto por los chistes brasileños que de manera general se referían al sexo y a nuestros hermanos portugueses. Paulo reía de ello con un gusto muy especial, sin faltar al respeto y a la dignidad de los “protagonistas”. Luego que nos casamos me comentó algo que lo intrigaba: “¡Nita, las perso- nas no me cuentan chistes! ¿Por qué? No soy tan juicioso… ¿o sí lo soy?”. “Paulo, tengo un amigo que se sabe un montón. Voy a pedirle a Marco Antonio que venga a contarte algunos”. Pocos días después invité a Marco y Cándida, su esposa y una de mis mejores amigas, a mi casa de campo y ahí él nos brindó una sesión de espléndidos chistes, picantes e irreverentes, ninguno de los cuales des- acreditaba a las mujeres. Nada de prejuicios en cuanto a la cuestión de raza o religión. De esos decididamente a Paulo no le gustaban. Paulo rió mucho esa y otras mañanas con los chistes de Marco Antonio. Se deleitaba con esa capacidad de los brasileños de reír de nuestros propios defectos y debilidades… y de los de los portugueses también… al fin que ellos fueron nuestros colonizadores… El carácter travieso de Paulo lo hizo guardar en su bolsa un billete de cinco cruzeiros que recibió pocos días después de su regreso a Brasil porque en él había una “trampa” de gusto absolutamente popular. En él estaba escrito, con letra de quien poco había estado en la escuela: “En caso de emergencia voltee este billete”. Curioso, queriendo saber lo que estaría escrito al reverso, Paulo obedeció la instrucción, lo volteó y leyó a continuación lo escrito: “En caso de emergencia hija de puta…”. A él le gustaba mostrar ese billete a los amigos, pero cuando lo sacaba de la bolsa lo agarraba firmemente porque él mismo quería leer esas escrituras con un acento bien enfático y característicamente popular. Reía, reía mucho todas las

111 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad veces que “enseñaba” esa broma muy al gusto del pueblo brasileño. “Es una delicia”, repetía siempre que leía ese “mensaje”. ¡Es una delicia!26 En mi participación en Paulo Freire, el niño que leía el mundo, de Carlos Rodrigues Brandão, también hablé del comportamiento infantil de Paulo, por- que ese libro tiene como objetivo “presentar a Paulo Freire” a los niños de Brasil:

Las idas al cine del barrio de Casa Forte eran parte esencial de los recuerdos de Paulo. Sobre todo las películas de Tom Mix, su héroe predilecto, con un sombrero grande, montado en un caballo blanco. Fiel amigo, el animal cabalgaba conforme la necesidad del dueño. Tom Mix era un cowboy encima de cualquier sospecha, salvando jovencitas indefensas, hombres humillados, listo para actuar en cualquier situación de injusticia. Cuando Paulo ya era un hombre famoso, conocido en tantas partes del mundo, había escrito en un libro que el caballo de Tom Mix era blanco y que sus películas eran largas. Después volvió a ver una de esas películas y quedó… perplejo. Fue un duro golpe darse cuenta de que el caballo no era blanco. ¡Blanco era sólo el enorme sombrero del héroe! Su lado de niño que nunca perdió, quedó inconforme. Y concluyó: “Nita, prefiero conti- nuar con el Tom Mix de mi infancia montado en el bello y elegante caballo blanco.” Es muy bonito, muy agradable que un pensador no quiera dejar a la razón sus emocio- nes de niño. Después de casados vi cómo a Paulo le gustaba preparar eso de ser niño. Adoraba los chistes bien ingenuos del tipo que a la gente grande no le gustan: reía mucho con Didi, Dedé, Muçum y Zacaria, ¿lo pueden creer?”.27

Paulo guardó pacientemente un secreto casi 70 años, hasta la navidad de 1995, cuando yo descubrí que uno de sus deseos más recónditos era que le regalaran un balón de fútbol original, de cuero, que sus padres nunca le pudieron dar. Se alegró porque adiviné su deseo que guardaba desde su pobre niñez que no le permitía tener más que las pelotas que él y sus amigos hacían con calcetines viejos y rotos para jugar fútbol en los campos de Jaboatão. Al leer mi libro Nita y Paulo: crónicas de amor –que escribí no sólo para recordar a Paulo y “matar” melancolías sino para mostrar a los lectores toda la grandeza y entereza que él tenía ante las cosas más simples de su vida privada– el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano recreó esa linda crónica sobre la relación de Paulo con Tom Mix y sobre su deseo de tener un balón de fútbol:

26 El buen humor de Paulo no ofendía, no faltaba al respeto. Sobre su capacidad de reír de las cosas simples de la vida dediqué el capítulo “Bromas”, pp. 44-45, en el libro sobre mi vida cotidiana con él: Nita y Paulo: crónicas de amor. 27 Cfr. Carlos Rodrigues Brandão, Paulo Freire, el niño que leía el mundo, p. 44.

112 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE Tarde tras tarde Paulo Freire iba al cinema del barrio de Casa Forte, en Recife, y sin pestañear veía y volvía a ver los filmes de Tom Mix. Las aventuras del cowboy de sombrero de alas anchas, que rescataba a las doncellas indefensas de las manos de los malvados, le parecían muy entretenidas, pero lo que realmente disfrutaba más era el veloz galope de su caballo. De tanto verlo y admirarlo se hizo su amigo, y el caballo de Tom Mix lo acompañó desde entonces, para toda la vida. Aquel caballo del color de la luz galopaba en su memoria y en sus sueños, sin descanso, mientras Paulo andaba por los caminos del mundo. Paulo pasó años y años buscando esas películas de su infancia. —¿Tom qué? Nadie tenía la menor idea. Hasta que por fin, a los 74 años de edad encontró las películas en algún lugar de Nueva York. Y volvió a verlas. Fue algo increíble: el caballo luminoso, su amigo de siempre, no se parecía en nada, ni un poquito se parecía al caballo de Tom Mix. Paulo sufrió esta revelación a finales de 1995. Se sorprendió y cabizbajo murmuraba: —No tiene importancia. Pero la tenía. En esa Navidad, Nita, su mujer, le regaló un balón. Paulo había recibido treinta y seis doctorados honoris causa de universidades de muchos países, pero nunca en la vida le habían regalado un balón de fútbol. El balón brillaba y volaba por los aires, casi tanto como el caballo perdido. Para Nita, con un abrazo, E. Galeano.28

Quise ayudarlo en la realización de otros dos deseos profundos: andar en bici- cleta y manejar carro, pero la prudencia nos lo impidió. Paulo tenía una gran dificultad para equilibrarse sobre las dos ruedas y además corría el riesgo de perderse en las ciudades. Decía: “Nací sin brújula”. Se llevó consigo para siem- pre sus deseos, como sueños de niño no realizados.29 Se llevó también consigo el enorme deseo de haber tenido conmigo un hijo o una hija, de perpetuar conmi- go y mis ganas de vivir, su vida y su nombre.

Paulo se “espantaba” de tener ya más de 70 años: “¡Soy un hombre estadís- ticamente muerto y más viejo que mi padre! ¡Qué increíble!”. Su edad superaba la expectativa de vida de los brasileños hombres, que en la época no llegaba a las

28 Eduardo Galeano, escritor uruguayo, compuso en mayo de 2000 esa nueva historia, metafórica, luego después de haber leído mi libro Nita y Paulo: crónicas de amor, basado en dos crónicas de ese libro, básicamente sobre la historia del balón de futbol y de su ídolo infantil Tom Mix. 29 Véase en mi libro Nita y Paulo: crónicas de amor (p. 20) la crónica “Nací sin brújula”, pp. 68-69. 113 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad siete décadas, y también le asustaba que su padre hubiera muerto a los 54 años de edad. Vivía su lado niño30 en la intimidad, con la misma facilidad con la que vivía su lado adulto, responsable. Le gustaba esconderse atrás de la puerta y, silbando, me llamaba para que lo encontrara. Corría de una puerta a otra en un verdadero juego de escondidas. En el último comicio de Lula, en la campaña de 1989, en Garanhuns, había- mos ido de São Paulo a Recife, y de allá, en carro, con un calor sofocante, al local donde el candidato había nacido, para que Paulo diera un discurso. Puntualmen- te, todo mundo estaba en el estrado, la plaza lucía llena de gente, mientras varios oradores hablaban y hablaban. De repente Paulo me hizo una señal con su mano en mi brazo y yo entendí el significado: ¡quería irse ya! “¿Qué pasó, Paulo?”, pregunté. “Estoy nervioso… no sé hablar en comicios… siempre hablaré en salones de clase, en círculos de cultura, en anfiteatros de universidades y de es- cuelas… De aquí, de este estrado tan alto, me siento peor… Hablé en un comi- cio de las ‘Directas ya’, pero hoy sé que no sabré hablar, creo que hasta voy a perder la voz… ¡Vamos a salir sin ser vistos!”. “Paulo, ¿cómo vamos a huir de aquí? ¿Por qué no intentas relajarte? Creo que tú sabes hablar en cualquier lugar. Siempre tienes algo adecuado e interesante qué decir.” Cerca de nosotros vi a Aloízio Mercadante y Bruno Maranhão, y sin dudar les dije: “Oigan, Paulo se quiere ir…” Sin haber soltado mi brazo en ningún mo- mento, Paulo me apretó con más fuerza, pero no me recriminó ni con la mirada ni con palabras. Los dos petistas (del Partido del Trabajo) solidarios y amigos tranquilizaron a Paulo y se dispusieron a estar al lado de él a la hora de su discur- so. Al final no necesitó de ese apoyo. Pocos minutos después anunciaron que Paulo iba a dar un discurso y el pueblo comenzó a gritar con entusiasmo: ¡Minis- tro! ¡Ministro! ¡Ministro! Dijo su discurso tranquilo y lleno de esperanzas al lado de Bruno, de Mercadante, de Lula y de la multitud que lo aplaudía. Estábamos tomados de las manos. Sólo me las soltaba cuando las necesitaba para hablar… y luego ¡las agarraba nuevamente! Las cualidades de Paulo eran evidentes, estaban expuestas en su corporeidad. Su cuerpo pequeño, delgado, sin asombros ni petulancia o empavonamiento irradiaba la ligereza y la pureza de alma sincera del niño que siempre fue; su inteligencia y perspicacia; su amor y paz; su serenidad y cobijo; su seriedad y

30 Paulo recibió el título de “Eterno Niño”, en Regio Emilio, Italia, en 1990.

114 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE buen humor; su humildad y tolerancia reflejaban lo que pasaba en todo su ser. Su cuerpo “educaba”. Mostraba por entero su dignidad y sencillez de Ser con el mundo. Nunca confundió sencillez, humildad o mansedumbre con sumisión o servi- lismo. Tenía miedo y osadía. Nunca se creyó más importante o más conocedor de las cosas que los otros, pero tenía la convicción de que sabía “algunas cosas”. Tenía un enorme respeto por las otras personas y por la naturaleza. Sus cualida- des fueron, indudablemente, frutos de su sabiduría. Fue fumador empedernido, y sólo cuando presintió el mal que el tabaco le estaba haciendo a su salud fue que lo dejó, con rabia, como le gustaba decir. Desgraciadamente muy tarde, porque venía sufriendo secuelas que su decisión por no fumar no apagó de su cuerpo. El infarto de miocardio que lo arrancó de la convivencia con nosotros, en la madrugada del 2 de mayo de 1997, fue provoca- do, en gran parte, por la inclemencia con la cual el cigarro ataca a sus consumido- res. Triste, trágica contradicción de la cual Paulo fue uno entre millares y millares de víctimas que se embriagaban con el anzuelo del humo, del olor y de los gestos característicos que adquieren los que les gusta el cigarro. Hacía 17 años que Paulo había dejado de fumar… Semblante tranquilo, cabellos largos y barbas blancas, estatura mediana, cuer- po delgado y levemente inclinado a la derecha, andar tranquilo, ojos color de miel y su constante disposición para intercambiar experiencias, para escuchar y para dialogar, sobre todo cuando estaba explicando sus ideas sobre educación y política, opresión y libertad, o discutiendo las ideas de los otros y de las otras personas, son algunas de sus características inolvidables. La radical ética humanista de Paulo tiene su máxima en ese testimonio de respeto a la dignidad del otro y de la otra. Esa firme postura de respeto por los otros y otras y por el mundo, sobreponiendo el amor y la solidaridad para con los justos, los oprimidos y excluidos que nació de los sentimientos y de la razón nutridos en él no como un fin en sí mismo, sino para voltear intencionalmente hacia la valorización de la vida pautada en la justicia que posibilita la Paz. Cuando recibió, por teléfono, una invitación de universitarios brasileños que vivían y estudiaban en Israel, les respondió: “Tendré el mayor placer en ir a Israel, pero cuando haya paz con los palestinos. Será una alegría convivir con israelitas y palestinos, juntos.” Enfatizó también una postura intencional y eminentemente ética de perma- necer tranquilo y sereno, con dignidad y humildad en los momentos más difíciles de su vida. Jamás se lamentaba, aun cuando era injustamente incomprendido. Habló mucho y escribió sobre las injusticias que sufrió después del golpe militar de 1964, más que nada sobre el exilio y la imposibilidad de tener un pasaporte para poder venir a Brasil. De todo eso tuvo mucho coraje, pero jamás se lamen- 115 Paulo Freire: sus virtudes, su generosidad, su personalidad tó aunque no pudo venir ni siquiera a despedirse de su madre antes de que falleciera. Paulo fue un hombre bueno, radicalmente bueno, nunca “buenito”, pues fue fuerte, enérgico, rebelde, osado y coherente tanto en su manera de ser como en sus decisiones y opciones. A Paulo le hubiera gustado ser un cantante famoso o eminente profesor de gramática de la lengua brasileña –se sentía frustrado por no haber sido también profesor de primaria–, pero él mismo se reservó para sí el derecho y el privile- gio de ser reconocido, además de profesor de nuestra lengua, como el mayor educador brasileño, uno de los más importantes de la historia de la educación de todos los tiempos. Una de las mayores expresiones del pensamiento brasileño. En suma, sus cualidades, su madurez y sabiduría, su capacidad de ser gente y de vivir apasionadamente, se cumplieron integralmente. Deseó también morir así, y así murió: amando a los justos y a los oprimidos, trabajando indignada y apasionadamente. Amando. Sobre todo amando.

116 ANA MARIA ARAÚJO FREIRE