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FONDO RICARDO C0VARRÜBIA3

H. DE BALZAC.

ANGEL ¿Aiauft

ES PROPIEDAD.

Alieno AJJHAO rvrmY\T TÍ'TF | ALIA TIS. : a ¥ i.— _JL F UNIVSít©® DC NUEVO LEON Núm. Ciäs — BIBLIOTECA UMMUAW Núm. Autor_ Núm. Adg.— FÜHS8 RSY2S" Precedencia «edo. ibis M£X(CQ Precio Fecha BARCELONA Clasificó CASA EDITORIAL DE GONZALEZ Y C.* Catalogó 14-CENDHA-14 098097

4877.

(29¿8L) S FOWDO RICARDO covAmms Los ferro-carriles, en un porvenir hoy poco lejano, deben hacer desaparecer ciertas industrias, modificar algunas otras, y sobre todo las concernientes á los di- ferentes modos de transportes al uso para las cerca- CAPILLA ALFONSINA nías de Paris. De manera que muy en breve las per- BIBLIOTECA UNIVERSITARIA sonas y las cosas que constituyen los elementos de ü . A . N . L : esta escena, le darán el mérito de un trabajo arqueo- lógico. ¿No agradará á nuestros nietos conocer el material social de una época que ellos llamarán anti- gua? Así los pintorescos coucous (4) estacionados en la plaza de la Concordia, obstruyendo el Cours-la- Reine, los coucous tan florecientes durante un siglo, tan numerosos aún en 1830, no existen ya; y en la más deliciosa solemnidad campestre, apenas si se apercibe uno de ellos sobre el camino en 1842. En 1820, los lugares célebres por sus sitios, y llamados Cercanías de Paris, no poseían todos un servicio re- gular de mensagerias. A pesar de ello, los Touebard

(1) Coucou», esto es, cuclillos, asi se llamaban ciertos vehículos en aquella época. los animales descubiertos en las yeseras de Montmar- padre é hijo habían conquistado el monopolio del tre. Las pequeñas empresas, amenazadas por los es- transporte para las ciudades más populosas, en un ra- peculadores que en 1822 lucharon contra los Tou- dio de quince leguas;, y su empresa constituía un chard padre é hijo, tenian ordinariamente un punto magnifico establecimiento situado en el Faubourg- de apoyo en las simpatías de los habitantes del lugar Saint-Denis. A pesar de su antigüedad, á pesar de á que servían. De suerte que el empresario, á la vez sus esfuerzos, de sus-capitales y ñe todas las ventajas conductor y propietario del carruaje, era un posadero de una poderosa centralización, las mensagenas ha- del país, cuyos séres, cosas é intereses le eran fami- llaban en los coucoús del arrabal Saint-Dems, con- liares. Desempeñaba con inteligencia los encargos; currentes para'los puntos situados á siete ú ocho le- exigía ménos por sus servicios, y por ello obtenia más guas á la redonda. La pasión del parisiense por el que las mensagerias Touchard. Sabia eludir la nece- campo es tal, que empresas locales competían tam- sidad de una guia para géneros. En un caso necesa- bién con ventaja contra las Pequeñas-Mensagenas, rio, infringía las ordenanzas acerca de los viajeros nombre dado á la empresa de los Touchard por opo- que debia conducir. Así, cuando se establecía una sicion al de las Grandes-Mensagerias de la calle de competencia, si el viejo ordinario del pais partía con Montmartre. En aquella época, además, el éxito de ella los días de la semana, algunas personas retarda- los Touchard sirvió de estímulo á los especuladores. ban su viaje para efectuarlo en compañía del antiguo Para las más insignificantes localidades de las cerca- cochero, por más que su material y sus caballos se nías de París, creábanse entonces empresas de car- hallasen en un estado poco tranquilizador. ruajes bellos, rápidos y cómodos, partiendo y regre- sando á París á horas fijas, las cuales, en todos fos Una de las líneas que los Touchard padre é hijo in- puntos, y en un radio de diez leguas, produjeron una tentaron monopolizar, que les fué mas disputada, y competencia encarnizada. Construido para viajes de que se disputa todavía á sus sucesores los Toulouse, cuatro á seis leguas, el coucou fué construido de nue- es la de París á Beaumont-sur-Oise, línea pasmosa- vo para las pequeñas distancias y vivió aun durante mente productiva, porque tres empresas competido- algunos años. Al fin sucumbió, desde el momento en ras la explotaban en 4822. En vano las Pequeñas- que los ómnibus hubieron demostrado la posibilidad Mensagerias redujeron los precios, en vano multipli- de colocar diez y ocho personas en un carruaje tirado caron las horas de partida, en vano construyeron por dos caballos. Hoy dia el coucou, si por casualidad carruajes excelentes; la competencia continuó; tan existe en el almacén de un leñador de carruajes uno productiva es una línea en la cual se hallan situadas de esos pájaros de tan pesado vuelo, sena, por su es- pequeñas ciudades como Saint-Denis y Saint-Brice, tructura y por sus disposiciones, objeto de sabias ave- aldeas como Pierrefitte, Groslay, Ecouen, Poncelles, riguaciones, comparables á las de Cuvier acerca de Moisselles, Baillet, Monsoult, Maffliers, FrancouviUe, enlazado el valle de Montraorency con el valle de Prestes, Nointel, Me, ele Las mensageu^Jo- l'Isle-Adam. De Saint-Denis pasa por Saint-Leu-Ta- ohard concluyeron por extender el v,a e de Par» verny, Méru, l'Isle-Adam, y va hasta Beaumont, á ¿hambly. La competencia llego hasta Lhambly Hoy lo largo de l'Oise. Pero en 1822, el único camino que día los Toulouse van hasta Beamais. En esta rata, conducía 4 l'Isle Adam era el de los príncipes de Inglaterra, existe un camino que Conti. Pierrotin y su colega reinaban, pues, de Paris S i un lugar llamado con bastante propiedad la Cite 4 l'Isle-Adam, queridos del pais entero. El carruaje t„!si s Tnsidera su topografía j . de Pierrotin y el de su camarada servían á Stors, le Val, Parmain; Champagne, Mours, Prérolles, No- mo de tos más deUcio^s -^^nteí gent, Nerville y Maftliers. Pierrotin era tan conocido, ¡Z «—una 2 la extinguida casa de Hsle- que los habitantes de Monsoult, de Moisselles y de tto ya como antigua residencia de los Borbon- Saint-Brice, aunque situados en la gran via, se ser-

íSS'Mta. es ™aenrtadora y pepena vían de su carruaje, en donde con frecuencia existia mayor probabilidad de hallar un asiento, que en las diligencias de Beaumont, siempre llenas. Pierrotin hacia buenas migas con su competidor. Cuando Pier- rotin partía de l'Isle-Adam, su camarada regresa!^ de Paris, y vice-versa. Inútil es hablar del competi- dor; Pierrotin tenia las simpatías del pais. Es además el único.de los dos ordinarios que figura en esta verí- de^ecreo, que —ron ^ dica historia. Por tanto, básteos saber que los dos co- cheros vivían en buena inteligencia, haciéndose una sos dibujes, como com- guerra leal, y disputándose los habitantes por medios SyiwSs^X^doscarroa^s,^ honrosos. Por razón de economía, poseían en Paris común acuerdo le explotaban. el mismo patio, el mismo hotel, la misma cuadra, el mismo cobertizo, el mismo despacho, el mismo em- Ce® razones fáciles de comprende^faCue pleado. Este detalle dice claramente que Pierrotin y va, punto donde em^ en a su adversario eran, según la expresión popular, camino empedrado Mam®» la distancia es hombres de buena pasta. Este hotel, situado precisamente en la esquina de la calle d'Enghien, existe aún, y se llama el León de Plata. El propietario de este establecimiento, des- naba allí. Algunos años despues, un camino tinado desde tiempo inmemorial á alojar ordinarios, ley escrita en boletines cuyos ejemplares, escesiva- explotaba él mismo una empresa de carruajes para mente raros, no se daban más que á los pasajeros Dammartin, tan sólidamente establecida, que los bastante obstinados para exigirlos. Touchard, sus vecinos, cuyas Pequeñas-Mensagerias Pierrotin hombre de cuarenta años, era ya padre se hallan enfrente, no pensaban lanzar carruajes há- de familia. Procedente de la caballería, cuando el li- cia aquella lfnea. Aunque las salidas para l'lsle-Adam cénciamiento de 4845, este guapo mozo había sucedi- debiesen verificarse á horas fijas, Pierrotin y su cole- do á su padre, el cual conducía de Tísle-Adam á ga practicaban acerca de este particular una indul- París un coucou de marcha bastante caprichosa. Des- gencia que les grangeaba el afecto de las personas pués de contraer matrimonio con la hija de un modes- del pais, y les valia fuertes amonestaciones de parte to posadero, extendió el sen-icio de TIsle-Adam, de los extranjeros, acostumbrados á la regularidad lo regularizó, se hizo notar por su inteligencia y de los grandes establecimientos públicos; pero los dos por una exactitud militar. Listo, decidido, Pierro- conductores de este carruaje, mitad diligencia, mitad tin, (este nombre debía de ser un apodo), (4) im- coiicou, hallaban siempre defensores entre sus parro- primía, por la movilidad de su fisonomía, á su sem- quianos. Por la tarde, la partida de las cuatro se re- blante coloradote y avezado á las intemperies, una tardaba hasta las cuatro y media; y la de la mañana, expresión picaresca parecida á un aire espiritual Por aunque indicada para las ocho, jamás tenia efecto otra parte no carecía de esa palabra fácil que se ad~ antes de las nueve. Además, este sistema era excesi- quiere á fuerza de ver gente y visitar varios países, vamente elástico. En verano, tiempo de oro para los bu voz había contraído cierta rudeza por la costum- ordinarios, la ley de las partidas, rigurosa para los bre de dirigirse á los caballos y gritar ¡cuidado! pero desconocidos, no se infringía sinó para la gente del tomaba un tono dulce con la gente acomodada Su pais. Este método ofrecía á Pierrotin la posibilidad de traje, como el de los ordinarios de segundo órden embolsar el precio de dos asientos en vez de uno, consistía en buenas y grandes botas, pesadas á fuerza cuando un habitante del pais venia temprano á pedir de clavos, fabricadas en l isle-Adam, y un pantalón un asiento perteneciente á un ave de paso, que des- de grueso terciopelo color verde botella, y una chupa graciadamente se había retardado. Ciertamente esta de un género parecido al anterior, pero por encima elasticidad no hallaría disculpa á los ojos de los pu- de la cual, durante el ejercicio de sus funciones lle- ristas en materia de moral; pero Pierrotin y su cole- vaba una blusa azul, adornada de bordados mul'tico- ga la justificaban por medio de la crudeza de los loros, en el cuello, en las espaldas y en los puños, tiempos, por sus pérdidas durante la estación de in- tubna su cabeza una gorra con visera. El estado mi- vierno, por la necesidad de poseer en breve mejores carruajes, y en fin, por la exacta observancia de la „.S Pierr?tin' d¡n>i°ulivode Piirrot, qua en sentido vulgsr sig- nifica gorrton. (N del T). volverla á colocar. Si este respaldo incomodaba al litar habia conservado en las costumbres de Pierro- manejarlo, de mayor incomodidad aún servia á las tin un gran respeto hácia las superioridades sociales, espaldas cuando se hallaba en su sitio; pero cuando y el hábito de la obediencia á las gentes de alta clase; se le dejaba atravesado en el carruaje, hacía la entra- pero si de buen grado se familiarizaba con- los humil- da y la salida igualmente peligrosas, para las mujeres des burgueses, respetaba siempre á las mujeres, cual- sobre todo. Aunque cada banqueta de este cabriolé, quiera que fuese la clase social á que perteneciesen. de costado encorvado como el de una mujer en cinta, Con todo, á fuerza de tirar de la gente, para valemos no debiera contener más que tres viajeros, con fre- de una expresión suya, habia concluido por mirar á cuencia veíanse en ella ocho, apretados como aren- sus viajeros como paquetes ambulantes, y que desde ques en un tonel. Pierrotin pretendía qué los viajeros entonces exigían menos cuidados que los demás, ob- se hallaban asi mucho mejor, porque formaban en- jeto esencial de la mensageria. tonces una masa compacla, inquebrantable; mientras \dvertido por el movimiento general que desde la que tres viajeros chocaban perpéluamente unos contra paz sublevaba su oficio, Pierrotin no queria sucumbir otros, y con frecuencia corrían el peligro de aplastar al progreso de las luces. Asi, desde la bella estación sus sombreros contra el techo de su cabriolé, á causa primaveral, todo se le volvía hablar de cierto carrua- de los violentos vaivenes del camino. En la delantera je grande encargado á Farry, Breilmann y C. , los de este carruaje, existia un banco de madera, el mejores constructores de diligencias, y que la crecien- asiento de Pierrotin, y en el cual podían colocarse te afluencia de viajeros hacia necesario. El material tres viajeros, quienes, colocados allí, toman, como de Pierrotin consistía entonces en dos carruajes. Uno, es sabido, el nombre de conejos. Durante ciertos via- que prestaba servicio en invierno, y el único que ex- jes, Pierrotin colocaba en él cuatro conejos, y se sen- hibía á los agentes del fisco, le habia heredado de su taba entonces de lado sobre una especie de caja prac- padre, y tenia algo de coucou. Los costados redon- ticada en los bajos del cabrioló, para servir de punto deados de este carruaje permitían colocar en ellos de apoyo á los pies de sus conejos, y siempre llena de seis viajeros sobre dos banquetas de una dureza me- paja ó de paquetes que nada temían. La caja de este tálica, aunque forradas de terciopelo de Utrecht ama- coucou, pintada de amarillo, se hallaba embellecida rillo Estas dos banquetas se hallaban separadas por en su parte superior por una faja de un azul de pelu- una barra de madera que se quitaba y volvía á colo- quero, en la cual se leia en letras plateadas por los carse á voluntad en dos encajes practicados en cada lados: lIsle-Adam — París, y detrás: Servicio de pared interior, á la altura de la espalda del paciente. l'/sle-Adam. Nuestros nietos estarían en un error, si Esta barra pérfidamente forrada de terciopelo y á la pudieran creer que este carruaje no podia contener que Pierrotin llamaba un respaldo, hacia la desespe- más de trece personas incluso Pierrotin; en las gran- ración de los viajeros por la dificultad de levantarla y des ocasiones admitía á veces otras tres en un depar- se extiende por el ribazo del valle. Se hallaba dividi- tamento cuadrado, cubierto con una lona, en donde do en dos lóbulos, de los cuales el primero, llamado se apilaban las maletas, las cajas y los paquetes; pero el interior, contenia seis viajeros en dos banquetas, el prudente Pierrotin no dejaba subir á él mas que á. y el segundo, especie de cabriolé reducido á la delan- sus parroquianos, y tan solo á tres ó cuatrocientos tera, se llamaba un oupé. Cerraban este cupé unos pasos de la barrera. Estos habitantes del gallinero, cristales incómodos y raros cuya descripción seria nombre dado por los conductores á esta sección del harto difusa para que podamos ocuparnos de ella. El carruaje, debían bajar á las puertas de cada aldea del carruaje de cuatro ruedas tenia en su remate un im- camino en que se encontraba un puesto de gendar- perial con capota, debajo de la cual Pierrotin intro- mes. La sobrecarga prohibida por las ordenanzas ducía seis viajeros, y se cerraba por medio de unas concerniente á la seguridad de los viajeros, era en- cortinas iJe cuero. Pierrotin se sentaba en un pescan- tonces demasiado flagrante para que el gendarme, te casi invisible, debajo de las vidrieras del cupé. esencialmente amigo de Pierrotin, pudiera dispensar- El ordinario de l'Isle-Adam no pagaba las contri- se de entablar proceso verbal por esta contravención. buciones á que se hallan sometidos los carruajes Así el cabriolé de Pierrotin arrastraba, durante públicos, más que sobre su coucou, presentado para ciertos sábados por la tarde ó lunes por la mañana, contener seis viajeros, y solicitaba un permiso cada quince viajeros; pero entonces, para tirar de él, daba vez que exhibía su carruaje de cuatro ruedas. Esto á su grueso caballo, ya viejo, llamado Rougeot, un puede hoy parecer extraordinario, pero en sus prin- compañero en la persona de un caballo gordo como cipios, el impuesto sobre los carruajes, establecido un ponev, acerca del cual se deshacía en alabanzas. con una especie de timidez, permitió á los mensajeros Este animalito era una yegua llamada Bichette, co- estos leves engaños que Ies dejaban bastante satisfe- mía poco, tenia genio, era infatigable, valia lo me- chos de poder pegársela á los empleados, según una nos tanto oro como pesaba.—« Mi mujer no la cam- frase de su vocabulario. Insensiblemente, el fisco biaría por ese enorme vagabundo de Rougeot!» ex- hambriento fué haciéndose severo, obligó á los car- clamaba Pierrotin. ruajes á no rodar sin el timbre duplicado que ahora La diferencia entre este y el otro carruaje consistía anuncia su medición, y que han sido satisfechas sus en que este tenia cuatro ruedas. Este carruaje, de contribuciones. Todo, basta el fisco, tiene su época construcción extravagante, llamado el carruaje de inocente; pero á fines de 1822, esta época duraba to- cuatro ruedas, admitía diez y siete viajeros, no de- davía. En verano, con frecuencia el carruaje de cua- biendo contener sino catorce. Metia^un ruido tan con- tro ruedas y el cabriolé rodaban acordes sobre la via, siderable, que con frecuencia sedeciá'en l'Isle-Adam: conduciendo treinta y dos viajeros, y Pierrotin no pa- — Ahí viene Pierrotin! cuando salia de la selva que gaba de tasa más que para seis. En aquellos dias afortunados, el convoy que salía á las cuatro y media bolsillos, bajo la puerta cochera del León de Plata, del arrabal Saint-Denis, llegaba guapamente á las desde donde se veian en hilera la cocina de la posada, diez de la noche á l'Isle-Adam. De suerte que, orgu- y más allá el largo patio, al extremo del cual se lloso de su servicio, que necesitaba un alquiler de ca- destacaban las cuadras sobre un fondo negro. La di- ballos extraordinario, Pierrotin decia:—«Hemos an- ligencia de Damartin acababa de salir, y se lanzaba dado lindamente!» Para poder hacer nueve leguas en pesadamente en pos de las diligencias Touchard. Ha- cinco horas, con tales arreos, suprimía entonces las bían dado ya las ocho de la mañana. Debajo del enor- estaciones que hacen los cocheros de aquella vía, en me pórtico, encima del cual se lee en una ancha ta- Saint-Brice, en Moisselle, y en la Cueva. El hotel bla Hotel del León de Plata, los caballerizos y los del León de Plata ocupa un terreno de gran profundi- factores de las mensagerias miraban á los carruajes dad. Si su fachada no tiene más que tresnó cuatro efectuando ese escape que tanto engaña á los viaje- ventanas sobre el arrabal Saint-Denis, sufría enton- ros, haciéndoles creer que los caballos correrán siem- ces en su largo patio, á cuyo extremo se hallan si- pre de igual modo. tuadas las cuadras, toda una casa pegada á la pared —¿Hay que enganchar, ciudadano? —dijo á Pier- de una propiedad medianera. La entrada formaba rotin su mozo de cuadra, cuando nada quedó que una especie de pasadizo sobre cuyo pavimento podían ver. estacionarse dos ó tres carruajes. En 4822, la oficina — Va son las ocho y cuarto, y aún no veo í mis de todas las mensagerias alojadas en el León de Plata viajeros, — respondió Pierrotin. ¿En donde se escon- corria á cargo de la posadera que llevaba tantos li- den pues? Engancha de todos modos. Y eso que no bros como servicios; ella recibía el dinero, apuntaba hay bultos. ¡ Dios trino y uno! El no sabrá donde co- los nombres, y con aire bondadoso colocaba los bul- locar sus viajeros esta tarde, pues el tiempo está bue- tos en la inmensa cocina de su posada. Los viajeros no, y yo no tengo apuntados más que cuatro! ¡Boni- se contentaban con este abandono patriarcal. Si llega- to espectáculo para un sábado 1 Siempre os sucede lo ban demasiado temprano, sentábanse bajo la campa- mismo cuando necesitáis dinero! ¡Qué oficio de per- na de la vasta chimenea, ó se estacionaban debajo ros ! qué perro de oficio! del pórtico, ó se trasladaban al café de l'Echiquier, —¿V si tuviérais viajeros, dónde los meteríais que forma la esquina de una calle así llamada, y pa- pues, si no teneis más que vuestro cabriolé?—dijo el ralela á la d'Enghien, de la que no se halla separada factor intentando calmar á Pierrotin. sino por algunas casas. —¿Y mi carruaje nuevo?—exclamó éste. En los primeros dias del otoño de este año, duran- —¿Existe pues?--preguntó el grueso auvernés, te la mañana de un sábado, Pierrotin se hallaba, con mostrando al sonreír unos dientes blancos y ancho? las manos metidas por los agujeros de su blusa en los como almendras. —Pues, ahí es nada! Rodará mañana domingo, y acerca de sus zuecos, tal era la laudable ambición de necesitaremos diez y ocho viajeros! Pierrotin- Ahora bien, el mensagero de I lsle-Adam —Ah, càspita! un hermoso carruaje, eso calentará llevado del deseo de vencer á su camarada de obli- el camino, dijo el auvernés. garle quizás un día á dejar para él solo el servicio de — Un carruaje como el de Beaumont, qué! todo lisie-Adam, habia superado sus fuerzas. Es verdad llamante ! Pintado de encarnado y oro, capaz de ha- que habia encargado la construcción del carruaje á la cer reventar de despecho á los Touchard ! Necesitaré casa Farry, Breilmann y C.* los constructores de co- tres caballos, fie encontrado la pareja de Rougeot, y ches que acababan de sustituir los muelles cuadrados Bichette irá arrogantemente á la delantera. Ea, to- de los ingleses por los cuellos de cisne y otras viejas ma, engancha, —dijo Pierrotin que miraba háciael invenciones francesas; pero estos desconfiados y em- lado de la puerta Saint-Denis, cargando sn pipa hasta pedernidos fabricantes no querían entregar esta dili- la boca, allá bajo distingo una señora y un jovencito, gencia sino á cambio de escudos. Poco satisfechos de con bultos debajo del brazo; buscan el Leon de Plata, construir un carruaje difícil de colocar, si se queda- porque han hecho la vista gorda á los coucous. To- ban con él, estos prudentés negociantes no empren- ma! toma! me parece reconocer en la señora á una dieron su construcción sino mediante un desembolso parroquiana! de dos mil francos por parte de Pierrotin. Para sa- —Con frecuencia habéis llegado lleno, habiendo tisfacer la justa exigencia de los constructores, el partido vacío,—dijo el factor. ambicioso ordinario habia agotado todos sus recursos —Pero sin bultos, —respondió Pierrotin, — qué y todo su crédito. Habia sangrado á su mujer, su suerte la mia! suegro y sus amigos. Esta soberbia diligencia él 'ha- Y Pierrotin se sentó en uno de los enormes guar- bía estado á verla la víspera en poder de los pintores; dacantones que protegían el pie de las paredes contra no le faltaba más que rodar; pero para hacerla rodar el choque de los ejes ; pero se sentó con un aire in- al dia siguiente, era necesario cancelar el pago. Aho- quieto y pensativo que no le era habitual. Esta con- ra bien, le faltaban mil francos á Pierrotin! Empe- versación , insignificante al parecer, habia removido ñado por sus alquileres con el posadero, no se habia crueles cuidados ocultos en el fondo del corazon de atrevido á pedirle prestada esta cantidad. Sin los mil Pierrotin. ¿Y quién podia turbar el corazon de Pier- lrancos se exponía á perder los dos mil anticipados, rotin, sino un hermoso carruaje? Brillar en la carre- sin contar quinientos francos tomados sobre el nuevo ra, luchar con los Touchard, dar mayor extensión á Rougeot, y trescientos francos de arreos nuevos, pa- su servicio, conducir viajeros que le felicitarían por ra los cuales habia obtenido un plazo de tres meses. las comodidades debidas al progreso del arte cocheril, ^ , arrastrado por la rabia de la desesperación y por en vez de verse obligado á oir perpétuos reproches la locura del amor propio, acababa de afirmar que su nuevo carruaje rodaría mañana domingo. Bando mil —¿Monseñor? eso vale más que el oro! Venid pues quinientos francos á cuenta de dos mil quinientos, á tomar una copita, dijo Pierrotin, guiñando el ojo y esperaba que los constructores, enternecidos, le en- dirigiéndose al cafó de l'Ecbiquier, adonde condujo al tregarían el carruaje; pero exclamó en alta voz des- criado. J pues de tres minutos de meditación: -Mozo, dos copas de ajenjo, - gritó al entrar —No, son unos perros hechos y derechos! unos ¿Quien es, pues, vuestro señor, y adónde va? Jamás verdaderos extranguladores... Si me dirigiese á mon- os había visto, preguntó Pierrotin al criado be- sieur Moreau, el administrador de Presles, él, que es biendo. ' tan buen sujeto?—se dijo, herido de una nueva idea, — Hay excelentes razones para eso,—prosiguió el —tal vez me tomaría un pagaré á seis meses fecha. criado ya de pie. Mi señor no va una vez al año á En este momento, un criado sin librea, cargado vuestra casa, y sin embargo, viaja siempre. Prefiere con una maleta de cuero, y procedente del estableci- el valle d Orge, donde posee el parque más hermoso miento Touchard, en donde no habia hallado asiento de las cercanías de Paris, un verdadero Yersalles, una para Chambly, á la una de la tarde, dijo al ordinario: posesion de familia, como que lleva su nombre - No —¿Sois vos Pierrotin? conocéis á M. Moreau ? —¿Por qué?—dijo éste. —El administrador de Presles, dijo Pierrotin. —Si podéis aguardar un cuarto de hora escaso, — Pues bien, el señor conde va á pasar dos dias en conduciréis á mi señor; si no, me llevo su maleta y Presles. saldrá del apuro montando á caballo, aunque hace — Ah! voy á conducir al conde de Sérisy!—excla- mucho tiempo ha perdido esta costumbre. mó el ordinario. —Aguardaré dos, tres cuartos de hora y un poco —Sí, amigo mió, eso es. Pero cuidado, existe una más, buen mozo,—dijo Pierrotin, mirando al soslayo consigna. Si lleváis gente del pais en vuestro carrua- la maletita de cuero bien atada y con una cerradura je, no nombréis al señor conde, quiere viajar de in- de cobre con blasón. cógnito, y así me ha encargado que os lo diga, anun- —Pues bien, sea, —dijo el criado, aligerando su ciándoos una buena propina. espalda de la maleta que Pierrotin levantó, pesó, —Ah! ese viaje recatado tendría acaso algo que ver miró. con el asunto que el padre Léger, arrendatario de los —Toma,—dijo el ordinario á su factor,— envuél- Moulineaux, ha venido á concluir? vela en heno suaye, y colócala en el cofre de atrás. —Lo ignoro, — prosiguió el criado; pero el fuego No trae nombre encima, añadió. arde. Anoche fui á la cuadra á mandar disponer para —Tiene las armas de monseñor., —respondió el las siete de la mañana el coche á la Baumont, para gr - 3 criado. á Presles; pero á las siete, su señoría ha retiraría, V- , vlí ! rao ellos al colegio y quien de nuevo los conduce á él órden. Agustín, el ayuda de cámara, atribuye este Me da cien sueldos cada vez, no haria más una gran cambio á la visita de una señora que le ha parecido señora. Oh! siempre que Uevo á alguno de recien llegada del pais. ó alguno en relación con ella, conduzco los caballos —Habrán dicho al conde algo de M. Moreau! el hasta la verja del palacio Es un deber, verdad? más bello sujeto, el hombre más honrado, el rey de -Dícese que M. Moreau no tenia mil escudos dis- los hombres, no faltaba más! Hubiera podido hacer- ponibles, cuando el señor conde le nombró adminis- se con mucho más dinero del que posee, si hubiese trador de Presles,—dijo el criado. querido, vaya í -Pero desde 1806, en diez y siete años, ese hom- —En ese caso ha hecho mal, — prosiguió el criado bre habrá economizado algo.'-replicó Pierrotin. sentenciosamente. —Es verdad,—dijo el criado, meneando la cabeza. -¿Conque M. de Sérisy al fin va á habitar á Pres- Despues de todo, los señores son muy ridículos, y en les, una vez que éste se ha amueblado y hecho repa- cuanto á Moreau, espero que habrá hecho su negocio. raciones en el palacio?—preguntó Pierrotin, despues -Muchas veces he ido á llevaros piezas de caza, y de una pausa. ¿Es cierto que ya se han gastado en él jamás he tenido el gusto de ver al señor, ni á la se- ñora. doscientos mil francos? —Si vos ó yo tuviéramos el gasto que excede á es- —El señor conde es un buen hombre,—dijo confi- ta cantidad, seríamos burgueses. Si va allí la señora dencialmente el criado; pero si para asegurar su in- condesa, ah! càspita, los Moreau dejarán de estar á cógnito, reclama vuestra discreción, aquí debe haber sus anchas,—dijo el criado, con aire misterioso. pelotera; al menos así lo creemos en el hotel; sinó, á —Guapo sujeto, M. Moreau !—prosiguió Pierrotin, qué mandar que desengancharan la Daumont? ¿A quien pensaba siempre pedir sus mil francos al admi- qué viajar en un coucout Un Par de Francia no pue- nistrador,—un hombre que proporciona trabajo, que de pedir un cabriolé de plaza? no escatima demasiado el jornal, y que saca á la tier- —Un cabriolé es muy capaz de exigirle cuarenta ra toda su riqueza, y eso para su principal ! Bello su- francos por ida y vuelta, porque observad que ese jeto, digo ! Viene con frecuencia á Paris, toma siem- camino, si no le conocéis, parece construido para las pre asiento en mi carruaje, me da una buena propina, ardillas. Oh! siempre subidas y bajadas,—dijo Pier- y os tiene siempre reservada una infinidad de encar- rotin. Par de Francia ó burgués, todos aman su di- gos para Paris. Tres ó cuatro bultos por día, así para nero! Si ese viaje concerniese á M. Moreau,.... Dios el señor como para la señora ; en fin, una cuenta de mió, me contrariaría que le ocurriera nada malo! cincuenta francos al raes, nada más que en comisio- Dios trino y uno! no babria medio de prevenirle? nes. Si la señora hace alguna de las suyas, en cam- porque es un excelente sujeto, un cumplido caballero, bio quiere mucho á sus hijos, yo soy quien va por el rey de los hombres, no faltaba más!.... tierra erigida en condado. El padre del conde era pri- —liah, el señor conde quiere mucho á M. Mo- mer presidente de un parlamento antes de la revolu- reau!—dijo el criado. Pero, mirad, si quereis un ción. En cuanto á él, ya Consejero de Estado en buen consejo: no nos metamos en lo que no nos im- 1787, á la edad de veinte y dos años, llamó la aten- porta. Bastante tenemos que hacer con ocuparnos de ción por sus excelentes memorias sobre asuntos deli- nosotros mismos. Haced lo que os piden, con mayor cados. No emigró durante la Revolución, la pasó en razón cuanto que no conviene burlarse de su señoría. su tierra de Sérisy, de Arpajon, en donde le preservó Además, para decirlo todo, el conde es generoso. Si de toda desgracia el respeto que profesaban á su pa- le servís así,—dijo el criado, mostrando la uña de dre. Bespues de pasar algunos años prodigando sus uno de sus dedos,—os paga así, prosiguió alargando cuidados al presidente de Sérisy, que falleció en 1794, el brazo. fué electo por aquella época para ocupar un puesto Procediendo de un hombre tan encopetado como el en el consejo de los quinientos, y, para distraer su segundo ayuda de cámara del conde de Sérisy, esta dolor, aceptó estas funciones legislativas. En el 48 juiciosa reflexión y la imágen sobre todo, dieron por brumario, M. de Sérisy, como todas las antiguas fa- resultado entibiar el celo de Pierrotin hácia el admi- milias parlamentarias, fué objeto de las coqueterías nistrador de la posesion de Presles. del primer cónsul, quien le colocó en el Consejo de —Ea, adiós, señor Pierrotin,—dijo el criado. Estado y le dió, para reconstituirla, una de las admi- Para comprender el pequeño drama que debia nistraciones más desorganizadas. El retoño de esta ocurrir en el carruaje de Pierrotin, hácese aquí nece- histórica familia fué uno de los rodajes más activos saria una rápida ojeada sobre la vida del conde de Sé- de la grande y magnífica organización debida á Na- risy y la de su administrador. M. Hugret de Sérisy poleón. Así el consejero de Estado abandonó bien desciende en línea recta del famoso presidente Hu- pronto su administración por un ministerio. Creado gret, ennoblecido bajo el reinado de Francisco I. Esta conde y senador por el Emperador, tuvo sucesiva- familia ostenta oro y negro unidos por una orla, y mente el proconsulado de dos diferentes reinos. En tíos rombos de uno á otro, con: I, SE.MPER MELICS ERIS, 1806, á la edad de cuarenta años, el senador contra- divisa que, no menos que las dos devanaderas que jo matrimonio con la hermana del ex-marqués de . sirven de soportes, prueba lá modestia de las familias Konquerolles, viuda y heredera á los veinte años, de de la clase media, en el tiempo en que las órdenes Waubert, uno de los más ilustres generales republi- mantenian su lugar en el Estado, y la sencillez de canos. Este matrimonio, ventajoso en punto á noble- nuestras antiguas costumbres con el calembour de za, dobló la ya considerable fortuna del conde de Sé- ERIS, el cual, combinado con la i del principio y la s risy , que llegó á ser cuñado del ex-marqués del Ro- final de MELIUS, representa el nombre (Sérisy) de la ble, nombrado conde y chambelan por el Emperador. En 1814, fatigado por un trabajo constante, mon- taciones, trabajaba hasta mediodía, dedicábase al sieur de Sérisy, cuya quebrantada salud necesitaba desempeño de sus funciones de Par de Francia ó de reponerse, resignó todos sus empleos, abandonó el vice-presidente del Consejo de Estado, y á las nueve gobierno á cuya cabeza el Emperador le habia coloca- se acostaba. En premio de tantos trabajos, el rey le do , y vino á Paris, en donde Napoleon, obligado por habia hecho caballero de sus órdenes. Hacia mucho la evidencia, le hizo justicia. Éste soberano infatiga- tiempo que M. de Sérisy era gran cruz de la Legión ble , que no creia en la fatiga ajena, tomó al princi- de honor; pertenecía á la órden del Toison dé Oro á pio por una deserción la necesidad apremiante del la de San Andrés de Rusia, á la del Aguila de Pru- conde de Sérisy. Por más que el senador no hubiera sia, en una palabra, á casi todas las órdenes de las caido en desgracia, pasó por hallarse quejoso de Na- córtes europeas. Nadie era ménos visto, ni más útil poleon. Así, cuando la restauración de los Borbones, que él, en el mundo político. Se comprende que los Luis XYIII, en quien M. de Sérisy reconoció á su le- honores, las intrigas del favor, los éxitos mundanos, gítimo soberano, otorgó al senador, ya Par de Fran- eran indiferentes á un hombre de este temple. Pero cia, una gran'confianza, encargándole sus asuntos nadie, escepto los sacerdotes, llega á una vida seme- privados, y nombrándole ministro de Estado. En el jante , sin graves motivos. Esta conducta enigmática 20 de Marzo, M. de Sérisy no fué á Gante, previno tenia su explicación, una explicación cruel. Enamo- á Napoleon que permanecía fiel á los Borbones, no rado de su mujer antes de casarse con ella, esta pa- aceptó la dignidad de Par durante los Cien-Días, y sión habia resistido en el conde á todas las desgracias pasó este tan breve reinado en su tierra de Sérisy. íntimas de su matrimonio con una viuda, siempre Despues de la segunda caída del Emperador, natu- dueña de sí misma, antes como despues de su segun- ralmente volvió á ser miembro del consejo privado, do enlace, y que gozaba de mayor libertad, cuanto fué nombrado vice-presidente del Consejo de Estado, que M. de Sérisy la trataba con la indulgencia de y liquidador, por cuenta de la Francia, en el regla- una madre hácia una niña mimada. Su constante tra- mento de las indemnizaciones solicitadas por las po- bajo le servia de escudo contra pesares del eorazon, tencias extranjeras. Sin ostentación personal, sin sepultados en él con ese cuidado de que saben usar ambición siquiera, poseia una grande influencia en los hombres políticos para tales secretos. Comprendía, los negocios públicos. En política nada importante se además, cuán ridículos hubieran sido sus celos á los hacia sin consultarle; pero jamás iba á la córte, y se ojos del mundo, que de ningún modo hubiese admiti- exhibía poco en sus propios salones. Esta noble exis- do una pasión conyugal en un viejo administrador. tencia, desde un principio consagrada al trabajo, ha- ¿Cómo pudo fascinarle su mujer desde los primeros bia acabado por ser un trabajo continuo. El conde se dias de su matrimonio? ¿Cómo sufrió desde un prin- levantaba á las cuatro de la mañana en todas las es- cipio sin vengarse? ¿Cómo dejó transcurrir el tiem- po, burlado por la esperanza? ¿Por qué medios le ha- samo sobre las heridas del conde. bía esclavizado una mujer jóven, linda y espiritual? Expliquemos ahora los motivos del repentino viaje ¿Contestar á todas estas preguntas exigiría una larga y del incógnito del ministro. Un rico arrendatario de historia que perjudicaría al asunto de esta escena, y Beaumont-sur-Oise, llamado Léger, explotaba una que, sí no los hombres, las mujeres al menos sabrán heredad cuyas piezas se hallaban enclavadas todas adivinar. Observemos, no obstante, que los inmensos dentro de las tierras del conde, y que echaban á trabajos y los pesares del conde habian contribuido perder su magnifica propiedad de Presles. Esta here- desgraciadamente á privarle de las ventajas necesa- dad pertenecía á un propietario de Beaumont-sur- rias á un hombre para luchar contra peligrosas com- Oise, llamado Margueron. El arrendamiento otorgado paraciones. Así el más horrible de los infortunios se- á Léger en 1799, cuando no podían preverse los pro- cretos del conde, era haber aprobado la repugnancia gresos agrícolas, se hallaba próximo á terminar, y el de su mujer bácia una enfermedad sólo debida á sus propietario rehusó las proposiciones de Léger para trabajos escesivos. Bueno, y áun excelente para con la un nuevo arrendamiento. Hacia mucho tiempo que condesa, la dejaba señora de su casa; ella recibía á M. de Sérisy, deseando desembarazarse de las in- todo París, iba y venia del campo, ni más ni ménos comodidades y litigios que causan los enclaves, ha- que si hubiera sido viuda; él velaba por la fortuna de bía concebido la esperanza de adquirir esta finca, sa- ella y proveía á su lujo como lo hubiera verificado un biendo que toda la ambición de M. Margueron con- administrador. La condesa profesaba á su marido la sistía en hacer nombrar á su hijo ünico, entonces mayor estimación, gustaba hasta de la gracia de su simple exactor, recaudador particular de Hacienda ingenio; sabia con su aprobación hacerle venturoso; en Senlis. Moreau señalaba á su protector un peligro- de suerte que manejaba á su antojo á este pobre hom- so adversario en la persona de Léger padre. El arren- bre , con sólo darle una hora de conversación. Como datario, que sabia cuán cara podia vender al por me- los grandes señores de otro tiempo, el conde prote- nor esta finca al conde, era capaz de dar por ella di- gía de tal modo á su mujer, que dejar de considerar nero suficiente á superar la ventaja que la recauda- á ésta hubiera sido para él una injuria imperdonable. ción particular ofrecería á Margueron hijo. Bos dias El mundo admiraba en gran manera este carácter, y antes, el conde, deseoso de zanjar este asunto, había Mme. de Sérisy era deudora de muchas cosas á su llamado á su notario, Alejandro Crottat, y áDerville, marido. Cualquier otra mujer, áun cuando hubiese su procurador, para examinar las circunstancias del pertenecido á una familia tan distinguida como la de negocio. Por mas que Derville y Crottat pusieran en Konquerolles, hubiera podido considerarse perdida duda el celo del administrador, de quien una carta para siempre. La condesa era muy ingrata, pero alarmante habia provocado esta consulta, el conde de- ingrata con gracia. De vez en cuando vertía bál- fendió á Moreau, el cual, según dijo, hacia diez y siete años que fielmente le servia.—«Pues bien,—ha- acerca de la vida del administrador. Moreau, el admi- bía contestado Derville, aconsejo á vuecencia ir en nistrador de la tierra de Presles, era hijo de un pro- persona á Presles, y convidar á comer á ese Margue- curador de provincia ascendido, cuando la Revolu- ron. Crottat enviará allí su primer escribiente con ción , á procurador-síndico de Versalles. En calidad una escritura de venta en toda regla, dejando en de tal, Moreau padre habia casi salvado los bienes y blanco las páginas ó las líneas necesarias para la de- la vida de los señores de Sérisy padre é hijo. Este signación del terreno ó de los títulos. Finalmente, pa- ciudadano Moreau pertenecía al partido de Danton. ra un caso necesario, provéase vuecencia de una par- Robespierre, implacable en sus odios, le persiguió, te del importe, en un talón contra el Banco, y no ol- acabó por descubrir su paradero y le hizo perecer en vide el nombramiento del hijo para la recaudación de Versalles. Moreau hijo, heredero de las doctrinas y Senlis. Si no termináis al momento, la finca os esca- de las amistades de su padre, tomó parte en una de pará de las manos! Vos ignoráis, señor conde, las pi- las conjuraciones contra el primer cónsul á su adve- cardías de los aldeanos. Entre un diplomático y un nimiento al poder. Entonces M. de Sérisy, celoso de aldeano, sucumbe el diplomático.» Crottat apoyó esta pagar su deuda de gratitud, hizo evadirse á tiempo á opinion, que, á juzgar por la confidencia del criado á Moreau, que fué condenadoá muerte; luego solicitó Pierrotin, el Par de Francia había adoptado sin duda. su indulto en 1804, lo obtuvo, le ofreció primero una El conde habia enviado la víspera por la diligencia de plaza en sus oficinas, y definitivamente le nombró su Beaumont, una esquela á Moreau, para ordenarle secretario, dándole la dirección de sus asuntos priva- que convidase á comer á Margueron, con objeto de dos. Algún tiempo déspues del matrimonio de su pro- concluir el asunto de los Moulineaux. Antes de este tector , Moreau se prendó de una doncella de la con- asunto, el conde habia mandado restaurar las habita- desa y se casó con ella. Para evitar los disgustos de ciones de Presles, y duraba un año que M. Grindot, la falsa posicion en que este enlace le colocaba, del arquitecto de moda, hacia allí un viaje semanal. Así que se encontraba en la córte imperial más de un es, que al tiempo de concluir su adquisición, M. de ejemplo, solicitó la administración de la tierra de Sérisy queria examinar las obras y el efecto de los Presles en donde su mujer podria darse aires de seño- muebles. Contaba sorprender á su mujer al conducirla ra, y donde, en aquel pequeño pais, ni uno ni otro á Presles, y ponia su amor propio en la restauración experimentarían el menor sufrimiento de amor pro- de este palacio. ¿Qué acontecimiento habia sobreveni- pio. El conde necesitaba en Presles un hombre de do para que el conde, que el dia antes se dirigía os- confianza, porque su mujer prefería la habitación de tentosamente á Presles, quisiera ahora trasladarse la tierra de Sérisy, que solo dista cinco leguas de Pa- allí de incógnito en el carruaje de Pierrotin? rís. Tres ó cuatro años despues, Moreau poseía la cla- ve de sus asuntos, era inteligente; porque, antes de la Aquí se hacen indispensables algunas palabras Revolución, habia estudiado la trampa legal en el día á ellos esta cantidad podría adquirir una heredad despacho de su padre. M. de Sérisy le dijo entonces: de ciento veinte mil francos en el territorio de Cham- —No haréis fortuna, os habéis quemado las pestañas, pagne, situada en la parte alta de l'Isle-Adam, á la pero sereis dichoso, porque yo tomo por mi cuenta orilla derecha del Oige. Los acontecimientos políticos vuestra suerte. En efecto, el conde señaló mil escudos impidieron al conde y á las gentes del pais fijarse en de sueldo á Moreau, y la habitación de un lindo pa- esta imposición, hecha á nombre- de la señora Mo- bellón al extremo de las habitaciones de los criados; reau , la cual pasó por haber heredado de una tia an- le concedió, además, cierta cantidad de leña para su ciana, en su pais, en Saint-Ló. Desde que el adminis- consumo en la tala de los bosques, avena, paja y he- trador hubo gustado el fruto delicioso de la propie- no para dos caballos, y derechos sobre los censos en dad , su conducta continuó siempre al parecer la más especie. Un sub-prefecto no tiene tan buenos honora- honrada del mundo; empero, ya no desperdició una rios. Durante los ocho primeros años de su gestión, sola ocasion de aumentar su fortuna clandestina, y el el administrador administró Presles concienzudamen- Ínteres de sus tres hijos le sirvió de emoliente para te; se interesó en ello. El conde, yendo á examinar la extinguir los ardores de su probidad; una justicia posesion, á decidir las compras ó aprobar los traba- hay que hacerle, sin embargo, y es que, si aceptó jos, admirado de la lealtad de Moreau, le demostró alboroques, si cuidó de sí mismo en los mercados, si su satisfacción cón. pródigas gratificaciones. Pero llevó sus derechos hasta el abuso, según el texto del cuando Moreau se encontró padre de una niña, su Código continuaba siendo un hombre honrado, y tercer hijo, se habia establecido en Presles con tal co- ninguna prueba hubiera sido capaz de apoyar una modidad , que ya no tomó en cuenta á M. de Sérisy acusación en contra suya. Según la jurisprudencia de ventajas tan exorbitantes. Así, hácia 4816, el admi- las (»ciñeras que ménos sisan en Paris, compartía nistrador que hasta allí no habia hecho más que alo- con el conde las utilidades debidas á su habilidad. jarse cómodamente en Presles, aceptó de buen grado Ksta manera de completar su fortuna, era un caso de de un traficante en leña una suma de veinticinco mii conciencia, helo ahí todo. Activo, comprendiendo á francos para hacerle firmar, con aumento por otra las mil maravillas los intereses del conde, Moreau parte, un contrato de arrendamiento de explotación acechaba con tanto más cuidado las ocasiones de pro- de los bosques dependientes de la tierra de Presles, curar al conde buenos negocios, cuanto que siempre por doce años. Moreau reflexionó así: no disfrutaría ganaba en ellos un pródigo regalo. Presles producía de jubilación, era padre de familia, el conde le debía setenta y dos mil francos de renta. Así la frase del perfectamente esta cantidad por diez años de admi- pais, á diez leguas á la redonda, era la siguiente:— nistración próximos á cumplirse; luego, ya legítimo «M. de Sérisy tiene en Moreau otro yo». A fuer de posesor de sesenta mil francos de economías, si aña- hombre prudente, Moreau colocaba todos los años, desde 1817, sus beneficios y sus honorarios en el Gran-Libro, redondeando su negocio en medio del constancias, tres días antes de este sábado crítico en secreto más profundo. Habia rehusado negocios bajo ^camP'na, el padre Léger habia demostrado 'cía, pretesto de que no tenia dinero, y se hacia también r qUC dia el pobre al lado del conde, que habia obtenido dos ZTrf i !¡' ° P° hacer colocar a conde de Sénsy dinero al dos y medio por ciento neto dotes pios enteros para sus hijos en el colegio de En- .obre tierras de conveniencia, esto es, aparentar co- rique IV. Actualmente, Moreau poseía ciento veinte b Írá SU mil francos de capital invertidos en el tercio consoli- 2tT7 ?T Pretor, hallando en ello un secreto beneficio de cuarenta mil francos que dado, llegado al cinco por ciento, y que ascendía le ofreció.—«A fe mia, habia dicho por la noche al desde entonces á ochenta francos. Estos ciento veinte acostarse el administrador á su mujer, si saco del mil francos ignorados y su heredad de Champagne, asunto de los Moulineaux cincuenta mil francos, por- aumentada con algunas adquisiciones, le constituían que el conde no dejará de darme diez mil, nos reti- una fortuna de unos doscientos ochenta mil francos, raremos á ,'Isle-Adam en el pabellón de'iVogent, produciendo una renta de diez y seis mil. a be, 0D es una r^P n , encantadora propiedad , cons- Tal era la situación del administrador en el mo- truida en otro tiempo por el príncipe de Conti para mento en que el conde quiso comprar la heredad de una dama, y en donde se habian prodigado toda suer- los Moulineaux, cuya posesion era indispensable á su te de comodidades. - Eso me agradaría, - le habia tranquilidad. Esta heredad consistía en noventa y seis respondido su mujer. El holandés que ha venido á piezas de tierra cercando, limitando, siguiendo las hjar su residencia en él, lo ha restaurado muy bien tierras de Presles, y con frecuencia enclavadas como y nos lo cederá en treinta mil francos, pues se ve escaques en un tablero de damas, sin contar los cer- obligado á regresar á las Indias.-Nos hallaremos á cados medianeros y unas zanjas divisorias que origi- dos pasos de Champagne, habia proseguido Moreau naban las más fastidiosas discusiones á propósito de Confio adquirir en cien mil francos la finca y el moli- un árbol que debia cortarse, cuando la propiedad se no de Mours. Así poseeríamos diez mil libras de ren- hacia disputable. Cualquier otro que un ministro de ta en tierras, una de las más deliciosas habitaciones Estado hubiera entablado veinte litigios anuales res- uet valle, á dos pasos de nuestros bienes, y nos que- pecto de los Moulineaux. El padre Léger no queria darían unas seis mil libras de renta sobre el Gran- comprar la finca sinó para revendérsela al conde. Con Libro.-¿Pero por qué DO pretender tú el empleo de objeto de asegurar mejor la ganancia de treinta ó juez municipal en lis le-Adam?.... Tendríamos allí cuarenta mil francos, blanco de sus deseos, hacia influencia y mil quinientos francos más.—Oh' ya he mucho tiempo que el arrendatario habia intentado pensado en ello..» En esta disposición, al saber que entendérselas con Moreau. Arrastrado por las cir- su principal queria venir á Presles y le decia que convidara á Margueron á comer el sábado, Moreau se habia apresurado á enviar un propio que entrega- a Presles, en donde vuestro administrador nos infie- se al primer ayuda de cámara del conde una carta, re afrenta sobre afrenta, por más que seamos perso- á una hora sobrado avanzada de la noche, para que uas de calidad. M. de Reybert, que no es un intri- M. fe Sérisy pudiera tener conocimiento de ella; pe- gante, no da importancia á esto! Se ha retirado de ro Agustín la depositó sobre la mesa escritorio, se- capitan de artillería en 1816, despues de haber ser- gún su costumbre en semejantes casos. En esta carta- vido por espacio de veinticinco años, siempre lejos Moreau rogaba al conde que no se incomodara, fiado del Emperador, señor conde! Y vos debeis saber cuán en su celo. Ahora bien, según él, Margueron no que- difícilmente medraban los militares que no se halla- ría vender por junto, y hablaba de dividir los Mouli- ban en presencia.de! soberano; sin contar que la pro- neaux en noventa y seis lotes; era preciso hacerle bidad, la franqueza de M. de Reybert, disgustaban á abandonar esta idea, y quizás, decía el administra- sus jefes. Durante tres años, mi marido no ha cesado dor , llegar á comprarla á nombre de otro. de estudiar á vuestro administrador , con el propósito de hacerle perder su empleo. Somos francos, ya lo Todo el mundo tiene sus enemigos. Ahora bien, el veis. Moreau nos ha hecho sus enemigos, le hemos administrador y su mujer babian lastimado en Pres- vigilado. Vengo, pues, á deciros que se burlan de vos les á un oficial retirado, llamado M. de Reybert, y á en el asunto de los Moulineaux. Quieren robaros cien la mujer de éste. De las palabras á los alfilerazos, se mil francos que serán repartidos entre el notario, Lé- habia llegado hasta las puñaladas. M. de Reybert no ger y Moreau. Habéis ordenado convidar á Margue- respiraba más que venganza, quería hacer perder el ron, contais con ir á Presles mañana; pero Margue- empleo á M. Moreau y sucederle en él. Estas dos ideas ron se fingirá enfermo, y Léger cuenta de tal modo son hermanas gemelas. Así es que, la conducta del <-x>n la finca, que ha venido á realizar sus valores á administrador, espiada durante dos años, no tenia se- Paris. Si os hemos descubierto la verdad, si quereis cretos para los Reybert. Al tiempo en que Moreau un administrador honrado, tomareis á mi marido; expedía su propio al conde de Sérisy, Reybert enviaba aunque noble, os servirá como ha servido al Estado. su mujer á Paris. Mme. de Reybert solicitaba con-tan- Vuestro intendente posee doscientos cincuenta mil ta insistencia hablar al conde, que habiendo sido des- francos de fortuna, no será digno de compasion.» El pedida á las nueve de la noche, momento en que el conde habia dado fríamente las gracias á Mme. de conde se acostaba, fué introducida en presencia de su Reybert, y entonces la habia cumplimentado cortes- señoría el dia siguiente á las siete de la mañana.— mente, porque despreciaba la delación; pero al recor- «Monseñor, habia dicho al ministro de Estado, mi dar todas las sospechas de Derville, se sintió interior- marido y yo somos incapaces de escribir anónimos. mente desazonado; pues habia divisado de repente la Soy Mme. de Reybert, hija de Corroy. Mi marido no carta de su administrador; la nabia leído, y, en las tiene más que seiscientos francos de retiro y vivimos seguridades de fidelidad, en los respetuosos reproches —¿Sois hija de Corroy?—Sí, señor, una familia noble que recibia acerca de la desconfianza que suponía este del pais de Messin, el pais de mi marido.—¿En qué ímpeño en tratar el asunto de por sí y ante si, había regimiento servia M. de Reybert?—En el 7." de arti- adivinado la verdad acerca de Moreau.—Lo de siem- llería.—Está bien! habia respondido el conde, escri- pre, la corrupción ha venido con la fortuna! se dijo. biendo el número del regimiento. Habia pensado po- Entonces el conde habia dirigido á Mme. de Reybert der dar la administración de su tierra á un antiguo algunas preguntas, no tanto para obtener detalles, oficial, acerca del cual tomaría informes en el minis- como para conseguir el tiempo de observarla, y ha- terio de la guerra.—Señora, habia proseguido, lla- bia escrito á su notario para decirle, que no enviara mando á su ayuda de cámara, regresad á Presles con su primer pasante á Presles, sinó que él en persona mi notario, quien hallará medio de trasladarse á co- fuese á comer allí.—«Si el señor conde, habia con- mer allí, y al cual os he recomendado; hé ahí su di- cluido Mme. de Reybert, me ha juzgado desfavora- rección. Yo mismo voy en secreto á Presles, y man- blemente por el paso que acabo de dar, sin saberlo daré decir á M. de Reybert que venga á hablarme...» mi marido, debe estar ahora en la convicción de que De ahí que la noticia del viaje de M. de Sérisy en el hemos obtenido estos informes sobre su administrador carruaje público, y el encargo de callar el nombre del de la manera más natural: la conciencia más timorata conde, no alarmaban sin motivo al ordinario; presen- no hallaria en ello nada que censurar.» Mme. de tía el peligro cerniéndose sobre uno de sus mejores Reybert, hija de Corroy, permanecía tiesa como un parroquianos. huso. Habia ofrecido á las investigaciones rápidas del Al salir del café de l'Echiquier, Pierrotin divisó á conde un rostro picado de viruelas, como una espu- la puerta del León de Plata á la mujer y el jóven en madera, un talle escuálido y enjuto, dos ojos claros quienes su perspicacia le habia hecho reconocer á y ardientes, unos rizos rubios aplastados sobre una unos parroquianos; porque la señora, con el cuello frente pensativa, una capota de tafetan verde descolo- estirado, el semblante inquieto, evidentemente le bus- rido, forrada de rosa, un vestido blanco sembrado de caba. Esta señora, vistiendo un traje de seda negra violetas, unos zapatos de becerro. El conde habia re- reteñida, un sombrero color carmelita, y un viejo ca- conocido en ella á la mujer del capitan pobre, aunque chemir francés, calzada con medias de fíladiz y zapa- puritana, suscritora al Courrier français? rebosando tos de piel de cabra, tenia en la mano un esportillo virtud, pero sensible á la holgura de un empleo, y de paja y un paraguas azul de rey. Esta mujer, en habiéndolo codiciado.—«¿Decís que seiscientos fran- otro tiempo hermosa, representaba unos cuarenta cos de retiro? habia contestado el conde, contestán- años de edad; pero sus ojos azules, desprovistos del dose á sí mismo, en vez de contestar á lo que mada- brillo que da la felicidad, anunciaban que desde mu- me de Reybert acababa de referir.—Sí, señor conde. cho tiempo habia renunciado al mundo. Así su traje, como su talante, indicaban una madre del todo con- el cochero con objeto de averiguar si el jóven iba allí sagrada á la casa y á su hijo. Si las cintas del som- efectivamente. brero estaban arrugadas, la hechura contaba mas de —Sí,—respondió la madre. tres años. Sujetaba el chai una aguja rota, convertida —¿Conque Mme. Moreau le quiere mucho?—pro en alfiler por medio de una bola de lacre. La desco- siguió Pierrotin, con aire un poco astuto. nocida aguardaba con impaciencia á Pierrotin para —Ay de mí!—dijo la madre, no todo serán flores recomendarle á su hijo, el cual sin duda viajaba solo para él, pobre hijo mió; mas su porvenir exige impe- por primera vez, y al cual ella habia acompañado riosamente este viaje. hasta el carruaje, tanto por desconfianza como por Esta contestación chocó á Pierrotin, quien vacilaba amor maternal. Esta madre era en algún modo el en confiar á Mme. Clapart sus temores acerca del ad- complemento de su hijo; de la misma manera que el ministrador, de la misma manera que ella no se atre- hijo, sin la madre no hubiera sido del todo compren- vía á incomodar á su hijo, haciendo á Pierrotin algu- dido. Si la madre se veia condenada á llevar guantes nas recomendaciones que hubieran transformado al usados, el hijo llevaba un gaban color de aceituna, cochero en mentor. Durante esta mutua deliberación, cuyas mangas un poco cortas de los puños, anuncia- que se tradujo en algunas frases acerca del tiempo, ban que crecería aün, como los adultos de-diez y ocho acerca del camino, acerca de las paradas durante el á diez y nueve años. El pantalón azul, remendado por viaje, no será inútil explicar que relaciones unian la madre, ofrecía á las miradas un fondo nuevo, mien- Mme. Pierrotin á Mme. Clapart, y autorizaban las dos tras que el gaban tenia la crueldad de entreabrirse frases confidenciales que acababan de cambiar. Con por detrás. frecuencia, es decir, tres ó cuatro veces al mes, Pier- —No atormentes asi tus guantes, que los arrugas, rotin á su paso para Paris, encontraba en la Cueva al —decia ella, cuando Pierrotin apareció... Sois el con- administrador, quien al ver venir el carruaje, hacia ductor Ah! pero sois vos, Pierrotin? prosiguió señas á un jardinero. El jardinero entonces ayudaba á Pierrotin á cargar una ó dos canastas llenas de fru- abandonando á su hijo por un momento y llevando al ta ó de legumbres, según la estación, de pollos, hue- cochero á dos pasos de allí. vos, manteca, ca?a. El administrador pagaba siem- — ¿Estáis buena, Mme. Clapart? — respondió el pre el porte á Pierrotin, dándole el dinero necesario mensajero, cuyo semblante tomó una expresión de para satisfacer los derechos de puertas, si el envió respeto y familiaridad á la vez. contenia artículos sujetos á arbitrios municipales. Es- —Sí, Pierrotin. Cuidad mucho de mi Oscar, viaja tas canastas, estas cestas, estos paquetes, no llevaban , ¿•v' solo por vez primera. nunca sobrescrito. La primera vez, que habia ser^dít . - . —Oh! si va solo á casa de M. Moreau?.... exclamó para todas, el administrador habia indiead&#& „ $ voz al discreto cochero el domicilio de Mme. Clapart, en lo que en Paris se llama el carré, veíase la puerta rogándole que jamás confiara á otros este mensaje. de un gabinete de paso, practicada en cada piso en Pierrotin, soñando con una entre alguna he- una especie de bastimento que contenia también la chicera jóven y el administrador, se habia dirigido á caja de una escalera de madera, y que formaba una la calle de la Cerisaie, 7, en el cuartel del Arsenal, torre cuadrada, construida de gruesas piedras. Este en donde habia visto á la Mme. Clapart que acaba aposento era el de Moreau cuando dormía en Paris. de seros presentada, en vez de la jóven y hermosa Pierrotin habia visto en la primera pieza, en donde criatura que allí esperaba hallar. Los ordinarios, por depositaba las canastas, seis sillas de nogal guarneci- su condicion, están llamados á penetrar en muchas das de paja, una mesa y un buffet; cortinillas encar- interioridades y en muchos secretos; pero la casuali- nadas en las ventanas. Más tarde, cuando entró en el dad social, esta segunda providencia, habiéndoles salón, observó en él muebles viejos del tiempo del querido sin educación y desprovistos de talento ob- Imperio, pero deteriorados. Por lo demás, no se veia servador, resulta de ahí que no son peligrosos. Des- en este salón más que el moviljario exigido por el ca- pues de algunos meses, no obstante, Pierrotin no sa- sero para responder del alquiler. Pierrotin se formó bia como explicarse las relaciones de Mme. Clapart y una idea del dormitorio por el salón y el comedor. M. Moreau por lo que le fué permitido entrever en la Las ensambladuras, groseramente pintadas con cola casa de la calle de la Cerisaie. Aunque en aquella y de un encarnado claro que embadurna las moldu- época los alquileres no eran cafos en el cuartel del ras, los dibujos, las figurillas, lejos de ser un ador- Arsenal, Mme. Clapart habitaba un tercer piso, en el no, entristecían la mirada. El pavimento de madera, fondo de un patio, en una casa que debió ser en otro que no se limpiaba nunca, tenia un color gris, como tiempo el hotel de algún gran señor, cuando la alta los pavimentos de los colegios. Cuando el cochero nobleza del reino habitaba en el antiguo solar del pa- sorprendió á M. y Mme. Clapart comiendo, sus pla- lacio de las Tournelles y del hotel Saint-Paul. A fines tos, sus vasos, todo, revelaba una espantosa mise- del siglo XYI, las grandes familias se repartían aque- ria; á pesar de ello, usaban cubiertos de plata; pero llos vastos espacios, ántes ocupados por los jardines las fuentes, la sopera, descantilladas, remendadas ni del palacio de nuestros reyes, como así lo indican los más ni menos que la vajilla del último indigente, ins- nombres de las calles de la Cerisaie, Beautreillis, de piraban lástima. M. Clapart, vestido con una corta y los Leones, etc. Esta habitación cuyas piezas se ha- mala levita, calzado con unas innobles zapatillas, llaban todas cubiertas de antiguas ensambladuras, se siempre con gafas verdes en los ojos, le mostraba, al componía de tres gabinetes afilerados, un comedor, quitarse una horrible gorra de cinco años de edad, un un salón y un dormitorio. Encima habia una cocina cráneo puntiagudo desde lo alto del cual caian unas y el cuarto de Oscar. Frente á la puerta de entrada, hebras delgadas y sucias á las cuales un poeta hubie- ra negado el nombre de cabellos. Este hombre , de cion. Aunque no sea más que por curiosidad, por cütis cárdeno, parecía tímido y debía ser despótico. amor propio, como contraste, por casualidad, todo En esta triste habitación, situada al norte, sin más hombre ha tenido su momento de beneficencia;.le lla- vistas que la de una parra enroscada en la pared de ma su error, no lo repite, pero sacrifica en aras del enfrente, de un pozo en un rincón del patio, madame bien, como el más adusto sacrifica en aras de las gra- Clapart se daba aires de reina y andaba ,como una cias, una ó dos veces en su vida. Si las faltas de Mo- mujer no acostumbrada á hacer uso de los pies. Mu- reau pueden hallar disculpa, no la hallarán en su per- chas veces, al dar las gracias á Pierrotin, le dirigia severancia en socorrer á una pobre mujer, de cuyos miradas que hubieran conmovido á un observador; favores se habia enorgullecido en otro tiempo, y en de vez en cuando, ella deslizaba en la mano de aquel cuya casa se ocultó durante sus peligros! Esta mujer, algunas monedas de doce sueldos. Su voz era encan- célebre en tiempo del Directorio, por sus relaciones tadora. Pierrotin no conocía«á Oscar, porque este ni- con uno de los cinco reyes del momento, á causa de ño acababa de salir del colegio y nunca le habia en- esta poderosa protección, contrajo matrimonio con un contrado en casa. Tal es la triste historia que Pierro- proveedor que ganó millones, y al cual Napoleon ar- tin jamás hubiera adivinado, ni áun pidiendo, como ruinó en 1802. Este hombre, llamado Husson, se vol- desde algún tiempo lo verificaba, informes á la por- vió loco, á causa de su brusca transición de la opu- tera; porque esta mujer nada sabia, sino que los Cla- lencia á la miseria, se arrojó en el Sena, dejando en part pagaban doscientos cincuenta francos de alqui- cinta á la bella Mme. Husson. Entonces Moreau, muy ler , que no tenian más servicio que el de una mujer íntimamente unido á Mme. Husson, estaba condenado durante algunas horas de la mañana, que á veces la á muerte; no pudo, pues, entregar su mano á la viu- señora misma jabonaba la ropa, y pagaba todos los da del proveedor, antes se vió obligado á abandonar dias al cartero, no hallándose al parecer en dispo- la Francia por algún tiempo. A los veintidós años de sición de satisfacer el porte de muchas cartas á la edad, Mme. Husson, en su miseria, casó con un em- vez. pleado llamado Clapart, jóven de veintisiete años que, como suele decirse, ofrecia algunas esperanzas. Guar- No existe, ó mas bien, existe raras veces un crimi- de Dios á las mujeres de los hombres guapos que nal completamente criminal. Con mayor razón se ha- ofrecen esperanzas! En aquella época, los empleados llará, con más dificultad aún, verdadera falta de hon- se hacian en breve personas de consideración, porque radez. Pueden echarse cuentas con desventaja del Napoleon buscaba las capacidades. Pero Clapart, do- amo, ó quedarse en el astillero con la mayor parte lado de una hermosura vulgar, no poseia ninguna in- posible de astillas; pero al tiempo de constituirse un teligeacia. Creyendo muy rica á Mme. Husson, habia capital por medios más ó ménos lícitos, existen pocos fingido hácia ella una pasión volcánica; fué una car- hombres incapaces de permitirse alguna buena ac- ga para ella, no satisfaciendo, ni en el presente, ni en diarle y adivinar á que carrera debia destinársele. el porvenir, las necesidades que ella habia contraído Moreau pensaba presentar un dia Oscar al conde, co- durante sus dias de opulencia. Clapart desempeñaba mo su sucesor. Pero para dar con exactitud á Dios lo bastante mal en las oficinas de Hacienda un destino que es de Dios y al César lo que es del César, quizás que no producía mas de mil ochocientos francos de no sea inútil atribuir las causas del amor propio de honorarios. Cuando Moreau, de regreso en casa del Oscar á la circunstancia de haber nacido en la casa de conde de Sérisy, supo la situación horrible en que Madame, madre del Emperador. Durante su primera Mine. Husson se hallaba, pudo, antes de casarse, co- infancia, le deslumhraron los resplandores imperia- locarla de primera camarera al lado de Madame, ma- les. Su flexible imaginación debió conservar las hue- dre del Emperador. A pesar de esta influyente pro- llas de aquellas embriagadoras escenas, guardar una tección, Clapart nunca pudo adelantar, su nulidad se imágen de aquellos tiempos de oro y tiestas, con la descubría demasiado. Arruinada en 1815 por la caida esperanza de volver á descubrirlos. La jactancia na- del Emperador, la brillante Aspasia del Directorio tural en los colegiales, poseídos todos ellos del deseo quedó sin más recursos que un destino de mil dos- de brillar unos sobre otros, apoyada en aquellos re- cientos francos de sueldo que se obtuvo para Clapart, cuerdos infantiles, se habia desarrollado en él más de gracias á la influencia del conde de Sérisy, en las lo que era menester. Acaso también la madre recor- oficinas de Paris. Moreau, el único protector de esta daba en casa, con sobrada complacencia, los dias en mujer á quien habia conocido con muchos millones, que fuera una de las reinas del Paris directorial. Fi- obtuvo para Oscar Husson un medio dote pió de Paris nalmente , Oscar que acababa de terminar sus estu- en el colegio de Enrique IV, y por conducto de Pier- dios, se habia visto obligado tal vez á rechazar en el rotin enviaba á la calle de la Cerisaie cuanto decoro- colegio las humillaciones que los alumnos que pagan samente puede ofrecerse para socorrer á una familia hacen sufrir de intento á los agraciados con un dote, en la miseria. Oscar era todo el porvenir, toda la vi- cuando éstos no saben infundirles cierto respeto por da de su madre. No podia reprocharse á esta pobre medio de una fuerza física superior. Esta mezcla de madre otro defecto que su exagerada ternura hácia antiguo esplendor extinguido, de hermosura marchi- este niño, el jabalí del padrastro. Desgraciadamente ta, de ternura resignada á la miseria, de esperanza Oscar se hallaba dotado de una dósís de necedad que en este hijo, de ceguedad maternal, de sufrimientos su madre no sospechaba, á pesar de los epigramas de heroicamente soportados, hacia de esta madre una de Clapart. Está necedad, ó para hablar más correcta- esas sublimes figuras que, en Paris, solicitan las mi- mente , esta presunción, inquietaba de tal modo al radas del observador. administrador, que habia rogado á Mme. Claplart que Incapaz de adivinar el profundo cariño de Moreau le enviara al jóven por un mes, con objeto de estu- hácia esta mujer, ni el de esta.mujer hácia su prote- gido de 1797, habiendo llegado á ser su único amigo, —Si, mamá.... Pierrotin no quiso comunica]- que le pa- Oscar, como todos los jóvenes que pecan por exceso saba por las mientes acerca del peligro que corria de amor propio, parecía contrariado de verse así ad- Moreau. El terrible «Bastante tenemos que bacer con vertido á la puerta del León de Plata. ocuparnos de nosotros mismos!» del ayuda de cáma- — Conque, adiós, mamá; vamos á partir, ya han ra, volvió de nuevo al corazon del cochero, así como enganchado. el sentimiento de obediencia á los que él llamaba ca- La madre, no acordándose ya de que se hallaba en bos, de fila. Además, en aquel momento, Pierrotin se pleno arrabal Saint-Benis, besó á su Oscar, y le dijo, sentía en la cabeza tantos pinchazos como monedas sacando un hermoso panecillo de su cesta: de cien sueldos van contenidas en mil francos! Un —Toma, olvidabas tu panecillo y tu chocolate! Te viaje de siete leguas se dibujaba sin duda como un lo repito, hijo mió, no tomes nada en las posadas, viaje muy largo en la imaginación de aquella pobre hacen pagar las cosas más insignificantes diez veces madre quien, en su vida elegante, raras veces habia más de lo que valen. pasado las barreras; porque estas palabras:—Bien, se- Oscar hubiera querido ver á su madre muy lejos, ñora!—sí, señora! repetidas por Pierrotin, decian lo cuando le metió en el bolsillo el pan y el chocolate. bastante que el cochero deseaba sustraerse á las re- Esta escena tuvo dos testigos, dos jóvenes de algunos comendaciones evidentemente demasiado inútiles y años más que el escapado del colegio, mejor vestidos difusas. que él, venidos sin su madre, y cuyo andar, atavío y —Colocad los paquetes de manera que no se mojen, maneras, revelaban esa completa independencia, ob- si cambia el tiempo. jeto de todos los deseos de un niño aún bajo el yugo —Tengo una lona,—dijo Pierrotin. Luego, mirad, inmediato de su madre. Estos dos jóvenes fueron en- señora, veis con que cuidado los cargan ? tonces para Oscar el mundo entero. —Oscar, no pases allí más de quince dias, por mu- —Dice mamá,—exclamó, riendo, uno de los dos cho que le insten, — prosiguió Mme. Clapart, volvien- desconocidos. do á su hijo. Por más que te esmeres en ello, no po- Estas palabras llegaron al oido de Oscar y determi- drás agradar á Mme. Moreau; además, debes estar de naron un:—Adiós, madre mia! lanzado en un terri- vuelta á fines de setiembre. Ya sabes que debemos ir ble movimiento de impaciencia. á Belleville á ver á tu tio Cardot. Mme. Clapart, confesémoslo, hablaba un poco de- —Sí, mamá. masiado alto, y parecía confiar á los transeúntes su —Sobre todo,—le dijo ella en voz baja,—nunca ternura. hables de los criados.... Acuérdate á todas horas de —¿Qué es lo que tienes, Oscar?—preguntó esta po- que Mme. Moreau ha sido camarera.... bre madre, algo picada. No te conozco, prosiguió con severidad, creyéndose capaz, (error de todas las ma- Al subir al cabriolé, Oscar dejó ver sus medias azu- dres que miman á sus hijos), de imponerle respeto. les por un efecto de su pantalón que subió bruscamen- Oye, Oscar mió, dijo recobrando al momento su voz te, y el fondo negro de este por el juego del gaban que tierna; tú tienes propensión á charlar, á decir todo lo se abrió. Así la sonrisa de los dos jóvenes á quienes que sabes y lo que no sabes, y eso por bravata, por no escaparon estas señales de una honrosa medianía, un necio amor propio de jóven; te lo repito, piensa fué para el amor propio del jóven una nueva herida. en refrenar tu lengua. No tienes aún bastante edad, —Oscar ha guardado el primer asiento,—dijo la tesoro mió, para juzgar de las personas en cuya com- madre á Pierrotin. Colócate en el fondo, prosiguió pañía vas á hallarte, y nada más peligroso que hablar mirando siempre á Oscar con ternura y sonriéndole en los carruajes públicos. Además, en diligencia, las con amor. personas de calidad guardan silencio. Oh! cuánto sintió Oscar que las desgracias y las penas hubiesen alterado la hermosura de su madre, Los dos jóvenes, que sin duda habian ido hasta el que la miseria y el cariño la impidiesen estar bien fondo del establecimiento, hicieron resonar de nuevo, vestida! Uno de los dos jóvenes, el que llevaba botas bajo la puerta cochera, los tacones de sus botas; po- y espuelas, empajó al otro con el codo para mostrar- dían haber oido este sermón; así es que, para desem- le la madre de Oscar, y el otro retorció su bigote con barazarse de su madre, Oscar echó mano de un re- un gesto que significaba:—Linda apariencia! medio heróico, que prueba cuanto el amor propio estimula á la inteligencia. —¿Cómo desembarazarme de mi madre?—se dijo Oscar con aire pensativo. —Mamá, dijo, estás aquí entre dos aires, podrías —¿Qué es lo que te pasa?—le preguntó madame coger una fluxión; y además, voy á subir al carruaje. El muchacho habia tocado alguna cuerda sensible, Glapart. porque su madre se apoderó de él, le abrazó como si Oscar fingió no haber oido, el mónstruo! Quizás se tratara de un viaje muy largo, y le condujo hasta en esta circunstancia Mme. Clapart carecía de tacto. el cabriolé, dejando ver los ojos arrasados de lá- Pero los sentimientos absolutos son tan egoístas! grimas. —¿Te gustan los niños viajando ?—preguntó el jó- ven á su amigo. —No se te olvide dar cinco francos á los criados, —Sí, cuando están destetados, cuando se llaman —dijo ella. Escríbeme al menos tres veces durante Oscar y cuando llevan chocolate. estos quince días, pórtate bien y piensa en todas mis Estas dos frases fueron cambiadas á media voz, pa- advertencias. Llevas bastante ropa blanca para no te- ra dejar á Oscar la libertad de oir ó de no oir; sn ner que darla á la colada. En fin, recuerda siempre continencia iba á indicar al viajero la medida de lo las bondades de M. Moreau, óyele como á un padre y que podria tentar contra el niño para distraerse du- sigue al pie de la letra sus consejos rante el camino. Oscar no quiso haber oido. Miraba en torno, para saber si su madre, que le molestaba una mujer fea se siente humillada á la sola presencia como una pesadilla, se encontraba aún allí, porque de una mujer hermosa. El ruido del tacón de las bo- demasiado sabia cuanto le amaba para abandonarle tas de montar que el desconocido hacia resonar con tan pronto. No solo comparaba involuntariamente exceso para el gusto de Oscar, penetraba hasta su con el suyo el vestido de su compañero de viaje, sino corazon. En fin, Oscar se sentia tan molesto con su que comprendía aún que el atavío de su madre con- traje, confeccionado tal vez en su misma casa , te- tribuía no poco á la sonrisa burlona de los dos jó- niendo por patrón los viejos vestidos de su padrastro, venes. como aquel envidiado muchacho se sentia cómodo con el suyo. —¿Si se marchasen? pensó. Ay! uno de los dos jóvenes acababa de decir al —Ese jóven, — pensó Oscar, debe tener algunas otro, dando un ligero golpe de bastón á la rueda del decenas de francos en el bolsillo. El jóven se volvió. cabriolé: ¡Qué no pensaría Oscar al apercibir una cadena de oro, pasada al rededor del cuello y al extremo de la —¿ Y tú, Jorge, vas á confiar tu porvenir á este cual se hallaba sin duda un reló del mismo metal! frágil leño? Este desconocido adquirió entonces á los ojos de Os- —¡ Es necesario!—dijo Jorge con aire fatal. car las proporciones de un personaje. Criado en la Oscar lanzó un suspiro, observando la hechura ca- calle de la Cerisaie desde 1815, sacado y conducido balleresca del sombrero echado sobre la oreja como de nuevo al colegio por su padre en los dias de asue- para ostentar una magnífica cabellera rubia bien ri- to , Oscar no habia tenido otros puntos de compara- zada; mientras que él llevaba, por órden de su pa- ción, desde su pubertad, que el pobre ajuar de su drastro , sus cabellos negros cortados sobre la frente madre. Vigilado severamente según el copsejo de á manera de cepillo y rapados como los de la tropa. Moreau, no iba al teatro con frecuencia, y no pasaba El vanidoso niño mostraba un semblante redondo y entonces más allá del teatro del Anibiqú-Comique, en carrilludo, animado por los colores de una brillante donde sus miradas no divisaban grande elegancia, si salud; mientras que el semblante de su compañero de la atención que un niño presta al melodrama, le per- viaje era largo, fino y pálido. La frente de este jóven mitía alguna vez examinar la sala. Su padrastro lle- era despejada, y su pecho se amoldaba á un chale- vaba aún, según la moda del tiempo del Imperio, el co de cachemir imitado. Al admirar un pantalón tra- reló en el bolsillo de sus pantalones, y dejaba colgar bado color gris de hierro, un gaban con alamares sobre su abdómen una gruesa cadena de oro, que ceñido al talle, parecíale á Oscar que aquel roman- terminaba en un paquete de dijes extravagantes, de cesco desconocido, dotado de tantas ventajas, abusa- sellos, una llave de cabeza redonda y aplastada, en ba con el de su superioridad, de la misma manera que la cual se veia un paisaje de mosaico. Oscar, que mi- raba este viejo lujo como un non plus ultra, quedó do, tomó á pechos á su compañero de viaje, y se aturdido ante aquella revelación de una elegancia su- despertó en su corazon un secreto deseo de probarle perior y negligente. Aquel jóven mostraba con exceso que valia tanto cómo él. Los dos gallardos mancebos unos guantes bien conservados, y parecia querer des- seguían paseándose de la puerta á las cuadras, de las lumhrar á Oscar agitando con gracia un elegante cuadras á la puerta, llegando hasta la calle; y cuando bastón con puño de oro. Oscar llegaba á ese últi- daban la vuelta, miraban siempre á Oscar, agazapa- mo cuarto de la adolescencia en que los detalles cau- do en su rincón. Oscar, persuadido de que las sonri- san grandes alegrías y grandes miserias, en que se sas burlonas de los dos jóvenes le concernían, afectó prefiere una desgracia á un atavío ridículo, en que el la más profunda indiferencia. Se puso á tararear el amor propio, no uniéndose á los grandes intereses de estribillo de una canción puesta entonces en boga por la vida, se funda en frivolidades, en el traje, en el los liberales, y que decia: deseo de parecer hombre. Entonces crece uno, y la «La culpa es de Voltaire, jactancia se hace más exhorbitante, cuanto que se la culpa es de Rousseau.» ejerce en fruslerías; pero si se envidia á un necio ele- Sin duda esta actitud le hizo pasar por un pequeño gantemente vestido, también se entusiasma uno por pasante de procurador. el talento, también se admira al hombre de genio. —Toma, acaso forma parte de los coros de la Ope- Estos defectos, cuando no echan raices en el ébrazon, ra,—dijo el viajero. acusan la exhuberancia de la savia vital, el lujo de la Exasperado, el pobre Oscar dió un salto, levantó el imaginación. Que un niño de diez y nueve años, hijo respaldo y dijo á Pierrotin: único, retenido severamente en el hogar paterno á —¿Cuando partiremos? causa de.la indigencia que atormenta á un empleado —Al instante, —respondió el ordinario, que tenia de mil doscientos francos, pero adorado, y por quien su látigo en la mano y miraba en dirección á la calle su madre se impone duras privaciones, permanezca d'Enghien. maravillado ante un jóven de veinte y dos años, en- En este momento, vino á animar la escena un jó- vidie su gaban con alamares, forrado de seda, su ven acompañado de un verdadero pilluelo, los cuales chaleco de cachemira imitada y la corbata sujeta con aparecieron seguidos de un mandadero arrastrando un anillo de mal gusto, ¿ no son por ventura pecadi- un cochecillo con la ayuda de una correa. El jóven llos cometidos en todas las clases sociales por el infe- fué á hablar confidencialmente á Pierrotin, quien rior que envidia á su superior?.... El mismo hombre meneó la cabeza y se puso á llamar á voces á su fac- de genio obedece á esta primera pasión. ¿Rousseau tor. El factor acudió para ayudar á descargar el pe- de Ginevra no ha admirado á Ventura y Bacle? Mas queño carruaje que, además de dos maletas, conte- Oscar pasó del pecadillo á la falta, se sintió humilla- nia, ollas, brochas, cajas de formas extrañas, una infinidad de paquetes y utensilios que el más jóven de La mirada de éste revelaba una autoridad sobre los dos nuevos viajeros, subido en el imperial, iba aquel adepto en quien unos ojos ejercitados hubieran colocando en él, y hacia esta operacion con tal celeri- reconocido á ese alegre aspirante á pintor, que en es- dad, que el pobre Oscar, sonriendo á su madre en- estilo de taller suele llamarse un gatito. tonces de centinela al lado opuesto de la calle, no — Formalidad, Mistigris!—respondió el maestro, apercibió uno solo de estos utensilios que hubieran dándole el apodo que sin duda el taller le habia im- podido revelar la profesión de aquellos nuevos com- puesto. pañeros de viaje. El pilluelo, de unos diez y seis años Este viajero era un jóven delgado y pálido, de ca- de edad, vestia una blusa gris sujeta con un cinturon bellos negros, en extremo abundantes, y en un des- de cuero barnizado. Su gorra, arrogantemente colo- órden completamente caprichoso; pero esta abundan- cada de través sobre su cabeza, anunciaba un carác- te cabellera parecía necesaria á una cabeza enorme ter risueño, lo mismo que el pintoresco desórden de cuya vasta frente anunciaba una inteligencia precoz. sus cabellos negros rizados, esparcidos sobre sus es- El rostro atormentado, demasiado original para ser paldas. Su corbata de tafetan negro dibujaba una lí- feo, estaba arrugado como si este jóven singular su- nea negra sobre un cuello muy blanco, y hacia resal- friese, ya una enfermedad crónica, ya privaciones im- tar aún la vivacidad de sus ojos pardos. La animación puestas por la miseria, que es una terrible enferme- de su moreno semblante, colorado, el arco de sus la- dad crónica, ya pesares demasiado recientes para ser bios bastante fuertes, sus orejas despegadas, su nariz olvidados. Su traje, casi análogo al de Mistigris, arremangada, todos los detalles de su fisonomía, guardando toda proporcion, consistía en una mala anunciaban el ingenio burlón de Fígaro, el descuido levita usada, pero limpia, bien cepillada, de color de la juventud; de la misma manera que la viveza de verde americano, un chaleco negro, abotonado hasta sus gestos, su mirada burlona, revelaban una inteli- el cuello, como la levita, y que con dificultad dejaba gencia ya desarrollada por la práctica de una profe- ver en torno de aquel un pañuelo de seda encarnado. sión abrazada desde edad temprana. Cual si ya pose- Un pantalón negro, tan usado como la levita, flotaba yera algún valor moral, este niño, convertido en en torno de sus flacas piernas. En fin, unas botas lle- hombre por el arte ó la vocacion, parecía indiferente nas de lodo indicaban que venia á pie y de lejos. Con á la cuestión del traje, porque miraba sus botas sin una mirada rápida, este artista abarcó las profundi- lustre cual si quisiera burlarse de ellas, y su pantalón dades del hotel del León de Plata, las cuadras, los de sencillo cotí buscaudo manchas en él, no tanto para juegos de la luz, los detalles, y miró á Mistigris que hacerlas desaparecer como para apreciar su efecto. le habia imitado con una mirada irónica. —Estoy elegante!—exclamó sacudiéndose y diri- —Bonito!—dijo Mistigris. giéndose á su compañero. —Sí, es bonito,—repitió el desconocido. —Todavía hemos llegado demasiado temprano,— mohadon. Tomó el rincón opuesto al que ocupaba dijo Mistigris. ¿No podríamos masticar una legumbre Oscar. cualquiera? Mi estómago es como la naturaleza: tie- —Ese padre Léger me inquieta,—dijo. ne horror al vacío! —No pueden quitarnos nuestros asientos, tengo el —¿Podemos ir á tomar una laza de café?—pregun- número uno,—respondió Oscar. tó el jóven, con voz dulce, á Pierrotin. — Y yo el dos,—añadió Jorge. —Bueno! tenemos un cuarto de hora,—respondió Al mismo tiempo que Pierrotin aparecía con Bi- Mistigris, descubriendo así el genio observador inna- chette, apareció el factor remolcando á un hombre to en los gatuelos de Paris. obeso que pesaba ciento veinte kilógramos lo ménos. Estos dos viajeros desaparecieron. Entonces dieron El padre Léger pertenecía al género del arrendatario las nueve en la cocina del hotel. Jorge encontró justo barrigudo, de espalda cuadrada, de cabello empolva- y razonable apostrofar á Pierrotin. do, y vestia una levita de lana azul. Sus polainas —Eh, amigo mió, cuando se goza de un vehículo blancas, subiendo hasta por encima de la rodilla, pe- como este,—dijo dando con su bastón sobre la rueda, llizcaban en ella á unos calzones de terciopelo raya- al menos se tiene el mérito de la exactitud. ¡Qué dia- do, abrochados con hebillas de plata. Sus zapatos blo! no se encajona uno ahí dentro por su gusto, se ne- claveteados pesaban dos libras cada uno. Finalmenté, cesita tener asuntos diabólicamente urgentes para con- llevaba en la mano un pequeño bastón, rojizo y seco, fiar á él sus huesos. Luego, este rocin, al que llamais luciente, de puño grueso, atado con un cordon de Rougeot, no nos hará recobrar el tiempo perdido. cuero en torno de la muñeca. —Vamos á engancharos á Bichette, mientras esos — ¿Os llamais él padre Léger?—dijo sèriamente dos viajeros toman su café,—respondió Pierrotin. Vé, Jorge, cuando el arrendatario intentó colocar un pie pues, tú, dijo al factor, á ver si el padre Léger quie- sobre el estribo. re venirse con nosotros —Para serviros,—dijo el arrendatario, mostrando —¿Y en donde está ese padre Léger? — exclamó un semblante parecido al de Luis XVIII, de fuertes Jorge. carrillos rubicundos, entre los cuales asomaba una —Enfrente, en el número 50, no ha encontrado nariz que en cualquiera otra cara hubiese parecido asiento en el coche de Beaumont,—dijo Pierrotin á enorme. Sus ojos risueños estaban oprimidos por su factor, sin responder á Jorge, y desapareciendo montones de grasa. en busca de Bichette. —Ea, un empujón, muchacho,—dijo á Pierrotin. Jorge, á quien su amigo estrechó la mano, subió El arrendatario fué levantado por el factor y el o^o al carruaje, arrojando antes en él, con aire impor- dinario, al grito de: — ¡Houp, ohé, iza, va!i tante, una gran cartera que colocó debajo del al- por Jorge. ¡«3» & —Oh! no voy muy lejos, no voy más que hasta la —Ha ido á sacar el pienso de la cuadra,—respondió Cueva,—dijo el arrendatario, devolviendo chanza por el auvernés, enterado de todas las sutilezas al uso chanza. En Francia todo el mundo admite y devuelve para apurar la paciencia de los viajeros. chanzas. —Despues de todo,—dijo Mistigris, el tiempo es un —Colocaos en el fondo,—dijo Pierrotin, vais á ser grande ayuno, (el tiempo todo lo cura). seis. Entonces la moda de estropear los refranes reinaba —¿Y vuestro caballo?—preguntó Jorge, es como un en los talleres de pintura. Era un triunfo hallar un tercer caballo de posta? cambio de algunas letras ó de una palabra poco más —Hélo ahí, ciudadano,—dijo Pierrotin. ó ménos semejante, que daba al proverbio un sentido —A ese insecto le llama caballo,—exclamó, asom- barroco ó chusco. (1) brado, Jorge. —Paris no se ha edificado en un horno, (no se ga- —Oh! es buen caballo ese, — dijo el arrendatario, nó Zamora en una hora)—respondió el maestro. que se habia sentado. Buenos dias, señores. ¿Vamos Pierrotin regresó acompañado del conde de Sérisy á largarnos, Pierrotin? que habia venido por la calle de l'Echiquier, y con el — Tengo dos viajeros que toman su taza de café, cual habia tenido sin duda algunos minutos de con- —respondió el cochero. versación. El jóven de rostro arrugado y su paje aparecieron — Padre Léger, quereis ceder vuestro sitio al se- entonces. ñor conde? La carga de mi carruaje estará más equi- —Partamos!—exclamó un grito general. librada. —Vamos á partir,—respondió Pierrotin. Ea, lar- —Y ni dentro de una hora partiremos, si continuáis guémonos, dijo al factor, quien quitó las piedras con así,—dijo Jorge. Va á ser necesario quitar esta barra que estaban trabadas las ruedas. infernal que con tanta dificultad hemos colocado, y to- El ordinario asió la brida de Rougeot, y dió ese dos tendrán que apearse por un viajero que acude el grito gutural de ¡kit! kit! para significar á los dos último. Cada uno tiene derecho al asiento que ha to- animales que reunieran sus fuerzas, y aunque nota- mado; ¿cuál es el de ese caballero? Veamos, pasad blemente torpes, tiraron del carruaje que Pierrotin lista. ¿Teneis una hoja? ¿Teneis un registro? ¿Cuál colocó ante la puerta del León de Plata. Despues de es el asiento del señor Conde, conde de qué? esta maniobra puramente preparatoria, miró en di- —Señor conde...—dijo Pierrotin, visiblemente em- rección á la calle d'En^hien, y desapareció dejando su barazado, iréis incómodo. carruaje encargado al factor. • 1) Nos limitamos á traducir literalmente los refranes estro- —Y bien! se halla sujeto á esos arrebatos vuestro peados, seguidos, en 10 posible, del refrán equivalente en nuestro idioma, y el lector suplirá con su criterio, la gracia que de nin- amo? preguntó Mistigris al factor. gún modo puede resultar en castellano. (N. del T.) —¿Conque no conocéis á vuestro conde? preguntó Sérisy nada contestó á estas observaciones, y tomó el Mistigris. De los buenos condes salen los buenos ta• fcpecto de un plebeyo bonachon. mices, (cuenta y razón sustenta amistad). —¿Si os hubiérais retrasado vosotros, no os gusta- —Formalidad, Mistigris!—exclamó gravemente su ría que os hubiesen aguardado?—dijo el arrendatario maestro. á los dos jóvenes. Evidentemente todos los viajeros tomaron á M. de Pierrotin miraba hácia la puerta Saint-Denis, te- Sérisy por un plebeyo que se apellidaba Conde. niendo su látigo en la mano, y vacilaba en subir á la —No molesteis á nadie,—dijo el conde á Pierrotin, dura banqueta donde se agitaba Mistigris. me colocaré á vuestro lado en la delantera. —Si esperáis á alguno,—dijo entonces el conde, —Ea, Mistigris,—dijo el jóven al gatuelo, acuér- yo no soy el último. date del respeto que debes á la ancianidad! Tú no —Apruebo esa reflexión,—dijo Mistigris. sabes cuán horriblemente viejo puedes ser un dia, los Jorge y Oscar se echaron á reir con bastante inso- viajes desfiguran á la juventud; así, cede tu sitio á lencia. ese caballero. —El viejo no es listo,—dijo Jorge á Oscar, á quien Mistigris abrió la delantera del cabrióle y saltó en encantó esta aparente relación con Jorge. tierra con la rapidez de una rana que se lanza al Cuando Pierrotin se hubo acomodado en su sitio, á agua. la derecha, se inclinó para mirar hácia atrás, sin po- —Vos no podéis ser un conejo, augusto anciano,— der descubrir en la multitud los dos viajeros que le dijo á M. de Sérisy. faltaban para un lleno completo. —Mistigris, las artes son el amigo del hombre, le —Pardiez! dos viajeros más no me perjudicarían. respondió su maestro. —Todavía no he pagado, me apeo,—dijo Jorge, —Muchas gracias, caballero,—dijo el conde al asustado. maestro de Mistigris, que así llegó á ser su vecino. —¿Y á qué aguardas, Pierrotin? —dijo el padre Y el hombre de Estado lanzó al fondo del carruaje Léger. una mirada sagaz que ofendió mucho á Oscar y á Pierrotin exhaló un cierto jhi! en el cual Bichette y Jorge. Rougeot reconocían una resolución definitiva, y ara- —Llevamos un retraso de cinco cuartos de hora,— bos caballos se lanzaron hácia la subida del arrabal, dijo Oscar. con un paso acelerado que debia bien pronto sosegar- —Cuando se quiere ser dueño de un carruaje se se. El conde tenia un semblante enteramente encar- toman todos los asieníbs,—observó Jorge. nado, pero de un encarnado ardiente, sobre el cual se En adelante, seguro de su incógnito, el conde de destacaban algunas manchas inflamadas y que su ca- bellera, enteramente blanca, ponia de relieve. A cua- lesquiera otros que á unos jóvenes, este color hubiera do por el aire casi militar, por los bigotes y las ma- revelado la inflamación constante de la sangre, pro» neras de caballero de industria que distinguían á ducida por inmensos trabajos. Estas manchas eclipsa- Jorge, pensó que éste había llegado á tiempo de to- ban de tal modo el noble continente del conde, que se mar su billete en casa del maestro Alejandro Crottat. necesitaba un atento exámen para descubrir en sus —Padre Léger,—dijo Pierrotin, al llegar á la du- ojos verdes la astucia del magistrado, la profundidad ra subida del arrabal Saint-Denis á la calle de la Fi- del político y la ciencia del legislador. El rostro era delité, nos apeamos, eh? aplastado, la nariz parecía deprimida. El sombrero —Yo me apeo también,—dijo el conde al oir este ocultaba la gracia y la belleza de la frente. Habia, en nombre; es necesario aliviar á vuestros caballos. fin, con que dar que reir á aquella juventud aturdida, —Ah! si continuamos así, andaremos catorce le- en el extraño contraste de una cabellera blanca como guas en quince días,—exclamó Jorge. la plata con unas cejas anchas, pobladas, que habian —¿Tengo yo la culpa?—dijo Pierrotin; un viajero permanecido negras. El conde, que vestía una larga quiere apearse. levita azul, abotonada militarmente hasta debajo de la —Diez luises para tí si me guardas fielmente el se- barba, llevaba una corbata blanca arrollada al cuello, creto que te he pedido,—dijo el conde en voz baja, algodon en las orejas, y un cuello de camisa bastante asiendo del brazo á Pierrotin. ancho que trazaba un cuadro blanco en cada mejilla. —Oh! mis queridos mil francos!—se dijo á sí mis- Su pantalón negro cubría sus botas, de las que apenas mo Pierrotin, despues de haber hecho un guiño á asomaba la punta. No llevaba condecoracion en el M. de Sérisy; como diciendo:—Contad conmigo! ojal; ocultaba, en fin, sus manos bajo unos guantes Oscar y Jorge permanecieron en el carruaje. de piel de gamo. Ciertamente que para unos jóvenes, —Oíd, Pierrotin, pues os llamais así, —exclamó nada revelaba en este hombre al Par de Francia, á Jorge, cuando despues de la subida, los viajeros hu- uno de los hombres más útiles á su pais. El padre bieron ocupado de nuevo sus asientos; si no vais á Léger jamás habia visto al conde, quien por su parte andar más de prisa que basta aquí, decidlo: pago mi no conocía á aquel más que de nombre. Si el conde, asiento y tomo un jaco en Saint-Denis, porque llevo al subir al carruaje, lanzó sobre él la mirada perspi- entre manos asuntos de importancia á los que un re- caz que acababa de chocar á Oscar y á Jorge, fué traso podría comprometer. porque buscaba al escribiente de su notario para re- comendarle el más profundo silencio, en el caso en —Oh! andará,—respondió el padre Léger. Y ade- que, como él, se hubiese visto obligado á tomar el más, la via no es ancha. carruaje de Pierrotin; pero tranquilizado por la apa- —Nunca me retraso más de media hora, —replicó riencia de Oscar, por la del padre Léger, y sobre to- Pierrotin. —En fin, no conducís al papa en carricoche, no es sura á reir y hacer gala de su ingenio, en donde la verdad?—dijo Jorge; andad, pues. burla lo anima todo, desde las miserias del popula- —No debeis preferencias á nadie, y si temeis tra- cho hasta los graves intereses del rico propietario. quetear demasiado á ese caballero,—dijo Mistigris, Además, la policia no refrena allí mucho la lengua, señalando al conde, eso no es justo. y la tribuna ha puesto en moda la discusión. Cuando —Todos los viajeros son iguales ante el coucou, un júven de veintidós años, como el que se ocultaba como los franceses ante la constitución,— dijo Jorge. bajo el nombre de Jorge, posee algún ingenio, se —Tranquilizaos,—dijo el padre Léger, llegaremos siente excesivamente impulsado, como en la situación á la Chapelle antes de mediodía. presente, á abusar de él. Desde un principio Jorge se La Chapelle es el lugar contiguo á Saint-Denis. nombró á sí mismo el sér superior de la reunión. Vió Todos los que han viajado saben que las personas re- un manufacturero de segundo órden en la persona unidas por casualidad en un carruaje no entran inme- del conde, á quien tomó por un cuchillero, un alfe- diatamente en relaciones; y salvo raras circunstan- ñique en el misero muchacho acompañado de Misti- cias, no conversan sino despues de haber avanzado gris, un pequeño imbécil en Oscar, y en el obeso un poco de camino. Esta pausa es necesaria, tanto arrendatario un excelente natural para ser mistifica- para un exámen mutuo, como para tomar posesion do. Despues de haber tomado sus medidas, resolvió del sitio que uno ocupa; las almas necesitan tanto re- divertirse á costa de sus compañeros de viaje.—Va- poso como el cuerpo. Cuando cada uno cree haber mos á ver,—se dijo, en tanto que el coucou de Pier- penetrado la verdadera edad, la profesión, el carácter rotin descendía de la Chapelle para lanzarse á la lla- de sus compañeros, entonces el más hablador da nura de Saint-Denis, me fingiré un Estéban ó un líe- principio á la conversación, y ésta se empeña con ranger? No, esos imbéciles son muy capaces de no tanto más calor, cuanto que todos han sentido la ne- conocer ni á uno ni á otro. ¿Un carbonario? ¡Diablo! cesidad de embellecer el viaje y distraer las incomo- podria hacer que rae prendieran. ¿Si me fingiese un didades. Así ocurre en los carruajes franceses. En las hijo del mariscal Ney?Bah!qué les referiría enton- demás naciones son bien diferentes las costumbres. ces? La ejecución de mi padre. Esto seria poco diver- Los ingleses fundan su orgullo en no despegar los la- tido. ¿Si viniese del Charap-d'Asile?.... Podrían to- bios , el aleman va triste en carruaje, y los italianos marme por un espia, y desconfiarían de mí. Seamos son demasiado prudentes para conversar; los españo- un príncipe ruso disfrazado, voy á hacerles tragar fa- les apenas tienen diligencias, y los rusos no tienen mosos detalles acerca del emperador Alejandro. ¿Si caminos. No se divierte uno, pues, sino en las pesa- pretendiese ser Cousin, el profesor de filosofía?.... das diligencias de Francia, en este pais tan parlan- Oh! cómo podria envolverles! No, el alfeñique des- chin, tan indiscreto, en donde todo el mundo se apre- greñado me parece haber arrastrado sus polainas por las cátedras de la Sorbona. ¿Por qué no he pensado fermedad de tres meses, cuyo gérmen era, al decir de antes en asombrarles? Imito con tal perfección á los los facultativos, un cólera tenaz. ingleses, me hubiera presentado á lo lord Byron via- —¡Habéis tenido el cólera!—dijo el conde haciendo jando de incógnito. ¡Càspita! me he equivocado. Ser un gesto de espanto. Pierrotin, parad. hijo del verdugo?.... Hó ahí una arrogante idea para —Adelante, Pierrotin,—dijo Mistigris. Os dicen que me cedan el sitio durante el almuerzo. Oh ! per- que ha sido tenaz el cólera, añadió interpelando á fectamente, habré mandado las tropas de Ali, pachá M. de Sérisy. Es un cólera en forma de conversación. de Janina!.... —Una peste de las cuales se dice: ¡PesteI—excla- Durante este monólogo, el carruaje rodaba á través mó el maestro. de las oleadas de polvo que incesantemente se alzan —O bien: ¡Peste con el ciudadano!—prosiguió de las bajas orillas de aquel camino tan pisado. Mistigris. — ¡Qué polvo! —dijo Mistigris. —Mistigris,—replicó el maestro, os pongo de pati- —Enrique IV ha muerto, — le replicó su compañe- tas en el camino, como busquéis camorra. De mane- ro. Al menos si dijeras que huele á vainilla, emitirías ra, dijo volviéndose á Jorge, que este caballero ha una opinion nueva. estado en Oriente? — Creeis reíros, — respondió Mistigris; pues bien, —Sí, señor; primero en Egipto, y luego en Gre- esto me recuerda por momentos la vainilla. cia, donde he servido á Alí, pachá de Janina, donde — En Oriente.... —dijo Jorge, queriendo empezar he sufrido una terrible enfermedad. No se resiste á una historia. aquellos climas. Asi las emociones de todo género que —En el viento....—dijo el maestro á Mistigris, in- proporciona la vida oriental, me han estropeado el terrumpiendo á Jorge. hígado. —Digo que en Oriente, de donde vengo,—prosiguió —Ah! habéis servido?—dijo el obeso arrendatario. Jorge, el polvo huele muy bien; pero aquí no huele á ¿Qué edad teneis, pues? nada, sino cuando se encuentra un depósito de estiér- —Veintinueve años,—prosiguió Jorge, á quien mi- col como este. raron todos los viajeros. A los diez y ocho años, partí —¿El señor viene de Oriente?—dijo Mistigris con de soldado raso para la famosa campaña de .1813; aire burlón. pero sólo asistí al combate de Henau, y allí gané-el — Bien ves que el señor se halla tan fatigado que se grado de saijento primero. En Francia,'en Monte- ha colocado en Occidente,—le respondió su maes- reau, fui ascendido á subteniente, y he sido condeco- tro. rado por (¿no hay polizontes?) por el Emperador. — No estáis tostado por el sol,—dijo Mistigris. —¿Estáis condecorado,—dijo Oscar, y no lleváis —Oh ! acabo de dejar la cama despues de una en- la condecoracion? —La condecoracion?.... No faltaba más!.... ¿Qué —prosiguió Jorge. Yo le he visto fumando, y con gra- persona de calidad lleva sus condecoraciones de viaje? cia, en Waterloo, cuando el mariscal Soult le tomó Ahí tenéis á ese caballero,—dijo señalando al conde en brazos y le arrojó en su carruaje, en el momento de Sérisy, apuesto cuanto queráis en que habia empuñado un fusil para cargar á los in- —Apostar lo que se quiera es en Francia un modo gleses!.... de no apostar nada,—dijo el maestro á Mistigris. —¿Estábais en W'aterloo?—dijo Oscar cuyos ojos —Apuesto cuanto queráis,—prosiguió Jorge con se abrian desmesuradamente. afectación, que ese caballero se halla cubierto de col- —Sí, jó ven, he hecho la campaña de 1815. Era ca- gajos. pitan en Mont-Saint-Jean, y me retiré al Loira, —Tengo,—respondió, riendo, el conde de Sérisy, cuando nos licenciaron. A fe mía, la Francia rae dis- el de gran cruz de la Legión de honor, el de San An- gustó y no pude permanecer en ella. No, me hubie- drés de Rusia, el del Aguila de Prusia, el de la Anun- ra hecho prender. Así es que me marché con dos ó cíala de Cerdeña y el Toison de Oro. tres hombres decididos, Selves, Besson y otros, que —Perdonad un poco,—dijo Mistigris; ¿y todo eso se hallan á estas horas en Egipto, al servicio del pa- viaja en un coucou? chá Mohamed, un picaro, vaya! En otro tiempo sim- —Ah! finge bien, ese buen hombre color de ladri- ple traficante en tabaco, en la Cavalle, está en cami- llo,—dijo Jorge al oido de Oscar. Eh! no os lo decía? no de hacerse príncipe soberano. Le habréis visto en prosiguió en alta voz. Yo, no trato de ocultarlo, ado- el cuadro de Horacio Vernet, la Degollación de los ro al Emperador Mamelucos. ¡Qué bello sujeto! Yo no he querido ab- —Yo le he servido,—dijo el conde. jurar la religión de mis mayores y abrazar el Islamis- —Qué hombre aquel! ¿no es cierto? — exclamó mo, tanto más cuanto que para ello se exige una Jorge. operacion quirúrgica de la cual me importa bien po- —Un hombre al cual debo mucho, — respondió el co. Luego, nadie estima á un renegado. Ah! si rae conde, con un aire de imbecilidad muy bien fingido. hubiesen ofrecido cien mil francos de renta, tal vez... —¿Vuestras cruces?—preguntó Mistigris. y áun así?.... no. El pachá me mandó dar mil thala- —¡Y cuanto tabaco tomaba!—prosiguió M. de Sé- ris de gratificación. risy. —¿Cuánto es eso? — preguntó Oscar, que era todo —Oh! y también se gozaba en tomarlo de los bolsi- oidos para Jorge. llos,—dijo Jorge. —Oh! poca cosa. El thalari es como si dijéramos —He oido eso,—respondió el padre Léger con aire una moneda de cien sueldos. Y á fe mia, que no he de incredulidad. ganado la renta de los vicios contraidos en aquel en- —Y hacia mucho más, mascaba tabaco y fumaba, demoniado pais, si es un pais aquello. Ahora no pue- do pasar sin fumar ei narguüé dos veces al dia, y es ruinados. Mi madre, que vivia del producto de sus cosa cara diamantes, vendidos uno á uno, contrajo matrimonio —¿Y cómo es, pues, el Egipto?—preguntó M. de en 1799 con M. Yung, mi padrastro, un proveedor. Sérisy. Mi madre ha muerto, he reñido con mi padrastro, —Egipto es todo arena,—respondió Jorge sin des- quien, sea dicho entre nosotros, es un tacaño; vive concertarse. No hay verdura más que en el valle del todavía, pero no nos tratamos. Ese chino nos ha Nilo. Trazad una línea verde sobre una hoja de papel abandonado á los siete sin decirnos esta boca es mia. amarillo, eso es Egipto. Por ejemplo, los egipcios, Hé aquí, porqué, desesperado, partí en 4813 de sol- los fellahs, tienen sobre nosotros una ventaja, allí no dado raso No podríais imaginar con que alegría hay gendarmes. Oh! recorreríais todo el Egipto, sin ese viejo Alí de Tebelen ha recibido al nieto de Czer- encontrar uno. ni-Jorge. Aquí me hago llamar Jorge á secas. El pa- —Supongo que habrá allí muchos egipcios,—dijo chá me dió un serrallo Mistigris. —¿Habéis tenido un serrallo?—dijo Oscar. —No tantos como creeis, —prosiguió Jorge, hay —¿Erais pac'ná de muchas colas?—preguntó Mis- muchos abisinios, giaures, vecabitas, beduinos y eop- tigris. tos. En fin, todos esos animales ofrecen tan escasa di- —¿Cómo no sabéis,—prosiguió Jorge, que sólo el versión, que me di por muy satisfecho embarcándo- sultan hace pacbás, y que mi amigo Tebelen, porque me en una polacra genovesa que se dirigía á las islas éramos amigos como Borbones,se sublevaba contra Jónicas en busca de un cargamento de pólvora y mu- el padischá! Sabéis ó no sabéis que el verdadero nom- niciones para Alí de Tebelen. ¿No lo sabéis? Los in- bre del Gran-Señor es padischá, y no gran turco ó gleses venden pólvora y municiones á todo el mundo, sultan? No creáis que valga gran cosa un serrallo. á los turcos, á los griegos, al diablo, si el diablo tu- Equivale á poseer un rebaño de cabras. Aquellas mu- viese dinero. De manera, que de Zante debíamos diri- jeres son muy bestias, y prefiero cien veces las grise- girnos á la.costa de Grecia, bordeando. Aquí donde tas de la Chaumière, en Mont-Parnasse. me veis, mi nombre de Jorge es famoso en aquel —Están más cerca,—dijo el conde de Sérisy. pais. Yo soy el nieto de aquel célebre Czerni-Jorge —Las mujeres del serrallo no saben una palabra que hizo la guerra á la Puerta, y que por desgracia, de francés, y el idioma es necesario para entenderse. en vez de hundirla, se hundió él. Su hijo se refugió Alí rae dió cinco mujeres legitimas y diez esclavas. en casa del cónsul francés en Smirna y vino á morir En Janina, esto equivalía á no tener nada. Mirad, en á Paris en 1792, dejando á mi madre en cinta de mi, Oriente > eso de tener mujeres, es de muy mal tono, su séptimo hijo. Nuestros tesoros fueron robados por se las tiene como tenemos aquí á Voltaire y á Rous- un amigo de mi abuelo; de suerte que estábamos ar- seau ; pero quién abre jamás su Voltaire ó su Rous seau?.... Nadie. Y ápesar de todo, es de buen tono maestro, aprovechando esta largueza para preguntar estar celoso. Se cose á una mujer dentro de un saco sus nombres. y se la arroja al agua por una simple sospecha, según —Oh! caballero,—dijo el maestro de Mistigris, yo un artículo de su código. no me hallo dotado de un nombre ilustre como el —¿Las habéis arrojado vos?—preguntó el arrenda- vuestro, yo no vengo de Asia.... tario. En el mismo momento, el conde que se habia apre- — Yo, no faltaba más, un francés! Yo las he surado á entrar de nuevo en la inmensa cocina del amado. posadero, á fin de no dar que sospechar acerca de su Aquí Jorge acarició, retorció sus bigotes y tomó descubrimiento, pudo escuchar el final de esta res- un aire pensativo. Entraron en Saint-Denis, en don- puesta. de Pierrotin se detuvo ante la puerta del posadero —....Soy sencillamente un pobre pintor que regre- que vende las célebres talmouses y donde se apean to- sa de Roma, en donde he vivido á expensas del go- dos los viajeros. Engañado por las apariencias de ver- bierno, despues de haber obtenido el primer premio dad mezcladas con las bromas de Jorge, el conde vol- hace cinco años. Me llamo Schinner vió á subir prontamente al carruaje, miró debajo del —Eh! ciudadano, se os puede ofrecer una copa de almohadon la cartera que Pierrotin le habia dicho Alicante y algunos talmouses /'—dijo Jorge al conde. haber sido colocada allí por este enigmático persona- — Gracias, — respondió el conde, jamás me pongo je, y leyó en letras doradas: «Señor Crottat, notario.» en camino, sin haber tomado mi taza de café á la Acto continuo el conde se permitió abrir la cartera, crema. temiendo con razón que el padre Léger se viese aco- —¿Y no tomáis nada entre comida y comida? ¡Có- metido de una curiosidad semejante; sacó de ella la mo Marais, plaza Real é isla Saint-Louis!—dijo,Jor- escritura referente á la heredad de los Moulineaux, la ge. Hace un momento, cuando nos ha embromado dobló, la guardó en un bolsillo de su gaban y se diri- acerca de sus condecoraciones, le he creído más fuer- gió de nuevo á examinar á los viajeros.—Ese Jorge te de lo que es,—dijo en voz baja al pintor; pero le es ni más ni menos que el segundo escribiente de pondremos los puntos sobre las íes á ese pequeño fa- Crottat. Me quejaré á su principal, quien debia en- bricante de bujías. Ea, valiente, dijo á Oscar, sorbeos viarme su primer escribiente,—se dijo. la copa escanciada para el droguero, eso os hará po- Por el continente respetuoso del padre Léger y de ner bigotes. Oscar, Jorge comprendió que tenia en ellos dos fer- Oscar quiso hombrear, bebió la segunda copa y vientes admiradores; se portó, naturalmente, como •»mió otros tres talmouses. un gran señor; les pagó unos talmouses y una copa —Buen vino,—dijo el padre Léger, haciendo caste de vino de Alicante, lo mismo que á Mistigris y á su ñetear su lengua contra su paladar. —Es tanto mejor,—dijo Jorge, cuanto que viene de Chosrew. Pues bien, sin mí, Alí de Tebelen hubiese Bercy! He estado en Alicante, y mirad, así es vino de sido derrotado algunos dias antes. Yo me hallaba en aquel pais como mi brazo se parece á un molino de el ala derecha, y veo á Chosrew, un viejo perillán que viento. Nuestros vinos imitados son mucho mejora" pone en fuga á nuestro centro.... oh! allí, firme y con que los naturales. Vaya, Pierrotin, una copita? Lás- un bello movimiento á lo Murat-. Bien, tomo mis me- tima que vuestros caballos no puedan sorber una cada didas , doy una carga á fondo á la carrera y corto en uno, andaríamos más de prisa. dos la columna de Chosrew que habia traspasado el — Oh! no vale la pena, tengo ya un caballo gris centro y se hallaba en descubierto. Comprendéis (ébrio),—dijo Pierrotin mostrando á Bicbette. ah! cáspita, terminado el asunto, Alí me abrazó. AI oir este vulgar calembour, Oscar vió en Pierro- —¿Eso se usa en Oriente?—dijo el conde de Sérisy tin un muchacho prodigioso. con aire chocarrero. —Marchemos! Esta palabra de Pierrotin resonó en —Sí, señor,—prosiguió el artista, eso se usa en medio de los chasquidos del látigo, cuando los viaje- todas partes. ros se hubieron embutido en el carruaje. Eran las —Hemos hecho retroceder á Chosrew un espacio _ once. El tiempo un tanto nublado se despejó, el vien- de treinta leguas,... como si cazáramos, pues 1—pro- to norte desgarró las nubes, el azul del éter brilló á siguió Jorge. Los turcos son unos perfectos caballe- trechos; así es que cuando el carruaje de Pierrotin se ros. Alí me ha dado yataganes, fusiles y sables!.... lanzó hácia la estrecha cinta del camino que separa á cuanto he querido. De regreso á su capital, ese en- Saint-Denis de Pierrefitte, el sol habia absorbido por diablado farsante me ha hecho proposiciones que no completo los delgados vapores cuyo velo diáfano en- me convenían. Esos orientales son picaros cuando tie- volvía los famosos paisajes de aquella región. nen una idea.... Alí queria hacerme su favorito, su —Y bien! por qué habéis abandonado, pues, á heredero. En cuanto á mí, me bastaba aquella vida; vuestro amigo el pachá?—dijo el padre Léger á Jorge. 1 porque, despues de todo, Alí de Tebelen se hallaba —Era un tunante singular,—dijo Jorge con aire en rebeldía contra la Puerta, y yo juzgué conveniente que ocultaba muchos misterios. Figuraos que me da tomar la ídem. Pero quiero hacer justicia á M. de Te- el mando de su caballería! muy bien. belen, me ha colmado de regalos: diamantes, diez mil —Ah! por eso lleva espuelas, pensó el pobre Oscar. thalaris, mil monedas de oro, una hermosa griega —En mis tiempos, Alí de Tebelen tenia que desha- para groom, un pequeño aereonauta por compañero cerse de Chosrew-Pachá, otro picaro! ¡Aquí le 11a- y un caballo árabe. Vaya, Alí pachá de Janina es un mais Chaureff, pero su nombre en turco se pronuncia hombre no comprendido, merece un historiador. Sólo Cossereu. En otro tiempo debeis haber leido en los en Oriente se encuentran esas almas de bronce, que periódicos que el viejo Alí ha apaleado fuertemente á lo hacen todo durante veintfe años para poder vengar una ofensa en una hermosa mañana. Al principio te- á ser marino. El Padischá Mahmoud le habia encar- nia la más hermosa barba blanca que pueda darse, gado que se apoderara de Ali por mar, y se bizo, en un semblante duro, severo.... efecto, dueño de él, pero ayudado de los ingleses que —¿Pero qué habéis hecho de vuestros tesoros?— han llevado la mejor parte, los ¡tunantes!, han echa- dijo el padre Léger. do mano á los tesoros. Este Chosrew, quien no habia —Ah! mirad. Aquella gente no tiene Gran Libro, olvidado la lección de equitación que yo le di, me re- ni banco de Francia, me llevé, pues, mis bagages en conoció. Ya comprendereis que mi suerte estaba echa- una tartana griega que fué pellizcada por el Capitao- da para el otro mundo, 6i no hubiera tenido la idea Pachá en persona ! Aquí donde me veis, he estado á de hacerme reclamar en calidad de francés y de tro- pique de ser empalado en Smyrna. Sí, á fe mia, sin vador cerca de M. de Rivière. El embajador, satisfe- M. de Rivière que se hallaba allí de embajador, me cho de exhibirse, pidió mi libertad. Los turcos tienen tomaban por un cómplice de Alí-Pachá. He salvado esto de bueno en su carácter, os sueltan con la misma mi cabeza, para hablar honradamente, pero los diez facilidad con que os cortan la cabeza, todo les es in- mil thalaris, las mil monedas de oro, las armas, i oh! diferente. El cónsul de Francia, un hombre excelen- todo ha sido engullido por el sediento tesoro del Ca- te, amigo de Chosrew, me hizo restituir dos mil tha- pitan-Pachá. Mi posicion era tanto más difícil cuanto laris; de manera que su nombre, puedo decirlo, está que este Capitan-Pachá no era otro que Chosrew. grabado en mi corazon Despues de su derrota, el picaro habia obtenido este —¿Vais á nombrarle?—preguntó M. de Sérisy. empleo, equivalente al de gran almirante en Francia. El conde dejó ver en su semblante una expresión —Pero por lo visto estaba en la caballería,—dijo de asombro, cuando Jorge le dijo, en efecto, el nom- el padre Léger que seguia con atención el relato de bre de uno de nuestros más notables cónsules genera- Jorge. les que á la sazón se hallaba en Smyrna. —Oh ! como se ve que el Oriente es poco conocido —Asistí por via de entretenimiento á la ejecución en el departamento de Seine-et-Oise!—exclamó Jor- del comandante de Smyrna, á quien el Padischá ha- ge. Caballero, hé ahí los turcos: vos sois arrendata- bia ordenado á Chosrew que condenase á muerte, rio, el padischá os nombra mariscal; si no desempe- una de las cosas más curiosas que he visto, por más ñáis vuestras funciones á su gusto, tanto peor para que he visto muchas, en breve os la contaré mientras vos, os cortan la cabeza: es su manera de destituir á almorzamos. De Smyrna me trasladé á España, al los funcionarios públicos. Un jardinero pasa á prefec- saber que se hacia en ella una revolución. Oh! me he to, y un primer ministro vuelve á ser tchiaoux. Los dirigido directamente al general Mina, quien me ha otomanos no conocen las leyes acerca de los ascensos nombrado su ayudante con grado de coronel. Me he y las gerarquías. De caballero, Chosrew habia llegado batido por la causa constitucional que va á sucumbir, porque vamos á entrar en España un dia de estos. como se cultiva la tierra? ¿Cuáles son sus sembrados? —¿Y vos sois oficial francés?—dijo severamente el —En primer lugar, ya comprendereis, amigo mió, conde de Sérisy. Contais con la completa discreción que aquella gente se halla demasiado ocupada en cui- de cuantos os escuchan? darse á sí misma para pensar en cuidar sus tierras... —Pero no hay entre ellos delatores,—dijo Jorge. (El conde no pudo reprimir una sonrisa. Esta sonrisa —Conque no pensáis, coronel Jorge,—dijo el con- tranquilizó al narrador.)... Pero tienen un modo de de, que en este momento se está juzgando en la cá- cultivar que va á pareceros chusco. No cultivan nada mara de los Pares una conspiración que hace al go- absolutamente, tal es su modo de cultivar. Los tur- bierno muy severo con los militares que levantan ar- cos, los griegos, esta gente come cebollas ó arroz.... mas contra la Francia, y que traman intrigas en el Recogen el opio de sus adormideras, que les pro- extranjero con el designio de derribar á nuestros le- ducen mucho ; y luego tienen el tabaco que crece es- gítimos soberanos!.... pontáneamente, el famoso Lattaqui! luego los dátiles! Al oir esta terrible observación, el pintor se puso haces de cañas de azúcar que crecen sin cultivo. Es un encarnado hasta las orejas, y miró á Mistigris que pais lleno de recursos y de comercio. En Smyrna se pareció turbarse. fabrican muchos tapices, y no cuestan caros. — Y bien?—dijo el padre Léger, despues? —Pero,—dijo Léger, si los tapices son de lana, no —Si, por ejemplo, yo fuese magistrado, no seria proceden sino de los carneros; y para tener carneros mi deber,—respondió el conde, mandar prender al se necesitan praderas, heredades, un cultivo ayudante de Mina por los gendarmes de la brigada —Debe haber algo parecido á eso,—dijo Jorge; de Pierrefitte, y designar como testigos á todos los pero el arroz crece en el agua, primero; despues, yo viajeros que se hallan en el carruaje?.... he bordeado siempre las costas y no he visto más que Estas palabras cortaron tanto más la palabra á paises devastados por la guerra. Además, profeso la Jorge cuanto que llegaban ante la brigada de gendar- más profunda aversión á la estadística. mería , cuya bandera blanca flotaba, en términos clá- —¿Y los impuestos?—dijo el padre Léger. sicos , á merced del céfiro. —Ah! los impuestos son onerosos. Se lo arreba- —Tenéis demasiadas condecoraciones, para permi- tan todo, pero les dejan el resto. Encantado de las tiros semejante cobardía,—dijo Oscar. ventajas de este sistema, el pachá de Egipto se pre- —Vamos á pincharle de nuevo,—dijo Jorge al oido paraba á organizar su administración bajo este pie, de Oscar. cuando me he separado de él. —Coronel,—exclamó' Léger á quien molestaba la —¿Pero cómo puede ser eso?...—dijo el padre Lé- ocurrencia del conde de Sérisy y que queria cambiar ger que no comprendía una palabra. de conversación; en los países que babeis visitado, —¿Cómo?—dijo Jorge. Pero hay unos agentes que. se apoderan de las recolecciones, dejando á los fellahs da, una intriga?.... Oh! sois bien dichoso con vuestra lo preciso para vivir. Así, en aquel sistema, nada de juventud.... protocolos ni de burocracia, la llaga de la Francia... Oscar, que reventaba de rabia de no ser nada, y de Ah! eso es.'.... no tener nada que referir, miraba al coronel Czerni- —¿Pero en virtud de qué?—dijo el arrendatario. Jorge, al gran pintor Schinner, y buscaba los medios —Es un pais despótico, hélo ahí todo. ¿No cono- de metamorfosearse en algo. ¿Pero que podia ser un céis la bella definición de Montesquieu acerca del muchacho de diez y nueve años, al que se enviaba al despotismo? «Como el salvaje, corta el árbol por el campo quince ó veinte dias, al lado del administrador tronco, con objeto de poseer su fruto.» de Presles? El vino de Alicante se le subia á la cabe- —Y quieren hacernos retroceder á eso,—dijo Mis- za y su amor propio hacia hervir la sangre en sus ve- tigris; pero cada escaldado teme el agua fría* (gato nas ; de manera que cuando el famoso Schinner dejó escaldado huye del agua fria). adivinar una aventura novelesca cuya felicidad debia — Y se retrocederá! exclamó el conde de Sérisy. ser tan grande como el peligro, clavó en éP unos ojos Así es que los que poseen tierras harán bien en ven- chispeantes de rabia y de envidia. derlas. M. Schinner ha debido ver de que modo toda1' —Ahí—dijo el conde con aire envidioso y erédulo, esas cosas se verifican en Italia. es necesario amar mucho á una mujer para hacerle — Corpo di Bacco! el Papa no se descuida!—pro- tan enoimes sacrificios.... siguió Schinner. Pero están acostumbrados á ello. —¿Cuáles sacrificios?—exclamó Mistigris. Los italianos son tan buenos! Se dan por contentos —¿Conque no sabéis, amiguito, que un techo pin- con tal que les dejen un poco asesinar á los viajeros tado por tan gran maestro se cubre de oro?—respon- en los caminos. dió el conde. Veamos: si la lista civil os paga en trein- —Pero,—prosiguió el conde, vos tampoco lleváis ta mil francos los techos de dos salas del Louvre,— la condecoracion de la Legión de honor que habéis prosiguió mirando á Schinner; para un propietario, obtenido en 4819, es, pues, una moda general? como decis de nosotros en vuestros talleres, un techo Mistigris y el fingido Schinner se ruborizaron has- vale bien veinte mil francos; ahora bien, apenas se ta las orejas. darán dos mil á un oscuro decorador. — En cuanto á mí, ya es otra cosa, — prosiguió —El dinero que uno deja de ganar no es la mayor Schinner, quisiera no ser conocido. No me delateis, pérdida,—respondió Mistigris. Pensad, pues, que será caballero. Se me tiene por un mísero pintor sin im- una obra maestra, y que será necesario dejar de fir- portancia, paso por un decorador. Voy á un palacio marla para no comprometerla! donde no debo despertar la menor sospecha.. —Ah! de buena gana devolvería todas mis cruces —Ah!—exclamó el conde, una aventura afortuna- á los soberanos de Europa, para ser amado como lo es un jóven á quien el amor inspira tales sacrificios! —Roma es tan hermosa como la pintan?—preguntó —exclamó M. de Sérisy. Jorge al gran pintor. —Ah! eso es,—dijo Mistigris, uno es jóven, es —Roma no es bella sino para los que aman, se ne- amado, tiene mujeres, y como suele decirse: abun- cesita sentir una pasión para encontrarse bien allí; dancia de perros no perjudica, (por mucho pan nun- pero, como ciudad, prefiero Yenecia, aunque he esta- ca mal año). do á pique de ser asesinado en ella. —¿Y qué dicc á todo eso Mme. Schinner?—prosi- —A fé mia, sin mi,—dijo Mistigris, se os zampa- guió el conde, porque os habéis casado por amor con ban lindamente! Ese endiablado farsante de lord By- la bella Adelaida de Rouville, la protegida del viejo ron es quien os ha valido eso. Oh! ese extravagante almirante Kergaronet, quien os ha hecho obtener inglés estaba loco! vuestros techos del Louvre, por influencia de su so- —Chiton!—dijo Schinner, no quiero que se sepa brino el conde de Fontaine. mi ocurrencia con lord Byron. —¿Acaso un gran pintor es casado cuando viaja?— —Confesad de todos modos,—respondió Mistigris, observó Mistigris. que os habéis alegrado mucho de que yo aprendiera —¿Es esa la moral de los talleres?—exclamó nécia- 4 tirar el chanclo. • mente el conde de Sérisy. Be vez en cuando, Pierrotin cambiaba con el conde —¿Es mejor la moral de las córtes en donde habéis de Sérisy miradas singulares capaces de inquietar á obtenido vuestras condecoraciones?—dijo Schinner, personas un poco más expertas que los cinco viajeros. quien recobró su sangre fria un momento turbada por —Lores, pachás, techos de treinta mil francos. Ah! el conocimiento que demostraba el conde de los en- eso es,—exclamó el ordinario de l'isle-Adam, yo llevo cargos hechos á Schinner. soberanos hoy? ¡Qué propinas ! —No he solicitado siquiera una,—respondió el con- —Sin contar que los asientos están pagados,—dijo de, y creo haberlas ganado todas lealmente. astutamente Mistigris. — Y eso os viene como un notario en una pierna de — A propósito, prosiguió Pierrotin; padre Léger, palo, (como pedrada en ojo de boticario), —replicó bien sabéis que mi hermoso carruaje nuevo sobre el Mistigris. cual he dado en arras dos mil francos.... Pues bien, M. de Sérisy no quiso descubrirse, tomó un aire de esos canallas de constructores á quienes mañana debo - bondad, mirando el valle de Groslay que se descubre contar dos mil quinientos francos, no han querido ai tomar en la Patte-d'üie el camino de Saint-Brice, aceptar á cuenta mil quinientos francos y recibir un y dejando á la derecha el de Chantilly. pagaré de mil á dos meses fecha!.... Esos extrangu- —Mentira,—dijo refunfuñando Oscar. ladores lo quieren todo. Ser duro hasta ese punto con un hombre establecido hace ocho años, con un padre de familia, y ponerle en peligro de perderlo todo, di- —¡Zara!—dijo Jorge; también lo conozco, está en nero y carruaje, si no encuentro un miserable billete la costa. de mil francos! Ohé, Bichette! No jugarían esta mala —Eso es,—prosiguió el pintor. Yo iba allí para pasada á las grandes empresas, vayal observar el pais, porque, adoro los paisajes. Hace —Ah! diablo, donde no hay dinero no hay sebo— veinte veces que deseo dedicarme al paisaje, género dijo el gatuelo. que nadie, en mi opinion, comprende, escepto Misti- —No os faltan más que ochocientos francos,—res- gris, quien algún dia continuará la obra de Hobbé- pondió el conde, viendo en esta queja dirigida al pa- ma, Ruysdael, Claudio Lorrain, Poussin y otros. dre Léger una especie de letra de cambio girada con- —Pero,—exclamó el conde, con tal que continúe tra él. á uno solo de todos esoj habrá hecho lo bastante. —Es verdad,—dijo Pierrotin. Jí! jí! Rougeot. —Si interrumpís siempre á ese caballero, no sa- —Debisteis ver hermosos techos en Venecia,—pro- bremos nada,—dijo Oscar. siguió el conde, dirigiéndose á Schinner. —Además, no es á vos á quien el señor se dirige, —Estaba demasiado enamorado para fijar mi aten- —dijo Jorge al conde. ción en lo que entonces ncf me parecía más que baga- —No es de buena educación eso de cortar la pala- telas,—respondió Schinner. Debería, no obstante, bra,—añadió sentenciosamente Mistigris; pero todos hallarme bien curado del mal de amores, porque he hemos hecho otro tanto, y perderíamos mucho si no recibido, precisamente en los Estados venecianos, en sembráramos el discurso de graciosos comentarios, Dalmacia, una cruel lección. cambiando así nuestras reflexiones. Todos los france- —¿Puede saberse eso? — preguntó Jorge. Conozco ses son iguales ante el coucou, ha dicho el nieto de la Dalmacia. Jorge. Así, continuad, agradable anciano, embro- —Pues bien, si habéis estado allí, debeis saber madnos. Eso se hace en ios mejores círculos sociales; que en el fondo del Adriático todos son viejos pira- y ya sabéis el proverbio: Es preciso hacer dobladi- tas, foragidos, corsarios retirados de los negocios, llos con los lobos, (donde quiera que fueres haz lo cuando no han sido ahorcados, unos que vieres). — Uscoques, en fin,—dijo Jorge. —Me habían contado maravillas de la Dalmacia,— Al oir el nombre propio, el conde, á quien Napo- prosiguió Schinner, me dirijo allí, pues, dejando á león habia enviado en otro tiempo á las provincias de Mistigris en Venecia, en la posada. Iliria, volvió la cabeza, tan grande era su asombro. —En la locando 1 — dijo Mistigris, respetemos el —En esa ciudad es donde se fabrica el marrasqui- color local. no,—dijo Schinner, pareciendo buscar un nombre. —Zara es, como dicen, una asquerosidad —Sí,—dijo Jorge, pero está fortificada. Pardiez!—dijo Schinner, las fortificaciones figu- de Zena,—prosiguió Schinner. Aquel primer marido ran mucho en mi aventura. En Zara se encuentran tenia sesenta y siete años. Bien! pero era celoso, no muchos boticarios, me alojo en la casa de uno de como un tigre, porque se dice de los tigres que son ellos. En los paises extranjeros el oficio principal de celosos como un dálmata, y mi hombre era peor que cada uno consiste en alquilar habitaciones amuebla- un dálmata, valia tresdálmatas y medio. Era un Us- das, los demás oficios son accesorios. Por la noche copé, un tricoque, un archicoque en una bicoca. me asomo á mi balcón, despues de cambiarme la ca- —En fin, uno de esos enamorados que no atan sus misa. Ahora bien, en el balcón de enfrente, distingo perros con cien suizos, (que no atan sus perros con uná mujer, oh! pero qué mujer, una griega, con esto longanizas),—dijo Mistigris. está dicho todo, la criatura más hermosa de la ciu- —Magnífico,—dijo Jorge, riendo. dad : unos ojos como almendras, unos párpados que —Habiendo sido corsario, tal vez pirata, mi picaro se abrian como celosías, y unas cejas como pinceles: se alababa de matar un cristiano, como yo de escu- un rostro ovalado capaz de enloquecer á Rafael, un pir ,— prosiguió Schinner. Perfectamente. Además, cütis de un colorido delicioso, cútis lino, aterciope- era riquísimo, contaba sus riquezas por millones, el lado unas manos ¡oh!.... viejo miserable! Y era feo como un pirata á quien no —Que no eran de manteca como las de las pinturas sé que pachá habia cortado las orejas, y habia perdi- de la escuela de David,—dijo Mistigris. do un ojo no sé donde -El ogro se servia linda- —Ehí siempre nos habíais de pintura,—exclamó mente del ojo que le quedaba, y os suplico que me Jorge. creáis, si os digo que tenia cien ojos. —Jamás, me dijo —Ah! eso es, alejad el natural, os vuelve al bu- el pequeño Diafoirus, se separa de su mujer.- Si ella che,—repWcó Mistigris. llegase á necesitar de vuestros auxilios, yo os susti- —¡Y un traje! griego puro,—prosiguió Schinner. tuiría disfrazado; es una jugada que nunca ha careci- Ya comprendéis, héme ahí hecho un incendio. In- do de éxito en nuestras comedias, le respondí. Seria terrogo á mi Diafoirus, me dice que esta vecina se difuso pintaros los tiempos más deliciosos de mi vida, llama Zena." Me cambio de camisa. Para casarse con esto es, los tres días que pasé asomado á mi ventana, Zena, el marido, viejo infame, ha dado trescientos cambiando miradas con Zena y cambiando de camisa mil francos á los padres, tan célebre era la hermosu- todas las mañanas. Era el asunto tanto más espinoso ra de aquella jóven, verdaderamente la más hermosa cuanto que los menores movimientos eran significati- de toda la Dalmacia, Iliria, Adriático, etc. En aquel vos y peligrosos. En fin, Zena juzgó sin duda que pais compra uno á su mujer, y sin ver.... sólo un francés, un artista, era capaz en el mundo de —No iré por allí,—dijo el padre Léger. mirarla con ojos dulces en medio de los abismos que la rodeaban; y como quiera que odiaba á su horrible —Hay noches en que alumbran mi sueño los ojos pirata, contestaba á mis miradas con otras capaces de bien, la vieja fué quien me salvó, vais á verlo. Hacia elevar á un hombre á la bóveda del paraíso, sin gar- un tiempo tan hermoso, que para no inspirar sospe- ruchas. Llegué á la altura de don Quijote. Yo me chas fui á matar el tiempo contemplando el paisaje. exaltaba, me exaltaba. AI íin exclamé i—Sea! el viejo Despues de haberme paseado á lo largo de las mura- me matará, pero iré á su casa! Nada de estudios de llas, regreso tranquilamente con las manos en los paisaje, estudiaba la bicoca del Uscoque. Durante la bolsillos, y encuentro la calle obstruida de gente. noche, habiéndome puesto la más perfumada de mis ¡ Qué muchedumbre aquella! Lo mismo que si se tra- camisas, atravieso la calle, y entro tara de una ejecución! Esta muchedumbre se abalanza —¿En la casa?—dijo Oscar. sobre mí. Me veo preso, agarrotado, conducido y vi- —¿En la casa?—prosiguió Jorge. gilado por agentes de policía. No! no sabéis, y deseo —En la casa,—repitió Schinner. que nunca lo sepáis, lo que es pasar por un asesino á —Pues bien, sois un valiente,—exclamó el padre los ojos de un populacho desenfrenado, que os arroja Léger, yo no hubiera entrado. piedras, que aulla en pos de vosotros desde un extre- —Con mayor razón cuanto que no hubiérais podi- mo á otro de la calle principal de una pequeña ciu- do pasar por'la puerta,—respondió Schinner. Entro, dad, que os persigue con gritos de muerte. Ah! cada pues,—prosiguió, y siento dos manos que toman las ojo es una hoguera, cada boca una injuria, y aquellas mias. No digo una palabra, porque aquellas manos, llamaradas de odio ardiente crecen al grito espantoso suaves como la piel de una debolla, me recomenda- de: ¡ Muera! ¡abajo el asesino! que desde lejos parece ban el mayor silencio! Me soplan al oido en venecia- un coro de chantres. no:—¡Duerme! Luego, cuando estuvimos seguros de —¿Conque gritaban en francés aquellos dálma- que nadie podia encontrarnos, Zena y yo fuimos á tas?...,—preguntó el conde á Schinner, nos referís pasearnos por las murallas, pero acompañados, si os esa escena como si os hubiera ocurrido ayer. place, de una vieja dueña, fea como un viejo portero, Schinner permaneció desconcertado. y que nos seguía como nuestra sombra, sin que me —El tumulto habla el mismo idioma en todas par- fuera posible decidir á la señora pirata á separarse de tes,—dijo el profundo político Mistigris. tan absurda compañera. A la noche siguiente se repi- —En fin, —prosiguió Schinner, cuando llego al te la escena; yo queria mandar despedir á la vieja, palacio del lugar, y en presencia de los magistrados Zena se resiste á ello. Como mi amante hablaba grie- del país, sé que el maldito corsario ha muerto enve- go y yo veneciano, no podíamos entendernos; asi, nenado por Zena. Bien hubiera querido mudarme la dejamos de discutir. Yo me dije al mudarme la cami- camisa. Palabra de honor, yo no sabia una palabra sa:—Seguramente, mañana ya no habrá vieja, y nos de aquel melodrama. Parece que la griega mezclaba reconciliaremos cada uno en su lengua materna. Pues opio (abundan allí tanto las adormideras, como dice ese caballero!), al grog del pirata, con objeto de ro- —¿Por qué no ocurrirle á ese caballero lo que ha- barle un momento de libertad para pasearse, y la bia ocurrido ya una vez, durante la ocupacion fran- víspera, aquella desgraciada mujer babia equivocado cesa en Iliria, á uno dé nuestros más gallardos ofi- la dósis. La inmensa fortuna del condenado pirata ciales de artillería,—dijo intencionadamente el conde. era causa de toda la desgracia de mi Zena; pero ex- —¿Y vos habéis creído al artillero?—preguntó el plicó tan sencillamente las cosas, que desde un prin- astuto Mistigris al conde. cipio yo, según la declaración de la víspera, fui pro- —¿Y eso es todo?—preguntó Oscar. clamado inocente, con una órden del alcalde y del —Y bien,—dijo Mistigris, no puede referiros que comisario de policía austríaco que me mandaban tras- le han cortado la cabeza. Cuanto más se vive, más se ladarme á Roma. Zena, que abandonó á los herederos rie. y á la justicia gran parte de las riquezas de su mari- —Caballero, hay heredades en aquel país? pre- do, salió, según me han dicho, del apuro, con dos guntó el padre Léger. ¿Cómo cultivan en él? años de reclusión en un convento donde se halla to- —Allí cultivan el marrasquino,—dijo Mistigris, davía. Iré á pintar su retrato, porque dentro de algu- uDa planta que crece á la altura de la boca, y produ- nos años todo se habrá olvidado. Tales son las nece- ce el licor de este nombre. dades que comete uno á los diez y ocho años. —Ah! dijo el padre Léger. — Y me dejasteis sin un céntimo en la locanda de —No he pasado más que tres dias en la ciudad y Venecia,—dijo Mistigris. Desde Venecia fui á reunir- quince dias en la cárcel, nada he visto, ni siquiera me con vos á Roma, limpiando, á cinco francos uno, los campos en que se coge el marrasquino,—respon- retratos que no me pagaban; pero fueron los dias más dió Schinner. felices de mi vida! La felicidad, como suele decirse, —Se están burlando de vos,—dijo Jorge al padre no habita debajo de ombligos dorados, (la felicidad no Léger. El marrasquino viene metido en cajas. habita bajo dorados techos). Entonces el carruaje de Pierrotin descendía por una —Figuraos las reflexiones que me atormentarían de las rápidas vertientes del valle de Saint-Brice para en una cárcel dalmática, encerrado en ella sin pro- ganar la posada situada en medio de esta importante tección , debiendo responder á los austríacos de Dal- aldea, en donde solía detenerse cerca de una hora, macía, y amenazado de perder la cabeza por haberme para dar descanso á sus caballos, dejarles tomar su paseado dos veces con una mujer obstinada en llevar pienso y darles de beber. Era entonces la una y me- consigo á su portera. Eso se llama ser desgracia- dia poco más ó ménos. do!—exclamó Schinner. —Hola! es el padre Léger,—exclamó el posadero, —¿Cómo,—dijo candorosamente Oscar, os ha pa- apenas el carruaje se detuvo ante su puerta. ¿Al- sado eso? morzáis? —Una vez al dia,—respondió el obeso arrendata- —Así se fuma, jóven,—dijo el gran pintor. rio, partiremos un pastel. —Hé aquí otro procedimiento, jóven,—dijo Jorge —Procurad que nos den de almorzar,—dijo Jorge, imitando á Schinner, pero tragándose todo el humo. sosteniendo su bastón como un fusil, de una manera —Y mis padres que creen haberme dado educación! caballeresca que excitó la admiración de Oscar. —pensó el pobre Oscar, intentando fumar con gracia. Oscar reventó de rabia al ver á aquel aturdido Experimentó unas náuseas tan fuertes, que volun- aventurero sacar del bolsillo de su gaban una petaca tariamente se dejó robar su cigarro por Mistigris, de paja labrada, de la cual tomó un tabaco rubio que quien le dijo fumando con evidente placer: se puso á fumar en el umbral de la puerta, esperando —¿Teneis enfermedades contagiosas? el almuerzo. Oscar hubiera querido ser bastante fuerte para pe- —¿Fumáis?—dijo Jorge á Oscar. gar á Mistigris. —A veces,—respondió el ex-colegial, encorvando — ¡Cómo!—dijo para sí, pensando en el coronel su pequeño pecho y tomando cierto aire de arrogancia. Jorge, ocho francos de vino de Alicante y de talmou- Jorge presentó á Oscar y á Schinner la petaca en- ses, cuarenta sueldos de cigarros, y su almuerzo que teramente abierta. va á costarle.... —¡Càspita.'—dijo el gran pintor, cigarros de á diez —Ah, padre Léger, verdad que beberemos una bo- sueldos! tella de Burdeos?—dijo entonces Jorgelal arrendatario. — Son los últimos de los que he traido de España, —¡Un almuerzo que va á costarle diez francos!— —dijo el aventurero. ¿Almorzáis? exclamó para si Oscar. De manera que el gasto im- —No,—dijo el artista, me esperan en el palacio. porta ya más de veinte francos. Además, he tomado algo antes de ponerme en camino. Anonadado por el sentimiento de su inferioridad, —¿ Y vos?—dijo Jorge á Oscar. Oscar se sentó en el guardacantón y se perdió en re- —He almorzado,—respondió éste. flexiones que no le permitieron ver que su pantalón, Oscar hubiera dado diez años de vida por tener bo- arremangado á consecuencia de su postura, mostraba tas y trabillas. Y estornudaba, y tosia, y escupia, y se el punto de unión entre la vieja pierna de una media tragaba el humo con muecas mal disimuladas. y un pie de la misma enteramente nuevo, una obra —No sabéis fumar,—le dijo Schinner, mirad. maestra de su madre. Schinner, con el semblante inmóvil, aspiró el hu- —Somos hermanos en medias,—dijo Mistigris, le- mo de su cigarro y lo devolvió por la nariz sin la me- vantando un poco su pantalón para mostrar un efecto no» contracción. Fumó de nuevo, conservó el humo del mismo género: pero los zapateros son siempre los en su garganta, se quitó el cigarro de la boca y so- peor calentados, (en casa del herrero cuchillo de palo). pló graciosamente el humo. Esta broma hizo sonreír á M. de Sérisy que per- manecia con los brazos cruzados bajo la puerta co- permitirán comprar los Moulineaux en doscientos se- chera, á la espalda de los viajeros. senta mil francos contados antes que M. de Sérisy, Por locos que fuesen estos jóvenes, el sesudo hom- quien se dará por muy contento volviendo á comprar bre de Estado envidiaba sus defectos, amaba su petu- la finca en trescientos sesenta mil francos, en lugar lancia, admiraba la vivacidad de sus burlas. de ver las piezas de tierra puestas en adjudicación —¿Y bien, os quedareis con los Moulineaux? por- una por una. que habéis ido en busca de eseudos á Paris,_decia al —No está mal pensado eso, ciudadano,—exclamó padre Léger el posadero que acababa de mostrarle en el posadero. sus cuadras un jaco que se vendia. Será gracioso en —¿Verdad que no?—dijo el arrendatario. vos trasquilar á un Par de Francia, á un ministro de —Despues de todo,—continuó el posadero, la finca Estado, al conde de Sérisy. vale para él esa cantidad. El antiguo administrador no dejó ver la menor al- —Los Moulineaux producen hoy seis mil francos teración en su semblante, y se volvió para examinar limpios de impuestos y yo renovaré el alquiler en sie- al arrendatario. te mil quinientos por diez y ocho años. Así viene á ser —Es cosa hecha,—dijo en voz baja el padre Léger una imposición á más del dos y medio. El señor con- al posadero. de no será robado. Para no perjudicar á M. Moreau, —A fe mia, tanto mejor, me gusta ver á los no- él mismo me propondrá por arrendatario al conde, bles fastidiados. Y si para ello necesitárais unos vein- aparentará favorecer los intereses de su principal, te mil francos, os los prestaría; pero Francisco, el encontrándole casi el tres por ciento de su dinero y conductor de la Toucbard de seis horas, acaba de de- un locatario que pagará bien cirme que M. Margueron estaba convidado por el —¿En resumidas cuentas, qué gana en ello mon- conde de Sérisy á comer hoy mismo en Presles. sieur Moreau? —Ese es el proyecto de Su Excelencia, pero tene- —¡Cáscaras! si el conde le da diez mil francos, sa- mos también nuestras embosoadas,—respondió el pa- cará del negocio cincuenta mil; pero habrá sabido dre Léger. ganárselos. —El conde empleará al hijo de M. Margueron, y —Además, despues de todo, él cuida bien de Pres- vos, vos no teneis ningún empleo que dar!—dijo el les! y es tan rico!—dijo el posadero. Yo no le conoz- posadero al arrendatario. co ni de vista. —No; pero si el conde tiene de su parte á los mi- —Ni yo,—dijo el padre Léger; pero acabará por nistros, yo tengo de la mia al rey Luis XYIII,—aña- habitar allí; de lo contrario no gastaría doscientos dió el padre Léger al oido del posadero, y cuarenta mil francos en restaurar el interior del palacio. Es mil retratos del rey dados al bueno de Moreau, me tan hermoso como el del rey. —Ah; bien,—dijo el posadero, ya era hora de que ya! Es con referencia al padre Léger?.... Moreau hiciera su agosto. —Es con referencia á todos,—replicó el conde. —Si, porque una vez allí, los dueños, no se esta- —Tranquilizaos Despachemos, añadió Pierro- rán con las manos metidas en los bolsillos. tin entreabriendo la puerta de la cocina, llevamos re- El conde no perdió una palabra de esta conversa- traso. Escuchad, padre Léger, sabéis que debemos ción sostenida en voz baja. subir la cuesta; yo no tengo hambre, iré despacio, —¡Conque tengo aquí las pruebas que iba á bus- me alcanzareis enseguida, el andar os probará. car allí!—pensó mirando al obeso arrendatario que —¿Está incomodado Pierrotin?—dijo el posadero. entraba de nuevo en la cocina. Tal vez, se dijo, esto ¿No quieres venir á almorzar con nosotros? El coro- no pasa de proyecto? tal vez Moreau no ha aceptado nel paga vino de cincuenta sueldos y una botella de nada?.... Champagne. Tanto le repugnaba aún creer á su administrador —No puedo. Llevo un pescado que debe ser envia- capaz de ser cómplice de semejante conspiración. do á Stors á las tres, para una gran comida, y no Pierrotin vino á dar de beber á sus caballos. El con- hay que jugar con aquellos parroquianos, ni con los de pensó que el conductor iba á almorzar con el po- pescados. sadero y el arrendatario, así es que cuanto acababa —Pues bien,—dijo el padre Léger al posadero, de oir le hizo temer alguna indiscreción. engancha á tu cabriolé ese caballo que quieres ven- —Toda esa gente se pone de acuerdo contra nos- derme, nos harás alcanzar á Pierrotin, almorzaremos otros, no será ningún pecado desconcertar sus pla- en paz y formaré opinion de tu caballo. Cogeremos nes,—pensó. Pierrotin, dijo en voz baja al cochero, tres perfectamente en tu carraca. acercándose á él, te he prometido diez luises por Con gran contentamiento del conde, Pierrotin se guardarme ; pero si quieres continuar ocul- presentó para él mismo enjaezar de nuevo á sus ca- tando mi nombre, (y yo sabré si lo has pronunciado ballos. Schinner y Mistigris habían partido á la de- ó hecho el menor gesto que pueda revelarlo hasta es- lantera. Apenas Pierrotin, que de nuevo recogió á ta noche, á nadie, ni en ninguna parte, ni áun en los dos artistas en medio del camino de Saint-Brice á l'Isle-Adam), mañana por la mañana, á tu paso por Poncelles, llegaba á una eminencia de la vía,-desde allí, te daré los mil francos para completar el pago la cual se divisan Ecouen, el campanario de Mesnil y de tu nuevo carruaje. Así, para mayor seguridad, di- las selvas que rodean un paisaje arrebatador, cuando jo el conde, dando un golpecito en la espalda de Pier- el ruido de un caballo arrastrando á galope un ca- rotin que palideció de placer, no almuerces, quédate briolé que sonaba á hierro viejo, anunció la llegada á cuidar de tus caballos. del padre Léger y del compañero de Mina que se in- —Os comprendo perfectamente, señor conde, va- corporaron al carruaje. Cuando Pierrotin saltó sobre la berma para apearse en Moisselies, Jorge, que no —La diplomacia,—respondió Oscar. habiá cesado de hablar de la hermosura de la posa- Tres carcajadas partieron como tres cohetes de la dera de Saint-Brice con el padre Léger, exclamó: boca de Mistigris, del gran pintor y del padre Léger. —Toma, el paisaje no es malo, gran pintor. El conde mismo no pudo evitar una sonrisa. Jorge —Bah! no debe asombraros, á vos que habéis visto conservó su sangre fria. el Oriente y la España. —Por Alá, no hay de que reir, —dijo el coronel á — Y de la que tengo todavía dos cigarros! Si esto los que se reian. Unicamente, jóven,—prosiguió diri- no molesta á nadie, quereis acabar con ellos, Schin- giéndose á Oscar, se me figura que vuestra respetable ner? porque el jovencito ha tenido bastante con algu- madre se halla por el momento en una posicion social nas bocanadas de humo. poco conveniente para una embajadora.... Llevaba un El padre Léger y el conde guardaron un silencio cesto muy digno de estimación y un añadido en sus que pasó por una aprobación, así los dos narradores zapatos. fueron reducidos al silencio. Oscar, irritado de que le —Mi madre! caballero?—dijo Oscar con un movi- llamaran jovencito, dijo, en tanto que los dos jóvenes miento de indignación. Eh! era la criada de nuestra encendían sus cigarros: casa. —Si no he sido ayudante del general Mina, caba- —Be nuestra casa, es muy aristocrático eso,—ex- llero , si no he estado en Oriente, iré quizás. La car- clamó el conde interrumpiendo á Oscar. rera á que me destina mi familia me ahorrará, lo —El rey dice nosotros, — replicó con altivez Os- espero, la incomodidad de viajar en coucou, cuando car. tenga vuestra edad. Despues de haber sido un perso- Una mirada de Jorge reprimió la risa que se apode- naje, una vez en mi puesto, sabré conservarlo raba de todos, asimismo hizo comprender al pintor y — El calera puncturnl— prorumpió Mistigris, re- á Mistigris cuan necesario era manejar á Oscar para - medando la voz de pollo constipado que hacia aün explotar aquella mina de burlas. más ridiculas las palabras de Oscar, porque el pobre —Ese caballero tiene razón,—dijo el gran pintor al niño se hallaba en el periodo en que la barba apunta, conde, mostrándole á Oscar, las personas de calidad en que la voz toma su metal. Despues de todo, añadió dicen nosotros, solo la gente de poco más ó menos Mistigris, los extremos se tapan, (los extremos se dice mi casa. Siempre tiene uno la mania de aparen- tocan)! tar poseer lo que no posee. Para un hombre cargado —A fe mia,—dijo Schinner, los caballos no podrán de condecoraciones.... andar con tantos cargos. — El señor continua, pues, siendo decorador?— —Vuestra familia, jóven, piensa destinaros á una prorumpió Mistigris. carrera, y á cuál?—preguntó gravemente Jorge. —Vosotros conocéis apenas el lenguage cortesano. Solicito vuestra protección, Excelencia, — añadió sieur Royer-Collard?—preguntó Schinner. Schinner volviéndose á Oscar. -Mi preceptor se llama el abate Loraux, hoy vi- —Felicitóme de haber viajado en compañía, sin du- cario de San Sulpicio,—prosiguió Oscar, recordando da alguna, de tres hombres que son ó serán célebres: el nombre del confesor del colegio. un pintor ya ilustre,—dijo el conde, un futuro gene- —Habéis hecho bien, educándoos particularmente, ral y un jóven diplomático que devolverá algún dia la —dijo Mistigris, porque el fastidio nació un dia de Bélgica á la Francia. la Universidad; pero le recompensareis á vuestro Despues de haber cometido el odioso crimen de ne- abate? gar á su madre, Oscar, presa de la rabia al adivinar —Ciertamente, algún dia será obispo,—respondió cuanto se burlaban de él sus compañeros de viaje, re- Oscar. solvió vencer á cualquier precio su incredulidad. —Para honra de vuestra familia,—dijo sèriamente —No es oro todo lo que reluce, — dijo lanzando Jorge. centellas por los ojos. — Contribuiremos á colocarle, porque el abate —No se dice así!—exclamó Mistigris. Así: todo lo Frayssinous va con frecuencia á casa. que reluce no es fuerte. No progresareis mucho en la —Ah! conocéis al abate Frayssinous?—preguntó diplomacia, si no poseeis mejor vuestros proverbios el conde. —Si no sé bien los proverbios, sé á donde voy. —Debe favores á mi padre,—respondió Oscar. —Debeis ir muy lejos,—dijo Jorge, porque la cría- —¿Y vais sin duda á vuestras posesiones?—dijo da de vuestra casa os ha deslizado en el bolsillo pro- Jorge. visiones como para un viaje á Ultramar: bizcochos, —No, señor; pero yo puedo decir adonde voy, voy chocolate al palacio de Presles, á casa del conde de Sérisy. . —Un pan especial y chocolate, sí, señor,—prosi- —Ah! diantre, vais á Presles,—exclamó Schinner, guió Oscar, para mi estómago cuya excesiva delica- poniéndose encarnado como una cereza. deza no puede digerir los guisotes de las posadas. —¿Conocéis á su señoría el conde de Sérisy?—pre- —Esos guisotes son tan delicados como vuestro es- guntó Jorge. tómago,—dijo Jorge. El padre Léger se volvió para ver á Oscar, y le mi- —Ah! me gustan los guisotes,—exclamó el gran ró con aire estupefacto, exclamando: pintor. —¿M. de Sérisy está en Presles? V v —Esa palabra está de moda entre la más selecta —Así parece, puesto que voy allí,—revendió $ ' suciedad,—continuó Mistigris. «W* • • V' —¿Vuestro preceptor es, sin duda, alguna celebri- dad , M. Andrieux, de la Academia francesa, ó mon- —¿\ habéis visto al conde muchas veces?^prev~' guntó á Oscar M. de Sérisy. v ° „ ^ —Ni más ni ménos qae os estoy viendo á vos,— —Si tiene tanta influencia con el rey, por qué no respondió Oscar. Soy amigo de su hijo que tiene mi se hace tocar por él?—preguntó Jorge. edad, diez y nueve años, y montamos á caballo jun- —Esa mujer tiene, pues, un marido en cáscara?— tos casi todos los dias. dijo Mistigris. Un guiño de Pierrotin al padre Léger tranquilizó —El conde ha prometido treinta mil francos á un completamente al arrendatario. célebre médico escocés que le trata en este momento, —A fe mia,—dijo el conde á Oscar, me alegro de —continuó Oscar. encontrarme con un jóven que puede hablarme de ese —Pero entonces no habria que censurar á su mu- personaje; necesito de su protección en un asunto jer si se entregase á mejor suerte —dijo Schinner bastante grave, y en que le costaría muy poco favo- que no acabó. recerme, se trata de uoa reclamación cerca del go- —Lo creo, —dijo. Oscar. Ese pobre hombre está bierno americano. Me convendría mucho adquirir in- tan arrugado, tan viejo, que le haríais ochenta años! formes acerca del carácter de M. de Sérisy. Está flaco como un pergamino, y por su desgracia, —Oh! siquereis alcanzar algo,—respondió Oscar, comprende su posicion. tomando un aire malicioso, no os dirijáis á él, sino á —No debe oler bien,—dijo el jocoso padre Léger. su mujer; está enamorado de ella hasta la locura, —Caballero, adora á su mujer y no se atreve á re- nadie mejor que yo sabe hasta que punto, y su mujer ñirla, -prosiguió Oscar; representa con ella escenas no puede aguantarle. capaces de hacer reventar de risa, absolutamente co- —¿Y por qué?—dijo Jorge. mo Arnolfo en la comedia de Moliere —El conde padece enfermedades de la piel que le El conde, aterrado, miraba á Pierrotin, quien, al vuelven horroroso, y que en vano el doctor Aliberto verle impasible, imaginó que el hijo de Mme. Clapart se esfuerza en curar. De suerte que M. de Sérisy da- divulgaba calumnias. ría la mitad de su inmensa fortuna por tener un pe- —De manera, caballero, que si quereis sacar par- cho como el mió,—dijo Oscar apartando su camisa y tido,—dijo Oscar al conde, id á ver al marqués d'Ai- mostrando una encarnación de niño. Vive retirado en glemont. Si teneis de vuestra parte á ese viejo adora- su hótel. De manera que se necesita tener mucha in- dor de la señora, tendreis de un solo golpe á la mu- fluencia para encontrarle en él. Primero se levanta jer y al marido. muy de mañana, trabaja desde las tres hasta las ocho; —Es lo que nosotros llamamos de una piedra ha- desde esta hora se dedica á sus remedios: baños de cer dos sueldos, (matar dcfe pájaros de una pedrada), azufre ó de vapor. Se le cuece en especies de cajas de —dijo Mistigris. hierro, porque no abandona la esperanza de cui-arse. —Ah, eso es,—dijo el pintor, conque habéis visto al conde en cueros, sois pues su ayuda de cámara? —¿Su ayuda de cámara?—exclamó Oscar. sada en la cual los viajeros se detienen. Este trozo de —Diablo! no dice uno esas cosas de sus amigos en camino se anduvo en el silencio más profundo. os carruajes públicos,—prosiguió Mistigris. La pru- —¿Adónde se dirige, pues, ese picarillo?-pregun- dencia , joven, es madre de la sordera, (la prudencia tó el conde llevando á Pierrotin al patio de la posada. aparta el engaño). Yo no os escucho. —A casa de vuestro administrador. Es hijo de una —Aquí viene bien aquello de dime con quien an- pobre señora que habita en la calle de la Cerisaie, y das, y te diré á quien aborrecesI, (dime con quien á la que con mucha frecuencia llevo fruta, caza, ga andas y te diré quien eres). llinas, una tal Mme. Husson. —Aprended, gran pintor,—replicó Jorge senten- —¿Quién es ese caballero? —vino á preguntar á ciosamente, que no se puede hablar mal de personas Pierrotin el padre Léger, cuando el conde se hubo á quienes uno no conoce, y el pequeño acaba de de- separado del cochero. mostrarnos que se sabe á su Sérisy de memoria. Si —A fe mia, no lo sé, — réspondió Pierrotin, le sólo nos hubiese hablado de la señora, se hubiera po- conduzco por vez primera; pero podría ser algo se- dido creer que estaba en buenas relaciones con mejante al príncipe á quien pertenece el palacio de —Jóvenes, ni una palabra más acerca de la conde- Maffiers; acaba de decirme que le dejaré en el cami- sa de Sérisy!—exclamó el conde. Soy amigo de su no, no va á l'lsle-Adam. hermano, el marqués de Ronquerolles, y el que se —Pierrotin cree que es el habitante de Maffiers,— empeñase en dudar del honor de la condesa, tendría dijo á Jorge el padre Léger, volviendo á ocupar su que responderme de sus palabras. asiento en el carruaje. —Ese caballero tiene razón,—exclamó el pintor, En este momento los tres jóvenes, atontados como no se debe bromear con las mujeres. ladrones sorprendidos en flagrante delito, no se atre- —Mi Dios, mi honor y mi damaI He visto este vían á mirarse unos á otros, y parecían preocupados melodrama,—dijo Mistigris. por las consecuencias de sus mentiras. —Si no conozco á Mina, conozco al guardasellos, —A eso se llama hacer más fruto que trabajo,— —continuó el conde, mirando á Jorge. Si no llevo dijo Mistigris. mi$ condecoraciones, dijo mirando al pintor, impido — Ya veis que conozco al conde,—dijo Oscar. que se las den á quien no las merece. En fin, conoz- —Es muy posible; pero jamás sereis embajador,— co á tanta gente, que conozco á M. Grindot, el ar- respondió Jorge; cuando uno quiere hablar en los quitecto de Presles... Parad, Pierrotin, quiero apear- carruajes públicos, debe tener, como yo, el cuidado me un momento. de no decir nada. Pierrotin impulsó sus caballos hasta el extremo del Entonces el conde volvió á ocupar su asiento, y pueblo de Moisselles, en donde se encuentra una po- Pierrotin marchó en medio del más profundo si- —Señores,-dijo el conde, os deseo felices progre- lencio. sos en vuestras bellas carreras. Reconciliaos con el —Y bien, amigos mios,—dijo el conde al llegar al rey de Francia, señor coronel: los Czerni-Jorges no bosque Carreau, hétenos aquí mudos como si fuése- deben indisponerse con las Borbones. Nada tengo que mos al cadalso. pronosticaros, mi querido señor Schinner, porque ha- —En boca cerrada no entran moscas,—dijo sen- béis alcanzado ya la verdadera gloria, y la habéis al- tenciosamente Mistigris. canzado noblemente con obras admirables; pero in- —Hace buen tiempo,—añadió Jorge. fundís tales temores, que yo, que soy casado, no me —¿Qué pais es ese?—dijo Oscar, señalando la atreveré á ofreceros la gloria en mi campiña. En quinta de Francouville, que produce un magnífico cuanto al señor Husson, no necesita que le protejan, efecto á espaldas de la selva de Saint-Martin. posee los secretos de los hombres de Estado, puede —¡Cómo!—exclamó el conde, vos que según decís hacerles temblar. En cuanto á M. Léger, va á desplu- vais con tanta frecuencia á Prestes, no conocéis á mar al conde de Sérisy, y solo me resta suplicarle Francouville?.... que lo haga con mano firme! —El señor,—dijo Mistigris, conoce á las personas, —El comer y el rascar todo es empezar,—dijo Mis- pero no á las casas. tigris. —Los aprendices de diplomáticos bien pueden su- —Dejadme aquí, Pierrotin, mañana volvereis á re- frir algunas distracciones!—exclamó Jorge. cogerme en el mismo sitio! —exclamó el conde. — Acordaos de mi nombre!—respondió, furioso, Bajó y se perdió en un camino cubierto de árboles, Oscar. Me llamo Oscar Husson y seré célebre dentro abandonando á sus compañeros de viaje á la confusion. de diez años. —Oh! ese es el conde que ha alquilado á Francou- Despues de estas palabras, pronunciadas con mal ville, va allí,—dijo el padre Léger. tono, Oscar se acurrucó en un rincón. —Si otra vez,—dijo el falso Schinner, me ocurre —¿Husson de qué?—preguntó Mistigris. ¡tromear en carruaje, me bato en duelo conmigo mis- —De una gran familia, —respondió el conde, los mo. También tú tienes la culpa, Mistigris, añadió, Husson de la Cerisaie; ese caballerito ha nacido al pie dando un mojicon en la gorra á su gatuelo. de las gradas del trono imperial. —Oh! yo, que no he hecho otra cosa que seguiros Oscar se ruborizó entonces hasta la raiz de sus ca- á Venecia,—respondió Mistigris. Pero el que quiere bellos y una terrible inquietud le atormentó. Iban á ahogar á su perro le acusa de que nadel bajar la rápida cuesta de la Cueva, al pie de la cual —¿Sabéis,—dijo Jorge á su vecino Oscar, que si se encuentra, en un estrecho valle, al fin de la gran por casualidad ese caballero fuese el conde de Sérisy, selva de Saint-Martin, el magnífico palacio de Presles. no quisiera hallarme en vuestro pellejo, aunque esté tió del castillo, adornado de una inmensa canasta de libre de enfermedades? flores, rodeada de pilares enlazados con una cadena. Oscar, pensando en las recomendaciones de su ma- Mientras el padre Léger examinaba á Oscar, Jorge, á dre , que estas palabras le recordaron, se puso cárde- quien habia anonadado la calidad de arrendatario de no y dejó de sentir los efectos del vino. los Moulineaux tomada por el obeso agricultor, se —Ya hemos llegado, señores,—dijo Pierrotin, de- evadió con tanta rapidez que cuando el hombron bul- teniendo el carruaje ante una hermosa verja. lado buscó á su coronel, ya no le vió. La verja se —¿Cómo que hemos llegado?—dijeron á la vez el abrió á instancias de Pierrotin, quien entró orgulloso pintor, Jorge y Oscar. para depositar en la habitación del conserje los mil —Esa si que es buena, —dijo Pierrotin. ¿Qué es utensilios del gran pintor Schinner. Oscar quedó atur- eso, señores, ninguno de vosotros ha venido nunca dido de ver instalados en el palacio á Mistigris y al por aquí? Este es el palacio de Presles. artista, los testigos de sus bravatas. En diez minutos, 9 —Está bien, amigo,—dijo Jorge, recobrando su Pierrotin hubo terminado de descargar los paquetes I|J serenidad. Voy á la finca de los Moulineaux, añadió del pintor, los efectos de Oscar Husson y la linda ma- no queriendo dejar ver á sus compañeros de viaje que leta de cuero que confió con aire misterioso á la mu- iba al palacio. jer del conseje; luego deshizo lo andado, haciendo —Pues bien, entonces venís á mi casa?—dijo el chasquear su látigo, y tomó el camino de la selva de SI o padre Léger. l'Isle-Adam, conservando en su semblante la burlona —¿Cómo qué á vuestra casa? expresión de un rústico que calcula beneficios. Nada -Es que yo soy el arrendatario de los Moulineaux. faltaba % su felicidad, al dia siguiente debia tener sus ¿Y en qué podemos serviros, coronel? mil francos. —Dándome á probar vuestra manteca,—respondió Oscar, bastante avergonzado, daba vueltas en tor- Jorge, apoderándose de su cartera. no de la canasta, examinando lo que iba á ser de sus —Pierrotin,—dijo Oscar, llevad mis efectos á la dos compañeros de viaje, cuando de repente vió á habitación del administrador, voy directamente al M. Moreau saliendo de la gran sala llamada de guar- palacio. dias á lo alto de la escalera. Vistiendo un grande Y Oscar se internó por un sendero, sin saber adon- abrigo azul que le llegaba hasta los tacones, el admi- de se dirigía. nistrador, con calzas de piel ¿marillenta, botas de —Eh! señor embajador, que os meteis en la sel- montar, tenia un látigo en la mano. va,—gritó el padre Léger. Si quereis entrar en el —Y bien, muchacho, conque ya has venido! ¿Có- palacio dirigios á la puerta chica. mo está tu querida mamá?—dijo asiendo la mano de Obligado á entrar, Oscar se perdió en el gran pa- Oscar. Buenos dias, señores, sin duda sois los pinto- res que M. Grindot, el arquitecto, nos anunciaba, di- gaño. Sus cabellos ene-anecian. Sus ojos azules y una jo ai pintor y á Mistigris. gran nariz á manera de pico de cuervo, le daban un Silbó dos veces, sirviéndose del mango de su látigo. aire tanto más siniestro, cuanto que sus ojos se halla- Acudió el conserje. ban demasiado inmediatos á la nariz; pero sus anchos —Conducid esos caballeros á las habitaciones 14 y labios, el contorno de su rostro, el aire bondadoso de 15, Mme. Moreau os dará las llaves; acompañadles su andar, hubieran ofrecido á un observador indicios para enseñarles el camino, encended lumbre, si es de bondad. Lleno de decisión, de palabra brusca, im- necesaria para esta noche, y subid sus efectos á sus ponía enormemente á Oscar, por efecto de una pene- habitaciones. Tengo órden del señor conde de ofrece- tración inspirada por la ternura que le profesaba. ros mi mesa, señores,—prosiguió dirigiéndose á los Acostumbrado por su madre á engrandecer al admi- artistas, comemos á las cinco, como en París. Si sois nistrador, Oscar se sentia siempre pequeño en presen- cazadores, podréis divertiros mucho; tengo un permi- cia de Moreau; pero, al hallarse en Presles, experi- so de aguas y bosques; de suerte que aquí se caza en mentó un movimiento de inquietud, cual si esperara un espacio de veinte y cinco mil fanegas, sin contar algún daño de este paternal amigo, su único protector. nuestras posesiones. —V bien, Oscar mió, no pareces contento de ha- Oscar, el pintor y Mistigris, igualmente avergonza- llarte aquí?—dijo el administrador. Con todo, vas á dos, cambiaron una mirada; pero, fiel á su papel, divertirte; aprenderásá montar á caballo, á disparar Mistigris exclamó: un fusil, á cazar. — Bahl nunca conviene echar la manga tras el —Yo no sé nada de todo eso,—dijo estúpidamente puño, (echar la soga tras el caldero!). ^Helante Oscar. siempre. — Pero si te he mandado venir para que apren- El pequeño Husson siguió al administrador, quien das. le arrastró rápidamente hácia el parque. —Mamá me ha dicho que no permanezca aquí más —Santiago,—dijo á uno de sus hijos, vé á avisar á de quine« dias, á causa de Mme. Moreau. tu madre la llegada del pequeño Husson, y dile que me —Oh! ya veremos,—respondió Moreau, casi ofen- veo obligado á ir por un instante á los Moulineaux. dido de que Oscar pusiera en duda su autoridad con- Entonces, contando unos cincuenta años de edad, yugal. el administrador, hombre de estatura mediana y de Presentóse el hijo menor de Moreau, jóven de color moreno, parecía muy severo. Su semblante bi- quince años, despejado, listo. lioso , al cual los hábitos campestres habían impreso —Mira,—le dijo su padre, acompaña este camara- colores violentos, hacia suponer á primera vista un da á ver á tu madre. carácter diverso del suyo. Todo contribuía á este en- Y el administrador se dirigió rápidamente por el 8 camino más corto á la casa del guarda, situada entre pabellón por una escalera de diez peldaños. el parque y la selva. El pabellón que el conde habia Haciendo del primer piso su habitación, Mme. Alo- dado á habitar á su administrador habia sido cons- reau habia podido transformar en boudoir el antiguo truido, algunos años antes de la Revolución, por el dormitorio. El salón y este boudoir.% ricamente amue- empresario de la célebre tierra de Cassan, en donde blados con preciosidades elegidas entre el viejo movi- Bergeret, arrendatario general de una fortuna colo- liario del palacio, ciertamente no hubiesen desdecido sal, y que por su lujo se hizo tan célebre como los del hotel de una mujer á la moda. Tapizado de da- Bodard, los Páris, los Bourel, hizo jardines, rios, masco azul y blanco, en otro tiempo las ropas de un construyó cartujas, pabellones chinescos y otras mag- gran lecho de honor, este salón, cuyos muebles de nificencias ruinosas. Este pabellón, sito en medio de vieja madera dorada estaban guarnecidos de la misma un gran jardín con una pared medianera entre el pa- tela, ofrecia á las miradas cortinas y portiers muy an- tio de la servidumbre del palacio de Presles, tenia en chos, forrados de tafetan blanco. Cuadros procedentes otro tiempo su entrada por la calle mayor del pueblo. de entreventanas destruidas, jardineras, algunos lin- Bespues de comprar esta propiedad, M. de Sérisy pa- dos muebles modernos, y hermosas lámparas, sin dre no tuvo más que derribar esta pared y condenar contar una araña antigua de cristal tallado, daban á la puerta del lado del pueblo para reunir el pabellón esta pieza un aspecto grandioso. La alfombra era una con las habitaciones de su servidumbre. Suprimiendo alfombra antigua de Persia. El boudoir, enteramente otra pared, engrandeció su parque con todos los jar- moderno y al gusto de Alme. Moreau, afectaba la for- dines que el empresario habia adquirido para comple- ma de una tienda con sus cables de seda azul en un tar su finca. Este pabellón, construido de piedra pi- fondo de lino gris. Allí veíase el clásico diván con sus cada, al estilo del siglo de Luis XV, (basta esto para respaldos y sus almohadones de pie. En fin, las jar- decir que sus adornos consistían en servilletas debajo dineras, cuidadas por el jardinero en jefe, alegraban de las ventanas, como en las columnatas de la plaza la vista con sus pirámides de flores. El comedor y la de Luis XV, en estrías rígidas y secas), se compone sala de billar estaban amueblados de caoba. En torno en el piso bajo de un hermoso salón comunicando con de su pabellón, la mujer del administrador habia man- un dormitorio, y de un comedor acompañado de su dado seguir un parterre cuidadosamente cultivado que sala de billar. Estas dos habitaciones paralelas se ha- se unia al parque principal. Bosquecillos de árboles llan separadas por una escalera delante de la cual una exóticos ocultaban á la vista las habitaciones de la especie de peristilo, que sirve de antesala, tiene por servidumbre. Para facilitar la entrada de su habita- decorado la puerta del salón y la del comedor, una ción á las personas que la «sitaban, la administrado- enfrente de otra, y las dos muy adornadas. La cocina ra habia sustituido con una verja la antigua puerta se baila debajo del comedor, porque se sube á este condenada. La dependencia en que su empleo colocaba á los dineros del palacio. Cada uno de estos pequeños robos Moreau se encontraba, pues, diestramente disimula- iba acompañado de su justificación. Servia á la seño- da; y con mayor razón tenian el aspecto de gente rica ra la hija de un jardinero, siendo ya su doncella, ya administrando por gusto la propiedad de un amigo, su cocinera. Una moza de corral, encargada de la le- cuanto que ni el conde ni la condesa venian á abatir chería, ayudaba igualmente á las faenas domésticas. sus pretensiones; luego, las concesiones otorgadas por Moreau habia tomado un licenciado del ejército, lla- M. de Sérisy, les permitían 'vivir en esta abundancia, mado Brochón, para curar sus caballos y desempe- el lujo de la campiña. De manera que lacticinios, ñar los trabajos penosos. En Nerville,en Cbauvry, aves, huevos, caza, fruta, forraje, llores, legumbres, en Beaumont, enMaflliers, en Préroles, en Nointel, leña, todo, el administrador y su mujer lo cosechaban por todas partes la bella administradora era recibida en abundancia y con exactitud; puede decirse que no en casa de personas que ignoraban ó fingían ignorar compraban más que la vianda de carnicería," los vinos su primera condicion. Además, Moreau hacia favo- y los productos coloniales que exigía su vida regala- res. Dispuso de su señor para cosas que en Paris son da. La porquera amasaba el pan. Hacia, en fin, algu- fruslerías, pero que tienen importancia inmensa en el nos años que Moreau pagaba á su carnicero con cer- fondo de los campos. Despues de haber hecho nom- dos de su corral, al mismo tiempo que guardaba lo brar el juez de paz de Beaumont y el de l'Isle-Adam, necesario para su consumo. Un dia la condesa, siem- habia, en el mismo año, impedido la destitución de pre excelente para su antigua doncella, le regaló, un guardabosque general y obtenido la cruz de la quizás como recuerdo, una pequeña calesa de viaje Legión de honor para el jefe militar de Beaumont. pasada de moda, que Moreau hizo pintar de nuevo, y De suerte que no se verificaba una fiesta sin que fue- en la cual paseaba á su mujer, sirviéndose de dos sen invitados á ella M. y Mme. Moreau. El cura pár- buenos caballos, útiles además para los trabajos del roco y el alcalde de Presles iban á jugar todas las parque. Sin contar estos, el administrador tenia su noches á casa de Moreau. Difícil es no ser un exce- caballo de silla. Trabajaba en el parque y cultivaba lente sujeto despues de haberse establecido con tal bastante terreno para alimentar á sus caballos y á su comodidad. gente; agavillaba trescientos mil haces de excelente Bonita y remilgada, como todas las doncellas de heno, y no rendía cuentas más que de ciento, en vir- las grandes damas, que de casadas imitan á sus seño- tud de una autorización vagamente otorgada por el ras, la administradora importaba las modas nuevas conde. En vez de consumirla, vendía la mitad que en la comarca; calzaba borceguíes muy caros, y no percibía sobre los censos. A expensas del parque iba á pie más que los dias en que el tiempo estaba mantenía con largueza su corral, su palomar, sus va- bueno. Aunque su marido no asignaba sino quinien- cas ; pero el estiércol de su cuadra servia para los jar- tos francos para atavíos, esta suma es enorme en el campo, sobre todo cuando se la emplea bien; de ma- burlado de ella al verla establecida en el pabellón co- nera que la administradora, rubia, resplandeciente y mo una mujer de calidad. fresca, de unos treinta y seis años de edad, habiéndo- El motivo de la profunda enemistad que reinaba se conservado endeble, linda y gentil, á pesar de sus entre los Reybert y los Moreau, provenia de una ofen- tres hijos, se hacia aún la jóven y se daba aires de sa mfenda por Mme. de Reybert á Mme. .Moreau, á princesa. Cuando se la veia pasar en su calesa, diri- consecuencia de un primer pique que se habia permi- giéndose á Beaumont, si algún forastero preguntaba: tido la mujer del administrador á la llegada de los —¿Quién es? Mme. Moreau se ponia furiosa cuando Reybert, con objeto de no dejar que menoscabara su respondía un hombre del país:—Es la mujer del admi- supremacía una mujer hija de Corroy. Mme. de Rey- nistrador de Presles. Le gustaba que la tomaran por bert habia recordado, tal vez hecho saber á toda la la dueña del palacio. En las aldeas se complacía en comarca, la primitiva condicion de Mme. Moreau. La proteger á la gente, como hubiera podido hacerlo palabra ¡doncella! voló de boca en boca. Los envidio- una gran dama. La influencia de su marido con él sos que los Moreau debian tener en Beaumont, en conde, demostrada con tantas pruebas, impedia á la l'Isle-Adam, en Maffliers, en Champagne, en tferville clase media burlarse de Mme. Moreau, la cual, á los en Chauvry, en Baillet, en Moisselles, comentaron tan ojos de los aldeanos, parecía un personaje. Por lo bien la noticia, que cayó sobre la casa Moreau más demás, Estela, (se llamaba Estela), no se mezclaba de una chispa de este incendio. Cuatro años hacia que en los asuntos de la administración, como la mujer los Reybert, excomulgados por la bella administrado- de un agente de cambios no se mezcla en los nego- ra, se veian objeto de tanta animadversión de parte cios de la Bolsa; hasta fiaba de su marido los cuida- de los afectos á Moreau, que su posicion en el pais no dos de la casa, de la fortuna. Confiada en sus medios, hubiera sido sostenible sin la idea de venganza que se hallaba á mil leguas de sospechar que esta encan- hasta entonces les habia alentado. Los Moreau, en tadora existencia, que contaba diez y siete años de muy buenas relaciones con Grindot, el arquitecto, ha- duración, pudiera jamás verse amenazada; con todo, bían sido prevenidos por él de la próxima llegada de al saber la resolución del conde, relativa á la uestau- un pintor encargado de concluir las pinturas de orna- racion del hermoso palacio de Presles, habíase senti- to derpalacio cuyos lienzos principales acababan de do atacada en todas sus satisfacciones, y habia incli- ser ejecutados por Schinner. El gran pintor habia re- nado á su marido á entenderse con Léger, á fin de comendado al viajero acompañado de Mistigris, para poder retirarse á I'lsle-Adam. Hubiera sufrido dema- los marcos, arabescos y otros accesorios. De suerte, siado al hallarse en una dependencia casi doméstica que hacia dos dias que Mme. Moreau se ponia en pie en presencia de su antigua señora, que se hubiese de guerra y estaba á la espectativa. Un artista que durante algunas semanas debia ser su comensal, exi- gia gastos. Schinner y su mujer habiau tenido sus ha- hallarse ante la canasta de flores, en el gran patio bitaciones en el palacio, en donde, por orden del con- del castillo, como una castellana, al pasar los carrua- de, fueron tratados como Su Señoría en persona. jes. Colocaba sobre su cabeza una deliciosa sombrilla Grindot, comensal de los Moreau, daba al gran ar- rosa,.forrada de seda blanca con franjas. Al ver á tista tales pruebas de respeto, que ni el administra- Pierrotin, que entregaba á la conserje del palacio los dor ni su mujer se habian atrevido á familiarizarse extraños paquetes de Mistigris, sin que ningún via- con este gran artista. Además, los más nobles y los jero se presentase, Estela viú frustradas sus esperan- más ricos particulares de las cercanías habian obse- zas, con el sentimiento de haberse ataviado inútil- quiado á porfía á Schinner y su esposa, disputándose mente. Semejante á la mayor parte de las personas este honor. Así es que, muy satisfecha de tomar en domingueras, sintióse incapaz de otra ocupacion que algún modo su revancha, Mme. Moreau se prometía la de tontear en su salón, esperando el coche de cacarear en el país al artista que esperaba y presen- Beaumont, que pasaba una hora despues que el de tarlo como igual en talento á Schinner. Pierrotin, por más que no saliese de París hasta la Por más que la víspera y la antevíspera hubiese una de la tarde, y entró en su habitación mientras lucido dos atavíos llenos de coquetería, la bella admi- los artistas procedían á vestirse en toda regla. El jó- nistradora había escalonado harto bien sus recursos ven pintor y Mistigris oyeron, en efecto, tan repelidas para no haber reservado el atavío más encantador, veces los elogios que de la hermosa Mme. Moreau, no dudando que el artista iría á comer el sábado. Ha- hacia el jardinero, á quien pidieron informes, que- bíase, pues, calzado unos borceguíes de becerro uno y otro sintieron la necesidad de empaquetarse bronceado y unas medias de hilo de Escocia. Xn ves- (término de taller), y guardaron su mis superlativa tido rosa con mil rayas, un cinturon rosa con hebilla compostura para presentarse en el pabellón del admi- de oro ricamente cincelada, una Jeannelte al cuello y nistrador, adonde les condujo Santiago Moreau, el unos brazaletes de terciopelo en sus brazos desnudos, mayor de sus hijos, un atrevido muchacho, vestido á (Mme. de Sérizy tenia hermosos brazos y los dejaba la inglesa, con una linda bala de cuello vuelto, que ver mucho) daban á Mme. Moreau todas las aparien- durante las vacaciones vivia como el pez en el agua, cias de una elegante parisiense. Llevaba un ma" nífi- en esta posesion donde su madre reinaba como sobe- co sombrero de paja de Italia, adornado de un rami- rana absoluta. llete de rosas de espuma, comprado en casa de Nat- —Mamá,—dijo, ahí tienes á los artistas enviados tier bajo cuyas alas caian, como una cascada de bri- por M. Schinner. llantes bucles, sus hermosos cabellos rubios. Despues Mme. Moreau,muy agradablemente sorprendida, de haber ordenado la comida más delicada y pasado se levantó, mandó á su hijo ofrecer sillas y desplegó revista á su habitación, se habia paseado procurando sus gracias. —Mamá, el pequeño Husson está con mi padre,— —José Bridau,—respondió el pintor, excesivamen- añadió el niño al oido de su madre, voy á traértelo... te ocupado en saber con que mujer se las habia. — No te apresures, divertios juntos,—dijo la Mistigris principiaba á rebelarse interiormente con- madre. tra el tono protector de la bella administradora; pero —Estas solas palabras no te apresures, dieron á esperaba, lo mismo que Bridau, algún gesto, alguna comprender á ios artistas la escasa importancia de su palabra que arrojase luz, una de esas palabras entre compañero de viaje; pero revelaba también el senti- mono y delfín que los pintores, esos crueles y natura- miento de una madrastra hacia un hijastro. En efec- les observadores de lo ridículo, que es el pasto de su to, Mme. Moreau que despues de diez y siete años de lápiz, recogen con tanta presteza. Y ante todo, las matrimonio no podia ignorar el afecto del adminis- gruesas manos y los gruesos pies de Estela, hija de trador hácia Mme. Clapart y el pequeño Husson, • unos aldeanos de las cercanías dé Saint-Ló, chocaron aborrecía á la madre y al hijo de una manera tan á los dos artistas; luego una ó dos locuciones de cria- pronunciada, que fácilmente se comprenderá porque da, giros gramaticales que desmentían la elegancia el administrador no se habia arriesgado todavía á ha- del atavío, hicieron en breve reconocer su presa al cer venir Oscar á Presles. pintor y á su discípulo; y con una sola mirada cam- —Mi marido y yo,—dijo á los dos artistas, estamos biada entre ellos, ambos convinieron en tomar en se- encargados de haceros los honores del palacio. Ama- rio á Estela, á fin de pasar agradablemente el tiempo mos mucho las artes, y sobre todo á los artistas, aña- que durase su retiro. dió haciendo una mueca, y os suplico que os halléis —Amáis las artes, quizás las cultiváis con éxito, aquí como en vuestra casa. En el campo, ya lo sabéis, señora?—dijo José Bridau. no se usan etiquetas; es preciso que uno goce de en- —No. Sin ser descuidada, mi educación ha sido pu- tera libertad .sin la cual todo seria insípido. Hemos ramente comercial; pero poseo un sentimiento tan de- tenido ya á M. Schinner.... licado y tan profundo de las artes, que M. Schinner, Mistigris miró maliciosamente á su compañero. siempre que acababa de pintar un trozo, me llamaba —Vosotros le conocéis sin duda?—prosiguió Estela solicitando mi opinion. despues de una pausa. —Como Moliere consultaba á Laforét,—dijo Mis- — ¿Quién no le conoce, señora, —respondió el tigris. pintor. Sin saber que Laforét fuese una criada, Mme. Mo- —Es conocido como el lúpulo (como el doblon)— reau respondió con una inclinación, que demostraba añadió Mistigris. que en su ignorancia aceptaba esta frase como un . —M. Grindot me ha dicho vuestro nombre,—pre- cumplimiento. guntó Mme. Moreau, pero yo.... — ¿Cómo no os ha ofrecido esquiciaros?....—dijo Bridau. Los pintores rabian por las mujeres hermosas. adoran los pintores, y que tiene sobre ellos muchos —¿Qué quereis decir con eso? — prorumpiú Mme. derechos. Moreau, pintada en su semblante la cólera de una —Son muy simpáticos,—pensó Mme. Moreau. ¿Os reina ofendida. gusta pasear por la tarde, despues de comer, en ca- —En términos de taller se llama esquiciar una ca- lesa, por los bosques? beza á trazar su perfil, — dijo Mistigris con aire insi- —¡Oh! ¡oh! ¡oh! ¡oh! ¡oh!—prorumpió Mistigris á nuante, y nosotros no pedimos permiso de esquiciar cada circunstancia y con tonos extáticos; Prestes será sino las cabezas hermosas. De ahi la locucion: — Es el paraíso terrenal. una hermosura digna de esquicio I —Con una Eva, una rubia, una jóven y arrebata- —Ignoraba el origen de esa palabra, respondió ella, dora criatura!—añadió Bridau. dirigiendo á Mistigris una mirada llena de dulzura. En el momento en que Mme. Moreau se pavoneaba —Mi discípulo M. León de Lora, —dijo Bridau, y cernia en el séptimo cielo, fué llamada á la tierra, revela muy felices disposiciones para el retrato. Se como una cometa por medio de una cuerda. consideraría muy dichoso, hermosa dama, con deja- —¡Señora!—exclamó su doncella, entrando como ros un recuerdo de nuestro paso por aqui, pintando una bala. vuestra encantadora cabeza. —¡Y bien, Rosalía! quien os autoriza á entrar aquí José Bridau hizo un signo á Mistigris, como para sin ser llamada? decir: — ¡Adelante 1 no es tan fea esta mujer. Rosalía no hizo el menor caso del apòstrofe, y dijo En vista de ello, León de Lora se deslizó sobre el al oido de su señora: canapé, al lado de Estela, y le tomó una mano que —El señor conde se halla en el palacio. ella se dejó tomar. — ¿Pregunta por mí?—replicó la administradora. —¡Oh! señora, si para dar una sorpresa á vuestro —No, señora... pero... pide su maleta y la llave esposo, quisiérais concederme algunas sesiones en se- de sus habitaciones. creto, procuraría excederme á mí mismo. Sois tan —Que se las den, —dijo ella haciendo un gesto de bella, tan fresca, tan encantadora!.... Un hombre sin mal humor para disimular su turbación. talento llegaría á ser un genio teniéndoos por mode- —Mamá, aquí te traigo á Oscar Husson!—exclamó lo!.... Hallaría en vuestros ojos tanta.... el más jóven de sus hijos, entrando con Oscar, quien, —Luego pintaremos á vuestros queridos hijos en encarnado como una cereza, no se atrevió á avanzar, los arabescos,—dijo José, interrumpiendo á Mistigris. viendo vestidos á los dos pintores. —Preferiría tenerlos en mi salón; pero eso seria in- —Al fin has venido, mi pequeño Oscar, —dijo Es- discreto , prosiguió mirando á Bridau con coquetería. tela con afectación. Espero que te vestirás, prosiguió —La hermosura, señora, es una soberana á quien despues de mirarle de pies á cabeza con el mayor des- . precio. Tu madre 110 te ba acostumbrado, asi lo creo, gada de Su Señoría, ni lo que viene á hacer aquí. Y á comer con gente, mal pergeñado de ese modo. Moreau que ha salido! —¡Oh!—prorumpió el cruel Mistigris, un futuro —Su excelencia suplica al señor Schinner que pase diplomático debe hallarse en fondos... de pantalón. al palacio,—dijo un jardinero, dirigiéndose á José, y Dos trajes valen mas que uno. le ruega que tenga la amabilidad de comer con él, lo — ¡Un futuro diplomático!—exclamó Mme. Mo- mismo que el señor Mistigris. reau. —¡Estamos frescos!—dijo riendo el gatuelo. Ese á Aqui al pobre Oscar se le llenaron los ojos de lágri- quien hemos tomado por un plebeyo en el carruaje de mas, mirando alternativamente á José y á León. Pierrotin, ese es el conde. Con razón se dice que ja- —Una broma de viaje,—respondió José, quien por más se arremanga lo que se busca, (jamás se encuen- compasion quiso sacar á Oscar de este mal paso. tra lo que se busca.) —El pequeño ha querido reirse como nosotros, y Oscar se transformó casi en estátua de sal; porque ha bromeado,— dijo el cruel Mistigris, bélo aquí aho- ai oir esta revelación sintió su gaznate mas salado que ra como un asno en la pradera. el mar. —Señora, dijo Rosalía, volviendo á la puerta del —Y vos que le habéis hablado de los adoradores de salón, su excelencia ordena una comida para ocho su mujer y de su enfermedad secreta!— dijo Mistigris personas, y quiere ser servido á las seis. ¿Qué hace- á Oscar. mos?... —¿Que quereis decir con eso? — exclamó la mujer Durante la conferencia de Estela y su primera don- del administrador, mirando á los dos artistas que sa- cella , los dos artistas y Oscar cambiaron miradas en lieron riéndose de la cara de Oscar. las cuales se pintaron horribles aprensiones. Oscar permaneció mudo, aterrado, estúpido, no —¡Su Excelencia aquí! — dijo José Bridau. oyendo nada, por mas que Mme. Moreau le dirigia —Sí, el señor conde de Sérisy,—respondió el pe- preguntas y le sacudía violentamente por uno de sus queño Moreau. brazos que había asido y apretaba con fuerza; pero —¿Se hallaba por casualidad en el coucou?—dijo se víó obligada á dejar á Oscar en su salón, sin haber León de Lora. obtenido respuesta, porque Rosalía la llamó de nuevo —¡Oh!—respondió Oscar, el conde de Sérisy no para pedirle ropa blanca, vajilla de plata, y para que puede viajar sino en un carruaje de cuatro caballos. cuidase por sí misma de ejecutar las multiplicadas ór- —¿Cómo ha llegado el señor conde de Sérisy?—dijo denes que daba el conde. La gente, los jardineros, el el pintor á Mme. Moreau, cuando ésta volvió á su si- conserje y su mujer, todos iban y venían en una con- tio bastante mortificada. fusión fácil de concebir. El amo habia caído en su —No lo sé,—respondió ella, no me esplico la lle- casa como una bomba. En efecto, desde lo alto de la cueva, el conde por creyó seducido por ellos. Así es que, á la puerta de la un sendero de él conocido, habia ganado la casa del posada, durante la conversación del padre Léger y guarda, á la que llegó mucho antes que Moreau. El del posadero, pensaba aün en perdonar á su adminis- guarda quedó estupefacto al ver al verdadero amo. trador despues de una buena reprensión. ¡Cosa extra- ña! La felonía de su hombre de confianza no le preo- — ¿Está aquí Moreau, pues veo su caballo? —pre- cupaba más que como un episodio, desde el momento guntó M. de Sérisy. en que Oscar habia revelado las gloriosas enfermeda- —No, monseñor, pero debiendo ir á los Moulineaux des del trabajador intrépido, del administrador napo- antes de comer, ha dejado aquí su caballo mientras leónico. Secretos tan bien guardados no habían podido da algunas órdenes en el palacio. ser vendidos más que por Moreau, quien se habia El guarda ignoraba la importancia de esta respues- burlado sin duda de su bienhechor con la antigua don- ta , que en las actuales circunstancias, á los ojos de cella de Mme. de Sérisy, ó con la antigua Aspasia del un hombre perspicaz, equivalía á una certidumbre. Directorio. Ai precipitarse en el camino de atajo, este —Si tienes aücion á tu empleó,—dijo el conde á su Par de Francia, este ministro, habia llorado como un guarda, vas á ir á escape á Beaumonten este caballo, niño. ¡Habia vertido sus últimas lágrimas! Todos los y entregarás á M. Margueron el billete que voy á es- sentimientos humanos estaban de tal modo y tan vi- cribir. vamente atacados á la vez, que este hombre tan sere- El conde entró en el pabellón, escribió unas lineas, no caminaba por un parque como camina una fiera las dobló de modo que fuese imposible desdoblarlas herida. sin que se conociera, y las entregó á su guarda cuan- do le vió á caballo. Cuando Moreau pidió su caballo, y la mujer del guarda le hubo respondido:—El señor conde acaba de —Ni una palabra á alma viviente!—dijo. En cuanto llevárselo. — Quién, el señor conde? — exclamó. á vos, señora, añadió hablando con la mujer del guar- —Monseñor el conde de Sérisy, nuestro amo,—dijo da, si Moreau sé admira de no encontrar su caballo, ella. Se halla quizás en el palacio, — añadió para des- le diréis que yo lo he tomado. embarazarse del administrador, quien no compren- Y el conde se metió en su parque, cuya verja le fué diendo una palabra de este asunto, se dirigió bá- franqueada á un gesto suyo. Por acostumbrado que cia él. uno se halle al estrago de la política, á sus emocio- Moreau retrocedió en breve para interrogar á la nes, á sus descontentos, el alma de un hombre bas- mujer del guarda, porque habia concluido por encon- tante fuerte para amar todavía á la edad del conde, trar gravedad en la llegada secreta y en la rara acción es siempre jóven para la traición. Costaba tanto á de su señor. La mujer del guarda, asustada al verse M. de Sérisy verse engañado por Moreau, que en Saint- cogida, como en un tornillo, entre el conde y el ad- Brice, más que cómplice de Léger y del notario, le ministrador, se habia encerrado dentro del pabellón, es el viajero que sin' la galantería de un jóven iba á bien resuelta á no abrir á nadie más que á su marido. agazaparse como un conejo en el carruaje de Pier- Moreau, cada vez más inquieto, á pesar de sus botas rotin. de montar se dirigió corriendo á la conserjería en —Como un conejo, en el coche de Pierrotin?... donde supo al ñn que el conde se vestia. Rosalía, á —exclamaron el administrador y la porquera. quien el administrador encontró, le dijo:—Siete per- —Estoy seguro de ello, precisamente ácausa de lo sonas deben comer con Su Señoría. que me dice esta muchacha,—prosiguió Jorge Marest. Moreau se encaminó á su pabellón, y entonces vió —¿Cómo puede ser eso?—prorumpió Moreau. á su moza de corral sosteniendo un altercado con un —Ah! así es,—exclamó el escribiente. Para mis- hermoso jó ven. tificar á los viajeros, les he referido un atajo de dis- — El señor conde ha dicho el ayudante de Mina, parates acerca del Egipto, la Grecia y la España. un coronel! — exclamaba la pobre jóven. Llevaba espuelas, me he hecho pasar por un coronel —Yo no soy coronel, — respondía Jorge. de caballería, una historia de risa. — ¡Pues bien! os llamais Jorge? —Veamos,—dijo Moreau. Describidme el viajero —¿Qué ocurre? —dijo el administrador intervi- que á vuestro modo de ver seria'el conde. niendo en la cuestión. —Pero,—dijo Jorge, si tiene la cara como un la- —Caballero, me llamo Jorge Marest, soy hijo de drillo, los cabellos enteramente blancos y las cejas un rico quinquillero al por mayor de la calle Saint- negras. Martin, y vengo para un asunto á casa del señor con- -¡El es! de de Sórisy, de parte del señor Crottat, notario, cu- — ¡Estoy perdido! — dijo Jorge Marest. yo segundo escribiente soy. —¿Por qué? —Y yo repito á este caballero que monseñor acaba —Me he burlado de sus condecoraciones. de decirme: «Va á presentarse un coronel llamado —Bah! es muy bueno, le habréis divertido. Venid Czerni-Jorge, ayudante del general Mina, que ha ve- enseguida al palacio, —dijo Moreau, subo á sus ha- nido en el coche de Pierrotin; si pregunta por mí, bitaciones. ¿Pero dónde se ha separado de vos? hacedle entrar en la sala de espera.» —En la cima de la montaña. —Vaya, caballero, no hay que jugar con Su Seño- —Me confundo, — exclamó Moreau. ría,— dijo el administrador. ¿Pero cómo Su Señoría —Despues de todo, le he embromado, pero no le ha venido aquí, sin avisarme su llegada? ¿Cómo el he ofendido, — se dijo el escribiente. señor conde ha podido saber que habéis viajado en el —¿Y á que venís? —preguntó el administrador. coche de Pierrotin? —Pero si traigo extendida la escritura de venta de —Sin duda alguna, —dijo el escribiente, el conde la finca de los Moulineaux l — ¡ Dios mió! —exclamó el administrador, no en- tener secreto, si fuese á reirse de él á casa de una tiendo una palabra de esto. ramera? Moreau sintió que le molestaban los latidos de su —Le molería á palos. corazon, cuando despues de haber dado dos golpes á —Y si descubriérais además que vende vuestra la puerta de su principal, oyó: confianza y os roba? — ¿Sois vos, señor Moreau? —Trataría de sorprenderle in fraganti, y le en- —Si, monseñor. viaría á presidio. ni —¡Adelante!... —Escuchad, señor Moreau: sin duda habéis habla- >- El conde se habia puesto un pantalón blanco y do de mis enfermedades en casa de Mme. Clapart, y unas botas finas, un chaleco blanco y un frac negro os habéis reído, en su casa, con ella, de mi amor á • sobre el cual brillaba, á la derecha, la insignia de la la condesa de Sérisy; porque el pequeño Husson ins- gran cruz de la Legión de honor; á la izquierda, de truía de una infinidad de circunstancias relativas á mi un ojal, pendía el Toison de Oro al extremo de una tratamiento, á los viajeros de un carruaje público, K - cadena del mismo metal. El cordon azul se- destacaba esta mañana, en mi presencia, y Dios sabe en que vivamente sobre el chaleco. El mismo habia peinado lenguaje! Osaba calumniar á mi mujer. En fin, he sus cabellos, y sin duda se habia engalanado así para sabido por boca del mismo padre Léger, que regre- n saba de Paris en el coche de Pierrotin, el plan fra- hacera Margueron los honores de Presles, y quizás o para ejercer sobre este buen hombre los prestigios de guado por el notario de Beaumont, por vos y por él, % la grandeza. relativamente á los Moulineaux. Si habéis estado en ui —Y bien, caballero,—dijo el conde, permanecien- casa de Margueron, ha sido para decirle que se fin- do sentado y dejando á Moreau de pie, conque no po- giera enfermo; está tan bueno, que le espero á comer, demos cerrar el trato con Margueron? y va á venir. Y bien, caballero! os perdonaba que —En estos momentos vendería su finca sobrado poseyérais doscientos cincuenta mil francos de fortu- cara. na, ganados en diez y siete años... Esto lo comprendo. — ¿Peropor qué no vendría? —dijo el conde, afec- Tantas veces cuantas me hubiérais pedido lo que me tando un aire meditabundo. quitabais ó lo que se os habia ofrecido, os lo habría —Está enfermo, monseñor... dado: sois padre de familia. Habéis sido, en vuestra falta de delicadeza, mejor que otro , lo creo.... Pero —¿Estáis seguro de ello? vos, que conocéis mis trabajos en pro del país, de la —He ido á verle, y... Francia; vos, que me habéis visto más de cien no- —Caballero, —dijo el conde, tomando un aspecto ches velar por el Emperador, ó trabajando diez y ocho de severidad terrible, qué haríais á un hombre de horas diarias durante trimestres enteros; vos, que confianza que os viera curaros un mal que deseárais de los médicos, que practica la gente del pueblo sabéis cuanto amo á Mme. de Sérisy, haber charlado He hablado de vuestros sentimientos en presencia del sobre ello delante de un niño, haber entregado mis pequeño cuando se hallaba durmiendo, (parece que secretos, mis afecciones á la risa de una Mme. Hus- nos oia!) pero fué siempre en términos llenos de cari- son!... ño y de respeto. La desgracia quiere que algunas in- —Monseñor discreciones sean castigadas como crímenes. Pero al —Es imperdonable. Herir á un hombre en sus in- aceptar los efectos de vuestra cólera, sabed al menos tereses, eso no vale nada; pero atacarle en su cora- como las cosas han ocurrido. Oh! fué de corazon á zon?.... Oh! no sabéis lo que habéis hecho! corazon como hablé de vos con Mme. Clapart. Final- El conde dejó caer la cabeza entre las manos y per- mente, podéis interrogar á mi mujer.... jamás hemos •Í 2 maneció un momento silencioso. hablado entre nosotros de estas cosas.... —Os dejo cuanto poseeis,—prosiguió, y os olvi-^ * —Basta, —dijo el conde cuya convicción era com- daré. Por mi propia dignidad, por vuestro propio pleta, no somos niños, todo es irrevocable. Id á poner honor, nos separaremos decorosamente, porque en en órden vuestros asuntos y los mios. Podéis seguir este momento recuerdo lo que vuestro padre hizo habitando el pabellón hasta el mes de octubre. M. y por el mió. Os entendereis, sea, con Mi de Reybert, Mme. de Reybert se alojarán en el palacio; sobre to- vuestro sucesor. Estad, como yo, sereno. No os ofrez- do procurad vivir con ellos como personas de calidad •n cáis en espectáculo á los necios. Sobre todo, nada de que se aborrecen, pero que guardan las apariencias. o i insultos, ni de quisquillas. Si ya no poseeis mi con- El conde y Moreau bajaron, Moreau, blanco como fianza, procurad guardar el decoro de la gente rica. los cabellos del conde, el conde, sereno y digno. En cuanto á ese bribonzuelo que ha estado á pique Durante esta escena, el coche de Beaumont, que de matarme, que no duerma en Presles! Alojadle en sale de Paris á la una, se habia detenido en la veija la posada, no respondería de mi cólera si le viera en y bajaba al palacio el señor Crottat, quien, según la mi presencia. órden dada por el conde, esperaba en el salón en don- — Yo no merecía tanta dulzura, monseñor, dijo de encontró á su escribiente muy avergonzado, en Moreau, con las lágrimas en los ojos. Sí, si hubiese compañía de los dos pintores, embarazados los tres estado desprovisto de toda probidad, tendría quinien- con sus personajes. M. de Reybert, un hombre de tos mil francos mios; además, me ofrezco á presenta- cincuenta años, de rostro áspero, pero honrado, ha- ros las cuentas de mi fortuna y á detallárosla! Pero bia venido acompañado del viejo Margueron y del no- permitid que os diga, monseñor, que al hablar de vos tario de Beaumont que tenia en la mano un fajo de con Mme. Clapart, jamás fué en tono de burla; sino documentos y de escrituras. Cuando todas estas per- al contrario, compadeciendo vuestro estado y para sonas vieron aparecer al conde con su traje de hombre preguntarle si sabia algunos remedios desconocidos de Estado, Jorge Marest tuvo un ligero movimiento —Be mi amigo Schinner que me lo ha prestado,— de cólico, José Bridau se estremeció; pero Mistigris, prosiguió José. Mistigris se llama León de Lora. que vestia su traje dominguero y nada tenia que re- Monseñor, si os acordais de mi padre; dignaos pen- procharse, dijo con voz bastante alta: sar en aquel de sus hijos que se encuentra acusado de —Y bien! está infinitamente mejor así. conspirador contra el Estado y citado ante la cámara —Picarillo,—dijo el conde, arrastrándole hácia sí de los Pares. por una oreja, tú pintas y yo llevo las condecoracio- —¡Ahí es cierto,—dijo el conde, pensaré en él, nes. ¿Habéis reconocido vuestra obra, mi querido podéis creerlo. En cuanto al príncipe Czerni-Jorge, el Schinner? prosiguió el conde, mostrando el techo al amigo de Alí-Pachá, el ayudante de Mina,—dijo el artista. conde, avanzando hácia Jorge. —Monseñor,—respondió éste, he cometido la falta —¿El?... mi segundo escribiente,—exclamó Crot- de atribuirme por bravata un nombre célebre; pero** %tat. esta jornada me obliga á pintaros buenas cosas y á —Estáis en un error, señor Crottat,—dijo el conde ilustrar el nombre de José Bridau. con aire severo. Un escribiente que quiere un dia ser —Me habéis defendido,—dijo vivamente el conde, notario, no abandona documentos importantes en las y espero que tendreis la amabiüdad de comer conmi- diligencias á merced de los viajeros! Un escribiente go, lo mismo que nuestro espiritual Mistigris. que aspira á ser notario, no gasta veinte francos entre —Vuestra señoría no sabe á lo que se expone,— Paris y Moisselles! Un escribiente que aspira á ser no- dijo el descarado gatuelo. Estómago hambriento no tario, no se expone á ser detenido como un prófugo... tiene pulgares. —Monseñor,—dijo Jorge Marest, he podido diver- — ¡ Bridau .'—exclamó el ministro, impresionado tirme en mistificar á los plebeyos durante el viaje; por un recuerdo, seríais acaso pariente de uno de los pero.... más ardientes trabajadores del Imperio, de un jefe de —No interrumpáis á su excelencia,—le dijo su división que ha sucumbido víctima de su celo? principal, dándole un fuerte codazo en el costado. —Su hijo, monseñor, —respondió José, inclinán- —Un notario debe tener á todas horas discreción, dose. sagacidad, y no confundir á un ministro de Estado —Sed bien venido aquí,—prosiguió el conde, to- con un fabricante de bujías.... mando entre las suyas la mano del pintor, he conoci- —Acepto la responsabilidad de mis faltas, pero no do á vuestro padre, y podéis contar conmigo como he abandonado mis escrituras á merced de....—dijo con un.... tio en Indias, añadió M. de Sérisy, son- Jorge. riendo. Pero sois demasiado jóven para tener discípu- —En este momento estáis cometiendo la falta de los, de quién lo es, pues, Mistigris? dar un mentís á un ministro de Estado, á un Par de Francia, á un gentilhombre, á un anciano, á un —El pequeño, qué julepe va á recibir de M. y cliente. Buscad vuestra escritura de venta. Alme. Moreau '....—exclamó León de Lora. El escribiente arrugó todos los papeles de su car- —Un pequeño imbécil,—dijo Jorge. A no ser por tera. él, el conde se habría divertido. Lo mismo dá, la lec- —No enredeis vuestros papeles,—dijo el ministro ción ha sido buena y si otra vez me oyen hablar en de Estado, sacando de su bolsillo la escritura, aquí un carruaje.... está lo que buscáis. —Oh! es una tontería,—dijo José Bridau. —Y" una vulgaridad,—concluyó Mistigris. Además, Croltat dió tres vueltas al papel, tan asombrado hablar demasiada, sigue, (hablar con exceso perju- estaba. dica.) —¡Cómo! caballero!—dijo el notario á Jorge. En tanto que los asuntos se ventilaban entre mon- —Si yo no la hubiera tomado,—prosiguió el conde, sieur Margueron y el conde de Sérisy, asistido cada el padre Léger, que no es tan necio como le creeis,*' uno de su notario respectivo, y en presencia de M. de á pesar de sus preguntas sobre la agricultura, porque Reybert, el ex-administrador se habia dirigido con con ellas os estaba demostrando que uno debe siempre paso lento á su pabellón. Entró en él sin ver nada, y pensar en su profesión, el padre Léger hubiera podi- se sentó en el canapé del salón, en donde el pequeño do apoderarse de ella y adivinar mi proyecto.... Y os Husson se puso en un rincón fuera del alcance de su tendreis también la amabilidad de comer conmigo, vista, porque el cárdeno semblante del protector de pero con la condicion de referirnos la ejecución de su madre le aterrorizó. Moucelim de Smyrna, y nos acabareis las memorias —Y bien, amigo mió, qué te pasa?—dijo Estela, de algún cliente que sin duda habéis ieido en público. entrando bastante fatigada por todo cuanto acababa —Donde las dan las toman,—dijo en voz baja León de hacer. de Lora á José Bridau. —Señores,—dijo el conde al notario de Beaumont, —Esposa mia, estamos perdidos, y perdidos sin áCrottat, á M. M. Margueron y Reybert, pasemos remedio. Ya no soy administrador de Presles, ya no al otro lado, no nos sentaremos á la mesa sin haber po£eo la confianza del conde. concluido; porque, como dice Misligris, es necesario — ¿Y cómo ha sido eso? saber ordeñarse á tiempo, (obrar á tiempo.) —El padre Léger, que se hallaba en el coche de —Y bien! es muy buen muchacho,—dijo León de Pierrotin, le ha puesto al corriente del asunto de los Lora á Jorge Marest. Moulineaux; pero no es esto lo que me ha enagenado —Sí, pero mi principal no es tan bueno, y me en- para siempre su protección... viará con mis bromas á otra parte. —¿Pues qué? —Bah! os gusta viajar,—dijo Bridau. —Oscar ha hablado en mal sentido de la condesa y ha revelado las enfermedades del conde.... por la escalera; y con un brazo alentado por la rabia, —¡Oscar!...—exclamó Mme. Morean. Te castigan, le arrojó bramando y rígido como una estaca, en el querido, por donde has pecado. ¿Valia la pena de salón, á los pies del conde, que acababa de concluir la criar esa culebra en tu seno? Cuántas veces te he di- adquisición de los Moulineaux, y se trasladaba enton- cho.... ces al comedor con todos los convidados. —¡Basta!— prorumpió Moreau, con voz alterada. — De rodillas! de rodillas! desgraciado! Pide per- En este momento, Estela y su marido descubrieron don al que te ha dado el pan del alma, obteniéndote á Oscar acurrucado en un rincón. Moreau cayó sobre un dote pío en el colegio.'—gritaba Moreau. el desgraciado niño como un milano sobre su presa, Oscar, con el rostro pegado al suelo, espumeaba de le asió del cuello de su levita color de aceituna y le rabia, sin proferir una palabra. Todos los espectado- arrastró á la luz de una ventana. res temblaban. Moreau, que ya no fué dueño de sí, —Habla de una vez, qué le has dicho á monseñor presentaba un rostro ensangrentado á fuerza de in- en el carruaje? Qué demonio te ha desatado la len- yectarse. gua, á ti que permaneces atontado cuantas veces te —Este jóven es todo vanidad,—dijo el conde, des- interrogo? ¿Qué es lo que te proponías?—le dijo el pues de haber esperado en vano las satisfacciones de administrador con espantosa violencia. Oscar. Un orgulloso se humilla, porque existe gran- Harto atontado para llorar, Oscar guardó silencio, deza en ciertas humillaciones. Mucho temo que jamás permaneciendo inmóvil como una estátua. hagais carrera de este muchacho. —Ven á pedir perdón á Su Excelencia, — dijo Mo- Y el ministro de Estado pasó. Moreau volvió á apo- reau. derarse de Oscar y le condujo á su habitación. Mien- —Acaso se preocupa Su Excelencia por semejante tras enganchaban los caballos á la calesa, escribió á canalla!—exclamó la furiosa Estela. Mme. Clapart la siguiente carta: —Ea, ven al palacio,—prosiguió Moreau. Oscar se postró como una masa inerte y cayó al «Amiga mia, Oscar acaba de arruinarme. Esta ma- suelo. • ñana durante su viaje en el coche de Pierrotin, ha — ¿Quieres venir? —dijo Moreau cuya cólera fué hablado á Su Excelencia en persona de las ligerezas encendiéndose por momentos. de la señora condesa, y ha dicho al mismo conde, —¡No! no! perdón .'—exclamó Oscar, que no qui- que viajaba de incógnito, sus secretos acerca de la so someterse á un suplicio para él peor que la muerte. terrible enfermedad que ha contraído pasando tantas Entonces Moreau asió á Oscar de su levita, le ar- ' noches de trabajo en el desempeño de sus diversas rastró como un cadáver por los patios que el niño funciones. Despues de haberme destituido, el conde atronó con sus gritos, con sus sollozos; le arrastró me ha encargado no consentir que Oscar duerma en Presles, y que le despida. Así, para obedecerle, mando medias de invierno para Oscar, á la luz de una sola enganchar en este momento mis caballos á la calesa bujía. M. Clapart esperaba á un amigo, llamado Poi- de mi mujer, y Brochón, mi caballerizo, va á devol- ret, que á veces iba á jugar con él su partida de do- veros este pequeño miserable. Mi mujer y yo nos ha- minó, porque jamás se aventuraba á pasar la noche llamos en un estado de desolación que vos podéis ima- en un café. A pesar de la prudencia que le imponía ginar y yo renuncio á describiros. Dentro de breves su humilde fortuna, Clapart no hubiera podido res- dias iré á veros, porque necesito tomar una determi- ponder de su templanza en medio de los géneros del nación. Soy padre de tres hijos, debo pensar en su consumo y en presencia de los parroquianos cuyas porvenir, y todavía no sé que resolver, porque abrigo burlas hubiesen herido su amor propio. la intención de demostrar al conde lo que valen diez —Temo que Poiret haya venido, —decia Clapart á y siete años de la vida de un hombre como yo. Rico su mujer. por valor de doscientos sesenta mil francos, quiero —Pero, amigo mió, la portera nos lo hubiese di- llegar á poseer una fortuna que algún dia me permita cho ,—le respondió Mme. Clapart. ser casi igual á Su Excelencia. En este momento me —Puede muy bien haberlo olvidado. siento capaz de levantar montañas, de vencer obstá- —¿Por qué quieres que lo olvide? culos insuperables. ¡Qué palanca la de semejantes —No seria la primera vez que habria olvidado algo humillaciones! Qué sangre es, pues, la que Osear para nosotros, porque sabe Bios como se trata á los tiene en las venas? No puedo felicitaros por él, su pobres. conducta es la de un imbécil; en el momento en que —En fin,—dijo la infeliz mujer por cambiar de os escribo, aún no ha podido pronunciar una palabra conversación y escapar á las quisquillas de Clapart, ni contestar á todas las preguntas de mi mujer ó Oscar se encuentra ahora en Presles, será muy di- mías... ¿Ya á ser un estúpido ó lo es ya? Querida ami- choso en aquella hermosa tierra, en aquel precioso ga, no le habíais, pues, enseñado su lección antes de parque.... embarcarle? ¡Cuántas desgracias me hubierais evita- —Sí, esperad de él buenas cosas,—respondió Cla- do, acompañándole como os habia suplicado!... Si Es- part, será causa de alguna pelotera. tela os asustaba, hubiérais podido quedaros en Mois- —Conque no cesareis de aborrecer á ese pobre selles. En fin, concluyo. Adiós, hasta muy pronto. niño; ¿que os ha hecho? Eh! Dios mió, si algún dia Vuestro afectísimo servidor y amigo gozamos de comodidades, quizás se lo deberemos á MOREAU.» él, porque tiene buen corazon... I —Cuando ese muchacho medi e en el mundo, hará A las ocho de la noche, Mme. Clapart, habiendo mucho tiempo que nuestros huesos se habrán con- regresado de un corto paseo con su marido, hacia vertido en gelatina!—exclamó Clapart. ¿Habrá, pues, cambiado mucho? Pero vos no conocéis á vuestro de la Cerisaie. Clapart, que oyó abrir todas las venta- hijo, es vanidoso, es embustero,es perezoso, es inca- nas, se asomó al patio. paz... —Os devuelven á Oscar por la posta!—exclamó con —¿Por qué no vais á ver si viene M. Poiret?—dijo un aire en que la satisfacción se ocultaba bajo una la pobre madre, herida en el corazon por esta diatri- inquietud real. ba que se habia atraído. —Oh, Dios mió! qué le habrá sucedido?—dijo la Un niño que jamás ha obtenido un premio en sus pobre madre, presa de un temblor que la sacudió co- clases!—exclamó Clapart. A los ojos de los plebeyos, mo á una hoja el viento de otoño. ganar premios en las clases es para un niño la certe- Brochon subia seguido de Oscar y de Poiret. za de un bello porvenir. —Dios mío! qué ha sucedido?—repitió la madre, —¿Habéis ganado vos alguno?—le dijo su mujer. dirigiéndose al caballerizo. Oscar ha obtenido el cuarto accésit de filosofía. —No lo sé, pero M. Moreau no es ya administra- Este apòstrofe impuso silencio á Clapart por un dor de Presles, dicen que vuestro señor hijo tiene la momento. culpa de ello y Su Señoría ha ordenado que os le — Añadid á eso que Mme. Moreau debe quererle traigan. Además, señora, aquí traigo la carta de ese comò un clavo, sabéis donde?.... Procurará que su pobre Mi Moreau, que está cambiado hasta dar mie- marido le tome manía.... ¿Oscar llegar á ser ad minis- do.... trador de Presles? Si para eso se necesita saber agri- —Clapart, dos vasos de vino para el postilion y mensura, entender de cultivos.... para el señor,—dijo la madre, que fué á caer sobre —Lo aprenderá. un sillón donde leyó la fatal carta. Oscar, prosiguió —¿El? No, la gata! Apostemos á que si desempe- arrastrándose hácia su cama, es decir que quieres ma- ñara ese empleo, no se pasaría una semana sin come- tar á tu madre.... Despues de cuanto te habia dicho ter algunas brutalidades que obligarían al conde de esta mañana.... Sérisy á despedirle? Mme. Clapart no acabó su frase, se desmayó de — ¡Dios mio! como podéis encarnizaros, en lo por dolor. Oscar permaneció estúpido, de pie. Mme. Cla- venir, contra un pobre niño lleno de buenas cualida- part volvió en sí al oír á su marido que decia á Os- des, de una dulzura de ángel, é incapaz de hacer daño car, sacudiéndole por el brazo: á nadie? —¿Besponderás? En este momento, los chasquidos del látigo de un —id á acostaros, caballerito,—dijo á su hijo, y postillon, el ruido de una calesa al trote largo, el pia- dejadle tranquilo, señor Clapart, no le volváis loco, far de dos caballos que se detuvieron en la puerta co- porque está cambiado que da miedo. chera de la casa, habían puesto en revolución la calle Oscar no oyó la frase de su madre, habia ido á 10 entrar á Oscar, le indicó que se sentara á su lado, acostarse desde que recibiera la órden. y le recordó con voz dulce, pero penetrante, los fa- A cuantos recuerden su adolescencia no Ies asom- vores del administrador de Presles. Dijo á Oscar que brará el saber que despues de un dia lleno de emocio- de seis años áesta parte sobre todo, vivia de las in- nes y acontecimientos, Oscar durmiera el sueño de geniosas caridades de Moreau. El empleo de M. Cla- los justos, á pesar de la enormidad de sus faltas. Al part, debido al conde de Sérisy, lo mismo que la mi- dia siguiente no encontró la naturaleza tan cambiada tad del dote pío con ayuda del cual Oscar habia ter- como creia, y se asombró de tener hambre, él que minado su educación en el colegio, cesaría tarde ó la víspera se consideraba indigno de vivir. Sólo habia • temprano. Glapart no podía pretender una jubilación, sufrido moralmente. A esta edad, las impresiones no contando suficientes años de servicios en el Tesoro morales se suceden con sobrada rapidez para que la ni en el municipio, para obtenerla. ¿Qué seria de to- una no debilite la otra, por profundamente grabada dos ellos, el dia en que Clapart ya no tuviese su em- que se halle la primera. Así, por mas que algunos pleo?—En cuanto á mí,-dijo ella, aunque tenga que filántropos le hayan atacado fuertemente en estos úl- colocarme de enfermera ó servir de criada en una ca- timos tiempos, el sistema de castigos corporales es sa grande, sabré ganar mi pan y mantener á M. Cla- necesario en ciertos casos para los niños; y además, part. Pero tú, dijo á Oscar, que es lo que harás? es el mas natural, porque la naturaleza no procede de Careces de fortuna y debes hacerla, porque es nece- otro modo, se sirve del dolor para imprimir un recuer- sario vivir. Para vosotros los jóvenes no existen sino do duradero de sus enseñanzas. Si á la vergüenza des- cuatro grandes carreras: el comercio, la administra- graciadamente pasajera que de Oscar se habia apode- ción, las profesiones privilegiadas y el servicio mili- rado la víspera, el administrador hubiese añadido una tar. Toda espeoie de comercio exige capitales, no pena aflictiva, quizás la lección hubiera sido completa. podemos dártelos. A falta de capitales, un jóven ofre- El discernimiento con que deben emplearse las correc- ce su fidelidad, su aptitud; pero el comercio exige . ciones es el mayor argumento contra ellas; porque la una gran discreción, y tu conducta de ayer no hace naturaleza no se engaña jamás, mientras que el pre- esperar que la consigas. Para ingresar en una admi- ceptor puede con frecuencia equivocarse. Mme. Cla- nistración pública, es preciso pasar en ella mucho part habia cuidado de enviar fuera de casa á su ma- tiempo de supernumerario, no carecer de protección, rido , á fin de hallarse por la mañana á solas con su y te has enagenado el único protector que poseíamos hijo. Se hallaba en un estado lastimoso. Sus ojos de- y el mas influyente de todos. Además, suponiendo bilitados por el llanto, su semblante fatigado por una que estuvieras dotado de facultades extraordinarias, noche de insomnio, su voz cansada, todo en ella ins- con ayuda de las cuales un jóven medra prontamente, piraba compasion, mostrando un excesivo dolor que por segunda vez no hubiera podido soportar. Al ver ya en el comercio, ya en la administración, ¿de dón= y- de sacar dinero para vivir y vestirte durante el tiem- pensión que se exigen para ello? Hé aquí la vida tal po que emplearías en aprender tu profesión ? Aquí la como ella es, hijo mió! Tienes diez y ochó años, eres madre se entregó, como todas las mujeres, á difusas robusto, sienta plaza de soldado, será la única mane- lamentaciones: ¿cómo iba á componérselas, privada ra de ganar tu sustento. de los ausilios naturales que la administración de Todavía Oscar no sabia nada de la vida. Como to- Proles permitía á Moreau enviarle?... Oscar habia dos los niños á quienes se ha criado, ocultándoles la destruido la fortuna de su protector. Despues del co- miseria doméstica, ignoraba la necesidad de hacer mercio y la administración, carreras en las cuales no lortuna: la palabra comercio no despertaba en él nin- debia pensar su hijo, careciendo ella de medios para • guna idea, y la palabra administración no le decia mantenerle, venían las profesiones privilegiadas del gran cosa, porque no apercibía los resultados de ella; notariado, del foro, de los procuradores y de los al- escuchaba, pues, con aire sumiso, que intentaba ha- guaciles. Pero era necesario cursar su derecho, estu- cer avergonzado, las reprensiones de su madre, que diar durante tres años, y pagar sumas considerables se perdían en el vacío. Con todo, la idea de ser solda- para las matrículas, para los exámenes, para las do, y las lágrimas que empañaban los ojos de su ma- licenciaturas y los diplomas; el número crecido de dre, hicieron llorar á este niño. Tan pronto como aspirantes obligaba á distinguirse por un talento su- Mme. Clapart vió surcadas de lágrimas las mejillas de perior; en lin, la dificultad de mantener á Oscar se Oscar, se sintió sin fuerzas; y como todas las madres presentaba siempre. en semejantes casos, buscó la peroración con que ter- —Oscar,—dijo ella terminando, habia fundado en minan estas especies de crisis, en que ellas sufren á tí todo mi orgullo y toda mi vida. Al aceptar una ve- la vez sus dolores y los de sus hijos. jez desgraciada, reposaba mi vista en tí, y te veía —Vamos, Oscar, prométeme ser discreto en lo su- abrazando una brillante carrera con buen éxito. Esta cesivo, no hablar á diestro y siniestro, reprimir tu esperanza me ha dado valor para devorar las privacio- necio amor propio, ser... etc., etc. nes que he sufrido durante seis años con objeto de Oscar prometió cuanto su madre le pedia, y des- sostenerte en el colegio, en el cual nos costabas aún pues de haberle atraído dulcemente hácia sí, madame de siete á ochocientos francos anuales, á pesar del Clapart acabó por abrazarle para consolarle de la riña. medio dote pío. Ahora que mi esperanza se desvane- —Ahora,—dijo ella, escucharás á tu madre, segui- ce, tu suerte me espanta! No puedo disponer de un rás sus advertencias, porque una madre no puede dar céntimo para mi hijo sobre los honorarios de M. Cla- sino buenos consejos á su hijo. Iremos á casa de tu part. ¿Qué vas á hacer? No eres bastante fuerte en tio Cardot. Allí está nuestra última esperanza. Car- matemáticas para ingresar en las escuelas especiales, dot ha debido mucho á tu padre, quien, al conceder- y además, dónde encontrar los tres mil francos de le su hermana, Mlle. flusson, con un dote enorme para aquellos tiempos, le ha permitido hacer una de las casas más antiguas de París, habia comprado gran fortuna en el ramo de sederías. Pienso que te este establecimiento en 1793, en el mom«nto en que colocará en casa de M. Camusot, su sucesor y su yer- sus principales estaban arruinados del todo; y el di- no, calle de los Bourdonnais.... Pero, ves, tu tio Car- nero del dote de Mlle. Husson le habia permitido ha- dot tiene cuatro hijos. Ha cedido su establecimiento cer en diez años una fortuna casi colosal. Para esta- del Capullo de Uro á su hija mayor Mme. Camusot. blecer ricamente á sus hijos, habia tenido la ingeniosa Si Camusot tiene millones, tiene también cuatro hijos idea de colocar una suma de trescientos mil francos de dos mujeres diferentes y apenas sabe que nosotros en rentas vitalicias sobre su cabeza y la de su mujer, existimos. Cardot ha casado á Mariana, su segunda lo que le producía treinta mil libras de renta. En hija, con M. Protez, de la casa Protez y Chiffreville. cuanto á sus capitales, los habia dividido, para sus hi- El estudio de su hijo mayor, el notario, ha costado jos, en tres dotes de cuatrocientos mil francos cada cuatrocientos mil francos, y acaba de asociar á José uno. El Capullo de Oro, que era el dote de su hija Cardot, su segundo hijo, con la casa de drogas Mati- mayor, Camusot la aceptó por esta suma. El buen fat. Tu tio Cardot tendrá, pues, muchas razones para hombre, casi septuagenario, podia, pues, gastar y no ocuparse de tí, á quien ve cuatro veces al año. gastaba sus treinta mil francos anuales, sin perjudicar Jamás ha estado á visitarme aquí; mientras que sabia los intereses de sus hijos, superiormente establecidos perfectamente ir á verme á casa de Madame para ob- todos, y cuyas pruebas de cariño no se hallaban en- tener el consumo de las Altezas Imperiales, del Empe- tonces contaminadas por ningún pensamiento codi- rador y de los grandes de su corte. Ahora los Camu- cioso. El tio Cardot habitaba, en Belleville, una de las sots se dan mucho tono! Camusot ha casado al hijo de primeras casas situadas más arriba dé la Courtille. su primera mujer con la bija de un ugier del gabinete Ocupaba en ella en un primer piso desde donde se di- del rey! El mundo aparece muy jorobado cuando se visaba á vista de pájaro el valle del Sena, una habita- baja! En fin, es hábil, el Capullo de Oro tiene la par- ción de mil francos, con vistas al mediodía y con la roquia de la córte bajo los Borbones como bajo el Em- exclusiva posesion de un gran jardín; así es que ape- perador. Mañana iremos, pues, á ver á tu tio Cardot, nas le preocupaban los otros tres ó cuatro inquilinos espero que sabrás portarte como es debido; por que alojados en aquella vasta casa de campo. Seguro de allí, te lo repito, está nuestra última esperanza. acabar allí sus dias por un largo arrendamiento, vivia con-bastante mezquindad, servido por su vieja coci- El señor Juan Gerónimo Severino Cardot hacia seis nera y por la antigua doncella de la difunta Mme. Car- años que era viudo de su mujer, Mlle. Husson, á dot, las cuales esperaban heredar á su muerte unos quien el proveedor, en sus buenos tiempos de esplen- seiscientos francos de renta cada una, y que por con- dor habia dado cien mil francos de dote, en metálico. siguiente no le robaban. Estas dos mujeres prodiga- Cardot, primer dependiente del Capullo de Oro, una ban á su amo cuidados inauditos y se interesaban por que se encontraban sin protector; se.ponia á las ór- él tauto mí* cuanto que nadie era raénos exigente ni denes de éstas, según su expresión, de una manera ménos quisquilloso. Hacia seis años que la habitación, caballeresca. Bajo su apariencia tranquila, bajo su amueblada por la difunta Mme. Cardot, permanecía frente nevada, ocultaba una vejez dedicada únicamen- en el mismo estado, pues el anciano se contentaba te á los placeres. Entre hombres, profesaba con auda- con ella; no gastaba entre todo mil escudos anuales, cia las doctrinas epicúreas y se permitía chistes un porque comia en Paris cinco veces á la semana, y re- poco verdes. N&habia censurado que su yerno Camu- gresaba todas las noches á las doce en un fiacre desti- sot hiciera la corte á la encantadora actriz Coraba, nado al efecto, cuyo establecimiento se hallaba en la porque él mismo era en secreto el Mecenas de la se- barrera de la Courtille. La cocinera apenas tenia que ñorita Florentina, primera bailarina del teatro de la ocuparse más que del almuerzo. El buen hombre al- Gaité. Pero de esta vida y de estas opiniones no se morzaba á las once, luego se vestía, se perfumaba é traslucía nada en su casa, ni en su conducta exterior. iba á Paris. Por lo general los plebeyos avisan cuan- El tio Cardot, grave y cortés, pasaba por casi frió, do comen en la ciudad, el padre Cardot avisaba cuan- tanto decoro ostentaba, y una devota le hubiese lla- do comia en casa. mado hipócrita. Este digno caballero aborrecía en particular á los curas; formaba parte de ese gran Este viejecito, gordo, fresco, rechoncho, fuerte, es- rebaño de nécios suscritos al Constitucional, y se taba, como dice el pueblo, siempre puesto de veinti- preocupaba mucho por la negativa de sepulturas. cinco alfileres; es decir, siempre con medias de seda Adoraba á Voltaire, aunque prefería á Pirón, Vadé, negra, pantalón de paño de seda doble, chaleco de Collé. Admiraba naturalmente á Béranger, al que piqué blanco, camisa deslumbradora, frac azul de llamaba ingeniosamente el gran sacerdote de la reli- barbo, guantes de seda violeta, hebillas de oro en sus gión de Lisette. Sus hijas Mme. Camusot y Mme. zapatos y calzones, en fin, el cabello empolvado y una Protez, y sus dos hijos, habrían, según una expresión pequeña cola atada con una cinta negra. Su semblan- popular, caído de su altura, si alguien les hubiera te se hacia notar por unas cejas espesas como mator- explicado lo que su padre entendía por: cantar la rales, bajo las cuales centelleaban dos ojos pardos, y madre Godichonl Este prudente viejo no habia di- por una nariz cuadrada, gruesa y larga, que le daba cho una palabra de sus rentas vitalicias á sus hijos, el aire de un antiguo prebendado. Esta fisonomía no quienes viéndole vivir con tanta mezquindad, creían mentía. El padre Cardot pertenecía, en efecto, á esa todos que les habia sacrificado su fortuna y redobla- raza Geroncios avispados que desaparece de dia en ban su ternura y sus cuidados. De manera que á ve- dia y que hacia el gasto de las novelas y las comedias ces decia á sus hijos:—«Conservad vuestra fortuna, del siglo décimo octavo. El tio Cardot decia:—//er- porque nada tengo que legaros.» Camusot, cuyo ca- mosa mujer! Acompañaba en coche á las mujeres rácter encontraba bastante pareeidó al suyo, y á tre, le hablaba de Oscar Husson, el sobrino de la di- quien queria lo suficiente para hacerle partícipe de funta y respetable Mme. Cardot, y se lo llevaba tres sus sutilezas, era el único que estaba en el secreto de veces durante las vacaciones. A cada visita, el buen las treinta rail libras de renta vitalicia. Camusot apro- hombre habia convidado á Oscar á comer en el Cua- baba en gran manera la filosofía del buen hombre, drante Azul, le habia llevado por la noche á la Gaité, quien, á su modo de ver, habiendo labrado la felici- y acompañádole luego á la calle de la Cerisaie. Una dad de sus hijos y cumplido con tantspnobleza sus de- vez, despues de haberle vestido todo de nuevo, le ha- íl beres, podia concluir alegremente la vida. —«Mira, bia dado la tembladera y el cubierto de plata exigi- >- amigo mió, le decia el antiguo jefe del Capullo de dos en el ajuar del colegio. La madre de Oscar pro- Oro, podia volverme á casar, no es cierto? Una mu- curaba demostrar al buen hombre que su sobrino le jer jóven me hubiera dado hijos Sí, yo los habría queria; le hablaba siempre de esta tembladera, de tenido, me encontraba en la edad en que se tienen este cubierto, y de este traje encantador del cual no siempre Pues bien! Florentina no me cuesta tan quedaba ya más que el chaleco. Pero estas leves pi- cardías perjudicaban á Oscar, más que le servían, al cara como una esposa, no me cansa, no me dará hi- lado de un viejo zorro tan artero como el tio Cardot. jos, y no consumirá jamás vuestra fortuna.» Jamás el padre Cardot habia amado con gran vehe- Camusot proclamaba en el padre Cardot el sentido mencia á su difunta, mujer alta, ilaca y colorada; más exquisito de la familia; le miraba como un sue- además, conocía las circunstancias que concurrian en $ gro perfecto.—«El sabe, decia, conciliar lo£ intere- el matrimonio del difunto Husson con la madre de ses de sus hijos con los placeres de que es muy natu- Oscar; y.sin por ello desestimarla en lo más mínimo, ral disfrutar en la vejez, despues de haber sufrido to- no ignoraba que el jóven Oscar era hijo póstumo; de dos los estragos del comercio.» Ni los Cardot, ni los suerte que su pobre sobrino le parecía perfectamente Camusot, ni los Protez, sospechaban la existencia de 2-4 ajeno á los Cardot. No previendo la desgracia, la ma- su anciana tia Mme. Clapart. Las relaciones de fami- H dre de Oscar no habia remediado estos defectos de lia estaban limitadas al envió de las esquelas partici- cariño entre Oscar y su tio, inspirando al comercian- pando un fallecimiento ó un matrimonio, y tarjetas te amistad hácia su sobrino desde la juventud. Seme- et dia de año nuevo. La altiva Mme. Clapart no do- jante á todas las mujeres concentradas en el senti- blegaba sus sentimientos más que en provecho de su miento de la maternidad, Mme. Clapart no se ponia Oscar, y ante su amistad hácia Moreau, la única per- de ningún modo en el lugar del tio Cardot, creia que sona que le babia permanecido fiel en la desgracia. él debía interesarse enormemente por un niño tan No habia fatigado al viejo Cardot con su presencia ni delicioso, y que llevaba, en fin, el nombre de la di- con sus importunidades; pero se habia asido á él co- funta Mme. Cardot. mo á una esperanza, le visitaba una vez cada trimes- —Señor, es la madre de Oscar, vuestro sobrino,— vuestro virtuoso yerno y de vuestra amable hija, el dijo la doncella á M. Cardot que se paseaba por su Capullo de Oro ha seguido siendo el primer estableci- jardin, esperando el almuerzo, despues de haberle miento de Paris. Hé ahí á vuestro hijo mayor regen- afeitado y empolvado su peluquero. tando hace diez años la más acreditada notaría de la —Buenos dias, hermosa dama,—dijo el antiguo capital, y casado con una mujer rica. Vuestro hijo comerciante en sedas, saludando á Mme. Clapart y menor acaba de asociarse con el más rico fabricante envolviéndose en su bata de piqué blanco. Eh!eh! de drogas. En fin, teneisnietas encantadoras. Os veis vuestro picarillo crece, añadió tirando á Oscar de jefe de cuatro grandes familias.... Permitidnos, Oscar ti una oreja. va á ver el jardin, sin tocar las llores. \Hj —Ha terminado sus estudios y ha sentido mucho —Pero si tiene diez y ocho años!—dijo el tio Car- que su querido tio no asistiese á la distribución de los dot, sonriendo de esta recomendación que achicaba á premios de Enrique IV, porque ha sonado allí su Oscar. nombre. El nombre de Husson, que llevará digna- —Ay! sí, mi buen señor Cardot; y despues de ha- mente, confiemos en ello, ha sido proclamado berle podido conducir hasta aquí, ni tuerto ni cojo, —Diablo! diablo!—prorumpió el vejete, detenién- sano de espíritu y de cuerpo, despues de haberlo sa- dose. crificado todo para educarle, seria bien triste no ver- Já —Mme. Clapart, Oscar y él se paseaban por una le en el camino de la fortuna. terraza, delante de unos naranjos, mirtos y gra- —Pero ese Al. Moreau por cuya influencia habéis 7 nados. alcanzado su medio dote pío en el colegio de Enrique 1 —¿ Y qué es lo que ha obtenido ? IV, le colocará en buen camino,—dijo el tio Cardot N —El cuarto accésit de filosofía, — respondió triun- con una hipocresía oculta bajo un aire de bondad. falmente la madre. —M. Moreau puede morir,—dijo ella, y además —Oh! el picaro tiene que andar mucho para recu- ha reñido sin reconciliación posible con el señor con- m perar el tiempo perdido, porque eso de acabar por un de de Sérisy, su principal. accésit, no es un Perú/....—exclamó el tio Cardot. —Diablo! diablo!.... Escuchad, señora, os veo Almorzareis conmigo? prosiguió. venir. —Estamos á vuestras órdenes,—respondió madame —No, señor,—dijo la madre de Oscar interrum- Clapart. Ah! mi buen señor Cardot, qué satisfacción piendo bruscamente al anciano, quien, por respeto á para los padres y las madres, cuando sus hijos debu- una hermosa dama, dominó el movimiento de mal tan con acierto en la vida! Bajo este punto de vista, humor que uno experimenta al verse interrumpido. como bajo todos,—dijo corrigiéndose, sois uno de los Ay de mí! vos no conocéis las angustias de una ma- padres más felices que conozco. Bajo la dirección de dre que hace siete años se ve obligada á tomar para su hijo una cantidad de seiscientos francos anuales culas y los gastos de investidura; colocadle en casa de sobre los mil ochocientos francos de sueldo de su ma- un procurador, que aprenda allí el oficio del enredo; rido Sí, señor, hé ahí toda nuestra fortuna. Asi, si se porta bien, si se distingue, si tiene afición á su qué puedo hacer por mi Oscar? M. Clapart aborrece carrera, si yo vivo aún, cada uno de mis hijos le de tal suerte á este pobre niño, que me es imposible prestará la cuarta parte de un cargo en tiempo y lu- conservarle en casa. Una pobre mujer, sola en el gar; en cuanto á mí, yo le prestaré su fianza. Desde mundo, no debia en estas circunstancias venir á con- hoy, pues, no teneis más que alimentarle y vestirle, sultar al único pariente que su hijo tiene bajo la capa comerá el pan un poco duro; pero aprenderá á vivir. del cielo? Eh! eh! yo partí á Lion con dos luises dobles que me —Habéis tenido razón,—respondió el bueno de dió mi abuela, he regresado á París, y héme aquí. Cardot. Jamás me habíais dicho nada de todo eso. El ayuno conserva la salud. Jóven, discreción, pro- —Ah, caballero!—prosiguió con altivez Mme. Cla- bidad, trabajo, y todo se alcanza! Uno goza mucho part, vos sois el último á quien confiaría hasta donde ganando su fortuna; y cuando se han conservado los llega mi miseria. Yo me tengo la culpa de todo, me dientes, se la come uno á su antojo en la vejez, can- he casado con un hombre cuya incapacidad es supe- tando , como yo, de vez en cuando, la Madre Godi- rior á toda creencia. Oh! soy muy desgraciada! chonl Acuérdate de mis palabras: probidad, trabajo —Escuchad, señora, no lloréis,—prosiguió grave- y discreción. mente el vejete. Me hacen un daño horrible las lágri- —¿Oyes, Oscar?—dijo la madre. Tu tio te da en mas de una hermosa dama. Despues de todo, vuestro tres palabras el resúmen de todas las mias, y debe- hijo se llama Husson, y si mi querida difunta viviese, rías grabar con letras de fuego la última en tu me- algo haría por el nombre de su padre y de su hermano. moria... —Quería mucho á su hermano,—exclamó la ma- —Oh! lo está,—respondió Oscar. dre de Oscar. —Y bien! da las gracias á tu tio, no has oido que —Pero he entregado toda mi fortuna á mis hijos se encarga de tu porvenir? Puedes llegar á ser pro- que ya nada esperan de mi,—continuó el anciano; he curador en París. repartido entre ellos los dos millones que poseia, por- —Ignora la grandeza de sus destinos,—respondió que he querido verles dichosos y con toda su fortuna, el vejete, viendo el aire atontado de Oscar; acaba de viviendo yo. No me he reservado más que rentas vi- salir del colegio. Escucha, yo no soy fanfarrón, pro- talicias, y á mi edad no puede uno desprenderse de siguió el tio. Acuérdate que á tus años la probidad sus hábitos. ¿Sabéis á que es necesario dedicar ese no se arraiga sino sabiendo resistir las tentaciones, picarillo?—dijo llamando á Oscar y asiéndole de un y en una ciudad populosa como Paris se encuentran brazo; hacedle cursar derecho, yo pagaré las matrí- éstas á cada paso. Yive en casa de tu madre, en una bohardilla; ve derecho á tus clases, desde estas á tu sus relaciones por la falta de Oscar: pero pasaré poco estudio, persevera noche y mañana, estudia en casa tiempo en él. Me he asociado con el padre Léger y de tu madre, sé segundo escribiente á los veintidós con el padre Margueron de Beaumont. Somos trafi- años, primero á los veinte y cuatro; sé sabio y tu for- cantes en tierras y hemos empezado por comprar la tuna es cosa hecha. Y bien! si la profesión te disgus- de Persan. Soy el director de esta sociedad, que ha tara, podrías entraren casa de mi hijo, el notario, reunido un millón, porque he pedido prestado sobre y llegar á ser su sucesor.... Así, trabajo, paciencia, mis bienes. Cuando tropiezo con un negocio, el padre discreción, probidad, hé ahí tu divisa. Léger y yo le examinamos; mis socios perciben cada —Y quiera Dios que viváis todavía treinta años uno la cuarta parte y yo la mitad de los beneficios para ver á vuestro quinto hijo realizando cuanto es- porque yo cargo con todo el trabajo; de manera qué peramos de él,—exclamó Mme. Clapart, tomando la f me paso todo el dia en la calle. Mi mujer vive modes- mano de Cardot y estrechándosela con un gesto digno tamente en Paris en el arrabal del Roule. Cuando ha- de su juventud. yamos realizado algunos negocios, cuando yanoar- —Vamos á almorzar,—respondió el bueno del ve- nesguemos más que beneficios, si Oscar se porta jete , tirando á Oscar de una oreja. bien, quizás le emplearemos. r. • Durante el almuerzo, el tio Cardot observó disimu- —Vaya, amigo mió, la catástrofe debida á la lige- ladamente á su sobrino, y notó que no sabia nada de reza de mi desgraciado hijo será,sin duda para vos la 1.Í la vida. causa de una brillante fortuna; porque, á decir ver- i\ —Enviádmelo de cuando en cuando,—dijo á Mme. dad, enterrabais en Presles vuestros recursos y vues- m • Clapart despidiéndose de ella y señalando á Oscar, yo tra actividad. JIM djfN os le formaré. Luego Mme. Clapart refirió su visita al tio Cardot, Esta visita calmó las penas de la pobre mujer, que con objeto de demostrar á Moreau que ella y su hijo m no esperaba tan buen éxito. Por espacio de quince podían ya dejar de serle gravosos. M dias, salió á paseo con Oscar, le vigiló casi con tira- —Tiene razón ese buen anciano,—prosiguió el ex- nía y así llegó á fines de Octubre. Una mañana, Os- administrador, es preciso mantener con brazo de car vió entrar al temible administrador que sorpren- hierro á Oscar en ese camino, y será sin duda algu- dió á la pobre familia de la calle de la Cerisaie almor- na notario ó procurador. Pero que no se aparte de la zando una ensalada de harenques y lechuga, con una senda emprendida. Ah! tengo en mis manos vuestro taza de leche por via de postres. asunto. La parroquia de un traficante en fincas es im- —EstSmos establecidos en Paris donde no vivimos portante, y me han hablado de un procurador que como en Presles,—dijo Moreau que quiso anunciar acaba de comprar un título en blanco, esto es, un es- de este modo á Mme. Clapart el cambio producido en tudio sin clientela. Se trata de un jóven duro como n una barra de hierro, incansable para el trabajo, una mirada penetrante y de una vivacidad sombría, ater- especie de caballo de una actividad feroz; se llama rorizó al pobre Oscar. Desroches, voy á ofrecerle todos nuestros negocios, —Aquí se trabaja noche y dia,—dijo el procurador desde el fondo de su sillón y detrás de una ancha me- con la condicion de morigerar á Oscar: le propondré sa, sobre la cual se hallaban amontonados los pape- que admita á éste en su casa mediante nuevecientos les en forma de Alpes. Señor Moreau, no os lo ma- francos, yo daré trescientos; asi vuestro hijo sólo os taremos, pero será necesario que ande á-nuestro pa- costará seiscientos francos, y voy á recomendarle al so. Señor Godeschal!—gritó. >- señor prior. Si el niño quiere llegar á hombre, será Por mas que era domingo, apareció el primer es- bajo esa férula; porque saldrá de allí notario, aboga- .2 cribiente con la pluma en la mano. do ó procurador. — Señor Godeschal, hé ahí el aprendiz de quien -Vamos, Oscar, da las gracias á ese buen señor os he hablado, y por quien el señor Moreau se toma Moreau, estás ahí hecho un poste 1 No todos los jóve- «fií l el mas vivo interés; comerá con nosotros y ocupará nes que cometen necedades tienen la dicha de encon- la reducida bohardilla al lado de vuestro cuarto; le trar amigos que se interesen por ellos, áun despues ¿i de haber recibido disgustos medireis el tiempo necesario para ir y venir de aquí á la cátedra de derecho, de manera que no le sobren —El mejor modo de reconciliarte conmigo,—dijo 1 Moreau, estrechando la mano de Oscar, es trabajar ni cinco minutos; velareis para que aprenda el Código $; con una aplicación constante y portarte bien.... y adelante en sus cursos, es decir, que cuando haya VI cabo de diez dias, Oscar fué presentado por el terminado sus trabajos de cátedra, le daréis autores ¡i; ex-administrador al señor Desrocbes, procurador, re- que leer; en una palabra, debe hallarse bajo vuestra cientemente establecido en la calle de Béthisy, en una inmediata dirección, y yo os vigilaré. Quieren hacer •C* vasta habitación sita en el fondo de un estrecho pa- de él lo que vos mismo habéis llegado á ser, un pri- tio, y de un precio relativamente módico. Desroches, mer escribiente hábil, para el dia en que tome la in- r jóven de veintiséis años, duramente educado por un vestidura de abogado. Idos con Godeschal, amiguito, padre en extremo severo, hijo de una familia pobre, va á mostraros vuestro alojamiento y os arreglareis se habia visto en las mismas condiciones en que se en él como podáis... Veis á Godeschal?—prosiguió encontraba Oscar; se interesó, pues, por él, pero co- Desroches dirigiéndose á Moreau, es un muchacho mo podia interesarse por alguno, con las duras apa- que, como yo, nada posee; es hermano de Marietta, riencias que le caracterizaban. El aspecto d^este jó- la famosa bailarina que le está acumulando con que ven delgado y flaco, de color moreno, de cabellos vivir dentro de diez años. Todos mis escribientes son cortados á manera de cepillo, de palabra breve, de unos jóvenes de buen humor que no deben contar si- no con sus diez dedos para labrarse la fortuna. De car no abandonaba un titulo del Código, sino despues manera que mis cinco escribientes y yo, trabajamos de haberlo profundizado y satisfecho alternativamente por doce! Dentro de diez años tendré la mas brillante á su principal y á Godeschal, quienes le sujetaban á clientela de Paris. Aquí se apasionan por los negocios unos exámenes preparatorios más sérios y más ex- Y por los clientes! y esto principia á saberse. He to- tensos que los de la Escuela de derecho. Al regresar mado Godeschal á mi colega Derville; hace quince de la cátedra, en la cual pasaba poco tiempo, volvia dias no era más que segundo escribiente; pero nos á ocupar su puesto en el estudio, trabajaba de nuevo hemos conocido en aquel grande estudio. En mi casa, en él, iba á la Audiencia á veces, estaba, en fin, á las Godeschal tiene mil francos, mesa y alojamiento. Es órdenes del terrible Godeschal hasta la hora de co- un muchacho que me conviene, es infatigable! ^ le mer. La comida consistía en un abundante plato de quiero á ese muchacho! Ha sabido vivir con seiscien- carne, un plato de verdura y una ensalada. Compo- tos francos, como yo cuando era escribiente. Lo que • nía los postres un pedazo de queso de Gruyére. Des- exijo sobre todo es una probidad sin tacha; y cuando pues de comer, Godeschal y Oscar entraban de nuevo así se la practica en la indigencia, se es todo un hom- • en el estudio y trabajaban hasta la noche! Oscar iba bre. Un escribiente será despedido de mi estudio á la una vez al mes á almorzar á casa de su tio Cardot, y más leve falta de ese género. pasaba los domingos en casa de su madre. De vez en —Vamos, el niño ha ingresado en buena escuela, cuando Moreau, cuando iba al estudio para sus asun- —dijo Moreau. . tos , se llevaba á Osear á comer al Palais-Royal, y le Oscar vivió durante dos años en la calle de liétmsy, obsequiaba llevándolo al teatro. Oscar habia sido me- en el antro del embrollo, porque si alguna vez esta tido en cintura de tal modo por Godeschal y por Des- rancia expresión ba podido aplicarse á un estudio, fue roches, respecto á sus veleidades elegantes, que ya al de Desroches. Bajo esta vigilancia á un tiempo me- no pensaba en ataviarse.—Un buen escribiente,—le ticulosa y hábil, fué mantenido en sus horas y trabajos decia Godeschal, debe tener dos trajes negros (uno con tal rigidez, que su vida, en medio de París, se pa- nuevo y otro viejo), un pantalón negro, medias ne- recia á la de un monje. Godeschal se levantaba á las gras y unos zapatos. Las botas cuestan demasiado cinco de la mañana en todos tiempos. Bajaba con Us- caras. Tiene uno botas cuando es procurador. Un es- car al estudio á fin de economizar el fuego en invierno, cribiente no debe gastar en junto mas de setecientos y encontraban siempre á su principal levantado, traba- francos. Se llevan buenas camisas ordinarias de tela jando. Oscar hacia expediciones para el estudio y apren- fuerte. Ah! cuando uno parte de la nada para llegar á día sus lecciones para la cátedra; pero las aprendía en la fortuna, es preciso que sepa reducirse á lo necesa- proporciones enormes. Godeschal, y muchas veces el rio. ¿ Veis á M. Desroches? Ha hecho lo que nosotros principal, indicaban ásu discípulo los autores que de- baeemos, y ha conseguido su objeto. bía consultar y las dificultades que debia vencer. Os- Godeschal predicaba con el ejemplo. Si profesaba que vestirse elegantemente. Mme. Clapart, feliz y or- las máximas más extrictas, sobre el honor, sobre la gullosa de su hijo, preparaba un soberbio equipo al discreción, sobre la probidad, las practicaba sin én- futuro licenciado, al futuro segundo escribiente. En fasis, de la misma manera que respiraba, que anda- las familias pobres, los regalos tienen siempre el mé- ba. Ellas eran el juego natural de su alma, como el rito de la utilidad. A principios de noviembre, Oscar andar y la respiración son el juego de los órganos. Husson ocupó la habitación del segundo escribiente al Diez y ocho meses despues de la instalación de Oscar, cual sustituía al fin; disfrutó ochocientos francos de M el segundo escribiente padeció por segunda vez una honorarios, la mesa y el alojamiento. De manera que >- leve equivocación en la cuenta de su reducida caja. el tio Cardot, que fué á pedir informes secretos á w Godeschal le dijo en presencia de todo él estudio:— Desroches acerca del comportamiento de Oscar, pro- Mi querido Gaudet, idos espontáneamente de aquí, metió á Mme. Clapart poner á su hijo en disposición para que no se diga que vuestro principal os ha des- de adquirir un estudio, si proseguía por tan buen ca- •f pedido. Sois distraido ó poco exacto, y el más leve de mino. estos defectos es muy grave aquí. El principal no sa- A pesar de tan juiciosas apariencias, Oscar Husson brá nada, es cuanto puedo hacer por un compañero. reñia rudas batallas en el fondo de su alma. Por mo- A. los veinte años, Oscar se encontró tercer escribien- mentos queria abandonar una vida tan directamente E - te del estudio del señor Desroches. Si nada ganaba opuesta á sus gustos y á su carácter. Los presidiarios todavia, fué alimentado, alojado, porque desempeña- le parecían más afortunados que él. Lastimado por el V ba el trabajo de un segundo escribiente. Desroches collar de este régimen de hierro, dábanle tentaciones ocupaba á dos oficiales primeros, y el segundo escri- de escapar, al compararse en medio de las calles, con biente se doblegaba al peso de sus trabajos. Al ter- algunos jóvenes bien vestidos. Arrastrado con fre- \\ minar su segundo año de derecho, Oscar ya más en- cuencia por movimientos de locura hácia las mujeres, 4 tendido que muchos licenciados, despachaba inteli- solía resignarse, pero caía en un profundo hastío de f. gentemente la Audiencia y pleiteaba algunos relatos. la vida. Sostenido por el ejemplo de Godeschal, era En una palabra, Godeschal y Desroches estaban con- mas bien arrastrado, que alentado por sí mismo, á tentos de él. Unicamente, aunque ya razonable casi, proseguir por tan duro sendero. Godeschal, que ob- descubría cierta propensión á los placeres y un deseo servaba á Oscar, profesaba el principio de no exponer de brillar que la severa disciplina y el trabajo conti- su pupilo á las seducciones. La mayor parte de las nuo de esta vida refrenaban. El mercader de tierras, veces el escribiente carecía de dinero ó poseía tan po- satisfecho de los progresos del escribiente, aflojó su co, que no podía entregarse al menor exceso. En este rigor. Cuando en julio de 1825, Oscar obtuvo bolas último año, el valiente Godeschal había llevado á cabo blancas en sus últimos exámenes, Moreau le diócon cinco ó seis partidas de recreo con Oscar, pagándole el gasto, porque comprendió que era necesario aflojar bla bastante bien, podría ser abogado, pleitearía asun- la cuerda á este tierno cabrito atado. Estas francache- tos bien preparados.... las, como las llamaba el severo primer escribiente, En noviembre de 182o, cuando Oscar Husson tomó ayudaron á Oscar á suportar la existencia; porque se posesion de su puesto y cuando se disponía á hacer divertía poco en casa de su tio Cardot y ménos aún en sus ejercicios para la licenciatura, entró en casa de casa de su madre que vivia más escasamente que Des- Desroches un cuarto escribiente nuevo, para llenar el roches. Moreau no podia, como Godeschal, familiari- vacio que dejaba la promocion de Oscar. Este cuarto zarse con Oscar, y quizás este sincero protector del escribiente, llamado Federico Marest, pensaba dedi- jóven Husson se sirvió de Godeschal para iniciar al carse á la magistratura y estaba terminando su tercer pobre niño en los misterios de la vida. Habiendo ad- año de derecho. Según los informes obtenidos por la quirido discreción, Oscar habia acabado por medir, al policía del estudio, era un hermoso jóven de veinti- contacto de los negocios, la enormidad de la falta co- trés años, enriquecido con doce mil libras de renta metida en su fatal viaje en coucou; pero la masa de por el fallecimiento de un tio soltero, é hijo de una sus antojos refrenados, la locura de la juventud, po- tal Mme. Marest, viuda de un rico negociante en ma- dían arrastrarle aún. Con todo, á medida que adqui- deras. El futuro sustituto, animado del deseo de co- ría conocimiento del mundo y de sus leyes, se iba for- nocer su oficio en los menores detalles, se colocaba en mando su razón, y con tal que Godeschal no le per- casa de Desroches con intención de estudiar los pro- diese de vista, Moreau se lisonjeaba de conducir á cedimientos y hacerse capaz de desempeñar la plaza de buen puerto el hijo de Mme. Clapart. escribiente principal en el término de dos años. Con- taba seguir su carrera de abogado en Paris, á fin de —¿Cómo sigue?—preguntó el traficante en fincas, hacerse apto para el desempeño de las funciones del al regresar de un viaje que le habia tenido algunos puesto que no se negaría á un jóven rico. Verse á los meses alejado de Paris. treinta años procurador del rey, en un tribunal cual- —Siempre exceso de vanidad,—respondió Godes- quiera, constituía toda su ambición. Por más que es- chal. Le dais hermosos trajes y hermosa camisa, lle- te Federico fuese primo carnal de Jorge Marest, co- va pecheras de bolsista, y mi lechuguino va todos los mo el mistificador del viaje á Presles no habia dicho domingos á las Tullerias en busca de aventuras. ¿Qué su nombre más que á Moreau, el jóven Husson sólo quereis? Es jóven. Me atormenta-para que le presen- le conocía por Jorge y este nombre de Federico Ma- te á mi hermana, en casa de la cual vería una famosa rest nada podia recordarle. sociedad: actrices, bailarinas, elegantes de profesión, gente que se come su fortuna.... No tiene afición á —Señores,—dijo Godeschal, durante el almuerzo, ser procurador, mucho lo temo, k pesar de ello, ha- dirigiéndose á todos los escribientes; os anuncio la próxima llegada de un novato; y como quiera que es género, superiores á los comediantes. Al comprar un muy rico, le haremos pagar, así lo espero, una fa- estudio sin clientela, Desroches volvia á inaugurar en mosa bienvenida cierto modo una nueva dinastía. Esta fundación inter- —Adelante con el libro! y seamos formales,—dijo rumpió la continuación de los usos relativos á la bien- Oscar mirando al amanuense. venida. Así, venido á una habitación donde jamás se Este se encaramó como una ardilla á lo largo de habian borroneado papeles timbrados, Desroches ha- las casillas, con objeto de apoderarse de un registro bia puesto en ella mesas nuevas, carteras blancas y colocado en la última tabla para recibir en ella capas orladas de azul, completamente nuevas. Su estudio de polvo. se compuso de escribientes tomados de diversos es- —Se ha ennegrecido,—dijo el amanuense, mos- tudios, sin lazos entre ellos, y por decirlo así, asom- trando un libro. brados de verse reunidos. Godeschal, que babia he- Expliquemos que burla perpetua engendraba este cho sus primeras armas en casa del maestro Derville, libro entonces usado, en la mayor parte de los estu- no era escribiente capaz de dejar perder la preciosa dios. No hay más que almuerzos de escribientes, co- tradición de la bienvenida. La bienvenida es un al- midas de arrendadores y cenas de señares, este anti- muerzo que todo novato debe á los antiguos en el es- guo dicho del siglo décimo octavo ha permanecido tudio donde entra. Ahora bien, cuando eljóven Os- cierto en lo concerniente á la bazoche, (4) para todo car vino al estudio, á los seis meses de la instalación el que ba pasado dos ó tres años de su vida en estu- de Desroches, durante una velada de invierno en que diar los procedimientos en casa de un procurador, el los asuntos quedaron despachados temprano, en el notariado en casa de un maestro cualquiera. En la momento en que los escribientes se calentaban al fue- vida de escribiente, en que se trabaja tanto, se ama go antes de salír, Godeschal inventó confeccionar un el placer con tanto más ardor cuanto que es raro; llamado registro archilriclino-bazochiano de la últi- pero se saborea sobre todo con delicia una mistifica- ma antigüedad, salvado de las tempestades-de la Re- ción. Esto explica hasta cierto punto la conducta de volución, procedente del procurador del Chátelet Jorge Marest en el coche de Pierrotin. El escribiente Bordin, predecesor inmediato de Sauvagnest, el pro- más sombrío se halla siempre minado por un deseo curador de quien Desroches tenia su cargo. Se prin- de farsa y de burla. El instinto con que entre escri- cipió por buscar, en casa de un vendedor de papeles bientes se encuentra y se desarrolla una mistificación, viejos, algún registro de papel con marca del siglo una broma, maravilla verlo, y sólo tiene su analogía décimo octavo, debidamente encuadernado en per- entre los pintores. El taller y el estudio son, en este gamino, en el cual se leyese una sentencia del Con- sejo Supremo. Habiendo encontrado este libro, se le (1) La palabra bazoche, sin equivalente en nuestro idioma, restregó por el polvo, por la sartén, por la chime- significa la jurisdicción y tribunal de los escribientes que tenian los procuradores en el Parlamento de Paris. (N. del T.) aea, por la cocina; hasta se le dejó en el sitio que los Grevin, segundo escribiente; Anastasio Feret, escri- escribientes llaman la cámara de los deliberantes, y biente; Jaime Huet, escribiente; Regnauld de Saint- se obtuvo una putrefacción capaz de entusiasmar á Jean-d'Angély, escribiente; fiedeau, amanuense. Año los anticuarios, rajas de una antigüedad salvaje, can- 1787 de nuestro Señor. Oida la misa, nos hemos toneras raidas hasta hacer creer que los ratones se trasladado á la Courtille, y hemos celebrado á escote habían regalado con ellas. El corte fué teñido de un abundante almuerzo que no ba terminado hasta amarillento con una perfección asombrosa. Una vez las siete de la mañana.» (1) preparado el libro, hé ahí algunas citas que dirán al más negado el uso á que el estudio de Desroehes con- Estaba milagrosamente escrito. Un inteligente hu- sagraba esta eoleccion, cuyas sesenta primeras pági- biera jurado que esta escritura pertenecía al siglo dé- nas abundaban en falsos procesos verbales. En la cimo octavo. Seguían veintisiete procesos verbales de primera hoja se leía: recepciones, y la última se referia al año fatal de m 1792. Despues de una laguna de catorce años, prin- «En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu cipiaba el registro, en 1806, con el nombramiento de Santo. Amen. Hoy, fiesta de nuestra señora Santa Bordin como procurador cerca del tribunal de prime- Genoveva, patrona de Paris, bajo cuya advocación se ra instancia del Sena. Hé aquí el texto, que señalaba •r han colocado, desde el año 4525, los escribientes de la reconstitución del reino de bazoche y otros lu- m este Estudio, nosotros, los abajo firmados, escribien- gares: tes y amanuenses del estudio de maese Gerónimo Se- bastian fiordin, sucesor del difunto Guerbet, procura- «Dios, en su infinita clemencia, ha querido que á dor que en vida fué del Chátelet, hemos reconocido la pesar de las espantosas borrascas que se han cebado necesidad en que nos hallábamos de establecer el re- en la tierra de Francia, que ha llegado á ser un * gistro y los archivos de las instalaciones de los escri- grande Imperio, se hayan conservado los preciosos bientes en este glorioso estudio, miembro distinguido archivos del muy célebre estudio de maese Bordin; y del reino de bazoche, cuyo registro se ha visto lleno nosotros, los abajo firmados, escribientes del muy á consecuencia de las actas de nuestros queridos y digno y muy virtuoso maese Bordin, no vacilamos en muy amados predecesores, y hemos requerido al ar- atribuir esta inaudita conservación, cuando tantos tí- chivero de la Audiencia para que lo una á los de los tulos, cartas y privilegios se han extraviado, á la demás estudios, y todos hemos oido misa en ia parro- protección de Santa Genoveva, patrona de este es- quia de San Severino, para solemnizar la inaugura- tudio , y también al culto que el último de los procu- ción de nuestro nuevo registro. En fe de lo cual he- mos firmado todos:— Malin, escribiente principal: (1! En el original se halla escrito este documento burlesco en francés del siglo XVIU. radores á la antigua ha profesado á cuanto tendia á entregue á pedir de boca! Que sus cuentas le sean sa- conservar los antiguos usos y costumbres. En la inse- tisfechas hasta el último maravedí!.... Ojalá se parez- guridad de saber cual es la parte de Santa Genoveva can á él nuestros futuros principales! Quiéranle siem- y cual la de maese Bordin en este milagro, hemos pre los escribientes, áun cuando ya no exista!....» resuelto trasladarnos á San Estéban del Monte, para oir allí una misa que será rezada en el altar de esta Seguian treinta y tres procesos verbales de recep- santa pastora que nos envia tantos carneros que tras- ciones de escribientes, los cuales se distinguían por quilar, y ofrecer un almuerzo á nuestro principal, es- caractéres y tintas diversas, por frases, firmas y elo- perando que él pagará el gasto.—Han firmado: Oig- gios de la buena mesa y de los vinos, que parecían nar, primer escribiente; Poidevin, segundo escribiente; demostrar que el proceso verbal se redactaba y firma- Proust, escribiente; Brignolet, escribiente; De mi le, ba en plena sesión, inler pocula. En fin, con fecha ju- escribiente; Agustin Coret, amanuense. nio de 4822, época de la jura de Desroches, se encon- En el estudio, 40 Noviembre 1806.» traba esta prosa constitucional:

« Al dia siguiente, á las tres horas de hallarse le- «Yo, el abajo firmado, Francisco Claudio Maria Go- vantados , los escribientes abajo firmados consignan deschal, llamado por maese Desroches para desempe- aquí su gratitud hácia su excelente principal, que les ñar las difíciles funciones de primer escribiente, en ha obsequiado en casa del señor Rolland, fondista, un estudio donde debia crearse la clientela, habiendo calle del Hasard, con exquisitos vinos de tres países, sabido por maese Derville, de cuyo estudio procedo, Burdeos, Champagne y Borgoña, con platos especial- la existencia de los famosos archivos arckUriclino- mente condimentados, desde las cuatro horas de le- bazochianos, célebres en la Audiencia, he suplicado á vantados hasta las siete y media. Ha habido café, he- nuestro amable principal que las pida á su predece- lados, licores en abundancia. Pero la presencia del sor, porque importaba hallar este documento fechado principal no ha permitido cantar alabanzas en cancio- en el año 4786, que va unido á otros archivos deposi- nes propias de escribientes. Ni uno solo de éstos ha tados en la Audiencia, cuya existencia nos ha sido traspasado los límites de un amable buen humor, por- certificada por los señores Terrasse y Dudos, archive- que el digno, el respetable y generoso principal habia ros, y con ayuda de los cuales se remonta hasta el año prometido llevar á sus escribientes á ver á Taima en 4525, encontrando indicaciones históricas del más fíriíannicus, en el Teatro Francés. Deseamos larga alto precio sobre las costumbres y la cocina de los es- vida á maese Bordin! Que Dios derrame beneficios so- cribientes. Habiéndose procedido á este requirimien- bre nuestro jefe venerable!.... Ojalá logre vender ca- to, el estudio ha sido puesto hoy en posesión de estos ro un estudio tan glorioso!... Que el cliente rico se le testimonios del culto que nuestros predecesores han este registro, bastará copiar el proceso verbal de la tributado constantemente á la diva botella y á la buena presunta recepción de Oscar. mesa. En su consecuencia, para edificación de nues- tros sucesores, y para reanudar la cadena de los tiem- «Hoy, lúnes, 2o Noviembre de 4822, despues de pos y de los cubiletes, he convidado á los señores Dou- una sesión celebrada ayer en la calle de la Cerisaie, blet, segundo escribiente; Yassal, tercer escribiente; cuartel del Arsenal, en casa de Mme. Clapart, madre Hérisson y Grandemain, escribientes, y Dumets, ama- del novato, bazochiano, Oscar Husson, nosotros, los nuense, á almorzar el domingo próximo en el Cheval- abajo firmados, declaramos que el banquete de rercp- ñouge, en el muelle de San Bernardo, donde celebra- • cion ha superado nuestras esperanzas. Se componía remos la conquista de este libro que contiene la lista de rabanillos negros y rosa, de pepinillos, anchoas, de nuestros gastrónomos. Este domingo, 27 junio, manteca y aceitunas por via de estimulantes, de una se han apurado doce botellas de diferentes vinos, ca- suculenta sopa de arroz, que atestigua una solicitud lificados de exquisitos. Han sido dignos de mencio- maternal, porque hemos notado en ella un delicioso narse los dos melones, los pasteles á la salsa romana, sabor á pol^; y según confesion del novato, hemos un filete de buey, una empanada á los vhampignons. sabido que, en efecto, los despojos de un exquisito Mlle. Marietta, ilustre hermana del primer escribien- guiso preparado por los cuidados de Mme. Clapart, te y primer premio de la Real Academia de música y habían sido juiciosamente injeridos en el puchero he- baile, habiendo puesto á la disposición del estudio bu- cho á domicilio, con cuidados que sólo se toman en el tacas de orquesta para la función de esta noche, se hogar doméstico. ha tomado acta de esta generosidad. Item más: se ha decretado que los escribientes se trasladen personal- »Item, el adobo rodeado de un mar de gelatina, mente al domicilio de esta noble señorita, para darle debida á la madre del susodicho. las gracias y declararle que á su primer proceso, si el »/tem, una lengua de buey á los tomates que no diablo se lo envia, no pagará más que los desembol- nos ha encontrado autómatas. sos , de lo cual se toma acta. Godeschal ha sido pro- »Ileiri, una salsa de pichones con un sabor capaz clamado la flor de la bazoche y sobre todo un buen de hacer creer que los ángeles habían dirigido su con- muchacho. Ojalá un hombre que tan bien nos trata, fección. trate en breve de adquirir un estudio!....» »Item. un timbal de macarrones, seguido de fuen- tes de crema al chocolate. »Item, unos postres compuestos de once platos de- Aquí habia manchas de vino, borrones y rúbricas licados, entre ios cuales, á pesar del estado de em- que parecían fuegos artificiales. Para dar á compren- briaguez á que nos habian reducido diez y seis exqui- der el sello de verdad que habia sabido imprimirse á sitas botellas de los más selectos vinos, hemos notado una compota de albérchigos de una delicadeza augus- táculo que presentaba la fisonomía del recien venido, ta y sorprendente. al estudiar estas páginas bufas. Inter pocula, cada »Los vinos del Rosellon y los de la costa del Róda- neófito había sabido el secreto de esta farsa bazochia- no han desacreditado por completo á los de Champag- na, y esta revelación le inspiró, como era de espe- ne y Borgoña. Una botella de marrasquino y una de rar, el deseo de mistificar á los escribientes futuros. kirsch, á pesar del exquisito café, han acabado de su- Ahora imagine cada uno la cara que pusieron los mergirnos en un éxtasis enològico tal, que uno de cuatro escribientes y el amanuense á estas palabras nosotros, el señor Hérisson, se ha encontrado en el de Oscar, á su vez mistificador: bosque de Boloña, creyendo hallarse todavía en el- —¡Adelante con el libro! boulevard del Temple; y que Santiaguito, el ama- Diez minutos despues de esta exclamación, se pre- nuense, de catorce años de edad, se ha dirigido á sentó un hermoso jóven, de airoso talle y agradable ciudadanas de cincuenta y siete años, tomándolas por semblante, preguntó por M. Desroches y se nombró mujeres fáciles, de lo cual se toma acta. Existe en sin vacilar á Godeschal. los estatutos de nuestra órden una ley»eeveramente —Soy Federico Marest,—dijo, y vengo á ocupar observada, y es la de" dejar á los aspirantes á los pri- aquí la plaza de tercer escribiente. vilegios de la bazoche medir por su fortuna las mag- —Señor Husson,—dijo Godeschal á Oscar, indicad nificencias de su bienvenida, porque es de pública no- su sitio á ese caballero y ponedle al corriente de los toriedad que nadie que tenga rentas se entrega á Te- hábitos de nuestro trabajo. mis, y que todo escribiente se halla severamente go- Al dia siguiente, el escribiente encontró el libro bernado por sus padres. Así, hacemos constar, en atravesado sobre su cartera; pero, despues de haber medio de los mayores elogios, la conducta de Mme. recorrido las primeras páginas, se echó á reírlo in- Clapart, viuda en primeras nupcias de M. Husson, vitó al estudio y volvió á colocarlo delante de él. padre del impetrante, y le declaramos digno de los —Señores,—dijo al marcharse á eso de las Cinco, ¡ hurras ! que se han prorumpido durante los postres, tengo un primo primer escribiente de notario en casa y que todos hemos firmado.» del señor Leopoldo Hannequin, le consultaré acerca de lo que debo hacer para mi bienvenida. Tres escribientes habian caido ya en esta mistifica- —Malo!—exclamó Godeschal, el futuro magistrado ción , y tres recepciones reales constaban en este im- no parece novicio! ponente registro. El dia de la llegada de cada novato —Le marearemos,—dijo Oscar. al estudio, el amanuense babia colocado en el sitio Al dia siguiente, á las dos, Oscar vió entrar y re- del mismo, sobre su cartera, los archivos architricli- conoció á Jorge Marest en la persona del primer es- no-bazochianos, y los escribientes gozaban del espec- cribiente de Hannequin. 181

—Eh, aquí viene el amigo de Alí-Pachá,—excla- rial, formalidad, y sabed llevar el vino como los se- ñores de la Regencia.... mó con aire despejado. —Toma! vos aquí, señor embajador?—respondió —¡Hurra!—gritó el estudio como un solo hombre. Bravo!.... Very welll.... Vivan, vivan los Marest Jorge, acordándose de Oscar. (las lagunas). —Hola! conque os conocéis?—preguntó Godeschal —Pontinas!—exclamó el amanuense. á Jorge. —Y bien, qué hay?—preguntó el principal, salien- r —Ya lo creo, hemos hecho tonterías juntos,—dijo do de su gabinete. Ah! eres tú Jorge, dijo al primer Jorge, hace de esto más de dos años. Sí, he salido de escribiente, te comprendo, vienes á descarriar á los casa de Crottat para entrar en la de Hannequin, pre- mios. cisamente á causa de ese asunto Y entró de nuevo en su gabinete, llamando á Oscar. —¿Qué asunto?—preguntó Godeschal. —Toma, aquí tienes quinientos francos,—le dijo —Oh! nada,—respondió Jorge á un signo de Os- abriendo su caja, ve á la Audiencia y retira del ar- car. Quisimos mistificar á un Par de Francia, y él fué chivo de las copias el fallo de Vandenesse contra Van- quien nos dió mil vueltas.... Ah! eso es, conque que- denesse, precisa notificarlo esta noche si es posible. reis sacarle una zanahoria á mi primo?.... He prometido un apronto de veinte francos á Simón ; —Nosotros no sacamos zanahorias á nadie,—dijo espera el fallo si no está dispuesto, no dejes que te • Oscar con dignidad, hé aquí nuestros estatutos. enreden; porque Derville es capaz de ponernos en- Y presentó el famoso registro, en el lugar donde se torpecimientos, en interés de su cliente. El conde Fé- encontraba una sentencia de exclusión decretada con- lix de Vandenesse es más inlluyente que su hermano tra un refractario que por el delito de avaricia se ha- el embajador, nuestro cliente. Mucho ojo, pues, y á bía visto obligado á abandonar el estudio en 1788. la menor dificultad, ven á consultarme. — Ya lo creo que se trata de una zanahoria, porque V* Oscar partió con intención de distinguirse en esta aquí están las raices,—replicó Jorge, señalando aque- pequeña escaramuza, la primera que se presentaba llos bufos documentos. Pero mi primo y yo somos ri- desde su instalación. cos, os ofreceremos un banquete como jamás hayais visto otro, y que estimulará vuestra imaginación para Despuas de la partida de Jorge y de Oscar, Godes- el proceso verbal. Hasta mañana, domingo, á las dos chal sonsacó á su nuevo escribiente, acerca de la bro- en el Rocher de Cancale. Despues os llevaré á pasar ma que en su concepto encerraba aquella marquesa la velada á casa de la señora marquesa de las Floren- de las Florentinas y Cabirolos; pero Federico con- tinas y Cabirolos, en donde jugaremos y hallareis lo tinuó la mistificación de su primo, con una sangre ^ más selecto de las mujeres distinguidas. Así, señores fría y una gravedad de procurador general; con sus • de primera instancia,—prosiguió con gravedad nota- ademanes y respuestas persuadió á todo el a&udü*

9-V a* que la marquesa de las Florentinas era la viuda de de tuvo el gusto de saber que la futura gala del baile un grande de España, á la cual su- primo hacia la debia la existencia á una simple portera. A los quince córte. Nacida en Méjico, hija de una criolla, esta jó- dias, la madre y la hija, domiciliadas en la calle de ven y rica viuda se distinguía por la indolencia de las Crussol, gozaron en ella de un modesto bienestar. mujeres nacidas en aquellos climas. Fué, pues, á este protector de las artes, según la fra- —Le gusta reir, le gusta beber, le gusta cantar se adoptada, á quien debió el teatro este jóven talen- como nosotros!—dijo en voz baja, citando la famosa to. Este generoso Mecenas volvió entonces casi locas canción de Béranger. Jorge, añadió, es muy rico, á aquellas dos criaturas, ofreciéndoles un moviliario ha heredado de su padre, que era viudo, el cual le de caoba, tapices, alfombras y una cocina económica; ha dejado diez y ocho mil libras de renta, y con los les permitió tomar una criada y les entregó doscien- doce mil francos que nuestro tio acaba de legarnos á tos cincuenta francos al mes. El padre Cardot, ador- cada uno, reúne treinta mil francos anuales. De ma- nado con sus alas de pichón, pareció entonces un án- nera que ha pagado sus deudas y abandona el nota- gel y fué tratado como se merecia un bienhechor. riado. Espera ser marqués de las Florentinas, porque Para la pasión del buen hombre, aquella fué la edad la jóven viuda es marquesa y tiene derecho á dar sus de aro. Durante tres años, el chantre de la madre títulos á su marido. Si los escribientes permanecieron Godichon observó la alta política de mantener á Mlle. en extremo indecisos respecto á la marquesa, la do- Cabirolle y á su madre en esta reducida habitación, ble perspectiva de un almuerzo en el Rocher de Can- á dos pasos del teatro; luego, por amor á la coreo- cale y de esta soiree fashionable, les causó una exce- grafia, dió Yestris por maestro á su protegida. Así siva alegria. Hicieron todas las reservas relativa- es que por los años de 1820, tuvo la fortuna de ver mente á la española, para juzgarla sin apelación, bailar á Florentina su primer paso en el baile de un cuando compareciesen en su presencia. melodrama de espectáculo, intitulado las Ruinas de Babilonia. Florentina contaba entonces diez y seis Esta marquesa de las Florentinas y Cabirolos era primaveras. Algún tiempo después de este estreno, sencillamente Mile. Agata Florentina Cabirolle, pri- el padre Cardot habia ya llegado á ser un viejo laca- mera bailarina del teatro de la Gaité, en casa de la ño para su protegida; pero como tuvo la delicadeza cual el tio Cardot cantaba la Madre Godichon. Un de comprender que una bailarina del teatro de la GcA- año despues de la muy reparable pérdida de la difun- té tenia que sostener cierto rango, y elevó á quinien- ta Mme. Cardot, el afortunado negociante encontró á tos francos su socorro mensual, si no volvió á ser un Florentina al salir de la academia de Conloo. Des- ángel, fué al menos un amigo hasta la muerte, un lumhrado por la hermosura de esta flor coreográfica, segundo padre. Esta fué la edad de plata. De 1820 á Florentina tenia entonces trece años, el comerciante 1823, Florentina adquirió la experiencia de que de- retirado la siguió hasta la calle Pastourelle, en don- mensuales, ya no salía sino en coche, tenia doncella, ben gozar todas las bailarinas de diez y nueve á vein- cocinera y lacayo. Ambicionaba, en fin, una órden te años. Sus amigas fueron las ilustres Marrietta y de debutar en la Opera. Entonces el Capullo de Oro Tullia, dos primeros papeles de la Opera. Florina, obsequió á su antiguo jefe con sus productos más luego la pobre Coraba, tan pronto arrebatada al espléndidos para complacer á Mlle. Cabirolle, llama- arte, al amor y á Camusot. Como quiera que el pe- da ^lorentiüa, de la misma manera que tres años an- queño padre Cardot habia adquirido por su parte cin- tes habia colmado los deseos de Coralia, pero siem- co años más, habia caido en la indulgencia de esa se- pre sin saberlo la hija del padre Cardot, porque el mi-paternidad que conciben los ancianos hácia los suegro y el yerno se entendían á las mil maravillas talentos jóvenes que han educado y cuyos triunfos para guardar el decoro en el seno de la familia. Mme. han llegado á ser los suyos. Además, ¿en dónde y Camusot nada sabia, ni de las disipaciones de su ma- cómo un hombre de sesenta y ocho años hubiera re- rido, ni de las costumbres de su padre. Así, pues, la novado un cariño semejante, sino en Florentina que magnificencia que resplandecía en la calle de Vendó- tan bien conoció sus hábitos, y en cuya casa pudiera me, en casa de Mlle. Florentina, hubiera satisfecho cantar con sus amigos la madre Godichon? El peque- á las comparsas más ambiciosas. Despues de haber ño padre Cardot se encontró, pues, bajo un yugo me- sido el amo durante siete años, Cardot se sentía arras- dio conyugal y de una fuerza irresistible. Esta fué la trado por un remolcador de una potencia de capri- edad de bronce. cho ilimitada. Mas el desventurado anciano amaba!... Durante los cinco años de la edad de oro y la edad Florentina debía cerrarle los ojos, él contaba legarle de plata, Cardot economizó noventa mil francos. Es- cien mil francos. La edad de Metro habia principia- te anciano, lleno de experiencia, habia previsto que do!... cuando él llegaría á los setenta años, Florentina se- ria mayor de edad; debutaría quizás en la Opera, sin Jorge Marest, rico de treinta mil libras de renta, duda querría ostentar el lujo de una persona princi- guapo muchacho, cortejaba á Florentina. Todas las pal. Algunos dias antes de la fiesta en cuestión, el pa- bailarinas tienen la precaución de amar como las dre Cardot habia gastado cuarenta y cinco mil fran- aman sus protectores, de tener un jóven que las lleva cos á fin de dar cierto lujo á su Florentina, para la á paseo y las dispone locas partidas de campo. Aun- cual habia vuelto á tomar la antigua habitación en que desinteresado, el antojo de una primera bailarina donde la difunta Coralia hacia la felicidad de Camusot. es siempre una pasión que cuesta algunas bagatelas En París, existen habitaciones, casas y calles predes- al afortunado mortal. Son las comidas en los restau- tinadas. Enriquecida con una magnífica vajilla, la rant^ los palcos en los teatros, los coches para ir y primera bailarina del teatro de la Gaité daba exquisi- venir de las cercanías de París, vinos exquisitos con- tas comidas, gastaba en atavíos trescientos francos sumidos con profusión, porque las bailarinas viven hoy como vivían en otro tiempo los atletas. Jorge se con chorrera y de hermosa tela, además de las doce divertía como se divierten los jóvenes que pasan del que me ha dado Vamos á exhibirnos! Ah! si uno rigor paterno á la independencia, y la muerte de su de nosotros pudiera quitar la marquesa á ese Jorge tio, al doblar casi su fortuna, cambiaba sus ideas. Mares t!.... Mientras no tuvo más que las diez y ocho mil libras de — Linda ocupacion para un escribiente del estudio renta legadás por su padre y su madre, su intención del maestro Desroches!....—exclamó Godeschal. Con- fué ser notario; pero según las palabras de su primo que no domarás jamás tu vanidad, granuja?.... á los escribientes de Desroches, se necesitaba ser es- —Ah! caballero,—dijo Mme. Ciapart que traia cor- túpido para principiar una profesión con la fortuna batas á su hijo y que oyó las palabras del escribiente que se posee cuando se la abandona. El primer escri- principal, Dios quiera que Oscar siga vuestros conse- biente, pues, celebraba su primer dia de libertad con jos! Es lo que le digo sin cesar: imita al señor Godes- este almuerzo que servia al mismo tiempo para pagar chal, sigue sus consejos! la bienvenida de su primo. Más cuerdo que Jorge, —Progresa, señora,—respondió el primer escri- Federico persistía en seguir la carrera del ministerio biente; pero no se necesitaría hacer muchas torpezas público. Como quiera que un gallardo jóven tan bien como la de ayer para perderse en el concepto del formado y tan suelto como Jorge podia muy bien ca- principal. Este no concibe que uno no pueda conse- carse con una rica criolla, de la misma manera que guir lo que se propone. Por via de estreno encarga á el marqués de las Florentinas y Cabirolos habia po- vuestro hijo sacar la copia de un fallo en un asunto de dido muy bien en su vejez, al decir de Federico á sus sucesión en que dos grandes señores, dos hermanos, futuros camaradas, tomar por esposa antes á una jó- litigan uno contra otro, y Osearse ha dejado burlar... ven bella que á una jóven noble, los escribientes del El amo principal estaba furioso. Apenas si he podido estudio de Desroches, todos hijos de familias pobres, remediar esta tontería yendo esta mañana desde las no habiendo frecuentado jamás el gran mundo, vis- seis, á encontrar al dependiente archivero, de quien tieron sus mejores trajes, todos bastante impacientes he obtenido tener el fallo mañana á las siete y me- por ver á la marquesa mejicana de las Florentinas y dia. Cabirolos. — Ah! Godeschal, — exclamó Oscar estrechando la —Qué fortuna,—dijo Oseará Godeschal, al levan- mano de su primer escribiente, sois un verdadero tarse por la mañana, qué fortuna que me haya man- amigo. dado hacer un frac, un pantalón, un chaleco nuevos, —Ah! caballero, — dijo Mme. Ciapart, una madre un par de botas, y que mi querida madre me haya se considera dichosa de saber que su hijo tiene un hecho un nuevo equipo para mi proraocion á la cate- amigo como vos, y podéis contar con una gratitud que goría de segundo escribiente!.... Tengo seis camisas durará lo que mi vida. Oscar, apártate de ese Jorge Marest, ha causado ya tu primera desgracia en la liar los placeres de la juventud con los deberes de su vida. profesión. —¿Y cómo ha sido eso? preguntó Godescbal. Mme. Clapart, al ver al sastre y al zapatero que ve- La madre, sobrado confiada, refirió sucintamente nían en busca de Oscar, permaneció un momento á solas con el primer escribiente, para devolverle los al jóven la aventura ocurrida á su pobre Oscar en el cien francos que acababa de dar. eoche de Pierrotin. —Ah! caballero,-le dijo, las bendiciones de una —Tengo la seguridad,—dijo Godeschal, de que ese madre os seguirán á todas partes y en todas vuestras embromador nos ha preparado para esta noche algu- na jugada de las suyas.... En cuanto á mí, no pienso empresas. ir á casa de la condesa de las Florentinas, mi herma- Entonces la madre experimentó la suprema dicha na me necesita para las estipulaciones de una nueva de ver á su hijo bien vestido, ella le traia un reló de contrata, conque me separaré de vosotros á los pos- oro comprado á fuerza de economias, en recompensa tres; pero Oscar, no te descuides. Tal vez os harán de su buen comportamiento. jugar, el estudio de Desroches no debe quedar en mal —Entras en quinta dentro de ocho días,—le dijo, lugar. Toma, jugarás por los dos, ahí tienes cien y como era preciso prever el caso de que saques un francos,—dijo este excelente muchacho, dando la su- mal número, he ido á ver á tu tio Cardot, está muy ma á Oscar cuya bolsa iba á ser saqueada por el za- contento de tí. Encantado de verte segundo escribien- patero y el sastre. Sé prudente, piensa en no jugar te á los veinte años, y de tus triunfos en el exámen más que nuestros cien francos, no te dejes embriagar, de la Escuela de derecho, ha prometido el dinero ne- ni por el juego ni por las libaciones. ¡Cáscaras! un cesario para comprarte un sustituto. ¿No experimen- segundo escribiente es ya hombre de peso, no debe tas cierta satisfacción al ver tan bien recompensada jugar sobre su palabra, ni traspasar en nada ciertos una buena conducta? si ahora sufres privaciones, pien- limites. Desde que uno es segundo escribiente, debe sa en la dicha de poder adquirir un estudio dentro de pensar en ser procurador. Así, ni demasiado beber, cinco años. Piensa, en ffn, tesoro mió, cuánta ventu- ni demasiado jugar, guardar una actitud conveniente, ra proporcionas á tu madre. tal es la regla de tu conducta. Sobre todo no se te ol- El semblante de Oscar, un tanto enllaquecido por vide estar en casa á media noche, porque mañana á el estudio, habia adquirido una fisonomía á la cual el las siete debes hallarte en la Audiencia para que te hábito de los negocios imprimía una expresión seria. den tu fallo. No está prohibido divertirse, pero los Habia terminado su desarrollo y le habia salido la negocios ante todo. barba. La adolescencia, en fin, cedia el paso á la viri- —¿Lo oyes, Oscar?—dijo Mme. Clapart. Mira, cuán lidad. La madre no pudo dejar de admirar á su hijo y le abrazó tiernamente, diciéndole: indulgente es el señor Godeschal y como sabe conci- —Diviértete, pero no olvides las advertencias de eribiente sediento de placeres, y que desde tanto ese buen Godeschal. Ah! toma, se me olvidaba! ahí tiempo aspiraba á algún festín, los sentidos desenca- tienes el regalo de nuestro amigo Moreau, una linda denados podian hacerle olvidar las prudentes reco- cartera. mendaciones de Godeschal y de su madre. Para ver- —La necesito tanto más cuanto que el principal me güenza de la juventud, jamás faltan los consejos y las ha entregado quinientos francos para retirar ese con- advertencias. Además de las recomendaciones de por denado fallo de Vandenesse contra Yandenesse, y no la mañana, Oscar experimentaba en su interior un quiero dejarlos en mi cuarto. movimiento de aversión contra Jorge, se sentia hu- millado en presencia de este testigo de la escena del —¡Vas á llevarlos encima!—dijo la madre asusta- salón de Presles, cuando Moreau le habia arrojado á da. Y si perdieras semejante cantidad! No seria mejor los pies del conde de Sérisy.—El órden moral tiene que se la confiaras á Godeschal? sus leyes, ellas son implacables y nos castigan cada —¡ Godeschal!—gritó Oscar que halló excelente la vez que las desconocemos. Existe sobre todo una á la idea de su madre. cual los mismos brutos obedecen, sin discusión y siem- Godeschal, como todos los escribientes, el domingo pre. Es la que nos ordena huir de todo el que una era dueño de su tiempo desde las diez hasta las dos, vez nos ha perjudicado, con intención ó sin ella, vo- habia salido ya. luntaria ó involuntariamente. La criatura de quien he- Cuando su madre se separó de él, Oscar fué á ma- mos recibido daño ó disgusto nos será siempre funesta. tar el tiempo á los boulevares, esperando la hora del Cualquiera que sea su rango, por cariño que nos profe- almuerzo. ¿Cómo no pasear aquel hermoso atavio se ó le profesemos, es necesario romper con ella, nos que llevaba con un orgullo y un placer que recordarán la envia nuestro genio malo. Por más que el senti- todos los jóvenes que al principio de la vida se han miento cristiano se opone á esta conducta, la observan- hallado en la escasez? Un bonito chaleco de cachemi- cia de esta ley terrible es esencialmente social y conser- ra con fondo azul y con chai, un pantalón negro de vadora. La hija de Jacobo II, que se sentó en el trono casimir formando pliegues, un frac negro, bien he- de su padre, debió de inferirle más de una herida an- cho, y un bastón con puño de plata sobredorada com- tes de la usurpación. Judas habia ciertamente dado al- prado con sus economías, causaban una alegría bas- gún golpe asesino á Jesús antes de hacerle traición. tante natural á este pobre muchacho que pensaba co- Existe en nosotros una vista interior, la vista del alma, mo estaba vestido el día de su viaje á Presles, acor- que presiente las catástrofes, y la repugnancia que dándose del efecto que Jorge habia entonces producido experimentamos hácia ese ser fatal es el resultado de en él. Oscar tenia en perspectiva un dia de delicias; á esta previsión; si la religión nos ordena vencerla, la noche debia ver el mundo elegante de la hermosu- réstanos la desconfianza cuya voz debe ser oida sin ra, por vez primera! Convengamos en ello: en un es- cesar. ¿Podia Oscar, á los veinte años, poseer tanta en las ideas rencorosas del ex-escribiente de notario cordura? que se gozaba pronosticando á la nobleza las desgra- Ay! cuando á las dos y media Oscar entró en el sa- cias con que la clase media soñaba entonces y que el lón del Rocher de Cancale, donde además de los es- 1850 debia realizar. A las tres y media principiaron á cribientes se hallaban tres convidados, á saber: un celebrar. Los postres no se sirvieron hasta las ocho, viejo capitan de dragones, llamado Girodeau; Finot, cada plato exigió dos horas. Sólo los escribientes pue- periodista, que podia hacer debutar á Florentina en den comer así! Los estómagos de diez y ocho á veinte la Opera; du Bruel, un autor amigo de Tullia, una años, son, para la medicina, casos inexplicables. Los rival de Marietta en la Opera; el segundo escribiente vinos fueron dignos de Borrel, que en aquella época sintió desvanecerse su secreta hostilidad á los prime- sustituía al ilustre Balaine, el fundador del primer ros apretones de mano, á los primeros arrebatos de restaurant parisiense, esto es, del mundo entero, por uná conversación entre jóvenes, ante una mesa de do- la delicadeza y la perfección de la cocina. A los pos- ce cubiertos espléndidamente servida. Además, Jorge tres se redactó el proceso verbal de este festin de Bal- estuvo encantador con Oscar. tasar, principiando por: inter pocula aurea resfau- —Cursáis,—le dijo, la diplomacia privada, por que ranti, qui vulgo dicilur Rupes Cancali. Despues de ¿qué diferencia existe entre un embajador y un pro- este principio, imagine cada uno la hermosa página curador? Unicamente la que separa á una,nación de que se añadiría á este Libro de Oro de los almuerzos un individuo. Los embajadores son los procuradores bazochianos. Godeschal desapareció despues de fir- de los pueblos!... Si puedo serviros en algo, venid á mar, dejando á los once comensales, estimulados por ini encuentro. el antiguo capitan de la guardia imperial, entregados —A fe mia, —dijo Oscar, hoy puedo confesároslo, á los vinos, á los brindis y á los licores de unos pos- habéis sido para mí la causa de una gran desgracia.... tres cuyas pirámides de frutas y de primicias pare- — Bah! prorumpió Jorge despues de haber oido la cían los obeliscos de Tebas. A las diez y media, el narración de las tribulaciones del escribiente; si es el amanuense del estudio se halló en un estado que no conde de Sérisy quien se ha portado mal!... ¿Su mu- le permitió permanecer allí; Jorge le embaló en un jer? No la quisiera para mí. Y el mozo por más que iiacre, dando la dirección de la madre y pagando la haya sido ministro de Estado, Par de Francia, yo no carrera. Los diez comensales, todos ébrioscomo Pitt quisiera hallarme en su pellejo rojo. Es un alma pe- y Dundas, hablaron entonces de ir á pie por los bou- queña, ahora me burlo mucho de él. levards, en vista del tiempo delicioso, á casa de la marquesa de las Florentinas y Cabirolos, en donde, á Oscqr oyó con verdadero placer las bromas de Jor- eso de la media noche, debian encontrar la más bri- ge acerca del conde de Sérisy, porque disminuían, llante sociedad. Todos estaban sedientos de respirar el hasta cierto punto, la gravedad de su falta; y abundó aire con todos sus pulmones; pero esceptuando Jorge, Jorge á la presunta marquesa, permaneció atontado, Giroudeau, du Bruel y Finot, acostumbrados á las or- no conociendo á la bailarina de la Gaité en aquella gias parisienses, nadie pudo andar. Jorge envió por mujer aristocráticamente descotada, cubierta de en- tres calesas á un establecimiento de carruajes de al- cajes , semejante casi á una viñeta de kepseake, y que quiler, y durante una hora paseó á su gente por los le recibió con gracias y maneras sin analogía en la boulevards exteriores, desde Montmartre hasta la memoria ó en la imaginación de un escribiente trata- barrera del Trono. Regresaron por Berey, los mue- do con tanta severidad. Despues de haber admirado lles y los boulevards, hasta la calle de Vendóme. todas las riquezas de esta habitación, las hermosas Los escribientes revoloteaban aún por el cielo po- mujeres que en él se recreaban, y que todas compe- m blado de antojos á que la embriaguez arrebata á los tían en atavíos para la inauguración de esté esplen- « jóvenes, cuando su anfitrión les introdujo en los salo- dor, Oscar fué tomado de la mano y conducido por nes de Florentina. Allí chispeaban princesas de tea- Florentina á la mesa de la veinte y una. tro que instruidas sin duda de la chanza de Federico, —Venid, quiero presentaros á la bella marquesa se divertían en remedar á las mujeres de alcurnia. d'Anglade, una amiga mia.... Entonces estaban tomando sorbetes. Las bujías en- Y condujo al pobre Oscar en presencia de la linda cendidas hacían brillar los candelabros. Los lacayos Fanny-Beaupré que hacia dos años sustituía á la di- de Tullía, de Mme. de Val-Noble y de Fiorina, todos funta Coralia en las afecciones de Camusot. Esta jó- de gran librea, servían fiambres en fuentes de plata. ven actriz acababa de formarse una reputación en el Los tapices, obras maestras de la industria lionesa, papel de marquesa de un melodrama de la Porte- atados con cordones de oro, aturdían las miradas. Saint-Martin, intitulado la Familia d'Anglade, un Las flores de las alfombras semejaban un parterre. éxito de la temporada. Los más costosos dijes y curiosidades centelleaban á —Mira, amiga mia,—dijo Florentina, te presento los ojos. En el primer momento y en el estado á que á un muchacho encantador que puedes asociar á tu Jorge les había reducido, los escribientes, y sobre to- juego. do Oscar, creyeron en la marquesa de las Florentinas —Ah ! estará bonito eso,—respondió con una son- y Cabirolos. El oro brillaba sobre cuatro mesas de risa hechicera la aetriz, midiendo á Oscar con la mi- juego colocadas en el dormitorio. En el salon, las rada, estoy perdiendo, vamos á jugar en compañía, mujeres se dedicaban á una veinte y una defendida no es verdad? por Nathan, el célebre autor. Despues de haber va- —Estoy á vuestras órdenes, señora marquesa,—di- gado , ébrios y casi dormidos, por los sombríos bou- jo Oscar, sentándose al lado de la jóven actriz. levards exteriores, los escribientes despertaban en un —Poned el dinero,—dijo ella, yo lo jugaré, me verdadero palacio de Armida. Oscar, presentado por traereis la suerte! Tomad, ahí van mis últimos cien á los que perdían. Animaba el juego con muecas que francos.... á Oscar le parecían bien singulares; pero la alegría ahogó estas reflexiones,, porque las dos primeras vuel- Y sacó cinco monedas de oro de una bolsa cuyos tas produjeron una ganancia de dos mil francos. A cordones estaban adornados de diamantes. Oscar sacó Oscar le daban tentaciones de fingir una indisposi- sus cien francos en piezas de á cien sueldos, avergon- ción, y de escapar abandonando á su compañera; pe- zado ya de mezclar innobles escudos con monedas de ro el honor le clavaba allí. Otras tres vueltas se lle- oro. En diez vueltas, perdió los doscientos varon los beneficios. Oscar sintió en el espinazo un francos. sudor frió. Se le fué del todo la borrachera. Las dos —Vaya, es una bestialidad!—exclamó. Voy á to- últimas vueltaj se llevaron los mil francos de la so- mar la banca, yo! Seguimos en compañía, no es ver- ciedad; Oscar tuvo sed y engulló trago tras trago, dad? dijo á Oscar. tres vasos de ponche helado. La actriz condujo al po- Fanny Beaupré se habia levantado, y el jóven es- bre escribiente al dormitorio, contándole paparruchas. cribiente, que se vió, como ella, objeto de la atención Pero una vez allí, el sentimiento de su culpa abrumó de toda la mesa, no se atrevió á retirarse diciendo que de tal manera á Oscar, á quien el semblante de Des- su bolsa alojaba al diablo. Oscar se encontró sin voz, roches apareció como en sueños, que fué á sentarse su lengua, ya torpe, quedó pegada á su paladar. en una magnífica otomana, en un rincón sombrío; se —Préstame quinientos francos!—dijo la actriz á la cubrió los ojos con un pañuelo; ¡lloraba! Florentina bailarina. apercibió esta postura del dolor que posee un carácter Florentina trajo quinientos francos que fué á quitar sincero y que debia impresionar á una bufa; corrió á Jorge que acababa de pasar ocho veces al ecarté. hácia Oscar, le quitó su venda, vió las lágrimas y le —Nathan ha ganado mil doscientos francos,—dijo condujo á un boudoir. la actriz al escribiente, los banqueros ganan siempre, —¿Qué te pasa, hijito?—le preguntó. no dejemos que nos fastidien, le sopló al oido. Las A esta voz, á esta pregunta, á este acento, Oscar personas de corazon, de imaginación y de arranque, que reconoció una bondad maternal en la bondad de comprenderán que el infeliz Oscar abriese su cartera la jóven, respondió: y sacase el billete de quinientos francos. Miraba á Nathan, el-célebre autor, que otra vez en compañía —He perdido quinientos francos que mi principal de Florina se puso á jugar fuerte contra la banca. me habia entregado para retirar mañana un fallo; no me queda-otro recurso que echarme al rio, estoy des- —Ea, pequeñito, meted mano,—le gritó Fanny honrado... Beaupré, haciendo signo á Oscar de coger doscientos —Sois tonto?—dijo Florentina, esperadme aquí, francos que Florina y Nathan habían apuntado. voy á traeros mil francos, procurareis desquitaros del La actriz no economizaba las chanzas y las burlas todo; pero no arriesguéis más que quinientos francos, nos pasos y cayó en el boudoir sobre un sofá, con los á ña de conservar el dinero de vuestro principal. Jor- ojos cerrados por un sueño de plomo. ge juega admirablemente al ecarté, apostad en su —Marietta,—decia Fanny Beaupré á la hermana favor.... de Godeschal que habia llegado á las dos de la ma- En la cruel situación en que se encontraba Oscar, drugada, quieres comer aquí mañana? Vendrá mi Ca- aceptó las proposiciones de la dueña de la casa. Ah! musot con el padre Cardot, les haremos rabiar? se dijo, sólo las marquesas son capaces de estos ras- —Cómol — exclamó Florentina, si mi viejo chino gos... Bella, noble y riquísima, qué feliz es Jorge! no me ha avisado! Recibió de Florentina los mil francos en oro, y fué á —Esta mañana debe venir á participarte que canta apostar por su mistificador. Cuando Osj^ur se colocó á la madre Godichon, — prosiguió Fanny Beaupré, al su lado, Jorge babia pasado cuatro veces. Los juga- menos es justo que ese pobre hombre estrene su ha- dores vieron llegar con gusto á este nuevo contrican- bitación. te, porque todos, con el instinto de los jugadores, se —Lléveselo el diablo con sus orgías!—exclamó colocaron al lado de Giroudeau, el viejo oficial del Florentina. El y su yerno son peores que magistrados Imperio. ó que directores de escena. Despues de todo, se come —Caballeros,—dijo Jorge, vuestra deserción será muy bien aquí, Marietta, dijo á la primera bailarina castigada, me siento inspirado, vamos, Oscar, les de la Opera, Cardot ordena siempre el menú en casa derrotaremos! de Chevet; ven con tu duque de Maufrigneuse, nos Jorge y su parcial perdieron cinco partidas segui- reiremos, les haremos bailar como Tritones! das. Despues de haber malversado sus mil francos, Al oír los nombres de Cardot y Camusot, Oscar hizo Oscar, de quien se apoderó la rabia del juego, quiso un esfuerzo para vencer el sueño; pero sólo pudo tomar las cartas. Por efecto de una casualidad bas- balbucear una palabra que no fué oida, y cayó de tante común en los que juegan por primera vez, ganó; nuevo sobre el sedoso almohadon. pero Jorge le embrolló la cabeza con sus consejos; —Toma, te has arreglado para pasar la noche,— decíale que echara cartas y con frecuencia se las ar- dijo riendo Fanny Beaupré á Florentina. rancaba de las manos, de manera que la lucha entre —Oh! pobre muchaeho! está ébrio de ponche y de estas dos voluntades, entre estas dos inspiraciones, desesperación,—es el segundo escribiente del estudio secó el chorro de la fortuna. Así es que, á eso de las donde trabaja tu hermano, —dijo Florentina á Ma- tres de la mañana, despues de los vaivenes de la suer- rietta, ha perdido el dinero que su principal le habia te y de ganancias inesperadas, bebiendo siempre pon- entregado para asuntos del estudio. Quería matarse y che, Oscar llegó á no tener mas que cien francos. le he prestado mil francos que esos bandidos de Finot Se levantó con la cabeza pesada y sin tino, dió algu- y Giroudeau le han ganado. ¡Pobre inocente! ESCOLLOS DE LA VIDA. 201

Beaupré me ha dicho que vendríais con Camusot, y — Pero es preciso despertarle,—dijo Marietta, mi por complaceros he convidado á Tullía, du Bruel, hermano no admite bromas, ni su principal tampoco. Marietta, el duque de Maufrigneuse, Florina y Na- —Oh! despiértale tú si puedes, y llévatelo,—dijo than. De manera que tendreis las cinco criaturas más Florentina volviendo á sus salones para despedir á los hermosas que jamás se hayan visto á la luz de una que se marchaban. lámpara Y os bailarán pasos de Zéliro. Se pusieron á bailar unas danzas llamadas de ca- —Es matarse llevar semejante vida!—exclamó el rácter, y al amanecer, Florentina se acostó, fatigada, padre Cardot, cuántos vasos rotos!.... Qué saqueo! sin pensar en Oscar, de quien nadie se acordó, pero La antesala da horror que dormia con el sueño más profundo, flácia las on- En este momento, el agradable anciano quedó es- ce de la mañana, una voz terrible despertó al escri- túpido y como encantado, semejante á un pájaro biente, quien, al reconocer á su tio Cardot, creyó sa- atraído por un reptil. Divisaba el perfil de un cuerpo lir del apuro fingiendo dormir y permaneciendo con jó ven, vestido de paño negro. el rostro pegado á los hermosos almohadones de ter- —Ah! Mlle. Cabirolle!—dijo al fin. ciopelo amarillo, sobre los cuales habia pasado la —Bien, y qué? —preguntó ella. noche. La mirada de la bailarina siguió la dirección de la —Verdaderamente, mi querida Florentina,—decia del padre Cardot; y cuando hubo reconocido al se- el respetable anciano, esto no es cuerdo ni bonito, has gundo escribiente, se vió acometida de una risa loca bailado ayer en las Ruinas y has pasado la noche en que no sólo interrumpió al anciano, sino que obligó á una orgía?... Pero eso es empeñarle en perder tu Oscar á presentarse, porque Florentina le cogió del frescura, sin contar que es una verdadera ingratitud brazo y estalló de risa al ver las dos caras contritas inaugurar estas magníficas habitaciones, sin mí, con del tio y del sobrino. extraños, sin saberlo yol... Quién sabe lo que ha su- —¿Vos por aquí, sobrino ? cedido?" —Ah! es sobrino vuestro? — exclamó Florentina — ¡Viejo mónstruo!—exclamó Florentina, no po- cuya loca carcajada le acometió de nuevo. Jamás me seéis una llave para entrar á todas horas en mi casa ' habíais hablado de ese sobrino. Por lo visto, Marietta El baile ha terminado á las cinco y media, y teneis la no os ha llevado consigo?—dijo á Oscar que quedó crueldad de despertarme á las once!... petrificado. ¿Qué va á ser de este pobre muchacho? — Las once y media, Titina,-observó humilde- —Lo que él quiera,— replicó secamente el buen mente Cardot, he madrugado para encargar á Chevet Cardot, que se dirigió á la puerta para salir. una comida de arzobispo.... Han estropeado las al- —Un momento, papá Cardot, vais á sacar á vues- fombras, á qué gente has recibido, pues?... tro sobrino del mal paso en que se halla por culpa — No deberíais quejaros de ello, porque Kanny mia, porque ha jugado el dinero de su principal, qui- El padre Cardot miraba á la bailarina, vacilando. nientos francos, que ha perdido, sin contar mil fran- —Vaya, pues, viejo mono, crees que no le hubiera cos mios que le he dado para desquitarse. ocultado mejor, si hubiese ocurrido lo que te figuras? —¡Desgraciado! has perdido en el juego mil qui- —exclamó. nientos francos,á tu edad! —Toma, ahí tienes quinientos francos, picaro! — —Oh! tio! tio!....— exclamó el pobre Oscar, á dijo Cardot á su sobrino, es lo último que hago por quien estas palabras sumergieron en todo el horror tí!... Ve á componértelas con tu principal, si puedes. de su situación, y que cayó de rodillas ante su tio, Devolveré los mil francos que te ha prestado esta se- con las manos juntas. Son las doce del dia, estoy ñorita; pero no quiero oir hablar más de tí. perdido, deshonrado!.... M. Desroches no se apiada- Oscar escapó sin querer oir más, pero una vez en rá de mí!.... Se trata de un asunto importante en el la calle, no supo á donde dirigirse. La casualidad que cual se halla interesado su amor propio. Yo debia ir pierde á las personas y la casualidad que las salva, esta mañana á pedir al escribano el fallo Vandenesse hicieron esfuerzos iguales en pró y en contra de Oscar, contra Vandenesse!.... Qué es lo que ha pasado?.... en aquella terrible mañana; pero éste debia sucum- Qué va á ser de mí?.... Salvadme, os lo pido por la bir, tratándose de un principal que no desistia de un memoria de mi padre y de mi tia! — Venid conmigo asunto una vez entablado. Al regresar á su casa, Ma- á casa de Desroches, explicadle esto, inventad algún rietta, asustada de lo que podia ocurrir al pupilo de pretesto!.... su hermano, habia escrito á Godeschal, incluyéndo- El llanto y los sollozos interrumpían astas palabras le un billete de quinientos francos, poniendo al cor- que hubieran enternecido á las esfinges del desierto riente á su hermano de la embriaguez y las desgra- de Lougsor. cias sobrevenidas á Oscar. Esta excelente jóven se —Y bien! viejo tacaño,—exclamó la bailarina, que durmió recomendando á su doncella que llevase este lloraba, permitiréis que se deshonre vuestro propio recado á casa de DeSroches antes de las siete. De su sobrino, el hijo del hombre á quien debeis vuestra parte, Godeschal, levantándose á las seis, no encontró fortuna, porque se llama Oscar flusson!.... Sálvale, ó á Oscar. Lo adivinó todo. Tomó quinientos francos de Titina te abandona por su milord!.... sus economías y corrió en busca del fallo, á fin de presentar á las ocho la notificación á la firma de Des- —¿Pero cómo se halla aquí?—preguntó el anciano. roches. Este, siempre levantado á las cuatro, entró en —Eh! por haber olvidado la hora de ir por el do- su estudio á las siete. La doncella de Marietta, no cumento de que habla, no veis que se ha achispado, encontrando en la boardilla al hermano de su señori- que hacaido aquí, rendido de sueño y de fatiga?.... ta, bajó al estudio y fué recibida por Desroches á Ayer, Jorge y su primo Federico han obsequiado á quien naturalmente presentó el recado. los escribientes de Desroches en el Rocher de Cancale. —¿Son asuntos del estudio ?—preguntó el princi- —¿Cómo así?—dijo Desroches. pal, soy M. Desroches. Godeschal refirió sucintamente la mistificación del —Vedlo, señor,—dijo la doncella. viaje á Presles. Desroches abrió la carta y la leyó. Viendo en ella —Ah!—dijo el procurador, hace tiempo que José un billete de quinientos francos, entró de nuevo en su Bridau me ha hablado de esa farsa; á ese encuentro despacho, furioso contra su segundo escribiente. A las hemos debido el favor del conde de Sérisy para su siete y media oyó 4 Godeschal que dictaba á otro pri- señor hermano. mer escribiente la notificación del fallo, y algunos En este momento apareció Moreau, porque existia instantes despues el bueno de Godeschal entró triun- un asunto importante para él en la sucesión Vande- fante en el despacho de su principal. nesse. El marqués queria vender al por menor la —¿Es Oscar Husson quien ha ido esta mañana á tierra de Vandenesse, y el conde su hermano se opo- ver á Simón?—preguntó Desrocbes. nía á ello. El corredor de bienes recibió, pues, el pri- —Sí, señor,—respondió Godeschal. mer bombardeo de las justas quejas, de los pronósti- —¿Quién, pues, le ha dado el dinero?—interrogó cos siniestros que Desroches fulminó contra su ex-es- el procurador. cribiente, y ellos dieron por resultado en la opinion —Vos, el sábado,—dijo Godeschal. del más ardiente protector de este desgraciado niño, —Por lo visto, llueven billetes de quinientos fran- que la vanidad de Oscar era incorregible. cos 1— exclamó Desroches. Mirad, Godeschal, sois un . —Hacedle abogado,— dijo Desroches, no le falta excelente muchacho; pero el pequeño Husson no me- sino la licenciatura; y en esa carrera quizás sus de- rece tanta generosidad. Aborrezco á los imbéciles, fectos-se convertirán en cualidades. pero aborrezco todavía más á los que cometen faltas, Entonces Clapart, que había caído enfermo, se ha- á pesar de los cuidados paternales que se les prodi- llaba cuidado por su mujer, tareg^penosa, deber sin gan. ninguna recompensa. El empleado atormentaba á Entregó á Godeschal la carta de Marietta y el bille- esta pobre criatura que basta entonces habia ignora- te de quinientos francos que ella le enviaba. do los atroces enfados y venenosas terquedades que —Perdonadme, si la he abierto,—prosiguió, la en la entrevista de todo un dia se permite un hombre doncella de vuestra hermana me ha dicho que eran imbécil á medias, y al cual la miseria ponia solapada- asuntos del estudio. Despedireis á Oscar. mente furioso. Encantado de clavar un acerado puñal —El desdichado me da un gran disgusto!—dijo Go- en el sensible corazon de esta pobre madre, habia deschal. Ese bribonazo de Jorge Marest es su genio adivinado hasta cierto punto las aprensiones que el malo, debe huir de él como de la peste, porque ya no porvenir, la conducta y los defectos de Oscar inspira- sé de que seria causa á un tercer encuentro. ban á la infeliz mujer. En efecto, cuando una madre ha recibido de su hijo un disgusto semejante al del un céntimo. Hace dos años que no teneis el menor asunto de Presles, experimenta continuas zozobras, y pretesto para censurar á Oscar, le veis ahora segundo en la manera con que su mujer elogiaba á Oscar, ca- escribiente, su tio y M. Moreau cuidan de todo, y tie- da vez que éste obtenía un triunfo, Clapart reconocía ne además ochocientos francos de honorarios. Si te- la extensión de las inquietudes secretas de la madre nemos de que vivir durante la vejez, se lo deberemos y las despertaba de intento. á ese querido niño. En verdad, sois injusto. —En fin, Oscar se porta mejor de lo que yo espe- —Llamais injusticia á mi previsión,—contestó ás- raba; bien lo decia: su viaje á Presles no era más que peramente el enfermo. una inconsecuencia de la juventud. ¿Quéjóven no ha En este momento llamaron á la puerta con viveza. cometido faltas? Ese pobre niño soporta heroicamen- Mme. Clapart corrió á abrir y permaneció en la pri- te privaciones que no hubiese conocido en vida de su mera pieza con Moreau, que venia á suavizar el golpe padre. Quiera Dios que sepa refrenar sus pasiones!... que la nueva ligereza de Oscar debia asestar á su po- etc., etc. bre madre. Ahora bien, mientras ocurrían tantas catástrofes —¡Es decir que ha perdido el dinero del estudio! en la calle de Vendóme y en la de Béthisy, Clapart, —exclamó Mme. Clapart llorando. sentado en el rincón del fuego, envuelto en una mala —Eh, no os lo decía?—prorumpió Clapart que apa- bata, miraba á su mujer, ocupada en hacer todo junto reció como un espectro.á la puerta del salón adonde en la chimenea del dormitorio, el caldo, la tisana de la curiosidad le babia atraído. Clapart y el almuerzo para ella. —¿Pero qué es lo que vamos á hacer con él?—pre- — Dios mió! quisiera saber como ha terminado el guntó Mme. Clapart, á quien el dolor hacia insensible dia de ayer!-Oscar debía almorzar en el Rocher de á esta picadura de su marido. Cancale y luego tyor la noche á casa de una mar- —Si fuese hijo mío,—respond^Moreau, le vería quesa.... tranquilamente entrar en quinta,si le tocase un —Oh! tranquilizaos, tarde ó temprano se descubri- mal número, no le pagaría un sustituto. Esta es la rá el pastel,—le dijo su marido. ¿Creeis.por ventura segunda vez que vuestro hijo comete necedades por en esa marquesa? Vaya! un jóven como Oscar que vanidad. Pues bien, la vanidad le inspirará tal vez despues de todo tiene sentidos, y gustos caros, encuen- acciones ruidosas que le recomendarán en esa carre- tra marquesas españolas, á peso de oro? Cualquier ra. Además, seis años de servicio militar pondrán dia caerá en vuestros brazos, lleno de deudas plomo en su cabeza; y como sólo le falta graduarse, —Ya no sabéis que inventar para desesperarme! no será tanta desgracia la de verse abogado á los vein- —exclamó Mme. Clapart. Os habéis quejado de que te y seis años, si quiere continuar la carrera del foro, mi hijo se comía vuestro sueldo y jamás os ha costado despues de jtagar, como suele decirse, la contribución de sangre. Esta vez al menos habrá sido castigado se- ballerò que veis aquí, no os he costado un céntimo, no veramente, habrá adquirido experiencia y contraído el os debo ningún género de gratitud; así, dejadme en hábito de la subordinación. Antes de hacer su prácti- paz. ca en la Audiencia la habrá hecho en la vida. Al oir este apòstrofe, Clapart ganó de nuevo su bu- —Si tal es vuestra sentencia para un hijo,—dijo taca al amor de la lumbre. La lógica del segundo es- Mme. Clapart, veo que el corazon de im padre no se cribiente y la cólera interna del jóven de veinte años, parece en nada al de una madre. ¡Soldado mi pobre que acababa de recibir una lección de su amigo Go- Oscar I deschal, impusieron perpètuo silencio á la imbecilidad —¿Preferís verle arrojarse de cabeza al Sena, des- del enfermo. pues de haber cometido una acción deshonrosa?... No — Ina irreflexión á la que hubiérais sucumbido co- puede ser procurador, os parece bastante discreto pa- mo yo, cuando teníais mi edad,-dijo Oscar á Mo- ra hacerle abogado?.... La disciplina al menas os le reau , me ha hecho cometer una falta que Desroches conservará.... encuentra grave y que es sólo un pecadillo. Más sien- —¿No puede colocarse en otro estudio? Su tio Car- to haber tomado á Florentina de la Gaité por una dot le pagará seguramente el sustituto, él le dedicará marquesa, y á unas actrices por mujeres de calidad, su licenciatura. que haber perdido mil quinientos francos en medio de Entonces el ruido de un fiacre, en el cual venia to- un leve desórden, en donde todos, hasta el mismo Go- do el moviliario de Oscar, anunció al desgraciado jó- deschal, se hallaban en las viñas del Señor. Esta vez ven que no tardó en presentarse. al menos no me he perjudicado más que á mí mismo. — Ah! eres tú, señor Lindo-Corazon? —exclamó Héme aquí corregido. Si quereis ayudarme, señor Clapart. Moreau, yo os juro que los seis años durante los cua- Oscar abrazó á-^u madre y tendió á Moreau una les debo continuar siendo escribiente, antes de poder mano que éste rehusó estrechar. Oscar respondió á adquirir un estudio, se pasarán sin.... este desprecio con una mirada á la cual el reproche —Alto ahí,—dijo Moreau, tengo tres hijos y no dió una audacia que no se le conocia. . puedo comprometerme á nada —Oid, señor Clapart,—dijo el niño, ya hombre, —Bien, bien,—dijo á su hijo Mme. Clapart, dirigien- martirizáis como un demonio á mi pobre madre, y do una mirada de reproche á Moreau, tu tio Cardot estáis en vuestro derecho; es, por su desgracia, vues- -Ya no hay tio Cardot,—respondió Oscar, que re- tra mujer. En cuanto á mí, ya es otra cosa; soy ma- firió la escena de la calle de Vendóme. yor de edad hace algunos meses; ahora bien, no te- Mme. Clapart, sintiendo sus piernas vacilar bajo el neis el menor derecho sobre mi, aún cuando fuese peso de su cuerpo, fué á caer aterrada sobre una silla menor. Jamás os han pedido nada! Gracias á este ca- del comedor. —¡Todas las desgracias de un golpe!—dijo per- sumida en la desesperación á la familia de la calle de diendo el conocimiento. la Cerisaie. Al cabo de tres dias, Oscar sacó el núme- Moreau tomó en brazos á la desventurada madre y ro veinte y siete. Interesándose por este pobre mucha- la llevó á la cama del dormitorio. Oscar permanecía cho, el antiguo administrador de Presles tuvo el valor inmóvil y como herido del rayo. de ir á solicitar la protección del señor conde de Sé- —No tienes más remedio que sentar plaza,—dijo el risy para hacer entrar á Oscar en la caballería. Ahora corredor de fincas, volviendo al lado de Oscar. Se me bien, el hijo del ministro de Estado, habiendo sido figura que ese necio de Clapart no vivirá tres meses, clasificado entre los últimos al salir del Colegio Poli- tu madre quedará sin un céntimo, ¿no debo reservar técnico, habia por favor entrado de subteniente en el para ella el poco dinero de que puedo disponer? Hé regimiento de caballería del duque de Maufrigneuse. ahí lo que me era imposible decirte delante de tu ma- Oscar tuvo, pues, en medio de su desgracia, la insig- dre. Soldado, no carecerás de pan, y reflexionarás so- nificante fortuna de hallarse, por recomendación del bre la vida, tal como ella es para los niños sin fortuna. conde de Sérisy, incorporado á este hermoso regi- —Puedo sacar un número alto,—dijo Oscar. miento, con la promesa de ser ascendido á furriel al —¿Y despues? Tu madre ha cumplido bien sus de- cabo de un año. De manera que la casualidad puso el beres de tal para contigo: te ha dado educación, te ex-escribiente á las órdenes del hijo de M. de Sérisy. habia colocado en el buen camino, acabas de salirte Habiendo desfallecido durante algunos dias, tan viva- de él, ¿qué intentarás? Sin dinero, lo sabes ya, nada mente la hirieron estas catástrofes, Mme. Clapart se es posible; y tú no eres hombre capaz de abrazar un dejó devorar por ciertos remordimientos que se apo- oficio, quitándote la levita y vistiendo la chaqueta del deran de las madres cuya conducta ha sido ligera en operario ó del obrero. Además, tu madre te ama, otro tiempo y que en su vejez se sienten inclinadas al ¿quieres matarla? Moriría al verte caer tan abajo. arrepentimiento. Se consideró una criatura maldita. Oscar se sentó y no contuvo sus lágrimas que cor- Atribuyó las miserias de su segundo matrimonio y las rieron en abundancia. Ahora comprendía este lengua- culpas de su hijo á una venganza de Dios que le hacia ge , tan ininteligible para él cuando su priora falta.. expiar las faltas y los placeres de su juventud. Esta opinion se convirtió bien pronto para ella en seguri- —Las gentes sin fortuna deben ser perfectas!—dijo dad. La pobre madre fué á confesarse por primera Moreau, sin sospechar la profundidad de esta cruel vez despues de cuarenta años, con el vicaria de S. Pa- sentencia. blo el abate Gaudron, que la inició en las prácticas de —Mi suerte no quedará mucho tiempo indecisa, la la devocion. Pero un alma tan maltratada y tan aman aplazo hasta pasado mañana,—respondió Oscar. De te como la de Mme. Clapart, debia hacerse simple- aquí á entonces decidiré mi porvenir. mente piadosa. La antigua Aspasia del Directorio qui- Moreau, desconsolado á pesar de su severidad, dejó so borrar sus pecados para atraer las bendiciones de pasó á las filas del pueblo. Esta deserción, que tuvo Dios sobre la cabeza de su pobre Oscar'; en breve, una importancia debida al punto en que se verificó, pues, se entregó á los ejercicios y á las obras de ia atrajo sobre Oscar la atención pública. En la exalta- piedad más viva. Creyó haber atraído la atención del ción del triunfo, por agosto, Oscar, ascendido á te- cielo, cuando hubo conseguido salvar á M. Clapart, niente , tuvo la cruz de la Legion de honor, y logró quien, gracias á sus cuidados, vivió para atormentar- el empleo de ayudante de Lafayette, quien en 4832 la; pero en las tiranías de este espíritu débil ella qui- le hizo obtener el grado de capitan. Cuando se desti- so ver pruebas impuestas por la mano que acaricia tuyó de la jefatura de la guardia nacional del reino al castigando. Además, Oscar se portó tan perfectamen- partidario de la mejor república, Oscar Husson cuyo te , que en 4830 era cuartel-maestre en la compañía afecto hácia la nueva dinastía rayaba en fanatismo, del vizconde lo que equivalía al grado de subteniente fué colocado como jefe de escuadrón en un regimien- de línea, por pertenecer á la guardia real el regimien- to enviado al Africa, cuando la primera expedición to del duque de Maufrigneuse. Entonces Oscar Husson emprendida por el príncipe real. El vizconde de Séri- tenia veinticinco años. Como quiera que la guardia sy era teniente coronel en este regimiento. En el real se hallaba siempre de guarnición en Paris ó en asunto de la'Macta, donde fué preciso abandonar el un radio de treinta leguas de la capital, iba á ver á campo á los árabes, M. de Sérisy cayó herido debajo su madre de cuando en cuando y le confiaba sus dolo- de un caballo muerto. Entonces Oscar dijo á su es- res , porque tenia bastante buen sentido para com- cuadrón: prender que jamás seria oficial. En aquella época los grados de la caballería eran poco más ó ménos de- —Señores, es correr á la muerte, pero no debe- vueltas á los hijos menores de las familias nobles, y mos abandonar á nuestro coronel... las personas cuyo apelhdo no iba precedido de una Cayó el primero sobre los árabes, y los suyos, elec- partícula ascendían con dificultad. Toda la ambición trizados, le siguieron. Los árabes, en medio de la de Oscar se reducía á salirse de la guardia y ser nom- primera sorpresa que les causó este ataque ofensivo brado subteniente en un regimiento de caballería de y furioso, permitieron á Oscar apoderarse del vizcon- línea. En febrero de 4830, Mme. Clapart obtuvo por de al cual colocó sobre su caballo, huyendo aWgalope, medio del abate Gaudron, ya cura párroco de San por más que en esta proeza, intentada en medio de Pablo, la protección de S. A. laDelfina, y Oscar fué una horrible confusion, recibiera dos heridas de ya- ascendido á subteniente. tagan en el brazo izquierdo. La bella conducta de Os- £&r fué recompensada con la cruz de oficial de la Le- Por más que el ambicioso Oscar parecía excesiva- gion de honor y la promocion al grado de teniente mente fiel á ios Bortones, en el fondo de su corazon coronel. Prodigó los cuidados más afectuosos al viz- era liberal. De manera que en la batalla de 4830, se conde de Sérisy á quien su madre fué á buscar, y que, como es sabido, murió en Tolon, á consecuencia de Temple á ver pasar revista á su legión. La pobre de- sus heridas. La condesa de Sérisy no habia separado vota habia, pues, sido incluida por mil quinientos á su hijo del que, habiéndoselo arrancado á los ára- francos de renta vitalicia en la ley decretada á favor bes, le cuidaba aún con tanto cariño. Oscar se ha- de las víctimas, con motivo de aquella máquina infer- llaba tan gravemente herido, que el cirujano que la nal. El carruaje, al cual se enganchaban cuatro ca- condesa destinaba á su hijo creyó necesaria la ampu- ballos tordos que hubieran honrado á las mensagerias tación del brazo izquierdo. reales, estaba dividido en cupé, interior, rotonda é El conde de Sérisy perdonó, pues, á Oscar sus ne- imperial. Se parecía perfectamente á las diligencias cedades del viaje á Presles, y aún se consideró su llamadas Góndolas, que hoy sostienen la competencia deudor, cuando hubo enterrado á este hijo, que ha- en el camino de Versalles con los dos ferro-carriles. bia llegado ser único, en la capilla del palacio de Sé- Ligera y sólida á un tiempo, bien pintada y bien con- risy. servada, forrada de fino paño azul, guarnecida de Mucho tiempo despues del asunto de la Macta, una cortinas con dibujos moriscos, y de almohadones de anciana señora vestida de negro, dando el brazo á un tafilete encarnado, La Golondrina de Oro era capaz hombre de treinta y cuatro años, y en el cual los para diez y nueve viajeros. Pierrotin, aunque de cin- transeúntes podian reconocer tanto más á un oficial cuenta y seis años de edad, habia cambiado poco. retirado cuanto que le faltaba un brazo y llevaba en Siempre vestido con su blusa, bajo la cual llevaba el ojal la cinta de la Legión de honor, estaban para- una levita negra, fumaba su pipa vigilando á dos fac- dos á las ocho de una mañana de mayo, junto á la tores con librea, que cargaban numerosos bultos en puerta cochera del hotel del León de Plata, calle del el vasto imperial de su carruaje. arrabal Saint-Denis, esperando sin duda la partida de —¿Están reservados vuestros asientos?—preguntó una diligencia. Ciertamente que Pierrotin, el empre- á Mme. Clapart y á Oscar, examinándoles como quien sario de los servicios del valle del Oise, al que servia pide recuerdos á su memoria. pasando por Saint-Leu-Taverny y l'lsle-Adam hasta —Sí, dos asientos de interior á nombre de Belle- Beaument, debia difícilmente ver en este oficial de Jambe, mi criado,—respondió Oscar; ha debido to- piel bronceada al pequeño Oscar Husson que en otro marios al partir, ayer por la tarde. tiempo habia llevado á Presles. Mme. Clapart, viuda —Ah! el señor es el nuevo preceptor de Beaumont, al fin, estaba tan desconocida como su hijo. Clapart, dijo Pierrotin, sustituís al sobrino de M. Margueron... una de las víctimas del atentado de Fieschi, había —Sí,—dijo Oscar apretando el brazo de su madre servido más á su mujer con su muerte que con toda que iba á tomar la palabra. su vida. Naturalmente, el desocupado, el vagabundo A. su vez el oficial quería permanecer desconocido Clapart, se habia estacionado en su boulevard del durante algún tiempo. En este momento, Oscar se estremeció, oyendo la estado en más de un baile, habia pasado, como su due- voz de Jorge Mares! que gritó desde la calle: ño, de la opulencia que representaba en otro tiempo á —Pierrotin, teneis un asiento para mí? un trabajo diario. Las costuras del paño negro ofre- —Se me figura que podríais llamarme señor Pier- cían líneas blanquizcas, el cuello estaba grasiento, el rotin , sin que por ello se os estropeara la garganta, uso habia cortado los extremos de las mangas á mane- —respondió vivamente el empresario de las diligen- ra de colmillos. Y Jorge se atrevía á llamar la aten- cias del valle del Oise. ción con unos guantes amarillos, á la verdad un poco Sin el metal de voz, Oscar no hubiera podido cono- sucios, en uno de los cuales se dibujaba en negro una cer al mistificador que ya dos veces le habia sido tan sortija con un solitario. Al rededor de la corbata, pa- fatal. Jorge, casi calvo, no conservaba más que tres ó sada por un anillo pretencioso de oro, enredábase cuatro mechones de cabello encima de las orejas, y una cadena de seda, figurando cabello, y la cual sos- cuidadosamente enmarañados para disfrazar en lo po- tenia sin duda un reló. Su sombrero, aunque llevado sible la desnudez del cráneo. Una obesidad mal repar- con bastante arrogancia, revelaba, más que todos es- tida, un vientre piriforme, alteraban las proporciones tos síntomas, Ja miseria del hombre cuyo estado no en otro tiempo tan elegantes del ex-hermoso jóven. permite dar diez y seis francos á un sombrerero, De postura y talante casi innobles, con un cutis lleno cuando se ve obligado á vivir al dia. El antiguo pre- de granos, unas facciones ordinarias y como vinosas, tendiente de Florentina agitaba un bastón con puño Jorge revelaba muchos desastres amorosos y una vida de plata cincelada, pero horriblemente estropeado. El de desórdenes no interrumpidos. Los ojos habian per- pantalón azul, el chaleco de tela escocesa, la corbata dido esa brillantez, esa viveza de la juventud, que los de seda azul turquí, y la camisa de calicó rayado hábitos cuerdos ó estudiosos tienen el poder de con- con franjas color de rosa, expresaban en medio de servar. Jorge, vestido como un hombre descuidado en tantas ruinas, tal deseo de exhibirse, que este con- el traje, llevaba un pantalón con trabillas, pero ajado, traste constituía no solo un espectáculo, sino hasta cuya hechura requería botas charoladas. Sus botas, una enseñanza. de suela gruesa, mal limpiadas, contaban más de tres —¡Y ese es Jorge!—se dijo interiormente Oscar; trimestres, cosa que en París equivale á tres años lo un hombre á quien he conocido rico con treinta mil ménos. Un chaleco usado, una corbata vieja anudada libras de renta!.... con pretensiones, por más que fuese de seda, acusa- —¿El señor de Pierrotin tiene todavía un asiento ban la especie de miseria oculta que puede sufrir un en el cupé?—respondió irónicamente Jorge. antiguo elegante. Jorge, en fin, á esta hora matinal —No, mi cupé lo ha tomado un Par de Francia, el aparecía de frac en vez de llevar levita, diagnóstico yerno de M. Moreau, el señor barón de Canalis, su mu- de una miseria verdadera! Este frac, que debia haber jer y su suegra. Sólo me queda un asiento de interior. — ¡Diablo! no parece sino que bajo todos los go- de querer conocer á las gentes y que éstas les conoz- biernos viajan los Pares de Francia en los carruajes can á ellos. de Pierrotin. Tomo el asiento del interior,—respon- —Estáis muy cambiado,—respondió el antiguo tra- dió Jorge, que se acordaba de la aventura de M. de ficante en fincas, ya dos veces millonario. Sérisy. —Nada hay estable,—dijo Jorge. Yed si la posada Dirigió á Oscar y á la viuda una mirada escrutado- del León de Plata y el coche de Pierrotin se parecen ra, y no conoció al hijo ni á la madre. Oscar tenia el á lo que eran hace catorce años. cutis tostado por el sol del Africa, sus bigotes eran —Pierrotin tiene ahora él solo las mensagerias del excesivamente espesos y muy anchas sus patillas; su valle del Oise, y hace rodar hermosos carruajes,— semblante arrugado y sus facciones pronunciadas ar- respondió M. Léger. Es un rico de Beaumont, posee monizaban con su actitud marcial. Las insignias de allí un hotel donde paran las diligencias, tiene una oficial, el brazo manco, la severidad del traje, lodo mujer y una hija que no son torpes habría desorientado los recuerdos de Jorge, si éste Un anciano de unos setenta años bajó del hotel, y hubiera conservado algún recuerdo de su antigua vic- se reunió á los viajeros que esperaban el momento de tima. En cuanto á Mme. Clapart, á quien Jorge ha- subir al coche. bia visto apenas en otro tiempo, diez años consagra- —Ea, pues, papá Reybert,—dijo Léger, no espera- dos á los ejercicios de la más severa piedad la habian mos más que á vuestro grande hombre. trasformado. Nadie hubiera imaginado que esta espe- —Aquí le teneis,—dijo el administrador del conde cie de sor Canosa ocultaba una Aspasia de 1797. Un de Sérisy, señalando á José Bridau. enorme viejo, vestido con sencillez, pero muy abriga- Ni Jorge ni Oscar pudieron reconocer al ilustre-pin- do, y en el cual Oscar reconoció al padre Léger, llegó tor, porque ofrecía ese semblante descompuesto, tan lenta y pesadamente; saludó con famibaridad á Pier- célebre, y su continente revelaba la seguridad del rotin, quien pareció tratarle con el respeto debido en triunfo. Adornaba su levita negra una cinta de la Le- todos los paises á los millonarios. gión de honor. Su traje, excesivamente rebuscado, —Hola! es el padre Léger! cada vez con más pre- indicaba una invitación á alguna fiesta campestre. En ponderancia,—exclamó Jorge. este momento, un dependiente, con un papel en la —¿A quien tengo el honor de dirigir la palabra?— mano, salió de un escritorio instalado en la antigua preguntó el padre Léger, con sequedad. cocina del León de Plata, y se colocó delante del cu- —¡Cómo! no conocéis al coronel Jorge, al amigo pé vacío. de Alf-Pachá? Una vez viajamos juntos con el con- —M. y Mme. de Canalis, tres asientos!—gritó. Pa- de de Sérisy que guardaba el incógnito. Una de las só al interior y nombró sucesivamente: necedades más usuales en las personas caídas, es la —M. Belle-Jambe, dos asientos; M. de Reybert, tres asientos; M... ¿vuestro nombre?-dijo á Jorge. —¡ Yoto á cribas! he hecho la Revolución de julio, —Jorge Marest,—respondió en voz baja el hombre y es lo bastante, porque me he arruinado en ella venido á raénos. —Ah! habéis hecho la Revolución de julio,—dijo El dependiente se dirigió hácia la rotonda, ante la el pintor. Esto no me extraña, porque jamás he que- cual se agolpaban amas de cria, campesinos y humil- rido creer, como me decian, que se babia hecho sola. des tenderos, que se despedían unos de otros; des- —Como se vuelve á encontrar la gente,—dijo mon- puesde haber amontonado á los seis viajeros, el de- sieur Léger, mirando á M. de Reybert. Mirad, papá pendiente llamó por sus nombres á cuatro jóvenes, Reybert, aquí teneis al escribiente de notario á quien que subieron á la banqueta del imperial, y dijo: habéis debido sin duda la administración del patri- —¡Rodad!.... por únicaórdende partida. monio de la casa de Sérisy. Pierrotin se colocó al lado de su conductor, un jó- —Nos falta Mistigris, ahora ilustre con el nombre ven de blusa que gritó á su vez á sus caballos: de León de Lora, y aquel jovencito bastante tonto pa- —¡Tirad!.... ra haber hablado al conde de las enfermedades de la Él coche, arrastrado por los cuatro caballos com- piel, que á acabado por curarse, y de su mujer á la prados en Roye, ganó al trote corto la subida de cual á acabado por abandonar para morir en paz,— Saint-Denis; pero una vez llegado arriba de Saint- dijo José Bridau. Laurent, pasó como una silla de posta hasta Saint- —También falta el señor conde,—dijo Reybert. Dems, en cuarenta minutos. No se detuvieron en la —Oh! yo creo,—prosiguió melancólicamente José posada de las talmouses, y tomaron á la izquierda de Bridau, que el último viaje que haga será el de Pres- Saint-Dentó el camino del valle de Montmorency. Al les á l'Isle-Adam, para asistir á la ceremonia de mi dar la vuelta fué cuando Jorge rompió el silencio que casamiento. los viajeros habian guardado hasta allí, examinándo- —Todavia pasea en carruaje por su parque,—res- se unos á otros. pondió el viejo Reybert. —Se anda un poco mejor que quince años atrás, —¿Su mujer viene con frecuencia á verle?—pre- no es verdad, padre Léger?-dijo sacando un reló de guntó Léger. plata. —Una vez al mes,—dijo Reybert. Sigue aficionada —Tienen la amabilidad de llamarme señor Léger, á Paris, en setiembre último ha casado á su sobrina, —respondió el millonario. la señorita del Roble, en la cual ha puesto todas sus —¡Si es nuestro bromisla de rqi primer viaje á afecciones, con un jóven polaco muy rico, el conde Presles!—exclamó José Bridau. Y bien! habéis hecho Laginski nuevas campañas en Asia, Africa y América?—dijo —¿Y quién herederá los bienes de M. de Sérisy?—Q ^ el gran pintor. preguntó Mme. Clapart.

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París, Febrero de 1842.

PIN.

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