Los-Academicos-Cuentan.Pdf
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Correspondiente de la Real Academia Española ACADEMIA NORTEAMERICANA DE LA LENGUA ESPAÑOLA Junta Directiva D. Gerardo Piña-Rosales Director D. Jorge I. Covarrubias Secretario D. Daniel R. Fernández Coordinador de Información (i) D. Joaquín Segura Censor D. Emilio Bernal Labrada Tesorero D. Carlos E. Paldao Bibliotecario (i) Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) P. O. Box 349 New York, NY, 10106 U. S. A. Correo electrónico: [email protected] Sitio Institucional: www.anle.us 3 4 Gerardo Piña-Rosales (d.) LOS ACADÉMICOS CUENTAN Colección Pulso Herido Academia Norteamericana de la Lengua Española 5 6 Í N D I C E Presentación, Gerardo Piña-Rosales / 3 LUIS ALBERTO AMBROGGIO La fluida concepción del tiempo / 5 OLVIDO ANDÚJAR ¡Os quiero matar a todos! / 9 FRANCISCO ARELLANO OVIEDO Una pesadilla menor que la realidad / 15 MARTA ELENA COSTA El empleado / 23 RAFAEL COURTOISIE La obra de Louis Groussac / 35 JORGE I. COVARRUBIAS La partida / 43 JORGE DÁVILA VÁZQUEZ De una rosa / 47 JUAN CARLOS DIDO Para leer con lupa / 53 DELIA DOMÍNGUEZ Leche Negra / 63 OSWALDO ENCALADA VÁSQUEZ El café / 69 7 DAVID ESCOBAR GALINDO Historias sin cuento / 73 VÍCTOR FUENTES Gracias a la vida / 79 MANUEL GARRIDO PALACIOS El árbol del futuro / 81 ISAAC GOLDEMBERG A Dios al Perú /85 EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA Siete noches en California / 93 ULISES GONZALES Detalle de mi infancia / 107 PEDRO GUERRERO RUIZ Ibn Al-Yasar / 113 JORGE KATTÁN ZABLAH Condimento exótico / 117 MARÍA ROSA LOJO Plegarias atendidas / 121 FERNANDO MARTÍN PESCADOR La vida en tres palabras / 127 MARICEL MAYOR MARSÁN Las dos mitades de una historia / 131 JOSÉ MARÍA MERINO Liquidando al Meta / 139 3 ROBERTO MODERN La sabiduría de los humildes, De la cadena, Una fábula / 145 JUAN DAVID MORGAN Isla azul / 149 FRANCISCO MUÑOZ GUERRERO Acerca de Basilius el Escita / 165 JOSÉ LUIS NAJENSON Vacaciones académicas de invierno / 175 JULIO ORTEGA Los suaves ofendidos / 185 GERARDO PIÑA-ROSALES Don Quijote en Manhattan / 191 ALISTER RAMÍREZ MÁRQUEZ La vendedora de huevos de pingüinos / 217 RAMÓN EMILIO REYES La cena / 223 RAÚL RIVADENEIRA PRADA El saxofonista y su perro cantor / 229 VIOLETA ROJO Miniaturas de ciudad y río / 245 BRUNO ROSARIO CANDELIER Sueño rotundo / 247 ROSE MARY SALUM Ocho / 251 4 CÉSAR SÁNCHEZ BERAS La llovizna. La dadivosa. La anticigüeña / 261 RAFAEL E. SAUMELL Blanquita, qué trágica eres / 265 FERNANDO SORRENTINO La insoportable complejidad del ser / 273 GRACIELA TOMASSINI El diario de Felicitas y otros minicuentos / 285 JUAN VALDANO Saduj: el otro hombre / 289 Colaboraron /307 5 2 Presentación Hace unos meses recibí un mensaje electrónico de Eduardo González Viaña, escritor peruano afincado en Oregon. De Eduardo había leído algunos de sus cuentos ―que me parecían, y me parecen, admirables―, pero no lo conocía a él personalmente. Pues bien, Eduardo me decía en su mensaje que un amigo común, Isaac Goldemberg, le había enviado uno de mis cuentos, “Fatal encuentro”, por si decidía incluirlo en la antología de relatos de escritores hispanounidenses que a la sazón preparaba. Le contesté a Eduardo diciéndole que no sólo me parecía bien sino que me sentía muy halagado. A las pocas semanas recibí varios ejemplares de Cruce de fronteras, antología que ha sido muy bien acogida por el público y la crítica. Al poco tiempo, Eduardo me llamó por teléfono para comunicarme que pensaba venir a Nueva York. Y así fue. En un restaurante de la Octava avenida, y saboreando un delicioso ceviche, charlamos hasta por los codos de nuestros trabajos en curso y proyectos. Al aludir yo a las últimas publicaciones de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), Eduardo me propuso, así a bocajarro, y pletórico de entusiasmo, que publicásemos al alimón entre la ANLE y Axiara ―editorial que dirige―, una antología de cuentos escritos por miembros de las veintidós Academias de la lengua. El fruto de aquel memorable encuentro, querido lector, lo tienes en tus manos. A diferencia de los consabidos prólogos y presentaciones (las más de las veces superfluos) de centones y antologías ―en los que en un par de líneas el antólogo trata de sintetizar el tema de cada texto y el pergeño de sus autores―, me abstendré, impaciente lector, de glosar, ni someramente, estos relatos que vas a leer. Básteme anticiparte, que, como en botica, en ellos hallarás de todo; y no me 3 refiero a su mayor o menor calidad literaria (lo que sería de una soberbia y desatino imperdonables), sino a su variedad temática y formal (después de todo, vivimos tiempos posmodernos). Sea como fuere, te aseguro que todos los textos aquí agavillados responden al género cuento. En otras palabras: que no trato de darte gato por liebre: los capítulos de novela, por muy autónomos que sean, siguen siendo eso, capítulos de novela, y, salvo excepciones, no responden a la tipología idiosincrásica del cuento: su intensidad, su inmediatez, su aire mistérico, etc. Que los autores de estos relatos sean académicos de la lengua no debería extrañarle a nadie. O a casi nadie, porque siempre habrá algún que otro crítico a la violeta, ignorante y malicioso, a quien esta antología ha de antojársele oximorónica, como si el estudio de la lengua y la creación literaria fueran quehaceres incompatibles. Gerardo Piña-Rosales 4 Luis Alberto Ambroggio La fluida concepción del tiempo El profesor Jack Fosseau-Martínez en sus clases magistrales manejaba todas las teorías del tiempo, desde el circular, el lineal, hasta el del eterno retorno. Su discípulo, Tomás Pérez Real, rebelde con causa, vivía contrastando los enfoques académicos con sus experiencias cotidianas. Tenía una obsesión existencial que compartía con sus amigos. Aunque sabía desde siempre que al tiempo se le solía definir como inexorable, la vida aparentaba proporcionarle a diario otros argumentos, confirmando o refutando la Cátedra. Esto es lo que discutía, entre trago y trago, con su amigo Felipe Contreras, en la Cantina Le Temps, sin lujo de detalles ni ajustes. Le insistía Tomás a Felipe, en aquel encuentro, que desde el recuerdo pareciera que los años pasan más rápido que lo acotado, como el traer a colación un evento del pasado en nuestra existencia: “Sí, me acuerdo de cuando nos vimos con Fujiless la última vez en Lima hace unos cinco años”, algo que en realidad había sucedido una década atrás (la velocidad es una de las dimensiones del tiempo, acotaba Tomás, repitiendo las enseñanzas del Profesor octogenario). Y continuaba, “si no fuesen espontáneas, se deberían calificar de estrictamente mentirosas las promesas”, al esperar uno que lo atiendan –por un documento u otro trámite urgente– y le dicen: “espere un segundo” o el “ahorita” que con ese “segundo” tiene la característica de prolongarse infinitamente; o cuando uno va a un restaurante con un hambre desaforada, y le ofrecen la aserción de que “su comida estará lista en cinco minutos” (y la saboreamos en su ausencia por 5 unos quince más). Serán revelaciones de la relatividad del tiempo, de su durabilidad, como los miles o millones de años que se le atribuye al mundo con todas sus edades (imaginando discusiones posibles con Schelling en la víspera de la edición nunca consumada de su libro sobre el tema) o modos de eludir la mecánica de los hechos y su duración, especulaba Tomás en sus charlas. En los aeropuertos, la indicación de los vuelos “en horario” puede cumplirse o frecuentemente convertirse en un retraso que se va alargando cada tanto, hasta llegar a una o dos horas con la posibilidad fatal de su cancelación. En otras palabras, su desaparición en el tiempo con la complicidad de factores inusitados, a develar, o a sepultarse en conjeturas. Frente a estos eventos, más frecuentes de lo que uno desearía, se podría concluir que se enfrenta una prueba contundente de la invisibilidad de las horas, le comentaba convencido Felipe a su amigo temporal. A veces ocurre que el tiempo se olvida de uno o uno se olvida del tiempo, arremetía Tomás, recordando la pregunta “¿Qué hora es?” que le había formulado una vez a Juana de los Palotes en el pasillo, camino a realizar un trámite en la oficina del correo, derivando en un dialogo que abarcó también al espacio, experiencias, intimidades y hasta una cita en el futuro. Además el mundo está lleno de “tiempos”, afirmaba Felipe basándose en su experiencia empresarial. Se pueden recibir llamadas de Shanghai, China, a las doce de la noche o más tarde del horario de Nueva York, en el que el muy cortés locutor asiático te salude con un “Buenos días” y viceversa, con los desagradables inconvenientes de contestar medio dormido. Y los confusos cambios de hora con la nieve, con el sol, con los días que mágicamente se alargan o se achican. Ahora incluso se juega con el tiempo político, en el que algunas naciones configuran sus relojes para adelantarse (aunque sea por media hora) al tiempo de, por ejemplo, los Estados Unidos, para ganarle siquiera en algo, y otras aplicaciones. Volviendo a sus raíces histórico-filosóficas, Tomás mencionaba que se había descubierto una serie de documentos perdidos que consideran al tiempo como una ilusión, con tan 6 solo un escueto antes y después como marco de referencia, pero que se complica por cuanto no solamente engloba la coacción de los momentos, sino una serie de sentimientos simultáneos que podríamos muy bien calificar de atemporales (presente/pasado/futuro,ahora/después, allá/aquí, principio/fin, algunos incluso con profundas cargas religiosas. Alguien, sin fuentes precisas, en este contexto –le aclaraba Tomás a Felipe, según las clases que recapitulaba del profesor Fousseau- Martínez– hablaba del concepto orgánico del tiempo, es decir del propio tiempo interno que cada cuerpo, cada ser posee, contradiciendo la temporalidad como un postulado objetivo, a la vista, irrefutable, universal, científico.