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“La experiencia de la huelga de los obreros de la construcción en , 1935-1936”

Dr. Hernán Camarero*

Una huelga conmovió a la desde fines de 1935: la de los obreros de la construcción en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Veamos los hechos. Desde septiembre de ese año la flamante Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC), dirigida por militantes del Partido Comunista (PC), fue convocando a una serie de asambleas, en las que se llamaba a un paro de actividades, dada la negativa patronal a aceptar las reivindicaciones, entre otras: reconocimiento del sindicato, mejoras salariales y de condiciones laborales, reducción de la jornada, descanso dominical y seguro por accidente de trabajo. Fue allí cuando se conformó un Comité de Huelga.

*CONICET/UBA

El conflicto comenzó el 23 de octubre. Acabó extendiéndose casi cien días, con la participación de unos 60.000 trabajadores, respaldados por la realización de multitudinarios mítines y reuniones obreras en la Plaza Once y el estadio , de dimensiones nunca antes vistas en el país por parte de una misma organización sindical. Junto a esto, se constituyeron Comités de Empresa y piquetes huelguísticos, comisiones femeninas y de familiares de los trabajadores en paro, organismos populares de solidaridad y comedores colectivos. Desde diciembre hubo choques callejeros en distintos barrios con efectivos policiales y la Legión Cívica, multiplicándose los muertos. Sobre todo, los días 7 y 8 de enero de 1936, cuando se desenvolvió una violenta huelga general en apoyo al conflicto. Finalmente, el 27 de enero, una asamblea decidió suspender la protesta, ante la aceptación de varios de los reclamos originales. Como evidencia de la situación de fortaleza en la que quedaron los trabajadores, unos meses después se pudo constituir una nueva y poderosa organización en el sector: la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC), dirigida y controlada por cuadros del PC, que pronto se convirtió en la segunda entidad laboral más numerosa y en el modelo de un nuevo tipo de sindicalismo industrial en el país. Por su importancia para la historia del movimiento obrero, la huelga de la construcción de 1935-1936 merece un análisis detallado. Esta tarea ha sido realizada de manera aún insuficiente. Existen referencias al acontecimiento en cierta bibliografía. Inicialmente, estuvieron los textos de características militantes, en especial, los escritos por dos de los más importantes cuadros del PC en dicho gremio, Pedro Chiarante y Rubens Iscaro, que refirieron a aquel conflicto de manera muy general. Posteriormente, hubo algunos aportes desde el espacio académico. Aparecieron algunos señalamientos al tema en el clásico estudio sociológico de Celia Durruty (1969) y, sobre todo, en la obra del historiador Nicolás Iñigo Carrera (2000) dedicada al examen de la antes mencionada huelga general de enero de 1936. El reciente estudio de Diego Ceruso contribuye notablemente al tema, desde el análisis de las estructuras de base presentes en el conflicto.1 No obstante, existen algunos aspectos específicos de la huelga de la construcción que deben ser explorados o reexaminados a partir de una serie de preguntas: ¿Cuál era el peso objetivo de la rama y de los trabajadores pertenecientes a ella en el conjunto del movimiento obrero durante la época del conflicto? ¿Cómo fue el proceso de organización gremial en dicho sector antes, durante y después de la gran huelga? ¿Por qué la inicial hegemonía anarquista en el sindicato cedió paso a la de los comunistas? ¿Qué nuevo tipo de prácticas organizacionales y qué nuevos repertorios de movilización pusieron en funcionamiento, sobre todo, los militantes del PC? Ellos son algunos de los interrogantes que pretendemos abordar en esta ponencia. Esta se sostiene en la consulta a una serie de fuentes primarias que habían sido hasta el momento sólo parcialmente

examinadas: boletines de la huelga, periódicos sindicales, órganos de prensa de las corrientes políticas actuantes y diarios nacionales.

La actividad de la construcción durante los años ’30 y la trayectoria de la sindicalización de sus trabajadores

Luego de superar una baja muy fuerte como consecuencia de la crisis de 1929-1930, la actividad económica de la construcción retomó su vigor hacia 1932-1934. Desde ese entonces, el peso e importancia estratégica de esta rama productiva creció notablemente, incorporando a muchos desocupados. En buena medida, a ello contribuyó la política de obras públicas de esos años, orientada a la ampliación de la red de caminos y de la infraestructura ligada a la urbanización; entre las numerosas obras estuvieron la reforma de los regimientos de Campo de Mayo, la modificación de la avenida 9 de julio, la extensión de la red de subtes, el entubamiento de arroyos, la construcción de la y otros emprendimientos que modificaron el espacio urbano y reactivaron la industria de la construcción.2 La actividad pudo mantenerse en esos niveles hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando se produjo una baja durante algunos años ante la dificultad para el acceso a los materiales de construcción. Pero luego logró una recuperación. El sector se hallaba dominado por una serie de grandes empresas monopolistas de capital extranjero (varias de ellas, de origen alemán), que desplazaban a los constructores nacionales y acaparaban las licitaciones públicas a partir de sus influencias en el Estado, además del progresivo control que ejercían sobre los materiales de construcción. Entre las principales empresas de construcción se hallaban Polledo y Cía., Christiani y Nielsen, Wayss & Freytag, Ariente y Maisterra, Siemens Baunion, Amato, Berenguer, Maurette, Migone y Geopé. Desde la década del veinte el uso del hormigón armado había ido propiciando una industrialización del proceso de trabajo. Organizar a los obreros del sector no resultaba una tarea sencilla, por las propias particularidades de la rama durante este período. El primer rasgo a señalar era el uso intensivo de la mano de obra al que se recurría, por lo que el empleo tendía siempre a resultar proporcionalmente alto en relación a su producto. De este modo, cuando aumentaba mucho la producción del sector se producía un fuerte crecimiento de los empleados en dicha rama, pues en ella existía una baja composición orgánica de capital, es decir, una utilización acotada de tecnologías ahorradoras de mano de obra y un predominio de procedimientos manuales tradicionales que no demandaban personal con alta calificación. En verdad, la industria de la construcción estaba signada por la extrema heterogeneidad y complejidad pues abarcaba muy disímiles estructuras productivas, mercados de mano de obra, niveles tecnológicos, relaciones equipo-mano de obra, grados de concentración empresaria y niveles de participación

del capital extranjero; de hecho, se desarrollaba en distintos submercados económicos: construcción edilicia, vial, pavimentación urbana, ferroviaria, industrial, electromecánica y sanitaria. En general, imperaba un alto nivel de rotación de la mano de obra, dado el frecuente sistema de subcontratación que tendía a disminuir los costos y los riesgos de inversión, en una actividad donde el período de rotación del capital solía ser largo.3 Era común el empleo de mano de obra por tiempos cortos y con ausencia de legislación laboral y beneficios sociales. Además, dado el alto nivel de concentración capitalista existente, en especial de capital extranjero, el sindicato debía negociar con un puñado de grandes firmas. Para lograr sus avances en el camino de la organización de los obreros de la rama, la organización sindical debió vencer muchas dificultades y encarar algunos desafíos. Las dos corrientes ideológico-políticas del movimiento obrero que más presencia tuvieron históricamente en el sector fueron los anarquistas, primero, y los comunistas, posteriormente. La influencia socialista y sindicalista fue marginal. Hasta mediados de los años treinta, en el sector de la construcción existía una constelación de pequeños sindicatos de oficio, la mayor parte de ellos, con dirección libertaria, que actuaban en el seno de la FORA V Congreso. Uno de los más activos era la Sociedad de Resistencia de Obreros Albañiles y Anexos, de cierta importancia a partir de los años veinte. Para los comunistas, interesados en la conformación de sindicatos únicos por rama, la dispersión en gremios por oficio era inconveniente, dado que la construcción tendía a unificar las tareas en una industria madre y bajo una misma patronal. Lo cierto es que todos los proyectos de agrupar en una sola entidad a los albañiles, pintores, yeseros, marmolistas, parquetistas, carpinteros, aserradores, escultores, modeladores y otros, habían fracasado varias veces. Tal el caso de la frustrada Federación de Obras en Construcción, de efímera existencia en 1918, o el Comité Mixto del Ramo de la Construcción, fallido intento de fusión desarrollado en mayo de 1927 en el Sindicato de Yeseros. En el Comité Mixto del Ramo de la Construcción actuaba el Sindicato de Obreros Albañiles, Frentistas, Peones y Anexos de Buenos Aires, que hacia 1927 agrupaba unos cien afiliados. El gremio estaba adherido a la Unión Sindical Argentina (USA) –igual que otros minúsculos sindicatos de albañiles, como los de San Fernando, Chivilcoy y Lincoln– y había surgido por diferencias con los procedimientos espontaneístas, que adjudicaban a la dirección anarquista del antiguo gremio forista, y con la desorganización en que se hallaba el sector. En abril de 1926, el PC confirmó el predominio que ejercía en ese gremio al elegirse una nueva Comisión Administrativa, presidida por Egio Cicoli como secretario general, y al instalar la sede del gremio en un local comunista porteño (Vera 587).4 La fracción del PC entre los albañiles tenía a un puñado de cuadros destacados, como Pedro Chiarante, uno de los líderes sindicales más importantes del comunismo, al que se había sumado en 1920. Nacido

en 1898 en un hogar proletario de inmigrantes italianos y sin haber podido completar sus estudios primarios, Chiarante fue obrero desde los once años, en la construcción, una fábrica textil, un frigorífico, una curtiembre, para volver definitivamente a los andamios hacia inicios de los años veinte. Tras quince años de actuación, fue una de las figuras claves en el proceso de creación de los sindicatos de la construcción y, tiempo después, llegó a la vicepresidencia de la CGT. Junto a él, también se destacaron su hermano Enrique y los inmigrantes italianos Mario Pini, Emilio Fabretti y su hermano Pedro (quien había llegado al país en 1923, huyendo de la persecución fascista).5 Los militantes del PC en el sector se agruparán en células partidarias, tanto en las fábricas de materiales como en ciertas obras de gran envergadura. Pero el sindicato comunista de albañiles porteños no logró consolidarse y se disolvió hacia fines de los años veinte. Sus militantes aceptaron la mayor presencia del gremio forista (la Sociedad de Resistencia de Obreros Albañiles y Anexos) y decidieron incorporarse al mismo para actuar como oposición interna a la conducción libertaria. Desde principios de los años treinta una nueva camada de cuadros comunistas se proyectaba en el sector, entre los que estaban Guido Fioravanti, Miguel Burgas y Ángel Ortelli. Ellos ganaron influencia con sus críticas a la espontaneidad propugnada por los anarquistas y con sus propuestas a favor de la planificación de las acciones, de la solidaridad popular y de la unificación del gremio a partir del establecimiento de un centro de dirección. En algunas asambleas los comunistas lograron hacer elegir a Fioravanti, Burgas y Ortelli como miembros de la Comisión Administrativa (CA) del gremio. Viendo perder su influencia en el mismo, en diciembre de 1934, los anarquistas separaron de la CA a los tres dirigentes del PC.6 Después de esta expulsión, los comunistas decidieron formar el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos de la Capital Federal, y también constituyeron otro en La Plata. Ya habían intentado formar un sindicato con aquella denominación dentro del Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC), en abril de 1932, pero el proyecto no había prosperado. En la primera asamblea del nuevo sindicato, realizada en febrero de 1935, se eligió la Comisión Administrativa y a Ortelli como secretario general (luego ocuparon ese cargo Pedro Chiarante y Rubens Iscaro). La orientación fue incorporar al sindicato a la mayor cantidad de operarios, impulsando las reivindicaciones a través de huelgas por empresa (como ocurrió en ese mismo año con la desarrollada en Polledo y Cía.). Asimismo, el sindicato comenzó a publicar desde septiembre el periódico El Andamio, de creciente predicamento en el sector, y organizó secretarías seccionales en cada barrio, con locales propios en Mataderos (Juan B. Alberdi 5639), La Paternal (Donato Álvarez 1970), Flores (Artigas 133), Villa Urquiza-Belgrano (Nahuel Huapi 5248), Villa del

Parque-Devoto (Cuenca 2595) y Pompeya (Esquiú 1001). En los meses siguientes a su creación el crecimiento del sindicato fue muy notable.

La creación de la FOSC y el inicio de la huelga de la construcción en octubre de 1935

Fue el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos de la Capital Federal el que inició gestiones para lograr la unificación con el resto de los sindicatos de oficio del sector. Así, en una asamblea de delegados realizada en julio se creó la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC), con ámbito en la ciudad de Buenos Aires, compuesta por los sindicatos de albañiles, pintores, yeseros, colocadores de mosaicos, colocadores de vidrio, marmolistas y parquetistas, al que luego se incorporaron los de electricistas, calefaccionistas y picapedreros. El PC aportaba la organización masiva, pero el grueso de los pequeños gremios tenía origen anarquista. De allí que fueran tan discutidos los pasos siguientes para fortalecer y extender a la FOSC. Los anarquistas propugnaban mantener la autonomía de cada gremio y operar con un lazo federativo que respetara los criterios de cada dirección sindical y limitara las atribuciones del Consejo Federal. Los comunistas, en cambio, lograron ir imponiendo sus posiciones, que giraban en torno al principio de montar una entidad de tipo centralista, con una función no meramente coordinadora sino que orientara y organizara. Por ello, la FOSC tuvo mayoría comunista en su dirección (Fioravanti fue elegido su secretario), pero allí también existió inicialmente una fuerte presencia ácrata, representada por hombres del Comité Regional de Relaciones Anarquistas (CRRA), que en octubre de 1935 se convirtió en la Federación Anarco Comunista Argentina (FACA), y de la Alianza Obrera Spartacus. Esta última agrupación surgió en 1934, liderada por Horacio Badaraco.7 Tenía simpatías por los planteos marxistas. De hecho, el máximo referente del Sindicato de Obreros Pintores, Antonio Cabrera (junto a Lorenzo Cruz), así como Domingo Varone y Joaquín Basanta, que eran los principales cuadros de la Alianza Obrera Spartacus, una vez que ésta se disolvió, a partir de 1938, se incorporaron al PC.8 Los militantes de Spartacus llamaban a fortalecer las organizaciones de base y la propia estructura sindical.9 El espacio que quedó licuado por la nueva situación fue el de la FORA. La vieja central, que durante décadas había liderado los esfuerzos de agremiación en el sector, sólo logró conservar un pequeño sindicato de plomeros y acabó desprestigiada, y denunciada por las otras tendencias del anarquismo, debido a su oposición al nuevo fenómeno organizativo y a la huelga que lanzó la FOSC. El proceso tuvo su comienzo en septiembre de 1935, cuando la FOSC convocó a una serie de asambleas, en las que se llamó a un paro de actividades, dada la negativa patronal a aceptar las reivindicaciones. Entre

otras, ellas eran: mejoras salariales y de condiciones laborales, reducción de la jornada laboral, descanso dominical absoluto, abolición del trabajo a destajo y seguro por accidente de trabajo (reclamo que tenía mucha importancia desde un fatídico accidente ocurrido en una obra ubicada en el cruce de las calles Republiquetas y Cabildo, en la Capital). A eso se le sumaba la exigencia del reconocimiento del sindicato. En la reunión realizada el 17 de octubre de 1935 fue cuando se proclamó la huelga, a comenzar seis días después. En esa jornada del 23, casi 30.000 obreros se reunieron en una nueva pero ahora más masiva asamblea, reunida en el . Allí se evaluó la situación y la intransigencia patronal en torno a los reclamos, y unánimemente se votó el inicio del paro y la conformación de un Comité de Huelga (que editó un boletín propio, de gran tirada). Dicho Comité quedó conformado por doce integrantes, entre los que estaban los principales cuadros del PC: Fioravanti (secretario), Chiarante, Ortelli, Iscaro, Burgas, Emilio Fabretti y Felipe Beil. Comenzaba el que sería uno de los conflictos más masivos y enérgicos protagonizado por la clase obrera argentina desde hacía una década y media. Al principio, los huelguistas rondaban el número de 30.000, todos albañiles. Pero el 15 de noviembre una gigantesca asamblea en el estadio Luna Park de miles de trabajadores de toda la industria votaron sumarse al paro, que pasó a contar con la adhesión de unas 60.000 voluntades , siempre en la región de la Capital Federal, lo que representaba algo más de un 90% del total de empleados en el sector. La lucha estuvo respaldada por la realización de frecuentes y multitudinarios mítines y reuniones obreras en la Plaza Once y el estadio Luna Park, de dimensiones nunca antes vistas en el país por parte de una misma organización sindical. Tanto los comunistas como los pequeños núcleos anarquistas existentes encontraron en la apelación a estas masivas asambleas un elemento nodal para el desenlace exitoso del conflicto.10 Junto a esto, se constituyeron Comités de Empresa y piquetes huelguísticos, organismos populares de solidaridad y comedores colectivos que sostuvieron la lucha, a partir del aporte de pequeños comerciantes, almaceneros, carniceros y verduleros. En los comedores se llegaron a suministrar 2.000 comidas diarias y se entregaron víveres a más de 2.000 familias necesitadas. De este modo, los obreros y sus familias pudieron ser alimentados, y se evitó así que el conflicto se agotara por hambre. También cumplieron un papel decisivo las comisiones femeninas, integradas por las esposas, madres, hermanas e hijas de los trabajadores en paro, quienes intervinieron en comedores, centros de asistencia médica y organizaciones de amas de casa en apoyo a la lucha. Precisamente, el papel protagónico de las mujeres fue uno de los rasgos características de esta huelga. Como afirmaba el periódico del sindicato de albañiles: “En los mítines, en las asambleas, en las redacciones de los diarios, en las comisiones de ayuda, activan centenares de mujeres, jóvenes y ancianas, con criaturas en los brazos y colgadas de las faldas,

sin descanso, sin desmayos, recorren las calles, manifiestan ante las grandes empresas constructoras más intransigentes, despertando así la simpatía de la opinión pública, que se convence de la justicia de las reivindicaciones pedidas”.11 Para comienzos del mes de diciembre se advertía el crecimiento de la radicalización entre los trabajadores, con el desarrollo de un discurso cada vez más explícitamente antimonopolista y antiimperialista, dado que el principal enemigo aparecía identificado en el puñado de grandes empresas de capital extranjero. Eran cada vez más frecuentes los choques callejeros en distintos barrios de la Capital con efectivos policiales y la Legión Cívica. Los comunistas comenzaron a evaluar y a sugerir la idea de una huelga general de toda la clase obrera en apoyo a esta lucha sectorial: “A cada amenaza, a cada dificultad, a cada tropiezo crece la indignación y el odio de clase de los heroicos luchadores de la construcción. Si la patronal, ayudada por los procónsules del fascismo en la Argentina, intenta poner en práctica los métodos de terror hitlerista o mussoliniano, la clase obrera argentina, en un solo frente único, pondrá al servicio de la causa de los huelguistas, que es la suya propia, toda su energía y capacidad combativa, su inagotable fuerza solidaria, la huelga general si es preciso”.12 La lucha empezó a cobrar víctimas: el 18 de diciembre, según la versión del sindicato, “mercenarios al servicio de la patronal” asesinaron a balazos, en el barrio de Flores, a un huelguista, Santiago Sabattini.13 Miles de obreros concurrieron al velorio en el gremio y acompañaron sus restos al Cementerio de la Chacarita. En apoyo al conflicto se conformó un Comité de Defensa y Solidaridad, presidido por el dirigente obrero de la madera Mateo Fossa, que agrupó a 68 sindicatos (tanto autónomos como pertenecientes a la CGT) de la Capital y el Gran Buenos Aires, en donde se agruparon los sindicatos orientados por el PC y algunos otros de dirección anarquista y sindicalista.14 Precisamente, cuando aquel comité intersindical convocó a una gran concentración pública en la Plaza Once, fue la declaración de una huelga general de 24 horas en solidaridad con la lucha de los obreros de la construcción el motivo central de la deliberación. Finalmente, se aprobó la realización de esta ambiciosa medida de lucha para el 7 de enero de 1936. Para ese día la patronal se había propuesto romper el movimiento de lucha; por distintos medios de comunicación, los sectores empresariales habían anunciado que el día 7 se reanudaría el trabajo en las obras y que todos los trabajadores del andamio debían retomar sus puestos en las mismas condiciones y con unos salarios apenas levemente elevados; además, circulaba el rumor que estaba en preparación una vasta acción de brigadas de rompehuelgas. La huelga general fue pensada como una respuesta a todas esas intimidaciones y amenazas. La convocatoria se producía en medio del conflicto interno que envolvía a la CGT. En los meses anteriores la dirección de la central obrera no había fijado una línea de apoyo firme a este conflicto, actitud que comenzó a cambiar hacia

diciembre.15 Finalmente, las dos juntas ejecutivas que pasó a tener la CGT dieron un apoyo explícito a la huelga general y comenzaron a sostener más activamente la lucha de los obreros de la construcción.

La huelga general

La huelga general en apoyo a los obreros de la construcción se desenvolvió el 7 y 8 de enero de 1936. En las primeras horas del día 7 centenares de grupos de obreros de la construcción y de activistas se encargaron de informar al resto de los trabajadores, en las puertas de las empresas, los motivos y la índole del paro, y llamaron a apoyarlo. En esos dos días, los piquetes paralizaron la circulación de tranvías y ómnibus, algunos de los cuales fueron incendiados por cientos de manifestantes que se lanzaron a las calles e hicieron barricadas en los cruces de las grandes avenidas. Pareció haber sido destacada, también, la adhesión de los colectiveros al paro.16 Las fotos que retrataron esos eventos en los diarios hicieron recordar a muchos los acontecimientos de la Semana Trágica de 1919. El diario Crítica, que siempre señaló la “justicia del movimiento” y adjudicó el conflicto a la “obstinación rayana en la contumacia” por parte de la patronal y a la “indiferencia”, la “ineficacia” y la “insensibilidad” del DNT, informaba al otro día: “La vida de Buenos Aires ha estado prácticamente paralizada durante todo el día de ayer. Su ritmo nervioso y dinámico, sobre todo en las grandes barriadas, se detuvo en una acción general que no tiene precedentes y cuyo carácter espontáneo ha debido llamar la atención pública y despertar sugestiones”.17 El diario La Nación, desde una visión conservadora y hostil a la huelga, alertaba sobre el “carácter extraordinariamente violento” que ésta había asumido, convirtiéndose en un verdadero “estallido de perturbación colectiva, con móviles que no se disciernen claramente”, y detallaba: “En diversos puntos de la ciudad se produjeron atentados, fueron derribados vehículos, incendiados coches, ómnibus, agredida la gente que los ocupaba. Manifestaciones que alcanzaron extremos de singular gravedad obligaron a la policía a una actitud enérgica en defensa del orden y en esas circunstancias murieron tres agentes de policía, víctimas, en cumplimiento de su función social, de la violencia de grupos para los cuales nada significa la vida de esos sencillos y esforzados servidores de la comunidad”; y concluía: si “se advierte en ella la presencia de agitadores que estimulan la destrucción, la brutalidad y el crimen, es porque la manejan, acaso a escondidas, elementos extraños a la verdadera lucha económica, que persiguen, con la extensión del desorden, objetivos de confusión”.18 Las muertes de obreros y policías ocurrieron en diferentes refriegas armadas, multiplicadas en muchos barrios porteños, que el PC definía como el “cinturón rojo, obrero y popular” de la gran urbe: Saavedra, Chacarita, Villa Crespo, Paternal, Villa Devoto, Villa Urquiza, Villa del

Parque, Villa Real, Flores, Villa Luro, Liniers, Matadero, Parque Chacabuco, Parque Patricios, Boedo y Nueva Pompeya. Las asambleas y las concentraciones públicas fueron prohibidas. Comedores obreros, sedes sindicales y locales del PC fueron clausurados por las fuerzas de seguridad. En esos operativos se efectuaron decenas de detenciones, entre otras, a integrantes del Comité de Huelga, de la FOSC y del Comité de Defensa y Solidaridad (como Mateo Fossa, Pierruccione, Ángel Molesini y Lorenzo Cruz). Cuando Fioravanti (máxima figura pública del conflicto y secretario del Comité de Huelga), y dos miembros de la Mesa Directiva de la CGT se trasladaron al Departamento de Policía para reclamar contra la prohibición al mitin que se estaba preparando en la Plaza Once para ese mismo día 7, también fue inmediatamente detenido. Fue debido a estos actos de represión que se resolvió prolongar la huelga general durante un día más. De este modo, el 8 de enero continuó el paro hasta la noche (extendiendo la totalidad de la huelga a 36 horas), con un altísimo acatamiento popular, que los protagonistas del conflicto situaron en 200.000 trabajadores de la ciudad y aledaños, una cifra, sin duda, muy exagerada. Los comunistas destacaron sobre todo el papel de los jóvenes y las mujeres: “Eran millares y millares. Tomaron todos los puestos. Fueron los piquetes más enérgicos. Bloquearon los talleres, levantaron tribunas en las bocacalles, cruzaron las vías. Eran los agitadores más ardientes, los oradores de corazón, los luchadores de alma. La huelga general estrechó con su amplio y convulso cinturón rojo al Buenos Aires burgués. Barrios proletarios, mujeres, jóvenes: los trabajadores de la construcción os estrechamos la mano. Muchos de los vuestros están aún en la cárcel, otros han sido muertos, heridos, apaleados o torturados, en la calle o bajo las ‘razzias’ policiales. Nosotros os decimos que no os olvidaremos: vuestras demandas serán las nuestras, vuestras huelgas serán nuestras huelgas”.19 Las situaciones de “desborde”, de “espontaneísmo” y de descentralización en las acciones de masas fueron tan generalizadas, que condujeron al Comité de Huelga de la FOSC a reafirmar que este organismo y el Comité de Defensa y Solidaridad formado por 68 sindicatos eran los “únicos y responsables” en el conflicto.20 Los militantes de la FOSC, de manera inmediata, hicieron una valoración de esta huelga general en el sentido de que significaba un hito en la lucha de la clase obrera argentina: “El pueblo trabajador y explotado de Buenos Aires y pueblos circunvecinos acaba de rendir un máximo esfuerzo de solidaridad proletaria. Los días 7 y 8 de enero marcan una etapa decisiva en las luchas obreras del país, esas grandes luchas que se iniciaron hace treinta y cinco años, que atravesaron períodos de terror para el proletariado, que desembocaron en los movimientos del Centenario, la semana de Enero, el 1919-1920 y que retoman su curso ascendente en los 60.000 trabajadores de la construcción. Esos dos días galvanizaron y reunieron fraternalmente al proletariado y grandes sectores

de la población en la lucha y en la calle. Esos señalaron la importancia social del proletariado y dieron la exacta medida del pulso del pueblo obrero”. Más aún, la huelga general habría mostrado “como hoy la conciencia de clase tiene una fuerza polarizante en la vida social del país, y como hay de pié un inmenso proletariado que recoge las palpitaciones de toda la clase obrera”. El balance final no podía ser más alentador: “Trabajadores de todos los oficios, de todas las organizaciones, de todas las tendencias, se han reconocido al final a través de su propia y viviente fuerza. De este acto magnífico sale el proletariado robustecido. Nosotros los trabajadores de la construcción, tenemos el orgullo de haber levantado una bandera para todo el proletariado. Esa es la bandera de la solidaridad y de la lucha. Nosotros hemos erguido también una causa de honor. Esa bandera y ese honor harán la unión final del proletariado por su emancipación”.21 Según esta misma visión, la huelga general también dejaba como enseñanza otras cosas para la clase obrera: que “la patronal nunca se dividía y actuaba en un bloque sólido”, por lo cual debía responderse con una resistencia tenaz, sólida y unitaria; que las acciones de masas, si adquirían un “carácter multitudinario, contundente y sin divisiones”, cortaba el camino a la intervención de las bandas fascistas; y que los comerciantes pequeños y minoristas podían “coincidir en sus intereses con los del proletariado”.22 Descabezada la dirección de la huelga de la construcción, ésta fue reemplazada por nuevos dirigentes y cuadros intermedios, que debieron garantizar las medidas de dirección y apoyo, el reparto de los víveres y el resto de las tareas bajo duras condiciones de persecución policial y de clandestinidad. A partir del 11 de enero se abrió una negociación más firme entre las dos partes en conflicto, con la intervención del Estado. Ese día, a partir de gestiones impulsadas por el DNT y la CGT, fue invitada al Ministerio del Interior una delegación de la FOSC, compuesta por Ángel Ortelli como nuevo secretario de la FOSC y del sindicato de albañiles, Miguel Burgas como tesorero del sindicato de albañiles y secretario de su comité de huelga, y Rafael Giler como miembro de la CA de los madereros y secretario interino del Comité de Defensa y Solidaridad. El objetivo era intentar encauzar el conflicto. Durante la entrevista, el ministro Leopoldo Melo comunicó nuevas ofertas salariales de la patronal que tampoco satisficieron a los representantes obreros, quienes, además, exigieron la inmediata libertad de los detenidos, la reapertura de los locales clausurados y el permiso para realizar asambleas y actos públicos. El ministro aceptó buena parte de esas demandas y quedó encargado de tramitar las peticiones de la FOSC con la patronal. Hacia ese momento, como luego veremos, era evidente el alto costo que la huelga tenía para la federación, pero también la necesidad de los empresarios de aceptar la negociación y comenzar a ceder a varios de los reclamos sindicales. Ya existían diferencias entre el medio centenar de

pequeñas y medianas empresas, constructores y profesionales con mayor voluntad acuerdista (agrupados en la Corporación Argentina del Ramo de la Construcción, CARCA) y el puñado de grandes empresas monopolistas con posiciones más inflexibles. Por eso, la FOSC arengaba en ese momento: “La situación en que entran las tramitaciones, las perspectivas que existen, nos demuestran que comienza a haber serias perspectivas para nuestro triunfo. Pero no olviden los camaradas que la garantía para nuestra victoria reside en nuestra acción diaria, en los piquetes y las comisiones de barrios, en la completa paralización de nuestras obras, en nuestra acción por la libertad de todos los presos”.23

El final del conflicto y sus consecuencias

Luego de 90 días de iniciada, el 23 de enero, ante la aceptación de una gran parte de los reclamos que le habían dado origen, la huelga fue levantada por una asamblea en el Luna Park que reunió más de 35.000 trabajadores.24 Preventivamente, el Comité de Huelga no fue disuelto inmediatamente y eso sólo ocurrió en una nueva asamblea realizada el 15 de marzo. El gremio consiguió la siguiente tarifa de salarios mínimos: los peones pasaron de $ 3 diarios a $4,50; los medio oficiales de $4,20 a $5,20; y los oficiales de $5,50 a $6,40. La jornada de trabajo, que oscilaba entre las nueve y las diez horas, fue reducida a ocho horas. Los empresarios acordaron readmitir al personal ocupado antes de la huelga, “sin hacerlo objeto de represalias o exclusiones relacionadas con ésta o con sus actividades gremiales”. Además, se instituyó una Comisión Paritaria Consultiva, compuesta por representantes patronales y obreros, para que junto al DNT velara por la aplicación de la nueva reglamentación de las condiciones laborales.25 Al poco tiempo, la patronal debió aceptar la formación de comisiones internas por obra, el derecho de los dirigentes sindicales a entrar en ellas para organizar el personal y el reconocimiento de la Federación. Sin duda, los costos humanos de la huelga fueron muy altos. Los lesionados y heridos en los enfrentamientos con la policía y sectores liguistas se multiplicaban por cientos. Sólo durante la huelga general de los dos días de enero hubo tres obreros muertos, junto a varios policías heridos.26 Las detenciones fueron innumerables, y recayeron no sólo sobre los trabajadores más activos, por ejemplo, los que participaban en los piquetes de huelga, sino también a los que buscaban víveres en los comercios para alimentar a los comedores (procesados por “mendicidad y vagancia”) o a los que vendían bonos y rifas en apoyo al conflicto (a los que se les aplicó una ley de represión del juego).27 En enero se había conformado un Comité Pro Presos de la FOSC (formado por tres comisiones: Ayuda, Finanzas y Jurídica), que hasta el día 12 había dado atención a unos 1.500 detenidos (acercándoles comida y víveres a ellos y a sus familias) y había brindado auxilio a decenas de huelguistas

desalojados de sus viviendas.28 El abogado del sindicato de albañiles, y siempre cercano a la izquierda, Samuel Shmerkin, fue el encargado de presentar decenas de habeas corpus y recursos judiciales para liberar a los presos. Hacia febrero el Comité había montado enormes cocinas para alimentar a los presos; la instalada en el centro de la Capital había provisto durante ese mes unas 6.000 comidas; la de Villa Devoto, otras 7.000. El Comité llevaba su actividad hasta detenidos en La Plata, Morón, San Martín, San Miguel, Hurlingham, Caseros y Avellaneda.29 La actividad del Comité se prolongó hasta marzo, editando un boletín específico para su tarea. Sentía que tenía razones bien fundadas para su existencia: “Nuestra voz de prisioneros sociales; nuestra voz de trabajadores torturados, de obreros huelguistas triturados por el terrorismo policial y amenazados de muerte por las armas patrias; la voz mojada en sangre de los centenares de obreros que en los días de huelga fueron molidos a culatazos en las comisarías de la Capital y sometidos al tormento en los calabozos de la Sección Especial y de Villa Devoto, es la que recoge este boletín y la extiende al ámbito del país para que el proletariado extraiga de estos hechos las conclusiones que le corresponde extraer (…) Los que aún quedan en los calabozos librados al salvajismo policial; los compañeros de los piquetes sometidos a proceso por los hechos de la huelga, permanecen unidos a nosotros por el vínculo ferviente y profundo de clase, de la lucha y la esperanza”.30 La contabilidad arrojó una cifra elocuente de la gravedad de la represión durante el conflicto. En total, los obreros muertos fueron cuatro, a otros cuatro se les aplicó la ley 4.144 y a doce se los procesó bajo la misma ley. Entre los amenazados por la expulsión del país, merced a la mencionada Ley de Residencia, estaba, otra vez, como había ocurrido en 1932, Guido Fioravanti, el más importante dirigente obrero comunista de la huelga. La FOSC y el PC, sin embargo, nuevamente, luego de una gran campaña nacional e internacional, lograron evitar dicha medida. Hasta la huelga general del 7-8 de enero, hubo 1.250 obreros detenidos y sólo durante esos dos días casi 3.000 obreros pasaron por las comisarías, el Departamento Central de Policía, la sede de la Sección Especial y la cárcel de Villa Devoto: “Centenares de ellos, activistas, miembros de los piquetes, propagandistas de la huelga, atravesaron la doble fila de milicos borrachos y armados de cachiporras que en las comisarías esperaban a cada detenido que llegaba para destrozarlos a golpes. Centenares de ellos sufrieron el tormento más extremado en las oficinas de la Sección Especial y de Villa Devoto. Al ánimo de muchos de ellos se llevó la sensación de que serían fusilados, para espectáculo íntimo y regocijo del alma degenerada de los funcionarios policiales. Todos los horrores posibles, todas las torturas morales que puede inventar la mente de un tarado fueron castigo continuado para los prisioneros”.31 Sólo en el Boletín del Comité Pro Presos de febrero se denunciaron con todos los detalles unos cincuenta casos de torturas en comisarías y

sedes policiales. El caso del joven obrero comunista Carlos Bonometti es uno de los tantos, aunque luego se hizo emblemático. Declaraba entonces: “He sido apaleado y torturado por la policía en la sección 39, durante horas y horas, en una forma imposible de contar. En la misma comisaría, sin ser llevado al Palacio de Justicia, he sido interrogado por el juez, el que me leyó una declaración que yo no había hecho y me la entregó para que la firmara. Yo estaba aturdido y semiinconsciente por los golpes y la firmé sin saber lo que decía porque no entendía nada”.32 Bonometti fue condenado a prisión perpetua (y liberado recién en 1947), acusado de disparar y matar a un policía. El balance que los comunistas extrajeron inmediatamente después de este conflicto estuvo durante algunos meses teñido de un optimismo acendrado. Entendieron que dicho conflicto era el anticipo de un ascenso en la lucha de las masas obreras y populares, dado el agravamiento de la situación económico-social del país, y que los comunistas habían podido demostrarlas a éstas que ellos eran su mejor dirección posible: “Las consecuencias de la política económica del gobierno se traduce en un empeoramiento del nivel de vida de la gran mayoría del pueblo. En tal situación, el movimiento huelguístico de la construcción y la grandiosa huelga del 7 y 8 de enero en la Capital, han mostrado el camino de la respuesta de masas a la ofensiva de hambre, a través de la unidad obrera, de la preparación inteligente de las huelgas y del apoyo al proletariado de las amplias masas populares, bajo la bandera de la lucha antiimperialista y antifascista. Los comunistas han mostrado que no solo son los más abnegados luchadores del movimiento obrero, sino también los más inteligentes conductores de las luchas, por el camino de la victoria”.33 La huelga de la construcción de 1935-1936 puede entenderse a la vez como una continuidad y una ruptura respecto a las huelgas de la carne y de los petroleros que los comunistas habían organizado en 1932. Se aplicaron los mismos métodos de preparación y ejecución del conflicto. Pero en el caso de la construcción, la protesta pudo garantizarse con un mayor acatamiento (de hecho, casi total), una mayor duración y una mayor amplitud en cuanto a la dirigencia convocante. El PC cedió algo de su papel dirigente, que había monopolizado con exclusividad en el caso del conflicto de los petroleros y cárnicos, aunando en la conducción de la protesta a cuadros obreros prevenientes del anarquismo, el socialismo y el sindicalismo, apelando a la consulta constante de las bases (la imagen más conocida del conflicto fueron las recurrentes y muy concurridas asambleas realizadas en la Plaza Once y el estadio Luna Park) y garantizando el mantenimiento de la protesta con la solidaridad popular. A eso se sumó el contexto distinto: la adversidad de 1932, año signado por la alta desocupación, contrastaba con 1935, cuando los niveles de empleo eran generosos y los trabajadores se encontraban más proclives a ir al conflicto sin un temor tan firme a la pérdida del puesto de trabajo, y, además se hallaban con una mayor disposición al enfrentamiento.

La constitución de la FONC como herencia de la huelga

Un elemento que contribuyó a que la huelga de la construcción fuera evaluada como victoriosa por el movimiento obrero fue la inmediata y exitosa organización de una única organización de los trabajadores de toda la rama, la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC), dirigida y controlada por cuadros del PC, que pronto se convirtió en la segunda entidad laboral más numerosa del país y en el modelo de un nuevo tipo de sindicalismo industrial en el país. Los dirigentes comunistas del gremio enviaron delegaciones al interior para extender a todo el país la estructura de un sindicato único de todo el sector. Del 8 al 10 de junio de 1936 se efectuó una primera conferencia nacional, en donde 90 delegados, en representación de 61 sindicatos, decidieron dar un paso decisivo: crear la Federación Obrera Nacional de la Construcción. Comenzaron a discutirse sus principios estatutarios, se conformó una comisión provisoria nacional presidida por Fioravanti y se manifestó la voluntad de insertar a la entidad en los marcos de la CGT. En términos estrictos, la FONC fue la primera federación nacional de industria creada en la Argentina. En aquella conferencia volvió a aprobarse de manera mayoritaria la estrategia comunista de una entidad de carácter centralista, aunque todavía existió un proyecto minoritario diferente, defendido por los anarquistas, que postulaba una organización de bases federativas. También se avanzó en el diseño de un programa de reivindicaciones, centrado en la lucha por las 40 horas semanales, la abolición del trabajo a destajo, el derecho de reunión, de palabra y de prensa, y por la libertad de los presos políticos y sociales. Este pedido alcanzó gran importancia porque el 5 de julio la Sección Especial de Represión del Comunismo allanó una reunión del Comité Central del PC, deteniendo a todos sus integrantes, entre los cuales, estaba el propio Fioravanti, quien quedó al borde de la expulsión del país, merced a la aplicación de la Ley 4.144. El gremio se lanzó a una campaña por impedir esta medida, en conjunto con el sindicato de la madera, para lo cual se realizaron grandes actos en el Luna Park y el . El 14 de agosto, se logró, una vez más, la libertad de Fioravanti. Tras ello, el paso siguiente fue la convocatoria al Congreso Constituyente de la FONC, que se realizó del 11 al 13 de noviembre de 1936. Allí estuvieron representados 76 sindicatos pertenecientes a todas las profesiones de la industria del sector, vinculados a la construcción de edificios, puentes, caminos y otras instalaciones, así como los dedicados a la extracción y elaboración de material para la actividad. La sede de la FONC se fijó en el mismo domicilio porteño donde funcionaba la FOSC desde febrero de 1936: el amplio local de Victoria 2936. Fioravanti fue nombrado como su primer secretario general y otros militantes del PC

ocuparon el grueso de los puestos del Consejo Federal de la entidad. En la seccional Capital Federal, la más numerosa de todas, fueron elegidos como secretario y prosecretario Ortelli y Chiarante, respectivamente (tras el viaje de Ortelli a España para realizar tareas solidarias, fue reemplazado por Chiarante e Iscaro ocupó el cargo de prosecretario). Todos ellos también fueron acompañados de una dirección de mayoría comunista, en la que se consolidó una nueva camada de jóvenes militantes, como Normando Iscaro (hermano de Rubens), Roque Alessi, Andrés Roca, Pedro Tadioli y Víctor Larralde, entre otros. La creación de la FONC fue la evidencia de algunas de las nuevas concepciones acerca de la actividad sindical que estaban desplegando los comunistas. Una de ellas era la revalorización que se le prestaba a la militancia de base a través de organismos nuevos. Desde los años veinte el PC había encarado la militancia de base en las estructuras laborales a partir de un organismo interno, clandestino y virtualmente tabicado, la célula, que ocasionalmente se combinaba con los Comités de Fábrica. Eran repertorios organizacionales lanzados desde el partido y constituidos esencialmente por sus militantes. A partir de mediados de los años treinta, con la experiencia acumulada en los grandes conflictos de masas y con la nueva realidad de dirigir los principales sindicatos industriales del país (por otra parte, todos enrolados en la central obrera mayoritaria, la CGT), el PC comenzó a plantear la necesidad de que los sindicatos se lanzaran a constituir los llamados Comités de Empresa.34 La rama de la construcción, precisamente, fue el lugar en donde este proceso se vio de manera más clara. Hacia marzo de 1936 uno de los principales dirigentes obreros comunistas en el sector aclaraba la importancia que adquirían los Comités de Empresa y de Obra: “La experiencia de la misma lucha ha demostrado a cada camarada que no podemos triunfar si no hacemos de nuestra organización un baluarte en cada lugar de trabajo, y estos baluartes son los Comités de Empresa y Obras, que son los órganos de ataque, resistencia y defensa a toda la prepotencia patronal (…). Por otra parte, no hay que olvidar que tenemos la base para esa forma de organización: la gran empresa, el trust, que son los que mayor resistencia pusieron a la solución del conflicto”.35 Había una diferencia con los anteriores organismos: necesariamente tenían un carácter mucho más extendido y eran más autónomos del partido, pues eran conformados desde el sindicato mismo, tenían un carácter público y pretendían agrupar a todos los obreros, sin distinciones políticas. Por supuesto, el PC intentaba que los mismos cayeran bajo su dominio, y, en buena medida, eso fue lo que ocurrió. Pero eso no alteraba su esencia diferencial de los casos anteriores. Desde los años veinte, las células partidarias y los débiles y ocasionales Comités de Fábrica o de Lucha sirvieron para la tarea de penetración inicial del comunismo entre el proletariado industrial, porque actuaron desde abajo hacia arriba: intentaban movilizar, organizar y elevar en su conciencia a los

trabajadores, en algunos casos, sin la existencia misma de un sindicato por rama o de oficio que los representara. Ahora que estos sindicatos ya existían y se mostraban mayormente consolidados, su objetivo era, desde arriba, dinamizar el trabajo de base, para fortalecer y garantizar aún más las directivas gremiales. Los Comités de Empresa eran concebidos como los tentáculos de los sindicatos, mayoritariamente comunistas, en el nivel de los sitios de trabajo. En este sentido, son la evidencia de un cambio en el lugar del PC en el movimiento obrero: de ser una corriente limitada al trabajo de base en ciertos sitios de trabajo (a los que por elección o azar pudo acceder) y con escasa incidencia en las grandes estructuras sindicales fue mutando a un partido que alcanzaba protagonismo en dichas estructuras y desde allí potenciaba su llegada a las bases obreras más amplias a través de un emisor más potente, el sindicato. Una segunda novedad que se produjo en la concepción comunista de los sindicatos únicos por rama industrial a partir de 1935-1936, en el marco de la estrategia más moderada del frente popular, fue el creciente pragmatismo que comienza a postular el partido en la negociación con el Estado. Ahora, los comunistas participaban de los cambios ocurridos en las relaciones laborales de la época, incorporando el ejercicio de la negociación y las prácticas de la transacción, y aceptando la tendencia al arbitraje estatal, a través de la intervención del DNT.36 Esto se expresó con claridad en el caso de la FONC. Frente a las críticas que se les formulaban a los militantes del PC en esta entidad (sobre todo, desde sectores anarquistas), por aceptar la intervención del DNT, éstos se defendían reivindicando la necesidad de la flexibilidad táctica para aprovechar los resquicios del frente burgués: “Algunas objeciones se nos hicieron cuando nosotros adoptamos el procedimiento táctico de aceptar la fórmula del D. N. del Trabajo; sin embargo, esa táctica nos ha hecho avanzar unos pasos más por el camino del triunfo (…). La buena táctica es la consecuencia lógica del buen sentido, y el buen sentido indica que hay que ser lo suficientemente flexibles como para aprovecharse de todas las coyunturas y sacar de ellas todo el beneficio posible, y no perder, por querer mantenerse en una rigidez absurda, todo lo ganado y todo lo que está por ganarse todavía”.37

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El análisis de la huelga de la construcción de 1935-1936 permite extraer algunas conclusiones provisorias. El conflicto se produjo en una rama que había alcanzado en esos años un proceso de expansión notable y demandaba una cantidad creciente de mano de obra. Las condiciones eran favorables para desenvolver un movimiento de reclamo, movilización y organización de los empleados en el sector. Los avances en el proceso de agremiación que se dieron los albañiles y demás trabajadores en 1935,

con la creación de la FOSC, representó un punto de inflexión y un cambio de tendencia en la tradición gremial de la rama: la dispersión de organismos identificados con el oficio cedió ante una entidad que aglutinó a todos los vinculados por rama de actividad. La posterior conformación de la FONC, entre mediados y fines de 1936, fue la consumación plena de ese fenómeno. El mismo fue acompañado, y en buena medida posibilitado, por una alteración en la correlación de fuerza entre las tendencias del movimiento obrero industrial de la época: se debilitaron las expresiones más tradicionales del anarquismo (las representadas por la FORA, que más acento ponían en las formas laxas, federativas y de oficio) y se fortalecieron las que más hincapié hacían en la necesidad de sindicatos únicos por rama. Nada de ello pudo impedir la espectacular expansión de los comunistas, la corriente más dinámica en el proletariado industrial, quienes multiplicaron su presencia entre los trabajadores de la construcción, se escindieron de los viejos gremios anarquistas y montaron una nueva y sólida estructura centralizada de todos los obreros de la rama. La huelga analizada confirma que ya desde 1934, pero sobre todo desde 1935, se produjo un nuevo ciclo en el proceso de la protesta obrera, que cierra una etapa de relativo retroceso e inacción de los años previos, y abre un período de intensa conflictividad y repolitización izquierdista. Ello refiere al peso y la centralidad de la clase obrera en la ciudad de Buenos Aires, y al enorme cúmulo de demandas laborales insatisfechas; también, a la presencia de la izquierda, sobre todo, de perfil radical (no atendiendo a los términos programáticos, sino en cuanto a los métodos de lucha practicados). Todo esto sugiere una interpretación en disonancia con los planteos historiográficos que aludían a una disolución y fragmentación de ese sujeto social y al peso ineluctable de tendencias de conformismo y reformismo social. La lucha de los albañiles y la FOSC fue resultado y a la vez agente activo de ese cambio de la dinámica social y política. Finalmente, el conflicto examinado puso en evidencia los nuevos repertorios de movilización y organización propiciados, no única pero sí especialmente, por el PC durante esos años: tanto en la escala de base como en el nivel de la estructuración sindical.

1 Rubens ISCARO, Breve historia de la lucha, organización y unidad de los trabajadores de la construcción, Buenos Aires, s/e, 1940, pp. 14-38; Pedro Chiarante, Pedro Chiarante, ejemplo de dirigente obrero clasista. Memorias, Buenos Aires, Fundamentos, 1976, pp. 86- 107; Celia DURRUTY, Clase obrera y peronismo, Buenos Aires, Pasado y Presente, 1969, pp. 78-91; Nicolás IÑIGO CARRERA, La estrategia de la clase obrera, 1936, Buenos Aires, La Rosa Blindada-PIMSA, 2000, pp. 123 y ss.; Diego CERUSO, La izquierda en la fábrica. La militancia obrera industrial en el lugar de trabajo, 1916-1943, Buenos Aires, Imago Mundi, 2015. 2 Anahí BALLENT y Adrián GORELIK, “País urbano o país rural: la modernización territorial y su crisis”, en Alejandro CATTARUZZA (dir.): Crisis económica, avance del

Estado e incertidumbre política (1930-1943), tomo VII de la Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, pp. 143-200. 3 Marta PANAIA, Los trabajadores de la construcción. Cambios y evolución del empleo en la industria de la construcción argentina, Buenos Aires, Ediciones del Ides, 1985, pp. 11- 22. 4 “Sindicato de Obreros Albañiles, Frentistas, Peones y Anexos de Bs. As.”, Bandera Proletaria (órgano de la USA), año V, nro. 262, 17 de abril de 1926, p. 2. 5 Un dato a tener en cuenta es que la mayoría de los cuadros sindicales en la construcción eran de origen italiano, reflejando el predominio que esa comunidad tenía en la actividad. Según la Cámara de la Construcción, todavía en 1938 los italianos eran un 40% del total de obreros del sector, mientras que los nacidos en la Argentina no llegaban al 30%. Ver: David TAMARIN, The Argentine Labor Movement, 1930-1945. A Study in the Origins of Peronism, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1985, p. 43. 6 “Expulsan a los obreros clasistas”, La Internacional (órgano del PC) (en adelante, LI), XVIII, 3441, diciembre de 1934, p. 7. 7 Un documento interno de la CRRA-FACA, La intervención de los militantes de la FACA y su colaboración con la FOSC, de noviembre-diciembre de 1935, permite dar cuenta de la fuerte presencia anarquista que existió en los inicios de la FOSC. 8 Sobre Spartacus, Badaraco y los militantes que entraron al PC: Domingo VARONE, La memoria obrera. Testimonios de un militante, Buenos Aires, Cartago, 1989; Nicolás IÑIGO CARRERA, “La Alianza Obrera Spartacus”, PIMSA, IV, 4, 2000, pp. 97-171; Juan Rosales, Badaraco, el héroe prohibido. Anarquismo y luchas sociales en tiempos de infamia, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2001; Javier BENYO, La Alianza Obrera Spartacus, Buenos Aires, Anarres, 2005. 9 ¿Cómo empezar? Los trabajadores debemos vencer la reacción”, Spartacus, II, 5, 1/5/1935, p. 3. 10 Algunos de los relatos más vivaces del proceso asambleario corrieron por cuenta de los anarquistas: “En las asambleas del Luna Park está la cara de la huelga. Es la cara firme, recia, curtida de un obrero; de cualquiera de esos treinta, cincuenta o sesenta mil obreros que semana a semana han colmado la capacidad inmensa del estadio (…). Por sobre el rumor de colmena de la muchedumbre que llena el estadio, puñados de blancos volantes flamean en el aire. Las manos se alzan y cazan al vuelo los papeles. Hay sed de leer todo lo que pueda decir una palabra nueva de la huelga; manifiestos y periódicos tiemblan en esas manos endurecidas por los trabajos más duros. Cuando el altavoz grita su primera palabra, el rumor se ahoga en un suspiro denso y los millares de ojos buscan la cara amiga de los camaradas del comité de huelga y de los delegados (…). De estas asambleas se sale conteniendo un grito de loco entusiasmo, se sale dispuesto a vencer. Y los obreros, cuando regresan a sus guaridas, en voz baja, cortante y grave se pasan la orden: ‘¡No aflojar! ¡Firmes!’” (“La gran huelga”, Spartacus Obrero Campesino. Comunista-libertario, año I, nro. 6, noviembre de 1935, p. 2.). 11 “Las mujeres de los albañiles durante la huelga”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), II, 3, marzo de 1936, p. 3. Sobre el tema: Débora D’ANTONIO, “Representaciones de género en la huelga de la construcción. Buenos Aires, 1935-1936”, en Ferananda GIL LOZANO, Valeria S. PITA y M. Gabriela INI, Historia de las mujeres en la Argentina. Tomo II: siglo XX, Buenos Aires, Taurus, 2000, pp. 245-265. 12 “La solidaridad obrera y popular alienta a los luchadores en el camino de la victoria”, LI, XIX, 3463, 1ª quincena de diciembre de 1935, p. 3. 13 “Nuestros muertos”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), II, 3, marzo de 1936, p. 3. 14 “68 organizaciones proletarias están dispuestas a ir a la huelga general”, LI, XIX, 3463, 1ª quincena de diciembre de 1935, p. 3.

15 “La Junta Provisoria exhorta a los compañeros y organizaciones confederadas a prestarles su más vigoroso apoyo”, CGT (Independencia), II, 88, 20/12/36, p. 1; “Con regocijo se recibió la solidaridad de la CGT”, LI, XIX, 3463, 1ª quincena de diciembre de 1935, p. 3. 16 “Unánimemente nos apoyaron los colectiveros”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 1. 17 “Las verdaderas causas de la huelga de los obreros de la construcción”, Crítica, XXIII, 7813, 8/1/36, p. 3. 18 “La huelga de ayer”, La Nación, 8/1/36, p. 4. 19 “El cinturón rojo. Los barrios proletarios, las mujeres, los jóvenes”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 1. 20 “Contra la reacción, contra las provocaciones”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 1. 21 “Examen de la huelga general”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 1. 22 “Síntesis de la huelga general”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 1. 23 “La Federación de los Sindicatos examina ante el proletariado la construcción la situación presente”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 1. 24 “Así fue la asamblea del Luna Park del jueves 23 de enero”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), II, 3, marzo de 1936, p. 5. 25 “Las bases del arreglo aceptado por el gremio”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), II, 3, marzo de 1936, p. 2. 26 En Villa Urquiza, Santiago Beckener fue muerto a balazos por la Policía, que tuvo allí tres agentes heridos gravemente; en Nueva Pompeya, el activista panadero Gerónimo Osechuk fue asesinado por un sargento de la policía; en Liniers, en un duro tiroteo con las fuerzas de seguridad, cayó mortalmente herido el trabajador Jaime Chudi. Ver: “Nuestros muertos en el paro del 7 de enero”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 2; y “Nuestros muertos”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), II, 3, marzo de 1936, p. 3. 27 “Las leyes del embudo”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), II, 3, marzo de 1936, p. 2. 28 “Comité Pro Presos de la Federación Obrera Sindicatos de la Construcción”, Boletín de Huelga de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, II, 2, 13/1/36, p. 2. 29 “Cómo y por qué fue creado. Cómo funciona. Cómo se sostiene”, Boletín del Comité Pro Presos de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, I, 1, febrero 1936, p. 3. 30 Boletín del Comité Pro Presos de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, I, 1, febrero 1936, p. 1. 31 “Identificados en la responsabilidad y el deber hemos actuado en la huelga” e “Informe en cifras del Co. Pro Presos”, Boletín del Comité Pro Presos de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, I, 1, febrero 1936, pp. 1-3. 32 “Llamamiento al proletariado por Efram Lach y Carlos Bonometti”, Boletín del Comité Pro Presos de la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción, I, 1, febrero 1936, p. 1. 33 “Resolución del pleno del CC del 8 de febrero de 1936”, LI, XIX, 3467, 1ª quincena de febrero de 1936, p. 2. 34 Un análisis específico sobre el tema en: Diego CERUSO, Comisiones internas de fábrica: desde la huelga de la construcción de 1935 hasta el golpe de estado de 1943, Vicente López, Dialektik/PIMSA, 2010.

35 Pedro CHIARANTE, “El C. de Empresa y Obra es el arma principal de nuestra organización”, El Andamio (“Editado por el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos, adherido a la FOSC”), año II, nro. 3, marzo de 1936, p. 7. 36 Un contexto general sobre esta cuestión: Ricardo Gaudio y Jorge Pilone, “El desarrollo de la negociación colectiva durante la etapa de modernización industrial en la Argentina, 1935- 1943”, en Juan Carlos TORRE (comp.), La formación del sindicalismo peronista, Buenos Aires, Legasa, 1988, pp. 19-54. 37 “El procedimiento táctico de aceptar la fórmula del DNT nos acerca al triunfo”, El Andamio, año II, nro. 3, marzo de 1936, p. 8.