FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y RELACIONES INTERNACIONALES

Mesías Andinos. Entre la Fuerza y el Populismo. Continuidad y Discontinuidad entre Velasco Alvarado, Fujimori y .

Memoria para optar al grado de Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos

Nombre Alumno Gilberto Cristian Aranda Bustamante

Director de Tesis Carlos Fabián Pressacco

Profesor Informante Armando Di Filippo

Santiago de Chile, 21 de noviembre de 2007 2

Agradecimientos

En el momento de conclusión de este trabajo deseo expresar especiales agradecimientos al profesor Carlos Fabián Pressacco por la dirección de esta tesis, a los profesores Exequiel Rivas y Armado Di Filippo por su aliento durante el programa, a los condiscípulos del Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos de la Universidad Jesuita Alberto Hurtado –promociones 2004/2005 y 2005/2006-, y a las autoridades del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile por brindarme su apoyo.

El Autor

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Tabla de Contenidos

Mesías Andinos. Entre la Fuerza y el Populismo...... 1 Continuidad y Discontinuidad entre Velasco Alvarado, Fujimori y Ollanta Humala...... 1 Agradecimientos ...... 2 Tabla de Contenidos ...... 3 Índice de Ilustraciones y Cuadros ...... 5 Resumen ...... 6 Introducción ...... 7 Capítulo I. Utopía Andina. Mito y resistencia en el Perú colonial ...... 16 Antecedentes ...... 16 Mesianismo y milenarismo: la apuesta mítica ...... 25 Los proyectos aborígenes alternativos ...... 36 El culmen utópico colonial: La resistencia del XVIII ...... 43 Algunas consideraciones ...... 61 Capítulo II: La Experiencia Nacional Popular y la década de los partidos 67 Antecedentes ...... 67 Cambios en América Latina ...... 75 El Gobierno de Velasco Alvarado ...... 80 La Fase inclusiva (1980-1990) ...... 96 Gobierno de Fernando Belaunde Terry (1980-1985) ...... 101 Gobierno de Alan García Pérez (1985-1990) ...... 105 Algunas consideraciones ...... 113 Capítulo III. La Era Fujimori ...... 115 El llamado “neopopulismo” ...... 115 La antesala del Fujimorismo ...... 118 El autogolpe del 92 y la instalación autoritaria ...... 129 Segundo Gobierno de Alberto Fujimori (1995-2000) ...... 140 El comienzo del fin ...... 142 Algunas consideraciones ...... 149 Capítulo IV: Orígenes, doctrina y alianzas del Etnocacerismo ...... 154 La relevancia de los movimientos ...... 154 Las bases sociales: la población desarraigada ...... 166 El movimiento social indígena en Perú...... 174 4

Elementos doctrinarios ...... 181 Capítulo V: Estrategias e institucionalización del etnonacionalismo ...... 190 La Vía electoral ...... 190 Principios y programa de gobierno ...... 194 Los Resultados y los planes futuros ...... 206 La estrategia actual: el control de la calle ...... 210 Consideraciones finales ...... 214 El Discurso antisistema sobre el nivel oficial: Velasco Alvarado y Fujimori ...... 215 La Era Post Fujimori: emerge el etnonacionalismo ...... 220 Continuidad y Discontinuidad de tres liderazgos no partidistas ...... 231 Bibliografía ...... 237 Fuentes primarias ...... 237 Entrevistas ...... 237 Sitios Web ...... 237 Bibliografía Secundaria ...... 238 Entrevistas ...... 254

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Índice de Ilustraciones y Cuadros

Tabla 1 Caracterización de Partidos Políticos ...... 99 Tabla 2 Elecciones Presidenciales 1980 ...... 102 Tabla 3 Elecciones Parlamentarias 1980. Cámara de Diputados ...... 102 Tabla 4 Elecciones Parlamentarias 1980. Cámara de Senadores ...... 103 Tabla 5 Elecciones Presidenciales 1985 ...... 105 Tabla 6 Elecciones Parlamentarias 1985. Cámara de Diputados ...... 107 Tabla 7 Elecciones Parlamentarias 1985. Cámara de Senadores ...... 107 Tabla 8 Elecciones Presidenciales 1990 (1° Vuelta)...... 121 Tabla 9 Elecciones Presidenciales 1990 (2° Vuelta)...... 121 Tabla 10 Elecciones Parlamentarias 1990, Cámara de Diputados ...... 124 Tabla 11 Elecciones Parlamentarias 1990. Cámara de Senadores ...... 124 Tabla 12 Elecciones Congreso Constituyente Democrático 1992 ...... 137 Tabla 13 Elecciones Parlamentarias 1995 ...... 141 Tabla 14 Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011...... 204 Tabla 15 Resultados Generales Elecciones Presidenciales 1° Vuelta...... 207 Tabla 16 Resultados Generales Elección Presidencial 2006, 2° Vuelta .... 208 Tabla 17 Composición del Congreso de la República para el período 2006- 2011 ...... 209

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Resumen

Los movimientos de resistencia articulados sobre la protesta al orden político social predominante han sido regulares en la historia política peruana, como evidencia la llamada utopía andina, germen de rebeliones y levantamientos desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX. A partir de dicho momento otras tradiciones políticas modernas informan la crítica al sistema vigente, sin desplazar el mito vernáculo referido. Esta tesis explora la recepción de dichos registros desde el poder oficial en 1968, como elemento de legitimación de la autoridad, y que se expresaría como desprecio por los partidos de elite, apoliticismo militante y una profunda desconfianza en las instituciones provenientes de la democracia liberal representativa. Sostengo que los momentos estelares de esta tendencia se encarnan en los gobiernos de Velasco Alvarado y Fujimori y en la reciente emergencia del Partido Nacionalista Peruano dirigido por Ollanta Humala. A pesar de sus divergencias temporales e ideológicas propongo una continuidad discursiva anti-sistema.

La presente tesis presta especial atención a la vertiente milenarista indígena y el papel de la Fuerzas Armadas peruanas tanto en la articulación de un proyecto nacional popular (1968-1975) como neoliberales (1990-2000) para explorar como dichos legados confluyen en el proyecto nacionalista de los hermanos Humala, proyecto político de corte populista militar cuya emergencia se enmarcó en el desgarro del sistema de partidos peruanos por el autoritarismo plural o constitucional de la administración Fujimori (1990- 2000). Postulo que el etnonacionalismo es un híbrido político que pretende articular la tradicional identidad de resistencia aborigen-mestiza, cuyo ideal reposa en el cumplimiento mesiánico de la utopía andina, a través de la reconstrucción del Tahuantinsuyo, y la versión radicalizada del nacional populismo pretoriano del gobierno de Velasco Alvarado. 7

Introducción

Comencé este trabajo el segundo semestre de 2005, durante un viaje a en que intenté infructuosamente una entrevista con un militar en retiro que se perfilaba como seguro candidato en las elecciones presidenciales del año siguiente. Por ese entonces, me llamaron poderosamente la atención ciertos rasgos políticos que interpreté como excepcionales y que parecían más bien próximos a la nueva tendencia latinoamericana encabezada por el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Dos años más tarde, en un nuevo viaje a la capital peruana, con un Ollanta Humala liderando la oposición política, y persuadido después de varias lecturas de que se trataba de un estilo político que formaba parte de una tradición inaugurada por lo menos cuatro décadas antes en Perú, obtuve la entrevista. Ese atardecer de octubre nos recibió el Comandante Humala, como le llaman sus seguidores, en su despacho de la sede del Partido Nacionalista Peruano, una casona en el barrio de San Isidro. Fueron 45 minutos en que abordamos diversos temas, pudiendo comprobar en ciertas ocasiones algunas hipótesis que informaron este trabajo y descartando otras.

Antes de ello, y desde hace algunos años, había manifestado interés por el Perú, nacido de su legado histórico, que considero singular dentro del marco latinoamericano y del magnetismo que irradia su múltiple diversidad. Hace algunos años dicha característica fue recogida por un compendio de antropología intitulado “No hay país más diverso que el Perú”1. Su heterogeneidad salta a la vista en sus aspectos naturales y topográficos, 28 tipos de climas de los 32 existentes y 85 espacios ecosistémicos de 105 reconocidos en el planeta; sin embargo con propósitos explicativos pueden ser sintetizados en tres secciones: la costa, la sierra y la selva. Otra faceta que llama la atención es la coexistencia lingüística del castellano con distintas variantes del quechua, que cambian de sur a norte, y con el aymará, principalmente hablado en la región de Puno.

1 DEGREGORI, CARLOS IVÁN (ed.); No hay País más diverso que el Perú. Compendio de Antropología Peruana; Pontificia Universidad Católica de Perú; Universidad del Pacífico e Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2000; 8

En el programa de Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos de la Universidad Jesuita Alberto Hurtado profundicé en la inquietud por el Perú social y político, particularmente en los cursos Cultura y Modernidad y Democracia, Partidos Políticos y Sociedad Civil en América Latina, impartidos durante el año lectivo de 2005, cuyos papers constituyeron una primera aproximación a la temática de esta tesis, y la base de algunos capítulos. Posteriormente, durante el seminario troncal de postgrado “construyendo identidades y diferencias: América entre dos rupturas (siglos XVI-XVIII)” de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, impartido en 2006, me permitió agregar claves interpretativas de larga duración, si se me autoriza aludir al concepto del historiador francés Fernand Braudel.

Sin embargo, mi centro de atracción específico fue el sorpresivo protagonismo de Ollanta Humala durante la última elección presidencial (2006) en el Perú. Sus resultados en su primera incursión política fueron la notificación que su movimiento había dejado de ser un actor marginal para pasar a ser relevante en la escena política peruana. Lo anterior abrió una primera pregunta directriz acerca de sí ¿Acaso sus proposiciones políticas y sociales se trataban de una ideología de resistencia, re-edición renovada del populismo y la experiencia nacional popular, o simplemente un proyecto inédito? Todo desde una perspectiva de continuidad y cambio, dinámica que me interesa desde mi época de estudiante de Licenciatura en Historia.

Precisamente, respondiendo a la dinámica de continuidad y cambio me interesó dar cuenta de una cultura política que a partir de la combinación fragmentos premodernos (la utopía andina como matriz) y nacional modernos (principalmente el nacional populismo velasquista) aceptaba las reglas de juego democrático tácticamente, aunque sin adherir al tipo de cultura pluralista que supone la instalación de una poliarquía.

Dicho contexto explica la particularidad política del Movimiento Nacionalista Peruano de los hermanos Humala, Ollanta y Antauro, que tiene su influencia más próxima en el papel protagónico que desempeñaron las Fuerzas Armadas del Perú en el escenario político de los últimos cuarenta años. Primero a través del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas 9

Armadas, particularmente la administración de Velasco Alvarado (1968 – 1975) y más recientemente el sostén político brindado por el Ejército Peruano, al ex Presidente Fujimori. Esto aún cuando los Humala se levantaron en la fase final de dicho gobierno contra la que consideraron autoridad ilegítima. Respecto del General Velasco Alvarado sospeché que heredaban una visión radicalizada y distorsionada de este gobierno que enfatizó el nacionalismo, y especialmente el sentimiento antipartidos y anti- extranjeros, que hoy significa rechazo a los capitales españoles, chilenos y norteamericanos. Enseguida, el humalismo originario propició en el ámbito económico un régimen autárquico que despreciaba las formas capitalistas de inversión extranjera. Todo complementado por un discurso inclusivo socialmente –aunque no completamente como veremos- y una retórica que recordaba a los populismos latinoamericanos de vieja cepa.

Enseguida esperaba referirme a la cuestión de la crisis de los partidos, y las respuestas en liderazgos personalistas, a menudo de corte mesiánico. Dichos tópicos me permitían un enfoque holístico del funcionamiento sistémico partidario a partir de los resultados arrojados por diversas elecciones presidenciales y parlamentarias, y desde dicho punto abordar la emergencia de las propuestas anti-sistemas, de la cuales el nacionalismo de Ollanta, es sólo el último capítulo

En el centro de mis inquietudes permaneció la intención de examinar como un proyecto político de reciente factura, aunque con raíces contestatarias históricas, respondió a la contingencia política en el ámbito de las definiciones políticas domésticas e externas relativas al sistema político, modelo económico y relaciones externas, desde un pasado idealizado.

En consecuencia este trabajo tuvo como objetivo general revisar el tipo de propuesta insita en el proyecto político Humalista, llamado por sus ideólogos “etnocacerismo”, y sus derivaciones. Imaginé preliminarmente que se trataba de una nueva articulación entre la tradicional identidad de resistencia aborigen-mestiza, cuyo ideal reposaba en el cumplimiento milenarista de la utopía andina, y la versión radicalizada del nacional populismo militar que representó el gobierno de Velasco Alvarado, y que fue 10

complementada en parte por el papel meta-constitucional que jugaron la Fuerzas Armadas durante el régimen fujimorista.

Conforme a lo anterior los objetivos planteados fueron: a) Explorar las tradiciones identitarias de resistencia peruanas alusivas al milenarismo indígena, presentes durante la colonia, proyectadas sobre la temprana república, y su influjo sobre los grupos excluidos. b) Describir y caracterizar parte de los proyectos políticos durante la fase de intervencionismo estatal (1963 – 1990), con relación al liderazgo político y al sistema de partidos. Se espera determinar el papel jugado por las Fuerzas Armadas en el mismo, particularmente durante la subfase del gobierno de Velasco Alvarado. c) Describir y caracterizar la experiencia política fujimorista en términos de liderazgo mesiánico, sistema de partidos, fuerzas de apoyo, con especial atención al papel de las Fuerzas Armadas en su gobierno. b) Aproximar una posible rearticulación de los legados de resistencia milenarista andina y de liderazgo castrense, en el discurso político del movimiento nacionalista peruano dirigido por los hermanos Humala, particularmente en sus rasgos y sesgos nacional-populares.

Mis hipótesis de trabajo fueron a) Como discurso el etnocacerismo representa en términos ideológicos un híbrido que combina aspectos de la cultura de resistencia adoptados por el poder desde el gobierno de Velasco Alvarado con los énfasis de promoción social propuesto desde el Estado Nacional Popular sustentado durante la misma administración. b) El proyecto político del nacionalismo de Ollanta Humala significó la reificación de una estrategia política de retórica populista militar que contempla la actualización de ciertos resabios insitos en la sociedad peruana contemporánea referidos al rechazo a un determinado orden sustentado por 11

la clase política tradicional asociada a grupos oligárquicos y Estados extranjeros.

La principal dificultad para esbozar algún tipo de respuesta a objetivos e hipótesis propuestos fue la casi inexistencia de bibliografía especializada en el ámbito del Humalismo. Desde luego que en Chile fueron más bien pocas las fuentes bibliográficas que encontré incluso sobre el período. Convencido de ello, y aprovechando una reunión académica, viajé Lima con el propósito de hacerme de más lecturas que explicaran a Ollanta Humala y su etnonacionalismo. Grande fue mi sorpresa y decepción al encontrarme que el país del movimiento tampoco había explorado dicho derrotero. Aunque parezca increíble, hechos y personajes que han consumido litros de tinta en diarios peruanos, portales webs y notas televisivas, no se traducen en investigaciones por parte de los intelectuales peruanos. Las referencias son pocas: Julio Grompone2 es una; otra aparece en boca de analistas como Vladimiro Montesinos3, aunque de evidente interés político. Una posibilidad para explicar la famélica indagación del tópico es cierta predilección por indagar al poder formal y no a la oposición; otra cierta soberbia intelectual por un mensaje que para ciertos académicos parece poco refinado. De cualquier manera la reflexión sobre fuentes y las entrevistas realizadas a Martín Tanaka en dos oportunidades y a Nelson Manrique ayudaron a subsanar dichas falencias bibliográficas, salvándome de muchos errores.

Enseguida, la inserción de gráficos con porcentajes de partidos fue una experiencia bastante novel para mí, y aún la considero una debilidad. De ahí el reto de incorporar tablas y hacer cierta interpretación, sin que por eso dejara en ningún momento de ser una reflexión de tipo cualitativa. Agradezco a mis colegas de Ciencias Políticas que me ayudaron a dar ciertos pasos, todavía iniciales, en este ámbito. Probablemente, para un trabajo que se centre en la estructura de sistema de partidos peruanos en los últimos cuarenta años, la medición de rangos de volatilidad de las preferencias del electorado y la inestabilidad política este trabajo resulte bastante decepcionante, pero su inclusión constituyeron elementos de apoyo

2 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; Lima; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2005. 3 MONTESINOS, VLADIMIRO; “Peón de ajedrez. La guerra asimétrica cubano-venezolana y sus implicancias en las elecciones peruanas”; mimeo; Lima; 2006. 12

a las líneas de reflexión que propuse y no una indagación cualitativa - cuantitativa.

En consecuencia, el tipo de trabajo de tesis que está en sus manos es susceptible de ser dividido en dos partes. Los tres primeros capítulos tienen un carácter eminentemente ensayístico. Se trata de una reflexión sobre los antecedentes coloniales, los gobiernos de Velasco Alvarado, la época de predomino partidario (los ochenta) y la era Fujimori, períodos suficientemente abordados –aunque no necesariamente agotados- en que ya existe una rica investigación académica peruana e internacional, particularmente norteamericana, sin olvidar los inmensos aportes de un polaco4 y un japonés5. Mi modesta contribución es más bien de una revisión de autores, repasando sus principales teorías, sistematizando hechos y tal vez colocando de manifiesto ciertas directrices constantes en el curso de la protesta política, como parte de su impronta retórica llega al poder a partir de 1968.

Los capítulos IV y V tienen un carácter de indagación exploratoria- descriptiva, por lo cual hay mayores énfasis en el análisis documental de las fuentes primarias proporcionadas por el humalismo de primera hora y el programa de gobierno de Ollanta Humala, inferencias de datos estadísticos de las últimas elecciones presidenciales, así como de los resultados del legislativo y la entrevista a protagonistas, como una congresista quechua y el propio Ollanta Humala. El carácter exploratorio de un tema todavía bastante poco estudiado y la descripción fenoménica no altera en nada el carácter cualitativo de este trabajo.

Para sistematizar y ordenar la reflexión señalada algunas lecturas fueron vertebradoras de este trabajo. Con relación a la temática de movimientos de sublevación frente al sistema político por medio de la idealización del pasado revisé las tesis del historiador peruano Alberto Flores

4 SZEMINSKI, JAN; “La Insurrección de Tupac Amaru II: Guerra de Independencia o Liberación”; en Szeminski, Jan; Túpac Amaru – 1780; Antología; Lima; 1976. 5 MURAKAMI, YUSUKE; Perú en la era del Chino. La política no institucionalizada y el pueblo en busca de un salvador; Center for Integrated Area Studies, Kyoto University – Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2007. 13

Galindo presentes en “Buscando un Inca”6. Dicho autor abordar la cuestión de la reedificación del pasado como una respuesta a la crisis de identidad en medio de un contexto en que la unidad política aborigen se derrumba, aunque preservándose culturalmente en la Sierra Andina. Es decir, una especie de milenarismo incásico sería la respuesta colectiva de los sometidos al problema de la identidad planteada en Los Andes después de la irrupción europea. Flores Galindo enfatiza que la memoria se constituyó en un mecanismo para conservar una identidad idílica y resistir metafóricamente la experiencia traumática de la imposición de otra cultura sobre las sociedades originarias andinas.

En el caso específico del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas Peruanas se acudió al texto de Víctor Villanueva, Ejército Peruano: del caudillaje anárquico al militarismo reformista7. Dicho texto proveyó de una reflexión en torno al papel del Ejército en los cambios producidos en el Perú de fines de los sesenta y principios de los setenta. Respecto del régimen de Velasco Alvarado fue utilizada la recopilación de discursos de Velasco Alvarado8. Algunas de las piezas discursivas fundamentan la orientación del proceso revolucionario peruano, la opción por un camino propio y distinto en el rumbo de las grandes transformaciones sociales de nuestro tiempo.

Con relación a la temática relativa a la crisis de los partidos en Perú, el ascenso del autoritarismo personalista de Fujimori y el papel de la Fuerzas Armadas en Perú durante los últimos años esta investigación plantea la discusión sobre la base de parte de la obra de dos sociólogos políticos peruanos Julio Cotler y Martín Tanaka. En el primer caso fue necesario someter a prueba la hipótesis de Cotler en orden a la desaparición del sistema de partidos peruanos en 1990 (“Partidos Políticos y problemas de la consolidación democrática en el Perú”9). Lo anterior complementado por

6 FLORES GALINDO, ALBERTO, Obras Completas III: Buscando un Inca, Editorial Horizonte; Lima; Sexta Edición; 1994. 7 VILLANUEVA, VÍCTOR; Ejército Peruano: del caudillaje anárquico al militarismo reformista; Librería Editorial Juan Media Baca; Lima; 1973 8 VELASCO ALVARADO, JUAN; La voz de la revolución; Ediciones Peisa, Lima Perú. 1968 – 1970. 9 COTLER, JULIO; “Partidos Políticos y problemas de la consolidación democrática en el Perú”, pp. 264-267; en MAINWARING, SCOTT y SCULLY, TIMOTHY; La Construcción de 14

libros de más reciente factura. Con Romeo Grompone escribió El Fujimorismo. Ascenso y caída de un régimen autoritario, en que enfatiza el progresivo camino de un presidencialismo reforzado desde el período de Alan García, que habrían llevado a su sucesor a adoptar comportamientos caudillistas y voluntaristas que se tradujeron en decisiones de tipo nacionalista. En otras palabras se trató de una continuidad de la tradición del caudillo, aunque siempre utilizando los referentes partidistas en épocas electorales.

Para contrastar la mirada de Cotler utilizo la obra de Martín Tanaka que se detiene en el régimen Fujimorista. Tanaka concluye que la crisis de representación ocurrida hacia finales de la década de los años ’80 e inicios de los ’90 no tuvo su explicación en una crisis partidaria previa sino que más bien un liderazgo personalista y autoritario, con un discurso antipolítico y antipartido (“¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú?”10). Para respaldar dicha tesis recurrimos a los más recientes estudios de la Ciencia Política que sostienen que la acción de un presidencialismo desatado de toda limitación constitucional indica la debilidad y crisis de los partidos11.

Como principal fuente primaria para iluminar a los etno-nacionalistas acudí al texto de Tasso: Ejército Peruano: Milenarismo, Nacionalismo y Etnocacerismo12, que contiene el diagnóstico y las propuestas específicas que el movimiento nacionalista delineó al momento de su emergencia.

Enseguida el programa de gobierno nacionalista de Ollanta Humala para el período 2006-2011 intitulado “La Gran Transformación, Llapanchik

Instituciones Democráticas. Sistemas de Partidos en América Latina; Corporación de Investigaciones para América Latina y el Caribe (CIEPLAN); Santiago de Chile; 1996. 10 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú”, pp. 57-11, en MARCUS-DELGADO, JANE y TANAKA, MARTÍN; Lecciones del Final del Fujimorismo, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, noviembre de 2001. 11 Véase MAINWARING, SCOTT; “Presidencialismo, sistemas electorales y sistemas de partidos en América Latina”, pp. 171-195; en NOHLEN, DIETER Y FERNÁNDEZ, MARIO (eds.) El presidencialismo renovado. Instituciones y cambio político en América Latina; Caracas; Nueva Sociedad; 1998. 12 HUMALA TASSO, ANTAURO; Ejército Peruano: Milenarismo, Nacionalismo y Etnocacerismo; Instituto de Estudios Etno-geopolíticos; Lima; mayo de 2001. 15

Peru, Perú de todos Nosotros” constituyó una fuente fundamental para verificar en las propuestas el grado de modificación de los postulados originales y auscultar su proyecto país.

En consecuencia, la relevancia de este trabajo deriva por un lado de la novedad temática que resulta de la indagación del pensamiento nacionalista de Ollanta Humala, la interpretación de sus estrategias e incluso cierta prospección a futuro. Por otro lado, otro aporte puede radicar en la inserción de dicha tendencia en un proceso de larga duración (la cultura de resistencia) y de coyuntura (1968-2000) para explicar su rápido empoderamiento social. Por lo tanto, este estudio es tributario de la discusión acerca de la pertinencia de conceptos como populismo y neopopulismo aplicado a situaciones y discursos de reciente data.

Este trabajo finalmente se concentró en los aspectos comunes de Velasco Alvarado, Fujimori y Ollanta Humala. Los resultados de esta indagación, que corresponde evaluar a ustedes, apuntan a cierta unidad discursiva por sobre sus proyectos, evidentemente de orientación disímil, que los aproxima a los tres a la retórica populista. En esta perspectiva, el desprecio por los partidos, su apoliticismo declarado, la desconfianza a las instituciones provenientes de la democracia representativa, y particularmente la manifestación de sus actitudes mesiánicas, dan cuenta de formas continuas de hacer política en los últimos cuarenta años de la vida republicana peruana.

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Capítulo I. Utopía Andina. Mito y resistencia en el Perú colonial

Antecedentes

Explorar la colonia implica referirse a un momento en que los grupos subordinados, definidos como tales desde el poder, quedaron sujetos a un sistema de dominio y explotación –la esencia del colonialismo-, caracterizado por una relación asimétrica. El mundo andino, epicentro y despliegue de diversas culturas, fue testigo de dichos procesos. Allí donde había florecido una sofisticada civilización, la autoridad europea se impuso sobre variadas poblaciones. Aunque vastos contingentes poblacionales fueron desoídos sobre sus destinos colectivos, -imponiéndoseles procesos económicos, sociales y culturales de marginalización de creciente eficacia-, los sujetos dominados andinos nunca perdieron completamente su componente volitivo, que se expresó en un repertorio de prácticas que fueron desde la adaptación a la resistencia, pasando por negociaciones que no en pocas ocasiones empujaron a los colonos a transar.

Este capítulo pretende revisar ciertos tipos de resistencia de gran resonancia en el ámbito andino, cuyo núcleo inspirador estuvo sustentado en un conjunto de creencias míticas que se proyectaron el tiempo. Para ello es necesario referirnos brevemente al concepto de resistencia que aquí utilizaremos. Por resistencia entendemos momentos, extendidos o acotados, de intentos de ruptura del orden colonial vigente. Su expresión fue variopinta, pudiéndose distinguir:

a) Las micro-resistencias, asociadas a los intersticios abiertos en fiestas y carnavales que permiten instancias de despliegue articulado de un cuerpo social fijado por el sistema, pero que simultáneamente aprovecha las brechas como punto de fuga. El abuso del alcohol constituye un claro ejemplo de la misma. Los carnavales coloniales, particularmente, refieren momentos en que el orden social se invertía; los sectores colonizados se adueñaban de las plazas públicas, se abrían paso la risa y el escarnio de todas las jerarquías.

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b) Revueltas; movimientos más bien espontáneos, socialmente simples, locales, y con un programa limitado a la fuga permanente del sistema. Entre dichas manifestaciones se puede citar el bandidaje, el escape de cimarrones.

c) Rebeliones, acciones planificadas en contra de un sistema que intentan subvertir, trocar por un nuevo orden de cosas, caracterizadas por ser socialmente amplias, esto es poliétnicas, y con un liderazgo claramente reconocible. Una de las más emblemáticas y paradigmáticas a este respecto fue el levantamiento de Túpac Amaru, acaecido entre 1780 y 1782. Con varios años de planificación y de gran incidencia, con resonancias que pueden ser rastreadas hasta la fecha. La rebelión fue finalmente derrotada y sus principales logros desbaratados, como testimonió la reducción de la presencia indígena en las prácticas de poder, relativizando el papel de los cacicazgos, o caudillos locales aborígenes13.

Destacó en el núcleo duro de demandas no realizadas del movimiento, y de otros motines precedentes, la propuesta socio-política alternativa al orden colonial vigente. Este había supuesto desde la conquista y afincamiento de la colonia, la construcción desde el poder de las identidades coloniales de los grupos sometidos. Así emergieron categorías como la de “indio” que respondía a la construcción colonial de relaciones de poder colonizadoras14. Los indígenas, considerados incapaces relativos –es decir como niños-, quedaron sujetos a los grupos que el orden colonial designó como adultos plenos (encomenderos). Aunque unos y otros eran parte de la sociedad colonial, dicha incorporación subordinada pretendía preservar precisamente asimetrías y diferencias internas, en un esfuerzo permanente por (re)crear las condiciones y formas de relación y convivencia de grupos idealmente segregados, las repúblicas de españoles y de indios (sin olvidar a los africanos). La especificidad étnico-cultural que distinguía a

13 Simultáneamente, la potencia de la rebelión andina obligó a la autoridad colonial a ceder en ciertas demandas referidas al sistema de repartos, y al cargo de corregidor, ambas instituciones disueltas con posterioridad al sofocamiento de los hechos violentos. Para cierta caracterización del sistema de repartos véase GOLTE, JÜRGEN; Repartos y rebeliones. Túpac Amaru y las contradicciones de la economía colonial; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 1980. 14 ESTENSORO, JUAN CARLOS; “El Simio de Dios. Los Indígenas y la Iglesia frente a la evangelización del Perú, siglos XVI-XVII”; Bulletin de I'institut Français d'Études Andines, IFEA, vol. 30, n° 3, Lima, 2001; pp. 456-457. 18

los grupos rectores de los subordinados, entrañaba la defensa acérrima por parte de los dominadores de las marcas de dependencia colonial de los grupos subordinados, particularmente de los colectivos potencialmente resistentes a la disociación del mundo que conocieron sus ancestros. Paralelamente la división del trabajo impuso la normatividad y el control social que garantizara la estructura productiva del temprano capitalismo periférico, imponiendo la homogenización de lo sujetos mediante su disciplinamiento laboral, priorizando los vínculos mercantiles entre la colonia y la metrópolis.

La violencia física, la prohibición de ritos, la destrucción de los referentes artísticos, económicos y sociales, fueron instancias que provocaron la deculturación indígena y el conjunto de sensaciones de frustración indígena, entre las cuales se puede citar la resignación, la regresión y la fijación, todas reacciones que funcionaron sicológicamente como mecanismos de defensa y refugio respecto de lo que quedaba de la propia identidad indígena. Al respecto Gissi afirma:

“Es lo que antropológicamente se ha llamado cultura de resistencia. Sólo en este sentido se podría decir que los indios tengan una fijación en su cultura como reacción a la frustración. Tanto la fijación como la frustración son efectos de la invasión española”15

Un poderoso catalizador del tipo de sentimientos y actitudes que se agrupa en la frustración fueron los mitos. Como explica Pease respecto de los mitos:

“La expresión de una imagen de una realidad, de la imagen que el hombre de una sociedad dada tiene de la realidad en que vive, y esa imagen es tan real (tan verdadera) como es (verdadera) esa sociedad”16

En el caso peruano imágenes de una edad de oro perdida cuya felicidad había que recuperar, o de una revolución redentora que permitiría a

15 GISSI, JORGE; “Identidad y Carácter Social y Cultura Latinoamericana”; en ESTUDIOS SOCIALES; N 33; Tercer Semestre; Santiago; 1982; p. 150. 16 PEASE, FRANKLIN; “El mito de Inkarri y la visión de los vencidos” en OSSIO, JUAN; Ideología Mesiánica en el Mundo Andino; Ediciones I. Prado; Lima; 1973. 19

la humanidad dirigirse a la última fase de su devenir, asegurando para siempre el reino de justicia, la llamada al líder salvador, restaurador de un orden primigenio o conquistador de una nueva grandeza colectiva. Ya fuera bajo la forma de un milenarismo revolucionario, las nostalgias del pasado, o el culto del jefe carismático, el mito aparece abrupta e insistentemente en sociedades tradicionales o modernas, constituyéndose como un sistema de creencias coherente y completo.

Aunque es difícil enunciar una definición universalmente válida de mito, la mayoría de los cientistas sociales estarían de acuerdo en afirmar que un mito es fundamentalmente un cuerpo de creencias tradicionales. Antropólogos e historiadores de lo sagrado afirman que hay que concebirlo como un relato, aunque no de cualquier tipo, sino que uno que se refiere al pasado en clave fundacional y prospectiva. Es decir los mitos servirían a las creencias actuales y decisiones futuras sobre la base de la evocación del pasado. La nostalgia de edades pasadas percibidas como doradas a menudo decanta en la espera y predicación profética de su resurrección, mediatizada por una revolución política. De igual modo es muy raro que los mesianismos revolucionarios no alimenten su visión del futuro con imágenes y símbolos tomados del pasado. La referencia al pretérito sin embargo, conserva en el presente un valor eminentemente explicativo en la medida que ilumina y justifica el devenir histórico de una colectividad o comunidad, o incluso un tipo de organización social. Siguiendo a Eliade:

“El mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que se produce en un tiempo inmemorial, el tiempo fabuloso de los comienzos. En otras palabras, el mito cuenta cómo tuvo su origen una realidad, sea ésta una realidad total, el cosmos, o sólo un fragmento: una isla, una especia vegetal, un comportamiento humano, una institución”17

Aquí aparece un segundo aspecto del mito: su carácter trascendente. Los mitos son historias, narrativas, leyendas y sagas que conectan a una comunidad con el mundo trascendental, en que la sustancia, la incuestionable verdad en la vida de un pueblo emerge por un sentido de pertenencia común, de un mismo origen, pero también de propósitos y

17 ELIADE, MIRCEA; Imágenes y símbolos; Taurus; Madrid; 1970. 20

destinos comunes. Es decir, la fuerza del mito radica en el conjunto de principios que orientan la vida de un colectivo. En dicho contexto no es relevante la veracidad y verosimilitud de un mito sino que su capacidad de interpretar a la gente. Cabe señalar, por una parte, que los mitos tienen un gran potencial de integración y simplificación, y por otra, están fuertemente vinculados con los valores fundamentales de una comunidad y con los propósitos de asegurar la cohesión de la misma. De esta manera, tenemos que tradiciones, leyendas y mitos son poderosos generadores de sentimientos de afinidad o exclusión, de proximidad o distancia entre grupos y generaciones sucesivas. Así sobre la disposición de mitos las elites dirigen el proceso de construcción de dicotomías -a menudo maniqueas- entre lo propio y lo extraño, lo de adentro y los de afuera, los miembros de una comunidad o los extranjeros, es decir estableciendo identidades en estricta relación al reconocimiento de los otros, en una dialéctica de opuestos.

Al igual que los mitos religiosos, los mitos políticos son básicamente poliformos, lo que significa que un conjunto de imágenes portadoras de un mismo mensaje puede ser trasmitidas por mitos aparentemente diversos, lo que equivale a que un mismo mito ofrece múltiples resonancias y numerosas significaciones18.

En el plano de la especulación doctrinaria como en el del proyecto institucional, una misma estructura mítica no impone obligatoriamente a una lectura idéntica del sistema político a construir o el orden a instaurar. Cada actualización o versión del mito levantada, conlleva una visión prospectiva diversa del proyecto a constituir. Por lo pronto digamos que los mitos políticos andinos fungieron como articuladores de las resistencias hacia los dominadores.

Por lo tanto resistencias organizadas en torno a rebeliones intentaron construir una cultura identitaria alternativa a la ofrecida desde el poder, centrada en la protesta frente al orden político social predominante. Entre

18 Girardot nos alerta acerca de las posibilidades de sintaxis de la imaginación colectiva respecto de un mito parecen no tener a su disposición más que un número relativamente limitado de fórmulas, agregando que el relato mítico finalmente transcribe y transmite su mensaje en un código que se justifica considerar como inmutable en su conjunto. Véase GIRARDOT, RAOUL; Mitos y mitologías políticas; Ediciones Nueva Visión; Buenos Aires; 1999; p. 17-18. 21

estas manifestaciones de rebeldía se pueden citar las insurrecciones armadas del Inca de Vilcabamba, hasta Túpac Amaru, pasando por Juan Santos Atahualpa, más ciertos movimientos milenaristas como el Taki Onqoy. También se puede citar la tenaz y porfiada resistencia pasiva de los habitantes de los Andes para seguir siendo andinos, a pesar de la fuerte modelación cultural del régimen colonial. Sin embargo, nos concentraremos sobretodo en las resistencias activas con el referido sustrato mítico. Lo anterior importa en parte

“comprender el espacio y mundo llamado cultura andina, tratar de entender sus sistemas, sus estructuras y categorías mentales, así como sus lógicas.”19

A continuación pretendemos indagar precisamente ciertos elementos presentes, a veces bajo la forma de estructuras profundas y no epidérmicas, sobre los movimientos rebeldes de base: a saber la tradición milenarista de regreso al pasado dorado, de raigambre aborigen aunque resultado de los procesos de activo sincretismo, y la impronta mesiánica de los diversos movimientos sociales que protestaron activamente, bajo la forma de rebeliones violentas, frente a la imposición cultural del conquistador- colonizador.

Si pensamos que todo movimiento social tiene secuelas políticas, aún cuando no luche discursivamente por el poder político, nos remitiremos a la cuestión de la persistencia de cierta cultura política, entendida como concepto que refiere al conjunto de valores, imágenes, símbolos y representaciones que los sujetos tienen sobre sus sistemas políticos y el papel que ellos mismos desempeñan en el sistema. Si observamos que los miembros de una estructura social adoptan orientaciones y actitudes hacia el poder con la finalidad de dotar de significado a su acción y participación, se puede proponer que la cultura política dice relación con la función de legitimación y cuestionamiento/transformación del poder.

19 CORRALES FORTUNATTI, LORETTO; RESTELLI GALLARDO, DENISE; SOTO OLIVERA, KARINA; VARGAS SEPÚLVEDA, ALEJANDRA; Historia de las Sociedades Andinas siglos XV y XVI; Seminario de tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile; Santiago; 2004. 22

La cultura política de orientación subversiva presente en los movimientos andinos de protesta radical se basaron en la llamada Utopía Andina, concepto acuñado por Alberto Flores Galindo para designar la esperanza en el regreso a una sociedad mejor20, más justa y más solidaria, cuyo ideal reposaba en el imperio incásico, y que se expresó en ocasiones radicalmente en movimientos de protesta de raigambre milenarista. Si pensamos que los contextos de dependencia, en que un grupo es sometido y dominado por otro, favorece el desarrollo de acciones colectivas de tipo milenaristas y mesiánicas, el Perú colonial brindó todas las posibilidades para el despliegue de tendencias activas de cuestionamiento al poder político vigente de tipo milenarista.

Precisamente, bajo el formato de reconstrucción de un pasado más justo para los oprimidos (el buen vivir), fueron implementadas diversas formas de protesta frente al orden establecido, una crítica social activa, a menudo bajo la advocación de un Tahuantinsuyo mitificado, en tanto formato cultural incrustado en la memoria colectiva de las diversas comunidades quechua parlantes originalmente. La utopía andina fue una creencia de corte mesiánico milenarista21 que entendió la conquista ibérica de los Andes como la inversión artificial del orden natural divino, acarreando el caos y el desorden, y deviniendo en un mundo al revés, por lo tanto es un rechazo al presente y esperanza a largo plazo en el futuro. La utopía andina apuntó a la emergencia de un movimiento popular, encabezado por un liderazgo carismático –que hoy designaríamos como francamente autoritario22- que restableciera el orden idílico primigenio perdido, deshaciéndose de todo elemento ajeno a dicha tradición, lo que implica rechazo de modelos extranjeros y más tarde negación de la modernización. La construcción de imaginarios entre oprimidos y marginados consagró ese lugar utópico en el Tahuantinsuyo, recreado como

20 FLORES GALINDO, ALBERTO, Op. Cit.; p. 16. 21 El componente mesiánico milenarista “insinúa o promete el regreso de una deidad, un héroe o un antepasado glorioso, quien viene a defender a los elegidos y procurar para ellos el acceso a un nuevo mundo de felicidad y abundancia”. Véase BARABAS, ALICIA; Utopías indias. Movimientos sociorreligiosos en México; Instituto Nacional de Antropología e Historia-Plaza y Valdés Editores; Ciudad de México, Tercera edición; 2002, p. 67. 22 El antropólogo Rodrigo Montoya asegura que una de las características del milenarismo al que corresponde la utopía andina es una propuesta autoritaria que cifra sus esperanzas en una especie de Mesías redentor. Véase MONTOYA, RODRIGO; De la utopía andina al socialismo mágico; Instituto Nacional de Cultura del Cuzco; Lima; 2005; pp. 21 y 23. 23

una sociedad igualitaria, un mundo homogéneo compuesto por campesinos andinos, carentes de autoridades coloniales impuestas desde el extranjero, sin grandes comerciantes, ni terratenientes. De alguna manera estas expectativas fueron las respuestas identitarias sobre el nivel local a la crisis suscitada a partir de la derrota del imperio inca en 1532.

Para Flores Galindo en la re-elaboración de este pasado glorioso se encontró la solución a los problemas de identidad de sectores subordinados23. Frente al problema de la crisis de identidad provocado por el derrumbe de la unidad política aborigen, aunque preservada culturalmente en la Sierra Andina, los sectores colonizados y sometidos después de la irrupción europea respondieron colectivamente –y siguen respondiendo- mediante la activación del registro milenial que postulaba el regreso a la edad incásica. La memoria se constituyó en la pieza maestra para conservar una identidad idílica y resistir metafóricamente la experiencia traumática de la imposición de la cultura española occidental sobre las sociedades originarias andinas24. Según Murra dicha cultura política purgó los elementos de reciprocidad asimétrica, e incluso de explotación que debió recurrir el Tahuantinsuyo en su camino para imponer un Estado sobre diversas variantes culturales andinas dispersas en un vasto territorio25.

Este recurso nemotécnico brindó esperanza a los explotados y a los marginados, desplegándose como un discurso de resistencia cuyas resonancias son perceptibles hasta hoy. Sus cultores aseguraron que si se replicaba el mundo antes del dominio extranjero, las víctimas de la opresión volverían a presidir su destino, en un giro en 180 grados que postula la inversión de los roles. De esta manera, los movimientos indígenas andinos expresaron la conciencia anticipadora de lo que aún no ha llegado a ser - fundamento de la utopía- en imágenes, deseos y esperanzas colectivas de cambio de una realidad vivida como caótica y anómica. Dicha postura

23 FLORES GALINDO, ALBERTO, Op. Cit.; p. 21. 24 En el reverso esta obra ubica a la elite política económica peruana que habría privilegiado la unidad nacional en contra de la diversidad étnica cultural, enfatizando el derrotero de la síntesis alrededor de la retórica del mestizaje y su asimilación al proyecto de la clase dirigente. 25 MURRA, JOHN; “Las sociedades originarias: El Tawantisuyu”, pp. 481-494, en TERESA ROJAS Y JOHN MURRA; Historia General de América Latina; volumen 1. Las Sociedades originarias, Ediciones UNESCO-Trotta, Madrid, 1999, p. 489. 24

expectante dejó de ser pasiva cuando la estructura mito fue politizada contingentemente para activar movimientos de protestas que pretendieron que la actualización restauradora del paraíso perdido requería el urgente tránsito por un período de violencia regeneradora -el incendio purificador- es decir aquel momento apocalíptico-cataclísmico que antecede a la regeneración del mundo y la redención de la humanidad escogida. Es este punto, la conclusión de Barabas respecto a movimientos sociorreligiosos puede explicar el espíritu de la utopía andina como matriz política contingente:

“Se trató entonces de un movimiento sociorreligioso, en que la cosmovisión religiosa era el fundamento de la comprensión del mundo, germen de la revolución y guía para la acción, de carácter revolucionario, en tanto reaccionaba en oposición al mundo colonial”.26

Los movimientos sociales utópicos de los Andes ensayaron diversas respuestas de defensa de la tradición mestiza aborigen resueltas a restablecer el orden primigenio y a deshacerse de los elementos incompatibles con los valores vernaculares. El descontento popular fue persuadido que se estaba en una fase cataclísmica anterior al re- asentamiento del Tahuantinsuyo o la ascendencia de las deidades vernaculares, Huacas y Apus27, que referían al fin del tiempo del Quinto Sol, prometiendo que pronto todo volvería nuevamente al orden de los ayllus, en la que serían defenestrados los grupos dominantes coloniales que habrían usurpado el poder.

En el caso de la utopía andina supuso la vigorización de mitos que más que una espera vigilante puso en marcha las aspiraciones de cambio radical de una sociedad en búsqueda de formas de vidas más humanas y justas. La idea subyacente es que ahí donde las sucesivas respuestas de los colonizadores a las crisis coloniales habían fracasado, la actualización del pasado incásico permitiría superar todo trance negativo28. El principio

26 BARABAS, ALICIA, Op. Cit., pp. 55-57. 27 La denominación Tahuantinsuyo corresponde al orden imperial incásico. 28 Nelson Manrique propone que la violencia política en el Perú es la expresión de las sucesivas y profundas crisis sociales que condensa y articula múltiples ciclos de violencia. Véase MANRIQUE, NELSON; El tiempo del miedo. La violencia política en el Perú 1980- 1996; Fondo Editorial del Congreso de Perú; Lima; 1997. 25

catalizador de la unidad de los sometidos contra el gobierno español fue la idea de un Inca, héroe mítico que permitiría superar el caos y la oscuridad establecidos desde la conquista. A fines del siglo XVIII existían descendientes directos de la aristocracia incaica, como José Gabriel Condorcanqui, alias Túpac Amaru II, quienes representaban los últimos vestigios del imperio inca sobrevivientes en el virreinato del Perú. El caudillo encarno un programa de revueltas que contemplaba: a) la expulsión de los españoles; b) la restauración del imperio incaico mediante la restitución monárquica de un miembro de la aristocracia cusqueña; c) la introducción de alteraciones sustanciales en la estructura económica, suprimiendo la mita minera, las grandes haciendas y la servidumbre de indígenas.

Este tipo de levantamiento de Túpac Amaru en la Sierra (1780) o el de Juan Santos Atahualpa (1742) poseían una radicalidad de matriz revolucionaria, que en el último caso significó la posibilidad cierta de construir una identidad amplia –poliétnica- que podríamos tipificar como un proyecto proto-nacional inclusivo peruano29. La idea de inclusividad amplia insita en este proyecto panétnico de Túpac Amaru concibió al territorio del virreinato del Perú materialmente próspero y con expeditas relaciones sociales y étnicas, hasta la llegada de los conquistadores españoles en el año de 1532. Es decir, habrían sido los elementos exógenos los responsables de la perturbación del país, que desde entonces se encontraba sumido en una opresión externa permanente y con imposición de modelos culturales ajenos. La intervención de un héroe conectado con el linaje de los dirigentes antepasados se convertiría en un arma ideológica.

Mesianismo y milenarismo: la apuesta mítica

En el mundo andino los movimientos resistentes de inspiración mítica apuntaron a la concreción de utopías como expectativas de un cambio posible que aportara a la humanidad una situación de justicia, bienestar y felicidad pérdida en el tiempo. Al emerger de las tradiciones populares de las

29 MONTOYA, RODRIGO; Op. Cit.; p. 31. 26

poblaciones andinas consignaron sus propias esperanzas de transformación del mundo.

La inspiración en el pasado andino, leído en clave milenarista o mesiánica, constituyó unas de las experiencias más significativas de rebelión que dieron lugar a levantamientos panétnicos con diversos grados de preparación y planificación. Culturas indígenas diversas, que hasta antes de de la irrupción europea en el horizonte americano se habían combatido, fueron movilizando sus anhelos de libertad comunes para reclamar el fin del sometimiento externo de sus comunidades. Una incipiente cohesión de aquellos designados bajo el rótulo amplio de “indios” emergió bajo la forma de alianzas inter-étnicas, antecedentes pretéritos de la construcción de una identidad indígena común, una protocomunidad pan-étnica.

El gatillante de las movilizaciones fueron las situaciones de discriminación social, opresión cultural y explotación económica. Gradualmente los sectores indígenas, originalmente la gran mayoría en una situación de colonización, comenzaron a albergar el sueño del regreso del dirigente histórico: el Inca, quien reconstruiría el Tahuantinsuyo. Excede los propósitos de esta sección de la tesis referirse latamente al monumento político incásico. Sin embargo, es necesario destacar que el reino de los “cuatro suyos” de los incas del Cuzco integraba los actuales territorios de Ecuador, Perú, Bolivia así como partes de Chile y Argentina, en una compleja sociedad que en condiciones excepcionales de habitat, como es el páramo (con su eje demográfico entre 2800 y 4500 metros sobre el nivel del mar) superó la frontera de la sobrevivencia a través del legado cultural de domesticación de plantas y animales y del desarrollo tecnológico de agricultura vertical en pisos ecológicos, permitiendo el despliegue de una de las más sofisticadas civilizaciones humanas. Adicionalmente, la formidable expansión del sistema incásico –provisto de clases sociales, ciudades, burocracias y ejércitos- dentro de la macro región andina, había puesto fin a variados conflictos locales que azotaban diferentes puntos de los Andes Centrales. El dominio incaico no significó que todos los grupos, particularmente los alejados del centro gravitacional cuzqueño, aceptaran sin resistencia la Pax Incaica. Como explica John Murra,

27

“Frente a la resistencia activa, durante decenios, de etnias como los chachapuya y los kanari, el Tawantisuyu sufrió derrotas”30.

Sin embargo, los incas no cejaron en su empeño de integrar la zona bajo su dirección, incorporando el conocimiento técnico de las culturas que los antecedieron, aunque elevándolo a un grado cuantitativamente superior.

Animados por la imagen de un organización política integradora de las experiencias culturales de la zona andina, las diversas comunidades comenzaron a cultivar el recuerdo añorante de dicha situación. Sin embargo, las referencias al Tahuantinsuyo y al Inca no aparecieron de manera espontánea en la cultura andina colonial, ni tampoco fue una respuesta mecánica al domino español. Más bien resultó de un proceso gradual y colectivo comenzado a elaborar en el siglo XVI31 -y que veremos se manifestó con renovada fuerza cuatro décadas antes de culminación de la etapa virreinal- ante una situación de sometimiento y carestía actuando como catalizadores de una fuerte crítica social entre los sectores más vulnerables. El hecho colonial, que impone coercitivamente a los grupos étnicos dominados una alteridad hegemónica desde los colonizadores, fue el principal acicate de los movimientos de resistencia al colocar en cohabitación forzada, relación desigual y conflictiva, a grupos sociales que fueron divididos funcionalmente entre dominadores y dominados.

“En la raíz de la expectativa milenarista y del acontecer mesiánico se encuentra siempre la vivencia de la privación múltiple que, entre los pueblos colonizados, encuentra su nivel máximo en el sentimiento de precariedad existencial, cuya expresión más anomizante es la orfandad de significados del mundo y la desvalorización de si mismos y su propia cultura”.32

La privación múltiple fue la consecuencia combinada de una extrema pauperización de las condiciones de vida, la baja consideración social en una sociedad de castas, y la ausencia de poder entre los grupos dominados. En el ámbito económico importó el arrasamiento de las lógicas de

30 MURRA, JOHN; Op. Cit.; p. 482. 31 Lo que significa que es más que la mera prolongación del pensamiento andino prehispánico. Véase FLORES GALINDO, ALBERTO; Op. Cit.; p. 66. 32 BARABAS, ALICIA; Op. Cit.; p. 71. 28

reciprocidad al interior del grupo y el control ecológico del suelo a diferentes niveles, y su reemplazo por sistemas productivos orientados al exterior, la expropiación de tierras comunales, la carestía de bienes, desnutrición etcétera. En lo político la privación significó la desarticulación de las unidades socio-organizativas previas (con ello desaparecieron los criterios dualistas para la vida social), la destribalización, la desintegración de las jerarquías con autoridad que no fueran funcionales a la nueva constelación del poder, en definitiva la expulsión de las colectividades aborígenes del proceso de toma de decisiones. En lo social la privación redundó en la infantilización de los indígenas, quienes sufrieron una homogenización de su diversidad étnica, funcional a la reducción en la categoría racial y social inferior de indios.

La diagnosis más común es que dichos grupos colonizados podrían caer fácilmente en la anomia social. Sin embargo y en cambio practicaron respuestas resistentes, que fueron desde el cultivo furtivo de sus tradiciones religiosas vernaculares hasta la insurrección armada. El sustento teórico para dichos movimientos se nutrió de la expectativa de renovación del mundo sustentada en una mitología que en el crisol de la utopía restauracionistas movilizó el rechazo colectivo a la situación colonial considerada intolerable. Sufrimiento, indigencia, precariedad material alimentaron las expectativas de cambio de los sectores explotados y desposeídos quienes comenzaron a soñar despierto en un no-lugar (u-topos) que sin embargo habían escuchado por boca de sus padres habían disfrutados los ancestros.

La utopía activó fórmulas del tipo milenaristas o mesiánicos: dos conceptos complementarios, aunque con ciertos matices33. El mesianismo supone la creencia en la venida de un redentor que pone fin al orden vigente de las cosas hasta ante de su llegada, bien de forma universal o para un grupo específico, instaurando un nuevo mundo basado en la justicia, bienestar y felicidad, mientras que el milenarismo es un fenómeno socio- religioso más amplio que anuncia el fin de los tiempos y la restauración de la inocencia primigenia. Resulta claro entonces que el mesianismo es un tipo

33 La distinción de ambos conceptos corresponde a BOURSELLIER, CRISTOPHER; Los Falsos Mesias. De Simón el mago a David Koresh; Ediciones Martínez Roca, Barcelona; 1994, pp. 18-19. 29

de milenarismo en que la intervención de un enviado divino en la sociedad – lo que descubre su vocación y origen eminentemente religioso- provoca los cambios que van más allá del hecho religioso, para proyectarse a la transformación social y política. En este último caso el mesianismo es el antecedente del milenarismo, que no necesita en versiones no mesiánicas de la misteriosa intervención de la divinidad a través de un emisario.

La Cristiandad como cultura contuvo expresiones milenaristas y mesiánicas que demandaron a sus seguidores la permanente vigilia del Milenio. Después de todo, en sus versiones de protesta y rebelión, las creencias religiosas, son formas de conciencia utópica movidas por el principio de esperanza.

Con su potencialidad de anticipación creativa, la escatología judeocristiana “contribuyó a la formación de un espacio imaginado del no ser todavía”34. La utopía milenarista se hace concreta, dejando de ser una visión abstracta, cuando el impulso morfogenético del universo social decanta en una expectativa que encuentra su posibilidad de ejecución en la acción colectiva. El marxismo es una utopía en este sentido35, pero también lo es la corriente milenarista que se abre a la espera de lo anunciado por las profecías de raigambre mítica, mediante la promesa de recuperación de un pasado que fue mejor, y que al mismo tiempo no supone inercia o actitud pasiva, sino que más bien se orienta a una participación social dinámica para la construcción de un mundo posible. De esta manera y siguiendo a Barabas tenemos que,

“Los mesianismos revolucionarios surgirían de la opresión ejercida por los grupos hegemónicos y de la oposición organizada por los dominados, en su pretensión de transformar radicalmente el orden constituido”.36

34 Referencia a Ernst Bloch en LÖWY, MICHAEL; Guerra de Dioses. Religión y Política en América Latina; Siglo XXI Editores; México; 1999; p. 27. 35 En la visión de Löwy la lucha socialista por el Reino de la Libertad es heredera directa de las herejías escatológicas y colectivistas del milenarismo cristiano. Véase LÖWY, MICHAEL; Ibidem. Al respecto cabe considerar es el carácter suprahistórico de la trascendencia religiosa. 36 BARABAS, ALICIA; Op. Cit.; p. 51. 30

En el caso específico de la utopía andina su primer móvil fue el vivo anhelo de colocar fin al sometimiento aborigen de los “blancos”, sólo que se creyó que para ello era necesario actualizar las formas de organización nativas interrumpidas por la conquista. Más que la repetición regresiva que adjudicaba Bloch a las utopías milenaristas occidentales aferradas al pretérito, el mundo andino experimento la esperanza restauradora de prosecución del proyecto cultural propio aborigen, en pleno despliegue de sus potencialidades al momento de ser suspendido por las experiencias de expansión europea. El esfuerzo de recuperación de un mundo imaginado- recordado, a menudo profetizado por la mitología andina, tenía una profunda carga revolucionaria en la medida que comprendía que la única forma de resguardar la supervivencia identitaria era a través de la actualización de formas de vida abolidas por el dominador, lo que equivalía a un proceso activo de descolonización. El recuerdo de un pasado alterno, disponible en la memoria colectiva de un pueblo sometido, constituyó un recurso de lucha contra el colonialismo. El propio concepto de utopía, acuñado por Tomás Moro, se nutrió de las informaciones de América, particularmente de la grandeza y el orden alcanzado por el imperio incásico, el Tahuantinsuyo, como relataba Américo Vespucio, para referirse a la organización política creada por el inca Yupanqui Pachacutec a principios del siglo XV.

Pero también el mesianismo insito en la utopía andina se nutrió de la cosmovisión religiosa cristiana. El catolicismo de la primera etapa colonial y las creencias religiosas aborígenes establecieron puntos de contacto a partir de sus sistemas simbólicos. Los agentes de evangelización, particularmente las órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, mercedarios, así como los clérigos seculares de la sociedad de Jesús) estaban influidos por la concepción milenarista cristiana, trasmitida a pueblos indígenas, que a su vez las re-elaboraron a partir de sus propios códigos y relatos alusivos al ciclo histórico. De esta manera, las concepciones míticas de los grupos colonizados fueron incididas por el catolicismo barroco de conquistadores y misioneros. Sus concepciones milenaristas calaron hondo precisamente por que el ambiente precolonial ya estaba predispuesto a recoger dicho tipo de influencia, como evidencia el esperado regreso de Quetzacoatl en Mesoamérica o el Viracocha entre los incas.

31

“Los indígenas concebían que en el proceso de su existencia el cosmos había sido sucesivamente creado, destruido y recreado. En cada ciclo cósmico la ruptura del orden o el equilibrio y su transformación en caos daba lugar a la destrucción del mundo y de la humanidad. Esto ocurría por desgaste del universo o por transgresiones humanas a las normas divinas, y estaba precedido de señales catastróficas de advertencia. A la destrucción sucede la regeneración del mundo y de la humanidad que constituye un nuevo ciclo inicialmente perfecto”.37

Dichas concepciones contemplaban creencias proféticas, restauracionistas, cataclísmicas, apocalípticas. Pero fue particularmente en los aspectos milenarios y mesiánicos de las creencias indígenas donde en primer lugar se pusieron en marcha de procesos de apropiación cultural e inversión de posiciones con los dominadores. La adaptación cultural constituyó un ejercicio de internalización de aspectos seleccionados de la cultura exógena interviniente, los cuales fueron re-semantizados y reinterpretados para hacerlos funcionar al interior del paradigma nativo. Símbolos materiales como la cruz, la imagen del niño Cristo o categorías de poder como las jerarquías eclesiásticas fueron adoptadas y convenientemente re-significados para su consumo en el grupo colonizado. La absorción de los elementos religiosos cristianos puede observarse en la interpretación bíblica que se apropia de sus elementos mesiánicos como antídoto a la opresión, reformulando la historia sagrada de los europeos. Los sincretismos religiosos actuarían como renovadas fuentes de poder en contra del sistema político y de la teoría religiosa que lo apoyaba. La muerte del Inca Atahualpa fue dramatizada popularmente de tal manera que se convirtió en un relato alternativo de la pasión de Cristo. La identificación del sufrimiento de Cristo con el pueblo indígena tenía su principal potencial explicativo en los padecimientos y desarraigos de una sociedad controlada y sometida al dictamen de sus opresores.

Allí emergió con propiedad la utopía andina, como creencia de corte mesiánico milenarista38, centrada en replicar una organización socio-política

37 BARABAS, ALICIA; Op. Cit.; p. 17. 38 El componente mesiánico milenarista “insinúa o promete el regreso de una deidad, un héroe o un antepasado glorioso, quien viene a defender a los elegidos y procurar para ellos 32

extinta -reformulada en la memoria colectiva indígena-, al cual sólo se podía acceder con la intervención del Inca que era convenientemente revestido con ropajes judeo-cristianos. Obsérvese que en este punto la utopía andina opera como disyunción sincrética en una situación de dominio e imposición de una cultura sobre otra. En esta los vencidos internalizan formas de la cultura dominante, aunque confiriéndole el referido contenido propio, lo que da por resultado un producto original, diferente y sincrético.

Los rasgos de innovación del proyecto restaurador también sugieren evidencias de la presencia de esta dualidad de contenidos y continentes tanto de la cultura propia como de la extraña impuesta, reinterpretados en función de la esperanza en la justicia y la libertad de los pueblos colonizados. La disyunción es un lugar privilegiado de síntesis cultural entre las creencias de dominados y dominadores, confirmando que el dominio es una relación de poder social que presenta tanto aspectos materiales como culturales. Por un lado esta re-semantización obedeció a una relación asimétrica entre vencedores y conquistados. Obligados a adaptarse o dejarse perecer culturalmente, los andinos optaron por la primera. Frente al cerco a las costumbres y tradiciones religiosas ancestrales emergió un enmascaramiento de las mismas bajo apariencias cristianas no contaminadas. Por otro lado, y en el fondo, también implicó un esfuerzo por expropiar fuentes del poder del mundo colonizador39. La parusía que espera el regreso mesiánico de Jesucristo fue leída en clave andina, como el retorno de los propios héroes míticos, en un sincretismo cultural activo. La cosmovisión andina no operó excluyentemente con la importación cristianismo, siendo suficientemente plástica como para incorporar las creencias cristianas, como el culto a la Virgen y los santos, al panteón panandino.

Ello implicó una cosmovisión andina permeable a las nuevas incorporaciones y flexible en la adecuación de viejos mitemas que explicaran

el acceso a un nuevo mundo de felicidad y abundancia”. Véase BARABAS, ALICIA; Op. Cit.; p. 67. 39 Esta visión es subsidiaria de Gruzinski quien evalúa que los diversos grupos étnicos en la colonia cuando no adaptaron, asimilaron o superpusieron sus concepciones culturales se enfrentaron en el terreno de sus enfoques respectivos de la realidad. Véase GRUZINSKI, SERGE, La colonización del imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México Español, Siglo XVI-XVIII; Fondo de Cultura Económico, México, 1995 (1988); p. 153. 33

nuevas circunstancias y personajes, permaneciendo simultáneamente abierta a las posibilidades de fuga y resistencia. El mito más que un elemento atemporal e inamovible se constituyó en un mecanismo de reinterpretación situacional, con capacidad de explicar el lugar de unos y otros en un mundo dinámico y cambiante.

Si volvemos sobre nuestra utopía, esta corriente milenarista dispuso de una estructura mítica vinculada con la propia historia y abierta a un futuro conocido, es decir con capacidad de prognosis. De esta manera, los mitemas de raigambre milenarista contemplaron la metamorfosis como camino de superación del presente negativo, perdiendo su aparente inmutabilidad. A partir de los procesos de colonización, y justificación religiosa del sometimiento andino y del mismo modo que los mitos etiológicos les explicaron las asimetrías impuestas, así como sus vías de superación, los indígenas acudieron a sus mitos apocalípticos-cataclísmicos, mesiánicos o cosmogónicos, para criticar colectivamente el presente y proyectarse hacia lo por venir (es decir transformándose en una comunidad de espera). Lo anterior fue advertido por José Carlos Mariategui en su ensayo “El hombre y el Mito” en que señala que la verdadera fuerza de los revolucionarios radica en su fe, pasión y voluntad

“Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito… La emoción del revolucionario… es una emoción religiosa. Las motivaciones religiosas se han mudado del cielo a la tierra. Ya no son divinas, sino humanas y sociales”40

Otra característica de este mito utópico fue postular cierta inversión de las posiciones propuestas desde el poder: A la díada blanco-indio, se antepuso otra en que los indígenas antecedían a los europeos. De esta manera se puede establecer que al tiempo que los indígenas asumían parte de la cultura colonizadora, la rechazaban, temían, odiaban y transformaban en términos de su propia cultura. Lo anterior no fue óbice para ciertos movimientos resistentes más radicales reclamaron la desaparición absoluta del colonizador.

40 Citado en LÖWY, MICHAEL; Op. Cit.; p. 31. 34

El componente nativista apeló al esfuerzo consciente por salvaguardar y retonificar aspectos seleccionados de su propia cultura, aún cuando se tratara de elementos específicos de un pasado recordado / alterado, en un proceso activo a esas alturas de rebelión descolonizadora. Cuando la autoridad colonial se percataba de la estrategia y la prohibía, se seguía cultivando subrepticiamente el enfoque que consideraba que el pasado había sido mejor que un presente marcado por la imposición a toda esfera de una cultura externa (oposición a la cultura de contacto y reafirmación de la propia). Hay quienes creyeron ver en este impulso de restauración del pasado un verdadero rechazo al cambio. Sin embargo, el programa de restauración de la tradición propia andina no equivalió a la inhibición del impulso de transformación de la situación colonial impuesta. Para los dominados, los colonizados, la simple reafirmación de un tiempo en que gozaban de otro estatus constituyó una manifestación subversiva respecto del afán impositivo del proceso colonial de sujeción colectiva al sistema de dominio establecido. La utopía entonces entrañó un carácter político eminentemente subversivo al orden social establecido en la que los indígenas revalorizaron y rescataron formas de pensamiento y organización prohibidas desde los grupos dominantes que continuaron defendiendo las marcas de dependencia colonial de los grupos subordinados, particularmente de los sujetos potencialmente resistentes a la disociación del mundo que conocieron sus antepasados. Fue el peligro que encarnó para los titulares del poder la esperanza subversiva descolonizadora apoyada en el sueño de restauración de un orden anterior a su advenimiento.

Los movimientos inspirados en la utopía andina, a menudo de filiación socio-religiosa (aunque no exclusivamente), cifraron sus expectativas de alteración del orden vigente en el retorno como evento personificado en héroes o etapas anteriores, mitificados y proyectados al devenir. Más que nostalgia idealista por tiempos pasados, involucró un esfuerzo consciente por recuperar conocimientos, memorias, técnicas, prácticas de corte político y modos de vida que sirvieran de modelo que orientara una futura renovación social. Dichos movimientos expresaron una conciencia colectiva anticipadora de lo que aún no había llegado a ser -fundamento del pensamiento utópico- en imágenes, deseos y esperanzas de transformación de una situación vivida como caótica, desde la crisis desencadenada por la 35

conquista y la colonización. La utopía milenarista andina proveyó de probabilidad a la intención andina de superar ese caos, mediante la recuperación de la historia propia y el pasado anterior a la llegada de los europeos (verificar que no se repita para si no reacomodar)

Movimientos milenaristas y mesiánicos –bajo el soporte de mitemas alusivos a la cosmogonía, la esperanza mesiánica y las versiones apocalípticas y cataclísmicas del mundo andino- funcionaron de hecho como ideologías de protesta socio-política, cimentando su advocación autonómica en el rechazo de los europeos y sus descendientes, expresado en un cambio de posiciones del poder en que los dirigentes extranjeros pasaran ocupar el papel desempeñado por los oprimidos, mientras que los nativos volvían a un sitial usurpado. Se trató de una corriente anti-sistémica, de una ideología en un sentido más bien laxo de la palabra, es decir comprendida como un conjunto de ideas articuladas en torno a una visión que moviliza las energías de sus partidarios para demandar cierto giro de las condiciones imperante; planteando un cuestionamiento colectivo del hecho colonial, enmascarado por las autoridades hasta entonces41.

Estas respuestas ideológicas de los movimientos de protesta fueron inspiradas por las creencias religiosas nativas, envueltas en el dinámico proceso de transformación cultural provocado por la emergencia acelerada de un nuevo orden trastornador del antiguo, plasmado en propuestas. Lo anterior explica que entre sus manifestaciones figuraran danzas, cantos, rituales, la adivinación, la sanación de los cuerpos y especialmente la (re)producción de mitos. Cada uno de estas funcionó como instrumento de resistencia y reafirmación del potencial indígena como agente activo de cambio social. De esta manera la teodicea milenarista mesiánica se alimentó de la mitología aborigen, reforzada sincréticamente por los mitos de la tradición judeocristiana, que al ser re-articulados operaron como legitimadores de la esperanza indígena de giro transformador operado desde

41 Cabe recordar que las formas ideológicas no sólo funcionan como dispositivos de justificación/legitimación de un orden destinado a ocultar diversidad y antagonismo internos. También ciertas versiones locales o populares desarrolladas por grupos oprimidos o discriminados utilizan medios de resistencia contra el dominio y o la exclusión a la que son sometidos con el fin de revelar dichas contradicciones. Al respecto véase LARRAÍN, JORGE; Modernidad, Razón e identidad en América Latina; Editorial Andrés Bello; Santiago; 1996; pp. 213-114. 36

la base social. La rebeldía insita confirmó el carácter liberador de los movimientos inspirados en la utopía andina que fueron generados a partir de la experiencia colonial, y que terminaron revitalizando la identidad aborigen.

Los proyectos aborígenes alternativos

Diversos movimientos bajo el rótulo de cultos milenaristas utópicos, restauracionistas y mesiánicos tuvieron lugar después de la conquista andina por los europeos. Entre otros podríamos citar la disidencia socio- religiosa expresada tempranamente en el Taki Onqoy (1565-1571), el Moro Onqoy (1591-1592) y Yanahuara (1595), el milenarismo sincrético de Juan Santos Atahualpa (a partir de 1742), que postulaba la dimensión mesiánica de quien se decía hijo de Dios y Apu Inca, y particularmente la rebelión de Túpac Amarú (1780), que pretendió reconstituir la organización incásica, mezclándola con los nuevos formatos aportados por la cultura europea, sintetizados en su lema que rezaba “Inca Rey del Perú”. Dicha hibridación puede haber sido la respuesta a la apropiación mitológica de la autoridad colonial de los virreyes, y más tarde de los Presidentes republicanos del “poder del Inca”. Pero también de una recreación novel tahuantinsuyana, que no correspondía exactamente ni al estado incásico original, sino más bien a una organización política exportada desde Europa.

Lo anterior no fue óbice para que el simple murmullo del Tahuantinsuyo despertara las ansiedades populares campesinas en el recuerdo de una vida mejor. Este tipo de movimientos invocadores del esplendor incásico se siguió manifestando bien avanzado el siglo XIX, siendo uno de los más relevantes fue el alzamiento liderado por Pedro Pablo Atusparía en el departamento de Ancash, distrito de Huaraz, entre los primeros meses de 1885. Este levantamiento, como los otros fueron corrientes que apelando al nativismo y al antielitismo discursivamente incluyeron a diversos grupos, no sólo campesinos, en un verdadero proceso de contestación de larga duración42.

42 VARÓN GAVAI, RAFAEL; “El Taki Onqoi: Las raíces andinas de un fenómeno colonial” pp. 331-406 en MILLONES, LUIS; El retorno de los Huacas. Estudios y documentos sobre el Taki Onqoi, Siglo XVI; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2001; p. 333. En la actualidad 37

Desde dicho punto podemos proyectar la continuidad de dichos proyectos utópicos expresada en la auto-identificación con esperanzas y objetivos de descolonización interna, la superación de la marginación por medio de la ruptura de la realidad constituida y la formación de proyectos alternos de sociedad.

“La utopía andina es los proyectos (en plural) que pretendían enfrentar esta realidad. Intentos de navegar contra la corriente para doblegar tanto a la dependencia como a la fragmentación. Buscar una alternativa entre la memoria y lo imaginario: la vuelta de la sociedad incaica y el regreso del inca. Encontrar en la reedificación del pasado la solución a los problemas de identidad. Es por esto que aquí para desconcierto de un investigador sueco, se ha creído conveniente utilizar lo incaico, no solamente en la discusión ideológica, sino también en el debate político actual (…) Es evidente que el imperio incaico se derrumba al primer contacto con occidente, pero con la cultura no ocurriría lo mismo (…) De esta manera sujetos a la dominación, entre los andinos la memoria fue un mecanismo para conservar (o edificar) una identidad”.43

La identidad constituyó el epifenómeno de la resistencia que opusieron los andinos a la imposición de valores, modos de pensar y estructurar el mundo y códigos de Occidente. Sara Castro-Klaren44, las clasifica en cuatro categorías: a) la respuesta militar de la clase dirigente inca sobreviviente a las ejecuciones, y que organizada en Vilcabamba, constituyó una organización neoinca larvaria que aspiraba a reemplazar al poder hegemónico español b) La respuesta de Guaman Poma a inicios del siglo XVII, quien propone la persistencia del mundo incásico bajo el cetro de los monarcas españoles, c) Curacas y caciques que utilizaron el sistema legal indiano para defender tierras y comunidades, d) los seguidores de cultos milenaristas socio-religiosos de las cual el Taki Onqoy fue una de las principales manifestaciones. A las mismas se podría agregar el mito del

la restauración del Coyasullo-Tahuantinsuyo ha sido enarbolada en la actualidad por agrupaciones quechuas de Perú y el Mitka de Bolivia. 43 FLORES GALINDO, ALBERTO; Op. Cit.; pp. 21-22. 44 CASTRO-KLAREN, SARA; “Discurso y transformación de los dioses de los Andes: del Taki Onqoi a Ramu.Ñuti” pp. 207-424 en MILLONES, LUIS; Op. Cit.; p. 412. 38

Inkarri, como forma de resistencia orientada a la continuidad del mundo andino.

Como sostuvimos, los milenarismos del siglo XVI se fundamentan en la percepción indígena de experimentar un “mundo al revés”. Como afirma Varon Gabai los indígenas tenían pocas alternativas, aceptar la autoridad colonial, acudir al Inca de Vilcabamba, Titu Cusi Yupanqui, o aferrarse a las deidades y cultos mileniales propios45. Uno de los movimientos más originales fue el Taki Onqoy, literalmente enfermedad del baile, que dio cuenta de una protesta social de corte religiosa expresada como expectativa mesiánica, por sus dirigentes profetas, y asumida por una población comprometida de la sierra peruana al sur de Huamanga. Aun cuando se trataba de un movimiento social y sus adherentes no luchaban explícitamente por el poder político, todo movimiento social o socio-rreligioso tiene implicancias políticas. El Taki Onqoy no fue la excepción si se piensa que el tipo de disidencia socio-religiosa que planteaba estaba prohibido por el programa católico contrarreformista con que se identificaba la corona española.

A partir de 1565 y hasta 1571, la población aborigen de los departamentos actuales de Apurimac, Ayacucho y Huancavelica, reanudaron el culto ancestral a sus deidades locales, las huacas. Se trató de una manifestación de arraigo del sistema de creencias indígenas nativo en medio de la crisis que supuso el proselitismo / imposición religioso externo. Pablo José de Arriaga, vasco jesuita, visitador posterior, nos brinda una descripción etnográfica de estas deidades, enunciando al Sol, la Luna, el trueno, el mar, la tierra, los manantiales, los ríos, los cerros, los nevados y a los antepasados. También se refirió a las huacas móviles, a menudo las piedras, en otras ocasiones con cuerpo de hombre o de mujer, aunque las más de las veces sin figura alguna46.

El Taki Onqoy reunió dos vertientes: el cantar histórico que en épocas prehispánicas articulaba celebraciones desde el nivel imperial al local,

45 VARÓN GAVAI, RAFAEL; Op. Cit.; 331. 46 Véase re-edición Extirpación de la idolatría del Perú (1621) en ESTEVE BARBA, FRANCISCO; Crónicas peruanas de interés indígena; Biblioteca de Autores Españoles; Madrid; 1968. 39

utilizado por el Cuzco como instrumento de control ideológico de las poblaciones sometidas. La segunda se basó en los rituales nativos asociados a las festividades de prevención de males. Dicho registro imponía la expulsión de los forasteros para asegurar la efectividad del rito. Lo anterior se tradujo en el compromiso vital de sus seguidores de rechazar lo extranjero –móvil que compartió con otros movimientos subversivos cuyo objetivo era erradicar a los españoles-, particularmente el medio de vida de los conquistadores, incluyendo vestuario y alimentos. Los predicadores del movimiento profetizaban el final de la dominación española, afirmando que las Huacas seguían vivas –desde Quito hasta el Cuzco- y regresarían a pelear contra el Dios cristiano para restablecer el orden cósmico sagrado anterior a la invasión europea. El orden se invertiría nuevamente pasando a ocupar del Dios cristiano el nivel inferior y las huacas la parte superior. La creencia presuponía que el Dios del Estado europeo había prevalecido categóricamente sobre el Sol inca y que las huacas principales –de Pachamac en la costa cerca de Lima, y del lago Titicaca, en el altiplano aymará- expulsarían a los invasores en conjunto con su dios, prometiéndoles a sus seguidores abundancia material y salud física. Mediante sacudidas y convulsiones corpóreas, los bailarines extáticos del culto a las Huacas, intercedían por el cese de las epidemias mortales que desde la llegada española diezmaba a la población autóctona.

Casi noventa años después de la conquista, el culto a deidades locales persistió en el Moro Onqoy, que como observa Pablo José de Arriaga47, se localizó en Abancay, Cuzco, Puno y Arequipa, lo que supuso el relajamiento de la acción centralizadora con posterioridad a la desintegración del imperio inca, a la vez que la vigencia de las estructuras religiosas panandinas. La permanencia del culto a los Huacas con posterioridad de la irrupción europea en el horizonte andino y la consiguiente campaña de aniquilación de cualquier rastro considerado idolatría, evidencia la persistencia de las creencias andinas relativas al origen y al fin, donde españoles, negros e indígenas encontraban un nuevo lugar en la sociedad.

Estos movimientos socio-religiosos estructuraban su cuerpo de creencias sobre el mitema de las huacas como elemento de continuidad del

47 EN MILLONES, LUIS; Op. Cit. 40

mundo andino, con su correspondiente corolario de expulsión de lo extraño y de regreso de la vida, simbolizado en la promesa de recuperación de la buena salud extraviada y el anhelo de abundancia. El baile de la desesperación simbolizaba el baile mítico del tránsito desde la muerte hacia la vida, en otras palabras la posibilidad de un Pachacuti que pusiera las cosas en su lugar de antaño. El Pachacuti simbolizaba la fuerza telúrica, especie de cataclismo, nuevo tiempo y castigo a la vez, basado en la creencia indígena de la destrucción cíclica y posterior reconstrucción del mundo que acaecía aproximadamente cada quinientos años y que prometía una nueva era. Este tipo de mitos es un tema recurrente como indica Girardot:

“En la nebulosa compleja y móvil del imaginario político, al fin de cuentas, casi no hay constelación mitológica más constante, más intensamente presente que la Edad de Oro (…) En el nivel más elemental de la construcción mítica, el analista se topa ante todo con lo que sin duda puede denominarse de manera indistinta los buenos viejos tiempos o los bellos años. Y no se trata aquí únicamente de la función inmemorial de creatividad legendaria que siempre cumplieron los ancianos al evocar el tiempo ido de su juventud”.48.

La diferencia estriba en que sueños, recuerdos y evocaciones de la “Edad de Oro” tienen por punto de apoyo la oposición antagónica fundamental ya referida: la de ayer y la de hoy, la de cierto pasado y cierto presente. El tiempo actual representa la decadencia, el desorden, la corrupción de la que se intenta escapar. Y está por otro lado “el tiempo de antes”, el de la grandeza, casi opulenta, o cierta felicidad que la colectividad intentará recuperar: en el caso del Taki Onqoy no se trataba del imperio del Tahuantinsuyo, sino de la autonomía y libertad comunitaria para rendir culto a los dioses del panteón andino, en otros casos la expectativa mesiánica de restitución del Inca como punto de partida para re-edificar una comunidad perdida.

Si para muchos andinos la conquista representó un verdadero Pachacuti, esto es la inversión del orden natural, siempre existió la

48 GIRARDOT, RAOUL; Op. Cit.; p. 94. 41

posibilidad de que otro Pachacuti colocara nuevamente las cosas en su lugar. Los contornos del mitema de la Edad Dorada son difíciles de establecer cuanto que las fronteras entre lo que es añoranza pasiva y lo que es simultáneamente esperanza movilizadora, entre lo que no es más que evocación nostálgica de una especie de felicidad extinta y lo que expresa la expectativa de su retorno, son singularmente imprecisos. El Pachacuti se movió entre ambos extremos a través de la Colonia en los Andes.

Otro tanto puede decirse de la expectativa mesiánica de un Salvador. En este último caso la heroicidad de una figura del pasado es esperada en forma vigilante mediante la intervención de un Salvador. Está el tiempo de la espera y del llamado: cuando se forma y se propaga la imagen del Salvador prometido, que cristaliza a su alrededor, como resultado de la expresión colectiva de un conjunto de añoranzas, esperanzas y sueños, en definitiva utopías. Posteriormente está el tiempo de la presencia, del Salvador ya aparecido, cuando la promesa mesiánica se cumple efectivamente, pero también el momento cuando la manipulación voluntaria tiene mayor peso en el proceso de actualización mítica49.

Adicionalmente, hay que recordar que en los movimientos mesiánicos, la salvación no depende esencialmente de los hombres, ni del ejercicio de su libertad, sino que del mensaje revelado: en nombre del mismo se puede sobrellevar cualquier sacrificio y en ciertos casos justificar la violencia política. Lo anterior mezclado con el referido resentimiento de las mayorías despreciadas por su pigmentación cutánea, su manejo limitado del castellano, su manera de vestir, su pobreza, aversiones socialmente alimentadas por la humillación cotidiana.

El mesianismo andino colonial –y hasta nuestros días- tiene entre sus principales elementos catalizadores el mito de Inkarri, que refiere al monarca Inca despedazado (Atahualpa) que retorna y se reconstruye a partir de los cuatro extremos del Tahuantinsuyo. Dicho mito emerge en pleno siglo XVI junto a la creencia popular de la muerte (aparente) del Hijo del Sol por decapitación, y no por golpes de garrote como efectivamente ocurrió con Atahualpa, probablemente inspirada en la decapitación de Túpac Amaru I,

49 GIRARDOT, RAOUL; Op. Cit.; p. 69. 42

inca de Vilcabamba, hecho que finalmente se confundió con la ejecución de Atahualpa. Aunque las cerca de quince versiones recabadas del mito difieren en ciertos aspectos, la estructura de transmisión oral –ya que es precisamente en ese registro donde el recuerdo mejor decanta en un mito- dejó casi inmodificado el núcleo referido a la ficción de un inca decapitado que continúa respirando y cuya cabeza fue ocultada en algún lugar de los Andes. Supuestamente cuando la cabeza se reúna con el cuerpo, restituyéndose la integridad corporal del Hijo del Sol, éste regresara en plenitud a la vida material, permitiéndosele reinar nuevamente si Dios lo quiere. Entonces el orden sagrado será restablecido, viviendo los andinos una nueva época de justicia, paz y bienestar. En otras palabras termina el período de desorden, confusión y oscuridad que iniciaran los europeos, recuperando los hombres andinos su propia historia.

Como se puede observar la restauración del cosmos andino interrumpido por la conquista, no dependía de las acciones de los propios andinos, sino que de la manifestación mesiánica de la voluntad divina. Podían, eso si, los andinos reconocer signos y señas proféticas en una supuesta regeneración del cuerpo del Inca. Lo anterior comprendía una amalgama de elementos andinos y cristianos que decantaron en una pretendida continuidad política del mundo andino, representada por la re- emergencia del poder incásico, a la vez que la derrota de la divinidad solar cuzqueña y su reemplazo por el Dios cristiano. Como indica Flores Galindo:

“Incarri resulta del encuentro entre el acontecimiento -la muerte de de Túpac Amaru I- con el discurso cristiano sobre el cuerpo místico de la iglesia y las tradiciones populares. Sólo entonces se produce una amalgama entre la vertiente popular de la utopía andina (que se remonta al Taki Onqoy) y la vertiente aristocrática originada en Vilcabamba”50

50 FLORES GALINDO, ALBERTO; Op. Cit.; p. 47. 43

El culmen utópico colonial: La resistencia del XVIII

Las diversas creencias milenaristas de protesta social permanecieron en el imaginario de las sociedades andinas a través de los siglos coloniales, no sólo en las comunidades serranas o altiplánicas, sino que particularmente en la nobleza de la casta indígena, progresivamente despojada de sus privilegios por los funcionarios de la administración colonial española. Los corregidores, especialmente impulsados por su afán de lucro, solían suspender de sus funciones a los caciques locales, colocando al frente de las comunidades a un mestizo de su confianza para extraer el tributo hasta el punto de agotamiento comunitario. Dicha situación caló hondo en el virreinato del Perú, donde la oposición al orden colonial podía nutrirse de varias de las tradiciones míticas referidas, especialmente las asociadas al Estado Inca, y hacer uso intensivo de las mismas. Como indica Szeminski, la antigua elite indígena cultivó deliberadamente el recuerdo sobre el pasado de la población campesina51, manteniendo viva la esperanza de la actualización del siglo de oro bajo un gobierno inca. El mito del regreso del inca, enormemente popular entre las poblaciones de la sierra andina, fue profundamente re-elaborado, de tal manera que poco quedó de la dualidad imperial, esperándose en su lugar una figura singular, un líder aborigen, que en virtud de sus componentes mesiánicos, suspendería el tiempo para hacerse del poder.

El mito pasó a ser el núcleo fundante de la ideología de resistencia al interior de una sociedad tradicional, como lo era la andina hacia mediados y fines del siglo XVIII52. Esta ideología de resistencia modeló identidades que recogieron parte de la experiencia pre-colonial así como la vivencia colonial misma. Los mitos cultivados sorprendieron por su vigencia y su reversibilidad, participando a la vez de lo retrospectivo y de lo prospectivo, del plano de la añoranza de una comunidad de iguales, el recuerdo transformado de una sociedad sin sufrimiento colectivo y la expectativa milenial-mesiánica.

51 SZEMINSKI, JAN; Op. Cit.; p. 221. 52 Esta perspectiva es subsidiaria de la escuela que piensa que en las sociedades tradicionales el mito y la religión son el lenguaje de toda ideología. Dicha escuela sociológica analiza la religión y las creencias míticas como un caso límite de la ideología. Véase HINKELAEMMERT, FRANZ; “Fetichismo de la mercancía, del dinero y del capital. La crítica marxista de la religión”; en Cuadernos de la Realidad Nacional; Santiago; 1972. 44

Este último fue el caso de Juan Santos Atahualpa, quien recurrió a toda la carga mesiánica instalada en el ambiente para preparar su rebelión con antelación, mediante la adhesión de numerosos jefes tribales e indígenas que se plegaron a su movimiento. La doble identificación de Juan Santos Atahualpa con Cristo y el Inca actuó como sincretismo catalizador de la movilización popular. Hacia 1742, junto con declararse el Mesías Hijo de Dios y Apu Inca, anunció el fin del gobierno español y la inminente reconstrucción de Tahuantinsuyo para 1775. El cristianismo milenarista asomó en una propuesta que organizaba las ideas de su discurso de manera tripartita, recordando a la trinidad: se refirió a los grupos formados por indios, negros y españoles, dividió el espacio en tres reinos (el suyo, Angola y España) y distribuyó el tiempo en tres edades, la última de la cuales fue la Edad del Espíritu Santo, que identificó con la propia. Su mismo nombre fue el resultado de la síntesis de elementos cristianos, Santos (alusión a la heroicidad crisitiana), y andinos, Atahualpa (el inca supuestamente decapitado)

Dichas declaraciones conmovieron a comunidades completas de indígenas que se aglutinaron en torno a la esperanza en las profecías redentoras del pueblo aborigen y a la conciencia de que el territorio había sido en el pasado independiente y próspero a diferencia de lo que sucedía en el presente. Un fragmento de la carta de fray José Gil Muñoz, recopilada por Mario Castro da cuenta de la adhesión a Juan Santos Atahualpa:

“Este demonio encarnado ha llamado a todos los indios de nuestras misiones (…) denominándose rey inga, y todos le han obedecido (…) Ya han despachado sus embajadores a la sierra para que sus hijos los indios serranos y los mestizos sus ingas, que así los llama, le acompañen en la empresa de coronarse en la ciudad de Lima (…) Los indios de este valle o provincia de Jauja y los de Tarma están muy contentos y en algunas partes ya no obedecen al cura, diciendo que ya viene su inga (…) El dicho indio es querido, vestido con una cusma pintada o túnica de algodón (…) a otros negros y a un mulato (…) les dijo (…) él era del Cuzco (…), que su casa se llamaba Piedra, que en su reino no había de haber esclavos, que ya se 45

acabó el tiempo a los españoles y a él se le llegó el suyo; que ya se acabaron obrajes, panaderías y esclavitudes”.53.

Aquí nuevamente funciona el mito sobre la base de dicotomías contrarias. Opuesto a la imagen de un presente sentido y vivido como un momento de tristeza y decadencia, se erigió el absoluto de un pasado de plenitud y luz. De tal manera que alrededor de los impulsos colectivos, las potestades “soñadas”, la representación del “tiempo de antes” gobernado por un jefe natural del territorio, el Inca, el mito de espera de un Salvador, se encarnó en un líder rebelde de afanes mesiánicos. El mito fue experimentado en forma comprometida por sus adherentes, a la vez funcionó como sistema de explicación y mensaje movilizador. Para ello fue necesario el concurso de caciques y gobernadores de pueblos de indios entre Cuzco y Cajamarca, elite que pretendía hacerse cargo del liderazgo de las zonas rurales, aboliendo el aparato administrativo colonial español. Juan Santos Atahualpa Apu Inca organizó un ejército insurrecto, levantándose en las montañas de Tarma y Jauja. Desde allí hostigaba los poblados, para perderse en la ceja de la selva antes de que llegaran las tropas regulares, en una verdadera metodología proto-guerrillera-. Dicho terreno le brindó el espacio ideal -región de frontera ecológica, étnica y religiosa- para montar su resistencia armada

Los cuerpos armados coloniales se mostraron incapaces de hacer frente a la táctica de Juan Santos Atahualpa, retrocediendo hasta abandonar la región del estallido mesiánico, que fue rodeada por un cordón sanitario para prevenir el contagio revolucionario, en una práctica que se prolongó hasta la década del 50 del siglo XVIII. Mucho antes, al inició de la rebelión, Juan Santos Atahualpa declaró su voluntad de constituir un imperio Inca- cristiano, la quinta esencia del sincretismo, para lo cual planificó fundar una iglesia indo amerindia cristiana. Además su programa recogía tradiciones aborígenes, que explican el estatus “sagrado” de la coca. Finalmente el jefe rebelde murió 14 años después de iniciado su movimiento por una pedrada de un seguidor ansioso de comprobar la divinidad del Mesías Inca. Aún cuando en todas las ciudades y los poblados del altiplano nunca se produjo

53 CASTRO ARENAS, MARIO; La Rebelión de Juan Santos; Milla Batres; Lima; 1973; anexo y documental N° 1. 46

un levantamiento generalizado, el culto a Juan santos Atahualpa perduró hasta el siglo XIX.

Desaparecido físicamente Juan Santos Atahualpa, el mito andino continuó alimentándose durante el tardío virreinato del Perú, coincidiendo precisamente con la declinación de la relevancia de dicha división administrativa ante la emergencia de nuevas unidades: Los virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata. Las modificaciones resultantes de la creación de este último afectó el comercio con Chile, y particularmente con Charcas, que fue vinculada a la vertiente Atlántica, desbaratando el monopolio comercial de Lima, lo que repercutió negativamente en la economía colonial del antiguo virreinato.

En dicho contexto se produjo la Gran rebelión liderada por José Gabriel Condorcanqui Noguera, o Túpac Amaru II, según Scarlett O’Phelan, la culminación de un proceso de protestas y sublevaciones de diversa extracción social que convulsionaron el siglo XVIII54, susceptible de ser dividido en dos fases: el movimiento original que se circunscribió al Cuzco y al área sur andina del Perú, y el segundo momento de aguda radicalización, en que se plegaron los territorios aymarás del Alto Perú, de actividad rebelde anterior a la insurrección de Túpac Amaru. En total 128 alzamientos en el área andina distribuidos de la siguiente manera: 10 en Ecuador, 107 en Perú y 11 en Bolivia55. La simultaneidad y dispersión de las rebeliones constituyen la evidencia empírica del alto grado de malestar generalizado en los territorios pertenecientes a los Virreinatos del Perú y de Buenos Aires, así como de otras jurisdicciones del imperio español americano.

Tanto O’Phelan como Lynch concuerdan en señalar que se trató en sus orígenes de una revuelta antifiscal56. La insurrección tuvo entre sus móviles la protesta de criollos y comerciantes mestizos e indígenas por la

54 Según cálculos de O´Phelan y Golte hubo 10 rebeliones en la década del treinta, 5 la década siguiente, 11 en los cincuenta, 20 en los sesenta y 66 en el decenio del setenta. Véase O`PHELAN, SCARLETT; Un Siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia 1700- 1783; Centro de Estudios Culturales Andinos Bartolomé de las Casas; Cuzco; 1988. 55 FLORES GALINDO, ALBERTO; Op. Cit.; p. 112. 56 O`PHELAN, SCARLETT; Op. Cit. Cfr. LYNCH, JOHN; “Los Orígenes de la Independencia” pp. 3-40; en BETHELL, LESLIE; Historia de América Latina. Volumen 5. La Independencia; Editorial Crítica; Barcelona. 47

creación de aduanas interiores (en La Paz y Arequipa), las crecientes alcabalas, medidas ejecutadas en los primeros meses de 1780, así como por antiguas prácticas de los funcionarios españoles que endurecían la presión fiscal hasta llegar a usurpar tributos. Las reformas borbónicas amenazaban con la creación de nuevos gravámenes o fianzas sobre artículos tradicionalmente exentos de impuestos, y especialmente la posibilidad de la ampliación del pago de tributos sobre los mestizos. Dichas cargas impositivas generaron entre la población un creciente resentimiento y el anhelo de establecer cierto grado de autonomía local, provocando la emergencia de un sentimiento de descontento compartido con los sectores subordinados de la sociedad colonial dentro del cual los diferentes segmentos sociales identificaron sus propios intereses y la necesidad de responder como una coalición:

“Consecuentemente estas medidas económicas proveyeron la plataforma ideal para emprender una alianza entre indios, mestizos, mulatos y un sector de criollos, y generar la inquietud y el descontento social particularmente en la región surandina, que se canalizaron después en el movimiento de Túpac Amaru”.57.

En otras palabras: aduanas, alcabalas y acción indiscriminada de funcionarios inescrupulosos funcionaron como elementos aglutinadores de una amplia base social compuesta por arrieros, pequeños agricultores, comerciantes, mineros y artesanos.

El cacique de los territorios de Pampamarca, Tungasuca, Surimana y Tinta; José Gabriel Túpac Amaru, descendiente de caciques, criollos y nieto del inca Túpac Amaru por línea femenina, aprovechó dichas circunstancias de malestar general para liderar las demandas indígenas ante los tribunales coloniales, las audiencias. Según Szeminski, el cacique comenzó la planificación de su rebelión a mediados de la década del setenta del siglo XVIII producto de la acción de los corregidores que a través de exacciones empobrecían a las comunidades campesinas. Hacia 1777 Túpac Amarú tramitó, al igual que los hermanos Catari en Chayanta que denunciaron la usurpación de tributos, iniciativas legales contra el aumento indiscriminado

57 O`PHELAN, SCARLETT; Op. Cit.; p. 286. 48

de la carga impositiva fiscal, el sistema de repartos, y particularmente la mita minera, símbolo de los mayores abusos de la administración colonial. Como indica Valcarcel,

“Motivo principal del sufrimiento entre los indígenas de Tinta era el cumplimiento de la mita correspondiente al lejano asiento de Potosí”58.

Para mejorar dicha situación Túpac Amaru reclamó ante los tribunales coloniales el reconocimiento de su cacicazgo de Tinta, iniciativa para la cual su conocimiento de la legislación española ayudó mucho, y presentó un recurso legal para la exoneración de los indios de Tinta de su servicio de mita en Potosí. Lo mismo hacía Tomás Catari para obtener la validación de su cacicazgo sobre la parcialidad urinsaya del poblado de Macha. La fecha de los reclamos 1777, año de los tres siete, número bíblicamente perfecto, portador de un mensaje milenial, coincidió con la intensificación de las profecías escatológicas que señalaban 1780 como el fin del ciclo de los españoles y el momento en que los incas volverían para restituir su gobierno.

Adicionalmente, Túpac Amaru, miembro de la nobleza indígena y propietario de una gran empresa de transporte, había iniciado la tramitación ante la audiencia limeña del reconocimiento oficial del título de Inca, que en la perspectiva de Lewin era la condición preliminar para gozar de autoridad y lograr el concurso de las comunidades indígenas ante un eventual levantamiento.

“Túpac Amaru no sólo gestionó ante la audiencia de Lima el reconocimiento de su título incaico, sino que antes de resolverse legalmente su asunto, se presentaba en público como inca y hacía presentarse así a sus familiares(…) Según se vio después, los esfuerzos de Túpac Amarú tendientes a poder la jefatura plena de las masas indígenas en el momento que lo creyera oportuno, tuvieron éxito, puesto que, al declararse la rebelión sus órdenes fueran acatadas por la inmensa mayoría de los indios y de sus

58 VALCÁRCEL, DANIEL; La rebelión de Túpac Amaru; Fondo de Cultura Económica; México; p. 29. 49

curacas, sin los cuales nada sucedía en la vida de aquellos, y pese a la existencia de otros pretendientes para el incazgo.”.59

Aprovechando el prestigio vinculado a su linaje comenzó a levantar el factor con mayor potencial de unificar a todos los sometidos al gobierno del monarca español, un Inca que permitiera superar el caos y la noche instaurados desde la intervención europea60. El título de Inca entrañaba un reconocimiento superior, como se sobreentiende en la aceptación del liderazgo supremo de la facción cuzqueña del levantamiento general por parte la insurrección aymará61, asentada en las áreas de las antiguas provincias del Colla, tradicionalmente bajo al control político del Hijo del Sol. En otras palabras los indígenas insurrectos reconocieron a Túpac Amaru como su monarca, debido a un linaje unido a una actitud rebelde y altiva. Aunque dicha pretensión no se apoyaba directamente en justificaciones religiosa como las esgrimidas por Juan Santos Atahualpa, y sin negar el carácter secular del movimiento que encabezó en 1781, su liderazgo fue recubierto nuevamente por sus partidarios de esperanzas mesiánico- milenaristas62, centradas en un cambio en los tiempos que permitiera devolver la tierra a los descendientes de los propietarios usurpados. Lo anterior no fue óbice para que Túpac Amaru siguiera una política religiosa conservadora, para prevenir la desafección de indígenas, mestizos y criollos creyentes, antes que ganar la adhesión del clero católico.

La explosión definitiva del movimiento insurrecto acaeció el 4 de noviembre de 1780 cuando Túpac Amaru encarceló al corregidor provincial, Antonio de Arriaga, más tarde ejecutado. Era sólo el comienzo de las acciones rebeldes que proseguirían hasta la captura y ejecución del último líder insurrecto, Diego Cristóbal Túpac Amaru –hermano del autoproclamado Inca, ejecutado en mayo de 1781-, acaecida entre marzo y julio de 1783. La rebelión se extendió entre febrero y marzo de 1781, a partir de los brotes originales de Tinta, con Túpac Amaru a la cabeza, y en Chayanta -dirigido

59 LEWIN, BOLESLAO; La rebelión de Túpac Amaru y los orígenes de la independencia americana; Sociedad Editora Latinoamericana; Buenos Aires; 1967; p. 394-395. 60 Hay que recordar la equivalencia que tenía la nobleza indígena con la descendencia de los conquistadores en el sistema de castas y linajes colonial hispano. 61 LEWIN, BOLESLAO; Op. Cit.; p. 409. 62 Hipótesis sustentada al menos desde los años setenta por Ossio y que ha sido defendida por diversos historiadores entre quienes destacan Pease, Flores Galindo e Hidalgo. 50

por Tomás y Damaso Catari- lo que significó la subversión paralela en áreas quechuas y aymarás-, hasta alcanzar 14 provincias del Cuzco y varios poblados del Alto Perú. Valcarcel explica que los primeros pasos rebeldes pretendieron neutralizar la reacción de los poblados al sur de la insurrección, planeando dominar la región Colla63, lo que retrasó el cerco al Cuzco, iniciado en la tardía fecha del 20 de diciembre de 1780.

En el nivel organizacional el ejército rebelde fue integrado fundamentalmente por la nobleza indígena –los caciques, institución que había liderado la resistencia indígena desde el siglo XVI- y por lo pequeños propietarios indígenas y mestizos de la casta rural, lo que equivalía al comando militar de la elite64. Dicha dirección amplia y diversa implementó la conjunción de técnicas españolas con indígenas de tradición prehispana de manera pragmática para asegurar la gestión del nuevo orden.

Desde el discurso tupacamarista la lucha se orientó en contra de los extranjeros y su institucionalidad fiscal y económica, representada en los referidos corregidores, alcabalas, aduanas interiores y especialmente la mita minera, favoreciendo a indígenas, zambos y mestizos y garantizando la propiedad y seguridad de los españoles criollos (blancos nacidos en el Perú) y mestizos. La violencia se dirigió contra las instituciones administrativas y obrajes, mediante la ocupación de pueblos, lo que tempranamente provocó cierta desafección de los criollos, lo que ciertamente explica el fracaso de una alianza amplia. La revuelta antifiscal había sido sobrepasada por las demandas del grupo indígena y campesinos mestizos, superando los objetivos de los criollos. Los Catari, quienes originalmente demandaron el fin de los abusos, la corrupción de los funcionarios y la disminución de los repartos, posteriormente declararon que junto con acabar el sistema de explotación económica colonial, expropiarían las haciendas de los españoles65. Era el inicio de una etapa de reconstrucción comunitaria por

63 VALCARCEL, DANIEL; Op. Cit.; p. 63. 64 O’ Phelan agrega la presencia de arrieros y mineros en la dirigencia del movimiento. Véase O’ PHELAN, SCARLETT; Op. Cit.; p. 278 65 LEWIN, BOLESLEO; Op. Cit.; p. 411. Cfr con HIDALGO, JORGE; “Amarus y Cataris: aspectos mesiánicos de la rebelión indígena en Cuzco, Chayanta, La Paz y Arica” en Chungara; Universidad de Tarapacá; N 10; Arica; marzo de 1983. p. 124. El historiador sostiene adicionalmente que los partidarios de los Catari en Chayanta estuvieron originalmente de acuerdo con cumplir con los reales tributos, la alcabala y la mita minera de Potosí. 51

medio del restablecimiento de las jerarquías rotas por la intervención externa. La autonomía local y las reformas fiscales fueron eclipsadas por la intención de abolir las instituciones políticas y sociales que impedían finalmente la transformación social y la cristalización de un Estado soberano y de una sola sociedad en que instituciones y tecnologías europeas serían asimiladas de la nueva sociedad peruana como continuadora de la sociedad anterior a la conquista. Como era de preverse, la amenaza fue demasiado grande para los criollos que inicialmente respaldaban la revuelta antifiscal, quienes se volvieron a favor del sector tradicionalmente dominante del poder, que también contaba con el concurso de miembros de la elite indígena leales a la autoridad colonial.

Sin embargo, el líder Túpac Amaru continuó agitando la bandera de la reforma y secesión de la metrópolis. Szeminski concluye que la cristalización de un programa político independentista se fortaleció como producto del fracaso de la campaña de demandas por reformas sociales acaecida en el último lustro de la década del setenta, aunque no descarta que desde antes se pensara en una revolución independentista por parte del liderazgo del movimiento:

“El programa realizado por las autoridades rebeldes –si es que podemos sacar conclusiones de sus formas de actuar- preveía la creación de un Estado independiente, del reino del Perú con el Inca, heredero como soberano. Según el bando real de J. G. Túpac Amaru, no proclamado y encontrado por los españoles en sus baúles, el estado en cuestión abarcaría todas las posesiones españolas en América del Sur, sin Venezuela”.66.

Los sublevados radicales provenían de las comunidades indias de la sierra y la altiplanicie, a los que se sumaban criollos empobrecidos, mestizos, cholos y otras castas. Sus actividades económicas contemplaban originalmente hacendados, escribanos, chacareros y artesanos, oficios que respondían a las necesidades impuestas por la cercanía con la ruta comercial Cuzco-Potosí67. El liderazgo rebelde posteriormente intentó

66 SZEMINSKI, JAN; Op. Cit.; p. 241. Al respecto conviene agregar que dicho plan fue originalmente diseñado para hacerlo público en los territorios liberados. 67 Los objetivos del movimiento variaron según los orígenes sociales, estatus y actividad económica de sus miembros lo que constituyó uno de los flancos débiles del mismo. 52

satisfacer las demandas de su base leal y mayoritaria, indígena y chola, con lo cual instituciones de opresión y dominio, como la mita minera, fueron suprimidas; despojando a las haciendas de parte importante de su mano de obra. Aún cuando las autoridades rebeldes de Tinta intentaron no chocar frontalmente con los hacendados criollos, mediante la declaración de intangibilidad de sus bienes, no podían garantizar dicha promesa habida cuenta que la gran propiedad había surgido entre los siglos XVII y XVIII en zonas litigiosas en las cuales los indígenas se consideraban los verdaderos dueños de la tierra. La fuerte presencia de campesinos indígenas indisciplinados en el campo insurrecto terminó por cancelar cualquier colaboración entre el liderazgo rebelde y los hacendados criollos. Como se aprecia el discurso anti-español, amplio e inclusivo, no fue suficiente para aunar las fuerzas internas en contra del poder colonial. Túpac Amaru fue ejecutado, y aún así la rebelión continuó agitándose en las provincias meridionales y del altiplano. Incluso la sublevación altiplánica aymará alcanzó La Paz bajo la amenaza de expropiación de la gran propiedad y la abolición efectiva de la esclavitud, situación que le permitió compensar a las bajas de su menguada tropa con el enrolamiento de negros y mulatos.

Dicha rebelión expresó una polarización social de castas y capas antes que de autonomía del poder colonial extranjero. Lo anterior fue efectivo por el liderazgo radicalizado de Julian Apasa Túpac Catari, indio de Ayoayo (provincia de Sicasica), antiguo comerciante itinerante con participación en la red de arrería zonal, que una vez desaparecidos los Catari tomó la dirección del levantamiento aymará del altiplano para proseguir el levantamiento. Como explica Hidalgo:

“La muerte de Catari es seguida en Chayanta y en otros sectores del sur andino por movimientos que se van a caracterizar por su violencia, por una fuerte esperanza mesiánica o milenaria e incluso por una actitud iconoclasta o herejías en términos cristianos, pero también por el surgimiento de una nueva escala de valores, con fuerte énfasis en la herencia y valor de los antepasados68”..

68 HIDALGO, JORGE; Op. Cit.; p. 126. 53

Julian Apasa fue reconocido por sus seguidores como la reencarnación de los Tomás Catari, por lo que el indígena cambió su nombre a Túpac Catari, indicando continuidad con los Catari y con Túpac Amaru, incorporando una dosis de “inmortalidad”. Dicha metáfora apunto a que los antepasados y los caídos en levantamiento quedaban cubiertos por la redención mesiánica, una suspensión del tiempo, en que dichos muertos pasaban a convertirse en seres inmortales que se identificaban con sus líderes del momento. Simultáneamente, algunas comunidades esperaban que todos los caídos que participaron en el levantamiento resucitaran en plazos que iban desde los tres días de muertos (una vez más al igual que la resurrección de Cristo) mientas otros grupos esperaban una resurrección masiva una vez acabaran las hostilidades y se lograran las metas69. Toda la rebelión fue interpretada en una clave mesiánica que identificaba la violencia con los albores del Pachacuti que alteraría el orden cósmico para restablecer del orden original.

El ejército de Túpac Catari fue intencionalmente desprovisto de componentes elitistas en su liderazgo, como caciques y criollos, basándose más bien en representantes de la comunidad indígena, que extendieron el sentimiento revanchista anti-español a una lectura anti-criolla. Lo anterior se refleja en el mayor rango de espontaneidad de los alzados altiplánicos, que bajo el comando de Túpac Catari, incluso deliberaron organizados en 24 cabildos acerca de los problemas concernientes a la guerra y la paz, según Jorge Hidalgo70. A su vez, y aun cuando el supremo liderazgo rebelde Cuzqueño no llegó a equiparar discursivamente las divisiones sociales con una determinada cultura -ya fuera esta de raigambre indígena, española o mestiza- si llegó a transformar el movimiento en una

“Guerra revolucionaria contra la oligarquía terrateniente en formación. Se convirtió en una guerra más campesina e india aunque siguió siendo una guerra por la independencia.”71

69 HIDALGO, JORGE, Op. Cit.; p. 128-129. 70 HIDALGO, JORGE; Op. Cit. 71 SZEMINSKI, JAN, Op. Cit.; p. 251. Cfr con LYNCH, JOHN; Op. Cit, pp. 31-32, quien contrasta la posición de Szeminski manifestándose en contra del carácter independentista del movimiento de Túpac Amaru. En tanto que Lewin reafirma que las declaraciones de Túpac Amaru contenían velados anuncios separatistas, que se manifestaban casi abiertamente cuando la rebelión alcanzaba éxitos. Para Lewin, criollos e indígenas 54

Lo anterior encuentra plenitud en el conjunto de expectativas utópicas andinas de las bases sociales del movimiento rebelde:

“Las masas anhelaban la vuelta a ese Tahuantinsuyo que la imaginación popular había recreado con los rasgos de una sociedad igualitaria, un mundo homogéneo compuesto sólo por runas (campesinos andinos) donde no existirían ni grandes comerciantes, ni autoridades coloniales, ni haciendas, ni minas, y quienes eran hasta entonces parias miserables volverían a decidir su destino: la imagen clásica de las revoluciones populares como la inversión de la realidad, la tortilla que se voltea, el mundo al revés”72.

En consecuencia, la composición social mayoritaria de los movimientos revolucionarios de fines del siglo XVIII terminaron por priorizar la parte del programa referida a terminar con el régimen de privilegios y discriminaciones que había favorecido históricamente a blancos y criollos por sobre cualquier otra casta. El objetivo final fue acabar con el sometimiento aborigen y el círculo vicioso de explotación, inferiorización y dominio. Por lo tanto y habida cuenta el renovado carácter social y étnico revolucionario radical, fue reforzado el papel de la utopía andina como eje articulador de las expectativas de cambio con que las bases del movimiento soñaban. Estas evocaron una y otra vez el pasado precolonial en que la centralización burocrática y la presión fiscal eran ignotas, simbolizado míticamente en el reinado del Inca. De allí que en el extremo septentrional de la sublevación aparecieran documentos que designaban a Túpac Amaru como Inca monarca de las indias73. Complementariamente en la sección sur de la rebelión, correspondiente al área de influencia paceña (Tacna y Arica), la última etapa revolucionaria verificó los excesos típicos de los movimientos utópicos milenaristas que intentan abrogar la moral tradicional y su aparato ritualístico, por considerar sus adherentes que se encontraban en el periodo previo a la instauración de los tiempos nuevos, un momento sin reglas y

contemporáneos a la rebelión estaban convencidos de que se trataba de un movimiento orientado a romper los lazos con la metrópolis. Véase LEWIN, BOLESLAO; Op. Cit.; p. 417- 419. 72 FLORES GALINDO, ALBERTO; Op. Cit.; p. 117. 73 LEWIN, BOLESLAO; Op. Cit.; p. 420-421. 55

límites. Junto a la emblemática oposición binaria entre extranjero y nativo, emergió la del poderoso frente al oprimido o marginado, para concluir en la de blanco/cristiano y no blanco/no cristiano. Mientras a las primeras series se les asignó el lugar de la cultura de la muerte, lo que significaba que debía perecer, la segunda correspondía a la vida y al nuevo poder. Por cierto que este radicalismo expresó el anhelo de un trastrocamiento completo del orden político e ideológico vigente, lo que animó a pueblos tradicionalmente sometidos y explotados a dejar la pasividad para entrar en la acción política.

Sin embargo, Szeminski reitera que a pesar del carácter mayoritariamente campesino e indígena del movimiento esto no equivalió a una intención de restaurar completamente todos los modelos prehispanos por parte de los líderes mestizos. Aunque los hacendados fueron combatidos y las autoridades españolas expulsadas, se mantuvieron la tecnología, la tributación e incluso la Iglesia. Para el liderazgo, a excepción de Tomás Catari, la lucha antiespañola fue más bien una manifestación del anhelo de abolir las barreras sociales y económicas propias del sistema colonial antes del deseo de restaurar omni-comprensivamente el pasado. Nuestra sospecha es que fue necesario despertar la memoria presente de un pretérito idílico para potenciar el concurso de los indígenas, quienes esperaban –como dijimos- que el retorno del Inca al centro cuzqueño mediatizaría la resurrección general de antepasados y caídos.

Una vez derrotado el esfuerzo rebelde fueron suprimidas las tradiciones vernaculares indígenas y cualquier práctica de recuperación del Estado incaico. En consecuencia fue decretada la hispanización compulsiva, siendo fortalecida la administración colonial. Tal vez la única ganancia rebelde fue la supresión del cargo de corregidor. Los pequeños propietarios indígenas fueron diezmados y a los sobrevivientes fue impuesta la des- indigenización abrogándose el derecho a usar prendas nativos, antiguos símbolos de distinción. Como consecuencia, la clase noble indígena, más resistente a la asimilación, debió abandonar sus insignias indumentarias de posición social y reemplazarlas por atavíos españoles. En adelante sólo podían aspirar a transformarse en criollos o mestizos. Mientas que los grupos indígenas desplazados de su lugar de origen fueron obligados a disolver su identidad en la categoría de “cholo”, proceso que se consolidaría 56

con la República. Como explica Bartolomé, es el momento en que los indígenas son compulsivamente descaracterizados, alienados hasta el punto de ser obligados coercitivamente a renunciar a si mismos74, todo en aras de la asimilación digestiva al modelo de identidad propuesto desde los grupos dominantes. Sólo las comunidades indígenas de propiedad comunal subsistieron como un vestigio de épocas pasadas, aunque carentes de instituciones representativas que velaran por la continuidad de su lengua, cultura y tradiciones quechuas y aymarás, por citar sólo algunas.

Bajo la modernizada administración borbónica post-rebelión tupacamarista fue consagrado el clivaje de larga duración entre la cultura de la Costa y de la Sierra, decantando el renovado eje dominante-dominado en un virreinato peruano que asimilaría en adelante toda tradición aborigen a la matriz europea. Como concluye Szeminski:

“Los años 1780 y 1781 fue liquidado el Tahuantinsuyo existente bajo el cetro de los reyes españoles y en su lugar surgieron sociedades neocoloniales que hoy evolucionan en el Perú, Bolivia y Ecuador”75

Dicha aseveración es confirmada desde la antropología. Es que aunque hacia el fin del período de rebeliones masivas que caracterizó el siglo XVIII, junto con la última etapa de la colonia, una gran parte de indígenas vivía aún en la “república de indios”, bajo un régimen proteccionista y, en cierto sentido, segregacionista. Sin embargo algo había comenzado a cambiar. Según Marzal,

“Muchos indios han cruzado la frontera cultural de su comunidad para incorporarse a la gran hacienda, que continúa desarrollándose como apoyo a la minería o a la vida de la ciudad”76

La vuelta de tuerca provocada por la españolización obligatoria reforzaría los mitos restauracionistas del paraíso perdido incásico, bajo el

74 BARTOLOMÉ, MIGUEL ALBERTO; “Los nuevos procesos de construcción nacionalista”; pp. 9 – 27; Revista Academia de Humanismo Cristiano, N° 8, Santiago; noviembre de 2003; p. 18. 75 SZEMINSKI, JAN; Op. Cit.; p. 254-255. 76 MARZAL, MANUEL; Historia de la antropología indigenista: México y Perú; Editorial Regional de Extremadura- Editorial Anthropos; Mérida – Barcelona; 1993; p. 50. 57

rótulo de las utopías andinas que reaparecerían porfiadamente en el siglo XIX, particularmente en momentos de crisis como las guerras de independencia o durante la invasión de los tercios chilenos en la Guerra del Pacífico. Adicionalmente, después de la rebelión de Túpac Amaru en el siglo XVIII y las guerras de emancipación, la aristocracia criolla asumió la jefatura completa del nuevo Estado –agregando el poder político al control económico y la primacía social y étnica- percibiéndose a si misma como más próxima al círculo de poder peninsular de la Colonia que a los propios indígenas y mestizos que conformaban la mayoría de la población sobre la cual se fundaría el primitivo estado nacional peruano.

La emancipación criolla jamás puso en tela de juicio el statu quo social impuesto con el arribo europeo de 1532. Aunque la independencia abolió el régimen diferenciador de lo indígena (el nombre, el tributo, el servicio personal -aunque sólo temporalmente-, la propiedad comunal y los cacicazgos), proclamando el fin de las categorías particulares y su reemplazo por la noción de ciudadanos del Perú, no significó ni de lejos la emergencia de una moderna identidad nacional peruana, sino que más bien la continuidad del legado colonial en cuanto a la segmentación rígidamente jerárquica y acentuadamente dependiente del campesinado y los indígenas respecto de los sectores dominantes. Cotler, al referirse a la república peruana, afirma:

“La otra faceta de la herencia colonial es la persistencia de las relaciones coloniales de explotación de la población indígena. Desde la conquista española esta población ha sido explotada bajo distintas modalidades precapitalistas, mediante la intervención de mecanismos de coacción extra-económicos que suponen la dominación de una clase con definidas connotaciones étnicas -en el sentido social y cultural del término- sobre otras, llámense indios, negros, y por último asiáticos. De ahí que las relaciones sociales de dominación en el Perú estén cargadas de un fuerte ingrediente de naturaleza étnica”77

77 COTLER, JULIO; Clases, Estado y Nación en el Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima; Tercera Edición, junio, 2005, p. 336. 58

Con lo anterior se consolidaba la posición de la oligarquía criolla blanca, que había sido refractaria al proceso emancipador, lo que explica la ausencia de líderes nacionales de primera hora, a la manera de “héroes de la independencia”. Con ello se privó al Perú de la primera hornada de símbolos integradores que caracterizaron a las nacientes repúblicas78. En su lugar, las bases sociales campesinas seguían esperando la misteriosa aparición de un líder mesiánico.

Precisamente, el levantamiento de Atusparia iniciado el 5 de marzo de 1885 en el Callejón de Huaylas significó otro momento de rebelión, que aunque sin demasiada prolongación temporal y acotado espacialmente expresó cierta continuidad con la protesta anticolonialista del siglo XVIII. El líder indígena aprovechó su ascendencia étnica, su calidad de notable en su comunidad, así como los vínculos derivados de su oficio de artesano –lo que lo convertía en un campesino indígena urbanizado- para movilizar a campesinos, sectores urbanos mestizo-criollos e inclusive terratenientes insatisfechos. Su doble condición de campesino y artesano urbano le permitía la suficiente plasticidad para interactuar tanto con el mundo social rural, ya fuera su centro o periferia, como con la sociedad de la micro-urbe.

El alcalde pedáneo del barrio de la Restauración, una de las dos subdivisiones del distrito de Huaraz, atacó la contribución personal de los campesinos en dinero y el servicio forzoso, el incremento de los gravámenes y cargas fiscales, y el maltrato a las autoridades comunitarias, todos eventos personalizados en los representantes locales del gobierno central del gobernante Iglesias, confiriéndole el carácter la típica revuelta antifiscal gregaria de alianzas amplias socialmente. No hay que olvidar que el Perú era asolado por una de las más crisis más profundas de su historia luego de su derrota en la Guerra del Pacífico lo que explica que la cuestión fiscal actuara como catalizador del movimiento de protesta. Sin embargo, es necesario reconocer con Stein que fue más que protesta antifiscal, más bien un movimiento popular que incluyó al sector urbano descontento referido y sus clientes rurales sistemáticamente empobrecidos por las cargas de todo

78 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 121. 59

tipo79. Al igual que un siglo antes con el levantamiento de Túpac Amaru fue un movimiento genuinamente popular porque contempló la presencia activa de campesinos, artesanos y pequeños comerciantes, e incluso pequeños y medianos terratenientes mestizos criollos80. Precisamente por la diversidad de la composición podía ser sucesivamente y simultáneamente una revuelta antifiscal, lucha de estamentos, levantamiento milenarista, e incluso una revolución, dependiendo cual sea el sector y el momento del movimiento que se observe.

La que había comenzado como una revuelta antifiscal unificadora, fue desbordada por la acción de la base campesina harta de la contribución personal altamente gravosa que no hacia sino perpetuar su precariedad económica, al tiempo que constituía el principal pilar de los ingreso públicos. Aunque Cáceres había decretado la abolición de dicha figura en septiembre de 1882, la medida fue temporal por lo que de hecho los sectores más desposeídos campesinos continuaron contribuyendo con el servicio personal para realizar las tareas de “la república”, por lo que los grupos campesinos rebeldes radicalizados lucharon por la transformación de la estructura social antes que la simple omisión de un tributo o el cambio de gobernante de turno, lo que requería la autonomización del sector urbano. Y aunque la utopía urbana y el mito campesino coincidían en la reproducción social simple de contenidos que empapaban a la sociedad, las divergencias aparecían con el rechazo campesino a cualquier cambio económico que interrumpiera la costumbre, interpretado como progreso para los citadinos. Mientras estos apuntaban a maximizar los beneficios del mercado, los primeros luchaban por conservar la primacía de la reciprocidad y redistribución. Así las cosas la coalición era inevitable.

Estas diferencias se proyectaban sobre la decodificación mítica de uno y otro grupo. Los mestizos criollos urbanos manipularon la simbología andina para levantar la “restauración incaica” como divisa pletórica de rasgos modernos en que ellos ejercerían el liderazgo y no las elites consideradas blancas que tradicionalmente habían detentado el poder. Un lema para consumo de sectores no campesinos que -sin embargo- tenía una

79 STEIN, WILLIAM; El Levantamiento de Atusparia, Mosca Azul Editores; Lima; 1988.; p. 73. 80 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; p. 303. 60

alta significación para un mundo rural a la espera que se diera vuelta la tortilla completa y no sólo sus condimentos. Quizás por eso el movimiento rural, a la vez que factor explicativo de su pasividad, respondía con más fuerza a la expectativa mesiánica de un Inkarri, personaje portador de una aguda crisis que desembocaría en un mundo volteándose.

Conocedores de ello los patrones mestizos supieron explotar las que consideraban ficciones de sus clientes campesinos bajo una lógica populista-estamental. La dimensión cíclica de las demandas campesinos favoreció la reproducción de dicha lógica.

En dicho contexto, preñado por cruces de decodificaciones y manipulación míticas. operó la identificación del Inca con Atusparía, documentada a través de notas periodísticas por Stein81. La dirigencia urbana y mestizo criolla tomó nota y aunque evocó al Inca y al Tahuantinsuyo como recursos apelativos a los grupos rurales, o tradición inventada82, se cuidó de no insuflar el culto de crisis centrado en el hijo del Inca, precisamente para no despertar más dudas de los sectores no campesinos.

Finalmente comerciantes y medianos terratenientes, mejor posicionados en la coalición rebelde, temerosos de los ataques a la propiedad privada reaccionaron estamentalmente desahuciando su alianza y pactando con el poder. Simultáneamente, las prácticas ancestrales del campo ligadas al ciclo anual de siembras y cosechas coadyuvaron en la mitigación del caudal revolucionario campesino83.

Luego de convocar al jefe rebelde, Pedro Cochachín –al igual que el un campesino urbanizado que desempeño el arrieraje lo que lo conecto con diversas localidades- y de reconocer al mestizo Manuel Mosquera Arévalo como prefecto del departamento de Ancash y a Luis Felipe Montestruque como secretario general del movimiento, los primeros días de marzo,

81 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; p. 249, 271. 82 HOBSBAWM, ERIC; “Introduction: inventing traditions”; en HOBSBAWM, ERIC y RANGER, TERENCE (eds.); The Invention of Tradition; Cambridge University Press; Cambridge, England; 1983. 83 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; p. 91. 61

Atusparia logró aunar una coalición que controló el Callejón de Huaylas hasta el 3 de mayo, fecha en la que el coronel José Iraola entró a Huaraz. Hacia septiembre de dicho año se disolvieron los últimos grupos insurgentes leales a Cochachín, quien fue capturado y ejecutado.

La participación campesina en el movimiento rebelde estaba inspirada en la resistencia cacerista contra la ocupación chilena, seguramente acicateada por la prédica proto nacional populista del que llamaban “Tayta”84, pero al momento que Cáceres se enfrentó contra Iglesias fue necesario demostrar al bloque dominante su rechazo a cualquier reacción contra los facineroso,

“Ahora pasaba a ser políticamente imprescindible desmovilizarlos. Y la prédica nacionalista debería dejar su lugar a la defensa del orden”

Y aunque la prolongación temporal de movimiento fue mermada por el poder y las tendencias cíclicas anuales y locales del campesinado, asociadas a las actividades agrícolas y sus rituales religiosos, enfatizando la repetición continua de contenidos más que un proceso transformador, la radicalidad revolucionaria se manifestó en plenitud en el intento de desintegrar el orden social servil y la resistencia a dejar en el sector urbano criollo mestizo la dirección del movimiento85.

Ese fue el sello andino de los movimientos de resistencia campesina del Perú en un continuo que va desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX. Pero también lo sería su lógica de alianza con el liderazgo de otros sectores sociales para constituir un amplio movimiento de protestar contra el orden imperante considerado oprobioso.

Algunas consideraciones

Como se explicitó, la conquista significó para los andinos algo más que la mera ocupación de su territorio por los conquistadores, la desorganización total de su universo de significaciones, una verdadera

84 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; p. 98. 85 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; p. 326. 62

catástrofe cósmica desde sus relatos apocalípticos. Dicho evento fue leído míticamente como la verificación práctica de significados previamente codificados que hablaban de fin de mundo, universo al revés, opuestos y reintegración de la justicia, todo en ciclos sucesivos. En dicho contexto emergió la utopía andina que comprendió la conquista ibérica de los Andes como la inversión artificial del orden natural divino, acarreando el caos y el desorden, y deviniendo en un mundo al revés.

Desde esta perspectiva, los mitos socio-políticos andinos corresponden al terreno no avasallado por el vencedor, en tanto expresión profunda del ethos cultural de las poblaciones colonizadas. De esta manera, la cultura andina se organizó espacio-temporalmente en torno al rito cíclico de la renovación de la vida y del compromiso social de reciprocidad asimétrica entre sus comunidades y el Inca, la conquista europea portadora del fin de su orden fue leída en clave mitológica, siendo los españoles incorporados a una estructura de representaciones que prometían un período de caos antes de la reinstauración definitiva de una sociedad de bienestar y comunidad de iguales.

La apelación al Inca de raigambre mesiánica y finalidad soteriológica fue conscientemente dirigida a la turba, como testimonian cartas y bandos de Túpac Amaru II, sin embargo de las mismas fuentes se desprende que el reino imaginado guardaba sólo parcial relación con el diseño político de Huayna Capac, y más bien se asemejaba a las monarquías europeas, aunque por cierto, en su cúspide se ubicaba un nativo, indígena o mestizo criollo. Millones lo explican en la duplicidad del mensaje, con un sentido mítico mesiánico para los campesinos y otro tipo de perfiles para criollos y mestizos86.

Si nos concentramos en el mito campesino, la utopía andina se alojó en un espacio atemporal que cruzó la transformación cultural para expresar el común anhelo de trascendencia en su forma específica de vida, y del sueño colectivo de trocar lo imperfecto en perfecto. Este remanente cultural se depositó en el reservorio memorístico o memoria colectiva donde

86 MILLONES, LUIS; “Sociedad indígena e identidad nacional” en ARROSPIDE DE LA FLOR, CESAR.; Perú: identidad nacional; Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación; Lima; 1979; p. 73-74 63

confluyeron experiencias, relatos y sueños compartidos, cristalizando en la esperanza común de los sectores subordinados de transformación del mundo vivido para una emancipación social.

Los períodos de cambio y transición, como el acometido por las reformas modernizadoras borbónicas, son a menudo acompañados por inestabilidad política y económica e inseguridad social, condiciones favorables para que diversos mitos re-emergieran, capturando la atención e imaginación de los sectores desarraigados o marginales. Los antiguos mitos, también llamados mitos tradicionales, aún aquellos de épocas remotas, fueron reformulados, fungiendo como respuestas a los sentimientos de discontinuidad y fragmentación de las comunidades tradicionales. De esta forma, la idea del retorno del inca no brotó de manera espontánea en el área andina. No se trató de una reacción mecánica a la dominación colonial sino que un ejercicio de reconstrucción de la memoria de los sometidos que re- elabora un pasado para transformarlo en un rasgo identitario presente.

Los mitos no sólo ofrecieron explicaciones relativamente fáciles para percibir las fallas del sistema o reconocer a las víctimas sino que también incentivaron a grupos étnicamente diversos para actuar social y políticamente concertados. Lo anterior no sólo explica el atractivo de los mitos para el liderazgo político vigente o sistémico, sino que también que su enorme eficacia para liderazgos alternativos, populares, contestatarios y rebeldes. Ello porque los mitos actúan como elementos vinculantes entre los orígenes étnicos y la historia específica de las naciones y otros grupos étnicos.

La imaginación colectiva andina ubicó la sociedad ideal en el período histórico anterior a la llegada de los conquistadores españoles. El milenio dorado pretérito fue relacionado con una época de un imperio en que no existían desigualdades, carestía, ni mucho menos la violenta imposición de modelos extranjeros. Los incas dejaron de ser una monarquía para constituirse en la síntesis simbólica de redención y prosperidad social. En consecuencia su regreso era sentido y vivido por las comunidades de la sierra y el altiplano, pero también entre los pobres de las primitivas urbes, expulsados desde sus comunidades vernáculas. Movimientos resistentes tan 64

disímiles como el del Inca de Vilcabamba, el levantamiento de Juan Santos Atahualpa o la gran rebelión de Túpac Amaru se sustentaron en una espera vigilante en el restablecimiento del orden andino perdido. Fue la contracción del tiempo para abolir el poder.

En consecuencia, las insurrecciones andinas, fueran de corte sociorreligioso o laico, se apoyaron en la tradición de pensamiento utópico y de las creencias mitológicas del indígena colonizado. Emerge así una práctica resistente a la asimilación cultural digestiva europea de raigambre mítica-utópica, clave del impulso rebelde andino, que se expresó históricamente por medio de intentos de cambiar radicalmente el orden social de acuerdo a sus expectativas y aspiraciones. La violencia política asumió entonces contornos que obedecen al patrón de guerra revolucionaria87, en contra de un Estado elitista, segregacionista y excluyente que asimiló un discurso racista anti-indígena, minorizando a las mayorías, en favor de preservar el poder para el grupo dominante blanco. Frente a ello la utopía andina fue para las comunidades campesinas andinas -más débiles frente al poder del Estado aunque no por ello menos resistentes- una verdadera constelación de sentidos y proyectos que les permitió desplegar su crítica contingente y lo más relevante, una propuesta de transformación social. De esta manera, el profundo deseo de alteridad se materializó en un ejercicio crítico del presente y su propensión a la transformación que se abre a una emancipación social sin fractura con el pasado. El hombre andino de ayer, hoy y siempre ante nuevas situaciones.

La denominada gran rebelión de Túpac Amaru expresó la continuidad del pensamiento y acción andino superviviente en la comunidad campesina más allá de los siglos de dominio colonial español, y cuyo epicentro geográfico fue la región surandina coincidentemente la capital del antiguo Imperio Inca. Esta comunidad incipiente de resistencia y protestas se expresó en principio como afirmación de un renacimiento: en relación con la imagen, ideológicamente reconstruida, de una comunidad desaparecida en

87 MANRIQUE, NELSON; Op. Cit; p. 48. Manrique propone que la violencia política en el Perú es la expresión de una crisis social muy profunda que condensa y articula múltiples crisis El autor las sintetiza en cinco grandes crisis: de representación, económica, del proyecto de modernización, de privatización del Estado y la fractura colonial. 65

la historia, pero cuya memoria se pretendía recuperar mediante la exaltación de su grandeza pasada y la legitimación de la lucha por su resurrección.

La gran revuelta de Túpac Amaru colaboró en el proceso general de toma de conciencia por parte de las bases del movimiento de sus diferencias con toda autoridad extranjera. Con ello se instaló una opinión contraria al sistema tradicional, que más tarde decantaría en una conciencia crítica de la colonia, cristalizada en torno a la reafirmación de una identidad propia respecto de los códigos impuestos. Lo anterior no significa negar que este movimiento no contara con influencia de origen no indígena. Siguiendo a Lynch:

“El manifiesto de Túpac Amaru más bien expresaba conceptos criollos que indios: eran las ideas de un dirigente precoz, no las de un indio propiamente dicho”88.

El mensaje radical y anticolonial que impregnó al movimiento de Túpac Amaru, demandando originalmente una reforma y que posteriormente reclamó el derecho a transformar la realidad, incluyó el deseo de erradicación de los colonizadores y la recuperación de un modo de vida malogrado.

Sin embargo, la propia idea de autonomización social resultaba más revolucionaria que cualquier emancipación política. El proyecto de Túpac Amaru levantó un programa alternativo al sistema de estamentos basado en consideraciones étnicas de tipo segregacionistas. La república de indios, equivalente al régimen de castas (los archivos parroquiales consignaban detalladamente, en cada partido de bautismo, matrimonio o muerte, la condición de indio, de mestizo o de criollo) tenía su núcleo en la propiedad comunal, en el tributo y en el servicio personal. En contraste el proyecto de Túpac Amaru tenía una fuerte dosis de inclusividad verificada en la convocatoria de indígenas, mestizos, negros y ciertos criollos, para aislar al grupo detentador del poder, españoles peninsulares y sus descendientes directos.

88 LYNCH, JOHN; Op. Cit.; p. 33. 66

Así, las rebeliones tuvieron el mérito adicional de aglutinar a la sociedad hiper-segmentada de castas del Perú colonial en un grupo omnicomprensivo. Desarraigados, marginados y explotados constituyeron los expulsados de los beneficios compartidos que supone toda comunidad y que trasciende los derechos civiles y políticos. Dicha cuestión constituye hasta la actualidad una fractura social no resuelta:

“El orden impuesto por la dominación colonial española estaba fundado en la opresión y la explotación de la mayoría de la población, los indígenas, en nombre de una supuesta inferioridad racial”.89.

El orden europeo instaló la inferiorización del indígena, como justificación de los privilegios sociales y políticos que gozaba el grupo dominante, y la consiguiente exclusión del resto de la población del goce de ciertos derechos políticos, culturales y sociales. Se trata de un proceso de “naturalización” de las desigualdades sociales que cristalizó en la emergencia de un sistema de estratos generados por diversas razas, que se tradujo en un franco racismo. Para la aristocracia criolla costeña, la vida digna era la blanca y la sub-vida indigna era la que acompañaba la oscurización de la piel. La exclusión basada en la identidad racial se hizo fluida, relacional y socialmente determinada por un sistema institucional que se apoyó en la legitimación de la asimetría del tratamiento a partir de grupos étnicos asimilados a estamentos y castas separados.

Dichas formas de discriminación étnica y racial se arraigaron socialmente, constituyéndose en un elemento catalizador para la génesis de un resentimiento de lo excluidos que respondieron reforzando su creencia en la referida utopía andina. El mensaje que portaba el mito no se perdería en los tiempos con el establecimiento del Estado peruano, por el contrario, se hizo trans-generacional y quedar disponible para que nuevas bases sociales bajo condiciones de represión y crisis acudieran a su registro. La utopía andina fue la simiente de las futuras lealtades sociales, étnicas o comunitarias de mujeres y hombres vinculados a comunidades subalternas que se continuaría expresando bajo nuevos liderazgos a menudo de corte populista.

89 MANRIQUE, NELSON; Op. Cit.; p. 290. 67

Capítulo II: La Experiencia Nacional Popular y la década de los partidos

“En esencia, la revolución se hizo porque la Fuerza Armada se convenció de que las reformas profundas que el Perú necesitaba y necesita, eran imposibles dentro de los moldes del sistema tradicional que siempre rigió nuestra patria (…) Una caduca estructura financiera, que de muy poco sirvió a millones de peruanos, fue utilizada para dar visos de legalidad a la injusticia social” (Juan Velasco Alvarado90)

Antecedentes

A fines del siglo XIX el mundo rural del Perú continuaba experimentando los rigores de un sistema que de alguna manera vinculaba al campesino a la tierra y que fue descrito como “feudalización de las relaciones” o simplemente denominado “gamonalismo” por los propios peruanos. En la práctica implico un tipo de sociedad estamental de vínculos socio-económicos típicamente señoriales-vasalláticos.

Durante la Guerra del Pacífico, en la que Chile invadió parte del territorio peruano, el Perú había demostrado disponer de un fuerte potencial para detonar identidades de resistencia de diferente raigambre a partir del discurso utópico andino, en las que diversos autores creyeron ver el despertar de una conciencia nacional campesina. Heraclio Bonilla, citando el trabajo de Nelson Manrique refiere el incipiente nacionalismo campesino serrano que se habría producido durante la Guerra del Pacífico como resultado de la convergencia de una doble situación:

“On the one hand, the extortions imposed by the occupying Chilean army and, on the other, the efforts of Cáceres to organize the resistance of the peasantry”91

Sin embargo, el propio Bonilla descartó el derrotero nacionalista al asumir que se trató más bien de un hecho que se vivió con intensidad en la región de la Sierra Central, la que precisamente mantenía contactos comerciales regulares con Lima y la Costa. En contraste, en la mayoría de

90 VELASCO ALVARADO, JUAN; Op. Cit, pp. 37 y 113. 91 BONILLA, HERACLIO; “The Indian Peasentry and “” during the War with Chile” en STERN, STEVE (ed.); Resistance, rebellion, and consciousness in the Andean Peasant World. 18th to 20th centuries; University of Wisconsin, Madison; 1987; p. 225. 68

las zonas rurales los campesinos montoneros se mostraron más bien como adherentes pasivos, cuando no indiferentes, al credo nacional. De acuerdo con lo anterior la lucha del campesinado durante la guerra del Pacífico respondió a su anhelo de consolidación de la autarquía y el particularismo de las comunidades92, es decir orientándose más bien hacia el tribalismo93, tendencia más bien opuesta a la construcción de las naciones modernas. Según William Stein lo mismo puede decirse respecto al grupo mestizo criollo de pequeños burgueses y terratenientes que lideró la resistencia contra la ocupación chilena, cuyo icono fue el propio Andrés Avelino Cáceres. Después de la salida de los ejércitos extranjeros, la convergencia final de éste con los grandes terratenientes y el desaire del caudillo a la resistencia montonera a la ocupación chilena tuvo por corolario su defensa del antiguo orden94. Más que un interés de desarrollar entre sus partidarios y adherentes un alto grado de conciencia nacional Cáceres respondió a su objetivo de otorgar coherencia estatal a la dirección de un país asolapo por la guerra contra la intervención extranjera y desgarrado por conflictos internos. En definitiva, la conciencia política que se necesitó en una sublevación para rechazar a un extranjero fue inferior a la que requeriría la consolidación de una identidad que se auto-percibe y se define a si misma subrayando las diferencia con la alteridad, y que podría ser capaz de rebelarse contra la autoridad legítima95. Como explica Connor:

“Pueblos que todavía no son conscientes de pertenecer a un elemento étnico más amplio. La conciencia de grupo a la que se refiere –un nivel bastante bajo de solidaridad étnica que se genera en un sector de elemento étnico al enfrentarse a un elemento extranjero- no tiene por qué ser relevante desde un punto de vista político y está más cerca de la xenofobia que del nacionalismo.”96

92 MANRIQUE, JORGE; Las guerrillas indígenas en la guerra con Chile; CIC; Lima; 1981; pp. 383-385. 93 Para el concepto véase CONNOR, WALKER; Etnonacionalismo; Editorial Trama; Madrid; 1998 (Primera edición en español); pp. 105-106. 94 STEIN, WILLIAM; El Levantamiento de Atusparía; Mosca Azul Editores; Lima; 1988; pp. 101-102. 95 HOBSBAWM, ERIC, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales siglos XIX y XX; Crítica Ediciones; Barcelona; 2001; p. 114. 96 CONNOR, WALKER; Op. Cit.; p. 100. 69

En otras palabras, a rebelión contra el extranjero no necesitaba un alto grado de conciencia nacional.

Hacia el cambio del siglo (XIX – XX) Manuel González Prada advirtió la crisis de legitimación del Estado y la ausencia de identificación nacional por parte de amplios sectores poblacionales. El Perú había nacido, al igual que otros estados latinoamericanos, sin representar las identidades de la abrumadora mayoría de la población. Desde dicha perspectiva, González Prada comprendió las razones que explicaban la derrota del Perú en la Guerra del Pacífico. Era responsabilidad directa de los altos mandos militares, terratenientes y comerciantes, todos partes de una vieja oligarquía criolla blanca que había antepuesto sus intereses en forma corporativa antes que los de la nación. En consecuencia, propuso cambiar radicalmente la sociedad y la política del Perú adaptándola al modelo democrático, requisito en su opinión indispensable para alcanzar la cohesión nacional, y desplazar del poder a la tradicional clase oligárquica peruana. Estas ideas inaugurarían el ciclo político intelectual del moderno discurso anti-sistema97, siendo retomadas más tarde por Mariategui y Haya de la Torre, aunque con nuevos contenidos.

Las energías rebeldes quedaron ahí disponibles, pasivamente, a la espera de que una intervención “desde afuera” de la comunidad -en concordancia con las concepciones milenaristas, que como indica Hobsbawn tienen poco de prácticas, y mucho de utópicas, inclinadas a expresarse en épocas de fermentación social extraordinaria bajo el idioma de la religión apocalíptica98- es decir por revelación divina, por una proclamación que proviniera de las antiguas autoridades, o incluso de un milagro, capaz de abrir el tiempo revolucionario-apocalíptico que restituyera el orden original trastocado desde la conquista.

97 Según Fernández Fontenoy el discurso antisistema se inició entre 1900 y 1930. Véase FERNÁNDEZ FONTENOY, CARLOS; “Partidos antisistema y polarización política en el Perú (1930-1994)” pp. 191-207; en FERNÁNDEZ FONTENOY, CARLOS; Sociedad, Partidos y Estado en el Perú. Estudios sobre la crisis y el cambio; Congreso Peruano de Ciencia Política; Universidad de Lima; Lima; 1995; pp. 195-196. 98 HOBSBAWN, ERIC; Op. Cit.; p. 87. Hay que hacer notar que sin embargo, dichas formas designadas por el historiador inglés como arcaicas, son en su mirada estructuralista consideradas como los antecedentes de los movimientos “nacionales” de masas. 70

Por todo lo anterior es que el discurso milenarista de resistencia indígena andino siguió calando hondo en el alma del habitante de la Sierra. Como explicar de otra manera, que hacia 1915, un oficial militar nombrado comisionado indígena por la administración Billinghurst, de nombre Teodomiro Gutiérrez Cuevas, iniciara una revuelta indígena con el apelativo de Rumi Maqui (mano de piedra) en la región de San José, en Puno, proclamando en Azangaro la restauración del Tahuantinsuyo y proclamándose “General y supremo director de los ejércitos indígenas” de un supuesto Estado federal que resultaría de la fusión étnico castrense de Perú y Bolivia. El líder de la revuelta logró concitar el respaldo de grupos de indígenas en su toma de algunas haciendas en el altiplano99, llamando la atención de los intelectuales que bajo la ideología del progreso hacían una crítica positivista de un Perú tradicional. Aún avanzado el siglo XX.

Ya hacia ese entonces se apreciaba la clara separación de los mundos rurales -del latifundio gamonalista y el del campesinado mestizo e indio- y el urbano. Aunque diversos autores contemporáneos han defendido la cuestión de la dualidad del Perú100, Gustavo y Helene Beyhaut nos hacen ver que la representación dicotómica de la sociedad sintetiza una realidad que se ofrece mucho más compleja –y que recoge los orígenes de los distintos grupos sociales a saber las comunidades indígenas rurales, un campesinado mestizo explotando minifundios, la sobrevivencia de la mano de obra de servicio en las grandes propiedades, a la par del crecimiento de formas de nuevas formas de subordinación rural y urbana101-. Dicha tradición filo- indígena fue asumida por la oligarquía modernizante que no dudó apelar al mundo indígena, como el caso de Augusto Leguía (1919-1930), para mostrar su vinculación con el Perú profundo. La constitución de 1920 puso en el debate público la llamada “cuestión indígena” otorgando al Estado el papel de protección de las etnias aborígenes (artículo 58). Diversas asociaciones indígenas, como la Federación Indígena del Perú, que agrupaba a quechuas

99 CONTRERAS, CARLOS y BRACAMONTE, JORGE; Rumi Maqui en la Sierra Central; Documento de Trabajo Nº 25; Instituto de Estudios Peruanos; Lima. www.iep.org.pe 100 Véase TOURAINE, ALAIN; América Latina, Política y Sociedad, Barcelona; Editorial Paidós, 1989; p. 186. Cfr. con MANSILLA, FELIPE; “La violencia Política en Perú. Un esbozo interdisciplinario de interpretación” en WALDMANN, PETER y REINARES, FERNANDO, Conflictos violentos en América Latina y Europa; Ediciones Paidós Ibérica; Barcelona; 1999; p. 282. 101 BEYHAUT, GUSTAVO Y HELENE; América Latina III. De la Independencia a la segunda guerra mundial; Siglo XXI Editores; México; 1986; p. 205. 71

y aymarás, llegaron a conferirle el título de Viracocha a Leguía. Lo anterior no se tradujo en la disminución del conflicto. Gamonales y campesinos se enfrentaron agudamente entre 1919 y 1920 desbordando a la autoridad del Estado. La exigencia de restitución de tierras por parte de las comunidades fue un grito de lucha, junto con la esperanza que el “mundo se va a voltear” y la promesa mesiánica de “cuando el hijo del inca camine”, todas parte de un tiempo vivido como crisis aguda y preparación para un mundo nuevo102.

Hacia 1923, un líder de origen campesino y obrero de oficio, aymará de Puno, Carlos Condorena, fundó una República Aymara Tahuantinsuyana en Huancané. Con dicho pasó pretendió cristalizar las demandas históricas de la comunidad aymará a saber el respeto a su etnicidad concebida como nación, alcanzar una representación étnica autentica y la autonomización de los gobiernos regionales de quechuas y aymarás. Todas ellas vertidas en la utópica esperanza de crear una sociedad de seres libres de la explotación. Condorena fue nombrado Presidente de la diminuta república y durante cuatro meses decretó la abolición de las haciendas, el reparto de las tierras de los latifundios y la educación bilingüe para los niños. El gobierno reaccionó apresando al Presidente aymará y su gabinete.

En dicho contexto de efervescencia, la intelectualidad de las primeras décadas del siglo XX pareció descubrir en la radicalidad milenarista de la sierra una posibilidad de renovación nacional, o más bien de fundación nacional. Así lo estimaba Luis Valcárcel, cuando en 1927 aseguraba que desde el corazón de los Andes brotaría otra vez la cultura, reconociendo en la sierra la nacionalidad buscada103. José Carlos Mariategui, desde un original examen marxista de inspiración soreliana, aseguró que en el Perú coexistían formas económicas mercantilistas, capitalistas, feudales e incaicas, vinculando la cuestión indígena a la posesión de la tierra. El intelectual consideró que la unidad socio-económica aborigen era el punto de partida para acometer la transformación socialista de la sociedad peruana, lo que equivalió a rescatar de alguna manera toda la tradición vernácula de tres cuartas partes de la población de la República del Perú - hacia ese entonces- y colocarla al servicio de una revolución obrera-

102 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; 251. 103 VALCÁRCEL, LUIS; Tempestad en los Andes; Lima; 1927; pp. 107 y 120. 72

campesina combinada. En su obra “Siete Ensayos sobre la realidad peruana” concluye:

“La sociedad indígena puede mostrarse más o menos primitiva o retardada, pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultura. Y ya la experiencia de los pueblos de Oriente –Japón, Turquía, la misma China- nos ha probado como una sociedad autóctona, después de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos y en muy poco tiempo la vía de la civilización moderna y traducir a su propia lengua las lecciones de los pueblos de Occidente”104

Con este tipo de reificación del mundo indígena desde la intelectualidad, se abrió paso el indigenismo105 -y con él la fusión marxista- indigenista tan representativa de la cultura de izquierda peruana-, discurso que encontró eco en el intelectual y político de Trujillo, Víctor Raúl Haya de la Torre. Con él la impugnación del orden establecido encontró una nueva vía de expresión106, acuñando el término de Indo-américa, para referirse a las raíces aborígenes continentales. Previamente, el movimiento de reforma universitaria impactaría tan profundamente en Haya de la Torre que desde su exilio en México fundaría la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en 1924, de crucial relevancia en la historia contemporánea y uno de los referentes de discurso populista en América del Sur. El referente recreado en Perú como Partido Aprista Peruano en 1929, impulsó una alianza amplia entre trabajadores y clases medias tras un programa antiimperialista, latinoamericanista y pro-nacionalización de la industria y la reforma agraria. La figura de Haya de la Torre representó la quinta esencia del jefe máximo de partido en Perú, un personaje que se sobreponía a todos los procesos de administración partidaria para controlar desde la cúspide

104 MARIATEGUI, JOSÉ CARLOS; Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana; Editorial Universitaria; Santiago; 1955; p 260. 105 El indigenismo se refiere a una corriente de pensamiento elaborada en América Latina, acerca de los aborígenes, pero externa a los mismos. Con el tiempo la reflexión indigenista se constituiría en movimiento que abordaría los diversos ámbitos. Véase “El movimiento Nacional Indígena”, sección, “Las cuatro vertientes: Indigenismo, culturalismo, milenarismo, indianismo”, home page del Congreso Nacional Indígena (www.laneta.apc.org/cni). Cfr. con ZAPATA, CLAUDIA; “Discursos indianistas en México. Hacia una representación del Estado nacional, 1974-2000; en ROJO, GRINOR; Nación, Estado y Cultura en América Latina; Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile; Santiago; 2003; p. 301. 106 RÉÑIQUE, JOSÉ LUIS; La Voluntad encarcelada. Las luminosas trincheras de combate de Sendero Luminoso del Perú; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2003; p. 34. 73

todas las instancias del partido de manera vertical y clientelística107, es decir un genuino caudillo que replicaba el orden jerárquico estamental de la colonia para imponer clientelarmente su voluntad al interior de su partido108, adquiriendo rasgos deificadores al considerársele encarnación del bien o salvador del país109.

Sin embargo el control absoluto del partido no bastaba en sociedades en acelerado crecimiento. Haya de la Torre dispuso que al aprismo se concentrara en el movimiento sindical, ganando día a día influencia como resultado del aumento del contingente obrero en las ciudades peruanas.

Hacia mediados del siglo XX las migraciones de la Sierra a la Costa transformaron el Perú, pasando a ser la franja costera la primera región demográfica (concretamente a mediados de los sesenta), particularmente el área metropolitana correspondiente a Lima, lo que se manifestó en un reforzamiento del centro de atención del orden republicano.

Todos los indicadores –ingresos, prestaciones médicas, grado de escolaridad, la posibilidad misma de la ciudadanía política por medio de la alfabetización- favorecían a las zonas urbanas de la costa en desmedro de la Sierra y la Selva. El éxodo a la ciudad aparecía como la única garantía de progreso, y aunque para miles resulto engañosa, devino prontamente en la andinización de la ciudad110. En una contracción simultánea de la modernización urbana, un nuevo tipo humano surgió, el desarraigado urbano, habitante del cinturón periférico de las grandes ciudades –Lima particularmente- o asentamientos urbanos espontáneos, conocidos originalmente en Perú como barriadas y más tarde como pueblos de amigos. Dichas aglomeraciones urbanas que emergieron al margen de la ley, de composición mayoritariamente rural y de condiciones extensivamente precarias constituyendo un espacio donde se verificaron los “lazos primordiales” que vinculaban a los miembros de una comunidad. En dichos contextos micro-políticos –como el barrio o la población-, las cuestiones de las carestías se resolvieron en el marco de solidaridad horizontal, o

107 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 133. 108 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 113. 109 Dicha impronta partidista se proyectó a la política nacional. Véase supra pp. 100-101. 110 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 72. 74

reciprocidad, una forma de participación colectiva111. Pero aún más, el futuro movimiento poblacional estaría vinculado en su origen a la migración campo ciudad, que en Perú se expresó en el desplazamiento de la Sierra a la Costa, producto de la modernización dependiente de Perú.

El mundo rural, aunque conservó relevancia en la referencia pretérita al pasado glorioso, como los testimoniaba Arguedas al representar la heterogeneidad del Perú en 1965 con su novela “Todas las Sangres”, perdió progresivamente gravitación en el país112. El proceso mismo de migración correspondió a la incapacidad de un nicho ecológico rural para proporciona medios mínimos de subsistencia a un sector de su población, a menudo campesinos sin tierra y sin trabajo113.

El indigenismo y la alusión al aborigen continuaron siendo campo de disputa de intelectuales provenientes de las Ciencias Sociales, poetas y motivo de propaganda política. Sin embargo, a pesar que no faltaban quienes creían que la “salvación” vendría de la Sierra, las experiencias políticas de la elite hacían caso omiso de dicha tradición. Los contingentes de nuevos citadinos desarraigados y habitantes rurales marginalizados, todos con expectativas insatisfechas, serían los principales agentes de cambio en el Perú posterior a la Segunda Guerra Mundial que desembocaría en el movimiento campesino114 que exigía la liquidación del mundo rural señorial mediante la reforma agraria. Habría que esperar hasta 1968 cuando un gobierno militar bajo el signo nacional-popular posara nuevamente su

111 MENÉNDEZ-CARRIÓN, AMPARO; Pero, Dónde y para qué hay cabida? Comentando la cuestión de la ciudadanía hacia el cierre del milenio. Una mirada desde América Latina; 1999; mimeo; p. 22. 112 RÉÑIQUE, JOSÉ LUIS; Op. Cit.; p. 37. 113 DE LOMNITZ, LARISSA; Como sobreviven los marginados; Siglo XXI Editores; México; 1975; p. 29. 114 Según las definiciones de Lomnitz el movimiento migratorio campo-ciudad en la primera mitad del siglo XX está en la base de los procesos de marginalización urbana. Según Lomnitz, ”ha sido causado por una combinación de factores que incluyen la explosión demográfica en el campo, el agotamiento de las tierras, el bajo rendimiento asociado a la escasa tecnología, la falta de inversiones en el campo y el incremento de la atracción de la ciudad, resultante de la administración, salud, educación, entretención y la proliferación de las vías de comunicación entre el campo y ciudad.” Lo anterior le lleva a incluir que el marginado es originalmente un campesino “que al llegar a la ciudad no encuentra cabida en el mercado industrial del trabajo y gravitan hacia el estrato ocupacional marginado”. Véase DE LOMNITZ, LARISSA; Op. Cit.; 1975; p. 22. 75

mirada en la modernización del mundo rural y la tradición vernácula indígena como prototipo de la politeia, para que dichas expectativas se cumplieran.

Cambios en América Latina

La tradición populista latinoamericana se había iniciado mucho antes en el resto de América Latina, siendo más bien el resultado de la depresión económica mundial de 1929. La emergencia de la cuestión social, agravada por la depresión económica de los años treinta, que afectó principalmente a los países que basaban sus economías en la extracción de minerales como Bolivia, Chile y México, puso en jaque el proyecto modernizador basado en una estrategia de desarrollo capitalista orientada al exterior.

Previamente (1914-1929), la gravitación del capital inglés había sido reemplazada por el norteamericano, que enfrentó la hostilidad de la oligarquía115. Sin embargo, con el martes negro de octubre de 1929, el capital norteamericano se contrajo. Los mermados ingresos de la oligarquía repercutieron particularmente fuerte en el mundo rural desencadenando el proceso de migraciones internas campo-ciudad. En las grandes urbes, especialmente en ciudades como Buenos Aires, Montevideo y Sao Paulo con altos índices de inmigración desde Europa y Medio Oriente, el deterioro de los ingresos fiscales detuvo la modernización tecnológica, al tiempo que apareció un cinturón periférico de asentamientos urbanos espontáneos de población marginal. La legitimidad social quedó entonces seriamente comprometida por parte de bases que no estuvieron dispuestas a otorgar su consentimiento pasivo a un modelo que no otorgaba beneficios.

Pero si la respuesta inicial de la oligarquía fue acentuar su hermetismo y alentar la represión estatal –por intermedio de Fuerzas Armadas dispuestas a imponer soluciones autoritarias- ante el descontento organizado en protestas, pronto nuevas elites en combinación con los grupos mesocráticos emergentes implementaron un conjunto de medidas redistributivas. La coyuntura marcó la emergencia de un tipo de Estado de

115 CARMAGNANI, MARCELO; Estado y Sociedad en América Latina; Editorial Grijalbo; Barcelona; 1984; p. 188. 76

Bienestar, el Estado Asistencialista. Este se caracterizó por políticas públicas de corte social con un fuerte contenido clientelista116, verificado en la práctica de aplicación discrecional de las mismas por parte de burocracias estatales que intercambiaron determinadas prestaciones sociales por votos. Durante los siguientes cuarenta años la intervención estatal bajo la forma de un Estado Asistencialista osciló entre gobiernos nacional-populares y la supresión de estos por parte de regímenes militares117. Respecto de los primeros, Touraine definió al régimen nacional popular como:

“Un régimen nacional popular se define por la interdependencia de tres componentes: el Estado como defensor de la identidad nacional frente a una dominación extranjera; mecanismos políticos y sociales de integración: la defensa de la cultura nacional y popular.”118

La definición de Touraine es subsidiaria de la previa conceptualización de Gino Germani, quien acuña el término nacional-popular119. Este programa nacional popular se realizó sobre todo en el populismo que alcanzó el poder como consecuencia de la crisis provocada por la gran depresión económica del año 29. Al respecto, Germani se refirió al populismo como

“Movimientos nacional populares que parecen representar la forma peculiar de intervención en la vida política nacional de los estratos tradicionales en curso, de rápida movilización en los países de industrialización tardía”120.

En el formato de los nacional populismos clásicos, según la taxonomía propuesta por Paul Drake que los diferencia de los populismos tempranos y

116 Me refiero al tipo de estructura diádica de intercambio, que implica el establecimiento de redes asimétricas, es decir entre actores de poder y estatus desigual, eminentemente utilitario y basado en la reciprocidad. Véase AMPARO MENÉNDEZ CARRIÓN, AMPARO, La Conquista del Voto: de Velasco a Roldós, Quito, FLACSO-CEN, 1986. 117 BULCOURF, PABLO, “Derechos Humanos y Democracia”, en SORIANO RAMÓN y OTROS, Diccionario Crítico de los Derechos Humanos, Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, Sevilla, 2000, p. 161. 118 TOURAINE, ALAIN; Op. Cit., p. 167. 119 GERMANI, GINO; Política y Sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas; Buenos Aires: EUDEBA, 1961. Cfr. Con CAVAROZZI, MARCELO; El capitalismo político tardío y su crisis en América Latina; Homo Sapiens editores; Buenos Aires; 1996. Este autor propone para el mismo fenómeno el término “matriz estado-céntrica”. 120 GERMANI, GINO; Op. Cit.; p. 209. 77

tardíos121, corresponderían a Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México; Víctor Raúl Haya de la Torre y su partido APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), Rómulo Betancourt y su Acción Democrática venezolana, y Jorge Eliécer Gaitán en Colombia. Es decir, experiencias que se desarrollaron principalmente entre los treinta y los cincuenta del siglo pasado, uno de cuyos rasgos más sobresalientes es la construcción de liderazgos personalistas con rasgos mesiánicos. Sus gobiernos pusieron en práctica el rechazo a los conceptos liberales de la política económica, apoyados en sentimientos nacionalistas que plantearon la necesidad de generar un desarrollo socio-económico autónomo. Otras fórmulas de gobierno algo menos personalistas y con desarrollo institucional mayor, aunque siempre respaldadas por coaliciones multiclasista que colocaron el acento en la inclusión de nuevos segmentos sociales, como el Frente Popular en Chile o del Partido Nacional Revolucionario (PNR, 1929) y el Partido de la Revolución Mexicana (PRM, 1938)122, se orientaron hacia una relevante intervención estatal sobre la economía. En el primer caso bajo un estado de compromiso que le llevó a pactar con las oligarquías y la Iglesia, en el segundo con un virulento anticlericalismo implementado en la construcción del nuevo Estado Laico y Moderno.

Adicionalmente, el populismo como mentalidad política reflejó el descontento contra la hegemonía de ciertas oligarquías domésticas123, lo que implicó un discurso que atacaba a los partidos tradicionales de las elites.

121 El populismo temprano a principios del siglo XX, de corte liberal tendría y un sello reformista, tendría a Hipólito Irigoyen en Argentina y Arturo Alessandri en Chile como sus exponentes, mientras que el tardío sería típicos de la década del sesenta y setenta, e incluye a Luis Echeverría de México y el segundo mandato de Perón en Argentina. Véase DRAKE, PAUL; “Conclusión: Réquiem to populism” pp. 217-245; CONNIFF, MICHAEL; Latin American in Populism in comparative perspective; New Mexico University Press; Albuquerque; 1982. 122 Antecedentes directos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de 1946 y que gobernó México hasta el año 2000. Para revisar la naturaleza inclusiva de amplios sectores sociales tradicionalmente postergados en un sistema definido como de Partido Hegemónico se sugiere revisar La Ideología de la Revolución Mexicana. Declaración de principios del PNR, PRM y PRI. México D. F., Comisión Nacional de Ideología Partido Revolucionario Institucional, enero de 1996. 123 SÁNCHEZ, WALTER, "Liberalismo y Populismo en América Latina"; en ORREGO V., FRANCISCO (editor) Transición a la democracia en América Latina, Buenos Aires, GEL Editores; 1985; p. 64. 78

Paradójicamente el populismo representó el caso más claro de cambio modernizador y conservación de un patrón conductual, en la medida que preservó la lógica organicista en la relación entre el Estado y la sociedad y apostó por la integración nacional. El programa populista era un fenómeno de inclusión de los grandes contingentes humanos excluidos, particularmente de las clases medias emergentes y el proletariado urbano (y a veces hasta el campesinado, como en el caso de México) por medio de su representación a través de sindicatos y partidos que el movimiento populista controló. Provisto este de una ideología difusa, sin un destinatario colectivo preciso (clase social o nación), pero ideología al fin que privó de representación propia a los grupos sociales como parte de una estrategia de acceso al poder124, o como propone Knight, un estilo político centrado en sus rasgos exteriores, lo que permitió cierta flexibilidad para construir alianzas heterogéneas125. La tenue articulación ideológica del populismo pasó por el referido liderazgo personalista que en la clasificación de Weber corresponde al carismático y no al racional-legal. Las ideas fuerzas seleccionadas por el líder para interpelar a los grupos fueron “desarrollo”, “progreso”, “industrialización” y “nación”, todas inscritas en el meta-relato de la modernidad. Otros trazos ideológicos del populismo clásico combinaron las referidas demandas nacionalistas presentes en el imaginario colectivo de los segmentos recientemente incorporados al sistema político, un fuerte estatismo, el culto a la personalidad del líder y políticas reformistas ad hoc, como forma de repudio a la revolución.

En Argentina el gobierno de Juan Domingo Perón es el ejemplo más clásico de populismo. Elegido Presidente argentino en 1946 con un 56% de los votos y siendo reelecto en 1951, transformó las demandas urbanas del Gran Buenos Aires, por parte del la pequeña burguesía y los grupos de obreros, en un movimiento de alcance nacional, centrado en su figura. Al movilizar a la clase trabajadora, que siempre había estado excluida de la política, dedicó su esfuerzo persuasivo directo a dicho grupo, aunque con un

124 Ernest Laclau propone que el populismo antes que movimiento es una lógica política. Véase LACLAU, ERNEST; La razón populista, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 150. 125 KNIGHT, ALAN, Revolución, Democracia y Populismo en América Latina, Santiago de Chile, Centro de Estudios del Bicentenario-Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 2005, p. 242. 79

programa más bien reformista, que al exhibir rasgos de radicalización fue cancelado por sendos golpes militares en 1955 y 1976126.

Para responder a los grupos emergentes, los populismos clásicos seleccionaron partes del discurso modernizador, mezclándolo con arengas antioligárquicas o la intención declarada de expandir intencionalmente la industria y papel económico del Estado127. La idea era incluir a la heterogénea base social del movimiento en los ingentes procesos de politización, bajo el formato de una participación popular que no era ni espontánea ni mucho menos autónoma, sino que especialmente organizada mediante mecanismos verticales, las redes clientelares que vincularon a electores y aparatos administrativos. Así, la satisfacción de necesidades irresolutas, por parte de las burocracias, se tradujo en un sistema tremendamente eficaz como mecanismo de dominación y control social.

La metodología del populismo clásico significó que la participación plena desde las bases fue sustituida por un consentimiento popular resuelto en estructuras informales, las que ocultaron los problemas y los perpetuaron, como estrategia de reproducción situacional. En el caso de las sociedades latinoamericanas el expediente clientelar instituyó vínculos estables de subordinación política y social mediante cierta manipulación128.

Una vez que el liderazgo populista accedió al poder, ejerció un papel de intermediación con el resto de la sociedad trocando bienes tangibles por intangibles129. De esta manera, se generaron lealtades personales hacia la dirección orgánica del movimiento. Complementariamente, la estrategia del líder, a menudo atribuido con características mesiánicas, apuntó a obtener el

126 En la segunda ocasión dirigido en contra de su esposa y sucesora, Isabel Martínez de Perón, quien asumió la primera magistratura argentina al morir Domingo Perón en 1974. 127 O’DONELL, GUILLERMO “Introducción a los casos latinoamericanos” en O’DONELL, GUILLERMO; SCHMITTER, PHILIPPE; WHITEHEAD, LAWRENCE, Transiciones desde un Gobierno Autoritario, América Latina 2, Barcelona, Editorial Paidós, 1994, p. 17. Para observar el clientelismo como una práctica institucional que complementa las elecciones, véase O’DONELL, GUILLERMO “Another Institutionalization, Latin America and elsewhere”, University Notre Dame, Hellen Kellog Institute for International Studies, Working paper, Nº 222, 1996. 128 Esa es la conclusión general de Menéndez Carrión quien realizó estudios de campo en barriadas de Guayaquil para el estudio del caso ecuatoriano. Véase MENÉNDEZ CARRIÓN, AMPARO Op. Cit.; pp. 107-108. 129 MENÉNDEZ-CARRIÓN, AMPARO; Op. Cit., pp. 93-96. 80

apoyo directo, no institucionalizado, de la amplia base social. Generalmente el líder populista tendió a desconfiar de los partidos políticos vigentes, favoreciendo la formación de una nueva estructura partidaria que representara más cabalmente su mensaje ante sus auditores seguidores130.

En el fondo se trató de otra forma antipluralista, aunque inclusiva, bajo el signo de un nuevo elitismo en que convergieron las medianas y pequeñas burguesías nacionales con el liderazgo personalista y carismático del movimiento populista. Dichas elites políticas constituyeron grupos herméticos, poco propensos a la circulación del liderazgo partidario. El resto de la alianza, es decir clases trabajadoras urbanas y campesinas, fueron limitadas a confirmar las decisiones por la vía electoral y a su utilización política en los sindicatos reformistas del aparato del partido, aunque integrándolos a la comunidad de beneficios. En suma, el populismo intentó corporizar y controlar desde arriba la representación del sector popular, favoreciendo –en mi opinión- la expresión corporativista incluyente de las demandas de los sectores sociales políticamente disponibles hacia la autoridad estatal131.

El Gobierno de Velasco Alvarado

No es fácil dar cuenta de tendencias constantes en la política peruana de los últimos cuarenta años. Después de la recuperación del régimen civil (1980) se sucedieron gobiernos de distintos signos, e incluso regímenes de diversa naturaleza, depositarios de contenidos programáticos disímiles. Contrastado con esta visión encontramos cierta unidad conceptual del período 1963-1980, caracterizado por la fuerte presencia del Estado en la vida nacional peruana, basado sobre la premisa de que el Estado era el responsable de configurar el carácter del desarrollo del país. A pesar de

130 LARRAÍN MIRA, PAZ; “El Populismo en América Latina”, pp. 225-254; en: Siglo XX y Los Desafíos Del Siglo XXI, Área de extensión y educación continua, Santiago de Chile, Universidad Gabriela Mistral, 2005, pp. 236-238. 131 Este tipo de organicismo social sugiere a Linz el rótulo de “estatalismo orgánico”. Véase LINZ, JUAN; “Totalitarian and authoritarian regimes”, en GREENSTEIN, FRED and POLSBY, NELSON (eds.), Handbook of Political Science, Vol. 3, Macro Political Theory, Massachusetts, Addison-Wesley, 1975; p. 306. 81

ciertas variaciones, particularmente el segundo gobierno de Fernando Belaunde Terry (1980-1985), dicha premisa se mantuvo inobjetable en el curso político hasta 1990.

Esta etapa se inauguró con el primer gobierno de Fernando Belaunde Terry (1963-1968) quien llegó al poder luego que los militares desconocieran, el año anterior el triunfo en las urnas por escasos votos del líder del APRA, Haya de la Torre. El golpe estuvo marcado por la pugna entre el aprismo por un lado, y los militares y la oligarquía por otro. Belaunde Terry llegó al Palacio Pizarro con un programa de reforma, aunque sin la tradición de activismo popular del APRA, lo que constituía una garantía de orden para los militares. La experiencia del primer gobierno de Belaunde culminó sin lograr algunos de sus más relevantes objetivos, debido a la oposición combinada de aprista y odriístas, cercanos a la antigua y rancia oligarquía, a los proyectos de ley presentados ante el Congreso132.

El momento central de dicho período estuvo constituido por el llamado Gobierno Revolucionario de la Fuerzas Armadas del Perú (1968-1975) que logró con relativo éxito la promesa de cincuenta años de los grupos más contestatarios: disolver los últimos visos del orden oligárquico peruano e iniciar un proceso de incorporación social, mediante la movilización sindical y política, aunque sin legar un estado de compromiso entre los nuevos actores o un consenso político mínimo respecto al proyecto nacional. Lo anterior a la sombra de un Estado intervencionista, bajo un esquema de capitalismo impulsado por la inversión y la propiedad pública y bajo un régimen de proteccionismo económico a la producción nacional.

Es posible advertir un desfase de la experiencia militar peruana con sus “símiles sudamericanos”. Justo en el momento en que los nuevos autoritarismos militares se imponían, entre la década del sesenta y setenta en Cono Sur, el Perú ensayaba el tipo de proyecto nacional-popular de rechazo a los grupos terratenientes tradicionales y de apertura a las denominadas mayorías nacionales. En el fondo las Fuerzas Armadas del Perú no eran menos anticomunistas ni anti-subversivas ni estaban menos impregnadas de la doctrina de seguridad nacional que las instituciones

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análogas del Cono sur, sólo que ejecutaron un programa de prevención esencialmente distinto, como apunta O Donnell133. De esta manera y a pesar de un corporativismo, que según Cotler sería más aparente que efectivo134, y del refundacionismo original común a los regímenes militares referidos, el gobierno del general Velasco Alvarado desarrolló un contenido esencialmente diferente al ejecutar el programa de las organizaciones políticas dirigidas por intelectuales y los segmentos sociales emergentes. Sectores del Ejército se comprometieron en la ampliación de la autonomía del Estado, desvinculándola de las tradicionales oligarquías y de los capitales extranjeros, otorgándole a las Fuerzas Armadas un papel hegemónico en la construcción de nuevas bases de cohesión nacional y dominio social. Para ello fue necesario previamente, a partir de la década del cincuenta, el desarrollo de una intelligentsia al interior del ejército que percibía a los institutos castrenses como los únicos actores posibles para responder a las emergentes condiciones endógenas e internacionales que enfrentaba el Perú:

“Esta intelligentsia literalmente se apropió de las proposiciones y soluciones revolucionarias propuestas en la década de 1930 por Haya de la Torre y el partido aprista. A ellas añadieron algunas propuestas tomadas de las posiciones antiguas y nuevas de la Iglesia, creando así una mezcolanza ideológica destinada, por una parte, a justificar la nueva doctrina, y por otra, a impedir cualquier acusación de comunismo.”135

El origen inmediato de la intervención militar de octubre de 1968 estuvo en cierta parálisis del primer gobierno de Belaunde Terry en su anunciada decisión electoral de nacionalizar la industria del petróleo. Los militares juzgaron que el Presidente y su equipo económico intentaban encubrir la

133 O DONNELL, GUILLERMO; “Las Fuerzas Armadas y el Estado Autoritario del Cono Sur de América Latina” pp. 199-236 en LECHNER, NORBERT (compilador); Estado y Política en América Latina; Siglo XXI editores; séptima edición en español; México; 2000; p. 231. 134 COTLER, JULIO; “Las intervenciones militares y la transferencia del poder a los civiles en Perú” pp. 225-259, en O’DONELL, GUILLERMO; SCHMITTER, PHILIPPE; WHITEHEAD, LAWRENCE, Op. Cit., p. 233. 135 COTLER, JULIO, “Las intervenciones militares y las ‘transferencias del poder a los civiles’ en Perú”, p. 230. 83

concesión a la International Petroleum Company, subsidiaria de la Estándar Oil of New Jersey, para fijar libremente el precio del crudo peruano.136

Como a menudo ocurre, el corazón del cambio político en los institutos castrenses estuvo en los coroneles, de orientación desarrollista cepalina, representados en el Cuerpo de Oficiales Asesores de la Presidencia. Desde dicho núcleo salieron los nombres de los funcionarios castrenses que desbordarían la administración pública peruana de aquellos años. Otra instancia deliberativa fue el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM), desde donde surgieron análisis de la relación entre Fuerzas Armadas y la Sociedad así como de la oportunidad de una reforma137. Junto con estos, los servicios de inteligencia jugaron otro papel destacado, al agregar a su información evaluada las condiciones estructurales que viabilizaban un proceso gradual de transformaciones.

La cuestión a resolver por la nueva ideología militar fue la integración nacional, comprendida como la asimilación del conjunto de intereses de la sociedad con miras a la realización de un objetivo común conducido por las autoridades de Estado. El mayor peligro para realizar dicha tarea era la desintegración social promovida por la aparición de un discurso contra- racista, que ponía el énfasis en la confrontación cultural y desencuentros clasistas y étnicos138, expresado en el resentimiento de una amplia base indígena y mestiza -asociado a los referidos procesos de precarización de las condiciones de vida- dejada históricamente de lado en la planificación desde el Estado, lo que se tradujo en la falta de un sentimiento nacional. Lo anterior implicaba consecuencias relevantes para la seguridad interna, lo que a su vez repercutía negativamente en la consideración militar de la

136 Adviértase que la crisis se había precipitado por la responsabilidad achacada al ejecutivo y no a las relaciones ejecutivo-congreso. Véase McCLINTOCK; CYNTHIA; “Presidentes, Mesías y Crisis Constitucional en el Perú”; pp. 283- 333, en LINZ, JUAN y VALENZUELA, ARTURO; Las Crisis del Presidencialismo II. El Caso de Latinoamérica, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 307. 137 El CAEM propició al interior del Ejército desde la década del cincuenta una política desarrollista, siendo una de sus más relevantes expresiones el Proyecto de Desarrollo y Colonización de la Selva, elaborado en 1958. Véase VILLANUEVA, VÍCTOR; Op. Cit.; p. 394. 138 Según Javier Avila éste discurso en el que participó y tomó posición el Gobierno de Velasco Alvarado se volvió hegemónico en la década del 70, coincidiendo con el auge del movimientismo, siendo el contexto en que se acuñó el concepto de Utopía Andina. Véase AVILA MOLERO, JAVIER; “Entre archivos y trabajo de campo: la etnohistoria en el Perú” en DEGREGORI, CARLOS IVÁN (ed.); Op. Cit.; p. 196. 84

soberanía nacional. En consecuencia se concibió tempranamente el desarrollo económico y la modernización como factores intervinientes en un desarrollo integral que vinculara al Estado con la construcción de una nación, con la garantía de seguridad y armonía de un cuerpo socialmente heterogéneo. Dicha tarea:

“Parecía requerir el logro de metas casi opuestas a las articuladas en el Cono sur: liquidación de las clases dominantes agrarias, avance en la sustitución de importaciones, alianzas con el sector popular y toma de distancia frente al capital transnacional”139

Precisamente por esta continua presencia de la inversión externa hay que considerar el tema de la relación con los elementos extranjeros. Cotler asevera que para el gobierno militar existía una “permanente amenaza” por parte de los países limítrofes, en especial Chile. Según el politólogo los militares evaluaron como posible una invasión chilena al sur del Perú, aprovechando precisamente síntomas de debilidad interna peruana, producto de diferencias sociales y étnicas irreconciliables140, reflejo de un componente del discurso de identidad nacional que se sobredetermina respecto de otro (un país adversario tradicional) que observa como amenaza141. Adicionalmente, un testimonio de la época enfatizó más bien el enfrentamiento del régimen militar peruano con los Estados Unidos de América, en un planteamiento que puede parecer anti-imperialista, pero que en definitiva se evalúa más bien puntualmente anti-norteamericano142. Como

139 O DONNELL, GUILLERMO; “Las Fuerzas Armadas y el Estado Autoritario del Cono Sur de América Latina”; p. 232. 140 Al respecto hay que considerar que aunque dicha eventualidad aparece como difícil mirada desde Chile, lo que realmente importa era cuan cierto era para la cúpula militar peruana. Los movimientos diplomáticos chilenos por la cuestión de la mediterraneidad boliviana de hecho perturbaron las relaciones chileno-peruanas. La alta oficialidad a menudo enfatizaba la condición deficitaria de los mecanismos de defensa y seguridad ante una incrementada posibilidad de acción militar chilena. Incluso el traspaso del poder a los civiles durante el mandato del general Morales Bermúdez se retrasó por la aspiración militar de asegurar un rearme efectivo ante la amenaza chilena, o simplemente con motivo de conmemorar el centenario de la Guerra del Pacífico. Al respecto véase COTLER, JULIO; “Las intervenciones militares y la transferencia del poder a los civiles en Perú”; pp. 231, 238- 241, p. 253. Para una visión panorámica que combina vivencia con investigación véase RODRÍGUEZ ELIZONDO, JOSÉ; Chile-Perú. El siglo que vivimos en peligro; Random House Mondadori – COPESA; Santiago; 2004. 141 BENGOA, JOSÉ; La comunidad reclamada. Identidades, Utopías y memorias en la sociedad chilena actual; Ediciones Catalonia; Santiago; 2006; p. 93. 142 VILLANUEVA, VÍCTOR; Op. Cit.; p. 333. 85

veremos más adelante, la política del petróleo y las nuevas relaciones diplomáticas de Lima significarían una nueva relación con los Estados Unidos.

Para contrarrestar los riesgos de desintegración social, la casta militar se propuso dejar en evidencia ciertos principios aglutinadores capaces de disolver los acentuados particularismos étnicos y sociales para alcanzar la cohesión nacional según los designios de un nacionalismo militar, de tintes desarrollista y populista como veremos. Los militares en el poder evaluaron urgente incrementar y expandir las funciones subsidiarias y asistenciales del aparato estatal, y enseguida neutralizar la situación de dependencia nacional que suponía el control de los recursos naturales en manos de capitales foráneos. Estos junto con la vieja oligarquía fueron identificados por el análisis militar como las fuentes desde donde extraer los recursos para financiar la expansión del mercado interno y el parque industrial143.

El nacionalismo fue concebido como un punto de convergencia de los diversos grupos y clases sociales del heterogéneo Perú, encontrando en el papel reforzado del Ejército y las Fuerzas Armadas el principal soporte del prestigio nacional144. Para ello la revolución nacional se apoyó intencional y declaradamente en las Fuerzas Armadas, modelo de organización vertical y toma de decisiones centralizada, sin consideraciones de carácter político partidista. Como señala Linz, a propósito del caso español:

“En la mayoría de los regímenes autoritarios el limitado consenso popular, que hizo necesarias o posibles tales formas de gobierno, significa una necesidad mayor de poder usar la fuerza, y seto proporciona al Ejército su privilegiada posición (...) La falta de un partido de masas, y en algunos países la de una burocracia especializada y fiel, obliga a menudo a la utilización de militares para puestos políticos, para cargos de libre designación y para la administración”145

143 O’DONELL, GUILLERMO; Modernización y Autoritarismo; Editorial Paidós; Buenos Aires; 1972; p. 125. 144 La ideología nacionalista operaría en forma maniquea representando lo bueno con la categoría de lo nacional y lo malo con lo extranjero y foráneo. 145 LINZ, JUAN y PAYNE, STANLEY (ed.); Política y Sociedad en la España del siglo XX; Akal Ediciones; Madrid; 1978; p. 235. 86

Basándose en la confianza en la disciplina militar como fórmula, su capacidad de despliegue nacional y experiencia organizativa, se proyectó desplazar las competencias técnicas y organizacionales castrenses a la sociedad para aplicarlas al desarrollo de Perú, lo que denotó un carácter tecnocrático y autoritario populista desde un primer momento. Ejemplo de lo anterior fue el planificado freno de la inflación mediante un estricto control del gasto, medida que tuvo éxito los primeros dos años, pero que posteriormente se mostró incapaz de detener las ansias de los generales a cargo de empresas públicas para comprometerse en proyectos de inversión pública de gran escala. Enseguida se apostó por la eliminación de prácticas democrático-liberales de corte electoral, considerándose que podían entorpecer la efectiva realización del proyecto al ceder espacios a grupo antinacionales o a una espontánea alienación de las masas146. De tal manera que la condición autoritaria del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas peruanas también derivó de su posición de concentración total del poder, a diferencia de los tradicionales caudillitos militares de Leguía, Sánchez Cerro y Odría, quienes junto con hacerse por la fuerza del poder mantuvieron las formas institucionales como el Congreso. Pero también emanó de un sello personalista, que colocó por encima de las decisiones de los grupos asesores y equipos ministeriales, al general presidente, quien por ausencia de ideologías y partidos -de los cuales se desconfiaba en sus encarnaciones tradicionales por considerárseles parte del sistema oligárquico y responsables del desorden general- resolvía al final en forma discrecional.

No hay que olvidar al respecto que el régimen velasquista no proscribió a los partidos, permitiéndoseles formalmente su actividad, pero éstos entraron inevitablemente en un receso, dado la concentración de poder castrense y la propaganda anti-partidos del gobierno. Conforme a lo anterior, Carlos Delgado, uno de los más relevantes teóricos de la revolución velasquista, formuló la teoría del “no partido”, que propiciaba la liquidación definitiva de los partidos políticos que habían existido hasta ese momento en Perú147.

146 COTLER, JULIO; “Las intervenciones militares y la transferencia del poder a los civiles en Perú”; p. 231. 147 BERNALES BALLESTEROS, ENRIQUE; “La crisis de los partidos políticos” pp. 127-190 en FERNÁNDEZ FONTENOY, CARLOS; Op. Cit.; p. 149. 87

En definitiva, la experiencia del gobierno de Velasco Alvarado se constituyó en un tipo de populismo militar corporativo, que emulando en este caso al antecedente pretoriano del gobierno de Odría148, se decantó por una reorganización social controlada, o “desde arriba” si se prefiere, lo que le ha valido el calificativo de “bonapartismo progresista”149.

Así, mientras en los países del Cono Sur, el discurso y los instrumentos políticos de los regímenes militares fueron orientados para acometer el desmantelamiento del Estado Asistencialista y la asfixia del movimiento social de demandas, en el Perú del general Velasco Alvarado se dispuso la creación de un sistema de movilización popular, SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social) para que abriera el espacio público a las exigencias de sectores antes postergados. Desde dicho punto de vista fue un movimiento asincrónico con su símiles consureños, más bien cercano a las experiencias de modernización populista acaecidas en el Cono Sur en la primera mitad del siglo XX bajo gobiernos populistas o nacional- populares en acuerdo con las burguesías nacionales. Sobre la base de una comparación de las experiencias de Vargas y Perón, O’ Donell se refirió así al gobierno de Velasco Alvarado:

“Esta gobernado por la misma coalición. Tiene los mismos “enemigos”. Sus políticas públicas son el mismo paquete de expansión de mercado interno sobre la base de un sector industrial todavía homogéneo, de debilitamiento de los sectores tradicionalmente dominantes y de expropiación de los símbolos más visibles de dominación extranjera. Tiene la misma mezcla de políticas que cambian irreversiblemente la sociedad, de ideologías conservadoras de la mayor parte de los integrantes de la coalición gobernante y de políticas escasamente revolucionarias respecto de algunos problemas”150

148 KNIGHT, ALAN, Op. Cit., p. 261. 149 COTLER, JULIO, “Crisis política y populismo militar en Perú”; en Estudios Internacionales Nº 12; Instituto de Estudios Internacionales; Universidad de Chile; Santiago; 1970; p. 480. 150 O’DONELL, GUILLERMO; Modernización y Autoritarismo; p. 124. 88

El gobierno acusó a los sectores tradicionalmente acomodados de complicidad con el capital extranjero, acentuando su nacionalismo. La primera medida a este respecto fue la estatalización del complejo industrial de Talara de la Internacional Petroleum Company, acción expropiatoria ocurrida a pocos días del golpe que llevó a Velasco Alvarado al poder151. Aunque Washington amenazó con sanciones derivadas de la aplicación de la enmienda Hikenlooper152, el gobierno militar no echó pie atrás. Lo anterior fue complementado como una nueva Ley de Bancos, que restringió en un 25% la participación del capital foráneo en la banca nacional peruana; la Ley del Banco Central de Reserva que prohibió la inclusión de privados, lo que significaba control de cambios; el impulso de una reforma de las empresas que pretendía ceder el 50% de las acciones a los trabajadores, y una reforma a la educación que consideraba la implementación del quechua como segunda lengua oficial (Plan Inca).

Con ello, Velasco Alvarado perseguía alterar sustantivamente las relaciones de dependencia nacional, de acuerdo a las recomendaciones de tinte desarrollista promovidas por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Por ello no se dudó en aplicar el recetario económico de la agencia internacional que preveía grandes mercados, lo que explica su interés en el desarrollo de la integración andina. Paralelamente el gobierno de las Fuerzas Armadas abrió relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y los países de la órbita socialista.

La innovación diplomática y el dirigismo económico despertaron la desconfianza de los inversores extranjeros, a quienes simultáneamente se intentaba atraer para que financiaran nuevas actividades de extracción mineral. Sin embargo, dichas medidas de política exterior fueron complementadas con un nuevo trato interno con los sindicatos bajo el poder del APRA y los comunistas. Sus prácticas fueron permitidas, incluso si eran de crítica al programa ejecutado por el gobierno. Las antiguas restricciones a la organización sindical fueron abolidas, se crearon nuevos sindicatos, introduciendo normativas que dificultaban los despedidos de quienes habían

151 Véase “Mensaje a la nación con motivo de la toma de la Brea y Pariñas” del 9 de octubre de 1968; en VELASCO ALVARADO, JUAN; Op. Cit; pp. 5-7. 152 Dicha enmienda consideraba la suspensión de la ayuda financiera gubernamental y adicionalmente interrumpía la adquisición de azúcar. 89

laborado en una empresa incluso en un breve período de tiempo. De esta manera el autoritarismo populista incluyente se buscó granjear el beneplácito –sino el respaldo- de los trabajadores, descartando la represión como metodología básica de interacción política. El gobierno militar peruano sólo se cuido de dejar en manos de organizaciones adictas a los periódicos nacionales, evitando la competencia para criticar al gobierno.

Sin embargo, el giro más relevante fue el promovido por la ley de Reforma Agraria y Código de Aguas, de consecuencias en la reformulación de la estructura social del país. En su primer artículo el código afirmaba que el recurso hídrico era propiedad del Estado, desconociendo los “derechos adquiridos” que permitía a los hacendados mantener el control de aguas históricamente

La Ley de reforma agraria promulgada el Día del Indio y del Campesino, el 24 de junio de 1969, que según sus autores marcaría el inicio de la verdadera liberación de los campesinos, tenía también el interés político de granjearse de un nuevo soporte popular en el campesinado siempre postergado, al tiempo que limitar la propagación de ideas marxistas. El sector burgués terrateniente fue sacudido al considerar la nueva legislación todas las tierras del país afectables por la reforma como se desprende en su anuncio:

“La ley se orienta a la cancelación de los sistemas de latifundio y minifundo en el agro peruano, planteando su sustitución por un régimen justo de tenencia de la tierra que haga posible la difusión de la pequeña y mediana en todo el país: De otro lado, por ser una ley nacional que contempla todos los problemas del agro y que tiende a servir a quien trabaja la tierra, la Ley de Reforma Agraria se aplicará en todo el territorio del país, sin reconocer privilegios ni casos de excepción que favorezcan a determinados grupos o intereses. La ley, por tanto, comprende a todo el sistema agrario en su conjunto, porque sólo de esta manera, será posible desarrollar una política agraria coherente y puesta al servicio del desarrollo nacional (…) La nueva ley de Reforma Agraria limita el derecho de propiedad de la tierra, para garantizar que esta cumpla su función social dentro de un ordenamiento de justicia. En este sentido, la ley contempla 90

límites de inafectabilidad que salvaguardan el principio de que la tierra debe ser para quien la trabaja y no para quien derive de ella renta sin labrarla. La tierra debe ser para el campesino, para el pequeño y mediano propietario, para el hombre que hunde en ella sus manos y crea riqueza para todos.”153

Entre las consecuencias de la ley figuran. En primer lugar las plantaciones cañeras fueron reorganizadas en cooperativas. Trabajadores asalariados y comunidades campesinas debían ingresar a la dinámica del cooperativismo. Enseguida, el nuevo régimen agrario contemplaba la existencia de medianos y pequeños propietarios agrícolas independientes. De esta manera, el control privado fue reemplazado por un modelo de autogestión de empresas cooperativas y comunales. Con ello y de acuerdo a Cotler:

“El modelo propone en verdad una reestratificación social, una homogenización, basada en términos modernos, urbano y rural, plenamente capitalista, favoreciendo el desarrollo de una fuerte burguesía industrial nacional.” 154

En consonancia con lo anterior, se favorecía un modelo de capitalismo de Estado, que permitiera independizarse a los elementos nacionales. El gobierno militar peruano insistió en “democratizar” el capitalismo mediante la intervención del Estado para fomentar la distribución de tierras para una explotación de manera “participacionista”, como solía decirse en la época, para señalar un camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo. Simultáneamente se prestaba poca atención a los indicadores macroeconómicos internos y externos.

El diseño original del proyecto del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas respecto de la economía y la sociedad contemplaba el reconocimiento y organización de tres áreas básicas:

“El Estado que tomaría a su cargo el desarrollo industrial básico, el privado nativo que en asociación con las inversiones extranjeras

153 Véase “Mensaje a la Nación con motivo de la promulgación de la Ley de la Reforma Agraria” del 24 de junio de 1969 en VELASCO ALVARADO, JUAN; Op. Cit., pp. 43-47. 154 COTLER, JULIO, “Crisis política y populismo militar en Perú”; p. 478. 91

desarrollaría la industria de consumo y el propiamente extranjero que se especializaría en la explotación minera, de donde arrancaría el ahorro nacional”155

De esta manera, y tal como afirman especialistas peruanos, se quebró definitivamente el antiguo orden oligárquico156, asestando –particularmente- un golpe certero a la oligarquía rural que había impedido un desarrollo de modernas relaciones sociales y económicas en haciendas y plantaciones. En la práctica, el desarrollismo militar intentó prevenir la hiper-movilización radicalizadas de las masas, particularmente de las campesinas, neutralizando la posibilidad de un movimiento guerrillero de izquierda revolucionaría157, combinando las aspiraciones de diversas clases y grupos sociales. En consecuencia, el gobierno militar alentó la movilización de vastos sectores populares levantando demandas en contra del orden social vigente hasta 1968, y sí capitalizar políticamente los cambios introducidos. El gobierno militar se hizo eco del impulso de las presiones sociales por el cambio, originadas en el sector campesino entre los años 1956 y 1964, las guerrillas de 1965 y las demandas abiertas por grupos en un proceso de renovación como la Iglesia Católica, aunque cerrando el paso a los liderazgos populares emergentes. Con ello, el gobierno esperaba encapsular corporativamente la movilización popular y supervisar verticalmente el proceso de participación y activación social desde las esferas oficialistas mediante liderazgos ficticios fabricados, todo como un antídoto contra la efervescencia revolucionaria.

“Estos son síntomas de la animadversión de las Fuerzas Armadas – aún de sus sectores progresistas y en un contexto como el peruano- hacia todo lo que se contrapone a su visión organicista, elitista y jerárquica de la sociedad y de los patrones correctos de autoridad”158.

155 COTLER, JULIO, “Crisis política y populismo militar en Perú”; p. 479. 156 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú”, p. 106. Cfr. NELSON MANRIQUE, Op. Cit., p. 58. Cfr. FERNÁNDEZ FONTENOY, CARLOS; “Partidos antisistema y polarización política en el Perú (1930-1994)”; en FERNÁNDEZ FONTENOY, CARLOS; Op. Cit.; p. 200. 157 El que paradójicamente emergería una década después. 158 O DONNELL, GUILLERMO; “Las Fuerzas Armadas y el Estado Autoritario del Cono Sur de América Latina”; p. 233. 92

En esa misma línea, el gobierno de Velasco Alvarado se abocó a la creación de organismos estatales destinados a atender las demandas sociales, siempre bajo la tuición directa de oficiales de las Fuerzas Armadas. El modelo corporativista militar de tendencia nacional popular, aunque no fue capaz de satisfacer todas las necesidades de la base social, despertó la conciencia política de grupos hasta antes excluidos de la planificación estatal. Al participar de un tipo de movilización dirigida, el gobierno de Velasco Alvarado resultó incapaz de responder a todas las expectativas generadas por el germinal movimiento popular, que tempranamente resultó difícil de cooptar, a pesar de la continua y calculada propaganda basada en el imaginario popular.

En un hecho inusual para la oligarquía y la clase política peruana, el general Velasco Alvarado se apropió de diversos símbolos indígenas, originalmente de carácter contestatario, que conectaron a su gobierno con el Perú profundo: el de la Sierra y de la Selva. De pronto las observaciones arguedianas, así como las críticas de Mariategui y Haya de la Torre, encontraron respuestas en los uniformes pardos. En un momento tan decisivo como el anuncio de la reforma agraria, el general Presidente advertía que “aplastaría” a quienes intentaran socavarla, y remataba parafraseando a Túpac Amaru: “campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza”159. Con ello reforzaba el liderazgo acentuadamente personalista de su gobierno, dejándolo al borde del tradicional mesianismo de la cultura política peruana.

La propia utopía andina fue recogida por el gobierno de Velasco Alvarado como motivo de la cultura popular urbana e incluso a la Academia. El mito del Inkarri comenzó a ser estudiado por los intelectuales adictos al régimen, que solían estamparlo en las imágenes de las portadas de sus libros. Al tiempo que da un nombre a un Festival, el Inkarri aparece en artesanías y afiches propagandísticos160.

Esta utilización de elementos de la cultura indígena rural, de dosis originalmente subversiva, fue parte de una estrategia ideológica y una

159 COTLER, JULIO; “Crisis política y populismo militar en Perú”; p. 477. 160 FLORES GALINDO; ALBERTO; Europa y el País de los Incas: La Utopía Andina; Instituto de Apoyo Agrario; Lima; 1986; p. 22. 93

política cultural que intentaban legitimarse a sí mismas mediante la referencia al esplendor de un pasado que dice encarnar161, y que de paso neutralizaban manifestaciones y otras formas de protesta apropiándose de símbolos que en el pasado habían desafiado al poder162. Es decir el mecanismo estaba en las antípodas de la disyunción de Flores Galindo, en la que -como explicamos- los vencidos bajo situación de dominio y sujeción se apropian de las formas de los vencedores para otorgarle un contenido propio, teniendo en su lugar un poder apelando a la memoria e imaginería de “los de abajo” para reforzar su situación. La actualización de un pasado glorioso tuvo un ingrediente de inmediatez, que lo conectó con los populismos clásicos latinoamericanos, al tiempo que lo distanció de las utopías radicales revolucionarias del pasado (como el proyecto de Túpac Amaru), pero también del radicalismo revolucionarios modernos que enarbolaban los referentes de doctrina marxista. En cambio, tanto el discurso maniqueo de bipolaridad socio-política entre el bien y el mal, así como la promesa (inmediata) de redención de los pobres y excluidos relacionaban la tradición milenarista insita en la utopía andina y el populismo militar de Velasco Alvarado163. No hay que olvidar que la redención populista es también la apropiación autoritaria de la soberanía popular.

Lo anterior no significa desconocer los rasgos innovativos y excepcionales de la experiencia militar peruana. Aunque apeló a la premoderna resistencia indígena colonial levantó un proyecto específico de

161 Siguiendo a Jorge Larraín podemos concluir que todo elemento identitario puede devenir en discurso ideológico si es que oculta diversidades y antagonismo efectivos de una sociedad. En este caso la utopía andina se adapta para que el discurso de resistencia deje de operar como mecanismos retratador de diferencias y operé como discurso homogenizador social y de legitimación del poder. Véase LARRAÍN, JORGE; Op. Cit.; pp. 213-114. 162 Thorp, Caumartin y Gray-Molina enfatizan: “Part of the reason for the lack of major protest and mobilisation may possibly be that there is quite an elaborate expression of identity throught ‘cultural politics’ (…) This refers to the use of fiestas, dances, processions and song to express identity and make political satements, albeit in a very low-key way”. Véase THORP, ROSEMARY et all: “Inequality, Ethnicity, Political Mobilisation and Political Violence en Latin America: The cases of Bolivia, Guatemala and Peru”; Bulletin of Latin America Research; Volumen 25; Number 4; October 2006; Blackwell Publishing; United Kingdom; p. 469. 163 Como sugiere Guy Hermet el moralismo dicotómico de combate entre el bien y el mal del discurso populista tiene la fuente religiosa de los movimientos milenaristas o la espiritualidad sincrética. Véase HERMET, GUY; “El populismo como concepto”; en Revista de Ciencia Política; Volumen XXIII; Nº 1; Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Santiago; 2003; p. 15. 94

modernización que abrió una etapa de intensas reformas orientadas a incluir los amplios contingentes sociales, antes excluidos de los que hemos hablado (de allí su carácter de autoritarismo incluyente), a saber indígenas rurales164, comunidades campesinos y sobretodo los pobladores de las barriadas periféricas. El gobierno de Velasco Alvarado realizó las grandes transformaciones que en otras latitudes acometieron los gobiernos nacionales populares que podemos resumir en:

“La integración nacional por el desarrollo económico, la lucha contra la dominación extranjera y la participación popular”165.

Dicho repertorio explica que diversos investigadores distingan al régimen de Velasco Alvarado como uno de los más relevantes regímenes militares de orientación nacional popular. Sin embargo, al mismo tiempo el carácter impositivo y controlado de las medidas de activación socio-política apuntó a la naturaleza contradictoria de un régimen que hizo suyas las máximas de los gobiernos nacional-populares por medios típicamente autoritarios166, o anti-pluralistas si se prefiere.

A poco tiempo de haber protagonizado el cuartelazo en contra del primer gobierno de Belaunde Terry, los militares habían implementado parte relevante de este programa de corte nacionalista y reformista y que fue acometido indistintamente “desde arriba”. Sin embargo, la exitosa reformulación de las bases sociales provocó una sobrecarga de demandas populares que rebasaron la capacidad de respuesta gubernamental del modelo militar peruano. SINAMOS, dejó de ser rápidamente el centro de articulación del activismo social bajo control y pasó a ser apenas una caja de resonancia de la propaganda política gubernamental. Las expectativas no fueron satisfechas, y de esta manera el espacio abierto para la auto- organización en sindicatos y otras asociaciones rápidamente se reveló

164 Dicha inclusividad sin embargo siguió siendo observada como un asunto de carácter técnico administrativo, lo que explica que la cuestión indígena continuara siendo tratada con el criterio tecnocrático de la Oficina de Asuntos Indígenas o con proyectos del tipo Plan Nacional de Integración de la Población Aborigen. 165 TOURAINE, ALAN; Op. Cit.; p. 185. 166 TOURAINE, ALAIN; Op. Cit.; p. 186. Cfr. Con PALMER, DAVID SCOTT ; Peru : The Authoritarian Tradition; Praeger Press ; New York ; 1980. 95

insuficiente a la hora de la atenuar la conflictividad social y el discurso de enfrentamiento de clases167.

El malestar social tuvo particular eco entre los sectores que por primera vez tuvieron conciencia de los derechos que les habían sido negados en virtud de un sistema con trabas sociales y económicas, pero particularmente étnico-raciales168. La reforma agraria no se tradujo en una mejor vida para los campesinos, que a su vez resintieron la dislocación de los circuitos comerciales de sus productos agrarios. La disyuntiva les ofreció seguir viviendo la marginalidad histórica -agravada por la miseria derivada de la ausencia de mercado, la escuela y las prestaciones sociales estatales- o bien emigrar a la periferia de las grandes ciudades, engrosando a la nueva clase urbana marcada por el desarraigo169.

La crisis de expectativas insatisfechas revirtió en lo que sería una segunda fase de la experiencia militar, dirigida por el general Francisco Morales Bermúdez, que se acopló –aunque parcialmente- al tipo de regímenes militares conosureños, en orden a garantizar una nueva estrategia del desarrollo enunciada desde los nuevos grupos validados en el “conocimiento económico social” de los intelectuales orgánicos o tecnócratas170, lo que equivalía a regresar a un tipo de desarrollo con participación relevante del capital privado, al tiempo que recurría al expediente más policivo de control de los sectores de opinión de la sociedad civil. Los instrumentos ideológicos y discursivos fueron orientados para acometer el desmantelamiento del Estado Asistencialista que implementó el anterior gobierno del general Velasco Alvarado. Los sindicatos, algunos abiertos y otros re-potenciados durante los años de Velasco Alvarado,

167 SHEAHAN, JOHN; La economía peruana desde 1950. Buscando una sociedad mejor; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2001; p. 183. 168 MANRIQUE, NELSON, Op. Cit., p. 55. 169 MANSILLA, FELIPE; Op. Cit.; p. 282. En este último caso se remite a las barreras entre indios y mestizos, costeños y serranos reflejadas en una ausencia de solidaridad y continuidad compartidas que permitan la integración social y la adhesión a una identidad colectiva nacional. 170 Los cuadros tecnocráticos adoptaron las teorías económicas neo monetaristas de Milton Friedman, la filosofía política neo conservadora de Friederick Von Hayek, el liberalismo libertario de Robert Nozik, y desde la Política Comparada los estudios empíricos de Samuel Huntington, que sugerían que las primeras fases de modernización habían acaecido bajo la dirección de un gobierno fuerte y autoritario. CÓRDOVA, ARNALDO "Modernización y Democracia" en Revista Mexicana de Sociología, Año LIII N° 1. Enero-Marzo 1991. 96

contribuyeron significativamente a liderar la oposición al general Morales Bermúdez. Finalmente, acorde al tono más liberal que asumió, la dictadura estableció las bases para el retorno al régimen civil convocando a elecciones para la Asamblea Constituyente a fin de impulsar una nueva Constitución Política del Perú. El cronograma de traspaso del poder a los civiles, anunciado en 1977, nuevamente apeló al pretérito, siendo bautizado “Plan Túpac Amaru”171. Hacia 1979, la nueva constitución fue sancionada. A partir de dicho momento fue nuevamente el momento de los partidos, sin escapar de los liderazgos personalistas que se conducirían como caudillos ante sus partidos, y como Mesías ante la opinión pública172. De esta manera, el gobierno militar no pudo crear un ambiente propicio para iniciar una renovación de los partidos políticos, dejando en su lugar espacio para el tradicional caudillismo.

Resulta paradójico que el paradigma de los liderazgos carismáticos en Perú, el líder y fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, después de presidir los trabajos preparatorios de la Constitución peruana, muriera. Su partido conmocionado intentó también una transición desde el caudillo a un nuevo líder conciliador, Armando Villanueva. Sin embargo, sería un nuevo líder, Alan García, quien cinco años después retomaría la tradición personalista con el éxito de quien llega a la Presidencia.

La Fase inclusiva (1980-1990)

Una vez traspasado el poder a los civiles, Perú experimentó un período de cierta inclusión social y funcionamiento normal de instituciones de origen democrático, aunque sin solucionar la cuestión de la marginalidad rural serrana y el desarraigo de los nuevos habitantes de la ciudad descampesinizados173. Sin embargo, la democracia formal apareció

171 Con ello la incorporación de los símbolos de resistencia indígena se había integrado como recurso en la matriz propagandística de legitimación de las nuevas elites en el poder. 172 De esta manera fue llevado el legado caudillista tradicional latinoamericano a la política “moderna” mediante la personalización de la misma. 173 Para cierta literatura dichas situaciones de marginalidad y desarraigo explicarían procesos de anomización social de los actores, a la vez que estaría en la base del crecimiento de organizaciones anti-sistémicas como el Movivimiento Revolucionario Tupac 97

fortalecida en un contexto en que los 50 años anteriores, el país había disfrutado sólo 20 años de gobiernos constitucionales174.

Adicionalmente, los gobiernos elegidos por el sufragio popular debieron encarar nuevos desafíos. Años de crisis económica y lucha armada contra Sendero Luminoso175 y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA)176 contribuyeron a desacreditar a los partidos políticos peruanos177, hasta arrastrarlos a una situación difícil marcada por su aparente debilidad y la extrema volatilidad del electorado, la más alta de América Latina a fines de la década de los ochenta178. Dicho fenómeno se expresaba en el progresivo debilitamiento del ascendiente político del ejecutivo en sus bases electorales a partir de la segunda mitad de cada mandato presidencial179.

Durante este período y como resultado de lo anterior, instituciones de origen no popular, particularmente los institutos castrenses, continuaron siendo actores gravitantes en la política interna a partir del fortalecimiento de su papel metaconstitucional en la administración del orden interno durante los estados de excepción y más allá: como árbitro en medio de las crisis sociales y políticas. El Ejército, cuyos altos mandos habían dejado voluntariamente el poder político en 1980, conservó enclaves de poder durante los siguientes gobiernos civiles (alcanzando el cenit de influencia durante la administración Fujimori), preservando sus propios códigos conductuales mediante la incorporación de nuevas funciones180. En consecuencia fueron incluidas disposiciones que pasaron a formar parte del

Amaru (MRTA) y Sendero Luminoso. Al Respecto véase MANSILLA, FELIPE; Op. Cit; en REINARES, FERNANDO Y WALDMAN, PETER; Op. Cit. 174 MCCLINTOK, CYNTHIA; Op. Cit.; p. 284. Al respecto hay que destacar que parte relevante de la confrontación política del período más bien fue animada por la pugna entre los militares y al APRA que por aspectos de otra índole. 175 Para un relato exhaustivo acerca de la violencia política en el Perú véase: MANRIQUE, NELSON; Op. Cit. 176 Véase supra pp. 165-166. 177 Algunos autores incluso sostienen que Sendero Luminoso sería una causa de la crisis de los partidos. Véase BERNALES BALLESTEROS, ENRIQUE; Op. Cit.; p. 169. 178 COTLER, JULIO y GROMPONE, ROMEO; El Fujimorismo. Ascenso y Caída de un Régimen Autoritario. Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2001; p. 22. 179 LINZ, JUAN y VALENZUELA, ARTURO. Op. Cit.. 180 La normativa constituye la base de la herencia autoritaria que los militares a la nueva democracia peruana instaurada en 1980. Véase LÓPEZ, SINESIO; “Mediaciones Políticas, democracia e interés público en el Perú de los 90”. Pp. 467-503 en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Fracturas en la Gobernabilidad Democrática; Centro de Análisis de Políticas Públicas de la Universidad de Chile; Santiago; 1998; p. 480-481. 98

orden institucional, siendo particularmente relevante la norma constitucional 231, que durante el segundo gobierno de Belaunde significó el desmedro del poder civil a favor del poder militar en las zonas declaradas en estado de emergencia.

Por lo tanto, teniendo en cuenta que los militares salieron de la escena política principal peruana aunque resguardando sus cotos de acción, conviene interrogarse acerca de qué manera los diversos liderazgos se insertaron en condiciones de abierta competencia electoral, cuál fue el desempeño partidario en dicho esquema, y su aporte en la gobernabilidad del sistema. Como contrapartida los partidos experimentaron durante la subfase 1980-1990 vaivenes y turbulencias. A modo de referencia, es importante tener en cuenta que durante la década de los ochenta fueron cuatro los partidos políticos peruanos con un grado de ascendiente y cuyos orígenes se remontan a inicios del siglo XX. Estamos hablando de organizaciones definidas gravitando en torno a una ideología más bien clara, con disposición de bases sociales a través del territorio nacional peruano, las que se encontraban vinculadas por medio de una disciplina partidaria a las decisiones de los organismos institucionales centrales. Simultáneamente se puede constatar que todos contaban con un liderazgo jerárquico, a menudo de tipo carismático. Éstos son:

Referente Fundación Dirigentes Posición Características Partido Aprista México Víctor Raúl Haya Centro Nacido como Peruano (APRA, 1924, de la Torre. Desde izquierda movimiento Alianza Popular Sección la década del antioligárquico, asumió Revolucionaria peruana ochenta Alan demandas por Americana) 1930, García Pérez. reformas sociales. Acción Popular 1956 Fernando Centro De tipo centrista (AP) Belaunde Terry derecha nacionalista abogó por la modernización del Perú mediante reformas liberales. Partido Popular 1966 Luis Bedoya Derecha De inspiración demo- Cristiano (PPC) Reyes cristiana ha propiciado la liberalización económica del país. Izquierda Unida 1980 Renán Raffo Izquierda Coalición de 99

(IU) Hidalgo y Alfonso agrupaciones de Barrantes Lingán izquierda cuyos ejes actuales son el Partido Comunista Peruano y el Partido Unificado Mariateguista. Tabla 1 Caracterización de Partidos Políticos

Estos cuatro partidos concentraron la gran mayoría de las preferencias electorales. En consecuencia, podría afirmarse que en el Perú estuvo vigente un sistema multipartidista, aunque el poder se encontró básicamente en dos partidos predominantes (AP y APRA). Sin los referentes políticos que habían representado históricamente a la vieja y vetusta oligarquía, el espectro político peruano siguió el clásico modelo tripartito con el PPC y AP a la derecha, el APRA al centro, y la izquierda con una fragmentada camada de partidos que iban desde los nacionalistas defensores del reformismo militar de Velasco Alvarado, hasta trotskistas, pasando por marxistas de orientación soviética y maoísta, y sin olvidar a los mariateguistas.

Al respecto hay que considerar que la cantidad de partidos puede llegar a ser relevante para la estabilidad si se acepta que las democracias presidenciales, con más de cinco partidos de peso tienden a permanecer/sobrevivir más que aquellas que tienen menos de cinco. Sin embargo, la cantidad de escaños parlamentarios del partido del presidente tiende a reducirse cuando hay más de cinco partidos, haciendo más compleja dicha situación. En el caso del Perú a luz de la taxonomía de Sartori, la alta segmentación partidos con una distancia ideológica considerable favoreció la constitución de un sistema de partidos de alta fragmentación y de tipo polarizado, es decir pluralismo polarizado181. En el Perú no existió un equilibrio de tipo homeostático (persistencia del punto de equilibrio original) en el sistema partido. Durante este período se comenzó a bosquejar un sistema de partidos relativamente estables, en el que el APRA, era el participante de mayor tradición y niveles organizativos en el país. El dinamismo del sistema permite grados de incertidumbre saludables acerca

181 SARTORI, GIOVANNI; Partidos y Sistemas de Partidos; Alianza Editorial; Madrid; 2000; pp. 159-160. 100

de cual será el partido más votado en la siguiente elección, aunque sin mecanismos de control sobre los referentes partidarios. En el caso del Perú el dinamismo y la ausencia de mecanismos de control partidario se tradujo en una alta tasa de volatilidad del electorado, lo que favoreció, a pesar que existía un sistema de partidos, que siguieran sobresaliendo los liderazgos personalistas, con los rasgos mesiánicos que la cultura política peruana había fomentado históricamente. En consecuencia las fuerzas políticas se articularon en torno a liderazgos de corte personal carismático:

“Desde sus inicios, los partidos peruanos han tenido un liderazgo altamente personalizado que duplicaba los aspectos voluntaristas y autoritarios del tradicional estilo patrimonial. Caudillos políticos locales personificaban ideologías globales e identidades sociales absolutas y controlaban los recursos distributivos y las redes clientelares. Este personalismo extremo, donde los oponentes se consideraban enemigos, jugó un papel decisivo en impedir negociaciones.”182

El predominio personalista en la dirección de los partidos políticos se ajustó al presidencialismo reforzado previsto constitucionalmente, elemento infaltable en todos los diseños políticos latinoamericanos con un régimen civil de corte electoral construido sobre una democracia presidencialista, y que en el caso peruano se convirtió en un factor clave que ayudaría a explicar el colapso de las instituciones democráticas como sugiere McClintock183.

En virtud del registro mesiánico ciertos candidatos presidenciales con altos niveles de popularidad fueron vistos inicialmente como superhombres, siendo a menudo caricaturizados como aspirantes a monarcas por los principales periódicos del Perú184. Como venía ocurriendo desde la década del veinte por lo menos, el candidato a Jefe de Estado más popular fue asumido por ciertos círculos como un líder que podría “salvar” al país en

182 COTLER, JULIO; “Partidos Políticos y problemas de la consolidación democrática en el Perú”; p. 264. 183 McCLINTOCK; CYNTHIA; Op. Cit; p. 284. Cfr. con ARAYA, EDUARDO; “El populismo en América Latina. Entre la ambigüedad conceptual y la realidad histórica”; en CAVIERES, EDUARDO; Los proyectos y las realidades. América Latina en el Siglo XX; Ediciones Universitarias de Valparaíso; Valparaíso; 2004. 184 McCLINTOCK; CYNTHIA; Op. Cit.; p. 312. 101

términos casi religiosos185, incorporando una dosis redentiva a la retórica populista. Precisamente fueron los sesgos populistas referidos al discurso los que continuaron operando después del alejamiento del poder del Presidente Velasco Alvarado.

Gobierno de Fernando Belaunde Terry (1980-1985)

Durante la elección para una Asamblea Nacional Constituyente encargada de redactar una nueva carta fundamental, los partidos y sus líderes, canalizaron las diversas sensibilidades y opciones de la población. Aunque AP boicoteó el acto electoral, el APRA y el PPC tomaron parte activa de la campaña que culminó con la adopción de una nueva constitución (12 de julio de 1979) que otorgó por vez primera el voto a los analfabetos y eliminó toda restricción a los partidos políticos.

Las elecciones generales fueron convocadas el año siguiente. Fernando Belaunde se presentó como un presidente que concilió moderación sin compromisos con el gobierno militar186. Un aire de caballero que propendía al buen gobierno fue suficiente para un electorado que lo premió con la Presidencia de Perú por segunda vez, y por una abrumadora mayoría pocas veces vista en la historia del país: 45,2% de los votos válidos. En las elecciones presidenciales de 1980 Fernando Belaunde Terry, quien intentó deslegitimar el referéndum constitucional de 1978, obtuvo el triunfo electoral en primera vuelta, después de 12 años de un régimen dictatorial, que paradójicamente lo había derribado antes de concluir su primer mandato.

185 PIKE, FREDERICK; The Politics of Miraculous in Peru; University of Nebraska Press; Lincoln; 1986. Nótese que hacia la década del 30 ya Haya de la Torre hablaba de la salvación del Perú. La expresión “¡Sólo el APRA salvará al Perú!” fue el lema y el saludo del aprismo clandestino de los años treinta y cuarenta. 186 Al respecto hay que recordar que a diferencia de Haya de la Torre y otros líderes se opuso a una transición pactada y gradual, por lo que había exigido el regreso inmediato a la democracia ya en 1977. 102

Elecciones Presidenciales 1980187 Candidato Agrupación Votos %

Fernando Belaunde Ferry AP 1.793.190 45,2

Armando Villanueva del Campo PAP 1.087.188 27,4

Luis Bedoya Reyes PPC 382.547 9,6

Hugo Blanco Galdós PRT 160.713 3,9

Horacio Cevallos Gámez UNIR 134.321 3,3

Leonidas Rodríguez Figueroa UI 116.890 2,8

Carlos Malpica Silva-Santisteban UDP 98.452 2,4

Tabla 2 Elecciones Presidenciales 1980

Elecciones Parlamentarias 1980188 Cámara de Diputados

Agrupación Votos %

Partido Acción Popular (AP) 1.413.233 38,9

Partido Aprista Peruano (PAP) 962.801 26,5

Partido Popular Cristiano (PPC) 348.578 9,6

Unión de Izquierda Revolucionaria (UNIR) 172.430 4,8

Unidad Democrático Popular (UDP) 156.415 4,2

Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) 151.447 4,2

Alianza Unidad de Izquierda (UI) 124.751 3,4

Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos (FNTC) 93.416 2,6

Frente Obrero, Campesino, Estudiantil y Popular (FOCEP) 61.248 1,7

Tabla 3 Elecciones Parlamentarias 1980. Cámara de Diputados

187 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Perú Político en Cifras, Fundación Friedrich Ebert; Tercera Edición; Lima; 2001. 188 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 103

Elecciones Parlamentarias 1980189 Cámara de Senadores

Agrupación Votos %

Partido Acción Popular (AP) 1,694,952 40.9

Partido Aprista Peruano (PAP) 1,144,203 27.6

Partido Popular Cristiano (PPC) 385,674 9.3

Unión de Izquierda Revolucionaria (UNIR) 189,080 4.6

Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) 165,191 4.0

Unidad de Izquierda (UI) 146,085 3.5

Unidad Democrático Popular (UDP) 145,155 3.5

Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos (FNTC) 92,892 2.2

Frente Obrero, Campesino, Estudiantil y Popular (FOCEP) 69,412 1.7

Tabla 4 Elecciones Parlamentarias 1980. Cámara de Senadores

Como se desprende de los cuadros, Fernando Belaunde Terry ganó las elecciones con un amplio respaldo del electorado en cada una de las cámaras del parlamento, de modo que no hubo necesidad de pactar alianzas ni coaliciones con fuerzas políticas ajenas a su campo (de hecho existió un entendimiento entre AP y PPC). A diferencia de lo que plantea José Antonio Cheibub190 sobre los gobiernos de minoría se puede apreciar que en el caso peruano, desde 1980 hasta 1990, los gobiernos de Acción Popular (AP) y más tarde del APRA disfrutaron de mayoría legislativa, lo que en la práctica permitió al Ejecutivo de aplicar su programa de gobierno sin obstrucción parlamentaria, lo que reforzó la voluntad presidencial de un Ejecutivo con inmenso poder.

Una de las primeras medidas de Belaunde Terry fue devolver los medios de comunicación, confiscados años atrás, a sus legítimos dueños. Con ello, se restituyó la libertad de prensa, en aras de la institucionalización del país. La política de Belaunde Terry procuró implementar un ajuste fiscal, el fomento de la inversión extranjera, la privatización de empresas estatales,

189 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 190 CHEIBUB, JOSÉ ANTONIO, PRZEWORSKI, ADAM Y SAIEGH, SEBASTIÁN; “Government Coalitions and Legislative Success Under Presidentialism and Parliamentarism”; pp. 565-587 en British Journal Of Political Science; vol. 34, 2004. 104

y consolidar el régimen democrático. Sin embargo, las dificultades económicas en aumento, sumado al inicio de un ciclo de violencia política, seguido por los asesinatos políticos, provocaron el deterioro progresivo de la popularidad del Presidente y su referente partidario.

Uno de los mayores desafíos a los que se enfrentó el Presidente Belaunde en su segundo mandato fue enfrentar el nuevo ciclo de violencia política, esta vez conducido por Sendero Luminoso (SL), escisión del Partido Comunista Peruano Patria Roja que inicio sus acciones armadas hacia mayo de 1980 en Ayacucho. Simultáneamente, grupos cercanos al APRA y la izquierda, decepcionados del juego político de sus referentes durante la etapa previa a las elecciones, se separaron para fundar el MRTA y comenzaron las hostilidades hacia 1983. A pesar de sus diferencias doctrinales, Sendero y el MRTA, convergían en una prognosis respecto a la urgencia de implementar una insurrección violenta para lograr un cambio radical en las instituciones sociales, económicas y políticas del Estado, además del desplazamiento de las elites dirigentes y la alteración en los valores de una sociedad en beneficio de un modelo socialista comprendido como el culmen de una revolución191. Simultáneamente, la canalización del conflicto por derroteros violentos dio cuenta de una notable desafección de la política partidista por parte de los grupos marginalizados: los nuevos desarraigados de las urbes, los campesinos -que a la “desindianización” previa añadieron la “descampezinación”-, y particularmente la juventud universitaria de provincia, andina y mestiza192. Dichos sectores de simpatizantes originales pronto llegarían a formar parte de las células operativas y cuadros dirigentes de una guerrilla presta a lanzar una guerra campesina desde la zona más deprimida del Perú193.

Pero más importante aún fue el antídoto gubernamental contra la insurrección. Belaunde Terry respondió cediendo a partir de 1982 a las Fuerzas Armadas la responsabilidad política y militar sobre las zonas de emergencia donde se registraba la mayor parte de la actividad insurrecta, la

191 SALINAS, SERGIO; “El MRTA: Herederos de las Guerrillas del 65” pp. 187-200; en Política; Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Chile; Volumen 35, Primavera 1997; Santiago de Chile, pp. 187. 192 MANSILLA, FELIPE; Op. Cit.; p. 288. 193 REÑIQUE, JOSÉ LUIS; Op. Cit.; p. 57 105

denominada zona roja ayacuchana, que a mediados de la década de los ochenta se expandiría a casi la mitad del territorio nacional. La participación de las Fuerzas Armadas en el proceso político y la resignación de las funciones civiles quedaron atadas al nivel de seguridad alcanzado. Es lo que había ocurido con ocasión del levantamiento senderista de diciembre de 1982 cuando las Fuerzas Armadas irrumpieron en la lucha anti-subversiva y de paso en la política contingente con sus propios códigos militares. Era el inició de un ciclo progresivo que culminaría con los institutos castrenses dominando completamente la solución al “problema subversivo”.

Gobierno de Alan García Pérez (1985-1990)

Aunque Belaunde Terry logró culminar su segundo mandato (1980 - 1985) su agrupación política experimentó un desgaste electoral en las siguientes elecciones generales, como se desprende del magro porcentaje obtenido por el abanderado oficialista de AP, apenas un 7% de los votos. En contraposición la izquierda, y la centro-izquierda reformista, particularmente lograron capitalizar el descontento popular, recibiendo una verdadera marea de votos.

Elecciones Presidenciales 1985194

Candidato Agrupación Votos %

Alan García Pérez PAP 3.452.111 53

Alfonso Barrantes Lingán IU 1.605.139 25

Luis Bedoya Reyes PPC 773.313 12

Javier Alva Orlandini AP 471.150 7

Roger Cáceres Velásquez IN 91.986 1

Francisco Morales Bermúdez FUN 54.899 1

Tabla 5 Elecciones Presidenciales 1985

Alan García acaparó el 53% de los votos, más del doble de los obtenidos por su inmediato rival, el marxista y alcalde de Lima, Alfonso

194 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 106

Barrantes Lingán, abanderado presidencial de la Coalición Izquierda Unida. En tercer lugar quedó el socialcristiano del PPC, Luis Bedoya Reyes, y en un cuarto puesto el candidato oficialista, Javier Alva Orlandini. La elección de Alan García marcó un hito en la historia peruana, al ser la primera vez que un militante del APRA, el partido más antiguo, disciplinado y compacto partido del Perú, accedía al poder. Se trataba de un candidato joven y elocuente, que gozaba del prestigio de haber sido uno de los protegidos del mítico Haya de la Torre, y que llegaba a la justa electoral con un discurso nacional popular, pletórico de elementos nacional-populares. Como la mayor parte del electorado cifraba sus esperanzas en este nuevo Mesías, García desplegó sus excepcionales capacidades de oratoria y persuasión, privilegiando el encuentro directo con sus adherentes. En un año particularmente virulento en la campaña guerrillera de Sendero Luminoso, García apostó a concentrar su campaña en el departamento de Puno, que según su intención declarada, pasaría ser el núcleo de un plan de recuperación del “trapecio andino”. Apelando a la tradición quechua, se organizaron eventos, bautizados en lengua aborigen “Rimanaky” (conversemos), para plantear interlocución directa entre su probable gobierno a esas alturas y las comunidades campesinas altiplánicas. La principal oferta fueron planes de empleo temporal con lo que se esperaba granjearse el respaldo de la región195. En las elecciones parlamentarias llamó la atención la propensión coalicional de los referentes políticos. Como se puede apreciar, para estas elecciones se formaron distintos movimientos de orientación izquierdista y centro derecha (Convergencia Democrática).

Elecciones Parlamentarias 1985 Cámara de Diputados196

Agrupación Votos %

Partido Aprista Peruano, PAP 2.920.605 50,1

Izquierda Unida, IU 1.424.981 24,4

Convergencia Democrática, CODE 649.404 11,1

Partido Acción Popular, AP 491.581 8,4

Izquierda Nacionalista, IN 110.695 1,9

195 REÑIQUE, JOSÉ LUIS; Op. Cit.; p. 65. 196 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 107

Elecciones Parlamentarias 1985 Cámara de Diputados196

Agrupación Votos %

El Frente, F.U.N. 59.455 1,0

Movimiento 7 de Junio, M7J 24.466 0,4

Partido de Avanzada Nacional, PAN 19.131 0,3

Partido Socialista de los Trabajadores, PST 16.425 0,3

Partido Socialista del Perú, PSP 14.775 0,3

Tabla 6 Elecciones Parlamentarias 1985. Cámara de Diputados

Elecciones Parlamentarias 1985 - Cámara de Senadores197

Agrupación Votos %

PAP 3.099.975 51

Izquierda Unida 1.521.461 26

Convergencia Democrática 675.621 11

Acción Popular 492.056 8

Izquierda Nacionalista 103.874 2

Frente Democrático de Unidad Nacional 56.859 1

Partido de Avanzada Nacional 25.843 1

Frente Agrícola Humanista Femenino 17.540 0

Partido Socialista de los Trabajadores 16.113 0

Movimiento Cívico Nacional 7 de Junio 15.126 0

Partido Socialista del Perú 12.991 0

Partido Mariateguista de Liberación Nacional 7.359 0

Tabla 7 Elecciones Parlamentarias 1985. Cámara de Senadores

El APRA obtuvo sendas mayorías absolutas de 110 legisladores (sobre 180) en la Cámara de Diputados y de 32 (sobre 60) en el Senado. Una de las causas del triunfo mayoritario en ambas cámaras del Parlamento podría deberse a que el proceso electoral se verificó simultáneamente en el

197 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 108

mismo día (concurrent elections)198. Si sobre dicho porcentaje se suman los votos de IU, se obtiene que dos plataformas en conjunto, APRA e IU, obtuvieron 155 de los 180 escaños de la Cámara de Diputados. Nuevamente el grupo parlamentario oficialista no necesitaba de coaliciones o pactos de legislatura, desincentivando la formación de coaliciones multipartidarias pluralistas y el desarrollo de hábitos de negociación y consensos políticos. El Presidente nuevamente, y más que nunca, contaba con las mayorías legislativas para aplicar su programa a discreción y lo hizo activamente.

El más joven mandatario constitucional (36 años) en la historia del Perú comenzó su administración con unos índices de popularidad sin precedentes, aglutinando las expectativas de una sociedad fuertemente castigada por las políticas de ajuste y una violencia en acelerada escalada, cuya autoría esta tanto en los grupos terroristas como de las fuerzas de seguridad del Estado.

“El resonante éxito electoral de Alan García y los amplios poderes que le concedió el Congreso acentuaron el carácter presidencialista del régimen, lo cual llevó al flamante Presidente a adoptar comportamientos caudillistas y voluntaristas que se tradujeron en decisiones de tipo nacionalista y estatista.”199

El poder del Presidente llegó a ser tan relevante que muchos no dudaron de tildar de Alanista al gobierno más que Aprista. El propio APRA se entregó disciplinadamente a la voluntad presidencial, por lo que ningún miembro abandonó el partido o formó una facción interna disidente. En consecuencia los proyectos legislativos del presidente García se convirtieron en leyes sin mayor trámite, lo que le valió el mote de dictador constitucional por parte de sus detractores200 y a mediados de su gobierno el franco calificativo de gobierno autoritario, por parte del líder de la oposición, Mario Vargas Llosa201.

198 Véase CHEIBUB, JOSÉ ANTONIO; Op. Cit. 199 COTLER, JULIO y GROMPONE, ROMEO; Op. Cit.; p. 18. 200 McCLINTOCK; CYNTHIA; Op. Cit., p. 313. 201 COTLER, JULIO; “Partidos Políticos y problemas de la consolidación democrática en Perú”; p. 282. 109

Sin embargo, el país experimentaría una severa crisis económica con una inflación marcando el 230% en su peak. Adicionalmente, el desempleo se constituyó en un serio escollo para las políticas sociales, habida cuenta que llegó a afectar a un tercio de la población activa.

En 1986 García se divorció de los organismos financieros internacionales, para implementar una “política de resistencia contra el imperialismo”, recordando la retórica del Gobierno de Velasco Alvarado. Como respuesta, el Fondo Monetario Internacional (FMI) declaró al Perú como país inelegible, lo que supuso en la práctica la interrupción de los créditos tanto de la citada organización como del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El joven Presidente aprista, como antes los militares bajo Velasco Alvarado, se abocó a aplicar fórmulas estructuralistas cepalianas para recuperar la economía. El equipo gubernamental basó el crecimiento económico fundamentalmente en el consumo interno, sin recurrir al crédito y las inversiones extranjeras. La salida autárquica, sin embargo, colisionó con la doble realidad insoslayable del Perú: limitados recursos propios de un país en vías de desarrollo y el elevado porcentaje de la población económicamente activa separada del sistema productivo, bien por estar cesante o por laborar en el sector informal de la economía.

La angustiosa iliquidez del Estado, por causa de la evasión fiscal y la evaporación de las reservas de divisas, llevó a García, el 28 de julio de 1987, a anunciar dos nuevas medidas: 1) la nacionalización (la estatización de la banca, mediante intento fallido de estatizar 10 bancos comerciales en julio de 1987), con derecho a indemnización, de todas las entidades bancarias, excepto las filiales extranjeras, y de algunas aseguradoras, no pertenecientes al Estado, y 2) la prohibición de las operaciones de cambio de divisas fuera de las instituciones públicas. Aunque la nacionalización de la banca privada tuvo un enorme impacto comunicacional y político, en la práctica no se concretó.

El penúltimo año del mandato de García marcó una recesión del 14% del PIB y una deuda externa de 20.000 millones de dólares, esto es, el 90% 110

del PIB. La hiperinflación alcanzó el 2.773%. La aguda crisis económica empeoró la situación en el país. En el régimen presidencialista, que presupone la elección directa del primer mandatario, la economía se transforma de hecho en un factor decisivo para los electores, más allá de la estructura institucional. En este caso, la crisis económica provocó un descontento generalizado que derrumbó la popularidad inicial de Alan García haciéndola pasar de un 90% al inicio a un 9% para el final de su mandato, lo que jugó en contra del sistema presidencial peruano.

Como la Constitución Política de 1979 impedía la reelección del presidente, tal como ocurre en ciertos regímenes presidencialistas, no se descarta una falta de incentivos en el círculo gubernamental para realizar una buena gestión en las postrimerías del período presidencial202, de modo que se produce un decaimiento en la performance del líder del ejecutivo. Sin embargo, en el caso de la presidencia de Alan García su deficiente desempeño hacia el final de su mandato no se debió necesariamente a la imposibilidad constitucional de presentarse a una nueva elección, sino que a la conjunción de crisis económica con una creciente sensación de inseguridad en la población ante la arremetida de las organizaciones extremistas de ultra-izquierda. Traspasada la mitad del mandato y ante signos evidentes de un nuevo giro político en las preferencias del electorado peruano fue posible la instalación en el gobierno del miedo a la discontinuidad en la política y a la desconfianza hacia un potencial sucesor, llevándolo a implementar políticas mal evaluadas que contribuyeron a una sensación de urgencia que Albert Hirchman ha llamado “el deseo de vouloir conclure”203. Sin embargo, el voluntarismo de un presidente, reflejado en la determinación de continuar aplicando un programa económico ineficaz, también puede ser un indicativo de un grado de autoritarismo.

202 Este hecho suele ser común en los regímenes presidencialistas, lo cual puede ser también un factor desestabilizante para la gestión del gobierno de turno. Cheibub señala que los mandatos sin reelección no estimulan al presidente para esforzarse por realizar una buena gestión. En esa misma línea Linz argumenta que la alternancia en el poder en los regímenes presidencialistas puede tener consecuencias disfuncionales porque no hay tiempo asegurado para cumplir las promesas e implementar programas de cambio social. 203 HIRSCHMAN, ALBERT; Retóricas de la Intransigencia; Fondo de Cultura Económica; México, 1991. 111

Sin embargo, y tal como se hizo presente, el mayor problema que debió enfrentar García fue el progresivo incremento del territorio bajo control de los insurgentes, lo que lo llevó a endurecer las sanciones por delitos terroristas. Hacia principios de su mandato la mitad del territorio nacional peruano era controlado por Sendero Luminoso y el MRTA. En junio de 1986, durante un motín carcelario, 250 guerrilleros de Sendero Luminoso encarcelados fueron muertos provocando acusaciones al Presidente García por parte de Izquierda Unida.

El mismo año fueron reemplazados los altos mandos del Comando Conjunto por su responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos. Complementariamente fue creado el Ministerio de Defensa Nacional con el objetivo de optimizar la organización de los diversos institutos castrenses, facilitando la designación de un civil al frente de una estructura centralizada, lo que no ocurrió en su gobierno.

Hacia 1989, el Congreso confirió al Ejecutivo poderes especiales para combatir la insurgencia, potenciando el papel de la Dirección Nacional Contra el Terrorismo (DINCOTE), que organizó los Grupos Especiales de Inteligencia (GEIN). Previamente, hacia 1985, se había potenciado la formación de comités de autoayuda armadas en las regiones campesinas más afectadas por las actividades de Sendero, siguiendo el modelo de las rondas campesinas en el norte. Respecto de lo comités de autoayuda,

“Su primer objetivo fue vigilar y defender la propiedad campesina, especialmente el ganado, ya que el Estado y sus agentes de orden público tenían una presencia muy precaria en las comarcas rurales de la sierra andina.”204

Respecto de las llamadas “rondas campesinas”, movimiento repositorio de la identidad colectiva de pequeños propietarios rurales en el norte del Perú, hacia mediados de los ochenta llegaron a administrar ciertas funciones estatales, como la justicia y la ejecución de obras públicas, el arbitraje, la conciliación del conflicto entre campesinos y la convocatoria de movilización

204 MANSILLA, FELIPE; Op. Cit., p. 292. 112

para la reivindicación de intereses205. Con la irrupción del conflicto subversivo algunas rondas establecieron una colaboración pragmática con las Fuerzas Armadas, que se ocuparon de su adoctrinamiento, convirtiéndolas en una parte sensible del engranaje para neutralizar las tácticas “de tierra quemada” desplegadas en la Sierra por Sendero Luminoso. A partir de 1986 la legislación peruana reconoció a las rondas la función de proteger la propiedad comunal e individual lo que las comprometió más directamente con la lucha anti-insurgente.

El progresivo descrédito institucional para enfrentar el conflicto armado y procesar las demandas sociales, sumado a la deficitaria situación económica, mermaron las ideologías y los partidos políticos tradicionales, de los cuales el APRA era el principal representante. Los partidos desacreditados tuvieron que seguir levantando las figuras de sus ex – presidentes como sus mejores cartas para las subsiguientes elecciones, prescindiendo de una sana competencia interna. En consecuencia, las tendencias mesiánicas y autoritarias fueron reforzadas. Ante la cuestión de la polarización, características de otras crisis de los sistemas presidenciales latinoamericanos, McClintock asevera:

“Sin embargo estos problemas no se materializaron en parte porque otro de los hipotéticos problemas –la identificación del presidente con un Mesías- fue muy grave. Los mandatos populares para cada nuevo presidente implicaron un parlamento débil frente al ejecutivo y una polarización limitada, pero fomentando la arrogancia presidencial”206

En ese contexto de erosión de imagen de las instituciones partidistas, sectores de las Fuerzas Armadas y el empresariado comenzaron a abogar por la liberalización de la economía y la restitución del orden por medio del autoritarismo político, siguiendo el recetario de la dictadura chilena.

205 Este movimiento social cuyo primer antecedente data de 1976, en el caserío de Cuyumalta, Chota, y que llegó a la cifra de 3.435 hacia 1990, Es interesante notar que el primigenio movimiento contó con la activa participación de los eslabones periféricos de poder: autoridades de caseríos, tenientes gobernadores, funcionarios policiales e incluso subprefectos. Para una mayor reflexión véase DEGREGORI, CARLOS IVÁN y PONCE MARIÑOS, MARÍA; “Movimientos sociales y Estado. El caso de las rondas campesinas de Cajamarca y Piura”; DEGREGORI, CARLOS IVÁN; Op. Cit.; p. 392-412. 206 McCLINTOCK; CYNTHIA; Op. Cit.; p. 325. 113

Algunas consideraciones

El régimen militar peruano logró quebrar las bases de poder de la rancia oligarquía peruana, pero fracasó en el reemplazo del antiguo orden por uno nuevo. En otras palabras, no fue capaz de crear reglas y acuerdos y construir un consenso político institucional que aportara la estabilidad mínima a la competencia por el poder en todo sistema.

Con lo anterior no se quiere decir que en el Perú no existan partidos de vocación democrática, sino que más bien al lado de un sistema de partidos en ciernes, el caudillismo se afincó como un dato ineludible a la hora de hacer política, aunque no se tratara de un candidato carismático o que hiciera gala de su retórica o capacidad de convocatoria. Evidentemente la falta de solidez partidaria, su presencia segmentada sobre el territorio peruano, facilitó la entrada en la escena política de Alberto Fujimori con un discurso antipartidos inclinando definitivamente la balanza a favor del liderazgo personalista omnímodo, reduciendo a los partidos a su mínima expresión. A decir de Martin Tanaka:

“Sólo en el Perú se da una interrupción exitosa del orden constitucional (…) sólo en el Perú no se produce una evolución en el sistema de partidos sino la desaparición completa del que estaba vigente durante los años ochenta, incluyendo sin excepción a todos sus actores.”207

De acuerdo a lo anterior, el quiebre del sistema político peruano no ocurrió en un sistema agotado, sino que altamente polarizado y competitivo, es decir en pleno despliegue de sus potencialidades, lo que sugiere que la crisis producida más tarde no sería de representación, aunque lo repentino y súbito del derrumbe sistémico si permite confirmar su fragilidad.

¿Qué posibilidades de gobernabilidad, entendido como el adecuado ejercicio del poder o la función de gobernar, asociada al objetivo de mejorar la corrección o eficiencia del gobierno, tuvieron los gobierno peruanos de la

207 TANAKA, MARTÍN; Los espejismos de la Democracia. El Colapso del Sistema de Partidos en Perú; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 1998; pp. 53-54. 114

fase 1980-1990? Al respecto y como en otros países de Sudamérica, la transición al régimen civil supuso la puesta en marcha de planes de reestructuración económica basado en planes de estabilización específicos, cuyos alcances a menudo no recibieron la consulta ciudadana y se impusieron desde las clases políticas y la elite comercial y financiera208. Como en el caso del Perú, al que se agrega el estallido del conflicto armado propiciado desde grupos anti-sistémicos. La misma década del ochenta observó el regreso de la democracia, ajustes económicos y ciertas reformas liberales (para reincorporar al Perú a los mercados internacionales mediante énfasis renovado en las exportaciones primarias) y el progresivo deterioro de la seguridad interior.

Mi sospecha es que los cambios y reformas incidieron negativamente en la capacidad de gobernabilidad de un sistema, articulado sobre la gestión de un Estado interventor, aunque sin afectar la capacidad de representación de los partidos políticos y menos aún la tradición de liderazgo mesiánico. Sólo la llegada al poder de Fujimori desbarataría el proceso de consolidación de los partidos, particularmente su capacidad de intermediación, potenciando la relación directa entre la autoridad y la sociedad, del tipo populista en lo demagógico, aunque desprovisto del contenido inclusivo y de las políticas proteccionistas que caracterizaron a las alianzas nacional- populares. Esta relación directa conservó y potenció los rasgos mesiánicos del Presidente.

208 O’DONNELL, GUILLERMO; SCHIMITTER, PHILLIPE; WITHEHEAD, LAWRENCE; Op. Cit. 115

Capítulo III. La Era Fujimori

El llamado “neopopulismo”

A partir de los noventas, un conjunto de nuevos gobiernos civiles asumieron la dirección del Estado, que la literatura ha designado como neopopulistas. Al respecto y si seguimos la definición de Laclau209, de carácter procedimental, y que coloca el énfasis en la estrategia para alcanzar el poder, varias de estas experiencias entre las que caben Collor de Mello de Brasil, Menem de Argentina, Bucaram en Ecuador y por cierto Fujimori en Perú se ajustan a las clasificaciones reduccionistas que las ubican como experiencias de populismo renovado. Adicionalmente, ambas lógicas políticas –populista y neopopulista- fueron asociadas con tiempo de inestabilidad, desalineación y crisis: depresión en los treinta, ajuste estructural y reforma neoliberal en los noventa210. Sin embargo, otros autores distinguieron que mientras el populismo clásico fomentó la movilización y una inclusión amplia (aunque de corte clientelar), la segunda apenas requirió el consentimiento pasivo de las bases sociales211, promoviendo más bien la desmovilización, marginación y fragmentación de

209 LACLAU, ERNESTO; Op. Cit. 210 Aunque varios autores aluden a las condiciones de crisis general como antecedente del populismo (MARCUS-DELGADO, JANE; “El Fin de Alberto Fujimori: Un Estudio de Legitimidad Presidencial” pp. 9-55 en TANAKA, MARTÍN y MARCUS DELGADO, JANE; Op.Cit.; p. 12 y KNIGHT, ALAN; Op. Cit.; p. 243) y otros específicamente a la crisis de los partidos políticos (LÓPEZ, SINESIO; Op. Cit.; p. 468) es interesante destacar que el tipo de liderazgo populista según De la Torre puede aparecer tanto en momentos de crisis como en épocas consideradas normales por lo que el “populismo” aparece como un fenómeno recurrente en la vida de un país. Véase DE LA TORRE, CARLOS; “Masas, pueblo y democracia: Un balance crítico de la discusión sobre el nuevo populismo” en pp. 55-66 en Revista de Ciencia Política; Pontificia Universidad Católica de Chile, Volumen XXIII, N° 1; 2003; p. 55. 211 Si enfatizamos el consentimiento pasivo de las bases sociales, podemos encontrar autores como Conniff, proclive a aceptar la designación neopopulista de los regímenes de Menem y Fujimori. Véase CONNIFF, MICHAEL; “Neopopulismo en América Latina. La década de los noventa y después”. Pp. 31-38 en Revista de Ciencia Política; Pontificia Universidad Católica de Chile; Vol. XXIII; N 1; 2003. En otro libro a propósito del caso brasileño, Conniff identifica al populismo con la capacidad de concitar el respaldo subalterno y al mismo tiempo generar alarma entre los intereses de las elites, lo que no se ajusta a las peculiaridades del caso Fujimori como veremos, ya que si para algún sector no constituyó una amenaza el régimen de Fujimori fue para los poderes fácticos representados por el empresariado y las Fuerzas Armadas. Véase CONNIFF, MICHAEL; Urban Politics in Brazil: the rise of populism, 1925-1945; Pittsburg; 1981; pp. 125-130. 116

los sujetos sociales, como consecuencia del predominio de la concentración del capital y el desmantelamiento del escaso estado de bienestar existente.

Esta última reflexión se respalda en lo sustantivo en Germani, quien incorpora la reflexión acerca del populismo en los llamados estudios de la modernización, que explica el populismo como un fenómeno político que aparece en los países subdesarrollados, durante la transición de una sociedad tradicional a otra moderna. Al respecto, refiriéndose Germani al caso específico del peronismo:

“Un caso de manipulación, que sin embargo fue exitosa, pues logró proporcionar un grado efectivo de participación a las capas movilizadas, aunque, por supuesto, absteniéndose de reformas sociales o en todo caso manteniéndolas dentro de los límites aceptables por los grupos sociales y económicos más poderosos”212.

El académico italo-argentino constató que el modelo peronista había aparecido con diversos énfasis en varios países de América Latina como un acuerdo entre las nuevas elites (no oligárquicas) y las bases. Por un lado significaba que las elites dirigentes del movimiento pusieron ciertos límites a la acción de la base, particularmente en la capacidad de transformación de la estructura social preexistente, y por otro, cualquiera sea el grado de manipulación de la masa por parte de las elites, las bases debieron poder lograr a través del movimiento y del régimen que emergió, cierto grado efectivo de participación. Su presencia en mítines y plazas a través de manifestaciones colectivas y marchas de protesta hizo a las llamadas masas más que clientes, algo menos que ciudadanos de pleno derecho, precisamente por su intervención pública y su intención de hacerse reconocer, como observa agudamente García Canclini213. Fue precisamente dicho grado efectivo de participación donde residió la originalidad de los regímenes nacional populares para Germani.

212 GERMANI, GINO; Op. Cit.; p. 212. 213 GARCÍA CANCLINI, NESTOR; Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad; Grijalbo; México; 1990. 117

Lo anterior, ha significado que autores como Carlos Vilas214 apunten más bien a la dimensión antipopulista de gobiernos, que precisamente por su estela de fragmentación y des-representación social, se alejan del modelo populista clásico, desarrollado entre los 30 y 50. El autor asegura que el antipopulismo alude un tipo de respuesta de corte funcional a demandas sociales no atendidas, dada la profundidad de la crisis económica de los ochenta-noventa, que alienta la aparición de nuevos liderazgos provenientes de fuera del sistema político, aunque con un vigoroso apoyo social. Este tipo de respuesta se enmarca en la llamada “informalización de la política”, signada por la eclosión de procesos que se despliegan al margen y en contra de la política tradicional y, no pocas veces, saltando la institucionalidad democrática, y que se extiende a partir de la crisis de mediación de los partidos políticos, reemplazados por el uso intensivo de medios audiovisuales, para provocar sensación de contacto directo, y sondeos de opinión, y finalmente la aplicación indiscriminada de políticas neoliberales. Lo último ha dado pábulo para que cierta literatura relacione el populismo con el neoliberalismo, destacando los estudios comparativos de Kurt Weyland215.

En nuestra opinión, los referidos gobiernos respondieron a dicho modelos, re-editando las experiencias populistas sólo en términos demagógicos. Estos líderes adoptaron perfiles a menudo mesiánicos, lo que quiere decir que la respuesta popular frente a la modernización globalizante fue pensada por ellos como una respuesta pasiva; olvidando que generó desarrollo e inclusión en determinados contextos, a la par que exclusión, inestabilidad, vulnerabilidad y desigualdad entre regiones, países, empresas y personas. La apertura económica, y liberalización comercial fue asociada a la desregulación de todos los sectores económico-sociales, y su

214 Dichas condiciones debilitarían las condiciones para el ejercicio de la ciudadanía, según Carlos Vilas, quien privilegia la denominación de antipopulismo. Véase VILAS, CARLOS; “¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas?” Pp. 11-45 en AHUMADA, CONSUELO y ANGARITA, TELMA; La región andina: entre los nuevos populismos y la movilización social; Universidad Javeriana; Bogotá; 2003; pp. 35 y 36. 215 WEYLAND, KURT; “Clarifying a contested concepts – Populism in Latin American politics”; Comparative Politics; pp. 1- 22; N 34; 2001; p. 5. Aunque el estudio compara populismo y neoliberalismo el autor también diferencia los populismo clásicos y los populismo renovados al que anteponemos el prefijo neo, remitiendo a las estrategias de respaldo popular, manifestaciones masivas en el clásico, medios de comunicación y encuestas en el neopopulismo, y en la organización política, más proclives a la construcción de instituciones en la primera que en la segunda. 118

correspondiente privatización. Los sectores salud y educación también ingresaron a una lógica que en gran medida continúa hasta hoy.

La antesala del Fujimorismo

El panorama político hacia fines de la década de los ochenta en el Perú denotaba una ingente búsqueda de un liderazgo capaz de sobreponerse a la crisis de seguridad por la emergencia de grupos insurgentes y los magros resultados económicos de las administraciones de AP y el APRA. Hacia fines del decenio, los partidos comenzaron a ser seriamente cuestionados por la base social. Con la crisis de gobierno de Alan García, el Partido Aprista Peruano, los partidos políticos tradicionales se vieron comprometidos en las preferencias ciudadanas. Había sido tal la expectativa que el electorado depositó en el gobierno del APRA, que cuando se fue García Pérez, la ilusión popular hacia las tradiciones políticas comenzó a ser impugnada por sectores con un profundo malestar político. Los niveles de confianza de la población peruana en los partidos políticos menguaron gradualmente, hasta llegar a rechazar parte del sistema, apostando por nuevas figuras y en nuevas opciones para el cambio de gobierno que se produciría en 1990. Poco antes de dicho acto electoral se insinuaba el creciente protagonismo de los independientes por sobre las viejas organizaciones partidarias en el escenario político. La irrupción de dio cuenta de un liderazgo nuevo, de un hombre que destacó por sí mismo, ajeno a las instituciones partidarias.

En 1987 se había consolidado el liderazgo de Mario Vargas Llosa, quien logró reunir en torno a su persona al “Movimiento Libertad”. Sin embargo, no fue suficiente la fundación de un nuevo referente por lo que Vargas Llosa favoreció la formación de una coalición que incluyera a los partidos tradicionales afines a su pensamiento liberal, encontrando en Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, los socios naturales de su movimiento cívico. Juntos conformaron el Frente Democrático (FREDEMO) para hacer una sola fuerza con miras a las elecciones municipales de 1989 y, particularmente, a las elecciones generales de 1990. Adicionalmente, el carácter de escritor e intelectual de Vargas Llosa atrajo en el FREDEMO a 119

muchas personalidades de la intelectualidad peruana, así como también a muchas personas de los estratos socio-económicos más acomodados, empresarios con conexiones internacionales y las simpatías de unas Fuerzas Armadas que probablemente no habían superado completamente su anti-aprismo histórico.

El cambio de marea en la credibilidad de los partidos políticos tradicionales se hizo evidente en 1989, cuando Lima y Arequipa, los mayores municipios del país, pasaron a ser dirigidos por alcaldes independientes. Vargas Llosa pretendió capitalizar el descontento con los partidos y redituar sobre el nivel nacional la victoria de estos independientes. En 1990, Mario Vargas Llosa arribó a la contienda electoral con un alto favoritismo en torno a su candidatura. Sin embargo, no se concretó su acceso a la presidencia debido a la aparición de Alberto Fujimori, quien liderando la agrupación Cambio 90 (C90), bajo el lema “honradez, tecnología y trabajo”, y con mensajes de orientación pragmática y tecnocrática apelando a la necesidad de ofrecer una alternativa a los políticos y partidos tradicionales y de moralizar la política, ascendió aceleradamente en las encuestas. C90 fue fundado como movimiento cívico independiente de composición heterogénea por el entonces rector de la Universidad Nacional Agraria, el propio Fujimori, y un grupo de sus colaboradores académicos, pequeños empresarios y fieles de las iglesias evangélicas. En su fórmula presidencial, el ingeniero ex-rector incluyó como compañeros de lista a dos representantes de sectores tradicionalmente no incluidos, como candidato a Primer Vicepresidente a Máximo San Román Cáceres, un genuino “cholo” nacido en Cuzco a la cabeza de una gremial de micros y pequeños empresarios del sector informal. Como candidato a Segundo Vicepresidente a Carlos García García, de rasgos afro y dirigente nacional de las iglesias evangélicas216. Además de representar a sectores en crecimiento, micro y pequeños empresarios y evangélicos, el “chino”, el “cholo” y el “negro” constituyeron una tríada simbólica de fácil (auto) reconocimiento por parte de los votantes.

La aparición efímera y coyuntural de nuevas figuras políticas y agrupaciones o movimientos de diversa índole, especialmente constituida

216 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 204. 120

para enfrentar en el corto plazo las coyunturas electorales, sería un fenómeno común en los siguientes años. En ello se ha querido ver la búsqueda de una representación diferente, que sin embargo no llega a cristalizar en nuevas organizaciones partidistas lo suficientemente sólidas y con verdadera proyección. Según Sinesio López, en el caso del Perú, dos fueron las formas de representación social en medio del descrédito partidario: medios de comunicación y políticos independientes. Ambos actores canalizaron intereses, agregaron demandas y dotaron de identidad a la participación pública217. En mi opinión, el epifenómeno hace referencia a un proceso de “despolitización” de la sociedad que se orientó a votar por outsiders, lo que incidió a su vez en el desgaste en el respaldo de los partidos más tradicionales, como AP y APRA. Los nuevos protagonistas no se identificaron con los partidos, ideologías o incluso programas. A menudo escamotearon definiciones que no salieran del plano eminentemente técnico. Los medios de comunicación contribuyeron a dicha tendencia al resaltar la imagen de los candidatos por sobre su discurso. En tanto que desde el punto de vista del elector, la disposición de información sobres los potenciales ministros fue escasa. Por lo tanto, la elección se basó en la percepción mediatizada sobre promesas, más que en la opinión formada sobre una personalidad, y la imagen que el candidato proyectaba como hombre desprovisto de compromisos con las elites políticas tradicionales, con capacidad de solucionar rápidamente los problemas sociales.

Dicha tendencia que comenzó a asomar en el escenario político peruano a inicios de los noventa, que además ha sido interpretado como síntomas de debilitamiento de la estructura partidista del sistema político peruano, posición que aunque no suscribimos como explicaremos, aludía a una búsqueda de nuevas figuras y opciones no tradicionales por parte de la sociedad.

La rearticulación del espacio público hizo posible el acceso al poder de un “afuerino” como Fujimori. Ya el candidato había dejado de lado la organización de un soporte partidario que cumpliera funciones de intermediación social, utilizando en su lugar intensivamente los mass media,

217 LÓPEZ, SINESIO; Op. Cit.; p. 478. 121

particularmente la televisión, para comunicar sus estrategias proselitistas y acceder al imaginario colectivo.

En el momento de los comicios Fujimori obtuvo el 29% de los sufragios, situándose a sólo cuatro puntos del candidato centroderechista, Mario Vargas Llosa. En la segunda vuelta acaecida en mayo de ese año, el candidato Fujimori recabó el apoyo del partido aprista y de la izquierda (votos en consigna), resultando dichos votos cruciales para alcanzar 62% de las preferencias frente al 38% de Vargas Llosa.

Elecciones Presidenciales 1990 (Primera Vuelta)218

Candidato Agrupación Votos %

Mario Vargas Llosa Fredemo 2.163.323 33

Alberto Fujimori Fujimori Cambio 90 1.932.208 29

Luis Alva Castro PAP 1.494.231 22

Henry Pease García Irigoyen IU 544.889 8

Alfonso Barrantes Lingán IS 315.038 5

Roger Cáceres Velásquez FNTC 86.418 2

Ezequiel Ataucusi Gamonal FREPAP 73.974 1

Tabla 8 Elecciones Presidenciales 1990 (1° Vuelta)

Elecciones Presidenciales 1990 (Segunda Vuelta)219

Candidato Agrupación Votos %

Alberto Fujimori Fujimori Cambio 90 4.489.897 62

Mario Vargas Llosa Fredemo 2.708.291 38

Tabla 9 Elecciones Presidenciales 1990 (2° Vuelta)

La volatilidad del electorado peruano se confirmó como rasgo distintivo en las elecciones de 1990, que incluso desplazó al favorito por un “recién llegado”. Sin embargo, tal como afirma Vilas, la volatilidad en el comportamiento electoral, no es necesariamente un indicador de una crisis

218 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 219 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 122

institucional220, aunque si fue un indicio de una sociedad profundamente insatisfecha en búsqueda de una alternancia que elevara sus expectativas. Según Murakami, la votación de Fujimori fue débil en el norte y este del Perú, superando en primera vuelta a Vargas Llosa en el área metropolitana de Lima y en los departamentos más pauperizados del sur y centro de la Sierra peruana, a saber Ayacucho, Huancavelica, Cuzco y Puno221. Con ello se inauguró el desplazamiento de las preferencias electorales de los sectores históricamente no incluidos desde la izquierda a los candidatos “outsiders”222.

En momentos de crisis económica y de sensación de inseguridad extendida, el candidato proyectó la actualización de un liderazgo capaz de revertir la adversa situación. En otras palabras de un protagonismo desarrollado contextualmente (carisma situacional), que según Grompone no se fundamentó en atributos carismáticos personales, sino que a partir de la capacidad de un caudillo para ofrecer salidas posibles en un momento de inestabilidad223, lo que lo convirtió en un nuevo mesías político.

No obstante en la contienda legislativa, los partidos tradicionales no resultaron tan afectados como en los comicios presidenciales, lo que no permite respaldar la hipótesis levantada por ciertos autores en orden a la desintegración del sistema de partidos peruanos en 1990224, más bien se puede afirmar que gradualmente ocurrió una eclosión de nuevas agrupaciones indicando un alto grado de dispersión y atomización sistémica, más una severa crisis de representación. Según Tanaka:

“La crisis de representación ocurrida hacia finales de la década de los años ’80 e inicios de los ’90 no puede ser deducida del desempeño de la

220 VILAS, CARLOS; Op. Cit.; p. 25. 221 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 214. 222 A decir de Martín Tanaka, dichos electores de estas zonas votarían en 2001 por Toledo y en 2006 por Ollanta Humala. Entrevista del 19 de octubre de 2007. 223 GROMPONE, ROMEO; “Fujimorismo, neopopulismo y comunicación política”; en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Op. Cit.; p. 514. 224 COTLER, JULIO; “Partidos Políticos y problemas de la consolidación democrática en el Perú”; p. 284. López asegura que los partidos políticos peruanos experimentaron una crisis en los 80, y su colapsando el sistema de partidos en los 90. Véase LOPEZ, SINESIO; Op. Cit.; p. 468. 123

democracia peruana y de sus actores en los años previos; pues estos actores eran bastante fuerte, en términos comparados, aún en 1990”225

La crisis de la representación fue acompañada por otros síntomas críticos. Según Silesio López:

“La militarización de la política, el desmoronamiento del Estado, el debilitamiento de la sociedad civil, la informatización de las clases populares, el incremento de la polarización social y el ensanchamiento de la extrema pobreza.”226

En medio de dichos síntomas, la plataforma que respaldó al candidato vencedor, C90, logró un segundo lugar en el total de escaños de la Cámara al adjudicarse 32 de los 180 escaños de la Cámara de Diputados con el 17% de los votos y 14 de los 60 escaños del Senado, quedando en tercer lugar tras el FREDEMO y el APRA, referentes mayoritariamente tradicionales. Dicha situación presagiaba una difícil coyuntura parlamentaria para el nuevo mandatario, al contar con un gobierno de minoría legislativa, a pesar de haber sido investido Presidente con una abrumadora mayoría en la segunda vuelta de la elección presidencial. El 28 de julio de 1990 Fujimori tomó posesión de la presidencia con un mandato quinquenal y constituyó un gobierno con personalidades técnicas, ninguna de las cuales pertenecía a C90.

Elecciones Parlamentarias 1990- Cámara De Diputados227

Agrupación Votos %

Fredemo 1.492.513 30

Cambio 90 819.527 17

APRA 1.240.395 25

Izquierda Unida 497.764 10

Izquierda Socialista 264.147 5

225 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú”; p. 63. 226 LÓPEZ, SINESIO; Op. Cit.; p. 482. 227 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 124

Elecciones Parlamentarias 1990- Cámara De Diputados227

Agrupación Votos %

Frente Nacional de Trabajadores Campesinos 124.544 3

Frente Popular Agrícola FIA del Perú 62.955 1

Unión Cívica Independiente 41.210 1

Movimiento Regionalista Loreto 23.836 1

Frente Tacneñista 18.035 0

Movimiento Independiente en Acción 14.547 0

Unión Nacional Odriísta 10.788 0

Tabla 10 Elecciones Parlamentarias 1990, Cámara de Diputados

Elecciones Parlamentarias 1990- Cámara de Senadores228

Agrupación Votos %

Fredemo 1.791.077 32

APRA 1.390.954 25

Cambio 90 1.204.132 22

Izquierda Unida 542.049 10

Izquierda Socialista 303.216 5

Frente Nacional de Trabajadores Campesinos 112.388 3

Frente Popular Agrícola FÍA del Perú 63.879 1

Unión Cívica Independiente 45.171 1

Somos Libres 30.671 1

Tabla 11 Elecciones Parlamentarias 1990. Cámara de Senadores

El resultado de la elección no permitía prospectar el futuro colapso del sistema, más bien insinuaba su gradual evolución hacia una forma diferente. El compromiso de la mayor parte de los partidos con las reglas del juego era alto, incluso por parte de la izquierda, que se mantuvo distante de las vías revolucionarias armadas de Sendero Luminoso y MRTA. Se formó entonces

228 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 125

lo que se denomina un gobierno de minoría, que en el caso peruano representaba una situación novel en el sistema político partidista inaugurado en 1980. La situación en que el poder ejecutivo, en este caso, no cuenta con el control de la mayoría en el congreso o bien en alguna de las dos cámaras al menos, lo que arriesga un estancamiento (parálisis en la relación entre el ejecutivo y el legislativo). Al respecto cabe consignar que la literatura indica que los gobiernos de minorías son efectivamente frecuentes en los regímenes presidenciales y más aún en los casos de bicameralismo como en el caso del Perú de los ochenta229. Sin embargo, en un escenario de poder limitado por minoría en las cámaras, impidiéndole sacar adelante las leyes, los presidentes tienen el expediente coalicional que consulta el acuerdo con alguna fuerza política dentro del Congreso para salvar la débil posición gubernamental ante el cuerpo legislativo230.

El dilema del Perú tras la elección de Fujimori fue que pasó de gobiernos de mayoría legislativa, ya fuera bajo coaliciones de gobierno (gobierno de Belaunde Terry) o gobiernos monocolores o de partido predominante (Alan García con el PAP), a una experiencia inédita bajo el nuevo sistema de partidos inaugurado en 1980: un gobierno unipartidario de minoría. Este gobierno minoritario en las cámaras tampoco tuvo enfrente un campo homogéneo y articulado. Por cierto que las formula personalista y antipartidos de Fujimori desalentaron de por sí los acuerdos con las formaciones políticas tradicionales. En consecuencia, aunque la evidencia empírica sugiere que las coaliciones de gobierno se forman en más de la mitad de los casos en que el partido del presidente no tiene mayoría, en el caso peruano de inicios de los noventa, no existieron los suficientes incentivos para explorar el expediente del consenso partidario.

229 Ciertamente desde el primer gobierno de Belaunde Terry, (1963-1968) que un gobierno tenía una representación tan débil en la cámaras. 230 La literatura especializada suele vincular la existencia de presidencias de minoría con i) la cantidad de partidos, ii) el tipo de sistema electoral y iii) el ciclo electoral230. Si seguimos dicha clasificación, los gobiernos de minoría en sistemas presidenciales suelen formar coaliciones con miras a obtener apoyo mayoritario en el congreso, de modo que alcanzan un grado de estabilidad y gobernabilidad mayor, así como cierta fluidez en la tramitación y aprobación de las leyes propuestas. La premisa del presidencialismo es que no puede ser removido (con excepciones constitucionales como la revocatoria de mandato), aunque así lo desee la mayoría de la legislatura y su gabinete no depende de ello, lo que inhibe la propensión coalicional. Al respecto, las coaliciones pueden formarse por la necesidad o la oportunidad de distribución partidaria de puestos parlamentarios y pueden cambiar a la siguiente elección si no está comprometida con un programa de gobierno (coalición de legislatura). 126

El candidato Fujimori reforzó la tradición de liderazgo personalista en la política, dotándola del referido aire mesiánico, en sintonía con el legado nacional-popular, pero sin ningún compromiso ni ataduras partidarias. Sencillamente se había presentado como la mejor persona para gobernar sin necesidad de recurrir a componendas interpartidarias, rechazándose explícitamente cualquier tipo de acuerdo para formar una coalición de gobierno. Sus candidatos al congreso también eran homini y femini nove sin trayectoria político partidista pretérita. El mensaje que se intentó instalar en Perú fue que un régimen con la menor participación partidista, cuyo papel se reduciría a la fase electoral para brindar respaldo al líder, era la mejor manera de asegurar un buen gobierno231. Dicho discurso fue posible en un contexto de gradual pérdida de confianza pública en los actores políticos tradicionales, que como dijimos debe ser interpretada como una crisis de representación que comenzó en forma previa a la llegada al poder de Fujimori, pero que terminó de decantar una vez que éste estuvo instalado en el Palacio Pizarro:

“El problema fue que el autoritarismo de Fujimori no hizo sino profundizarse a lo largo del tiempo, amparado en una cultura caudillista tradicional, en la desarticulación de las instituciones de la sociedad civil, en la destrucción del sindicalismo y de los gremios en general”232.

De esta manera, aunque un outsider logró seducir a un electorado desilusionado, los partidos políticos tradicionales continuaron disfrutando de representatividad expresada en el Congreso.

La elección del noventa, aplicó el juego de “suma cero”, propio de los regímenes presidencialistas a diferencia de los regímenes parlamentarios233. De acuerdo a este juego, el candidato ganador a la presidencia, en este

231 A la manera de las llamadas “democracias delegativas”. Véase O’DONNELL, GUILLERMO; “Tensiones del Estado Burocrático Autoritario y la cuestión de las democracias”; en O’DONNNELL, GUILLERMO; Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismos y democratización; Editorial Paidós; Buenos Aires; 1997. 232 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú, 1980-2000”; p. 60. 233 LINZ, JUAN; “Democracia presidencial o parlamentaria. ¿Qué diferencia implica?”, pp. 25-143 en JUAN LINZ y VALENZUELA, ARTURO; Op. Cit.. 127

caso Fujimori, lo ganó todo, mientras que el candidato Vargas Llosa lo perdió todo, más aún, se retiró de la política peruana. Luego de las elecciones, el ex candidato Vargas Llosa se retiró a Europa, disolviéndose la coalición del FREDEMO. El movimiento Libertad fundado por Vargas Llosa se extinguió tres años después, y los partidos históricos: Acción Popular y el Partido Popular Cristiano continuaron su vida política.

La combinación de formulaciones políticas mesiánicas, las acciones terroristas de los movimientos subversivos provocando inseguridad en la población, la severa crisis económica inflacionaria, se conjugaron para desacreditar a las autoridades públicas. La victoria de Fujimori, sin trayectoria política alguna y con escasos recursos, constituyó un voto de censura a la clase política tradicional peruana, desacreditada por la corrupción y los desbarajustes financieros.

No obstante, una vez alcanzado el poder Fujimori aparcó sus promesas y aplicó las fórmulas neoliberales levantadas antes discursivamente por Vargas Llosa, es decir un riguroso plan de ajuste diseñado para neutralizar la inflación y recuperar la confianza de organismos multilaterales e instituciones crediticias internacionales.

¿Cómo fue posible entonces que el Presidente Fujimori, quien desplegó un estilo tecnocrático, inmune retóricamente a las presiones sectoriales y corporativas, se granjeara el respaldo del empresariado más cosmopolita y de las Fuerzas Armadas? No se puede pasar por alto que los institutos castrenses derivaron desde una postura reticente, dado sus expectativas en un triunfo de Vargas Llosa y las aprensiones discriminatorias contra un hijo de inmigrantes japoneses, al franco respaldo al hombre nuevo. Los institutos castrenses, particularmente sus servicios de inteligencia, se plegaron a Fujimori motivados por su intención de ejecutar su proyecto institucional, conocido como “Plan Verde”. Según este programa, para colocar al Perú entre los países desarrollados era absolutamente indispensable eliminar la subversión234, para lo cual era a su vez necesario

234 Antecedente de lo anterior fue la gran ofensiva de “tierra quemada” desplegada por las Fuerzas Armadas entre 1983 y 1985 en Ayacucho y las zonas aledañas de Huancavelica y Apurímac, que juntas constituyen las regiones más pobres del país. Véase NELSON MANRIQUE, Op. Cit., p. 77-131. 128

centralizar el control político de todas las agencias del Estado y desde dicha posición de poder anular a las organizaciones de la sociedad civil que azuzaban las demandas de la población y explicaban la emergencia de grupos extremistas. Fujimori actúo como caja de resonancia del pensamiento militar responsabilizando a los partidos políticos y movimientos sociales de protesta del caos del país, crítica que se extendió al conjunto de la democracia representativa235.

Las Fuerzas Armadas, el empresariado transnacional y los tecnócratas fundaron una alianza, una verdadera coalición de los poderes fácticos nacionales, pero en la que también participaron actores internacionales, inversionistas extranjeros y organismos financieros, quienes respaldarían el naciente gobierno de Fujimori por una década contribuyendo a la estabilización económica y proveyéndolo de los cuadros necesarios ante la falta de equipos partidarios, precisamente por su carácter de independiente.

Pero faltaba aún el orden social seriamente lesionado, para lo cual era condición necesaria el concurso o consenso pasivo de la base social, pauperizada en los últimos años. Precisamente se buscó el respaldo de las clases medias, que engrosaron el aparato público, y los grupos populares urbanos y rurales, mediante programas específicos y la propaganda de los medios de comunicación.

Relevante para explicar el asidero de Fujimori en los sectores populares y su éxito en sus campañas electorales fue la implementación de técnicas de marketing político que privilegiaron una vez más la relación sin intermediación de referentes políticos, por medio de vías alternativas de representación y contacto con sus electores mediatizado, como ya dijimos por la televisión, y haciendo uso intensivo de metodologías como sondeos de opinión y de “focus group”, diálogos armados exteriormente a los

235 Cotler y Grompone sostienen que tal programa se hacía eco de las dictaduras militares del cono sur. Véase JULIO COTLER y ROMEO GROMPONE, Op. Cit., pp. 19-24. Si así fuera, el derrotero político peruano nuevamente asumía con retraso los proyectos políticos ensayados en el Cono Sur con anterioridad. 129

participantes para extraer información producto de la deliberación técnicamente controlada y ajustada a los cálculos políticos del poder236.

La relación directa del líder y sus votantes replicó las campañas populistas clásicas, aunque reemplazando el balcón por la video-política en tanto poderoso generador de vinculación personal, aunque con contenidos que enfatizaban la confianza personal en el compromiso de rápida realización de los objetivos prometidos. Pantallas y transmisores posicionaron su liderazgo expresado según los códigos del lenguaje audiovisual y del sentido común, desprovisto de cualquier viso de complejidad y relevancia, para producir el reconocimiento y la confiabilidad de la percepción directa de la conducta del candidato.

Lo anterior podía ser crucial en las intenciones reeleccionistas del Presidente Fujimori, pero no fue suficiente para un poder que se revelaría omnímodo. El presidencialismo reforzado peruano, dotado por la Constitución de 1979 de enormes facultades institucionales, expresadas en el otorgamiento de poderes extraordinarios por el Congreso para resolver la severa crisis económica, comenzó a experimentar su mayor tentación en la intención de prolongarse en el poder bajo la fórmula reeleccionista. La posibilidad de un segundo período con el concurso del electorado, o bien la opción del derrotero bonapartista, lo que se traducía en la extensión del mandato por la fuerza si no se permitía la reelección (con la ayuda de los militares en algunos casos), fue lo que ocurrió con Alberto Fujimori y el autogolpe en 1992, plan que según Cotler habría sido preparado por la inteligencia militar237.

El autogolpe del 92 y la instalación autoritaria

Como consecuencia de su limitada mayoría en el parlamento y sin incentivos para formar una coalición, el 5 de abril de 1992 Fujimori dio un

236 GROMPONE, ROMEO; “Fujimorismo, neopopulismo y comunicación política”; en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Op. Cit.; p. 521. 237 COTLER, JULIO; “Partidos políticos y problemas de consolidación democrática en Perú”; p. 286. 130

autogolpe de Estado o “golpe institucional”, quebrando el orden constitucional peruano para dar paso al que denominó “Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional”. Para fundamentar el golpe de fuerza Fujimori volvió a recurrir al expediente de impugnación cleptocrática de la clase política peruana. En su mensaje a la Nación Fujimori aseveró:

“Ante la inoperancia del Parlamento, que obstruye sistemáticamente las facultades del Gobierno, y el alto nivel de corrupción al que ha llegado el Poder Judicial, demostrado por la inexplicable liberación de terroristas y narcotraficantes”

De esta manera, el Ejecutivo y los uniformados evaluaron que las instituciones democráticas eran un obstáculo para lograr la gobernabilidad en el contexto de crisis económica y vulnerabilidad en la seguridad. En consecuencia procedieron a la disolución “temporal” del poder legislativo, la suspensión de la Constitución y de toda actividad política, así como la intervención del poder judicial, mediante el “control procedimental y judicial de la legalidad”238. La intención declarada de Fujimori era reemplazar la partidocracia por una “democracia real”, reproduciendo la criticidad de Velasco Alvarado en 1968 y Vargas Llosa más recientemente. Sin embargo, el círculo del poder en torno a Fujimori apostó a que la mayoría de la población sacrificaría las formas democráticas si obtenía certidumbres en el campo de la seguridad amenazada por los grupos armados, y la necesaria estabilidad económica si se pretendía abrir el Perú a las fuerzas desatadas del mercado.

Si lo anterior agregamos el marco institucional, con una presidencia sin mayoría parlamentaria, derivamos a una situación de estancamiento legislativo, como lo señala Cheibub (2002). La debilidad de la bancada gubernamental en el Congreso, frente a la correlativa fuerza de los partidos de la oposición rigidizó el sistema político, favoreciendo la solución extra- constitucional del el autogolpe. Sin embargo, la vía militar, también fue posible por la ausencia de un orden estable que ni el gobierno militar en la

238 ROCANGLIOGO, RAFAEL; “Transición y Construcción Democrática en el Perú”; pp. 255- 267 en WAISMAN, CARLOS, REIN, RAANAN Y GURRUTXAGA, ANDER; Transiciones de la dictadura a la democracia: Los casos de España y de América Latina; Servicio Editorial, Universidad del País Vasco; Bilbao; 2005; p. 258. 131

década de los años 70 ni la democracia de los años 80 pudieron constituir. Como señala Tanaka:

“Durante gran parte del siglo XX, el Perú oligárquico constituyó un orden, injusto, pero un orden al fin y al cabo. Desaparecido éste, destruidas sus bases de sostenimiento por el gobierno militar, no se genera un orden alternativo estable. La década de los 80 representa la lucha por la hegemonía, por la reconfiguración de un país una vez caído el viejo orden”239

En nuestra opinión la solución manu militari aparece como plausible cuando una vez derrumbado el poder del gamonalismo y la vieja oligarquía - que se apoyó en una autoridad fuerte- sólo queda el gobernante que aspira a controlar dicho principio de autoridad sin ningún límite de partido o grupo de interés. De esta manera, una cultura que valoraba la constitución de una autoridad fuerte y personalista240, facilitó el despliegue de un gobierno profundamente neoconservador, un autoritarismo bajo formas democráticas, o simplemente autoritarismo competitivo241.

239 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú, 1980-2000; p. 106. 240 Varios autores que estudian el período, entre otros Rocangliogo, McClintock y Garretón refieren explícita o implícitamente a la existencia de una cierta cultura autoritaria en Perú. Sólo Cotler se deslinda abiertamente por una postura contraria: “ideólogos del régimen, ciertos círculos de la oposición, así como algunos analistas extranjeros recurrieron a la difundida creencia de que la cultura autoritaria enraizada en la sociedad peruana explicaba el respaldo al gobierno”. COTLER, JULIO y GROMPONE, ROMEO; Op. Cit.; p. 40. Lo anterior aun cuando en varias otras oportunidades cita al estilo personalista y caudillesco en el Perú. En un texto de 1995 dice “la adopción de un régimen político competitivo no produjo ningún cambio duradero en las estructuras políticas ni en el típico estilo patrimonial del liderazgo partidario. El desprestigio de los partidos seguía basado en el poder político personal de sus caudillos, y éste se medía en función de su capacidad para imponer su voluntad y otorgar favores mediante su influencia política”. Véase COTLER, JULIO; “Partidos Políticos y problemas de consolidación democrática en el Perú” pp. 265-287 en MAINWARING, SCOTT y SCULLY, TIMOTHY; Op. Cit.; p. 276. Mi opinión concuerda con Garretón quien sugiere que el régimen de Fujimori coincide con el “Cesarismo Tocquevillano” aunque con una rica sociedad civil, aunque difiero respecto de la ausencia de una estructura de partidos precedentes. Véase GARRETÓN, MANUEL ANTONIO; Política y Sociedad entre dos épocas; Ediciones Homo Sapiens; Rosario; 2000; p. 137. 241 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2005; p. 20. 132

“Los altos niveles de legitimidad de Fujimori consolidaron un liderazgo personalista, enfrentado al orden institucional, autoritario, con un discurso antipolítico y antipartido”242

La colaboración del Ejército desbarató cualquier intento de resistencia de sectores políticos a la maniobra presidencial, que como dijimos, contó con el respaldo de una parte considerable de la población, especialmente los sectores sociales urbanos más pauperizados por la crisis económica. El autogolpe de 1992 se coronó con “el importante apoyo recibido de manera sostenida desde todos los segmentos de la sociedad peruana”243, expresión de la identificación con un origen políticamente marginal, esto es sin reputación de corrupción. En consecuencia, la gobernabilidad del Perú fue asegurada mediante la conquista del apoyo pasivo de las masas populares244, incorporadas mediante el reconocimiento mediático y el despliegue de políticas públicas de corte clientelar, a una autoridad fuerte de sello personalista que impuso el hiper-liberalismo de mercado:

“Se desarrolló una forma específica de régimen político que fue liberal en la economía y formalmente democrático. Pero está formalidad democrática ocultó un ejercicio del poder profundamente autoritario y sofisticadamente represivo, lo que lo hace un régimen liberal-autoritario”245

Respecto de los referentes C90 y Nueva Mayoría, fueron reforzados por altos personeros adictos al régimen, aunque continuaron con actividad partidaria casi exclusiva en tiempos de elecciones. Adicionalmente estos referentes fungieron de instrumentos electorales que aseguraban la base parlamentaria indispensable para la legitimación pública de las decisiones públicas del Presidente, casi desapareciendo su presencia en los medios de comunicación una vez verificado el proceso electoral.

242 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú, 1980-2000; p 78. La explicación basada en las dimensiones antipolíticas y antipartidos del discurso de Fujimori es matizada por Murakami, quien enfatiza que dichos aspectos forman parte de la tradición política peruana. Lo mismo puede decirse respecto a las características autoritarias de Fujimori, que Murakami no desconoce, pero más bien contextualiza en el panorama y tradición de los problemas históricos comunes de la política peruana. Véase, MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; pp. 38 - 41. 243 VILAS, CARLOS; Op. Cit.; p. 22. 244 COTLER, JULIO y GROMPONE, ROMEO; Op. Cit.; p. 23. 245 ROCANGLIOGO, RAFAEL; Op. Cit.; p. 257. 133

El Ministerio de la Presidencia que había asumido el control de la mayor parte de los proyectos públicos y obras sociales, redirigió el gasto público a áreas donde se necesitaba el apoyo electoral, particularmente después de las ajustadas cifras del referéndum. El incremento del erario público producto de las ventas de empresas estatales, coincidiendo con el interés de organismos multilaterales de crédito para impulsar la lucha contra la pobreza, se destinó a programas sociales diseñados para atender las necesidades de sectores indigentes (más de la mitad de la población total del país) y / o pauperizados, como las mujeres pobres jefas de hogar, con el objetivo de granjearse su apoyo en futuras elecciones.

En cualquier caso se trataba de una incorporación subordinada, que resguardaba el lugar predispuesto para cada cual. Congruente con ello, después del autogolpe de 1992, el tipo de organizaciones sindicales y social populares (sindicatos, federaciones de trabajadores, organizaciones campesinas) que postulaban la integración y promoción social efectiva, fueron gradualmente desarticuladas, deteriorando su capacidad de mediatización y representación como referentes de clase, lo que equivalía a la desmovilización del campo socio-político, o su fragmentación (complementada por la marginación social). La atomización de la sociedad civil, puede ser retratada de cuerpo entero en la progresiva pérdida de influencia por parte de las organizaciones gremiales tradicionales de trabajadores. La otrora poderosa Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP)246 debió soportar transformaciones profundas en la legislación laboral, la expansión del empleo informal, y un discurso empresarial mejor posicionado, quedando instalada la idea en parte de la sociedad de los beneficios de la flexibilización de la ocupación247, como medida para aumentarla, así como la poca utilidad de afiliación a los sindicatos.

246 Central sindical fundada por José Carlos Mariategui en 1929, como parte del programa revolucionario que esperaba la unidad de campesinos y trabajadores. La CGTP se transformó en el mayor referente sindical de Perú, ampliamente dominado por la izquierda peruana, que ni siquiera pudo ser superado en influencia dentro del movimiento obrero por la formación de Confederación de Trabajadores del Perú creada por Haya de la Torre en 1944, casi como sección sindical del aprimismo. 247 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 114. 134

Complementariamente, la debacle del sistema de partidos y el socavamiento de las identidades colectivas partidistas e ideológicas (procesos de desindianización y descampenización) fueron funcionales éxito de los independientes, de los cuales Fujimori fue la quinta esencia, quien estableció vínculos verticales y sin mediación con los grupos sociales medios y de base.

Paradójicamente el único grupo que incrementó su cuota de poder fueron las FF.AA. que ejercieron una alta incidencia política en diversos campos. Después del autogolpe de 1992 Fujimori reestructuró las Fuerzas Armadas para colocarlo bajo su control directo. Se formó un Consejo de Defensa Nacional, apoyándose en dos instituciones: El Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) y el Secretariado de Defensa Nacional. Por medio de la incorporación de los altos mandos uniformados al gobierno consolidó el pacto con las Fuerzas Armadas y de Policía, en su doble condición de poderes fácticos y constitucionales, transformándolos en socios gubernamentales encargados de garantizar el respaldo a la estabilidad política del país. Sin embargo, fue el SIN el verdadero soporte y principal beneficiario del gobierno fujimorista, que pasó a ubicarse institucionalmente sobre el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, al lado del Presidente en asuntos relacionados como la pacificación nacional248.

“El nuevo papel de la Inteligencia fue obra de Vladimiro Montesinos. El asesor presidencial convirtió a la Inteligencia en la Cuarta Fuerza Armada, con funciones específicas. La mitad del servicio se dedica a vigilar a los opositores y la otra mitad vigila a las Fuerzas Armadas. De esta manera, y mediante la cooptación de los medios de comunicación, controlan el poder centralizando la información”.249

248 El gobierno convocó a los altos mandos del ejército peruano para ocupar los puestos claves en el Ministerio del Interior, de Defensa y de la Presidencia del comando conjunto de las Fuerzas Armadas. Véase VIDAL COVIAN, ANA MARÍA “Los Decretos de la Guerra. Informe jurídico y análisis socio político sobre los decretos para enfrentar al terrorismo promulgados por el gobierno del Perú”, pp. 183-245, en HUGO FRÜHLING, El Estado frente al terrorismo, Centro de Estudios del Desarrollo - Editorial Atena, Santiago; 1995. 249 Entrevista a Nelson Manrique, Lima; jueves 18 de octubre de 2007. 135

Con ello el régimen político de Fujimori encontró en el combate al terrorismo una de las principales fuentes de legitimación social250.

“Fujimori respaldó ciegamente a las Fuerzas Armadas, asumió juicios irregulares dirigidos por jueces sin rostro, no prestó atención a la violación a los derechos humanos, ni a los comandos de aniquilamiento.”251

Se constriñó la libertad de prensa prohibiendo la publicación de material que el gobierno considerara confidencial, exigiendo a organismos públicos y privados suministrar toda la información que los servicios de inteligencia requirieran. En consecuencia se favoreció la politización de las Fuerzas Armadas, que ampliaron su autonomía funcional suprimiendo algunas de las garantías mínimas de la llamada poliarquía de Dahl252. Se aprobaron quince leyes de seguridad nacional, mientras que el decreto ley 749 consagró la autoridad del Comando Político Militar en la Zonas Declaradas de Emergencia, lo que transformó al Jefe Político Militar en Jefe del gobierno regional o local.

Se impulsó la adición del patrullaje rural de autodefensa a las rondas campesinas del norte del país. El fujimorismo interesado en involucrar completamente a las comunidades campesinas septentrionales en la contra- subversión, llamada eufemísticamente pacificación por el gobierno, fortaleciendo sus dimensiones de cuerpo armado al entrenarlas militarmente, sin reconocerle otras de sus prácticas históricas, como la impartición de justicia que de hecho siguió ejecutando. Durante 1993 el gobierno Fujimorí ejerció presión para que las rondas se transformaran en Comités de Defensa Campesina (DECAS), - supeditadas al Decreto Supremo 002-93-DE, que regulaba a los Comités de Defensa Civil-, que combatían la insurgencia al

250 De ahí la caracterización del gobierno de Fujimori como “civil-militar que combina algunos rasgos de la democracia plebiscitaria con rasgos autoritarios y que rechaza todo control democrático institucional y rendición de cuentas, pluralismo limitado con tendencias al protagonismo único que se niega a aceptar las reglas del juego de la competitividad política y que mantiene las informalidades de una inofensiva oposición democrática, estímulos a la despolitización de la población y a la despartidarización para establecer con ellos una relación plebiscitaria, pragmatismo y desconfianza en las ideologías”. Véase SINESIO LÓPEZ, Op. Cit., p. 496. 251 Entrevista con Martín Tanaka. Lima, 23/09/2005 252 DAHL, ROBERT; Poliarchy, Participation and Oppossition, Yale University Press; Yale; 1980. 136

tiempo que cultivaban la coca, alentadas por una postura complaciente de los cuerpos armados regulares.

Las Fuerzas Armadas desplegaron tácticas de contrainsurgencia con alto costo social, asimiladas de las doctrinas de seguridad norteamericanas, lo que reforzó los vínculos con Washington. Sobre el nivel nacional la jurisdicción de los tribunales ordinarios fue resignada en favor de la castrense en los casos de terrorismo, narcotráfico e incluso de delincuencia “agravada”. Nada más sintomático a este cuadro de militarización del poder que la obsesión por acabar a cualquier precio con la insurgencia del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y de Sendero Luminoso en la seguridad y de enfrentarse con Ecuador por la cuestión de la cordillera del Cóndor, más tarde en 1995. La concentración de poder coactivo de las Fuerzas Armadas condujo a que el gobierno de Fujimori deviniera tempranamente en un poder casi absoluto sustentado en la FF. AA. Era el emperador con su guardia pretoriana.

Conforme a lo anterior las operaciones militares para eliminar cualquier amenaza subversiva hicieron caso omiso de los compromisos suscritos por el Perú en materia de derechos humanos. Hacia 1991 se produjeron los asesinatos de Barrios Altos, Lima, con 15 personas, entre hombres, mujeres y niños. El caso más dramático fue la desaparición forzada y asesinato de 9 estudiantes y un profesor de la Universidad de La Cantuta por parte del grupo paramilitar Colima, bajo el mando del SIN, acaecido en julio de 1992. Ambos episodios documentaron el juicio de extradición en Chile en contra de Fujimori. Se sospecha que dichos homicidios, así como otras muertes de pobladores y del periodista Pedro Yauri Bustamante en 1992, habría respondido a la troika de la seguridad que operaría hasta 1997: el Presidente Fujimori, el asesor presidencial y jefe no oficial del SIN, Vladimiro Montesinos y el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, general Hermoza. Posteriormente otras situaciones equivalentes se producirían encontrando la misma respuesta obstruccionista del gobierno a las investigaciones judiciales, a través de su aparato de inteligencia.

137

A pesar del éxito fujimorista, ante las tímidas advertencias de sanciones de parte de la Organización de Estados Americanos (OEA), y de la alarma de las cancillerías de la región y el departamento de Estado norteamericano, el Presidente se apresuró a presentar un cronograma para la vuelta al orden democrático. Una gestión económica ordenada, que atemperó la hiperinflación galopante heredada de la administración de Alan García, sumado a la captura del cabecilla de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, en septiembre de 1992, le otorgaron a Fujimori la certeza del triunfo para legitimar el nuevo orden con la elección del denominado “Congreso Constituyente Democrático”. En consecuencia obtuvo la mayoría en las votaciones que se hicieron en 1992 para formar en Constituyente unicameral. En este caso la legitimidad separada de cada poder explica la vulnerabilidad del sistema político y los incentivos para buscar soluciones extra-constitucionales. Sin duda que la extrema atomización del sistema de partido –que sin embargo continúo existiendo- contribuyó a dicha situación:

Elecciones Congreso Constituyente Democrático 1992253

Agrupación Votos %

Cambio 90 3.040.552 49

Partido Popular Cristiano (PPC) 602.110 10

Frente Independiente Moralizador (FIM) 485.414 7

Renovación 437.908 7

Movimiento Democrático de Izquierda 338.746 6

Coordinadora Democrática 326.219 5

Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos 237.162 4

Frente Popular Agrícola FIA del Perú 169.303 3

Partido Solidaridad y Democracia 126.189 2

Movimiento Independiente Agrario 105.703 2

Tabla 12 Elecciones Congreso Constituyente Democrático 1992

En esta ocasión se puede apreciar un cambio radical en el electorado peruano, que además de conceder los votos mayoritarios a C90 (44 de los

253 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 138

80 escaños), expresó categóricamente su rechazo a los partidos políticos tradicionales que casi desaparecieron del escenario. Recién en dicho momento se puede hablar de virtual hundimiento del sistema de partidos fundado en 1979. A partir de ese momento, en el Perú funcionará de hecho la política sin partidos políticos imponiéndose la desideologización de los actores, el cálculo de corto plazo, la improvisación con pragmatismo y el reforzamiento del fuerte personalismo254

El ese contexto purgado de competidores se acometieron nuevas medidas institucionales. Con el nuevo Congreso se convocó a Referéndum en 1993 a fin de modificar la Constitución Política del Perú de 1979, obteniendo un 52% del apoyo de la población, dándose origen posteriormente, a la Constitución Política de 1993. La manipulación de los mecanismos institucionales fueron cruciales para el acceso de Fujimori al poder, el que una vez alcanzado, le permitió acometer el cambio sistémico, que perpetuaba la crisis de los partidos mismos, reemplazando la representación política por la adopción de mecanismos de democracia participativa y directa255, que sin embargo al haber socavado otros agentes colectivos, redundo en potenciar al Presidente. De tal manera que;

“La deslegitimación del sistema político partidario hizo eclosión después y como consecuencia de la victoria electoral de Fujimori y no al revés (…) Es recién a partir de la instalación de Fujimori en la presidencia, con la consiguiente redefinición de alianzas, que el sistema partidario y el parlamento comienza. El desbarranque. Fujimori se quedó con los votos prestados por el PAP y las izquierdas y las izquierdas y la capacidad de esos partidos para bloquear desde el parlamento decisiones del nuevo presidente sumó descrédito sobre ellos.”256

En la nueva institucionalidad las facultades presidenciales (ya fuertes en un régimen presidencial) fueron ampliadas y reforzadas a favor del Ejecutivo. Tal como ocurría en la República Romana siglos antes, en las situaciones de crisis severas, existían mecanismos que facilitaran cierta concentración de poder que permitiera capear el temporal. En el caso del

254 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; p. 26. 255 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; p. 43. 256 VILAS, CARLOS, Op. Cit., pp. 26-27. 139

Perú se pretendió que dicho refuerzo de la autoridad fuera estable y permanente de manera que se incorporaron modificaciones a la nueva Constitución, permitiendo la reelección presidencial inmediata (artículo 112º) para un período adicional del Presidente de la República en ejercicio. Como sostiene Mainwaring, fue la acción de un presidencialismo desatado de toda limitación constitucional el que incidió en la debilidad y crisis de los partidos257 y no al revés. Si sobre la base de una estructura de partidos severamente castigada en las votaciones, lo que se tradujo en una representación exigua, agregamos un Estado débil258 –con excepción de las Fuerzas Armadas y los aparatos de seguridad- tenemos que el personalismo de las decisiones de un régimen presidencialista reforzado formalmente democrático, derivó en el “autoritarismo constitucional”259.

Las nuevas prerrogativas del ejecutivo que emergió en 1992 contrajo a su mínima expresión el papel del Congreso unicameral. Simultáneamente, los medios de comunicación escritos se transformaron en escenario privilegiado de las maniobras presidenciales que también contemplaron procedimientos judiciales y financieros, como la persecución al periodismo crítico y soborno al adicto, para construir un discurso con cobertura periodística de la eficiencia presidencial contrapuesta a la “partidocracia” tradicional. Correspondió nuevamente a la radio y particularmente a la televisión, en un contexto de baja participación ciudadana y descrédito partidista, el papel de consolidar el liderazgo de emergencia el 92 para hacerlo aparecer con un conductor sereno e inspirado ubicado por sobre la contingencia y las vicisitudes.

257 MAINWARING, SCOTT; “Presidentialism in Latin America”; pp. 157-179. Latin American Research Review 25; N° 1; p. 171. 258 Con la designación de estado débil no sólo nos referimos a la debilidad de las instituciones formales del Estado sino que a la presencia segmentada del Estado en algunas regiones. Fuerte prestancia en la costa, exigua en la Sierra y casi ausente en la Selva. Véase COTLER, JULIO; “Partidos Políticos y problemas de la consolidación democrática en Perú”; pp. 279. Adicionalmente también la democratización estuvo históricamente restringida algunas zonas del país, particularmente a la Costa. 259 GARRETÓN, MANUEL ANTONIO; Op. Cit.; p. 137. No hay que olvidar que para autores como Martín Tanaka el autoritarismo del régimen de Fujimori se revela más claramente a partir de 1995 cuando el Estado de derecho y sus instituciones aparecieron como formalidades que encubrieron la radicación del poder total en el Presidente y sus camarilla. Véase TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú, 1980-2000; p. 88. 140

Fujimori se sintió fuerte en 1995 para extender su mandato otros cinco años, presentándose en las elecciones generales contra Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de las Naciones Unidas. El ex diplomático había regresado al Perú, y siguiendo los pasos de su oponente, decidió fundar una nueva agrupación política denominada Unión Por el Perú (UPP) a partir de componentes heteróclitos, que incluyó representantes de todo el espectro político. En dichas elecciones se registró la primera aparición política de un exitoso profesional, representante de un estilo tecnocrático, Alejandro Toledo. Nuevamente la oposición se presentó divida en las elecciones, sin una estrategia común, dispersando el voto anti-Fujimori.

Segundo Gobierno de Alberto Fujimori (1995-2000)

Los resultados de la jornada electoral de 1995 confirmaron a Fujimori en la presidencia con el 64,4% de los votos, frente al 21,8% obtenido por el Javier Pérez de Cuéllar, y a sus plataformas en las legislativas con el 51%, correspondiente al 67 de los 120 escaños del nuevo Congreso unicameral, lo que aseguró a C90-Nueva Mayoría, la ventaja parlamentaria absoluta frente a la eclosión de nuevas organizaciones políticas que participaron en aquella contienda electoral. Simultáneamente, se puede apreciar en el cuadro nuevamente la escuálida votación electoral que recibieron los partidos tradicionales del Perú: APRA, AP y PPC. Nuevamente se reiteró el patrón conductual de juego de “suma cero” de 1990, esta vez con Pérez de Cuéllar como el candidato expulsado de la arena política.

Elecciones Parlamentarias 1995260

Agrupación Votos %

Cambio 90 2.193.724 51

Unión Por el Perú 584.099 14

Partido Aprista Peruano 274.263 7

Frente Independiente Moralizador 205.117 5

CODE – País Posible 175.693 4

260 Fuente: TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO; Op. Cit. 141

Elecciones Parlamentarias 1995260

Agrupación Votos %

Acción Popular 142.638 3

Partido Popular Cristiano 127.277 3

Renovación 123.969 3

Movimiento Cívico Nacional OBRAS 80.918 2

Izquierda Unida 80.078 2

Frente Popular Agrícola FIA del Perú 46.027 1

Perú al 2000 – FRENATRACA 46.027 1

Movimiento Independiente Agrario 33.283 1

Movimiento Independiente Nuevo Perú 28.177 1

Tabla 13 Elecciones Parlamentarias 1995

Al no producirse la reconstitución del sistema de partidos previo al autogolpe de 1992, la elección de 1995 –que había otorgado una abrumadora mayoría al Fujimorismo-, se produjo un vacío que fue llenado por los partidarios del Presidente. Al no tener que enfrentarse la mayoría fujimorista a opositores significativos, el gobierno continúo inclinándose por los derroteros autoritarios, aprovechándose del sesgo de democracia directa de la constitución. En consecuencia se consolidaba la preeminencia del actor político Ejecutivo que, dotado de una concepción antipolítica, antipartidos y antiinstitucional, ejercía el poder sin contrapesos261.

El poder militar participó de la constelación del poder en la medida que se plegó al orden descrito. Como indica Tanaka:

“Las Fuerzas Armadas participan del gobierno en la medida que se adecuan al esquema de concentración del poder. Fujimori las socava por medio de los ascensos y nombramientos de generales, que pasan a ser prerrogativas presidenciales. Previamente Montesinos hace desfilar por su oficina a todos los mandos castrenses”262

261 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; p. 78. 262 Entrevista a Nelson Manrique, Lima; jueves 18 de octubre de 2007. 142

Adicionalmente, una ley promulgada en junio de 1995 amnistió a militares responsabilizados por crímenes en contra de la población civil. En consecuencia, por medio de la protección e inmunidad a sus miembros implicados en violaciones a los derechos humanos, las Fuerzas Armadas salieron fortalecidas en su papel meta-institucional263.

Hacia 1997, el general Hermoza ya no estaba al frente de las Fuerzas Armadas y depurado los institutos castrenses de los oficiales “hermosistas” adherentes, el asesor presidencial en temas de seguridad, Vladimiro Montesinos, había consolidado su influencia casi sin límite sobre los organismos de defensa y las decisiones presidenciales264.

Internacionalmente el aparato de seguridad también participó en la fabricación de seguridad del régimen. La subordinación del Perú a las políticas andinas contra el narcotráfico enunciadas por Estados Unidos significaron una relación fluida entre Washington y Lima. Hacia 1998 Perú se había convertido en el principal receptáculo de asistencia norteamericana en el hemisferio, lo que equivalió a que democracia y derechos humanos pasaran a un segundo plano respecto de la lucha en contra de la producción de narcóticos y el terrorismo265.

El comienzo del fin

Sin embargo, diversos sectores peruanos comenzaron a percibir el sometimiento político a un régimen poco transparente, cuyas acciones fraudulentas se llevaron a cabo de forma permanente, disfrazándolas de aparente legalidad por el uso de las instituciones del Estado. Según la polémica Ley de Interpretación Auténtica de la Constitución, aprobada

263 GROMPONE, ROMEO; “Fujimorismo, neopopulismo y comunicación política”; en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Op. Cit.; p. 525. 264 COTLER, JULIO; “La gobernabilidad en el Perú: Entre el autoritarismo y la democracia” en COTLER, JULIO y GROMPONE, ROMEO; Op. Cit.; p. 47. 265 La condición del Perú de principal beneficiario de la asistencia militar de Estados Unidos la perdió en 2000 con la implementación del Plan Colombia. Acerca de la relación entre Estados Unidos y Perú en el ámbito de la seguridad véase TANAKA, MARTÍN y MARCUS DELGADO, JANE; Op. Cit.; pp. 36-45. 143

en 1996 gracias a que contaba con mayoría parlamentaria, el primer período quinquenal reelegible se había iniciado en 1995, bajo la nueva Constitución, y no 1990, con lo que el titular, si lo deseaba, estaba facultado para un segundo período a partir de 2000. Ante la posibilidad cierta que el Presidente candidato postulara a una segunda re-elección se organizó el Primer Movimiento social de protesta articulado de la era Fujimori. Figuras representativas de distintos sectores se congregaron para formar el FORO DEMOCRÁTICO, que luego de recabar millón y medio de firmar solicitó al Congreso convocar a un referéndum que se pronunciara acerca de la legitimidad de un tercer período constitucional, lo que no ocurrió. Nuevamente la drástica solución implementada por el gobierno ante la crisis de los rehenes de la embajada de Japón alivió el malestar social, contando además con el reconocimiento de Washington.

Un grupo remanente del MRTA tomó la embajada de Japón en diciembre de 1996 haciendo rehenes a altos funcionarios del gobierno, diplomáticos nipones y ciudadanos de ambos países. Fujimori respondió cavando secretamente un túnel por el cual en abril de 1997 se introdujeron fuerzas especiales del Ejército que rescató a los secuestrados y eliminó a los rebeldes insurgentes. Gobiernos y organismos castrenses extranjeros calificaron la operación como un éxito. El Presidente sintiéndose seguro internamente completó el anillo de seguridad externo alcanzando acuerdos fronterizos con Ecuador y Chile en los últimos años del siglo, que en el primer caso importó ciertas concesiones de reconocimiento territorial, las que fueron toleradas por la base social y la dañada clase política peruana.

De paso, el persistente respaldo social pasivo a Fujimori de amplios sectores obligó a revisar las opiniones que consideraban las diferencias étnicas en el Perú asuntos del pasado, actualizando la cuestión de la identidad telúrica andina. Aunque a menudo se ha querido ver en dicha situación el resultado de una convocatoria a los sujetos en tanto consumidores privados disponibles para sancionar los procedimientos de legitimación electoral, no se puede descartar a priorí el punto de vista de los sectores tradicionalmente excluidos que encausaron su participación en un candidato que aparecía sin nexos con los grupos tradicionalmente dominantes. 144

“Los múltiples atuendos que viste Fujimori cuando visita las provincias constituyen una clara muestra de la dispersión de los públicos y la articulación de éstos y sus identidades en la persona del Presidente. Muchos de estos públicos pueden ser deliberantes y democráticos, lo que no impide que se articulen a un vértice autoritario de poder a nivel nacional.”266

De tal manera que las divisiones étnicas y sociales que separaban al país entre pobres y ricos, blancos y cholos, costa e interior en sus versiones serrana y selvática, clases medias y sectores populares267 fueron rigurosamente estudiadas e incorporadas en una planificación que consideró tocados de pluma, ponchos, cusmas y sombreros como símbolos de representación segmentada268. De esta manera, generaba representación simbólica entre los sectores a los que se dirigía la propaganda, demostrando la relevancia de las expectativas autónomas de los simpatizantes, sus culturas y sus discursos en la generación de un vínculo populista269.

Si a los elementos antes mencionados se añade el gasto de los recursos del Estado en políticas asistencialistas de corte clientelar dirigidas a campesinos e indígenas, tenemos un escenario propicio para cierta manipulación del Presidente y sus partidarios, que devino en el referido poder omnímodo, un gobierno sometido a escasos controles, pesos y contrapesos, o siquiera rendición de cuentas. En otras palabras, la consolidación del “Fujimorismo” como movimiento sin visos de institucionalización de ningún tipo, en que la reproducción del régimen siempre pasó por la perpetuación de Fujimori en el poder y desconfiando de cualquier tipo de movilización socio-política de la base. Dicho expediente aleja –por decir lo menos- al Fujimorismo de las experiencias del populismo clásico.

266 LÓPEZ, SINESIO; Op. Cit.; p. 492. 267 GROMPONE, ROMEO; “Fujimorismo, neopopulismo y comunicación política”; en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Op. Cit.; p. 522. Véase también DEGREGORI, CARLOS; “El aprendiz de Brujo y el curandero chino: Etnicidad, Modernidad y Ciudadanía” en DEGREGORI, CARLOS y GROMPONE, ROMEO; Demonios y redentores en el nuevo Perú; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 1991. 268 Reparar en estos símbolos permite sacar del análisis de las estrategias populistas las palabras y acciones del líder para colocar el énfasis en las expectativas, representaciones y discursos de los adherentes al líder populista. 269 DE LA TORRE, CARLOS; Op. Cit.; p. 58. 145

Recién en una fecha tan tardía como 1997 la oposición encontró el camino de la unión. La UPP junto a AP, el APRA y el PPC, el Frente Independiente Moralizador (FIM) e IU formó el Bloque Parlamentario de Oposición Democrática. Al mismo tiempo el ascendiente electoral de Fujimori se consolidaba en las zonas populares de Lima y en las áreas rurales del centro y del sur, pero con mucho menos éxito desde las pequeñas y medianas urbes provinciales que a través de sus autoridades locales comenzaron a plantear también una oposición combinada con organizaciones de base270.

En diciembre de 1999 Fujimori anunció formalmente su intención reeleccionista, noticia que, aunque esperada, fue calificada por la incipiente oposición como una violación constitucional y un intento de perpetuar el régimen. Para las siguientes elecciones y a pesar de la aparición de los diversos “Foros” todavía no apareció una opción política que pudiera aglutinar a toda la oposición política social. Por el contrario, hacia 1999, fiel a su estilo patrimonial en el uso y abuso de los recursos públicos con criterios privados o gerenciales271, con el objetivo de mantener situaciones de dependencia al Estado de los grupos populares, el Ejecutivo determinó reimpulsar las políticas asistenciales dirigidas a conquistar –una vez más- el respaldo electoral de los grupos pauperizados, elevando el gasto público muy por encima de las metas acordadas con el Fondo Monetario Internacional272.

Sin embargo, luego de ganar una vez más las elecciones de 2000 y después de una década en el poder, el régimen fujimorista se derrumbó, sin negociación entre el viejo y nuevo orden ni reforma interna política, más bien

270 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; pp. 46-47. Según el autor el esquema fue que algunos alcaldes provinciales o distritales convocaron a organizaciones de base, generalmente iglesias y ONGs a oponerse al manejo verticalista de los recursos por parte del gobierno central. 271 Cotler (1996) y López (Op. Cit.) abrazan el concepto de neopatrimonialismo para destacar que los asuntos públicos del Estado fueron administrados por el gobierno Fujimori con criterios empresariales y bajo objetivos estrictamente personales. 272 COTLER, JULIO; “La Gobernabilidad en el Perú. Entre el autoritarismo y la democracia”; p. 50. 146

y como apunta Rocangliogo a una “revolución democrática” con fuga del presidente y otros siete generales, así como magnates encarcelados273.

La crisis no tuvo un desenlace rápido sino que más bien gradual. Comenzó con las elecciones de 2000. El informe de la observadora del proceso electoral del 2000, Rebeca Cox, comenzaba así:

“El Perú en el 2000 posee las instituciones y la apariencia de una democracia, pero no las normas ni la esencia”274

Aunque hacia el 2000 el poder presidencial seguía apareciendo como formidable, nuevos liderazgos habían aparecido, particularmente el de Alejandro Toledo, quien en pocas semanas había despertado las simpatías de parte relevante del electorado. En la primera vuelta Fujimori se impuso al economista por escaso margen. En la segunda vuelta el candidato retador decidió retirarse aludiendo a la falta de garantías en la competencia, no sin antes llamar a la ciudadanía a abstenerse o anular el voto, lo que sucedió en un 30%. Aún cuando Fujimori corrió sólo y ganó, se desataron manifestaciones en contra del Presidente por un supuesto fraude electoral. Las Fuerzas Armadas se pronunciaron en el conflicto reconociendo públicamente a Fujimori como Presidente aún antes que lo hiciera el Congreso275. La manifiesta inconstitucionalidad era el corolario lógico de una década de concentración de poder en los institutos castrenses.

Puede interpretarse que la caída del régimen fujimorista se debió a las propias contradicciones internas de un liderazgo altamente personalizado, antes que a la implementación de una estrategia coherente y unificada por parte de la oposición. Otros analistas sugieren la presencia de factores externos, con la siempre decisiva intervención norteamericana que restó su apoyo a la dupla Fujimori-Montesinos276. Sin embargo, sostengo que fueron principalmente las contradicciones endógenas las que anularon cualquier legitimidad del régimen, dando lugar a movimientos de protestas

273 ROCANGLIOGO, RAFAEL; Op. Cit.; p. 259. 274 RONCAGLIOGO, RAFAEL; Op. Cit.; p. 258. 275 COTLER, JULIO; “La gobernabilidad en el Perú: Entre el autoritarismo y la democracia” en COTLER, JULIO y GROMPONE, JULIO; Op. Cit.; p. 61. 276 TANAKA, MARTÍN; “¿Crónica de una muerte anunciada? Determinismo, voluntarismo, actores y poderes estructurales en el Perú, 1980-2000; p. 100. 147

espontáneos y desorganizados. Dicha base pudo ser utilizada por Alejandro Toledo para su elección, aunque sin consolidar un movimiento con capacidad de proyección vigorosa hacia un futuro de mediano plazo. Aunque PERÚ POSIBLE fue junto al APRA, la única colectividad que participó tanto en las elecciones de 2000 como las de 2001277, de hecho la oposición ensayó una plataforma de protestas callejeras de forma semi-improvisada alrededor del nuevo caudillo que representaba el cambio, Toledo, quien no titubeó en recurrir a voces aborígenes para bautizar a la movilización como “marcha de los cuatro suyos”, acaecida el 26 y 27 de julio con la intencionalidad de hacer tambalear al régimen. Con ello, la esperanza de un giro radical nuevamente se hizo presente en la confrontación política peruana.

Hacia las postrimerías del régimen de Fujimori se levantó una facción del ejército dirigido por Ollanta Humala Tasso, teniente coronel a cargo del Grupo de Artillería Antiaérea con sede en Tacna, quien recorrió durante semanas la sierra sur andina hasta la caída de Fujimori. Parte de mis tesis referidas al nacionalismo impulsado desde la plataforma que formó Ollanta Humala, es que compartió los rasgos pretorianos del gobierno de Fujimori, con un componente nuevo, los énfasis fueron puestos sobre la base de las Fuerzas Armadas y no en su alto mando.

Sin embargo, una vez desaparecido el elemento aglutinador del fujimorismo, volvieron a aparecer síntomas de dispersión partidista, confirmando la debilidad de gran parte de los actores políticos peruanos, lo que dio cuenta de la dificultad para constituir un orden estable. Durante el gobierno de Alejandro Toledo, la ausencia del actor hegemónico autoritario, revirtió en una cerrada competencia entre una fragmentada representación política de referentes partidarios débiles. Dicho contexto continuó favoreciendo la negociación para dar gobernabilidad, pero también la desideologización y el excesivo pragmatismo, el personalismo y la precariedad de liderazgos y la improvisación o exigua planificación. Como indica Tanaka:

277 Dicha elección marca la re-vigorización del APRA, que se instala como la segunda fuerza política de Perú. 148

“El desempeño del gobierno de Alejandro Toledo rápidamente empezó a hacer evidente la precariedad de su movimiento y de su liderazgo político. Después de ganar las elecciones, Toledo rápidamente descubrió que su partido, Perú Posible, no podía construir una base de sostenimiento sólido para su presidencia: carecía de planes y programas concretos, de un diagnóstico claro de la situación del país y del Estado, y de cuadros con prestigio y credibilidad, capaces de asumir las complejas tareas de la administración pública; tenía además una bancada en situación minoritaria en el Congreso, marcada además por una gran incoherencia y débil disciplina278. Así, el Presidente tuvo que constituir un gabinete convocando a personalidades independientes de gran prestigio profesional, y a la vez jugar en el Congreso a tomar la mayoría de las decisiones por consenso”279

La precariedad del gobierno y de su liderazgo no fue aprovechada por una oposición extremadamente fragmentada, con débil representación nacional y frágil consistencia interna, con excepción del APRA. En consecuencia, la crisis de legitimidad del sistema en su conjunto revirtió en una crisis de gobernabilidad. La alicaída intermediación institucional, estimuló la organización de la acción colectiva de demandas de promesas electorales y protesta por incumplimiento de las mismas a través del cauce movimientista, que según Tanaka aumentó significativamente entre 2001 y 2002 aunque sin alcanzar la magnitud de los ochenta280, y de los medios de comunicación que siguieron representando simbólicamente a ciertos sectores sociales y controlaron parte de la agenda país.

Dicho contexto siguió favoreciendo la emergencia de liderazgos no tradicionales, u outsiders, que en su discurso continuaron abogando por fórmulas de participación directa y satanizaron a los partidos políticos. Según las versiones más pesimistas los problemas derivarían de una clase política corrupta y un sistema político anquilosado. Hay grupos que se proponen en

278 Hacia mediados de 2004 Perú Posible había sufrido la disensión de 6 diputados de su bancada. 279 TANAKA, MARTÍN; “El gobierno de Alejandro Toledo o como funciona una democracia sin partidos” pp. 129-153 en Balance de las democracias latinoamericanas: incertidumbres y procesos de consolidación; Revista Política; Instituto de Asuntos Públicos, Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Chile; Santiago; Volumen 42; Otoño 2004; pp. 137.. 280 TANAKA, MARTÍN; “El gobierno de Alejandro Toledo o como funciona una democracia sin partidos”; p. 141. 149

consecuencia cambios tectónicos en el ordenamiento político, que consulté una Asamblea Constituyente como vehículo de renovación del liderazgo político, que recoja la representación de grupos bajo premisas cuasi corporativas, y de regiones, por medio de una democracia directa sin intermediación. Es decir, la refundación del sistema en su conjunto. Una nueva república que mirando al pasado remoto haga caso omiso al pretérito inmediato. El proyecto original etnonacionalista de los hermanos Humala privilegió este tipo de propuesta crítica al formato institucional de representación partidaria, proclive al personalismo vertido en movimientos caudillistas.

Aunque la proliferación de las diferentes formas de organización de la sociedad civil sea expresión de una fuerte motivación por entablar relaciones sociales que en definitiva son interacciones políticas de carácter horizontal, es relevante hacer presente que el nudo gordiano de la política peruana no pareciera pasar por robustecer una sociedad civil históricamente diversa y sólida281, ni de proveerla de mecanismos de participación ya previstos institucionalmente en la última constitución, sino que remediar la ausencia de partidos políticos plenamente consolidados en un sistema partidario. Es urgente reparar la dimensión dañada de la interacción política entre las instituciones formales y la gente común.

Algunas consideraciones

Durante la era Fujimori, la estructura de poder peruana generó dependencia y falta de autonomía de los poderes del Estado, inoperancia del órgano electoral, debilidad de las instituciones democráticas y la casi plena manipulación de los medios de comunicación, pero sobretodo fragmentación social de una base excluida de la comunidad de beneficios, sólo requerida para los ritos de legitimación electoral, provocando una des-ciudadanización intensiva.

281 En este punto Tanaka (2004) coincide con Manuel Antonio Garretón. Véase TANAKA, MARTÍN; “El gobierno de Alejandro Toledo o como funciona una democracia sin partidos” pp. 129-153. Cfr. GARRETÓN, MANUEL ANTONIO; Op. Cit.; p. 137. 150

Al amparo de la débil existencia de partidos políticos plenamente articulados, el régimen de Fujimori se fortaleció en sus rasgos autoritarios, agregando el conjunto de disposiciones constitucionales y la obsecuencia de la nueva mayoría gobiernista en el Congreso, sin ninguna capacidad de reivindicar mínimos de autonomía legislativa, y mucho menos de fiscalización282. Dicho cuadro representaba la situación ideal para el referido diseño político del mandatario, quien se manifestó desinteresado en institucionalizar su movimiento político con miras a una relación estable con el electorado. Tampoco Fujimori pensó en el levantamiento de un partido hegemónico283 -dado que le había dado la espalda a los referentes tradicionales- capaz de aglutinar a sus referentes políticos residuales, sacándolos de la mera condición de satélites subordinados. Más bien Fujimori privilegió en su círculo gubernamental a los independientes, antipolíticos, tecnócratas y ciertos militares; en síntesis, todos aquellos que hacia fines de los ochenta pensaban que la solución para el Perú era eliminar a los partidos políticos para reemplazarlos en el poder.

Complementariamente, Fujimori usó y abusó de la tradición caudillista, empapándola de rasgos demagógicos que señalaran su supuesta “cercanía a la gente”. De esta manera se elucubró que las formas más auténticamente democráticas correspondían a una democracia directa, manifestación de una retórica –enfatizó lo de retórica- de carácter anti elitista284. En consecuencia, el Presidente aseguró representar la voluntad de la nación en su conjunto, expresándose la personalización de la política a través de un plebiscitarismo constante de su gestión con prescindencia de cualquier otro mecanismo democrático de rendición de cuentas:

“En la idea de que quien gane la elección tiene el mandato de gobernar de acuerdo a lo que crea que es el mejor Interés de la colectividad”285.

282 MCCLINTOCK, CYNTHIA; “Presidentes, Mesías y Crisis Constitucional en el Perú”, en LINZ, JUAN y VALENZUELA, ARTURO; Op. Cit.; p. 219. 283 Según la clasificación de Sartori. Véase SARTORI, GIOVANNI; Op. Cit.; p. 160. 284 ARAYA, EDUARDO, “El populismo en América Latina. Entre la ambigüedad conceptual y la realidad histórica” en CAVIERES, EDUARDO; Op. Cit.; p. 125. 285 DE LA TORRE, CARLOS; Op. Cit.; p. 62. 151

El presidencialismo constitucional de un Ejecutivo dotado de amplios poderes en contraste con la debilidad de otras instituciones públicas, se reforzó por medio del abuso de un decretismo que eludió cualquier otro procedimiento de control público que no fuera las elecciones organizados para ganar la apariencia de legitimidad democrática. Los partidos políticos en grave crisis a partir del autogolpe de 1992 fueron suplantados por la referida relación política plebiscitaria286, en el que Fujimori, prescindió de cualquier otra intermediación institucional, respondiendo a lo que O’ Donnell ha denominado Democracia Delegativa287.

La idea de contacto directo y personal también fue fortalecida por la “ubicuidad”288 presidencial constituida a través de la calculada combinación de la presencia de Fujimori en los medios de comunicación y de la visita en terreno a los barrios marginales y localidades rurales. Como interpretar de otro modo la indumentaria originaria que Fujimori solía usar en actos públicos, apelando a la dimensión étnica en su juego político289. La heterogeneidad del Perú fue rigurosamente estudiada, recogiéndola para producir la sensación de representación en un público objetivo segmentado.

La televisión mediatizó holísticamente la (re)producción de acontecimientos constituyéndose en lugar privilegiado de vínculo entre la polis y ciudadanos, permitiendo al Presidente candidato permanente proyectar su propuesta sin otra intermediación. Las imágenes de cuerpos en movimiento transmitidas por televisión fortalecieron la personalización de la política, reemplazando la argumentación de programas electorales y plataformas programáticas por un estudiado histrionismo –pletórico de gestos, ademanes y énfasis- que generaba representación simbólica entre auditores y tele-espectadores290. De tal manera que la lealtad personal

286 LÓPEZ, SINESIO; Op. Cit.; pp. 268-469.. 287 Véase O’DONNELL, GUILLERMO; “Tensiones del Estado Burocrático Autoritario y la cuestión de las democracias”; 1997. 288 El concepto aparece en GROMPONE, ROMEO; “Fujimorismo, neopopulismo y comunicación política”; en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Op. Cit.; p. 522. 289 DEGREGORI, CARLOS; La década de la antipolítica. Auge y Huida de Alberto Fujimori; Instituto de Estudios Peruanos; Lima; 2000; p. 55. 290 GROMPONE, ROMEO; “Fujimorismo, neopopulismo y comunicación política”; en URZÚA, RAÚL y AGÜERO, FELIPE; Op.Cit.; pp. 518-519. 152

signada por la dependencia se sobrepuso a la típica mediación institucional de las democracias sólidas291.

En dichas condiciones la representación dotada de identidad se construyó por escenificación –en un proceso cualitativamente distinto de una identificación partidaria construida sobre la base de la ideología- provocando una acelerada circulación de las elites (representación precaria y frágil) y una acentuada volatilidad electoral, que favorecieron al independiente candidato “apolítico” permanentemente.

De esta manera, el régimen del Perú, tipificado de “sultanístico” por las revelaciones finales de sus excesos en materia de probidad o de “democradura” o “dictablanda” por combinar la herencia de autoridad reforzada y mesianismo personalista con elecciones de rasgos plebiscitarios, pertenece en definitiva al género de regímenes no democráticos, y a la familia de los autoritarismos. Se trató de un gobierno civil-militar, propiamente un gobernante civil aliado con el poder fáctico de las Fuerzas Armadas y del SIN, que encubrió las acciones más corruptas bajo una tenue legalidad, amparándose en el expediente electoral que legitimó su gestión, evitando procedimientos de rendición de cuentas y propiciando un pluralismo limitado –más bien controlado- que permitiera el despliegue de un protagonismo presidencial único, con apenas el asomo de una oposición democrática incapaz de competir políticamente.

Como resultado de la exigüidad de la estructura partidaria, un estado debilitado institucionalmente, y con radio de acción soberana limitada –con excepción de las Fuerzas Armadas y los aparatos de seguridad-, tenemos que el personalismo de las decisiones del régimen presidencialista peruano, formalmente democrático, se transformó en un franco “autoritarismo constitucional”. Para ello la trayectoria política cultural de pluralismo limitado

291 Precisamente la debilidad de las instituciones permite a ciertos autores levantar tesis que asimilan el populismo y al neoliberalismo con la fragilidad institucional. Véase WEYLAND, KURT; Op. Cit.; véase también NAVIA, PATRICIO; “Partidos Político como antídoto contra el Populismo en América Latina”; pp. 19-30 en Revista de Ciencia Política; Pontificia Universidad Católica; Volumen XXIII; N 1; 2003. Es mi opinión que la fragilidad institucional con la que se identifica el neoliberalismo es solamente la de mediación que vincula a la gente con el sistema político, en ningún caso las instituciones de la defensa y la seguridad, también instituciones del Estado, que un experimento de hiper-liberalismo económico necesita para imponerse. 153

y las preferencias por los liderazgos de corte mesiánico fueron relevantes, y se seguirían manifestando en la emergencia de otros movimientos nacionales, como sería el humalista.

154

Capítulo IV: Orígenes, doctrina y alianzas del Etnocacerismo

La relevancia de los movimientos

En los capítulos precedentes discutimos las debilidades del sistema de partidos peruano inaugurado después del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas. Particularmente, la escasa presencia regional de partidos nominalmente nacionales, sin bases efectivas en las provincias alejadas de la costa central, o más bien con un arraigo limitado a determinadas áreas del Perú292. De esta manera, las tendencias políticas de discurso nacional, tuvieron su foco principal en los llamados bastiones partidarios. El aprismo desde el sólido norte, Izquierda Unida en la Sierra (El Partido comunista en las zonas mineras como el Cuzco, el Partido Socialista en la zona petrolera de Talara y el departamento de Piura), Acción Popular en el Oriente. De la magra organización nacional de cada uno, sólo escapaba el disciplinamiento del APRA, adquirido durante los años de proscripción. Sin embargo, la diagnosis general es que los referentes partidarios fallaron en la medida que perdieron sus vínculos con sus bases de apoyo.

La debilidad partidaria fue suplida mediante otro tipo de vínculos, más personalizados con los líderes. Pero también por medio de organizaciones regionales y locales, a menudo de gran fragilidad. El riesgo de ambas era la perpetuación de caudillos y dinastías locales que fácilmente se desvinculan de las mesas nacionales formadas de frente a una elección, asumiendo un discurso propio. Lo anterior incentivó las tendencias centrífugas que favorecieron la fragmentación sistémica, que con el fujimorismo se transformó en franca lapidación del sistema.

Ya se ha discutido ampliamente el discurso antipolítico y antipartidos del Fujimorismo293. Si a comienzos de la década de los 80 fue el tiempo de los llamados partidos políticos tradicionales, hacia fines del decenio comenzaron a emerger cada vez más movimientos de tipo independiente294.

292 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 149. 293 Véase infra pp. 128-130. 294 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 130. 155

El candidato permanente observó agudamente como en el pasado determinadas coyunturas electorales favorecían la aparición efímera de conglomerados de movimiento levantando una figura específica con capacidad de liderazgo, pero que se desvanecían una vez verificado el proceso electoral, Fujimori lo convirtió en su credo político con C90 y Nueva Mayoría, exacerbando el discurso de independencia de la matriz partidaria peruana. El ex gobernante captó el alto grado de volatilidad de un electorado casi siempre insatisfecho con el desempeño político de instituciones y partidos que no ejecutaban las funciones asignadas por la sociedad, y que por lo tanto carecían de la legitimidad esperada por los electores.

Ante la declinación de los partidos quedaba entonces el expediente movimientista. Ya en la década de los ’60 los militares de Velasco Alvarado habían considerado a los partidos políticos y las instancias parlamentarias como entidades artificiales, proponiendo la organización de los movimientos, antigua expresión de la sociedad subalterna, por medio de SINAMOS. Pero la tendencia movimientista siguió expresándose en la política peruana: Un movimiento organizó Vargas Llosa para denunciar a la clase política y al Estado rentista (MOVIMIENTO LIBERTAD), un movimiento catapultó a Fujimori al poder, así como el primer testimonio de oposición articulada al fujimorismo (FORO DEMOCRÁTICO), el propio sucesor de Fujomori, intentó conferirle una base movimientista a su jornada de protesta ciudadana callejera a través de la “marcha de los cuatro suyos”.

Aun cuando la observación de movimientos puede ser una herramienta heurística de primer nivel, su carácter polisémico, versátil y omnicomprensivo pueden mover a equívoco. Bajo el concepto de movimiento son susceptibles de incluir modas, corrientes artísticas, organizaciones políticas, grupos de interés. Sin embargo, en este caso el rótulo “movimiento popular” (en tanto sujeto social de acción, especialmente político295) nos permite incorporar un amplio arco de actores sociales, incluyendo el campesinado, que hasta avanzado el siglo XX constituyó la mayor parte de la población peruana, con lo cual ningún movimiento social auténtico habría podido realmente realizarse sin la participación rural masiva

295 De esta forma seguimos la reflexión que asigna a la noción de subjetividad la calidad de uno de los elementos definitorios de la modernidad. Véase HABERMAS, JÜRGEN; El Discurso filosófico de la modernidad; Ediciones Taurus; Madrid; 1989. 156

(al menos hasta las primeras décadas del siglo XX). Es decir, supera el enfoque estructuralista apropiado para examinar las relaciones sociales y políticas en el marco del capitalismo industrial avanzado para considerar la acción no sólo del sector agrícola, que significó iluminar la comprensión del mundo rural, sino también de los sectores marginales y desarraigados urbanos (los excluidos de la economía capitalista) a partir de la segunda mitad del siglo XX, expresado en el movimiento poblacional de los barrios periféricos296.

Lawson y Merkl insisten que los movimientos siempre se especializan en temas determinados que la institucionalización partidaria no ha sabido recoger297, fenómeno que revisan Reichman y Fernández Buey y que denominan diferenciación social de los movimientos, puesto que a pesar aspiren declarativamente a la transformación social de la sociedad toda, en la práctica persiguen ciertos fines sobre otros298. Lo anterior es perfectamente comprensible si se piensa que los movimientos surgen ante la incapacidad del sistema político institucional establecido para hallar respuestas a los problemas específicos en torno a los cuales se organiza el movimiento.

Enrique Laraña ha distinguido ciertas características para los movimientos: a) forma de acción colectiva; b) solidaria en su plataforma de promoción o impedimento del cambio; c) su existencia constituye una forma de percibir la realidad, transformando en controvertido cierto aspecto de ella aceptado antes sin cuestionamiento; d) con implicancia de quiebre de un sistema de normas y relaciones en la cual se desarrolla su acción; e) y en su lugar postula la instalación de nuevas reglas sociales, lo que da cuenta de su

296 Es decir se establece una relación progresiva entre marginalidad espacial y la marginalización económica, social y política. Véase BAÑO, RODRIGO; “Los sectores populares y la política: una reflexión socio histórica” pp. 35-55; en Los sectores populares y lo político: acción colectiva, políticas públicas y comportamiento electoral; Revista Política; Santiago de Chile; Volumen 43; Primavera 2004; p. 44. El autor afirma que con el declive de las teorías de marginalidad social se abren pasos los enfoques de informalidad, exclusión, pobreza y vulnerabilidad. 297 LAWSON, KAY y MERKL, PETER; when parties fail. Emerging alternative organizations; Princeton University Press; New Jersey; 1988; pp. 3-12. 298 RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales; Editorial Paidós; Barcelona; 1994; p. 55. 157

aspiración a ser una nueva fuente de legitimación del cambio299. La acción colectiva contenciosa con la sociedad dominante y solidaria al interior del grupo nuclear se define por un conjunto de vinculaciones endógenas, ya sea la comunidad de intereses, los desafíos comunes y la matriz identitaria, particularmente en el caso étnico300. De acuerdo con lo anterior una definición amplia de movimiento es

“Agente colectivo que interviene en el proceso de transformación social (promoviendo cambios u oponiéndose a ellos)”301

En otras palabras, nuestra definición de movimiento social observa que es un agente social dinámico, aún más que otras formas de intervención política social basada en la participación voluntaria, que tiene por meta provocar, impedir o anular un cambio que considera fundamental, actuando con cierta continuidad temporal (matizada por períodos de latencia, lo que equivale a que no tienen prácticamente organizaciones de base articuladas permanentemente). Además tiene un alto nivel de integración simbólica, valiéndose de diversas formas de acción directa, expresadas a menudo en manifestaciones callejeras, bloqueo de calles y carreteras, etcétera.

En otras palabras, los objetivos de los movimientos no son necesariamente revolucionarios, a la manera de una insurrección generalizada contra todo el sistema social, aunque siempre postulan la transformación o la obstaculización de estructuras sociales relevantes. Desde dicha postura un movimiento construye al oponente en contra del cual se afirma (identificación/construcción del otro, identidad por oposición, o simplemente conciencia de alteridad) que supone por un lado el reconocimiento de la existencia de otros de los cuales vale la pena diferenciarse302, y la referida integración simbólica que expresa el grado de

299 LARAÑA, ENRIQUE; La construcción de los movimientos sociales; Alianza Editorial; Madrid; 1999; pp. 26-27. 300 VELASCO CRUZ, SAÚL; El movimiento indígena y la autonomía en México; Edición conjunta de la Universidad Nacional Autónoma de México y Universidad Pedagógica Nacional; Ciudad de México; 2003; pp. 26-27. 301 RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Op. Cit.; p. 47. 302 BENGOA, JOSÉ; Op. Cit.; p. 75. 158

cohesión interna y sentido de pertenencia (identidad colectiva) de sus componentes303.

El tipo de movimiento típico en el Perú fue político, es decir con orientación de poder en el sentido de intentar transformar los subsistemas sociopolíticos y socioeconómicos, y operó como verdadero sustituto de las instituciones partidarias304.

Establecida dicha politicidad del movimientismo peruano, se constata que fueron más regulares en la política peruana que los partidos políticos, nutriendo prácticas populistas, quizás por su disciplina más laxa y por no existir algo parecido a una militancia formal. Siguiendo la clasificación aplicada a Lawson y Merkl a las organizaciones alternativas a los partidos políticos tradicionales305, durante la etapa 1979-2000 en el Perú los movimientos intentaron expresar políticamente demandas étnico- comunitarias (de representación) y supletorias (derechos económicos y sociales), lo que implicó cierta continuidad con la colonia tardía. A lo anterior se agrega a emergencia de una movilización antiautoritaria, durante el gobierno de Fujimori, exigiendo garantías y derechos civiles y políticos.

Sin embargo este movimientismo expresó ciertos riesgos. Así como los partidos aspiran a representar a fracciones de la sociedad, con excepción de los totalitarios o hegemónicos, a menudo los movimientos se caracterizan por prácticas y enfoques holísticos, antagónicos en términos dicotómicos y exclusivistas. Es lo que ocurrió por ejemplo con el APRA originario, que

303 RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Op. Cit.; pp. 48-49. 304 No se considera política sólo la acción de asociación política explícita sino que el conjunto de acciones vinculadas a la pretensión de adquirir posiciones de poder en la referida asociación o influir en la determinación de esta voluntad política, ya fuera dentro de la institucionalidad contingente o transformada por la propia asociación. Desde esta perspectiva Menéndez-Carrión afirma que las prácticas sociales, incluyendo la de los movimientos son políticas: “cuando exhiben la característica básica de constituir interacciones tanto horizontales (entre la gente) cuanto verticales (entre la gente y el sistema político y sus agentes), referentes al proceso de toma de decisiones sobre la distribución de valores y recursos en un contexto societal concreto”. Véase MENÉNDEZ- CARRIÓN, AMPARO; “Para Repensar la cuestión de la gobernabilidad desde la ciudadanía. Dilemas, opciones y apuntes para un proyecto”; Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales; Segunda Época; volumen 1; Nº 1; 1991; p. 81. 305 Según los autores, las organizaciones alternativas a los partidos políticos tradicionales pueden agruparse en cuatro categorías: medioambientalistas, supletorias, comunitarias y antiautoritarias. Véase LAWSON, KAY y MERKL, PETER; Op. Cit.; pp. 3-12. 159

según Cotler nació como “organización total”306, es decir, más que partido político fue un movimiento cívico de naturaleza voluntaria con voluntad de irrigar todos los sectores de la vida nacional peruana. En otras palabras, todo movimiento aspira a ser la legítima representación del todo en temas determinados (lo que confirma que a la larga no hay ningún movimiento total), identificándose como el depositario de la verdad, la historia y del futuro. Lo anterior es particularmente efectivo respecto de los grupos o movimientos políticos antisistema que esgrimen el cambio revolucionario radical como bandera de lucha. Según Benavente.

“Son aquellos grupos políticos que se proponen sustituir radicalmente un sistema institucional, así como los valores en que éste se sustenta, por otro de carácter totalizante el que es presentado como proyecto societal alternativo”307

Si a lo anterior agregamos el carácter local y fragmentado, de los movimientos de transformación gradual o radical de la sociedad en Perú, entonces se comprende su tendencia a volverse incontrolables frente al poder de turno. Es lo que había ocurrido con los propios movimientos que inspirándose en la utopía andina colocaron en jaque el poder a fines del siglo XVIII, fines del siglo XIX y principios del XX; movimientos de sobrevivencia y emancipación con orientación de poder308, es decir las que denominamos en el primer capítulo como prácticas de resistencia, constituyeron fenómenos sociales estructurados fundados en causas estructurales –una comunidad de desiguales consagrada sistémicamente- que intentaron cambiar el orden social mediante la organización colectiva del cuestionamiento activo. Finalmente, en el Perú los movimientos políticos independientes no generaron prácticas de democracia interna, con lo cual su cúpula directiva correspondía a cabecillas autoelegidos.

En consecuencia, los actuales movimientos políticos peruanos heredaron de sus símiles de la colonia tardía y la temprana república la

306 COTLER, JULIO; Clases, Estado y Nación en el Perú; p. 235. 307 BENAVENTE URBINA, ANDRÉS; “La inserción de movimientos antisistémicos en los esquemas institucionales latinoamericanos” en Política; Instituto de Ciencia Política; Nº 30; Santiago de Chile; 1992; p. 13. 308 RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Op. Cit.; p. 58. 160

protesta regular contra el sistema político establecido, instituciones y partidos de elite, de escasos vínculos con la base social –más bien excluyente de la misma-, e incapaz de procesar las demandas de los grupos subalternos, expresándose como reivindicación de cambio sistémico que aspira a fundar nuevos partidos e instituciones que destruya completamente a los existentes. La trampa de dicho expediente es que al mismo tiempo que se incrementan dichas instancias como expresión de mecanismos participativos horizontales y de democracia directa se potencian las tendencias centrífugas y atomizadoras del frágil sistema de partidos peruanos, abriendo más espacios para el desarrollo de movimientos antisistémicos309. Se completa entonces el divorcio entre el ámbito político institucional y el de las movilizaciones sociales, perdiendo todo sentido integrador la disputa electoral, que es remplazada por las manifestaciones desde la calle310.

El registro movimientista se hizo presente en el originario Movimiento Nacionalista Peruano (MNP) que emergió al despuntar el nuevo siglo XXI, operando como una combinación de las experiencias nacional populares de Velasco Alvarado y de las tendencias antipolíticas de la cultura política peruana, reforzadas por el papel protagónico otorgado al mundo militar durante décadas. Precisamente hacia las postrimerías del gobierno de Fujimori se levantó una facción del ejército dirigido por Ollanta Humala Tasso, teniente coronel a cargo del Grupo de Artillería Antiaérea 501 con sede en Tacna, quien recorrió durante semanas la sierra sur andina como acto de insubordinación.

¿Quién era esta joven oficial? Originario de Ayacucho, hijo de Isaac Humala y Elena Tasso, una pareja de abogados. El patriarca de la familia tuvo origen político de izquierda. Ex militante del Partido Comunista Unidad, tuvo inquietudes intelectuales que lo llevaron a fundar el Instituto de Estudios Etnopolíticos. Según diversas versiones Isaac Humala sería el ideólogo del etnocacerismo que reivindicaba la identidad cultural étnica y la figura del Mariscal Andrés Avelino Cáceres, líder de la resistencia contra las tropas chilenas durante la fase de ocupación en la Guerra del Pacífico.

309 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; p. 55. 310 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 31. 161

La “ideología” adquirió corporeidad bajo el liderazgo de Ollanta, y su hermano Antauro, también oficial del ejército peruano, quienes junto a otros oficiales fundaron en 1988 (apenas cuatro años después de haber egresado del Escuela Militar de Chorrillos) el Movimiento Etnocacerista, dedicándose originalmente a realizar ensayos investigativos del país, y desde la clandestinidad a criticar la corrupción castrense. A comienzos de la década del 90, Ollanta participó en la lucha anti-subversiva en contra de Sendero Luminoso. Hacia 1996 estuvo en el frente de Tiwinza, en la cuasi guerra contra Ecuador. Precisamente en esa época Ollanta adquirió cierta notoriedad entre las filas militares al encontrar uno de los hitos limítrofes con Ecuador, perdido desde 1941, y que había servido de punto de base para demarcar la frontera. Dicho antecedente promovió su carrera alcanzando el 2000 el grado de teniente coronel, después de lo cual fue destacado en el sur del Perú.

Los hechos que precipitaron la caída del Presidente Fujimori, encontraron a Ollanta Humala en dicha región, organizando desde Locumba el 29 de octubre una insurrección armada, que lo mantuvieron por 10 días recorriendo la serranía peruana. Tras ser amnistiado en el 2001, el haber protagonizado un levantamiento en contra de un gobierno acusado de corrupción sin límite le proporcionó proyección nacional, catalizando la posterior institucionalización legal de sus partidarios. La plataformas de derechos exigidos por el naciente movimiento nacionalista expresó políticamente la demanda de atención específica de los gobiernos por la base social, típico de las organizaciones supletorias, así como un discurso teñido de los intereses de los grupos históricamente relegados a los márgenes, más bien propio de las organizaciones alternativas comunitarias.

Su discurso se centro en los factores explicativos de la profunda división del Perú: Por un lado, enemigos internos, representados en las elites políticas de los partidos tradicionales, y por otro la influencia extranjera en toda esfera, particularmente la chilena y la norteamericana311. Los antídotos propuestos pasaban por la preeminencia de una comunidad orgánica sobre

311 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 160 162

cualquier otro interés o consideración, la que se articularía desde un nacionalismo extremo orientado por el reemplazo del tradicional predomino de la cultura “blanca” por un renovado liderazgo “cholo”. Lo anterior implicaba un nuevo pacto social, esgrimiéndose la urgencia de refundación republicana y siguiendo la tendencia reciente a la convocatoria de asambleas constituyentes por parte de ciertos países de la región para renovar los “acuerdos fundacionales” y restarle relevancia a las elecciones regulares.

En un ambiente de cuestionamiento que aseguraba representar a postergados y no incluidos (desempleados jóvenes, reservistas sin perspectivas laborales, habitantes de urbes grandes y pequeñas que sienten que sus demandas no son atendidas), no fue raro que el nuevo movimiento se ampliara espacialmente tanto a los márgenes de las grandes ciudades, como a caseríos y a la propia ceja de la selva.

Siguiendo a Grompone, en medio de movimientos que conmueven regiones enteras del Perú, la fisura de clases demostró estar desdibujada ante la confluencia -en jornadas de protestas- de trabajadores estables y ocasionales, cesantes, funcionarios públicos, profesores y vendedores de mercado312. Los diversos grupos movilizados descubrieron las ventajas de una acción colectiva transversal a los perjudicados por el modelo económico y social, explotando los puntos débiles de una elite embarcada en un proyecto de transformación de acuerdo al patrón global.

Desde el discurso refundacionista, enunciado de manera invectiva y amenazante, resultó previsible el despertar de recelos en el poder político. Como una maniobra para neutralizar la creciente popularidad del militar mediante su alejamiento del Perú, el gobierno de Alejandro Toledo lo nombró en 2003 agregado militar en París y posteriormente en Seúl.

Mientras tanto sus adherentes, particularmente su hermano Antauro, organizaron el etnocacerismo, cuyo liderazgo reposó en la oficialidad en retiro del Ejército, y sus bases en los soldados reservistas. La difusión del

312 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 85. 163

movimiento se realizó a través de un medio escrito, el periódico Ollanta, cuyos primeros números sorprendieron por la defensa de los productores cocaleros (valorándose la hoja de coca en términos culturales y simbólicos), el llamado a fusilar a los funcionarios corruptos por traición a la patria, la construcción de una organización internacional incaica fuera de los códigos del neoliberalismo bajo el paradigma de la globalización económica.

Tampoco fue desechado el expediente insurreccional. Una turba de seguidores de los Humala, entre los que se contaban precisamente reservistas, participó en la toma de la ciudad de Ilave en mayo de 2004, que culminó con el asesinato del alcalde Cirilo Robles Callomamani. La sospecha de que Ollanta Humala hubiera incidido desde el exterior en la sangrienta protesta, determinó que el gobierno de Toledo pasara a retiro al controvertido teniente coronel que hacia febrero de 2005 estaría de regreso en Perú.

El último acto violento del movimiento fue la captura de una comisaría en Andahuaylas, acaecida el 1 de enero de 2005, por 150 reservistas liderados por Antauro Humala quien exigió la renuncia del Presidente Toledo acusándolo de traición a la patria. Aunque era poco previsible que dicha exigencia se materializara; el verdadero móvil del grupo fue pasar de la prédica propagandística a la acción armada directa, en un contexto de intentos fallidos por incidir en el movimiento cocalero. Sin embargo, los enfrentamientos sobrepasaron la planificación, dejando cuatro policías muertos en una emboscada de un puente en las cercanías de la ciudad. Desde Seul, Ollanta Humala, quien había sido pasado a retiro pocos días antes, rechazó inmediatamente cualquier vinculación con la operación ejecutada por los etnocaceristas, enfatizando la vía política sobre la violencia. El hecho marcó el comienzo de la secesión de la matriz común original, para dar curso a dos tendencias, una moderada y otra radical313.

La secuencia de la violencia atestiguó el uso intensivo de la vía armada como recurso de influencia política por parte de la fracción más radical e intransigente del nacionalismo humalista. Precisamente, tanto el

313 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 160. El investigador enfatiza una misma matriz discursiva con niveles distintos de radicalismo. 164

levantamiento de Locumba, dirigido por Ollanta Humala, como la captura de la comisaría de Andahuaylas, liderado por su hermano Antauro, habían intentado llevar a la práctica la teoría militar de la Campaña de la Breña (denominada Campaña de la Sierra en Chile), bajo la doctrina conocida como “Guerra de Circunstancias Especiales de la Montaña Andina”314, referida a las operaciones militares de una guerrilla actuando contra la ocupación chilena durante la Guerra del Pacífico.

“Basada en la guerra de tipo no convencional llevada a cabo por el Ejército Peruano entre 1881 y 1884. Es decir que reivindica el legado de Cáceres-Tayta en cuanto proyecto nacionalista sustentado en nuestro epicentro étnico mestizo que es la raza cobriza. Hablamos pues, de un etnonacionalismo que en el campo militar que en el campo militar se expresó en las campañas altoandinas de la infantería kechua, enmarcada en una doctrina bélica ‘made in Perú’ que reconsideraba a la Sierra como el escenario ancestral y natural de nuestra milicia. Por consiguiente, nuestro análisis evaluaba una campaña montañesa de movimientos antes que de posiciones, eminentemente errante y sustentada en una milicia campesina.”315

Aunque con una ideología esencialmente distinta a la de los movimientos más virulentos que asolaron el Perú en la década de los ochenta, como el grupo maoísta Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), el etnonacionalismo de los Humala dispuso tempranamente de una base mayoritariamente mestizas pauperizadas –llamadas “cholas” en Perú-, y también indígena, cuyo común denominador era estar incluidos formalmente en el sistema político, aunque no en la práctica social.

Antauro Humala había propuesto rescatar el componente étnico mediante la reconstrucción el Estado Nacional sobre la base de una nueva

314 Dicha doctrina contemplaba la sierra como el eje militar del Perú. Al respecto cabe consignar que la sección más lograda en términos de elaboración intelectual del referido libro de Antauro Humala es la referida a constitución del Ejército peruano y a la secuencia de enfrentamientos contra sus adversarios. Particularmente si se le compara con el discurso nacionalista organizado en contra de las elites y los intereses extranjeros, simbolizados en Chile. 315 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., p. 346. 165

nacionalidad no dominada por las tradicionales elites blancas o mestizas accidentalizadas:

“Una nacionalidad cobriza no tendría inconveniente en reunir a sus variedades quechua, aymará, jíbaro, etc., y admitir como ‘minorías étnicas’ al pequeño porcentaje de blancos, negros y amarillos afincados en su territorio. En todo caso, el problema –aquí- no es la multiracialidad en si misma, sino la descompensación derivada del hecho que una minoría étnica vinculada al extranjero, acapare política, económica y militarmente la ‘representatividad nacional’ en perjuicio de la gran mayoría cobriza (india, chola)”316

Al igual que Sendero y el MRTA dos décadas antes, el humalismo originario explotó mitos y símbolos de resistencia y protestas para despertar discriminaciones y resentimientos étnicos acumulados y así sumar la adhesión de las voluntades contestatarias de los sectores sociales insatisfechos que no encontraban canales institucionales de intermediación, pero tampoco representación entre los partidos de izquierda y de derecha. Al igual que los grupos ultra-revolucionarios, contempló una metodología directa violenta, aunque por cierto más dosificada, como lo evidencia el asesinato de líderes políticos locales y la captura de recintos policiales, símbolo del Estado. Y aunque la organización no utilizó el conjunto de repertorio violento de los grupos rotulados como terroristas:

“si utilizan un lenguaje comparable al de Sendero Luminoso y, conviene agregar, se mueven entre los resquicios que en determinadas coyunturas se presenta entre la legalidad y la ilegalidad”317

Por lo tanto, pensamos que su acción no aparece aparentemente divorciada de los ciclos de violencia política estructural en el Perú. Esta afirmación es tributaria de las tesis que postulan una cierta identificación entre la violencia política de grupos anti-sistémicos y la defensiva de los sectores marginales en contra de la modernidad capitalista. Como en el caso de Sendero Luminoso, el grupo maoísta que había nacido impregnado de un mesianismo impositivo de corte autoritario y vertical, portador de un mensaje

316 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 319. 317 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 97. 166

que exigía una organización vertical para confrontar el orden político vigente. Expresó su versión del marxismo maoísta en quechua por medio de un movimiento guerrillero operando en un país sumido en una severa crisis económica.

Sin embargo, la principal diferencia radicó en las metas y objetivos. Mientras Sendero esperaba impregnar de la ideología redentora del proletariado universal (una verdad total) al campesinado movilizado, fuera mestizo o indígena, el humalismo pretendió la adhesión a la identidad (total) de la nación. Conforme a lo anterior, el mensaje de Sendero preservó el núcleo del radicalismo utópico andino originado en los confines rurales de la sociedad (tal como la experiencia maoísta), aunque purgada de los contenidos netamente indígenas318. Lo que los grupos extremistas del Perú de los 80 y 90 purgaron, es precisamente lo que colocaron de relieve los nacionalistas de Humala, el legado étnico de los sueños colectivos, abriéndolos a otros grupos no indígenas319. El revanchismo del pensamiento milenarista del indígena colonizado también podía ser asumido por otros sectores sociales subordinados. De esta manera, la meta fue conforme al modelo de la primitiva comunidad aborigen, lugar en que no sólo se experimentarían los beneficios compartidos de una comunidad de iguales sino que también se disfrutaría de una identidad vernácula que contemplaba los “lazos primordiales” derivados de la cercanía, la confianza y la reciprocidad. Veamos entonces a cuales grupos intentaba interpelar este particular mensaje.

Las bases sociales: la población desarraigada

En una de las sociedades más heterogéneas de América Latina, ¿quiénes eran los destinatarios de este mensaje? Por cierto se hablaba de

318 Conforme a una ideología que propugna la lealtad de clase no se podía separar la lucha del proletariado, la del indígena y la del campesino empobrecido. De esta manera, mediante la reproducción del soporte simbólico de movilización contestataria utópica andina, la dirigencia de SL se aseguraba el concurso de parte de la masa marginalizada de campesinos serranos, al tiempo que seguía cultivando una explicación unilineal y absoluta de la historia universal concebida como meta utópica de una sociedad comunista de iguales. Véase MANSILLA, FELIPE; Op. Cit; pp. 283, 288. 319 Véase supra p. 173. 167

nación, que era construida en términos amplios aunque no por eso sin exclusión. La nación eran los marginalizados rurales, campesinos e indígenas, y desarraigados urbanos, probablemente los habitantes de barriadas, pero también la pequeña clase media provincial. Aunque dicho mensaje excluía a viejas y nuevas oligarquías, el gran empresariado, y resultaba poco atractivo para las elites intelectuales metropolitanas y de regiones, el grupo objetivo era relevante y mayoritario: desclasados, expulsados de sus grupos sociales de origen, postergados, sectores subordinados históricamente y por cierto los grupos mermados, cuando no limitados, en su capacidad de participar el mercado. De esta manera, el nacionalismo humalista no correspondió a una ideología unificadora dirigida a todos los peruanos, sino que un llamado segregacionista hecha en nombre de los sectores no incluidos. La idea es nuevamente simple y sencilla: un nuevo orden que se hiciera cargo de sus demandas, un Estado para ellos, dirigida por el liderazgo nacionalista del movimiento, en una actitud que como señala Grompone, denota rasgos paternalistas hacia los grupos que se pretende representar, estableciendo un principio de autoridad320.

Sin embargo, era necesario recurrir a los prejuicios históricamente construidos y anclados en los anales de la memoria colectiva. Así, en una expresión de una mentalidad de larga duración centrada en el conflicto étnico derivado de la coexistencia no resuelta de culturas distintas se actualizó el prejuicio anticosteño del serrano invirtiendo el prejuicio antiserrano del costeño. Hay que hacer notar que producto de las migraciones masivas del campo a la ciudad, el mundo andino se desplazó hacia las grandes ciudades del país, particularmente las urbes de la costa - en el referido proceso de andinización de la ciudad-, o bien se incorporaron a las formas agrarias modernas de producción, conservando su sujeción a un señor terrateniente. Como explica Jeffs Castro,

“El Perú se caracteriza como una sociedad llena de contrastes y diferencias: por un lado estaba la población de la costa, la que representaba

320 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 161. 168

la civilización occidental, y por otro la población de la sierra, que parecía casi inmutable en su situación desde los inicios de la conquista”321

De esta manera, mestizos desplazados geográfica y socialmente – emigrantes de la sierra reubicados en centros costeros, desclasados antiguos miembros de grupos medios provinciales, aunque también ciertas elites intelectuales- no dejaron de crecer demográficamente, haciendo sentir su presencia en todos los ámbitos de la sociedad peruana. Este grupo pobló el aparato estatal y las universidades a partir de la década del ’60 y formó parte de la acción de protesta de corte revolucionario por parte de organizaciones anti-sistémicas, la más celebres de la cuales fue Sendero Luminoso hasta la década del noventa del siglo pasado.

Una vez más, cancelado el proyecto de Sendero, los nuevos procesos anexos a la des-industrialización del país, el empleo y subempleo informales fruto de la nueva economía exportadora de recursos primarios, junto a la creciente urbanización de la pobreza cuyo rostro más visible es el déficit habitacional, provocó que a la tradicional frágil identidad chola adscrita (es decir predeterminada socialmente por rasgos raciales visibles) se sumara una re-clasificación social, particularmente entre los hijos del sector obrero e industrial.

El principal grupo objetivo que el humalismo encontró fue la población al margen del mercado o claramente en una posición periférica respecto de él. Offe les denomina grupos periféricos y desmercantilizados322; De Lomnitz en cambio les llama marginados, destacando que se trata de personas que ejercen ocupaciones con ausencia de seguridad social y económica, lo que incide en una aguda limitación como consumidores que los obliga a participar en forma marginal de la economía dominante323.

Otras aproximaciones destacan la exclusión de ciertos grupos de las fuentes de poder, sin olvidar el estudio de los pobladores de los cinturones

321 JEFFS CASTRO, LEONARDO; Los orígenes históricos del APRA; Santiago; Ediciones Nuestramérica; 1985; p. 15. 322 OFFE, CLAUS; Partidos Políticos y nuevos movimientos sociales; Editorial Sistema; Madrid; 1988. 323 DE LOMNITZ, LARISSA; Op. Cit.; p. 16. 169

periféricos e intersticios urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas. Analíticamente a los grupos expulsados del Mercado se les ha reunido técnicamente en la categoría social amplia de pobre, pudiendo ser caracterizados por la precariedad de sus condiciones de vida. Este público objetivo no está completo si no se considera ciertos elementos de la vieja clase media (los profesionales liberales de las ciudades y particularmente el campesinado propietario de pequeñas extensiones de tierra en provincias) decepcionados por la incidencia negativa que los procesos de modernización capitalistas han llevado a su modo de vida.

Una parte relevante de estos grupos, particularmente los más radicalizados, estuvieron propensos a abrazar un tipo de “identidad refugio”, por un lado proporcionada por la selección de ciertos componentes utópicos aborígenes de corte milenarista que remiten a la utopía andina, y por otro, por el supuesto comunitarismo que reposiciona los “lazos primordiales” anteriores al mercado y a la sociedad política segregadora. Siguiendo el esquema de Jonson de construcción de discursos públicos de corte nacional324, la utopía andina insufló por cientos de años prácticas de resistencia identitaria de la base social peruana, es decir formó parte de la vida de la gente, constituyendo un registro cultural de protesta que fue recogido de manera parcial por las versiones públicas de construcción de una identidad nacional. Dicha operación ocurrió con los intelectuales de la primera mitad de siglo XX y con movimientos y estilos políticos a partir de la segunda mitad del siglo XX, particularmente desde el gobierno de Velasco Alvarado.

Sin embargo, siempre se trataron de versiones públicas que seleccionaron algunos elementos de dicho registro social utópico de base y no su totalidad, precisamente para construir un discurso nacional amplio e inclusivo capaz de albergar la heterogeneidad de la base social, ocultando antagonismos efectivos -en algunos casos más que otros (Fujimori el más, Velasco Alvarado el menos)-, lo que en definitiva resulta ideológico, la antípoda de todo discurso de resistencia (la utopía andina original) que

324 JOHNSON, RICHARD; “Towards a Cultural Theory of the Nation, a British – Dutch Dialogue”; en GALIMA, A.; Images of the Nations; Radopi; Amsterdam; 1993; pp. 191-194. 170

intenta develar dichas contradicciones325. Lo anterior porque el reconocimiento de las múltiples identidades que pueblan el heterogéneo Perú remite a memorias y sueños (utopías) que se encuentran en un proceso de pugna y contradicción continúas. La segmentación del Estado aludida no fue más que expresión de una sociedad profundamente segmentada y estamental en que el origen social marcaba el ciclo vital con escasas posibilidades de promoción.

La novedad del proyecto humalista es que remitió en forma más directa y explícita a los elementos componentes de la utopía andina, en ciertos momentos a la utopía misma, de manera nostálgica, pero dinámica y por cierto selectiva. Para ello se recurrió a la idealización popular del tipo de formación política que correspondió al imperio del Tahuantinsuyo. Siguiendo la antigua máxima que reza: lo que verdaderamente cuenta no es la realidad, sino que lo que la gente cree que es real, podríamos decir que lo que contó no fue la realidad sino que lo que la gente recordaba. Como explica Bartolomé:

“La construcción de una identificación efectuada por un grupo humano, cuyo origen y cultura compartida pueden ser solo un dato del pasado, real o imaginario, pero que se asume como referente fundamental en la configuración de una comunidad identitaria”326

Ello se observa en la descripción que hace Antauro Humala de la antigua sociedad andina como un arquetipo comunitario de seres libres e iguales asociados bajo el concepto de reciprocidad327 para la dirección del gobierno, como eficaz sistema de administración que permitía un excelente control sobre la población y el territorio328. A continuación el militar afirma que había sido el único sistema que funcionó realmente en el área

325 Véase LARRAÍN, JORGE; Op. Cit.; pp. 112-113. 326 BARTOLOMÉ, MIGUEL ALBERTO; Op. Cit.; p. 18. 327 No hay que olvidar que los mecanismos reciprocitarios de intercambios endógenos (parentesco) y exógenos (fuera del grupo), no sólo fueron utilizados por las sociedades aborígenes, la reciprocidad simétrica en algunos casos y la asimétrica en el caso incásico, sino que también fueron adoptadas como estrategias de sobrevivencia por los marginados basadas, en la cercanía física y la confianza, en las barriadas del América Latina, público objetivo del humalismo como veremos. Véase LOMNITZ, LARISSA; Op. Cit.; pp. 25-28. 328 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 50. 171

correspondiente a los actuales estados de Perú, Bolivia y Ecuador329. El etnocacerismo asegura que el ejército incaico no exportó la opresión de clase, siendo los pueblos conquistados más bien convencidos de formar parte de la organización tahuantinsuyana330. Finalmente, Antauro Humala reitera que la referida formación política fue un tipo de gobierno que desarrolló de la manera más eficiente posible el sistema comunal empírico331. Todas referencias que apuntan a un registro pretérito para lograr identificación a través de la activación de la memoria colectiva de la base social, principalmente indígena y campesina mestiza, leyéndola como la continuidad de un proyecto propio, que sin embargo es de naturaleza ideológica al colocar en relieve determinados aspectos: el desprecio por lo extranjero, la protesta contra los grupos tradicionales de poder, la movilización de la base social, al tiempo que encubre otros referidos a la autonomía étnica y social.

Se trata de una estrategia política de sensibilización a través de la memoria, más aguda entre las poblaciones de la región rural sur andina del Perú, llamada en el pasado ‘la gran mancha india’ (particularmente Ayacucho, Apurímac; Huancavelica, Cuzco y Puno), donde actualmente habitan mestizos e indígenas, primando la cultura cobriza. Dicha zona se constituye en el epicentro histórico del discurso contestatario y subversivo de raigambre étnica y revolucionaria –por tanto ideológicamente anti-occidental- , que en el caso etnocacerista aludió al cuartel militar del accionar cacerista, en tanto reemergencia histórica del potencial armado del sector nativo, como lo fue antes la insurrección tupacamarista. Se asiste entonces a una idealización de los sectores étnicos que una vez caída Lima en poder del Ejército Chileno, y disperso el Ejército regular del Perú, acometió la defensa territorial del país desde el territorio de la Sierra Sur332.

329 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 51. 330 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 55. 331 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 57. 332 En la perspectiva del etnocacerismo la trascendencia histórica de los lineamiento enunciados por Diego Portales que prescriben la hegemonía chilena en el Pacífico Sur, también prescriben las pautas de subordinación del potencial cultural cobrizo a las clases occidentales blancas u accidentalizadas. Véase HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 263. 172

Desde dicho cuadro que recurre al pasado se pretende congregar a un amplio grupo social por medio del recuerdo del esplendor pretérito. El componente social campesino, mestizo e indígena, aparece como grupo disponible para ser reclutado y pasar a constituirse en la base social de un movimiento que intenta subvertir el orden vigente a partir de la herencia de resistencia armada en contra de una ocupación que dejo profundas huellas en la memoria colectiva de la población andina. Pero además se trata de una zona donde están plenamente vigentes las oposiciones étnicas (con una población mayoritariamente monolingüe quechua). En otras palabras, aunque movimientos violentos como Sendero Luminoso no sobre-explotaron hasta el límite un discurso étnico, es evidente que en la vida cotidiana de los habitantes de la referida zona el tema del “incendio purificador” ocupó un cierto lugar relevante precisamente por la precariedad permanente de sus condiciones de vida333.

La diferencia estriba en que mientras el factor étnico, característico de otros países andinos que los expresan como líneas de fractura y conflicto al interior de sus sociedades, en el Perú fue más bien disimulado por la superposición de la categoría campesino, y la movilización social en clave clasista:

“En Perú el movimiento indígena prácticamente no existe, expresándose el conflicto históricamente en clave clasista por medio de gremios y sindicatos. Las demandas campesinas se hacen como reivindicaciones económicas y sociales. Para Mariategui, por ejemplo el problema del indígena era el problema de la tierra. Respecto de las comunidades indígenas su concentración es más alta en zonas rurales de la Sierra, pero no se apela a la identidad étnica sino que la mayoría de los habitantes del mundo rural se representan como campesinos. Dicha propiedad tiene la excepción en la Selva donde existe un grado de identidad étnica relevante” 334

333 Precisamente esa precariedad convierte a los elementos de la memoria sobre emancipación e igualdad en fuente de utopías. 334 Entrevista a Martín Tanaka realizada en Lima el 19 de octubre de 2007. Aunque no estamos de acuerdo con que no existiera en Perú Movimiento indígena alguno, sin pensamos que durante el siglo XX ha sido más bien residual y sólo reactivado a partir de la década de los 80. 173

En consecuencia, la dispersión y las dificultades históricas para construir una identidad común fueron la tónica para las comunidades andinas:

“To a significant degree, the result of history was the failure of indigenous and peasant communities to a construct a common identity; the differences were too many and the distances and physical barriers enormous. It was more profitable to suppress one’s origin and work on assimilation –particularly if one had already moved to an urban area, as closed to 10 million had by the late twentieth century. It is important to note that this migration was not to highland cities closely related in cultural terms to their hinterland, as in Bolivia and Ecuador, but principally to very distant coastal cities, as hostile and alien environment where a quite different culture prevailed. For those who remained in their communities, the principal identity reference was to that community, rooted in physical space. Research on Andean culture reveals that an individual community member typically does not see the members of the other communities as a part of a common identity. Even if they are Quechua-speaking, other communities speak ‘other Quechuas’” 335

Aún así el clivaje étnico apareció soterrado en las exigencias de las organizaciones radicales revolucionarias que operaron entre 1980 y mediados de la década siguiente con relativo éxito en un principio entre las comunidades andinas del sur del Perú, que tenían una frágil identidad común, un alto sentido de empobrecimiento histórico y débiles instituciones comunitarias con una presencia estatal casi ausente, lo que las convirtió en un primer momento en presa fácil de Sendero Luminoso336. En la actualidad, en cambio, la cuestión étnica es actualizada como uno de los ejes principales de demanda del movimiento nacionalista peruano de los hermanos Humala, siguiendo la tendencia de movimientos sociopolíticos de

335 THORP, ROSEMARY et all: Op. Cit.; p. 468. 336 Según Murakami hay que matizar la aseveración que asegura que Sendero y MRTA representaba a los pobres o a los indígenas que habían sufrido la opresión de los blancos desde la Colonia, recordándonos “que casi todos los miembros de las clases bajas luchaban dura y diariamente por sobrevivir en el sector informal sin recurrir a la violencia y apelando a las actividades de ayuda mutua de las organizaciones sociales de base”. Véase MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; pp. 172-173. 174

la región que sobreponen a la cuestión de clases aspiraciones étnicas y autonomías regionales, encarnadas por caudillos locales337. El pueblo étnico-cultural es uno de los referentes discursivos predilectos del humalismo, antes que otras versiones de pueblo cívico y pueblo proletario, más cercanas a la retórica republicana u obrera, respectivamente, tendiéndose inevitablemente una conexión entre populismo y particularismo étnico, de la que surge el concepto etno-populismo338. Pero también permite sospechar la intención de desarrollar una determinada concepción de pueblo vinculada al origen étnico, que en el caso humalista, refiere a una comunidad nacional.

Ciertos análisis, realizados alrededor de las últimas elecciones presidenciales en el Perú, enfatizaron que el amplio apoyo recibido por Ollanta Humala se basó en la pobreza y en la exclusión más que en la identidad étnica339. Sin embargo el etnonacionalismo intentó articular la retórica nacionalista y la reivindicación étnica. Conviene preguntarse entonces acerca de la relación del movimiento humalista con uno de los principales movimientos sociales del Perú, el movimiento étnico.

El movimiento social indígena en Perú.

Respecto a la etnicidad aborigen hay que recordar que a pesar que en el Perú la población indígena según cálculos supera levemente el 30%340 (es equivalente porcentualmente al Ecuador siendo sólo superado por Bolivia y Guatemala) el discurso identitario fue decidido por las oligarquías fundamentalmente en términos mestizos o “cholos” si se quiere, relegando a los indígenas a una ciudadanía de segundo orden, un dato en las estadísticas. En consecuencia, el relato indígena fue negado y desechado, más bien incorporado simbólicamente a ciertos espacios políticos culturales del Estado para controlarlo.

337 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; pp. 25 y 37. 338 HERMET, GUY; Op. Cit.; p. 13. 339 THORP, ROSEMARY et all: Op. Cit.; p. 471. 340 VELASCO CRUZ, SAÚL; Op. Cit.; p. 61 175

“In Peru represión from the Conquest on, and early effort (from 1870s) at integration/control (to ‘fix’ the work force) both tend in the same direction: generation of a very weak movement and little mobilisation”341

La relativa inaccesibilidad por otras vías a experiencias de organización indígena explica que el primer brote de organicidad acaeció en la selva y no el escenario de las altas culturas pretéritas, la Sierra.

“La auto-organización indígena de la selva data de fines de los sesenta y principios de los setenta. De 1969 a 1984 surgieron 50 organizaciones indígenas que se agruparon en dos centrales: La Asociación Interétnica de la Selva Peruana (AIDESEP), fundada en 1980 y la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana (CONAP), fundada en 1988. Entre las reivindicaciones más importantes de estas organizaciones pueden establecerse cinco grupos temáticos básicos: la tenencia de la tierra, la defensa de la identidad cultural y el respeto y valoración de la medicina tradicional, el rechazo a la discriminación, la preservación del equilibrio ecológico, y el mejoramiento de las condiciones de comercialización de los productos y las vías de comunicación”342.

Desde le Selva amazónica peruana emergió la etnicidad aborigen con su cúmulo de demandas postmateriales: reconocimiento político de su distinción, de su diferencia identitaria –y como tal, titulares de ciudadanías diferenciadas de la dominante dentro de un mismo marco estatal-. En consecuencia los movimientos etnopolíticos levantan la exigencia de derechos ciudadanos específicos, particularmente la autonomía territorial derivada de su unidad ancestral con la tierra, que no es reclamada como medio de producción como en el pasado, sino como posibilidad de restitución de la dimensión espacial necesaria para la reproducción cultural. Dicho primigenio movimiento indígena comenzó el camino hacia construcción nacionalitaria al tomar conciencia de la singularidad de su grupo y reclamar su reconocimiento como sujetos colectivos por parte de los Estados. De paso se constituyó en lo que denominamos Nuevo Movimiento Social, que para diferenciarlos de los movimientos sociales clásicos,

341 THORP, ROSEMARY et all: Op. Cit.; p. 475. 342 VELASCO CRUZ, SAÚL; Op. Cit.; p. 65. 176

tendríamos que decir, junto a Riechman y Fernández Buey, que estos han re-posicionado su eje gravitacional de demandas en la transformación de la esfera socio-cultural, a la que debían subordinarse el mercado a una economía alternativa y la política tradicional a otra política343. No apuntan a conquistar el poder del Estado, sino que al cambio social344 que les permita la construcción local de su proyecto identitario sobre la base de autodeterminación comunitaria345. En otras palabras, dichos movimientos intentan un empoderamiento desde dentro de la sociedad civil –lo que permite observar el vínculo entre sociedad civil y etnicidad y su competencia con los nacionalismos de Estado- penetrando las micro-estructuras de la sociedad, creando formas alternativas de poder de base (metodologías no convencionales como por ejemplo la desobediencia civil), para acometer el cambio profundo de la vida social, e incluso desintegrar los fundamentos de las concepciones nacional unitarias para afirmarse en su derecho a existir.

El reencuentro de las identidades ancestrales primigenias ha significado que muchos líderes indígenas formados en organizaciones que luchaban por demandas de clase, proletarias, agraristas – campesinas, o de auto gestión comunitaria, re-encausaran su práctica política para pasar a promover la centralidad de la identidad indígena en un movimiento de carácter adscriptivo, en que sus potenciales miembros son predeterminados por ciertos rasgos, en este caso étnicos, que a su vez son vinculados a determinados estratos sociales y roles económicos específicos, tratándose de conflictos de etnoclases, como muy bien intuyo Antauro Humala346. Dicha reorientación del liderazgo dio cuenta del giro actitudinal de la izquierda, opuesta por décadas a cualquier emblematización de los conflictos indígenas en forma separada de la lucha de los sectores campesinos pauperizados, moviéndose hacia una gradual integración de las demandas indianistas en su matriz contestataria347 .

343 RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Op. Cit.; p. 66. 344 En mi opinión es un punto de convergencia entre las rondas campesinas del norte y las comunidades indígenas de la Selva y de la Sierra sur. Todas son instancias suministradoras de identidad que reclamaban un cambio social y no la simple conquista del poder político formal. 345 BARTOLOMÉ, MIGUEL ALBERTO; Op. Cit.; p. 25. 346 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 272. 347 El cambio de la postura de la izquierda hacia el movimiento étnico indígena operó desde la experiencia centroamericana en Nicaragua y en Guatemala. En el primer caso, el gobierno sandinista dispuso en 1987 la formación de un sistema de autonomía regional para 177

En la actualidad existan varios grupos de las llamadas etnias originarias peruanas estructuradas alrededor de núcleos específicos como:

a) La Coordinadora Permanente de los Pueblos Indígenas del Perú (COPPIP). b) Coordinadora Nacional de Comunidades del Perú afectadas por la Minería (CONACAMI). c) Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP). d) Coordinadora Agroforestal Indígena y Campesina del Perú (COICAP). e) Confederación de Nacionalidades Amazónicas del Perú (CONAP). f) Unión Nacional de Comunidades Aymarás (UNCA), localizada fundamentalmente en Puno, el Altiplano peruano que rodea el Lago Titicaca. g) Taller Permanente de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú. h) Grupos indígenas amazónicos movilizados en conjunto con el movimiento ecologista para demandar el fin de las actividades de empresas madereras en la Amazonía.

El mínimo común denominador de todas estas organizaciones es el efectivo cumplimiento del Convenio Sobre Pueblos Indígenas Nº 169 de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), al cual el Estado Peruano adhirió mediante la Ley de la República N° 26.253, que en su esencia respalda el pleno derecho constitucional de los pueblos aborígenes a preservar su cultura (incluyendo su relación con el medio), su lengua y el control del territorio habitado. Se desarrollaría así un conflicto etnonacionalista en ciernes, caracterizado por la acción de grupos étnicos, que por años han vivido bajo un régimen de Estado-nación único pretendidamente homogéneo (en este caso bajo la supuesta primacía

los indígenas de la Costa Atlántica. En Guatemala con posterioridad a la caída del bloque soviético la guerrilla encontró en las luchas indígenas un nuevo repertorio de protestas. Lo anterior redundo que en la actualidad la mayoría de los participantes en nuevos movimientos sociales se identifique con algo que con sin mucha precisión podríamos llamar ideario de la nueva izquierda. 178

política de los criollos y numérica del cholo) y que comienzan a exigir mayores rangos de autonomía348.

La principal demanda indígena es entonces una mayor descentralización que les permita mayores grados de autonomía en un contexto jurídico y social multicultural para resolver su relación medio sujeto de acuerdo a sus parámetros.

Si seguimos a Riechman y Fernández Buey en el cambio de énfasis de los Nuevos Movimientos Sociales respecto a los valores propuestos, lo que significa que autonomía e identidad adquieren preeminencia en su discurso349 y lo confrontamos con el movimiento indígena del Perú tenemos que su proyecto político identitario específico todavía se encuentra en ciernes, particularmente si se compara con sus símiles de Ecuador y Bolivia –lugares donde el movimiento indígena asumió la vanguardia de la categoría “pueblo” en las luchas contra la corrupción y las políticas de ajuste estructural350 sin olvidar la construcción de su identidad colectiva-, lo que corresponde a una acción social más bien de tipo fuerza aditiva que a un objetivo nuclear en sí mismo. Según María Cleofe Sumiré López de Conde, congresista quechua hablante del Cuzco (las provincias alto-andinas de Chumbivilcas, Canchas y Espinar) por el PNP:

“A nivel del movimiento indígena, somos distintos, algunos quechuas, otros aymarás, sin olvidar los amazónicos, pero tenemos un mismo problema: la pobreza, la exclusión, la marginación y la discriminación. Eso nos une a todos. Eso nos une para luchar y lograr nuestras reivindicaciones y reconocimiento como cultura, como pueblo”351

Lo anterior tiene explicación en el legado histórico de una conciencia de identidad no adscrita al sujeto indígena352, sino que más bien se reconoce

348 TARAS, RAYMOND and HARFF, BARBARA; Understanding Ethnic Conflict. The International Dimension; Adisson Wesley Longman; New York; 1998; p. 23. 349 RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Op. Cit.; p. 77. 350 DE LA TORRE, CARLOS; Op. Cit.; p. 59. 351 Entrevista con María Sumire realizada en Congreso de la República del Perú el jueves 18 de octubre de 2007. 352 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 122. 179

en su actividad353. Por ello es que todavía dicho movimiento se encuentra a medio camino entre el movimiento con orientación de poder y una direccionalidad de transformación socio-cultural.

El caso de CONCACAMI es paradigmático en este sentido. Su origen radica en comunidades afectadas por la actividad de extracción de minerales que para negociar en mejor pie con el Estado y las empresas descubre que un discurso indígena puede redituarle créditos políticos, por lo que hacia los noventa levanta las banderas que apelan a las minorías étnicas.

Excepciones a este respecto son la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), y la Unión Nacional de Comunidades Aymarás (UNCA) con asentamiento en Puno, en el altiplano peruano que rodea el Lago Titicaca. Desde sus orígenes ambas cuentan con una estructura específica de autoridad colectiva y pública de sus representados configurándose su carácter etnopolítico, es decir que no obstante estar basadas en la filiación étnica despliegan estrategias y tácticas de la cultura política dominante354. Estas organizaciones han debatido latamente acerca de la ausencia / hostilidad del Estado, optando por demandar su autoridad comunal. En el caso puntual de las comunidades de la selva, reivindican auténticamente una identidad indígena -con todos los elementos de selección de aspectos de la memoria, oposición a la alteridad y pertenencia colectiva a un grupo- aunque por su escaso número y por encontrarse radicadas en regiones fronterizas (Loreto) pierden cierta visibilidad pública.

Otra excepción a este respecto lo representa un grupo de intelectuales que han constituido una formación sobre el nivel transfronterizo: el grupo Qullasuyo Bolivia-Perú. En dicho referente participan académicos y estudiantes de las universidades Técnica de Oruro (Bolivia), Universidad Nacional del Altiplano de Puno, Universidad San Antonio Abad del Cuzco (Perú), Universidad Nacional San Agustín de Arequipa (Perú). Aunque aparentemente se trataría de una iniciativa de grupos de intelectuales, sus

353 Entrevista con Martín Tanaka, 19 de octubre de 2007. 354 BARTOLOMÉ, MIGUEL ALBERTO; Op. Cit.; p. 19. 180

orígenes recuerdan vagamente a la emergencia de Sendero Luminoso en la Universidad Nacional de San Marcos.

La falta de nucleamiento en torno a demandas propias del movimiento indígena, y de una instancia de representación interétnica, como resultado de una trayectoria de herencia incásica en que las comunidades fueron preservadas en sus especificidades sin visos de identidad única355, explica:

1.- La experiencia de liderazgo indígena en el Perú se forjó por medio de Organizaciones No Gubernamentales exteriores, esto es, no identitarias, vale decir, federaciones campesinas, asociaciones de género en el caso de las liderasas mujeres e Iglesias indígena parlantes (mayoritariamente evangélicas). Dicha experiencia mermo en algún grado su capacidad de convocatoria al no surgir de las bases étnicas y no dar cuenta de la experiencia política local.

2.- La fragmentación organizacional hace particularmente cooptable las demandas de identidad indígena por parte de otros movimientos antisistémicos, como indica la relación que ciertas comunidades indígenas cultivaron con diversas facciones de izquierda durante la segunda mitad del siglo XX. De la misma forma como la izquierda parlamentaria y extraparlamentaria en su momento intentaran llevar las demandas indígenas a su molino, el etnonacionalismo se ha acercado a las comunidades indígenas con cierto éxito. El propio discurso etnocacerista originario que enfatizaba la raigambre indígena, y su proyecto panincásico, constituye una plataforma retórica común. Sin embargo, la preocupación de todo nacionalismo por la integridad territorial y la soberanía centralizada ha puesto obstáculos para un entendimiento. Ambas versiones nacionalistas saben que los indígenas son un público objetivo al cual acudir, por lo que la estrategia apunta a articular las demandas indígenas remitidas a espacios locales y regionales, con una movilización nacionalista en el todo el país. Lo anterior impulsó el entendimiento entre las comunidades indígenas menos cohesionados por temas de identidad y la plataforma del PNP. Como observó la diputada por el Cuzco María Sumire:

355 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 122. 181

“Lo que nos interesó (como comunidades indígenas) del nacionalismo es que está de acuerdo con nosotros, los pueblos originarios, a nivel nacional. Desde que llegó el colonialismo, esa huella colonial, nos dejó a nosotros una sociedad dividida, de los que somos los pueblos originarios, tratándonos como incivilizados, siendo excluidos, mientras que los que han venido a invadir, en cambio, se han adueñado de todo. Se apropiaron de todo, y siempre el Estado esta en poder de ellos. Es decir manejan el poder político y económico. Dentro de la propuesta nacionalista, se dice que debemos trabajar en unidad todas las culturas, en respeto. Una cultura con otra, y beneficiar a todos, no sólo a unos pocos”356

Es por eso que Ollanta Humala planea recoger dichas banderas de etnicidad de una forma distinta a la que ha hecho la clase política tradicional, incorporándolos en el proceso de toma de decisiones de sus respectivos entornos y demandando un verdadero cambio en el estatus de indígena para que dejen de ser ciudadanos de segunda clase.

Elementos doctrinarios

Conviene comenzar enfatizando que el etnocacerismo carece de un contenido doctrinal preciso, sino que más bien es un “collage” que recolecta distintas tradiciones que se hagan cargo de reivindicaciones sociales básicas o aspiraciones colectivas de tipo “justicia distributiva”. Ese quizás es uno de los elementos que más lo aproxima a los populismos clásicos, el que se puede complementar si se piensa que como todo populismo, el etnocacerismo tiene la pretensión de poder controlar el proceso de modernización en armonía con los valores básicos de la cultura tradicional357.

Más bien, el sesgo ideológico del Humalismo no apunta al tipo de revolución de inspiración marxista, cuyo propósito declarado ha sido operar cambios radicales en la sociedad mediante el recurso de la acción armada

356 Entrevista con María Sumire realizada en Congreso de la República del Perú el jueves 18 de octubre de 2007. 357 STEWART, ANGUS; “Las raíces sociales”; en IONESCU, GHITTA y GELLNER, ERNEST (compiladores); Populismo sus significados y políticas nacionales”; Amorrortu Ediciones; Buenos Aires; 1970; p. 229. 182

desde abajo, sino que cultiva anhelos insitos entre los grupos históricamente subordinados y excluidos de la comunidad de beneficios en el Perú a los que aglutina tras una ideología amorfa358.

Esta ideología reclama: a) la depuración de las elites blancas y corruptas que han detentado y usufructuado del poder de la nación; b) su reemplazo por dirigentes mestizos e indios; y c) para desde dicho punto acometer la refundación nacional del Perú en una nueva república que sea la versión actualizada del imperio del Tahuantinsuyo y particularmente del proyecto bolivariano encarnado por el Mariscal Andrés de Santa Cruz, en su dimensión étnica marcada por la “convergencia de todas las sangres”359, con un programa político que supera la utopía –en opinión de Antauro Humala- para proponer un sincretismo andino-occidental, despercudido de alienación étnica, y por tanto bajo hegemonía cobriza360.

Se trata de la utopía andina reedificada bajo el caparazón movimientista moderno. Esto es sólo posible con la incorporación del mito andino serrano a la cultura popular citadina361, un proceso anexo a la emigración campo ciudad referida.

El Tahuantinsuyo pasa a ser el eje ideológico que opera como contenido para lograr un consenso orgánico de la protesta social del campesino y el citadino, desprovisto de aquellos elementos reciprocitarios de solidaridad social caros a la tradición rural, y que simultáneamente preserva cierto colectivismo que pueden reclamar por ejemplos los sindicatos en sus luchas y los nuevos movimientos sociales.

358 Se trata de la argumentación de Kenneth Roberts respecto del neopopulismo y específicamente del Chavismo. Creemos que esta definición mínima puede aplicarse al humalismo. Véase ROBERTS, KENNETH; “El neoliberalismo y la transformación del populismo en América Latina” en MACKINNON, MARÍA y PETRONE, MARIO (compiladores); Populismo y Neo Populismo en América Latina: el problema de la cenicienta; Eudeba; Buenos Aires; 1998; p. 381. 359 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 265. 360 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 261. 361 STEIN, WILLIAM; Op. Cit.; p. 307. 183

“La respectiva manifestación política cultural se reflejaría como convergencia histórica de la ideología bolivariana latinoamericanista con el mesianismo andino pan incásico”362

El populismo modernizador propuesto por el nacionalismo étnico de los Humala se entroncaría con el milenarismo insito en la utopía andina actualizadora de una comunidad del pasado en el hoy reclamada. Su mesianismo potencial mediatizaría el asentamiento de la realización del cuerpo social.

Una tipología política de las grandes revoluciones nos haría enfatizar en el etnonacionalismo a los agentes de cambio “mesiánicos” (líderes carismáticos desde arriba) combinado con el objetivo amplio de carácter nacional (centrado en el componente cholo) para construir un nuevo patrón de Estado363. Sin embargo, y sobre todas estas clasificaciones correctas aunque parciales, el proyecto original de los hermanos Humala sugiere una revolución por inversión de mundo.

“Como rectificación histórica de aquel mundo al revés cuya deshumanización denunciara Huamán Poma: Lo cual, conjugado con la comunión arguediana de ‘todas las sangres’, amparado en la doctrina de guerra cacerista y regido geopolíticamente por el proyecto confederativo pan-andino del mariscal Santa cruz, determinarán el resurgimiento, redimensionamiento y desalienación de la cultura nativa para la autorrealización de una Gran Nación Chola: No solamente considerando al Perú, además –más allá de las actuales fronteras- incluyendo a Bolivia, Ecuador y demás regiones incásicas.”364

El anhelo de desalineación para la autorrealización nacional en el fondo reclama la constitución de una comunidad de iguales que permita desarrollarse a toda la sociedad, en conformidad con el espíritu mesiánico de igualdad de la condición humana que le impone la obligación de abolir todas las divergencias que obstaculicen la manifestación en plenitud de la identidad, rotulada por la elucubración humalista como identidad nacional.

362 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 261. 363 SCKOCPOL, THEDA; Status and Social Revolutions; Cambridge University Press; 1979. 364 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 24. 184

Simultáneamente, el discurso que se asume a sí mismo como proyecto por inversión de mundo ha proveído al etnocacerismo de una clara identidad antipartidos fuertemente antagónica con los actores políticos tradicionales, aproximándolo a las bases sociales de los movimientos periféricos de la corriente política principal, proporcionándole cierta afinidad con los grupos antisistémicos como el Partido Comunista de Perú-Patria Roja. Nuevamente reaparece el clásico desprecio por el orden institucional vigente365 y la opción por la tradición monista antipluralista. La diferencia con otros movimientos contestatarios es que el etnonacionalismo postula que la desafección ciudadana a los referentes políticos del mainstream debe ser reemplazada por valores como la disciplina, el compromiso y la lealtad a una comunidad imaginada, como mejor garantía para poner en orden al país y asegurar su progreso366.

Asimismo, el etnocacerismo postula la oposición a la influencia occidental367, caratulada como imperialista, hoy bajo la fórmula de la globalización y el neoliberalismo capitalista con su secuela de inversiones externas, inspirándose en la resistencia que el comandante Avelino Cáceres desplegó en la campaña de la Breña, y el permanente repudio de la dependencia de las doctrinas militares hispana (1532-1820), anglo-hispana (1820 hasta fines del siglo XIX), francesa (primera mitad del siglo XX) y norteamericana368 (desde la segunda mitad del siglo XX) sobre las Fuerzas Armadas peruanas. El etnocacerismo se deslindó por el rechazo a la ola extranjerizante que propugna el neoliberalismo, expresado en una privatización que hizo desaparecer el aparato estatal369, y que fue achacada al complejo psíquico-étnico del elemento mestizo como una actitud despojada de originalidad, adicta a la influencia extranjera y por lo tanto sin

365 NAVIA, PATRICIO; “Partidos políticos como antídoto contra el populismo en América Latina”. Pp. 19-30 en Revista de Ciencia Política; Volumen XXIII; N 1; 2003. 366 GROMPONE, ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 163 367 Al Plan Verde preparado por los altos mandos castrenses se le acusa de haber instrumentalizado a las Fuerzas Armadas para la adhesión sin contrapesos del Perú al neoliberalismo y a las políticas económicas demandadas por las instituciones financieras internacionales. Véase HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., p 335. 368 MASTERSON, DANIEL Fuerza Armada y Sociedad en el Perú Moderno. Un estudio sobre las relaciones civiles-militares, 1930-2000, Instituto de Estudios Políticos y Estratégicos, Lima; 2001. 369 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., p. 344. 185

capacidad interpretativa de la supuesta potencialidad del proyecto andino para constituirse en el eje dinámico del sincretismo cultural370.

El cuestionamiento radical de lo partidos tradicionales, que reprocha a la torre de marfil en que se encontraría la clase política peruana, así como el rechazo al modelo económico de sesgo extranjerizante, conducido por organismos internacionales, confluyen en el tipo de propuestas locales del nacionalismo. Nelson Manrique sugiere la existencia de un desfase entre las elites políticas y el mundo popular respecto de la globalización.

“Mientras las elites políticas se abren a la globalización económica y cultural, esta no mejora cualitativamente la situación de la gente. En el imaginario de la gente los neoliberales no son patriotas, en tanto que los nacionalistas si lo son”371.

Lo que hace Humala es comprender dicha fisura y apostar por la fórmula local expresada en clave nacionalista. Esta oposición del Humalismo a cualquier influencia exógena agrega el rechazo a las soluciones aportadas a los diferendos limítrofes que mantuvo el Perú con Chile y con Ecuador, expresadas en las rúbricas de dos extranjeros: el ex presidente Fujimori, de origen japonés, y el ex canciller Trazegnies, de origen belga372.

Al rechazo a lo extranjero, heredada desde las resistencias indígenas inspiradas en la utopía andina, se combina con el tipo de nacionalismo que cultivó el general Juan Velasco Alvarado durante su gobierno, y el de otros líderes latinoamericanos pretéritos, entre los que sobresale Juan Domingo Perón en Argentina. Las alusiones pretéritas del etnocacerismo original a Velasco Alvarado priorizaron su papel en la reforma agraria y la nacionalización de empresas. El legado del régimen velasquista sintetizado en el Plan Inca fue recogido por el etnocacerismo particularmente en los siguientes puntos:

 “La oficialización del quechua como segunda lengua, introducido en el currículo de las escuelas militares.

370 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., pp. 20-21. 371 Entrevista a Nelson Manrique; jueves 18 de octubre de 2007. 372 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; pp. 344 y 386. 186

 Un uniforme escolar único de color gris o pardo, al que se le agrega un poncho.  La uniformidad de la calidad del vestuario militar entre la oficialidad y la tropa.  La fulminación del latifundio; que tuvo un impacto -antes que económico- social y racial.  La comunidad laboral y el auge del sindicalismo en el país.  Las nacionalizaciones, etc.”373.

Este proyecto persistió en el programa etnocacerista radical que apuntó a la reorganización nacional sobre la base “de la subordinación de las Fuerzas Armadas al interés de la Nación, antes que al del Estado y el del gobierno”374, proponiendo la confraternidad racial entre la tropa y el campesino cobrizo, evaluada como el verdadero epicentro étnico del Perú.

El carácter pretoriano de esta propuesta híbrida que conjuga la espera utópica con la inmediatez populista asoma por primera vez con la designación de las huestes incaicas armadas como guardianes de la república socrática, y la asociación de su destrucción con el fin del Tahuantinsuyo375. La pregunta que sigue es, ¿Qué actor político ocuparía el lugar de estas huestes ante la revitalización de una unidad análoga al estado incaico?

La respuesta es que el proyecto de unidad nacional se realiza en el contingente de conscriptos, personal de tropa, licenciados y reservistas que sirven o han servido en las Fuerzas Armadas Peruanas, es decir una base social que va de los 350 mil a los 400 mil personas, considerados los potenciales militantes naturales de la organización376.

Los reservistas han servido como promedio dos años en sus unidades militares, empapándose del nacionalismo que cultivaron cuerpos armados

373 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 332. 374 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., p. 373. 375 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., p. 72. 376 El nacionalismo humalista apostó inicialmente por este grupo porque lo percibió como una articulación de redes sociales que respondían al liderazgo de Ollanta Humala, sin intermediación de ningún partido político tradicional, como se desprende de su naturaleza antipartidos. 187

con participación en tres conflictos armados en los últimos veinticinco años: los enfrentamientos de 1981 y 1995 contra Ecuador y la lucha doméstica contra el terrorismo (1980 y 1994)377. Entre la oficialidad el movimiento no ha logrado construir un ascendiente, a excepción de un par de generales en retiro, entre los cuales el más destacado es el general de Ejército, Fernando Bobbio, y ciertos oficiales de baja graduación formados en la vertiente más radical del velasquismo.

Coherente con lo anterior se propicia el rearme de las Fuerzas Armadas que habrían sido mermadas en su capacidad de asegurar el equilibrio estratégico alcanzado con Chile en tiempo de Velasco Alvarado378.

Desde la columna vertebral que representan los cuadros inferiores castrenses y los sectores con entrenamiento militar de las Fuerzas Armadas, el Humalismo más radical defiende la purga de políticos corruptos, el cierre del congreso e incluso la legitimación del golpismo como vía para alcanzar la autoridad política. Este tipo de propuestas de diversa naturaleza según Weber, es típica de la fuerza revolucionaria nacida de un carisma que carece de cálculo para el logro de fines determinados379.

La dominación carismática de un líder intenta afectar primero a las bases y desde allí cambiar las situaciones y las instituciones de acuerdo a la voluntad personalista del cambio. El factor líder carismático constituye la amalgama que cimentó la mística inspirada, hasta cierto punto, en la utopía andina, al borde de la religiosidad y con la inmediatez propia de la ingeniería política del populismo. A través de la mística convocante de la espera del cambio que invierta el orden de las cosas, el nacionalismo de los Humala adquiere las dimensiones de religión política, una especie de religión laica de salvación, capaz de traducir la moralidad en autoridad380. El líder carismático

377 Al respecto hay que recordar que desde el 17 de marzo de 1983 se había formado el primer agrupamiento de licenciados de las Fuerzas Armadas en las alturas de Huanta, próximo a Huchuraccay y Hauychao, para combatir a las bases del Sendero Luminoso. 378 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 333. 379 WEBER, MAX; Economía y Sociedad; Fondo de Cultura Económica, México, quinta edición, 1980; p. 196. 380 TAGLE SALAS, ALEJANDRO; “El populismo en América Latina: La experiencia de caudillos de formación militar: Perón, Velasco Alvarado y Chávez”; Documento de la Facultad de Ciencia Política y Administración Pública; Universidad Central; N 7; santiago; marzo de 2007; p. 12. 188

entonces puede permitirse un proyecto específico y moderno: acometer la apropiación de los recursos, mediante su estatalización, y la expulsión de toda forma de interferencia e intervención extranjera, bajo el argumento de recuperación de las riquezas nacionales.

Como veremos, este tipo de liderazgo echará mano de un catálogo de procedimientos de corte personalista, herencia autoritaria de una sociedad tradicional, sin atender al método pluralista de toma de decisiones, aunque formalmente revestido de formas democráticas. Es lo que ocurre con el humalismo a partir de su paulatino incremento de popularidad.

Sus proclamas por internet fueron tan o más radicales en ese sentido. Se enfatizó la primacía de los vínculos familiares (lazos primordiales) sobre el individualismo; una eticocracia, en la que -según se afirma- “la naturaleza” elegiría al mejor, proclamándose una superioridad cualitativa respecto de la democracia; el cercenamiento de la cabeza del imperio incásico (el descerebre) cuya única solución es la recuperación de la memoria de la raza cobriza; el fracaso del extranjero; la ecología suprema, de la cual se asegura que el Etnonacionalismo es su representante y que intenta rescatar una de las variedades fundamentales de la misma especie humana, estos es la cobriza381.

Sin embargo, lo que más llama la atención es la promesa de redención étnico cultural, cuyos albores se aprecian en el reposicionamiento de Manco Cápac (para el movimiento nacionalista artífice de la política y la historia en el mundo andino) y Mama Ocllo quienes habrían desplazado entre las gentes de “Bolivia, Ecuador y Perú” a los que hasta hace poco fueron sus inspiradores ideológicos: Marx, Lenin y Mao. A continuación se apela a la similitud de fines con la Confederación Nacional Indígena Ecuatoriana y el Movimiento Pachacútec, que hicieron caer a dos presidentes de Ecuador, así como el movimiento cocalero de Morales y la versión más radicalizada de Felipe Quispe. Todo rematando con la acusación de “chilenizados” a los gobiernos de Sánchez de Losada en Bolivia y Alejandro Toledo en Perú, sin descartar el golpe de Estado

381 www.movimientonacionalistaperuano. htm 189

propiciado por masas cobrizas para sacarlos del poder382, después de todo, Para Antauro Humala todas las revoluciones se saldan con sangre.

382 www.movimientonacionalistaperuano. htm 190

Capítulo V: Estrategias e institucionalización del etnonacionalismo

La Vía electoral

Como se ha dicho, el movimiento etnocacerista originario representa un “collage” a manera de recolección de fragmentos que en forma desordenada demandó un mayor nacionalismo a las elites dirigentes peruanas, la defensa de tradición indígena y la impugnación del paradigma neoliberal globalizador, así como de cualquier influencia extranjera. Relacionado con lo anterior aparecen elementos discursivos dispersos e inconexos, como la exigencia de eliminación de la moneda y su reemplazo por el trueque, la reivindicación del quechua sobre el español.

Por cierto, dichos elementos parecían extravagantes, por decir lo menos, ya que además del núcleo duro de adherentes o “soporte primario” del movimiento, compuesto por marginales y empobrecidos (que en los poblados de la Sierra central y del sur del país alcanzan al 80% de la población), hay que considerar a los simpatizantes o grupo de resonancia, sensibles al rechazo al sistema, que aunque se identificaba con su crítica o el sentimiento anti-chileno presente en una parte relevante de la población peruana, difícilmente estarían dispuesto a aprender un nuevo idioma o dejar de transar dinero metálico383. Dicha postura, abrazada básicamente por la clase media, fue inspirada por la incesante búsqueda de certezas para si misma y sus hijos, y la expectativa de encontrarla inmediatamente en un refugio nacional edificable en perspectiva populista. En síntesis el nacionalismo de Ollanta expresó la ira de marginados, desarraigados y desposeídos, sino que una vez posicionado Ollanta Humala en las encuestas también catalizó la frustración, la humillación e incluso la sensación de amenaza presente en grupos sociales para nada indigentes, pero sometidos a una permanente devaluación de su poder económico en una sociedad de mercado, lo que incidió en su calidad de vida.

383 Las categorías de “soportes primarios” referido a activistas y militantes de causa y “grupo de resonancia” para designar a los simpatizantes de un movimiento corresponden a RIECHMAN, JORGE y FERNÁNDEZ BUEY, FRANCISCO; Op. Cit.; pp. 80 - 81. 191

La captura de la comisaría de Andahuaylas marcó el divorcio definitivo en las estrategias políticas de los mentores del etnocacerismo, los hermanos Ollanta y Antauro384. Mientras este último siguió un derrotero de profundización radical de su discurso nacionalista, Ollanta mutó su ADN político para adaptarlo a una plataforma lo suficientemente atractiva para encantar a los desencantados de siempre en las elecciones del 9 de abril de 2006.

Ollanta junto a su esposa, la periodista Nadine Heredia y parte de su propio núcleo familiar, formaron el Partido Nacionalista Peruano (PNP) en abril del año 2005. La organización partidaria con que se dotó el Partido Nacionalista Peruano contempló una Asamblea General Nacional y el Comité Ejecutivo Nacional (CEN)385, ambos encargados de la toma decisiones centrales.

Sobre el nivel regional se previó la existencia de órganos directivos departamentales, a través de los Comités Departamentales, a su vez divididos en Comités Provinciales, y estos en Comités Distritales.

Las influencias asimiladas en el entorno familiar y de amigos cercano a la pareja durante los años precedentes, así como sus maestrías y doctorados conjuntos, significaron cierta revalorización de los aportes de pensadores autóctonos como Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui que -hay que decirlo- no aparecen tan reiteradamente en el etnocacerismo original, particularmente en sus planteamientos nacionalistas e integradores entre el Perú y Latinoamérica. Asimismo, existe un “aggiornamento” de la reflexión acerca del imperialismo a través de las propuestas de Noam Chomsky y Joseph Stiglitz quienes actualizan el término, mostrando la trayectoria del concepto de imperialismo hasta la

384 Dicha separación fue estampada en el número 57 del periódico Ollanta que puso fin a la denominación histórica, para pasar a llamarse Antauro. 385 El CEN fue conformado por la Presidencia, más ocho secretarias y un Tesorero. Dichos cargos recayeron en: Presidente, Ollanta Moisés Humala Tasso; Secretaría de Organización de Lima y región norte, Félix Francisco Rojas Farias; Secretaría de Organización Sur, Alexis Humala Tasso; Secretaría de Organización Oriente y Centro: Zárate; Secretaría de Relaciones Internacionales, Nadine Heredia Alarcón (esposa de Ollanta Humala); Secretaría de Ideología y Política, Raúl Guillermo Morey Menach; Secretaría de Comunicaciones, Maribel Amelita Vela Arévalo; Secretaría de Juventudes, Edgardo Alcides Olórtegui Huamán; Secretaría de Actas: Martha Carolina Acosta Zarate; Tesorero, Ángel Custodio Heredia Palomino. 192

globalización, todo para el control de los mercados y los recursos fundamentales de los países, con el continuo deterioro del patrimonio natural y cultural de las naciones.

Por cierto en este cuadro se cuestiona el modelo neoliberal al que se asocia al consenso de Washington respecto a su capacidad de incrementar la desigualdad y la pobreza, en beneficio de polos minoritarios representados por empresas transnacionales o grupos de poder locales. Al respecto, y con relación al movimiento, su página web afirma:

“Sus orígenes como Movimiento se remontan mucho tiempo antes, a raíz de la toma de conciencia de la sistemática desnacionalización del Perú. Es debido a la creciente desigualdad social y a la falta de dirección del Estado para construir un Proyecto de Nación que un movimiento, no solo peruano sino mundial, aparece criticando los modelos económicos neoliberales y las corrientes globalizadoras inhumanas que priorizan el mercado y los dividendos en desmedro de la justicia social y el bienestar de las poblaciones (....) Bajo éstos lineamientos, el Partido Nacionalista Peruano enarbola la construcción de un Estado-Nación, que refunde la democracia mediante una Segunda República, reconstruya las Instituciones del Estado, dignifique a los peruanos e integre a las Américas. En esa gran tarea no estamos solos, sino que formamos parte de todo un movimiento mundial que busca la igualdad y la justicia, que garanticen las condiciones necesarias para el desarrollo humano. Y en esa noble causa, convocamos a todos los peruanos y peruanas dispuestas y dispuestas a construir el futuro de nuestro Perú y el de las generaciones venideras”386

Los elementos refundacionales aparecen claros, con la alusión a la Segunda República, pero con un discurso más incluyente de diversas sensibilidades insatisfechas con el modelo económico dominante asimilado a la globalización. La meta del cambio institucional es la construcción de un Estado-nación (no hay que olvidar que es un nacionalismo) que garantice la primacía de un proyecto nacional orientado por los valores de igualdad y justicia.

386 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 193

La declaración de principios y metas de un partido con orientación de poder, como se desprende de su intención de participar en las elecciones presidenciales, requería de la cristalización de la campaña haciéndose urgente inscribir el nacionalismo ollantista ante el Jurado Nacional de Elecciones del Perú. Mientras se reunían las firmas para su inscripción, los dirigentes del maoísta Movimiento Nueva Izquierda (MNI), que sí contaba con el registro electoral, intentaron convencer a Ollanta de postular en nombre de un Frente Amplio de Izquierda aún en formación. En esa lógica, el Partido Comunita de Perú Patria Roja promovió a Humala en el seno del referente multipartidario MNI. La vocería del MNI recordó que su referente mantuvo una estrecha relación con el Partido Nacionalista de los Humala, posición que compartió con el Partido Socialista que lidera Javier Díaz Canseco. Ollanta Humala, sin embargo, desechó la idea, desahuciando la plataforma electoral que reuniría a la izquierda y los nacionalistas, afirmando que su intención estaba centrada en forjar un Frente Nacionalista de Salvación de la República y agregando que su iniciativa buscaba obtener la mayor convocatoria posible de todas las fuerzas políticas, sin excluir a la izquierda387. La aceptación de Ollanta de una adhesión sin compromisos por parte de la izquierda a su candidatura, replicó la exitosa estrategia de acceso al poder de Evo Morales en Bolivia388. Reservistas y personales de tropa, indígenas y adherentes de la izquierda extra-sistémica pasaron a ser sus grupos objetivos.

Finalmente Ollanta Humala pactó una alianza electoral con el Partido Unión por el Perú, fundado por el ex secretario general de Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuellar, quien se había retirado en 1995 de la política contingente, lo que equivalió a transar con el establishment político que durante años despreció. Dentro de la nueva lógica electoral, fueron incorporados a su equipo defensores acérrimos del liberalismo político y de la sociedad con Washington, como Gonzalo García y , antiguos nacionalistas militantes del fujimorismo, como Fernando Altuve, y por cierto ex conspicuos mandos de la inteligencia de las Fuerzas Armadas, representados por Gustavo Bobbio y Ludwing Essenwagen. En la lista parlamentaria hubo dirigentes indígenas, resultando electas por el Cuzco las

387 http://www.willkapampa.org/noticias/index.php?pageid=349 388 http://www.aporrealos.org/actualidad/a18877.html 194

liderasas de comunidades quechuas: María Cleofe Sumire López de Conde e Huaman. Adicionalmente, para desmentir las acusaciones de antisemitismo, fue incorporado a la plantilla parlamentaria nacionalista un connotado miembro de la colonia judía, Neiman, quien resultó electo por Callao.

Principios y programa de gobierno

La reunión de personas con diferentes orígenes es plausible si nos enfocamos en las definiciones del nuevo referente partidario, que giraron en torno al concepto de Nacionalismo Integrador, propuesta de modelo de desarrollo de Nación de carácter amplio e inclusivo, pero que sobre todo corresponde a un tipo de identidad tectónica capaz de integrar a las diferentes clases y grupos al interior del país, sin olvidar a sus referentes históricos, excluidos y marginados. La comunidad reclamada correspondió a un colectivo sustentado por un legado histórico cultural (religión, lengua, intereses y valores) común, es decir, definida en términos elementales389.

Este proyecto, declarado por Ollanta “inacabado”, apunta a consolidar un supuesto plan histórico inconcluso de la nación peruana, enarbolado por figuras como Cáceres, Santa Cruz y Velasco Alvarado más recientemente390. Para ello se evalúa indispensable trasladar la hegemonía social desde las aristocracias del siglo XIX y la primera mitad del XX, así como las oligarquías políticas y económicas de la última parte del siglo XX, hacia la base popular peruana. La nueva república recogería el cúmulo de experiencias ancestrales que permanecen en la memoria colectiva para enfrentar un entorno que percibe como agresivo. En esta línea se percibe el aporte de Manco Inca y Túpac Amarú II, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, todos destacados en su dimensión anti- imperialista391.

La premisa que sostiene dicha argumentación es que sólo las clases populares cultivaron la veta anti-extranjerizante, considerándoseles las

389 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 390 Entrevista a Ollanta Humala, viernes 19 de octubre de 2007. 391 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 195

primeras –sino las únicas- en defender el país. El imperio incásico y las luchas libertarias en contra de la subordinación colonial fueron presentadas como evidencia de un sentimiento nacional de los grupos no oligárquicos, colocando en nivel similar que dichos eventos la insurrección en Locumba del 29 de Octubre del 2000, la que es descrita como “Gesta” y legitimada como expresión de la voluntad popular de defender los intereses nacionales frente a regímenes corruptos392.

La nueva organización proclamó que para satisfacer la necesidad de una Segunda República era urgente la convocatoria a una Asamblea Constituyente encargada de orientar la enunciación de un proyecto nacional descentralizado, limitando poderes y prerrogativas del Ejecutivo y el Legislativo, que adicionalmente contemple la inclusión de los sectores sociales tradicionalmente marginados, con especial énfasis en la integración de las culturas étnicas. La lógica sería ampliar el sistema para propiciar la renovación de las elites, mediante mecanismos de participación directa que permita un mayor protagonismo de la sociedad civil393.

Enseguida fueron planteados derechos de corte social y cultural; la defensa irrestricta de la identidad nacional y el legado cultural, asumiendo la condición andina y amazónica del país, otorgando posibilidades de acceso a la educación en todos sus niveles, la reactivación del sector agro-industrial, rechazo a los valores del consumismo, la propaganda y la inmoralidad visual, mediante el reflote de los valores de las comunidades andinas. La idea detrás de dichas metas fue fortalecer la conciencia histórica colectiva de todos los pueblos y comunidades en el crisol de una nación, mediante el ejercicio de sus derechos ciudadanos394.

Respecto de la economía se priorizó el fortalecimiento del capital nacional privado por medio del establecimiento de un modelo integrador de mercado con cautela de los pequeños y los micro empresarios que cumplieron roles sociales otorgando empleo y ofreciendo rentabilidad. Para concretar dicha situación óptima se propiciaba el capitalismo de Estado por medio de una serie de subsidios. Complementariamente para cautelar la

392 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 393 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin Partidos. Perú, 2000-2005; p. 97. 394 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 196

supervivencia del modelo se asignó a las Fuerzas Armadas el papel de garante de dicho proceso tanto interna como externamente, en una versión cercana a las democracias tuteladas que imaginaron antes Velasco Alvarado y Fujimori.

Entre los principios, la visión de país ofrecida subrayó las similitudes endógenas y la alteridad externa. Para ello se evocaba reiteradamente a “la Voluntad Política del Pueblo Peruano” vertida en la certeza de portar una identidad cultural y poseer valores morales compartidos en un contexto heterogéneo. Para lograr la mejor representación de esta comunidad multiétnica y pluricultural se acudió al viejo concepto de Estado Nación unitario, aunque descentralizado para asegurar la atención de las reivindicaciones regionales y por cierto el concurso de los caudillos locales395. No se desdeñó para ello la utilización de la categoría de sujeto social, descrita como receptorio de los derechos materiales, intelectuales y culturales y de democracia participativa asentada en renovadas instituciones nacionales que atendieran la inclusión por medio de la acción afirmativa a minorías étnicas y grupos de presión.

Todo lo anterior con orden social y político, lo que explica la reivindicación de los institutos castrenses, personificados en “el Ciudadano y Soldado desconocido”. Desde dicho punto se bosquejó una ideología nacionalista algo rudimentaria aunque tremendamente efectiva al vincular la defensa de la Nación y su Soberanía con los intereses de los ciudadanos. El mayor riesgo que se avizora para ello es una grave situación de “desnacionalización“, caracterizado por el colapso de la industria nacional y la agricultura, el desmantelamiento del papel social del Estado y el desconocimiento de una importante "deuda interna"396. En síntesis la re- edición del programa del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas Peruanas que consideró al sistema de pensiones y de seguridad social un asunto de seguridad nacional.

En la arena internacional el PNP constató el fin de la confrontación ideológica de la Guerra Fría, pero advirtiendo una nueva amenaza, la

395 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 396 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 197

globalización, que se cerniría sobre los países del área en tanto corren el riesgo de ser subsumidos por una lógica que los transformaría en simples abastecedores de materias primas, reduciéndolos a condición de colonias. Complementariamente, el PNP se declaró anti-imperialista, rechazando discursivamente cualquier tipo de imposición por una potencia extranjera, en solapada referencia a Estados Unidos. Frente a ello se propuso potenciar el bloque sub-continental latinoamericano, por medio de un proceso de integración económica y política, rescatándose para ello a los íconos de la independencia hemisférica, particularmente las figuras de los Libertadores Simón Bolívar y José de San Martín397.

Provistos de organización y declaración de principios, la culminación del proceso propagandístico se materializó en un programa de gobierno nacionalista para el período 2006-2011 intitulado “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros398”. De dicho registro se destacan la siguiente serie de propuestas políticas:

397 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 398 http://www.partidonacionalistaperuano.com/ 198

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  Expansión de los mercados internos mediante la industrialización del país. o Fin del modelo de país mono-primario exportador. o Instalación de circuitos productivos. o Matización de la apertura comercial al exterior, combinándola con la estrategia de desarrollo hacia adentro.  Estabilidad Macroeconómica: Continuidad con las políticas desplegadas

por los gobiernos anteriores, a excepción de:

o Fortalecimiento de la divisa nacional como mecanismo de impulso de la nacionalización de la economía y la desdolarización del portafolio bancario. o Potenciar la eficiencia de la intermediación financiera, profundizando la desdolarización gradual y voluntaria de las transacciones.  Inversiones: promoción de la inversión privada en áreas económicas que

contribuyen a la consolidación de la industria como base de la

exportación no tradicional. o Incorporación de las pequeñas y medianas empresas de dichos circuitos productivos (clusters). o Liberalización de las inversiones nacionales de las restricciones de mercado y de financiamiento. o Elaboración de un plan Quinquenal de inversión en Infraestructura con participación, privada, mixta, nacional y

extranjera, para mejorar la red vial, puertos y aeropuertos. PolíticaEconómica Transformación y Productivas o Ejecución de un plan de promoción de la inversión en circuitos productivos y corredores económicos transversales industriales, agroindustriales y agropecuarios.  Desarrollo de la pequeña y mediana empresa con énfasis en la reducción de costos y desburocratización. o Asistencia técnica y la capacitación técnica, laboral y crediticia para respaldar la acumulación de capital en las micro y pequeñas empresas 199

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  Convocatoria de una Asamblea Constituyente a inicio del mandato y que duraría un año en funciones, cuyos objetivos son: o Eliminación de la reelección inmediata de los cargos públicos de Presidente, congresistas, alcaldes y regidores municipales y presidentes de los consejos regionales. o Renovación por tercios del Congreso de la República a la mitad del mandato. o Fin de gastos operativos directamente administrados por los

congresistas.

o Introducción de mecanismo de rendición de cuentas entre los parlamentarios. o Limitación de la inmunidad parlamentaria absoluta. o Desarrollo de la actividad empresarial en igualdad de condiciones entre el sector público y privado.

o Integración de la Justicia Militar en las competencias del Poder Reforma Estado al Judicial.  Exigencia de tolerancia cero contra la corrupción en el Poder Ejecutivo, eliminando coimas y prácticas de compadrazgo. o Transparentar y limitar la asignación de vehículos, gastos por combustibles, servicios telefónicos y de mantenimiento para todo funcionario público con excepción de los presidentes de los Poderes del Estado.

o Transparentar gastos en publicidad estatal, oral y escrita, salvo

para las campañas educativas. 200

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  Priorización de las relaciones con Brasil, enmarcadas en las relaciones bilaterales con los países del MERCOSUR y la región latinoamericana.  Respecto de Estados Unidos se afirma que la piedra angular de la relación es construir de un vínculo respetuoso y recíproco, que tiene presente el valor supremo de la soberanía nacional expresada en los temas de la hoja de coca, la seguridad hemisférica y los migrantes peruanos. Para establecer dicha relación el PNP plantea: o La diversificación de las relaciones del Perú con otros bloques como la Unión Europea, y o El fortalecimiento de la integración regional con la Comunidad

Andina de Naciones y el MERCOSUR.

 Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos: o Se propone apostar a su franca suspensión, ya que generaría dependencia del mercado interno de la importación de productos agropecuarios subsidiados por los EE.UU.

o Ante la eventualidad que las negociaciones continuaran la PolíticaExterior decisión final debería estar descentralizada del gobierno de turno, estando sujeta a la participación del nuevo Congreso en su negociación, así como la consulta popular plebiscitaria para su ratificación. Si aún así resultara positivo, se propone una negociación en bloque con Colombia y Ecuador para optimizar las condiciones finales del acuerdo.  Chile: Al igual que con Estados Unidos, se enfatiza la promoción de una política de respeto mutuo, así como relaciones económicas con beneficio recíproco y equitativo.

o Se propone revisar la política de homologación de los gastos

militares y de control de armamentos. 201

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  La energía, los hidrocarburos, el gas, la electricidad; los servicios esenciales, el agua y saneamiento, el espacio aerocomercial y los puertos, se consideran actividades Estratégicas. o Se propone proceder a su nacionalización, lo que exige una

auditoria de los procesos y contratos de privatización.  Promoción de una reforma constitucional para que el Estado realice actividad empresarial, entre otros, en el sector energético. o Revisión de los contratos de transporte y distribución del gas natural en Lima, al igual que los contratos para la exportación del gas natural y de exploración petrolera ofrecidos por Perupetro.  Consagración de la participación empresarial del Estado en el sector energético, a través de la coexistencia de empresas privadas, públicas, mixtas, asociaciones y operadores. o Establecimiento de una normativa clara que asegurare la contribución al desarrollo nacional de las empresas de capital extranjero. o Subordinación de la libre disponibilidad de los energéticos a los

Actividades Energéticas Privatización y intereses nacionales.  Reducción de precios y tarifas del sector energético. o Creación de las condiciones necesarias para que el país liderare

el proceso de integración energética sudamericana.

o Promoción de la salida del gas natural de Bolivia por Ilo.  Déficit no superior al 1% del PBI.  Planificación de una reforma tributaria integral que aumente la base tributaria y el porcentaje de la recaudación hasta 18% del PBI en los próximos cinco años.

o Privilegiar los impuestos directos en vez de la imposición indirecta, aplicando gravámenes sobre las utilidades de las empresas que respondan al principio de justicia distributiva.  Cuestionamiento de la legitimidad de la deuda pública externa.

Remunerativa o Exigencia de una auditoria de dicha deuda pública.  Incremento gradual de remuneraciones.

PolíticaFiscal Tributaria y o El salario mínimo se fijaría en instancias de diálogo y

concertación social en función del costo de una canasta básica

individual y productividad laboral. 202

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  Seguridad Social y Previsional:, o fortalecimiento del Sistema Nacional de Pensiones (SNP) público. o Libertad personal para afiliarse y desafiliarse o el traslado en los sistemas de pensiones. o Participación de los representantes de los afiliados en los Directorios de las AFP.  Política Social y Lucha Contra Pobreza: o Analfabetismo cero. o Reducción del consumo de drogas. o PolíticaSocial Disminución del número de pobres extremos en 5 años en un millón de personas, bajando la tasa a 15%. o Disminución de la desnutrición crónica de los niños de 4 y 5 años en un 50% en 5 años, por medio de la movilización intersectorial estatal y comunitaria.

 Ampliación de la cobertura de agua potable y saneamiento a un millón

de personas que viven en centros poblados menores a 5.000 habitantes.  Promoción de un nuevo papel para las Fuerzas Armadas. o Actualización del contenido democrático de la Doctrina de

Seguridad y Defensa Nacional. o Uso de la fuerza externa como arma disuasiva. o Reemplazo de la dotación y la operatividad del material de guerra estrictamente faltante.  Creación de un servicio militar no acuartelado por periodos de tres meses. Fuerzas Armadas Fuerzas o Operaciones contra los remanentes armados del narcotráfico

radicadas en la conducción centralizada del Comando Conjunto

de las FFAA. 203

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  Producción Industrial: o Incentivo para el establecimiento de cadenas productivas por medio del desarrollo de alianzas estratégicas entre el sector público, privado, laboratorios de universidades e institutos de investigación. o Promoción de corredores económicos productivos en los espacios regionales. o Estimulación de la constitución de alianzas estratégicas del sector público con empresas extranjeras que aporten tecnología y capacitación a los obreros y técnicos nacionales.  Producción Agrícola. Recuperación del papel prioritario del sector agrícola en la economía, mediante la vigorización de las comunidades campesinas y nativas, el subsidio a productores agrarios, empresarios y campesinos organizados, proveyéndolos de las condiciones legales, materiales, financieras, tributarias para que fueran competitivos. o Revisión de los TLC con Estados Unidos y con terceros países que incluyan el comercio de productos agrícolas y alimentarios. o Adscribirse a la malla de acuerdos y tratados multilaterales de comercio internacional, particularmente al amparo de la Organización Mundial de Comercio (OMC).  Área corporativa y Comunitaria: o Promoción de alianzas del Estado con las organizaciones agrarias.

o Garantizar a las organizaciones de productores las ventas Industrialización y Agricultura directas a los programas alimentarios del Estado. o Recuperación de 100,000 hectáreas de andenes y Waru Warus (camellones) al finalizar el quinquenio 2006-2011.  Cultivo Tradicional de la Hoja De Coca: Se declara a la hoja de coca como divisa generadora de proximidad con los cocaleros. o Separación del circuito de cultivo ilícito, en asociación con los países consumidores, del sector tradicional cuya producción sería adquirida por el Estado  Promoción de la agroindustria: o Obtención de alta rentabilidad y creación de 100,000 puestos de trabajo que contribuyan a la formalización de los pequeños productores en medio rural.

o Creación del Seguro Agrario para proteger a los agricultores de

los riesgos climáticos. 204

Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011 “La Gran Transformación, Llapanchik Peru, Perú de todos Nosotros”.  Mejoramiento de la Infraestructura a través de: o Uso de recursos financieros nacionales que permitan fortalecer la industria de la construcción. o Incentivos a la creación de empresas de mantenimiento vial en toda la red nacional de caminos y carreteras.

o Declaración de megaproyectos como obras prioritarias: consecución de obras viales como los proyectos IIRSA - Interoceánica del Sur, Interoceánica del Norte (Amazonas Norte), y los Programas Costa-Sierra, entre otras.

Infraestructura  Equilibrio de la política de concesiones para el mantenimiento y operatividad de las carreteras de la red vial nacional. o Implementación de subsidios para las tarifas de servicios de agua potable y saneamiento a poblaciones rurales y pequeño

urbanas.

o Fijación de tarifas sobre la base de consumos medidos. Tabla 14 Programa de Gobierno Nacionalista Período 2006-2011

Lo que más llama la atención de este programa es su propósito declarado de desconocer la legalidad constitucional de 1993, identificada con Vladimiro Montesinos. Como en 1990 se repite el fenómeno de un outsider impugnador del orden vigente. Así, Ollanta Humala interpreta renovadamente el sentimiento social antisistema que en cierto modo canalizaría las aspiraciones y necesidades insatisfechas de una parte relevante del electorado peruano. Adicionalmente, la candidatura de Ollanta Humala se enmarcó en una tendencia regional. Como agudamente observó Vladimiro Montesinos desde su reclusión:

“El surgimiento de su figura sobre el fondo del contexto Latinoamericano veremos objetivamente que emerge cuando se viene produciendo una nueva Coyuntura Internacional en la que las diversas corrientes políticas del área están tomando distancia frente a la globalización, el neoliberalismo y específicamente contra la política de la actual administración norteamericana.”399

399 MONTESINOS, VLADIMIRO; Op. Cit.; p. 15. 205

Junto con un programa electoral cuyas vigas maestras fueron el desmarque de Washington, la defensa y la integración social, el candidato Ollanta Humala se alineó con los gobiernos de Chávez y Morales. Aun cuando no tenga absoluta convergencia ideológica con dichos referentes –ya que estos se auto-perciben como parte de una tradición socialista, noción no explícita en el programa de Ollanta Humala- se reconoce cierta afinidad temática en los siguientes puntos:

 La renovación de la plataforma discursiva anti-imperialista respecto de la influencia económica de los países desarrollados.

 Demandas de inclusión de sectores sociales por medio de la reforma profunda de las estructuras políticas y económicas del país

 La dirección de movimientos sociales opuestos al escenario de globalización económica.

Por medio de un discurso que recordaba a la utopía andina y al Perú profundo, de la Sierra y la Selva, el candidato Ollanta logró cierto grado de interpelación indígena y rural, lo que sumado al respaldo de parte de los sectores urbanos marginales, le proporcionó la base humana de coincidencia coyuntural con los referidos gobiernos de la región. De esta manera, se activan nuevas y viejas formas de enfrentamiento con el Estado, manteniéndose como blanco permanente en primer lugar a las inversiones norteamericanas y las chilenas en segundo400. En dichas condiciones, el liderazgo de Ollanta Humala se desplazó a un caudillismo de reivindicación social irredenta, es decir de innegables ecos mesiánicos, respondiendo la urgencia de un “Estado de Necesidad extendido”, lo que le permitió confirmar su discurso “refundacional”.

400 La permanente impugnación de la inversión extranjera del PNP obedece a que Ollanta Humala asegura que el principal problema del Perú contemporáneo es si es un Estado Nacional independiente o está sometido a un neocoloniaje. Entrevista a Ollanta Humala; Lima; 19 de octubre de 2001. 206

“El proceso refundacional debe ser abordado por una Asamblea Constituyente que plasme la nueva correlación de fuerzas en el país y. simultáneamente establezca una nueva relación entre el Estado y un modelo económico alternativo al actualmente proyecto hegemónico neoliberal”401

Los Resultados y los planes futuros

Este mensaje fue recepcionado por amplios grupos que le dieron la primera mayoría relativa a Ollanta Humala en las elecciones presidenciales del 9 de abril de 2006: 3.758.258 votos consignados equivalentes al 25,685%, seguidos por el candidato del APRA con 2.985.858 votos equivalentes al 20,406% y por la candidata Lourdes Flores de Unidad Nacional con 2,923.280 equivalente al 19,979%.

Resultados Generales Elecciones Presidenciales402 9 de Abril de 2006 (1ª. Vuelta) Organización Política Votos %Votos Válidos %Votos Emitidos Unión Por El Perú (Ollanta Humala) 3,758,258 30.616 % 25.685 % Partido Aprista Peruano (Alan 2,985,858 24.324 % 20.406 % García) Unidad Nacional (Lourdes Flores) 2,923,280 23.814 % 19.979 % Alianza Por El Futuro 912,420 7.433 % 6.236 % Frente De Centro 706,156 5.753 % 4.826 % Restauración Nacional 537,564 4.379 % 3.674 % Concertación Descentralista 76,106 0.620 % 0.520 % Partido Justicia Nacional 65,636 0.535 % 0.449 % Partido Socialista 60,955 0.497 % 0.417 % Alianza Para El Progreso 49,332 0.402 % 0.337 % Con Fuerza Perú 38,212 0.311 % 0.261 % Movimiento Nueva Izquierda 33,918 0.276 % 0.232 % Fuerza Democrática 24,584 0.200 % 0.168 %

401 Entrevista a Ollanta Humala; Lima; 19 de octubre de 2001. 402 Fuente: Oficina Nacional de Procesos Electorales (http://www.onpe.gob.pe/resultados2006/1ravuelta/index.onpe) 207

Resultados Generales Elecciones Presidenciales402 9 de Abril de 2006 (1ª. Vuelta) Organización Política Votos %Votos Válidos %Votos Emitidos Avanza País - Partido De 24,518 0.200 % 0.168 % Integración Social Partido Renacimiento Andino 22,892 0.186 % 0.156 % Progresemos Perú 13,965 0.114 % 0.095 % Partido Reconstrucción Democrática 11,925 0.097 % 0.081 % Resurgimiento Peruano 10,857 0.088 % 0.074 % Y Se Llama Perú 10,539 0.086 % 0.072 % Perú Ahora 8,410 0.069 % 0.057 % Total de Votos Válidos 12,275,385 100.000 % 83.894 % Votos Blancos 1,737,045 11.872 %

Votos Nulos 619,573 4.234 % Votos Impugnados 0 0.000 % Total de Votos Emitidos 14,632,003 100.000 % Total de Electores Hábiles de las 16,494,906 actas computadas: Tabla 15 Resultados Generales Elecciones Presidenciales 1° Vuelta

El nivel de fragmentación política quedó en evidencia en estos resultados de las presidenciales y con ello la incapacidad para formar alianzas. La miopía política del liderazgo político no permitió articular coaliciones mayores, afectando la calidad de la política en el sentido de alcanzar acuerdos y producir convergencia programática. Quince candidatos significan quince programas de gobierno. En otras palabras los partidos, incluyendo el PNP, no tuvo la capacidad para rearticular la fragmentación social. En el caso del PNP podemos en todo caso afirmar que más que coincidir con otras fuerzas estaba más enfocado en desafiar al establisment político, de ahí la alta adhesión que habría recibido en las regiones más deprimidas de Perú. El nacionalismo del PNP estableció su reducto electoral en la serranía del centro y sur del país, sobre los fragmentos de ilusiones que dejó el Fujimorismo y más tarde Alejandro Toledo.

208

Como la ley peruano establece un ballotage en caso que ningún candidato alcance el 50% más 1 de los votos, el nacionalismo humalista y el APRA se midieron en una segunda vuelta altamente polarizada, el 4 de junio de 2004, obteniendo la presidencia Alan García con 6.965.017 equivalentes al 52,625% contra 6.270.080 de Ollanta Humala equivalente al 47,375%. A continuación la tabla resumen.

Resultados Generales Elección Presidencial 2006 (2ª. Vuelta) 403 Organización Política Votos %Votos %Votos Válidos Emitidos PARTIDO APRISTA PERUANO (Alan García) 6,965,017 52.625 % 48.140 % UNIÓN POR EL PERÚ (Ollanta Humala) 6,270,080 47.375 % 43.337 % Total de Votos Válidos 13,235,097 100.000 % 91.477 % Votos Blancos 157,863 1.091 % Votos Nulos 1,075,318 7.432 % Votos Impugnados (Pendientes para resolución) 0 0.000 % Total de Votos Emitidos 14,468,278 100.000 % Tabla 16 Resultados Generales Elección Presidencial 2006, 2° Vuelta

Respecto del Congreso, la alta dispersión del voto producto de la multiplicidad de listas fue ordenada por los escaños efectivamente obtenidos:

Composición del Congreso de la República para el período 2006-2011404 Congreso Bancadas Curules % Líderes Vocero de Bancada Cédula Parlamentaria Aprista 36 29, 9 Alan García Javier Velásquez Q. Nacionalista 22 18,3 Ollanta Humala Juvenal Ordóñez Unión por el Perú 20 16,6 José Vega A. Choque Unidad Nacional: 15 12,49 Lourdes Flores  Partido Popular Cristiano  Partido Solidaridad Nacional

403 Fuente: Oficina Nacional de Procesos Electorales (http://www.onpe.gob.pe/resultados2006/2davuelta/index.onpe) 404 Fuente: Oficina Nacional de Procesos Electorales 209

Composición del Congreso de la República para el período 2006-2011404 Congreso Bancadas Curules % Líderes Vocero de Bancada Grupo Parlamentario 13 10,83 Alberto Fujimori Fujimorista  Cambio 90  Nueva Mayoría  Sí Cumple Alianza Parlamentaria 9 7,43 Valentín Víctor A. García B.  Acción Popular Paniagua  Somos Perú  Perú Posible Alejandro  Restauración Toledo Nacional Humberto Lay Sun Grupo Parlamentario 3 2,49 Carlos Torres Carlos Torres C. Especial Demócrata Caro Partido Renovación Nacional 2 1,66 Rafael Rey Wilder Ruiz Silva Tabla 17 Composición del Congreso de la República para el período 2006-2011

A pesar que Unión por el Perú y el Partido Nacionalista Peruano, unidos en pacto electoral se transformaban en la primera fuerza parlamentaria del Perú, un quiebre -a poco de inaugurarse el nuevo congreso- impidió una alianza de legislatura. En consecuencia los nacionalistas de Humala pasaron a ser la segunda bancada del congreso unicameral peruano, tras el aprismo, y el primer grupo de oposición. La cantidad de escaños obtenidos por el APRA no le permitían aprobar leyes con quórum mínimos, lo que importó la necesidad buscar alianzas con el tercer, cuarto o incluso quinto grupo parlamentario. Unión por el Perú, aliado hasta hace poco del PNP, se mostró reacia. La afinidad de los programas de gobierno del APRA con la derechista Unidad Nacional, obstaculizaron una mayor aproximación dado la necesidad de diferenciarse del gobierno del grupo de Lourdes Flores. En consecuencia, el grupo disponible para pactar con el APRA fue (las vueltas de la vida) la bancada fujimorista. Lo anterior potenció el perfil de oposición anti-sistemas, y contrario a los arreglos y componendas Inter.-partidaria, del PNP.

Adicionalmente, durante la contienda electoral, el ala más radical del movimiento etnocacerista, liderada por Antauro, quien estaba en prisión desde los hechos de la comisaría de Andahuaylas, optó por aliarse con el 210

partido AVANZA PAÍS405. Dicha agrupación, dirigida por Pedro Cenas, emula la trayectoria de Izquierda Unida, particularmente a la figura del ex alcalde limeño, Alfonso Barrantes Lingan.

El soporte de dicha alianza estuvo en la potencialidad mutuamente reconocida de convocatoria a las llamadas izquierdas cholas. El Movimiento Etnocacerista, fuerte en el sur y los valles cocaleros, entró en alianza electoral con los retazos de la que había sido la segunda fuerza electoral a mediados de década de los ochenta. Más allá de las evidentes diferencias ideológicas de ambas agrupaciones, existen similitudes programáticas como la voluntad de defenestrar la que Antauro Humala denomina “Republiqueta criolla” para dar paso a una nueva República, y el desconocimiento de la deuda externa. Precisamente en dicho punto se encuentran las divergencias con el Partido Nacionalista Peruano de su hermano Ollanta, quien insiste en la salvación republicana, aunque bajo un nuevo formato.

La versión radical de Antauro, también llamada etnocacerismo tahuantinsuyano, y el nacionalismo de Ollanta, coinciden eso si en aspectos de coyuntura, particularmente el rechazo del orden constitucional de 1993, aspirando ambos a crear un tipo de capitalismo nacional andino. Pero con Antauro preso el ala nacionalista de Ollanta aparece como la más viable políticamente en Perú.

La estrategia actual: el control de la calle

A pesar de los buenos resultados parlamentarios el ex candidato Ollanta se ha concentrado en protagonizar o aparecer en la reflotación de la movilización de protesta callejera, organizada por sindicatos y entidades sociales. Durante el paro de julio pasado, convocado por la Confederación General de Trabajadores del Perú, que contempló la presencia sindical de obreros de la minería, el profesorado básico y secundario, y líderes locales, Ollanta Humala se plegó a las peticiones en orden a exigir a las autoridades públicas mayor atención por el medio ambiente, mejor calidad de vida, y

405 http://mnp.pe.tripod.com/

211

obras públicas. En la entrevista realizada al ex candidato presidencial explicó:

“Según el proceso electoral del Perú, somos la primera fuerza política a nivel nacional. Desde este punto de vista, el partido Nacionalista Peruano (PNP) está liderando la oposición política. Pero también hay una oposición social que está exacerbada en un plan de demandas sectoriales, como la de los sectores productivos nacionales que se ven amenazados por el TLC con Estados Unidos. Entonces, nuestro reto está en pasar de ser una mayoría política a una mayoría social, introduciendo al partido en los movimientos sociales para construir una alternativa de poder.

En cada departamento (región) hay movimientos que piden reivindicaciones sectoriales, queremos trabajar con estas fuerzas para asumir políticamente estas necesidades. Buscando una nueva repartición del poder. Tenemos que darle un sentido nacional a estas protestas.”406

Como se desprende, el llamado “comandante” por sus adherentes sabe muy bien que la razón de su éxito electoral relativo estribó en una oposición dirigida al campo social antes que a la mediación político institucional del Congreso. Conforme a lo anterior intenta tender puentes con los movimientos regionales que luchan por reivindicaciones sociales, económicas y medioambientales, mucho más redituables políticamente que la dirección de los congresistas.

Ollanta sabe que para asegurar el control de la calle a través de las jornadas de protestas es indispensable una presencia continua en el movimiento social. Lo anterior en razón que las organizaciones sindicales tradicionales se encuentran en posición deficitaria de poder desde los noventa, sin embargo aún con remanentes de fuerza suficiente para convocar a paros y manifestaciones, los que pueden ser aprovechados desde los márgenes del sistema para desplegar las críticas- Como explica Grompone:

406 Entrevista realizada a Ollanta Humala; Lima; 19 de octubre de 2001. 212

“La política sindical, como la de otros movimientos que hemos examinado, vuelve a las calles, solamente que ahora no forma parte de un escalonamiento de presiones dentro de marcos de negociación establecidos en que las vías de acceso a los empresarios y al Estados eran relativamente fluidas. La protesta en los espacios públicos ya no es con frecuencia un recurso entre otros, generalmente utilizado en los momentos de llegar a los acuerdos o definiciones, sino que con frecuencia es a la vez el comienzo y el fin de una demanda”407

Lo anterior da cuenta de los límites de sindicatos y gremios obreros, aunque su poder de convocatoria es más amplio que el de otros movimientos sociales, tienen todavía serias dificultades en su capacidad de presión y en la elaboración de propuestas capaces de competir con el discurso de gestión oficial.

La estrategia apunta a participar en el movimiento obrero, sin comprometerse únicamente con el mismo. Se gana de ese modo visibilidad en las manifestaciones sin necesariamente desviar la atención desde otros sectores sociales capaces de mayores rangos de negociación con el Estado, como los movimientos germinales identitarios.

Al respecto, y aunque Tanaka asegura que Ollanta Humala no tiene presencia efectiva en sindicatos de trabajadores o de maestros que lo ven como un advenedizo que se quiere aprovechar de sus reivindicaciones con fines políticos408, Ollanta Humala bosqueja una estrategia más ambiciosa que contempla la reorganización de su movimiento para conformar un nuevo referente que por el momento denomina “Asamblea Nacional Popular”. Dicho supra-partido articularía las demandas locales mediante comités nacionalistas, llenando el espacio del movimiento social de protesta a través del trabajo con las fuerzas regionales, asumiéndolas políticamente, dotándolas de contenido político y de esta manera provocar una nueva

407 GROMPONE; ROMEO; La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual; p. 114. Al respecto las últimas manifestaciones de julio fueron variopintas: reivindicaciones sindicales, de profesores y mineros, y demandas regionales, que iban desde la infraestructura a la ecología, sin un foco específico. Sólo la gran concentración de la CGTP en apoyo de las demás tuvo un carácter general. 408 Entrevista a Martín Tanaka, Lima; 19 de octubre de 2007. 213

distribución del poder nacional409. De lograrlo, se trataría de una hazaña política en un escenario hiper-fragmentado, donde los partidos nacionales tienen serias dificultades para insertarse en localidades lejanas a las ciudades del norte y la costa. El nuevo experimento de Ollanta podría marcar la diferencia en una futura contienda electoral, aunque para eso hay que esperar cuatro años todavía.

409 Entrevista a Ollanta Humala, Lima; 19 de octubre de 2001. 214

Consideraciones finales

“El populismo en América Latina ha sido practicado tanto por regímenes dictatoriales de corte paternalista, como por gobiernos democráticos” (Enrique Bernales Ballesteros410)

La frase escogida para iniciar las líneas finales de este trabajo da cuenta de la omnipresencia de las vías populistas en América Latina. El populismo como fenómeno recurrente de la vida política latinoamericana, surgiendo en momentos de crisis, pero también en épocas normales después de una elección, es precisamente lo que se puede constatar en los tres líderes escrutados.

Velasco Alvarado, Alberto Fujimori y Ollanta Humala, distantes cronológicamente, más cercanos por su origen militar Velasco Alvarado y Humala, gobernantes los dos primeros, un candidato aún el último. Cualquier comparación parecería forzada.

Observemos primero los casos de los dos que gobernaron: Velasco Alvarado y Fujimori. Ambos retrasaron intencional o sin proponérselo la construcción de una institucionalidad democrática a costa del debilitamiento de los partidos. Aun cuando el gobierno de Velasco Alvarado tenía un proyecto país, de hecho él y Fujimori actuaron con cierta racionalidad de corto plazo, agotándose en el asistencialismo social inmediato.

Pero ¿Qué podemos decir de Ollanta Humala para hacer posible el ejercicio comparativo? Propongo que en las fórmulas y técnicas que utilizaron los tres para acercarse –más bien seducir- a las bases sociales, es lo que los aproxima más que otros aspectos como sus respectivas carreras políticas (con orígenes más bien disímiles). Y aún más, los tres utilizaron el expediente manu militari en algún punto de su camino al poder. Dicho registro, el uso desembozado de la fuerza, nos permite descartar a líderes como Alan García, de innegable retórica populista en la campaña presidencial de 1985, pero que no recurrió al aparato armado para ejecutar un proyecto país, dirimir conflictos de competencia de poderes o simplemente rebelarse contra una autoridad que consideraba ilegítima.

410 BERNALES BALLESTEROS, ENRIQUE; Op. Cit.; p.141. 215

Precisamente, la solución vía golpe de fuerza ha sido esgrimida para destacar las inclinaciones autoritarias de los tres liderazgos enunciados. Sin embargo, pensamos que sus autoritarismos reposaron sobre el horizonte de tradiciones políticas que desconfiaban agudamente de los partidos políticos y privilegiaba relaciones lo más directas posibles con sus bases de apoyo, ojalá sin intermediación. Convencidos de ello, proponemos que los discursos antipartidos y antipolíticos, sobre el nivel legal, datan de la década de los sesenta, y no de los ochenta como algunos investigadores han querido ver411, siendo inaugurado por el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas Peruanas.

El Discurso antisistema sobre el nivel oficial: Velasco Alvarado y Fujimori

Durante la administración nacional popular de Velasco Alvarado, el Ejército dejó de ser el instrumento alterno a sus partidos de los intereses de la oligarquía, abrazando un programa político de integración nacional de los sectores sociales históricamente excluidos, pero sin crear nuevos partidos políticos, sino más bien por medio de mecanismos de movilización social corporativa, por ejemplo sindicatos y gremios. En consecuencia el clima general del gobierno de Velasco Alvarado no fue menos antipartidos, como lo fue década y media después el Presidente candidato Fujimorismo, y como ha sido hoy la propuesta de Ollanta Humala.

El desarrollo del discurso antipartidos durante el gobierno velasquista tuvo como telón de fondo la crítica al sistema u orden oligárquico, lo que significó competir discursivamente con el APRA y particularmente con los grupos antisistémicos de la izquierda marxista radical que tenían una tradición aún más longeva de impugnación al sistema. Para ello y en sintonía con su nacionalismo, acudió a las tradiciones de resistencia andina y las oficializó, es decir, apeló al imaginario colectivo que despertaban las experiencias indígenas, pletóricas de mitología, como dispositivo de

411 Murakami hace una concienzuda revisión de dichas visiones. MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; pp. 38-41. 216

justificación del nuevo orden pretoriano (como ideología conservadora de legitimación) y cumpliendo funciones de integración.

Sobre dichas bases Velasco Alvarado propuso un orden alternativo al tradicional en que una “Democracia Social de Participación Plena” reemplazaría a las instituciones de la democracia liberal, particularmente la supresión de los partidos políticos como depositarios de la representación popular, asumiendo en su lugar las organizaciones de base la representación directa sin intermediarios de su membresía ante las instancias de poder local, regional y estatal central412.

El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas tuvo éxito respecto de los sectores oligárquicos agro-exportadores, pulverizando su influencia política, pero falló en su anhelo de construir una sociedad nueva, consistentemente integrada bajo un paradigma nacional. Con la Asamblea Constituyente que redactó la Constitución de 1979 los partidos políticos volvieron a ser protagonistas del proceso político.

Sin embargo, la adopción de un esquema político multipartidario de representación proporcional y altamente competitivo (abierto e impredecible) una vez concluida la experiencia militar no significó un cambio duradero en las tendencias centrifugas de la política peruana, más bien distante del equilibrio sistémico, así como de la cultura patrimonial del dirección partidaria. Según Cotler:

“El prestigio de los partidos seguía basado en el poder político personal de sus caudillos (…) Los lideres partidarios seguían escogiendo los candidatos parlamentarios en función de sus preferencias personales y con el propósito de asegurar la lealtad personal del candidato.”

Partidos funcionando como máquinas clientelares y privilegiando los vínculos personales, y un discurso antisistema construido desde el poder bajo la égida del gobierno militar, nos exige preguntarnos ¿Qué hay de nuevo en los ochenta? Más bien lo que emerge hacia fines de esa década es el sorpresivo éxito de los independientes, pero con un perfil singular de

412 FERNÁNDEZ FONTENOY, CARLOS; Op. Cit.; p. 199. 217

persona interesada en la política que simplemente no milita en partido alguno, un tipo humano que representa al individualismo ganador, junto con la certidumbre que se trata de alguien que no está limitado por compromisos de partidos. La tendencia inaugurada por Vargas Llosa, hizo de la independencia apolítica la suprema virtud al hacer política regenerativa, un registro consagrado más tarde por las victorias electorales de Fujimori y Toledo.

Durante la era Fujimori los partidos políticos fueron estrictamente instrumentos electorales para asegurar una base de apoyo parlamentario que permitiera al Presidente la legitimación pública de sus decisiones políticas. Nunca se inquietó por formar un movimiento institucionalizado que le sirviera como instrumento estable en su relación con el electorado. Los referentes C90 y Nueva Mayoría fueron constituidos por altos personeros adictos al régimen con actividad partidaria exclusiva en tiempos de elecciones. La función de intermediación de los partidos políticos fue superada por su voluntad vertida en la relación directa del Presidente con sus electores clientes.

En esta lógica opera el autogolpe de 1992, luego del cual Fujimori inició un proceso de desarticulación de los vínculos de mediatización del conjunto de las organizaciones populares como referentes de clase: sindicatos, federaciones de trabajadores, organizaciones campesinas, lo que equivalía a la desmovilización del movimiento socio político o su fragmentación (complementada por la marginación social). Durante Fujimori existía un solo protagonista hegemónico, por el respaldo social y el control absoluto del Estado, que marginalizó a otros actores.

En reemplazo de dichas organizaciones políticas y sociales Fujimori ofreció la referida relación directa sin intermediación con electorado alimentada a través de programas de asistencia social, y cultivando una alianza con las Fuerzas Armadas y las burguesías transnacionales. En tal contexto, la situación derivó en poder sometido a escasos controles, pesos y contrapesos, o siquiera accountability. En otras palabras, solo después del autogolpe de 1992 se consolidó el “Fujimorismo”, como movimiento sin visos de institucionalización de ningún tipo. En consecuencia, la continuidad de 218

régimen siempre pasó por la perpetuación de Fujimori en el poder. Dicha lógica dominó al círculo del poder en cada momento electoral, que continúo expresando una alta propensión a la volatilidad, extrema en el caso del voto opositor a Fujimori, pero en todo caso abierto a varios desenlaces. La falta de unidad en el campo de oposición se expresó en liderazgos acotados temporalmente a los momentos electorales –caudillismo de tipo antifujimorista- y, sobretodo, a la inorganicidad de los partidos políticos, lo que afecta gravemente las condiciones de competitividad del sistema. Como aseguró Martin Tanaka en una primera entrevista hace dos años:

“El caso peruano actual da cuenta de una democracia con cierta inestabilidad política y social, explicada en parte por la extrema debilidad y fragmentación de los actores políticos.”413

Si nos seguimos concentrando en la década de Fujimori podemos apreciar como el hijo de inmigrantes nipones, paradigma del hombre que se hace a sí mismo, académico y rector de la Universidad Nacional Agraria, apareció como el ideal de líder libre de compromisos partidarios. Sin embargo, su actuación en la política peruana más allá de las justificaciones e intentos de movilización electoral no contemplaron mecanismos pluralistas y poliárquicos de intermediación, más bien fueron la expresión de la voluntad oficialista que “desde arriba” propuso un nuevo orden social. Pero aunque Fujimori, ha sido destacado como modelo de desinterés por generar un consenso amplio basado en una discusión pública previa, dicho registro no fue su monopolio sino que parte de una herencia histórica de liderazgos.

“Existe una tradición política de no aceptar reglas o normas colectivas; o cuando estas existen no se conviertan en patrones de conducta comunes, en base de los cuales se hacen negociaciones y concesiones en búsqueda del consenso eficaz o de objetivos compartidos de mediano o largo plazo (…) Debido a la ausencia, tanto del consenso eficaz o de objetivos compartidos de mediano y largo plazo, como del espacio político los cree y sustente, la política peruana ha experimentado en repetidas oportunidades: la agudización de la luchas por el poder, una vida política que regresa a un

413 Entrevista con Martín Tanaka. Lima, 23/09/2005 219

punto muerto y unas Fuerzas Armadas que intervienen en política para salir del estancamiento”414

La dificultad de generar un espacio político consensuado con algún margen de estabilidad en una cultura que agudizaba las contradicciones derivadas de las relaciones de dominio de ciertos grupos sobre otros se tradujo en una débil y precaria base institucional en Perú, con un horizonte de supervivencia para cualquier orden político que desde 1919 Cynthia McClintock ha calculado en 12 años415.

El autoritarismo se plasmó en la noción de legitimidad, la que no remitió a los aspectos procedimentales de la elección misma del gobernante, la pulcritud de la competencia, o la inclusividad en el proceso de toma de decisiones, sino que:

“dependió de la capacidad de los políticos para satisfacer las demandas socioeconómicas en las cuales los gobernados están interesados desde la perspectiva del corto plazo, o en la expectativa que ellos tienen en torno a dicha capacidad”416

En otras palabras la democracia adquirió rasgos plebiscitarios permanentes en torno a las competencias de los políticos para conferir resultados concretos e inmediatos al cuerpo de electores durante su gestión. Toda la responsabilidad recayó sobre el líder escrutado constantemente como el redentor de la patria o el responsable del desastre nacional. Como señala Tanaka, sobre la base de los resultados de encuestas realizadas en 1998 y 1999, hacia fines de la administración Fujimori, y en 2001, que coincide con el inicio del gobierno de Toledo, la ciudadanía estuvo más interesada en la solución de sus problemas inmediatos que en los beneficios derivados de la plena democratización417. Lo anterior fue consecuencia de los resultados sustantivos de la acción deficitaria de los gobiernos para responder a las demandas y expectativas sociales.

414 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; pp. 37-38. 415 McCLINTOCK; CYNTHIA; “La voluntad política presidencial y la ruptura constitucional de 1992 en el Perú” en TUESTA SOLDEVILLA, FERNANDO (ed.); Los enigmas del poder: Fujimori 1990-1996; Fundación Friedrich Ebert; Lima; 1996; p. 53. 416 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; p. 123. 417 TANAKA, MARTÍN; Democracia sin partidos. Perú, 2000-2005; p. 26. 220

La Era Post Fujimori: emerge el etnonacionalismo

Con posterioridad al fin del gobierno de Fujimori, la relación intrapartidaria no se despercudió totalmente de los rasgos clientelísticos que marcaron otras épocas. La disciplina partidaria fue comprendida como un compromiso eventual sujeto a la estructura de una relación diádica que intercambia votos por determinadas prestaciones o servicios sociales. Sin embargo, las redes partidarias que distribuyen recursos, prestaciones y trabajo, también contribuyeron a forjar identidades de grupos populares basadas en la dicotomía maniquea elemental de ricos y pobres418, en que los últimos se incorporan políticamente como “pueblo”, noción diferente y en oposición a la “oligarquía”. Es decir, grupos disímiles como campesinos, indígenas, habitantes de barriadas urbanas, como resultado del clientelismo partidista comienzan a incrementar sus contactos llegando a generar cierta asimilación social en la forma de auto-percibirse. Sin embargo, como la movilización social fue muy anterior a este proceso de asimilación de todas maneras ha sido difícil la integración de diversos grupos étnicos y sociales bajo el concepto omnicomprensivo de nación, potenciando las turbulencias políticas y la estabilidad del sistema419.

A lo anterior se agrega una escasa presencia regional de partidos nominalmente nacionales, sin bases efectivas en las provincias alejadas de la costa central. Dicha debilidad es suplida mediante vínculos con líderes y organizaciones regionales y locales, a menudo de gran fragilidad, con riesgo de perpetuación de caudillos y dinastías locales, que fácilmente se desvinculan de las mesas nacionales formadas de frente a una elección, asumiendo un discurso propio. Lo anterior incentiva las tendencias centrífugas, favoreciendo una vez más la fragmentación sistémica. En dicho contexto, no parece instalarse en el Perú un sistema de partidos en forma, derivado de la alta fragmentación numérica, con más de 30 partidos inscritos hacia 2006 (dispersión y atomización respecto al criterio numérico

418 DE LA TORRE, CARLOS; Op. Cit.; p. 56. 419 DEUTSCH, KARL, “Nation-Building and National Development Some Sigues for Political Research” en DEUTSCH, KARL and FOLTZ, WILLIAM; Nation-Building; Nueva York; 1966; pp. 8 Y 9. 221

ideológico), y particularmente a la existencia de un sólo partido con estructura y organización suficientemente sólida para intentar reconstituir sus bases tradicionales de poder para desde dicha posición acometer la conquista de los espacios de decisión pública (APRA). Más bien se constata la persistencia de ciertos referentes partidarios a la manera de resabios del sistema de partido extinto. No obstante, su escasa convocatoria actual sugiere cierto alejamiento de su electorado tradicional, el que se recupera sólo en la medida que presente una figura con capacidad de liderazgo y con cierto discurso de independencia de su propia matriz partidaria.

En dicho esquema se ha consolidado una tendencia política: durante las coyunturas electorales han continuado emergiendo conglomerados de movimiento levantando una figura determinada, pero que desvanecen una vez verificado el proceso electoral. De tal manera, cabe esperar un alto grado de volatilidad, que pueden llegar a cambiar de elección a elección (morfogénesis), como una constante sistémica, como resultado de un electorado permanentemente insatisfecho con el desempeño político de instituciones y partidos en el cumplimiento inmediato. Dicha tendencia se agudizó hasta el límite entre los sectores más pauperizados y los tradicionalmente no incluidos en el proceso de toma de decisiones. Los que votaron en los noventa por Fujimori, se pasaron a Toledo al despuntar el milenio, y nuevamente probaron suerte con Ollanta Humala el 2006.

Precisamente los componentes discursivos del etnocacerismo original llamaron la atención, sobretodo por su renovada y enfática reivindicación discursiva de la base social, mestizos e indígenas, con la intención declarada de restaurar un pasado utópico. Es decir, tocó la fibra íntima de algo así como el 80% de la población del Perú aludiendo al relato del pretérito idealizado con que creció gran parte de esta base social.

Pero además desde un registro próximo al movimiento indígena, el etnocacerismo se constituyó en una nueva versión de la que diversos investigadores han denominado la utopía andina, que tuvo su origen y profusión en el área de la Sierra Sur, coincidentemente del sector de donde son oriundos los hermanos Humala (Ayacucho, distrito de Cora Cora), lo que 222

también supone que varias comunidades indígenas le han otorgado su respaldo.

La común experiencia de subordinación, marginalización y precariedad histórica de sus condiciones de vida -la sedimentación de las frustraciones al decir de Flores Galindo420- impulsa selectivamente a los elementos de la memoria sobre emancipación e igualdad a ser fuente de utopías transformadoras del orden social. Sobre la utopía andina, el etnocacerismo original evaluó el total fracaso de la modernidad occidental aplicada a Perú desde el primer virrey hasta el último presidente republicano, a excepción de Velasco Alvarado:

“Lo único palpable es el fabuloso megafracaso: la alarmante erosión de nuestro capital humano (desnutrición, envilecimiento y drogadicción crónicas), la coactiva mutilación de nuestra natalidad (cuya tasa no puede ser metabolizada por nuestra colectividad), la vergonzante reducción de nuestras fronteras (desde Arica hasta Tiwinza), la pérdida de la capacidad alimentaria (100% en 1532 y 47% en 1999).”421

En un marco en que las instituciones tradicionales que proporcionaron cierta identidad y sentido de pertenencia se encuentran en permanente entredicho, agravado por los efectos dislocadotes de la globalización, el etnocacerismo originario propuso este proyecto de cambio y refundación, emulando las identidades de resistencia por parte del elemento quechua y mestizo sobre cualquier tipo de invasión extranjera. Frente a la lógica prevaleciente y omnipresentes de los mercados globales, incapaces de proporcionar identidad, los grupos disidentes se obligan a si mismo a reconstruir un sistema completamente distinto. Los humalistas se constituyen y proponen el rechazo y la protesta frente a las nuevas y viejas formas de dominación y hegemonía por parte de la “republiqueta criolla”. Desde dicha matriz contestataria, siguiendo se construyó un proyecto viable para el conjunto de la sociedad, alternativo al principal, que brota de la identidad misma del movimiento.

420 FLORES GALINDO, ALBERTO; En Busca de un Inca; p. 382. 421 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 181. 223

Este elemento conflictual estuvo centrado en las políticas de identidades exclusivas, que apelan a lealtades étnicas o de otro tipo, es decir la creación de nuevas identidades colectivas para la creación de un nuevo sujeto nacional que emerge del indígena y el mestizo, desarraigados y marginales, campesinos empobrecidos, y excluye a blancos criollos y descendientes de europeos y por cierto oligarcas. Se trata de una política de identidades que enfatizó la rebeldía a que cualquier grupo de sus bases sea subsumido por otro tipo de identidades o relaciones sociales de los grupos dominantes. Mediante la política de identidades con proyecto alternativo se reivindicó el poder de un discurso desde una especificidad cultural metafóricamente construida que enfatiza la pertenencia de todos los aludidos / incluidos a un tipo nacional. Porque el discurso de la identidad es finalmente el discurso del poder, aun cuando lo subordine a un cambio de la estructuras socio-políticas.

“Lo anterior no significa que hayan desaparecido las ideas sobre el cambio económico o social, sino que la idea de cambio está estrechamente vinculada a una representación simbólica del pasado idealizado. De esta manera, el discurso de la política de identidades aprovecha el fracaso o la disolución de otras narrativas políticas para recuperar la memoria y reconstruir las tradiciones particularistas. Lo anterior permite aseverar que se trata de un desplazamiento pretérito a identidades premodernas, temporalmente suprimidas por la imposición de diversas variantes del proyecto modernizador, particularmente en sus aspectos de centralismo político y universalismo jurídico”422.

En consecuencia postulo que para comprender el tipo de ideologías nacional populistas, que Velasco Alvarado enarboló primero y Ollanta Humala después, hay que seguir los derroteros de Salvador Giner en orden a invertir los términos tradicionales de la indagación sociológica “bucear en lo sagrado para descubrir lo profano”423. En este caso habría que releer lo profano del régimen velasquista y el movimiento etnocacerista para

422 ARANDA, GILBERTO y SALINAS, CAÑAS; “Introducción: Identidades y nuevos conflictos”. Pp. 19-40 en ARANDA, GILBERTO y SALINAS, CAÑAS; Conflicto de Identidades y Política Internacional; RIL Editores; Santiago; 2005; p. 30-31. 423 GINER, SALVADOR; “La Religión civil”, pp. 129-171, en DÍAZ-SALAZAR, RAFAEL; GINER, SALVADOR y VELASCO, FERNANDO (editores), Formas Modernas de Religión, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p. 132. 224

descubrir sus vínculos con la tradición mesiánica subversiva de la utopía andina. De esta manera, junto con explorar el modelo de modernización desde arriba del gobierno Velasquista, para comprender el etnocacerismo, no hay que sorprenderse que dicho paradigma coexista con categorías o mitos premodernos, en la visión original de los Humala. Más bien sugiero que el fortalecimiento de los elementos utópicos andinos radicaliza –con efectos distorsionadotes- el legado de Velasco Alvarado que el etnocacerismo pretende rescatar.

Como otros movimientos en diversos momentos de la historia peruana apelaron a relatos, simbología, reivindicaciones, prácticas de acción colectivas, discursos que como dice toda una Escuela de pensamiento encabezada por Anderson se transforman en “espejos capaces de reflejar” comunidades, mayorías y poblaciones en general424 y en mi opinión el alma de toda comunidad es un proyecto social.

El proyecto de reafirmación de la especificidad y de la diferencia puede tornarse francamente excluyente si están respaldados por una retórica de oposición virulenta al orden establecido. Es el caso del etnocacerismo, que originalmente aprovechó discursos y prácticas para exigir el protagonismo nacional de su exclusivismo identitario por la vía directa de la acción armada. Posteriormente entró en una lógica política que buscó ejercer el poder mediante el apoyo directo a su liderazgo, sin mediación de los partidos políticos tradicionales y sin perseguir la institucionalización del movimiento formado por sus seguidores. El etnocacerismo intentó premeditadamente debilitar las instituciones establecidas, recurriendo en un principio a canales extra-constitucionales, privilegiando la relación directa con la base social (apelación directa al pueblo), evitando las formas de representación política tradicionales (partidos políticos), sin siquiera mediar plataformas políticas demasiado concretas. Esta situación típicamente populista es facilitada por la inexistencia de un sistema de partidos estable en el Perú, más bien con altos márgenes de volatilidad y con mecanismos de rendición de cuentas oficialmente previstos, aunque sin un correlato en su ejecución efectiva.

424 ANDERSON, BENEDICT; Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo; Fondo de Cultura Económica; México; 1993. 225

La propuesta original del radicalismo humalista manifestó mayor proximidad a las experiencias clásicas del populismo, tanto en sus ademanes y estilo personalista y metodología de conquista del poder, como en su abierto rechazo a las políticas económicas de sesgo neoliberal, particularmente la secuela de desintegración social que entraña. Por tanto, concluyo que el etnonacionalismo de Ollanta Humala es más bien un populismo en forma, como antes lo fue el gobierno de Velasco Alvarado en su versión nacionalista. Sin embargo, complementariamente sostengo que en este caso es aplicable el prefijo neo, derivado del papel que otorga a un segmento militar, del cual el populismo clásico de Vargas y Perón desconfió profundamente425. Aún más, se puede afirmar que el nacionalismo impulsado en un principio por los hermanos Humala comparte ciertos rasgos pretorianos con el gobierno de Fujimori apoyado en las Fuerzas Armadas. Pero además y siguiendo la argumentación de Conniff, este nuevo neologismo político –el neopopulismo- emergió a fines del siglo pasado, teniendo al teniente coronel y actual presidente venezolano, Hugo Chávez, como uno de sus más notables representantes426. Desde entonces parece una tendencia bastante firme en América Latina, con militares en retiro haciendo la transición como Hugo Banzer en Bolivia, o el retirado teniente coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador. Como se sostuvo, el desprecio hacia la inversión extranjera no fue óbice para que Ollanta Humala buscara auspicio internacional no capitalista, provenientes principalmente del icono actual de la contestación: el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y del dirigente boliviano del MAS, Evo Morales427.

425 Casi todos lo populismos de la etapa más clásica referida al período entre los treinta y los sesenta no se llevan bien con los militares, premisa que es hasta cierto punto válida para el paradigma representado por Perón quien tuvo problemas históricos con el alto mando castrense, que finalmente concurrió a su deposición en 1955. 426 CONNIFF, MICHAEL; “Neopopulismo en América Latina. La década de los noventa y después”, pp. 35-37. 427 Existen indicios que antes de la relación con Morales, Antauro Humala había privilegiado la interlocución con Felipe Quispe considerando seriamente una alianza entre los militares etnocaceristas y los campesinos quechuas y aymaras de las yungas bolivianas. La idea era atraer a las comunidades aymaras a un proyecto que se define en torno a la reivindicación del componente nacional quechua. Pero más aún el movimiento etnocacerista peruano sugería la creación de una internacional etnonacionalista sobre el nivel sudamericano que hacia 2001 aseguraba vincularía a los militares etnocacerista al mandatario venezolano Chávez; al líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Marulanda (Tirofijo); al entonces presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez y el líder indígena boliviano Felipe Quispe. HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 347. 226

Sobre todo se puede hacer una analogía entre las carreras política de Chávez y los hermanos Humala. Todos saltan al escenario político mediante acciones de fuerza que no involucraron al alto mando por ser dirigidas por oficiales de baja graduación. Cabe referir que incluso en el caso de los Humala acusó a la alta oficialidad peruana, llamada ‘criolla’, de atentar contra la ‘Gran Nación Chola’428. Sobre la popularidad obtenida por el golpe todos organizan un movimiento que reivindica la integración sub-continental alejada de las políticas macroeconómicas del consenso de Washington. El discurso siempre sataniza a los partidos políticos tradicionales como enemigos de los intereses colectivos de cada país.

Finalmente, los grupos de respaldo tienen alguna relación con el sequito armado del líder, ya sean los círculos bolivarianos, como el personal de tropa y licenciados reservista en el caso de los Humala. En síntesis, por hitos, trayectoria, iconografía, estrategia electoral y políticas económicas propuestas estaríamos frente a un neo populismo pretoriano.

La praxis de este tipo de populismo militar no es óbice para que en el caso específico de la teoría etnonacionalista de Ollanta estemos frente a un híbrido político que preconiza el activismo de sus militantes seguidores a fin de obtener el control del poder político necesario para poder intervenir deliberada y programáticamente el contexto social y así modificarlo de acuerdo a un proyecto consagrado por la tradición -la utopía andina, el bolivarianismo de Santa Cruz, la doctrina militar de Cáceres- supuestamente revelado y utópicamente diseñado para salvar la sociedad. Se trataría de un movimiento del tipo religión civil nacionalista, intramundana ascética o activista429, cuyos límites de la unidad colectiva a redimir están dados por una nación fundada a partir de determinados grupos sociales y étnicos, con el objetivo de reedificar una unidad política nueva sin fractura con el pasado. Es decir, se trataría de un proyecto moralmente excluyente, aunque ficticiamente hipostasiado, por medio de la apelación social inclusiva. Exige a sus seguidores acción vigilante y permanente, resistencia heroica, entrega sacrificada y esfuerzo sostenido.

428 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 339. 429 GIL CALVO, ENRIQUE, “Religiones Laicas de Salvación” pp. 172-186 en DÍAZ- SALAZAR, RAFAEL, SALVADOR GINER y FERNANDO VELASCO; Op. Cit.; p. 178. 227

En suma si tal como afirma Touraine el populismo es “esa reacción, de tipo nacional, a una modernización que esta dirigida desde el exterior”430 el gobierno de Velasco Alvarado primero, y las propuestas humalistas después, responden esencialmente a dicha sentencia, particularmente en su reacción contra la globalización y la apertura comercial indiscriminada al exterior. Aunque los hemos definido como proyecto de restauración de un pasado idealizado, que acude a una interpretación situada al borde de las cosmovisiones religiosas, sobre todo se organiza en contra de la modernidad occidental, contra la propiedad privada y la explotación, mayoritariamente proveniente de las clases dirigentes tradicionales aliadas con elementos extranjeros (antielitismo contrario a la penetración de capitales, técnicas e ideas de origen extranjero). Lo anterior en tanto un intento de control antielitista de cambio social. En consecuencia se justifica la rebelión, que la misma declaración de principios de Antauro Humala divide en dos: pasiva, referido a que el proceso subversivo se encausa por canales políticos, o decididamente activa, aludiendo a un proceso subversivo manifestándose en el ámbito militar y de la violencia política431.

El desmembramiento del núcleo duro del humalismo, bajo una nueva versión más moderada por parte de Ollanta Humala, líder del Partido Nacionalista Peruano, aunque denostada por Antauro -quien no la considera como verdaderamente etnocacerista- preserva alguno de los rasgos originales en orden a definirse reactivamente desde el pasado.

El nacionalismo de Ollanta Humala continúa enfatizado que el Perú era un país próspero y feliz hasta la llegada de los conquistadores españoles en el año de 1532. Es decir, serían los elementos exógenos los que habrían perturbado al país, que desde entonces vive una opresión externa permanente dirigida por españoles, ingleses, norteamericanos o chilenos. La imagen proyectada es la de un país sometido a la explotación extranjera permanente y la imposición de modelos culturales ajenos. En consecuencia, dicha condición no está demasiado lejana de la propuesta original de revolución por inversión del mundo y de la historia –el Pacha kuti- en que un

430 TOURAINE, ALAN; Op. Cit.; p. 165. 431 HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit.; p. 241. 228

centro relegado a la periferia reocupa su lugar central, que corresponde a la lectura andina de la conquista europea y que en definitiva propugna un retorno un Estado primigenio mediante el advenimiento de una marginalidad que fue el centro de antaño. En lo anterior coinciden con los liderazgos indígenas más radicalizados que han predicado el retorno al Tahuantinsuyo y la ascendencia de sus deidades vernaculares, Huacas y Apus. Reiteran que el tiempo del Quinto Sol se está aproximando y que cuando llegue dicho momento todo volverá nuevamente al orden de los ayllus, en una lectura revanchista en contra de los grupos dominantes históricos que habrían usurpado el poder. Desde esta perspectiva se explica la especial conexión del etnonacionalismo en sus dos versiones con el conflicto étnico de raíces coloniales desde el tiempo del levantamiento de Túpac Amaru.

El alto respaldo que alcanzó la candidatura presidencial de Ollanta Humala en la región de la Sierra Sur –escenario de las manifestaciones de respaldo a Antauro durante la captura de la comisaría de Andahuaylas en enero de 2005 y enclaves electorales de Fujimori antes-, permite intuir un potencial grupo de resonancia étnico a las propuestas políticas que se definen en términos antielitistas, no sólo entre la población autóctona quechua, sino que entre la población de origen aymará. Por lo tanto, también existe cierta continuidad con Fujimori si se presenta en términos de las promesas de campañas con capacidad de encantar a campesinos e indígenas, así como amenazar con el castigo de la no elección a los políticos de partidos tradicionales de la costa y las urbes.

En consecuencia, no se puede descartar que el movimiento indígena peruano, menos aglutinado en torno a aspectos reivindicacionistas identitarios que sus símiles ecuatorianos y bolivianos, que erosionan las identidades nacionales para remitir a una adscripción étnica, y más bien orientados a conflictos de raigambre laboral y ecologista, adhiera a un liderazgo de tipo carismático del tipo de Ollanta Humala, en la medida que recoja las críticas a la clase política y el modelo económico. Para ello es necesario la convergencia de los sueños arraigados entre marginados y postergados con las comunidades supervivientes reconstituidas en procesos etnogenéticos, mucho antes de la unidad de objetivos bajo un movimiento.

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Lo anterior es más factible que la estructuración de un grupo transfronterizo aymará de mando único que reúna a indígenas de Bolivia, Ecuador, Perú y la zona septentrional chilena, lo que no es óbice para que se articulen coordinadoras indígenas que sobrepasen las fronteras nacionales e interactúen bajo diversos liderazgos en la medida que en Perú cristalice un proyecto indígena que se haga cargo primero de las identidades que de cuestiones laborales o de defensas ecológicas. También dependería del incremento del contacto entre unidades étnicamente subordinadas promoviendo el proceso de toma de conciencia que fortalecería lo que tienen en común, la creencia en orígenes compartidos, potenciando la emergencia de la idea de singularidad nacional432, lo que sin embargo es dilatado por el tipo de liderazgo como el de Ollanta Humala.

Hasta el momento, las organizaciones indígenas –a excepción de COICA y UNCA- no han desechado completamente su identidad “campesina” o “chola” en beneficio de un proyecto netamente aborigen que apele a una identidad indígena en términos exclusivistas. Incluso la más relevante coordinadora comunal, la CONACAMI, utiliza su composición mayoritaria indígena como un elemento más en su enfrentamiento a las empresas privadas mineras, y no como el centro aglutinador de su discurso.

No obstante, este mismo factor hace que las organizaciones sean susceptibles de ser cooptadas por cualquier discurso amplio anti-sistémico como el de los Humala u otro. La estrategia presidencial de Ollanta Humala fue precisamente aproximarse a los movimientos que reivindican lo indígena a sabiendas que las etnias aborígenes a lo más han accedido a una ciudadanía de segundo orden, haciendo plausible que sus organizaciones de representación étnica sean susceptibles de ser atraídas por su magnético discurso. La apelación andina de la ideología humalista funciona entonces como una etiqueta que legitima sus reivindicaciones. Sin embargo, para lograr ello debería conciliar la premisa de todo nacionalismo en orden a preservar la integridad territorial, con las aspiraciones de ciertas comunidades indígenas de obtener márgenes de autonomía local. Como observa Connor al referirse al etnonacionalismo, la movilización social no conduce necesariamente a una transferencia hacia el Estado de las

432 CONNOR, WALKER; Op. Cit.; p. 106-107. 230

lealtades originales del grupo étnico433. En el caso de la Coordinadora Permanente de los Pueblos Indígenas del Perú (COPPIP), rechazó antes de las elecciones de 2006 cualquier cooperación con el movimiento nacionalista de los Humala, precisamente por una advertida incompatibilidad de sus proyectos. A lo anterior habría que agregar que mientras el movimiento indígena peruano se organiza como todo movimiento étnico en la adscripción predeterminada, el nacionalismo humalista es un verdadero referente atrapalotodo (catch all party) en que se congregan grupos que ya no encuentran representación en los partidos tradicionales o en el propio sistema institucionalizado, es decir un movimiento políticamente anti-sistema y socialmente inclusivo.

Lo anterior permite sugerir que el nacionalismo humalista es más bien un movimiento político clásico, con orientación lisa y llana de poder si se prefiere, más que un Nuevo Movimiento Social, aún cuando utilice mucho de la metodología de este último tipo. Este punto que puede parecer fútil establece una importante diferencia con el movimiento indianista cuya pretensión es cambiar las estructuras socio-culturales para desde dicho lugar acometer una economía alternativa y una nueva política. Pero además la adjetivación de movimiento apunta a distintas cuestiones. El movimiento indígena, es nuevo respecto a metas y prácticas metodológicas, pero preserva cierta continuidad con las experiencias depositarias de la utopía andina, es decir básicamente de resistencia de una identidad frente a la imposición externa, mientras que el nacionalismo humalista de Ollanta sólo mantiene la protesta contra los vicios políticos tradicionales, apelando al desprecio por los extranjero y el refundacionismo de la utopía andina, aunque desprovisto de un registro identitario étnico único y exclusivo, que chocaría con su carácter social inclusivo que busca representar a más grupos que el exclusivamente indígena.

Respecto del acto de fuerza que representó la toma de la comisaría Andahuaylas por Antauro Humala obedeció al intentó efectista de establecer un hito que permitiera colocar al movimiento en el mismo nivel que el golpe de Estado de 1968 que depuso a Belaunde Terry e instaló al general Juan Velasco Alvarado, al fallido intento de golpe de Estado de Chávez al ex

433 CONNOR, WALKER; Op. Cit.; p. 36. 231

presidente Carlos Andrés Pérez en los noventa, o el alzamiento de Morales contra las autoridades oficiales del Palacio Quemado. De ahí, la exigencia de renuncia al Presidente Toledo.

En definitiva, así como la utopía andina negó la modernidad centralizadora, el etnonacionalismo niega el desarrollo neocapitalista que reduce al Perú a exportar materias primas. Ambos registros rechazan la occidentalización del país, volcándose hacia el interior, al Perú profundo pretérito, el mundo andino, y en el caso del nacionalismo de Ollanta particularmente entre quienes teniendo antecedentes andinos (indígenas, mestizos y cholos) y han servido al Perú con uniforme de reserva. En síntesis, el derrotero seguido por el etnonacionalismo ha sido recoger la tradición milenarista de resistencia insita en la utopía andina, añadiéndole elementos del populismo pretoriano peruano que apuntan a la capacidad para organizar y producir programas estratégicos y moverse en el corto plazo de la coyuntura política.

En suma la recuperación de un sueño colectivo (la utopía andina) para una comunidad reinventada: una nación inclusiva de toda la base popular, aunque excluyente de sus elites históricas. Una plataforma anti- imperialista, la recurrente predilección movimientista como forma de organización de los partidarios en lugar de partidos en forma, las referenciadas experiencias caudillistas mesiánicas, indigenistas y agraristas, todo con una dosis pretoriana en los ritos y manifestaciones, por cierto acudiendo al populismo en tanto fórmula para conciliar tradición y modernidad. Sin duda una propuesta que por su amplitud de repertorios y recursos bien cabe en la categoría de híbrido político.

Continuidad y Discontinuidad de tres liderazgos no partidistas

Sostengo que los rasgos populistas de los líderes en que se centró esta tesis, aparecen precisamente en la dimensión temporal antipolítica derivada de una respuesta presuntamente instantánea respecto a aspiraciones y demandas que ninguna acción gubernamental tiene la facultad de resolver sino en el mediano plazo.

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a).- El procedimiento antipolítico de los diferentes populismos y antipopulismos consiste entonces en “la explotación sistemática del sueño en tiempo real”434, a diferencia de las ideologías revolucionarias que cifran sus esperanzas en el compromiso político y en la construcción gradual de una utopía siempre distante temporalmente. Tenemos entonces que si el componente antipolítico expresado en la desconfianza hacia los partidos en el gobierno de Velasco Alvarado, el antipartidismo boyante (contrario a la partidocracia tradicional) durante la era Fujimori, y el discurso de rechazo a las instituciones vigentes de la República en Ollanta Humala, está presente en estos tres líderes de distintos signos ideológicos y con diversa experiencia, se trata de un elemento insito en la cultura política peruana. Aún más podemos acudir a otra evidencia como prueba el desdibujamiento post- electoral de referentes como Cambio 90 o Perú Posible. b).- A lo anterior hay que agregar que el desafío de realización inmediata del bien común es aún mayor en sociedades fragmentadas como la peruana. Sin embargo, la fragmentación en múltiples culturas ha sido retratada como la persistencia de una sociedad de archipiélago, caracterizada por su atomización por fisuras sociales, económicas, políticas, culturales y regionales435. El caso de las comunidades quechua parlantes es señero a este respecto436. Estas características hacen a dichos grupos permeables a los discursos de representación étnico-popular, o más bien como sostiene conclusivamente el trabajo de Roberts acerca del neopopulismo peruano, la fragmentación de la sociedad civil y la permanente reestructuración institucional permiten que líderes carismáticos establezcan relaciones verticales de dominio / dependencia, directas con los grupos atomizados437. c).- Enseguida, una impresión socialmente generalizada de crisis y ruptura, que aunque no es condición suficiente, puede ser un elemento catalizador para que un líder acometa cambios sociales y políticos profundos. De esta manera, para responder positivamente a la diagnosis catastrófica, el nacional populismo de Velasco Alvarado –y más tarde el etnonacionalismo de Humala- recurrieron a la tradición milenarista mesiánica andina

434 HERMET, GUY; Op. Cit.; p. 11. 435 MURAKAMI, YUSUKE; Op. Cit.; pp. 64 y 115. 436 Véase infra pp. 173. 437 ROBERTS, KENNETH; Op. Cit. 233

representada por la utopía andina, que parafraseando a Flores Galindo, es una respuesta al problema de la identidad planteada en Los Andes después de la derrota de Cajamarca y el cataclismo de la invasión europea438, y que como toda tradición se trata de una “práctica prescrita”439 almacenada en los anales de la memoria colectiva. En consecuencia, el movimiento etnocacerista originario, de primera hora, postuló la actualización de un proyecto andino que apuesta a la reedificación moderna del idílico Tahuantinsuyo440.

“La Tradición no es más que el discurso del presente sobre el pasado en el cual se trata de fijar el contexto de significación. Se trata de señalar, de una manera autoritaria, es decir, ejercitando el poder que se tiene en el tiempo presente, la selección de elementos del pasado que van a ser apropiados del discurso actual (…) No es que ello no existiera, pero es una selección dentro de la memoria que permite establecer un puente entre el pasado y el presente, y por lo tanto, construir históricamente esa realidad, desde la subjetividad actual”441 d).- Es decir la utopía andina fue desprovista de ciertas propiedades resistentes, por el enunciante oficial, aunque no perdió sus cualidades gregarias y convocantes. Desde Velasco Alvarado la construcción oficial de imaginarios apelaron más directamente al pasado incásico como modelo de organización socio-política, justificando de paso la acción transformadora del presente.

De esta manera, la referencia al Tahuantinsuyo pasó a ser parte de la propaganda oficial del poder o de ciertos grupos que aspiraban al mismo (Velasco Alvarado, el fujimorismo y ciertamente el Humalismo). Dicha evocación política más que asumirla literalmente o consignarla como un cuerpo teórico para solucionar los problemas efectivos de la gente, da

438 GALINDO FLORES, ALBERTO; En busca de un Inca: p. 372. 439 BENGOA, JOSÉ; La comunidad reclamada. Identidades, Utopías y memorias en la sociedad chilena actual; Ediciones Catalonia; Santiago; 2006; p. 93. 440 Conforme a lo anterior la doctrina etnocacerista ejemplifica con los intentos de restaurar del Tahuantinsuyo, comenzando por la guerra de reconquista de Manco Inca contra los primitivos conquistadores españoles. Véase HUMALA TASSO, ANTAURO; Op. Cit., pp. 237 y 276. 441 BENGOA, JOSÉ; Op. Cit.; p. 95. 234

cuenta de un espacio de encuentro metafórico de la base social peruana irredenta con el anhelo de una nueva sociedad, sin fractura con un pasado remoto idealizado.

En el balance final, aunque la década de Fujimori estuvo en muchos sentidos en las antípodas del gobierno de Velasco Alvarado, más bien significó desintegración social y fragmentación de los actores, producto de políticas neoliberales aplicadas en shock, sus bases de poder continuaron siendo los grupos tradicionalmente marginales, comunidades campesinas e indígenas empobrecidas, en suma los excluidos de los frutos de la modernización. Un militar y un académico, ambos ajenos a las prácticas de las elites partidistas prometieron soluciones inmediatas, sin pasar por partidos, aún cuando fueran en direcciones opuestas. La retórica fue en ambos casos populista, una estrategia discursiva para granjearse el respaldo de las masas. Por eso aunque Fujimori implementara el recetario del consenso de Washington, y las fórmulas de las instituciones financieras internacionales, no titubeaba en vestirse en campaña como aymará o quechua y generar sensación de cercanía en el ambiente de los excluidos. Así lo sugieren sus primeros triunfos electorales, con el respaldo de las zonas de alto porcentaje indígena en la sierra central y sur. A falta de un mejor termino, pensamos que operó un anti-populismo glo-andino, para designar por sus alineamiento con la apertura comercial global y su preferencia por la temática andina en sus discursos. Se genera una continuidad –discontinuidad de la política peruana cuyo proceso de inclusión popular populista aparece como una forma de legitimación política. La aparición de Fujimori y Ollanta Humala con propuestas estratégicas de desarrollo completamente opuestas dan cuenta de un sistema político sin capacidad de generar mecanismos institucionales de integración respecto de sectores crónicamente marginados.

La escuálida articulación de la sociedad peruana, la casi inexistencia de mecanismos institucionalizados tanto para el procesamiento de demandas como para dirimir el conflicto, así como el deficitario acoplamiento Estado-sociedad son sintomáticos de los serios problemas en la estructura social y la composición del Estado, lo que fue utilizado por estos líderes 235

políticos en virtud de cierta cultura popular que ha identificado el estilo populista con la democracia442.

Así el recalcitrante neoliberal Fujimori, y Velasco Alvarado, más bien tributario de las fórmulas del Estado nacional – popular, apelan a la especificidad de la identidad peruana en su discurso asociado a momentos electorales y a estrategias de persuasión de los no incluidos.

Son populistas en cuanto a su estilo de hacer política, por su conexión personal y carismática con sus adherentes, particularmente con los sectores tradicionalmente no incluidos, que los apoyaron en diferentes momentos, y derivado de lo anterior su propuesta institucional443. Serían también populistas por proponer una mediación política sin instituciones, y más centrada entre el gobierno personalizado y las fuerzas vivas de la nación. La discontinuidad estuvo dada por los outputs, es decir por las políticas que adoptaran desde el poder Velasco Alvarado y Fujimori. Ahí pueden diferenciarse en el papel asignado al Estado, como promotor de la integración social mediante políticas redistributivas o bien disminuyendo su papel respecto a la distribución (nacional populistas), fortaleciendo al mercado (antipopulistas). Sin embargo, el mismo hecho que entre uno de los líderes aparezca un candidato que no ha llegado al poder, en este caso Ollanta Humala, explica que nuestra reflexión haya sido desde su estilo y proyecto nacional.

Discontinuidad en las recetas de desarrollo, el papel del Estado y la relación con los otros, continuidad en la búsqueda de un discurso identitario, en las soluciones manu militari si no se alcanza el consenso rápidamente, pero sobre todo continuidad en la incapacidad de generar dinámicas institucionalizadas permanentes de inclusión social. Por lo tanto si el populismo surge en sociedades marcadas por la exclusión de muchos de la comunidad cívica o de la comunidad de beneficios, la persistencia de dicha variable explica la durabilidad bajó distintos rótulos de líderes aprovechando las posibilidades brindadas por vastos contingentes humanos sin acceso a sus derechos.

442 BERNALES, BALLESTEROS, ENRIQUE; Op. Cit.; pp. 149 y 151. 443 NAVIA, PATRICIO; Op. Cit.; pp. 20-24. 236

En el ámbito de los contenidos que legitiman las pretensiones de ascenso / mantención en el poder de estos tres líderes; Velasco Alvarado, Fujimori, Ollanta Humala, existe una evidente continuidad de aspectos discursivos que atacan la dimensión social enunciada. Mientras dicha situación permanezca invariable es plausible pensar en el advenimiento de otro líder con las características referidas, aún después de Ollanta Humala.

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Entrevistas

Nelson Manrique. Realizada por el autor el 18 de octubre de 2007

Martín Tanaka. Realizada por el autor el 23 de Septiembre de 2005.

Martín Tanaka Realizada por el autor el 19 de octubre de 2007.