V Eo a Satán Caer Como El Relámpago
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René Girard Veo a Satán caer como el relámpago Traducción de Francisco Díez del Corral EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA Titulo de la edición original· Je vois Satan tomber comme l'éclair © &l.itions Grasset & Fasquelle París, 1999 Publicado con la ayuda del Ministerio ftands de Cultura-Cmtro Nacional del Libro Diseño de f4 colección: Julio Vivas Ilustración: .La conversión de San Pablo., foto © Nimatallah I Artephot © EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2002 Pedró de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 84-339-6169-1 Depósito Legal: B. 3799-2002 Printed in Spain Liberduplex, S. L., Constitució, 19,08014 Barcelona A mis nietos Olivia y Matthew, jessie, Danielle, David y Peter Gabrielle, Virginia y Renée INTRODUCCION Lenta, pero inexorablemente, el predominio de lo reli gioso va retrocediendo en todo el planeta. Entre las especies vivas cuya supervivencia se ve amenazada en nuestro mundo, hay que incluir las religiones. Las poco importantes hace ya tiempo que han muerto, y la salud de las más extendidas no es tan buena como se dice, incluso en el caso del indomable islam, incluso tratándose del abrumadoramente multitudina rio hinduismo. Y si en ciertas regiones la crisis es tan lenta que todavía cabe negar su existencia sin que ello parezca de masiado inverosímil, eso no durará. La crisis es universal y en todas partes se acelera, aunque a ritmos diferentes. Se ini ció en los países más antiguamente cristianizados, y es en ellos donde está más avanzada. Desde hace siglos sabios y pensadores han augurado la desaparición del cristianismo y, por primera vez, hoy osan afirmar que ha llegado ya la hora. Hemos entrado, anuncian con solemnidad aunque de forma bastante trivial, en la fase poscristiana de la historia humana. Es cierto que muchos observadores brindan una interpretación diferente de la si tuación actual. Cada seis meses predicen una «vuelta de lo re ligioso». Y agitan el espantajo de los integrismos. Pero esos movimientos sólo movilizan a ínfimas minorías. Son reaccio- 9 nes desesperadas ante la indiferencia religiosa que aumenta en todas panes. Sin duda, la crisis de lo religioso constituye uno de los datos fundamentales de nuestro tiempo. Para llegar a sus ini cios, hay que remontarse a la primera unificación del plane ta, a los grandes descubrimientos, quizás incluso más atrás, a todo lo que impulsa la inteligencia humana hacia las compa raciones. Veamos. Aunque el comparatismo salvaje afecta a todas las religio nes, y en todas hace estragos, las más vulnerables son, eviden temente, las más intransigentes, y, en concreto, aquellas que basan la salvación de la humanidad en el suplicio sufrido en Jerusalén por un joven judío desconocido, hace dos mil años. Jesucristo es para el cristianismo el único redentor: (([ ... ] pues ni siquiera hay bajo el cielo otro nombre, que haya sido dado a los hombres, por el que debamos salvarnos» (Hechos 4, 12).* La moderna feria de las religiones somete la convicción cristiana a una dura prueba. Durante cuatro o cinco siglos, viajeros y etnólogos han ido lanzando a raudales, a un públi co cada vez más curioso, cada vez más escéptico, descripcio nes de cultos arcaicos más desconcertantes por su familiari dad que por su exotismo. Ya en el Imperio Romano, cienos defensores del paga nismo veían en la Pasión y la Resurrección de Jesucristo un mythos análogo a los de Osiris, Atis, Adonis, Ormuz, Dioni so y otros héroes y heroínas de los mitos llamados de muerte y resurrección. El sacrificio, a menudo por una colectividad, de una víc• tima aparece en todas partes, y en todas finaliza con su triun fal reaparición resucitada y divinizada. * Las citas bíblicas que aparecen en este libro proceden de Francisco Cantera y Manuel Iglesias, Sagrada Biblia, vmi6n critica sobre los textos hebreo, arameo y griego, BAC, Madrid, 1979. (N. del T.) 10 En todos los cultos arcaicos existen ritos que conmemo ran y reproducen el mito fundador inmolando víctimas, hu manas o animales, que sustituyen a la víctima original, aque lla cuya muerte y retorno triunfal relatan los mitos. Como regla general, los sacrificios concluyen con un ágape celebra do en común. Y siempre es la víctima, animal o humana, el plato de ese banquete. El canibalismo ritual no es «un inven to del imperialismo occidental», sino un elemento funda mental de lo religioso arcaico. Sin que ello signifique abonar la violencia de los con quistadores, no es difícil comprender la impresión que de bieron de causarles los sacrificios aztecas, en los que veían una diabólica parodia del cristianismo. Los comparatistas anticristianos no pierden ocasión de identificar la eucaristía cristiana con los festines caníbales. Le jos de excluir esas equiparaciones, el lenguaje de los Evange lios las estimula: «De verdad os aseguro, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros», dice Jesús. Y si hemos de creer a Juan, que las recoge (6,48-66), tales palabras asustaron de tal manera a los discípulos que muchos de ellos huyeron para no volver. A. N. Whitehead lamentaba en 1926 «la inexistencia de una separación clara entre el cristianismo y las burdas fan tasías de las viejas religiones tribales» (<<Christianity lacks a ciear-cut separation from the crude [andes o[the older tribal re ligions»). El teólogo protestante Rudolf Bultmann decía con toda franqueza que el relato evangélico se parece demasiado a cualquiera de los mitos de muerte y resurrección para no ser uno de ellos. Pese a lo cual se consideraba creyente y vincu lado con toda firmeza a un cristianismo puramente «existen cial», liberado de todo aquello que el hombre moderno con sidera, legítimamente, increíble «en la época del automóvil y la electricidad». 11 Así, para extraer de la ganga mitológica su abstracción de quintaescencia cristiana, Bultmann practicaba una opera ción quirúrgica denominada Entmythologisierung o desmitifi cación. Suprimía implacablemente de su credo todo lo que le recordara la mitología, operación que consideraba objeti va, imparcial y rigurosa. En realidad, no sólo confería un verdadero derecho de veto sobre la revelación cristiana a los automóviles y la electricidad, sino también a la mitología. Lo que más recuerda en los Evangelios a los muertos y las reapariciones mitológicas de las víctimas únicas es la Pa sión y la Resurrección de Jesucristo. ¿Se puede desmitificar la mañana de Pascua sin aniquilar el cristianismo? Ello es imposible, de creer a Pablo: «y si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Corintios 15, 17). Pese a su exaltación, el comparatismo de los viejos etnó• logos no ha llegado a superar nunca el estadio impresionista. N uestra época poscolonial, tanto por razones de moda inte lectual como por oportunismo político, ha sustituido la fre nética búsqueda de semejanzas por una glorificación, no me nos frenética, de las diferencias. Un cambio a primera vista considerable, pero que, en realidad, carece de importancia. Pues de los millares y millares de briznas de hierba de una pradera podría afirmarse con igual razón que todas son igua les o que todas son diferentes. Las dos fórmulas son equiva lentes. l El «pluralismo», el «multiculturalismo» y las demás re cientes variaciones del relativismo moderno, aunque en el fondo no se contradicen con los viejos etnólogos comparatis- l. Sobre las relaciones entre las tesis de este ensayos y el .diferencialismo» contemporáneo, véase Andrew McKenna, Vio/mee and Difforenee, University of Illinois Press, 1992. 12 tas, hacen inútiles las negaciones brutales del pasado. Cuesta poco entusiasmarse con la «originalidad» y la ((creatividad» de todas las culturas y todas las religiones. Hoy, como ayer, la mayoría de nuestros contemporáneos percibe la equiparación del cristianismo con el mito como una evolución irresistible e irrevocable por cuanto se consi dera propia de la única clase de saber que nuestro mundo aún respeta: la ciencia. Aunque la naturaleza mítica de los Evangelios no esté todavía cien-tí-fi-ca-men-te demostrada, un día u otro, se afirma, lo estará. Pero ¿todo esto es realmente cierto? No sólo no es cierto, sino que lo cierto es que no lo es. La equiparación de los textos bíblicos y cristianos con mitos es un error fácil de refutar. El carácter irreductible de la dife rencia judeocristiana puede demostrarse. Yes esa demostra ción lo que constituye la materia esencial de este libro. Al oír la palabra ((demostración», todo el mundo da un salto hasta el techo, y los cristianos con mayor celeridad aún que los ateos. En ningún caso, se dice, los principios de la fe podrían ser objeto de una demostración. ¿Quién habla aquí de fe religiosa? El objeto de mi de mostración no tiene nada que ver con los principios de la fe cristiana, de manera directa, al menos. Mi razonamiento tra ta sobre datos puramente humanos, procede de la antropolo gía religiosa y no de la teología. Se basa en el sentido común y apela sólo a evidencias manifiestas. Para empezar, habrá que volver, si no al viejo método com parativo, sí, al menos, a la idea de comparación. Pues lo que los pasados fracasos han demostrado no es la insuficiencia del principio comparatista, sino la de su utilización en sentido único que han venido haciendo los viejos etnólogos antirreli giosos durante el viraje del siglo XIX al xx. 13 A causa de su hostilidad hacia el cristianismo, esos inves tigadores se basaban de modo exclusivo en los mitos, a los que trataban como objetos conocidos, y se esforzaban por re ducir a objetos de esa clase unos Evangelios supuestamente desconocidos, al menos, por quienes los consideraban verda deros. Si los creyentes hubieran hecho un uso correcto de su razón, se decía, habrían reconocido la naturaleza mítica de su creenCia.