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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE ARTES Y HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE LITERATURA

“Esa elusiva cualidad de la blancura: pobreza rural y blancura en The Harvest Gypsies y You Have Seen Their Faces”

Directora: Andrea Junguito Pombo

Presentada por: Sylvia Chaves O’Flynn

Bogotá, Colombia 24 de mayo de 2016 2

Esa elusiva cualidad de la blancura: pobreza rural y blancura en The Harvest Gypsies y You Have Seen Their Faces

Resumen

Este trabajo busca abordar desde la perspectiva de los Whiteness studies la manera en que los blancos pobres se convierten en objeto de atención nacional en la cultura impresa de la Gran Depresión y cómo esa atención se articula con diversos discursos racializantes sobre la pobreza de los arrendatarios blancos en el contexto del New Deal. Para empezar, se expone cómo el republicanismo estadounidense establece la equivalencia entre blancura y capacidad de autogobierno que definirá la blancura como una de las posesiones más valiosas que un individuo podía reclamar en la cultura política del país, instaurando la conquista de los derechos democráticos sobre el principio de la exclusión racial. A continuación, se expone el contexto económico de la Gran Depresión y el contexto de producción cultural en que se publican los fotorreportajes The Harvest Gypsies (1936) y You Have Seen Their Faces (1937). Por último, se explora cómo la penuria de los arrendatarios empobrecidos y desplazados de los que se ocupan Steinbeck y Caldwell se relaciona con dos tipos de discursos: los que explican la pobreza como un producto de la inferioridad biológica de la población rural blanca y los que buscaban restaurar su privilegio blanco acudiendo al mito republicano del yeoman estadounidense.

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INTRODUCCIÓN

La cultura popular estadounidense está llena de imágenes grotescas de blancos pobres rurales y urbanos estigmatizados como white trash. Se trata de un estereotipo con el que es difícil simpatizar: en una cultura que promueve el esfuerzo individual y los valores democráticos, su pobreza se representa como una pobreza moral, generalmente asociada a

una actitud holgazana y a arraigadas actitudes antidemocráticas y racistas. Desmontar un

estereotipo como el de white trash requiere un análisis histórico de sus diversas

manifestaciones y de la función que cumple para aquellos sectores que se benefician de su

circulación.

Este trabajo busca abordar desde la perspectiva de los whiteness studies, la manera

en que los blancos pobres se convierten en objeto de atención nacional –y aparecen bajo

una nueva luz– en la cultura impresa de la Gran Depresión. En este sentido, pretendo explorar cómo la penuria de los arrendatarios algodoneros y aparceros tabaqueros de

Caldwell, y de los desplazados del de Steinbeck se articula con los discursos dominantes sobre la inferioridad racial de la población rural blanca y con el mito del yeoman trabajador y autosuficiente, bastión de la ideología del excepcionalismo norteamericano. En este orden de ideas, la pregunta que plantea este trabajo es en qué medida los productos literarios y visuales que serán analizados dejan entrever los discursos y políticas de representación racial dominantes de su época, ya sea problematizándolos o reproduciéndolos.

El trabajo también pretende abordar la fractura que representa el blanco Otro al interior de la blancura, a saber, el caso de los blancos pobres desplazados por las tormentas

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de polvo o despojados por el sistema de arrendamiento algodonero, que se erigen como un

problema para la noción de americanismo protestante y de clase media dominante en la

cultura impresa de la Gran Depresión. Por último, el trabajo busca analizar cómo las

contradicciones y fisuras en la noción de blancura de algunos registros literarios y visuales

de la Gran Depresión develan las transformaciones económicas y las mitologías nacionales

que sustentan la diferencia racial en los Estados Unidos.

La blancura es una noción relacional, que no solo está definida por la oposición con

identidades racializadas como no blancas, sino también con privilegios de clase y género a

partir de los cuales se establecen barreras simbólicas entre formas superiores e inferiores

de ser blanco. Algunas de las tareas de los estudios críticos de la blancura consisten en

desentrañar cómo surgen (o se reconfiguran) los discursos raciales modernos y cómo se

institucionalizan las jerarquías sociales que ellos promueven; cómo entre esas mismas

jerarquías se construyen discursivamente distintas maneras de ser blanco y qué función política cumplen esas clasificaciones; cómo se produjo históricamente el proceso de blanqueamiento de diversos grupos de inmigrantes europeos y cómo se crearon las representaciones estereotípicas de los blancos pobres como white trash.

El primer capítulo de este trabajo está dedicado a presentar los presupuestos teóricos en que se apoya el análisis de la noción de blancura que se vislumbra en las obras de Steinbeck y , y Caldwell y Bourke-White. En primer lugar, presento la perspectiva de Matthew Frye Jacobson (1998) sobre la fabricación ideológica de la raza y su exposición de la tensión entre capitalismo y ciudadanía como fuerzas configuradoras de la blancura en la historia de los Estados Unidos. Esta exposición nos permitirá rastrear el origen republicano de la ecuación de blancura y aptitud para el autogobierno, que marcará

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el ordenamiento racista de la democracia estadounidense en sus orígenes para presentar, en

segundo lugar, la perspectiva de Matt Wray, quien se ocupa de los discursos eugenésicos

e higienistas de la primera mitad del siglo XX, que buscaban dar cuenta de la marginalidad de la población blanca rural y cuyas formas de representación son el objeto puntual de esta tesis.

Este trabajo se apoya en la idea de Jacobson (1998) de que la raza es una ficción

pública y en esa medida es posible abordarla a partir de imágenes y expresiones que tienen

el poder tanto de articular como de influenciar concepciones raciales. Es por esto que para analizar la blancura en las obras aquí estudiadas he optado por situar los textos en la historia de la circulación y el intercambio público de algunas de las imágenes, ficcionalizaciones y

discursos científicos sobre la pobreza rural del sur de Estados Unidos.

El segundo capítulo estará dedicado a delinear el contexto económico y de producción cultural en que se publican los fotorreportajes The Harvest Gypsies (1936) de

John Steinbeck, con fotografías de Dorothea Lange) y We Have Seen Their Faces (1937)

de Erskine Caldwell, con fotografías de Margaret Bourke-White. En este capítulo se

expone cómo la reducción de la demanda de producción agrícola que siguió al final de la

primera guerra mundial y la abrupta caída de los precios generada por estos excedentes de

producción condujeron al empobrecimiento de una enorme masa de campesinos blancos

que, respondiendo a la invitación del gobierno a adoptar medidas para industrializar su

producción, habían adquirido deudas para aumentar sus cosechas. Como veremos, una de

las consecuencias de este empobrecimiento fue la transformación de estos arrendatarios,

que no obstante contaban con el prospecto de llegar a ser dueños de la tierra que cultivaban,

en obreros agrícolas itinerantes. Esta transformación tendría un efecto disruptivo para el

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privilegio racial de los trabajadores rurales blancos, cuya blancura se apoyaba en el ideal

republicano del yeoman independiente, propietario y autosuficiente –un ideal muy distante

de su nueva condición de proletario sin tierra de la creciente industria agrícola. El objetivo

de este segundo capítulo será entonces confrontar los discursos de la cultura impresa sobre

el excepcionalismo americano, cuyo objetivo era restaurar la fe en las recompensas del

capitalismo para el espíritu emprendedor del hombre blanco en la Gran Depresión, con los

discursos científicos circulantes sobre la marginalidad de los blancos pobres de la América rural.

Por último, se explora cómo la penuria de los arrendatarios empobrecidos y desplazados de los que se ocupan los dos fotorreportajes se articula con dos tipos de

discursos: los que explican la pobreza como un producto de la inferioridad biológica de la

población rural blanca y los que buscaban restaurar su privilegio blanco acudiendo al mito

republicano del yeoman estadounidense. El tercer capítulo plantea que los textos de

Caldwell y Steinbeck y las imágenes de Dorothea Lange y Margaret Bourke-White

entablan un diálogo con las representaciones dominantes de los blancos pobres y en este

diálogo dejan entrever la problemática que la existencia de esa población planteaba para la

ideología de la superioridad racial blanca y para las ficciones que sostenían la fe en el capitalismo estadounidense.

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CAPÍTULO 1

Esa elusiva cualidad de la blancura

It was the whiteness of the whale that above all things appalled me… Though in many natural objects, whiteness refiningly enhances beauty, as if imparting some special virtue of its own,… and though this pre-eminence in it applies to the human race itself, giving the white man ideal mastership over every dusky tribe; yet for all these accumulated associations, with whatever is sweet, and honorable, and sublime, there yet lurks an elusive something in the innermost idea of this hue, which strikes more of panic to the soul than that redness which affrights in blood.

This elusive quality it is, which causes the thought of whiteness, when divorced from more kindly associations, and coupled with any object terrible in itself, to heighten that terror to the furthest bounds. Witness the white bear of the poles, and the white shark of the tropics; what but their smooth, flaky whiteness makes them the transcendent horrors they are? That ghastly whiteness it is which imparts such an abhorrent mildness, even more loathsome than terrific, to the dumb gloating of their aspect.

Herman Melville, Moby Dick, Capítulo 42

En la cultura estadounidense lo indeseable parece ser incompatible con los atributos de la blancura. Cuando la Gran Hambruna en Irlanda forzó la migración de miles de campesinos pobres a Estados Unidos, las élites políticas estadounidenses se vieron obligadas a pensar si la repulsión de la pobreza de esos inmigrantes era conciliable con su aparente condición de hombres y mujeres blancos. Decidieron que no era así. Las representaciones visuales y literarias de los inmigrantes irlandeses en el siglo diecinueve enfatizaban la oscuridad de su piel, la peculiar cercanía de sus facciones a las de los primates inferiores y la pobreza de su carácter, poniendo en entredicho su blancura.

La blancura (whiteness) es una noción central para el análisis de las conquistas políticas de los inmigrantes y afroamericanos en la historia de los Estados Unidos. Como categoría de análisis histórico, la blancura hace su aparición en la última década del siglo

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XX, con las obras de David R. Roediger, The Wages of Whiteness: Race and the Making of the American Working Class (1991, 1994); Toni Morrison, Playing in the Dark:

Whiteness and the Literary Imagination (1992); Theodore Allen, The Invention of the

White Race (1994) y Noel Ignatiev, How the Irish Became White (1995). Los estudios críticos sobre la blancura parten de la premisa de que la raza es un constructo cultural y no un hecho biológico, pero cuya fuerza ideológica reside precisamente en la posibilidad de pasar como una realidad del mundo natural. Se trata de una aproximación teórica que analiza las fluctuaciones históricas de la categoría blancura, develando la historia de lo que en cada momento significa ser blanco como una historia de la disposición del poder y de la fabricación ideológica de la raza (Jacobson, 1998: 4).

En este primer capítulo nos interesa abordar dos perspectivas de los Whiteness

Studies, primero, la perspectiva de Jacobson (1998), pues si bien su trabajo se ocupa de las categorías raciales que delinearon la experiencia de los inmigrantes europeos, su trabajo es importante para explicar cómo los reclamos de privilegio racial de los blancos pobres en la

Gran Depresión tienen su origen en la ideología racial promovida por el republicanismo.

Posteriormente, abordaremos la perspectiva de Wray (2006), para acercarnos a la tradición de las representaciones de los blancos pobres en la historia de los Estados Unidos, con las que dialogan los textos y fotografías de Steinbeck y Lange, y los de Caldwell y Bourke-

White.

Jacobson señala que las razas son categorías inventadas, designaciones acuñadas para agrupar y separar a las personas en líneas de presunta diferencia. El privilegio racial

blanco ha sido una constante en la cultura política estadounidense, pero la noción misma

de blancura fluctúa y está constantemente sujeta a disputas y transformaciones históricas

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(1998: 4). En cuanto categoría emplazadora del umbral de la ciudadanía, la disputa por los privilegios raciales de la blancura, por la definición de sus límites y sus jerarquías internas atraviesa la historia de la nación estadounidense. En distintos momentos históricos, es posible corroborar la convergencia de designaciones raciales en conflicto o traslapadas

como blanco, caucásico y celta que, a pesar de sus contradicciones, pueden operar

simultáneamente en el debate político y la percepción del público:

the Irish simians of the Thomas Nast cartoon, for example, were "white" according

to naturalization law; they proclaimed themselves "Caucasians" in various political

organizations using that term; and they were degraded "Celts" in the patrician

lexicon of proud Anglo-Saxons. Indeed, this is the nature of ideological contest. (5)

La propuesta de Jacobson consiste en abordar los complejos entrecruzamientos

entre las demandas del capitalismo, la ideología racial del republicanismo estadounidense

y las sensibilidades identitarias de varios grupos de inmigrantes europeos racialmente

delimitados para explicar las contradicciones y transformaciones de la noción de blancura.

Aunque según Jacobson las vicisitudes de la raza representan “movimientos glaciales y no

lineales”, él identifica tres grandes épocas en la historia de la blancura en Estados Unidos.

Jacobson señala que desde sus comienzos el sistema republicano estadounidense se

estableció como un régimen racista: la primera ley de naturalización de 1790 (en que la

ciudadanía quedaba restringida a “hombres libres y blancos”) establecía la equivalencia de

blancura y capacidad de autogobierno. Con la creciente liberación de esclavos negros en

los estados del norte y la posterior Guerra Civil que culminó con la abolición de la

esclavitud, este ordenamiento racial no se transformó sino que se conservó en el estatus de

9 10 los negros libres como “dependientes” (estatus que compartían con las mujeres y niños de todas las razas).

Si la ley de naturalización de 1790 demostraba una aparente claridad sobre los límites de la blancura, cincuenta años más tarde, empezando con la llegada masiva de inmigrantes “indeseables” pero sin embargo blancos de Irlanda (y posteriormente de Italia,

Polonia y Rusia), la blancura se vio sujeta a nuevas interpretaciones, que fracturaron esa blancura original en una pluralidad de razas blancas científicamente delimitadas y jerarquizadas. Esta segunda época, que cubre el periodo de inmigración masiva europea desde la década de 1840 hasta la ley de restricción de la inmigración de 1924, fue testigo de importantes debates sobre cuáles de esas razas contaban con la capacidad de autogobierno –en el encumbrado sentido republicano– y del establecimiento del stock anglosajón como único origen indiscutiblemente blanco. Por último, a partir de la década de los años 1920, en parte debido a que la legislación de restricción subsanó el problema de la excesiva inclusión de la blancura, pero también debido a una nueva reconfiguración racial producida por la migración masiva de afroamericanos hacia el norte y el oeste de los

Estados Unidos, la blancura sobrellevó una nueva transformación con la integración de los diversos grupos de inmigrantes europeos en la más incluyente categoría “caucásico”:

the late nineteenth century's probationary white groups were now remade and

granted the scientific stamp of authenticity as the unitary Caucasian race -an earlier

era's Celts, Slavs, Hebrews, Iberics, and Saracens, among others, had become the

Caucasians so familiar to our own visual economy and racial lexicon. (7-8)

En la perspectiva de Jacobson, los regímenes raciales estadounidenses han sido definidos y redefinidos por una tensión entre los imperativos de la democracia y los del

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capitalismo, que es inherente a la cultura política del país. Se trata de la tensión entre la

necesidad de mano de obra barata (impuesta por el capitalismo) y el republicanismo (con su imperativo de ciudadanía responsable) que basa los privilegios del hombre libre en su capacidad de asimilación y autogobierno (13).

The experiment in democratic government seemed to call for a polity that was

disciplined, virtuous, self-sacrificing, productive, farseeing, and wise –traits that

were all racially inscribed in eighteenth century Euro-American thought. With its

abolition of monarchic power and its disruption of strict, top-down lines of political

authority, the new democratic order would require of its participants a remarkable

degree of self-possession –a condition already denied literally to Africans in slavery

and figuratively to all “nonwhite” or “heathen” peoples in prevailing conceptions

of human capacity. (26)

Así, en la historia estadounidense, las categorías raciales han fluctuado no sólo en respuesta a los imperativos de un mercado laboral segmentado, o en función de la alianza de trabajadores blancos apoyada en su autopercepción como individuos blancos, sino también en respuesta a percepciones acerca de la “aptitud para el autogobierno” de los grupos que se perciben como alejados de la norma social que presupone la blancura. Por un lado, la misma “inferioridad” racial atribuida a un grupo racial –y que determina su pertenencia a un sector particular de la economía– puede crear dudas sobre su capacidad para participar en una democracia que promueve la capacidad de autogobierno. Por otro lado, las ventajas sociales de la blancura, que pueden granjearle al capitalismo la alianza de los trabajadores blancos, les confiere al mismo tiempo un grado de derecho político que puede llegar a ser amenazante para la república: “In short, the idea of a wage economy on

11 12 the white basis may be useful, whereas a government “on the white basis” may be quite dangerous. Hence a major element of the contest over whiteness: the Celt may be white, but he is nonetheless a savage” (20).

Hay una premisa central del trabajo de Jacobson que cabe destacar para una comprensión de la conquista de la blancura por parte de los inmigrantes europeos y sus implicaciones para el mito de la apertura y robustez de la democracia estadounidense. La primera premisa es que la raza es absolutamente central para la historia de la inmigración europea y su en Estados Unidos: lo que hizo posible la migración europea en primera instancia fue la apelación de “personas blancas” en la ley de naturalización. Los problemas inesperados que esa inclusión generó para las élites políticas fue definida en términos de diferencia racial y capacidad de asimilación, acudiendo a discursos que reproducían la lógica racial tomada de la biología y la eugenesia, de modo que la historia de asimilación civil (mediante el cual los irlandeses, los judíos rusos, los polacos y los griegos se convirtieron en estadounidenses) es inseparable del proceso cultural de alquimia racial, en la expresión de Jacobson, mediante el cual los celtas, hebreos, eslavos y mediterráneos se convirtieron en caucásicos (12). La experiencia de los inmigrantes europeos estuvo así definida por su entrada en un ámbito en el que ser europeo –esto es, la blancura—era una de las más valiosas posesiones con que alguien podía contar. Esto es así aún para el caso de quienes llegaron entre la ola migratoria de 1840 y la restricción de

1924, y por tanto entraron a un ámbito algo más restringido, en que el lenguaje racial predominaba en la discusión sobre el relativo mérito moral de determinados pueblos europeos y su derecho a la ciudadanía. En esta medida, fue su condición de blancos y no la apertura de la democracia estadounidense lo que les abrió la puerta a los privilegios de

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la ciudadanía (8-9). A la luz de esta historia de la blancura, la saga de la inmigración

europea deja de aparecer como una prueba de la apertura de la sociedad estadounidense,

del poder asimilador del capitalismo y de la salud de su democracia para demostrar que el

racismo no ha sido una anomalía sino un aspecto fundamental en el funcionamiento de la

democracia estadounidense:

“Ethnic inclusion,” “ethnic mobility,” and “ethnic assimilation” on the European

model set the standard upon which “America,” as an ideal, is presumed to work;

they provide the normative experience against which others are measured. But this

pretty story suddenly fades once one recognizes how crucial Europeans’ racial

status as “free white persons” was to their gaining entrance in the first place; how

profoundly dependent their racial inclusion was upon the racial exclusion of others;

how racially accented the native resistance was even to their inclusion for

something over half a century; and how completely intertwined were the prospects

of becoming American and becoming Caucasian. (12)

La segunda premisa que guía el estudio de Jacobson es que la raza no reside en la naturaleza sino en la política y la cultura, y ello permite una mejor comprensión del entretejimiento de las categorías raciales con las mitologías nacionales operantes a través

de ellas: excepcionalismo, republicanismo, eugenesia, etc. Las transformaciones de las

categorías raciales y las disputas alrededor de ellas reflejan las mitologías nacionales y las

nociones de destino colectivo que han ayudado a configurar y reorganizar el poder en la

historia de los Estados Unidos (9).

Ahora bien, para el caso de la nación estadounidense, dice Jacobson, las prácticas

raciales que normalizaron la equivalencia entre blancura y ciudadanía ya eran operantes

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desde las políticas de conquista, remoción de la población nativa y comercio de esclavos,

que tuvieron lugar entre las primeras décadas del siglo XVII y las del XIX. Esas prácticas

raciales se basaban en una lógica binaria de ‘civilización’ contra ‘barbarie’ (o

‘salvajismo’), o ‘Cristiandad’ contra ‘paganismo’, que justificaban la expropiación o desplazamiento de otras poblaciones con base en el salvajismo de sus costumbres o creencias, o legitimaban su esclavitud porque su fisonomía se interpretaba como la marca de la maldición de Dios sobre los descendientes de Ham (31).

Jacobson aclara que aunque en el siglo XVIII un autor como Blumenbach ya hubiese hablado del grupo “caucásico”, el racismo moderno, con su lenguaje de “géneros”,

“especies”, “tipos”, “fenotipos” y “craniometría” no haría su aparición hasta el siglo XIX.

Si bien las atribuciones políticas asociadas a la blancura no se transformaron significativamente con la aparición del racismo moderno, el racialismo científico –que enmarcaría la discusión sobre las capacidades innatas de los diversos grupos humanos y las relaciones jerárquicas derivables de ese ordenamiento– sí implicó una transformación drástica en los fundamentos epistemológicos de la blancura y su otredad (32):

It entailed (1) the classification of human groups as “discrete and biotic entities”

measured by physical and behavioral variations; (2) an inegalitarian ethos that

required hierarchical ordering of human types; (3) the belief that outer physical

characteristics were but markers of inner intellectual, moral, or temperamental

qualities; (4) the notion that these qualities were heritable; and (5) the belief that

“the imputed differences, believed fixed and unalterable, could never be bridged or

transcended,” so distinctly had these populations been created. (32)

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Jacobson enfatiza que en la medida en que el conocimiento de la diferencia racial de la etnología del siglo XIX fue desde un principio el producto de la expansión europea y estadounidense, y del comercio de esclavos, ese conocimiento dio paso a su vez a nuevas epistemologías sobre la diferencia humana, que ayudaron a establecer un orden político basado en la apariencia física y su jerarquización biológica. Dado que el conocimiento de la diferencia racial fue desde un comienzo una condición del poder político, las ciencias raciales fueron en efecto ciencias racializantes: nunca tuvieron un estatus independiente de las prácticas políticas que ayudaron a producirlas y sus certezas siempre estuvieron al servicio de la explicación de la configuración del poder colonial e imperial (33). No se trata entonces de que el discurso científico sobre la superioridad de origen racial blanco o anglosajón precediera lógicamente y sustentara prácticas políticas que echaban mano de ese discurso sobre la diferencia racial, sino que ese tipo de conocimiento nació como un aspecto más de la práctica política.

Jacobson acude a la comprensión de Franz Boas sobre el poder que tiene la cultura para condicionar el ojo que observa y extiende esa afirmación a las propiedades de los asuntos raciales: en temas de raza, por encima de cualquier otra cosa, el ojo que observa no es sólo un órgano físico, sino un “medio de percepción condicionado por la tradición en que se ha formado el que observa” (10). El esfuerzo por desentrañar la historia de las concepciones de diferencia racial que aquí nos ocupa implica por otro lado reconocer las maneras en que esas concepciones de diferencia logran enmascararse como hechos del mundo natural, pues en ello reside el enorme poder de la raza como ideología (10).

Para los fines de este trabajo es importante destacar tres dimensiones de la raza como ideología y su forma de operar en la cultura estadounidense señaladas por Jacobson:

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por un lado, la raza como organizador del poder cuyo devenir permite rastrear relaciones

de poder a través del tiempo; la raza como un modo de percepción sujeto a las

circunstancias del momento; y la raza como el producto de luchas específicas por el poder

en situaciones culturales específicas. Estas tres dimensiones permiten, por un lado,

reconocer aspectos económicos y de clase en la configuración de los privilegios raciales,

sin perder de vista el peso de otros discursos que también modelan la raza como una

percepción socialmente compartida. Por otro lado, estas dimensiones también permiten

explicar cómo en un mismo momento histórico pueden confluir discursos racializantes

sobre ciertas poblaciones de inmigrantes europeos –en el contexto de sus reclamos de

ciudadanía– con otros discursos sobre la inferioridad racial y la cuestionable capacidad de

autogobierno de poblaciones de ciudadanos blancos, pero desposeídos, en el sur rural de

los Estados Unidos, como sucede con los trabajadores agrícolas de los dos textos aquí

abordados.

Las vicisitudes históricas de la blancura rural

De la misma manera que las diversas apelaciones raciales de los grupos de inmigrantes

europeos dan cuenta de los avatares históricos de la blancura, los discursos sobre la

población blanca pobre de los Estados Unidos –estigmatizada en diversos momentos históricos como lubbers, crackers, dirt-eaters y poor white trash– también relatan una larga historia de representaciones sobre la inadecuación moral y el carácter no concluyente de la blancura de algunos blancos marginales o de bajo estatus social.

Como indica Wray, entre el siglo XVII y comienzos del siglo XIX, clase y raza no eran lenguajes tan claramente diferenciables como podríamos asumir en la actualidad. Raza

16 17 y clase existían como categorías distintas, pero entre clases y razas ‘inferiores’ se daba un traslapamiento importante en las propiedades, características y rasgos simbólicos que se atribuían a cada grupo (23):

Behavior and attitudes regarding conventional morality and work were particularly

salient here, with the lower classes and lower races typically characterized as

holding deep aversions to both. Also highly salient in the minds of observers were

behaviors regarding cleanliness –the lower sorts were consistently characterized as

dirty, smelly, and unclean. What is striking about reading historical documents of

the period then is the similar ways in which poor whites, Indians, and blacks are

described –as immoral, lazy, and dirty. (23)

Una de las particularidades importantes del análisis que hace Wray de las distintas formulaciones del estereotipo del poor white trash consiste en cuestionar la tendencia a concebir la blancura principalmente en términos de dominación racial, limitando innecesariamente el alcance de cualquier análisis del privilegio y la desigualdad a las ventajas psicológicas y culturales asociadas a la identidad racial blanca. Tal enfoque pierde de vista que los grupos dominantes no sólo aseguran su poder mediante sistemas y prácticas sustentados en marcadores de identidad etnorraciales, sino también mediante sistemas y prácticas relacionadas con categorías de clase, género y sexualidad. Wray se une así a los esfuerzos por integrar distintas áreas de trabajo interdisciplinario sobre la desigualdad, reconociendo que las categorías de raza, clase, género y sexualidad están estrechamente interrelacionadas y son más interdependientes de lo que algunos modelos teóricos permiten reconocer.

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Wray señala que entre los siglos XVII y XVIII, la élite colonial y los yeoman de la

región de Chesapeake solían caracterizar a algunos trabajadores no abonados (indentured)

y sirvientes blancos fugados como grupos sociales diferenciados, caracterizados por una común antipatía hacia el emergente ordenamiento colonial. Los lubbers y crackers, o bien se resistían al molde cultural que los agricultores querían establecer o se negaban a respetar las fronteras morales dominantes acerca de la propiedad, el trabajo, los arreglos de género y las fronteras raciales. En ocasiones formaban comunidades de frontera con nativos americanos y esclavos negros en fuga, transgrediendo así las barreras del sistema colonial.

A causa de su negativa y resistencia a asimilarse al orden colonial, estos blancos pobres,

que aún no eran llamados poor white trash, eran vistos como curiosidades de la frontera

rural. A medida que se acercaba la Independencia estadounidense, estos blancos sin tierra

y de bajo estatus fueron convirtiéndose paulatinamente en blancos de la represión colonial

a lo largo de la frontera, y al final de la lucha independentista se les continuó considerando

como un grupo problemático para la nueva república, donde el lugar que podrían ocupar

en el ordenamiento social resultaba incierto (17-18).

La categoría lubber, demarcada por William Byrd II al describir a las poblaciones

de la frontera colonial de Virginia en 1728, operaba como un término delimitador que

transmitía información no solamente sobre clase y estatus social, sino también sobre

diferencias sociales que involucraban color, raza, género y sexualidad. Como colectivo, los

lubbers desafiaban cualquier intento fácil de categorización: hacían parte del más bajo

estamento social, tan bajo como el de los indios y esclavos negros, pero su color de piel los

situaba de algún modo aparte de aquellos grupos. Las mujeres lubbers trabajaban, un hecho

que las situaba en una situación de extrañeza frente al ideal femenino de la plantación –que

18 19 protegía a la señora de la casa del trabajo físico y del contacto con el exterior– pues su exposición al mundo las convertía en blanco de ataques sexuales por parte de hombres que, inmersos en la lógica de privilegios del orden colonial, las erotizaban como objeto de conquista a su disposición y legitimaban el uso de la violencia colonial (33).

Por su parte, la denominación cracker, acuñada para referirse a los habitantes de la frontera colonial de los Apalaches en la década de 1760, marcaba un cambio de significado en la inadecuación de los blancos de bajo estatus a los ideales del orden social colonial.

Mientras el término lubber evocaba ociosidad, miseria, suciedad y perversidad, el término cracker evocaba terror y alarma: designaba a un grupo social volátil y peligroso, uno que había que temer y respetar, y que encarnaba un tipo de amenaza distinto para la estabilidad del orden colonial y la seguridad de los otros colonizadores.

Como término delimitador, cracker marcaba una diferencia simbólica entre los colonizadores blancos que respetaban la ley y se sometían apropiadamente a la autoridad colonial y aquellos que no. En Carolina del Sur, estos grupos fueron objeto de la violencia organizada de “los Reguladores” –un grupo de granjeros y pequeños propietarios yeomen que formaron la primera organización de vigilantismo en la historia del país– quienes dirigieron también su violencia contra otros blancos pobres. Esas nuevas víctimas no eran forajidos pero se negaban o no alcanzaban a cumplir los requisitos culturales y morales de industriosidad exigidos por los Reguladores (37-38). Aunque la violencia y la campaña de exterminio legitimados por este marcador de diferencia social duró poco, sólo se resolvió mediante la institucionalización de otra estrategia de dominación sobre esa población a saber, leyes contra la vagancia que aunadas a la violencia de los Reguladores favorecieron doblemente a los yeomen:

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At the end of 1768, a newly established Congress of Regulators passed a vagrancy

law that required landless whites to work six days a week or face public flogging

and humiliation. The violence of the Regulators had resulted in real gains for the

small landowners: they simultaneously rid the backcountry of troublesome crackers

and created a new source of exploitable labor for themselves. (37-38)

Como señala Wray, los estereotipos son representaciones compartidas que ofrecen atajos cognitivos que permiten una comprensión rápida de la realidad sin invertir mucho trabajo del pensamiento. La fuerza social de los estereotipos consiste en que nos ahorran el esfuerzo de interpretar el significado de categorías de género, raza, clase y sexualidad, que requerirían un enorme trabajo cognitivo (Wray, 8), en lugar de ello, apoyados en esas representaciones colectivas aprendidas, tratamos esas categorías como si fueran algo fijo y natural, asumiendo que el individuo que encasillamos en la categoría comparte todas las propiedades atribuidas a la categoría, reificando las categorías en identidades. La desigualdad, la opresión, la exclusión y la injusticia son resultado de la organización de esas identidades en jerarquías sociales que dependen de ‘estigmatipos’, términos estigmatizantes de delimitación que denotan y promulgan divisiones culturales y cognitivas entre identidades aceptables e inaceptables, entre comportamientos apropiados e inapropiados. Los términos lubber, cracker, y poor white trash son ejemplos de estigmatipos, son términos que establecen explícitamente, mediante la imposición de etiquetas y nombres, categorías de estatus y distinción, al mismo tiempo que establecen implícitamente comparaciones denigrantes: su sentido está silenciosamente definido por su oposición a otra clase no nombrada: la de los no-lubbers, no-crackers, no-white trash. (8)

20 21

El análisis de los estigmatipos es útil para rastrear el origen y la circulación de barreras simbólicas que, una vez popularizadas o impuestas, han logrado materializarse

mediante leyes o prohibiciones, como barreras sociales y formas de exclusión

institucionalizadas. En el siguiente capítulo veremos cómo el estigmatipo del poor white

trash, acogido por los discursos eugenésicos e higienistas de comienzos del siglo XX,

contrastan con los esfuerzos por restaurar la dignidad de los blancos pobres en el contexto

de las políticas del New Deal, develando cómo la crisis del capitalismo implicó al mismo

tiempo una crisis y un resurgimiento de las mitologías nacionales que entretejían la

blancura con las virtudes encumbradas por la ideología del capitalismo estadounidense, a

saber, los valores agrarios del yeoman jeffersoniano y la industriosidad del hombre blanco

promovida por el excepcionalismo americano.

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CAPÍTULO 2

Americans love to hate the poor. Lately, it seems there is no group of poor folks they like to hate more than white trash. […] In a country so steeped in the myth of classlessness, […] the white trash stereotype serves as a useful way of blaming the poor for being poor. The term white trash helps solidify for the middle and upper classes a sense of cultural and intellectual superiority. But […] “white trash” is not just a classist slur –it’s also a racial epithet that marks out certain whites as a breed apart, a dysgenic race unto themselves.

Matt Wray, White Trash. Race and Class in America

El objetivo de este capítulo es demarcar el contexto económico y de producción cultural

en que se sitúan los fotorreportajes You Have Seen Their Faces de Erskine Caldwell y

Margaret Bourke-White y The Harvest Gypsies de y Dorothea Lange, así como las representaciones sobre los blancos pobres con que dialoga su obra. Para empezar, nos ocuparemos de esbozar las transformaciones económicas que condujeron al empobrecimiento de los trabajadores agrícolas en los años veinte y que explican por qué este sector de la población fue el más fuertemente golpeado en el momento del crash de

1929; nos apoyaremos para este fin en el trabajo de Janet Poppendieck (2014). A

continuación, se expondrá cómo la cultura impresa mainstream de la Gran Depresión –con

su impronta de restaurar la fe en el capitalismo– se encontraba en una disyuntiva entre

reproducir la tradición del excepcionalismo norteamericano –que enaltecía los valores del

trabajo arduo y el individualismo, interpretaba la pobreza como manifestación de la

inadecuación moral del individuo y proclamaba la superación de las clases sociales en el

22 23 experimento de la nación estadounidense– o reconocer la crisis del sistema económico en la ubicua pauperización y desposesión de las clases trabajadoras en los años treinta.

La paradoja de la escasez en medio de la abundancia

Our farmers, in response to the propaganda for “greater production,” insistently urged by accredited representatives of the Government, did everything possible to raise a maximum crop… If they had loafed upon their jobs, and had worked 8 hours a day instead of 16, and raised only one-half or two thirds of a crop, it would have been worth a great deal more than the entire crop that they did produce (citado por Poppendieck, 5)

En su trabajo sobre las políticas de asistencia alimentaria del New Deal, Janet Poppendieck señala que durante la Gran Depresión se hizo habitual la expresión “filas para pedir pan con el trigo hasta las rodillas” (breadlines knee-deep in wheat), para referirse a la contradictoria conjunción de hambre y excedentes de producción agrícola. Esta yuxtaposición se proponía en la discusión pública como la paradoja de la escasez en medio de la abundancia. Durante la Gran Depresión no fue solo la necesidad de comida sino especialmente el espectáculo de comida echada a perder, y que podría haber alimentado a quienes la necesitaban, lo que hacía más problemática la paradoja, generando sentimientos de rabia y confusión en el público:

The bicycles and radios that the unemployed could not afford did not rot before their

eyes—food did. Finally, those dramatic instances in which food was deliberately

destroyed, oranges set afire or milk poured out on the highways, provided symbols

upon which the anger and confusion felt by many could focus. (xvii)

Las políticas de asistencia alimentaria de las administraciones de Hoover y Roosevelt, como señala Poppendieck, fueron profundamente modeladas por esa visible contradicción,

23 24 pues sus programas estaban prioritariamente dirigidos a dar respuesta a la aparente

‘paradoja’ y no al hambre de la población pobre, o a la falta de adecuación nutricional de sus dietas. Poppendieck destaca, sin embargo, que la mal llamada paradoja que dio lugar a las políticas de asistencia alimentaria del gobierno no era propiamente una paradoja, sino la forma normal y predecible de funcionamiento del capitalismo, recrudecida por la

Depresión: el capitalismo siempre ha sido capaz de producir bienes y servicios que los pobres necesitan (o desean) pero no pueden costear, pues los bienes no se distribuyen de acuerdo a la necesidad de los individuos sino a su capacidad de compra; así mismo, las necesidades o deseos insatisfechos no son resultado de la incapacidad de la sociedad para producir los bienes y servicios para satisfacerlos, sino de una distribución de la riqueza que no permite que sean adquiridos por quienes los necesitan. De modo similar, la famosa sobreproducción agrícola de la Gran Depresión no era realmente una cantidad mucho mayor a la que se necesitaba:

“The truth of the whole matter,” exploded Representative Glover of -stricken

Arkansas as Congress debated a food assistance measure in 1932, “is that if the

hungry were properly fed and those needing clothes were properly clothed, there

would be no great surplus of wheat, corn, cotton, rice or any other of our great stable

crops but they would be consumed and the price for them would be far greater than

it is now”. A few years later, a more systematic analysis came to a similar conclusion.

In 1934, the Brookings Institution released a study of American income and

consumption patterns based upon 1929 figures. The study concluded that to provide

all families in the nation with a liberal diet in relatively prosperous 1929, the value

24 25

of total food production would have to have been increased by approximately 40

percent (xvii).

Y sin embargo, como señala Poppendieck, durante toda la Depresión, la contradicción

entre excedentes de producción echados a perder y la situación de física hambre se

interpretaba ampliamente como una paradoja. A pesar de la inadecuación del término, la paradoja representaba una oportunidad crítica: el público estaba molesto ante la conjunción de necesidad y desperdicio de comida, lo que condujo a un cuestionamiento más amplio de la racionalidad y adecuación moral del sistema económico –dejando de ser exclusivo entre los intelectuales de izquierda y extendiéndose a públicos menos educados y de tradición más conservadora (xx). El contraste de hambre y abundancia, unido a la inactividad forzada de los desempleados, condujo a un cuestionamiento de la racionalidad del sistema y de la lógica de ganancia del capitalismo, un escepticismo sin precedentes en la experiencia nacional estadounidense –creando una oportunidad única para lograr una transformación de fondo del modelo de distribución de riqueza del país. En efecto, los creadores de la

Federal Surplus Relief Corporation, con su idea de que el gobierno comprara la producción de aquellos que tuvieran demasiado para darles a los que tenían muy poco, la concibieron como un cambio importante del sistema y como una forma de resolver la paradoja, que antes de 1933 no habría logrado superar la etapa de discusión en el Congreso. Pero, según

Poppendieck, la FSRC no fue consciente de su potencial de transformación radical y en lugar de convertirse en un medio importante para redistribuir la abundancia de la nación entre quienes pasaban necesidades, se convirtió en una válvula de seguridad en un programa diseñado para reducir la abundancia a niveles lucrativos, es decir, para restaurar la escasez (xx). Así, a medida que el New Deal se acercaba a su cierre al final de los años

25 26

treinta, las oportunidades sin precedentes presentadas por la creación de la FSRC no lograron resolver la contradicción de la escasez en medio de la abundancia, ni edificar una forma de protección robusta contra el hambre en medio de la sobreproducción. Así es como la principal respuesta a los cuestionamientos planteados por la yuxtaposición de

poblaciones hambrientas y desperdicio de comida se limitó a la reducción de los excedentes mediante el control de la producción, con unas medidas que se limitaron a conservar y proteger el capitalismo corporativo americano (xxi).

Aquí es importante aclarar que los enormes excedentes de producción agrícola que causaron tanta indignación entre quienes advertían el hambre de los desempleados no comenzaron con la Gran Depresión. De hecho, los excedentes ya habían golpeado a los campesinos esporádicamente durante medio siglo y habían afectado al sector agrícola durante la mayor parte de la década anterior al crash. Esos excedentes eran realmente un síntoma del profundo proceso de transformación –de una agricultura de subsistencia a una agricultura comercial industrializada— que estaba sobrellevando la agricultura estadounidense:

In the early decades of the American republic, when the vast majority of Americans

were farmers and most farm products were consumed at , the idea that an

abundant harvest could be a problem would have seemed absurd and probably

irreverent. But as subsistence farming and pioneer lifestyles gradually gave way to

commercial agriculture and industrialization, and large, impersonal, aggregate

markets replaced home consumption and neighborly trade, farmers faced the

anomalies of overproduction. Increasingly, they found their wellbeing determined

26 27

not by their own effort, thrift and competence, nor by the familiar hazards of weather,

soil, and pests but by the mysterious fluctuation of prices. (1)

A la enigmática fluctuación de los precios en un mercado impersonal y anónimo se sumaba la confusión y el resentimiento de los campesinos que, formados en los valores agrarios de trabajo arduo y responsabilidad individual sobre la pobreza o la prosperidad de la tradición republicana, se vieron obligados a abandonar su tierra con la paulatina caída de los precios. Esto implicó que sólo las granjas de un tamaño considerable podían mantenerse a flote con los precios comparativamente bajos de las mercancías agrícolas, de modo que quienes no tenían la posibilidad de crecer tuvieron que escoger entre las opciones disponibles, que casi siempre eran dolorosas. Muchos granjeros tuvieron que dejar el campo para trasladarse a los pequeños pueblos o a las grandes ciudades, donde se concentraban los trabajos industriales, sumando al trauma del cambio de ambiente y de una ocupación para la que estaban capacitados la desgarradora pérdida de su porción de tierra.

Otros que se quedaron en su granja fueron descendiendo en la economía agrícola pasando de propietarios a arrendatarios; de arrendatarios en efectivo a aparceros, extrayendo un sustento siempre insuficiente a partir de la combinación de una agricultura de subsistencia y de la producción del monocultivo propio de la región. (2)

El porcentaje de granjas operadas por arrendatarios creció de manera sostenida desde la última década del siglo diecinueve hasta las décadas relativamente prósperas del comienzo del siglo veinte. Para 1920, el 38% de los granjeros estadounidenses no eran propietarios de la tierra que cultivaban. La tasa de arrendamiento variaba de región a región, y el término abarcaba una amplia gama de situaciones desde arrendadores que pagaban en efectivo en buenas tierras para el cultivo en el Midwest —y lograban acumular

27 28

dinero para hacer el pago inicial de su propia granja— a la situación de peonaje por deudas

de los aparceros en las tierras de tabaco y algodón en el sur —que dependían del propietario

de la tierra para suministros como herramientas, abono, fertilizante, animales de trabajo y

raciones; así como para el acceso a la tierra y la vivienda. El carácter desigual y azaroso de las leyes de arrendamiento otorgaba a los arrendatarios pocos derechos y seguridad de permanencia. Los alquileres se renegociaban cada año y los propietarios podían desalojar fácilmente a los arrendatarios si veían la posibilidad de obtener mejores ganancias con otros arrendadores. (2)

As a result, both the land and the people suffered. “Renters don’t take care of the

land,” said one tenant farm wife interviewed by Margaret Hagood, “because it ain’t

theirs and they don’t know when they’ll be leaving.” “The problem is”, said another

tenant, “that just as sure as a tenant makes a farm more productive, the owner boosts

his rent.” (2-3)

El reportaje de Caldwell también es enfático en denunciar que la exigencia hecha a los

arrendadores de producir el cultivo de los propietarios condujo al empobrecimiento gradual

de los arrendadores y de la tierra. La única manera de ser un productor de algodón exitoso

era ser dueño de una plantación pues con la fluctuación de los precios los únicos que no

perdían eran quienes podían asegurar una producción masiva (11). Los campesinos más

exitosos que lograron aumentar el tamaño de su producción usualmente lo hacían mediante

hipotecas sobre la tierra que tenían con miras a comprar más acres de tierra o equipos

modernos. A medida que la oferta de tierras disponibles disminuía, los valores de la tierra

y la disposición de los inversores a prestar dinero sobre tierras hipotecadas fueron

rápidamente en aumento (Poppendieck, 3). Al mismo tiempo, la mecanización de la

28 29

agricultura, especialmente el reemplazo del arado de tracción animal por el tractor, hacía

más atractiva y plausible la explotación de propiedades de tierra más grandes. Con la

presión de aumentar las operaciones para poder mantenerse a flote y opciones de crédito

fácilmente disponible, la agricultura financiada mediante hipotecas velozmente pasó a ser

la norma en las primeras décadas del siglo veinte. (3)

La primera guerra mundial fue el factor que aceleró el proceso de transformación de la agricultura. Los granjeros expandieron sus porciones de tierra cultivada y adoptaron técnicas científicas como el uso de fertilizantes químicos para aumentar la productividad de sus tierras a instancias del gobierno y en respuesta a la demanda de alimentos producida por la guerra. Sin embargo, para la mayor parte de las cosechas, el aumento de la producción sólo se dio cuando la guerra estaba por terminar, y con una demanda muy por encima de la oferta, los precios de productos agrícolas aumentaron rápidamente. Los precios inflados producidos por la guerra elevaron desorbitantemente los precios de las cosechas, creando un boom de tierra y dando paso a una enorme expansión de créditos a altas tasas de interés producidas por la guerra (3).

Si bien las medidas de recuperación europea de la administración de Hoover ayudaron a mantener la demanda excesivamente alta de productos agrícolas estadounidenses por un breve periodo después de la guerra, la compra de importaciones costosas se vio reducida a medida que los combatientes europeos lograron restablecer sus propios sistemas agrícolas.

Además, los terrenos de cosecha de Canadá, Argentina y otros países también habían sido expandidas durante la guerra para responder a la demanda europea y los campesinos en estas áreas, con suelos vírgenes y menores costos de producción lograban vender sus productos a un menor precio en el mercado europeo. (4) El sector agrícola requería un

29 30 mecanismo de ajuste a la reducida demanda y alguna forma de reducir la carga de la deuda adquirida bajo la inflación de precios de la guerra. No obstante, los procesos que condujeron al crecimiento de la producción no se podían revertir fácilmente. Cuando desciende la demanda por un producto manufacturado, los industriales pueden recortar costos sustancialmente mediante despidos o recortando la producción. Pero el trabajador agrícola individual, quien se encuentra profundamente comprometido con una permanente inversión de capital en la tierra y en equipos, no puede reducir de manera significativa los costos reduciendo su producción; así como tampoco puede tener control sobre el tamaño total de la oferta de su producto, pues su cosecha es una mínima parte de un mercado ampliamente indiferenciado. Por el contrario, a medida que caían los precios, lo que los granjeros buscaron hacer fue seguir incrementando sus cosechas y de este modo su participación en los mercados, produciendo aún mayores excedentes y precios aún más bajos. (5) Los productos no agrícolas también se vieron afectados con el final de la guerra pero no de manera tan radical como los agrícolas. Según Poppendieck, mientras los precios agrícolas cayeron en promedio a algo menos de la mitad del nivel que alcanzaron durante guerra, los precios de productos no agrícolas descendieron en un 25% y se estabilizaron.

Esto hizo que el trabajador rural se viera obligado a cambiar una porción mayor de su cosecha por un determinado bien, en comparación con la porción correspondiente en tiempos de guerra.

Esta disparidad entre los precios de los productos agrarios y no agrarios recrudeció antiguos resentimientos rurales, relacionados con los aranceles, el costo de transportar los productos al mercado y un sistema de crédito más preocupado por proteger a la industria que a los campesinos. Esto sin mencionar la ola de ejecución de hipotecas y el fracaso de

30 31

bancos rurales en los años veinte, que cedió la propiedad de más y más tierras de cultivo a

instituciones financieras de las grandes ciudades, intensificando la frustración de los

campesinos ante la brecha entre el campo y la ciudad, y su sensación de victimización (5-

6).

Es así como, en la víspera de la Gran Depresión, los campesinos estadounidenses se

encontraban en un estado de profundo agotamiento económico: aunque los precios se

habían recuperado un poco con respecto a sus niveles de posguerra, esta recuperación no

había sido suficientemente alta para liberarlos de la terrible carga de las deudas adquiridas,

liquidaciones de hipotecas, impuestos a las ventas y otras transferencias de propiedad

inducidas por deudas continuaron a lo largo de la década. Los agricultores habrían podido

soportar la marcada caída de los precios provocada por la Depresión, de no encontrarse tan

agobiados por impuestos y deudas que fueron calculados cuando los precios eran

significativamente más altos, y por deudas adquiridas con tasas de interés infladas por la

coyuntura de la Guerra (17).

Muchos campesinos que se habían quedado en su tierra no habían podido hacer

reparaciones necesarias o reemplazos de equipos y ganado envejecidos, quedando aún más

rezagados en la competencia por los mercados. Los que tenían ahorros normalmente los

usaban; los que no tenían ahorros ni otro tipo de reserva estaban endeudados y desbordados.

El comienzo de la Depresión intensificaría los problemas del sector agrario y pocos campesinos estaban preparados para las dificultades que se avecinaban (14). Cuando se desató el desempleo, la capacidad de la gente de comprar productos del campo se redujo pues millones de familias de trabajadores desempleados empezaron a reducir el consumo de carne, leche y productos frescos de sus dietas, mientras que la comida que no podían

31 32

comprar se apilaba en depósitos o se pudría en los campos, implicando una mayor ruina en

las zonas rurales (16).

En algunos espacios urbanos reinaba una incomprensión sobre la escasez de comida en

los sectores rurales pues se asumía que los granjeros podían como mínimo cultivar o criar

sus formas de sustento. Sin embargo, en las regiones de tabaqueras y algodoneras del Sur de las que se ocupa Caldwell, la primacía de esos monocultivos había socavado profundamente la producción de alimento para uso doméstico. En algunas regiones, la confluencia de la sequía y la Depresión económica sorprendieron a muchas familias de aparceros y arrendatarios desprovistos de ganado, de aves de corral, o de jardines para mantenerlos. Los recursos necesarios para un regreso a una agricultura de subsistencia simplemente ya no estaban disponibles para quienes más lo necesitaban (30).

En los años treinta, la masa de campesinos desposeídos y desplazados por los programas de reducción de cosechas y por la creciente mecanización de la agricultura empezó a unirse a la mano de obra migratoria de Texas y , anteriormente dominada por familias mexicanas. Según Ruth Gomberg-Muñoz (2011), estas masas de trabajadores fueron fundamentales para suplir la escasez de mano de obra barata que afectó a los territorios del Sur y del Oeste a partir de las restricciones migratorias para la población de trabajadores chinos en 1882 y del resto de Asia en 1917 (Gomberg-Muñoz,: 28) y para la década de 1920 la población de trabajadores mexicanos (tanto migrantes como México- americanos) conformaba un 75% de la fuerza de trabajo agrícola en California y de la mano de obra no calificada en la industria de la construcción en Texas (29). Según la autora, uno de los resultados de esa importación masiva de mano de obra mexicana fue la apreciación positiva de algunos de los estereotipos sobre los mexicanos como su presunta docilidad,

32 33

sumisión y falta de higiene, empezaron a ser apreciados como las cualidades de la mano

de obra barata de los Estados Unidos, convirtiéndose en un lugar común de las audiencias

de inmigración de los años veinte la descripción de los mexicanos como una fuerza de

trabajo cuyas características raciales los hacía idealmente apropiados para el desempeño

de tareas arduas y pobremente remuneradas (29). Para los fines de este estudio, es importante enfatizar esa racialización del trabajo como un mecanismo que permitía a las

élites blancas naturalizar la situación de precariedad de un otro racializado (y legitimar su explotación) al mismo tiempo que le imponía –ante el desconcierto de la situación de precariedad en que naturalmente no debería encontrarse– la necesidad de dar cuenta

mediante discursos racialistas e higienistas de la precariedad física y moral del trabajador

blanco rural.

En efecto, cuando se empezaron a difundir las imágenes de algunos fotógrafos del New

Deal, como Dorothea Lange –los refugios insalubres, la ausencia de inodoros y agua

potable en los campos, y salarios de miseria—una gran parte del público se asombró de

que los trabajadores agrícolas blancos pudieran vivir de esa forma:

The nation viewed with disfavor the idea of whites living like Mexican migrant

workers. Fewer black families than Mexicans worked as migrant pickers, and most

blacks regarded migrant white “road trash” with bitter contempt. One black woman

from Central Texas, “almost barefooted” and picking cotton, commented in 1929:

“You don’t never see no colored person livin’ that way. Bringin’ up dey children in

the middle of the road.” (Foley, 161)

El origen del apelativo “white trash” ha sido documentado y ampliamente difundido

como una invención de los esclavos negros del período anterior a la Guerra civil para

33 34

referirse a los blancos de bajo estatus. Sin embargo, como señala Matt Wray, aunque haya

sido inventado por los esclavos negros como un acto de violencia simbólica y de protesta

micropolítica, fueron los blancos letrados, de la élite y la clase media quienes –

encontrándolo útil— le otorgaron poder social a su significado, infundiéndole su poder de

estigmatización social e imponiendo sus efectos discriminatorios con respecto a las

condiciones de trabajo y la ética laboral adecuados a una población blanca que pretendiera

reclamar los privilegios raciales de la blancura (Wray 45).

A continuación, expondremos cómo el mito del excepcionalismo estadounidense se

combinaba con otros discursos científicos de la primera mitad del siglo XX, que perfilarían las percepciones sobre la capacidad de autogobierno de la población de los blancos pobres rurales en el imaginario nacional (expuesta en el primer capítulo como requisito de la blancura en el discurso republicano).

Excepcionalismo contra el desencanto

En este contexto tan propicio para una crítica radical del capitalismo, había claramente fuerzas trabajando para aplacar la tendencia al radicalismo. El gobierno de Roosevelt buscó desde un comienzo establecer un sentido de estabilidad y conservar los elementos esenciales del capitalismo nacional. Por su parte, la cultura de masas ejerció una fuerte influencia de reafianzamiento: Como señala Welky, los periódicos, revistas y libros de la cultura mainstream se ocuparon, de manera parcialmente consciente y parcialmente inconsciente de ofrecer al público interpretaciones de las dificultades del momento que urgían a los lectores a aferrarse a nociones ideológicas profundamente arraigadas en la tradición nacional, en lugar de dirigirse a los peligrosos terrenos del reformismo y la

34 35 revolución (Welky, 3-4). Lo que entenderemos aquí como cultura impresa mainstream consiste en material escrito de alcance nacional, distribuido a lo largo y ancho de los

Estados Unidos y producido por corporaciones con ánimo de lucro que buscaban apelar a la mayor audiencia posible en un objetivo demográfico. Las fuentes mainstrean empleaban escritores profesionales para modelar mensajes que atrajeran lectores y conseguían relevancia en la medida en que lograban crear una cultura nacional a la que pertenecían todos los lectores, un conjunto de ideas y principios nacionales a las que en teoría todos los estadounidenses suscribían (4).

Si bien las fuentes de cultura impresa mainstream no conformaban un solo bloque, su totalidad dejaba entrever un núcleo compartido. En la medida de lo posible, la literatura mainstream de la que se ocupa Welky ignoraba las fallas de la sociedad y desincentivaba cualquier reforma radical. La cultura mainstream de la Gran Depresión elogiaba y buscaba perpetuar la ideología del paso de la pobreza a la riqueza mediante el ethos de trabajo arduo, incluso cuando la realidad económica del país restringía oportunidades a los individualistas más laboriosos, por ejemplo, los trabajadores rurales. La cultura mainstream también imaginaba un mundo donde los roles de género permanecían intactos, a pesar de los enormes números de mujeres (rurales y urbanas) ingresando al mercado laboral. También insistían en una nación homogénea en términos raciales y étnicos, definiendo el verdadero americanismo de una manera que negaba la diversidad del país. Más importante aún, la cultura impresa mainstream de la Gran Depresión insistía en que Estados Unidos era una nación con un modo de vida único donde se habían superado las divisiones de clase, aún cuando los trabajadores en huelga protestaban en contra de las desigualdad económica; una nación con el deber providencial de compartir su ideología con el resto del mundo, aún

35 36

cuando el país sufría los estragos de la Gran Depresión y el fascismo se extendía alrededor

del mundo. No obstante, esta imagen no era completamente clara pues los ideales

conservadores competían con atisbos de ideología progresista que hacían su carrera en el

centro literario, volviéndose más fuertes a mediados de los años treinta con la creciente

influencia del frente cultural (4-5). A mediados de los años treinta se evidenció una

creciente tolerancia hacia la diversidad y una interpretación más amplia de quiénes hacían

parte de la nación “estadounidense” en las fuentes de cultura mainstream. Estas fuentes

también compartían la actitud anti-fascista del frente cultural. No obstante, esta retórica de

izquierda se fue apagando a medida que el país experimentaba un acceso de patriotismo y

nacionalismo al final de la década. (5)

Esa presencia de ideas del frente cultural en la cultura impresa mainstream han llevado a pensar en una tendencia a la proletarización de la cultura estadounidense

(Denning), que en la perspectiva de Welky merece ser matizada: aunque a veces las fuentes del frente cultural y de la cultura mainstream defendían argumentos similares, no resulta

tan claro que provinieran de los mismos lugares o se dirigieran necesariamente en la misma

dirección. Las fuentes de cultura mainstream, por ejemplo, nunca estuvieron del todo

cómodas defendiendo el pluralismo y consecuentemente debilitaron esta noción

progresista situándola al lado de imágenes raciales y de género bastante tradicionalistas, en

un esfuerzo económicamente motivado por atraer nuevos lectores sin alienar a la audiencia

tradicional de esas publicaciones. De ese modo, el antifascismo de las fuentes mainstream

se conectaba con sus deseos de preservar un modo de vida y una democracia que

favorecieran el statu quo (5). Esas publicaciones no se animaban, como sí lo hacían las del

frente cultural, a usar la inminente guerra para promover la tolerancia y una sociedad

36 37

igualitaria. En cierto sentido, el antifascismo de la cultura mainstream constituía una

ideología más conservadora que progresista y el conservatismo latente de la cultura

mainstream logró resistir eficazmente a los vientos de cambio. Aún así, la importancia de la tendencia más liberal al interior de la cultura mainstream no debe ser perdida de vista,

pues de algún modo representaba los esfuerzos del centro por asimilar los cambios que

estaban sobrellevando los sistemas racial, económico, político, de género y de clase del

país (6).

La cultura impresa mainstream de la Gran Depresión también representaba una

tradición de tres siglos de pensamiento estadounidense que, dado el carácter de la crisis,

fue hábilmente revitalizada, en un momento en que la racionalidad del capitalismo

estadounidense se encontraba en entredicho. Los textos de fundación nacional alcanzaron

una idea compartida sobre las características esenciales del carácter estadounidense. La

influyente Autobiografía de Benjamin Franklin, por ejemplo, mostraba cómo un jovencito

pobre que llegó a Filadelfia sin una muda de ropa limpia y sólo un dólar holandés en su

poder había logrado convertirse en un hombre respetable y de medios a fuerza de

moderación, orden, frugalidad y esfuerzo. Welky analiza a continuación cómo McGuffrey

Readers y otros libros para niños se encargaron de propagar las ideas de Franklin. Los que

más efectivamente lo hicieron fueron las historias de Horatio Alger, que ensalzaban el

trabajo arduo, el esfuerzo individual y la igualdad de oportunidades para la juventud

estadounidense. Como en el caso de la Autobiografía de Franklin, sus jóvenes

protagonistas masculinos buscaban “algo más valioso que el dinero”, esto es, la educación

y respetabilidad que ahora detentaban como parte de la clase media (7). Aquí no sobra

recordar que este tránsito de la miseria a la prosperidad presuponía no solo la blancura,

37 38

sino también la masculinidad de quienes en el régimen racial republicano podían aspirar a

los privilegios de la ciudadanía.

Aquí nos interesa destacar del trabajo de Welky su insistencia en que el heredado

conservatismo que dominaba la cultura mainstream durante la Gran Depresión encajaba muy bien con el New Deal de Roosevelt. La mayor prioridad del presidente era restaurar el sistema financiero nacional y así asegurar la supervivencia del capitalismo, la democracia y la empresa privada. El gobierno de Roosevelt evitó hacer reformas radicales al régimen racial y de género del país e insistió en que los programas de obras públicas desalentaran a los participantes de volverse dependientes del gobierno (8). Del mismo modo, las comunidades de los cinturones verdes del New Deal, en las que se reasentó a los campesinos arruinados en suburbios agrícolas utópicos evocaban el llamado de Thomas

Jefferson a una nación de campesinos yeoman y hacían eco de la idealización de los pueblos pequeños de los fundadores de la patria. Sin embargo, con la creciente mecanización del trabajo agrícola y la creciente tendencia de los trabajadores independientes a no ser dueños de la tierra que trabajaban, la ideología jeffersoniana se hacía cada vez más inoperante.

Como señala Foley (1997), si las pequeñas granjas familiares lograron establecer en su momento valores de autosuficiencia, la proletarización del trabajo agrícola propiciaba valores de acción colectiva, que condujeron a la más grande protesta agraria en la historia del país (183).

Welky destaca que el New Deal indudablemente generó transformaciones pero incluso la Ley de Seguridad Social y las leyes a favor de los sindicatos eran tan solo medidas intermedias pensadas precisamente para evitar reformas más radicales. La agenda de Roosevelt estaba claramente destinada a la preservación, no a la revolución, y gran parte

38 39

de la población no tenía problemas con reconciliarla con los valores heredados de la

tradición nacional; el 60% de la clase media estadounidense votó por Roosevelt in 1936

(8).

A pesar de no excluir a ningún público potencial, las fuentes impresas populares

establecieron una visión excluyente de lo que debía ser la nación estadounidense. Esas

publicaciones fueron muy efectivas en crear un ideal de sociedad que había logrado la

superación de las clases sociales europeas y la noción de una nación blanca, protestante y

de clase media, echando mano de los principios heredados de la tradición republicana e

invisibilizando a las minorías, las clases trabajadoras y los conflictos sociales. Los

magnates de la industria impresa sabían que los públicos de lectores (especialmente de libros y revistas) se aglutinaban en el noreste, medio-oeste y la costa oeste del país, conformando una población mayoritariamente blanca, urbana, profesional, de las clases media y alta, que si bien sobrevivieron mejor a la Depresión que las clases más pobres, también se vieron golpeados por la inestabilidad de las instituciones estadounidenses (9).

Welky señala que estos públicos gravitaban especialmente hacia una literatura que

reafirmaba los mismos principios ya comunes en la cultura popular de los años veinte: el

individualismo, la filosofía del paso de la miseria a la pobreza, xenofobia y el

excepcionalismo americano (9). Se trataba de un cuerpo común de ideas que los creadores

de la cultura de masas compartían y buscaron diseminar en diversos medios de cultura impresa de la Gran Depresión, incluso cuando empezaron a oponerse abiertamente a las políticas del New Deal, por encontrarlas amenazantes para la continuidad del modo de vida estadounidense:

39 40

Even with Roosevelt at his charming best and the publicity machine running at full

tilt, many influential pressmen soon deserted the New Deal. Publishers were the

first to jump ship. […] Executives who applauded when the president restored

sanity in the banking industry began worrying when he pushed beyond their

ideological boundaries. Robert McCormick of the Tribune, Eugene Meyer of the

Washington Post, Harry Chandler of the Los Angeles Times, and many others

believed his expensive reform and employment programs would lead the country

to further economic ruin and perhaps even communism. Promoting a Jeffersonian

vision of self-reliant individualism, they lamented the rise of a permanently

dependent underclass and the death of the American Way of Life. (22)

La reactivación del mito del yeoman jeffersoniano por parte del New Deal y de las corporaciones de la cultura impresa mainstream insistía en el ideal del propietario independiente, cuyas virtudes de trabajo arduo, autosuficiencia e individualismo se erigían como pilares del capitalismo y la democracia estadounidenses, en un momento en que la mecanización de la industria agrícola y el endeudamiento de los granjeros los obligaba masivamente a convertirse en arrendatarios, aparceros o jornaleros itinerantes. Lo que hemos tratado de mostrar acá es que la reactivación cultural de este y otros mitos que insistían en el excepcionalismo estadounidense hacían parte de una agenda conservadora que buscó proteger al capitalismo corporativo de un cuestionamiento y una reforma radical de sus prácticas y lógicas de funcionamiento, en un contexto económico y cultural que llamaban al radicalismo.

40 41

Pobreza racializada versus pobreza biologizada

Aunque la distribución masiva de las imágenes de Dorothea Lange y Margaret Bourke-

White en los años treinta fue posible a través de medios impresos mainstream como Life y

Fortune, la situación de los blancos pobres del sur y de los desplazados del Dust Bowl

planteaba una contradicción problemática para la reproducción de la ideología del

excepcionalismo y el mito del yeoman jeffersoniano (profundamente arraigado en el mito

racial anglosajón) que esas publicaciones promovían: su pobreza no era la pobreza

naturalizada de la población afroamericana ni la pobreza racialmente justificada de los

inmigrantes europeos, desprovistos de los valores de trabajo duro de la clase media estadounidense. Se trataba de miembros del stock anglosajón protestante, y por lo tanto su inadecuación al ideal del ciudadano blanco exigía una explicación.

Como señala Wray (2006), en la primera mitad del siglo veinte un nuevo grupo de intelectuales de clase media se encargó de promover discursos científicos sobre la degradación racial y biológica de los blancos pobres, convirtiéndolos en objeto de medidas eugenésicas y de higiene. En el primer caso, la pobreza de los blancos rurales era interpretada como una degeneración del stock genético blanco, resultado de una historia de cruces de genes inferiores (frecuentemente asociados a relaciones endogámicas e interraciales), cuya propagación podía evitarse mediante la institucionalización y esterilización involuntaria. Los eugenecistas fueron extremadamente eficaces en la creación del white trash como una población racialmente degenerada y biológicamente inferior, y por consiguiente incapaz de hacer una contribución positiva a una sociedad democrática. Sin embargo, no todos los profesionales de clase media compartían este diagnóstico desahuciador (19).

41 42

En el caso de la cruzada contra la uncinariasis (hookworm disease), la pobreza se

interpretaba como el resultado de una enfermedad, cuya cura podía restablecer a estos

granjeros a la salud física y moral que correspondía a su condición de hombres blancos.

Wray señala cómo la adopción de estos discursos y su materialización en políticas de salud

pública marcó un paso decisivo en el tránsito de la noción de white trash como una simple

barrera simbólica que asociaba pobreza y degradación moral, a una barrera social

institucionalizada, con efectos políticos y económicos.

Entre 1909 y 1915, el más importante movimiento social en la difusión de la

interpretación de la pobreza como un resultado de condiciones ambientales fue la campaña

de la Fundación Rockefeller para erradicar la unicinariasis, una iniciativa de salud pública

que se extendió a once estados del Sur entre 1909 y 1915. Aunque la uncinariacis afectaba

a muy diversos grupos del sur de los Estados Unidos, los reformadores a cargo de la

campaña trataron a los pobres blancos como un foco central de esta política (19-20). A

diferencia de los eugenecistas, que argüían la degeneración racial como causa de la pobreza rural, los defensores de la campaña contra la uncinariasis revitalizaron el argumento

abolicionista que establecía que era el ambiente y no la genética la causa de la deplorable

condición de los blancos pobres. En este sentido, la biología seguía siendo un factor

determinante pero sólo en cuanto era una infección biológica, y no los genes deficientes,

lo que se encontraba en la raíz del problema. La lógica subyacente a la campaña de higiene

de la Fundación Rockefeller era que, de ser posible curarlos, los white trash podían y

debían convertirse en trabajadores y ciudadanos productivos. Los defensores de la campaña

aseveraban que los crackers, “dirt-eaters,” y poor white trash eran en efecto de origen

42 43

puramente anglosajón y consecuentemente capaces de encarnar, como otros blancos

superiores, los más altos logros de la civilización y la cultura (20).

En síntesis, lo que compartían los discursos sobre la pobreza rural que circulaban

en las primeras décadas del siglo veinte era una aproximación racializante hacia esta

población, ya fuera para restablecer su valor como hombres blancos del stock anglosajón

(y en esa medida merecedores de asistencia estatal) o para explicar su pobreza en términos

de una degeneración de ese material genético (y en esa medida amenazantes para la salud

racial de la nación, lo que los convierte en objeto de políticas eugenésicas y de higiene).

Aunque de corto aliento, la cruzada contra la uncinariasis perfiló profundamente las

percepciones nacionales sobre los blancos pobres del sur, abriendo la posibilidad para que

este grupo se reconociera a sí mismo como “grupo”, defendiendo su identidad como blancos de origen anglosajón, deshaciéndose del estigma de la degeneración racial, moral y sexual –atribuidos desde los comienzos de la historia nacional a los lubbers, crackers y dirt-eaters– y distanciándose aún más de los afroamericanos y otros grupos de inmigrantes

(20).

Como resultado de esa interpretación dominante de las causas de la pobreza, que atribuían el bajo estatus y la precariedad a atributos fisiológicos del individuo y no al contexto socioeconómico, la cultura impresa de la Gran Depresión presenta una ambivalencia en su representación de la pobreza de los arrendatarios blancos del sur, por un lado, como víctimas de fuerzas naturales y económicas ajenas a su poder –y en esa medida merecedores de dignidad–, por otro lado, como individuos que requieren auxilio del gobierno, invalidando el ideal moral del liberalismo corporativista. Cunningham (1999) revela esta ambigüedad cuando analiza el uso que hizo la revista Life de una de las fotos

43 44

de Dorothea Lange de un granjero arrendatario desplazado, transformando al campesino

pobre del sur y deshistorizando la crisis económica que lo llevó a requerir auxilio del

gobierno, en la mitología de un pionero americano:

Apparently, to have the farmer "on relief" would make him ignoble, or would be

politically unacceptable to the magazine. Instead, he becomes the “New Pioneer”

whose “courageous philosophy” is paraphrased in the accompanying text so as to

make him appear committed primarily to hard work –and therefore not relief. In fact,

the entire “Dust Bowl” section is constructed as a narrative of uplift, ending

climatically with the full-page “pioneer” photo at the end. (…) In fact, the whole

migration is rendered by the magazine as an adventure: nature is merely replaying

the defining challenge of the American experience by placing hurdles in the path of

the chosen, those who then renew the essential moment of American identity itself,

the westward journey (282-283)

Es así como en la cultura impresa de la Gran Depresión convergen una serie de discursos conservadores sobre el carácter excepcional de la democracia estadounidense – caracterizado por la superación de las clases sociales, la invisibilización de las minorías raciales y los conflictos sociales— con otros discursos que, desde el informe científico hasta el periodismo literario, buscaban dar cuenta de la pobreza de la población rural blanca. Si bien divergentes en su interpretación de las causas de la pobreza de los campesinos blancos, lo que esos discursos comparten es la convicción de que existe un stock genético anglosajón que merece ser resguardado. Este es el contexto de producción cultural en el que autores como John Steinbeck y Erskine Caldwell deciden elaborar sus

44 45 propios retratos de las condiciones de vida de los arrendatarios y aparceros desposeídos en la Gran Depresión.

45 46

CAPÍTULO 3

Retratar la pobreza inmerecida

La crisis económica y social de la Gran Depresión fue retratada en blanco y negro. Fue

gracias a publicaciones como Fortune, Life, The San Francisco News –y otros esfuerzos

de documentación y publicidad del New Deal patrocinados por agencias gubernamentales como la Works Progress Administration y la Farm Security Administration– que el público estadounidense conoció los rostros de los aparceros de Caldwell y los jornaleros itinerantes de Steinbeck, en las fotografías de Margaret Bourke-White y Dorothea Lange. En el capítulo anterior hemos presentado la confluencia de discursos sobre excepcionalismo, blancura y pobreza en los años treinta, mostrando cómo la cultura impresa mainstream y

los discursos raciales dominantes buscaban dar cuenta del empobrecimiento masivo de la

población rural blanca al mismo tiempo que evitaban una confrontación radical de la lógica

del capitalismo. Este capítulo busca poner en diálogo los fotorreportajes You Have Seen

Their Faces (1937) y The Harvest Gypsies (1936) para comprender la manera en que

Caldwell y Steinbeck buscan restaurar la dignidad de los blancos pobres, confrontando las

representaciones sobre el white trash dominantes de su época mediante una denuncia del

sistema económico responsable de su pobreza pero sin lograr desprenderse completamente

de algunos elementos ideológicos de la historia de la blancura en Estados Unidos.

Uno de los objetivos de este capítulo es explorar cómo la industrialización de la

producción agrícola, que desplazó a muchos de estos arrendatarios blancos hacia el oeste

de los Estados Unidos, implicó su degradación de propietarios a arrendatarios (con el

prospecto de llegar a ser propietarios de la tierra que trabajaban), y posteriormente en

obreros agrícolas y cómo esa transformación implicó una revisión del mito del yeoman

46 47 blanco sobre la que se erigía la ideología de la blancura rural estadounidense. Esa transformación, como señala Foley, entraña una contradicción inevitable: autores como

John Steinbeck, perdían de vista que su esfuerzo por restaurar la blancura de la población pobre rural dependía de una ideología nacional que la industrialización del campo había hecho inoperante. La ideología de la masculinidad blanca rural del yeoman requería de la promesa de propiedad de la tierra que desapareció con la proletarización de los antiguos arrendatarios convertidos en trabajadores agrícolas.

Tanto Steinbeck como Caldwell dialogan con una larga tradición de representaciones populares, generalmente humorísticas y estigmatizantes, de los blancos pobres del sur. Sin embargo, como señala Sylvia Jenkins Cook (1976), el clima político de la Gran Depresión permitió que los blancos pobres trascendieran los límites locales de su cultura y alcanzaran una relevancia nacional, convirtiéndose en un símbolo de la angustia y el fracaso de la nación (188). Para los escritores de los años treinta, los contradictorios atributos de esta población representaban un reto moral, estético y político, en un contexto cultural que llamaba fácilmente a acudir a las certezas de la polarización. Sin embargo, los blancos pobres se convirtieron en un medio para explorar los errores pasados del país, representados por el carácter retardatario del sistema de arrendamiento y aparcelamiento del sur (Caldwell) y la abrupta industrialización del sector agrícola (Steinbeck). Los blancos pobres también fueron el medio para un examen más profundo del papel político de los artistas que se ocupaban de la pobreza rural; para propiciar un cuestionamiento de tradiciones que encumbraban la independencia, la autosuficiencia y el estoicismo; y para abrir un diálogo sobre su validez y la pertinencia de preservarlas (Cook, 188).

47 48

Tanto Steinbeck como Caldwell insisten abiertamente en que la pobreza de sus jornaleros, aparceros y arrendatarios es una pobreza inmerecida pues ellos encarnan, como pocos, los ideales de trabajo arduo, autosuficiencia y frugalidad enaltecidos por la tradición nacional. Los dos denuncian el ausentismo de los propietarios y la especulación de los grandes productores, que establecen un sistema de vigilancia represiva y de endeudamiento, en el que los aparceros y recolectores se encuentran en una situación de práctica servidumbre por deudas. Esta incongruencia entre los valores del capitalismo y sus promesas incumplidas es precisamente lo que pone en marcha los esfuerzos por retratar y otorgar sentido a la pobreza blanca rural. No obstante, como veremos a continuación, cada uno de estos esfuerzos revela una dosis inevitable de desconcierto por parte de los autores, precisamente por el carácter contradictorio que entraña el blanco pobre en una tradición política donde la blancura se concibe como condición necesaria y suficiente para el éxito económico y la integridad moral:

The closer a writer came to revealing the essence of the poor white, the more

inhibiting did that revelation become to any solution to the poor white’s

predicament—for the very conception “poor white” is an oxymoron. It insists in the

irreconcilable nature of its two parts; the unnaturalness of their yoking assumes a

worldview in which to be white is to be assured of a satisfactory share of personal

resources. When whites are discovered deprived of these—as was most dramatically

the case in the South—they take on the status of freaks, to be reviled, cured, pitied,

accepted, or mocked. Thus the incongruous is an essential element of their literary

constitution, no matter what the ideology of the author (Cook: 185).

48 49

Los esfuerzos de Steinbeck y Caldwell por reconciliar o integrar el carácter grotesco e incongruente de los blancos pobres del sur mediante un análisis de las causas sociales, económicas y psicológicas de su inadecuación al ideal de la blancura demuestran la influencia de las representaciones literarias tradicionales y el peso ideológico de distintos discursos sobre la blancura que circulaban en la primera mitad del siglo veinte. Del mismo modo, como señala Holtman (2014), los modos en que los blancos pobres son actualmente retratados en la literatura y en los medios, tanto populares como académicos, deben mucho a textos como los de Steinbeck y Caldwell, y los métodos académicos para abordar la

Otredad cultural y de clase deben mucho a los modos en que esos Otros han sido y siguen siendo recibidos, en el pasado y en la actualidad (46).

Los pioneros de Steinbeck

The Harvest Gypsies fue publicado originalmente en octubre de 1936 como una serie de artículos contratados por The San Francisco News sobre la nueva población de campesinos migrantes que llegan a California de forma masiva para la temporada de cosecha. Se trata de campesinos de , Arkansas, y algunas partes de Texas que se han visto desposeídos por la conjunción de la sequía y el endeudamiendo producido por la caída de los precios agrícolas al terminar la primera guerra mundial. Desde el primer artículo

(1936), Steinbeck establece que el objetivo de esa serie de informes es intentar ver quiénes son estos nuevos migrantes, cómo viven, qué tipo de personas son, cuál es su estándar de vida, cuáles son sus problemas y necesidades, qué les ha pasado y qué se ha hecho por ellos (25). La respuesta a estas preguntas va a ser crucial para la demanda de atención de

49 50

Steinbeck a las tribulaciones de estos blancos desposeídos y para el esfuerzo de restauración de su dignidad como ciudadanos merecedores de ayuda estatal.

Una primera defensa consiste en afirmar que la agricultura industrial californiana necesita a estos “gitanos”, pues la naturaleza especial de la agricultura requiere que ellos existan y que se muevan de un lado a otro. Por ejemplo, las uvas y duraznos, el algodón y otras frutas no pueden ser cosechados por una población de trabajadores establecidos en

California pues un huerto de duraznos que requiere de veinte hombres trabajando a lo largo del año puede llegar a necesitar hasta 2000 hombres para la breve temporada de recolecta y empaque. Pero si la migración no se diera o llegara a retrasarse tan solo una semana, la cosecha se perdería:

Thus, in California we find a curious attitude toward a group that makes our

agriculture successful. The migrants are needed, and they are hated. The migrants are

hated for the following reasons: that they are ignorant and dirty people, that they are

carriers of disease, that they increase the necessity for police and the tax bill for

schooling in a community, and that if they are allowed to organize they can, simply

by refusing to work, wipe out the season’s crops (20).

La cita anterior nos permite retomar la idea de Jacobson (1998) de que los regímenes raciales estadounidenses han sido definidos y redefinidos por la tensión entre la necesidad de mano de obra barata impuesta por el capitalismo y la celosa vigilancia de los derechos políticos que otroga la ciudadanía, basada en la capacidad –racialmente percibida– de asimilación y autogobierno (13). De ahí la necesidad de Steinbeck de enfatizar el origen racial de este nuevo grupo de migrantes de otros grupos de trabajadores que históricamente

50 51 se han visto sometidos a iguales condiciones de discriminación y abuso laboral en la industria agrícola de California:

In the past they have been of several races, encouraged to come and often imported

as cheap labor; Chinese in the early period, then Filipinos, Japanese and Mexicans.

These were foreigners, and as such they were ostracized and segregated and herded

about. If they attempted to organize they were deported or arrested, and having no

advocates they were never able to get a hearing for their problems. But in recent years

the foreign migrants have begun to organize, and at this danger signal they have been

deported in great numbers, for there was a new reservoir from which a great quantity

of cheap labor could be obtained (21).

Después de reconocer los abusos y la discriminación de la que eran objeto esos trabajadores migrantes de origen extranjero, Steinbeck sencillamente pasa a decir que el objeto de su atención son los nuevos migrantes, pues los anteriores jornaleros están siendo repatriados y deportados rápidamente, mientras que la ola de desplazados por las tormentas de polvo está creciendo paulatinamente (21). Este es sólo el primero de varios gestos – racialmente justificados por parte de Steinbeck– de invisibilización del prejuicio racial contra otros grupos de inmigrantes. El siguiente gesto consiste en señalar que los anteriores migrantes hacían parte de una clase de peones, muy diferente a la situación de los nuevos migrantes, acostumbrados a cultivar su propia tierra. Se trata de pequeños granjeros que han perdido sus granjas o han sido mano de obra en granjas donde vivían con sus familias en el antiguo modo de vida estadounidense. El ideal democrático jeffersoniano que encarnan estos nuevos migrantes queda así consignado en el extraño anacronismo que los caracteriza: son trabajadores que, habiéndose formado en las planicies, donde la

51 52 industrialización no había penetrado de manera tan aplastante, se han visto obligados a saltar sin ningún tipo de transición de la antigua granja autosuficiente, donde cada quien producía o manufacturaba todo lo que se requería, a un sistema agrícola tan industrializado que el hombre que siembra una cosecha por lo general no llega a ver, y mucho menos a recolectar, el fruto de su trabajo, donde el migrante ya no tiene contacto con el ciclo de crecimiento (23). Retomando los ideales jeffersonianos del trabajo arduo en la pequeña propiedad familiar y el contacto con la tierra de la vida rural, Steinbeck resalta que se trata de estadounidenses recursivos e inteligentes que han pasado por el infierno de la sequía, han visto sus tierras destruirse y esto, para un hombre que ha sido dueño de su propia tierra implica un dolor terrible:

They are descendants of men who crossed into the middle west, who won their lands

by fighting, who cultivated the prairies and stayed with them until they went back to

desert. And because of their tradition and their training, they are not migrants by

nature [cursivas mías]. They are gypsies by force of circumstances. In their heads, as

they move wearily from harvest to harvest, there is one urge and one overwhelming

need, to acquire a little land again, and to settle on it and stop their wandering. One

has only to go into the squatters’ camps where the families live on the ground and

have no , no beds and no equipment; and one has only to look at the strong

purposeful faces, often filled with pain and more often, when they see the

corporation-held idle lands, filled with anger, to know that this new race is here to

stay and that heed must be taken of it [cursivas mías] (22).

El vocabulario racial de todo este párrafo no debe ser tomado a la ligera. Steinbeck está acudiendo a la noción de raza como entretejimiento de cultura y naturaleza en que se

52 53 apoyaba la diferencia racial desde el periodo colonial. Estos descendientes de los pioneros no son como los gitanos romaníes pues en su naturaleza está la necesidad de asentarse en un pequeño pedazo de tierra y hacerla productiva. La expansión heroica de sus ancestros hacia el oeste tenía sentido para ellos por la promesa de propiedad de la tierra, pero este deambular de cosecha en cosecha no lo tiene. Trágicamente divorciados de la tierra por esas entidades anónimas que son los bancos y los productores ausentistas, el deambular forzoso de estos migrantes deja una marca visible en su fisionomía: una pérdida del propósito que habitualmente encontraríamos en sus rostros fuertes de hombres blancos.

Pero esta nueva raza, cuya necesidad de ser propietarios de tierra es un hecho natural, no es ni mucho menos una raza nueva en el territorio nacional, su origen será posteriormente desarrollado por Steinbeck en :

Once California belonged to Mexico and its land to Mexicans; and a hoard of tattered

feverish Americans poured in. And such was their hunger for land that they took the

land –stole Sutter’s land, Guerrero’s land, took the grants and broke them up, and

growled and quarreled over them, those frantic hungry men; and they guarded with

guns the land they had stolen. They put up houses and barns; they turned the earth

and planted crops. And these things were possession, and possession was ownership.

The Mexicans were weak and fed. They could not resist, because they wanted nothing

in the world as ferociously as the Americans wanted land […](231).

Es así como, para urgir la intervención estatal en la asistencia a los nuevos trabajadores agrícolas, Steinbeck recurre a la noción del stock genético anglosajón, reivindicándolos así como ciudadanos americanos que encarnan –biológicamente– la autosuficiencia y la conexión con la tierra del yeoman jeffersoniano, y diferenciando de

53 54

este modo su predicamento del de los inmigrantes chinos, filipinos, japoneses y mexicanos

–la reserva tradicional de jornaleros itinerantes–, cuya falta de derechos y acceso a la tierra

no resultaba racial ni políticamente problemática (22-23). O no resultaba tan problemática

por estar justificada dentro de las políticas de representación racial dominantes, por

ejemplo, la idea de que los inmigrantes chinos estaban culturalmente acostumbrados a un

nivel de vida y a unas condiciones laborales muy inferiores a las del hombre blanco. La expropiación de los mexicanos por parte de esos americanos ávidos de tierra se justifica racialmente como resultado de una necesidad para el espíritu estadounidense y una debilidad biológica de los mexicanos, para quienes la propiedad de tierra es provisional.

A pesar de dedicar uno de los artículos a denunciar la historia de la importación de mano de obra barata en California como un vergonzoso retrato de avaricia y crueldad, y a

pesar de reconocer que los mexicanos, filipinos, japoneses y chinos han sido víctimas de

discriminación racial, en su defensa del predicamento del yeoman desplazado del medio

oeste Steinbeck incurre en los argumentos habituales del prejuicio racial antichino que

dominaron el siglo diecinueve: la idea de que los chinos podían soportar condiciones

laborales esclavistas y salarios de miseria por una predisposición cultural que les permitía

ser más productivos (imagen 1) y porque a diferencia del trabajador anglosajón habían

dejado atrás a sus familias (imagen 2): “The traditional standard of living of the Chinese

was so low that white labor could not compete with it. At the same time the family

organization allowed them to procure land and to make it produce far more than could the

white men” (Steinbeck, 52).

54 55

Imagen 1: “What Shall We Do With Our Boys” – 3 de marzo de 1882 por George Frederick Keller publicado en The San Francisco Illustrated Wasp

Imagen 2: “A Picture for Employers. Why They Can Live on 40 Cents a Day, and They Can't”. Litografía de J. Keppler que retrata a los trabajadores chinos hacinados en un antro de opio y alimentándose de ratas, por oposición al hombre de familia estadounidense que vuelve del trabajo y lucha por mantener las condiciones de decencia propias de la vida familiar estadounidense.

55 56

Para continuar con la caracterización racial de este nuevo tipo de migrantes,

Steinbeck agrega que los métodos habituales de represión y salarios de miseria, de encarcelamiento, intimidación y violencia física no van a funcionar con los nuevos migrantes blancos porque son parte del pueblo estadounidense, sus apellidos evocan las migraciones de hombres de origen nórdico, germánico y anglosajón que ya hacen parte indiscutible del stock genético de la nación, lo que los hace merecedores de comprensión y solidaridad. Son además hombres que encarnan el ideal republicano de autogobierno y se han visto trágicamente despojados del privilegio racial que les corresponde a quienes comparten el elevado carácter moral del stock genético de la nación:

[T]hese are American people. Consequently, we must meet them with understanding

and attempt to work out the problem to their benefit as well as ours. […] The names

of the new migrants indicate that they are of English, German and Scandinavian

descent. There are Munns, Holbrooks, Hansens, Schmidts. […] And there is another

difference between their old life and the new. They have come from the little farm

districts where democracy was not only possible but inevitable, where popular

government, whether practiced in the Grange, in church organization or in local

government, was the responsibility of every man. And they have come into the

country where, because of the movement necessary to make a living, they are not

allowed any vote whatever, but are rather considered a properly unprivileged class

(23).

Sin embargo, Steinbeck sabe que no basta con la afirmación del origen racial de estos jornaleros itinerantes para restaurar su dignidad: la visible decadencia del espíritu que entraña la pobreza debe ser debidamente explicada para que el público estadounidense —

56 57 formado en la ideología del excepcionalismo en la que los pobres son responsables de su propia miseria—se solidarice con la aplastante penuria de sus conciudadanos. De ahí la necesidad de narrar el recorrido de los migrantes desde sus tierras devastadas en el medio oeste, una travesía en la que han invertido sus últimos recursos y al final de la cual sólo conservarán sus carros traqueteantes. Este es el único bien del que no pueden prescindir, pues de él depende que puedan desplazarse a trabajar a la siguiente cosecha que requiera mano de obra. Los migrantes llegan hambrientos a su destino, habiendo vendido todo aquello de lo que podían disponer, pero ellos y sus hijos están enfermos a causa de una dieta inadecuada; cuando estos migrantes llegan a California es habitual que hayan visto morir a alguno de sus hijos o ancianos, y se ven invadidos por una tristeza paralizante:

With this death there came a change of mind in his family. The father and mother

now feel that paralyzed dullness with which the mind protects itself against too much

sorrow and too much pain. And this father will not be able to make a maximum of

four hundred dollars a year any more because he is no longer alert; he isn’t quick at

piece work, and he is not able to fight clear of the dullness that has settled on him.

His spirit is losing caste rapidly [cursivas mías]. The dullness shows in the faces of

this family and in addition there is a sullenness that makes them taciturn (29).

57 58

Foto de Dorothea Lange

En la cita anterior es de resaltar la confrontación que hace Steinbeck de las descripciones habituales de los discursos eugenésicos e higienistas sobre los blancos pobres enfatizando el peso de los factores económicos y psicológicos sobre los biológicos en la visible pérdida de energía y propósito de estos individuos. Las necesidades desatendidas de esta población que trabaja duramente para poder sobrevivir implica una degradación de sus disposiciones naturales hacia el trabajo; un trabajo que no se ve premiado con la respetabilidad y prosperidad de clase media prometidas por el americanismo. Los niños, por su parte, no quieren ir al colegio porque los profesores son menos pacientes con los niños andrajosos de los migrantes, a quienes ven como una adición inconveniente a sus

58 59 deberes y los padres de los niños “buenos” no quieren que estén en contacto con quienes ven como portadores de enfermedades (29).

Preocupado por las tribulaciones de estos campesinos desplazados, Steinbeck propuso una intervención estatal que permitiera nuevamente a estos granjeros ser propietarios de pequeñas extensiones de tierra. Esta intervención era importante para restaurar a estos blancos pobres a su dignidad de yeomen blancos –de ciudadanos trágicamente privados de su capacidad de autogobierno—, distanciándolos de las tribulaciones de los trabajadores chinos y mexicanos, cuyas precarias condiciones laborales no ocupaban la atención del público estadounidense. Steinbeck defendió los campamentos de migrantes agrícolas de la Administración de Reasentamiento Federal que visitó con

Dorothea Lange como una solución a la situación de los y Arkies reasentados en

California. El concepto de autogobierno limitado y guiado de estos campamentos

(promovido por la figura de Tom Collins) se encontraba a la base de recomendaciones de política pública como la expansión de los campamentos federales, cuyo resultado esperado era restaurar la dignidad y el control de sus propias vidas de los migrantes desplazados. Sin embargo, la función de esos campamentos era sólo provisional y de ninguna manera representaba una solución definitiva al problema de la incapacidad de estos trabajadores agrícolas de volver a tener propiedad sobre la tierra.

59 60

Trabajadores de un de la Farm Security Administration, Colpatria, Imperial Valley, 1939.

Foto de Dorothea Lange

Por otro lado, cabe agregar que el ideal del yeoman que le permite a Steinbeck restablecer la dignidad y la blancura de los migrantes, apoyado en sus profundas raíces republicanas, está al mismo tiempo basada en una noción de blancura y masculinidad rural que era precisamente lo que estaba en disputa en la transformación de los granjeros independientes en obreros agrarios sin propiedad. Como señala Foley (1999):

60 61

The agrarian ideology of Thomas Jefferson eloquently addressed the virtues of farm

life for white men. […] Manhood and home ownership were inextricably linked, in

much the same way that craft workers viewed skilled work as a measure of manhood.

Owners who lost their farms from indebtedness consequently suffered a loss of

manhood. White tenants and sharecroppers were implicitly less manly –and less

white—than were owners. […] Landownership gave one control over one’s life and,

in the context of Jeffersonian agrarianism, formed the basis of a democracy among

white men. Working as a farm laborer or tenant on a large-scale industrial farm or

tenant plantation was thus unmanly “nigger” and Mexican peon work that ran counter

to the principles of individualism and self-rule at the heart of agrarian whiteness.

(157)

Sea este el momento para destacar y tratar de explicar el significativo éxito e influencia que tuvo desde el comienzo el esfuerzo de Steinbeck por restaurar la dignidad de sus migrantes agrícolas. Como señala Sylvia Jenkins Cook (1976), las novelas proletarias de la primera mitad de los años treinta, que se ocupaban de tragedias humanas nacionales tan urgentes como la retratada por Steinbeck, no fueron recibidas con la misma apertura sino con una marcada apatía y hostilidad por el público. Cook (1976) aventura una posible respuesta a ese marcada preferencia por los Okies y Arkies de Steinbeck en su travesía hacia el oeste, que dado el contexto de producción cultural expuesto en el capítulo anterior, queremos rescatar acá: por un lado, Cook destaca el atractivo y la resonancia que tiene en la tradición del excepcionalismo americano la travesía hacia el oeste de los pioneros y la relativa deshistorización que opera en esa revitalización del mito de la expansión de la frontera a la que fueron empujados por el desastre natural de la sequía.

61 62

Por otro lado, a diferencia de las novelas proletarias de los años treinta, los jornaleros

migrantes de Steinbeck no representan una masa internacional de trabajadores desposeídos

sino un grupo de nativos de Oklahoma que sueñan con poseer su propia tierra y se ufanan

de su linaje exclusivamente estadounidense. A través de la emulación nostálgica de la

heroica travesía hacia el oeste representada por los Joads, que trascienden así de personajes

parroquiales a héroes nacionales, Steinbeck logra restaurar la dignidad, recursividad y

vigor de los blancos pobres. Esa emulación de Steinbeck implica una triste elegía de la

promesa de tierra y de la agricultura de subsistencia, al mismo tiempo que reafirma las

virtudes que permitieron fundar la nación en la frontera indómita (174).

Las imágenes de Dorothea Lange que acompañan los textos de Steinbeck retratan a los migrantes agrícolas como sujetos investidos de dignidad en un claro contraste con la miseria de su entorno. Este contraste hace parte de la imagen heroica del pionero americano, que logra sobreponerse a la adversidad gracias a su laboriosidad, autosuficiencia y recursividad. Las fotos de Dorothea Lange logran mostrarnos a estos trabajadores en su mejor luz, casi siempre ocupados en sus tareas cotidianas. También nos muestran unos roles de género bastante tradicionales, muy acordes con el ideal familiar de clase media defendido por la cultura mainstream de los años treinta, donde las mujeres se ocupan de los hijos y el hogar, dejando para los hombres el contacto con el campo.

62 63

Familia en Tulare County. Foto de Dorothea Lange

Los vestigios humanos de Caldwell

The soil has been depleted and eroded. […] It now lies barren and worthless after decades of cotton-growing.

You Have Seen Their Faces (2-3)

You Have Seen Their Faces (1995) fue publicado como libro en 1937 recibiendo la aclamación del público por su curiosa combinación de fotografías y texto, en que los textos que acompañan las fotos son una ficcionalización de lo que podrían estar pensando las personas retratadas. Las personas reales fotografiadas en este fotorreportaje se convierten

63 64 para nosotros en los personajes que el autor ve en ellos. Esta ficcionalización deliberada de los sujetos fotografiados resulta aún más desconcertante si se tiene en cuenta que el objetivo de Caldwell consistía en “mostrar que la ficción que él estaba escribiendo [en

Tobacco Road y God’s Little Acre] estaba auténticamente basada en la vida contemporánea en el sur” (v). Ahora bien, si en las fotografías de Dorothea Lange veíamos un claro esfuerzo por retratar la dignidad restaurada de los migrantes en los campamentos de la

Agencia de Reasentamiento Federal, en las fotos de Margaret Bourke-White hay un claro esfuerzo por mostrar el efecto devastador de la pobreza en la fisionomía de sus sujetos.

Como veremos más adelante, Caldwell establece un paralelo entre el desgaste de la tierra producido por los cultivos de tabaco y algodón, y el efecto devastador de esa extenuante labor sobre el espíritu y el cuerpo de los aparceros. Aquí cabe agregar que las fotografías de Bourke-White coinciden mucho con el esfuerzo de Caldwell de mostrar el lado grotesco y deshumanizante de la pobreza, como una denuncia del sistema económico. Siguiendo a

Cook (1976), esta permanencia de elementos grotescos en los blancos pobres de Caldwell responde a su intención de explorar de manera más radical la relación entre el estereotipo tradicional del white trash con su predicamento social durante la Depresión (187). Las fotos de Bourke-White, como las ficciones de Caldwell, no buscan embellecer el espectáculo devastador de la pobreza ni mostrar el cuadro esperanzador de una posible salida al sistema de aparcelamiento.

A diferencia de The Harvest Gypsies, que aborda el tema de la diferencia racial con miras a restituir la blancura de la nueva mano de obra migrante –y en ese sentido deja intacto el ordenamiento racista de la industria agrícola de California y de la democracia estadounidense– el trabajo de Caldwell es una clara denuncia de los antecedentes

64 65 esclavistas del sistema de aparcelamiento de la economía agrícola del algodón y el tabaco en el Sur, y de su papel en la reproducción de una forma de explotación de la tierra retardataria y profundamente antidemocrática.

En el diagnóstico de Caldwell, los monocultivos de tabaco y algodón condujeron al empobrecimiento de los arrendadores, quienes asumieron a continuación contratos de aparcería que los obligaban a pagar a los propietarios en producción de tabaco o algodón.

Así, el contrato de aparcería reemplazó el sistema de la plantación pero promovió la perpetuación de las relaciones de poder de la plantación de esclavos. Caldwell señala que la erosión de la tierra causada por el cultivo del algodón, por el sistema de plantación y arrendamiento son la causa de la desmoralización de los campesinos empobrecidos del sur pero además denuncia cómo el resentimiento racial de los arrendatarios blancos contra la población negra era movilizado e instrumentalizado por los dueños de la tierra, que lograban de ese modo contar con una mano de obra sometida y aterrorizada por el hombre blanco de todas las extracciones sociales:

The Delta and Black Belt landowner has been systematically eliminating the white

tenant from his plantations for a number of years. The white tenant was given to

understand that he was no longer wanted. […] The white tenant farmer was forced

to gather up his family and make his way into the eroded and depleted hill country.

The landowner in the rich plantation country wants a man who can be subjected to

his will by means of fear and intimidation. (Caldwell: 11)

65 66

Caldwell empieza su denuncia afirmando que el Sur ha sido el objeto de estudio predilecto de científicos, reformadores y predicadores que han encontrado la causa de su enfermedad unas veces en el clima, otras en la esclavitud, y otros en la uncinariasis (2). No está de más enfatizar la conciencia que tiene Caldwell de estos intentos de explicación fisiológicos de la devastación económica y moral del Sur que, como se mencionó en el capítulo anterior, hacían parte de los esfuerzos por explicar la pobreza rural blanca como resultado de una degeneración física y que se materializaron en campañas de reformación moral y de higiene. Una de esas campañas fue la emprendida por la Fundación Rockefeller entre 1909 y 1915 con miras a erradicar la uncinariasis (hookworm disease) en el Sur de los Estados Unidos y restaurar así la salud y productividad de los campesinos pobres del

Sur:

The troubles of this part of America have been laid first to this cause, then to that

cause, and finally to the entire list of civilization’s plagues and afflictions. Slavery,

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climate, and hookworm have been favorite causes for generations of finger-pointing

pulpiteers and pamphleteers. […] After all these years the sun still rises in the East

and sets in the West and the South is still sick. (2)

Sin embargo, Caldwell no pierde oportunidad de dar su propio diagnóstico del problema e identifica, por un lado, el abuso y desgaste del suelo provocado por el sistema de la plantación de algodón y el subsecuente abandono de la tierra por el propietario, que se convirtió en terrateniente ausentista, dando paso al sistema de aparcelamiento:

What he left behind was eroded, depleted, unprofitable land. His tenants still had to

work for a living, even if he did not, and out of their desperation grew a new system.

The owner became an absentee-landlord. […] The plantation system was traded for

the sharecropping system, and the South to its sorrow was the victim of the deal. (4)

El propietario de la tierra encontró así una nueva fuente de ingreso aún mayor y más segura que la anterior, pues si al final de la cosecha a los arrendatarios no les quedaba algo aparte de su parte de la cosecha para pagar la renta, no tenían otra opción que adquirir deudas con el terrateniente, aun cuando la cosecha fuera escasa a causa del desgaste inevitable del suelo (5). Caldwell advierte que el sistema de aparcelamiento tiene el efecto de desgastar física y espiritualmente a los granjeros. Sin importar cuántas horas trabajen al día y cuántos miembros de la familia se sumen a la fuerza de trabajo de los campos, los aparceros del Sur continuarán quedándose atrás mientras vivan en una tierra que se vuelve menos fértil cada vez que se siembra una nueva cosecha de algodón. El sistema de aparcelamiento también ha privado a los hijos de estos arrendadores de adquirir una educación adecuada, ya sea porque sus padres los necesitan trabajando en el campo o porque deben turnarse para asistir al colegio porque no tienen ropa suficiente para abrigarse

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en las temporadas más frías del año. Esto es así en lo que respecta a los arrendatarios

blancos.

Para el caso de los arrendatarios negros, la realidad es aún más desalentadora: el terrateniente blanco ha preferido desalojar a las familias de arrendatarios blancos para reemplazarlos con aparceros negros a quienes es más fácil someter e intimidar. Las prácticas de la violencia física, del peonaje y de linchamiento no son aprobadas en teoría, pero suelen ser descritas como una práctica local que se justifica en determinadas condiciones. Con esta situación, el campesino negro de las plantaciones del Sur sigue

68 69 siendo un esclavo: no tiene protección ante la ley porque se le niega el derecho de ser juzgado por sus pares (11). Así, el campesino negro se encuentra a la merced de los terratenientes de quienes depende para su sustento pero también es objeto del resentimiento de los aparceros blancos, que lo ven como una amenaza a sus reclamos de privilegio racial:

In a land that has long gloried in the supremacy of the white race, [the white tenant

farmer] directed his resentment against the black man. His normal instincts became

perverted. He became wasteful and careless. He became bestial. He released his pent-

up emotions by lynching the black man in order to witness the suffering of another

human being (19).

El linchamiento como mecanismo de control social es un tema que ya aparece perfilado en You Have Seen Their Faces en la manera en que Caldwell se ocupará de él en

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Trouble in July (1940). Esta novela narra la historia de un linchamiento motivado por la presunta violación de una joven blanca por un arrendatario negro. Caldwell se vale de la narración del linchamiento para denunciar la supuesta hidalguía del hombre blanco rural que solía legitimar la práctica de linchamiento de hombres negros en el Sur bajo las leyes

Jim Crow y denunciar la violencia racial como otra manera en que se configura y se reafirma el disputado privilegio blanco de los arrendatarios empobrecidos. Caldwell devela de esta manera cómo la vigilancia policiva de las fronteras sexuales mediante leyes de miscegenación, mitos de hidalguía sureña y violencia racial actúa como una defensa de la supremacía blanca contra la movilidad a un lado u otro de la línea del color. La mezcla racial desafía el control social porque la sexualidad es el lugar donde todas las ventajas económicas, privilegios políticos y beneficios sociales de nociones como la blancura convergen y pueden ser transferidos (Jacobson, 3).

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Aquí cabe mencionar brevemente otro aspecto importante del contraste entre las fotos de Dorothea Lange y las de Margaret Bourke-White, que tiene relación con el ideal doméstico promovido por la blancura rural. Las fotos de Dorothea Lange, tomadas en los campamentos de reasentamiento del New Deal, lugares que cumplían la función de restaurar provisionalmente el ideal agrario jeffersoniano promovido por Steinbeck, retratan primordialmente mujeres ocupadas en labores del espacio doméstico mientras que varias de las fotos de las mujeres de Bourke-White retratan a las mujeres trabajando en el campo, sumadas al igual que sus hijos pequeños, a la fuerza de trabajo agrícola. Las fotos de

Dorothea Lange enfatizan, como ya hemos mencionado, la dignidad restaurada de estas familias en un espacio donde su trabajo arduo es recompensado por las promesas que el republicanismo prometía al hombre blanco capaz de autogobierno.

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A diferencia de los Okies y Arkies de Steinbeck, los aparceros y arrendatarios

algodoneros de Caldwell no son personajes heroicos. Los blancos pobres de Caldwell

conservan algo de la monstruosidad y del ridículo que los caracterizaba en la tradición

literaria y de los estudios eugenésicos de la primera parte del siglo. Sin embargo, lejos de

explicar la pobreza de estos personajes como resultado de una degradación genética,

Caldwell desata su denuncia contra un sistema de explotación agrícola que quebranta el

espíritu y los cuerpos de los trabajadores agrícolas, sometiéndolos a la estéril explotación

de una tierra erosionada, hasta el extremo de su deshumanización:

The institution of sharecropping does things to men as well as to land. […] A man

here has his vision impaired by a lack of education, a man there has his vision of life

restricted by ill health and . But no man, providing he is normal mentally and

physically [mis cursivas] is a member of an inferior race specifically bred to

demonstrate such characteristics as indolence and thriftlessness, cruelty and

bestiality. Plantation- and tenant-farm-owners alike are to be responsible, and in the

end to be called upon to answer for the degeneration of man as well as for the rape of

the soil in the South (20).

Una vez más, el pasaje anterior es bastante representativo de la incongruencia que caracteriza los esfuerzos por reivindicar a los blancos pobres en los años treinta. Por un lado, Caldwell busca confrontar en su literatura el prejuicio racializado contra los blancos pobres y contra los negros del Sur pero se ve asediado por los discursos eugenésicos del siglo veinte, que legitimaban la institucionalización y esterilización de quienes consideraban genéticamente degenerados y por lo tanto problemáticos para la salud racial de la nación. Esta persistencia de los discursos de diferencia racial en las obras de Steinbeck

72 73 y de Caldwell deja entrever un traslapamiento de las representaciones raciales y los discursos eugenésicos que, aunque empezaron a perder su fuerza en los años veinte, seguían operando en los años treinta.

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CONCLUSIONES

Now farming became industry, and the owners followed Rome, although they did not know it. They imported slaves, although they did not call them slaves: Chinese, Japanese, Mexicans, Filipinos. They live on rice and beans, the businessmen said. They don’t need much. They couldn’t know what to do with good wages. Why, look how they live. Why, look what they eat. And if they get funny--deport them.

The Grapes of Wrath, Capítulo 19 (232)

En su edición del 21 de abril de 2003, The New Yorker publicó un reportaje de John Bowe titulado “Nobodies. Does Slavery Exist in America?”, dedicado a denunciar las condiciones de trabajo de los obreros agrícolas –en su mayoría inmigrantes ilegales de

México y América Central— de las plantaciones de Florida. Estos trabajadores se ven completamente sometidos al poder de sus empleadores, quienes además de manejar la nómina y deducirles impuestos, suelen ser la única fuente de alimento, comida, habitación, transporte desde y hacia los cultivos: todos ellos servicios que cobran a los trabajadores.

Estos obreros agrícolas, señala Bowe, son reacios a discutir el carácter abusivo de sus empleadores con los blancos estadounidenses por miedo a ser tildados de buscapleitos y perder sus trabajos; los que son indocumentados viven bajo la constante amenaza de ser reportados ante la migra o Servicio de Inmigración y Naturalización, y algunos contratistas se valen hábilmente de ese temor para mantenerlos a raya. Bowe señala que algunos de estos trabajadores, para poder viajar, han adquirido deudas en su país de origen a cuotas de interés de hasta un 25% mensual. Si los deportan, la deuda se ejecuta y, habiendo puesto la casa familiar como garantía de pago, ser deportados puede implicar un inmenso daño económico para toda la familia.

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Según Laura Germino, una abogada de Florida Rural Legal Services entrevistada por Bowe, la esclavitud moderna existe no porque los trabajadores de hoy sean inmigrantes o porque algunos de ellos sean indocumentados, sino porque históricamente la agricultura estadounidense ha logrado esquivar las normas laborales que se imponen a otras industrias.

En 1938, cuando se estableció el salario mínimo como ley federal, los trabajadores agrícolas fueron excluidos de éste, y así permanecieron por cerca de treinta años. Incluso ahora, afirma Germino, a los trabajadores agrícolas –a diferencia de otros empleados que trabajan por horas—se les niega el pago de horas extra; en muchos estados se les excluye de compensaciones y beneficios laborales. Los trabajadores agrícolas no reciben licencias de enfermedad ni seguro de salud, y se les niega el derecho a organizarse. “No existe otra industria en los Estados Unidos donde los empleadores tengan tanto poder sobre sus empleados” (1).

Sorprende verificar que las condiciones de los trabajadores agrícolas del año 2003 no sean muy diferentes de las de los aparceros y jornaleros itinerantes denunciadas por

Steinbeck y Caldwell a finales de los años treinta:

The new arrival at the ranch will probably be without funds. His resources have been

exhausted in getting here. But on many of the great ranches he will find a store run

by the management at which he can get credit. Thus he must work a second day to

pay for his first, and so on. He is continually in debt. He must work. (Steinbeck, 35).

The worker sees himself surrounded by force. He knows that he can be murdered

without fear on the part of the employer, and he has little recourse to law. He has

taken refuge in a sullen, tense quiet. He cannot resist the credit that allows him to

feed his family, but he knows perfectly well the reason for the credit. (36)

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Sin embargo, este hecho deja de ser sorprendente si se tiene en cuenta que para 1940

los trabajadores agrícolas de Steinbeck y Caldwell ya no aparecían en los titulares pues encontraron trabajos bien pagados en la gigantesca industria de defensa creada por la incursión de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Una vez más, los dueños de los grandes cultivos de California, Texas y Florida –desesperados por encontrar mano de obra barata– volvieron su mirada a México y abrieron la puerta para que cientos de millones de trabajadores mexicanos cruzaran la frontera, muchos de ellos bajo el reciente Programa

Bracero creado por el gobierno de Estados Unidos.

Con esta retirada de la mano de obra blanca estadounidense de la industria agrícola y su traslado a manos de inmigrantes mexicanos, las condiciones de trabajo agrícola que

Caldwell y Steinbeck elevaron a la consciencia nacional volvieron a invisibilizarse. Cabe

entonces hacer una salvedad a la afirmación de Germino: puede ser que la esclavitud

moderna de la industria agrícola sea más resultado del escurridizo talante retardatario de

sus prácticas que de la situación legal de la mano de obra inmigrante, pero sí hay una

política racial operando detrás de los abusos del capitalismo que se visibilizan y los que

no, y los privilegios de la ciudadanía –así como las mitologías nacionales a las que se acude

para vindicar los derechos de quienes merecen y no merecen protección del Estado– son

fundamentales para entender la diferencia entre unos y otros.

Lo que hemos tratado de mostrar en este trabajo es, en primer lugar, cómo la ecuación

republicana de blancura y capacidad de autogobierno juega un papel crucial en las

conquistas políticas y económicas de los inmigrantes europeos, que culmina con su

incorporación a la incluyente raza “caucásica” en las primeras décadas del siglo XX.

También hemos querido demostrar cómo los discursos sobre la diferencia racial de los

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inmigrantes europeos corrían en paralelo con otros discursos sobre la aptitud moral de los

blancos pobres desde los tiempos de la , y cómo esos discursos se traslapan con una

reactivación de las mitologías nacionales en la cultura impresa mainstream de la Gran

Depresión, que buscaban restaurar la fe en el capitalismo y parar los impulsos de reforma radical. Por último, nos ocupamos de cómo Steinbeck y Caldwell buscan dar cuenta de la pobreza inmerecida de los blancos pobres exponiendo las fuerzas económicas que se salían

de su control, y cómo cada uno de ellos deja entrever la incongruencia que representa la

conjunción de blancura y pobreza en la imaginación nacional.

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