La Guerra De Las Ondas -Pages 20-X-2014
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LA GUERRA DE LAS ONDAS (2ª Ed.) Del mismo autor: México en guerra Una radio entre dos reinos Ideas en tormenta © Copyright 1997-2012 by José Luis Ortiz Garza. All Rights reserved. 23-X-2014. Palabras: 81,562, 90,908 Nota a la Segunda Edición El creciente interés por profundizar en la historia de la radio mexicana ha producido muchos y ricos documentos en los últimos años. Con esta obra deseo aportar nuevas vetas a ese caudal a partir de mis exploraciones en fuentes primarias y a través de enfoques más amplio de conceptos como comunicación, efectos sociales de los medios y diplomacia pública. A veinticinco años de su primera edición, este libro ha podido abrevar de las contribuciones de notables investigadores nacionales y extranjeros, a quienes damos el debido crédito en la bibliografía. El acceso electrónico a documentos y archivos ha transformado para bien el panorama de los investigadores. Los indudables beneficios pasan, sin embargo, otro tipo de factura: la del discernimiento. Si antes la ceguera la producía la oscuridad hoy proviene del exceso de luz. Los potentes reflectores de la internet exigen anteojeras para concentrarse y gafas polarizadas para no deslumbrarse. Quedar enredado es un riesgo que puede impedir acudir a fuentes orales y documentales inéditas, que son por cierto aún mayoría. Con el nuevo milenio se ha modificado también el estudio de la comunicación persuasiva relacionada con los conflictos bélicos. La concepción de la influencia social a través del ambiguo concepto de propaganda ha quedado definitivamente superada por el moderno y no menos complejo término de diplomacia pública. Presentación A México ni le salpicó la sangre, ni lo intoxicaron los gases mostaza ni lo chamuscaron los lanzallamas de la Primera Guerra Mundial. Su experiencia fue vicaria. Lo atacaron, sí, las escenas brutales, estremecedoras y macabras de las fotografías y los noticieros cinematográficos, encargadas de alimentar las narrativas visuales—y por extensión los significados— de aquella conflagración. En la Segunda Guerra, la radio fue el principal nutriente de la imaginación, sentimientos y valoraciones del mexicano que pisaba el asfalto o los surcos horadados por las lluvias mas no por las bombas. 2 A diferencia del cine, las revistas y los diarios, la radio estaba en casa como invitado permanente, como un maestro —de aula, y de ceremonias— cuyas enseñanzas podían entenderse sin necesidad de grados académicos o entrenamiento especializado. ¡Y era tan fácil seguir paso a paso el conflicto desde la cómoda seguridad de la sala de estar, del sitio de trabajo o de la cocina! Desde ese doméstico búnker, cualquiera podía entrar en la guerra, fabricarla a la medida de sus fantasías, sin imaginar siquiera que de aquella sangrienta y lejana realidad hasta su mente había largos y sinuosos caminos. Kantianismo basado en interesadas categorías de interpretación, los sucesos eran premisas de una lógica en la que la gramática radiofónica acentuaba intenciones que pasaban desapercibidas para el radioescucha. Que la historia la escriben los vencedores es un aforismo al que su carácter de tópico no le resta validez. La máxima es aplicable a la historia de la radio en México, con un cierto matiz. Los triunfadores han proporcionado muy pocos datos sobre lo sucedido entre 1939 y 1945, y lo que existe pertenece al de la seudo-historia. Colecciones de anécdotas y sucesos pintorescos deshilvanados de las torcidas intenciones de los protagonistas y de sus cómplices. Parecería que el escritor cava su propia tumba si menciona en ella intenciones conspiratorias, aún cuando presente evidencias propias del mundo gansteril. Las sospechas son justificadas y hasta comprensibles, a menos que, como señala Tuchman, se muestren las evidencias.1 Desde mediados de 1940, y más intensamente desde la entrada de los Estados Unidos en la guerra, los medios de comunicación nacionales escribieron sobre la falsilla de los propagandistas extranjeros. Al igual que con la industria cinematográfica, México fue el más amplio y complaciente puente cultural para transitar las ideas del gobierno de Estados Unidos hacia América Latina. A primera vista, parece evidente que la mayor parte de la producción radiofónica de esta época siguió cauces ajenos a los ideológicos. Pero precisando datos, enfocando los detalles, desempolvando documentos, 3 sorprende lo que se observa. Los programas más populares, las horas con mayor y mejor recepción en todo el país, las más fuertes inversiones, las experimentaciones más novedosas y los resultados más determinantes estuvieron estrechamente vinculados con la política exterior estadounidense. Las estrategias de propaganda fueron acompañadas por muchas otras propias del “poder suave”, como la diplomacia pública y cultural. La segunda edición de esta obra amplía la que publicamos hace veinticinco años. En este intervalo muchos investigadores han abierto con pico y pala nuevos accesos a archivos nacionales y extranjeros, de manera muy destacada al de la Oficina del Coordinador de Asuntos Inter-Americanos (OCAIA) con lo que se han construido sólidos andamios académicos. Estas aportaciones han permitido enriquecer este libro, y el agradecimiento es obligado. Al igual que en anterior edición La guerra de las ondas, explora las actividades de propaganda y diplomacia pública en la radio mexicana durante la Segunda Guerra Mundial. Incluyo como anexos, los resultados de algunas investigaciones realizadas por los norteamericanos entre 1943 y 1945 sobre la radio en el país: los programas más populares; los hábitos del radioescucha urbano y rural; el grado de cobertura y penetración; la participación de mercado de las distintas estaciones, etcétera, datos que pueden resultar útiles para una visión más precisa del impacto de la radiodifusión en esta época. José Luis Ortiz Garza 4 1. La radio inalámbrica llamada a filas Cuando en agosto de 1914 estalló la Gran Guerra en Europa la radiotelegrafía fue llamada a filas con carácter de urgencia. Fuera para tareas de inteligencia militar, de diplomacia, de información noticiosa o de propaganda, su aportación a los objetivos militares, políticos y sociales fue indiscutida.2 Navegando el espacio aéreo las señales inalámbricas burlaban la censura que se ejercía en los cables tendidos en postes o en los mantos marinos. A diferencia de las palomas mensajeras, que también revoloteaban por los cielos con informaciones, este heraldo electrónico resultaba mucho más rápido y eficiente. Combatiente infatigable, la radio, el invento que transformó la comunicación informativa y de entretenimiento en el siglo XX, revolucionó también la manera de entender las relaciones internacionales y de ejercer el poder de la persuasión en las masas. En 1917, a partir de su entrada en la contienda, las transmisiones inalámbricas no gubernamentales en los Estados Unidos fueron prohibidas reconociendo así el enorme potencial de ese medio de comunicación. El gobierno de Woodrow Wilson fomentó además las experimentaciones y contrató a expertos como Frank Conrad, de la compañía Westinghouse. Al terminar la lucha Conrad inició la estación 8XK en Pittsburgh. Desde el 17 de octubre de 1919 transmitió música de discos con tanto éxito que regularizó sus emisiones nocturnas a dos horas los miércoles y domingos. Una tienda de departamentos promovió sus radiorreceptores de cristal y la Westinghouse obtuvo la la licencia de lo que a partir del 2 de noviembre de 1920 se convirtió en la primera radiodifusora comercial en los Estados Unidos y, según la opinión generalizada, del mundo: la KDKA.3 Luego de profusas y muy interesantes experiencias con la la radiotelegrafía4, la radiodifusión mexicana vio surgir las primeras transmisiones en septiembre de 1921 en la capital y en Monterrey.5 Ya para entonces, sin embargo, el principal referente eran las emisiones norteamericanas. La escasa interferencia de las señales de radio en la época, permitía que los radiófilos escucharan claramente transmisiones nocturnas de Los Ángeles, San Francisco, Fort Worth, Chicago y Nueva York, entre otras. La demanda por los radiorreceptores en México se adelantó a la aparición de las 5 primeras emisoras del país. Para promover la venta de los aparatos, todos importados, los distribuidores en la capital afirmaban que podrían escucharse gratuitamente los conciertos de Estados Unidos. Muchas tiendas hacían demostraciones nocturnas y publicaban la programación semanal de estaciones como la KFI de Los Ángeles y la KDKA de Pittsburgh. Esta última transmitió incluso un concierto en español el 26 de mayo de 1924. Abiertas de par en par las fronteras al entretenimiento en versión yanqui, los radiodifusores nacionales imitaron tales fórmulas y formatos estampando un sello indeleble.6 En los años treinta, la industria radiofónica mexicana maduró y se consolidó hasta adquirir sus rasgos esenciales. Perfeccionó sus aspectos técnicos, de programación y comercialización al estilo del modelo estadounidense. Como sarpullido, brotaron radiodifusoras, la mayoría simples fonógrafos sofisticados. Jurídicamente, en la tercera década del siglo XX la radio fue configurada dentro de un sistema de participación mixta del Estado y de los particulares. En los años 1920 Estados Unidos acaparó las más potentes frecuencias para transmisión de radiodifusión en América del Norte. Luego de vanos intentos diplomáticos, México decidió hacer justicia por su cuenta y apropiarse de frecuencias de alta potencia (canales libres) que según convenios correspondían a los Estados Unidos. Se trató de un mecanismo de presión