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SUCEDIÓ EN

MURIÓ LA DUQUESA DE ALBA

l 23 de julio de 1802 murió la XIII Duquesa de Alba, doña EMaría del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, en su casa de la calle Real del Barquillo, a los 40 años de edad. Fue la varias veces retratada por Goya, la que, según palabras del pintor, «se entró un día por esas puertas» –refiriéndose a las de su estudio– para que le pintase la cara. Su entierro, sin pompa alguna y de secreto, se hizo durante la noche del día 26, en la iglesia del que había sido Noviciado de los jesuitas y que desde la expulsión ocupaban los Clérigos Regulares Misioneros del Salvador del Mundo, en la calle de San Bernardo. De ella había escrito un autor francés: «Uno solo de sus cabe- llos inspira deseos». Muy prontamente viuda, debió de ser una mujer de gran atractivo y un ser de inquieto y curioso ingenio, afi- cionada a las artes y al canto, al teatro y a la danza. Con su muerte se moría aún más el siglo XVIII, cuya última parte ella había dominado, junto con otra bella y atractiva mujer, la con- desa-duquesa de Benavente, la creadora del Parque de «El Capricho», también llamado la Alameda de Osuna. Dos mujeres para mover y conmover a toda una sociedad, desde los majos de Lavapiés o del Barquillo, a los altos salones palaciegos. Dos muje- res a las que llegó a envidiar la propia Reina. Ya quedó dicho en otro lugar: hoy sus restos reposan en un olvi- dado patio de San Andrés, casi a punto de hundirse, en el histórico y evocador Cementerio de la Cofradía Sacramental de San Isidro Labrador, cabe la Ermita del Santo. Realmente, el nicho de la Duquesa viene a quedar a pocos pasos de la milagrosa Fuente del Santo. Todo esto, un Madrid que fue.

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EL MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DE LOS FRANCESES

unque después tardara mucho tiempo en llevarse a la rea- Alidad, el hecho es que la primera idea para levantar un monumento que perpetuara la memoria de los fusilados por los franceses el 2 de mayo de 1808 fue muy temprana, si bien normal- mente nadie se acuerda de ella porque no pasó del área de las ideas y no llegó a plasmarse en realidad alguna. Fue el 12 de octubre del mismo año de 1808 cuando en el Diario de Avisos se publicó una carta dirigida al general Palafox y firma- da modestamente por «El madrileño W. A.» en la que daba la pri- mera idea que conocemos sobre este Monumento a las Víctimas del Dos de Mayo, y que el autor ya piensa que debe situarse en el Paseo del Prado. Además, ofrece, como primera donación para iniciar una suscripción popular, 20 doblones. Muy pocos días después, la Academia de Bellas Artes de San Fernando no dejó que se olvidara la idea y la recogió, haciéndose eco de ella y aceptando voluntaria y oficialmente la dirección de esta obra, en carta avalada por la firma del Secretario de la Academia, José Luis Munárriz, proponiendo que fuera la propia Academia quien convocara el concurso de proyectos con esta finalidad. Con menos publicidad, había ya antecedentes: don Ángel Monasterio, académico de Bellas Artes, había presentado proyecto al Ayuntamiento, el día 13 de septiembre anterior, en el que figura- ban los planos para realizar su idea sobre el Monumento. En cuanto al madrileño que oculta su nombre tras las iniciales W. A., era nada menos que don Wenceslao Argumosa, abogado y escritor. Volvió todavía sobre su idea primitiva el 26 de abril de 1821, en vista sin duda de que parecía olvidada su iniciativa. Volvió a poner el tema de actualidad, recordándoselo al Alcalde, conde de Clavijo, y entregándole para su ejecución –obras son amores– los 20 doblones que anteriormente había prometido sin que llegaran a encontrar eco.

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Lamentablemente, habrían de pasar muchos años para que se levantara el Monumento que conocemos.

LA DEMOLICIÓN DE LA IGLESIA DE SAN MIGUEL DE LOS OCTOES

or donde hoy se alza un conocido mercado madrileño, Plevantado en 1916 y llamado de San Miguel, estuvo la desaparecida iglesia de San Miguel de los Octoes, una de las anti- quísimas iglesias madrileñas que se perdieron. El final de esa iglesia lo puso, el día 28 de noviembre del año 1809, un Real Decreto del rey José Bonaparte ordenando su demo- lición, a la vez que la de dos manzanas de casas contiguas al tem- plo, para abrir en ese espacio una plaza que diera un poco de aire al congestionado histórico de Madrid. De esas disposiciones le vino a José el apodo de Rey Plazuelasi13 con el que fue conocido. La plaza, en verdad, no llegó a hacerse nunca, y el terreno que casas e iglesias dejaron libre se ocupó en otras construcciones. El efímero y poco efectivo reinado del rey intruso vino a quedar en poco más que modesta agua de borrajas.

13nVéase también Las casillas frente al Teatro Español, pág. 114

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ANTIGÜEDAD DE LOS PARACAÍDAS

ucede con frecuencia que se presume de novedad y de Smodernidad simplemente por desconocimiento histórico, y en este asunto de los paracaídas hay un mucho de eso, como vamos a ver; como también veremos que las mujeres hicieron hace muchos años muchas más cosas de las que parece. Fue el día 26 de abril de 1810 cuando, asombrando verdadera- mente a los madrileños y con razón más que sobrada, un paracai- dista se lanzó sobre el Parque del Retiro. El atrevido volador de los aires llegó sano y salvo a tierra, mien- tras todos habían creído que se estrellaría contra el suelo. Pero hubo más aún, pues se encontraron con que quien había «abierto los aires», como se decía en el siglo anterior de las ascensiones aeros- táticas, no era hombre, sino mujer. Se trataba de Elisa Garnerín, mujer valiente y con fe en la cien- cia, que aseguraba que nada podía pasarle confiando su vida a un simple trozo de tela. A bastante altura –no nos precisan las noticias de entonces exactamente cuánta– se lanzó desde un globo –primera valentía, que un globo de aquellos días era todavía algo poco conocido– y tomó tierra, limpiamente, en ese Retiro que ya ha visto tanto y del que siempre podemos descubrir que ha visto algo más de lo que parece.

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EL TRIDENTE DE NEPTUNO

l suceso que vamos a recordar está situado entre la gambe- Errada y el robo. El 9 de mayo de 1814, aprovechando la noche, robaron a la estatua de Neptuno que corona su fuente en el Paseo del Prado el bello tridente de bronce dorado que ostentaba el Rey de los Mares desde que naciera en el siglo XVIII la fuente madrileña a él dedicada. El que salió perdiendo fue el Rey del Mar, pues se repuso su tri- dente, sí, pero sólo de hierro dorado, que resultaba más barato. Todavía Neptuno no estaba colocado donde hoy, en el centro de la plaza, sino más al fondo, hacia la Puerta de Atocha y mirando hacia Cibeles, que también le encaraba. La fuente de Neptuno se restauró en 1842, de lo que estaba bien necesitada, ya que a la estatua le faltaban tres dedos y tenía además otros desperfectos. Fue en 1860 cuando se la rodeó de un parterre y el 5 de septiembre de 1897 cuando se la trasladó al lugar actual, donde quedó enteramente dispuesta casi un año después. Todavía en 1982 se hizo otra reforma –que no remodelación, pues no tenía ningún modelo al que referirse–, que consistió en alzar la figura sobre el agua a fin de que tuviera mayor vistosidad. Pero como no vamos a ocuparnos sólo de un simple robo, aña- diremos que, el mismo día que Neptuno perdió su tridente dorado, la Regencia del Reino concedía a Goya un auxilio de 1.500 reales mensuales, más gastos, en tanto estuviera dedicado a pintar para «perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas accio- nes de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa», y así nacieron El dos de mayo de 1808 en Madrid: la lucha con los mamelucos en la Puerta del Sol y El tres de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío.

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RECUERDO DE UNA MATADORA DE TOROS BRAVOS

l día 25 de julio de 1814 nació en Ciempozuelos Martina EGarcía, que fue matadora de reses bravas y no se retiró de la profesión hasta el 16 de agosto de 1874, cuando tenía 60 años cumplidos, haciéndolo con una novillada en la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, precisamente cuando se estaba en vísperas del derribo de esta plaza en la que ella había cosechado tantos triunfos. Fue casi un siglo dedicado a la lidia de toros el que cumplió esta Martina, famosísima en su tiempo, que alguno quiere ver retratada en uno de los tapices de Goya, que al parecer fue buen aficionado y tuvo que conocerla. Convendría que alguno tuviera en cuenta estos antecedentes antes de hablar dogmáticamente de «primera vez» y de «nunca se ha visto». Hay que tener mucho cuidado con los «nunca» y con los «jamás», que suelen dar tremendas contrariedades a los que abusan de ellos.

EL MUSEO DEL PRADO

on el título de Museo de Pinturas se inauguró, sin ningu- Cna clase de solemnidad, simplemente abriendo sus puer- tas, el Museo del Prado el día 19 de noviembre de 1819. Comenzó el Museo, que hoy conocemos tan pletórico y rico de obras que ni sitio tiene para colocarlas, con sólo 311 cuadros. Entre ellos figuraban: 2 de Claudio Coello, 2 de Leonardo, 43 de Meléndez, 2 del divino Morales, 44 de Murillo, 1 de Pantoja, 4 de Paret y Alcázar, 4 de Ribalta, 29 de Ribera, 1 de Sánchez Coello, 45 de Velázquez y 6 de Zurbarán.

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Como se ve no eran muchos, pero sí importantes. Todos proce- dían de las colecciones reales, que los reyes de España, desde los Católicos, fueron amantes del arte y buenos coleccionistas, y aun cuando el incendio del antiguo Alcázar Real costó un tesoro de pin- turas, la colección era tan grande que daba para dar y tomar. A partir de su inauguración se fue efectuando un casi continuo aumento de las colecciones, siempre procedentes de donativos rea- les, y después, de los bienes religiosos incautados tras la desamor- tización. En aquellos primeros días, el Museo se abría al público sola- mente los miércoles y eso cuando no eran lluviosos. Como es natu- ral, también los días de visita fueron ampliándose progresivamente. Desde luego, la creación del Museo fue obra del rey Fernando VII, aunque en su tiempo no fuera ninguna novedad. Desde la Revolución Francesa habían comenzado a proliferar los museos por toda Europa y ya el rey José había pensado en un museo madrileño, que no llegó a realizarse.

ELECCIONES POR ACLAMACIÓN

l año 1820 es el inicio del llamado Trienio Liberal y por Econsiguiente fue de inmediata necesidad política el nom- bramiento popular de los ayuntamientos, pero ante las dificultades que aparecían en improvisar unas elecciones formales se hizo algo que bien pudiera llamarse un simulacro de elecciones por aclama- ción. Según relatan testigos presenciales, no vino a resultar dema- siado serio. Sucedió en la plaza de la Villa, ante los madrileños que, sin con- vocatoria oficial, habían querido ir allí. Se proponían los nombres desde el balcón del Ayuntamiento. El pueblo gritaba sí y aplaudía. En cierta ocasión una de las voces dijo que el propuesto tenía

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parentesco con elementos absolutistas, e inmediatamente los que acababan de decir que sí vocearon que no, y hubo que proponer a otro. Por tales cauces corrió el acontecimiento, que ofreció al fin el resultado de designar a todos los concejales necesarios y nombrar también no a uno, sino a dos alcaldes constitucionales, lo que des- pués ocasionaría un continuo mar de equivocaciones a los historia- dores, pues Alcalde, como es natural, sólo había uno, el llamado Primer Alcalde, y los demás –llegó a haber tres y hasta cuatro– eran sus sustitutos, por orden, en caso de ausencia o enfermedad, y desempeñaban lo que hoy está encomendado a los Tenientes de Alcalde, con lo que no resultan Alcaldes verdaderos, aunque sí lo fueran de nombre. Los Alcaldes designados fueron: Primer Alcalde, don Pedro Sáinz de Baranda; Segundo Alcalde, don Rodrigo de Aranda. Sáinz de Baranda venía siendo el gran comodín del Ayuntamiento. Hombre de correctísimas actuaciones, nunca negó su apoyo, aun cuando se le pidió en las más difíciles circunstancias, y bien merece un reconocimiento público de sus importantes servi- cios. Fue Alcalde cada vez que los franceses se acercaban a Madrid, de donde habían huido los alcaldes constitucionales designados, y no dudó en desempeñar el puesto en circunstancias que bien le hubieran podido costar hasta la vida, si no le hubiera avalado su fama bien conseguida de hombre íntegro y cabal. Realmente, bien merecía una alcaldía efectiva, como en esta ocasión.

UNO DE LOS ÚLTIMOS ESCLAVOS

n 1821 la esclavitud, que todavía era aceptada de forma Elegal, tenía ya claramente en contra un sentimiento cada vez más hondo en el pueblo. Por eso sucedían hechos como el de abril de dicho año.

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Vivía en Madrid un extranjero que tenía un esclavo. No basta- ron todas las súplicas que se le hicieron para que le diera la liber- tad; por eso, la Gaceta de Madrid abrió una suscripción pública, encabezada por el propio Fernando VII con 5.000 reales, para com- prar su libertad. Naturalmente, la cantidad necesaria se reunió enseguida y el esclavo se vio libre, verdaderamente por voluntad popular, expre- sada a través de la suscripción.

BANQUETE EN EL PASEO DEL PRADO

l triunfo de las Milicias Nacionales del Siete de Julio Esobre los Guardias Reales sublevados fue un claro signo del cambio liberal, que por otra parte había de ser tan breve; por eso tuvo una gran repercusión en todos los estamentos y se quiso con- memorar de muy diversas maneras. Quizá la más original, por salirse más de lo corriente, fue el ban- quete que se celebró en el Salón del Prado, esto es, el tramo com- prendido entre Cibeles y Neptuno, que siempre fue el más delicado corazón del Paseo. Allí se dispusieron, el día 24 de septiembre de 1822, nada menos que 800 mesas de a doce cubiertos cada una, donde encontraron acomodo cerca de 9.000 personas, en una comi- da de alegres perfiles que remató en baile popular. Es indudable que no comerían muy bien, que para tantos comensales es difícil hacer delicados manjares, pero no se puede negar que el acontecimiento debió ser extremadamente alegre y que se adelantaron a los pretendidos récords actuales, que si entonces hubiera existido el Guinness allá habría entrado la comida por dere- cho propio. Piénsese que, aun para nuestros días, dar de comer a tantos

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miles no es tarea fácil, y mucho menos en mesas con platos y copas para todos. Quizá hoy no se atreviera nadie no a superar, sino sim- plemente a repetir la hazaña.

LA COMIDA DE FERNANDO VII

esde luego, hoy se come menos que antaño. Pero incluso Den aquella época el rey Fernando VII era conocido por su tremenda capacidad para engullir alimentos. Veamos una de sus comidas, pero no la de un día especial, ni convidando a represen- tantes extranjeros, sino una colación habitual, de un día cualquiera, la del 1 de diciembre del año 1822. Prepárense: sentiría que la sola lectura les proporcionara una indigestión, que bien podría ser. SOPAS: de albondiguillas liadas, de fideos de fraile, de cocido. ENTRADAS: fritos de calamares, sesos, buñuelos a la napolitana y salchichón; patos con champiñones; pollos a la española; morcilla con arroz, escalopes de filetes de lenguado; empanadas de Padrón. ASADOS: pavo con castañas y alcachofas; dentón. ENTREMESES: espinacas a la crema; tortilla de jamón; pepitos de marrasquino; casitas de almendras. EXTRAORDINARIO: espárragos de Su Majestad. Creo que no está nada mal, aunque no valga para los que siguen dietas de índole variada y tristes resultados.

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TOROS Y POLÍTICA

ambién a los toros puede llegar la furia política. Ya lo con- Tsiguieron nuestros bisabuelos el 13 de junio de 1824, en que se celebró una corrida de toros, mano a mano, entre Juan León y Antonio Ruiz el Sombrerero. Resultó que era el primero de ideas liberales, mientras que el segundo era voluntario realista; además, ellos mismos aceptaron el juego y se presentaron a torear el uno vestido de blanco y el otro de negro, para dar clara cuenta de sus ideas políticas, que, por otra parte, eran bien conocidas de todos. Lo único malo es que no podré hacer, como sería mi deseo, la reseña retrospectiva del acto, pues la corrida no pudo celebrarse. Ni siquiera llegó a salir a la plaza el primero de los toros. Bastó con el paseíllo. Realizado en las condiciones que han sido apuntadas, cuando aparecieron en el ruedo los dos toreros, al frente de sus res- pectivas cuadrillas, los mozos absolutistas no pudieron resistir el espectáculo y saltaron al ruedo. Juan León hubo de escapar, temien- do lo peor si se dejaba llegar a sus manos. Resultado y moraleja: los toros y la política resultan en la prác- tica elementos inconciliables que se repelen entre sí. Conviene tenerlo siempre presente.

LOS PRECIOS DE OTRO TIEMPO

n el año 1825 había en la calle de la Montera número 34 un Erestorán que llevaba el nombre de La Fonda Francesa y cuya cocina no sabemos si, haciendo correspondencia con su nom- bre, era francesa o no; pero en cambio sí conocemos que, a más del salón comedor, la casa ponía a disposición de sus clientes cuatro

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gabinetes para dar comidas particulares, lo que hoy se llamarían comedores reservados. Pues bien, el día 5 de marzo, cuando eran también los primeros días del negocio, anunciaba sus comidas, compuestas por varios menús distintos, a diversos precios. Por diez reales daba un menú compuesto de un plato de sopa, cocido, plato de entrada, asado, ensalada, postre, copa, pan y vino. Para los que este precio fuera excesivo, se ofrecía también, por sólo seis reales, otro menú consistente en sopa de cocido, plato de entra- da, plato de legumbres, postre, copa, pan y vino. Además, tenía también comidas de doce, quince y veinte reales. No se precipiten: no conviene que corran a la calle de la Montera. Creo que el restorán cerró sus puertas hace mucho tiempo.

LA FUENTE DE LA DOROTEA

on este nombre se inauguró, el día 1 de septiembre de C1839, una nueva fuente pública, que estaba, según las señas que se ofrecen, junto a la noria de Recoletos. Por entonces –véase Galdós– algunas fincas de la zona ofre cían libre entrada, que las familias utilizaban para merendolas campes- tres. La fuente era de muy sencilla traza. Consistía en pilón adosado a un muro de donde salía el caño de agua. Sabemos que en la Fuente de la Dorotea corrió su rica y fresca agua hasta el día 4 de agosto de 1859, en que fue retirada. En cuanto al nombre, no se ofrece sino la dudosa noticia de que había sido propiedad de una mujer así llamada, justificación que mucho, no nos satisface.

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LA REUNIÓN DE LOS PROFESIONALES DE LA MÚSICA

esde fecha muy antigua, que no hemos logrado precisar, Dlos profesionales de la música se reunían a diario en un grupo que se encontraba en la Puerta del Sol. Allí mantenían entre ellos sus relaciones de trabajo y de amistad y allí se hacía también bolsa de contratación, pues era lugar al que acudían cuantos podí- an precisar de sus servicios para fiestas o regocijos familiares. En febrero del año 1848, la reunión se trasladó a la plaza Mayor; en el nuevo lugar continuaron desarrollándose las mismas activida- des que en el antiguo. Lo curioso del caso es que tenemos conocimiento de que estas reuniones siguieron realizándose en el mismo sitio hasta fecha bien reciente: años después de nuestra Guerra continuaban los músicos viéndose a diario en la plaza Mayor.

LA DESAPARECIDA CALLE DEL BURRO

uestro Ayuntamiento aprobó, en sesión del 31 de marzo Nde 1848, el cambio de nombre de media docena aproxi- mada de calles madrileñas. La mayoría se trataba de calles recién abiertas sobre antiguos conventos desamortizados, o en reformas urbanísticas, pero una de esas designaciones de nuevo nombre des- taca y llama la atención pues es un caso distinto a los demás. Se trata del simple cambio de nombre de una calle que el anterior lo tenía ya de antiguo. Seguramente, dado el viejo nombre, el cambio se realizó a petición de los vecinos y comerciantes de la calle.

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Hablamos de la actual calle de la Colegiata, así llamada desde la fecha indicada más arriba, que antes se decía del Burro, apelativo que seguramente desconocerán muchos madrileños actuales. De las otras nuevas calles, resulta interesante traer aquí cuáles fueron, pues la concesión de nombre nuevo significa algo así como el bautismo de un nuevo ser y da idea de cuándo comenzaron a existir. Son las calles de Calderón de la Barca, Juan de Herrera, Felipe V, Carlos III, Floridablanca, Jovellanos y Gravina.

EL RAPTO DE UNA INFANTA

or el año 1848, la calle de Alcalá terminaba en la Puerta Pdel mismo nombre. El último tramo, de Cibeles a la Puerta, transcurría entre el Real Sitio del Buen Retiro a un lado y el Pósito de la Villa a otro y eran, por tanto, tapias a uno y otro lado las que lo formaban. En la parte del Retiro situada en este ángulo había, desde los comienzos de la existencia del , una ermita dedicada a San Juan y un palacete adjunto a ella, que había sido la residencia de los Alcaides del Real Sitio. Como tal, tuvo en ella casa el conde-duque de Olivares, y depósito su rica biblioteca. Hacia la mitad del siglo XIX, ocupa este palacete el infante don Francisco, el más pequeño de los hijos del rey Carlos IV y la reina María Luisa de Parma, aquel al que las Cortes de Cádiz llegaron a declarar sin derechos a la sucesión al trono, si el caso llegaba, y del que la embajadora inglesa, en los lejanos días de su nacimiento, había dicho que tenía un «repugnante parecido» con el, a la sazón, todopoderoso Príncipe de la Paz, don Manuel de Godoy. Tenía el infante don Francisco numerosa descendencia, entre la que se encontraban don Francisco de Asís, que casó con la reina Isabel II, y el infante don Enrique, al que mató en duelo el duque

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de Montpensier, esposo de la hermana de la Reina. Una de sus hijas, precisamente la quinta, la infanta Josefa Fernanda Luisa de Borbón y Borbón, nacida en Aranjuez el día 25 de mayo de 1827, es la que nos ocupa. En la madrugada del día 2 de junio de 1848, un coche cerrado esperó largo tiempo junto a las tapias del Palacio de la Huerta de San Juan, precisamente allí donde se abría, entre las sombras, un pequeño portillo de escaso uso. Y en la noche se abrió la puerteci- lla del muro y salieron por ella dos figuras femeninas. Subió la una al coche que esperaba, y dio la otra al cochero, que retenía a los dos poderosos caballos impacientes por la espera, un bulto que éste acomodó en el pescante. La que llevaba el bulto regresó de inme- diato y volvió a penetrar por la puertecilla escondida. El coche arrancó sin más y bajó a buen paso la cuesta de la calle y marchó después, aumentando la velocidad del trote, a la salida de Madrid hacia las tierras del Norte. A la mañana siguiente, era pública la desaparición de la Infanta, a la que la policía encontró al día siguiente en Valladolid. A cen- cerros tapados, y con solo los testigos policiales, se casó a prime- ras horas de la mañana siguiente en la Catedral vallisoletana y regresó a Madrid, donde la Reina, que era compasiva en asuntos de amor, les dio como residencia temporal el llamado Casino de la Reina, real posesión que todavía subsiste muy deteriorada y que entonces era tan sólo un pequeño palacio, rodeado de grandes jar- dines, por los que corrían las aguas de un canal, atravesado por puentecillos chinescos. El palacio desapareció y sólo queda el lienzo pintado por Vicente López que cubría uno de sus techos, y que ahora se encuentra en el de una de las salas del Museo del Prado. Pero nada hemos dicho del galán. Aquel hombre, apenas entre- visto entre las sombras de la noche, en el interior del coche, era un joven de treinta años, que en 1818 había nacido en La Habana, en la entonces tierra española de Cuba, doctor en Derecho, poeta y periodista, que colaboraba desde su llegada a Madrid en periódicos de avanzada ideología, y que se decía republicano. Su cara es una

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de las que aparecen en el Olimpo romántico pintado por Esquiveli14. Se llamaba José Güell y Rente. Se decía que allá en La Habana había pretendido a la hija de un rico hacendado, y que, al negársela el padre, le había anunciado que se casaría con una infanta. Los amores tuvieron continuidad y pronto nació el primer hijo, Raimundo, en Valcarlos (Navarra), el 28 de mayo de 1849, que fue teniente coronel de Caballería. Del lugar del nacimiento tomó títu- lo la reina Isabel para hacerle marqués de Valcarlos. Raimundo Güell casó con Antonia Alberto Caro, en quien tuvo dos hijas: María Francisca, que nació en 1888, y Victoria Raimunda, que lo hizo en 1891. El primer marqués de Valcarlos murió en Madrid en 1907. Valladolid fue el lugar del nacimiento del segundo hijo, Fernando, el 4 de junio de 1851. Fue diplomático y la Reina le con- cedió el título de marqués de Güell. Casó con doña María Josefa Alfonso, de quien tuvo dos hijas: María Amada, nacida en 1887, y María Cristina, fallecida soltera en 1936. Añadamos que ambos títulos no están hoy en vigor, por no haber sido reclamados por los sucesores y, para evitar confusiones, añadamos que el condado de Güell, existente, no tiene ninguna relación con el citado marquesado y fue concedido a otra persona del mismo apellido, en julio de 1908, fecha muy posterior.

14nM. ESQUIVEL, ANTONIO: La lectura de Zorrilla. Museo del Prado, Sección de Arte Español del siglo XIX, Madrid.

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COCHECITOS INFANTILES TIRA- DOS POR CABRAS

uy pocos conocerán la existencia de estos cochecitos Mque, arrastrados por cabras, recorrían arriba y abajo el Paseo del Prado, alegrándolo con el tintineo de sus numerosas cam- panillas, llevando una carga de chiquillos emocionados que creían vivir la más maravillosa de las aventuras. Posteriormente existieron también otros cochecitos, éstos tira- dos por burros, igualmente encampanillados y que daban vueltas a la chiquillería alrededor de la plaza de Oriente. La distracción infantil del Paseo del Prado acabó el día 12 de junio de 1848, cuando prohibió los cochecitos de cabras la autori- dad municipal, en parte por lo que molestaban a los carruajes mayores que por aquel Paseo lucían sus troncos de caballos, y en parte por respeto a los animales, porque las pobres cabras no habían nacido para tales menesteres. Raro argumento, pues por entonces no se sentía el amor a los animales de la misma manera que puede vivirse hoy. Si esto fue así, resulta un adelanto sobre su tiempo.

BREVE HISTORIA DEL TORO CARAMELO

l toro llamado Caramelo se hizo célebre de bien extraña Emanera. Ya existían precedentes de luchas de fieras, cele- bradas en siglos anteriores, pero quizá algo olvidados, cuando el 15 de agosto de 1848 se organizó una en la plaza de toros de la salida de la Puerta de Alcalá, para la que se dispuso en el ruedo una gran jaula, de forma que los animales tuvieran suficiente espacio y los espectadores quedaran al seguro.

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La lucha se entablaba entre un toro, un tigre y un león. El toro era el que ahora nos ocupa, Caramelo. En cuanto los animales estu- vieron en la pista, el toro corneó varias veces al león, sin respeto alguno por la majestad de la fiera; en cuando al tigre, duró poco: en cuanto Caramelo se dio cuenta de su existencia, se precipitó sobre él y lo mató. El resto del tiempo, el león lo pasó huyendo descara- damente de las proximidades de Caramelo, que se hizo el dueño de la jaula. Acabó así la lucha, pero no la vida del toro, pues Caramelo fue lidiado, el siguiente día 9 de septiembre, en la plaza de Madrid. Tomó nada menos que doce varas y mató a tres caballos. Su com- portamiento en la lidia fue tan bravo como había sido en la lucha con las otras fieras y el público, a voces, pidió su perdón, que fue concedido. Sin embargo, el perdón no se debió tomar como definitivo, pues Caramelo volvió al ruedo el día 11 de noviembre, no ya para matar- lo, sino para ofrecerle un homenaje, capeándolo Julián Casas el Salmantino y Cayetano Sanz. Por último, sus días acabaron en otro ruedo, el de la plaza de toros de Bilbao, en que fue lidiado y estoqueado por El Regatero, volviendo a dar magníficos resultados en la lidia. Digamos que Caramelo pertenecía a la ganadería de don Manuel Suárez Jiménez.

EJEMPLO DE UN EMPRESARIO DE TOROS RESPONSABLE

l día 21 de agosto de 1848 se lidiaron en Madrid unos Etoros que resultaron inaceptables. De las presentadas, tres reses fueron devueltas por ser tuertas y otras dos eran tan cornia- pretadas que no se podían lidiar. Por fin, otro de los toros era manso

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y se le castigó con los perros, procedimiento de reducción de toros de esta índole empleado en la época. Presidía la corrida el conde de Vistahermosa, don Ángel García Loigorri, Alcalde Corregidor de la Villa desde el día 1 de octubre de 1847, y ante el escándalo ocasionado por este encierro y la situa- ción de los animales que se habían preparado para la corrida, orde- nó la detención del empresario de la plaza, que lo era don Antonio Palacios. Pero resulta indudable que el más dañado por lo que había suce- dido fue el propio empresario, que, avergonzado por los hechos y apenado de verse detenido por la autoridad, murió a los pocos días.

EL CAFÉ DEL PRÍNCIPE

l emblemático Café del Príncipe, junto al Teatro del Emismo nombre, aquel en el que, en los años treinta del pasado siglo, naciera el movimiento romántico y que tenía por tanto relieves históricos, acabó sus días –todo acaba– el 23 de agos- to de 1848. Es cierto que el cierre que comentamos no fue definitivo en el pensamiento de su dueño, y que después de remozarlo se volvió a abrir de nuevo, el 4 de octubre siguiente. Pero ya no era aquel viejo y oscuro café en que se creara un barato sorbete para bolsillos escuálidos de poetas románticos y su muerte definitiva sobrevino poco después. Las tertulias que tuvieron que abandonar el Café por su clausu- ra se instalaron en el cercano Café de Venecia, en la misma calle del Príncipe.

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UNA COSTUMBRE MACABRA

a habíamos encontrado, en el siglo XVII, la costumbre de Yexponer los cadáveres de los pobres para solicitar limosnas para su entierro, en los canceles o entradas de las iglesias. La cos- tumbre venía de antiguo, pero nunca creímos que se hubiera perpe- tuado durante tan largo tiempo. Leemos en La Correspondencia de España, en «El gorro de dor- mir de los españoles», correspondiente al 9 de septiembre de 1848, una nota de justa y razonable protesta por la continuidad de esta costumbre ¡ya a mediados del siglo XIX! Parece realmente imposible que la sociedad romántica no pro- testara antes y con toda intensidad de semejantes hechos, que nunca fueron disculpables, pero que ya a mediados del pasado siglo resul- taban insoportables y repugnantes. Y sin embargo así era, y las remilgadas damiselas de crinolina y landós, de valses y de versos, soportaban este espectáculo frecuen- te sin poner mano a su pomo de sales.

EL AUGE DE LOS BAILES PÚBLICOS

esde luego hay que comprender la ausencia, en el siglo Dpasado, de las distracciones de que hoy dispone la socie- dad y que entonces no existían, y darse cuenta de que sólo les que- daban verdaderamente dos: el teatro y el baile. Debía ser esta razón la causa del tremendo auge que, hacia la mitad del siglo XIX, tomaron los bailes públicos, que se celebraban con frecuencia en todos los lugares en que resultaba posible: cafés,

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casinos, teatros eran los más utilizados, pero también se hacían en locales que eran talleres de plancha o de costura durante la semana y que el domingo arrinconaban las mesas de planchar y las sillas bajas de costura para convertir el local en temporal templo de Tepsicore. Conocemos, desde luego, bailes en los célebres Salones Orientales, que parece que no daban abasto para atender tanta demanda; pero también en los llamados Salones del Genio, que no eran otros que el teatro del mismo nombre; en la misma Plaza de Toros; en el Casino de Santa Bárbara; en los Salones Iris, asimismo muy frecuentados y que funcionaban también como Café Iris; en el Teatro del Drama; en el Teatro Español; en el Palacio de Villahermosa, que por entonces se alquilaba; en el venerable Teatro de la Cruz; en los mal afamados Salones de Capellanes; en los Salones Vensano (?); en los Jardines de Invierno de Recoletos, de efímera vida; en el Circo de Paúl... Y en lugares menos apropiados, como la calle del Baño núm. 5, que hoy se llama de Ventura de la Vega; en el pasaje Matheu; en la Fraternidad; en el Taller de Coches de Recoletos... Y nada digamos de las numerosísimas sociedades de baile, que debían de ser negocio para algunos y que nacían y desaparecían como las margaritas en verano: del Tamboril, de la Juventud Vascongada, de Tepsicore, de la Juventud Española, El Ariel, La Oriental, El Buen Tono, El Guante de Oro, La Española, El Judío Errante (extraño nombre para el caso); La Ondina, La Sílfide, La Aurora, Marte (debían ser soldados); La Perla Madrileña, La Floreciente, La Concordia, Talía, La Bella Juanita (¿quién sería esta preciosa Juana?), Eurídice, Rosa, Iberia, La Romana, El Carnaval, El Diamante... y otros menos inspirados, como los que se limitaban al nombre de la calle donde se bailaba: La calle de la Madera, La calle del Colmillo (hoy Pérez Galdós)...

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NOTICIAS REFERENTES AL BARRIO DE CHAMBERÍ

hamberí es un barrio muy moderno, pero de fuerte pre- Csencia en la Villa. No sabemos cómo, ha sabido refrendar su madrileñismo hasta superar a los viejos barrios populares de Lavapiés o del Barquillo. Quizá en ello, y en su fuerte afán de asociacionismo, haya influido la dureza de sus años iniciales y todo el esfuerzo que los pioneros del barrio hubieron de realizar hasta verse atendidos por el Ayuntamiento y dotadas de servicios sus calles. Unas cuantas noticias, sacadas de la prensa de la época nos ilus- tran sobre aquellos tiempos en lo que había de ser el populoso barrio de Chamberí. El día 19 de octubre de 1848, los vecinos de Chamberí declaran en la prensa que deben el nacimiento del barrio a la casa que allí levantó la cantante Benita Moreno en el siglo XVIII, que fue una finca o quinta, a la que dio el nombre de Chamberí, en recuerdo de otra posesión parecida, tenida en París, y que le había regalado un saboyano. No hemos investigado en el tema y no podemos decir, por tanto, de su verdad o falsedad, pero desde luego parece más creíble que el repetido de que a una reina aquellos lugares le recor- daran la ciudad alpina de Chamberí, con la que los campos cham- berileros tienen tan escasa semejanza. Dejemos el asunto a nuestro amigo Jaime Castillo, que viene dedicando ya varios años de esfuerzos para aclarar sobre bases documentales la historia del Chamberí madrileño. Pero hay más. Poco tiempo antes, el 22 de febrero del mismo año, otros vecinos chamberileros, o quizá los mismos, habían declarado a la prensa que querían para su barrio el título de Campo de la Verdad y que rechazaban el nombre de Champvery (sic) o Chamberí. Por entonces, y siempre según sus vecinos, esta barria- da, en los extramuros todavía de Madrid, contaba ya con cerca de 500 vecinos, que pretendían que fuera declarada y tenida como un

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verdadero pueblo independiente y con sus órganos propios, o que se la declarase incorporada a Madrid. Un gran paso corrió el barrio en un solo año, ya que el 24 de julio del año siguiente leemos que en tal fecha se abrió al público en Chamberí una iglesia provisional, que tendría vida en tanto se acabara la que ya se había comenzado a construir. A las seis de la mañana del indicado día, se hizo la bendición del nuevo templo provisional y se llevó procesionalmente el Santísimo Sacramento.

INAUGURACIÓN DE UN GABINETE DE FIGURAS DE CERA

l día 20 de diciembre de 1848, de cara a las fiestas navi- Edeñas, se abrió en Madrid un Gabinete de Figuras de Cera, que se había instalado en lo que había sido Café y también Teatro Cervantes, en la calle de Alcalá, entonces núm. 59 y en lugar donde hoy se halla el Banco Santander-Central-Hispano, en bello edificio que el arquitecto Antonio Palacios Rámilo construyó para el Banco Español del Río de la Plata, justo en la esquina de la calle del Barquillo, frente al palacio del marqués de Alcañices, cuyo solar ocupa hoy el Banco de España. Presentaba el Gabinete, según su oferta publicitaria –del dicho al hecho...– una extensa colección de retratos de personajes con- temporáneos, entre los que figuraban varios generales españoles: Diego de León, Zambrano, Espartero, Cabrera y Zumalacárregui. Por algunos indicios nos tememos que, en la realidad, estaba formado por una colección extranjera de figuras, a las que segura- mente se habían cambiado algunas cabezas –hoy siguen haciéndo- lo los museos de cera– para españolizar el conjunto y hacerlo más atractivo a nuestras gentes. No parece que durara mucho el invento.

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POR QUÉ EL CORRAL DE COMEDIAS DEL PRÍNCIPE SE LLAMA TEATRO ESPAÑOL

esde sus comienzos, el corral de comedias madrileño Denclavado en la calle del Príncipe llevó este nombre, como le sucedió al situado en la calle de la Cruz, hoy desapare- cido. Así continuó llamándose durante todo el siglo XVII y aun en el XVIII, pese a las diferentes reformas, arreglos y reconstrucciones que se fueron produciendo a lo largo de estos siglos, y con tal nombre estrenó obras de los más importantes autores de nuestra lengua. La causa de que hoy lleve el título de Teatro Español está en un suceso de la política cultural del siglo XIX. El día 7 de febrero de 1849, el entonces ministro de Fomento, don Luis Sartorius, conde de San Luis, quiso hacer una labor de revitalización y recuperación del teatro clásico castellano y creó por decreto un organismo desti- nado a ello. Lo malo del caso es que a ese nuevo organismo que lo tenía todo sólo le faltaba una cosa para poder divulgar el conoci- miento del teatro clásico: un teatro. Como es usual en nuestra vida cultural, que siempre anda a tran- cas y barrancas, llena de buenos deseos y falta de medios económi- cos, la cosa se solucionó, destinando para ello el único local posi- ble, el del Teatro del Príncipe, que pertenecía al Ayuntamiento, pagando por ello al municipio propietario –menos mal– 18.324 rea- les por dos años teatrales de ocupación, que comenzaron el 8 de abril de 1849, en que el Teatro abrió sus puertas para ofrecer exclu- sivamente obras de teatro clásico del Siglo de Oro. Pero al abrirse había dejado de llamarse Teatro del Príncipe y lo hizo con el título de Teatro Español, inaugurándose esta acción cul- tural del Estado con Casa con dos puertas mala es de guardar, de

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don Pedro Calderón de la Barcai15, por la compañía que encabeza- ban Matilde Díaz y Julián Romea, y en la que formaban los más destacados actores y actrices de la época. La representación tuvo un prólogo, escrito y recitado por el propio Julián Romea, en el que se presentaba la campaña. Se dijo este prólogo después de la audición de la sinfonía compuesta para la ocasión por Baltasar Saldoni. Ese día, en recuerdo de las antiguas representaciones del Siglo de Oro, además de la obra de Calderón se representó el sainete La casa de Tócame Roquei16, cuyo edificio, por cierto, aún existía en Madridi17. El programa así iniciado se fue repitiendo sin interrup- ción hasta el día 15 de abril siguiente. Pasaron las dos temporadas teatrales del convenio y se desinfló la ilusión política inicial, y se acabó el experimento. El teatro vol- vió a efectiva explotación por el Ayuntamiento, su propietario tanto entonces como hoy, y todo quedó atrás, menos una cosa: el nombre del Teatro, que ya siguió siendo desde entonces Teatro Español.

15nPara el que tenga interés en leer la obra, es ya clásica la edición de JOSÉ ROMERA CASTILLO: Casa con dos puertas, mala es de guardar: El galán fantasma. Esplugues de Llobregat, Barcelona, Plaza & Janés, 1984 (Colección «Clásicos», 19). La edición más reciente es, también junto con El galán fantasma, la de Ediciones Linertarias-Prodhufi, Madrid, 1999 (Colección «Clásicos», 17).

16nDel gran Don RAMÓN DE LA CRUZ. Puede leerse en: Sainetes, Madrid, Julia García Verdugo, 1988 (Colección «Al actor», 1), que contiene: «Manolo», «Las castañeras», «La casa de Tócame Roque», y «Las tertulias de Madrid».

17nVéase El derribo de la casa de Tócame Roque, en pág. siguiente.

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EL DERRIBO DE LA CASA DE TÓCAME ROQUE

l derribo de esta gran casona, donde vivían multitud de Evecinos, y que estaba en la calle del Barquillo, taponando su continuación y salida, fue verdaderamente difícil por la oposi- ción decidida que ofrecieron sus habitantes, que eran gentes, en general, para pocas bromas. El día 23 de agosto de 1849 el Ayuntamiento, en sesión plena- ria, acordó su demolición a fin de dar salida a calle tan principal; pero casi un año después el acuerdo no se había llevado a cabo y los vecinos habían presionado hasta conseguir que se revocara. Por ello llegó existente la casa hasta bien entrado el año 1850 y la situación se fue haciendo cada día más tensa. Las autoridades veían la necesidad del derribo, y volvió a acordarse. Los vecinos lo fueron retrasando de varias maneras distintas, entre las que se encontraba cierto uso de la fuerza, y por fin fue necesaria la presen- cia de la fuerza de orden público para poder desalojar a las 80 fami- lias que allí vivían todavía, y proceder rápidamente a su demoli- ción. A finales del mes de septiembre de 1850, la vieja casona de Tócame Roque, que había inspirado una novela que llevó su nom- bre por títuloi18, no existía ya. Había estado en la calle del Barquillo, con vuelta a la de Belén, cerrando su salida, que entonces se hizo a la calle de Fernando VI.

18nKOCK, PAUL DE: Una casa de Tócame Roque. Novela. Trad. del francés (Une drole de maison, París, Sartorius, 1868) por D. Alejandro Mata. Madrid, Bailly- Baillière, 1868.

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LA FONDA DE LA VIZCAÍNA

ue una institución hotelera y gastronómica, en el Madrid Fde mediados del siglo XIX la que ocupó prácticamente desde su construcción un piso de la Casa llamada de Cordero, la que da su fachada a la calle Mayor y vuelve a las calles de Espartero y del Correo y levantó el maragato Santiago Alonso Cordero sobre el antiguo solar del convento e iglesia agustinos de San Felipe el Real, casa construida sobre proyecto del arquitecto Sánchez Pescador. Exactamente estaba en el segundo piso de la casa y pertenecía a una bilbaína, doña Ramona Balderrain, gran cocinera, como buena vasca, que dio a conocer a los madrileños las delicias del pil-pil y de la salsa verde. Todavía no existían en Madrid hoteles con este nombre y el establecimiento hostelero de doña Ramona era de lo más saneado que se podía ofrecer al viajero distinguido en este lugar. Así lo demuestra un viaje que hizo por España el príncipe Jorge, hermano del Rey de Prusia, como entonces se decía, de incógnito, expresión que se usó hasta 1936 y que hoy se sustituye por viaje privado o no oficial. Así, privadamente, vivió en la Fonda de doña Ramona, con el título de conde de Techenbuz. Más tarde, en los días del breve reinado de Amadeo, cuando vino a Madrid Edmundo de Amicis, vivió también en la fonda de doña Ramona y la descripción que el célebre escritor italiano hace de la Puerta del Sol está indudablemente vista desde los balcones de la Fonda, en el piso segundo del edificio de las casas vulgarmen- te llamadas Casas de Cordero. Madoz la elogia en su Diccionarioi19 por sus habitaciones y tam- bién por su exquisita mesa, y la califica como la más famosa de

19nMADOZ, PASCUAL: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones en Ultramar. Madrid, Est. Literario-Tipográfico de P. Madoz y L. Sagasti, 1845-1850.

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Madrid. Seguía existiendo mucho más tarde, por los días de la Restauración, y alojando a los viajeros que estaban enterados de los secretos de la buena mesa.

SUERTE TORERA DE LA REINA ISABEL II

a Reina Castiza, para mejor justificar su nombre, pudo Lmorir por asta de toro bravo y sólo su suerte le evitó esta contingencia que hubiera cambiado la Historia de España. Fue el día 21 de enero de 1851. Todavía estaban muy lejos los dolores del fin de la Monarquía, y la Reina iba a visitar a la Virgen de Atocha, visita que tantas veces a lo largo de siglos habían reali- zado los sucesivos monarcas que habían ceñido la Corona de Es- paña. Y en esta visita religiosa, que parecía tan alejada de todo peligro taurino, surgió el suceso. Un toro escapado de los toriles de la plaza corrió calle abajo, a la altura misma del coche de la Reina, y sostu- vo algo como una carrera de velocidad, espoleada por el cochero asustado, que hizo correr cuanto pudo a los caballos, mientras el toro, quizá llevado por el mismo galope de los caballos continuaba corriendo a su lado. Al fin no pasó nada, ni siquiera un ademán por parte de la res de atacar al coche o a los caballos que tiraban de él. El toro abandonó la carrera, siguió camino distinto y la Reina de España se libró de una muerte o al menos de un peligro tan castizo como el pueblo pensaba que era su Reina.

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REPRESENTACIONES DE DON JUAN TENORIO EN EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

omo es sabido, la obra teatral Don Juan Tenorio tuvo un Cestreno lejano y poco satisfactorio. Zorrilla vendió los dere- chos de autor por un puñado de reales, seguramente creyendo que hacía un buen negocio, pero pasó el tiempo y la obra no volvió a representarse. Así las cosas, a finales de octubre del año 1861 se preparó una representación de la olvidada obra en el Teatro ya Español, que había de darse en los primeros días de noviembre. Los resultados fueron muy distintos de aquel estreno en el silen- cio. Curiosamente, el éxito hizo relacionar el Tenorio zorrillesco con los días de Santos y Difuntos, y desde el año de 1861 comen- zó la costumbre de repetir la representación de la obra por estos días, costumbre que continuó hasta épocas bien recientes.

LOS CAÑOS DE AGUADORES DE CIBELES

ara que lo bello se uniera a lo práctico, a la Fuente de PCibeles se le añadieron, todavía muy temprano, dos caños para que los aguadores pudieran tomar agua con facilidad. Se pusieron a los lados del carro, en mitad del pilón grande, formados por un grifo y un oso en alusión de las figuras heráldicas de Madrid y por sus bocas salían los chorros, que los aguadores llevaban a sus cubas por el procedimiento usual en todas las fuentes, mediante una caña que unía la salida del agua con la propia cuba.

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Estos grifos de práctica utilización no hay duda que restaban belleza a la Fuente; por eso, en cuanto Madrid pudo disponer de agua suficiente en fuentes más numerosas, se quitaron éstos, con las consiguientes protestas de los aguadores gallegos y asturianos que los utilizaban en su comercio. No podemos precisar el día que se quitaron los surtidores y se retiraron el oso y el dragón o grifo, pero sí sabemos, por la prensa, que el día 4 de enero de 1862 ya se habían retirado. Poco después, el 11 de marzo siguiente, se comenzó una restauración total de la Fuente y de sus esculturas. En cuanto al oso y al dragón, tuvieron una historia diferente. La figura del oso, con el correr del agua había ido perdiendo las lige- ras formas que de oso le daban aspecto y ya no tenía valor alguno. En cuanto al dragón, también llamado grifo –el de las fuentes y lavabos se llama así por hacerse la salida de las aguas en siglos anteriores por la boca de un dragón–, pudo rescatarse y hoy está en el patio ajardinado de la Casa de Cisneros, en la Plaza de la Villa, a la sombra de unos árboles, descansando en un bien merecido reposo después de servir tantos años a los aguadores de cubas de cobre y asnillo cansino.

LAS CASILLAS FRENTE AL TEATRO ESPAÑOL

abido es que la actual plaza de Santa Ana se debe a los derri- Sbos realizados por José Bonaparte, que, como ya hemos dichoi20, con ellos se ganó el sobrenombre de Rey Plazuelas. Allí estaba el convento de Santa Ana, de religiosas carmelitas descalzas,

20nVéase La demolición de la Iglesia de San Miguel de los Octoes, pág. 87

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que fundó nada menos que San Juan de la Cruz en 1586, cuando la gloriosa reforma teresiana del Carmelo. Se dijo en él la primera Misa y se colocó el Santísimo el día 17 de septiembre. Vinieron las primeras religiosas del convento de la Orden existente en Ocaña. Se rehízo más tarde el templo, que se acabó en 1611. Esto es sabido, pero no se recuerda que el convento de Santa Ana no ocupaba enteramente todo lo que hoy es plaza, pues al borde de la calle y separando de ella las tapias del convento había una fila de casitas, siete en total, que no pertenecían al convento, sino a particulares. Por ello, cuando el rey José hizo la plaza, quedó ésta separada de la calle del Príncipe por esa fila de casas. En una de ellas había vivido el célebre Alguacil de Casa y Corte Pedro de Vergel, el asaeteado por los cáusticos versos del conde de Villamediana, que tanto se metió con él. Vergel, al que Lope de Vega le dedicó una de sus comedias, precisamente El mejor mozo de España, que tenía fama de galán y resultó buen danzarín, como mostró en una fiesta que se dio en la casa, estrafalaria como su dueño, de don Juan de Espina, en la que bailó con gran donosura, según los que lo vieron. Que era también buen lidiador y más de una vez, por ayudar en los festejos de toros de la plaza Mayor a algún caballero en apuros, en vez de quitarse de en medio como sus compañeros de profesión, mereció que se le diera uno de los toros muertos, lo que suponía bastantes cientos de reales. Las casillas –que con tal nombre se denominan ya en el siglo XVII– desaparecieron en junio de 1863, cuando la plaza tenía varias decenas de años de existencia y comenzó su derribo, que no tarda- ría mucho en terminarse, el día 17 de junio.

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LA ESTATUA DE LA DIOSA DE LA COMEDIA

l Comisario General de la Cruzada, monseñor Santaella, Eencargó al escultor Piquer que labrase una estatua de la reina Isabel II, que se colocó en la plaza que hoy lleva su nombre y a donde ha vuelto la estatua. Pero entonces estuvo poco tiempo, bien porque la Reina no quisiese –había dicho públicamente que no le hiciesen una estatua en vida–, bien por aquel cartelito que apare- ció una mañana pegado al pedestal y que decía: Santaella de Isabel costeó la estatua bella y del vulgo el eco fiel dice que no es santo él ni tampoco santa ella. Retirada, pues, la estatua por orden de la Reina, se colocó den- tro del Teatro de la Ópera o Teatro Real, por el nombre verdadero que entonces llevara. El lugar de la estatua real lo ocupó otra figu- ra, tallada en piedra, que no hemos podido averiguar bien de dónde salió, aunque parece que estaba precisamente en el Teatro, y que representaba una diosa de la Comedia. Cuando la estatua de Isabel II volvió por segunda vez a la plaza de su nombre –hubo otra tercera vez después de nuestra Guerra–, la Diosa de la Comedia se escondió en los Almacenes de Villa. De allí la sacó, en el tiempo en que fue fecundo Delegado de los Servicios Municipales de Cultura, don Antonio Aparisi Mocholí, y la llevó al final del Paseo de Recoletos, cerca de la Plaza de Colón, donde afortunadamente todavía la Diosa de la Comedia, de tanta historia viajera, se enfrenta con el paseante del bello Recoletos.

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PRESENTACIÓN DEL PROYECTO DEL BARRIO DE SALAMANCA

a primera noticia que conocemos sobre el célebre Barrio Lde Salamanca madrileño es de 5 de julio de 1863, fecha en que el conocido banquero y marqués que le dio nombre presen- tó a la reina Isabel II los planos del proyecto del famoso barrio que le arruinaría y le haría también célebre. El proyecto lo pensaba como un conjunto, formado por 350 edi- ficios, divididos en unas 44 manzanas de 8 casas cada una. El con- junto del barrio se proyectaba formado por una calle de primer orden, dos calles de segundo orden y seis calles transversales a las anteriores. Las manzanas se habían pensado de una forma nueva en Madrid, con un patio común a todas las casas que la formaban, y que ofrecía magníficos espacios interiores a las habitaciones, y las casas se proyectaron con tres pisos de altura. En cuanto a lo económico se preveía que el alquiler de los cuar- tos sería de 10, 16 ó 24 reales, según el tamaño de la vivienda.

LA CIRCULACIÓN EN LA PUERTA DEL SOL

n el año 1863 ya preocupaba en el Ayuntamiento la circu- Elación por las calles de la Villa, especialmente por el núcleo central de la población y muy concretamente por la Puerta del Sol, que era ya a la sazón el corazón de Madrid. Consecuencia de esta preocupación fue la realización de un estudio numérico de la circulación existente, seguramente el prime-

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ro que se realizó, y que en la Puerta del Sol dio los siguientes resul- tados por día: Carruajes de cuatro ruedas y un caballo ...... 4.184 Carruajes de cuatro ruedas y dos caballos ...... 2.185 Carruajes con más de dos caballos...... 21 Diligencias, ómnibus y sillas de postas ...... 81 Carruajes de dos ruedas (calesas, etc.)...... 47 Galeras ...... 8 Carros de reata ...... 1.237 Carretas...... 177 Caballos de montar...... 861 Caballerías con carga ...... 1.969 Total ...... 10.770

EL BARRIO DE ARGÜELLES EN 1863

n la actualidad se da a muchos lugares el nombre de EBarrio de Argüelles, pero, en realidad, Argüelles es el barrio limitado al oeste por la calle de Ferraz y el paseo de Rosales; al este por la calle Princesa; al norte por el Paseo de Moret, y al sur por la plaza de España. Hacia 1863 había comenzado la construcción del barrio y avan- zaba con mucha seguridad, aunque sus casas estaban todas situadas por los comienzos del barrio, lo que entonces eran traseras del Cuartel de San Marcial y hoy es plaza de España. Estaba entonces formado por las primeras dieciséis manzanas de casas, y sin embargo, la prensa para estar enteramente construi- do sólo le daba el plazo de dos años, juzgando por la rapidez de su formación. Resulta curioso el cambio social, mejor los varios cambios que se han venido produciendo en el barrio. Su comienzo fue de barrio

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obrero, del que todavía quedan algunas casas, en la parte sur del barrio, habitadas por empleador menores del Palacio Real y por tra- bajadores ferroviarios de la cercana estación del Norte. Pronto, clases elevadas, social y económicamente, se dieron cuenta de la excelente situación del nuevo barrio y comenzaron a construir en él sus residencias, en su mayoría hotelitos, de los que, habiendo llegado a ser muchos, quedan muy pocos. Es indudable que el hecho de que las infantas doña Isabel y doña Eulalia se hicie- ran allí sus palacetes de residencia impulsó mucho en este sentido la construcción del barrio. Por la parte norte llegó a instalarse algu- na fábrica de cervezas de temprana desaparición. La posterior transformación del barrio y la progresiva sustitu- ción de los hotelitos ajardinados por casas de pisos es de nuestros días, pero ya había comenzado otra fase, la de levantar grandes construcciones dobladas de destino, de residencias y oficinas, y la multiplicación de casas dedicadas a pequeños apartamentos, que reparte así el elevado gasto del suelo en la zona.

EL FIN DEL PASAJE DE MATHEU

odos conocen que el Pasaje Matheu nació como una calle Tcubierta por bóveda de cristales y con tiendas de lujo en su recorrido. Nos lo cuentan Madozi21 y el Semanario Pintoresco Españoli22. Pero es menos conocido cuando, acabada esta fase, per- dió enteramente el carácter lujoso de su comercio.

21nKOCK, PAUL DE: Una casa de Tócame Roque. Novela. Trad. del francés (Une drole de maison, París, Sartorius, 1868) por D. Alejandro Mata. Madrid, Bailly- Baillière, 1868.

22nSemanario Pintoresco Español, 1854.

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La fecha nos la da una perdida noticia de prensa que informa, entre tantas y tantas informaciones sin titular alguno, según el uso ordinario de la prensa de entonces, que se ha quitado la cubierta de cristales del Pasaje. Al perder su cubierta –quizá ya muy estropea- da– el Pasaje pierde todo su encanto y se convierte en una callejue- la sin interés. La fecha en que sabemos que ya no quedaban restos de la cubierta de cristales es la del 7 de agosto de 1863. Ese día pasa a la etapa en que hoy le conocemos, ya lejano de sus esplendores origi- nales, a las tiendas de artículos de lujo, de las sedas y de las porce- lanas, y de los dependientes que se habían traído –señoritas y caba- lleros– de Francia para dar mayor estilo al conjunto comercial.

LA EMBAJADA DE ANNAM

l día 18 de noviembre de 1863, recibieron los Reyes, con Etoda la solemnidad y protocolo acostumbrados, a los nue- vos embajadores del lejano Annam. La cosa no pasaría de ser una recepción de embajadores más, sin demasiado interés para noso- tros, si no fuera por la sorpresa que se llevaron los Reyes, minis- tros, asistentes y toda la Corte, cuando el Embajador dio comienzo a sus palabras de presentación. El ritmo y el canturreo no dejaban lugar a dudas y en medio del solemne protocolo, siempre igual y un poco aburrido, resonaba en el Salón del Trono el repiqueteo de los versos, pues el Embajador, siguiendo la antigua costumbre de su país, estaba diciendo el discurso en verso. Parece ser que la reina Isabel, que sabemos cómo era y lo chun- gón de su madrileño carácter, estuvo a punto de no poder contener la risa.

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LA NUEVA CASA DEL HOTEL PARÍS

roducto de la reforma de ampliación de la Puerta del Sol, Puna nueva casa aparecía en la célebre plaza. Donde siem- pre estuvo el Hospital de Corte o del Buen Suceso, se alzaba ahora la misma casa que hoy conocemos entre las calles de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo. La gran casa, con fachada a las tres vías públicas, había sido alquilada entera por una Compañía que pensaba poner en el piso bajo un Café, en el entresuelo billares y juegos permitidos y el resto de la casa destinarlo a fonda con el nombre de Grand Hotel de París. Hasta aquí todo más o menos regular, pero lo asombroso para las alturas económicas de entonces era el precio tremendo que se pagaba por alquiler, nada menos que 159.000 pts. En un tiempo en que un obrero especializado, como un tipógrafo, por ejemplo, que siempre fueron bien pagados, cobraba doce o catorce reales, este montón de duros (31.800 duros) o de reales, la moneda de entonces –la peseta todavía no existía– (636.000 reales) resultaba desorbita- do, completamente fuera de las magnitudes habituales. Esto sucedía en diciembre de 1863. Poco después nacerían el Café Imperial y el Hotel, que ha llegado a nuestros días. Hay que decir que el café ocupaba la totalidad de la superficie de los bajos de la casa, con vistas a Alcalá, Sol y la Carrera.

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INCLEMENCIAS DEL TIEMPO EN UN SOLO DÍA

a se sabe que el tiempo en Madrid es extremado, tanto en Yel frío como en el calor, en la sequía como en los dilu- vios, pero, sin embargo, la palma del tiempo inestable y de reunir todas las condiciones en un solo día se la lleva el 17 de febrero –Febrerillo el Loco– del año 1866, en que en un solo día llovió, granizó, nevó, hubo vendaval, sol y, por último, para cerrar digna- mente el ciclo, otra vez lluvia. Tal cúmulo de cambios climáticos, en tan breve espacio de tiem- po, es algo desde luego fuera de lo corriente y creemos que en nin- guna otra ocasión superado. Son demasiados fenómenos atmosféri- cos en un solo día. Desde luego que no podemos dar fe de que todo esto pasara como contamos, pero así lo vemos reflejado en la prensa madrile- ña, entre exclamaciones de asombro, y cosa es de creérnoslo, pues no sería lógico que lo inventaran los periódicos para contárselo a las gentes que lo habían vivido.

LA TÍA JAVIERAY LAS ROSQUILLAS DEL SANTO

reemos que no es preciso descubrir a los madrileños Cactuales las rosquillas del Santo –el Santo es, naturalmen- te, San Isidro–, que en sus tres variedades: tontas, listas y de Santa Clara, quizá para que haya para todos los gustos, son archiconoci- das y muchos somos los que no dejamos pasar año sin hacer algo más que probarlas.

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Junto a las rosquillas del Santo aparece la figura de la Tía Javiera, mítica figura que se va olvidando, pero que todavía los madrileños de pro saben que vendía las mejores rosquillas. Pues contra lo que alguna voz ha podido correr, la Tía Javiera no fue una invención, sino un ser real, que vendía sus rosquillas, según los que las probaron magníficas, en la Verbena de San Isidro, con extraordinario éxito. Lo que creo que pueden saber muy pocos es que su fama la hizo llegar a más y siendo ya bien conocida por la bondad de sus pro- ductos, abrió confitería en Madrid. La confitería de la Tía Javiera estaba nada menos que en la calle de Lavapiés número 39, en el corazón del Madrid chulapo y casti- zo, y su apertura la hizo en día apropiado, justamente el 14 de mayo de 1866, al inicio de las celebraciones del Día del Patrono, en el momento oportuno y cuando ya comenzaban en la Villa y Corte los amenes del reinado de doña Isabel II. No sería del todo descabellado señalar con alguna referencia el lugar en que estuvo enclavada la antigua confitería, que levantó desde la nada una mujer trabajadora con el solo apoyo y sostén de sus maravillosas rosquillas.

INAUGURACIÓN DEL TEATRO VENTURA

l día 30 de enero de 1867 se alzó, por vez primera, el telón Edel nuevo Teatro Ventura, que estaba en la calle de Villanueva, esquina a la de Serrano, en lugar que hoy ocupa una casa moderna en cuyos bajos hay una conocida perfumería. Pero no traten de recordar, pues no es fácil que lo logren. En aquel lugar lo que había entonces a la vista era un hotel rodeado de jardín y fue en ese hotel donde funcionó este teatro particular que llegó a ser célebre.

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Era aquélla la residencia de un hombre que lo fue todo en su vida, el general Serrano, el que allá por los días, lejanos entonces, de su juventud, había sido llamado «El General Bonito» por los labios de una Reina. Había ya casado Serrano con una prima suya, criolla, condesa de San Antonio, doña Antonia Domínguez, brillante belleza de pelo y ojos negros, que fue demasiado ambiciosa, y el nombre del Teatro era el de la más pequeña de sus hijas. Las representaciones del Teatro Ventura se hicieron célebres, los mejores poetas le escribían obras para que fueran allí representa- das, actuaban como actrices y actores muchachas y muchachos de la mejor sociedad y los dirigía el cómico de más fama y nombradía en el tiempo. Del Teatro Ventura nacieron muchas cosas, entre ellas el matri- monio de la titular, que Venturita se casó con el galán que en la escena tantas veces le declaró su amor, un Grande de España, que sacó tanto gusto a la escena que, ya viudo prontamente de Ventura, volvió a casarse con célebre actriz de renombre, María Guerrero, y llegó a ser uno de los grandes actores de nuestra escena, Fernando Díaz de Mendoza.

EL OSO DE LA PLAZA DE SANTA ANA

eemos en un diario del 30 de octubre de 1867 una curiosa Ly violenta protesta de alguno de los redactores, en la que desde luego lleva toda la razón y hasta podría pensarse que dema- siado para que haya sido posible. Denuncia el periodista que alguien cuyo nombre no parece conocer, todos los días coloca, sujeto a la verja de la plaza de Santa Sana, no un perrillo, sino nada menos que todo un oso.

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El animal se pasa allí todo el día a la vista de los viandantes, ocasionando un indudable peligro, que se hace mayor cuando se piensa en los niños que juegan habitualmente en aquella plaza. Por otra parte, por las noches, ¿qué haría con el oso su dueño?, ¿lo tendría en un piso de los alrededores? Hemos buscado con la natural curiosidad, pero nada hemos podido volver a saber del oso de la plaza de Santa Ana, ni de su descuidado dueño, ni siquiera de la bondad del animal, que debía de ser grande, cuando tampoco hemos encontrado que causara grave incidente que mereciera o hubiera de ser reflejado en los periódicos.

CÓMO LLEGÓ EL ARCO DE MONTELEÓN A PODER DEL AYUNTAMIENTO

asados los sucesos del Dos de Mayo, el Parque de PArtillería continuó en poder del Ejército y durante muchos años así permaneció, sin que nadie pensase en la conservación del arco de ladrillo de la entrada del Parque, que había sido testigo y escenario de la heroicidad de los madrileños contra el primer ejér- cito de Europa. Pasado el tiempo, el Estado subastó la antigua finca de Monteleón, sin que tampoco se le pasara por las mientes la importancia del arco. Así las cosas, el Ayuntamiento, en sesión del 21 de febrero de 1868, vio la propuesta que hacía don Antonio Menéndez Cuesta, de regalar a la Villa el Arco de entrada al Parque de Monteleón y el terreno circundante, que todo ello era de su propiedad. Su proyec- to era parcelar en solares el resto de la superficie del Parque para que se construyera un nuevo barrio.

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Naturalmente, el Ayuntamiento aceptó la propuesta y el regalo y entonces se comenzó a restaurar el Arco y a urbanizar lo que había de ser la plaza en su contorno, como hoy la conocemos.

ASALTO DE UN TREN COMO EN EL OESTE AMERICANO

omo en una escena –tan repetida– de una película del COeste, en Madrid también se vivió el asalto de un tren, y precisamente por las fechas en que, según esas películas, por el gran Oeste de Norteamérica era cosa frecuente el suceso. No lo era tanto aquí, pero al menos una vez sí sucedió. Fue el 17 de agosto de 1868 cuando un tren de viajeros fue asaltado a la salida de Madrid por una partida de forajidos. Lo que no he podido averiguar es si también usaron revólveres Smith & Wesson.

EL JARDÍN CENTRAL DE LA PLAZA DE ORIENTE

l día 7 de octubre de 1868, recién destronada Isabel II, se Eabrieron al público los jardines centrales de la Plaza de Oriente, bastante grandes y circundados con una verja que duraría muchos años y que hemos llegado a conocer. Este cierre de los tales jardines se hizo porque no eran del Ayuntamiento, sino de Palacio, que los había realizado y expropiado. Fue el mismo día en que llegaba a Madrid uno de los héroes de

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la Revolución de Septiembre, el único que todavía no estaba en la capital, el general don Juan Prim y Prats, que, al llegar a Madrid, en olor de multitud, revistó en la calle de Alcalá a los Voluntarios de la Libertad, milicia ciudadana formada por elementos muy levantiscos. Este mismo día fue el del abrazo de los generales Serrano y Prim en el balcón principal del Ministerio de la Gobernación de la Puerta del Sol. A continuación, los prohombres de la Revolución triunfante se reunieron en un almuerzo en el Hotel París, en número de 44 comensales.

EL NACIMIENTO DE LA PESETA

a peseta, a la que ahora vemos en trance de su cercana desa- Lparición, nació hace poco más de un siglo, exactamente el 19 de octubre de 1868, creada por el ministro de Hacienda de la triunfante Revolución de Septiembre La Gloriosa que había destro- nado a Isabel II, don Laureano Figuerola, y con el valor de cien céntimos, equivalente a los viejos cuatro reales. La peseta sustituyó al escudo, que había sido la unidad moneta- ria y la divisa española desde el 26 de junio de 1864 y tuvo, pues, muy poca vida. Continuando la historia hacia atrás, el escudo sustituyó al real, establecido como unidad monetaria española el 15 de abril de 1848, que impuso las monedas siguientes: el doblón de oro de cien reales de valor, el duro de plata de veinte reales, el medio duro de diez reales, la peseta de cuatro reales y el real, unidad monetaria. Las monedas divisorias eran el medio real, la décima de real, la doble décima de real y la media décima real, todas de cobre. El mismo día en que se creó la peseta como unidad monetaria española, se producía la demolición del convento de San Martín, de la iglesia de la Santa Cruz, en otro lugar que el actual, en la plaza a

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la que dejó nombre, y de la tapia que cerraba la real posesión de la Moncloa, y también de la iglesia de Santa María, el templo más antiguo de Madrid.

EL INCENDIO DE LA INSPECCIÓN DE MILICIAS. LAS MANTILLAS Y OTRAS COSAS

a Inspección de Milicias era un pabellón situado en los Ljardines del Palacio de Buenavista, tantos años Ministerio de la Guerra, que estaba precisamente marcando el ángulo que entonces hacía esquina de la calle de Alcalá en aquellos lugares. Cuando Cibeles pasó a ocupar el centro de la plaza, se dio a ésta la forma casi circular, que hasta entonces nunca había tenido, y el solar del pabellón de la Inspección de Milicias es hoy acera peato- nal y jardines del Cuartel General del Ejército de Tierra. Ese edificio había sido, en el siglo XVIII, residencia del hermano de don Manuel de Godoy y desde entonces había tenido distintos usos, hasta que, llegada la Revolución que se llamó La Gloriosa, que destronó a Isabel II, fue designado Regente el general don Francisco Serrano Domínguez, pues sus propios compañeros revo- lucionarios censuraron su decisión de vivir como interno en el Palacio Real, por lo que pasó a habitar este palacete amueblado, eso sí, con mobiliario palaciego. Así las cosas, el 28 de octubre de 1868, ardió impensadamente la Inspección de Milicias y los Regentes hubieron de abandonar con premura su residencia. Pasaron entonces a habitar la llamada Casa de Heros, que estaba en la calle de Alcalá, donde hoy se alza el Ministerio de Educación, casa que habría de ser, por muchos años, Presidencia del Consejo de Ministros, hasta que, ya entrado

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nuestro siglo XX, sería abandonada por ruinosa, se demolería la vieja casona palaciega del siglo XVIII y se alzaría el Ministerio. Pero todo esto es para recordar que periódico contrario a Serrano hubo que, cuando dio cuenta del suceso, lo hizo con una extraña frase. Habla del súbito fuego que prendió por todas las par- tes del edificio y dice: «La duquesa, por las prisas del momento, tuvo que salir con mantilla». La frase ha debido sugerir muchas preguntas, pues parece que precisamente la mantilla no es la prenda que puede ponerse una señora en apuros, pero, naturalmente, tenía una explicación: con esas palabras, el periodista aludía a algo que era comidilla del todo Madrid de entonces y bocado en el que hincaban con fuerza sus dientes las lenguas de cortes más hirientes. «Mantilla», así, escrito con mayúscula como apellido, era el de un periodista muy afecto al General y al que las mal pensadas gentes habían supuesto en más estrecha relación con la Generala. Poco durarían los hechos que doña Antonia Domínguez, conde- sa de San Antonio, generala y criolla de mucho poder, puso fin a las habladurías de forma definitiva casando a Mantilla con una joven y ya viuda criolla como la Generala, Pilar León, haciendo a la pareja marqueses de Villa Mantilla y embajadores de España en los Estados Unidos. Pilar León, que así llega a nuestras páginas, habría de tener larga y magnífica historia, y después de muchas vicisitudes, varios matri- monios acabados por la defunción del otro cónyuge y uso de otros títulos de Castilla, acabaría sus días, que tuvieron alternancias de riqueza y medianía, como gran señora moradora del palacio de Villahermosa, que hoy es Museo Thyssen Bornemisza, donde dio grandes fiestas, a alguna de las cuales asistió el propio Rey de España, por ser ella marquesa de Esquilache y Grande de España.

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SE DEPOSITA UN NIÑO EN EL TORNO DE LA INCLUSA

l día 1 de diciembre de 1868 se depositó un niño en el Etorno de ingreso de la Inclusa madrileña, al que se le die- ron los nombres de Eloy Gonzalo García. Constaba en la entrega que la madre era Luisa García, natural de Peñafiel, provincia de Valladolid –de ahí el segundo apellido–. El nombre de Eloy se le dio por habérsele administrado el Bautismo ese mismo día, en que la Iglesia celebra la festividad de San Eloy. Pasaría el tiempo y ese niño, ya soldado, protagonizaría en Cuba una heroica acción de guerra, incendiando, en la pequeña localidad de Cascorro y a costa de su propia vida, un fortín insurrecto desde el que se hacía mortal fuego contra las tropas españolas. Rescatado en la acción, no murió en el acto, pero lo hizo pocos días después en un hospital de La Habana, entre el cariño y la admi- ración de todos. Es curioso que su condición de inclusero le acompañara decisi- vamente hasta su muerte, pues ésta salió de una orden del oficial que mandaba la fuerza pidiendo un voluntario para el acto, que todos sabían era de grave peligro de muerte. Varios se ofrecieron a realizar la acción y Eloy Gonzalo alegó, precisamente, su condición de expósito, que haría su muerte menos dolorosa al no tener fa- milia. Hoy, Eloy Gonzalo tiene una calle en Madrid a él dedicada, y una estatua, en la que popularmente se llama plaza de Cascorro, donde aparece de uniforme, el usado por las fuerzas en la Guerra de Cuba, con el fusil a la espalda y una lata de gasolina en el brazo para llevar a cabo el incendio. También fue cierta la soga atada a su cintura: él la pidió, a fin de que, tirando de ella, pudieran sus com- pañeros rescatar su cuerpo.

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LA MUERTE DE PEPITA TUDÓ, CONDESA DE CASTILLO FIEL

uando llegó su muerte, en 1869, había superado a su tiem- Cpo, ya no debía vivir nadie que hubiera conocido sus grandes días de amor y de triunfo, ya estaban olvidados los perso- najes históricos de aquellos sucesos que habían crispado a los espa- ñoles y todo se reducía a las páginas frías de la Historia. Ya don Manuel de Godoy y Álvarez de Farias no levantaría ni admiracio- nes ni iras. Ya era todo pasado. Así, como una figura de otro tiempo, llegó el último momento de Pepita Tudó, la condesa de Castillo Fiel, la que había sido pri- mero amante y después esposa del Príncipe de la Paz, que había muerto pobre y olvidado en París. Doña Josefa Tudó falleció a los 92 años de edad, el 7 de sep- tiembre de 1869, como consecuencia de un desgraciado accidente. El día 12 de agosto anterior, por un descuido, se le habían quema- do los vestidos –las voluminosas faldas de entonces– y aun cuando logró curar de las quemaduras, no pudo recuperar las fuerzas per- didas en el accidente. Falleció en la calle de Fuencarral núm. 22, piso primero, donde tenía su domicilio, y fue enterrada en el Cementerio de la Cofradía Sacramental de San Isidro, junto a la Ermita del Santo, en el nicho 110, galería 4ª, patio 4º, de la Purísima Concepción. Descanse en paz.

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EL DUELO ENTRE FELIPE DUCAZCAL Y PAÚL Y ANGULO

l duelo, aunque a los jóvenes pueda parecerles mentira, ha Etenido validez social en España hasta fechas muy recientes. Todavía en las primeras décadas del siglo XX no eran raros los due- los, bien promovidos por choques políticos, que eran causa de muchos, bien por encuentros personales, o bien por, como se decía entonces, asuntos de faldas. Hasta hay noticia de que dos arrisca- das damitas, no precisamente de la mejor sociedad de la época, tuvieron un duelo a espada, en un amanecer en el Retiro, en las cer- canías de la estatua del Ángel Caído, por cierto galán entonces de moda. A uno de estos duelos, que fue muy sonado por sus protagonis- tas, nos queremos referir ahora: el mantenido entre José Paúl y Angulo y Felipe Ducazcal. Paúl y Angulo era un bilioso personaje jerezano, actuante en política en agrupaciones ultrarradicales, crea- dor y jefe de la célebre partida de radicales, propietario y director de El Combate, periódico político con ribetes de libelo, implicado en el asesinato del general Prim, de quien fue primero entusiasta seguidor y después enemigo irreconciliable. Felipe Ducazcal, madrileño, que comenzó su vida política en los partidos progresistas y la acabó en las filas de la Restauración, fue hombre de periódicos –El Heraldo fue suyo– y de teatros, y logró hacer una fortuna. Siempre estuvo metido en asuntos políticos de forma directa y contundente y fue muñidor de casos difíciles y empresas arriesgadas con su partida de la porra. Paúl y Angulo había retado al general Prim. No aceptó éste el reto por ocupar por aquel entonces la Presidencia del Consejo de Ministros y tener, además, bien acreditada su valentía personal en todos los órdenes, y en su delegación aceptó desafío Felipe Ducazcal, inquieto personaje siempre dispuesto a todo. El duelo se celebró el día 10 de diciembre de 1870 y debía haber tenido lugar en las tapias del cementerio de San Isidro, pero, avisa-

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da la autoridad, acudieron agentes de ésta –el duelo estaba legal- mente prohibido– para impedirlo. Se trasladaron entonces los due- listas a las Ventas, donde se encontraron en las proximidades del arroyo Abroñigal, que es hoy la Avenida de la Paz, o M-30, lugar donde por fin se celebró el desafío, a las dos de la tarde. Los padrinos de Paúl y Angulo fueron el general Pierrad y La Rosa; por Ducazcal, Doñamayor y el teniente Menéndez Escobar, y el arma elegida fue la pistola de cañón rayado, que ofrecía mayor seguridad de tiro. El encuentro se comenzaría a una distancia de quince pasos, avanzando los contendientes uno a cada disparo erra- do, hasta que quedara uno de los dos fuera de combate. El día era frío y desagradable, gélido y de nieve. Comenzaron a realizarse los disparos, aunque los padrinos acor- daron sobre el terreno que no avanzaran los contendientes. Los tres primeros disparos se sµucedieron sin consecuencias, pero el cuarto ofreció a Ducazcal una contusión en la cadera derecha, lugar avan- zado –en los duelos a pistola los duelistas se presentaban de costa- do para ofrecer menor blanco– y por tanto de fácil alcance. La bala empleada, de plomo sin coraza, no penetró. En el quinto disparo, el tiro de Paúl y Angulo dio en el oído de Ducazcal, penetrando. Cayó al suelo el herido y lo creyeron muerto, y por muerto lo tenía Paúl y Angulo cuando se retiró del campo. La bala se le alojó en el temporal y Ducazcal pudo recuperar el conocimiento y la vida, pero los medios de la época impidieron que el proyectil pudiera ser extraído. Pasaron los años. Habían quedado atrás la Regencia de Serrano, el reinado de Amadeo, la I República, y había llegado la Res- tauración, cuando aquella bala, tantos años quieta en la cabeza de nuestro hombre, se movió una noche y Ducazcal, al cabo de los años, resultó muerto por el lejano disparo de Paúl y Angulo.

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EL EXTRAÑO TRAJE DEL REY AMADEO

urante su cortísimo reinado, el rey Amadeo de Saboya Dhizo cuanto pudo para ganarse el afecto de los españoles, aunque no pudo conseguirlo. En este deseo de alcanzar de todas formas la aceptación popular, hay que situar la extrañísima intento- na que le llevó a presentarse en público con un rarísimo vestido, que quería ser la síntesis de los trajes regionales españoles, todavía en uso en la España agrícola. Fue el 3 de julio de 1871, en que apareció ante la admiración asombrada de sus súbditos, vestido con un calzón como los de los maragatos, medias rojas y negras a listas, zapato descotado, y hongo. Pueden suponerse los comentarios. La propuesta real de síntesis de vestidos regionales no tuvo aceptación.

LA HUELGA DE LOS BARRENDEROS

n nuestros días huelga de más o manifestación de menos Eni preocupan ni interesan a los madrileños, que ya han visto tantas que no les hacen caso alguno; pero en 1871 eran algo extraño y desconocido. Creemos que esta huelga fue quizá la pri- mera de España, o por lo menos de las primeras. La causa, una cadena de sucesos que arrancaba de algo que viene siendo secular: la falta de dineros que suele ser perpetua en nuestro municipio. Así, como el Ayuntamiento no pagaba, la sociedad concesiona-

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ria de la limpieza de la Villa no abonaba los jornales a los barren- deros y éstos se veían escoba en mano y sin nada en los bolsillos. El resultado lógico de esta serie de causas fue la huelga. Sucedió el 31 de agosto de 1871. Y conste que agosto entonces no suponía la ciudad desierta de nuestros tiempos.

LA MODA DEL POLISÓN

urante varios siglos la mujer ha ido siguiendo una serie Dde modas sucesivas, todas ellas con un signo común: cambiar enteramente la silueta femenina. La cosa comienza en el siglo XVI, con los verdugados, alambres cosidos a los vestidos que acompañan las faldas. Sigue con los guardainfantes, armazones interiores de alambres que tienen el mismo fin. Después vienen los miriñaques, que ensanchan con más intensidad en los costados. Cuando acaban, para seguir acompañan- do la figura llegan las crinolinas, que no son alambres, sino telas rígidas y almidón. Y por fin llega el polisón, que sólo aumenta el volumen por la parte de atrás. Tenemos constancia exacta de cuándo se vio, por vez primera, un polisón en Madrid, quién lo usó y quién fue su inventor. El día fue el 18 de diciembre de 1871, en una fiesta que dio en su palacio el duque de Sesto, fiesta que tenía más de propaganda política de la Restauración de Alfonso XII, que él defendía, que de verdadera fiesta social. El palacio del duque de Sesto, que era tam- bién entre otros muchos títulos marqués de Alcañices, estaba en donde hoy se alza el Banco de España, en la esquina de la calle de Alcalá y el Paseo del Prado. La primera mujer que lo usó en Madrid, y que lo puso inmedia- tamente de moda, era la duquesa de Sesto, nacida Sofía Trou- bewtzkoy y Moussine-Psouchkine, princesa rusa a quien en todas

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las Cortes de Europa se tenía por hija del zar Nicolás I. Mujer ele- gantísima, que había destacado en el París del II Imperio y tanto allí como aquí impuso ella formas y criterios. El autor del vestido de cola naranja con polisón fue nada menos que Worth, el célebre modisto, que debía buena parte de su triunfo en las cortes europeas precisamente a la duquesa Sofía, que lo tomó desde los comienzos bajo su protección. No es necesario decir que inmediatamente comenzaron a verse por Madrid vestidos con polisón.

LA PRIMERA ESQUELA QUE CONOCEMOS EN LA PRENSA

uchas horas hemos pasado a lo largo de muchos años Mleyendo viejos periódicos madrileños; por eso nos hemos ido dando cuenta de la evolución de nuestra prensa: las apa- riciones de nuevos temas y secciones, la ordenación de las noticias y cuanto alrededor de un diario se puede observar. Desde luego, no somos técnicos, ni mucho menos, en la historia de la prensa, que tiene muchos y muy buenos especialistas, y lo que vamos a decir es simple producto de nuestra observación, que puede ser equivocado, pero es como lo hemos visto. Lo que hemos podido ver es que la primera esquela dando cuen- ta de un fallecimiento que conocemos en la prensa madrileña, con forma tal de esquela, no como noticia necrológica, apareció en el diario La Época del 15 de octubre de 1876 y se refería al óbito de don Antonio López Bru. Hoy son de habitual presencia todos los días.

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LA PRIMERA OREJA QUE SE CORTÓ EN MADRID

remio concedido por el presidente, pero por la votación de Plos aficionados presentes en la plaza de toros, la concesión de la oreja de un toro es cosa que se ve con frecuencia. No con tanta como quisieran los profesionales del arte, pero demasiadas para algunos aficionados. Sin embargo, es un premio muy moderno, casi de ayer, en la larga historia de la lidia de reses bravas. Fue exactamente el día 25 de octubre de 1876, ya por tanto en la plaza de toros de Goya, donde hoy se levanta el Palacio de los Deportes. Se le concedió al torero Chicorro y casi se puede decir que fue el mismo torero quien inventó el trofeo. Veamos cómo ocurrió. Hasta ese día lo que se concedía, muy de tarde en tarde, al que había realizado una excelente lidia, sin falta alguna, era un toro muerto o su equivalente en dinero. Eso fue lo que el público pidió aquella tarde para Chicorro y lo que el Presidente, interpretando el deseo de la mayoría de los asistentes, concedió, pero al serle con- cedido, Chicorro, en señal del premio recibido, cortó él mismo una de las orejas de toro. El público, sorprendido primero, aceptó de inmediato el simbo- lismo, que muy pronto acabó con la realidad del premio y el toro muerto fue sustituido por su oreja. Por cierto, que pasaron años antes de que se concediera la segunda.

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EL TIMO DE DOÑA BALDOMERA

l timo de doña Baldomera, que fue tan célebre, estaba Ebasado, como todos los timos, en la avaricia de los tima- dos. Doña Baldomera comenzó con su célebre Banco el día 1 de mayo de 1876, ofreciendo créditos de duro por peseta sobre los beneficios de unas míticas minas que se inventó y situó convenien- temente lejos, en el Perú, para que nadie fuera a verlas. Se corrieron las voces y se formaban colas en la plaza de la Paja, donde tenía su Banco, para entregar los ahorros, con la esperanza de verlos tan milagrosamente multiplicados. Parecía verdad: con- forme se cumplían los plazos, doña Baldomera pagaba religiosa- mente los intereses. Eso hizo desde que abrió sus puertas el Banco hasta el 30 de octubre del año 1876. Llegó a pagar 5.968.216 rea- les durante toda esa etapa. Claro está que cuanto más pagaba más gentes acudían a llevarle su dinero. El primero de diciembre de dicho año doña Baldomera, que vivía en la calle del Sordo, hoy Zorrilla, siguiendo su costumbre fue por la noche al teatro, esta vez al de la Zarzuela. Poco antes de que acabara la representación abandonó su palco y tomó el coche que la esperaba. Pero en el coche tenía ya cargados su equipaje y sus tesoros, unos siete millones de reales. El coche salió a todo correr por Pozuelo. Allí, aquella misma noche, montaba doña Baldomera en el tren de Francia y Suiza y desaparecía sin dejar rastro. El escándalo fue mayúsculo. Muchos habían perdido los ahorros de toda su vida. La justicia estudió los libros e hizo pública la can- tidad, anotada más arriba, que doña Baldomera había pagado de intereses, y dictó orden de busca y captura. Pero en el siglo XIX esas órdenes en Francia no tenían la vigencia que hoy. Y pasó el tiempo. No mucho, sin embargo, pues el día 15 de julio de 1878, antes de los dos años, doña Baldomera regresó a Madrid. En la misma estación fue detenida. Sus últimos años los pasó en la cárcel, menos sus últimos días, en que, enferma, fue llevada a un hospital donde acabaron los días de la célebre «banquera».

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Pero hay más. Y es que doña Baldomera era una de las dos hijas que había tenido en su matrimonio –fracasado– el célebre poeta y escritor Mariano José de Larra, el gran romántico, que murió bus- cando la muerte en el cañón de su pistola en su casa de la calle de Santa Clara. Todavía queda algo: la otra hija de Larra, mucho más bella que su hermana, fue la célebre Dama de las Patillas de la sociedad romántica, amor del rey Amadeo.

UN IMPUESTO SINGULAR

a eterna penuria de nuestro Ayuntamiento ha llevado al LMunicipio a acciones y situaciones verdaderamente absurdas, como esta que traemos ahora al recuerdo. Fue el 18 de febrero de 1878 cuando se propuso al Ayuntamiento un nuevo arbitrio para salir de penas económicas, un nuevo impuesto que gravaría las macetas colocadas en los balcones exteriores. El Ayuntamiento se lo pensó, pero debió decidir que era dema- siado y abandonó la idea, pero no me digan, que hay cosas que lle- gan a parecer mentira.

LAS PAPELETAS DE EXAMEN

odo tiene un comienzo, hasta la existencia de las papele- Ttas de exámenes, aunque tentados estábamos de pensar que existieran ya en el paraíso terrenal; pero no es así. Las papele- tas de examen fueron creadas por el Rector de la de

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Madrid justamente el día 6 de mayo de 1878. Más aún: se crearon contra la picaresca estudiantil, pues los alumnos comunicaban a sus padres como les parecía más conveniente el resultado de los exá- menes que ellos habían visto en las relaciones expuestas en la Universidad. Con estas papeletas las familias estarían puntualmen- te enteradas de la realidad de los resultados de los estudios de sus hijos. De que es ésa la causa que movió al invento no queda duda, pues el mismo rector lo dice así en la orden de creación que hizo pública para general conocimiento de todos el día indicado «para evitar los engaños de los alumnos a sus familias».

LA VERJA DEL PARQUE DEL RETIRO

s conocido de todos y público que en el siglo XVII, a la cre- Eación del Palacio de Buen Retiro, se rodearon sus extensos jardines, más grandes que el parque actual, con una tapia. Como hoy los vemos cercados de una verja, surge la pregunta de cuándo se puso ésta en lugar de la tapia primitiva. Es curioso que nunca, que sepamos, nadie se haya referido a esta transformación, que es, por otra parte, de gran importancia para la estética de la ciudad, lo que no deja de ser extraño cuando cosas mucho menos importantes han sido tratadas y resueltas. La razón de todo esto radica en que verdaderamente nunca se ha dado una orden para que el Retiro se rodease de una verja en vez de la fea tapia de mampostería que tuvo. La causa está, una vez más, en el alto coste de esta obra y la forma en que ingeniosamente la fue desarrollando el Ayuntamiento. Un acuerdo de 1878 nos abrió el secreto. El día 14 de agosto de ese año los señores concejales, reu- nidos en pleno, acordaron que se hicieran «otros cien metros más de la verja del Retiro a continuación del trozo ya realizado».

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Así pues, poco a poco, a cómodos plazos, fue haciéndose esta verja que se terminó bien recientemente, pues nosotros hemos conocido buena parte del tramo de la calle de Menéndez y Pelayo con la vieja tapia de mampostería. Así, poco a poco, se ha culmina- do, con paciencia, una obra importante de mejora de las perspecti- vas ciudadanas.

LOS PRECIOS DEL ARTÍCULOS DE PRIMERA NECESIDAD HACE UN SIGLO

ace poco más de un siglo, en diciembre de 1878, los pre- Hcios de los más usuales artículos de primera necesidad eran bien distintos de los actuales. Buena prueba de la depreciación de la moneda. Tomados de la prensa de entonces, podemos ofrecérselos hoy al lector para tristeza retrospectiva de todos y muy especialmente de las amas de casa. La harina de trigo valía de 45 a 50 reales la fanega de 92 libras (la libra pesaba algo menos de medio kilogramo) [A real el kilo; o sea, 25 céntimos: daban 4 kilos por 1 peseta]. Las judías, a 2 reales el kilo [2 kilos por 1 peseta]. El aceite se vendía a 40 reales la cántara de 16 litros [2 litros por 1 peseta y 25 céntimos]. La carne de vaca costaba de 40 a 70 céntimos la libra, según su calidad. La carne de buey y la de carnero corrían a igual precio que la de vaca. El vino se pagaba a 3 reales el litro [2 litros por 1,50 pesetas], con casco, y a 2 reales [2 litros por 1 peseta] sin él.

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Claro que también los sueldos y jornales eran mucho más pequeños y un obrero cualificado no llegaba a alcanzar las cuatro pesetas de jornal diario, reduciéndose esta cantidad a la mitad para los peones.

UNA GRAN DESGRACIA

unque los resultados no fueron por suerte tan desastrosos Acomo podían haber sido, una gran desgracia sacudió a Madrid el día 19 de julio de 1879. Tras haberse realizado un desfile militar en la Castellana con motivo de la visita de los Príncipes de Austria, un regimiento de artillería regresaba a sus cuarteles. Al pasar por el comienzo de la calle de Alcalá, justo donde ésta comienza en la Puerta del Sol, cerca de la sombrerería de Galván, el corazón del Madrid de enton- ces, y el lugar más frecuentado de la población, explotó un armón de artillería, que era una especie de carrito al que se enganchaba el cañón de montaña y que iba tirado por dos caballos. En el carrito los dos servidores de la pieza se sentaban sobre una gran caja que servía para llevar las municiones del cañón. Como sucede habitualmente, la gente estaba parada en las ace- ras de la calle, viendo pasar la tropa. Pues bien, como por milagro, sólo uno de los soldados que iba sobre el armón resultó muerto, aun cuando hubo heridos cuantiosos y se rompieron los cristales de los escaparates de todos los comercios y establecimientos de la zona. Se dijo que la causa fue el calor, que hizo subir demasiado la temperatura dentro de la caja de municiones. Desde entonces se dio orden de que en los desfiles y paradas la artillería formase sin lle- var munición alguna para las piezas.

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UN PREDESTINADO

n el año 1879 todavía se realizaban en Madrid encierros Eprevios a las diferentes corridas de toros y, como sucede en todos los actos públicos, y con mayor incidencia cuando, como los encierros, son gratuitos, asistía gran cantidad de gente, los más, aficionados a la fiesta taurina, y los otros, simples espectadores de cuanto se ofrece a la distracción de los vecinos. Aficionado era, y de fama, don Santiago de Juan, que no se per- día corrida que se celebrase, ni encierro que se hiciera, y que solía salir a esperar a los toros algo alejado de la villa para volver con el encierro a caballo. El día 12 de julio de 1879, en el encierro correspondiente, uno de los toros que se conducían se arrancó contra él y le mató el caballo. Hubiera hecho bien tomándolo como advertencia, pues vino a ocurrir que dos años después el mismo aficionado, cuando entraban los toros por la Puerta de Alcalá, que entonces no era un mero ador- no de arco de triunfo, sino puerta verdadera de acceso a la villa, que se hallaba todavía cercada, la estrechez del lugar hacía dificultoso el paso de las reses y peligroso para los que las acompañaban y fue en ese momento cuando un toro arremetió contra don Santiago y le estrelló contra las piedras de la Puerta, matándole en el acto.

EL INDISPENSABLE PERRO PACO

or lo que se contó entonces y se ha repetido después, el perro PPaco fue un ciudadano de honor en el Madrid de los finales de siglo. Su popularidad tiene sólidas bases, ya que su vida pública fue muy corta y su muerte violenta, atravesado por la espada.

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Aunque fuera taurina, esta muerte no era totalmente insólita en aquellos días. Su carácter ayuda también a su fama, ya que era un perro cariñoso pero enteramente independiente, y si no dudaba en prestar su compañía a cualquiera, siempre se negó a cuantos quisie- ron llevárselo a su casa. Nadie supo nunca de dónde venía, ni dónde había nacido. Era un chucho callejero, mezcla de cien razas, des- cendiente casual de casuales encuentros amorosos de sus antepasa- dos, sin método ni selección, que por azar dieron el despierto resul- tado del ingenioso animal que comentamos. Según Sáinz de Robles, que fue crítico de nuestra primera obra y amigo y compañero entrañable después, la fecha del nacimiento del perro Paco a la vida pública fue exactamente el día 4 de octu- bre de 1879. Ese día el perro callejero se metió de rondón en el Café de Fornos, en la calle de Alcalá, esquina a la de Peligros, y se vino a acercar a la mesa donde tomaba una de las frecuentes cenas de madrugada de la época, el marqués de Bogaraya. El marqués, que sería buen alcalde de la villa, era también el árbitro de la elegancia de la época, que imponía los más atrevidos chalecos, las más modernas corbatas y los más delicados bastones, que era suficiente que él usara un solo día para que Madrid entero se apresurara a bus- car el de mayor parecido. Vio llegar al chucho y le hizo gracia su aspecto de golfillo madrileño, listo como el hambre y pobre como las ratas, y le ofreció un buen trozo del solomillo con patatas souf- flés que se estaba comiendo, y que era, por otra parte, la segunda cena, cena de madrugada o resopón, que se tomaba –quien podía permitirse cenar dos veces, que otros no lo hacían ni una– habitual- mente tras el final de los espectáculos teatrales. Con este acto y la aceptación del marqués, el perro Paco quedó recibido en sociedad y desde entonces tuvo libre entrada en Fornos, el café de moda, que nunca cerraba sus puertas y que debió ser desde entonces para el perro un buen suplemento de su seguramen- te nada boyante economía. Una vez que fue admitido como cliente singular de Fornos, lo demás no debía ser difícil y pronto tenía entrada libre en teatros y

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corridas de toros y nadie se hubiera atrevido a despedirle a patadas –uso ordinario de la época para los numerosos perros callejeros– de donde se presentara. Por otra parte, Paco siempre actuaba con corrección, escuchaba las funciones teatrales y no ladraba sino a la hora de aplaudir, sen- tado señorialmente en el callejón central de las butacas. Ayudaba a los grandes escándalos –los meneos en el lenguaje de los cómicos– que entonces eran frecuentes, y era uno más de los asistentes, sólo que con cuatro patas. En las corridas se estaba quietecito en el tendido, a menos de que algo no fuera bien. Y si la faena era mala, la estocada bajona- zo y la lidia embarullada, Paco, como buen aficionado, hacía cons- tar su sonora y ladrida protesta. Al ruedo sólo bajaba tras el final, para festejar a los lidiadores. Y esto venía sucediendo así hasta que el 21 de junio de 1882 se celebró en la plaza de toros una novillada a puerta cerrada, de afi- cionados. En el lenguaje taurino, a puerta cerrada quería decir que era sólo para los invitados al festejo. El perro Paco asistía, natural- mente. Uno de los improvisados matadores del festejo taurino era José Rodríguez, personaje muy conocido, pues a más de ferviente afi- cionado a los toros, tenía una taberna en la calle de Hortaleza, situa- da frente a la fuente de los Galápagos. Quizá fuera buen tabernero, pero como matador de novillos resultó un desastre. La faena deslucida e incompleta, sin que supie- ra realizar una verdadera lidia, precedió a la hora de la verdad, en la que el miedo pudo más que el deseo y pinchó una y otra vez echándose afuera de forma descarada. Aunque la función era sólo para invitados, éstos no pudieron soportar las desgracias del pobre tabernero metido a matador, y el escándalo fue mayúsculo. Con la activa colaboración del perro Paco, naturalmente. A tanto llegó la reprobación que se otorgó al matador, que Paco, fuera ya de sí como todos los asistentes, saltó al ruedo y mostrando su valentía, de la que estaba tan lejos el torero de ocasión, siguió ladrando intensamente los nuevos dislates que se iban cometiendo.

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En una ocasión se debió acercar demasiado e hizo trastabillar al tabernero, y éste, irritado y avergonzado por la bronca que sufría, ya que no acertaba a hundir el estoque en el cuerpo del toro, lo dirigió contra el pobre Paco, al que atravesó limpiamente de una estocada. Lo recogió otro tabernero, que por la profesión del actuante debieron ser muchos en la plaza. Era éste Juan Chillado, que tenía su tasca en la calle de Alcalá, allá por los finales, que entonces esta- ban mucho más cerca que ahora, y en su taberna lo cuidó y lo aten- dió unos días hasta que Paco murió. Disecado, fue parte de una colección de objetos diversos de carácter taurino. Los otros matadores que actuaban en el suceso que venimos comentando fueron Ernesto Jiménez y Enrique Gaire, todos aficio- nados, actuando como director de lidia un profesional del toreo, Santos López Pulguita. Ya antes de su muerte, el perro había sido tratado por articulis- tas en los periódicos. José Fernández Bregón le dedicó el día 30 de mayo de 1882 un artículo en la Ilustración Española y Americana y el día anterior había aparecido otro artículo, éste de Ortega Munilla, en el que se hablaba del perro Paco y apareció en Los Lunes del Imparcial, acreditado suplemento literario de este diario. Tras su muerte se publicaron muchos más y hasta aparecieron al menos dos folletos de venta callejera, que nosotros sepamos. Su proyección en la sociedad fue tremenda y llegó hasta la moda mas- culina y hubo pitilleras a lo perro Paco, y corbatas...

EL TEATRO POR HORAS

l teatro por horas, esto es, por repetidas sesiones, que tení- Ean este espacio de tiempo aproximado de duración, entró en el Teatro de Apolo el día 15 de abril de 1880, y sería la gran solu-

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ción económica del teatro y su ocasión de entrar en la efímera fama de la popularidad que fue tan fuerte que ha llegado hasta nosotros. Claro que exigió mudanzas y así fue preciso habilitar una salida del teatro a la calle del Barquillo, pera que no tuvieran que retrasar- se en su entrada los que asistían a la siguiente sesión y entraban por la puerta principal de la calle de Alcalá. Las sesiones de la tarde se hacían a las ocho y media y a las diez de la noche y el precio de la localidad era de cuatro reales. Con el teatro por horas advino el Apolo a catedral indiscutible del llamado género chico, que de chico no tenía sino la breve dura- ción de sus obras, en las que libretistas y compositores derrocharon arte y gracia a raudales, produciendo encantadores libretos y mag- níficas partituras, que hubieran valido para mucho más altos desti- nos que el simple de entretener a un público de ocasión y de entra- da barata durante «una hora».

SE EXAMINA UNA MUJER

ue en cualquier facultad universitaria se examine hoy una Qmujer no es en modo alguno noticia, sino algo muy fre- cuente y habitual, pero que se examinara en 1880 era algo extraor- dinario. Así quedó reflejado en la prensa madrileña, que el día 9 de junio de ese año se examinó en la Facultad de Filosofía y Letras una mujer. Sin dar el nombre, naturalmente, para no perjudicar a la interesada. Creo que han cambiado algo los tiempos. Fue el mismo día en que en el Teatro de la Alhambra, que esta- ba en un pasaje de la calle de San Marcos, se estrenó De tiros lar- gos, juguete cómico en un acto y en prosa arreglado del italiano por Manuel Ramos Carrión y Vital Aza, una pareja de escritores humo-

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ristas que logró muchísimos éxitos en nuestro teatro de entonces. La obrita fue editada en el mismo año de su estrenoi23.

UNA HERENCIA FABULOSA

l día 1 de julio de 1880 se hace la división testamentaria Ede una extensa propiedad que ofrece a sus herederos nada menos que un espacio en que se habían de construir 74 manzanas de casas, algunas ya levantadas. Sí, han leído bien, hablamos no de casas, sino de manzanas de casas y renuncio a hacer la cuenta –que no resulta difícil– del número fabuloso de casas que eso representa. Quien quiera ver la división y la finca la tiene a su alcance en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (prot. 34.581). La finca alcanzaba, aproximadamente, desde la calle de la Princesa hasta la de Vallehermoso actuales y desde la de Alberto Aguilera a la de Fernández de los Ríos. Había pertenecido a don Francisco Marconel, que la legaba a sus herederos, y parte se había construido ya, especialmente los bordes a las calles más importantes. El origen de la propiedad era una finca agrícola que había teni- do su residencia señorial y casas de empleados, por donde hoy se halla la calle de Calvo Asensio. El propietario hasta había construi- do una escuela para los hijos de sus trabajadores. Tenía la finca su propio manantial, que era por entonces afama- do por su agua salutífera y muy buscada por sus propiedades. Naturalmente que ha desaparecido el manantial, pero estaba y aún debe estar, que una fuente natural no desaparece así como así, en la

23nRAMOS CARRIÓN, MANUEL Y AZA, VITAL: De tiros largos. Juguete cómico en un acto y en prosa, arreglado del italiano por Ramos Carrión y Vital Aza. Madrid, 1880 (Imp. de José Rodríguez).

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casa que sigue más arriba, en la calle de Guzmán el Bueno, a la que hace esquina a la calle de Menéndez Valdés. En su subsuelo está el gran pozo de abundantes aguas que se sacaban por una noria para el riego de la finca. Éste fue el barrio llamado de Marconel por el apellido de su pro- pietario –lo fue durante varias generaciones– al que Répide, al tra- tarlo en una de las calles trazadas en su superficie, llama de Marco Nell, dividiendo caprichosamente el apellido y ofreciendo otro que nunca existió.

ESTRENO DE LAS RESES DE UNA NUEVA GANADERÍA

l día 18 de abril de 1881 se lidiaron, por vez primera en la Eplaza de toros de Madrid, una corrida procedente de una nueva ganadería de reses bravas, la de don Ángel González Nandín. Simplemente este hecho no había sido suficiente para que hubiésemos dado entrada en esta ocasión a su recuerdo si no fuera por la personalidad del nuevo ganadero, porque González Nandín era nada menos que quien fuera oficial ayudante del general Prim, que le acompañaba, sentado a su lado, en coche, el día que le ase- sinaron en la calle del Turco, hoy del Marqués de Cubas. De los dos ayuntantes que Prim tenía y que le acompañaban, como era entonces costumbre, a todas partes, el uno se sentó en el coche en el asiento que da espalda a la marcha y al cochero y el otro en la testera junto al general. Modernas investigaciones apuntan a que el que se sentó enfrente estaba complicado en el asesinato y que, valiéndose del tumulto, fue el que hizo uno de los disparos; el otro, González Nandín, sentado al lado del general, resultó herido también, aunque de menor consideración, pero sus heridas debieron

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de ser lo suficientemente importantes para que le impidieran conti- nuar la carrera militar y fuera licenciado del ejército. Fue segura- mente con la indemnización obtenida por los daños sufridos en acto de servicio en el atentado con lo que pudo constituir esta nueva ganadería de reses bravas que en esta fecha estrenaba sus produc- tos. Provenía de reses de Laffite, con las que logró toros de gran bravura, que habían de dar buen resultado sobre la arena de las pla- zas de toros. Después de unos años en que quedó acreditada la empresa, no sobrevivió a su creador y fue a disolverse en el seno de otra gana- dería.

CARRERA ENTRE UN HOMBRE Y UN CABALLO

nte una carrera en la que fuera un hombre el que compi- Atiera con un caballo lo usual sería que todas las apuestas estuvieran a favor del caballo, a quien fácilmente puede darse como vencedor de la contienda. Pero no fue así, al menos en la ocasión en que esta carrera se planteó en la realidad. Fue un italiano, Bargossi, quien desafió a correr al caballo que quisieran ponerle como contrincante. Se celebró la prueba el día 24 de agosto de 1882. La carrera se estableció en círculos y comenzó a las 16 horas cuarenta y cinco minutos; a las 19 horas y quince minutos se paró el caballo y se negó a continuar corriendo, mien- tras que el italiano, impertérrito, continuaba su camino y se decla- ró vencedor. Cierto que se debe apuntar que el tal corredor debía tener una excepcional resistencia y que vivía precisamente de recorrer países donde iba planteando una apuesta semejante, que solía ganar.

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EL ALCALDE DESOBEDECE UN ACUERDO DEL PLENO DEL AYUNTAMIENTO

l mismo día en que se celebraba la anterior carrera de un Ehombre contra un caballo, el alcalde de Madrid desobede- ció un acuerdo tomado por el Ayuntamiento pleno y además quedó ganando políticamente, en contra de todo lo que hubiera podido pensarse. Era entonces alcalde don José de Abascal y Carredano, que ya venía ocupando el sillón, en este su primer mandato como alcalde desde el día 12 de febrero del año anterior (1881). Había de perma- necer en la Alcaldía hasta el 11 de marzo de 1883. El Ayuntamiento tomó, el día 24 de agosto de 1882, el acuerdo de aprobar el gasto de 17.500 pesetas, destinadas a la compra de un coche de gala para representación del alcalde. Fue entonces cuando el alcalde expresó su voluntad de no cum- plir el acuerdo y no hacer la compra del coche, que estimaba super- fluo, y en vista de que los concejales no quisieron atender su posi- ción, amenazó con recurrir en alzada a la Diputación contra el acuerdo tomado por el Municipio. Abascal se salió con la suya y no compró el coche de gala.

LA PRIMERA DOCTORA

l día 28 de octubre de 1882, la Universidad, que entonces Ese llamaba Central, otorgó, en vista de los méritos demos- trados, la concesión del título de doctor, título que entonces sólo la Universidad Central podía conceder en España, a una mujer.

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La primera doctora de España fue doña Marina Castells, docto- ra en Medicina. La doctora Castells, catalana como su apellido, se dedicó en Barcelona a la puericultura, ejerciendo algunos años como tal hasta su matrimonio. Después se perdió en la oscuridad familiar y no hemos sido capaces de encontrar más datos sobre ella. El mismo día surge otra noticia universitaria: la inauguración en Madrid de la Sociedad Española de Higiene, acto que se realizó con toda solemnidad en el Paraninfo de la antigua Universidad de la calle de San Bernardo, que todavía existe hoy y de cuyas pinturas don Emilio Castelar hizo un interesante estudio que nosotros hemos reeditado recientemente. En aquellos momentos, la higiene era el gran problema pendien- te de nuestra sociedad y sus conocimientos de un interés decisivo y urgente, de ahí la importancia que se le otorgó al acto, que fue pre- sidido personalmente por el rey Alfonso XII.

MÁS DE ASCENSIONES EN GLOBO

l capitán Mayet fue un gran aficionado a la aeroestación, Eque acabaría pagando sus proezas con su vida sobre los teja- dos madrileños, pero el día 30 de octubre de 1882 hizo una ascen- sión en su globo con el periodista Comenge, del diario El Progreso, que, como todas las suyas, se realizó sin incidentes, y descendió en el Retiro, sin ningún percance. Más movida fue otra ascensión que hizo poco después, el día 7 de enero de 1883, en la que estaba proyectado que le acompañara nuestro ya conocido Felipe Ducazcali24. Cuando estaban preparando el despegue, se encontraba solo en la

24nVéase El duelo entre Felipe Ducazcal y Paúl y Angulo, pág. 132.

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barquilla Ducazcal, mientras el capitán Mayet ultimaba detalles en tierra y alguien de entre el público dio la voz de «¡Fuera!», que era la usada para iniciar la ascensión, y los mozos encargados de las amarras creyeron que era la orden del capitán y soltaron las cuerdas. El globo comenzó a elevarse, llevando como único pasajero a Ducazcal, que hacía aquel día su primera ascensión, así que no podía estar el momento más comprometido. Menos mal que Mayet era hombre de recursos y familiarizado con las alturas, y logró cogerse a una de las cuerdas que pendía de la barquilla y por ella trepó al globo en plena ascensión, ante el susto de los asistentes al verle en tan comprometida situación. Llegó felizmente al seguro de la barquilla, junto a Ducazcal, que debió ver con ello el cielo abierto. No hubo después más incidentes. Tan sólo que, como bajaban como podían, esta vez les tocó descender precisamente en la plaza de Cibeles. Figúrense ustedes si llega a ser en nuestros días lo que se habría sucedido.

CUANDO VOLÓ UN BURRO

unque posiblemente el suceso sea desconocido para Amuchos, lo cierto es que la frase de «cuando los burros vuelen...» perdió todo el sentido que tenía, justamente el día 9 de noviembre de 1882. Ese día, ya hace más de un siglo, alguien con sentido del humor ató a un burro, que entonces los había numerosísimos, a la barqui- lla de un globo aerostático e hizo una ascensión con el animal así atado sobre todo Madrid y luego descendió sin incidentes. Voló, pues, un burro sobre el aire frío de una mañana de otoño, cuando por estas tierras noviembre preludia frecuentemente los fríos invernales y entonces se encendían los braseros con cisco de

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herraj, que estaba fabricado con la madera de los huesos de aceitu- na y no daba tufo, o al menos eso creían las gentes de la época. Voló un burro y, si hemos de hacer buena la frase, muchas cosas dejaron de ser imposibles. Mínimo, intrascendente, si queréis, pero yo veo ésta, que posiblemente fuera una broma, como un símbolo de todo lo que había de venir en los años siguientes: desde el avión a la televisión.

LA FIESTA DE LA HERRERÍA DE ALGETE

e la fiesta de La Herrería, que tuvo lugar en el pueblo de DAlgete se ha hablado poco y a medias palabras y en la prác- tica totalidad de los casos, los autores que tratan la época o las per- sonas que la vivieron no suelen ser nada explícitos: o bien la olvi- dan en redondo y pasan sobre ella sin mención, o aluden con una vaga frase, como cosa sabida, o a lo más dicen algo, que más levan- ta curiosidades que otra cosa y dejan todo en el aire. Melchor Fernández Almagro se refiere a la fiesta en su Cánovasi25. Sus párrafos los reproduce Rafael Pérez Delgado en su biografía de Antonio Maurai26. El conde de Romanones le dedica unas líneas en Sagastai27 y Pedro de Répide no es muy explícito en su biografía de

25nFERNÁNDEZ ALMAGRO, MELCHOR: Cánovas, su vida y su política. Madrid, Ambos Mundos, 1951. Hay una 2ed.: Madrid, Tebas, 1972 (Colección Políticos y Financieros).

26nPÉREZ DELGADO, RAFAEL: Antonio Maura. Madrid, Tebas, 1974 (Colección Políticos y Financieros).

27nFIGUEROA Y TORRES, ÁLVARO, CONDE DE ROMANONES: Sagasta o El político. Madrid, Espasa-Calpe, 1930. Hay una 2 ed. de 1934.

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Alfonso XIIi28. En cuanto a Ortega Rubio, lo alude en su Historia de Madrid y de los pueblos de su provinciai29 Nosotros seremos más detallados en este volumen, dedicado a sucesos extraños y raros, y es indudable que éste bien que lo fue. La Herrería era una finca propiedad de don José Osorio y Silva, duque de Sesto, marqués de Alcañices, duque de Algete, marqués de los Balbases, de Montaps, de Cuéllar, de Cadreita, de Casalmoceto, de Rosano, de Montebello y de Paterno; duque de Albuquerque, de Roca, de Pipirozzi y de Peritine; conde de Cuéllar y de Cullera, y Mayordomo Mayor y Jefe de Palacio. La fiesta, dedicada al hecho ganadero de la herrada, o señala- miento con el hierro distintivo, de los nuevos potros de la magnífi- ca yeguada que en aquel lugar se criaba. La fecha fue la del 6 de junio de 1883. Reinaba entonces en España el rey Alfonso XII y era Presidente del Gobierno don Práxedes Mateo Sagasta, que había tomado pose- sión del cargo el día 8 de febrero de 1881 y que hizo crisis total el 13 de octubre de 1883, en buena parte como resultado de los suce- sos que vamos a recordar. En ese Gabinete fue ministro del Interior Pío Gullón y ministro de Justicia, Vicente Romero Girón. Los diarios publicados el día 6 de junio dan noticia de que había salido el Rey esa mañana de Madrid para dirigirse a la finca de Algete titulada El Soto, acompañado del propietario de la misma y Jefe Superior de Palacio, el duque de Sesto, y de un grupo de asis- tentes en los que formaba el ministro de Justicia. En realidad, la lista de asistentes a La Herrería que hemos podido determinar es la siguiente: don Alfonso XII, el duque de Sesto, el marqués de Sardoni (hijo del que fuera alcalde de Madrid), el conde de Xiquena, el duque de Tamames, el conde de Benalúa y el ministro de Gracia y Justicia, Sr. Romero Girón.

28nRÉPIDE Y GALLEGOS, PEDRO DE: Alfonso XII. Madrid, 1932.

29nORTEGA RUBIO, JUAN: Historia de Madrid y de los pueblos de su provincia. Madrid, 1921 (Imp. Municipal).

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Como se ve, un grupo de amigos personales del Monarca, todos aproximadamente de su edad, todos aficionados a los deportes entonces en boga y a la alegría y el Ministro que nunca debió estar allí, donde desentonaba manifiestamente por edad, formación y afi- ciones y que si allí se encontraba se debió a una invitación de com- promiso, de las que no se deben aceptar, y que el aceptó, llevado de un tonto afán de alternar con el más selecto grupo de la sociedad del momento. A la mañana siguiente la prensa no presta todavía mucha aten- ción a la noticia: La Correspondencia de España se limita a decir que quienes asistieron a la fiesta han debido volver. Es un suelto de El Imparcial el que llama nuestra atención: «El Presidente del Gobierno contesta a un periodista que todo va bien. Algunas perso- nas han notado que el Sr. Sagasta se encontraba bastante disgusta- do y a la verdad no le faltaba motivo, si se presta oídos a cuanto se dice por diversas personalidades y en toda ocasión aprovechable. Al Sr. Sagasta le debe pasar algo. Y los centristas lo saben. ¡Arqueros de la Presidencia del Consejo de Ministros, alerta!». El día 8 de junio es otra vez El Imparcial el que comenta en la tercera página: «En todos los círculos, y especialmente en los aris- tocráticos, era ayer objeto de comentarios la parte que había toma- do el Sr. Ministro de Gracia y Justicia en la expedición de Algete. Gira muy a propósito tal vez para los aficionados al sport, sobre todo si son mozos, pero no la más propia para hacer sus primeras armas en este género de fiestas el Notario Mayor del Reino». El mismo día, El Globo publica en su primera página una pre- tendida «leyenda árabe» en la que cuenta, a su manera, la fiesta de Algete con mala información y grandes inexactitudes, trasladada al reino de un califa árabe. Hoy es punto poco menos que imposible encontrar un ejemplar del periódico en que figura este texto, que fue denunciado y recogido por la policía, y suele faltar de las colec- ciones hemerográficas. Disponemos de una copia, pero es larga y difusa, con pretensiones literarias que no logra, y falsa en parte de su contenido, por lo que no vale la pena reproducirla. Está firmada por las iniciales «M. T.».

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En el número de El Liberal del día 9 hay dos textos que se refie- ren al tema. El primero, titulado «A vuela pluma», alude a El Globo, al que no cita, y a su pretendida leyenda árabe. En la sec- ción «El Congreso» relata textualmente que en el salón de confe- rencias se decía: «Primero le vendaron los ojos. No, eso fue des- pués. Primero le montaron en un burro. Luego le subieron a un árbol y le mandaron que les arengase. Por cierto que no dio gusto a los señores. Creían que era Monasterio y era Ermita. Después le metieron en un saco de paja. Luego... Sí, ya lo sabemos, suprima Vd. esa parte de la lista. Más tarde jugaron al toro. En ese juego no tomó parte. Con él jugaron al paso. Sea lo que quiera, hay que reconocer que la burla fue soberana. He aquí los discursos que ayer se oían en todos los corros del salón de conferencias del Congreso. No tuvimos la curiosidad de enterarnos de a quién se referían. Suponemos que a quien metieron en un saco de paja no fue a la honestidad del Sr. Martos». El mismo día El Imparcial da noticia de un Consejo de Ministros extraordinario, que duró hasta la madrugada y del que los ministros no dieron razones. Avisaron al Fiscal de Imprentas, que a las cuatro y media de la madrugada anunció la denuncia de El Globo y El Liberal. «Como suceso relacionado con la denuncia –añade– es casi seguro que se tratara de los incidentes desagrada- bles, de índole personal, que tanto preocuparon en las primeras horas de la tarde y decimos casi seguro, porque en este punto los ministros y el Sr. Sagasta se mostraron impenetrables». Anota el periódico en otro lugar: «El Gobierno parecía ayer dejado de la mano de Dios». También el mismo día 9 El Globo da noticia de haber sido denunciado y dice que ha sido por un «artículo puramente lite- rario». La Correspondencia de España de ese mismo día da noticia de la denuncia de los citados diarios y en otro lugar suelto anota: «Todas las conversaciones han versado esta tarde sobre una cues- tión que ha surgido entre dos títulos de Castilla y el director y uno de los redactores de un periódico muy liberal». Se refiere a que el

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conde de Benalúa –ahijado del duque de Sesto– y el duque de Tamames habían desafiado al director de El Liberal, que era Mariano Araus, y al redactor «M. T.». En el diario El Globo del día 10 se recoge una interpelación de Fernández de la Hoz al ministro de Gracia y Justicia con estos comentarios: «Que por cierto estaba pálido –se refiere al Ministro–y desmadejado y con los ojos encendidos, tal y como si acabase de pasar un acceso de fiebre o hacer alguna fatigosa jor- nada». También añade unas palabras de las pronunciadas por Fernández de la Hoz: «Aunque modesto y humilde, me considero en este lugar a la altura de los primeros y ni como particular ni como representante del país me dejo mantear por nadie». Y comenta: «¡Mantear! ¿Pero es que en los últimos días se ha man- teado a alguien importante?». Informa La Correspondencia del día 11 de junio que Araus, director de El Liberal, ha designado como padrinos a Chao y a Labra; el marqués de Benalúa, al marqués de Ahumada y a Contreras. El mismo día 11, aparece un suelto de El Globo: «¡Qué aspa- vientos hacen algunos porque el Sr. Romero Girón ha formado parte también de la expedición a Algete! No se comprende, dicen, cómo va de caza un hombre que no es cazador. ¿Y quién dijo tal? ¿No ha cazado ya el Sr. Romero Girón, por lo menos en el plato? ¿No le ha salido varias veces el tiro por la culata? ¿Qué más prue- bas quieren?». Una carta del marqués de Ahumada y de don Juan Contreras, que publica La Correspondencia del día 12, también está relacio- nada con el tema. En ella dicen los firmantes que Araus rehúsa acu- dir al terreno del combate y la dirigen los padrinos citados al conde de Benalúa. En otra, los padrinos de Araus comunican que los padrinos de la parte contraria no se avienen a razones y quieren ir al terreno. Al día siguiente, 13, la misma Correspondencia publica la carta de Mariano Araus a sus padrinos. Cuenta que el día 8 fueron el duque de Tamames y el conde de Benalúa al periódico y le mostra-

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ron el suelto de «A vuela pluma» y le pidieron que rectificase o el lance. Les pidió autorización de quién era aludido en el suelto, pero dijeron que era inexacto y que rectificara. Como no llegaron a acuerdo, designaron testigos. Aunque la prensa no dio datos del lance, sí podemos completar- lo nosotros por otras fuentes. El desafío se celebró y el duque de Tamames atravesó el brazo del redactor de una estocada. A su vez, el conde de Benalúa recibió un pinchazo en el pecho, que le produ- jo una herida no grave, en su encuentro con Araus, que era hombre ducho en tales lides. El Globo fue sentenciado, el 17 de junio, a treinta días de sus- pensión y la edición del día 8 fue secuestrada e inutilizada. El Sr. Romero Girón, ministro de Gracia y Justicia, había sido burlado, corrido, manteado e insultado y aún se pasaron todavía más en sus bromas, que fueron excesivas, los bromistas de la finca de Algete. Don Vicente Romero Girón (1835-1900) era un abogado con- quense, que había tomado parte en la Revolución de 1854. Trabajó en el periódico La Discusión y fue diputado por Cuenca en 1869. Después fue subsecretario de Ultramar, con el general Serrano. Pasó más tarde al partido de Ruiz Zorrilla, muy radical, y, en 1881, al fusionismo de Sagasta. Fue senador por Cuenca en 1881 y minis- tro como queda dicho. En 1881 fue nombrado senador vitalicio. Hizo importantes publicaciones sobre Derecho Penal, materia en la que era considerado como destacado especialista. Nunca volvió a ocupar ningún ministerio.

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APAGÓN EN EL PASEO DEL PRADO

a entonces todavía reciente energía eléctrica –aún no Lhabía electricidad en las casas– falló el día 11 de agosto de 1883 y produjo un apagón en el Paseo del Prado a las once y media de la noche. En el período de los grandes calores veraniegos, aquella noche, como todas las de por entonces, el Paseo estaba con- curridísimo, buscando un poco de fresco después del horno solar de la jornada, y el jaleo que se ocasionó fue mayúsculo. Parece que hubo algunos que, aprovechando la ocasión de la oscuridad, tuvieron algún atrevimiento con quien tenían más a mano y esto vino a aumentar la confusión y el griterío con las que- jas de quienes se veían atacados, las voces de padres y maridos y la juerga de quienes utilizaron el momento. Parece que a punto estuvo de originarse algún grave conflicto de orden público y para evitarlo, al ver que la energía eléctrica tarda- ba en volver a prestar servicio, fue preciso que acudieran los faro- leros y encendieran los faroles de gas, que previsoramente no ha- bían sido retirados.

COCINAS ECONÓMICAS POPULARES

uy mal debía andar la situación en el año 1885 cuando Mlas autoridades organizaron y pusieron en funciona- miento cocinas económicas para pobres en distintos puntos de Madrid. Muchas dificultades debieron advertirse y mucha debió ser la necesidad para que se llegara a ello. Estas cocinas ofrecían un trozo de pan y una ración de sopa por

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diez céntimos y comidas más fuertes a precios igualmente baratísi- mos: un cocido con garbanzos, carne y tocino y pan por un real. Tenemos segura noticia de que las cocinas fueron aumentando y el día 22 de marzo del referido año se abrió una nueva en el Barrio de las Peñuelas.

LA VENTA CALLEJERA DE PAVOS

e antiguo venía la costumbre de vender pavos por las Dcalles en las vísperas de la Navidad. Por las calles de Madrid circulaban muchas manadas de pavos, ofreciéndose a la gula de las fiestas navideñas, pero como es fácil comprender, supo- nían un gran estorbo para la circulación, por lo que el Ayuntamiento las prohibió el año 1885, por orden del 18 de diciembre. Bien es verdad que no pudo acabar con todas y todavía durante bastantes años, aún perseguidas por los guardias municipales, con- tinuaron recorriendo las calles madrileñas, cuando únicamente podían venderse en la plaza Mayor.

EL GRAN HURACÁN DE 1886

ran susto, que terminó en tragedia, se llevaron los madri- Gleños el día 12 de mayo de 1886, por la tarde, cuando, a eso de las seis y media a siete, comenzó a soplar un viento que cada vez aumentaba de potencia y silbaba por todos los rincones, y que pronto derribaría casas y arrancaría muchos árboles. El ciclón arrancó más de cien árboles sólo en el Retiro. En el

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Paseo del Prado cayeron más de cincuenta árboles. En Cibeles la caída de uno mató a un hombre que se bajaba en aquel momento de una berlina. Fallecieron dieciocho personas en el hundimiento de dos lava- deros públicos, en el Paseo Imperial. Varias estatuas fueron derri- badas y rotas. Se dañó el Casón del Retiro –hoy parte del Museo del Prado–, cuyo interior también sufrió por la entrada de cascotes en el recinto y la iglesia de los Jerónimos perdió adornos y se cuar- tearon las torres, mientras se doblaba por la fuerza del viento una de las agujas del templo. El Puente de Toledo perdió también una de sus agujas. En el cementerio de San Lorenzo una tapia en construcción cayó sobre los cinco albañiles que la estaban levantando y en la Casa de Fieras murieron varios animales. El resultado fue de veinticuatro muertos y más de cuatrocientos heridos, agravando las tareas de salvamento y ayuda la lluvia, que cayó durante toda la noche. La reina regente María Cristina, en carruaje, visitó las zonas que habían sido más dañadas por el huracán, dando ayudas a los más necesitados, pero no pudo bajar del coche, a causa del estado avan- zado de su embarazo. Otras de las víctimas de este desmedido huracán fueron los céle- bres cedros que había en los jardincillos de la plaza de las Cortes y sobre los que se había escrito mucho en libros y periódicos. Curiosamente, el fenómeno había sido anunciado unos días antes, aunque nadie lo tomó en cuenta, en un artículo publicado en El Siglo Futuro, firmado por Francisco León Hermoso, personaje conocido como Oherlesoom (1843-1897).

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EL PUEBLO MADRILEÑO QUE NO PAGA CONTRIBUCIONES

ivertidamente, en septiembre de 1886, Hacienda descu- Dbrió e hizo público que el pueblo de San Sebastián de los Reyes, cercano a Madrid, llevaba varios años sin pagar ninguna clase de impuestos estatales, ni contribuir a las cargas de la provin- cia, ni siquiera llegar a presentar sus propios presupuestos munici- pales. Parece que la avidez de los recaudadores se lanzó sobre tan suculenta pieza que había aparecido poco menos que por casuali- dad. En estos tiempos de ahora, los ordenadores se habrían encar- gado, mucho antes, de descubrir tan descarado caso de morosidad.

EL VESTIDO DE LOS PICADORES DE TOROS

s posible que para alguno sea desconocido, pero los vesti- Edos que vienen usando los toreros son muy recientes, for- mados durante el siglo pasado, y más bien hacia su segunda mitad, aunque estén inspirados en los trajes populares del siglo XVIII. Todos los días vemos, en viviente anacronismo, cómo conviven en las plazas de toros con los trajes que usan los alguacilillos que corresponden –en su lejana inspiración– a los vestidos del si- glo XVII. Concretamente, podemos decir aquí que el traje con que vienen apareciendo en los ruedos los picadores se vio por vez primera el día 21 de julio de 1891, en la plaza de toros de Madrid, y lo lleva- ba el célebre picador Badila, que parece ser lo había creado a su

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gusto. Como vemos, hizo definitiva moda para todos los toreros a caballo.

ANTES DE QUE LLEGARA EL FÚTBOL

El diario del marqués de Santa Ana, La Correspondencia de España, el que viene teniéndose como el primer diario informativo de la prensa española, publicó el día 8 de noviembre de 1892 una amplia noticia dando cuenta a sus lectores de la existencia de un nuevo juego deportivo de competición, un nuevo deporte que se llamaba «Futbool» y que describía con poca simpatía hacia sus for- mas y modos de juego. No vale la pena transcribir aquí todo lo que entonces se contaba. Para dar a los interesados una idea de lo que era el hasta entonces totalmente desconocido deporte, creo que será bastante reproducir solamente su última frase, que viene a conden- sar todo el juicio que el nuevo deporte merecía al redactor de la nota. Este final dice exactamente: «juego que por fortuna no se conoce en España».

LA INMACULADA, PATRONA DE INFANTERÍA

l año 1892 fue el primero en que el arma de Infantería cele- Ebró como día de su Patrona el de la Inmaculada Concepción de la Virgen, y en verdad que echaron la casa por la ventana.

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Se inauguró en Madrid la estatua del general Casola, que tanto había hecho por el Ejército, y vinieron para ello representaciones de todos los regimientos estacionados fuera de la Capital. Se hizo después misa en la iglesia de San Francisco el Grande, en la que cantó la Misa el célebre tenor Gayarre, entonces en el apogeo de su fama. Hubo representación gratuita para las tropas en todos los teatros de Madrid. Y a mediodía se celebró un gran banquete, nada menos que con 1.500 cubiertos. Parece que el problema fue el sitio donde podía disponerse de lugar para tantos comensales y por fin se hizo, asóm- brense ustedes, en la entonces muy nueva estación del Mediodía o de Atocha, en cuyos andenes y vías, cubiertas con tarimas, se encontró espacio suficiente para todos. Todavía al día siguiente hubo corrida de toros con intervención de Mazzanttini, el único torero que tenía el uso de don y fue con- cejal del Ayuntamiento de Madrid, y el célebre Lagartijo, y el día 10 los oficiales visitaron en Aranjuez el Colegio de Huérfanos del Arma.

EL PRIMER TREN BOTIJO A ALICANTE

l día 20 de julio de 1893 salió de los andenes de la estación Ede Atocha el primero de los trenes con destino a Alicante que se harían famosos como el nombre general de tren botijo y que tuvieron a su cargo el comienzo de la popularización del veraneo. El éxito arrollador de estos trenes los multiplicó considerable- mente, y no es de extrañar, si se tiene en cuenta el precio de sus billetes: Por veinte pesetas se podía viajar en primera clase hasta Ali-

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cante. Por tan sólo 12 pesetas se adquiría un billete en tercera. Curiosamente, el precio de segunda clase era el mismo que el de primera. Por tan poco dinero, ver el mar, espectáculo que siempre añoró Madrid, era una aventura sugestiva. Aventura, pues el largo viaje solía estar plagado de incidencias que siempre conseguían hacerlo más largo, pero que jamás tenemos noticia de que lo abreviaran. Quizá de ahí y del calor, la necesidad del botijo, que pasó a dar nombre al conjunto ferroviario.

ABOFETEA AL EMBAJADOR DE MARRUECOS

l 31 de enero de 1895, en el Hotel Roma, de la Carrera de ESan Jerónimo núm. 34, el general Fuentes dio una bofeta- da pública al Embajador de Marruecos. El general Fuentes parece que no andaba bien de la cabeza y la guerra que entonces se sostenía con los marroquíes debió de ser detonante para su acción. El asunto no llegó a tener consecuencias internacionales, pero estuvo a punto de ello. El Hotel Roma ocupaba una casa en la que después habían de producirse acontecimientos importantes. Allí se realizaron las pri- meras proyecciones de cinematógrafo que se hicieron en Madrid, el popular cine de nuestros tiempos. Una lápida de azulejería en su fachada recuerda el suceso; pero lo que nada recuerda es que tam- bién allí falleció la célebre María Tubau el 12 de marzo de 1914. En cuanto al viaje del embajador marroquí, tuvo un final muy triste y doloroso. Había venido como enviado extraordinario, para tratar de la guerra, y a su regreso se encargó de cruzarle el estrecho de Gibraltar el crucero Reina Regente, quizá el más moderno y mejor barco de nuestra escuálida escuadra –la que tres años des-

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pués naufragaría en Santiago de Cuba– y efectivamente, hubo noti- cias de que lo dejó en las costas de Marruecos, pero ésas fueron las últimas noticias del barco, del que nunca se volvió a saber nada, ni aparecieron restos, ni cadáveres de ninguno de la tripulación. Fue una página un tanto misteriosa de nuestra Historia.

PAVIMENTOS DE CORCHO EN MADRID

l día 3 de febrero de 1896, el Ayuntamiento tomó el acuer- Edo de pavimentar de corcho la calle del Arenal. Poco des- pués, el acuerdo se llevaría a efecto. Con este pavimento de corcho se pretendía evitar los ruidos de la circulación, sobre todo de los carros, cuyas ruedas llevaban llan- tas de hierro, pero también de los coches, que, aunque sus ruedas iban obligatoriamente recubiertas de goma, como ésta era una sola capa sin aire, también producía ruido, como lo hacían igualmente las herraduras de los caballos y mulas, única tracción todavía de todos los carruajes. Todo fue bien y el silencio era notable en comparación con cual- quier otra calle. Lo malo fue cuando comenzaron las lluvias y con ellas el corcho, maltratado por las herraduras y por las llantas, comenzó a reducirse a migajas y pronto todo fue nada. Había fra- casado el invento.

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LOS VIEJOS TOPÓNIMOS DESAPARECIDOS

s indudable que el campo que rodeaba al Madrid histórico Ehasta mitad del siglo XIX tenía numerosos topónimos apoya- dos en sus distintas características, usos o condiciones. Y esto, como estamos viendo, llegó hasta fecha muy cercana, hasta el Ensanche. Después nadie se preocupó de conservarlas ni de refle- jarlas, como debería haberse hecho, en la toponimia callejera que las sustituyó. Lamentable pérdida. Nosotros hemos encontrado un puñado de estas denominaciones antiguas en escrituras de venta de terrenos del Archivo Histórico de Protocolos, entre 1862 y 1874. Pocas son, pero pueden incitar a algún investigador a iniciar un trabajo sistemático de busca de muchas más, que indudablemente podrán encontrarse en esa misma fuente documental y en otras muchas y que si después el Ayuntamiento –¿quién sabe?– tuviera suficiente sensibilidad, podría incorporar, de forma definitiva, al callejero madrileño, para darles mayor permanencia. Unos terrenos situados entre el paseo de Santa Engracia, la calle del Turia, la de las Negras y la del Zarzal, que se venden en 1862, consta que tenían el nombre de Picón de Chamberí (prot. 27.561, f. 745). En el mismo año se venden otros terrenos entre la Sacramental de San Luis y el Asilo de San Bernardino, atravesados por el arro- yo moderno del Canal de Isabel II, que llevaban el nombre de Tejar de la Campana (prot. 27.561, f. 747). Continuamos en la misma fecha. Terrenos en el camino de Aceiteros y el de Fuencarral, atravesados por un ramal de la Fuente de Amaniel, que lindan con la tapia de la posesión de la Moncloa, y el camino de Aceiteros y se llamaba Cerro del Pimiento (prot. 27.561, f. 748). Tierras situadas cerca de la Sacramental de San Martín y San Ildefonso en la unión de los caminos de Aceiteros y Amaniel, lla- madas Charca de la Gallega (prot. 27.561).

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Tierras lindantes con el Cementerio General, la Sacramental de San Luis, el camino viejo de Fuencarral, el paseo de Areneros y que tenían el nombre de La Cazuela (prot. 27.561, f. 755). Terrenos lindantes con la carretera de Francia, la calle de Solares: es el caserío que se llamaba Valle del Moro (prot. 27.564, f. 253). En el año 1864 se venden otros terrenos que están a las afueras de la Puerta de Alcalá, detrás de la nueva Casa de la Moneda, desde el camino de Hortaleza o de los Toros a la posesión del marqués de Salamanca, y que tenían el nombre de Ontalva (prot. 27.564, f. 97). Tenía el nombre de Huertas de España un terreno vendido en 1864, situado en la Castellana, paseo del Cisne, afueras de Recoletos, bajando desde la Puerta de Santa Bárbara, lindante con los bosquecillos de Isabel II, paseo y glorieta del Cisne, paseo Wintr–Huysen o camino de Santa Bárbara, paseo del Hipódromo y Arcas del Agua (prot. 27.564, f. 573). En el año 1870 se vendieron tierras en la calle del Cardenal Cisneros, que se llamaban Charcas de Mena, y antiguamente Meaderos y llegaban hasta la calle de Olid (prot. 28.460, f. 732). Por último, los terrenos vendidos en 1879 y situados en el Ensanche, lindando con la carretera de Francia, ahora calle de Bravo Murillo, y la calle García de Paredes se llamaban Charca de las Negras, y después Alcantarilla de la Pradera de los Guardias (prot. 34.388, f. 7.444).

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EL RÍO DE MADRID

se río, que desde no hace mucho llamamos Manzanares, ha Esido siempre blanco de burlas por lo escaso de sus aguas. «El único río del mundo navegable en coche y a caballo» no ha sido lo peor que se ha dicho de éli30. Parece ser, según los que saben de la materia, que corría sobre un lecho de arenas y que siempre bajo esas arenas ha corrido más agua que sobre ella. Bien podría ser esa la causa de que al navegar el río en coche, lo que era usual en el siglo XVII, se hundieran las ruedas en la arena y se anegara en castigo el carruaje, como lo cuenta Lope de Vega en Santiago el Verdei31, pero, de todas formas, nunca fue un río caudaloso como los de otras grandes ciudades europeas. Sin embargo, el Manzanares ha dado frecuentes disgustos a los madrileños, hasta que, en los años veinte, se le hiciera la primera canalización y con ella se convirtiera en un río domesticado y regu- lable. El que frecuentemente se saliera de madre y ofreciera la desola- ción de riadas y avenidas queda claro en la simple observación del puente de Segovia, cuya longitud a la precaución contra estos efec- tos se debe. De las avenidas del río no sabemos demasiado y nadie que sepa- mos las ha estudiado en su frecuencia y en sus efectos. Unas cuan- tas papeletas, provenientes de fuentes contemporáneas a los suce- sos, que se han ido reuniendo en nuestro archivo, nos ofrecen un aspecto, desde luego que incompleto, pero que ofrece al menos una

30nVéase El Manzanares, «navegable en coche y a caballo», pero con peligro, pág. 66.

31nLOPE DE VEGA Y CARPIO, FÉLIX: «Santiago el Verde», en Tres comedias madrileñas, prólogo de Juan Ignacio Ferreras, Madrid, Consejería de Educación y Cultura, 1992. (Clásicos madrileños, 2. Serie Literatura). Contiene también: «El mesón de la Corte» y «De corsario a corsario».

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visión de los efectos desgraciados de nuestro, al parecer, inofensi- vo río. Sabemos que en el siglo XVII el Manzanares se desbordó en ria- das que ocasionaron daños en 1642 y poco después repetidamente en 1656 y 1657. El siglo XVIII no se libró de los peligros ocasiona- dos por el río y en el año 1723 se le vio desbordado y tuvo otra ave- nida en 1743. Más numerosas noticias tenemos del siglo XIX en que se salió de madre en 1830 y en 1831, otra vez en 1852; de nuevo al cumplirse los diez años de esta última, en 1862, otra vez en 1884; repitió sus amenazas en 1892 y todavía, dentro de la centuria, vol- vió a tener otra riada en 1896, ya en los mismos finales del siglo. El hecho de que hayamos recogido más noticias del siglo pasa- do nos hace pensar que, si hubiéramos buscado e investigado, en vez de recoger lo que a la mano se nos venía, el cuadro que ahora ofrecemos podría haber sido mucho más numeroso.

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