La Gran Vía De Madrid. Una Brecha Urbana Entre La Tradición Y La Modernidad
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LA GRAN VÍA DE MADRID. UNA BRECHA URBANA ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD Contenido 1.- LA GRAN VÍA DE MADRID. Una brecha urbana entre la tradición y la modernidad ................ 2 2.- LA GRAN VÍA DE MADRID: (Antecedentes, proyecto y obra y propuestas colaterales) ........ 31 3.- FICHAS BIBLIOGRÁFICAS DE PUBLICACIONES EXPUESTAS ..................................................... 94 4.- EDIFICIOS SIGNIFICATIVOS DE LA GRAN VÍA ........................................................................ 104 5.- ARQUITECTOS DE LA GRAN VÍA ........................................................................................... 142 6.- CRONOLOGÍA DE LA GRAN VÍA ............................................................................................ 159 Enlaces de Interés Memoria de Madrid Especial diario El País Especial diario El Mundo 1.- LA GRAN VÍA DE MADRID. Una brecha urbana entre la tradición y la modernidad EL MADRID DEL SIGLO XIX QUE ALUMBRARÁ LA GRAN VÍA Como es bien sabido y nos indica la planimetría, el trazado de Madrid hacia mediados de siglo era predominantemente radioconcéntrico, con una serie de vías principales que enlazaban de forma directa o indirecta la Puerta del Sol, centro indiscutible de la villa casi inmediato a la Plaza Mayor, con las diversas puertas de entrada a la ciudad: Alcalá, Carrera de San Jerónimo, Mayor-Almudena y Arenal, todas con su desembocadura en la misma Sol; o Atocha, que lo hacía por Carretas, y Fuencarral y Hortaleza por Montera. En cuanto a San Bernardo y San Bernardino y Segovia y Toledo, llegaban a Sol mediante accesos algo más intrincados debido sobre todo a las marcadas diferencias de nivel entre unos y otros sectores urbanos. Tal conjunto, del que antes de 1836 una parte considerable pertenecía a la Iglesia como propietaria de 65 conventos y multitud de fincas urbanas, todo ello intocable y exento de cualquier tipo de contribución económica, quedaba abrazado por las rondas y el eje Paseo del Prado-Recoletos. Ese Madrid de la primera mitad del siglo XIX era contemplado por unos y otros de modo diverso según la mirada del cronista o analista en cuestión. Cuando uno de los más insignes e independientes, Ramón de Mesonero Romanos, publica en 1861 su obra El antiguo Madrid, dirige sobre la capital una visión 1 Plano de Madrid, declarado oficial en la villa y corte. Francisco Coello, 1848. relativamente optimista, sobre todo porque “... todos los adelantos, todas las mejoras que había experimentado en los siglos pasados el pueblo de Madrid... eran obra exclusiva de los monarcas y sus gobiernos; ahora, el mismo pueblo... es quien se encarga especialmente de desarrollar sus elementos de prosperidad, de ilustración y de riqueza.” Y es que el Madrid que en 1833 había visto morir al otrora deseado Fernando VII y se liberaba de las cadenas del absolutismo, podía mirar con cierta esperanza al futuro que se abría por fin con la Regencia liberal de María Cristina. Desde la distancia, así lo reconocían Manuel Ayala y Francisco Sastre en 1889: “Sólo á partir de la muerte de Fernando VII empezó el verdadero periodo de reformas urbanas”, a pesar de que el proceso se vería muy dificultado por el clima continuo de agitación política. La desamortización eclesiástica abordada en 1836 por el ministro de Hacienda, Juan Álvarez de Mendizábal, había conllevado en Madrid el derribo de muchos conjuntos religiosos, como el Noviciado de los Jesuitas y los conventos de los Agonizantes de San Camilo, de los Ángeles, de las Baronesas, del Caballero de Gracia, de los Capuchinos de la Paciencia, de Constantinopla, de la Magdalena, de la Merced, de las monjas de Pinto, de las monjas de Vallecas, de Portacoeli, de los Recoletos, del Salvador, de San Basilio, de San Bernardo, de San Felipe el Real, de San Felipe Neri, de Santa Bárbara, de la Trinidad y de la Victoria, y esto, que muchos todavía hoy censuran, representó no obstante la recuperación colectiva de unos ámbitos urbanos con el consiguiente esponjamiento interno de la ciudad, en la que se configuraron plazas y espacios libres y se obtuvieron solares para levantar una serie de equipamientos de los que Madrid carecía. 2 Vista desde la Aduana de la calle 3 Arranque de la calle San Miguel al fondo y a Alcalá. El antiguo Madrid, de Ramón la derecha de la calle Alcalá, vista desde de Mesonero Romanos, ed. 1881. Cibeles. Diccionario… de Pascual Madoz, 1847. Mesonero enumera una serie de logros, alcanzados en esos años y en las décadas siguientes, a los que él mismo coadyuvó como inspirador de muchos de ellos y como indispensable colaborador del corregidor don Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos. En palabras del arquitecto y académico José Luis de Oriol, escritas en 1921, su “Extenso y bien meditado... plan de reforma interior, ha sido durante muchos años casi única guía en los planos de reformas aisladas emprendidas por el Ayuntamiento, desde aquella lejana fecha hasta nuestros días.” Se inauguraron también diversos edificios públicos, tales que el Palacio del Congreso, la Universidad, los Ministerios, el Teatro Real, el Hospital de la Princesa o la Casa de la Moneda; se emprendieron decisivas obras de mejora en la Plaza Mayor y se regularizaron calles, a la par que se empedraban, limpiaban e iluminaban, elevando las aceras sobre la rasante general de la vía; se trazaron paseos, cuales los de la Cuesta de la Vega o la Fuente de la Castellana, y se ordenaron y renovaron barrios y distritos completos con la participación de la iniciativa privada; se pusieron en pie, en fin, fábricas y establecimientos de carácter benéfico, científico, literario, mercantil e industrial. Y, por encima de todo, se abordaron dos operaciones que transformarían la vida de la capital: la traída a la villa de las aguas del Lozoya por el Canal de Isabel II y la puesta en marcha del ferrocarril, que revolucionaría las comunicaciones peninsulares. Por último, se crearía una herramienta fundamental como punto de partida de futuras intervenciones en la ciudad: el plano formado por Francisco Coello de Portugal y Quesada, integrado en el Atlas de España y sus posesiones de Ultramar que realizara para complementar el famoso Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz. Datado en 1848, era el más exacto de los levantados hasta esa fecha y fue por tanto declarado plano oficial de la Villa y Corte, siendo alcalde Francisco de Borja de Silva Bazán, marqués de Santa Cruz. Ningún plan urbano de conjunto, fuera del estrictamente financiero, presidió sin embargo la medida desamortizadora de Mendizábal, y, además, la mayoría de las propiedades vendidas no revirtieron en el pueblo como había imaginado el ministro sino en los terratenientes. Algo similar ocurrió con la nueva desamortización de Madoz, efectuada con mayor control e iniciada en 1855 tras su nombramiento como ministro de Hacienda; ésta afectaría a propiedades estatales y municipales, así como a las del clero, las Órdenes Militares y otras entidades de carácter religioso, al igual que a instituciones benéficas o dedicadas a la enseñanza, de las que quedaron excluidas, por su indiscutible labor social, las Escuelas Pías de los Padres Escolapios y las instituciones asistenciales de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. En Madrid hubo conventos transformados parcialmente en parroquias o reconvertidos en equipamientos públicos, algunos fueron derribados para ensanchar y realinear calles o hacer plazas y jardines, y también estaban los que pasaron a manos privadas, que les dieron otros usos o cuyas fincas se parcelaron, albergando nuevos conjuntos residenciales. Citando de nuevo a los mencionados Manuel Ayala y Francisco Sastre, los “cambios que han convertido al viejo Madrid en una población espaciosa y con la fisonomía propia de las poblaciones modernas” obedecieron en gran medida a la “exclaustración de los frailes” y “la desamortización de los bienes que poseían”, permitiendo la desaparición de los conventos la apertura de nuevas calles y el ensanche de otras en pro de la comodidad y la higiene. Por tanto, y pese a la imperfección de la medida, el resultado vuelve en suma a redundar en la modernización del centro de la ciudad que, definitivamente, deja de ser una capital conventual para empezar a convertirse, aunque a muy pequeña escala, en una ciudad burguesa, fenómeno que ya se había dado por estas fechas en varias capitales europeas de las que París devenía el ejemplo a seguir. En efecto, aunque las bases para la transformación de París se datan en el siglo anterior, no será hasta 1853 cuando George-Eugène Haussmann asuma el cargo de prefecto de la capital de Francia por decisión del emperador Luis Napoleón tras cesar a su predecesor, Jean-Jacques Berger, que se resistía a sus ambiciosos planes de obras públicas sobre la ciudad con la pretensión real de modernizarla, incentivar la economía y ponerla en situación de asimilar el fuerte incremento de la población evitando la congestión urbana. A la par que se sustituía con métodos drásticos el París medieval y se iba conformando una nueva ciudad más higiénica y cómoda, de la que eran desplazados sin contemplaciones hasta el extrarradio sus antiguos moradores, obligados a ceder el suelo a la floreciente burguesía que los debía reemplazar en el centro, se buscaba configurar, pese a no constituir el principal objetivo del proyecto, una ciudad bella, en la que cada nueva calle terminaría en un edificio singular por su tamaño o su diseño. Tras la dimisión en 1870 de Haussmann, atacado desde múltiples frentes (además de por su política económica, numerosos intelectuales combatieron su “arquitectura de desfile” y “la tiranía de la línea recta”), continuaron los planes de mejora de París no obstante haber accedido al poder municipal una coalición radical- republicano-socialista, en principio opuesta a ellos o, al menos, a la forma de abordarlos. Y se persistió en el 3 Trazado de las calles construidas en París durante el empeño, no exento de altibajos, periodo 1850-1913. Commission d´extension de Paris. hasta 1895, para reanudarlo de nuevo en 1909.