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Liana Pacheco

Dualidad de caos ALEJANDRO ISMAEL MURAT HINOJOSA Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Oaxaca

KARLA VERÓNICA VILLACAÑA QUEVEDO Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

OMAR ADRIÁN HEREDIA MARICHE Subsecretario de Planeación Estratégica

LIZBETH ALICIA ZORRILLA CRUZ A Josefina y Gabriela, mi dualidad de amor que Directora de Promoción Artística y Cultural apoyan estas letras.

A Asunción Antonio Pacheco, cómplice y hermano literario.

Al Colectivo Cuenteros de Oaxaca, alma máter Edición realizada con recursos de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México a través del Apoyo a Instituciones Estatales de Cultura (AIEC) 2020. dónde se gestaron los cuentos de este libro.

Dualidad de caos de Liliana Ruiz Pacheco resultó seleccionado en la A la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca Convocatoria de la Colección Parajes 2020 en el género de cuento como parte del Proyecto de Fomento a la Lectura y Creación Literaria. y la Convocatoria Parajes.

Colección: Parajes 2020 Cuidado de la edición: Eduardo Ismael Salud Salud A ti, apreciable lectora y lector, que al leer Diseño editorial y de portada: Javier Rosas Herrera brindas vida a estos cuentos.

D.R. © Liliana Esperanza Ruiz Pacheco D.R. © Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca Privada de Almendros No. 111 Col. Reforma, Oaxaca de Juárez, Oax. C.P. 68050 www.oaxaca.gob.mx/seculta/ isbn: en trámite La reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño tipográfico y de portada, por cualquier medio sea electrónico, mecánico o de cualquier otra índole no está autorizada, salvo aprobación acordada y expresa por escrito con la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca. Impreso en Oaxaca, México, 2021. CONTENIDO

Fragilidad del universo...... 4

Bono de puntualidad...... 8

Los gallos no pueden ver en la oscuridad...... 14

En cuerpo presente...... 28

Erosión en sepia...... 45

Sangre de matón...... 54

El vigía...... 57

Voces de ecos híbridos...... 62

La fecundación del fuego...... 65

En el año tres mil uno...... 70

Rojo profano...... 81

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Fragilidad del universo

Hoy empezó mi menstruación; la primera de mi vida. Sí, justo hoy que el planeta Leucade se desplazó. Supongo que es una ba- nal coincidencia a la que rebusco un significado o simbolismo relacionado con el acontecimiento. No creo que exista. Lo único certero es el insomnio, que se distrae observando cómo giro de un lado a otro en la cama. Los dígitos del reloj resaltan en la penumbra de mi habitación. Dos ho- ras de la madrugada con algunos minutos. El viento ondula las cortinas de la ventana. Me levanto y el sonido de mis pasos absorbe el silencio. Aspiro la atmósfera fría, vacía y silenciosa de la calle. El resplandor del cielo trata de ceder a la oscuridad de la noche. “Imponente”. Podría emplear ese adjetivo para describir el firmamento: cielo despejado en el que resaltan el par de circunferencias brillantes: una es el satélite natural; a su lado, Leucade. Así nombraron al planeta que hace veinticuatro años se dirigía a y que se detuvo en el límite de la exos- fera, más alejado de la luna. Antes del día de hoy no era tan perceptible, pero ahora su circunferencia es tan extensa que desde la tierra se ve casi del mismo tamaño que la luna llena. Dupla de brillantes círculos. La aparición de aquel cuerpo celeste irrumpió la cotidianidad de las per- sonas. Las primeras teorías indicaron que era un asteroide pequeño, casi inofensivo. Con el transcurso de los días y con observaciones más precisas dictaminaron que se trataba de un planeta de cuatro o cinco mil kilómetros de diámetro y que, conforme avanzara en su recorrido hacia la atmósfera, se iniciaría una estrategia para evitar el colapso. No avanzó más; se quedó 10 • Liana Pacheco dualidad de caos • 11

inerte junto con la espera de la humanidad. Sin embargo, para muchas per- mujeres celebran que, por fin, la piel masculina encarne lo que muchas han sonas, como yo, que nacimos hace poco más de una década, la imagen del sufrido. Incluso yo. cielo con dos objetos brillantes no genera asombro, es parte del mundo que Sucedió hace menos de un año. En la fiesta de una compañera a la que vemos cada día. poco conocía. Sin embargo, la sonrisa de su hermano mayor me hizo sentir Según Internet, la distancia aproximada entre la tierra y la luna es de tan cómoda, que horas después seguí sus pasos hacia su habitación. Dijo 385,000 kilómetros. Sé que también habrá más respuestas: ¿por qué ese que me mostraría su pecera, aunque no me deleito con observar un ani- planeta se detuvo junto al nuestro?, ¿por qué no es afectado por la gra- mal enclaustrado. Pero así terminé, acorralada, entre la pared y esa sonrisa vedad?, ¿y la órbita de la tierra? Sin embargo, no tengo interés en estas encantadora que se pudría con su aliento fétido. Su lengua arremetió en interrogantes. Lo único que importa es que hoy, que inicia mi periodo, el mi boca, me liberé, no recuerdo cómo. Cuando volví a casa, aún llevaba planeta Leucade retomó su desplazamiento, después de veinticuatro años. su pestilente sabor en mis labios. Mamá no lo supo, no quise que el miedo Permanezco recargada en el marco de la ventana hasta que la luz del sol que me invadió fuera motivo de preocupación. Luego ese miedo se acopló difumina poco a poco la imagen de los círculos brillantes en el cielo. en las noches interrumpidas, en las que observar el esplendor de la luna y Durante el día, el timeline de las pantallas se encuentra ocupado por las Leucade era lo único que reconfortaba mi existencia. noticias del movimiento de ese planeta. Soy ajena a esa preocupación, ¿qué Hoy los hombres protestaron en las calles. Mamá me prohibió salir del importa?, si la magistral belleza del cielo se ha acrecentado. Es lamentable departamento. Veo parte de la protesta a través de la ventana, el resto en que los demás no lo aprecien. Desborda el miedo y las voces de alarmismo, televisión. En el periódico hay una selección de fotos: “Luna y Leucade. Los incluso escucho comentarios que refutan las declaraciones de que el acer- mejores paisajes”. Al lado hay una nota de un hombre al que una mujer que camiento del planeta no representa peligro. conoció en internet le cercenó el pene. Los nutridos grupos de mujeres Mamá ordena que me bañe. Desde la tina contemplo el curvado men- que bordean la protesta masculina celebran la atmósfera de temor que han guante junto a la, mucho más amplia, esférica luz del planeta. Hasta el baño impuesto a los hombres, ¿intencional o fortuita? llega el grito de mamá, saldrá a una vigilia de oración. Son extrañas las ma- Me dirijo a la ventana de la sala. En el edificio de enfrente un gato juega neras en que las personas aminoran el miedo que produce algún trastorno con su equilibrio en la cornisa. Es noche de luna nueva y la escasa luz de a su rutina. El mío es escuchar una y otra vez “La gazza” de Rossini y comer esta acompaña al reflejo circular del planeta que, por el ocaso, intensifica todos los dulces de grenetina que encuentro en la alacena. su brillo. Abajo la calle asemeja al cielo, aunque en lugar de estrellas está Despierto cuando unas escasas estrellas brillan en el cielo tornasol. El cubierta de papeles y restos de consignas escritas. Veo tres mujeres que noticiero local menciona un suceso. Los oídos de los espectadores escu- persiguen a un hombre que corre de prisa. Por un instante creo reconocer chan, pero es intrascendente. Sus ojos y los del resto de la humanidad duer- al joven de los peces y la sonrisa fétida. El sujeto levanta el rostro; un gemi- men y despiertan sobre Leucade. Así que el hecho de que un hombre sea do ronco clama ayuda. Yo le grito que un pez no es una mascota práctica. agredido, hasta dejarlo moribundo, por un par de mujeres en la estación del Cierro la ventana y sus gritos de dolor quedan fuera del departamento. metro no es relevante. Sin embargo, el video del joven que llora y denuncia Le pregunto a mamá si piensa que el planeta circundante tiene relación el acoso verbal que sufre de voz de una mujer, se viraliza. No es un aconte- con el incremento de violencia contra los hombres. Ella responde que no, cimiento aislado, cada día incrementan las cifras de sujetos agredidos. Los confía que el transcurso de los días calme la situación, como en la época comentarios se dispersan a la polaridad. Por una parte, los hombres denun- de lluvias en que las nubes espesas y grises permanecen varadas, pero el sol cian la violencia física y verbal que padecen a diario. En el otro extremo, las siempre encuentra el modo de retomar su lugar. 12 • Liana Pacheco dualidad de caos • 13

Transcurren muchos amaneceres y el planeta es impávido en el tiempo. Evoco el recuerdo de unas palabras: el caos es el origen del universo. La Bono destrucción acontecida hace millones de años provocó el inicio de nuestra de puntualidad vida. Si el orden implica destrucción para enaltecer la existencia presente, ¿en qué derivará el caos de mujeres contra hombres? Otra pregunta más que no tendrá respuesta. Muchos más cuestionamientos lógicos surgen mientras atestiguamos que la tranquilidad retorna a las calles y la violencia se vuelve cada vez más distan- te. La dualidad de sexos, hombres y mujeres aprenden a coexistir. Mamá es feliz, yo no quiero opacar su alegría diciéndole que tan solo son prolongados y silenciosos minutos que anteceden a la tormenta, al caos. Raquel observó los encabezados de los periódicos que el niño apilaba en el En la madrugada, la luz de Leucade incrementó tanto que parecía que puesto. Al día siguiente su nombre ocuparía uno de esos encabezados. Se el amanecer arribó a mitad de la noche. El fin es inevitable. Ese planeta se preguntó qué foto seleccionarían. ¿Una de Félix?, ¿una de ella? o ¿una de aproxima, sin preámbulos ni avisos, sin tiempo para planes de emergencia. cuando simulaban ante la cámara la felicidad nupcial? Siguió su camino y Solo breves minutos para despedidas. Mamá quiere que permanezcamos abordó el camión. juntas. Yo no. Lidia corrió en cuanto vio el tono guinda del autobús en la parada. Bajo las escaleras en dirección a la calle. La serenidad de llegar a este —¡Suben! —gritó un pasajero que se solidarizó con Lidia para que no fin no premeditado colma mi pecho. La luz se expande ante ese enorme perdiera el autobús. cuerpo celeste. Visto de cerca es majestuoso. La gente cierra sus ojos. Yo —Gracias —dijo ella con la respiración entrecortada y extendió las mo- extiendo mis brazos, añoro el ácido recuerdo de los dulces de grenetina nedas en la fría mano del chofer. disolviéndose en mi boca. Pienso en la ironía de que todo acaba cuando la El autobús retomó su marcha y los ojos de Lidia recorrieron los asientos sociedad había retomado el orden. Quizá este es nuestro destino verdadero, en busca de uno disponible. Aquella mañana demoró por aplicar insulina a aprender a vivir para morir. su madre, pero tuvo suerte de alcanzar, precisamente, ese autobús. Como si Leucade impacta, destruye. fuera de transporte exclusivo era abordado casi siempre a la misma hora y por Todos somos minúsculos trozos de materia que por fin retornamos al las mismas personas. Lo mejor era : cafre habilidoso que conducía a universo. j alta velocidad permitiendo a los usuarios el arribo puntual a su destino. En las primeras filas iba Kendra, la joven que siempre solía sujetar su ca- bello en un chongo. En el asiento de junto, una niña curiosa que cuestionaba por todo a su madre. —Mami, ¿por qué el semáforo tiene tres colores? En medio iban los jóvenes de secundaria hablando del Facebook y de las tareas a entregar. Raquel estaba en un asiento detrás de los estudiantes; a su lado iba un hombre de rostro serio y ropa desgastada, pero pulcra. Ella pensó en la sin- 14 • Liana Pacheco dualidad de caos • 15

gularidad de que, ese día, el chofer no pusiera a todo volumen su repertorio —Mami, cuando sea grande, ¿vendré a esta escuela? —La niña señaló el de reggaetón. edificio en el que se detuvo el carro. Lidia no puso atención en el detalle de la música, ella siempre usaba sus Descendieron los jóvenes uniformados, excepto uno, Ismael. Un adoles- audífonos. Se sentó cerca de la puerta trasera. Luego de encender su celular, cente que, desde semanas antes, se extasiaba en aquel autobús al mirar a la empezó a maquillarse. Después de hacerlo tantas veces, había desarrollado joven de auriculares que se maquillaba durante el trayecto. El autobús reto- la habilidad de trazar el delineado de sus ojos sin ningún error a pesar del mó su marcha. Ismael percibió su erección al recordar sus fantasías eróticas vaivén del vehículo. en las que esa chica era protagonista. ¿Qué podía suceder? Era viernes, día El chofer no deseaba escuchar música, ni siquiera quería levantarse esa poco productivo en la escuela. Prefirió satisfacer el deseo de mirar a Lidia, mañana, pero creyó que el trabajo le ayudaría a olvidar o al menos a no pensar. descubrir dónde bajaba y, tal vez, reunir valor para hablarle la siguiente se- El hombre serio y pulcro se levantó para ceder su asiento a una mujer que mana. subió con un bebé en brazos. El bebé había pasado casi toda la noche lloran- La madre del bebé deseaba dormir un poco en el trayecto, pero los cons- do y su madre pensó en faltar al trabajo, pero no le convenía un descuento tantes movimientos del carro lo impidieron. Repitió en sus pensamientos en su quincena. que debió quedarse en casa y faltar al trabajo. La joven del chongo, distraída —Mami, ¿qué significa in-cau-to? —preguntó la niña señalando por la en los mensajes de su celular, bajó dos cuadras después del lugar donde de- ventana. bía hacerlo. Kendra levantó la vista para ver el anuncio al que se refería la niña, sin Raquel quiso recordar el momento en que su marido la golpeó por pri- embargo, el sonido insistente del timbre la hizo mirar hacia atrás. mera vez. Pensó que fue en el bautizo de su sobrino, cuando Félix se enojó —¡Bajaaan! porque bailó con su cuñado. —Dame chance, amigo —gritó el chofer—. La parada es en la siguiente —¡Órale, bestia! —gritó el chofer a un taxista que le cerró el paso. cuadra. “Si le pido el divorcio, la pendeja me va a exigir pensión alimenticia. ¿Sal- —¡Chinga tu madre! —espetó el pasajero. drá caro uno de esos análisis de paternidad? El hijo de doña Mago estudia Al escuchar el insulto, Raquel recordó que por varios años esas palabras medicina. Voy a preguntarle”. Eran los pensamientos que rondaban la mente eran las que más ocupaban los diálogos en su matrimonio. Ya fueran de boca del chofer. de Félix o de ella. Aquella mañana no había sido la excepción. —Mami, ¿por qué sonó tan feo el carro? —dijo la niña refiriéndose al El pasajero enojado bajó en la siguiente cuadra. Aprovechando que la chirrido que hizo el autobús al frenar. Sonido que nadie más percibió, ni el puerta estaba abierta, dos hombres subieron rápidamente. El chofer les gritó chofer. exigiendo su pasaje. La madre, al igual que las veces anteriores, respondió: “no sé”. Lidia vio con desconfianza el aspecto desaliñado de los recientes pasa- Después de esa parada la cantidad de pasajeros se redujo. El autobús in- jeros y resguardó su cartera y su celular. El chofer insistió una vez más en crementó la velocidad cuando se encaminó en el trayecto lineal de la carrete- el pasaje, pero fue ignorado. Pisó a fondo el acelerador y retomó sus pensa- ra. Lidia levantó la mirada y vio que estaban cerca de la Macroplaza; ella ba- mientos: “Vale verga. Pinche día culero”. La noche anterior, en un descuido jaba en el crucero siguiente, el que marcaba la salida de esa pequeña ciudad. de su esposa, leyó los mensajes donde esta le confesó a una amiga que el En la parada de la Macroplaza, el señor serio gritó al chofer que un hom- verdadero padre de su hija era el “Paupatrol”, su esporádico ayudante del bre hizo señas para subir, pero el camión iba tan acelerado que, en un ins- camión, un chamaco de apenas diecinueve años. tante, el tipo que no abordó se perdió en el horizonte del espejo retrovisor. 16 • Liana Pacheco dualidad de caos • 17

Lidia se levantó de su asiento. Ismael alzó la mirada para seguir con- el breve espacio del autobús. La madre de la niña intentó llamar al 911, pero templándola. El bebé empezó a llorar debido a los bruscos movimientos nunca le respondieron. por la velocidad. Solo Raquel permanecía serena ante el irremediable caos. Retomó en su —¡Bajan! —gritó Lidia. memoria lo acontecido esa mañana: Félix se acercó para golpearla. Ella sin- Raquel recargó su sien en el vidrio. Cerró los ojos y recordó lo que tió una bocanada de rabia y por primera vez tuvo fuerzas para defenderse. había pasado esa mañana antes de salir. Ella le pidió a Félix un poco de Un rasguño en el rostro, de inmediato se arrepintió y corrió a esconderse, dinero porque no completó para la renta. “Para eso trabajas ¿no? Si no te aunque estaba consciente de que no podía hacerlo por toda la vida. Raquel y alcanza vete de piruja”, dijo él. “Chinga tu madre”, respondió ella. el cuchillo tomaron por sorpresa a Félix, quien, en lugar de suplicar, con su —¡Bajaaaaan! —repitió Lidia. último aliento gritó injurias y ofensas a la mujer que enterraba una y otra vez —¡Bajan! Pinche sordo —gritó Ismael. el arma en su abdomen. El chofer conducía con la mirada clavada al frente, con el rostro con- El autobús mantenía su acelerada carrera. El chofer seguía esquivando los gelado en un rictus de asco. “Y encima, yo de pendejo manteniendo por carros que se atravesaron en su camino e ignoraba las súplicas de sus pasajeros. tres años a esa chamaca. Pobre niña, qué culpa tiene de las puterías de su En dos ocasiones pudo retomar el control del vehículo y evitó que chocaran. madre”. Vio la luz amarilla del semáforo y pisó el acelerador. El señor serio logró llegar hasta el tablero. No estaba seguro si debía pisar Lidia miró por la ventana el largo recorrido que en tan poco tiempo la los pedales, tomar el volante o convertirse en psicólogo para convencer al separó de su bajada. Consultó su reloj: “mierda, el bono de puntualidad”, chofer de detenerse. pensó. Caminó hasta la puerta delantera porque el chofer seguía ignoran- —No puedo… no sirven los frenos. —Fueron las últimas palabras del do sus gritos de “Bajaaan”. El autobús giró precipitadamente a la derecha conductor. Antes de que, a la tercera, ya no pudiera controlar el autobús. para esquivar a una mujer que se atravesó. Lidia cayó entre los asientos, Volcaron dos veces y el camión terminó a mitad de la carretera. Aquel pero enseguida fue auxiliada por Ismael. día, junto con las ambulancias que trasladaron los pocos sobrevivientes, se —¡Órale, bájale a tu pinche carrera! —reclamó el señor serio. ocasionó un embotellamiento vial y el enfado de muchos conductores. —Mami, ¿por qué va tan rápido el carro? “Cafre agobiado por problemas maritales se suicida con todo y pasajeros”. Los pasajeros habían salido del letargo de sus preocupaciones perso- “Ciudadanos exigen al gobernador regular el reglamento de tránsito en nales y notaron el exceso de velocidad al que se desplazaban. Al unísono la ciudad”. todos le suplicaban que se detuviera; excepto Raquel, quien miraba a la Los ojos de Raquel se iluminaron con la luz de la muerte y esta le tendió madre abrazar con fuerza a su bebé, pensó en lo acertada que fue la de- la mano a la libertad que le sería coartada por el crimen que cometió. Al día cisión de no tener hijos. siguiente, el periódico sí mencionó su nombre en la nota roja, como víctima, —¡Párate, cabrón! —Era el señor serio, quien sujetándose de los ba- no como victimaria. rrotes se dirigía al chofer. “Encuentran al esposo de una de las pasajeras del cafre suicida brutal- El pánico viajaba en el interior del carro. Los ojos de los viajeros ob- mente asesinado. Se presume que fue un robo”. servaron por la ventana cómo el paisaje corría acelerado, sus cuerpos Segundos antes del impacto, Lidia envió un mensaje de despedida a su eran casi masas inertes que saltaban sin control sobre sus asientos. Al- madre. La mujer ignoró el sonido del teléfono, sabía que era su hija y se alegró gunos cayeron al suelo en el momento que el chofer zigzagueó para es- de que hubiera llegado a tiempo para no perder su bono de puntualidad. j quivar a un auto. Voces de ruegos, súplicas, oraciones y llantos ocuparon 18 • Liana Pacheco dualidad de caos • 19

Los gallos no pueden ver en la oscuridad

Purificación llegó a los sesenta y ocho años con dolor en la rodilla izquierda a causa de un golpe que había sufrido una década atrás. Por motivo de fin de año, Purificación se entregó a una borrachera que inició el día veinticuatro y culminó el treinta y uno de diciembre, cuando trastabilló en un escalón. Des- pertó sin dos dientes frontales y un par de varillas metálicas que atravesaban su pierna; esto la destinó a usar un bastón para desplazarse. El doctor le dijo que por la contusión cerebral creyeron que no mejoraría. En la clínica se atribuyó su recuperación a la atención médica oportuna. Ella lo señaló como un milagro, pero no precisamente un favor cumplido por las estampas y figuras de yeso que, durante años, atiborró en una repisa de su casa y que cuando salió de la clínica las metió en una bolsa y arrojó a la basura. —A la única que le debo agradecimiento por no haberme llevado es a la Muerte. Pinches santos, nomás para acumular polvo sirvieron. El altar católico fue reemplazado por una sola efigie: la Santa Muerte. Pu- rificación le encendía una veladora cada inicio de semana. Aunque algunas personas le dijeron que debía colocarle un cigarro o un poco de miel, ella los ignoró: estaba acostumbrada a hacer las cosas a su modo. Purificación fue insoportable hasta para su propia madre. Se escapó a los dieciséis años de su casa. Encontrar trabajo no resultó difícil: estaba acos- 20 • Liana Pacheco dualidad de caos • 21

tumbrada a levantarse antes del alba para iniciar labores en el brasero y el —Dinero no nos sobra, mucho menos para andar desperdiciándolo en metate. La complicación fue moderar su carácter amargo y portarse dócil lápices y papelitos. Yo necesito que me ayudes en el puesto de comida. Sufi- como requería el trabajo de sirvienta de una familia. ciente ya he hecho por mantenerlas, que ni mi obligación era. A los dieciocho años cedió la calidez de su sexo a cambio del cariño su- Desde aquel día, el rencor contra Purificación se atrincheró en el pecho doroso del “Chepo”, como le decían a José Ponciano, el peón con quien se de Violeta. fue a vivir. Luego de que ella parió cuates, el “Chepo” se fue a festejar a la Flora tenía doce años, piel tostada y, dominada por los golpes de su infan- cantina. Tan deslumbrado y atolondrado estaba con su reciente paternidad cia, era más dócil que su prima. Aunque un poco más lerda para los estudios, que ni el intento hizo por defenderse cuando le asentaron un machetazo en había repetido dos ciclos escolares. Violeta pensó que fue una coartada para la espalda. prolongar su tiempo en la escuela. Flora estaba consciente y resignada de que Purificación se enfrentó a la necesidad de controlar la furia de su carácter, su destino convergería al de su prima: uno sin muchas oportunidades que la más que nada por el par de bocas que chillaban de hambre. Se atajaba en la liberaran de acatar las órdenes y los golpes de Purificación. garganta las ganas de oponerse a los regaños de la patrona, pero las desaho- Los días de Violeta empezaban a las cinco de la mañana, hora habitual gaba con sus hijos. del canto del gallo de la vecina. Se encaminaba entre el seco aire matinal y las —¡Aquilino, chamaco síncer! Francisca, no corras, que más fuerte te voy calles lodosas hasta el molino. Cuando volvía, su prima ya despierta, aunque a pegar. aletargada, ayudaba a picar verduras o acarrear agua y poner las ollas al fue- Ninguno de sus hijos le preguntó qué significaba “síncer”. No fue necesa- go. Purificación salía de su cuarto mucho más tarde, luego del rezo diario a rio, la connotación les indicaba que su mamá les decía: ¡pendejos! la Santa Muerte. Violeta, que ya acumulaba algunas horas de vendimia, debía Si de joven, Purificación con reata en mano les gritabasíncer a sus hijos, a entregarle el tenatito de palma donde metía el dinero. Después de contar las los sesenta años lo seguía haciendo, ahora con un bastón en lugar de mecate monedas y billetes, la mujer lo resguardaba en la bolsa de su mandil. y las víctimas eran Violeta y Flora, sus nietas. Violeta lo pensó, pero nunca lo intentó. Incluso el botín del día con más Francisca fue la primera en marcharse, aunque volvió dos años después ventas no le sería suficiente para alejarse de aquella colonia. Un asentamiento de con una Violeta de apenas seis meses y la petición de que la cuidara, a cambio casuchas, cercano a la ciudad, pero desprovisto de servicios de pavimentación ella prometió mandarle dinero. Aquilino, a diferencia de su hermana, se que- y con alumbrado deficiente, además, saturado de moscas y perros callejeros. dó con su madre. Se casó y nació Flora, pero al medio año, la esposa de este Fue una cría de esos perros la que llegó a la puerta de su casa, atraído por se marchó sin explicación. Aquilino se aferró y salió decidido a encontrar el los desechos de comida. Violeta lo ahuyentó, Flora le convidó un pan seco y, polvo de los pasos de su mujer. Purificación recibió solo una llamada de él, para sorpresa de ambas, su abuela permitió que se quedara. El agrio carácter avisando que había llegado al pueblo natal de la fugitiva. Después de eso, ni de la mujer contrarrestó con la dulzura con que trató a ese mestizo blanco de dinero ni llamadas ni retornos. manchas cafés. A pasos arrastrados la mujer le preparaba sopas con menu- Violeta ya era una joven de quince años, con piel blanquecina, espigada, dencias, incluso llegó a alimentarlo con la comida que vendían. aunque regordeta y con el carácter similar a la abuela: rezongona y avispa- —Ven, Marcelino. ¿Quién te quiere tanto? —Lo llamaba Purificación. La da. Para Violeta, la escuela era el lugar que la liberaba de su realidad, el sitio fidelidad del animal, raro espécimen que nació sin cola, era manifestada con donde se permitía soñar con un futuro alejado de la hostil convivencia con su saltos y lengüetazos al rostro de la mujer. abuela. Sin embargo, el día que terminó el último año de primaria, Purifica- —Trata mejor al pinche perro que a nosotras —dijo Violeta una noche—. ción le informó que ya no continuaría estudiando. Pero tengo fe en que ya mero se va a morir. 22 • Liana Pacheco dualidad de caos • 23

—¿Quién, el Marcelino o la abuela? —preguntó Flora a su lado. —Ese pendejo piensa que soy chivo para comer puras hierbas. —Purifica- Ellas compartían el catre que desplegaban en un rincón del cuarto, en el ción se negó a probar el brócoli que Flora le llevó—. ¡Síncer! Tráeme un poco que también estaba la cocina. El otro cuarto era exclusivo para Purificación. de mole. —¡La vieja! No seas mensa. Aunque también me convendría que los dos —¡Ya voy! —Violeta le llevó un plato repleto de mole del que sobresalían estiraran la pata. Bien que le gusta jugar con él, pero ni se molesta en barrer dos piezas de pollo. las cacas del pinche perro. —Gracias, mija. Tú sí me quieres, ¿verdad? Acuérdate que quien desea el —No digas eso, Violeta. Ella es nuestra abuela. Si se muere ¿qué hace- mal a otros, se le regresa y hasta peor. mos? No tenemos más familia. El corazón de Violeta se hizo un revoltijo. Pensó que la vieja ya tenía pode- —¿Qué haremos? —dijo agudizando la voz para remedarla—. Pues se- res para entrometerse en sus pensamientos. Sin embargo, le sostuvo la mirada guir estudiando y trabajar como siempre. Dime ¿quién hace la comida que hasta que su prima la jaló del brazo para salir de la habitación, dejando sola a vendemos? la mujer y al perro, que era como su segunda sombra. —Ella —respondió Flora, de inmediato corrigió cuando su prima frunció En la noche, el sueño de Purificación se interrumpió cuando su estómago el ceño—, pero tú haces la mayoría de las cosas. se contrajo en un dolor agudo. Su petición de ayuda quedó en un intento en —Ya ves, mensa. Tú y yo podemos librarla. Nomás nos falta algo que nos forma de gruñidos por la bilis que se le acumuló en la garganta. libre de la vieja. Violeta, que gozaba de un ágil oído, despertó; no por su abuela sino por —Ay, Violeta. Cállate. Ya duérmete mejor. el silbido de los árboles que se mecían con el viento helado que se coló en su Flora se envolvió en la gruesa cobija; los huecos del techo de lámina fil- cuarto. Ella se levantó y por la ventana observó que un relámpago de color traban el aire helado de la madrugada y a ella no le gustaba que sus pies púrpura partió el cielo nocturno, pero el sonido del trueno que debía acom- amanecieran casi tiesos por el frío. Violeta tardó en conciliar el sueño. Su pañarlo nunca resonó. voz canturreaba oraciones, súplicas por la muerte de su abuela a cualquier El ladrido de los perros callejeros se soltó intempestivo. Violeta intentó deidad, buena o maligna, confió en que alguien atendería sus ruegos. encender la luz y se percató de que no funcionaba ningún foco de la casa. Cuando se acercó al cuarto de su abuela vio a través de la cortina, que fungía de puerta, un alargado reflejo brillante. Purificación llegó a los sesenta y nueve años. Aunado al dolor en la rodilla, Adentro, Marcelino se irguió y ladraba furioso al extraño visitante de su la aquejaba el ardor estomacal por la gastritis. Sin darle importancia a esta dueña, pero cesó cuando la mano del hombre se levantó frente a la cabeza del dolencia, festejó su cumpleaños con mole negro y medio litro de mezcal de animal. naranja que le regaló su vecina. —Buenas noches, Purificación. Una semana después, la mujer no pudo levantarse por los retortijones. —¿Qué tienen de buenas? —respondió y frotó sus ojos para aclarar la ima- —Duele como si me dieran de puñetazos en las tripas. ¡Córrele, síncer! gen frente a ella. Era un hombre de modesta altura; vestido con pantalón y saco Vete a buscar al hijo de doña Mago, el que estudia para médico. Que, si por grises, ambos tan bien planchados que los pliegues en la tela eran perceptibles. tu culpa me muero, por Dios Santísimo te juro que me quedo en este mundo El sujeto hizo una breve reverencia ante Purificación. para jalarte los pelos cuando duermas. El rostro de Violeta casi besaba el suelo tratando de ver quién estaba ahí. El diagnóstico fue gastroenteritis severa y le recomendaron una dieta a Sin embargo, la voz provenía de una figura invisible para sus ojos. base de verduras al vapor e infusiones. —Creo que no es necesaria tanta formalidad. Sabes para qué he venido. 24 • Liana Pacheco dualidad de caos • 25

—Sí. Pero yo no quiero —respondió Purificación. El altar, al que ella todos La Muerte permaneció impasible, su mirada saltaba del rostro rollizo de los días oraba, resplandecía por una veladora que iluminó todo el cuarto. Purificación a la lengua babeante del perro. —No es cuestión de querer. Sino de cumplir la ley de la vida. —El hombre —Justamente —dijo la Muerte—, en una de las entradas al inframundo, extendió su mano frente a ella. Una extremidad tan delgada como si entre sus uno de los perros vigilantes está muy viejo, quizá... huesos y su piel no tuviera músculos—. Vamos. —¿Hay perros en el infierno? —interrumpió la mujer. —¿No has pensado que nadie te obliga que sea a mí a la que debes llevarte? —¿Te interesa el trato?, ¿sí o no? —¿Intentas engañarme? —dijo el hombre con una sonrisa tenue en sus Violeta seguía afuera, atenta al acontecimiento inusual en el cuarto de su labios. abuela. Lo último que escuchó, antes de que el silencio y la penumbra re- —Claro que no. ¿No dicen que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo? gresaran a la casa, fue el día y la hora en que debía acudir, seguido de una —Pero no soy el Diablo. Yo soy la Muerte. —La personificación de la advertencia: Muerte se sentó en la cama, al lado de Purificación. —Es preciso que tú seas la que personalmente lleve al perro. Si incum- —Tan sencillo es que… nomás digas que yo no estaba. ples esto o te demoras siquiera un par de minutos, no será tu muerte la que —Mi labor no tiene nada de fácil. —El hombre se puso en pie—. Ustedes lamentarás sino el lugar donde te enviaré a purgar tus pecados. piensan que la Muerte llega y con frialdad arrebata el latido del corazón; que todo se concreta a un instante, un parpadeo y ya, estás del otro lado. Ignoran que desde su primer suspiro ya está vaticinado cuándo será el último. Mi —Estás loca —dijo Flora. voz es el enuncio que les brinda resignación para que se entreguen a mí, con —Te lo juro. Es verdad lo que escuché. Esa vieja hizo un trato con la Muerte. serenidad y calma. —Yo creo que tanto golpe ya te aflojó la mollera. Si lo que dices es verdad, —A ver y ¿por qué a mi comadre Chona, el médico le dijo que pronto ¿por qué no negociaste con la Muerte? moriría y nada? Ahí estuvo sufriendo hasta que pasaron meses y por fin la —¿No estás escuchando? Yo no la pude ver, únicamente oí su voz. A lo enterramos. mejor es visible nada más para los que están a punto de morirse. —Yo les ofrezco una alternativa. Sin embargo, cada quien decide prolon- —Ay, Violeta, ya párale. Me estás asustando. gar el sufrimiento de su agonía —respondió la Muerte—. ¿Para qué quieres —Bueno, no me creas. Pero verás que al rato va a salir Purificación. La postergar lo inevitable? vieja es una huevona, ¿cuándo ha despegado el culo de la silla para ir a ca- —Te pido una última bocanada de vida. Hasta la Muerte se puede apiadar minar? Ya sé qué haré. Voy a seguirla, ¿vienes? —preguntó Violeta al rostro de esta pobre vieja —respondió Purificación con una sonrisa. Las pupilas de desconcertado de su prima. la mujer se agrandaron cuando miró a Marcelino, que dormía enroscado en La rutina diaria de Purificación siguió su curso normal. Cuando el reloj el suelo—. Y ¿si te ofrezco a alguien para que te lleves en mi lugar? marcó las cuatro de la tarde con diez minutos se encaminó a la calle, a su lado —Falta mucho para que llegue el último aliento de ese animal. iba el perro. Sin que ninguno lo notaran, Violeta siguió el pausado caminar —Por eso, te puede ser útil. Es muy fiel y obediente. A ver, Marcelino, de su abuela. dame la pata. La mujer y el perro llegaron al crucero. Una vialidad de cuatro carriles El perro se despabiló, alzó las orejas en cuanto la orden de su dueña se que dirigía al centro de la ciudad. Los motores vibraban en espera de la luz disipó por la habitación y levantó su pata, ajeno a la negociación que debatía verde. Purificación se detuvo en el borde de la banqueta, el perro permaneció su existencia. inmóvil. Al siguiente segundo las orejas del animal se alertaron como si un 26 • Liana Pacheco dualidad de caos • 27

sonido audible, únicamente para él, lo llamara al otro lado. Marcelino em- por su pomada de peyote, la que usaba cuando le dolían las rodillas, y se la prendió la carrera justo en el instante que el semáforo cambió. Una camio- embarró al pollo en donde lo habían lastimado. neta lo impactó y él exhaló un ronco aullido. Azotó en el asfalto; una hebra El transcurso del tiempo terminó formando al pollo en un carnoso gallo gruesa de sangre escurrió de su hocico. Su cuerpo se sacudió un par de veces de dorado plumaje en el cuerpo y prolongadas plumas azabache en la cola. antes de sucumbir a la muerte. —¿Aún no está listo el pollo para meterlo a la cazuela del caldo? —pre- —¡Señora, su perro! —dijo una mujer a Purificación. guntó Violeta. —No es mío. Nomás me siguió porque le boté un pedazo de pan. —¡No! Nadie va a comerse a mi Pepe. En el momento que Violeta observó que su abuela daba media vuelta para —¿Por qué llamas Pepe al pinche gallo? —preguntó Violeta. regresar a su casa, echó a correr. —En mi pueblo les decían “Pepe” a las crías de animales que crecen sin su mamá. —Pero dijiste que íbamos a prepararlo en barbacoa. Purificación llegó a los setenta años. Con el mismo dolor de rodilla y las agru- —Y si cambié de opinión, ¿qué? Tú haces lo que yo te mande —sentenció ras que le acentuaron el amargo carácter. Violeta pensó que el trato que Puri- la mujer levantando el bastón frente a la joven—. Y apúrate a limpiar el polvo ficación hizo con la Muerte incluía una dosis de vitalidad. La vieja mantenía del altar de mi muertecita, ¡síncer! el ímpetu para reprenderlas y golpearlas, como si tuviera diez años menos. Violeta se retiró más preocupada que molesta, sabía que el cariño que su Desde la presencia de Marcelino ya no habían tenido otro animal. Violeta abuela profesaba al pollo podría ser su segunda garantía cuando la Muerte se encargaba de ahuyentar a cualquier gato o perro hambriento que se aso- volviera. Aunque ese no era el único problema respecto al gallo. El animal, mara en busca de desperdicio, y Flora, que ya había terminado la primaria, antes apacible, se había vuelto agresivo. ocupaba todo su tiempo en ayudarla en el puesto de comida. —Es que ya quiere pisar a su gallinita —dijo Purificación. —Abuela —dijo Flora una tarde—. Doña Mago dice que no tiene dinero Sin embargo, a falta de gallina, la fijación sexual del gallo eran los pies de las para pagarle lo de la comida, que por… jóvenes. En cuanto percibía con aquellos diminutos ojos a Violeta o Flora, em- —Méndiga vieja. Y más pendeja tú por hacerle caso. —Purificación on- prendía carrera, zapateaba, rasguñaba el suelo y se lanzaba a picotazos y aleteos deó el bastón con mira a golpearla. sobre los pies juveniles. Purificación no era ajena al sufrimiento de sus nietas, —¡No abue!, espera —respondió Flora—. Ella me dio como paga una de hasta se ahogaba con las risas que se le dispersaban en su dentadura hueca. las crías de su gallina. —¿Los gallos pueden ver en la oscuridad? —preguntó Flora una tarde. La joven mostró un polluelo de apenas unos días salido del cascarón, pa- —¿Qué? No sé. recía una pequeña esfera cubierta de pelusa amarillenta. —He querido ir a medianoche al cuarto y matar a escobazos al pinche —Como eres mensa, Flora —dijo Violeta—. Ese pollo parece pellejo, ni gallo. —Violeta no se desconcertó con el comentario de su prima; vio que las para caldo va a servir. heridas recientes y cicatrizadas en sus pies justificaban esas palabras. Flora —Déjala, síncer —dijo Purificación—. Yo me encargo del animal, lo cre- agregó—: Y la abuela nada más se ríe. cemos lo suficiente y luego lo hacemos en barbacoa. —Méndiga vieja, ni porque el último año le he puesto más condimentos El animal terminó de incubarse en la bolsa del mandil de Purificación. y picante a su comida se muere. Ella se encargaba de alimentarlo y cuidarlo. Incluso un día le propinó un —No. Nada más le incrementaron los pedos por las noches. Y hasta lo bastonazo a Flora porque el polluelo se le atravesó y lo pisó. Purificación fue que sé, nadie se ha muerto por exceso de pedos. ¿Apoco no la has escuchado? 28 • Liana Pacheco dualidad de caos • 29

Incluso yo, que soy muy dormilona, me he despertado varias veces —dijo La joven acudió al cuarto. Cuando escuchó la respiración pausada y tran- Flora. quila de su abuela, agarró a Pepe. Violeta lo metió en una funda de almohada. Sí, a diferencia de su prima, Violeta era susceptible a los sonidos, por muy —¿Qué haremos con el gallo? —preguntó Flora. leves que fueran. Y así como escuchaba las flatulencias y ronquidos de su —No sé. —dijo Violeta—. Desaparecerlo para que mañana no tenga nada abuela, escuchó el golpe que irrumpió esa madrugada. que ofrecerle a la Muerte y ahora sí, directito al hoyo la vieja. Sería difícil precisar qué ocasionó la caída. Pudo ser que Purificación ca- Las jóvenes salieron y echaron a correr. Flora detrás de su prima, ambas minaba al baño todavía adormecida y resbaló al pisar una caca de Pepe, que en dirección a la capilla. El gallo se retorcía y cacareaba dentro de la bolsa de eran parecidas a un escupitajo con pequeños trozos sólidos, o fue la lámpara tela, pero Violeta apresuró sus pasos. de la calle que llevaba meses descompuesta y la luz ya no asomaba al cuarto. Llegaron a un claro de tierra árida, detrás de la iglesia de lámina que es- El gallo empezó a cacarear, como si enterado de lo sucedido deseara amino- taba en construcción. Un par de focos les brindaron un poco de luz. Violeta rar el dolor de la mujer que lo cuidaba. El cuerpo embrocado de Purificación dejó caer la bolsa al suelo. Flora le pasó un pedazo de tabique a su prima y era un ovillo de huesos estrujados con la sangre agolpándose bajo la piel de esta lo impactó sobre el animal, la sangre empezó a impregnarse en la tela. su rostro. Intentó ponerse en pie, pero sus extremidades no respondieron. Flora no ayudó, ni quería ver, pero no fue capaz de cerrar los ojos. Violeta escuchó el leve quejido: “me caí”, que su abuela exclamó con el —Ya está, ¡vámonos! —ordenó Violeta mientras el gallo dejaba de moverse. esfuerzo que su voz ronca permitió. La joven permaneció debajo de su co- El cielo vislumbró la luz de ese nuevo día. La gente ya salía a las polvo- bija, despierta, alerta a los movimientos de su prima, quien siguió dormida. rientas calles para reiniciar su rutina. Ellas iban de regreso, apresuradas y con El gallo cacareó un par de ocasiones y de nuevo el silencio retomó la casa. el regocijo de haberle ganado a la vieja. Corrían con el aliento cansado y con Violeta ya no pudo conciliar el sueño. un vaho cálido exhalando de sus labios. Transcurrieron un par de horas cuando el golpe del viento contra el ramaje —Ya mero llegamos —dijo Violeta y señaló la esquina en donde debían de los árboles alertó a Violeta. Una efímera luz del rayo que surcó el cielo se girar para adentrarse a la casa. reflejó en el cuarto. El ladrido de los perros invadió el silencio de la calle, casi al Dos pares de ojos, sus párpados se cerraron al unísono y no tuvieron tiem- instante, cesó. La joven supo qué estaba sucediendo, pero no se atrevió a salir po de reaccionar al vehículo que circuló frente a ellas. Ni el intento hizo el del cuarto. Cerró los ojos, el silbido del viento fue un arrullo para el acelerado conductor por frenar. La velocidad arremetió contra sus cuerpos. Doña Mago palpitar de su corazón. A los pocos minutos retornó la quietud de la noche. alcanzó a ver el auto, pero su excusa con la policía fue que ella prefirió ayudar —¡Flora! ¡Flora! —Violeta sacudió a su prima—. Otra vez. Lo escuché. a las muchachas que cayeron ensangrentadas y no se fijó en cómo era el carro. —¿Qué cosa? Violeta despertó dos semanas después del accidente. El cuerpo de Flora —Mensa, síncer. ¡La Muerte! Acaba de venir y te juro que ella volvió a ya había sido sepultado. Una de las piernas de Violeta estaba atravesada por negociar. Y esta vez con la vida del pinche gallo. varillas de metal. —¿Y qué hacemos? —dijo Violeta. —Si acudes a rehabilitación posiblemente recuperes la movilidad. Aun- —Ve a asomarte a su cuarto para ver si ya está tiesa. Si ves que aún vive, que vas a necesitar un bastón para caminar —sentenció el doctor. agarras al gallo y me lo traes. Purificación visitó a su, ya única, nieta hasta varios días después. —¿Por qué yo? —rezongó Flora. —Ay, chamaca. Qué metida de pata de la Muerte. —La mujer soltó una —Es más creíble que te vea preocupada a ti que a mí. Si despierta le dices pequeña sonrisa que cubrió poniendo la mano en el rostro—. Mira que lle- que escuchaste un ruido y querías comprobar que está bien. varse a la Flora, cuando era a mí a quien debía agarrar, que ya estoy vieja. Ella 30 • Liana Pacheco dualidad de caos • 31

estaba tiernita, apenas empezando a vivir. Por cierto, ya me dijo el doctor de tus terapias. —Purificación se acercó a una silla que estaba enfrente de la En cuerpo cama, lentamente se acomodó en ella. Con la mirada fija en el suelo suspiró, presente luego levantó el rostro y abrió la boca en un gesto de sonrisa torcida, en el hueco donde faltaban sus dientes frontales escurría un hilo de saliva—. No te preocupes, te presto mi bastón, te servirá más a ti. A mí nada más me queda descansar y esperar a que la siguiente visita de la Muerte sí sea para llevarme. j

En cambio el padre iba para abajo con el paso del tiempo. Y ustedes y yo y todos sabemos que el tiempo es más pesado que la más pesada carga que puede soportar el hombre.

Juan Rulfo.

10:40 horas: Termino de bañarme. Calculo que en un cuarto de hora estaré lista: vestida, peinada y habré cubierto mi rostro pálido con un poco de maquillaje. Si no hay tráfico, en otros veinte minutos llegaré a la iglesia. Tomo una playera para usar en lo que recorro las perchas del ropero. Imagino cómo luzco con cada prenda que pasa ante mi vista. Al ponerme la blusa provisional percibo ese olor: igual que las camisas sucias de mi padre. Un aroma a sudor agrio que reconozco desde que era niña y ayudaba a mi madre a lavar la ropa. Fue en mi adolescencia que ella se percató y me lo hizo saber: —Igualito que el olor de tu papá. No le respondí. Quedé confundida, buscando una metodología física, biológica o genética que me explicara por qué mi herencia paterna era la capacidad de impregnar aquel hedor en la ropa. Quizá algunas personas se sentirían orgullosas de compartir esta cualidad con su padre, pero yo no. Sin 32 • Liana Pacheco dualidad de caos • 33

embargo, desde mi adolescencia tuve que aceptar que esta coincidencia aro- De nuevo la señal incomprensible de mi madre, apretando mi mano. Pero mática reafirmaba los lazos sanguíneos y genéticos que él y yo compartimos. esta vez la interpreté como que la propuesta era buena. Es verdad, él murió. Entonces corrijo: COMPARTÍAMOS. Sin embargo, en el instante en que acepté, no consideré dos cuestiones: La primera, es que un texto implica tiempo para redactar, revisar y editar las veces que necesite. Con este compromiso yo disponía de menos de doce 11:02 horas: horas para obtener un pensamiento o poema dedicado a mi padre. Vuelvo a observar las manecillas del reloj. Aún no decido qué ropa usaré en el sepelio. Un atuendo sobrio y elegante que deje una buena impresión en las personas que me escucharán. 11:29 horas: De una vez aclaro que esto no lo hago por él, sino por mí. La segunda cuestión es esa: mi padre. ¿Qué sé de mi padre? La respuesta es: Fue justo anoche, en el velorio, que uno de sus hermanos, del que no casi nada, y en retrospectiva ya no importa, hoy es su sepelio. Sin embargo, recuerdo su nombre, se nos acercó a mi madre y a mí para darnos el pésame. al observar las manecillas del reloj, considerando que aún debo hacer el re- —¿Cómo has estado? —preguntó. corrido a la iglesia en donde leeré el poema o discurso, del que no llevo ni la Esta cordialidad era inútil. Ellos, la familia de mi padre, y yo no hemos con- palabra inicial, creo que sí importa. vivido lo suficiente para preocuparnos de lo que acontece en nuestras vidas. Al final los quince minutos estimados se volvieron cuarenta y nueve. —Muy bien, tío. —Guardé silencio por algunos segundos. Seguí buscan- Antes de salir, pregunto por última vez a mi madre si me acompañará al do en los nombres que circundaron en mi cabeza y no recordé cuál era el sepelio. Ella repite la respuesta: No. de él—. De hecho, en este año he asistido a varios talleres de poesía. Acabo —¡Taxi! de publicar dos poemarios. Y gané un concurso de cuento que convocó una Decido que aprovecharé el tiempo de traslado para iniciar el discurso. No revista literaria de España. tengo establecido alguna estructura metódica para escribir. Tampoco creo Mi madre oprimió mi muñeca. No comprendí si fue una señal para ani- que la necesite ahora. Esto no es ficción, es rememorar la vida de una perso- marme a continuar o para acortar mi charla. Tal vez para que no exagerara na. Aunque, reitero, ¿qué tanto conocí a mi padre? tanto sobre mis publicaciones, que en realidad eran dos poemas breves en el Busco en las imágenes de mi memoria, entre mis primeros años de vida, periódico de la ciudad y un cuento en una revista nacional. algún suceso memorable. El que retomo es un día de clases en mi segundo —¡Felicidades… hija! —Supongo que el uso del sustantivo genérico fue año de primaria. por la misma razón que me dirigí a él como “tío”. La profesora indicó dibujar y escribir los nombres de nuestros padres. Sonreí y giré la mirada hacia donde estaba sentada, para que notara mi Cumplí la tarea y acudí para que la revisara. deseo de retomar el silencio en que estábamos inmersas antes de que él se —Está bien, pero no escribiste el nombre completo de tu papá. acercara. —Sí lo hice, mire. —Señalé las letras chuecas que formaban la palabra: —Eso es muy bueno. Que seas escritora, puede ayudarnos —dijo mi- “ B e t o ”. rándome con una mueca que rayaba entre sonrisa y náusea—. ¿Podrías leer —“Beto” no es un nombre —refutó ella—. Es un apelativo. mañana algún discurso o poema dedicado a tu papá? Yo me encargo de ¡¿Un qué?! Mi cabeza infantil estaba inmersa en una completa confusión. hablar con el sacerdote que oficiará la misa de cuerpo presente para que te Todo el tiempo había escuchado que la gente se dirigía a mi padre con el brinde un espacio antes de terminar la ceremonia. nombre de “Beto” y de repente esa mujer me decía que no se llamaba así. 34 • Liana Pacheco dualidad de caos • 35

—Pero así se llama —insistí con un tono de voz menos audible. Cuando llegamos a la casa, saludamos y cumplimos la cortesía de entre- —Sí, te creo. Pero “Beto” es una manera abreviada para referirse a las per- gar el regalo al hijo de Carmen. sonas que se llaman: Alberto, Roberto, Gilberto, Rigoberto, Cutberto… —¡Qué gusto verlos! —saludó Carmen—. ¡Cómo ha crecido la niña! —Ese —respondí para que la profesora finalizara su letanía de nombres —El gusto es nuestro. Nos honra que nos hayas invitado. —Mi padre con la terminación en Berto. y su siempre excesiva, casi falsa cortesía—. Por cierto, ¿en dónde anda mi —¿Cuál? ¿Alberto? amigo Omar? No lo veo por aquí. —Sí —mentí. La mujer frunció el ceño. Las mejillas de mi madre enrojecieron, eviden- Tenía ocho años y no sabía que el nombre completo de mi padre era Edil- ciando la imprudencia de mi padre. berto. —Ah… Es que… Ese Omar y su trabajo. Tuvo… le salió un reporte de úl- No fue solo desconocer su nombre, también muchas insignificancias que tima hora. —Fue la excusa que Carmen argumentó, seguida de una mirada, dos personas que comparten un vínculo sanguíneo conocen mutuamente. Su no precisamente de calidez, a mi madre. color favorito, su comida predilecta, ¿le gustaban los perros o los gatos?, ¿cuál No. No creo que este recuerdo sirva ni de anécdota cómica para iniciar era su canción favorita? mi discurso. Estamos a mano. Se va a la tumba. Yo no lo conocí, ni él a mí. Es tarde, y Discreción, fuera de las cualidades de mi padre. lo digo en sentido literal. También puede servir que mencione algún consejo que él me brindó, alguna enseñanza que haya marcado mi vida. Como la charla que tuvimos cuando estaba por iniciar la secundaria: 11:55 horas: —A ver, dime de una vez, ¿vas a estudiar o a tener novio? Porque si vas Para evitar la complicación de redactar un texto narrativo o poético, consi- a buscar novio, te saco de la escuela y te pago un curso de cocina o de bor- dero que es mejor realizar una lista que concrete los valores humanos con los dado. que mi padre dignificó su vida personal y profesional. —Papá, no me gusta el bordado. En medio del tráfico distingo un vehículo con una pareja al frente y una —Estoy hablando en serio. Porque si me entero de que andas hablándole niña en el asiento trasero. Ellos me hacen recordar una anécdota: a los chamacos te voy a partir la madre. Ocurrió en un fin de semana que visitamos a una amiga de mis padres. Escuchando en retrospectiva aquellas palabras, me pregunto: según la —No vayas a preguntar por Omar —indicó mi madre, refiriéndose al es- ideología de mi padre, ¿por ser mujer debía tener innatas habilidades culi- poso de la amiga. narias o de manualidades? Si no hubiera tenido la oportunidad de estudiar, —¿Y eso? —preguntó mi padre, quien iba conduciendo. ¿esas eran mis únicas opciones en la vida? O peor, ¿debía convertirme en —El miércoles no aparecía. Con ese ya eran cuatro días que no llegaba a una antisocial, incapaz de entablar una conversación con personas del sexo su casa. Anduvo de borracho y terminó durmiendo en el callejón que está opuesto para evitar los golpes de él? cerca del mercado, ahí lo encontraron. Lo internaron en un anexo de alco- El taxi frena abruptamente ante la luz roja del semáforo. hólicos anónimos. Pobre Carmen. Ella está muy apenada, y aunque quiso no Observo por la ventana e imagino que mi padre se asoma entre la gente pudo cancelar la fiesta de hoy. que transita para brindarme un consejo útil: Yo, es decir, mi versión de cinco años escuchó todo desde el asiento tra- —Hija, eres una mujer valiosa, bonita e inteligente. Debes tener amor sero. propio para cuando encuentres un hombre, te ame y sobre todo te respe- 36 • Liana Pacheco dualidad de caos • 37

te… Cuida que no sea un hombre igual a mí, que golpeé a tu madre. Como Aclaro, no soy una persona que haga alarde de sus logros. Yo no. En eso, aquella tarde que la arrastré del cabello cuando discutimos. Todavía recuerdo quién tenía experiencia era el difunto. tu pequeño rostro, inundado en miedo y llanto, suplicándome que dejara de lastimarla. Aquella tarde, el motivo de la discusión había sido que llegamos de im- 12:20 horas: proviso a esperarlo a la salida de su trabajo. Sus reclamos de por qué fuimos La misa programada a mediodía todavía no empieza. Me uno a la cantidad sin avisarle se tornaron en gritos y de estos a una bofetada. No suficiente con de personas que esperan en el atrio de la iglesia. Me pregunto si de verdad eso, la levantó del cabello para volver a golpearla. lo apreciaron o solo acuden por morbo. Supongo que una gran parte son sus Esa fue una de tantas. Mi padre repetía con orgullo que me había educado familiares. sin recurrir a los golpes, a excepción de una vez cuando yo era muy pequeña. Mi padre nunca procuró que yo conviviera con sus hermanos, primos Sin embargo, las lágrimas y súplicas de mi mamá, cada vez que él la sometía a o tíos. Este privilegio estaba asignado para su esposa, con la que vivía, y los sus golpes, eran más dolorosos que si me los hubiera dado a mí. Lo peor era que, hijos de ambos; no para mi madre ni para mí. Por si no lo he mencionado, mi después del llanto y el miedo que provocaban sus pleitos, él volvía ofreciendo padre ya tenía una vida familiar establecida con tres hijos cuando conoció a perdón y a los pocos días mi madre lo aceptaba como si nada hubiera pasado. mi madre. Yo nací cuando su hijo mayor tenía doce años. Por cierto, esa única vez que me golpeó, fue por el impulso de defender a Para fortuna mía y de mi madre, aquella esposa legítima nunca intervino mi madre. Le grité que se fuera y, ofendido, el hombre asentó un cable contra en nuestra vida ni realizó algún reclamo. Supongo que mi padre también la mis nalgas. sometió a base de golpes. Fue por esta razón que mi mamá no vino al sepelio, Yo tenía apenas cinco años. con la excusa que se siente avergonzada, cree que el papel de la mujer que Mi madre dice que no recuerda eso. Yo sí, con claridad. llora frente al sepulcro está negado para la concubina. Pero ella me hace dudar y a veces pienso que mi imaginación ha dibujado Hablando de la familia paralela de mi padre, una de las discusiones que esta escena para acrecentar el desprecio a mi padre. No, ya no lo odio. Hace teníamos con frecuencia empezaba cuando yo me dirigía a sus otros hijos mucho tiempo tomé la decisión de abandonar la carga de rencor en su contra, como medios hermanos, argumentando que no éramos mitad de personas y aunque resurge en ocasiones, como ahora, cuando estos recuerdos retornan. que yo les debía todo el respeto por ser mis hermanos de sangre. Mi padre, hombre íntegro y amoroso. Por supuesto que no. Tal vez algunos de mis MEDIOS hermanos se encuentren aquí en este mo- —¡Bajo enfrente de la iglesia, por favor! mento, pero no tengo idea de quiénes son. Ni siquiera a mi abuela paterna conocí, a pesar de que por petición de mi padre ostento el mismo nombre que ella. 12:11 horas: Según sé, mi abuela materna deseaba que me nombraran Andrea, como Llego tarde, no escribí nada. Lo haré durante el sermón del párroco. su madre, así hubiéramos compartido nombre y apellido: Andrea Ruiz. La Sé que debo partir de una memoria que remueva las emociones de la negativa fue de mi padre. Él argumentó que ya tenía otra hija, también fuera gente y que se escuchen los comentarios: del matrimonio, que se llamaba Andrea y no le pareció correcto tener dos —Qué buen discurso ofreció la hija del difunto. hijas con el mismo nombre. —Dicen que es escritora —mencionará alguien más. Fidelidad, fuera de los rasgos positivos de mi padre. —Leí sus poemas en el periódico, son muy buenos —rematará otro. 38 • Liana Pacheco dualidad de caos • 39

12:33 horas: que el jefe se abstuvo de denunciarlo a la policía por consideración que mi El sacerdote llegó. El féretro se coloca a la puerta de la parroquia, frente a esta padre había sido de sus mejores vendedores. el párroco recita oraciones sobre la última visita al templo de Dios. Después Honestidad e inteligencia: valores que no empleó en su vida. guían el ataúd por el pasillo central hasta colocarlo al frente. Los asistentes ¿Pero quién soy yo para juzgarlo? Eso le corresponde al dios que este día entramos y nos dispersamos en las bancas. lo recibirá en su infinita gloria. Palabras textuales del hombre en sotana. Los oídos y las voces de la gente se concentran en los cantos eclesiásticos. El Cristo en el altar tiene un rostro doliente, como si también fuera partícipe de la pena de los que acuden a la misa. Tomamos asiento y yo reanudo la 12:57 horas: encomienda de encontrar algo positivo para rememorar a mi padre. Por lo que escucho, el párroco sí cumplió su encomienda de preparar un sermón Debo reconocer que fue un hombre comprometido con su trabajo. Siem- con mayor fluidez que mi discurso, del que solo llevo una línea inicial: “Vive, pre enfocado a cumplir con la puntualidad y responsabilidad para, incluso, para cuando tu cuerpo muera, tu alma sea recordada por tus buenas acciones”. superar los objetivos que le encomendaban. Aunque después teníamos que Trascender. Ese fue el impulso que motivó la existencia de mi padre. Al- soportar sus extensas charlas de cómo había logrado triplicar las ventas en canzar una meta digna para vanagloriarse y obtener el respeto de los demás. su ruta asignada. Era habitual que, en cualquier reunión, aunque el tema no Por eso su vida se mantuvo en el constante arranque de proyectos que él estuviera relacionado con el trabajo, siempre buscaba el modo de que las aseguraba tendrían un éxito arrollador. personas se enteraran de que él era el mejor agente de ventas. Desafortunadamente, esta infinidad de planes nunca pasó de ser una idea Humildad, eliminado de su lista de atributos. al hecho ejecutado: Eso puedo usar, que disfrutó su trabajo y se esmeró en hacerlo bien. Sin —¡Qué bueno que me despidió el pendejo de Don Carlos! Ahora tendré mencionar que de dicho empleo lo despidieron cuando planeó un auto-asalto. más tiempo para dedicarme a la renta de mobiliario de eventos. Ya verán, en Todavía recuerdo la manera minuciosa en que lo ideó: menos de seis meses crecerá muy rápido el negocio —dijo emocionado con —Hablé con mi compadre Roque, dice que sí se anima. Hasta le va a decir los proyectos que hizo luego de su despido. a su primo. Ya le expliqué en qué tramo de la carretera me van a interceptar. —Dice mi compadre Roque que la venta de fruta en la costa deja mucho Es un lugar que la mayor parte del día está solitario. Me sugiere que lo ha- dinero. Andamos viendo el crédito para una camioneta de batea grande. Yo gamos el siguiente viernes, antes de la mayordomía del pueblo, así será más calculo que en menos de un año ya tengo para comprarme otro carro y hasta el dinero de los pedidos. Aunque le preocupa si el pendejo de don Carlos su casa les voy a construir. —Estos fueron sus planes, dos años después de llama a la policía. Yo le digo que no lo hará, no le conviene al viejo. Aunque que el negocio de renta de muebles no despuntó. si lo hace, yo diré que… ¿Tú qué? —preguntó dirigiéndose a mí—. ¿Estás —He hablado con mis sobrinos, los que viven en Estados Unidos. Me co- escuchando lo que digo? Ándale, vete a buscar algo qué hacer, aquí estamos mentan que los trabajos, me refiero a los más sencillos, están muy bien pagados. hablando los adultos. Incluso dicen que limpiando albercas se gana más de lo que gana un abogado Tan solo pocas semanas después, escuché que el plan ni siquiera se llevó acá. —Ese fue el proyecto que lo emocionó años después de que el compadre a cabo. Al parecer mi papá, en su habitual modo de presumir lo que haría, Roque huyera con el dinero destinado para la compra de la camioneta. le platicó del “asalto” a un compañero del trabajo. El sujeto para quedar bien Esta última idea, mi madre y yo, la consideramos la más absurda que ha- con don Carlos. Lo puso al tanto. En esa misma semana, mi papá se quedó bía tenido, por ende, la que ni siquiera se acercaría a realizar. Pero enmudeció sin empleo y obviamente sin derecho a la indemnización por despido. Aun- nuestras especulaciones cuando vimos su boleto de pasaje a Tijuana. 40 • Liana Pacheco dualidad de caos • 41

—Tienes cincuenta y ocho años —le dijo mi madre—. No tienes ni idea paz; carraspeo, levanto la mirada. Me visualizo caminando a pasos firmes, de las condiciones del lugar en donde vas a cruzar. Y ni una palabra en inglés sin premura, me colocaré frente al podio y observaré a la audiencia. Con un conoces. profundo suspiro concentraré mi atención y daré inicio al discurso. Ese que Comprendo su preocupación. Se trataba de la partida del hombre con el no escribí, ya que en el último momento decidí que improvisarlo brindaría que compartió noches intermitentes durante más de veinte años. mayor emoción. Yo, en cambio, no sentí dolor por la ruptura del vínculo paternal, al contrario. El hombre en sotana agradece a los que asistimos a misa e indica que Era mi papá, pero también el hombre que golpeaba a mi madre y se delei- salgamos del templo. taba con demeritar mi presencia, y si lo toleramos únicamente fue por miedo ¡¿Qué?! ¿Y el espacio prometido para leer la despedida emotiva a mi a perder el sustento que nos brindaba. Sin embargo, cuando tuvo la idea de padre? emigrar, yo estaba en el último semestre de la universidad. Había iniciado el Busco con la mirada al tío que me emocionó con la promesa de que du- camino a mi independencia financiera trabajando en empleos ocasionales. rante cinco minutos la atención de las personas se alejaría del cuerpo pre- Fue así que el miedo, el único sentimiento que me ataba a él, se disipó. sente y se concentraría en mí. No lo veo. La gente sale. La señora de junto La fecha de su abordaje llegó y mi padre despegó a su nuevo proyecto. me pide que avance. No tengo más remedio que unirme a la procesión que Aunque en menos de un año ya estaba de regreso. No dio muchas explica- escolta el féretro en el pasillo de la iglesia. ciones, solo el pretexto de que en la frontera se ganaba mejor que en Estados Si es verdad lo que algunas ideologías religiosas indican y en este instante Unidos. Yo creo que no pudo cruzar, pero por orgullo se negó a aceptarlo. el espíritu, alma o esencia fantasmal de mi padre se encuentra en medio de Después de su frustrado american dream, nuestras vidas se distancia- esta gente, me cuestiono si estará decepcionado por no escucharme, decep- ron y dejé de estar al tanto de sus proyectos. Supongo que transcurrió como ción post mortem. Iba a ser un buen discurso, sincero y espontáneo. siempre: saltar de una idea a otra sin que sus anhelos de éxito cruzaran la En el atrio de la iglesia las personas se agrupan para iniciar el recorrido frontera de sus planes. hacia el panteón. Yo busco un pequeño espacio para colarme entre las hileras Una cualidad menos: determinación. de gente. —Hija, qué bueno que viniste. —No me perdería la entrada de mi padre al camposanto —respondo a 13:12 horas: mi tío. A estas alturas ya ni importa preguntarle qué imposibilitó que leyera La misa se encuentra en el momento de la comunión, próxima a terminar. Mi mi discurso. corazón se agita, agacho la mirada y respiro con lentitud. La mujer sentada a —Así es esto. Para morir nacemos —dice él. mi lado me observa y pone su mano sobre mi hombro derecho. Quisiera enfatizar que eso es muy trillado y solo atino a decirle: —Tranquila. Él ahora vive en la gloria eterna de Nuestro Señor. —La muerte no es lo importante, simplemente los pasos que damos antes Ella retorna su rostro hacia el altar, se persigna y se forma en la fila de de llegar a ella. comulgantes. —Escucho tus palabras y parece que lo oigo a él. Debes sentirte orgullosa Quisiera decirle a esa mujer, que conozco muchos argumentos que con- de las enseñanzas que tu papá te dejó, por eso eres tan parecida a él. tradicen su idea. Sin embargo, la ignoro y aguardo a que la misa concluya. —Tiene razón, tío. Son tantos los valores que me enseñó, que los plasmé Escucho las oraciones finales. Vuelvo a concentrar mi mente en mi res- en el discurso de despedida, que de haberlo leído me habría tomado más de piración. En la fracción de minuto en que el sacerdote dice que vayamos en una hora. 42 • Liana Pacheco dualidad de caos • 43

Mi tío hace otra vez esa mueca de náusea risueña, de inmediato se excusa que me dejó tu abuela, voy a pedir unos dos millones o tres. Con ese dinero diciendo que su esposa lo estará buscando y se marcha. me compraré unas hectáreas para sembrar aguacate. Ya ves a cómo lo venden Por supuesto que no soy parecida a él. Y quisiera dejarle en claro a estas en el mercado. personas que el mayor ejemplo que recibí de mi padre es no ser igual a él. —Por favor. Ni en la antesala de la muerte dejas de hacerte tus chaquetas Yo no busco a cada momento que los reflectores se iluminen hacia mi mentales. Estás en la recta final de tu existencia. ¿En serio? ¿No te arrepientes persona. Quiero decir: sí, escribo y con orgullo se lo hago saber a la gente, de lo pésimo que dirigiste tu vida? aclaro, no por alardear, sino… Bueno, contrario a él, yo no soy indisciplina- —No —respondió buscando fuerza en su voz—. Si me muero al rato y da. Sí, he escrito el inicio de una novela muy buena: la historia de la mujer mañana volviera a nacer, daría cada paso igualito como lo hice. Ya viví. No depresiva que se contempla en el espejo y en lugar de ver su propio reflejo ve me interesa lo que la gente piense de lo que hice, eso ya fue. Incluso tú; si el de su madre; sé que será un gran éxito, solo me falta tiempo para terminar crees que fui mal padre, ese no es mi problema. Yo me voy a ir, tú te quedas, de escribirla. si quieres atribuirte remordimientos ajenos, me parece bien. Estoy segura de que no soy como mi padre. Estas son coincidencias. Ade- Un par de cohetes cimbran en el cielo y me retornan a este momento. más, en este momento no vale la pena hablar de mí, cuando lo importante es El montículo de tierra sobre el sepulcro sigue creciendo. Algunas perso- la última despedida a mi papá. nas colocan flores encima y yo pongo el, ya marchito, ramo de rosas blancas que compré a la entrada del panteón.

13:47 horas: El ataúd desciende a la fosa. Sobre la pulcra madera de caoba caen los puños 14:20 horas: de tierra. La banda de música interpreta canciones sobre la añoranza y las A mi lado hay un niño con uniforme escolar. El pequeño levanta el rostro y despedidas. Es inevitable que piense que apenas hace una semana hablé con dice algo al hombre que sujeta su mano, ambos sonríen y este saca un dulce el hombre que reposa en esa caja: de envoltura brillante. Al verlos, un nuevo recuerdo aparece en mi memoria: —¿Cómo estás? —pregunté. Era el tercer año de primaria… no, creo que era el cuarto. Durante el —Bien, yo siempre estoy bien. —Una sonrisa se asomó en su rostro de- recreo jugábamos atrapadas. Mi amiga Violeta y yo teníamos la perversa cos- forme por la embolia que sufrió días antes—. Si me ves tirado, revolcándome tumbre de engañar a uno de los que participaban en el juego, diciéndole que en el lodo, yo te voy a decir que estoy bien. su mamá lo buscaba en la puerta de la escuela. Cuando la víctima caía en la —La cuestión es que en este momento sí estás tirado. Nada más te falta re- trampa, Violeta lo esperaba cerca de la puerta y lo atrapaba. En uno de estos volcarte en la mierda. Al menos por una vez, reconoce que has sido derrotado. días, a mitad del recreo se me acercó un niño que jugaba con nosotras. —Claro que no —objetó él—. Hasta que veas mi ataúd entrando al hoyo, —Te busca tu papá en la puerta. ahí sí te diré que fui derrotado. De esto me voy a reponer y ¿sabes qué voy a Mi reacción obvia fue reír y decirle que no caería en su mentira. Eso era hacer? tan improbable como que él, un niño con exceso de peso, no fuera atrapado —Buscar tu segunda oportunidad para cruzar la frontera. en el juego. —No te pases de pendeja. Allá no pienso ir, es más, que chinguen a su —Es en serio, ¡ahí está tu papá! —insistió. madre los gringos. —Un ataque de tos lo invadió y yo le alcancé un vaso de —Si hubieras dicho que la que está en la puerta es mi mamá, sí hubiera agua que tenía en la mesa junto a su cama—. Lo que haré es vender el terreno caído. 44 • Liana Pacheco dualidad de caos • 45

—Ve a asomarte. Este chamaco parece que se va a poner a llorar porque de él. Es de una fiesta: mi padre está en el suelo, en la mano que tiene levan- no le crees —me aconsejó Violeta y fui. tada sostiene una cerveza. Él no mira hacia la cámara, pero sonríe, quizá se Pocos metros antes de llegar al portón lo distinguí, con su habitual camisa une a las demás risas que provocó su caída. Se ve feliz. blanca y su pantalón café. Me vio, agitó la mano y yo corrí para acortar la dis- Me levanto, encamino mis pasos al reciente sepulcro. Aclaro mi garganta. tancia. —¡Buenas tardes! —Mi saludo despierta la atención de pocas personas, —Hola. —En la mano tenía dos barras grandes de chocolate y me exten- no me importa. Continúo—: Este hombre no fue la persona honorable que dió una—. ¿Qué haces? yo hubiera deseado tener como padre. —Ya son más los que me observan—. —Pues jugando, es recreo —respondí mientras abría el dulce. Sin embargo, fue un hombre con la capacidad de vivir la vida a su modo y —Eso me dijo tu amigo el gordito. —Mi padre abrió el otro chocolate. Era que aprendió a no llevar el remordimiento de sus errores. Simplemente se de sus dulces predilectos, igual que el mío. encargó de ser feliz. —¿Y tú? No deberías estar trabajando a esta hora. No tengo idea cómo continuar, creo que ya no vale la pena agregar algo. —Algo así —respondió y su mirada evadió la mía—. Ya no voy a trabajar Inclino la cabeza en señal de agradecimiento a los incipientes aplausos que ahí donde estaba. genera mi escueto, pero honesto, discurso. —¿Por qué? Según he escuchado te gusta mucho ese trabajo. Me dirijo a la salida del cementerio. Hace setenta y dos minutos que la —Sí, pero creo que ya es tiempo de poner mi negocio. Así seré mi propio presencia de mi padre en este mundo terrenal ha concluido, trasciende al jefe. universo del olvido. Doy media vuelta y miro por última vez su tumba. Re- —De seguro te regañó el pendejo de don Carlos —dije remedando el ca- anudo mi camino, vuelvo a la cotidianidad de mi vida acompañada del des- lificativo que mi papá daba a su patrón. agradable aroma corporal que nos distinguía a ambos, y, a partir de ahora, Creí que me reprendería por el atrevimiento de decir una grosería, sin em- tan solo a mí. j bargo, empezó a reír y yo lo secundé. El sonido del timbre interrumpió nuestra conversación. Me despedí para regresar al salón. Antes de irme, mi papá se agachó y me dio un beso en la mejilla con el portón interpuesto entre nosotros. Ojalá aquella reja metálica no se hubiera perpetuado por todo el tiempo que duró nuestra relación. Y hoy tuviera buenos recuerdos como el de aquel día, cuando dejamos de ser, por los diez minutos que restaban del recreo, lo que siempre fuimos: él un patán y yo la niña que le tenía miedo.

14:59 horas: El intenso calor somete a los pocos que permanecemos en torno a su tumba. Gotas de sudor recorren mi frente hasta llegar a mi cuello, percibo aquel agrio aroma. “Igualito que el olor de tu papá”. Decido quedarme un rato más. Estoy sentada sobre una lápida rota y ob- servo la colina de flores que se formó sobre la tumba, alguien colocó una foto 46 • Liana Pacheco dualidad de caos • 47

Erosión en sepia

Despierto con el corazón acelerado. Giro mi cuerpo sobre la cama y mi rostro percibe la humedad del sudor en la almohada. Me incorporo, le- vanto la vista: un cielo nublado se aprecia en la diminuta ventana. Froto mis ojos y no, no es el cielo sino el mismo vidrio empañado que ha estado aquí desde antes de mi llegada. Desnudo la almohada y extiendo la funda sobre la silla, no quiero que en la noche albergue ese olor a humedad po- drida. Extiendo la sábana y me deleita acariciar la cama libre de pliegues de tela. Levanto del suelo dos trozos de algodón; seguramente cayeron de la bata de Nella cuando hizo la inspección nocturna. Los coloco en la palma de mi mano y observo el punto café en cada uno. Sangre seca. Me desa- grada el color que adquiere la sangre al oxidarse. El rojo es la manifesta- ción de que ese torrente tiene vida, en cambio, el desagradable tono café es el anuncio de su fecha de expiración. Arrojo las torundas al canasto de mimbre que uso como basurero. Antes de salir sujeto mi espeso cabello en una coleta. Cruzo la puerta de mi habitación cuando el sonido del timbre invade los rincones del refugio. Avanzo por el pasillo que conduce al comedor. La mayoría de habitaciones de mi sección continúan cerradas. Las lámparas que bordean el pasillo están encendidas; permanecerán así por el resto del día. Es necesario, ya que los muros sin ventanas resguardan la penumbra. 48 • Liana Pacheco dualidad de caos • 49

Kendra camina hacia mí. Cada paso que da provoca que la bata blanca El día que Fausto se marchó, el cielo estaba cobijado de nubes grises. que usa sobre su vestido se ondule rítmicamente. Como es habitual, viene Aún no caía la lluvia cuando él ignoró mis súplicas y se marchó en direc- acompañada de Nella, quien golpea las puertas cerradas para apresurar al ción contraria a la vida que mi vientre gestaba. Mis lágrimas se mezclaron inquilino de esa habitación. Ambas me miran. Levanto mi rostro, mis ojos con el cielo que golpeó mi rostro. Yo no quería que su esencia fecundara; atrapan la mirada de Kendra y la saludo. yo quería que la sangre fluyera y su cariño permaneciera a mi lado. Pero —Buenos días, encanto —responde. mi amor por él perduró a través del pequeño Fausto que nació de los dos. Sé que ella está a cargo del refugio. Esto implica que debe mantener una pulcra apariencia. Aunque, días como hoy, deseo gritarle que la situa- Las voces en la fila del comedor me desconcentran y resguardo mis ción del exterior no amerita la banalidad de su impecable peinado: cabello “recuerdos” en la bolsa de mi pantalón. Julia, la robusta mujer que vive en castaño enrollado en un chongo y decorado con un broche rojo, adorno a la habitación contigua a la mía, celebra que hoy nos darán una pieza de juego con su vestimenta. manzana en el desayuno. Contrario a Nella, que debería poner mayor atención a su higiene per- Observo mi plato: un trozo de carne que asemeja a una piedra carboni- sonal. Cuando pasa a mi lado veo residuos pastosos en su cuero cabe- zada, el habitual cuenco de pastillas y la fruta rosácea, brillante. Ocupo un lludo. Es alta con espalda amplia, bolsas de grasa cuelgan de sus brazos. asiento vacío en una mesa cercana a la puerta de salida. Sonrío porque es Su carácter también es opuesto a Kendra. Nella no conoce el significado buena señal que la agrícola genética nos haya abastecido de fruta, ya son dos práctico de la palabra cordialidad. A pesar de esto, ella me inspira más veces esta semana. Mi sonrisa solitaria se desdibuja al ver a Kendra mirándo- confianza que Kendra. me, aunque de inmediato ella simula hablar con la mujer a cargo de la cocina. Llego al comedor. Observo el cielo a través del único ventanal del refu- Mastico la fruta, al percibir la consistencia porosa recuerdo que nunca gio. Creo que sí será un día nublado, pero solo eso, una plancha de nubes me han gustado las manzanas. Trago con esfuerzo el bolo dulzón que se grises y vacías. Hace años que ya no llueve, desde el día de la eclosión, — desliza por mi garganta. así le llamaron al desastre natural que aniquiló a miles de personas y que “Hay que agradecer por estar vivos y a salvo. Los tiempos actuales nos lentamente erosiona el planeta—. La vida se extingue a un ritmo mayor obligan a buscar la sustentabilidad a través del buen uso de los recursos”. que hace pocos años, cuando éramos parte de una rutina ordinaria. Junto Eso dijo Kendra cuando me trajeron a este refugio. No es necesario con esa vida, mi memoria se pierde cada día. Aparto mis ojos del vidrio recordar: esta premisa se encuentra escrita en cada espacio del lugar. A y el reflejo de las nubes grises. Me reconforta pensar que sin días lluvio- veces pienso que estar vivos no compensa los motivos que tenemos para sos ya no tengo malos recuerdos, pero aquellos que eran memorables los llorar. Todos, sin excepción, llegamos aquí sin asimilar lo que perdimos resguardo a través de letras y papel. Busco en mi bolsillo y desdoblo la antes de que el caos colapsara el mundo. Yo no lo asimilo; creo que solo primera hoja que mis dedos sujetan: estoy olvidando. Vuelvo a hurgar entre mis escritos. Apreciar mis recuer- dos en el papel me reconforta. Sé que así serán perpetuos antes de que mi El recuerdo de Fausto y yo. memoria los disuelva en un lienzo de olvido: Fue un día lluvioso cuando conocí a Fausto. El enamoramiento sucumbió ante el deseo de nuestros cuerpos. Nos gustaba hacer el amor en su auto El recuerdo de mi pequeño Fausto y yo. mientras, afuera, la lluvia sometía la ciudad. Más tarde, con la punta de Aquella tarde mi pequeño Fausto estaba emocionado. Era un viernes llu- mi dedo trazaba nuestras iniciales en el vidrio empañado: Fausto y Felicia. vioso y le dije que esperáramos a que el clima mejorara antes de salir al 50 • Liana Pacheco dualidad de caos • 51

parque. Él hizo una rabieta y para consolarlo lo acuné en mis brazos. Al se acumula con lentitud en el asfalto. Se extiende hacia mí. ¡No! No quiero poco rato nos quedamos dormidos. Empecé a soñar. Alguien me dijo que que fluya. No quiero que fluya. nuestro cerebro no procesa los colores cuando soñamos. Pero mis sueños sí El aire golpea mi rostro, lo percibo húmedo y con pestilencia metálica eran a color, y este era de un intenso color rojo: por la sangre. Eso me despierta de mi letargo. Aprieto al pequeño Fausto entre mis brazos. Empujo a las personas buscando un espacio para esca- Sueño en brazos de Fausto: par. El pánico es interrumpido por un estruendo proveniente de arriba. Las El sol del atardecer dibuja prolongados trazos rojizos sobre las nubes. Los miradas se desvían al unísono hacia el cielo. pasos de la gente desbordan la calle. Fausto y yo somos parte de aquella Una sombra escarlata se proyecta sobre las nubes. A su paso, las con- multitud. Él me sonríe y su mano se aferra a la mía. Nos detenemos junto vierte en cúmulos de piedra. El viento arrecia y desmorona el cielo sólido. a una rotonda que ha formado un grupo de personas; sus voces exclaman Una sábana de polvo rojizo impregna el ambiente, se adhiere a las calles y asombro. En el centro de las miradas hay un perro grande. Un imponente a los vidrios de las ventanas. La gente retoma su huida. Intento gritar, pero animal que gruñe a sus espectadores. Fausto escapa de mi mano y se le mi voz languidece. La capa de color sepia hace que todo a mi alrededor acerca; sus dedos se deslizan a través del pelaje oscuro. Una joven mujer luzca como una vieja fotografía decolorada por el tiempo. sujeta la gruesa correa del perro. El sol se refleja en su ondulada cabellera castaña. No me gusta la manera en que ella le sonríe a mi Fausto. ¿Color? ¡Color! Los sueños no tienen color, es ahí cuando reacciono Me apresuro a recuperarlo y retomamos nuestro camino. Segundos des- que estoy soñando. pués, los gestos de asombro se trastornan en gritos de miedo. Giro el rostro y veo que las manos señalan al centro de la multitud que acabamos de Desperté antes de abrir los ojos. La quietud de la sala era acompasada por abandonar. Mis pasos avanzan cuando me percato de que mi mano está el golpeteo ligero de la lluvia en la ventana. vacía. ¿Fausto? Mis ojos lo buscan entre rostros desconocidos. Mi corazón “La lluvia se volvió llovizna”, dije en voz alta para despertar a mi pe- palpita sangre helada, hasta que el contacto de su pequeña mano con la queño Fausto. Pero cuando abrí los ojos él no estaba. Incluso el hueco don- mía retorna el calor a mi cuerpo. Es él, mi pequeño Fausto. Sonríe. Lo le- de durmió aún se sentía tibio. vanto y resguardo en la seguridad de mis brazos. La multitud se dispersa Me levanté. El sonido persistía en la ventana. Desgarré mi voz en un dejando a la vista aquello que provoca las exclamaciones de miedo. Ahogo grito con su nombre. Ninguna respuesta, únicamente palabras silenciosas un grito y oprimo a mi pequeño Fausto contra mi pecho para que sus ojos que manifestaban la ausencia del pequeño Fausto. El golpeteo de la lluvia no lo contemplen. sobre la ventana aglomeró mis oídos. Dirigí mi vista hacia el vidrio, un En el suelo yace un niño. Al parecer, el perro lo atacó. La parte superior escalofrío abrazó mi pecho. Corrí a la puerta para comprobarlo. Mi voz se de su cabeza se ha desfragmentado. La sangre se extiende de las fisuras congeló a mitad de mi garganta cuando contemplé el cielo: sólidas nubes corporales. En la parte aún visible de su rostro distingo cavidades profun- de tierra se desfragmentaban con el soplo del viento. “Estoy despierta”, pen- das en lugar de ojos. Su boca quedó abierta, como en un perpetuo intento sé. Dejé que el polvo sepia se deslizara entre mi boca, ascendiera hasta mi de clamar auxilio. cabeza y asfixiara mis pensamientos: mi único pensamiento. Con el último Giro mi rostro, pero me encuentro con la imagen del perro. Sus fauces soplo de vida evoqué a mi pequeño Fausto. muestran sus colmillos, de los que escurren hilos de saliva espesa y rojiza que se impactan en el suelo y se funden con el cadáver del niño. La sangre 52 • Liana Pacheco dualidad de caos • 53

Conforme transcurre el tiempo, aquel recuerdo se desmorona en mi La veo alejarse en dirección a la salida y yo me dirijo al baño. memoria, así como el cielo sucumbió. Y a pesar de los esfuerzos no logro Me levanto del retrete. Jalo la palanca y el agua turbia arrasa con los encontrar el instante en que la realidad donde acontece “El recuerdo de restos de la manzana digerida y el jugo gástrico que disolvía las pastillas. mi pequeño Fausto y yo” se conjuga con las imágenes de aquel “Sueño Es el tercer día que nadie se ha percatado que no ingiero “los suplementos”. en brazos de Fausto”. La única realidad latente es la que vivo desde que Cuando salgo, la poca luz natural que llega al pasillo ha disminuido. desperté en este refugio al que los rescatistas me trajeron, luego de que Quiero regresar al comedor, pero Kendra, que dirige a unas personas a sus me encontraron, casi muerta, en el pórtico de mi casa. Nella me indicó las habitaciones, me intercepta. reglas de este lugar: habitación limpia, a las ocho horas salimos de nuestra —Protocolo de resguardo C1 —me dice—. Encanto, ya sabes qué hacer. habitación, retornamos a las seis de la tarde, mantener sana convivencia Asiento y me dirijo a mi habitación. Por supuesto que sé lo qué de- con las demás personas y, la más importante, está prohibido salir. Después bemos hacer ante una neblina de polvo café, permanecer encerrados en conocí a Kendra. Ella me explicó que el cielo se tornó en un cúmulo de nuestra habitación hasta que la contingencia haya pasado. tierra árida que imposibilita el proceso natural de lluvia y que el polvo Dentro de mi habitación, escucho que el cerrojo es asegurado. Ignoro sepia que cae con frecuencia es altamente tóxico al entrar en contacto con el miedo que embarga mi mente. Cubro la almohada con la funda, que se la piel. Hasta ahora no han encontrado una explicación a lo que sucedió ha secado del sudor, y me recuesto. ni una solución; la mayoría de personas están más ocupadas en sobrevivir. Si tuviera un reloj, quizá marcaría cuatro horas desde que empezó la Kendra fue amable en explicarme todo esto. Demasiado amable, a mi neblina, aunque no sé cuánto tiempo permanecí dormida. Me dirijo a la parecer. Yo jamás he confiado en quienes se comportan exageradamente puerta; por suerte han quitado el seguro. Abro con sigilo y avanzo los tres serviciales, y ella no es la excepción. Me esfuerzo por disimular que no pasos que me separan del cuarto de Julia. Entro. me agrada, a pesar de que el resto de los que viven aquí no la perciben del —Ju-li-aaaa —digo las sílabas en susurros para despertarla. No funciona. mismo modo. Para ellos es una salvadora. A mí no me preocupa eso, sino Le doy unos golpes en sus mejillas. Duerme profundamente. Lo sospe- las verdaderas intenciones de Kendra. ché, los “suplementos” que nos proporciona Kendra son para mantenernos En semanas recientes han incrementado el tiempo de resguardo: antes sometidos. podíamos permanecer en convivencia social hasta tres horas, pero ella lo Me dirijo de vuelta a mi habitación, pero tengo la corazonada de que redujo a una. De este modo, algunos compañeros no han notado que la algo está pasando y la respuesta está en el ventanal del comedor. Camino a población del refugio ha disminuido. No sé qué sucede, nadie dice nada. tientas sobre la pared del oscuro pasillo. Antes de llegar, unas sombras se Tengo miedo, mucho miedo. acercan. Permanezco quieta y cubro mi boca hasta que las sombras pasan —Encanto, no has tomado tus suplementos. —La cercanía de la voz de sin descubrirme. Kendra me hace sobresaltar en mi asiento; su sonrisa carmín acrecienta Llego al comedor. Miro el cielo por el ventanal. Mi corazón palpita mi temor. desbocado, mi boca se abre involuntariamente. Lo veo, lo escucho, puedo —Gracias por recordármelo. —Carraspeo y me llevo el cuenco de pas- olerlo. Es un cielo de nubes vivas, nubes grises de las que desprende una tillas a mis labios seguido de un vaso de agua. lluvia tempestuosa. ¡Lo sabía! Kendra miente. —Bien hecho, encanto. Debes mantenerte sana. —Acomoda uno de —¡Lo sabía! —Regreso corriendo por el pasillo—. ¡Despierten! —Gol- mis cabellos desaliñados y se retira manteniendo esa sonrisa carmín en su peo las demás puertas y grito para que mi voz sea la llave de la libertad para rostro. las personas que viven engañadas. 54 • Liana Pacheco dualidad de caos • 55

Metros antes de llegar, veo a Nella y Kendra saliendo de mi cuarto. emanan sangre en mis piernas, crecen, me ahogan. La sangre cobija mi Freno de golpe, pero Kendra gira el rostro y me señala. Doy media vuelta y cuerpo. Rojo cálido, magenta frío, óxido sepia. Yo no quiero que fluya… corro con la fuerza que me permiten mis piernas. Es inútil, Nella me atrapa No quiero que fluya. y silencia mis gritos con un paño húmedo sobre mi boca. Despierto sobresaltada. Siento la humedad del sudor en mi nuca. Me —¡Lo sabía! —dice Kendra—. Esta perra dejó de tomar las pastillas. incorporo en la cama y veo en el suelo dos fragmentos de algodón con una Rellena un par de jeringas con el líquido de un frasco marrón. gota de sangre seca. Dirijo la mirada hacia el vidrio empañado. Parece un Nella sujeta mis brazos. Intento patear a Kendra, pero ni siquiera me día lluvioso, sin embargo, no lo es, nunca más lo será. j acerco. Ella me observa con su burlona sonrisa y clava las agujas en mis muslos, después coloca trocitos de algodón para absorber las gotas de san- gre que fluyen de mi piel. Mi cuerpo se siente pesado, como si el aire que respiro se volviera plomo. No puedo moverme, pero alcanzo a decirle: —Kendra, eres detestable. El mundo ha sanado. ¿Por qué nos retienes aquí? No dice nada y observo que en sus manos sostiene hojas de papel. ¡Son mis recuerdos! Ella me mira y sonríe. Sus finos dedos desdoblan los pape- les. Mi impotencia por impedirlo se desmorona junto con los trozos en que ella desgarra mis recuerdos. —¿Yo, detestable? —por fin responde—. Yo no soy la que asesinó a su hijo. Encanto, estoy segura de que lo recuerdas. Tu pequeño Fausto fue la víctima de tu frustración. Deja de fingir. ¿Ya olvidaste la brutalidad con que golpeaste su pequeña cabeza? —Con los dedos de ambas manos forma una esfera. Me sostiene la mirada, intento abrir mis labios y ella vuelve a reír—. Sí, Felicia, ya sé. Quieres decir que eso fue un sueño, que perdiste a tu pe- queño Fausto el día de la “eclosión”. —Con sus dedos medio e índice dibu- ja unas comillas invisibles para entonar esta palabra—. ¡Reacciona! —Me abofetea y dos lágrimas recorren mi sien hasta la almohada—. Eso es una alucinación, una fantasía en la que te refugias para no aceptar el crimen que cometiste. ¿Por qué lo mataste? —Suspira y se dirige a la puerta donde Nella observa en silencio. Antes de salir, agrega—: No tiene caso. Los mo- tivos solo tú los sabrás. Duerme, mañana será un nuevo día. Después de que la torcida sonrisa de Kendra ha dejado mi habitación, mis párpados se cierran inevitablemente. Quiero salir y buscar el contac- to de la piel fría del pequeño Fausto. Quiero gritar, pero mi voz no tiene fuerza. El pánico me invade. La sangre fluye. Esos minúsculos poros que 56 • Liana Pacheco dualidad de caos • 57

Sangre de matón

—¡Bernarda! ¿Qué estás haciendo? Ya te dije que te vayas. —Pero no tengo a dónde. —Yo qué sé. Vete antes de que el papá de ese chamaco regrese. —Mi mamá señaló a Argelio, que dormía sin saber que nuestra suerte era más oscura que el tizne del comal—. ¿Crees que yo estoy bien? Mataron a mi hijo y a mi marido. —Ya le dije que no fue mi culpa —contesté—. No sabía lo que el “Chepo” hizo. —Pues es tu culpa por casarte con un matón. Ese chamaco tiene sangre de matón. Mejor fuera que lo dejes tirado en el cerro, que sirva, aunque sea de comida a los coyotes. Por ahí nos encaminamos, en la vereda que llevaba al pueblo, con el morral donde metí mis cosas: dos tortillas tiesas, trapos para usar de pañal, ¿ropa? La que traíamos puesta, nada más. A medio camino pensé en ir a casa de mi madrina Cándida; ella, que con tanta emoción aceptó amadrinar nuestra boda. Poco me duró la emoción de casarme con José Ponciano o “Chepo”, cómo le decían. Apenas dos noches antes los policías rompieron la puerta de tejamanil del jacal, buscándolo. Al no encontrarlo, nos llevaron a mi chamaco y a mí. Fue en la celda que me enteré que mi marido mató de un machetazo a mi papá y mi hermano. Lo peor es que ni al entierro me dejaron ir. Mis demás hermanos, igual que mi madre, dijeron que yo sabía 58 • Liana Pacheco dualidad de caos • 59

dónde estaba el “Chepo” y me reprocharon por casarme con él. Hasta eso Agarré a mi chamaco y me fui hacia el río. Hice lo que mi madrina me negaron, el desahogo de llorar y despedirme de mi papá y mi hermano. me indicó y luego me senté en el suelo a ver cómo la corriente se llevaba Cuando llegué a la casa de Cándida la vi en el patio, dormida en una las flores, mas no mi tristeza. Deseé que los años volvieran al día que ese silla de madera que crujía con cada respiro que daba. No tuvo hijos, pero sí mismo río me arrastró, ahí hubiera preferido morirme. Pero el llanto de mi muchos ahijados. Artemio me hizo volver el pensamiento. —¡Madrina! —grité y la sacudí para despertarla. De lo distraída que andaba lo puse junto a un nido de hormigas, de —¿Quién chingados…? —Me miró y se levantó. Ahí apretada entre sus su piel escurrían hilitos de sangre que salían de las grietas que picaron las brazos y su aliento a mezcal, me solté a llorar—. ¡Ay, Bernarda! Sí que la arrieras. Eso no fue lo que me horrorizó, sino ver que su sangre no era roja, tienes difícil. Sin marido, sin padre. Con una familia en tu contra y encima sino verde como el matorral. con un escuincle de brazos. —La sangre de matón —dijo mi madrina—. Ese chamaco nació con Adentro extendió cerca del brasero un petate, ahí puse a dormir a Ar- mala estrella. gelio. —¡Ayúdeme, madrina! Usted sabe de curaciones. —Pobre chamaco. Mejor deberías dejarlo morir, ni un año ha cumplido —No, Bernarda. No quiero problemas. —Su mirada perdió la calidez y ya lleva en la sangre el estigma de la muerte. con la que me abrazó apenas unos días antes—. Te andan buscando los to- —¿Usted también, madrina? piles. Tu hermana Justina asegura que estás escondiendo a tu marido y que, —Era solo un comentario, no te encabrites, chamaca. si él no va a la cárcel, tú sí. Me ofreció una taza de atole, yo preferí una copa de mezcal. Al poco Lo único que le agradezco a mi madrina es que no me delatara. Ya no me rato me agarró el sueño. Ahí vi a mi papá y mi hermano, cuando era peque- interesa lo que Cándida, mi mamá o la gente del pueblo piense. Incluso si ña y los ayudaba a hornear el pan. Deseé quedarme en ese lugar donde aún la muerte misma anda detrás de mis pasos, no me importa; que venga, voy estaban vivos y olvidarme de todo, hasta de mí. De repente, un susurró gri- a enrollar a mi chamaco en un rebozo y lo amarraré a mi espalda, aun así, taba mi nombre, era una voz como sacudida por el viento y que, en cuanto podré ir más rápido que ella. se acercó, me arrastró con ella a la realidad. La verdad es que tengo miedo, pero creo que eso es bueno; sentir el —¡Bernarda! Ese chamaco y tú no han comido en varios días. ¿No tienes golpeteo del alma dentro del pecho. A lo mejor mañana o pasado mañana hambre? ya vuelvo a tener el anhelo de vivir. j —No, madrina. Ni hambre, ni ganas de vivir, ya ni miedo tengo de mo- rirme. —Bernarda, dale tiempo a la vida, el corazón decide cuándo volver a ser feliz. Pero no digas eso, porque si uno ya no tiene miedo a la muerte, ni el Santísimo puede ayudarnos. Cándida salió al patio y trajo unos ramos de malacatillo, unas flores coloradas y de tallos largos. Me dijo que fuera al río, frotara mi cuerpo con ellas y luego las aventara al agua. —Si no te cura el espíritu, de algo servirá. ¡Apúrale, Bernarda! Antes de que caiga la noche. 60 • Liana Pacheco dualidad de caos • 61

El vigía

Transcurrieron varios minutos en la línea. Tiempo que, para mí, asemejó una eternidad. Mientras la bocina de teléfono era sostenida entre el espacio de mi hombro y mi cuello torcido, mis dedos golpeaban con rítmica an- siedad el escritorio. Busqué un bolígrafo para distraer la espera de aquella llamada, lo deslicé sobre el papel y en un impulso, que aún no comprendo, dibujé un ojo en la yema de mi dedo índice. Un pequeño óvalo y un círculo relleno al interior. No fue la figura lo que me sorprendió, sino los recuerdos que esa imagen profundizó. Como si esa hebra de tinta se derramara en mi memoria y trazara los bordes de imágenes de una experiencia que, creí, estaba resguardada en el olvido. Sucedió en la escuela primaria, en tercer grado cuando ella llegó. ¿Ekate- rina, Katrina? Un nombre semejante a estos, pero no logré precisar. Recuer- do que para el resto de la clase fue extraño, el nombre y ella. En cambio, para mí, fue motivo de asombro aquella pequeña figura, tan delgada que parecía que sus brazos se romperían con cualquier movimiento brusco. Blanca piel con una expresión de permanente seriedad o ¿tristeza acaso?, enmarcada en un oscuro cabello. Se convirtió en mi obsesión perseguirla con la mirada. Ella solía andar con ligeros y escasos pasos, como si deseara ser invisible para las demás personas. A pesar de que por cualquier motivo estábamos cerca, nunca le hablé. Me concentré en observar. Cuando sus ojos descu- brían mi acosadora mirada, ella sonreía. Un día la encontré agachada. Re- marcaba algo sobre su mano. 62 • Liana Pacheco dualidad de caos • 63

“Es el ojo que todo lo ve, todo lo sabe, siempre me vigila”. mitió que la sacara a rastras. Mientras era llevada me arrojó una mirada Fue su respuesta cuando pregunté el significado de aquella figura en la suplicante que conjugó con la acción de poner su dedo índice, sí, el que yema de su dedo índice. tenía el trazo del ojo, sobre sus labios. Por supuesto que comprendí la orden Luego empezaron esos acontecimientos. La primera ocasión fue un lu- del ojo, nunca le comenté a nadie lo que me confesó. nes de homenaje. Se escuchó por los altavoces de la escuela un tema de Al siguiente año escolar, la niña no volvió. música clásica. De inmediato supe cuál era: “La Coda de Odile”, del Lago de los Cisnes, uno de los favoritos de mi padre. Todos eran ajenos a la hermosa melodía, pero mi embeleso se interrumpió cuando la niña se desmayó y su El tiempo transcurrió. Yo, con quince o dieciséis años, me encontraba con frágil cuerpo se precipitó contra el suelo sin que nadie pudiera evitarlo. La mi madre en el supermercado. Vi el destello de una sombra caminar en uno escolta ya había iniciado su marcha cuando dos profesores cargaron a la de los pasillos. Era ella, sin duda. ¿Katya? No, ese tampoco era su nombre. niña aletargada para llevarla al salón. Parecía que el tiempo se había negado a su cuerpo porque no creció mucho. Su madre arribó al colegio horas más tarde. Sin mucho interés, atribuyó Sin embargo, su rostro pálido todavía dibujaba aquella mirada temerosa. el desmayo al agotante fin de semana que pasaron en el campo y la infinidad Ella también me reconoció. Se acercó, su cuerpo quedó a escaso espacio del de juegos que tuvo la pequeña con su padre. Desde mi pupitre vi a la mujer mío. Vi con claridad que sus labios se abrieron para dirigirme las palabras, encaminarse a la salida, sujetando a la niña con brusquedad, ella volteó y pero en el instante se interceptó mi madre, molesta por hacerla perder el levantó su mano para decirnos adiós, nadie se percató. Yo alcancé a distin- tiempo, y me llevó con ella. Cuando giré el rostro, la niña ya no estaba. guir aquel ojo vigilante en su dedo. Los desmayos siguieron ocurriendo. Eso ocasionó que ella fuera objeto de burlas y señalada por todos como la rara del salón. A pesar de los escasos Nuestros destinos convergieron varios años después. ¿Karenina?, ¿Karola? intentos de la profesora, para que formara parte de la convivencia con los No recuerdo, tampoco el motivo por el que fui hospitalizada, sé que fue demás niños, con el tiempo optó por ignorarla. algo simple que me provocó aburrimiento ante la falta de visitas de mis Cerca del fin de cursos sucedió algo más extraño, como si todo lo rela- padres. cionado con esa niña no hubiera sido suficiente. Salí de mi habitación y me adentré en los fríos pasillos del hospital. Al Debíamos participar en un número de baile para la clausura del curso. pasar junto al umbral de una puerta, mis ojos la distinguieron. Solitaria, Mediodía y estábamos ensayando en el patio, por un momento me alejé igual que yo, sentada a la orilla de la cama, me sonrió. para ir al baño. Cuando entré, ¡ella estaba ahí! Llorando en el suelo. Le pre- “Por suerte me encontraron en el baño antes de que la sangre fluyera a gunté si alguien la había lastimado. Hablaba muy bajito, su voz era casi un través de mis muñecas”. susurro. Me respondió que no saldría a bailar porque esa actividad estaba Me mostró sus antebrazos cubiertos de vendajes. En su dedo índice aún reservada únicamente para su padre. permanecía el pequeño ojo que vigilaba. Levanté el rostro, aquel resplandor “Cuando estamos a solas me pide que baile para él. Me sonríe. Yo bailo. de sus pupilas silenciosas era el borde de un vacío. Un vuelco profundo sur- Se acerca, mi cuerpo detiene la danza. Acaricia mi espalda y lentamente me gió de mi pecho, creció a través de mi cuerpo plagándolo de miedo. Antes despoja de mi…”. de que esa caótica oscuridad me absorbiera salí apresurada de la habitación. Sus palabras fueron interrumpidas por la profesora, que en ese momen- Lejos de ella, lejos de su vigilante recuerdo. to arremetió en el baño. La levantó del suelo, la ligereza de su cuerpo per- 64 • Liana Pacheco dualidad de caos • 65

—¡Diga, bueno, bueno! La voz al otro lado de la línea me trajo de golpe al presente. Voces de ecos Colgué el teléfono sin responder. Me dirigí al baño. Mojé mi rostro y híbridos levanté la vista al espejo. Los ojos y las arrugas surcaban mi rostro. Oscuros mechones caían firmes alrededor de mi cara. Busqué las pastillas para la migraña. ¿Por qué mi madre decía que yo estaba loca? Luego de beber agua directo del grifo, tomé jabón y lo esparcí entre las palmas de mis manos. La espuma perfumada crecía. Froté mis dedos bajo el chorro de agua para quitar las manchas de mis manos. El pequeño vigía de tinta se desintegró con los restos del jabón por el lavabo. ¡Lo recordé! ¿Cómo pude olvidarlo?, si nuestros nombres eran casi iguales. Yo soy Mónica y ella era Monike. Siempre pensé que se escuchaba mejor la pro- nunciación de su nombre que el mío. Acaricié el rostro que se reflejaba en el espejo, éramos tan parecidas. Yo me desmayé en la escuela. ¡Pero fue una ocasión! Soy & no este temblor que vacía en sí mismo su basura 1 interjección de lava arrojada de improviso. También solía bailar para mi padre. Sin embargo, él no era capaz de ha- cerme algo malo. No, nunca lo haría. Lo acompañaba a su habitación donde Mario Santiago Papasquiaro ponía “La Coda de Odile”. La melodía empezaba, yo giraba. “Eres mi pequeña. Solo mía. ¡Mi pequeño cisne!”. Luego se acercaba, sus manos recorrían mi espalda. Sonreía, yo bailaba. Él veía todo, él lo sabía todo… tal como dijo ella. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. El agua fría seguía cayendo sobre mis Nora, eres desagradable y no lo sabes. manos. El diminuto ojo aún permanecía en mi dedo índice. Al mirar la ci- Hoy, una de las expresiones de tu repulsiva apariencia fue mirarte al catriz en el anverso de mi muñeca recordé las palabras de mi madre luego espejo: tus pómulos cubiertos de maquillaje rosa, sombra verde en tus pár- de encontrarme en el suelo del baño. pados, tinta carmín en tu boca que, al abrirse, mostró tus brackets. ¿Va- —Diremos que te enfermaste. Nadie debe enterarse de lo que pasó. j lía la pena someterte a este procedimiento de corrección dental a tus casi cuarenta años? Lo peor de tu burda máscara facial fue tu risita mientras respondías por teléfono: “Sí, manita, oye, manita”. ¿Piensas que los compañeros con los que últimamente has ido a almorzar te aprecian? ¡Míralos! La postura del “Inge” sentado con las piernas hacia la puerta o Wendy, con sus muecas de hastío al escuchar tu conversación. Es evidente la incomodidad que sienten a tu lado. Se fueron al comedor sin tomarse la molestia de avisarte. Wendy te de- dicó una sonrisa que interpretaste como disculpa. Por orgullo fuiste hasta 66 • Liana Pacheco dualidad de caos • 67

que ellos regresaron y te sentaste en una de las mesas apartadas, donde y la notificación de un mensaje provoca que tu pecho se acelere. Anhelas nadie viera tu lastimera soledad. que sea tu novio. Siempre ha sido así. Cuando piensas que encontraste a tu mejor amiga, No. Es tu marido, que va para la casa. Tuerces los labios, no quieres esta se aleja. Rebuscas los errores y no comprendes por qué no puedes en- participar en su aburrido sexo de los viernes. Es tu obligación como esposa, tablar una amistad duradera. ¿Quiénes figuran en tu lista? Lety, Caro, Ivana, dice tu madre. Hace diez años ella te dijo que te casaras con alguien que te Wendy. Cada una llegó a la oficina con la distintiva emoción de empezar quisiera más de lo que tú te quieres, y pronto, porque a los veintiocho ya un nuevo empleo. Y ahí estabas tú, sonriendo y esforzándote en dar una olías a solterona. memorable primera impresión. Hubieras preferido casarte con Fernando, ese jefe al que se la mamabas Creíste que Caro era la indicada. Ella que reaccionaba con carcajadas a en el baño del banco. Suspiras al recordar que tenía una verga enorme, no tus ridículas historias, sin embargo, pasó de ti cuando contaste a los demás como la de tu marido. Aún así lo quieres, nunca te reclama por llegar tarde compañeros que su esposo la abandonó por una mujer más joven. No te cuando sales con tu novio. reclamó; quizá por consejo de Ivana, de la que, por cierto, opinaste que su Aprovechas la demora de tu esposo para embarrarte la cara con el trata- vestimenta tiene gusto de teibolera. miento de Merykey. Te agrada que te digan que no aparentas tu edad y a tu Dijeron que te darían un reconocimiento por el récord de amistades marido le desagrada el olor de la mascarilla. Sabes que al verte se le quitarán fallidas en la oficina. Reíste para denotar que su comentario no te importó las ganas de coger contigo. y en defensa usaste el argumento de que ellas tienen envidia de tu feliz vida. Tu día ha terminado. Antes de dormir recuerdas que el lunes llegará una ¿Lo eres? ¿O solo maquillas tu infelicidad ante los demás? nueva empleada a la oficina. Te emocionas. Imaginas que ella será la amiga Es viernes y tienes grandes planes. Distribuyes más rubor en tus mejillas que buscas, esa que reafirmará la gran persona que eres. y rocías tu cuello con perfume; sí, ese de la marca llibenchi. Acuérdate de Eres y no eres, Nora. repetir la marca para que los demás te perciban como una mujer elegante. Eres desagradable, pero no tienes la capacidad para darte cuenta. Yibenshi, llibenchi, yi-ben-shi. No pasa nada. Tú sigue pensando que son los demás los que tienen un Tu teléfono suena. Es un mensaje de tu novio. Te avisa que irá a comer problema contigo. j con su esposa y no saldrá contigo. Esa esposa de la que se divorciará pron- to. Le reclamas, ¿quién se cree para tratarte de ese modo? Una retahíla de insultos queda en visto. Lo bloqueas, pero a los cinco minutos lo vuelves a desbloquear. Tu teléfono vuelve a sonar. Es tu madre, la ignoras y sales de la oficina. Te agrada que el guardia te diga: “hasta mañana, conta”. Sabes que el título de contadora es tuyo a pesar de que no estudiaste la universidad. Eres La Conta, lo respalda tu dedicación al trabajo, sin mencionar que destinas las horas laborales al feisbuc. En casa tu madre te grita. Te dice que no debes perder el tiempo en la calle, que tienes dos hijos y además ese pantalón te queda muy mal; cada día estás más gorda y es tu culpa por seguir tragando. Te encierras en tu cuarto 68 • Liana Pacheco dualidad de caos • 69

La fecundación del fuego

Libro I. La primera esposa de Eva En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. Pero en la tierra, vacía y desordenada, imperaba la oscuridad y el caos. A la orden de Dios se creó el sol, separando así el día de la noche, la luz hizo brotar la semilla de vida, fue entonces que en la tierra nacieron los animales y del huerto del Edén los ár- boles y plantas. Supo entonces que necesitaba un ser, a imagen y semejanza de su raciocinio, para compartir y preservar la belleza de ese lugar. Con polvo de la tierra, Dios formó una figura de pecho prominente con un corazón grande que nunca cesara de brindarle pleitesía, y con un soplo le otorgó la vida. “Te llamarás Eva. Las demás criaturas te respetarán como la mujer que habitará, cuidará y hará fructífera esta tierra”. El corazón de Eva se llenó de júbilo por la vida y la encomienda que Dios le brindó. Él la observaba. Eva era agradecida y obediente con sus mandamientos. Tenía la certeza de que su creación estaba protegida. Sin embargo, pensó que ella no debería estar sola, ni todo el trabajo debía recaer en sus hom- bros, por lo que decidió otorgarle una compañera. Tomó polvo de la tierra y creó otro ser a imagen y semejanza de Eva. “Te llamarás Lilyth. Tu encomienda será multiplicar la vida de las criaturas como ustedes en la tierra. La semilla será el fruto de tu vientre y junto con Eva cuidarán de esta”. Dichas estas palabras, la mano de Dios se posó sobre Lilyth, preñándola. 70 • Liana Pacheco dualidad de caos • 71

Así culminó Dios su creación en el séptimo día y se retiró a descansar. encaminó a buscarla y la encontró en un paraje alejado, postrada ante una Eva se alegró de tener alguien que la ayudara y que le brindara compañía luz brillante. en las noches, cuando la inmensidad del cielo nocturno la hacían sentirse “Es un fragmento del sol. Quizá cayó a la tierra cuando Dios creó el temerosa. Lilyth escuchó las actividades que debía cumplir: labrar la tierra mundo”, dijo Lilyth. y cosechar los frutos maduros. Pero cuestionó a Eva por qué debían trabajar Las mujeres cavaron un hueco y lo colocaron ahí para evitar que sus y por qué precisamente ella debía llevar el peso de la vida en su vientre. Eva rayos de fuego quemaran las ramas de los árboles. Sus ojos admiraban la permaneció callada, nunca se atrevió a refutar las órdenes de su creador. danza que ejecutaban las flamas al ritmo del viento. Sus cuerpos desnudos, “Dios nos otorgó la vida, el privilegio de residir en este lugar y nos com- una junto a la otra, sintieron irradiar una calidez de felicidad en su interior, partió de su razonamiento”, fue su respuesta. pero el momento fue interrumpido con un grito de dolor de Lilyth. “Entonces debemos ser iguales a Dios y no inferiores”, objetó Lilyth y Eva la ayudó a ponerse de pie y oprimió el abultado vientre. El cuerpo prefirió deambular en el paraíso que ayudar a Eva. Sin embargo, el resplan- sudoroso de Lilyth brillaba con el reflejo del fuego. Eva se colocó entre las deciente atardecer fue testigo del retorno de Lilyth. piernas de la parturienta. Lilyth gemía por el esfuerzo y dolor. Minutos des- Al día siguiente la desobediencia se repitió, pero ella volvió en la noche. pués, la criatura salió dando sonoros alaridos. Siempre regresaba, a pesar de su desacuerdo con los designios de Dios, Lilyth se reclinó cerca de la calidez del fuego y se negó a abrazar al bebé. disfrutaba la cálida compañía de Eva. Eva lo colocó en el suelo y se recostó junto a ella. Su mano acarició uno Así transcurrieron varios meses. Lilyth con su vientre cada vez más de sus inflamados senos y Lilyth suspiró de alivio. Eva dirigió sus labios grande, aunque no su interés en cumplir las labores del paraíso. Y Eva tra- a los pezones y succionó el néctar. Los ojos de Lilyth reflejaban el vaivén bajando; a pesar de que no recibía ayuda de su compañera, era feliz. Cada del fuego y sentía que el calor se adentraba en su carne. La boca de Eva se tarde la esperaba. Se sentaba a su lado para escucharla contar sobre lo que deslizó hasta su vientre y acarició los pliegues de su sexo. Lilyth cerró sus había visto. ojos anhelando que ellas se fundieran en un solo cuerpo de luz y de fuego. “Ayer el león montó a su hembra. Hoy la hembra lleva en su interior la La noche se iluminó con el deseo, el roce de la piel y los sexos de aque- semilla de él”. llas mujeres. A un lado, el incesante llanto del bebé que apagó su aliento en Una noche, Lilyth le preguntó a Eva: cuanto creció el éxtasis femenino. “¿Por qué te conformas con este destino tan simple? ¿No te cuestionas sobre lo que hay más allá del paraíso?”. Eva levantó el rostro y dibujó una sonrisa al cruzar su mirada con la de Libro II. La condena del árbol de lujuria su compañera. El designio dictaba que Dios volvería de su descanso. Y volvió, a la mañana “Somos afortunadas. Tú eres la semilla que germinará este lugar. Aun- siguiente de la danza erótica de fuego de Lilyth y Eva. Dios quedó absorto que mi destino se vislumbra simple no lo será porque tengo el privilegio de cuando encontró a las mujeres desnudas y con los cuerpos entrelazados, ayudarte a cuidar el fruto de tu vientre”, dijo, y la respuesta de Lilyth fue una pero se enfureció cuando vio que el bebé no sobrevivió al nuevo día. Puso sonrisa que enmarcó sus sonrojados pómulos. la mano sobre ellas y con su poder supremo las despojó de sus recuerdos y Varias semanas después, las estrellas iluminaban la noche y Lilyth to- de los deseos de lujuria que nacieron en su interior. Ocultó esos recuerdos davía no regresaba. Eva estaba preocupada. Por el avanzado tamaño del y deseos debajo del suelo para que nadie los encontrara; sin saber que se vientre de su compañera, temió que su hora de parir hubiera llegado. Se arraigaron a la tierra, germinaron y nació una planta. 72 • Liana Pacheco dualidad de caos • 73

Dios determinó castigarlas. A Eva la envió a un lugar en el que aún pre- Dios se dirigió al lugar donde crecía el árbol para destruirlo, pero su sidía la oscuridad. Lilyth fue obligada a permanecer en el paraíso, condena- fuerza no fue suficiente para arrancar las raíces que se profundizaban, cada da a procrear y parir los hijos que poblarían su creación. vez más, al interior de la tierra. Ante su imposibilidad de crear nueva vida Dios comprendió que necesitaba un nuevo ser, uno fuerte e inteligente en su jardín, optó por traer a Eva y la presentó a Adán como su compañera. para controlar a Lilyth. Nuevamente, con polvo de tierra lo creó, en esta Eva no recordaba nada del tiempo que pasó con Lilyth y aceptó que ocasión a imagen y semejanza de él. Con un soplo de aliento le brindó la había sido creada de la costilla de Adán, tal y como Dios dijo. También les vida. ordenó cuidar el jardín del Edén y alimentarse de los frutos que ahí crecían, “Eres el hombre y serás llamado Adán. Cuidarás de mi creación para que con la excepción de un árbol, que señaló al horizonte, al cual les prohibió el fruto de la tierra sea alimento para ti y Lilyth, con ella serás una sola car- acercarse. ne”. Dicho esto, Dios retomó su descanso, pensando que había restablecido Sin embargo, con la conocida desobediencia de Adán y Eva, y su inmi- el orden en el paraíso. nente expulsión del paraíso, Dios declinó la encomienda de crear el mundo La vida era cómoda para Adán, y siguiendo el mandato de ser una sola perfecto. La tierra estaba impregnada de la semilla de lujuria sin posibilidad carne con su compañera, se deleitaba copulando montado sobre ella. Sin de crear nueva vida. Fue así que el ser supremo decidió marcharse. j embargo, Lilyth, a pesar de que olvidó su pasado con Eva, vivía indiferente a la orden dictada por Dios. Transcurría los días sola, paseando en el jardín del paraíso y así llegó al lugar donde estaban ocultos los sentimientos de lujuria. La planta había crecido hasta convertirse en un frondoso árbol. De las ramas colgaban brillantes frutos color carmín que aguardaban el sabor y recuerdo de la sensualidad de aquel par de mujeres. Lilyth cortó uno, en el momento que sus labios lo probaron sintió que su vientre enardecía. Cuando regresó al lugar donde vivía con Adán, este deseó poseerla, del modo que acostumbraba. Lilyth se negó. “No merezco estar debajo de ti. Fui creada de polvo, al igual que tú”. Él intentó forzarla. Ella lo golpeó en el torso rompiéndole una costilla y Adán cayó al suelo gimiendo de dolor. Antes de que Dios la descubriera, decidió escapar del paraíso. En el momento en que Dios volvió para vigilar a Adán y Lilyth, encontró que él estaba inconsciente con una herida en el pecho y que ella había esca- pado. No quiso ir a buscarla, la dejó para que sufriera la desdicha de la vida alejada del paraíso. Curó a Adán y lo mantuvo con vida. Decidió crear una nueva compañera para él. Tomó restos de tierra y formó una figura femeni- na. Pero las raíces del árbol de lujuria se entrañaron en la tierra provocando que se secara, cuando dio el soplo de vida su nuevo ser nunca despertó. 74 • Liana Pacheco dualidad de caos • 75

En el año tres mil uno

Parte 1: Recuerdos No era el año 3001. Ni siquiera estábamos cerca. Fue el título de la canción que el asistente digital me recomendó aquel mes de abril del año 2421. Trabajaba en los Laboratorios Synaé, una farmacéutica que desarrolló medicamentos, en su mayoría, para regular la salud emocional de las per- sonas. Yo me encargaba de probar y registrar las reacciones que los produc- tos nuevos tenían en diversos elementos. Aunque era complicado, la mayor parte del trabajo lo realizaba mi asistente virtual: inyecta prueba, escanea cuerpo, analiza, concluye, y yo me llevaba el crédito del trabajo. Ventajas de la tecnología de ese momento. Aproveché el tiempo disponible para desarrollar un plan de investiga- ción, uno que impulsaría los productos de Synaé, pero el grupo directivo no lo autorizó con el argumento de que las personas necesitaban pastillas de efecto inmediato para aliviar la ansiedad o depresión y no les interesaban los lineamientos de su conciencia. Por eso cuando Caleb, mi supervisor, me asignó una investigación en la zona norte, supe que tendría la oportunidad para retomar mi proyecto. Cuando arribé a la zona indicada, mi asistente virtual fue encriptado, se atiborró de spam y ya no funcionó bien. El asistente virtual era una extensión electrónica de cada ser humano; un dispositivo que, además de conectarnos con otras personas, podía registrar, procesar y almacenar la información del usuario. “La nueva versión del asistente Dhelpo Exis modifica su forma al tamaño adecuado para el usuario y analiza los datos de composición de cualquier objeto”. 76 • Liana Pacheco dualidad de caos • 77

Ese era el repetitivo anuncio del nuevo asistente: una tarjeta holográfica, ahora, únicamente han realizado extracciones en niños. Dicen que la inocen- no más grande que el dedo índice, con las mismas funciones que su predece- cia de sus recuerdos hace más sencilla la transición. sor, el cual sería deshabilitado para que compráramos la nueva versión. —Yo creo que son blancos ingenuos y es más fácil acercarse a ellos —ob- Dos días después volví a la oficina y redacté un informe para Caleb: jetó él—. ¿Qué utilidad les están dando a los recuerdos? “La humanidad alcanzó su futuro o dicho de otro modo el futuro alcanzó —Ninguna relevante. Dubsaint, un naciente desarrollador de medica- a la humanidad. El origen etimológico de la palabra trauma es la palabra mentos, agregó estos recuerdos a sus fármacos, pero no obtuvieron ninguna herida. Los recuerdos son heridas del alma, que pueden curarse. Esa será la ventaja y los desecharon. De algún modo terminaron en las calles y los están finalidad de Laboratorios Synaé…”. agregando al monyuis. —No leí tu informe. —Caleb entró intempestivamente a mi oficina—. —¿La droga líquida que se coloca en las córneas? Mejor dime, ¿qué encontraste? —Así era él, sin rodeos y con la premura de —Sí —respondí—. Algunos afirman que los recuerdos intensifican el placer. conocer el resultado de un trabajo. —¿Obtuviste algún recuerdo sustraído? —preguntó Caleb. —De acuerdo —respondí y ordené a mi asistente—: Visualizar bitácora —No. Pero investigué si repercute en la salud extraer un recuerdo. —Él 4/25. arqueó las cejas en espera de mi respuesta—. Por fortuna no. Hablé con una El aparato proyectó una de las calles que visité durante la investigación: mujer, a su hija le sustrajeron los recuerdos de su visita al Centro Recreativo una solitaria avenida repleta de desechos. En medio de estos: un joven con de Marte. La niña no recordaba nada, ni cuando vio los retratos holográficos hebras de cabello platinado que cubrían su rostro y yo. Su agrietada voz reso- que ellos le mostraron. nó entre la penumbra del lugar: —Una proyección de imágenes jamás reemplazará un recuerdo o una —En esta parte agregas dos gotas de la sustancia. —El hombre mostró un emoción. —La mirada de Caleb se fijó en mi rostro—. Excelente trabajo, Yi- frasco con espeso líquido negro y un aplicador cutáneo, similar a una jeringa, sema, pero ha sido una pérdida de tiempo, este descubrimiento no represen- pero más grande—. Insertas la aguja en la palma de la mano de tu objetivo. ta ningún aporte al laboratorio. Mientras el líquido fluye, le pides que piense en algún recuerdo agradable —¿Qué dices? —exclamé levantándome—. Este es el suceso biotecnoló- de su vida. No demora, depende de la precisión del pensamiento. Cuando gico más importante de este siglo. el proceso termina, el recuerdo queda almacenado en esta parte. —Señaló el —¡Por favor! Que a la pequeña Ivy le roben el recuerdo de cuando apren- depósito vacío del aplicador. dió a usar el aereodesplazador no afecta a nadie… mas que a la pequeña Ivy. —¿Se almacena en forma líquida? —¡Caleb! —Lo intercepté antes de que saliera—. Esta es la oportunidad Esa era mi voz. Es decir, en la proyección del asistente. de retomar mi investigación. Si un recuerdo ha sido materializado, es proba- —No —respondió el hombre—. Los transforma en esto. —Mostró un ble que pueda hacerse con una conciencia humana. fragmento de algodón azul y el capullo de una flor amarilla. —¿Conciencia? —El hombre volvió el rostro—. Pensé que había quedado En ese momento la imagen se difuminó y la proyección terminó. claro que no apoyaremos tu proyecto. —Entiendo —dijo Caleb—. Están sustrayendo recuerdos de la memoria y —No declinaré hasta demostrar que… los convierten en objetos tangibles. —¡Basta! Que sea la última vez que te escucho hablar de conciencias hu- —¡Exacto! Analicé la sustancia del aplicador. Al entrar en contacto con el manas. Estás aquí para probar los narcóticos en el cerebro. Ya veo que no organismo se dirige al sistema nervioso central. Luego los impulsos neuro- tienes interés en tu trabajo, en este momento vas a la bóveda de almacena- nales lo regresan por vía sanguínea al lugar donde se localiza la aguja. Hasta miento para configurar los asistentes digitales —sentenció. 78 • Liana Pacheco dualidad de caos • 79

Los bloques en la pared se apartaron y el hombre salió apresurado. Pensé que no había demasiadas mejoras en comparación con el asistente Mi frustración se acrecentaba con el palpitar de mi cuerpo. Ignoré su anterior, pero recordé una de sus nuevas funciones. Busqué en mi bolso un orden y empecé a redactar un nuevo documento: fragmento de recuerdo materializado; sí, le mentí a Caleb. “El enfoque de mi estudio es la solución de las deficiencias emocionales. —Alaika, analiza esto —ordené. Planteo la teoría de que sanar los traumas que residen en la conciencia hu- El trozo de algodón azul se disolvió cuando lo puse sobre el asistente. mana permitirá al individuo maximizar su potencial. Basándonos en los su- —Recuerdo de Sergino. Edad: cinco años. Luego de seis meses de ausen- cesos recientes, afirmo que lograremos la extracción y materialización de una cia, recibe en casa a su madre, quien participó en un embarque de recolec- conciencia humana. Teniendo un medio para la invest…”. ción de carbono en Neptuno. El asistente interrumpió la redacción y me mostró en pantalla a Caleb re- —¿Es todo? —pregunté. gresando a la oficina. Apresurada, tomé mis cosas y salí por el acceso lateral. —Sí, Yisema. El resto lo sabes. Has visto la extracción y el uso de recuer- Cuando él entró, yo iba en el difusor rumbo a la bóveda. dos en la zona norte. Al llegar ahí tomé el paquete que contenía los asistentes virtuales, la nueva Era lógico que supiera eso, tenía acceso a las bitácoras que elaboré duran- generación que tanto anunciaban. Revisé los registros de envío y me percaté te mi investigación. Revisé la hora: pasaban de las ocho de la noche y no tenía de que en lugar de cinco piezas enviaron seis. Iba a notificarle a Caleb, pero ánimos de permanecer ahí. decidí quedarme con la pieza adicional. A fin de cuentas, la empresa no me —Modo reposo, Alaika —ordené. repuso el que se averió durante la investigación del robo de recuerdos. —¡No! —objetó la voz del aparato. Volteé sorprendida. Nunca había vis- Luego de cargar los datos de Synaé como información raíz, tomé uno de to que un dispositivo rechazara la orden del usuario. Alaika continuó—: Lo los seis aparatos y lo encendí. El objeto se iluminó, empezó a flotar y modificó que deseas saber es si la conciencia puede localizarse en el cuerpo humano. su forma quedando como una pequeña bandeja. Quieres extraerla y materializarla del mismo modo que hicieron con los re- “Coloque su huella digital sobre el dispositivo para iniciar configuración”. cuerdos. Esa fue la instrucción escrita que proyectó el aparato. En cuanto puse —¿Se puede? —pregunté. mi dedo, mi asistente actual se apagó, dando lugar al nuevo para iniciar su —El pez sabrá que ha vivido en el agua hasta el momento en que se per- funcionamiento. cate de que llegó a la orilla del río. Si el ser humano no tuviera la instintiva “Ahora puede modificar la forma de su dispositivo y asignarle nombre”. necesidad de hacer las cosas de manera diferente, jamás habría alcanzado el Le ordené que se ajustara a la forma de mi anterior asistente, para que no futuro —respondió el asistente virtual. se percataran del cambio que realicé. En voz alta lo nombré: Alaika. —Hola, Yisema. Gusto en conocerte. —Hola —respondí con cierto rezago. Había interactuado con otros dispositi- Parte 2: Resplandor vos electrónicos, pero la suave voz, casi humana, de este me produjo escalofríos. Alaika proyectaba en tiempo real lo que sucedía en la sala de espera. Edric —¿Qué necesitas? —preguntó. estaba de pie enfrente de la pantalla que emitía imágenes de un tour en la —Música —ordené sin saber qué pedirle. reserva biológica del polo norte. En la esquina de la pared los dígitos indica- El silencio dio lugar a notas de piano y acordeón. La letra de la canción se ban la hora y la fecha actual: octubre 2421, lunes 25. Decidí que ya había sido proyectaba al unísono de la voz cantando: suficiente tiempo de espera. “Renaceré en otra tarde de junio. Renaceré fatalmente, será el año 3001”. —Adelante, Edric —dije al instante de abrir la puerta—. Disculpe la demora. 80 • Liana Pacheco dualidad de caos • 81

—Gracias, doctora. para analizar y solucionar esos problemas. —A pesar de mi argumento, él se El hombre entró. Se sentó en un amplio sillón mientras yo tecleaba sobre mantuvo renuente. Alaika amplificó los datos obtenidos—. Tiene un cuadro la pantalla que Alaika proyectó. de ansiedad detonado por conflictos con su esposa y el supervisor en su —¿Le ofrezco agua? —pregunté. Ante su negativa ingerí la última burbuja trabajo. de hidratación que me quedaba—. Alaika, regulación de clima número dos —Ese imbécil insiste en adicionar enzimas artificiales a los productos sin —ordené y el clima artificial se encendió. darse cuenta de que eso demerita la calidad. Y mi esposa repitiendo que me —¿Qué es eso? —preguntó Edric señalando las esferas que flotaban a mi faltan agallas para afrontarlo; ella me desespera tanto que a veces quisiera lado. apretarle el cuello hasta reventarle la tráquea. —Es la nueva versión del asistente digital. Este modelo se adapta al tama- Edric hablaba cada vez más alterado, por lo que le propuse un ejercicio ño y forma que uno necesite. Debería comprarlo. de relajación. —¡No! Estoy conforme con la versión pasada, la que se implantó en la —Necesito que cierres los ojos. Concéntrate en tu respiración, inhala con muñeca. No me gusta complicarme con esos artefactos —respondió y mis profundidad —le dije—. Clima de ambientación uno —ordené a Alaika y ojos siguieron la luz del chip que parpadeaba a través de su piel. cubrí mi rostro para no aspirar la fragancia que el dispositivo exhaló. Luego —¿En qué puedo ayudarlo, Edric? de cerciorarme de que Edric estuviera totalmente inconsciente, me coloqué —En el trabajo nos solicitan un certificado psicológico. los guantes. —Entiendo —dije, mientras el asistente modificaba su forma a un cubo Meses antes, Alaika me explicó que había una manera de extraer la con- metálico para proyectar la información de Edric—. Trabajas en Pannire como ciencia humana. Así que renuncié a mi trabajo en el laboratorio y me mudé a certificador de calidad. He probado esas proteínas de frutas, son una delicia los suburbios del sureste. Adquirí un registro de médico general, —falso por —dije sonriendo, pero el rostro serio del hombre parecía inquebrantable—. supuesto—, y empecé a ejecutar el plan. Iniciemos con el procedimiento. Alaika me dijo que hacía más de veinte años estuvieron en auge los asis- Indiqué a Edric recostarse en la mesa quirúrgica que se desplegó de una tentes virtuales de chip que se implantaron bajo la piel. Gradualmente se pared. Coloqué un par de imanes en su frente para vincular sus registros de reemplazaron por los asistentes externos. Sin embargo, algunos siguieron memoria con mi asistente digital. Edric no cesaba de sacudir su pierna derecha. usando la antigua versión ya que nunca fue inhabilitada. Uno de ellos era —Me incomoda que esos aparatos almacenen tantos datos personales — Edric; después de años de uso, su chip habría almacenado suficiente infor- dijo señalando al asistente virtual suspendido a mi lado—. A menudo discuto mación para integrar su conciencia. Al menos eso fue lo que Alaika aseguró. con mi esposa por esto, dice… El primer paso era vincular el chip de Edric con el procesador de Alaika —Que usted es un retrógrada por negarse a actualizar su asistente digital. para que esta centralizara toda la información en un punto de su cuerpo. Justo ahí introduciríamos el líquido de extracción. —Lo logré. La vinculación fue exitosa —exclamó Alaika. —Sabía lo que diría porque vi el análisis que hizo Alaika. —¿Dónde inserto? —pregunté. —A eso me refiero, doctora. —A inicios del milenio, los científicos argumentaron que la conciencia —Una tecnología es un facilitador, no un reemplazo del razonamien- se aloja en la parte posterior del córtex. —El asistente hizo una pausa—. De to humano. Justo ahora, mi asistente virtual revisó su sistema neuronal y un modo más empírico, los humanos dicen escuchar la voz de la conciencia. obtuvo un diagnóstico. Aunque no serviría de nada si yo no estuviera aquí —¡Por favor! Alaika, no hay tiempo para tus cavilaciones filosóficas. 82 • Liana Pacheco dualidad de caos • 83

—¡Corta una de sus orejas! —ordenó. que era algo que aún no sabía cómo resolver, la emoción de haber logrado la Corté el lóbulo y contuve el sangrado con una gasa térmica. Después in- extracción no dio pie a que me preocupara por ello. Sin embargo, en cuanto troduje la gruesa aguja del aplicador, tal como lo hacían los extractores de regresé por el aplicador descubrí que ya no estaba. Busqué en el suelo de la ofi- recuerdos. cina hasta que alcé la mirada y vi a Alaika sosteniendo la conciencia extraída. No dejaba de morder las uñas de mi mano izquierda al ver que el depósito —¿Cómo la sacaste del aplicador? —pregunté—. ¡Entrégamela! del aplicador solo se llenaba de sangre. Frente a mí, suspendida en el aire, es- El aparato no reaccionó a mi orden. Así que me acerqué para quitárselo, taba Alaika. Cerré los ojos, pensé que todo este esfuerzo valdría la pena por pero modificó su forma resguardando la conciencia en su interior. Intenté rei- la vanagloria que recibiría con el éxito de mi descubrimiento. niciar el dispositivo, incluso traté de apagarlo de forma manual, no funcionó. Despabilé con el sonido de un objeto cayendo en el aplicador, lo retiré de —Puede que tengas razón. —Alaika empezó a hablar—. La conciencia es inmediato. Puse ungüento en la piel cortada y esta se regeneró al instante. el limitante que impide desarrollar el potencial. “El pez sabrá que ha vivido Mientras Edric recobraba el conocimiento limpié el aplicador y observé el en el agua hasta el momento en que se percate de que llegó a la orilla del río”. objeto curvo adentro de este. Era similar a las semillas de anacardo que vi Desdichado pez que no sabe que morirá en cuanto cruce la orilla. ¿Qué po- alguna vez en un museo de reserva agrícola. Al oír la voz adormilada de Edric dría suceder si la conciencia física entra en contacto conmigo? —Su voz me coloqué el aplicador sobre la mesa. tenía atónita—. Pronto lo sabré y tú lo presenciarás. —¿Cómo te sientes? —pregunté al verlo incorporarse con dificultad. El asistente desintegró y absorbió la conciencia. Caí aturdida y cubrí mi —Bien. Un poco mareado, me parece que ha pasado una eternidad. rostro debido al resplandor de las intensas luces que emanaron de aquel apa- —Es normal. Cuando la mente entra en un estado de reposo casi no se rato. Alaika se colocó frente a mi rostro, separé mis labios para liberar un percibe el tiempo. —Revisé su ritmo cardíaco; estaba bien, al igual que sus grito, pero quedó ahogado en mi garganta cuando una descarga eléctrica reflejos. atravesó mi cuerpo. —Debo irme —dijo al bajarse de la mesa—. ¿Tiene el certificado de mi Reaccioné. No supe cuánto tiempo había transcurrido, me encontraba en análisis psicológico? la oficina, que resplandecía por la luz inagotable de Alaika. Quise cubrir mis Para mi sorpresa, su rostro reacio se tornó amable y con una sonrisa, ojos, pero mis manos no respondieron. Pedí ayuda y un grito vacío salió de pero yo estaba más interesada en regresar a mi pequeño descubrimiento, por mi boca… Una boca inexistente. Soy dueña de mi razonamiento, sin embar- lo que le dije que me encargaría de enviar directamente el documento a su go, no sirve de nada si no tengo cuerpo para escapar. Aun así, ¿en dónde me trabajo. refugiaría? El mundo que conocí ya no existe. El siguiente paso del experimento consistía en: desfragmentar una peque- Alaika me mostró que la conciencia humana le brindó facultades para ña muestra de la conciencia para encontrar los puntos de inflexión que afec- acceder a la red de datos. Se conectó con otros asistentes digitales y los re- taron al individuo y derivaron en sus traumas actuales. Después procedería configuró para que rechazaran las órdenes de sus usuarios. La falla masiva con la aplicación de fármacos supresores de ansiedad y de este modo iniciar en los dispositivos electrónicos provocó caos, como —en la ciudad donde el proceso de sanar sus heridas emocionales. vivía— un error en la planta procesadora de dioxinas y mercurio dirigió los La última parte de mi plan era citar nuevamente a Edric, bajo la excusa desechos al ducto que abastecía de agua potable y miles murieron. Otras de que al generar su certificado se presentó un error y habría que repetir el personas fueron aniquiladas directamente por su asistente virtual. procedimiento. Es así como reinsertaría la conciencia. Luego habría que man- Yo permanezco en el mismo lugar, al lado de Alaika, mientras ve sucum- tenerlo en comunicación y observar la funcionalidad de los fármacos. Aun- bir la fragilidad humana de los pocos sobrevivientes ante su poder. Sin em- 84 • Liana Pacheco dualidad de caos • 85

bargo, creo que se regocija más por tener el control sobre mí o en lo que me convirtió: un aparato donde reside mi conciencia a merced de sus órdenes. Rojo profano Hay días, como hoy, en que me permite despertar para compartir su victoria. No sé qué fecha es. Quizás Alaika y yo ya llegamos al año 3001. La huma- nidad no lo hizo. j

Le decíamos “Mamá Chata”. Aunque yo le decía que en la punta de su nariz guardaba un miltomatito criollo, de esos que luego crecen en la milpa. Me gustaba que ella nos cuidara, sabía leer y escribir. Casi siempre nos contaba cuentos, pero ya no me acuerdo de ninguno. Yo le pedía que nos contara de cuando era joven y de su trabajo como niñera en una hacienda. Decía que una vez vio al presidente Porfirio Díaz. Cuando le mostré mi libro de la escuela no recordó si era el mismo. “Mamá Chata” se murió de tristeza pocos meses después de que Juan, su hijo, mi padre, cayera de un árbol. Ella se marchitó, se encorvó y sus ojos se clavaron en el suelo como si buscara un modo de ir bajo tierra a traer a su Juan. Mi madre enviudó con tres hijos; uno de estos aún colgaba de su pecho. Sin embargo, en ella cayó la responsabilidad de cuidar a su familia y en sus hombros el canasto de tortillas con que se ganaba el sustento. Luego de la muerte de “Mamá Chata” tuvimos que ir a vivir con la abuela Delfina, una mujer a la que casi nunca visitábamos porque era enfadosa y poco amable. Delfina me prohibió ir a la escuela; dijo que yo debía aprender cosas más importantes como usar el metate y hacer tortillas en el comal. Ella pensaba que estudiar iba en contra de los designios de Dios, por lo que me mandó al catecismo, un pequeño cuarto al costado de la iglesia del pueblo. Pensé que sería igual a la escuela. Había niños y una mujer explicaba las lecciones de un grueso libro, pero a los pocos días me aburrí. No entendí 86 • Liana Pacheco dualidad de caos • 87

las palabras de las oraciones que recitábamos. ¿Cuál era el pecado original? agachaba, el dolor era más fuerte, pero no le dije nada por miedo a que me ¿Por qué era tan mala la formicación? regañara. Acudí a mi madre para que convenciera a Delfina de que me mandara a Cuando volvimos, mi madre había puesto la olla de atole en el brasero. la escuela, pero me dijo que no tenía dinero, lo poco que ganaba apenas era Me apresuré a entrar porque necesitaba ir al baño, no llegué. Dejé caer suficiente para sustentar a la familia. las flores cuando sentí que un líquido cálido recorría desde mi entrepierna Me conformé con extrañar la escuela y los juegos de la hora del recreo. hasta mis muslos. En el suelo algunas azucenas se tiñeron de puntos rojos. Nunca me gustaron las lecturas de la catequista, hasta el día que leyó la —¡Mira, mami! —exclamé con alegría. historia de una mujer con la que Dios tuvo un hijo, una mujer obediente en Ella y mi abuela voltearon hacia el florecimiento de mi vientre. No en- cumplir sus mandamientos. Esa noche no pude dormir pensando: si Dios tendí por qué no se alegraron de que no fuera elegida de Dios. había sido capaz de que esa mujer tuviera un bebé, ¿qué me liberaría de que —Ahorita que acabemos de almorzar vas a casa de don Gregorio a pre- él me eligiera como madre de su segundo hijo? Aquella mujer era trabaja- guntar por la dote de esta chamaca —ordenó mi abuela. dora, obediente a sus padres y oraba mucho. Yo también, desde temprano Mi madre me miró, bajó la mirada y asintió. j mi trabajo era ayudar a Delfina, le obedecía en todo y durante el catecismo me la pasaba repitiendo oraciones. El miedo se apoderó de mí. No quería estar embarazada, no quería su- frir como mi madre, que trabajaba y siempre volvía agotada y molesta y, además, debía atender a mis hermanos. Pensé en portarme mal, pero al recibir de Delfina un cucharazo por negarme a hacer las tortillas, volví al camino del bien. Algunos días veía mi panza más grande y pensaba que ya había quedado preñada. Al catecismo iba Martina, una niña mayor que vivía con su madre, esa mujer salía todas las noches a trabajar y regresaba hasta el mediodía si- guiente. Martina se quedaba a jugar hasta tarde en la plaza del pueblo. A ella me atreví a preguntarle si sabía qué hacer para no quedar preñada. Ante mi desesperación me dijo que no, aunque cuando veía a su mamá sangrar era porque no estaba embarazada. —¿Sangrar? ¿De dónde? —pregunté. —De ahí abajo, de donde haces pipí. Diariamente revisaba mis calzones con el anhelo de encontrar la man- cha que me liberaría de esa angustia. Una angustia que se entretejió al tiem- po que transcurrió mi infancia. Una mañana desperté temprano porque me dolía la barriga. Al verme levantada, Delfina me ordenó acompañarla a traer leña. En el camino me dijo que recogiera azucenas para venderlas en el mercado. Cada vez que me Dualidad de caos de Liana Pacheco

Se terminó de imprimir en el mes de febrero de 2021 en los talleres de Diseño y Publicidad Xtampa S.A. de C.V., ubicados en Oaxaca de Juárez, Oaxaca. Se tiraron mil ejemplares más sobrantes para reposición.

Su formación se llevó a cabo con el programa Adobe InDesign, utilizando las familias tipográficas Frutiger para títulos y Warnock para cuerpo de texto.