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CENTRO DE INVESTIGACION Y MUSEO DE ALTAMIRA

MONOGRAFIAS Nc 1

NOTAS SOBRE LA ECONOMIA DEL

PALEOLITICO SUPERIOR

por

FEDERICO BERNALDO DE QUIROS

MINISTERIO DE CULTURA DIRECCION GENERAL DEL PATRIMONIO ARTISTICO, ARCHIVOS Y MUSEOS

SANTANDER. 1980

NOTAS SOBRE LA ECONOMIA DEL

PALEOLITICO SUPERIOR CENTRO DE INVESTIGACION Y MUSEO DE ALTAMIRA

MONOGRAFIAS N.° 1

NOTAS SOBRE LA ECONOMIA DEL

PALEOLITICO SUPERIOR

por

FEDERICO BERNALDO DE QUIROS

MINISTERIO DE CULTURA DIRECCION GENERAL DEL PATRIMONIO ARTISTICO, ARCHIVOS Y MUSEOS

SANTANDER, 1980 Para correspondencia e intercambio: J. González Echegaray, Director del Centro de Investi• gación y Museo de Altamira. SANTILLANA DEL MAR (SANTANDER).

Depósito Legal: SA. núm. 27-1980 I.S.B.N.: 64-600-1.652-8 MANUFACTURAS JEAN, S. A. - Avda. de Parayas, 5 - Santander -1980 PROLOGO

El Centro de Investigación y Museo de Altamira, dependiente del Ministerio de Cultura a través de la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural, fue creado el pasado año de 1979. Junto a los trabajos de investigación científica en torno a los problemas de conserva• ción de las pinturas paleolíticas, que lleva a cabo en colaboración con la Universidad de San• tander, este Centro se ha preocupado, desde el primer momento, de fomentar y potenciar en la medida de sus posibilidades, los estudios sobre el Paleolítico, principalmente en la región cantábrica. Está, pues, interesado, no sólo en el conocimiento del Hombre prehistórico en sí mis• mo, en su arte, creencias, economía, sino también en todo lo que se refiere al ambiente en torno al cual desarrolla su vida. Como uno de los medios de llevar a cabo esta grata pero difícil tarea, el Centro inicia con esta publicación una serie de monografías científicas, que aparecerán sin una periodicidad fija, así como sin una fijación previa de límites en cuanto al volumen de las mismas. Así espe• ramos tener más libertad para ofrecer al estudioso del Paleolítico, con la mayor frecuencia que nos sea posible, una colección de trabajos individuales o colectivos, donde se recojan el resul• tado de las más recientes investigaciones, los análisis sobre temas específicos, los estudios de conjunto y las síntesis acerca de los problemas generales, y también las hipótesis y tentativas que traten de abrir nuevos cauces a nuestro conocimiento del pasado y a solucionar las incóg• nitas que nos plantea la conservación de su legado. Comenzamos la serie con una monografía relativamente breve, pero de gran interés, por cuanto que resume el estado de la cuestión sobre un punto tan importante como el tema de la economía del Hombre del Paleolítico. Su autor, el Dr. F. Bernaldo de Quirós, aun siendo un investigador joven, es ya bien conocido en los medios científicos que se preocupan por el estudio del Paleolítico, tanto en España como fuera de ella, ya que ha intervenido en reuniones inter• nacionales, es autor de valiosos trabajos y ha estado al frente de varias excavaciones concreta• mente en la región cantábrica. El estudio que ahora publica constituyó en 1974 su memoria de Licenciatura en la Universidad Complutense de Madrid, habiendo sido revisado y adaptado por su autor con vistas a su edición dentro de esta serie. Tenemos en proyecto inminente otras monografías, entre las que señalamos como de apa• rición inmediata la memoria de las excavaciones de la Cueva del Rascaño, realizada por el Dr. I. Barandiarán y nosotros, en colaboración con un amplio equipo de especialistas, y una obra so• bre el Magdaleniense Inferior y Medio de la Costa Cantábrica, que constituyó en su día la tesis doctoral —aún inédita— de la Dra. Pilar Utrilla, que en estos momentos ultima la puesta al día de su trabajo. Esperamos que la serie que hoy se inicia tenga una dilatada vida para bien de la ciencia española, y que en el futuro siga contando con el apoyo de todos, tanto de la Administración como de los organismos científicos dedicados al estudio del Hombre Paleolítico.

JOAQUIN GONZALEZ ECHEGARAY

El carácter del método arqueológico empleado por el prehistoriador le obliga a basarse en los restos materiales de la cultura humana. Estos actúan como condicionantes desde el momento que son el resultado de unas actividades cuyas causas desconocemos. Esto va a im• plicar en el prehistoriador una visión selectiva sobre unos fenómenos, haciendo exclusión del resto de la problemática que todo hecho humano representa. Todo esto nos plantea cada vez más la necesidad de estudiar estos restos arqueológicos con visión universal, aceptándolos e interpretándolos como resultado de las actividades humanas. La economía como expresión de la relación hombre/medio ambiente, representa de un modo claro uno de esos fenómenos, cu• ya comprensión nos ayudará en el estudio del hombre y sus hechos.

La tendencia actual de la prehistoria, especialmente paleolítica, reflejada en la escuela inglesa (CLARKE, 1971) y francesa (LEROI-GOURHAN, 1950), es a tener más en cuenta los hechos globales que una excavación o grupo de ellas representa, y a través de su ¡nterrela- ción buscar planteamientos que nos sirvan de base para establecer una serie de interpreta• ciones. La economía es uno de los factores en los que se expresa de modo más claro la relación existente entre el hombre y el medio determinado en que se movía. La economía pre• histórica de cazadores y recolectores está situada en el punto más bajo del nivel de aprove• chamiento de los recursos naturales. Es por esto que esta relación, tan simple e ¡nterdepen- diente a la vez, nos permite seguir su desarrollo con una cierta segundad, sabiendo que nuestra interpretación, aun siendo subjetiva, está más cerca de la realidad puramente objetiva. Asimismo al ser la economía la expresión de las respuestas a unas necesidades, nos va a ser• vir en una doble vertiente: conocer la actividad del hombre paleolítico y conocer en qué tipo de medio se resolvía su actuación.

La necesidad de realizar un estudio global que aproveche los datos arqueológicos, bio• lógicos, geológicos, geográficos, etc., implica, que un estudio de este tipo, se circunscriba a expresar el problema dentro de unos límites que serán lo más pequeños posibles, en los que la cantidad de datos haga factible realizar el análisis completo y a la vez establecer un modelo que será confirmado o rectificado al ser aplicado a otras regiones. Este trabajo de tipo regio• nal nos permitirá además comprobar las posibilidades del método y analizar su eficacia.

El término región Cantábrica, en este trabajo, hace referencia al comprendido entre las costas bañadas por el mar Cantábrico hasta la Cordillera Cantábrica, como límite sur. La rea• lidad de esta región desde un punto de vista geográfico reunirá las provincias de Oviedo, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa a las que se podrían unir el N. de Burgos y que enlazaría con los Pirineos Atlánticos franceses.

Desde Obermaier (1925), la prehistoria de esta región aparece caracterizada y los tra• bajos de Jordá (1950), González Echegaray, etc., entre otros, permiten establecer la evolución y la sistemática del Paleolítico Superior de esta Región. Al establecer una región geográfica en un estudio de este tipo, debemos concretarlo también desde el punto de vista temporal. En la región Cantábrica el Paleolítico Superior ha merecido la atención de los autores, dada su personalidad propia, con lo que contamos con datos suficientes. Para autores como Jordá, González Echegaray, Moure o Bernaldo de Qulrós, la característica más importante es el ca• rácter simplificado de la secuencia cultural comparándola con las reglones francesas clási-

7 cas. Este carácter simplificado de la serie nos va a permitir individualizar la problemática al enfrentarnos con formas que si bien siguen la secuencia francesa demuestran tener unas adaptaciones particulares.

La región Cantábrica desde un punto de vista físico está caracterizada por la presencia de los Montes Cantábricos que condicionan toda su orografía siendo su rasgo principal la for• ma de pasillo, que en la región de Santander tiene un máximo de 20 km. Además, la región está subdividida en series de valles transversales, siendo a lo largo de estos valles donde se sitúan los yacimientos. Esta influencia de las montañas condiciona la ecología de la región. Aunque desde un punto de vista ecológico la región Cantábrica no ha recibido todavía una sistematización y un estudio profundo que nos pueda servir de pauta para nuestros estudios.

El problema relativo a la individualización de los niveles ecológicos está dificultado por las características físicas antes expresadas, pues permite a cualquier forma animal cambiar de medio si las circunstancias —como inviernos excesivamente fríos— cambian. Esto también viene dificultado por el carácter de las especies animales encontradas, poco identificadas con medios restringidos y muy a menudo cosmopolitas cuyas necesidades ecológicas son muy amplias y su variabilidad grande.

Una vez establecido el marco en que centramos nuestro estudio debemos pasar al mé• todo empleado. La necesidad de comprensión del mayor número de datos posibles condiciona nuestro trabajo a utilizar un método analítico en el que estructurar los datos que encontramos. El método analítico usado se basa principalmente en los trabajos de D. Clarke (1971), aun• que con las debidas precauciones, basadas principalmente en el carácter parcial de nuestro estudio, ya que su método es total, no sólo desde un punto de vista sincrónico sino desde uno diacrónico, estableciendo las relaciones existentes entre los distintos subsistemas que encon• tramos dentro del sistema cultural. En su base parte de la necesidad de descomponer la rea• lidad para obtener un modelo de trabajo; el paso siguiente sería la comprobación y ratifica• ción de estos modelos operativos para realizar un modelo genérico de un estadio.

El método de análisis que proponemos lo hemos basado en tres niveles de investigación, cada uno con un valor acumulativo que expresa las distintas series de realidades con que nos encontramos en el estudio de un yacimiento o grupo de yacimientos y que a su vez res• ponden a los tres grupos de necesidades del hombre paleolítico. Esto se puede expresar me• diante diagramas de Venn. En el centro se sitúa el Análisis Esencial, basado en los restos de animales y su relación interna. Una ampliación de esta sería el Análisis Espacial que estudia los restos y su relación externa en el yacimiento estudiado. Todo ello se estructura dentro de un Análisis Ambiental en el que los datos recogidos por los dos análisis anteriores se relacio• nan con la ecología en que se sitúa el yacimiento.

En primer lugar el hombre cazó unos animales determinados en momentos igualmente determinados, relativos a su ocupación de un yacimiento. El estudio y análisis de estos ani• males será el objeto del Análisis esencial. De este análisis podremos obtener datos relativos a: 1) caracterización de las especies animales y consiguiente especialización de la caza, 2) aprovechamiento selectivo de los animales, utilización de partes específicas de estos animales con fines alimenticios y para obtención de materias primas para fabricación de útiles, 3) ca• racterización de las fechas de ocupación de un yacimiento basándonos principalmente en las edades de los restos, lo que nos permitirá establecer pasos en las trashumancias y 4) estable• cer pautas que puedan servirnos como base para conocer los orígenes de una caza selec• tiva o una protodomesticación. Como se ve la importancia del análisis esencial parte de la comprensión de los restos "per se". Esto Implica reconocer en los datos que obtenemos una serie de niveles de estudios que nos permitan establecer el armazón sobre el que trabajar. Estos niveles son determinaciones como:

8 — Identificación de los restos encontrados. — Adscripción a especies animales. — Determinación de la edad. — Determinación del sexo. — Cuantificación de los datos encontrados.

Una vez establecidos estos niveles y caracterizados por los datos es cuando empieza el trabajo de interpretación, relacionando los datos entre sí, entre niveles de un mismo yaci• miento o entre varios yacimientos de un período cultural dado.

Un segundo estrato de estudio que engloba en su interior los datos obtenidos mediante el Análisis Esencial es el Análisis Espacial. Esto se basa en el estudio de la dispersión de restos sobre la superficie de un yacimiento. Estos son el resultado de la vida continuada de un grupo humano, por lo que reflejarán las necesidades y las actividades de dicho grupo. Este método nos permitirá evidenciar el verdadero sentido de la actividad humana en el In• terior de un yacimiento, y en su caso identificar, si es posible, las actividades específicas que realizó el grupo humano en dicho yacimiento. El método utilizado para este análisis se basa en el estudio de las relaciones topográficas entre las estructuras directamente percep• tibles en el yacimiento (hogares, postes, fondos) o estructuras evidentes, y las estructuras latentes cuyo valor parte de la relación entre clases de un mismo grupo (buriles/golpes de buril; diáfisis/epífisis) (LEROI-GOURHAN, 1972). Esto nos permite identificar las diferentes áreas de actividad del hombre dentro de un yacimiento dado y así conocer el significado de esta ocupación.

El tercer nivel de análisis que hemos establecido parte del estudio de la relación exis• tente entre el yacimiento y el medio ambiente. Al ser el hombre, como dijimos anteriormente, un cazador-recolector, esta relación es más fuerte y más sensible a los cambios ambientales. El estudio de la relación hombre/medio se ha orientado desde dos puntos de vista por los investigadores. La escuela americana, siguiendo los trabajos de Butzer (1972) y Freeman (1973) establece el estudio analizando la relación del hombre con los biotopos que repre• sentan las especies encontradas en un yacimiento. Este tipo de estudio relacionará pues una serie de animales con una serie de biotopos tales como: bosque, campo abierto, alpino, etc.) y relacionando la importancia progresiva de unos medios u otros. Esto plantea el pro• blema que ya expresamos anteriormente, pues generalmente los animales representados en los yacimientos paleolíticos, como: el ciervo, corzo, Bos, etc., no se pueden restringir total• mente a un medio, ya que su capacidad de adaptación es muy grande.

Otro camino es el seguido por la escuela inglesa, siguiendo los trabajos de Higgs y Webley sobre los yacimientos de Epirus (1971) y Monte Carmelo (1972). Su base es la re• construcción de los territorios ocupados por un grupo humano y a la vez establecer unas ocupaciones estacionales complementadas por una migración bifásica (trashumancia). La aplicación específica de la Región Cantábrica se ve complicada por el carácter de su orogra• fía, con lo que cualquier tipo de presión en un nivel ecológico se verá rápidamente compen• sada. Asimismo se hace relacionar los restos de moluscos como expresión de los sistemas de aprovechamiento de un medio específico, como es la costa.

Una vez establecido este análisis pasamos a considerar los problemas específicos que representa un trabajo de este tipo. El primer problema parte del hecho de que a pesar de la gran cantidad de yacimientos excavados, la gran mayoría de los datos proceden de exca• vaciones antiguas, realizadas con una metodología distinta a la actual, por lo que su validez decrece.

9 Otro problema parte del propio carácter fragmentario de los datos, no sólo por la an• tigüedad de las excavaciones, sino por el hecho de que generalmente proceden de cuevas donde las condiciones de sedimentación pueden alterar su carácter. Los procesos de sedi• mentación y alteración en una cueva son poco conocidos, aunque se conoce la existencia de alteraciones debidas a las aguas, coladas de barro, raíces, roedores, etc.

Desde un punto de vista ambiental los sedimentos depositados en una cueva por el hombre, reflejan las actividades por él realizadas. De esto deducimos otra parcialidad de su carácter. Las condiciones físicas de una cueva permiten la vida dentro de ella, pero no debe ser considerado un tipo de habitat continuo, sino más bien, expresar una respuesta a unas necesidades temporales. El hombre, al tener una economía basada en la caza presenta una gran movilidad, lo que implica que durante muchos momentos viva al aire libre, en cabanas o paravientos del tipo de Pincevent o Corbiac, cuya existencia se ha probado en la región Cantábrica por la aparición de la posible estructura de Cueva Chufin datada en el Solu- trense (ALMAGRO, BERNALDO DE QUIROS, CABRERA, 1977; CABRERA, V. 1977). Los estu• dios de autores como Binford (1966) demuestran el carácter especializado de los yacimientos, analizando las actividades que se han realizado en los yacimientos, lo que complica el carác• ter de dicho yacimiento, al representar sólo una parte de la actividad humana.

Creemos que esta problemática expresa el interés, que un análisis como el propuesto, representa para el estudio e interpretación de los hechos arqueológicos. Con lo que la va• lidez de éstos aumenta y permite establecer una secuencia que llegue a interrelacionar los datos obtenidos por este método con los datos puramente tipológicos de la arqueología clá• sica.

ANALISIS ESENCIAL

El análisis esencial, como expusimos anteriormente, se encuentra situado en el pri• mer nivel del análisis económico. Este primer análisis se basa en los restos "per se". Es• te estudio de fuentes paleontológicas lo consideramos la base sobre la que establecemos la estructura del estudio económico de un yacimiento y por acumulación de datos individuales de yacimientos, el estudio de un período dado. De esto se deduce que la importancia de este análisis es máxima, pues actúa en un doble factor: individual para un yacimiento y colectivo para un período.

El análisis esencial presenta la característica de necesitar una serie de niveles de es• tudio. Esquemáticamente se podría estructurar así:

— Identificación de restos. — Adscripción a especies zoológicas. — Determinación de edad. — Determinación de sexo. — Cuantificación. — Interpretación.

10 Establecido este esquema, que es de modo general el fin de un estudio paleontológico con validez arqueológica, podemos —con base a estos datos— establecer un primer estadio de utilización. Algunos autores (FREEMAN, 1971; UERPMAN, 1973; CHAPLIN, 1965) ya han recalcado la importancia de conseguir una completa clasificación y la consiguiente cuanti• ficación.

La identificación de restos aparece en el Paleolítico complicada por las manipulacio• nes de que fueron objeto por parte del hombre prehistórico, así como por las especiales condiciones físico-químicas de los niveles en los que se encuentran incluidos. Es evidente asimismo que en comparación con culturas Neolíticas o más avanzadas, contamos con la fa• cilidad de reconocer el carácter salvaje de la representada. El problema de la distin• ción entre especies salvajes y domésticas, en general tan complejo (PAYNE, 1968; 1972), es así evitado. Aunque ya en períodos finales del Paleolítico nos podemos encontrar esta pro• blemática.

El primer problema con el que nos enfrentamos en este nivel es la adscripción de los pequeños restos óseos (esquirlas, fragmentos: de costillas, de huesos largos, etc.) a una es• pecie determinada. Esto se podría resolver en cierta manera haciendo una división meramen• te cualitativa de los restos, en:

1) huesos de animales grandes (bóvidos, équidos, grandes cérvidos, etc.). 2) medianos (pequeños rumiantes, cápridos, ovejas, corzos, etc.). 3) pequeños (félidos, conejos, roedores, etc.).

Uniéndosele los restos de animales muy grandes (elefante, rinoceronte, etc.) o muy pequeños (microfauna), si es aconsejable (UERPMANN, 1973; CHAPLIN, 1971). Esta agru• pación por tamaños se debe tratar como unidades estadísticas, al tener los animales por ellas representadas una proporción carne/hueso muy similar. Asimismo debemos contar con las especiales condiciones de deposición o el tratamiento de estos restos para obtener úti• les óseos, lo que provoca que los mismos pierdan las características que permiten su clasifi• cación.

La identificación del tipo de hueso es el primer paso lógico seguido para la adscrip• ción a una determinada especie animal. Una vez establecida esta relación, debemos pasar al siguiente paso del análisis: la cuantificación. El trabajo del paleontólogo debe en este momen• to de permitir la cuantificación y dar el mayor número de variables. Hasta los trabajos recien• tes, los datos del paleontólogo eran tomados por el arqueólogo como un dato más a fin de establecer un estudio de detalle climático o estratigráfico. La paleontología estadística y el es• tudio paleoetnológico son cada vez más utilizados (ALTUNA, 1972) y nos permiten contar con un cúmulo de datos necesarios, para poder entender cada vez mejor la prehistoria. Pero no se debe olvidar que el interés del paleontólogo difiere del interés del prehistoriador en este pun• to. Para el paleontólogo los datos están en un cierto nivel de estudio estratigráfico y biológi• co. Para el arqueólogo estos datos son la base para permitir la reconstrucción de las condicio• nes económicas del yacimiento estudiado. Freeman plantea de modo claro esta problemática en su estudio de Cueva Morín: "Cuando han sido identificadas las partes del cuerpo represen• tadas para cada especie y anotada su frecuencia, puede obtenerse una gran cantidad de In• formación aprovechable concerniente a las prácticas diferenciales del descuartizamiento y a la —digamos— demanda variable de determinadas partes del cuerpo como material para la ma- nufacturación de utensilios" (FREEMAN, 1971). Las necesidades del arqueólogo se centran en la precisión de conocer los aportes que el hombre llevó al yacimiento, bien como alimento —la mayoría—, bien para la fabricación de útiles. Esta necesidad aparece reflejada en los dia• gramas de frecuencia de los huesos encontrados y del Número Mínimo de Individuos (NMI) a él ligados. De estos datos se permite una extrapolación. La frecuencia de huesos encon-

11 trados nos permitirá establecer unas prácticas de descuartizamiento y aprovechamiento de un animal dado. Asimismo, el estado fragmentario de ciertos huesos nos permitirá la recons• trucción de sus necesidades.

El yacimiento de Cueva Morín, estudiado por J. González Echegaray y L. G. Freeman, ha permitido un estudio de este tipo (Cuadro 1). En los niveles musterienses destaca el he• cho de que el número de las esquirlas procedentes de las diáfisis de huesos largos es muy grande, si lo relacionamos con el número de epífisis correspondiente. Mientras que en los ni• veles del Paleolítico Superior esta relación es la normal, procedente de la fragmentación al azar de los huesos. Es pues evidente que en los niveles musterienses ha existido una selec• ción, a no ser que los restos se encuentren en otra parte de la cueva. Según los datos de Freeman resulta que la mayoría de estas esquirlas estaban trabajadas, por lo que se puede deducir que estas diáfisis no son restos de comida, sino una selección de material para la fabricación de unos instrumentos (ALTUNA, 1971).

GRANDES BOVIDOS: HUESOS LARGOS Estrato 17. Musteriense de tradición Achelense

N.° frag. diáfisis N.° frag. epífisis

Ex. prox. Ex. dist.

Húmero 15 1 Radio + Ulna 13 1 Fémur 8 3 Tibia 24 Metapodios 6

Totales 66 5

Cuadro 1.—Recuento de esquirlas dcterminables de grandes bóvidos del Nivel 17 de Cueva Morin. (Según Altuna, 1971).

El paso siguiente a esta cuantificación de restos e individuos, es la determinación de la edad y sexo a que pertenecen los restos encontrados. Los métodos para la determinación de la edad de un individuo están basados en diferentes técnicas (SCHMID, 1972). Según Chaplln" (1971), los métodos de determinación de edad aplicables a yacimientos arqueológicos son:

— Erupción de dientes y sus cambios. — Fusión de la epífisis. — Cierre de suturas craneales. — Incremento de estructuras. — Desgaste dentario. — Desarrollo de las cuernas. — Tamaño, forma y crecimiento de éstas. — Rasgos cuantitativos.

La aparición de los dientes y sus cambios es uno de los métodos más simples y el primero en registrarse. El crecimiento de la dentadura es un factor virtualmente constante en cada especie, y es relativamente simple encontrar cuadros y diagramas que permitan su estu• dio (Cuadro 2). La Importancia y el desarrollo de los datos, así como los de los otros mé• todos, serán discutidos posteriormente.

12 La fusión de la epífisis se realiza durante el crecimiento de un hueso (Fig. 1):

1) Se parte de un cartílago en el que se extiende un collar duro en la diáfisis (2,3). Posteriormente se forma un núcleo óseo en la epífisis (4), que incrementa la línea epifisia- ria (5), que cuando desaparece se puede considerar que el hueso ha terminado su creci• miento (6).

EQUUS EOS OVIS anos

Cuadro 2.—Determinaciones de la edad basadas en los cambios de los dientes. (Sombreado claro: Vestigios.—Blanco: Dientes de leche.—Sombreado oscuro: Dientes permanentes). (Según Schmid, 1972).

13 5 6

I 1 Cartílago

UBI Hueso diafisiario

I :-I Espacio medular

Osificación de los cartílagos

Figura 1.—Estadios de crecimiento de los huesos largos. (Según Schmid, 1972).

Este proceso constante en todos los huesos, aunque variable según las especies, permi• te una cuantificación y un desarrollo seguro de la edad (Cuadro 3).

El cierre de las suturas craneales y su desarrollo es un proceso análogo al de fusión de las epífisis. No todos los huesos del cráneo están necesariamente afectados, pero se debe ana• lizar por especies.

El incremento de las estructuras se debe establecer en la variación de calcificación de cada especie. Este incremento en el caso de los dientes, aparece como un depósito secun• dario de cemento alrededor de las raíces y en la parte inferior de la corona del incisivo. Este incremento que se realiza durante toda la vida, da un aspecto concéntrico al diente en sección. Este parece estar referido en algunos animales con procesos estacionales, como la hibernación en el oso (CHAPLIN, 1971). Habiendo sido recogido también en los pedicelos del reno (BANFIELD, 1960).

El desgaste de los dientes se usa como determinante de la edad en muchas especies. Este desgaste, dependiente del tipo de alimentación, se basa principalmente en la acción de las partículas abrasivas (silíceas), que existen en la hierba y en las demás plantas, por lo que su uso es muy útil en el caso de los hervíboros. Este proceso de desgaste es de aplicación general, aunque la cuantificación es variable con la especie (LEROI-GOURHAN y BREZI- LLON, 1972). En general, este método no permite una determinación muy exacta, pues en el ca• so de individuos muy viejos, es difícil establecer un cómputo muy exacto. Por lo que debe• mos considerar otras variables.

14 CUADRO —3

EDAD DE FUSION DE LAS EPIFISIS EN VARIAS ESPECIES (EN AÑOS) (Según Schmid 1972)

Equus Bos Ovis Sus Canis

Prox. 3 1/2 3 1/2-4 3 1/2 21/2 1 HUMERO Dist. 13/4-1 1/2 1 1/2 1/4 1 1/2 1/2-2/3

Prox. 11/2-1 3/4 1-11/2 1/4 1 1/2-2/3 RADIO Dist. 31/2 3 1/2-4 31/2 3 1/2 1 1/2

Prox. 3 1/2 31/2-4 3-3 1/2 3-3 1/2 1 1/4 ULNA Dist. 3 1/2-4 31/2 3-31/2 1 1/4

Prox. 3-31/2 3 1/2 3-31/2 3 1/2 1 1/2 FEMUR Dist. 31/2 31/2-4 3 1/2 31/2 1 1/2

Prox. 3 1/2 31/2-4 31/2 3 1/2 1 1/2 TIBIA Dist. 2 2-2 1/2 11/4-1 2/3 2 1 1/4

Prox. 2 1/2 FIBULA Dist. 2 2 1/2

METAPO- Prox. 1-11/4 1 1/2-2 1/2-3/4 1-2 1/2 DIO Dist. 1-11/4 2-21/2 12/3-2 2 1/2

El desarrollo de la cornamenta es otra de las variables con la que nos encontramos al analizar la edad de un animal. Es evidente que este método sólo tiene aplicación general en el caso de los animales que la posean y que la cambien estacionalmente o varíen siguiendo un ritmo, aunque siempre debemos estar alerta sobre su problemática. La calidad y carácter de los cuernos varían según la edad y el tipo de alimentación. Aunque la existencia de pro• blemas genéticos puede variar este esquema. El carácter estacional de los cuernos, especial• mente en el caso de los cérvidos, que se rige por unos esquemas fijos, puede dar Importan• tes conclusiones de interés arqueológico (Fig. 2).

El crecimiento de la cornamenta se refleja en su forma y tamaño. Durante el crecimien• to, el incremento de tamaño está acompañado de cambios en las proporciones, de modo que se puede delimitar el grado de desarrollo. Los rasgos cualitativos hacen principalmente refe• rencia a las diferencias existentes entre huesos jóvenes, maduros y seniles, diferencias en su estructura, rugosidad, peso, etc.

Una vez establecidas estas variables, el paso siguiente es la cuantificación y análisis de los datos obtenidos a través de ellas. De modo semejante a como actuamos con los datos anteriores. En este caso es interesante la fabricación de histogramas de frecuencias por eda• des, lo que permitirá visualizar las variaciones (LEROI-GOURHAN y BREZILLON, 1972). Po• demos decir que los datos más Importantes que aportaría, son los relativos a la estaclonali- dad del yacimiento (LEROI-GOURHAN y BREZILLON, 1966) y los procesos de domesticación (REED, 1963).

15 Figura 2.—Ciclos de regeneración de las distintas clases de cuernas. 1.—Fase de cuerna; 2.—Período de caída (desmugue); 3.— Fase de crecimiento; 4.—Período de muda. (Según Scfamid, 1972).

El sexo de un animal puede ser identificado en ciertos huesos que presentan caracte• rísticas particulares. Las características sexuales secundarias se basan principalmente, en el caso de cérvidos y ungulados, en la presencia (macho) o ausencia (hembra) de cornamenta (exceptuando el caso del reno (Rangifer tarandus) en el que los dos sexos presentan astas). Las diferencias morfológicas se basan principalmente en la forma de la pelvis. Generalmente, además, existe un dimorfismo de tamaño, que en una gráfica daría una curva bimodal (ALTU- NA, 1972). Para Chaplin (1971) el problema de este dimorfismo sexual no es siempre tan cla• ro y útil. Se basa principalmente en el hecho de que el tamaño en animales domésticos depen• de más del tipo de alimento que del sexo. Aunque reconocemos igualmente que en caso de animales salvajes, como el gamo, puede ser un criterio eficiente.

Una vez establecidos los datos paleontológicos básicos del análisis, es necesario su cuantificación; buscar las ¡nter-relaciones entre ellos bien en un nivel, o bien entre los distintos niveles de un yacimiento o varios niveles de varios yacimientos. Es de esta relación de la que saldrán los datos válidos para establecer conclusiones. Por ahora, nos hemos basado en los restos de mamíferos, al ser estos los representantes más importantes de la fauna que aparece en el yacimiento, por lo que expondremos también las posibilidades de interpretación que pre• sentan otros restos animales que se pueden presentar en un yacimiento.

El paso del que partimos es la identificación de los huesos por especies. El primer da• to que aporta es la cuantificación de un Número Mínimo de Individuos (NMI) que ha llegado al yacimiento llevado por el hombre. El cálculo de NMI implica decidir qué huesos pueden per• tenecer a cada animal, por lo que debemos intentar elminar toda subjetividad (CHAPLIN, 1971). Es importante decir que el NMI se calcula sobre los huesos que por su tamaño y es-

16 tado permiten esta determinación. Por tanto es evidente que se debe actuar con prudencia, pues el Número Mínimo de Individuos no es igual al Número de Individuos.

Este método nos puede aportar dos ideas. Primero, la cantidad relativa de individuos de cada especie cazados por el hombre. Y segundo, nos puede permitir calcular la cantidad de carne aportada por esos individuos. La cantidad relativa de individuos de una especie re• percute, no sólo sobre las exigencias ambientales, sino también sobre el grado de interés de los cazadores por una determinada especie. El caso de las exigencias ambientales será dis• cutido en el Análisis Ambiental. Es bien sabido que ciertas culturas durante el Paleolítico, ten• dieron a una especialización en la caza de ciertas especies. El caso del Magdaleniense Fran• cés, es muy significativo. La presencia del reno en yacimientos de esta época, del tipo de Pincevent (LEROI-GOURHAN y BREZILLON, 1972) es casi única, pues el animal era totalmente aprovechable, ya que no sólo se utilizaba como subsistencia sino que de él se obtenía mate• ria prima para sus ajuares óseos, piel, tendones, etc. Por otra parte, la presencia de ciertos herbívoros en yacimientos paleolíticos tiene una serie de condicionamientos como expresa Delpech (1973) debidos a su calidad nutritiva, al gusto personal del cazador, a la facilidad de su caza y a su abundancia. Lo que viene a plantear la necesidad de revisar esta serie de datos.

La cantidad de carne aportada por los animales aparecidos en un yacimiento, puede servir como indicador de unas preferencias estacionales o ecológicas, representando la canti• dad de carne utilizada en un yacimiento. Es evidente que los restos encontrados en un yaci• miento, son los restos de las actividades de un grupo por lo que podremos conocer el tama• ño de éste.

Este cálculo se puede realizar de dos maneras, bien pesando los restos óseos encon• trados y calculando el número de carne a que corresponden o bien calculando el peso de carne correspondiente al número mínimo de Individuos encontrados. El primer paso es el utili• zado por Benito Madariaga de la Campa en sus estudios sobre las cuevas de la Chora (MADA- RIAGA, 1963) y del Otero (MADARIAGA, 1966). En ambos se basa en la proporción 1/20 re• ferida por Cook y Treganza (HEIZER, 1960); lo que daría para todos los niveles de la cueva de la Chora una cantidad de 1.300 kg. de carne y para la cueva del Otero:

— Nivel 1.—430 kg. de carne. — Nivel 2.—320 kg. de carne. — Nivel 3.—846 kg. de carne. — Nivel 4.—236 kg. de carne. — Nivel 5.—20 kg. de carne (hay que recordar que este nivel fue el que proporcionó menor cantidad de útiles).

El segundo caso es el usado por L. G. Freeman (FREEMAN, 1971) para su estudio de la cueva de Morín. Freeman utiliza los datos proporcionados por ejemplares vivos de la actuali• dad y establece el siguiente baremo:

Sus scropha: 120 Kg. Cervus elaphus: 100 Kg. Capreolus capreolus: 12,5¡ Kg. Capra: 50 Kg. Rupicapra rupicapra: 22,5 i Kg. Rangifer tarandus: 55 Kg. Bovidae: 400 Kg. Equus caballus: 180 Kg. Dama dama: 62.Ei Kg.

17 Hay que hacer notar que este baremo está establecido sobre la cantidad de carne utili- zable, que el autor calcula en el 60 % del peso total en Equus, Sus, Bovidae y del 50 % en las otras especies.

Una vez establecida esta tabla, se enlaza con el NMI calculado para el yacimiento, lo que permite la cuantificación de cantidades de carne por nivel. En el caso estudiado (Morín), queda así:

— Nivel 17.-2.922,5 kg. — Nivel 8.— 992,5 kg. — Estructura.—2.585 kg. — Nivel 7.-1.492,5 kg. — Nivel 6.—2.460 kg. — Nivel 5i.—2.937,5 kg. — Nivel 5s.—3.174,5 kg. — Nivel 4.-2.742 kg. — Nivel 3.—1.372 kg. — Nivel 2.-2.377,5 kg.

Comparando estos datos con los de la Chora y el Otero, lo primero que destaca es la cantidad mayor que aparece en Morín con relación a los otros yacimientos. La primera salve• dad que debemos hacer es la diferencia de tamaño de las excavaciones. Mientras que en la Chora se excavaron aproximadamente 7 m.3, en el Otero se excavaron 16 m.-1 y en Morín 24 m.a, lo que no permite la existencia de tan brusca diferencia, especialmente entre el Otero y Mo• rín. De esto se puede deducir que:

a) En Morín vivió más gente que en el Otero. b) En Morín la ocupación duró más que en el Otero.

Es evidente que lo relativo a la duración de la ocupación no se puede estudiar todavía, pero es posible que de cierto modo se cumplieran las dos premisas.

De todas maneras, resulta interesante la opinión de Uerpmann (1973) sobre el cálculo de la cantidad de carne con base en el NMI. Según éste, el cálculo presenta un cierto error acumulativo, debido a que el hombre no transportaba enteras las piezas. Por ello, dicho autor prefiere un cálculo basado en el número absoluto de huesos encontrados.

Cuando se establece un análisis del tipo que pretendemos, no se debe de olvidar el es• tudio de los restos aparecidos. Los datos primeros que nos da el paleontólogo nos facilitarán el Número Mínimo de Individuos, del que podremos cuantificar el peso de carne, pero también nos darán una serie de datos cuyo interés económico es bastante grande. Parece evidente que el hombre no llevaba las piezas enteras a los yacimientos. Así debemos establecer qué partes son las más representadas, pues esto nos permitirá deducir, no sólo la cantidad de car• ne aportada, sino también las necesidades de utillaje del grupo representado.

Los datos expresados por Altuna (1971; 1972) permiten deducir estas necesidades ali• menticias y materiales. Así, en el yacimiento de Morín vemos que escasean en el caso del cier• vo, las vértebras y costillas, en comparación con los restos de maxilares y huesos de las ex• tremidades. Siendo este el mismo caso en todas las especies representadas. Lo que implica un descuartizamiento del animal y el transporte de unas partes del mismo. Este transporte se realiza sobre las partes de mayor cantidad y calidad de carne, como son los huesos superio• res de las patas, los huesos de la cintura escapular y de la pelviana, etc.

18 Otro dato es el estado de fragmentación de los restos. Igualmente, según Altuna (1972) se ve que las fracturas intencionales se realizaban principalmente para la obtención de la médula. En el caso de la mandíbula, ésta aparece con la rama inferior rota en toda su lon• gitud, que es por donde es más fácil llegar a los vasos y nervios. Los huesos largos aparecen fragmentados en toda su longitud y siempre rotos. Asimismo, en algunos casos es posible re• producir el proceso de la rotura que sufrieron estos huesos (DAVID, 1972). Altuna destaca el caso de las falanges de los herbívoros, las "falanges 1." están más fragmentadas que las 2.a ó 3.a. En el caso del ciervo, las 2." están también mucho más fragmentadas que las 3.a. Se debe esto indudablemente a que las 1.a tienen mucho más contenido en médula que las 2.a y éstas, que las 3.a... Las falanges de ciervos están más fragmentadas que las de cabra mon• tes y éstas que las de sarrio y corzo... La razón es la misma que en el primer caso; el ma• yor contenido medular de las falanges de ciervo, seguidas de las de cabra montes y luego las de sarrio" (ALTUNA, 1972).

Los restos óseos pueden pertenecer asimismo a necesidades de materia prima. Este es generalmente el caso de la aparición en los yacimientos de cuernas o de ciertos tipos de fragmentación que aparecen sobre estos restos. Así, Barandiarán (1973) reconoce que son el 21,3% (148 ejemplares) de los objetos de arte mueble de la región cantábrica; están traba• jados 26, contra 99 sin trabajar. Sin embargo, en asta de ciervo está realizado el 69 % (484 piezas) del arte mueble. De esto se deduce, lógicamente, el empleo masivo de esta materia —asta de ciervo— y la utilización de formas naturales en los huesos.

Dentro de la utilización de los restos óseos (BARANDIARAN, 1967), no se hace distin• ción entre partes, pues todas son utilizables. Así, los dientes se utilizan como elementos de• corativos, colgantes, etc. Los colmillos de los grandes proboscídeos se utilizan como postes o partes de cabanas (KLEIN, 1973; LEROI-GOURHAN, 1961). Las pezuñas, garras y uñas, son también usadas a veces como colgantes. Los huesos largos de grandes mamíferos, como el elefante o el rinoceronte, proporcionan una epífisis potente que puede servir como yunque o machacador, como ocurre en el musteriense, mientras que en esa época, como planteábamos antes, se usaban las diáfisis para fabricar punzones y cinceles. Algunos huesos de estructu• ra natural aguzada y recta, como los peronés y ulnas, son utilizadas como puñales o estile• tes (CARVALLO, 1960).

Los huesos planos, como las costillas, son utilizados como espátulas o como soporte para realizar grabados, como ocurre también en el caso de los omoplatos (ALMAGRO, 1976). Por su tamaño, los omoplatos de mamut fueron utilizados por los musterienses rusos como palas para construir las cabanas del tipo de Timonkova (SEMENOV, 1970). Los huesos pe• queños, como las falanges, metacarpianos, etc., suelen tener una finalidad ornamental, reali• zándose, a veces, silbatos (BARANDIARAN, 1971).

Como dijimos anteriormente, el asta es la materia más utilizada por el hombre paleolí• tico, por sus especiales características de dureza y resistencia, así como por la facilidad de obtener varillas de una longitud que las haría imposibles de obtener sobre hueso. Así, con el asta se pueden obtener dos tipos importantes de útiles. Uno de ellos se obtendrá de su rama central y el otro de sus ramas laterales. Para la obtención de azagayas, varillas, arpones, etc., se usa principalmente la zona central (THOMSOM, 1954) y de las ramas laterales se ob• tendrán piezas de sección cilindrica, como bastones perforados, cuñas, cinceles, etc.

El hueso, durante el paleolítico, fue trabajado de dos maneras. La primera y más anti• gua es la de talla y retoque, como aparece en Torralba (BIBERSON y AGUIRRE, 1965) y Morín (FREEMAN, 1971), que no es sino la aplicación en hueso de las técnicas tipleas de la industria lítica. Técnica que perdura en el Paleolítico Superior (CABRERA, y BERNALDO DE QUIROS, 1976).

19 El otro método de trabajo es el uso del buril y el raspador. Esta técnica consiste en realizar una serie de incisiones profundas paralelas, mediante el uso repetido de un buril o raspador, lo que produce el levantamiento de una astilla larga. Esta técnica denominada por la escuela inglesa "groove and splinter" (CLARK y THOMSOM, 1953) es la que ha permitido la fabricación de tipos de útiles como las azagayas, arpones, etc. También se utiliza la técni• ca del serrado, especialmente en huesos largos y defensas y para la producción de piezas más complejas, se utilizan otras técnicas (SEMENOV, 1970; CAMPS-FABRER, 1976). De todo esto podemos deducir la importancia que tiene el estudio dentro de la economía paleolítica del análisis detallado de los huesos. Un nuevo acercamiento al tema ha sido planteado por H. Sadek-Kooros (1972) en el que propone un estudio de las técnicas de fractura de huesos. Este análisis planteado cuantitativamente permite conocer mejor las técnicas de fractura in• tencional mediante la formación de clases de huesos fracturados intencionalmente y la iden• tificación de útiles y no-útiles mediante técnicas de correlación, utilizando las teorías de de• cisión lineal a este análisis.

El paso siguiente implicaría la interpretación de los datos obtenidos por la cuantifica• ción de las edades y sexo de los animales encontrados. Los datos más importantes que po• demos deducir de la edad y sexo de los individuos recogidos son los referidos a las variacio• nes de estacionalidad y características de la caza selectiva que podrían terminar en un cierto tipo de aprovechamiento, de modo semejante al que ocurría con los lapones con el reno o los indios de las praderas con el bisonte.

Como establecimos anteriormente, la fecha de nacimiento suele ser de algún modo constante, según las especies; por lo que establecido un histograma de frecuencias de eda• des podremos saber, partiendo de la fecha de nacimiento, la fecha en que fueron cazados y la duración de la ocupación del yacimiento.

En España, el único trabajo de este tipo realizado ha sido el de Altuna (ALTUNA, 1971) con relación al reno. El reno tiene sus crías durante los meses de mayo-junio. Esto ocu• rre tanto entre los animales domésticos como entre los salvajes actuales y en todos los lu• gares donde habita, por lo que podemos deducir que esto ocurría igual durante el Würm. En los yacimientos paleolíticos de la región cantábrica, la presencia del reno ha sido muy discutida, pero los nuevos estudios han demostrado su presencia en todas las épocas del año. De los restos encontrados, solamente algunos permiten una identificación de edad, pues los demás son demasiado viejos para permitir un estudio minucioso. Son:

— Mandíbula de Aizbitarte IV, de época Magdaleniense final, perteneciente a un indi• viduo de 13 meses, cazado durante junio o julio. — Mandíbula de Urtiaga D. (Magdaleniense final) de un individuo de 20-22 meses, ca• zado durante el invierno. — Mandíbula de Urtiaga D. (Magdaleniense final), perteneciente a un individuo de 23- 25 meses, cazado entre mayo y julio. — Mandíbula de Urtiaga F, de edad semejante a la anterior. — M, derecho de Solutrense de Ermittia, perteneciente a un individuo de 9 meses, ca• zado en febrero o marzo.

De estos datos podemos deducir de algún modo la fecha de ocupación del yacimiento y su duración. Es evidente que los pocos restos encontrados hasta ahora no permiten una de• ducción más compleja. Los datos de Leroi-Gourhan (y BREZILLON, 1966; 1971), Guillien (1966), David (1972) y Bouchoud (1966) para distintos yacimientos, nos pueden servir de ayuda.

20 Según Bouchoud (1966), en la región por él estudiada (el Suroeste francés), los renos aparecen en los yacimientos durante todo el año, con máximos variables. Basándose en esto, supone que la ocupación de las cuevas no es constante, sino que en cierto modo existe una rotación, de modo que estarían ocupadas todo el año, pero no por los mismos ocupantes. Guillien y Perpere (1966) para la habitación núm. 1 de Pincevent, un yacimiento al aire libre, determinan, basándose en los restos de reno allí encontrados, que la ocupación se sitúa du• rante las últimas semanas de primavera y con diversas ocupaciones durante el invierno. Leroi- Gourhan (1972), para la sección 36 del mismo yacimiento, reconoce tres máximos de ocu• pación, uno en mayo, otro en agosto y otro en noviembre, destacando asimismo que situa• dos los restos por edades, resulta que los individuos de 1 año aparecen en julio-agosto, los jóvenes de 4 a 11 meses aparecen en abril-mayo y los más jóvenes en noviembre.

Contra estas opiniones, especialmente la de Bouchoud (1966); Binford (1973) ha plan• teado una crítica profunda. Según éste, el estudio basado en el análisis de los dientes, olvi• dó datos como la cornamenta. Por otro lado critica la utilización de la fecha de 27 meses para la maduración y erupción de dientes, pues según datos recientes de caribús de Alaska estas fechas oscilan entre los 22 y 26 meses, con un máximo en los 24. Por otro lado al tabular dientes aislados, Binford opina, que así un reno de 2,5 años muerto en noviembre, según Bou• choud, tendrían premolares de septiembre, M3 de octubre, M2 de noviembre y M1 de diciem• bre, al presentar un grado de desgaste diferente, problema aumentado por el hecho de que el desgaste no es uniforme, sino condicionado por la dieta.

Es evidente que estos trabajos deben ser ampliados, no sólo para el reno, sino también para otros animales, aunque por ahora desconocemos trabajos de este tipo realizados sobre otras especies. Solamente conocemos un trabajo de este tipo en el yacimiento de Lazaret (LUMLEY Y PILLIARD, 1969). En este yacimiento la ocupación comenzó en el mes de no• viembre, datado por los restos de cabra montes de cinco meses de edad encontrados (na• cidas entre junio-julio), cazados al comienzo del invierno. Y terminó en primavera por los restos de marmota, cazados cuando finaliza su hibernación a principios de la misma.

Por otro lado resultará interesante revisar los restos de cuerna. Según Altuna (1972), los restos de cuerna de ciervo encontrados en el yacimiento de Marizulo y Aizbitarte IV, pro• ceden del desmogue de estos animales, por lo que siguiendo los datos de Schmid (Figura 2) podrían haber sido recogidos durante el mes de marzo. Asimismo, se podrían establecer las fechas de caza, pues el ciervo, como otras especies, no mantiene la cuerna durante todo el año. En el caso del ciervo, éste sólo la tiene desde septiembre a febrero, se le cae (des• mogue) en marzo y hasta junio dura el crecimiento de la nueva.

Otro dato que se puede obtener de la relación de animales por edades, son las prefe• rencias de caza que representa el yacimiento por parte de sus ocupantes. De nuevo, Altuna (1972), reconoce que de los ciervos y jabalíes cazados en los yacimientos de la región Can• tábrica, son de adultos los dos tercios de los restos encontrados y sólo un tercio juvenil. Del corzo, reno, sarrio, cabra montes y bisonte, tres cuartas partes adultos y sólo una cuarta parte juvenil. Destacando el caso del caballo, del que de 27 individuos encontrados, sólo existe un ejemplar juvenil. Esto demuestra en cierto modo, la existencia de unas pautas de conducta. La preferencia general por individuos adultos, expone que en cierto modo el cazador escogía las piezas más grandes, de las que podría sacar más cantidad de alimento. Es cierto que la carne de un individuo juvenil es más fina que la de un adulto, pero esto es una visión ac• tual que no tiene una vigencia general, ni siempre ha sido así.

También resulta interesante recoger que esta relación cambia bruscamente al aparecer un tipo de domesticación incipiente, por lo que puede servir para detectarlo. Según Reed (1963), los estudios realizados en los yacimientos de Shanidar, en el Norte del , todavía sin publicar, permiten una identificación de este tipo.

21 Analizando la relación existente entre la cueva de Shanidar y el cercano poblado de Za- wi-Chemi-Shanidar, se indica que durante mucho tiempo la cabra salvaje era la principal especie cazada, seguida de la oveja salvaje. Sin embargo, repentinamente (en un período de 2-3.000 años), coincidiendo con el cambio de un habitat en cueva (Shanidar) a uno al aire li• bre (Zawi-Chemi-Shanidar), los restos de oveja superan a los de cabra en una proporción de 10 a 1 y el porcentaje de animales de 1 año o menos se incrementa de 1/4 a 3/5.

Según el autor, "la conclusión es indudable, los habitantes de Zawi-Chemi-Shanidar te• nían control directo sobre la oveja y no dependían de la caza (es decir, que probablemente la oveja fue domesticada)" (REED, 1963).

Este aumento en la proporción de individuos jóvenes, que también se ha detectado pa• ra otras especies en la región de Palestina (LEGGE, 1972), parece responder al hecho de que al llegar a esta edad, la proporción aumento de tamaño/aumento de alimento, se estabi• liza y tiende progresivamente a disminuir en favor de la necesidad cada vez mayor de ali• mento para mantener el mismo peso, por lo que su manutención no resulta rentable (UERP- MANN, 1973). Es por esto por lo que en el paleolítico, en el que no existe este control di• recto de las fuentes de producción de alimentos, no se ha detectado este cambio.

El análisis de la edad y sexo de los individuos puede ser también relacionado con los cambios de conducta social de estos animales, generalmente gregarios, pues se sabe que la composición de las manadas varía estacionalmente (VAN DER BRINK, 1971). Por ello sería interesante estudiar estas proporciones, pues es sabido que no siempre mantienen las mismas asociaciones y que su reacción hacia el mundo exterior varía, por lo que su caza es más sen• cilla.

Hasta ahora nos hemos referido a los restos de mamíferos encontrados en un yaci• miento prehistórico. Pero debemos recordar, que estos restos no son los únicos que nos en• contramos, ni los únicos que nos pueden ayudar a la hora de realizar un análisis económico como el que presentamos.

Los restos de aves, son los que tras los de mamíferos son tratados por los arqueólogos. El problema principal del que partimos es su pequeño tamaño y su extrema fragilidad, así co• mo la falta de datos comparativos. Además, generalmente han sido poco utilizados, por re• presentar una parte muy pequeña de la dieta del hombre paleolítico. Aunque no debemos ol• vidar su importancia, que hizo que fueran grabados o pintados en varias ocasiones. (LEROI- GOURHAN, 1973; BARANDIARAN, 1973). Generalmente, los restos de aves encontrados en yacimientos arqueológicos, han servido principalmente para estudios climáticos, como el caso del >A/ca impennis de Grotta Romanelli o de (DAWSON, 1969).

Además de los datos de tipo climático que nos pueden dar estos restos de aves, pre• sentan un valor económico nada despreciable. Por un lado, las aves son una fuente más de alimento y por otro lado, por su carácter estacional, nos pueden ayudar al estudio de la dura• ción de este yacimiento.

Los huesos de ave han servido, pues, bien como alimento o como elemento de decora• ción. Como elemento decorativo destacamos la aparición en España de restos de ave con grabados. Nos referimos a los de Torre (BARANDIARAN, 1971) y Valle (GONZALEZ ECHE• GARAY y CHEYNIER, 1964), que posiblemente correspondan ambos a un alcatraz. O el de águila real de la Cueva de la Paloma (CHAPA BRUNET y MARTINEZ NAVARRETE, 1977). En nuestra opinión, el carácter más importante que podemos encontrar con respecto a la presencia de aves, es la posibilidad de datación estacional del yacimiento en que aparece.

En la Península, el único trabajo realizado con esta visión es el de Eastham (1968) sobre Gorhm's , en Gibraltar. Según la autora, destaca la coincidencia de la ocupación

22 humana con aves migratorias. La presencia de Porrones (Anythya L.), Haveldas (Clangula hyemalis L.) y Negrones especulados (Melanitta fusca L.), aves de paso estacional, hacia el sur, hacen suponer que la ocupación de la cueva se sitúa en el otoño final o principios del invierno. Junto a esto, destaca la opinión de Noval (1967) que da para estas aves un paso otoñal, pero sólo en inviernos excesivamente fríos, lo que coincide con el momento glaciar que representa la ocupación de Gibraltar (ZEUNER, 1953).

Un estudio de este tipo, ampliado a más yacimientos, podría ser útil desde el punto de vista económico. Nosotros, según los datos de D. José Miguel de Barandiarán para el yaci• miento de Santimamiñe, sobre la presencia de Alondra (Alaudo arvensis) y Mirlo (Turdis me- rula), podríamos pensar en una ocupación invernal, al ser estas aves de paso otoñal, para el nivel al que se refieren (BARANDIARAN y ARANZADI, 1935).

Asimismo, es de destacar la rareza de aparición de restos de huevos en niveles paleo• líticos, de los que sólo conocemos los de Pincevent (LEROI-GOURHAN, 1962).

La evidencia que plantean los restos de peces que nos pudieran servir para conocer una actividad pesquera, no ha sido hasta ahora encontrada de modo general. La presencia de restos de peces en niveles paleolíticos, está en cierto modo mediatizada por el carácter fí• sico-químico del sedimento en el que están englobados y en la extrema fragilidad de sus huesos. Las únicas evidencias, basadas en el arte parietal y en los pocos restos encontrados, no nos hacen pensar en una pesca de altura, y los hallazgos de salmón, lucio, trucha, etc., parecen ser resultado más de una pesca fluvial que en una de mar abierto. La situación de los yacimientos cerca de los ríos, así como la aparición de arpones, podrían apoyar esta suposición (DESSE, 1976).

La presencia de conchas en un yacimiento paleolítico, fue uno de los primeros hechos económicos reconocidos por los arqueólogos. Las acumulaciones de conchas, conocidas en castellano por concheros, evidencia la importancia que los moluscos poseyeron para la eco• nomía del hombre paleolítico.

El interés de los restos de conchas en un yacimiento prehistórico, puede hacer refe• rencia a la economía del mismo de tres modos distintos: Por un lado, hace referencia a la utilización de cierta cantidad de alimento, obtenido de ellas; por otro lado, a una economía diferenciada estacionalmente. Y por fin, a la posibilidad de utilización de esta concha como adorno u objeto utilitario, así como a unas posibles relaciones entre yacimientos costeros y otros alejados de la costa.

La cuantificación de la cantidad de alimento obtenido de una concha es bastante sim• ple, pues generalmente basta calcular el volumen interior de dicha concha y multiplicarlo por la cantidad de conchas encontradas. Exceptuando el caso de los grandes concheros, la can• tidad de carne obtenida por este método no es nunca muy grande, por lo que se podría pen• sar que estos restos malacológicos no son la base de la alimentación, sino más bien un com• plemento del que en ciertos momentos de escasez de caza se serviría el hombre (MEIGHAN, 199). Bailey (1973) propone una revisión de la cantidad de carne representada por las con• chas en los yacimientos asturienses, basándose en que los restos de hervíboros encontrados junto a ellas podrían representar un peso de carne igual o quizás mayor al obtenido de las conchas.

El problema de la economía del Asturiense aparece así planteado como una sociedad con una base económica cazadora, que se serviría de las conchas en los momentos de ne• cesidad. La suposición de que un grupo humano se pudiera mantener durante todo el año, de conchas, parece difícil de mantener, si se conocen las zonas donde este grupo vivió, ya que durante los meses de invierno, la recolección de lapas en esta región resulta arriesgada

23 y peligrosa, lo que haría poco rentable su obtención, especialmente si en ese momento in• vernal las especies de mamíferos que habitan en la cercana Sierra de Cuera se vieran obli• gadas a descender por la acción de las nieves. En el apartado correspondiente al Análisis Ambiental expondremos más claramente esta problemática, junto a los problemas ambientales y ecológicos que plantean los moluscos.

Los restos de moluscos marinos han sido utilizados por el hombre como elementos de adorno u objetos utilitarios. La presencia de conchas perforadas usadas como colgantes, han aparecido en muchos yacimientos (BARANDIARAN, 1973). Asimismo, se ha señalado su pre• sencia como adorno corporal en el hecho de haber sido encontradas en enterramientos paleo• líticos (ALMAGRO BASCH, 1960), lo que nos viene a demostrar que no sólo eran utilizadas como alimento por el hombre (BIGGS, 1969).

La presencia de conchas marinas en yacimientos alejados de la costa nos puede ser• vir para plantear el hecho de que las conchas fueran utilizadas para otros fines que no sean ni la alimentación ni el adorno. El hallazgo de conchas manchadas de pintura en yacimien• tos con arte paleolítico, como Altamira (BREUIL y OBERMAIER, 1935), Tito Bustillo (MOURE, 1976) o Chufín (CABRERA, 1977), parece demostrar que éstas se utilizaban también como re• cipientes donde guardar la pintura o como paletas para mezclarla. Asimismo, el hecho de en• contrarlas a veces tan alejadas del mar, puede hacer referencia a un tipo de comercio, si• milar al de las conchas Cauris (Cypraea) de los indios de los bosques norteamericanos. Res• pecto a la utilización de las conchas como útiles, debemos hacer mención a su utilización co• mo raspadores en el caso de las lapas (Patella), o bien como materia prima para hacer an• zuelos (BIGGS, 1969).

La aparición en yacimientos paleolíticos de moluscos terrestres, debe ser tomada con muchas precauciones. Generalmente es fácil encontrar restos de estos gasterópodos en cuan• to se remueve cualquier trozo de terreno actual, por lo que su presencia en un yacimiento puede no deberse a intervención humana.

Es evidente asimismo que la aparición de grandes concheros, como los que caracteri• zan los "escargotiers" del mesolítico francés, se debe a causas humanas, aunque debemos hacer con ellos las mismas prevenciones que con respecto a los concheros de moluscos ma• rinos.

Los trabajos realizados sobre un conchero deben ser tomados en relación con los de• más restos encontrados. Deben ser identificadas las especies que lo forman y calcular la pro• porción de carne representada por cada una. Así es como es posible estudiar las variacio• nes de composición que existan dentro de él.

En general hemos analizado todos los restos que pueden ser producto de una ocupa• ción humana encontrados en un yacimiento y que nos puedan aportar una serie de datos rela• tivos a la economía que caracterizó a sus habitantes, destacando, por su importancia, los ma• míferos. Estos, según las características y cantidad de los huesos encontrados, nos harán re• ferencia a la cantidad de carne aportada, estacionalidad, técnicas de caza, de despiezado, etc. Todas estas actividades económicas del hombre paleolítico serán también reflejadas por los restos de aves, peces, moluscos marinos y terrestres, etc. Es del análisis de estos restos del que partimos para levantar todo el armazón que una reconstrucción económica requiere.

24 ANALISIS ESPACIAL

El segundo nivel de análisis que hemos establecido para estudiar la economía Paleolí• tica, es el referido al estudio de la dispersión de los restos sobre la superficie del yacimiento explorado. Este análisis espacial, parte de la especial situación topográfica de los restos óseos y líticos sobre el habitat que estudiamos. De base, esto plantea un problema de delimitación. Es el referido al carácter de los niveles con que nos encontramos, si responden a una ocupación humana o no, y en este caso, si son el producto de una acción geológica (crioturbación, soli- fluxión, arrastre lateral, etc.) sobre una ocupación. Este problema es difícil de solucionar; só• lo se puede hacer partiendo de la aparición de estructuras que evidencien claramente la acti• vidad humana. Pero estas estructuras no son tampoco todo lo claras que siempre desearíamos. Generalmente, estas estructuras aparecen en forma de hogares, postes de cabanas, amontona• mientos de restos, etc., con lo que su identificación es más o menos clara. En casos dudosos se tiende a hacer referencia a medios sedimentológicos o químicos para resolver esta proble• mática (MOINEREAU, 1970).

En la actualidad, los análisis basados en la dispersión de los restos sobre la superficie de un yacimiento permiten establecer de un modo claro el carácter y el tipo de la ocupación. Los trabajos de Isaac sobre los yacimientos del Paleolítico Inferior y Medio de Africa (1971), permiten establecer una tipología de los mismos atendiendo a la relación existente entre la cantidad de restos líticos y óseos. Según el autor (Cuadro 4), el caso más sencillo es el cam• pamento transitorio, en el que la proporción de restos líticos y óseos está equilibrada y es pe• queña. Estos campamentos nunca se han utilizado por mucho tiempo y corresponden a yaci• mientos estacionales (LUMLEY, 1966). Un caso extremo en esta relación es el de los cazade• ros; en él, la cantidad de material óseo es muy alta, con restos a veces enteros, y con poca cantidad de material lítico. En España, tenemos el caso de Torralba y Ambrona (BIBERSON, 1964; HOWEL, AGUIRRE y BUTZER, 1962) con varios restos de elefantes.

Este tipo de habitat, como su nombre indica tiene únicamente un sentido relacionado con la caza, por lo que no tuvo realmente una ocupación continuada, siendo yacimientos en los que el hombre realizó una función específica.

El otro caso extremo es el de los talleres al aire libre, en el que la cantidad de mate• rial lítico es muy grande, predominando los restos de núcleos y lascas de desbastamiento; la delimitación de un taller es quizás uno de los problemas más complejos, ya que se debe ba• sar en el estudio de los materiales, para poder detectar el efecto de arrastres o aluviamientos que pudieran falsear la proporción entre material lítico y óseo. El tema de los suelos de ocupa• ción resulta en extremo interesante, aunque rebasa los límites de este trabajo; uno de los acer• camientos más interesantes al tema es el de Bordes (1975) en el que se revisa críticamente el concepto de suelo.

En lo relativo al estudio de las estructuras que podemos encontrar en el Paleolítico Su• perior, destacan las aportaciones de André Leroi-Gourhan para los yacimientos de Arcy-sur- Cure (1961; HOURS, 1959) y del grupo de cabanas de Pincevent (y BREZILLON, 1966; 1972). Este autor establece una diferenciación entre:

— Estructura evidente.—La expresada por los restos directamente perceptibles sobre el yacimiento (hogares, postes, fondos de cabana) y, — Estructura latente.—Cuando la existencia de esta estructura es sólo detectable por análisis micro-topográfico (repartición de huesos con relación a los hogares, rela• ción entre los buriles y los golpes de buril, etc.).

Por su carácter, estas estructuras pueden ser homogéneas y heterogéneas, entendien• do por homogéneas los agrupamientos que sólo aporten una categoría de restos (sílex, hue-

25 densidad restos óseos

baja media alta

CAMPAMENTOS TRANSITORIOS CAZADEROS

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Cuadro 4.—Modelo de clasificación de los yacimientos prehistóricos. (Según Isaac, 1971).

sos, etc.) y por heterogéneas, aquellas constituidas por restos de materias diferentes (hoga• res, amontonamientos domésticos, etc.). La relación entre estos dos tipos de estructuras, podrá permitir encontrar la relación entre las distintas partes del yacimiento. Estas relaciones intentan delimitar asimismo, las diferentes unidades domésticas y de habitación.

La existencia de estas estructuras se debe a la acción diferencial de la actividad huma• na sobre el yacimiento, y es por esto que el estudio de estas estructuras nos puede ayudar a conocer estas actividades. Es evidente que la situación de los hogares tiene un sentido en relación con la actividad que se realiza a su alrededor. Su situación tiene que cubrir asimismo una serie de necesidades de calor, actividades culinarias, etc. Así como no debe estar situado en un lugar que no permita la salida de humos o pueda incendiar el resto de la estructura. Una serie de condicionamientos de luz, calor, etc., presentan las zonas de descanso, de actividad artesanal, evacuación, etc. (BONNICHSEN, 1972).

26 La presencia y el significado de las unidades de habitación, permite asimismo estudiar en cierto modo el carácter de la ocupación. Las pequeñas cabanas al aire libre, del tipo del Plateau Parrain (BORDES y GAUSSEN, 1970). Boernec (RUST, 1951; FOSSE, 1973) o Pince- vent (LEROI-GOURHAN, 1966; LEROI-GOURHAN y BREZILLON, 1972), hacen referencia a una serie de campamentos estacionales, quizás relacionados con migraciones de animales y en todo caso, al carácter nómada y móvil practicado por el hombre paleolítico.

La región de Ucrania, caracterizada por la casi total ausencia de macizos calizos que permitan la formación de cavernas o abrigos, presenta una gran cantidad de ruinas de caba• nas formadas por restos de mamut o reno, que son el único tipo posible de habitat que el hombre podía encontrar en esta región (KLEIN, 1973). Debido a ésto, aparece gran variedad de tipos de cabanas, desde pequeñas de 2-4 m. de diámetro y un hogar, como Mezin y Molo- dova V, a grandes cabanas como Kostienki I o Avdeevo, de más de 40 m. de lado y con una superficie de 500 m.3, en la que aparecen restos de 10 u 11 hogares, pasando por cabanas de tamaño intermedio como Pushkarl I de 12 m. de lado y 4 m. de ancho, con tres hogares en su interior (BORISKOVSKI, 1958).

Esta variedad plantea el problema relativo a la cantidad de pobladores y el tiempo que duró esta ocupación. Es evidente que yacimientos de gran tamaño como los referidos de Kos• tienki I o Avdeevo, por la dificultad que representa su construcción, su tamaño y la gran canti• dad de útiles y restos encontrados, han debido de servir como lugares de habitación a un grupo numeroso, quizás del tamaño de una familia natural, durante bastante tiempo. Pero no podemos todavía delimitar este problema en yacimientos como Mezin, Molodova I o Pushkari I.

En Francia y España, el progresivo mejoramiento de las técnicas de excavación, ha per• mitido la delimitación de claros horizontes de ocupación en varios yacimientos, no sólo al aire libre, sino también en cuevas. Hacer una lista de ellos sería demasiado extenso y se saldría de la problemática planteada (CACHO, 1975). Pero en general, permiten estudiar dos pro• blemas.

Por un lado, la estacionalidad de dichos yacimientos, y por otro lado, la necesidad de acondicionar unos lugares que permitan la vida con cierta comodidad de sus habitantes.

El problema de la estacionalidad aparece referido en el apartado anterior, de modo más extenso. Aquí sólo podemos hacer referencia a que esta estacionalidad se refleja en un yacimiento por la aparición de hogares, amontonamientos de comida, etc., que nos permiten deducir que el yacimiento fue ocupado y posteriormente abandonado. La reciente excavación de Moure Romanillo en Tito Bustillo (1974), ha planteado de modo claro este hecho. En este yacimiento, apareció un piso de ocupación de edad Magdaleniense, formado por una serie de piedras aplanadas, con varios hogares, cubierto por una capa estalagmítica. Esto parece in• dicar que el yacimiento fue abandonado y sobre él se formó la capa estalagmítica citada. La aparición de estos suelos de ocupación enlosados es cada vez más común, como apareció en el yacimiento del Otero (GONZALEZ ECHEGARAY, et alii, 1966). Es evidente que si estos ya• cimientos hubieran sido ocupados continuamente, no hubiera sido posible que estas estructu• ras se hubiesen conservado. Estas estructuras no son exclusivas de las cuevas. Así Sackett y Guichard (1976) han encontrado enlosadas en varios yacimientos al aire libre de la Dordoña.

La aparición de estructuras en cuevas, hace referencia a la necesidad que tenía el hom• bre paleolítico de acondicionar de algún modo los lugares donde vivía. Las cabanas plantean además el problema de la habitabilidad en las cavernas. Las cuevas, a pesar de mantener una temperatura relativamente constante, presentan un grado de humedad y en algunos momentos un goteo constante, que hace desagradable la vida en su interior. Es debido a esto por lo que pensamos que el hombre construyera dichas cabanas. Generalmente, las mismas se reconocen por la aparición de restos concentrados en un lugar de la cueva con preferencia a otros, y por

27 la aparición de restos de postes. La identificación de agujeros de postes es relativamente sencilla si se excava con cuidado, pues a veces, aparecen reforzados con piedras (LUMLEY, 1969) o huesos de grandes mamíferos (HOURS,1959; LEROI-GOURHAN, 1961). En la región Cantábrica, además de las referidas estructuras de el Otero y Tito Bustillo, han aparecido dos pisos de ocupación en el yacimiento de Morín. Este yacimiento fue excava• do por L. G. Freeman y J. González Echegaray. De estos pisos, uno era del Musteriense y el otro del Auriñaciense.

El nivel de ocupación Musteriense (FREEMAN, 1976), estaba caracterizado por un ali• neamiento o muro bajo de piedra seca, orientado en dirección aproximadamente N-S. Este ali• neamiento separa la parte occidental de la cueva de la oriental. Y se aprecia, además, una ocupación más intensa entre la línea de piedras y la pared O. de la cueva, aunque la falta de un mapa de dispersión no nos permita estudiar el tipo de actividad realizado.

El otro piso de habitación aparecido en Morín, es un fondo de cabana perteneciente al Auriñaciense (GONZALEZ ECHEGARAY y FREEMAN, 1971; CUSHMAN, 1975). Es éste un rec• tángulo de 2,6 m. de lado y cerca de 1,7 m. de ancho (aunque se desconoce su valor exacto al coincidir con una excavación anterior), excavado en la superficie de la cueva y alcanzando una profundidad de 27 cm. en su parte más profunda. En su interior se encontró un hogar y res• tos de huesos quemados y piedras. Según el autor "no hay evidencia por ahora de una larga ocupación en Cueva Morín. El hecho de que no se pudieran distinguir verdaderos suelos y de que no haya evidencia de que la estructura fuera alterada o reconstruida en algún momento..., tiende a confirmar la impresión de que los sedimentos de relleno son el resultado de una gra• dual acumulación durante una sola ocupación, relativamente corta, de !a estructura".

Todos estos restos representan lo que Leroi-Gourhan denomina estructuras evidentes. La identificación de estructuras latentes se presenta más compleja, aunque las conclusiones económicas que plantean resultan más interesantes.

Del análisis de estas estructuras latentes y su relación con las estructuras evidentes, es de donde se puede partir para la delimitación de las zonas de actividad humana dentro del yacimiento, así como el tipo de actividad reflejada. Los trabajos de Leroi-Gourhan en Pince- vent (1966; 1972), Lumley en Lazaret (1969) y Rigaud en Flageolet II (1976), pueden servirnos como pauta para nuestros estudios.

Leroi-Gourhan ha identificado sobre las márgenes del Yonne, cerca de París, en Pince- vent, una serie de cabanas del Magdaleniense Medio. Estas cabanas están situadas sobre el limo aluvial, sin ningún tipo de estructura, por lo que no se conservan restos de postes o amontonamientos de piedras. La falta de esta estructura ha creado la necesidad de establecer un modelo sobre el que reflejar los datos encontrados (Fig. 3). La superficie ocupada por cada unidad de habitación se puede dividir en:

A. —Hogar.

B. —Espacio de actividad doméstica, de cerca de 4 m.3, sobre el que se encuentran en asociación el ocre y la mayoría de los útiles de sílex y cuerno de reno trabajado. Se puede subdividir en espacio de actividad interno (B,), correspondiente a la parte del contorno del hogar, donde el ocre y los útiles dominan, y en espacio de actividad externo (B.), donde los mismos restos, menos numerosos, se mezclan en un amontonamiento de restos óseos, sílex y fragmentos de piedras quemadas.

C. —Espacio reservado, de alrededor de 6 m.a, más o menos circular, que ofrece una densidad de restos netamente inferior a la de B. Corresponde a la zona de la habi• tación donde se realizaría el descanso y donde se situarían los lechos. Por la re• partición del ocre y los útiles, existe una discontinuidad entre B y C.

28 D. —Espacio de evacuación cercano, superficie ocupada por los restos de manufactura

y ocupación doméstica; se sitúa a 1 ó 2 m. del hogar.

E. —Espacio de evacuación dispersa.

F. —Espacio de evacuación enrarecido.

G. —Espacio de descubrimientos aislados. Resulta evidente el carácter eminentemente teórico de esta división, cuyo mayor valor es el de hacer referencia a una serie de zonas de actividad, así como a su definición, pero sin establecer un modelo rígido. El esquema expuesto debe pues probar su validez para otros yacimientos fuera de Pincevent, pues su mismo carácter lo hace excepcional.

Henry de Lumley ha realizado un estudio semejante para la cueva de Lazaret, cerca de Niza. Este estudio contrasta en cierto modo con el de Pincevent. Es un yacimiento en cueva y la cabana, aparece delimitada por siete restos de postes, lo que facilita su identificación. (Fig. 4).

Lumley reconoce en su interior varias zonas de actividad. Cada una con sus especiales características. Identifica la presencia de dos hogares, en los que aparecen restos de carbón o ceniza. Asimismo, reconoce una serie de lechos. Esta serie de lechos estaban realizados con hierbas marinas, por los restos de pequeñas conchas encontradas, conchas como la Bittium reticutata, Pissca carinata, etc., que por su pequeño tamaño (1-4 mm.) no han podiao servir como alimento. Tomando en cuenta su dispersión y el hecho de que viven entre estas hierbas marinas, ha podido delimitar la zona donde se depositaron estas hierbas. Esta zona coincide con otra de poca acumulación de restos. Estos lechos estarían cubiertos de piel, co• mo parecen evidenciar los restos de falanges terminales, cuya dispersión es igual a la de las Conchitas. (Fig. 4).

Distingue también una áreas de acumulación de desechos alrededor de los hogares donde aparece gran cantidad de objetos (industria, huesos, esquirlas) de 10 a 15 cm. de espesor.

Dentro de esta cabana existían asimismo unas zonas de circulación, puestas en eviden• cia por la extrema rareza de los objetos encontrados en ellas y por la orientación de los hue• sos largos, como diáfisis, costillas. Esto se reconoce también en el corte vertical.

Este trabajo plantea la misma problemática que Pincevent, basándose en el caso de un yacimiento en particular.

Otro ejemplo sería el yacimiento de Flageolet II, excavado por J. P. H. Rigaud; en él aparece una serie de niveles perigordienses. Rigaud partió de la comparación de este nivel con hábitats de los Esquimales Numiamuts de Alaska. Esta comparación hace referencia a las técnicas alimenticias, especialmente al tratamiento de los restos óseos para la extracción de la grasa o del tuétano. Según el tamaño de los fragmentos óseos se pueden identificar una serie de áreas de actividad ligadas al tratamiento del hueso o del material lítico (RIGAUD, 1976; DELPECH y RIGAUD, 1971).

Estos métodos de estudio representan una importante aportación, ya que plantean la necesidad de revisión y de comprensión espacial de los hallazgos de un yacimiento.

Altuna (1972) ha realizado un estudio de este tipo para el yacimiento de Urtiaga, exca• vado por J. M. de Barandiarán. El autor ha representado gráficamente esta dispersión (Figuras 5 y 6). Destaca el hecho de la dispersión y la acumulación de huesos que varía de unas épocas a otras, y que la ocupación no fue constante en el yacimiento. Dentro de esto merece resal-

29 Figura 3.—Modelo teórico de uno de los habitáis de Pinceveot. Sección 36. (Según Leroi Gourhan, 1972). Figura 4.—Reconstrucción de las árc;is de actividad en el yacimiento de Lazaret (Niza). (Según Lumley, 1969).

tar el hecho de que en el cuadro II, Nivel C. sólo se han encontrado restos de micromamífero, lo que podría ser el reseultado de egragópilas de rapaces. Tomando en cuenta la dispersión de los otros restos, se ve que este cuadro está solitario en el otro extremo de la cueva, con rela• ción a la ocupación humana, lo que puede evidenciar un simultaneidad de habitación de ra• paces y hombres. La presencia de egragópilas se apunta también en Aitzbitarte. Estos restos han aparecido en general, en los cuadros cercanos a la pared, donde estas aves podrían vivir.

Es interesante asimismo la presencia de restos en conexión anatómica, especialmente carnívoros, lo que podría plantear el problema de la ocupación del yacimiento. Según Altuna (1972) estos restos provienen de animales muertos en el yacimiento. No parece además que fueran cazados, pues los huesos no están fragmentados ni descuartizados, y por lo tanto, no fue• ron llevados allí por el hombre, siendo posible que murieran durante la hibernación, como ocu• rre en Troskaeta donde incluso han aparecido restos de crías y hembras preñadas. Un caso parecido ocurre con los leones en el yacimiento de Lezetxiki, cuyos restos aparecen casi com• pletos y en muchos casos en conexión anatómica. De todo esto se puede deducir que la ocu• pación humana en las cuevas no es constante y que estos animales ocupaban el yacimiento mientras duraba la ausencia del hombre.

Como hemos expuesto, este análisis, basado en el estudio de la dispersión topográfica de los restos arqueológicos, nos evidencia una serie de actividades realizadas por el hombre en dicho yacimiento. Asimismo, resultan interesantes las aportaciones planteadas por Leroi- Gourhan y Lumley, aunque como dijimos en su lugar, se debe comprobar con otros yaci• mientos.

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Figura 5.—Dispersión de los restos óseos en el yacimiento de Urtiaga. (Según Altuna, 1972). Figura 6.—Dispersión de los restos óseos en el yacimiento de Urtiaga. (Según Altuna, 1972). ANALISIS AMBIENTAL

El tercer nivel de análisis que hemos establecido para el estudio económico de un ya• cimiento, es el concerniente a la relación existente entre los restos antropogénicos de tal ya• cimiento y el entorno en el que está situado. Los restos que encontramos en un nivel arqueo• lógico son el resultado de la acción humana sobre un entorno y sobre unos medios biológi• cos y ecológicos. Esta actividad humana se refleja en el tipo y carácter de los restos encon• trados, por lo que su análisis y comprensión nos llevará a encontrar pautas o modelos que nos sirvan para estudiar la evolución regional del Paleolítico Superior.

Las gentes del Paleolítico Superior se encuentran situadas en el estadio denominado de "cazadores y recolectores" (BRAIDWOOD y HOWE, 1962). Lo que plantea una relación Hombre/Medio crítica. Así pues una economía basada en la caza y la recolección como esta, cualquier anormalidad o cualquier cambio ecológico o biológico tiene una repercusión auto• mática sobre el hombre. Es por esto que durante este período se aprovecharon los diferentes eco-sistemas al alcance del hombre, actuando de modo selectivo sobre algunos de ellos o so• bre todos en general.

El análisis de las relaciones Hombre/Medio ambiente ha sido realizado en varios ni• veles, cuya validez relativa al período y región que estudiamos es variable.

El primer nivel es el desarrollado por Butzer y Freeman (BUTZER, 1972; FREEMAN, 1971; 1973). Este se basa en la acción del hombre sobre las zonas ecológicas a su alcance. Freeman (1973) parte de la clasificación de las especies aparecidas en los distintos yaci• mientos de la región cantábrica, según hagan referencia a un medio forestal, a uno de cam• po abierto (es decir, a una pradera) (GONZALEZ ECHEGARAY, 1973) y a uno alpino (consi• derando aquí las especies no de grandes alturas, sino de zonas escarpadas y agrestes sin cobertura vegetal).

Según los trabajos de Freeman (1973) y de Echegaray (1973), las especies más re• presentadas en la Región Cantábrica presentarían una división como la que sigue: El ciervo (Cervus elaphus) y el corzo (Capreolus capreolus), pertenecerían a un medio forestal (VAN DER BRINK, 1971). El Sos primigenius y el caballo (Equus caballus) representarían formas de campo abierto. Mientras que el rebeco (Rupicapra rupicapra) y la cabra (Capra pyrenaica) representarían un medio alpino. El resto de las especies tendrían una caracterización más compleja.

El bisonte (Bison priscus), al ser una especie extinguida, no tiene un medio definido, como expresan las opiniones de autores como Kurten (KURTEN, 1968) y Bonifay (BONIFAY, 1966). Para el primero es un animal de estepa y para la segunda una especie relativamente ubicua. La escasez de restos y el problema de su diferenciación respecto al Bos primigenius (Altuna, 1972), complica este carácter.

El gamo (Dama dama) es muy raro en la Región Cantábrica, de hecho inexistente para Altuna (1972), siendo su medio el bosque deciduo de tipo mediterráneo (VAN DER BRINK, 1971).

El problema del reno (Rangifer tarandus) es el relativo a la distinción entre dos sub- especies, el Rangifer tarandus groenlandicus de tundra y el Rangifer tarandus caribou, habi• tante de las zonas de taiga, siendo ambas especies de clima frío. De todas formas, la esca• sez de restos de reno en la Península hace difícil establecer esta distinción (ALTUNA, 1971).

El jabalí (Sus scrofa) aparece como una forma que prefiere el bosque cerrado, aunque cualquier presión la hace cambiar fácilmente de medio.

34 Respecto a las especies carnívoras que aparecen en los yacimientos, podemos en cierta manera caracterizar sus medios preferidos. El lobo (Canis lupus) se puede considerar un habitante del campo abierto, aunque puede vivir cerca de los bosques. El zorro (Vulpes vulpes), es una especie que prefiere las zonas boscosas y el monte bajo. El oso pardo (Ursus arctos), prefiere asimismo las zonas boscosas y llega a vivir en las zonas montañosas (VAN DER BRINK, 1971). El oso de las cavernas (Ursus spelaeus) puede tener un medio similar, aunque se desconocen sus exactas preferencias ecológicas. Los félidos, como el gato montes (Felis sylvestris) y el lince (Lynx pardina) tienen un biotopo semejante, el bosque alternando con terrenos descubiertos. Estando el lince más adaptado que el gato a un medio montañoso (VAN DER BRINK, 1971).

Tras esta caracterización, se pueden analizar las especies por niveles y se estudian las relaciones existentes entre éstos y el medio ambiente. Freeman (1971) utiliza una prueba es• tadística no paramétrica (Tau de Kendal) (SIEGEL, 1950), para descubrir las asociaciones significativas de los restos de estas especies. Según los resultados de Cueva Morín, existe una asociación:

Altamente significativa: Equus-Bos. Cervus-Capreolus.

No significativa: Equus-Cervus. Cervus-Bos.

Lo que demuestra la caracterización ecológica de Equus/Bos y Cervus/'Capreolus co• mo especies de un mismo medio, el campo abierto y el forestal según la atribución de Freeman. Una vez establecida esta caracterización y para el yacimiento de Morín citado, Free• man encuentra los siguientes resultados: Musteriense; predominio de restos de formas de campo abierto (Equus), aunque con algunos restos importantes de Cervus, de lo que resultaría un habitat tipo parque, con campo abierto y abundantes bosques galería.

Chatelperroniense; pocos restos conocidos, escasos para un análisis.

Auriñaciense; predominio de formas de bosque, desde el punto de vista numérico; de• bido al mayor tamaño de las especies de campo abierto, un análisis basado en la cantidad de carne aportada por medio cambiaría la balanza en favor de las especies de campo abier• to. Aparición de formas alpinas.

Perigordiense Superior; más individuos de bosque que de campo abierto, pero con 'a misma salvedad que en el caso anterior. Aparición más frecuente de especies alpinas y de carnívoros.

Solutrense y Magdaleniense; siguen la pauta anterior. Ausencia de carnívoros. En estos niveles parece que se marca una restricción que concentra los esfuerzos de los habitantes de Morín sobre algunas especies. En el nivel Magdaleniense se marca ya un aumento progresi• vo de las especies de bosque (principalmente ciervo).

Aziliense; aprovechamiento de todos los medios, forestal, alpino, y de campo abierto.

En general, en todos los niveles de Morín y especialmente en los de Paleolítico Supe• rior, se aprecia una actividad sobre los tres medios que encontramos en la Reglón Cantábri• ca, con un progresivo aumento de las especies de bosque a partir del Magdaleniense. Para

35 Freeman, en un artículo posterior (1973), es a partir del Magdaleniense Inferior cuando apa• rece la explotación selectiva del ciervo.

Altuna, en su trabajo sobre las de Mamíferos de los Yacimientos Prehistóricos de Guipúzcoa (1971), al analizar los restos de los yacimientos de Lezetxiki, Aitzbitarte IV, Urtiaga, Ermittia y Marizulo, encuentra que la relación existente entre las especies de campo abierto y las de bosque es variable, así en Aitzbitarte IV vemos:

Aziliense: Magdaleniense: Cervus: 60,5% Cervus: 60,8% Rupicapra: 19,5% Rupicapra: 27,7% G. Bóvido: 8,3% G. Bóvido: 5,3% Capra: 4,4% Equus: 1,9% Equus: 3,9% Capra: 1,7% Capreolus: 2,9% Capreolus: 1,1%

Sus: 0,5% Sus: 0,9 °0 Rangifer: 0,6%

nse: Auriñaciense: Cervus: 50,2% Cervus: 56,5% Rupicapra: 32,6% Rupicapra: 34,6% Equus: 7,9% G. Bóvido: 5,0% G. Bóvido: 5,1% Capra: 1,7% Capra: 2,3% Capreolus: 1,1% Rangifer: 1,4% Equus: 1,1% Capreolus: 0,5%

Esto plantea el problema relativo a la especialización hacia el ciervo, con preponde• rancia sobre las demás especies. Esto no es explicable por métodos climáticos, pues la serie representa los mismos niveles que los encontrados en Morín, por lo que podríamos dar una explicación basada en la especialización local y en la influencia de la orografía. Desde este punto de vista es interesante el yacimiento de Ermittia:

Aziliense: Magdaleniense: Capra: 64,8% Capra: 84,7% Cervus: 27,3% Cervus: 7,2% Sus: 4,5% Rupicapra: 3,3% Rupicapra: 2,3% Sus: 2,2% G. Bóvido: 1,1% Rangifer: 1,4% Capreolus: 0,4% Bison: 0,4 °„ Equus: 0,4% Solutrense: Capra: 56,0% Rupicapra: 23,5% Cervus: 14,4% Rangifer: 3,0% Capreolus: 1,5% Sus: 0,8% Equus: 0,8%

El comentario de estas series, recogidas por su valor representativo, es muy útil. Si• guiendo a Altuna, lo más destacado es la importancia de la cabra en Ermittia. Esta cueva está situada en una zona de orografía muy escarpada, por lo que las diferencias entre este y

36 otros yacimientos están condicionadas por la orografía más que por la climatología. De esto podemos deducir la importancia que el medio ejerce sobre el hombre. Asimismo, vemos que para el yacimiento de Aitzbitarte la importancia del ciervo es muy grande y sobresale de las demás especies. Esto hace referencia a que las necesidades del hombre son resueltas por el medio que le rodea, medios que varían en cada yacimiento, creando en cada uno una variabilidad detectable, al analizar las especies de animales representadas que provocan una serie de va• riantes en el material lítico. Así los conjuntos instrumentales variarán siguiendo las necesida• des del hombre. Todo esto nos crea la necesidad de conocer de un modo más amplio el terri• torio donde se sitúan los yacimientos y sus características específicas.

Un segundo nivel es el referido al análisis del concepto de territorialidad. Como plan• teamos anteriormente, parte de los estudios de Higgs y Vita-Finzi en yacimientos de Grecia (HIGGS, VITA-FINZI, HARRIS y FAGGS, 1968) y del Monte Carmelo (VITA-FINZI y HIGGS, 1972; HIGGS y VITA-FINZI, 1972). Lo que nos interesa en este caso es determinar el área "servida" por un yacimiento, que es lo que denominan "Territorio" (JARMAN, VITA-FINZI y HIGGS, 1972; HIGGS y VITA-FINZI, 1972). La delimitación de éste se basa principalmente en el hecho de que el hombre necesita acceder a unas fuentes de alimentación, pero que si esas fuentes están muy alejadas de su lugar de ocupación, resulta antieconómico acceder a ellas y el hombre tiene que variar de lugar de habitación. Por lo que el hombre actuará preferente• mente sobre los lugares a su alcance. Además, en ciertos casos el hombre debe seguir las es• pecies migratorias, hecho este ya reconocido por autores franceses con especies como el reno (BOUCHOUD, 1966).

Igualmente los datos referidos por Freeman (1971) y Altuna (1972) hacen referencia a una serie de medios explotados por el hombre, cuya delimitación pretendemos. La importan• cia del estudio del territorio "servido" por un yacimiento nos puede ayudar además a conocer las limitaciones que ese medio impone a los habitantes de un lugar. No es lo mismo un yaci• miento situado sobre un mazo, como Morín, que un yacimiento situado entre montañas como Ermittia. En el caso de Morín, el hombre tiene una serie de biotopos más amplia a su ser• vicio que en el caso de Ermittia, lo que cambia fundamentalmente el carácter y los resulta• dos de la ocupación. Todo esto es lo que debemos tomar en cuenta a la hora de relacionar los niveles ecológicos que representan las especies encontradas en un yacimiento. El carác• ter especial de micro-ambiente que rodea al lugar estudiado, condicionará las actividades del hombre que viva allí. Todo esto nos puede llevar a intentar establecer una caracterización de las formas económicas que encontramos. Según los trabajos de Higgs y Vita-Finzi podre• mos encontrar:

Economías móviles.—Practicadas por grupos que se mueven de un lugar a otro en el curso del año. Estas serían las practicadas por grupos de cazadores, eclécticos o especiali• zados, así como por los pastores nómadas. El tiempo que un grupo está en cada lugar se establece por las posibilidades que éste presente.

Economías sedentarias.—Practicadas por grupos que ocupan un mismo yacimiento todo el año. Esto implica la fabricación de habitaciones más o menos resistentes, así como la po- sibilización del territorio para mantenerlos.

Economías sedentarias-móviles.—Son aquellas en las que podemos encontrar elementos de una economía móvil con una sedentaria. Se basa principalmente en la posibilidad de existencia de una base capaz de mantener al grupo durante un año, con una serie de campa• mentos estacionales ocupados durante una parte del año.

Esta caracterización de economías puede resolver mediante los análisis establecidos, el tipo de cada yacimiento. Es evidente que una economía basada en la caza no puede per-

37 manecer mucho tiempo en el mismo territorio, pues las necesidades irían en aumento y las fuentes decrecerían progresivamente. Este problema se plantea de modo claro en las econo• mías mesolíticas, cuya economía se ha supuesto basada en la recolección de moluscos. Co• mo en el caso del Asturiense, cuya economía estaba según los autores antiguos (VEGA DEL SELLA,1923) basada en la recolección de mariscos. Los recientes estudios de Bailey (1973) han demostrado que la recolección del molusco era tan sólo una actividad estacional com• plementaria a una dieta basada en las especies de mamíferos habituales.

En la zona estudiada, la Región Cantábrica, las posibilidades de una economía móvil resultan muy interesantes. El carácter longitudinal de su geografía y la escasa distancia existente entre las montañas y el mar, permite a cualquier grupo variar de medio en un tiempo mínimo. Además, el carácter Kárstico de la región le proveería de abundantes abri• gos y cuevas donde establecerse, sin descartar por esto ocupaciones en tiendas o cabanas al aire libre.

Todo esto nos lleva a intentar buscar una tipología de la relación social de estos gru• pos. El registro arqueológico no permite conocer el tamaño del grupo, así como las relacio• nes existentes dentro de él. El análisis de la duración de la ocupación y la cantidad de restos aportados, nos podría dar una idea relativa de ello, aunque por ahora, las posibilidades son muy escasas (ISAAC, 1968). Tan solo los restos de hábitats encontrados nos podrían ha• blar de un grupo familiar. El tamaño de estos grupos varía asimismo con el carácter de la economía practicada.

En este campo es de destacar el planteamiento de Bordes, Riguad y Sonneville-Bor- des (1972) en el que analizan de un modo amplio y con referencia a ideas etnológicas el pro• blema de la naturaleza de los yacimientos. Para ellos existe una gama de posibilidades de ocupación estableciendo una serie de modelos teóricos, atendiendo a la distinta gradación de las ocupaciones. (Fig. 7).

Tipo 1: Yacimiento A ocupado en invierno. Cerca se sitúan los cazaderos i y j. En verano, el campamento al aire libre B se ocupa por el grupo entero. A su derredor, con utilla• je análogo al que encontramos en A se sitúan c, d, e, campamentos provisionales de caza o recolección con utillaje más pobre y más especializado: h es un sitio especial, taller, cer• cano a los afloramientos de sílex.

Tipo 2: Yacimiento A ocupado todo el año. Pero mientras que en invierno reside en él todo el grupo, en verano un grupo pasa al campamento al aire libre B. Quedando en A, un grupo pequeño con cazadores que actuarían sobre los puntos de caza o recolección f y g, mientras el grupo principal actuaría sobre c, d, e.

Tipo 3: El yacimiento A es el lugar de invernada, pero en verano el grupo se divide en dos subgrupos que ocupan los lugares B y C. 7/po 4: El yacimiento de invierno A se desocupa totalmente en verano ocupando el sitio B con una serie de subgrupos que pasarían a ocupar los lugares secundarios de activi• dad específica c, d ó e.

Como vemos esto nos plantea un abanico de posibilidades detectables mediante aná• lisis detallados de la industria y los restos de caza, y nos permitirán analizar igualmente la estructura social de los grupos paleolíticos.

El estudio de Macneish sobre el Valle de Tehuacan (México) (1972), no puede servir para caracterizar esta evolución de un modo general. Macneish parte de las Microbandas nó• madas, grupos de familias que cazan en todas las estaciones sin esquema regulado y sin un territorio definido. Las Micromacrobandas estacionales son grupos con un territorio y un es• quema regulado, formado por grupos unidos durante una parte del año, que durante otra

38 parte del año se separan. Bandan centralizadas en las que aparecen un nuevo tipo de habitat, la aldea con habitaciones permanentes, aunque algunos yacimientos pertenecen a micro o macrobandas. Es en este momento cuando aparecen los primeros restos de agricultura, aun• que no cerámica. Las aldeas semipermanentes son un tipo más avanzado, basado principal• mente en una agricultura hortícola sedentaria. Los pasos siguientes Villas nucleares, Cen• tros nucleares avanzados y Ciudades primitivas, se salen de nuestra caracterización, aunque destacamos el hecho de la coexistencia en todos los estadios de grupos con una economía anterior; la existencia de micromacrobandas está referido hasta el nivel de las Ciudades Pri• mitivas.

39 De esta caracterización podremos referir la equivalencia: Microbandas nómadas, al Musteriense, y las Micromacrobandas, al Paleolítico Superior. Así como las Bandas centraliza• das se podrían asimilar a los niveles precerámicos y las Aldeas semipermanentes, al Neolítico. Esta caracterización no nos parece muy arriesgada, aunque creemos necesario contrastarla. A esto podríamos asimilar el problema planteado por Bordes, Rigaud y Sonneville-Bordes, de ocu• paciones muy diversas, caracterizadas por niveles sumamente delgados (5-10 cms.) o muy espesos (100 cms. o más), junto a grandes yacimientos de 40-50 m.3 (como el Castillo o el Pendo) y pequeños abrigos, o grandes cabanas como Kostienki IV y otras más pequeñas como Mezin o Arcy-sur-cure. Todo esto lo creemos válido como hipótesis de trabajo, que es• tudios sobre el terreno nos permitirán comprobar.

Con todo esto vemos la importancia que el análisis de todos los datos a nuestro al• cance nos pueden dar. La caracterización del medio en el que se desenvuelve la vida de estos hombres, nos va así a permitir establecer de un modo más amplio la problemática de un período cultural como el Paleolítico, así como establecer una prehistoria científica.

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