NOTAS

SOLEDAD BIANCHI «Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno»*

odavía me extraña recorrer, en , una calle llamada Salva- dor Allende. Como por casualidad, sin conocerla, vine a dar a esta, Tno muy lejos de Macul, que no pertenece a Ñuñoa porque si usted mira el Plano de Santiago, encontrará varias, todas en comunas popula- res. Y mientras la atraviesa Puente Alto, las Presidente Salvador Allende se extienden en Huechuraba, Lo Espejo, Cerrillos y San Joaquín, pareciendo enhebrar un mapa de la pobreza urbana. Como sintiéndome en falta, me detengo en los letreros que la anun- cian, sospechando un castigo por violar la prohibición de nominar al proscrito, pero, claro, nada sucede porque ya terminó la dictadura, y aunque sin ganas, la actual democracia ha autorizado estos bautizos, en

pp. 92-94 sectores pobres y populosos. Y sigo mi trayecto, mientras otras gentes pasan, raudas, por esta calle Presidente Salvador Allende, sin enterarse

/2008 casi de su nombre, o considerándolo, tal vez, tan lejano o desconocido como otros apelativos de avenidas, pasajes o cruces citadinos. Y así como, para algunos, Allende no resuene, hoy, más que como el apellido de un antiguo veterano, teñido por sangre, y no solo por la propia, quizá como un hombre culpable de muchas penas y dolores, para otros será el dirigente honesto que se negó a claudicar porque creía en la justicia de su quehacer y, posiblemente, nadie se pondrá de acuer- No. octubre-diciembre 253 do, y será difícil que hoy, a veinticinco años de su muerte, haya consen- so respecto a su figura, al papel que desempeñó, a los logros y limita- ciones de su gobierno, a su ceguera o lucidez para enfocar (o prevenir) * Las frases entrecomilladas que aparecen en el texto pertenecen al último discurso su derrocamiento, porque esos años del gobierno de la Unidad Popular

Casa de las Américas del presidente Salvador Allende, transmi- y su Presidente fueron radicales –como esa época–; porque, hoy, a tido por Radio Magallanes, el 11 de sep- veinticinco años de su muerte, Salvador Allende está rodeado, fantas-

Revista tiembre de 1973. malmente, por ese manto del olvido consensual que silencia y acalla,

92 estigmatiza o absuelve, a personas, hechos, institucio- bargo, uno de ellos se detuvo y, ante nuestro gran asom- nes, momentos, de un pasado distante o próximo, se- bro, divisamos a Salvador Allende que nos saludó y gún el observador, pero un pasado –hace solo veinti- comenzó a hablarnos. Ninguna de nosotras era su par- cinco años, hace ya veinticinco remotos años–, que tidaria, si bien inmediatamente intentamos disimularlo nadie puede refutar que cambió la historia de , y variando las cifras que hacíamos con las manos, y lo es ridículo intentar borrarlo porque desate polémicas, único que recuerdo es que se refirió a la «demagogia», y es hipócrita pensar que no hay que advertir el pasado para aludir a nuestros elegidos, posiblemente. Llegan- y comprenderlo para enfocar y construir el porvenir, y do a mi casa pregunté el significado de la palabra, y es mentiroso decir que quienes lo hacen están/estamos nunca olvidé el tiempo que se había dado nuestro veci- detenidos en el ayer. no-senador para dirigirse a unas infantiles opositoras.) No obstante, digan lo que digan, todavía una parte Me cuesta pensarme sola en esa época de proyectos de mi vida está –y estará, para siempre– marcada por colectivos, prolongada hasta que desde esos mismos pa- Salvador Allende y lo que él significó, una utopía que tios del Pedagógico miraríamos desolados el bombardeo lo trasciende y abarca a muchos, a una mayoría, a de La Moneda, oyendo, impotentes –«la historia los juz- multitudes. Y me niego a negar esta parte de mi vida, gará»–, los rumores más feroces del golpe de Estado. no quiero alejarme de ella, y si la reconstruyo y la re- Fin de una etapa y no solo para mí, brutal cierre de tengo es porque, creo, se incorpora a lo que soy hoy, y un ciclo para nosotros, ciertos chilenos, algunos chile- comienzo a recordar... nos, muchos chilenos, que vivimos nuestra juventud En el mismo centro de la década del 60, en 1965, yo impresa por la marca de la esperanza, del optimismo, ingresaba a la universidad. Venía de un colegio particu- de la creencia en un futuro mejor que estaba en nues- lar, católico, de clase media acomodada, pero para tras manos variar, y del que, es indudable, Salvador continuar mis estudios de Profesora de Castellano ha- Allende fue su más consecuente representante y por- bía elegido la laica Universidad de Chile y su Facultad tavoz. Perspectivas y audacias propias de la juventud, más combativa y atrayente, el Pedagógico. Hacía solo podría pensarse, y tal vez estos rasgos lo sean, así un año se había iniciado el gobierno de Eduardo Frei como nuestra generosidad y entrega: queríamos, está- Montalva. Desde el Pedagógico, la rebeldía, la protes- bamos seguros, y convencidos, que lo mejor sería para ta, la ampliación del mundo, la corrida de barreras todos, luchábamos –junto a otros– para que los cam- mentales, más confianza en el mañana, el estudio, la bios favorecieran a las mayorías, mucho más allá de Reforma Universitaria, la taza de té de nosotros. Quizá esta certeza absoluta era la base de la con la señora Nixon, la guerra de Vietnam, la muerte alegría. La confianza podría verse como el cimiento de del Che, la Nueva Canción Chilena. cantos, de consignas gritadas a todo pulmón, de desfi- Todavía allí, en 1970, participé, siendo docente, en les y marchas, de banderas. ¿Irresponsabilidad?, tal vez, la elección del presidente Allende. (Y mi memoria re- pero preñada de amor, humor, sinceridad, desdén, des- trocede hasta 1958 cuando yo, de diez años, vivía con interés, y, ¡ay!, una buena dosis de sectarismo. mi familia en una pequeña calle de Providencia donde, Y, rápido, mucho color y sol nublándose ese martes también, residía el senador Salvador Allende, quien en 11 de septiembre de 1973 cuando quedamos sujetán- esa ocasión era candidato a la presidencia por segunda donos apenas con las uñas de las potentes rocas que vez, habiéndole correspondido el número 4 en la cédu- nos habíamos negado a percibir en nuestras cercanías, la electoral. El 4 de septiembre, mismo día de la vota- apenas afirmados en ese terreno que se deslizaba bajo ción, partimos con algunas amigas a indicar los núme- nuestros pies. ros de nuestros presidenciables predilectos a los Entre la fe ciega, la derrota y la añoranza, así que- automovilistas que continuaban su camino, sin darle damos situados en un nuevo espacio, ahora ajeno y de importancia a este inofensivo grupo juvenil. Sin em- otros, mas, obligadamente nuestro, también, a pesar

93 de nuestras diferencias: jóvenes-viejos, ahora: aterra- mentos sino mujeres y hombres rodeados de muertes, dos, derrotados, vencidos y con el desconcierto del violencia, injusticia, exilio, cesantía, resentimiento, corte brutal, del fin abrupto, «este paso que coloca a sospecha, censuras, desconfianza... y solidaridad. Chile en el despeñadero», desconcertados ante este Ahora, más realistas, quizá demasiado pragmáticos, no nuevo mundo donde hasta el lenguaje había variado. tan creyentes, menos militantes y, ojalá, menos secta- Obligados a simular indiferencia, constreñidos a olvi- rios, con la amargura de un mundo ido que como todo dar con rapidez, a fingirnos otros sin pasado, con la trayecto vital es imposible de recuperar, con afanes intención de no omitir proyectarnos, ¿a dónde, cómo, desmitificadores, pero sin amnesia, querer mirar ha- con qué, con quiénes? cia adelante para construir nuevas oportunidades y Sobrevivientes, débiles y fuertes, enteros y vaci- más justicia, inventando la actualidad integrando el lantes, eso fuimos, eso somos, los que hablaron y los ayer, sin negar ni negarnos: «No importa, me segui- del silencio poderoso, ni héroes ni traidores ni monu- rán oyendo». c

94 ANA PIZARRO Mi entrada en la materia

La infancia no fue feliz iempre se dice que este momento es idílico. No lo viví así. Fue más bien un período de grandes inseguridades. Pero tuve mo- Smentos de acceso a la felicidad. Creo que Borges lo dice en algu- na parte: la felicidad no es un continuum. Accedemos a ella por momen- tos. La felicidad son fragmentos. De ellos surge la fuerza, o la fragilidad para la vida adulta. Creo que en mí fue la fuerza y eso posibilitó un destino vinculado a la palabra. Siempre sentí que a medida que entraba en la adultez e incluso en la madurez de hoy estos fragmentos iban entretejiendo una trama de sensaciones, emociones, instancias de vida plena que me tranquilizaban y me permitían disfrutar. La entrada en la adultez iba trayendo cada vez más certezas, o más bien conciencia de incertidumbres, y posibilidades de palabra. Fue evidente cuando nacie- ron los hijos, instancias de una felicidad mayor, que también me fue amputada en un momento atroz y hubo que recomponer la vida, sin un

brazo, sin la lengua, sin posibilidades de palabra, con las piernas tem- pp. 95-97 blando: sin un hijo.

Aprendí a disfrutar entre los árboles, o arriba de ellos que eran mi /2008 hábitat, entre los matorrales, los cerros y el río de la niñez en donde vivíamos la mayor parte del tiempo al sur del mundo. La conciencia de hablar desde ese lugar geográfico y ese lugar de enunciación me la dio una mujer, a través de uno de mis hijos, en el extremo sur de Chile. Vivía en una casa aislada, ya al final de la geografía, cuando la tierra no logra más sostenerse y se disemina en islotes. Él jugaba distraído con una No. 253 octubre-diciembre 253 No. pelota, ella lo miraba sentada en la puerta de su casa sin tiempo. De pronto le indicó el sur, el mar, y le dijo :«Mira, ahí está el fin del mun- do». «Ahí», ahí mismo. Es decir, frente a él. La relación con este medio construyó los fragmentos de mi plenitud.

Los árboles, los insectos, las piedras, la tierra húmeda, sobre todo el Casa de las Américas olor de los aserraderos. La madera, la materia. Allí hice tempranamente

mi entrada en la materia. Creo que este acuerdo primero diseñó mi Revista

95 lenguaje. De allí no he salido más a pesar de vivir el Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra, es- discurso de la vida en donde se toma el autobús, se cribe Gonzalo Rojas. Ellas son Mistral, también cierto agradece a un público, se cobra el cheque a fin de mes. Neruda. Hay algo de esta geografía de volcanes que nos Esto lo hago bien, pero tengo la certeza de que la vida no secuestra la voz y ella deviene zumbido adentro de las está allí. Más bien, que las certezas básicas que necesi- piedras. Las hay altas, enormes, casi colgando de los tamos para vivir y para escribir no están ahí sino que cerros, piedras precipicias, otras emergen en los sen- están en el sentido no siempre evidente que se le entrega deros de repente, con presencia desafiante. Las hay a esos gestos. Creo que escribo para poner en evidencia bajo las aguas, brillantes, tranquilas, las hay volcánicas ese sentido. De ahí mi trabajo en la crítica y también en y porosas, llenas de generosidad, otras constreñidas, la creación. apretándose en materia, intensas. Las hay pequeñas y Una vez quisieron quitarme el derecho a mi lugar. dulces, planas cuando saltan en la superficie del agua, No fue posible: llevé conmigo el lugar y la palabra. las hay cavernícolas, diseñando en su sustancia con- Nací mujer, era pequeña y habitaba en la provincia: torsiones de una geología incierta. Estas piedras me tenía todo para pertenecer a los márgenes, salvo el sec- enseñaron las formas de la existencia. Ellas me dieron tor social de pequeña burguesía acomodada que me el silencio necesario para escuchar sus voces. Su si- daba posibilidades de formación para la escritura. Con- lencio me enseñó la escritura. ciencia temprana de la discriminación, cuando hacien- Tal vez ellas me transmitieron la atracción por el do los mandados de la abuela en el almacén de la esqui- agua. O las imaginerías populares que leí muy tempra- na, ¿cinco? ¿seis años? veía pasar a los adultos –los no en un texto para niños de Monteiro Lobato traduci- «grandes» se les llamaba– por sobre mi turno y vivía la do al español y que me llevaron a querer vivir en una sensación de la impotencia. O cuando tenía la voluntad ciudad encantada en el fondo del río. Un príncipe con de golpear pero al mismo tiempo la sensación degra- forma de pez me conduciría allí, a ese lugar de pleni- dada de ser mujer y frágil, frente a los gestos libidino- tud. No otro sino ese fue mi cuarto propio –el cuarto sos de hombres mayores. Algo similar a la experiencia más posible en este Continente– y allí permanezco to- de cuando entraba en la adultez, en Francia, al tener davía en mi vida más real. No me llevó ningún príncipe por primera vez la conciencia de tener la piel oscura de –nunca logré dejarme conducir y sospeché de los prín- nuestros mestizajes. No sé si fue entonces cuando per- cipes– pero encontré el camino con la felicidad de lo- cibí que pertenecía a la periferia del mundo, a un lugar grarlo sola. Ese lugar es el que me permite escribir, me excluido por la historia central, construido como su permite vivir. Ahora, en la madurez, trabajando en la colonia, su suburbio. Amazonía me di cuenta de que no era yo la única que lo Esta serie de marginaciones dio sustento a la construc- pensaba. Son millones las muchachas ribereñas que ción de un discurso. Comencé a hablar desde allí, desde avizoran la posibilidad de una vida diferente, princesas ese segundo lugar en que se asentaba mi plataforma de de una ciudad dorada, en el fondo del río. A menudo habla y quise hacer de esta fragilidad mi fortaleza. Sentía las conduce el delfín rosado, con la seducción de la que esta fortaleza era posible con la palabra que emer- voz y los gestos. Pero también saben que es una com- gía del primer encuentro con la madera en el sur del pañía precaria y buscan el lugar ellas mismas. El escri- mundo. Desde allí he tratado de llevar adelante lo que tor de mi infancia había tomado de ellas sus relatos. se volvió mi impulso central de vida: entender, y cons- Mi escritura –creación y crítica– nació de este lado truirme a partir de esa comprensión. del mundo y desde allí intento hablar, con la honesti- Luego fueron las piedras. Nací en un país de mon- dad que me han impuesto sus piedras. Por eso no creo taña y mar, de piedras. Materia sólida, palpitante. en el falso regodeo de los lenguajes ni acepto sin más ¿Cuándo sentí que ellas tenían vida? ¿Que era posible las teorías adecuadas a otras realidades para mirar nues- el diálogo y también el silencio? tro imaginario. Trabajo en la escritura crítica y en la

96 creación con la convicción de que construimos un saber pañado por el mundo. No es ni mejor ni peor que otros, siempre provisorio y que el acercarnos a sus formula- tiene momentos buenos y malos en su historia, es así ciones es un paso al conocimiento al que tienen dere- hoy y mañana no lo será, pero es el que conozco, al que cho, pero no siempre acceso, nuestras sociedades. Rea- he aprendido a amar y aborrecer y son sus sociedades lizo un trabajo que quiere mostrar, con la transparencia las que me producen la ternura necesaria a la reivindi- posible, el movimiento de una cultura de la periferia cación. Es de ahí que me nace, de repente, la palabra. surgida en los marcos de la colonización, de perfil he- Por ejemplo cuando pasan los camiones repletos de terogéneo, tensional, plural, así como intensamente ade- troncos amarrados, presos acarreados hacia la ciudad, cuada al disfrute, y palpitante como el continente en en el sur de Chile o cuando los maderos heridos flotan que vivimos. sobre el Amazonas. El lugar en que establecí la primera relación con la Eso debe ser la pertenencia, o más bien aquello que vida diseñó las formas de mi escritura y me ha acom- te confiere la voz. c

97 JAIME CONCHA Leer a Varas

i mal no recuerdo, creo que comencé a leer a Varas allá por los años 60. A mediados de la década, tal vez. Fue por sugerencia de SJoaquín Gutiérrez, el escritor costarricense que vivió tanto tiem- po entre nosotros que terminó siendo un ciudadano más útil que mu- chos de nuestros compatriotas. «Lee a Varas», me dijo. Al parecer, le hice caso. Había leído ya (en El Siglo, es casi seguro) una nota de Volodia Teitelboim que subrayaba con fuerza la valía y novedad de un texto como Porái (1963). De hecho, mi primer contacto con la obra de Varas se me asocia con una nueva narrativa que intentaba abrirse paso en esos días, visible y manifiesta en los relatos tempranos de Poli Délano y en la narrativa realista experimental de Enrique Lihn (Agua de arroz, 1964, por ejemplo, libro en que, desde un ángulo poético y con una prosa densa y límpida a la vez, el autor de La pieza oscura trataba de innovar en los temas sociales que se imponían en el Chile de ese entonces). Délano, Lihn, Varas se me juntan en la memoria; autores distintos cier- tamente, cuyos escritos se trifurcarán bien pronto en diversos géneros

pp. 98-104 y con modalidades muy diversas. Se me anudan, no sé por qué, en un plexo común, cual huellas de un mismo camino narrativo. Eso lo re-

/2008 cuerdo bien.

Los del 50 En realidad, estos intentos (y los de otros autores) respondían a una voluntad alternativa a lo que empezaba a divisarse ya como la fórmula dominante de la generación del 50. Lo de «fórmula» es, sin duda, algo No. 253 octubre-diciembre No. 253 exagerado; pero había en la literatura de Enrique Lafourcade y en el grupo por él antologado un perfil homogéneo, sobre todo de clase (¿tie- ne aún vigencia esta noción?), un repertorio común de gestos, de tics y de exclusiones; pero –y el pero es importante, pues se trata de una

Casa de las Américas evidencia– el grupo contaba a su haber y en menos de un decenio con una buena porción de novelas significativas. Donoso, Edwards, Blanco,

Revista los notables textos a menudo olvidados de María Elena Gertner, narra-

98 dora sobresaliente como pocas, el caso complejo y la Paz), el evento penquista significó, en cuanto a la excepcional de Claudio Giaconi con La difícil juven- percepción de la literatura hispanoamericana en nues- tud, imponían otro sello y un nuevo rumbo a la escri- tro país, un parteaguas definitivo. La presencia desta- tura de esa época. La fórmula era clara: «modernis- cada de Alejo Carpentier, de Ernesto Sábato, de Au- mo» en el sentido sajón, en cuanto al lenguaje, a la gusto Roa Bastos, entre otros de igual jerarquía, trajo técnica y a la forma en general; espíritu internacional, hasta nosotros los aires de la revolución narrativa que a veces con ambientes explícitos de esa índole. La se desplegaba silenciosa más allá de nuestras fronte- novela internacional, creada a comienzos del siglo pa- ras, determinando una línea divisoria irreversible en las sado por Blest Gana con Los transplantados (1904) y letras del subcontinente. Con terminología que solo magníficamente continuada por Edwards Bello, se hace vendría a afianzarse después, ahí estaban las raíces del cosmopolita con Lafourcade, se «contemporaneíza» boom, en uno de sus momentos iniciales de aglutina- de algún modo. En su Historia personal del boom ción y autoconciencia, ahí estaban el clan y los nom- (1972), Donoso lidia obsesivamente con ese modelo bres que definirian a la nueva narrativa latinoamericana de renovación técnica y con la proyección internacional en los años por venir. Lafourcade y Donoso, y uno que busca para sus escritos. Esto, curiosamente, sin que que otro más, resultaban embajadores en su propia casa esté al tanto ni se dé por enterado de una preocupación –anfitriones e invitados a la vez a un festín que se tor- similar y de los debates sobre técnica narrativa que naría con el paso del tiempo más y más suculento. habían sostenido, varios años antes, Manuel Rojas y su compañero de generación, el peruano Ciro Alegría. Cahuín En una conferencia en el auditorio de la Universidad de Concepción, a la que tuve la suerte de asistir, el autor La iniciación de Varas como escritor fue bastante pre- de Hijo de ladrón se refería específicamente a eso, coz. Nacido en 1928, publica en plena adolescencia un mostrando su interés por el tema aunque también sus librito con sus experiencias de colegial en el Instituto reservas frente a la excesiva tecnificación de la novela. Nacional: Cahuín, de 1946. Había dejado el colegio en Yerko Moretic y Luis Bocaz (también desde El Siglo: 1944 y era ya estudiante de Derecho. Tengo ante mis esto ya va pareciendo un soterrado homenaje al viejo y ojos la edición original de Cahuín y trato de entrar en admirable diario que tanto contribuyó a impulsar el su tercera lectura. La primera vez que lo hice fue entre debate democrático sobre el carácter y las posibilida- las prisas de la infame Biblioteca Nacional de décadas des de la cultura nacional) habían señalado, con lucidez atrás, donde «todo ruido tenía su asiento» y donde el y precisión, las relaciones y contrastes observables lector era el enemigo principal de la administración y entre ambos proyectos narrativos, el de la generación sus empleados. (Creo que ahora las cosas han cambia- del 50 y otro emergente, que empezaba a implantarse do, así que mejor me callo.) Al escribir el prólogo para con vigor desde inicios de los 60. la segunda edición, la de LOM (2002, que incluye tam- Por otra parte –cosa que a veces se suele olvidar– a bién Porái), tuve que leer un texto electrónico que hizo comienzos de 1962 se había celebrado en Concepción que se me escaparan muchas cosas. La lectura es cosa el Primer Congreso de Escritores Latinoamericanos, de ojos y de manos, es un pacto entre el ojo y las hojas organizado por el poeta Gonzalo Rojas, director en ese que se van tocando y hojeando, no el espejo imposible tiempo del Departamento de Difusión Cultural de la e impasible que nos hostiga en la pantalla del computa- universidad local. Aunque en el espíritu de su organi- dor. Ahora aterrizo con calma en las ciento treinta y zador las perspectivas con que se lo concibió fueron cuatro páginas del volumen de la Escuela Nacional de más amplias (la figura de mayor rango científico que Artes Gráficas y veo ilustraciones que –según me co- concurrió fue el cristalógrafo inglés John D[esmond] munica José Miguel Varas– fueron hechas por él mis- Bernal, presidente fundador del Congreso Mundial por mo, con su propia mano (salvo una). Las ilustraciones,

99 casi todas caricaturas, echan luz sobre el extraño hu- Sucede mor del librito, a medias estudiantil, un humor a veces hecho de humores adolescentes y, hacia el final, con Su próxima publicación va a ser Sucede, que sale a luz una mínima pizca semikafkiana (otro cuento, casi co- dos años después, en 1950. Con título nerudiano (ex- etáneo, «El cautiverio», implementa con más acierto el traído de Residencia en la tierra, II), con un largo modelo y la inspiración del escritor de Praga). A pesar epígrafe que transcribe el poema homónimo, con una de su aparente simplicidad y de la indudable simpatía composición que se despliega al hilo de los versos resi- que despiertan sus personajes, el relato de Cahuín es denciarios, lo que toma Varas fundamentalmente del extraordinariamente compuesto, incluso complejo. Ade- poeta es una temporalidad quebrada y quebradiza junto más de un breve prólogo en que el autor tira sus pullas a una fuerte inspiración realista. De hecho, todo el li- a los críticos que no leen los libros (¡agáchate, Sema- bro trata de resolver la difícil contradicción entre una na Santa!), el libro contiene varias partes, una eminen- intención realista, la de hablar crítica y socialmente de temente narrativa, otra más bien ensayística, etcétera. lo que pasa en el país, y una organización vanguardista Es curioso que uno de esos ensayos toque el constante en la forma y composición y, sobre todo, en la actitud tópico del imaginario histórico nacional, la oposición ante el lenguaje con que se elabora toda narración: «Pero entre carrerinos y o’higginistas. Ya la división y polari- entonces novela francesa antigua. ‘En el año de milo- zacion del país, que tanto afectarían a Varas más tarde chocientostres puntos suspensivos volvía yo de aste- en su vida pública y privada, se presentan aquí como ricó, (sur Rhone) cuando el duque de trespuntosus- leve reflexión que oculta todavía las sombras omino- pensivos me aseguró que X le había contado una historia sas. Varas, al parecer –sesudo y sensato ya a esa altu- muy escabrosa» (p. 29 de la edición Pax, única exis- ra– no toma partido y enfoca el debate entre sonrisas tente hasta la fecha). de tolerancia y de objetividad. «Uno y otro contribuye- Tanto la poesía de vanguardia como la prosa van- ron a nuestra Independencia en forma vigorosa, por lo guardista han sido en Chile (y también en otras partes) cual merecen nuestros agradecimientos y nuestra ad- prematuras y casi póstumas a la vez. En el caso de la miración; no esa idolatría ciega y supersticiosa que prosa, aparte de uno que otro texto y de los grandes pre- predican los textos de estudio» (77). Lo vemos: en cedentes de Neruda y Bombal en los 20 y en los 30, la este ejercicio escolar Varas plutarquiza de lo lindo, ob- vanguardia se evapora para reaparecer muy posterior- servando a los héroes de la patria con ecuanimidad mente cuando el siglo ya está a punto de extinguirse. exenta de todo nacionalismo. Después su obra com- Sucede es una rara avis en este sentido, pues se publi- probará que, en cuanto a historia nacional, no hay ca exactamente a mediados del siglo, en un momento mucho pan que rebanar si uno solo se fija en el com- en que pocos textos comparten una orientación simi- placiente panteón oficial. lar. (No pienso desde luego en las prosas poéticas de El libro, según nos cuenta Luis Alberto Mansilla en los poetas mismos; las hay muchas, pero pertenecen a un excelente prólogo a otro escrito del autor, fue bien un género o subgénero de otro costal.) Su carácter recibido por moros y cristianos, concitando una rara vanguadista, inspirado en Joyce y en los maestros nor- unanimidad entre los críticos desde Alone para abajo. El teamericanos, se manifiesta especialmente en la desar- novel escritor podía entonces aspirar a otro tipo de pro- ticulación constante del lenguaje, en las parodias y pas- yecto más serio y ambicioso literariamente hablando.1 tiches momentáneos a que se entregan el narrador y uno que otro personaje, y en la deliberada heterogenei- dad narrativa en que consiste la acción. Evidentemen- 1 Para unas pinceladas menos rápidas sobre Cahuín y algunos te, lo que «sucede» en el relato ocurre en el país, el que de sus aspectos (sobre todo la interesante cuestión de la pre- cocidad de Varas), véase mi prólogo a la edición de LOM es visto y entrevisto a través de rincones distintos y (Santiago, 2002). distantes. Escenas de delincuencia (que marcan por

100 contraste el estilo no-naturalista de lo narrado), la tor- Creo, sin embargo –y aprovecho la ocasión para tura de un animal en un lugar rural, hombres llegando a pontificar a posteriori– que el conjunto no está resuel- un faro... Hacia el final del libro, en forma de collage a to. El aspecto de fondo y el componente formal no se la manera de Dos Passos, hallamos noticias periodísti- amalgaman, no entran en coalescencia ni alcanzan un cas que alguien lee y en que reaparece más de un per- punto de fusión. ¿Era el proyecto de Varas tal vez pre- sonaje antes mencionado. La carta de un prohombre maturo? Cabría aventurar que la lección más útil que el conservador habla de una idílica escena campesina que autor saca de su ambicioso aunque fallido experimento ha disfrutado con modestos trabajadores. La carta res- sea el distanciarse de una estética que no le cuadra ni le pira los sentimientos generosos y el alma pura de un calza. Entrará en un largo hiato de silencio, que divide patrón de fundo, a quien esos hombres del campo le su producción literaria por un lapso de trece años. Su recuerdan la inocencia y sencillez postuladas por «el actividad de militante, su variado e intenso trabajo pe- gran ginebrino» (Pax, 154). Nosotros, lectores nada riodístico aguzarán su mirada para profundizar en la suizos y más bien contra-oligárquicos, hemos visto a realidad nacional y forjar un proyecto más maduro y los muchachos torturar a diestra y siniestra, con in- eficaz. Su arte saldrá ganando en claridad y solidez. creíble crueldad, a un pobre animal que va a servir de ágape al hacendado rousseauniano. Las conexiones que Porái y Chacón arma Varas a partir de esta escena son eficaces y su- gestivas. Muy cerca se glosa «El albatros» de Baude- Sucede concluía con el autor entrando a la radio donde laire, donde el sadismo de los marineros para con el iba a empezar a trabajar: «Esta carta, creo que es para ave oceánica es a todas luces semejante; y la carta es usted. –A qué nombre está? –José Miguel Varas. –Sí. también contigua a un banquete de buenos asados que Para mí» (164). El lugar de su próxima novela, Porái, devoran criminales de guerra nazis en Nuremberg. se llamará Varazón. ¿Pura coincidencia? Tortura de un animal, tortura poetizada, tortura a se- Esta novela –más bien novela corta o nouvelle– cas en la gran escala a que nos tiene acostumbrados la inaugura una década de intensa productividad del es- inmortal civilización europea: el triángulo no deja de critor que dará por lo menos tres textos, o colección provocar una inquietante y perturbadora visión de lo de textos, esenciales en el conjunto de su obra: el mis- que «sucede» y sigue sucediendo chez nous. El libro mo Porái del 63, Chacón de 1968 y el puñado de rela- termina en plena Guerra Fría, con la lucha de Grecia tos contenido en Lugares comunes, de 1969. Constitu- por un lado y la Bolsa de Nueva York por otro. yen un trío de espléndidos escritos que destaca con Es posible que el proyecto de Varas haya sido el de relieve en la literatura de la segunda mitad del siglo XX. construir, paradójicamente, una totalidad fragmenta- En Varazón, modesto y olvidado Macondo de la zona ria. No un mosaico como el viejo «Chile, país de rin- central de Chile, vive un grupo de pobres marginales. cones» del proyecto naturalista de Latorre, en que es- Es básicamente una caleta de pescadores. Porái va a tos tenían una valencia primariamente geográfica o ser entonces, y antes que nada, un texto clásico y de- ecológica, sino más bien el de una multiplicidad social cisivo sobre la condición del marginal en concretas y sincrónicamente percibida, a través del diario y de un determinadas circunstancias de la vida. La noción, que medio de comunicación como la radio. Los discursos se elabora justamente por esos mismos años sobre todo de un partido de derecha en el interior del territorio se en el área de la sociología rural brasileña y en el estudio escuchan allá en la costa, en un lejano faro del litoral. de los migrantes del campo a la ciudad (influirá pronto Heterogeneidad humana, social, económica y laboral, en la teología de la liberación de Hélder Câmara y en la precisamente a la manera de Dos Passos, que coexiste pedagogía del oprimido de Paulo Freire), significará con diversos grados de densidad y en temporalidades después muchas cosas disímiles y dejará de tener un históricas divergentes. sentido unívoco y real. En los Estados Unidos llega a

101 ser tema de la sociología cultural y se usa a veces para parada por Varas es un testimonio de primer orden so- referirse a escritores consagrados que publican en edi- bre el gran responsable campesino, Juan Chacón Co- toriales poderosas y hasta oficiales. Marginales en sen- rona. Hábil en su técnica, ágil en su composición, este tido propio (el que aquí me importa subrayar) son los Chacón une los procedimientos de la entrevista con personajes de Varazón en Porái debido a su condición los del reportaje, la crónica con la noticia, la construc- de humildes trabajadores subproletarios, a la existen- ción novelística y el documento sociológico. Varas se cia inestable y errante que llevan muchos de ellos y por adelanta con mucho a la importancia que va a adquirir situarse «al margen» de la cultura escrita. Varios de mucho después el género de la historia oral en el cam- ellos son analfabetos. Vidas vagabundas, sin estabili- po de la historiografía y al reconocimiento posterior, dad ninguna –gente del pueblo que ha perdido sus raí- principalmente por el Premio Casa de las Américas, del ces, separada incluso de los pobres inquilinos que vi- género testimonial como categoría nueva y represen- ven muy cerca, tierra adentro, pero que, a pesar de tativa de las sociedades latinoamericanas. Produce con una indudable precariedad, resultan menos miserables él uno de los testimonios más cabales y expresivos de y desprotegidos que esos habitantes de la caleta coste- nuestra verdadera historial social y sobre la actividad ra–. La finura de percepción social en Varas es a todas política de un sector decisivo de la población chilena. luces sorprendente, por las modulaciones que introdu- Dentro de la obra de Varas, Chacón da un nuevo giro al ce en el diálogo popular y el seguro dominio para cap- tratamiento de la dialéctica entre escritura y oralidad, tar el gesto significativo que identifica y da vida a sus esto es, la auscultación del habla popular y su recrea- personajes. Diálogo, caracterización y trama transcu- ción por medio de textos impresos –la voz detrás, a rren con notable fluidez a lo largo de toda la novela. través y en lo hondo de la letra. Mezcla de relato picaresco, de conseja popular o folclórica, historia de amor entre jóvenes pobres (un Los cuentos poco lo que de otro modo intentaba hacer Lihn en Agua de arroz, en uno de sus relatos, «Huacho y Pocho- La trayectoria de Varas cruza seis décadas, desde 1946 cha», que acaba de reeditar Luis Íñigo Madrigal), Po- hasta el día de hoy. En el marco de esta cronología sus rái resulta así –en mi opinión– un clásico reciente des- innumerables cuentos dejan huella de los cambios que de cualquier punto de vista que se le juzgue. Fábrica al escritor le ha tocado vivir (geográficos, laborales, narrativa precisa e impecable donde todo es justo, tono políticos) y de las inflexiones que el propio género ex- emocional y humano hecho con alquimia de risas y de perimenta en sus temas y registros estilísticos. Tam- lágrimas, etcétera, todo alcanza un señorío de profun- bién se refleja en ellos un nuevo modo de ver las co- da sencillez. Y el arte del título una vez más (ya «ca- sas, que no rompe con las convicciones básicas del huín» era un hallazgo) lo encapsula todo: indicio de autor. Este no ha salido indemne del golpe militar oralidad popular, signo de una localidad incierta y (¡cómo!) ni de su larga estancia en el mundo socialista errabunda, atmósfera de interacción o comunión en la (Checoslovaquia, la Unión Soviética) que se derrum- cocina o a la intemperie, «porái» es también la voz de baba a vista y paciencia de sus dirigentes. Reunidos a un personaje enterizo que se nos impone magistral- comienzos del nuevo siglo por la editorial Alfaguara mente en la narración. (2001) forman un volumen harto considerable de casi A propósito de Chacón escribí en otra oportunidad setecientas páginas, que incluye por lo menos cuatro que me parecía uno de los tres o cuatro libros funda- colecciones previas: Lugares comunes, ya menciona- mentales sobre algunos dirigentes del movimiento obre- da; Las pantuflas de Stalin y otras historias, de 1990, ro chileno. Junto al libro de Jobet sobre Recabarren, de que sale a luz poco después del retorno del autor, y la Vida de un comunista, de Lafertte, y de la biografía donde se despliegan historias con la obsesión y delirio de Corvalán sobre Ricardo Fonseca, esta biografía pre- de un viejo dictador o en torno a las aventuras del fas-

102 cinante personaje que fue el historiador José Grigulie- tos con ambientación o elementos radiales (Varas co- vich; Exclusivo, de 1996, con un impresionante relato nocía bien y desde dentro este espacio donde trabajó de igual nombre dedicado a un gran periodista, y Cuen- como locutor), hay quizá vecindad con la gran novela tos de ciudad, su última colección hasta donde sé, de de Nathanael West, Miss Lonelyhearts (1933), tradu- 1997. Como todas las piezas aparecen fechadas, es cida al francés en 1946 y encarecida por Sartre en su fácil observar su distribución cuantitativa en el curso influyente ensayo ¿Qué es la literatura? Si tal es el de los años. Hay solo un par anterior a 1950 («Cauti- caso, si hubo tal nexo, Varas habría aprovechado sa- verio» y «Relegados»), muy pocas entre ese año y 1960, gaz y creativamente la lección del norteamericano. aumentan sensiblemente en los 60 hasta el punto de «Radioteatro» es otra narración del mismo tipo. dar origen a un primer libro aparte, ralean de nuevo en «La denuncia», relato que destaca en el mismo li- los 70 (con la notable excepción que señalaré) y, desde bro, revela una preocupación dominante del autor en fines de los 80 y sobre todo en la década final del siglo, esa época, a la par que constituye una penetrante ex- se aglomeran en una escritura caudalosa y torrencial. ploración del contraste entre los que trabajan y los que Naturalmente, se trata de una cronología externa y algo observan desde fuera, entre los que llevan ropa y uten- engañosa, pues es patente, a través de temas, asuntos silios de trabajo y los que miran con sorna, desprecio o y en razón de otras circunstancias, que muchos de indiferencia. Cuento muy ligado al desarrollo de la au- ellos han estado en la mente del escritor (decir «en toconciencia de clase, parte mostrando el complejo barbecho» sería poco cortés) por largo tiempo, espe- racial y racista frente al trabajador para describir ense- rando ese toque de gracia que García Márquez, con guida el malestar y el temor inconsciente del grupo acierto sin igual, asocia con el arte de la cocinera cuando privilegiado. ¿Han cambiado tanto las cosas, hoy, en el adivina instintivamente que la comida ya está en su Tercer Mundo? punto. En el volumen de Alfaguara los cuentos se des- En los Cuentos completos figura un haz de historias granan en ochenta unidades. Hay entre ellos, con cri- que se ha agrupado bajo un rubro apropiado, «Del exi- terio exigente, un puñado de cuentos de primer orden, lio». Todos son relatos viscerales donde Varas ha puesto perfectamente antologables, que justifican con creces lo mejor de su intensidad como narrador. Sobresale, el juicio que algunos buenos catadores nacionales (Uribe, sin duda, «La terraza», que no por nada lleva la fecha Valente) han vertido sobre Varas, considerándolo como de 1974. En Alemania, un grupo de exiliados se junta uno de los mejores cuentistas que escriben actualmen- para conmemorar el sombrío año de ratas que termina te en Chile. y el nuevo que comienza. Hay garra, desesperación, A mi ver, el primer cuento de Lugares comunes, mucho de rabia contenida en este cuento formidable. «Nosotros», comparte ese rango y pertenece a esta Hay todo eso, pero el vigor de la escritura no rompe el categoría. En contrapunto ceñido con la letra del fa- designio profundo de la historia. El español que hacia moso bolero de Pedro Junco, la riña de una pareja que el final del cuento y en medio del llanto general de to- viaja en un taxi hace pendant con una historia de sepa- dos espeta brutalmente: «¡Coño! No lloréis como mu- ración y abandono que brota de un programa radial. jeres lo que no supisteis defender como hombres!», De modo elíptico y eficaz, yendo rectamente al fondo creo que habla más allá de los personajes del cuento. del asunto, Varas da cuenta de una relación destruida Este debería ser lectura obligatoria para todos los par- entre dos amantes, de su caricatura radial y de los efec- lamentarios de izquierda que gozan hoy de buena salud tos sicológicos que sobre el personaje masculino ejer- en el Congreso, arriesgando la vida día a día por un ce el medio de comunicación. Sicología de la ruptura, salario suculento y soez. Dios los bendiga, a ellos que reflejo tecnológico y mediático, comicidad al borde del lloran a manos llenas. Maldiciones aparte, el cuento melodrama, producen una impresión sintética, un efecto consuma de modo ejemplar un sutil manejo de la fun- global de increíble autenticidad. En varios de los cuen- ción del llanto, característico y recurrente en la obra

103 de Varas. Lejos de ser elemento de compasión o melo- de El Siglo o de Vistazo, junto a sus crónicas políticas dramático, el llanto siempre desdramatiza o contrame- como corresponsal en Praga o en Moscú, entre otros lodramatiza en las situaciones en que aflora. Allí las lugares. Varas destaca en el arte de la viñeta y en el lágrimas –Brecht mediante– aportan siempre su gotita artículo dedicado a cuestiones de historia política. Pero de Verfremdung. todo esto es aún programático. Terminemos de una vez esta nota estimulando al autor a que concluya Milico,2 Hoy manuscrito que sí ha estado en barbecho ya sus buenos añares y que habrá de constituir sin duda (he visto algu- Me he detenido con amplitud en el primer Varas, antes nas páginas) una incisiva recreación de una fase dura- del 73 o antes del 89, porque sospecho que su obra mente conflictiva en el pasado reciente del país. durante ese tiempo es poco conocida por las jóvenes generaciones. Después de su vuelta al país, en 1988, *** sus escritos se han hecho parte de la producción más importante de las letras chilenas y latinoamericanas en Aprender a leer no es fácil, en la medida en que la el gozne del siglo –cosa que el reciente Premio Nacio- lectura no es una operación simple ni elemental. Según nal de Literatura en 2006 ha venido a ratificar–. Su opus Irenée Marrou, los antiguos se demoraban cuatro años magno, la novela El correo de Bagdad (ya con dos en hacerlo. Por mi parte, desde que Joaquín me dio la ediciones, 1994 y 2002), es un vasto friso de época señal de partida, me he pasado cuatro veces ese lapso desplegado en un triángulo espacial y cronológico que leyendo a Varas. Ha sido algo fructífero y no me quejo. cubre la Praga socialista, el Chile del 73 y el Iraq pos- Su obra sigue religiosamente las lecciones que Brecht monárquico de los 60. Se trata de una extraordinaria destinaba «al uso de los lectores» en el prólogo de sus novela internacional e intercultural que termina en me- Hauspostille (¿Breviario casero?, Sermones domésti- dio de la aguerrida rebelión kurda. También es signifi- cos, 1927): apelar al sentimiento y al intelecto a la vez, cativa La novela de Elena y Galvarino, ambientada en hablar de las catástrofes «naturales» que el hombre ha torno a los sucesos del 73. Y en 2005 publicó un tomo ido sembrando a su paso por el planeta, etcétera. Eso de conversaciones y recuerdos del pintor Julio Escá- está en Varas y por ello me ha servido leerlo dentro y mez (Los sueños del pintor). Todo esto sin tomar en fuera del país. Fuera de Chile, me ha ayudado a paliar cuenta la rica «veta nerudiana» que hay en él, un vasto la misantropía de la patria inherente a la situación de filón en que se explora el humor, el anecdotario y la exilio; dentro de Chile, me permite comprobar cuando génesis de libros y poemas de Neruda (Canto general, vuelvo de vez en cuando que el «universo Varas» –la «El pueblo») sobre la base del conocimiento mutuo miseria, la desigualdad, la marginalidad que ha mos- entre los dos escritores. La falta innata de pedantería trado y no ha parado de denunciar– sigue vivito y por parte de ambos –Neruda y Varas– impidió que sur- coleando. Todo está allí, igualito, en un país que sigue giera algo afín a Conversaciones con Eckermann, pero, teniendo mucho de cahuín y que yace porái sin nada de a falta de pan, los numerosos textos están ahí, espe- Chacón. c cialmente ese notable Neruda clandestino de que he hablado en otra ocasión. Igualmente, habría que recu- 2 Milico, en proceso de escritura a comienzos de 2007 cuando perar alguna vez los apuntes y fragmentos, muchos de fue redactado este texto, vio la luz a fines de septiembre de ese ellos brevísimos, que esbozaba a la rápida el periodista año, publicado por la Editorial LOM.

104 TOMÁS HARRIS El puente oculto: la literatura chilena en el exilio (1973-2008)

A Soledad Bianchi y Carlos Geywitz I. M. La muerte canadiense Se desliza hacia mí Rauda sobre el hielo Como un jugador de hockey Esgrimiendo su guadaña de palo. Yo no sé patinar, Yo juego fútbol, le digo.

GONZALO MILLÁN: «Hockey»

l puente oculto tituló el poeta Waldo Rojas su primer libro publica- do en el exilio, en 1981, por Ediciones LAR, donde recogía poe- 105-109 Emas de sus libros editados en Chile antes del golpe de Estado de 1973 y otros, escritos en su exilio en París, textos en los cuales el peso

de esta nueva noche que caía sobre nuestro país sumaba una nueva e /2008 pp. inevitable experiencia poética a su obra. El puente oculto fue una metá- fora sumamente expresiva sobre la manera como comenzó a estable- cerse un diálogo complejo, pero pertinaz, para los escritores chilenos que tuvieron que salir del país, perseguidos y vetados por el nuevo régimen dictatorial. Un puente entre Chile y diversos puntos del globo donde nuestra bandera se clavaba y desde donde los libros entraban en la clandestinidad para no perder el diálogo entre los escritores de aden- octubre-diciembre 253 No. tro y afuera y así armar un puzle anómalo de una misma realidad, donde la permanencia del contacto de nuestras letras fue fundamental para mantener viva no solo una tradición sino una forma de vida. Soledad Bianchi, que desde su exilio en Francia reunió a los poetas de la «diáspo- Casa de las Américas ra» en dos volúmenes antológicos fundamentales, Entre la lluvia y el

arco iris y Poetas de ida y vuelta, en el prólogo del segundo recuerda Revista

105 que Roberto Bolaño y su amigo Bruno Montané seña- no de la globalización se ha intensificado de manera laban: «Nos convertimos en poetas porque si no nos cada vez más vertiginosa desde la segunda década de moríamos». los 70 hasta los primeros años del siglo XXI. Por lo En ese mismo prólogo, Soledad Bianchi nos recuer- tanto, también hay que buscar en los múltiples sitios da que en Suramérica «el exilio no es de hoy ni es web que se mantienen en el ciberespacio por escrito- propiedad de los chilenos», y nos conmina a entender res chilenos que parece que definitivamente no regre- la diáspora como «un signo de nuestros tiempos». Un sarán a Chile, como «Mi Patagonia», en la Argentina, o signo de nuestros tiempos que aún persiste en muchos «Poetas Antiimperialistas de América», de Jorge Et- países del mundo, y que en Chile dejó una huella imbo- cheverry, en Canadá. rrable y una literatura dispersa, por lo cual la tarea de Pero es necesario hacer un poco de historia para dibujar ese mapa de la dispersión no se ha acabado, dar con los primeros balbuceos de la diáspora, que, sino es una labor permanente mientras no se termine posteriormente, se transformaría en un potente coro de configurar el rostro desmembrado por el exilio de literario intentando no perder el puente con Chile y la cerca de un millón de chilenos por diversos países del lengua española, sobre todo de aquellos autores que mundo, a los que volaron, navegaron o caminaron para vivieron o viven en países donde se hablan otros idio- fijar su residencia donde se produjo este fenómeno o mas o en español con las especificidades de otras cul- anomalía de una producción extranjera, pero que se turas y sus constructos lingüísticos y culturales. reconoce inserta en el contexto de la literatura chilena. El recorrido retrospectivo necesario para la recons- Algunos, muchos de ellos han regresado, otros, vinie- trucción arqueológica que nos permita un mapeo más ron y volvieron, otros, siguen en el exterior y otros o menos tentativo e inicial es una tarea bastante difi- murieron fuera de Chile, como Roberto Bolaño o Gon- cultosa, y sobrehumana si se quiere, por la dispersión, zalo Santelices. Si bien Bolaño gracias al Premio Ró- clandestinidad y falta de espacios para la producción mulo Gallegos que le dio reconocimiento internacio- cultural que tuvieron que vivir en los primeros años los nal, y a su magnífica obra, hay que decirlo, ahora es escritores exiliados. Por lo tanto, nos parece adecuado leído y estudiado profusamente en nuestro país, la tam- acudir a los primeros textos compilatorios que se rea- bién excelente poesía de Gonzalo Santelices no es leí- lizaron en condiciones anómalas y adversas, las más, da y, creo, tampoco recordada ni conocida hoy por y posteriormente en forma más sistemática o, por lo hoy en Chile. Es esta dispersión entonces como una menos, con una compilación de materiales más ex- herida permanente que parece no cerrarse: la del olvi- haustiva y un corpus in crescendo más pesquisable y do. Pero una herida que hay que restañar. representativo. Me refiero fundamentalmente a las an- Si bien hacer listas que rescaten nombres no ayuda tologías y a las revistas de literatura que comenzaron a en mucho –también se hicieron listas pero negras du- aparecer en los diferentes países donde se congregó rante la dictadura– establecer catastros es un primer un mayor número de exiliados, como Canadá, los Es- paso, ya que los libros que se publicaron fuera no tu- tados Unidos, la República Democrática Alemana, Sue- vieron la circulación mínima para ser recordados –salvo cia y México, entre los más importantes, tanto por el excepciones notables– y las antologías que han reco- número de exiliados como por la posibilidad de esta- gido la escritura de la diáspora, en su gran mayoría, no blecer diferentes formas de organizaciones culturales, se han reeditado y, tampoco, se han hecho nuevas edi- por la calidad intelectual de los exiliados, como por los ciones que aumenten los nombres que se deben regis- diferentes apoyos de los gobiernos en cuestión u orga- trar, mientras nuestros escritores siguen produciendo nizaciones independientes (principalmente las O.N.G.) afuera una literatura en español, cada vez más deste- de los países en cuestión. rritorializada, pero no por eso menos latinoamericana No hay que olvidar, aunque sea como un recordato- ni chilena. Además, hay que considerar que el fenóme- rio epocal, que el proceso de restauración arqueológi-

106 ca o mapeo de la literatura producida en el exilio que que no se había producido de forma sistemática ante- podemos realizar en la actualidad, si bien tiene la ven- riormente, sino más bien parcial y un tanto ecléctica taja de contar con medios mucho más eficaces en tan- en la generación del 50, donde, por ejemplo, en la Uni- to recolección de datos, como los que posibilita el cre- versidad de Chile o en el Parque Forestal, la cultura se ciente proceso de globalización y las tecnologías hacía con la conjunción –o conjura– de intelectuales informáticas, en la época en que se comenzó a escribir formados en la academia, como Jorge Millas o Luis fuera de Chile no solo las condiciones políticas eran Oyarzún, o bien intelectuales con un pie dentro de la diversas, sino también las comunicaciones, por lo que universidad y otro fuera, con una formación literaria tanto construir un corpus poético o narrativo –intento académica relativa, como el caso de Nicanor Parra o que realizó por ejemplo Soledad Bianchi en su proyec- Enrique Lihn, o intelectuales sin formación formal ri- to antológico Entre la lluvia y el arco iris– eran tareas gurosa, pero de una vasta experiencia lectora y vital, cuya dificultad rayaba en lo heroico y prometeico, donde como Jorge Teillier. Ahora bien, todo esto cambia en había que lanzar una suerte de botella al mar ya no del un giro notable en la generación del 60, que fue la que ciberespacio, que no existía aún, sino del primitivo padeció directamente la ruptura de la idea de Chile tal correo aéreo, y esperar la posible respuesta de los poe- una República, hacia una universidad que no solo for- tas dispersos en el mundo y, también, de aquellos que mó una generación de poetas, sino también una gene- permanecían en Chile en una situación compleja y ración de poetas raciocinantes y con formación, en arriesgada en materia no solo cultural, sino también torno al oficio de las letras, que cumplieron funciones vital, y, diría yo, sus primeros libros dentro de Chile académicas de distinta índole y trabajaron en revistas también se escribían en esa especie de exilio interior al fundacionales de un nuevo momento cultural, que no que Grínor Rojo llamó acertadamente in-xilio. sabemos qué rumbo habría tomado de no ser por el Si hacemos un recorrido por las antologías que co- golpe militar del 73. Pensamos en las revistas como menzaron a aparecer después del golpe de Estado, po- Trilce, de Valdivia, dirigida por Omar Lara, y Arúspice, dríamos citar algunas que fueron señeras, y otras si de Concepción, dirigida por Gonzalo Millán y Jaime bien de menor presencia, no por eso de menos impor- Quezada indistintamente, Tebaida, de Antofagasta, y tancia en el momento de reconstruir esta arqueología la tradición de encuentros universitarios que tendían de restos de un discurso que primero debemos «ar- cada vez más hacia una profesionalización entretejida mar» y, posteriormente, comprender para poder en un de teoría y praxis. Esto fue lo que se rompió en tanto futuro, ojalá no muy lejano, lograr analizar. Pero antes mantención y dialéctica de la tradición –y sus ruptu- de entrar en los nombres y procesos que podemos vis- ras– y cuya rearticulación, si es que se ha producido, lumbrar en estas antologías y revistas, creo que es ha tomado otras características y especificidades cul- necesario dar una breve mirada al estado de cosas lite- turales, que no es este el lugar de analizar. Pero los rarias en el momento en que se produjo el quiebre re- creadores de la generación del 60 más importantes, publicano en nuestro país y algunas de sus implican- dispersos, intentaron mantener la relación creación y cias dentro de Chile, que aún permanecen o que, academia, siendo la mayoría absorbidos por universi- definitivamente, han cambiado la manera como se articu- dades extranjeras, como los casos de Waldo Rojas, la el tejido poético –y narrativo– chilenos. Gonzalo Millán, Oscar Hahn, Naín Nómez, Jorge Et- La forma de concebir la tradición literaria en Chile, cheverry y Juan Armando Epple, entre otros. además de haber logrado un notable descentramiento Al comenzar a revisar las antologías poéticas edita- en relación con Santiago, sobre todo en universidades das en el exilio, o producto de una investigación hecha de provincias, como la Universidad de Concepción y la fuera de Chile, nos damos cuenta de que fue el género Universidad Austral de Valdivia, propiciaron focos de más escurridizo y dúctil, de mayor facilidad de circu- investigación y creación poética universitaria, fenómeno lación, y, por qué no decirlo, de una aparente libertad

107 técnica, lo que en estos primeros años de exilio, sobre ficado en el siguiente fragmento del «Prólogo» de En- todo, propició una producción mucho mayor que la tre la lluvia y el arco iris, de Soledad Bianchi, donde narrativa o dramática, y, además, la aparición de poe- ella ya comienza a hablar de una «generación disper- tas cuya prioridad no fue precisamente la estética, sino sa», como rasgo diferencial de los poetas que comien- dar cuenta de la contingencia, tanto personal como zan a publicar en un contexto de represión y diáspora: colectiva del momento histórico traumático y anómalo que se estaba viviendo no solo en el ámbito cultural e Cuando ya ciertos nombres comenzaban a repetir- intelectual, sino también en el vital y privado. En una se, cuando muchos de los nuevos recibían premios, mirada a las muestras más significativas y sistemáticas cuando se veía que su dedicación a la poesía era que se hicieron en los primeros años de dictadura, a elegida, voluntaria y la asumían seriamente, se ha- posteriori, citamos las siguientes, como las más perti- cía necesario dar a conocer obras y autores. Circula- nentes en la búsqueda arqueológica que habría que pro- ron, entonces, cartas en todas las direcciones, porque ponerse para ir completando el mapa poético que dé era preciso reunir a los escritores chilenos ya que, cuenta de las voces que profirieron discursos válidos por desgracia, los que hoy comienzan, los que hoy y necesarios por esos años oscuros y que, muchos de surgen a las letras, están marcados negativamente ellos, se han olvidado o, simplemente, se desconocen desde el inicio de su trabajo: son una generación dis- en nuestro país, o dentro de las fronteras territoriales y persa que no se conoce entre sí, a diferencia de las cronológicas actuales: Chile, poesía de la resistencia y anteriores. Francia, España, Chile, Inglaterra, Cana- del exilio. Selección de Omar Lara y Juan Armando dá, Estados Unidos, son los países donde viven los Epple; Los poetas chilenos luchan contra el fascismo. dieciséis poetas aquí reunidos por primera vez en el Prólogo y selección de Sergio Macías, Berlín, RDA, papel, pero –con toda seguridad– en los cincuenta Comité Chile Antifascista, 1977; Chile: Poesías de las países donde se encuentra el Chile desterrado hay cárceles y del destierro, Madrid, Ediciones Conosur, 1978; jóvenes que ya escribían antes de su exilio o que La libertad no es un sueño. Antología de la poesía chi- han comenzado a escribir en él. lena de la resistencia. (Del exilio, las cárceles y los cam- pos de concentración), Raúl Silva-Cáceres y Edgardo En Entre la lluvia y el arco iris los poetas reunidos Mardones, editores. Con prólogo de Julio Cortázar, son: Eduardo Parra (1943), Juan Armando Epple Estocolmo, Tidens Bokforlang, 1980; Entre la lluvia y el (1946), Gonzalo Millán (1947), Javier Campos (1947), arco iris. Algunos poetas jóvenes chilenos, Rotterdam, Miguel Vicuña (1948), Gustavo Mujica (1948), Raúl Instituto para el Nuevo Chile, 1983; Soledad Bianchi: Zurita (1950), Carlos Alberto Trujillo (1950), Gregory Poets of Chile. A Bilingual Anthology (1965-1985). Cohen (1953), Roberto Bolaño (1953), Mauricio Re- Selección y traducción de Steven White, Greensboro, dolés (1953), Erick Pohlhammer (1954), Jorge Mon- Estados Unidos, Unicorn Press, 1986; Bevingade Lejon. tealegre (1954), José María Memet (1957), Bruno 11 chilenska poeter i oversattning. En antología compi- Montané (1957) y Bárbara Délano (1961). Pues bien, lada por Sun Axelsson, Suecia, Bonniers, 1991 y Viajes no deja de ser sintomáticamente inusual que de la ma- de ida y vuelta. Poetas chilenos en Europa. (Un pano- yoría de los nombres antologados en esta muestra, rama). Selección y prólogo de Soledad Bianchi, San- aunque su fin era dar cuenta de las nuevas voces de la tiago de Chile, Ediciones Documentas/Ediciones Cor- poesía chilena de la época, solo seis poetas estaban dillera, 1992. residiendo y produciendo en Chile: Zurita, Trujillo, Las condiciones en que se compilaron estos traba- Cohen, Pohlhammer, Memet y Montealegre. Por lo tan- jos y su contexto de escritura (salvo las dos últimas, to, en este primer intento de reunir en un volumen an- que son una mirada a la poesía chilena en el exterior ya tológico la novísima poesía de la época, podríamos desde la democracia restaurada) queda bastante clari- decir que en un número considerable de autores, esta

108 comenzó a escribirse en el exilio, aunque la compila- Santini. Infante y Santini aún viven en Suecia. Carlos dora aclara en el prólogo que esta antología «no se Geywitz murió trágicamente en agosto de este año. Se propone mostrar un amplio panorama de lo que es la supo de su lamentable fin a través de correos electró- poesía chilena hoy». La muestra es, como decíamos, nicos y blogs personales. La prensa nacional, que se- una convocatoria de la poesía que hacían en la época pamos, no ha dicho hasta el momento nada al respec- los más jóvenes, aunque también tiene un criterio se- to, y dudamos incluso que supieran de la existencia de lectivo que excluye a un número significativo de poe- este importante poeta chileno radicado en Suecia. tas emergentes antologados en dos textos que es nece- Sobre el papel que desempeñaron las revistas litera- sario mencionar acá: Poesía para el camino, Santiago rias en la difusión de la poesía chilena de la diáspora, de Chile, Unión de Escritores Jóvenes, 1976, y Uno Soledad Bianchi acota en «Un mapa por completar: la por uno. Algunos poetas jóvenes, Santiago de Chile, joven poesía chilena»: Nascimento, 1979, en las que se reúnen nombres que tuvieron pertinencia en la época y aún la tienen hoy en El vínculo literario que es difícil alcanzar entre la Chile, como Antonio Gil, Armando Rubio, Teresa Cal- emigración chilena lo establecen, con frecuencia, derón y otros. las revistas: Literatura Chilena que existe desde 1977 En Viajes de ida y vuelta. Poetas chilenos en Europa, en California; Araucaria, que apareció en 1978 en a la misma Soledad Bianchi se reúnen aquellos poetas Madrid, y en torno a la cual funciona un taller litera- que, más allá de un criterio generacional, aún seguían rio en París. Pero no pueden dejar de mencionarse: –y siguen la mayoría de ellos– escribiendo y publicando Canto Libre, que durante doce ediciones parisinas en Europa: Efraín Barquero, Mauricio Rosenmann Taub, reunió diversas voces de la poesía chilena elegidas, Patricio Manns, Orlando Jimeno Grendi, Sergio Macías, casi siempre, con criterio de semejanza relativa, Guillermo Deisler, Luis Mizón, Eduardo Parra, Walter agrupando a los «diaspóricos» con la «generación Hoeffler, Waldo Rojas, Ximena Godoy, Alberto Gallero, del roneo», ni la reciente Palimpsesto de Roma [...] Tito Valenzuela, Andrés Morales, Eugenio Llona, Gustavo no deben dejar de indicarse la especial labor que Mujica, Sergio Infante, Carlos Tapia, Patricia Jerez, cumplen las ediciones LAR en Madrid, y «El Mai- Miguel Vicuña, Radomiro Spotorno, Leonora Vicuña, tén», de Nueva York, esta última dedicada exclusi- Roberto Bolaño, Alejandro Lazo, Ricardo Cuadros, Cris- vamente a la poesía, dirigidas, respectivamente, por tián Vila, Felipe Tupper, Cristóbal Santa Cruz, Bruno David Valjalo, Omar Lara y Jaime Giordno, impor- Montané, Antonio Arévalo, Mauricio Electorat, Luis tantes poetas también ellos, nombres a los que ha- Cociña, Gonzalo Santelices y Manuel Espinoza Cáce- bría que agregar a Enrique Giordano, Raúl Barrien- res. El número de antologados no es menor, y de ellos tos, Hernán Castellano Girón, Oliver Welden y solo están de regreso en Chile, hoy, Patricio Manns, Hernán Lavín Cerda. Walter Hoeffler, Miguel Vicuña, Cristián Vila, Luis Coci- ña, Eugenio Llona y Andrés Morales. Gonzalo Santeli- La única certeza que nos queda de esta funesta con- ces, Guillermo Deisler y Roberto Bolaño murieron en secuencia de la dictadura militar es que por lo menos Europa y, con justicia tardía, Efraín Barquero recibió el de la palabra no nos despojaron, pero que aún queda Premio Nacional de Literatura en 2008. mucho por hacer para completar aquel mapa fractura- En la antología Bevingade Lejon. 11 chilenska do del que habla Soledad Bianchi para reunir un corpus poeter i oversattning, aparecen otros nombres que co- pertinente de la poesía producida por lo vates chilenos menzaron a escribir en Suecia o mantuvieron un lar- desde 1973 hasta el día de hoy. go exilio en el país nórdico, como Sergio Badilla, Juan Cameron, Sergio Infante, Carlos Geywitz y Adrián Santiago de Chile, septiembre de 2008 c

109 PATRICIO MANNS De Chile a Chile a través de la escritura

iempre he querido escribir sobre libros. No practicando la crítica, por supuesto, sino ensalzando las obras literarias que me han Simpresionado y marcado a lo largo y ancho de estas vastas siete décadas de vida que estoy calzando. En su transcurso, encontré libros que me buscaban y descubrí libros que parecían regirme. La lectura es una aventura prodigiosa, como lo es también la escritura. Una vez leí un libro vasto, profundo y rupturista. Su lectura me tomó solo algunos meses. Cuando terminé la lectura, lo dejé cerrado sobre una mesa. Per- manecí un rato reflexionando sobre lo que me había sucedido, y de repente me di cuenta de que al cerrar el libro había envejecido por lo menos unos treinta años. O tal vez había madurado envejeciendo a cau- sa del peso de los nuevos conocimientos. El libro me había cambiado todo el sentido de la vida, la percepción de la realidad, el sonido y el

pp. 110-113 sentido de las palabras. En suma, una experiencia vertiginosa y maravi- llosa. Comencé a leerlo siendo un adolescente, y lo terminé ya conver- /2008 tido en un adulto. Por eso me sorprende siempre ese seudodebate en que algunos sostienen que un libro no puede cambiar al mundo. Si pue- de cambiar al hombre, que es el mundo ¿cómo no va a cambiar al mun- do, cuya percepción es una facultad privativa del hombre? Por lo de- más, un libro puede cambiar al mundo si cae en las manos justas, aquellas que están facultadas precisamente para cambiarlo. Ese libro se llama Ulises, del escritor irlandés James Joyce, quien provocó la más grande, No. 253 octubre-diciembre No. 253 inesperada y viva transformación de toda la literatura mundial, en 1922. No logro concebir mi vida sin los libros. Desde mi infancia estuvie- ron allí, rodeándome, incitándome. Me provocaban, me desafiaban. Antes de entrar a mi primer colegio, ya había logrado descifrar el misterio de

Casa de las Américas la lectura, de manera que esta relación de amistad y de pasión comenzó muy temprano. Por aquella época ya reculada leí el libro memorable

Revista Recuerdos del pasado, de Vicente Pérez Rosales, del cual existe hoy día

110 una edición muy reciente –una de las tantas–, esta vez presa del pánico. En el atroz silencio que precede a los a cargo de Ediciones B, en su colección Dulce Patria. disparos, José Miguel Carrera se vuelve hacia su subal- El caso de Vicente Pérez Rosales es verdaderamente terno y le dice con toda naturalidad: «No temas: la notable. No creo que pueda considerársele un escritor muerte es solo una sombra que pasa». profesional, al menos en el sentido que esta definición Pero lo infinitamente admirable es que esta frase atri- tiene hoy en día. Este es su único libro de factura na- buida a Carrera pertenece al dramaturgo inglés William rrativa. Tiene otros dos, pero son pequeños opúscu- Shakespeare, cuyo conocimiento por parte de Carrera los de promoción de la República de Chile para con- nunca ha quedado claramente explicado, aunque, al pa- quistar a los inmigrantes que a mediados del siglo XIX recer, nadie ha reparado en ella. Si bien Carrera peleó al estudiaban la posibilidad de abandonar sus países de lado de las armas españolas contra Napoleón, y obtuvo origen en busca de un destino mejor. Nuestro autor jinetas de brigadier, la España de entonces no era un fue un hombre de cometidos múltiples y contradicto- sitio donde pudiera representarse a Shakespeare todos rios. Estudió en Santiago y luego en París, ciudad en la los días y, menos aún, en castellano. que conoció numerosas obras literarias de carácter tras- Recuerdos del pasado es un libro que se anticipa, como cendental que los suramericanos de su tiempo no te- un fulgurante adelantado, a lo que a literatura iberoame- nían entonces oportunidad de leer, sobre todo por la ricana concierne. Se anticipa y con mucho, también, a escasez de traducciones. Pérez Rosales provino de una todas las tendencias y géneros que, a partir de él, dieron familia de dignatarios chilenos poseedores de gran for- cuerpo y prestancia a la literatura americana. En efecto, tuna. Su abuelo materno, don Juan Enrique Rosales, hay en sus páginas una suma de formas literarias entre fue miembro de la Primera Junta Nacional de Gobierno, las que cabe mencionar la novela, la crónica de costum- cuando José Miguel Carrera regresó desde España para bres, el relato de aventuras, la narrativa de viajes, el en- iniciar la revolución libertadora. Toda la familia de Vi- sayo político, la novela picaresca y muchas otras. Dota- cente Pérez Rosales, incluido él mismo, fueron testigos do de un agudo sentido de observación, el autor describe y partícipes de las guerras por la Independencia. Co- con trazos precisos el mundo que a lo largo de sus via- noció en su casa a los Carrera, a O’Higgins, a Manuel jes va descubriendo. Los caracteres humanos reseña- Rodríguez, a San Martín y a muchos otros próceres dos en este libro constituyen una suma gigantesca y convocados por la causa revolucionaria de las colo- colorida de retratos, cada cual más sorprendente y en- nias españolas de América. En tal sentido, es un testigo trañable. Son personajes que se graban en la memoria privilegiado de su tiempo, y las páginas de sus Recuer- para siempre. Es esta dimensión de su escritura la que dos... lo confirman. Por azares de esa mágica historia los jóvenes que se inician en el tráfago infernal de la personal que es la suya, cuando niño, y habiéndose escritura pueden observar con atención. En ella se esta- fugado a Mendoza con su familia, después de una de- blece cómo la acumulación de las experiencias del autor rrota de las armas nacionales, se integró allí a una mi- van organizando su narrativa, la hacen ágil, sorprenden- licia infantojuvenil, promovida por la Gobernación de te, vital, regocijante a ratos, trágica en otro momento, la ciudad, para ayudar a protegerla en el caso de que pero siempre verosímil y portentosa. El escritor chileno los realistas cruzaran la cordillera de los Andes. En tal Carlos Droguett afirmó en más de una ocasión que Re- carácter asistió a los fusilamientos, una primera vez, cuerdos del pasado es la primera gran novela latinoame- de Juan José y Luis Carrera, y en una segunda y trági- ricana de toda la historia literaria de nuestra región, y ca oportunidad, a la de don José Miguel Carrera y uno vaya que se necesitan argumentos de talla mayor para de sus soldados, muy joven. El relato tiene dos instan- refutar semejante afirmación. No en vano, por cierto, tes magníficos: el fusilamiento en sí, y la frase que este libro ha tenido múltiples ediciones y traducciones pronunciara don José Miguel para tranquilizar a su ju- desde que fuera publicado por primera vez en forma venil acompañante, quien había comenzado a sollozar completa, en 1886.

111 Es una obra vastamente conocida en América, Espa- único en el mundo– cuenta con cuarenta y nueve ríos ña y países de habla inglesa. Su influencia es reconocida de gran envergadura, que caen en los alrededores de la unánimemente y sus seguidores, es decir, aquellos in- ciudad y en las campiñas adyacentes, todos proceden- fluenciados por la escritura de Pérez Rosales, son muy tes de la cordillera de los Andes y de los lagos arriba- numerosos a ambos lados del Atlántico. nos, todos navegables. Pérez Rosales desplegó un intenso trabajo de capta- No es raro [precisa un comentador de su obra], que ción, y finalmente logró que la primera partida de ciuda- una vez terminada la lectura de este libro, el lector danos alemanes, procedentes de Hamburgo, llegara a se pregunte, perplejo, quién fue en realidad el autor las aguas del Puerto de Corral, y luego remontara el río de tantas andanzas, ese hombre que llegó a ser des- Valdivia para, en los lechos, refundar la ciudad, o tal tilador de aguardiente «a la europea», como gustaba vez, fundarla definitivamente. Esta partida de colonos decir de su sorprendente oficio, durante su estancia llegó en 1851, y entre ellos venían los dos primeros Manns en San Fernando, curandero, periodista polémico, que escogieron a Chile como su segunda patria: uno de agricultor, contrabandista, vendedor ambulante, ellos era pastor protestante y el otro dentista. minero, buscador de oro en California, donde alter- Esta parte del libro muestra con portentosa claridad nó sus labores de prospección de oro con las de cómo el hombre transforma su entorno y el medio geo- tendero y tabernero. Allí dio rienda suelta a su face- gráfico que ha escogido para vivir. En muy pocos años, ta de explorador, compinche de bandidos legenda- la floreciente ciudad se llenó de arboledas, de huertos, rios, arriero y ladrón de ganado en Argentina, bes- de embarcaderos multiplicados como los hongos a lo tias que hacía atravesar la cordillera de los Andes largo y ancho de los ríos. Estos se llenaron de lanchas, para venderlas en los mercados ganaderos de Chile. de lanchones, y más tarde, de remolcadores y navíos de Más tarde fue nombrado, agente de colonización regular calado que iban y venían del puerto marítimo del gobierno de Chile, para traer al país a los alema- de Corral, por donde se exportan los productos valdivia- nes que poblaron Valdivia y Llanquihue, cónsul en nos, primero a la zona central de Chile, y luego al mun- Hamburgo, diplomático, político –e intendente y par- do. No tardó en aparecer la industria gruesa, y nacieron lamentario hacia el final de su vida–, y muchas otras astilleros y fábricas que transformaron mágicamente la cosas que no solo cuesta enumerar sino también región entera por el esfuerzo de los colonos alemanes. denominar. El pasaje más regocijante del libro, emparentado olímpicamente con la narrativa picaresca, es la esta- Este es el ejemplo más flagrante que se pueda en- día del autor y sus hermanos en la California de la contrar acerca de cómo las experiencias vivenciales fiebre del oro. Ya desde la partida de Valparaíso, el au- de un escritor contribuyen a estructurar poderosamente tor parece decidido a explorar su vena humorística y su potencia narrativa y a reforzar los meandros de su no poco sarcástica. Entre los rudos viajeros de sexo imaginación, llave maestra de toda literatura. masculino que abordaron el barco para dirigirse a los Aquí voy a tocar un tema que me concierne direc- lavaderos del oro californiano, se encontraba una dama, tamente. En 1850 Vicente Pérez Rosales es nombrado joven, de mucha donosura, que a todas luces se dirigía agente de colonización en Valdivia. En aquel entonces, a San Francisco con el fin de ejercer la profesión de la Valdivia era solo un lugarejo, un pequeño villorrio con señora Warren. El hombre que fiscalizaba el embarque casas de madera de un piso y calles de barro. No había pidió a la joven la documentación correspondiente, y plazas públicas, parques, y en el lado del río se carecía cuando leyó su nombre, puso el grito en el cielo. En absolutamente de embarcaderos adecuados para el trá- efecto, según Pérez Rosales, ella se llamaba en ese ins- fico comercial que venía de los poblados y campos del tante Rosario Améstica, en circunstancias que, asegu- interior. Conviene recordar aquí que Valdivia –caso ra «era fama que había nacido Izquierdo en Quilicura,

112 que fue Villaseca en Talcahuano, Toro en Talca, Zam- guían debían redoblar la atención para no quedar reza- brano en San Rosendo, Oyarzún en Coñaripe, y ape- gados. Cada cierto tiempo, Pérez Rosales detenía la nas el día anterior, Rosa Montalvo en Valparaíso». Nada marcha para contar a los integrantes de la caravana. pudo el intento del oficial de embarque por bajar de la De repente, realizando uno de los tantos conteos, Pérez nave a Rosario Améstica. Todos los pasajeros se opu- Rosales se percató de que faltaban dos expediciona- sieron amenazantes y lograron conservarla a bordo. rios. Ambos eran jóvenes, fuertes, arriesgados, estaban Las aventuras de viaje de este notable y entrañable armados, y los dos eran casados y jefes de familia, lo personaje femenino le otorgan al libro un encanto par- que excluía toda veleidad de deserción. Se llamaban ticular, aparte de que traza con pulso magistral un es- Rolf Lincke y Andrés Wehle. De inmediato se organizó bozo del espíritu solidario de los que iniciaban la trave- la búsqueda. Dispararon las armas al aire para llamar sía en pos de la fortuna. Cuando lean o relean este su atención, rehicieron el camino dando grandes vo- libro, recuerden lo que acabo de decir de la bella Rosa- ces, voces que reverberaban al interior del bosque re- rio Améstica, que, solo en el curso del viaje, reunió el botando contra los inmensos troncos mojados de los dinero suficiente como para instalarse semanas más alerces, con un eco lúgubre y desesperado. Pero no tarde, con su propio local en San Francisco. resonó una sola voz pidiendo ayuda. Regresaron a la Por oposición a estos pasajes picarescos, la prosa base y pagaron a algunos mapuches que se encontra- de Vicente Pérez Rosales se ensombrece más tarde, ban a su servicio para que recorrieran el camino recién cuando describe la dificultosa operación de la atribu- abierto, buscando a los desventurados. Los mapuches ción de tierras a los inmigrantes, en la región de Puerto conocían la selva como la profundidad de sus bolsi- Montt. Y este es el signo que destaca a los grandes llos. Toda la tarde se buscó, se los llamó, pusieron escritores: abordar la literatura desde diversos ángu- perros en la infructuosa cacería. Incluso, los cañones los, sean ellos cómicos, poéticos o dramáticos. del barco Meteoro, que se encontraba amarrado un poco Narra Vicente Pérez Rosales que habiendo recibido más lejos, dispararon salvas sucesivas para orientar- a los inmigrantes en la provincia de Llanquihue, co- los, pero nunca más se volvió a saber de ellos. Ni una menzaron a estudiar la ubicación y distribución de las huella, ni sus armas, sus ropas, sus botas, aparecieron tierras fiscales que se les había asignado. En determi- jamás, hasta el día de hoy. Se pensó en algún momento nado día y momento, algunos de ellos le propusieron que a la comitiva la siguieron algunos mapuches beli- una caminata de exploración para reconocer los luga- cosos, que raptaron súbitamente a los dos últimos, pero res en que se asentarían. Partieron en fila india dos los indígenas juraron que no tenían nada que ver en el docenas de hombres, fuertes y decididos, cruzando a asunto, y de hecho, había varios mapuches que ayu- través de la selva enmarañada, tan espesa, pantanosa y daban a los inmigrantes trasladando sus enseres de un húmeda, que los primeros de la columna debían abrir- lado a otro. Es el mayor misterio ocurrido en la época se paso a machetazos. Tan espesa era la selva, que las del poblamiento de la provincia de Llanquihue. Y nadie ramas que abrían los que marchaban adelante se ce- ha podido adelantar una hipótesis de lo que realmente rraban, de inmediato, de manera que los que los se- aconteció ese día. c

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