La Era Del Peronismo
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REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA |1 HONORABLE SENADO DE LA NACION REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA La Era del Peronismo REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA Jorge Abelardo Ramos La Era del Peronismo 1943-1976 HONORABLE SENADO DE LA NACION Presidente Daniel Osvaldo Scioli Presidente Provisional José Juan Bautista Pampuro Vicepresidente Marcelo Eduardo López Arias Vicepresidente primero Mirian Belén Curletti Vicepresidente segundo Ricardo Gómez Diez Secretario Parlamentario Juan Héctor Estrada Secretario Administrativo Carlos Alberto Machiaroli Prosecretario Parlamentario Juan José Canals Secretario Administrativo Néstor Horacio Righetti Prosecretario de Coordinación Operativa Ricardo Nicanor Gutiérrez Ramos, Jorge Abelardo Revolución y Contrarrevolución en la Argentina - 2a ed. - Buenos Aires: Senado de la Nación, 2006- v. 5, 910 p.; 24x17 cm. ISBN 950-9660-32-9 1. Historia Política Argentina. 1. Título CDD 320.982 Fecha de catalogación 14/08/2006 ISBN -10:950-9660-32-9 ISBN -13:978-950-9660-32-8 Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 H. Senado de la Nación Secretaría Parlamentaria Dirección de Publicaciones Ejemplares de distribución gratuita. Prohibida su venta. (Resolución 7/05) La Era del Peronismo 1943-1976 12 | JORGE ABELARDO RAMOS EN LA VÍSPERA Hacía trece años que el Presidente Hipólito Yrigoyen, elegido por segunda vez primer mandatario por las masas populares de la época (1928), había sido arrojado del poder. El General Uriburu y el General Justo abrirían un capítulo vergonzoso en la historia del fraude electoral y penosas concesiones al interés británico. Este período se arrastraría más de una década y fue conocido en la literatura política argentina como la «década infame». Se la calificaba de ese modo por los escándalos múltiples que la caracterizaron: estafa a la voluntad popular en los comicios, corrupción en las prórrogas a los contratos de empresas imperialistas (como el de la Compañía. Argentina de Electricidad, que pagó $ 100.000 a cada diputado nacional para votar la prórroga hasta el año 2000), el asesinato del Senador Bordabehere en el recinto de la alta Cámara, por la mano de un agente del Ministro de Agricultura, el estanciero Luis Duhau. Al fraude de Justo, sucedió el triunfo, por la fuerza, del Dr. Roberto Ortiz, abogado de los ferrocarriles ingleses. A su muerte, sucedió en el gobierno el Vicepresidente Dr. Ramón Castillo, conservador catamarqueño. La Argentina era presionada por las grandes potencias europeas, que estaban viviendo la Segunda Guerra Mundial, para inclinarla a favor de sus intereses respectivos. La vieja oligarquía argentina era anglófila y rupturista: deseaba entrar a la guerra para ayudar a sus amigas Gran Bretaña y Francia. Pero había militares patriotas, intelectuales solitarios y desconocidos revolucionarios que rehusaban apoyar a los explotadores del país en nombre de una «democracia» que los argentinos habían dejado de conocer hacía muchos años. Los nazis, que también tenían sus partidarios, poco podían hacer en una Argentina que era universalmente conocida como un disfrazado dominio del Imperio Británico. En 1933 había muerto Yrigoyen y desde entonces los radicales de Marcelo de Alvear, un aristócrata, se habían plegado mansamente al régimen dominante, sin enfrentarlo como lo habría hecho Don Hipólito. Las «izquierdas» tenían una visión cosmopolita de la Argentina y poco entendían de los problemas del país. La juventud, en fin, no se interesaba por la política, que proseguía en manos de los viejos hipócritas y astutos de la rosca dominante. Pero de pronto, algo ocurrió, «como un rayo en un cielo sereno». REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA |13 14 | JORGE ABELARDO RAMOS LA REVOLUCIÓN PALACIEGA En la mañana del 4 de junio de 1943, con el cielo de un gris amenazante, el Dr. Castillo, Presidente de la Nación, abandonó la Casa de Gobierno. Rodeado de algunos ministros aterrados, se embarcó en el rastreador «Drummond» y na- vegó por el lugoniano «río color de león». Antes de soltar amarras, ordenó resistir a las tropas que marchaban desde Campo de Mayo sobre Buenos Aires. Era un reto simbólico. La Marina, por el contrario, disparó sus armas desde la Escuela Mecánica de la Armada en la Avenida del Libertador, contra las fuerzas revolu- cionarias que marchaban hacia la Casa de Gobierno. Estos disparos no fueron simples salvas de homenaje. En realidad, hubo una masacre de soldados y civiles inocentes. Según algunos autores, murieron alrededor de 70 personas. Al pare- cer, se suscitó un malentendido, de resultados trágicos, entre el Coronel Avalos, que dirigía la columna revolucionaria, y el Capitán Anadón, que se opuso a ella. Fuera de este incidente, la revolución del 4 de junio fue recibida por todo el país con un inmenso suspiro de alivio. Todos los partidos e instituciones, sin distinción alguna, desde La Vanguardia, órgano del Partido Socialista, hasta el radicalismo de todas las tendencias, desde los cabizbajos conservadores hasta los hombres de FORJA, pasando por los nacionalistas, los rupturistas y los neutralistas, los católicos y los liberales, la acogieron con ardorosa esperanza. Naturalmente, esta simpatía se fundaba en un equívoco colosal. La proclama revolucionaria nutría todas las ilusiones. Aludía a los que han defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción... Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los ar- gentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes mal habidos... Lucharemos por mantener una real e integral soberanía de la Nación, por cumplir firmemente el manda- to imperativo de nuestra tradición histórica, por hacer efectiva una REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA |15 absoluta, verdadera e ideal unión y colaboración americana y el cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales1. Los sumergidos de la Década Infame se sentían interpretados. Los conser- vadores del viejo régimen confiaban en el «cumplimiento de los pactos internacio- nales», o sea en la asociación estrecha con las grandes potencias, del mismo modo que todos los rupturistas. Los radicales se veían próximos al poder y reivin- dicados por la alusión al «fraude». Pero casi todos estaban profundamente equi- vocados. Ni los propios participantes del golpe palaciego sabían realmente adón- de irían a encaminar sus pasos. Entraban bruscamente a la historia pero la con- ciencia de sí mismos poco tenía que ver con lo que en realidad eran e irían a ser. Era una revolución engendrada por la objetividad misma y preparada por toda la historia anterior. Un solo hecho era claro: el aparato político de la oligarquía so- breviviente desde 1930 había caído del poder como un fruto pútrido. Cocktail en la embajada británica El Embajador británico, tradicionalmente mejor informado de política nacional que los propios argentinos, sabía desde una semana antes que se preparaba un movimiento militar. Se lo había advertido Monseñor De Andrea, el obispo mundano vinculado a la oligarquía y al sistema «democrático». De ahí infería, lo mismo que los corresponsales norteamericanos acreditados en el país, que el movimiento tendría un carácter pro radical, orientado hacia la «ruptura». El día 4 de junio, a la tarde, se celebraba un «cocktail party» en la embajada inglesa, que no fue suspendido a causa de la revolución matutina: Por un momento, dice el Embajador, todos los profetas políti- cos, tanto nativos como extranjeros, se sintieron completamente desorientados, porque hablando en forma general en la Argentina, los oficiales del Ejército no tenían lugar en la sociedad y no provenían de la clase gobernante, de los estancieros, los profesionales prósperos y los grandes comerciantes. Llevaban una vida aparte y en realidad no tenían contacto social con los grupos que habían administrado a todos los gobiernos argentinos del pasado aún los radicales y todavía menos con- 16 | JORGE ABELARDO RAMOS tacto con los diplomáticos extranjeros o con los corresponsales extranjeros2. El desconcierto del Embajador británico debe ser juzgado retrospectivamente como el signo más auspicioso de un cambio tajante en la política argentina, mucho más significativo que la proclama deliberadamente ambigua de los coroneles. Más demostrativa que la perplejidad del diplomático inglés ante el golpe militar, resultó el pánico de la embajada alemana en Buenos Aires. Muy poco «nazi» debía ser ese pronunciamiento militar (como lo calificaran durante 40 años los «demócratas» de la Argentina) cuando la noticia decidió a los diplomáticos de Hitler en Buenos Aires a quemar sus archivos secretos el 5 de Junio. Mientras que los alemanes suponían que el golpe era inspirado por Estados Unidos, el gobierno norteamericano tenía la convicción de que estaba tramado por Alemania. La conclusión crítica sobre la confusión de las grandes potencias se fundaba en que el golpe era de inspiración puramente nacional: el desprecio de ambas hacia la posibilidad de que la Argentina pudiese hacerlo por sí misma, se vería cruelmente refutado poco después. Pero a su turno, y por esas particularidades en que parece complacerse en ocasiones la historia como «comedia del arte», tampoco los tenientes coroneles que desencadenaron la revolución del 4 de junio tenían claro el significado de sus actos. Desde 1930 el Ejército había sido un hervidero de intrigas y un empollador de conspiradores, la mayor parte de los cuales puramente vocacionales o platónicos. La razón básica de la inquietud