Novelas Breves Y Cuentos Código Aventura
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NOVELAS BREVES Y CUENTOS Francisco Javier Parera Gutiérrez EL TRONO PERDIDO 1 LA SOMBRA DEL AVENTURERO Antonio Segura, reportero y articulista de un conocido diario de la ciudad, entró en el apartamento de Miguel Estébanez, y una muchacha joven le indicó amablemente dónde estaba. Se hallaba sentado en un cómodo sillón de una sala, acompañado por un vino añejo y unas melodías románticas que provenían de un disco compacto. La mujer se retiró después de cerrar la puerta y el periodista se sentó frente a él. El individuo no debía superar los treinta años pero, a través de su rostro apesadumbrado, se veían muchas vicisitudes pasadas. De hecho, por unos segundos, el reportero no se podía creer que se hallaba ante un aventurero que había recorrido tierras orientales, que había reunido tribus árabes para derrotar a enemigos de gobiernos dictatoriales, que había impedido un golpe de Estado en la India, cuando una secta de fanáticos intentaban instaurar un nuevo imperio de terror y que había desarticulado redes de narcotraficantes chinos que se dedicaban a su vez a la prostitución y a extorsionar a pequeños comerciantes de Pekín. También había colaborado humanitariamente en los Balcanes y había mandado sobre un grupo de guerrilleros albaneses. En pocos años había recorrido esos diversos países, llenos de contrastes, de riqueza y pobreza, de vida y desolación. Pero quedaba un hueco para llenar su vida... -¿Ha venido para la entrevista? -preguntó Miguel con aire cansado. -Sí, el jefe del rotativo me envía, pero además quiere que nos explique su odisea con detalles -repuso el periodista-. Llevo mi grabadora y mi cuaderno de notas para contar sus... sus experiencias desde su desaparición en las montañas del Cáucaso, hace aproximadamente un año. Los ojos de Miguel Estébanez parecieron brillar por unos instantes sin embargo, luego se apagaron misteriosamente. -¡Oh! ¿Un año? Un año ya... -repetía mientras miraba la ventana, cuando unas grisáceas nubes marcaban la tarde-. ¿No tiene miedo de aburrirse, amigo? -La gente tiene mucha curiosidad por saber qué ha pasado -contestó el reportero-. No tengo prisa, empiece a contar su historia. Pero Miguel no empezó todavía. Se limitó a levantarse de su asiento ante un desesperado periodista y se acercó a un armario. Extrajo de él, otro Whisky y se lo dio al periodista, el cual se mostró agradecido. Después, Miguel abrió un escritorio para sacar un cuaderno de tapas rojas, de aspecto muy desgastado y se lo tendió al reportero amablemente. -¿De qué se trata? -preguntó Antonio intrigado. -Es un pequeño diario en el cual iba anotando las incidencias de mi viaje -contestó el aventurero mientras se volvía a sentar-. Tómelo prestado, pues le ayudará mucho para complementar su escrito sobre mi estancia en el Cáucaso. Después le agradecería que el diario me lo devolviera. En él, como podrá comprobar, hay dibujos y pequeños mapas que hablan de los sitios que pisé sombríamente, lugares remotos que no aparecen en los mapas ahora, con lo cual, aunque me leyese con frecuencia el diario, continúo dudando si se trató de una verdadera aventura o de un amargo sueño. El periodista lo abrió y lo miró por unos breves minutos. Efectivamente estaban unos mapas dibujados y unos trazos sencillos sobre diferentes situaciones o personajes que aparecían en esa odisea. -Pueden reproducir los mismos dibujos tranquilamente -añadió Miguel-. Seguramente el rotativo aumentrá la tirada de ejemplares. -De acuerdo -repuso el periodista-. Como veo que tenemos poco tiempo, iniciaremos su narración. Y con un rostro marcado por un mohín de disgusto, Miguel Estébanez se propuso contar su historia... 2 LA CAUTIVA DEL MIEDO Me preguntais cómo empezó aquella larga aventura en unas circunstancias tan imprevistas como misteriosas . De acuerdo, intentaré contar qué sucedió durante estos meses de ausencia, pero no esperéis creerlo, pues parecerá una narración fantástica escrita bajo los efectos de alguna droga, y sin embargo, no es así. No sé cómo nos conocimos, pero en los siguientes semanas trabé amistad con una tal Elisenda, una conocida arqueóloga que intentaba investigar civilizaciones desaparecidas. Era alta, de constitución delgada, cabello negro, ojos marrones y quizá deba añadir una cara de niña; de hecho, su figura parecía frágil, como una ninfa de un río que juega y chapotea sobre las aguas. De su carácter un tanto alegre y animoso sobresalía una extraña particularidad. A veces se sentía como rechazada por la sociedad, se sentía como desplazada en un mundo sin sentimientos y debía pensar en sus propios paisajes artificiosos para poder escapar de la realidad. Reconozco que tenía una poderosa imaginación como en una ocasión confesó mientras cenábamos en un restaurante conocido de la ciudad. -Soy una cautiva del miedo -dijo como el suicida que ya decide quitarse la vida sin que nadie le retenga. Por ello para ahuyentar sus propios fantasmas hablaba con frecuencia de esas culturas antiguas que ella quería reencontrarse de nuevo. Aunque yo le dijese que los tesoros y civilizaciones no estaban marcados en ningún mapa de antemano porque se debían buscar y luchar por ellos, Elisenda insistía que ciertas culturas no habían desaparecido, permanecían inalterables durante siglos tal y como los cronistas del momento las describían. Lógicamente no intenté contrariar sus ideas ya que no me quería encontrar con más enemigos, pero me preguntaba en qué Facultad había acabado sus estudios. Durante aquellas semanas se celebraron una serie de congresos sobre culturas desaparecidas y, de las cuales, no se había encontrado restos, sin embargo continuamente se citaban en antiguas mitologías. Yo no quería ir, pero dada la insistencia de mi amiga, acudí con ella a todas las conferencias. El profesor Ramírez habló de Atlántida, de las amazonas y una serie de pueblos, de los cuales no se tenían indicios en esos momentos, sin embargo justificaba aquello con las ruinas de Troya. Primero se pensaba que era una leyenda, creada por Homero en La Ilíada y La Odisea, pero al descubrirse sus primeros restos, muchos tuvieron que cambiar sus ideas. Ahora lo recuerdo, amigos, ahora lo recuerdo... Era una estupidez, sin embargo luego tuvo sus motivos. Elisenda tenía en los ojos un extraño brillo cada vez que el profesor Ramírez comentaba cosas referentes a la leyenda de las amazonas. Pero... ¿Qué podría contar yo sobre esta mítica civilización de mujeres guerreras? Según afirmaba Esquilo vivían “en los confines del mundo conocido” y la mitología las creían hijas de Ares y de Armonía. Al parecer el nombre venía de la lengua armenia que quería decir “mujeres de la luna” y no por la ideas de la formación del nombre de a y mazon, que significa sin pechos pues contaba la leyenda que se privaban del seno derecho para no sentir molestias en el momento de utilizar el arco. Su ciudad se hallaba localizada en Ponto Euxino cerca del Termodón y adoraban a Artemisa, la diosa de la caza. Sus múltiples expediciones de conquista se resumían en cinco contiendas: La invasión de Licia, donde acabaron derrotadas y expulsadas por Belerofonte, un héroe ya famoso y curtido por sus constante batallas, invasión de Frigia, lucha contra los partidarios de Teseo, guerra de Troya y posesión de la isla de Leuca, cerca de la desembocadura del río Danubio. Como detalle subrayaremos que participaron en la guerra de Troya, y los historiadores se apoyaban en la existencia de esta mítica ciudad. Por tanto... ¿Por qué negar la existencia de estas mujeres, posiblemente arrinconadas en otros lugares, alejadas del mundo actual? Y sobre eso, el profesor Ramírez volvía con el tema de la citada raza belicosa. Al ser doncellas dedicadas a la guerra y al saqueo, tuvieron un armamento bastante avanzado y ligero como era el arco, la jabalina, el hacha y el mazo y eran las creadoras de un nuevo tipo de escudo manejable llamado pelta y que tenía la forma de cruz. 3 LA EXPEDICION DEL PROFESOR RAMIREZ Después de las conferencias, la muchacha y yo íbamos a cenar al mismo restaurante y unas noches dormía en su apartamento y otras, ella descansaba en el mío. Yo, asqueado por una vida sin futuro y repartiendo mis horas entre las clases de arqueología y el alcohol, me vi envuelto en una extraña historia. -Hay una sombra de duda en tus ojos -me dijo ella un día mientras cenábamos. -Ves demasiadas cosas -repuse amargamente-. En realidad las conferencias del Sr. Ramírez me agobian. -Estos días se comentan en los diarios la próxima expedición que va preparar para ir la las montañas del Caúcaso para demostrar a los demás colegas que las amazonas existen o existieron. -Me pregunto cómo algunos obtienen ciertos títulos en Historia. -Yo iré, pues además he ampliado mis estudios en la rama de Antropología y quizá pueda hablar de las costumbres de esa civilización, si encontramos sus restos, claro. -No digas sandeces, Elisenda. Lo único que os encontraréis serán problemas con la gente que vive allí. -Podrías venir con nosotros. -¿Y por qué debería hacerlo? Creía por unos momentos que ella yo nos arrastrábamos por un torbellino de tonterías y no era así. -Porque con tus conocimientos podríamos completar la expedición -continuó con los ojos encendidos-. Además, sabemos que tienes cierto arte para el dibujo. Si encontrásemos algo, tú podrías hacer esbozos en lápiz en un cuaderno. También podrías escribir el diario de la expedición. No debes echarte atrás por acontecimientos pasados, Miguel. Como comprenderéis, no escuché mucho sus últimas palabras. Solamente deseaba marcharme pronto para poseer aquel cuerpo ardiente y frágil a la vez. Pero cuando dije que podían contar conmigo para la expedición, ella se alegró e inmediatamente fuimos a hablar con el profesor Ramírez, el cual ya tenía nuestros respectivos historiales y esperaba de verdad que nos uniéramos al viaje.