Martc3adn-Luis-Guzmc3a1n-La-Sombra-Del-Caudillo.Pdf
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MARTÍN LUIS GUZMÁN LA SOMBRA Dtr,L CAIJDILLO EDICIÓN DE ANTONIO LORENTE MEDINA Libro primero' PODERYnJVENTT.JD t La diüsión en libros, inexistente en las versiones periodísticas (des- de ahota, VP), aparecen en la edición pdncipe (desde ahora, M). I ROSARIO' El Cudillac del general Ignacio Aguirre cruzó los rieles de la calzada de Chapultepec y vino a parar, haciendo rá- pido esguince, a corta distancia del apeadero de "Insur- gentes". Saltó de su sitio, para abrir la portezuela, el ayudante del chofer. Se moüeron con el cristal, en reflejos pavona- dos, trozos del luminoso paisaje urbano en las primeras horas de la tarde de casas, árboles de la avenida, azul de cielo cubierto-perfiles a trechos por cúmulos blancos y grandes... Y así transcurrieron varios minutos. En el interior del coche seguían conversando, con la ani- mación característica de los jóvenes políticos de México, el general Ignacio Aguirre, ministro de la Guerra, y su ami- go inseparable, insubstituible, íntimo: el diputado Axka- ná. Aguirre hablaba envolviendo sus frases en el levísimo tono de despego que distingue al punto, en México, a los hombres públicos de significación propia. A ese matiz re- ducía, cuando no mandaba, su autoridad inconfundible. Axkaná al revés: dejaba que las palabras fluyeran, esboza- 2 En VP, "Un general de treinta años". 79 80 MARrÍN r,urs cuzMÁN LA soMBRA DEL cAUDILLo 81 ba teorías, entraba en generalizaciones y todo lo subraya- En el esplendor envolvente de la tarde, su figura, rubia y ba con actitudes que a un tiempo lo subordinaban y sobre- esbelta, surgió espléndida. De un lado lo bañaba el sol; ponían a su interlocutor, que le quitaban importancia de por el otro su cuerpo se reflejaba a capricho en el flamante protagonista y se la daban de consejero. Aguirre era el po- barniz del automóvil. La blancura de su rostro lucía con lítico militar; Axkaná, el político ciül; uno, quien actuaba calidez sobre el azul obscuro del traje; sus ojos, verdes, pa- en las horas decisivas de las contiendas públicas; otro, recían prolongarlaltz que bajaba desde las ramas de los quien creía encauzar los sucesos de esas horas o, al menos, árboles. Había en la leve inclinación de su sombrero sobre explicarlos. la ceja derecha remotas evocaciones marciales, algo mili momentos, el estrépito de los tranvías tar heredado;3 pero, en cambio, resaltaba, en el modo co- -Por -fugaces en su carrera a lo largo delacalzada-resonaba en el inte- mo la pistola le hacía bulto en la cintura, algo indiscutible- rior del coche. Entonces los dos amigos, forzando lavoz, mente ciüI. dejaban traslucir nuevos matices de sus personalidades Vuelto de cara al coche dio un paso atrás para que el distintas. En Aguirre se manifestaban asomos de fatiga, de ayudante del chofer cerrase la portezuela. Luego se acercó impaciencia. En Axkaná apuntaba una rara maestría de otravez, abrió de nuevo y, asomandolacabezaal interior, palabra y de gesto, sin menoscabo de su aire reflexivo, lle- dijo: a recordarte mis recomendaciones de esta ma- no de reposo. -Vuelvo Ambos, al fin, dieron señales de despedirse mientras re- ñana. esta mañana? ducían a conclusiones breves el tema de su charla. -¿De Dijo Aguirre: no finjas. -Vamos,ya! Lo de Rosario. entonces en que tú convencerás a Olivier -¡Ah, -Quedamos de Rosario... Me da lástima. de que no puedo aceptar la candidatura a la Presidencia de -Sí,lo la República... lástima ¿por qué? ¡Pareces niño! -Pero no tiene defensa alguna, porque vas a echarla supuesto. -Porque -Porque él y todos deben sostener aliménez, que es el al lodo. candidato-Y del Caudillo... yo no soy lodo! -¡Hombre, no, se entiende; pero el lodo vendrá después. -También. -Tú, Axkaná tendió la mano. Aguirre insistió: Aguirre reflexionó un segundo. Dijo en seguida: te prometo una cosa: yo no pondré nada de mi los mismos argumentos que acabas de expo- -Mira, nerme?-¿Con parte para conseguir lo que sospechas. Ahora, si el "asun- los mismos. to" üene solo, me lavo las manos. -Con Las manos se juntaron. "asunto" no vendrá solo. -El bien. Basta entonces con mi promesa. -¿Seguro? -Muy -Seguro. la noche entonces. 3 -Hasta En la etopeya idealizada de Axkaná hay claras concomitancias con la noche. Gtzmán, y como éste Axkaná siente "remotas evocaciones marciales" y -HastaY Axkaná brincó fuera del auto con ágil moümiento. siente "algo militar heredado". 82 MARTÍN LUIS GUZMÁN LA soMBRA DEL cAUDILLo 85 -No lo creo. cía más de un mes, por lo cual, sin duda, el esplendor de la hombre, sí. En este caso te lo prometo de veras. siesta disponía de Rosario como de cosa propia. Paseaba -Sí, persiguiéndola,lahacia -De veras, ¿cómo? ella de un lado para otro, y laluz, juego de los bri- -De veras..., bajo mi palabra de honor. integrarse en el paisaje, la sumaba al claro "Honor". Los dos amigos callaron un instante y dejaron llos húmedos y las luminosidades transparentes. Iba, por fija cada uno a los ojos del otro- la mirada. Por ejemplo, al atravesar las regiones bañadas en sol, envuelta -atento las obscuras pupilas de Ignacio Aguirre pasó entonces el en el resplandor de fuego de su sombrilla roja. Y luego, al mismo velo de fatiga que poco antes se notara en su voz. pasar por los sitios umbrosos, se cuajaba en dorados re- En los ojos de Axkaná la claridad tersa se hizo penetrante lumbres, se cubría de diminutas rodelas de oro llovidas de pronto, inquiridora. Fue él quien rompió a hablar pri- desde las ramas de los árboles. Los tejuelos de luz ----orfe- mero: brería líquid a- caian primero en el rojo vivo de la som- sonreía-, me conformaré. Aun- brilla; de allí resbalaban al verde pálido del traje, y venían -Perfectamente -y que, hablando en plata, el honor, entre políticos, maldito a quedar, por último ----encendidos, vibrátiles-, en el sue- lo que garantiza. lo que acababa de pisar el pie. De cuando en cuando algu- Aguirre quiso replicarle, mas no hubo tiempo. Ya Axka- na de aquellas gotas luminosas tocaba el hombro de Rosa- ná, pasando de la sonrisa a la risa, había cerrado de golpe rio hasta escurrir, hacia atrás, por el brazo desnudo y dócil la portezuela y se alejaba hacia los Fords de alquiler pues- a la cadencia del paso. Otras, en el fugaz instante en que el tos en fila del otro lado de la calle. pie iba a apartarse del suelo, se le fijaban en el tobillo, cu- ElCadillac entonces echó a andar, avanzl hasta la es- yas flexibilidades iluminaban. Y otras, también, si Rosario quina de la avenida Yeracruzy, virando allí rumbo al Hi- volvía el rostro, se le enredaban, con intensos temblores, pódromo, se lanzó a toda carrera. en los negros rizos de la cabellera. Aguirre iba evocando más y más, conforme la velocidad Un lucero se le detuvo en la frente según se tornó a mi- qecia,la mirada que acababa de fijar en él Axkaná. Evocó rar el Cadillac de Aguirre, que ya se acercaba. La sombri- sus últimas palabras, su sonrisa, y de esa evocación, casi lla, salpicada toda de luceros análogos, hizo entonces fon- sin sentirlo, se deslizó a la de Rosario. Mejor dicho: ambas do a su bellísima cabeza y la convirtió un momento en evocaciones fueron una sola, una donde se entretejieron ürgen de hornacina. Sonrosándola, dorándola, la irradia- inseparables los dos motivos. Los sentía Aguirre moverse ción luminosa volvía más perfecto el óvalo de su cara, en- uno dentro del otro y, dejándose agitar por ellos simultá- riquecía la sombra de sus pestañas, el trazo de sus cejas, el neamente, se iba hundiendo en un estado de imaginación dibujo de su labio, la frescura de su color. extraña y de voliciones confusas. Ignacio Aguirre la contempló emanando a lo lejos luz y hermosura y sintió un transporte vital, algo impulsivo, arrebatado, que de su cuerpo se comunicó aI Cadillac y que el coche expresó, con bruscas sacudidas, en la acción A esa misma hora esperaba Rosario, bajo las enhiestas nerviosa de los frenos. Porque el chofer, que conocía a su copas de la calzada de los Insurgentes, el momento de su amo, llegó a toda velocidad hasta el lugar preciso, a fin de cita con Aguirre. Era costumbre que duraba ya desde ha- que el auto parara allí emulando la dinámica -viril, 84 MARTÍN LUIS GUZMÁN LA SOMBRA DEL CAUDILLO 85 aparatosa- del caballo que el jinete rayaa en la culmina- ! ella silabeando también y resistien- - ¡Nunca -repitió ción de la carrera. Trepidó la carroceúa, se cimbraron los do, sin parpadear, la mirada de Aguirre, que le daba en ejes, rechinaron las ruedas y se ahondaron en el suelo, ne- pleno rostro. gruzcos y olorosos, los surcos de los neumáticos. Pero el reto mudo cesó luego, porque Aguirre, como foven, entusiasmado, sonriente, abrió Aguirre la porte- siempre que se asomaba a los ojos de Rosario, huyó pron- zuela. Su ademán no fue de quien va abajar, sino de quien to de ellos para no marearse. Sabía, en eso buen militar, inüta a subir. que las batallas amorosas sólo se dan para ganarlas, y que, usted --dijo- o bajo yo? no siendo así, el triunfo está en la retirada. Con Rosario, -¿Sube Rosario, para responder, levantó la cabezay la apoyó de por otra parte, todas las retiradas eran camino de la gloria. lado contra el bastón de la sombrilla. Su actitud era así os- Rosario acababade cumplir veinte años: tenía el busto ar- tensiblemente irónica. La estrella de la frente vino a po- monioso, la pierna bien hecha y la cabeza dotada de gra- sársele sobre el pecho.