Mujeres, Lugares, Fechas… Ix
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Tomás Ramos Orea MUJERES, LUGARES, FECHAS… IX (Asia - América) Madrid 2009 REPÚBLICA DOMINICANA THAILANDIA FILIPINAS INDONESIA LAOS KOREA DEL SUR Marisa; Cordelia; Cecilia; Yéssica; Vilma: Santo Domingo (República Dominicana) febrero 17-28, 1992 Éste sería mi séptimo viaje a la RD., detalle absolutamente ocioso excepto por lo que pudiera tener de coadyuvador en resaltar la única verdad con argumento explicable, a saber: que la República Dominicana se había constituido plena y formalmente en mi alternativa del Extremo Oriente como destino viajero. La diametral diferencia entre una y otra cultura, la incompatibilidad de contenidos anímicos — acaso con la excepción de Filipinas para lo relativo al trasfondo de catolicismo — que comportaban dichas partes del mundo, totalizaban la cobertura de registros que yo entendía como óptima para justificar mis desvelos, mis contactos significativos con mujeres que dieran sentido a lo que en este momento vengo ya haciendo desde hace diez volúmenes y sobre lo que espero perseverar durante dos o tres más. Literaturizar mis encuentros era tanto como llenar de realidad a las mujeres titulares de ellos. Sin ella — la literatura — ellas — las chicas — eran módulos virtuales vagando por las ondas del ámbito desiderativo, materias peregrinas tan sólo candidatas meritorias a ser enaltecidas por el toque de la forma. Ya piden 250 pesos por el traslado desde el aeropuerto hasta el centro de Santo Domingo, pero se puede conseguir por doscientos. El Hotel Continental está algo remozado: han desplazado la discoteca hacia atrás de la planta baja del edificio, y ya no se oye el estrépito al abrir la puerta que daba al comedor. Busco y encuentro a Marisa Aquino. Por supuesto que había seguido escribiéndome con ella, con las vicisitudes esperables que el correo nos deparaba. En una carta suya de 22 de agosto 1991 me dice que continuaba considerándome su amigo aunque no de la manera como ella lo había soñado (!) En otra de 11 de diciembre me acusa recibo de una mía del 9 de septiembre y - 1 - también de la National Geographic que, según parece, le va llegando. Bueno. Ahora, como digo, ya nos habíamos vuelto a encontrar. Copulé con ella una vez, y un rato más tarde, al coincidir todos, saludé asimismo a su hermana Josefina, que tenía dolor de muelas y por lo tanto no se hallaba abordable ni tan siquiera para un proyecto de compañía. Me pareció algo más oscura y menos estilizada que cuando nos conocimos. Según Marisa, su hermana es virgen y ella es consciente del calibre que comporta dicha caracterización. También seguía correspondiéndome con Cordelia. En una carta suya de 16 de noviembre 1991 me dice que si la puedo ayudar para comprar un refrigerador, y en mi respuesta de 9 de enero 1992 le envío el billete de 100.- (CIEN) $ USA B76722846B. Ahora, al encontrarnos, ella tan amable como siempre y tan buena amiga de confianza como siempre, le regalo otros mil pesos que junto con los anteriores cien dólares ya le daban de sobra para la nevera, refrigerador o frigorífico de que me hablaba. Desistí de hacer tentativas sobre su hermana Elsa, la más intelectual de la familia. Si no viene ella a mí doy el asunto por concluido. Visité el domicilio de Jeanette y conocí a su hermana Karen, preciosa gacelita de 17 años. Hasta el momento he hablado con Jeanette por teléfono pero parece algo renuente a venirse a estar un rato "completo" conmigo. El jueves veinte fui a Santiago a ver a Sergio Bencosme. Previamente el día anterior y desde la clínica de su tío don José Alcides lo había concertado. Un taxista me pidió 1,000.- (MIL) pesos mínimos (a diez pesetas el peso, unas diez mil pesetas), a todas luces excesivo. Así que opté por coger el autobús Metro, a cincuenta pesos cada trayecto. Añádase a eso los transportes a y desde la terminal de la estación de autobuses y resultaba un coste global de unos 150.- pesos, muchísimo menos de lo que por lo - 2 - barato me habría costado un coche sin conductor. Lo cierto es que yo andaba algo obcecado con este tema por el hecho de haber efectuado mi primera visita a Sergio con aquel taxista Antonio, hombre de toda confianza; y mi segunda con aquel otro hombre, apellidado Castillo, pulido y correcto, Testigo de Jehová para más señas. Estos dos servicios habían compensado su carestía con lo agradable e individualizado de sus prestaciones, pero el paradero de estos amigos me era desconocido, y así no tenía sentido pagar un dineral por viajar con alguien que no me inspiraba la misma confianza. El propio Sergio me había recomendado el autobús, y tengo que reconocer que yo anduve errado en lo de no hacerle caso desde el primer momento. Los precios de los productos y de los servicios en general estaban experimentando una vigorosa subida, y ya no era cuestión de empecinarse pretendiendo ignorar que las cosas habían cambiado. Y tuve que reconocer gratamente que el autobús era bueno. A Santiago tardaba dos horas y cuarto, y a Puerto Plata algo menos de cuatro. Tuve la fortuna, tanto a la ida como a la vuelta, de ocupar uno de los asientos delanteros, y desde ahora recomiendo el autobús a cualquiera que desee viajar a Santiago desde Santo Domingo. Con Sergio, bien. Se había mudado de casa. Comimos juntos lo que nos preparó su ama de llaves de siempre, Cecilia, y que estaba riquísimo. Tiene Sergio a su servicio a un muchachito joven y a una chavalilla como de doce o trece años, muy bien formadita, todo lo cual me trajo a la conciencia la personalidad protectora de Sergio, amante de disponer de elemento femenino a su alrededor para hacerle sentir dispensador de liberalidades y de munificencia. Cecilia, en un "off" o "fuera aparte" me explicó que don Sergio, el señor, o "el profesor" como ella le llamaba, quería tener siempre gente con él para hacerle compañía. El caso de este hombre era muy aleccionador. Nacido en la RD en abril de 1920, nos conocimos - 3 - en la Queen's University de Kingston, Ontario, Canadá a raíz de comenzar yo a trabajar allí a finales de 1965 y permanecer mis últimos seis cursos académicos fuera de España. Sergio era, pues, diez y seis años y medio mayor que yo. Por aquel entonces, y a sus cuarenta y seis, el rango de Full Professor le otorgaba una indiscutible notoriedad entre los miembros del "staff", sin mencionar sus rasgos característicos de hombre caribeño propicio al galanteo con las cualesquiera mujeres que encajaran en el contexto. Devoto marido por otra parte y padre ya entonces de cinco hijos. Mi relación con él y con su familia durante los seis años míos en Queen's, acomodados y compartidos dentro de su ya bien establecida residencia en Kingston, están convenientemente reseñados en el volumen V de mi Mujeres, lugares, fechas..., y no es éste, ni creo que ningún otro, el lugar para insistir. Pero sí me interesa subrayar algún detalle muy concreto que a la luz de la perspectiva producida por todos estos años puede contribuir a la coherencia de esta viñeta de ahora. Cuando en abril de 1971 yo me despedí de Queen's, después de haber profesado en su Departamento de Español durante los seis años mencionados en calidad de Associate Professor "with tenure" (es decir, con el puesto en propiedad indefinida o perpetua), la interpretación de Sergio al informarle yo de mi decisión de salir definitivamente de Canadá y regresar a España no pudo ser ni más afortunada, ni más pintoresca ni más sagaz: "Teás jartao" [Te has hartado]. Lo que nunca podría yo suponer es que él se "jartaría" tan sólo seis años más tarde, a sus 57, y regresaría a la República Dominicana para trasladar su magisterio y su investigación a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago de los Caballeros, la segunda ciudad, con mucho, en relevancia del entero país. Con 57 años pensó acertadamente que "that [was] no country for old men"; que Canadá no era país para viejos, y que se podían meter - 4 - por los cojones sus inviernos de cinco meses de continuas temperaturas bajo cero, sus veranos de calor húmedo (por estar Kingston junto al lago) y demás lindezas. Acaso influyera en su decisión el hecho de haberse quedado viudo (aunque él apareciera como soltero en el curriculum al que más adelante nos referiremos); acaso también que sus dos hijos más pequeños hubieran alcanzado la plena mayoría de edad y le hubieran exteriorizado a su padre la intención de hacer esto o lo otro con criterio irreversible; ante lo cual Sergio no habría tenido más que dejarse llevar por sus propias iniciativas que, en cualquier caso, parecían arrancar de un hartazgo de cultura anglosajona. A fin de cuentas él era antillano, caribeño-racial puro en lo tocante a encarnar los atributos y las singularidades de los ciudadanos de esta zona de la América hispana. Ya digo que para sorpresa mía Sergio debió gestionar con Queen's University su retirada, su pensión de pre-jubilado: hizo las maletas y con sus 57 años se re- colocó, se re-contrató reciclado en su propio país. Tratándose de profesiones liberales como la Medicina, no digamos la investigación, a Sergio le podían quedar un mínimo de veinte años plenos y densos de actividad. Como canadiense nacionalizado que era, combinando sus cursos de trabajo en los USA y en Canadá, le había dado a Norteamérica treinta y tres años de residencia y de adhesión, y ahora, a la llamada de sus raíces se devolvía a su ambiente. Desde luego que no iba descaminado.