OCIOS

Y APUNTES BOE ¡,:

MICROS (0£l "üCEO MEXICANO)' 1

IMPRENTA DE IGNACIO ESCALANTE BAJOS DE S. AGCSTÍN N. 1 PS4Z AL SEÑOR D. GONZALO A. ESTETA 03 HUMILDE HOMENAJE DE MI AGRADECIMIENTO. EDICIÓN DE 530 EJEMPLARES ÍjÍ Gtwtoí. 500 en papel mexicano. 30 en papel francés.

* F

INDICE.

Págs.

Reminiscencias y Alinas Mancas i ¡Pobre viejo! n Fleur d'oranger 21 El Pinto 38 Historia de unos versos 43 Idilio y Elegía 53 Prosa pequeña 53 Doña Chole 77 Las Violetas 87 El ciudadano Gestas. 93 "Gladiator" 107 Las moscas 119 Marij)osa j21 Hiedras 124 Brisas y Ondas 128 Hojas y plumas 131 i El caramelo 132 Desde lejos 135 Caifás y Carreüo Notas

Parecía que todas las buenas hadas que se reu- nieron en torno de la cuna del hijo de la duquesa de Orleans, y de que nos habla Macaulay, iban á, estar también presentes en el nacimiento de este li- bro, acogido de antemano por el público con aplau- sos merecidos, escrito con gran talento, hermoso es- tilo, admirable espíritu de observación é impreso con gusto y elegancia. El prólogo iba á, ser digno de la obra, porque el prólogo estaría escrito por Altamirano, que no tie- ne rival en este género entre nosotros; pero el Maes- tro se halla ausente de la patria, lejos de todo lo que es suyo, de sus personas más queridas, de sus hijos del corazón y de sus hijos intelectuales, y la nostalgia primero, y después la enfermedad de su angelical Margarita, y sus atenciones del consulado, y su vida vertiginosa en París, le han impedido cumplir su promesa, con sentimiento del autor, que

BIBUOI^ V - se ve privadode un estudio magistral, y con gran sada, monótona, y recuerdo que solo una ocasión pena de parte-mía, quetengoque hacer hoy lo que despertó nuestra curiosidad, cuando el profesor nos OTMP haber hecho, no porque lo merezca sino por dijo que iba á demostrarnos científicamente que Josué habíapwado el sol; pero tocó la desgracia que en aquellos instantes la campana del Colegio gran- Unahada maléfica ha sido, pues, la que impidió que se escribiera el prólogo prometido. de anunció el término de la clase; la explicación no se hizo, quedó siempre aplazada y nunca cumplida. cJLr^r dC SCntÍrSe! P^spor muchas cir- Pues bien; en aquella cátedra sombría, acostum- 6bería CUpareI —T ° ^ estos ren- braba yo sentarme allá arriba, en la última grada, iñes entre oirás, porque seductor hubiera sido y Micros abajo en el primer peldaño. Cierta maña- contemnor'11 ^ * de « ^-tl na, en que el grado del fastidio había invadido has- esTritZZT- ]U'8!lVa al Benjamía de nuest™ ta el bueno del profesor, noté que á hurtadillas de escritores, Benjamín por su edad, por su estatura éste, y poco á poco Micros iba subiendo las gradas, no por su inteligencia, ni por sus escritos y con el pretexto de pedirme un lápiz para dibujar ¿Y que diré yo de Micros, que sea digno de sus- una de sus muchas caricaturas con que desde en- tonces distraía sus ocios y con cara halagüeña y potrostitmr lo qu, e sobrhubiere ela escrit querido el Maestro de suos hodiscíply ausenteÍ más franqueza sin igual, me dijo: —¡Hombre! tengo muchos documentos sóbrela Me encuentro indeciso, y sólo acuden á mi mente recuelos de ayer, impresiones de e* Historia de México; mi padre me dejó muchos tudiante, y escenas de bohemio apuntes, sé que es vd. afecto á todo esto.,.. ¿De- searía Vd. verlos y decirme adonde puedo enviár- A Micros lo conocí hace muchos años en una cá- selos? tedra de latín que daba en San Ildefonso nn lTo Aquel condiscípulo diminuto de cuerpo, de ojos ista y e lente traductor S;r r *> ^ZTZ vivos y chispeantes, me sedujo, me simpatizó, le ofrecí mi casa, y desde ese día fuimos amigos; ami- Pmdencio, y de un genio tan sencillo que nunc! gos inseparables, con idénticas aficiones literarias y las mismas esperanzas para el porvenir. nuestras platas. La clase, sin embargo, era can- Las vacaciones de ese año las pasamos en un pe- to, humilde, pero hijo del agradecimiento y de la queno gabinete de mi casa, mitad pajarera de cana admiración. nos y mitad biblioteca, en la que solo habííe Se nos nombró á Micron, Chávez, otro bohemio, y ^---lenteenelquetom^S' á mí, para presentarle el obsequio. ¡ Con qué ansiedad, con qué emoción tocamos la Ahí leímos mucho, durante aquel invierno y des- campanilla de la casa del Maestro! Nunca lo había- mos visitado; hasta ahí nuestras relaciones habían ™ erri0Sañ°S- PUmábamos -dos - sido las del profesor y el discípulo. ¡ Y qué pena nos garros y apurábamos aromosas-tazas de café Nues- causó no encontrarlo! Mas no nos conformamos, y tras lecturas predilectas eran los novelistas conten preguntamos dónde podría estar. Poráneos franceses, españoles, rusos, desde ZoTa Se hallaba en la Sociedad de Geografía y Estadís- hasta Tolstoi, desde Pérez Galdós hasta Turgueneff tica, en el gran salón de sesiones, solo, triste, escri- °r0ZC0' á Just0 Sien'a (I^dre), al tras biendo é inclinado sobre el papel. Cuando entramos cendental Facundo, á Guillermo Prieto y LneZ se levantó, bajó apresuradamente la plataforma, inolvidable Altamirano. nos fué á estrechar entre sus brazos; después elogió Ahí soñamos, preparamos nuestros exámenes el obsequio, y con esas frases que sólo él tiene, con pronunciamos nuestros primeros discursos hic esa elocuencia que nace sencilla de su corazón, pa-

^0S JUIC10S críticos, escribimos los primeros eno- ra revestirse en sus labios de magia y encanto, nos jos y concebimos finalmente la idea de fundar el habló de muchas cosas, nos dijo que seríamos sus ^santuario de nuestras glorias y de nuestros elegidos, su trinidad predilecta, y nos prometió ser nuestro mentor, nuestro amigo, nuestro padre in- En esa época también, tuvimos ocasión de reali- telectual. Desde ese día, Micros y yo estrechamos zar uno de nuestros más vivos deseos, conocer al más nuestra amistad y alentados por el más sabio Maestro Altamirano. e al de nuestros amigos, que siempre ha tenido una pa- El distinguido escritor nos había dado gratis labra de entusiasmo para el que comienza, una lec- una cae d historia, y un día de su cumplfa> ción para el que ignora, una frase consoladora para sus discípulos quisieron hacerle un obsequio modes- el que desconfía, continuamos llenos de fe y de es- peranza cultivando la literatura, y desde entonces también surgieron los primeros bocetos realistas de Micros, escritos siempre con el noble objeto de me- recer la aprobación del Maestro, que se publicaron en el Liceo y otros periódicos, y que al principio lu- charon con ese implacable desdén con que se miran ALMAS BLANCAS. los ensayos, pero que poco á poco triunfaron de tan injusta indiferencia. A LA SEÑORA El éxito ha coronado los esfuerzos de Micros, pues sus artículos publicados en el Nacional, se FELICIANA CUEVAS DE ESTEVA. leen y se aplauden por todos. El estimable director de éste periódico, rara excepción entre la turba de I egoístas editores, reúne hoy en este precioso volu- men los Ocios y Apuntes, insertos por primera vez en aquel diario. fjllpA. te dejo ahí el agua para que te laves, el Y aquí creo conveniente poner punto final á estas tfipfl jabón y la toalla. Puse tu ropa limpia so- líneas, que no pueden asumir ni el carácter de un -,• —b S5 bre la silla acuéstate para que despiertes juicio; porque ya lo dije, la obra es de un amigo, temprano y reza. ¿Ya te enjuagaste la bo- de un hermano; la he visto nacer como á un niño, ca? El libro de misa que te regaló tu tía y para éstos solo tengo mimos y caricias, que según está en el cajón del buró Buenas noches, me dicen, en los prólogos son malos. llevo la vela. Y la mamá dejó á obscuras la pieza, dando un beso á su hija. Luis GONZÁLEZ OBREGÓN. —¿La mano, mamá? Hasta mañana. Me despier- tas temprano, ¿eh? Tenemos que estar á las siete en punto. i Cuántas emociones, Dios mío! Al repasarlas en la memoria la pequeña Julia, sentía estremecimien- peranza cultivando la literatura, y desde entonces también surgieron los primeros bocetos realistas de Micros, escritos siempre con el noble objeto de me- recer la aprobación del Maestro, que se publicaron en el Liceo y otros periódicos, y que al principio lu- charon con ese implacable desdén con que se miran ALMAS BLANCAS. los ensayos, pero que poco á poco triunfaron de tan injusta indiferencia. A LA SEÑORA El éxito ha coronado los esfuerzos de Micros, pues sus artículos publicados en el Nacional, se FELICIANA CUEVAS DE ESTEVA. leen y se aplauden por todos. El estimable director de éste periódico, rara excepción entre la turba de I egoístas editores, reúne hoy en este precioso volu- men los Ocios y Apuntes, insertos por primera vez en aquel diario. fjllpA. te dejo ahí el agua para que te laves, el Y aquí creo conveniente poner punto final á estas tfipfl jabón y la toalla. Puse tu ropa limpia so- líneas, que no pueden asumir ni el carácter de un -,• —b S5 bre la silla acuéstate para que despiertes juicio; porque ya lo dije, la obra es de un amigo, temprano y reza. ¿Ya te enjuagaste la bo- de un hermano; la he visto nacer como á un niño, ca? El libro de misa que te regaló tu tía y para éstos solo tengo mimos y caricias, que según está en el cajón del buró Buenas noches, me dicen, en los prólogos son malos. llevo la vela. Y la mamá dejó á obscuras la pieza, dando un beso á su hija. Luis GONZÁLEZ OBREGÓN. —¿La mano, mamá? Hasta mañana. Me despier- tas temprano, ¿eh? Tenemos que estar á las siete en punto. i Cuántas emociones, Dios mío! Al repasarlas en la memoria la pequeña Julia, sentía estremecimien- tos nerviosos; una ansiedad mayor que la experi- Dios. ... y luego ¡los infiernos! Se tapaba la gen- mentada al recorrer las leyendas de liadas ó las ex- til cabecita con las colchas y ponía la cruz al espí- trañas aventuras de aquellos niños que en loscuen- ritu maligno. ¿Qué le podía hacer? El Ángel de la tos tenían que habérselas con ogros de un solo ojo.... Guarda (eso también lo había dicho el padre San- pero esta emoción no era inspirada por ogros, sino benito) ahuyentaba con su espada de llamas al rey por cosas reales de las tinieblas, y velaba así el sueño de los niños. Muchas veces les había dicho-el cura Sanbenito Llegó el día; mañana y tarde se encerró en un en el catecismo de los jueves, que la confesión era cuarto, pensó en todas las palabras malas que ha- el acto trascendental. "¿Veis, predicaba, veis á los bía oído en la cocina, en los golpes que le había niños que se acercan á su papá y le dicen: papá, yo dado á su nana, en el muñeco que le rompió á su rompí la taza, pero ya no lo vuelvo á hacer? ¡Se hermanito por tal de que no jugara con él; las ve- me ra?0' El papá con voz muy dulce, les ces que había desobedecido á su mamá que le pro- responde: "cuidadito con otra. . . ." los perdona y hibía las conversaciones con la hija de la portera, los lleva al teatro como les había prometido. "Así, el robo del chocolate y el dulce de la despensa, su hijitos míos, ese Papá incomprensible, eterno, om- falta de aplicación en la escuela, los gestos que le nipotente, justiciero, es al que vamos á acudir y á hacía á la maestra cuando ésta no la veía, las men- decirle que hemos roto la pureza do la conciencia. tiras: le contó á Pepita Robles que tenía casa de Nos dirá: no lo hagas porque perderás mi gracia. muñecas y eso no era cierto. ... La vez que se rió Y nos llevará al cielo, no al teatro, ese lugar de in- de aquella señora que se tropezó en la iglesia. moralidad, sino al empíreo, donde tocan melodías ¿Cómo haría su confesión? ¿Por escrito? Pero suavísimas las angélicas orquestas, mil soles ilumi- no sabía escribir bien. ¡Dios mío qué pecadora era! nan el célico escenario, y las almas sienten los ine- ¡Qué vergüenza! Las niñas del colegió quizá no fables placeres de la contemplación eterna de Dios iban á acusarse de tantas cosas, y ella, ella era la Nuestro Señor." más culpable; ¡qué vergüenza! Julia no podía formarse una idea exacta de aque- Al entrar á la iglesia le parecía que todos los san- llas frases, sólo sentía un gran respetó y un gran tos la veían enojados; hasta aquella Magdalena otras cariño por aquel Señor de barbas blancas que era veces de semblante tan dulce. La iglesia obscura, desierta; la lámpara ardiente samientos! Tuvieron que taparse los oídos. ¿Qué,se ante el sagrario, el viejo reloj con su péndulo del oiría lo que todas decían? tamaño de un sol, balanceándose dulce, discreta- Se llegó su vez ¿Qué le confesó al padre? mente, sin ruido, liasta que se oía ¡trac! después un Ni ella misma lo sabía. Todo se le olvidó, y tuvo ruido de cuerda que se desenrrolla zumbando, y tán, que decir: "acusóme, padre, de todos los pecados tan, tan, tán, tín, tín, las cuatro y cuarto que so- que no recuerdo." naban las campanas graves. . . . Un pajarito pian- Una estación de penitencia, y se alejó con los ojos do en las cornisas hacía levantar la vista á las po- bajos decidida á no pecar más cas señoras que rezaban; risas, raido de llaves, Las niñas deben haber leído todas sus faltas en grandes cajones que se abren en la sacristía y un la frente: estaba roja y apenas tuvo tiempo para cuchicheo en el confesonario; era el padre Sanbe- dejarse caer de rodillas junto á un santo de barbas nito, pegado el oído en la rejilla, con una mano cu- blancas con un báculo y un cerdo á los pies: San briéndose la boca con el pañuelo á cuadros azules, Antonio Abad. y la otra recargada en el libro de'oraciones lleno dé ¡Qué luchas! Sin querer se le habían salido pala- cintas de color Las niñas desapareciendo tras bras duras, había mentido; pensó en las muñecas, las capuchas de sus tápalos, y él oyéndolas, miran- cosa que no debe hacerse después de un acto tan do vagamente los juegos de luz en los vidrios de grande; no había dicho completo el yo, pecador; se colores de las ventanas, las confesadas allá en el conocía que el diablo, envidioso, le presentaba oca- rincón rezando su penitencia con mucho fervor, las siones de pecar; pero de qué servía? Ella (lo había otras sentadas en el suelo, cubierto el rostro por la dicho el padre Sanbenito) estaba blanca como el mantilla y agrupadas en torno del tribunal de la pe- Cordero del Señor, la paloma emblema de pure- nitencia De pronto alzaba el padre los ojos, za Y cuando sintiese tentaciones debía de- murmuraba un rezo, echaba una bendición, cerra- cir ¡Avemaria! y el demonio, mordiéndose de rabia, ba una ventanilla y daba un golpecito en la otra. La azotándose, caería á los abismos ¿María me penitente se alejaba con los ojos bajos y una nueva saludó seria? ¡Qué culpa tengo yo de que mi traje se acercaba á su vez. ¡ Qué recio hablaba la Juanita blanco sea más ó menos bonito que el suyo! ¡ Ay, es Méndez! había escuchado las palabras: ¡malospen- una envidiosa! ¡ Qué horror! había hablado mal del prójimo y eso era pecado! Ángel de la Guarda, de- taban hechas un nudo. ¡ Mamá! ya es muy tarde— fiéndeme; el diablo me tienta. ¡Avemaria! Y se quedó dormida Momentos después la mañana reía en el cielo azul. En las macetas, en las vidrieras relampagueantes, en los florones de la alfombra, en todo ¡qué día tan azul! ¡qué nubes ían limpias! ¡qué tonos dorados tan tiernos en las cornisas blancas de la II azotea! Todo era luz; hasta ella, flor matinal, tenía la blancura de la nube en el crespón flotante, vapo- En las rendijas de la puerta encendió el alba pá- roso del velo; el azul puro en los ojos y en el alma; lidos rayos de claridad. Ella despertó. ¿Qué horas el gorjeo del ave en el labio y las tintas sua- serian? Tuvo que apretarlos labios al lavarse para ves, la luz tranquila en la mirada Todo era que no le entrara agua, porque así interrumpía el blanco: el velo, el listón, el gros del vestido, el en- ayuno. Todos dormían en la casa; sólo en el cuarto caje. Parecía una filigrana de nieve, un juguete del baño los pájaros armaban una alharaca atroz de porcelana, una miniatura en mármol y oro en sus jaulas cubiertas por trapos. Llamaban la pri- el oro en los cabellos, lo inmaculado en el traje mera misa en la Iglesia. Todavía brillaban algunas estrellas como gotitas ardientes en la bruma pálida y dorada del amanecer Debía hacer mucho frío.... Los -vidrios estaban opacados por el vaho que se fundía en lágrimas No habían apa- gado la veladora de porcelana, señal inequívoca de III que su mamá no despertaba, y de puntillas se acer- có al cuarto ¡Todos dormían! Todas se arrodillaron; parecía que una nube de En la media luz nada se distinguía! ¿Dónde es- incienso se había tendido en las alfombras desbor- taría el abrochador para las botas? Tal vez en el dando el lino del comulgatorio Era una bru- alhajero de cristal ¿Ylas ligas? ¿Se habían ma de velos solo manchada por la nota obscura de 0lTldad0? ¡Malo! las cintas de las enaguas es- los cabellos negros ó la blonda aureola de los cabe- líos rubios...... La luz teuía "caricias para el es- tuco pálido del altar; prendía estrellas de oro en mo una ascua, y el, suelo sembrado de amapolas cada comisa, en cada candelera; arrancaba chispas pisadas, pétalos de rosa manchados de ladrillo de color á los prismas del candelabro; iluminaba los La música de cuerda en la otra pieza dorados del misal; parecía incendiar el cáliz, y en —¡No vayan á escupir; enjuáguense la boca an- medio de aquellos reflejos, el padre Sanbenito, an- tes del desayuno! ¡María levanta á Marta; no alcan- ciano, blanco, grave, envuelto en la casulla de bor- za la banca! ¡Los velos, guárdenlos en la clase de dados brillantes Las ráfagas del sol dibuja- geografía! ¡Ponte la servilleta, no te vayas á ensu- ban su .banda diagonal en el espacio rompiendo ciar! La que no esté en orden no se desayuna... ! nubes de incienso: parecían un chorro de luces de Los gritos se cruzaban; el criado, de mandil blan- Bengala al inflamar los vidrios de colores El co, hacía equilibrios para pasar los chocolates lle- nos de flores, ¡os canastillos de los brioches estaban padre descendió lentamente la hostia pequeña y al- vacíos; había niñas que comían pan á secas, otra ba; el monaguillo rojo aliado la patena arro- lloraba porque se le había volteado el chocolate en jaba su reflejo áaquellos rostros de siete años, perfi- laba dulcemente los entreabiertos labios, alargaba el mantel; una hacía la confidencia de que iban á la sombra de los ojos bajos mientras el ór- Uévarla á retratar después del desayuno, y el cálcu- gano, con acentos poderosos de guerra, hacía re- lo de cuánto habrían costado las botas de Luisa. temblar las bóvedas ._„ La maestra, con delantal blanco, dió un golpe; era la señal para cantar el coro: ¡Qué hermosa la mañana al salir! ¡Qué orgullo ¡Oh Virgen María! etc., acompañado por la pro- en las frentes maternas! ¡Qué triste el mutilado que fesora de solfeo en el viejísimo clavicordio de la pedía limosna en el atrio! ¡Qué sucias las Amiga. Los niños cantaban con la boca llena de muchachillas curiosas que encontraron al salir y pan, hasta que Juanita desenrolló el papel atado que no habían hecho su primera comunión! con un listón azul. La pequeña alocución, com- Los salones del colegio estaban inconocibles: las puesta ex profeso para el acto por el profesor de es- mesas tendidas, las tazas azules coronadas de flo- critura, concluía así: res, el techo con guirnarlas, las paredes con bande- "Lleváis una estrella en la frente: la de la puré- • rolas y coronas de ciprés; el altar de la Virgen co- za; la vida es un mar. Recordad en las horas de bo- rrascaeste día, y que no naufrague esa estrella que, como la de los magos, os llevará al cielo."

La vida es una borrasca, es verdad: los recuerdos ¡POBRE VIEJO! tristes, la duda, el pesar, son sus olas más amargas; las sombras se hacen en el alma; todo parece haber naufragado, haber muerto. . . . Cuando en esa som- bra, en esa agonía, no aparece una memoria así, blanca, pura, querida, como las niñas de velo de (A UROR) crespón que llevan una estrella en la frente; cuan- do no se evocan esos cuadros místicos de la infan- cia; cuando el alma es un templo vacío, mudo, sin incienso y sin creencias. . . . entonces se dice con una amargura incurable ¡he naufragado! |l duda, aquella era la casa; lo encontré todo igual. El tiempo, es verdad, la había hecho más triste, porque estaban mancha- das las paredes con las huellas de la llu- via, y el musgo dibujaba en ellas siluetas verdinegras: el santo de cantera, el roto macetón en la azotea, el balcón mohoso, la entrada angosta ¡ todo lo mismo! Solo que en el ventanillo no se veía la j au- la del loro locuaz, ni aquellos tiestos de geranio y rosa de Castilla.... ¡Con qué emoción leí aquel ró- tulo que en fondo negro y con letras blancas casi borradas, decía: "COLEGIO PARA NISOS". . . !

„M.Í0US® Subí la escalera de manipostería. Como siempre, tan desconsolador en aquellas líneas modeladas pol- ardía en el descamo la lamparilla frente á la Virgen la muerte! .... ¡Qué elocuente aquella soledad si- de Guadalupe. . . . lenciosa, donde antes todo era bullicio!. . . Pobre Asomó tras el portón verde, no la muchacha ha- amigo, yo lo acompañaría. Y me senté en el viejo rapienta, la pelona famosa, sino una viejecilla en- sofá de cerda y me puse á pensar en el pasado!. .. juta. ... En el silencio de la casa, en el aire dis- ¿Te acuerdas? Aquellas mañanas cuando oía creto de la criada, en todo, adiviné lo que había la voz de mi madre que me gritaba: ¡van á dal- pasado. ... ¿El Sr. Quiroz? pregunté. las ocho! Aquel mal humor con que me levantaba, —Esta mañana á las tres, me respondió con aire aquellas cóleras diarias contra la criada que me res- compungido la vieja, llevándose el delantal á los tregaba con demasiada fuerza el zacate y el jabón ojos. . . . pase usted. . . . al lavarme el pescuezo, la brusquedad con que pa- El Sr. Quiroz había muerto! Aquel hombre in- saba el cepillo por los cabellos aún rubios; el desa- tachable, aquel cuyo recuerdo apenas vive en tan- yuno apurado de prisa, y aquel desconsuelo al to- tos que, como yo, mucho le debieron. . . . ¡sólo! ni mar la bolsa deshecha, donde dormían la pizarra, uno de sus discípulos lo acompañaba en aquella pie- el libro de Mantilla y el padre Ripalda ¡Las za desmantelada que conocía tan bien: el mobilia- ocho! Era hora; llorando todavía, llegaba al cole- rio miserable de aquella sala pobre; las consolas sin gio; la criada me veía subir desde el zaguán, mien- pie; el sofá de cerda; el estante de libros viejos; la tras le gritaba antes de tirar del grasiento cordón esfera terrestre ¡aquel diploma pegado á la pared de la campanilla: ¡Ven á las doce en punto! y en- junto á un Mapa-Mundi; la mesa revuelta que le traba. regalamos de cuelga el año de 70, llena de firmas No puedo olvidar aquella pieza. ... aquel techo infantiles y borroneadas; en medio de la pieza, el lleno (Je pelotas de papel mascado, las paredes con catre de hierro, y sobre sus tablas desnudas, un ca- letreros y manchas de tinta morada, negra y roja; dáver vestido de luto; un pañuelo cubría su cara, los mapas polvorientos, las muestras de dibujo, el y á los lados dos grandes cirios que ardían. ¡Era el sistema métrico-decimal; el Corazón de Jesús al maestro de primeras letras! Con respeto y temor lo frente sobre un reloj siempre parado. . . . descubrí. ¡Cómo había envejecido! ¡Qué aspecto La plataforma pintada de negro y encima la mesa del Sr. Quiroz; el tintero representando un ciervo; chabacano, el piso y el burro .... Sin más temor la regla, las plawm en orden; los libros formando que el de ser ser sorprendidos en infraganti con- pilas. . . . las dos hileras de bancas y mesas con sus versación, en desiguales cambalaches de pizarrines tinteros de plomo; sus candados en las tapas de las y caramelos ó en el mayor crimen, fumar, pálidos papeleras, y tantas letras grabadas con navaja en de espanto, tras la puerta del común, el primer ci- la madera de los muebles Me parece volver á garro de monzón robado á la ama de llaves! aquellos tiempos, siento el aire fresco de aquellas —¡, media hora de castigo! mañanas, el olor del ladrillo recién regado, el sol —¡Señor, si no he hecho nada! entrando por el balcón abierto, el Sr. Quiroz gol- —Sí, señor; está usted distrayendo á Orozco; me- peando la mesa con la regla y gritando: "¡Pepito dia hora! López, á su lugar!" para seguir rayando concien- zudamente el papel Juanito Llamas borraba —No, Señor (girímiqueando) ¡á la otra! —¡Á su lugar! (reglazo). cifras aritméticas en el pizarrón; Miguel Vilches, Y después de estos diálogos, el Sr. Quiroz seguía oculto por la tapa de la papelera, mordía un cuer- rayando papel, hasta que alguno alzaba el brazo y no de ; tras el antifaz de los catecismos plati- enseñando dos dedos, pedía permiso para hacer de caban Mejía y Méndez; leía en voz alta Zamudio, las aguas. y Pepito López, inquietísimo, se deslizaba hipó- critamente á lo largo de la banca (siempre era esa —¡Está ocupado! Aquel era el gran pretexto; ir su disculpa) para pedir un lápiz á Marticorena ó á á tomar agua ó á cumplir alguna función fisiológi- mí, que con la vista vaga seguía el vuelo de las ca de grande importancia. En aquellas escapadas moscas que aprisionaba Orozco y pegaba con cera se mordía el pedazo de pan, resto del desayuno; se á soldados de papel. contaban las canicas, y, sobre todo, se estaba fuera de aquella pieza estrecha, de aquellas durísimas lAh, época inolvidable! No se cuidaba uno ni del bancas, donde colgaban lospiés; se lavaban las ma- día ni del mes, sino para saber, porque todos los nos llenas de tinta, frotando los dedos en el ladrillo juegos tienen su temporada, cuándo se debía jugar del lavadero. . . . y haciendo repetir al perico aque- á las canicas, cuándo al balero, cuándo concluía el lla mala palabra que sabía y todos oían con una reinado del trompo y comenzaba el de los huesos de punzante curiosidad, y se repetía en voz baja, muy baja, porque si el Sr. Quiroz lo oía ¡al cachóte! ¿Qué decir en casa, al llegar? ¿Cómo resistir aquel cuarto húmedo y obscuro. Heno de sillas ro- tas, tinas desfondadas y ropa sucia; donde pasea- aquella pregunta: "¿Por qué viene usted tan tar- ban las ratas del tamaño de un conejo. Había de?" Y aquella comparación humillante, de "¿ya alacranes y mestizos, que acobardaban á los más vesátu primo Félix, pues nunca lo castigan?" ¿Có- valientes; era preferible dar cien líneas del Urcu- mo presentar los sábados aquella plana donde se Jlu, estar media hora hincado y en cruz, hasta re- repetían cinco veces las palabras Yenecia, Vallado- cibir la orden de que no le dieran dulce y ñuta lid, Valencia, ó aquella máxima escrita con bella en su casa, á entrar á aquella pieza que olía á ropa letra inglesa: "el estudio es fuente de riqueza," que sucia y á humedad. uno copiaba con caracteres que parecían patas de mosca ó como aseguraba el Sr. Quiroz, hechos con ¿Cuántas cosas habría en el bufete del Sr. Qui- popotes? ¿Cómo mostrar aquella calificación: con- roz? Dicen que ahí guardaba todo lo que les qui- ducta, Mal Aplicación, Mal Aseo, Bien, taba á los niños; muchas canicas, membrillos mor- didos, pedazos de charamusca, soldados de plomo, escrita al dorso? ¿Cómo coser los pantalones he- juguetes de madera, pinturas, caramelos, baleros, chos pedazos, el saco lleno de gis, la camisa de tin- trompos; la teja de plomo que servía para jugar al ta, las medias de ladrillo? ¿Cómo curar los more- piso, pliegos de papel de colores para forrar libros tones sacados en aquellos lances de honor que se y tapizar los cajbnes, armellas, ¡qué se yo! era un ventilaban á las cinco, en un rincón de la azotehue- tesoro. la? Graves preocupaciones de la edad imposibles de resolver á los siete años. ¡ Qué tristes aquellas tardes cuando estaba uno en Para nosotros, el Sr. Quiroz era un inquisidor: la lista con dos ó tres rayitas: cada una era media ¿por qué nos daba gamuchos en las orejas? ¡Cómo hora. Todos se iban á jugar al-patio y uno se que- se enfullinaba cuando alguno se le paraba de galli- daba solo. Gritaba la criada: —¡Por el niño Men- to! ¡Pobre viejo! alguna vez me pregunté, ¿poi- doza!— Hasta las seis, respondía muy serio el Sr. qué será tan pálido y tan flaco? Más tarde lo he Quiroz. No valían ruegos, no valían pretextos. ¡Es sabido, más tarde he resuelto aquel enigma. Ya sé la última, Señor! ¡Ya no lo vuelvo á hacer! Nada, por qué llevaba siempre aquel saco café lleno de era inflexible. manchas, aquel chaleco gris, aquel pantalón de ca- 2 — 18 — — 19 — simir del país con grandes rodilleras: sé por qué se tiga sin justicia, á quien se le paga una vil men- ponía pensativo al reflexionar en el mañana, y por sualidad, y ¡hasta luego! qué está pálido y flaco un hombre que no tiene di- ¡Pobre Sr. Quiroz! ¡muerto! nero, á quien matan lentamente las privaciones, á ¿ Qué se habían hecho aquellos compañeros de co- quien consume el cerebro el repetir año tras año ¿ qué legio, por qué no había venido uno sólo á recoger es gramática, escribir día tras día el mismo ejem- la última mirada dulce, dulce como la tenía el día plo de sumar quebrados, resistir el eterno dos por de la comunión general y de la repartición de pre- dos cuatro, dos por tres seis; levantarse con el alba, mios ? ¡ Era bueno, sí; el día que acabé el libro de Man- sufrir malas respuestas y cargos de papás descon- tilla y dejé el colegio; cuando yo usaba pantalón tentos? corto, no lo olvido, me regaló una estampa con un Esa es la vida. ¿Por qué el inventor tiene bustos San Luis Gonzaga, y conmovido, llorando, se des- de bronce que lo inmortalicen, retratos y biografías pidió diciéndome: "que logre verte hecho un licen- en los periódicos ilustrados? ciado". ... y entró con los ojos húmedos á expli- ¿Por qué el mercader es grande y el sembrador car los denominados por partes alícuotas! se olvida? No puede ser malo el que muerto tiene cara de ¿Por qué sólo se alaba el encaje de que santo. ... No; me arrepentía de mis malos pensa- corona las hermosas cornisas y no hay una mención mientos de niño mimado de siete años: la gratitud, para el cimiento? una gratitud inmensa brotaba á mi labio. . . . ¿Pa- Es un amigo de los primeros años; descifra ese ra qué besar aquella frente? Era demasiado tarde. jeroglífico encerrado en las páginas de un Silaba- ¡Pobre viejo, como le decían los vecinos!ya des- rio, esa frase milagrosa que al pronunciarla se abren cansa; y me alejé con una tristeza profunda mien- los inmensos horizontes desconocidos de la vida, da tras un grupo de niños salía festivo del zaguán, ni- la clave para arrancar al libro su riqueza, arroja en ños que reían contentos como la mañana porque el alma ese primer germen que diferencia al estú- ¡no había Colegio! pido del hombre social, y sin embargo, es para to- dos un pobre viejo retrógrado, porque á fuerza de enseñar ya nada puede aprender, un bilioso que cas- FLEUR D'ORANGER.

A F. ARTEAGA.

I

AS escenas alegres del presente, serán re- cuerdos mañana,, recuerdos que en horas menos felices despertarán esa ruda, esain" evitable realidad de la vida que nace de un contraste. ¡Cuánta razón tenía al decirme aquellas frases con esa modulación de las palabras dichas en voz baja y el acento de una confidencia! Hoy que la veo pasar seriay grave, pálida y esbelta, saludada con res- peto, me es imposible reconocer en ella á la que ha- ce muy poco tiempo, en el rincón tibio del sofá, en la pieza pequeña; perdidos en esa penumbra del día moribundo que borra los contornos de las cosas, me hablaba del amor con ese entusiasmo del que ve el cielo tranquilo y se preocupa más de la rosa de un celaje, que de la nube sombría de las tormentas. liarse en sus brazos y sentir sus labios sobre nues- Yo sabía lo que pensaba, cuando nerviosa, inspira- tra frente? .... Al decirlo se estremecía como agi- da, con esa elocuencia de las personas que de lacó- tada por el soplo de aquellas caricias, con ese ade- nicas se tornan en expansivas; en un arranque me mán entusiasta del cómico que estudia sus actitudes hacía conocer los mundos de poesía que parecían la víspera del drama. ¡Cómo me hacía reir con sus dormir en su alma de virgen de veinte años. Se con- proyectos, con aquel reparto de sus horas, de sus movía hasta las lágrimas con un verso triste, tenía faenas domésticas; cuando parecía tener él propó- arrebatos de cólera contra ese destino que hiere á sito de consagrar á sus pájaros y á sus flores más dos enamorados de novela, y perdía sus miradas en tiempo que á sus criados! Juzgaba el epílogo, por- el papel tapiz, soñadora, cuando escuchaba una ro- que la vida conyugal es el epílogo de todos los sue- manza de Mendelshon Veía la vida como la ños de veinte años, como una continuación de la vida de novios, pero sin escrúpulos de familia, ni impru- onda tranquila que corre por riberas donde esplen- dencias de inoportunos: un noviazgo cómodo. . . . den lejanías alegres, y para ella el mal no era sino ¿Podía yo decirle que se engañaba? ¿Podían ser esa obscura cresta, esa montaña que, perdida en bien oídas las advertencias leales, que hubieran sido lontananza, no hace sino acentuar más la calma del tomadas como gritos de un mal interés en mi boca? paisaje. . . . ¿Podía yo decirle que la mujer es un capullo y que Una noche la encontré impacienfe, me estrechó el primer beso lo embellece y el segundo lo seca? nerviosamente la mano, y me dijo con voz mal se- No. Tuve que reir cuando abrazó la corona de aza- gura: "me voy á casar." Sentí una vaga tristeza, hares y besándola decía: aquí se han condensado algo como el anuncio de un mal próximo; esa melan- todos mis sueños. ¡Es verdad: sus sueños eran blan- colía que no es sino una envidia escondida de la fe- cos como las flores del naranjo, que duran lo que licidad ajena. Tuve frases para alentarla, para pin- la corona nupcial sobre la frente, una noche, y que, tarle con bellos tintes la vida nupcial, esa quimera como á ella, la mano del ideal convertido en hom- coronada de azahares y envuelta en la bruma de los bre, las arranca de las sienes prefiriendo á las blan- crespones blancos. ... Sí, me decía, ¿comprende curas de un pétalo el rubor de una frente que se usted lo que será estar juntos siempre, poder ha- besa por la primera vez. blar siempre solos, decir con orgullo ya es mío, ha-

UNWEñS®*0 té^íVG ' BIBLIOTECA^' -25- Todo era para el porvenir. Golondrina en perse- i cución de primaveras, no tenía una mirada para el Total: la vida real con sus desnudeces asquero- ayer, para la fronda que dejaba atrás; ni un recuer- sas, cuyo último velo es el que ciñe las sienes do para aquel rinconcito de la ventana, en que á púdicas de la desposada. No; no es el ideal ese través del visillo de encaje se impacientaba sin sa- hombre; va á ser, pasado el primer momento, el in- ber por qué cuando veía llorar á una tarde de oto- dividuo tal como es, sin galantería; no el que ha- ño, cuando creía adivinar en cada transeúnte al que laga al enemigo para dominarlo, sino el vencedor esperaba con inquietud. Contaba las horas en cada que atrepella sin preocupaciones llegada la hora gradación de los tintes vespertinos y leía más que del saqueo. La primera frase que se pronuncia en en el libro inmóvil en su mano, en ese libro de pá- esos momentos, es la decisiva para el resto de la vi- ginas inquietas que pasan sin cesar y escrito en el da; es, ó la invocación tierna de la poesía del hogar alma por las esperanzas. Cada escena la evocaba futuro, ó el primero y último adiós al amor pasado. con una precisión fotográfica, y temblaba porque No hay más que dos caminos: ó el de esa amistad entonces sentía con toda intensidad esas emociones respetuosa, serenidad del Océano después de las que en el primer momento aturden, no se da uno tempestades de la pasión, ó el desengaño, la desilu- cuenta de ellas, y solo duelen cuando las heridas se sión, el sacrificio que hará más grandes los defec- enfrían. Aquel pasado no le parecía sino un bonito tos que han pasado desapercibidos en las horas be- prólogo. Ese es el error de la mujer: imaginarse llas de ensueño. La desilusión es un microscopio que el drama no ha comenzado todavía, cuando ya que no ve más que manchas. se anuncian los terrores de la catástrofe. No;no es El ideal verdadero es el que se ve de lejos, envuel- el ideal ese hombre que vistiendo un correcto frac, to en la bruma indefinible del misterio, no rasgado oye con grave gesto las palabras latinas que mur- por las imprudencias de la curiosidad, que al re- mura con monotonía un cura de chispeante casu- cordarse todo, hasta lo más triste, exhala un vago lla, mientras una turba de curiosos se fija en el perfume de poesía; todo, hasta lo más obscuro res- traje blanco de la novia y en el negro del esposo: plandece con una luz desconocida; todo, hasta lo hay en ellos algo como un emblema, la fusión de más abyecto, adquiere alas que exploren el azul. los sueños luminosos y lo obscuro de la prosa. ¡Pobre Emma! pensaba al recordarla. Tienes la ilusión de la flor brillante que coquetea con las mariposas, crees que la atraen tu matiz y tu perfu- ra. Viajeros impacientes, arrojamos en las maletas me; crees que porque brilla es flor como tú; sin sa- los objetos más frágiles, y cuando el tren comenzó ber que al besarte se sacia con tu néctar, y no es á andar, recordamos un olvido; con la precipitación sino un gusano con polvo de oro en las alas; que el dejamos abandonado el portamonedas en un buró. polvo de oro vuela y es nada más una arma de se- ¡Pero qué hermoso paisaje! Cuando el dinero se ne- ducción y el gusano queda! cesite vendrán las preocupaciones. Y vi con ojos tris- Y tuve que callar mis ideas con esa felicitación, tes esa blanca corona, esos azahares que he con- con esa fórmula que lo mismo es un grito de gozo templado tantas veces en las sienes de las vírgenes en términos sociales, que un responso ante el ca- que se casan ó que se mueren. Suicidas inconscien- dáver. tes de veinte años ó víctimas de la suerte. ¡ Qué —Emma, la dije, ya sabe usted lo que la deseo. raro azahar no guarda en sus pétalos de flor artificial Una luna de miel eterna. más de una lágrima! ¡Qué rara es la fior de naran- ¿Serán felices? ¿Él ama á una mujer ó á una es- jo que después de muchos años no se contempla posa? ¿Ella ama á un marido ó á un hombre con con una melancolía elocuente! apariencia de novio? ¿Se conocen á fondo? ¿Aves que van á emprender el vueio juntas, tienen la misma fuerza en las alas? Estos cuestiones palpitantes, las más trascenden- II tales, jamás se resuelven á tiempo. Cuando se es novio, no se conocen más que dos fases del indivi- Las libaciones, el calor de la pieza, la luz, la ale- duo: la de los galanteos y la de los celos. Son tan gría de la concurrencia, no podían quitarme la no- pocos los instantes en que se puede hablar, que en che del casamiento civil, aquellas ideas de escépti- ellos no hay tiempo mas que para confiarse las du- co! Se las confié á un amigo en el obscuro corredor; das y los temores; ¡la vida real tal como es! ¿Quién achacó á mí estado de solterón aquellas preocupa- se ocupa de la prosa cuando los ojos arden, los la- ciones y me hizo espiar por la puerta entreabierta bios ríen, las manos se entrelazan y las almas se del tocador, el más artístico grupo, mientras oí el funden? Lo que será el futuro, lo veremos la víspe- más conmovedor de los diálogos. Él se arreglaba la corbata blanca frente al espejo mientras eHa im- paciente le tiraba de la manga. El juez estaba in- quieto, le decía que ya era bora, y él, viéndola co- mo un ángel envuelto en una nube, no pudo con- III tenerse, y estrechándola le dijo en voz baja: Durante la cena, ni Einma, ni su marido, pues —¡ Qué linda estás! Y depositó en su frente aquel ya era la señora de Mena, hablaron una sola pala- primer beso en esa actitud que he visto en un gra- bra. Flotaba en torno enojoso silencio, interrumpi- bado que se titula: "¡Al fin solos!" do por un largo bostezo del señor: aria final del —¿Ve Vd., preocupado? me dijo el amigo. Con- fastidio. vénzase, ninguna desgracia conyugal tiene por pró- Mientras él deshacía en el mantel las cenizas de logo un beso así, una caricia en que brota á los la- un gran puro, ella dibujaba con las del pan bios la más suave, la más delicada de las ternuras. no sé qué figuras, con la mano en la mejilla y los —Pero. ... No pude responder, me llamaban á ojos bajos. El criado, con el mayor cuidado, reco- firmar el acta, y yo, el viejo amigo de la familia, gía la vajilla, y con el discreto ademán de quien no tuve que poner mi nombre en aquella sentencia de quiere t urbar la calma de un matrimonio, rompien- muerte. Bien hacen en dar alcohol á los invitados; do un vaso, que los hará gritar primero por el vaso es un medio de aturdidos, evitando que filosofen que es el pretexto, y después por asuntos perso- sobre el porvenir preñado de amenazas. Dormí mal nales. aquella noche y soñé mil visiones: á una joven az- Se leía en ambos el disgusto de las situaciones teca coronada de flores que al són de músicas ale- falsas, á las que una fingida indiferencia da el ca- gres, aclamada por la multitud contenta, se dirigía rácter de graves. al sacrificio, feliz porque se iba á inmolar en aras —Dime, dijo él con ese acento tembloroso del de los dioses. que quiere buscar pleito, ¿dónde está aquel libro de apuntes que tenía yo, aquel verdecito? .... —Creo que en el ropero; no sé, me parece que ahí ha de estar; ¿lo necesitabas? —Urgentemente; ahí había unos apuntes — 30— — 31 — —Me lo hubieras dicho; pero como me dijiste que nadas, siguió dibujando no sé qué figuras en el no te servía, copié en él algunas cosas. mantel con las migajas de pan, pero con un aire —¿Copiaste? sombrío. Él había resuelto la cuestión, ella se que- —Sí, agregó ella dulcificando su voz y en uno de daba con la poesía de los sueños y él con la prosa esos arranques que desvían el giro de una conver- de sus apuntes comerciales. Eran incompatibles: él, sación que ha de terminar en disputa; sí, ahí he co- al romper un libro, había roto más que una página piado tus cartas (con voz de sirena); son recuerdos de apuntes; había roto la última creencia en el co- de aquellos tiempos. También he copiado versos. razón de su mujer! —¡Recuerdos, versos! ¡en qué cosas se ocupan las Con paso lento, el marido se fué á acostar sin que mujeres! Hoy me río de aquellas cartas: cuando es ella levantara la , siempre abstraída en sus uno joven comete tantas torpezas! ¡Echar á perder dibujos. Después abrió el ropero de las cosas viejas mis apuntes con esas tonterías! para guardar las copias de romances y de cartas. Ella aparentó no oir aquella bofetada envuelta en No saldrían más de aquel mueble, donde dormían la frase venenosa de un sarcasmo; tomó el llavero, sus trajes de niña, su vestido de novia que serviría se dirigió á las piezas interiores para volver con el de toilette de primera comunión á una sobrina, y famoso libro de apuntes, que entregó á su marido aquella corona cuyos blancos azahares, envueltos sin decir una palabra y sin hacer un gesto en una gasa azul, se habían puesto amarillos con el Él hojeó el libro, encontró las notas que buscaba tiempo. sobre el precio del café en Uruapan, y arrancó la Aquella corona, besada en otros días, le suge- primera hoja. ría esas ideas que parecen estrangular al que las —No los rompas, exclamó ella, ¡tan bonito ro- tiene. mance, y hacerlo pedazos! No seas así! El marido dormía ya, boquiabierto, roncando —Si, hombre, ya sabes que soy muy bruto para con esa prosa del plebeyo que descansa del rudo tra- comprender estas delicadezas literarias, y por eso lo bajo; nada se leía en aquella frente que no soñaba: hago: yo me quedo con mis apuntes y tú con tus la mano velluda, fuera de las colchas, callosa, dura ternezas poéticas. Y rió con la risa del imbécil. como la de un labrador, ostentaba la alianza de oro. Ella ño tomó una sola de las páginas desga- Ella lo vió largo rato; ella estaba ahí, á su lado, dulce, buena, amante; si él quisiera. ... Y no te- nía ni una mü-ada, ni una caricia! .... Sintió algo como un dolor infinito, estalló aquel sollozo conte- nido tanto tiempo, y le arrancó la confesión de una amarga verdad: que es muy triste estar j unto á un marido y sentir una inmensa, una inconsolable viu- EL Pl NTO. dez en el alma!

A L. G. OBREGON.

NOTAS BIOGRÁFICAS DE UN PERRO.

¡JfHILmDRINA era una perrita poblana, , muy lavada, muy blanca, con su listón azul al cuello, siempre dormitan- do en las faldas de Doña Felicia, su ama, que era dueña de un estanquillo y había concentrado en ella todo su amor de vieja soltero- na. Cuidaba del buen nombre del animal como las madres cuidan de la inocencia de sus hijos, y casi murió de dolor cuando supo la terrible noticia. Chi- lindrina, la doncella sin mancha, había tenido amo- res con el Capitán, escuintle horroroso de un zapa- tero vecino: frutos de estos amores fueron la Dia- na, el Turco y el Pinto, de quien voy á ocuparme. Era un perro de pueblo, enteramente flaco, de orejas derechas y agudas, ojo vivaz, hocico pun- su ama una familia de la vivienda principal. Su vi- tiagudo, grandes pelos lacios y cerdosos, patas del- da era sedentaria; se reducía á vegetar y no salía gadas y cola pendiente; era de esa clase de perros del zaguán de la casa, porque sentía un temor in- de raza indígena, que tienen una semejanza con los vencible por los transeúntes, los coches y los perros lobos, de un color amarillo sucio manchado de ne- más grandes que él. Cuando la ama salía, lo dejaba gro, lo que le había valido su nombre de Pinto. Su encerrado, y más de una vez se oyeron tras la puerta historia puede encerrarse en estos capítulos: el ho- aullidos lastimeros á los que respondían frases co- gar, el cuartel, la calle, la vagancia. léricas de los vecinos nerviosos. Muy pocos días duró bajo el brasero en el cajón Vivían arriba dos niños que al irse al colegio le de vino, lleno de trapos manchados de petroleo que arrojaban un pedazo de pan, y al volver le hacían le sirvió de cuna. Aun no abría bien los ojos, que un cariño diciéndole con voz muy dulce: Pintito, tenían esa opacidad azulosa de los recién nacidos, toma, y tronándole los dedos lo llamaban en direc- aun su paso era débil, cuando lo regalaron á la pri- ción de la escalera. Él los hubiera seguido, pero le mera que lo pidió, y fué Doña Petra, portera del 6 inspiraba serios temores aquella ascensión peligro- de Mesones, señora fea, que no teniendo quien la sa, y, sobre todo, la opinión de su ama. Un día se amara, amaba á los animales. Un gato se le había decidió á subir, los Angulo lo colmaron de cariños, desertado, y para mitigar la ausencia iba á susti- lo hicieron corretear por el corredor, enseñándole y tuirlo con un consentido más fiel, el Pinto. Con escondiéndole un pañuelo que desgarraba á mor- calma maternal daba las migas de pan en leche al discos y los hacía exclamar con infinito placer: ¡ Sa- tierno niño, lo acostaba en un rincón envuelto en be jugar al toro! Ya eran amigos: ya el pobre Pin- trozos de alfombra, lo arrullaba en el regazo y en to seguía á la criada hasta el colegio, y con disimulo horas de quehacer lo exponía al sol tibio de la maña- señalaba su huella en todas las esquinas para re- na; ahí reposaba el Pinto cazando moscas al vuelo, conocer el camino. Aparecían los Angulito y co- dando paseos cortos, oliendo las junturas del em- rría con esa vivacidad infantil propia de una gran baldosado y acostándose de nuevo, previas las vuel- emoción. tas de ordenanza. Todo lo sufría el buen amigo; que lo ensillaran, Creció, y comía entonces las sobras que daba á lo vistieran de muñeco, lo hicieran tirar de un ca- í-rito de palo lleno de ladrillos, lo forzaran á saltar Después el amor de su nueva ama pasó á un por el mango de una escoba, ó hacer de toro y has- soldado, y supo lo que era la vida de cuartel. Co- ta de verdugo, cuando alguna rata infeliz salía de mió el vil rancho, tuvo amistad con gentes malig- un agujero por sus negras desdichas. Sin embargo nas, pero sucedió lo que tenía que suceder: el re- ¡qué de temores en aquellas visitas! ¡Qué odio de- gimiento salió y de nuevo lo abandonaron. . . . bía tenerle aquella señora descolorida que lo veía ¿Qué comer? Si se detenía en la puerta de una con ojos tan malos y lo hacía despejar el corredor! fonda, le aventaban unas tenazas; si iba á una car- Una ocasión los niños no lo llamaron como otras nicería, lo pateaban; si encontraba un hueso, se lo veces y él subió. La criada lo esperaba tras de la arrancabo otro can famélico más fuerte que él. En puerta y lo llamaba, ¡cosa rara! con voz dulce. Acu- aquellos días se apiadó de él un viejo de barba blan- dió, y entonces lo suspendió por el aire tomándolo ca y sucia, pantalones rotos y zapatos llenos de agu- por el pescuezo; lo llevó á un rincón del corredor, jeros: era un mendigo que se fingía el ciego le restregó el hocico contra un ladrillo sucio y le Todo el día se pasaban á la' puerta de las iglesias pegó de escobazos. En vano aulló, en vano decía donde había función ó jubileo. El amo apoyado en con los ojos ¡yo no he sido! La fuerte mocetona le el grasiento bastón en forma de báculo, y él ama- pegó duro, y los niños lo veían con inmensa com- rrado del cuello con un mecate lleno de punzantes pasión tras los vidrios. . . . hilos. Comió las tortillas heladas y los mendrugos ¡Pobre Pinto! su ama lo abandonó. Días enteros de pan frío de la miseria; sufrió los palos de más de se pasó en las calles oliendo todos los rincones y en un sacristán, y tenía también en aquella época un busca de ella. Aulló á la puerta de la antigua por- aire de mendicidad, la cabeza gacha, los ojos tristes, tería hasta que una vecina se compadeció de él; era el rabo entre las piernas, y hecho un esqueleto. . . . una mujer de cascos ligeros que tenía amores con Estaba predestinado para el martirio. Su amo, el un albañil. Hacían tres viajes diarios hasta la Ala- falso ciego, robó una vez y lo condujeron á la ins- meda para que comiera en una banca el señor aquel pección. ¡Terrible noche al aire libre! La pasó en lleno de cal. Gravemente sentado esperaba que le la puerta de la comisaría y nunca olvidó la escena echaran su piltrafa de carne: como perro bien edu- del día siguiente: el rostro demacrado del amo, que cado, ni parpadeaba. acompañado por muchos pillos, con un jarrito col- — 38 — — 39 — gado á la espalda, entre dos hileras de gendarmes un hueso y huir con él donde nadie se lo dispu- fué conducido hasta Belén. Quiso entrar, pero no tara; rebuscar envíos montones de basura; seguir tuvo ni una mirada de despedida de su amo, y sí á los ebrios para ¡Qué fúnebres rondas ha- un culatazo de un centinela, cía con otros compañeros de desgracia! Se olfa- ¿Qué hacer? Caminar al acaso. Anduvo calles y teaban los unos á los otros para saludarse, se mor- más calles, fatigado, sudoroso, sediento, y lo reci- dían, ladraban, y un vecino les arrojaba agua des- bían en los barrios con ladridos de amenaza. de un balcón; dormían hechos rosca en el dintel de El hambre lo postraba; ni una fonda, ni una car- una puerta. nicería, ¡nada! El aislamiento, el verano de calores Eran noches de pesadillas terribles. Pinto soñaba quemantes, la repulsión en todas partes; buscaba estar en una azotea con la cazuela de sobras reple- la sombra en el hueco de un zaguán, y crueles por- ta, subía la Diana, le hablaba de amores, junto al teros lo espantaban; seguía á alguien, y aquel al- tinaco le decía: eres mi vida, y ¡paf! ... Un señor guien al entrar á su casa, dando una patada en el que entraba á deshoras á su casa lo despertaba con suelo, le cerraba las puertas en los hocicos. ¡Pobre un puntapié. Aquello no era vida, los carretones Pinto! Dos veces intentó olvidar con el amor su de basura no traían ni un solo hueso que roer, y desdicha, pero las dos fué desgraciado. Ya casi ha- cuando lo había, la fuerza bruta se lo arrancaba de bía conquistado á una desconocida, cuando un se- los dientes. ñor alto, moralista tal vez, lo espantó pegándole Evocaba aquel pasado siempre adverso: ¿Para un bastonazo; lo iba á machucar un tren, y perdió qué había nacido? Sin creencias, sin paraíso, sin á la dama. Su segunda tentativa fué tan desgra- palabra siquiera para pedir un mendrugo! Y cazaba ciada como la primera: un terranova, abusando de moscas al vuelo ó saciaba su sed en los charcos.... la fuerza, le arrebató á la que tanto había soñado. Una mañana lo llamó un señor y le arrojó un pe- ¡Pobre Pinto! dazo de carne. ¡Al fin! Sí, sí; había indudablemente Llegaron aquellas noches interminables de va- un espíritu protector de los hambrientos; sintió una gancia, aquel husmear continuo en todos los rinco- embriaguez de placer al aspirar el aroma tibio de nes, á la puerta de las accesorias esperando que arro- aquella pulpa, ¡y era fresca! y la comió con gloto- jaran al caño la agua sucia de la cena, para pescar nería. ... Un fuego devorador circulaba por sus venas; parecía que desgarraban sus entrañas; sus miembros se estremecían en dolorosas convulsio- carones de huevo, zapatos rotos, harapos y momias nes; tambaleaba como un ebrio, y, por fin, se des- de gato, fué arrojado junto á un casco de botella; plomó. ¡Lo habían envenenado! quizá lo hubieran devorado los mismos que lo acom - pañaron hasta su última morada, si no hubiera ha- ¡Qué cuadro! Yacía en el lodazal. Todo fué cruel- bido otro entierro, el de un caballo que llegó en un dad en aquellos momentos. Un carro al pasar le carretón con una bandera blanca y escoltado por trituró una pata; había un círculo de curiosas; cria- canes hambrientos que hicieron de sus despojos una das que volvían de la compra; mandaderos con la atroz carnicería. . . . canasta en la mano y que se entretenían en picarlo para provocarle largos estremecimientos convulsi- Lamiéndose los bigotes dijo uuo de los comen- vos. La cabeza caída, los ojos inyectados fuera de sales: —"He ahí al Pinto, ciudadano honrado, de las órbitas; los blancos colmillos descubiertos; la origen noble, fiel, trabajador, digno de un cojín lengua de fuera; el hocico abierto y babeante; la de viuda ó de una azotea de ranchería, convertido respiración de un sofocado, y las patas agitándose en cadáver ¡y envenenado! Pero ¡esta es la en nervioso desorden. ¡Y aun en su agonía lo azu- vida!" Y se alejó al trote por el potrero, donde ya zaban y se reían de sus contracciones de epilépti- las sombras se extendían; el crepúsculo daba un ful- co! ... . Ni una queja, ni un ladrido. . . . Los ni- gor sangriento á aquel cuadro y perfilaba en el ho- ños Angulo pasaron y se detuvieron, sus ojos infan- rizonte las siluetas macabras de esas limosneras que tiles lo vieron con gran tristeza, y los oyó mur- remueven las basuras para encontrar hilachas. . . . murar: La sombra tendió sus alas de buho en aquel cemen- terio de cosas viejas y animales muertos! Cemente- —Pobrecito; y se parece al Pinto. Era el Pinto: ¡qué flaco estaría para ser incono- rio sin epitafios. cible! Después de un último sacudimiento quedó inmóvil. ¡Cuántos en la plebe son como el Pinto! . . . ¡Cuántos desdichados hay que conforma huma- El carro de la limpia fué su ataúd y el muladar na no son sino perros que hablan y que visten pan- su cementerio. Alií, sobre montones de ceniza, cas- talones!

..0*0 ^ HISTORIA

DE UNOS VERSOS.

A "VERGNIAUD."

I

<' IJO, acuérdate (l e lo que te digo. La lite- | ratura no deja i n comino; será muy boni- ta, sí señor; pero se debe cultivar con algu- nos miles de pesos en el bolsillo y no como una profesión, porque nada de sue- ños, lo práctico Pablo oyó estas palabras con una ira interior: sí, la prosa, el cálculo. Todos los bienes de la tierra no valían un solo ideal. ¿.Qué le importaba la vida prosaica? Y siguió escribiendo versos. Todavía me acuerdo, porque dormíamos eu el mismo cuarto, de aquellas noches de insomnio in- lila, no; era una niña con vestido de percal de flo- útil, sentado frente á una mesa, fumando como una recillas negras, y que leía más la "María" que la chimenea, apurando café, enmarañándose en per- "Moda Elegante." secución de una idea, viendo consumirse la vela Aun no figuraba en los salones del gran mundo sin fijarse en las horas Se dedicaba á la ri- y su álbum no era sino de versos bonitos; no con- ma. ¡Pobre amigo mió! Y después, con los ojos taba todavía con una colección de cartas perfuma- inyectados por el cansancio y por el sueño, acalo- das, estupideces escritas en papel de color. rado, clavaba la pluma en la pared, rompía el pa- Pablo tenía razón: era adorable, y ante su rostro pel y gemía con desconsuelo estas frases: ¡Soy un ingenuo, su dulce mirada de alma casta, se sentía imbécil! Esto sucedía todas las noches. un bienestar que enamoraba. Supimos que estaba enamorado de no sé qué mu- Recuerdo aquellas tardes serenas.... la penum- chacha, y lo compadecimos sinceramente ¿ Con- bra crepuscular, la cortina alzada, el libro abierto, que aquella era la que él nos describía con una la costura en el suelo, y ella y mi amigo discutien- ternura de romance endecasílabo, lar que educada do en voz baja; ¡cómo los envidiaba! No he olvi- en esa modesta vida de pueblo, flor silvestre, no es- dado ni un solo detalle; veo el papel tapiz obscuro, taba aún viciada por los miasmas sociales la me siento hundido en aquel sillón cómodo á la som- púdica que abría su corazón al amor, como el capu- bra del velador, somnoliento, algo triste; me deja- llo al beso del alba la que había llorado con ba arrullar por el murmullo de la conversación de Marius y Coseta y ansiaba un Marras ? ambos que, aunque sin interés, hacía correr las horas. Algo adormecedor flotaba en la sala espa- Pablo estaba loco; era un pobre muchacho leal, ciosa, todo languidecía, la luz del quinqué amorti- crédulo hasta creer en su Coseta, nervioso; tenía guada por la bomba opaca, las negras sombras que suceder ¿Pero quién era ella? danzando en el tapiz, chispeando las molduras ó Ella no era entonces esa Magdalena que hoy des- despidiendo los espejos un relámpago inmóvil; los criben los cronistas de teatros y bailes con frases cortinajes parecían deslizarse hasta el suelo con vo- hechas á-la medida; no era la rubia espiritual y ele- luptuoso abandono, la luz parecía dormitar, el si- gante que vestía defoulard ó peau de soie lencio interrumpía sus diálogos, y hasta la noche, entrevista apenas tras las cortinas del balcón, tenía Pablo se conmueve cuando hablamos de aquellos estrellas que parecían ojos entrecerrados: yo soña- tiempos, que son para él como el argumento de una ba, tenía que soñar forzosamente. Si tomaba parte novela leída en la juventud y cuyo desenlace ha en la conversación, pasaba por intruso, y cuando á dejado una inmensa melancolía. pesar de todo se es tercero en discordia, se ve, oye —Cree, me decía hace poco, oigo todavía el ru- calla y Soñaba, y perdónemelo mi amigo, mor de su falda de percal, el repiqueteo de sus lla- soñaba con ella, que frente á mí, jugueteando con ves, su voz tarareando aquel pedazo; ¿te acuerdas? el dije del reloj, clavaba la mirada al escucharlo en —Sí, ¡cómo no me he de acordar! Apenas se los viejos retratos, á los que el tiempo había dado veían, se ruborizaban hasta la punta de los cabellos. una palidez de carne anémica ¡Qué bella! Se tendían la mano con ese aire frío, casi impolíti- Cada día descubría en ella un nuevo encanto, una co, del que siente demasiado y oculta tras una fin- nota de pasión desconocida en su voz, un movi- gida gravedad toda una tormenta No sé có- miento inusitado en su ademán, no sé qué ternura mo, pero iniciado el diálogo se abstraían; siem- en sus ideas. ¡Qué dichoso era Pablo! Poeta, aque- pre era la misma y vieja historia, coincidían en lla niña podía hacer de él, ó un genio, ó un mise- gustos, se les ocurrían las mismas observaciones, rable. Podía ser, ó la mujer, ó la musa. ambos estaban tristes sin saber por qué y su voz Pablo no la olvida, todavía me pregunta á veces: llegaba al pianissimo de las confidencias; recalca- ¿te acuerdas? Esta pregunta es el título de todo ban á la palabra amistad como indicando un viacrucis de recuerdos evoca aquel cua- que habían medido su cariño como se mide una tem- dro del hogar, el saludo benévolo de la señora, las peratura, sin saber que cuando esa palabra amis- frases galantes sobre la salud, desde la del señor tad se repite mucho á los dieciocho años, es un mal hasta la del gato, su timidez para dirigir la vista síntoma y equivale al "no hay cuidado" de un mé- hacia la vidriera, porque ellano habia salido, la difi- dico que ve sucumbir á su enfermo. cultad para encontrar temas de conversación, su Aquellas conversaciones tan inocentes, aquellos palidez cuando oía estas palabras: "Voy á hablarle raptos de amistad la más desinteresada, lo que pa- á Magdalena que está preparando los chocolates.. ra todo el mundo era la cosa más natural, sin tras- ¡Ella estaba ahí! cendencia, fueron el narcótico venenoso, la inocula- ción lenta, los hilos sutiles de la araña que día á día se cruzan y son después la red, de oro si se mo son, no pueden confesarse en un diálogo casero, quiere, pero imposible de romper. Cada palabra, y parece que la frase tiene su pudor y se cubre con cada mirada, todo cristaliza en silencio lentamente las alas de mariposa de la rima. y á expensas del futuro, porque la mitad de la vi- Yo compadezco á los poetas desde que vi cómo da se vive de emociones y la otra mitad de re- el pobre Pablo escribió aquellas décimas sonoras, cuerdos. ardientes, matizadas con los más bellos tintes de la —¿Cómo haré, me decía Pablo, para hacerla paleta juvenil: condensó en ellas la sombra de aquel ideal femenino tan soñado, logró aprisionar aque- comprender que la amo? No me atrevo; prefiero lla palabra que debía sonar como una romanza aca- que me diga que nó, á declarármele. riciadora en los oídos de su Coseta. —Busca, le dije, una novela romántica, fíjate en La escena fué soberbia: al desdoblar el papel dos tipos, cuéntale el argumento con cierto tono de voz y Mi amigo le llevó ' 'Los Miserables" temblaba como un epiléptico y no había llegado á de Víctor Hugo. ¡Cómo devoraron aquellas pági- la tercera estrofa cuando ya ella había palidcci- nas! ¡Qué inesperada casualidad! exclamaron. Él: d0 ÉI tenía la boca seca, y al concluir esta- ¡Hubiera una Coseta! Y ella: ¡HubieraunMarius! ban áfonos los dos. y ni una palabra más. Como los nadadores cobar- -Muy bonitos, le dijo Magdalena con la más des, ninguno de los dos se atrevía á lanzarse sólo elocuente de las turbaciones Y aquel pliego á la onda. de papel querido, aquellos renglones hijos de mu- chas noches de trabajo, aquella vigésima edición de borrador, como Pablo la llamaba modestamen- te, tuvo su premio; si era una ave que saludaba á II la aurora, merecía el más blanco de los nidos uri seno palpitante.- allí los ocultó ella bajo los La poesía es la careta favorita de los tímidos: encajes de su corpiño Hubo un epílogo de cosas que no se tolerarían dichas en prosa, pasan silencio; esos puntos suspensivos de los momentos desapercibidas en verso. Los sentimientos, tales co- trascendentales; las miradas estaban fijas en la al- fombra, los corazones en el máximum de los lati- 4 UNIVERSIDAD DE NUEVO LEON-

lF mtv .... 1625 MONTERREY, MEXI» , — 50 — — 51 — dos algo se preguntaban y se respondían: sin perdonar ni el listón blanco que las ataba. . . . la respuesta era: "sí, os amo." Llegó nuestro turno, nos leyó. ... su mirada que- dó fija, soñadora; hubo no sé qué nube de tristeza en su frente. ¿Pasaría acaso por ella como una ave fugaz el recuerdo de aquel poeta sin dinero? ¡Qui- III zá! porque volvió á doblarnos y nos guardó cui- dadosamente en las hojas de un libro de misa junto Aquellos versos éramos nosotros: del seno pasa- á un pensamiento disecado. . . . Dicen que ella te- mos á un ropero y dormimos junto á un estuche de nía sus horas de tristeza y entonces nos murmu- joyas, una caja de pañuelos y dos frascos de esen- raba en voz baja, porque los maridos no gustan cia. Ella nos leyó, nos estudió, nos aprendió de me- de versos: son quejas que suenan mal en oídos ce- moria y todos los días nos dedicaba una mirada ca- losos. . . . riñosa; la hicimos llorar. La costumbre todo lo mata. . . . Una tarde ella Una vez nos mostró á una amiga que apenas nos estaba inquieta, iba á un baile; no encontraba con vió con interés, y nos guardaron precipitadamente qué rizarse el pelo y nos hizo pedazos, nos dobló en un costurero porque se presentó un indiscre- y sustituimos á los plomos; ella quedó incompa- to. .. . Cuando volvimos al ropero nos pareció no- rable. . . . tar algo de disgusto en ella que decía: —Es buen Cuando pensamos en los dolores que nos engen- poeta, pero ¡lástima, no tiene dinero! y dice bien dran, en esas horas largas en que vamos surgiendo Carlota, con poesías no se come. del cerebro como una eflorescencia de las ideas y Vegetamos abandonados mucho tiempo revuel- vemos cuál es nuestro fin; cuando dormimos en el tos con figurines de la Moda Elegante. Una ocasión fondo del alma, nos despiertan, nos arrojan con tra- escribieron en nuestras espaldas una lista de ropa jes de carnaval al mundo, suenan nuestros casca- sucia. . . . Más tarde hubo revolución en el rope- beles, hacemos reir ó llorar. . . . Nos entristecemos ro; sacaban todo apresuradamente para regalarlo; porque nadie ve que bajo ese tul de colores palpi- nuestra Musa se iba á casar; muchas cosas nos con- tan las heridas y se esconde tras el disfraz un cora- taron, unas epístolas eróticas que ella hizo pedazos zón. . . . Somos hijos á quienen sus padres expo- nen en un escenario y nos aplauden, es verdad, pero después nos arrojan á ese olvido, á ese mar de me- dianías, que es nuestro infierno. ¡No engendréis versos!

¿Será cierto, Vergniaud? Yo no lo sé; los versos que así hablaban eran egoístas. ¿ Qué importa á las I DI LIO Y ELEGIA. Musas que sus ecos se olviden? Como el ave, can- tan sin preocuparse del silencio que turban. Si la poesía es esa ráfaga de aromas de la flor ju- A LEOPOLDO CASTRO. venil, ¿por qué no perfumar una existencia con ese incensario? Escribid poesías, son las aves festivas que de- (Fragmentos de la biografía de Severiano Pérez) nuncian al nido, y una alma sin nidos es una alma muerta, una alma en ruinas Verted aromas, no importa en qué urna; aunque se evaporen, no OS personajes fueron Micaela (recamarera) mueren; hay un cáliz del que no se escapan jamás, y Don Severiano (portero.) el de la memoria. Ella era bonita, capaz de trastornar el Escribid versos, eso indica que se siente; y aun- cerebro de un profesor de moral. Alta y que la existencia sea una buhardilla, los recuerdos morena, Malintzin de raza pura, con gran- cuando menos son ese pedazo de cielo que se ve tras des ojos de tapatía, nariz picarescamente arreman- los cristales rotos. gada, labios gruesos y rojos, y ¡unos dientes! . . . Los domingos era irresistible: peinados los grue- sos y negrísimos cabellos, limpio el traje almido- nado, flameando los colores de su mascada roja, oliendo á nuevo el rebozo de bolita, albeando el de- lantal y orgullosade sus alhajas, á saber: arracadas

\ de plata, collar de falsos corales y aquellos tres ani- Los celos complicaron aquel mísero estado del llos, el de carey con su letrero "Recuerdo," el de portero. cobre con un corazón y el de celuloide azul en for- Había notado que el cochero del 6 espiaba á los ma de serpiente. balcones cuando ella barría la sala y se sentía mo- ¡ Con razón Don Severiano se moría por ella! Mi- rir si salía para sacudirlas alfombras ó el plumero. caela tenía grandes pretensiones, soñaba con un em- ¡Qué distancia mediaba entre los rivales! pleo de niñera en casa grande; envidiaba á las cui- El cochero, buen mozo, ostentando el galoneado dadoras que usaban tápalo, ¡el tápalo! ese era su sombrero, la corbata azul, los ajustados pantalones ideal. de casimir, los zapatos bayos; y él de blusa azul y Don Severiano no había conseguido de ella ni desgarrada, rotos pantalones, deformes zapatos y una sonrisa. En vano subía ochenta veces las esca- deshecho sombrero de palma, ¿Micaela lo amaría? leras con el objeto de ver si la cañería del tinaco Esta era la amarga pregunta que se hacía allá en estaba tapada; nunca encontraba á Micaela en su sus horas de soledad. camino, y cuando ella le encargaba el mandado lo hacía desde el corredor aventándole el dinero, y al tomarle las cuentas siempre estaba la señora pre- Una mañana leía yo tranquilamente el periódico sente; jamás le dió al pobre ex-cargador la oportu- en el cuarto del baño, y sorprendí un diálogo entre nidad para que le hablara. los dos, que no sospechaban mi presencia, y espié. Él mandó escribir una carta incendiaria á cierto Ella lavaha en la pileta las jaulas de los pájaros, y evangelista ambulante, pero ¡oh desdicha! Micaela él volvía de la compra; acercóse á ella con timidez, no sabía leer. y rascándose la cabeza la vió largamente y le dijo: Cuando los dos salían juntos para llevar á los ni- —¿Micaelita? ños al paseo y él iniciaba una conversación sospe- (Ella no responde). chosa, ella lo callaba diciéndole: —¿Micaelita? (más suplicante). —Déle usted la mano á Pepito, no lo vaya á ma- —(Con enojo). ¿Qué quiere usted, hombre? chucar un coche. —Dispénseme una palabrita, (Confidencialmen- T Don Severiano tenía que ir á retaguardia. te). —No me hagamcilaob-a, vayase á su quehacer (es- Don Severiano estaba correspondido. cobeteando con fuerza las tablas llenas de alpiste, desnudos los brazos y en desorden las greñas). Hice ruido con el periódico, se sobresaltaron, y Él (resuelto): ella, fingiendo calma, dijo en voz alta al portero: —Mire, hablemos claro: la quiero -mucho, y no —Dos birotes, un y el alpiste para los porque me ve así, tan hecho pedazos, crea. . . . pájaros; no se dilate. (Ella, en silencio, corta menudas rebanadas de Desde ese día Severiano se echó á perder; ya no plátano y sopla el polvo del 'mosco). - era el criado modelo que desde el alba de Dios re- gaba patio y calle, tiraba la basura, bombeaba, iba —Hágame favor de admitir este pobre regalo, se volando á los mandados y abría sin mal humor el lo doy con fe (sacando de su blusa una mascada de zaguán á cualquier hora de la noche, no. Don Se- color morado camote). veriano olvidaba la sal ó el culantro, ¡pretextos Ella, con desdén: para que ella se los encargara de nuevo! no salía —Guárdesela, Don Severiano, no la necesito, y de la cocina, escatimaba los centavos (¡de ahí debe ya sabe que no me gusta andar en bolas ni en chis- mes, ya ve lo que luego hablan: el otro día Doña haber sacado para los botines de charol que le re- Francisca. . . . galó!) Ella, por su parte, bajaba con cualquier pre- texto y ponía gran cuidado en el corredor desde —Tenga (coquetamente), tenga, mi alma, y si no donde podía verse la fuente en que bombeaba Don la quiere tírela, no se haga del rogar; y depositó el bulto en el lavadero. Severiano; estaba distraidísima, por todo tenían que regañarla; barría mal, sacudía peor, rompía tazas Brillaron los ojos de la recamarera, la venció la y platos, se estaba horas enteras para servir la me- coquetería y guardó el obsequio, no sin decir: sa y era una verdadera calamidad. —Si me sigue moliendo (perfectamente domesti- : —Era necesario, decía él, celebrar aquel amor cada) le pego; y lo amenazó con el cuchillo. con una cena, y fraguaron un plan para que pudie- Él, en un rapto, se le abalanzó dándole un em- ran salir de noche. Ella diría á la niña que su tía pellón, mientras la coja cocinera Doña Francisca, estaba nutriéndose, y tenía que irla á velar; los pa- gruñó entre dientes: trones se irían al teatro, él dejaría en la portería á —Ya está retozando esa marota. su compadre, y en la Alameda discutirían lo res- tante del programa. ... Eso para el martes de la semana entrante. desconocido con traje de charro. ¡El cochero! ru- Don Severiano tenía sus horas de tristeza, aque- gió con rabia Don Severiano, acariciando la aguja llas en que Micaela se iba con los niños á l'a Ala- de ama que le sirvió en sus buenos tiempos de car- meda; algo le decía que aquello no le produciría gador. Yió que se sentaban muy juntos en la som- nada bueno. bra, y cegado por la ira, pero conteniéndose, se Su tormento trabó amistad con otras niñeras y acercó sacando un cigarro, embozándose hasta los supo que una señora rica solicitaba una cuidadora: ojos en el rojo zarape, y dijo al individuo tocán- había poco trabajo, buen sueldo, y ella sin titubear dose el sombrero: ¿me hiciera usted favor de dis- se decidió á cambiar de empleo, ¡se pondría tápa- pensarme su lumbrita? Iba á descargar el golpe, lo! ¡realizaría su sueño! ¿y Don Severiano? ¿qué cuando reconoció el rostro del incógnito. No, no valía Don Severiano junto á un tápalo? era el cochero, era el hijo del patrón. ¿Qué pasaría en su rudo cerebro? ¿Qué amargura inmensa., qué Grande fué la admiración del pobre portero cuan- indefinible desaliento, como una nube de sombra do supo que ella se había salido sin despedida é iba venenosa, lo hizo abatir la cabeza y enjugarse una á servir al 6; nada menos que á la casa rica, donde lágrima con el dorso de la callosa mano? Entró á estaba de cochero su rival, Don Encarnación. una tienda y pidió con ira y en voz alta: ¡un deci- ^ No hubo remedio, no se resignó á la ausencia, y mal de refino fuerte con amargo! él también emprendió la retirada sumiéndose con el vuelto del desayuno! Severiano Pérez murió del hígado, después de Atizbaba inútilmente en el zaguán de la casa del dos años de alcohólico y lo vi en el anfiteatro por • 6; la vió, es cierto, pero salía en coche y \dhfragi- mera casualidad. Me causó un honor indefinible: ' lity thy ñame is uoman! jamás se dignó saludarlo. estaba convertido en un pobre viejo; desnudo, bo- Una noche vió salir un bulto del 6; era ella, y de- ca aniba, colgando la cabeza y las manos fuera de terminó seguirla. ¡Cómo lo había de conocer todo la plancha, abiertas las piernas. ... En su cabeza, desganado, hecho un asco, envuelto en una fra- rapada á peine, se veían viejas cicatrices de desca- zada harapienta! Ella anduvo de prisa, embozada labraduras y los rasguños de la navaja de afeitar, hasta los ojos, llegó á la Alameda, se le juntó un los ojos muy abiertos como si miraran con espan- to; afilada la nariz y la boca abierta fingiendo un . bostezo o una carcajada, uo sé si irónica ó deses- mandados de una señora de edad, y más tarde en perada. . . . ¡Qué lástima al ver revolotear las mos- el tablado del sol en los toros ó ebrio en las pulque- cas sobre su cuerpo! Los cadáveres de anfiteatro rías; y después de arrastrar una vida miserable hu- tienen extravagantes posturas: la cabeza colgante, yendo á esa madre que le abre los brazos y se llama esas muecas, ese último gesto que la muerte impri- la escuela, enfermar, morir en el hospital, ser des- me á los rostros sin vida, un aire de dolor, medita- cuartizado en la plancha y después á la fosa co- ción; la carcajada, el sollozo contenido, el espanto, mún. Tal es la plebe. • ó una'inmensa y extraña melancolía que parece de- El día de difuntos no hay sobre su huesa ni un nunciar dolores inmensos sufridos con resignación; humilde zempazuchitl, ese recuerdo de los men- ese último grado de la impotencia. digos á sus muertos. No han tenido un padre, un Las amoratadas y verdosas palideces de la carne deudo, un amigo que reclame sus cadáveres. Es desnuda, la frialdad de piel de culebra, causan una triste ver esa fosa sin flores, pensar en una existen- impresión imborrable que inspira las más raras cia de penas. ¡Pobre Severiano; si hubieras nacido ideas. Aquel viejo era Don Severiano: en el pul- en otra esfera, los gacetilleros, los poetas, los pro- gar del pie tenía atado con un hilo un pedazo de sistas, los oradores de salón, todos hubieran narra- papel, y ahí estaba escrito un nombre: Severiano do tus dolores novelescos; pero fuiste plebe, y na- Pérez. die te recuerda ; esa es la vida: nadie pone una coro- Pobre hijo de la miseria, de la plebe, que nace na en tu fosa común, todos te han olvidado, sólo el en un petate, sufre en un hospital, antesala de la otoño riega, donde duermes, sus hojas amarillas, y tumba, y termina en la plancha. esas hojas secas son cadáveres también! ¡Pobre plebe! yo la he visto de niño, vendiendo Sólo yo soy tu amigo, porque comprendí tu pa- vueltas y cerillos en el Factor, periódicos en elEm- sión por Micaela, que hoy tiene relaciones con el pedradillo, bolseando en el portal; mordiendo un cochero del 6, á quien engaña el tendero de "La mendrugo al dirigir los pasos de un pordiosero ó Villa de Madrid," y aquella mascada, causa de tan- esperando bautismos á la puerta de las parroquias. tos males, hoy la juzga despreciable, porque has De ayudante, en las obras de albañilería, en las de saber que ya cose en máquina y tiene nociones . herrerías, en el taller de carpintero; haciendo los de buen gusto. En el cielo debe haber un lugarcito, algo como la galería de nuestros teatros, para la plebe: ya me parece que te veo feliz, aplaudiendo un drama cé- lico, un drama conmovedor: "San Miguel piso- teando al soberbio Satán." ¡Pobre de tí; mucho sufriste! ¡Cuántas cosas te diría, Severiano, encarnación de la plebe, si no se PROSA PEQUEÑA. me húbiéra acabado el papel! No me queda más que un pedacito para escribir estas palabras, ora- ción fúnebre que te dedico: A GUILLERMO VIGIL. Plcbs, requiescant in pace. Amén.

jjf RA aquel un barullo indescriptible: se cru- zaban en el lodazal los coches de alquiler con los carros del Express; corríanlos car- ^f gadores llevando bultos á cuestas; los ven- dedores de periódicos y cerillos voceaban con gritos destemplados las noticias interesantes del día; dormitaban á la luz de un farol de papel los pasteleros; paseaban los curiosos; corrían los empleados, y las carretillas cargadas de baúles, cestos y huacales, amenazaban desplomarse violen- tamente impulsadas. ¡Qué animación! ¡Qué clari- dad la de los focos eléctricos. . . ! Todo hacía sen- tir el trabajo, hasta el resoplido poderoso de la má- En el cielo debe haber un lugarcito, algo como la galería de nuestros teatros, para la plebe: ya me parece que te veo feliz, aplaudiendo un drama cé- lico, un drama conmovedor: "San Miguel piso- teando al soberbio Satán." ¡Pobre de tí; mucho sufriste! ¡Cuántas cosas te diría, Severiano, encarnación de la plebe, si no se PROSA PEQUEÑA. me húbiéra acabado el papel! No me queda más que un pedacito para escribir estas palabras, ora- ción fúnebre que te dedico: A GUILLERMO VIGIL. Plcbs, requiescant in pace. Amén.

jjf RA aquel un barullo indescriptible: se cru- zaban en el lodazal los coches de alquiler con los carros del Express; corríanlos car- ^f gadores llevando bultos á cuestas; los ven- dedores de periódicos y cerillos voceaban con gritos destemplados las noticias interesantes del día; dormitaban á la luz de un farol de papel los pasteleros; paseaban los curiosos; corrían los empleados, y las carretillas cargadas de baúles, cestos y huacales, amenazaban desplomarse violen- tamente impulsadas. ¡Qué animación! ¡Qué clari- dad la de los focos eléctricos. . . ! Todo hacía sen- tir el trabajo, hasta el resoplido poderoso de la má- quina próxima á partir. Estaba aturdido al grado guardacaminos, perdida en la sombra como una ro- de serme insensible la despedida de una anciana y ja pupila, ó la mancha lejana de una vidriera ilu- de su hijo que marchaban á los Estados Unidos; la minada, allá, casi perdiéndose de vista. ¡Qué pa- brusquedad de un quídam que se llevó con el bas- vorosos grupos fingían las nubes amontonadas en tón medio tápalo de una señora, y la plática de unas la inmensidad, perfiladas con siniestros contornos muchachas que hacían comentarios sobre mi as- por el relámpago. . . . avanzando como un ejército pecto sórdido de fuereño arruinado. ¡Qué tardanza! sombrío de monstruos, los monstruos de la tem- ¡Una hora larga para que llegase el tren! Fastidia- pestad! ¡Ni una estrella pálida! El viento, el frío, do de pasearme, me recosté en un poste, Teí, á los la sombra, los recuerdos, quizá el presentimiento; azulados rayos de un foco y por la vigésima vez, pero yo no sé qué me inspiraba una amarga é in- el párrafo de aquella carta "Llegaré el jue- decible tristeza ante aquella noche negra, invernal, "ves; véme á recibir á la estación; no es nada difí- muda. "cil que mi prima Susana vaya conmigo á pasar Algo me decía de pavoroso el estremecimiento "allá el 16 de Septiembre: Ansia verte tu amigo, de las ramas desnudas y secas; algo aquella calma —Miguel. . . ." ¡Miguel! Mi amigo, mi confidente, del campo dormido en la sombra; el parpadeo de mi hermano. . . . ¡Qué dulce es la amistad! las luces lejanas; las nubes en tropel amenazando Encendí impaciente el trigésimo cigarro, pasé tempestad; los relámpagos de claridades lívidas. revista á los pasajeros de los "Pullman Cars," per- ¡El pasado! ¡Mi pueblo. . . ! Tras aquellas mon- manecí abstraído largo tiempo ante los émbolos de tañas de silueta deforme, más allá del valle, lejos, la locomotora que limpiaban á la luz de una sucia estaba mi pueblo; es decir, la niñez, la juventud', linterna, y avancé fuera de la estación al campo, al la familia, el alma, ¡Susana! Y al pensar en ella las aire, como si quisiera acortar la distancia; me sen- tristezas huían; las tristezas inmensas, negras, ame- té en un montón de durmientes y con la mano en nazadoras como aquellas nubes de borrasca, para la quijada y pensativo, miré las lontananzas de dar paso á los tintes risueños y suaves del idüio.... aquel negro paisaje. La arboleda era una mancha. para destacar con más esplendor un cuadro lumi- No sé qué de extraño tenían los rectos contornos noso de recuerdos. . . . de las casas distantes; qué de triste la linterna de Montañas azules inundadas de sol, ceñida la 5 cumbre chispeante por el tul violado del celaje, flo- la cola para espantar á los insectos que le acosan y reando el campo, flotando la bruma matinal en la á las mariposas que danzan con giros rápidos, in- hondonada; el maizal inquieto, la arboleda húme- quietos, elegantes. ¡Mi pueblo! ¡Mi Susana! Ella, da, espesa, obscura, al borde del camino; el paisaje la única que me distraía en la misa, la que cantaba de casitas lejanas y blancas, risueño; los aleros ra- en las noches de luna en la azotea conmigo, la que diantes, el ganado ocioso y disperso, y en el fondo se colgaba de mi brazo en los paseos, la que me obscuro de la tierra fértil, negra y removida, hun- hacía pensar en el porvenir. . . . diéndose las yuntas y el arado, y detrás el peón como una mancha blanca; el maguey polvoriento El pincel de la memoria me dibujaba con imbo- descollando entre las secas nopaleras, el surco in- rrables líneas, dos cuadros que no olvido: su pri- vadido de altas hierbas y de corolas amarillas, el as- mera y su última cita. no abatido bajo el peso de su triste suerte, con las Huía el crepúsculo, dormía el campo, ondulaban grandes orejas caídas; el caballo revolcándose en las milpas como un mar; el pueblo enmudecía cuan- el pasto, la gallina escarbando los hoyos, el cerdo do las ranas comenzaban á entonar en los charcos hundido en el cieno, los patos sacudiendo las alas sus melancólicas y monótonas serenatas de Agosto. en el jagüey, donde mujeres semidesnudaslavaban, Nunca, como entonces, esplendió el cielo. Todos manchando las aguas con espumas de jabón, y ten- los colores más intensos tiñeron el horizonte, todos diendo al sol los trapos húmedos y deslumbrantes los tintes más pálidos, todas las sombras. . . . ma- de blancura; el jacal humeando por las grietas del tizaron aquella tarde espirante. Desde el fulgor adobe y las pajas del techo cargado de calabazas rojo, incandescente, de fragua incendiada, donde maduras, y sobre los rectos del telégrafo flotaban celajes sangrientos, desgarrados encajes, que en el azul sereno fingían una pauta, los gru- hasta la lila moribunda, donde ardía la primrea es- pos de pájaros como corcheas inmóviles, no se preo- trella con flama suave. cupaban del buey que con ojo tranquilo y dulce, Yo detrás de un maguey, esperaba una seña con- suavemente ladeaba la cabeza, babeante el hocico, venida, temblando de cualquier ruido: de la hoja- hundido hasta el pecho entre los tulares de la zanja, rasca removida por el viento, de las plegarias me- rumiando con calma y meneando de un modo suave lancólicas del campanario, del canto confuso de in- dios ebrios que volvían del trabajo, del silbido del

„, M,,cvO lEON UNIVERSIDAD BiBUQjecM! «MFUbO IfclJ* \nflO. 1625 M arriero que conducía un hatajo de burros cansados; —¿Adonde vas? de los fugaces diálogos de mujeres que pasaban al —Á cerrar la puerta; he tenido que fingirme en- trote, y hasta del repiqueteo del grillo. . . . ferma para venir; tú dirás (medio mortificada) que Cuando viera yo una luz debía acercarme, fingir te recibo aquí en un lugar tan sucio, pero. . . . el silbido de un pájaro, esperar una tosecitay Y conteniendo el aliento, de puntillas, recogien- La tapia de adobes permanecía obscura y yo tenía do la falda de percal almidonado para apagar su miedo. ¿Á la soledad? ¿Á la noche? No, al suegro ruido, entrecerró la puerta. brutal. (Siempre son así esos señores). —¿Apago la vela? ¡Ánimo! Ha-brillado una luz, me acerco trému- —Sí. lo y cobarde, mi boca está- seca y apenas puedo —No, me da miedo la obscuridad. silbar. —¿Miedo, conmigo que te amo? —¿Juan? —Chist, no te oigan las criadas; están en la co- —¡ Susana! cina. Mira (en voz más baja), te he hecho venir pa- —Súbete poco á poco. . . . ra decirte solamente que es una locura lo que esta- Las fuerzas me faltan, he caído dos veces; pero mos haciendo (se sienta en el brocal del pozo y yo en fin, heme aquí con los pantalones desgarrados, á su lado); desiste de mí, que soy más grande que enlodado, raspado, y cabalgando sobre la tapia de tú; cuando seas hombre, cuando te recibas, yo seré adobes. una vieja. —No te muevas. —¡Qué vieja, ni qué! ... Y tomándola en mis —Mira, me voy á bajar porque "me pueden to- brazos, estrechando su lánguida cabeza contra mi mar por ladrón; amarra el Corzo, no mo vaya á pecho, como es de reglamento, agregué: Yieja ó morder. joven, serás mi Susana; te amaré siempre, siem- pre. ... —Ya te conoce; ¡toma, Corzo! Ya ves, te menea la cola. —Sí, eso dices ahora, pero más tarde. . .. —¡Corcito (con más miedo que otra cosa) ¡toma! Enmudecimos: en tales circunstancias se habla —Conque (en voz muy baja), mi vida, aquí me poco; suspiró, y dijo jugueteando con el cordel de tienes.. . . la polea: —Has de ser mi perdición.. . . ¿me juras que me amas. . . . ? moverse á mi lado un bulto que gruñó. ¡El mozo! —Sí, te lo juro. pensé. . . . no, un cerdo. —No, no, no es conveniente; olvídame. —Mamacita! ¿Qué quieres? ¿Me traes luz? Ya (Muy serio) —Está bien. se me apagó la vela. —¿Te lias enojado? (Cariñosa). La señora trajo luz, y ambas, hija y madre, des- —No. (Irónicamente). aparecieron. (En un arranque). —¡Enojado mi dueño, cuando —Espérame, dijo aquella á ésta; olvidé mi pa- lo idolatro! .... ñuelo; y acercándose al rincón, murmuró: —¡Mi Su —Mi vida, buenas noches.. . . —¡Chist! ¡Ruido! ¡He oído ruido, vete! La última vez que la vi ya no tenía miedo; fué Se apoderó de ella el miedo y de mí también; sen- aquella una escena muda; era muy tarde. Se arro- tí que el valor se me iba á la punta de los piés. jó, sollozando, á mi cuello. Quería verme, verme —No vayan á venir. ... el mozo es muy chis- hasta el último instante; y sus grandes ojos ne- moso; y es capaz, por obedecer á papá, de estar- gros, ardientes y húmedos, me devoraban; había en nos espiando. ellos cuanto hay de inconsolable tristeza. Yo estaba frío; en cada sombra creía ver un Nunca he llorado como entonces; me bendijo, hombre. colgó amuletos á mi cuello, me entregó su retrato —¡Susana! gritó una voz. para que no la olvidara, y pegó sus labios á los ¡Mamacita! (Aparte) Apaga pronto, escóndete. míos en un beso largo, intenso, donde se sació to- (Empujándome). Ahí, tonto; detrás de. . . . da nuestra sed de pasión; me tendió por última vez —¿Qué estás haciendo? su mano helada, y gimió con dolor inmenso: —Estoy ocupada. . . . —¡Véte! —Verás si te hace daño el sereno. ¡Ah, qué niña Sí, me fui. Salté la tapia sin prisa, y.... esta, ... 1 —¡Hasta la vuelta, mi vida! sollocé hecho un Yo, hecho un imbécil, me acurruqué en un rin- loco. cón, y estuve á punto de desmayarme cuando sentí Mi amigo Miguel me esperaba. Todo lo sabes, le dije; hazle menos dura mi ausencia, dale mis cartas, mándame las suyas. —Miguelito! ¡qué grande estás! y .... ? —No vino! está mala tía; tu familia buena, tees- Quiso consolarme: me tomó del brazo y me dijo pera en las vacaciones. Julia te manda esta canas- esas frases que inspira la amistad sincera. ¡Todo ta de frutas; estos guayabates tío Andrés; estas ca- inútil! mi dolor era incurable. ¡Qué raro es encon- jetas Pepe . . . ¿Dóndeestá mi petaca? trar un ser así, desinteresado, leal, que cure las he- ridas del alma! Él volvía después de larga ausen- cia; él me hablaría de ella. ¡Qué consuelo! tener á mi lado uno de los suyos —¡Cochero. . . . ! ¿Llevas carga.. . . .• ? Trépa- te, Miguelito. . . . ¡Peredo 9! ¡Por fin ! Rasgó el aire el silbato de la loco- Había llorado Con el amigo, con los ob- motora; ese ¡ay! desgarrador, ese inmenso sollozo sequios, con el polvo mismo de su traje, venía á mí desesperado, y que oí con la más intensa ansiedad. más que un recuerdo de mi pueblo y del hogar le- jano. ... un perfume de aquellas flores de pasión, Allá viene el tren; es una mancha de luz en la únicas en el altar de mis anhelos, toda mi esperan- arboleda, una estrella; crece, crece, se acerca. Pa- za, todo mi idilio. rece un faro; ya proyecta su gran farola un cono de claridad rojiza en las tinieblas, ilumina él acero de —¿Y Susana? háblame de ella ¿Por qué los rieles, gigantesca, poderosa, resoplante; con rui- no me escribe? ¿Me ama? ¿me extraña? ¿me. . . . do de herraje entra veloz al portal Las gentes se aglomeran, se abren brazos que estrechan á que- ridos y empolvados viajeros de largas blusas de Jamás olvidaré su palidez de cobarde, nunca aquella mirada que me hirió como un dardo de ás- dril; vuelan las maletas; se oyen ecos de risas, so- pid, aquel tono de bajeza suplicante, de fingido llozos, besos ¿Y ella? En vano busqué su'per- arrepentimiento; aquel ademán de asesino á trai- fil en las mujeres que pasaban; no eran ella. ción que busca el arma, cuando buscando su car- —¡ Juanote! me grita una voz varonil; me estre- tera y. . . . chan fuertemente unos brazos robustos hasta sofo- carme; lloro, y —Mátame, hermano, pero ¡es mi novia! Arrojó á la mesa un retrato, cartas. . . . Sí, ese era su retrato, igual al que yo tenía; era • errante, como todas, encontré un nido, amé en él, su letra y su firma, y hasta aquellas frases suyas fui en busca de grano, de porvenir; me alejé, me que me sabía yo de memoria, . . . "Si no me amas, olvidaron. . . . dímelo; moriré soñando que me quieres; mi alma Te amo, pero sé que tú no tienes primos ni yo es tuya hasta la muerte." ¿Cómo pude pronunciar amigos. Es dulce la amistad para algunos; pero aquel "te felicito. ... "i" ¿De dónde saqué aquella funesta para otros. ¡Después del abrazo, la traición! máscara risueña para oír los detalles de sus amo- ¡Después del beso, la mordida! res, el relato que me hizo con voz tranquila, mien- tras en mi interior se agitaba algo malo, algo cri- minal, algo trágico en oleadas de pensamientos en- venenados por la ira? ¿De dónde aquella calma de domador de fieras, para dominarme, y para decirle sereno. . . . que yo ya no la amaba? Le dije con dulzura al despedirme: —Vuelve mañana. . . . Me arrojé al lecho sin desvestirme, hundí mi frente bajo las almohadas; quería obscuridad, si- lencio; evoqué recuerdos. . . . todos desfilaron tris- tes, sombríos, como aquellas nubes. . . . Eran un cortejo fúnebre. . . . habían muerto una creencia de amistad en mi espíritu, y un amor irreparable en mi alma

Por eso me entristece, querida Victoria, en la al- ta noche, el silbato de los trenes que llegan ó se van. . . . No te enceles, ya todo pasó Ave DOÑA CHOLE.

A J. M. BUSTILLOS.

UES ya le digo á usted, la niña está ocupa- da; me dijo que le dijera á usted que vi- niera mañana. —Dígale usted que soy Doña Chole, ya me conoce. . . . Doña Chole la de la Can- delaria, le señora que le trae los dulces de Iasmon- jitas —Voy á avisar; pero ya le digo á usted lo que me dijo la niña Y la criada desapareció dejan- do á Doña Chole la de la Candelaria plantada en el dintel de la puerta; sacó nuestra vieja, porque vieja era, un pañuelo y se secó el sudor; lanzó un boste- zo, se persignó la boca, y después tres estornudos dos horas con una compañera que pasa; tienen mie- acompañados de las imprecaciones ¡Jesús, María do á los coches al atravesar las esquinas, y se pier- José! den en la multitud ó se introducen á una iglesia. —Que pase usted. Doña Chole era de esta familia. Sonaban las doce Al oir la voz de la criada pasó á una pieza, sen- en aquel momento, golpeóse el pecho, y poniendo tóse en una silla, compúsose el tápalo verdoso, co- los ojos en blanco, murmuró un rezo. . . . Paróse locó á un lado la maravilla verdosa también, y cru- y besó un cromo, que puesto en una consola, re- zó las manos sobre el "Lavalle" de grasosa pasta. presentaba una Santísima Trinidad. Doña Chole la de la Candelaria era una vieja bien Apoyada" la quijada en una mano, la otra empu- fea, semicalva; peinaba las pocas greñas pegándo- ñando el grasiento mango de la sombrilla, esperó las á la frente sucia; ojillos vivarachos, boca des- en silencio. Sacó un "Arrobador," lo deshizo, pu- poblada de dientes y los que le quedaban de un co- so el tabaco en su falda, recortó la canal, lo torció lor indefinible: se acercaban más al maíz negro que encorvándolo, lo encendió discretamente; lo colocó á las perlas; un lunar adornado de un gracioso riei- en sucias tenacillas de cobre, sacudió el tabaco de la to daba un aire peculiar á su barba temblorosa.... falda, escupió un pedazo de papel adherido á sus El saquillo de merino lustroso por el uso, dejando labios, y cigarro en ristre y codo en pierna, dejó ver pedazos de forro por las desgarraduras, pobla- vagar sus ojillos azules por las figuras de un gran do de alfileres y agujas en el pecho, donde caía una cuadro: "La huida á Egipto" medalla de cobre atada á una cinta de color; las ¡Ay, mialma!—dijo cuando la señora hubo apa- enaguillas parduscas, las babuchas de paño, de la recido—tal vez le haga á usted malaobra; pero ya calle de Jesús. Era un tipo de esos que á menudo me daba remordimiento no verla á usted. ¿Está us- se encuentran: esas viejas que usan el tápalo á ma- ted bien? ¡Vaya, me alegro! ¿El señor? ¡Vaya! ¿Los nera de capucha, andan de prisa sonando sus abul- niños, todos buenos? Aquí me tiene usted sufrien- tadas bolsas llenas de medallas y rosarios, hablan do de este catarro, la andancia, señorita. Un acceso entre dientes, pasan con los ojos bajos, y compran de tos interrumpió su charla precipitada de dulzón con misterio cigarros "Arrobadores délos Aztecas" sonsonete, escupió en el pafíito hecho bola y prosi- en un estanquillo; prosiguen su marcha, platican guió, guardándolo en la bolsa: ¿Qué calor, no, mi al- -Si- ma? No hay gota de sombra.... Dónde qUe vengo desde lejisimos: fní al Carmen á ver á la madre Te- Conque se hacen de razones, y en la Cantina del resita que está en cama, ¡Pobre! es una mártir Coliseo agárranse á los golpes; hubo tiros y Pan- Esta, pero si hecha una espina; está tim, la desahu- chito salió herido. ¡ Qué escándalo! A mí la que me ciaron y se sacramentó. ... Dónde que después tu- da lástima es Gualupita, tan buena que es; tanto ve que ir al Sagrario á arreglar las misas de Don sacrificio para educar á sus hijos, y ahí tiene usted Pancho Montes (Q. E. P. D.)ese señor español que á la pobre de aquí para allá, declarando en Belén, muño repentinamente; y ya que el padre Moralitos en la Comisaría y seca de penas; del derrame de uopodia, porque tenía que ir áTacubayaá ver al se- bilis cayó en cama y quién sabe si se muera ñor Arzobispo, y el padre Figueroa que tenía ser- —Pues no sabía ni una palabra. món! Hasta que el señor cura Andrade por fin —Pues ya le digo á usted, yo lo supe por D. Már- Asi es que se me hizo tarde, y ya ni pude ir á ver á cos que, como usted sabe, es muy de allá.... ¿y á las muchachas Gómez, tuvieron un cuidado de fa- Tonchita no la ha visto usted? milia; ¿no ha sabido usted? —Tampoco, si no he salido; he tenido enfermos á —No, no he sabido nada. los chicos y no le doy á usted razón de nada.... A -¿Cómo, no supo usted lo de Panchito? misa, y se acabó; pero no sé, hace un mes, lo que N0 haC6 tÍemp qUe 110 me ven á es la calle e]]~ ' ° mí ni yo á —Dichosa usted que puede vivir tranquila. Es lo -iHuy.-si todo México lo ha sabido. Pues figúre- que yo le pido á Dios Nuestro Señor: que me dé se usted que Don Joaquín, el tío-Dios lo haya per- con qué vivir sin tener que ver con nadie.... ¿chu- donado-dejó una huérfana que dizque había re- pa usted? cogido pero dicen malas lenguas que no era tal —No, no fumo. recogida, sino hija de Doña María.... ¿Se acuerda —Son suavecitos. usted? la que se echó á la calle de en medio. Bue- —Sí, pero no Conque se muere el señor, y Panchito, ya sabe —¿Nunca ha chupado usted? usted que es tremendo, la piel de Judas, emprén- —Sí, á veces, después de comer; pero á Cárlosno dela con la muchacha; enredóse y sale un tercero le gusta el olor del tabaco y me emborracho, me ataranto. 6 —Sí, hay señores que no les gusta, aunque no guito para usted: aquí traigo (sacando un bulto de tiene nada de particular: el cigarro distrae mucho, la bolsa) estas boquillas de encaje, y mostró el teji- eso va en gustos, ¿verdad? hay señores muy raros. do, que se destacaba en un fondo de papel de Chi- Mi marido, que en paz descanse, no crea usted, tra- na color de rosa. Las rifa la madre Teresita para bajo me costó acostumbrarlo; pero era muy bueno, hacerle con lo que se junte, un novenario al Santo entre los maridos buenos, Pérez, eso sí; se los digo Niño, el de D;Pepe, ese que curó del croup áMi- á mis hijos, lo que es como su papá, pocos se en- guelito. Mire usted la lista, casi está llena, vale dos cuentran. Tan bonito que es un señor así, no? hay reales acción, y las que quedan están pedidas; pero otros que no. ¡Jesús! por ejemplo.... D. Pedro. ya sabe usted que tratándose de mi Niño (¡que al ¡ Qué lástima me dá Clotildita, la hermana de usted! cielo me lleve!) usted es la primera, y dije: le salvó Supe lo de Mixcoac á Miguelitó, y si no le llevo la lista es capaz de sen- —¿Qué? {asombrada). tirse. Nada más justo. —Pues tenía curiosidad, y dije, le he de pregun- La señora se apuntó el núm. 89 de la lista. tar á Chonita,... Pues me contaron que era muy —¡Ah! prosiguió, y no se le olvide el real para celoso, que le daba muy mala vida, y que solo por mi pobre (nuevo pago de la señora). Y no diga us- verla platicar con su primo la puso del asco delante ted que abuso; pero Dios dará ciento por uno. Siem- de las visitas. Que iban á separarse. pre le pido, al almr, por usted. ... Es usted muy —¿Quién dice? ¡Mentira! (;indignada-). buena, y por eso la molesto; si tuviera usted unos —Pues me lo contó Doña María, su comadre de zapatitos, un vestidito;esosdeshechitos;los trapitos usted. Nada ménos hace un rato que me lo dijo, que no le sirvan, para mis muchachos; están con tanto que decía: ¡quién le había de decir á Clotilde, los pies desnudos y saliéndoseles las faldetas por los que vivía tan bien en casa de Chona! pantalones; ni á la escuela he podido mandarlos —Pues no es verdad. ¡ Ah qué María tan ligera; Sí, sí, si no precisa ahora, volveré, volveré; conque si por tal de hablar! ahora sí (poniéndose en pie) me voy, porque me —¡ Ah, sí, eso tiene, no respeta á nadie; no es por han de estar esperando. Desde las seis de la maña- criticar, pero menea la sin /¿«¿soquees un gusto.... na ando en la calle y no sé lo que es de mis criatu- Conque chula, se me olvidaba: tengo un encar- ras. Conque adiós, ¿eh? (Besos, abrazos, raptos de gratitud). Mil gracias por todo, memorias. Rece los hijos se educarán solos, los muchachos apren- usted á Dios por mí. No, no me voy sin darle un derán por ciencia infusa y el puchero se cocerá beso á mi Santísima Trinidad. Y besó, en efecto, milagrosamente. la imagen, y aquella tarabilla se aleja de prisa, so- Temo á esas viejas. Pasan entre los ignorantes nando sus chanclos, sus medallas y su rosario. por virtuosas, y son las hembras de los fariseos. Y esta vieja que hemos oído murmurar del pró- Creen que la corte celestial es ciega y sorda á sus jimo y tiene valor de robar la honra ajena, acude errores. No comprenden su religión. Sollozan, sí, los días de fiesta, pero murmuran del prójimo toda á otra casa y cuenta la vida y milagros de Chonita; la semana. pero pasa un Viático, se deja caer de rodillas y be- sa el suelo. Acuden al lecho de los moribundos para sembrar Esta Chole de la Candelaria es muchas veces esa en las familias la falsa alarma y tomar chocolate á costa ajena, fumar el cigarrillo y espiar chis- mujer encorvada que veis á la entrada de una igle- mes en esos supremos instantes: son las maripo- sia, con el platillo de cobre, diciendo en alta voz: sas negras, las mariposas humanas atraídas por los —¡Para la cera del Santísimo Sacramento, por el cirios. amor de Dios! Esta vieja es la que se golpea el pecho, la que se No tienen corazón son egoístas y son ton- confiesa á menudo, la que solloza en cruz los días tas, y más que tontas malévolas. de sermón y ante una imagen pide desde la gloria En no sé qué libro leí: "no todos los que se acer- eterna hasta la salud de su gato; pero es también can al ara se santifican, no; es necesaria la fe, por- la que arma bola á la entrada de la misa, la que ri- que no son santas las polillas que roen un altar; no ñe en voz alta, la que platica dentro del templo con son más que polillas. ..." todas sus conocidas y dormita en las bancas toda Esas viejas, esas Choles de la Candelaria, son la una mañana. polilla social. En cada honra que tocan, dejan una Y tiene hijos, y tiene casa, y vive de rifas, limos- llaga; matan, desesperan, y sin embargo, mirad- nas, encargos, y pasa el día en las iglesias por cos- la, allá va, parece un murciélago; anda de prisa, ha- tumbre, sin fervor ó con cómico celo religioso. Cree bla entre dientes; pasa un -padre, se abalanza á su que con pasarse esa vida ociosa todo marchará bien: mano, la besa, y dice á una colega^que encuentra: —¿Sabe usted lo que pasó? Doña Juana (su pro- tectora) se la pegó á su marido. Dios la perdone.... No es santa la polilla porque vive en el cuerpo de un santo. ... no es más que polilla, no es más que Chole de la Candelaria,

LAS VIOLETAS.

A LUPE.

RA un día de fiesta, El salón estaba prepa- rado para el baile; cepillada la alfombra de rojos florones; lavados los cristales; bru- ñido el cobre de los candelabros, y el ajuar sin fundas, lucíalos cambiantes de su seda obscura. Abierto el piano, reclinado en las teclas el plumero azul y las velas enteramente nuevas en los candelabros. ¡Cómo olía! Eran las flores de los jarrones, los bouquets, ramilletes de obsequio de to- das clases; desde la sencilla gardenia rodeada de musgo, hasta el canastillo constelado de camelias. Unos con porta-bouquets de seda, otros de papel fingiendo encaje; casi todos atados con listones. El —¿Sabe usted lo que pasó? Doña Juana (su pro- tectora) se la pegó á su marido. Dios la perdone.... No es santa la polilla porque vive en el cuerpo de un santo. ... no es más que polilla, no es más que Chole de la Candelaria,

LAS VIOLETAS.

A LUPE.

RA un día de fiesta, El salón estaba prepa- rado para el baile; cepillada la alfombra de rojos florones; lavados los cristales; bru- ñido el cobre de los candelabros, y el ajuar sin fundas, lucíalos cambiantes de su seda obscura. Abierto el piano, reclinado en las teclas el plumero azul y las velas enteramente nuevas en los candelabros. ¡Cómo olía! Eran las flores de los jarrones, los bouquets, ramilletes de obsequio de to- das clases; desde la sencilla gardenia rodeada de musgo, hasta el canastillo constelado de camelias. Unos con porta-bouquets de seda, otros de papel fingiendo encaje; casi todos atados con listones. El más humilde era un haz de capullos de rosa, myo- azules por el horizonte que dejaba ver la ventana sotis y violetas; estaba en una ánfora de cristal púr- abierta. La señora de la casa entró también, hun- pura; las flores parecían asomarse por su cuello, dió su rostro marchito en las flores frescas, se sa- brotar de aquella otra flor más grande, aquel cáliz ció de húmedos aromas, diciendo: ¡qué bien hue- de cristal, frescas, perladas de gotitas de agua, que len! y al ver las rosas blancas exclamó: ¡así eran las resbalaban por mi pétalo, temblaban silenciosamen- que le pusieron á mi hijita en los pies; me parece te y caían al mármol. ¿Qué dirán las flores cuando que la veo, pálida, aérea, débil, púdica y muerta! así lloran sobre una mesa? Los capullos húmedos, Y la señora salió para evitar memorias tristes, sin parecían jóvenes náyades desnudas que salían del llevar una flor. Las violetas languidecían, casi mo- baño. La sala estaba sola. ribundas colgaban en el borde del vaso como des- Entró un joven frotándose las manos, se vió en mayadas, cuando á su vez entró.la niña de la casa, el espejo, se compuso el traje, y dirigiéndose al ra- alegrándolo todo con el rumor de su falda, su pi- mo de la mesa, tomó de él un capullo que colocó sada rápida y el dulce acento de su voz que tara- en el ojal de su levita. reaba la canción de Siebel y ¡ Ay! gritaron —¡Nos abandonan!— suspiraron melancólica- las violetas al sentirse arrebatadas. Se desmayaron mente las violetas. para despertar en un nido de blondas y seda meci- Pocos momentos después, una mosca sofocándo- das por el vaivén de un seno pero era tarde; se al vuelo, con frases entrecortadas, les dijo: estaban ya muy enfermas y los padecimientos del —¡No os dejéis cortar! Acabo de ver una cosa corazón son incurables, y murieron. La joven las horrorosa, ¡qué escena! Vuestro compañero el ca- desprendió del ojal de seda, las arrancó del nido pullo murió ahorcado de un ojal; una joven lo ha de encajes y las arrojó á la alfombra, sustituyén- arrojado con ira por la ventana, ¿sabéis por qué? dolas por las estrellas azules del myosotis Un El novio se lo regaló como un recuerdo de hoy, desconocido, con la cobardía del que va á cometer después han reñido, y la víctima ha sido el pobre un crimen, cauteloso, temblando, recogió las flores botón de rosa té! ¡No os dejéis cortar! y las guardó precipitadamente en su cartera. Las violetas se quedaron pensando en cosas íne- —¡Son suyas, son flores suyas!— decía ebrio de loncólicas, dejando perder la mirada de sus ojos emoción. — 90— Aquellas flores tímidas, aquellas violetas arroja- . ¡Oh Anillo! no te quejes porque estás abando- das á la alfombra, recogidas por un enamorado, en- nado aquí; pronto, tal vez mañana, brillarás en la cerradas en una cartera, somos las viejas de hoy; mano pura y diáfana de una novia, serás símbolo las de harapiento traje, que fué lila, sumidas en un de unas nupcias felices; llevarás escrita una fecha cajón de escritorio. ... Así es la vida, Sr. Anillo; y verás cuando mano entre mano se paseen en la nadie sabe cuál será su suerte. ¿Quién al vemos sombra de los altos árboles, cómo la claridad de las supondrá lo que valemos? Somos felices, preferi- pupilas se funde una sola claridad; sabrás lo que mos vivir aquí retraídas, pero contentas, á correr es la embriaguez de una caricia y oirás qué pala- la suerte de capullo. ¡Nada importa que la cuerda bras son las que murmuran en voz baja unos labios sea de seda ó de hilo negro; la muerte de ahorcado que tiemblan cerca, muy cerca de unas mejillas es la misma! que palidecen de placer. Ya verás, Anillo; así nos Cálices marchitos, momias de flor, cuando él nos P2183 Creemos no servir para nada, y somos ve, para su espíritu tenemos nueva vida, un resto nada menos que la página más bella de un poema, de perfume, una sombra de color, un último reme- la historia de un amor irrealizable, que era feliz do de forma, hacen nacer una pasada primavera; recogiendo una flor marchita: el amor que con tan aspira aquel aroma: los recuerdos y los perfumes poco se conforma es inmenso Sabemos sus son gemelos siempre; traen algo de la mujer á la secretos, conocemos sus esperanzas. . . . y nos con- memoria, él ve las líneas púdicas de un perfil in- servan como si en nuestras hojas empolvadas guar- olvidable, oye el acento de una voz que es una ver- dáramos el perfume de sus sonrisas. ... Sí, todo dadera caricia, y la reminiscencia de una mirada es flor en la vida. . . . Todo encierra una memoria que tiene para él todas las indefinibles tristezas de ¡parece mentira! El capullo de rosa blanca que ci- un crepúsculo. ¡Oh Anillo! es muy bello en el fon- ñe las sienes de una niña muerta, las lágrimas de una do obscuro de la pobreza, poder dibujar los ardien- madre, el botón de una rosa té, las tonterías de tes mirajes de la ilusión, muy bello en el cáliz en- un novio sin ideas y los pétalos mustios de una vio- vejecido desparramar aromas de juventud, resuci- leta, todas las memorias, todos los anhelos, todas tar el color muerto y hacer del contorno extraño de las tristezas de un amor callado. ... son urnas ci- la momia, el perfil desnudo de un ideal que nace. nerarias, y las cenizas que guardan esas flores, son — 92 — las cenizas de la ilusión

Ya sé lo que dicen las flores cuando lloran sobre el mármol de una mesa; cuando se balancean en la espuma del encaje, sobre un seno de reina; cuan- EL CIUDADANO GESTAS. do cuelgan ahorcadas de un ojal ó parecen cadá- veres pisoteados; tristes, mustias, abandonadas en una alfombra; sé lo que valen las corolas secas en- cerradas en una cartera ó en el cajón de un escri- A ANTONIO DE LA PEÑA. torio. Las frases que escuché serán inolvidables. —Yo te amo; cuando quieras oirme, cuando es- temos juntos y solos te diré, eso será muy elocuen- I te, te diré al oído y en voz baja, suplicante: —Vida mía, ¿me das unas violetas? L despacho del Ciudadano Gestas parecía una mancha en el hermoso edificio, ad- miración de la calle. Á las ocho abrían la angosta puertecilla, en cuyos vidrios apagados estaba dibujado el anuncio: Ho- ras de payo: nueve á una A. M.: tres d cinco P. M. El portero corríalos cerrojos de la ven- tana polvorienta dejando penetrar una luz alegre que resplandecía, mostrando la miseria del mue- blaje. Sofá y sillas austríacas, cuyo bejuco colgaba roto en los asientos; un tapete roído, las escupide- ras de cobre abolladas y sin agua, colmadas de viejas de cigarros deshechos, puros mascados y cerillos mamá llevaba á su hijo, muchacho sucio, de ves- sin cabezas; un tosco bufete barnizado de negro y tido corto y manchado, largos calzones, arruga- rayado aquí y allá; la caja fuerte casi enmohecida; das medias y sombrerillo de paja deshecho; con el la prensa de copiar con sus enormes bolas abrillan- dedo en la boca ó las manos atrás, se extasiaba con- tadas por el uso, y un estante con viejos libros. templando el coche que lavaban arrojándole cube- Contrastaban las molduras de yeso de la entra- tazos de agua; los caballos atados á las paredes que da, el papel tapiz de florones grises en fondo azul se rascaban, frotándose contra las jónicas colum- tierno, con los ladrillos desnudos del piso, flojos nas del patio. Lo que más llamaba la atención de aquí, ausentes enloshoyancos, partidos y gastados los mozalvetes, era un estúpido pavo real desplu- en la entrada. Los muebles viejos eran una ironía mado, que hacía la rueda. Su cola incompleta no bajo el cielo raso, donde fingían las pinturas una podía fingir más que un abanico deteriorado, y. guirnalda de extravagantes hiedras de bulto. sin embargo, los niños llegaban al lado de la ma- ¡Y cuántos esperaban con ansiedad que la puer- dre y le decían en voz baja, con ese respeto que tecilla se abriera! El portero arrojaba groseramen- inspira un lugar suntuoso: te verdaderos chorros de agua con la cubeta, y ba- —Mira, mamá, ¡cómo se esponja ese guajolote rría, formando en el suelo un lodo rojizo que sal- verde! picaba las patas del bufete y la caja fuerte; queda- —¡Estate quietecito! ban pegados los papelillos dispersos y flotaban en El Ciudadano Gestas bajaba por fin con imperial la alegre banda de sol, como la cauda de chispas de lentitud la escalera alfombrada; alto, gordo, colo- un cohete, los átomos dorados por la luz.... rado; ladeada la gorrilla de terciopelo y oro, mas- Los clientes, siempre de caras tristes, esperaban cando un puro, las manos en las bolsas del panta- en la banquilla verde del patio. Eran viejos que lón. Llamaba al caballerango, visitábalas cuadras, hablaban solos, encendiendo cigarro tras cigarro; palmoteaba en las ancas de sus yeguas, y siempre señoras envueltas en sucios tapalillos que con la sonriente y tranquilo, sin saludar á nadie, penetra- mano en la mejilla contaban las baldosas ó perdían ba á su despacho. su mirada en el suavísimo verde de los estucos. El dependiente, con cara de seminarista indíge- Jóvenes y viejos, todos esperaban. A veces alguna na, rapado á peine, le mostraba, plumo en mano, una cuartilla doblada de apuntes, y sacaba recibos sando sobre las piernas la sombrilla desteñida, ha- y billetes de Banco de la gran cartera de cobran- blaba en voz baja. El Ciudadano la oía con los ojos zas.... Discutían largo rato y sin prisa, en tanto bajos, dando vueltas entre sus dedos al portaplu- que afuera todos los solicitantes dirigían miradas mas. La señora se acaloraba, su voz subía de tono; impacientes. El portero sacudía los papeles, orde- accionaba, contaba quizá largas historias de mise- nándolos, y llenaba el botellón de Guadalajara con ria, porque lloraba en algunos pasajes, hacía tími- agua, sin limpiar el vaso opacado, que servía lo damente su petición. El Ciudadano objetaba, pre- mismo para beber el sucio líquido, que para mojar guntaba, respondía, mientras el dependiente, hun- la brocba del libro de copiar. didos los pies en una zalea, inclinado, escribía lenta- El Ciudadano Gestas bacía sus confidencias al mente, descansando su cigarroen el borde de lamesa. dependiente cuando estaba de buen humor. La señora firmaba un papelito que alargaba al _¡3e sentía medio malo, había comido la víspera seminarista; la entregaban cierta cantidad, y salía con unos americanos; quizá el pescado le había he- con el mismo aire triste con que había entrado cho daño; lo repitió toda la noche; tuvo que tomar ¿No le daban dinero? Debía estar alegre; pero tal carbonato, casi no se había desayunado El pes- parecía que aquellas monedas eran el precio de al- cado era muy indigesto guna nueva desgracia. —Sí señor; es muy indigesto. Desfilaba toda la turba frente al Ciudadano, y á —¿Cobró usted?.... toda la turba oía con el mismo aire indiferente, pi- queteando siempre con el mango de pluma. . . . —No encontré á Don Pedro; está fuera de Mé- Gestas era obeso y calvo; un collar erizo de barba xico- canosa mezclada de cerdas rojizas, encuadraba su —¡Qué tal! ¿Ya usted lo ve? Es imposible con- rostro apoplético. Pequeños los ojos, grande la na- tar con esa gente. Prometen para el 27, y ya usted riz, bestial la boca. Su cuello desbordaba la finísi- lo está viendo, estamos á 28 ma batista de su camisa; costosos paños envolvían —Pase usted, señora.... su cuerpo contrahecho, y sus manos de antiguo Una de las señoras que se había colocado tími- vaquero, por lo vellosas, parecían de un simio, y damente junto á la puerta, entraba, saludaba con por lo alhajadas, de un jugador. mucha política, se arreglaba el tápalo, y descan- 7 pavo real, el estornudo de las yeguas, su piafar sa-, Era una especie de Molok adorado por la turba cudiendo las cadenas; arriba el vocerío de los pá- de mendigos que se le acercaban devotamente. Era jaros y las notas cristalinas del piano. inmensamente rico. El frutero y el mozo de dulcería, cargaban para Aquel palacio de valiosas canteras, de arquitec- el almuerzo la venta más delicada y rebosaban los tura monumental, extensos patios, altas columna- canastos de la galopina, de toda clase de verduras tas, labradas arquerías, marmóreos corredores, y y especies, guajolotes y pollos desplumados junto, surtidas cuadras, era de Gestas. El mueblaje pari- al dorso lustroso de los pescados. Todo era abun- siense, las alfombras de moqueta, las lunas encua- dancia. El timbre eléctrico que anunciaba visitas dradas en felpa y ébano, eran de Gestas. Aquellos tenía un alegre repiqueteo, mientras abajo, en el coches nuevos de discreto rodar, movimiento de despacho, repiqueteaban también los pesos. barca apenas balanceada, eran de Gestas. Las vaji- llas japonesas, de Sevres, los jarrones de Sajonia, Se vaciaba la caja, quedaban exhaustas las car- los floreros de Bohemia, de Christofle; bronces de teras, los tenates llenos de menudo; las ollitas de arte, pianos de StenwayyperrosdeTerranova, del piel endurecida con ribetes rojos, y hasta la caja Ciudadano Gestas. Aquella señora, enferma de obe- de puros donde guardaban los centavos; pero el co- sidad, rana mostruosa vestida con crépé de la Chi- fre, como un monstruo insaciable después de va- na, peau de soie y sedas costosas, cargada de al- ciar sus entrañas, volvía á llenarlas; llegaba la pro- hajas, era la esposa del Ciudadano Gestas. La niña cesión de los que pagaban vaciando sus bolsas en anémica, flaquísima, moribunda, fea, que ni mo- la mesilla lustrosa ya, con un brillo metálico, ras- distas, ni peinadoras, ni médicos, habían podido tro del río de plata que había corrido en su madera. embellecer y engordar, era la hija de Gestas. El Ciudadano, indiferente, no turbado por el so- nar de las monedas, oía á un nuevo solicitante, En torno del ex-vaquero flotaba una atmósfera siempre con los ojos bajos y jugueteando con el de riquezas. Frente al zaguán monumental se de- porta-plumas. tenían trenes y más trenes: la carretela del hombre Todo el mundo confesaba que era un estúpido, de negocios, el simón de un cobrador, el coupé de que su fortuna tenía un origen vergonzoso, que una visita. Oíanse en el patio ruidos agradables olía á establo; pero él aplastaba al mundo entero para los que saben cuánto significan: el acento del — 100 — en todas partes: en los paseos, con sus trenes de que lanzaran el sí de aprobación, sentencia de ino- embajador ruso; en el teatro, con los brillantes de pia para el resto de su vida. su familia; en su casa, con la suntuosidad de regios Hubo viuda que vencido el plazo de un présta- salones, y en las casas de comercio con la influen- mo, acudiera llevando bonos de la deudo, que en pla- cia decisiva de sus arcas inagotables; y el mundo ta representaban ciento cincuenta pesos en tiempo olvidaba los antecedentes del hombre soez en su de baja. cuna, para tenderle la mano, presentarlo en sus re- —Señor, no tengo los veinticinco pesos que le cepciones y admitir un lugar en aquellos banque- quedo á deber; ¿quiere usted que se prolongue el tes donde las bodegas de todos los países estaban plazo quince días? En prendas dejo estos pape- representadas por vinos de alto precio, y las coci- les nas de los mejores hoteles, por los platillos mejor —No es posible, señora (sonriendo dulcemente); confeccionados. si usted quiere, le compro los bonos en veinticinco Era un nabab, pero no el que enriquecía á sus pesos, y ¡cuidado que no me gusta comprar bonos amigos, sino el nabab avaro que tiraba el dinero que ya usted ve, no se venden! calculando de antemano cuánto había de producir- —No, señor; en cien pesos sí, pero en veinticin- le el aparentar una esplendidez al 89 por ciento de co! interés. —Pues usted sabe procederemos judicial- Sí, él era complaciente con aquella procesión de mente hambrientos que lloraban en su despacho, porque Y la viuda dejó sus bonos en poder de Gestas. unos daban cinco pesos, otros diez, éste un mue- Da reuniones y todo el mundo acude á ellas; los ble, aquél una alhaja, pero todos dejaban un trozo honrados no tienen escrúpulos en penetrar á la cue- de su vellón dorado en las zarzas de aquel despa- va de un bandido, cuando esa cueva arde bajo el cho de agiotista. brillo del gas, los espejos, los mármoles, y se baila al són de una música á cinco pesos hora Con la sonrisa en los labios proponía intereses crecidos, verdaderas estafas, y esperaba en silen- Si cada mueble, si cada candelabro, si cada al- cio, sin cejar, sin disminuir un centavo, y la nece- fombra, en medio del bullicio contaran su historia!, sidad parecía estrangular á aquellos mendigos para La viuda con tres hijos, el padre evitando la pros- titución de una hija, el deudor arruinado, el com- reloj. ¿Qué le pasaría á Carrasquilla? Llegó por prador en víspera de quiebra serían los títu- fin, sudoroso, fatigado. los de esos relatos conmovedores. Pero nadie pro- —¿Qué hubo? testa. Todo parece enmudecer estupefacto de tanta —Nada, señor; se murió el esposo de la señora; bajeza. está tendido, me enseñó el ropero ¡vacío! los cajo- nes ¡vacíos! Todo lo han gastado en medicinas y en los preparativos del entierro, y me ha confesa- do que no tiene para amanecer más que veinte reales. II —¡Qué tal! (en el colmo de la ira). Es insufrible esto, no tienen piedad de uno, no hay compasión, El dependiente cerraba la puerta del despacho, me acaban la vida. ¡Con ésas salimos! y Gestas subía en compañía de su familia al coche El público volteaba hacia el palco, en tanto que para dirigirse al teatro Los frisones sacudían la señora al oído le decía: las enormes cabezas; el cochero, enguantado y de —Cálmate, Gestitas, eso te hace mal. Van á le- librea, en académica postura, esperaba la señal de vantar el telón. la partida, mientras las puertas del zaguán abier- —Pues vaya usted (en voz baja) y que me mande tas quedaban iluminadas por el reflejo de las lin- aunque sea esos veinte reales. Pague usted el co- ternas. che y no se tarde. —Oiga, Carrasquilla, tome un coche y se va. Ya Y ya tranquilo se sentó; parecía reventar bajo sabe: le dice usted que hoy terminantemente, ni un el frac y la corbata blanca día más. Me va usted á buscar al teatro no se El dependiente se paseaba agitado en el pasillo. dilate Buenas noches. Y el rodar del coche Qué cruel era su patrón; ir y pedir á una fami- resonó en las bóvedas mientras los transeúntes es- lia con un muerto tendido ¡veinte reales! eso era in- pantados se detenían á los lados del zaguán para digno, eso era inquisitorial, eso era horrible; él pa- dejarle paso. garía los veinte reales, pero nunca, jamás, profa- En el teatro Gestas estaba impaciente y veía el naría un cadáver con cobranzas de ese jaez. Pagó el coelie y penetró de nuevo al palco. El dependiente (desde el patio y hablando consi- —Aquí tiene usted, señor. go mismo).—Qué alhajas tiene mi patrón y —Vaya, hombre, siquiera podrá uno pagar el pensar que todo viene del agio! coche Veía en su interior aquella procesión de ham- —Ya no se ofrece nada? brientos que dejaban en su bufete hasta el último —No, Carrasquilla. Váyase. centavo. Pensaba en la familia abandonada, con un Habría andado algunos pasos cuando Gestas lo muerto en su casa, atormentado su dolor por un re- detuvo de nuevo. cibo miserable; comparaba á aquellas niñas enluta- —Oiga, ¿qué tiempo hizo de aquí allá?.... das y llorosas con la hija de su patrón, que era —Diez minutos. cruel y decía á su papá: "Papacito chulo, sácales —De modo que en media hora se va y se viene? alhajas, brillantes, que así te salen á mitad de pre- —Sí, señor. cio." —Pues hombre, vaya y que le cambien esta pe- ¡Qué cruel era la familia toda; sí, muy cruel; te- seta. Creo que es falsa. ¡Qué gente tan ladrona! nían corazones malos! La niña en su palco se aba- —(Pálido de ira). La equivoqué.... aquí traigo nicaba; resplandecían en su seno los brillantes fin- otra giendo el cabrilleo de un mar de luz y el de- —Vaya, creí que se la habían encajado á Vd ! pendiente aventuraba una metáfora. Cada piedra En el escenario se representaba la escena final representaba un dolor ajeno. ¡Qué ironía: cubrían El marido había dado una puñalada al amante; ella con una coraza de lágrimas el pecho, con un peto de se había desmayado, mientras él, dominando el es- diamantes, para ocultar lo asqueroso de un corazón truendo de la orquesta, lanzaba una nota alta gri- donde todo era cruel, abyecto, miserable, negro! tando: ¡maledeta! Un golpe seco de timbales, y aplausos. El telón se alzó de nuevo y los tres ac- tores, dándose la mano, saludaban al público. Gestas.—Tengo sueño. La señora.—Qué dices qué calor! La niña.—La Rainici lo ha hecho bien "G LAD I ATO R.

A E. SANTIBAÑEZ.

LADIATOR iba y venía de la pared á las trancas y de las trancas á la pared. Mu- chas caballerizas conocía, pero ninguna como aquella, y paseaba sus grandes, dul- ces ojos, en torno, reconociendo el sitio. En frente se extendía una gran construcción de ma- dera despintada, una especie de corredor de hotel. Llegaban muchos señores con papeles de colores chillantes en la mano, y grandes gemelos de teatro; empujaban las puertas y al abrirse se oía más claro un murmullo de colmena embravecida que no de- jaba de preocupar al animal. Muy cerca de él, aba- jo de la gradería, llegaban las personas y se per-

/ dían tras el tosco biombo de un mingitorio. ¿Qué al campo En frente ardían las lumbreras del sería aquello? ¡Misterio. hipódromo, una confusión de trajes, sombrillas, El sol doraba la pared de adobes y bacía humear sombreros, pañuelos que se agitaban, anteojos que el piso cubierto por una capa de estiércol, y arriba, relampagueaban heridos por el sol, mientras los en el cielo limpio, erraba con blando movimiento gallardetes del techo, con movimientos de látigo, una gran nube con orlas grises. Atado por un tos- impulsados por el viento aleteaban en el fondo do- co cabestro, "Gladiator" olía el suelo. ¡Ni una rado de la tarde. hierba! ¡ni una cascara! Hería sus narices el hálito Al frente la llanura verde, y como una serpien- tibio y picante del estiércol. Paciente, manso, paso te, la pista desarrollaba su inmenso círculo rodea- á paso, avanzaba resoplando siempre en busca de do de coches nuevos, brillantes; ginetes que se pa- una brizna y alzaba de repente la cabeza. raban sobre los estribos, breaeks en cuyo techo brin- El murmullo crecía, diríase el rodar del trueno: daban con champagne. Á su lado, rigurosamente gritos, aplausos, silbidos, bastonazos; el edificio alineados, como nunca, limpios, lustrosos, impa- aquel que se desplomaba; los retardados corrían cientes, varios compañeros suyos montados por jo- por el corredor y empujaban las puertas ckeys de abigarrados trajes, esperaban la señal. Oíase junto, el mugido quejumbroso de los bue- Cuando él salió, como por encanto se hizo el si- yes. ... y claro, distinto, un toque de corneta lencio; su ginete, muy conmovido, le murmuró no Algo terrible iba á pasarle; hay no sé qué aviso sé qué palabras inglesas al oído, y después no interior que denuncia un peligro cercano, y '' Gla- supo más. Sintió los acicates horadar sus ijares diator," sin saber por qué, temblaba. Confusas sos- y se lanzó como una flecha, ciego, palpitante; di- pechas, extravagantes conjeturas ocupaban su pen- latados los ojos y las narices; tendidas las crines; samiento de rocinante tísico, sin que se diera cuenta arrancando al piso nubes de polvo, y ensordecido exacta de la verdad. por los gritos de su jockey desesperado, cuya blu- Y repasaba su vida toda. Aquel ruido no le era sa de seda inflaba el aire Cuando lo detuvie- desconocido.... ron, estallaron los aplausos; corría su nombre de Recordaba que una tarde, así tranquila, lo habían boca en boca, perlaba la seda de sus encuentros un ensillado con un ligero albardón, lo habían sacado tibio sudor. Todo el mundo le acariciaba el anca, y hubo un señor miope, que con aire paternal le á un pasajero; mientras el amo, envuelto en un vie- alzó el labio para mirarle los dientes, y tomó sus jo capote militar, ó fumaba ó apuraba sorbos de té crines entre los dedos como si fueran una madeja de hojas con refino.... de seda. Recorría todo México: quemado por un sol de ¿Lo irían á correr? No, estaba muy viejo, y ya fragua, cegado por un polvo ardiente, acribillado no había niños como aquella vez, que se le acerca- por los goterones de lluvia ó hundiéndose hasta el ran, le cosquillearan las anchas narices y le pusie- pecho en los lodazales del suburbio; azuzado por ran en el hocico terrones de azúcar. Ya no había el castañeteo de la lengua de su amo, ó por soeces caballerangos que vigilaran su pesebre cada cinco chicotazos y arrastrando el desvencijado ca- minutos, pasaran el ayate por su cuerpo y empu- rruaje, que caía y levantaba; gemían las ruedas, ñaran filosóficamente el aZmartigón. chocaban los vidrios y apenas podían cerrarse las Aquella vez lo mimaban como á un niño, y aho- duras portezuelas. ¡Pobre "Penco ex-Gladiator!" ra estaba abandonado. Entonces lo llamaban "Gla- Muchas noches de lluvia lo vi en la solitaria pla- diator," y ahora le decían con rabia: ¡arre, zopen- zuela, al lado de otra víctima. Llovía á mares, y co! La sueite se había cebado en éi; era una vícti- él, cabizbajo, somnoliento, caídas las orejas, escu- ma de la desdicha.... rriendo las crines, inmóvil, medio doblada una pa- Cuatro años vivió uncido á la lanza de un coche ta trasera, resistía el temporal sin protestar: el re- de alquiler Á las cuatro de la mañana lo des- flector rojo del coche arrojaba á sus ancas empapa- pertaban á, puntapiés, y á la escasa luz del alba y das un reflejo sangriento y se destacaba como un de un farol, le colocaban los añadidos y grasosos animal hecho de harapos, un mendigo, una silueta arneses, el freno que le quedaba grande y lo en- macabra en la desierta plazuela; en tanto que el co- ganchaban al coupé aquel, su pesadilla. La caja chero, resguardado en el "quicio de una puerta en- gris, los faroles sin azogue, los vidrios castañean- vuelto hasta las narices en una manga de hule, agu- do, flojos los muelles, próximos á romperse los ejes jereaba la sombra con el clavo de su cigarro. y atada con correas embadurnadas de untura para Quiso el cielo que lo creyeran emballestado y lo carros la lanza ¡y vamonos! ¡álaestación! comprara un tal Aburto que comerciaba en tepeta- En ella esperaba, cabizbajo, friolento, desvelado, tes y alfalfa. Aquella fué su mejor época, el perío- —lia- do bucólico de su vida. Vagaba en el yermo potre- y levantando y abatiendo la cabeza, tomaba la ve- ro cuando no lo amarraban á un poste telegráfico; reda al trote, sin que el cuidador tuviera que lan- se codeaba con las vacas, que echadas, medio ce- zarle ni un silbido, ni una pedrada. Era tan jui- rrados los ojos, rumiaban ladeando la cabeza, ma- cioso, que horas enteras permanecía sin moverse tizando el zacate á lo lejos con la mancha clara de entre los asnos que frente al.mercado buscaban en sus siluetas; chivos retozones con cara de ingleses •el suelo hojas de col ó cáscaras de naranja de larga piocha; borregos flacos de sucia lana y ¿Por qué sí era bueno lo desecharon? Qué iba á burros pensativos de sangrientas mataduras, rabo ser de él? ¿Adonde estaba? ¿En qué tenían que y orejas mochas, eran sus amigos. Se pasaba la emplearlo? vita huma, espantado solo por el tren que á las Sonó en la plaza un aplauso atronador, la mú- dos de la tarde pasaba como flecha, silbando agu- sica ensordecía con piezas alegres el silencio sereno damente y arrojando largos penachos de humo. de la tarde. Los pájaros no le tenían miedo: volaban á su lado Llegaban hasta el corral de Zopenco, ex-Gla- rozando el suelo con las alas y vocalizando alegre- diator, los bufidos del pistón y el trueno de la tam- mente bora marcando el compás de una polka, y de vez en ¡Qué calma la del paisaje! cuando gritos salvajes que pedían ¡lazoooo! ¡la- Nada agitaba al viento dormido, más que su cola zoooo! ¡Otro toroooo! ¡trompas de hule! ¡Cállate, al sacudirse las ancas para espantar las moscas zum- mono ignorante! Era un clamoreo atronador, aplau- badoras y venenosas. sos, gritos, silbidos, una erupción de bárbaro entu- Al frente, la llanura gris parecía un mar de plo- siasmo que ensordecía, y al cual dominaba un toque mo opaco donde blanqueaban una que otra cala- de trompeta. ¡Tararii! ¡Bravo! ¡bravo! respondía vera de asno, y levantaban sus grandes hojas espi- la multitud. nosas, polvorientos nopales. Y aquellos gritos, y aquel estruendo hacían es- El trabajo era poco: llevar todas las mañanas tremecer á Gladiator, que relinchó por fin. A un grandes haces de alfalfa, que habían teñido de ver- lado respondióle el mugido de los bueyes, un mu- de sus ancas huesosas, en las que casi horadaba la gido lastimero y largo que contrastaba con la ale- piel su pelvis descarnada; le ponían un tosco bozal gría de la música, que tocaba una diana. 8 Lo ensillaron á toda prisa, pero con una silla que grandes narices, erguidas las orejas, trémulas las no conocía. Aquella crinolina de cuero, con enmo- astas, nerviosa la cola; un hombre mariposeó fren- llecidos colgajos de fierro, pesaban mucho sobre sus te á él la capa ¡lo mata! No pudo ver más, cubrie- ancas; ¿para qué le ponían un mandil de cuero? ron sus ojos con una venda y le hundieron en los ¡Qué extraño traje el de su ginete! Un picador que ijares las espuelas, mientras azotaban su cuello no podía montarse solo por llevar una pierna de. con latigazos repetidos. hierro. ¡Qué bárbaros acicates! ¿Para qué era aque- La noche, la sombra, lo desconocido. ¿Qué iba á lla pica? ser de Gladiator? ¿Por qué no lo dejaban ver? Dócil al freno salió del corral y, ¡horrorosa esce- ¿Por qué lo cegaban y lo azotaban? El pueblo ha- na! un compañero, otro caballo, pataleaba en el bía enmudecido; algo supremo iba á tener lugar. fango enrojecido por la sangre, agitado por los úl- Se oían los trapazos de la capa en el suelo, interjec- timos estremecimientos de la agonía Temblan- ciones andaluzas, y un resoplido de rabia .¿Qué do quiso preguntarle ¡Tararii! el toque de cor- era eso? neta rasgó el aire. Un mono sabio le pegó un chico- ¿Qué era? No lo supo Gladiator. Lo es- tazo en la cara é impulsándolo con un puntapié, lo polearon de nuevo, lo chicotearon y sintió un gol- hizo salir al trote al redondel. pe brusco, horroroso en el vientre, la bestia que ¡Qué deslumbramiento! resoplaba y se encarnizaba, lo levantaba en el aire, El sol ardiente, flameante, vivo como nunca, ar- todo en medio de un silencio imponente, al que res- rancaba chispas á la arena en el inmenso círculo; pondía pujando el picador, sin que Gladiator la sombra caía en su mitad en forma de media lima; pudiera huir de aquellas bruscas cornadas que lo una de pueblo se agitaba como enjambre sin traspasaban de parte á parte. límites en los tablados; vociferaba, palmoteaba, se Estalló la música en una diana, el pueblo en un desgañitaba; mientras allá, junto á la valla, plati- aplauso. Lo desensillaron; vagó al trote por la an- caban los toreros. cha plaza Una nube roja pasó por sus pupilas,"con Se abrió una puertecita y se disparó por ella un inmenso frío tiritaron sus carnes, se debilitaron sus toro, que se detuvo como petrificado, asombrado, miembros, y rodó al suelo convulso y vomitando desconcertado, deslumhrado por la luz, oliendo á sangre, boca arriba, viendo al cielo, por donde dul-

UNIVERSiDAD DE NUEVQ¡ Í꤆ biblioteca univ^tariA "ALFONSO á#r MO.1«*5 MONTERREY,MEXlc£ noche cercana; chasquearon en el zinc de los techos ce, lenta, vagaba una nube ennegrecida, pensó en algunas gotas de agua, y una bandada de pájaros el potrero anchuroso de su época bucólica, tuvo juguetones, sin dedicar un trino al cadáver, tendi- una última convulsión y espiró... da el ala, pasaron cantando y diciendo ¡ corran, por- que va á llover!

La plaza quedó sola; las sillas en desorden; revo- loteaban en el aire los programas de chillantes co- lores; yacían en el suelo pisoteados puros, cáscaras de frutas y corchos de botellas de cerveza. El cre- púsculo resplandecía ardiente y rojo, fingiendo en la sombra de la plaza un incendio en cada rendija; llamaradas intensas parecían lanzar grandes len- guas de fuego por cada puerta En medio de la arena, desnudo, flaco como nun- ca, boquiabierto; abatida la cabeza, en desorden las crines como la cabellera de una mujer bañada; apa- gadas las pupilas, que parecían ver algo fijamente todavía; esparcida la cola; empapado en sangre el huesudo flanco, así yacía Gladiator, ¡sólo, aban- donado ! Las tinieblas parecían bajar del redon- del y cubrirlo con un sudario que el mundo le ne- gaba. El ocaso fulgurante prendía un reflejo en el charco de sangre, y la silueta macabra del caballo parecía flotar en un lago de oro encandecido; el sol le enviaba una caricia en un lampo de púrpura ¡Pero se apagó el sol! Las nubes negras se exten- dieron lentamente; se oyó el discreto rumor de la LAS MOSCAS.

JÍDIÓS paisana! —Adiós; ¿qué te haces? —Ya lo ves, pasando; ¿y tú? —Buscando miel en estos platos; tengo el estó- mago vacío; ¿gustas? —Ni sabes de la que me acabo de escapar! Revo- loteaba en la calva blanquísima del señor de la casa, que está escribiendo sobre química; dice que en la naturaleza nada se cría, nada se pierde, todo se transforma; se le había ocurrido una buena idea, mordia el mango de la pluma, me paré en la blanca y venerable desnudez de su cabeza, y lo distraje. ¡Pobre animal humano! se encolerizó, volé y con- migo volaron sus ideas, se quedó hecho un topo; me dió risa y comencé á darle broma; ya le picaba en una oreja, ya en la nariz, de nuevo en la calva, y está hecho un loco, golpeándose. ¡Por nada me aplasta! ¡Pobre! Se quema el cerebro para alimen- tar á su prole. MARIPOSA. La señora en la otra pieza también se devana los sesos queriendo resolver este problema: cómo hará A OFELIA. para sacarle al calvo cónyuge algo de dinero: ne- cesita comprar á toda costa un gros que la seduce. /j^STABA hundida en la sombra y acababa de des- Á un paso, el mayorcito cavila, inventa un libro S^pertar. Ya no era la larva tímida que se acor- de escuela que comprar; pero en el fondo lo que daba vagamente de una existencia pasada, y pug- necesita es una camelia para su futura, y los meno- naba inútilmente por salir de aquel encierro som- res lloriquean pensando en caramelos. brío; estaba atada por las mayas de seda de una red El digno de lástima es el pobre químico: cada gris; sentía balanceos de rama inquieta en su pri- preocupación es un día menos de vida. Ahí lo tie- sión; tenía miedo Iba á desmayarse y repenti- nes resolviendo ecuaciones, pero no ha despejado namente se rasgó el velo que la cubría. Cayó des- esta incógnita doméstica: se mata para realizar los lumbrada; un rayo de luz la había herido, y huyó, caprichos de una mujer coqueta, y los antojos de huyó sin saber cómo, impelida por una fuerza igno- media docena de angelitos. rada, hasta que lejos, se detuvo en una rama es- —Mira, hazme un ladito, comeremos juntas. ¡Ma- cueta. lo! ya sacuden la mesa ¡Jesús! ¡te matan! ¡vue- ¡Qué embriaguez! embriaguez de sol La luz la! ¡Ay! que fulguraba en la fronda húmeda, prendía as- Un trapazo del criado las aplastó á las dos. cuas en cada pétalo, y tendía un tapiz de chispas ¡Si los murmuradores fueran moscas! en el lecho de arenas de aquel parque. —¡Hola! ¡qué bella! exclamó una lagartija. —Adiós, le dijo con acento italiano un pájaro de vuelo parabólico. —¡Cuídate, hermosa! murmuró un moscardón zumbando. Ella estaba confusa; no despertaba todavía y la atraía algo: un reflejo de oro incendiado, un charco Una niña, blanca como las rosas, y alegre como que relampagueaba herido por el sol. Se detuvo al el día, correteaba: la vió, se detuvo, creyó que era borde y la ahogó la emoción. Aquello era un espe- flor y voló á la madeja rubia de sus bucles. No, no jo donde se reflejaba deslumbrante, viva, con colo- eraflor, porque retrocedía espantada sacudiendo sus res de flor. cabellos La vió partir. ¿Estaba condenada á Era una ninfa de ébano, con alas pálidas man. no ir al cielo? Plegó las alas tristemente, y presa c-hadas con siluetas fantásticas de colores vivos. de amarga melancolía, se hundió en el venenoso Tenía un collar de seda de oro, y sus mosaicos fin- cáliz dé una flor monstruosa. A un lado había una gían en la luz un cuello de pedrería Era ver- corola lánguida, blanca, que parecía una virgen dad lo que le habían contado. Una rosa pálida ha- pálida de amores. ¡Ella es, sí, es! y bebió el néctar. bía muerto presa de un amor callado, virgen, puro, Comenzó á dormirse: veía en un infinito de clari- ardiente, y su espíritu era ella, la mariposa. Por dad el perfil de una ave de alas abiertas No un último mal pensamiento estaba condenada á supo más. La arrebataron medio ebria, y cuando buscar en todos los cálices de flor un néctar que la despertó, no en el cielo, sino en una caja de cristal, embriagaría, caería aletargada por el perfume y estaba crucificada en una tarjeta, y abajo, con tinta despertaría en un cielo luminoso donde las rosas azul, escrito su nombre, ¡su epitafio! Un señor se- blancas se casan con las aves amadas. rio, viejo y feo, decía en voz baja una palabra la- tina, y ella pensó: estoy en el infierno! Y el infier- Y emprendió en rápido giro su carrera. ¿En qué no de las mariposas es una caja de cartón junto á la flor estaría el néctar? ¿Sería en aquel broche de cual un viejo habla de zoología oro y perlas que fingía estrellas de nieve? Nó. ¿En aquella uma purpurada? Nó. En aquella flor pe- queña que asomaba entre hojas perdidas como una Ha dicho muy bien un poeta: los ensueños son' pupila azul? Tampoco Se colgó á las fuschias, mariposas, y casi todos los viejos son filósofos y naturalistas; los crucifican por amor al matiz de se hundió en el nácar de las azucenas, se meció en las alas? No, ven ellas un gusano vestido con los la guirnalda sombría de las hiedras, en la carne fe- pétalos de una flor, ¡y eso es curioso! menina de las rosas, en el pétalo lúbrico de las ¿Sabéis por qué muchos hombres revolotean así de flor en flor corno las mariposas? Porque buscan aquel potrero amarillento, lleno de charcos; pare- una rosa blanca que los duerma con ese dulce sue- cía un retoño de aquel terreno estéril para las flo- ño de la embriaguez de los anhelos; vuelan sobre res y fecundo para las serpientes. En la tarde se todas y ¡cuántas veces la de junto es la urna de ese destacaba en el oro pálido del crepúsculo, como un néctar que cuesta la muerte, y creen haberlo encon- crucificado de cabeza. ¡Pobre árbol! Volábanlos trado en un cáliz espléndido de color y de veneno. pájaros para saludarlo, pero los asustaba el gesto adusto del monstruo: jamás tuvo"una sonrisa para las mariposas, y se aislaba de todo el mundo. Que- ría morir solo, desamparado; arrancando al cierzo notas elegiacas; quería morir así con su dolor, mi- H 1 E D R AS. nado por el recuerdo de aquel ideal imposible, de aquella flor ¡oh tristeza! que murió tan joven, sin que él pudiera tenderle por última vez los brazos, A. L. GODARD.. porque el viento, gruñón aterrador, la arrebató pa- ra sepultarla en la fosa común de las flores muertas: un árbol viejo, abatido por los dolores. Se el surco. Stpdice que había amado con locura á no sé qué Un día de lluvia se dibujaba en el cielo gris con flor que murió á sus plantas. ¡Pobre, y qué feo era! perfiles más extraños, más sombrío hablaba Grueso y carcomido el tronco, lleno de profundas con la lluvia de sus dolores y ¡cosa inesperada! grietas y cicatrices; herido por el cuchillo de los oyó una voz femenil y dulce que le dijo: ociosos que habían ahondado en él cruces, letras _ —No se queje usted de su soledad, señor; como enlazadas y corazones traspasados por una flecha; buena vecina quiero consolarle á usted. lagartijas y espinas eran los únicos huéspedes de El árbol se enfureció, llegó á dirigir terribles aquel árbol enfermo. Se retorcían sus brazos como amenazas á la joven hiedra, que era quien le ha- si hiciera un esfuerzo desesperado y negro: solo, blaba, y se había reclinado en una de sus raíces, y desnudo en la llanura, caídas sus hojas últimas, la despidió duramente con un gesto de profundo servía no más para hacer más grande la soledad de desdén. Y la vecina lo abrazaba, y crecía, crecía, fuerte, Pasaron días y meses, y la vecina no se iba; hermosa, lozana, mientras él se agotaba viejo y al contrario, preguntaba al viejo inconsolable cómo débil. se sentía de males, cómo babía pasado la noche.... y él llegó á enternecerse. ¡Todos, decía, me han —¡Oh! le dijo una vez, yo te amo, pero me ma- olvidado; todos huyen de mí; las aves, porque el tas, desenlaza tus brazos de mi cuerpo, ¡vete! ¡me sofocas! ¡Aire! cierzo me azota y derriba sus nidos; las coquetas Ya no era tiempo: ni el huracán, ni el torrente, mariposas, porque no encuentran en mis ramas ur- ni el otoño, nada pudo arranear aquella hiedra, su- nas de seda rebosando néctar; las-flores, porque me dario del árbol que desapareció bajo la esmeralda creen una momia! Era cierto; solo la tarde de la trepadora, fresca y alegre como nunca al morir le enviaba un beso en una ráfaga de púr- Sus caricias habían matado al viejo tronco. ¡Po- pura y la noche una sonrisa en un lampo de nácar. bres corazones troncos, pobres aislados, si llega á ¡Qué buena era aquella virgen verde, tan dulce, daros sus abrazos la trepadora invencible, tendréis tan risueña! ¡Cómo había crecido! ¡Era ya toda aves, flores, retoños, caricias; así son las ilusiones una mujer! ¡Y le hablaba de un porvenir primave- y las esperanzas, pero tendréis la muerte, porque ral! Desde que ella vivía á su lado, los pájaros-le de- siempre matan las hiedras de una pasión ó una cían que se había rejuvenecido, fuerte y hermoso. costumbre! —Sí, hiedra, decía él con inmensa ternura: sé mi amiga, abrázame, y ella al abrazarlo cubría con sus hojas aquella desnudez llena de arrugas que le daba un aspecto repugnante: al colgarse de la ra- ma escueta fingía en ella un retoño; nacieron en las raíces algunas flores, y las mariposas coquetearon con él: hasta dulcificó el aire su acento para arru- llarlo! Se apoderaba de él una tierna melancolía, y se preguntaba: —¿Por qué amaré tanto á esta vecina á quien antes odiaba? de la tormenta; desciendo de la nube tempestuosa rayo con redes de diamante al cielo obscurecido; 1¡ tierra abrasada y sedienta me absorbe con ansias B R ISAS YON DAS. de mujer enloquecida; baño á la flor que revienta pura y bella, espléndida en colores, rica en aro- A LUIS LAGARDE. mas; mundo el campo, pero el pantano se convier- te en un cráter de vida! En el picacho, me cuajo en perlas, soy lágrima crepúsculo tornaba al campo en un incendio en las hojas que tiemblan; y0 retrato cuanto vaga 5 Sfcf de colores. porelaz,ú: las aves quepasa^lanube errante que —Yó, decía confidencialmente una onda al vien- la 1 i vS ^°r° ^ tai'deespirante, lacoro- to, ¿bas visto cosa más bella que yo? En el perfil la que e inclina para oir mis cantos de amores, la obscuro de la montaña finjo la diadema de ópalos noche, la estrella de flecos de oro, ¡¡todo!! liaste el de un coloso, la luz juega en mis facetas de nieve abismo sombrío cuyo fondo nadie conoce Tú y parece que me incendia: en la cascada soy torren- pasas, me rizas y ¡oye! y el agua fingió entonase! te de perlas y penacho de espumas donde el iris Wand 7 mela CÓ1¡C0 tiende su tul de ardientes tintas; en el río, me con- Cuanr T ° * - diciendo: vierto en copo de cristal que orna linfas de esme- ralda, tengo la tersura del raso en el lago tranquilo dij° el afre> sub° á las alturas, mezcoála y deslumhran mis cambiantes; dormida, soy un es- nube, juego con la bruma, impulso á las tormén pejo donde las náyades se miran; éi me -encrespo, tas, estalla en mi seno el rayo, repercuto sus ecos finjo una melena erizada por la ira; en el Océano negro, callado, inmenso, soy el misterio que atrae ^do funde las nieves; flota en mí el ave enante y y que espanta. la abeja de oro; si me indigno, la tierra se estrené Yo paso, y en las soledades del volcán parece ce; tengo en el huracán roncas amenazas; enla ho que sollozo, canto en el tular, río en Jas quijas, y as de calma finjo dulces palabras de mujer que- bramo inquieta, rebelde, azotada por las alas negras nda; me. deslizo en la fronda del sauce, y p^é que una voz extraña murmura una elegía- espanto en las soledades de la ruina y en el vacio del tem- plo- gimo en las altas horas en las junturas de as puertas y hago que despierten los espantos los duendes, los vestiglos; río en el rama3e; obedezco al artista y me transformo en música; las espigas HOJAS Y PLUMAS. me saludan doblegándose cuando paso y hagodel trigal un mar de ondasrubias. Yo traduzco las pe- nas en suspiros, en sollozos, y los amores en besos; soy la palabra, soy la idea, soy la ilusión. ¿Mi suerte (habla una hoja seca) será vivir eter- -¡¡Bestias!! mugió un buey manso, volteando namente aquí, tirada en medio de la calle? ¿Me re- lentamente la cabeza, rumiando sin prisa, viendo cogerá alguno como recuerdo? ¿Barrerá la escoba con sus grandes ojos negrosy dulces á la onda en conmigo, ó lloverá y me rejuveneceré? laque se hundió pausadamente transformándola ¡Vamos á ver! ¿Qué puede suceder? ¡Pues qué

en lodo. ha de suceder! Que esa niña que me está viendo El cuidador, un patán, lanzó un grosero silbido desde un balcón, me guardará entre las hojas de eme estremeció el aire para espantar al animal. _ ese libro que está leyendo. ¡Si supiera que soy ho-

_;No lo decía yo? clamó con voz enronquecida ja de camelia! por la petulancia un sapo. ¡ Ay, ideales, soisperias -Yo creo (dice una pluma) que, óadornoun som- en la altura, y lodo bajo la pezuña de ^a bestia! brero o algo por el estilo; mi color no es feo. ¡ Blan- ¡Ay, ideales, sois música en manos del artista, y co! ¡Blancura de pecho de paloma! Parezco un silbido en los labiosde un patán! /Ota* cua! y sol- copo de espuma.... Hagamos proyectos: tú, pé- tó una estúpida carcajada.... Aire transformado talo, vivirás en un libro, y yo ¿por qué no? Pero ea insulto! ¡pero!.. .. (asustadísima). ¡Escondámonos! Yano era tiempo; el remolino, en sus ondas de polvo o-ris las arrastró á las dos. ... La pluma voló muy le- las hojas de los cuchillos oxidadas por el jugo de ios, ¡quién sabe dónde! La hoja de camelia quedó las naranjas ó libando gotas de miel en las cucha- sepultada en el lodazal. ¿Para qué esperanzas* el ras. . . . mañana es un remolino? Todo indicaba un festín .concluido, y aquel ca- ramelo, que parecía un rubí, estaba triste. ¡Lo ha- bían olvidado en un juguete de tocador! Yo, decía, estaba predestinado para ser feliz, unos labios rojos como yo, al besarme sentirían toda la dulzura que encierro, y mi mayor placer sería que . me astillaran unos perlados dientes! Esa es mi suerte de caramelo aristocrático ¿Conque después de salir del molde de la dulcería francesa; después EL CARAMELO. de haber sido expuesto en un aparador de grandes cristales, de ser deseado por tantos ricos (porque ningún pobre se acerca á un luciente escaparate te- A GONZALO ESTEVA (jr). miendo que lo declaren ladrón); después de haber visto tantos coches, tantas sedas, ¡estar sepultado en una cajita de raso, ser regalado enaño nuevo por un novio! Voy á envejecer aquí, á blanquearme un cornete azul de cristal de Bohemia, un como una cabeza canosa. ... eso es horrible! Yo tengo títulos, y si no soy feliz ¿por qué será? Pero 1$ dulce defino y perfumado caramelo, sonaba (olfateando) ¿qué huele tan mal? opíparos festines y se lamentaba. —Yo, dijo asomándose debajo de la mesa y con La mesa del comedor estaba en desorden: disper- voz tímida, una charamusca; yo, que he sido arro- sas sobre el arrugado mantel las migajas de pan, jada por el hijo del portero en esta alfombra; yo, volcadas las copas con heces de vino, las cascaras que soy feliz. de las frutas enroscándose, las moscas revolando —¿Tú? (admiradísimo) explícame eso, ¿tú feliz? sóbrelos platos untados de , inspeccionando res, causará dolores, lo detestarán y un médico or- (con voz burlona) ¿tú, miserable indio de larazade denará que una purga barra con su personalidad los dulces; tú, bijo del plebeyo piloncillo? dañosa... . —Yo, yo soy feliz, mira Un poeta democrático, el grillo, que opina que -Hazme favor de no tutaerme, que no somos los versos son algo como caramelos para el espíri- tu, exclamó: iguales. ^ feliz; no por- ugted aiumiUada)) soy " ¡ Claro! por eso yo no le canto sino al pueblo " que se me exponga en luciente escaparate como us- ted dice; mi bogar es una mesilla grádente donde me codeo con las pepitas tostadas, las babas, gar- banzos y arbejones, las alegrías y pepitorias; ja- más atraigo las miradas de los poderosos; ¿quien se va á fijar en la mujer harapienta-que me vende? pero el niño, el pobre niño del pueblo me encuen- tra al alcance de un centavo; al ir al colegio me DESDE LEJOS. compra, me acaricia, me encierra en su bolsa des- teñida junto á la rota pizarra y el silabaxio desho- jado; y si usted viera con qué placer endulzo sus H! decía una lagartija miope, asomando entre pesares infantiles cuando burlando la vigdancia del las ruinas musgosas su cabeza triangular; ¡oh, bilioso y flaco dómine, me muerde y son disputa- qué feliz soy! he encontrado la realización de mis dos mis pedazos por los que no me poseen yncó- ^sueños, —y veía extasiada álo lejos.— ¡Cómo bri- mo me cambian por pizarrines y canicas! Después lla ese diamante, perdido en la arena! parece una disuelta muero, sí, perobajo á la tumba sin causar ascua. Yo amaba al sol por esplendente; pero ¡es- mal y arrojada por la naturalísima ley de ladiges- tá tan lejos! y ahora me encuentro con algo que tión- pero usted, dulce de rico, ¡cuesta tan caro! brilla más; esa piedra preciosa que chispea ardien- Jamás sabrá lo que es ser comido por hambrientos temente. Voy á acercarme. . . . —Y todos los días labios ¡eso es indescriptible! Cuando sea usted en- la tímida enamorada no se atrevía á emprender el gullido y apenas saboreado por cansados palada- camino de veinte varas, para estar junto á aquello que brillaba tanto y la tenía loca de pasión.— ¡Me ve! decía casi llorando de placer, ¡y relampaguea! —Y el sol arrancaba dardos de luz á aquel diaman- te; dardos de luz que para la soñadora eran mira- das ¡Qué de sueños le inspiró á la pobre apa- sionada! ¡quéde proyectos!— Yalor, se dijo un día; —y se acercó tanto, que llegó junto Era un CAIFAS Y CARREÑO. vidrio de botella que al ser movido gruñó con voz aguardentosa La lagartija apenas pudo huir al hueco de la ruina, junto al viejo varejón carco- mido por los gusanos; y les dijo antes de espirar I presa de la tisis, esa consecuencia de los amores im- posibles.— ¡ Ay, vecinos! si amáis alguna vez, amad de lejos; porque así parecen diamantes los vidrios las primeras hoias de la mañana se anun- de botella! cia en ciertas calles concurridas el desper- tar del trabajo. En las más céntricas rue- dan los carruajes de los paseantes matinales del Bosque; frescas ó marchitas, tronando sus faldas de percal, las modistas, apretando con- tra el pecho un bulto de telas, se pierden tras el mostrador de la Gasa de Modas que, á la sazón sa- cuden, ordenando los maniquíes. En los escapara- tes, á gatas, colocan los dependientes sus mercan- cías flamantes, ó con los brazos cruzados ven pasar á esa multitud que anda de prisa y apenas de sos- layo echa un vistazo á 1a- seda artísticamente amon- * tonada ó á los objetos de fantasía que ostentan sus animosos. Perdidas en la interminable proecsión, precios en caprichosos rótulos. se deslizan también fisonomías que preocupan y Los niños que van á la escuela, seguidos de un publican la desgracia ó la pobreza: son los inváli- mozo que de todo se ataranta, muerden un men- dos de ese ejército, los empleados á la cuarta pre- drugo del desayuno ó entablan ruidosos diálogos gunta, los pobres de las grandes oficinas. frente á un muñeco de cuerda ó algún juguete que Ellos son los que en verano vienen desde un su- los absorbe. Algunas anémicas bien vestidas, pero burbio al centro, calcinados por un sol que produ- con esa negligencia de las que saltan del lecho ála ce hidrofobia en los perros; ellos, los que de prisa, calle, con ojos débiles, regresan del ejercicio, en arrojando resoplidos, enjugándose el sudor, se re- tanto que algunos desocupados ó pasan revista á pegan á las aceras reverberantes sin una línea de todos los retratos de una fotografía, ó admiran en sombra, atraviesan la inmensa plazuela que arde, silencio los.cromos de una doraduría. Entre esa y, sofocados, llegan á la gran puerta, trepan las multitud hay tipos alegres, caras risueñas, depen- altas escaleras y se desploman frente á un escrito- dientes bien vestidos que dejan tras sí la nubecilla rio, agobiados por las palpitaciones de la fatiga, el de humo de sus cigarros habanos, y con lentitud enervamiento candente de la siesta y el fuego inex- penetran á un escritorio de casa grande: hay jefes tinguible de la sed: esos mismos, en invierno, em- de oficina que con las manos ála espalda y en ellas prenden sus caminatas sin paleto ni guantes, roja un bastón y un periódico, responden con benevo- la nariz que les gotea, tiritando, frotándose las ma- lencia los buenos días de algunos subalternos que nos entumecidas, arrojando vaho á cada espiración; temen llegar retardados á sus bufetes. Algo sano, no tienen más abrigo que un sucio caehenee, la so- fresco, alegre, flota con el suave sol que sonrosa lapa del saquillo abrochada, y cuando hay sol, su apenas el empedrado, regado y barrido; las caras caricia apenas tibia, se les conoce á una legua por lavadas animan el cuadro, y una ciudad en esos el sombrero abollado y echado atrás, el andar pe- instantes, adquiere el aspecto de laboriosa colme- noso de los que para colmo de desdicha tienen ca- na, de enorme fábrica, que con mil ruidos, indes- llos, y el aspecto sórdido de sus cabelleras más que criptibles agitaciones, elabora la felicidad de esos largas y su patilla hirsuta y descuidada. Muchos mil operarios que acometen el trabajo fuertes y de éstos no mueren de hambre, porque la Patria,

UNIVERSA 011 WÚEyG.lt» esa inmensa nodriza de amplio manto, como una Isis inagotable, los acoge en su fecundo seno con maternal filantropía. La mayor parte se dispersa en los mil corredores II de las oficinas del Gobierno. Apenas puede caber ese pueblo en los amplios salones, refugio de los Su entrada á la Sección tercera (supongamos) que ejercen la penosa burocracia, que es la carre- produce en la doble hilera de bufetes cierto rumor; ra popular en México. Estudiantes que destripan, saluda humildemente el jefe que coloca en boqui- comerciantes que no pueden adquirir en otra parte lla de ámbar un retorcido cigarro; admite la lum- sino exiguo salario, honrados padres de familia que bre que le ofrece un Ordenanza, y abre sus cajones no están duchos para otras profesiones, gérmenes sacando de ellos grandes expedientes en cuyo fo- de industriales que no poseen fondos para poner en rro amarillo y sobre los rótulos, se extienden las práctica sus grandes proyectos, personaj es que con- armas nacionales. curren allí por ocuparse en algo, son los miembros Carreño llega á su mesa y saluda á dos ó tres que de ese heterogéneo conjunto, microscópicas ruedas con gran ruido de llaves y cajones se preparan á de la enorme máquina oficial, del complicadísimo las diarias faenas; él sacude su mesa, presta una movimiento de la cosa pública. Ni la industria, pluma nueva á un sujeto que vuelve de echar tin- ni la ciencia, ni el comercio, ninguna institución ta á su tintero. . . . ordena carpeta y papeles seria- mantiene tantos hogares como ese Palacio, última mente, arréglase los faldones de la levita, abre un etapa de tantas existencias. Volúmenes in folio inmenso libro salpicado de simétricos guarismos, inspiran los mil tipos, dramas y saínetes de ese vi- empuña la regla, y con la pluma entre los labios, vero ruidoso. Deténgase alguno á contemplar ese calcula la posición de aquélla para trazar una ho- desfile gigantesco de subalternos, investigue sus rizontal perfecta. costumbres, revuelva los problemas trascendenta- Flota sordo rumor en la sala extensa: papeles les que surgen de ese maremagnum, mientras yo me agitados, hojas de libros en blanco que suenan, lla- apodero del Sr. Carreño, que entra á la sazón. ves, pisadas de los que entran y salen, golpes de puertas, correr de plumas, pañuelos que sacuden. y levantándose del murmullo alguna risa franca, Aquellas vastas oficinas, donde solo en la maña- alguna frase suelta ó el frotamiento enérgico de un na se trabajaba, habían sido su anhelo constante. cerillo. Todo es orden, sin embargo; aun no se bo- Á la sombra de aquellos altos techos pensaba rea- rran del piso de madera los rastros del riego, ni se lizar la tranquilidad doméstica, que no encontraba pegostean al polvo mojado los cigarros tirados; aun en su vida de solicitante perpetuo de empleos. Na- no llegan los clientes preguntando nombres, ni dor- die más juicioso que aquel pálido señor de saquito mita el jefe, que acuerda con dos ó tres individuos café, codos raídos y rodilleras prominentes; nadie que, pluma tras la oreja y mostrando comunicacio- tan cumplido como él, Santo Job (su mote), que nes, han trepado á la monumental plataforma. Allá inspiraba respeto con sus largas barbas de perso- en el rincón se ve la pieza, amueblada lujosamente, naje arrancado á un Martirologio, y nadie tan tris- del superior; las pisadas, duras en el entarimado, te como él, después de vivir la vida cierta de ofici- son suaves y discretas en las alfombras; los escri- na, que tan poco deja al que poseé dos hermanas, torios no están manchados de polvo, ni hay en la- una cuñada, mujer enferma y un par de hijos. elegante pieza la acumulación de personal que en Los sesenta pesillos apenas bastaban para cubrir el salón. el gasto doméstico: una caja de cigarros, una vuel- Pero volvamos á Carreño, que como una máqui- ta en tren cuando llovía, un real al portero por abrir na escribe, ennegreciendo el papel con letras ingle- á deshoras, provocaban una tempestad de protestas sas de elegantes curvas, gruesos bien trazados y en contra de Carreño, que no apaciguada á la prole rasgos litografieos. Descansa un momento, encien- ni con sus mismas lágrimas. Retardóse cierta vez, de su cigarro, y fuma. ¡ Cuántas cosas piensa cuan- y costóle aquello una multa. Indecible es la que do fuma! ¡Tristes, seguramente, porque de las fiso- se armó á fin de mes, cuando pálido y compungi- nomías desconsoladoras de esa sección, la suya es do, hubo de confesar la amarga verdad. de las más notables! Ócumansele gastos extraordinarios. Sucedía que Un día, hace tiempo, á la misma hora, frente al al salir de la oficina tomábalo Labastida del brazo mismo bufete, y como ahora, fumando un cigarro, y lo invitaba á tomar una copa en "El Nivel;" otras echaba esos planes quiméricos del que espera mu- veces Lizana lo trepaba á un tren y cosquilleábale cho de un empleo que se empieza á desempeñar. la dignidad aquello de no corresponder á los fre- sin lograr más respuesta que una política negativa. cuentes obsequios. Suscribiéronlo á viva fuerza Entonces comenzó la época más amarga: el objeto á no sé qué periódico, á no sé qué Sociedad, y esto, sacado clandestinamente del hogar y transportado añadido á la deuda de su sastre, hubo de dejarlo al empeño, la petición de plazos y el crecimiento sin un céntimo. Quedóse frío al hacer su cálculo; colosal de réditos y más réditos. tambaleó junto al bufete al pensar los conflictos Entraba á su oficina y andaba como un ebrio caseros, creyeron que tenía un vahído, y soltó la cuando su mirada tropezaba con la del implacable verdad á su vecino, que simpatizó con su dolor por Caifás, que le decía en voz muy baja: "¿Cuándo?" ser el propio muy semejante al suyo. T le sopló al Yeía en perspectiva las diligencias judiciales que oído una frase milagrosa:—¡Yea usted á Caifás! acabarían de arruinarlo. No había remedio, el pres- Caifás era un empleadillo de saco desteñido, me- tamista poseía su firma, una carta en blanco y losas maneras y generalmente conocido. Acercá- era El pobre Carreño fumaba pensando en el banse á su mesa, guiñábanle el ojo- él les alargaba hogar, el sueldo exiguo, la prole hambrienta, y sen- un papelillo, y afuera, en el mingitorio, entregá- tía á su rededor ese inmenso desamparo, esa abruma- bales una cantidad. Era el prestamista de las ofi- dora indiferencia, ese enorme vacío que circunda á cinas. los desheredados, en tanto que Caifás sonreía chan- Es este un tipo por desgracia en vigor, que ex- ceándose con el cajero. plota á los Cándidos que caen en sus garras, y nues- Llegaba la tarde. Festivos grupos se desparra- tro hombre acercóse á su vez, guiñóle el ojo, pre- maban por escaleras y corredores; sacudíanse los sentó sus fiadores y recibió la cantidad prestada con zapatos con los pañuelos, soplaban el polvo de la un interés que ruborizaría á un empeñero de los ropa, cepillaban con la manga el sombrero y satis- más empedernidos. Pasáronse los meses con rapi- fechos se lanzaban á la puerta. Unos pensaban en dez inapreciable, y apeló á Tarquino, un personaje la novia, otros en la calma del hogar; aquél com- discreto que entre diez y once de la mañana hacía praba dulces para el bebé; Caifás hacía chispear su su aparición por aquellos barrios y ejercía la mis- anillo, en tanto que otros se iban al cercano café; ma profesión que Caifás. Cumplióse el plazo de y Carreño, preocupado, sin esperanza, salía tam- Tarquino, y el buen Carreño, flaco, agobiado, seco bién sórdido, miserable, triste, sin pensar en el des- por las preocupaciones, llamó á todas las puertas 10 canso é invocando la muerte como único remedio; monomaniaco cuyo tema era el acreedor brutal ayudado de tinterillos y gendarmes.... La ciudad volvía á animarse; las figuras de la mañana entraban de nuevo en la procesión del pú- NOTAS DE CARTERA. blico; perfilaba la púrpura del ocaso el inmenso gentío; las caras marchitas, los trajes ajados, el an. dar cansado, desfilaban por segunda vez, yelmur- , mullo creciente volvía á evocar la memoria de in- A EZEQUIEL A. CHAVEZ. mensa colmena que va á despoblarse. Que el observador se detenga á contemplar ese desfile gigantesco de subalternos; investigue sus costumbres, resuelva los problemas trascendenta- ON Lucas ejerce la honesta profesión de les que surgen de ese mcuremagnum, mientras yo Evangelista. me apodero del Sr. Carroño. Ya no es tiempo, se ha fundido en el gentío, ese océano sin límites ni Es un viejo mal vestido, á veces envuel- buzos, en el que se mezclan los picaros y los hon- to en una capa gris llena de manchas; lar- rados, y se codean un bandido burócrata como Cai- ga y canosa melena, venerables, pero in- fas y una víctima como Carreño. cultas barbas; ojos semicubiertos por caídos párpa- dos; grandes narices soportando anteojos que ca- balgan en su mitad y no descienden hasta la punta, gracias al cordoncillo, que anudado en el occiput, los sostiene. Es el tipo del enfisematoso: siempre está fumando y tosiendo, se coloca en las mañanas cerca del sol para calentarse, y apoyada la cabeza en una mano, sigue los giros de una espiral de humo. Á veces escucha atentamente el relato de alguna canso é invocando la muerte como único remedio; monomaniaco cuyo tema era el acreedor brutal ayudado de tinterillos y gendarmes.... La ciudad volvía á animarse; las figuras de la mañana entraban de nuevo en la procesión del pú- NOTAS DE CARTERA. blico; perfilaba la púrpura del ocaso el inmenso gentío; las caras marchitas, los trajes ajados, el an. dar cansado, desfilaban por segunda vez, yelmur- , mullo creciente volvía á evocar la memoria de in- A EZEQUIEL A. CHAVEZ. mensa colmena que va á despoblarse. Que el observador se detenga á contemplar ese desfile gigantesco de subalternos; investigue sus costumbres, resuelva los problemas trascendenta- ON Lucas ejerce la honesta profesión de les que surgen de ese mcuremagnum, mientras yo Evangelista. me apodero del Sr. Carroño. Ya no es tiempo, se ha fundido en el gentío, ese océano sin límites ni Es un viejo mal vestido, á veces envuel- buzos, en el que se mezclan los picaros y los hon- to en una capa gris llena de manchas; lar- rados, y se codean un bandido burócrata como Cai- ga y canosa melena, venerables, pero in- fas y una víctima como Carreño. cultas barbas; ojos semicubiertos por caídos párpa- dos; grandes narices soportando anteojos que ca- balgan en su mitad y no descienden hasta la punta, gracias al cordoncillo, que anudado en el occiput, los sostiene. Es el tipo del enfisematoso: siempre está fumando y tosiendo, se coloca en las mañanas cerca del sol para calentarse, y apoyada la cabeza en una mano, sigue los giros de una espiral de humo. Á veces escucha atentamente el relato de alguna vendedora de legumbres, las explicaciones de un Vive de escribir; serio, reservado, permitiéndose- payo grave; se encorva sobre el papel, levanta las dar consejos una que otra vez, y llevando sus habi- cejas como un ademán del esmero y la atención, lidades hasta resolver cuestiones aritméticas. prueba la pluma, sacúdela si está muy cargada de Su domicilio es el portal de Santo Domingo, ese tinta, y escribe lentamente. Á cada párrafo, pluma museo al aire libre. en ristre, lee lo escrito, en tanto que su cliente Muchas mañanas me he extasiado frente á los aprueba con el silencio más profundo. puestos, viendo exhumarlos objetos para la venta. Su bufete fué de escuela ó juzgado en sus bue- El dueño de ese comercio es un hombre que á la nos tiempos. Una desteñida cortina, como sucia vez que funge de vendedor de antiguallas, se dedi- pantalla, lo protege del sol y del viento; sobre su ca á la mala relojería, compone paraguas ó re- tapa yacen la carpeta de charol descascarado ó blan- mienda zapatos. do cuero, el tintero tosco y manchado frente á la Abre desde temprano gravemente sus cajones; hoja de papel rayado, tersa y limpia, en cuyo fondo ordena primeramente y en el lugar más visible, lo blanco se destaca la mano sucia, velluda y huesosa menos usado, como herramientas de oficios diver- del amanuense. sos; alinéalas limas y formones, amarra grandes col- ¿Qué cartas escribirá? me he preguntado al ver gajos de llaves, ordena tirabuzones y tijeras; en desfilar frente á su mesilla tantos tipos, llorosos cajas de betún vacías guarda las ruedas de reloj y unos, tranquilos otros, estúpidos los más. Si tu- hacina en tosco cajón números de cargador, peda- viera algo de literato podría escribir un volumen zos de candelera, tapones y prismas de cristal, al- sobre los secretos que ha sorprendido. ¡Cuántas ve- mendras de candelabro, frascos vacíos, tuercas y ces una carta no es sino el extracto de grandes do- tomillos; protege como bajo un capelo las máqui- lores, desconocidas tragedias, irremediables espe- nas de reloj, cubriéndolas con una copa sin pie. ranzas y crímenes ignorados! El Evangelista es el No es raro encontrarse en esa Morgue de lo inser- secretario de los léperos, el confidente de la chus- vible algún libro apolillado y manchado de amari- ma que no sabe leer ni escribir; es uno de tantos llo, un retrato sin marco ó uno de esos cuadros tipos que desaparecerán con el progreso, pues de- bordados de relieve representando rosas y que en nuncia la existencia de los analfabéticos. el fondo azul del vidrio y con letras ]de oro, dicen: Buscaba un vidrio de aumento, si no me enga- "A mi admido papasito en él día de su santo." Po- ño, una mañana que cierto amigo mío se despedía cas veces hay algo bueno: un pedazo de santo, me- acaloradamente de Don Lucas: hizo que le acom- dio muñeco de porcelana, un plato con paisajes pañara yo hasta la esquina, y me contó que el tal violetas, cabezas, piernas y troncos de Cristos de Don Lucas había sido de muy buena familia, pero marfil, puños de bastón ó mazos de fotografías había quedado en la miseria; fué maestro de es- que ponen en evidencia la fealdad y la ternura de cuela hacía poco tiempo, pero enamoróse de la hija los que han escrito al dorso una dedicatoria. del alcalde, y estuvo á punto de morir en manos El vendedor pasa la vida ayudado por sus vejes- de cierto bandidote de aquellos rumbos, y nuestro torios. i. un paso remienda un zapato que hace ges- hombre, con todo y sus cuarenta y pico, se había tos, endereza un tacón en plano inclinado, echa enflaquecido por su ella. medias suelas á una bota de niña pobre, y corrige Desde entonces, cada vez que pasaba frente al las seniles curvaturas de un paraguas. Se pone en Evangelista lo veía con atención, inclinado sobre el pie y se dirige auna vendedora de tunas que sur- papel, colocando la falsa llena de borrones ó diri- ge de un montón de cascaras, engulle la jugosa giendo miradas tristes al espacio como si soñara fruta después de meter los dedos en el salero, abrir con la hija del alcalde; sufría, no cabe duda, por- la boca y dejar caer desde lo alto el polvillo; en que era muy callado y no entablaba relaciones con seguida echa un párrafo con la que expende boti- sus vecinos y tenía siempre un aire pensativo. nes (de charol, con hebilla de estaño y lacito mo- Más de una ocasión sentí una punzante curiosi- rado), con gran vergüenza de una criada que pu- dad por saber qué cartas dictaban los que iban á jando, roja, cubierta de sudor, pugna por sacarse demandar sus servicios; pero cuando me detuve un botín que le aprieta, lanzando largos bufidos cerca de la mesilla, con el pretexto de buscar cha- de fatiga, mientras la madre contempla las chan- pas y perillas, no sorprendí más que trozos de epís- clas de paño y los monstruosos zapatos de cuero de tola sin interés. becerro. De "ahí, nuestro hombre pasa á florear á Un día vi acercarse al bufete una gruesa matro- la que hace , roja de calor, lustrosa de na de enaguas almidonadas y rebozo nuevo; sen- grasa y apestando al vecindario con el humo irri- tóse en la silla de tule, cubrióse la boca con el co- tante de sus cebollas fritas. yote de Mita, y teniendo en la mano un pañito de la que te digo lo que há acontecido por acá. Tu hi- ja Petra está mala y creo que le han hecho mal de dibujos amarillos, saludó: ojo porque desde que se fué Dn Lúeas está pero si —Buenos días, señor. hecha una hebra la pobre no quiere comer y su pa- —Buenos días, señorita: ¿en qué puedo servir á dre le pega porque la susodicha no quiere casarse usted? con Calletáno. —Pues señor: mi compadre de Ixtlahuaca, hade "El siñor cura lo sacó el diablo el otro dia por- saber usted, está encargado de mija (mi hija), por- que dice que por eso le daban losasidentes susodi- que aunque tiene su padre, que es mi marido legí- chos. y se le ensendió una vela al Sr. San Pedro timo, con perdón de usted, estamos enojados, y no para que sanara pero á seguido mal. Tus milpas ve por la muchacha, Aunquepobre, señor, tengo ván bien y la Prieta tuvo su , la Pinta no dignidad y me contaron que Petra, que es la gracia ha puesto porque tiene gorgojo y tu recibe un abra- de mi hija, andaba en malos pasos con un tal Ca- zo de tu compadre yetano, que con perdón de usted es mala gente, se- Salomé Antonio." ñor; y yo no quiero que mi hija se pierda, señor; porque le juro á usted por Dios que yo no la idu- Plisóse muy descolorido Don Lucas al leer esto, qué mal; eso sí, señor, yo pobre pero no mala ma- en tanto que la mujer lloraba y decía: dre (pucheros). Conque ha de saber usted que me —Ya me lo afiguraba, sí, señor; ya me lo decía lo dijeron, señor, una persona que lo vido, y me el corazón que mejor no estaba bien. A ver, siñor, dijo también la tal persona que á quien la mucha- lea esto otra. Si como hay tanto trabajo donde sir- cha quería era á un señor maestro de la escuela que vo, no tengo campo de venir; ya hacia dias que que- dizque iban á matar por causa suya, y yo quiero, ría ver á su mercé para que me leyera; luego hay señor, que usted me lea un recado queme han es- ocasiones en que se me juntan hasta cinco cartas y crito de mi tierra para saber, señor, lo que les ha me da mortificación decirle á la niña que me las acontecido; y diciendo esto desenvolvió de un perió- lea, porque ya sabe usted, siñor, lo que es eso de dico la carta que el amanuense leyó, y decía: que le digan á uno sus gentes, cosas, siñor que.... "Mi compadre D. Jocé te entregará la presente (sollozos). que me base fabor de escribirme Dn Regino y en Compúsose el amanuense los anteojos, y seca h casara con el maestro de escuela si esa es su vo- boca, ansiosa lamirada y temblorosa la voz, leyó: luntad, pero que no sufriera; dígame su merced. "No te había escrito porque como estoy traba- El Evangelista estaba lívido; leía y releía las car- jando en la troje de D. Sabino, no tengo campo de tas, evocaba la memoria de Petra, su amor último, ir á ver al señor de la tienda que es el que me da porque era ella la hija de aquélla. A. punto estaba noticias tocante á tu hija, pero el dia' Jueves me de decirle: trujo un recado uno de allá diciéndome que fuera —Señora, yo" soy el maestro de escuela, vamos á violentito y fui. Tu hija Petra sigue mala de los Ixtlahuaca y me caso, pero conocía al alcalde y al asidentes, echa espuma por la boca y el señor cura feroz Cayetano, dominaba su emoción y encen- ha ido dos veces á conjurarla pero con todo no se diendo un cigarro, pasaba á la tercera carta. alibia, así es que debes benir. "Ay, comadrita, Dios te dé resignación, pero "Disen que está así por mi compadre que le pega puedes rogar por Petrita que Dios haiga perdona- mucho pero como es aquí de los de arriba ni modo do porque se murió el día Martes y yo no telo qui- de echarle un pial para que no se buiga tan juerte. siera desir pero más vale que lo sepas, á la pobre- No se bé ni la sombra de D. Lúeas y eso es lo que cita la mató á muinas mi compadre que Dios se lo tiene así á la muchacha, si biniera tal vez al mi- perdone pero es muy malo, sí comadrita, las milpas rarlo se compondría. Tus milpas se tostaron con la ban cada dia pior, nos ha caído el chagüixcle, la granizada, la Prieta está con muermo y el cacomix- Prieta está coja y se ha perdido la Pinta. cle anda por aquí y nos ha comido algunas gallinas Salomé Antonio." solo se ha salvado la blanca que ora sí está muy po- nedora y tu compadre que te desea felicidades. La señora del rebozo sollozaba. Salomé Antonio." —¡Ay, hija de mi corazón, de mi alma; Virgen Santísima de los Remedios hija hija ! Abundante lloro hinchaba sus ojos y narices; ' —Ay, señor, si eso de tener uno sus gentes lejos empapado estaba el pañito, y sacudían su seno y es malo, porque,, ya usted lo ve, señor, suceden collar de falsos corales, convulsivos y entrecorta- unas cosas que solo Dios.... ! Yo, señor, pues que dos sollozos. —¿Pero qué es eso, Don Lucas? Los hombres ¡Ay, ny, ay, hija de mi corazón! Quién me lo no lloran. . . . había de decir! ¡ay! No decía yo bien ? ¡ Cuántas cartas encierran gran- des dolores, trajedias desconocidas, irrealizables El Evangelista había cruzado los brazos sobre la esperanzas é impunes crímenes! carpeta y escondido entre ellos el rostro, y-solloza- ba también gimiendo con desesperación: ¡Petra! ¡Petrita! Momentos después era aquel un desorden atroz é imposible de describir. El de los fierros viejos, que componía un "reloj, saltó del mostrador sin quitar- se el lente del ojo; la de las tunas llevaba un vaso de agua y la de los zapatos tenía en sus brazos á la pobre señora del rebozo coyote, que desabrochado el saco, en desorden las enaguas, tenía un acceso de risa nerviosa, que no obstante la gravedad del caso, parecía cosquillear al del puesto. —Madre, échele agua fría. Y la madre de la que vendía botines, hacía un buche y regaba el rostro de la gorda enferma. —Tápela, Chonita, porque el aire le puede dejar así, torcida; dicen que es malo. —Métanla al zaguán del ocho. Pobrecita, suda á chorros y está fría como un granizo. . . . Y mientras el gendarme llegaba y la señora reía, el pobre Don Lucas lloraba á mares, sin oir al de los relojes que le decía moviéndolo y con las pin- zas en la mano: LA PANTOMIMA.

A L. GARCIA Y M. BELTRAN.

jWfRA noche de beneficio. Una música militar ^UStf ensordecía ejecutando un paso doble obli- gado á pistón; estallaban los cohetes, gi- raban con vortiginosa rapidez los castillos y se aglomeraban los paseantes en torno de las vendimias. Grande debía ser la concurrencia del Circo, por- que los retardados que llegaban al ventanillo del vendedor de boletos, recibían una negativa. —No quedan ya. —¿Ni de tercera fila? —Ni de ésos. Los revendedores los ofrecían á precio doble y algunos so resignaban á hacer un gasto extraordi- nario para ver la aplaudida pantomima que se re- un traje cursi. Aplaudían, pateaban, silbaban pi- diendo el comienzo de la fiesta y se levantaba del presentaba: "La Cenicienta." sordo murmullo del pópulo una voz airada, la de Se aglomeraban los carruajes frente á la entrada, alguno á quien apretaban demasiado ó habían pi- desde el coche particular que rayaba sus caballos, sado. Era tal el gentío, que las mujeres llegaban á hasta el humilde simón, cuya portezuela solo se su asiento despeinadas, con el rebozo caído y las abría á puntapiés. Niños alegres, señores de pale- enaguas ajadas. tos claros, damas envueltas en salidas de baile y empuñando costosos abanicos, penetraban lenta- Abajo, era un tumulto semejante, pero ménos soez. Los palcos estaban llenos, blanqueaban las mente & la tienda alumbrados con profusión por la teas de los programas, brillaban los redondos vi- enorme'llama de un rojo fanal, custodiados por los dnos de los gemelos, se extendían como alas des- gendarmes y entregando uno por uno los boletos plegadas los abanicos, fingiendo aves que van fi al recogedor que les alargaba un bien impreso pro- emprender un lento vuelo. Los colores de los tra- grama, en tanto que los acomodadores, atarantados jes, el suave reflejo de las sedas, el chispazo de los ya, indicaban los asientos. brillantes, los sorbetes nuevos y planchados, todo La festiva multitud se perdía tras una gran cor- resplandecía bajo el inmenso aro de picos de gas tina. Al levantarla oíanse los ecos de una monóto- fingiendo un vaivén de océano que arrastrara todos na obertura, se entreveía el incendio del interior los tesoros de una reina. y los millares de cabezas que se agitaban. Sonaban las rojas sillas, sin cesar se oía el supli- ' Tenía que transponerse el pasillo haciendo esfuer- cantc: con permiso, de alguna familia retardada que zos con los codos, rozar las piernas con mil rodi- a grandes penas alcanzaba su asiento y llegaba á llas, atravesar un oleaje humano para llegar al el con los vestidos arrugados y el rostro amoratado asiento. de vergüenza. Las gradas estaban henchidas, brillaban aquí y Leves nubecillas de humo flotaban en el aire y allá los galones de los sombreros anchos, azuleaban como carbunclos ardían los cigarros á lo lejos ' los rebozos y clareaban de trecho en trecho las fra- En el redondel un mozo de librea barría una al- zadas rojas, las camisas ó la nota azul cobalto de fombra, otro, á pulso, trepaba por un poste en u Oíanse risas en un palco de señoritas muy pinta- mttdio de la furiosa alharaca del público de las das, recién venidas de no sé qué Estado, y charlaban con un obeso personaje con fieltro color de canela. S EuLm asomaba su cara pintarrajeada tras el te- La señora del se había parado con un lón, y el director de la música levantaba anguida- solo pie; alzaba en ángulo recto la pierna, y con Lte su batuta. Iba á comenzar la función; algu- los brazos extendidos y móviles como los de una nos Señores se descubrían al oir el golpe de la cam balanza para guardar el equilibrio, volvía á recibir 11 anilla y otros recorrían sus programas. los aplausos del pópulo y los niños. Saltó al piso, Poco se fijó el público en la flaquísima señora y tocándose el corazón, envió mil besos y se retiró que hizo los ejercicios en el alambre Levantaba dando saltitos, muy conmovida. un pie, enviaba un beso al público, sm seperar la Casi nadie se ocupaba del espectáculo, pasando vista de un punto del espacio; sacudía su pañuelo revista á los mil concurrentes. Pasaron inadverti- I aba el otro pie: se hincaba, temblando e^ dos los ejercicios acrobáticos, las dislocaciones de sada por el vaivén del alambre, y se -costab co un hombre serpiente, y saludó con ¡bravos! la sali- mo en una hamaca, tomando académrca postura, da del clown en el Acto principal por una miss muy que aplaudía el público de las gradas. delgada que vestía vaporosas enaguillas de cres- q Las señoras, con pequeños gemelos pasaban £ pón, hacía ridículos gestos de amabilidad al públi- vistaal público deteniendo su observación er.algún co y ponía en evidencia la flacura de sus piernas. palco ocupado por gentes de gran tono; otras lán- El cabaEo, con aire de fatalidad, daba vueltas á pa- guidamente inclinada la cabeza, con los o3os doi- sos largos, sacudiendo al estornudar, la cabeza, y Sdos y entreabiertos los sonrientes lab^ s^ arrojando la arena del redondel á los concurrentes nicaban, y solo los niños, apoyadas las mandíbulas más cercanos. ¡Cómo rió el público con los visajes en las manos y los codos en las rodillas; = del clown! Los niños se desternillaban cuando se des ojos admirados, seguían los movimientos de la daba un golpazo, abofeteaba ruidosamente á un se- artista que se había hincado, y juntaba las manos ñor de casaca muy larga, y agujereaba los grandes SSün de oración; la músic tocaba discos de papel, sacando la lengua y aventando por un aire que iba acorde con la postura, un compás el aire su gorrillo cónico. de elegía americana. El calor era sofocante, los rostros se enrojecían; Los papás, artesanos ó gente pobre, solo por ver- el brillo de los ojos era intenso y flotaban en el aire los habían tomado un asiento de gradas. Había perfumes de pañuelo. pilluelos á quienes era necesario vestir, otros no podían sufrir los zapatos, que se ponían por la pri- El clown estaba serio y la del caballo saltaba so- mera vez, y más de cuatro, acostumbrados á la bre .cintas de trapo y atravesaba por grandes dis- blusa, se sentían incómodos con el traje de públi- cos; en tanto que los músicos, medio dormidos, se- co palaciego. guían tocando un paso doble hipnótico al compás Las niñas se ponían el polizón por delante, y se de los chasquidos del látigo. La dama, sentada ne- peinaban al tacto, porque no había espejo, y enre- gligentemente en las ancas del caballo, veía con daban la gran cola de sus trajes en todos los obs- aire dulce al público, sonriendo á algunos conoci- táculos. dos al pasar. Una de ellas, Remedios, precoz, soñadora, que Iba á comenzar "La Cenicienta," y los niños se si hubiera sido ilustrada parecería una gran mujer, paraban en sus asientos palmoteando. Algunos se era la más animada de todas. Creía que aquello * ñores se iban al pasillo, aprovechando el interme- era no una farsa sino una verdad, iba á visitar un dio de 10 minutos, para respirar un poco ó apagar palacio de de veras, á asistir á un baile real, y en la sed con un bock de cerveza ó una grosella. su cerebro de niña pobre hervían no sé qué confu- En el interior, en las cuadras, en el foro del cir- sas ideas de grandeza. co, tenían lugar otras escenas: los niños pobres que Cuando salieron al redondel pareja por pareja, iban á representar en la pantomima. Pálidos, des- eran saludados con grandes risotadas. Las señoras velados, se vestían, oyendo las recomendaciones del se torcían en sus asientos, los hombres se oprimían director de escena, que les encargaba hicieran ele- el estómago fatigados de reir y con los ojos llorosos. gantes caravanas. ¡Qué desfiguros, Dios mío! Reían los mozalvetes divertidos porque les iban á dar pasteles y quizá dinero, y todo por salir un Los muchachos de la pantomima llevaban pues- momento escoltando al príncipe en el gran baile. tas las pelucas al revés, las rubias dejando á des- El soñado muñeco, la estampa codiciada, el dul- cubierto el cabello natural, descuidado y negro; ce querido iban á salir de aquella representación. aquel de allá tenía los calzones muy largos; otro Cada limosnera que llegaba á su casa se le figu- llevaba las medias caídas; dos muchachas eran so- raba la hada que con harapiento disfraz iba á con- berbias, ¡qué colores! morado, anaranjado, crema; vertirla como á la hermana humillada del cuento. ¡qué colas de media vara! Asomaban los zapatos Aquel era su momento feliz. Olvidaba su pobre- sin betún, andaban tropezando, se resbalaban en la za, su Escuela Municipal; las borracheras de su restirada alfombra y no sabían dar la mano á los padre, los azotes de su mamá, la dureza del men- galanes, que con la boca abierta llevaban paso de drugo empapado en caldo frío, que era su alimen- marcha, las sentaban, se ponían el sombrero de tres to; el cuarto nauseabundo del arrabal, toda su exis- picos en el estómago y hacían una caravana, ¡y qué tencia de niña pordiosera: en aquel instante era una caravana! dama y estaba en el cielo. ¡Qué luminoso el gas! Lo que más preocupaba al público era el color ¡ Qué música tan suave era la murga del circo! ¡ Qué moreno de aquellos infelices. tela tan fina la de su traje ridículo! ¡Qué suavidad —¡ Qué prietitos! decían. de césped la de la roja alfombra! Eran un manjar de Los padres no sabían lo que aquella algazara sig- reina los pasteles y un verdadero príncipe aquel ni- nificaba, y sonreían satisfechos desde las gradas, ño rubio, vestido de seda, que la saludaba desde su diciendo los nombres de muchos que salían, por- trono de cartón. que eran del mismo barrio. Y lo que solo era un sueño de oro, la hacía es- ¡Jamás se habían vestido sus hijos con trajes más tremecer con un placer inmenso! elegantes! Remedios estaba alucinada, deslumbrada, por la Concluyó la función; vacióse el circo; los .concu- luz, confusa en aquel bullicio, veía con aire estú- rrentes fueron saliendo; los señores levantaban el pido al público, á la abigarrada multitud, y se sen- cuello de sus paletós y se cubrían las narices con tía rica, feliz, hollando aquella alfombra, adorme- pañuelos y mascadas; las señoras se envolvían en cida por la música. Era verdad, lo juraría, hay una claros abrigos tomando el brazo de sus compañe- hada que protege á los niños pobres; y con un gol- ros; montaban en los coches, se despedían de sus pecito de su vara mágica se convierten los jarros conocidos que turbaban el silencio con sus pláticas, en carruajes, los harapos en seda ylasgalopinas en sus risas y el ruido de sus pasos. "Cenicientas." ¿Cuándo le llegaría su turno? Las calles estaban solas, los gendarmes pitaban, y grupos de perros en medio de la calle se espan- taban al verlos pasar. Remedios tuvo que desvestirse; tenía el rostro ardiendo. Al entrar á la caballeriza sintió el soplo belado del húmedo viento que olía á estiércol. ¿Có- mo? ¿Qué sucedía? ¿Dónde estaba? EL IDEAL. ¡Qué lástima, no era cierto! Caía de lo alto de las ilusiones; sentía un amargo desconsuelo y recordaba las desazones de la reali- A J. MUIRON. dad abrumadora. Pensó en el suburbio oscuro, en la borrachera del padre, en los azotes de la madre; en el hambre, PÁGINAS DE ÜN DIARIO. el frío, la escuela, esa serie de dolores de su vida miserable. Se vistió las rotas enaguillas, el saco des- teñido, el manto desgarrado, y ya cubierta por los harapos lloró sobre su disfraz de princesa I Algo que no comprendía bien, algo confuso, una amarga verdad que palpitaba sordamente en su interior la entristecía; pensaba que solo en "Ceni- ODO el mundo duerme en casa, y aprove- cienta" hay hadas que transformen en princesas cho esta oportunidad para apuntar mis á las niñas pobres, y es muy duro pasar de la pan- últimas impresiones. ¡Qué poderoso es el tomima á la verdad. recuerdo! Jamás creí que este cuarto des- mantelado fuera escenario de los más be- llos cuadros. Todo se transforma: la mesa mancha- da de tinta, los volúmenes dispersos, sucios y des- encuadernados; el bote de pomada que me sirve de Las calles estaban solas, los gendarmes pitaban, y grupos de perros en medio de la calle se espan- taban al verlos pasar. Remedios tuvo que desvestirse; tenía el rostro ardiendo. Al entrar á la caballeriza sintió el soplo belado del húmedo viento que olía á estiércol. ¿Có- mo? ¿Qué sucedía? ¿Dónde estaba? EL IDEAL. ¡Qué lástima, no era cierto! Caía de lo alto de las ilusiones; sentía un amargo desconsuelo y recordaba las desazones de la reali- A J. MUIRON. dad abrumadora. Pensó en el suburbio oscuro, en la borrachera del padre, en los azotes de la madre; en el hambre, PÁGINAS DE UN DIARIO. el frío, la escuela, esa serie de dolores de su vida miserable. Se vistió las rotas enaguillas, el saco des- teñido, el manto desgarrado, y ya cubierta por los harapos lloró sobre su disfraz de princesa I Algo que no comprendía bien, algo confuso, una amarga verdad que palpitaba sordamente en su interior la entristecía; pensaba que solo en "Ceni- ODO el mundo duerme en casa, y aprove- cienta" hay hadas que transformen en princesas cho esta oportunidad para apuntar mis á las niñas pobres, y es muy duro pasar de la pan- últimas impresiones. ¡Qué poderoso es el tomima á la verdad. recuerdo! Jamás creí que este cuarto des- mantelado fuera escenario de los más be- llos cuadros. Todo se transforma: la mesa mancha- da de tinta, los volúmenes dispersos, sucios y des- encuadernados; el bote de pomada que me sirve de tintero; el baúl (le cuero que hace veces de agua- sorbo de té me hablaba del odio inmenso que le manil, diván y guarda-ropa; la cama hecha peda- tiene al bullicio. . . . Sus gustos son extraños: ama zos y hasta las litografías que cuelgan de la pared el crepúsculo por sus languideces de moribundo, húmeda y descascarada El aspecto sombrío le gustan las flores pálidas, los aromas suaves, las ha desaparecido, dejando en su lugar la imagen del alfombras espesas, los tapices obscuros, los versos salón de tapices rojos: todo tiene una aristocrática tristes, las frentes soñadoras y la música de Schü- corrección; la hilera de sillones blandos, el diván, bert, Mendhelson y Chopin. . . . Todo lo que pro- las colgaduras de elegantes pliegues, la alfombra duce la sensación de un baño tibio; ese abandono sin una arruga, los inmensos espejos donde se re- moral, ese vuelo lento de nubes, lo exquisito, lo de- tratan las plantas exóticas surgiendo del jarrón de licado Si ella pintara, sólo podría pintar es- Sajonia, ó los extravagantes dibujos azules de los cenas polares y vírgenes pálidas, blondas y de ojos tibores.... Ahí, detrás del biombo negrobordado de azules. ... Y ella era así: tenía la palidez de una oro. oigo una voz dulce, la de Olimpia Todo flor de invierno que vive en la sombra, los cabellos es tranquilo bienestar; la atmósfera apenas calien- parecían un reflejo de oro del Otoño en el cráter de te, los aromas de flores que languidecen en gran- un volcán, y sus ojos azules no sé qué fondo gla- des ánforas de porcelana, la luz discreta de un pico cial. ... En su palabra lenta, suave, dulce, había de gas apenas entreabierto, el rumor que acaricia notas que acariciaban, y en sus ideas una vaga me- como una música de esas frases dichas en voz baja lancolía de poeta. . . . por la que amamos Los profanos no saben Se sentó al piano y se puso á tocar una música qué inmenso placer se disfruta en esos instantes. extraña. . . . Esa miísica que hace enmudecer, re- Ella estaba en un extremo del sofá y yo en otro. cogerse y pensar algo que se levanta sobre las ideas Ella jugueteaba con las borlas púrpuras del mue- vulgares Era un sollozo eneerrado en unos ble, y yo la veía como la figura más bella de un cuantos compases. . . . Una de esas melodías que cuadro Ese era su fondo, ese fondo de sedas no se aprenden de memoria. ... y suenan al oído ricas, esa sala suntuosa, esa luz de budoir Es como un poema, cuentan la historia de dolores des- un personaje que no puede pisar más escenarios conocidos, luchas inmensas, sueños irrealizables, que los escenarios del gran mundo. . . . Dando un ansias de algo que nunca ha de llegar. . . . Aquella música me hizo sumergir eu una réce- Me atan como á una roca las privaciones, el tra- rie. . . . evocando esos fantasmas fugaces de la ilu- bajo, el desaliento, la pobreza. . . . sión, esos perfiles esculpidos por el deseo, y esas En mis largos insomnios flotan ardientes, vivos, memorias que acuden, no como personajes ausentes como evocados por un conjuro, los recuerdos. . . . que vuelven del mundo, sino como almas que salen Sueño y despierto, veo que mi vida es poca para del paraíso con la túnica inmaculada de Beatriz. alcanzarte, y la distancia que nos separa me hace Cuando ella concluyó, le pregunté: ¿qué pieza pensar en la elocuencia de aquella frase griega: nos- talgia. ¿Sabes tú qué es eso? La enfermedad déla es esa? Chopin, me respondió. ausencia; mi dolor, tu ausencia, la ausencia de un ¡Pobre Chopin. . . . Con razón era tan triste su ideal ü! música; esos acentos de tísico, esos gritos de soña- dor impotente arrancados por la nostalgia del ideal! He realizado mi sueño: tenerla un momento en mis brazos, ver en sus ojos esa aurora flameante de pasión, sentir escapadas de su labio la despedida II como una queja y la caricia como una consolación. ¡Eres para mí, Olimpia, una creencia abrazada COMENTARIOS DEL DIARIO. con ardiente fanatismo; encierras para mí cuanto puede encerrar un sueño dibujado con esas líneas que sólo inspira un cerebro joven! Si en mis car- tas encuentras un vago perfume de poesía, no es Con rostro serio y adusto, pálido con esa palidez sino el rastro de tu memoria el que hace estremecer de la gente agobiada por el peso de las contrarie- mi pluma. ¿Por qué, dirás, el escepticismo cuando dades y el aguijón de un carácter agriado por las asoma el alba en mi espíritu? ¿Por qué las flores mismas, aparece en el dintel de la puerta la madre secas en el cerebro donde apenas se anuncia un de nuestro joven que recorre las líneas de su diario Abril rico en colores? Porque tú eres mi musa y y parece satisfecho de aquel producto patológico estás muy lejos. engendrado por el cognac y el café. Con voz breve, pero seca, le dirige estas palabras: Siento, decía con el mismo acento dramático, las —¿Ya escribiste éso? ansias de una ave de alto vuelo ansiosa de luz y es- —Mamá, responde Camilo importunado por la pacio, y á quien cortan las alas. . . . Se paseaba en pregunta: es inútil, no lian de dar ni un solo centa- el cuarto entablando largos monólogos, represen- vo y se espone uno á que le bagan groserías y des- taba escenas de las que siempre era el héroe y las aires que, francamente, no puedo sufrir. escribía en su famoso diario, inventario de todos —No te enojes ba sido solo una pregunta. sus fantaseos. (Caravantes) ¡Dinero! Esa era la lla- Cuando hay necesidad, bijito, pasa uno por todo: ve milagrosa que abriría las puertas de su porve- y por no molestarte, ¿qué comemos? ¿con qué se nir, dibujado con las tintas de oro de los sueños. cura á tu hermana? .... Nada castiga Dios como Fiaba en algo sobrenatural: en una lotería, en una herencia; pero debía, tenía que ser rico. ¡Qué tris- el orgullo. .... tes son los mirajes del alma desierta cuando una Camilo traga saliva agitando el pie con impa- voz familiar brotada de los labios de un acreedor, ciencia. Empezaba una de aquellas largas disputas un amigo, un hermano, un patán si se quiere, des- sobre la inopia casera. ¡Cuántas veces después de vanece los contornos, disipa el celaje, y en el cua- lanzarse á regiones etéreas venía una persona á con- dro radiante dibujado por ilusiones imposibles que- trariarlo como si se encarnara en ella la realidad, da solo una mancha, la caricatura, la prosa! (Frases como si fuera la personificación de la prosa que lo de Camilo). La señora quizás no adivina que esos hería en lo más íntimo! pensamientos son los que ponen adusta la caía de su Se forjaba un paisaje risueño, una escena de idi- hijo, porque agrega: lio fijos los ojos en las fórmulas del Álgebra, volvía la vista y la pieza obscura, la vela de sebo hu- —Con enojos no se allana el camino. ¿Te disgus- meante, el mobiliario roto, la prole colérica, el ham- ta pedir favores? ¿Te desagrada escribir recados bre no saciada le hacían exclamar con declamación pidiendo dinero? Pues trabaja, mantén á tu fami- de drama: ¡Qué infeliz soy! lia. ¿Qué somos aquí? (exaltándose) ¡tus criados! Pensaba en la riqueza, ese síntoma de locura de Para que el gran señor coma, guisamos; para que los arrancados. Tristezas, disputas, hambre su excelencia se mude de limpio, lavamos; para el demonio! que el niño viva. . . . nos desvelamos; ¡y el niño Lamartine de vivienda interior, sumido en ese si- se enoja! Si quieres hacer el papel de amo, te equi- lencio feroz del que lucha á solas con no sé qué vocas. ¿Quieres criados? págalos, y luego ¡malos ocultos enemigos; inmóvil, contemplando el piso, modos! cruzan por su cabeza ideas negras, piensa en el sui- La señora está fuera de sí; las privaciones, la cidio y se dirige á su cama, llora de rabia, y mor- inopia, forman en el corazón, más hien en el híga- diendo las sábanas, exclama: ¡Maldita suerte! do, esa llaga que agria el carácter. La ola de pensamientos sombríos va alejándose, La desgracia invencible nos envuelve; cuando se los perfiles repugnantes de la prosa, como los úl- la quiere herir no se puede, y la cólera estalla con- timos nubarrones de una tormenta, se disipan, y tra el primero que la provoca. después en las alas del ensueño se pierde Camilo en La señora se apodera del famoso manuscrito, re- el ideal, en brazos de aquel anhelo, Olimpia, que, corre sus líneas, y dice con un tono poco tranquili- entre paréntesis, no existe más que en su imagina- zador y arrojándolo á la mesa y sin contenerse: ción: ¡sueña! —¡Eso es, no tienes voluntad para escribir un Mientras á un paso, alguien llora pensando en un recado y sí para estas barbaridades! Mientras una porvenir desventurado. ¡Ah!. . . esos son los que se mata en la costura (voz sorda) tú sueñas. sufren, los que sufren en prosa, las víctimas de la ¡Bonita Álgebra, estudias! ¡el ideal! ¡la nos- vida práctica, los que lloran de veras, no los que talgia! ¡Olimpia! Ese es el pretexto de que se va- gimen en las líneas de un soneto elegiaco. ¡Esos len los holgazanes sin vergüenza para pasarse la son los infelices! No los que se pintan como blan- vida con las manos una sobre la otra y los ojos ce- cos para los golpes de la desgracia; esos Jeremías rrados: ¡el ideal! Yo (amargamente) esperaba algo que lloran lágrimas de miel, que venden el potpou- de ti, pero. ... no me interrumpas, cállate, la ver- rri de sus ansias, duelos y suspiros, y con el pro- ' dad eso es criminal ¡el ideal! en vez de tra- ducto de las ediciones con prólogo de sus dolores bajar para comer; ya, ya sé cuáles son nuestras es- hechos populares, ya lo veis, agonizan con el su- peranzas, ¡puro ideal! plicio de Tántalo ¡Mentira! progresan y en- gordan La señora, muy conmovida, encorvada por la edad, enflaquecida por la dieta forzosa, enlutada imagen de la inopia, se eclipsa y deja á nuestro 12 Un antiliterato me lia dicho estas frases: —Amigo mío: teniendo dinero, la poesía es una bella ociosidad. Desdeñar por ella cuando no tiene uno tras qué caer, la prosa del trabajo, de lo real, eso es un crimen. Diga usted si no. Los soñadores (alguien lo ha dicho?) me hacen el efecto de un sol- IPOBRE JACINTAI dado que en el campo de batalla, contemplando el horror de una derrota, en vez de empuñar una arma, fuera á la sombra de un sauce y gimiera: loh patria mía desventuradal Eso es ser cobarde. Si la A EDUARDO F. DEL CASTILLO. poesía es como dice la ciencia moderna, una neuro- sis, un desarreglo cerebral, curarse. El famoso ideal embriaga, y esa borrachera la bautizan con el nom- bre de poesía, pero no es más que un vicio aplau- íSDE la víspera en la noche comenzaron dido. ¿Sabe usted cuál es la cárcel para esos con- los preparativos, y la pobre cocinera con suetudinarios? lEl táller! el alba levantóse á encender la calentadera para el baño; puso la sábana á manera de tapiz, en una silla de tule, el jabón de la en la jicarita consabida, y como anidando en intrincado estropajo ordenó el alumbre, polvo de arroz, comoto y cepillos en el aparador, y no se hizo esperar Jacinta, que medio dormida se hundió en las ondas acariciadoras del agua tibia oíanse fuertes jicarazos y el crugir de la abollada tina alternando con el canto alegre de la muchacha, La verdad, para los preparativos que habían te-

UNIV

ftpíf , WÉ5 MONTERREY. W nido lugar para ese día, era de esperarse un entu- con dos meses de anticipación veíase en la mesa el siasmo mayor. El 16 de Septiembre, como toda caldo (plato diario) más descolorido que de cos- fiesta ruidosa, venía á ser en aquella vivienda (de tumbre, los garbanzos casi perdidos y servíanse á quince pesos, renta adelantada y fiador del comer- papas invariablemente y en todas sus formas. Lu- cio) un suceso que trastornaba la monótona exis- nes, Miércoles y Viernes, en molito colorado; Mar- tencia de los que viven á la cuarta pregunta. tes, Jueves y Sábados, fritas. En aquella casa se comía poco y se salía menos, Un tío, antiguo vendedor de cajetas, obsequiaba y eso por turnos. Cuando la señora iba al comercio un billetito de á 5 pesos los días de santo, y un ó á misa, se ponía el tápalo de Eduwigis, y cuan- cuñado solía también dejar en aras de aquella po- do Eduwigis paseaba, despojaba de sus zapatos á breza, el aguinaldo, matraca, judas, tarasca, Cor- Jacinta y viceversa. Las grandes festividades se pus, que no le perdonaban y se perdía en el estó- celebraban con el estreno de un vestido á pagar en mago de un cochinito de barro que servía de alcan- abonos y servía en lo restante del año, previas las cía. Jamás se decía la caja fuerte, siempre se mur- transformaciones que exigía la moda y eran posi- muraba con respeto: ya pesa el cochinito. bles. Las niñas Abeto no tenían rival en esa ma- teria, poseían una serie de secretos útiles para des- Jacinta aquel año fué feliz. Sacóse en la Zooló- manchar y teñir telas, enderezar y transformar la gica y nada menos con la mariposa, unos cin- copa de un sombrero y colocar plumas que habían co pesos que vinieron á reforzar los ahorros de cos- prestado sus servicios de ornato por más de un tumbre. lustro. Vivían un año moderadamente, pero todo lo su- frían pacientemente con la esperanza de pasear bien El señor, un personaje tolerante y de humor in- todo un día. Por eso aquella mañana la casa toda alterable, no se preocupaba por nada de esto, como estaba en movimiento: planchaba la señora un pa- tendremos oportunidad de verlo. Cumplía con en- ñuelo, en tanto que Eduwigis zurcía una media, y tregar su sueldo, bien exiguo por cierto, y dejaba el señor, haciendo la media naranja con la lengua á los magistrales conocimientos de la economía do- y en calzoncillos, se rasuraba filosóficamente. méstica, que conocían sus hijas al dedillo, la cues- Se cruzaban los gritos: tión de ahorros. Al aproximarse los grandes días, —¿Mamá? corrigieron algunos defectillos de la modista; y ca- —¿Qué quieres, chula? lándose el sombrero monumental, púsose un guan- —¿Me traes las horquillas que están en el muñe- te, llevando el otro en una mano, no sólo porque co del tocador? eso era (para ella) de buen tono, sino por cierta —Eduwigis! Mándame el coldr-cream. descosida que amenazaba dejar á un dedo desnudo. —Mamá, las tijeritas que están en el huró Jacinta era un contraste, un insulto, una nota —Hija? ¿se puede? discordante. Ella fresca, sonriente, flameando la —No, papá, no se puede entrar; estoy bañándo- lanilla color de fresa machucada del traje, flotando como un penacho la pluma amarilla del sombrero, me. ¿Qué quieres? . c, f reluciendo las joyas de double junto á la mesa de —Dame el aceite del convoy para ver si afilo esta torcidas patas; el piso sin ladrillos, la toalla húme- maldita navaja, aunque sea en las losas. da acurrucada en una silla de mojado asiento; —Ya va! aplastado el jabón, enmarañado el zacate y opalina Todo era carreras: el señor estaba rasurado, pues- el agua, aún caliente y tersa, surcada por leves es- tos los pantalones (obsequio del tío) que achicó in- pumas blancas; los botes destapados, los cepillos teligentemente un maestro de la vecindad; lustro- al acaso y revolviéndose en un rincón junto á las sos los zapatos de trompa, alteando la camisa, co- enaguas sin almidón, las medias grises, el caracol queta la corbata de plastrón (hecha á domicüio) y ajado y el saquillo de lana con los codos rotos; no, pasablemente entallada la levitilla de satiné del no era, no podía ser hermana de aquella otra mu- país. ... . , chacha descolorida que con la aguja en los labios Y salió Jacinta inconocible, oliendo á mujer hú- y los ojos entrecerrados, de rodillas, cosía los panta- meda, tronando las almidonadas enaguas como pa- lones del papá, ni hija de aquella monumental seño- pel de envoltura, y dejando tras sí un olor á ropa ra de poblado bozo, desbordante cuello y brazos po- nueva de lo más elocuente: peinóla la mamá, le derosos, que con las manos negras y los ojos somno- quitó el polvo Eduwigis, la voltearon á la derecha, lientos, la contemplaba extasiada, blandiendo el á la izquierda; la hicieron andar de prisa y espacio para ver si el vestido quedaba eancbn; diéronle un aventador y las tenazas, armas de sus oficios culi- abrazo de rodillas, para hacer menos amponas las narios. enaguas; los alfileres y los pespuntes aquí y allí, El señor chiflaba á un gorrión sordo-mudo y pa- les para las dos cosas, y si Pepe nos encuentra, seaba de la jaula al reloj de nickel, y de éste al porque ha de andar por ahí, no creas que te deje balcón: tieso, incómodo, la ropa nueva lo descom- pagar. ponía, y ya sacaba un puño delicadamente, ya lo —Cierto; pero siempre dame. volvía á meter; sacudía en su levita una mota de —Bueno. Este real es de Eduwigis que quiere hilo ó limpiaba con un trapillo embebido en aguar- que le compremos caramelos de menta, y este me- diente las manchas rebeldes de un chaleco que ame- dio de mamá para alfajores del Portal. nazaba calvicie. —Chula, si las Pérez, interrumpió la señora, si Con la agitación no se habían acordado de un de- las Pérez les dan copitas, guárdate un pastelito... talle. ¿Y los zapatos? El maestro había prometido ¿eh? No se te olvide. traerlos á las ocho; eran tres cuartos todavía. Ha- —Bueno. ¿ Y si nos detienen á comer como el año bía tiempo. Era muy formal el maestro.„ pasado? —Conque hija, siéntate, y vamos á trazar nues- —Pues quédense. Yo los espero hasta las dos, y si no llegan á las dos, comemos. Y vengan tem- tro plan nuestro programa. Conque de aquí prano porque la muchacha me pidió permiso para nos vamos á la calle de Plateros y llegamos salir esta tarde. —Hasta el Caballito. —¿Con este solaza? —Las ocho y media, dijo el señor, y no han traí- do los zapatos. —Sí, porque las Pérez me dijeron que su balcón —¡Ah, qué maestro/ estaba á nuestras órdenes. ¿No te acuerdas? Y á —Donde haga una de las suyas, dijo la hermana, ver si nos hablan. te quedas como el violón de tío Roque, templado —Bueno. De ahí nos dirigimos. . . . y en un rincón. ——SíÁ ,l aseñor Alameda; á la . Alameda.... á dar vueltas Jacinta vió instintivamente sus zapatos, hechos —No, á sentarnos. una lástima, roído el raso turco de las , blanqueando las medias y desprendidos los tacones, —Pues echa tus dos realiUos, porque ya sabes y comenzó á impacientarse; se asomó al balcón, que cuesta sentarse. —De ahí al agua f resca. Toma estos cuatro rea* vió al Norte, al Sur, y en su calle, siempre desier- ta no había bicho viviente. Flotaban en la esqui- yeso, surgiendo de papel tricolor; confites y dulces na las guirnaldas de tule, papel y flores de la pul- curiosos; en una tira de raso blanco el letrero: "Vi- quería, en el estanquillo colocaban en una cortina va la Independencia!" adornada con cintas tricolores, á los lados de una —Las nueve y media, hija. Purísima, dos retratos de héroes. Y el gendarme, —¡ Ay, mamá! (haciendo pucheros) ¿Ya ves? Te con'traje de gala, ofrecía su lumbre al del empeño. lo dije.. . . _¡Ah qué maestro! No, si es imposible tratar —Hija, yo no tengo la culpa. . . . con esta gente. Ya ves, papá; la lavandera por na- —L que te quedas encerrada!.... dita no trae las camisas. Así son, informales. Con —¡Qué mala eres, Eduwigis!.... todo porque razón los extranjeros ganan tanto, porque dicen: tií no sales. mañana, y á otro día cumplen. Y se lo dije: maes- —Por cierto las ganas que tengo! tro, el 15; sí, niña, no tenga usted cuidado. Ayer, —Ahí está!... y pegó la estampida Jacinta. que hoy á las ocho; y ya lo ves. . . . Era el carbonero. Esto aumentó su mal humor, y salió de nuevo al balcón. Las Pedraza, de crema —Las nueve, chula. . . . y lila en compañía de las Otero, de luto, salían del 4. Jacinta volvió á salir al balcón más impaciente Toda la calle se ponía en marcha: los hijos del todavía, queriendo reconocer en cada desharrapa- notario prendían china/mpines y cohetes busca-pies do de fieltro color de almendra á su hombre; pero en medio de la calle; y la mamá, detrás de una cor- ¡nada! Cruzaban la boca-calle niñas cursis y ven- tina, los amenazaba. dedoras del mercado cercano, con las enaguas nue- vas muy infladas y los rebozos flamantes, acompa- —Las diez. ... ñadas por charros con traje estrenado, que lleva- Jacinta estaba roja, impaciente; se mordía los ban impropiamente un paraguas color de ala de labios, se ajaba el traje, atenta al menor ruido. La mosca á manera de bastón. LasCamacho, de azul; familia de la otra vivienda, armando una alharaca las tres dibujaban sus grandes siluetas á lo lejos, y atroz, salió también. el del estanquillo, en pechos de camisa, juzgaba ¿Se iría á quedar encerrada? ¿Y las Camacho desde el medio de la calle, el golpe de vista de un iban á salir? No, era imposible. escaparate adornado: el cura Hidalgo, un busto de —¿Quién es? ¿El maestro? —De que tú no sales. . . . —No, es el panadero. —Mira, resígnate, dijo el papá; hacemos aquí —Oye, mamá, le mandaremos un recado nuestra fiesta, les guiso unos frijolillos de chuparse Me quedaré sin por tal que se vaya en el los dedos, y. . . . ¡ qué tortilla de huevos con sar- tren la criada. dinas! Así se hizo. . . . —¡Qué tortillas ni qué nada! —Pero les juro, eso sí, que si me deja plantada Jacinta salió al balcón y eran las 10|; los pasean- no le recibo las botas. ¡Qué gente! Ahí creo que tes seguían transitando con chillantes trajes; los está. Yaya. ¿Quiénes? niños TJrrutia de blanco con bandas púrpura, y —La criada de aquí junto que venía á ver si le sus tres cuidadoras, montaban en un coche. La ma- regalaban una ramita de culantro. má les hacía advertencias desde el balcón: "¡No se Y no hubo remedio: estalló la cólera de Jacinta asoleen, y vengan temprano! ¡No te empines y te en las palabras más sonoras. vayas ácaer, Romualdita! ¡Chucha, cojaá ese ni- ¡Esta gente ordinaria sin formalidad! ño! ¡Cuidado y no van quietos!" Á lo lejos se oían repiques, toques de trompeta, Á las 11 volvió la criada diciendo que la zapate- músicas. Aquellos acentos alegres desesperaban á ría estaba cenada. la pobre muchacha, presentando á su imaginación Jacinta se desvistió rompiendo los broches; la el aspecto de las calles concurridas, erizadas de hermana, entre alegre y triste, sacudió la sala, y el banderas, cruzadas por tropas y gentes endomin- señor, doblando tranquilamente su levita, dijo: gadas y el sol incendiando aquel océano de colo- —Hay saldremos al pardear la tarde res vivos, chispeando en las bayonetas y arrancan- do relámpagos á los trombones, pistones y demás latones de la música. . . . Volvió la familia de la otra vivienda empolvada, ¡Y la criada no volvía! asoleada, sudorosa. —No te apures, chula, no es para tanto! Era un bolón atroz; les habían robado la bolsa —No me provoques, Eduwigis. Eso lo haces por con seis reales: no se podía andar. . . . ! y ¿ Jacin- pura envidia. . . . tita? ¿Jacintita? —Envidia ! no sé de qué. . . . Encerrada en una pieza obscura oía el dialogo, sollozando de rabia y diciendo que no vale la pe- na sacrificarse un año, para salir primero con la informalidad de un zapatero, y después con una jaqueca! EL DOMINGO.

A ROSARIO.

APUNTES ROMÁNTICOS.

E despertaba la luz. Una ráfaga de sol que entraba francamente por la ventana abierta, incendiaba los flotantes átomos y se estrellaba en los ladrillos rojos sin alfombra; era un sol alegre, un sol que reía como diciendo "buenos días." La limpidez del cielo, la frescura de un penacho de hojas de árbol que verdeaba vivamente á lo lejos, la algarabía de los pájaros que se fastidiaban de estar encerrados en la obscuridad del cuarto de baño, todo hacía Encerrada en una pieza obscura oía el dialogo, sollozando de rabia y diciendo que no vale la pe- na sacrificarse un año, para salir primero con la informalidad de un zapatero, y después con una jaqueca! EL DOMINGO.

A ROSARIO.

APUNTES ROMÁNTICOS.

E despertaba la luz. Una ráfaga de sol que entraba francamente por la ventana abierta, incendiaba los flotantes átomos y se estrellaba en los ladrillos rojos sin alfombra; era un sol alegre, un sol que reía como diciendo "buenos días." La limpidez del cielo, la frescura de un penacho de hojas de árbol que verdeaba vivamente á lo lejos, la algarabía de los pájaros que se fastidiaban de estar encerrados en la obscuridad del cuarto de baño, todo hacía aquellas mañanas de los domingos muy distintas platicaba con los inquilinos de la otra vivienda. á la de los otros días. Al compás de una máquina de coser, acompañada Las campanas de las iglesias, el ir y venir de co- de los trinos bulliciosos de un canario, seguía can- ches y trenes, el chirriar de los carretones, subía tando mi vecina: se llamaba como ella, sí; ella, ¡có- de la calle como un rumor de vida; y medio des- mo la quería! Me sentía poeta al pensar en el aire pierto pensaba ¡cuántas cosas! arrullado por la voz soñador de sus ojos negros que tenían la melanco- de mi vecina que cantaba al lavarse; la música le- lía del ensueño y las ardientes languideces de la jana de una "Bizcochería" que se estrenaba y los pasión. cascabeles de un carro de pulquería nueva. Ni yo mismo recuerdo qué más decía encendien- La ropa limpia en el respaldo de la silla, convi- do un cigarro y atravesando el corredor. daba al aseo, y con la boca y ojos llenos de espuma —Buenos días. Pobres vecinas; son feas, y aca- de jabón, tarareaba un trozo de letanía muy elo- badas de levantar tienen un aire enfermizo; quizás cuente para mí; y pensando en el colegio de las sean virtuosas. monjas, donde la había oído, al no encontrar la Los domingos era yo benévolo, tolerante, y go- toalla, me secaba con las sábanas del lecho revuel- zaba con todo, estaba alegre y veía á través de mi to. Sí, mucho la quería, y pronunciaba su nombre alegría á las personas y á las cosas. echando vaho á un zapato. "Poco basta para ser Algunos repartidores, de prisa, arrojaban al vue- feliz: tener diez y ocho años y un amor" (cepillaba lo grandes tiras: Teatro Nacional. Los Hugonotes; fuertemente). No faltan contrariedades, es verdad, las esquinas estaban tapizadas por anuncios de colo- por ejemplo pellizcarse con el botón del cuello, ver res chillantes, aún humedecidos por el engrudo; demasiado desteñida la corbata y no ser correspon- los trenes del Circuito de Baños venían henchidos, dido, pero. ... en fin, no todo es vida y dulzura. blanqueaban las toallas donde se escurrían las ca- Como en los días de fiesta los muchachos no van belleras húmedas de las bañadoras; los varones lle- ála escuela, en el patio retozaba un enjambre de pi- vaban al hombro sus calzones de baño, se colgaban lludos; reían, lloraban, corrían, y hasta los perros, á las plataformas azuzando á las muías pacienzu- alborotados, ladraban escandalosamente. Se oían das. Volvían de la Reforma madrugadoras cabal- los pasos de una familia que venía de la iglesia y gatas; las niñeras, de blanco delantal, compraban 13 globos de bule á los niños. Todo el mundo se pone netrar la alzaba: se veía en la sombra la pléyade en esos días lo mejor que tiene, y las personas gra- de los cirios, venía una oleada de graves notas de ves, andando lentamente, desdoblan su periódico órgano y el canto místico de no sé qué plegarias. acabado de imprimir: se adivina que es un número El señor enfermo de la espina, la beata de vestido dominguero en los malos grabados, los renglones morado, la señora de mantilla y saya de seda con cortos de los versos y el papel menos ordinario. guantes grises embebida de Agua de Juvencio, las ¡ Cómo vienen á mí esos recuerdos inolvidables anémicas que vivían en Nuevo México, el coronel de otro tiempo! Ese tiempo en que aun no se es Delgadillo, robusto y risueño, todos penetraban á completamente libre y la reclusión en el colegio y la segunda llamada, aquel repique vivaz, alegre, el bogar, hacen contar con ansia cada día de traba- cantante de la campana. Atisbaba á la esquina, y jo que pasa acercando esa mañana llena de prome- ellas daban vuelta. Quería refugiarme tras de un sas. Los libros se miran con horror, el saquillo del árbol, y venciendo un miedo cerval no sé de qué, diario es un harapo, toda calle un paseo y todo su- penetraba al templo y me petrificaba en el rincón jeto un elegante. Sentía amargas envidias cuando más obscuro: triste si no me veía, con ímpetus de miraba grupos felices, desde el charro que llevaba esconderme si casualmente volteaba. la sombrilla de su ella y le acariciaba la mano, hasta Mucho tiempo ha pasado y no olvido aquellas el que en una esquina compraba una gardenia, sím- variaciones sobre temas de "Lucía" que ejecutaba bolo de sus afectos. en el piano un profesor de lentes, que acentuaba Y yo no tenía á quien darle gardenias! los fortes hasta ensordecer y los piannissimos hasta La amaba de lejos, sin que ima palabra ó una dormir; tampoco aquellos dos que se amaban: to- carta le hubiera descubierto mis anhelos de estu- sía ella y él estornudaba, se persignaba ella y él diante pobre que se conformaba con verla en misa hacía lo mismo, arrodillábanse los dos á un tiem- de ocho sin parpadear. po, él se escondía de la madre y ella la engañaba La ruinosa iglesia era muy triste, pero el sol aca- fingiendo componerse el polizón ó el peinado para riciaba sus churriguerescos adornos, encandecía su voltear. Yo tosía y me respondía un coro de vie- cruz, y parecía incendiar la cortina de terciopelo jos acatarrados, pero nunca ella, y concluía la mi- con galones blancos de la entrada; cada fiel, al pe- sa: veíala partir, siempre desde lejos, y con dolor pensaba en la ausencia, la enorrae ausencia de to- tiéndose los dedos á las narices, veía con aire aten- da una semana. to á los niños vestidos de seda ó al flotante racimo La música de la Alameda tocaba un paso doble, de los globos de hule rojos y azules que paseaba el organillo del volantín atraía niños, las nodrizas un vendedor y no se cuidaba ni del gemebundo per- ostentaban sus enaguas nuevas, ordenaban las si- done por Dios ni del seco nó. llas de alquiler, se repartían programas de toros; los hombres leían periódicos, las señoras se exta- Agrupábase el pueblo alrededor del kiosco de la' siaban ante los juegos de agua de las fuentes, ó re- música, mientras en las calzadas, tomadas del bra- gañaban á sus bijos que frente á un puesto de ju- zo cinco ó seis muchachas, dialogaban sobre asun- guetes querían comprarlo todo. tos risueños, dejando tras sí una ola de perfumes de pañuelo. Las miraba ya bellas, ya feas, siempre —La espada, mamasita. envidioso de aquellas miradas cariñosas, al sosla- —No señor, porque te cortas. yo, de aquellos saludos al pasar cuando se cruza- —Yo quiero la espada, ándale. ban con alguien que les decía con la mirada: "yo —Que nó, mira el caballo. te amo." —No, mejor esa botellita. —Se te rompe. . . . Las calles seguían animándose: una procesión —Pueslaespadita sí, mamá, no me corto.... elegante desbordaba las aceras, los floreros ofre- —No señor. cían sus ramilletes, el sol caldeaba aquel cordón —Pues pasteles. de ricos trajes, los coches rodaban rápidamente, —Se te quita la gana de comer. lavados, con los caballos con arneses nuevos y los Aquél corría tras un aro, otro se volcaba con to- cocheros de librea. La multitud se destacaba me- do y velocípedo, y las niñas, con aire maternal, jor en el fondo de los escaparates cerrados; las can- arrullaban sus muñecas de grandes ojos azules. tinas estaban llenas, y los papás complacientes sa- Todos reían. Entre los festivos grupos se desliza- lían de las dulcerías con un bulto de pasteles y un ba una pareja triste, un ciego de vacilante paso que ramito de violetas colgando de un dedo. sombrero en mano se apoyaba en el hombro de una Ella no paseaba los domingos, y tenía que bus- muchachilla pelona, harapienta y descalza, que me- carla en el teatro en la tarde. Nada me preocupa- ba: que se representara una zarzuela ó una ópera, el Viejo libro y la ruinosa escuela, y me dormía pro- me era indiferente. Saludaba á los grupos del pór- nunciando su nombre. tico, rehusaba los boletos y libretos de los reven- dedores, y solo me conmovía verla en su palco. Pasa el tiempo, y lo pasado nos hace reir; esos ¡ Cuántas veces la música fué cómplice de aque- cuadros sencillos del ayer, se cuentan con rubor, llos platónicos amores! ¡Cuántas en el foro se de- riendo, como si fueran una tontería; pero en el fon- cían palabras ardientes, que hubieran murmurado do son los más halagadores. en su oído, volteaba, buscaba su mirada como di- Muchas mujeres he visto; como todo el mundo, ciéndole: "oye, eso quisiera yo decirte," y la veía he sido héroe de muchas escenas, cómicas las unas, abanicarse lentamente, seria, ó empuñar los geme- trágicas las otras, y ninguna me interesa como los para recorrer los palcos con indiferencia! aquella novela juvenü sin desenlace; ningún per- fil de mujer me hace soñar como el de aquella á Eran visiones rápidas que me ponían nervioso. quien solo le hablé con la mirada: fué la primera La luz, brotando de mil lámparas, la atmósfera car- estrofa de un idilio que no ha concluido y por eso gada de olor de esencias y de gas, las notas claras me entusiasma. de los trajes de mujer en el sucio fondo de los pal- cos, el centelleo de los brillantes, el lánguido ale- Hoy, mis domingos son distintos; pero hay ve- tear de los abanicos, y la orqueste, me sumían en ces que el eco de aquella campana, el bullicio de profundas abstracciones. No salía en los entreac- aquella música, la misa de aquella iglesia, los mil tos á fumar un cigarro ó á comprar un cartucho de cuadros festivos de ese día, me hacen volver al pa- almendras, por verla. No me pertenecía, no tenía sado; me detengo, pienso en las mañanas de ale- conciencia del lugar en que estaba, y solo el frío gre sol, me parece que vuelvo á leer una historia de la calle, el ir y venir de los coches, el bullicio conocida hace tiempo. La busco como otras veces, del público al desbordarse del pórtico, me hacían no la encuentro, y sise me presenta alguno de mis volver á la realidad, y con amarga tristeza veíala viejos amigos, lo tomo del brazo, le pregunto si se subir á un coche de sitio y alejarse. acuerda, y no me avergüenzo de contarle mis pla- tonismos de estudiante. Venía la noche: acudían como parvadas de pája- No hay hombre que no tenga en la memoria el ros las memorias, unas á veces alegres, otras tris- recuerdo de mil mujeres. Ha amado mucho á las tes, y pensaba en el mañana, ese mañana de prosa,

BÍBUQW15' WttXlCÜ —200 — unas, pero han dejado en él una memoria amarga; ha querido á las otras, pero no fueron como él las había soñado. De esa multitud hay una de la cual apenas conoce la voz; hay una que ni mató sus es- peranzas, ni dió alas á sus anhelos; una que en ho- ras de tristeza flota en sus ideas: es el ángel blan- co, es la profundamente amada porque la conoció en los años más bellos de su juventud, fecundo en EL NIÑO poesía; esa edad que es el domingo de los recuer- dos, ese domingo que se llora cuando llegan el Limes, Martes, Miércoles, etc., toda la semana de DE LOS ANTEOJOS AZULES. la existencia real, prosaica, interminable, que se llama la vida.

A MARIA.

¿ana, pero si yo no quiero ya este muñeco que está aserrando. Yamefastidió. Lo que quiero es un santito. —Pues no hay santito. Mira este caba- llito. ¿Ves qué chulo? Apretándolo chilla. —No me gusta el caballo de hule. —Pues mira la maquinita; ¡uh! ¡uh! ¿oyes? Es que íbamos á jugar á la máquina; la caja de las ca- nicas es la estación, ¿eh? y la pelota es la otra es- tación; ¡á ver! ¡uh! ¡uh! va á salir. Y la nana, en —¡Qué tifo! sino que como son muy traviesos y cuatro piés sobre la alfombra, daba cuerda á la má- dijo el doctor que las travesuras te hacen daño. . .. quina ' 'Lyon," que zumbando recorría la alfombra. —Yo quiero al doctor porque me hace cariños. El niño agregó: ¿Y tú me quieres, nana? —No quiero máquina. —Sí, si te quiero. —¿Ríes qué quieres, vida mía? Los soldaditos, —¿Mucho? ¿mucho? ¿ves qué chulos? Mira, yo los paro y tú les avientas —Mucho, mucho. . . . con la pelota. ¿Quieres? Así. . . . esta es la caba- —¿De qué tamaño? llería. . . . —¡Huy!. ... del tamaño de esta casa. —Ay, nana. . . . ¿y por qué no me sacan á la ca- —Dame la mano, nana, porque ya no veo nada... lle? nada con estos vidrios negros. . . . ¿Me llevas á mi —Porque estás malitoy te hace daño el aire; pe- cama? ¡Cárgame! nanita, ¡cárgame! ro verás mañana, si tomas tus medicinas nos va- Su acento era desgarrador y se puso á sollozar. mos lejos, lejos. . . . hasta en casa de tía Pepita. La nana, sin saber por qué, sollozó también. —Sí, muy lejos, y no volvemos hasta en la no- —¿Por qué lloras? che. . . . —¿Yo? No, si me reía de que pesas mucho. —¿Y mi mamá, nana? —Sí, hasta en la noche. —¿Y me llevas á comprar un títere? Yo quiero —Está en la sala. ¿Quieres que le hable? un títere. —No, no le hables. ... á tí te quiero más que á —Sí, pero tomas tu alimento y tu medicina, si mi papá y á mi mamá. Tápame los pies, nanita; no no, nó. . . . te vayas á ir. . . . dame la mano. . . . —Sí, la tomo; pero ¿me llevas? Yo no quiero es- Y el niño se quedó dormido, mientras la nana, tarme encerrado. Ya ves, me acerco á la sala cuan- en una silla baja al lado del lecho, veía con tristeza do hay visitas, y me echan; quiero ir con mamá, y los dibujos de la alfombra. me manda á jugar; vienen mis primos, y no los de- ¡Pobre escrofuloso! No era un niño, no; era un jan entrar. ¿Pues qué, tengo tifo? Cuando mi tio monstruo. Enorme la cabeza, pálido, enflaquecido; estaba enfermo de tifo no dejaban entrar á nadie. le ponían anteojos azules porque se había enferma- mal, aquel mal que entristecía la casa y entristecía do de la vista, y nada causaba una impresión tan los corazones intensa como aquella cara desencajada y aquellos Cuando el médico llegaba ¡qué escenas! La ma- grandes vidrios que parecían órbitas de calavera. má, nerviosa, acercaba la vela; la nana tenía las ven- Apenas se sostenía en pie con las delgadas piernas das, el señor la untura y el doctor percutía aquí y y el abultado vientre. Era un fenómeno que causa- allá; auscultaba conteniendo el resuello, y tomaba ba asquerosa lástima. ... Su enfermedad no tenía el pulso viendo un reloj de repetición y haciendo remedio: era heredada de su padre y hacía dos años, chispear el grueso diamante de un anillo. ¡dos largos años! que había pasado martirizado por Le mostraban las flemas y la orina que observa- pildoras y papeles, baños y unturas, cucharadas y ba ladeando el recipiente. Descubría el abdomen friegas. del chiquillo, y golpeaba en él siempre preocupa- El aspecto de aquella criatura partía el alma; do Las escrófulas del cuello iban mal, habían siempre callado, melancólico, perdido en un verda- dejado grandes cicatrices que hacían llorar al en- dero oceáno de juguetes; arrastrándose por las al- fermo cuando se las tocaba ¿Y los ojos? Nada fombras mientras la abnegada cuidadora cabeceaba de luz fuerte Sopita de ajo, los baños y las cu- en un rincón. Jugaba en silencio, y al minuto, fas- charaditas, cada dos horas tidiado, arrojaba uno tras otro el caballo de hule, —No duerme, Sr. Castro; toda la noche se la pa- el borrego de palo y algodón, la pelota de colores sa en vela; hay veces que disvaría chillantes y la caja de soldados. Cada capricho se le cumplía: un muñeco soñado, una caja de músi- —¡Hum! (preocupado siempre). ca, un reloj.... Todo se le compraba y todo le era —Y no quiere tomar las medicinas. ¿Verdad que indiferente, devorado por un fastidio, por una tris- si no las toma le pone usted otro cáustico? teza precoz. —¿Cómo? ¿No toma mi amigo las medicinas?... No amaba á sus padres; lo horrorizaban hacién- ¡Vaya, vaya!.... dolo llorar, enmudecía en su presencia y se refugia- El señor, después de cada visita, se encerraba en ba en las faldas de su nana, mientras ellos se reti- su despacho, y con la cabeza entre las manos, se raban pálidos y contrariados. Se veían, temblaban abstraía. « y no encontraban una frase para consolarse de aquel ¡Pobre y desgraciado fruto de sus ardientes amo- so de la sombra, perseguido por las quimeras del res! insomnio. Heridos por la luz parecían llamear los —Yo, se decía, soy la causa de todo. vidrios de sus anteojos. Era verdad. Su pasado tempestuoso, sus vicios Le compraron el títere soñado. Era un extraño de joven, lo repugnante de sus orgías, se habían muñeco, tan mal fabricado, que hacía reír. ¡Qué encarnado en aquel hijo, el tínico. Aquel mons- grotesca fisonomía la de Don Folias! Tenía ojillos truo enclenque, con anteojos azules, lo perseguía de chaquira escarlata; largas narices, boca de oreja en sus insomnios con sus lamentos, sus dolores, y á oreja, fingiendo una risa sarcástica que parecía lo atormentaba con un dolor mayor: el remordi- más bien un gesto de dolor. Una cinta de percal miento. muy larga, hacía las veces de pescuezo; su traje era La señora le tenía miedo. Dudaba que fuera su de paño azul y papel dorado, y tenía los movimien- hijo. No sabía qué responder á sus amigas cuando tos más extravagantes! Fué la única vez que serió le preguntaban: ¿Y el niño? el niño: al ver á Don Folias. Los papas rieron tam- El niño jamás entraba á la sala, lo alejaban de bién; iba de alivio seguramente, porque hacía dos las gentes porque sabían el horror profundo que años que solo lloraba. causaba con su olor de medicinas. —¡Qué cara tiene, nana! parece que serie y pa- Solamente la nana, abnegada y buena, le hacía rece que está enojado, diciendo como decía aquel compañía en aquellas largas horas de fastidio; en- gigante del cuento ¡te maldigo! ¡tú tienes la tretenía sus veladas con incoherentes relatos, ma- culpa de mi desgracia! ravillosas narraciones que interrumpía vencida por —¿Ya ve, Filomena, por qué no duerme? porque el sueño. Más de una vez despertó con ganas de usted le cuenta cosas de gigantes que le dan pesa- gritar: —¡tan pavoroso era el cuadro!— Silenciosa dillas la pieza, sonando el tic-tac de un reloj de bolsa pa- El niño, sin oir las palabras del papá, bailaba so- ra ver la hora de las medicinas, languideciendo la bre las colchas al autómata de las grandes narices veladora de porcelana, que dibujaba siluetas enor- y la enigmática fisonomía mes que danzaban á cada parpadeo, y el niño, sen- Cuando el niño murió, el títere estaba sobre su tado en la cama, la miraba de hito en hito, medro- almohada, y ¡cosa rara! se parecía al enfermo sin anteojos: ¡la misma cabeza deforme, las mismas sido terrible, iban á separarse ¡Imposible! Él narices, la misma mueca de dolor ó de risa! resistía el dolor acompañado por su esposa; ¡pero sólo! ¿sólo, qué haría? Pasó el tiempo y nadie lo lloraba. Los padres allá Sombrío y airado contemplaba los preparativos: en su interior sentían un alivio al recordar la par- cada juguete del hijo muerto, al ser sacado del ca- tida del enfermo. ¡Sufría tanto viviendo, que era jón de un ropero evocaba una escena. preferible perderlo! El títere salió á su vez empolvado, manchado por Pero babía noches en que el padre se desespera- la humedad, oliendo á ropa sucia. Lo tomaron' del ba aguijoneado por su recuerdo al atravesar la re- alambre, lo suspendieron en el aire y sin que to- cámara convertida en asistencia. No había lecho, caran sus rotas pitas, tenía extraños movimientos, no había enfermo, no había veladora; pero el viento los de un ahorcado; sacudía las piernas golpeando fingía, lamentos, lo sombra fantasmas y los tapices la una contra la otra, la cabeza caía abandonada despedían el olor de los desinfectantes Y el pa- sobre el pecho como la de un muerto, y los brazos pá temblaba porque veía en su recuerdo no sólo al se balanceaban con vaivenes de péndulo. muerto, sino á un emblema de su suerte. Largo Fué tal la emoción que les produjo ver su cara, tiempo hacía que él y la esposa reñían agriando su que lo arrojaron al suelo pisoteándolo. El muñeco matrimonio con ásperas disputas. se rompió; y ellos se abrazaron sollozando. Aquel niño había sido un crimen. ¿Quién tenía —Parece que nos mira y nos maldice ¿Lo ves? la culpa? ¿Quién le había legado las manchas del Lo matamos, sí; nosotros somos culpables porque vicio y las enfermedades? El remordimiento pesa- no lo amábamos ba sobre el marido, poblando de vestiglos sus sue- ños y amargando sus ideas cualquier recuerdo que se ligaba con la infancia.

* Hay amargos recuerdos que se parecen al fanto- * * che. Se les arroja, se les pisotea, pero ¿de qué sir- La escena pasó en el cuarto del niño. Ella exhu- ve? La cabeza quedahaciendo el gesto extravagante maba cosas viejas de un cajón. La disputa había que parece una risa sárclística, manos invisibles dan 14 á sus miembros de barro movimientos que crispan, / y en el muñeco parece encarnarse un enemigo. Ta- les recuerdos hacen sollozar, como sollozaban aque- llos padres, perseguidos por la visión de un niño muerto con anteojos azules. LA RUMBA. *

A MI QUERIDO MAESTRO SL 32. LICENCIADO IQNáCIO M. ALTAMIBANO.

(FRAGMENTOS)

A. iglesia era una ruina; el terciopelo del musgo bordaba las cornisas, daba tintes negruscos á la cúpula y descendía en alar- gadas manchas hasta el piso como si fue- ra el rastro de seculares escurrimientos de lluvia. Se perfilaba tristemente su torre sin campanas en el incendio de la púrpura vespertina; recortábase

(*) Con esto título publicaré próximamente tin Ensayo de Novela. N. del A. á sus miembros de barro movimientos que crispan, / y en el muñeco parece encarnarse un enemigo. Ta- les recuerdos liacen sollozar, como sollozaban aque- llos padres, perseguidos por la visión de un niño muerto con anteojos azules. LA RUMBA. *

A MI QUERIDO MAESTRO SL 32. LICENCIADO I3STACI0 M. ALTAMIBAKO.

(FRAGMENTOS)

A. iglesia era una ruina; el terciopelo del musgo bordaba las cornisas, daba tintes negruscos á la cúpula y descendía en alar- gadas manchas hasta el piso como si fue- ra el rastro de seculares escurrimientos de lluvia. Se perfilaba tristemente su torre sin campanas en el incendio de la púrpura vespertina; recortábase

(*) Con esto título publicaré próximamente tin Ensayo de Novela. N. del A. jecido en Belén y después de extinguir su condena cómo una filigrana en el horizonte, hocas de fragua se había refugiado en aquel vivero de malhechores. parecían sus ventanas ojivales y ligera red de alam- Y era triste aquel lugar enorme, desierto, una bres sus enmohecidas rejas. Diríase que era una fuente seca que servía de muladar era el centro, los momia, obscura, con huellas de lepra, respirando desechos de todo el vecindario: ollas rotas, zapatos muerte si algunos pájaros en festivo grupo no ale- inconocibles, inmundicia, hasta ramos de flores mar- graran el silencio del abandonado campanario. Aba- chitas de la Parroquia se hacinaban en aquella fuen- tíanse en los florones de la cúpula, aleteaban en la te, de la que surgía una cruz de piedra, que con- torcida cruz, picoteaban el libro abierto que tenía servaba pedazos de papel dorado, colgajos de papel en la mano un santo de cantería, y atronaban en- de China y una podrida guirnalda de ciprés, restos trando al coro por los vidrios rotos ó viajando de quizá de alguna fiesta, destruidos por la lluvia, el una enorme cuarteadura llena de nidos, al alambre viento y la intemperie. del teléfono y de ahí á un árbol de pirú que lloraba sus frondas cargadas con racimos de coral sobre los Un chopo escueto se bamboleaba á su lado, tan arcos de la casa del cura. falto de frondas y lleno de varejones, que parecía una escoba de ramas secas enterrada en el polvo. Siempre estaba cerrada por falta de culto. Los domingos repicaba su campana rajada llamando á En derredor corría un círculo de casas. Bajo un la única misa que se celebraba: la de doce. portal había un tenducho, "La Rumba;" en una esquina la pulquería "Los Ensueños de Armando;" Alzábase carcomida sobre el enjambre de casucos en las enmohecidas rejas de la casa menos vieja y miserables del suburbio y haciendo más grande la en el fondo de un pizarrón, el blanco letrero de soledad de la Rumba, inmensa plazuela que se ex- "Amiga Municipal;" una "Maderería" elevaba has- tendía á su frente y en la cual desembocaba un dé- ta el cielo una pirámide de tablones que sobresalían dalo de obscuras callejuelas. de las tapias, y más allá arrojaba un penacho de Rumba tenía fama en los barrios lejanos; contá- humo la negra chimenea de no sé qué fábrica. base que era el albergue de las gentes de mala alma; una temible guarida de asesinos y ladrones, y cita- Reinaba un profundo silencio en aquel lugar; lle- ban el nombre de un Florencio Carvajal que debía gaban confusos los toques de corneta del cuartel siete vidas; Márcos Pezuela, zapatero, había enve- cercano. De un lado á otro no podía distinguirse á tina persona, y aparecía como una mancha ama- de convalecientes del hígado, silbando en la esqui- rilla el tranvía que desembocaba del callejón del na, charlando todos con el gendarme, que empol- "Tecolote." vado y sudoroso, caldeado por un sol fundente, se refugiaba en la fresca pulquería, cuya húmeda at- Sonaban lejanos, metálicos, los martillazos de mósfera arrojaba á la acera encandecida un hálito una herrería: la de Cosme Vena, que se adivinaba refrigerante. en la acera contraria por el manchón rojizo de las ascuas en el fondo de una casuca. Los perros se encarnizaban en los montones de Raros eran los transeúntes: el cura que atravesa- basura; uno que otro pordiosero los espantaba pa- ba de la Parroquia á la tienda; á las once, los sol- ra buscar hilachos, removiendo los montones y ha- dados que hacían la limpieza de los caballos en ciendo relampaguear los fondos de botellas, é insen- "La Rumba" y les daban agua en larga pileta pe- sible^ al olor de la inmundicia calcinada y de los ga- gada á la tapia de la iglesia; algunos arrieros que tos muertos, achicharrados por el sol. se apeaban en la pulquería y dejaban vagar sus Pero llegaba la tarde, calmábase el calor, volvían recuas en el polvo, mientras el jefe desensillaba su los artesanos del trabajo, sonaba allá melancólica rocinante y en un ayate le desparramaba un poco el arpa de un aguador, y mas acá la vihuela del za- de trigo, y con un cabestro lo ataba al chopo. El patero; cantaban sones tristes y lánguidos, á los que animal comía á la delgada sombra del árbol, im- hacía segunda el de la tienda, un bajo profundo. portunado por la negra nube de moscas que surgía Vomitaba la puertecita de la Escuela una turba de las basuras de la fuente y lo acosaban sin que de muchachos que correteaban dándose empello- cesara de sacudir su cola enlodada á diestra y si- nes, tirándose pedradas, gritándose sobrenombres, y niestra. lanzando estridentes silbidos. "Unos lloriqueaban, Alguna mujer enmarañada, encorvada, sucia, sin golpeábanse otros y dejaban en sus casas pizarras, rebozo, con la camisa grasienta, acarreaba grandes silabarios y sombreros para retozar en el polvo de cubos de agua para la atolería, en la que palmo- la plazuela. teaban, lanzando soeces carcajadas, las tortilleras. El sol bajaba proyectando en el suelo la sombra Los hombres eran de rostros patibularios, ama- enorme de la iglesia. rillentos, de mirar siniestro, ensabanados, con cara En la rubia transparencia del ocaso, como negro dibujo en fondo de oro, destacaba sus labrados el azuladas, y la herrería de Cosme Vena, cuyo horno campanario, se erguía el palo del teléfono; fugaces encandecido arrojaba llamaradas de infierno, su re- siluetas de pá jaros nadaban en el ardiente crepúscu- flejo rojo y larguísimo como un cono de lumbre se lo, y con finas y delicadas líneas se cincelaban las proyectaba en las tinieblas de la plazuela, daba per- secas ramazones del escueto chopo. files diabólicos á los transeúntes que pasaban por Entonces los acentos languidecían, resonaban los su puerta, y se oía en el silencio el fatigoso reso- toques del cuartel y respondía el eco á lo lejos; re- plar del fuelle y el metálico chocar del yunque y el piqueteaban los cascabeles del tranvía y se oían cla- martillo que arrancaba chispas á las barras de fie- ros los acordes de la vibuela rasgueada con furor en rro hechas ascuas. casa del zapatero y acompañando á un coro de bo- En las noches lóbregas nadie cruzaba la Rumba; rrachos que cantaban gemebundas canciones de ce- el viento gemía medroso removiendo las basuras, los y profundo amor. levantando olas de polvo y silbando en las callejue- Parecía aquello un pueblo perdido en los arena- las, y se adivinaban cerca de las fuentes grupos va- les de no sé qué desierto, pero cruzaba los aires el gamente destacados; eran parejas de amantes que Angelus tocado en Catedral; susurraba á lo lejos la ocultaban en la sombra sus relaciones. gran ciudad; perdíanse en las sombras sus altas to- Las noches de lluvia se hacía un lago de la in- rres, sus elevados edificios y eso hacía más grande mensa Rumia, lago en que flotaban cadáveres de el contraste de aquel suburbio triste. Llegaba el animales, pedazos de sombreros de palma, ollas sereno, trepaba la escalera de mano y prendía el fa- despostilladas, petates deshechos, hojas de maíz, rol que colgaba de un alambre y dos postes y la canastas desfundadas y zapatos boquiabiertos. fiama fulginosa describía un círculo sangriento en Danzaban en los sucios charcos el relámpago de el negror de tinta de aquella Rumba envuelta pol- la fragua y la moribunda luz de la tienda, en cuyo la sombra. dintel una vendedora de elotes lanzaba su plañidero Delgadas rayas de claridad se filtraban por las grito, que tenía todo el acento de un sollozo. rendijas, hacían un lunar de luz en los respiraderos Cuando había luna, edificios y plazuela ofrecían de las puertas ya cerradas, con excepción de la tien- el contraste de la luz y la sombra; el negro y el sua- da, la atolería, cuyo brasero flameaba con llamas ve reflejo de vía láctea que el astro arrojaba á las paredes blancas. Todos los muchachos salían de han al toro los hijos del tendero y la atolera, oían- sus casas desharrapados, sin zapatos; niños de dos se los toques de mando: ¡tararariii! los gritos ¡to- años de paso no firme, con ropón, sin calzones; los rooof ¡éntrale, toro pinto! El que hacía de toro, aba- menores barrigones, de piernas flacas, hirsutas gre- tida la cabeza, en ademán de embestir, correteaba ñas y completamente desnudos. Las muchachas á todos, lanzaba resoplidos de fiera, y rojo de fati- cargaban á los recién nacidos envolviéndolos en ha- ga, sudando sin tregua, perseguía á los que mari- rapientos rebozos. El horizonte se agrandaba en el poseaban frente á él blusas y chaquetas. Tomaba inmenso fondo de nubes cenicientas. En un lago de á uno del brazo; ¡no se míe! ¡estoy enraya! grita- obscuro azul vogaba dulce, lenta, laluna. ¡Cómo ar- ba el prisionero pugnando por desasirse, pero no dían los azulejos del campanario! ¡Cómo parecían había remedio, sufría una feroz embestida. Cabal- de plata las ramas del chopo y tenían brillazones gaban los picadores cargados de carrizos en los fosforescentes los guijarros del muladar! Parecían hombros de los más fuertes, y estallaban disputas placas de metal las vidrieras relampagueantes y es- á cada suerte. pectros las mujeres vestidas con trajes claros. El Los perros, locos, alegres, correteaban también, zapatero sacaba á la acera su silla y en pechos de ladraban, se metían entre las piernas y lanzaban camisa rasgueaba la guitarra rodeado de los ebrios mordiscos á los trapos ó á los fondillos de los pan- cantores, mientras los recién nacidos, boquiabier- talones. tos, mudos, babeantes, miraban la dulce marcha de Las niñas, más tranquilas que los varones, se re- la luna sin parpadear, la luna que prendía una fugiaban en las escalinatas del templo, hacían un chispa en sus ojos admirados. muñeco de un envoltorio de trapos, y oprimiéndo- Afuera retozaban los chicuelos. Allá encorvado le contra el regazo, lo mecían como se duerme á un Chito hacía de burro y se oían claros los palmota- niño; recitaban larga charla maternal, monólogos zos que daban en sus espaldas. Más acá, un grupo tiernos, ó cantaban: jugaba á los soldados, y la gritería que imitaba á Duérmete, ninito, las trompetas era atroz. Casi en la sombra se veía 7 duérmete y da, etc. una vidriera abierta, una lámpara con globo opa- Y seguían su arrullo murmurando: chó, chó, chó, co: era la pieza del cura, y bajo sus balcones juga- hay viene el coco. "«VÉttaiD DE MUEVO LÉONi BIBLIQñmwl^TtRil

"ALFOLj ,, w/' ^.letsmmEnmmm Sus juegos eran más serios, hacían comiditas con —Taruga serás tú, que el otro día Anda, pedazos de papel y pedrezuelas. Fingían visitas: me alegro. —Señorita, ¿está usted bien? Y como quien rasguea una guitarra, rascábase —Bien, ¿y usted? .... la barriga el desvergonzado monigote. —¿Y el señor? Tales disputas acababan por golpes, y tales gol- —Se fué al trabajo pes precedían á feroces tundas que les daba á los —¿Y el niño? beligerantes la madre. —Mírelo usted, está dormido. Había una muchacha seria entre aquellas, una Y destapaban el envoltorio de trapos, mostrándo- rapazuela que no jugaba ni al pan y queso, ni al lo con maternal complacencia: San Miguelito, ni á las visitas. Decíanle la "Tejo- ña," por su cara afilada y sus modales broncos; era —¡Qué gordo! Pues ya vengo, señorita; memo- la hija de Don Cosme Vena, era Remedios. rias al señor. Prometía ser una mujer de aspecto varonil; ras- Y lleno el cuerpo de dulces mergos, tapándose con gaban casi su estrecho vestido las formas precoz- el rebozo, paseaban al nene. mente desarrolladas, con enérgicas curvas. Era muy Los chiquillos querían tomar parte en el juego; niña; pero en sus ojos de dulzura infantil, cruza- pero les pegaban y poníanse á sollozar. ban á veces esos relámpagos elocuentes, esas mira- —Te voy á acusar con mi mamá. das de mujer que en nada se parecen al candor. —¡Vaya, soplón! vaya; al fin que no me Acentuábase el relieve de sus labios de sonrisa im- hacen nada, y le sacaban la lengua, púdica, acorde con la nariz picarescamente arre- —Ora verás —gritaba la madre desde la acceso- mangada y el andar atrevido, el ademán provoca- ria— Ora verás, Justa; sigue y te pego. tivo de la muchacha, la más bonita del barrio. Era Pero Justa lanzaba al chico frases insultantes. muy niña; pero ya el cura la detenía en el confe- —¿Cuánto te dieron por el chisme? sonario más tiempo que á las otras muchachas de —¿Qué te importa? la Doct rina; el tendero le tomaba la mano, se la opri- —Come . mía largo rato, mientras ella reía como una loca, —En tu boca se conforta. echando atrás sus opulentas y negrísimas greñas. —¡Cállese, tarugo! Nada le llamaba la atención, si no era el t ra nvía , Era suave el cutis de su enérgica garganta mo- á cuyos pasajeros veía, y si eran mujeres bien ves- rena y robustos sus brazos, que tenían algo de pé- tidas, con insistencia mayor. talos de ñor, entrevistos por las desgarraduras de Guardaba como un avaro los centavos que pedía las rotas mangas. Los muchachos la temían por descaradamente al tendero, en medio de coquetas sus fuerzas. Chito quiso un día abrazarla, decirle muecas y miradas que subyugaban al rubio mo- al oído frases aprendidas muy temprano, que ella sin comprender sospechaba qué decían, y derribó cetón. á Chito de un empellón, y Chito era el valiente en- Su mejor paseo, su felicidad mayor, era ir al cen- tre los chicos de la Rumba. tro, ponerse zapatos, vestir la enagua morada y el tapalillo á cuadros, única prenda elegante de aquel Remedios trabajaba como un hombre: su padre, barrio, en que todas usaban rebozo. el herrero, ebrio consuetudinario, la ocupaba en el Al volver-de aquellas correrías, sentábase en el oñcio como á un oficial cualquiera; levantaba gran- quicio de la puerta, y muda, seria, algo triste, re- des barras, golpeaba con pesados martillos, mor- pasaba los cuadros tentadores de aquellas calles con- díase la lengua, se bebía el sudor, pero no daba curridas: si volvían el rostro los hombres cuando tregua al golpear constante de barandales y pies de ella pasaba, le lanzaban soeces galanteos, la seguían, cama. En aquel antro había crecido sólida como se veía en los escaparates y platicaba con Guadalu- aquellos metales, ardiente como aquellas llamas pe, una amiga modista, que le había enseñado mu- que hacían brillar sus pupilas como ascuas, tem- chas cosas.... Amargas cosas que despertaban en plada como el acero para el trabajo, y muerta ya su interior un deseo vago, no definido, de algo que bajo la suave ternura de su pecho la poesía de la no fuera su existencia de bestia de carga, y aque- virgen, pero con la cabeza poblada por los capri- llos recuerdos la ponían pensativa, mugía en su in- chos de la mujer. terior una cólera oculta, una sorda rebelión contra Era hosca, feroz, intratable. Cuando su padre es- su suerte; hacía castillos en el aire, los castillos que taba ebrio y le arrojaba puñetazos, ella los paraba puede hacer una muchacha ignorante; se desalen- como un maestro de pugilato, y daba lástima ver taba, pero el recuerdo de las calles concurridas vol- en su epidermis de capullo tierno, los moretones, vía á aguijonearla, odiaba á las elegantas, álas ro- rastros de la cólera brutal del herrero. tas que visten de seda; sentía una inmensa rabia de ser una cualquiera, y casi sollozaba cuando oía á sus espaldas el roncar del fuelle, el choque del yun- que, el chisporroteo de las brasas y á su frente mi- raba la Rumia, negra, sola, oliendo á muladar, po- blada de perros hambrientos que aullaban; se po- nía en pie, miraba á lo lejos; flotaba sobre la ciudad obscura y dormida, como una bruma luminosa, el reflejo de la luz eléctrica, y murmuraba no sé qué frases, como si soñara en voz alta, diciendo: —"Yo he de ser como las rotas."