A Thesis

entitled

Palabras, caridad y creación: “Un camino a través de un tiempo” en tres novelas de Ana

María Matute

by

Nathaniel James McBride

Submitted to the Graduate Faculty as partial fulfillment of the requirements for the

Master of Arts Degree in

Spanish

______Dr. Kathleen Thompson-Casado, Committee Chair

______Dr. Manuel R. Montes, Committee Member

______Dr. Juan Martín, Committee Member

______Amanda C. Bryant-Friedrich, Ph.D., Dean College of Graduate Studies

The University of Toledo

May 2020

Copyright 2020, Nathaniel James McBride

This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial- NoDerivatives 4.0 International License. https://creativecommons.org/licenses/by-nc- nd/4.0/

An Abstract of

Palabras, Caridad y Creación: “Un Camino a través del Tiempo” en Tres Novelas de Ana María Matute

by

Nathaniel James McBride

Submitted to the Graduate Faculty as partial fulfillment of the requirements for the Master of Arts Degree in Spanish

The University of Toledo May 2020

La obra literaria de Ana María Matute (1925, Barcelona-2014, Barcelona) expresa la importancia de las palabras, la caridad y la creación en la España de posguerra. Este estudio analiza la relación entre estos temas y el tiempo en tres novelas de Matute:

Pequeño teatro (1954), La torre vigía (1971) y Paraíso inhabitado (2008). En estas novelas, la caridad es la única manera de efectuar la justicia en una sociedad y no mediante revoluciones políticas ni otras divisiones maniqueas de la sociedad. La creación y la imaginación, por su parte, superan a la vejez y la muerte que trae el tiempo. Estos temas basados en las palabras –la caridad a través de la conversación y la creación de historias a través de la narración– combaten, respectivamente, el tiempo (o la época) de la sociedad que Matute critica y el Tiempo universal que trae la muerte. Aunque Matute no logra evitar su propio maniqueísmo, supera aquel de su época; y aunque sus obras parecen despolitizar su mensaje social de la caridad, esta despolitización sirve para suavizar su propósito político.

iii Agradecimientos

Gracias a la Sra. Hooley y la Sra. Bandy, que me enseñaron el español.

Gracias a la Sra. House, que me ayudó a conocer la literatura hispánica.

Gracias a la Dra. Butler, que me enseñó el feminismo.

Gracias a la Sra. Suarez, que me enseñó el castellano.

Gracias al Sr. Navarro, que me ayudó a conocer el Quijote.

Gracias al Dr. Thacker, que me presentó a Ana María Matute (a un cuento suyo).

Gracias a la Dra. Thompson-Casado, que me acompañó a través de sus libros.

Gracias al Dr. Montes, que me animó hacia un análisis más crítico.

Gracias al Dr. Martín, un lingüista español muy bondadoso.

iv Índice

Resumen iii

Agradecimientos iv

Índice v

Introducción vii

Capítulo uno: Pequeño teatro: La falsa caridad, la creación y la juventud 1

Sinopsis de Pequeño teatro 1

Las palabras en Pequeño teatro 2

El tiempo: la falsa caridad 2

El Tiempo: la vejez y las generaciones 6

La creación y la juventud espiritual 8

Capítulo dos: La torre vigía: la brutalidad, la justicia y el niño divino 12

Sinopsis de La torre vigía 12

El tiempo: la brutalidad 13

El Tiempo: la vejez y la juventud 17

La vida, la eternidad, el niño divino y la creación 18

Capítulo tres: Paraíso inhabitado: la conversación y la magia/imaginación 21

Sinopsis de Paraíso inhabitado 21

El lenguaje, la conversación y el amor 22

El tiempo/Tiempo y la creación 25

Capítulo cuatro: Conclusión: la crítica social de Matute 29

Las contradicciones de Matute 35

Notas 39

v Bibliografía 43

vi Introducción

«yo alcé mi espada cuanto pude, decidido a abrir un camino a través de un tiempo en que

»Un tiempo

»Tiempo»

(Ana María Matute, La torre vigía)

El protagonista de La torre vigía hizo esta declaración en un momento difícil para su autora. Antes de la publicación de esta novela en 1971, a Ana María Matute se le multaron con 50.000 pesetas por su participación en el Manifiesto de Montserrat (1970), un documento firmado por varios artistas y profesionales españoles que protestaba las condenas del tribunal de Burgos, pedía la defensa de los derechos humanos por el gobierno y apoyaba al pueblo vasco (Díaz Ana 14). La dictadura de Franco en España no caería hasta 1975, y después de un libro infantil en 1972, Matute no publicaría otro libro hasta 1983. Sin embargo, sobre estos años de silencio, Matute dijo, «Bueno, no los había contado. [ . . . ] Tengo un concepto del tiempo muy diferente» (Doyle 239).

Matute (1925-2014) creció en una familia acomodada que se trasladaba cada año de Barcelona a Madrid. Inspirada por los cuentos de Hans Christian Andersen, la Alicia de Carroll y el Peter Pan de Barry, escribía muchos cuentos como niña. Cuando la

Guerra Civil (1936-1939) estalló, la autora adolescente creó su propia revista para su familia, La Revista de Shybil. Años después, Matute explicó:

«You cannot imagine how much I enjoyed writing that magazine, the great refuge

it was for me in those days. We lived shut in, fearful, barely in contact with other

children, and in that magazine I was able to express myself and say many things I

would never have dared to say aloud—something of the reflection of things I saw;

vii and always clamoring romantically for justice. All of that, naturally, makes one

smile now». (Jones Ana 30)

Como niña, y especialmente durante la guerra, el escribir le sustentaba la vida.

A los diecisiete años empezó su primera novela, Pequeño teatro, la cual vendió a una empresa de publicación. Sin embargo, la novela no se publicó sino hasta que pasaron once años, así que su primer libro publicado fue Los Abel, en 1948. Su fama nacional e internacional creció con cada publicación hasta La torre vigía en 1971. Después de su período de silencio en los años setenta y ochenta, Matute siguió publicando novelas (5), literatura infantil y cuentos hasta su muerte en 2014.

Este trabajo se enfoca en la importancia de la caridad y de la creación en la ideología de Matute, expresada a lo largo de su obra y especialmente en tres de sus novelas: Pequeño teatro (1954), La torre vigía (1971) y Paraíso inhabitado (2008). En estas obras, Matute se preocupa por la injusticia social y por la muerte, y estas dos preocupaciones se personifican por el tiempo/Tiempo. Como se nota en las palabras de

La torre vigía citadas en el epígrafe, el tiempo se expresa en dos formas: el «tiempo» con minúscula, la sociedad y época en que vive un protagonista; y el «Tiempo», lo que sigue pasando cada segundo, el reloj. En las novelas de Matute, la sociedad («tiempo») se caracteriza por la injusticia y la falta de caridad, mientras que el Tiempo trae el envejecimiento físico y la muerte. Frente a este doble antagonista, las palabras traen el

único remedio para superar la enemistad y la injusticia, porque permiten la crítica social y la comunicación para establecer la justicia y la caridad; y para superar la muerte, porque la imaginación creativa no se limita a los confines de esta vida.

viii Capítulo uno

Pequeño teatro: La falsa caridad, la creación y la juventud

Sinopsis de Pequeño teatro

Pequeño teatro narra la historia de siete personajes en una villa costal fictiva de

España, Oiquixa, en una época no especificada. Ilé Eroriak es un joven huérfano y solo que vive en las calles y se emborracha cuando consigue dinero. Su único amigo, Anderea el anciano jorobado, opera un teatro de marionetas para el pueblo. El rico del pueblo se llama Kepa Devar, quien tiene una hija adolescente, Aránzazu (o «Zazu»), que es huérfana de madre. Zazu tiene dos tías solteras de mediana edad: Eskarne, santurrona, y

Mirentxu, que sigue a su hermana Eskarne y la obedece. El comodín de esta baraja es

Marco, un joven de más o menos treinta años que llega a Oiquixa en un velero portugués y fascina al pueblo por su aspecto rubio, por ser guapo y por sus orígenes misteriosos.

Marco establece una amistad con Ilé. Lo hace por fuerza: lo persigue, le sujeta el brazo y le obliga a ser su amigo. Marco se ocupa de introducirle en la escuela que

Eskarne y Mirentxu dirigen para los pobres. Aunque en el pasado Eskarne le había excluido a Ilé porque lo despreciaba, Marco le convence de que Ilé es un prodigio y que pueden ganar gloria con el pueblo y con la posteridad por ayudarlo. Mientras tanto,

Marco entra en un noviazgo inestable con Zazu, que se siente encerrada por una vida inútil y un noviazgo oficial con un marinero de cuarenta años a quien no ha conocido. En la fiesta anual del pueblo, Eskarne y Mirentxu recaudan fondos por la educación de Ilé.

Al final, Marco hurta el dinero y pretende huir, pero se aterroriza cuando Zazu se suicida por el amor y el odio que siente por él. El marinero portugués se niega a que Marco se

1 embarque, y la policía lo detiene. Mientras tanto, la experiencia y enseñanza que Ilé ha recibido le han dado bastante «roce social» para hacerse aprendiz de Anderea.

Las palabras en Pequeño teatro

La novela empieza con el epígrafe «“Palabras, palabras, palabras…”», el cual viene del segundo acto de Hamlet, y estas palabras constituyen una clave para reconocer el propósito de la novela, un propósito de crítica social (Matute Pequeño 5). Primero, la citación de Hamlet refleja la importancia del teatro en la novela, porque Hamlet es una obra de teatro y porque la metateatralidad («teatro dentro del teatro») juega un papel importante en las dos obras. De hecho, en las dos obras, el teatro dentro de la historia sirve para comentar sobre la sociedad que lo rodea. Algunos estudios, como «La commedia dell’arte en una novela de Ana María Matute» de Janet Díaz, han señalado la importancia del teatro de marionetas en Pequeño teatro, destacando las frecuentes comparaciones entre los personajes y las «máscaras» de la commedia dell’arte y entre las obras de Anderea y los acontecimientos de la historia. Sin embargo, Matute dijo que la idea central de la novela no era el teatro, sino una crítica social: «“The strongest impulse which dominated me in this book was, perhaps, to denounce that false ‘charity’ …”»

(Díaz Ana 41). Si las «palabras» juegan un papel principal en la novela, ¿qué relación tienen con el propósito principal de Matute de denunciar la falsa caridad?

El tiempo: la falsa caridad

La relación entre las palabras y la falsa caridad se ve primero en la vida de

Eskarne. Aunque el título (palabras) pomposo de la organización que ella dirige,

«Asociación Protectora de Huérfanos de Marineros», pretende ofrecer la caridad a los necesitados del pueblo, Eskarne desprecia a Ilé y lo excluye de la «Asociación», a pesar

2 de que Ilé es el huérfano más necesitado del pueblo (Matute Pequeño 167). Sin embargo,

Eskarne resuelve ayudarle cuando alguien del pueblo se burla de ella porque Marco ayuda al pobre y ella no. Cuando ella explica a Mirentxu que van a recoger al chico, se enzarza en un largo monólogo sobre la importancia de ayudarle. Mirentxu piensa, sencillamente, «“Eres hipócrita, Eskarne”» (Matute Pequeño 172). La hipocresía de

Eskarne se revela en la discrepancia entre sus palabras y sus intenciones; y en la importancia que ella da a las apariencias y al «qué dirán», es decir, a las palabras del pueblo.

La crueldad de las palabras de Eskarne adquiere fuerza en los recuerdos de

Mirentxu sobre su niñez. Cuando Mirentxu tenía seis años, Eskarne se ofreció a peinarle el cabello rizado diariamente, pero se aprovechaba de la oportunidad para torturar a su hermana menor. Le estiraba el cabello, y cuando Mirentxu lloraba, Eskarne «decía cosas, cosas atroces [. . .] “¿Acaso quieres ir al infierno? Eres vanidosa [. . .] ¿No sabes que la vanidad es un pecado? El demonio enreda sus uñas en los cabellos rizados y los arrastra a las llamas”» (Matute Pequeño 174). Eskarne empleaba palabras dañinas e hipócritas en la escuela también, para justificar su crueldad: «Era acusona, y cuando hacía daño, decía:

“Es por tu bien. Es por tu bien”» (Matute Pequeño 175). Por la noche, Eskarne despertaba a su hermana y se divertía leyéndole cuentos de su libro Ejemplares sucedidos:

Allí ocurrían atroces tormentos. A los niños que robaban peras recién sacadas del

horno, se les abrasaban los intestinos. Los niños que jugaban con cajas de cerillas,

morían inflamados. [. . .] la voz de Eskarne se recreaba en los pasajes más crueles

y aleccionadoras. (Matute Pequeño 175-176)

3 Cuando Mirenxtu leyó ese libro a solas, se dio cuenta de que Eskarne había inventado la mayoría de los horrorosos castigos. En todos estos ejemplos, Eskarne escondía su crueldad en la apariencia de moralidad, y esta falsa bondad siempre se expresaba a través de las palabras.

Se destacan aquí las similitudes entre las preocupaciones de la joven Matute y la crítica social representada por la falsa caridad de Eskarne. Cuando Matute fue al colegio religioso, se decepcionó porque los libros eran de muy poca calidad literaria:

Books in the colegio were horrible; there existed few or no good books for

children in Spanish literature, only tales of «good guys» and «bad guys» intended

to inculcate virtue. She [Matute] recalled one in particular, entitled «Buena

Juanita» [. . .], in which Juanita (the model to imitate) was a chivata [. . .] who

denounced her schoolmates. (Díaz Ana 25)

Se nota que la falsa caridad de Eskarne se expresa de las mismas formas que en el colegio de Matute, en un libro de moralidad para niños y en el chivato. Así, Matute critica en su novela el ambiente de crueldad e hipocresía que engendraba el sistema educacional religioso de España, basado en una moralidad maniquea.

El tema de la caridad versus la falsa caridad aparece a lo largo de la obra de

Matute, el cual demuestra su importancia en su crítica social. Por ejemplo, las hipocresías de Isabel en la novela Los hijos muertos (1958) y de Borja y su abuela en la novela

Primera memoria (1960) muestran el potencial de hipocresía y vanidad que se ocultan tras la religión. La expresión más clara de la postura de la autora en cuanto a la caridad se ve en su cuento «La caridad» (A la mitad del camino, 1961), el único de abierta crítica social incluido en su primera colección de cuentos de no ficción. En este cuento, Matute

4 cuestiona la «caridad» de las mujeres que llaman «mis pobres» a los que ellas ayudan para la Navidad. Dice que el amor al prójimo, la caridad cristiana, no tiene mucho que ver con el dinero ni «con ese raro y vago sentimiento, difícil de definir, que a veces impulsa a las gentes y que se bautiza, a menudo, con nombres pomposos» –como

«Asociación Protectora de Huérfanos de Marineros»– «y aun humillantes para los favorecidos» (Matute Mitad 697). A diferencia de esta caridad hipócrita, Matute sugiere que la caridad verdadera consiste en «escuchar al prójimo con paciencia, o pronunciar una palabra de aliento, o dar una oportunidad, o tener indulgencia hacia las faltas ajenas, o no dar oídos a la maledicencia, y, a veces, quizá, no creer en la maldad humana»

(Matute Mitad 698). Según esta perspectiva, la caridad de Eskarne en su asociación vanidosa y en su moralidad acusadora es falsa y así contribuye al propósito de Matute en

Pequeño teatro de denunciar la falsa caridad.

Las palabras importan mucho en la falsa caridad de Marco hacia Ilé, también. Lo más impresionante de Marco es su voz, y habla siempre. Habla de su misterioso pasado, de lo prodigioso que es Ilé y de la filosofía. Sin embargo, al final Ilé se da cuenta de que todo lo que Marco dijo era mentira. Marco fingía escuchar a Ilé, pero estableció su amistad solo para engañar al pueblo y robarle el dinero. La hipocresía de Marco engaña al pueblo porque los vicios de Marco ya existen en el pueblo: la falsa caridad de Marco expone y ridiculiza la falsa caridad de Eskarne y de toda la sociedad.

A diferencia de Marco, el hablador, las infrecuentes y cariñosas palabras de

Anderea representan su caridad verdadera. Anderea escucha a Ilé: «Su buen amigo le escuchaba [. . .] Le escuchaba y le creía, y el muchacho le amaba por eso más que por dejarle comer de su plato, más que por dejarle dormir en el estante de los muñecos

5 olvidados» (Matute Pequeño 13). A veces Anderea le da consejos a Ilé, como al final, cuando le ayuda a vencer su odio hacia Marco. Desde luego, Anderea también le ayuda a

Ilé dándole comida, albergue y trabajo. La actitud de Anderea hacia Ilé representa la caridad verdadera según la definición de Matute: «escuchar al prójimo con paciencia, o pronunciar una palabra de aliento, o dar una oportunidad» (Matute Mitad 698). Anderea representa la posibilidad de amor al prójimo en una sociedad de falsa caridad.

El Tiempo: la vejez y las generaciones

A lo largo de Pequeño teatro, se nota la falta de comunicación entre las generaciones. El primer capítulo yuxtapone la vida de Ilé, el pobre joven, con la de Kepa, el rico mayor. Ilé sueña con la unificación de los dos: «Soñaba con Kepa Devar. Y lo veía grueso, imponente, con sus manos velludas y cargadas de anillos, estrechando las suyas, sucias y morenas» (Matute Pequeño 14). Sin embargo, el lector aprende que Kepa está más solo que Ilé, a pesar de sus riquezas materiales. No habla nunca con su hija Zazu, ni con nadie, sino que se habla a sí mismo en la taberna. La última frase del primer capítulo hace hincapié en esta brecha generacional: «absurdamente, como para borrar sus pensamientos, decía a media voz, con un acento engolado y vacío: “Hemos logrado una juventud perfecta”» (Matute Pequeño 21). Sus palabras separan el «nosotros» implícito de la «juventud», como si los dos grupos estuvieran irremediablemente separados, y como si la relación entre los dos consistiera en un poder controlador de los viejos sobre los jóvenes.

La vida y la muerte de Zazu también representan el poder sofocante de la generación anterior sobre la juventud. Sus tías le han arreglado un noviazgo con un hombre de cuarenta años que esta joven ni ha conocido. Además, durante sus largos días

6 en su casa oscura, Zazu se siente intimidada por el retrato de su madre que cuelga en la pared. Su madre, también llamada Aránzazu, era aristócrata, honrada y «buena», y Zazu sabe que no da la talla. Se contempla en el espejo, y la voz narrativa expresa su impresión de sí misma: «No había sido nunca buena» (Matute Pequeño 44). Cada vez que baja la escalera, recoge su falda con las manos, y piensa que ha heredado esta costumbre de su madre, pero que no sabe por qué lo hace. La mañana de su suicidio, se contempla en el espejo, piensa en su matrimonio venidero, baja la escalera y se acerca al retrato de su madre que no puede emular. Se da cuenta de que lo que ella ha querido siempre, y no encontrado, ha sido el amor. Su subsiguiente muerte representa su rebelión contra el mundo que los adultos han creado, un mundo de asfixia de la juventud, donde reina la falta de comunicación y de amor, y en su lugar, las mentiras y la falsa caridad.

En la obra de Matute, la vejez se asocia con la pérdida de la esperanza y con la falsa caridad. En su capítulo «Adulthood—Una Vejez Espiritual», Jones nota que las mujeres viejas de Matute tienen en común la dureza y la hipocresía, especialmente en cuanto a la religión (101). Esta observación concuerda con el hecho de que la mayoría de los ejemplos de la falsa caridad examinados hasta aquí sean también mujeres «de cierta edad» (como dice Matute en «La caridad»): Eskarne (Pequeño teatro), Isabel (Los hijos muertos) y la abuela de Matia (Primera memoria). Jones menciona que el caso de Isabel demuestra una constante en la obra de Matute, que la vejez espiritual de los personajes no depende de su edad: «The initiation into adulthood, for example, is a spiritual aging caused by factors that have nothing to do with physical growth» (86). La vejez espiritual de estos personajes se basa en la dureza espiritual, la pérdida de la fe y de la capacidad de comunicarse con los demás.

7 Además de Eskarne y Kepa, Mirentxu personifica esta vejez espiritual. Ella piensa largamente sobre su niñez y adolescencia, como Kepa más tarde. Sin embargo, estos recuerdos no sirven para rejuvenecer a los personajes, sino para subrayar el fatalismo de su vejez. Jones muestra que los recuerdos de los adultos funcionan así a lo largo de la obra de Matute:

But the remembrances accomplish no purpose; they neither rehabilitate the adult

nor change his attitude, because the recherche du temps perdu is really only a

masochistic reopening of old wounds. His soul-searching may include a quest for

that part of his personality abandoned somewhere in adolescence. (88)

Los recuerdos de Mirentxu incluyen sus primeros deseos amorosos y cómo los perdió. De la misma forma, su amor por Marco termina por la desilusión cuando ve que este sale para reunirse con Zazu: «“Ella es joven y él también.” El alma de la señorita Mirentxu tenía ahora cuarenta años, cuarenta años ciertos y sólidos» (Matute Pequeño 222). La pérdida de la juventud espiritual de Mirentxu y de Kepa resulta, respectivamente, de la pérdida de sus prospectos de amor y de comunicarse con la nueva generación, resultando en el fatalismo y la soledad. Así, se ve que los personajes de la generación mayor representan la pérdida del amor (Mirentxu) y de la comunicación (Kepa) que resultan en la falsa caridad (Eskarne) y la mentira (Marco).

La creación y la juventud espiritual

Anderea representa no solo la caridad verdadera, sino también la posibilidad de mantener la juventud espiritual a través de la creación. La primera descripción de

Anderea hace hincapié en el poder rejuvenecedor de su imaginación teatral:

8 El anciano era jorobado y deforme, y en Oiquixa llamábanle Anderea. Él mismo

tallaba sus muñecos, él mismo trenzaba sus historias. [. . .] Solamente había un

muñeco que resistía al tiempo, como si fuera eterno, porque nadie sabía cuándo

nació y no parecía querer morir. Impasible y sonriente, contemplaba la gloria y la

ruina de sus compañeros. El anciano le quería y le cuidaba más que a ninguno,

porque era un polichinela jorobado que se parecía a él. (Matute Pequeño 12-13)

La constante comparación entre los personajes y los muñecos del teatro de Anderea demuestra que las descripciones del polichinela jorobado son también descripciones de la personalidad de Anderea. Aunque es «anciano», es «eterno», libre de la amenaza de la muerte. A diferencia de los otros personajes mayores en la novela, Anderea es

«sonriente», no ha perdido su esperanza. Parece no envejecer. El que crea, no envejece.

El poder de la creación y la imaginación es otro tema constante de Matute. En su discurso de recepción del Premio Cervantes en 2010, ella misma declaró:

Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la

valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: «el que no ama está muerto» y yo me

atrevo a decir: «el que no inventa, no vive». (Matute «Premio» para. 3)

Para Matute, el que inventa, se inventa la vida, y no envejece.

Del mismo modo, Ilé llega a un final feliz (a diferencia de los otros personajes), porque aprende de Anderea la creación y la caridad, mientras que Zazu muere a causa de su vejez espiritual. Cuando empieza la novela, Ilé ya ha memorizado todas las comedias de Anderea, y su perspectiva juvenil, inocente y creativa es su salvación: «Su grande, su extraordinaria imaginación le salvaba milagrosamente de la vida. También su ignorancia, y sobre todo, aquella fe envidiable y maravillosa» (Matute Pequeño 11-12). No pierde la

9 esperanza, sino que la retiene a través de la imaginación; y su final feliz es la esperanza de crear y manejar comedias en el teatro de Anderea. Zazu, por otro lado, no puede inventar su vida, sino que se ve encerrada en una vida que la generación anterior le inventó; y su falta de esperanza la envejece tanto que muere.

La esperanza (o «fe») y la vejez espiritual se relacionan no solo a la creación, sino también al tema de la caridad. Zazu muere porque se da cuenta de que, a pesar de los amores con Marco o con su novio, no ha encontrado el amor verdadero, la caridad, y no va a conformarse con los amores falsos. Ilé, por su parte, tiene que aprender la caridad de

Anderea antes de encontrar su final feliz. En su última escena en la novela, se está quejando frente a Anderea de que todo lo que Marco dijo fuese mentira, y explica que lo odia y que lo matará si lo encuentra de nuevo. Sin embargo, Anderea le conseja:

«¿Para qué odiar? No es fácil. No tiene sentido. No se puede odiar a los sueños».

[. . .]

«Fíjate qué muñeco tan gracioso» [es un muñeco en forma de Marco] [. . .]

Ilé clavó en Anderea sus ojos agradecidos. [. . .] Al fin y al cabo, [Marco] no era

más que un muchacho. Parecía que las sombras huían de su corazón. (Matute

Pequeño 282)

Anderea le enseña a Ilé a «tener indulgencia hacia las faltas ajenas» y «no creer en la maldad humana», que es la caridad, según la definición de Matute (Mitad 698).

En resumen, Pequeño teatro introduce con fuerza los temas de la falsa caridad y de la creación que llenan la obra de Matute, y demuestra la relación entre estos temas y las palabras. En cuanto a la caridad, las palabras son el medio de la hipocresía y la mentira, pero también pueden llevar a uno hacia la caridad, cuando la gente conversa y

10 «pronuncia una palabra de aliento» como Anderea (Matute Mitad 698). Además, la creación que sobrevive al tiempo se basa en las palabras, como las comedias de Anderea.

Es más que probable que la semejanza entre el nombre «Anderea» y el nombre del autor que despertó la imaginación y los impulsos literarios a Matute (Andersen) indica que este personaje representa de una forma importante los temas de la obra de Matute.

Aunque la falsa caridad representa el «tiempo» con minúscula, que es la sociedad que Matute critica, y la vejez y la muerte representan el «Tiempo» que la vida inventiva vence, se debe aclarar que los dos conceptos contribuyen al envejecimiento de los personajes de Matute. Como el Tiempo los envejece físicamente, su manera de vivir determina su fe o fatalidad, su juventud o envejecimiento espiritual. Matute sugirió lo mismo en su cuento de no ficción «El camino»: «Porque el tiempo no fue el único culpable, ya que nos traicionamos creciendo, envejeciendo, minuto tras minuto» (Río

840). Hay que vivir de una forma que resiste el tiempo/Tiempo, que no se entrega a la falsa caridad de nuestra sociedad ni permite que la pérdida de la juventud física y la muerte nos quiten la esperanza y la fe, los sueños y la imaginación. Por eso la obra de

Matute va más allá de su época y su contexto cultural, porque a la vez que critica su propia sociedad, también abarca temas universales (la caridad, la muerte, la creación).

Pequeño teatro expresa una crítica social más personal que política, y por eso no está limitada por el tiempo.

11 Capítulo dos

La torre vigía: la brutalidad, la justicia y el niño divino

Sinopsis de La torre vigía

A diferencia de toda la obra de Matute hasta 1971, La torre vigía no tiene lugar en la España moderna, sino en la Europa medieval. El protagonista anónimo se ve rodeado de la brutalidad de un mundo feudal en que los hombres se han llenado del «temor de sus semejantes» (Matute Torre 14). Mientras el padre del protagonista, un señor feudal pobre, se pierde con las jóvenes del pueblo, a su madre el niño no le inspira ternura alguna. Un día, ella lo hace presenciar la incineración de dos mujeres, una madre y su hija, solitarias, a quienes el pueblo ha culpado por todos los males que sufre. Cuando el protagonista cumple los ocho años, su madre se dedica a la vida religiosa, así que aprende a cazar su propia comida y a vivir solo. Todo el mundo le teme, así que no puede encontrar ningún amigo, hasta que un joven accede a comer con él. Sin embargo, este joven le roba la navaja y se va.

Antes de morir, su padre le envía al castillo del Barón Mohl para llevar a cabo su formación como caballero. En el castillo, el protagonista se destaca en todo: sobresale en las letras, la caza y los juegos guerreros. El Barón lo elige para que entre a su servicio, y lo hace su escudero. Sin embargo, los tres hermanos mayores del protagonista nunca reciben ningún honor, y lo golpean con odio y envidia.

El Barón tiene relaciones sexuales con jóvenes, varones y hembras, pero los oculta dentro de su habitación. No obstante, cuando la baronesa se muere, el Barón caza a un joven bandido y alardea de su relación en público. Después de un tiempo, el joven

12 mata al querido halcón del Barón, le roba su collar de oro y se da a la fuga, y cuando lo detienen, el Barón lo mata brutalmente.

Los del castillo se entregan cada vez más a la suciedad y la miseria; pero una madrugada, el protagonista sigue una luz que le guía a la torre vigía. Entabla una amistad con el joven que reside allí, un vidente. El joven le profetiza misterios, y el protagonista va descubriendo la gran Guerra entre las fuerzas blancas y negras.

Al protagonista le van a investir como caballero en Pentecostés. La víspera de su investidura, ve visiones de su propia ira y temor, y se niega a entregarse a ellos. Sale de su cuarto y deja que sus hermanos lo maten junto al río. Entonces, su espíritu sube la torre vigía (cual Joven Sirena)1, y él mata al Bien y al Mal, y se abre paso a través del

Tiempo.

El tiempo: la brutalidad

La primera página de la novela introduce al lector a un mundo medieval lleno de miedo y violencia. El protagonista narra, «Lo cierto es que vivíamos en la zozobra y amenaza; no tanto a causa de las feroces incursiones [. . .] en nuestras tierras [de] los pueblos ecuestres de más allá del río [. . .] como por la rapacidad de nuestros convecinos»

(Matute Torre 9-10). La única diversión del padre del protagonista es ver la lucha entre sus hijos para recoger sus porciones de la cena, y golpearles para impedir que se maten.

Cuando el protagonista tiene siete años, empieza a aprender las artes del combate de su maestro de armas2, que emplea aullidos y bramidos en vez de palabras. Incluso cuando el protagonista entra en el servicio del Barón y aprende a leer, su sociedad le prohíbe cultivar su inteligencia y las palabras en vez de emplear la fuerza:

13 Pero el propio capellán me dijo que un noble guerrero no precisa en demasía saber

leer, y así lo comprendí. De forma que una vez aprendí algo de Matemáticas,

Geografía y cuantas oraciones en latín, este aspecto de mi educación no alcanzó

mayores vuelos. (Matute Torre 76-77)

Alrededor del protagonista reinan la fuerza y la falta de palabras, no la comunicación y la caridad.

La brutalidad de la época en que vive el protagonista se nota en las mentiras e hipocresías y en la falta de palabras caritativas y amistosas. Después de la ejecución de las dos mujeres, el protagonista oye una conversación entre su madre y otras mujeres sobre el orden de la ejecución. Las mujeres solteras plantean que hubiera sido mejor matar primero a la madre, pero las madres dicen que hubiera sido mejor hacerle a la madre presenciar la muerte de su hija, porque esto es la tortura más dura. El protagonista se conmociona ante estas palabras tan brutales en boca de mujeres cosiendo tranquilamente. Se nota que recomiendan esta brutalidad en nombre de la religión, o la superstición, porque mataron a las mujeres por ser brujas. Además, la horrible ejecución se parece a las torturas en que se recreaba Eskarne en Pequeño teatro, las que leía (o inventaba) en el libro de Ejemplares sucedidos. Estas «virtudes» brutales ejemplifican la falsa caridad del mundo literario de Matute. La discrepancia entre la actitud tranquila de las mujeres y sus consejos violentos, y entre su religiosidad y su brutalidad –es decir, entre sus acciones y sus palabras– muestra su hipocresía.

Mientras tanto, el protagonista sufre la imposibilidad de relacionarse con nadie, lo cual representa de nuevo una falta de palabras caritativas y comunicación. Su encuentro con el joven que concede comer con él le da su primera experiencia amistosa y la

14 posibilidad de conversar con alguien. Sin embargo, la traición del joven le muestra que sus palabras de amistad fueron falsas, como la «falsa caridad». En su única conversación con su primer amor, la golpea en el rostro cuando ella dice algo que le recuerda la ejecución de las dos mujeres; cuando le ve la sangre en la cara y se da cuenta de su propia brutalidad, cae al suelo, gritando y llorando, porque ve que él mismo es una persona violenta. Se ve encerrado en un mundo de violencia, incapaz de superarlo.

Aunque sus condiciones mejoran en el castillo del Barón Mohl, entabla relaciones casi exclusivamente con la Baronesa y el Barón, y estas relaciones se caracterizan por la fuerza y la falta de caridad verdadera. La Baronesa empieza a tener encuentros sexuales con el protagonista, pero su relación es básicamente una violación, porque el protagonista no entiende lo que pasa y la Baronesa no le da otra opción. Sus relaciones sexuales no son mutuas, y se caracterizan por la rapacidad bestial de la Baronesa, que le muerde la piel. Por eso el protagonista cree que ella es una Ogresa que sale al campo para cazar y

«devorar inocentes criaturas; a desgarrar carnes con sus finas y curvadas uñas y a hundir los afilados colmillos en sus entrañas» (Matute Torre 89). Compara también al Barón con un Ogro para comprender sus relaciones con jóvenes y niños. Aunque al protagonista el

Barón no le trata así, sino más bien como a un hijo, la violencia domina al Barón. Al final del capítulo en que conoce al Barón, observa que ocultaba una «naturaleza cruel» que realmente era el aspecto más verdadero de su personalidad (Matute Torre 82).

Los eventos justo antes de la muerte del protagonista hacen hincapié en el ambiente violento en que vive. Entre los ritos de «purificación» la noche anterior a investirse como caballero, otros caballeros lo rodean y hablan de «honor, justicia, limpieza de corazón y protección al débil», pero el protagonista no puede ni oírlos porque

15 sabe que todo esto es hipocresía (Matute Torre 228). Finalmente, el caballero mayor levanta su espada «para mostrar a mí y al mundo la razón más poderosa y pesada de la tierra» (Matute Torre 230). Entonces entra el Barón, pero él no dice nada parecido a los consejos de justicia, sino que mantiene el silencio, hasta pedirle que le mate algún día. En fin, el ambiente en que vive el protagonista se caracteriza por la falta de palabras

(comunicación) o por las palabras brutales e hipócritas, y por la supremacía de la violencia.

El protagonista por fin establece una relación en que reinan las palabras y la conversación, después de confrontar cara a cara el amor complicado del mundo en que vive. Al final del capítulo ocho, el protagonista se siente aterrorizado cuando se da cuenta de que su relación con la Baronesa incluye «esa palabra [. . .] que llaman los hombres amor» (Matute Torre 187). Más tarde, recoge el guante del Barón y se da cuenta de que el puño feroz de este hombre cruel también le ha ofrecido la bondad, y que en ese puño

«también ardía, y devoraba, el amor» (Matute Torre 188). Estas reflexiones sobre el amor peligroso –¿la falsa caridad?– que ha vivido le empujan a huir, como Zazu cuando se dio cuenta de que el amor era lo que siempre le había faltado. A la mañana siguiente, el protagonista se da cuenta de una luz dentro de sí mismo, y se le antoja «que mi naturaleza luchaba por renacer de sí misma» (Matute Torre 189). Una luz celestial le guía hasta la torre vigía, donde conoce al joven vigía que se parece a su primer amigo falso con quien compartió su caza. Los dos mantienen largas conversaciones sobre sus visiones espirituales y místicas. Cuando sube la torre en la última escena, ve que el vigía no es su amigo falso, y que está muerto. Los aspectos psicológicos y místicos de todos estos acontecimientos insinúan que la amistad con el vigía, o quizá hasta el vigía mismo, es un

16 invento de la imaginación del protagonista. Por lo menos, la semejanza entre el vigía y su primer «amigo» existe solo en su mente. Cabe la posibilidad de que el protagonista asocia a su nuevo amigo con su primer «amigo» porque está recreando su propia vida, y porque la conversación que le fue siempre negada en su vida terrestre forma la base de esta vida espiritual, más allá de «crueldad y amor» (Matute Torre 201).

El Tiempo: la vejez y la juventud

A lo largo de la novela, se hace hincapié no solo en la falta de caridad en el mundo del protagonista, sino también en el contraste entre su propia juventud y la vejez de sus superiores. La segunda frase de la novela describe a su padre como «casi anciano».

El protagonista teme devenir como su padre, viejo no solo físicamente sino también espiritualmente. Se contempla en el arroyo para ver si tiene el aspecto feroz de su padre; entonces, lo busca, y lo ve «sobre el caballo, sin el menor vestigio de apostura, ni aun decencia. Entonces, la sospecha de llegar a ser algún día como él me estremecía» (Matute

Torre 12). No quiere crecer así, perdido, egoísta, cruel y ridículo. Al final, el protagonista no crece, sino que muere a los trece años, así que evita vivir una vida adulta como su padre. Esta muerte física simboliza el renacimiento o la resurrección de su naturaleza espiritual.

No solo su padre, sino también el Barón ejemplifican la vejez espiritual. El padre y el Barón tienen muchas características en común: la violencia reina en sus personalidades, el Barón trata al protagonista como a su propio hijo, los dos se pierden en bacanales hasta que hay que llevarlos a su cámara para dormir, etc. La vejez espiritual del

Barón se nota especialmente en su abuso sexual de los niños y los jóvenes; la juventud es el único requisito de devenir uno de sus abusados, como si el Barón buscase la juventud

17 que él mismo ha perdido. Mientras tanto, él mismo no quiere descendencia. Como resultado, su vejez espiritual le hace destruir a la juventud. La última vez que lo ve, el protagonista comenta, «Me pareció que había envejecido de una forma casi monstruosa.

No envejecía un hombre –pensé— en años, ni en meses. Sino, acaso, en un minuto, en un día o una noche» (Matute Torre 230). Estas observaciones muestran que el protagonista no comenta su vejez literal, sino una vejez que no se relaciona directamente con el tiempo.

La manera de morir que elige el protagonista enfatiza su elección de no envejecer espiritualmente como su padre y el Barón. Después de morir, se mira (de nuevo) en el río, y ve que su cabeza degollada y muerta no es su cabeza, sino que se parece mucho a la de su padre. La naturaleza brutal de su padre, que vivía dentro del protagonista, ha muerto.

Muere porque el protagonista elige no ejercer la violencia en contra de sus hermanos.

Así, rechaza el violento estilo de vida de su sociedad, y de su padre y el Barón. Rechaza la vida mundana que su padre le dio y el título de caballero que el Barón estaba al punto de darle, porque los dos representan el estilo feroz de vivir. El hecho de que su espíritu no muera con su cuerpo demuestra que él ha evitado el envejecimiento físico y espiritual.

La vida, la eternidad, el niño divino y la creación

El protagonista supera el envejecimiento y la muerte porque elige una vida más allá de los vicios de la sociedad en que vive. Antes de conocer al vigía, siente «un cansancio demasiado grande, y antiguo, para albergarse en una vida tan corta» (Matute

Torre 189). Su espíritu se siente viejo pese a su juventud física. Sin embargo, cuando conversa con el vigía, aprende que la vida no es lo que él había pensado: «El mundo no era un grito de guerra, ni se debía alcanzar la vida a través de la violencia, la rapiña o el

18 engaño, como siempre habían visto mis ojos, y enseñado todos los hombres» (Matute

Torre 201-202). Dado que la vida es otra cosa, el protagonista concluye, «“Nunca he vivido [. . .] Sólo atrapé [. . .] jirones de una vida inmediata”» (Matute Torre 202). Por eso rechaza las pasiones de su sociedad; e inventando su propia vida, supera «una vida inmediata», es decir, limitada por el tiempo, y encuentra la eternidad.

La eternidad que alcanza el protagonista se relaciona con su estatus de «niño divino». El Barón comenta su semejanza a los «dioses perdidos» a causa de su cabello rubio y sus ojos azules. Además, las visiones sobrenaturales que experimenta el protagonista muestran que de hecho tiene una sensibilidad espiritual. La crítica El Saffar subraya que el arquetipo del niño divino o Abel, «regularmente rechazado por los hijos de Caín, que también abundan en las obras de Matute, sigue sin embargo reapareciendo, en obra tras obra, tan inevitable como los que surgen para destruirlo» (223). Como un ser divino o espiritual, el protagonista anónimo representa el triunfo sobre el tiempo y la muerte.

La divinidad del niño protagonista lleva varias implicaciones en cuanto a los temas religiosos y creativos. En las culturas influenciadas por el cristianismo, como

España, la figura del «niño divino» tiene sus raíces en Jesús. La yuxtaposición con la figura de Abel no es accidental. Al contrario, varias voces del Nuevo Testamento hacen la comparación entre el sufrimiento de Abel y el martirio de Jesús y sus discípulos

(Mateo 23.34-35, Lucas 11.49-51, Hebreo 12.24, Juan 3.12-13).

Del mismo modo, el final de La torre vigía refleja la semejanza entre el protagonista y Abel y Jesús. Como Abel, cuya sangre todavía hablaba desde la tierra después de su muerte, el protagonista habla aún, como anuncia en las últimas frases de la

19 novela: «A veces se me oye, durante las vendimias. Y algunas tardes, cuando llueve»

(Matute Torre 237). Además, su estatus humano y divino y su «resurrección» después de su muerte injusta se asemejan a los de Jesús.

La vida espiritual del protagonista y su relación con Abel y Jesús se vincula estrechamente con las palabras. Como se nota arriba, se parece a Abel porque todavía habla, es decir, emplea palabras. Además, según el cristianismo, el Creador creó el mundo por medio de la palabra. La palabra se relaciona, en la mentalidad bíblica de

Matute, con la creación. Del mismo modo, Matute es autora, y sus creaciones son libros y cuentos, con palabras; y como Matute, el protagonista ha creado el libro entero, porque él es su propio narrador. Crea el libro y su propia vida; porque como dijo Matute, la creación es necesaria para vivir.

Sin embargo, no solo emplea las palabras, sino que las supera de forma creativa para superar su sociedad. Al final, el protagonista-espíritu se ve atravesando el Mal y el

Bien con su espada: «el mundo negro y el mundo blanco; puesto que ni el Bien ni el Mal han satisfecho, que yo sepa, a hombre alguno» (Matute Torre 237). Mata al «Bien» y al

«Mal» para superar el mundo de maniqueísmo, enemistad, oposición y guerra en que vive

–como la misma Matute, que se rebelaba contra los libros para niños (y para adultos) que dividían y moralizaban el mundo de forma maniquea. El protagonista, como Matute, crea un nuevo estilo de vida, un nuevo sistema de vida que va en contra de la sociedad en que vive; y emplea las palabras de su sociedad para criticarla. No obstante, mientras que el protagonista vence a su sociedad (espiritualmente), su victoria es primariamente personal e individual, y no política. Descubre el poder de las palabras para comunicarse (y superar el tiempo hostil en que vive) y para superar la muerte (y el Tiempo en general).

20 Capítulo tres

Paraíso inhabitado: la conversación y la magia/imaginación

Sinopsis de Paraíso inhabitado

Paraíso inhabitado narra la niñez de Adriana, que vive en una familia española acomodada y conservadora en los años de la Segunda República Española (1931-1939).

Ni sus padres separados ni nadie le presta atención o le da mucho cariño, así que ella pasa sus días ocultándose y escuchando las conversaciones de los «Gigantes» (los adultos).

Por las noches, la niña sale de su habitación e imagina un mundo mágico que se despierta por la noche. Sin embargo, lo más mágico que a ella le ha sucedido es que, una vez, vio a un Unicornio salir de una tapia en su casa, y entonces volver a meterse.

Adri recibe visitas infrecuentes de dos personas con quienes establece una amistad: su tía Eduarda, que es la única que la entiende de verdad; y su padre, con quien va al parque y al cine por Navidad, y con quien establece una relación de cariño. Sin embargo, estos dos parientes casi nunca la visitan, y Adri solo recibe cartas infrecuentes de su parte. Como resultado, ella se ve atrapada en la vida monótona del colegio religioso y de su casa.

Sin embargo, cuando una familia que ha huido de Rusia viene a vivir a su edificio, Adri por fin encuentra un amigo, Gavrila, un niño cercano a su edad (ahora once años), el hijo de una bailarina rusa, y que vive con un criado, Teo. Adri escapa de su piso, con la ayuda de su criada Isabel, y pasa los días con Gavi, leyendo, creando historias con su teatro de marionetas y conversando. Cuando viene la primavera de 1936, Gavi le enseña a volar (imaginariamente). Sin embargo, Gavi cae enfermo de meningitis y muere.

21 Desde ese momento, Adri se porta peor en el colegio –e incluso se esconde en un cuartito del colegio durante un fin de semana– y su madre decide enviarla a vivir con su tía

Eduarda. Cuando Adri le explica a Eduarda que Gavi le había dicho que él volvería,

Eduarda responde que los Unicornios nunca vuelven.

El lenguaje, la conversación y el amor

Muy pronto se nota que la falta de amor en el entorno de la protagonista se caracteriza por las palabras vacías:

[ . . . ] también se habían vaciado las palabras, como copas boca abajo, aquellas

que aún resonaban en mis oídos de labios de mamá: «Verás como te gusta el

colegio, porque a ti te gusta escuchar y allí oirás cosas muy hermosas que harán

de ti una niña tan buena como Cristina, y entonces nosotros podremos sentirnos

muy orgullosos de ti». El tono levantaba la sospecha de que, en aquellos

momentos, yo no era el orgullo de nadie. (Matute Paraíso 26)

Adri, como narradora, dice que las palabras de los «Gigantes» le parecen más bien gruñidos, porque no entiende sus temas, no comparte sus motivaciones y no se somete al desprecio de su familia hacia ella. Por eso, esta niña, que no ríe nunca, no habla tampoco.

Cuando su madre se queja a Eduarda de que Adri no diga una sola palabra, Eduarda responde, «Mejor para ella», y, «Tendrá otro lenguaje» (Matute Paraíso 16). Adri rechaza las palabras vacías de su sociedad que representan la falta de felicidad y amor.

No solo en su casa, sino también en el colegio, se nota que las palabras no crean el amor y la caridad, sino la falta de comunicación caritativa. Cuando Adri va al colegio por primera vez –y tiene que sentarse sola en un pupitre para dos–, lo primero que

Madame Saint Genis3 (la superiora del colegio) le dice a Adri es que su hermana Cristina

22 era una estudiante ejemplar. Adri considera que no entiende lo «ejemplar» de Cristina porque ella la trata mal, y no le permite compartir su cuarto. Si las monjas estiman a

Cristina, estiman una bondad hipócrita. La hipocresía de la honra que recibe Cristina se parece mucho a la honra que recibía Eskarne-niña en Pequeño teatro mientras su hermana menor sabía la verdad de su carácter. Entonces, Adri observa (como narradora) que estas palabras «caritativas» de la monja constituyeron un monólogo en vez de una conversación. La soledad de Adri se expresa por un mundo en que nadie habla con ella de verdad, en que las palabras que deberían establecer la comunicación y el amor están siempre vacías, desprovistas de caridad e inútiles.

Cuando Adri encuentra el amor, se caracteriza por la conversación con su amigo y por la superfluidad de las palabras. En su primer encuentro con su tía, Adri nota que

Eduarda le habla «de igual a igual», y no «de arriba abajo» (Matute Paraíso 69). Adri empieza a hablar con Eduarda, y es la primera vez que se siente comprendida. Más tarde, cuando da un paseo por el parque con su padre, crea un lenguaje propio de ellos dos: ella le aprieta la mano, y él le aprieta la mano, y esto significa amor y las palabras no son necesarias. Finalmente, con Gavi, la relación en que ella comparte más amor, ella observa que, con él, se puede decirlo todo. Sin embargo, a menudo no dicen nada, sino que se entienden sin palabras: se les antoja que quisieran ser siameses, y Adri menciona más tarde que no se hablan porque la compenetración con su siamés basta; y cuando leen, no tienen que decir ni cuándo cambiar la página, porque los dos terminan la página a la vez.

Ella concluye que Gavi y ella se entienden sin palabras, mientras que ella no entiende «la mitad de cuanto dicen los Gigantes», o por lo menos no quiere entenderla (Matute

23 Paraíso 335). En un mundo en que las palabras vacías reinan, Adri encuentra el amor en relaciones en que reina la comunicación cariñosa, sea por palabras o no.

Sin embargo, la esperanza de Adri está amenazada por las palabras de los

«Gigantes» que describen sin amor el tiempo en que viven. En marzo de 1936, Adri empieza a oír a la gente hablar de gente que quema conventos, y las palabras que ella oye le dan mucho miedo. «Malos tiempos» y «gente muy mala» devienen para ella «palabras depredadoras», y ella empieza a sentirse aterrorizada por la idea de un mundo de gente mala (Matute Paraíso 244). Se debe notar que estas palabras la aterrorizan precisamente porque representan el opuesto de la «caridad» según Matute, que termina por «no creer en la maldad humana» (Mitad 698). Además, la caracterización de esta gente como

«mala» corresponde con el tema de la «maldad» que llena todo el libro, porque desde sus primeros días en el colegio Adri aprende que ella misma es «MALA» según las monjas

(Matute Paraíso 29). Adri responde a esta etiqueta con la revelación de que «ser malo sólo significaba no ser como los que me lo llamaban» (Matute Paraíso 35). Como Adri vive en un mundo que cree en la maldad humana, Adri tiene que resistir las etiquetas de esta sociedad y crear su propia caridad.

Sin embargo, cuando muere su «siamés», la privación de todo amor se caracteriza, una vez más, en términos de las palabras. Presumiblemente para no herirla, nadie le dice a Adri que su amigo ha muerto después de su larga enfermedad. Ella observa, «Y a mí, nadie me decía nada. / El silencio puede ser la revelación más cruel»

(Matute Paraíso 365). Adri por fin sube al piso donde ya no está su amigo, y más tarde, observa que «De pronto, no creí en nada de cuanto me habían dicho: todo era una mentira más de los Gigantes» (Matute Paraíso 367). En el sol, ella ve a Gavi en el cielo con los

24 brazos en cruz y le oye decir «“Ven, ven, ven…”» como cuando vivía; y Adri narra que

«Aunque los Gigantes no lo oían, lo repetían las pisadas, y el suave vaivén de las ramas del jardín de la Milagrosa» (Matute Paraíso 367). Por fin, alguien le dice a Adri que Gavi ha muerto: una niña de cinco años. El ama de la niña le pega en la boca, y la niña llora.

Como siempre, el mundo de los adultos está lleno de silencio en cuanto a las palabras de caridad.

Adri y Gavi superan «los malos tiempos» en que viven por medio del amor. La separación de los padres de Adri (que ya no se quieren) se explica en términos de tiempo: cuando Adri le pregunta a Eduarda por qué sus padres están separados, ella explica que

«“el tiempo es un asco”» (Matute Paraíso 71). A diferencia de sus padres, Gavrila y Adri se aman mucho y no pueden aguantar la separación. Al principio de su relación, Adri está enferma, así que Gavrila tiene que esperar hasta que ella se mejore; y nuestra narradora observa, «Y me esperó tanto que todavía está ahí, con su mano levantada, saludándome.

En ese tiempo, en ese lugar indefinible donde se guarda lo más profundo y, quizá, lo más inexplicable de la memoria» (Matute Paraíso 138). Más tarde, cuando abraza a Gavi dice que «parecía una eternidad» (Matute Paraíso 257). Su amor crea una eternidad en medio de un mundo de tiempo asqueroso.

El tiempo/Tiempo y la creación

Adri y Gavi superan el tiempo en que viven, no solo por el amor, sino también por la creación y la imaginación. Al principio, mientras Adri rechaza las palabras de los

«Gigantes», inventa su propio mundo y un lenguaje suyo4. Como la imaginación y la fe de Ilé Eroriak le salvó la vida, la creación de Adri se la salva a ella también:

25 La noche era mi lugar, el que yo me había creado, o él me había creado a mí, allí

donde yo verdaderamente habitaba. Despertar en la noche, adormecer en la

mañana, y aquel vivir a contrapelo, fue quizá la razón de la tenue felicidad que me

salvó de cosas como saber que nunca fui deseada, de haber nacido a destiempo en

una familia que había ya perdido la ilusión y la práctica del amor. (Matute

Paraíso 11-12)

A diferencia del «destiempo» que vive Adri en el mundo real, vive con Gavi un paraíso de imaginación tan maravilloso que observa que con él, «todo sucedía en un tiempo y lugar mágico» (Matute Paraíso 194). Este «tiempo mágico» se observa, por ejemplo, cuando Gavi «dibuja la música» con sus manos, y Adri recuerda, «No sé cuánto tiempo estuvimos así» (Matute Paraíso 273). Además, el libro entero está lleno de intertextualidad, sea cuentos de hadas de Andersen, El Cascanueces, o libros y películas de la época de la protagonista. Como el amor, la creación, la imaginación y la magia también sobrevienen el tiempo en que viven y el Tiempo en general.

Adri crea su propia identidad, y este acto de creación deviene en una identidad eterna. Cuando está en el cuarto oscuro de castigo por primera vez, experimenta un

«milagro»: que cuando parte en dos un terrón de azúcar, ve un chispazo de llama azul5.

Ella se dice en ese momento, «“Yo soy Maga”» (Matute Paraíso 88). Esta identidad que ella descubre contrasta y juega con la identidad que ella recibe de su mundo: «MALA»

(nótese el juego de palabras). Más tarde, su ama Isabel le dice que le van a disfrazar de

Brujita para el Carnaval, y le dice, «“porque tú eres una brujita, ¿lo sabías?”» (Matute

Paraíso 221). Cuando Adri responde, observa, «Asentí, con la sensación de estar respondiendo a una pregunta muy lejana, tan lejana que empezaba antes de mi nacimiento

26 y no tenía fin. El pasado y el futuro se confundían» (Matute Paraíso 221). Cuando crea su propia identidad mágica, su propia vida, se resiste a la sociedad (tiempo) en que vive y vence también el Tiempo.

Sin embargo, la muerte de Gavi significa el final de esta época de eternidad para

Adri. Cuando Adri oye por primera vez que Gavi está enfermo, llama la noticia «el primer aldabonazo del enorme reloj» (Matute Paraíso 306). Sea esta frase una referencia a la terminación de la magia en la historia de Cenicientas o no, señala la relación entre la venidera muerte de Gavi y las limitaciones del Tiempo. Cuando su muerte se acerca,

Gavi le dice a Adri, «“no tenemos mucho tiempo”» (Matute Paraíso 311). Cuando Adri por fin sube hasta el piso donde el enfermo Gavi ya no está, ella ve que el gran reloj del piso se ha parado. El Tiempo parado y limitado, el opuesto de la eternidad, representa la muerte de Gavi y de la magia de su niñez creativa.

Sin embargo, Gavi sigue representando la eternidad, primero por su estatus de

«niño divino»6. La narradora compara a Gavi con el «Arcángel San Gabriel», lo cual concuerda con su habilidad de «volar» (Matute Paraíso 101, 168). De nuevo, dado el poder que su presencia tiene para sanar a Adri, el médico le llama el «Panacea

Universal». Además, como el protagonista de La torre vigía, su linaje es dudoso, no de su madre sino de su padre: como Jesús, de cuya madre se sabe, pero cuyo padre no es el padre terrenal. Al final, Gavi le dice a Adri que va a volver, como Jesús; y después de su muerte, Adri lo ve en el cielo con los brazos en forma de cruz. El niño creativo es el niño eterno.

La eternidad de Gavi se ve también en sus palabras. Dice estas palabras misteriosas a Adri: «“Sí, me iré, como tú también te irás, porque todos los niños nos

27 vamos. Pero volveré. Te lo juro, yo volveré a por ti. Y tú me reconocerás”» (Matute

Paraíso 295). Estas palabras de un Peter Pan o de un niño divino hacen que a Adri le parezca «como si el tiempo hablase» (Matute Paraíso 296). Gavi es como el mismo

Tiempo, tan poderoso como el Tiempo, el cual no puede echar sus palabras al olvido. Por eso Adri sigue oyendo su voz después de su muerte –«“Ven”»– como la voz de Abel que sigue hablando desde su sangre, o del Espíritu Santo al final de la Biblia (Apocalipsis

22.17). Las palabras forman una parte importante en la creación de la vida eterna de

Gavi.

Sin embargo, a diferencia de los protagonistas de Pequeño teatro y La torre vigía, la protagonista de Paraíso inhabitado llega a un final desprovisto de creación, imaginación y esperanza. El pasar su adolescencia con Eduarda es una mejora sobre su entorno con su madre, porque Eduarda la entiende; pero las últimas palabras de Eduarda

(y de la novela) –«“Los Unicornios nunca vuelven”»– no ofrecen mucha esperanza para

Adri (Matute Paraíso 396). No obstante, estas palabras infelices representan, quizá, los tres temas constantes que se juntan al final de esta larga novela: el fin de la niñez imaginativa de Adri, la muerte de Gavi que termina con su amistad y amor, y el fin de una sociedad libre de la violencia (porque Adri va a vivir con Eduarda justo antes de la

Guerra Civil Española). De este modo, los cuatro antagonistas que caracterizan «el tiempo/Tiempo» en la obra de Matute parecen tener la última palabra: la vejez, la muerte, la falta de caridad y la falta de justicia social. Sin embargo, como una Adri mayor es la narradora, está claro que ella todavía vive y recuerda todos estos acontecimientos a pesar del tiempo, así que quizá no pierde totalmente su esperanza y su creatividad. Adri realmente tiene la última palabra.

28 Capítulo cuatro

Conclusión: la crítica social de Matute

En conclusión, la palabra resuelve el callejón sin salida del Tiempo en las obras de Matute porque lo hizo en la vida de Matute. Sus libros no son autobiográficos, pero como Matute dijo, «Estoy en sus páginas» (Matute «Premio» para. 5). Como sus protagonistas, encontró su vida a través de la creación, la imaginación y las palabras:

Cuando yo empecé a leer a escondidas en la noche [. . .] yo empecé allí a vivir mi

verdadera vida. Y cuando leía «Hans Christian Andersen,» yo pensaba «Ana

María Matute». [. . .]

Yo lo único que sé es que no puedo vivir sin escribir. Cuando era niña y el mundo

me rechazaba, yo empecé a escribir para inventarme el mundo. Y sigo haciéndolo.

Es una forma de estar en el mundo. Escribir es vivir, vivir en un mundo que yo

me he inventado. (Doyle 238)

Matute tenía que inventar su propia vida no solo porque crear es vivir (para superar el

Tiempo en general), sino también porque se veía en un mundo que la rechazaba (y tenía que superar la época en que vivía). No es del todo inexacto pensar que por eso tantos protagonistas de Matute «no se parecen a nadie» –Zazu en Pequeño teatro, Valba en Los

Abel, Pablo en Fiesta al noroeste, el niño divino de La torre vigía y el niño divino de

Paraíso inhabitado– porque no son como su sociedad y porque inventan su propia vida,

única y creativa. Matute, como sus protagonistas, sobrevivía su mundo por medio de la creación.

29 Además, las preocupaciones de sus obras reflejan las preocupaciones de Matute en cuanto a su sociedad y su vida personal. Por ejemplo, la «falsa caridad» y la hipocresía que Matute critica en Pequeño teatro representan sus preocupaciones en la época en que lo escribió, cuando tenía diecisiete años: «“Perhaps because it is in adolescence that we are most wounded by hypocrisy and falseness, this novel, where reality and lies are mixed almost without transition, was written, I remember, with great sadness”» (Díaz

Ana 40-41). De nuevo, como ya se ha examinado, el rechazo de «el mundo negro y blanco» en sus novelas refleja su rechazo del maniqueísmo en su sociedad y educación

(Matute Torre 237). Además, su ensayo sobre «La caridad» muestra sus preocupaciones personales y sociales sobre qué constituye el amor cristiano, y estas preocupaciones se notan a lo largo de su obra. La literatura de Matute contiene no solo su perspectiva sobre cómo sobrevivir (crear), sino también sobre cómo vivir mejor en la sociedad (la caridad y la justicia).

De la misma manera, no es una equivocación buscar en sus novelas una crítica social relacionada con la España de su época. Los conflictos entre las generaciones, prevalentes en Pequeño teatro y a lo largo de la literatura de Matute, tienen su base, quizá, en la perspectiva de Matute sobre su propia generación. Ella dijo, «“Mi generación hizo una ruptura importante con sus padres. La de hoy, la ruptura de hoy, no es tan enorme como lo fue aquella”» (Roma 79). Además, cuando vino la Guerra Civil, los miembros de su generación, todavía niños, se veían arrojados hacia un lado u otro por la generación de sus padres: «Nadie nos había informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas»

(Matute «Premio» para. 10). Por eso, en sus obras abundan jóvenes, cuyos padres no les

30 explican nada, que eligen romper las divisiones sociales entre los «buenos» y los «malos»

–Mónica en Los hijos muertos, Matia en Primera memoria, Adri en Paraíso inhabitado, etcétera–. La rebelión de la nueva generación en la obra de Matute es su propia rebelión.

Entre estos protagonistas jóvenes se notan Ilé y Zazu, que se rebelan en Pequeño teatro contra una España hipócrita y ultra-tradicional. Zazu no puede resignarse al papel ultra-tradicional que sus parientes le predeterminan, el papel de la mujer casada sea con amor o sin él. Ilé, por su parte, declara al final que él no es el loco, sino su sociedad; y la creación que va a heredar de Anderea representa su crítica social. A lo largo de la novela el teatro de Anderea representa la vida de su pueblo. Quizá por eso Eskarne intenta censurar sus comedias: Se acerca a Kepa durante una comedia y dice, «“Esto es inmoral”» (Matute Pequeño 103). Matute escribía en una época de censura basada en la

«moralidad». Como Zazu, Matute cuestiona la moralidad que exige el papel tradicional de la mujer; y como Anderea e Ilé, Matute representa y critica esta sociedad moralista a través de las historias.

Del mismo modo, el protagonista de La torre vigía se rebela contra una Europa medieval que se parece en ciertos aspectos a la España de posguerra. A diferencia de la historia oficial propagada por el régimen de Franco, Matute declaró que la Guerra Civil no fue una victoria: «“Above all, I have tried to portray the useless sacrifice of a war which has changed nothing”»7 (Díaz Ana 129). Del mismo modo, el protagonista de

Torre declara que el mundo no es un grito de guerra, y rechaza la enemistad y la violencia que lo rodean, a pesar de que las autoridades de su sociedad las elogian.

Además, la Europa medieval se parece a España para Matute, no solo porque está devastada por la guerra, sino también porque se basa en un sistema agrario feudal que

31 crea la pobreza. Esta semejanza entre la España de la Edad Media y la España moderna se ve en el primer capítulo de Los hijos muertos, y hay personajes en Los Abel, Fiesta al noroeste y Primera memoria que sugieren que hay que dividir la tierra de forma más igualitaria8. En La torre vigía, Matute está abarcando las injusticias políticas y económicas de su sociedad a través de la rebeldía de su protagonista joven.

En Paraíso inhabitado, Adri se rebela contra las divisiones de su mundo en dos según las normas tradicionales. Cuando saluda a Gavi por primera vez, rechaza la frase que ha oído tanto, «“Los niños juegan con los niños, y las niñas, con las niñas”» (Matute

Paraíso 137). De hecho, la primera vez que va para jugar con él, se disfraza como uno de sus hermanos para que Gavi la acepte; pero pronto se da cuenta de que esta precaución es ridícula e innecesaria. Además, juega con Gavi contra las órdenes explícitas de su madre, que dice que Gavi y su madre no son como ellos. En cuanto a su reputación de «MALA», esta empieza en el colegio cuando Adri cuestiona su enseñanza religiosa. Durante las enseñanzas para la Primera Comunión, Adri pregunta quién tentó a Satanás si antes existía solo la bondad. Esta pregunta inocente resulta en la vergüenza pública. Así, Adri, y Matute con ella, critican las divisiones de negro y blanco, bueno y malo, que llenaban la España tradicional y moderna –chicos y chicas, gente correcta y gente incorrecta, Dios y diablo9– .

Además, a través de la vida de Adri, Matute está criticando una España que nunca cambia y nunca mejora. Como en la mayoría de sus novelas que tienen lugar antes de la

Guerra Civil Española, la protagonista de Paraíso inhabitado vive en un entorno conservador a pesar de la liberalidad de la Segunda República. Este contraste se nota en las palabras de Eduarda, que recomienda a su hermana (la madre de Adri) que se

32 aproveche de la ley que permite el divorcio, pero añade, «“pero, claro, esta ley no tiene ninguna importancia en esta casa”» (Matute Paraíso 37). Quizá la crítica social más estremecedora de Paraíso inhabitado es que el ambiente de soledad y de temor en que

Adri vive está situada antes de la Guerra Civil, como si estos problemas fueran más arraigados que los cambios superficiales que los regímenes políticos traen. Esta perspectiva concuerda con las palabras de Matute citadas arriba, que la Guerra Civil no consiguió o cambió nada; y Matute siguió: «“Past and present are one and the same; time has no meaning”» (Díaz Ana 129). Claro que la Guerra Civil y la dictadura que resultó empeoraron las condiciones de muchas personas en España, y Matute dibuja la maldad de esta guerra en muchas novelas suyas; pero Matute elige enfocarse en los problemas sociales antes de este cambio. Más aún, Matute publica estos comentarios en el año 2008, después de que España ha superado la dictadura de manera pacífica y establecido una democracia estable. Matute, como la vieja Adri, está cuestionando la España tradicional y osa decir que «“Los Unicornios nunca vuelven”», ni después de que llega la paz a España

(Paraíso 396). Para Matute, la democracia no ha poblado el Paraíso, y los problemas sociales de antes de la Guerra siguen presentes.

Finalmente, aunque la caridad y la creación parecen a menudo dos formas distintas de luchar contra el tiempo/Tiempo, en Paraíso inhabitado se nota que las dos se juntan en la mentalidad de Matute. Por ejemplo, mientras Adri juega con Gavi (caridad), los dos manejan un teatro de cartón (creación), y Adri observa que, en ese teatro, ella y él pueden decírselo todo (palabras):

En algún momento me recordó al confesionario de Saint Maur, donde era

obligatorio ir a confesar faltas, pecados, o lo que fuera molesto decir [. . .] Pero

33 éste era un confesionario diferente, un lugar donde, sin amenazas de infierno,

culpas ni penitencias, se podía decir todo lo que de otra manera no hubiera sido

posible. (Matute Paraíso 197-198).

La comparación al confesionario hace una crítica importante de la sociedad y la religión tradicionales en España: para Adri, el confesionario es peligroso porque el confesor suele amenazar al confeso con el infierno en cuanto a los pecados. En vez de «escuchar al prójimo con paciencia, o pronunciar una palabra de aliento, [. . .] o tener indulgencia hacia las faltas ajenas» (la caridad), la religión sistemática de España solía inspirar el temor y la satanización (la injusticia) (Matute Mitad 698).

El tema de la creación se junta con la caridad porque, para Matute, la creación literaria es siempre crítica social, y la caridad es el único medio hacia la justicia. Matute dijo, «“I believe the writer has in his charge a social function, and that the novel has always been social, it cannot help but be”»; y en cuanto a sus propias novelas, dijo que casi todas eran una protesta (Díaz Ana 122). Además, Matute declaró que la búsqueda de la justicia (social) solo se lleva a cabo por medio de la caridad:

Aunque sea vieja y sabia la frase de que es preferible y deseable la justicia a la

caridad, o, mejor aún, en vez de la caridad, en este tiempo imperfecto que

vivimos, buen camino hacia la justicia total será, tal vez, esta caridad [. . .].

(Mitad, 697)

En una sociedad y un tiempo en que la «bondad» y la «justicia» oficiales eran hipócritas y brutales, Matute cuestionaba tal «justicia» a favor de su idea de la caridad, «no creer en la maldad humana» (Mitad 698). Aquí está la convergencia de los temas de las palabras, la caridad y la creación: las palabras son para Matute el medio de la creación, y esta

34 creación exige una crítica de las injusticias de la sociedad, y la justicia se logra solo a través de la caridad, la cual se basa en la comunicación con palabras de aliento.

No obstante, Matute solía despolitizar sus propias ideas sociales a favor de una crítica más personal que política. Por ejemplo, Matute explicó, «La única revolución importante en la que yo creo es la revolución interior, la que está dentro de uno mismo.

Ésta es la que nunca se convierte en una dictadura. Es la gran revolución» (Farrington 75-

76). De nuevo, en una conversación en Paraíso inhabitado, los criados discuten la violencia que algunas personas han hecho a Teo (disfrazado de mujer) en el Carnaval, y pronto la política se remplaza por la despolitización. El portero Joaquín dice que esta violencia es culpa de la República: «“¡Que ya lo digo yo… que hay mucho vicio, mucho vicio! Desde la República, ¿qué va a ser de nuestra Patria?”» (Matute Paraíso 242). Sin embargo, Isabel responde que la política no tiene que ver, sino que «“¡Vamos, con

República o sin República, lo que le han hecho a Teo es una bajeza… una maldad muy grande!”» (Matute Paraíso 243). La injusticia existe en cualquier tiempo, no importa el pasado ni el presente, ni los cambios políticos; solo la caridad puede superarla, y no la política.

Las contradicciones de Matute

La despolitización y las críticas del maniqueísmo en los libros de Matute contradicen su propia crítica social. Primero, Matute critica el maniqueísmo de las historias oficiales de su época, pero ella misma emplea cierto maniqueísmo en su literatura. No hay nada bueno en Eskarne, o en los hermanos del protagonista de La torre vigía; y aunque no sataniza a Kepa o Mirentxu, porque insiste en sus privaciones de niño, más bien los ridiculiza. Ridiculiza a la madre de Adri, también. Estos antagonistas, todos

35 mayores a los protagonistas, son solo antagonistas, malos, dañinos o ridículos. Las historias de Matute, como los cuentos de hadas que tanto admiraba, suelen dividir sus personajes en los buenos y los malos, incluso cuando muestran cierta indulgencia hacia sus faltas.

Matute realmente no rebela contra la moralidad, ni aun el maniqueísmo, en general; solo contra el maniqueísmo de su época y sociedad. Claro que Matute no iba a dibujar un mundo de gente solo bueno; pero todavía existen en sus obras un maniqueísmo frecuente, divisiones (o «rupturas») del mundo en grupos: viejos (o «Gigantes») y jóvenes, hombres y mujeres, mujeres mayores y religiosas y jóvenes insumisas, gente que no crea y gente que sí. España en la época de Matute solía dividir a la gente en los mismos grupos, pero con etiquetas opuestas de «Bueno» y «Malo». Por eso, ella vindica a los jóvenes, las mujeres, las jóvenes que no se conforman a las normas conservadoras y la gente que crea: porque en su sociedad, reinaban los mayores y la política de la generación anterior, los papeles de los géneros eran muy patriarcales y se perseguían a los creadores, particularmente a través de la censura. La autora supera al maniqueísmo de su época por medio de su propio maniqueísmo opuesto.

Por eso, tiene que fallar la despolitización que ella sugirió. Sus críticas sociales siempre devienen políticas, porque la política determina el sistema de poder en una sociedad, y Matute suele invertir el sistema de poder. Aunque Matute dice que predica solo una revolución interior, lo interior siempre influye lo social. Mientras que su creación literaria la renovaba a ella, también tenía que criticar la sociedad, como ella misma dijo que la novela no puede sino ser social. Por eso, ella finalmente se metió en la

36 política con el Manifiesto de Montserrat. A fin de cuentas, la literatura de Matute suele mostrar que los cambios sociales y los cambios políticos son necesarios.

Cabe la posibilidad de que la despolitización que parece dominar la literatura y las entrevistas de Matute represente más bien una manera de sobrevivir, aprendida durante la dictadura opresiva y violenta, y no su ideología verdadera. Según este análisis, la discrepancia entre sus comentarios que enfatizan que la política no importa y el papel constante de la crítica social en sus libros se explica por el peligro de hablar abiertamente de la política. Este peligro se nota en la conversación en Paraíso inhabitado entre los criados sobre la República y la violencia contra Teo. Cuando el criado condena la

República, la narradora observa que el acto de hablar de política asusta a todos, porque fue «como cuando en el circo los trapecistas mandaban quitar la red» (Matute Paraíso

243). Hablar de la política es peligroso. Frente a este peligro, Isabel responde que no tiene que ver con la República, y de esta forma, despolitiza el conflicto. De la misma manera, las palabras de Matute, como «Above all, I have tried to portray the useless sacrifice of a war which has changed nothing» constituían una manera de defenderse mientras escribía literatura controversial (Díaz Ana 129). Muchos libros de Matute enfatizan los horrores de la Guerra Civil, y los que no la abarcan –como las tres novelas exploradas por este estudio– comentan constantemente la sociedad, y así la política. Claro que Matute creía que la Guerra Civil resultó en opresión y tragedias sociales; pero ella no iba a decirlo abiertamente durante la dictadura si quería seguir hablando. Como ella misma dijo en una entrevista, siempre era rebelde, pero no a gritos (Dreams). Despolitiza y personaliza los conflictos dentro de sus novelas no solo porque cree en la revolución

37 interior, sino también porque los treinta y nueve años de guerra, dictadura y censura la enseñaron que no se puede decir nada político al público de forma abierta.

Después del fin de la dictadura, la crítica social en la literatura de Matute siguió tan fuerte como antes. Paraíso inhabitado parece en la superficie solo una narración de acontecimientos personales; pero en el fondo se encuentran varias referencias a la sociedad con conclusiones políticas. Las conversaciones con Eduarda sobre el divorcio y la cobardía de los padres de Adri que no se divorcian pese a la ley que lo permite, la violencia que sufre Teo cuando sale al Carnaval disfrazada de mujer, la ridiculización de los personajes conservadores como las monjas, la madre de Adri y la hermana de Adri, las relaciones de caridad entre los miembros de diversas culturas y el hecho de que estas relaciones siempre terminen con la muerte: todos estos elementos representan un grito de protesta contra una España que todavía se niega a aceptar los cambios liberales que trajo la Segunda República. Abiertamente o no, las narrativas de Matute siempre contradicen las normas conservadoras españolas.

A los ochenta y cuatro años, Matute explicó que le importaba lo mismo que siempre: la Justicia, el Amor y la Amistad (Llamas para. 75). Las semejanzas entre sus obras no indican una repetición sin sentido, sino que ella no permitió que el tiempo/Tiempo le quitara la importancia a estos temas. Para ella, estos temas exigían una crítica social liberal. De la misma manera que ella no siguió las normas políticas de la dictadura, tampoco siguió las pautas literarias de su época, sino a Andersen, muerto, pero aun así mágico, y por eso eterno. Por medio de sus propios libros, Matute no permitió que su época o su vida –ni la Guerra Civil ni nada– la limitara.

38 Notas

1. «La joven sirena» (1837) es un cuento de Andersen que Matute menciona a veces en sus novelas (se destaca Primera memoria). Al final del cuento, los esfuerzos de la protagonista fracasan porque no ha hecho que el príncipe se enamore de ella; en cambio,

él se ha casado con otra. Por eso, la sirena (en forma de un ser humano, pero que tiene que perder esa forma porque el príncipe no se ha casado con ella) tiene dos opciones: arrojarse al mar y devenir espuma, o matar al príncipe y volver a ser sirena. Elige arrojarse al mar, y cuando lo hace, se da cuenta de que su espíritu está subiendo, y aprende que su elección de amor le ha dado la oportunidad de conseguir un alma eterna.

De la misma forma, el protagonista de La torre vigía elige no matar a sus hermanos, y con su rechazo del odio, su muerte no resulta en la nada, sino en la vida eterna de su espíritu.

2. El maestro de armas del protagonista de La torre vigía se llama Krim, pero el narrador observa que no está seguro de si este era el nombre del maestro de armas o de su caballo.

Tal confusión entre los dos señala la deshumanización efectuada por esta sociedad que se basa en la fuerza.

3. Madame Saint Genis –u otra superiora de colegio con el mismo nombre– aparece en un cuento de Matute de 1993, «De ninguna parte». El cuento destaca el contraste entre el ambiente aburrido del colegio y la imaginación de la niña protagonista, que establece un lenguaje para comunicarse con la naturaleza. Además, La leyenda dorada que se lee en la clase de lectura se contrasta con las lecturas de la protagonista, «La Bella Durmiente»,

«Pulgarcito» y Peter Pan. A los pasajes de La leyenda dorada la narradora los llama

«espantosos» y observa irónicamente que tratan «de torturas y martirios edificantes»

39 (Matute «De ninguna parte» 661-662). Como los Ejemplares sucedidos de Eskarne,

Matute caracteriza el libro de Madame Saint Genis como moralizante por medio de la violencia. Aunque la protagonista de «De ninguna parte» no es Adri, el mismo libro se lee en el colegio de Adri, y ella también lo contrasta con sus propias lecturas, en el mismo momento en que descubre que ella es «Maga»: «En mi ayuda acudieron los cuentos de Andersen, de Grimm, de Perrault… y quizás de otros, secretamente elaborados por mí en las tardes de Saint Maur, cuando Madame Colette nos leía las historias de la Leyenda Dorada» (Matute Paraíso 88). Mientras Madame Colette –la primera en llamarle «MALA»– lee de La leyenda dorada, Adri elabora sus propias versiones de los cuentos de hadas. La intertextualidad entre estas historias y la vida de

Matute hace hincapié en la intersección de la creación y la crítica social de Matute.

4. Savariego observó que los personajes de Matute (como Adri) suelen buscar comunicación con la naturaleza porque viven en un ambiente sin comunicación:

Si en el mundo social que teje Matute en su narrativa lo que prevalece es el

distanciamiento entre los hombres, la falta de comunicación, si como se ha

apuntado, lo que abunda en sus vidas es la violencia y el dolor, no es extraño que

ellos busquen la compenetración con el paisaje, la reintegración a un ritmo natural

de las cosas, un mundo mejor quizá. (64-65)

Además, la yuxtaposición de los deseos de comunicación y de «un mundo mejor» subrayan la relación entre la caridad y la justicia en la ideología de Matute.

5. En su discurso de recepción del Premio Cervantes en 2010, Matute confesó que, como

Adri, ella misma de niña vio una chispita de azul «al partir un terrón de azúcar en la oscuridad [ . . . ] algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era» (Matute

40 «Premio» para. 12). Así que Matute experimentó la misma revelación que su protagonista en cuanto a su identidad.

6. Bórquez clasifica no solo a Gavi, sino también a Adri como «niño divino» (167). Cita a El Saffar para definir este arquetipo como el «niño como salvador, una presencia divina en el mundo cruel de los adultos» (166). En cambio, este estudio solo identifica a Gavi como un niño divino porque su omnisciencia, su semejanza a figuras angélicas, su muerte y las referencias a la eternidad de sus palabras para Adri le destacan, mientras que Adri no exhibe estas características. Además, de alguna forma, Gavi le salva la vida a Adri, mientras que Adri no salva a nadie, así que es difícil clasificarla como «salvador». Sin embargo, las cualidades mágicas con que Adri se identifica («Maga» y «Brujita»), amén de su afinidad para la creación y el hecho de que narre el libro entero como el protagonista de La torre vigía, sí apoyan la idea de que Adri, como los niños divinos y la misma Matute, vence la muerte y evita la vejez espiritual a través de la creación.

7. Aunque Matute pronuncia estas palabras para describir su novela Los hijos muertos, reflejan de todas formas su propia perspectiva y muestran que ella representaba esta perspectiva en sus obras.

8. Los personajes que sugieren que hay que dividir la tierra de forma más igualitaria son

Gus (Los Abel), Pablo (Fiesta al noroeste) y el padre de Manuel (Primera memoria).

9. Nichols destacó que los niños en las obras de Matute suelen cruzar las fronteras:

Y es que son inocentes todavía de los arbitrarios límites y de las jerarquías

impuestos por los mayores para separar las pertenencias de uno de las de otro;

para discriminar la mentira que no les conviene de la que sí, que entonces llaman

41 la verdad; para deslindar a los hombres de las mujeres y la fantasía de la realidad.

(216)

Por eso, la priorización de los niños en las obras de Matute es un comentario sobre la sociedad de Matute y su generación, que los puso «de un lado o de otro» cuando empezaba la Guerra (Matute «Premio» para. 10). Matute yuxtapone la anarquía del mundo de los niños con las jerarquías de su época para criticar estos «arbitrarios límites».

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