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LA SEGUNDA GUERRA ROMANO-PÚNICA Y EL GRAN ANÍBAL BARCA Por José María Manuel García-Osuna y Rodríguez (Calificado con sobresaliente en los cursos de doctorado y en el Trabajo de Investigación) (Doctor en Historia y Médico de Familia) RESUMEN Summary La presente monografía analiza las This monograph analices the tres grandes conflagraciones mediterrá- three great Mediterranean wars between Rome and Carthage, neas entre Roma y Cartago, con especial with especial significance towards significación hacia la Segunda Guerra the second Roman-Punic war. Romano-Púnica. Se considera la «per- The Roman perfidy, the main fidia romana», causa primordial de las cause of the wars between both guerras entre ambos Imperios y se trata empires, is considered and a at- tempt is made to erase the myth de desmitificar los calificativos, hoy en of the disqualifications, nowadays revisión, sobre la responsabilidad de la being reconsidered, of the re- urbe tiria africana. Contemplándose, sin sponsibility of African Tyrian city, ambages, la especial relación entre los with a major consideration given púnicos y las tierras oretanas de la actual to the special relation between the Carthaginians and the Oretanian Jaén, nota destacada estriba en la im- lands of modern-day Jaen. The portante relación amorosa, con fruto fi- important amorous relationship, lial consiguiente, entre la castulense Hi- with the consequent descendant, milce y el gran Aníbal Barca, uno de between Himilce, the princess of los generales y políticos más paradig- Castulo and the great Hannibal Barca, one of the most important máticos de la Antigüedad. generals and politicians of antiq- uity is given special mention. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses N.º 195 / 2007 - Págs. 51-119 - I.S.S.N.: 0561-3590 52 JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ PREFACIO n hombre se abalanzó sobre el cadáver. Aunque no tuviese «Ubarba, llevaba sobre sus hombros el manto de los sacerdotes de Moloch, y a la cintura el cuchillo que le servía para cortar las carnes sagradas y que terminaba, en el extremo del mango, en una espátula de oro. De un tajo, hendió el pecho de Matho, luego le arrancó el corazón, lo colocó sobre la cuchara y Schahabarim, levantando el brazo, se lo ofreció al Sol. El sol se hundía en el mar; sus rayos llegaban como largas flechas al corazón en- sangrentado. A medida que el sol desaparecía, las palpitaciones de la entraña disminuían, y con la última palpitación, desapareció el globo de fuego. Cartago estaba como convulsa en el espasmo de la alegría titánica y de una esperanza sin límites. Salambó se levantó, como su esposo, con una copa, en la mano, para beber también. Pero cayó con la cabeza hacia atrás, por encima del dosel de su trono, pálida, rígida, con los labios abiertos y sus ca- bellos destrenzados colgando hasta el suelo. Así murió la hija de Amílcar por haber tocado el velo de Tanit. En cuanto a Mathos y sus compañeros, en el curso de un triunfo celebrado en Cartago, los jóvenes les infligieron los suplicios más crueles» (G.Flaubert. Salambó). Hacia el año 820 a. C., Mattán deja el trono de la ciudad fenicia de Tiro, en manos de su hijo, Pigmalión, que por entonces sólo contaba once años de edad. Hacia el año 814 a. C., su hermana Elissa-Dido había huido de Tiro y fundado Cartago; entre los príncipes que acompañaron a Elisha en su huida figuraban Bitias, comandante de la flota de Tiro, y Barcas, antepasado de los Bárcidas. Su primera escala fue Chipre-Kitión, donde se unió a la ex- pedición el Sumo Sacerdote de Astarté, que puso como condición que en la tierra que iban a colonizar, el sacerdocio fuera hereditario entre los miem- bros de su propia familia. A partir de este momento, la aristocracia de Tiro y el templo estarán involucrados en la fundación de la Ciudad Nueva de Oc- cidente, Cartago o Qart Hadasht, que lo sería en el año 814 a. C. A todos los efectos, Cartago nace con el rango de colonia tiria. EL PODERÍO DE CARTAGO «Los puertos de Cartago se comunicaban entre ellos y tenían una en- trada común, desde el mar, de 70 pies de ancho, que podían cerrar con ca- denas de hierro. El primer puerto era para barcos mercantes y había en él gran cantidad y variedad de aparejos; en el interior del segundo puerto, en su parte central, había una isla, y la isla y el puerto estaban interceptados a intervalos BOLETÍN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS GIENNENSES LA SEGUNDA GUERRA ROMANO-PÚNICA Y EL GRAN ANÍBAL BARCA 53 por grandes diques, los cuales albergaban astilleros con capacidad para 200 naves, y adosados a los astilleros, había almacenes para los aparejos de las trirremes. Delante de cada astillero había dos columnas jónicas que daban el aspecto de un pórtico continuo al puerto y a la isla. En la isla estaba la re- sidencia del almirante, desde la cual el trompetero daba las señales y el al- mirante lo inspeccionaba todo. La isla estaba situada a la entrada del puerto y tenía gran altura, de manera que el almirante veía todo lo que sucedía en mar abierto y, a su vez, los que penetraban en el puerto no podían tener una visión clara del interior. Ni siquiera eran visibles, en su conjunto, los asti- lleros para los barcos mercantes cuando entraban en puerto, pues los rodeaba una muralla doble con puertas que llevaban a los barcos, desde el primer puerto a la ciudad sin atravesar los astilleros.» (Apiano, Lib.). Desde Cicerón, cuando menos, los romanos presentaron a su terrible enemigo como un imperio exclusivamente comercial, que no exhibía ningún interés por la agricultura y la milicia. A principios del s. IV a. C., Roma es- taba asomando su naciente identidad poco más allá de sus murallas y no es- taba en disposición de jugarse el todo por el todo. El tráfico de mercancías era el recurso económico fenicio que habían tenido que defender frente al cambio de los griegos, que buscaban su necesario desahogo étnico-demo- gráfico, primigeniamente buscando nuevas tierras, para asentarse y culti- varlas, no desdeñando a continuación la aventura del ventajoso tráfico de mercancías. Los helenos prescindieron de mantener intereses y apetencias sobre el ámbito meridional europeo donde «los hombres vestidos de púrpura» (es decir los fenicios) marcaban las normas. El comercio de los metales comenzó a atraer a los griegos, ya que era de- masiado rentable como para dejarlo al albur de las migajas que les permitieran recoger las dos potencias del orbe conocido y, curiosamente, con una buena relación política en el momento: los etruscos en las costas tirrenas y los car- tagineses en el Mediterráneo occidental. Tiro lleva más de un siglo defen- diéndose, con desesperación, de los intentos del Imperio Asirio por anexio- nársela, desde Nínive sólo les van a dejar, a los tirios, la capacidad de traficar mínimamente y esto hará que los lazos con sus colonias occidentales se aflojen. Cartago, la más conspicua de ellas, fortalecida por su situación geo- gráfica y por la vigorosa energía comercial que siempre hará blasón en su trá- gico devenir vivencial, plantará cara a los griegos y paralizará, con compar- timentos estancos comerciales y de influjo político, las apetencias helénicas europeas. En vísperas de su confrontación con Roma, que los cartagineses 54 JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ nunca comprendieron, y que a través de tres concusiones bélicas terribles les conduciría, sin solución de continuidad, a su destrucción y desaparición de la historia de la época, Cartago domina por la convicción de la existencia de nu- merosos centros comerciales por diversas islas, Malta y Gozzo, Pentellaria, Si- cilia, Cerdeña, donde ocupaban un amplio territorio no sólo en la franja cos- tera, Baleares (especialmente en Ibiza, cuyo nombre fenicio es Ibashim) y en el sur de Hispania, donde desde antaño se habían asentado en el país de Tars- hish, lugar notable por su minería de plata y oro; y en la ciudad de Gadir, que incluso aparece en leyendas de monedas e inscripciones. Al perder sus territorios ultramarinos, por causa de la sevicia romana, se replegaron a su territorio africano, recuperando con bastante rapidez su poder económico; la paráfrasis sería la vitalidad y el ingenio de este pueblo tan singular. «Cartago, dueña de un imperio, conservó las instituciones de una ciudad. Los cartagineses pasan por estar bien gobernados. Su constitu- ción es, en muchos aspectos, superior a las demás. Los romanos y los car- tagineses, cuyas instituciones políticas son tan notables. Algunas constitu- ciones tienen una reputación de excelencia de la que prácticamente todos los historiadores se hacen eco: la constitución de los lacedemonios, la de los mantineos y los cartagineses, me parece que las instituciones políticas del Estado cartaginés han sido, en sus características esenciales, bien concebidas. Los cartagineses se pueden comparar con aquellos de entre los griegos que están mejor gobernados.» (Aristóteles. Política). A principios del s. III a. C., el Oriente helenístico, aunque muy rico, ca- recía ya de un liderato claro, Alejandro Magno, de Macedonia, había falle- cido, Esparta sólo mantenía su instinto de supervivencia, Atenas sólo se pre- ocupaba, y no era poco, por mantener la llama de la cultura y el rey Pirro del Epiro era ya un recuerdo; se preparaba, por tanto, la gran conflagración entre el norte, representado por el aparente primitivismo de la central Roma, y el sur que representaba Cartago, más marginal en lo geográfico pero en el eje clave de la unión de ambas cuencas mediterráneas, la concusión será te- rrible y al sur, a Cartago, no le dejará Roma ni los ojos para llorar, ¡Vae Victis! Cartago presentaba dos puntos flacos: por un lado, el ejército que era pro- fesional, estaba conformado en lo fundamental por mercenarios, de incierta lealtad por tanto y en función de que recibieran el pertinente peculio; y en se- gundo lugar, una cohesión geográfica débil por su consolidación africana te- rritorial insuficiente, aunque es indudable su expansión africana hegemó- BOLETÍN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS GIENNENSES LA SEGUNDA GUERRA ROMANO-PÚNICA Y EL GRAN ANÍBAL BARCA 55 nica; todo lo que antecede será palmario en el abandono de todo su hinter- land, Útica incluida, en el colapso definitivo de la tercera guerra púnica.