Mientras Tú No Estabas
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
carmen ro Mientras tú no estabas TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 5 118/07/178/07/17 112:192:19 I Madrid, lobby del hotel Ritz. Lunes, 10 de mayo de 1943 Mientras tú no estabas Mientras esperaba a Conchita, Leslie Howard había firmado la docena larga de autógrafos preceptivos, o quizá más, como le ocu- rría siempre en el tránsito de los hoteles. Era el peaje de costum- bre, desde que su popularidad apabullante se extendiera por el mundo entero, tras ser Ashley Wilkes, el galán que conquistó a Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó. Ahora estaba en Madrid, en una orilla del bar fastuoso del hotel Ritz, entre aristó- cratas de champán y con la música navegante de un piano de cola al fondo. Leslie se levantó de su asiento, dio unos pasos adelante y cumplió la bienvenida tomando de la mano a Conchita, para así acompañarla hasta el sofá previamente escogido, con algo de rin- cón íntimo que no llegaba a serlo del todo. En todo el ceremonial, el actor puso una elegancia de lentitud, que es la que practican solo algunos dandis, y aún más si los dandis son ingleses, como él. Antes de sentarse juntos, con sus manos anudadas todavía, Leslie y Conchita se miraron a los ojos. Se miraron durante un instante 11 TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 1111 118/07/178/07/17 112:192:19 quieto, y en ese instante se vieron la vida entera. Porque juntos habían sido una vida entera, años atrás, un amor verdadero, desa- fiante y devastador, que de pronto se detuvo. —Nunca encontré maravilla mayor que tú, Conchita. Ni entonces, ni después. Nunca. Conchita concedió el apunte de una media sonrisa, apenas una insinuación de sonrisa donde se incluía algo de ansiedad, algo de tentación, algo de miedo, algo de dicha. Era también la vida entera, aquella vida inolvidable, cuando juntos fueron salvajes, e inocentes, y felices, lo que se iba represando en esa sonrisa que no alcanzaba a serlo. Era el futuro de tanto pasado lo que cabía, o no cabía, quizá, en aquel gesto tímido. Miró Conchita a Leslie, y no se creyó capaz de pronunciar una sola palabra. El actor, tirando de una astucia no exenta de eficacia mundana, probó a destensar la emoción del reencuentro llamando al camarero. Y el camarero vino, pero Conchita no que- ría tomar nada, o quizá no podía tomar nada. Estaba Conchita ante el hombre de su vida. De modo que Leslie optó por el atajo de la pregunta natural y directa, buscando antes la naturalidad urgente, entre ambos, que cualquier otra cosa. —Dime, Conchita, ¿qué has hecho en estos ocho años en los que yo no estuve contigo? Ella bajó los párpados, lentamente. Y así se repitió para sus adentros la pregunta. ¿Qué había hecho ella mientras Leslie no es- taba? ¿Qué había hecho ella durante ocho años sin Leslie? En rigor, había fingido la felicidad. Había convertido la vida en un simulacro de la vida, y el amor en la espera del amor desbordado que con Les- lie tuvo, y que con él se perdió. Así se contestó en lo íntimo, para sí misma. De inmediato, miró desde la sinceridad a Leslie, y logró soltar las palabras que daban la síntesis de sus largos años últimos: —Mientras tú no estabas, he sido actriz. Mientras tú no es- tabas, solo he sido actriz. 12 TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 1212 118/07/178/07/17 112:192:19 II Hollywood Boulevard, Chinese Theatre de Sid Grauman. Sábado, 16 de mayo de 1931 Todos quieren ver a la Greta Garbo española Era una noche de oro en el Hollywood de las estrellas, cuando al fin la vida se vuelve idéntica al cine. Era la hora mágica en que los galanes de guion bajan a la tierra, con pajarita de cóctel, y las dio- sas de la cartelera alternan un momento entre mortales, mientras hacen la pasarela preceptiva de los autógrafos, o los saludos, hasta pararse al fin ante el frenesí de los flashes, como si posaran com- poniendo la propia estatua eterna, sexual y casi mitológica. No era una noche, sino la noche. Había estreno en Hollywood. Frente al número 6925 de Hollywood Boulevard, se agolpa- ban los mitómanos, y los cinéfilos, y los curiosos, en asamblea de crecido desorden. Se respiraba expectación, y estaba en la atmós- fera esa inquietud parada que prologa todo acontecimiento ex- traordinario entre los bullicios abiertos. Podrían ser sesenta, o más, los focos que iluminaban en hilera la alfombra azul cobalto que iba a morir en el umbral mismo de la espaciosa sala de cine. 13 TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 1313 118/07/178/07/17 112:192:19 Al tiempo, los reflectores giratorios disparaban ramos de colores de fantasía diversa hacia el cielo. Junto a la entrada del Chinese Theatre, una orquesta de noventa y dos músicos llenaba el espacio de una bella melodía triunfal. Alineados de jaleo, en romería me- dio deshecha, habían tomado un frente de preferencia los fotógra- fos. Los periodistas, plumillas en la jerga gremial, habían impro- visado un podio populoso, y desde ahí estiraban un poco a cada rato el cuello de la impaciencia, a ver si aquello daba al fin co- mienzo, o bien hacían cháchara de esparcimiento en grupo, entre el chisme y la maledicencia. Una multitud de admiradores bullía en torno a la entrada de aquel edificio magnífico, casi museal. Había forcejeo, incluso, entre los más fanáticos, y hasta había algún rifirrafe de codos, en media reyerta con el vecino, por lograrse un sitio mejor, y auparse hasta los dorados cordones que ajustaban la exclusiva senda dispuesta para los notorios invitados de aquella première inolvidable. Allí, todos empezaban a desesperarse, casi, a la espera de la llegada de las grandes estrellas anunciadas. A la espera de la llegada de los dos protagonistas de la pe- lícula. A la espera de verla a ella. A la espera del momento inolvidable de contemplar de cerca a Conchita Montenegro, la Montenegro, la Greta Garbo española. 14 TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 1414 118/07/178/07/17 112:192:19 III Hollywood Boulevard, Chinese Theatre de Sid Grauman. Sábado, 16 de mayo de 1931 Estreno de la película Never the Twain Shall Meet Los numerosos agentes de la policía de Hollywood se resituaron estratégicamente frente al público. Allí estaban para cumplir to- das las garantías de seguridad del momento, y casi quedaban como figuración activa del show. Mientras, iban componiendo un con- voy de lujo los automóviles de los protagonistas. Ahora sí comen- zaba la función. El primero en desembarcar fue Louis B. Mayer, el padre de la Metro Goldwyn Mayer, el león implacable del star system. Ma- yer bajó de un Rolls Royce apabullante, como corresponde al magnate mayor de aquella industria de las fantasías. Gastaba un traje impecable, y se emboscaba en gafas negras. Mayer era bajito, y más bien robusto, pero le daba mucho brío al andar en público, como si así se hiciera un poco más alto y hasta un poco más apues- to. No prestó ni mucha ni poca atención al auditorio de calle, y se adentró en la sala. Era, de algún modo, la consigna de costumbre para que empezara el desfile del resto. 15 TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 1515 118/07/178/07/17 112:192:19 De modo que unos subalternos, uniformados de rigor, em- pezaron a abrir las puertas de los automóviles que ya iban guar- dando fila. De un Buick Skylark plateado descendió la altiva Bette Davis. Llevaba un imponente vestido de gala verde esmeralda. Recorrió unos metros de la alfombra, se giró hacia aquí, se giró hacia allá, se quedó de pronto quieta ante los fotógrafos, y mostró en todo trance una segura e infalible sonrisa. Tras ella, Clark Ga- ble bajaba de su Sport Coupé bermellón. Las mujeres del público gritaron piropos eufóricos al galán. Gable enarcó su ceja derecha y lanzó besos al aire en varias direcciones, como soltando un con- feti sentimental para gozo de aquella emocionada tropa de fans. La puerta de un Chevrolet Tourer se abrió, dejando paso a la pareja de poderío que componían Douglas Fairbanks, el Rey de Hollywood, y su esposa deslumbrante, la actriz Mary Pickford. La entrada de Joan Crawford fue atronadora. La diva despil- farró un glamur de musa suprema, mientras se gustaba enfunda- da en un vestido plateado, casi intimidante, por ceñido, que se completaba con una cola de dos metros. Los encendidos aplausos a la Crawford se prolongaron hasta el recibimiento de una sober- bia Norma Shearer, que exhibía, con elegancia vampírica, un fas- tuoso y ajustado vestido negro. Los cómicos Laurel y Hardy no desaprovecharon su llegada para regalar una pantomima que divirtió enormemente a los es- pectadores. Por la puerta de un Packard Twelve, que era el auto- móvil escogido por la pareja, se asomaba al tiempo una pierna del Gordo y un brazo del Flaco, la cabeza de uno y el zapato del otro. Montaron tal enredo de cuerpos que por un momento no se sabía dónde empezaba Laurel y dónde terminaba Hardy. Fue aquello un soplo de relajo en medio de la caravana suntuosa de las diosas de la pose. Tras las alborotadas risas del público, llegaron los suspiros sentidos de las muchachas. La aparición de Ramón Novarro, un latino guapo, según los cánones clásicos, se disputó las febriles 16 TT_mientrastunoestabas.indd_mientrastunoestabas.indd 1616 118/07/178/07/17 112:192:19 lisonjas de las jóvenes con la llegada de Johnny Weissmüller, que irrumpió como lo que era: un tarzán con buen traje de cere- monia.