Conchita Montenegro La Donostiarra Concepción Andrés Picado Nació El 11 De Septiembre De 1912, En El Seno De Una Familia Con Intereses Artísticos
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Conchita Montenegro La donostiarra Concepción Andrés Picado nació el 11 de septiembre de 1912, en el seno de una familia con intereses artísticos. (...) Con la complicidad de su hermana Juanita (...) diseñó una fórmula con la que debutar en Barcelona, y finalmente resolvió crear un dúo adolescente. (...) Adoptando el nombre artístico de Las Dresnas de Montenegro, Juanita y Conchita pusieron en juego sus extraordinarios poderes de fascinación, y muy pronto triunfaron en las capitales más importantes. Después de este recorrido interpretativo, que también tuvo algo de iniciación juvenil, Conchita llevó su talento al cinematógrafo. Su primera película fue La muñeca rota (1927), dirigida por Reinhardt Blothner a partir de un guión de Carlos Sierra. Luego llegó otra producción muda, Rosa de Madrid (1927), donde la actriz trabajó a las órdenes de Eusebio Fernández Ardavín. (...) Muy pronto las cualidades de Conchita Montenegro fueron reconocidas fuera de España. En 1928 protagonizó en Francia La Femme et le Pantin, filme de Jacques de Baroncelli inspirado en la novela La mujer y el pelele, de Pierre Louys. Llegada la hora de perfilar con nitidez su condición de musa, Conchita fue alabada por los ejecutivos de la firma Metro-Goldwyn-Mayer, quienes le encontraron un sitio en la corte de Hollywood. Recogiendo ese momento de estímulo, Álvaro Armero transcribe en su libro Una aventura americana: españoles en Hollywood (Compañía Literaria, 1995) la entrevista que Martín Abizanda hizo a Conchita, y que fue publicada en la revista Cámara en mayo de 1942. En ella, la actriz dice así: «Querían que trabajase enseguida. Desgraciadamente, no sabía decir entonces más palabras inglesas que okay, all right y ham and eggs. Edgar Neville, que andaba también por esas tierras, se encargó de iniciarme en la materia. Estudiaba por las noches. Un día llamaron a mi puerta. Abrí, extrañada, sin imaginarme quién pudiera venir a esas horas. “Soy el nuevo profesor”, me dijo un hombre de pelo cano y sonrisa de niño. Apenas lo reconocí. Charles Chaplin acostumbraba a gastar bromas de ese género a todos los nuevos de Hollywood. (...) Mi primera prueba, ¡ahí es nada!, fue con Clark Gable. Me hicieron vestir, si le llaman vestir a una mujer cubrir su cuerpo con hierbas de hawaiana. (...) Aquello me daba mucha vergüenza. Mi rubor aumentó considerablemente cuando llegó el instante del beso; un beso apasionado y verídico. Creí que iba a morir. Y Clark buceó con sus labios inútilmente cerca de mi cara. Me negué a besarle. Precisamente el gesto de abandono y repulsión que adopté gustó extraordinariamente. Lionel Barrymore, experto en la materia, afirmó: “Esta chiquilla dará mucho juego”». Que estas palabras de Barrymore tuvieron un fuerte carácter premonitorio, desde un punto de vista humano y a la vez profesional, lo demuestra el hecho de que Conchita intervino con gracia en numerosas películas de Hollywood rodadas en español. El doblaje aún no existía y la Montenegro, rodeada de otros actores de mérito, participó en versiones habladas en español de los éxitos del momento, destinadas a las salas de exhibición de España e Iberoamérica. Contratada por la Metro Goldwyn Mayer, rodó ¡De frente, marchen! (1930), de Edward Sedgwick, Sevilla de mis amores (1930), de Ramón Novarro, Su última noche (1931), de Chester M. Franklin, y En cada puerto un amor (1931), de Marcel Silver. Luego llegó el contrato de la Fox Film Corporation, empresa para la cual Conchita protagonizó nuevas películas en español, como Hay que casar al príncipe (1931), de Lewis Seiler, Marido y mujer (1932), de Bert E. Sebell, Dos noches (1933), de Carlos F. Borcosque, La melodía prohibida (1933), de Frank Strayer, Gradaderos del amor (1934), de John Reinhardt, y ¡Asegure a su mujer! (1934), de Lewis Seiler. Una belleza tan fascinadora no podía quedar limitada al mercado hispanohablante, así que los productores decidieron mostrar sus cualidades en inglés, idioma que la joven ya dominaba con soltura y buen tono. Lamentablemente, los prejuicios étnicos de la época limitaron su repertorio de interpretaciones. Conchita Montenegro fue la bella nativa de una isla del Pacífico en Prohibido (Never the Twain Shall Meet, 1931), de W.S. Van Dyke; la bailarina hispana de Besos al pasar (Strangers May Kiss, 1931), de George Fitzmaurice; y la dama latina de El Cisco Kid (The Cisco Kid, 1931), de Irving Cummings. No obstante, gracias a su experiencia americana, la filmografía de Conchita Montenegro adoptó un sesgo cosmopolita, incorporando títulos como Noches de París (La Vie parisienne, 1935), de Robert Siodmak, Grito da mocidade (1937), rodado en Brasil por el esposo de la estrella, el también actor Raoul Roulien; y El nacimiento de Salomé (La nascita di Salome, 1940), obra de Jean Choux. Tras rodar la coproducción hispanoitaliana El último húsar (Amore di ussaro, 1940), de Luis Marquina, Conchita Montenegro regresó a su país de origen como la estrella internacional que era, reflejando en sus maneras el gusto nostálgico de las grandes damas del cine de entreguerras. No en vano, la actriz poseía todos los requisitos propios de mitos como Greta Garbo, y así lo habían destacado Cecil Beaton y otros como él. Con esa fama, encarnó los papeles principales de Ídolos (1943), de Florián Rey, y Lola Montes (1944), de Antonio Román. Pese a todo el prestigio acumulado, Conchita Montenegro decidió retirarse muy pronto del mundo artístico. Tras celebrar su matrimonio con el diplomático Ricardo Giménez Arnau, embajador en la Santa Sede, inició una nueva vida y se ocultó de los reporteros, negándose desde entonces a conceder ninguna entrevista. www.cervantes.es .