UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAM ENTO DE ANTROPOLOGÍA

“MI CASA, NUESTRO BARRIO”: LA APROPIACIÓN DEL ESPACIO Y LA RECONSTRUCCIÓN DEL SENTIDO DE LUGAR EN EL REAS ENTAMIENTO. EL CASO DE TORRES DEL PROGRESO EN BOSA, BOGOTÁ.

Trabajo de Grado presentado para optar al título de Magíster en Antropología

Por: M anuela Pinilla Rodríguez

Código: 200315512

Director del Trabajo de Grado:

Margarita Serje

Bogotá, M ayo de 200

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Ag ra de ci m ie n t os

Quiero expresar mis más sinceros agradecimientos a M argarita Serje por guiarme durante todo el proceso de la investigación. Gracias a su apoyo y paciencia puedo presentar una tesis de la que me siento muy orgullosa. Igualmente quiero agradecer a mis padres que me enseñaron que las cosas se consiguen con trabajo y dedicación; sin ellos esto no hubiese sido posible. A Camilo Barrera por su amor y por ser mi apoyo constante durante todo este proceso. Agradezco también a Margarita por compartir los momentos buenos y los difíciles en la creación de este documento.

De igual manera, quiero agradecer inmensamente a la Dirección de Reasentamientos Humanos de la Caja de la Vivienda Popular, especialmente a su directora por darme la oportunidad de realizar esta investigación en el contexto del programa que dirige con pasión y convencimiento. Además, a mi equipo de post reasentamiento, Fer, Mauro, Lin y Edwin, por sus valiosos aportes y cubrirme en una que otra escapada. A Fabio, mi coordinador, por su paciencia y comprensión en los últimos momentos de este trabajo.

A todos los habitantes de Torres del Progreso quiero darles las gracias de una manera muy especial; no tengo palabras para agradecer la manera como me acogieron durante todo el proceso. El tiempo que compartí con ellos me enseño más sobre la vida que lo que había aprendido en mis 23 años. La creatividad, fortaleza y tenacidad con que sorteaban las dificultades me demostró que no hay obstáculo que sea más grande que la voluntad humana por alcanzar la felicidad. A ellos les dedico este trabajo, que sólo intenta contar una pequeña parte de su inspiradora historia.

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Tabla de Contenido

Introducción………………………………………………………………………………...1 1. Estado del Arte…………………………………………………………………………...6 1.1 El Espacio y el lugar en las ciencias sociales……………………………………6 1.2 La Casa en movimiento……………………….………………………………..10 1.3 ¿Espacio público para todos?...... ……………………………….....16 1.4 Los barrios hablan de sus habitantes y los habitantes hablan de su barrio……..21 1.5 El Reasentamiento involuntario: conceptualizando el desarraigo……………...27 2. El Caso: La urbanización de Torres del Progreso………………………………………33 2.1 Etnografía de un reasentamiento……………………………………………….33 2.2 El contexto institucional: El programa de Reasentamientos Humanos de la Caja de la Vivienda Popular……………………………………………………………..35 2.3 El proceso y la experiencia del reasentamiento………………………………..37 2.4 Torres del Progreso I en Bosa, Bogotá………………………………………....53 2.5 La gente de las Torres………………………………………………………….57 3. La construcción social del espacio en Torres del Progreso……………………………...66 3.1 “Allá de pronto se le puede decir casa, pero eso no era una casa”……………67 3.1.1 Las cosas de la casa…………………………………………………...76 3.1.2 La casa segura…………………...……………………………………81 3.2 “Ya estando aquí en el barrio, ya tiene uno que saber que es de acá”…………86 3.2.1 “Tan Cerca pero tan lejos”: El barrio fragmentado………………….92 3.2.2 De lo informal a lo formal: El barrio como deber ser……………...... 98 3.3 El difuso límite entre la casa y la calle………………………………………..104 3.2.1 La Frontera casa – calle…………………………………………...108 3.3.2 “Aquí si uno mira mal ya se ve al otro lado”: El ruido en Torres del Progreso…………………………………………………………………..112 3.4 ¿Reasentado, reinsertado o desplazado?...... 117 Conclusiones…………………………………………………………………………………...124

Bibliografía……………………………………………………………………………………..125

Glosario de Siglas y Anexos

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Introducción

La idea de estudiar las maneras en que las personas forzadas a dejar sus viviendas como parte de un programa de reasentamiento por alto riesgo, daban sentido y se apropiaban de nuevas viviendas construidas a partir de la racionalidad económica moderna, nació por diferentes razones. Primero, de mi interés por las maneras en que los seres humanos se relacionan con su entorno, la producción de identidad mediante la construcción de lugares significantes y la transformación del paisaje urbano por parte de sus habitantes. En segundo lugar, de la oportunidad que se me presentó de trabajar como parte del área social del Programa de Reasentamientos Humanos de la Caja de la Vivienda Popular (CVP). Esto me dio la posibilidad de conocer este fenómeno de cerca. Ingresé a trabajar como parte del equipo llamado “post reasentamientos”, en el cual se me asignó la responsabilidad de apoyar el restablecimiento integral de las familias 1 del programa en la localidad de Bosa.

Empecé a visitar los cinco proyectos de Vivienda de Interés Social (VIS) de la localidad, donde se habían reasentado familias de manera masiva en los últimos cuatro años. Poco a poco fui conociendo a las personas, me fui acercando e interesando más por el tema. En un momento dado me di cuenta que quería llevar mi trabajo un paso más allá de la mera intervención establecida en mi obligación contractual con la CVP. Entonces decidí convertir mi paso por la experiencia del reasentamiento en una investigación antropológica. Así nació este trabajo. La razón principal para escoger la urbanización de Torres del Progreso como el lugar donde desarrollaría mi trabajo de campo, para así adentrarme en la vida cotidiana de las personas que allí vivían, fue el corto tiempo que llevaba siendo habitada. Al momento de empezar con la investigación –en agosto de 2008-, los primeros

1 Con el fin de poder abarcar las diferentes formas de habitar una casa y las personas que viven en ella, sean estas familias nucleares, extensas o cualquier grupo de parientes, sea una sola persona o un grupo de personas sin afiliación de parentesco, se utilizará la palabra familia. Ésta se saldrá de su significado usual, para referirse a lo que Bridwell-Pheasant y Lawrence-Zuñiga definen como household: “ an economically and socially important unit that – to the extend that its members are associated with (if not consistently co-resident within) a specific dwelling – can be successfully and usefully bounded in space and (somewath less successfully) in time as well” (Bridwell-Pheasant y Lawrence-Zuñiga, 1999: 2)

4 habitantes de Torres del Progreso habían llegado hacía aproximadamente 6 meses y, para aquel tiempo, las familias seguían trasladándose a medida que la CVP les iba entregando sus viviendas. Esto me permitió conocer la experiencia del reasentamiento cuando todavía estaba fresca en las mentes de las personas, además, el rango de 6 meses a 1 día en el tiempo de habitación de las casas y el barrio posibilitaba ver la apropiación del nuevo espacio habitado desde vivencias muy tempranas hasta otras mas tardías.

Con la presente investigación se quiso observar y analizar las maneras como las personas, después de la experiencia del reasentamiento involuntario, reconstruyen el sentido a sus vidas mediante la apropiación del nuevo espacio que ahora habitan. El programa distrital de reasentamiento por alto riesgo no mitigable, desde sus comienzos, ha afectado a una población de 9.461 familias. Estas familias fueron reasentadas principalmente de la localidad de Ciudad Bolívar: 5.165 familias que significan un 54.5% del total de la población. Las otras localidades han aportado un número significativo de población al programa de reasentamientos (más de 200 familias) son San Cristóbal, Rafael Uribe, Usme, Usaquén y Santa Fe. Aunque ha cambiado a través de los años, básicamente se trata de evacuar a las personas que habitan zonas declaradas en alto riesgo por remoción en masa y, por consecuencia, son una amenaza sobre su integridad física y su vida, y llevarlas a lugares seguros. Los barrios que hacen parte del programa de reasentamientos tienen la característica de haberse construido por medio de la autogestión de sus habitantes. Tienen, por lo general, una historia de ocupación de predios de manera informal e ilegal. Sin embargo, fueron consolidándose con el tiempo y, muchos, en el momento del reasentamiento ya contaban con servicios públicos y algún tipo de urbanismo. En algunos casos, las personas que los habitaban ya poseían derechos formales de tenencia sobre sus predios.

No obstante, la característica compartida por todos, es su condición de marginalidad frente a la ciudad, no solo en cuanto a la distancia de sus centros tradicionalmente reconocidos, sino también en cuanto a la inclusión social y la ciudadanía. Las familias que han ingresado al programa de reasentamientos son de muy escasos recursos, lo que no les permitió acceder a viviendas que contaran con la infraestructura básica que se supone que tendrían

5 las ciudades modernas. La experiencia de estas familias en los barrios que construyeron con lo que podían y habitaron durante tantos años, va a moldear las formas como se apropian de las nuevas viviendas adquiridas como parte del proceso de reasentamiento.

Estas viviendas, como se enseñará más adelante, tienen la característica de seguir parámetros de la racionalidad económica y espacial moderna. Las forma que fueron construidas no siempre se acomodan a las necesidades y expectativas de las familias que van a habitarla. Sin embargo, toman sus experiencias pasadas, sus lugares de la memoria y del pensamiento (sus barrios donde vivían antes del reasentamiento, los pueblos donde nacieron y vivieron antes de llegar a la ciudad, etc.) para hacer propio un lugar que parece ajeno y vacio de todo significado. En la presente investigación la división espacio privado (casa)/espacio público (calle) y la construcción del referente de barrio, se toma como el marco donde se observa la manera en que los habitantes de Torres del Progreso hacen de ese espacio un lugar lleno de sentido, donde se conjuga el pasado con el presente y el futuro; estos dos últimos, colmados de elementos nuevos introducidos por la institucionalidad y las nuevas relaciones sociales que se construyen en el diario vivir.

El primer capítulo aborda el estado del arte de las categorías conceptuales que enmarcan la presente investigación. En primer lugar se presenta la construcción de los conceptos de espacio y lugar. Desde las disertaciones teóricas de autores como Lefebvre (1984), Gupta y Ferguson (1992) y Tuan (1991) se expone la manera como ha sido conceptualizado el espacio, su construcción y producción, desde diferentes disciplinas de las ciencias sociales. Asimismo, se exponen diferentes discusiones acerca de la construcción de lugar como constituyente de la identidad y de la manera como se sitúan los sujetos en el mundo. De igual forma, se abordan las categorías ordenadoras del espacio social, como son el espacio privado y público, representado en la casa, la calle y el barrio. Estos lugares se reconocen como socialmente producidos y generadores de sentido para los individuos, que los apropian y les dan significados construidos a partir de su experiencia personal y social. Por último, se hace una reflexión sobre la manera como la antropología y otras disciplinas han teorizado la experiencia del reasentamiento, dentro de las cuales sobresale la vasta producción académica e institucional del Banco M undial. El reasentamiento no sólo es

6 visto como un proceso generado por agentes externos –el Estado, las empresas multinacionales, el desarrollo- sino como una experiencia que cambia sustancialmente la vida de los que son afectados por él. En el caso de la presente investigación, la experiencia del reasentamiento contextualiza y moldea de diferentes maneras, el proceso de apropiación de Torres del Progreso, en Bogotá, como lugar de vida y significación colectiva.

En el segundo capítulo se presenta el marco de la investigación. Primero, se hace explícita la metodología utilizada para su realización. Igualmente, este capítulo comprende el marco institucional donde se inscribe el reasentamiento de las familias de Torres del Progreso. Por otra parte, se hace un análisis sobre el proceso del reasentamiento, haciendo énfasis en la experiencia de las personas más que en su desarrollo institucional/administrativo. Aunque para cada persona la experiencia del reasentamiento es distinta, se trata de hacer un panorama general de cómo es vivido y apropiado por la población sujeta al programa, específicamente de la gente que habita Torres del Progreso. Finalmente, se contextualiza el espacio donde se realizó la investigación, por medio de una descripción detallada de sus características, viéndolo como parte de realidades más grandes que le dan su particularidad, como son el barrio, la localidad y la ciudad de Bogotá. Asimismo se caracteriza la población que habita en Torres del Progreso y algunos aspectos de su vida que se vieron afectados por el reasentamiento.

El tercer capítulo aborda las categorías espaciales sobre las que se estudiaron las formas de apropiación, de construcción de lugares e identidad. El análisis de la casa parte de las maneras en que las personas construyeron sus viviendas el espacio de donde fueron reasentados. Luego se observa las diferentes formas en que estas personas se han apropiado de sus casas en Torres del Progreso, partiendo de las experiencias pasadas y los imaginarios que se crean o se refuerzan gracias al reasentamiento. El siguiente aparte explora la construcción de sentido de barrio a partir del nuevo espacio físico que se habita y el nuevo espacio social que se construye. Se resalta la manera en que el espacio físico y el social se influencian mutuamente e influyen en la creación de una consciencia de pertenecer a un barrio formal en la ciudad, lo que genera nuevas prácticas y dinámicas sociales. De igual forma, se analiza el espacio de la calle como ordenador de las relaciones sociales en la vida

7 del barrio. Ésta es vista como opuesta a la casa pero a la vez como su prolongación. Su apropiación se refleja en las diferentes prácticas que son llevadas de la casa a la calle y de la calle a la casa. En Torres del Progreso la calle es muy diferente a la calle conocida y vivida por las familias en sus barrios anteriores. Las reflexiones sobre este espacio giran alrededor de las rupturas y las continuidades que el reasentamiento genera en la calle como elemento cohesionador del barrio y sus habitantes. Asimismo, el ruido, como fenómeno social, se analiza como un elemento que desafía las fronteras entre la casa y la calle y que, a su vez, es estrategia de apropiación e identidad en el nuevo lugar habitado.

Por último, se analiza brevemente, la construcción de la identidad personal y colectiva en las personas que experimentaron el reasentamiento. Partiendo de su carácter relacional y situacional se estudian las maneras en que la identidad que genera el proceso de reasentamiento cambia la concepción de las personas sobre sí mismas y forma estereotipos por parte de las personas ajenas a este. Esto, aunque dificulta la inclusión real y efectiva de las personas en los espacios que desbordan a Torres del Progreso, trae consigo el sentimiento de pertenecer a una comunidad, que se había fracturado o perdido en el proceso de reasentamiento.

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1. Estado del Arte

1.1 El espacio y el lugar en las ciencias sociales

La idea de que el espacio es producido o construido es relativamente reciente. Durante gran parte de la historia de occidente, el espacio fue visto como un escenario fuera del ser humano y su influencia. Para los filósofos griegos –especialmente Aristóteles-, el espacio y el tiempo eran concebidos como categorías que facilitaban el nombramiento y la clasificación de la evidencia de los sentidos (Lefebvre, 1984). El pensamiento cartesiano y la tradición matemática revisan y trasforman el espacio de los filósofos, convirtiéndolo en algo separado de la realidad, creado por la mente humana. El espacio “objetivo” o “racional” se trata entonces, de un área vacía en espera de ser llenada, como un recipiente; es un espacio matematizado, atemporalizado y mesurable según sus coordenadas y magnitudes. El espacio objetivo es anterior al sujeto, es decir, la subjetividad no lo define ni es condición para su existencia, el individuo solo puede mirarlo y racionalizarlo por medio de leyes que lo anticipan y lo hacen inteligible (Castillejo, 2000).

Durante un largo tiempo, el espacio en la ciencias sociales –entre esas la antropología- no asumió el carácter de objeto de estudio y análisis etnográfico. El espacio fue pensado y caracterizado como escenario de un grupo particular, localizado y definido por el lugar físico y geográfico que ocupaban, pudiendo ser medido y representado por medio de mapas y planos que daban a conocer su extensión, límites y demás rasgos físicos. En el método etnográfico clásico enseñado por Malinowski, el etnógrafo emprendía un viaje para encontrarse con el “otro” ajeno, que estaba localizado en una “aldea”, que se presentaba como homogénea y fijada en el tiempo y el espacio. De esta manera, los antropólogos se acercaron a su objeto de estudio, manteniendo la “tendencia a reificar ‘la aldea’ como el indiscutible contenedor espacial dentro del cual ocurre la investigación etnográfica” (Salcedo y Zeiderman 2008: 67), haciendo visible “la renuencia de la antropología a comprometerse críticamente con cuestiones de lugar” (Salcedo y Zeiderman 2008: 67). Tanto fue así, que el influyente antropólogo Clifford Geertz, en la década de los 70,

9 sostenía que “se pueden estudiar diferentes cosas en distintos lugares (…) pero eso no convierte al lugar en el objeto de estudio” (citado por Salcedo y Zeiderman 2008: 67).

No obstante, hacia finales del siglo XX las ciencias sociales toman interés en el espacio como tema trasversal del estudio del hombre y la sociedad. Aunque el espacio, sea como sea definido, ha sido una pregunta anclada en la geografía, vale la pena mencionar el interés renovado y la rapidez con que se adoptó la idea de espacio como socialmente producido o construido por las ciencias sociales (incluida la antropología) en la década de los 80 y los 90 (Unwin 2000). Según Unwin (2000), éste nuevo interés ha respondido a intentos por entender el mundo contemporáneo que se enfoca primordialmente en el cambio temporal e ignora las consideraciones espaciales.

Decir que el espacio es socialmente producido tiene varias implicaciones. En primer lugar se niega que el espacio sea una realidad aparte de los seres humanos, al contrario, el espacio es mutuamente constitutivo de los grupos humanos con sus diferentes sistemas sociales y culturales, siendo el uno al otro condición primaria de su existencia. En segundo lugar, teniendo en cuenta que los sistemas sociales y culturales están configuradas de acuerdo con el espacio que producen, las personas interactúan en él dándole significados y relevancias diferentes (Pellow, 2006). Tercero, es importante resaltar que las personas no solo están inmersas en el espacio, también lo reclaman, lo desarrollan, construyen en él, lo dividen en varias formas y medidas, es decir, lo hacen suyo (Pellow, 2006).

No hay que pensar el espacio como sólo un medio de producción, ya que éste es a la vez una fuerza de producción y es esencialmente político, nunca objetivo ni neutro, en el cual se inscriben las relaciones de poder y dominación (Lefebvre,1984). Las relaciones sociales se constituyen en y con el espacio que es producido, es decir, construido, pensado, imaginado y representado por las personas: es en este espacio donde se desenvuelve un mundo intersubjetivo formado en la cotidianidad, donde se construyen sentidos e interpretaciones del mundo, en el que la subjetividad, la intimidad y la alteridad juegan el rol principal (Castillejo, 2000).

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Estas concepciones de espacio, como construcción/producción en el que la diferencia cultural, la memoria histórica y la organizaron de la sociedad están inscritos, puede generar problemas a causa del isomorfismo que pueden llegar a presentar el espacio, el lugar y la cultura (Gupta y Ferguson, 1992). Los estudios sobre refugiados, desplazados y migrantes han criticado la concepción esencialista del espacio. Esta concepción entiende la relación entre lugar y personas de manera natural, en donde la cultura esta fijada y localizada. La visión de los no occidentales como mas cerca de la naturaleza, del indígena como protector y guardián de la naturaleza (buen salvaje), como arraigado y completamente atado a un lugar (lugar que por ninguna circunstancia puede parecerse a occidente), alienta la creencia de una relación plenamente natural entre el lugar y la cultura (Brun, 2001). Cuando la relación entre gente y cultura es entendida como localizada y perteneciente a un solo punto en el mapa, los lugares se convierten en locaciones fijas, con un carácter estático y único (Brun, 2001). Este naturalismo presenta la asociación entre las personas y los lugares como sólida, de sentido común y como comúnmente acordada, cuando en realidad, es debatida, incierta y se encuentra en constante flujo.

Al igual que la concepción sobre el espacio debe dejar de ser naturalista, los acercamientos Apropiarse de un espacio y hacerlo lugar, no es un proceso natural ni unilineal. Darle sentido a un espacio es un proceso que está siempre en movimiento y que conlleva múltiples negociaciones internas y externas. Según Rodman (2006) los lugares no son contenedores inertes, son construcciones sociales politizadas, culturalmente relativas e históricamente especificas. Decir que el lugar está social y culturalmente definido en la práctica, significa que para cada individuo un lugar tiene una realidad única, en la que el significado es compartido con otras personas y otros lugares: “el lugar es a la vez espacial y temporal, personal y político, [pues] se trata de historia sedimentada en una localidad, repleta de relatos y memorias (…) se trata de mirar las conexiones, lo que lo rodea, aquello a lo que le ha dado forma, lo que allí sucedió y lo que habrá de suceder (Lippard en Serje 2009: 215). Los vínculos en estas cadenas de lugares vividos están forjados por la cultura y la historia. Los lugares antropológicos según Marc Augé, son construcciones sociales, y por ello son identificatorios, relacionales e históricos; en consecuencia “el lugar antropológico,

11 es al mismo tiempo principio de sentido para aquellos que lo habitan y principio de inteligibilidad para aquel que lo observa” (1998: 58).

Siguiendo a Serje, la antropología ha hecho diferentes esfuerzos por estudiar los lugares desde dos aproximaciones. La primera posición parte de la construcción material del lugar y “ha estudiado la producción de una cultura material mediante la cual se apropian los espacios” (2008: 215); la segunda aproximación estudia “la percepción y experiencia de lugares particulares, poniendo en evidencia las relaciones sociales que los producen. Se ha buscado describir e interpretar las formas en que la gente llena los lugares de significado, así como las prácticas discursivas y performativas a través de las cuales los lugares se enuncian y experimentan” (2009: 215). Estos dos enfoques responden a la visión del lugar no solo como una cosa en el mundo, sino también como una forma de entender ese mundo circundante (Cresswell por Serje 2008: 214).

En este orden de ideas, se entiende entonces que la construcción de un lugar no es un proceso único de transformación y aprehensión de lo físico, por ello se puede decir que los lugares de la memoria y de la imaginación también se construyen, se les da sentido y se usan a través de la producción de narrativas o puestas en escena sobre como son, como eran o como se desea que fuesen. Éste es el caso de las comunidades dispersas, donde los lugares de la memoria sirven como anclaje y cohesión, como puntos de referencia y de ubicación en el mundo y en el lugar en el que ahora se encuentran (Gupta y Ferguson 1992).

Diferentes formas de construcción de sentido de lugar han sido observadas por las distintas disciplinas. Tuan (1991), desde la geografía, específicamente en el estudio fenomenológico del espacio, y Basso (1996), desde la antropología, han demostrado como el lenguaje es parte integrante de la producción de lugares. El primero argumenta que hay una falta de atención del rol del lenguaje en la creación del lugar, cuya razón principal es que los geógrafos tienden a ver el lugar, casi exclusivamente como el resultado de la transformación material de la naturaleza; sin embargo, las palabras tienen el poder de traer a la luz experiencias que están o han sido llevadas a la sombra, en específico, tienen el

12 poder de llamar lugares a ser (Tuan, 1991). Por su parte, Basso (1996) muestra como una comunidad Apache, poniéndole nombres a los rasgos del paisaje, a los espacios que recorre y en los que vive, llaman el pasado a ser en el presente, materializan lugares de la memoria o de la imaginación que ya no existen o que tal vez nunca existieron. Para el autor, lo que le gente hace de sus lugares esta intricadamente conectado con lo que la gente hace de ellos mismos como miembros de la sociedad y habitantes del mundo, por eso, sustenta que somos los lugares que imaginamos2 (Basso, 1996).

Por otra parte, Ureta (2007) muestra como el sentido de lugar puede ser construido por medio de la utilización del ruido. Para el autor el ruido hace parte de una estrategia de apropiación del espacio, de crear sentido de pertenencia y de interacción con el ambiente social en el que están inmersas las personas. Solomon (2000) enseña como los Chayakanta, pueblo indígena de Bolivia, construyen lugares y los llenan de identidad por medio de la música; para el autor el acto musical, es una manera de encarnación de los espacios habitados, y por medio de esta no solo se crean los lugares propios, sino que se marca la diferencia con los lugares de los otros. De igual manera, como se dijo anteriormente, se ha explorado la manera como los espacios se vuelven lugares en la medida en que se usan, se transitan, se piensan y se modifican físicamente. Estas exploraciones muestran, en resumen, como construir lugar es materializar (en el plano de lo físico y de lo mental) la idea que se hacen sus habitantes de su relación con el territorio, con sus semejantes y con los otros (Augé, 1998).

1.2 La Casa e n Movi mi ento

La casa, en su instancia más básica, le brinda al ser humano resguardo de los elementos del entorno que los rodea. Es un hecho conocido que los seres humanos diseñan y construyen moradas, es decir, producen espacios para vivir en el territorio que han reclamado como propio (Pellow 2006: 160). No hay una casa universal, los grupos humanos las producen siguiendo las visiones del mundo que han creado socialmente a través del tiempo, por ello

2 “We are, in a sense, the place-worlds that we imagine” (Basso, 1996: 7)

13 en el mundo hay casas grandes, pequeñas, unifamiliares, comunales, sedentarias, nómadas, en fin, tipos de casas hay en la medida que hay culturas en el mundo.

No obstante, hasta hace poco, los antropólogos habían relegado su importante rol en la cultura y en la sociedad, así ésta construcción fuese la representación básica de la organización espacial, y fuese parte integral de la cultura (Pellow, 2006). Según Bridwell- Pheasant y Lawrence-Zúñiga, (1999) los antropólogos han visto las casas como telón de fondo, como un escenario (con utilería) donde se presume que aspectos mas interesantes e importantes del drama humano se llevan a cabo. La definición implícita de “casa” que emerge de la literatura antropológica se refiere a una forma construida donde la gente duerme, come, socializa y que implica una serie de actividades económicas y simbólicas que sostienen la gente que la usa. Allí, la casa protege a las personas y a sus recursos, que incluyen equipamiento, mobiliario, los almacenes de comida y animales, así como parafernalia sagrada y bienes simbólicos.

Al igual que en la antropología, la geografía ha fallado en reconocer los espacios de la casa como parte del espectro de la geografía humana. Sibley y Lowe (1992) advierten que si se quiere entender la manera en que el espacio social es producido y estructurado, se deben identificar las conexiones entre el entorno de la casa y los espacios más amplios como el barrio y la ciudad. Los problemas reconocidos como instancias de conflictos socio espaciales en lo urbano lo regional y lo global, tiene su equivalente en la esfera doméstica. En otras palabras, hay un condicionamiento recíproco entre la casa y el entorno que la rodea, lo cual convierte a la casa en un foco muy relevante al investigar la formación del espacio social en sus múltiples dimensiones.

Esta reticencia al estudio de la casa como un tema por derecho propio, y no como “casos” donde se puede observar cierto simbolismo o cosmología, se debe, según Carsten y Hugh- Johns (1995) a que la casa, al ser un espacio tan común y familiar, al hacer parte intrínseca de la realidad tal y como la vemos todos los días, deja de notarse y se pasa por alto. Solo bajo situaciones excepcionales (desastres, mudanzas, falta de recursos para conseguirla) se recuerda el incalculable valor de la vivienda. Para Bridwell-Pheasant y Lawrence-Zúñiga

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(1999), la casa no puede ser un simple escenario a espera de que allí sucedan las cosas, esta es una construcción cultural a la vez que constituye una forma construida, que define un lugar que “pertenece” a un grupo particular de personas y que, mediante la co-residencia y el uso compartido, define las personas que “pertenecen” a ella. Del mismo modo, siguiendo a Sibley y Lowe (1992) la casa no puede ser entendida como un mero escenario espacial donde se despliegan las relaciones de poder de sus habitantes; solamente el diseño físico de la vivienda puede facilitar o dificultar esas relaciones. El espacio de la casa puede ser manipulado por sus ocupantes (y usuarios), pero éste también condiciona sus interacciones y contribuye al desarrollo de regímenes domésticos distintivos. En otras palabras, la casa y sus ocupantes se diluyen en relaciones inseparables de reciprocidad.

La producción y el uso de las casas supone la influencia recíproca del ambiente doméstico en los actores que encuentran sus actividades diarias consentidas y constreñidas por el carácter físico de la casa y lo que ésta contiene (Bridwell-Pheasant y Lawrence-Zúñiga, 1999). La casa esta codificada con significados prácticos que denotan espacios apropiados para cocinar, comer, o dormir, entre otros, de lo cual surgen diversas tensiones cuando el significado y la praxis no concuerdan. Asimismo las casas están codificadas con significados simbólicos complejos sobre la identidad, el estatus y el buen vivir, que junto con las dimensiones prácticas, dotan a la casa con el poder de comunicar, representar, influenciar y enseñar.

Carsten y Hugh-Jones (1995) van mas allá, señalando que la casa es una extensión de la persona. La casa, el cuerpo y la mente están en constante interacción; la estructura física, el mobiliario, las convenciones sociales y las imágenes mentales de la casa permiten, moldean, informan y constriñen las actividades e ideas que se forman dentro de esos límites. Drucker-Brown (2001) expone que muchos autores han reconocido la identificación frecuente -unas veces explicita, otras no tanto- entre la casa y el cuerpo humano. También es común que la casa y un grupo de parentesco sean identificados metafóricamente en expresiones como “las personas de esa casa”.

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La casa como construcción vital en la producción y reproducción social, de las relaciones sociales y de poder, como generador de pertenencia y de relación con el entorno, empieza a tomar relevancia en la antropología gracias a Claude Lèvi-Strauss3 (Carsten y Hugh-Jones, 1995). Mediante el estudio de la imaginería local en Norte América y su paralelo con datos históricos de Europa Medieval, Lèvi-Strauss enfatizó la importancia de la categoría de la casa en el estudio de sistemas de organización social que aparentaban no tener sentido en términos del análisis de categorías convencionales de parentesco. A pesar de la inmensa contribución al estudio de la casa –sobre todo al integrar elemento histórico en su análisis-, en los escritos de Lèvi-Strauss ésta aparece como estática, suspendida en el tiempo y en el espacio.

Otra de las grandes contribuciones a la conceptualización de la casa y su creciente importancia en las ciencias sociales, fue la del sociólogo francés Pierre Bourdieu, en su detallado estudio de la casa Ber ber . Bourdieu (2003) demuestra como la casa llega a constituirse como una imagen reducida del mundo, que refleja el universo simbólico y social de sus habitantes. El entorno construido refuerza las relaciones sociales, de las cuales se enfatizan las relaciones de género que, sin embargo, no le imprimen un carácter estático: éste se mantiene y reinterpreta mediante las acciones humanas del diario vivir. Este acercamiento es mucho más útil para entender la dinámica entre la estructura y la agencia que la visión del entorno construido como un reflejo estático de la estructura social.

La casa se ha estudiado desde diferentes perspectivas que reflejan su carácter dinámico en las sociedades. Lo que finalmente decide la forma de la casa y moldea los espacios y sus relaciones, es la visión que sostienen las personas sobre la vida ideal4 (Rapoport en

3 Algunos de los escritos de Lèvi-Strauss en los que se refiere a la casa son: Histoire et ethnologie (1983), Anthropology and mith (1987), Maison (1991)

4 La construcción de vivienda de interés social – VIS- es entonces, la puesta en práctica de unos modos “correctos” de vivir. Vale (2000) en su estudio sobre las viviendas de bajo costo construidas por el gobierno en los Estados Unidos, concluye que lo que se podría comparar VIS son proyecciones de significados específicos, que cambian y son modificados a través del tiempo.

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Bridwell-Pheasant y Lawrence-Zúñiga, 1999), la buena vida o la correcta que tampoco son fijas, ya que varían en el espacio y en el tiempo. Los habitantes definen su casa y su significado no solo en la medida de la exigencia sino también mediante los sucesos de su vida, como son y como quisieran que fuesen. Por esta razón, la casa y las personas que la ocupan deben ser consideradas dentro del mismo marco de análisis (Carsten y Hugh-Johns, 1995). No solo se trata, entonces, de sostener que la casa es construida, mantenida y/o modificada para satisfacer las necesidades de sus ocupantes, es también afirmar que esos procesos arquitectónicos se hacen para coincidir, con eventos y procesos importantes en la vida de sus ocupantes y son pensados en términos de éstos últimos (Carsten y Hugh-Jones, 1995).

No obstante, lo dinámico de la casa, no solo viene de las personas que la ocupan. Su vitalidad viene de diferentes fuentes, como los materiales con que está construida, los objetos contenidos dentro de ella y los significados que adquiere a través de su existencia (Carsten y Hugh-Jones, 1995). Cabe anotar, que la casa y los objetos que se encuentran dentro de ella, pueden ser definidos dentro del amplio espectro de la cultura material; esto es, los artefactos que han sido creados por las personas de acuerdo con su representación y su práctica del mundo natural y social (Davison, 1988). Esta no solo funge como respuesta a las presiones ambiéntales, sino que es el resultado de decisiones culturales y de acciones sociales intencionadas. Por esta razón, la cultura material no es simplemente un reflejo pasivo del comportamiento sino que esta activamente implicada en el estructuración de la vida social (Davison, 1988).

Además de ser uno de las fuentes más visibles de cambio, la cultura material tiene otra cualidad: al suponer que el espacio, es socialmente construido, se entiende que la gente en todas partes produce casas cuya organización espacial obedece a la vida social de sus habitantes. Se presume entonces, que las personas que comparten una tradición cultural también compartan ras gos socio-espaciales. Entonces, como toda cultura material, la casa tiene incrustados los valores culturales que son expresados en relaciones sociales (Pellow 2006). Esto, por un lado, posiciona a la casa como uno de los rasgos culturales mas

17 importantes en las sociedades; pero por otro, afirmar que la casa tiene grabada la cultura en su sola existencia, genera algunas reacciones esencialistas y nostálgicas sobre su cambio.

A pesar de los intentos de conceptualizar a la casa como ente dinámico y cambiante, todavía persiste en una parte de la producción antropológica, una mirada de quietud sobre ésta. Estas perspectivas sustentan que la gente vive en las casas que vive por su estatus social, su estructura familiar, su ocupación y el entorno en el que esta inmerso (Fletcher, 1999). Los cambios en el estilo, los materiales y el uso en las casas se entienden como impuestos desde afuera y no generados dentro de esa sociedad, pasando por alto los procesos de negociación, apropiación y resignificación de nuevas formas de producir el espacio, generadas dentro de las culturas, pero enmarcadas en un mundo globalizado y volcado hacia el consumo (Fletcher, 1999).

Situar la casa en el contexto de la globalización y la sociedad capitalista contemporánea, es otra manera de reconocer su dinamismo. Para los autores que toman este punto de vista, la casa hace parte de la cultura de consumo moderna; está a la orden del día para ser consumida, puesto que se puede reproducir, comprar y vender. El rol de las casas como bienes de consumo se vuelve mas pronunciados cuando construir la casa es una forma de expresión y diferenciación social, cultural y económica.

De esta manera, la casa al ser también medio de expresión y comunicación, supone unas “oportunidades para desplegar” (Bridwell-Pheasant y Lawrence-Zúñiga, 1999: 4) comportamientos, actitudes y prácticas que sus habitantes quieren que sean vistos por otros. Asimismo, la casa, al ser el epítome de la separación entre el espacio privado y el espacio público, también posibilita a sus ocupantes a encubrir lo que no quieren que salga al exterior. La casa físicamente encerrada es privada en cuanto al control que se tiene sobre su acceso, lo cual permite un manejo de la información y el conocimiento que los otros tienen sobre sus habitantes, que pueden establecer que quieren que se vea de ellos en el exterior y que se puede encubrir y dejar solo para los límites de la casa. De igual forma, dentro de la misma casa, los lugares pueden ser diferenciados por el control de acceso a ellos, relegando

18 unos espacios a actividades de grupo o a la hospitalidad, y otros a actividades más íntimas e individuales.

En contraposición y fuera de estos límites de lo doméstico y lo privado, se encuentra el espacio público, donde las personas tiene poco o ningún control sobre el acceso y la relación con los otros, lo cual genera dinámicas diferentes, aunque no necesariamente contrarias a las de la casa y su intimidad.

1.3 ¿Espacio público para todos?

La distinción entre el espacio público y el privado han sido clave en el análisis de la organización de la sociedad occidental. Esta distinción, aunque por su omnipresencia parece casi natural, responde a categorías de ordenamiento que dan sentido al mundo. Low y Smith (2006) establecen que la separación entre el espacio público y el espacio privado se da, habitualmente, en términos de sus reglas de acceso, la fuente y naturaleza del control sobre su entrada, los comportamientos individuales y colectivos sancionados y sus reglas de uso. Asimismo, los autores afirman que el significado del espacio público a pesar de ser tan volátil y cambiante dependiendo de la sociedad, el lugar y el tiempo donde se observe, está intrínsecamente relacionado al del espacio privado y a la contraposición que se hacen, a tal punto que es imposible concebir el espacio público por fuera de la generalización social sobre lo que es el espacio privado. El espacio público se erige como una cualidad intrínseca de lo urbano, y aunque se han hecho algunas exploraciones en el espacio rural, la ciudad sigue siendo su escenario y productor por excelencia. Esta noción, aunque se puede rastrear hasta la Antigua Grecia, no se desarrolla a cabalidad sino como un producto de la sociedad capitalista moderna (Low y Smith 2006).

Como espacio público se entiende la gama de locaciones sociales ofrecidas por la calle, el parque, los medios de comunicación, el Internet, el centro comercial y los barrios locales. Su materialidad es variable, por ello envuelve la tensión palpable entre los lugares experimentados en todas las escalas de la vida diaria y el aparente vacio de espacio del Internet, la opinión pública, y las instituciones y economía global. Asimismo, la extensión y dimensión de su carácter público (publicness) se diferencia de instancia a instancia (Low y

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Smith 2006). Por esta razón, Tonkiss (2005) sugiere que aunque el ideal primario del espacio público está basado en la igualdad de acceso, en la realidad, el espacio publico no esta constituido solamente en términos de acceso, sino que también está organizado mediante formas de control y exclusión. Lo público del espacio público queda allí en la cuerda floja.

La geografía de género o feminista ha hecho énfasis en la desigualdad de acceso que tienen los grupos humanos al espacio público, especialmente, las mujeres. Esto se debe, principalmente, a la dicotomía espacio privado/espacio público y su respectiva asociación con lo femenino y lo masculino. Esta oposición binaria se ha empleado para legitimizar la opresión y la dependencia basada en el género, como también ha sido usada para regular la sexualidad. Lo privado como tipo ideal ha estado tradicionalmente asociado con: lo doméstico, lo natural, , la propiedad, la vida personal, la intimidad, la pasión, las sexualidad, la “buena vida”, el cuidado, , el trabajo no remunerado, la reproducción y la inmanencia. Lo público como tipo ideal ha estado tradicionalmente asociado con el dominio de lo abstracto, lo cultural, la racionalidad, el discurso crítico, la ciudadanía, la sociedad civil, la justicia, el mercado, el trabajo remunerado, la producción, la polis, el estado, la acción, el militarismo, el heroísmo y la trascendencia (Duncan, 1996).

Según McDowell (2000) históricamente las mujeres han sido tratadas como privadas y apolíticas. Por esta razón se les ha excluido y se las continúa excluyendo del espacio público, con la excusa de suponer que necesitan protegerse del trasiego de la vida pública. “Además de su dependencia económica y moral de los hombres, esta condición de seres frágiles y necesitados de protección reduce su derecho a la libertad” (2000: 222). El hombre, inclusive al día de hoy, se mueve entre los espacios públicos y privados con más legitimidad y seguridad física que las mujeres (Duncan, 1996).

La falta de acceso igualitario al espacio público es igualmente notoria al entrar en los límites difusos entre el espacio público y el privado. Esto se complica de varias maneras cuando el espacio público se privatiza, no solo en términos del desarrollo de la propiedad privada, sino también en cuanto a su uso diario; como por ejemplo su utilización para

20 ganancias económicas privadas o el control de las calles por parte de las pandillas. Manejar los límites se vuelve una tarea compleja de demarcar espacios, ordenar comportamientos y separar cuerpos: la política pública, la seguridad privada, la aversión social, la hostilidad, el hostigamiento y la violencia, los códigos de consumo y de conducta son algunas estrategias que interactúan en aras del establecimiento de las reglas de acceso al espacio público, la demarcación de límites del espacio privado con el espacio público y la exclusión de este último (Tonkiss, 2005).

El espacio público, entonces, genera ciertos miedos que derivan de su sentido como no controlado, como un lugar donde la gente es excepcionalmente frágil. Según Mitchell (2003) hay una asociación entre espacio público y anarquía, derivada de la vida en las ciudades contemporáneas, los medios de comunicación, el aumento de la preocupación sobre el crimen, la vida sin techo (homelesness) y el terrorismo, que en últimas, hacen del espacio publico un atributo indeseable de la vida urbana. Sin embargo, recalca el autor, las ciudades son necesariamente públicas, y por ello son lugares de interacción social e intercambio con gente ineludiblemente diferente: lo público demanda heterogeneidad y el espacio de la ciudad (Mitchell 2003). Esto resulta en que en el espacio de la ciudad, diferentes personas con diferentes proyectos deben luchar los unos con los otros por la forma como se hace esa ciudad, lo cual se define en términos de acceso al dominio de lo público y los derechos de la ciudadanía que esto conlleva (Mitchell 2003).

No obstante, Caldeira (2000) advierte como una nueva forma urbana que esta cambiando el carácter del espacio y la vida pública se impone poco a poco en las ciudades modernas. Para la autora, en ciudades como São Paulo, se han generado transformaciones donde diferentes grupos sociales están cada vez mas cerca pero separados mediante muros y tecnologías de seguridad, donde se tiende a no circular ni interactuar en zonas comunes. El instrumento principal de este nuevo patrón de segregación social es lo que Caldeira llama “enclaves fortificados” (2003: 213) es decir, espacios privatizados, cerrados y monitoreados para la residencia, el consumo, el ocio y el trabajo. Su principal justificación es el miedo a la violencia y al crimen que generan las ciudades, en especial, sus calles y demás lugares públicos. Por esta razón, los enclaves fortificados miran hacia dentro, lejos de la calle, cuya

21 vida pública rechazan de manera explícita y se conciben como lejos de interacciones indeseadas, movimiento, heterogeneidad, peligro y lo impredecible de la calle (Caldeira, 2000: 258).

Estos cambios espaciales y sus instrumentos están transformando la vida pública y el espacio público. En ciudades fragmentadas por enclaves fortificados, es difícil mantener los principios de apertura y circulación libre que han sido de los valores más significativos de las ciudades modernas. Con la construcción de enclaves fortificados el carácter de lo público cambia, así como la participación ciudadana en la vida pública (Caldeira, 2000).

Por otra parte, Mitchell (1995) afirma que las perspectivas sobre el espacio público y su definición cambian dependiendo de los intereses (y los usos) del grupo social que lo vea. El autor observa como el espacio público puede relacionarse, por un lado, con lo que Lefebvre (1984) llama las representaciones de espacio, es decir, el espacio planeado, controlado y ordenado, y por el otro, con el espacio representacional, o sea, el espacio en uso, vivido y apropiado por las personas. El espacio publico, aunque suele surgir como representaciones de espacio, a medida que la gente lo usa, se vuelve espacios representacionales, llenos de sentido y significado; en otras palabras, se construyen como lugares.

Tonkiss (2005) reconoce tres tipos ideales de espacio público, que oscilan entre lo planeado y lo apropiado. La plaza, representante de la pertenencia colectiva, es el primero. En este sentido, el espacio público se refiere a esos espacios proveídos y protegidos por el Estado, al que en principio, tienen acceso igualitario a todos los ciudadanos. El segundo, representado en “el café”, es el epítome del intercambio social. Se refiere a sitios de sociabilidad, intercambio y encuentro con los otros. Pueden ser de propiedad y regulación privada, pero igualmente envuelven un sentido de estar en lo público; aquí la pregunta por su carácter público no va guiada por quién es el dueño, sino por el sentido de vida pública que produce. El tercero se refiere al encuentro informal, es decir, espacios de uso comunal más mundanos, lugares que se comparten sin razón particular, más que como un gesto de pertenecer o como un campo del intercambio social. La calle, unidad básica de la vida pública en la ciudad, es el mejor y más obvio ejemplo de un espacio público compartido

22 que lleva a los individuos a interactuar con los otros, aunque sea de una manera muy reducida. En estos espacios nos vemos obligados a aceptar la presencia de los otros, por el simple hecho que, idealmente, su derecho de estar allí es igual que el nuestro. Sin embargo, en la práctica el hecho de que los derechos de diferentes individuos –y grupos sociales – de estar en la calle sean negados, hace visible las lógicas de regulación y exclus ión en las ciudades contemporáneas. Aunque los conceptos de espacio público, como la calle, están hechos con el fin de capturar ciertos principios de igualdad e inclusión, la vida real de estos espacios demuestra cómo las distinciones sociales trabajan mediante exclusiones espaciales (Tonkiss 2005).

A pesar de su aparente simpleza como espacio público, la calle es más compleja de lo que parece. En primer lugar, la calle no es sólo un espacio para el tránsito, ésta es sujeto de diferentes usos y significados, de diferentes formas de apropiación y alienación: “they are means and media of getting about, meeting places or places to hang around in, forums of visibility and display, sites of protest” (Tonkiss, 2005: 69). Su volatilidad y versatilidad permiten que hayan miles de maneras de actuar en ella y hacerla propia. En segundo lugar, la organización arquitectónica de la calle estructura todo el paisaje urbano en términos del contraste entre el espacio público y la edificación privada. En la medida en que mantiene y sostiene este contraste, encarna la definición de lo público en contraste con lo privado. Por lo tanto, la calle no es tan solo un lugar en el que ocurren actividades de distinto tipo, ella representa un principio de orden arquitectónico a través del cual se representa y se constituye la esfera pública (Holston, 2008).

Así como la casa se define en cuanto al contraste de lo privado con lo público y establece los límites –no siempre fijos- entre los dos espacios, la calle al contrastar lo público con lo privado no solo establece esos límites, sino que a su vez, articula la casa con el entorno que la rodea, creando un nuevo espacio, entre lo público y lo privado: el barrio.

No obstante, Holston, en su análisis crítico de la construcción ideológica y práctica de la ciudad de Brasilia, advierte cómo la arquitectura moderna, en su crítica de las ciudades y las sociedades del capitalismo “propone la eliminación de la calle como un prerrequisito

23 para la organización urbana moderna y arremete contra la calle por una serie de razones. Por un lado, considera que la calle-corredor es un foco de infecciones. Por otro lado, considera que la calle constituye un obstáculo al progreso porque no consigue acomodar las necesidades de la era máquina” (2008: 260-261). De igual forma, es su mismo carácter de ordenador arquitectónico de lo público y lo privado lo que la hace blanco de intentos de extirparla de la ciudad, dado que es esa organización de la vida social lo que el modernismo busca subvertir. En Brasilia –concebida como una ciudad modernista-, la calle se elimina en su sentido tradicional: allí las calles son vías de tránsito vehicular y telón de fondo de las grandes edificaciones privadas y públicas, sin distinción alguna (Holston, 2008). Es por la misma supresión de la calle la que hace que sus habitantes no consideren que en la ciudad donde viven existan barrios5, dejando entrever la dependencia mutua de estos dos lugares – el espacio público y el espacio privado- en la vida de la ciudad.

1.4 Los barrios hablan de sus habitantes y los habitantes hablan de su barrio

Aunque “barrio” es un término difícil de definir de manera precisa, éste se usa para delimitar un área de contacto cara a cara, que usualmente se puede reconocer en términos de de calles y manzanas, en el que las relaciones personales están establecidas en cosas como la extensión del crédito por parte de los dueños de tiendas, el chisme y la proximidad de familia (Holston, 1989). Asimismo, el barrio funge como elemento cohesionador entre lo público y lo privado. En este hay casa y hay calle, y los dos hacen parte del mismo espacio. El barrio, según Franco Silva (1998) se ha intentado entender desde tres puntos de partida. El primero, desde sus estructuras espaciales físicas; segundo, desde los intercambios y relaciones espaciales que allí se gestan; y tercero, desde “visiones que buscan integrar, en el barrio, los fenómenos sociales, desde su soporte físico espacial” (Franco Silva 1998: 30). Es la tercera visión, la que concierne al presente trabajo. El barrio

5 Aunque el concepto de superquadra (la forma arquitectónica ordenadora de la ciudad y sus habitantes) fue concebido para al canzar un sentido de identi ficación residencial y vecindad, la gran mayo ría de habitant es de Brasilia no la consideran ni a ésta ni a las unidades de vecindad –unidade de vizinhança- un barrio (Holston, 1989:171).

24 no es simplemente una división político administrativa de la ciudad - a veces no tiene nada que ver con estas divisiones-; éste se erige como una construcción socio espacial de sus habitantes y es fuente inagotable de identidad y sentido de pertenencia, que mediante las intricadas relaciones entre sus habitantes y el entorno físico y social que los envuelve, se convierten en puntos de referencia de las personas en el mundo. Aquellas personas que viven y planean sus vidas dentro de sus fronteras, son las que lo producen como lugar de sentido, lo sienten propio y le dan significado dentro de la complejidad y la enajenación que conlleva la vida en la ciudad. “Para el observador externo, el barrio es una suerte de ‘ficción’ (…) sus habitantes parecen ser los únicos en ubicar sus fronteras (…) y hasta en eso encontramos discrepancias” (Portal, 2006: 70).

Si bien lo barrios son construcciones históricas, culturales y sociales, no se pueden considerar como “comunidades” unitarias y homogéneas, tal y como lo imaginan algunos funcionarios, activistas y quienes no los conocen y los observan desde la distancia (Torres Carrillo, 1998). Por el contrario, los barrios no constituyen un universo cerrado, ni son ajenos al conjunto de procesos que afectan la vida de la ciudad y de la sociedad: son escenarios donde se expresan y emergen diferencias de diversa índole. La fragmentación que hace parte de la vida urbana, así como los conflictos propios de la sociedad contemporánea activan diferenciaciones, resistencias y proyectos, en torno a las cuales surgen y se estructuran nuevas categorías identitarias que tienen en los barrios su principal espacio de acción y expresión (Torres Carrillo, 1998).

Siguiendo a Franco Silva (1998), se puede decir que la diversidad de los barrios es inagotable. Dentro de las unidades domésticas –casas-, unidad básica en el espacio barrial, se pueden encontrar diferentes sistemas culturales conviviendo; estos no sólo se agotan en orígenes étnicos o geo-culturales (personas provenientes de diferentes regiones del país), sino también están relacionados a los ámbitos laborales, políticos, entre otros, de los miembros de esa familia. La unidad doméstica, entonces, es una instancia de recreación y reproducción cultural, que genera procesos de hibridación pasiva o activa, que puede llegar a encontrar resistencia o no. Este proceso no se agota en el interior de la unidad doméstica, sino que se extiende al espacio del barrio, creando diferentes dinámicas alrededor de la

25 diversidad, con diferentes comportamientos, representaciones y visiones sobre el espacio habitado y las subsiguientes negociaciones, implícitas o explicitas, conflictivas o llevaderas, sobre su uso y su significado.

Para el autor, lo barrios en la realidad colombiana son territorios muy complejos y a pesar de que en “su interior se pueden presentar la más diversa variedad de grupos culturales, diferentes estructuras físico espaciales, la más caprichosa mezcla de usos urbanos (…) también aparecen barrios o sectores urbanos homogéneos en su interior, con formas de interacción social gobernadas por (…) sistemas simbólicos afines, con usos urbanos complementarios” (Franco Silva, 1999: 32). Toda esta complejidad envuelta en las diferencias y puntos de encuentro de los habitantes de un barrio, no aliena a las personas del espacio que ocupan, al contrario, ésta realidad hace parte inseparable de la construcción de identidades individuales y colectivas en estos territorios.

El sentido de identidad que se genera articulado a estos espacios ha sido el blanco de muchas investigaciones sobre la ciudad. Los barrios populares, sobresalen en estas investigaciones por tener elementos cohesionadores muy profundos, siendo el más notorio la historia de lucha por el territorio y la vivienda que llevaron a cabo sus habitantes. Las ciencias sociales en Colombia, tienen un largo recorrido en la investigación sobre los barrios populares del país; especialmente en las grandes ciudades como Bogotá, M edellín y Cali. Cuellar Sánchez hace un recorrido histórico, entre 1878-1930, sobre el barrio Las Cruces en el centro de Bogotá, en una época en que apenas empezaba a nacer la figura de barrio, cuyo surgimiento se debió principalmente a “la parcelación del suelo, la rentabilidad, la vivienda ‘higiénica’ y controlada, la segregación por grupos de trabajadores y las urbanizaciones obreras” (s.f.: 13); elementos que se conjugan para dar rienda suelta a una nueva explosión urbana generadora de barrios y nuevas identidades asociadas a estos.

Por otra parte, Niño Murcia (1994) se emprende en la caracterización de 3 barrios constituidos bajo diferentes procesos sociales, históricos y políticos. Por un lado, el barrio Santa Cecilia Alta en la localidad de Usaquén, se forja mediante la autoconstrucción y autogestión de sus habitantes, dando un fuerte sentido de pertenencia a sus pobladores

26 generado a partir de la lucha por la adquisición de tierras, vivienda, servicios públicos y otras comodidades que se supone que disfrutan los habitantes de la ciudad. El barrio Compensar, en el municipio de Soacha, construido a partir de iniciativas privadas para ofrecer vivienda de interés social, no responde del todo a las necesidades y expectativas sobre la casa, el barrio y el habitar de las personas que van a ocuparlo. La autora cuenta como la identidad y la cohesión social puede ser construida mediante prácticas solidarias entre los habitantes del barrio. Por último, se refiere al barrio Tibabuyes en la localidad de Suba, donde el Estado ofrece vivienda mediante subsidios a familias con ingresos insuficientes para adquirir una vivienda en su totalidad, y donde parte del pago se realizó por medio de trabajo que las personas invertían en la construcción de los apartamentos. Eso generó algún sentido de pertenencia, identidad y apropiación del nuevo espacio, dada la pequeña experiencia de construcción colectiva del barrio por sus futuros habitantes.

Del mismo modo, Ortiz Medina (1994) reconstruye un poco de la historia del barrio Policarpa Salavarrieta, centrándose en su historia de luchas populares y en su significación y simbolismo como barrio de movilización y desobediencia social. Para Torres Carrillo (1999) los barrios populares, “más que una fracción o división física (…) de las ciudades, son una formación histórica y cultural que las construye; más que un espacio de residencia, consumo y reproducción de fuerza de trabajo, son un escenario de sociabilidad y de experiencias asociativas y de lucha” (1999: 17). El autor sugiere que al no poderse integrar a las dinámicas capitalistas los nuevos pobladores urbanos -que llegaran a ser los productores y habitantes de barrios populares- no se identifican bajo el rótulo de “asalariados” o “clase obrera”: “han sido los intereses y las experiencias compartidas como creadores y usuarios del espacio urbano los factores que mas han facilitado a los pobres de la ciudad la configuración de una identidad sociocultural propia” (Torres Carrillo, 1994: 307)

Otro de los elementos cohesionadores e identitarios de los barrios populares es su estructura espacial y los usos que sus habitantes le dan; “el tipo de estructura vial, el modelo de construcción, la existencia de espacios públicos usados como tales o de espacios comunes privatizados y las prácticas sociales realizadas en espacios comunes, son factores que

27 inciden, de una u otra forma, en la creación de un sentido de pertenencia a un vecindario, a un grupo social integrado a un espacio común¨ (Ramos en Torres Carrillo, 1999: 19). Sin embargo, la identidad barrial no solo se sustenta en la experiencia colectiva de la ocupación, producción y uso de este territorio, esta es, según Torres Carrillo (1998) un referente simbólico.

De esta manera, el barrio popular, siendo una construcción colectiva, teje una trama de relaciones colectivas que identifica a las personas que lo habitan, procedentes de diferentes lugares y con historias diferentes, construyendo un nuevo “nosotros” en torno al nuevo espacio y la historia compartidos. “En esta urdimbre territorial se construye una plataforma de experiencias de sus pobladores que se manifiesta en modas, lenguajes, gustos musicales, prácticas lúdicas y deportivas, creencias religiosas y, rituales (religiosos y laicos); en fin, en un imaginario colectivo que les confiere una identidad barrial popular, claramente distinguible de la de otros grupos sociales” (Torres Carrillo, 1998: 20). Ese imaginario colectivo o imaginario social se refiere a la creación de imágenes y formas que constituyen la reflexión de los seres y los colectivos humanos sobre el mundo a su alrededor. Asimismo, se sostiene que los imaginarios dan cuenta de la orientación de las instituciones sociales, la constitución de los motivos y las necesidades y la existencia del simbolismo, la tradición y el mito (Thompson, 1982). En el plano espacial, y en este caso el barrial, los imaginarios apuntan hacia las imágenes que se crean las personas, mediante las reflexiones conscientes o inconscientes, del espacio que los rodea, incluidas las prácticas y simbolismos que lo constituyen y que de él emergen.

En este orden de ideas, los barrios populares, en la media que son vividos, pensados y construidos, se vuelven parte de las personas que los habitan, formando lazos de identidad muy fuertes con el territorio, sobre todo porque se puede reconocer cómo estos lugares cuentan y representan la vida de sus habitantes. Es decir, “los barrios populares son una síntesis de la forma específica como sus habitantes, al construir su hábitat, se apropian, decantan, recrean y contribuyen a construir, estructura, cultura y políticas urbanas” (Torres Carrillo, 1998: 20).

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En los barrios a los que por fuerza se ha impuesto alguna uniformidad, como las urbanizaciones de edificaciones multifamiliares –en donde se aplica el código de propiedad horizontal-, el reflejo de estas dinámicas de humanización y apropiación del espacio, no son tan obvias como en los barrios de autoconstrucción; sin embargo, sus habitantes intentarán de múltiples formas introducir diversas modificaciones donde está implícita la cultura y las visones sobre la construcción del espacio (Franco Silva, 1999). En estos barrios, la historia sociocultural de sus habitantes no se ve de primera mano, los códigos sobre el uso del espacio que se han impuesto crean una aparente uniformidad que da la impresión de estar frente a un espacio vacio de historia, lucha y apropiación.

“Las ‘agrupaciones de viviendas’ o ‘conjuntos’, propios de la tipología con que actualmente se construye la vivienda en Bogotá, no son edificios ni casas individuales; tampoco es muy clara su condición arquitectónica, ya que la escala y el tamaño de la solución parecen propias de la visión macro del urbanismo, pero el refinamiento del detalle formal y el minucioso cuidado en la conformación de los espacios, evidencian su origen en el proceso de diseño arquitectónico: los conjuntos cerrados de vivienda resultan del macro proyecto de una entidad constructora mientras que el barrio es la sumatoria de las múltiples acciones de sus habitantes” (Pergolis y Moreno, 1999: 38).

Si bien la apropiación del espacio y la construcción del sentido de lugar en estas urbanizaciones no son procesos tan notorios como en los barrios construidos a partir de los imaginarios sobre el espacio de sus habitantes, éstos no son exentos de convertirse en lugares de identidad, donde individual y colectivamente sus ocupantes construyen un sentido de pertenencia que de manera a veces sutil y a veces mas explícita, se refleja en el espacio físico. Esto es evidente en el ya mencionado análisis de Holston (2008) sobre Brasilia, aunque en un plano diferente al meramente residencial. La negativa de los brasilienses a aceptar cada uno de los ordenamientos de la ciudad modernista es ejemplificada en la devuelta, de alguna manera, del mercado a la calle. Esto se hizo a través de la utilización de la puerta trasera de los locales dispuestos para el comercio como puerta principal, puesto que al estar asociada con el bullicio, la gente y la socialización se

29 asemejaba a la calle donde tradicionalmente fue llevada a cabo esta actividad. Ésta forma de darle sentido al espacio, aunque no puede subvertir todo el orden racional impuesto, demuestra que la manera como las personas construyen lugares según procesos sociales, históricos y culturales específicos, no siempre está de acuerdo con los ideales modernos de ciudad, barrio, calle o casa y, en ocasiones, pueden observarse a simple vista.

Esta investigación tratará de ilustrar este proceso de apropiación de los espacios de un barrio o urbanización, construido de forma anónima, según patrones de diseño racionales y homogeneizantes, habitado por una población sujeta a un programa de reasentamiento, y cómo se vuelve un lugar de identidad y un punto de referencia y pertenencia de sus habitantes en la ciudad.

1.5 El reasentamiento involuntario: conceptualizando el desarraigo

El reasentamiento es un proceso que va más allá de sacar a unas personas de un lugar para llevarlos a otra. Es más, en algunos casos, el reasentamiento ni siquiera implica el restablecimiento de las personas en otro lugar, solo se limita a su evacuación y algún reconocimiento de los derechos de propiedad sobre los terrenos que habitaban. Para la mayoría de autores que han escrito sobre este fenómeno (Oliver-Smith, 1991; Patrigde, 1989; Hutton y Haque, 2004; Ganapati y Ganapati, 2009; Cernea 1988a, 1988b, 2000) el reasentamiento afecta a las personas y grupos humanos que lo sufren de manera profunda, llegando a ser, en algunos casos, una experiencia dolorosa. Esto porque el reasentamiento implica el distanciamiento de las personas de lugares de origen, apropiados y significados de manera intensa y constante. Implica, igualmente, el rompimiento o debilitamiento de redes sociales, la desintegración comunitaria y el riesgo de empobrecimiento generalizado.

“T he process is invariably difficult and painful, engendering feelings of powerlessness and alienation as people are uprooted from their familiar circumstances. Whole communities suffer acute degrees of disintegration as community structures, social networks and even kin groups may be dispersed to different resettlement sites. The affective ties between individuals and communities and their material environments are destroyed by uprooting and resettlement. These ties lie at the core of both

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individual and collective constructions of reality and removal from their most concrete manifestation endangers both individual psychological well-being and community mental health generally” (Oliver-Smith, 1991: 133).

Entonces, no es entonces exagerado afirmar que el reasentamiento tiene un impacto profundo en la vida de las personas que lo experimentan. Para Hutton y Haque (2004) este impacto es el reflejo de una combinación de condiciones físicas, económicas, sociales y políticas, dado que suele afectar a población en situación generalizada de pobreza que tienen menos capacidades para resistir y recuperarse de las amenazas naturales del entorno que habitan. A esta afirmación le sigue que el riesgo (de ser víctima de desastres naturales), debe ser visto como un producto tanto de la naturaleza como de la sociedad, que es impuesto de manera inequitativa en la sociedad, donde generalmente los mas expuestos a la amenaza son los que menos tienen capacidad para enfrentarla, debido a la falta de acceso a recursos económicos y abandono general del Estado (Hutton y Haque, 2004; Tierney, 1999). Sin embargo, el reasentamiento de población, no solo ocurre cuando grupos humanos enfrentan situaciones de riesgo o cuando fueron víctimas de estas, éste ocurre, en su gran mayoría, debido a la imposición del desarrollo y sus prácticas en las sociedades, así como los consecuentes proyectos que se realizan para alcanzarlo.

Gran parte de la literatura acerca de este fenómeno, ha estado basada en experiencias de reasentamiento por macro proyectos de desarrollo. Esto se debe, en parte, a que el Banco Mundial -agente por excelencia de las políticas desarrollistas- ha generado una política guía sobre esta problemática desde 1980 (Patridge, 1989; Cernea 1988a). Asimismo, ésta institución exige la creación de planes de reubicación de la población afectada, al prestar considerables montos de dinero a países que lo requieren para construir grandes obras en sus territorios. La construcción de gigantescas represas para la generación de energía es el caso más común.

Según autores como Patridge (1989) y Cernea (1998a), cuya experiencia se enmarca en las políticas del Banco Mundial, antes de la institución de una guía operacional para abarcar los problemas causados por el reasentamiento, su manejo fracasaba por falta de planeación social e insuficiencia de recursos económicos y técnicos; usualmente como consecuencia

31 de su omisión en el diseño de los proyectos de desarrollo. El no tener en cuenta a la gente afectada por la imposición de dichos proyectos, resultaba en la pérdida de los territorios que estas personas habitaban, el empobrecimiento generalizado y la pérdida de poder sobre el curso de sus vidas. No obstante, Oliver-Smith (1991), en su estudio sobre tres casos de reasentamiento en diferentes lugares del mundo 6, expone cómo el reasentamiento se puede convertir en fuente de resistencia y empoderamiento, cuando las personas al ver la pérdida de control a la que enfrentan, se movilizan y luchan contra la imposición a la que se ven sometidos.

En este afán por establecer un marco de acción que transforme el reasentamiento en algo más que el desarraigo y el empobrecimiento, Patridge (1989) reconoce el modelo Colston/Scudder como el mas eficaz para responder a la problemática generada por este proceso. Este modelo consta de cuatro etapas que intentar dar cuenta del proceso de reasentamiento de principio a fin. La primera, es el “reclutamiento” (recruitment), que aclara que no toda la gente afectada por este desplazamiento participa en los programas gubernamentales de reasentamiento, sea esto por decisión propia, por presiones externas o simplemente por ser excluida por el agente generador del reasentamiento. La “transición” (transition) empieza con la remoción de las personas y sus pertenencias –incluidas sus casas- de los territorios que habitan y termina cuando estas se hayan adaptado exitosamente a su nuevo ambiente, restableciendo sus sistemas económicos y sociales de producción. La etapa de transición conlleva grandes niveles de estrés en la gente, relacionado al intento resolver los problemas que surgen alrededor de la inseguridad personal, el dolor, la y los niveles en aumento de mortalidad y morbilidad. La tercera fase es el “desarrollo potencial” (potential development), definido por un incremento en la innovación, la experimentación y la toma de riesgos por la mayoría de las personas. Por último, la “incorporación” (incorporation), se alcanza cuando la comunidad reasentada es exitosa, en cuanto crea nuevas empresas y formas de economía que pueden ser transmitidas a una segunda generación. Durante esta etapa, la segunda generación toma

6 Estos son: la Represa Kaptai en Bangladesh, la Represa Tucuri en Brasil y La Represa Grand Rapids en Canadá (Oliver Smith, 1991)

32 responsabilidad por las interacciones con el gobierno, las otras comunidades y el mundo exterior.

A pesar del intento por comprender la problemática del reasentamiento en su totalidad, Cernea (2000) difiere del autor anterior, dado que el modelo Colston/Scudder se basa en suposiciones ideales y no alcanza a abarcar la totalidad de los factores que atraviesan el fenómeno. Para éste, la razón por la cual la mayoría de las operaciones de reasentamiento involuntario han fracasado se debe a que los modelos creados para su planeación y puesta en marcha no han tenido en cuenta algunos factores, como los impactos acumulativos que llevan al empobrecimiento y que hacen parte del complejo proceso del reasentamiento. El autor presenta entonces la guía para la ejecución IRR (“Impoverishment Risks and Reconstruction model for resettling displaced populations”), puesta en práctica por el Banco Mundial en sus experiencias de reasentamiento (Cernea, 2000). Dicha guía permite explicar lo que sucede durante los desplazamientos forzosos masivos y, a su vez, apunta a la creación de herramientas teóricas orientadoras para políticas, planes y el desarrollo de programas que contrarresten sus efectos negativos.

Según el IRR los elementos de ries go que causa el reasentamiento son: a) pérdida de tierra, b) pérdida de trabajo, c) perdida de vivienda, d) marginalización, e) inseguridad alimentaria, f) aumento en la morbilidad, g) pérdida de acceso a los recursos de propiedad colectiva, y h) desarticulación comunitaria. De igual forma, se presentan las estrategias para disminuir o eliminar el ries go; como pasar de la pérdida de tierra al reasentamiento basado en su tenencia, de la pérdida de vivienda a la reconstrucción de vivienda, y así sucesivamente. Cernea (2000) no sólo toma en cuenta los riesgos para la población obligada a reasentarse sino también los que experimenta la población que los recibe. Aunque no son idénticos, las poblaciones receptoras suelen enfrentar un aumento en la presión sobre los recursos y sobre los escasos servicios sociales, así como una competencia mas grande sobre el empleo disponible. De igual forma los choques culturales están a la orden del día, así como las tensiones sociales que pueden perdurar por un largo tiempo o nunca acabarse. Para el autor, un reasentamiento exitoso, que prevenga el empobrecimiento

33 y mejore las condiciones de vida, es el arma más efectiva frente a estas situaciones de .

Siguiendo el modelo planteado por Cernea (2000), Fernandes (2000) se enfoca en la perspectiva psicológica del reasentamiento, exponiendo como las personas afectadas por este fenómeno, pertenecientes por lo general a las clases sociales mas bajas, desposeídas de poder y marginadas socioeconómicamente de la sociedad en la que viven, pueden presentar crisis culturales, de identidad colectiva y de auto imagen cuando son enfrentadas a la sociedad dominante y al sistema formal sin la preparación adecuada. Esto puede llegar a generar un sentido de no tener poder sobre el curso de sus vidas (powerlessness), perdiendo en ocasiones, la posibilidad de restablecimiento y mejoramiento de sus condiciones de vida. Esto se origina en la falta de conocimiento e información sobre el proceso de reasentamiento que están experimentando y la subsiguiente exclusión en la toma de decisiones sobre el rumbo de sus vidas. Por ello el autor sugiere una gestión del reasentamiento a partir de la participación de las personas afectadas en todas las etapas, generando algún sentido de poder sobre los destinos propios y los de toda la comunidad. Se propone entonces, pasar de la marginalización causada por el reasentamiento a lograr poner en práctica un proceso que comparta los beneficios de los proyectos causantes de la salida de las personas de sus territorios; de manera que el sentido de descontrol y perdida de poder se convierta en una oportunidad para que estas personas se vuelvan activas políticamente y participen en los procesos que amenazan con cambiar el rumbo de sus vidas de manera negativa.

Por otra parte, Reddy (2000) señala otros factores que influyen de gran manera en el reasentamiento y el significado que tiene para las personas que lo viven. Para el autor la mayoría de experiencias estudiadas sobre el reasentamiento, se ubican en un escenario rural, donde hay que tener en cuenta factores importantísimos; siendo el mas importante el uso de la tierra para la subsistencia y la economía local. Cuando se trata de reasentamientos intra-urbanos, como el caso de la presente investigación, hay que incorporar nuevas consideraciones, como la densidad de población, la propiedad y el valor de la tierra, la distancia entre la residencia y el lugar de trabajo, entre otras. El no poseer títulos legales

34 sobre la tierra, aumenta la vulnerabilidad de las personas afectadas por el reasentamiento, sobretodo en los casos en que las políticas que se aplican para estos procesos, desconocen y excluyen a las personas por no ostentar propiedad sobre los terrenos que habitan (Reddy, 2000).

Como ya se dijo, la mayor parte de la producción académica sobre el reasentamiento, como la reseñada en los párrafos anteriores, se ha hecho sobre la base de experiencias de construcción de proyectos de desarrollo. Aunque estas experiencias comparten muchos causas, consecuencias y resultados con el reasentamiento como manejo del ries go, también se diferencian en algunos puntos. En cuanto a la resistencia que se puede presentar en situaciones de reasentamiento involuntario, Oliver-Smith (1991) sustenta que a diferencia que la obligación de dejar sus lugares de vida cuando el desarrollo se impone en sus territorios, cuando las personas experimentan situaciones de ries go a su vida y a la de su familia y conocidos, la posibilidad de resistencia es menor y las personas terminan, en muchas ocasiones, dejando su vida a manos de los programas de reasentamiento, con poco control sobre sus resultados. Por otra parte, factores como el tiempo de planeación y ejecución de los procesos de reasentamientos suelen ser menores, dado que la amenaza a la vida no da tregua. Asimismo, las concepciones de lugar y la seguridad que este puede ofrecer que se crean en las personas al vivir en lugares de riesgo, puede dificultar o facilitar los procesos de reasentamiento. No obstante, sea por una causa o la otra, cuando se habla de reasentamiento de población, en la gran mayoría de los casos, se trata de procesos socioculturales y económicos que son impuestos en las personas como resultados intencionados o no de políticas particulares (Oliver-Smith, 1991), lo cual hace que cada experiencia sea distinta y necesite formas de comprenderla y aprehenderla diferentes.

35

2. El Caso: La Urbanización de Torres del Progreso

2.1 Etnografía de un reasentamiento

La piedra angular de la presente investigación fue la etnografía, como forma de aprehender una realidad que parecía distante de la mía. Mediante visitas regulares a la urbanización – alrededor de tres días a la semana- me adentré en la vida cotidiana de Torres del Progreso, conociendo a sus habitantes y las maneras en que vivían el día a día en un nuevo espacio en la ciudad. Siguiendo a Clifford Geertz (1973), el trabajo etnográfico se hizo a manera de descripción densa, en cuya realización me encontré con “una multiplicidad de estructuras conceptuales complejas, muchas de las cuales están superpuestas o enlazadas entre sí, estructuras que son al mismo tiempo extrañas, irregulares, no explícitas” (Geertz, 1973: 24); una maraña de significados, prácticas y discursos que hice el intento de desenredar mediante reflexiones, conversaciones y la escritura del texto etnográfico.

La extensión del trabajo etnográfico fue de aproximadamente seis meses –agosto 2008 a enero 2009-. Sin embargo, se puede decir que al momento de escribir el texto éste no había terminado por completo, dado que mis visitas a Torres del Progreso seguían existiendo, aunque con menor intensidad. Sin embargo, el trabajo de campo formal, esto es, la elaboración del diario de campo, de entrevistas y la observación participante si terminó a la hora de empezar a escribir la experiencia etnográfica.

Tengo que decir que gracias a mi trabajo con la CVP, los primeros acercamientos con la comunidad no fueron difíciles. No obstante, en un principio se hicieron sin intención de ser registrados para la presente investigación. Pero una vez establecí que Torres del Progreso iba a ser el micro universo, mediante el cual podría conocer algunos de los procesos y prácticas sociales del ser humano a la hora de construir su lugar propio en el mundo, tomé la decisión de hacer una pausa y preguntarme sobre la ética de mi trabajo como investigadora y antropóloga. Entonces, hablé con los directores del programa de Reasentamientos Humanos, para comentarles mi intención de investigar más a fondo el tema sobre el que trabajamos diariamente y pedir su consentimiento para realizarlo. Una vez obtuve la aprobación de la entidad, comenté con algunos habitantes de Torres del

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Progreso sobre mis intenciones académicas, para así lograr, en la medida en que fue posible, una separación entre mi trabajo y mi investigación. Para hacer las entrevistas, firmé con los entrevistados un acta en donde me comprometía a usar la información grabada exclusivamente para fines académicos, para así obtener también una diferenciación de las rutinarias encuestas que, en mi trabajo con la CVP, tenía que hacer con todas las familias.

Durante todo el trabajo etnográfico, la revisión de la literatura sobre los temas y las categorías conceptuales que iban surgiendo del conocimiento de campo, fue constante. No obstante, cabe resaltar que esta revisión también precedió el estudio etnográfico, lo cual entre otras cosas, moldeó e influyó tanto la recolección de la información como su posterior depuración y análisis.

Quiero aclarar que la escritura del texto etnográfico en primera persona es deliberada. Tengo la profunda convicción de que escribir en primera persona pone la marca personal en la investigación. Esto, reconociendo que la investigación en ningún momento puede hacerse de una forma totalmente objetiva, menos cuando nuestro “objeto de estudio” como antropólogos, son en realidad sujetos, que no pueden ser objetivados, dado que de una u otra manera, reconocemos nuestra humanidad en ellos. Según Goodall (2000) hay tres series de posiciones que moldean quién es uno, que piensa, que valora, y que es proclive a creer y que no. Las primeras son las posiciones fijas o inamovibles, es decir, los factores personales que influyen en la forma en que se ven los datos. Éstos se refieren a la edad, el género, la clase, la nacionalidad, la raza, entre otros. Las segundas son las posiciones subjetivas, o sea, la historia propia y las experiencias de vida, como la muerte, separaciones o viajes, en fin, las vivencias propias que forman una visión particular del mundo. Por último, las determinaciones que se tomen frente al lenguaje que se va a usar para representar lo que se vio y se vivió en la experiencia etnográfica. Usar primera, segunda o tercera persona, representa la cercanía o lejanía a los otros en el campo; o usar el humor, la ironía o el sarcasmo, da cuenta de las maneras como el autor ve el mundo.

Con el fin de evitar un ocultamiento de esta serie de influencias mediadoras del trabajo etnográfico, el siguiente texto etnográfico es escrito en primera persona, de manera que se

37 deje atrás la intención de revelar verdades absolutas y que los lectores comprendan que este trabajo, contingente y relativo, se hizo con la intención de contar la historia de unas personas cuya voz se pierde en el bullicio de la ciudad moderna.

2.2 El contexto institucional: El programa de Reasentamientos Humanos de la Caja de la Vivienda Popular

La experiencia etnográfica para la presente investigación, inevitablemente está enmarcada en la práctica institucional de la Alcaldía Distrital de Bogotá. En primer lugar, porque la población escogida y con la que realizó la totalidad del trabajo de campo hace parte del grupo de “beneficiarios”7 de un programa distrital dirigido al reasentamiento de la población que habitaba las zonas de alto riesgo no mitigable de la ciudad. En segundo lugar, porque mi actividad laboral como antropóloga hace parte de este programa y específicamente con dicha población, lo cual, entre muchas otras cosas, hizo que mi vida laboral se hiciera cada vez más autoreflexiva y autocrítica, guiándola hacia la indagación sobre la vida cotidiana y las maneras de habitar de estas familias.

La institución encargada de ejecutar dicho programa es la CVP, entidad adscrita a la Secretaría del Hábitat de Bogotá. Esta entidad fue fundada en 1942, cuando el Gobierno Nacional se dio cuenta de la necesidad apremiante de crear un programa dedicado exclusivamente a la planeación y construcción de vivienda de interés social en el país. Ese mismo año se celebró un contrato entre el Gobierno Nacional y la Alcaldía en el cual se le otorgaba a este último $1.200.000 para la construcción de lo que se llamaron “barrios populares modelos”. De esta manera, fueron construidos varios proyectos de vivienda como Modelo Norte, Primero de Mayo, Buenos Aires, entre otros. Esos barrios el día de hoy tienen una distancia bastante amplia en cuanto a espacio de los nuevos proyectos de vivienda de interés social. Hacia finales de la década de 1970 y principio de los 80 la CVP comienza a desarrollar el programa de “viviendas transitorias” el cual consistía en entregar a familias víctimas de emergencias, viviendas para alquiler a precios muy bajos para el

7 Así les llaman los funcionarios de la CVP a las personas que hacen parte del programa de Reasentamientos Humanos.

38 mercado de la época. En 1988 la CVP se vuelca hacia su proyecto mas grande hasta la época, la construcción y entrega de 16.000 lotes para la autoconstrucción en la localidad de Ciudad Bolívar, específicamente en el sector conocido como Sierra Morena.

En el año 1996, en cumplimiento de la Ley 9 de 1989 y el Decreto 319 de 2000 “Por el cual se adopta el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) para Santa Fe de Bogotá, Distrito Capital”, se implementa un programa de reubicación de familias que habitan zonas de alto riesgo no mitigable a ejecutar por el Fondo para la Prevención y Atención de Emergencias -FOPAE-. Sin embargo, en el 2003, el Decreto 469, que revisa la anterior medida, le transfiere a la CVP la responsabilidad de ejecución del traslado las familias de las zonas de alto riesgo a zonas y viviendas seguras 8, y así es creado el Programa de Reasentamientos Humanos en esta entidad.

En el POT el programa de Reasentamientos Humanos se define como:

“El conjunto de acciones y actividades necesarias para lograr el traslado de las familias de estratos 1 y 2 que se encuentran asentadas en zonas declaradas de alto riesgo no mitigable por deslizamiento o inundación, las zonas objeto de intervención por obra pública o la que se requiera para cualquier intervención de reordenamiento territorial. Las acciones y actividades incluyen la identificación y evaluación de las condiciones técnicas, sociales, legales y económicas de las familias, el traslado a otro sitio de la ciudad que ofrezca viviendas dignas y seguras, propendiendo por la integración social y económica que garantice el bienestar de las familias y la protección y rehabilitación de las zonas intervenidas” (Articulo 301 del Decreto 190 de 2004, POT vigente)

8 Decreto 469 de 2003, Artículo 206 (…) La Caja de Vivienda Popular ejercerá la coordinación del Programa de reasentamiento en lo concerniente a familias en alto riesgo no mitigable definidas y priorizadas por la Dirección de Preven ción de Atención de Emerg encias (DPAE), así como el reasentamiento de familias por recuperación de corredores ecológicos identificados por la autoridad competente

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2.3 El proceso y la experiencia del Reasentamiento

La inclusión de las familias en el programa de Reasentamientos Humanos de la CVP comienza cuando la Dirección de Prevención y Atención de Emergencias (DPAE), después de realizar los estudios técnicos respectivos, declara que una zona está en alto riesgo no mitigable y les da una prioridad 1 –cuando las viviendas han sido afectadas por una emergencia con pérdida parcial o total de las viviendas- o prioridad 2 –cuando las viviendas han sido afectadas por movimientos de remoción e masa, avalanchas e inundaciones frecuentes sin posibilidad de realizar obras de mitigación- según la urgencia de su traslado. Si a la familia se le da la prioridad 1, ésta es obligada a salir de su casa, muchas veces sin oportunidad de sacar sus enseres, por medio de una orden de evacuación, que le permite acceder a lo que se llama una “ayuda temporal”, llámese el pago de arriendo por un mes por parte de la DPAE mientras son remitidas al programa de la CVP, el cual se encarga de seguir pagándole esta ayuda temporal hasta que pueda trasladarse a su nueva vivienda.

Vivir en arriendo después de haber tenido casa propia no es nada fácil para las personas. El hecho que el arrendador, en ocasiones, parece abusar de la necesidad del arrendatario y entrometerse en asuntos íntimos de las personas a las que les arrendó un apartamento o una pieza hace difícil esta transición. Es importante anotar que el concepto de apartamento en la población de los barrios populares es diferente a la que tienen las personas de estratos más altos. Un apartamento, en este contexto, es esencialmente una vivienda de autoconstrucción que fue ampliada con un segundo o tercer piso. Cada uno de estos pisos se vuelven viviendas unifamiliares o en ocasiones multifamiliares, si se trata de un inquilinato, que a veces son independientes en cuanto a la entrada, la cocina y el baño, y otras veces comparten estos espacios entre dos o tres familias. No obstante, la independencia total o parcial del apartamento no siempre es proporcional a la independencia que tiene el arrendatario del arrendador, dado que este puede tener las llaves del apartamento arrendado y entrar, cuando desee, a vigilar lo que hacen o no sus arrendatarios.

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“Donde vivíamos en arriendo la gente la cogió contra el niño y el niño no tenía sino un añito, imagínese usted como me lo trataban los hijos del dueño de la casa. Entonces una pelada como de unos 15 años más o menos, me trataba muy mal el niño y soltaba el perro para que saliera disparado y me lo tumbaba…” (María Adelina Piragauta, Diciembre 14 de 2008)

Por esa misma razón, las familias numerosas, una vez son evacuadas de sus hogares en riesgo dicen no encontrar quién le arriende, por la cantidad de niños y el ruido que se supone que pueden hacer, por los daños físicos al lugar que pueden causar un número grande de personas confinados en espacios pequeños y por la incomodidad que le puede causar una familia numerosa a los otros arrendatarios o al mismo arrendador.

Tuve la oportunidad de estar presente en una emergencia en el barrio Buenavista Suroriental en la localidad de San Cristóbal, causada por un derrumbe que se presentó el 7 de febrero de 2009 hacia las 3:00AM (Ver Anexos, Foto 1). De las 96 familias que vivían en este proyecto de vivienda, 34 habían sido evacuadas meses atrás del derrumbe y 62 tuvieron que serlo en el transcurso de esa semana. El gran inconveniente que tuvieron las familias de más de 5 personas era que nadie les quería arrendar por ser tan numerosos. Es más, antes de empezar la búsqueda de arriendo se oían comentarios como “pero es que nosotros somos 8… ¿quien nos va a querer arrendar?” (Notas de diario de campo, febrero 10 de 2009). De igual manera, como parte del ejercicio de la evacuación era el acompañamiento en la búsqueda de arriendo, pude percibir como los arrendadores inspeccionaban a sus posibles arrendatarios de manera minuciosa, por la sencilla razón que éstas eran personas con las que probablemente iban a compartir el mismo espacio o, por lo menos, uno muy próximo.

La experiencia de los habitantes de Buenavista Oriental a la hora de conseguir un lugar para arrendar, es muy similar a la del resto de familias que son evacuadas como parte del proceso de reasentamiento. Esto, combinado con los recursos limitados con que cuentan, dado que la DPAE y la CVP pagan hasta un tope máximo de $250.000 y que la mayoría de familias no cuentan con el dinero extra que a veces cuestan los arriendos, hace que

41 encontrar y vivir en arriendo sea una experiencia indeseable y muchas veces traumática para las familias.

“No señorita, eso yo sufría muchísimo. Yo le rogaba a mi Diosito todos los días ‘ay sácame de aquí’, y eso yo iba y preguntaba allá en la Caja de la Vivienda si ya estaba lista mi casita, porque esa señora me humillaba y me gritaba, y yo me tocaba calladita en el cuarto, eso casi ni pa’ mirar televisión… y yo como soy tan enferma eso me tenía muy mala” (Herlinda Pineda, Septiembre 17 de 2008)

Otro punto sensible para las personas a la hora ser evacuadas y tener que buscar un sitio para arrendar mientras se trasladan a su nueva vivienda, es que muchas veces la misma razón por la que llegaron a habitar de manera ilegal o informal esos barrios de los que ahora tienen que salir por estar en riesgo inminente, es el cansancio de depender de otras personas para poder “tener un techo” y el deseo de conseguir un sitio propio, una casa propia que les pertenezca solo a ellos:

“Yo siempre, yo vivía en Fusagasugá con mi mamá que (…) ya murió hace dos años. Llegué aquí a Bogotá que me empleé y siempre pagando arriendo, y eso ya me tenia como desesperado, porque no me alcanzaba la plata para nada y eso me obligó que yo ya no quiero pagar mas (…) entonces yo miraba a mis amigos, hablaba con ellos les decía ‘¿yo que hago?’, entonces me dijeron en tal parte es la oportunidad y yo dije ‘pues si dejan, pues yo le hago’” (Silvano Téllez, febrero 26 de 2009).

Por último, las familias hallan dificultades a la hora de encontrar un sitio para vivir en arriendo, al ser una entidad pública la que está encargada de pagarlo. La historia que tienen estas comunidades con el gobierno, sus instituciones y los funcionarios y políticos que lo representan, es muchas veces problemática, de abandono, desatención e incumplimiento. Asimismo, el origen informal, representado en la economía del día a día y del rebusque, crea una desconfianza hacia el cumplimiento del pago de los arriendos. Esto, sumado a que el contrato celebrado no es entre la entidad y el arrendador, sino entre éste último y el arrendatario, aunque tiene la garantía de estar vigilado y radicado en la entidad encargada, ésta no establece ninguna garantía de su cancelación mensual. Por esta razón, el hecho que

42 no se entregue el dinero directamente al arrendador para que pague su arriendo, sino que la CVP lo consigne a una cuenta bancaria a nombre del dueño de la casa a arrendar o, en caso de que no tengan dicha cuenta, le haga entrega de un cheque, siempre es fuente de conflicto fundada en la profunda desconfianza de éstas personas hacia la institucionalidad. Sin embargo, cuando los arrendatarios logran tener una buena relación con los arrendadores, se pueden llegar a acuerdos que faciliten y mejoren la convivencia entre los dos, sobre todo en la cuestión del pago:

“si nosotros nos fuimos, ahí en un alto ahí en las torres… y no el señor… yo le agradezco inmensamente a ese señor, porque ese señor fue mejor que un familiar, porque desde que llegue yo le pagaba el arriendo antes de que la entidad nos dieran los arriendos, yo le pagaba a él a puchos de a 10, 20 mil (…)” (Silvano Téllez, 26 de febrero de 2009).

El pago del arriendo por parte del Distrito sólo se da en el caso que la DPAE haya evacuado a las familias, si este no es el caso, las familias residen en sus casas en riesgo hasta que se hayan trasladado a su nueva vivienda. Pero en muchos casos, estas familias, por miedo a que se presenten derrumbes o por la inseguridad que representa quedarse en barrios donde cada día la gente se van yendo a sus nuevas viviendas y se van quedando más y más solos, deciden irse en arriendo por sus propios medios o buscar el refugio en la casa de familiares o amigos. Esto puede representar rupturas y conflictos entre ellos por el hecho de “invadirles el espacio”.

Sea cual fuere el caso de las familias en cuanto a sus situación de vivienda, una vez son reportadas por la DPAE en la CVP, se abre un expediente por familia, el cual se extenderá y será cargado de documentos que dan cuenta de todo el recorrido institucional del programa de reasentamientos. Una vez se realiza la apertura del expediente, a la familia le es asignado un grupo interdisciplinar de tres personas: un abogado, un “técnico” (arquitecto o ingeniero civil) y un “social” (trabajador social, sociólogo, politólogo, antropólogo, etc.), quienes se encargan de acompañar a la familia en todo su proceso (cada profesional tiene aproximadamente 100 familias para atender). De igual manera, se conviene la

43 corresponsabilidad de las dos partes del proceso –las familias y la CVP- tal como esta estipulado en la normatividad que lo enmarca9. El primer paso, entonces, es el momento en que la familia accede a entregar los documentos que permita establecer si procede o no su reasentamiento. Algunos de los requisitos para que la familia pueda ingresar al programa son:

“Que la familia a reasentar se encuentre ubicada en estrato socioeconómico 1 o 2 (…) Que la familia a reasentar aporte las pruebas que demuestren la titularidad de los derechos reales de dominio ó derechos de posesión, sobre el inmueble (…) Que ninguno de los miembros de la familia que habita en la vivienda ubicada en zona de alto riesgo no mitigable, posea derechos reales de dominio ó derechos de posesión sobre otro predio en el territorio nacional. Salvo aquellos casos donde se demuestre plenamente que el habitar en ese otro predio pone en inminente riesgo la vida de alguno de los miembros (…) Que ninguno de los miembros de la familia a reasentar haya sido sujeto de un programa de reasentamiento por alto riesgo no mitigable” (Decreto 94 de 2003, Artículo 8).

Es importante señalar que el 83.9% de la población incluida en el programa de Reasentamientos Humanos no tiene propiedad formal sobre su vivienda10. Las familias las consiguieron por “posesión directa”, es decir, que por medio de amigos, parientes o vecinos se enteraron que en cierta zona habían lotes que se podían ocupar, llegaron a estas zonas y tomaron posesión de un pedazo de tierra, marcándolo, construyéndolo y haciéndolo suyo.

“Yo estaba criando a mis hijos y cuando yo llegué a ese barrio era arrimada aquí y arrimada allá, y entonces yo fui a la reunión y dijeron o sea al lado de Susana Rodríguez hay un pedacito, ustedes lo necesitan, ahí verán si lo cogen. Pero así de palabra. Y entonces si, de una lo cogí (…) Cerqué. Hice una habitación, después hice

9 Resolución 0560 de 2007 Artículo 5 Compromiso de las familias frente al programa de reasentamientos: Considerando que el proceso de reasentamiento se basa en el principio de corresponsabilidad, corresponde a las familias participar activamente en el desarrollo y ejecución del programa de reasentamiento de su hogar.

10 Inform ación obtenida de la base de datos de la CVP, que se actualiza permanentem ente con el fin de tener el mapa completo de las familias reasentadas y a reasentar.

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otra y así (…) empezamos con cartoncitos, tablitas, así. Nos conseguíamos los que botaban así a la basura” (Ana Tulia Arias, Febrero 4 de 2009)

En el caso del proyecto Torres del Progreso solo 13 de las 153 familias ostentaban derechos formales de tenencia sobre sus viviendas, lo cual refleja un “problema básico de titulación que incide en que exista y prospere la permanente incertidumbre de vivir en un lugar de donde no se sabe cuándo lo van a sacar por el hecho de no tener títulos legales” (Uribe 2007:18).

Por otra parte, el requisito de no tener otro predio en el territorio nacional es fuente perpetua de conflicto entre las familias y la CVP. Existen los casos de familias que tienen otro predio pero que les sirve de renta, siendo un ingreso más que ayuda a su sostenimiento y tener que ocuparlo significa estar obligado a buscar fuentes alternas de ingreso para subsanar el vacío que dejó la renta. Por otra parte, hay familias que tienen otro predio en un municipio diferente a Bogotá, que en muchas ocasiones los obliga, no solo a renunciar al programa, sino a migrar a ese municipio y romper o resquebrajar redes sociales, económicas y políticas ya construidas en la ciudad. De la misma forma, se crea una ruptura en la identidad de algunos de los miembros de esa familia, que ya considerados bogotanos, tienen que volver al sitio de origen de sus familias o irse a un municipio que de pronto no conocen o con el que no tienen ningún tipo de afiliación emocional ni cultural.

Si la familia no cumple con los requisitos, es notificada y tiene algún tiempo para intentar comprobar que sí los cumple (que el predio no es de ellos, o que sí tiene derechos de posesión sobre su casa, etc.). Si no es posible o no lo intenta, la familia es excluida del programa de Reasentamientos y su vivienda en alto riesgo no mitigable es expropiada por el Distrito. Si por el contrario, aprueba los requisitos se procede a hacer un avalúo de su predio en alto riesgo (PAR), el cual se realiza según los derechos de tenencia de la familia. Si es propietaria se le hace un avalúo sobre el terreno y las mejoras, pero si es poseedora sólo se le hace sobre las mejoras construidas. Dicho avalúo es realizado únicamente para que el Distrito pueda adquirir legalmente los PAR, así en últimas no tenga ninguna

45 inferencia en los recursos que le serán asignados a las familias para la compra de una vivienda.

El valor simbólico invertido en estas viviendas, el trabajo, la dedicación, el empeño y el sentimiento que hace que día a día la casa se acomode mas a las necesidades, a los tiempos, a la vida cotidiana de cada uno de sus habitantes, no siempre se ve reflejado en lo que resulta en ese avalúo. Su valor comercial y la emotividad que representa, no siempre van de la mano.

“Eso valía mucho más. Yo por bajito por bajito le ponía unos 12 millones, porque eran 68 metros. Claro yo, para mí pensé…y lo mismo le dieron a una casita que había de paroy11 que lo que me dieron a mí y pues obviamente me sentí como…” (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 21 de 2009),

“De todas formas a nosotros nos hicieron el avalúo allá, como nos llamó Metrovivienda a darnos el cheque de subsidio de 8´165.000 pesos. El avalúo lo avalaron por 9 millones algo (…) Pues a la hora del té no, pues yo no estaba contento; pero después me hicieron una nueva visita y me le subieron 2´500.000” (Pedro Antonio Correa, Diciembre 14 de 2008)

Una vez realizado el avalúo, la CVP hace una oferta a las familias de compra de bien inmueble si es propietaria o sobre las mejoras si es poseedora, la cual puede ser aceptada o no. Si la familia poseedora de su predio acepta la oferta, se procede a realizar un contrato de compraventa de las mejoras y cesión de la posesión, que es privado, es decir, para el uso exclusivo de las partes y, por ende, no tiene ningún costo. Si se trata de una familia propietaria, se procede entonces, a realizar un contrato de compraventa de bien inmueble y, en este caso, se hace una escritura pública en la que se traspasa la propiedad del predio a la CVP. Este procedimiento tiene un costo que oscila entre $13.000 y $500.000 que deben ser

11 Carvajalino Bayona (1999) afirma que viviendas de “ paroy” hace referencia a viviendas “ para hoy” es decir, casas que se construyen rápidam ente, con materiales que se en cuentran de reciclaje, específicam ente materiales perecederos como el cartón.

46 sufragados por las familias del programa, que no siempre cuentan con la capacidad económica de hacerlo.

Cuando el contrato de compraventa de los PAR está hecho, se empieza a tramitar la resolución que adjudica el valor único de reconocimiento -VUR- a la familia. El VUR es un instrumento financiero creado por el Decreto 094 de 2003, para solventar el problema de la compra de las viviendas en reposición de las familias que estaban habitando predios declarados en alto riesgo, dada su poca capacidad económica, de endeudamiento y ahorro. Al momento de ser creado, su valor era de 24 salarios mínimos mensuales legales vigentes (SMMLV)12, valor que, en la mayoría de ocasiones, no era suficiente para la compra total de una vivienda nueva o usada que cumpliese con los requerimientos técnicos y jurídicos estipulados por la CVP. Por ello, los recursos por familia para la compra de la vivienda en reposición, tenían que ser completados con un subsidio nacional o distrital para compra de vivienda y a veces, también con recursos propios de las familias o, en su defecto, préstamos con entidades bancarias.

Aunque las ocasiones en que las familias tenían que aportar recursos propios representaban un serio problema para su situación, estabilidad y seguridad económica (muchas familias tienen que hipotecar la casa para acceder a los préstamos y se atrasan en pagos), antes de la creación del VUR el proceso de reasentamientos era aún mas desventajoso para las familias. De 1996 a 2002, a las familias sólo se les entregaba el valor del avalúo de su vivienda, y se hacía un acompañamiento social para postularse al subsidio de compra de vivienda –que no todos obtenían- y establecer planes económicos y constructivos para acceder a viviendas de reposición. Como los avalúos no alcanzaban para comprar una vivienda que cumpliera con los requisitos de la CVP, es decir, que fueran seguras técnicamente (construidas en zonas que no fueran de alto riesgo, con licencia de construcción y estructuralmente viables) y jurídicamente (que no tuviesen embargos, hipotecas, etc.), las familias tenían que sacar de sus recursos o endeudarse por largas cantidades de dinero. Para esta época, y a diferencia de la actualidad, a las familias del

12 Alrededor de $9.000.000 de pesos

47 programa les era permitido comprar lotes no urbanizados, sin embargo tenían que cumplir con una licencia de construcción para hacer su vivienda y tener todas las redes de servicios públicos en la zona, lo cual, entre otras cosa, encarece el precio del lote y de la misma construcción.

Al día de hoy, con el Decreto 437 de 2006, el VUR asciende a 50 SMMLV13, que es igual al valor de una VIS tipo 1. Administrativamente, los 50 SMMLV son financiados con el valor del avalúo de la vivienda más la aplicación de un “factor de vulnerabilidad” que los completa, que nunca puede sobrepasar el valor del VUR. En caso de que el avalúo de la vivienda sea mayor a los 50 SMM LV, no se le aplica el “factor de vulnerabilidad” y se le entrega el monto que resultó de dicho avalúo. Como en todos los casos, sin excepción alguna, el VUR no se entrega en dinero, éste se invierte en la compra de una vivienda escogida por la familia, y si es el caso que la vivienda cueste menos que el valor entregado, el dinero restante es invertido en mejorar sus condiciones. Así es porque “se está reponiendo una vivienda por otra” (Notas de Diario de Campo, Enero 14 de 2009).

Va lor del Avalúo + Factor de Vulnerabilidad = VUR (50 SMMV)

Fig. 1 Esquema de financiación VUR

En el momento de la adjudicación del VUR la familia ya ha empezado a buscar una nueva vivienda, que según los objetivos misionales de la CVP deben ser “alternativas habitacionales legales, seguras y sostenibles (…)” (CVP, 2007, 1); es decir, que la vivienda que escoja la familia para habitar durante mínimo 5 años14 le garantice la seguridad física, jurídica y económica que no le garantizaba la anterior. Esta puede ser vivienda nueva o

13Decreto 437 de 2006 “ Artículo 1. El Valor Único de Reconocimiento (VUR) para la reubicación de familias localizadas en zonas de alto riesgo no mitigable estará compuesto por los siguientes factores: Parágrafo 1. Para efectos del pr esente Decr eto, el costo mínimo de in clusión en un programa de vivienda s erá el equivalente a una vivienda de interés prioritario tipo 1. Parágrafo 2. El valor de reconocimiento económico (VUR) se pagará en salarios mínimos legales mensuales vigentes a la fecha de adquisición de la solución habitacional por parte del hogar beneficiario”. 14La Resolución 0560 de 2007 lo reglamenta: "Artículo 29. Obligaciones de las familias derivadas de la adjudicación del VUR (…) (c) Las familias beneficiarias del VUR, se comprometen a habitar la vivienda que adquieren y abstenerse de darla en arrendamiento antes de cinco años contados a partir de la entrega del inmueble. De esta situación se dejará constancia expresa en la escritura pública de Compraventa”

48 usada. Si la familia escoge una vivienda usada tiene que pasar por ciertos requerimientos jurídicos y técnicos avalados por la CVP, para que proceda su compra. Si la familia decide buscar vivienda nueva, en el programa se le presentan diferentes alternativas en proyectos de VIS tipo 1. Es importante aclarar que estos proyectos no son construidos por la entidad, sino que las constructoras privadas se acercan a la CVP para que ofrezca sus proyectos de VIS tipo 1, dado la necesidad de vivienda que tiene el programa de reasentamientos y la necesidad de venderlas de sus constructores. En ocasiones son pocas las alternativas que tienen los beneficiaros para escoger y, en otras, tienen todo un ramillete de opciones y escogen la que más se le acomode a sus gustos y necesidades.

[¿Por qué escogieron en Torres del Progreso?] “Eso fue un proyecto… siempre nos gustaba Bosa… Bosa, Bosa, Bosa…como para este lado si, ella [la esposa] siempre me inculcaba… y (…) Bosa tiene algo de progreso, de pronto hasta el nombre aquí le cayó bien… porque (…) yo he leído leyendas de Bosa, (…) yo he odio hartas de Bosa. Bosa es de progreso, Bosa tiene algo que la gente como que llega y se amaña y surge… acá. Entonces yo en esa época, yo andaba buscando en donde fuera, porque la Caja de Vivienda dijo ‘busquen casa’” (Silvano Téllez, 26 de febrero de 2009).

“Él como era el dueño de la casa entonces íbamos juntos, gestionamos los dos, a toda parte íbamos y entonces hasta que llegó la señora Aurita, porque nosotros íbamos a renunciar en todo lado ya mamados porque hacía como 5 años que no le daban y que tales, cuando estaba la señora Aurita con este nuevo proyecto, entonces nos mostró la casita, ¿cómo se llama? ¡La maqueta! Entonces él dijo ‘¿y entonces para aquí hay pa’ donde ampliarla?’ Y ella dijo: ‘¡Claro!’ Entonces nos trajeron en un bus a verla y la verdad es que nos gustó. Acá abajo, ¿si ves que es amplio? Donde colocar uno su salita, si la tiene, donde colocar su comedor y bueno con el tiempo uno si quiere esto aquí lo encierra y bueno le hace modificaciones” (María Amparo Pineda, Enero 31 de 2009)

En la escogencia de vivienda inciden varios factores. En primer lugar, el número de personas que componen el núcleo familiar que va a habitar la casa. Las VIS tipo 1 son

49 viviendas que solo cuentan, como ya se dijo, con 50 SMMLV para su construcción por ello son de espacios bastante reducidos, y las familias que van a habitarlas, frecuentemente son muy numerosas, de hasta 13 personas en los casos más extremos.

Igualmente, la ubicación dentro de la ciudad y la distancia estratégica con ciertos puntos de la ciudad son claves a la hora de escoger la vivienda. Estos puntos no siempre son iguales para todas las familias, ya que tienen que ver con las redes familiares y de amigos, con sus sitios de trabajo, con la oferta institucional que represente la zona, la facilidad de transporte público, y por último, la cercanía o lejanía de su antiguo barrio y sus habitantes. Aunque los barrios de donde son reasentadas las familias del programa en su mayoría son periféricos 15, sus habitantes han creado sus propios centros económicos, laborales, políticos, sociales y culturales que difieren de los tradicionalmente reconocidos en el centro de la ciudad; así que lo que se considera una ubicación estratégica o favorable difiere de familia a familia y de barrio a barrio. Los proyectos de VIS nueva que ofrecen las constructoras por medio de la CVP a las familias del programa, no siempre concuerdan con la ubicación que ellos desean o necesitan. Dada la poca oferta de tierra urbanizable para proyectos de vivienda de muy bajo costo, como son las que pueden acceder las familias del programa, estas se encuentran en lugares alejados y periféricos de la ciudad. Soacha, municipio aledaño a la capital, ha sido objeto de construcción de varios proyectos de VIS ofrecidos en la CVP. Alrededor de 1.000 familias han llegado al municipio tras el proceso de reasentamiento por alto riesgo no mitigable.

Por último, pero no menos importante, teniendo en cuenta que las familias que ingresan al programa vienen de una historia de informalidad e ilegalidad en cuanto a la ocupación de tierras en las que construyeron y mejoraron su vivienda y al acceso a servicios públicos como agua y electricidad, vivir en un proyecto legal y formalizado no es tan atractivo como parece. Esto se debe, en principio a la obligación de cumplir con ciertas normas y prohibiciones de acomodar su vivienda a su gusto y necesidad, como las de la licencia de

15 Con excepción clara de algunas familias, como las 316 que habitaban en la localidad de Santa Fe, en barrios como La Paz Centro y las 68 de la localidad de Chapinero, en barrios como El Paraíso y Villas del Cerro, dado que son localidades que se encuentran en el centro de la ciudad.

50 construcción bajo la cual se aprobó el proyecto en una Curaduría Distrital o las impone la Ley 675 de 2001 que reglamente el régimen de propiedad horizontal. Esta ley, entre otras disposiciones, dictamina las reglas para intervenir en las viviendas y la imposibilidad de modificar la fachada, así como comportamientos dentro de los inmuebles públicos y privados de la urbanización. Por otra parte, el estar conectado a redes legales y formales de servicios públicos y la obligación de pagarlos constantemente, hace que para estas familias que no están acostumbradas a esta dinámica, que se han negado a hacerlo durante años o que simplemente no tienen los recursos económicos, estos proyectos de vivienda no sean tan atractivos como parecieran serlo.

Por otra parte, las familias que sí tenían servicios públicos legales en sus viviendas, se llevan una sorpresa cuando reciben la primera factura y ven que su cobro ha aumentado notoriamente debido al salto de estrato 1 (al que pertenecían la mayoría de familias) a estrato 2, causando rupturas y modificaciones en su apretado presupuesto familiar y, muchas veces, deudas y retrasos en los pagos. Esto, por lo general, es causa de estrés y preocupación entre las familias, que dejan de satisfacer necesidades básicas, como la alimentación adecuada, por estar al día en dichos pagos, dado que llegar a tener una deuda es fuente de constante angustia. Aquí cabe resaltar que las VIS pertenecen al estrato 2, por su condición estar construidas legalmente, tener conexión con las redes de servicios públicos de la ciudad e invertir en urbanismo para el disfrute de sus habitantes.

“Usted puede vivir por ejemplo en esa zona de Chapinero o en el Chicó o todo eso, pero si sus posibilidades no son más, pues la misma le da vivir por allá por acá o donde sea. O sea que las necesidades son las mismas, mientras uno no tenga plata así viva donde viva es pobre y entonces ellos no ven eso. Más todavía necesita uno aquí, porque vuelvo y le digo, allá no pagábamos servicios en cambio aquí si nos toca pagar (…) Muy costoso, nos llegó por $86.000 pesos el agua; nos llegó muy cara” (Diógenes Martínez, Diciembre 13 de 2008).

Para hacer mas rápido el proceso de escogencia de la vivienda, la CVP realiza con las familias del programa de reasentamientos visitas guiadas a los proyectos de VIS que se

51 están ofreciendo en el momento, sea que ya estén algunas construidas o que sea simplemente un lote. Este recorrido se hace en buses contratados en los cuales las familias de diferentes barrios, conocidas o no, retroalimentan sus ideas, comentarios, expectativas y problemas frente a los proyectos de vivienda que están conociendo. Son acompañadas por profesionales sociales de la entidad que, con formato para apartar vivienda en mano, intentan, convencer a las familias de escoger en alguno de los proyectos enseñados. Así, las familias van seleccionando vivienda y volviéndose nuevos vecinos en el instante en el que firman la intención de usar su recurso VUR en algún proyecto. Si es el caso que ya el año este terminando y queden menos y menos viviendas que apartar, las familias para no ser retiradas de la meta de ese año16 escogen vivienda en los proyectos disponibles sin reparar en las condiciones de vida y la satisfacción de necesidades que ese lugar pueda darles.

Después de que se han hecho todas las deliberaciones y reflexiones sobre la escogencia de la nueva vivienda, sea esta una decisión tomada por un solo miembro o junto las consideraciones de los demás, la familia pude apartar su casa con un primer pago que va destinado a la escritura pública del inmueble. Puede apartar con un mínimo de $50.000 hasta el costo total de la escrituración, que asciende hasta los $600.000, una vez más, bastante elevado para la capacidad económica de la mayoría de las familias del programa.

Una vez se ha completado este paso, vienen algunos procesos administrativos a realizar con las familias, como la entrega de paz y salvos que se deben solicitar a las empresas de servicios públicos. Si la familia nunca tuvo una cuenta con dichas empresas el proceso es simple, dado que solo se debe solicitar un certificado que diga que no estuvieron afiliados a la empresa; pero si tuvo alguna vez el servicio y tiene una deuda –que pueden sobrepasar el millón de pesos- debe pagarla para que le sea expedido el paz y salvo correspondiente. Sin estos, las familias no pueden trasladarse a su nueva vivienda una vez esté lista para ser habitada. Aquellas que tienen deudas altas pasan por penurias para pagarlas, como

16 Cada año, en la CVP, se establece un número de familias reportadas como prioridad 1 por la DPAE para ser atendidas durante ese espacio de tiempo. A eso se le llama “estar en meta”. Si la familia no ha sido seleccion ada como meta, no puede acceder todavía al proceso de reas entamientos, así su expediente repose en el archivo de la entidad y siga viviendo en alto riesgo. Cuando una familia no selecciona vivienda y se pasa su año en meta, puede que sea retirada y tenga que esperar un año mas para seguir su proceso de reasentamiento.

52 desatender necesidades básicas, recurrir a préstamos con amigos y familiares, o refinanciar la deuda, es decir, pasar su deuda de la cuenta del PAR a la cuenta de su nueva vivienda. Esta última, causa temor en las familias al verse en dificultades para pagar, lo cual puede significar tener de nuevo una deuda con estas empresas, que puede llegar ser mas alta.

Asimismo, se solicita la entrega del PAR. Cuando las familias están en arriendo, pueden entregarlo una vez hayan salido de sus viviendas en riesgo, lo cual se hace por medio de un acta en donde el dueño o poseedor del predio hace la entrega protocolaria de a la CVP, donde debe anexarse una foto de la vivienda demolida, ya que en ningún momento se puede entregar si las familias no la han demolido. Si las familias no están en arriendo se hace una vez estén trasladadas a su nueva vivienda. La demolición de la vivienda corre por cuenta de las familias, lo cual da el beneficio de poderse llevar a su nueva vivienda o vender si prefieren, bloques de ladrillo, rejas, puertas, inodoros, lavamanos, lavaplatos, ventanas, así como otros artículos que pueden tener algún valor real o simbólico para ellas.

En este momento, solo queda que las familias se trasladen a sus nuevas viviendas, y lo pueden hacer cuando: 1) La constructora y el equipo de técnicos de la CVP hayan dado el visto bueno, que significa que las casas ya están listas para ocupación, 2) las familias que tienen deudas de servicios públicos las hayan pagado en su totalidad o hayan acordado en refinanciar dicha deuda en su nueva cuenta con las empresas y 3) cuando hayan pagado el total del valor de la escrituración de la nueva vivienda. Asimismo, antes de hacer efectiva la entrega de las viviendas a las familias, se realizan los traslados de cupos escolares necesarios a colegios cercanos a la nueva vivienda y los traslados de otros servicios sociales, como los programas de la Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS)-, Instituto Familiar de Bienestar Familiar (ICBF) o el SISBEN. Este proceso no siempre se realiza a cabalidad, pues existen diferencias de oferta y situación de cupos de las instituciones respectivas en las localidades a donde se trasladan las familias: los niños y jóvenes pierden varias semanas de clase mientras se consiguen cupos o pueden llegar a perder el mismo cupo y quedar sin estudio mientras se acaba el año escolar, los jardines no tienen capacidad de recibir mas niños y algún miembro de la familia tiene que dejar de trabajar para cuidarlos, las personas de la tercera edad dejan de recibir la ayuda de $80.000

53 pesos que les da el Distrito por medio de la SDIS o las familias dejan de recibir el apoyo comedores comunitarios que los atendían en sus barrios y localidades. Éstos y otros casos similares se presentan en las familias a la hora de vivir en un nuevo espacio en la ciudad.

Cuando son superados todos los trámites mencionados, le son entregadas las viviendas a las familias. Ese día la familia es citada en su nueva vivienda, donde es recibida por un grupo de profesionales del área técnica y social de la CVP. Allí se les muestra su vivienda terminada y se hace un inventario del equipo con que esta es entregada (rosetas, puertas, equipo de baño, etc.). También, se les da una pequeña introducción y bienvenida a la nueva y última etapa del proceso a la que llegan: el post reasentamiento (Ver Anexos, Foto 2).

Hay un límite de dos meses para que las familias se trasladen que, una vez cumplidos, la CVP puede retirarles la propiedad de la vivienda y entregársela a otra familia del programa que tenga la intención de habitarla. Sin embargo, esto no se cumple a cabalidad, puesto que se ven casos de viviendas abandonadas o arrendadas a terceros desde el momento en que son entregadas.

Como ya se dijo, el proceso del post reasentamiento comienza desde el momento en que la familia se traslada a su nueva vivienda. Allí, la CVP sigue haciendo un acompañamiento a las familias durante un tiempo establecido, que no debe durar más de un año y medio. En esta parte del proceso, el acompañamiento no se hace de manera unifamiliar, sino que se toma toda la comunidad como punto de referencia para crear estrategias que vayan dirigidas a fortalecer la organización comunitaria, la convivencia, el acceso a los servicios sociales de la localidad y el manejo de las viviendas y áreas comunes de la urbanización, entre otros. No obstante, la CVP, como parte de la Secretaría Distrital del Hábitat, encargada casi exclusivamente al objetivo de proveer vivienda digna a los ciudadanos, no tiene la capacidad, ni la competencia, de trabajar en los componentes expuestos anteriormente. Por esta razón busca articularse con las otras entidades del Distrito y de la Nación, para lograr un reasentamiento pleno y exitoso de las familias de su programa. Sin embargo, es importante resaltar que en el caso de reasentamiento que se estudia en esta investigación, esto nunca funcionó de la manera esperada, dado que la capacidad y

54 voluntad de estas entidades responsables de garantizar los derechos de los ciudadanos en los aspectos que se salen de competencia de la CVP, no siempre es la que se requiere.

Este proceso de reasentamientos enfrenta a las familias con varias realidades no conocidas o que parecían lejanas. El tiempo que dure su proceso es un tiempo en que sus vidas cambian de diferentes maneras. En primer lugar, la institucionalidad nunca había estado tan presente. Todas las semanas hay un trámite, una visita o una llamada que realizar para su proceso de reasentamiento donde la CVP siempre esta presente. Además, muchos de los aspectos de sus vidas son escudriñados por sus funcionarios: su situación económica, sus relaciones comunitarias, su historia de vida y poblamiento en la ciudad, sus hábitos, hasta su vida íntima en su relación de pareja, sus uniones formales o informales, la relación con sus hijos; en fin, toda su vida se abre casi completamente a personas desconocidas hasta ese momento, de las que depende, en buena medida, su futuro reasentamiento.

Por otra parte, aunque el proceso institucional de reasentamiento sea el cumplimiento de unos pasos y requisitos para proceder al traslado de vivienda, para las familias esto tiene un significado mucho mas profundo. A medida en que las familias pasan por el proceso van despegándose emocionalmente de su vivienda en riesgo, van cortando algunas relaciones con vecinos y familiares que se quedan en el barrio o que no quieren participar en el proceso. Demoler la vivienda y entregarla al distrito es solo un requisito, pero para la familia es demoler un lugar lleno de significados generados a partir de vivencias, recuerdos, expectativas, encantos y desencantos, que a pesar de su destrucción física vive por mucho tiempo en la memoria de los que la construyeron y la habitaron.

Entonces, una vez se culmina el proceso de reasentamientos, comienza toda una nueva experiencia para las familias. Pasar de vivir en sus viviendas informales, muchas veces sin servicios públicos, ubicadas en zonas en riesgo y en barrios de origen ilegal y de autoconstrucción progresiva; a llegar a un barrio nuevo, con servicios públicos y con viviendas construidas por planeadores y arquitectos, sin mucha relación con las necesidades y deseos propios de las familias frente a la casa y su entorno, las enfrenta con una nueva serie de problemas, dificultades, nuevas vivencias y expectativas. Esto las obliga a

55 reconstruir concepciones sobre el espacio y la casa, su habitabilidad, sus usos y concepciones de vida frente a estos.

En el siguiente capítulo profundizaré en el caso de estudio de la investigación: la urbanización de vivienda Torres del Progreso I, ubicada en la localidad de Bosa, en la ciudad de Bogotá.

2.4 Torre s del Progreso I en Bosa, Bogotá

La ciudad de Bogotá, Distrito Capital, está divida en 20 localidades (Ver Anexos, Mapa 1). La división territorial de Bogotá en localidades se dio mediante el Acuerdo 26 de 1972, el cual establecía los 16 circuitos en los que se partiría la ciudad, con la característica de que cada uno de estos tendría un Alcalde Menor, encargado de administrar, dirigir y gestionar las políticas en su circuito. Bosa fue declarada como la Alcaldía Menor número 7. Años después, con el Acuerdo 02 de 1992 estos circuitos pasan a llamarse localidades, las cuales ascienden a 20.

La localidad de Bosa está ubicada al suroccidente de la ciudad, y limita con las localidades de Kennedy y Ciudad Bolívar, así como con los municipios de Soacha y Mosquera. En un área de 2.392 hectáreas, Bosa cuenta con 330 barrios, en los cuales se reparten sus 475.694 habitantes (Ficha Técnica de Bosa, s.f.). La localidad, a su vez, está dividida en 5 Unidades de Planeación Zonal (UPZ), que entendidas como “territorios conformados por un conjunto de barrios que mantienen una unidad morfológica o funcional que se localizan en las zonas de suelo urbano y suelo de expansión” (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2004: 12). Su objeto es ser “instrumento de planeación, a escala zonal y vecinal, que condiciona las políticas generales del POT con respecto a las condiciones específicas de un conjunto de barrios” (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2004: 12).

La urbanización Torres del Progreso I se ubica al noroccidente de la localidad, con nomenclatura urbana Carrera 100 No. 50-48 Sur, en la UPZ el Porvenir que está clasificada como “en desarrollo, es decir, “sectores poco desarrollados con grandes predios desocupados” (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2004: 13) y que se compone de por 163 barrios

56

(Alcaldía Mayor de Bogotá, 2004: 15) (Ver Anexos, Mapa 2). Entre esos barrios se encuentra la Ciudadela El Porvenir, que fue construida a partir de lotes pertenecientes a Metrovivienda, entidad adscrita a la Secretaría Distrital de Hábitat que actúa como banco de tierras constructor de VIS tipo 1 y tipo 2. El barrio no está completamente urbanizado, existen gran cantidad de lotes sin construir, que se ubican hacia el norte, oriente y occidente de la urbanización. En el nororiente se encuentra el lote reservado para la segunda etapa de Torres del Progreso, ofrecida en su totalidad a familias del programa de reasentamientos. Sin embargo, en el momento de la investigación no había empezado la construcción de la urbanización, aunque la constructora había prometido la entrega de las primeras viviendas para febrero de 2009. El lote oriental está planeado para convertirse en un parque que recorrería gran parte de la UPZ El Porvenir; sin embargo, al día de hoy, solo es un lote vacio, con escombros apiñados en montones regados por todo el lugar. Al sur de Torres del Progreso se encuentra una urbanización de edificios de VIS llamada “Porvenir Reservado V”. Al norte y occidente hay un lote vacío sin cerramiento ni vallas que indiquen construcciones próximas a realizarse, donde, dicen los habitantes del sector, todos los días un lote de ganado de un hato vecino, sale a pastar y recorre los alrededores. Una vía pavimentada recorre los linderos norte y occidente de la urbanización, en la que no transitan muchos vehículos, pero que fue concebida como una vía rápida, lo cual causa alguna preocupación entre los vecinos.

“(…) un día un domingo casi me desesperan [los niños de la urbanización] eso alborotados y pasaban carros y yo dije de aquí a mañana se vuelve eso transitable y un peligro, se vuelve una vía de rapidez. Entonces las mamas tiene que decirles ‘pilas a la salida que esto ya es una avenida’, entonces en una reunión que tengan cuidado con los niños que dios no lo quiera pasa una moto ¡y se lo llevan!” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2008)

La urbanización Torres del Progreso I está compuesta por 153 viviendas, divididas en 5 grandes bloques, con un promedio de 30 viviendas por bloque, 15 hacia un lado y 15 hacia el otro (Ver Anexos, Plano 1). Ninguna vivienda fue entregada con el patio de ropas cerrado, lo que quiere decir que todos los bloques en el centro tienen un gran espacio abierto que es compartido por todos los habitantes, y cada uno tiene la oportunidad de

57 cerrar el espacio reservado para su patio (Ver Anexos, Foto 3). Cada “cuadra”, es decir, cada lado del bloque, está pintado por diferentes colores, por esta razón, los habitantes muchas veces se refieren a que viven en “la cuadra amarilla” o “la cuadra azul”. Entre bloque y bloque existe una alameda peatonal, pasillo o calle, como la llaman algunos de los habitantes, y unos jardines, que, aunque como fueron concebidos son propiedad publica, cada familia se apropia del que tiene frente a su casa cerrándolo con ladrillos, palos, alambre, cartón, etc. (Ver Anexos, Foto 4)

La unidad básica, es decir, la vivienda tal y como es entregada consta de 38.12 metros cuadrados, a excepción de las viviendas esquineras que cuentan con 24 centímetros más de espacio (Ver Anexos, Plano 2 y 3). Todas las viviendas tienen dos pisos construidos. Al entrar a la vivienda, en el primer piso, se encuentra una pequeña sala-comedor, las escaleras de acceso al segundo piso e inmediatamente un mesón con lavaplatos que indica que ahí es la cocina. Allí mismo está la puerta del patio, y se sale a un espacio descubierto equipado con un pequeño lavadero. Al subir las escaleras, al frente a ellas en la segunda planta, se encuentra un baño con inodoro, lavamanos y ducha, esta última con el piso cubierto en baldosa blanca para evitar las filtraciones al primer piso, dado que la tubería del baño está descubierta sobre el espacio de la cocina. La baldosa del piso de la ducha hace contraste con el resto de la vivienda, que se entrega sin acabados: sin piso, sin pintura en las paredes ni en el techo, únicamente con una delgada capa de concreto encima de la placa prefabricada del piso y del entrepiso. Ello le da a las viviendas un aire gris y muy rústico. Igualmente, en la segunda planta, se encuentra la habitación principal, lo suficientemente grande para que quepa una cama doble y que quede libre algún espacio. La habitación contigua o secundaria, tiene un espacio muy reducido en el que únicamente puede acomodarse una cama sencilla. Las dos habitaciones tienen una ventana que permite una buena iluminación natural y ventilación en todo el segundo piso.

Todas las viviendas son entregadas de esta manera, sin embargo la intención es que puedan ser ampliadas por sus propietarios. La licencia con la que fueron construidas las viviendas, permite que las personas puedan ampliar la vivienda, siempre y cuando sigan los parámetros establecidos en el “manual del usuario”. En éste último se definen las

58 especificaciones de cómo hacer el desarrollo progresivo de la vivienda, los planos físicos de ésta y de la urbanización, las de redes eléctricas y de acueducto, y hasta un manual de convivencia, que intenta establecer un modo de comportamiento, uso y apropiación del espacio creado por arquitectos y técnicos que poca relación tienen con los que sí van a habitar esas viviendas. El manual está escrito en un lenguaje poco aprehensible para las familias, no sólo el texto escrito, sino los planos, que en sí mismos, son un lenguaje especializado y que pocas familias logran comprender, a excepción de aquellas en las que uno de sus miembros se encuentre una persona que trabaje en la construcción, como maestros o ayudantes de obra. Este manual se entrega el día que las familias reciben su vivienda y, simultáneamente, un funcionario de la constructora o de la CVP, les informa a las familias cómo se debe hacer la ampliación de la vivienda, las posibilidades y las prohibiciones.

La vivienda ampliada, constaría entonces de dos habitaciones más. Una en el primer piso, en el área del patio, para lo cual tiene que haber sido encerrado previamente, y la otra habitación en el segundo piso, encima de la anterior. A grandes rasgos, existen dos reglas que debe tomar en cuenta la familia a la hora de ampliar su vivienda. En primer lugar y, la más importante, es la imposibilidad a modificar los muros estructurales de la vivienda, solo dos de estos pueden romperse para crear el acceso a las aéreas ampliadas. Igualmente, se les exige a las familias que a la hora ampliación el área del patio, demarcada por muros de la casa, no puede ser techada, solo se le puede poner teja transparente despegada de los muros, por cuestiones de seguridad, en cuanto a la circulación de gas y olores y de iluminación natural.

A pesar del manual del usuario, antes de cumplir un año de estar habitadas la mayoría de viviendas, se puede ver claramente que no se tomaron en cuenta las recomendaciones. Viviendas de tres pisos, patios cubiertos y muros alterados, son algunos de las modificaciones no permitidas que se ven en Torres del Progreso. Esto tiene que ver con las estrategias de apropiación de la vivienda por parte de las familias, que van hacia la acomodación de sus miembros, las expectativas frente a la adquisición de una nueva vivienda y los imaginarios propios del habitar y el vivir bien, puesto que el espacio racional

59 de estas casas carece de sentido y funcionalidad para muchas de las personas que ahora las habitan. Asimismo, la incredulidad hacia los mecanismos de control del Estado y el seguimiento que supuestamente se le haría a sus viviendas, lleva a las familias a modificar sus viviendas en las maneras que puedan y deseen. Estos fenómenos se revisarán más a profundidad en los capítulos siguientes.

2.5 La gente de las Torres

En Torres del Progreso viven 153 familias que hacen parte del programa de Reasentamientos Humanos de la CVP. Todas estas familias vienen llegando desde febrero de 2008, cuando se entregaron las primeras viviendas del bloque 2 de la urbanización. Las viviendas se seguían entregando durante todo mi trabajo de campo, aunque contractualmente las viviendas tuvieron que haber sido entregadas en su totalidad a principios de ese año.

El origen de las familias es heterogéneo, aunque la gran mayoría vienen de la localidad de Ciudad Bolívar. Las 103 familias que provienen de esta localidad, representan un 67,3% de la totalidad y fueron reasentadas de diferentes barrios: 31 familias de el Espino I sector, 16 de Santo Domingo, 12 de Santa Viviana, 9 de Nueva Colombia, 9 de Mirador de la Estancia, 6 del Espino III sector, 6 de Tres Reyes I Etapa, 5 de Brisas del Volador, y otros como Villas del Diamante, San Joaquín del Vaticano, El Tesorito y Bella Flor. A Ciudad Bolívar le sigue en número de familias la localidad de Rafael Uribe Uribe, con el 18.9% del total de la población. 21 familias vienen del barrio Nueva Esperanza, 9 son originarias de Villas del Recuerdo y 1 de La Arboleda II. De la localidad de San Cristóbal, al suroriente de la capital, llegaron 11 familias, la generalidad siendo provenientes del barrio Malvinas. Por último, con un número menor de familias, de la localidad de Santa Fe arribaron 6 familias de los barrios La Paz Centro y Santa Rosa de Lima, de Usaquén 4 familias del barrio Arauquita Norte y, de Usme, 1 sola familia del barrio San Felipe.

Todos esos barrios tienen un origen ilegal e informal. Todos empezaron a constituirse con la invasión de terrenos para la construcción de viviendas por parte de personas que no podían acceder a viviendas en barrios legalizados, siendo la mayoría migrantes de otras

60 partes del país, que llegaron a la ciudad en busca de mejorar su condición de vida, buscando mejores empleos que les permitieran sostenerse a ellos mismos o a su familia, o huyendo de las diferentes olas de violencia en la historia del país. Es posible afirmar que en la gran mayoría de personas adultas en Torres del Progreso se puede rastrear un antepasado próximo (padres o abuelos) nacido fuera de Bogotá y que llegó a la Capital por alguna de las razones mencionadas anteriormente o son ellos mismos los que cargan esta historia de migración a la ciudad. Esto es especialmente cierto en el caso de familias víctimas de la presente ola de violencia en el país, cuando ya los migrantes que huyen de sus casas y pueblos a causa de la violencia son llamados desplazados.

Tres de las familias con quienes tuve la oportunidad de compartir su experiencia del reasentamiento eran desplazados por la violencia de los años 90. Esto salía a relucir en repetidas ocasiones, sobre todo haciendo énfasis en la carta que los certificaba como desplazados y que, por ende, les daba una supuesta preferencia a la hora de ser atendidos por las diferentes instituciones del Estado. Estas personas llegaron a Bogotá huyendo de la violencia que azotaba los pueblos y veredas donde vivían; todos compartían un origen campesino. Tal es el caso de Juvenal Quinceno, su esposa María Obeida y sus tres hijos, que vivían en Marquetalia, Caldas, hasta que un señalamiento por parte de un grupo de autodefensas, los obligó a salir de su territorio. Llegaron a Bogotá en 1997, sin nada más que alguna ropa y un poco de dinero, y se instalaron en casa de un familiar en un rancho17, en el barrio Brisas del Volador, en Ciudad Bolívar. Viendo acomodada a su familia, Juvenal volvió al lugar donde tenía su finca y su casa a recoger algunas pertenencias que no habían podido llevar a Bogotá por la urgencia de su salida, en el espacial panela y plátano, que eran las dos mercancías que producían. Al llegar, se encontró con que su finca había sido tomada por el mismo grupo armado causante de su desplazamiento. Así, viendo la necesidad de conseguir algún dinero para sostener a su familia viajó a Putumayo, donde se empleó por algunos meses, enviándoles dinero para su mantenimiento y ahorrando el resto

17 Rancho o rancha se les dice a las viviendas que no están hechas de bloque de ladrillo, es decir que están hechas con laminas de aluminio, latas, cartón, plástico y demás material reciclado que se pueda conseguir para construir un refugio medianamente habitable.

61 para que a su llegada a Bogotá, pudieran comprar un lote para construir una casa. Así meses después, volvió a la ciudad, y se hicieron a un lote grande que les vendió una señora del barrio dueña de gran parte de los lotes no construidos. Construyeron su casa, con bloque y concreto, y partieron el resto del lote en dos, vendiéndoselo a dos hermanas de María Obeida.

Es la hora que Juvenal y su familia no están convencidos de que la DPAE tuviera la razón al declarar su predio en alto riesgo no mitigable, dado que, según cuentan, la casa ubicada unos metros debajo de ellos, no está sujeta al programa de reasentamientos. Sin embargo, al sentir la presión de parte de las entidades del Distrito y al ver como poco a poco las familias cuyos predios también habían sido declarados en riesgo, abandonaban el barrio, decidieron buscar una vivienda que se acomodara a sus necesidades y gustos y, finalmente, se trasladaron a Torres del Progreso. Pero para la familia de Juvenal Quiceno, éste no será su último desplazamiento. Ya todos sembraron la semilla del deseo de irse al extranjero y los planes se hacen más grandes cada día. M aría Obeida se convirtió en la cabeza de la ejecución del plan de migrar a España, dado que ella se había enterado que el Estado ayudaba a los desplazados a conseguir la visa y que allá (en España) les tenían casa y trabajo temporal mientas se lograban establecer. Así como la familia de Juvenal, todas las familias de Torres del Progreso tienen historias de vida, de poblamiento y migración, que enmarcan las formas de apropiación del nuevo espacio donde ahora viven. De esta manera, Torres del Progreso siendo un solo espacio físico, se convierte en múltiples espacios vividos, pensados e imaginados; transitorio para algunos, como para María Obeida, o permanentes, como para Ana Cecilia Cárdenas, que a sus 67 años, está segura que de su casa en Torres del Progreso “solo me sacan con los pies pa’ fuera” (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 21 de 2009), y la tranquiliza el hecho de saber que esta casa es la que les dejará a sus 6 hijos cuando ella ya no esté.

Así como tienen origen heterogéneo, las familias de Torres del progreso son también diferentes en cuanto a su composición. Hay viviendas habitadas por una sola persona, como las hay por 13 personas pertenecientes a una misma familia, como es el caso de los Guiza Pinzón, donde vive una pareja que tenía tres hijos, más tres del matrimonio anterior de la

62 señora y el hermano de la señora, con su esposa y sus tres hijos. A la casa todavía no le han hecho la ampliación, por lo cual, la vivienda tiene 5 camas para la acomodación de sus habitantes, repartidas por el primer y el segundo piso, prescindiendo de lugares para la sala o el comedor. La familia dice sentirse “un poco apretada”, sin embargo, al no tener el dinero suficiente para realizar la ampliación, puesto que sólo 3 de sus miembros trabajan de manera informal, no hay más remedio que acomodarse.

Es importante resaltar que el número de personas que habitan las casas de Torres del Progreso, no son los mismos que habitaban las casas de donde venían. En el proceso de reasentamiento las familias, en ocasiones, se dividen. Esto puede ser porque que en el espacio de las nuevas viviendas ya no caben las mismas personas o porque hijos y otros familiares que antes compartían un mismo espacio, aprovechan el reasentamiento para partir y formar un nuevo hogar en lugares diferentes. Asimismo, se puede aumentar el número de miembros de una familia, en el momento en que un pariente, al enterarse que su familiar tiene ahora vivienda propia, se va a vivir con él al ver la oportunidad de dejar de pagar arriendo en otro lado o de tener una vivienda segura –en el caso de personas que están invadiendo tierras que no son de ellos-. También sucede que personas sujetas a reasentamiento piden a familiares que se vayan a vivir con ellos, cuando se ven fuera de su barrio, donde tenían redes sociales establecidas que le significaban compañía y seguridad, viéndose en un lugar desconocido y fuera de todo lo que les era familiar.

“Ahora últimamente la hija mayor está viviendo aquí (…) ellos ahorita que vinieron pues para ayudarnos, pero ya se están es aburriendo porque son muy caros los servicios” (Diógenes Martínez, Diciembre 13 de 2008).

“Se me vino el mayor y se me vino el menor, pues a buscar por aquí pa’ poder vivir, porque como ellos no están acostumbrados a vivir sin mí. Entonces ellos están buscando, pues aquí no, pero en otro barrio, una casita o una piecita pa’ poder vivir. Adema pa’ que me ayuden y me hagan compañía, yo de verdad lo único que extraño son mis hijos” (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 21 de 2009).

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En este orden de ideas, en Torres del Progreso, así como el número de habitantes por vivienda varía de casa a casa en un rango de 1 a 13 personas, los miembros que componen las familias también. En la urbanización hay una población significativa de madres cabeza de hogar. De ellas se sostiene que tienen un grado de vulnerabilidad más alto, sobretodo cuando el resto de los miembros de la familia son niños, dado que no cuentan con otro adulto que ayude con las tareas propias del hogar, como la búsqueda del sustento económico y el cuidado de los niños, entre otras. La experiencia del reasentamiento puede llegar a ser más traumático en el caso de estas familias, pues les rompe las redes sociales de solidaridad y confianza sobre asuntos que parecen simples, pero a la hora de la verdad hacen que la dinámica familiar funcione: dónde y con quién dejar sus hijos mientras trabaja, encontrar quién le preste un poco de dinero o comida, o simplemente le altera los tiempos en el día, sobre todo en el tiempo que gasta yendo de su casa a su lugar de trabajo, que casi siempre aumenta a la hora de trasladarse a su nueva vivienda.

Las familias extensas también son comunes en Torres del Progreso. Saliéndose de la estructura familiar tradicional o nuclear de padre, madre e hijos, se anexan otros parientes a los hogares como tíos, abuelos o primos. Los familiares pueden servir de apoyo a la hora del sustento familiar, sea económico, emocional o en otras actividades, como el cuidado de la casa o de los niños, o simplemente son familias que se constituyen social y culturalmente de esta manera y se convierten en núcleos que sus miembros no conciben separar. De igual forma, están presentes en estos casos las concepciones étnicas y culturales de las personas a la hora de pensar y formar la familia. Tal es el caso de María Custodia Villarreal, que llegaba del barrio Nueva Esperanza, en el que había “aterrizado” 6 años atrás, cuando fue desplazada por la violencia en su pueblo natal en el departamento del Chocó. Cuando M aría Custodia vio la casa que le iban a entregar, la que iba a ser su nueva casa, se sorprendió al enterarse de que no había manera que su “family” cupiera allí, ni siquiera haciéndole la ampliación. El funcionario de la CVP al ver su reacción le preguntó por el número de personas que iban a vivir allí, a lo cual respondió que eran 5: ella, su esposo y sus tres hijos. Sin embargo, al ver la reacción del funcionario, M aría Custodia se explicó: no se trataba de las personas de su familia que iban a habitar la casa, sino de toda su “family”, la que iba a

64 venir en diciembre para las fiestas y no iba a encontrar donde quedarse. Eso le significaba vergüenza y además, el hecho de que en ese diciembre no iba a poder estar acompañada de sus seres queridos y probablemente tendría que pasar las fiestas sin su “family” o que la reunión se tendría que trasladar a otro lado, significaba también una ruptura la pequeña tradición familiar que se había establecido después del desplazamiento. Las fiestas de diciembre era el momento de encontrarse toda la familia y aunque la ciudad había fracturado sus dinámicas familiares, sus posibilidades de encuentro, unión y solidaridad establecidas culturalmente en el Chocó, ya habían logrado reconstruirlas de alguna manera en Bogotá y ahora su nueva vivienda en Torres del Progreso, fracturaba de nuevo esta tradición.

Dentro de las familias los matrimonios recompuestos también son comunes. Aquella frase de “los tuyos, los míos y los nuestros” cala muy bien en esta población. El afán de las mujeres de “ conseguirse un marido”, como se dijo un domingo en el que me encontraba charlando con algunas mujeres jóvenes, es imperante (Diario de campo, Enero 25 de 2009). Un marido, dicen, no sólo les representa una seguridad económica y emocional -cosa que no siempre es cierta- sino que también les da cierto status frente a las otras mujeres solteras o madres cabeza de hogar. Tener hijos es, entre otras cosas, una estrategia de asegurar la pareja, por lo menos en lo que se refiere a la parte económica, ya que se crea la obligación legal de aportar dinero para ese niño. Con esto no quiero negar ni reducir la importancia de otros factores que influyen en la decisión tener un hijo, como la parte emocional, la casi obligación cultural de formar una familia o el desconocimiento, indiferencia o tabú hacia los métodos de planificación familiar, sobre todo en el caso de mujeres muy jóvenes y adolescentes embarazadas o con hijos, que no es nada extraño ver en Torres del Progreso. Por alguna de las razones anteriores, hay familias donde la mujer, o el hombre, han pasado por dos o tres matrimonios anteriores con hijos, los cuales hacen parte de la nueva familia, y lo que hace que el numero de hijos, casi todos niños, por familia sea bastante elevado; mas o menos 4 por casa.

En Torres del progreso, la población que trabaja lo hace, en su mayoría, de manera informal. La falta de educación es la principal causa de esta situación. Dentro de la

65 población estudiada, son pocos los adultos que completaron los estudios de secundaria, inclusive, algunos son analfabetos o tienen dificultades para leer y escribir. Este panorama ha cambiado un poco, pues muchos jóvenes esperan terminar sus estudios, algunos ya los terminaron y unos pocos estudian alguna carrera técnica o se capacitan en entidades como el SENA. Sin embargo, la deserción escolar es alta, con jóvenes que dejan de estudiar porque se ven en la obligación de trabajar para ayudar a sostener a su familia o hijos que tuvieron, porque no conciben el estudio como una necesidad o casos en que se unen a pandillas en los barrios donde viven o vivieron. Estas últimas se dedican generalmente a actividades ilegales que provee a sus miembros el dinero suficiente para dejar de ver la terminación de los estudios secundarios, y su posible continuación, como un requerimiento a la hora de buscar un empleo al que aspiran la mayoría de sus vecinos: uno que mejore las condiciones económicas de su familia, que les permita vivir un de manera mas holgada y “salir adelante”.

Emplearse en el servicio domestico, trabajar por días o en casas de familia, como usualmente se le dice, es la actividad laboral mas común entre las mujeres. El inconveniente más grande que tienen estas mujeres es la distancia de su casa a los sitios de trabajo, usualmente en barrios del norte de la ciudad, lo cual les amplía el horario de trabajo debido al tiempo gastado en el camino de ida y vuelta. Ello las obliga a buscar estrategias para no dejar a sus hijos solos durante el día, como cuadrar horarios con su pareja, buscar algún familiar, amigo o vecino que los cuide, dejar los niños menores a cargo de los mayores, buscar un cupo en un jardín infantil del Distrito (que hasta el momento de la investigación no habían otorgado ni un solo cupo para niños de la urbanización) o pagar en uno privado, entre otras.

El oficio de la construcción es la principal fuente de empleo de los hombres. Gran parte trabajan como obreros, almacenistas o maestros de obra, que aunque les proporciona el sustento económico, no les ofrece ninguna seguridad laboral, ya que es rara la ocasión en que sean contratados formalmente, con el salario mínimo legal y el pago de salud, pensión y seguro contra riesgos profesionales. Son contratados de palabra y las modalidades de pago son por día, semana o quincena trabajada. Ser vigilante es también común entre los

66 varones de Torres del Progreso, empleo que, por lo general, es más formalizado. Otras actividades laborales comunes para todos, hombres y mujeres, son las ventas ambulantes, el trabajo en restaurantes, ferreterías y otro tipo de establecimientos comerciales, trabajar en un negocio instalado en sus casas como tiendas de comestibles y líchigos (donde se vende frutas y verduras), el reciclaje, la costura y la operación de máquinas en fábricas. Esto sin contar las actividades que se podrían llamar non-sanctas a las que se dedican algunos de los habitantes de Torres del Progreso, como la venta de drogas, alcohol a menores dentro o fuera de la urbanización y la delincuencia común.

Las actividades laborales se suelen ver afectadas por el proceso de reasentamiento. Como se mencionó anteriormente, al cambiar las distancias y los puntos de referencia y estratégicos para las familias, el panorama del trabajo puede cambiar de manera negativa o positiva. Por una parte, la ruptura de redes sociales creadas y que funcionaban alrededor del trabajo, el haber perdido el reconocimiento que se tenía en el barrio por desarrollar alguna actividad económica, el desconocimiento de las dinámicas laborales en el nuevo lugar de residencia, inciden para que las oportunidades laborales disminuyan. Por otra parte, la posible disminución de la competencia, los nuevos clientes y el nuevo reconocimiento que se puede generar entre ellos, posibilitan una apertura a nuevas oportunidades.

Para terminar, se puede decir que los habitantes de Torres del Progreso, aunque con orígenes diferentes, historias de vida distintas y sin haber habitado los mismos lugares, tienen algo en común, haber experimentado el reasentamiento y vivir en Torres del Progreso. Por ello enfrentan el mismo reto: hacer y sentir propio un lugar que parece extraño, que no está hecho a la medida de sus deseos ni sus necesidades, y reconstruir sus vidas en este nuevo lugar. En la siguiente parte, exploraré las maneras en que estas personas se han apropiado de su nuevo espacio de vida, las maneras en que lo piensan, lo sienten, lo imaginan y lo viven, como han reconstruido sus concepciones de espacio y como las han puesto en práctica en estos meses en que su vida ha cambiado notoriamente.

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3. La construcción social del espacio en Torres del Progreso

La primera vez que fui a Torres del Progreso me sentí desubicada, como si estuviera fuera de mi elemento. A comparación del barrio donde vivo, muy solo y en un silencio interrumpido únicamente por los vehículos que transitan sus vías, Torres del Progreso es ruidoso, lleno de gente, colorido y con mucho movimiento. Había una gran cantidad de niños jugando en los pasillos, saliendo o llegando del colegio, montados en ciclas y triciclos bastante trajinados por todos lados. Había, también, mujeres reunidas en pequeños grupos frente a las puertas de las casas o en las esquinas de los bloques, hablando, vigilando sus hijos y los que pasaba a su alrededor. En varias casas había tiendas con letreros para entrar y comprar. No obstante, lo que mas llamó mi atención, fue la música –ranchera, “popular”, vallenato, reggaetón y rock- sonando de manera estruendosa en las casas, algunas con las puertas cerradas, otras con éstas abiertas, entre el desafío, la indiferencia y la invitación.

Lo primero que pensé fue que la manera como las personas vivían en Torres del Progreso no había cambiado mucho en comparación su vida en los barrios de donde habían llegado. Aunque no había conocido todos los barrios de donde habían sido reasentadas las familias de Torres del Progreso (había ido a visitar algunos, como Brisas del Volador y El Espino), me había hecho una idea sobre la procedencia estas personas, y algunos indicios de por qué habían sido reasentadas. El movimiento, los niños y la música, era muy parecido a lo que había visto. En cuanto a las diferencias que pude percibir entre los dos espacios, lo que mas captó mi atención no fue el hecho de que esos barrios que había visitado estaban ubicados en pendientes muy inclinadas y Torres del Progreso quedara en un sitio plano, de mas fácil –acceso a mi parecer- sino que todas y cada una de las viviendas eran iguales, los espacios comunes eran iguales, todo estaba construido de manera perfectamente planeada y organizada. Sin embargo, las personas eran las mismas, y en mi primera impresión, actuaban igual.

No obstante, después de haber pasado más tiempo realizando el trabajo de campo, la perspectiva cambió. Ya no eran primeras impresiones sino observaciones mas profundas,

68 complementadas con un paulatino acercamiento con la gente, que me contaba sobre sus vidas y sobre el cambio que sentían al estar en este nuevo lugar, llegando a confiarme detalles íntimos, como si yo fuera una válvula de escape a sus presiones y problemas de su vida cotidiana. En medio de visitas, conversaciones, observación detallada e inmersión en la vida de algunas personas, me pude dar cuenta del cambio que habían tenido sus sistemas conceptuales y prácticos sobre el espacio y la manera como poco a poco los reconstruían, creando nuevas formas de apropiarse del espacio que los rodeaba.

3.1 “Allá de pronto se le puede decir casa, pero eso no era una casa”

Buscar el lugar propicio, establecer los límites, conseguir los materiales y empezar a construir una casa, es un proceso de apropiación, de tomar un espacio sin significación y hacerlo propio, darle una identidad. Construir la casa poco a poco, dependiendo de las posibilidades económicas, del tamaño del lote y de la geografía del terreno, acomodándola a las necesidades y deseos de las personas que la habitan, crea un vínculo íntimo entre el espacio habitado y la persona que la habita.

Cuando se llega a un barrio de autoconstrucción, al observador externo le parece un espacio desordenado y sin sentido. Las casas no son iguales y por su fachada pareciera que no siguieran ningún modelo o diseño específico (Ver Anexos, Foto 5). Es como si el barrio y sus casas estuvieran incompletas a la espera de que el urbanismo moderno llegue a terminarlas, a ponerle orden y volverlas racionales. No obstante para sus pobladores, estos son lugares de vida, de planes y sueños. Todo lo que se ve en el barrio tienen una razón de ser, tienen un orden y un diseño propio, “allí el material, la forma, la ubicación, tienen un sentido, pues las imágenes se unen a una estructura social y cultural que les proporciona significado e interpretación” (Rojas Sánchez, 1999: 37). Para sus habitantes cada casa tiene una historia y su casa representa parte de su propia historia, ya que la ha vivido, la ha pensado e imaginado, antes de tenerla ya la soñaba y pensaba cómo podía llegar a ser.

Una vez se puede tener el lote donde hacerla, no se puede hacer la diferenciación entre el tiempo de diseñarla y el tiempo de construirla, dado que es muy alto el riesgo que alguien le

69 quite el lote que se hizo propio por medio de palabras o documentos –a veces inútiles- entre urbanizador pirata y comprador. Asimismo, mediante algunos objetos como palos, plásticos, latas o cartón se delimitó y se estableció como espacio privado. Los materiales que se tengan a la mano o a los que se pueda acceder son los propicios para “levantar la casa”, primero a manera de refugio frente al ambiente o a los urbanizadores piratas, que pueden llegar a revender un lote las veces que la suerte se los permita.

La manera como son construidas estas casas se hace teniendo en cuenta la inseguridad que representa no tener derechos reales de propiedad del suelo a la hora de comprar un lote, la urgente necesidad de construir para dejar de pagar a arriendo o de vivir de “arrimado” en la casa de un pariente o amigo, o el deseo de tener casa propia. Al contrario a lo que los arquitectos, planeadores y los habitantes de barrios desarrollados y reglamentados creen que es el modo “normal” de construcción de una vivienda, que empieza por la planeación, sigue con la construcción de redes de acceso a servicios públicos, la construcción de la vivienda y termina cuando las personas habitan dichas moradas, “en la vivienda informal, la construcción de la vivienda ocurre primero y todo lo demás viene después” (Larson, 2007: 134). Es más, el tiempo entre la construcción y la habitación no es lineal, en muchas ocasiones se traslapa y las personas viven en su vivienda antes de que termine de ser construida en su totalidad (Ver Anexos, Foto 6). En ocasiones ésta nunca llega a ser lo que se pensó en un principio, y sus habitantes viven en ella, pero la piensan incompleta, en permanente estado de transitoriedad.

“(…) nosotros ubicamos el terreno y empezamos a enterrar palos y encerrar… como todo el mundo. Y empezar una parte y otra. Escarbábamos para ampliar mas, pasábamos los días como ampliando mas, mas (…)” (Silvano Téllez, 26 de febrero de 2009).

La casa aunque imaginada como una totalidad, no puede ser construida de esta manera, pero siempre está la posibilidad de hacer más, de cambiar los materiales por otros más resistentes, de dividir y ampliar más. Según Hernando Carvajalino Bayona, arquitecto e investigador sobre barrios populares en Bogotá “las precarias condiciones económicas

70 imposibilitan la idea de construirlo todo, quedando como única alternativa construir el todo a partir de las partes, paso a paso, fragmento a fragmento (…) Se puede tener cierta idea de la totalidad, más se sabe por anticipado que hay que ir avanzando a partir de una sumatoria de espacios que puede ser tan incierta, como planificada de una manera informal” (1999: 43). Se piensa, planea y sueña partiendo de los fragmentos, de lo construido y lo que no se ha podido construir todavía. La casa representa, entonces, un plan de vida; es casi una proyección de sus habitantes, de sus condiciones socio-económicos y de sus conceptos culturales sobre el espacio.

Las casas en los barrios de “autoconstrucción”, no solo responden a la necesidad, deseo y posibilidad de sus habitantes, también están construidas a partir de preceptos sociales y culturales sobre como debe ser una casa. Se trata de nociones aprehendidas e interiorizadas de un mundo que los rodea, materializado en las opiniones de familiares, amigos y vecinos, en su historia personal y familiar que le crea recuerdos y nostalgia sobre alguna casa, en los medios masivos de comunicación que le muestran alguna vivienda “ideal” y en sus apreciaciones sobre la estética y la funcionalidad de las viviendas que lo rodean o que ha visto y pensado cómo las puede reproducir en la suya. “El conocimiento y la experiencia que la gente ha ido acumulando de manera individual en el aspecto de la construcción de las viviendas es incalculable, puesto que no se queda solamente en los individuos y sus familias sino que además se transmite socialmente” (Vergara Duran y Murillo Blanco, 1999: 58). En este orden de ideas, después de dar una mirada más profunda a los barrios populares de autoconstrucción y la manera como allí se han construido las viviendas, se empiezan a dilucidar patrones de diseño y éstas, después de todo, no parecen tan diferentes unas de otras. “Se puede pensar que es muy posible que se tengan interiorizados una serie de planteamientos o componentes espaciales que los pobladores han asumido como propios, y los cuales repiten, quedando como huella en cada vivienda que de manera espontánea se levanta en el barrio popular, y que a su vez, las hace diferentes a otras que se diseñan desde la arquitectura formal” (Carvajalino Bayona, 1999: 44).

La formalidad de las viviendas depende, entre otras cosas, del momento en que las familias fueron llegando a los barrios: si esto sucedió en el momento de su fundación, cuando ya

71 había una cantidad de familias y casas considerables o cuando el barrio ya había adquirido cierta formalidad (dentro de la informalidad) y estuviese más consolidado. A pesar de que el precio por un lote o vivienda es más alto cuando el barrio esta consolidado, esto puede tener algunas ventajas para las personas que llegan a habitarlo. En estos barrios sus habitantes ya se las han ingeniado para acceder a servicios públicos, como el agua y la electricidad. La mayoría de las veces esto se logra mediante conexiones piratas, como en el caso del agua, que se hace mediante mangueras conectadas clandestinamente a la tubería oficial del acueducto y casi siempre termina por irrigar a todo el barrio. En el caso de la electricidad, el acceso se logra al conectarse ilegalmente a las redes de electricidad de la empresa proveedora en el poste más cercano, de los cuales salen cientos de cables que llegan a toda casa por pequeña y precaria que sea. En situaciones en que el barrio lleva ya un tiempo considerable de fundado y sus habitantes hayan perdido un poco de la inseguridad que representa no tener derecho reales de propiedad sobre sus viviendas, empiezan a realizarse acciones conjuntas entre los vecinos, por medio de la Junta de Acción Comunal18, si es que ya se creó en el barrio. En un primer momento, estas acciones van dirigidas a las Alcaldías Locales o a las empresas de servicios públicos directamente, para solicitar redes de acceso legales a los servicios básicos.

Esto tiene un efecto en la percepción de las viviendas para sus habitantes. Cuando ya pueden acceder a servicios públicos, especialmente cuando se hace de manera legal, se da un gran paso hacia la consolidación de la vivienda, ésta ya se siente “legal”. La casa ya ha empezado a dejar de estar “incompleta”, deja el aire de transitoriedad, ya no solo es un refugio sino una casa “como debería ser” (Diario de Campo, Octubre 23 de 2009).

Todo este contexto es muy conocido por los ahora habitantes de Torres del Progreso – urbanización de VIS- que, casi en su totalidad, vivieron la experiencia de la autoconstrucción de su vivienda. Saben lo que es comprar un lote y tener que construir ahí

18 Las Juntas de Acción Comunal son organizaciones sociales, cívicas y comunitari as, sin ánimo de lucro, autónomas y con personería jurídica, compuestas por miembros de un barrio, vereda o territorio, con el objetivo de buscar solución a las problemáticas de la comunidad (IDPAC, 2008). Fueron creadas hace mas de 50 años, con la Ley 19 de 1958, y hasta el día de hoy se constituyen como la forma de organización comunitaria por excelencia en los barrios populares y las zonas rurales del país.

72 mismo con los materiales que tuvieran a la mano, lo que es vivir en una casa que parece transitoria, inacabada, pero a la que le han invertido dinero, tiempo y planes. La mayoría de viviendas de estas familias estaban hechas de manera muy precaria, y poseían profundos problemas de habitabilidad, como falta de iluminación y ventilación, hacinamiento y problemas sanitarios. Esto se debe a que acceder a lo que se llama una vivienda “básica”, siguiendo la reglamentación oficial sobre la calidad de las viviendas y lo pertinentes al desarrollo en el suelo, como son, por ejemplo, la propiedad real sobre la tierra y la licencia de construcción, establecen estándares que no son alcanzables por los pobres (Larson 2007). Entonces, buscan otras alternativas, que tal vez no son las mejores, dados los problemas de inseguridad sobre la integridad física de las personas o sobre su permanencia o posesión de la vivienda, pero que es a lo único que pueden acceder en un mundo que les cierra las puertas de tener una vivienda digna.

“Me fui a los bancos y eso era muy costoso pagar una casa con un banco. Son 20, 30 millones a 15 años y eso se duplica como a 100 millones, o sea nunca la acaba de paga uno” (Silvano Téllez, 26 de Febrero de 2009)

Las viviendas a las que podían acceder los habitantes de Torres del Progreso, eran en su mayoría, hechas con material de reciclaje, latas o madera. Sin embargo, por más precaria que pareciera la vivienda, era la suya, que habían construido con esfuerzo, y con la que habían creado lazos emocionales. Así lo expresó María Helena Rodríguez sobre su casa en el barrio La Paz Centro:

“nos gustaba vivir ahí, porque no teníamos dónde más. Pero a mí si me dio duro porque es que a uno le quedan recuerdos de ahí. Digamos yo que me alcancé a criar allí, uno siempre le da más tristeza porque siempre vivió ahí” (Febrero 4 de 2009).

Esa vivienda de lata y cartón era su hogar y por ello dejarlo no fue tan fácil como parecía. Este es el caso de muchos de los niños y jóvenes, que al contrario de sus padres, nacieron y crecieron en esas viviendas, y no han podido despegarse emocionalmente ellas; todavía las sientes suyas, como el único lugar al que pertenecen y el que les da un referente frente a la ciudad y la vida.

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Algunas personas adultas, tampoco han podido apropiarse de su vivienda en Torres del Progreso. Viven allí en estado de transitoriedad, esperando la oportunidad de conseguir casa en otro lado sin que la CVP se entere y tome alguna medida. Este es el caso de Salvador Barrera y su esposa, procedentes del barrio M alvinas y que según cuentan eran poseedores de una vivienda de 6 X 12 metros cuadrados, de 2 pisos, hecha en “bloque”, con 3 cuartos, cocina y sala-comedor. Aunque la vivienda de Torres del Progreso les fue entregada en junio de 2008, hasta noviembre de ese mismo año no se trasladaron. Vivieron en su casa de Malvinas hasta que les fue imposible seguir allí y no entregar su PAR a la CVP. Al día de hoy, Salvador no encuentra cómo acomodar su “trasteo” y la mitad sigue empacado, como a la espera de que le den vía libre para llevarse a su familia a otra parte. La casa le parece incomoda, fea, mal hecha y demasiado pequeña. No entiende como le dieron esta vivienda por su casa, la que construyo durante 14 años, cuando decidió buscar casa propia, dejó de pagar arriendo y consiguió un lote en el que fue su barrio durante todo este tiempo. Sin embargo, debo aclarar que la mayoría de las familias con las que tuve contacto, habían empezado procesos de apropiación de su nuevo espacio doméstico mucho más llevaderos que el de Salvador y su familia.

La diferencia más profunda entre las casas de Torres del Progreso y las casas de los barrios de autoconstrucción es la más obvia. Las primeras ya estaban construidas a la hora de habitarlas, sus habitantes no tuvieron que construirlas, ya que los arquitectos, ingenieros y planeadores hicieron esta tarea siguiendo un único diseño. Es más, las viviendas de Torres del Progreso no solo son idénticas las unas con las otras, sino que son iguales a las otras VIS que se han construido en Bogotá en los últimos años. Según Carvajalino Bayona (1999), para la construcción de VIS, se preestablecen necesidades, programas arquitectónicos y relaciones espaciales basadas en la funcionalidad, que generan unos “diseños tipo” que no responden a la heterogeneidad de los sectores de población que los van a habitar, porque se asume dicha población como “familias tipo” sin distinciones. Se da paso a un modelo que simplifica y tipifica los sectores populares, pero que con el cual se cree atender sus necesidades de vivienda y habitación, basadas en la racionalidad económica y espacial, que en últimas va en contravía de los múltiples usos y prácticas

74 espaciales que se reflejan en los barrios populares, materializados en las diferentes propuestas de vivienda y arquitectura que ofrecen sus mismos pobladores.

Esto representa para los nuevos habitantes de las viviendas de Torres del Progreso, un proceso de apropiación diferente al que vivieron en sus antiguas casas. En principio, en cuanto a su diseño y fachada, la casa no tiene las mismas posibilidades de identificación con sus habitantes (Ver Anexos, Foto 7). Ya no se reconoce en la casa la historia de vida de sus habitantes, tampoco sus gustos o sus condiciones socio-económicas. Todas forman un mar de casas iguales, con algunas modificaciones casi invisibles para el ojo ajeno. La arquitectura casi inmodificable e indistinta de las VIS, sirve de cortina de humo; es un diseño homogeneizante que no da cuenta de los orígenes heterogéneos y que a veces pareciera ocultar la realidad de las familias que las habitan. A pesar de esto, para sus habitantes, este ocultamiento tiene su lado positivo.

“Aquí no se nota la pobreza, o sea la hay al interior de las casas, pero a veces uno se pone a caminar y no se ve por fuera, y acá llegan con envidia y dicen ‘uy esas casas…’ ¿si? Porque acá no se nota la pobreza por fuera. De pronto también sumercé a entrado a casas que de pronto nota la pobreza, ¿si? Pero por fuera no se nota, porque pasa derecho y ve… como las casas son de un mismo nivel no se nota. Yo le digo a mucha gente ‘ola acá uno anda y no nota la pobreza’” (Silvano Téllez, 28 de febrero de 2009)

Sin embargo, el asunto de vivir en casas iguales, organizadas y urbanizadas, también tiene un lado problemático para sus habitantes, sobre todo en el tema del pago de servicios públicos. Los habitantes de la urbanización están plenamente convencidos que su estrato debe ser 1 y no 2, porque aunque ahora vivan en una urbanización formal, su nivel de ingresos no cambió y, por ello, no tienen la posibilidad de pagar los servicios y el impuesto predial correspondientes a ese estrato.

“Es que la gente viene y ve las casas y piensa que la gente que vive acá tiene plata, pero lo que no se sabe es que aquí seguimos siendo los mismos pobres que vivíamos en la ranchita que teníamos arriba, en Brisas… y vienen a cobrarnos los servicios

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como si… no, no, no, eso es un error y yo si tengo que decírselo” (Diógenes Martínez, Diciembre 13 de 2008).

La homogeneidad en las viviendas tiene como consecuencia dificultades a la hora de sentirse identificados plenamente con su casa y el problema más grande se presentó cuando las personas se enteraron de la prohibición de modificar las viviendas. Cuando las familias del programa de reasentamientos humanos de la CVP decidieron escoger su vivienda de reposición en Torres del Progreso y firmaron el documento de promesa de compraventa sobre este inmueble, el funcionario de la entidad se encargaba de leerle el documento. En este documento está estipulado que la urbanización donde se compraría la vivienda se encuentra construida bajo el Régimen de Propiedad Horizontal, Ley 675 de 2001. En ninguno de los casos que conocí, el funcionario se detenía a explicar de qué se trataba esa ley y, así, este aparte quedaba como uno más en los que no se reparaba. Por esta razón, a la hora de la entrega de las viviendas, muchas personas quedaban sorprendidas cuando se les informaba sobre la prohibición de modificarla 19, salvo la ampliación establecida en el “manual del usuario”. Gran parte de la vivienda, incluyendo la fachada, es inmodificable y tiene que permanecer exactamente como se entregó; es decir, los espacios establecidos por el arquitecto para la vivienda como la sala-comedor, la cocina, y habitaciones no pueden alterarse. Con esto la CVP esperaba que se establecieran algunas condiciones de uso para sus habitantes. Sin embargo, la historia fue distinta.

Desde el momento en que las familias llegaron a habitar las viviendas de Torres del Progreso, esas distinciones espaciales trazadas por los arquitectos, como sala, comedor y habitación, se fundieron en una sola. Las necesidades de las familias, como la acomodación de sus miembros y las prioridades que le dan al uso de los lugares en las viviendas, cambiaron la organización espacial establecida en las casas. De esta manera, es común encontrar camas donde supuestamente quedaría la sala comedor (Ver Anexos, Foto 8), es

19 Ley 675 de 2008 “ Artículo 4. El propietario de cada apartamento o local podrá modificarle sus elementos ornamentales, instalaciones y servicios cuando no menoscabe o altere la seguridad del edificio, su estructura general, su configuración o estado exteriores, o perjudique los derechos de otros propietarios, debiendo dar cuenta previamente de tales obras al Administrador. En el resto del inmueble no podrá realizar alteración o modificación alguna y si advierte la necesidad de reparaciones urgentes deberá comunicarlo al Administrador”.

76 decir, el espacio íntimo de la habitación se funde con el espacio de la casa abierto al público. Esto sucede especialmente en viviendas donde el número de miembros de la familia que la habitan es muy alto y, como consecuencia, toda la casa se convierte en una habitación y en donde haya espacio vacio se coloca una cama. En algunos casos, las familias usan sólo el primer piso como lugar de habitación y el segundo se vuelve lugar de trabajo, depósito de objetos que ya no sirven o no se han acomodado todavía en la casa, lugar de renta, o simplemente se deja vacío. Esto choca con los principios de privacidad de la sociedad moderna, donde se diferencian y marcan los espacios privados de los públicos por medio de paredes y puertas. Para estas familias, una casa no se puede considerar propia si no se acomoda a las personas que la habitan y pasar por encima de la distribución establecida para los lugares de la vivienda, es una estrategia de apropiación.

El tamaño y la distribución de los espacios construidos en las casas de Torres del Progreso, aunque se concibieron y construyeron como lugares de habitación unifamiliar, son utilizados por familias como lugares de trabajo. En gran parte de las casas, se pueden encontrar pequeños negocios ubicados en la primera planta en el espacio reservado para la sala-comedor. En su mayoría son tiendas de víveres que ofrecen, pan, aceite, cereales, sal, azúcar, bebidas gaseosas, gran cantidad de comida frita en paquetes, dulces, cigarrillos y, en ocasiones, bebidas alcohólicas (Ver Anexos, Foto 9). Igualmente, dentro de las viviendas de la urbanización se puede encontrar: una ferretería, una panadería, dos talleres de costura, una venta de tableta de madera para los pisos, un negocio de pañales, dos líchigos, un centro de acopio de reciclaje, una venta de minutos y una de helados.

Como se dijo anteriormente, el reasentamiento puede llegar a romper redes laborales de las personas que lo viven, como posibles clientes, lugares de abastecimiento, rutas de trabajo y negocios establecidos, debido a la distancia geográfica que se crea al trasladarse a sus nuevas viviendas y al tiempo que se tomarían si quisieran continuar trabajando en sus antiguos barrios o en sus alrededores. Por ello poder montar el mismo negocio o uno nuevo, representa para las familias, no solo una fuente de ingresos, sino una forma de construir vínculos con su nueva vivienda, de darle un uso y superar la ruptura que significó el proceso de reasentamiento.

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“Ya mi trabajo yo lo estoy consiguiendo acá que era lo que estaba extrañando inmensamente… yo estaba haciendo mis viajes diarios, que son 3 horas al día que viajo… o que viajaba, hora y media por la mañana y hora y media por la tarde, entonces se me estaba convirtiendo en medio día. Ya ahorita pues ya tengo mi trabajo acá, pues con dificultades pero lo estoy logrando, pues con dificultades pero ya las cosas empiezan a funcionar…entonces ya menos extraño allá. A mi me entra aquí por ejemplo un trabajo acá, entonces empiezo a extrañar menos” (Silvano Téllez, 28 de febrero de 2008)

En este orden de ideas, las maneras como los habitantes de Torres del Progreso se han apropiado de sus nuevas viviendas no siempre están de acuerdo con la forma como los expertos construyeron éstas viviendas. Ese espacio racional es humanizado y transformado de manera que convenga a las personas que lo habitan. Se vuelve lugar por medio de modificaciones en la clasificación de los espacios: la sala-comedor se vuelve habitación, tienda o lugar de renta, las habitaciones se convierten en depósitos y los patios en criadero de animales, entre muchas otras modificaciones productoras de sentido. Las formas de habitar de las familias de Torres del Progreso, contradictorias a las que se intentaron imponer en las viviendas, salen a relucir poco a poco, en la medida en que las personas empiezan a dar sentido a ese nuevo espacio que habitan, construyendo lugares llenos de significados y prácticas aprendidos y construidos a partir de sus experiencias de vida.

3.1.1 La cosas de la casa

Otra manera de darle sentido a la nueva vivienda, en principio vacía y construida por personas ajenas, es por medio de los objetos que en ella se exhiben. La cultura material de una sociedad refleja sus valores, prácticas y creencias. En un plano micro, como el de la familia y la casa que ésta habita, los objetos y la ornamentación de la vivienda, refleja las personas que en ella viven, sus gustos, sus creencias religiosas y culturales, sus valores, en fin, reflejan la historia y vida de esas personas, representada en fotos, afiches, imágenes religiosas, porcelanas, cuadros, mueblería y electrodomésticos, entre otros (Ver Anexos, Foto 10). Los objetos desplegados en las casas, no sólo fungen como estrategia de

78 identificación con el nuevo espacio, sino que crean una continuidad entre los dos lugares, el del pasado y el del presente. “El carácter móvil de los objetos y de las rutinas y rituales que corresponden a cada uno, permite que el hogar tanto física como simbólicamente pueda ser trasladado de un lugar a otro, recreando en diferentes residencias los mismos modos de usar y dar significado al entorno para hacerlo habitable y comprensible” (Sanín Santamaría, 2009: 35) La casa del barrio en riesgo, ésta que solo puede vivir como lugar de la memoria, ahora puede estar presente en la nueva casa, por medio de sus objetos, los que se adquirieron para darle sentido y humanizarla en medio de la precariedad. Por el valor simbólico y práctico que representaban para sus dueños, éstos fueron llevados a la nueva vivienda, por más inútiles y aparatosos que parecieran ser.

Cada objeto en las casas tiene una historia y un significado diferente para sus dueños. Por lo general, el objeto más preciado en las casas de Torres del Progreso es el equipo de sonido. Decía Ana Tulia Jiménez a manera de broma, que el equipo de sonido le había costado más que toda su casa, refiriéndose a la vivienda que solía habitar en el barrio La Paz Centro (Diario de Campo, Enero 25 de 2009). Ella hablaba de lo costoso y bonito que le parecía y a que éste era el objeto “consentido” de la familia. Era lo único que había en la sala, con excepción de la mesita donde estaba puesto y dos bancas largas de madera que hacían de mesa de comedor, donde los 6 miembros de la familia tomaban sus alimentos, siempre al ritmo de la música proveniente del equipo. A los televisores, también se les da gran importancia en las casas de Torres del Progreso y no faltaban en casi ninguna de ellas. Estos dos artefactos estaban puestos especies de pedestales, en lugares donde fueran vistos por encima de otros objetos y estaban cuidados al máximo, ni un golpe o rasguño se encontraba en estos aparatos. Según Sanín Santamaría (2008) los televisores y los equipos de sonido son objetos asociados al descanso, el entretenimiento, la reunión familiar y el capital económico, convirtiendo su puesto en la casa “en una especie de espacio social en tanto que en él se reflejan y toman forma diferentes percepciones y relaciones sociales” (2009: 41)

Se puede afirmar, entonces, que la adquisición de equipos de sonido costosos no es un simple capricho, esto representa un esfuerzo por tener las comodidades de un mundo

79 moderno de confort y consumo, que no les permite el acceso y los margina, privándolos de los lujos y el bienestar limitado a pocos. Entonces, a grandes rasgos, tener un equipo de sonido o televisor de alguna marca reconocida y de un precio más o menos elevado, significa para estas personas, entre otras cosas, acceder a la ciudad moderna y globalizada.

Otros objetos desplegados en las casas, de importancia para sus habitantes y comunes para los habitantes de la urbanización, fueron los que conmemoraban momentos trascendentes para la familia. Fotos de cumpleaños, grados, bautizos o reuniones familiares son cosas infundidas de un profundo valor simbólico y sentimental para sus dueños, puesto que representan logros o hitos en la vida de un miembro de la familia (Ver Anexos, Foto 11). En algunos casos, pude ver que el afiche que les entrega la CVP cuando las familias reciben sus viviendas, estaba colgado en las paredes, como marcación de un momento trascendental en sus vidas y, en ocasiones, me lo mostraban con orgullo para proceder a contar su historia del reasentamiento. Asimismo, la parafernalia de algún equipo de fútbol colombiano no solo era común, sino de gran importancia para sus habitantes, y podía llegar a ocupar paredes enteras sin posibilidad de modificación alguna.

Por otra parte, es común encontrar el despliegue de objetos religiosos, en su mayoría perteneciente a la tradición judeocristiana, representada en crucifijos, biblias, imágenes de la Virgen María, del Divino Niño y de diferentes santos. También se pueden encontrar varios objetos extraídos de las creencias populares, entre ellos herraduras, plantas de sábila y cuarzos. Cabe resaltar que estos dos sistemas de creencias no son excluyentes, muchas veces, por lo menos en cuanto a sus producciones materiales y su uso, los dos convivían en la misma mesa de la sala, repisa o pared de una casa.

Estas estrategias de apropiación del espacio doméstico, de producción de la casa como lugar lleno de sentido para sus habitantes, son a veces más sutiles que las vividas anteriormente por estas familias. Como ya se dijo, en sus viviendas pasadas había siempre la posibilidad de modificar la casa a profundidad, dadas las características de las viviendas de autoconstrucción, de estar siempre en el proceso de edificarse y terminarse. En estas nuevas viviendas la apropiación se da más en el plano de la significación simbólica,

80 materializada en los objetos de la vivienda, en los usos y prácticas que en ella se lleven a cabo. Sin embargo, a pesar de las normas y prohibiciones sobre la modificación de las viviendas expuestas anteriormente, hay familias que no las toman en cuenta en el proceso de adaptarse a la vivienda y adaptar la vivienda a sus moradores.

En las casas en que se ha podido hacer la ampliación, la mayoría de las veces no se han tomado las especificaciones presentadas en el “manual del usuario”; sobre todo en lo que tienen que ver con el patio, donde se hace caso omiso de las normas sobre ventilación e iluminación y se cierra casi completamente, dejando sólo unos pocos centímetros libres, techados con teja transparente. La razón es la posibilidad de hacer las habitaciones mas amplias, dado el número de miembros en algunas de las familias, de poder acomodar todo el “trasteo” en sus nuevas casas, hacer una cocina más grande o poner un negocio en el lugar reservado para la sala-comedor y tener el espacio en la parte posterior para ubicar los muebles de la sala. Algunas de las consecuencias que pude observar fueron la poca iluminación en los viviendas y los malos olores que circulan por ellas, pero cuando se les pregunta a las personas la razón de por qué hicieron su ampliación de esta manera, la respuesta es siempre que “todos los vecinos lo han hecho igual” (Diario de campo, febrero 26 de 2009). En efecto, la mayoría lo ha hecho de esa manera.

De igual forma, aunque en la licencia de construcción de las viviendas solo esté permitido hacer la ampliación hacia la parte posterior de la vivienda, en el momento de la investigación, cinco familias en Torres del Progreso habían construido un tercer piso. Cuatro de estos, eran especies de terrazas abiertas, reservadas como patio de ropas, sitio de reunión o simplemente un espacio reservado para el descanso con un par de sillas plásticas. En un caso sí se había convertido en una habitación más, lo que hace la casa más llamativa que las demás. Aunque menos común que los casos anteriores, la modificación de muros estructurales se hace con el fin de acomodarse en sus nuevas viviendas, hacer que estas respondan a las necesidades e imaginarios sobre lo que debe ser una casa y para que debe servir. Por esta razón, Orlando Díaz, habitante de Torres del Progreso desde Noviembre de 2008, tumbó parte del muro estructural más próximo a la puerta principal, para poder hacer entrar su moto en la casa (Ver Anexos, Foto 11). Cuando el funcionario de la CVP le

81 preguntó sobre esto, para él la cuestión era muy simple: “si no, ¿como hago entrar la moto? (…) nadie deja parqueadas las motos afuera, ni va a ponerse a pagar parqueadero solo por la moto, entonces, ¿donde la voy a dejar?” (Diario de Campo, febrero 6 de 2009).

Se puede inferir dos cuestiones al respecto. Primero, las modificaciones hechas a las viviendas responden a la diferencia en los imaginarios sobre el espacio, especialmente a las formas de uso, concebidas por los planeadores y arquitectos que construyeron Torres del Progreso, por una parte, y por otra, por las familias que lo habitaron. Para los primeros, las viviendas deben ser usadas para las diferentes funciones que de acuerdo con ellos se comprende en el concepto de habitar: dormir, ir al baño, cocinar, reunirse socialmente; lo que no incluye otras funciones importantes para la gente (como tener de que vivir) que hacen parte o no de su forma de “habitar” (comunicación personal con M argarita Serje, 22 de abril, 2009). Para eso se crean lugares específicos y separados por muros para delimitar espacialmente ciertos usos y comportamientos. Para los segundos, las viviendas responden a otras necesidades, usos e imaginarios, que van mas allá de la simple habitación, ya que sirven como parqueadero de motos y ciclas, lugares de trabajo como tiendas, panaderías, ferreterías y talleres de confección o de renta, entre otros. “La vivienda, en el barrio popular, llega mucho más allá de la noción estructural. Para ellos la vivienda no es solamente la casa para vivir en ella, sino también la casa para rentarla, la casa para producir y hacer comercio; la vivienda puede significar un inquilino y por lo tanto una renta, la vivienda implica la posibilidad de ubicar algunos espacios a su acomodo y aumentar su seguridad” (Carvajalino, 2007: 23).

Segundo, la amenaza puesta por parte de la CVP a las personas que hicieron la ampliación sin tomar en cuenta las recomendaciones mencionadas, es que la Alcaldía Local, encargada de hacer seguimiento a las licencias de construcción de su localidad, podría multar a los propietarios y llegar al punto de hacerles demoler sus mejoras. Sin embargo, esto no representa preocupación alguna, dado que nadie cree que pueda llegar a pasar. La historia de ilegalidad e informalidad en la ocupación del suelo y la construcción de sus viviendas que tienen la mayoría de familias, las lleva a concluir que ese mismo Estado, que no se preocupó cuando ellos invadieron terrenos, no se va a preocupar ahora, por un “inofensivo”

82 tercer piso, un muro estructural modificado o un patio sin ventilación20. Probablemente, en la medida que la gente pueda, más y más viviendas serán ampliadas y modificadas por sus propietarios sin caso alguno a las recomendaciones y normas expuestas en el “manual del usuario”, como respuesta y desafío a los diseños espaciales homogeneizantes que pasan por alto los imaginarios, necesidades y practicas de las personas que los habitan.

Se puede observar, entonces, se muestra como los habitantes de Torres el Progreso, por medio de la cultural material desplegada en su casa, sea esta en forma de ornamentación o modificaciones grandes o pequeñas, hacen de su vivienda un lugar de sentido, que conecta su pasado en los barrios de donde salieron, con su presente y su futuro en la urbanización. La historia y las experiencias pasadas con el espacio, con sus viviendas y con el Estado, le dan el carácter a las casas y a los lugares que ahora habitan. Aunque éstos no se puedan construir enteramente de acuerdo a sus gustos, expectativas y necesidades, los lugares se construyen de maneras muchas veces sutiles, pero que le dan a la casa el aspecto y los significados que tiene en el presente.

3.1.2 La casa segura

No fue ninguna sorpresa para muchas familias de Torres del Progreso cuando llegó la DPAE a los barrios donde solían vivir, declarando que sus viviendas habían sido construidas en zonas de alto riesgo no mitigable por remoción en masa. La mayoría de las familias del programa ya tenían una conciencia común del riesgo, gracias a indicios de que el terreno que habitaban no era viable para vivir en él. En primer lugar, lo empinado de los cerros donde habían construido sus viviendas, les creaba desconfianza y temor. Sin

20 Esto no es t an distante d e la realidad. La emerg encia que se presentó en Buenavista Oriental men cionada anteriorment e, y que fue ampliamente cubiert a por los medios de comunicación nacional es, se debió al descuido de las entidades responsables frente a esta población. Estas viviendas fueron adquiridas por las familias como reposición por sus PAR como parte del programa de Reasentamientos Humanos de la CVP. La licencia de construcción especificaba que antes de construir la urbanización se debían hacer obras de mitigación que contuvieran el talud en la parte posterior del conjunto, sin embargo, esto nunca se hizo. La Alcaldía Local, al no hacer ningún control durante cinco años, no pudo tomar las medidas respectivas frente a la constructora y su incumplimiento de la licencia. Al día de hoy, las familias están viviendo en arriendo, fuera de sus casas, a la espera de un nuevo reasentamiento que las ubique en viviendas seguras (Diario de Campo, febrero de 2009).

83 embargo, estos temores podían desvanecerse cuando se llevaba algún tiempo de residencia allí y no se hubiese presentado ningún derrumbe o movimiento de tierra. También cuando se lograba construir la vivienda con materiales que se pensaban resistentes ante cualquier intento de remoción de tierra. No obstante, en los muchos barrios donde ya se habían presentado derrumbes que habían afectado sus casas o casas vecinas, así como pequeños movimientos de tierra que se podían observar con el rodamiento de piedras, caída de árboles o el sonido mismo que producían, era fuente de constante angustia para las familias que los habit aban.

Por otra parte, el agua representaba otro indicador de un posible desastre. Cuando llovía fuertemente, el agua se convertía en el enemigo número uno de las personas. La tierra se movía, se entraba el agua a las casas pudriendo su estructura y los objetos que había dentro de ella, los riachuelos que se formaban en la montaña tumbaban paredes de lata, de cartón o plástico y cuando estaba acompañada de granizo o viento fuerte, el resultado era peor: los techos se quebraban y se volaban, sin importar la cantidad de bloques de ladrillo que se le pusieran como contra peso, quedando la casa descubierta y a la merced del medio ambiente. Igualmente, la lluvia, colapsaba las redes de servicios públicos piratas, tumbando cables de electricidad y taponando las mangueras por donde llegaba el agua a las casas. Según cuentan sus habitantes, después de una noche de fuerte aguacero, el panorama de las casas llegaba a ser desolador: sin techo, sin luz, inundadas, cubiertas por derrumbes, gente durmiendo en la intemperie, barro por todos lados y el prospecto de empezar una vez más a reconstruir las casas después de la lluvia y el desastre.

“Se entraba el agua por la cocina, eso en la pieza en donde nosotros dormíamos se entraba también, se me levantaban las tejas…” (Diógenes Martínez, Diciembre 13 de 2009)

“Cuando llovía pues el barrial, digo internamente en el lote, era tremendo. Nos tocaba levantar las cosas, y eso cuando la lluvia era muy duro eso era terrible para nosotros todos” (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 15 de 2009)

“Pues allá fue que precisamente por la llovedera que se taparon todas las tuberías y el agua como no tenía forma de salir entonces se filtró por el andén y corrieron las casas, quedaron con fisuras de 10, 11 centímetros (…) Me fui a parar y sentí en los

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pies que estaba todo inundado. ‘Mamá, mamá ¿qué pasó?’ Entonces nos fuimos a mirar y eso sonaba como cuando se iba a totiar. Entonces nos tocó levantarlo” (Jorge Alfredo Murillo, Enero 15 de 2008)

El miedo que sentían las personas viviendo en aquellas zonas representado en la amenaza a su vida y a la de sus familias no pasa cuando para de llover o al darse cuenta que su casa no fue afectada por un derrumbe. El miedo es subjetivado por las personas, se vive y se siente todos los días.

“Una noche estaba yo acostado, me acuerdo que llegué como a las 8 de la noche y estaba yo durmiendo y cuando yo sentí que la loma estaba sonando. Yo me paré de la cama y pegué la carrera hacia la puerta. Y ahí la mujer me dijo ‘¿Qué paso mijo?’ y me di cuenta que había llegado hasta la puerta de un tiro” (Pedro Antonio Correa, Diciembre 14 de 2008)

Se puede decir, entonces, que gran parte de las personas sabían desde hacia bastante tiempo que su vida corría peligro en estas casas. Cuando le pregunté a las familias sobre el momento en que les informaron sobre el riesgo, la mayoría me respondieron que ya sabían, que podían ver como su casa se debilitaba progresivamente, se agrietaba, se partía en pedazos. También, pudieron ver cómo sus vecinos sufrieron la tragedia de un derrumbe encima de su casa, si es que ellos mismos no lo padecieron, y cómo se arruinaban sus enseres por el agua que cada vez se filtraba mas en la tierra y la hacia rugir.

A pesar de los indicios o las manifestaciones claras del riesgo de vivir en esas zonas, el apego de las personas a sus viviendas, el esfuerzo y el tiempo que les habían invertido, la confianza en su trabajo como constructores de su propia morada, les daban razones para creer que sus casas resistirían cualquier el embate de la naturaleza.

“Es que mire, mi casa era cuento aparte, de ahí no la tumbaba nadie, eso tenia una base de cemento que yo le había hecho, eso no se movía. Usted la podía empujar y no se le movía ni un ladrillo” (Juvenal Quiceno, Noviembre 14 de 2008).

Con excepción de los casos como el de Juvenal y su familia, para la mayoría de estas personas, llegar a Torres del Progreso, significa llegar a una vivienda segura. Es mas,

85 muchos escogieron estas viviendas precisamente porque los alejaba de la geografía causante del miedo: estaban en una planicie, lo cual quiere decir que se podía “dejar la loma atrás” (Diario de campo, Octubre 17 de 2008). Las nuevas casas, a pesar de tener de ser todas iguales, de que las familias tuviesen que pasar un tiempo antes de acomodarse y apropiarse de ella, aunque fueran pequeñas y las familias tuviesen que vivir hacinadas, tenían un rasgo que todos identificaban como positivo: la seguridad plena de estar fuera de peligro frente a los fenómenos de la naturaleza.

“(…) digamos que está uno en sitio acogedor y no está uno pasando dificultades por un riesgo o que de pronto aquí llueve y truena y no me da nada… y empieza a llover y yo cierro mi puerta y listo… y no esta uno con su ‘ay dios mío que se venga ese terreno de arriba’, ¿si? No, acá por mi me siento cómodo, acá me siento muy cómodo” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2008)

“Acá me gusta por lo que es plano, por lo que uno se siente como tranquilo” (Gabriel Martínez, Enero 13 de 2008)

Por esta razón, para unas familias la casa ha dejado de tener ese sentido de obsolescencia, de poder desmoronarse en cualquier momento, de vulnerabilidad frente a la naturaleza y se ha vuelto permanente, resistente y confiable. Este sentimiento se alimenta y fortalece de la seguridad de propiedad frente a ellas. Con la llegada a Torres del Progreso se llega también a la ciudad legal, se abre toda una nueva perspectiva y trae nuevas posibilidades, cosas que estas personas veían casi como un imposible.

. . .

En la manera en que se apropian y significan las viviendas de Torres del Progreso, entonces, se puede ver una serie de continuidades y rupturas en las formas de habitar de las familias. En primer lugar, se observa cómo aunque las viviendas hayan sido construidas bajo parámetros de racionalidad y modernidad distantes de los imaginarios y representaciones de espacio de sus habitantes, estos transforman los espacios volviéndolos

86 lugares de sentido, que se acomodan a sus gustos y necesidades del “habitar”, así como a lo que se cree que es “vivir bien”.

En segundo lugar, estas maneras de apropiarse del espacio están acompañadas y se constituyen de modificaciones sutiles o explicitas en las viviendas. La ornamentación y las alteraciones al espacio físico responden, una vez mas, a la construcción histórica y social de los espacios y las formas como se les da significado, volviéndolos propios y construyendo con ellos relaciones de reciprocidad generadoras de identidad y pertenencia.

Por último, la consciencia creada alrededor del ries go, en parte por la experiencia, en parte por la institucionalidad, le dan un nuevo significado a las viviendas de Torres del Progreso. La tranquilidad asociada con el espacio doméstico –la casa como refugio- se hace un poco más real en su vida en la urbanización, aunque solo sea en un aspecto (la seguridad que no se va a caer) de los tantos que representa el espacio social de la vivienda. Esto, en últimas, contribuye y define en gran parte la manera como las personas se relacionan con los espacios que habitan y los hacen propios.

3.2 “Ya estando aquí en el barrio, ya tiene uno que saber que es de acá”

Para discutir la manera como los habitantes de Torres del Progreso se han apropiado del nuevo espacio que los rodea, no se puede hablar de la casa como un lugar aislado. La idea de barrio, sus representaciones sociales e imaginarios colectivos, también hacen parte de ese proceso. Al igual que con la casa, llegar a habitar un espacio que hace de barrio, construido casi en su totalidad, difiere de llegar a habitar un espacio prácticamente vacío, que se tuvo que hacer poco a poco, con esfuerzo, trabajo y dedicación.

Los lugares de donde vienen estas 153 familias, al igual que sus casas, se fueron haciendo barrios a partir de la autoconstrucción de sus habitantes (Ver Anexos, Foto 12). Es decir, fueron construidos de una manera progresiva, a partir de diferentes olas de migración (desde dentro y fuera de la ciudad) que llegaron a ocuparlos. La apropiación de estos espacios, entonces se da enmarcado en el proceso de su misma construcción:

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“ Un grupo, al apropiarse de un territorio, no sólo reivindica el control de los recursos que allí se localizan, sino también las potencias invisibles que lo componen. Ello es evidente en los asentamientos populares construidos por sus propios pobladores: teniendo como trasfondo, contradicciones estructurales profundas (marcadas por la desigualda d social y la crisis urbana), la conquista común de un terreno donde construir sus viviendas y la infraestructura de servicios para habitarlo dignamente, ha sido el proceso más decisivo en la configuración de una identidad colectiva” (Torres Carrillo, 1999: 18).

La producción social de los barrio de donde proceden las familias de Torres del Progreso no fue tarea fácil y empezó cuando alguna persona, por iniciativa propia o porque se enteró que en cierta zona se podía tomar un lote para construir vivienda, hizo su casa en un terreno no legalizado. Una vez se apropio de éste, se hizo dueña de lotes cercanos y los vendió a personas que lo requieran. Así, poco a poco, los nuevos pobladores pudieron dividir sus lotes y venderlos, lo que resultó en una progresiva densificación de la zona. Definir las fronteras del barrio, por una vía, un accidente geográfico o por el momento de llegada de sus habitantes, es de suma importancia en la creación de la identidad del lugar y casi nunca se impone de forma arbitraria, sino se construye según los usos y el imaginario que se tenga del lugar que se habita. Igualmente sucede con el proceso de nombrar al barrio. Esto tiene una importancia grandísima a la hora de apropiarse de un espacio, ya que según Tuan (1991), nombrar es poder. Se trata del poder creativo de llamar algo a ser, de hacer de lo invisible visible, de impartir cierto carácter a las cosas y a los lugares. Así, gran parte de la identidad de un lugar la constituye su nombre.

De esta manera, un asentamiento se vuelve barrio cuando la experiencia compartida de sus pobladores, en la identificación de necesidades comunes y la realización de acciones conjuntas para satisfacerlas, crea un universo socio-espacial compartido por todos, que ya comienzan a reconocerse como vecinos y habitantes de un lugar que se empieza a entender como barrio. “Construyendo su barrio, sus habitantes construyen su propia identidad” (Torres Carrillo, 1999: 19).

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A pesar del proceso identitario que conlleva el forjar el nacimiento y constitución de un barrio, algunas de las personas en el proceso de reasentamiento, lograron romper prácticamente todos los lazos sociales y emocionales que tenían con su antiguo barrio. Este es el caso de Carmen Alvarado, procedente del barrio Espino I Sector o Cazuca -como ella le llama-, quien desde que salió de su barrio a vivir a Torres del Progreso no volvió, dejó de hablar con sus antiguos vecinos y no quiere saber nada de lo que sucede con las personas que quedan viviendo allí. Únicamente mantiene algún contacto con sus vecinos del Espino que viven ahora en Torres del Progreso. Para Carmen, El Espino se convirtió un lugar de miedo. El miedo que sintió el primer día en que empezaron los derrumbes no fue nada comparado al terror que le producían las noches en el barrio, donde “todos los días se escuchaban tiros y hasta habían muertos también todos los días” (Diario de Campo, Octubre 23 de 2008). En un fatídico día su hijo fue víctima de aquellos disparos nocturnos que ella escuchaba diariamente; lo encontró sin vida en la entrada de su casa en la mañana siguiente. No obstante, antes de que sucediera tal cosa, Carmen no salía de su casa después de las 6 de la tarde, y si tenía que atender algún asunto lejos del barrio, controlaba su tiempo de manera que pudiera llegar a su casa antes de anochecer. De igual forma, controlaba el tiempo de los que vivían con ella, es decir, su hijo, su nuera y tres nietos, uno ya adulto y dos niños gemelos. Esto con el fin de que la vivienda no se quedara sola, porque el miedo a que se le entraran a la casa a robarle las pocas cosas de valor que poseía era una constante, que estaba sustentado en los múltiples robos que había tenido que presenciar a lo largo de su vida en el barrio.

Para Carmen Alvarado, Torres del Progreso representó una salida a la vida que llevaba en su antiguo barrio. Aunque éste era el lugar donde vivía y su punto de referencia frente a la ciudad y el mundo, se había convertido en un lugar del miedo y negativo, con el que había perdido la posibilidad de identificarse, donde se sentía “fuera de lugar” y su sentido de pertenencia se desvanecía cada noche que pasaba en vela por causa de la violencia permanente. La muerte de su hijo causó su rompimiento definitivo con el barrio. En realidad, él y su familia, eran la razón de por qué Carmen seguía viviendo en el Espino y cuenta, con determinación, que si la decisión la hubiese estado en sus manos, no habrían

89 vivido allí por 12 años, pero su hijo y su respectiva familia se negaban a irse de allí, puesto que su vida y sus redes sociales estaban centradas en el espacio del barrio y sus alrededores (Espino II y III). Su apego por este lugar era profundo, tanto así que cuando la CVP les avisó que les iban a entregar su casa, su nuera, viuda y madre de los gemelos, decidió arrendar una pieza y quedarse en su barrio. M ientras que para su madre éste era un lugar del miedo y de muerte, para su hijo era un lugar de vida. Ahora sólo existe como un lugar de la memoria para Carmen y, por más que quiera ser borrado, seguirá presente en ella por muchos años; probablemente por el resto de su vida.

El caso de Carmen Alvarado es ejemplar a la hora de ilustrar el rompimiento que representa para algunos la experiencia del reasentamiento. Por el contrario, hay otras personas que conservan lazos fuertes con sus antiguos barrios. Los parientes y amigos que quedaron atrás, es lo que más extrañan de estos lugares. Las redes sociales, de amistad y parentesco, establecidas en el espacio del barrio, se debilitan o se rompen totalmente, lo que tiene diferentes consecuencias para sus miembros, socavando primordialmente la solidaridad y reciprocidad sobre la que las personas dependían para sobrellevar el día a día en condiciones socioeconómicas difíciles. Al no sentirse parte de una comunidad en Torres del Progreso, así como lo sentían en sus barrios pasados, las personas vuelven constantemente a estos. Van a visitar a sus parientes o a sus amigos, también van a enterarse de que ha pasado o de cómo está el barrio, o a mirar como va cambiando a medida que las familias se trasladan a sus nuevas viviendas. Frecuentemente traen información sobre esos viajes y la transmiten a sus antiguos vecinos que también viven en Torres del Progreso o, inclusive, a los que viven en otros lados de la ciudad, creándose una red de información que revive el sentimiento de pertenecer a un barrio, de ser de allá y tener esa identidad.

Los jóvenes parecen ser una de los grupos poblacionales más afectados por el rompimiento de las redes sociales en el barrio. Su crianza y crecimiento les crean un apego muy profundo a aquel lugar: allí hicieron sus primeros amigos, tuvieron sus primeros amores y les dio una identidad fuerte de pertenencia, de sentir que el barrio era su territorio. Muchos jóvenes vuelven regularmente a sus barrios de procedencia; por lo general a visitar a los amigos que quedaron allá y muchos dicen no sentirse bien en Torres del Progreso.

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Igualmente, éstos suelen decir que todavía no han logrado adaptarse y les gusta la idea de poder volver al barrio, así sea por unas horas. De igual forma, dejar el colegio a donde asistían, lugar donde crean gran parte sus redes sociales, se convierte en su mayor inconveniente al momento de trasladarse a su nueva vivienda. Tanto así, que muchas familias deciden no cambiar de colegio a sus hijos y sufragar los gastos de transporte para que puedan seguir asistiendo en su barrio de procedencia.

“Él todavía no se acopla [su hijo de 15 años]. Dice que por las amistades, por sus compañeros, por el cambio de colegio. Él extraña mucho sus compañeritos porque desde primero, prácticamente hasta ahorita que lo separamos. Aquí no tiene amistades en el barrio. El todavía va mucho al barrio, porque el tiene una amiga allá…” (María Adelina Piragauta, Diciembre 14 de 2008)

Dentro de las diferentes formas de construir redes sociales, son comunes las pandillas entre los jóvenes que llegaron a Torres del Progreso. No todas actúan como formas de organización delictiva, como se suele representar en los medios de comunicación y en la opinión pública en general, también actúan como formas de protección frente a las inseguridades del barrio y son fuente de identidad y de sentido de pertenencia a un lugar. Al desintegrarse el barrio, éstas también suelen dis gregarse, especialmente cuando sus miembros son dispersados por causa del reasentamiento. Los jóvenes que hacían parte de alguna pandilla en su barrio de procedencia, al verse desprovistos de un grupo social que le brinde sentido a su vida en los lugares que habitan, se unen a las que encuentren en los alrededores del barrio al que llegaron o forman nuevas con los jóvenes que van trasladándose.

Por otra parte, las redes que las personas han creado alrededor del trabajo también sufren la ruptura del reasentamiento y, así como esto dificulta la apropiación del espacio de la casa, también lo hace con el barrio. A partir de su vida en el barrio de procedencia, las personas establecían puntos estratégicos y de referencia para rutas, clientes, abastecimiento, etc. En el nuevo lugar que habitan, al ver lo costoso –en cuanto a tiempo y dinero- que puede llegar a ser seguir trabajando en su antiguo barrio o en sus alrededores, se deben reconstruir las

91 redes laborales. Esto sucede en forma notoria con las personas que viven en Torres del Progreso para las que el reciclaje es su fuente principal de ingresos. Para ellos el barrio no sólo significaba lugar de residencia, sino un lugar sobre el que se había construido un mapa de trabajo, estableciendo dónde, cómo y con quién se realizaba. Estas personas habían establecido lugares donde podían encontrar los materiales para su trabajo, es decir, basura y materiales de desecho que se pudiesen vender en centros de acopio, chatarrerías y fábricas. Estos lugares suelen quedar próximos al barrio donde habitan; si no es así, las personas crean rutas estratégicas a partir de su barrio y de la oferta y la demanda sobre su trabajo. Estás practicas se fracturan en buena medida por el cambio de lugar de residencia causado por el reasentamiento.

Por ello, cuando Sinaí Castro, reciclador desde hace mas de 20 años, llegó a Torres del Progreso, el mapa que había creado a partir de la experiencia de trabajo y vida en el barrio Nueva Esperanza, se quebrantó de manera profunda. Poco a poco, Sinaí empezó un proceso arduo para reconstruirlo, produciendo nuevas redes sociales y dinamizando las viejas que hacían viable su trabajo. Según él, en Nueva Esperanza tenía “trabajo fijo” todos los días. En un principio seguía yendo hasta el barrio Diana Turbay, próximo a su barrio de procedencia, para conseguir su material de reciclaje, almacenarlo y venderlo. Sin embargo, los días se le estaban haciendo muy cortos y el precio de hacer ese viaje diariamente se le estaba convirtiendo en un problema para su economía y su salud. Por esta razón, empezó a buscar de que manera hacer su trabajo en su nuevo barrio y encontró una nueva ruta, hacia los barrios de Santa Fe y San Luis, en Bosa, y Patio Bonito, en Kennedy. Asimismo, decidió convertir la primera planta de su vivienda en una bodega para el material que recoge y aunque su esposa María Ligia no estuvo muy de acuerdo, lo apoyó porque entendía las facilidades que esto representaba para él y el sostenimiento económico del hogar.

Los vecinos, son los que hasta el día de hoy no están de acuerdo con Sinaí en “convertir el barrio en un centro de acopio” (Diario de Campo, Noviembre 17 de 2008) y lo que más les molesta, es que la zorra esté parqueada todos los días frente a sus casas (Ver Anexos, Foto 13). Según los vecinos, el proceso y resultado de la apropiación del barrio por parte de

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Sinaí Castro, hace que se vea “feo”, “desordenado y “sucio”. No obstante, esto no le preocupa a Sinaí mientras el espacio donde viva pueda tener uso para su trabajo y su familia. Estas consideraciones estéticas sobre el imaginario de cómo debe verse Torres del Progreso simplemente no son compartidas por todos.

De esta manera, el reasentamiento puede llegar a generar situaciones de conflicto sobre los usos y los imaginarios del barrio. Mientras la apropiación de los barrios de autoconstrucción, la identidad cohesionadora surgía alrededor de la construcción física y simbólica del barrio, en los nuevos barrios se crean dinámicas que van más hacia la construcción de sentido sobre el lugar que ahora habitan como vecinos.

Una de las dinámicas observadas es la forma como esta apropiación se impulsa a partir del intento de olvido de un lugar en donde habitaron, un barrio que se quiere borrar de la memoria y que le da a Torres del Progreso un nuevo significado: una vida nueva. Por el contrario para otras personas dejar el barrio atrás es mas difícil. Para los jóvenes éste se veía como su lugar de pertenencia, donde encontraban sitios de socialización y de creación de identidad. Las pandillas, los amigos y el colegio, daban el sentido a sus vidas, creando redes de reciprocidad identitaria con el barrio. Para los adultos, el barrio no sólo significaba lugar de residencia y de socialización, también estaba arraigado a su trabajo y a su sostenimiento económico. Así como los jóvenes crean estrategias para darle sentido a su nueva vida en Torres del Progreso, los adultos buscan formas de reconstruir aquello que les daba identidad, como es el caso del trabajo.

No obstante, lo que hace que un barrio tenga sentido no es igual para todos y las transformaciones del espacio físico y social que con esto se generan, son fuente de constantes negociaciones y conflictos entre los nuevos vecinos. Unos construyen significado a partir de la funcionalidad en el uso para la vida diaria de sus habitantes, mientras otros lo hacen mediante nuevos imaginarios sobre la estética y el “cuidado” del barrio.

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3.2.1 “Tan cerca pero tan lejos”: El barrio fragmentado

Los imaginarios construidos colectivamente sobre cómo debe ser un barrio moldean la imagen que se crean las personas sobre Torres del Progreso. La concepción del barrio como ente homogéneo y enmarcado en un espacio delimitado por fronteras claras, crea la noción de barrio como una comunidad. El imaginario sobre los habitantes de Torres del Progreso no se aleja mucho de esta situación. Como se mencionó anteriormente, las familias que llegaron a habitar la urbanización vienen de diferentes espacios de la ciudad, que a partir de imágenes producidas desde los medios de comunicación, las instituciones del Estado, los rumores y las vivencias propias de la ciudad, se constituyen como comunidades definidas a partir del peligro o la delincuencia, de alguna especialización laboral, de alguna afiliación política o cultural, entre otros.

Indagando las representaciones sociales de los habitantes de Torres del Progreso sobre su barrio, se hizo particularmente visible este fenómeno. Para estas personas, uno de los problemas más grandes que encontraban, era el hecho que las personas que habían llegado a vivir ahí, venían de diversos barrios, incluyendo aquellos que se consideraban indeseables y peligrosos en la ciudad. Lo que más me llamó la atención, es que aquel imaginario que tienen los bogotanos sobre la división de la ciudad en Norte-Sur, donde el norte es lugar de desarrollo y seguridad y el Sur de pobreza, peligro e ilegalidad, la tenían los habitantes de ese Sur, pero respecto a su fracción en la ciudad. De esta manera, en el Sur se han construido varias estratificaciones, dentro de la cuales la localidad de Ciudad Bolívar se encuentra en el último peldaño. Tanto así, que para personas provenientes de otras localidades en el sur de la ciudad, como San Cristóbal y Usme, tener que ocupar el mismo espacio de residencia con “ gente de Ciudad Bolívar” es bastante preocupante, lo cual en últimas, los convierte en los chivos expiatorios de los problemas del barrio.

Aunque desde afuera Ciudad Bolívar sea vista como una localidad homogénea, caracterizada por la pobreza, la inseguridad y el delito, desde adentro este lugar se ve de manera un poco diferente. Allí los barrios están igualmente estratificados por sus habitantes y factores como la edad de los barrios, el aspecto físico de sus casas y calles, la cercanía a

94 las vías que conectan con el resto de la ciudad y los índices gubernamentales y no gubernamentales sobre violencia trasmitidos por los medios de comunicación o las instituciones que hacen presencia allí. Estos factores crean una escala social que estereotipa y tipifica los lugares de la localidad. El sector conocido como Altos de Cazucá, que rompe las fronteras político-administrativas, dado que abarca un área que corresponde al Distrito de Bogotá como del municipio de Soacha, en el imaginario de los habitantes de Torres del Progreso aparece como el más amenazante. El hecho de “mezclar a las personas” tal como me lo dijo Ana Cecilia Cárdenas, proveniente de El Tesorito, barrio de la localidad de Ciudad Bolívar, se convierte en el culpable de cualquier problemática alrededor de las prácticas que son consideradas en contra de los valores establecidos.

“Lo que hace falta de pronto son como unos cursos a la humanidad, pues todos no todos venimos del mismo sitio. Hay gente que viene de pronto de sectores más pesados, por ejemplo Cazucá, y entonces no respetan sino quieren hacer lo que ellos quieran” (Avelio Sanguino, Enero 31 de 2009)

“Pues sí he oído que atrás, no sé en dónde que hay una parte donde venden marihuana, que hay muchachos que la fuman, entonces yo pienso que como venimos de varias partes y habemos de todo, gente que trabaja, gente seria…yo me imagino que sería por eso” (Dora Emilce Zapata, Enero 31 de 2009)

“Por ejemplo aquí toda esta gente viene de Altos de Cazuca, mejor dicho sitios muy terribles” (Diógenes Martínez, Enero 13 de 2009)

“Lo que no me gusta fue que nos revolvieron con toda índole de gente, con toda clase de gente, porque deberían de tener algo como…. Así como usted que hace una encuesta y usted sabe más o menos qué gente es. Hay por ejemplo chatarreros, gente de mala calidad que se ve por encima…y aquí vinieron y nos dejaron con toda calidad de gente. Y entonces eso es lo que no me ha gustado, que nos reunieron con toda clase de gente” (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 15 de 2008)

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En contraposición a los imaginarios construidos por estas personas sobre los barrios de donde llegan sus vecinos, aquellas que llegaron de los lugares de la ciudad estigmatizados y reducidos a lugares del miedo, la ilegalidad y el peligro, ven en Torres del Progreso una salida a aquel estigma y la marginación social a la que estaban sometidos:

“Hasta pa’ trabajar, porque allá en el barrio no podíamos buscar trabajo y poner en la hoja de vida el barrio la Paz Centro porque lo rechazaban a uno (…) Entonces tocaba por otro lado buscar y así. Entonces cuando yo conseguía trabajo y decían: ‘¿A dónde vive sumercé?’, yo le dije ‘¡ah no! yo vivo en Germania´; yo nunca casi decía mi barrio por eso, porque era peligroso. Salía por televisión y todo” (María Helena Rodríguez, Febrero 4 de 2009).

De igual manera, para ellos, la “mezcla de personas” no representaba una situación negativa, y al contrario de muchos de sus vecinos, veían esto como un cambio positivo con el cual podían subir un peldaño más en la escalera de estratificaciones sociales, lo cual les abría una nueva puerta a nuevas oportunidades de inclusión en la ciudad.

“Me gusta del barrio me gusta de pronto la gente, vi el cambio de gente, aquí hay gente sociable también, hay gente de también buena calidad, aquí hay gente… no todos los que llegamos o que haigan llegado son, ¿si?... recicladores. No, aquí hay gente también de muy buenos empleos” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2009).

Si bien la concepción de barrio como entidad homogénea influía de manera no siempre positiva en las representaciones que se iban creando sobre Torres del Progreso, esto, frente a las ventajas y beneficios que estas mismas personas percibían sobre su nuevo lugar de residencia, no tenia gran significación a la hora de apropiarse de su nuevo barrio. Al contrario, enmarcaba la construcción de nuevo espacio en un nuevo orden social.

Como se ha dicho anteriormente, la diferencia más radical entre los barrios de autoconstrucción y las urbanizaciones de VIS, como lo es Torres del Progreso, es que mientras los primeros fueron poseídos antes de ser habitados y construidos paulatinamente por sus residentes, el último fue edificado a manos de otras personas, expertas en

96 arquitectura y urbanismo, y su habitación y apropiación fue posterior a su construcción. Si bien este nuevo espacio presenta algunos retos a las personas para su apropiación, también abre oportunidades y nuevos horizontes, en especial, el de pertenecer a la ciudad.

Tres son los factores, que ya se pueden inferir y que hacen de Torres del Progreso un ingreso a la ciudad y a la ciudadanía para sus habitantes. En primer lugar, el diseño arquitectónico de la urbanización acerca a sus habitantes a la ciudad. Las casas, los jardines, los pasillos peatonales, el parqueadero y las vías pavimentadas; en fin, la racionalidad de sus espacios, insertan a la urbanización en la arquitectura de lo planeado y premeditado. Entonces, esta urbanización habitada por familias venidas de habitar lo no planeado, lo espontáneo y lo imprevisto, se vuelve parte de la ciudad moderna. “Bonito”, “moderno”, “elegante”, son algunos de los adjetivos que usan las personas a referirse a su nuevo barrio de residencia.

En segundo lugar, la inclusión en la ciudad viene de la mano con el acceso a servicios públicos legales, que a pesar de las dificultades económicas que pueden presentarse en las familias por pagarlos, también les permite obtener mayor seguridad y salubridad, sobretodo en cuanto a la obtención del servicio de acueducto. En el transcurso de mi trabajo de campo, pude escuchar en repetidas ocasiones los esfuerzos y situaciones difíciles por los que pasaban las personas para pagar las facturas de los servicios públicos, al punto que la prioridad del hogar, antes de la alimentación, se volvía estar a paz y salvo con las empresas proveedoras de estos servicios. Esto muestra lo preciados que se convierten estos servicios vitales para la vida en la ciudad, simbolizados en las luchas personales y comunitarias en las que participaron estas mismas personas para tener acceso a ellos en sus barrios anteriores. Poder tener agua y luz legales en su casa no solo representa una mejora en lo que se considera la calidad de vida, sino también significa hacer parte de la ciudad formal y legal, que les cerró las puertas y los marginó durante años.

Por último, la ubicación de Torres del Progreso, fuera de la periferia marginada de la ciudad, da un aire de pertenencia a ésta última. En el transcurso del trabajo de campo para la presente investigación, cada vez que iba a los barrios sujetos a reasentamiento por alto

97 riesgo no mitigable, tenía la sensación de estar fuera de Bogotá. No solo mi camino usual desde Chapinero a los barrios mas alejados en Ciudad Bolívar o en San Cristóbal era muy largo (con una duración de más o menos una hora y media), sino que daba la impresión de salirse de la ciudad; cuando lo pavimentado se cambiaba por la carretera destapada, los edificios y casas aglomerados en manzanas dejaban de existir y sólo se veían lomas con casas hechas de lata, cartón, plástico o madera, y edificaciones y amoblamiento urbano como hospitales y colegios dejaban de verse o se convertían en pequeñas edificaciones improvisadas y precarias. Parecía un espacio liminal21 entre lo urbano y lo rural, enmarcado en la pobreza y la miseria. Si bien el trayecto hasta Torres del Progreso no era rápido ni cercano, nunca se perdía de vista el horizonte de la ciudad y alguna continuidad se podía divisar en el camino, liderada principalmente por las vías del Transmilenio, aquella nueva fuente de identidad capitalina.

Con lo anterior, no se trata de contradecir el argumento expuesto sobre los puntos de referencia y ubicación en la ciudad creados por las personas habitantes de aquellos barrios marginados y distantes de los centros citadinos. Pero la cercanía del nuevo lugar de vida a centros de vida citadina como la Central de Abastos “Codabas”, el “Portal de las Américas” de los buses articulados de Transmilenio, centros comerciales como el “Tintal Plaza” y mega-colegios distritales como la “Ciudadela Educativa de Bosa” y “IED El Porvenir”, hacen que las personas que ahora viven en Torres del Progreso sientan que pueden acceder a la ciudad, a sus centros establecidos de comercio, transporte, ocio y recreación, dándole un nuevo matiz al vivir en la ciudad y a la posibilidad de convertirse en ciudadano formal. Sin embargo, es importante recalcar que en muchas ocasiones este ingreso a la ciudadanía no pasa de ser parcial o simplemente una ilusión. Aunque la ubicación geopolítica de Torres del Progreso si tiene ventajas notorias frente a los barrios periféricos de procedencia, la situación socioeconómica de la personas continúa siendo igual o peor, lo cual no permite el disfrute a cabalidad de los beneficios de la ciudad, ahora cercana y aparentemente

21 Los espacios liminales se caracterizan por estar llenos de ambigüedad y discontinuidad. Estos se crean cuando la categorización espacial basad a en lo que es y lo que no puede ser (A y no-A), pierde su efectividad y la separación de las cosas en estas categorías se vuelve insostenible en ciertos espacios (Sibley, 1995).

98 accesible. Esto es lo que mas molesta y condena a estas personas, ya que ahora se encuentran “tan cerca pero tan lejos” (Notas de Diario de Campo, Octubre 17 de 2008), entre el poder y el deseo.

En resumen, Torres del Progreso se puede ver como un barrio fragmentado. En primer lugar, la visión de los barrios como comunidades homogéneas, crea en Torres del Progreso diferentes estratificaciones sociales. Estas forman representaciones sociales sobre el barrio que no son compartidas por todos, ya que dependen, en gran parte, a los barrios de procedencia de sus habitantes. Mientras para unos estas son negativas, para otros no lo son del todo.

Sin embargo, la sensación haber sido incluidos en la ciudad, a partir de la nueva ubicación de su barrio, siembra un optimismo compartido por muchos de los habitantes de Torres del Progreso, aunque no siempre sea tan cierto. Torres del Progreso es así un barrio fragmentado de la ciudad, ya que este aparente acceso a la ciudad, mediante la cercanía a algunos lugares representativos de la ciudadanía moderna, es a veces inalcanzable para sus habitantes.

De cualquier manera, como se vera a continuación, es posible afirmar que este paso a la formalidad que abre las puertas a una cuidad que no les era cercana, genera nuevas dinámicas alrededor del espacio, nuevos imaginarios del deber ser en el barrio, que establecen nuevos ordenes sociales entre los habitantes de Torres del Progreso.

3.2.2 De lo informal a lo formal: el barrio como deber ser

El aparente paso de lo informal/ilegal a lo formal/legal que dan las personas una vez se trasladan de sus barrios en situación de alto riesgo a las urbanizaciones de VIS –hechas a la medida de la ciudad moderna-, moldea procesos de apropiación del espacio del barrio diferentes, aunque no independientes, de los procesos ya vividos por cada una de las personas que se encuentran como vecinos en este nuevo lugar de residencia y vida. Dentro de esos procesos de apropiación e identidad, nuevas formas de poder son construidas en el nuevo espacio. Estas son producidas a partir de la ubicación en un nuevo lugar en la ciudad,

99 su aparente acceso a la ciudadanía y las rupturas sociales y culturales en la vida de las familias sujetas al programa de reasentamientos. No solo se tratan de las nuevas dinámicas de poder establecidas entre el Estado y personas mencionadas anteriormente, sino también de los modos de poder informal que se crean dentro de la misma comunidad y que intentan incluir a Torres del Progreso dentro del orden establecido de la ciudad.

En la investigación llevada a cabo por el antropólogo Stanley Brandes (1988) sobre el poder y el control social en las fiestas de México rural, se hace una diferencia conceptual entre poder y persuasión. Primero se refiere a las influencias coercitivas y manipuladoras de los órganos formalmente constituidos del Estado y la iglesia, es decir, las agencias formales de control social. El autor, siguiendo a Focault, establece que el poder es omnipresente, a tal punto que “through the manipulation of resources and ideas, powerholders can enforce personal and social identities and can even afect our self-image” (Brandes, 1988: 5). La persuasión, por otra parte, se entiende como las presiones totalmente informales y los procedimientos instructivos que llevan a la gente a conducir su vida en consideración a estándares particulares (Brandes, 1988). Esta definición se acerca a lo que Jackson (1984) identifica como control social informal, es decir, la habilidad de un grupo social de auto regularse, mediante una implícita referencia a una serie de principios morales superiores que van más allá de los intereses particulares.

Antes de la instauración de un programa distrital para reconocer y reasentar hogares que se encontraran en alto riesgo no mitigable, los barrios que fueron objeto de dicho programa, prácticamente no tenían presencia estatal, a excepción de la vinculación de niños y jóvenes a los centros educativos distritales, alguna presencia de entidades de bienestar y la aparición ocasional, con poco poder efectivo, de la fuerza pública de la policía. Aunque en algunos barrios y sectores, el acceso a servicios sociales del Estado fuera mayor que en otros, el sentir general de la población es de abandono por parte de las instituciones públicas 22.

22 Con algunas excepciones especiales, como la de Diógenes Martínez, que se siente abandonado por el Estado, ahora que llegó a Torres del Progreso: “ Allá por lo menos había mucha ayuda, inclusive la niña menor tenía una beca y todo eso. Y ya después que nos vinimos pa acá todo nos lo quitaron. Las dos niñas las teníamos becadas en la Fundación Lautes y ya por venirnos pa acá ya no. Y la otra niña también tenía otra beca en Pastoral Social y también por habernos

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Desde el momento en que se ingresa al programa de reasentamientos, estos barrios empiezan vislumbrar la presencia institucional, sin embargo, esta suele ser pasajera en aquellos donde no todos las hogares están en alto riesgo, dado que la CVP, entidad siempre presente mientras se trasladan las familias, se va una vez finalice su tarea misional.

Para los que fueron trasladados, la presencia estatal dura un poco más de tiempo que para los que se quedaron, dado que ésta se extiende, de cierta manera, a su vida en el nuevo barrio. La nueva relación con las empresas de servicio público, los mega-colegios del distrito, la atención de post reasentamientos de la CVP y su intento por articular las otras entidades públicas, es parte de la nueva presencia del Estado en el barrio. Aunque esto trae algunos beneficios para las personas, también se instituyen nuevas formas de poder y control social, que no siempre son bienvenidas por sus receptores.

La intervención social de la CVP en las familias que se trasladan a urbanizaciones de VIS, es guiada hacia el restablecimiento de las redes sociales y el mejoramiento de la calidad de vida de las personas. Sin embargo, como los barrios de donde éstas provienen no siempre hubo esta intervención y seguimiento por parte del Estado, el nuevo control que se genera sobre sus vidas difiere mucho de sus dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas. Empiezan a formar parte de este escenario institucional entidades como la Secretaría Distrital de Salud, con el programa de “Vigilancia de Salud Pública”, que delimita y establece como debe ser manejo de las mascotas; las Alcaldías Locales, haciendo seguimiento y control de las formas como los habitantes han modificado sus viviendas o las zonas comunes del barrio; o el Instituto de Participación y Acción Comunitaria (IDPAC), apoyando la constitución del Consejo de Administración en las urbanizaciones, sea que las personas estén de acuerdo con la implementación régimen de propiedad horizontal en su urbanización o no. Este nuevo escenario de poder estatal que se instaura en las urbanizaciones no sólo da un nuevo aire de pertenecer a la ciudad, sino que también venido pa acá nos lo quitaron. ¡Y las ayudas que nos daban! Y con el problema de tener esa edad que le ponen peros para trabajar. (…) Yo fui al COL, ¿cómo es que se llama?.... (Señora: Bosa Centro). Y no, no se pudo. Es que yo no me explico qué pasa con la gente, si es que es ignorante porque supongamos que allá nos daban las ayudas, pero que por habernos venido pa acá entonces no” (Diógenes Martínez, Enero 14 de 2009)

101 introduce un orden social basado en valores específicos sobre la convivencia y los derechos y deberes ciudadanos.

Si bien este nuevo “deber ser” se impone desde afuera, los habitantes del barrio también asumen nuevas formas de control social, basadas en valores establecidos como el respeto, la moral y la convivencia pacífica. Esto, entre las personas con las que tuve oportunidad de ahondar en el tema, se ve como una consecuencia natural de cambiar de espacio en la ciudad, de pertenecer a lo legal y/o lo formal. El traslado de vivienda para estas personas, no se trata de una simple mudanza, significa una transformación en las concepciones e imaginarios sobre el habitar y la conducta social que este nuevo espacio exige.

“Allá [Santa Viviana] es un barrio de esos que tienen cantidad de perros, pero entonces allá en la calle hay mucho espacio y todo es destapado, sin pavimento y hay perros en casi todas las casas. Pero entonces aquí si ya es fastidioso esos agarrones de perros y ese poco de perros” (Gabriel Martínez, Enero 13 de 2008)

“O sea yo soy pobre pero a mí me gusta, yo soy como amiga de la escoba. A mí me encanta ver limpio y eso si me tiene como un poquito triste porque la gente no barre, y no sé, y las zonas verdes están como muy abandonadas… y es que aquí si paga tener todo bien bonito” (Dora Emilce Zapata, Enero 31 de 2009)

“Pues digamos como aquí la cogimos a otro nivel de vida, como aquí desde que yo llegue aquí es otro nivel de vida distinto y que de pronto la gente sea entonces mas sociable mas educada, eduque sus niños porque todo viene por casa” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2008)

“Pero aquí como la organización y ya cambiando pues la situación de que esto es como más moderno, o sea un sitio mejor, ¿sí? (…) que al menos atendieran a la convivencia y respetaran los derechos de las demás personas” (Avelio Sanguino, Enero 31 de 2009)

Estas nuevas concepciones sobre el “vivir bien” o “habitar-bien” entre los habitantes de Torres del Progreso, supone una apropiación paulatina del espacio y la conformación de

102 lugares llenos de significado. Sin embargo, hay que resaltar que la nueva instauración de usos de los espacios y el establecimiento de formas de control sobre estos, se pone en práctica en gran medida en los espacios de uso común23, mas conocidos bajo el apelativo de “la calle”. En este orden de ideas, las personas al apropiarse de la calle, establecen una serie de normas y limitaciones para su uso, teniendo en cuenta que para volver suyo el espacio, las personas “incitan, refuerzan actitudes y construyen campos de interacciones posibles en la negociación y el reparto del espacio ocupado” (Monnet, 2000).

Un día cualquiera llegué a Torres del Progreso y entré a la tienda de Doña Lucila. Empezamos a conversar sobre sus hijos, cuando ella, acordándose de algo que quería contarme, me entregó un volante que le habían dejado debajo de la puerta esa madrugada. El volante, impreso en una hoja tamaño carta decía lo siguiente:

“IMPORTANTE. Las siguientes personas están empeñadas en convertir a Torres del progreso en un muladar, un antro de borrachos, que lo único que hacen es descomponer la tranquilidad del sector. Respetados vecinos, saben ustedes como se le llama a T. del Progreso? “cuadra picha”, ese es el ambiente en que nuestros hijos se crían!!! Los niños son imitadores por excelencia, y ellos ven a esa señora riendo a carcajadas y con la botella en la mano y dice: “ha, eso es ser mujer”, y el niño ve al señor tomando hasta quedar borracho, diciendo groserías, orinándose en los postes y agarrándose con el compadre y dice: “ha, eso es ser hombre”, cuando un ser un Varón es sacar adelante los hijos, respetar a su mujer y ver por su casa y ser mujer es criar y dar ejemplo a los hijos. ¿Qué valores le queremos dar a nuestros hijos, es la pregunta? Vamos a permitir que unos cuantos que no quieren salir de la ruina, eduquen a nuestros hijos? Dios nos saco de estos terrenos en alto riesgo para progresar, pero estas personas quieren volver atrás y llevarnos con ellos!... lo vamos a permitir? Todos tenemos voz y voto, elevemos nuestra protesta! Con respeto, pero

23 Prefiero usar “ espacios de uso común”, puesto que los espacios públicos de Torres del Progreso son en realidad p rivados, dado que no s e trata de un barrio como t al sino una urbani zación d e propied ad horizont al, donde la zonas comunes son propiedad de todos los co-propietarios no de la ciudadanía en general, como sucede con el espacio público como tal.

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también con la decisión enérgica de no permitir mas esto, con la barraquera que nos distingue como Colombianos. Don Diego Bloque 2 casa 18, Sra Miriam Bloque 3 casa 16, Don Aristóbulo Bloque 3, Don Neptalí Bloque 5 casa 2, y la Señor del Bloque 2 casa 11. Y otros… ATT: HABITANTES DEL SECTOR” ( Enero 10 de 2009)

Luego de indagar un poco, me pude dar cuenta que las personas que habían recibido el volante se encontraban satisfechos con la labor de la persona y corroboraban la información del volante cuando se les preguntaba por él. Obviamente a los señalados en este papel no les agradó para nada, a tal punto que su autor recibió un par de amenazas por su denuncia sobre la conducta de las personas en la calle. No obstante, lo que este volante permite ver es la materialización de la nueva forma de persuasión o control social informal que se ha establecido en Torres del Progreso, no siempre de una forma tan explícita como esta, pero que hace parte de la vida diaria y de las reflexiones sobre las personas y su espacio de vida.

“Pues al principio han habido dificultades en las zonas comunes porque hay gente que está acostumbrada a vivir en los sitios periféricos, como estaban acostumbrados a vivir a sus anchas a tener si tienen 6 perros (…) aquí de pronto es gente no se ha acostumbrado pero yo creo que ya se va acostumbrando a de pronto de saber de que yo mando de aquí pa’ dentro [la casa] y de aquí pa’ fuera [la calle] no puedo ir a que salir allá y hacer una fiesta, porque si hago yo una fiesta, pues tengo que hablar con los del sector les digo voy a hacer una reunión y preguntar ustedes están de acuerdo o no, para que en el momento a la gente no se le haga extraño” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2009)

“No es que acá [los pasillos de la urbanización] no se puede andar en ciclas, porque esto es peatonal, esto es sitio para andar las personas, ¡que van a sacar cicla!. No, el sábado o el domingo van es a montar en bicicleta; ¿porqué? Porque esto es un sitio en que la gente va a salir, va a caminar. Antes aquí pasan con motos y no tienen prudencia de nada. Yo si le digo a los que pasan por ahí en motos que así no es, y eso algunos me miran como si… pero por lo menos uno aquí tiene que dar el ejemplo con lo de uno, y por eso yo si saco a mis hijos al parque de allá donde están las chanchas

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porque ahí si es pa’ que ellos estén en ciclas y jueguen todo lo que quieran” (Jorge Alfredo Murillo, Enero 15 de 2009)

Todo esto forma parte de la construcción de lugar entre los habitantes de Torres del Progreso, la manera como le ponen un orden y sentido a esos nuevos espacios, que en un principio parecen extraños y lejanos, pero que poco a poco van tomando la forma de barrio, de lugar de interacciones y relaciones sociales, que se enmarcan en la pretensión de hacer del reasentamiento “un cambio de vida”. Esta vida, según los habitantes, ya no debe reflejar el supuesto comportamiento de los barrios de donde venían, éste debe ser coherente con el espacio que ahora habitan, es decir, racional y organizado. Aunque este nuevo orden social es debatido por algunas familias en Torres del Progreso, la mayoría dice haber tenido un cambio en su forma de actuar, ahora la consideran “buena” y que “respeta los derechos de los demás”, es decir, la conducta que debería tener un ciudadano legal.

. . .

A partir de la discusión anterior, se puede ver que Torres del Progreso –como barrio- es apropiado por sus habitantes de nuevas maneras, unas que se llevan en la experiencia de lo vivido y otras que se crean a partir del reasentamiento.

En primer lugar, se puede ver como la apropiación del barrio está condicionada por las experiencias pasadas de sus habitantes. Las vivencias de las personas en sus barrios de origen, así como las dinámicas propias de sus pobladores, dan sentido al nuevo espacio habitado. Estas experiencias marcaron y formaron la identidad de los que ahora habitan Torres del Progreso e influyen en la manera como éste es vivido, pensado e imaginado. En segundo lugar, las fragmentaciones internas del barrio, en lo referente a los imaginarios sobre el pasado de sus habitantes, creados a partir del espacio en la ciudad que habitaban antes del reasentamiento, moldea las maneras como las personas se relacionan con ese espacio y con las personas que lo comparten. Asimismo, las fragmentaciones externas, en cuanto a la ciudad en la que se sienten inmersos pero que no siempre pueden alcanzar, influye en las concepciones que se construyen sobre sí mismos y el barrio que habitan.

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Por último, las representaciones sociales que construyen las personas alrededor de su barrio, están condicionadas por las nuevas formas de control social establecidas a partir de la novedosa relación con el Estado y la nueva conciencia adquirida de pertenecer a la “ciudad legal”, lo cual requiere, a su vez, un “cambio de vida”. Aunque no son compartidas por todas las personas, estas nuevas formas de control informal crean unos parámetros de comportamientos aceptados y rechazados en el barrio, lo cual, de cierta manera, cambia la vida de sus habitantes y la manera como se relacionan con el espacio que habitan.

3.3 El difuso límite entre la casa y la calle

Aunque Torres del Progreso no es un barrio de autoconstrucción, si se puede reconocer como barrio popular. A pesar de no estar caracterizado por lo espontáneo de su construcción, si lo está por sus relaciones informales con la economía de la ciudad, los imaginarios sobre el barrio y el ser vecino y sobre todo, el indiscutible origen de su población venidas en su totalidad de barrios populares, espontáneos y de autoconstrucción paulatina. Siendo así, se puede decir que en Torres del Progreso, la calle, el espacio público y de uso común, tiene una gran relevancia para los que allí habitan.

La calle, tradicionalmente, se ha visto como el opuesto directo a la casa. Esta oposición se deriva de la dicotomía espacio público/espacio privado, conceptos que fungen como ordenadores claves del uso, función e imaginarios construidos sobre el espacio y la vida social de las personas (Rojas y Guerrero, 1996). Al hablar de casas, calles, barrios, no estamos hablando solo de “porciones designadas del espacio social, sino categorías de una clasificación sofisticada y de alta capacidad operativa” (M ello y Vogel, 2007: 31). Estas categorías surgen como respuesta a la necesidad humana de darle sentido al lugar –o lugares- que ocupa en el mundo. Aunque su entorno habitado parezca sin sentido, desordenado e indiferenciado, los grupos sociales atribuyen signos a las cosas que los rodean, de tal manera que puedan ser apropiados, llenos con significado y resignificados a la vez que son usados, pensados e imaginados por las personas que están en ellos.

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Estas categorías de espacio social, entonces, no son simplemente denotativas o nominales, sino que determinan la ubicación de los elementos dentro de sistemas más grandes. Son una lógica articuladora (Mello y Vogel, 2007) que ordena y da sentido al espacio. No obstante, estos sistemas de espacio no están aislados, están sujetos a un sistema de valores que recrea el universo cultural de las personas y los grupos humanos. De igual manera, no se pueden considerar fuera de los usos y actividades, es decir, de “una practica efectiva de valores y espacios” (Mello y Vogel, 2007: 35). Así, operan de manera conjunta para ubicar al ser humano en su entorno, regulan y dinamizan las relaciones sociales y cambian constantemente en el espacio-tiempo.

En este orden de ideas la dualidad casa/calle hace parte de un sistema de categorías espaciales que ordenan y dan sentido al espacio, y por ende, hacen parte del proceso de apropiación. Holston (2008) hace hincapié en cómo la calle ordena los dominios público y privado y cómo su eliminación afectaría ese orden. Este proceso “forma parte de la dimensión de lo vivido, de la experiencia cotidiana” (Mello y Vogel, 2007: 34), por esto no es un proceso lineal y continuo, sino lleno de tensiones, discontinuidades, conflictos, logros y derrotas propias de la vida diaria. Darle identidad y apropiarse de un espacio de uso común es un proceso que se da mediante una negociación, casi nunca explícita, con los otros ocupantes y usuarios de ese espacio. Esto puede resolverse sin ningún sobresalto o, por el contrario, puede ir en contravía del espacio social establecido y generar tensiones y conflicto social. La calle, al ser de dominio público, de uso social colectivo y multifuncional se convierte en un campo privilegiado para las luchas sociales y un implemento para estrategias de poder y defensa de la identidad (Nieto y Franze, 1997).

La calle en Torres del Progreso, es un espacio hecho para uso exclusivamente peatonal. Está enmarcada por las fachadas de los bloques de casas y tiene un espacio verde en la mitad, que aunque es de propiedad común a todos los habitantes, las familias lo vuelven propio acomodándolo a sus gustos, usos y preferencias (Ver Anexos, Foto 14). Este espacio es de constante movimiento en el barrio En él, las personas socializan con sus vecinos y con su nuevo lugar en la ciudad. En la manera como las personas se han apropiado del espacio de la calle, se puede observar las contradicciones respecto a los usos que le dan

107 diferentes grupos sociales. Entre ellos, niños, jóvenes, adultos, adultos mayores, pandillas, personas perteneciente a grupos religiosos, entre otros. Durante mi trabajo de campo, hubo un caso que generó zozobra y tensión clara entre los vecinos de la urbanización, puesto que en él se encontraban diferentes posiciones frente a lo que se considera el “buen uso” de la calle en la urbanización.

Este es el caso de Alexander Gaspar o como lo llaman sus amigos y vecinos, “Don Alex”. Proveniente del barrio Santo Domingo, en el sector de Altos de Cazucá, estaba acostumbrado a tener su negocio de líchigo en el barrio. Éste consistía en una zorra grande de tracción humana llena de frutas y verduras que compraba en el local de un conocido en una plaza de mercado cercana a su casa. Al llegar a Torres del Progreso, tuvo dificultades para conseguir la mercancía al mismo precio en que la vendían en Santo Domingo y, cuando por fin lo consiguió, puso su puesto de líchigo en el extremo occidental del pasillo peatonal –o calle- entre los bloques 3 y 4. En un principio nada parecía haber cambiado y Don Alex trabajó en este lugar durante unos 6 meses. Pero mientras llegaba más gente a la urbanización se empezó a crear una resistencia hacia la ocupación de aquel espacio por este negocio, con miradas de reprobación, una caída en el número de clientes y uno que otro comentario indirecto sobre la molestia que estaba causando. Un día, algunas personas se reunieron lideradas por Salvador Barrera –al que el puesto de líchigo le quedaba justo frente a su vivienda- y resolvieron prohibirle a Don Alex que siguiera trabajando allí. Éste se negó durante un corto tiempo, pero al ver que la presión sobre él crecía y que el conflicto con sus vecinos se acrecentaba, decidió quitar la cama de su hija mayor del primer piso y montar su negocio dentro de su casa (Ver Anexos, Foto 15). Aunque no muy contento al principio, dice estar ya acostumbrado y a pesar de que nunca estuvo de acuerdo con que le reprimieran la posibilidad de trabajar como lo hacía en Santo Domingo, manifiesta que está de acuerdo en que nadie use las zonas comunes como propias, ya que son para el uso de todos los que viven en Torres del Progreso (Notas de Diario de Campo, Diciembre 11 de 2009)

En otro momento, se hizo una reunión que tuvieron todos los habitantes de Torres del Progreso, donde se planteó la posibilidad de encerrar la urbanización. Dicha propuesta no

108 fue bien recibida. Primero, por los costos que se creía que generaría y segundo, porque les coartaba los usos de algunos espacios públicos, como los andenes, la vía pavimentada (usada sobretodo por los niños, dado que por ahora es muy poco transitada) y el lote ubicado al oriente del bloque 1. Por un tiempo, esto generó algunas enemistades entre los que apoyaban la propuesta y los que no. Si bien la idea se fue difuminando y volviéndose lejana, no todos la olvidan, tanto así, que cuando sale a relucir en cualquier conversación, puede llegar a molestar y crear problemas entre vecinos.

“Don Salvador nos iba a meter el encierro y a meter administración y yo dije “¡no, un momentico! si es que Don Salvador no manda en todo el barrio. Y el señor de la casa de aquí, la tercera, dijo “Si usted quiere encerrar, pues enciérrese allá usted”. Lo que pasa es que hay gente que viene con la idea de yo voy a encerrar este barrio, yo voy a coger platica” (Pedro Antonio Correa, Diciembre 14 de 2008)

Según pude inferir en el tiempo en que realicé el trabajo etnográfico, los altercados por la imposición de intereses opuestos sobre el uso de los espacios comunes eran frecuentes. Ninguna de las personas a las que les pregunté sobre estos problemas dijo haber estado involucrada en alguna de estas riñas, pero muchos decían haber visto u oído alguna confrontación entre sus vecinos:

“Se ha oído, por la parte de atrás, que ha habido problemas por llamarse la atención, disque por problemas si ha habido, pero no se de que casa serán. Pero si he oído que por allá ha habido al final discusiones (…) por allá abajo que en el 2, el 3, se ha oído que por ahí ha habido peleas… no han pasado a mayores, pro se han agarrado duro… y los de acá [bloque 5] afortunadamente dimos con gente pues que hasta el momento nos hablamos” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2008)

“Pues pelean sobre todo de noche, los sábados cuando se emborrachan y todo eso” (Diógenes Martínez, Diciembre 13 de 2008)

“Pues la verdad donde no hay problemas no hay vida, ¿si me entendiste? Por ejemplo, si yo veo dos señoras aquí discutiendo algo tienen ellas que no les gusta o

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algo, entonces por eso le digo yo, si esta casa está cerrada en esta casa no hay vida; pero como aquí hay vida, tiene que haber un sí y un no. De pronto nosotros como personas adultas y mayores y personas responsables de nosotras mismas, pensamos de que no hay que agrandar el problema, ¿si me entiende?” (María Amparo Pineda, Enero 31 de 2009)

Sea que hayan ocurrido o no, el conflicto por la apropiación del espacio común y la imposición de usos y prácticas particulares en él, está presente en las vidas de los habitantes de T orres del Progreso.

De igual forma, el espacio físico de la urbanización y el ingreso simbólico a la ciudad de sus habitantes, permite la disputa casi natural que habrá cuando 153 familias, provenientes de diferentes barrios y originarias de diferentes regiones del país, con nociones socioculturales diferentes sobre el espacio y su usos, llegan a ocupar el mismo espacio. Esto porque en lo barrios de procedencia, las calles o tenían “dueños” que ordenaban como y cuando podía ser usada, o “no eran nadie” y cada cual podía hacer lo que quisiera en ellas. La conciencia colectiva que se ha formado en Torres del Progreso sobre la propiedad que cada uno tiene sobre la calle, lleva a que algunos traten de imponer modos de uso sobre ella y que otros, sintiéndose en todo su derecho, las refuten.

3.3.1 La Frontera casa - calle

La oposición de la casa con la calle involucra la idea general de gradación. La calle tiende a identificarse con lo que es público, formal, visible y masculino. La casa, en contrapartida, tiene que ver con lo que es privado, informal, invisible y femenino” (Mello y Vogel, 2007: 35). Como ya se dijo, esta oposición surge a manera de ordenador de la vida de las personas y los grupos humanos, y hace parte de las dualidades que dan orden al mundo occidental por excelencia, como son las oposiciones cultura/naturaleza, norte/sur y hombre/mujer.

Sin embargo, al pasar de nociones ordenadores a las rutinas de la vida cotidiana, dejan de ser conceptos fijos para convertirse en fronteras dinámicas y contingentes. La frontera casa/calle se mantiene en constante movimiento; las funciones, emociones, relaciones y

110 saberes que suscita cada una de las partes, parecen confundirse y hacerse una sola en diferentes momentos, permitiendo que sea colmada de nuevos, y diferentes, usos y significados (Rojas y Guerrero, 1996).

De alguna manera, “la casa sale a la calle” (Rojas y Guerrero, 1996: 34), es decir, el espacio privado que se entiende como casa, en la cual las personas están resguardadas en intimidad y donde pueden ser más vulnerables, se extiende hacia afuera, mas allá de los muros que delimitan ese espacio. La terraza, el patio, la ventana, los andenes escalonados (que invitan a sentarse), las zonas verdes aledañas, entre otros, son lugares donde se establecen relaciones con el afuera. Las diferentes prácticas sociales llevadas a cabo en estos lugares, o más allá de la vivienda, extienden la casa y los imaginarios sobre sus usos y funciones a la calle.

De igual forma, “la calle entra a la casa” (Rojas y Guerrero, 1996: 34) cuando hay negocios o sitios de renta dentro de la vivienda. También los olores y ruidos que vienen de afuera extienden esa frontera. Las terrazas, los antejardines y las puertas abiertas meten la calle a la casa en forma de pantalla, donde imágenes de lo que sucede afuera se perciben, se comentan y se imaginan dentro de la vivienda; “las ventanas y postigos tienen una variedad análoga de significados. Sirven para la comunicación con la calle” (Mello y Vogel, 2007: 38).

Torres del Progreso es un ejemplo de lo difusa que puede llegar a ser la frontera entre el espacio privado y el espacio público. Allí “la casa se sale a la calle” de muchas maneras, de las cuales expondré las dos que más me llamaron la atención. Una mañana me dispuse a recorrer la urbanización detenida y detalladamente. En esas captó mi atención un jardín frente a una casa, donde había una gran cantidad de vidrios rotos, ropa y algunos enseres de la casa. Me acerqué a averiguar que había pasado y pude ver que momentos antes una disputa familiar había tomado lugar en la entrada de la casa. Observé la ventana rota y a un joven adolescente un poco golpeado, hijo de una de las personas involucradas en la discusión, recogiendo, avergonzado, la ropa y los enseres de la calle de enfrente, mientras su hermano menor barría los restos de la ventana frente a su casa. Al mismo tiempo, unas

111 muchachas de su misma edad, jugaban al frente de su casa con una manguera y agua, lo cual abochornaba aun más al joven. En esta ocasión, la casa se había salido a la calle en su faceta más dolorosa, la de la violencia intrafamiliar (Diario de Campo, Noviembre 20 de 2008).

En otra ocasión, pude presenciar otro ejemplo de conductas que según el orden social establecido deben ser llevadas a cabo dentro de la casa, pero que en esta vez se habían salido a la calle. Esto sucedió cuando una señora, habitante de la urbanización, se me acercó visiblemente molesta con algo que había sucedido y que se disponía a contarme. En los días anteriores, ella y otras de sus vecinas de cuadra, se habían dado cuenta que hacia el costado oriental del bloque 1, (que da hacia un lote sin construir ni urbanizar) una pareja de jóvenes, había tomado aquel lugar para tener relaciones sexuales. Tal comportamiento le parecía “desvergonzado” y culpó de tal conducta a la falta de creencia en Dios y a no tener una iglesia cerca a la cual atender. Esta vez los límites de la casa se extendieron hasta la calle en la forma más escandalosa, debido al tabú frente a la sexualidad y lo imperativo de su confidencia reservada para la intimidad de la casa. Después de que esta señora me comentara sobre el suceso nadie mas volvió a hablar del tema y cuando le volví a preguntar sobre lo sucedido me respondió, de manera muy tajante, que no “había vuelto a saber nada” (Diario de Campo, Enero 31 de 2009).

De la misma manera, la calle, en Torres del Progreso, se entra a la casa de diferentes maneras. La más evidente es mediante los negocios que las personas tienen en sus casas (Ver Anexos, Foto 16). La mayoría, al ser abiertos a los clientes, meten lo público y lo ajeno a la casa. Como consecuencia, la primera planta de la vivienda, que es donde se ubican los est ablec imi ent os comerc iales, se vue lve un esp acio l iminal, d ado que no es ni público ni privado. Allí entra la gente durante el día y parte de la noche, irrumpiendo dinámicas propias de lo doméstico y lo íntimo. Por otra parte, y de manera más sutil, la calle también se entra a las casas desde las ventanas, como una pantalla que introduce la calle a la casa pero con una barrera protectora: los muros, los vidrios, la puerta.

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“¡Uy no! El cambio es inmenso y aquí que el segundo piso y que miramos por la ventana, allá no se podía (…) Entonces a mí me gusta es mirar a lo lejos. El otro día estaba enferma, entonces a mí me fascina mirar hacia el frente y me encanta lo que veo alrededor; esa zona verde, a la gente afuera” (Dora Emilce Zapata, Enero 31 de 2008)

La calle, aunque formalmente es un lugar de tránsito, es apropiada por sus usuarios de forma más profunda, se vuelve un lugar donde se desarrollan actos de sociabilidad. Allí las personas se conocen, se entienden, pelean, hablan, se abrazan, etc. Las fronteras establecidas entre casa/calle y espacio privado/espacio público se diluyen en cuanto los usos y actividades que se realizan en ellos se vuelven ambiguos. La casa en ciertos momentos adquiere cualidades de calle, se vuelve lugar de tránsito, de relaciones contractuales y de paso, las cosas de afuera llegan adentro sin distinción. Por otro lado, “la familiaridad domina el espacio colectivo” (Mello y Vogel, 2007: 38), es decir, la calle se vuelve casa, familiar e íntima (Ver Anexos, Foto 17).

“en la ciudad actual la calle, en su sentido público entra en la construcción en las tiendas, los edificios públicos, los cafés y en algunos sectores entran en los solares y salas de las casas; mientras que la construcción, en su sentido privado, entra en la calle mediante los aleros, balcones, los tubos de desagüe de las canales, concesionarias de automóviles quienes exponen sus automóviles sobre el andén, antejardines que se cierran o las viviendas temporales de los habitantes de la calle; no obstante, son los olores y los sonidos son los vehículos de transgresión más fuertes entre lo público y lo privado” (M elo Moreno, 2001).

3.3.2 “Aquí si uno mira mal ya se ve al otro lado”: El ruido en Torres del Progreso

Sin duda alguna, el mayor transgresor de las fronteras entre lo privado y lo público es el ruido. Al caminar por Torres del Progreso se pueden escuchar gran cantidad de sonidos: música, voces humanas, ladridos de perros, martillos golpeando las paredes de las casas y muchos otros más. Todos tienen la característica de hacer caso omiso de las barreras de

113 delimitación de los espacios físicos de las casas, es decir, muros, paredes y techos. En consecuencia, son omnipresentes, se escuchan en todas partes. Para los habitantes de la urbanización, uno de los problemas mas grandes que enfrentan es el ruido como una “falta de respeto” por parte de sus vecinos. De ahí surgió mi interés por indagar un poco más sobre este fenómeno. Si prácticamente todas las personas aseguraban sentirse molestos y agredidos con esto, ¿por qué Torres del Progreso era un lugar tan ruidoso?

Según Ureta (2007) el ruido, en el caso de las urbanizaciones de vivienda de interés social en Chile –y que se puede observar claramente en Torres del Progreso-, tiene dos componentes: uno espacial/material y otro social. El ruido como un fenómeno espacial/material está relacionado con la poca aislación auditiva resultado de la baja calidad de los materiales con que se construyen las casas (Ureta, 2007). Lo anterior combinado con la proximidad entre las casas, dada la concepción racional-económica del espacio a edificar por parte de las empresas que constructoras de VIS, hace que el aislamiento de los sonidos producidos entre una y otra sea mínima, casi nula.

Como fenómeno social, el ruido tiene matices más profundos. En primer lugar, es importante resaltar que la percepción de un sonido como ruido depende del que lo oye y el momento en que lo oye. Por esta razón, cuando un sonido es percibido como ruido obedece a diferentes concepciones culturales y sociales; por ello, esto varía de persona a persona. Lo que si es común a todas, es que para que algo sea considerado como ruido tiene que causarle a la persona que lo oye alguna molestia, ya que se supone que este interfiere con los sonidos que el o ella considera agradables o normales. En segundo lugar, el ruido tiende a considerarse como externo, “every time the people under study use the word noise (or any synonyms) they are referring to sound produced by other people (…) In this sense, noise is an external and passive concept, rarely created but commonly suffered” (Ureta, 2007: 105). Esto es particularmente evidente en Torres del Progreso. A cada persona que le pregunté sobre el ruido en la urbanización, siempre me contestaban como si fuera hecho por otros.

“El ruido por aquí a veces es muy terrible, sobre todo por las noches. El señor de aquí al lado ahí le pone un celular a las 11 de la noche o a las 3, y empieza la

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pelea… quien sabe con quien es que se pelea tantísimo. A mi eso como de ponerme a pelear no me gusta, no digo nada, pero él [su esposo] si le dice cosas y se pone bravo. Pero yo digo: ‘deje la gente, que allá que hagan ruido’” (María Amparo Pineda, Enero 31 de 2009).

“Con la niña de acá, porque los domingos muy temprano. O sea yo trabajo los domingos, pero mi hijo trabaja de lunes a sábado y el dominguito él aprovecha para dormir por ahí hasta las 8 y le colocaban la música demasiado duro. Era un domingo, no era tan temprano pero entonces no se escuchaban los televisores, no se escuchaban porque la niña coloca demasiado duro la música. Mi hijo bajó… Ah ese día él también estaba muy enfermo, le dolía la cabeza, entonces él salió y le dijo que si le hacía el favor de bajarle un poquito, que no lo apagara, sino que él estaba muy enfermo y que si entonces le hacía el favor y ella le bajó; pero al ratico le volvió a subir, entonces así tampoco no se puede, uno tiene que colaborar si quiere que después alguien le de, o sea le ofrezca una mano” (Dora Emilce Zapata, Enero 31 de 2009).

El problema del ruido a veces no solo es asociado a algunos de sus productores, sino también a los imaginarios construidos alrededor de los barrios de procedencia de sus vecinos. Así para los habitantes de Torres del Progreso, la gente de “mala calidad”, es decir, que viene de barrios con una reputación negativa, suele ser la responsables del ruido. Se puede decir entonces, que el ruido no solo es algo que otra gente hace, sino que también es indicador de pertenecer a cierto grupo social, en este caso, a cierto barrio de origen.

Aunque en un principio, al escuchar las quejas de las personas sobre el ruido que hacen los otros, pareciera que fueran solo algunos responsables; tal vez personas que no tenían en cuenta sus vecinos ni se preocupaban por sus necesidades o bienestar. Sin embargo, lo que poco a poco fue saliendo a la luz, es que el ruido en sí no es el problema, sobre todo cuando se trata de música a alto volumen, el problema es el momento en que se haga (Ureta, 2007). El momento correcto de hacer ruido varía de familia en familia y de persona en persona, por esto parece que no hay manera de ponerse de acuerdo todavía y, por ello,

115 en Torres del Progreso siempre hay ruido, que mientras unos lo disfrutan otros lo sufren. Esto se hizo evidente cuando Dora Emilce Zapata, después de quejarse sobre el ruido que hace su vecina los domingos y lo impropio que esto parece, hizo la salvedad que cuando ella fue la que lo hizo, fue en el momento correcto para hacerlo:

“A mí me gusta respetar. A mí esa música tan duro no, no. Colocamos música duro en diciembre, más que todo el 24 y el 31, pero porque ahí si se podía. Pero yo soy enemiga de eso, a mí no me gusta incomodar ni nada de eso a las personas. Entonces que oigan, pero suave. Como le digo. Es que la música es para usted y de pronto al vecino no le gusta lo que uno escucha” (Dora Emilce Zapata, Enero 31 de 2009)

El ruido tiene la cualidad de ser inmaterial y por ello tiene la capacidad de cruzar barreras con facilidad. Esto hace que la construcción de unos límites espaciales que lo contengan sea una tarea mucho mas compleja que el establecimiento de fronteras en el espacio material (Ureta, 2007). El espacio sónico (Ureta, 2007) o acústico (Cloonan y Jhonson, 2002) no puede contenerse fácilmente dentro cuatro paredes, y por ello casi nunca concuerda con los límites de los espacios físicos. La experiencia de los habitantes de Torres del Progreso lo comprueba, dado que al tener que abstenerse de hacer ciertas actividades dentro de su casa para no molestar a sus vecinos, dan cuenta de que los límites que cercan y delimitan su casa, no son los mismos que los del ruido que sale de ella.

“Por ejemplo por la mañana yo me levanto y hablo pasito, y si veo que es temprano no se hace ruido ni nada. Cosa que no hacen los vecinos. Cosa que llegan a media noche y eso son palabras terribles, ¡mejor dicho! (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 15 de 2009)

“Digamos yo si sé de vecinos que trabajan en la noche, entonces yo evito ponerles música en el día y si la pongo es muy suavecito, apenas que la oiga yo aquí, pa’ evitar ruido y no incomodar la gente. Es que así es el sistema. Porque si uno le va a hacer un reclamo al vecino si uno es el promotor y le voy a decir al vecino “oiga vecino que usted me está haciendo mucho ruido”, pero si yo soy el promotor del

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ruido entonces no puedo hacer el reclamo, en cambo si yo soy un tipo ordenado, no hago ruido ni nada…” (Gabriel Martínez, Enero 13 de 2009)

Para el que oye el ruido hecho por sus vecinos, este se convierte en una invasión de su espacio privado por el espacio privado de los demás o el espacio público de la calle. Esta transgresión es vista por los que lo sufren de los otros como una “falta de respeto”, no porque el que hace el ruido quiera intencionalmente molestar a su vecino –aunque no se niega la posibilidad-, sino por omisión, es decir, el no ver que las otras personas cuentan y su intimidad y tranquilidad debe ser respetada. Esto causa interminables conflictos entre vecinos, que en ocasiones son manejados mediante el diálogo y, en otras, puede llegar a la agresión verbal, física o la utilización de otras medidas drásticas como la intervención policial.

“Al principio si que digamos la señora de aquí llegó y colocó una cantina, una venta de cerveza y ya pues el ruido, el olor a cigarrillo porque eso se penetra por encima por la teja que queda un espacio por lo que llaman la culata. Pues yo de pronto al principio a la señora la cogí por las buenas y yo “¡hombre! no le digo a usted que no sobreviva por su negocio, que cualquier cinco pesos, cien o quinientos o lo que sea, de todas maneras usted los necesita pero hagamos una cosa, entiéndame que yo la entiendo a usted. Usted necesita vivir en su casa y yo necesito vivir en la mía. Yo le respeto sus espacios y usted me respeta los míos, porque las dos familias somos una familia que vivimos como en una misma casa, entonces hagámonos esa idea, si usted quiere colocar el equipo a todo volumen, usted puede colocarlo en una parte amplia donde no se incomode usted ni nos incomode a nosotros y yo no sea una carga para usted, ni usted para mí”. Pues la señora poco a poco me fue entendiendo; yo le llamé la atención varias veces, a veces hasta duro, y la señora como que fue cayendo en cuenta y ya últimamente se moderó” (Pedro Antonio Correa, Diciembre 14 de 2008)

La cualidad inmaterial del sonido, al transgredir los límites público-privado y privado- privado, no solo es causa de modificación en las conductas sociales y de tensiones entre las

117 personas que lo viven diariamente, sino también crea nuevos espacios sociales que van más allá de los límites de la casa.

“Eso si uno respira duro se escucha. Eso es como si viviéramos esta una dos tres casas es como si fuera una sola… esto es una sola casa… yo hago de cuenta que estamos en arrendamiento todos y que ¿si?… hago de cuenta que estamos en arrendamiento y que como yo estoy acostumbrado de inquilino, yo viví toda mi vida inquilino yo se el comportamiento de un inquilino como debe ser: que apague la luz, que hasta el televisor, que ya a las 10 uno le baja al televisor” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2009).

A pesar de la cualidad transgresora y conflictiva del ruido, este también puede ser visto como una estrategia de apropiación de los espacios. En el proceso de transformar el espacio anónimo y racional de las VIS y ante las limitadas posibilidades que tienen sus habitantes de transformar y modificar ese espacio, hacer ruido, sobre todo en la forma de música a alto volumen se vuelve una estrategia común (Ureta 2007). Según Cloonan y Jhonson (2002) el ruido es un antiguo marcador de territorio físico y psíquico. A diferencia de la presencia física, el carácter y radio de influencia de la presencia acústica se puede modificar constante e instantáneamente, lo cual es una poderosa fuente de desafío al espacio físico y social establecido. De esta manera, el ruido puede convertirse en una forma de establecer territorio, de reconfigurar el espacio de la casa o lugares dentro esta, para hacerlos personales, íntimos y representativos de la persona que los habita.

“No, lo que haga el vecino no nos interesa y lo que hagamos aquí lo mismo. A mí si me gusta llegar de trabajar y poner mi música y ver mis novelas. De todas maneras, mire que yo también oigo cuando el escucha su música, y eso que no me gusta ni poquito, pero esa es su casa y el puede hacer lo que quiera, y pues así es lo mismo con mi casa. Eso no me parece que sea pa’ peleas ni nada.” (Ana Tulia Arias, Febrero 4 de 2008)

Ureta (2007) expone que el ruido como un fenómeno social, también se relaciona con la falta de lazos fuertes y solidaridad entre vecinos y la incapacidad de llegar a acuerdos que

118 regulen el problema. Esto refleja parte de la situación en Torres del Progreso, dado que, aunque la mayoría se queja del ruido, especialmente de la música a altos volúmenes, no se ha llegado a ninguna concertación colectiva. Aunque en algunos casos el dialogo individual entre vecinos ha servido para disminuir el ruido y la molestia que este causa, Torres del Progreso sigue siendo una urbanización ruidosa. No voy a afirmar que esto sea una característica intrínseca a la urbanización, dado que esta todavía lleva poco de habitada y la apropiación por parte de los habitantes de este espacio como nuevo lugar de vida es un proceso paulatino, en donde la construcción de redes sociales sólidas apenas comienza para muchos.

A partir de lo expuesto anteriormente, se puede observar como el ruido desafía los límites de los espacios establecidos, especialmente los que se instituyen como espacios públicos o privados. Factores como el material con que se construyen las viviendas y el carácter etéreo del sonido son los causantes principales de este fenómeno físico. Por otra parte, el ruido como fenómeno social está asociado a imaginarios sobre espacios de la ciudad, a tiempos y espacios establecidos como “correctos” o “incorrectos” y a la identidad personal. A pesar de la molestia que dicen que causa el ruido a los habitantes Torres del Progreso, éste hace parte de estrategias de apropiación de lugar, por lo tanto, construye espacios que a su vez construye identidad.

3.4 ¿Reasentado, Reinsertado o Desplazado?

Establecerse en un nuevo espacio, después de pasar por el proceso de reasentamiento, no es empezar de cero. Como se ha expuesto, la historia de vida y de construcción de espacios en los barrios de procedencia de las personas enmarcan la manera como se van a habitar los lugares donde van a trasladarse. Sin embargo, esto no es lo único que trae consigo la historia de reasentamiento. Desde que comienza el proceso, las familias empiezan a adquirir una conciencia sobre lo que es ser parte de este programa, que en últimas se convierte en el “ser reasentado”. Este apelativo no suele ser iniciativa de las personas que

119 hacen parte del programa, sino que desde la institucionalidad –empezando por la CVP- se impone. Esto, poco a poco, adquiere un tinte de identidad colectiva.

Según Weeks (1998) la identidad se trata de pertenecer, de lo que se tiene en común con algunas personas y lo que diferencia de otras En su nivel más básico la identidad da un sentido de reconocimiento personal e individualidad, pero también tiene una dimensión social, de las relaciones con los otros. Cada persona posee una serie de identidades que pueden llegar a ser contradictorias y que se vuelven trascendentes en la medida en que se necesitan para relacionarse con otras personas, para pertenecer o separarse de grupos sociales con valores e intereses comunes. En este sentido, las identidades son relacionales, surgen a partir de la diferenciación del yo y el otro, en ciertos espacios y tiempos. Para Wade “se puede afirmar entonces, que la identidad es ‘situacional’, pues depende de dónde se encuentre uno, con quién este hablando y por qué motivo lo haga: existe como un punto móvil entre lo que una persona afirma para sí misma y lo que los otros le atribuyen” (2002: 256). También, es importante resaltar que las identidades no son neutrales. Detrás de su construcción y su llamado a ser hay diferentes valores e intereses. “By saying who we are, we are also striving to express what we are, what we believe and what we desire” (Weeks, 1998: 89).

De esta manera aquella identidad que llega desde afuera es asumida por muchas de las personas objeto del programa distrital de Reasentamientos Humanos. El proceso por el que pasaron, desde que su casa fue declarada en alto riesgo por un agente externo y distante -la DPAE-, les dio una nueva forma de identificarse, de pertenecer a un grupo que comparte experiencias muy similares a las suyas. Al llegar a Torres del Progreso, esta identidad de grupo suele hacerse más fuerte. Ya no son los “beneficiarios”, sino ahora son los “reasentados”. Esta nueva identidad asumida por los que llegan a habitar las urbanizaciones de VIS reservadas para el programa, tiene dos caras. Por una parte, presentarse como “reasentado” en ciertos espacios es benéfico para las personas, sobre todo cuando se trata de ir a instituciones distritales o nacionales, donde se cree tener alguna preferencia al tener aquel estatus. Lo anterior viene sembrado desde que las familias ingresan al programa, mediante constantes afirmaciones que resaltan la vulnerabilidad

120 manifiesta de las familias que se encuentran en alto riesgo y la vulnerabilidad causada por el reasentamiento. Esta cualidad con la que se etiqueta a todas las familias, supone la prioridad de sus necesidades frente a las de otros grupos sociales y por ello la identidad impuesta por el proceso del reasentamiento es utilizada en aquellos momentos en que se enfrentan a una relación con el Estado.

Por otra parte, la identidad del reasentado tiene una cara más amarga, dado que puede ser causante de formación de estereotipos negativos y discriminación hacia éstas personas. Esto sucede, principalmente, cuando familias pertenecientes al programa de reasentamientos empiezan a ocupar un lugar de manera masiva. Este es el caso de Torres del Progreso, donde las familias llegaron a habitar una urbanización dentro de un barrio donde ya estaban constituidas varias urbanizaciones más. Solo una de estas, un conjunto cerrado de edificios, es vecino próximo de Torres del Progreso y, por ello, es la referencia inmediata de las personas cuando se les pregunta por la gente que vive fuera de su urbanización. Las personas habitantes de aquellos edificios vieron como, de manera progresiva, más de 100 familias llegaban a habitar unas casas evidentemente más modestas que sus apartamentos. La pregunta sobre quienes eran estas personas no se hizo esperar e, inclusive antes de que se establecieran las familias de Torres del Progreso, sus vecinos, aunque sin saber exactamente quienes eran y de donde venían, ya tenían algún conocimiento de su condición de “ reas ent ados ”.

Desde la visión de los otros, los habitantes de Torres del Progreso, es decir, los “reasentados”, se ven como una población prácticamente homogénea asociada con ciertos estereotipos que son creados a partir de los lugares de la ciudad de donde vienen. Para los que los imponen, los estereotipos funcionan como “imágenes en la cabeza” producidas al observan el mundo social que los rodea y al que tratan de ordenan y categorizar para poder hacerlo aprehensible (Stangor y Schaller, 1996). Los estereotipos se caracterizan por reducen a ciertas características las imágenes, tipificando grupos sociales enteros por ciertos rasgos que pueden ser imaginados o reales. Para los estereotipados esto se convierte en un problema, puesto que se afectan negativamente grupos sociales enteros (Stangor y Schaller, 1996), que, en últimas, se ven privados de la posibilidad de rebatir esta identidad

121 simplificada impuesta por otros. El estereotipo producido socialmente, crea una relación entre la etiqueta impuesta al grupo, como “reasentado”, y las características que son asumidas como verdad para ese grupo.

En el caso de los “reasentados”, los rasgos que se asumen en el estereotipo son normalmente, el de pobreza, violencia, vicio y delito. Esto es algo que los habitantes de Torres del Progreso han percibido desde que llegaron a su nuevo barrio:

“Yo oí por ahí unos comentarios pero que son de las personas de allá [los apartamentos] que somos desplazados, ladrones, marihuaneros y ahí uno si se siente mal porque nosotros somos personas que trabajamos y nunca hemos tenido problemas en una cárcel, ni nada” (Dora Emilce Zapata, Enero 31 de 2009)

“Inclusive las mamaes y papaes de por allá [los apartamentos], que porque vivíamos en las casa… son más que uno los que dicen que nosotros somos gente grosera y que viciosa. Pero allá en los apartamentos también hay muchachos que son tremendos” (Pedro Antonio Correa, Diciembre 14 de 2008)

“Si le incomoda a uno un poquito porque se siente como la muchacha del servicio. Como que la gente piensa que le dan la casa por caridad” (Ana Cecilia Cárdenas, Enero 15 de 2009)

Los estereotipos negativos producidos alrededor de los habitantes de Torres del Progreso se imponen como estigmas. Los estigmas según Goffman (1963) pueden darse por algún defecto físico, de carácter o por pertenencia a un grupo social24. En estas tres formas “se encuentran los mismos rasgos sociológicos: un individuo que podía haber sido aceptado en un intercambio social corriente posee un rasgo que puede imponerse por la fuerza a nuestra atención y que nos lleva a alejarnos de él cuando lo encontramos, anulando el llamado que nos hacen sus restantes atributos” (Goffman, 1963: 15). Estos estigmas impuestos en la

24 Goffman (2006) los llama estigmas tribales asociados a la pertenencia a una raza, nación o religión. No obstante me permito extender un poco el concepto para incluir los grupos sociales e identitarios como susceptibles de estigmatización.

122 gente “reasentada”, no solo son causa de molestia y disgusto para estas personas, son fuente de discriminación y segregación social, que los aliena de las personas con las que comparten el espacio social del barrio:

“El vecino sabía que el chinito vivía aquí y uno de los peladitos de allá le dijo a los compañeritos ‘y si sabe, ¿no? que aquí los que vamos a quedar en este colegio solamente somos los de los apartamentos’, entonces mi hijo llegó y lo miró de arriba abajo pero no le contestó nada. Dándole a entender, ¿no?... La ignorancia de la persona” (María Adelina Piragauta, Diciembre 14 de 2008)

Una de las estrategias llevadas a cabo por los “reasentados” para contrarrestar el estereotipo y el subsiguiente estigma es el control de la información, es decir, revelar solo a algunas personas y solo en algunos momentos y espacios esta identidad, tratando de evitar alienaciones por parte de las personas extrañas a ellos (Goffman, 1963).

“Yo a las personas de confianza les cuento, a los que no les tengo no” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2009)

De igual forma, el negar cualquier etiqueta que se trate de imponer por personas ajenas o extrañas, es otra manera de contrarrestar el estereotipo:

“No pueden decir nada porque todos somos reubicados. Por ejemplo en el carnet que tengo a mí me colocan….y dice estrato cero, que indigente, que indígena, ¡yo no sé qué! y pues eso a mi qué me importa que me ponen así” (Diógenes Martínez, Diciembre 13 de 2009)

Es importante resaltar que el estereotipo de “reasentado” para el caso de Torres del Progreso se ha conservado ambiguo. Dado que no hay un conocimiento claro por parte de las personas externas sobre la experiencia o la historia del reasentamiento, este suele ser confundido por otros y al cambiar la etiqueta, se profundizado más la alienación de las personas hacia los llamados “reasentados”, pero básicamente el estigma sigue teniendo los mis mos mat ices .

123

“De pronto a ella si le dijeron alguna vez por allá en un colegio donde teníamos un problema con el niño, entonces dijeron no de reasentamiento sino como que reinsertados, desplazados y nosotros dijimos: “nosotros no somos desplazados”. De pronto hay algunos, pero nosotros no somos desplazados, somos reasentados, cambiados de sitio, porque de pronto nos tienen en la mala imagen y que de pronto somos de la guerrilla, que somos de los paramilitares. Como lo que yo hablaba con algunos vecinos de por acá, lo que hay que hacerle entender a la gente no es cómo vivía antes sino cómo vamos a vivir de ahora en adelante y no simplemente nosotros sino los retoños que se están criando” (Pedro Antonio Correa, Diciembre 14 de 2008).

Entonces, es posible afirmar que la imposición del estereotipo y el estigma del “reasentado”, dificulta el restablecimiento de las personas una vez se trasladan a sus nuevas viviendas. Si bien muchas de estas personas ya sufrían estigmas por vivir los barrios de donde fueron evacuados, estos se pueden sentir ahora mas fuertes, dado que anteriormente se solían sentir afuera del barrio, ahora se sienten dentro de este, lo cual obstaculiza la posibilidad de ver el reasentamiento como un escape a la marginación social.

En conclusión, en Torres del Progreso la identidad del “reasentado” se construye de manera relacional y no es unívoca, ya que sale a relucir en diferentes momentos de diferentes maneras. Por un lado, se pudo observar la manera en que los habitantes de Torres del Progreso se valen se esta identidad a la hora de relacionarse con el Estado, pues se cree que tendrán preferencias para ser atendidos, dada la vulnerabilidad que se les ha adjudicado en el proceso de reasentamiento. Por el otro, la identidad de reasentado fractura procesos de inclusión social en el barrio donde habitan. Esto sucede por los imaginarios construidos acerca de los lugares de donde son originarios y las prácticas disociadoras que se les asocian. Igualmente, el desconocimiento sobre la realidad del reasentamiento crea confusiones entre ésta identidad y otras que también han sido construidas socialmente, como “reinsertados” o “desplazados” y que también tienen una connotación negativa. A pesar de los problemas que esto conlleva para las personas que han pasado por un proceso de reasentamientos hay unas pocas que se han apropiado de esa identidad impuesta desde

124 afuera, dándole un vuelco a la carga negativa, como forma de afrontar la vida diaria con su nueva identidad. Cuando le pregunté a Silvano Téllez si se sentía molesto cuando le decían “reasentado”, respondió:

“No nunca jamás, porque pa’ mi es un orgullo” (Silvano Téllez, Febrero 28 de 2009).

125

Conclusiones

La experiencia del reasentamiento en Torres del Progreso situó a las familias en un nuevo espacio, hecho a manos de personas que viven una realidad muy diferente a la suya. La forma como éste fue construido es un reflejo de los valores e imaginarios propios de la sociedad moderna. Al comparar los espacios de donde vienen las familias con los nuevos espacios donde ahora residen -las VIS-, no sólo se debe observar la cuestión del riesgo como tal, es decir, la amenaza fís ica que se cierne sobre estos, sino también la amenaza que representan para el ideal de ciudad producido por la modernidad. Los nuevos espacios creados a partir de la racionalidad económica y el “orden” no solo son alternativas a la situación de riesgo, son a su vez modos y estrategias de normalización, higienización, legitimación e inserción en la legalidad para esta comunidad (Sanín Santamaría, 2008). En últimas, se pensaba generar un cambio a partir de la inclusión en el orden formal y establecido de la ciudad, lo que crearía nuevas prácticas y formas de vida que fueran de acuerdo con los nuevos lugares de habitación y vida.

Por una parte, esto no sucedió tal como fue pensado por la intervención de las instituciones del Estado y la intervención tecnológica de la arquitectura y la planeación. La historia, las experiencias pasadas y los imaginarios sobre el habitar, fueron generadores del proceso de apropiación del espacio llevado a cabo por los habitantes Torres del Progreso, creando lugares multilocales. Esto es visible en cuanto que las personas que llegan a habitar Torres del Progreso ven este nuevo paisaje en términos de otros que le son mas familiares (Rodman, 2006), como su barrio o municipio de origen o su pasado rural. Asimismo, se refleja en las diferentes formas de apropiación del espacio que crean múltiples significados a un mismo espacio habitado. El pasado campesino –cercano o distante- manifiesto en las relaciones sociales y manifestaciones culturales propias de lo rural, las formas de habitar de la vivienda informal, caracterizadas por la auto-construcción y las formas de habitar propuestas por al arquitectura moderna, que conciben la vivienda como un espacio racional, distribuido según funciones y ocasiones concretas (Sanín Santamaría, 2009), configuran el espacio de Torres del Progreso a partir de maneras de concebir el mundo que se entrecruzan, se complementan o se oponen.

126

Estas prácticas espaciales llevadas a cabo en Torres del Progreso están atravesadas por una nueva conciencia de ser parte de la ciudad. Esto se genera a partir de dos experiencias comunes a todos. En primer lugar, durante toda la experiencia del reasentamiento las personas estuvieron acompañadas por una fuerte presencia institucional que no era conocida por todos. La CVP representa gran parte de esta intervención y a través de su discurso del riesgo y de la nueva vida después del reasentamiento, genera nuevos imaginarios y prácticas sobre el deber ser en los espacios. Segundo, el nuevo espacio en que se encuentran las personas genera un sentimiento de pertenecer a la ciudad. El espacio físico y el espacio social se reflejan el uno en el otro (Kanes Weisman, 1992), y así como las personas mediante sus reflexiones y experiencias modificaron el espacio físico que habitan, éste último influyó en la institución de nuevas prácticas socio-espaciales guiadas hacia concepciones sobre los deberes y derechos propios de la ciudadanía. Esa aparente inclusión en la ciudad, pensada a partir de la nueva ubicación geográfica y la legalidad y formalidad de los espacios que ahora habitan, genera nuevas formas de comportamiento y uso de los espacios, así como formas de control social para su mantenimiento.

Por último, es importante resaltar que los conceptos de casa, calle y barrio son categorías espaciales que se construyen con el fin de darle sentido al espacio que nos rodea. Estos no pueden ser concebidos como conceptos o espacios aislados, ya que, como se mostró durante todo el texto, están interrelacionados y se constituyen uno al otro a partir de experiencias, imaginarios y negociaciones constantes entre los espacios del pasado, del presente y del futuro. Las diversas formas como las personas se apropian de ellos dan cuenta de la manera como conciben el mundo, de cómo se ven a sí mismos y como ven a los demás.

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GLOSARIO DE SIGLAS

CVP – Caja de la Vivienda Popular

DPAE –Departamento de Prevención y Atención de Emergencias

ICBF –Instituto Colombiano de Bienestar Familiar

IDPAC – Instituto de Participación y Acción Comunitaria

PAR –Predio en Alto Riesgo

POT –Plan de Ordenamiento Territorial

SDIS –Secretaría Distrital de Integración Social

UPZ –Unidad de Planeación Zonal

VIS –Vivienda de Interés Social

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AN E XOS

• Fotografías

Foto 1. Emergencia en Buenavista Oriental Foto 2. Entrega de viviendas de la CVP (Manuela Pinilla, febrero 14 de 2009) (Fernando Rojas, marzo 17 de 2009)

Foto 3. Los patios de Torres del Progreso. Foto 4. Torres del Progreso (Manuela Pinilla, (Manuela Pinilla, Noviembre 22 de 2008) Enero 15 de 2009)

134

Foto 5. Los diseños de las viviendas en los barrios declarados en riesgo (Manuela Pinilla, enero 25 de 2008)

Foto 6. La habitación y la construcción de la vivienda pueden ser simultáneos (Manuela Pinilla, marzo 13 de 2008)

Foto 7. Fachada en el barrio Santo Domingo, Ciudad Foto 8. La habitación en la sala-comedor Bolívar (Manuela Pinilla, marzo 13 de 2008) (Manuela Pinilla, febrero 5 de 2008)

135

Foto 9. Tienda dentro de una vivienda en Torres del Foto 10. Los objetos de la casa. Barrio Espino I, Progreso (Manuela Pinilla, Noviembre 5 de 2008) Ciudad Bolívar (Manuela Pinilla, enero 24 de 2009)

Foto 11. Los momentos de la familia, Torres del Foto 12. ¡En la casa también se puede parquear! Progreso (Manuela Pinilla, Septiembre 30 de 2008) Manuela Pinilla, diciembre 10 de 2008)

136

Foto 13. Barrios de Autogestión. Santa Viviana, Ciudad Foto 14. La zorra de Sinaí Castro al frente de su Bolívar (Manuela Pinilla, noviembre 13 de 2008) casa (Manuela Pinilla, enero 7 de 2009)

Foto 15. La calle en Torres del Progreso Foto 16. El lí c h i g o de Don Alex (Manuela Pinilla (Manuela Pinilla, Diciembre 5 de 2008) Diciembre 5 de 2008)}

137

Foto 17. La calle se entra a la casa Foto 18. La casa se sale a la calle (Manuela Pinilla, enero (Manuela Pinilla, diciembre 5 de 2008) 30 de 2009)

138

• Mapas

Mapa 1. Bogotá y sus 20 localidades (www.e-bogota.org)

Mapa 2. Torres del Progreso en Bosa (Hospital Pablo VI de Bosa E.S.E.)

139

• Planos

Plano 1. Urbanización T orres del Progreso (Constructora Discont Ltda.)

140

Plano 2. Primer piso de las viviendas (dos) de Torres del Progreso. (Constructora Discont Ltda.)

141

Plano 3. Segundo piso de las viviendas (dos) de Torres del Progreso. (Constructora Discont Ltda.)

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