YO ESTUVE AHÍ… TESTIMONIOS SOBRE EL ROCK EN CÓRDOBA

YO ESTUVE AHÍ…

Testimonios sobre el rock en Córdoba

Carlos Rolando (Compilador) Autoridades UNC Rector Dr. Hugo Oscar Juri

Vicerrector Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira

Secretario General Ing. Roberto Terzariol

Prosecretario General Ing. Agr. Esp. Jorge Dutto

Directores de Editorial de la UNC Dr. Marcelo Bernal Mtr. José E. Ortega

Rolando, Carlos Yo estuve ahí : testimonios sobre el rock en Córdoba / Carlos Rolando ; prólogo de José Emilio Ortega. - 1a ed . - Córdoba: Editorial de la UNC, 2019. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-707-101-6 1. Música Rock. 2. Rock. 3. Música. I. Ortega, José Emilio, prolog. II. Título. CDD 781.66

Compilación y entrevistas: Carlos Rolando Fotos de tapa e interior: Fernando Boschetti Edición: Soledad Toledo /Juan Manuel Conforte Diagramación: Marco J. Lío Diseño de colección, portada y edición de arte: Lorena Díaz

ISBN: 978-987-707-101-6 Impreso en . Universidad Nacional de Córdoba, 2018 PREFACIO

Siendo un acostumbrado y ávido lector de publicaciones re- lacionadas con la cultura rock, me ha costado aceptar que las editoriales del medio cordobés –tercero en importancia de la Argentina-, o aún las de cuerpo nacional, sólo presentaran en los últimos años, ocasionales novedades relacionadas con al- guna de las tantas puntas desde las que el fenómeno rockero, en nuestra mediterránea provincia, puede abordarse. Cuna viva de músicos, periodistas, pensadores, anima- dores, productores o académicos muy vinculados con la es- cena, tanto la ciudad capital como el interior –serrano y de llanura- brindaron marcos excepcionales para tramar sucesos o propiciar la difusión de artistas de los más diversos estilos, se trate de autóctonos o de jurisdicción extraña. El público respaldó a la movida rockera desde los tempranos 60, aún antes de que comenzaran a trascender en nuestras ciudades puerto –Rosario o la Ciudad Autónoma de - figuras cuyas primeras producciones ofician –convenciones mediante- de hitos fundacionales. En aquella década y la si- guiente, Córdoba siguió acompañando el desarrollo de estas corrientes, entonces catalogadas como “música progresiva”, a la par que se ratificaba como proscenio mayor del folklore nacional e incubaba paralelamente el proto-mainstream de su género más característico: el .

7 Cabe preguntarse cómo era esa Córdoba que daba y pe- día oportunidades en la escena cultural popular argentina, que alternaba el tango con el folklore, que traía del campo a la ciudad ritmos de base inmigrante revolucionados y mixtu- rados entre piano, acordeón y percusiones –que la urbe am- plificaba y personalizaba-; y que en tanto se animaba a satu- rar parlantes, distorsionar guitarras –o aflojarlas hasta arribar a estaciones folk-, brindando cobijo modesto pero seguro, a jóvenes artistas que hacían trayectoria y, de paso, se nutrían de algunos pesos para seguir creyendo. Entre los años 1960 y 1970, la ciudad capital pasó de contar con 509.163 habitantes a sumar 798.663 vecinos: una variación intercensal del 30,7%, cifra descomunal que ya no se repetiría. Polos firmes atraerían semejante crecimiento demográfico: amplia diversidad en fuentes de trabajo, don- de sobresalían las industrias automotriz –que alguna vez, el mismísimo Lula da Silva confesó haber mirado con interés para pulirse como tornero- y metalmecánica, pero en la que se destacaban con nitidez otros dinámicos sectores –desde el alimentario hasta las cementeras-; más la tradicional y presti- giosa oferta educativa –sumándose a la antigua Universidad Nacional, el aporte de la Universidad Católica- y un conse- cuente sector de servicios nutrido, en el que los graduados de aquellas Casas de Estudio, cordobeses o no, encontraban rápidamente clientela y la necesaria cercanía con la informa- ción de vanguardia para mantenerse actualizados. Una clase media ancha daba impulso a la sociedad local, que a pesar de la dinámica moderna no resignaba tradiciones atávicas, tan desconfiada como propensa a rivalizar con el Litoral y la gran cabecera rioplatense, orgullosa de su ligazón genética a las más antiguas incursiones hispánicas comandadas desde el Alto Perú, como las que fundaron Salta, Catamarca, La Rioja

8 o del Estero, hacia las que prefería mirar sosteniendo su predominio. Pero aquella enorme potencia cualitativa que daba a Cór- doba su vertiginoso crecimiento cuantitativo, se proyectaba de mil maneras en las cuestiones más diversas: así el progre- sismo que hervía en talleres, fábricas, asociaciones gremiales, universidades, círculos intelectuales, asociaciones profesiona- les, medios de prensa orales escritos –incluso televisivos-, aún con el contrapeso que ejercía esa tradición más conservadora, emergió y pulseó con ésta: el desenlace de aquella contienda, generó finalmente una onda expansiva que irradió bastante más allá del perímetro de la ciudad, y aún de la provincia. La pujante urbe de 1970, que fabricaba desde aparejos agroindustriales hasta aviones, que formaba a los profesiona- les del centro y norte del país –a medio siglo de haber revolu- cionado el sentido y misión de la educación superior de buena parte de América-, se había cargado un gobierno nacional, el de Onganía; y segura de sí misma, se continuaba alimentando de hombres y mujeres jóvenes, que apostaban por radicarse en sus barriadas más vitales: se poblaban los suburbios, cerca de las zonas fabriles. Revolucionaba el humor nacional con una revista como Hortensia, en la que entre muchas cordobeses di- rigidos por su mentor Alberto Cognini –Crist, Peiró, Ortiz-, hacía sus primeras armas el rosarino Roberto Fontanarrosa o se templaban figuras como Caloi y Hermenegildo Sábat. En lo que nos interesa, el rock continúa su camino de autonomía. Aún marginal, es demandado al punto de que las radios cordobesas acusan recibo, y diseñan una oferta en AM para un público que seguía creciendo –que se multiplicará posteriormente en FM- y demandaba, en paralelo, espectá- culos y . Pero sabemos que la década muestra claroscu- ros dramáticos. El desastre socioeconómico y político de la segunda mitad, influirá de modo significativo en el decenio

9 siguiente. Pero los renovados trazos culturales pugnarán por pervivir y entre los fenómenos aparecidos en la década an- terior que se consolidan, está la diversificación de la cultura rock. Y así, un salteño que se radicó en la Docta con la inten- ción de recibirse de ingeniero, para –como tantos- nunca vol- ver a su ciudad natal, llegará a la radio universitaria y animará –canalizando su vocación profunda- el que quizá fue el mejor varieté rockero de su tiempo. Y tras buenas experiencias como productor de espectáculos, y un primer festival en la coscoína plaza Próspero Molina (en febrero de 1976), se decidirá final- mente, por la siguiente parada de la Ruta Nacional 38: La Fal- da. Mario Luna, su troupe de colaboradores, y tantos artistas consagrados o por consagrarse en aquel escenario difícil –lo cuentan autores de este libro- habrá sellado entonces a fuego, la identidad rockera que jamás abandonaría a la mediterránea provincia argentina. Habrá otros que seguirán su ejemplo, consolidando la Córdoba recepticia1: varios de ellos escriben o son entrevistados en este libro. La ciudad alcanzará 993.055 habitantes en 1980. La va- riación entre registros sigue siendo importante, pero merma: 21,6%. Los suburbios empiezan a transformarse en márgenes. Muchos dejan de trabajar, algunos comienzan a abandonar –también- los estudios. Las oportunidades para la gran in- dustria y para los sectores fabriles pequeños o medianos, se retraen. Hay un primer vuelco de desempleados hacia ciertos sectores de los servicios, que también se saturarán. La pers-

1 Otro ejemplo ilustra la influencia universitaria en ese carácter: la UNC gra- duó a todos los intendentes que gobernaron Córdoba desde 1983. Tres de ellos -la mitad- llegaron desde otras jurisdicciones para cursar estudios y se queda- ron: Ramón Mestre (odontólogo, oriundo de San Juan), Germán Kammerath (abogado, proveniente en La Rioja) y Daniel Giacomino (farmacéutico, nacido en San Francisco). Los tres restantes, Rubén Américo Martí, Luis Juez y Ra- món Bautista Mestre -hijo del antes mencionado-, son cordobeses capitalinos.

10 pectiva de pleno empleo, el horizonte estable –trabajadores permaneciendo por décadas en sus puestos o haciendo carre- ra en el mismo establecimiento-, ya no es moneda corriente. Pero todavía las zonas residenciales y la periferia encuentran puntos de contacto: si bien las elites nunca dejaron de con- formar círculos pequeños y relativamente estancos, que los años de Proceso contribuyeron en concentrar; sobreviven puentes entre amplios sectores de la clase media o media-alta y los más populares. Preferentemente, por la contribución del sistema público educativo. Me tocó ser adolescente en ese período. Aunque el dra- ma de crecer con Videla, como cantaba Charly en 1984, no me había impedido empaparme de rock. Con once o doce años, poseía una interesante colección de discos y revistas, y me co- laba en excursiones de mayores por la Asociación Deportiva Atenas, posiblemente el Obras cordobés –también por lo que pasó a ser la divisa griega en el básquet nacional-, visitado en ese lustro por consagrados como Serú…, García solista o Los Jaivas hasta G.I.T o Miguel Mateos. O el Estadio del Centro –estuve en su inauguración, en el concierto donde León Gie- co presentaba Pensar en Nada (1981)-. Poco tiempo después, fue el turno de Pedro y Pablo, Piero, Porchetto, en el mismo escenario de avenida Santa Fe y el río –finalmente volcado hacia el cuarteto-; o en clubes como General Paz Juniors – históricos conciertos de Riff en el 83- y sus vecinos Redes Cordobesas –luego Asociación Española de Socorros Mutuos, a la postre adquirido por la Municipalidad de Córdoba- o el Hindú Club –donde en 1984 fuimos testigos, junto a un puñado de fans, de la enorme potencia de “”, a medio camino entre su primer y segundo -. Siempre razonablemente próximos al centro, hondona- da profunda ribeteada por el Suquía y algunas avenidas, otros espacios cubiertos o abiertos serán habitualmente inundados

11 de rock: el Centro Cultural General Paz, el Instituto Atlético Central Córdoba –recuerdo a Virus en plena explosión, año 86- o el teatro Griego en el corazón del Parque Sarmiento, pulmón verde de la ciudad, sede de innumerables festivales, y al tan divertido como trepidante Sumo. Habrá inolvidables aventuras en las sierras, festivales en Alta Gracia o La Falda, y luego los míticos Chateau Rock –la literatura local le debe al hoy Estadio Mario Alberto Kempes un digno tributo-: de todos se da cuenta en este libro. Pero un sinnúmero de espa- cios pequeños o medianos afloran en el downtown, sus bordes, y aún la periferia profunda. Salas de ensayos, improvisados escenarios; recintos para fiestas o gimnasios que se acondicio- naron como confiterías bailables, bares o boliches de diversa categoría –desde la calaña más dudosa a los “conchetos” de la zona norte-, bien rescatados y retratados por estas páginas. Espacios a los que no era tan sencillo acceder siendo menor, con una policía que aún después de 1983, seguía siendo parti- cularmente mañosa. Escenarios más o menos precarios, en los que músicos reconocidos o bandas en ascenso se mostraban, conformando una plataforma local diversa e interesante, que subsiste aun hoy. Compartíamos estas aventuras con amigos, en general condiscípulos. La escuela pública posibilitaba una provecho- sa convivencia entre hijos de familias de diversa proceden- cia, arraigo o extracción. Muchos, aún los de hogares más modestos, finalizamos estudios universitarios, nos dedicamos al comercio o la industria, o nos convertimos en perfectos burócratas. Algunos se fueron rápido, otros protagonizaron el previsible mal paso y no faltó quien lograra hacer de la música su medio de vida, como implacable inspector de AA- DI-CAPIF. Los que éramos raros, lo seguimos siendo. Casi todos fluíamos –sin descartar incursiones en otros ritmos o géneros- entre distintas capas de cultura rock, por entonces

12 arraigada en amplios sectores urbanos, porque era patrimonio de todas las clases; y todas aún se esparcían por el toda- vía aceptablemente conectado y expandido –sin desarmonías drásticas- radio municipal. La Córdoba que en 1991 acusa 1.179.372 almas, vol- viendo a reducir su tasa de variación intercensal, ya revela los costos de la desindustrialización, se resigna a la pauperización y empieza a sufrir los vacíos, los repliegues, los enfrentamien- tos. Rock ya es resistencia ante otras acechanzas. Terminando la Facultad, el plano era otro. El género se hace definitivamen- te masivo, de rankings y estadios; pero los “padres fundadores” parecen sufrirlo. Los diálogos se empiezan a desdibujar. Viejos contra nuevos. El sonido más eléctrico se encripta. El cuarteto se repliega y solo sale de sus márgenes por generosidad, excen- tricidad, o . El pop se precipita, como los elementos en un buen juego de química. El folklore se aleja y fosiliza, a pesar del esfuerzo de artistas de renombre, así como también de nuevos talentos. Nace el rock extrañamente categorizado como “barrial”: ¿es que acaso , Spinetta, Charly, Fito o Juanse fueron nacidos y criados en una torre de marfil? Es un momento difícil para el hard o el , aunque surjan nuevas bandas y cada tanto algún prócer pegue un pleno, como el Carpo en el 92 con Blues Local. Domina la parada una tensión incomprensible: Soda versus Los Redondos, que adopta formas elípticas en la docta. Hay otras alternativas: podemos ver a Duran Duran en el estadio mundialista, entre otros espectáculos internacionales –también la vuelta de Serú o a Bon Jovi-, pero ya no habrá “Chateau Rock” ni La Falda –aun cuando se improvisaron ediciones de este festival con otros productores-. Visto a la distancia, se entiende la imagen propuesta por Gramsci: cierto es que la crisis consiste en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo.

13 El libro dedica medulosos capítulos a los años 80 y 90. El rock se hace crisis, y la crisis se hace rock. Callejeros –su en- tidad artística- y República de Cromañon, representan el acto final de aquel tiempo penoso. El drama de 2001 no se agotó con el recambio institucional provisorio implantado tras la renuncia del presidente De la Rúa. Por entonces, una ciudad sitiada, aquejada de problemas estructurales, que había cre- cido en la década a un módico 8,9%, llegando a 1.284.582 habitantes, dejó de entenderse hacia adentro. La anomia, el desacuerdo, fueron irreversibles. En 2010, crecería un 3,5%, es decir, diez veces menos que en 1970. La intensidad de- mográfica perdida se explica por las crisis. Se trata de una Córdoba en la que sectores enteros, de zonas más y menos desarrolladas, jamás interactuarán con el desarticulado resto. Los tradicionales vehículos de promoción cultural y educati- va, están perdiendo la batalla en este tramo de la historia. La propia Universidad, aún prestigiosa hacia afuera de su juris- dicción, hoy atiende predominantemente a ciertos sectores de la ciudad y determinadas poblaciones del interior provincial. Lo hemos demostrado en investigaciones publicadas, a las que nos remitimos. El libro acusa estos impactos. Hay ausencias: Pappo, el Flaco, otros. Con las nuevas tendencias, ciertos maridajes se renuevan. El mainstream impone negocios con formato de re- greso. El ciberespacio, replanteos de los modos de convivencia y consumo. Convive el rock de los ni-ni, con la hora magna de Cerati: de Ahí Vamos a esa larga vuelta de solo que se lo lleva, en Caracas. Muchas bandas y escenarios minimalistas coexisten con los renovados modos de organización del es- pectáculo: del último show de Los Redondos, a la notable exportación de una marca: Cosquín Rock. De La Vieja Usina al Orfeo Superdomo.

14 La obra presenta excelentes crónicas para ilustrar los úl- timos dos decenios, que definitivamente ya me tienen –vuel- vo a García- siendo parte del mar. Posiblemente esa posición me motivó a procurar el saldo, integrando la conducción de un sello editorial, de aquel histórico faltante en los anaqueles cada vez más dedicados a la cultura rock. Algunos amigos, entre los que sobresale el talentoso sanfrancisqueño Carlos Rolando –cuánto le dio aquella ciudad del este provincial a la identidad rockera cordobesa- se interesaron en este empren- dimiento. Todos colaboraron en la primera aproximación: un ciclo realizado conjuntamente con la Subsecretaría de Cultura de la UNC, conmemorativo de los cincuenta años de rock en la Argentina, que nos permitió recorrer a lo largo de todo 2017 numerosas paradas, y cuya repercusión nos confirmó, a la par de que había equipo para jugar el partido más impor- tante, que existe un público interesado. El compilador halló necesario este prefacio institucio- nal, indicativo del contexto de la obra. Es una tarea a mi juicio innecesaria: los autores, prestigiosos, entendidos, pro- fundos, sensibles, artistas sin más, duchos en recorrer terre- nos difíciles, salen airosos. Sí me complazco, en nombre del sello, en prologar una obra digna, hecha a conciencia, que ubica en el catálogo de nuestra Editorial un tiempo, un espa- cio, ciertos códigos. Se enfoca en Córdoba, mientras refiere bastante más lejos. La Universidad Nacional de Córdoba sabe de esfuerzos pioneros. Fuera de sus grandes realizaciones, en lo que nos interesa, lo hizo en su estación de AM con Alternativa, cuya alma mater concibió los festivales de La Falda. Ofreció éter para la transmisión de tantos conciertos en vivo, en los 70 y 80 que aquilataron el amor a la música de tantos oyentes, como quien escribe. Su señal de FM supo anticipar tendencias, al

15 mejor estilo de los más emblemáticos medios argentinos. Sus ámbitos físicos fueron aprovechados para magníficas expresio- nes artísticas, a veces por el esfuerzo de actores locales, otras por la concurrencia de figuras nacionales o internacionales. Quizá de los aciertos o errores de este trabajo, surjan propuestas más pulidas: los aportes autóctonos al sonido argentino, el sentido de la lírica “hecha en Córdoba” y sus conexiones con otras fuentes o usinas creativas, sus aproxima- ciones a otros géneros, el medio cordobés –su urbe, su cam- piña- como caldo de cultivo para desarrollar la experiencia rockera, las grandes realizaciones artísticas que tributan inde- fectiblemente a Córdoba, trascendentes historias contadas en primera persona, las anécdotas más hilarantes o instructivas, como algún autor plantea lúcidamente en este texto, todas y cada una, todavía están por escribirse.

José Emilio Ortega Codirector de la Editorial de la UNC

16 INTRODUCCIÓN

Carlos Rolando

Es raro cuando uno disfruta de situaciones que a muchos mo- lestan. Pero esto es el rock. Molestar y generar discusiones en ámbitos que están vedados y a los que solo poca gente puede acceder. En sus inicios, el rock ocupó espacios a los que sólo la gente más grande accedía. No fueron el sonido ni Elvis Presley los factores excluyentes del cambio: los jóvenes se animaron a discutir, a demostrarle a sus progenitores -con hechos- su capacidad de opinión; y su voluntad de sostenerla de cualquier modo, aún sin aprobación. Siempre se le busca el costado intelectual al rock. A le preguntaban y le preguntan en qué estaba pensando cuando escribió “Like a ” y siempre respondió que estaba borracho en la habitación de un hotel. Lester Bangs, crítico y escritor de rock, decía que la música es la que te elige, y no sólo el rock’n’roll: la música te elige a vos. Córdoba tiene historias de rock; posee críticos que po- drían ser Lester Bangs, pero no son considerados como aquel porque no hubo un libro de una editorial oficial que los legi- timara. A la vez, hay relatos que se van perdiendo con el correr de los días porque nadie los escribió. Hay una generación que estuvo en lugares que podrían ser más importantes que Ce- mento o el Luna Park, pero como no salieron en las crónicas

17 de los diarios locales, ni ningún rockero guardó un panfleto o registró con una cámara de rollos, pasaron al olvido. La idea de este libro fue narrar que no sólo en Buenos Aires o las principales capitales del mundo hay rock. En Cór- doba, en cada barrio, el cuarteto dirime su territorio con el rock e incluso hasta se podría decir que antes de “”, en esta ciudad ya había canciones cordobesas sobre ese género, pero nadie las tuvo en cuenta. No había periodistas que les prestaran atención. Es tiempo de conocer a esos músicos como así también a las historias que sucedieron y suceden en lugares legitimados o en una playa de estacionamiento como una vez ocurrió a finales de los 90 con La Gallina Degollada. De manera subjetiva y arbitraria, teniendo como premi- sa el famoso: “Y dónde estás vos y dónde estoy yo” de Sumo; Raúl Dirty Ortiz, Humberto Sosa, Pablo Ramos, Rodrigo Ar- tal, Martín Brizio, Elisa Robledo y Soledad Toledo, cuentan lo que vivieron y sintieron en los 80, 90 y 2000. Esto, lector, te va a generar tres sensaciones; de alegría si estuviste en ese lugar, de deseo por haber estado, y de insul- to si estabas en la vereda de enfrente. Somos periodistas, no dioses; por lo tanto, no se puede estar bien con Dios y con el diablo. Recalco lo de manera arbitraria y subjetiva, porque los que escribieron e hicieron este libro, no tuvieron la intención de hacer un anuario, ni un trabajo antropológico. Es un libro de cultura rock, dónde la imposición de la agenda setting está en los emisores. En el caso de quien escribe y de Martín Carrizo, tuvi- mos que recurrir al formato clásico de nota periodística; por razones de edad, no estuvimos cuando en Córdoba se hacía rock pionero y se armaban equipos de sonidos antes que en otras provincias.

18 Por lo tanto, este no es un libro de rock: es el rock conta- do en primera persona1, sin ajustarnos a un patrón específico de escritura. Hacia el final, te vas a encontrar con testimonios de algunos de los personajes mencionados en los relatos. Por último, es menester reconocer, que este material no estaría en tus manos de no haber sido por el empuje de Elisa Robledo. Aún retumba en mi cabeza, los intercambios sobre criterios mantenidos por chat. Las chicas crecieron y desde hace rato, aunque todavía muchos no lo ven, tienen su lugar en la crítica y periodismo de rock. El que no lo con- sidere, que abandone; de no hacerlo, el rock los expulsará sin contemplación.

1 Al ser relatos en primera persona, se respetó el estilo y formato que cada uno de los que escriben consideró.

19

PRIMERA PARTE. LOS 60’s – 70’s

LOS CORDOBESES DE LA CUEVA, QUE NO ES LA DEL OSO

Carlos Rolando

Jimmy Arce, Lalo Ordaz, Daniel Omer, Alejandro Baró y Carlos Avalos fueron la avanzada que hizo pie en la Capital Federal, en los momentos en que se es- taba poniendo la piedra inaugural de lo que lo luego sería conocido como rock nacional.

Diálogos con dos históricos

A Carlos Avalos, es frecuente verlo en la peatonal cantando a la gorra con la tapa de un disco de Los Bichos apoyada en el estuche de su guitarra. Esa persona que está ahí, cantando para los transeúntes cordobeses, es uno de los próceres del mal llamado rock nacional argentino. Hijo de una familia prole- taria de Barrio Juniors, padre relojero, madre ama de casa, se dedicó a la música desde muy pequeño. Su hoja de vida lo ubica entre los pioneros. En 1962, con tan solo 12 años forma Los Relámpagos. Con este grupo toca temas de Chuck Berry, Los Iracundos, del grupo italiano The Rockets, y la canción de Johnny Holliday que más le gustaba a la gente: “Black is Black”. Cuatro años después, forma Los Bichos con Jimmy Arce (batería), Lalo Ordaz (voz y guitarra), Alejandro Baró (organista) y él en bajo y voz. Con esta forma- ción logran hacer famosos tres sencillos: “Tus pies descalzos en la arena” (Avalos), “Lejos de aquí” (Baró – Avalo) y “No incli- nes la cabeza” (Ordaz – Avalos). En 1968, Los Bichos graban para el sello Music Hall -gracias a la gestión de Billy Bond y los hermanos Fattorusso- dos temas propios: “Cuando te sientas vieja” (Arce – Orgas) y “La amaré” (Ordas)

23 En ese año “La Balsa” ya había salido, ellos la habían escuchado, pero no les resultó una gran canción. Pensaban que lo que estaban haciendo era muy bueno, pero como eran muy jóvenes, nunca firmaron nada, tampoco registraron las canciones porque no sabían cómo hacerlo ni que esa posibi- lidad existía. Por suerte, este año (2018) viene la reedición de esas canciones por parte del “Instituto Nacional de la Música” que comanda Diego Boris y ya tienen los derechos de autor. Entre 1968 y 69 tocan mucho en lugares bailables de la Ciudad de Buenos Aires, en algunas ocasiones como backing band de Billy Bond. En este último año, Los Bichos graban su disco homónimo. Durante 1970, cambian de nombre y de formación. Los Bichos pasan a llamarse Sol y empiezan a hacer un rock más pesado, más progresivo, en lugar de ese pop que los había llevado a la capital de Argentina. Ese año, Sol, toca en el pri- mer “B.A. Rock”, gracias a la gestión de Mónica Sokoloski, mánager de Vox De y también de ellos en ese momento. Sol eran: Jimmy Arce (batería), Alejandro Baró(organista), Na- cho Smilari (guitarra) y Avalos (bajo). En este festival, realizado en el Velódromo de la ciudad de Buenos Aires, comparten programación con Los Gatos, Pajarito Zaguri y Sanata y Clarificación de Rodolfo Alchu- rrón, entre otros. Ese mismo año, Sol participa en el “Primer Festival Beat de la Canción” que se lleva a cabo en la Ciudad de Mar de Plata. En este encuentro, se premia como mejor canción a “Blues de Dana”, tema compuesto por Ara Tokatlian para su esposa. En el festival lo interpreta el grupo Arco Iris, que esta- ba liderado por Gustavo Santoalalla. En la temporada siguiente, el grupo graba en el sello Music Hall, con la producción de Billy Bond, el simple: “No espere que llore” (Avalos).

24 La influencia de Carlos Santana se hace presente en la canción “Lo que me llaman suerte” (Arce – Avalos), una suerte de conga, que Avalos recuerda con gran emoción por cómo sonaba. El mismo año con La Pesada del Rock graban: “Verdes Prados” (Letra de Billy Bond) y “Buen día Sr. Presidente” (Letra: Billy Bond, Pedro Pujol y Jorge Alvarez, el creador del sello “Mandioca”). La música de las canciones es de Car- los Avalos. En este período hay un cambio en la formación: se va Nacho Smilari y entra Daniel Omer como guitarrista. En 1972 el grupo se atomiza; Carlos Avalos entra a Hair, una comedia musical, que habla sobre la guerra de Vietnam, muy conocida dentro del ambiente rockero de la época. En ella participaron: Rubén Rada, El negro Fontova y Valeria Lynch, para citar algunos famosos. Tres años después, Avalos forma Abejorro. Un folk rock muy particular y llamativo porque no tenía batería. En la for- mación estaban: Popi Luna (guitarra), Gato Negrini (prime- ra guitarra) y Avalos (bajo). Vale la pena destacar que, en la actualidad, Negrini es un importante sonidista y técnico de grabación de la Ciudad de Córdoba. Con esta integración la canción que todos esperaban era “Ogo Islami”, un invento que en la actualidad estaría en la mira de los servicios secretos del mundo, a pesar de que no tenga nada que ver con el ISIS. Ese año, Avalos conoce los textos de Prom Rawat, un líder hindú que promovía la paz. La llegada al poder, en marzo de 1976, de la junta mili- tar que impuso el Proceso de Reorganización Nacional, hace que Avalos se vaya a vivir a Bariloche. Deja los escenarios en stand by. Se dedica a la enseñanza. Si bien, en estos días, se lo puede ver tocando la guitarra, toda su gloria musical estuvo ligada al bajo, instrumento que

25 le regaló su papá y que aprendió a tocar con el profesor De la Barca. Avalos se ríe porque el que le enseñó a leer las notas -es decir, lo clásico-, era de apellido Paez. La gran pregunta que Carlos se hace: ¿Habrá sido pariente de Fito? Avalos recuerda que cuando tocaban en “La Cueva”, so- naban bien porque llevaban sus equipos Alfizar (Alta Fideli- dad Zárate), de un cordobés llamado Carlos Zárate, otro ig- noto famoso de la Ciudad de Córdoba, que terminó andando en bicicleta y con el dinero justo, después de que la mayoría de los músicos que escribieron la historia de nuestro rock ar- gentino tocaran con sus equipos. Cuando me voy del bar en el que me encontré con Carlos Avalos, le digo que le voy a llevar un cuaderno para que termi- ne la historia que nunca cerró porque siempre se iba del hilo conductor. No había forma de que el músico cierre una idea: los recuerdos son muchos y como ya pasó un tiempo, no están tan presentes, por lo que se dificulta pensar en fechas concretas. La idea de ver la derrota antes mis ojos, la tuve en toda la entrevista y en los pequeños encuentros que tuvimos antes de hacerla. La del pobre rocker, como dice Neil Young, en “Hey, Hey, my, my”. La de la estrella de rock que estuvo en el momento que había que estar, pero que fisuró. Para decirlo de otra manera, no aguantó las luces. En su mejor momento, Carlos Avalos compartió algo más que charlas sobre actuación con Mónica Sokoloski, la ex pareja de Ricardo Soulé y hasta hace unos cinco años, no tengo la información actual y en mi criterio periodístico -no es importante-, representante comer- cial en nuestro país de Sai Baba. Pero reformulo mi mirada, contradigo al maestro Neil y llego a la conclusión de que estoy equivocado. Esto es el rock. Es decir: tocar en la peatonal a la gorra con la misma actitud y prestancia como si lo estuviera haciendo en un estadio lleno, sin tener esa aura de intocable que ante la mínima crítica lo desmorona.

26 Me quedo con esa sensación, me tomo una semana para chequear los datos que me aportó Avalos. Decido que voy a te- ner que ir hasta la República de San Vicente, para entrevistar al Chino Baró. Mi amistad con este músico data de 1994, cuan- do nos conocimos por obra de un amigo en común, el artista plástico uruguayo, Freddy Reimon. Durante mucho tiempo nos encontrábamos todos los viernes en el taller del oriental a comer un asado y el músico siempre evitaba hablar de ese tiempo pasado en el que fue parte de la farándula rockera. Pero esta vez, lo tuvo que hacer.

República de San Vicente

Me sumerjo en esa barriada cordobesa tan tradicional como iconoclasta. Accedo sin rodeos a la sala de ensayo que el Chi- no mantiene en su casa. Son las once. Mañana de agosto. No hay nada para tomar, ni intención de prender unas brasas para hacer una falda o tira de asado. El entrevistado saca una carpeta con un montón de re- cortes. En uno de ellos, de la revista Confirmado, del 10 de julio de 1969, leo lo siguiente:

Los Bichos ofician como orquesta estable, pero, generalmente, deben compartir su actuación con sabrosas pizzas, se denomina así a la actuación conjunta de intérpretes de diversos grupos. Por ejemplo, uno de los lunes pasados, Sandro y Billy Bond, improvisaron un dúo para entonar, causando un delirio general, algo que denominaron, ‘Twist y gritos’”.

La historia cuenta que Billy Bond es Giuliano Canterini, un italiano que vino con sus padres a nuestro país, en la déca-

27 da del 50, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Entre los tantos pergaminos que tiene este señor, es haber descubierto y grabado a los Sui Generis. “Canción para mi muerte” la grabó él y fue su idea que Claudio Gabis hiciera el punteo que se volvió famoso. “Canción para mi muerte” se grabó en septiembre de 1972 y fue editada en formato simple un mes después. Fue récord de ventas. Esta breve biografía es para no decir que fue el hombre al que le adjudican haber dicho “rompan todo” en el famoso recital del Luna Park y salir en las noticias de los diarios de la época en la sección policiales. Baró y compañía conocieron a Billy Bond y los hermanos Fattorusso (Hugo y Osvaldo) en un show que compartieron con ellos en club cordobés Atenas. Hugo estaba trabajando en el sello Music Hall, les gustó Los Bichos y les preguntó si se irían a Buenos Aires. Después del show, los locales invitaron a los foráneos a un boliche (palabra que se me grabó hablando con el entrevistado) que quedaba en el céntrico Boulevard San Juan, dónde ellos hacían un segundo show. Como a la una de la mañana, los invitados llegaron y qué pasó: “Se armó un zapadón de la puta madre. No había forma de pararnos”. Terminado ese show dónde el final lo dio la luz del día, Los Bichos tocaron en los carnavales cordobeses, hicieron unos pesos y se fueron a la gran urbe.

¿Cómo era Billy? Billy era un loco lindo. No era un pelotudo, manejaba bien el negocio. Nos bancó un montón cuando nosotros llega- mos. Lo mejor es que al poco tiempo de estar en Buenos Aires, empieza La Cueva. Nosotros vivíamos con él en una pensión de la calle Hipólito Yrigoyen. Recuerdo que cuan- do largamos como banda estable del lugar, hacíamos los te- mas que acá en Córdoba eran éxitos, pero allá nos miraban raro, como diciendo: “que están tocando estos tontos”. Pero

28 aprendimos y la rompimos. Encima, como te dijo Carlos Avalos, los equipos ALFIZAR, sonaban impresionante, por ende, todos los que subían a zapar, lo hacían con nuestros equipos. Yo me acuerdo de haber tocado con Moris, Sandro, que iba siempre, y Pappo. Billy Bond se cansó hasta el hartazgo de decir que Ro- berto Sánchez, no era dueño de La Cueva. En ese mismo artículo de la revista “Confirmado” dice: “Billy Bond se ha lanzado a este nuevo negocio sin ninguna publicidad… Está seguro de que solo con la gente amiga su subsuelo se puede convertir en un boom invernal y perdurar después o no…”. Lo más interesante que dice Bond se puede tomar como un vaticinio de lo que se iba a convertir el rock: “De música para bailar, pasó a ser música para escuchar y ahora, música para aglutinar…”

¿Qué pasó cuando grabaron? Hubo cosas raras. Recuerdo que fuimos a lo que hoy sería grabar un demo. Yo lo hice con mi organito, uno que no era bueno, pero que lo hacía sonar. Nos dijeron que estaba bien. Después volvimos a grabar el disco homónimo y cuan- do sale el disco con una calidad de sonido impresionante, al mismo tiempo aparecen los dos o tres temas de prueba. Al disco lo grabó el hermano de Carlos Bisso (cantante de Conexión Nro 5).

Lo importante es que siguen en Buenos Aires, ya con “Sol” y llegan al primer B.A Rock. Si. Mónica Sokoloski, a quien conocimos en el bar “Man- zana”, hizo las gestiones para que “Los Gatos”, que venían de Estados Unidos, nos prestaran los equipos. Sonamos de la reputa que los parió. La gente nos recibió de primera. Lo que tenía Sol, es que eran los 70, Santana había descollado

29 en Woodstock y el batero (Jimmy Arce) se tira para esa onda. Recuerdo que cuando grabamos “Lo que me llaman suerte”, Javier Martínez de , le presta la batería, una Ludwig, recién traída de los Estados Unidos.

Los Gatos le prestan los equipos, pero Carlos Avalos y vos no lo nombran mucho. ¿No había onda? Con Nebbia, cero trato. Es más, “La Balsa”, es toda de Tan- guito, nada que ver con él. La historia de malestar con el rosarino comenzó en el Primer Festival Beat de la Canción que se llevó a cabo en Mar del Plata. Tal vez, el compartir mucho tiempo con Billy Bond, al quien tampoco le gusta mucho “La Balsa”, por lo expresado en diversas entrevistas, puede haber influido en las picazones en la piel cada vez que se les mencionaba a Litto a los cordobeses. Manzana, el bar dónde se reunían con un recién llegado de Estados Unidos y que había vivido toda la beatlemanía en el país del norte y cuyo nombre es David Lebón, funcionaba como una continuación de La Cueva. Ahí Billy Bond pasaba Rolling Stones, Beatles y Creedence. Poco tiempo después algunos de los integrantes graba- ban en los estudios Phonalex, el Volúmen 1 de La Pesada. En este disco participan: Pappo, Javier Martínez, David Lebón, , Vitico, Pomo, Nacho Smiliari (Sol), Daniel Omer(Sol), Jimmy Arce (Sol), Alejandro Baró (Sol), Luis Gambolini, Roizner y Alfredo Remus. Este disco tiene como canción conocida: “Salgan al sol”. Como dijo en el comienzo de la nota, Carlos Avalos, Sol se atomizó. Cada uno buscó su propio camino. Lo llamativo es que ninguno se quedó en Buenos Aires. Baró se peleó con su mujer, Avalos buscó su camino en la meditación, la noche había dejado de ser su amiga para convertirse en el lugar dón-

30 de los demonios la invitaban a transitarla de una manera que no tenía que ver con la música.

Lo concreto es que te viniste, arrugaste. ¿Tenías todo para ser estrella y terminaste en Barrio Pueyrredón en lo de tu viejo? Yo no lo veo así. Yo no me considero una estrella de la música beat. Fui y soy un trabajador de la música, que estuvo dónde había que estar, en el momento que había que hacerlo. Vos me ves ahora y tengo la misma postura que cuando tocaba en La Cueva. Poneme al lado de un rockero de ahora y vamos a ver quién tiene más postura.

Me convenciste. ¿Lo volviste a ver a Billy Bond después que retor- naron? Sí. Una vez tocan timbre, como a las 9 de la mañana, estaba en la casa de mis viejos y cuando abro un ojo, lo veo al gordo, que ahora era flaco. Era el loco que me venía a visitar.

Chau, nos estamos viendo. Antes de que te vayas, te cuento que una vez estaba grabando con el grupo Uno, que eran del sur, la canción “Venus”, de unos holandeses, en los estudios CBS y antes de empezar a hacerlo, alguien dijo que faltaba un pedal de distorsión. La cuestión que empezamos y nadie escuchaba que golpeaban la puerta. Cuando terminamos y abrimos, estaba Sandro. Él traía lo que faltaba y era la persona a la que habíamos puteado por no tener ese elemento. No sabés cómo se lamentó el loco. Se había venido desde Banfield al centro. Un tipo muy humilde.

En recortes de la época que Baró guarda en su casa, di- cen que Los Bichos formados con ex integrantes de Los Teen Agers y Los Seims, lograron proyección nacional cuando se instalaron en Buenos Aires para grabar con pioneros del rock argentino como Los Gatos, Manal y Almendra.

31 Me voy de la casa de Baró con algo que tiene que ser el credo para toda banda nueva en formación. Está en uno de los comentarios que salió en Claudia Junior, una Oh la la actual:

La razón por la cual Sol suena perfectamente bien a nuestros oídos hay que buscarla más allá del vibrar de sus instrumentos. La armonía reside principalmente en su relación de grupo. Son amigos dentro y fuera del escenario. Sol cree en el desgaste, en la erosión masiva que sufren los conjuntos musicales. Pero saben que existe una fórmula para contrarrestar las inclemencias de este tiempo y ellos la hallaron.

Palabra santa. Muchas veces los amigos te cuentan algo y algunas veces, uno les cree demasiado y otras, toma esos dichos como men- tiras. Por eso, hay que ir a las fuentes. Nadie mejor que Billy Bond para confirmar lo expresado.

Llamada a San Pablo

¿Qué podes decir de Los Bichos? Que yo los vi, me los llevé a Buenos Aires, les produje el dis- co y les di trabajos de músicos fijos en La Cueva de la calle Rivadavia, para que se sustentaran. En ese lugar tocaban Pap- po, Spinetta, Moris, Sandro y Alejandro Medina, entre otros. Pero los fijos y estables eran ellos.

¿Sabés que Nacho Smilari, el ex guitarrista de Los Bichos está to- cando como invitado de ? No, pero no me extraña. Nacho es un gran violero. Hace mu- cho que no lo veo. Me saludó una vez por el Facebook, pero

32 nada más. Creo que La Renga, es de las bandas de la vieja guardia, que están tocando rock, pero como no tengo muchos datos, no opino. Es decir, no los escuché atentamente.

¿Cómo ves la evolución del rock? Los tiempos cambian. Antes escribías con una máquina Re- mington mecánica, hoy lo hacés con una computadora. Todo evolucionó, pero la esencia y el talento son cosas que no tie- nen que ver con la modernidad. El rock de los 70 contestaba, el de los 80 y 90 se comercializó y el de hoy, no es rock, es otra cosa. No le quiero quitar méritos, pero el rock de hoy es pachanga. Muy respetable, pero es pachanga. En los 70, 80 y 90, tenías que tocar. En la actualidad, las máquinas tocan por vos y estoy convencido de que no se puede hacer rock con máquinas.

No hablaste de los 60 en la respuesta que me terminas de dar. ¿Los Gatos, entonces no fueron los primeros en hacer rock? Los Gatos no fueron pioneros en nada. En realidad, sí, fueron los primeros en algo.

¿En qué? En copiarles a los Rolling Stones. Nada más.

Billy Bond, fue contundente. Confirmó la hipótesis planteada en el documental Radio Roquen Roll parte 1 de Martín Carrizo: Los Teen Agers, una banda de Córdoba, fue la primera en hacer rock en Argentina

33 “LOS TEEN AGERS” CORDOBESES Y LA REBELDÍA QUE NOS QUEDARON DEBIENDO

Martín Carrizo

“Estábamos ahí arriba y cortamos de golpe en Mayo de 1966”. El dato que brinda Oscar Santacruz al cierre de la participación de Teen Agers, en el documental Radio Roquen Roll parte 1, no es irrelevante. Quizás fue el primer gran esco- llo que encontró el rock cordobés para comenzar a remontar vuelo definitivamente. Atrás quedaba una historia de seis años para rescatar, que incluía presentaciones en Buenos Aires, Canal 13, El Club del Clan, Escala Musical, la filmación de algunos cortos para noticieros de cine y actuaciones junto a estrellas de la época como Juan Ramón y Leo Dan. ¿Qué hubiera pasado si Oscar Santacruz, Rino Surdo, Guillermo Araujo, Julio Rampoldi y Buby Costerg se hubieran cruzado con el náufrago Pajarito Zaguri, ¿por ejemplo? Quizás el “Mago de los Vagos” les hubiera inyectado un poco de su rebeldía, para comenzar a torcer la historia. Y esto hubiera ocurrido antes de que el rock argentino adoptase a “La balsa” como la señal de partida. Tampoco podemos menospreciar la aparición de Rebelde, puñetazo de rock a cargo de Zaguri y Los Beatniks en Junio del 66. A días del mencionado final de los Teen Agers. Pero para los cordobeses la exigencia era profesionali- zarse. Ensayar todos los días, ir a la radio los siete días de la semana, hacer entrevistas. “Lo hacíamos por hobby, porque

34 todos queríamos tener un título universitario”, rememora el ya jubilado ingeniero Santacruz. El Tano Rino, que vino desde Nápoles a Córdoba con 6 años, estudiaba Psicología e inglés, pero su amor a la mú- sica lo llevó a seguir sólo ligado a ella. Tras la separación formó Los Seims. Es decir “los mismos” en inglés, pero es- crito en criollo. Bajo el sello Microfón dejó junto sus com- pañeros de grupo -algunos ex Teen Agers, otros futuros Los Bichos- un disco bastante desconocido llamado Guitarras en swing, que atesora tremendos registros propios en tiempo de surf-rock, sonidos de spaghetti western y baladas canta- das en italiano. Estamos hablando de años en los que convivieron mu- chas propuestas beat en la ciudad. Tomando como base de operaciones a la docta, estas formaciones animaron fiestas, bailes y giras por provincias . También pudieron llevar sus inquietudes musicales a la gran urbe. Hoy, Buenos Aires, los tiene casi olvidados. Los Crazy Boys fueron otra de ellas, pero no una más. Ficharon para el sello Music Hall, para editar su long play Rit- mos en Órbita. Allí, entre baladas, rocanroles y algunos twists registrados con los arreglos y el aporte de Horacio Malvici- no, aparece “El vago”. Esta canción puede tomarse como una de las primeras en mostrar rebeldía dentro de las alumbradas por el beat cordobés. Registrada en SADAIC, con fecha 12 de septiembre de 1963, bajo la autoría de Enrique Negrelli. “Cuantas veces me dijeron deja ya de rocanrolear… que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar” puede leerse en la partitura, disponible en audioteca y mediateca, de la Biblio- teca Nacional Buenos Aires, archivada bajo el número de sis- tema 813880. “El vago” es una de las primeras canciones argentinas re- beldes, hechas en Córdoba y con una marcada influencia del

35 mexicano Enrique Guzmán y sus Teen Tops. Sólo así pueden entenderse los términos “chamaca” y “rocanrolear” utilizados por estos pagos. La historia de los Crazy Boys había comenzado muchos años antes. Casi a finales de los 50 en los carnavales del Club Municipal del Barrio Alta Córdoba. Al mencionado Negrelli, se sumaban Carlos Farías, Ruben Pereyra, Roberto Rodriguez y Horacio Varela.

Músicos de buen humor

El segundo (y último) long-play que los Teen Agers legaron a las primeras canciones del rock en castellano, se llamó así: De buen humor y apareció en 1964. Incluyó algunas compo- siciones propias en tiempo de twist y rock (“Amor de verano”, “Recuerdo caminando”, “Que buena es la vida”, “El sólo pen- sar”), algunas versiones de clásicos norteamericanos y hasta un surf rock a la cordobesa que bien podría considerarse un puente directo con los discos que grabaron Los Frenéticos en- tre 2013 –El playa- y 2015 –El sonido que perdura-: ese podría considerarse surf city (Berry-Wilson). Un año antes, en 1963 había aparecido el LP debut bau- tizado como Club de Baile. Nunca mejor puesto ese nombre. En este punto vale destacar el gran aporte realizado por tres difusores radiales, devenidos en productores, que marcaron el camino a seguir a los inquietos jóvenes rebeldes de comienzos de la década del 60. Enrique del Campo con su Resonancias musicales, Da- río Martel El club del 33 y José González con sus Rondas Juveniles. Ellos fueron los encargados de viralizar de manera absolutamente eficaz esa primera rebeldía que floreció aquí en la ciudad de Córdoba, al mismo tiempo y hasta quizás un tiempo antes que en la gran city porteña.

36 Bailes por el interior y grabaciones en Buenos Aires. Clubes de barrio, Confitería La Oriental, en calle 25 de Mayo, plena peatonal, y muchos otros lugares de la capital cordobesa, tenían un escenario, siempre dispuesto, para darle espacio a la música en vivo. Cabe destacar que los músicos podían vivir de su trabajo, si asumían sus presentaciones de esta forma. Pero tampoco la tuvieron tan fácil. Por ejemplo, era una época en la que no existía el bajo como una herramienta disponible y al alcance de los músicos. Hoy es muy difícil pensar una formación de rock, sin el aporte fundamental de este instrumento. Los Teen Agers y los Crazy Boys hacían el bajo con la cuerda más gruesa de las guitarras y Los Sanders aparecen con un bajo. “Era algo de otro planeta”, recuerda sonriente Enrique Re, músico integrante fundador de Los Relámpagos junto a Carlos Avalos, entre otros adolescentes de Barrio Juniors. Los Relámpagos también fueron pioneros en algo no tan agradable de recordar seguramente para ellos. Hoy, increíble- mente después de 50 años, siguen siendo renombrados como Los Refucilos por muchos colegas, ya que fueron depositarios del mote de “mufas” y con solo nombrarlos, podría caer sobre nuestras cabezas la maldición divina del dios criollo del Rock & Roll. Pero volviendo al debut discográfico de nuestros que- ridos y recordados Teen Agers, aquel disco de 1963 puede considerarse una gema que atesora entre los surcos del vinilo las primeras composiciones de rock en castellano de nues- tro país. Si bien la historia oficial insiste en aclarar que este “blasón” es propiedad de los rosarinos The Wild Cats o Los Gatos Salvajes con su disco de 1965, desde Córdoba tenemos sobradas razones para rever esta historia y comunicar al país lo que aquí ocurrió.

37 Para esto escuchen “Matemáticas”, un auténtico rocan- rol en castellano, con registro en SADAIC con fecha 27 de septiembre de 1963, al igual que el primer twist en cordo- bés “Twist del tren”. También podrán obtener el dato oficial consultando por el “Twist en blue jeans”, con fecha 19 de noviembre de 1963. Oscar Santacruz nos regala una anécdota imperdible so- bre cómo fue el origen del primer twist mediterráneo.

Con los Teen Agers siempre viajábamos a Buenos Aires en el tren Rayo de Sol. Una vez en el camarote, Rino comenzó a componer una canción recordando a su novia Susana. La dejamos casi terminada y nos acostamos a dormir plácidamente en el mejor tren del mundo. Ya eran épocas en las que había paros y reclamos. Al otro día nos despertamos y estábamos en la estación Mitre de Córdoba, el tren no había salido nunca.

Lo que sí había nacido, era el “Twist del tren”. “En la CBS nos pidieron que lo cantemos como hablábamos no- sotros y fue el primer twist grabado en cordobés. Ellos no querían canciones en inglés y terminamos metiendo algunas letras ahí en el estudio”, relata Oscar para terminar de darle forma a su recuerdo.

Una aventura valvular

Te cuento toda una aventura. En esa época todo eran válvulas, decí que tenía una a favor: se conseguían. Los transformadores de poder y salida de audio, ese era el calvario. Tenía que hacerlos yo personalmente. Los altos parlantes eran Leea, lloré frente a su fábrica cuando cerró. Era orgullo argentino. Había que hacer gabinetes, chasis, frentes, etc.

38 Oscar Rodiponte se entusiasma y no le vemos sus ojos a la distancia, pero podemos intuir que tienen un brillo intenso y húmedo debido a la emoción. Nos escribe desde Coronel Pringles, los pagos de la canción de Celeste Carballo. Oscar tiene 76 años y sigue trabajando en sonido. Comenzó en Cór- doba hace más de 50 y acompañó a Del Campo, González y Martell en la difusión de todos los conjuntos mencionados en este relato.

El equipo de Los Violentos fue el último que armé, antes de venirme desde Córdoba. Tengo una foto sentado arriba de sus equipos que me sacaron por casualidad. Aqui en Buenos Aires trabajé como loco instalando boliches bailables. Era la época que brotaban como la mala hierba, me acuerdo en la zona de Recoleta instalé uno de muy alto nivel. Calle Quintana 360, creo que lo usaba Mirtha Legrand para los desfiles de moda.

Y si bien Rodiponte nunca se sentó a la mesa de la “diva de los almuerzos”, tranquilamente, podría sentarse en el trono de los adelantados del rock cordobés -y también en español-. Su aporte fue fundamental en una época en la que no había equipos para comprar, ni importar. Tampoco se conseguían tan fácilmente los instrumentos.

Yo me compré una guitarra en un remate y, para mí, fue la gloria. Aquí no se conseguían instrumentos importados y había que contentarse con los nacionales. Y una vez de gira por la provincia de Santa Fe, nos cruzamos con , en Rosario. Me dijo: “tu guitarra es muy fea” y me terminó vendiendo la suya. Ese instrumento fue la guitarra original de los Teen Agers. Aporta Oscar Santacruz.

39 Muchos adolescentes curiosos que, luego terminarían siendo músicos, se acercaban a los “bailes” de Teen Agers sólo para apreciar ese extraño y endiablado instrumento musical. Ellos fueron, prácticamente, los primeros en tener una guita- rra eléctrica en Córdoba. Los primeros acordes de Teen Agers habían sonado en una casa de Parque Corema (barrio residencial de la zona norte de la ciudad de Córdoba). Debutaron en las fiestas de IICANA (Instituto norteamericano de enseñanza de inglés que tenía a Rino como alumno) Allí fueron descubiertos por Enrique del Campo, quien según palabras textuales del ex Los Violentos, Mick Camaño: “el tipo era un Tinelli de esa época. Si te descubría, tenías la posibilidad de triunfar a nivel nacio- nal y también internacional”. Los Teen Agers hicieron una prueba en Radio Univer- sidad y de allí sacaron pasaje directo a la CBS (hoy Sony) para comenzar a dejar registro de sus canciones. Eran cinco adolescentes que nunca habían estudiado música y a los que, de repente, se les abría un mundo nuevo. Este relato que comienza paradójicamente con el final de la banda más recordada del beat cordobés, cierra con la misma voz. La del ingeniero Oscar Santacruz y su iniciación musical.

Yo tenía 16 años en 1960, 1961. Tocábamos música sin haber estudiado. Estábamos influenciados por las cintas de grabador que venían a través de familiares que viajaban a Estados Unidos, con canciones de Johnny Cash, Elvis Presley, Little Richard, Bill Haley. Nos convocaron desde Canal 12 de Córdoba para grabar la apertura, nos llamábamos Los Tigers. Pero nos pidieron que adoptáramos un nombre más comercial y nos pusimos Los Teen Agers.

40 El Vago. Los Crazy Boys

Tus papás ya no me quieren, porque sé que veo mal De bailar el rock y twist, he dejado de estudiar Cuántas veces me dijeron “dejá de rocanrolear” Cuántas veces me dijeron “dejá de rocanrolear” Cuántas veces yo les dije “eso no lo haré jamás” En la casa de mi novia ya no me dejan entrar Pues dicen que soy un vago y que nunca he de trabajar Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar Ir al cine acompañado, divertirme y nada más Esa vida deja ya, llena de lujo y champán Vamos, vamos a gozar, vamos a rocanrolear En la casa de mi novia, ya no me dejan entrar Pues dicen que soy un vago y que nunca he de trabajar Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar Que me gustan las chamacas, los cigarros y bailar Ir al cine acompañado, divertirme y nada más Divertirme y nada más, divertirme y nada más.

41

SEGUNDA PARTE. LOS AÑOS 80

EL RELATOR DE SALTO EN LARGO

Dirty Ortiz

Charly, el y

Los ochenta empezaron en Córdoba el 22 de junio de 1979, la noche en que vino por primera vez a Atenas. Al Negro Audenino, mi mejor amigo del último año de la secundaria, le gustaba el jazz y me insistía con que el rock no me conducía a ninguna parte. Pero no le hice caso. Me tomé el bondi a barrio General Bustos, que me dejaba en la calle Re- pública de Siria. Caminando por Aguado, llegué hasta la pun- ta de la cola de gente que desembocaba en la entrada del club. Por esos días, Elton John giraba por un lugar donde nunca antes había estado: la Unión Soviética. Y los cables de las agencias internacionales detallaban cómo las cuatro mil personas que asistieron al show en Leningrado bailaban y saltaban sobre sus butacas, sin que la policía pudiera hacer demasiado para contenerlos. El tour incluía una función en Moscú y era un signo de apertura hacia Occidente por parte de un régimen que consideraba peligroso que artistas rockeros del mundo capitalista se presentaran en la URSS. “Ring My Bell”, de Anita Ward, un tema que el tío Pepe (José González) empezaba a difundir en el Discoshow VM, había llegado al número uno en el Hot 100 de la Billboard, como muestra del apogeo de la música disco. En el segundo y el tercer lugar se apuntaban, respectivamente, dos hits del

45 mismo género: “Bad Girls”, de Donna Summer, y “We Are Family”, de las Sister Sledge, las hermanas que tenían por de- trás la guitarrita infalible de Nile Rodgers. Y entre los diez primeros aparecía también “Boogie Wonderland” de Earth, Wind and Fire, para despejar toda duda acerca de cuál era el estilo predominante. Las entradas anticipadas para el recital en Atenas se ven- dían en la jeanería “Facha’s”. Y el espectáculo era anunciado como “Charly García con Serú Girán”, lo que deja expuesto cuán poco se había escuchado el primer disco de la banda, editado el año anterior. La marca “Serú Girán” era difícil de asimilar porque unía dos palabras que no tenían ningún sen- tido, producto del delirio de la convivencia del cuarteto roc- kero en Buzios, antes de grabar el álbum. Charly, en cambio, gozaba de la fama bien ganada con Sui Géneris y La Máquina de Hacer Pájaros. El marketing surtió efecto porque miles de cordobe- ses asistimos a la convocatoria en una noche muy fría, en la que los grupos de tareas rondaban por los barrios en busca de nuevas presas. Muchos aprovechaban la excusa del show para reencontrarse, después de haber estado sumergidos en el anonimato. “Este invierno fue malo y creo que olvidé mi sombra en un subterráneo”, decía la letra de “Eiti Leda”, que en realidad era una vieja canción de Sui Géneris, “Nena”, con el título cambiado y unos arreglos criminales de en el bajo. No había forma de no identificarse con esa frase. Para nosotros, los novatos en estas lides, la velada sirvió también como muestrario de la resistencia que el rock seguía ofreciendo en Córdoba a las inclemencias de la dictadura. Abrió la noche aferrado a su guitarra acústica Sergio “Blues” Barbosa, que ya era entonces la leyenda que después siguió siendo. Y a continuación se sucedieron en escena “Abejorro”, “Dibujos Animados” y “Transmutación”. La gente aplaudió

46 y defendió los colores locales, aunque cada tanto se llamaba a los gritos a Charly, para que quedara en claro a qué había venido el público. Por supuesto, no faltaba el clásico “¡Viva Pappo!”, que conjugaba el fanatismo por el Carpo con la pi- cardía cordobesa. A la salida, volviendo con los hermanos Aizpeolea en el 160, discutimos acerca de lo mucho que me gustaba a mí The Police y lo poco que les gustaba a ellos. El tiempo se encar- garía de que esas diferencias musicales se fueran diluyendo: unos meses después, The Police iba a ser el grupo favorito de todos. Incluyendo a Charly.

Rockaria

El Festival de La Falda de 1983 fue, de todas las ediciones en las que estuve, la que me encontró en el mejor de los aloja- mientos. Ese año se había anunciado que serían dos los fines de semana en que el escenario estaría ocupado por los núme- ros centrales. Y que, durante las noches intermedias, habría lugar en el anfiteatro (abierto, en ese entonces), para artistas emergentes de todo el país. Pensé que había que quedarse ahí por diez días y que no estaba dispuesto a repetir las experien- cias demasiado hippies de años anteriores. En la edición de 1980, que fue de apenas dos días, dormí en el piso de la terminal, con uniformados que cada tanto nos despertaban de una patada porque les molestaba que estuvié- ramos ahí. En realidad, a la mayoría de los habitantes de La Falda le incomodaba nuestra presencia, acostumbrados como estaban los faldenses a ser sede de un encuentro tanguero en el que no había barbas, ni melenas ni porros. Yo llevaba un bolso con un radiograbador, una muda de ropa y un ejemplar de Cien años de Soledad. Todavía, en esos años, usaba peine.

47 En 1981 me hicieron un lugar en la casa de unos parien- tes lejanos que vivían frente al anfiteatro. Me proveyeron de comida, baño y un lugar en el living para desplegar mi bolsa de dormir. Fueron muy amables, pero en todo momento me hicieron saber la bronca que les daba tener que aguantar a las tribus de invasores que deambulaban por la calle durante todos esos días. Que les mearan y cagaran el jardín y que les usaran permanentemente una canilla de agua externa, no ayudada en la tarea de lograr que el festival les cayera simpático. Y tenían una hija de mi edad a la que el rock le despertaba un interés nulo. Yo llevaba el mismo bolso del año anterior. Y un casete de temas varios, que abría con “Planet Claire” de los B-52’s. Al año siguiente, mi amigo Coqué Luciano, con el que éramos compañeros en la carrera de Ingeniería, me ofreció un lugar en la carpa que iban a ocupar él, su novia y una prima de ella. La madre de Coqué era docente en la Universidad y por eso pudimos hacer base en Vaquerías. Había que caminar bastante para ir a La Falda y volver, pero teníamos 20 años y no sabíamos nada de pies hinchados, rodillas quejosas ni can- sancio. Una mañana, nos despertó el ruido de una moto: era Carlos Presman, que había venido a visitarnos. En el morral, que me había comprado hacía poco, llevaba los apuntes para el ingreso a Ciencias de la Información. Con estos antecedentes, a fines de enero de 1983 me puse en campaña para organizar mi estadía durante el festival. Apenas volví de Necochea, adonde habíamos ido en un Fiat 600 con mi amigo Baco Pérez y con Enrique Españón al vo- lante, hablé con mi primo Santiago. Yo sabía que de su mujer, Silvia, tenía una casa de veraneo en Huerta Grande. Y que, si en esa fecha estaba desocupada, podía transformarse en un excelente albergue. Con lógicas recomendaciones sobre los cuidados que de- bía tener, Silvia accedió a prestarme la casa, donde probable-

48 mente también dormirían algunos parientes de ella. Provisto de un pintoresco molino, el chalecito fue el sitio ideal para descansar después de las maratónicas noches, que se comple- taban con un regreso a pie de cuatro kilómetros. A esa edición del festival fuimos con mi compañero de facultad Néstor Sar- giotto, con quien también asistimos a varias de las noches de espectáculos entre un fin de semana y el otro. En mi mochila, yo llevaba una libreta para anotar datos de lo que ocurría so- bre el escenario, como me lo habían pedido desde el diario Tiempo de Córdoba. Mercedes Outumuro y María Rosa Grotti me habían adoptado como “joven promesa periodística” en el suplemen- to Tiempo Cotidiano que ellas editaban para el diario. Las había conocido a través de Nora Borrás, otra de mis compa- ñeras en Ciencias de la Información, y me empezaron a pe- dir colaboraciones. La primera fue un cuento breve que salió publicado con una ilustración de Crist. Yo no podía creer que mi firma apareciera junto a la del tipo que había dibujado “García y la Máquina de Hacer Pájaros”. Para ese festival, ellas me pidieron que aportara mi pers- pectiva juvenil a los dos periodistas destacados por el Tiempo de Córdoba para la cobertura del evento: Manolo Lafuente y Gabriel Ábalos. Con ellos iba el fotógrafo Fino Pizarro. Yo no me daba cuenta, pero estaba conociendo a los tipos que mayor influencia iban a tener después sobre mi desempeño profesional; y con quienes íbamos a compartir una gran amis- tad, mucho más allá del ámbito de trabajo. La primera imagen que se me viene a la memoria de La Falda 83 es la de un Fito Páez escuálido, que llevaba unos an- teojos largamente más grandes que su cara y que andaba dan- do vueltas por el anfiteatro, esperando la prueba de sonido. Fito estaba en cueros y decía que le simpatizaba el MAS, ese Movimiento al Socialismo que fue uno de los primeros par-

49 tidos de izquierda que se animó a asomar la cabeza apenas la dictadura se vio obligada a convocar a elecciones, después de la derrota en Malvinas. Él era apenas uno más de los muchos que integraban la banda de , el cantante rosarino que el año anterior se había consagrado como reve- lación, con la ayuda de los coros de Silvina Garré y aferrado apenas al acompañamiento de su guitarra. Desde hacía tiempo, yo trabajaba para el organizador del Festival, Mario Luna, en tareas como la redacción y el reparto de gacetillas de prensa. Y también me encargaba de una labor esencial: como los militares no permitían la pegati- na de carteles en las calles, yo llevaba unos pequeños afiches del tamaño de una hoja A4 y, tras pedir permiso, los pegaba con cinta adhesiva en las vidrieras o en las puertas de los negocios. Recorría kilómetros de veredas y entraba a cientos de locales. Con eso me ganaba mi abono gratis para todas las noches del festival. Pero no sólo eso. Mi acreditación me permitía entrar an- tes, ver las pruebas de sonido y acceder al backstage. Eso me dio la posibilidad de observar, desde un lugar privilegiado, un espectáculo que no tenía par en la Argentina de aquella época. El Festival de Música Contemporánea de La Falda, tal como lo había concebido Mario Luna, trascendía la actuación de los músicos y se potenciaba como un verdadero polo magnético de la cultura rock. Así lo había entendido yo desde la primera edición, cuando escribí un relato titulado “Rockaria”, en el que fantaseaba con que el público del festival no regresaba nunca más a su casa y permanecía en La Falda como parte de una comunidad autónoma. Sin embargo, esas ilusiones de solidaridad rockera no coincidían con el comportamiento que manifestaban mu- chos de los que asistían al encuentro. Educados en la discri- minación a la que se los sometía, los rockeros devolvían ojo

50 por ojo y diente por diente. Cuando sospechaban que alguno de sus enemigos, identificados como los músicos “comercia- les”, invadía su territorio, lo castigaban con silbatinas, abu- cheos y el disparo de objetos contundentes hacia el escenario. Y hacían gala de una homofobia que los llevaba a calificar de “puto” a todo el que se mostrara distinto a los cánones del hippismo imperante. El festival había sido pródigo en este tipo de expresiones de intolerancia. Hasta el propio Mario Luna era insultado cuando tomaba el micrófono, porque se vestía de manera formal y porque, como era el organizador, sólo podía estar animado por un fin lucrativo. En las primeras ediciones ha- bían sufrido este escarnio varios artistas, muchos de ellos in- sospechados de cualquier falsedad artística. Pero la de 1983 iba a ser la edición que colmó el vaso. Y los episodios de violencia iban a trasladarse fuera del predio, con el agravante de una intervención policial que sólo consiguió incrementar el escándalo. En el verano de 1984, la bohemia universitaria y la mili- tancia estudiantil me habían incitado a abjurar de ese confort que caracterizaba la vida burguesa. Por eso, los preparativos para las noches del festival se limitaron a los elementos bá- sicos: la idea era llevar bolsas de dormir y echarse donde nos agarrara la madrugada. Estábamos en el amanecer democrá- tico y eso nos otorgaba permisos desconocidos, sobre todo para quienes habíamos desandado nuestra adolescencia bajo el estado de sitio. Junto a Tincho Siboldi y Pilón Damicelli pasamos la pri- mera noche bajo el toldo metálico de una pizzería en la ave- nida Edén. La gente que iba por la vereda nos miraba como bichos raros, pero por suerte no éramos los únicos. La ciudad había sido tomada por miles de jóvenes como nosotros que, sin tener noción de que se estaba terminando la etapa inau-

51 gural de los festivales serranos de rocanrol, sentíamos que, al acudir por quinto año consecutivo a esta cita, teníamos dere- cho a usurpar cualquier espacio público. De hecho, al día siguiente pernoctamos en la galería de la estación de trenes, donde el techo diseñado por vaya a saber qué arquitecto inglés, sirvió de cobijo a decenas de personas, que se pertrecharon allí para escaparle a la lluvia. Al desper- tarnos, descubrimos que a un costado dormía con la boca abierta otro conocido de la “Escuelita” (Facultad de Ciencias de la Comunicación), Luichi Altamira. Y advertimos, diver- tidos, que una mosca revoloteaba sobre sus fauces, dispuesta a ingresar en ellas. De tanto reírnos, Luichi se despertó antes de comerse el moscardón, y se sumó a la tertulia. Pero el momento épico llegó cuando, sin mediar ninguna frase introductoria, sacó de su mochila un ejemplar de La filosofía en el tocador, del Mar- qués de Sade, y comenzó a leernos sus párrafos favoritos. El murmullo de su lectura despabiló a los que todavía dormían y el auditorio fue creciendo, de modo que Luichi debió levantar su voz para que todos oyeran. Y así fue como, mientras afue- ra llovía, en la estación resonaron las ocurrencias del Divino Marqués, acompañadas por aplausos e interjecciones de los recién despiertos. Dentro del anfiteatro, y en las calles adyacentes, el clima se había vuelto cada vez más irrespirable. Las tribus rockeras exhibían una irritabilidad manifiesta y la policía aplicaba mé- todos que, se suponía, ya habían perdido vigencia. Desde el escenario, los artistas percibían esa atmósfera pesada y hacían esfuerzos para descomprimirla, pero no lo lograban. , que además de tocar con brindó un concierto como solista, tuvo entredichos con el público e increpó desde el micrófono a algunos de los ina- daptados. “Esta puta democracia”, dijo en un rapto de ira,

52 no porque promoviera el regreso de los militares, sino porque advertía que el nuevo régimen conservaba aún los rasgos de una violencia que se resistía a ser erradicada. Después de aquella vez, regresé a La Falda en muchas ocasiones. Estuve en los festivales de 1986, 1987, 1992, 1996 y 2002. Y una vez, en los noventa, nos dimos una vida de estrellas de rock durante varios días gracias a un amigo que tenía una cámara de TV con el logo de ATC y que decía en hoteles, boliches y restaurantes que trabajaba en el canal del estado. Cuando se empezaron a dar cuenta de que el supuesto camarógrafo era un charlatán, emprendimos el regreso, con los bolsillos tan vacíos como los teníamos cuando llegamos. Al festival del 2002, organizado por Héctor “el Perro” Emaides, fui acreditado por la FM Cielo, donde hacíamos un programa junto a Miguel Peirotti, Martín Toledo y Carlos Rolando. Teníamos canje con el hotel Balcón del Sol, uno de esos típicos establecimientos que vivieron su apogeo en otras épocas, pero que siguen siendo acogedores más allá de una indisimulable decadencia. Me gustó tanto el Balcón del Sol, que volví en repetidas oportunidades, enamorado de su pileta y de sus desayunos monumentales. Y hasta me quedé atrapado una vez en las tinieblas del jardín del Hotel Edén, cuando se me pinchó una goma vol- viendo de la estancia La Candelaria. Mientras yo tomaba un té adentro del hotel, la cubierta perdía su aire en el estaciona- miento, de manera que al salir me di cuenta del inconvenien- te. Por supuesto, como siempre ocurre en estos casos, la rueda de auxilio también estaba desinflada. Así que tuve que llamar a SOS y esperar hasta la una de la mañana la llegada del mecáni- co. No sé si en el Edén habrá espíritus malignos que deambu- lan por las madrugadas, pero permanecer allí en la soledad de la medianoche difícilmente sea algo tranquilizador para nadie.

53 Lo único que puedo decir es que cada vez que paso por La Falda o que voy de visita, las postales de aquellos festivales de comienzos de los ochenta regresan a mi memoria con una nitidez inusitada. La ciudad ha cambiado mucho y yo tam- bién. Pero han sido demasiadas las vivencias como para que el olvido se atreva a devorarlas y luego digerirlas sin dejar rastro. La paradoja es que, tantos años después, el tango ha vuelto a enseñorearse en el anfiteatro. Y así como más de tres décadas atrás nos confesábamos ignorantes de las bondades del dos por cuatro, ahora somos nosotros los que caemos en- vueltos en las redes de la nostalgia. El eco de nuestras voces juveniles sigue replicando allí ese canto de Woodstock al que creíamos omnipotente. Como nuestra ilusión de cambiar el mundo; ese mismo mundo que todavía se empecina en seguir siendo indiferente a cualquier cambio.

La historia es circular

A mediados de los ochenta, ir a Buenos Aires era sinónimo de comprar discos. Viajamos con Marcelo Franco y el Topo Gregoratti para estar en el festival del aniversario de la Rock & Pop, con la excusa de cubrirlo para LV3. Y Marcelo cayó por el hotel con Gulp!, el primer disco de “Los Redondos”. Cuando pasé la mano por la portada, me di cuenta de que tenía relieve, de que en cada disco había una ilustración pare- cida pero distinta, de que el tal Rocambole se había tomado semejante laburo. Ese fue mi primer contacto directo con el grupo, vía tác- til, en octubre de 1985. Antes, había leído notas que hablaban de ellos, y habíamos escuchado “La Bestia Pop” en el progra- ma Laguna’s Rock -; pero seguían siendo una incógnita. Ya habíamos resuelto otros intríngulis rockeros, como conseguir

54 un casete de Corpiños en la madrugada y un demo pirata de . Y ahora ya teníamos a Los Redondos. Hubo que volver a Córdoba para posar la púa sobre “Barbazul” y escuchar por primera vez detenidamente la voz del Indio. Me sonó tan rara que tardé como un mes en acos- tumbrarme. El tiempo suficiente para que Gulp! apareciera en su edición masiva. Fui a la disquería y lo compré, pero cuando le pasé la mano comprobé, sin sorpresa, que la superficie era lisa. Más allá de la previsible desilusión, me di cuenta de que Los Redondos eran un grupo completamente distinto a todos los que había conocido hasta entonces. El 12 de diciembre de 1987, Patricio Rey y sus Redon- ditos de Ricota llegaron a Córdoba para actuar en la Asocia- ción Española (hoy Polideportivo General Paz). Un año antes había salido Oktubre y el grupo se había convertido en uno de los referentes del rock nacional, cubriendo las espaldas de gente como Charly García, Fito Páez o Soda Stéreo, que ya habían emprendido lo que la prensa llamaba “la conquista de Latinoamérica”. En 1987, yo trabajaba como productor del programa de radio Después de hora, que conducía Fabián Falcón por la que entonces era FM Líder. Según las mediciones de Mercados y Tendencias, teníamos tan poca audiencia que nos podíamos dar el lujo de pasar música alternativa y rock cordobés. Casi sin pensarlo, nos convertimos en el lugar adonde podían acu- dir los grupos nuevos para difundir lo que hacían. Una tarde, nos llamó por el interno don Colautti, el re- cepcionista, y nos dijo que nos buscaba un “señor Solari”. Personalmente me encargué de traerlo al estudio para que Fa- bián lo entrevistara. Cuando empezaron las preguntas, Fabián me invitó al micrófono para que yo aportara algo que, por supuesto, no me acuerdo qué fue. Lo que sí recuerdo perfec- tamente es que el tipo no tenía para nada el perfil de una pop

55 star. Y que argumentó que tenía 38 años y que a esa edad no podía hacer otra cosa sino cantar en un grupo de rock. “¿Dir- ty te dicen? ¡Qué buen sobrenombre!”, me estampó el Indio en aquella nota de la que no había pensado tomar parte. Pocas veces en mi vida vi un show como aquel del 12 de diciembre de 1987, en el que conociera tan pocas canciones. Unas, porque eran muy viejas y no estaban grabadas, como “Un tal Brigitte Bardot”. Y otras, la mayoría, porque recién iban a ver la luz en el tercer disco del grupo, Un baión para el ojo idiota. Sin embargo, mi atención no decayó en ningún momento, porque cada tema nuevo de Los Redondos sonaba mejor que los anteriores, los mismos que en su momento nos habían parecido insuperables. Para el día siguiente, con Fabián y Oscar Smith, del di- rectorio de los SRT, habíamos organizado un festival con ban- das de Córdoba en la explanada del Comedor Universitario. Conseguimos a los conocidos, como Astroboy, Praxis, Proceso a Ricutti, Seno de Beta, Descartables y Mousse. Pero también habíamos decidido sumar a algunos “menos famosos”, como Los Eternautas o Washington Canesú y Las Solapas. El evento ocurrió el 13 de diciembre. Dos días antes, había llenado la cancha de River y el recital fue trans- mitido en directo por Canal 10. Era la “Stingmanía”: en el Rex II daban Bring On The Night y en el Teatro Córdoba, Quadrophenia. Pero la gente a la que le gustaba otro tipo de películas, podía ir manejando hasta el Autocine IV Centenario para ver De la China, con furor, con Bruce Lee. Una multitud asistió al acto en el que Eduardo Angeloz juró por segunda vez como gobernador de la Provincia y a la fiesta posterior en el Parque Sarmiento con la actuación de los Chicos Orly. Y diez mil Testigos de Jehová se congregaron para una Asamblea en el Estadio Córdoba. El presidente Alfonsín estaba de gira por

56 Italia buscando inversiones, en tanto el dólar cerraba el vier- nes a 3,49 australes para la compra y 4,36 para la venta. El cuartetero Sebastián iniciaba su largo exilio de los bailes cordobeses y anunciaba que iba a instalarse en Estados Unidos. Al mismo tiempo, algunos de sus colegas de género, como Chébere, La Mona Jiménez, Pelusa, La Leo, Santamari- na, Carlitos Rolán, Heraldo Bosio y Fernando Bladys, prome- tían juntarse para homenajear a Falucho Laciar en el Chateau. Ese sábado a la noche en que actuaron Los Redondos, hubo hogares que debieron optar entre “Gente como la gen- te”, con Beatriz Taibo y Ricardo Lavié, por Canal 10, el Viaje a lo inesperado de Natán Pinzón por Canal 12, y la Platea preferencial de Jorgelina Lagos por Canal 8. Los privilegiados que tenían cable pudieron ver La guerra del fuego de Jean- Jacques Annaud. Y había muchos que estaban contentos por- que esa tarde Belgrano le había ganado 3 a 1 a Los Andes en el flamante Nacional B, con dos goles de Scatolaro y uno de Parmigiani. También se habían sorteado las eliminatorias sudamericanas del Mundial Italia 90. Pero la Argentina, por ser el último campeón, no tenía que jugarlas. Al día siguiente por la mañana, fui a la Ciudad Univer- sitaria para ayudar a armar el escenario. El festival empezó a media tarde con Praxis y terminó con Mousse a las 3 de la mañana. La gente no tenía que pagar entrada. Se hizo en la ex- planada del Comedor y se juntaron unos 400 chicos. A la ma- drugada, cuando terminamos de cargar todos los equipos, le pedimos al fletero si nos podía llevar hasta el centro. Y así vol- vimos, sentados en la parte de atrás de la camioneta, tomando una cerveza y pensando que el futuro ya llegó hace rato. Pasaron muchos años, pero a veces pienso que nunca me bajé de esa pick up. Que todavía no entramos al centro de la ciudad, y que el sol va a tardar unas horas en salir. Que Los Redondos actuaron la otra noche a pesar de que no fue

57 a verlos casi nadie. Y que damos vueltas y vueltas en círculo. Pero no es así. Los Redondos se separaron en 2001 después de actuar en el Chateau, donde juntaron más gente que los Testigos de Jehová. Ya nadie se acuerda de Bruce Lee y mucho menos de su hijo Brandon. Los grupos que tocaron en Ciu- dad Universitaria ya no existen. Y el futuro sigue llegando. Hace rato.

Vitricidio

La década del ochenta se cerró con una crisis económica que nubló el panorama de la incipiente democracia hasta pintarlo de una oscuridad espeluznante. Apagones, saqueos y levanta- mientos militares se combinaron en un cóctel que acabó con las ilusiones de quienes pensaban que el país se encaminaba en la senda del progreso. Y el rock cordobés, como tantos otros sectores de la sociedad argentina, iba a sufrir las conse- cuencias de este desmoronamiento institucional. Algunas bandas como Posdata, Tamboor, Pasaporte, Mousse y Proceso a Ricutti, habían concretado la hazaña que en ese entonces obsesionaba a los músicos: habían publicado discos. Álbumes que vendieron más o menos bien para los parámetros de la época, pero que de ninguna manera posi- cionaron a sus intérpretes en los umbrales del éxito. Por eso, cuando las perspectivas de la industria discográfica se ensom- brecieron, sus nombres fueron los primeros en ser borrados de las prioridades de las compañías. En medio de ese tembladeral, las formaciones de las bandas de Córdoba sufrían constantes vaivenes y algunos em- pezaban a otear el horizonte, pensando en la posibilidad de radicarse en el exterior. Fue en esa circunstancia que recaló en Córdoba el inefable Pierre Bayona, quien llegaba desde Bue-

58 nos Aires con la chapa de haber sido, alguna vez, el mánager de Sui Generis. Y la anécdota de su mención en una canción de Gulp!, el primer disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que se titulaba “Pierre, el vitricida”. Ante la ausencia de mentores locales que supieran orien- tar la carrera de los grupos, el Gordo Pierre podía encontrar en la escena cordobesa las posibilidades de trabajo que ya no se le daban en Buenos Aires. Fueron Mousse y Proceso a Ri- cutti sus conejillos de indias, con los que aplicó técnicas de coaching sumamente novedosas. Por ejemplo, hacía que los noctámbulos artistas se levantaran temprano para realizar ejercicios físicos y los sometía a terapias colectivas en las que pudieran expulsar los demonios que solían conducir a la sepa- ración precoz de las bandas. Pero todo conspiraba en su contra y de que se trataba de un simple vendedor de humo pendía sobre su currículum. No pudo sacar adelante a ninguna de las dos for- maciones de las que se hizo cargo en su raíd cordobés, pero lo intentó de todas las formas posibles. Y de su vehemencia en la búsqueda de escenarios dispuestos a recibir a sus protegidos, me consta a través de una experiencia directa. Como letrista de Proceso a Ricutti, fui invitado a par- ticipar de una de las sesiones de terapia grupal, de la que hui espantado. Percibí que escuchar cómo mis amigos se incre- paban los unos a los otros en términos ofensivos no me iba a ayudar para nada a la hora de redactar estrofas y estribillos, por lo que, en el momento más álgido de la reunión, invoqué un compromiso laboral inexistente y me retiré de la vetusta casa que alquilaba Paco Ferranti en la zona del Mercado Norte. Unos días después, tras un ensayo de Proceso a Ricutti, el Gordo Pierre me sacó conversación acerca de mi trabajo. Ante la crítica situación del país y frente a la escasez de puestos vacantes en los medios de comunicación, yo me desempeñaba

59 como bibliotecario en un colegio privado de la zona norte de la ciudad, que era el mismo al que yo había asistido desde el jardín de infantes hasta terminar la secundaria. Después de todo, era una labor bastante relajada, porque no abundan estudiantes que ingresen a solicitar libros en una biblioteca. Sin darme cuenta, le fui dando detalles a Bayona acerca de cuáles eran las características de este colegio. Pero hubo una que, sobre todo, le interesó especialmente. Le conté que había un gimnasio de enormes dimensiones, donde, además de las actividades deportivas, se desarrollaban los actos y las puestas en escena de los propios chicos, sobre un escenario que ocupaba todo el ancho del recinto y que hasta contaba con telones y camarines. De inmediato, “el Gordo” me planteó la posibilidad de gestionar allí la realización de conciertos de rock, una idea que me ocupé de descartar de cuajo. Se trataba de un género que difícilmente podría ser tolerado por una institución que tenía concepciones pedagógicas bastante estrictas. Además, al pensarlo de manera egoísta, me parecía que el plan de Pierre podía poner en peligro mi cargo en la biblioteca, sobre todo si algo salía mal y el evento se descontrolaba. Bayona simuló entender mis razones, una vez que ya ha- bía obtenido la información necesaria para llevar adelante su estrategia. Durante algunas semanas no volví a tener noticias de él ni de Proceso a Ricutti, a los que supuse enfrascados en esas prácticas terapéuticas que, según creía yo, no iban a desem- bocar en nada bueno. Para mí, era atinado guardarse algunas cosas negativas que uno pensaba de su compañero de banda, a sabiendas de que verbalizarlas podía desatar un terremoto. Hasta que un día, en el habitual momento de desayuno que compartíamos con los preceptores y la secretaria antes del primer recreo, el director se me acercó y me dijo: “Che, ayer a la tarde vino este hombre, Bayona, a hablarme de tu parte.

60 ¡Me hubieras avisado!”. Las piernas me temblaron y el pulso ya casi no me dejó sostener la taza. “El Gordo” sabía que yo me retiraba del colegio a las 14 y por eso había ido a la siesta. Comprendí que estaba en problemas. “Me dejó una carpeta con la propuesta de hacer un re- cital de la banda esa Proceso a Ricutti en el gimnasio”, me explicó el director. Con los nervios destrozados, puse mi me- jor “cara de póker”, pensando cómo iba a salir de esta. Hasta que el diálogo se cerró de una manera insólita: “Muy amable, Bayona, me cayó bárbaro. Les voy a llevar la carpeta a los de la comisión directiva, aunque no creo que le den bola”. El chubasco pasó, de la misma forma que pasó “el Gor- do” Pierre por Córdoba, sin lograr que los rockeros locales adquiriesen hábitos un poco más profesionales. Yo seguí en la biblioteca varios años más, hasta que mi chapa de periodista me habilitó para ganarme el sustento trabajando en los me- dios. Y, con el correr del tiempo, me di cuenta de que el rock cordobés es así como es. Y que el disco, el reconocimiento nacional, la difusión mundial y la vida de millonarios con la que soñaban, no son nada al lado de las queridas cancio- nes que compusieron y grabaron; y de las anécdotas que dan cuenta de que hemos vivido a pleno lo que nos tocó en suer- te. O en desgracia.

61 LOS OTROS OCHENTAS. UN POST POST-PUNK

Humberto Sosa

Experimentar la democracia, la libertad y sus posibilidades definió “el espíritu de la época”. Si había que desautorizar el límite construido por la so- ciedad pacata de Córdoba y su tradicional idiosincrasia reli- giosa y académica, “la fiesta” se convirtió enla herramienta. Al privilegiar zambullirnos en la experiencia, la celebra- ción que proponíamos era un vehículo profano que rompía con la contemplación. La gente se liberaba y nadie sabía muy bien que iba a pasar. Para muchos de nosotros, la celebración de la genera- ción “de los 80” renegó de la concepción elitista del arte, y creyó ser capaz de gestar (ingenuamente) un plan con fuerza revolucionaria, que cuestionara las categorías con las que vi- venciamos el mundo. La intención era hacer “la revolución de la vida cotidiana”, aquella loca consigna situacionista. Pero a partir de experiencias fuera de cálculo, patinando por el hielo delgado de la . Bailemos.

Club Audax Córdoba, un domingo, junio del 1986. En un recital de la banda de freerock 666, los músicos se ubican en el centro del galpón vacío en medio de una maraña de cables, iluminados a giorno por las luces de mercurio del loca. El público debe ver el concierto

62 desde el escenario. Todo al revés. La música, una escultura ruidosa de agresivas texturas instrumentales va in crescendo, cuando entra al sitio un camión cargado que arroja residuos patógenos en escena. Chicos de la calle que pasaban (las puertas estaban abiertas) terminan tirando botellas contra las paredes del lugar. La música continúa.

En aquel clima posmoderno de individualidad intensifi- cada y estéticas desbordadas; formas divergentes de expresión (teatro, rock, video, militancia política, accionismo), dialoga- ban o chocaban en una tensión inédita y esperanzada. El efecto colateral de estos impactos y desacuerdos fue la diversidad, una generosa escena de ideas y sonidos. Sin perci- birlo abiertamente como tal, se había formado una contracul- tura híbrida, creyente que música y arte, accionados política- mente podrían cambiar al mundo.

Perdidos en un mapa

Una característica de la escena social entre 1984 y 1989 fue la articulación de la calle como lugar de encuentro. Aque- lla primavera democrática había abierto esa oportunidad de confluencia, mediante festivales de teatro, grandes moviliza- ciones políticas, protestas y celebración. A modo de territorio recuperado, plazas, y calles céntricas, pabellones y parques de la Ciudad Universitaria funcionaban como sede de una mul- tifacética bohemia en estado de asamblea. Cuando el día daba paso a la noche se encendía otro escenario privilegiado de la movida. Y se armaba un nuevo mapa de circulación y experiencia del deseo. Los grupos en su variante mas radical, se procuraban impunemente espacios alternativos: casas, baldíos, galpones,

63 sitios abandonados o playas de estacionamiento. De allí sur- gieron eventos semiclandestinos que luego se fueron “profe- sionalizando”: se gestionaron aulas universitarias (Pabellones de la escuela de arte y aulas de Arquitectura), clubes y stands de Ferias de arte. Con la celebración como nave insignia, se organizaron Las Fiestas contra la Asfixia, Fiesta Gris-a todo-culo, la Gárga- ra, Bleff, La noche Blanca. Impredecibles happenings-concier- tos-acciones-en vivo-y bailes, que ligaban alta y baja cultura, sin linealidad ni lógica.

La Noche Blanca: viaje al más acá

Una de aquellas míticas fiestas fue en el Pabellón Gris de la Escuela de Artes. Al show de Los Enviados del Señor, de formato imprevisible, se había sumado una acción de pintura en vivo. Con un grupo de performers pintaríamos de blanco, a rodillo y pincel, el aula donde transcurriría la fiesta, con los asistentes en medio de la operación. Este tipo de eventos ya habían alcanzado una relevancia y trascendían la escena under. Aquella noche todo tipo de públicos abarrotó el lugar. La tensión fue inmediata. Nadie quería mancharse y protestaban contra los artistas. En un momento, un baldazo de pintura arrojado por Oscar Suarez, uno de los performers, atravesó la sala atestada. Sacos con finas corbatas, largos sobretodos negros y camperas de vinilo fueron atravesados por aquel blanco navajazo. El descontrol violento se generalizó; el público manchado de pintura reventó la barra, sillas y botellas volaron en un desmadre infernal. El autor de la acción desencadenante se refugió conmigo en el baño del aula. Bramaban las patadas queriendo voltear la puerta, buscando al autor de los hechos. A través de una

64 pequeña ventana del baño, lo ayudo a fugar y veo perder su figura, empapada en látex blanco en la oscuridad del pequeño bosque que rodea al pabellón. “¿Donde está el hijo de puta?” Enardecidos asistentes que buscaban a Suárez mascullaron su bronca manchada al ver que se había fugado. Mientras me limpiaba percibo que alguien llama de afuera. Me asomo por la ventanita, y era Oscar que había regresado de la oscuridad hacia el baño. Antes de cruzar, me responde con una frase que define una época: “Bueno, esto es terrible, pero… ¿a dónde podemos ir?” Volvimos a la fiesta.

Habemus Under

Mientras bares, discotecas, zonas rojas y ordenanzas muni- cipales bosquejaban un difuso circuito para el rock, de este entramado nocturno, dos lugares (llevados al nivel de mitos urbanos) fueron la velada insignia de la escena underground de “los otros ochentas”. Angelus, en barrio Nueva Córdoba, y Lado Norte, en la zona del Abasto.

¿Ya tenés tu equipo de sombra? Angelus. Dark en cba.

Ubicado en la entonces coqueta Nueva Córdoba, previa a las transformaciones urbanas y las invasiones estudiantiles de este siglo, fue el lugar de peregrinaje para incipientes tribus urbanas. Entrar al Templo (como también se lo llamaba) era dar de lleno con un salón oscuro atravesado por luces azul- violáceas. Las siluetas de los asistentes revelaban looks

65 vampíricos de sobretodo, medias de red y botas altas de cuero; bailaban, a ritmos epilépticos con el peso del mundo sobre los hombros. Junto a sacones y crestas, la sombra de ojos y lápiz labial oscuros en hombres y mujeres matizaban de ambigüedad sexual el ambiente. Una imagen de urbe europea con humo de cigarrillos y acentos de provincias. La música era protagonista. Con un sonido potente y claro desde la cabina Juan Martinez Rapalo hacía sonar Tons on Tails, Bauhaus, Joy Division y Love and Rockets. Canciones que hablaban de amor, muerte, desesperación. En Angelus no había música en vivo. El estilo afterpunk otorgaba gran libertad para la expresión individual y a la vez fomentaba una identidad tribal muy marcada. Punks, new romantics, y variadas faunas le imponían el costado mas atractivo del glam: la teatralidad; una suerte de drama representado con colores fúnebres, y glamour literalmente sepulcral. El énfasis que aquel estilo ponía en la apariencia exterior, generaba una subcultura con una gran presencia femenina. Córdoba tendría como secreto emblema un grupo de darkrock (hoy de culto) integrada sólo por mujeres: El Beso. Angelus fue un espacio de contención, un mecanismo de evasión apocalíptico frente a las urgencias del presente. Miguel Baroni, su mentor, mantuvo el lugar abierto entre 1987 y 1989. Con el paso del tiempo, pasó a ser un lugar en el que todo el mundo dice haber estado. Yo nunca me encontré con nadie. Quizá estábamos irreconocibles por el maquillaje…

Insoportablemente Despiertos

Los artistas y rockers de aquellos años no siempre recurrían a las tendencias, sino que podían retomar cualquier punto en

66 el recorrido de la Historia de la cultura, y revivirlas (una dosis de punk del 77 por acá, una ración de Dadaísmo por allá, mas un toque de Bukowsky). Esta hibridez no respondía a un snobismo aislacionista: simplemente la información ¡nos llegaba tarde!. Los grupos de rock del under local como, Astroboy, Seno de Beta, Sostén, El Final de los Árboles, manejaban, sin duda, referencias anglosonoras, pero la mirada y el acento de sus propuestas estaba “de este lado” de las cosas. Los Enviados del Señor junto a otras sub-bandas como los Viejos Putos o Washington Canesú y Las Solapas defen- dían el desafío en enfrentar de tocar en vivo sin ensayo, improvisar en el vértigo de la escena. Músicos sin for- mación se prestaban de una banda a otra, y crear el nombre para el grupo diseñar la imagen y el concepto, tenía mas rele- vancia que la parte mas aburrida de buscar equipos y ensayar. Como Pomo, subían al escenario a tocar sin ningún tipo de conocimiento de sus instrumentos. Otras agrupaciones mas arties, existían en el ambiente sobre todo por el “boca a boca” y una buena dosis de exage- ración. Un graffiti se reiteraba por distintos sitios: “Cofico Boys”. Pocos sabían bien de que se trataba. Todos parecíamos poder participar en bandas en vivo o ser actores por una noche. La cuestión era adonde. Increíble- mente, apareció el lugar preciso para estos delirios: era Lado Norte.

Lado Norte. Del lado salvaje del Suquía

Ubicado en la hoy superpoblada Costanera del abasto, en su tiempo fue un mojón solitario en un entorno desolador de una ciudad que daba la espalda al río.

67 Era un taller mecánico adaptado a formato boliche. La fosa para autos cumplía las funciones de una insólita barra hundida en el piso. Este espacio (una creación de Gladely Forti, Fito Ascencio y Pablo Boneu) albergó sin pausa en sus pocos meses de existencia happenings, rock, artes visuales, performances teatrales y allanamientos policiales. Río de por medio estaba la comisaría: esto lo convertía en objetivo improbable de razzias y controles, que veían las faunas tardías del lugar como una amenaza. Una noche en El Galpón (como también se lo conocía) podía llevarnos de la gloria al desastre. Era toparse con refinadas expresiones de art rock o algún desenfreno escatológico en escena. Claramente representó el choque del arte y el rock. Pasaron (por arriba y abajo del escenario) El Final de los Árboles, Los Violadores, El Beso, Los Viejos Putos, Los Enviados del Señor, Washington Canesú y Las Solapas, Sostén con escenografía de Cachi Fabre, junto a performances de Jorge Castro, Ariel Dávila, Hernán Rossi, entre muchos otros.

Final caja negra

Un testigo de aquellos vértigos, Gustavo Blázquez dice: “las prácticas artísticas al fugarse e ir más allá de las barreras que las significan, hacen tambalear las nociones heredadas que forman parte de nuestra cosmovisión”. Aquella época repleta de experimentos incompletos y fracasos interesantes, fue portadora de una poderosa carga utópica y contribuyó a una conversación colectiva inédita que pretendía curarnos del pasado inmediato. Y, como hé- roes accidentales, nos preguntábamos: ¿Que espera la socie- dad para darse cuenta de que somos millonarios en vivencias

68 de integridad, donde el dinero o el éxito no son una variable para lo imposible? Las convicciones de aquella cruzada invisible, nos al- canzan aún hoy para navegar en contextos de urgencia y ja- quear las definiciones que tenemos de nuestra ciudad y de nosotros mismos.

Lecturas

Una que se sepamos todos. Desvíos sobre los comienzos del arte con- temporáneo en Córdoba. Autores varios. Ed. Unidad Básica. 2018 La producción plástica emergente en Córdoba. María Dolores Mo- yano. Ediciones del Boulevard, 2005. Postpunk. Simon Reynolds. Ed. Caja Negra. 2016. Más allá del bien y del punk. Pil y Juan Carlos Kreimer. Happening y Fluxus, catálogo de la muestra en Köln. Harald Szeeman. 1971 Radio Roquenrroll parte 2. DVD Documental de Martín Carri- zo. Córdoba. 2017 Insoportablemente Despiertos. La producción plástica en Córdoba. Adriana García, Andrea López y Eugenia Fiorillo. 1985.

69 TERAPIA

Rodrigo Artal

Mi barrio

El Barrio Güemes, cuyas calles recorro seguido por miles de motivos, vuelve a ser protagonista cuando leo en el diario a gente hablando de su pasado y de su proyección. La sociolo- gía y la arquitectura del barrio pasan a ser como un tester que mide no solo abandono o progreso: también mide la emoción. La cantidad de bares, restaurantes y galerías de costoso diseño con ideas, en su mayoría, traídas de otros lugares como Nueva York, Los Ángeles, India y Perú, entre tantos, ofrecen un colorido especial relacionado en forma directa con la fa- mosa palabra que solo el tiempo destruye hasta que queden cenizas: “tendencia”. Fuera de la zona nocturna de bares y el avance de edifi- cios en altura, la mayoría del barrio se mantiene, pero Güe- mes no es solo la Cañada desde la calle Julio A Roca hasta el Bv San Juan, si no el “Pueblo”, como se lo conoce, recorre distintos laberintos, con historias de gente laburante, locura, desprecio, amor, sueños de cambiar algún destino, pero, sobre todo, un gran sentido de pertenencia. La mayoría de las personas de la zona, si se sacaran el Quini 6 con 200 millones (menos el descuento de los im- puestos), se quedaría allí con su gente, con sus amigos, con los niños de los vecinos, a los que cuidan como propios. La

70 sonrisa de los ancianos sabios que nos empujan y los per- sonajes característicos como de cualquier lugar, humoristas de paso, artistas de teatro, acrobacia, galpones de arte, gim- nasios de boxeo en algún garage improvisado y las queridas escuelas públicas. Los que no conocen al pasaje 11 que esta entre Arturo M. Bas y la zona alta de Güemes, cerca de Paso de los Andes, en una calle como las de Tilcara, dónde pasa un auto por vez y las casas están frente a frente separadas por pocos metros. Allí, los niños jugando en la calle no tienen más miedo que no lle- gar a tiempo a pedir la pelota que se cayó en un patio de una señora que gentilmente se las devuelve con algún caramelo. El Güemes de la calle Ayacucho, cerca de Hospital Mise- ricordia, se mantiene casi intacto. A pocas cuadras, en los jar- dines de la Cárcel de Encausados, enchufábamos un equipito de música y bailábamos break dance todos los días y, al final de la jornada, jugábamos al fútbol, con arcos hechos con pedazos de ladrillos de la calle. En la esquina de Santiago Temple y Ayacucho, teníamos el único amigo con radiograbador, la mayoría veníamos de hogares extremadamente humildes. Ese loco de la barra nos hizo escuchar por primera vez a Sumo. En aquel momento, y después de la llegada de la democracia, sonaban bandas con aire al nuevo rock argentino y de raros peinados nuevos. Se escuchaban, Sopa Prebiótica, MFP FLUOR, Estrellas y Gu- sanos -de Río Cuarto-, Pasaporte; algún tiempo después, se sumaba Proceso a Ricutti. Y muchos más. Antes de las elecciones de 1983, la sociedad cordobesa -que no se caracteriza por ser abierta, educada y comprensible con los que piensan diferente-, defenestraba al Partido Justi- cialista, al Partido Intransigente y a cualquier partido dicien- do que eran guerrilleros, matones y ladrones. Así sembraron una imagen falsa de quiénes con distintas ideologías, trataban

71 de aportar sus ideas a la democracia. Para la sociedad cordo- besa de ese tiempo, era mal visto ser un artista, un deportista con estudios en el caso de los futbolistas, que eran tildados de sucios e ignorantes. La gente de Nueva Córdoba -barrio vecino- tildaba de zona impenetrable al pueblo Güemes. “Barrio de choros, pu- tas y villeros, de gente que no es como uno”, decían las señoras en la puerta de algún café sobre la avenida Ambrosio Olmos. En Güemes, nos prestábamos ropa para poder estar en algún evento del barrio, fiestas, cumpleaños. Ahí, sin darnos cuenta, se estaba gestando un grupo de grandes seguidores de la música de rock nacional. Hablábamos todo el tiempo de lo que se estaba por venir en materia de bandas. Sin querer nos estábamos metiendo de lleno en la cultura popular de un país tan enfermo que escupía sus raíces. Por eso acordate siempre: “una persona que le da a sus críos lo que nunca tuvieron en lo material y económico, enseñándoles que nunca tienen que ser pobres y desconocer su lugar de origen, forman muertos vivos en el futuro”. Todos amamos nuestro barrio. Lo peor que le puede pa- sar a una persona es ser desclasado, que niegue por vergüenza de dónde vino. No hay peor idiota que el que nace en un lugar, quiere aparentar y ser de otro. La calle Arturo M. Bas, era mi recorrido cuando tiempo después, en la década del 90, hicimos La Rocka FM. Camina- ba casi desde la Plaza de las Américas hasta Corro y Montevi- deo, para hacer uno de los programas de la señal más respeta- dos por el público: Los Sospechosos de Siempre. Soporté frío, lluvia, sol y no cobrábamos un mango, porque creíamos en ese sueño. Por ahí tomaba atajos y me mandaba por la calle Bolívar, donde el Gimnasio Güemes y la escuela Adolfo Saldías, eran parte del paisaje urbano, con señoras tirando agua de la ropa que acababan de lavar a la

72 calle. Los perros eran la compañía durante cuadras y algunos se quedaban en la puerta de la radio. La mala onda que generaban todos aquellos perfectos inútiles, adinerados que no podían creer como este grupo de pobres habían logrado ser estrellas masivas. Llevamos el rock a distintos hogares. Éramos una mezcla de súper cool, atorran- tes, poco leídos, sin un mango, logrando abrir la puerta de lo que se conocería como lo “alternativo”. Esto último nació y aunque les duela a muchos, con los cacos del barrio. El día que quemaron la Casa Radical, durante 1995, después de todo lo vergonzoso que sucedió con el gobernador Angeloz, la llegada de su sucesor Mestre, los juicios políticos lamentables y más delincuentes muy oscuros, la gente salió a la calle, porque la falta de respeto era muy grande y Güemes fue el centro del bardo. Hice mi primario en la escuela pública Presidente Roque Saenz Peña. Recuerdo especialmente a una maestra que luchó muchísimo para que nos pudieran llevar al cercano Paseo de las Artes, a conocer su historia, ya que había padres en la po- breza que creían que sus hijos para tener futuro se tenían que olvidar del barrio, de sus amistades y sobre todo de que les dijeran “pobre” como si esto fuese un karma mortal. Para esta gente, ver que su descendencia dibujara era cosa de putos, ar- tistas y de hippies sucios. No solo que fuimos al Paseo: aquella docente nos dio una lección de humanidad, de compartir, de reírnos, aprender nuestra historia y respetar a los demás. Di- bujamos con témperas sobre las paredes rosas con enredade- ras del Paseo, lugar que había sido habitado por trabajadores, cirujas e inmigrantes. Mi madre conserva, ese primer premio del concurso que improvisó. Hoy, hablando con amigos más jóvenes que de paso nun- ca se toparon con familiares agresivos y llenos de ira, cuando el nena o la nena se van a meter en el barrio, por miedo a que

73 los tilden de pobres como cuando ellos eran chicos, me co- mentan que los lugares pequeños y casas se han vuelto sede de una reunión artística, sin tener que estar como en un bar de Punta del Este, dónde todos se mueren por tener una buena imagen y no ser reventados, aunque, les encantaría serlo. Los especialistas en marketing, imagen o lo que se te venga a la cabeza dicen que el estilo de ser educados en la calle se puede comprar, pero yo les digo a todos ellos que lo único que no se puede adquirir es la dignidad de pertenecer. He visto pasar muchas tendencias sobre el barrio como dicen los clásicos conservadores que hablan todo el tiempo de su historia, de su gente y que nunca pisaron más de dos tazas de café en algún bar de la zona hablando de bellas pelotudeces que quedan lindas. Pienso y encumbro que otras tendencias buscarán ser parte de esa mítica historia, pero también la experiencia me enseñó que es gente que abandona el barco cuando todo se pone medio out. Cuando camino por sus calles, tengo una gran sonrisa en mi cara, cuando me doy cuenta, que ahí sucedieron cosas que me llevaron hasta el lugar donde estoy en la actualidad. Lo demás es wikipedia del famoso conductor de radio de rock.

María Gabriela

Corrían los últimos años de los noventa y la radio más impor- tante del rock alternativo mostraba sus sucias uñas una vez más ante la conservadora y jodida Córdoba. “La Rocka FM” volvía para quedarse y la posibilidad de decirle NO a lo mediocre del cordobés medio, que funciona- ba, porque gente de pocas luces pedían eso, según el punto de vista pobre de los que tenían que brillar como ángeles a la

74 hora de renovar ideas nuevas en sus productos. Estoy hablan- do de periodistas, locutores y productores, cuyos programas están hechos con mucha gana, pero de baja calidad, porque cada uno cree que lo que hace tiene un “ondón” bárbaro, y no es tan así, la cosa, cuando se posee un toque de sentido común. Tuvo un alto costo nuestra libertad de cagarnos en lo que vende y funciona, factura y todo lo que les ocurra. Se lo puedo contar a mis hijas y nos reímos de la barba- rie, que tiene su lado cómico también. Se comparte la historia que se repite en toda la humanidad. La idea de no pertenecer porque si no estás frito y con miedo y otras tonteras más. Cuando la radio le comentó a su público fiel de perdedo- res hermosos, marginados de todas las clases sociales, dejados de lado por ser libres de pensar distinto y no agachar la cabeza y seguir con un mandato, que en breve volvía al aire, renacie- ron y volvieron a ser felices. Yo venía de hacer una temporada radial de verano en Carlos paz, en la actual Más Rock 106.5 FM, de mi amigo personal, el Turquito Chain. Ese verano me acompañó Mar- celo Sánchez (ex Azul FM, Rock & Pop, DJ de París Bar, actual musicalizador de Nuestra Radio 102.3 FM), Guille Ruibal (ex productor del locutor y animador Gustavo Turco Aquere) y Pablo Goris (ex DJ de Pétalos de Sol). Estuvimos instalados dos meses en la casa del “Profe” en Bialet Masse. El “Profe” es mi alocado y alucinógeno padre. Cuando regresé de la temporada, tenía que empezar a diagramar como sería la difusión de mi programa, Los Sos- pechosos de Siempre, que saldría en la mañana más fuerte de La Rocka FM. En Carlos Paz, conocí a Josi García Moreno, peleada a muerte con su hermano Charly García; nunca le pregunté el motivo y tampoco me importó mucho. Ella, era la produc- tora del programa Volver Rock que conducía Nicolás Pauls y

75 me invito a estar en el piso, en Canal 13, el mismo que queda en Buenos Aires, por si alguno tiene una duda y les digo más: en el programa en vivo. Ese día estaban en el living, Ricardo Mollo, Javier Cala- maro, quien escribe ahora, y apareció ella, la última invitada de la noche. Conocí por primera vez en persona a una artista que admiraba mucho por su obra: María Gabriela Epumer. Su sola presencia imponía severas condiciones de respeto. Cuando caminaba, generaba un silencio como si la gente hu- biese visto un fantasma. Un ser distinto, silencioso, misterio- so, que ponía en ridículo cualquier lucha egoísta. Un ser que no brindaba amor sino respeto. Por eso, hablar con ella era como un viaje a uno mismo y revisar por qué se lucha en esta maravillosa vida que nos tocó. Estar aquí por algo, reconociendo que no estamos solos y que siempre interactuamos con mentalidades distintas. Gente que, con solo recordar su nombre, nos empujan hacia los abismos de descreer de nosotros mismos en algunos momentos de plancha. María Gabriela Epumer (1963 – 2003), un ser que dejó su marca viva.

El director artístico

Siempre pienso en lo afortunado que soy, por haber sido parte de la aventura, en los 90 con 20 y 21 años de La Rocka FM y Rock and Pop, sino también años antes, de la Azul FM, emisora que en poco tiempo se convirtió en la antena de lo alternativo, en la voz de los suburbios del atacado arte. En esa época, conocí a Carlos Rivarola, el director artís- tico de la mayoría de las cosas que pasaron desde los 90 hasta ahora, en lo que a rock en Córdoba me refiero.

76 Por eso, es bueno saber, que para que una radio fun- cione, hay que entender cuáles son los roles de cada uno y respetarlos; como así también, tener un concepto comparti- do, buscar el éxito porque esto trae auspiciantes y al mismo tiempo cumplir con la necesidad de no ser un producto con las tendencias de turno. Por algo, la función del director artís- tico es similar a la de un técnico de fútbol. Tiene que ordenar al equipo para que cada uno juegue en el puesto indicado para lograr la victoria. Sino está, todos corren para cualquier lado y se pierde. Es mérito destacar, que el señor Carlos Rivarola es un gran estratega, que no se mete con el concepto y estilo que tiene el conductor de un programa, sino que le fascina organizar para que el mismo logre lo mejor de sí. En mi caso, siento que hay una admiración mutua por lo que creamos. Siempre cuidó la línea y el detalle final de sus trabajos, algo muy difícil en esta ciudad dónde los riesgos artísticos están siempre mal vistos. Vuelvo al caso del entrenador, porque esta persona debe ganarse el respeto por su plan, por su seguridad de llevar- lo a cabo y consolidar las relaciones humanas. Esto significa: entender al grupo y ser uno de los primeros en empujar la idea general de una comunicación directa lo que implica no imponer ciegamente su idea sino consensuarla. Cada uno en la radio cumplía una función y por más que la sociedad cor- dobesa nos tenía como un mal ejemplo de moral, la radio en su organización interna era un reloj suizo. Carlos Rivarola fue fundamental en esto. Por algo, descansábamos en él. Era, al mismo tiempo, nuestro hermano y director artístico. A mí me tocó liderar varios proyectos y siempre que tuve que consultarlo, apareció su voz humilde, a pesar de su expe- riencia, para sacarme esa duda que estaba en mi cabeza. Aparte, es una persona completa. Escribe unos separadores tremendos con su pluma y forma tan filosa y sensible al mismo tiempo.

77 Él sigue con el mismo profesionalismo, sabiduría y el tacto para tomar las decisiones que hacen falta. Obvio, que tiene defectos como todos nosotros, pero eso no quita mi admiración y respeto al director artístico de La Rocka, Rock and Pop y Vorterix-Cba. Radios que marcaron, sobre toda la primera, el salvajismo y la libertad de no ser como lo que im- pone la estructurada sociedad cordobesa sino bancarse la bús- queda eterna de aquello que siempre nos puede sorprender.

78 RESISTIR LA DECADENCIA

Pablo Ramos

Pasaje Brandsen

Los noventas fueron una década larga y ruinosa. Ese ciclo comenzaría con el cascote del muro de Berlín que barrió muchas certezas y cimentó un nuevo orden mundial, con el presidente Carlos viajando a 170 km en una Ferrari rumbo a Pinamar, con la improbable ecuación de un dólar, un peso, una birra. Terminaría con la fisura y la erupción so- cial del 2001, con Kirchner descolgando el cuadro de Videla, con el enjambre comunicativo de computadoras y teléfonos conectados en red. Elijo empezar este relato sinuoso con una de las primeras experiencias lisérgicas autogestionada por una banda que pro- fetizaba desde hacía unos años el final de la corta primavera ochentosa. Pasaje Brandsen, Barrio San Martín. Más cerca de la cár- cel que del oso polar. Descubrir una calle que se corta contra un tapial desde donde ladran perros y con sordina metálica se escucha un cataclismo. El galpón es un taller mecánico ates- tado de vampirxs. Sobre la grasa de aceite, entre carcazas de Fiat 125, frente a parlantes estrellados, los cuerpos están en frenesí. Cuando tocaban Los Enviados del Señor siempre ha- bía una puesta de arte y un cónclave de conspiradores de una furiosa alegría. Era una conjunción multimedial y performá-

79 tica, con la banda improvisando sin parar, habitando un es- pacio de foquismo cultural, con referencias de las vanguardias del siglo XX, al punk, al noise y al rock industrial. Provenían de una vanguardia anarco-artística, que experimentó el ha- ppening apocalíptico de la Fura del Baus y que compartía con otros experimentadores del under cordobés -como Washing- ton Canesú, Astroboy, Las Solapas, Los Viejos Putos- no tener un plan, sólo la idea concreta de crear situaciones alteradoras. Podían abrir el Festival Latinoamericano de Teatro como to- car en un baldío. El arte subversivo en estado de expansión de Los Enviados del Señor no tiene muchos registros. El mismo mal pesa sobre gran parte de la historia del rock cordobés, pero que a pesar de eso continúa residualmente. Al Pelado Cervetto, lo encontré en Mussnack. Me dijo que tenía una banda. El Perro sonreía desde atrás. En realidad, no sé si me lo dijo a mí, o lo comentó a varios. Rastrojero Diesel, dijo con voz de AM. Era el único sobreviviente de Los Enviados que quedó anclado en Córdoba, después de que la banda probara la floja suerte en la meca porteña. Bulacio abrió la Catedral, armó un conjunto de tango arrabalero y siguió esporádicamente con Los Enviados. Rastrojero Diesel continuaba la senda experimental, pero con un puñado de canciones que vibraban desde el punk, invocando la impronta de Sandro o el ritmo cuartetero. La banda más pulenta del Fack Rock, o mejor publicitado como Nuevo Rock Argenti- no I, fue la que hacía honor al sonido del emblema fábril de IKA. Ese festival que duró dos días, y no juntó más de mil personas, es hoy un eslabón mítico en el ADN rockero. Todos tus Muertos, Los Brujos, Peligrosos Gorriones, Babasónicos, entre esos pesos pesados que tomaron impulso en la nueva es- cena, Rastrojero… la rompió y dejó a la prensa y los músicos hipnotizados. El Palo Pandolfo los invitó a una gira nacional con Los Visitantes. Pero tanto kilometraje delirante fue mi-

80 nando el poderoso motor del Rastrojero…, que quedó varado en la banquina, cada tanto fue resucitado y vuelto a oxidar. En aquellos noventas, Córdoba parecía más una aldea cosmopolita que una metrópoli. La mejor manera de descu- brirla era perderse. Había pocos nodos fijos en la travesía que emprendíamos cada noche. Sin GPS, sin celulares, sin Inter- net, sin redes sociales, salir era arrojarse a la precaria incerti- dumbre. Toda ruta era posible, todo encuentro era caótico. En Güemes, sobre , funcionaba la FM a Ga- lena, una usina cultural que alojaba a las tribus desclasificadas del orden docto. Allí sonaba Nirvana, Frank Zappa, Las Pe- lotas, Nick Cave, antes y más que en ninguna otra radio. Allí tenías los programas de culto que jamás podrías explicar: La Jaula de Los Burdos, El Sargento Sonders, El Eslabón Perdi- do, Piso 24, Al Abordaje, entre varios más. La onda de La Ga- lena se expandía en sociedad con pubs, productores, artistas, y agitaba la adormecida modorra urbana. Desde allí salíamos hasta alguna esquina para saciarnos en el cordón con la primera bebida. Había muchos más alma- cenes y kioscos que despachaban alcohol, que bares, y muchí- simos más bebedores que priorizaban el porrón, la cajita, las mezclas originales. Legiones de estudiantes y jóvenes laburan- tes buscando perlas en el desierto nocturno. Incluso hasta acá llego el mar. Y como sucede, inexorable, la última ola golpeó contra las sierras y retrocedió, y retrocedió. Papá Mestre prohibió tomar alcohol en la calle. De re- pente estabas en el calicanto de la cañada, y caía un rati, o un inspector de la Muni, y te comías una multa o un paseo en patrullero y una noche en prisión. El proyecto neoliberal cordobés se desplegó en el mapa urbano. La Escuela Olmos convertida en Shopping. La dispu- ta en el terreno nocturno. En la Plaza del oso aparecía todas las noches el colectivo de la policía. Era un viejo Mercedes

81 Benz, esos con trompita. Lo llenaban con cuerpos dispuestos contra la pared. Hacía varios recorridos por noche. Pero más vueltas centrífugas dábamos nosotros. En el clásico Bar Valiant, en Caseros casi Cañada, una noche con Villa Rosita, esa mezcla original de estirpe rockera y versos canyengues. El Goyo González, Beto Pesci y “el oso” Mansilla animaban las almas sedientas con una calidad difícil de olvidar. En María María, “San Emiliano”, una de las primeras bandas que incursionaba en el sonido electrorock y triphop, tocaba detrás de un nylon, que se iba destruyendo progresi- vamente. Juan Abrile y Carlos Sada habían sacado su disco Almas Debil con un arte gráfico y un sonido alucinante, que era casi una proeza para una banda, y aún más tratándose de una experimental. En Palo Borracho, La Zona Roja, fusionaba un funky rock comechingón, comandada por Fernando Manguz, junto al Aji Rivarola, Axel Mastronardi, Vivi Pozzebón, José Espa- da, en un combo potente y psicodélico, que también fue parte del primer Nuevo Rock Argentino. Abuelas Mecánicas moviendo a Varsovia, con Karina Mana como baterista y cantante, impronta sónica y pulso hardcore. Representaba parte de la resistencia feminista en un enclave dominado por machos rockeros, con otras formacio- nes de mujeres como las aguerridas y ecléticas Caridad Cane- lon, Las Tetas o El Beso. En Puré, se armó una jam con la Marlon Blues Band, Rolo Casas y la Crosstown Traffic exponentes local del revival blusero nacional, todos bien regados espiritualmente. Tierra de Nadie, La Rumba del Piano, Collage, Luca, Cielo de Girasoles, Pizarrón, se intercalaban en el paisaje cul- tural de Nueva Córdoba. A contramano del diseño urbano que no quería una movida rockera entre las torres caretas que crecían como hongos de cemento.

82 Algunos pubs sólo contrataban grupos de covers y la escasez de espacios para tocar canciones propias se convirtió en una condición fatal para varios proyectos. Algunos como Los Navarros y Rita Mabel lograban cierto rédito interca- lando propuestas. El resto batallaba por sobrevivir, por usurpar el vacío y poblarlo de ruidos viscerales y mensajes desesperados. Nunca fue fácil. Y a esta ciudad siempre le faltó rock. Por eso, tipos como el Ruly Reyna, eran capitanes de tor- menta que marcaban caminos imposibles. Era un resistente de los setentas, que a comienzos de los noventas con Reos y Su- cios pateó cráneos. Recuerdo un recital en alguna parte que no recuerdo, recuerdo el tema “El día que mataron al presidente”, lo recuerdo en algún bar hablando de literatura, lo recuerdo en una performance surrealista presentando un librito con sus escritos ciberpunks. Algunos le decían “el Indio”, por esa pinta de anarco aborigen que tenía. Respiraba cultura rock y expira- ba autenticidad en cada acto creativo. Ruly caminaba despa- cio y aguerrido, era un cosmonauta antes de Internet, danzaba sobre un skater triper, un artista de la intemperie. Alguna vez escribió: “La película que elegiste comienza esta noche en la selva de cromo, vos bien podés vivir el guion equivocado” A mediados de la década maldita el éxodo rockero co- menzó a darse hacia la periferia. El Abasto, se convertiría en la nueva trinchera de resistencia. La Galena, se reconvirtió en FM X y se instaló frente al río, junto a uno de los escenarios más históricos. En Plataforma se realizó el Nuevo Rock Ar- gentino 2. Se sumaron los Illya Kuriaky, Massacre, Caballeros de la Quema, 2 Minutos, los locales Hammer, y ese super grupo santafesino que era Carne Viva. Pero esa es la parte que recuperan los libros de rock. La otra, era una deriva constante donde todo valía, los clubes barriales, las casas okupadas, los bares clandestinos. En

83 cualquier lugar algo podía ocurrir. Huérfanas de instituciones las tribus nomadizaban sus prácticas culturales. La gran fiesta en el Hospital Neuropsiquiátrico de la que evocamos, además de la saludable insania compartida, el show de una banda digna de ser comandada por el Sgt. Pep- per: Tambor de Tacuarí. La noche en que atravesamos el norte de la ciudad en un colectivo de La Quebrada para buscar una fiesta en Villa Allende, donde tocaba Baila el Mono, propuesta de y new wave que nos fascinó hasta la madrugada. El hard-rock de Bulldog en Tonos y Toneles, a metros del Estadio del Centro, donde se cruzaban las huestes rockeras con la cuarteteras, sin dramas ni explicaciones, en la mira de los móviles policiales. El punk bizarro de La Gallina Degollada tocando en la calle ante la inocencia fosilizada del peatón medio, que no en- tendía lo que gritaba el Ateo en medio de un ataque epiléptico. Los festivales punks, trash, hardcore, reggae, las ferias de demos y fanzines, se esparcían rizomáticamente sobre el mapa urbano, a fuerza de volantes y afiches, con low fi, low cost, low todo, fuerza y corazón para mantener vivo el ardor de una escena que no se daba por vencida. En esa mitad partida, las antenas de radio seguían pa- sando la misma música berreta, salvo islas como la FM de la UTN, un mosaico de múltiples programas alternativos de música; la serie de sangre rockera de FM Azul, la primera ex- periencia de Rock & Pop y finalmente la escena desquiciada de La Rocka; o, en el Cerro de las Rosas, la Vox. Ninguna llegaría con su grilla intacta al nuevo siglo. Los fanzines crecían y morían con una rapidez pasmo- sa. Podría destacar El Fauno, que desde Alta Gracia visibilizó parte de la movida.

84 Los estudios y los sonidistas que podían destilar la fiebre rockera eran pocos. El sempiterno “Gato” Negrini, desde las consolas o en Tarkus. El ex-Mousse Gabriel Braceras con el flamante estudio en Mendiolaza, Q2. O Juan Boogie en la sala de Humberto Primo. Pero cada vez había más bandas, el under se multiplica- ba en estilos y propuestas. La convertibilidad permitía com- prar equipos, instrumentos y discos importados a un precio bajo. Era más fácil tener una viola y un amplificador que conseguir trabajo. Grabar un disco y difundirlo era un sueño titánico. Tal vez la excepción haya sido Hammer, que con su disco A New Damage, editado por el sello del Perro, logró traspasar fron- teras, colando un clip y una entrevista en la MTV Latina. Es que así de desequilibrado estaba el mercado global de la in- dustria cultural. Tal vez vivías en barrio Residencial América, te gustaba el heavy, y por la gran cadena de videos te enterabas de que a unas cuadras ensayaba una banda como Hammer. El arte de tapa lo hizo Pablo Boneu. Todavía me da escalofríos mirar esa foto de tapa, para la que se engrampó la boca con una abrochadora. El recital de presentación en Plataforma fue una fiesta apoteótica para el rock pesado de Córdoba. Hubo otra banda que grabó en el 97 un casete de culto. Su paso fugaz de cometa fue sedimentando con el tiempo, encarnando ciertas actitudes que hoy celebramos como nue- vas. “Los Rústicos del Viejo Sueño”, pibes de apenas veinte que mezclaban con frescura volcánica las mieles del reggae con el fernet cuartetero. Una banda clashera que te hacía bailar y luchar en armonía. Autogestivos por convicción, editaron caseramente El Principio, hicieron shows memorables y se disgregaron en varias formaciones relevantes. De esa matriz rústica surgieron Los Cocineros, Palo y Mano, Sondclash

85 Army. Muchos recuerdan especialmente un recital en la vieja estación Mitre que compartieron con Ego Non Fui. Cuando Catupecu Machu debutó en Córdoba, en Río Disco del Abasto, Ego Non Fui fue telonero. Cuentan que la banda de los Ruiz Diaz sonaba flojita en comparación con el caudal explosivo de los cordobeses. Muchas veces vimos repetirse esa escena invertida, donde la banda soporte supe- raba a la central. También por eso los porteños pedían ciertos beneficios acústicos, que eran una manera de tirar a menos el sonido de los exponentes de acá. Pero los noventas, no pueden resumirse en la vieja antino- mia federal o porteña. No pueden subsumirse al conservador cordobesismo posdictadura. No pueden inferirse de la infamia del neoliberalismo con patillas. No pueden, aunque arrastren las heridas de todas esas batallas que perdimos hermosamente. El juicio final de la década puede haber sido justamente la caravana a contramano que pergeñó el enorme Jorge Cuello. Con toda la basura creativa a cuestas, esos restos que la cultura oficial nunca pudo digerir, desde las entrañas del centro muni- cipal, la banda Armando Flores, montada sobre un remolque empujado por una camioneta, arrastrando sueños de un arte emergente, por Av. General Paz en sentido contrario. El rock cruzaba el río, hacia los márgenes, en las vísperas de un siglo nuevo, que nacía viejo, a días del colapso de di- ciembre del 2001. Allí en ese viejo enclave obrero del abasto, entre Babylon y 9.90, las bandas rajaban del cielo, se calzaban el overol de Tosco, la desfachatez de Vicente Luy, la iconoclastía del Ruly, el hedonismo de Las Ponce, para resurgir de entre las cenizas y las colillas de tantas noches que volvemos a recordar, pero ya no están.

86 Epílogo

La memoria es difusa, pero orgullosa, por eso miente, engaña. La mía como la de la mayoría de mis camaradas de ruta está horadada por olas nocturnas. En ese pelear con los fantas- mas me ayudaron: Marcelo Sanchez, Gonzalo Toledo, Carlos Rivarola, Ricardo Cabral, Pau Candi, Iván Lomsacov, Emi- lio Moyano, Héctor Emaides, Jaime Servent, Fabián Zurlo, Martín Carrizo, Carlos Rolando, Andrés Oddone, Alfonso Barbieri, Goyo Gonzalez. Aunque no podría nombrar a todas las bandas, a modo de playlist van algunas más: Dentro del Pop: Beat Cairo, Bet O Santana, Ultrasuave, Conejito Prietto, Los Nuevos Coleccionistas de Pasillos, Sue- ño Valvular y Los Planetos. En clave Reggae: Planta Madre, La Cartelera . Cerca del Post-rock: Chamanes, El Síndrome, Natasoi- nomed, Nautas, Quema de Bienes, Mandril, Juan Terrenal. Hardcoremente: Caos Represivo, Brutal Noise, Sayon, Los bastardos, Sentencia. De Blues local: Elegantes Taunos, Profundo Carmesí, La Gangosa. En plan Crossover: La Uña, Savia Nueva, La Batata, Roc- kalchaki. Electrónicamente: Locotes, Yamil Burguener, Chelo Scotti, Moire. Experimentales: Zort, Cielo de Judas, Tomates Asesinos, Mauricio Manchón, Golpe de Calor.

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TERCERA PARTE. LOS 2000 A LA ACTUALIDAD

A DOS MIL

Martín Brizio

La década del noventa había dejado una efervescencia im- portante en la Ciudad de Córdoba. La zona del Abasto se encontraba en su plenitud en el comienzo del nuevo milenio, con un lugar específico a la cabeza que hoy ya es todo un símbolo de época y, prácticamente el pionero en inaugurar esa zona como el nuevo centro de entretenimiento nocturno: El Mariscal. Por donde desfilarían desde Pappo hasta Charly García pasando por Las Pelotas, Ratones Paranoicos, Caba- lleros de la Quema y un largo etcétera. La múltiple variedad de opciones incluía desde la ya instalada música electrónica en lugares como La Sala (posteriormente La Belle), hasta el Brit Pop representado en el Ultra Pop Bar o Coronado, bares como Morado, El Cairo, El Bebedero o Kaifen, pasando por los templos que comenzaron sus actividades con el nuevo si- glo transformándose en los recintos casi obligados para la ac- tividad en vivo: Casa Babylon, 990 Arte Club, Captain Blue y algunos más. Al poco tiempo otro recinto, pero del lado del puente más cercano a la zona céntrica iba a dejar una huella imborra- ble: El Ojo Bizarro, donde lo alternativo de lo alternativo se daba cita albergando al pop rock más extremo y ambiguo que proponían los incipientes 2000, con bandas como Adicta, A- Tirador Laser o Los Látigos, los nuevos modernos.

91 Nueva Córdoba había dejado de marcar el pulso con res- pecto a las actividades en vivo del rock local, como había sido en el boom de los pubs de los noventas, debido a las presiones sufridas por los vecinos y gobiernos de turno, y la paulatina mudanza que, desde mediados de la década anterior, se fue dando para el otro lado del río Suquía. Esto visto, claro está, desde una óptica por demás positiva y subjetiva, ya que nun- ca le fue fácil a la escena local abrirse camino en una ciudad que casi siempre puso trabas a este tipo de expresiones. Los condicionamientos de horarios, de lugares para tocar en vivo, y de falta de apoyo real a una escena en ascenso, siempre se hicieron sentir. En el año 2000, el titular del Palacio 6 de Ju- lio era el riojano Germán Kammerath, tercer intendente post democracia desde el 83 en adelante (Ramón Bautista Mestre del 83 al 91 y Rubén Américo Martí del 91 al 99), cortando la hegemonía radical de 16 años; hombre que provenía de la UCD y estaba ligado al riñón más profundo del menemismo. En la segunda mitad de la década del 90, se comienza a generar un movimiento globalizado con varias puntas muy visibles de un mismo iceberg. Mano Negra desde Francia marcaba el camino a nivel mundial, Negu Gorriak en España y Todos Tus Muertos con Los Fabulosos Cadillacs en Argen- tina, eran los que mejor sintonizaban con este nuevo giro que tenía a Latinoamérica como eje central desde lo ideológico y cultural, removiendo las raíces de las músicas autóctonas de ésta parte del globo, reivindicando a los pueblos originarios con el disparador que habían significado los 500 años de la Conquista de América en el año 92 con la correspondiente incidencia directa en el rock argentino y latino. , reggae, , ritmos centroamericanos, ritmos tribales, músicas étnicas de orígenes gitanas, africanas y de Europa del Este con Emir Kusturica aportando lo suyo, hacían un coctel explosivo que encajaba perfectamente con los tiempos que

92 corrían. La “movida alterlatina” iba a calar hondo en la ciudad de Córdoba, fusionándose con nuestra música popular (léa- se cuarteto). comienza a desembarcar seguido, dando shows ultra masivos para 6000 personas y también en lugares del under para audiencias reducidas como Casa Bab- ylon, más allá de su compromiso social explícito demostrado en, por ejemplo, su vinculación casi carnal con los chicos de La Luciérnaga. Artísticamente hablando, la proliferación de bandas iba muy en ascenso. De la mano de Los Cocineros, con su mix- tura que abarcaba desde el reggae al Rey Pelusa, pasando por la salsa, ska, candombe y cuanto ritmo latino se cruzase, mar- caban el camino a seguir en el rumbo del posteriormente lla- mado “cuarterock”. Los Rusticos del Viejo Sueño habían he- cho la punta, y la banda de por entonces Sol Pereyra, Alfonso Barbieri y Mara Santucho se transformaba en la nueva gran cosa de la escena local. La Cartelera Ska, La Coca Fernandez, La Traktora y muchas bandas en el formato “big band” pu- lulaban por la escena local dando buenos y convocantes con- ciertos en el circuito de pubs (ex Abasto generalmente) con una convocatoria que iba en ascenso. Con una impronta bien cordobesa desde el reggae y haciendo hincapié en el localis- mo, los Armando Flores marcaban a fuego su territorio y Don Eufrasio con su grito de guerra che culiao era un nuevo hit de la escena local. Pero los que más lejos llegarían (literalmente) fueron Los Caligaris: tomando el eje Auténticos Decadentes – Kapanga más su impronta circense característica, metían un hit masivo con “Nadie es perfecto” y se transformaban en la nueva carta de exportación cordobesa (México los esperaba para ser el suceso que son actualmente). La escena del hip hop de la mano de Locotes crecía a pasos agigantados (Fede Flores iba a tener un lugar preponde- rante en los años posteriores), el heavy metal gozaba de buena

93 salud manteniéndose con bandas históricas como Hammer, Sentencia y Hierrock, y se sumaban Corsario Negro, Abismal, Alquimia, y muchas más. Mandril se hacía de un nombre en el hardcore local, y en la segunda mitad de la década aparecían Eterna Agonía y GTX, bandas que alcanzarían su plenitud en la década siguiente. El blues con Crostown Traffic, La Gangosa, La Vagabun- da, La Aceitosa y varios solistas también mantenían y hacían crecer la escena. Los Búfalos Sedientos comenzaban a hacerse sentir con su propuesta de típicamente sureño a 3 guitarras. Bandas que venían del circuito de pubs de los ’90, alternando su propuesta de covers con canciones propias y ediciones discográficas como Los Navarros, se consolidaban y apostaban por más. La semilla sembrada en los noventas por el brit pop de la mano de Stone Roses, Oasis, Blur, Radiohead, etc, comenzó a ver sus frutos con bandas ya consolidadas como Enhola, Rapsodia, Capuchas de Hop y Sullivan, y la aparición de so- listas como el caso de Varicela. Más al final de la década el rockabilly se iba a representar en los Chicken Faces, y el punk también mostraba cambios generacionales. Los Bastardos ha- bían sido la banda punkie por excelencia en los 90s, y la nueva década traía a los 250 CENTAVOS y Herederos como sus sucesores y Astenia en la segunda mitad de los 2000 iba a mostrar su potencial para salir puertas afuera de la provincia. El rock alternativo post grunge tenía buenos exponentes como Hyperstatic (Karina Mana venía desde Australia con este proyecto), y una banda con toques grunge, dark, y furia punk empezaba a pisar fuerte: Juan Terrenal. Y en esa escena de principio de siglo se destacaba una agrupación integrada exclusivamente por mujeres, Lucila Cueva, con Marian Pelle- grino al frente, y de la cual iban a desprenderse dos nombres propios como Brenda Martin y Lula Bertoldi, que darían for-

94 ma a la banda de rock cordobesa que al fin y a la postre llegaría a lo más alto en la escena nacional: Eruca Sativa. Lucila Cueva no era la única banda de rock con presencia netamente feme- nina, Caridad Canelón (posteriormente Siderama), ¡Que las Parió! y varias más, marcaban el rumbo en la centuria acerca de la inserción de la mujer en una escena históricamente do- minada y asociada por la figura masculina. Lo cierto es que muchos músicos surgidos en esta dé- cada, más allá del claro ejemplo de Eruca Sativa, producto de una escena que se consolidaba y alcanzaba identidad, se mezclaron con los consagrados y pasaron a jugar “en prime- ra”, como los casos de Lukas Ninci de 250 CENTAVOS to- cando con A77AQUE, Fede Flores de Locotes en , o Pablo Gonzales de Sur Oculto con Illya Kuryaki and the Valderramas (actual baterista de la banda solista de Dante Spinetta). Del 2010 en adelante, con las bandas enroladas en los sellos independientes como Ringo o Discos del Bosque se consolidaría esta escena y alcanzaría mayor trascendencia has- ta internacional, con agrupaciones nominadas a los premios más reconocidos por la industria.

De Cosquines, Ricotas y Cromañones

Tres acontecimientos iban a torcer el rumbo del camino mar- cado para zambullirnos de lleno en la nueva centuria, y los tres iban a tener a nuestra ciudad o provincia como protago- nistas, directa o indirectamente. En febrero del 2001, dos emprendedores locales se me- ten en la producción del que sería el festival más importante del país de tinte federal. Por sugerencia de Julio Maharbiz, la Plaza Prospero Molina de la ciudad de Cosquín dejaba por un rato las zambas y , y la distorsión se imponía.

95 El Cosquín Rock comenzaba como un juego, de una manera casi amateur, con y como bandas centra- les y algunas agrupaciones cordobesas que tenían su peso en la escena: Armando Flores, Rastrojero Diesel, y Navarros. La convocatoria superó los cálculos más optimistas, y se augura- ban futuras ediciones. El hecho más relevante para la escena local vinculado al festival, lo iba a constituir la consolidación de los llamados Pre Cosquín Rock, a la vieja usanza de los Pre La Falda Rock o Pre Chateau Rock, principalmente para bandas locales -con el tiempo se iban a llevar a cabo en distintos puntos del país- , como fue el caso puntual el de Sur Oculto, banda surgida de un Pre Cosquín (edición 2004) y que alcanzó prestigio y notoriedad a nivel nacional, considerada como banda y sus músicos individualmente. Otro hecho de quiebre iba a suceder en octubre de ese año, en el Estadio Córdoba. Los Redondos era el gran mons- truo que pisaba cada vez más fuerte y del que nadie se quería hacer cargo, entiéndase municipios, gobiernos o estado en general. Shows con finales caóticos en Racing, River, Villa María, y la suspensión del concierto en Olavarría, iban ce- rrando todas las puertas posibles para que las misas ricoteras se celebren. En una movida política de alto riesgo, la Ciudad de Córdoba acogió a la banda de Skay y el Indio, y el 4 de agosto del 2001. 45 mil personas de todo el país se dieron cita para un concierto que terminaría siendo histórico. La banda tenía programada una fecha más en Santa Fe para fines de ese año, pero la ebullición política y social ya se hacía sentir. En diciembre se iba a desatar uno de los estallidos más graves de los últimos años en nuestro país, el horno no estaba para bollos, y la santísima trinidad Poly – Skay – Solari lo sabían perfectamente. Los Redondos paraban por un tiempo, y con el correr de los meses ese parate transitorio se transformó en

96 definitivo, y el show de Córdoba terminó siendo la última vez que la “la banda más grande de la historia del rock argentino” pisaba un escenario. La ausencia física del monstruo Patricio Rey generó que La Renga, Los Piojos, y en menor medida , incorporen y ensanchen sus filas con los huérfanos ricoteros, transformándose en las nuevas bandas de estadio, algo que también caló hondo en la movida local. Todas esas bandas hicieron pata ancha en Córdoba Capital, consolidando la se- gunda plaza con mayor peso en el rock argentino, sumándole un Cosquín Rock que cada año tomaba más fuerza. Y de esa movida post Redondos, una banda iba a transformarse en de- terminante e iba a ser crucial tiempo después marcando un antes y un después en todo sentido: Callejeros. Los de Villa Celina recalan en Córdoba Capital para dar un concierto en Casa Babylon y ya llamaba la atención una cosa: la convocatoria itinerante que provocaba la banda, que al mejor estilo “Redondos – Renga” movilizaba cual fiel hin- chada futbolera a sus seguidores hasta el punto más medite- rráneo del país. Su convocatoria iba multiplicándose geomé- tricamente, y en el año 2004 ya llenaban dos Vieja Usina (hoy Plaza de la Música) con 6.000 personas cada una. El 30 de Diciembre de ese año (2004), los tenía como protagonista de la mayor tragedia del espectáculo público en nuestro país. El desastre de Cromañón, con sus 194 pibes muertos, un jefe de Gobierno removido, y una herida que ja- más cicatrizará, modificaba todo lo hecho hasta el momento. En ese verano, 2005, prácticamente no hubo un solo show de rock en todo el país y la clausura de lugares fue ma- siva como así también el retiro de permisos para espectáculos públicos. Las condiciones para la reapertura de todos los loca- les utilizados para shows se volvieron cada vez más exigentes, pasó a ser obligatorio el tratamiento ignífugo de todos los

97 implementos en bares, pubs, salas, y teatros, la prohibición tajante y estricta del ingreso de pirotecnia, y principalmente, la reducción en la habilitación de público llegó hasta casi el 50% en algunos casos. El rock estaba herido de muerte, y justamente el Cosquín Rock, el festival emblema del rock fe- deral, sufría su mayor crisis. La concesión de la Plaza Próspero Molina de la Ciudad de Cosquín pasaba de manos, y la dupla Palazzo – “Perro” Emaides era reemplazada por otra, conformada por Jorge Guinzburg – Cristian Merchot (Manager de Bersuit Vergara- bat). Lejos de amedrentarse, los “expulsados” buscaron nue- vo predio y fue así como en el verano del 2005 tuvimos dos Cosquín Rock: el Siempre Rock en la histórica plaza, y el de la marca registrada, en el nuevo predio de la comuna San Ro- que. Más allá de esto, el “efecto Cromañon” repercutió de tal manera, que a muchas bandas de Capital Federal se les hacía más fácil tocar en nuestra ciudad que en su lugar de origen, y es por eso que muchas se desarrollaron con mayor facilidad en nuestra ciudad, adoptándola casi como propia.

Rock And Roll Radio

Los primeros pasos de radios enfocadas al rock en nuestra ciudad, se empezaron a dar en forma concreta en la década del noventa, con antecedentes muy visibles desde los ochentas en adelante en programas sueltos (como el clásico Alternativa de Mario Luna, o Lagunas Rock de Leo Leonardi) y en radios que si bien no eran consideradas plenamente “de rock” como el caso de la A galena, o posteriormente la X FM o la UTN, si tenían un perfil muy apuntado a ese nicho. El clásico de Mar- celo Gomez Al Abordaje marcó los 90’s y se extendió durante

98 la década siguiente hasta nuestros días, con idas y vueltas con respecto a horarios y dial. En la última década del siglo XX (año ’94) desembarca Rock & Pop y eso marcaría un antes y un después, sumados a emprendimientos locales ambiciosos como VOX FM por ejemplo. A mediados de los noventas (1996 para ser más exactos) la Rock & Pop muta a La Rocka y ahí si la identidad localista se manifiesta al 100%. Y en los 2000, el abanico se expande y alcanza nuevos horizontes. En el 2001 regresa para quedarse Rock & Pop en el formato “Net” alternando programación local con la oficial que venía de Capital Fede- ral en la frecuencia 95.5, y la misma metodología se aplica para Mega en el 90.3 (actual frecuencia de Vorterix Córdo- ba), que a nivel nacional había provocado una pequeña revo- lución con la fórmula “puro rock nacional” y acá desembarcó con un importante éxito, sobre todo en la primera época. Esa misma fórmula es potenciada por Pobre Johnny con su “solo rock en castellano”, y más la persistencia y resistencia que mantenía La Rocka y sus cambios de nombre (Siempre Rock, Mas Rock, 97.5 Rock) hicieron una década con una presencia rockera radiofónica casi inimaginable poco tiempo atrás. Pero lo relevante, es que algunas de esas radios fueron mucho más que órganos difusores de música, se transforma- ron en generadoras de contenidos y disparadoras de bandas y escenas que de otra manera muy difícilmente hubieran trascendido. Héroes del Silencio (Bunbury solista después), Bersuit Vergarabat, Estelares, o Turf, por citar solo algunas, formaron parte del paladar de los cordobeses gracias a su difusión casi desde el under, e hicieron de Córdoba su lugar en el mundo.

99 Epílogo

Los diez años comprendidos entre el 2000 y el 2010 fueron muy intensos y abrasivos en muchos casos, como se ha trata- do de expresar en éste escrito. Comenzaron con la crisis del 2001 con Germán Kamerath en el sillón del Palacio 6 de Ju- lio, y terminaron con Daniel Giacomino en el mismo lugar. En el medio la gestión de Luis Juez, con su intento de des- embarco en la Casa de las Tejas impedido por un bochornoso fraude electoral, y en casi todos los casos el apoyo a la escena local fue de mediocre para abajo. La década de la consolida- ción del rock barrial, del alumbramiento del Cosquín Rock, de la muerte de Pappo, y principalmente de la tragedia de República de Cromañón, marcó a fuego la cultura rock de nuestro medio. El cambio de siglo no pasó desapercibido y trajo apare- jado un sinnúmero de acontecimientos que ayudarían a tratar de esclarecer las cosas, o a oscurecerlas más en algunos casos.

100 ESTÁBAMOS AHÍ, SOLO QUE NO LO SABÍAMOS

Elisa Robledo

El interior del interior: Villa María. Año posible: 2008

Utopians hacía su versión de “Estallando desde el Océano” en un escenario de tablas flojas y mal cableado. Barbie usaba una remera blanca hecha musculosa y le daba a la pandereta con un histrionismo capaz de quebrar hasta la voluntad más inmóvil. Esa misma versión quedó registrada años después en la placa Freak. Momentos antes había tocado Gritar! con Juan Ranco, Matías Ferreyra, Pablo Becerra Batán en la formación, locales y anfitriones en el mítico Mundo° Bar. En la puerta me recibió un pibe más parecido a un alien que a un ser huma- no, después supe que era Fernando Mercadal y algo después supe de Basura Records, la tira gráfica de Snif y la música de Macroporno. Era la primera vez en mi vida, en esa ciudad situada en medio de la Ruta 9. Donde una corta mentalidad capitali- na podría imaginar un montón de soja y vacas, yo encon- tré un hermoso refugio punk. “Era un buen momento para el punk”, me dijo Matías Ferreyra, creador del sitio Indie Hoy. “El lugar era hermoso, todo pintado minimalista con pocos cuadros”. Recuerdo la clásica tapa de disco de Blur con arte pop, sonaban playlist de canciones que escuchábamos en nuestras casas, hacíamos ferias de discos, cerveza de litro que en los primeros meses se daba en vasos de vidrio (duro

101 poco, claro) ¿Qué más podíamos pedir? ¡Rock en vivo! Y así fue como, entre algunos productores locales y los dueños, a todo pulmón, empezaron a traer bandas alternativas, que no sonaban en ninguna radio, pero que todos conocíamos. Ve- nían bandas de Buenos Aires, pero antes tocaban una o dos bandas locales, que muchas veces eran las que convocaban a la gente. Todos convertían al lugar en un recinto único en la ciudad, el único que lograba un quiebre generacional entre los que ya sabíamos bajar discos en mp3 y podíamos escuchar mucha más música; y los que no sabían lo que era Myspace ni mucho menos Fotolog. -¡Ustedes tienen algo que nosotros no! – le vociferé la noche de Utopians + Gritar! a Pablo Becerra en el bar. Alguien ya se había hecho cargo de la playlist y la música ondulaba para que fuéramos felices y libres lo que quedaba de la noche. Lo que ellos tenían y a mí me faltaba era un espacio, tan simple como eso. Fue una especie de epifanía, lo supe porque sentí el cerebro sacudirse adentro del cráneo. UN LUGAR donde una comunidad productora pudiera ge- nerar sus espacios de expresión, cada uno aportando desde su talento y búsqueda. Gente gestionando y perteneciendo. No es que en Córdoba capital no existiera eso, sucede que yo no la conocía o no era protagonista. Acá la propuesta venía a interpelar sin diplomacia. Era una época en que pasábamos el rato con Fotolog, también crecían los Blogs como otra versión de la literatura y Facebook ya comenzaba a popularizarse. A esta altura Myspace era una plataforma de bandas en donde se podía navegar por horas y escuchar música de todo el mundo. Una discoteca in- mensa a disposición del que tuviera tiempo y buena conexión. Pero si algo tiene la globalización, es que, usada con inteligen- cia, es una herramienta que juega a favor de las escenas locales. La difusión de los discos vía internet fue fundamental para

102 que los cruces entre músicos de distintas ciudades fueran cada vez más fluidos y sirvieran para autogestionar los recitales. Mundo° aportó soluciones, era un espacio fijo donde en- contrarse. Fer Mecadal fue quien llevó adelante el diseño del bar y recuerda cuando entró con Pablo Becerra y Nicolás Ba- rry, socios y propietarios, para comenzar a imaginar el espacio:

Durante las siguientes semanas, prácticamente, vivimos ahí adentro, revocando, lijando, pintando sillas, mesas, paredes hasta que llegó el día de la inauguración. Fue el lugar que queríamos en ese momento, todo lo que queríamos y cómo lo queríamos, algo así como intentar poner en un lugar todo lo que nos había hecho falta hasta entonces.

La existencia de Mundo° es más importante, mucho más importante que los calendarios que se tacharon mientras du- raron estos años felices. Te explico por qué: Mundo° fue la punta de lanza que sirvió para cruzar ar- tistas, productores y público cuando en Argentina todo pa- recía derrumbarse con los escombros y cenizas de Repúbli- ca de Cromañón. La mala combinación de bengalas y una media sombra colgada dejaron 194 muertos en un recital y la metrópolis del país sitiada. El rock en Argentina volvió, una vez más, a ser sinónimo de peligro. Sin ningún apoyo institucional y con todo en contra, hubo que buscar la mane- ra de seguir existiendo. Fue entonces que la música cruzó la Avenida General Paz con las manos en los bolsillos y silbando bajito y se refugió en la pampa para hacer crecer en Rosario, Villa María + Córdoba y el nuevo sonido del rock y una nueva manera de producir: el indie. Capuchas de Hop, Benigno Lunar, Chapasound, Alunacy, Macroporno, Juven- tud Suicida, Marioneta Mundana, Varicela, Body Boo, Un día perfecto para el pez banana, Paris Paris Musique, Funck´n

103 Flanders, Claravox, Smoke Sellers, Segundo Nova, Pequeño Ser, Morbid dick, El Mató a un policía motorizado, Loquero, Los reyes del falsete, Boom Boom Kid, Bochatón, Mataplan- tas, Rosario Blefari, Los Natas, Bicicletas, Azafata, Norma, Alfonso el Pintor, Billordo, Los Látigos, El perro diablo son apenas algunas de las bandas que pasaron por el bar en ese periodo mágico. Todavía hay un sitio en Facebook que da cuenta de esto: mundo20052010. Algunas bandas cumplieron su ciclo de vida, otras se transformaron, pocas se consolidaron. Hubo quienes se de- dicaron a organizar recitales, hacer programas de radio o pro- ducir fanzines, revistas y sitios web que dieron soporte a esa música y a la contracultura. Una incipiente Liga de la Justicia del Rock se estaba formando; el resto de los hacedores no tardaron en llegar.

Mostris aleatorios

A lo mejor no fuimos tan huérfanos y algunos hermanos ma- yores tuvimos. Mi primer trabajo fue en el único terciario de la Ciudad de Córdoba especializado en la comunicación au- diovisual y el diseño. Como es de esperar, por esa puerta roja vidriada pasaban todos los días profesionales que hoy encuen- tro como referentes en sus disciplinas. No digo que hayan sido todos, sólo digo que fue una época en donde se fueron tejiendo los primeros vínculos. Sólo por mencionar a algunos, y sin su permiso por supuesto, ahí conocí a Mariano García, hoy presidente de APAC- Asociación de Productores Audio- visuales de Córdoba, un grupo de profesionales que lograron que se promulgue una ley de fomento y se reconozca el sector como industria; o a Federico Guevara Olguín, presidente de

104 SONAR Músicos Independientes, asociación que genera es- pacios de formación y reflexión. Recuerdo especialmente una reunión con Andrés Oddo- ne: Nos juntamos en una oficina que parecía una pecera triangular y empezó a hablar de un nuevo proyecto, un ciclo, música que no se había difundido en Córdoba aun; enton- ces dijo la palabra mágica: FICHINES. Estaban buscando al nuevo público que deberían crear y ese lugar parecía ser un buen aglutinante. Por supuesto que una de esas máquinas de videojuegos terminó bajo la escalera del edificio para que los pibes le dieran a morir al Pac-man e Islander. Así fue como el sábado 17 de mayo del 2008 fue la primera noche de RAN- DOM CLUB. Ok, sí, no estamos hablando de guitarras-bajo- baterías. Pero si es rock o no, a esa discusión se la dejo a Pappo Napolitano y Dj Deró. Cada sábado sonaba , dance hall, cumbia electrónica, hip hop, balkan electronic, dub step y otros tantos géneros que eran una propuesta fresca en la ciu- dad que ofrecía como espectáculo principal el tunga tunga y/o rock muy poco amigable para estos tiernitos veinteañeros que nos amontonábamos en la pista. RANDOM… funcionaba en calle Tillard, tenía una mascota que era una especie de peluche azul con unas ga- fas desproporcionadas, los fichines estaban por todo el lugar, también la deco y el cotillón, la alfombra roja en el ingreso y la cobertura de distintos fotógrafos fueron un sello del ciclo. Otro refugio autogestionado que sirvió para cruzar gente y armar un nuevo lenguaje. Acá entró en juego otra red so- cial: Flickr. Con la incorporación de las visuales como parte fundamental de la fiesta, la música compartía protagonismo con el diseño. Muchas de estas cuentas de Flickr permane- cen activas. Puede haber sido un signo de los tiempos que el equipo supo interpretar, sin duda, los pioneros siempre son

105 visionarios, pero creo que tuvo más que ver con la necesidad de articular distintas disciplinas para darle vida a un univer- so genuino e innovador. La troupe de RANDOM era gran- de: Andrés, Pedro D´Alessandro, Rafa Caivano y Fango Vsls (Laureano Solis y Nicola) lideraban la grilla. Podría decirse que gran parte de los Zizek Records pasaron por ese escenario: los mendocinos de Fauna, Villa Diamante, El Remolón, los mismísimos Frikstilers y otros artistas como Third World Or- chestra, Princesa y, creo, que alguna vez vi a los colombianos de La Bomba Estéreo. En la pista de baile te encontrabas a los incipientes gra- ffiteros, muchos de ellos se convirtieron en muralistas a medi- da que perfeccionaron su técnica. Ahí lo conocí a Leonardo Mansilla y me sumé a la organización del Festival ¡De-Acá!. Un evento de varios días que combinaba diseño gráfico, in- dustrial y de indumentaria, con bandas, DJs y, claro, que el skate no podía faltar. La última edición que se hizo del ¡De-Acá! fue en el 2009, en el pabellón amarillo del Complejo Ferial. La crew estaba formada por las hermanas Sasa y Miru Brugmann, que venían de organizar Arte x Kilo, una feria de diseño donde ha- bía piezas desde $5. Jonathan Magario (Pupa) se hacía cargo del área audiovisual y los vjs. Matías Gonzalez (DJ Mash) y Luis Luchetti armaron tres escenarios con más de 20 artistas: Carballo, Ezequiel Esley, Finlandia, Gustavo Sierra, Los Loo- pers, Varicela, Chonza, DJ Rolex, Fede Flores, No-Alineados, y de la troupe RANDOM… estuvieron Sandro de América (Lisandro Sona), Pedro y Andres. Recuerdo que durante los días que duró hubo artistas invitados que pintaban sobre figu- ras de mdf de grandes dimensiones. Deben haber sido unos 20 muñecos de unos dos metros de alto con distintas formas que fueron intervenidas. Mi preferido era el de Lucas Aguirre, la cabeza de una niña asomada hasta la nariz, espiando. Eso está-

106 bamos haciendo todos en realidad, viendo que había más allá de la medianera, averiguando hasta dónde se extendía nuestro mundo. Cuando terminó el festival, iniciamos un intento de muestra itinerante con todas estas figuras, que terminó por abandonarse ante el enorme esfuerzo que significaba mover esas piezas y montarlas con dignidad, sumado al presupues- to siempre en rojo que teníamos. Esos monstruos durmieron en el garaje de la casa de mis padres algunos años, hasta que terminaron por decorar una de las sedes de Radio La Crema después de que ninguno de los autores reclamara su obra. Nunca entendí como logramos financiar esta tarea ti- tánica, siendo que nadie nos tiraba una moneda. Sin embar- go, la premisa era una e innegociable: No hay plan B. A Leo lo seguí viendo en varias oportunidades, casi siempre en La Crema. Nos regaló un cuadro de un mono que sostenía un altoparlante entre sus manos, pieza que decoró el estudio de la radio por dos años. Con Mash compartimos algunos años de trabajo en una cadena de skateshop y mientras acomodábamos los ochocientos pares de zapatillas Vans al último capricho de la moda, él masticaba el proyecto al que le dedicó todo: Nébula, un ciclo extraterrestre de drum ´n bass que sucedió muchas veces en Casa Babylon y que lo llevó luego a vivir de las baterías y los bajos en Nueva York. Todo esto pasó entre 2008 y 2010. Fueron años de efer- vescencia para una generación que experimentaba con todo, y también con la música, que canalizaba la energía en crear con una nueva actitud. Ok, sí, acá nadie salía a confrontar con ra- bia el orden prestablecido. Ok, sí, acá se usaba ropa con dise- ños lisérgicos y zapatillas, en lugar de borcegos y el monocro- mo negro. Pero si discutimos que ese estereotipo es EL rock y es EL dueño de decidir qué es y qué no es rock, entonces no aprendimos nada. Porque todos estos pibes y pibas estaban buscando un lugar en una ciudad donde el espacio público

107 estaba (y sigue estando) desbastado, con plazas y puentes in- hóspitos y policiales. Donde el vigilante medio argentino son tus propios compañeros de universidad, progres y fachos por igual. No puedo dar cuenta que esto sucediera bajo un nivel de conciencia, no puedo hablar por los procesos de identidad de otras personas, algunos lo habrán hecho de manera más espontánea o curiosa, otros con más inquietud que con con- ceptos. A cada uno la revolución que le corresponda. Pasaba que no teníamos a dónde ir a parar, así que corte de manga y a inventarlo. Todo esto fue rock porque fue una generación que, en vez de ponerse a gritar, se puso a bailar y no pidió permiso, porque no lo necesitaba.

Música y cultura

Como cualquier otra banda, Radio La Crema se gestó en la habitación de un pibe hablando cosas con sus amigos. En la planta alta de un dúplex de barrio Alberdi, Javier Casartelli, Slim Dee, Jay Carreras, Dan Luján, Ale Zuliani y Polo Fes- ta agarraron unos micrófonos y un streaming. No tengo idea sobre cómo fui a parar con semejante grupo de inadaptados. No, en serio, no me acuerdo cómo los conocí, pero puedo darme cuenta por qué compartí cinco años con algunos de ellos. En 2009 hablé con Javier para que hicieran la transmi- sión del escenario de hip hop del ¡De-Acá! Cayeron con una consola Behringer de 4 canales y un banner de 2x2 impreso con una letra C en color beige que llevaba una corona y cho- rreaba pintura. Ese banner también terminó en el garaje de mis padres hasta que nos reencontramos y pude devolvérselos. Para junio del 2010 el equipo se había reformulado, Slim y Ale se dedicaron a la producción musical. Y la tríada radiofónica se consolido con Dan, Jay y yo. Lucas Aballay

108 nos cedió el altillo de su local de skate, El Garage, en la calle Marcos Sastre. Era un triángulo de dos metros de ancho en donde apenas entraban dos mesitas auxiliares y dos sillas. La consolita Behringer estaba ahí, por supuesto. Decoramos una pared con un collage pegado con plasticola que seguramente al dueño del local le costó la yesería. Completaba el mobi- liario un sillón roto y una barra del ancho preciso para que entrara una computadora portátil. Con eso nos alcanzaba. Menos de un mes antes de eso, pasamos por la casa del Fede /Freshcore para pedirle que rediseñara el logo. Eran los tiempos primigenios de la Bully Bass y su propuesta estética llena de colores vibrantes, texturas o mil detalles eran otro signo de la época. Lo necesitábamos. Por supuesto que el flaco se colgó y entregó el logo unos días antes de la fiesta de lan- zamiento, pero no había objeciones. Fue el logo más precioso del que pude hacer gala en mi vida: circular, con dos puños ta- tuados chocándose, en el centro las iniciales en estilo college. Hubo versiones en naranja y fucsia, blanco y negro, verde y algo más. Elegimos el amarillo y celeste. Ahora sí, era La Cre- ma: música y cultura. Entonces hicimos una fiesta, en calle Tillard, en una Random El único medio que cubrió el lanza- miento fue El Vernáculo.com, con fotos de Octavio Cosacov. Después fue laburar la propuesta de comunicación, la línea editorial, el sitio web, las noticias. Como toda transmisión de prueba, los primeros meses fueron de mucha música. El año que Radio La Crema estuvo en el altillo de El Ga- rage empezaron a llegar otras voces que ampliaron el espectro. Así que no sólo sonaba hip hop. Con Migue Darsie llegó el jazz y monólogos delirantes: Porca . Los Hipnótica pasaron por ese estrechísimo estudio y como no entraban los cinco que eran en ese momento, se quedaron Nahuel y Her- nán haciendo Arrogante Rock. Lucas Bulacio, nuestro peque- ño Bulah, no quería llevar su música en un pendrive porque

109 tenía que hacer una selección previa y sentía que se perdía de cosas, entonces llevaba su compu con toda su discografía de hardcore, montado en la patineta. La Ciudad de Córdoba es un pozo, al menos topográ- ficamente, es un pozo; culturalmente, podemos discutirlo. Pero como todo pozo tiene subidas y bajadas, y una de esas bajadas se convirtió en la meca de los longboarders. Los patos, cerca de Brujas, en Ciudad Universitaria era el lugar donde se juntaban los pibes que hacían este nuevo deporte. Para ese entonces no había absolutamente nada, y me refiero a nada de equipamiento, usaban guantes de amianto con pedazos de telgopor pegados para frenar. Cuando todo comenzó a crecer y a existir una industria, sucede que un pibe no frena y ter- mina debajo de un auto con resultados fatales. Situación de mierda, ánimo generalizado de mierda y un legislador conser- vador con la brillante idea de prohibir el uso de patines, mo- nopatines, skates y similares en toda la provincia. Mucho eno- jo por Facebook y discusiones de textos muy largos, conceptos mezclados, mientras la propuesta avanzaba en la Legislatura y los medios hablaban burradas colosales en el horario prin- cipal. La fantástica y siempre efectiva desinformación junto a la acción coercitiva del Estado: combo infalible y largamen- te testeado. Acá reafirmo y confirmo que el espacio público de Córdoba es hostil e inhabitable. Pero si algo te hace feliz, no queda más remedio que elegirlo y defenderlo, así que allá partimos con Dan y Jay a contrarrestar la desinformación. El resultado fue un video manifiesto que tuvo un buen recorri- do y hubo pibes que entendieron que podía haber un medio pensado especialmente para ellos, sin marketing ni careteada simplemente porque lo hacían sus pares. La Crema había sido diseñada para ser el contenedor y el puente de todas estas movidas espontáneas y auténticas que no tenían espacios de difusión en los medios tradicionales ni

110 en los espacios de rock ya consolidados, sucedía que esas dis- cusiones no tenían lugar. Y como las comunidades comparten causas, esta fue la salida a la cancha para La Crema. Después del manifiesto vinieron reuniones en un departamento sobre Bv. Illia, entre longboarders y skaters, en una batalla de egos y un tono para nada conciliador. De algún modo, terminamos todos sentados en el despacho de un reconocido basquetbo- lista devenido en vicegobernador de la Provincia y el legisla- dor de la brillante idea, exponiendo datos concretos y reales sobre el deporte y la industria que había en torno a esas tablas con rueditas. Proyecto cajoneado. A otra cosa butterfly. Años después se fundó la ACS (“Asociación Cordobesa de Skate”), que diseñó y construyó parques públicos en distintos puntos de la provincia con fondos del Estado, bien por los pibes. Los longboarders, por supuesto, desaparecieron de la bajada de Los Patos, los deportistas de alto rendimiento terminaron siendo unos pocos, y en los shoppings y jugueterías dejaron de ven- der este tipo de tablas. Algunos aprendimos entonces que, a las patadas, puteadas y pintadas se le pueden sumar otros caminos para gestionar ese espacio que se reclama, usando un poco de inteligencia y otro poco de habilidad cívica. Que la cabeza está para pensar y no solo para usar gorrito, guacho. Después del local en calle Marco Sastre, nos fuimos medio de prestado y medio de ocupas a una casona en Villa Belgrano, sobre Gobernador Olmos. Le decíamos El Ciruelo y compartíamos ese espacio con las Hijas del Mal, un dúo performático conformado por Pía Bertoldi y Sol Montaldo y un estudio de comunicación visual y fotografía que se instaló al fondo. No sé cómo nos salía hacer radio. Yo era la única que tenía formación académica en comunicación y en realidad no nos importaba eso. Las radios fórmula habían invadido todo el espectro radiofónico, no había mensaje, no había refugio ni identidad. Y si íbamos a estar online, sin organismos que re-

111 gularan lo que podíamos o no podíamos decir, entonces está- bamos dispuestos a jugarle todo al contenido. Es por eso que los que pasaron por los mics de La Crema eran pibes (varones en su mayoría) que traían pedazos de sus vidas y de la forma en la que decidieron vivirla para transformarla en radio. Las herramientas se aprenden a usar, les decía y después explicaba que era un separador, una apertura y un pisador. En medio de toda esta escuela en la que todos aprendíamos de todos, no sé si hacer radio nos salía bien, pero las fiestas siempre nos salieron excelentes, y algunas fueron épicas. En una fiesta primaveral de estilo feria de diseño a la tarde, tocaron Frutilla Camarosa y Jacarandá, dos bandas que después se hicieron Cintia Scotch y más tarde se multiplica- ron en otros proyectos geniales. Migue Darsie seguía presente con su trompeta y su inusitado talento para el exhibicionis- mo; Lucas Aballay mantenía su espacio con El Garage Radio. Con las Hijas del Mal y Maka Pratt ocupamos un espacio desbordado de poder femenino. Para aumentar el lado de las féminas, llegó a nosotros Flor Aquín con su programa Disco Eterno, una incipiente semilla rockera que elevó la vara de calidad en los contenidos. Aterrizaron en esa época Puro Bla Black con Catriel Ruiz, por supuesto eran medianoches muy funkys. Se incorporó Lucio Scelso con La Vieja Escuela, el ala combatiente del skate punkrocker, que luego fundaría con su equipo Cabezas de Tormenta, una experiencia colectiva de vida y producción que aún se mantiene. La Crema se mudó tres veces más: A un galpón aban- donado en Alberdi, ahí construimos desde el contrapiso has- ta la conexión eléctrica de la radio. Al equipo de arquitectos lo lideraba Adolfo Delgadino, “el Fo” para nosotros, mente brillante y manos ágiles que de toda la basura industrial que había dando vueltas, hacía sillones hamacas y muebles. Vien- do en perspectiva no entiendo por qué durábamos tan poco

112 en cada lugar, posiblemente por la falta de fondos y nuestro pésimo talento para administrar el dinero. En Il Galponi se sumaron varios programas más. En algún momento un grupo de amigos bikers llevaron sus rampas. Y hubo un after colosal después de una Bully Bass, con DJ Truth, que prefiero que quede en la memoria de los muchos presentes para evitar bar- do. Cuando se pudrió todo, nos esperó una casita en Cofico, hasta que llegamos a un lugar legalmente alquilado de nuevo en Villa Belgrano. Para entonces se sumó al equipo de Bur- docracia, Guillermo Bawden y tiramos algunos ensayos ra- diofónicos juntos, hasta nuestra última experiencia como Feel The Oink – Llanto de Mudo- en Radio Eterogénea. En esta última etapa también lo conocí a Juan Manuel Pairone, con quien compartiría algunos años de El Servicio Postal, blog devenido en programa de radio que fue emitido por Apolo Fm y Radio Bicicleta, hoy es sello editorial y el Pai continúa con su talento por muy fructíferos caminos. Un rápido repaso por el peregrinaje y la historia de La Crema, al menos de la parte que me incluye, sirven para po- ner en evidencia algo que siempre me llamó la atención. Cada año los programas cambiaban, algunos se mantenían, pero la mayoría de las producciones externas al núcleo cremoso du- raban eso: una temporada. Seguramente en el mundo de la FM eso es un síntoma preocupante o señal de falta de profe- sionalismo, pero acá nadie buscaba demostrar excelencia pe- riodística o erudición en alguna materia. La inquietud pasaba por otro lado, llego a haber un programa conformado por tres abogados, incluso, no estoy muy segura de lo que signifi- ca eso: que éramos abiertos, quizás; que estábamos jugando, seguro; que nos divertíamos, que nos interesaba incorporar otras perspectivas. No voy a arriesgar una hipótesis, porque fue algo que sucedió de manera genuina, como pretendíamos que fuera.

113 En medio de todo esto Vorterix apareció con un modelo de negocios y de contenidos que claramente nos quedaba a tres continentes de distancia. Pero la gran duda que nos mor- día los talones en realidad era saber si los podcasts y las radios por internet eran un ensayo tecnológico o traerían consigo alguna transformación. Las opiniones eran varias, Ibope no estaba dispuesto a perder ni un centímetro de su imperio, tampoco. Todavía no lo sabemos, pero sí quedó confirmado que un buen producto, con un público definido puede llegar y pegar sin importar el canal por el que emita. Después, simplemente, me quedé sin nada para decirle a esta ciudad entonces, me fui. Cuando te agarra el silen- cio es porque ya no tenés más preguntas para hacerte. El producir por producir y mantenerse activo solo para soste- ner un espacio de pertenencia, no aporta valor ni construye nada. Por suerte, fuera de ese -mi- estudio-, seguían pasan- do muchas otras cosas y otros medios alternativos tendían puentes entre artistas y público. Voy a insistir hasta que se me diluya la convicción, que los medios de comunicación alternativos son vitales para una escena saludable y en creci- miento permanente. No se trata si podés escuchar esa banda en spotify o ver entrevistas en youtube cuando quieras. Se trata de entender que hay vínculos para crear, que hay per- sonas para cruzar y que de esos encuentros siempre surge una nueva posibilidad de innovar. Que ante la apatía del rating y los rankings, tu obra como comunicador es aportar para que más artistas lleguen a más público. Que al mercado le convenís aislado, entonces juntarse a escuchar música y compartir reflexiones es revolucionario. Porque de nuevo, toda la fascinación que quieras con el fenómeno de las redes sociales y la eterna disponibilidad de contenidos en inter- net, ¡sí! ok, todo está ahí, pero que alguien venga a decirte: “mirá, descubrí esto” o “te traigo este pibe que hace unas

114 canciones hermosas”, eso no viene en un link, pichón. Y a caso, todo lo que sucede alrededor de la música, y que tam- bién es rock, es autogestión y es expresión de un movimien- to, como pasa con la indumentaria, las disquerías, las edi- toriales o los artistas visuales, ahí sí que no tenés algoritmo que valga. Entonces, y de nuevo, que haya medios como La Crema, como Radio Bicicleta, el ciclo de Prefiero Mi Arte, El Sótano Rock (pionero en las radios online de Córdoba) o Eterogénea mantienen esto funcionando. Y acá te tiro la bomba: muchas veces los artistas se ol- vidan de que los medios alternativos hacen de contenedor. Y no se trata de rendir pleitesía a nadie, mucho menos a alguien que se encierra a escribir o a hablar solo, pero decime vos si sos capaz de olvidarte de la situación que te dio origen, por- que entonces ahí está la diferencia. Una mano lava otra mano y cuando el mercado te comió tu calidad humana, sorry not sorry pero dejaste de ser rock. Si no es auténtico, no lo quie- ro. Ensayando algunas respuestas a todo esto, me doy con que son varios los agentes culturales que en algún momento se cuestionan las formas de producir, el por qué de hacer lo que hacen, para quiénes y sobre todo la trascendencia: ¿va a quedar algo de todo esto? ¿Hace falta que quede algo? Si hay que generar alguna discusión, a mí me gustaría que sea esta; un poco para no andar haciendo boludeces y otro poco para ver qué estamos dejando detrás de nosotros, qué le estamos dando a los que vienen. Quizás pase que Córdoba tiene un ritmo cíclico, que a veces obedece al recambio generacional y otras veces a la energía o recursos disponibles que tenemos para llevar adelante esto. No logramos consolidar la indus- tria cultural como un modo de subsistencia que sea suficiente para todos los talentos por un tiempo indeterminado. Hay picos de actividad, después vienen las mesetas y las nuevas propuestas, y puede estar bien así.

115 El rock de Córdoba actualmente está sólido y en expan- sión. No sé qué viene después, me da mucha curiosidad por averiguarlo. Siempre con la certeza de que donde encontre- mos tierra quemada, podemos sembrar un nuevo bosque, y eso en una provincia que se prende fuego todas las primave- ras, no es poca cosa.

116 2009 O EL AÑO EN EL QUE ESTALLAMOS

Soledad Toledo

La primera noche en la que Belle Epoque abrió, estuvimos ahí. Fue el sábado 11 de abril de la Semana Santa de 2009. Hacía un calor inusual y nos habíamos enterado de que se había una fiesta. La bola se había corrido tanto que algunos de nosotros nos citamos con otros para encontrarnos allí. Solo sabíamos la dirección, que el ingreso era gratuito y que no ha- bía mucho más por hacer. Por aquel entonces, el Ojo Bizarro, lugar de culto que funcionaba desde 2002, tenía una propues- ta diferente y las reiteradas clausuras municipales anunciaban cual presagio que la cosa estaba cambiando. Claro, nadie tenía plena noción de esto. Sí, como habi- tués del Ojo…, Dorian, París Bar y Casa Babylon, sentíamos que faltaba algo nuevo. “Babylon” era y es legendaria, pero íbamos para las inolvidables fiestas retro, además de tocar en las recién estrenadas “Esos raros peinados nuevos”1 o a fechas puntuales en las que tocara alguna banda de nuestro agrado. Sin embargo, el mes tiene cuatro fines de semanas y nos que- daban dos para llenar. Quiero hacer hincapié en que la noche para aquellos que gustábamos más de una escena “alternativa”

1 “Fiesta peinadora, maquilladora de rock and roll para bailar” que se realizaba en Casa Babylon y detrás de la cual estaba, Tebi y Hurón de Casa Babylon, Diego Pigini que por entonces trabajaba en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, el periodista de rock Carlos Julio Carballo (A.k.a. CJ), entre otros. https://myspace.com/esosrarospeinadosnuevos

117 (si se me permite el uso) no estaba ofreciendo algo nuevo más que algunas propuestas puntuales de fechas en Dorian… o la mencionada casa de bulevar Las Heras 48. En ese estanque en el que se había convertido la noche y, por ende, nuestra vida nocturna, el 2009 traería consigo el aire de renovación necesario para aquellos que la vivíamos; a largo plazo, y tomándome ciertas licencias, esa misma onda expansiva fue fundamental para que en noviembre de 2017 se dé un festival masivo como El Nueva Generación que se reali- zó ante unas tres mil personas en el Hipódromo de Córdoba. Una cosa no podría haber sido sin la otra y trataré de explicar ese caldo de cultivo desde y como agente y público. Por razo- nes de delimitación temporal y honestidad intelectual, llegaré hasta fines de 2011. Sin embargo, eso que se comenzó a gestar en tres años, fue tan rápido y tan congruente que en los años siguientes no hizo otra cosa que complejizarse y expandirse. Por suerte. El 2007 y 2008 habían sido años raros. La mayoría ya no íbamos al “viejo” Paris Bar, sobre Calle Independencia, y alguna vez incursionamos en un lugar “raro” que funcionaba en el Pasaje Benjamín Gould y San Luis. Facebook comenzaba a desplazar al Fotolog, éramos pocos los que teníamos un perfil y nos saludábamos en los respectivos muros cuando alguien nos “aceptaba como amigo”. Ese era un canal para enterarnos de lo que iba pasando y, si no había nada, “caíamos” al Ojo, sitio por excelencia para encontrar a alguien conocido y pasar un rato bailando. Aunque esta no sea una reconstrucción desde lo musical, es necesario hacer una excepción antes de seguir. Como ante- cedente a lo que vino después y sólo a modo de ejemplificar de que “la cosa” tenía que renovarse, de esos años previos al que considero el punto de inflexión es menester rescatar la formación de dos bandas pop. Una fue Bajale al Magenta, de

118 Alejo Juárez, Eduardo García y Mattu Rock. Y la otra es una de la cual tuve el placer de formar parte: Pelopincho. Mo- destia aparte, y aunque a muchos les cueste aceptarnos en la escena local, el trío que formamos con Florencia Bernasconi y Marcos Galliano tuvo un sólo leit motiv: la diversión. Y eso no llevaba a otra cosa que la desfachatez. ¿Por qué las traigo a co- lación? Porque esos años fueron solemnes y aburridos, chatos y sin riesgo. No pretendo decir que nosotros (Pelopincho y Bajale...) trajimos la diversión que faltaba, sino simplemente reflejar que, en distintos aspectos, la necesidad de que algo nuevo pasara era un sentimiento generalizado. Nos conocía- mos todos, nos veíamos todos los fines de semana haciendo lo mismo y ya no era divertido.

Un personaje villamariense

Villa María era más que una de las grandes ciudades de la Provincia. Por aquel entonces, era parada obligada de bandas que llegaban desde Buenos Aires y también era la plaza donde tocaban sin subir a Córdoba. Fue también el sitio desde el cual venían los Benigno Lunar, un pop prolijo y sensible toca- do por chicos humildes y buenos. Y aunque en Córdoba ha- bía pop, no era como ese. Villa María no era únicamente un punto geográfico a mitad de camino de Buenos Aires, era una ciudad donde estaban pasando más cosas que en la Capital2. La Villa se veía como una vanguardia, como el faro que mar- caba la novedad. Sin ir más lejos, a mediados de 2008 sur- ge Indie hoy, un medio online cultural fundado por Rodri- go Piedra y Matías Ferreyra, por entonces dos “sub20” que supieron consolidar su propuesta digital enfocada en la es-

2 Para ampliar puede leerse: “Villa María: ¿capital federal del indie?”, 12 de junio de 2013, rosarioindie.com

119 cena independiente tanto musical, como cinematográfica y literaria. Hoy, nueve años después, es un sitio reconocido y legitimado, fuente de información para muchos de nosotros. Hacia el 2011 comenzaron a organizar fiestas en Córdoba, en lo que se conoció como Planta Baja, cerca del Registro Civil de Barrio Alberdi. Por otro lado, desde allá, y por razones personales, como siempre sucede, llegó “El Chulo”, Mariano Pérez para la ley. El embajador del indie que empezó a armar fechas en Cór- doba a principios de 2009. Algunos, los que formaban parte de bandas que habían viajado a tocar a Mundo Bar en Villa María, lo ubicaban, otros, lo conocimos ese año. “El Chulo” había empezado a armar fechas en su ciudad natal a mediados del 2002 por una necesidad personal: ver lo que le gustaba. De hecho, cuando se le pregunta por el “cómo”, asegura que era una búsqueda más personal que la idea de producir algo y ganar dinero. Los años pasaron, se afianzó en su rol, conoció más ban- das y armó más fechas3. Para el 2009, era prácticamente su trabajo y alternaba las propuestas con la ciudad capitalina, donde vivía su novia. Un poco como excusa para venir a ver- la, otro poco porque le permitía abaratar costos del traslado de la banda y aumentar el cachet por hacer dos fechas, llegó con sus primeras fiestas indies a la Docta. Era un escenario nuevo. El indie platense ya tenía su Laptra Discos4, el sello que nuclea a bandas como El mató un policía motorizado, Javi Punga, Bestia bebé, 107 Faunos, etecé, etecé. El Negro Pérez las empezó a subir a Córdoba. Primeramente, fueron dos fechas en un local que estaba a la vuelta del Ojo Bizarro, en la calle San Martín al 800. Entre

3 Registro de las fechas de aquel entonces pueden encontrarse en www.foto- log.com/elchulo 4 Sitio oficial: http://www.laptra.com.ar/

120 esas primeras, trajo a Prietto Viaja al Cosmos con Mariano y como sería una postura fija en sus fiestas, invitó a una banda local que recién comenzaba: Los Frenéticos5. Era marzo del 2009 y ese “verano fatal” iba a durar unas semanas más. La dinámica era traer una banda de Buenos Aires, que tocara en Córdoba y Villa María junto a bandas locales. Eso que a él le permitía tener que costear sólo el traslado de los porteños comenzó a tender redes, a fomentar contactos, a co- nocer -aunque sea de nombre- grupos que estaban haciendo cosas nuevas. O así lo vivíamos desde el público. Ese marzo, también trajo una novedad, las The Big Bang Party6 que organizaba junto a Horacio Bevaqua y Alva- ro Moyano (a.k.a. DJ Sonicnoise). Las TBBP fueron fiestas itinerantes, comenzaron a hacerse en el tradicional Bar Royal de Alta Córdoba, para luego yirar en sitios. Eran tiempos MUY complicados y la clausura de lugares era moneda co- rriente. Se organizaron unas seis, algunas se trasladaron tam- bién a Villa María y Río Cuarto. Mariano se fue y entraron nuevos miembros que continuaron. El blog de las TBBP, en su descripción habla de un colectivo de gente formado por DJs, músicos, artistas, gente que también necesitaba nove- dad y renovación. El 2009 fue, realmente, un año bisagra. De repente, empezaron a pasar cosas, bandas indies que venían a tocar a Córdoba por primera vez; nuevas fiestas en lugares a los que no habíamos ido antes, como Royal; nuevas propuestas en lugares ya conocidos, como las Raros Peinados Nuevos en Babylon, y ya no éramos siempre los mismos. Nos conocía- mos, sí, claro que nos conocíamos, Córdoba no es tan grande, pero la novedad en las propuestas quizás nos volvía diferentes.

5 Para oir y conocer a esta banda de surf rock https://losfreneticos.bandcamp. com/ Al momento de la redacción de este texto, estaban de gira por Europa. 6 http://thebigbangparty.blogspot.com.ar/

121 “El Chulo”, como un agente sobresaliente de ese panora- ma, afirma que cuando empezó a organizar fechas en Córdo- ba “había un vacío”; sus propuestas venían a llenar ese faltan- te porque apuntaba a bandas nuevas que venían a tocar por primera vez. El asegura que: “faltaban propuestas y, viéndolo desde el presente, fue muy positivo. Aporté una semilla para el crecimiento de la escena en Córdoba. De hecho, muchas bandas siguen yendo por ese puntapié inicial que dí”.

Lo que hice fue desvirgar bandas, en las Fiestas Indie buscaba acercar propuestas nuevas. Hoy están más consolidadas, pero en ese entonces recién arrancaban. Onda vaga, El mató, solistas como Antolín, Mataplantas, por nombrar algunas, fueron bandas que llegaban a través de las fiestas que organizaba. No iban a Córdoba porque nadie les acercaba propuestas o porque las que les acercaban no se podían concretar. Durante esos años, también bajé bandas como Fantasmagoria, Peyotes, que ya no tienen que ver con el indie si no con el rock. Otras más crudas como Fútbol o la Patrulla espacial.

Como se mencionó anteriormente, cada Fiesta Indie, tenía una banda de la localidad en la que se realizara. Así fue que, de Córdoba, algunos de los que participaron fueron Barro, Un día Perfecto para el Pez Banana7, Nina, Piquillín, Los quemantes del amor, etecé, etecé. “Invité a participar a muchos amigos como DJ Sonicnoise o Fer Sánchez, in- vitaba a hacer propuestas alocadas a gente que me bancaba y con la que teníamos feeling, para que la tomaran como propia”, concluye. Hacia el 2013, dejó de organizarlas en Córdoba pese a que actualmente continúa haciéndolas en su Villa María na-

7 La banda fue finalista del Concurso “YPF Destino Rock” en 2011. Puede oir- los en su bandcamp: https://undiaperfectoparaelpezbanana.bandcamp.com/

122 tal. El motivo no fue personal sino más bien operativo. La escena se diversificó, apareció mucha más competencia y los lugares donde las programaba ya no tenían espacio para su propuesta. El desgaste de energía que implicaba ameritaba replegarse, pero la enseñanza fue el crecimiento personal y la agudeza para encarar el futuro cercano. A título personal y como observadora, la semilla que, entre otros, plantó el “Chulo” con sus fiestas fue mayor para la incipiente escena. Podría mencionar desde la posibilidad de generar vínculos entre las bandas locales con bandas de escenas como la platense que desde aquí se la veía como un colectivo consolidado; hasta, simplemente, bajar propuestas nuevas que provocaron que el motor se pusiera a andar otra vez y que atrajera nuevo público que, a la larga, terminó for- mando sus propias bandas. Sin embargo, sería injusto pensar que ese año fundacional es sólo responsabilidad del “Chulo” y, por eso, amigos, llegó la hora de hablar del “club” de nues- tros corazones.

La Belle Epoque en cordobé’

Si hay un espíritu que sobrevuela este relato, ese es el recuerdo de la primera noche que Belle Epoque abrió. Desde ese día y hasta que la vida diga “basta”, funciona en Lima 373, donde otrora estaba el espacio de teatro María Castaña y antes de éste, una sala velatoria. Desde ese día, todas esas fiestas, agen- tes, bandas, inquietos en general y público que andaba suelto, encontraron un lugar donde confluir. La Belle…, surge de dos voluntades: la de Franco Gil (también conocido como “El Turco”) y la de Alejandro Ruar- te. Ambos tenían menos de treinta años cuando decidieron gestar un lugar nuevo (25 y 27, respectivamente) y el motivo

123 inicial es un patrón que se repite: un lugar al que quisieran ir como público. Previo a ese sábado fundacional es menester explicar de dónde venían ambos. Muy poco se ha escrito sobre su origen, y puede que la nota8 que publicó Germán Arrascaeta en La Voz del Interior en 2012, sea la única hasta ahora. Alejandro estaba detrás de Valentina Bar, el lugar de calle Belgrano cuya fachada evocaba a la película Yellow Submarine de y donde pasaban música psicodélica y latinoa- mericana, famoso por lo accesible de su cerveza. El Turco, en cambio, venía de organizar esas fiestas “raras” que habíamos descubierto en el local de Pasaje Benjamín Gould y San Luis, mencionadas en el inicio. Siempre el motor es personal y re- fiere a un estancamiento general:

La época kitsch del Ojo ya no me representaba, iba a Babylon a ver algunos shows y a 9909, eventualmente para ver una jam de jazz. Había un nicho que nadie estaba atendiendo y lo empecé a ver cuándo administraba ‘Gould pub’, ahí fue cuando me encontré con la posibilidad de generar un espacio y canalizar lo que yo veía que faltaba en la ciudad, lo que a mí me gustaba musicalmente, el lugar al que me hubiera gustado ir.

En ese lugar nacieron fiestas como las Total Trash que fue- ron las que les permitieron posicionarse. “Eran multidiscipli- narias, había cine, videojuegos, performance, pintura en vivo, shows, música”. El bar cerró y las TT siguieron la misma suerte que las TBBP, fueron itinerantes, y el grupo que las organizaba se fue disgregando. Franco, por su parte, del cierre de ese lugar, recibió dinero en efectivo y un sistema de sonido básico con

8 “Belle Epoque. Taberna mutante”, 13 de marzo de 2012, vos.lavoz.com.ar 9 En Facebook: 990 arte club.

124 unas luces a tono. A través de un amigo conoció a Alejandro Ruarte quien, según le habían comentado, buscaba a alguien para abrir un nuevo lugar o ampliar Valentina Bar. Tras algunas reuniones en las que hablaron sobre música, proyectos y pudie- ron generar ideas, decidieron asociarse en partes iguales. Era diciembre de 2008 cuando comenzó la búsqueda de lugares que, según afirma el Turco, tenían que estar en la pe- riferia del centro. Y remarca: “No en Nueva Córdoba, no en el Abasto”. Por esas circunstancias mágicas que tiene la vida, un día, luego de caminar y visitar varias propiedades, llegan sin querer al ex María Castaña y su cartel de “Se alquila” se convierte en la señal que estaban buscando. No figuraba en la oferta de alquileres de los avisos clasificados, no lo habían tenido en cuenta, pero en cuanto llamaron a la inmobiliaria y pudieron ver el local, lo señaron y se pasaron el verano 2008- 9 trabajando para acondicionarlo. “Abrimos el 11 de abril de 2009. Yo tenía puesto un vestido”, evoca Franco. Yo tenía una cita que terminó trunca, estábamos los Pelopincho y mi hermano Gonzalo. Nos encontramos con amigos como Álvaro que quizás aún no era DJ Sonicnoise pero era amigote. También estaban Horacio Bevaqua, Nicolás Cantarutti, y un montón de otra gente para la cual éramos unos NN. Llegamos sin saber muy bien de qué se trataba, nos encontramos con un sillón en la vereda y gente que entraba y salía. A donde mirabas había gente. Como pudimos, salimos al patio y a la Nere Pelopincho se le bajó la presión por el calor que hacía. Era una pascua atípica, el calor y la humedad nos invitaron a quedarnos en la vereda un rato. Fue una noche distinta y volvimos con Marquitos Galliano, riéndonos del destino de esa noche y unos sms para terminar comiendo waf- flesen Nueva Córdoba, una parada que se volvería ritual cada sábado post Belle Epoque.

125 “Turco” recuerda que tenían que abrir sí o sí porque ya no tenían para pagar el alquiler y les habían concedido un mes y medio de gracia. Pero como la historia iba a ser feliz, con lo recaudado esa noche se pusieron al día y no cerraron más. Sin embargo, recuerda que: “el primer año fue dificilí- simo hacer espectáculos, había una razzia”. Otro patrón que sobrevuela esta reconstrucción: la clausura de lugares. En una época espantosa, la idea de un lugar que fuera la bella época, fue tentadora. Su nombre, por supuesto, remite al movimiento socio cultural francés del Siglo XIX. Un mo- mento dominado por la visión de un futuro próspero debido a la explosión de la industria europea. En Córdoba, los años previos a nuestra Belle Epoque fueron años donde parecía- mos estar estancados, era una época gris, apagada. “En ese contexto, dijimos: ‘que este lugar sea la Bella Época’, que de las puertas para adentro sea algo hermoso y libre y podamos fomentar eso, libertad, amor y tolerancia”.

Ese año lo habilitamos como “bar artístico cultural”, podíamos hacer espectáculos, pero no se podía bailar y la capacidad era para muy poca gente, pero iba, la gente iba. Presentamos lo que pudimos. En una época sólo pasábamos videoclips en pantalla gigante y música mientras metíamos papeles [en la Municipalidad] para habilitarlo con otra figura. En 2010 hay un cambio de ordenanza, aparece la figura de “resto pub con espectáculo y baile” que era para proteger a todos esos boliches de Nueva Córdoba que no tenían habilitación para funcionar y era un polo económico enorme. Esa habilitación nos salió recién en 2012. El día que me la dieron me largué a llorar.

Lo cierto es que amén de su habilitación nosotros empe- zamos a ir cada sábado. Cecilia Díaz, una de las amigas con

126 las que más noches pasamos ahí, todavía recuerda el cartel de “Prohibido bailar”, cuando hablamos de esos años. A veces, llegaban a inspeccionar y prendían las luces, bajaban la músi- ca y había que dejar de bailar. No era algo que sucediera segui- do, pero cuando pasaba te hacía sentir cómplice de estar bur- lando la autoridad en pos del disfrute; los uniformados, sin quererlo, le ponían un poco de condimento a la experiencia. Esos primeros años fueron cruciales. En paralelo, en Cór- doba se venía haciendo desde 2005 una revista digital cultural que se llamó El Vernáculo10, dirigida por María José Liendro y Andrés Garrott Beracochea. Por comienzos del 2010, la “in- cipiente” escena era indisimulable así que la incorporación de redactores como Juan Manuel Pairone y Facundo Miño y los que ya estaban como Fernando Bordón, Santiago Pfleiderer, Elisa Robledo,Octavio Cosacov, entre los 70 colaboradores con los que contaba, permitió comenzar a reflejar, al menos ese año, lo que era una realidad. Córdoba, musicalmente, ar- tísticamente, vincularmente, estaba cambiando y en ese es- cenario, todos sumaron. Esa fue una decisión editorial que trató de mantenerse en tanto perviviera la publicación, hasta entrado el 2011.

¿Por qué es tan importante la aparición de este CLUB?

En primera instancia, ellos se autodefinen en su blogspot como: “un espacio de difusión artística y cultural de Córdoba. Nuestra apuesta es tratar de desarrollar una alternativa artístico/cultural en nuestra retrógrada ciudad. Este mutante que surge de la fusión de dos propuestas (Valentina bar y Gould pub) se propone

10 Para consultarla, se puede ingresar a http://es.calameo.com/ y en el busca- dor ingresar “elvernaculo”, sin espacio.

127 como un espacio para que los artistas puedan mostrar sus trabajos sin trabas de la ‘elite artística/mercenaria de Cba’ y sin tener que pagar para poder expresarse; además de integrar al público como agente activo inmerso en una dinámica constante de producción e intercambio de ideas”. En esa descripción tan del comienzo hay algunos elementos que no son casuales. La escena pedía un lugar nuevo y la gratuidad para expresarse era otra necesidad. Asimismo, la noción de un público activo y no mero receptor introducía una novedad. Incluso, hasta en la actualidad, son comunes los posteos en Facebook de fin de año donde la “taberna” pregunta qué banda querríamos ver en el venidero.

Vamos por partes. Como público (agente activo), Belle Epoque era el lugar que nos estaba faltando, donde ir cuando no ibas a Babylon y que de a poco fue reemplazando al Ojo. Un sitio en el que se escuchaba lo que nos gustaba bailar, la gente no te molestaba, se respiraba un aire nuevo y podías ir solo porque SIEMPRE te encontrabas con alguien conocido. Nos acostumbró a ver bandas que no conocíamos, que de otra forma no hubiéramos visto y también nos empoderó. Más de uno que haya sido habitué recordará cuando se armó un gru- po en Facebook pidiendo que el ingreso volviera a ser gratuito y no se cobraran $10 de entrada. Eso tuvo dos lecturas. Por un lado, el público se sentía con el derecho de recuperar las condiciones de gratuidad, y por el otro, se había vuelto indis- pensable en la noche. Para la escena fue un poco más complejo. Por un lado, las Fiestas Indie que organizaba el “Chulo” comenzaron a ha- cerse ahí y una Big Bang Party se trasladó a Lima 373 a último momento porque habían clausurado su lugar original. Belle Epoque fue un bálsamo donde toda esa gente que quería ver o hacer algo nuevo, encontramos el lugar. El 2009 fue un año

128 áspero, amigos. De hecho, B.E. no se salvó de la clausura. Era mayo, llevaban poco más de un mes abiertos y Onda Vaga venía por primera vez a Córdoba de la mano de ya sabemos quién. La fecha se hizo igual, pero fuimos apenas unos 200 los que nos enteramos y llegamos hasta la casa de calle Lima para golpear la puerta y sentados en el piso disfrutar de un show acústico de la banda que después se cansarían de llenar Cap- tain Blue XL. Fueron esos pequeños momentos que hicieron entrañable a la “taberna”. Por otro, en su interior se gestó un ciclo formado por un colectivo de bandas: El Ciclón.

La idea fue hacer un trabajo colaborativo, aunar fuerzas, intercambiar ideas, armar redes y gestar un ciclo. Después, por cuestiones particulares de cada banda quedó en manos de Laura Torres (Fonez) y Javi García (Los Monkys). Ellos lo llevaron solos mientras pudieron, pero se cayó porque era a pulmón. Eso fue un disparador para que se conocieran entre ellos en la dinámica de laburo, la distribución de roles. De ahí surgieron un montón de sellos como Lo Fi, Ringo Discos, entre otros. Fue un proceso muy copado”), recuerda Franco.

Para los músicos, propiamente dichos, fue algo más. Franco, convencido de lo que han construido, asegura que

(su aparición) fue un punto de quiebre en tanto que cambiamos las contrataciones musicales de las bandas. Pateamos el tablero y terminamos con la política de tener que vender una x cantidad de entradas o pagar el espacio para tener una fecha. Nosotros teníamos bien en claro lo que hacía falta en Córdoba, teníamos la bebida barata y el ingreso liberado. Después de ocho años tenemos la cortesía de liberar el ingreso hasta cierta

129 hora, es un guiño al público que, si no tiene guita, puede venir temprano y pasar gratis y las producciones son cada vez mejores”. A eso hay que sumarle que tienen un buen sonido operado por gente responsable que ha colaborado en la profesionalización que comenzó a ser moneda corriente y hoy se afianza en otras propuestas.

Esas fueron las condiciones que ofrecieron y que lo volvieron una meca de la escena independiente cordobesa. Podías (y podés) tocar sin tener que pagar sonido o con la posibilidad de que gente nueva te conociera. Puede que aún no se haya reflexionado lo suficiente sobre eso, pero entrenó a un público. Ya no ibas a ver una propuesta tal o cual, ibas a un lugar a bailar, a verte con tus amigos y, de paso, a ver una banda. Una banda que podría gustarte o no, pero que igual observabas un rato, la conocías y te retirabas al patio si no era de tu agrado. Muchas de las bandas que vinieron desde el 2011 fueron y son público de B.E., y con seguridad han tocado ahí al menos una vez. Ocho años a la distancia, Franco no duda cuando repasa el surgimiento:

cubrimos un montón de necesidades y fue una vidriera fundamental para el crecimiento y mutación de la escena actual. Tenemos repercusión en todo el país, nos ganamos el respeto a nivel nacional; del segmento underground y emergente es una de las mejores salas del país.

En su comienzo se lo asoció al indie porque las fiestas que organizaba el Chulo eran de ese género. Pero Franco y Alejandro lo conciben de manera más heterogénea.

Es una sala de música en vivo donde también se han realizado ciclos de cine y obras de teatro, aunque prime

130 la música. Hay un cronograma de propuestas mensuales, pero no es rígido, “casi todas las producciones son propias, no compramos producciones de afuera y si armamos algo en co producción tiene que ser algo que nos interese y tenga que ver con el concepto estético del lugar”.

Sin ir más lejos, en 2014 tocó la banda de cuarteto Ca- chumba en el marco de una fiesta “Varieté Valentina”. Cuan- do se le pregunta a Franco el por qué, no duda: “Porque sí, porque había que moverles el piso a los caretas”. ¿Y a qué otra cosa vino la Belle si no? De a poco el lugar se consolidó, los años venideros serían más amables y las clausuras mermaron. El público se renovó, a esas bandas iniciales le siguieron otras que profundizaron la idea de una escena cordobesa que nada tenía que envidiarle a Villa María. El periodismo local, amén de las mencionadas El Vernaculo e Indie Hoy, fue acompañando de a poco.

El Negro Arrascaeta fue el único que se acercó desde un medio legitimador como es La Voz, él y Gonzalo Toledo de Día a día nos daban lugar, pero desde la radio u otros medios, no. Ahora sí, los medios se han acercado solos, pero en una época no pasaba.

Hoy B.E. tiene un responsable de la prensa y difusión que es Danilo Castillo (A.k.a. DJ Danilove). Párrafo aparte merecen los vínculos que se gestaron y se mantienen con otros espacios como el hecho de armar pistas retro en el salón bailable a cargo de Tebi, uno de los alma ma- ter de Casa Babylon. “Fue un proceso que nos llevó a cono- cernos, hoy somos amigos. Tendremos diferencias y puntos de encuentros, pero hemos hecho cosas juntos. Babylon es un lu- gar legendario que respetamos muchísimo”, concluye Franco.

131 En adelante, el fenómeno es otro y ojalá sea motivo de análisis en próximas publicaciones. La profesionalización de los músicos acompañada de chicas que comenzaron a cargarse la prensa de las bandas al hombro como Natalia Fernández, Romina Bocco, Rocío Paulizzi, Beatriz Carbel, María José Liendro, Hebe Sosa, por nombrar algunas, el surgimiento de una nueva movida pop, la posibilidad de contar con espacios donde tocar y un público acostumbrado a nuevas propues- tas hacen que hoy podamos hablar de una escena y que nos planteemos nuevos dilemas. Pero para que eso sucediera, fue necesario que hubiera un año como ese 2009 y que toda esa gente que andaba inquieta buscando o queriendo gestar algo nuevo, lo hiciera.

132 CUARTA PARTE. ENTREVISTAS

TITO ACEVEDO. ME GUSTA EL BOLICHE

Extractos de una conversación entre Carlos Rolando y Tito Acevedo en una larga sobremesa en la ciudad de Carlos Paz.

Tonos y Toneles

TA: Al boliche (no pronuncia otra palabra) lo abro el 18 de abril de 1976. Plena dictadura. El nombre lo inventé yo, por- que siempre iba en Rosario a un lugar que se llamaba Corchos y Corcheas. Un día con eso dándome en la cabeza, se me viene este nombre. CR: Tito es bonaerense –de Bolívar-, estudió Medicina en Rosario y un día pidió el cambio de facultad y así llega a Cór- doba cursando hasta cuarto año. No se volvió más a la ciudad de la que es oriundo. Entre su carrera como bolichero, nunca como productor, nunca pronuncia esa palabra, estuvo al fren- te del Auditorio de Radio Nacional, fue dos veces Director de Cultura de la Ciudad de Villa Carlos Paz y estuvo como Director en el área de Cultura Interior -valga la redundancia- de la Provincia de Córdoba. Tonos y Toneles fue de un grupo de estudian- tes, intelectuales y gente que buscaba salir de la opresión que había en ese momento. Empezó como un lugar folclórico y al poco tiempo la programación se fue poniendo más ecléctica.

135 Tiene un libro que se llama La memoria de los boliches, en la que cuenta la cantidad de allanamientos que tuvo.

TA: Te llevaban la gente, que es lo peor que te pueden hacer. Te dejaban sin público. Para colmo vino el Mundial del 78. Un día vinieron dos tipos impresentables y me dicen que van a estar en el lugar todas las noches para que no se altere el or- den durante este evento deportivo. Una noche, cae la policía y nos meten presos a varios. En la redada caemos, quien te habla, el actual conductor televisivo, Aldo Lagarto, Guizzar- di, Juancito Herrera, un flautista de renombre y al maestro Espidalieri, un concertista de guitarra, entre otros. Cuando llegamos a la Jefatura de Policía, nos encontramos que las dos personas que estaban a cargo de la guardia, eran los mismos que habían estado sentados todas las noches del mundial en el boliche. Lo bueno es que tuvieron la dignidad de decir que éramos buenos y que no molestábamos. Después de ese día, no los vi más.

Lo que sigue son pequeños “monodiálogos” de Tito Acevedo a partir de distintos disparadores.

Luca. Tonos y Toneles A esto me lo contó la Peperina. Me recordó que yo estaba tomando un vino con unos amigos, seguro que estaba hablan- do del disco nuevo de Los Chalchaleros (se ríe con ganas) y viene Peperina (Patricia Perea Q.E.P.D) a decirme que el tano quería cantar. Yo entendí gringo. Fueron tantas las veces que ese gringo me rompió las pelotas, que al final le dije a uno de los chicos que trabajaba conmigo que prenda los equipos. Esa persona era . Estaba con una una gringa que hizo la percusión. Con el tiempo me di cuenta de que era Stepha-

136 nie Nuttal, la baterista inglesa que tocó en Sumo. Me lo perdí enterito a Luca porque encima no le dí bola cuando cantó.

Remeras rockeras. La Falda Rock Estábamos en una especie de reunión de producción y cae Mario Luna con una gran noticia. Le habían regalado mil remeras y un amigo que hacía serigrafía les estampó La Fal- da Rock. Todos nos pusimos contentos. Íbamos a vender lo que hoy se conoce como: merchandising. La historia termina con las remeras prendidas fuego. La marca que las obsequió (Pespsi) era la competencia de la gaseosa (Coca) que sponso- reaba el predio del evento. Por ende, ni armando un mercado clandestino se podían vender.

Miguel Abuelo y Charly En la segunda edición del Festival de la Falda Rock no se po- día vender cerveza al público. Entonces me dice Mario Luna que me arme un kiosco atrás del escenario para venderles al- cohol a los músicos. Así que lo tenía siempre en la barra a Miguel Abuelo y Charly. Parte de lo que cobró por ese show, el abuelo de la nada, lo dejó en esa barra. Si bien la organización durante el festival les daba algo de comer y beber a los músicos, eran tantos, que no hubiera alcanzado la recaudación para pagar el catering. Por ende, si querían beber y comer más, poniendo de su bolsillo estaban.

Cosas del destino Julio Avegliano, fue el histórico manager Facundo Cabral, Marian Farías Gómez y Cecilia Todd y para decirlo de otra manera: el que lo llevó a la fama a Juan Carlos Baglietto. Con él manteníamos una buena relación porque siempre traía a Marián, Facundo y Cecilia a tocar a mi boliche.

137 La primera actuación de Juan (Baglietto) la hace en La Nueva Trova, el boliche que tuve en Humberto Primo 871. Hicimos diez días seguidos de presentaciones. Una vez me saqué una foto con todo el dinero de la recaudación que ha- bíamos hecho. Cuando termino de contar la plata, viene Julio y me dice sino se la prestaba para hacer un Obras. Saqué para pagar el alquiler, los gastos, los que trabajaban conmigo, me guardé algunos pesos por las dudas y el resto se la llevó. Ba- glietto en Obras fue un éxito y al poco tiempo me devolvió mi dinero. Recuerdo, que fueron tres fines de semana de lleno total, todos los días. Casi no viene, porque el manager tenía miedo de fracasar… La historia continúa de la siguiente manera. Un día cae Mirta, la esposa de Julio, a mi casa con las dos hijitas. Le dice a Lucía, mi mujer de ese momento, que andaban algo mal en la pareja y que Julio la había invitado a ir a Bariloche porque Baglietto tenía una serie de conciertos y de paso aprovechaba ese paisaje para componer. Yo le dije que sí, con la condición de ir con nuestras hijas. Lucía opina “… mejor vayan solos, así tratan de recomponer el matrimonio”. Tanto él como Juan habían comprado dos Peugeot nuevos. Por esas causalidades, el auto de Julio sufre un desperfecto, sale del camino, tumba y se matan los dos. Por suerte, le habían hecho caso a Lucía. Las hijas habían quedado al cuidado de la suegra.

Mi casa En ese momento, Juan Carlos Baglietto, Fito Paez, Silvina Garré, María Rosa Yorio, el “Cuchi” es decir, todos los músi- cos que venían a tocar paraban en mi casa. No se acostumbra- ba pagar hoteles porque la plata no alcanzaba. Entonces, los fines de semana, mis dos hijas dormían conmigo y mi mujer y en la pieza de ellas, se tiraban colchones porque las camas

138 no alcanzaban para que duerman los músicos. Nadie se quejó y todos estaban contentos. Eran otras épocas

Alejandro Lerner Vino a Tonos y Toneles, María Rosa Yorio. Con ella había un pianista que la rompía. Era Alejandro Lerner. Estaba dando sus primeros pasos en la música y en se momento tenía un grupo que se llamaba Solo Pororo, era por el pururú. Lerner decía que cuando cobraba por algún show, lo único para lo que le alcanzaba era para esa comida.

Luis Alberto Spinetta Con Luis no recuerdo cómo nos conocimos, lo que si se, es que fuimos dos veces a cenar. Lo que tengo en claro es trabajé en la organización de la gira por Córdoba con la vuelta de Almendra, vía Mario Luna, porque era como un colaborador de él. Edelmiro Molinari, es santiagueño y un momento no sabíamos dónde estaba. Se había ido a Santiago del Estero a buscarse un monito. En ese tiempo se habían comprado los cuatro, un Ford Fairlane cada uno para poder estirar los pies y viajar tranquilo. Ahí lo conozco a Alberto Ohanian, su mana- ger histórico, un personaje que andaba siempre con una cara de traste, bien secote.

Alberto Ramón García Cuando vino Pajarito Zaguri a tocar a Tonos y Toneles, yo no tenía más nada que ver, pero tenía un boliche que se llamó Gardel. Continuamente venía a visitarme y me cuenta que tenía en su cabeza la idea de hacer un disco que se llamara Un Pajarito a los pies del Zorzal. Me entusiasmó, entonces antes de que tuviera las canciones, hicimos una sesión de fotos, en

139 la que está Pajarito en el monumento a Carlos Gardel en el Parque Sarmiento. Quedaron las fotos, pero no el material discográfico, porque al poco tiempo murió. Un amigo mío, llamado Miguel Saravia me dice: “justo a vos te vino a tocar el único pajarito que come carne y toma whisky en cantidad”.

Palabra del Polaco. Es palabra de tango Una vez vino Roberto Goyeneche a tocar a Córdoba y el Mono Marquini (Q.E.P.D- reconocido periodista deportivo de esta ciudad), era íntimo amigo y me dice de irlo a escu- char. Me lo presenta, nos ponemos a hablar, era una exqui- sitez estar con él. Tenía un humor ácido que te hacía reír mucho. Era la vida misma. En un momento de la charla, le cuento que había traído a Salgán – De Lío y que no había ido nadie. Terminó de escucharme y me dice: “Vos tenés la culpa, porque a vos te gusta fabricar bombones y los caballos comen pasto”. Me quedé mudo. Recuerdo que lo llevamos a cantar al Colegio Médico. Ese tipo era un fuera de serie. Le iban a dar un premio en Inglaterra y se volvió porque extrañaba a los muchachos del taller. La historia de Horacio Salgán y Ubaldo De Lío se re- monta al 2 de abril de 1982, el día que Argentina recupera las Islas Malvinas y entra en guerra con Gran Bretaña. Esa noche, el dúo que hacía un tango para paladares exigentes vino a nuestra ciudad y no fue nadie a verlos. Según Acevedo, la gente tenía miedo por la situación que estaba atravesando nuestro país. Tocaron para la gente que trabajaba en el lugar y cuando finalizaron, les tuvo que decir que no había nada de dinero en la caja. Arreglaron que les iba a pagar de a poco lo pactado. Ellos estaban en Europa y se habían pagado el pasaje para venir a nuestro país. Fue así, que en el transcurso de unas semanas, la deuda quedó saldada.

140 Fito Páez Se portó mal conmigo. Yo tengo una cinta inédita, que no la tienen ni ellos, cuando Fito una noche grita: “Viva Perón, carajo”. Terminando el show, me voy a ver a mi hija que vive en Rosario y Fito a ver a . Vamos juntos hablando todo el viaje. A la noche voy al bar dónde él tocaba el piano cuando estaba en su ciudad. Después viene el tiempo dónde él estuvo muy mal y un día por esas casualidades me lo cruzo en la calle y el trato fue otro. Luego el éxito. Andaba con dos seguridad, que me corrieron cuando lo fui a saludar. Chau, Fito, gracias por todo.

No a la violencia Me acuerdo que siempre le rompía los kinotos a Mario Luna por el tema de la seguridad cuando estábamos organizando el primer festival de La Falda. Tanto lo hice, que en un momen- to, decide contratar a Mario Luna. Aunque no lo creas, el jefe de seguridad del Chateau Carreras se llamaba igual que él. En ese entonces, Mario era la voz del estadio y tenía un trato cor- dial con él. Lo raro para mí es que me tuve que ir a la ciudad serrana en el colectivo con todos unos fornidos civiles. En el viaje tuve una larga charla con el Mario seguridad, dónde le expliqué como tenía que ser el trato con los chicos que iban a esos espectáculos. Lo entendió muy rápido y se portó muy bien. La idea fue clara: “seguridad es cuidar a los pibes, no cagarlos a palos”. Después no lo vi nunca más.

Dino Saluzzi Te voy a contar la verdad sobre la detención de Dino Saluzzi en el Festival de La Falda. Se dijo cualquier cosa. La única ver- dad es que sí tenía hojas de coca, porque como buen salteño,

141 ¿qué va a tener? Pero va preso porque en un momento dice: “Voy a hacer un tema del Cuchi Leguizamón y de Manuel Castilla”. No termina de decir eso, que un grupito de pen- dejos lo empiezan a chiflar. Entonces no tiene mejor idea que responderle con la siguiente frase: “Déjenlos que chiflen esos pelotuditos que son unos colonizados mentales”. Esa fue la causa por la que termina entre rejas. Yo, en La Falda, era muy amigo de Luis Fanchín, un abogado que hoy trabaja para DD HH. Conclusión: yo le conseguí el abogado al Dino. Luis se portó como un señor, no le cobró nada, pero lo único que no se pudo lograr es que lo liberaran enseguida. Se comió un par de días encerrado. Mi amistad con Saluzzi es gracias a Litto Nebbia, porque venía a tocar con él.

Cierre

Hablar con Tito Acevedo demanda concentración y hay que tener mucha información porque es un Wikipedia mental de nombres, anécdotas y vivencias. El hombre habla del boliche, no como un dancer, sino como algo bucólico, el del encuen- tro con amigos, tomar un vino, comer una empanada o una cazuela de mondongo y escuchar buena música. En un mo- mento de la charla, narra sus viajes a Buenos Aires, con Aldo Lagarto Guizzardi a escuchar jazz. También, sus encuentros a almorzar o cenar con Juan Carlos Baglietto, los Copla y músi- cos de Córdoba. Es un amante de la cocina como así también de la música que hacía en su momento Daniel Giraudo con “Tambor”. Utiliza la palabra exquisita cuando el arte de com- binar los sonidos y silencios le gusta mucho.

142 MARÍA PÍA ARRIGONI. LA CHICA QUE ARMA AL ROCK

¿Cómo llegaste a la producción de espectáculos? Fue de casualidad. Por esas vueltas de la vida me pusieron a trabajar en la Municipalidad de Córdoba, al día siguiente de egresarme del cole. Comencé trabajando en los eventos del municipio para hacer horas extras. De esta forma me convo- ca Gustavo Carrara para asistir en producción del Chateau Rock. Me pusieron de nexo local con la delegación de perio- distas que traían desde Buenos Aires a cubrir el festival. Tam- bién trabajaba en la sala de prensa, y en la coordinación de los hoteles. Me sentí totalmente identificada con esta actividad, y me di cuenta de que esto era lo mío. Mi primer Chateau fue el ’86, la segunda edición. Así conocí a quien fue mi marido, Gabriel Bursztyn, él en ese momento era el dueño de Arteba, la empresa de Buenos Aires que hacia la prensa de los Chateau Rock en Buenos Aires.

¿Los Chateau Rock te sirvieron para encontrar marido y hacer expe- riencia como productora? Sí. Estuve en todos los que se hicieron desde el ’86 hasta el Su- per Chateau (1991). También tuve a mi cargo la organización general del Pre Chateau Buenos Aires, el más grande de todos los que hicimos, con récord de convocatoria en el Velódromo Municipal y una duración de 3 jornadas. Por primera vez, el público votó en forma democrática a la banda ganadora.

143 A esto tengo que sumarle la organización del tour Pre Chateau Córdoba. A las 5 localidades cordobesas en las que se realizaba, íbamos con Rouge and Roll como número de cierre, y elegimos junto a referentes locales la banda ganadora.

Hay un comentario entre las bandas cordobesas, que las de Bs As no querían que éstas tocaran con todo el equipamiento dispuesto porque tenían miedo a ser opacadas. ¿Qué podés decir vos? La verdad es que no lo creo. Tocaban muchas bandas por día, entre locales o llegadas de certámenes de selección, y el equi- pamiento era el mismo para todos. Lo que sí solía ocurrir es que las bandas nuevas no tenían operador de sonido y eran operadas por el provisto por la empresa. Muchas veces no co- nocían a la banda previamente. Eso podría haber hecho que no fuera explotado al máximo el sonido de la banda.

Alguna anécdota que te acuerdes de estos festivales. No sé si son anécdotas, pero el Chateau era un festival ejem- plo para la época, tenía una sala de prensa con fax, algo muy moderno para entonces. En el hoy Estadio Mario Kempes, se montaba una sala de fotografía, en la que los reporteros gráfi- cos iban revelando las fotos apenas terminaba cada actuación, y en un período breve llegaban las imágenes en blanco y negro a la sala de prensa. Cada diario y revista, elegía la toma que más le gustaba para ilustrar su nota. Había máquinas de escribir eléctricas y teléfonos, donde los periodistas podían sentarse a escribir sus notas, y luego transmitirlas por fax o por teléfono. En uno de los Chateau, a los periodistas se los trajo en tren desde Buenos Aires y se los trasladaba desde el hotel al estadio en un micro de transporte urbano. Muchas veces iban mezcla- dos músicos, productores y periodistas en el mismo micro. Se formó más de una pareja periodistas y músicos… antes de que pidas nombres, advierto de que soy muy desmemoriada.

144 ¿Cuál fue el primer show internacional que organizaste en Córdoba? El primer concierto internacional grande fue Roxette en el ‘92. No se sabía si Córdoba acompañaría porque no había antecedentes, se hizo una sociedad para hacer el show de la banda sueca que estaba en la cresta de su carrera. Habíamos hecho el Congreso Mundial de Intendentes para la Munici- palidad de Córdoba y conocimos a Cristina Schwander, que era la gerente del Hotel Dora, decidimos tomar como base de operaciones este hotel. Lo remodelamos temporalmente, hicimos canje con mueblerías, y cambiamos los muebles de las suites que ocupa- rían ellos, la pre-producción duró 3 meses. No había equipo en esta ciudad para un recital de esa característica así que lo formamos con los chicos que habían colaborado en el mon- taje de la muestra de Soda Stéreo, muchos de ellos miem- bros del fans club, y muchos otros que venían a ofrecerse para aprender. Por día armaba listas interminables de tareas o com- pras que debían hacer para ir preparando todo lo necesario para el momento del show. Por suerte, pudimos cumplir con todas las exigencias, el concierto fue un éxito, se vendieron, prácticamente, la totalidad de las entradas y, por si fuera poco, nos tocó un día estupendo.

Cuando vos empezaste en el rubro producción no había muchas mujeres haciendo lo que vos hacías. ¿Quién te lo enseñó? ¿Cómo lo aprendiste? Cuando yo comencé, prácticamente, no había mujeres. De hecho, yo conocía una sola que hiciera realmente producción de campo, no de oficina, que fue quien me enseñó mucho de este rubro. Estoy hablando de Monica Berge, una ex Rock & Pop que era mi jefa en mi etapa de Buenos Aires. Hoy, incluso, no hay muchas mujeres a cargo o como cabeza de producción. Generalmente, lo lideran hombres,

145 pero creo que tiene que ver con que es muy sacrificado este rubro, te tiene que gustar mucho y estar dispuesto a vivir para esto. Los equipos técnicos de montaje son mayoritariamente de hombres, hay que pasarse el día entero en los estadios, si- guiendo los cronogramas de obra, hay que lograr el respeto de los colaboradores, y hay que saber de todo. Creo que me ayudaron mucho mis años de ingeniería. Cada montaje significaba muchos días sin volver a mi casa, viviendo con mi equipo de trabajo, mucho estrés. No estar presente en acontecimientos familiares como, por ejem- plo, estar en un estadio en el momento en el que mi hija cortó su primer diente, que me lo cuenten por teléfono y no poder salir para ir a verla. Con respecto a qué decían y dicen los técnicos o gen- te de armado al ver una mujer dándoles órdenes, creo que el respeto se gana. Yo nunca pedí algo que yo no hiciera, al momento de cargar un camión era la primera que cargaba, o al momento de desmontar, era la primera en estar enrollando cables, y podía corregir y enseñar. Durante mucho tiempo mantuve una escuelita perma- nente donde enseñé a muchos de los que hoy trabajan en esto, cómo se hace, cómo hacer prensa hasta evaluación de los cos- tos para medir la viabilidad.

¿Qué cosas creés que cambiaron en el armado de espectáculos en Córdoba? La actividad se profesionalizó. Antes, la actividad era muy in- formal. No existía una carrera que te enseñe cómo ser produc- tor. Uno se pegaba a los mejores y de cada uno aprendía algo. Hoy existe la posibilidad de que lo que antes te llevaba años de ensayo y error, lo podés aprender en un año.

146 ¿Qué granito de arena aportaste vos para que estos cambios ocu- rrieran y, a la vez, qué aprendiste con todos estos años dentro de la producción de espectáculos? Creo que esto lo tienen que decir los otros, no yo. Pienso que ayudé a que la gente viva de esto, que no sea una changa, como era antes que buscábamos a la gente yendo a barriadas y viendo quién podía venir a trabajar un par de días. Hoy, muchos se dedican a esto, haciendo de esto una profesión. Y muchos de los profesionales que hay ahora comenzaron tra- bajando conmigo.

147 PEPERINA. BREVE HISTORIA BREVE

Santiago Aguirre y Héctor Starc

Cuando se gestó esta canción no existía el movimiento “Ni Una Menos” y la palabra bullying estaba por inventarse. Lo concreto es que Patricia Perea vivió buena parte de su vida tra- tando de sacarse el tatuaje que no llevaba coloreado en su piel pero sí en su cabeza de ser la chica que: “… trabaja en los reci- tales, vive escribiendo postales y duerme con los visitantes...”. La canción se editó en el disco Peperina de Serú Girán y fue tocada por primera vez en vivo en Obras, en septiembre de 1981. Dos años más tarde, en diciembre, Charly García presenta Clics Modernos en el Luna Park y dice: “Voy a tocar un tema de una chica que le gustaba ir a habitaciones de mo- teles, a ver si le daban algo. Y cuando no le daban, se enojaba. Decía: ‘Ay, estos chicos, qué mal que tocan’. Ahora vienen hasta periodistas hombres... ¡lo que es el destape, viejo!”, bro- meó García en esa ocasión. Una charla con Santiago Aguirre, productor del Show; Héctor Starc, sonidista de Serú Giran y la crítica de la revista imaginario, permiten ahondar en el recital que la banda dio en Córdoba y sobre Peperina. Aguirre: El recital se llevó a cabo el 16 de noviembre de 1979 en el Club Municipal de Alta Córdoba. Vinieron a hacer una remake de la presentación de “La grasa de las Capitales”. Me contacté con ellos a través de Alfredo Rosso. Fui a su casa de Belgrano y se trazó el recital. Fui muy cara-

148 dura porque solamente había organizado cosas muy chicas en Córdoba. Pero él fue muy generoso conmigo en enseñarme algunos trucos. El sonido en los recitales de rock era habitualmente malo, pero Héctor Starc era un estúpido y muy jetón, gene- raba mala onda por donde pasaba. No le gustó el club, no le gustó el escenario y se quejó todo el tiempo, pero al sonido no lo mejoró. Una semana antes, cuando estaba la publicidad en la ca- lle y en el programa de Mario Luna, me entero de que una organización de beneficencia para niños traía a Billy Preston, el quinto beatle, un numerazo para la época. Fui a hablar con los organizadores, para ver si podían cambiar la fecha, ya que ellos no habían hecho publicidad y se negaron. Llegado el día, estábamos armando para que subieran los del grupo soporte y viene Grinbank a decirme que alquile un par de ómnibus para traer gente desde Junior porque se había suspendido Bi- lly Preston. Admirando la cintura de Grinbank, un empresa- rio; yo, un neófito. Eso hice y se llenó el Municipal. La banda soporte fue Fauno, no me acuerdo quien me la recomendó, eran una especie de sacerdotes; sí, uno era cura. Del recital, en términos económicos, salí hecho. No te- nía sponsors, aprendí cosas gracias a Daniel Grinbank, sobre todo, que los músicos en estas producciones son personas y no hay que cholulear. A Patricia Perea la conocía de verla en recitales, no era bonita, pero tenía desparpajo y un enojo constante. Cayó al asado que organizamos después del recital, por pedido de Grinbank, y se peleó con Charly. Yo no estaba cuando ella lo agredió. Solo vi a Charly diciéndole que lo dejara de molestar. Patricia era jodida. Con el único músico que charlé fue con Moro. García muy amable y caballero, habló con mi mujer y con mi cuña-

149 da, todo muy bien y tranquilo. En mis gustos personales y en lo profesional estaba lejos de la estética de Serú Girán, lo revisé a partir de Charly García solista. Así me enteré lo de Peperina mucho tiempo después. Mi mujer me comentaba aquella discusión durante el asado, me contó que Patricia Pe- rea lo agredió mucho a Charly y que él se comportó como un caballero hasta que la paró en seco. Charly es un compositor de fuste y Patricia Perea es una chica que la luchó mucho en un espacio que, en ese momento, era muy machista. Nunca tuve relación con ella, nada más que el saludo, así que no me involucré mucho en saber lo de Peperina. Patricia Perea, escribió una crítica sobre este recital para la legendaria revista El Expreso Imaginario. Retomamos algu- nas de sus líneas:

Por segunda vez en el año se presenta Serú Girán en Córdoba. Esta vez la cita se concertó el día 16 de noviembre en el Club Municipal. Asistieron 2.600 personas cada una de las cuales pagó $7.000 para entrar. ¿Valió la pena? Rotundamente, no. Participamos de un espectáculo decadente (conste digo espectáculo y no concierto) en el cual García empleó más su cotizado tiempo en hacer híbridas cabriolas sobre el escenario que en usar sus teclados. Donde los temas “grasosos” fueron desprolijamente ejecutados y en más de una oportunidad interrumpidos y acortados. Las voces no se explotaron como en otras oportunidades: se escucharon turbias y desafinadas. El clima general no fue festivo sino histérico y burlonesco (¿quién es el caradura que se anima a llamar alegría a semejante farsa?): el público, promedio general de 15 años, me recordó a los fans de Sandro o cualquier otro “star”, consecuentemente se desenvolvió sin aportar nada a la realidad sensible: sólo se

150 exaltaba poseído por su frenesí mítico en una postura exacerbadamente idólatra. Si Charly, a lo largo de su carrera, pretendió ser la Marilyn Monroe del rock versión masculina francamente les digo que en Córdoba ya la ha emulado. Si lo que pretendió es hacer música y comprometerse con la denuncia implícita en La Grasa de las Capitales (¿o es sólo otro de los recursos lucrativos?) es mejor que comience a rebobinarse un poco a sí mismo lo que ‘está haciendo. Lo mejor, por no decir lo único musical, fue una zapada entre Moro y Pedro. También algunos punteos de Lebón. ¿El resto? Una serie de tics musicales, de nuevos temas interrumpidos continuamente por nostalgias muy trilladas (cuando Charly tocó Fabricante de Mentiras un sector del público gritó: estamos en la generación del 80, García) de saltos, contorsiones y movimiento a la Presley por parte de García. Síntesis: relajamiento e inconsistencia total, en fin... Un punto aparte se merece el sonido: Starc, algo bastante encolerizado por mi comentario sobre su sonido a los grupos locales en la reunión anterior y en un elogiable intento de reivindicación se lució esta vez con el sonido para Fauno, grupo cordobés que secundó a Serú Girán. Transcribo fidedignamente palabras de Héctor al respecto: ‘Nosotros venimos preparados para una cosa y sin previo aviso, en la misma fecha del concierto, nos dicen que otros grupos tocan con Serú Girán. Como te imaginás, un sonido en estas condiciones, sorpresivo y probado a los apurones no puede ser correcto. Lamentablemente después tergiversan las cosas y dicen que uno tiene más la voluntad o boicotea el sonido premeditadamente. Por eso es que prefiero negarme a hacerle sonido a grupos con los que no trabajo, que desconozco; insisto, el sonido sale mal y creen que lo hacen a propósito’.

151 Por último y como un testimonio más para recuperar aquella noche en el Club Municipal, esta es la versión de Héctor Starc.

¿Cómo llegaste a ser sonidista de Serú Girán? Muy simple. En el 75 me fui con los Aquelarre de gira a Es- paña. Ahí quedé impresionado con el sonido de las bandas de la madre patria. Cuando se disuelve la banda, decidí que toda la plata que tenía la iba a invertir en equipos e iba a armar mi propia empresa de sonido. Viajé a Londres a comprar la consola y los amplificadores, y después a Nueva York a buscar parlantes y bocinas. Daba comienzo a Starc Sistemas de Soni- do, empresa que tuve con ese nombre hasta el 2001. Lo con- creto es que un día me llamó David Lebón desde Buzios y me dijo que estaba con Charly armando un conjuntito, que iba a estar Morito y un pendejo nuevo que no lo conozco pero que se llama Pedro Aznar. Le digo que no puedo porque estaba armando los equipos y cuando vuelven de Brasil me llaman para que les haga sonido. Por cuatro años fui su sonidista.

Patricia Perea, en su artículo en Expreso Imaginario, habla bien de vos por el sonido que le hiciste al grupo local, cosa que no habías hecho en ocasiones anteriores. ¿Qué recordás de ese show, en el que surge Peperina? Te digo la verdad, no recuerdo nada. Pero cuando tocaba un grupo antes, Daniel Grinbank, arreglaba todo para que no se modificara la ecualización que había armado y que no hubiera movimientos de cables.

El productor habla de una discusión entre Patricia y Charly en el asado post concierto. ¿Vos estuviste? ¿Sabés porque se pelearon? Claro que me acuerdo. Estábamos en un quincho y de pronto oigo que García le grita: “Por que sabés lo que sos vos. Vos

152 sos la peperina”. Entonces, cuando escucho esto, le pregunto a Charly qué había pasado. Me contesta: “esta boluda viene escribiendo notas de mierda desde Sui Generis”. Te digo, si escuchás la letra, te darás cuenta de que García es una persona muy gráfica y tiene una capacidad descriptiva muy grande. Yo en esa época tomaba mucho alcohol por lo que los recuerdos son esporádicos y no me acuerdo bien si Daniel Grinbank se la quería levantar.

Después de ese show, la volviste a ver a Patricia? Sí. Yo también quise tener algo amoroso con ella. Fue una vez cuando toqué en Córdoba. Después del concierto fui a su casa pero no pasó nada.

¿Qué se te vino a la cabeza cuando escuchaste la canción? ¿Cuál es para vos la historia oculta detrás? ¿Una crítica pudo haber puesto tan nervioso a García? Yo me hubiera puesto contento si Charly me hacía una can- ción. Es un buen tema, tiene mucha polenta. A pesar de que, para García, es una canción más de las que tiene. Para mí, no hay nada oculto en el mensaje. Él, desde muy chico, se tuvo que hacer cargo de las críticas y, tal vez, en ese momento, estaba cansado.

Nota del entrevistador: Durante esta charla con Starc él se entera que Patricia Perea falleció. Hablamos de lo duro que había sido para ella ser Peperina. Patricia Perea falleció el domingo 18 de septiembre de 2016. Tenía 56 años.

153 JAIME SERVENT. THIS IS ROCK AND ROLL RADIO

Cuando recién se empezaba a conocer la sigla FM, que no significaba Fabricaciones Militares, sino Frecuencia Modula- da, en Córdoba apareció una radio que hizo cultura rock. En esta emisora, la FM A Galena, antes de que Mario Pergolini se convirtiera en el líder absoluto de la mañana porteña con su programa ¿Cuál es?, ya había uno acá, homónimo del que no se reclamaron derechos de autor porque nadie piensa en que se lo “tomaron prestado”. A continuación, una breve historia de una radio que de A Galena pasó a ser X, para un día desa- parecer, en la voz de Jaime Servent.

¿Cómo se te ocurrió armar una radio? En el año 1987, tenía 23 años, estudiaba periodismo y Fran- co, un vecino técnico en radiodifusión, armó un transmisor y quería probarlo. De acuerdo con él, un grupo muy fluctuante en sus inicios, generamos contenido y nos jugamos a ver qué pasaba, para la época el hecho era supuestamente clandestino. La Galena fue la segunda o tercera frecuencia modulada en Córdoba y su nombre estuvo basado como un homenaje a las primeras radios, a la piedra a galena. La Galena fue la primera radio en ser reconocida por su programación cultural, por dar cabida a múltiples voces. De hecho, era bastante ecléctica, sonaron todos los géneros musicales y estilos. No queríamos un solo porque hasta ese

154 momento, las que había eran monolíticas, elitistas e inacce- sibles. Estaban pasando muchas cosas en Córdoba, había un movimiento under muy fuerte y sentíamos que había que re- flejarlo como válido. Era una respuesta cultural a la dictadura. No solo como un movimiento político y militar sino cultural. Nos amenazaron muchas veces y fuerte, éramos una amenaza a “la normalidad”, poníamos en los primeros tiempos, Océa- nos topográficos de Yes u otras rarezas absolutas. Estamos hablando del año 1988, hacía cinco años que estábamos en Democracia y todavía te miraban mal por usar remera negra y tener el pelo largo.

Lo contracultural no siempre genera ganancia. ¿Cómo se financia- ban? En los primeros tiempos era un voluntariado absoluto. En un momento, planeamos hacer una cooperativa. Nunca la vimos con visión comercial, siempre lo sentimos como un factor contracultural. Lo económico era secundario. Con los conciertos que organizábamos y algunas pautas manteníamos los gastos fijos.

Mencionabas las amenazas, pero estábamos en democracia. Por lo visto, la mano de obra desocupada seguía en funciones. Trabajaban a full y nosotros a pesar de no tener partidismo político, con solo pasar rock and roll y no repetir las con- signas hegemónicas, éramos amenazados permanentemente. Una vez, llegamos a la radio y había un paquete envuelto para regalo con dedicatoria y amenaza de bomba. Nos asustamos, así que llamamos a la policía. Resultó ser una bolsa de ba- sura, pero teníamos que ser precavidos porque era habitual que, cuando terminábamos de decir algo al aire, iba música e, inmediatamente, nos llamaran y nos hicieran escuchar la gra- bación de lo que terminábamos de decir o cosas por el estilo.

155 Eras muy joven cuando empezaste con la radio. ¿Cómo hiciste para tener la licencia? No la teníamos. Regía una ley de radiodifusión de la dicta- dura del año 1981, dónde las FM no estaban contempladas y había un vacío legal. Igual nos combatían muy fuerte, sobre todos de los grandes medios. Creíamos que pronto vendría el decomiso de los equipos, entonces teníamos un cassette que se llamaba: “Ojalá nunca” y, habíamos instruidos a los opera- dores para que en caso de que viniera un oficial de justicia o la policía, lo tenía que poner y comenzar a grabar. El principio legal en el que nos basábamos para estar al aire era que todo lo que no está prohibido, está permitido. La ley de radiodifusión decía: “está permitido transmitir en AM”. No objetaba, en ese año 1981, la transmisión en FM, por lo tanto, teníamos luz verde para hacerlo. Por eso nunca fuimos presos.

¿Y cómo la lograste? La sociedad nos trataba al principio como trucho, los de la radio clandestina. Un día, alertas y preparados a resistir, re- cibimos una citación a través de una carta documento del COMFER, que en ese momento estaba en la calle Olmos. Acompañado de mis amigos y socios, fuimos a enfrentar la situación. Cuando llegamos había bocaditos, champán y nos estaban esperando. León Guinsburg, un riojano que estaba de interventor del organismo, nos entrega a nosotros y a otras cuatro radios del interior del país, el primer Permiso Precario y Provisorio (principio de licencia), para tener la frecuencia. Es que había una instancia administrativa previa, al- guien nos había denunciado que en un programa de la noche se decían malas palabras. Ese envío era La Jaula de los Burdos. Gracias a esos “improperios”, quedó en el registro oficial de que estábamos al aire. Finalmente las radios alternativas fue- ron aceptadas por la sociedad y nosotros obtuvimos la licencia sin pagar un centavo ni ningún favor político.

156 ¿Gracias a “Los Burdos”? Sí. En esa primera FM A Galena, Horacio Aizpeolea, a quien conocía de la facultad, me acerca un demo que le habían re- chazado en los SRT. Cuando lo escuché, me encantó y les dije que sí. Pero, las ocupaciones de ellos y la forma en que insultaban (algo normal hoy, pero no en aquella época), hizo que empezaran los martes a las 2 de la mañana. Como el pro- grama andaba muy bien, los pasé a las 22hs y con repetición los jueves. El único teléfono que había saturaba de llamados e iba gente a verlos en vivo. Eran un verdadero fenómeno.

Tenías la frecuencia, los principales periodistas que hoy están en los medios masivos de comunicación de Córdoba pasaron por la radio, pero la A Galena cumple su ciclo y aparece la X. A la X la armamos en Plataforma con una nueva sociedad que se jugó fuerte por la propuesta. Antes de que Vorterix dijera que es famosa por ser radio – teatro y transmitir los conciertos en vivo, nosotros ya lo hacíamos. La emisora tenía vista direc- ta al show y a la calle. La X fue la única radio de rock en Córdoba, hasta que apareció Rock and Pop y me llevara a la gente que estaba trabajando en esa radio. Vino un empresario de medios, que estaba en esta última emisora y, me propone llamarme como su homónima de Buenos Aires, con la propuesta que el 70 por ciento de la pauta fuera de ellos, que los shows también les pertenecerian y que a su vez los gastos de mantenimiento correrian por cuenta mía. Imposible de aceptar. Eso fue en noviembre del ‘94. En 1995 y después de remarla casi un año, tuvimos que vender la frecuencia. La radio de Buenos Aires nos sacó los shows, la principal fuente de financia- miento nuestra.

157 Nota del entrevistado: La A Galena y la X formaron parte de las emisoras denominadas “alternativas”. Cuando Jai- me Servent habla en plural: “la armamos”, se refiere a Gabriel Mahieu, Hernán Sonzini, Milkes Malakkian o Pedro Servent, sus socios en la primera; y a Diego Redoni, Fernando Buo- ra y Ernesto Montalvo, en la segunda. “Los Burdos” fue un programa satírico- humorístico integrado por Sergio Zuliani, Tincho Siboldi, Horacio Aizpeolea y Raúl Dirty Ortiz, en- tre otros. La Galena fue distinguida con el “Premio Nacio- nal Sin Anestesia”, por su labor y compromiso por los valores democráticos y aporte a la multiplicidad de voces. Ese años compartimos premio entre otros, con Antonio Gasalla y Jorge Lanata, con quien subí a escenario a recibirlo (!).

158 TINCHO SIBOLDI. YO PEGUÉ UN HIT

Cuenta la historia que en la despedida de soltero de un amigo, Siboldi bebe de más y empieza a sentirse mal del estómago pero eso no es impedimento para continuar con lo que hoy se denomina caravana. El tour diagramado al azar tenía una parada en un cabaret. Cuando la comitiva llega al lugar, el hombre que integraba Proceso a Ricutti se detiene frente a un árbol para anticipar el festejo de la pachamama. Mientras esto se llevaba a cabo, en el lugar dónde las chicas te dicen que sos el más lindo de todos, previo pago, sonaba a todo volumen “Yo fui relator de salto en alto”. El hombre no entró porque los amigos decidieron ir a un bar. Se recompuso y unos días después lleva a sus chicos a la cale- sita y entre la banda sonora estaba “Yo fui relator de salto en alto”. Su fama se incrementó cuando firmó un autógrafo, lle- gaba a un bar y lo invitaban a tomar cerveza gratis. Su peso corporal se incrementó por los asados que lo tenían como protagonista. El pago era cantar el hit del momento: “Yo fui relator de salto en alto”. “Esto es ser una estrella de rock en Córdoba”, me dice riendo Tincho Siboldi.

La elaboración del hit

Yo fui relator de salto en alto fue un hit grupal, que nació principalmente con una línea de toque nuestra, sobre todo

159 de Paco Ferranti y mía a la que después Dirty Ortiz le agregó letra. La forma de composición era rara. Nosotros hacíamos la melodía y cantábamos en un inglés chapucero. Después venía nuestro poeta y le decíamos cómo era la métrica, en qué sílabas había que acentuarla, cuánto duraba el estribillo y que estrofa era más larga y cuál la más corta. También, para no ser menos, el título de la canción. Así de difícil era. Pero así funcionaba nuestro letrista. En este momento, el periodista le dice a Tincho Siboldi de que Dirty Ortiz no sabe tocar ningún instrumento, lo que aumenta aún más el valor de su función. Tincho vuelve sobre la historia y dice que “Yo fui relator de salto en alto”, era un título de él que tenía en un cuaderno, lleno de supuestos rankings de grupos que sólo existían en su imaginación y cuyos títulos eran absurdos como “Si fuera menos chagásico” y “Desnudo en Siberia”, entre otros. El día que Dirty trajo la letra estaba lista en un 90 por ciento, si mal no recuerdo. Se le hizo un par de retoques, pero en el momento de cantarla, sentí que algo iba a pasar con este tema. Lo de este señor letrista, era de una eficiencia alienígena, porque trabajaba en condiciones que cualquier otra persona sin tanta creatividad como la de él, nos hubiera mandado a sacar la basura. Pero a él le encantaba este método de trabajo y era un desafío que se había puesto.

La letra La misma narra la historia de un buscavidas que descubre solamente la redención en el rock. Lo único que nosotros habíamos descubierto era el rock. El resto era todo ficción. Nosotros como banda, queríamos letras raras, diferentes y Dirty cumplía con eso. Como funcionaba, nadie discutió el mecanismo.

160 Pegar el hit Significó un contrato discográfico con un sello de Buenos Ai- res. Por ende, cumplimos el gran objetivo. En el 87, la histo- ria era grabar demos en cassettes, distribuirlos por las radios de Córdoba, hacer algunas notas y nada más. Con el disco, el mercado se amplió. Pero antes de la grabación, nosotros tuvimos un gran concierto en el Chateau Rock que coinci- dió que justo había varios periodistas de Buenos Aires, que fueron temprano a hacer su trabajo. Cuando termina nuestro set, se nos acercan y nos piden material de prensa. Después nos enteramos, porque nos llamaron dos o tres sellos, que en Córdoba estaban buscando una banda para cubrir cierto punto geográfico, como para ver que se estaba gestando en el interior y “Yo fui relator de salto en alto” fue la llave que abrió el estudio de grabación. Cuando llegamos a grabar, estábamos re-aceitados. Nos pusieron un director artístico simbólico que fue Julio Presas. No habló nada. Lo único que me acuerdo: “Está todo bien. Grabemos”.

Con el disco bajo el brazo Tuvimos que empezar a trabajar con una agenda, que era muy casera, armada por nosotros, pero que estaba buena. Alquilamos un colectivo, llamamos al Gato Negrini como sonidista y al Cha- cho Quiroga como iluminador, y salimos a tocar por los pueblos de Córdoba, a los que nunca una banda de rock había ido. Com- partimos algunas de esas giras con Pasaporte y los dueños de los boliches nos decían que nos contrataban por el relator.

Buenos Aires estaba lejos La primera sugerencia que recibimos después de grabar fue que nos mudáramos allá. Pero como en Córdoba cada uno

161 tenía compromisos laborales y estábamos cómodos, a esa idea la desechamos. De hecho, cuando a finales de los 80, se viene la crisis económica, festejamos, por decirlo de alguna manera, haber tomado esa decisión. Porque lo primero que hace la compañía es dejarnos sin contrato. Por ende, nos tendríamos que haber vuelto derrotados o tal vez no, pero creo que la pri- mera opción es la correcta. En el caso nuestro, la estrella del sello era Fito Páez y seguían Los Violadores.

Inspiración y transpiración Se dio con Ricutti... esa alquimia. Cuando tuvimos el hit, todos pensamos que íbamos a vivir de la música. Porque la banda tenía buenas letras y encima un hit. Hay grupos muy grosos que nunca tuvieron una canción que sonara en las ra- dio como lo hizo “Yo fui relator de salto en alto”. Vos ibas a otra provincia y estabas sonando.

Éxito si, plata la justa y necesaria Económicamente no rindió a nivel derechos de autor y com- positor porque los acuerdos eran leoninos a favor de las dis- cográficas. Al artista le quedaban centavos. Pero, lo bueno es que podíamos tocar mucho en vivo, lo que hacía que juntára- mos dinero con la venta de las entradas.

Donante de esperma… Violador de ocasión Hoy, “Yo fui relator de salto en alto” estaría en discusión. Fue una canción adelantada para la época. La frase “donante de esperma” es una frase muy atractiva para algunos comunica- dores y público, pero nos cerró las puertas en colegios cató- licos. Los chicos de quinto años hacían fiestas para recaudar fondos para irse a Bariloche y contrataban a la banda del mo-

162 mento para que anime la misma. Tocamos en muchas pero nunca en una de un colegio religioso. En ese momento, “violador de ocasión”, era una cita anecdótica que no reflejaba la historia de ninguno del grupo ni del entorno. Obvio, que era una serie de vivencias que le había tocado protagonizar al personaje de la canción.

Historias finales

Lo de Ricutti… fue una gran quijoteada. Sin manager ni es- tructura marketinera, llegamos a grabar un disco en Buenos Aires, con todas las comodidades de una banda mainstream y nos dimos el lujo de telonear a Don Cornelio y La Zona en un Obras. En esa misma fecha también tocó Divina Gloria con su banda y en otra oportunidad tocamos con Fabiana Cantilo. Visto hoy, fue demencial. Una vez hablamos con Charly García porque “Chupa- gansos”, otra letra, dice que cuando era chico yo quería ser como el músico mencionado en el párrafo anterior. El único objetivo era que nos autorizara a usar su nombre. Lo hizo y fue para que el productor se quede tranquilo. Lo más loco de Proceso… fue cuando llamamos a la viuda de Ricutti para obtener su aprobación para llamar al grupo. Raúl Ricutti, era un actor porteño, muy de tercera línea. Nosotros con este nombre, homenajeamos no sólo a su marido sino a todos los actores secundarios que nunca tuvieron un protagónico ni la posibilidad de brillar con luz propia. A la viuda le encantó y pudimos registrar el nombre de la banda. En el encuentro con Siboldi surge el nombre de Juan Alberto Badía. El periodista le recuerda la charla que man-

163 tuvo al aire con el Hueso Horsmann (un ex Ricutti) cuando falleció el conocido locutor y conductor sobre el poco apoyo que hizo a bandas nuevas. Es decir, llevaba a su programa lo establecido. Lo que los sellos y difusores disponían. El claro ejemplo son Los Fabulosos Cadillacs que tocaron en su pro- grama porque Marcelo Tinelli le dijo varias veces. Pero en ese momento, la banda liderada por Vicentico no tenía disco, por ende Badía no los quería. Siboldi asiente y dice que Ricutti nunca tuvo un pa- drino artístico. Recuerda la vez que llegaron a una entrevis- ta con Lalo Mir porque la compañía discográfica tramitó la misma. No hubo alguien externo a la banda y con llegada a grandes medios y productores con actitud de jugársela. In- cluso hubo gente que pidió la coautoría de algunos temas para darnos una mano. Al finalizar la entrevista, Siboldi se acuerda de Mario Luna, Sergio Oro y Fabián Falcón por la mano que le dieron a la banda en los programas radiales que conducían y a Luis Gregoratti, en ese entonces periodista de La Voz del Interior. A la vez se ríe porque había un mercado negro de cassettes con “El relator” y “Cecilia no”.

Datos finales

Danza Mogo, el álbum que contiene “Yo fui relator de salto en alto”, fue editado por el sello BMG y fue grabado durante 20 días, durante 12 horas, en un estudio de la ciudad de Buenos Aires. A la banda además del lugar para realizarlo le dieron alojamiento, comida, técnico y productor. Año 1988. Como dijo Siboldi: “ era el sueño del pibe”.

164 Yo fui relator de salto en alto

Yo fui relator de salto en alto Yo fui bateador de béisbol Yo fui campeador de mío cides Yo fui catador de carlón

Donante de esperma, creyente de Alá Flotante en cisternas, vidente en Bombay Donante de esperma, creyente de Grybb Votante en internas, vidente en Cosquín

Yo fui relator de salto en alto Yo fui violador de ocasión Yo fui adulador de paranoicos Yo fui fregador del Galeón

Donante de esperma, creyente de Alá Flotante en cisternas, vidente en Bombay Donante de esperma, creyente de Grybb Votante en internas, vidente en Cosquín

Pero sólo, solamente el rock Me reventó la cabeza Pero sólo, solamente el rock Me reventó la cabeza

Yo fui relator de salto en alto Yo fui ganador del pinball Yo fui buceador del Titicaca Yo fui cobrador de La Unión

Donante de esperma, creyente de Alá Flotante en cisternas, vidente en Bombay Donante de esperma, creyente de Grybb Votante en internas, vidente en Cosquín

165 Pero sólo, solamente el rock Me reventó la cabeza Pero sólo, solamente el rock Me reventó la cabeza

Pero sólo, solamente el rock Me reventó la cabeza Pero sólo, sólo el rocanrol Me reventó la cabeza.

166 FERNANDO CABALLERO. MAESTRO, QUIERO TOCAR. SPINETTA SINFÓNICO

Fernando Caballero es timbalista de la Orquesta Sinfónica de Córdoba. En 1992 ensayaba en la Orquesta Sinfónica Juvenil.

Caballero: Carlos Giraudo, muy fanático de Luis Al- berto Spinetta, nos había contado que quería hacer un show con el Flaco. Un día viene y dice que se concretó el asunto. El arreglo consistía en que Spinetta elegía los temas y que los arreglos los hacía el Mono Fontana. Fueron cinco canciones de Peluson of Milk. Nunca supe que pasó con Fontana que no terminó de escribir las partes, por eso el proyecto se demoró. Giraudo hace los arreglos or- questales y una semana antes al día de la primavera, que era la fecha de la grabación en el estudio de Telemanías, viene el Flaco a ensayar con nosotros. Antes de que esto sucediera, me entero, que no tenía partituras para timbal y percusión. Al finalizar el ensayo, lo encaro y le digo que yo quería to- car, que no me dejara afuera. Lo que él había escrito era más para cuerdas y pequeña orquesta de vientos, es decir: Orquesta de cámara. Lo concreto es que el maestro Giraudo aceptó mi pedi- do, me hizo unos arreglos de gong y platillos, ensayamos con Spinetta y el 21 de septiembre grabamos. Él había venido con su iluminador, sin su banda, y en cada momento libre nos recordaba lo importantes que éra-

167 mos porque sabíamos leer partituras, tocábamos a los grandes maestros sinfónicos, algo que no podía hacer porque no sabía leer ni escribir por música. Ese día, después de la grabación, nos enteramos de que el proyecto incluía un concierto en un teatro en Mar del Pla- ta; a pesar de que el músico le había dado cero difusión a este evento. En este punto quiero destacar la visión del Payo Giraudo. ¡Hacer sinfónica la obra de Spinetta! Fueron cinco temas, pero para esa época fue innovador. A la noche nos fuimos a cenar unas empanadas y a to- mar unos vinos a la casa de Tomás Prato, en Barrio Jardín Espinoza. Llegó “El Flaco” con la Caro Pizzani, que era la flautista de la orquesta y chofer de él, en su estadía en nuestra ciudad. Ahí nos cuenta que estaba haciendo la música de una película surrealista de un director argentino que él no cono- cía, que se llama Pablo César, que no iba a tener guión y que iba a estar basada en su música. Estaba contando lo que sería un tiempo más tarde, Fuego Gris. Apareció una guitarra y toca “La Dama Azul”. La historia con Spinetta y el maestro Carlos Giraudo, no terminó de la mejor manera. El músico se enojó porque el cheque pautado por la grabación demoró más de lo previs- to en acreditarse a su cuenta. La actuación de Mar del Plata quedó en el olvido y las entradas gratis prometidas para cada integrante de la Sinfónica Juvenil en el lugar donde Spinetta tocara, también claudicaron. Pero lo que no quedó en el baúl de los objetos perdidos, fue el recuerdo de varios de los inte- grantes de este organismo de haber terminado la noche senta- do en un cordón de la vereda de una calle de Nueva Córdoba, tomando cerveza con él. El encuentro terminó cuando llegó la hora para llevar a Luis Alberto Spinetta al aeropuerto. Sa- lud, Maestro.

168 Luis Alberto Spinetta junto a la Orquesta Sinfónica Ju- venil hicieron cinco canciones: “Bomba azul”, “Cielo de ti”, “Panacea”, “Jilguero” y “La montaña”.

Nota de entrevistador: Spinetta vuelve a hacer algo sin- fónico recién el 19 de octubre de 2006 en el Teatro Colón. 14 años más tarde de la experiencia cordobesa. Carlos Giraudo, murió el 25 de marzo de 2002 por una insuficiencia respira- toria, luego de sufrir un grave cuadro gripal.

169 DANIEL MIRAGLIA. EL CUARTEROCK

¿Cómo llegaste a tocar con Rodrigo y con Muñeco Daniel? ¿Por cuánto tiempo? Venía tocando en varias bandas, como Evil (87), “Praxis” (88/89), “Marilyn” (90) aparte de experiencias en otros pro- yectos con distintos ritmos y sonidos. En esos años, el cuarteto empezó a mirar con buenos ojos a los músicos de rock, seducidos por la distorsión, la imagen y el pelo largo. El cuarteto ofrecía al músico de rock una estabilidad laboral. De hecho, tocar con Rodrigo fue mi primer trabajo. Sin embargo, quiero destacar que el cuarteto jamás pudo con Rafael Rimondino, bajista de Praxis. Esto dio inicio a la sangría desde el rock hacia el cuarte- to. Ejemplos claros de eso son: Cuerda Tarnavasio, Gustavo Castelaro, Marcelo Decall y muchos más. “El Cuerda” hizo la punta de lanza como para que los músicos de rock encon- traran una fuente de trabajo en el cuarteto. Chébere se llevó también a Alejandro Sivila, baterista de Praxis, por su estilo para tocar y su imagen. Lo mío fue un poco más tarde, en el 91, después de tocar en Marilyn. De esta banda también se fue Max Braun con Sebastián. Por intermedio de mi amigo, Menduco (baterista de Rita Mabel) y entonces baterista de Rodrigo, más Marcelo Vaquero (ex Corte y Confección) me contactan, y allá pasé sin escalas de ser estudiante en la Escuela de Ciencias de la

170 Información y músico de rock, a integrar una banda de cuar- teto. Luego de 1 año, aproximadamente, dejé de tocar con Rodrigo e inmediatamente ingreso a Jorge muñeco Daniel en reemplazo de Gustavo Tarnavasio. Permanecí unos 5 años, recorrimos el país.

¿Qué discos grabaste y cómo era tocar con ellos?

Con Rodrigo grabé un compilado que fue el Exageradísimo, con canciones de varios artistas, tiene hits como el “Param- pampan”, “María Chucena” y “El Solterito”, entre otros. La grabación con Rodrigo fue en Polygram y duró casi una sola toma, bien directa. Con el Muñeco Daniel grabé 3 discos, varios hits, pero creo que los de mayor rotación fueron: Córdoba es y Fascinación. Lo de Muñeco Daniel fue en estudios como Ion y Pan- da. Era más profesional, ponía la guitarra los fines de semana cuando tocábamos en Buenos Aires; con técnicos de prime- ra línea, como Sergio Saba Chapur o el mismísimo Mario Breuer.

¿Qué pensás que le aportaste a Rodrigo y a Jorge Muñeco Daniel musicalmente hablando? Creo que una guitarra atildada. De hecho, yo me formé como músico en el cuarteto, me hice más profesional. Le aporté buenos solos, a mi estilo, y la imagen: tenía 23 años y el pelo hasta la cintura.

¿Cómo fue volver al heavy? Particularmente, volví al heavy después de mucho tiempo. En 2002 con Praxis. Diría que volví al rock incursionando en otros estilos, en los 90 con El grito, una banda punk; Tan-

171 dem, de ; Rokalchaki y Anillos ganadores. Creo que en esas bandas apliqué el profesionalismo del cuarteto y pude aportar cosas.

¿Algo que te haya marcado de esa época o algo que recuerdes todo los días? Tuve la suerte de vivir grandes momentos: Buenos Aires, re- citales, el grupo humano que formaba parte de la banda de Muñeco Daniel. Muy divertido todo. También conocí a mi pareja de entonces, con la que estuve varios años.

172 CARLOS “LA MONA” JIMÉNEZ. LA CUEVA DE LA MONA

Esta entrevista, surgió con la idea de que el cuartetero más fa- moso hablara sobre un lugar en el que tocaron muchas bandas y solistas, pero al ser por mail, las respuestas giraron en torno a su estudio de grabación. La confusión terminó siendo una proclama a la independencia creativa y a la no presión de las multinacionales.

La Mona: Para los que no fueron nunca a La Cueva de la Mona, les puedo contar que tiene una historia muy rica. Se construyó muy de abajo, sólo con mi sueño que era tener un pequeño estudio, grabar sin presión de las multinacionales, despertarme a cualquier hora, tener una idea y, sea la hora que sea, ir y grabarla. Por eso terminó siendo mi gran refugio. La idea loca de construirla fue solo mía, no la copié ni la saqué de ningún músico. Como tengo muy buena onda con todos los roqueros y músicos en general, jamás me han dicho que ‘no’ cuando los he llamado. Tengo miedo de olvidarme de alguno, pero los que se me vienen a la cabeza son: Pappo, Willy Crook, Jor- ge Rojas, , Pity Alvarez, Palito Ortega, Manu Chao, Pelado Cordera, el Mono de Kapanga, Raúl Lavié, Peteco Carabajal, Los Tekis, Facundo Toro, Andrés Calama- ro, Javier Calamaro, Juan Carlos Baglietto, Facundo Cabral,

173 Leonardo Favio, Pedro Favini, Raly Barrionuevo, Alejandro Lerner, Carlitos Tévez, Gabriel Carámbula y muchos más. La Cueva nunca estuvo cerrada. Solo se paró unos meses para refaccionarla y, en la actualidad, está en plena actividad. Jamás la dejaría porque después de 50 años de estar en esto, sin interrupciones, no me gustaría que una discográfica me haga hacer un disco en 15 días. Yo manejo mis tiempos. La confusión de que está cerrada es porque no es de uso comer- cial, sólo grabamos mis hijos y yo.

174 UN FLASH. NICOLÁS BRAVO. FOTOGRAFÍA ROCK

¿Hay fotografía de rock o la fotografía es una sola? Como todo arte, la fotografía tiene varias corrientes o rami- ficaciones que muchas veces se entrecruzan. Con el tiempo se han establecido algunas categorías generales. Creo que la fotografía de rock es una mezcla de muchas de ellas, fotope- riodismo, documentalismo, una parte de fotografía publici- taria y seguramente algunas otras. Hay grandes fotos de rock, fotos históricas hechas por varios fotógrafos de rock famosos, como Bob Gruen que fotografió giras de Led Zeppelin y Rolling Stones, o Mick Rock, que hizo la tapa de Queen II, y también era amigo de , o Annie Leibowitz que hizo la última foto de John Lennon con vida, la mañana del día que fue asesinado. Son fotos que a esta altura ya forman parte de la historia. También hay varios argentinos, Andy Cherniavsky, Nora Lezano, Eduardo Martí, muchos más, la lista es larga. A mi entender, es un género muy amplio, y tiene gran- des fotos. Hay retratos de rockeros que son obras maestras de la luz, de la composición, y a su vez son obras maestras del fotoperiodismo, y hasta de la fotografía misma. Otras se volvieron íconos de su época, como la pareja de Woods- tock, y otras fueron tapa de discos, como London Calling de .

175 Y como muchos artistas, algunos músicos son a su vez ac- tores, o pintores, escritores o fotógrafos. Andy Summers, gui- tarrista de The Police, por ejemplo, es un excelente fotógrafo.

Sos amante del rock, sos músico y fotógrafo. ¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando estás frente a una denominada estrella de rock? A todas las conocí en ocasión de laburo, así que no tengo lugar para soltar al fan interior. Es mi trabajo, y tengo que pensar en eso. Hay gente muy sencilla personalmente y que en el escenario despiden fuego, y otra que son estrellas allí donde estén. En general son buena gente, muy agradables, y todos son profesionales. La diferencia está en cómo se para frente a la cámara. El que es una estrella sabe posar muy bien. Hay algunos a los que no les gusta mucho el tema foto, pero lo entienden y saben que es algo que tienen que hacer. Otros, por el contrario, les encanta, y lo disfrutan. Hay muchos que saben posar tan bien que en cinco minutos terminaste la se- sión y el resto del tiempo hablás de mil temas que no tienen nada que ver con la nota.

En los recitales, los fotógrafos tienen tres temas para realizar su trabajo. En que pensás en la previa. En los momentos en los que estás en la fila para que te habiliten el corralito para retratar a la banda o solista. Todo depende del espacio que haya para trabajar delante del escenario, y de cuántas personas tengan acceso. Eso influye bastante en la forma de trabajar, y en las fotos que se obtie- nen. Hay dos o tres lugares donde ubicarse para disparar, y hay que compartir el espacio con algunos colegas. Si hay mu- cha gente, a veces es imposible moverse. Eso se coordina en el momento, y es mejor dejar que la cosa fluya y así todos traba- jan mejor. También hay que tener buena onda con el personal

176 de seguridad. Ellos te pueden ayudar o impedir todo, hay que llevarse bien. Además de eso, trato de ser parte del momento, de sentir la energía del lugar. El resto del tiempo busco algu- na otra foto que salga de lo normal. Hago fotos de la gente, o de algún detalle que me llame la atención. Una vez que se han hecho varios recitales, uno tiende a tener fotos parecidas en lugares diferentes, así que hay que tratar de dirigir la mirada en otras direcciones.

¿Sos de ver algún video o concierto de la banda que vas a tener que sacarles foto o dejás que la escena y el sonido te lleve? Si no los conozco, veo quiénes son, y en ese caso sí veo algún video, pero en general, conozco a todos los que me toca cubrir. Cuando es una banda que me gusta, disfruto el mo- mento mientras trabajo. De muchas, tengo discos y videos, y de algunas hasta soy fan. En eventos grandes, o festivales, siempre hay bandas que no conozco y que me sorprenden. Tengo una oreja atenta también, siempre ando escuchando bandas nuevas.

¿Recordás alguna foto de una estrella de rock, que quedó en tu me- moria? Puede ser por la forma en que la hiciste, las condiciones o también porque te querés olvidar de ese momento. Hay una foto que recuerdo, por una razón. La hice en el reci- tal de los Redondos en el estadio Córdoba. Es una foto de la tribuna, se ve un grupo de unas cien personas. En medio de ellas, un joven con la remera de la selección de fútbol sostiene con gesto tribunero, brazo en alto y saltando, una bengala roja. Se destaca en el centro de la escena, su luz ilumina unas pocas personas que lo rodean y el resto en sombras. Me gus- taba esa foto, por la alegría que veía en ella, esa energía, ese contacto con el fútbol que tiene el rock. Unos meses después

177 de ese show, en Diciembre de 2001, explotó una crisis social y económica feroz, con consecuencias trágicas para el país. Veía esa foto como una pequeña metáfora de la historia de este país. Una Argentina rodeada de oscuridad, una cosa así. Pero tres años después, ocurrió la tragedia de República Cro- mañón, con centenares de muertos en un incendio causado por una bengala. A partir de ahí, la bengala pasó de ser un símbolo de alegría en un recital a ser el causante de una tra- gedia. Se prohibió su uso por razones de seguridad. Y la foto cambió inmediatamente de significado. Un joven con una bengala pasó a ser un elemento imprudente y peligroso, en vez de ser un símbolo de alegría. La foto era la misma, pero lo que se leía en ella había cambiado. Donde antes había alegría, ahora, además, había imprudencia, y la posibilidad de una tragedia. Y me llamó la atención ese hecho. Cómo la historia transformó, no la foto, sino nuestra manera de leerla y las lecturas que de ella salían.

178 Además de esa foto, no tengo una foto en particular que recuerde, más bien son muchas. De la tanda de fotos que hago en algún evento, hay siempre una o dos que me gustan más que el resto, pero no tengo ninguna favorita. General- mente, más que fotos, recuerdo momentos. Esos instantes mágicos donde una gran masa de personas siente lo mismo, son imborrables.

¿Te preocupan los nuevos dispositivos electrónicos, llámese celular, en las nuevas formas de captura? Las fotos son buenas o malas independientemente del aparato con que se la haga. Los teléfonos con cámara son herramien- tas nuevas que se pueden utilizar para hacer excelentes fotos. Tienen la ventaja de ser prácticos. Sin embargo, la calidad de los equipos profesionales es muy superior, y la calidad del fotógrafo profesional también. Eso quiere decir que no se ob- tienen las mismas fotos con la cámara de un teléfono que con una Nikon, o Canon, o la marca que sea, en manos de un fotógrafo con años de experiencia.

Por último y en base a la pregunta anterior. ¿Qué es ser fotógrafo hoy? Los fotógrafos profesionales, sin distinguir si son free lance o empleados de medios o agencias, deben tener algunas caracte- rísticas comunes. Hoy un fotógrafo profesional debe ser muy versátil. Debe poder lograr un nivel de calidad muy alto en trabajos de diferentes características. Esto significa que siem- pre debe estar informado y también actualizado en equipos, tendencias, autores. Hay especializaciones, sociales, publici- dad, prensa, científica. Pero el profesional debe poder adap- tarse al encargo y a sus requerimientos. Pero también debe ser parte de su lugar, y de su momen- to histórico. Debe estar informado de temas de actualidad,

179 debe conocer de cultura general, de otras artes o disciplinas. De música, de cine, de literatura, de historia. Esto también es determinante de las fotos que haga. Sin embargo, también es un trabajo como cualquier otro, con momentos iguales a los de otros trabajos, cosas que te gustan y cosas que no, y situa- ciones comunes a todas las profesiones. Lo bueno es que a todos los fotógrafos nos gusta lo que hacemos, y trabajamos de eso. No todos viven de lo que les gustaría. Nosotros tenemos esa suerte. Llegar a vivir de la pro- fesión que uno elige no es fácil, lleva años y como todo, es dedicación, y moverse. Como siempre, un poco de suerte no viene mal, pero cuando viene, hay que estar a la altura de las circunstancias y hacer un buen trabajo y tener excelentes fo- tos. Y además de ser un buen profesional, hay que ser buena persona. Eso es lo que decide las cosas al final.

180 El 4 de diciembre de 1992 Serú Girán se presentó en el estadio Chateau Carreras de Córdoba, abriendo la gira del regreso, después de haber pasado diez años sin tocar.

Norberto Aníbal Napolitano, popularmente , líder de conocido como Pappo, al frente de Riff en el Virus, mostrando sus dotes de Chateau Rock. frontman en el Chateau Rock.

181 La banda cordobesa Rouge and Roll en el Chateau Rock.

Patricia Sosa, líder de La Torre, en el Chateau Rock. Luis Alberto Spinetta, Chateau Rock. 

182 La historia de amor entre Os Paralamas do Sucesso y Argentina empezó un 28 de febrero de 1986, en el festival Chateau Rock. Allí los Paralamas hicieron el primer show de su historia en nuestro país.

Paco Ferranti, bajista de la banda cordobesa Proceso a Ricutti, en el Chateau Rock. David Lebón, Chateau Rock.

183 Izq.: Gustavo Bazterrica –guitarrista, en ese momento, de Los Abuelos de la Nada-; Sandra Mihanovich, Andrés Calamaro, y Celeste Carballo en la antesala del Chateau Rock. | Der.: Luca Prodan, al frente de Sumo, en el Chateau Rock.

Mario Luna, organizador del Chateau Rock, con Los Intocables, antes de su show en este festival.

184 Raúl Porchetto, Charly García y León Gieco –PorSuiGieco- en La Falda Rock.

Roberto Pettinato, saxofonis- ta de Sumo, en Chateau Rock. Rubén Juárez, bandeononista y cantautor de tango, en el Cha- teau Rock.

185 Izq.: Simon Le Bon, líder de Duran Duran, en el concierto que los británicos brinda- ron el 5 de mayo del 93, en el Estadio Córdoba. Der.: Fito Paez en el Chateau Rock.

Nemo y La Invasion, grupo cordobés, tocando El rosarino Manuel Wirtz, en el Chateau Rock. mostrando sus dotes de cantan- te y mimo en el Chateau Rock.

186 Viudas e Hijas de Roque Enroll en el Chateau Rock. | Soda Stéreo en el Estadio Córdoba. 

187 4 de agosto del 2001: Los Redondos daban, en el Estadio Córdoba, el que sería su último concierto.

Víctor Bereciartúa, más conocido como Vitico, Gabriel Braceras, teclados y bajista de Riff en un Chateau Rock. voz de Mousse, en el Chateau Rock.

188 Los Violadores en el Chateau Rock.

Santiago “Hueso” Horsmann, ex tecladista de Proceso a Ricutti y La batata, actualmente radicado en México, en el Cha- teau Rock. Pancho Alvarellos, integrante de Posdata, banda de Córdoba, en un Chateau Rock.

189 Carlos “el Indio” Solari, en el último concierto de Los Redondos en el Estadio Córdoba.

Pitufo, reconocido stage (en el centro de la imagen), junto a músicos de La Torre, en el Chateau Rock. Mario Luna, organizador y productor del Chateau Rock, viendo uno de los conciertos. 

190 Fabiana Cantilo y otros músicos en el lanzamiento de la filial cordobesa de la radio Rock and Pop, en una fiesta organizada en Factory, una reconocida disco ubicada sobre Av. Rafael Nuñez (Córdoba).

José Palazzo, en ese momen- Alejandro “Bocha” Sokol, to conductor de un programa participante en las formaciones televisivo local, junto a Jon Bon iniciales de Sumo y ex cantante Jovi. El grupo norteamericano de Las Pelotas, en una de sus se presentó en Córdoba el 11 de actuaciones en Córdoba. noviembre de 1993.

191 Público en el recital de los Redondos. La muerte del santa- fesino Jorge Felippi, que murió al caer desde una baranda, fue el saldo indeseado de ese 4 de agosto del 2001, en el Chateau Carreras, en lo que sería el último show de la banda. Fernando Boschetti, autor de estas fotos, en el Chateau Rock 1987. 

192 ROCK Y FOTOGRAFÍA: ESA APROXIMACIÓN RESULTA NORMAL ACTUALMENTE

Martín Toledo Brisuela

Cuando Fernando Boschetti tomó las imágenes que integran este libro, no era tan natural esa fusión en nuestra ciudad. En los lejanos (y actuales) años ochenta, la Municipalidad de Córdoba organizaba el festival Chateau Rock y allí fue donde él consiguió algunas de las fotos. Boschetti, se desempeña como foto reportero del muni- cipio y posa sus cámaras y sus ojos en la cultura del rock desde los añejos conciertos de La Falda Rock. En las últimas cuatro décadas los fotografió a casi todos: Spinetta, El Carpo, Moura, Luca, y a músicos loca- les, por lo cual no es extraño toparse con un José Palazzo post puber y pelilargo subido a un bajo o al Hueso Horssman co- mandando el espíritu de la juventud iconoclasta mediterránea que estuvo a punto de tomar La Bastilla. Boschetti alternó extensos trayectos documentando di- versas renovaciones de la arquitectura de la ciudad de Córdo- ba, con su otra pasión: capturar la potencia sonora y aventurera de la música que diseñó los oídos de las últimas generaciones. A esto último, lo hizo por placer y dinero (no fue tan- to). Se equipó cada vez que los formatos tecnológicos lo re- quirieron, pero siempre mantuvo el mismo pulso con la idea de seguir siendo aquel adolescente que pescó de incógnito a PorSuiGieco (saquen la cuenta de cuánto tiempo y busquen la fecha en Internet).

193 En este libro, el lector será interpelado por las quietu- des que atrapó Fernando en los conciertos que la comuna diagramaba para juntar fondos en apoyo de las escuelas mu- nicipales creadas por la democracia, en lo que fue una idea que nos revela la libertad que significó para la ciudad, que un intendente ofreciera el Coliseo Mayor para que los rockeros difundieran su arte y la gente pudiera verlos sin temer a las tenebrosas razzias que perseguían a ese estilo musical en cada recital brindado durante la dictadura. En el 2017, la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, dentro del ciclo 50 Años de Rock, organizó una muestra en el Pabellón Argentina, dónde las fotografías de Fernando Boschetti, nos llevó a pasear en la máquina del tiempo rocker. Además, su material fue utilizado por revistas como Ro- lling Stone, documentales y otras experiencias. La familia de Federico Moura usó uno de sus trabajos para una muestra que homenajeó al cantante de Virus y hasta se dio el lujo de filtrar en su saga sobre el bacheo local la influencia que ejercieron sobre él los cineastas clásicos que admira. Integró la exhibición que se desarrolló en 220 Cultura Contemporánea sobre Charly García retratado por cordobe- ses y trabajó en el show que ofrecieron por última vez Los Redonditos de Ricota. Producto de su bajo perfil, su labor artística permane- ció incógnita. Ahora, que decidió descubrirnos su produc- ción, es una buena ocasión para conocer su trayecto múlti- ple y desprejuiciado. Él ya se divirtió con sus cámaras, nos queda a nosotros aprovechar nuestro turno. Si bien su humor sereno y caballeroso se trasluce en sus composiciones, su mejor broma fue esconderse detrás del len- te para luego abrirnos su inmenso archivo.

194 RICARDO SUED. EL SUBSUELO DE LA CAÑADA

Muchas conferencias de prensa en los ‘90 se llevaban a cabo en Pétalos de Sol y era el lugar para encontrarse con músicos y gente de la cultura, los domingos a la noche, para escuchar buena música y beber una cerveza tranquilos. Esta leyenda de la noche cordobesa, todavía está ubicada en la Cañada, a metros del bulevar San Juan.

¿Cómo surge la idea de Pétalos de Sol? Sued: -La idea de poner un bar surge como una cuestión bo- hemia, en primera instancia, y también, como medio de sub- sistencia ya que el teatro independiente no generaba recursos.

¿Quién vio o cómo viste ese subsuelo? Mi primer bar se llamó Arte Bar y abajo de aquel había un garage que daba a Pétalos. Un día, cuando entraba el dueño, pedí verlo y era un depósito de basura. A pesar de esa primera impresión, me enamoré del lugar y el dueño me lo alquiló. Durante 20 años fui su propietario.

En ese lugar sonaban siempre Los Piojos y La Renga. ¿Eso fue lo que te motivó a traerlos a Córdoba? Es decir, fuiste el primero en hacerlo. Sí, fui el primero. Hacíamos producción de artistas musicales y nos relacionamos con ellos a través de distintos contactos.

195 No recuerdo las fechas pero trajimos a Los Piojos unas 7 u 8 veces y, a La Renga, unas 2 o 3 veces. Los Piojos fueron varias veces a la estación Mitre y La Renga al Club Hindú.

Después de un concierto de Los Piojos, te robaron la recaudación. Lejos del momento que nadie quiere recordar, me interesa saber, ¿Cómo lo solucionaste? Trabajábamos, prácticamente, como socios (con la banda), éramos amigos y estábamos juntos en mi departamento cuan- do nos robaron. Fue muy triste y mi despedida como produc- tor musical.

196 HÉCTOR “PERRO” EMAIDES. PERRO QUE LADRA

El “Perro” hoy es estudiante en el último año de la carrera de Antropología, en la Universidad Nacional de Córdoba. En uno de los tantos diálogos que mantuvimos, habló sobre el rock, la periferia y otros conceptos que maravillaban y que iban a formar parte de su tesis. Le solicité un resumen para este compendio, pero como está escribiendo un libro sobre su historia como productor, disquero, intelectual y viajero por el mundo, llegamos a un acuerdo de grabar algunas historias disparatadas, como las que van a leer a continuación.

David Byrne – 1994

Emaides: Necesitaba 900 entradas para salir hecho y vendí 900. No salí hecho pero me di el lujo de traer a un ex Talking Heads a Córdoba. La anécdota tiene que ver con Vicente Luy (Q.E.P.D). El poeta cordobés inventó que un chico rockero había muerto y el hermano le había escrito un poema, lo que originó en su cabeza, y en la realidad, un concurso en el que toda la gente tenía que escribirle un poema dedicado a esta persona y ganaba 500 dólares. El título: “Un regalo para Javi”. Un día me llegan unos afiches gigantes de tela, anuncian- do esto y yo sin saber de qué se trataba. Pero el que tenía que

197 hacer el concurso y poner la plata era yo. No obstante, lo hago, y al otro día, supuestamente, me tenían que llegar los dólares para el ganador. Lo cierto es que Luy agarra los dólares, los mete en un sobre y los pasa por debajo de la puerta de un de- partamento en una dirección que tenía la misma numeración de mi casa, pero a cien cuadras de diferencia. Pasan unos días y como yo no comentaba nada se da el siguiente diálogo:

Luy: Perro, ¿no recibiste un sobre, no tenés unos dólares en tu bolsillo? Perro: No, Vicente. No recibí nada, no tengo dólares. Luy: 500 dólares, “Perro”, ¿no te llegaron? Perro: No, Vicente. Estás totalmente bambeado.

Vicente cambia la cara, me dice que había dejado la pla- ta, pero ahí le digo: “Pelotudo, esa no es mi casa. Estás loco, lo dejaste en otro lado. Es 774, pero yo vivo en Libertad y General Deheza y vos lo dejaste en la Avenida Colón”. La charla termina ahí. Vicente se va al departamento donde dejó el sobre. En esa morada, vivía una chica, que te- nía un amante. Cuando vió el sobre con los dólares, pensó que era un regalo de él, se asustó por miedo a que su pareja se diera cuenta y lo tiró a la basura. Cuando se entera de la historia, le dice que busque al encargado y que vean sino está en las bolsas de consorcio que sacan a la calle. El inventor del concurso revolvió toda la basura, hasta que lo encontró y lo trajo contento a la disquería.

ReggaePunkyParty – Capilla del Monte – 2007

Emaides: Evelyn, mi jefa de prensa, y Keru, mi sonidista, en ese momento, estaban tomando una bebida en la noche del

198 party, que era de dee jay. No había casi nadie. Yo estaba rela- jado, había tenido las dos noches anteriores con mucha gente y me sumo a ellos.

Keru: Tomate un trago, Perro. Le doy a unos tragos como si fueran leche chocolatada. Keru: Fumate una seca, Perro. Le doy una seca.

El trago que me tomé tenía un aditivo que las bebidas no poseían y el cigarro que fumé, no era el clásico habano. Por lo tanto, me desmayé. Me caí. La gente me pateaba y cuando me levanté, mi hija más chiquita, me vio correr en bolas para todos lados. Fue una cosa de locos. Un delirio total. No soy el tipo serio que todos creen.

Nuevo Rock Argentino – Primera edición

Emaides: Mi amigo, Marcelo Franco, en ese momento, edi- tor del Suplemento Sí, del diario Clarín, me dice que un chi- co, Alejandro Almada, quería hacer un festival con bandas nuevas, que me contacte con él. Lo llamo, nos juntamos en Buenos Aires y terminamos armando este evento. En esa charla, Almada, me dice que había que poner mucha seguridad para cuidar, que la gente no se subiera al escenario, que era una moda de ese momento. Yo venía de ar- mar escenarios con cajones de cervezas, manzanas, como el de los Ratones Paranoicos, así que cuando pienso en el armado, le digo al que lo hacía: altura 2, 10 mts. En la calle me los encuentro al Colo y al Largo (Q.E.P.D) que, en esos momentos, eran seguridad en un boliche en la calle 27 de abril; les ofrecí ser seguridad mía.

199 Armé el escenario, y puse al Largo y al Colo abajo. Fue un éxito. Estaba alto y el que se quería subir, los chicos, lo agarraban del pantalón, campera o de dónde sea y los ter- minaban de bajar. Lo loco es que había como cinco metros vacíos adelante porque el público tenía que estar alejado para poder ver. Esa noche, el maestro de ceremonias en la Asociación Española, fue Daniel Araoz. Todavía hoy, recuerda la cantidad de escupitajos recibidos en cada presentación. No entiendo por qué en esos momentos se salivaba tanto a las bandas. A pesar de esto, estuvo lindo. Fue mi primera experiencia como organizador de un festival.

Sumo – 1985

Emaides: Mi historia es más con Las Pelotas que con Sumo. Pero yo a Luca, lo conocí en Nono. Era un pelado que estaba ahí, hacía música, pero yo no sabía quién era. Después, Mario Luna, o alguien, me dice que iba a hacer Sumo y que necesitaba una mano. Así que le digo que sí y organizamos el concierto en el Teatro Griego del Parque Sarmiento. Suben los Sumo, tocan dos temas y se corta la luz. Por suerte era de día. Superman Troglio y Luca, los únicos que podían tocar sin energía, hacen cuatro canciones. Vuelve la energía y todo vuelve a la normalidad. Nunca vi a un tipo con tantos huevos como Luca. Ese concierto me impresionó: fue la primera vez que vi a la gente bailar, saltar. Festejaban, corrían. Eran como dos mil per- sonas, viendo a esta banda que se estaba haciendo famosa, pero que no tenía idea de la magnitud. Tengan en cuentan que esa noche presentaban Divididos por la Felicidad, el primer disco.

200 Redondos

Emaides: A los dos Redondos, no los traje yo. Lo organizaron dos chicos: Duilio Di Bella y Fito Ascencio. Pero, el día ante- rior del show, me dicen que no tenían hotel, que les diera una mano. Así que pararon en mi casa. En ese entonces estaba “El soldado” (Rodolfo González) como stage manager y no Willy Crook en la formación. Yo tenía una pieza extra, así que tiré colchones, les di sábanas y se ubicaron todos. Al día siguiente, los llevé en mi auto al Indio, Skay y Poli a la casa de mi hermana para que conocieran a mis sobrinas que tenían 8 y 9 años. Una cosa de locos. Los Redondos habían sacado Gulp!, Oktubre y tenían listo Un baión para el ojo de idiota, el disco que los lleva a la fama y que coincide con la muerte de Luca Prodan. En realidad, Los Redonditos ocupan el lugar que deja Sumo. Yo no sé si hubieran sido tan famosos con Sumo en escena. Volviendo al show, al escenario lo armamos en el centro de la Asociación Española. No teníamos anticipadas y sabía- mos que no iba a ir mucha gente. Con decirte, que fueron 200 personas, pero siempre hago un ejercicio de mente de preguntarle a clientes y amigos rockeros si fueron y todos me dicen que sí, aun sabiendo que me están mintiendo. Un recuerdo de esa venida de Los Redondos, es que pa- gué toda la comida para la banda en un bar de la esquina del bulevar San Juan y La Cañada. Al lado de la mesa, había tres fans que se habían venido desde Buenos Aires y pusieron la cuenta a nombre mío. El Indio, Poli y Skay se dan cuenta de eso y se hacen cargo de esa mesa. Hubo 3 porteños en ese re- cital. Pensar que después eso se convirtió en cientos de gente que viajaba a verlos.

201

Emaides: Yo soy amigo del Indio Solari. Cuando iba a Bue- nos Aires a El Agujerito a comprar discos, me lo encontraba ahí. Una vez, fue después de la muerte de Walter Bulacio, es- taba muy nervioso porque todos en la disquería le decían que era culpable. Se cansó de la discusión, me dijo: “Perro vamos a dar una vuelta”. Salimos del lugar, había un Peugeot 504 con vidrios polarizados y chofer, esperándolo así que nos subimos y dimos un montón de vueltas a la manzana por Florida ha- blando de cualquier cosa.

Rock nacional

Emaides: En realidad, yo dejé al rock nacional. No me inte- resa mucho. Se reitera hace 15 años. Hay 4 o 5 bandas que manejan todo y lo demás se acabó.

Charly García – Cosquín Rock 2004

Emaides: A la mañana, José Palazzo, sufre una baja de tensión y lo hospitalizan. Constantino Carrara, que era un socio ocul- to, se va a buscar a los hijos y me dejan a mí solo. Serían las 4, 4:30 de la mañana. Estaba tocando Fito Páez y después venía Charly. Había llovido, se había atrasado todo. La cuestión es que eran las 5:30 de la mañana, amanecía y bajo al camarín a decirle que tenía que salir a tocar. Estaba tomando algunas sustancias extrañas y dice que está listo. El operador de sonido de escenario estaba totalmente drogado; menos mal que los del frente estaban bien. Con José habíamos armado una pasa-

202 rela para que pudiera desplazarse un poco más del escenario, así la gente le podía tocar por lo menos los pies. Agarra un mi- crófono, empieza a correr por la pasarela y no se le escuchaba lo que cantaba, así que lo rompe. Vuelve al escenario, agarra el que estaba en el piano, pero como tenía cable, se le sale, lo rompe también. Se enoja, rompe una guitarra, tira el piano y se vuelve al camarín. La gente se puso reloca y yo no sabía qué hacer. Era sábado, para decirlo mejor, domingo y ese mismo día, en pocas horas cerraban Los Piojos. Voy al camarín y le digo: “culiado, por favor, volvé a tocar”. Me responde: “si me das diez lucas”. Yo creo que, por ese show, él pidió 15.

Perro: Pero vos no me podés hacer eso. Charly: Si vos querés que suba, dame esa plata.- Nos había ido muy bien ese año, yo manejaba la plata, así que subí dónde estaba la caja fuerte y le llevé lo que me pidió. Perro: Anunciá que salís a tocar. Charly: La nave Enterprise ha sufrido un desperfecto, pero Spock y el capitán Kirk ya la han arreglado, por lo que el viaje puede continuar.-

Mientras él decía eso, yo subí de nuevo y el público se había apoderado del predio. Estaba actuando la policía, así que bajo y le digo que no salga porque lo van a matar.

Perro: Devolveme las diez lucas que te dí. Charly: ¿Qué diez lucas? Perro: La que te acabo de dar. Charly: Ya me las gasté. Perro: Te las di hace cinco minutos. ¿Adónde te la gas- taste? -

203 Como no me las quería devolver, me le tiré encima, al- cancé a pegarle un par de trompadas. Me separó Fito Páez y no sé quién más. Charly lloraba y Fito me decía: “cómo le vas a pegar a García”. Subo y estaban todos los canales de televisión. Estaba solo. José y Constantino no estaban, así que me comí todo el fardo yo. Ya era domingo, cerca de las 10 de la mañana, estaba es- tresado, mal humorado y cuando me voy a acostar, el Pocho, manager de Los Piojos, me estaba buscando porque tenían que probar sonido. Fue horrible ese fin de semana. No sólo porque García no me devolvió la plata, todos los medios ha- blaban de los incidentes, sino que el manager de ese momento del músico, me pide el lunes 17 mil pesos. Yo le respondo, que se lo pida a García. Yo, ya se los entregué. Ese fue el inicio de una serie de cosas que me pasaron después.

Andy Summers

En un momento de la charla mantenida con Héctor Emaides, en su nuevo local céntrico, aparecen Raúl Dirty Ortiz y Mi- guel Peirotti que hizo que se desviara hacia libros, películas, discos y escenas de la vida cotidiana. Peirotti: ¿Vos trajiste a Andy Summers? Sabés que leí en una biografía de él, que le pega un palo terrible a Córdoba. Dos renglones, pero fueron suficientes. Habla de una ciudad chata. Emaides: No me hablés de Andy Summers1. Lo traje al Centro Cultural General Paz. Ni bien se bajó del avión, lo

1 Emaides hace alguna referencia a esta anécdota, en una nota publicada por La Voz del Interior, firmada por Germán Arrascaeta, el sábado 1/12/2007 (“Cuan- do Andy Summers estuvo aquí” archivo.lavoz.com.ar/07/12/01/secciones/es- pectáculos/nota.asp?nota_id139638)

204 primero que me pidió fueron mujeres. Le dije que yo era pro- ductor, no fiolo. Después vinieron un par de fans de The Po- lice al show, que en todo momento pedían canciones de esta banda, menos mal que al final hizo un par, porque si no me iban a matar. Hasta acá todo bien. Después del show, sabien- do que, si quería mujeres, se las iba a tener que conseguir él, lo dejo en el hotel y con Horacio Sairafi (músico y conexión de su venida a nuestra ciudad), le decimos que lo pasamos a buscar a tal hora para llevarlo al aeropuerto. Cuando vamos por él, no estaba, nadie sabía nada, el vuelo se perdió y todos buscando a Andy Summers. El demente se levantó, agarró la cámara de fotos y no tuvo la mejor idea que tomar imágenes del Banco Nación que está enfrente de la Plaza San Martín. Dos policías que pasaban por ahí lo vieron, pensaron que estaba haciendo inteligencia para un robo y se lo llevaron preso. En la comisaría, decía “soy un pólice”, por ende, se le reían más todavía. Por suerte, un oficial, lo conoció, sabía quién era, llamó a Sairafi, lo buscamos y lo llevamos a tomar el vuelo.

205 PABLO MAURICIO YUAN. YO SOY, LA SEGURIDAD. EL COLORADO, SOCIO GERENTE DE LARGO-ROJO SRL

¿Cómo se conocieron con el Largo y en qué momento decidieron armar la empresa de seguridad para recitales? Yuan: -Al Largo1 lo conocí en la época de Port Neuf. Él, era el encargado el turno noche de Estación 27, que era el único lugar abierto las 24 horas, donde uno podía comer algo y de- sayunar en la madrugada. De tanto vernos, empezó una amis- tad que también incluía a Daniel Enrico (Cove) que después fue el dueño de Puré, Jorge Monselesky (el gordo Monse) y algunos otros. Al tiempo, Cove, organiza un recital con Jaime Servent (FM A Galena), año 90, si mal no recuerdo. Tocaban Hie- rrock, Hammer y Lethal, en el Club 25 de mayo (Cañada y Ruta 20) un domingo a la noche. Acá, Cove, nos pregunta si queríamos estar en la puerta, para cortar entradas y controlar a la gente. Ahí, fuimos con Largo. Éramos sólo nosotros dos, sin policías ni nadie de apoyo. Nos pareció divertido. Los shows continuaron, hasta que un día apareció el Perro Emai- des, que hacía el Nuevo Rock Argentino, se había enterado de que hacíamos eso y nos llamó. Empezamos a trabajar con él y, de alguna manera, nuestra historia con los recitales.

1 Dino Virgil Ariel Juarez. n del e.

206 ¿Tuviste algún referente o alguien te enseñó el trato con la gente que ustedes tienen? Siempre tratamos de ser diferente a un guardia. Nosotros sa- limos de ese palo -rock-, nos gusta y le ponemos la mejor. Era totalmente diferente a lo organizado que es todo hoy, sin vallados entre escenario y público. Nosotros parados allí, con la gente encima, te quedaba marcado el escenario en la espal- da. Después se empezaron a usar vallados, caños, hasta que se logró lo que hoy es un free standing. Ídem con la policía, se contrataba en la seccional del lugar y te mandaban los que estaban ahí. Una vez, en Hindú, en un show de Hermética, un uniformado saca el arma y tiró al aire, casi lo matamos. Eran tiempos de mucho descontrol, las puertas eran heavies, la mitad del público iba sin entrada, a reventar la puerta y había que bancar. Hoy, se hace un contrato en la Jefatura y te aseguran personal policial. Igual, ya casi no va gente sin entradas a los shows normales (entiéndase por anormales a los del Indio, La Renga y otras bandas para las cuáles el público viaja).

¿Cómo es el trato con una estrella de rock? ¿Qué miedos tienen? ¿Qué les molesta? Hay diferentes tipos de artistas. Están los que no quieren ni que los mires y también hay señores artistas, amigos artistas, de todo. Hemos logrado tener una buena relación con varios. Con La Renga, que son, con quiénes más viajamos, es verda- deramente una familia y así te hacen sentir. También compar- timos muchos con Las Pelotas (salidas inolvidables con Ale Sokol), con Pity Alvarez, con los Rata Blanca (muy amigos de Hugo Bistolfi) y trabajamos con casi todas las bandas de acá y tuvimos la suerte de hacerlo con muchas de afuera como: , Iron Maiden, King Crimson, Dream Theater, y , entre otras.

207 Nosotros hicimos el último show de Los Redondos en el Kempes. Ahí nos conoció la Negra Poli y quiso que siguiéra- mos trabajando con ellos. Nos contrataron para lo que seguía, que era en Santa Fe, pero que no se hizo. Cuando vuelve el Indio solista nos contacta la produc- tora y nos dice que nos quería trabajando con ellos. Como la gente nuestra tiene mucha experiencia, nos dan la puerta, el lugar más bravo en este tipo de eventos, porque desde la época de Walter Bulacio, ellos no querían trabajar con po- licías; por lo tanto, éramos todos civiles. Esto fue creciendo hasta el de Gualeguaychú, dónde el productor me dice que solo tengamos control visual de entradas, que había vendi- do 185 mil tickets y que no quería problemas. No quiero agrandar las cifras, pero habrán entrado a ese hipódromo unas 210 mil personas. Ahí, hablamos de que eso era inma- nejable, que había que organizar de otra manera, volvimos a hacer San Martín en Mendoza y fue mi última advertencia. Fui claro: en estas condiciones, nosotros no trabajamos más, no tiene sentido. Les propuse que vinieran a Córdoba y que armábamos un show como lo hacemos acá, con las condi- ciones de seguridad tomadas como deben ser. No quisieron, pasó lo de Olavarría.

¿Cómo ves la evolución del público del rock? Creo que el público de rock se fue educando con el tiempo. Entiendo que si pagás una entrada para ver un espectáculo artístico, no es necesario entrar a los empujones, entre lluvias de botellas, sino todo lo contrario. Por eso, siempre tratamos de tener buen trato con el público y creo que eso se siente. Larga vida al rock and roll.

Nota del entrevistador: Ariel “Largo” Juárez, de 38 años, falleció el 5 de noviembre del 2006, en un accidente

208 en la ruta provincial 6, cerca de Almafuerte, 100 kilómetros al sur de Córdoba. Su grupo, La 66, en el que tocaba el bajo, posibilitó a Callejeros volver a un escenario cuando el 28 de julio de ese año, mientras grababa un videoclip en una disco, invitó a tocar a la banda de “Pato” Fontanet. A su velorio asis- tieron fans y el baterista “callejero” Edu Vázquez.

209 DJ VOLUMEN. ESTEBAN TAZZIOLI

¿Cómo se te viene a la cabeza hacer Casa Babylon? La idea de Casa Babylon Club surge de la necesidad de tener un lugar para tocar seguido en vivo con nuestra banda: Los Rústicos del Viejo Sueño. Y desde allí se abrió la posibilidad a amigos de otras bandas de Córdoba, el interior y también de Buenos Aires con las que teníamos contacto diario y vía correo. A esto se le sumó la necesidad de DJs y músicos elec- trónicos que buscaban espacios de expresión. Y también la falta de ambientes de experimentación interdisciplinaria para la percusión, la danza, el teatro, la fotografía, el diseño gráfi- co, el periodismo, el videoarte y otras corrientes artísticas que acercaron propuestas. La idea surge desde las necesidades co- lectivas para desarrollar expresiones artísticas múltiples, que coexistían en la ciudad a fines de la década del 90.

¿Te inspiró algún bar similar? Los modelos siempre aparecieron desde las experiencias en fiestas o recitales que produjimos o a los que asistíamos en clubes de barrio o casas privadas o aulas de Ciudad Univer- sitaria y luego en el circuito tradicional de bares de Nueva Córdoba y el Ex Abasto. También encontramos inspiración en los espacios donde era sencillo entrar, por ejemplo: Han- gar 18 (ahí vimos en su semana de inauguración un docu- mental de Mano Negra con entrada gratis, además de mu-

210 chos DJs. El Galpón (hoy “990”), Bola 8, El Cairo o El bar del enano. Luego, con internet o en conversaciones con es- tudiosos periodistas vimos que había ciertas similitudes con otros lugares, que eran íconos para ciertas subculturas en el resto del mundo.

¿Alguna anécdota que recuerdes seguido? Hay pilas de historias, una de las más recordadas es la del penúltimo show de Flema. En el escenario no solo había músicos tocando sino que se podía disfrutar en vivo de una auténtica orgía ultrapunk entre camisetas de fútbol tras los amplificadores, un todo contra todo entre fans y plomos que luego siguieron con la magia hasta abajo del escenario.

¿En qué fecha abrió Babylon y con qué evento? El primer recibo de alquiler de “la casa” es de Julio de 1999. Durante el 2000, mientras construíamos hicimos fiestas clan- destinas con los Rústicos donde tocaban Palo y Mano, La Cartelera Ska e Inauditos. Y cuando comenzaba marzo, en el 2001, inauguramos El club social y cultural (con casi todos los permisos legales) con Karamelo Santo, La Cartelera Ska, Kameleba y Dj G-one.

¿Pensás que Casa Babylon tiene el reconocimiento que se merece? Estamos conformes y felices de estos casi veinte años de tra- bajo, alegrías y experimentaciones. Sentimos muy buena onda desde muchos lugares y también somos conscientes de que siempre podemos mejorar. Esta sensación de crecimien- to es uno de nuestros motores para seguir pechando. Asimis- mo sabemos que muchas veces tuvimos reveses de todo tipo, que mirando hacia atrás, nos fortalecieron y abrieron hacia otros caminos.

211 PABLO AYMAL. CHE-LOCO.COM, EL SITIO DE LAS ESTADÍSTICAS

¿Cómo surge la idea de incorporar estadísticas al sitio? En realidad es algo que siempre quise hacer desde que arran- qué allá por febrero del 2012. Pero lo empecé a implementar recién en los últimos dos años. Al principio quería mostrar más que todo la escena del rock y el pop en Córdoba, como no lo hacen los medios habitualmente y aunque no dejé de hacerlo en la actualidad, le agregué números, como una forma también de mostrar mediciones mediante encuestas y estadís- ticas con una base de datos que se fue armando de a poco.

¿Eras lector de la revista Billboard, una de las pioneras en este rubro? La Billboard fue mi musa inspiradora, la compré semanal- mente durante ocho años en los noventa a pesar que no en- tendía ni jota, porque venía en inglés. Solo lo hacía por los rankings, me seducía eso de las listas específicas por géneros y obviamente los rankings principales, el Top 100 Singles y el Top 200 Álbums. También me sirvió para conocer canciones que aún no sonaban por acá, entonces las anotaba y las hacía grabar en cassettes en unas disquerías que traían novedades.

¿Sos de escuchar los rankings de las radios, para chequear, si los likes ayudan a un artista? ¿Sucede esto o en raras ocasiones? No estoy escuchando radio actualmente así que no sabría de- cirte si los artistas están siendo beneficiados con su difusión.

212 Estoy más volcado a las plataformas digitales, que me parece, son las más escuchadas hoy en día. Al menos en una encuesta que supe realizar hace unos meses por twitter, arrojó que se escuchaba más Spotify que Youtube y las radios quedaban bas- tante lejos en un tercer lugar.

¿Cada cuanto actualizás las estadísticas? Últimamente me dedico a elaborar listas generales (sin importar el género) tanto de Córdoba como de Argentina en general. Artistas/bandas en actividad por un lado y los que no lo están por el otro, pero solamente un Top 10. Próximamente la idea es ampliar esos listados a 25 o 50 artistas o bandas. Lo hago semanalmente y las voy subiendo en la página principal de Che Loco!.

Por último: ¿Cómo ves el fenómeno Paulo Londra en base a lo que logró en las redes? Lo de Paulo es un fenómeno sin precedentes en la música de Córdoba desde que están las plataformas digitales. Es el artista argentino con más oyentes en Spotify y el más visto de los cordobeses en Youtube. Te puede gustar o no la música que hace, pero termina siendo un gran referente mediterrá- neo dentro de esta nueva generación de adolescentes que se han volcado al Trap en las redes, a pesar de que aún no ha conquistado plenamente a Córdoba y que la masa de oyentes cosechada se concentra más que todo en Santiago de , Ciudad de México, Lima y Madrid. De acá, donde está pe- gando fuerte, es en Buenos Aires.

213

QUINTA PARTE. VARIACIONES

ROSSANA VANADÍA: SI NO HAY GALOPE, SE NOS PARA EL CORAZÓN

Mis ingresos fueron siempre magros hasta que pegué un tra- bajo fijo. Una vocación de laburante más cierta inconciencia innata, me han llevado a vivir una vida absurdamente derro- chona y a darme gustos ricos en experiencia. Digo absurda porque ni mis gustos ni mis ingresos dieron para autos im- portados o viajes extravagantes. Por eso, apenas cobrado mi salario (que era todo lo material para mí), hace unos cuantos años, partía raudamente a disquerías y librerías para derro- char. Cuatro, cinco o más cedés en mano, eran la delicia para una semana con diversión auditiva asegurada que incluía jo- yitas inconseguibles de , bandas sonoras, Lou Reed, tal vez B ‘52, Talking Heads o PJ Harvey. El negocio del Perro era el sitio elegido, allí mi cuenta corriente no tenía ninguna garantía más que el dueño viera mi cara a menudo. El sitio ha mutado de domicilio pero el carácter refunfuñón de su dueño (mote merecido me imagi- no, nunca supe el porqué) nunca pudo conmigo. Allí era la tertulia de selección de novios y discos. De cafés, músicos pa- seantes y a la vista en la mismísima vidriera. El grunge había distorsionado las guitarras y la indumentaria de los rockers de los tempranos 90. El negocio se inundaba de bermudas XXL, camisas de franela a cuadros mientras nosotras vestía- mos irremediablemente vestidos con borceguíes, pelos des-

217 cuidadamente aseados y peinados y no nos perdíamos ningún concierto que tuviera como inspiración lo “alternativo”. El Perro merodeaba las bateas en ojotas (no me lo expli- co, pero también circulaba en ojotas en un ciclomotor des- tartalado), los empleados recomendaban discos que les gus- taba sólo a ellos. Mi amigo Sergio Mino, del otro lado del mostrador, escuchaba a full la “Cumbia del Cucumelo” de Las Manos de Fillipi mientras armábamos y desarmábamos el mundo en una tarde. Íbamos a comer a Estación 27 después de los recitales, paseábamos a músicos reñidos a muerte con el peine y que intentaban imitar inútilmente nuestra tonada. Era una chica rocker que hacía periodismo en un espacio donde los chicos tenían la primicia. Pero no acusé recibo de alguna diferencia. Me movía en el ambiente como una sirena mediterránea de aguas dulces. A muchos sitios los vi nacer, florecer y decaer. Hice entrevistas maravillosas, vi espectáculos geniales y otros no tanto. Esperé por más de cuatro horas para que To- dos Tus Muertos subiera a escena porque no lograban cuórum en la banda. Fidel divagaba entre sus fans. Charlé con Mollo más de tres horas en una entrevista en plena Era de la boludez, vi a los Fabulosos… en el Griego y en un estupendo concierto en la Sala de las Américas de la UNC mientras danzaba con bebé en la panza el emotivo “Vos sabés”. Entrevisté a Peter Hammill y Michael Hutchance me firmó un disco. Los roles de fan y periodista muchas veces y en estos casos, se entre- mezclan. Por fortuna me ha tocado “ser parte del rock” sucio de imperfecciones y limpio de mainstream, etapa que abordé sólo como espectadora. Colgué el grabador, los cedés y las pu- blicaciones rockeras cuando profesionalizarse en este oficio no dió ni para un pase a un concierto.

218 Conservo en mi corazón cientos de recuerdos y como 10 dispositivos que guardan canciones en mp3 que bien podrían llenar el universo de música. Porque sin Fito, Charly, el Flaco no se puede vivir. Porque Los Visitantes, Los Brujos, Catupe- cu, Lizarazu, Fabi Cantilo, y muchos muchos, me han dado y siguen dando tanto que resulta inabarcable. La fauna cosechada en esos años “mozos” tiene un tierno lugar exclusivo en la enciclopedia de ésta, mi vida. Es más, a ve- ces me acuerdo de algunas anécdotas e inesperadamente son- río o me río a carcajadas y me pone exquisitamente muy bien.

219 ALDO “LAGARTO” GUIZZARDI Y ALEJANDRO “TOTO” COLOMBO. VENDEME UN CHORIPÁN

El conocido conductor televisivo, que anima todas las maña- nas de Canal 12 con su programa El show de la mañana, tuvo en la primera edición del Festival de La Falda Rock, un puesto de choripanes, junto a Alejandro Toto Colombo, otra figura de los medios, en este caso, de Radio Universidad. La historia jamás contada en la voz de sus protagonistas. Lagarto: Como lo ayudamos a Mario Luna en la orga- nización y difusión del primer La Falda Rock, como siempre, la buena onda y calidad humana de Mario, convirtió la mo- neda de pago en un puesto donde con Alejandro Colombo, también locutor de Universidad, vendíamos choripanes. Fue un gran éxito de ventas y yo terminé siendo atendido por el Dr. Montoya, quien me realizó una limpieza ocular debido a la grasitud acumulada en mis ojos, producto del humo de los choris. Recuerdo que vendimos más de tres mil chorizos, agotamos el pan de la zona. Toto Colombo: En realidad, los que le pedimos a Mario poner el puestito, fuimos nosotros. El tema es que no nos co- bró un canon como debía y fue un éxito, como dice Lagarto. Cuando se terminó, hicimos cuentas, después de los gastos, la utilidad la dividimos en tres, una parte la pusimos en una caja de zapatos y se la dimos a Mario. Le dijimos: “esto es tuyo”. Me mira y me dice: ¿qué es? Le digo: “abrila”. Había mucha plata. Me pregunta qué era eso, yo le respondo: “tu parte

220 del kiosco”. No la quería aceptar, por ende, lo tuvimos que obligar. Era lo justo. Al puesto venían muchos músicos para comprar choripanes. Recuerdo a Patricia Sosa, León Gieco, Rubén Rada, el Cuarteto Zupay, David Lebón y muchos más. Asábamos todos, hasta un hermano mío; por ende, fuimos varios los que tuvimos que ir a un oftalmólogo para que nos sacaran la grasa acumulada en los ojos. Recuerdo que una no- che se empezó a vender mucho y no se conseguían más cho- rizos, así que, de común acuerdo con los clientes, cortábamos los chorizos a lo largo y lo cobrábamos la mitad de su valor.

221 MARCELO GÓMEZ. AL ABORDAJE. 29 AÑOS PASANDO ROCK

Al Abordaje nace como un proyecto de estudiantes ociosos y deseosos de compartir sus discos de vinilo con alguien más. Los sujetos en cuestión, Marcelo Gómez y Jorge Coro, am- bos jujeños, ya veníamos de una experiencia radial intensa en nuestra provincia natal, donde, desde 1981, poníamos al aire en AM 630 un pequeño programa llamado La Isla, donde nos dábamos el gusto de pasar nuestros discos de Led Zep- pelin, Queen y Riff (entre muchos otros) ante el horror de operadores, locutores y una buena parte de la población, que no podía entender que nos gustara “eso”. Nuestros propios compañeros de colegio (estábamos en el secundario) nos re- probaban ruidosamente en el recreo, cuando habíamos trata- do de destrozar algunas de las cancioncillas en boga que tanto detestábamos. Con ese bagaje a cuestas, más un paso por Ra- dio Nacional Jujuy, donde fuimos echados por no respetar los guiones que de antemano había que presentar (y respetar con punto y coma), recalamos en la Docta. Corría el año 1989 y aparecía en el desértico éter cor- dobés (solo había tres o cuatro FMs) una radio que hoy es de culto: “FM A Galena”. Allí recalamos un domingo a la noche, con un programa llamado Debajo del Puente, inspira- do en la canción homónima de Ariel Rot. Cuando terminó el programa, nos ofrecieron hacer tres horas diarias y aunque nos parecía una barbaridad, ¡¡aceptamos!!

222 Así nació Al Abordaje, un 1º de mayo del primer año del menemato. Nunca imaginamos que aquellas tardes en la calle Santa Rosa, con solo una bandeja giradiscos y el graba- dor stereo del “gordo Sampik” (que hacía las veces de ope- rador), sin vidrio de por medio, en un localcito que antes había sido la sala de partos de una clínica, sería el comienzo de algo que involucraría a muchísimas personas. Y ahí no- más apareció Fabián Zurlo, atraído por un disco de Rush, y una audiencia que creció de una manera exponencial; y que se mantuvo pese a las mudanzas de radio, con un año en la FM Acuario, la vuelta de la A Galena que después mutó a FM X. Aquella que tenía los estudios en la mítica disco Pla- taforma, donde trasmitíamos en vivo los shows como aquel de David Byrne o el Nuevo Rock ‘94. Hasta que pasamos a la UTN en 1995. Pudimos entrevistar en el estudio a muchísimos músicos, con algunos hitos, como la nota que hicimos con Spinetta cuando vino a presentar Peluson of Milk, o la exclusiva con Pappo antes de presentar Blues Local. Pero también estuvieron los Divididos, Los Guarros, ANIMAL, Todos Tus Muertos, La Memphis, La Mississippi, Almafuerte, Los Piojos, La Ren- ga, Andres Calamaro, Botafogo, Massacre, Los Caballeros de la Quema, Babasonicos, Las Pelotas y un largo ecterera. En estos años, además de ser uno de los programas más escuchados de la radio, editamos una revista, un cassette y un CD con grupos de rock locales. Hicimos un ciclo que lla- mamos “Al Abordaje in Session”, que nació como un espacio pensado en conjunto con la dirección de la radio y la Secreta- ria de Extensión Universitaria de la Universidad Tecnológica Nacional (sede Córdoba). Ese espacio comenzó como una serie de eventos musi- cales que se realizaron en el Aula Magna de la UTN y se tras- mitían simultáneamente por la 94.3. Pasaron por allí bandas

223 locales, como Crosstown Traffic, Los Búfalos Sedientos, La Vagabunda, Roko y el Turco Sairafi, más algunos artistas na- cionales como Ricardo Tapia de La Mississippi, Black Amaya Quinteto y Motorama. Después el ciclo salió a la calle y lle- garon Viticus, Los Natas, Massacre, Pez, Historia del Crimen y un largo etcétera. En el 2008 creamos otro ciclo, “Rock this town”, copro- ducido con el Centro Cultural España Córdoba, por el que pasaron Los Alamos, Tormentos, Tandooris y Motorama. En el año 2010 recalamos en los míticos estudios de la calle Corro, la ex Rocka, que fue mutando de nombres (Mas Rock, Siempre Rock y Mega) pero con el espíritu que siempre tuvo esa emisora. La combinación de nuestra marca con la de la ex Rocka hizo explotar la audiencia y ganamos dos premios ELIC: Premio a la Trayectoria por el programa en el 2011 y Premio a la mejor Programación Rock por la Radio en 2012. La intención del programa fue y seguirá siendo mostrar el rock que nadie pasa, el inmenso abanico de bandas y estilos (como el gothic, el stoner, el garage) que existen en las esce- nas principalmente europeas, de donde proviene lo mejor del rock hoy en día. El lema es “el otro rock”. Además, seguimos dándole mucha preponderancia a los clásicos internacionales, al rock de los ‘60, ‘70 y ‘80, mucho blues, mucha guitarra. A nivel nacional, tratamos de rescatar aquellas bandas que no han sido fagocitadas por el establish- ment rockero criollo más los clásicos inoxidables. A nivel local, si de bandas de Córdoba hablamos, po- dríamos hacer un documental radial con todo el material que ha pasado, sigue y seguirá pasando por nuestro programa en el transcurso de más de 2 décadas de música y vivencias. Actualmente estamos por cumplir 29 años ininterrum- pidos, esta vez en el aire de Radio Rivadavia Cordoba, 99.5 FM y www.rivadaviacordoba.com.ar

224 CLAUDIA SAWKA. VAMOS QUE NO NOS VAMOS. 990 ARTE CLUB

Cuando era una niña, siempre me preguntaba, cómo sería todo con la llegada del año 2000. Pensaba en cuántos años iba a tener y cómo serían las cosas. Con 32 años, ese día, el 31 de diciembre de 1999, recibimos el nuevo milenio con mi socio, Eduardo “Indio” Escudero, en la terraza del 990 Arte Club. Ese mismo día, abríamos al público las puertas por el pasaje Las Heras, y 6 meses después, la entrada por el Boulevard Los Andes. En setiembre del 2017, las redes se llenaron de mensajes de apoyo al 9-90. “Vamos que nos vamos”, fue la frase que hizo alarmar a músicos, gestores culturales y público de la cultura rock. Eran los últimos días de este lugar. Un mensa- je de Hernán Tazzioli (Casa Babylon) publicado en Facebook daba una clara señal de lo que es el público que concurre a estos lugares:

Todos muy preocupados porque cierra 990 y se cansaron de no pagar la entrada y tratar de colar. Todos muy preocupados porque cierra 990 y estaban viendo si les invitaban una birra. Todos muy preocupados porque cierra 990 y ayer te sacaban el cuero. Todos muy preocupados porque cierra 990 y yo diría... ¡cómo mierda aguantaste tantos años!

225 Brindo por 990 que siempre dio amor, aunque le cueste la vida, Gracias por compartir todos estos años.

El sábado 14 de octubre del 2017, en el Cine Club Mu- nicipal Hugo del Carril se estrenaba el documental, 990 Arte Club. La Historia de Silvina “Picchu” Cortés.

226 RICARDO CABRAL. POESÍA ROCK

Esta Vida No Otra es una plataforma de cruce de experiencias creativas y un lugar de comunión entre artistas de diferentes disciplinas. El único principio que rige estas relaciones es el de la empatía emocional, no importa la currícula de las personas, sino su disposición a compartir una obra en un marco de tra- bajo afectivo. Desde noviembre 2010, las acciones se cristali- zan en pósters, libros y celebraciones que reúnen spoken word, canciones o piezas sonoras, intervenciones y proyecciones. Al- gunos de los artistas que dejaron su seña: Cristian Trincado, el poeta Gustavo Álvarez Núñez, las bandas Tomates Asesinos, Los Loopers y un centenar más. “Club Del Logro” fue un ciclo de conciertos breves que realizamos entre 2010 y 2012. En cada velada convocábamos a un tándem de artistas para tocar con formaciones y reper- torio especial durante 30 minutos. Pasaron Fanfarrón (del Brujo Fabio Rey), Sur Oculto, Jerónimo Escajal y bandas vin- culadas a Ringo Discos. El núcleo creativo que inició sendos proyectos estaba in- tegrado por Martín Rigatuso (Claravox), Santi Guerrero (To- mates Asesinos), Martín Figueroa (también compañero en el colectivo Bistró Casares) y yo. También se sumaron al toque Pablo Mariño (Esencia, Los Jóvenes), Sol Mosquera y Daniel Antonio Martínez. Promediando 2011 me mudé a Buenos Aires y seguimos esporádicamente en actividad entre ambas ciudades. Hoy Esta Vida No Otra está un receso pero en cual- quier momento regresamos con todo el vigor.

227 CECILIA CHUX PICCO. DIAGRAMANDO LA CULTURA ROCK

Me entero tarde -y colgada, como siempre- del deadline de esta nota, pero no puedo más que emocionarme por la convo- catoria y decir que sí, aunque por dentro grite y esté aterrada. ¿Cómo lo voy a hacer? Tipear, tipea cualquiera, pero escribir es otra cosa. ¿Cómo hablar de una época (2000), en la que sólo conocía a gente que escribía -y escribe- TAN bien? Siempre admiré la capacidad de los demás de plasmar en palabras aquello que tan nítidamente estaba sintiendo en determinado momento, ya sea a través de relatos nocturnos en un blog, un fanzine, una nota periodística o una canción. ¿Cómo animar- me a escribir después de leerlos? Hasta esta oportunidad, nadie me había vuelto a enfren- tar con la tarea de escribir desde que Mario Rivas me dijo: “Vos tenés que hacer una columna de sexo con el seudónimo de Sexilia ¿Te animás?” Así empezó mi primera reunión edi- torial en La Escondida, donde se gestaba El Ojo con Dientes, una revista independiente que sobrevivió en formato papel hasta el 2001, para un par de años después reinventarse en formato afiche/intervención callejera. De más está decir que nunca me animé a hacer esa columna, pero encantada diseñé cuanto pude. El staff era, como muchos otros que conocí con el tiem- po, un grupo multidisciplinario de gente que no se confor-

228 maba con las clásicas opciones de la Córdoba del momento y creaban alternativas, generaban sus propios espacios -más o menos oficiales-, sin dimensionar cuánto, la enriquecían. Y era emocionante sentirse parte de eso, aportar un grano de arena, un flyer, aunque sea por un rato. Para alguien que hasta hace poco antes no conocía más música que los hits en la FM del pueblo, las noches eran un mundo deslumbrante de variedad. Recién llegada de la pro- vincia, el primer lugar al que fui a bailar fue Hangar 18. Apar- te de la jaula de bailarines, el tobogán a la pista y las pasarelas, lo mejor fue descubrir esta masa entera de gente que, como yo, amaba bailar hasta morir y hacer lip syncs furiosos con cualquier tema de Madonna. No existía el ridículo, la expre- sión artística personal era bienvenida, alentada en la pista y celebrada on stage. Vivir esta nueva posibilidad de transfor- mación y tolerancia era refrescante. Desde entonces y hasta su ocaso, el Ex Abasto se transformó en uno de mis lugares favoritos. Esa zona tenía su propia biósfera, formada por el aire fresco del río, pésima urbanización y una fauna de persona- jes exóticos conviviendo -casi siempre de manera pacífica- en cuestión de cuadras: una mezcla inusual de rockers, indies, ji- pis, electrónicos, punks, metaleros y drag queens. La música dejaba de ser un abstracto para convertirse en presencias cotidianas, ya fueran las que surgían de la Docta misma o llegadas de Capital, bandas o Dj’s. Muchas vinieron de la mano del “Colectivo Bistró Casares”, grupo que aporta- ba a la grilla de eventos culturales un aire de ingenua sofistica- ción. Con un alto valor estético y una selección cuidadísima de gráfica, textos y música, este puñado de personas -del que más tarde pasé a ser parte-, traían lo mejor del indie nacional en producciones austeras y poéticamente bellas. Las postales

229 polaroid con que anunciaban sus ciclos, las entradas, los afi- ches aún resisten y siguen conmigo, mudanza tras mudanza. Estas veladas tenían lugar en diversos centros culturales, aunque las primeras que recuerdo me tuvieron por especta- dora en Ultra Pop Bar. Otras tenían por escenario El Ojo Bizarro, una casona antigua con patio en la calle Libertad. Esas noches tempranas, con velitas en las mesas y una con- vocatoria mínima, lentamente se convirtieron en destino de muchos cuando a la hora de cierre de los boliches, una espontánea procesión cruzaba el Suquía. Ya fuéramos habi- tués de La Belle, Casa Babylon, Club 990 o Coronado, mar- chábamos hacia El Ojo, dando cabida a todos los huérfanos nocturnos. Las lecturas y los shows de drags dieron paso a las bandas de rock, el pop siempre presente en los ciclos de Superclima, y más tarde el patio electrónico se armó como algo permanente. Unas horas después, cuando los pies no daban más y la crueldad el día era innegable, te ibas a casa feliz, un poco borracha, previa choripán-con-todo en los carritos de la cos- tanera y un fanzine Japón en la cartera. Algo de toda esa energía sedimentó y alimentó los últi- mos años que pasé en Córdoba, colaborando con más ciclos musicales, nuevos espacios y proyectos editoriales de toda ín- dole. 31 Grados ofrecía panchos electrónicos para disfrutar en mesas ratonas y puffs. A través del Centro Cultural España Córdoba, Daniel Salzano me dió el voto de confianza para rediseñar Metrópolis, la revista del Cineclub Municipal Hugo del Carril adoptando el formato apaisado, de pantalla de cine. Miguel Peirotti publicó Directos al Infierno, su libro sobre ac- tores malditos, con tapa de Costhanzo. Cuello ilustraba cuen- tos para niños y los 20 años del Teatro La Cochera. Dorian Gray abrió sus puertas, sumando propuestas nuevas para el

230 ambiente gay y la electrónica. Una mini colección de libros/ objeto vió la luz con MaraddonPress, dando notas en diarios, boliches y bares. Ahora, lejos de la ebullición de esos años tengo que ad- mitir: nunca fue por trabajo, todo fue placer.

231 MARTÍN TOLEDO. CONTRADICCIONES EN LA CULTURA ROCK

Antes que nada, conviene dejar establecido que la nostalgia no debe ser un ejercicio permanente y que la memoria realiza su propia selección. Entre otras situaciones que recuerdo, me invade un tema de Talking Heads que se llama The Overload. Como mi in- troducción al mundo de la cultura del rock ocurrió a través de la lectura, la referencia cobra validez en este caso. Los neoyorquinos conocían a Joy Division por las no- tas que leyeron sobre esa banda inglesa. Entonces, sin haber escuchado su música, decidieron componer una canción en base a las críticas periodísticas. Les salió asfixiante y llena de penumbras. Casi que le acertaron. En mi tierna infancia, tenía información sobre grupos históricos y también acerca del punk. Mis experiencias so- noras eran escasas y sólo era un rocker que incorporaba lec- turas sobre el tema, mientras apenas imaginaba como serían las canciones. Mi manera de rebelarme era adoptando, desde la peri- feria mundial y etaria, como propias las tendencias de otras latitudes. Incluso hallaba un goce en mis interpretaciones erróneas y estaba enterado de la situación judicial de Keith Richards por los artículos que publicaba la prensa gráfica local.

232 Cuando accedí a la revista Pelo ya poseía una pequeña colección de cintas (el vinilo me llegó tardíamente en la dé- cada del 90, cuando el compacto empezaba a predominar). Para ofrecer una idea de anacronía con relación a los so- portes físicos, el primer disco contemporáneo que adquirí en mi periplo como oyente fue de Stones Roses, en 1990. Mi aventura se inició en 1982 o 1983. No cuento con precisión en torno a eso. Amé a los Stones cuando vi el clip de “Start Me Up”, presentado en carácter de estreno en Música Total. Para los inicios del actual siglo, cuando ya había aban- donado la idea de estar en bandas (participé de Viejos Putos- 86-87-, Perdedores Hermosos -91-95- y de un proyecto tecno del cual sólo superviven unas malas maquetas) fui parte de un viaje placentero y sin objetivos. Junto a mi hermano Gonzalo, Dirty Ortíz, Carlos Ro- lando, Horacio Bevaqua y varios más, integré varios progra- mas radiales, un fanzine, un colectivo de disc jockeys donde mi pericia técnica arruinaba mis buenas selecciones y hasta organicé fiestas siendo que nunca pude llevar adelante ni un festejo de mi cumpleaños por mi pereza social. En ese contexto, tal vez influido por el ímpetu de Ro- lando y la paciencia de Dirty, fui parte activa de un ciclo de charlas que se ofrecieron bajo la pretenciosa etiqueta de Con- tradicciones en la cultura Rock. No se trató de una aventura normativa ni científica. Y tampoco puedo asegurar que el fin era ser gratificado o interpelado. Me gratificó invitar a amigos y a periodistas locales que tenían al rock como materia prima, lo que permitió conocer- los y hablar con ellos.

233 Logré compartir un espacio con sujetos que admiraba como Germán Arrascaeta, el cual en mi tierna adolescencia me llevó a ver a Spinetta al Pabellón Argentina y me otorgó la dicha de verlo cantar en vivo con El Final de los Árboles, una noche donde verdaderamente tomé contacto con el lado salvaje de la música que amo desde hace más de tres décadas y medias. Me senté en la misma mesa que difusores y activistas de la causa como Martín Brizio, CJ Carballo y Marcelo Gómez, a quien escuchaba debido al impacto que me ocasionó leer su revista Darkness cuando iba al secundario. Honestamente, busqué insertarme en un universo al cual quería pertenecer. Creía que contaba con argumentos para hacerlo. Además, como mi rol más placentero es ser parte del público, junto a mis compañeros de aventuras los obligamos a hablar de lo queríamos escuchar de ellos. Disfruté sus exposiciones y las de otros periodistas que lamento no contar con espacio para mencionar. Varios escribieron para Horrible, un pequeño fanzine que Horacio Bevaqua se empeñó en llevar adelante hasta que publicamos el número 12. Y ahora, que volvimos a constituir un dúo, proyectamos lanzar un sello editorial con novelas breves y ensayos apresu- rados donde el formato será cómodo y con una gran carga estética en sus portadas, contratapas y las demás partes. De aquel periplo que está cumpliendo 15 años o más, sólo queda el recuerdo de su rápida extinción. Retomamos el espíritu y el vértigo, con la idea de autopublicarnos y exhibir a otros que respetamos. Por más punk que haya pretendido ser, ya sea por espíritu o look juvenil, hoy, la canción sigue siendo la misma.

234 Para saber más

Contradicciones tuvo lugar en el Centro Cultural España Córdoba. Las conferencias fueron entre 2003 y 2004. Vértigo se transmitió, entre 2001 y 2003, por FM Cielo. La idea de las charlas nació en las veladas posteriores a ese programa. Éramos tan Punks pasó por Radio Revés (2002) y La Rocka (2003). La música transitó por el proto punk, la new wave, el rock básico, la electrónica menos bailable, el post punk, las bandas locales de ese período y demás. Los bloques estaban a cargo de personajes ficticios que, en muchas ocasio- nes, eran rockers mediterráneos o rosarinos. Aunque daban gracia, el fin no era humorístico. Miguel Peirotti abrió la puerta del Cineclub Hugo del Carril para que la mayoría de los involucrados en esa etapa pre- sentaran películas musicales junto a críticos de Buenos Aires. Para más datos, se puede consultar a quienes asistieron o intervinieron en esas actividades. En Google o en enciclope- dias no hay mucho material para consultar.

235 LUCIANA MORA. LAS NOCHES QUE NOS ROMPIERON EL CORAZÓN EN “EL OJO BIZARRO”

Un lugar en calle Igualdad, la única referencia. Igualdad es una palabra que en esa época no tenía la importancia que hoy tiene. Es el año 2001 y toca una banda. Llegamos y no enten- demos mucho: entrar a lo que va a ser el lugar que nos va a acobijar sin saberlo, sin tener la más mínima intuición de que lo que estamos presenciando es vanguardista para la ciudad y sobre todo para nosotros. Momento 0: entrar por esas puertas altas, un televisor con señal fallida y el logo de MTV sobre la barra en la que hay objetos de toda índole. Está por empezar un show de drag queens, la música es rara y conocida a la vez. Tengo la sensación extraña de que es un mundo más que bizarro, aun- que no tengo mucha idea de lo que es ser bizarro. La atmós- fera atrapa, a decir por la gente que va entrando, y nosotros que nos vamos aggiornando al compás de Blur, Björk, Moby y Beck. ¿Sabrá tu novio que fuimos al Ojo? Más adelante el vendrá también. Empieza a tocar una banda de noise y nos aturde, pero también nos encanta. Hay un pibe que baila, se balancea y vuelca parte de su cerveza. Lxs chicxs visten esas prendas que venden en la Galería San Francisco: ropa usada combinada con pins y remeras estampadas con las caras de los ídolos. Momento 1: volvemos, para asegurarnos que todo va a ser más o menos ecléctico que la vez anterior. No tenemos

236 la certeza de que va a ser algo así como nuestra casa. Es una casa: tiene un pasillo, un saloncito a la izquierda, la barra a la derecha y una galería que desemboca en un pequeño patio. Tomamos vodka, cerveza y fernet, no hay muchas opciones. Los temas ya son clásicos y el DJ apuntala con una artillería que incluye el pop más underground, el rock y sus variables: post/new wave/clash. Electro pop y nuevo rock, sí, aquel que ya venía pisteando desde los 90 y que coqueteaba con el glam de los 80. La Pequeña Pista Pop de la mano de Rodri Ulloa al- bergó los ciclos más prometedores para la escena que surgiría luego. Pero estamos acá, bailando un hit tras otro y sobrelle- vando una crisis social, política y económica sin ser del todo conscientes de la cantidad de malos tragos que nuestro país se va a tomar. Momento 2: ya somos habitués. Las caras se repiten no- che tras noche. La secuencia de baile es imitada por los que llegan. A veces vamos los miércoles, a veces los jueves, pero los viernes y los sábados estamos ahí. En los sillones están los que observan detenidamente esa mansa ola de gente que llega y se transporta con la música, recorriendo desde la pistita hasta el patio, charlando en la galería sobre “el último disco de”, sobre las fechas que se vienen, sobre los sonidos del futuro. Hay sinergia entre distintos grupos. Hay chicos que se besan con chicos, chicas que se besan con chicas, chicos y chicas que después de besarse con chicas y chicos vuelven a sus casas con fuego en el corazón y el cuerpo. Hay chicxs que vuelven con desazón. Corazones rotos, estrechez y egoísmo, canciones que hablan de eso y bailan desatados. Bailamos a Los Prisioneros, sudamerican rockers chilenos que nos cantaban en tono pop canciones sobre amores no correspondidos. Esperamos que el DJ tire un tema de Adicta y así sacar nuestro lipsync más his- triónico a brillar. Vemos a nuestro amor irse por la tangente, mi amiga está llorando y no hace nada.

237 Momento 3: como satélites del Ojo existen primero “Plan B”, con una corta y frenética vida en la avenida princi- pal de Nueva Córdoba parece prometedor, pero no lo es. Ahí me doy con el glitter de unos jóvenes. Miranda que hacen su perfo con tabla de planchar y temas de Pimpinela. También en el piso queda grabado un paso certero, la sensación de la extinción de un romance. El otro satélite es “Dorian Gray”, un espejo en el que nos empezamos a mirar con la esperanza de ser forever youngs. Después vamos a ir al ojo, no dejamos de elegirlo como el lugar donde va a terminar la noche. Me encuentro con un antiguo amor y nos decimos algunas cosas que quedaron guardadas, nos reímos y nos acordamos de un tema que bailamos tiempo atrás. Qué manera de reírnos de los estados, avanzar dos casilleros y encarar. Encarar a esos baños del demonio, acompañar a alguien y quedar mirándote la cara en el espejo, las pupilas danzantes y ese gestito de estar pasándola bien. Suerte o azar, no es lo mismo, el amor va a lle- gar mientras estás buscando otra cosa. Con el paso de los años voy con menos frecuencia, no es lo mismo dicen algunos. Ha perdido brillo, ya no estamos perteneciendo a esta épo- ca, dicen otros. ¿A dónde iremos con el corazón roto? Nunca nos preguntamos qué iba a pasar el día que no esté más. Las clausuras, los cierres inesperados cada vez más frecuentes. La noche nunca muestra toda la verdad, el único placer en mí es mi soledad, aunque quiero ir y llegar a vos, no puedo. Queda- mos en que no íbamos a volver, pensamos que no daba para más. Un día haciendo cola para entrar me arrepentí, tomé el taxi hasta mi casa sin saber que esa iba a ser la última vez que abría. Cuando paso por la puerta (muy rara vez) hologrameo la fachada con gente, gente sin celular, hablando y haciendo tiempo para entrar, anoto mentalmente el celular del cartel que dice “Se Alquila” y me lo olvido apenas cruzo la calle.

238 EPÍLOGO. UNA CERVEZA CON TU DIABLO

Elisa Robledo

¡Necesitamos pensar! Recuperar el pensamiento crítico, que las canciones vengan con cerveza y conversaciones. Extraño un montón encontrarme con algunos seres, con todos sus conflictos y los míos, pero poder reunirnos. Ser humanos. Mirarnos a la cara y contarnos las miserias, las cotidianeida- des para contrarrestar esta vida con tanto filtro de instagram y felicidad publicitada. Necesitamos reconocer nuestros diablos personales e invitarlos a caminar una vuelta a casa después de un recital, para reconciliarnos después con nuestros infiernos personales. Necesitamos no perder el pulso, más allá de lo que hayamos entendido sobre la producción, las fechas, el marke- ting y como llenar la heladera viviendo de esto que somos, o usando los espacios que quedan entre la vida adulta sin que nos contradiga la supervivencia que hemos construido. Seguir jugando, rompiendo los moldes de los pensamientos. ¿Sabes qué? El rock no necesita que lo quieran, lo acep- ten o lo validen. En definitiva, nadie puede hacerlo. Simple- mente está, acontece, más allá de un montón de cosas que forman parte del entramado de una ciudad conservadora. El rock es el refugio cuando todos los demás, te dicen que sos el producto defectuoso en la línea de montaje de seres humanos que nacerán, crecerán, producirán y se morirán. Dame algo con más alma porque entonces no entiendo qué hacemos ca- minando todavía.

239 Traer a este libro algunas experiencias y registrarlas para que sean parte de nuestra historia me puso varias veces en jaque. En primer lugar, tuve que reconocer que había pasado una década entera en el medio de algo. Tomar distancia y mi- rar en perspectiva suele ser una tarea difícil, se mezclan cosas, el tiempo se vuelve confuso y, sobre todo, hay que reconocer que la memoria es editable. Hace falta chequear que pasó y reconstruir hechos. Todo eso es volver a pasar por algo que ya se vivió. Sorprende, incomoda y genera muchas risas, sobre todo. Moví los muebles del living de lugar y usé una pared en- tera para hacer mapas de ideas y de tiempo con flyers, afiches, calcos y otros elementos de soporte físico que tenía desparra- mados por casa y sobrevivieron a las muchas mudanzas. Usé un fibrón azul sobre la pared. El precio de semejante arrebato fue un fin de semana completo dedicado a pintar la pared con un amarillo más fuerte todavía, para tapar las rayas que que- daron de esa expedición consciente al pasado. El primer lla- mado que hice fue a Lucio Scelso, de él tomé prestado dos o tres conceptos. Después acudí a Nicolás Rizzo y Juan Manuel Pairone. De ellos me guardé esta idea: a la profesionalización se llega después de un camino y todo lo que pasa en el medio es totalmente necesario, el desafío es no quedar preso de uno mismo, pero sobre todas las cosas hacer lo que quieras hacer, no lo que hay que hacer. Si esa es tu base y está firme, todo lo demás va a estar bien de cualquier manera. Pasar otra vez por acá fue una experiencia antropo- lógica y psicoanalítica. Todos construimos un ser que nos permite interactuar afuera de nosotros mismos. Contando los personajes que conocí y los diablos que bailan en los camarines interiores, no dudo que tuve mucho más de lo que podría haber pedido alguna vez. A todos nos duele algo. Pero estoy segura de que somos un enorme puñado, los que

240 encontramos en el rock una manera de sobrevivir primero, y vibrar después. En una ciudad cruzada por un río indómito e imprede- cible, a mí me alegra encontrarlos en esta orilla. Y a los que están en el camino, bienvenidos al tren.

241

SOBRE LOS AUTORES

Rodrigo Artal Conductor radial. Su voz se escuchó en las FM Azul, Rock and Pop Córdoba, La Rocka, FM Cielo, Las Rosas, Pobre Johnny, Sucesos y en la actualidad conduce El daño ya está hecho por Vorterix Córdoba. Además, fue director artístico de las FM Dínamo y Glam de la ciudad de Salta. Movilero para el interior de nuestro país del programa Volver Rock y actuó en cortos como así también llevó al teatro a los personajes que hace en la radio. En los primeros meses de 2018 prepara dos obras de teatro para ponerlas en escena.

Martín Brizio Con 30 años de actividad radial ininterrumpida, comenzó su carrera en el año 1988 en la emisora FM Joven 88.5 con el primer programa dedicado al género “metal pesado” en la Ciudad de Córdoba, Encrucijada de Metal. En la actualidad conduce Nadie es Inocente por Vorterix Córdoba y por la mis- ma emisora, pero a nivel nacional e internacional, participa como conductor del Cosquín Rock, desde el 2013 hasta la úl- tima edición 2018; de la ediciones del Monster of Rock 2015 y del Maximus Festival 2016 y 2017. En febrero del año 2017 durante dos semanas en la previa del Cosquín Rock de ese año, condujo el programa de alcance nacional reemplazando a Mario Pergolini.

243 Martín Carrizo Melómano y coleccionista de discos de rock argentino. En 2007, por una búsqueda personal, alumbró un blog (www. rockdecba.blogspot.com y luego www.cordoba.rock.com.ar) que en poco tiempo se volvió material de consulta e informa- ción sobre la historia del rock cordobés. Como realizador audiovisual presentó un especial para Canal 10 sobre un disco emblemático de Fito Paez: “20 años de El Amor después del Amor en Córdoba” (2012) y 3 docu- mentales: Radio Roquen Roll #1 (2014), La Falda, El Festival que hizo historia en la música argentina (2017) y Radio Ro- quen Roll #2 (2017). En la actualidad conduce Somos Potencia por la 94.3 FM UTN Córdoba y trabaja en la realización sobre un do- cumental que refleja la historia del Festival de Tango de La Falda.

Raúl Dirty Ortiz Trabajó en medios gráficos como revistas Hortensia, Satiricón y diarios Córdoba, Página/12 Córdoba, La Voz del Interior y ra- diales de la talla de SRT, LV2, Radio Nacional Córdoba y FM Cielo, televisivos (Canal 10) y digitales (Cadena3.com). Ha publicado los libros Yo también fui un boludo (Diálogo Beat, 2006) y El lado luna de lo oscuro (MaraddónPress, 2008). Ac- tualmente escribe en el diario Alfil y trabaja en la radio Pulxo.

Pablo Ramos Hijo de un militante sindical, pasó los duros años de la dicta- dura recluido junto a su familia en un pueblo de las sierras cor- dobesas. Es docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba. Trabaja en diversas radios y medios gráficos.

244 Elisa Robledo Desde hace una década se dedica a la gestión y comunicación relacionadas con la música, el arte y la cultura. En los medios de comunicación se especializó en marketing de producto y medios digitales. Durante 5 años desarrolló y dirigió el pro- yecto comunicacional de Radio La Crema. En 2015 desarro- lló en simultáneo distintos productos de experimentación ra- diofónica vinculados al mundo editorial con Llanto de mudo y Editorial Nudista. Actualmente, diseña nuevos mensajes y formatos para compartir.

Carlos Rolando Autor de Nosoyrock, el primer libro de digital de Córdoba. Trabajó en las FM 99,7, Open, Vox, La Rocka y Cielo. Es- cribió en diferentes medios gráficos. Autor junto a Martín Toledo del ciclo Contradicciones en la Cultura Rock que se llevó a cabo en el Centro Cultural España Córdoba y en el 2017 fue el coordinador del ciclo 50 años de Rock que orga- nizaron la Editorial de la UNC y la Subsecretaría de Cultura de Extensión Universitaria. En la actualidad forma parte del sitio www.otrasyerbasrock.com y trabaja para poner en la web entrevistas que realizó a bandas como New Order y solistas como Marilyn Manson.

Humberto Sosa En los 80s Fue guitarrista del grupo Washington Canesú y Las Solapas. Dibujó cómics y realizó diseñó gráfico para la escena under de Córdoba. En aquellos años fue parte del Zzzchchrrrmmm, movi- miento de base anarcodadaísta gestado en la Facultad de Ar- quitectura, junto a Mario Bulacio de los Enviados del Señor. En la actualidad cura y escribe sobre arte contemporáneo.

245 Soledad Toledo Editó junto a Julieta Fantini el fanzine Japón (2005-6). El dúo luego siguió con la columna radial “Vos no sos under” en el programa Cualquiera de Carlitos Julio Carballo en La Rocka, Las Rosas y Radio Sucesos. Compilaron las columnas en el libro Pánico! Guía para vivir la vida moderna (2008). Formó junto a Marcos Galliano y Florencia Bernascop la ban- da Pelopincho y la pasaron estupendo. Fue jefa de redacción y miembro del consejo editorial de la revista digital de cultura El Vernáculo. En ese proyecto, co- laboró en la edición, junto a María Antonella Cozzi, del libro NoSoyRock de Carlos Rolando. Participó del libro Esto es una escena (2016), compilado y editado por Juan Manuel Pairone, 19 críticas discográficas que dan cuenta de la ebullición creativa en la movida del rock y el pop de los últimos años, en Córdoba. Actualmente, piensa en la vejez como proceso vital y cola- bora en los contenidos de Porota Vida, proyecto comuni- cacional dirigido por Sol Rodríguez Maiztegui para y sobre adultos mayores.

246 ÍNDICE

Prefacio 7 Introducción 17 Primera parte. Los 60’s – 70’s 21 Los cordobeses de La Cueva, que no es la del Oso 23 “Los Teen Agers” cordobeses y la rebeldía que nos quedaron debiendo 34 Segunda parte. Los Años 80 43 El relator de salto en largo 45 Los otros ochentas. Un post post-punk 62 Terapia 70 Resistir la decadencia 79 Tercera parte. Los 2000 a la actualidad 89 A dos mil 91 Estábamos ahí, solo que no lo sabíamos 101 2009 o el año en el que estallamos 117 Cuarta parte. Entrevistas 133 Tito Acevedo. Me gusta el boliche 135 María Pía Arrigoni. La chica que arma al rock 143 Peperina. Breve historia breve 148 Jaime Servent. This is rock and roll radio 154 Tincho Siboldi. Yo pegué un hit 159 Fernando Caballero. Maestro, quiero tocar. Spinetta Sinfónico 167 Daniel Miraglia. El cuarterock 170 Carlos “La Mona” Jiménez. La cueva de La Mona 173 Un flash. Nicolás Bravo. Fotografía rock 175 Rock y fotografía: esa aproximación resulta normal actualmente 193 Ricardo Sued. El subsuelo de la cañada 195 Héctor “Perro” Emaides. Perro que ladra 197 Pablo Mauricio Yuan. Yo soy, la seguridad. El colorado, socio gerente de Largo-Rojo SRL 206 DJ Volumen. Esteban Tazzioli 210 Pablo Aymal. Che-loco.com, el sitio de las estadísticas 212 Quinta parte. Variaciones 215 Rossana Vanadía : Si no hay galope, se nos para el corazón 217 Aldo “Lagarto” Guizzardi y Alejandro “Toto” Colombo. Vendeme un choripán 220 Marcelo Gómez. Al Abordaje. 29 años pasando rock 222 Claudia Sawka. Vamos que no nos vamos. 990 Arte Club 225 Ricardo Cabral. Poesía rock 227 Cecilia Chux Picco. Diagramando la cultura rock 228 Martín Toledo. Contradicciones en la cultura Rock 232 Luciana Mora. Las noches que nos rompieron el corazón en “El Ojo Bizarro” 236 Epílogo. Una cerveza con tu diablo 239 Sobre los autores 243

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