YO ESTUVE AHÍ… TESTIMONIOS SOBRE EL ROCK EN CÓRDOBA YO ESTUVE AHÍ… Testimonios sobre el rock en Córdoba Carlos Rolando (Compilador) Autoridades UNC Rector Dr. Hugo Oscar Juri Vicerrector Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira Secretario General Ing. Roberto Terzariol Prosecretario General Ing. Agr. Esp. Jorge Dutto Directores de Editorial de la UNC Dr. Marcelo Bernal Mtr. José E. Ortega Rolando, Carlos Yo estuve ahí : testimonios sobre el rock en Córdoba / Carlos Rolando ; prólogo de José Emilio Ortega. - 1a ed . - Córdoba: Editorial de la UNC, 2019. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-707-101-6 1. Música Rock. 2. Rock. 3. Música. I. Ortega, José Emilio, prolog. II. Título. CDD 781.66 Compilación y entrevistas: Carlos Rolando Fotos de tapa e interior: Fernando Boschetti Edición: Soledad Toledo /Juan Manuel Conforte Diagramación: Marco J. Lío Diseño de colección, portada y edición de arte: Lorena Díaz ISBN: 978-987-707-101-6 Impreso en Argentina. Universidad Nacional de Córdoba, 2018 PREFACIO Siendo un acostumbrado y ávido lector de publicaciones re- lacionadas con la cultura rock, me ha costado aceptar que las editoriales del medio cordobés –tercero en importancia de la Argentina-, o aún las de cuerpo nacional, sólo presentaran en los últimos años, ocasionales novedades relacionadas con al- guna de las tantas puntas desde las que el fenómeno rockero, en nuestra mediterránea provincia, puede abordarse. Cuna viva de músicos, periodistas, pensadores, anima- dores, productores o académicos muy vinculados con la es- cena, tanto la ciudad capital como el interior –serrano y de llanura- brindaron marcos excepcionales para tramar sucesos o propiciar la difusión de artistas de los más diversos estilos, se trate de autóctonos o de jurisdicción extraña. El público respaldó a la movida rockera desde los tempranos 60, aún antes de que comenzaran a trascender en nuestras ciudades puerto –Rosario o la Ciudad Autónoma de Buenos Aires- figuras cuyas primeras producciones ofician –convenciones mediante- de hitos fundacionales. En aquella década y la si- guiente, Córdoba siguió acompañando el desarrollo de estas corrientes, entonces catalogadas como “música progresiva”, a la par que se ratificaba como proscenio mayor del folklore nacional e incubaba paralelamente el proto-mainstream de su género más característico: el cuarteto. 7 Cabe preguntarse cómo era esa Córdoba que daba y pe- día oportunidades en la escena cultural popular argentina, que alternaba el tango con el folklore, que traía del campo a la ciudad ritmos de base inmigrante revolucionados y mixtu- rados entre piano, acordeón y percusiones –que la urbe am- plificaba y personalizaba-; y que en tanto se animaba a satu- rar parlantes, distorsionar guitarras –o aflojarlas hasta arribar a estaciones folk-, brindando cobijo modesto pero seguro, a jóvenes artistas que hacían trayectoria y, de paso, se nutrían de algunos pesos para seguir creyendo. Entre los años 1960 y 1970, la ciudad capital pasó de contar con 509.163 habitantes a sumar 798.663 vecinos: una variación intercensal del 30,7%, cifra descomunal que ya no se repetiría. Polos firmes atraerían semejante crecimiento demográfico: amplia diversidad en fuentes de trabajo, don- de sobresalían las industrias automotriz –que alguna vez, el mismísimo Lula da Silva confesó haber mirado con interés para pulirse como tornero- y metalmecánica, pero en la que se destacaban con nitidez otros dinámicos sectores –desde el alimentario hasta las cementeras-; más la tradicional y presti- giosa oferta educativa –sumándose a la antigua Universidad Nacional, el aporte de la Universidad Católica- y un conse- cuente sector de servicios nutrido, en el que los graduados de aquellas Casas de Estudio, cordobeses o no, encontraban rápidamente clientela y la necesaria cercanía con la informa- ción de vanguardia para mantenerse actualizados. Una clase media ancha daba impulso a la sociedad local, que a pesar de la dinámica moderna no resignaba tradiciones atávicas, tan desconfiada como propensa a rivalizar con el Litoral y la gran cabecera rioplatense, orgullosa de su ligazón genética a las más antiguas incursiones hispánicas comandadas desde el Alto Perú, como las que fundaron Salta, Catamarca, La Rioja 8 o Santiago del Estero, hacia las que prefería mirar sosteniendo su predominio. Pero aquella enorme potencia cualitativa que daba a Cór- doba su vertiginoso crecimiento cuantitativo, se proyectaba de mil maneras en las cuestiones más diversas: así el progre- sismo que hervía en talleres, fábricas, asociaciones gremiales, universidades, círculos intelectuales, asociaciones profesiona- les, medios de prensa orales escritos –incluso televisivos-, aún con el contrapeso que ejercía esa tradición más conservadora, emergió y pulseó con ésta: el desenlace de aquella contienda, generó finalmente una onda expansiva que irradió bastante más allá del perímetro de la ciudad, y aún de la provincia. La pujante urbe de 1970, que fabricaba desde aparejos agroindustriales hasta aviones, que formaba a los profesiona- les del centro y norte del país –a medio siglo de haber revolu- cionado el sentido y misión de la educación superior de buena parte de América-, se había cargado un gobierno nacional, el de Onganía; y segura de sí misma, se continuaba alimentando de hombres y mujeres jóvenes, que apostaban por radicarse en sus barriadas más vitales: se poblaban los suburbios, cerca de las zonas fabriles. Revolucionaba el humor nacional con una revista como Hortensia, en la que entre muchas cordobeses di- rigidos por su mentor Alberto Cognini –Crist, Peiró, Ortiz-, hacía sus primeras armas el rosarino Roberto Fontanarrosa o se templaban figuras como Caloi y Hermenegildo Sábat. En lo que nos interesa, el rock continúa su camino de autonomía. Aún marginal, es demandado al punto de que las radios cordobesas acusan recibo, y diseñan una oferta en AM para un público que seguía creciendo –que se multiplicará posteriormente en FM- y demandaba, en paralelo, espectá- culos y discos. Pero sabemos que la década muestra claroscu- ros dramáticos. El desastre socioeconómico y político de la segunda mitad, influirá de modo significativo en el decenio 9 siguiente. Pero los renovados trazos culturales pugnarán por pervivir y entre los fenómenos aparecidos en la década an- terior que se consolidan, está la diversificación de la cultura rock. Y así, un salteño que se radicó en la Docta con la inten- ción de recibirse de ingeniero, para –como tantos- nunca vol- ver a su ciudad natal, llegará a la radio universitaria y animará –canalizando su vocación profunda- el que quizá fue el mejor varieté rockero de su tiempo. Y tras buenas experiencias como productor de espectáculos, y un primer festival en la coscoína plaza Próspero Molina (en febrero de 1976), se decidirá final- mente, por la siguiente parada de la Ruta Nacional 38: La Fal- da. Mario Luna, su troupe de colaboradores, y tantos artistas consagrados o por consagrarse en aquel escenario difícil –lo cuentan autores de este libro- habrá sellado entonces a fuego, la identidad rockera que jamás abandonaría a la mediterránea provincia argentina. Habrá otros que seguirán su ejemplo, consolidando la Córdoba recepticia1: varios de ellos escriben o son entrevistados en este libro. La ciudad alcanzará 993.055 habitantes en 1980. La va- riación entre registros sigue siendo importante, pero merma: 21,6%. Los suburbios empiezan a transformarse en márgenes. Muchos dejan de trabajar, algunos comienzan a abandonar –también- los estudios. Las oportunidades para la gran in- dustria y para los sectores fabriles pequeños o medianos, se retraen. Hay un primer vuelco de desempleados hacia ciertos sectores de los servicios, que también se saturarán. La pers- 1 Otro ejemplo ilustra la influencia universitaria en ese carácter: la UNC gra- duó a todos los intendentes que gobernaron Córdoba desde 1983. Tres de ellos -la mitad- llegaron desde otras jurisdicciones para cursar estudios y se queda- ron: Ramón Mestre (odontólogo, oriundo de San Juan), Germán Kammerath (abogado, proveniente en La Rioja) y Daniel Giacomino (farmacéutico, nacido en San Francisco). Los tres restantes, Rubén Américo Martí, Luis Juez y Ra- món Bautista Mestre -hijo del antes mencionado-, son cordobeses capitalinos. 10 pectiva de pleno empleo, el horizonte estable –trabajadores permaneciendo por décadas en sus puestos o haciendo carre- ra en el mismo establecimiento-, ya no es moneda corriente. Pero todavía las zonas residenciales y la periferia encuentran puntos de contacto: si bien las elites nunca dejaron de con- formar círculos pequeños y relativamente estancos, que los años de Proceso contribuyeron en concentrar; sobreviven puentes entre amplios sectores de la clase media o media-alta y los más populares. Preferentemente, por la contribución del sistema público educativo. Me tocó ser adolescente en ese período. Aunque el dra- ma de crecer con Videla, como cantaba Charly en 1984, no me había impedido empaparme de rock. Con once o doce años, poseía una interesante colección de discos y revistas, y me co- laba en excursiones de mayores por la Asociación Deportiva Atenas, posiblemente el Obras cordobés –también por lo que pasó a ser la divisa griega en el básquet nacional-, visitado en ese lustro por consagrados como Serú…, García solista o Los Jaivas hasta G.I.T o Miguel Mateos. O el Estadio del Centro –estuve en su inauguración, en el concierto donde León Gie- co presentaba Pensar en Nada (1981)-. Poco tiempo después, fue el turno de Pedro y Pablo, Piero, Porchetto, en
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