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Los mil y un caribe… 16 textos para su (des) entendimiento

Los mil y un caribe… 16 textos para su (des) entendimiento

Editores Jorge Enrique Elías Caro Historia Empresarial y Desarrollo Regional

Fabio Silva Vallejo Oraloteca del Caribe

Universidad del Magdalena 2009

Índice

Presentacion del libro ...... ?

A manera de introduccion: antillanidad, caribeñidad, costeñidad: tres categorias diferentes una realidad absoluta...... ? Jorge Enrique Elías Caro y Fabio Silva Vallejo

El caribe: bases para una geohistoria...... 7 Francisco Avella

El caribe y su pasado ...... 33 Roberto González Arana y Antonino Vidal

Identidad y diversidad lingüística en el caribe ...... 43 Omar González Ñáñez

Integración y fronteras en el caribe. Nuevas visiones...... 63 Jorge Enrique Elías Caro

La libertad en el Caribe: entre ideas y realidades ...... 105 Fabio Silva Vallejo

Tres momentos en la vida política de las etnias del caribe colombiano ...... 123 Alexis Carabalí Angola. Antropólogo

Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida...... 139 Francisca López Civeira

“Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX” ...... 169 Alberto José Gullón Abao

Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamérica...... 187 Adalberto Santana

Miradas históricas sobre la reconfiguración geomarítima del golfo mexicano en el contexto de la ruta trasatlantica, 1750-1850 ...... 201 Abel Juárez Martínez Los mil y un caribe… 16 textos para su (des) entendimiento

Cimarrones en la “frontera” de Guayana. ¿Cómo los españoles aprovecharon este fenómeno para la gestión territorial?...... 217 Christian Cwik

Notas para estudiar los límites entre México y Belice ...... 237 Manuel Uc Sánchez

Tres siglos de relaciones intercaribes. Santiago de Cuba y tierra firme (1494-1823)...... 249 Olga Portuondo Zúñiga

Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas (1850- 1900) ...... 273 Oscar Zanetti Lecuona

La Habana y la nueva España, el mediterráneo americano y la administración española en el siglo XVIII ...... 309 Arturo Sorhegui D´Mares

Fiestas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX ...... 331 Genny Negroe Sierra

6 El Caribe: bases para una geohistoria

Francisco Avella1

Introducción

Hacer “una” Geohistoria del Caribe es un proyecto ambicioso, pero nece- sario en las actuales circunstancias de la región. El descubrimiento del Caribe con el cual se inicia la “modernidad” en el siglo XVI, no solo es un momento fundamental en la configuración de la economía – mundo actual, sino que también es el descubrimiento del “otro”, del distinto, del que no es igual y por lo tanto se pudo sojuzgar y reducir a la esclavitud. Hoy el Caribe después de haber sido durante 5 siglos el campo de batalla en el que se jugaron su suerte los viejos imperios, entra en un proceso de marginación en pleno período de globalización mundial, en el que la industria del azúcar, el tabaco y las espe- cies se cambia por el turismo, la maquila y el lavado de dólares en los paraísos fiscales.

Para adelantar este Proyecto se propone tomar la metodología de Levy (1997) en su libro “Europa. Una Geografía”, y aplicarla tal como el mismo lo plantea, a un objeto concreto, en este caso el Caribe. Sin embargo será ne- cesario tener en cuenta que una metodología es válida en la medida en que se adecue al objeto investigado, que como se verá, no solo se adecua sino que permitiría la descripción y posiblemente la explicación de los procesos geohis- tóricos que han estructurado el Caribe.

1 Instituto de Estudios Caribeños. Universidad Nacional de Colombia, Sede de San Andrés

7 El caribe: base para una geohistoria

1.- Problemática

Para hacer al menos identificable el Caribe en su aspecto espacial, es ne- cesario abordarlo como problema o sea como objeto geográfico. La geografía tradicional se limitó a describir una serie de situaciones sin interpretarlas o explicarlas. En este sentido ha descrito el espacio en el que se desarrollan una serie de procesos importantes desde el punto de vista histórico. Es decir descri- bía para ordenar hechos que no se discutían, y que metía como en una especie de cajas cuyos nombres eran los tradicionales puntos del estudio geográfico: geología, geomorfología, suelos, vegetación etc.

La geografía hoy día es una ciencia del movimiento, que explica los cam- bios. Para ello debe poder explicar las lógicas espaciales que los rigen, y que hacen que un objeto geográfico sea comparable con los demás. Por eso requie- re poner en el centro de su atención los aspectos singulares es decir los que permiten su comparación, así sean distintos y estudiar como casos aparte los unívocos, o sea lo que solo son iguales a sí mismos.

La geohistoria permite explicar esas singularidades (en el sentido en que pueden ser comparables a otras y no en el de únicas), que se dan en un área tan amplia como la de un sub-continente. Así lo demostró Braudel (1982) para el Mediterráneo y hoy lo hace Levy, (1997) para Europa. Esta visión puede ser aplicada...“Al estudio geográfico sistemático de escalas superiores a las del Estado, que es una preocupación muy reciente”(p. 265).

Y desde el punto de vista metodológico, también al Caribe, con las salve- dades que se analizan en la conclusión.

1.1.- ¿Qué geohistoria para el caribe?

Todo proyecto científico tiene por fin producir un objeto nuevo (Levy, 1997), cuyo costo debe ser inferior al del conocimiento adquirido. Sin embargo esta economía del trabajo investigativo parece ser más bien la excepción que la regla en el caso del estudio del Caribe: muchos estudios, pero aún es difícil saber qué es el Caribe, no solo como objeto geográfico, sino también como objeto histórico (Lara, 1998). Por eso construir un “sujeto” geohistórico nuevo sobre el Caribe, resulta un proyecto oportuno.

8 Francisco Avella

Pero para adelantar este proyecto, hay que analizar con un ojo crítico lo que ha sido la manera tradicional de hacer geografía en el Caribe y ofrecer una alternativa que permita llevarlo a cabo.

1.1.1.- La visión tradicional

El caso del Caribe es un buen ejemplo. Cualquiera que haya trajinado las bibliografías, o simplemente los textos universitarios y de secundaria de geo- grafía y de historia de los países del Caribe hasta un período reciente, tiene la sensación de repasar una lista de lugares fija en el tiempo, sobre los cuales los hombres realizan una serie de actividades que les permite vivir.

El método geográfico tradicional consistente en establecer de ante mano un marco territorial y político estable, para un país, una región, un conjunto de regiones o de países, ofrecía un cuadro cómodo, pero estático. Pero en el Caribe los cambios son rápidos. Territorios, con un nombre y una historia de- rivados del fin de los procesos coloniales del pasado, han pasado a ser, a pesar de su pequeño tamaño, países insulares a partir de los azares de las nuevas independencias, después del proceso de descolonización de la Segunda Guerra Mundial. Estos países, junto con los ya existentes de Centroamérica y Sura- mérica con límites en el Caribe, conforman hoy un bloque de 36, mientras que Norteamérica tiene 3 y Suramérica 7 (Sandner, 2000).

Estos cambios generan procesos dinámicos en la conformación política de la región, con consecuencias sobre la estructuración regional, hasta el punto en que la representación del Caribe en las organizaciones internacionales (OEA, Naciones Unidas, OMS, OIT, etc.), podría tener un peso muy importante en las decisiones si actuara como un bloque con intereses generales. Pero la reali- dad es que al nivel internacional, el Caribe más parece una colcha de retazos, que una región políticamente integrada. En cierta manera la fragmentación geográfica, expresa también una fragmentación política que los mecanismos de integración no han podido superar a partir de las diferentes organizaciones internacionales con objetivos e intereses divergentes (CARICOM, AEC, Gru- po de Contadora, Grupo de los Tres, etc.)

Pero independientemente de este marco jurídico político internacional, de su importancia geopolítica y de su dinámica también está el marco territo- rial sobre el cual se construye la geografía de un país, Esta, tiene como prerre- quisitos la descripción de una serie de lugares y de sus subdivisiones, que por

9 El caribe: base para una geohistoria lo general correspondían a los sitios en donde han ocurrido acontecimientos históricos que han contribuido a la fundación de la nación y que es importante recordar.

Desde este punto de vista la geografía tradicionalmente es solo un apén- dice de la historia que describe el espacio que contienen una serie de aconteci- mientos importantes dentro de los límites de un territorio, sin preocuparse por explicar qué sentido tienen.

Esta descripción cuya base es fundamentalmente histórica, se acompaña además de una larga lista de características físicas (geología, geomorfología, climatología, hidrología, vegetación, ecosistemas, etc.), económicas (distribu- ción espacial de la producción, ubicación del comercio, principales áreas de consumo, mercados, etc.) y humanas (repartición de la población, densidad, centros, periferias, distribución por edad, sexo, etc.).

En el mejor de los casos se acompaña de una descripción del funciona- miento administrativo, de sus recursos a explotar, y de sus limitaciones para el manejo territorial. A veces también incluye las recomendaciones para movili- zar sus potencialidades propias, en base a las capacidades culturales de cada lugar históricamente seleccionado.

La consecuencia, por lo regular inesperada de estas descripciones, es que frecuentemente los sitios que no tienen importancia histórica no tienen tampo- co geografía. Los mapas resultantes muestran grandes vacíos en los lugares co- munes y corrientes, es decir en la mayoría del territorio de las nuevas naciones.

A este cuadro se agrega la imposibilidad de situar los flujos, o de ubicar las redes de intercambio y en general de conocer los procesos dinámicos, fre- cuentemente descritos como estáticos, que en últimas son los que permiten de- finir los cambios en el manejo del territorio y el aprovechamiento del espacio. Es decir, de definir las estructuras espaciales, cuya relación con otros espacios más amplios, como el del área de influencia, el subcontinental, el continental, o el mundial, permiten dar sentido a una determinada posición geográfica. O sea, saber para que sirve el territorio y aprovechar las ventajas comparativas derivadas de su posición.

Así, la geografía tradicional viene condenando al aislamiento gran parte de los espacios “corrientes” sin demasiado protagonismo histórico en las dé- cadas recientes, precisamente cuando el mundo entra en una nueva etapa de

10 Francisco Avella globalización. Lo paradójico es que en este contexto cada punto del mapa se vuelve clave para el mercado. El resultado de esta “catástrofe” (Thom, 1983) o “bifurcación” geográfica, es la aparente imposibilidad de encontrarle sentido, al menos desde el punto de vista espacial, al Caribe, que fue uno de esos sitios del mundo en donde la historia no fue tan importante como para justificar la geografía, a pesar de su evidente interés estratégico.

Esta podría ser la razón, a título de hipótesis, por la cual hay muchos estudios, pero que no permiten saber qué es el Caribe, por lo que es “inaborda- ble”, en el sentido de Lara (1998) precisamente por que lo vemos solo a través de “nuestras normas habituales”, a través de una geografía y de una historia tradicionales.

Esta visión tradicional ha dificultado producir los problemas, que plantea el Caribe actualmente, por falta de un método adecuado para responder al interrogante ¿qué es el Caribe? Pero tal vez el método más adecuado sea el heurístico, construyendo preguntas que al ser respondidas nos permitan tener un hilo conductor que generando respuesta tras respuesta al final nos permita tener una respuesta con mayor sentido que las actuales.

1.1.2.- La visión Contemporánea

El estudio de las realidades espaciales, como un componente activo de la dinámica de las sociedades necesita una perspectiva histórica un tanto diferente. La geografía de hoy es una ciencia del movimiento y no de lo per- manente. Recurre a métodos aportados por la teoría de la complejidad, como el análisis de las causalidades no lineares, y la teoría de sistemas. También integra conceptos claves de las ciencias sociales como los análisis sobre la conciencia y la intencionalidad de los actores para cambiar el curso de cier- tos procesos, “...lo que constituye una ayuda desde el punto de vista de la predicción que envidiarían los meteorólogos o los sismólogos” (Levy, 1997, p.262).

También existe hoy día conciencia de que las representaciones, funda- mentales en geografía, son también actos, y las acciones discursos, lo que obliga a aceptar la sociedad como un hecho histórico. Esto significa, desde el punto de vista metodológico, una ruptura con el paradigma tradicional que permite hoy ver como la historia cambia también a partir de una nueva orga- nización espacial de la sociedad.

11 El caribe: base para una geohistoria

Estos cambios ocurridos a través de procesos históricos relativamente lar- gos, permiten ver como la geografía no es una ciencia estática, fija, que sirve más bien como escenario a la historia, sino que es protagonista de buena parte de esos procesos. Que es a través del análisis de sus flujos dinámicos, de la implantación de nuevas actividades, de la fundación de nuevos asentamientos, del traslado de viejas poblaciones, de la construcción de redes de infraestructu- ras, de la organización de nuevas formas de comunicación, del crecimiento de nuevas ciudades, de la dotación de centros primarios y rurales, que una nueva organización del espacio permite la integración de países y de regiones a los mercados locales, regionales y nacionales en cualquier parte del mundo, para bien o para mal.

Es por esto que las diferencias tradicionales entre historia y geografía son mucho menores actualmente, ya que ninguna de las dos ciencias pretende el monopolio ni del tiempo ni del espacio. Son conscientes que los dos procesos no pueden existir independientemente uno del otro y que ambos hacen parte de los procesos de estructuración de las sociedades modernas (Giddens, 1992). Es por esta razón que hoy día resulta más adecuado hablar de geohistoria, cuando se refiere a la caracterización de espacios geográficos en largos perio- dos de tiempo y extensos en su territorio, como en el caso del Caribe.

1.1.3.- La geohistoria

Para Braudel (1982), construir una geohistoria significaba “Ubicar los problemas humanos tales que sean colocados en el espacio, en lo posible car- tografiados, una geografía humana inteligente...que los ubique en el espacio teniendo en cuenta el tiempo: desatar la geografía de esta búsqueda de reali- dades actuales a las que ella se aplica exclusivamente, para repensar, con sus métodos, las realidades pasadas”.

Para Levy (1997), “...consiste en asegurar, interrogando el agenciamiento temporal de las sociedades, que han ocurrido en esa región (provisionalmente definida por la definición convencional), un cierto número de “bifurcaciones” mayores que han conducido a una diferenciación y a una especificidad signi- ficativa con relación a otras regiones del mundo”(p.27), refiriéndose específi- camente a Europa.

Pero por qué la geohistoria, y no la historia simplemente? Por que si lo que se quiere es tener una idea de la forma como se articula el objeto geográ-

12 Francisco Avella fico a la sociedad en el presente o visión sincrónica, ésta no puede hacerse eludiendo los problemas del pasado y de la diacronía. “Buscar definir Europa por su historia? No exactamente: más bien buscar a hacer “partir” Europa de su historia...” (Ibid.). Y por que de todos modos siendo la materia prima la misma historia, esta es “...vista con los ojos de la geografía, es decir privile- giando la lectura de la dimensión espacial para explicar las causas y los efectos de esos cambios” (p. 27).

Aquí no se trata de “geografía histórica”, es decir de un análisis sincró- nico para situarse en el pasado. De lo que se trata es de responder por qué tal transformación ocurre aquí y no allá. Para esto se requiere evitar seguir por el camino de las historias ya hechas : “Darle al acontecimiento una verdadera historicidad implica desmarcarse de toda predestinación. Lo que llegó a ser Europa puede ayudarnos a comprender “como” es que llegó a serlo, pero no nos dice de antemano en qué tipo de causalidades hay que adentrarse para darse cuenta de esa dinámica” (Ibid).

La geohistoria ofrece, en el caso de Europa, que Levy estudia, “puertas relativamente simples a abrir para precisar las especificidades europeas” (p. 27). Propone que la identificación de estas se haga “diacrónicamente, pero pri- vilegiando la dimensión geográfica”, para pasar a preguntarse en “qué medida el espacio permite tomar de mejor manera tanto en los orígenes como en sus consecuencias, las inflexiones fundamentales que permiten hacer surgir Euro- pa como un objeto original ?” La respuesta resulta ser la metodología propues- ta por Levy en el Anexo de su libro para aproximarse a la dimensión espacial de las sociedades a fin de construir un razonamiento geográfico a partir del cual estudiar y explicar el objeto Europa, (p. 261).

2.- Metodología

Es válido tomar un método desarrollado para responder la pregun- ta ¿Como sabemos que estamos en Europa?, (esto simplificando en extremo el propósito del autor), y aplicarlo al Caribe? Hay dos niveles de respuesta en la misma pregunta. En primer lugar el hecho de que Levy, (1997), hubiera señalado explícitamente su método en un apéndice con el propósito de ofrecer una obra “didáctica” a los estudiantes de los dos primeros ciclos universitarios (licencia y maestría), hace pensar por su carácter teórico, que podría aplicarse como una metodología (teoría del método) apropiada a otros “...estudios geo-

13 El caribe: base para una geohistoria gráficos sistemáticos de escalas superiores a las del Estado...” aunque el autor no lo dice precisamente.

En segundo lugar, lo que Levy desarrolla como “démarche” es una espe- cie de carta de navegación con una serie de puntos de referencia que permiten saber a donde dirigir el proyecto científico para construir el objeto geográfico Europa. Metodológicamente tan válido para un continente como para cual- quier otro, a condición de definir para cada uno de esas grandes unidades espaciales los puntos de referencia adecuados.

Este aspecto es lo que constituye el problema de método a plantear aquí. Tal vez por esa razón Levy no precisó el alcance de su “démarche” teórica para otros espacios, pero se entiende que precisamente la teoría busca servir de marco general al desarrollo de los aspectos generales y en cierto modo de los particulares de la investigación, y en este sentido es válido aplicarla al estudio del Caribe, por ejemplo. Queda el trabajo de definir estos puntos de referencia para el Caribe y aquí si empieza el trabajo propio de este estudio.

2.1.- ¿Con qué carta navegamos?

Es difícil llegar a un destino cuando se utiliza una carta de navegación correspondiente a otro espacio. No son los mismos puntos de referencia no corresponde a las mismas constelaciones y si el viajero no llega a su destino, no es culpa de la carta. El sentido dado al método de Levy es el de aprender a construir cartas. Para hacer la del Caribe de acuerdo a Levy inicialmente hay que responder la pregunta ¿Por qué sabemos que estamos en el Caribe?

Cualquiera dirá, aprender a hacer cartas no es tan complicado, pero ha- cerlas para navegar en extensos espacios conceptuales como los de un con- tinente o un sub-continente, aún en la época en que los satélites miran cada decímetro cuadrado de la tierra, es un proyecto teórico mayor. Y aquí reside la importancia del trabajo de Levy, no solo desde el punto de vista didáctico sino más que todo, metodológico: en aportar la teoría para construir de una manera explícita la carta de navegación para los espacios supranacionales, que en un mundo en plena globalización se requiere urgentemente. Y más que todo para que los investigadores no se pierdan como el viajero que toma la carta equivocada.

La construcción de esta carta, se vuelve paradójica en el caso del Caribe. Europa, pasa de ser, según Levy (1997): “... un abrigo favorable al desarrollo

14 Francisco Avella de comunidades agrícolas autónomas”(p.31), que a su vez permitieron, “...la construcción de una nueva relación con el mundo”, (la modernidad, p.26) que hizo posible la “universalización”, que permitió irrigar el pensamiento filosófi- co de las Luces (p.31), a ser hoy un espacio abierto (p. 49) para una “sociedad -Europa” (p.257), que define la “centralidad de una civilización en la génesis del mundo contemporáneo” “sociedad-mundo” (p.253).

Por el contrario el Caribe fue: una tierra abierta a la colonización y a las invasiones, con la consecuente destrucción de la población autóctona, un lu- gar de esclavitud para implantar por la fuerza, personas (ni siquiera, familias, poblados ni tribus como en la colonización europea), que venían del África, un escenario de las guerras entre las potencias imperiales por su dominio. Hoy con el fin de la guerra fría y el triunfo económico del área del Pacífico, es un área más en proceso de marginalización, que de apertura al mundo en pleno período de globalización.

El Caribe solo es conocido por irrigar música, el son, el mambo, el calypso, el soul, la socca, el reggae y la salsa. También por algunos textos filosóficos me- nores escritos en forma de poesía (Walcott, de Trinidad), o de novela (García Márquez, Carpentier,) o simplemente de canciones (“El negrito del Batey”, “Pedro Navajas”). Como lo muestra Hurbon, (1988) para el caso de Haití, el Caribe es visto como el reino de la barbarie, la brujería, los “zombis”, los caní- bales, los dictadores y las “banana republics”. Así ha pasado a los anales de la historia (Pean, 1977) y a las pantallas de la televisión cotidiana. Y si no fuera por las publicidades, las películas “soft” y los catálogos de promoción turística que hoy muestran el Caribe de la carta postal, el mar, la playa y el cocotero, cuando no el de las tres Ss “Sea, Sand and Sun” (Dollfus, 1997), o como ac- tualmente el de las cuatro S´s (and Sex), este “paraíso en la tierra”, sería aún el reino del “mal salvaje” descrito por De Paw en el siglo XVIII (Duchet, 1982).

Tampoco ha calado el individuo, como portador de esta modernidad, co- rolario de la civilidad, y del ordenamiento de la “polis” (Habermas, 1988). Al contrario, “...Estados prevaricadores, que sostienen las mafias, como en otros tiempos el Panamá de Noriega”, (Dollfus, 1997, p.95), o “...paraísos fiscales, lugares en donde las transacciones sobre todo financieras pueden efectuarse en la más grande discreción y sin imposición fiscal elevada, que no se distribuyen al azar”. Entre ellos están “...las islas Caribes, micro estados recientes sin gran- des recursos que valoricen una posición geográfica...”, como lo señala Dollfus, 1997 (p. 107) en su libro sobre la “Mundialización”.

15 El caribe: base para una geohistoria

Solo existe la persona (“el que porta la careta”, Da Matta, 1986) como herencia africana que se expresa mejor en el Carnaval de cada año, que en el cumplimiento de sus obligaciones ciudadanas, de la ley, del pago de impues- tos, etc.

Pero como dice Levy (1997) “...ninguna alternativa a un universalismo aceptable de origen no europeo, ha existido... Las contribuciones no europeas se insertan más bien en los intersticios, constituyen apenas apéndices o pro- vocan suaves inflexiones del modelo dominante...El confucionismo posee un cierto número de ventajas originales que no solo permiten a las regiones donde existe de alcanzar al occidente y aún de ir más lejos en la visión poscapitalista del desarrollo. Quien quiera juzgar el aporte del África a la civilización uni- versal deberá disponer de una distancia suficiente para evaluar como lo que a podido o puede ser todavía obstáculo a la lógica de la dominación económica, pueda, o detenerlo, o volverlo una ventaja dentro de una dinámica que relati- vizaría la acumulación monetaria como criterio de éxito y como recurso del desarrollo.” (p. 253).

Estos puntos se citan para mostrar como puede ser de diferente la elabo- ración de una carta de navegación geohistórica para el Caribe. Los universales que son los puntos de referencia de la carta de Europa y lo que la hace singular en el mundo, luego comparable, evidentemente, no son los mismos para el Ca- ribe, como se deduce del discurso de Levy. Ello por que como afirma el mismo autor, el aporte de África aún está por ver, y el de América con la temprana extinción de sus poblaciones autóctonas no fue asimilado. Así solo quedaría, por residuo, la herencia de las “Luces” europeas, pues no hay que olvidar que América y el Caribe fueron centro de un gran debate filosófico de los siglos XVI (sobre “el buen salvaje) hasta finales del XVIII (“el caníbal”), con el fin de justificar el esclavismo de acuerdo a la luz de los preceptos cristianos(Duchet, 1982). Pero como se ha visto, a pesar de que esta herencia europea fue marca- da con hierros en la memoria de los pueblos no produjo ni la modernidad ni el individuo, y mucho menos el tipo de ciudadano “policisado” . Ed por esta razón que Rouquié (1987) llama esta parte del Caribe y en general la América Latina el “extremo occidente inacabado”.

Por eso, aunque se utilice el mismo método de Levy para su construcción, este texto busca: criticar o “deconstruir” la “geografía tradicional”, proponer de una geohistoria contemporánea que se ocupe de explicar las singularidades espaciales, re contextualizar la historicidad de los espacios por la geohistoria.

16 Francisco Avella

Así, los puntos de referencia de esta carta para el Caribe, son totalmente di- ferentes de los de Europa, pero elaborados con la misma metodología, lo que puede permitir la comparación como elementos singulares (luego compara- bles) que son.

Sobre un plano más concreto la construcción del problema geohistórico del Caribe, empieza por definir su singularidad, o la posibilidad de comparar- los para construir un “sujeto” universal, es decir reconocible por comparación con los demás regiones del globo susceptible de establecer una teoría científica que permita explicar su constitución como espacio histórico, y además que permita responder a la pregunta inicial “ ¿Por que sabemos que estamos en el Caribe?

Pero como hemos visto hay varias posibilidades. O el Caribe se inscribe dentro de esta herencia, que produce un resultado diferente al de Europa, o se busca otra manera de definir su singularidad como problema geohistórico, pues no se puede hacer aquí lo mismo que se le ha criticado a Levy: definirlo por su particularidad para volverlo un objeto único que no se pueda compa- rar. Tampoco se puede correr el riesgo de definirlo tautológicamente o sea simplemente por sus coordenadas geográficas, construyendo tipologías. O sea, superponiendo en un mapa a escala conveniente una serie de indicadores inde- pendientes y universales, hasta obtener un recubrimiento de las áreas en donde predomina una u otra característica espacio temporal.

Una tipología así definida, crea un tipo de problemática que depende de la información de las variables escogidas y de la capacidad de correlacionarlas por parte del investigador, pero de ningún modo podrá explicarlas. Ese tam- bién es el sistema de meter la información dentro de una serie de cajas adecua- das a sus características sin tener que pensar cual es la forma del armario que las contiene. O sea simplemente describir para pensar, no pensar para describir.

2.2.- Una carta de navegación provisional

Para contestar la pregunta, Por qué sabemos que estamos en el Caribe? y frente a la imposibilidad de recurrir a la carta utilizada para Europa, pues sus singularidades como se ha visto en términos generales son prácticamen- te lo contrario de las del Caribe, se requiere examinar desprevenidamente la propuesta inicial de Levy y después analizarla desde la visión que se ha asu- mido desde el Caribe. En este sentido estas visiones se entrecruzarían como

17 El caribe: base para una geohistoria imágenes especulares, pues el que observa el Caribe desde la Europa de Levy (o sea la visión eurocéntrica del mundo colonial) y el que observa la Europa de Levy desde el Caribe, (o sea la visión etnocéntrica del mundo colonizado), son opuestas a pesar de que se reflejen la una en la otra como en dos espejos que se miran.

Levy parte de una aproximación que recomienda utilizarla para espacios de nivel supranacional en su “Aproche” o aproximación que presenta en el anexo de su libro (p. 261-268) Esta aproximación está basada en el análisis de 4 modelos explicativos (comunidades, campos de fuerzas, redes jerárquicas y sociedades, Figura 1), para hacer una lectura diacrónica de acuerdo a una serie de procesos que estructuran de diferentes maneras cada uno de los elementos, (Figura 2), que finalmente constituirían la visión geohistórica de Europa.

Estos elementos se analizan por separado en cada una de sus estructu- raciones particulares, para conformar finalmente una serie de cartas resumen que expresan gráficamente las diferentes relaciones.

Inicialmente se hará una breve presentación de la visión de Levy para Europa y seguidamente se presenta la visión que se ha elaborado para el Ca- ribe. Los mapas de la visión Caribe serán elaborados como parte del Proyecto posteriormente.

2.2.1- La matriz étnica

El eje de la argumentación de Levy está basado en el paso de la comu- nidad (Gemeinschaft) a la sociedad (Gesellschaft) de F, Tönnies(1944), quien desde 1887 planteaba esta tesis como base del desarrollos de las sociedades modernas. Dentro de este “continuum”, dos elementos más se intercalan, el de la constitución de un “campo de fuerzas” y el de la formación de “unas redes jerarquizadas”. El campo de fuerzas no es otra cosa que el proceso de la for- mación de las Naciones-Estados y el análisis de las funciones que les competen para el manejo de las “redes jerárquizadas”, (poblamiento comunicaciones, servicios, producción, seguridad social, etc.) que permiten el desarrollo del mercado nacional, que posteriormente constituye el elemento que permite la acumulación y que constituye las “sociedades” modernas. En estas, los intere- ses comunitarios que en el comienzo dificultaban extremamente las relaciones entre todos, dan paso a la consolidación de intereses colectivos, en los que todos los ciudadanos tienen iguales derechos y deberes. Una carta que muestra

18 Francisco Avella las estructuraciones a este nivel es el de las “distancias comunitarias” de tipo religioso, político, socioeconómico, biológicoe etc. (Mapa 1)

Pero al formular la pregunta ¿fueron las comunidades la matriz de la for- mación social en el Caribe?, la respuesta es obvia pues una de las característi- cas singulares del Caribe es que las comunidades originadas fueron destruidas en los primeros años de la conquista y a través de todo el siglo XVI. Y además fueron transplantados individuos, ni siquiera pueblos, para construir una so- ciedad que se adecuara a la economía colonial. Es decir lo contrario de los que han hecho el resto de pueblos: construir una economía que se adecuara a la sociedad.

Por ello lo que parece existir en el Caribe como principio estructurante es lo que se pudiera llamar una “etnicidad imaginada”, (no una “comunidad” en el sentido de Anderson, (1983, ni mucho menos con la idea de comunidad que utiliza Levy, 1997:267), de nivel supranacional. Así, independientemente de la nacionalidad de cada etnia,(en el sentido de la identificación o cédula de ciudadanía que cada uno tiene), existe una identidad colectiva que agrupa a gentes de la misma cultura, la misma lengua, y de orígenes familiares comunes (ejemplo las gentes de la diáspora anglófona del Caribe occidental panameño, costaricense, nicaraguense, hondureño, hasta Belize, Islas Cayman y Jamaica, Avella, 2002:3).

Si se utiliza el término étnico no es por que corresponda al estudio de pueblos “sin historia” en el sentido del concepto que el “estructuralismo” ha deformado. Estos pueblos que no tuvieron historia escrita, pero sí oral, hoy es- tán constituidos en naciones independientes y algunos son aún dependencias coloniales.

Se utiliza por que en algún momento de sus constitución y evidentemente a través de todo su desarrollo, han guardado una especie de patrón multicul- tural, o sea la idea de pertenecer por “origen” a diversas culturas que ya no se pueden reducir ni al color de su piel ni a sus comportamientos particulares, pues han quedado grabados en una sola memoria: la de su pertenencia a un territorio, en este caso al Caribe (Branson, Turner, La Fleur, 1996). Esto es lo que se llama matriz étnica en este estudio.

Esta matriz tiene por objeto la interrogación, la construcción y el desa- rrollo de la forma como las diferentes mezclas de grupos que han integrado el Caribe, mantienen sus relaciones entre sí y con la naturaleza a través de los

19 El caribe: base para una geohistoria procesos de información y transformación, mediante el trabajo social acumu- lado, que finalmente constituyen el territorio y el asentamiento, desde el punto de vista geográfico. Este territorio, es una producción humana “...intelectual- mente percibida como el objeto directo de una apropiación o de una domina- ción..”, (Watts, 1987).

El territorio, en primer lugar es una resultante siempre inestable, jamás permanente de la acción transformadora del hombre sobre el espacio, con una connotación sociopolítica de pertenencia y de adhesión a valores como pri- mer elemento de la descripción geográfica. En segundo lugar, es a través de las múltiples prácticas sociales sobre el espacio como el hombre concreta esta matriz étnica. Así es como entiende su manera de producir y constituye el otro objetivo fundamental de la descripción en geografía. Pero no de cualquier descripción, sino la de los elementos singulares que permitan su comparación y no de los aspectos únicos que la hacen incomparable.

En tercer lugar es el objeto de un saber geográfico abstracto que debe explicar, las formas (o sea su carácter sincrónico) que como resultado de esta acción transformadora se inscriben en los paisajes, en los contornos, en los límites y fronteras, breve, en los geotipos ; en la organización, (o sea el proceso) que estas formas adoptan, en los polos, en la periferias, en las redes, los flujos, que circulando estructuran regiones y unidades administrativas de diferentes niveles, locales, regionales, nacionales e in- ternacionales, y finalmente en las variaciones, (o sea el carácter diacró- nico) que a través del tiempo van configurando cada matriz étnica y que son fundamentales para responder a la pregunta ¿Por que sabemos que estamos en el Caribe ?

Queda por ver dentro de esta carta de navegación provisional si la infor- mación existente para la implementación de esta matriz étnica es suficiente para que pueda ser estructurada al resto del método de investigación de Levy (1997).

2.2.2.- El campo de fuerzas territoriales.

Para Europa, fue en el campo de fuerzas territoriales en donde estas co- munidades conformaron imperios, produjeron revoluciones y crearon las ba- ses para lo que sería el estado moderno, con todas sus derivas como las guerras mundiales y la llamada “guerra fría” o confrontación este-oeste, (Mapa 2)

20 Francisco Avella

Para el Caribe, es un campo de batalla en el que la lucha entre impe- rios por imponer el mercantilismo produce la salida definitiva de España en América a finales del siglo XIX. Esta en realidad fue la forma de levantar los obstáculos que una sociedad servil que a través del campesinado y la hacienda de autosubsistencia, había levantado y que era percibidada por Inglaterra, las Provincias Unidas y Francia como un freno el desarrollo capitalista en el siglo XVII (Elliot, 2006).

Este es el principal elemento estructurante de esta carta de navegación geohistórica del Caribe, que refleja no solo los intereses de los estados sino también el enfrentamiento entre fuerzas internas en lucha por el control del territorio, que como se ha dicho obedecen más a una matriz étnica ancestral o al carácter de grupo social marginal, que al de comunidad en el sentido we- beriano. Y que explica por un lado la relativa facilidad con la que se crearon los estados nacionales del Caribe continental, a comienzos del siglo XIX (con el apoyo expedito de Inglaterra, Holanda y Francia), y la gran dificultad para descolonizar las grandes Antillas en el siglo XX y sobre todo las Pequeñas hasta hoy día.

Su importancia reside en que el Caribe ha sido históricamente un campo de enfrentamientos entre potencias coloniales en lucha por el monopolio de explotación del oro inicialmente, luego de los cultivos exóticos y finalmente por la posesión geoestratégica simplemente, de estos territorios, hasta el punto en que actualmente existen colonias bajo nombres tales como “departamentos de ultramar” o “estados asociados al Commonwealth” o a Holanda. También fueron el centro de atención durante “la guerra fría” por que Cuba a solo 90 millas de los Estados Unidos, o sea dentro del área de “interés nacional” por razones de seguridad, cambió de bando a raíz de la revolución de 1960.

Desde este punto de vista la relación entre los componentes del agregado subcontinental Caribe se ubica más en el nivel extranacional, sobre todo con las potencias europeas anteriormente y actualmente con Estados Unidos, que sobre la base de una “identidad nacional” entre naciones de la cuenca. Ello por que el “mito nacional” no pudo ser formado a través de una guerra de liberación, pues el poder colonial aún pretende que lo que ejerce es una tutela de intereses de antiguos o actuales súbditos, o simplemente “garantiza la segu- ridad de nacionales viviendo en el exterior” como el caso de los estudiantes de medicina que “justificaron” la invasión de Grenada.

21 Los mil y un caribe… 16 textos para su (des) entendimiento

Por lo tanto la prioridad del análisis se da hasta el período de la descolo- nización. Posteriormente, manteniendo el marco de análisis geopolítico de la “dimensión geográfica de las relaciones interestatales reguladas por la violen- cia”, de Levy (1997), se analizará el período de la “guerra fría”. Luego con la territorialización del Mar Caribe a raíz de la Conferencia sobre el Derecho del Mar (UNCLOS III), el análisis se centra en los conflictos interestatales de las naciones de la cuenca, pero sin perder el marco de los intereses de las potencias que hasta el período reciente de la globalización de los mercados cambia total- mente el tipo de relación para volverse universal, con tendencia a una sola po- tencia oligopólica, por lo menos al nivel de la moneda de referencia, el dólar.

Dentro de este contexto será posible analizar el surgimiento de nuevas potencias regionales, como la llamada “república imperial” (Estados Unidos), las potencias medianas del Caribe, (México, Cuba, Colombia y Venezuela). También el “polvo de imperios” (Brunet, 1994), como se han dado en llamar las Antillas menores y las Guayanas.

2.2.3.- El mercado cautivo

Para Levy (1997), el elemento estructurante de la Europa moderna, han sido las redes jerarquizadas del poblamiento, las comunicaciones, los inter- cambios que han facilitado la construcción del mercantilismo europeo y el ca- pitalismo moderno hasta consolidar la economía-mundo (Wallerstein, 1984), a través del mercado libre, que ha permitido definir una carta de Redes Abier- tas (Mapa No. 3)

El mercado en el Caribe tiene una significación distinta, pues no tuvo el carácter transaccional que Levy le atribuye a Europa. En el fondo gran parte de las guerras coloniales tenían por origen el imponer el comercio exclusivo de una potencia, más que la posesión física del territorio (Craton, 1997). Sin embargo hay que hacer la salvedad del contrabando, pues su generalización en el Caribe, en todas las épocas y prácticamente en todos los lugares, no solo fue una oposición velada a la “colonial ruler”, sino también una forma de hacer la guerra “por otros medios” que cada potencia utilizaba contra las demás. Ello le da un carácter más de dominación a la relación comercial que la meramente transaccional o libre que se supone que tiene. Y esto a pesar de que el con- trabando hizo existir una serie de espacios de libertad en medio de la guerra comercial, lo que también se da actualmente pero en el marco de una especie de “guerra difusa” a las drogas.

22 Jorge Enrique Elías Caro ... Fabio Silva Vallejo

Este aspecto que parece suprimir el carácter colonialista de los imperios (“la guerra llama guerra”), es sin embargo fundamental para entender el na- cimiento de un nuevo tipo de dependencia de las naciones del Caribe : el del marginamiento (Clarke, 1991; Klak, 1998) o lo que algunos llaman la “africa- nización” del Caribe, o el síndrome de Haití, que consiste en que en los alma- cenes se encuentra de todo, pero los consumidores no tienen con que comprar (Girvan, 1997). Esto porque en general los países no generan las divisas nece- sarias para comprarlas. Pero las mercancías llegan en el período de globaliza- ción de la economía a través de sistemas de oferta creciente en dólares que no tiene nada que ver con la capacidad adquisitiva de las monedas nacionales, deformando completamente las economías locales. Lo que nadie sabe es cuan- to tiempo van a esperar estas mercancías a los compradores que han pasado a vivir del “sector informal” en condiciones de subsistencia extremas (Rivera Guzmán, 1997).

Esta situación sin embargo se plantea adecuadamente en el esquema de Levy (1997), pues el enclave es la relación a través de la cual se puede inter- pretar el proceso de imposición de la “colonial ruler” tanto sobre el territorio o campo de fuerzas, como sobre la matriz étnica. Así mismo el aislamiento resulta ser la respuesta a la dificultad de participar en un mercado en donde los países del Caribe cada día tienen menos que vender y más que comprar, con el consecuente desequilibrio no solo de sus balanzas de pago, sino sobretodo de la capacidad de renovación de equipos y de consumo de los productos a los cuales la dependencia había acostumbrado a la población (Marie, 1979).

Otro de los elementos a partir de los cuales es necesario estructurar el mercado a la carta de navegación del Caribe es el de la crisis de la producción agrícola de subsistencia, que era la forma como tradicionalmente se evitaba la dependencia. Hoy muchos productos importados, algunos más baratos que los producidos localmente, han causado estragos en las pequeñas economías haciéndolas dependientes del producto importado, por ejemplo en el caso del arroz, de los fríjoles, del mismo coco en algunas islas, que son fundamentales en la alimentación Caribe, (Watson, 1994).

De todos modos la manera como se insertan los países en el mercado en un período de globalización como el actual, ha provocado una serie de situa- ciones de exclusión al nivel de los sectores populares, lo que tiene repercusio- nes en la desigualdad creciente de los procesos de desarrollo en el Caribe. Por ello es necesario tener en cuenta sus consecuencias espaciales, como la rápida

23 El caribe: base para una geohistoria urbanización, la emigración rural creciente y la pérdida de una base producti- va de subsistencia, que está directamente asociada a la estructuración de una nueva etapa del mercado a nivel mundial.

Si bien, en la forma estos procesos también se están dando en Europa (crisis de la pequeña agricultura, fin de los oficios tradicionales, desempleo con bajos niveles educativos), estos no obedecen a las mismas causas, pues mien- tras en la Comunidad Europea obedecen a una crisis de superproducción, en el Caribe se deben a un exceso en la oferta de productos importados, muchas veces proveniente de los excedentes de los países Europeos de Estados Uni- dos, o del Asia, como en el caso del arroz. Pero estos países tienen una gran capacidad de absorción de estos “problemas de crecimiento” o de exceso de la producción, mientras que en los del Caribe un mínimo de producción, que asegure las necesidades alimentarias es vital.

2.2.4.- El pueblo Caribe

La marcha hacia lo que Levy (1977) llama la “sociedad-mundo” (o la Gesellschaft ), en donde la visión universal de Europa “...se extiende en propor- ciones diversas a todos los lugares del mundo” (p. 258), a través de la “euro- peanidad”, como último nivel de las producciones espaciales se puede ver en el Mapa 4. Pero una carta que atenúa esta visión, se puede ver en le Mapa 4 sobre el nivel de adhesión de los países de la Unión Europea a esta idea.

Pero, sin ánimo de sorprender, esta estructuración en el Caribe parece ha- cerse más bien en dirección contraria: en ver de ser “expansiva” como la “eu- ropeanidad”, se reduce a los límites de un concepto parecido al de “pueblo” del siglo XVIII, (Ferguson, 1999), olvidado después de la revolución francesa a raíz de las luchas napoleónicas,que no es el mismo concepto de base patriótica nacionalista, sino uno más amplio supranacionalista, y que en vez de excluir a los que no forman parte de los escogidos, incluye a todos los identificados con la matriz étnica Caribe. Este concepto se parece al de la Primera Constitución Francesa, que hacía francés “ a todo extranjero que hubiera cuidado un ancia- no o tenido un hijo en el territorio “francois”.

Tampoco se trata de reinvindicar una territorialidad a nombre de una nación forjada en una lucha de liberación nacional para “unos” en particular (los herederos de los que derramaron su sangre), sino una especie de suprana- cionalidad en la cual se reconocen todos, pero sin ningún tipo de organización

24 Francisco Avella ni coercitiva como el Estado-Nación, o la Comunidad Europea o el mismo Commonwealth, ni contractual como el Mercado Común, o el Caricom (Mer- cado Común “Restringido”) o el Carifta (Zona de Libre Comercio).

Se trata simplemente de sentirse perteneciente a un mismo pueblo, como en el sentimiento de unión de la comunidad, pero incluyendo a todos los gru- pos afrocaribes, afrolatinos, inclusive lo que se pudieran llamar comunidades caribeñas que sin pertenecer a la matriz cultural formada en el mestizaje, con- servan sus particularidades comunitarias y aunque nacidos o no en el Caribe, independientemente del color, la posición social, la nacionalidad, la religión, son caribes (Clarke, 1986).

Se trata mas bien de un concepto incluyente (no excluyente como el de comunidad), que busca la empatía o sea la manera como cada cual, a su ma- nera, se siente “caribe”, así haya nacido en Londres, en Hamburgo, o en New York. Este “sentimiento”, lo expresa muy bien Ratter (1992), analizando el caso de las Islas Cayman y de San Andrés y Providencia, en Colombia. O los presentados en varios paneles de la Caribbean Studies Association (1997) para varios países del Caribe.

Qué consecuencias tiene esta supranacionalidad informal ? Para un conti- nente como Europa que inventó los mitos nacionales como forma de domina- ción política, no pueden existir otras formas no “policisadas” que garanticen el mismo efecto sin tener que persuadir al ciudaddano por el temor del uso de la fuerza.

Es la vieja discusión iniciada por Clastres, Sahlings, Testard de que lo que podría funcionar para tribus pequeñas no podría funcionar a un nivel más grande. Evidentemente que ésta supranacionalidad Caribe no tiene nada que ver con la imposición de un poder de estado, sino con la idea de identificación tal como Levy lo plantea hoy para Europa.

En ese sentido el Caribe estaría más adelantado en la constitución de esas meganacionalidades que la misma Europa, pues este sentimiento de pueblo es algo que se ha estructurado a través de muchos años de historia, precisamente por que la estructuración nacionalista, no se realizó de la misma manera a tra- vés del Estado construyendo la nación, sino mediante un lazo identitario más amplio. Podría ser esta la base para buscar una organización representativa de esta supranacionalidad? Muy difícilmente, pues si bien este lazo identifica esta “etnia imaginada”, transformarla en una forma de dominación política, es

25 El caribe: base para una geohistoria algo a lo que el pueblo caribe es muy refractario, es decir volverla una “comu- nidad imaginada” en el sentido de Anderson (1983).

Ello no quiere decir que no existan formas de “imposición” de este poder político, para lo cual basta con analizar el casos de Haití bajo las dictaduras de los Duvalier, de Cuba, de Santo Domingo, de Venezuela, Surinam y Trinidad para citar solo algunos ejemplos (Daniel, 1996)

Pero es probable que el Caribe constituya culturalmente una sola comuni- dad también (una “etnia imaginada”), y que el proceso de pasar a la sociedad supranacional como la buscan construir en Europa no les interese. Y esto por que consideran que ya tienen un principio de identidad cultural que los une, aunque no un principio político como en Europa, que los domine. Sin embargo las consecuencias sobre el sujeto geográfico Caribe son de gran importancia, pues si bien los proyectos políticos de unir por lo alto a través de los acuerdos multinacionales como la Asociación de Estados del Caribe (AEC) no parecen despegar, es el mercado el que empieza a absorber los países y no lo contrario.

Así se comienzan a dibujar una serie de “corredores” comerciales sobre la base del eje Miami-Panamá que polariza prácticamente todo el Caribe oc- cidental especialmente las regiones de la cuenca pertenecientes a los países centroamericanos cuya fachada históricamente da hacia el Pacífico y los An- dinos especialmente Colombia. Otro eje de mercado en plena expansión es el de Miami-Caracas que como un gran arco se dibuja a través de las Antillas con innumerables puntos “relais” (San Juan, Sto. Domingo, Grenada, Puerto España).

En cambio los ejes transversales por ejemplo Panamá-Caracas, no pa- recen constituirse a pesar de ocupar por lo menos un tercio de las costas del Mar Caribe. La dificultad que a tenido el Caribe para “unirse” o “asociarse” policisadamente es manifiesta a pesar de las propuestas de formar una “Aso- ciación del Estado del Caribe” (Martínez, 1996) más de tipo Mercado Común, siguiendo los pasos de Europa, por lo menos para el Caribe Insular.

La cuestión que se plantea aquí es la de la discusión de un nuevo concepto de soberanía (Sahr, 1997), que superando al del control inalienable de los te- rritorios por parte de los Estados-Nación del siglo XIX, transfiere buena parte de sus funciones al mercado en el proceso de globalización de la economía mundial, (Lowenthal, Clark, 1982), Algunos lo ven como una estrategia de las transnacionales para hacer más flexible la acomodación del capital a la ex-

26 Francisco Avella plotación no solo de los recursos naturales, sino especialmente de la mano de obra barata, de tal modo que las naciones perderían el control económico de extensas regiones que pasarían a tener sus propias condiciones independientes de las que aplica el estado (Abello, Fernández, 1995)

En todo caso la perspectiva de la integración por la fuerza del mercado ya ha transnacionalizado importantes regiones en Asia del Sudeste, Suráfrica, Europa y actualmente en los Estados Unidos, Canadá y México. Sus efectos geográficos están por ver, pero las discusiones que han despertado, muestran que en economías de subsistencia como las del Caribe, la producción nacional no alcanza a satisfacer ni las propias necesidades básicas, y ni siquiera generan excedentes para estabilizar la balanza de pagos. Así no es extraño que la deuda externa representara el 79% de su PNB para 1988 (Martínez, 1996), y diez años después continúe creciendo.

Conclusiones provisionales

Estas reflexiones tienen por objeto mostrar como es de diferente la “de- marche” a seguir para construir una Geohistoria del Caribe con el mismo método con que Levy construyó la de Europa. Y como el Caribe resulta ser la imagen especular del proyecto eurocéntrico de las Luces, “civilizar por la esclavitud”, se hace aún más difícil utilizar métodos sin el análisis crítico ne- cesario.

Hoy cuando el “proyecto” euro-americano parece ser el de “redimir por el turismo”, las gentes del Caribe lo sienten como tantas otras de las fatalida- des que les han caído encima. Así, en el fondo, volviendo a la pregunta inicial ¿Qué es el Caribe?, la respuesta puede ser muy simple: una imagen especular de Europa, que rechaza los moldes o el espejo en que se le quiere mirar, por lo cual es incomprensible al pensamiento europeo, o como lo señala Lara, (1998), se vuelve un “…personaje indefinible, pues no se puede entender con las normas habituales” (p. 3).

Por eso es difícil saber, “Porque sabemos que estamos en el Caribe?”, ya que la mayor parte de puntos de referencia hacen parte de una carta de navega- ción hecha para otra parte del mundo, en ese gigantesco esfuerzo eurocéntrico de imponer una visión universal “... en proporciones diversas a todos los luga- res del Mundo” (Levy, 1997, p. 258).

27 El caribe: base para una geohistoria

Por eso se ha tratado de elaborar otra carta de navegación, que resulta una “inversión”, una “imagen especular”. No por “espíritu de contradicción” de la visión con que la geografía y la historia tradicionalmente han estudiado al Caribe, sino más bien por “sprit de finesse”. En el sentido de que lo que permite responder a la pregunta, es precisamente planteándosela a través del prisma con el que los caribeños ven su propio mundo. Y cuando aquí se habla de caribeños, se incluyen los raros europeos que han podido ver el caribe como imagen especular de Europa (Sandner, Ratter).

Así, si lo que modela Europa es la “territorialidad”, (...el objeto preciso y directo de una apropiación o de una dominación, y que constituye un com- promiso militar, económico o político, Nordman, 1997) como lo expresa cla- ramente Levy (1997), lo que modela el Caribe es la “espacialidad diferencial”, (“...el hecho de no tener la misma relación al espacio, las mismas reglas de localisación y de utilisación del espacio...”, Brunet, 1992).

Esta diferencia se expresa en la gran dificultad de relacionar conceptos, hoy tal vez demasiado laxos como los de maritimidad, litoralidad, continenta- lidad e insularidad, que son “expresiones” de otra carta de navegación comple- tamente inédita, que todavía ni siquiera ha integrado la geografía, pues en el Diccionario Crítico de Brunet, apenas aparece la insularidad como concepto.

De aquí que la territorialidad como noción que precisa un territorio con una identidad geográfica y política definida por un nombre que señala la ocu- pación, la posesión y la dominación se diferencie de esa espacialidad que se refiere a espacios amplios, ilimitados, que hacen parte mas de los imaginarios que de las entidades territoriales, y que por su indefinición y su flexibilidad, permiten la distribución de las formas geográficas y sociales, de sus movimien- tos y de sus flujos.

Para solo citar la problemática central, ¿como imaginarse un Mar Caribe territorializado, cerrado y apropiado cuando siempre fue un mar de todos, en donde las personas y las mercancías circulaban libremente puesto que el contrabando ha sido la forma normal del comercio. Como imaginárselo como lo supone el UNCLOS III, cruzado de límites y lleno de fragatas para hacerlo respetar en nombre de una territorialidad a la europea o de una soberanía del siglo XIX?

O será esta otra manera de forzar la entrada definitiva del Caribe en “la modernidad” sin tiquete de regreso? Por que la primera manera, la de la escla-

28 Francisco Avella vitud, todavía es muy difícil de entender para los caribeños y aún no salen de su repudio.

Por ello se requieren nuevas visiones, pues como anotaba Sandner (1982, 2003), hace cierto tiempo, “Para entender el Caribe, incluso en sus contra- dicciones y sus conflictos, es necesario superar siempre de nuevo y hoy más que nunca las limitaciones impuestas por las visiones tradicionales y cómodas, buscando nuevas perspectivas y nuevas formas de preguntar” (p. 15).

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31

El Caribe y su pasado

Roberto González Arana1 y Antonino Vidal2

1.- Antecedentes

A escala regional, un elemento geográfico significativo para la compren- sión del doblamiento prehistórico del norte de Sudamérica, las Antillas y Cen- troamérica, fue el carácter de mar interior que tuvo el Caribe para los pueblos indígenas que habitaban las costas ribereñas y, sobre todo, el papel primordial que jugó como centro de su mundo, hecho que dio lugar a la configuración de una región geohistórica donde fue especialmente destacado el papel que repre- sentaron vientos y corrientes marítimas en el desplazamiento humano, incluso a grandes distancias. El arribo de los grupos indígenas en sus canoas y piraguas de isla en isla y litoral continental, en los espacios marítimos interiores que con- forman el mar Caribe en una extensión de más de dos millones de kilómetros cuadrados, fue posible por la reconfiguración del parabólico arco antillano y las cortas distancias que separan a las islas entre sí del continente, además de la acción constante de los vientos y las corrientes marítimas, que constituían al permitir desplazamientos con relativa velocidad, verdaderos caminos de mar.3

Uno de los grandes problemas para los estudiosos del pasado de esta re- gión, es de qué forma abordarla como objeto de estudio, es decir con qué ca- tegoría trabajar, Caribe insular, Caribe geopolítico, Cuenca Caribe, o incluso Caribe cultural. Hace ya algunos años el historiador puertorriqueño Antonio

1 Ph.D en Historia. Profesor Asociado del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Norte. Vicepresidente de la Asociación de historiadores latinoamericanos y del Caribe, ADHILAC. 2 Ph.D en Historia. Director del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Norte. 3 Cunnil, Grau Pedro, “La geohistoria”, en Marcello Carmagnani, Alicia Hernández y Ruggeiro Roma- no, para una historia de México, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

33 El caribe y su pasado

Gaztambide Geigel en un excelente trabajo nos proporcionaba una reflexión sobre cómo históricamente los imperios habían visto y denominado la región.4 No siempre se llamó Caribe a este mar, es más como región geográfica es un “invento” del siglo XX. Es una tradición que arranca de la transición de la do- minación imperial europea a la de los Estados Unidos. Desde que se iniciara el proceso de occidentalización de este continente, la palabra Caribe se asoció a los aborígenes que se resistieron de forma violenta a la conquista calificán- dolos al mismo tiempo de antropófagos, sodomitas, etc, apelativos que en oca- siones legitimó desde el punto de vista occidental y cristiano la instauración de una de las instituciones que marcó más la identidad de la región: la esclavitud. Entonces en su origen se trató de una palabra que se utilizó para designar a nativos rebeldes o esclavizados.5

Del mismo modo, si uno mira la Cartografía de los primeros tres siglos observamos que el mar fue llamado de diferentes formas. En principio, los españoles en sus crónicas y mapas los denominaron desde la mar oceána, las islas y tierras firmes, el mar de los Sargazos, entre otros. En la geografía de los europeos del norte y sobre todo, en la segunda mitad del siglo XVII, en los ma- pas franceses aparecía como un “mer des Antilles”. Holandeses y británicos ya en el siglo XVIII empezaron a considerarlo como una parte del mar del Norte. Pero en medio de todas estas confusiones los anglosajones, los europeos y los criollos angloamericanos comenzaron a denominarlo Caribbeean Sea, aunque popularmente entre marinos y habitantes de esas islas se utilizaba este nombre oficialmente quedó un término mas eurocéntrico que englobaba a todas las posesiones imperiales británicas de este mar: West Indies. El tránsito de Mar de las Antillas a Mar Caribe se comenzó dar a finales del siglo XVIII con lo que se han llamado las revoluciones Atlánticas: la independencia del Norte, la revolución francesa y por último, las guerras hispanoamericanas de indepen- dencia. Todo coincide con el paso de la hegemonía francesa hacia la británica, por tanto la geopolítica impregnó a la geografía.

Durante el transcurrir del siglo XIX se fue produciendo un distanciamien- to de lo americano hacia lo europeo, utilizando los norteamericanos el argu- mento que la Iglesia Católica y la Monarquía eran dos instituciones que mos-

4 Gaztambide-Geigel, Antonio, “La invención del Caribe como problema histórico y metodológico. En: Re- vista Mexicana del Caribe.” N° 1 pp 74-96. Chetumal, Quintana Roo, México, 1996. 5 Ibid pag 77 y Vidal Ortega, Antonino, La región geohistórica del Caribe. Tierrafirme y Cartagena de Indias a comienzos del siglo XVII. En: Revista Mexicana del Caribe, Año VIII, Numero 15, Chetumal, Quintana Roo, México, 2003.

34 Roberto González Arana y Antonino Vidal traban maldad y corrupción. De todas formas durante todo este siglo el mar Caribe cumplió la función de ser frontera imperial6. De esa forma, poco a poco los americanos fueron redefiniendo la geografía. La expansión de la frontera oeste y el interés del naciente imperio del norte por asumir el rol de control de la región, para defender sus intereses comerciales7 y la expulsión de los españo- les de las últimas islas del viejo imperio supuso que el nuevo dominador mar- cara las pautas geopolíticas de lo que iba a suceder en la región. Comenzando el siglo XIX con la agresiva y violenta doctrina política Monroe. Ahora bien, tampoco el imperio de norte definió claramente su concepción del Caribe.

Caribe siglo XVII

Como nos muestra Gaztambide-Geigel a partir de aquí no se definió un Caribe si no muchos Caribes uno frente a lo imperios, otros geográficos, otros académicos, económicos. El Caribe insular, que tiende a ser sinónimo de las Antillas y de las West Indies que puede llegar hasta las Bermudas que pone énfasis común en las recias experiencias vividas en la plantación.

6 Gaztambide Geigel, Op. Cit, pp. 81-82 7 Díaz Espino, Ovidio, Como Wal Street creó una nación, Planeta, Bogotá, 2002.

35 El caribe y su pasado

El Caribe Geopolítico que se refiere al Caribe insular, América Central y Panamá, esta es las más estudiada en las historiografía y otros estudios sobre las relaciones con los Estados Unidos y la misma pone énfasis en la mayor parte donde se produjo el mayor intervencionismo estadounidense. Única ten- dencia creada por los Estados Unidos.8

La Cuenca del Caribe, la que añade las costas de México, Colombia y Venezuela, que es la tendencia más reciente viene desarrollándose desde la segunda mitad de los años ochenta y sobre todo desde los años noventa hasta nuestros días, lo que está planteando historiográficamente la forma de pensar la historia. En este tiempo en la costa de la actual Colombia, en el mundo inte- lectual un grupo de jóvenes investigadores empezaron a repensar las relaciones de esta cálida región con los lazos históricos que dan un pasado común a toda esta comunidad diversa, heterogénea y multicolor.

Aunque el Gran Caribe contemporáneo está vinculado por su propia esencia a la misma dinámica del proceso histórico de América Latina, la larga dominación colonial, como los fenómenos derivados de la dependencia eco- nómica y financiera, así como las luchas sociales, le ha dado un perfil propio. Por Caribe entendemos no sólo las islas antillanas, sino también todos aque- llos espacios marítimos y continentales que integran el perímetro geopolítico caribeño, el cual incluye a la Costa Atlántica de Colombia, Venezuela, las Guayanas, México y Centroamérica. No obstante la existencia en el Caribe de una serie de problemas comunes al conjunto de los países latinoamericanos, allí muchos procesos históricos coloniales y contemporáneos se han dado con mayor fuerza y nitidez que en el resto del subcontinente, ya que la ocupación extranjera se ha ejercido en un universo geográfico y demográfico menos com- pacto y ha sido objeto del interés y las rivalidades de múltiples potencias, como epicentro también de importantes y singulares procesos socioeconómicos y de luchas sociales muy intensas.9

En palabras del poeta guadalupeño Oruno Lara, hoy para circunscribir el Caribe contamos con las mismas dificultades que Fernand Braudel para

8 Buchenau, Jurgeun, ¿En defensa de una Cuba libre? México entre el nacionalismo cubano y la expansión de los Estados Unidos. En: México y el Caribe, vínculos, intereses y región. Laura Muñoz Coord. Instituto Mora, México 2002. García Muñiz, Humberto, Estados Unidos y el Caribe a fin de siglo: transiciones eco- nómicas y militares encontradas” En: El Caribe: Región, Frontera y Relaciones Internacionales. Coordina- doras Von Grafensteiin Gareis y Laura Muñoz, Instituto Mora, México 2000; Martínez- Fernández, political Culture in the Hispanic Caribbean and the building of US hegemony 1868-1945. En: Revista Mexicana del Caribe, Numero 11, Quintana Roo, Chetumal, 2001. 9 González Arana, Roberto. “Colombia en el Caribe”, Revista Huellas, 76 y 77, 2006, p.44.

36 Roberto González Arana y Antonino Vidal delimitar el Mediterráneo en la época de Felipe II. El Caribe es un personaje complejo que escapa a nuestras medidas y nuestras categorías, que no se puede definir con nuestras normas habituales e incluso no se puede explicar con la racionalidad que otros intentan explicar a Europa o a los Estados Unidos por citar dos ejemplos10.

2.- El Caribe colombiano en la historia

El referente cultural del Caribe colombiano hasta bien entrado el siglo XX fueron las Antillas, y de ellas el más destacado fue Cuba.11 La música de la isla, las radionovelas, las revistas de modas, marcaban las tendencias en el vestir femenino y eran parte del escenario natural con el que las mujeres ba- rranquilleras departían en los salones de belleza. Músicos de renombre como Ernesto Lecuona, Miguelito Valdés, Rolando Laserie, Olga Guillot, Ester Bor- ja y reconocidas orquestas como la Sonora Matancera o El Septeto Aragón visitaron a Barranquilla durante la primera mitad del siglo XX.12 Pero desafor- tunadamente, este influjo de sabor hispano-caribeño cedió pasó a otro tipo de intereses frente a la geopolítica internacional. La guerra fría, el enfrentamiento Este-Oeste, el triunfo de la gesta socialista en Cuba cerró el influjo de esta isla en nuestra costa. La Revolución castrista triunfó, y con ello el miedo a la pro- pagación de sus ideales y a su influencia sobre los movimientos estudiantiles y obreros colombianos. Desde ese momento, además de la ruptura diplomática y el aislamiento político hubo un cierre hermético hacia todas sus influencias.13 Las elites político-económicas, desviaron sus intereses esquivando al enemigo comunista y mirando de nuevo hacia el interior donde establecieron de forma más sólida sus lazos con Bogotá. Así, el Caribe se fue borrando del imaginario nacional languideciendo en tópicos desagradables que inútilmente trataban de desmemoriar a la región por donde entró la modernidad, llamándola de manera aséptica e impersonal la Costa Atlántica, como todavía desacertadamente hoy

10 Avella Esquivel, Francisco, “Bases Geohistóricas del Caribe colombiano” En: Respirando el Caribe.Vol 1. Memorias de la Cátedra del Caribe colombiano. Observatorio del Caribe Colombiano, Cartagena 2001. P. 3. 11 No podemos perder de vista que el primer periódico de la Nueva Granada fue fundado por el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, quien además desarrolló una brillante labor al frente de la Biblioteca Pública de Santafé de Bogotá. En el mismo sentido, el neogranadino Joaquín Pablo Posada –uno de los principales actores de la revolución de medio siglo en Bogotá- se radicó en Cuba desde 1859, donde desplegó una intensa actividad en la prensa habanera. 12 Entrevista al coleccionista y musicólogo Servio Nicolás Galeano, Barranquilla, junio/08. 13 Sobre el tema, véase: Colombia y Cuba. Del distanciamiento a la colaboración. Díaz-Callejas, Apoli- nar y González Arana, Roberto. Ediciones Uninorte, Barranquilla, 1998.

37 El caribe y su pasado en día le denominan los medios de comunicación. Todo lo anterior basado además en la obstinada persistencia a fortalecer el modelo centralista del país, en detrimento de las regiones ubicadas más allá de los Andes.

Recordemos que la región Caribe está conformada por los departamentos continentales de la costa norte como Guajira, Magdalena, Cesar, Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba así como el insular de San Andrés y Providencia. Según el sociólogo Orlando Fals Borda, esta región no es del todo homogénea pues coexisten al menos diez subregiones, entre otras San Andrés con su gran influencia anglosajona y protestante. Siguiendo a Fals Borda, él afirma que sus gentes son algo distintas pues no podríamos confundir a un guajiro con un cor- dobés y hay modalidades de vallenato en el Cesar y el Sinú. Incluso sostiene que se podría pensar en dos Caribes, uno al oriente y otro al occidente del río Magdalena.14 Sin embargo, el mismo autor concluye que en todos los departa- mentos de la costa “subyace un ethos expansivo y eufórico que les distingue de los lanudos o cachacos del interior del país”.15

Mapa del Caribe Colombiano

14 Fals Borda, Orlando. Región e Historia, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1996, p.48 15 Ibid.

38 Roberto González Arana y Antonino Vidal

El reconocimiento de la Región en la Constitución Política de Colombia, con la posibilidad de crear entes territoriales con mayores competencias y au- tonomía, ha generado muchísimas expectativas en el país. Pequeños munici- pios –y muy especialmente los de la Costa Caribe- abrigan la esperanza de que unidos a una región, que identifique sus problemas comunes como propios, podrán tal vez en el futuro ser territorios más prósperos. Desafortunadamente la reciente ley que modifica y reduce el monto de las transferencias a las re- giones dificulta prever un futuro promisorio para la Costa Caribe, una de las zonas del país con las que el gobierno central tiene una deuda social histórica. Pese a que nuestra región produce el 15,9% del PIB colombiano, tenemos el 21% del total de la población nacional, también “alojamos el 36% de los po- bres del país”.16 Por lo tanto, este criterio de equidad es el que a juicio de Aarón Espinosa “debe incorporarse en el análisis de las políticas públicas orientadas a disminuir la pobreza y la miseria en las regiones colombianas”.17

A propósito de lo anterior, cabe señalar que la meta de construcción de la nación en Colombia se fue alimentando a través de una imagen del terri- torio nacional en la cual, a menudo, se describían no sólo los territorios que constituían el país sino también sus aspectos políticos, sociales y culturales.18 Los relatos que se hacían de la situación colombiana estaban permeadas de una visión distante de la realidad y cargada de “códigos culturales raciales, lo cual no les permitía comprender la realidad observada, por lo que llegaron a considerarla muy distante de la civilización de la que provenían y, en ciertos casos, fue tipificada por la barbarie”.19 Ya incluso el sabio Caldas había aseve- rado en sus estudios sobre civilización que esta, “sólo era posible en zonas con determinados climas, por supuesto, climas más templados y a determinadas alturas”.20 Se sostiene por ejemplo a propósito que, como consecuencia de es- tas desafortunadas teorías, pareciera que “la civilización sólo era posible en la región andina” y, en su defecto, en “aquellas regiones calientes, por razones de clima o razones de otro tipo, no era posible” pues además eran territorios ocupados por tribus salvajes y bárbaras”. 21

16 Espinosa, Aarón, “Pobreza y desarrollo social en el Caribe Colombiano”. En: Visión Colombia 2019. Me- morias, Foro Regional, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 2006, pp. 77-78 17 Espinosa, A. Ibid. 18 Alarcón Meneses, Luis. “Representaciones Sociales y políticas sobre el Caribe Colombiano”. Tomado de: El Caribe en la Nación colombiana”, Memorias, Alberto Abello (Comp), Observatorio Colombiano, Cartagena, 2006, p.233 19 Ibid. 20 Bell, Gustavo. “¿Costa Atlántica? No: Costa Caribe”. En: Abello, op.cit., p.135. 21 Ïdem.

39 El caribe y su pasado

Es pertinente señalar que el modelo centralista ha pesado mucho en Co- lombia no obstante seamos un país de regiones diversas. Este modelo “ha con- tribuido a erosionar más la unidad de la nación, en la medida en que el centro tecnocrático-económico sigue disponiendo y asignando recursos dentro de una visión que lamentablemente no incluye las visiones regionales”.22

Fruto de lo anterior, históricamente los asuntos políticos se deciden en la capital y ello contribuyó a que nos olvidáramos que además de andino, somos también un país caribeño, amazónico y con límites en el Pacífico. Incluso la obstinada persistencia a considerar al Gran Caribe como un mercado margi- nal de nuestro comercio determinó que sólo hasta fines de los años setenta del siglo XX se reorientaran las estrategias económicas hacia dicha región. Esto obedeció, según Gerhard Drekonja, a la necesidad de buscar nuevos mercados luego de la fase crítica para las exportaciones del país hacia los países andinos, Estados Unidos y Europa, ocurrida a fines de los años setenta.23 Fue precisa- mente en 1981 cuando se celebró en Bogotá la Primera Conferencia de em- bajadores colombianos en el Caribe, utilizando como medio de colaboración intrarregional la cooperación técnica, la financiación profesional, el mejora- miento de la estructura, el transporte y la ayuda financiera.

En síntesis, podemos afirmar que la pobreza de la región, está asocia- da con “la marginalidad histórica de amplios grupos de la población (espe- cialmente los étnicos: indígenas, raizales, afrocolombianos, entre otros), cuyo acceso al progreso económico y a la igualdad de oportunidades puede seguir siendo aplazado de no ser objeto de una debida atención de política pública”.24

3.- Consideraciones Finales

A decir de Adolfo Meisel, es evidente que en Colombia se observa un marcado desequilibrio en los niveles de desarrollo económico entre las regio- nes. Es así como el ingreso per cápita de Bogotá es mayor en 8.3 veces al del Chocó pese a lo cual no existen económicas encaminadas a reducir las inequi- dades regionales pese a que este rezago histórico ha sido una constante. Ello

22 Parada, Jairo. “Desequilibrios regionales: una aproximación institucionalista”. En: Visión Colombia 2019. Memorias, Foro Regional, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 2006, p. 56 23 drekonja, Gerhard, “Colombia”. En: Tokatlián, Juan G. y Schubert, Klauss, Relaciones Internacionales en la Cuenca del Caribe y la política colombiana, Bogotá, Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, 1986, p. 104 24 Espinosa, Aarón, Op.cit, p.103.

40 Roberto González Arana y Antonino Vidal se observa al analizar como los planes de desarrollo en los últimos años “han ignorado la problemática regional, que en buena medida se refiere al rezago económico de los departamentos de las costas Caribe y Pacífica que confor- man la periferia económica del país”.25

Esta mirada no ha tomado en consideración que a la larga al apoyar el desarrollo de la costa se está también contribuyendo a un crecimiento más armónico del país en el que todos terminan ganando. Asimismo, existen argu- mentos de tipo ético, de legitimidad del Estado y de eficiencia económica para justificar la necesidad del diseño e implementación de una verdadera política económica regional, cuyos argumentos rebasan los propósitos de este trabajo.26

En estos tiempos de Seguridad Democrática en Colombia podríamos afir- mar que si bien en términos seguridad y de lucha contra la violencia militar ha habido muy importantes éxitos, en cambio en el tema de la democracia social y en el componente de la inversión para los sectores más marginados del país hoy se tienen múltiples dudas sobre sus avances. En el dilema entre cañones y mantequilla hoy le apostamos a lo primero, no obstante la pobreza crezca día a día y máxime, en las regiones como el Caribe colombiano en donde la brecha no parece ceder respecto al resto del país. El desafortunado segundo lugar mundial en número de desplazados y el fracaso en la lucha para la erradica- ción de las drogas ilícitas en el país debería conducirnos a una reflexión sobre si se le está apostando sólo a una parte de los problemas pues mientras sean tan altas las carencias y falta de oportunidades para la mayoría de la población difícilmente podremos hablar de un Estado-nación consolidado. Y en la meta de fortalecer al país de cara a las metas del milenio indudablemente el Caribe Colombiano tiene mucho que aportar siempre y cuando se le tome en cuenta no sólo en las épocas de elecciones sino también en los planes estratégicos de la nación de cara al nuevo siglo. Un primer paso importante para la recupera- ción de la Costa sería el volver a poner en la agenda de discusión nacional la posibilidad de constituir los entes autónomos regionales, iniciativa aprobada por la Constitución de 1991 y en mora de materializar.

25 Meisel, Adolfo, Romero, Julio.“Igualdad de oportunidades para todas las regiones”. En: Políticas para deducir las desigualdades en Colombia, Manuel Fernández, Wilder Guerra y Adolfo Meisel (editores), Banco de la República, 1ª edición, Cartagena, 2007, p.14 26 Sobre este tema, Véase Meisel, Adolfo, Ibid.

41 El caribe y su pasado

Bibliografía

Alarcón Meneses, Luis. “Representaciones Sociales y políticas sobre el Caribe Colom- biano”. Tomado de: El Caribe en la Nación colombiana”, Memorias, Alberto Abello (Comp), Observatorio Colombiano, Cartagena, 2006. Avella Esquivel, Francisco, “Bases Geohistóricas del Caribe colombiano” En: Respi- rando el Caribe.Vol 1. Memorias de la Cátedra del Caribe colombiano. Obser- vatorio del Caribe Colombiano, Cartagena 2001. Bell, Gustavo. “¿Costa Atlántica? No: Costa Caribe”. En: Avella, Esquivel, Francis- co. Memorias de la Cátedra del Caribe. Observatorio Colombiano, Cartagena, 2001. Buchenau, Jurgeun, ¿En defensa de una Cuba libre? México entre el nacionalismo cubano y la expansión de los Estados Unidos. En: México y el Caribe, vínculos, intereses y región. Laura Muñoz Coord. Instituto Mora, México 2002. Díaz Espino, Ovidio, Como Wal Street creó una nación, Planeta, Bogotá, 2002. Díaz-Callejas, Apolinar y González Arana, Roberto, Colombia y Cuba. Del distancia- miento a la colaboración, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 1998, Drekonja, Gerhard, “Colombia”. En: Tokatlián, Juan G. y Schibert, Klauss, Relacio- nes Internacionales en la Cuenca del Caribe y la política colombiana, Bogotá, Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, 1986. Espinosa, Aarón, “Pobreza y desarrollo social en el Caribe Colombiano”. En: Visión Colombia 2019. Memorias, Foro Regional, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 2006. Fals Borda, Orlando. Región e Historia, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1996. Gaztambide-Geigel, Antonio, “La invención del Caribe como problema histórico y metodológico. En: Revista Mexicana del Caribe.” N° 1 pp 74-96. Chetumal, Quintana Roo, México, 1996. García Muñiz, Humberto, Estados Unidos y el Caribe a fin de siglo: transiciones económicas y militares encontradas” En: El Caribe: Región, Frontera y Rela- ciones Internacionales. Coordinadoras Von Grafensteiin Gareis y Laura Mu- ñoz, Instituto Mora, México 2000. González Arana, Roberto. “Colombia en el Caribe”, Revista Huellas, 76 y 77, 2006. Martínez- Fernández, Political Culture in the Hispanic Caribbean and the building of US hegemony 1868-1945. En: Revista Mexicana del Caribe, Número 11, Quin- tana Roo, Chetumal, 2001. Parada, Jairo. “Desequilibrios regionales: una aproximación institucionalista”. En: Visión Colombia 2019. Memorias, Foro Regional, Ediciones Uninorte, Barran- quilla, 2006. Vidal Ortega, Antonino, La región geohistórica del Caribe. Tierrafirme y Cartagena de Indias a comienzos del siglo XVII. En: Revista Mexicana del Caribe, Año VIII, Numero 15, Chetumal, Quintana Roo, México, 2003. Visión Colombia 2019. Memorias, Ediciones Uninorte, Barranquilla, 2006.

42 Identidad y diversidad lingüística en el caribe

Omar González Ñáñez1

Si tuviésemos en nuestras manos la decisión de restituir la etnonimia y toponimia originaria de la región conocida como EL CARIBE, tendríamos que pensar primero en un componente étnico originario: los primeros habitantes de ese continente insular fueron los PUEBLOS MAIPURE-ARAWAKOS ve- nidos de Tierra Firme, en particular del Noroeste Amazónico de Sudamérica. Por lo tanto, su primer nombre debería ser algo así como ARAWAKANIA (ARAHUACANIA). No obstante, una vez que se analiza todo el traumático proceso de poblamiento y despoblamiento de esta región, entendemos porque se ha señalado que no existe otra parte del Mundo con tanta diversidad con tantas lenguas nativas tan diferentes como el Hemisferio Occidental y particularmen- te la región geográfica conocida como El CARIBE.

La diversidad de etnias y lenguas ha conducido a que la división lingüísti- ca de la región insular caribeña se haga más atendiendo a criterios geográficos que lingüísticos ya que en un mismo territorio conviven lenguas y etnias que pertenecen a stocks lingüísticos diferentes y por lo general, ininteligibles entre sí. Por ejemplo, para Suramérica se han propuesto más de 100 stocks lingüís- ticos diferentes; así mismo, en ese Continente se han descubierto más de 1000 idiomas indígenas separados.

Douglas Taylor2, conocido en los círculos académicos de los EUA como “El Decano de los estudios de la lingüística Caribeña”. En su obra “Languages of the West Indies” (1977) aborda de esta manera el tema del multilingüismo Antillano:

1 Instituto de Investigaciones Etnológicas. Maestría en Etnología. Universidad de los Andes 2 En Taylor, D. “Languages of the West Indies”. The John Hopkins Press. London, 1977.

43 Identidad y diversidad lingüística en el caribe

“…Durante los últimos 1750 años las Indias Occidentales han sido un lugar de encuentro de culturas e idiomas diferentes. Fue en estas tierras que en el alba de su historia, se produjeron los primeros contactos significativos entre los hombres de las culturas del Nuevo y Viejo Mundo resultando en co- nocimiento Europeo de nuevas cosas y las palabras para denotarlas tales como barbacoa, cacique, canoa, yuca, guayaba, hamaca, huracán, iguana, maíz, papaya, tabaco, tomally. La Investigación sobre las Islas trata de indagar cuándo y de dón- de vinieron los diferentes Pueblos Indígenas quienes, en diferentes momentos, descubrieron y poblaron éstas tierras. Todavía los idiomas del área así como las culturas de aquellos que las hablaron, son muy poco conocidas, de mane- ra imperfecta a lo sumo y no son todas; mientras que, incluso aquellas que todavía están en uso, parecen estar perdiendo sus hablantes nativos mientras que los grupos étnicos a los cuales pertenecen están aumentando” (1977:13) (Traducción nuestra).

De acuerdo con Taylor (1977), el panorama de los stocks lingüísticos en- contrado por los europeos en El Caribe fue el siguiente:

“Aparte del warao, solo pueden considerarse dos grupos—Arawako y Caribe. Resulta conveniente precisar que cuando hablamos (en la región) de Arawako nos referimos a la lengua Lokono y Caribe=Karina, mientras que Arawako y Caribe se refiere también a Familias extensas de lenguas cuyos miembros más divergentes se presume que tuvieron un origen común aun cuando remoto. De acuerdo a Alden Mason, la Arawaka, es “…probablemen- te, la más importante y extendida familia lingüística de Suramérica, tanto en número como en lenguas y dialectos componentes”… mientras que la Caribe “es una de las grandes familias lingüísticas de Suramérica, tanto en número de lenguas constitutivas como en extensión…

El número de lenguas Amerindias distintas (mutuamente ininteligibles) que se hablaban en Las Antillas y Las Bahamas para el momento de la Con- quista Hispana o posterior a ella nos resulta incierto ya que ninguna de ellas existen hoy. Para algunas de ellas disponemos de muy pocos datos, a veces sólo de sus nombres: Caquetío (Aruba y Curaçao), Carinepagoto (Trinidad), Ciboney (Cuba y Haití), Ciguayo (Santo Domingo), Guaccaierima (Haití), Guaiquerí o Waikeri (Isla de Margarita), Macorixe (Cuba), y Maisi (Cuba); Aun cuando Caquetío y Ciguayo (este último equiparado por algunos con el Macorixe, y del cual sólo hay el registro de dos palabras: tuob “oro” y baeza´ (una negación) ha sido asignado al Arawako mientras que el Carinepagoto al

44 Omar González Ñáñez

Caribe; asimismo se ha sugerido que el Guaiquerí estaba relacionado con el Warao.

Para otras lenguas sólo disponemos de al menos cortas listas de palabras que permiten inferencias más o menos plausibles en cuanto a la afiliación genéti- ca de las lenguas: Nepuyo (Trinidad y parte de la vecina Tierra Firme), Shebayo o Salvaio (Trinidad; cfr. Sabayo, nombre de un moderno clan Arawako que, de acuerdo con la tradición, tuvo un origen independiente), Yao o Iao (Trinidad y región costanera de Guyana desde el Orinoco hacia el este o los Mayacare), y Taino (incluyendo Sub-Taino y Lucayo; Antillas Mayores y Las Bahamas).

Todavía, tres idiomas más que se hablaban antiguamente en las islas de las Indias Occidentales, se conservan en el continente Americano y pueden conocerse con cierto detalle. Estas son Arawak o Lokono (Trinidad y la región costera de Guyana que se extiende desde el Orinoco hasta una zona oriental tan distante como Oyapock), Carib, Karina o Galibi o Cariñaco (Tobago, Gre- nada y probablemente otras islas de las Antillas Menores, la Guayanas desde el Norte del Orinoco hacia el este, hacia el Amazonas), Caribe Insular (Island Carib) o Iñeri o Igneri (Antillas Menores, excepto Trinidad y Tobago, y desde Stann Creek en British Honduras (hoy Belice), y al sur y al este del Golfo de Honduras hacia Black River)” (1977:13-14). (Traducción nuestra).

Volvamos a los pobladores originarios del Caribe Insular, es decir, a las lenguas de la Familia Lingüística Maipure-Arawaka que llegaron desde Tierra Firme, particularmente desde un área conocida como “El Noroeste Amazó- nico” en la zona del Alto Río Negro, específicamente en el Río Içana, un afluente del R. Negro, Estado Amazonas de Brasil. El Içana tiene un afluente, el Río Cuiarí, que viene de Colombia, país próximo al área. Dentro del Iça- na se localiza un raudal conocido como Jípana (Hípana) que los Pueblos de habla Maipure-Arawako conocen como “El Ombligo del Mundo” porque allí comenzó la etnogénesis Pan-Arawaka. El stock de Lenguas Arawakas se suele dividir en Lenguas habladas al sur del Río Amazonas (Arawako meridional) y Lenguas habladas al Norte del Río Amazonas (Arawako septentrional). El Meridional se extiende desde las Tierras Bajas de Brasil hasta Los Andes, por ejemplo, el Shuar, Mojo (Moxo), etc. (Cf. Tabla de Lenguas de la Familia Lin- güística Maipure-Arawaka; Payne, 1991)

Uno de los grupos de lenguas del stock Maipure-Arawako importantes para el poblamiento primigenio de Las Antillas son las del GRUPO KURRI-

45 Identidad y diversidad lingüística en el caribe

PAKO (Curripaco). (Ver Tabla No. 2: Lenguas Maipure del Norte. Vidal, 1989)). El Ája-Karro, uno de sus dialectos, constituyó, de acuerdo con los da- tos de lingüística histórica, la Proto-lengua para la Familia Maipure-Arawak. Esta lengua fue la misma que llegó a Las Antillas (particularmente a Puerto Rico o Borínquen), con el nombre de Igneri o Eyeri (“gente”) Dicho dialecto, fue reportado por los primeros europeos del siglo XV bajo esa denominación.

En González Ñáñez (2000: 43) sostuvimos y hoy ratificamos lo siguiente:

Según nuestros datos cronológicos y el patrón del Orden de Palabras, las lenguas Arawakas Antillanas pertenecían a un grupo que llegó al Caribe en- tre 1.000 A.C. y 500 D.C. (Grupo II de nuestra cronología). Taylor y Rouse (1955:106) afirman que el Lokono y el Igneri estuvieron unidos hasta el 1.800 A.P.; lo que significa que su separación ocurrió alrededor de los 155 A.C. y que la del Taíno fue posterior. Ambos autores coinciden en señalar que el primero en llegar a las Antillas fue el Igneri (1955:113). Esto se puede corroborar ac- tualmente ya que, según el vocabulario de Rochefort (en Bachiller y Morales 1888: 389), el Igneri de Borinquén era una lengua muy parecida al Curripaco, la proto-lengua. Por otra parte, el Igneri era una lengua-Nu (los morfemas nu- y ta- son prefijos pronominales para la marca del 1SG en estas lenguas) al igual que ocurre en las demás Maipures del Noroeste Amazónico y del Arawako Andino. En cambio, el Taíno, Guajiro y Lokono son lenguas da- ó ta-.

Según los arqueólogos (Rouse y Cruxent 1963; Zucchi 1984:35), durante el período II (1.000 A.C. a 500 D.C.) los Igneri fueron portadores de la cerá- mica Saladoide.

Un último argumento en apoyo de nuestra hipótesis de que las lenguas Arawakas Antillanas llegaron al Caribe después que se separaron del Proto- Maipure, es que el Guajiro, el Lokono y el Igneri son las únicas lenguas Mai- pure del Norte con un orden VSO (un subtipo de OV). Estas lenguas estaban penetrando en Las Antillas cuando aún no habían cambiado a lenguas VO como ya lo habían hecho las demás lenguas Maipure. Las lenguas Arawakas Antillanas son fonéticamente innovadoras y es posible que hayan sido influen- ciadas por lenguas Caribes del Norte y de la Costa en expansión tardía y cuyo Orden de Palabras era OV. Los grupos Caribes entraron a Las Antillas después de los Arawakos.

A continuación incluimos un breve listado comparado del Vocabulario de Rochefort citado en Bachiller y Morales (1888: 389) y el actual dialecto Kurri-

46 Omar González Ñáñez pako (Ája-Karro en González Ñ, 1987) hablado extensamente en el Içana y el Guanía (Colombia y Venezuela):

IGNERI KÁRRO ESPAÑOL (Rochefort, 1888) (González Ñáñez, 1987) inara ínarru mujer eyéri náiki /atsiá hombre, gente káti jípai tierra ni ni él canoa kanúwa canoa, bote bohio pántij casa balána palána mar (nan) ichi ikále corazón tujonóco pántij casa

(esta palabra podría ser de orígen warao: janóko “casa”, aunque también en algunas lenguas arwakas la palabra para “cueva” es rúku, úku y en sus mi- tologías, el orígen fue en una “casa de piedra” o Jípana o cibaruku. En Cuba se usa la palabra “ceboruco” para referirse a guijarro o piedra. En el Estado Táchi- ra, Venezuela también se localiza una población con ese nombre. Allí Además se encuentra una laja con petroglifos de indudable figuras sagradas arawakas.

kachi kamúi sol

(En Wayuunaiki o guajiro, también lengua Arawaka, la palabra para “sol” es ka’ í y ka’ i “luna”)

ibas jípa(da) pueblo, piedra

(la palabra karro para “pueblo” o aldea es dzakále . Es posible que sea un arcaísmo para referirse a las casas en cuevas de piedra de referencia abundante en la mitología de la etnia ciboney (¿síba-inei? “gente de las piedras”)

Luego del poblamiento autóctono amerindio y su posterior genocidio prac- ticado por los invasores europeos devino el GRAN ATROPELLO HISTÓRICO que significó la irrupción durante el siglo XV de los europeos en el proceso que se conoció como la Conquista de América que se mantiene disfrazada hasta hoy

47 Identidad y diversidad lingüística en el caribe en el siglo XXI –en tiempos de postmodernidad– a través del proceso de mun- dialización o globalización. Esta invasión significó una nueva etapa en el proceso de construcción de identidades en el área caribeña. A lo largo del proceso de conquista, exploración, colonización, etc., arribaron pobladores españoles, por- tugueses, ingleses, holandeses, italianos, franceses, árabes, chinos, etc.

Posteriormente, al iniciarse la Trata de esclavos negros traídos desde la Costa Occidental del África, se enriquece el proceso de aculturación e inter- culturación que algunos autores llaman mestizaje, infelizmente a cambio del exterminio de la población africana.

Creemos necesario incluir algunos datos sobre la introducción del com- ponente afro en Las Antillas3:

Tráfico de esclavos para la América española.

El tráfico de esclavos en África, que primero habían dominado los árabes para vender su mercancía en los mercados mediterráneos, comenzó a caer bajo el control de los europeos durante el S. XV.

Empleo de esclavos en América:

Como mano de obra supuestamente “más apta” (sic), se utilizó en toda América al negro esclavo. Al decir de los historiadores españoles, España fue la que menos se dedicó al tráfico negrero, limitándose a conceder licencias de entrada, inicialmente a los genoveses, después a las compañías alemanas y a los portugueses y por último a franceses e ingleses; éstos obtuvieron la exclu- siva en 1713 por el “derecho de asiento”, hasta que se concedió la libertad en 1789. Aunque la entrada de esclavos negros fue general para todos los reinos y provincias de la América española, su número fue mayor en el área del Caribe y golfo de México, tanto por razones climáticas como por el rápido descenso de la población indígena en estas zonas.

Sustitución de la población diezmada en las Antillas:

La Española (Haití y Santo Domingo) fue la isla más rápidamente colo- nizada y explotada. En 1502 el Conquistador Ovando implantó el sistema de los repartimientos, de consecuencias fatales para la población indígena, que fue

3 datos tomados en fecha 03/02/04 de la página Web http://www.mgar.net/index.html, en el vínculo “Historia:docs:trata-Microsft internet explorer” de la empresa canaria de Manuel García.

48 Omar González Ñáñez diezmada por el trabajo forzado y por las enfermedades. Las discordias entre los colonizadores y la rápida extinción de los indígenas, dirigieron a los espa- ñoles hacia Cuba, cuya ocupación metódica había emprendido el adelantado Diego Velásquez (1510). En la primera mitad del siglo XVI imperó en Cuba una economía basada en la minería intensiva del oro, a base del trabajo forzado. Cuando en 1540-1550, agotados los yacimientos, fue suprimido el régimen de repartimientos, la población de las Grandes Antillas estaba aniquilada y tuvo que ser sustituida por mano de obra esclava. Igual suerte corrieron los indios de Trinidad y las Bahamas, donde de momento no hubo establecimientos colonia- les permanentes, pero que sufrieron las incursiones de los cazadores de esclavos.

Fue en las colonias francesas (Haití, Martinica, etc.) y en las inglesas (Ja- maica, Virginia, Carolina, Georgia y en general en el Sur de las Trece Colo- nias) donde el empleo de esclavos alcanzó mayor densidad.

Dimensiones del más grande de los comercios de esclavos:

Hacia 1818 casi la mitad de la población de Brasil, que se componía de 4.000.000 de habitantes, era de esclavos, en 1847 más de la mitad de los 9.000.000 cubanos eran esclavos. Los franceses también se comprometieron en este co- mercio y llevaron muchos negros esclavos a Haití, donde en 1950 sólo 2000 de los 3.500.000 habitantes de la isla eran blancos y el resto eran descendientes de esclavos. En 1560 John Hawkins introdujo en Inglaterra el negocio esclavista. Durante el s. XVII la English Adventure Trading Company utilizaba la mano de obra de esclavos negros en su industria de la caña de azúcar en las Indias Oc- cidentales. En el período 1700-86 unos 610.000 negros fueron transportados a Jamaica y 2.130.000 a otros lugares de las Indias Occidentales Británicas.

Debe también incluirse en este proceso de etnofagia (de contacto y des- gaste) y de linguocidio o exterminio de lenguas entre Pueblos y culturas tan diversas, a los esclavos y mano de obra traídos de algunos países del Asia, principalmente de la India y de China.

De acuerdo con Focuss Caribbean4:

“En el Mapa del Caribe o Indias Occidentales, la región es tan variada como los centenares de islas que comprende. Sus habitantes, de origen africa- no, Nativo- americano o amerindios, y descendientes europeos, han desarro-

4 datos tomados en fecha 03/02/04 de la página Web http://www.iccc.ia.us./focus/caribean/Events. htm en el vínculo “Focus Caribbean. Microsoft Internet”.

49 Identidad y diversidad lingüística en el caribe llado un miríada de culturas y tradiciones distintas. En la región se habla una variedad de idiomas, pero el inglés, el español, el francés, y el holandés son los cuatro idiomas oficiales primarios.

Por lo general, las Islas caribeñas son divididas en tres grupos: Las Ba- hamas, la Antillas Mayores y las Antillas Menores. Incluyendo aproximadamente 3,000 islas de la Bahamas que quedan fuera de la costa oriental de Florida. La Antillas Mayores son las islas generalmente más grandes y más Septentrio- nales y se encuentran más cerca de Estados Unidos, mientras que la Antillas Menores se localizan al sudeste de la Isla Menor de Puerto Rico. La Antillas Menores, más al este, están divididas en Islas Sotavento e Islas de Barlovento.

Los primeros colonizadores hispanos denominaron al subcontinente in- sular con el nombre de INDIAS OCCIDENTALES por lo que sabemos fue un error de destino o de ruta ocurrido durante el 1er. Viaje de Cristóbal Colón cuando el 12 de octubre de 1492, creyendo que habían llegado a la India asiá- tica (Sipango), arribaron a las Costas americanas de Guanahaní o “San Sal- vador” conocida hoy en día como St. Barthelemy, o “San Bartolomé” en las Antillas Occidentales Francesas” (Traducción nuestra).

Culturas, Diversidad e Identidad: Continuación del proceso de Etnicidad en el Caribe: Las Lenguas Criollas.

Uno de los resultados de todo ese proceso fue la amalgama de culturas en El Caribe, una vez que se produjo el etnocidio que explica la virtual des- aparición de las lenguas amerindias antillanas venidas de las Tierras Bajas de Suramérica aun cuando no de su etnicidad presente en la memoria colectiva de las neoculturas de los pueblos caribeños y su herencia cultural manifiesta, en- tre otros rasgos, en los vestigios materiales de las civilizaciones precolombinas (cerámica, edificaciones, mitohistoria, mitología, cantos, danzas, culinaria, gastronomia, tecnologías, etc.) se produjo el surgimiento y fortalecimiento de las llamadas lenguas CRIOLLAS (Creole languages) que explica un resurgi- miento del orgullo étnico

Sobre el problema de la etnicidad caribeña, el filósofo J. M. Briceño Gue- rrero (2002:541) introduce un término interesante que define como religiosidad difusa en el siguiente contexto:

“Si distinguimos entre institución religiosa, religión y religiosidad, debe- mos decir que aun cuando hay varias religiones de origen europeo, africano,

50 Omar González Ñáñez americano y extremo-oriental y aunque algunas de esas religiones están repre- sentadas por instituciones religiosas organizadas y conectadas con otras áreas del mundo, sin embargo se ha desarrollado una religiosidad difusa que no puede definirse como sincretismo. Sincretismo hay en el nivel de las religiones, pero nos referimos a una actitud un tanto panteísta, supersticiosa, fraternal y gozo- sa que no puede descomponerse en elementos ajenos reestructurados sino que tiene una fuerza propia unitaria y poderosa, y es esa religiosidad difusa la que proporciona el caldo de cultivo más importante para la integración emocional y sentimental”

Sería interesante pensar en el asunto en términos globales de una iden- tidad caribeña difusa lo cual no significa que sea una identidad erosionada o dispersa sino mas bien muy bien estructurada y compartida por estos pueblos que aun cuando los une e identifica mantiene la diversidad originaria Pre y Poscolonial y establece sus propios bordes culturales. Por supuesto, toda esta reflexión remite al proceso de colonización y descolonización que han vivido estos pueblos. Vale la pena retomar algunas ideas que expresamos en un artícu- lo (González Ñáñez, 1990)5 sobre identidad y lenguas indígenas entre hablan- tes de lenguas arawakas del sur de Venezuela y criollos y donde citábamos a dos autores que ya habían iniciado esta discusión: Jean Luis Calvet (5) (1981) y Albert Memmi, 1971). Allí señalábamos:

“…el problema de la IDENTIDAD juega un papel fundamental en la explicación del problema dialéctico del encuentro entre los europeos (y sus descendientes criollos) y la población amerindia, pues esa situación sabemos que no fue pacífica y produjo importantes configuraciones sociolingüísticas donde predominó el proceso de etnofagia (González, 1977) y el de glotofagia (Calvet, 1982). Bien sea en áreas de bilingüismo o en regiones de multilin- güismo, la característica es la del sojuzgamiento lingüístico y cultural de los

5 Etnofagia. Destrucción o absorción de los valores etnoculturales de una etnia aborigen por parte de otra sociedad colonizadora generalmente europea o criolla. En realidad el concepto puede aplicarse a cualquier sociedad que practique la dominación colonial (cf. González Ñáñez, 1977) Glotofagia. Concepto desarrollado por Jean-Louis Calvet (1981) para explicar cómo en situaciones co- loniales o de simple dominación y privilegio lingüístico se da una oposición entre lengua dominada y lengua dominante, de aniquilamiento de de una o varias lenguas, de lengua exclusiva, etc. Como resultado de este proceso surge lo que el autor (1981:62) llama una superestructura lingüística. Dicha superestructura, está liderizada por el Estado colonizador y la lengua “oficial” de ese Estado, pues aun en situaciones de bilingüismo se genera—desde el punto de vista del colonizador—la oposición entre lo que puede considerarse “la lengua” y el o los “dialectos”. Este último siempre ocupa una categoría de lengua o mas bien “jerga” inferior, mientras que los sistemas lingüísticos de los colonizadores- conquistadores sí alcanzan el nivel de “lengua”, el cual es sinónimo de “civilización”.

51 Identidad y diversidad lingüística en el caribe colonizados acompañada de una muy bien planeada dependencia económica y tecnológica.

Albert Memmi (1971:171) plantea con claridad esta realidad:

“La posesión de dos lenguas no es únicamente la de dos instrumentos: es la participación de dos universos psíquicos y culturales. En este caso, los dos universos simbolizados y supuestos por las dos lenguas están en conflicto: son las del colonizador y los del colonizado.

Además, la lengua materna del colonizado, aquella que se alimenta de sus sensaciones, sueños y pasiones, en la que expresa su ternura y se produce su asombro; aquella que canaliza la mayor carga afectiva, es precisamente la menos valorada. No goza de ninguna dignidad en el país ni en el concierto de las naciones. Si quiere conseguir un empleo, labrarse un puesto, existir en la comunidad y en el mundo, tiene que empezar por someterse a la lengua de otros, de los colonizadores, sus señores. La lengua materna es humillada y aplastada en el conflicto lingüístico en que vive. Y acabará por hacer suyo este desprecio objetivamente fundado. Empezará a suprimir por sí mismo esa lengua débil, a ocultarla ante los extranjeros, a sólo parecer cómodo en la lengua del colonizador. En suma, el bilingüismo colonial no es ni un desfase donde coexistan un idioma popular y una lengua purista, pertenecientes a un mismo universo afectivo, ni una simple riqueza políglota, que se benefi- ciará de un teclado suplementario, pero relativamente neutro. Es un drama lingüístico.”

IDENTIDAD y LENGUAJE(S) constituyen entonces dos nociones que no solo refieren a la mera explicación lingüística o gramatical sino que, como sugirió Whorf (1970) están enraizados en el pensamiento de las gentes y su interpretación-decodificación de la relación con el mundo experiencial de los actores lingüísticos y, como seguiremos viendo en este trabajo, resulta muy rico tratar de explicarlo en pueblos sojuzgados o sometidos a relaciones de dominación colonial.

En una reciente edición del Boletín europeo ANCLAJES (01-0204)6 el investigador Ricardo Ros, retomando al filósofo John B. Carroll, también de la escuela Whorfiana, llega a un planteamiento interesante y que nos recuerda

6 datos tomados en fecha 02-02-04 de la página Web http://www.pnlnet.com/anclajes/main.php3 en el vínculo Boletín Anclajes.

52 Omar González Ñáñez que aún sigue planteada en el escenario teórico la discusión, ya vieja en lin- güística, sobre Lenguaje, Pensamiento y Realidad; él acota:

“Decía Carroll que las palabras significan lo que los poderes políticos y sociales quieren que signifiquen. Creo que tenía razón. Por la palabra conoce- mos la situación anímica de una persona, pero también conocemos la situa- ción anímica de una sociedad.

El lenguaje no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento en sí mismo. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Las palabras reflejan una intención o pasión interna que no puedo exteriorizar. Esa pasión interna no la puedo pronunciar en ninguna lengua, ya que existe sólo en mi mente. Pero son las palabras las que exteriorizan esa pasión interna a través de símbolos que no significan exactamente lo que siento. La pasión interna la expreso a través del lenguaje, pero no es exactamente mi sentimiento. A veces, consigo hacerlo, muy a mi pesar, a través del lenguaje no verbal, que me trai- ciona y exterioriza lo que no veo.

Las palabras describen la realidad, pero no son la realidad. Las palabras describen nuestro estado interno, pero no son nuestro estado interno. Decía San Agustín que las palabras no pueden manifestar lo que nosotros tenemos en el espíritu. Y añadía: “Por el conocimiento de las cosas se perfecciona el conocimiento de las palabras”. Toda palabra que no conduce a la acción es un lastre que añadimos a nuestro interés por conocer la “realidad”. Y la realidad en la que pensamos y sobre la que actuamos está mediatizada por el lenguaje.

La función del lenguaje no es sólo simbólica o clasificatoria. El lenguaje regula también nuestra conducta interna y externa. El ser humano “puede” porque habla. Si no habláramos no tendríamos la capacidad para ser cons- cientes de nuestros sentimientos –de la pasión interna– ni seríamos capaces de tomar decisiones conscientes. Por eso es tan importante saber que constante- mente estamos falseando nuestra realidad interna y la realidad externa a través del lenguaje. Y que otras personas (políticos, publicidad, medios de comunica- ción) emplean permanentemente todas sus armas para influir en nuestro pen- samiento –y en nuestro sentimiento– a través de la manipulación del lenguaje” (Ros, 01-0204)

Abordamos ahora el tema de la diversidad de los referentes lingüístico- culturales que significó y significa el proceso de la creollización de lenguas en el Caribe por lo que resulta conveniente insertar algunos conceptos. Es interesan-

53 Identidad y diversidad lingüística en el caribe te conocer la opinión de los propios caribeños sobre sus lenguas Criollas, para lo cual hemos utilizado la definición de los lingüistas de la Universidad de Las Indias Occidentales del campus de Mona, Jamaica7:

Los idiomas criollos del caribe

Los idiomas Criollos del Caribe son producto, en primer lugar, del con- tacto entre hablantes de lenguas del África Occidental e idiomas europeos. El mayor volumen del vocabulario de las lenguas como el Criollo Caribeño proviene del idioma europeo involucrado en el contacto para el momento de formación del idioma Criollo particular. Así, existen francés-Criollo, inglés- Criollo, y Criollos hispano-portugués así como holandés-criollo. La etiqueta europea simplemente se refiere a la fuente de la cual estos idiomas tomaron la mayoría de su vocabulario Los lingüistas están de acuerdo en que las fonolo- gías de estos idiomas, es decir sus modelos de pronunciación, deben sus oríge- nes a modos de pronunciación originados en los idiomas africanos Orientales involucrados durante el contacto temprano.

El punto de controversia se refiere a la sintaxis de estas variedades. Su sintaxis es muy distinta a la de los idiomas europeos de los que ellos tomaron la mayoría de su vocabulario. Existen dos posibilidades. Una posición defen- dida por los lingüistas es la de que la sintaxis proviene de los idiomas africanos Orientales involucrados en la formación de estas lenguas Criollas. La otra es que la sintaxis empezó desde principio, basándose en universales lingüísticos a los que los hablantes primigenios debían acudir en situaciones de esclavitud en las plantaciones dónde no existía ningún idioma común compartido. Lo que si es cierto es que los idiomas Criollos caribeños tienen entre sí rasgos sintácticos comunes que no son compartidos con ningún idioma europeo del que ellos tomaron sus vocabularios. Así, el francés, el hispano/portugués, el inglés y los criollos holandeses comparten rasgos sintácticos que no comparten el francés, el español, el portugués, el inglés o el holandés.

Es importante observar que el vocabulario de un idioma criollo no tiene necesariamente nada que ver con el idioma Europeo que en la actualidad cons- tituya el idioma oficial del país. Así, los idiomas criollos de Surinam , a saber,

7 datos tomados y traducidos (04/02/04) de la página Web http://www.uwimona.edu.jm/dllp/index. htm que corresponde a la Universidad de las Indias Occidentales, Campus de Mona en Jamaica.

54 Omar González Ñáñez

Sranan, Djuka y Saramaccan, tienen un vocabulario predominantemente inglés, aunque el idioma oficial del Surinam es el holandés.

En Guyana existen dos Criollos extintos o cuasi-extintos del holandés: el holandés de Berbice y Skepi, aun cuando el idioma oficial del Guyana es el inglés. En Aruba, Bonaire y Curaçao, se habla ampliamente el Papiamentu, un Criollo hispano/portugués, y estos son países donde el idioma oficial es el holandés. Finalmente, en Dominica y en St. Lucia se habla un Criollo francés también conocido como Kweyol actualmente en uso. Estos son los casos aunque estos países tienen el inglés como su idioma oficial. Incluso en Grenada y Trinidad existen pequeñas comunidades de hablantes de Criollo francés, aun cuando, estos países han tenido el inglés como su idioma oficial durante casi dos siglos.

El status de las lenguas Criollas caribeñas está cambiando. En algunos ca- sos particularmente en Haití y en las Antillas Neerlandesas se les ha concedido reconocimiento oficial a las lenguas Criollas. Estos idiomas han puesto en uso sistemas de escritura estándares desarrollados para ellos, y se han convertido en idioma oficial de instrucción en las Escuelas”. (Traducción del autor).

Sobre la historia de los Creoles Caribeños nos dice Taylor (1977:151-154) que:

“Aunque los primeros Negros que llegaron al Caribe era LADINOS— es decir que habían pasado al menos un par de años en España o en Portugal—la gran mayoría de los esclavos habían sido traídos de manera subsiguiente di- recto desde el África y, usualmente se asume, que casi ninguno de ellos cono- cían en absoluto ninguna lengua europea para el momento de su arribo. Esta premisa puede ser correcta; pero también es bueno recordar que el pidgin que surgió alrededor de la mitad del siglo quince prosperó y se difundió hasta que vino a ser usado un par de siglos más tarde por los viajeros y comerciantes ho- landeses, ingles y franceses en la Costa Occidental del África y el Congo. Jean Barbot (1732) quien estuvo involucrado directamente en la Trata de Esclavos, registra el pidgin bajo el título de lingua franca como una de las lenguas que los futuros viajeros hacia esas partes de África y las Indias Occidentales harían bien en aprender, antes de izar velas. Por lo tanto, no es extraño que éste hu- biese sido usado, además de Brasil, en otras partes del Nuevo Mundo, como medio de comunicación entre esclavos nacidos en África de diversas lenguas maternas pero también como una especie de marco a partir de cual se constru- yeron más tarde otros pidgins y creoles.

55 Identidad y diversidad lingüística en el caribe

Usualmente se denomina PIDGIN a una lengua auxiliar empíricamente desarrollada y adoptada por dos o más comunidades de habla e sus relaciones entre sí pero no nativa a ninguno de ellas. Por CREOLE entendemos un anti- guo pidgin que se ha convertido en la lengua nativa de un grupo…” (1957:151. Traducción nuestra).

Conviene recordar que la voz pidgin fue la traducción al ingles de la pala- bra “business”, es decir, negocio, empleada por los colonizadores en Asia.

De acuerdo con D. Taylor (1957:152) los principales CRIOLLOS CARI- BEÑOS se pueden agrupar de acuerdo a la que parezca ser la fuente predomi- nante de su vocabulario, en el siguiente orden:

Holandes Inglés Francés Ibérico Holandés Negro Jamaiquino y otros Criollo de Louisiana Papiamento Holandés de Berbice Sranan Criollo Haitiano Palenquero Holandés del Esequibo Saramakan y Aluka Antillano Menor Djuka y Aluda Criollo de Cayena

También según Taylor ya para la época en que escribió su obra, estaban en vías de extinción los Criollos de Jamaica, Honduras Británica (hoy Belize) y Honduras siendo reemplazados por el inglés; el Holandés Negro estaba cer- ca de la extinción. Los Criollos de Surinam han permanecido pero sin mayor influencia en las lenguas No-Criollas de esos países mientras que los Criollos de Haití, Guadeloupe, Martinique, Cayenne y Palenque han experimentado una fuerte revitalización.

El Sranan (también llamado Nengre, Neguerenguels o Taki-Taki) con- siste de varios dialectos mutuamente inteligibles hablados entre varios grupos locales, raciales y sociales que habitan la región costera de Surinam. La habla un 30% de la población total del país y el 86% restante la emplea como lingua franca. Los otros criollos Surinameses constituyen aparentemente dos lenguas habladas –con diferencias locales–, integradas por cuatro grupos distintos de Negros del Bosque (Bush Negroes), el Djuka (o Auka, numeroso grupo del río Tapanahoni) y los Aluku, (o Boni, un pequeño grupo asentado en el río Lawa); los Saramacca y los Matuari.

Los cuatro criollos franceses, aunque muy similar léxicamente, muestran suficiente diversidad fonológica y gramatical para hacerlos casi ininteligibles

56 Omar González Ñáñez entre sí. Las variedades de Papiamento habladas en Aruba, Bonaire y Curaçao, parecen diferir principalmente debido al uso mayoritario o minoritario de pa- labras holandesas prestadas. El vocabulario de esta lengua, al igual que el del Saramaccan, posee una cantidad considerable de palabras derivadas del Portu- gués y aunque la fuente española parece predominar, casi la mitad del léxico, con igual probabilidad, se atribuye a su ancestro el palenquero, hablado (hasta donde sabemos), en la aldea de Palenque de San Basilio, cerca de Cartagena, Colombia. (Taylor, 1977:151-154)

El proceso de mestizaje lingüístico y de la conversión en tantos casos de pidgins en lenguas criollas bien consolidadas que hemos analizado en la re- gión Caribe, Antillana o Arahuacania, a pesar de la prolongación en el tiempo del colonialismo globalizado, no ha hecho más que reforzar la diversidad y la identidad lingüística de los pueblos antillanos contribuyendo a potenciar el orgullo étnico de los orígenes y el elemento más visible de este arraigo dentro de la diversidad son las construcciones lingüísticas en el discurso antillano que han sido rescatadas por los nuevos intelectuales y poetas neocaribeños como Aimé Cesaire, quienes, al decir de Augusto Roa Bastos (en el caso del Guaraní paraguayo), se sienten más identificados y su narrativa es más fluida cuando pueden expresarse en su lengua materna. Así, podemos concluir en esta po- nencia señalando que la esencia de la identidad caribeña es precisamente su diversidad y es esa dinámica la que logra explicar la recuperación de la memo- ria del caribeño debatiéndose en una lucha entre sus orígenes étnicos y el in- cesante zarpazo de Europa que hace que muchos isleños estando en América Latina se sientan a veces más europeos que los propios europeos. Parodiando a Fanon, podríamos decir que no han superado el síndrome del colonizado.

Tabla 1. Lenguas Maipure-Arawakas David Payne (1991)

North Amazon Amuesha (Perú) Resígaro (Perú) Chamicuro (Perú) Yucuna-Guaru Yucuna (Colombia) Eastern Waurá (Brazil) Piapoco Group Mehinaku (Brazil) Yawalapiti (Brazil) Achagua (Colombia) + Custenau (Brazil) Piapoco (Colombia)

57 Identidad y diversidad lingüística en el caribe

Amarizana (Colombia) (+?) Tariano8 (Col.) Parecis-Saraveca Parecis (Brazil) + Saraveca (Bolivia, Brazil) Cabiyari (Colombia) Southern Carru Group Paraná Terena (Brazil) Maniba (Rio Isana Baniva, + Kininao (Brazil) Baniwa, Hohódene, Siusí) Guaná (Paraguay) (Brazil, Colombia) Bauré (Bolivia)

Moxo: Carutana (=Carru) (Brazil) Ignaciano (Bolivia) Curripaco (Colombia, Trinitario (Bolivia) Brazil, Venezuela) Ipeka (Payulieni=Pacu) (Brazil, Colombia, Venezuela) Catapolitani (=Moriweni, Piro-Apuriná Mapanai) (Brazil) Piro (Perú, Brazil) Apuriná (Brazil) Wainumá-Mariaté (+?) Iñapari (Perú, Bolivia) + Wainumá (Brazil) + Mariaté (Brazil) Campa + Anauyá Guarequena-Mandahuaca9 Asháninca (Perú) Guarequena (Vzla-Brazil) Ashéninca (Perú, Brazil) Mandahuaca (Vzla-Brazil) Caquinte (Perú) Machiguenga (Perú) Nomatsiguenga (Perú) Rio Negro + Yumana (Brazil) + Pasé (Brazil) + Cayuishana (Brazil) Wapishana (Guyana, Brazil) Palikur Palikur (Brazil) Baré Group + Marawan (Brazil) Marawá (Brazil) Baré (Vzla-Brazil)

Baré Group (Contd) Guinau (Venezuela) Caribbean + Maipure (Colomb-Vzla)

8 Tariano es un grupo subalterno-del curripaco hablado en el Bajo río Vaupés de Brasil. 9 Mandahuaca era un dialecto del Baré hablado a lo largo del río de Pasimoni, cerca del cauce del Casi- quiare en Venezuela. No era un “subgrupo del Guarequena” (Warekena)

58 Omar González Ñáñez

Garifuna (Belize, Honduras, (previously Antilles) TA-Arawakan Manao Group

Lokono + Manao (Brazil) Guajiro (Colomb-Vzla) + Cariaya (Brazil) + Taino (Cuba, Jamaica, Haití, + Waraicú (Braz.) Dominican Republic, Puerto Rico) + Yabaana (Braz.) + Wiriná (Braz.) Shebayo (Trinidad) + Shiriana (Vzla) + Aruan (Brazil) Baniva10-Yavitero

(+?) Baniva (Brazil, Vzla.) + Yavitero

La leyenda: (+) significa “lenguas extintas”

Tabla 2. Lenguas Maipure del Norte

Proto-Maipure (3.5OO A.C.)

Maipure del Norte (3.5OO3.OOO A.C.)

BARE PALIKUR CURRIPACO MANAO

GUINAU TARIANA WAREKENA

IGNERI-CAQUETIO YAVITERO-BANIVA PIAPOCO-KABIYARI -YUKUNA

PARAUJANO-GUAJIRO-TAINO- ACHAGUA LOKONO-MAIPURE

Fuente: Vidal, S. (1989:71)

10 El Baniva Legítimo aún se habla en Maroa y algunos pueblos del río Guainia en el Estado Amazonas, Venezuela.

59 Identidad y diversidad lingüística en el caribe

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60 Omar González Ñáñez

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62 Integración y fronteras en el Caribe Nuevas visiones

Jorge Enrique Elías Caro1

1.- A manera de Introducción

Hace algunos días, después de leer un artículo del Ex-presidente de Co- lombia Alfonso López Michelsen (1978-1982), denominado “Hay despreocu- pación por los problemas de límites”2, me causó mucha sorpresa un párrafo en especial, por lo utópico y real que a la vez puede resultar:

“Hace aproximadamente unos 20 años en una librería de viejos encontré un libro escrito por un diplomático nicaragüense que tiene un título muy su- gestivo: Un enclave colonialista en el Caribe. Y me pregunté: ¿Cuál puede ser el enclave colonialista en el Caribe? Para sorpresa mía, el enclave colonialista era Colombia.”3

Esta aseveración de Caribe, sin lugar a dudas presenta un matiz Garcia- marquiano4, pues, a la luz de la lógica en cuanto a límites y fronteras se refiere, en el espacio nacional colombiano, al hacer un comparativo entre el territorio

1 Universidad del Magdalena. Santa Marta-Colombia 2 LOPEZ MICHELSEN, Alfonso (2005). Hay despreocupación por los problemas de límites. En Colombia y El Caribe. Ediciones Uninorte. Barranquilla, Pp. 13. Este artículo fue escrito con motivo del XIII Congreso de Colombianistas, celebrado en la ciudad de Barranquilla del 12 al 15 de Agosto de 2003 y Organizado por la Universidad del Norte y la Asociación de Colombianistas. 3 Ibíd. 4 En PÉREZ BETANCOURT, Rolando (2005) Revelaciones literarias. Diccionario de Palabras Garcia- marquianas de Piedad Bonnet. Periódico Granma 11 de octubre del 2005. La Habana Cuba. Gabriel García Márquez, textualmente sobre la concepción del caribe expresa “Caribe: es el único mundo en que no me siento extranjero y donde pienso mejor; Esta afirmación también es expuesta por SANTA- NA CASTILLO, Joaquín (2007) en su artículo Repensando el Caribe: Valoraciones sobre el Gran Caribe His- pano, Revista Clío América. Universidad del Magdalena. Vol. 1 Nro. 2. Santa Marta. Aún por publicar.

63 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones continental y las posesiones marítimas que ostenta en el Caribe, al tenor de López (2005) estos espacios resultan similares5.

Hecho significativo que motivó la realización de este trabajo, por cuanto con él surgieron muchos interrogantes, no sólo sobre la dimensión fronteriza de Colombia, sino de todos los países que la circundan, pues al consultar los límites de éstos, incluso cuando se promocionan a nivel internacional en las páginas virtuales oficiales de los países centroamericanos y caribeños, como ilustraremos más adelante, éstos cuando de delimitación marítima se refiere, sencilla y llanamente estipulan “con el Mar Caribe”.

Por eso con la elaboración de este trabajo, más que bosquejar los límites y las fronteras de los países caribeños, con esta disertación se pretende responder a la inquietud ¿por qué cuando de fronteras y límites marítimos se trata, no se discierne o se explicita cuales son éstos?, sino que sencillamente se castran por especificar “con el Mar Caribe”.

Circunstancia que lleva consigo una serie de problemáticas implícitas, pues, este desconocimiento se refleja también a nivel de tomadores de deci- siones6, lo cual genera desintegración, porque da al traste con el desarrollo de políticas internacionales; por lo tanto, con esa ruptura conceptual se imple- mentan tardíamente políticas de crecimiento, que en muchas ocasiones termi- nan siendo no coyunturales y sin continuidad, fuera de la inocua inserción in- ternacional que pueden tener los países caribeños en los ámbitos económicos, políticos y de seguridad7.

Lo paradójico del asunto, es que causa admiración tanto desconocimien- to e indiferencia no sólo de parte de los colombianos sino de nacionales de

5 El Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), entidad que en Colombia se encarga de los asuntos geográficos, enuncia que el territorio nacional colombiano, presenta una extensión de 1.114.480 Km2, espacio que no incluye el área de la plataforma marítima, pues éste aún se desconoce en su extensión. 6 Este desconocimiento es tan abrumador que el Ex-Vicepresidente de Colombia Humberto de la Calle Lombana (1994-1996), sólo se enteró que Colombia limitaba con Jamaica hasta unos días antes de su posesión en el cargo, básicamente por el tratado limítrofe que firmó el Ex-presidente Cesar Gaviria (1990-1994) a finales de su mandato con el Gobierno de ese país, al cual la prensa colombiana le dio mucho resonancia y despliegue, por lo cual el electo vicepresidente anunció “Quien sabía hasta hace pocos días, que éramos vecinos de Jamaica”. Este hecho, fue mencionado en alusión al sistema educativo colombiano, a quien el vicepresidente catalogó con mucha crítica, puesto “se imparte con excesivo pro- vincialismo”. En BELL LEMUS, Gustavo (2006) ¿Costa Atlántica? No: Costa Caribe. En El Caribe en la Nación Colombiana. Memorias X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”. Ministerio de Cultura de Colombia, Museo Nacional de Colombia y el Observatorio del Caribe Colombiano Bogotá D.C., Pp. 123-143. 7 ARDILA, Martha (2005) Colombia y El Caribe: Reflexión en Torno a sus Prioridades e Inserción Internacio- nal. En Colombia y El Caribe. Ediciones Uninorte. Barranquilla, Pp. 155-171

64 Jorge Enrique Elías Caro muchos países latinoamericanos y caribeños, sobre ¿cuáles son en efecto sus relaciones internacionales? y particularmente ¿cuales son las jurisdicciones que presentan en torno a los lindantes?8, de ahí que exista lo que argumentó López (2005) en su tesis sobre “despreocupación hacia los límites”.

Situación que no deja de ser objeto de preocupación, por cuanto se trata de una realidad no muy distinta a la Garciamarquiana9, porque de una u otra forma afecta la política internacional de las Repúblicas. No obstante, a pesar de que Colombia y Venezuela en Sur América y los países continentales centroamerica- nos: Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Guatemala y México en Nor- teamérica, poseen “una vertiente y pertinencia al Caribe Insular, esta región resulta tan extraña y desconocida”10, resultaría infrecuente para los nacionales de estos países, si se les preguntara ¿quienes hacen parte del CARICOM? y ¿cuál de ellos es país limítrofe con el suyo?, situación que de acuerdo a Ardila (2005), Abello (2006), Bell (2006) y Polo (2006), muy pocos sabrían responder.

2.- Límites, Fronteras y Demás Aspectos Geográficos de los Países Caribeños.

Cuando de límites se trata, empero, para el caso colombiano, aún en las escuelas de hoy a los niños se les enseña en Geografía, que Colombia posee cinco grandes fronteras y limita en cuanto a contornos terrestres con Venezue- la, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá y por fronteras marítimas, tajantemente los profesores dicen “por el Norte con el océano Atlántico” o “con el Mar Caribe”11. Inclusive, los mapas, solamente aparecen con sus fronteras en las

8 Ibíd. Pp. 155; BELL LEMUS (2006) ¿Costa Atlántica?... Op Cit.;Ver también los trabajos de; AVELLA, Francisco (2006) El Papel de la Geohistoria Para la Construcción de la Región Caribe. En El Caribe en la Na- ción Colombiana. Memorias X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”. Ministerio de Cultura de Colombia, Museo Nacional de Colombia y el Observatorio del Caribe Colombiano Bogotá D.C., Pp. 106-122; BELL LEMUS (2006) ¿Costa Atlántica?... Op Cit.; POLO ACUÑA, José (2006) Desde la Otra Orilla: las Fronteras del Caribe en la “Historia Nacional”. En El Caribe en la Nación Colom- biana. Memorias X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”. Ministerio de Cultura de Colombia, Museo Nacional de Colombia y el Observatorio del Caribe Colombiano Bogotá D.C., Pp. 171-188 9 GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1981) en Algo Más Sobre Literatura y Realidad. Periódico el Especta- dor. Bogotá. Junio 1 de 1.981 expresa “Yo nací y crecí en el Caribe. Lo conozco país por país, isla por isla, y tal vez de allí provenga mi frustración de que nunca se me ha ocurrido nada ni he podido hacer nada que sea más asombroso que la realidad”. Ver ABELLO VIVES, Alberto (2006) Una Cátedra para Entender el Caribe: Superar los Estereotipos. En El Caribe en la Nación Colombiana. Memorias X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”. Ministerio de Cultura de Colombia, Museo Nacional de Colombia y el Observatorio del Caribe Colombiano. Bogotá D.C., Pp. 21-28; 10 ARDILA (2005). Colombia y El caribe… Op. Cit. Pp. 155. 11 ABELLO (2006). Una Cátedra… Op. Cit. Pp. 22

65 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones cuales tiene límites con la porción de tierra firme y su parte insular, primor- dialmente San Andrés y Providencia, desdibujando las fronteras marítimas y sus límites totalmente.

Verbigracia de lo anterior, algunos profesores de Geografía y muchos ha- bitantes no saben que “Colombia tiene 1.600 Km. de costas, más de medio millón de Km2 del territorio del Mar Caribe y comparte fronteras marítimas con Venezuela, República Dominicana, Haití, Jamaica, Honduras, Nicara- gua, Costa Rica y Panamá”12. Y más aún, con Panamá limita con tres fronte- ras, una de ellas la terrestre, y las dos restantes marítimas, puesto colinda con la del océano pacífico (Tratado Liévano-Boyd) y la del Mar Caribe (Tratado Liévano-Boyd). Cómo si fuera poco, hasta con Costa Rica también tiene más de una frontera, pues a pesar de que lo hace por el Mar Caribe (Tratado Fer- nández - Facio) como se mencionó en renglones anteriores, también lo hace por el Pacífico (Tratado Lloreda - Gutiérrez)13, caso similar acontece con Ve- nezuela, pues tiene frontera terrestre y marítima, ésta última generadora de discordia y problemas entre las partes.14

Por su parte, Colombia con el resto de fronteras marítimas limita de la siguiente manera: Nicaragua15 (Tratado Esguerra - Barcenas), Honduras (Tra-

12 Ibíd. Pp. 23. 13 PEDROZA NIETO, William Tomás (2003) El Océano en las Ciencias Naturales y Sociales. Comisión Colombiana del Océano (CCO). Armada Nacional de Colombia. Cartagena. Ver también GARCIA, Angélica (2003). Colombia País Maravilloso. Situación Astronómica de Colombia. Página virtual baja- da de la red el día 27 de Junio de 2007. http://pwp.supercabletv.net.co/garcru/colombia/Colombia/ mapaAstronomica.html. 14 Todas estas discrepancias fueron dirimidas definitivamente, mediante el tratado de límites entre Colom- bia y Venezuela, firmado el 5 de abril de 1941. No obstante, el tratado limítrofe firmado en el año de 1941, en las últimas décadas han surgido nuevos problemas, como son: El relacionado con el archipiélago de los Monjes. El problema surge debido a las dudas planteadas por Colombia relativas al derecho que tiene Venezuela sobre estos islotes, lo cual produjo una consulta Venezolana a Colombia, quien respondió en 1952 reconociendo la soberanía de Venezuela sobre el referido archipiélago, lo que es ratificado por el Consejo de Estado de Colombia en 1976. En la actualidad el problema es canalizado de acuerdo con lo pautado en la “Declaración de Ureña”, firmada por los Presidentes de Venezuela y Colombia el 28 de marzo de 1989, en virtud de la cual se designaron los miembros de la Comisión Permanente de la Conciliación, establecida en el “Tratado de No Agresión, Conciliación, Arbitraje y Arreglo Judicial de 1939”, y de cuatro altos Comisionados para hacer el inventario de las principales cuestiones por exami- nar entre ambos países y formular propuestas de tratamiento y de solución. También se nombraron dos comisiones, una venezolana y otra colombiana, para que se encargaran de la preparación y estudio de los Convenios y Tratados relativos al desarrollo económico y social de las áreas fronterizas. Tanto los altos comisionados como las comisiones de asuntos fronterizos han venido trabajando y han presentado los informes correspondientes a los respectivos gobiernos, los cuales están referidos a la evaluación de los problemas fronterizos, pero hasta ahora no se ha llegado al fondo del problema principal que es el de las áreas marinas y submarinas del Golfo de Venezuela. Problemas planteados en relación con la demar- cación limítrofe Colombo-venezolana en BARBOZA, Elizabeth (2002) Límites de Venezuela. República Bolivariana de Venezuela. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Cabudare-Lara. 15 Tal vez este sea el más conocido por los colombianos en cuanto a fronteras marítimas se refiere,

66 Jorge Enrique Elías Caro tado Ramírez - López)16, Jamaica (Tratado Sanín - Robertson), Haití (Trata- do Liévano - Brutus) y República Dominicana (Tratado Liévano - Jiménez)17. Vínculos que de acuerdo con González Arana (2007) por el excesivo sentido de andinización y concentración de poder en el centro del país, sólo hasta la segunda mitad del siglo XX se empezaron a dar evidencias de mayor presencia y búsqueda de estrategias coherentes hacia el Caribe. (Ver Ilustración 1).

“En este contexto se iniciaría “la paciente y continua política exterior de amojonar nuestros límites marítimos en el Caribe”18; y es así cuando se avanzó en la delimitación de las áreas marinas y submarinas en el Caribe19”

Entre tanto, Costa Rica tiene una extensión20 de 51.100 km2 y posee como límites geográficos terrestres una distancia total de 663 Km2: de los cuales, al norte está con la República de Nicaragua, mediante el tratado Cañas-Jerez del 15 de Diciembre de 1.858 y ratificado por el laudo del 15 de Abril de 1.888, presenta una distancia de 300 Km2; y el restante al sudeste con la República de Panamá, mediante el tratado Echandi Montero-Fernandez Jaén, con una

básicamente por el pleito internacional que durante mucho años han presentado estos dos países en la corte de la Haya, por motivo de dominio sobre San Andrés y Providencia y demás islas cir- cunvecinas. 16 Tratado que una vez firmado, hizo que Nicaragua también entrara en discordia con Honduras y sirvie- ra a su vez de pretexto para hacer dos demandas internacionales por temas fronterizos en la corte de la Haya, uno contra Colombia y la otra por supuesto, contra Honduras. 17 PEDROZA (2003) El Océano. Op. Cit. A pesar de los hechos históricos que han caracterizado la rela- ción de Colombia con el Caribe, por ser delimitado recientemente, resulta extremadamente pasmosa dicha situación, pues sólo le legalizaron estos límites, así: Con Nicaragua en 1928, con Panamá en 1976, con Costa Rica en 1977 el primer tratado, con República Dominicana en 1.978, con Haití en 1.978, con Honduras 1.986 y con Jamaica 1.993. En GRISALES, Germán (2007) Identidades, Violencia, Integración y Región Caribe. Revista Jangwa Pana. Nro. 5 Enero – Junio. Universidad del Magdalena. Santa Marta 18 Ver RAMÍREZ OCAMPO, Augusto. Balance y retos de la política exterior colombiana hacia el Gran Caribe: Una perspectiva política, Foro Relaciones Internacionales de Colombia con el Gran Caribe, p. 89. en GONZÁLEZ ARANA, Roberto (2007) Colombia en el Caribe. Revista Huellas. Universidad del Norte. Barranquilla. 19 Ibid. 20 En este contexto, Costa Rica presenta una franja entre sí de tan sólo 320 Km, con una longitud máxi- ma de 464 Km. (dirección NO-SE, desde dos millas antes de la desembocadura del Río Sapoá hasta Punta Burica, puntos extremos en el territorio continental. Los dos puntos del territorio nacional más distantes entre sí, son Punta Castilla, en la costa del Caribe, y Cabo Dampier, en la Isla del Coco). Y la menor distancia entre los dos mares es de 119 Km. (dirección NE-SO, desde Tuba hasta boca Coro- nado). Así la cosas, este país tiene una latitud, así: por el norte: 11º 13’ 12” (lugar donde el Río Sapoá entra a Nicaragua); al sur: 08º 02’ 26” (Punta Burica, punto más meridional del territorio continental. El punto más meridional de todo el territorio nacional es Cabo Dampier, en la Isla del Coco, a 005º 30’ 06” de Latitud Norte). Así mismo, una longitud de la siguiente manera: al este: 82º 33’ 48” (Boca del Río Sixaola); al oeste: 85º 57’ 57” (Cabo Santa Elena, punto más occidental del territorio continental. El punto más occidental de todo el territorio nacional se encuentra en el islote Dos Amigos, adyacente a la Isla del Coco, a 87º 06’ 06” de longitud oeste).

67 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones distancia de 363 Km2; de otro lado, como frontera marítima tiene en su tota- lidad 1.466, de los cuales al oeste y al sur con el Océano Pacífico posee una longitud de las costas de 1.254 Km. con el Pacífico desde Mojones, frontera Nicaragüense, hasta el hito Burica, frontera Panameña y al noroeste y al este con el mar Caribe con 212 Km. desde punta Castilla, boca del Río San Juan, frontera Nicaragüense, hasta boca del Río Sixaola21.

Venezuela por su parte, se encuentra situada entre los 0º 43’ de latitud norte, en su punto más meridional (catarata Hua), y a los 12º 11’ de latitud norte, en el cabo de San Román (península de Paraguaná). En cuanto a la longitud, su extremo este se encuentra en la confluencia de los ríos Barima y Marumara (59º 48’ de longitud occidental) y el oeste en el nacimiento del río Intermedio (73º 25’ de longitud occidental). Como se puede apreciar, la nación se encuentra por completo dentro del hemisferio norte y al oeste del meridiano de Greenwich22. Venezuela limita por el norte con el mar Caribe y el océano Atlántico, al sur con Colombia y Brasil, al este con Guyana y al oeste con Co- lombia y ejerce su soberanía sobre los 912.050 km² del territorio nacional, el cual comprende no sólo la porción continental del país, sino también las islas incorporadas al mismo, sobre la plataforma continental y el mar territorial23.

El artículo 11 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezue- la, establece que la soberanía del Estado se ejerce en los espacios: continental, insulares, lacustre y fluvial, mar territorial, áreas marinas interiores, históricas y vitales y las comprendidas dentro de las líneas de base recta que ha adoptado o adopte la República; el suelo y subsuelo de éstos; el espacio aéreo continen- tal, insular y marítimo y los recursos que en ellos se encuentran, incluidos los genéticos, los de las especies migratorias, sus productos derivados y los com- ponentes intangibles que por causas naturales allí se hallen.

En ese contexto, el espacio insular de la República Bolivariana de Vene- zuela “comprende el archipiélago de Los Monjes, archipiélago de Las Aves,

21 Instituto Geográfico Nacional de Costa Rica (2005). Dimensiones del Territorio Nacional. División Te- rritorial Administrativa de la República de Costa Rica. Comisión Nacional de División Territorial Administrativa. www.mopt.gov.cr , tomado de la red el 20 de Mayo de 2007. 22 CARPIO CASTILLO, Rubén (1981) Geopolítica de Venezuela. Editorial Ariel. Caracas; Ver también el trabajos de MARTINEZ, Raynell (1997) El Espacio Geográfico Venezolano. Web grafía. Caracas. 23 AGUILERA, Jesús Antonio (1988) Las fronteras de Venezuela. Ediciones del Congreso de la República. Caracas. Ver también los trabajos de BARBOZA, Elizabeth (2002) Límites de Venezuela. República Bo- livariana de Venezuela. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Cabudare-Lara; MORALES, Paul Isidro (1983) La Delimitación de Áreas Marinas y Submarinas Al Norte de Venezuela. Serie estudios. Caracas.

68 Jorge Enrique Elías Caro archipiélago de Los Roques, archipiélago de La Orchila, isla La Tortuga, isla La Blanquilla, archipiélago Los Hermanos, islas de Margarita, Cubagua y Co- che, archipiélago de Los Frailes, isla La Sola, archipiélago de Los Testigos, isla de Patos e isla de Aves; y, además, las islas, islotes, cayos y bancos situados o que emerjan dentro del mar territorial, en el que cubre la plataforma continen- tal o dentro de los límites de la zona económica exclusiva”24.

Sobre el espacio acuático constituido por la zona marítima contigua, la plataforma continental y la zona económica exclusiva, Venezuela ejerce dere- chos exclusivos de soberanía y jurisdicción en los términos, extensión y con- diciones que determina el derecho internacional público y la Ley25. Situación que hace, que por su alta posesión de islas en el caribe; la cercanía y sus nexos con éste sean muy próximos, pues tiene fronteras con más de 10 Estados cari- beños, tanto continentales como insulares26.

La página virtual oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores de Ve- nezuela, ilustra “La República Bolivariana de Venezuela limita, al norte, con los mares territoriales de las Antillas Neerlandesas (Aruba, Curazao, Bonaire y San Eustoquio), República Dominicana, Estado Libre Asociado de Puer- to Rico, Islas Vírgenes (USA), St. Kitts y Nevis, departamentos franceses de ultramar de Martinica y Guadalupe, Trinidad y Tobago; al Sur Brasil y Co- lombia; al Este el Océano Atlántico y Guyana y al Oeste con la República de Colombia”. Lo anterior, nos muestra cuan grande resulta el territorio que tiene Venezuela en torno al Caribe.

Sobre Nicaragua, la página Web de IOCARIBE en torno a este país, ta- jantemente enuncia: “Localizada en la parte central del Istmo, haciendo límite con Costa Rica en el Sur y con Honduras hacia el norte, por el este con el Mar Caribe y por el oeste con el Océano Pacífico”. Presentando, 450 de costa por el mar caribe y 305 por el lado del pacífico.

Al igual que los otros países mencionados, se evidencia claramente esa violación de mención sobre extensiones fronterizas, que hemos venido tratan- do, a pesar de que con Nicaragua se viene presentando el tan sonado caso de

24 LÓPEZ GUERRA, Luís y AGUIAR DE LUQUE, Luís (2001) Las Constituciones de Iberoamérica.: Aná- lisis de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Instituto de Derecho Público Comparado. Universidad Carlos III de Madrid. 25 Ibíd. 26 Para ello ver la información que difunde el Instituto Geográfico de Venezuela “Simón Bolívar” en su Página Virtual Oficial. www.igvsb.gov.ve

69 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones límites en su frontera con Colombia27. Siendo que Nicaragua, fuera de colin- dar con Colombia, de forma marítima también lo hace y así parezca raro con El Salvador28.

En cuanto a la República de Panamá, este caso es peripatético, pues, a pe- sar de ser la esquina del mundo, sólo limita con dos países: Colombia y Costa Rica, con los cuales comparte fronteras tanto terrestres como marítimas, ya sea por el Mar Caribe, como por el Océano Pacífico29.

La República Dominicana ocupa unas dos terceras partes de la isla llama- da antiguamente La Española (Hispaniola, en la versión latina de Pedro Már- tir de Anglería). Tiene una extensión de 48,442 kilómetros cuadrados, es la segunda en tamaño de las Antillas Mayores, luego de Cuba que tiene 114,500 kilómetros cuadrados. En cuanto a sus límites geográficos, según PARME30 (2007), lo hace así: Al norte con el Océano, Atlántico; al sur con el mar Caribe; al este con el canal de la Mona, que lo separa de Puerto Rico y al oeste con la República de Haití.

Si analizamos la anterior apreciación, la cual es hecha por una entidad oficial encargada de la reforma y modernización del Estado de la República Dominicana, que se espera de los demás estamentos, en cuanto a la concep-

27 Las costa de Mosquitos más las islas adyacentes, como las de San Andrés y Providencia, que durante la colonia permanecieron bajo la jurisdicción de la Capitanía General de Guatemala, pasaron en 1803, por recomendación de la Junta de Fortificación y Defensa de Indias, al Virreinato de Nueva Granada, que estaba en mejor aptitud para defender la costa del Caribe, desde el castillo de Chagres en Panamá hasta el Cabo Gracias a Dios. Aunque la real orden nunca implicó segregación de territorios, sino una simple comisión de vigilancia militar, tal documento dio base a la actual Colombia para reclamar soberanía sobre la Costa Atlántica de Nicaragua e islas adyacentes. Como resultado del litigio se firmó el tratado Esguerra - Bárcenas Meneces, ratificado por el congreso de Nicaragua, en 1930, mediante el cual Colombia mantuvo su dominio en el archipiélago de San Andrés y Providencia. Sin embargo, las islas, así como los bancos de Quitasueño, Serrana y Roncador, se encuentran situados a 250 Km. al este de Puerto Cabezas (Nicaragua) y a más de 600 Km. de las costas colombianas. 28 El Golfo de Fonseca o Chorotega es el único límite que separa a Nicaragua con El Salvador. Para el ejercicio de su soberanía se considera como propiedad de Nicaragua las islitas Farallones, frente a Cosigüina, mientras las islas de Meanguera y Meanguerita son salvadoreñas. Las aguas del Golfo son compartidas también por Honduras, única salida de este país al Pacífico. Resulta por tanto difícil de precisar qué parte del mar territorial y de la plataforma submarina, corresponde a cada uno de los tres países, resultando a veces infundados los reclamos, de un país a otro, como en el caso de la explotación pesquera en el golfo, a menos que tales acciones se circunscriban a las inmediaciones litorales, sobre las que los países ejercen natural soberanía. Ver INSTITUTO NICARAGUENSE DE INVESTIGA- CIÓNES ECONÓMICAS Y SOCIALES (INIES) (1995). Estudio sobre el uso de los recursos naturales en dos microcuencas hidrográficas de los municipios de Jinotega y Cua-Bocay departamento de Jinotega, República de Nicaragua. Universidad Nacional Agraria (Una). Managua. 29 SECRETARIA DE ESTADO DE TURISMO Y COMERCIO (2000). República de Panamá. Secretaría de Turismo de Panamá. Panamá. 30 PARME, significa Programa de Apoyo a la Reforma y Modernización del Estado de la República Dominicana. Ver en ese sentido Geografía y Estructura Económica. www.parme.gov.rd, tomado de la red el día 20 de Junio de 2007.

70 Jorge Enrique Elías Caro ción e intereses pueden tener éstos sobre sus límites, sí en acápites anteriores demostramos que en torno a fronteras marítimas, la República Dominicana, también limita con Venezuela y Colombia.

Así mismo, desde la Administración Turística de Honduras en su promo- ción virtual, ésta manifiesta que dicho país limita al Norte con el Mar Caribe, al Sur con Nicaragua y el Golfo Fonseca que comparte con Nicaragua y El Salvador, al Este con Nicaragua, al Suroeste con El Salvador y al Oeste con Guatemala. Así las cosas, su litoral en el Mar de las Antillas se extiende desde el Golfo de Honduras hasta el Cabo de Gracias a Dios, mientras que el del océano Pacífico queda reducido al Golfo de Fonseca.

Al igual que el caso anterior, Honduras también posee fronteras maríti- mas desde el lado del Mar Caribe (Colombia) y como se pudo evidenciar esta delimitación fue excluida de tajo. Hechos que de igual forma son consecuen- tes en Jamaica, Cuba, Haití y Puerto Rico, Estados Caribeños que en estricto sentido, entran al igual que los antes citados en la modalidad de encogerse de hombros, cuando de delimitación fronteriza sobre el Mar Caribe se trata.

3.- Problemática de la concepción geográfica de límites y frontera.

Alarcón (2006), sobre las posibles causas del provincianalismo con el que se manejan las fronteras exteriores en la concepción que tienen las personas, plantea que la legitimación del territorio de una comunidad regional y nacio- nal pasó necesariamente por una pedagogía territorial, en el cual, los textos de geografía contribuyeron a la elaboración de representaciones sociales sobre estos espacios. “De esta manera los textos escolares se convirtieron en artefactos cultu- rales que permitieron en primera instancia describir y enseñar el territorio considerado nacional, por lo cual se le ensalzó, se le cuantificó, a la par que surgió un afán por definir límites”31

A su vez “Esta pedagogía territorial estuvo estrechamente ligada…con la idea de prosperidad nacional y la cuestión de identidad nacional”32, pues con base en los

31 ALARCON MENESES, Luís (2006). Representaciones Sociales y Políticas Sobre el Caribe Colombiano. En El Caribe en la Nación Colombiana. Memorias X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tira- do”. Ministerio de Cultura de Colombia, Museo Nacional de Colombia y el Observatorio del Caribe Colombiano. Bogotá D.C., Pp. 214-236; 32 Ibíd.

71 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones preceptos de Ardila (2005) y Alarcón (2006) los países caribeños continentales han concentrado sus esfuerzos debido a los procesos de centralización que im- pera en los mismos, un modelo de desarrollo de políticas más andinas y/o de montaña, dándoles la espalda al mar, lo cual desde el siglo XIX en un intento de desconocimiento del espacio local y regional, construyen en el colectivo una imagen racial de inferiores condiciones33.

En ese orden de ideas, sobre el concepto de espacio geográfico, se podría citar: “El espacio es una unidad compleja multidimensional, que adquiere múltiples formas y comportamientos dentro de la totalidad global de la sociedad”34

De igual forma: “El espacio geográfico es parte indisociable de los procesos económicos, sociales y naturales, es decir, si la relación Sociedad-Naturaleza comprende básicamente un propósito de subsistencia y reproducción que se or- ganiza (en un espacio determinado), como un “metabolismo” entre los sistemas sociales y los naturales, donde aquellas utilizan su base de sustentación ecoló- gica para asegurar su supervivencia y reproducción y devuelven a la naturaleza sus desechos, entonces el proceso de acumulación de excedentes económicos, configura un eje central de esa relación35”

En tal sentido, a grosso modo se podría considerar que el espacio geográfico es parte de un conjunto de procesos que no se aíslan entre sí y en consecuencia, se define como una parte indisociable de un proceso conjunto de acciones so- ciales y naturales que se expresan a través de las configuraciones que adoptan estas acciones en una unidad territorial36.

De ahí que, la definición de territorio, de acuerdo con Anderson (1993) y Jodelet (2000) mantiene la delimitación de fronteras exteriores y la definición de vastos espacios inexistentes, fuera de los límites o posesión de las provin- cias37, pero que de acuerdo con Alarcón (2006), el imaginario colectivo los

33 Sobre este aspecto, las personas oriundas del interior de los países continentales, especialmente la de los suramericanos caribeños, en un falso estereotipo, consideran que los caribeños como tal, son muy poco dado al trabajo y al cultivo de la inteligencia, dejando ver una fobia hacia el proveniente de la región Caribe, pues en el imaginario nacional consideran que las elites están es en la andinización y no en las costas, básicamente por la centralización de los poderes. Esto se refuta de raíz, por cuanto esas concepciones son infundadas e inocuas, ya que del caribe han salido las personas que le dan brillo a esos países, principalmente desde la literatura, las artes, los deportes, la música, etc. 34 BRICEÑO MÉNDEZ, Manuel (1976) Consideraciones sobre la Formación del Espacio en Venezuela. Caracas. 35 MÉNDEZ VERGARA, Elías (1996) Geografía: Una ciencia en Construcción. México D.F. 36 MARTINEZ, (1997) El Espacio… Op. Cit. 37 ANDERSON, Benedict (1993) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del

72 Jorge Enrique Elías Caro incluye como partes irrenunciables en el proceso de formación del Estado38. Por eso, el hecho de siempre buscar la operacionalización de la legitimación social de los territorios, a fin de que sus habitantes puedan tener en la mente la imagen de comunión, es decir, la de una comunidad imaginada39. Pues, en ese sentido el mar Caribe es un mar que une y un mar que atrae40.

Avella (2006), precisamente sobre esa concepción de unidad caribeña, conceptúa que en la historia Regional del Caribe es donde se reconstruyen los mitos de la unidad latina o hispana, base de toda unidad nacional, ya que “lo único que nos une, es lo único que nos mata”41. Sánchez (1998), arguye que la base de esa unión y separación a la vez, tiene en principio a la violencia como resorte fundador de las bases de unidad nacional, si se tiene en cuenta que el Caribe, al tenor de Germán Arciniegas en su libro clásico “Biografía del Cari- be”, éste es un mar que “hierve” y permanentemente, parodiando a Fernando Braudel “se ha mantenido en movimiento”42, no sólo por ser el mar de los vio- lentos huracanes43, sino porque desde la geohistoria, siempre ha estado ligado a expediciones de conquista, invasiones piratescas, contrabando de armas y municiones, ideas libertadoras, guerras constantes y revoluciones independis- tas y expansionistas, etc., hechos que de una u otra forma siempre han estado marcado por actos violentos44.

Por ello, la importancia que se le debe conceder al aspecto geográfico, pues, es una muestra del papel otorgado al territorio en la identificación y reconocimiento del espacio, al cual, Alarcón (2006), con base en los preceptos de Quijada (2001), además, se le valora como un factor clave de identidad so-

nacionalismo. México D.F.; JODELET, Denis (2000) Representaciones sociales: contribución a un saber sociocultural sin fronteras. En Denis Jodelet y Alfredo Guerrero Tapia, Develando la Cultura. Estudios en representaciones sociales. Universidad Autónoma de México. UNAM. México D.F. Pp. 7 - 30. 38 ALARCON (2006) Representaciones… Op. Cit. Pp. 216. 39 Ibíd. En este sentido Germán Grisales (2007) establece “Sea que los llamemos regionalismos o nacio- nalismos, identidades regionales o nacionales no parecen constituir procesos naturales, en la mayoría de los casos, sino procesos ratifícales inducidos por la élites en gran medida con poder político o con poder económico, o, que sin tenerlos aspiran tenerlos, o están inconformes con la cuota que conservan en un momento determinado….” 40 BELL (2006) ¿Costa Atlántica?.. Op. Cit. Pp. 130. 41 AVELLA (2006). El Papel de… Op. Cit. Pp. 106. 42 BRAUDEL, Fernand y DUBY, Georges (1987) El Mediterraneo, Espasa-Calpe. Madrid. Pp. 37 - 60. En BELL (2006) ¿Costa Atlántica?.. Op. Cit. Pp. 130. 43 Germán Arciniegas en su libro Biografía del Caribe, en cuanto al fenómeno de los Huracanes, de forma pictórica denomina al mar Caribe, como un: “charco violento por donde se han paseado todos los huracanes”. 44 BELL (2006) ¿Costa Atlántica?.. Op. Cit. Pp. 130.

73 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones cial45. En tal sentido, “el territorio no sólo será descrito sino también idealizado como soporte físico y como soporte simbólico de una comunidad imaginada, pero geográfica- mente asentada…representada de distinta manera a través del desarrollo histórico del Caribe…”46.

4.- Concepciones sobre Fronteras y la Fronterización del Caribe

Al referirnos sobre el concepto de fronteras, es de imperiosa necesidad, analizar el trabajo de Frederick Jackson Turner, publicado por primera vez en 1894,47 para argumentar la temática desde una fundamentación teórica más profunda. Trabajo en el cual se muestra como al interior de los Estados Unidos a finales del siglo XIX, se hizo una “revuelta”48 política y cultural del Oeste contra el Este49. La obra de Turner50, como dice Polo (2006) ofreció una opor-

45 QUIJADA, Mónica (2001) Imaginando la Homogeneidad: la alquimia de la Tierra. En Mónica Quijada, Carmen Bernard y Arnd Schneider. Homogeneidad y nación. Un estudio de caso. Argentina, siglos XIX y XX. CSIC. Madrid. Pp. 182. Ver ALARCON (2006) Representaciones… Op. Cit. Pp. 233. 46 Ibíd. 47 TURNER, Frederic Jackson (1894) “The Significance of the Frontier in American History” Annual Report Of The American Historical Association, Government Printing office. Washington. Este trabajo posteriormente fue reeditato por David Weber y Jane Rausch (editores) Where Cultures Meet (Frontiers in Latin American History). Jaguar Books, Wilmington. 1994. Pp. 1-18. En POLO ACUÑA, José (2006) Desde la Otra Orilla: las Fronteras del Caribe en la “Historia Nacional”. En El Caribe en la Nación Colom- biana. Memorias X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”. Ministerio de Cultura de Colombia, Museo Nacional de Colombia y el Observatorio del Caribe Colombiano Bogotá D.C., Pp. 172. 48 POLO (2006) Desde la Otra Orilla: … Op. Cit. Pp. 172. 49 Para comprender lo anterior, ver también el trabajo de LONDOÑO MOTA, Jaime (2003) “La Fronte- ra un Concepto en Construcción”. En Clara Inés García (Compiladora), Fronteras (Territorios y Metáfo- ras). Hombre Nuevo Editores/Instituto Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, Medellín, Pp. 61-83. 50 Turner en su ensayo mezcla geografía, política, economía, y cultura y desde estas peculiaridades argu- ye que la vida de frontera contribuye a forjar una nueva nación, con valores y prácticas compartidas que sustituyen progresivamente a las diferentes tradiciones culturales importadas desde Europa por los primeros emigrantes, concluyendo tajantemente que todo ese proceso que vivió Estados Unidos en la primera mitad del siglo XIX, fue por las Fronteras y no por los gérmenes de identidad americana. Entendiéndose a esta frontera, sobre todo en su dimensión geográfica, como un inmenso territorio de tierras libres, abiertas a la colonización. Turner, a su vez aduce que, en la oferta de tierras sin ocupar, que proporcionan las planicies centrales del continente, apenas pobladas, estaría la clave de un sistema social extraordinariamente estable y fluido. Por ello, su existencia explica no sólo el rápido desarrollo económico alcanzado por el país desde el momento de su independencia, sino particularidades po- líticas y culturales. Trabajo que fue continuado, más adelante por el mismo Turner en 1903, con su obra “Contribuciones del Oeste Americano a la democracia”, donde en esencia Turner trata de mostrar la relación que se establece entre democracia y frontera, aduciendo que el poder se centralizaba sólo en personas que procedían de esas fronteras. Hecho que a la luz de lógica, en tiempos actuales sobre todo en Colombia, tiene una alta dosis de verdad. Trabajos que posteriormente fueron tratados con lujos de detalle, ya sea por críticas o en apologías, por Bolton (1917), Bannon (1974), Moorhead (1975), Faulk (1976) y Langer y Jackson (1997).

74 Jorge Enrique Elías Caro tunidad para que se discutieran sus planteamientos a la luz de los procesos históricos hispanoamericanos.

“En ese sentido, se puede ver hasta que punto la frontera se convirtió en una especie de molde forjador de identidades de las naciones hispanoamerica- nas después de las independencias. Los estereotipos de la frontera construidos por Turner y sus partidarios (tierra fascinante de oportunidades democráticas y de libertad individual), tuvieron en principio un significado contrario. En efecto, la frontera como tierra de violencia, mestizaje e insalubridad llamó la atención sobre diferentes etapas con diversos grupos sociales interactuando entre sí, originado tipos humanos bien definidos como los gauchos, bainderan- tes51, mineros, granjeros, rancheros, llaneros, cimarrones, arrochelados, entre otros”52

Así las cosas, desde este punto de vista, nace el arquetipo de caribeño. No obstante, resulta menester aclarar, que esta concepción de prototipo resulta importante desde un ámbito más mayúsculo, toda vez que se trata de la cons- trucción de concepciones y axiomas que en últimas remiten a la elaboración de imágenes, que en “ocasiones terminan colaborando con la fabricación expresa de identidades sociales”53

Sobre este aspecto y en particular sobre la identidad Caribe, Wade (2002) y Aja (2007), arguyen que al ser el Caribe un lugar de paso, de comercio, las mezclas entre pueblos, razas, dominadores y dominados, fueron construyendo una amalgama histórico-cultural54. Y más cuando, al momento de los procesos independistas y desconolizadores, se presenta una redefinición de lo Caribe,

51 Bandeirantes son llamados los hombres que a partir del siglo XVI penetraban en los territorios in- teriores del Brasil. La villa de San Pablo (Sao Paulo) era entonces distinta de las demás poblaciones portuguesas en América porque no se encontraba en el litoral, sino enclavada sobre el altiplano que se alcanzaba después de subir la “Sierra del Mar”. Así, aislados del comercio y sin alternativas eco- nómicas, allí los hombres se hicieron bravíos y pasaron a atacar a los indígenas para hacerlos esclavos en sus plantaciones de azúcar. Los Bandeirantes étnicamente eran descendientes de portugueses, casi mestizos con elementos indígenas. Caminaban descalzados por la selva y hablaban el “tupi” enseñado por los jesuitas en la escuela creada los comienzos de la colonización de la villa. Pero sus acciones violentas contra la población indígena fueron condenadas por los sacerdotes de la Compañía de Jesús, que se volvieron sus enemigos. 52 POLO (2006) Desde la Otra Orilla: Op. Cit. Pp. 174. 53 Ibíd. 54 WADE, Peter (2002) Construcción de lo negro y de África en Colombia. Política en la música costeña y el rap. Traducción de Fernando Visual. En Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias, 150 años de la abolición de la esclavitud en Colombia. Universidad Nacional de Colom- bia, otros. Bogotá; AJA ESLAVA, Lorena (2007) Música, cuerpos e identidades hibridas en el Caribe: ¿Cuál música, cual cuerpo, cual identidad, cual Caribe?. Revista Jangwa Pana. Nro. 5 Enero-Junio. Universidad del Magdalena. Santa Marta. Pp. 41.

75 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones sobre todo por el “establecimiento de identidades territoriales vinculadas a incipientes procesos de modernización y construcción de la idea de Nación”55. En ese contexto, las naciones fueron creando sus imaginarios de nación a partir de una ideolo- gía racista y discriminatoria, en donde “los valores asociados a lo blanco, europeo, español, era positivamente asumido, mientras que lo asociado a lo indio y a lo afro, eran considerados negativos, atrasados, por lo cual trataron de ser invisibilizados en la cons- trucción de la idea de Nación”56.

González Arana (2007) en su redefinición de lo que es Caribe, basándose en los preceptos de Socorro Ramírez, aduce que es precisamente esa falta de unidad, lo que ha hecho que se haya despertado tal fragmentación; pues, se han “dispersados los caribes anglófonos, afrosajón, hispano, latino, afrolatino, holan- dés, francés, mestizo, insular o continental,…condición natural de ser países con víncu- los fuertes pese a sus evidentes diferencias”.57

Por ello, en el uso del concepto de Frontera y su aplicación en el análisis de los procesos de investigación histórica58, se ha mostrado “la compleja forma-

55 Ibíd. 56 Ibíd. 57 RAMÍREZ, Socorro (2003) Avances y retrocesos del Gran Caribe. Etapas y resultados de la Asociación de Esta- dos del Caribe . XXII Conferencia Anual de la Caribbean Assotiation, Barranquilla, mayo de 1997, Pp. 13- 40. En GONZALEZ ARANA (2007) Colombia en el Caribe… Op. Cit.. 58 Este tipo de trabajo especialmente en Latinoamérica y el Caribe han sido pocos, aunque con un gran avance durante la última década, sin embargo en esos pocos que se han elaborado, sobre estos apartes, se recomienda ver los trabajos de MUNERA, Alfonso (2005) Fronteras Imaginadas: La construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano. Editorial Planeta Colombiana S.A. Primera Edición. Bo- gotá D.C; GRIMSON, Alejandro (2005) Los procesos de fronterización: flujos, redes e historiocidad” en Clara Inés García (compiladora) Fronteras (Territorios-Metáforas). Hombre Nuevo Editores/Instituto Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, Medellín, Pp. 15-33; HERNANDEZ ASENCIO, Raúl (2004) Los estudios de frontera y los discursos relativos a las fronteras tropicales a comienzos del siglo XVII. En La frontera Occidental de la Audiencia de Quito. Viajes y Relatos 1.595 – 1.630- Instituto Francés de Estu- dios Andinos e Instituto de Estudios Peruanos. Colección Popular. Primera Edición. Perú Septiembre de 2.004. Pp. 17 - 45. Ya de manera más provincial, es rescatable los trabajos de Philip W. Powell y David J. Weber. Powell (1977 y 1980) centra sus esfuerzos en analizar las relaciones entre las poblacio- nes sedentarias españolas al norte de México y los Pueblos Nómadas Chichimecas, fronteras que se han suscitado incluso desde épocas prehispánicas. Así mismo, Hermes Tovar Pinzón en Convocatoria al poder del número: censos y estadísticas de la Nueva Granada 1750-1830, toca el tema de la “frontera del Nuevo Mundo y el doblamiento en la Nueva Granada”. Archivo General de la Nación. Bogotá. 1994. Pp. 17-59; el mismo José Polo Acuña, lo hace en “Contrabando y pacificación indígena en la frontera Colombo-venezolana de la Guajira 1750-1820” en América Latina en la Historia Económica, julio-diciembre 1995. México. Pp. 87-130. Igualmente “Etnicidad, conflicto social y cultura fronteriza en la Guajira 1700-1850”. Universidad de los Andes/Ministerio de Cultura/Observatorio del Caribe Colombiano. Bogotá. 2005; y “Etnicidad, poder y negociación en la frontera Guajira 1750-1850”. Instituto Colombiano de Antropología en Historia. ICANH. Bogotá. 2005; A manera de ejemplo también podemos citar a: Jane Rausch (1994) “Una frontera en la sabana tropical. Los llanos de Colombia, 1531-1831”. Banco de la República. Bogotá. (2002) la Frontera de los llanos orientales en la historia de Colombia. Banco de la República-El Ancora Editores. Bogotá; María Clemencia Ramírez de Jara (1996) Frontera fluida entra Andes, Piedemonte y Selva. El Caso del Valle del Sibundoy, siglos XVI – XVIII. Instituto Colombiano de Historia Hispánica. Bogotá; María

76 Jorge Enrique Elías Caro ción de la naciones, cargada de agudos conflictos sociales, exterminio y exclusión siste- mática de poblaciones indígenas y negras de los proyectos Estado-Nación”59

En cuanto a la fronterización del Caribe como tal, ésta contrasta con los demás procesos, especialmente con aquellos que se hacen llamar del “inte- rior” en los países de tierra firme del Caribe, pues ha sido tan marcada tales diferencias, que al expresar de Polo (2006) y Múnera (2005), resultan siendo por sí solas en esa comunidad de fronteras imaginadas “cárceles historiográfi- cas”, ya que, en ésta no sólo se dan las desvinculaciones con los del “centro” (donde se concentra el poder), sino con otras fronteras internas que con base en el colectivo imaginario de la gente, aún son aparentemente más lejanas, siendo que en los nexos que tiene con la sociedad, estos hacen parte de esa unidad nacional, caribeña o latinoamericana, donde a partir de esa ruptura de estereotipos se generó una bipolarización de imágenes en torno a la civili- zación y la barbarie60.

Siendo así, que la fronterización caribeña, a lo largo de los procesos his- tóricos, se ha construido en la dinámica y en la forma, cómo se dé la relación entre los poderes centrales y los intereses de las poblaciones locales. En ese sentido, según Múnera (2005 y) Polo (2006) el concepto de frontera indica movilidad, porosidad, dinamismo, bi-conceptualidad del mundo y desplaza- miento en un espacio geográfico política y culturalmente imaginado61. Estos procesos de fronterización ya no con los de montaña, sino al interior del Cari- be, lejos de ayudar a establecer comunidades cerradas, “generaron por el contra- rio acercamiento, negociaciones, sincretismos e hibridaciones entre los distintos sectores

Teresa Archiva (2003) Una sociedad de frontera: El Bajo Cauca-Nechí a finales del periodo colonial- Fronteras (Territorios-Metáforas). Hombre Nuevo Editores/Instituto Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, Medellín, Pp. 273-287; Arístides Ramos Peñuela (1999) Los caminos al río Magdalena: la frontera del Carare y del Opón 1760-1860. Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Bogotá, 178 Pp. ;Richard James Goulet (2003) “Trade and Conversión: Indiens, Franciscans and Spaniards on the Upper Amazon Frontier, 1693-1790”. Tesis para optar título de Doctor en Historia de la Universidad de Massa- chussets; Patricia Vargas (1995). Naciones aborígenes y la estructuración del espacio colonial: fronteras internas y externas en la Nueva Granada durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En Regiones Culturales y Fronteras entre el Magdalena y el Pacífico, siglos XVI-XVIII. Fundación para la promoción de la investigación y la Tecnología. Bogotá; Miguel García Bustamante (1997) Un Pueblo de Frontera. Villavicencio, 1840-1940. Cargraphic. Bogotá; Sandra Bravo y Medardo Restrepo (2003) La frontera desde la perspectiva económica: un estudio del caso de la vertiente Bajo Cauca-Nechí 1640-1830. en Clara Inés García Fronteras (Territorios- Metáforas). Hombre Nuevo Editores/Instituto Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, Medellín, Pp. 265-272 59 POLO (2006) Desde la Otra Orilla: Op. Cit. Pp. 175. 60 dUNCAN BARETTA, Silvio y MARKOFF, John (1978) Civilization and Barbarism: Cattle Frontier in Latin America. Comparaative Studies in Society and History. Vol. 20, 4 Pp. 587-620. 61 POLO (2006) Desde la Otra Orilla… Op. Cit. Pp. 179.

77 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones sociales que produjeron un modus vivendi particular en la frontera”62, de ahí que el Caribe desintegre, pero también reúna, y que repele, pero a la vez atraiga.

En ese contexto, el término frontera alude, por lo tanto, a una peculiar estructura social y económica, determinada por la relación desigual con otros espacios. En este sentido, la frontera tiene un carácter ambivalente, pues resul- ta ser, al mismo tiempo:

“lugar de avanzada (como pensaba Turner), donde se ensayan, por pri- mera vez, respuestas y prácticas que posteriormente son asumidas en otras regiones, y también lugar de refugio, hacia donde los grupos perdedores de los procesos de cambio resultan expulsados”63

Este doble carácter de frontera, marca su historia y dota a los territorios de un perfil peculiar que, en el ámbito simbólico, como antes se había expresa- do, se percibe en los discursos ambiguos elaborados desde los centros de pode- res regionales64. Para comprender esta situación, es importante verla desde la nueva escuela historiográfica y en especial desde la teoría de la dependencia65, donde como objeto primario se estudia la relación “Centro” – “Periferia”, ca- tegorías que a pesar, de que en un principio fueron hechas en términos econó- micos, pronto fueron adaptados a los estudios de la historia66.

Como se puede evidenciar, el término frontera, desde estas consideracio- nes, resulta enriquecida, pues no sólo tiene implícito las especificaciones me- ramente geográficas, sino también presenta diversas connotaciones. Es el caso

62 Ibíd.. Pp. 178. 63 HERNANDEZ ASENCIO (2004) Los estudios de frontera… Op. Cit. Pp. 25. 64 Ibíd. 65 En este sentido, se trata de una renovación general que atañe a todas las ciencias sociales. Pues, en esencia la teoría de la dependencia, es aquella que trata de estudiar las relaciones entre los diferentes espacios geográficos y culturales desde la perspectiva de los vínculos económicos que los unen entre sí. 66 Un referente importante sobre este tema, lo constituyen los trabajos hechos en las décadas del 60 y 70, por Carlos Sempat Assadourian, quien dentro de la historiografía americanista concibe una nueva forma de percibir los espacios regionales y con ello, dándose una ruptura en la visión tradicional de áreas centrales y áreas marginales desde el punto de vista político, sustituida por la idea de espacios más o menos integrados en función de un sistema global de relaciones sociales y económicas. Sobre el particular, Assadourian (1983, 129) sintetiza: “La América española se fractura en grandes zonas económicas que se adelantan a la zonificación política o administrativa. Cada una de estas zonas conforma un verdadero y complejo espacio económico, cuyo diseño más simple sería el siguiente: (a) la estructura se asienta sobre uno o dos productos dominantes que orientan un crecimiento hacia fuera y sostienen el intercambio con la metrópoli; (b) en cada zona se genera un proceso que trae consigo una especialización regional del trabajo, lo cual estructura un siste- ma de intercambios que organiza o concede a cada región un nivel determinado de participación y desarrollo dentro del complejo zonal; (c) la metrópoli legisla un sistema para comunicarse directamente con cada zona, al tiempo que veda el acceso de las otras potencias; y (d) la metrópoli, igualmente, regula, interfiere o niega la relación entre grandes zonas coloniales”.

78 Jorge Enrique Elías Caro de Rolando Mellafe (1969, 11) en su estudio sobre la ocupación del suelo en el Virreinato del Perú, quien definió a la frontera como: “frontera es, a un tiempo, un territorio y un proceso”, dándose como casos de procesos, los de producción, de estructuración, institucional y social67, donde a nivel del Caribe, aún no se han institucionalizado en un continuo normal, pero que están en un camino de formación o transformación.

5.- La concepción de lo Caribe y sobre el Caribe.

En una de las primeras citas de este escrito, se referenció una frase de García Márquez: “Caribe: es el único mundo en que no me siento extranjero y don- de pienso mejor”, palabras que dejan ver un senti-pensar de algo, que es ese universo llamado Caribe. García Márquez, aunque es colombiano de naci- miento, como dice él mismo, se siente caribeño, que de acuerdo con Santana (2007) en ese discernimiento, apunta a un fenómeno cultural a saber: el de la existencia de hábitos, costumbres, y modos de vivir y sentir la vida bastante similar.

“Se trata de la existencia de una cultura, y de una historia común o con fuertes nexos y vasos comunicantes en el marco de una región pluriétnica, multirracial y diversa desde el punto de vista lingüístico. De hecho García Márquez nos sugiere un gran tema: el de la identidad o unidad de lo diverso; identidad cultural dentro de la diversidad y heterogeneidad de esa región que hoy en día denominamos Caribe”68.

Santana (2007), de la misma manera expresa:

“Todo intento de estudiar las ideas y su evolución histórica en lo que hoy en día denominamos Caribe exige siempre un esfuerzo adicional para el estudioso: el pensar y repensar el Caribe, debido a la diversidad de criterios y puntos de vista que existen sobre la región y los países que la integran. El pro- blema no se hace menor cuando se reduce el referente al contexto del Caribe hispano, pues en este caso existe igualmente disparidad de opiniones. Estas van desde las que consideran sólo a las Antillas hasta aquellas que partiendo del término cuenca incluyen a territorios continentales que se encuentran en el denominado complejo Golfo – Caribe”.

67 HERNANDEZ (2004) Los estudios de frontera… Op. Cit. Pp. 25 68 SANTANA (2007). Repensando el Caribe… Op. Cit. Pp. 1.

79 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones

No obstante lo anterior, hay autores que tienen criterios diferentes, ver- bigracia de ello, Carlos Rojas Osorio (1997) en su libro Filosofía moderna en el Caribe hispano, deliberadamente omite a ciertos países en la integración de ese Gran Caribe. “… Quisiera indicar claramente que este estudio se circunscribe a los países de la cuenca del Caribe de habla hispana: Cuba, Santo Domingo, Venezuela, Colombia, Puerto Rico Panamá, Costa Rica, Honduras y Guatemala”69

Al tenor de lo anterior, es de suma extrañeza que este autor excluya de raíz y sin ninguna explicación, a países que a la luz de la lógica y sin tener los más connotados conocimientos de geografía, se sabe hacen parte del Caribe hispano, es el caso de México y Nicaragua, repúblicas que como se evidenció anteriormente tienen inherencia directa con el Mar Caribe70. Aquí se podría decir que en relación a El Salvador que también excluye de tajo, tal vez tenga razón, si se le mira desde la óptica de límites con la masa de agua, como dije- ran Gaztambide (2007) y Santana (2007), porque “no toca una gota de agua con el Mar Caribe”71, pero que, desde el punto de vista cultural, racial, histórico, entre otros, hace parte de esa hermandad72, razón por la cual, no compartimos dicha teoría, aunque la respetamos, básicamente por lo que González Arana (2007) diserta sobre las características primordiales para ser concebido como país caribe, las cuales precisamente se dan por “la existencia en el Caribe de una serie de problemas comunes al conjunto de los países latinoamericanos, allí muchos pro- cesos históricos coloniales y contemporáneos se han dado con mayor fuerza y nitidez que en el resto del subcontinente, ya que la opresión extranjera se ha ejercido en un universo

69 ROJAS OSORIO, Carlos (1997) La Filosofía moderna en el Caribe hispano. Universidad de Puerto Rico. Decanato de Estudios Graduados e Investigación, Rio Piedras. Editado por Miguel Ángel Porrúa. México p. 8 70 En cuanto a la exclusión de Nicaragua, hipotéticamente tal vez tal vez tenga razón si es vista desde el siglo XIX, y de ser así es loable su pronunciamiento, pero de no ser éste su resorte, no encontramos otra razón de peso para aceptarlo. 71 GAZTAMBIDE, Antonio (2007) La Invención del Caribe a Partir de 1.898 (Las definiciones del Caribe, revisitadas). Revista Jangwa Pana. Nro. 5 Enero- Junio. Universidad del Magdalena. Santa Marta. Pp. 1-23. SANTANA (2007). Repensando el Caribe… Op. Cit. 72 Sobre esa unión fraternal caribeña, Eric Hobsbawn (2001) plantea “El Caribe se distingue en la historia Universal, porque su gran contribución ha sido el ethos caribeño”. Entendiéndose a ethos, acorde con Geertz (1997), como: “El ethos de un pueblo, es el tono, el carácter y la calidad de su vida, su estilo moral y estético, la disposición de su ánimo. Se trata entonces de la actitud subyacente que un pueblo tiene ante sí mismo, y ante el mundo que la vida refleja. Su cosmovisión, es un retrato en que las cosas son en su pura efectividad: es su concepción de la naturaleza, de la persona de la sociedad. La cosmovisión tiene la ideas más generales de orden de ese pueblo”. Ante eso, Aja (2007) sobre el ethos Caribe, expone “Hibridación, mezcla, dominación, esclavitud, libertad, desorden, jolgorio, fiesta, ritmo, turismo, contrabando, cimarronería, risa, plantación, la raza cósmica, sistema- mundo…”. HOBSBAWM, Eric (2001) Historia del Siglo XX. Crítica. Barcelona; GEERTZ, Clifford (1997) La interpretación de las culturas. Gedisa. Barcelona; AJA ESLAVA, Lorena (2007) Música, cuerpos e identidades hibridas en el Caribe: ¿Cuál música, cual cuerpo, cual identidad, cual Caribe?. Revista Jangwa Pana. Nro. 5 Enero-Junio. Universidad del Magdalena. Santa Marta. Pp. 40.

80 Jorge Enrique Elías Caro geográfico y demográfico menos compacto y ha sido objeto del interés y las rivalidades de múltiples potencias, como centro también de importantes y singulares procesos socioeco- nómicos y de luchas sociales muy intensas”73

De ese Caribe que pretendemos tratar, existen muchas definiciones y delimitaciones, en las que se mira desde su dimensión geográfica, histórica, socio-cultural, geohistórica, geopolítica y filosófica. En el concepto de Sadner (1984), (2003), Avella (2001), (2006) y Aja (2007), desde esas diferentes dimen- siones, el Caribe se define ante todo por los procesos y dinámicas que se han generado “…en el espacio que está conectado por ese mar semicerrado, por los bordes que se constituyen en el espacio insular y las porciones continentales…”74.

Ante eso, por la dificultad de haberse definido al Caribe polifacéticamen- te, y por la difusa idea que aún se tiene de Caribe, la pertenencia al Gran Cari- be, en ciertos países surge más por unos intereses, que por una objetividad geo- gráfica e histórica75. De esta manera, existen diferentes maneras de concebir al Caribe, pues, existen el Caribe Insular (Antillas mayores y menores), El Caribe amplio que incluye las costas de Centro América y Sur América y el Caribe extenso, que permite hablar de escenarios costeros del sur de México, el norte de la Florida, Centro América, Norte de Colombia, Venezuela, las Guyanas e incluso hasta algo del Norte de Brasil.76

Por su parte González Arana (2007), tajantemente sentencia “Por Cari- be entendemos no sólo las islas antillanas, sino también todos aquellos espa- cios marítimos y continentales que integran el perímetro geopolítico caribeño,

73 GONZALEZ ARANA (2007) Colombia en el Caribe… Op. Cit. 74 AJA (2007) Música, Cuerpos… Op. Cit. Pp. 41 75 No se necesitan muchos estudios para notar la diversidad de criterios que existen en cuanto a los límites y las naciones que componen el cuadro caribeño. Y más cuando de Caribe se trata, se apunta a los distintos enfoques en busca de lo homogéneo en una zona especialmente heterogénea, dada su compo- sición étnica - racial y su diversidad lingüística. Pluralidad de enfoques que se mueven en un complejo abanico de disciplinas y que van desde la geopolítica a los estudios culturales. Además, porque en ello, se asientan las pautas teórico metodológicas, para incluir o excluir a las naciones del universo caribeño, pese a la diversidad de sus lenguas, religiones, de su geografía fragmentada en miles de islas y en la “polvareda de países”, algunos con sólo 16.000 habitantes, que tienen voto en la ONU, como lo plan- tean los profesores Sandner (2001), Avella (2006) y Santana (2007). 76 Ver los trabajos de SANDNER, Gerhard (2003) Centro América & el Caribe Occidental. Coyunturas, Crisis y Conflictos 1503-1984. Traduccón de Jaime Polanía. Universidad Nacional de Colombia. Sede San Andrés islas. Instituto de Estudios Caribeños. Bogotá; (2001) Estudios Regionales del Caribe. ¿en qué sentido?. V Seminario Internacional de Estudios del Caribe, Universidad Nacional Sede de San An- drés. Cartagena; AVELLA, Francisco (2001) Bases Geohistóricas del Caribe Colombiano. En respirando el Caribe. Memorias de la Cátedra del Caribe Colombiano. Vol. 1 Ariel Castillo Mier (Compilador). Observatorio del Caribe Colombiano, Ministerio de Cultura, Universidad del Atlántico; AVELLA (2006) El Papel… Op. Cit. Pp. 109.; AJA (2007) Música, Cuerpos… Op. Cit. Pp. 41

81 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones el cual incluye a la Costa Atlántica de Colombia, Venezuela, las Guayanas, México y Centroamérica”. Dando por sentado no sólo la integración de los países del Norte de América del Sur y Centro América al Caribe, sino también incluyendo de hecho a El Salvador, Nicaragua y México, países excluidos an- teriormente por Rojas Osorio (1997), pero además incluyendo a pesar de no ser de habla Hispana a la antigua honduras británica, hoy conocida por Belice, de la cual aún no se había tratado.

6.- Historiografía sobre el Caribe e historia de fronteras en el Caribe y de lo Caribe

Al definir los estudios del Caribe, dentro de la concepción de historia regional, ésta ha sido definida cómo un área de regiones, quizás para aludir, al hecho puramente geográfico de que los procesos económicos, políticos, cul- turales y sociales toman rumbos diversos en cada espacio económico, dificul- tando así las interrelaciones globales del espacio latinoamericano y caribeño. Por eso, Bejarano (1994) manifiesta que a fines del pasado milenio, éste de- terminante estaba demasiado marcado, primordialmente por el renacimiento de la idea de región como concepto histórico-económico, cultural y político y ello confiere un sentido particular a la historia regional en el conjunto de la historiografía, pero dentro de unos contextos y pretensiones globalizantes77.

Así, en ese sentido, nos estamos refiriendo en primer término a unos es- tudios que conciben a la región como una unidad económica-social que sirve para diferenciarse y así poder precisar sus características; más que querer glo- balizarla. Pues la historiografía política de los países caribeños han sido tra- dicionalmente de corte nacional, en alusión al hecho de que erróneamente se ha concentrado en los actos de los Gobiernos centrales, en las figuras que han actuado dentro de un marco político y en la que lo regional aparece siempre como caso particular.78

Sobre este aspecto es bueno profundizar en el hecho, de que también es cierto, que en la historia social y económica, suelen invertir el procedimiento para convertir en nacional lo que apenas es una característica regional. Por

77 BEJARANO, Jesús Antonio (1994) Historia Económica y Desarrollo. La historiografía económica sobre los siglos XIX y XX en Colombia. CEREC. Editorial Presencia. Bogotá. Pp. 160. 78 Ibíd. Ver también los trabajos de ORTIZ, Luís Javier (1987) Aproximación al concepto de Región en la historia de Colombia. En Revista Otras Quijotadas. Nro. 4-5 Medellín. Agosto. Pp. 17.

82 Jorge Enrique Elías Caro eso, no es menos importante el papel de los investigadores que han utilizado dicha forma para hacer historia, sin embargo este hecho en lo que atañe al objeto de este escrito, tiene una digresión sobre lo que es frontera. Desviación por lo que muchos escritores norteamericanos seducidos por esta metodología historiográfica han denominado según Bejarano (1994) como “civilización de frontera”79. Denominación que al ser vista desde la concepción meramente de Región, y al no pertenecer a ese centro de poder y estar en la periferia, comienza a verse como una Región inculta y bárbara donde no es posible la civilización80.

Al aterrizar lo anterior ya en los estudios sobre el Caribe, estos nacieron entre las ciencias sociales, en Francia e Inglaterra, en la mitad del siglo XX, inicialmente dentro de la comunidad académica de esos países para analizar la problemática de sus territorios en ultramar. En ese contexto, en primera ins- tancia, según Abello (2006), cuando nacen estos estudios, las Antillas mayores y menores que no hacían parte de estos territorios ultramarinos, al igual que todo el Caribe definido anteriormente les resultaron invisibles81. Aduciendo además, que las primeras investigaciones sobre el Caribe, sólo estaban circuns- critas en buena medida a los estudios sobre la historia de las plantaciones en el Nuevo Mundo82.

Eso nos muestra dentro de la historiografía que tan recientes son los estu- dios sobre el Gran Caribe. Aunque, éste gran Caribe, desde su historia preco- lombina, ha mantenido relaciones históricas, especialmente dentro del proceso de comunicación entre los pueblos que habitaban su geografía, y como dijo Aja (2007) con los procesos de conquista y colonización se intensificaron di- chos procesos, haciendo que la economía triangular (capital europeo, mano de obra africana y tierra americana) fueran el eje de la consolidación del capitalis- mo con los procesos de acumulación derivados de la esclavitud, el exterminio y al despojo que se vieron sometidos algunos pueblos africanos y aborígenes del Caribe.

79 Este concepto básicamente se puede notar en el trabajo de KEITH, Christie (1985) Oligarcas, campesinos y política en Colombia. Aspectos de la historia sociopolítica de la frontera Antioqueña. Ed. Universidad Nacio- nal. Bogotá. 80 BELL (2006) ¿ Costa Atlántica?.. Op. Cit. Pp. 136. Ver también a DUNCAN y MARKOFF, (1978) Civilization and Barbarism. Op. Cit.Pp. 587-620; POLO (2006) Desde la otra Orilla… Op. Cit. Pp. 175. 81 ABELLO (2006) Una cátedra… Op. Cit. Pp. 22. 82 Ibíd. Lo anterior hecho con base en los pronunciamientos del reconocido escritor cubano Antonio Benítez Rojo.

83 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones

Ante eso, Antonio Gaztambide (1996) y (2007) enuncia que la palabra Caribe, cómo concepto que define al mar, las islas y las costas continentales adyacentes al mismo, es una invención de fines del siglo XIX, pero sobre todo del siglo XX83. Invento que arranca precisamente de la transición existente en la región de la hegemonía europea a la estadounidense84, hechos que más ade- lante se explicarán en detalle.

Aunque el término etimológicamente proviene de tiempos más remotos; es precisamente, en el primer viaje de Colón, en el diario de navegación, ca- lendado lunes 26 de Noviembre, cuando usan la palabra Caribe por primera vez, en especial para nombrar a los indios que se encuentran al este de los arahuacos antillanos85. Más adelante en éste y en su segundo viaje los caribes son descritos como caníbales o antropófagos que navegaban por el mar, que siglos más tarde recibiría su nombre y poblaban las Antillas y parte de la costa norte de América del sur. “Con Colón comienza también la identificación de los ca- ribes como indios bravos e irreductibles, pues fueron los primeros en oponer resistencia a la conquista de sus territorios”86.

Según José J Arrom (1980) la palabra combina dos términos del tupí – guaraní; a saber carai = señor y be = poderoso.87. Bell (2006) dentro de ese contexto, también enfatiza que fue caribata el término exacto, con que Colón llamó a los indígenas caníbales que se devoraron a sus compañeros de viaje, de ahí, es pues, que se conoce entonces el origen de la palabra Caribe88.

Sin embargo, la palabra Caribe que se ha utilizado para bautizar al terri- torio y el mar que lo baña, no nace a la palestra al menos en los primeros 300 años posteriores al “Descubrimiento”, pues, en la cartografía sobre el Nuevo Mundo en el siglo XVI no aparecía este término, ya que en los mapas y cartas

83 GAZTAMBIDE, (2007) La Invención del Caribe… Op. Cit.; GAZTAMBIDE – GEIGEL, Antonio (1996). La invención del Caribe. Las definiciones del Caribe como problema histórico y metodológico. Revista Mexicana del Caribe. Chetumal, Quintana Roo, México, No 1 , p. 75 84 Ibíd. Ver también a SANTANA (2007). Repensando el Caribe….Op. Cit. Sobre este aspecto, hay que tener en cuenta, que fuera de las pugnas que se presentaron entre Francia, Inglaterra, España y en menor medida Holanda y Dinamarca, por la hegemonía de las colonias en el Caribe en la segunda mitad del siglo XVIII, se le debe sumar que a partir de 1.776 cuando Estados Unidos se independiza, los conflictos sobre el Caribe se acrecentaron notoriamente, aunque para este periodo la supremacía recaía sobre Inglaterra y España empezaba a presentar su mayor declive. Ver también a BELL (2006) ¿Costa Atlántica no?... Op. Cit. Pp. 126. FRANCO (1989) Ensayos Sobre… Op. Cit. Pp. 43-70. 85 SANTANA (2007) Repensando el Caribe….Op. Cit; BELL (2006) ¿ Costa Atlántica?.. Op. Cit. Pp. 125. 86 SANTANA (2007) Ibíd. 87 ARROM, J. (1980). Estudios de Lexicología Antillana, Casa de las Américas. La Habana, Pág., 95. 88 SANTANA (2007) Repensando el Caribe….Op. Cit; BELL (2006) ¿Costa Atlántica no?.. Op. Cit. Pp. 125.

84 Jorge Enrique Elías Caro de navegación, según Santana (2007) lo que mostraban era “la más desconcer- tante y abigarrada amalgama de golfos, mares y océanos, para denominar al mar y las islas y tierras circundantes”89. Entre estos se puede citar mar del norte (Mer du Nord en oposición al Océano Pacífico por ser éste conocido en sus inicios como mar del Sur), mar de las Antillas, Mediterráneo Americano, Caribby, o West Indies, cuando se trataba de mostrar a la traducción en inglés del imperio español, entre otros.

En el decursar histórico, sobre los puntos geohistóricos que se pretende tra- tar de límites y fronteras, cuando nace el concepto de lo Caribe, estos sin lugar a dudas no tienen nada que ver con lo que es el Caribe actual. Sus límites geo- gráficos, su territorio y las áreas de jurisdicción de la soberanía cambiaron con el tiempo, debido a los avatares políticos a los que fueron sometidos, verbigracia de ello, el desmembramiento de los territorios colonizados en su declaración de independencia, ya fuera de España, Inglaterra o Francia, la pérdida de Panamá por parte de Colombia, la desintegración de la Gran Colombia90, entre otros.

Justamente, para ilustrar esos cambios, con la promulgación de la consti- tución de Cúcuta, en el año de 1821, en su artículo 5, se establece “el territorio de la República de Colombia será comprendido dentro de los límites de la antigua Ca- pitanía General de Venezuela y el Virreinato y Capitanía General del Nuevo Reino de Granada…”91, proyecto éste que después en 1.830, emergieron tres Repúblicas: Venezuela, Ecuador y la Nueva Granada y donde sus límites y fronteras inclu- so unían hasta algo inverosímil para esos momentos, adherir al pacífico con el mar Caribe, pues, al integrarse el Ecuador, territorio que sólo tenía salida por el Océano Pacífico, se presenta entonces política y administrativamente un orde- namiento directo con el Mar Caribe, siendo así, que la constitución del Estado de la Nueva Granada de 1832, en su artículo 2, señalará: “Los límites de este Esta- do, son los mismos que en 1810 dividían al territorio de la Nueva Granada de la Capita- nías Generales de Venezuela y Guatemala y de las posesiones portuguesas del Brasil”92 .

El párrafo anterior nos muestra cuan grande, a través de la historia, en cuanto a límites y fronteras en el Caribe resultó esa integración, pues a eso hay

89 Ver también a BELL (2006) ¿ Costa Atlántica?.. Op. Cit. Pp. 126-128. 90 Algunos historiadores acostumbran a llamar esta integración de países la Gran Colombia, para diferen- ciarla de de la actual República de Colombia. 91 Biblioteca Nacional de Colombia. Hemeroteca. Periódico Gazeta de Santa Marta. Nro. 19. Sábado 15 de Septiembre de 1.821. Bogotá. Ver también a Pombo y Guerra (1892) Constituciones de Colombia. Constitución de la República de Colombia, año 1821-II. Rosario de Cúcuta. Octubre 12. Bogotá. Pp. III. En ALARCON (2006) Representaciones… Op. Cit. Pp. 217-218.. 92 Ibíd.

85 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones que señalar que ese espacio geográfico iba desde las fronteras Venezolanas con el Brasil, hasta Guatemala, teniendo en cuenta que Panamá para ese entonces hacía parte de Colombia y Costa Rica, Nicaragua y Honduras, por su parte de Guatemala. Hechos que si lo miramos a la luz de la lógica, y en concepto de Avella (2006), ese territorio sería responsable de más de dos (2) tercios al inte- rior de la cuenca del Gran Caribe. Y desde esa óptica, con cierta validez es que se diga que Colombia, posea un factor dominante en el Caribe Suroccidental y esté destinado a ser tratado como un país conquistador y abusivo en términos de delimitación geográfica, tanto en áreas marinas como submarinas93.

Por eso cuando de historia se trata, al Caribe como mar no se le puede dar la espalda, de ahí que esa afirmación que se mencionó con anterioridad y expresada sólo en 1993, por el Ex Vicepresidente de Colombia, Humberto de la Calle Lombana ¿quién iba pensar que hasta hace poco, Colombia limitaba con Ja- maica?, según Bell (2006), si esta pregunta se hubiese hecho en los siglos XVIII y XIX, tal vez hubiera resultado mejor al revés: ¿Quién no sabe que Jamaica es vecino de la Nueva Granada?94. Esto para mencionar, lo importante que resulta- ron ser las jurisdicciones del Caribe en su relación externa durante los siglos mencionados, máxime cuando el único medio de comunicarse, acorde con las investigaciones de los profesores Sorhegui (2004), (2002) y Vidal Ortega (2002) era a través del sistema marítimo95.

93 LOPEZ (2005). Hay Despreocupación… Op. Cit. Hay que tener en cuenta que si analizamos la geohis- toria, en este sentido al estar Venezuela integrado al territorio de Colombia en el siglo XIX, ahora si pueda ser comprensible entonces, porqué en algunos mapas aparecen fronteras de Colombia con el Océano Atlántico y sobre ellos, algunos profesores enseñen erróneamente Geografía en los colegios, como dijimos al iniciar este escrito, que Colombia limita con el Océano Atlántico, pues Venezuela como nación soberana al noroeste de sus límites, sí colinda con el Océano Atlántico. 94 Ver también del mismo autor (1991) “La conexión jamaiquina y la Nueva Granada 1760-1840. Cartagena de Indias de la Colonia a la República. Fundación Simón y Lola Guberek. Bogotá. Además de Jamaica por múltiples razones, pero en especial por comercio licito e ilícito, el Caribe Hispano, se mantuvo ligado al Caribe francófono, anglosajón y holandés, primordialmente con Haití, Aruba y Curazao. 95 Para Arturo Sorhegui, este proceso favoreció una mejor utilización de las aguas del Mediterráneo ame- ricano en su triple condición de puente líquido marítimo de unión entre las Antillas y el norte, sur y centro del continente; punto obligado durante dichas centurias para la intercomunicación con Europa y África, a través de la corriente ecuatorial y ruta imprescindible en la conexión con el Asia, por medio de Manila (Filipinas) que aprovechando la corriente del Gulf Stream llegaban al viejo continente. en SORHEGUI D´MARES, Arturo (2004) La Habana y la Nueva España, el Mediterráneo Americano y la Administración Española en el siglo XVIII. Revista Chacmool. Cuadernos de Trabajo Cubano-Mexicano III. Ediciones Imagen Contemporánea. Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz. Universidad de la Habana. La Habana. Pp. 85; (2002) La Habana – Veracruz. El Mediterráneo Americano y el Circuito Im- perial Hispano (1519-1821) en Bernardo García y Sergio Guerra Vilaboy (Coord.) La Habana/Veracruz- Veracruz/La Habana. Las dos orillas. Universidad Veracruzana. México; VIDAL ORTEGA, Anto- nino (2002) Cartagena de Indias y la región histórica del Caribe. Cartagena de Indias 1580-1640. Universidad de Sevilla, Pp.1-9. en GONZÁLEZ ARANA, Roberto (2007) Colombia en el Caribe. Revista Huellas. Universidad del Norte. Barranquilla.

86 Jorge Enrique Elías Caro

En ese orden de ideas, si retomamos lo dicho anteriormente, sobre ese mar que se “mueve”, el Caribe a finales del siglo XVIII, por el meneo produ- cido en las constantes guerras entre Francia, Inglaterra, Holanda y España y después de 1776 con la entrada de los Estados Unidos, por la intención de expansión de algunos y sostenimiento de otros, sobre las provincias del Caribe, las fronteras de éstas, por supuesto, no se podían delimitar96, por tanto, éste mar era una frontera imperial, que a pesar de que tenía más de dos siglos y me- dio de ser descubierto, aún no estaba claro en cuanto a fronteras, cómo estaba delimitado. Pues, durante todo el siglo XVIII, los países con inherencia sobre el Caribe, se convirtieron en países de rapiña, ya que, como no había confines que lo deslindara, los ingleses se tomaban a la brava las provincias españolas y francesas, los franceses a su vez se tomaban a mansalva las provincias holan- desas, españolas e inglesas, y así sucesivamente97.

Hecho que hizo, que cómo ninguno de estos países sabía cuáles eran sus verdaderos territorios, se vieran obligados a realizar permanentemente su pro- pia cartografía en la medida que se iban moviendo sus espacios geográficos. Temática, de la cual nos ocuparemos, en aras de establecer a partir de cuando, cómo y quienes, fueron los primeros en ilustrar gráficamente y en términos corrientes de hoy a la región como Mar Caribe98.

En renglones anteriores, ya se había argüido que sobre la forma de deno- minar al mar Caribe en los procesos históricos, éste fue variado, y en la medida que avanzaban las décadas fue más dinámico y lleno de una amalgama de al- ternativas, hasta llegar a lo que hoy conocemos como la gran cuenca del Mar Caribe. Es menester acotar, que por esos conflictos generados en el siglo XVIII y en el afán de demarcar dichos territorios, fue Inglaterra el primero en preci- sar en mapas y cartas de navegación a finales de esta centuria a Caribbean Sea, ya que algunos franceses para este mismo periodo lo hacía como Mer du Nord, entretanto otros lo hacían como Mer des Entilles99, siendo imperioso aclarar que, en primera instancia cuando los anglosajones en el siglo XVII se referían

96 FRANCO, José Luciano (1989) Ensayos sobre el Caribe. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana. Pp 1-79. 97 BELL (2006) ¿Costa Atlántica no?... Op. Cit. Pp. 126; FRANCO (1989) Ensayos Sobre…. Op. Cit. Pp. 43-70. 98 Para conocer de manera más profunda al respecto se recomienda ver los trabajos de GAZTAMBIDE – GEIGEL, Antonio (1996). La invención del Caribe. Las definiciones del Caribe como problema histórico y metodológico. Revista Mexicana del Caribe. Chetumal, Quintana Roo, México, No 1. BELL (2006) ¿Costa Atlántica no?... Op. Cit. Pp. 126 y SANTANA (2007) Repensando el Caribe….Op. Cit. 99 GAZTAMBDE (1996), (2007) La invención del Caribe… Op. Cit; SANTANA (2007) Repensando el cari- be… Op. Cit.; BELL (2006) ¿Costa Atlántica no?... Op. Cit. Pp. 12.

87 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones a la región en mención, lo hacían como West Indies, mientras que al entrar el dieciochesco estos mismos al reseñar sobre lo que hoy es el Caribe, lo hacían con una bifurcación de concepto, pues para las Antillas mayores se ilustraba como Caribbean Sea, mientras que para las Antillas menores se reseñaba como Caribby100.

“Fue a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y primeras décadas del XIX que se hizo más frecuente el nombre de las Antillas para designar al mar y las islas que esta baña y eventualmente el término Caribe con la misma función. La geografía se depuró marcada siempre por la geopolítica y los acon- tecimientos que tuvieron su expresión en el apogeo de la plantación esclavista, la consolidación de la hegemonía británica y el ciclo de revoluciones a ambos lados del Atlántico”101.

En esas consideraciones, el Caribe sólo estaba supeditado al mar que baña a las Antillas y no a los países continentales que la circunscriben, sin embargo, no fue hasta fines del siglo XIX e inicios del XX cuando el término Caribe alcanza una verdadera cédula de ciudadanía para designar al área102. De ahí que haya sido hasta el siglo XX y en especial en la segunda mitad, cuando se empezó a visionar y tratar con seriedad el asunto de la gran Cuenca del Caribe, básicamente producto de la irrupción de los Estados Unidos a partir de 1898 como potencia en el Hemisferio Occidental, hecho sin precedentes, aunque, para la consolidación del Caribe marca el punto de viraje103.

La intervención de los Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba fue el paso decisivo que abrió la marcha del imperialismo en la región del Caribe e impuso por su parte a Cuba con la famosa Enmienda Platt, unas restricciones y garantías tan estrictas que la isla quedó sumisa a un virtual pro- tectorado104. Para completar el cuadro, como dice textualmente Franco (1989) con Puerto Rico en su poder, adquirieron la isla de Saint-Thomas,105 Santa Cruz y San Juan en 1917, “convirtiendo así al Mediterráneo de América en un lago propio”106, siendo que esa posesión dominante reafirmada por la llamada acta

100 Ibíd.. 101 SANTANA (2007) Repensando el Caribe… Op. Cit. 102 Ibíd. 103 Ibíd. ; FRANCO (1989) Ensayos sobre el Caribe. Op. Cit. Pp. 75-79 104 FRANCO (1989) Ensayos sobre el Caribe. Op. Cit. Pp. 75 105 dentro de las colonias danesas en el Caribe, al perder esta posesión, Dinamarca tal vez pierde su mayor piedra angular, por lo que geoestratégicamente a tiempos actuales le hubiese representado. 106 FRANCO (1989) Ensayos sobre el Caribe. Op. Cit. Pp. 79

88 Jorge Enrique Elías Caro de la Habana, acordada en 1940, “legalizó virtualmente la expansión imperialista yanqui en la Región del Caribe”107.

Por su parte Santana (2007), dice:

“Los Estados Unidos saldrían fortalecidos y como potencia regional emergente, pues ocupó a Cuba, para admitir en 1902 el establecimiento de una república con soberanía limitada bajo los preceptos de la Enmienda Platt; se anexó a Puerto Rico, y en el Pacífico a Filipinas, Guam y de paso a Hawai. Sólo dos años antes en una obra ampliamente divulgada denominada el “In- terés de los Estados Unidos en el poder naval”, el almirante Alfred T. Mahan había proclamado que una nueva etapa del “destino manifiesto estaba en mar- cha y ésta demandaba la posesión de un canal en Centroamérica y el dominio de los pasos del Caribe, entre otras exigencias”108

Gaztambide (1996), (2007) y Santana (2007) enfatizan que es sólo has- ta entonces cuando la nación norteña comenzó a conformar su imagen del Caribe, al considerarlo como su traspatio o mar interior e imponer el corolario Roosevelt, representado por la política del Gran Garrote o big stick 109 A partir de ese momento la política norteamericana para la zona se caracterizó por las continuadas y repetidas intervenciones. Quién primero sufrió las consecuencias de esta política fue Panamá. En 1903 intervinieron en la zona del canal, propiciaron la separación panameña de Colombia e impusieron una suerte de protectorado a la recién estrenada República a la que ocuparían militarmente en reiteradas ocasiones. La ofensiva norteame- ricana continuó con la intervención de las aduanas de República Domini- cana en 1905, alegando una supuesta intervención europea y la ocupación militar de la misma de 1916 a 1924. A ésta, seguirían muchas otras bajo cualquier nuevo pretexto, como las intervenciones militares de Cuba (1906 - 1909), Nicaragua (1909, 1912 – 1924, 1927 – 1933), Haití (1915 – 1934) y México (1914 y 1917)110

107 Ibíd. 108 SANTANA (2007) Repensando el Caribe… Op. Cit. Sobre este aspecto, ver también a GUERRA VILA- BOY, Sergio (2001) Historia mínima de América. Editorial Félix Varela. La Habana Pp. 219 – 220. 109 El corolario Roosevelt fue de hecho una adecuación de la Doctrina Monroe al nuevo período. T. Ro- osevelt Presidente en ese entonces de la nación norteña, declaró que en el Hemisferio Occidental la adhesión a la doctrina Monroe podía obligar a Estados Unidos al ejercicio de un poder de policía internacional 110 GAZTAMBDE (1996), (2007) La invención del Caribe… Op. Cit; SANTANA (2007) Repensando el cari- be… Op. Cit.

89 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones

Esta agresiva política continuó hasta los años 30, cuando otro Roosevelt, en este caso Franklin Delano, proclamó la política de “buena vecindad”.111 Este es el contexto en el que según Gaztambide (1996), (2007) el Caribe se inventa.

En ese sentido, Gaztambide (2007), al respecto señala:

“Ese es el contexto del Caribe que se inventa a partir de 1898. Hasta que lo convirtieron en su mediterráneo, en su traspatio, los estadounidenses ni siquiera hablaban consistentemente de un Mar Caribe, Mucho menos de una región Caribe…… ¿Qué ocurrió? Si Estados Unidos no definió un Caribe, ¿quién lo hizo? Como cuestión de hecho, a partir de 1898 no se definió un Caribe, sino muchos Caribes. Unos por los imperios y otros de frente a los im- perios, unos exclusivamente geográficos, académicos o intelectuales, y todos más o menos teñidos de geopolítica”.112

Circunstancia que en cuanto a historiografía se refiere, se haya generado una nueva tendencia que nacería con el apelativo de “Yanquilandia”, para tratar con especial interés a las temáticas relativas a los espacios geográficos de los Estados Unidos, patronímico que fue puesto por el distinguido historiador venezolano Rufino Blanco Bomboná, en alusión a su posición contraria de la política norteamericana hacía el área del Caribe, y en las que lo llevó a con- denar la enmienda Platt, impuesta a Cuba y de apoyar de manera solidaria la gesta del ejército revolucionario de Augusto Cesar Sandino sobre los marines yanquis en Nicaragua, lo que trajo consigo de forma implícita, la génesis de “la resistencia y rechazo a la política imperial yanqui, el desarrollo de movimientos obreros, el surgimiento de partidos de izquierda, incluidos los comunistas y la formación de las ligas antimperialistas”113.

111 SANTANA (2007) Repensando el caribe… Op. Cit. 112 GAZTAMBIDE (2007) Op. Cit. 113 SANTANA (2007). Repensando el Caribe…. Op. Cit. Sobre la historiografía del imperialismo e inheren- cia yanqui en el Caribe, es bueno ver las obras de HOSTOS, Eugenio María (1976). Obras. Casa de las Américas. La Habana, Pp. 503-512, exponente de la ideología antiimperialista antillana, quien refuta el anexionismo puertorriqueño, señalando que tenía el inconveniente de “subordinar la riqueza y la independencia económica de Puerto Rico a la torpe política económica de los Estados Unidos”. A su vez, más adelante expresa que en 1900 veía en “el predominio de los peores representantes del espí- ritu americano ha resultado el robo de Puerto Rico”; Sobre este aspecto ver también a Mariano Abril Osteló; SOLER, R. (1980) Idea y cuestión nacional latinoamericanas, de la independencia a la emergencia del imperialismo, Editorial Siglo XXI, México. Pp. 225; ZÚMETA, César (1979) El Continente Enfermo. UNAM. México. Pp. 5; GUERRA VILABOY, Sergio (2003) Cinco siglos de historiografía latinoamericana. Editorial Félix Varela, La Habana, Pp. 93; VARGAS VILA, José María. Ante los bárbaros (los Estados Unidos y la Guerra).El yanqui; he aquí el enemigo. Panfleto. Bogotá.

90 Jorge Enrique Elías Caro

Con el avance de los decenios en el siglo XX, a pesar de los detractores, el concepto de lo Caribe se populariza cada vez más, hasta el punto que hoy día por tanta diversidad de preceptos, cuando de Caribe se trata, aún no sabemos a qué Caribe nos estamos refiriendo114.

Continuando con el derrotero, el concepto Caribe se protocoliza cada vez más hacia las décadas de los 60´s y 70´s, primordialmente por el proceso descolonizador que se presentó con las independencias de Jamaica, Trinidad Tobago, Guyana, Barbados, Granada y. Surinam, hasta el punto que, para los países europeos que tenían incidencia sobre la región dejaba de ser cada vez más el territorio de la West Indies, para devenir de forma más constante la ex- presión Caribe. De ahí, lo dicho en párrafos anteriores, pues, aquí es donde de verdad empiezan a darse los primeros estudios consolidados sobre la cuenca del Caribe, pero que en primera instancia estaban representados para las ex - provincias en ultramar de Francia, Holanda e Inglaterra115.

Posterior a este proceso salen a la palestra pública, dos obras de similares envergaduras, donde se refleja de manera clara el proceso de caribeñización de la región. El primero de ellos del insigne historiador trinitario Eric Williams (1970), con su libro ya referenciado From Columbus to Castro: The History of the

114 En esta referencia humildemente, fuera de lo expuesto hasta ahora, trataremos de hacer una cronología del material existente sobre el Caribe, en especial después de la concepción yanqui de lo que es deno- minado cómo Caribe, así: ENAMORADO CUESTA, José (1936) El Imperialismo Yanqui y la Revolución en el Caribe. Universidad de Puerto Rico. San Juan. Esta obra no se limitaba a las Antillas, pues incluía además a Panamá y la América Central; GUERRA, Ramiro (1935) La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos. Aquí el autor pone de manifiesto la ambi- ción expansionista norteamericana en relación con México, América Central y las Antillas, en una región que denomina también como Caribe. ARCINIEGAS, Germán (1945) Biografía del caribe. Obra reeditada en muchas ocasiones, en la cual ya extiende los escenarios hasta la ocupación del canal de Panamá de parte de los norteamericanos. Es bueno mencionar que un año antes de la publicación de la obra de Arciniegas, en Marzo de 1.944 se imprime masivamente la primera edición de Gaceta del Ca- ribe, publicación cubana que mostraba la producción intelectual de los escritores de la época, a través de un intercambio literario, de la cual era editor principal Nicolás Guillén. Aunado a lo anterior, hay que sumarles las obras de los trinitarios JAMES, C.L.R. (1938) The Black Jacobins: Toussant L´Overture and the San Domingo Revolution. London. Secker and Warburg, Reditada posteriormente en 1963; WIL- LIAMS, Eric (1944) Capitalism and Slavery. Chapel Hill. University of North Carolina Press; y (1970) From Columbus to Castro: History of the Caribbean, London: Andre Deutsch. Por su parte el Jamaicano ROBERTS W,. Adolphe (1940) The Caribbean: The Story of our Sea of Destiny, New York, the Bobbs- Merill Company; Nuevamente el colombiano Germán Arciniegas en 1.946 publica en Inglés otra obra alusiva al Caribe, denominada Caribbean: Sea of the New World. New Cork. Hasta ahora, estos autores íconos y pioneros en la visión Caribe, escribían según Santana (2007) más allá de las barreras lingüís- ticas y de los lazos coloniales, para centrarse en las experiencias históricas comunes: exterminio de la población aborigen, las rivalidades entre las potencias coloniales, la esclavitud y la trata, el sistema de plantaciones y la política agresiva y expansionista de Estados Unidos. 115 Estudios que dan pie a la creación en 1.968 de la Asociación Caribeña de Libre Comercio, conocida por las siglas de CARIFTA, que se sería el punto de partida para la creación en 1973 de la Comunidad Económica del Caribe (CARICOM). Ver SANTANA (2007) Repensando el Caribe… Op. Cit.

91 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones

Caribbean, 1492-1970 y la del ex - presidente de la República Dominica Juan Bosh, (1970) De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe, frontera imperial.116 A pe- sar de que, las dos obras abordan la historia del Caribe, la diferencia se centra en que cada una de ellas, ofrece una versión diferente de lo que es la región Caribe, pues, la primera de ellas sólo se circunscribe al Caribe Insular como área Caribe, mientras que la segunda, tal vez es la primogénita de las obras que beneplácitamente da nacimiento al Gran Caribe, ya que no se limita al Caribe Antillano, sino que incluye además a Venezuela, Colombia, Centroamérica, y las costas mexicanas del Golfo.

Bosh (1999) de manera expresa, sobre el caribe resalta:

Las islas antillanas que van en forma de cadena desde el canal de Yucatán hasta el golfo de Paria; la tierra continental de Venezuela, Colombia, Panamá y Costa Rica; la de Nicaragua, Honduras, Guatemala, Belice y Yucatán, y to- das las islas, islotes, y cayos comprendidos dentro de esos limites.” 117

Nuevamente aparece el problema y la dificultad para su definición o para ser más exactos de las definiciones. Pues, evidentemente se habla de dos Cari- bes diferentes. Para Williams se trata del Caribe insular y para Bosch, su tesis es la que se aproxima a lo que hoy se define como Cuenca. De ahí, que no sea raro que escritores oriundos de países Caribeños, no se sientan del Caribe, por los antecedentes que, a este término en su denominación, primeramente le dieron los gringos, es el caso del Puertorriqueño Edgardo Rodríguez Julía, quien en 1988 afirmará “…para nosotros, los puertorriqueños, el término antillanía tiene significado pleno, pero no los términos caribeño o caribeñidad”118.

De la misma manera, el escritor e historiador dominicano Juan Moya Ponds, tal vez sea el investigador que más severamente ha criticado el concepto del Caribe como una unidad, precisamente por las características disímiles y detractoras que según él, lo encierran. Este autor aduce, que el Caribe como entidad, sólo sirve y existe para tres clases de personas: a) para los gerentes de ventas de las grandes corporaciones que ven en el Caribe un gran mercado para sus productos; b) para los planificadores de la política norteamericana,

116 BOSCH, Juan (1999). De Cristóbal a Fidel Castro: El Caribe, frontera imperial. Santo Domingo. (décima edición dominicana); Pp. 34. (Primera publicación 1970) 117 Bosch, Juan. Obra citada. P. 34 118 RODRÍGUEZ JULIÁ, Edgardo (1988) Puerto Rico y el Caribe: historia de una marginalidad, en El Nuevo Día, San Juan, 20 Noviembre. En GIRVAN, Norman (2000) Reinterpretar el Caribe. Revista Mexicana del Caribe. No 7. México.

92 Jorge Enrique Elías Caro para quienes el Caribe ha sido y es una región estratégica y c) para los intelec- tuales y académicos interesados en dar coherencia conceptual a la región.119

Por tanto, y pese a lo anterior, después de discernir sobre distintas postu- ras y corrientes de los que es el Caribe, es menester aclarar, en la elaboración de este artículo a qué Caribe nos estamos refiriendo. Grosso modo, hacemos mención a la Gran Cuenca del Caribe, a la que Johanna Von Grafenstein (1997) en su libro Nueva España en el Circuncaribe, 1779 -1808. Revolución, com- petencia imperial y vínculos intercoloniales, define como “toda el área que abarca las costas continentales de las cuencas marítimas Golfo – Caribe, así como el arco de las Antillas”.120 Donde además propone que la Cuenca del Caribe está formada por el arco de Las Antillas, las costas de Centroamérica, las Costas de Colombia y Venezuela y el litoral este de Yucatán.121

Debemos hacer salvedad, que el término Cuenca no había sido aceptado plenamente antes de la década del 80. La Iniciativa de la Cuenca del Caribe proclamada por el gobierno de Ronald Reagan, le confirió un marcado ca- rácter geopolítico y fomentó su aceptación122, aunque en aras de evitar confu- sión, es preferible la denominación de Gran Caribe, porque al igual que el de Cuenca versa sobre él una idéntica zona geográfica, y porque al margen de las diferencias, los contrastes y la heterogeneidad que se puedan presentar en estos conceptos, convoca a la consideración de los factores y elementos comunes que pueden encontrarse en las 25 naciones independientes (incluido El Salva- dor) y los territorios dependientes,123 llámese identidad caribeña u homogenei- dad en la heterogeneidad de razas, etnias, lenguas y culturas.

7.- Panorama Contemporáneo y perspectivas del Gran Caribe

No cabe duda, que el Gran Caribe, es más heterogéneo que otras regio- nes del Nuevo Mundo. Según Ardila (2005), consta de 30 islas con diferente

119 MOYA PONDS, Frank (1978) Caribbean consciousness: What the Caribbean ist not. Caribbean Educational Bulletin, vol.5, núm. 3, Septiembre. Pp.41. 120 VON GRAFENSTEIN, Johanna (1997). Nueva España en el Circuncaribe, 1779 -1808. Revolución, competencia imperial y vínculos intercoloniales. CCYDEL – UNAM . México P. 14 121 Ibid. P 23 122 SANTANA (2007) Op. Cit. 123 YANES, Hernán (2003) El Gran Caribe de los Noventa. Perspectiva sociopolítica en Feliciano J. Gar- cía (comp.) Antología. Integración Latinoamericana y Caribeña. Universidad Veracruzana. Jalapa. México Pp. 205

93 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones historia, procesos jurídicos, nivel de autonomía muy precaria, diversos niveles de desarrollo y de grupos étnicos. Circunstancia que hace, que esta diversidad constituya un obstáculo para la concreción y ejecución de mecanismos de rela- cionamiento.124 No obstante, por sus características geográficas y estratégicas, el Caribe ha sido siempre objeto de disputa de las potencias hegemónicas, situa- ción que hace imprimirle de forma particular una alta dosis de historia común.

Desde fines del siglo XV, una potencia ha detentado el control de la zona y se le ha disputado con las otras potencias. España primero, Inglaterra después y desde el siglo XX Estados Unidos, han sido los imperios más dominantes. La historia igualmente, no es exclusivamente la de los poderes hegemónicos, sino, asimismo la historia de las resistencias a esos poderes125.

Sobre este aspecto, al analizar la temática de las relaciones internaciona- les, se observa según Ardila (2007) una serie de rasgos, como recursos natura- les y militares, ubicación y tamaño, y legitimidad, definen la permisibilidad, autonomía, vulnerabilidad y sensibilidad de los países, pero que los factores sistémicos resultan cada vez más relevantes sobre todo para los más pequeños, de ahí que existan países que integran ese Gran Caribe con un bajo nivel de autonomía126.

“Aunque los integrantes del Gran Caribe poseen marcadas diferencias en cuanto a extensión territorial, densidad de población, recursos económicos, PIB, e ingresos per cápita todos forman parte de las naciones en vías de desa- rrollo, eufemístico vocablo para designar al subdesarrollo. Aún el Grupo de los Tres, (G3) conformado por México, Colombia y Venezuela, considerados como “las potencias latinoamericanas en el Caribe”, con el potencial para ser actores significativos en la región, en materia económica y política no pueden ser incluidos como naciones del primer mundo.”127.

Uno de los puntos débiles del Caribe, es su bajísimo nivel promedio de productividad frente otras áreas geográficas128. Por ello, “la región debe buscar cómo combinar sus esfuerzos para estimular el crecimiento con las acciones para resolver sus problemas sociales”129. Acontecimiento titánico, si se tiene en cuenta que los

124 ARDILA (2005) Colombia y el Caribe…. Op. Cit. Pp. 159 125 SANTANA (2007) Repensando el Caribe… Op. Cit 126 Tomado textualmente de ARDILA (2005) Colombia y el Caribe…. Op. Cit. Pp. 157 127 SANTANA (2007) Repensando el Caribe… Op. Cit 128 ARDILA (2005) Colombia y el Caribe…. Op. Cit. Pp. 158 129 Ibíd.

94 Jorge Enrique Elías Caro países que integran el Gran Caribe, tienen una mala distribución del ingreso y al tema de la pobreza aún no se le ha dado importancia que merece, pues, a estas alturas del partido, los rangos de pobreza e improductividad, siguen en constante aumento, hasta el punto que el BID estimó que las cifras del desem- pleo cada vez más va en un vertiginoso ascenso.

Fuera de lo anterior, en los Estados caribeños, se respira una tensión por la falta de gobernabilidad, situación que ha generado de forma permanente crisis al interior de las instituciones políticas,130 ya que el sentido de la demo- cracia como mejor ejemplo de buen Gobierno, en la población caribeña no se siente con mucha seriedad, por cuanto, hay inconformismo debido a que las expectativas e implementación de estrategias en torno a lo social siempre quedan debiendo131, máxime por ser una región en la que existe un elemento común para todos en su condición de periférica, subordinada y dependiente a las potencias económicas mundiales132.

Actualmente, según Ardila (2005) los países caribeños son en su mayoría exportadores netos de capital y han presentado resultados negativos, tanto en su balanza de pagos como en las cuentas corrientes133. Así las cosas, en materia de exportaciones, aquellos que no dependen del turismo y/o del sector finan- ciero, son monoexportadores de productos agrícolas134, con escasas excepcio- nes, es el caso de Trinidad y Tobago con el Petróleo.

Ahora bien, mientras que en materia de operaciones comerciales los principales socios de los países caribeños centran sus ojos en Estados Uni- dos135, el Reino Unido136 y Canadá, no se puede decir lo mismo en materia de inversión extranjera, pues, ésta procede en su mayoría de España y Ca- nadá y en muchos de los casos se hace al interior de los Estados caribeños, especialmente de México con sus inversiones en Cuba, Colombia y Repú- blica Dominicana. Estas operaciones comerciales centran su atención pri-

130 Ibíd. Pp. 158 131 Ibíd. 132 SANTANA (2007) Repensando el Caribe… Op. Cit. 133 Tomado textualmente de ARDILA (2005) Colombia y el Caribe…. Op. Cit. Pp. 160. 134 Ibíd. 135 Las estadísticas de las importaciones de EE.UU. indican que el flujo comercial de los países del Caribe, que tienen como destino final de sus productos y mercancías, oscila entre el 30 y el 50%. Fuera de los beneficios arancelarios que pueden recibir, por la inclusión de Puerto Rico, que de acuerdo a la Ley de Impuestos de los Estados Unidos, está preñada de significancia comercial, según lo estipulado en la Iniciativa de la Cuenca del Caribe. 136 Estas operaciones comerciales se dan básicamente por la tradición histórica de sus ex – colonias, am- paradas económicamente con excelentes beneficios arancelarios por medio del convenio de Lomé.

95 Integración y fronteras en el Caribe. Nuevas visiones mordialmente en exportaciones del sector primario de la economía: azúcar, banano, algodón, productos del mar, miel, cítricos, entre otros, y en cuanto a importaciones, éstas por el contrario se ciñen especialmente en productos del sector secundario: alimentos procesados, materias primas de origen químico, medicamentos, maquinaria y equipo agrícola e industrial, textiles, plásticos y papel137.

Entretanto, los recursos que proceden de cooperación internacional, a excepción de Colombia que recibe su mayor porción de los Estados Unidos por lo del Plan Colombia, en su mayoría estos países reciben dineros y especies provenientes de la Unión Europea, Canadá y Japón138.

De ahí, la importancia de conocer cuales son límites, quien integra la región y con quien mantiene relaciones, para así, no aislarse y mantenerse en estrechos vínculos de hermandad y de conciernas políticas, económicas, sociales y culturales.

Aunque, el deseo no es mostrar lo negativo que tiene el Caribe, tampoco es menos importante mostrar sus debilidades, no obstante, como dice el viejo adagio popular, de toda cosa mala hay muchas cosas buenas y en esas, son en la que debemos centrarnos, en aras de mantener esa identidad que une y atrae, como una sola unidad o como una sola región, para que en conjunto la región se pueda consolidar, no sólo en términos económicos, sino también políticos, sociales, tecnológicos, ambientales y culturales.

Para ello, es de imperiosa necesidad se rompan con las fronteras mentales y cada vez más nos acerquemos a diseñar y ejecutar unas políticas continuas y estructuradas sobre la definición de los límites, los cuales no deberán ser vis- tos como esquemas de rompimientos, sino por el contrario, que sirvan como mecanismos de ligadura, a fin de que en el colectivo imaginario en el concepto de límites y fronteras no se presenten: ruptura, desmembramiento o desinte- gración de un escenario regional sin región; en contraste, dichas políticas se desarrollen, así parezcan redundante, en virtud de hermandad, unión, ayuda mutua, colaboración, seguridad y por supuesto, el tema central de este escrito, de integración.

137 Ibíd. Pp. 166 138 ARDILA (2005) Colombia y el Caribe…. Op. Cit. Pp. 160.

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103

La libertad en el Caribe: entre ideas y realidades

Fabio Silva Vallejo1

Yo creo que existe en América un exilio todavía más escandaloso que el del escritor condenado a vivir lejos de su país natal: es el de todo un pue- blo exiliado en su propio territorio, extraño a sí mismo, exiliado en sus ideas y sus sentimientos, en sus nervios y huesos de. Nación. Es esto lo que sucede en América Latina, donde más de doscientos millones de seres humanos se encuentran todavía en el exilio, sin haber dejado sus hogares, en medio de sus tradiciones, sus leyendas, sus dioses, sus sueños, sus tena- ces y legítimas aspiraciones, a la verdadera humanidad Aimé Césaire 1.- Todo surge de una pregunta

Pensar el Caribe más que una frivolidad intelectual debe ser una necesi- dad política, económica y social, es decir, una necesidad de resolver el proble- ma de la identidad cultural, por lo tanto, debemos asumirla en lo que podría- mos llamar una búsqueda metodológica para la comprensión histórica de las regiones a partir de categorías y realidades formadas por los procesos igual- mente históricos y culturales. Pero ¿cuál es la necesidad de definir el nombre de una región? Qué importa si la seguimos llamando caribe colombiano, costa atlántica o ¿cuál es la razón para hablar de caribeñidad y no de costeñidad?, ¿en qué cambia un nombre las realidades de una región que se ha constituido históricamente como la otra parte en la complementación de una nación?

Roberto Fernández Retamar inicia su libro Todo Caliban con una pregunta que le hace un periodista europeo: ¿Existe una cultura latinoamericana? Después

1 Profesor Universidad del Magdalena

105 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial de unas reflexiones se hace el interrogante si lo que quiere preguntar el perio- dista europeo es más bien: “¿Existen Ustedes?”. Y se responde él mismo: “Pues poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestras propia existencia, nuestra realidad humana misma, y por lo tanto estar dispuesto a tomar partido en favor de nuestra irremediable condición colonial, ya que se sospecha que no seríamos sino eco desfigurado de lo que sucede en otra parte.”(Fernández, 2000:11) Creo que Fernández Retamar resuelve no solamente con esta corta cita sino con toda su obra (de la misma manera como muchos intelectuales latinoamericanos y caribeños lo ha hecho) la pregunta del para qué estudiar, investigar, escribir o hablar sobre nuestra cultura. Y claro, esto trae consigo otra pregunta: ¿Todos los discursos que explican nuestras representaciones culturales por el solo hecho de provenir de intelectuales americanos o caribeños son suficientes para darnos por enten- didos sobre nuestra identidad?

La identidad del sujeto caribe se ha construido desde y para su realidad histórica y cultural, de la misma manera como se ha construido la identidad del sujeto latinoamericano en la homogeneidad de su relación de coloniza- do y en la heterogeneidad de sus identidades en relación con sus experiencia histórica. Fernández Retamar, por lo tanto, reconoce que nuestra situación condicionada a nuestra realidad colonial solo se supera en la medida en que desde nuestras identidades (ahí ya entran nuestras características multiétnicas) tengamos, no solamente claro dicha condición, sino que por medio de esa cla- ridad caminemos hacia la descolonización. Esta condición nos lleva a pensar- nos como latinoamericanos desde nuestras propias realidades frente al hecho colonizador. Es decir, cada país, cada región (nacional o internacional) tendrá el deber, tendrá la obligación de pensarse desde esa realidad pero teniendo en cuenta sus propias experiencias y representaciones históricas frente a dicha condición. En síntesis, en América Latina la realidad del otro es la misma mía, siempre y cuando yo tenga claro mi propia realidad. Y desde luego, nuestras realidades se han construido históricamente y no literariamente2.

Así las cosas, nos lleva a pensar que el Ser latinoamericano viene siendo la suma de todas y cada una de las identidades de los países, regiones y provin-

2 Utilizo esta categoría para resumir el planteamiento de B. Anderson en sus Comunidades Imaginadas. Ya que dichas comunidades no se pueden pensar sino desde la escritura y solo tienen sentido en la lectura de dichas escrituras, Por lo tanto están sometidas a la interpretación racional y hegemónica del texto escrito. Por lo tanto, es necesario diferenciar aquellos procesos que se han construido y textualizado desde la propia experiencia intelectual de aquellos que si bien han sido escritos desde las mismas condiciones no son propios de nuestras experiencias intelectuales sino que son asimilados por la ilusión de una historia similar.

106 Fabio Silva Vallejo cias que la conforman desde el hecho consciente de la colonialidad. Esto nos lleva a otras preguntas: ¿es el proceso histórico de conformación identitaria similar en el Caribe Insular al del Caribe Continental?, ¿cuáles son los elemen- tos epistémicos con los que se han construido los discursos del Caribe Insular que explica su identidad?, ¿cuáles son los elementos epistémicos con los que se han construido los discursos del Caribe continental que explican su identi- dad?, ¿son los mismos?, ¿no influye para nada la condición de insularidad en la formación de un discurso nacional, frente a la fragmentación entre lo andino y litoral en la conformación de nación en un país continental?, ¿o no será que hay una categoría de lo caribe que se puede acomodar a las diferentes realida- des identitarias que convergen en la diversidad de discursos y realidades? Pues, por un lado está el Caribe de lengua anglófona y francófona en el que sus inte- lectuales vienen decostruyendo el mismo nombre de Caribe por ser una cate- goría impuesta por la historia hegemónica y vienen reivindicando el concepto de antillanidad. O el caso cubano que viene desde Fernando Ortiz tratando de superar lo caribe por la representatividad que da el concepto de cubanidad. O la reflexión que se viene haciendo desde Puerto Rico y República Dominicana sobre la historia de dominación que está contenida en el concepto de Caribe.

En esa medida, lo Caribe pueden ser muchas cosas, muchas realidades, muchos discursos, muchas ilusiones que sirven para explicar realidades ausen- tes o que simplemente en ese afán de las llamada identidades globalizadas, lo caribe cabe perfectamente pues es un discurso que da cierto prestigio desde el exotismo que encierra su aparente realidad. Quisiera detenerme un momento en Stuart Hall, un intelectual jamaiquino que con toda su solvencia no sola- mente intelectual sino histórica plantea lo siguiente:

“Hay a1 menos dos formas diferentes de pensar la “identidad cultural”.La primer posición define la “identidad cultural” en términos de una cultura compartida, una es- pecie de “naturaleza precisa” de carácter colectivo, común a un pueblo con una historia y unos ancestros compartidos, y que oculta en su interior las muchas otras “natura- lezas” impuestas mas superficial o artificialmente.(el subrayado es mío) Dentro de los términos de esta definición, nuestras identidades culturales reflejan las experien- cias históricas comunes y los códigos culturales compartidos que nos proveen, como “un pueblo”, con marcos de referencia y significado estables e inmutables y continuos, que subyacen bajo las cambiantes divisiones y las vicisitudes de nuestra historia actual. Esta “unicidad”, que sustenta todas las otras diferencias mas superficiales, es la verdad, la esencia del “caribeñismo”, de la experiencia negra. Esta concepción de identidad cul-

107 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial tural jugó un papel importante en todas las luchas poscoloniales que han moldeado de nuevo nuestro mundo de forma tan profunda. (Hall, 1999:132)”

Es importante resaltar como para Hall hay por lo menos tres elementos primordiales a la hora de “pensar” la identidad: la historia, la unicidad y la experiencia negra. Por las particularidades de nuestro procesos colonizador que entre otras casos arrolló con nuestros pobladores indígenas impidiendo cualquier forma de unicidad étnica, generando un proceso de mestizaje que buscaba por todos lados una asimilación u homogenización para imponer una serie de políticas igualmente asimiladoras.

“Sin embargo, hay una segunda visión de la identidad cultural, relacionada con la anterior, aunque diferente. Esta segunda visión admite que, al igual que los muchos puntos de similitud, también hay puntos críticos de diferencia profunda y significativa que constituyen “eso que realmente somos”; o más bien “en lo que nos hemos converti- do” puesto que la historia ha intervenido en nosotros. No podemos hablar muy extensa- mente, con cierta exactitud, sobre “una experiencia, una identidad”, sin aceptar el otro lado -1as rupturas y discontinuidades que constituyen precisamente la “singularidad” del Caribe. En este segundo sentido, la identidad cultural es un asunto de “llegar a ser” a si como de “ser”. Pertenece tanto al futuro como a1 pasado. No es algo que ya exista, trascendiendo el lugar, el tiempo, la historia y la cultura. Las identidades culturales vienen de algún lugar, tienen historia. Pero como todo lo que es histórico, estas identida- des están sometidas a constantes transformaciones. Lejos de estar eternamente fijas en un pasado esencial, se hallan sujetas al “juego” continuo de la historia, la cultura y el poder. Lejos de estar basadas en la mera “recuperación” del pasado que aguarda a ser encontrado, y que cuado se encuentre asegurara nuestro sentido de nosotros mismos en la eternidad, las identidades son los nombres que les damos a las diferentes formas en las que estamos posicionados, y dentro de las que nosotros mismos nos posicionamos, a través de las narrativas del pasado. Es solo desde esta segunda posición que podemos entender adecuadamente el carácter traumático de “la experiencia colonial”. Las formas en que el pueblo negro, las experiencias negras, fueron posicionadas y sometidas a los regimenes dominantes de representación fueron los efectos de un ejercicio critico de poder cultural y de normalización.” (Hall, 1999:132)

Tomando como base el anterior planteamiento de Hall podríamos decir que la ecuación histórica en la que se definen las identidades y, por ende, la nación colombiana es:

Costa (atlántica o Caribe) + Andes + otras regiones = Nación colombiana

108 Fabio Silva Vallejo

Es decir, pensar la cultura Caribe colombiana desde la primera propuesta de Hall es reconocer solo una parte de la realidad colombiana o si se quiere costeña ya que prácticamente sería explicar nuestro Caribe únicamente desde la experiencia negra lo cual lo hace metodológica e históricamente imposible. Es decir separar las realidades históricas en las que se han conformado dichas identidades. La realidad de nuestro caribe obedece a que también hay puntos crí- ticos de diferencia profunda y significativa que constituyen “eso que realmente somos”; o más bien “en lo que nos hemos convertido” puesto que la historia ha intervenido en nosotros.” (Hall: 1999:134)

Esto tiene que ver con lo que decíamos al principio, la necesidad de dife- renciar las categorías con las que se construyen los discursos del caribe insular, frente a las categorías con las que se construyen el discurso de una parte de Colombia que se encuentra geográficamente y claro históricamente articulado por el mar caribe.

¿Y cuáles son las categorías desde donde se ha pensado el Caribe insu- lar? Si bien este ensayo no tiene como objetivo final analizar cada una de las formas en que el caribe se representa o lo representan, sí quisiera extenderme un poco en este punto. Si mi ecuación para entender la nación colombiana parte de la suma de sus regiones y, desde luego, de sus historias, de sus imagi- narios, de sus representaciones, de sus territorialidades y especialidades, todo eso frente a las realidades políticas del gobierno centralista de Bogotá y para- lelo a esto, frente a su condición de país colonial. Es decir que las represen- taciones de identidad del Caribe colombiano no sólo dependen de su parcial relación con la historia del caribe insular sino que dependen en gran medida de su condición de parte de una nación continental que, a su vez, se debe a su condición de sujeto colonial. A diferencia del caribe insular que se debe toda ella a su situación de insularidad y toda ella responde a su condición de sujeto colonial. Categorías como las de plantación, insularidad, sincretismo, negritu- des, creolización, jamaiquinidad, caribeñidad, antillanidad, cubanidad, trans- creación, enraizamiento, barroquismo, están ligadas cada una a su proceso de conformación de la identidad en su condición de insularidad. Exclama Hall, el jamaiquino, el caribeño insular, al definir su identidad desde algunas de estas categorías y realidades:

“Aquí buscamos abrir un diálogo, una pesquisa, sobre el tema de identidad cultu- ral y representación. Por supuesto que el “yo” que escribe aquí también debe ser pensado en sí mismo como “enunciado”. Todos escribimos y hablamos desde un lugar y un mo-

109 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial mento determinados, desde una historia y una cultura que son específicas. Lo que deci- mos siempre está “en contexto”, posicionado. Nací y pasé mi infancia y mi adolescencia en una familia de clase media-baja en Jamaica. He vivido mi vida adulta en Inglaterra, a la sombra de la diáspora negra “en el vientre de la bestia”…” (Hall: 1999:131)

Entonces cómo pensar el Caribe colombiano desde nuestras propias ca- tegorías y nuestras realidades que establezcan esa relación que pareciera en algunos casos connaturales entre las definiciones, sus realidades y sus auto- res?: “¿Entonces tendré que dejar el edicto para encontrar mi palabra? ¿Hay carencia y vacío, de uno a otra? ¿Fue la literatura ese engaño que tanto nos atrapo? ¿Acaso nosotros, las élites de la escritura, hemos perdido nuestra voz? (Glissant 2005:16). Y es desde dos realidades, a propósito de Glissant, que quiero continuar con este ensayo: la realidad del intelectual y la realidad de la libertad expresada desde el intelectual por medio de su obra escrita como manifiesto de protesta a favor de la libertad como único recurso contra nuestra condición de colonizado.

2.- La libertad como expresión de resistencia a la situación de colonialidad: ¿realidad o artificio para entender los posibles caribes?

Hablar de libertad en el Caribe pareciera un tema de nunca acabar. Liber- tad de Haití primer pueblo negro y latinoamericano que se rebeló contra la he- gemonía occidental, hoy libre pero sometido al más inhumano sistema de in- visibilización como pagando su osadía de liberarse cuando ellos quisieron y no cuando los otros lo indicaran. La libertad de Puerto Rico que lucha día a día para no dejarse absorber totalmente por la cincuenta y una estrella del padre imperial. Cuba que se debate entre la constancia de la lucha y el problema de la novedad coqueteteada día a día por sus vecinos y manoseada por los que ven en la isla un hermoso paraíso vacacional con miles de opciones monetarias. Pero qué permite hablar de libertad en este Caribe tan disímil e indescifrable. Qué permite hablar de ese Caribe que por encima de todas estas realidades está mirando hacia el frente, mirando hacia el horizonte que demarca su libertad, Una pregunta que no intento resolver en este ensayo pero que, por lo menos, quiero dejar planteada es si ¿la libertad como expresión de resistencia ante la condición colonial ha sido vista, analizada y expresada de la misma manera en el Caribe insular como en el Caribe continental?

110 Fabio Silva Vallejo

La libertad del Caribe colombiano, por ejemplo, está determinada por procesos históricos que deben ser revalidados o controvertidos, ya que por mu- cho tiempo estos estudios o interpretaciones estuvieron en manos de políticos con leves sesgos de intelectuales o de intelectuales que asumieron sesgos polí- ticos. Los otros intelectuales, los verdaderos, poca participación han tenido en estos debates, entre otras cosas, debido a la falta de canales de participación que es la constante en Colombia pero que se agudiza marcadamente en la cos- ta Atlántica colombiana. Este solo aspecto niega para los procesos de confor- mación identitaria y de discurso regional la violencia con que fue a sumida la eliminación de los grupos indígenas que se oponían a los procesos de conquis- ta y colonización como es el caso de los chimilas. Niega también los procesos violentos de colonización que se llevaron a cabo por colonizadores profesiona- les como Mier y Guerra, Palacios del Vega y Torre y Miranda. Niega también los procesos violentos que se dieron en todos y cada una de las bonanzas por las que ha atravesado la región. La ausencia de reconocimiento de estos proce- sos ha construido una imagen falsa y esquematizada de la región con el único propósito de venderla como destino turístico de la misma manera que ya otros autores denunciaron la venta del Caribe Insular como centro paradisiaco del otro mundo violento. Pensar el Caribe desde la libertad es realmente un reto, si tenemos en cuenta que no existen mecanismos para estudiar esas formas en que se expresa la libertad. Por lo tanto, quiero partir desde la literatura como un instrumento poderoso para observar desde ella cuál es la posición del es- critor frente a ella, expresada en su resistencia a su condición de colonizado.

Pensar el Caribe colombiano como región es también un reto a la hora de construir un discurso coherente. Si bien todo el proceso de la Constituyente que desembocó en la Constitución del 91, logró que algunos intelectuales pensa- ran que la idea de región debía tener más contundencia representada en una re- gión con cierta autonomía política y, por ende, económica, la misma realidad representada en la debilidad de las regiones obligó a que esta idea se diluyera con el correr de los tiempos. ¿Qué es una región? Pueden ser muchas las inter- pretaciones y definiciones pero en síntesis una región es un proyecto colectivo que tiene unos intereses particulares y esos intereses particulares pueden ser desde políticos hasta económicos. Pero la región también se construye en el proceso histórico o los procesos históricos construyen los elementos que con- forman la región y es probable que esté pecando de pesimista pero historiada- mente nunca ha habido un proyecto realmente regional o de construir región en forma sistemática, seria, consensuada y pensada. Lo que sí ha habido y con

111 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial muchos intentos es de pensar la Provincia y creo que aún seguimos actuando en el marco institucional de la provincia. ¿Qué es pensar en el marco institucio- nal de la Provincia?, es pensarse desde unos pocos, generalmente desde unos “apellidos ilustres” para unos pocos, en los que aparentemente todos pueden participar pero sólo en la ilusión, pues en la realidad el mismo pensamiento provinciano de clase no permite sino alianzas que se unen en la familiaridad pero que se truncan en las realidades, es decir, el pensamiento provinciano está caracterizado por la familiaridad –aparente- de todos con todos pero en la exclusión sistemática de la mayoría. Situación que se traslada a cada una de las ciudades o departamentos que conforman esta aparente región llamada inicialmente Costa Atlántica y después Costa Caribe. Esto históricamente ha generado que se creen micropoderes a lo largo y ancho de su territorio y que dentro de esos micropoderes se conformen microconflictos que generan micro rivalidades que al sumarse generan un caos total a la hora de posibles concilia- ciones. Es muy probable que esta realidad sea el fruto de la política centralista bogotana que desde los inicios de la colonización construyó el imaginario de poder única y exclusivamente desde el centro. La periferia estaba determinada a la exclusión y a los buenos oficios que el Estado central generara. Es bueno decir también que la aristocracia costeña consciente de tal situación contribu- yó de una manera u otra al fortalecimiento de esta política, ya que era conve- niente para mantener su estatus de hegemonía provinciana, pero hegemonía al fin de al cabo.

Ya Anderson dio unos elementos para entender la construcción de una comunidad a partir de la imaginación desde lo hegemónico. ¿Cómo imaginar una región desde sus formas productivas si cualquiera que fuesen ellas, estaban determinadas primero por el centro y después por las aristocracias provincia- nas? Es decir, cómo entender una región como tal si nunca hubo un intento de crear región a partir de su sistema económico. La hacienda que fue la forma en que se construyó y desarrolló el uso y explotación de la tierra en buena parte del país, acá no tuvo los mismos alcances ya que los intereses, las condiciones y el mismo conflicto andes-costa generó a su vez unas particularidades en cada provincia que impedía que se pensara de otra manera.

El principio de la Colonia era el de ordenar para producir. Y en ese orden y en esa necesidad de producir, se generaron dinámicas alternativas que tu- vieron que ver en lo que podríamos llamar los principios del arraigo, es decir, la necesidad de llenar un territorio con representaciones, símbolos, significa-

112 Fabio Silva Vallejo ciones, o cualquier otra forma de territorialidad que generara identidad. La colonia y la colonización fueron dos realidades de un modelo impuesto por el imperio y al que por obligación se tuvo que someter buena parte del continente latinoamericano. Por un lado, la colonia generó unas dinámicas de poder que, a su vez, le dieron unas dinámicas económicas a las regiones, las cuales están en parte reflejadas hoy en día en las mismas realidades del país.

Frente a esta doble condición en que se haya el intelectual costeño, nos preguntamos ¿cómo ha orientado su discurso sobre la libertad?, ¿hay una literatura del Caribe colombiano que esté atravesada por esa constante de la denuncia frente a la condición de colonizado?, ¿hay una historia de la litera- tura del Caribe colombiano que siente una posición respecto a la condición de región excluida?, ¿o más bien hay una historia intelectual de la situación de doble colonialidad del Caribe colombiano? Digo doble condición porque, por un lado, hace parte de una nación que se reglamenta desde el interior, basada en la antinomia histórica de lo andino versus lo costeño y, por el otro lado, hace parte o quiere hacer parte de una región que se reglamenta desde la condición histórica que dio la plantación y la realidad geográfica que da la insularidad.

Quisiera en este ensayo abordar primero la condición del intelectual en el Caribe insular y dejar como una especie de reto un análisis más profundo sobre la condición del intelectual en el Caribe colombiano. La libertad en el Caribe Insular más que un tema de su literatura es una obligación del intelectual, buena parte de la denuncia histórica que se ha hecho en contra de la condición colonial se ha hecho desde las voces y letras de sus literatos:

“Podemos estructurar los hechos que las sociedades caribeñas han vivido desde la transición colonial hasta el presente no como una historia de triunfo o derrota. La experiencia caribeña no puede ser tratada en sí misma como una narración lineal, es mejor verla y aproximársele, enfocándola como la super- vivencia y resistencia de la persona antillana y la forma como ha surgido de una historia de gloria, infortunio, agresión, esperanza, traición y alegría desde 1492 cuando los invasores llegaron en sus pesadas naves engañaron a los taí- nos y violaron a las taínas, quemaron sus templos religiosos y pisotearon la dignidad de la población indígena” (Torres-Saillant 2006: 28)

Las resistencias a todo proceso de dominación son una constante en Amé- rica y, en general, en todos los pueblos sometidos, sin embargo, a la hora de

113 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial especificar de qué manera y con qué instrumentos esas resistencias han mante- nido el espíritu de libertad en la conciencia de los pueblos, las realidades varían y las experiencias cambian. Creo que en sus respuestas está la diferencia y no creo que sea la misma diferencia a la que se refieren los teóricos del Caribe. La diferencia a la que me refiero hace mención a la evasión. La evasión que surge ante la ausencia de un conocimiento intelectualizado de la identidad producto a su vez de un desconocimiento de las realidades históricas en la conformación de región. Quiero aclarar que cuando digo conocimiento intelectualizado es la necesidad de articular nuestra condición de colonizados a nuestra producción y reflexión intelectual. En otras palabras, es recurrir desde el arte (cualquiera que sea su forma) y, por ende, desde el artista a expresar dicha inconformidad: “¿Son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente, o todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales especializados? El problema es complejo por las diversas formas que ha asumido hasta ahora el proceso histórico real de la formación de las distintas categorías intelectua- les” (Gramsci 1967: 21).

Realmente, como dice Gramsci, el problema es complejo y para nuestro caso se complejiza aún más. ¿Es probable que las condiciones de conforma- ción de las sociedades caribeñas insulares hayan generado una vocación in- telectual diferente a la vocación del intelectual del Caribe continental? ¿Qué hace al intelectual, intelectual? Creo que el discurso Caribe continental homoge- nizó al intelectual y lo quiso llevar hasta el intelectual macondizado, es decir, el intelectual que es capaz de hacer un disección de su región, de su país, pero no es capaz de decir cómo cerrarla y mucho menos cómo sanar o, por lo menos, medio sanar todas esas enfermedades que vio desde ese pequeño periscopio en que se convierte su mirada intelectual. Creo que el caso del Caribe colombiano es el mejor ejemplo de ello: García Márquez además de la tronera que le abrió a la región, al país, tronera por donde se dejaron ver exotizados los problemas y dificultades de una región semisalvaje y semisubdesarrollada por un lado, y por el otro, la dejó como al niño desnutrido al que pretenden mejorar iniciando su recuperación con una cazuela de mariscos.

Es indudable que el intelectual así como la libertad se construyen, se forman en la experiencia histórica. Por lo tanto, hay intelectuales que se re- suelven desde adentro, que se hacen desde adentro y trabajan para resolver lo de adentro y hay intelectuales que se resuelven desde afuera, que se ha- cen desde afuera y trabajan para resolver su dualidad adentro-afuera pero

114 Fabio Silva Vallejo siempre con la idea de que la solución debe venir de afuera. Y es desde el primer tipo de intelectual en que se ha pensado el Caribe insular. Creo que la mayoría de intelectuales del Caribe insular se han pensado primero desde su condición étnica: negra o mestiza. Segundo, desde su condición de insu- laridad colonizada:

“Puesto que el arte cobra forma a partir de algo situado más allá de su alcance, lo único que podíamos representar con éxito era una danza de la duda. El resurgimiento africano es una huida hacia otra forma de dignidad, pero uno no deja de percibir el glamur de sus simplificaciones. Cierto tipo de escritor, por lo general el que se propone entretener, afirma: «Escribiré en la lengua del pueblo, por más vulgar o incomprensible que ésta sea». Otro sostiene: «Esto no lo entenderá nadie, ¿me oyes?, de modo que déjame escribir en inglés». Y un tercero se dedica a purificar el lenguaje de la tribu y es a éste a quien se acusa desde ambos lados de pretencioso o de jugar a ser blanco. Éste es el mulato del estilo. El traidor. El integrador. Sí. Pero nadie preguntó a su Musa: « ¿Qué clase de lenguaje me estás ofreciendo?». Como ningún libertador le pregunta a la historia: «¿Qué clase de gente es esta a la que he de ennoblecer?». Uno se limita continuar la empresa de su padre. De ambos padres. Si el lenguaje era despreciable, el pueblo no lo era menos. Una vez superada la adolescencia de los prejuicios no había nada que justificar. Una vez que el Nuevo Mundo negro hubo intentado demostrar que valía tanto como su amo, cuando lo que debería haber demostrado no era su igualdad sino su diferencia. Era esta distancia la que podía exigir atención sin suplicar respeto. Mi generación miró la vida con pieles negras y ojos azules, pero sólo nuestra dolorosa y enérgica mirada, sólo el aprendizaje de la mirada, daba sentido a la vida que nos rodeaba, sólo nuestra enérgica escucha, la escucha de nuestra escucha, daba sentido a los sonidos que emitíamos. Y ello sin compa- raciones. Sin alarmantes accesos de «dignidad». Pero la mayor parte de nuestra litera- tura coqueteaba con el patetismo de la sociología, autocomplaciente y condescendiente. Nuestros escritores gemían en las voces del crepúsculo: « ¡Mirad a estas gentes! Pueden haberse degradado, pero valen tanto como vosotros. ¡Mirad lo que les habéis hecho!». Y sus poemas no pasaban de ser lamentos, sus novelas, folletos propagandísticos, como si la invocación general del pasado en su defensa pudiera suplantar a la imaginación, pudiera ahorrarles la necesidad del gran arte. Los bucólicos del resurgimiento africano deberían saber que lo que necesitamos no son nombres nuevos para cosas antiguas, o nombres an- tiguos para cosas antiguas, sino la fe necesaria para usar de nuevo los nombres antiguos, de tal antiguos que, siendo como soy mestizo, me produce escozor ver la palabra Ashanti o la palabra Warwickshire, las cuales por separado insinúan las raíces de mis abuelos, las cuales bautizan a este bastardo ni orgulloso ni avergonzado, a este híbrido, a este an- tillano. El poder del rocío continúa desprendiéndose de nuestros dialectos, tal como canta

115 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial

Césaire: Tormenta, diría yo. Río, exigiría. Diría huracán. Pronunciaría «hoja». Árbol. Me empaparía en todas las lluvias, en todos los rocíos” (Walcott 1998: 20)

Es una constante en los intelectuales del Caribe Insular la necesidad de la auto-reflexión, sin importar si en ella misma se ponga en duda su propia condición de intelectual. Se hace la disección pero no para dejarla abierta, no para mostrarla al mundo, sino para cuestionarla, para desde ella misma pensar la condición del sujeto insular y esta constante se encuentra presente tanto en el Caribe anglófono de Derek Walcott (Santa Lucia), de Stuart Hall (Jamaica), de Kamau Brathwaite (Barbados), de Claude McKay (Jamaica), de Norman Gir- van (Jamaica), de Benjamín Zephaniah (Jamaica), de Orlando Patterson (Ja- maica), de Jamaica Kincaid (Antigua), de Linton Kwesi Johnson (Jamaica), de Mervyn Morris (Jamaica), de Jane King (Santa Lucia), de Surajprasad Naipaul (Trinidad y Tobago), de George Lamming (Barbados), de Martin Carter (Gu- yana), de C.L.R. James (Trinidad y Tobago) de Lorna Goodison, Beverley Man- ley, Rosie Stones, Margaret Cezair-Thompson, Erna Brodber, Beverley East, Kei Miller y Thomas Glave, todos escritores de Jamaica y muchos otros. Como en el Caribe Francófono de Edouard Glissant (Martinica) o de Aimé Césaire (Martinica) De Jacques-Stephen Alexis (Haití), de Patrick Chamoiseau (Mar- tinica), de Maryse Condé (Guadalupe), de Raphaël Confiant (Martinique), de Léon-Gontran Damas (Guyana), de Edwidge Danticat (Haití), de René Depes- tre (Haití), de Gérard Vergniaud Étienne (Haití), Frantz Fanón (Martinica), de Frankétienne (Haití) de Paul Laraque (Haití), de Marc Léo Laroche (Haití), de .Ernest Pepín (Guadalupe), de Jean Price- (Haití) de Jacques Roumain (Haití), de Paul Niger (Guadalupe), de Gerard Pierre Charles (Haití), de Laen- nec Hurbon (Haití), entre muchos otros. O en el Caribe Hispanófono de José Martí (Cuba), de Antonio Benítez Rojo (Cuba), de Nicolás Guillen (Cuba) de Alejo Carpentier (Cuba) de Fernando Ortiz (Cuba) de Julián del Casal (Cuba), de Lezama Lima (Cuba), de Eliseo Diego (Cuba), de Cintio Vitier (Cuba), de Reynaldo Arenas (Cuba), de Guillermo Cabrera Infante, (Cuba) de Dulce Ma- ría Loynaz (Cuba), Marta Rojas (Cuba) de Los Henríquez Ureñas (República Dominicana), de Manuel del Cabral (R. Dominicana), de Juan Bosch ( R. Do- minicana), de José Luis González (R. Dominicana) y muchos otros.

En una experiencia que sobresale por su arrojo pero también por su pul- critud ética frete a su condición de colonizado el poeta y músico Benjamin Zephaniah escribe frete a al ofrecimiento de un premio por parte de la corona inglesa:

116 Fabio Silva Vallejo

Comprado y Vendido Los grandes premios y los premios en metálico están acabando con la poesía negra no es la censura o los dictadores los que limitan nuestro arte El atractivo de reunirse con la realeza y tocar la alta sociedad está ahogando la creatividad y comiéndose nuestro corazón. Nuestros ancestros se levantarían de sus tumbas aquellos desgraciados negros que una vez fueron esclavos, se preguntarían cómo se vendieron nuestras almas Y observen nuestras estrategias: El imperio contraataca y saluda guerreros dóciles se inclinan en desfiles. Cuando han hecho lo que se les dice Les dan sus OBEs No toméis mi palabra, analizad el verso Pues cada laureado se vuelve peor. Una familia a quien no puedes culpar desordenará tu mente y te hará reflexionar y si, puedes engordar tu monedero y seguramente ellos te contactaran el primero cuando los súbditos necesiten entretenerse Con prosa y rimas bien pagadas. Coge tu premio, ahora escribe más más deprisa que le jodan a la verdad ahora eres un actor que no puede criticar a su benefactor. Escribe, publica y critica pareces un Rasta con dreadlocks pareces un ghetto blaster (radio cassette enorme) pero no puedes faltar al respeto a tu patron ni morder la mano que te da de comer. Qué pasó con el verso del fuego que maldecía al imperio qué le ocurrió al alma rebelde que Marley tenía en mente este imperio manchado de sangre y robado te premia, y tu conspiras (ya dijo Marley que el tiempo lo diría) Ahora mira como se han ido y se han unido.

117 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial

Seguimos siendo vapuleados es la mala historia que se repite me recuerda a esos capitalistas que dicen ‘mira, tienes elección’ es enfermizo y contraproducente si nuestros desahuciados continúan sollozando Y nosotros otorgamos a estos premios un significado Pero acabamos sin voz.)

Y continúa: ¿A mí, un obe? Quien quiera que esté detrás de este ofrecimiento no puede haber leído nada de mi trabajo. ¿Por qué no darme mejor algunas de esas obras de arte africanas que fueron robadas en nombre del imperio y me dejan devolverlas a su lugar adecuado? No puede engañarme, señor Blair. Nos quiere privatizar a todos; nos quiere enviar a la guerra. Permanece callado cuando necesitamos que hable por nosotros, prefiriendo ser la voz de los EEUU. Nos ha mentido y continua haciéndolo, y ese sueño en el que la clase obrera y una sociedad justa, compasiva y bondadosa, lo ha tirado al sucio desagüe del Imperio. Espabílense, señor Blair y señora reina, no sigan hablando de “Imperio”. Hagan algo más.

En cada uno de estos intelectuales la libertad se manifiesta en la medida en que sus obras se vuelven una denuncia, en cada uno de estos intelectuales lo que denuncian en sus obras es como ellos mismos han sido parte de la búsqueda de dicha libertad. Y quisiera plantear, so pena de equivocarme, que el intelectual del Caribe Insular ha establecido una relación más políti- ca entre su oficio de escritor y su papel de intelectual. En esa medida, hay una relación más orgánica entre el intelectual y el pueblo de donde viene él mismo (Gramsci, 1963). Esto me lleva a asegurar que hay una diferencia muy marcada entre los intelectuales del Caribe insular y los del Caribe Con- tinental (por lo menos, los que corresponde a Colombia) y es que mientras los intelectuales del Caribe Insular superaron la etapa de la contemplación, de la denominación que lleva a la folclorizacion y esquematización, en parte debido a que ellos sufrieron en carne propia los peligros de la asimilación en categorías exóticas y en discursos pseudoigualitarios: “Verdaderamente, los negros son una raza extraña. Irreductibles. Secretos. Obstinados. Los sufri- mientos han resbalado por ellos como sobre metal. Hay bajo su aparente in- diferencia algo que jamás flaquea y que se enciende súbitamente cuando uno cree que todo ha muerto en ellos. Los negros son poderosos. El sufrimiento vuelve calmo y poderoso. Cuando la vida da un mal golpe, cuando echa un madichon, nace la lucha del hombre que crea el contragolpe, que trastrueca el maleficio, que recomienza

118 Fabio Silva Vallejo lo interrumpido. Es ahí donde reside la belleza patética de la existencia.” (Stephen Alexis 1974: 167).

Por el contrario, la mayoría de los intelectuales del Caribe Continental se quedaron en la contemplación, en el esquema del discurso homogenizante, en el cliché de las formas y, claro, ante la diferencia histórica de los procesos de conformación social, pues sus causas se hicieron ajenas y sus intereses se volvieron más de representación, de prestigio que de representación orgánica como conductores de un posible cambio social. Volvimos al caso del intelec- tual del Romanticismo que viajó a Europa y presenció de viva voz la relación del intelectual con la revolución y en sus memorias y experiencias quedaron plasmadas las imágenes del Jean Valjean, Víctor Hugo, o en el Oliver Twist de Dickens pero que a su regreso se enteran que la revolución no se puede hacer simplemente porque primero hay que salir de nuestra condición de Barbarie y para llegar a la Civilización hay que blanquear a nuestros indios y a nuestros negros como lo proponía el argentino Faustino Sarmiento o como resolvía Esteban Echeverría su dilema en El Matadero. El intelectual de este momento, si bien se sigue formado afuera, con las técnicas de afuera, con las temáticas de adentro pero con las urgencias de ser leídas afuera, sigue sin entender, como sí lo han entendido la mayoría de los intelectuales del Caribe insular, en qué consiste ser un intelectual orgánico, sigue sin entender que su papel en este me- dio, en estas tierras, en estas realidades está en denunciar desde donde quiera y como quiera, la búsqueda de un mínimo de libertad.

En cada uno de estos intelectuales la libertad se manifiesta en la medida en que sus obras se vuelven una denuncia, en cada uno de estos intelectuales lo que denuncian en sus obras es como ellos mismos han sido parte de la bús- queda de dicha libertad.

De vez en cuando es bueno y justo llevar al río a la lengua francesa y frotarle el cuerpo con hierbas perfumadas que crecen más arriba de mis vértigos de antiguo negro cimarrón. (René Depestre, Haití, 1980)

Quiero reiterar que por ahora lo que me interesa es mostrar la posición si bien no de todos los intelectuales del Caribe insular si una muestra de lo que

119 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial escriben y piensan, también que como lo escribió Juan Manuel Roca en su ensayo La poesía colombiana frente al letargo ya ese título nos indica la posi- ción una tanto desacomedida de nuestro “intelectual” frente a la problemática regional y social.

Quisiera terminar, por ahora, esta parte dejando hablar a Roberto Bolaño:

“…en Latinoamérica, los escritores salen de la clase media baja o de las filas del proletariado y lo que desean, al final de la jornada, es un ligero barniz de respetabilidad. Es decir: los escritores ahora buscan el reconocimiento, pero no el reconocimiento de sus pares sino el reconocimiento de lo que se suele llamar «instancias políticas», los detenta- dores del poder, sea éste del signo que sea (a los jóvenes escritores les da lo mismo) y, a tra- vés de éste, el reconocimiento del público, es decir la venta de libros, que hace felices a las editoriales pero que aún hace más felices a los escritores, esos escritores que saben, pues lo vivieron de niños en sus casas, lo duro que es trabajar ocho horas diarias, o nueve o diez, que fueron las horas laborables de sus padres, cuando había trabajo, además, pues peor que trabajar diez horas diarias es no poder trabajar ninguna y arrastrarse buscando una ocupación (pagada, se entiende) en el laberinto, o, más que laberinto, en el atroz cruci- grama latinoamericano. Así que los jóvenes escritores están, como se suele decir, escalda- dos, y se dedican en cuerpo y alma a vender. Algunos utilizan más el cuerpo, otros utili- zan más el alma, pero a fin de cuentas de lo que se trata es de vender. ¿Qué no vende? Ah, eso es importante tenerlo en cuenta. La ruptura no vende. Una escritura que se sumerja con los ojos abiertos no vende. Por ejemplo: Macedonio no vende. Si Macedonio es uno de los tres maestros que tuvo Borges (y Borges eso debería ser el centro de nuestro canon), es lo de menos. Todo parece indicarnos que deberíamos leerlo, pero Macedonio no vende, así que ignorémoslo. Si Lamborghini no vende, se acabó Lamborghini. Wilcock sólo es conocido en Argentina y únicamente por unos pocos felices lectores. Ignoremos, por lo tanto, a Wilcock. ¿De dónde viene la nueva literatura latinoamericana? La respuesta es sencillísima. Viene del miedo. Viene del horrible (y en cierta forma bastante comprensi- ble) miedo de trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el paseo Ahumada. Viene del deseo de respetabilidad, que sólo encubre al miedo. Podríamos parecer, para alguien no advertido, figurantes de una película de mafiosos neoyorquinos hablando a cada rato de respeto. Francamente, a primera vista componemos un grupo lamentable de treinta- ñeros y cuarentañeros y uno que otro cincuentañero esperando a Godot, que en este caso es el Nobel, el Rulfo, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos” (Palabra de América, 2004: 17 y 18)

A lo largo de este ensayo he querido mostrar sobre todo, y espero que se haya entendido así, que en el intelectual del Caribe insular la libertad frente a

120 Fabio Silva Vallejo su condición de colonizado se convierte en una idea constante de denuncia, es probable que todos los intelectuales no estén pensando en eso a la hora de producir sus textos y que ante el desconocimiento que tenemos los colombia- nos de lo que pasa en este campo (y en muchos otros) en el Caribe Insular me lleve a tener una mirada sesgada del problema, pero no creo que sea mera coincidencia que aquellos intelectuales a los que más o menos tenemos acceso tengan una posición tan clara sobre dicha relación. Algún escritor decía que para entender el Caribe había que estudiarlo minuciosamente, detalladamen- te, juiciosamente y he querido iniciar ese proceso y lo que he planteado hasta hora es una breve introducción de uno de tantos elementos para hablar del Caribe como centro de reunión étnica y cultural, pero de igual manera que al hablar del Caribe no caigamos en los discursos homogenizantes que tanto mal le hacen a una región, a un país. El pensar una región no desde sus formas más obvias, que terminan siendo las formas esquemáticas, las vendibles, las mos- trables y que terminan siendo parte de la ilusión colonizadora, obliga a los in- teresados en el tema a desprendernos de esos conceptos románticos y exóticos con los que se pensó la región y a asumir otras formas de análisis que si bien pueden que no sea las mismas con las que se aborda el Caribe insular (y eso sería lo importante) sería las que realmente le darían elementos concretos para entender y contribuir a un posible cambio en la región. “El Caribe no es un lugar idílico, no para sus nativos. Sus gentes extraen orgánicamente de la tierra las fuerzas necesarias para trabajar, como los arboles, como los almendrales o el laurel de las alturas. Sus campesinos y pescadores no están allí para ser ama- dos, ni siquiera para ser fotografiados; son arboles que sudan con la corteza cubierta por capa de salitre , pero todos los días en alguna de las islas , arboles desarraigados y vestidos con trajes de ejecutivos acuerdan importantes exen- ciones fiscales con los empresarios, contaminarlos almendros y los laureles hasta su raíz. Tal vez llegue el día en que los gobiernos se pregunten qué les ha ocurrido no solo a los bosques y a las bahías, sino a todo un pueblo.”.(Walcott 200: 108). Quedan muchas preguntas por resolver: ¿Cuál ha sido el papel del intelectual colombiano en la denuncia frente a la colonización sistemática y constante? ¿Cuál ha sido el papel del intelectual costeño frente a la anterior pregunta pero también frente al colonialismo interno desarrollado por la capital y cómo ha sido la participación del intelectual costeño o caribeño colombiano frente al conjunto de los intelectuales del Caribe en General? ¿Existe una lite- ratura o unas ideas de denuncia frente a esta situación de exclusión histórica? Si existen ¿en dónde están? Y si no las hay ¿por qué no? Por ahora dejo ahí. Y espero que con este libro y este ensayo abrir una discusión que en el Caribe

121 Algunas ideas para entender la libertad como forma de resistencia anticolonial colombiano no se ha dado y “francamente, a primera vista componemos un grupo lamentable de treintañeros y cuarentañeros y uno que otro cincuentañero esperando a Godot, que en este caso es el Nobel, el Rulfo, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Ró- mulo Gallegos.” (Palabra de América, 2004: 17 y 18) o para nuestro caso específico esperar con devota paciencia a ser uno de los teloneros de Hay Festival.

Bibliografía

Fernández Retamar, Roberto. Todo Caliban. Fondo Cultural de Alba. Cuba 2006 Hall, Stuart, “Identidad Cultural y diáspora” en Castro-Gómez, Santiago, Guardiola- Rivera, Oscar, Millán de Benavides, Carmen (Eds.), Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial, Pontificia Universidad Javeriana- PENSAR, Bogotá, 1999. Palabra de América. Seix Barral. Barcelona 2003 Torres-Saillant, Silvio. An intellectual history of the caribean. Palgrave. Macmillan. N.Y. 2006 http://www.sosjamaica.org/test/es-default.html. Para las referencias a Benjamin Zephaniah

122 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe colombiano

Alexis Carabalí Angola1

Resumen

La historia política de las etnias del Caribe colombiano se puede analizar con base en tres momentos que dan cuenta del devenir de estos grupos en la vida del país. Esos momentos asociados a la territorialidad y las circunstancias que los definen permiten esclarecer cómo los sujetos étnicos se convierten en sujetos jurídicos, y hasta dónde las taras coloniales de los grupos dominantes levantan verdaderos muros de contención ante los embates de una sociedad que quiere reconocerse como diversa más allá de la normativa y la legalidad.

Territorio y territorialidad

El territorio, espacio de la memoria semantizada, de la acción de los grupos sobre los elementos materiales que garantizan su existencia y los sis- temas de representación, espacio objetivamente organizado y culturalmente inventado2.

1 Antropólogo egresado de la universidad del Cauca, especialista en historia de América (Universidad del Valle), magíster en Estudios del Caribe (Universidad Nacional). Investigador sobre educación y desarrollo en las culturas étnicas y marginales de América Latina, ha investigado también historia y desarrollo de comunidades campesinas, etnohistoria de comunidades afrocolombianas, territorialidad étnica en el Caribe, el desarrollo histórico de los afrocaribeños, etnohistoria en el llano colombo-venezolano y las relaciones etnohistóricas y culturales de los Guanebucanes en el Caribe. Actualmente profesor de la universidad de La Guajira y estudiante del doctorado en antropología de la universidad de Los Andes en Mérida Venezuela. 2 Bonte, P. e IZARD, M. Diccionario de Etnología y Antropología, Edit Alcal, Madrid, España, 1996. p 698

123 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe

La territorialización, como proceso de anclaje a un espacio, es apropia- ción de este y actuación, culturalmente definida, sobre sus recursos. Una de sus consecuencias es la distribución de los terrenos y el establecimiento de las diferentes redes de la vida social y las estrategias de control de territorial.

La territorialidad propiamente dicha es el resultado de la acción continua dentro del espacio territorial, que lo convierte en un sistema de representa- ciones que puede mediar las relaciones entre los vivos los antepasados y las fuerzas sobrenaturales. La territorialidad no es otra cosa que el reconocimien- to de un trabajo acumulado de los muertos, que perpetúa la presencia de los antepasados y legitima la de los vivos. El territorio así concebido se convierte en espacio de la tradición, generando el deseo de conservar y mantener la per- tenencia al grupo transmitiendo la herencia material y espiritual que le ha sido legada. El territorio apropiado constituye también un espacio de seguridad para el grupo permitiendo diferenciar un dentro y fuera del mismo3.

La territorialidad se convierte en sujeto político cuando la tierra deja de ser objeto de trabajo, y se convierte en algo a ser protegido. El territorio como objeto de la acción política, en el contexto del Caribe colombiano es pues una de las más importantes causas de formas organizativas para la interlocución con el Estado. Y aunque todavía no trasciende a nuevas formas de poder po- lítico, en el sentido de una organización regional que aglutine votos y genere candidatos propios a los organismos de control político, será en el futuro una forma de intermediación con el poder del Estado en lo que Zambrano, Carlos, V. define como una etnopolítica, dentro de los fenómenos políticos emergentes propios de las regiones étnicamente reconocidas4.

La territorialidad es la característica más importante en la tradición de ocupación de espacios, en la consecuente construcción de significados com- partidos y en la apropiación de los demás procesos que han permitido que las etnias del Caribe colombiano, lleguen a presentar territorialidades en el senti- do que propone Zambrano Carlos V.:

“Lo territorial no es un asunto de reforma agraria, vale decir de la distri- bución de la tierra, sino de la distribución del poder del estado para adminis- trar espacios. Los territorios están dotados de significación capaces de generar

3 Ibid p 698 4 Zambrano, C. V. Etnopolíticas y racismo. 2002. p 191

124 Alexis Carabalí Angola administración y territorialidad, es decir identidad para desarrollar distintas estrategias sobre el espacio”5.

El primer momento, lo indigena

El Caribe colombiano presenta una composición étnica compleja y diver- sa como se puede apreciar desde los primeros días del contacto, a través del trabajo actualizado sobre etnolingüística de María Trillos. Esta autora en el aparte del Caribe no imaginado hace referencia a la diversidad étnica y lingüís- tica de la región a partir de la relación geográfica de San Miguel de las Palmas en Tamalameque del 5 de marzo de 1579:

“...no son todos los indios de una lengua, ni los del río ni lagunas hay lengua general porque si simbolizan en algunos vocablos en efecto las hablas dellos son diferentes y los que en esto tienen esta afinidad son los del río y de las lagunas, porque los de la Sierra totalmente difieren sin poderse entender unos a otros palabra alguna”.6

En un cuadro resumen establece la existencia de seis (6) familias lingüís- ticas 10 grupos y 39 subgrupos indígenas, al momento de la llegada de los españoles, de los cuales sobreviven en la actualidad alrededor de 11 grupos.

Segundo momento, la invasión y el orden colonial

Para Jorge Orlando Melo, las primeras relaciones del contacto fueron las de dos grupos separados que apenas se tocan con mayor o menor violencia, en la periferia de sus formas de vida social a partir de la comercialización del indígena hecha por los españoles, de la apropiación de sus riquezas, el ata- que que le infringen y del robo permanente muestran la autonomía de las dos sociedades, unidas momentáneamente por la fractura de la explotación y la expoliación7

Durante los primeros años de la conquista española las formas de apro- piación son el rescate, el saqueo y la esclavización dentro de una dinámica en la que el indígena aún es libre, es decir que aún no ha sido, todavía conquista-

5 Ibid. P 194 6 Citado en Trillos, María. 2001. Ayer y hoy del Caribe en sus Lenguas. OBSERVATORIO DEL CARI- BE COLOMBIANO, Cartagena. P 156. 7 Op cit. P 258

125 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe do8. Esta apropiación orientó la política inicial desarrollada frente a los nuevos territorios americanos por los conquistadores durante los primeros 30 años, momento a partir del cual se transforma con la idea primordial de poblar antes que conquistar9

Esta nueva política genera dos grupos de españoles, los aventureros de- seosos de obtener rápidos botines y de subyugar al indígena y los que poblando buscaban crear las condiciones para una subsistencia estable del reino10.

De acuerdo con lo anterior, el indígena como categoría colonial, dice Bonfil Batalla, se convierte en una categoría supraétnica que no denota nin- gún contenido específico de los grupos que abarca “....denota la condición de colonizado en una percepción colonial bipolar, colonizador/ colonizado. En este sentido el colonizador somete, organiza y explota la mano de obra del dominado, generando unas modificaciones culturales en los dominados con el fin de estructurar y consolidar el orden colonial, en un afán por dominar la fuerza de trabajo y con ella el territorio conquistado”11.

El indígena estuvo sometido mediante las estrategias coloniales a la realiza- ción de labores agrícolas y domésticas. Las agrícolas realizadas bajo las figuras reconocidas por la corona como resguardo, encomienda y mita. En estas tres estrategias el indígena cumplía funciones agrícolas o mineras, por lo que se pue- de concluir que su espacio social dentro del sistema colonial fue el medio rural.

Melo Jorge. O en 1977, plantea que con el tiempo el robo se hace difícil y la esclavitud encuentra trabas morales y legales. Los indígenas sometidos en- tran a formar un grupo político en el que ocuparán la posición más baja, como vasallos de la corona y obligados a producir un excedente económico para los conquistadores. Se debe anotar, además, que las formas de explotación suma- das con las epidemias sufridas por la población indígena la redujeron a un 50% en el Caribe colombiano12.

Las dificultades de continuar con esta política inicial llevaron a decisiones como la siguiente: en 1531 La Corona prohíbe por completo la esclavización de indígenas ya que estos eran vendidos para las Antillas y luego la restablece

8 Ibid 279 9 Zambrano Fabio. En Poblamiento y Ciudades del Caribe colombiano. OBSERVATORIO DEL CARI- BE COLOMBIANO.2000. P 30 10 Ibid p 31 11 Batalla B. op cit pg 110-112 12 Ibid. P 33.

126 Alexis Carabalí Angola parcialmente en 1533, particularmente para La Ramada, pero prohíbe el envío de estos a las Antillas13.

Aparecen dos tesis sobre el proceso de dominación, dominar el territorio mediante la dominación de la fuerza de trabajo y dominar la población me- diante el ordenamiento del espacio.

Dentro del primer modelo se priorizan, la mita, la encomienda y el res- guardo, pero también se aplican formas de manejo del segundo, como se ana- liza enseguida:

La estrategia para organizar el trabajo indígena en los primeros años de la colonia fue llamada encomienda. Melo J.O, considera la encomienda como una institución y un sistema de control de la utilización de mano de obra indí- gena. Además de un mecanismo de aculturación y defensa contra las rebelio- nes indígenas; consistente en la entrega de un grupo de indígenas, generalmen- te un pueblo indígena, a un conquistador quien obtenía el derecho a utilizarlos en sus diversas actividades económicas y a cobrarles un tributo bajo el com- promiso de adoctrinarlos, según normas reguladas y detalladas en 1512-13 en las leyes de Burgos con la idea de suavizar la explotación de los indígenas14.

En el caso de lo que hoy es el Caribe colombiano, fue la encomienda la institución que le permitió al español un mayor control sobre la población nativa sin los reparos morales impuestos por la reflexión contra la esclavitud. Hacia 1524 con la alcaldía de Gonzalo Fernández de Oviedo se repartieron algunos indios en la forma de concesión equivalente a encomienda en Santa María La Antigua. La primera distribución formal fue hecha por García de Lerma en 1529 en Santa Marta15. En 1540, el rey permite a Heredia como gobernador, otorgar encomiendas en su territorio16.

Sin embargo, Meisel menciona que, para el caso de Cartagena, la tradi- ción abusiva de los españoles sobre los indígenas continuó con la encomienda, siendo naturales para el siglo XVI “toda suerte de exageraciones y abusos con los tributos exigidos a los indígenas encomendados” debido a la carencia de criterios claros y mecanismos de regulación adecuados y efectivos17.

13 Melo Jorge Orlando. Op cit. P 280. 14 Ibid 280-281 15 Ibid. p 287 16 Zambrano, Fabio. Op cit. P 33. 17 Meisel, Adolfo 1985. en Historia del Desarrollo Regional en Colombia. Edit CEREC. P 75.

127 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe

El nivel de abuso de los encomenderos llegó al punto de privar a los indí- genas encomendados tanto de su excedente como de parte de su alimentación básica. Este tipo de saqueo, agregado a las epidemias y a la violencia contra el conquistado, constituyeron, según Meisel, las causas del rápido colapso de- mográfico de la población indígena que. Lo anterior se evidencia en que a la llegada de los europeos la población indígena de Cartagena era de aproxima- damente 100.000 habitantes, entre ese momento y 1570 la reducción de dicha población había sido de un 77.5%18.

Este autor plantea que en el Caribe Colombiano la encomienda no fue exitosa por la falta de articulación de los pobladores nativos a grandes centros prehispánicos hegemónicos, y su distribución en poblaciones dispersas con poca densidad que dificultaba el control de los nativos.

Dentro del modelo de dominación del territorio (espacio) para dominar la población planteado por Martha Herrera, existían según lo reglado por el Estado Colonial, los asentamientos para indígenas. Estaban compuestos por los pueblos de indios y las misiones o pueblos de misión, los primeros some- tidos a vasallaje del Rey de España y los segundos, en proceso de transición a la incorporación bajo la tutela de comunidades religiosas. Lo que de todas maneras implicaba el reparto de los indígenas en encomiendas y la fijación del tributo a pagar19. Para el Caribe colombiano, los pueblos de indios se dividie- ron en poblados y resguardos lo que según Herrera, permitió el ordenamiento del espacio y consecuentemente hacer más eficientes las estrategias de domi- nación política de la población mediante una continua vigilancia.

El proceso de dominación del Nuevo Mundo generó la desterritorialización de la poblacional indígena, especialmente en el Caribe, como consecuencia de la necesidad de gobernar. Lo que produjo un colapso de su población nativa, que puso al descubierto el problema de la explotación de los recursos y la sostenibi- lidad de la empresa colonizadora. Este problema sería subsanado con la intro- ducción de mano de obra de origen africano como se analizará a continuación:

El arribo de lo afro

La introducción de esclavizados negros al Nuevo Reino de Granada se dio desde el principio de la conquista, con las capitulaciones de Pedro Fer-

18 Ibid. P 77 19 Herrera, Martha. 2002. Ordenar para Controlar. P 83

128 Alexis Carabalí Angola nández de Lugo en las que se autoriza su introducción a la provincia de Santa Marta. Según Castellanos, Pedro de Heredia llevaba esclavizados negros a la expedición del Zenú, y Vadillo y sus compañeros en la conquista de Antioquia en 153720. Así como muchos otros conquistadores se sirvieron de negros escla- vizados como apoyo para su labor de sometimiento de la población nativa y fundación de ciudades en el Nuevo Mundo.

La entrada de esclavizados se intensificó en el siglo XVII con el inicio de la explotación de minas y haciendas y por las leyes protectoras de la menguada población indígena.

Jaramillo Uribe señala que hacia 1592, el licenciado Francisco de Anun- cibay pedía al Rey la introducción de 2.000 negros esclavizados para el trabajo en las minas del Cauca debido a la riqueza de la gobernación y a la disminu- ción de la mano de obra indígena y define las normas sobre la organización a darse a los negros:

“Los negros deben introducirse de Guinea, cristianizarse y agruparse en colonias de no más de trescientos, sin comunicación entre sí: se les ha de pro- hibir el comerciar unos con otros ... y será mejor que se casen cada cuadrilla entre sí ... los pueblos se poblarán en sitios sanos y cuanto fuere posible sin mosquitos y junto al río, que al negro le es salud y limpieza y gran sustento si tiene pescado ... se regulan las penas que irán desde azotes a desorejada y pena de muerte, caso este último en que el dueño será indemnizado con doscientos pesos. Se les darán alguaciles “de ellos mismos”; podrán ser libres si son liber- tados por sus amos, pero no podrán abandonar las minas y emigrar a otras par- tes, y en cuanto a relaciones con los indios se les prohibirá....todo comercio, ni compadrazgo ni borrachera, ni confraternidad juntos.....”21.

Colmenares plantea que la población de origen africano en las minas del nuevo Reino de Granada entre 1590 y 1640 era el 75% de los trabajadores frente a un 25% de indígenas22.

Como se puede apreciar la entrada de los esclavizados de origen africano al nuevo mundo presentó una primera etapa relacionada con el proceso funda- cional de conquista y establecimiento del control peninsular. En este proceso

20 Jaramillo, U. Jaime. 1968. El Proceso de Mestizaje. En ensayos de Historia Social Colombiana. Bogo- tá. P 3 21 Jaramillo Uribe 1963; 5, 22 Friedemann, Nina S. 1993. en La Saga de Negro. Universidad Javeriana. Bogotá.. Pg 57- 58

129 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe inicialmente no se consideraba necesaria la implantación de la población afri- cana debido a la abundancia de la mano de obra nativa. La segunda etapa del proceso de ingreso del africano es resultado de una serie de condiciones entre las que se destacan el descalabro poblacional indígena, la presencia de las mi- nas de oro y su necesaria explotación por parte de los españoles y la atención de las viviendas, haciendas y demás labores no dignas del español. Jaramillo Uribe, al igual que muchos investigadores del tema, consideran el siglo XVIII como cumbre en lo relacionado con la institución de la esclavi- tud y la importancia de la población de origen africano, debido a su función económica y sus relaciones con los señores blancos. Es en este siglo en el que los aspectos económicos como la producción de miel, azúcares y panela, la ga- nadería, los oficios artesanales, el trabajo doméstico y la minería se convierten en actividades de la población negra esclavizada. Aunque no es clara la información sobre la población esclavizada en la Costa Caribe, para 1779 Francisco Silvestre señala que en Cartagena había 7.920 esclavizados, en Santa Marta 3.988 y Riohacha 469; mientras que para el resto de la Nueva Granada la población esclava era de 53.788 esclavos23 el Ca- ribe Colombiano tenía el 23% del total de la población esclavizada registrada. Otro aspecto ligado directamente al proceso de esclavización es el de la rebeldía de los esclavizados hacia sus amos y al mismo sistema esclavista. En este sentido, Gutiérrez Azopardo 1994, habla de la existencia, en la región, de cinco palenques durante el siglo XVI, ocho durante el siglo XVII y doce durante el XVIII. Se aprecia como el fenómeno crecía en todo el territorio de La Nueva Granada y en particular en el Caribe. Los elementos fundamentales de institucionalización de la rebeldía de los esclavizados la constituyeron el cimarronaje y el palenque, aunque existieron otras formas activas de expresión de dicha rebeldía como fueron los levanta- mientos, revueltas y sublevaciones, así como formas menos notorias posible- mente pasivas prueba del espíritu libertario de la población esclavizada, como fueron los suicidios, los abortos y el uso de la magia y la hechicería.

La sociedad colonial Con el panorama étnico previamente presentado donde se apreció la pre- sencia de población nativa regional, el arribo del europeo, la llegada de los

23 Jaramillo U. op cit, p 6.

130 Alexis Carabalí Angola negros africanos y un elemento de gran importancia, la mínima presencia de mujeres europeas en las primeras fases de las campañas descubridoras y colo- nizadoras “entre 1509 y 1539 el 6% de los pasajeros registrados en Sevilla eran mujeres” (Melo, J O.1977:336), esta cifra aumentó para el periodo entre 1540 y 1559 a 23%. Para 1547 habla el autor de 200 mujeres europeas en América frente a 800 varones.

Además de los componentes poblacionales anteriores aparece en escena el denominado criollo, constituido por los hijos de familias de españoles naci- dos en América, este grupo cobrará su máxima expresión en las luchas por la independencia de España.

En general la sociedad colonial era una sociedad de jerarquías sociales basadas en la existencia de estamentos cuya característica era la desigualdad jurídica reconocida y sancionada, sumado a esto, se encontraba el factor racial americano. En este sentido la permanencia de la jerarquización aseguraba el monopolio de lo económico, control del aparato político y el conjunto de pri- vilegios que estos traían aparejados24.

La mencionada escasez de mujeres peninsulares frente al nutrido grupo de varones dio origen al proceso más dinámico que ha caracterizado la Amé- rica, el mestizaje. Nace así un nuevo grupo de difícil acomodo en la sociedad de la época, separado de los españoles por razones legales y religiosas, consi- derado hijo ilegítimo, le es negada la carrera eclesiástica, el porte de armas, el derecho a tener encomiendas y a determinados empleos25 (a menos de ser reconocidos o ser hijos de la primera generación de conquistadores).

Del cruce entre todos estos grupos nacieron las castas, uniones polirracia- les de escasa incidencia blanca, en las que el negro entraba como alguno de sus componentes. Para distinguir a los innumerables tipos raciales que surgieron de estas uniones, en la época se empleó una nomenclatura que además de sig- nar ubicaba socialmente al individuo dentro de su debida escala de acuerdo a su grado de presencia o ausencia de sangre blanca: mulato, zambo, morisco, albarazado, lobo, cambujo, tente-en-el-aire o no-te-entiendo son sólo algunas de las denominaciones que proliferaron en toda la América española26.

24 Escorcia, J. 1986: p 73 25 Rosati, Hugo.1996. La América Española Colonial siglos XVI, XVII y XVIII 26 Ibid

131 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe

Además y como una desarrollo propio de la dinámica colonial americana aparecieron las rochelas, poblaciones pobres generalmente, cuya organización social y espacial no se ajustaba a los parámetros establecidos por el Estado co- lonial. Esto implicaba que prófugos de la justicia, mas los pobladores “libres” diferentes de la “diversidad de castas” de la época, se aislaran de la sociedad colonial, para evadir el pago de los derechos reales, vivir fuera del control de curas y jueces, etc27. (Herrera 2003: 236).

Estas categorías raciales aunque aparentemente desaparecidas luego de la independencia siguen marcando, unas veces conciente otras inconcientemente las relaciones sociales de los latinoamericanos y especialmente de los colom- bianos y de los caribeños en particular.

Tercer momento, la república

La era republicana significó la aparición del criollo como adalid de las ideas libertarias y el cambio de la legislación. Transformación que no se dife- renció mucho de las de sus ancestros peninsulares. Algunos aspectos particula- rizan la nueva etapa republicana, según Arango y Sánchez 199728:

...“Los pueblos y comunidades indígenas del presente son los sobrevi- vientes de un largo y penoso proceso de imposición cultural, pérdida territorial e inserción al resto de la sociedad nacional. Las normas legales expedidas du- rante La República oscilaron entre la disolución del régimen comunitario y el amparo y civilización de las comunidades indígenas”29.)

Tres momentos se pueden considerar claves en el devenir histórico de las etnias indígenas para el Caribe colombiano en la nueva República: el primer momento independentista, la ley 89 de 1890 y La Constitución de 1991.

El periodo independentista y la nueva República

Alfonso Múnera (1998), plantea una dinámica poco conocida de los he- chos de la independencia de Cartagena en 1810: “Cartagena fue la única ciu- dad del Caribe que en 1810 expulsó a las autoridades españolas y estableció

27 Herrera M. op cit p 236 28 Citados en (http://www.dnp.gov.co/ArchivosWeb/Direccion_Desarrollo_Territorial/divers_etnica/indigenas/ doc_interes/Pueblos_Indigenas/Capitulo_1.pdf 29 Op cit

132 Alexis Carabalí Angola de hecho su independencia del gobierno metropolitano”30. Plantea que existía pugna entre dos grupos de criollos que aunque querían la independencia se diferenciaban por la forma en que consideraban debía darse, unos eran radi- cales que proponían la ruptura total y rápida con la metrópoli y los otros por el contrario, llamados moderados, consideraban que la separación debería ser gradual y con cierto nivel de acuerdo mutuo.

Entre las peticiones de los criollos para seguir el proceso de gradualidad de la separación estaba la solicitud, a las cortes de Cádiz, de ciudadanía e igualdad a los negros, mulatos y zambos libres, solicitud que fue negada en 1811 por dichas cortes, hecho que aceleró el proceso de radicalización de la ciudad. En este contexto plantea el autor, la independencia absoluta de Car- tagena no fue el resultado de las rencillas entre las élites criollas como afirma la historiografía tradicional, sino el enfrentamiento entre la élite criolla y los negros y mulatos artesanos que aspiraban a la igualdad31.

En La Convención Republicana de 1812 en la Cartagena libre, se adoptó una Constitución que prohibía por primera vez el comercio de esclavos y crea- ba un fondo de manumisión para liberarlos gradualmente, aunque en defini- tiva se decidió una fórmula de compromiso que dejaba la institución vigente, por la presencia en la junta de gobierno de esclavistas poderosos. En esta Cons- titución reconocieron al pueblo lo que España les había negado: la igualdad de todos los hombres libres, al margen del color de su piel y grado de educación32.

Cartagena permanece pues, como “república independiente” hasta 1815 cuando por el clima interno de las pugnas por el poder y las presiones externas establecidas por los españoles fue sitiada y vencida por Morillo, quien fusila a los lideres de la independencia cartagenera, a la crema y nata de la sociedad y con ella un proyecto de igualdad y reconocimiento que tardaría hasta 1851, no sin iniciativas libertarias como la de Antioquia hacia 1814 que fue frustrada por la reconquista de Morillo y la libertad de vientres de 1821.

Simultáneamente, en relación con los indígenas, en 1820 el Libertador Si- món Bolivar, elimina los tributos pagados por éstos y ordena la devolución sus tierras. En 1821 se autoriza la división de los resguardos y se adoptan medidas

30 Múnera, Alfonso. El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el caribe colombiano: 1717-1810. Bogotá, Banco de la República, El Ancora editores, Colombia, 1998. p. 187. 31 Ibid p 200 32 Ibid p 203

133 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe proteccionistas orientadas a la “civilización”, sedentarización y “cristianiza- ción” por parte de misiones religiosas. Hacia 1824 la Ley del 25 de mayo es- tablece en su artículo 14: el respeto de las propiedades indígenas, cumpliendo los ofrecimientos que se les hizo a nombre de la República, para defenderlos de las agresiones de sus vecinos criollos, principalmente por mediaciones y ar- bitramentos de los cuales el nuevo Estado era el garante. En 1859 se expide el ordenamiento indígena del Cauca, la ley 90 que consagra el régimen comunal como un estado permanente de los resguardos33 y que será el antecedente de la ley 89 de 1890. En 1886 los gobiernos federales presentan diferentes políticas y normas sobre las comunidades indígenas, a partir de las cuales en el Estado “de la regeneración” se expide la Ley 89.

La Ley 89 de 1890

Esta Ley trata de “La manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada”; buscaba reducir la dureza de la vida indígena, evitar la disolución de los resguardos en respuesta a la crisis agraria y a la negativa indígena a dividir sus resguardos y disolver los cabildos. Tam- bién establecía un procedimiento sucinto para que los indígenas registraran sus títulos antiguos. De alguna manera creaba un campo especial del derecho solo aplicable a los indígenas y reconocía el régimen comunal del resguardo territorial y el gobierno propio a través de los llamados “pequeños cabildos” fruto de los reclamos Coloniales. Para algunos grupos indígenas era la tabla de salvación frente a la presión del latifundismo criollo.

La situación de los resguardos no fue fácil después de expedida la Ley 89. Desde mediados del siglo XIX se observaba ya un deterioro de la situación de tierras de los indígenas por el sobrelaboreo, el crecimiento de la población y la pérdida de las formas colectivas tradicionales de trabajo.

Sin embargo, la República de la Constitución de 1886 tampoco logró transformar la estructura inequitativa de la tenencia de la tierra heredada de España y de 60 años de Independencia. Por el contrario, se perpetuaron las formas atrasadas del trabajo agrario y la precaria propiedad de la tierra.

Solo hasta bien entrado el Siglo XX aparecen, sobre la base de las ideas libe- rales y anticoloniales, nuevas alternativas, una sistemática acción para liquidar el régimen comunal de los resguardos de indígenas, dividir las tierras y crear una

33 Op cit DNP, citando a A. García 1852.

134 Alexis Carabalí Angola población propietaria. A esta ofensiva divisionista se opusieron las comunidades indígenas, pues muchos resguardos fueron declarados baldíos por los concejos municipales y sus tierras rematadas. Otros sufrieron merma por la expansión de los municipios sobre las tierras comunales consideradas “tierras sobrantes”.

La época de la violencia de los años cincuenta afectó la vida y organización social de muchos pueblos y comunidades indígenas. En la zona andina comu- nidades como las del sur del Tolima se involucraron en el conflicto; los Chamí comenzaron su diáspora hacia el oriente, los Nasa desarrollaron novedosas for- mas de resistencia y los pueblos indígenas del llano y el piedemonte vieron llegar a sus territorios numerosas familias campesinas del interior huyendo de la vio- lencia. Las tierras “abandonadas” en algunos de los territorios indígenas fueron ocupadas por el latifundio, lo cual generaría en el futuro disputas territoriales34.

La reforma agraria de 1961 fue una oportunidad para que los pueblos y comunidades indígenas reivindicaran sus territorios ancestrales. Fue también el momento propicio para el surgimiento del movimiento social indígena con- temporáneo, a partir del cual La Constitución Política de 1991, reconoció el carácter multiétnico de La Nación y otorgó a los pueblos indígenas un con- junto de derechos económicos, políticos, sociales y culturales de los cuales algunos han tenido un desarrollo legal posterior.

La Constitución de 1991

En Julio de 1991 se expidió en Colombia una nueva Constitución Po- lítica. La Asamblea Nacional Constituyente que sesionó durante 145 días y elaboró La Carta Política, contó con representantes indígenas, hecho sin pre- cedentes en la historia política de la Nación.

El nuevo régimen constitucional definió como grupos étnicos a los pue- blos y comunidades indígenas -amerindias-, a las comunidades afrocolombia- nas -comunidades negras- y a los habitantes de las islas de San Andrés y Pro- videncia llamados raizales.

Esta Constitución confiere un rango de institución político-administrati- vo a los territorios indígenas. Como Entidad Territorial Indígena la (ETI) goza de los derechos de gobernarse por autoridades propias, establecer tributos, par- ticipar de las rentas de la nación, administrar sus propios recursos y prestar

34 Arango y Sánchez 1997. citados por DNP

135 Tres momentos en la vida política de las etnias del Caribe los servicios públicos propios de los entes territoriales, como los referidos a la salud, la educación, el saneamiento básico y la infraestructura comunitaria.

Posteriormente se expiden leyes relacionadas con la constitución de los res- guardos, la prestación de los servicios de educación y salud dentro de los mismos y la seguridad social. Se establecen los mecanismos de participación popular como la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y en especial, el uso de la acción de tutela, figura introducida en la nueva Carta Política, en el artículo 86, según la cual, toda persona puede reclamar ante los jueces la protección inme- diata de un derecho constitucional fundamental que esté siendo vulnerado.

Respecto a la población de origen africano, la Nueva Constitución tam- bién abrió algunos espacios para la participación política como el recono- cimiento como grupo étnico y el artículo transitorio 55 que posteriormente generará la ley 70 sobre los territorios ocupados y sus derechos a ellos. Así se definen claramente por primera vez los lineamientos para una existencia jurídico-política en la nación colombiana.

Estas disposiciones constitucionales hacen de Colombia una nación plurié- tnica y multicultural en la que empiezan a tener vida política grupos humanos existentes en ella desde mucho antes de la constitución como nación. Sin em- bargo, las categorías coloniales presentes en la memoria colectiva de las clases dominantes impone diversos trabas para que estos grupos puedan acceder a los beneficios de la política multicultural. Caso específico de los afrocaribeños que 15 años después de la nueva Constitución no cuentan con territorios reconocidos ni el apoyo a que esto les da derecho como sujetos de la diversidad étnica nacional.

Conclusiones

El Caribe colombiano es un fiel ejemplo de la realidad étnica colombiana y el devenir de la conciencia nacional en términos del reconocimiento de lo que siempre existió, la diversidad étnica. La tradicional negación de lo diverso de la sociedad colombiana obedeció a dos aspectos fundamentales, la sobrevivencia de modelos coloniales de concepción de la sociedad y el cierre de opciones para el acceso a los privilegios que han gozado las clases dirigentes, generalmente asociadas con la blancura de su piel. En síntesis el reconocimiento de la diver- sidad étnica y la aparición de indígenas y afrocolombianos es una victoria de la sociedad colombiana frente a los atavismos coloniales de sus élites. Sin embar- go las taras raciales y el elitismo colonial ha postergado aún más los procesos

136 Alexis Carabalí Angola de transformación político-económica demandados por la Constitución del 91 manteniendo en cierto nivel todas las fragmentaciones sociales posibles.

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138 Caribeños o Antillanos: los cubanos en la identidad compartida1

Francisca López Civeira2

La Isla de Cuba es parte de un archipiélago al que da nombre y que se encuentra ubicado entre el Océano Atlántico, el Golfo de México y el Mar Caribe o de las Antillas, como también se le llama. Esta ubicación le hace tener costas en mares compartidos con otros países de esta zona, continentales e in- sulares. A partir de esa posición geográfica, que implica el vínculo con diversas tierras relacionadas –o separadas– por el mar, se ha construido históricamente un sentido de pertenencia también diverso, en el que hasta los nombres han tenido denominaciones diferentes, como parte de la incorporación de un sen- tido identitario construido no solo desde dentro, desde el propio devenir, sino también desde fuera, desde los otros, por tanto, la pregunta sería si ha existido históricamente un sentido de pertenencia al Caribe. Pero el Caribe o el sentido de “caribeñidad” no es solo un problema cubano, atañe a las poblaciones de las tierras con costas en este mar, por lo que de aquí se desprende otra cuestión: ¿acaso ha existido en todas los pueblos que pudiéramos llamar caribeños ese sentido de identidad?

Cuando nos planteamos estos problemas hay que discernir también de qué tipo de pertenencia se habla: si se trata de una pertenencia geográfica, a

1 dra en Ciencias Históricas, profesora titular de la Universidad de La Habana, Vicedecana de la Facul- tad de Filosofía e Historia de esa institución, ha publicado más de 10 libros como autora y otros tantos como coautora. Los últimos libros publicados son: Cuba entre 1899 y 1959. Seis décadas de historia, por la Editorial Pueblo y Educación, 2007; Cuba entre la Reforma y la Revolución, 1925-1933, por la Editorial Félix Varela, 2007. Ha dictado conferencias y participado en congresos en Universidades de Hungría, España, Estados Unidos, México, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia. Este texto tiene como base una ponencia presentada en el VIII Seminario de Verano “Caribe, econo- mía, política y sociedad” desarrollado en la Universidad de Quintana Roo, México, en junio de 2007 2 Universidad de La Habana

139 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida partir de un espacio, un clima y fenómenos naturales compartidos, o si es de carácter cultural sobre la base de un devenir histórico común que ha cons- truido un modo caribeño de ser. Por tanto, el asunto central radica en saber si nos hemos reconocido caribeños en la construcción de nuestra identidad a lo largo de nuestra historia conocida o si ese sentido existe como proceso de construcción contemporáneo. Esto lleva implícito otro problema: cuánto de la construcción identitaria dentro de este espacio se debe a un proceso interno o a una mirada externa.

La geografía compartida y las denominaciones

La zona geográfica donde se encuentra Cuba es compartida por otras is- las y tierras continentales que establecen los límites naturales en el ámbito del Mar Caribe. Factores geográficos e históricos han incidido en la construcción de diversos sentimientos e identidades en este espacio compartido. La visión de esta parte del continente americano con sus mares que se enlazan –el Caribe o de las Antillas, el Golfo de México y el Océano Atlántico– también ha inclui- do la denominación de Mediterráneo americano, en una perspectiva compara- da con el Mar Mediterráneo. Fernando Picó se preguntaba “¿Un Braudel para el Caribe?”3 La respuesta inicial de este autor fue: “Una historia del Caribe a lo Braudel tendría que replantearse el entrejuego de estructuras, coyunturas y eventos si quiere alcanzar la complejidad del Caribe actual. Quizás los discur- sos reemplazarían a los eventos en la secuencia y quizás en vez de estructuras y coyunturas habría que hablar de continuidades y rupturas.” A partir de esta consideración inicial, establece sus criterios de aquellos aspectos específicos de este mundo caribeño respecto al Mediterráneo estudiado por Fernand Brau- del. Interesa destacar en este caso que el historiador puertorriqueño, por tanto, establece el punto de comparación entre el Mar Mediterráneo y el Caribe; sin embargo, otros autores definen este mediterráneo americano en un ámbito más amplio, a partir de las tierras que se encuentran en el centro como islas y en los márgenes, como parte del territorio continental, dentro del gran espa- cio de mares señalado. Es el caso de Arturo Sorhegui D’Mares, entre otros, quien asume esa visión al referirse a la cuenca del Caribe en el análisis del tráfico intercolonial en el siglo XVI o al referirse a la “suerte de Mediterráneo americano”, de este recurso “único en el mar interior de dos millones de kiló-

3 Fernando Picó: “Retos y posibilidades de una historia conjunta de las sociedades caribeñas”. En www. El Ucabista www,ucab.edu.ve/prensa/ucabista/dic.-2000

140 Francisca López Civeira metros de agua que integran la cuenca del golfo de México y el mar Caribe.” En otra parte, este autor cubano ubica la cuenca desde el extremo oriental del Caribe, en la desembocadura del río Orinoco, hasta el golfo de Honduras.4 De manera que el Mediterráneo americano, en el que se sitúan el Mar Caribe y sus poblaciones, ofrece también espacio para distintas percepciones. En este sentido, hay que añadir la denominación de Mar de las Antillas, creando am- bigüedades ostensibles, pues no incluye de manera explícita a los territorios continentales con costas en este mar.

La importancia del Caribe como región ha sido señalada por muchos estudiosos, aunque con connotaciones diferentes. Lo cierto es que, desde los tiempos de la conquista española, esta ha sido zona de conflicto y, por tanto, de interés más allá de estos mares. Según Juan Bosch:

El Caribe está entre los lugares de la tierra que han sido destinados por su posición geográfica y su naturaleza privilegiada para ser fronteras de dos o más imperios. Este destino lo ha hecho objeto de la codicia de los poderes más grandes de Occidente y teatro de la violencia desatada entre ellos.5

La posición geográfica de Cuba en relación con las rutas comerciales y en el camino entre el norte y el sur del continente ha sido destacada reiteradamen- te por los historiadores y estudiosos de distintas latitudes, así mismo el Caribe ha tenido igual significación para muchos de ellos. Alejandro de Humboldt, quien visitó La Habana en 1800 por primera vez, dejó en su obra Ensayo Políti- co sobre la Isla de Cuba su apreciación. Para él, la importancia política de la Isla de Cuba “es más considerable por las ventajas que ofrece la posición geográfi- ca de La Habana.” En los inicios del siglo XIX, Humboldt destacaba el valor de la ubicación de ese puerto “donde se cruzan, por decirlo así, una multitud de calzadas que sirven para el comercio de los pueblos (…)”.6 Aunque referido fundamentalmente al Golfo de México, el alemán consideraba que la mayor importancia de la isla de Cuba radicaba en su posición geográfica vinculada a las rutas comerciales.

A fines del siglo XVIII, ya el Conde de Floridablanca como Secretario de Estado del monarca Carlos III, había señalado la importancia de esta zona.

4 Arturo Sorhegui: La Habana en el Mediterráneo americano. Imagen Contemporánea, La Habana, 2007, pp. 144, 201 y 205 5 Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. Casa de las Américas, La Habana, 1981, p. 9 6 Alejandro de Humboldt: Ensayo político sobre la Isla de Cuba. Editorial Lex, La Habana, 1960, pp. 21-22

141 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida

En la Instrucción Reservada que redactó para la Junta de Estado creada en 1787 se refería a las medidas a tomar para asegurar los “dominios de Indias” y la aplicación de la política económica que planteaba; en este documento se refiere en extenso a la zona caribeña, destacando en una de sus partes:

(…) El cuidado de las islas y puertos principales que ciñen las dos Amé- ricas debe ocupar todas las atenciones de la Junta. Pobladas y aseguradas las islas de Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Trinidad, y bien fortificados sus puertos y los del continente de Florida, Nueva España, por ambos mares en que se incluyen las costas del Sur, hasta las Californias, y de allí adelante, y en las del Norte, las de Yucatán y Guatemala y su nuevo puerto de Trujillo, los de Caracas y reino de Tierra Firme, no solo se podrán defender de enemigos aquellas vastas e importantes regiones, sino que se tendrán en sujección (sic) los espíritus inquietos y turbulentos de algunos de sus habitantes.7

Floridablanca se refiere también a las islas que eran posesiones de otros imperios como perjudiciales a los intereses españoles, tales como Jamaica,, Granada, Trinidad y Tobago y Curazao y se refería a la presencia francesa, entonces aliada de España pero siempre peligrosa. La corona española ya había detectado tempranamente el valor estratégico de esta parte de sus do- minios.

En 1986, Pamela S. Falk decía, refiriéndose a la situación creada a raíz de 1898, que “la importancia de Cuba para los Estados Unidos –igual que había sido su importancia para España– radicaba en su proximidad a la ruta del mar del Caribe que conducía el comercio con América Latina.”8 Esa apreciación se ha mantenido a lo largo de los años con ligeras variantes. El lugar del Caribe como clave en la geopolítica de los imperios y el lugar que ocupa Cuba dentro de esa zona han sido objeto de atención de muchos historiadores y también politólogos más allá de las fronteras caribeñas. La abundante historiografía producida en Europa y Estados Unidos alrededor del Caribe es una buena evidencia de la importancia que se le concede.

La posición con respecto al Golfo de México, que le ha valido a la Isla principal del archipiélago el sobrenombre de “Llave del Golfo”, ha tenido en

7 Reproducido por José Luciano Franco: Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe 1789-1854. Academia de Ciencias, La Habana, 1965, p. 4 8 Pamela S. Falk: Cuban foreign Policy. Caribbean Tempest. Lexington Books D.C. Heath and Company, 1986, p. 4

142 Francisca López Civeira algunos momentos un lugar de mayor privilegio para la mayor de las Anti- llas –como también se nombra a Cuba– en relación directa con los intereses mercantiles o las políticas geoestratégicas de las grandes potencias. Las rutas comerciales y los intereses de los distintos imperios que se disputaron el pre- dominio, o al menos la participación en esta zona, hicieron variar el foco de atención en distintos momentos. Su insularidad, por otra parte, ha incidido en que se privilegiara durante un largo período la denominación de “isla an- tillana” o “La Gran Antilla”. No obstante, el nombre genérico de “Indias” aplicado a todo el mundo colonial americano durante siglos, nos hizo ser parte común de las Indias Occidentales, también hemos sido parte de la “América Latina” o “América insular” cuando la denominación para el continente se impuso en la percepción propia y ajena. No puede dejar de mencionarse que, también, hemos sido parte de “Occidente” en su connotación actual más allá de la geografía.

La condición de crucero del mundo del lugar geográfico donde nos ubica- mos hizo confluir la presencia de las principales potencias colonialistas desde el siglo XV hasta el XX, lo que implicó otras formas de distinción: ser parte de “las Antillas hispanas” o “de habla hispana” para diferenciarla de “las otras” que fueron –y en algunos casos aún son– posesiones de otras metrópolis de diferentes lenguas y culturas. La ¿auto? denominación de antillanos es parte de esta historia, en la que se pone en primer plano la pertenencia a las Antillas Mayores como parte del conjunto de las Antillas.

Estas denominaciones se inscriben en la construcción identitaria, proble- ma compartido también por el resto de los pueblos caribeños. Por otra parte, la coexistencia de países insulares y continentales implica otra forma de distin- ción y de construcción de modos de vida, a lo que se suma la composición ét- nica variada con diferentes grados de integración a su interior y formas de per- cibirnos. La característica de las poblaciones originarias que habitaban estas tierras antes de la conquista europea, los procesos de inmigración espontánea o forzada, nuestras producciones fundamentales y el tipo de fuerza de trabajo empleada a lo largo de siglos, así como las formas de sincretismo cultural y de los procesos internos de formación nacional, también son partes de la imagen construida hacia el interior y desde y hacia el exterior.

Por tanto, estamos ante un conjunto de factores que han mediado en la historicidad del ser caribeño para la población asentada en esta Isla llamada Cuba, lo cual no es exclusivo del cubano pues también es parte de la historia

143 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida compartida por los pueblos que habitan en la cuenca que baña el mar que nos une y también nos ha separado.

Las miradas desde “fuera” en la construcción identitaria

¿Cuánto debemos a la mirada externa la forma de vernos a nosotros mis- mos? ¿En qué medida la perspectiva emanada desde los grandes centros de poder, europeos primero y norteamericano después, marcó históricamente la forma con que asumimos nuestra pertenencia? ¿Qué significados tuvo y tiene la denominación procedente de esos centros de poder, antiguas y modernas metrópolis?

El llamado descubrimiento hispano de fines del siglo XV trajo la denomi- nación de Indias a todo este mundo que también fue “Nuevo”. Las descripcio- nes de Cristóbal Colón y su versión de haber llegado a la India fueron las pri- meras noticias de este mundo, hasta entonces desconocido para los europeos. Los llamados “cronistas de Indias” dejaron memoria de los pobladores y de la geografía de estas tierras que pasaban a ser dominio español; igualmente a través de sus informes, crónicas y relatos se han transmitido vocablos, denomi- naciones y descripciones de modos de vida de aquellos habitantes originarios que en las tierras insulares apenas pudieron subsistir al impacto de la conquista y colonización. Entre los más citados, se encuentra Bartolomé de Las Casas, conocido como el “protector de los indios” que dejó memoria en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que se considera escrita hacia 1542 aunque él la fechó en 1552. Aunque ya se sabía que no eran Indias ni indios, se había acuñado el uso de esos términos.

Rápidamente se supo que no era la India que anunció Colón, pero siguie- ron siendo las Indias en la denominación de los europeos, las Indias Occidenta- les –luego West Indies–, y sus habitantes originarios “indios” y los que venían a esta parte del mundo con el propósito de enriquecerse eran denominados “indianos” en el lenguaje de la metrópoli, que después fueron metrópolis en plural. Este “descubrimiento”, con la conquista y colonización, construyó una denominación para diferenciar a estas tierras de Europa: la Europa conquista- dora era el Viejo Mundo, el que a través de un largo proceso histórico arribó a la sociedad civilizada que entonces asumía una función en el Nuevo Mundo, cuyos habitantes no clasificaban en el concepto de civilización asumido por

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Europa, eran pueblos sin cultura, bárbaros, incivilizados, que debían ser edu- cados para la vida civilizada Las tierras conquistadas eran el Nuevo Mundo, el que estaba en una etapa inferior, primaria, de desarrollo. La carga contenida en tal forma de designar a este parte del mundo es parte de los esquemas de dominación.

El tema de las denominaciones que ha recibido este continente ha sido objeto de interés para distintos autores, como se aprecia en la obra del chileno Miguel Roja Mix quien incluye un “pequeño diccionario de nombres” que abarca 38 denominaciones de diferente grado de incidencia y significación.9 Otros autores se han interesado por este tema como el cubano Sergio Guerra y el mexicano Alejo Maldonado quienes inician un libro común con las con- sideraciones acerca de la denominación del subcontinente, que titulan “de las Indias a Colombia”.10 Este asunto no es de menor cuantía por cuanto las deno- minaciones han contenido –y contienen– elementos conceptuales, propósitos de dominación y proyectos de liberación.

El descubrimiento, conquista y colonización comenzó justamente por las tierras caribeñas insulares de donde se expandió a la tierra firme. De mane- ra que, desde los inicios de esta relación de dominación quedamos sujetos al esquema conceptual que en el siglo XIX se formularía como civilización contra barbarie. Por tanto, se empezó a construir un sentido de identificación del conjunto desde el exterior a estas sociedades, sentido que implicaba la in- ferioridad compartida. No se trata de una identidad regional o local, sino de una identidad continental para los dominios hispanos. Después vendrían otras potencias europeas que se asentarían también en la región caribeña, pero que ya encontraban esa perspectiva construida a la que incorporaban otras diferen- cias, dadas por las metrópolis respectivas y sus culturas. Así, estaría el Caribe español, francés, inglés u holandés, de insular o de “tierra firme”. Se reforzaba la fragmentación y la suplantación de las identidades específicas. Crecimos dentro de este mundo colonial como conjunto fragmentado.

La insularidad constituye un factor a tener en cuenta en la construcción identitaria, pues imprime, por una parte, una individualidad dada por sus pro- pios límites geográficos que enmarcan a una población sin continuidades te- rrestres, mientras, por otra parte, su ubicación en el por mucho tiempo llamado

9 Miguel Rojas Mix: Los cien nombres de América. Editorial Lumen, , Barcelona, 1991 10 Sergio Guerra Vilaboy y Alejo Maldonado Gallardo: Laberintos de la integración latinoamericana. Coma- la.com, Caracas, 2006

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“crucero del mundo”, imprimió una vocación abierta hacia el exterior con los múltiples impactos de sus diversos y numerosos visitantes portadores de dife- rentes culturas.11 Estas tierras insulares, de las que Cuba forma parte, quedaron bajo el nombre común de Antillas. Todo parece indicar que la denominación de Antillas a las islas conquistadas por España se debe a los cartógrafos portu- gueses Nicolás de Caneiro y Alberto Cantino, quienes en 1502 las nombraron “las Antillas (Antilhas) del Rey de Castilla”12, lo que tenía su antecedente en la leyenda portuguesa de la Isla de las Siete Ciudades. Entonces, el mar que comparten sería Mar de las Antillas por la denominación común a las islas allí enclavadas.

El otro modo de nombrar a este mar emana de la autodenominación de un grupo que compartía este espacio con los de tronco aruaco: los caribes. Se- gún la visión de los “cronistas de Indias” y estudios posteriores, esta manera de nombrarse a sí mismos partía de la imagen que tenían desde su propio grupo. Se acepta que caribe en las lenguas de los habitantes de esta zona quería decir más fuerte que los demás o, como relata Oviedo en su Historia general y natural de las Indias, “bravos e osados”.13 Arrom afirma que los caribes impusieron su nombre por la fuerza de su inigualable valentía. No es importante para el objetivo de este trabajo el análisis lingüístico14 sino puntualizar como la deno- minación de Mar Caribe parte del reconocimiento del nombre de ese grupo que se extiende a las aguas donde se encuentran los territorios que habitaron.

La visión de estas tierras se institucionalizó. España creaba la Casa de Contratación de Indias en Cádiz, el Real y Supremo Consejo de Indias para dirigir su política y administrar estas posesiones que, ya se sabía, no eran in- dias, pero las normativas jurídicas fueron Leyes de Indias. En tiempos de Carlos III sería el Ministerio Universal de Indias, aún en el Tratado de París firmado entre España y Estados Unidos, en diciembre de 1898, se plasma la cesión de soberanía de Puerto Rico y las otras islas de las Indias Occidentales y todavía hoy existe la Revista de Indias. Se acuñaba una denominación colectiva que suplantaba a las diversas culturas existentes y las englobaba en una conceptua- lización cuyos contenidos, desde la dominación, son evidentes.

11 El término de visitante comprende a todo el que arribaba a costas cubanas por distintos motivos, inclu- yendo los tripulantes de buques comerciales. 12 Oruno D. Lara: Breve Historia del Caribe. El Libro Menor, caracas, 2000, p. 100 13 Citado por Juan José Arrom: Estudios de lexicología antillana. Colección Casa de las Américas, La Haba- na, 1980, p. 95 14 Algunos afirman que la escritura original es caraïbe, como se escribe en francés actualmente, de acuer- do con el diccionario confeccionado por Raymond Breton, quien convivió con los caribes.

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Ese mismo proceso lo encontramos en lo particular, con los nombres asignados o reconocidos de las tierras a las que arribaban los “descubridores” europeos. Los nombres que recogían en sus diarios y crónicas se transcribían de acuerdo con lo que escuchaban y trasladaban a la fonética y escritura de su propia lengua. Es el caso de Cuba. Según Juan José Arrom, se trata de una palabra de lengua taina, que formaba parte de la gran familia de pueblos arahuacos o aruacos, por lo que es una lengua con mucha afinidad con otras que se hablaban en las Antillas Menores, las Guayanas y regiones de Brasil y Venezuela.15 Según este estudioso, el vocablo tendría el significado de tierra, terreno o territorio en arahuaco y tierra o provincia en taino.

La denominación de Cuba pasó por múltiples cambios e interpretaciones. Desde el bautizo de esta tierra como Juana por Cristóbal Colón, que fue a su vez quien primero consignó el nombre de Cuba en su Diario de navegación. El viernes 26 de octubre de 1492 nombró por primera vez a esta isla cuando escribió: “Dijeron los indios que llevaba que había dellas (se refiere a las islas mencionadas por él de donde partió para Cuba) á Cuba andadura de día y medio (…).”16 En su primer viaje describe a la Isla que, dice, debe ser Cipango por las riquezas que contenía según las descripciones de los “indios” y que llaman “Colba” aunque después escribe Cuba, pero determinó llamarla Juana en homenaje al príncipe Juan. De esta forma se refiere en otras oportunidades en su Diario a “Juana”, aclarando en ocasiones “la que ellos llaman Cuba”. La transcripción cartográfica de la descripción hecha por Colón llevó a de- nominar a esta isla como Isabela, por confusión con el orden en que Colón mencionaba las islas con sus nombres españoles, pero los Reyes decidieron por Real Cédula de 1515 llamarla Fernandina. Durante los años siguientes se utili- zaría el Fernandina, muchas veces con la aclaración de que “antes se llamaba Cuba”, hasta que el uso determinó, todavía en el siglo XVI, que quedara solo Cuba como designación de esta isla.

Las peripecias del nombre, narradas por Arrom y otros estudiosos de esos primeros tiempos coloniales, y que puede seguirse en los documentos de la época, muestran las pugnas entabladas entre la tradición de los pueblos que habitaban estas tierras y la imposición colonial por la nominación. En el caso de Cuba prevaleció el vocablo aruaco aunque, en algunas ocasiones, revivía

15 Juan José Arrom:, p. 23 16 Cristóbal Colón: Diario de Navegación. Publicación de la Comisión Cubana de la UNESCO, La Haba- na, 1961, p. 71

147 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida el establecido por Orden Real como puede verse en algunas obras literarias o históricas todavía en el siglo XVIII. La imposición desde el poder externo conservaba cierta fuerza

Dentro de una política de monopolios comerciales, el Caribe se convirtió en zona preferente de tráfico clandestino, y de asiento de corsarios y piratas. La ubicación geográfica de estas tierras como crucero del mundo y los comba- tes desplegados en sus aguas, en una época en que el predominio marítimo era esencial, las convirtió en escenario para relatos de aventuras que llegan hasta nuestros días, con su “Isla del Tesoro” (que se supone Isla de Pinos), sus salva- jes y sus seres fantásticos, que es también una manera de construir una imagen o expresar la ya construida.

En esta relación colonial con el mundo europeo, Cuba, con su puerto de La Habana, tuvo el privilegio de ser el punto de confluencia de las flotas, con lo que se convirtió en “Llave del Nuevo Mundo”, pero también su posición respecto al Golfo de México le otorgó el rol de “Llave del Golfo”. Se producía entonces una mirada diversa, con su denominación correspondiente, para un mismo territorio que iría forjando su propia identidad dentro de este marco cuya denominación se había construido desde el poder colonial. Pero esta his- toria no había terminado.

La emergencia del expansionismo de Estados Unidos se inició por esta par- te del mundo, y su política imperialista, definida desde fines del siglo XIX, se dirigió, en primera instancia, a convertir al Caribe en un mare nostrum norteame- ricano. Esto fomentó en ese Norte una imagen del conjunto a partir de la infe- rioridad de la “raza latina” respecto a la anglosajona, en correspondencia con la concepción del “destino manifiesto”, lo que se recalcaba destacando las diferen- cias entre la “raza” anglosajona y la latina para explicar los diferentes decursos históricos. Las políticas exteriores seguidas en diferentes momentos han mante- nido esa visión de “hermano mayor”, de buen vecino, que ayuda a los vecinos menores a tener un buen gobierno democrático y a resolver su incapacidad.

Para John Quincy Adams (1823), cuando era secretario de Estado, existía una “ley de gravitación política” que llevaría a Cuba a manos de Estados Uni- dos en su argumentación de que Cuba y Puerto Rico, por su posición geográ- fica “son apéndices naturales del continente norteamericano”.17 Para el presi-

17 Citado por Philip S. Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, T I, p. 156

148 Francisca López Civeira dente Polk (1848), era deber de los Estados Unidos la anexión de los territorios de América del Norte y Central “que pudiesen caer en manos de potencias europeas” y para Andrew Johnson (1866) sería consecuente “la adquisición e inclusión en la Unión Federal de Territorios Continentales e Islas colindantes, tan pronto como sea posible hacerlo”, para él, “las Indias Occidentales gravitan hacia los Estados Unidos”.18 El presidente Buchanan (1857) afirmaba que era el “destino de nuestra raza” extenderse por todo el continente, por el Norte y por el Sur, por lo que la América Central contendría una población norteame- ricana que “labrará el bien de los indígenas”.19

Era la época en que se insistía en la apertura de un canal interoceáni- co por América Central, se comparaba al Caribe con el Mar Mediterráneo como ruta comercial y se miraba a la posición de Inglaterra con respecto a Suez para compararla con la que debía tener Estados Unidos. En 1889/90 se celebró la primera Conferencia Panamericana (Conferencia Internacional de Washington), donde el secretario de Estado, James Blaine, proclamó que la situación geográfica dictaba “la necesidad de la unidad panamericana”.20 La intervención en Cuba en 1898 abrió la nueva época de la expansión de Estados Unidos.21 Entonces entramos dentro del panamericanismo, del sistema inte- ramericano, donde alineaban los países “menores” latinoamericanos bajo el liderazgo de los Estados Unidos. Se iniciaba la era del neocolonialismo.

El proceso independentista respecto a las metrópolis ibéricas trajo la crea- ción de estados nacionales diversos y la necesidad de encontrar identidades, expresadas en denominaciones, que respondieran a la nueva situación. Amé- rica Hispana o Hispanoamérica o América Latina, fueron imponiéndose, es- pecialmente el último nombre, para establecer la diferencia con la América no latina, la anglosajona, cuando Estados Unidos se fue perfilando en su política expansionista en el continente. Los países caribeños entraban dentro de este entramado como las tierras más cercanas a esa América no nuestra –a partir del concepto martiano de “Nuestra América”–, pero dentro del enunciado general de la latinidad, ¿cómo, entonces, ver al Caribe en su conjunto?

18 Citado por Sergio Matos Ochoa: El panamericanismo a la luz del derecho internacional. Universidad Cen- tral de Venezuela, Caracas, 1980, pp. 67-68. (Subrayado de la autora, FLC.) 19 Rojas Mix: Ob. Cit., p. 121 20 Matos. Ob. Cit., p. 71 21 El traspaso de soberanía de Puerto Rico y la ocupación militar de Cuba iniciaron la nueva era. Panamá de inmediato, y las intervenciones en el área caribeña insular y continental fueron los receptores funda- mentales de la política del gran garrote y la diplomacia del dólar que abría el camino a esa expansión en la zona .

149 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida

Cuba empieza a ¿auto? definirse en su espacio

Del siglo XVIII datan los primeros intentos por dejar constancia escrita de la historia de la Isla de Cuba. Uno de nuestros primeros historiadores, José Martín Félix de Arrate, titula su libro Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales, publicado en 1830, pero escrito en 1761, o sea, utiliza una denominación establecida desde el poder colonial que lleva implícita una ma- nera de ver a Cuba y su entorno.22 Este autor mantiene el tratamiento de Indias para referirse al conjunto del continente conquistado por España, del cual con- sidera a Cuba “la llave”.Nicolás Joseph de Ribera, por otra parte, señala en su historia pionera la importancia de la posición geográfica de Cuba:

Su disposición para el comercio de España es ventajosa á todas las de- más tierras de la América. Es como una escala qe facilita la comunicación de ambos Imperios, y su posesión es necesaria para mantener las Yndias. Sus grandes puertos, su hermosura, y fertilidad, y su situación la están incitando al señorío de los mares de aquel seno, y sus inmediatos. (…).23

Nótese como estos primeros historiadores mantienen a fines del siglo XVIII la denominación de Indias, pero también como se destaca el valor estra- tégico de la posición geográfica de la Isla a partir de los intereses comerciales y de la metrópoli.

En el siglo XIX surgirían nuevas obras. A partir de 1868, Antonio Ba- chiller y Morales comenzó la publicación de Cuba primitiva: Origen, lenguas, tradiciones e historia de los Indios de las Antillas Mayores y las Lucayas. En 1883 se editó la obra que José Antonio Saco había dejado inconclusa al morir en 1873: Historia de la esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo, que junto a las dos primeras partes integraba su Historia de la esclavitud. Ni Bachiller ni Saco esca- paron a la denominación de indios para nuestros habitantes originarios ni a la denominación de Nuevo Mundo para nuestras tierras.24 Es evidente la impronta

22 Los otros dos fueron Nicolás Joseph de Ribera: Descripción de la Isla de Cuba (1755-1756?) e Ignacio José de Urrutia: Teatro histórico, jurídico político militar de la Isla Fernandina de Cuba y principalmente de su capital La Habana (1791?). Obsérvese que Urrutia todavía utiliza el nombre Fernandina. El obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, nacido en Santo Domingo, escribió Historia de la Isla y Catedral de Cuba (1761) 23 Nicolás Joseph de Ribera: Descripción de la Isla de Cuba. Estudio preliminar y notas de Hortensia Pichar- do. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973 24 Otra obras notables son: Pedro José Valdés: Historia de la isla de Cuba y en especial de La Habana (1813), Jacobo de la Pezuela (gaditano): Ensayo Histórico de la Isla de Cuba (1842), Pedro José Guiteras: Historia de la Isla de Cuba (1865-1866) y Antonio Bachiller y Morales: Cuba: monografía histórica que comprende desde la pérdida de La Habana hasta la restauración española.

150 Francisca López Civeira de las denominaciones acuñadas desde el poder metropolitano en la manera de verse y definirse los que empezaban a dejar memoria escrita del acontecer de esta isla y, más allá, como en el caso de Saco, para el conjunto.

Las características de la economía de las tierras insulares del Caribe, des- de fines del siglo XVIII, sirvieron para incentivar en algunas figuras notables el estudio comparado que permitiera encontrar fórmulas para alcanzar altos ren- dimientos en las producciones similares cubanas. Francisco de Arango y Pa- rreño es una buena muestra de ello; sin embargo, no se expresa un sentido de pertenencia común. En su Discurso sobre la agricultura en La Habana y medios de fomentarla (1792), Arango habla de cuando España descubrió al Nuevo Mundo, al que después llama América, y hace la comparación entre los inconvenien- tes de Cuba para el desarrollo de su economía, en especial el azúcar, con las ventajas de franceses, ingleses, portugueses e incluye a holandeses que “tienen a Curazao” y dinamarqueses con el cayo de Santa Cruz, etc., destacando par- ticularmente las políticas diseñadas por ingleses y franceses.25 Por tanto, para Arango las otras tierras de este entorno no constituyen más que los puntos de comparación a partir de condiciones geográficas y producciones similares, pero metrópolis diferentes que aplican otra política con sus colonias. Ese es su punto de interés, no va más allá.

A pesar de los rasgos inherentes a un ámbito geográfico compartido, a un sistema de plantación esclavista y de composición demográfica afines, inclusi- ve de características anteriores como la conformación de una similar estructu- ra agraria, durante los siglos XVI al XVIII, basada en la explotación de gran- des extensiones de tierra para la ganadería; a pesar de la condición común de ser colonias de metrópolis europeas, de su valor geoestratégico, estos pueblos transitaban de manera paralela sin una aprehensión de lo que era común, de lo que identificaba al conjunto. En este sentido, hay que destacar la incidencia de una visión geopolítica para el área que le daba un lugar especial en las políticas de los centros de poder europeos de entonces.

Los procesos independentistas asimétricos también contribuyeron a mar- car diferencias. La emergencia de nacionalismos desde los grupos dominantes potenció los factores culturales desde la comunidad lingüística de raíz euro- pea, lo que marginaba otros componentes presentes en el ámbito caribeño.

25 En Hortensia Pichardo: Documentos sobre la Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp. 162-197

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El proyecto de Martí, la antillanidad y su persistencia

En el proceso de revoluciones independentistas dentro de la América española, Cuba se incorporó más tardíamente. No fue hasta el último cuar- to del siglo XIX que tomó forma la lucha por constituir el Estado nacional cubano, en este caso con el inicio de la primera guerra independentista en 1868. Es interesante observar la presencia de combatientes de otros países latinoamericanos –y hasta unos pocos de Estados Unidos– dentro de la filas del Ejército Libertador cubano, en especial tendrían la mayor relevancia los dominicanos que participaron desde el mismo estallido del conflicto. De ese grupo saldría quien terminaría como General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez.

Desde la perspectiva de la concepción de un proyecto revolucionario para fines del siglo XIX, en el que la independencia de Cuba y Puerto Rico consti- tuía piedra angular, sin duda José Martí fue quien más lejos y hondo llegó, por tanto es particularmente importante observar la percepción martiana acerca de la relación de Cuba con su entorno inmediato. También tiene especial re- levancia su posición respecto a la visión extendida en su época de la contra- posición de la civilización y la barbarie, en la que no se reconocían nuestras culturas: eran los pueblos no cultos, no civilizados, de acuerdo con el patrón europeo. Este asunto fue tratado por Martí quien afirmó en su extraordinario ensayo “Nuestra América”, publicado en México en 1890: “No hay batalla en- tre la civilización y la barbarie; sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”26

En el proyecto martiano, el concepto de Nuestra América constituye una clave esencial. José Martí conceptualizaba como Nuestra América a los pue- blos situados al sur del río Bravo, pero en el ámbito caribeño (término que jamás usó) identificaba, por una parte, a América Central, y por otra, a las An- tillas y a lo antillano. Se refería a Cuba y Puerto Rico para hablar del “antillano oprimido”27 o del Partido Revolucionario Cubano “que mantiene la unión de los antillanos revolucionarios (…).”28

Martí diferenciaba a las islas del territorio continental, aunque situaba la diferencia esencial entre la América Latina o América Española o América

26 José Martí: Obras Completas. Centro de Estudios Martianos, Versión digital, Vol. 6, p. 27 “Nuestras ideas” en Ibíd., p. 321 28 “La confirmación” en Ibíd., p. 415

152 Francisca López Civeira

Hispana, como indistintamente la llamó aunque el primer nombre fue el que menos utilizó, –en la que incluía a las islas antillanas hispanohablantes– y la América del Norte a la que veía como la “América europea”. Es la época en que solo quedaban Cuba y Puerto Rico dentro del dominio colonial español, aunque otras tierras de este ámbito geográfico también eran colonias de me- trópolis europeas. Para aquel momento, Martí señalaba a Cuba y Puerto Rico como “indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente (…).” 29

El Apóstol insistía en la idea antillana, en la que englobaba a las tres islas hispanohablantes, dentro de un proyecto común para “nuestra Améri- ca”: “(…) las tres Antillas hermanas, que han de salvarse juntas, o juntas han de perecer” y continuaba hablando en nombre de las “tres islas abrazadas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo.”30 La misión histórica de las Antillas, así como su lugar en los acontecimientos futuros, constituye parte fundamen- tal del proyecto martiano. Así lo anotó en un fragmento: “Tener las Antillas seguras pª n/ América,”31 y lo fundamentó ampliamente en 1894: las Antillas podían ser mero fortín de la Roma americana o garantía del equilibrio, de ahí la importancia de su proyecto:

(…) la independencia de Cuba y Puerto Rico no es sólo el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico indispensable para salvar la independencia amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la republica norteamericana. 32

El periódico Patria, fundado por Martí el 14 de marzo de 1892, fue espacio permanente para la difusión del proyecto de revolución martiana y en él fue habitual encontrar las referencias a Puerto Rico y Cuba en términos de las islas antillanas, la independencia antillana, la fraternidad antillana y otras formas similares. En sus páginas publicaron cubanos y puertorriqueños, entre ellos Ra- món Emeterio Betances, el conocido patriota borincano, y otros como Sotero Figueroa tan cercano a Martí y a la redacción de Patria. También los domini- canos tuvieron espacio en esa publicación, destacándose Federico Henríquez y Carvajal y el Generalísimo Máximo Gómez quien inició allí la solicitud de

29 Ibíd., T II, p. 373 30 “Las Antillas y Baldorioty Castro” en Ibíd., T IV, p. 407 31 Ibíd. T 22, p. 256 32 “El Tercer año del Partido Revolucionario Cubano” en Ibíd. T III, p. 143.

153 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida apoyo para erigir un monumento al patriota dominicano Juan Pablo Duarte en Santo Domingo, a lo que Patria respondió abriendo una suscripción desde sus páginas. La reiteración del tema antillano es notable en el periódico de Martí.

En la perspectiva martiana de liberación, como ya se ha visto, un concepto esencial sería “Nuestra América”, frente a la que no es nuestra. Aquí se toma como referente el conjunto cultural de la América Latina que incluye a las tres Antillas ya mencionadas y, sobre todo, el concepto de la América que va “del Bravo a la Patagonia” como unidad frente a la sajona que desea ponerse sobre aquella. En su estrategia de contención del expansionismo norteamericano que se iba delineando, “nuestra América” devenía concepto fundamental y las Antillas tenían una función específica para asegurar “el equilibrio del mundo” en aquella coyuntura.

La antillanidad martiana estaba en función de un proyecto mayor para “nuestra América”, para la América Latina o hispana, para la América situada al sur del río Bravo, donde se ubican las islas a que se refiere reiteradamente, no en la perspectiva de un conjunto cultural específico, sino como parte de un conjunto más amplio que nos incluye a todos. En esta concepción quedó sella- do el compromiso con la independencia de Puerto Rico recogido en la primera de las Bases del Partido Revolucionario Cubano, donde se definió que este par- tido surgía para hacer la independencia de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico.

El sentido de antillanidad era parte de la visión de muchos de los que vivieron esa época: durante la Guerra Grande surgió entre los emigrados el periódico Las Dos Antillas, inspirado por Eugenio María de Hostos, para refe- rirse a Cuba y Puerto Rico, y, entre los clubes o asociaciones que integraron el Partido Revolucionario Cubano, se encuentran los compuestos por cubanos y puertorriqueños y los que incorporaron esta labor común en sus nombres, como los clubes “Las dos Antillas” y “Borinquen” de Nueva York, “Lares y Yara” de Cayo Hueso y “Cuba y Borinquen” de Boston, entre otros.

Los puertorriqueños Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos sir- vieron a la causa cubana como propia. Desde el exilio en diferentes países estuvieron al servicio de la independencia de Cuba. Por tanto, resulta de inte- rés comentar el sentido que tenía para esos puertorriqueños la lucha cubana. Había una mirada antillana en la perspectiva que planteaba el proyecto inde- pendentista cubano, a tal punto era parte de la propia “nacionalidad”, como señalaba Hostos, que en su correspondencia con la Delegación del Partido

154 Francisca López Civeira

Revolucionario Cubano se dirigía a la dirección como compatriotas, indepen- dientemente de que fueran nacidos en Cuba. Sus argumentos acerca de las características que debía tener la Cuba independiente expone el carácter estra- tégico que asignaba a ésta:

Los Estados Unidos, por su fuerza y su potencia, forman un miembro natural de esa oligarkía (sic) de naciones. Nacer bajo su égida es nacer bajo su dependencia: a Cuba, a las Antillas, a América, al porvenir de la Civilización no conviene que Cuba i (sic) las Antillas pasen del lado del poder más positivo que habrá pronto en el mundo. A todos y a todo conviene que el noble Archi- piélago, haciéndose digno de su destino, sea el fiel de la balanza: ni norte ni sud-americanos, antillanos: esa es nuestra divisa (…).33

El sentido estratégico de la independencia absoluta de Cuba, de las Anti- llas libres que había planteado Martí es compartido por Hostos, sin embargo, no tenía la perspectiva mayor de Martí en relación con el conjunto de nues- tra América. Betances y Hostos trabajaban por la independencia cubana al producirse los sucesos de 1898. En ese año murió Betances y quedó Hostos quien escribió a Máximo Gómez en solicitud de apoyo para Puerto Rico. El dominicano-cubano respondió con la afirmación de su disposición a prestar ayuda a la “obra antillana”, pues “los antillanos somos doblemente hermanos, y el amor a la tierra nativa alcanza por igual a las tres islas enclavadas en el cruce de dos mares.”34 Existía un innegable sentido de antillanidad entre los oriundos de esas islas hispanoparlantes.

En las guerras independentistas cubanas tuvieron especial peso dos figu- ras de las islas antillanas que se veían como hermanas. En primer lugar el do- minicano Máximo Gómez, quien combatió en la Guerra Grande (1868-1879) y en la del 95 llegando a ser en esta última, desde la etapa preparatoria, Gene- ral en Jefe del Ejército Libertador cubano a partir de la consulta hecha por el Delegado del partido Revolucionario Cubano, Martí. El otro general antillano fue Juan Rius Rivera, también combatiente de la Guerra Grande y de la del 95. Al terminar la contienda en 1898, Máximo Gómez emergió como el más alto símbolo vivo del independentismo en Cuba, mientras Rius Rivera se man- tenía entre los más apreciados llegando a ser vicepresidente de la Asamblea

33 Carta a Francisco Sellén, fechada en santiago de Chile el 12 de julio de 1896 en Emilio Roig de Leu- chsenring: Hostos y Cuba. Municipio de La Habana, 1939, p. 302 34 Ibíd., 1939, p. 117

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Constituyente cubana de 1900-1901. Otros países del área habían aportado combatientes como el colombiano José Rogelio Castillo, que combatió en la Guerra Grande, en la Chiquita (1879-1880) y llegó a general en la del 95; pero sin duda, los antillanos tenían un especial relieve e impacto en la población. De hecho, la Constitución aprobada en 1901 creó un artículo para posibilitar que estos, especialmente Gómez, pudieran ser postulados para presidir la Re- pública sin haber nacido en Cuba.35

El vínculo histórico entre Cuba y Puerto Rico perduraría a lo largo del tiempo cuyo fundamento, muchas veces retomado en los años posteriores, eran las Bases del Partido Revolucionario Cubano. Este sentido de identifi- cación entre los destinos históricos de las dos islas antillanas tuvo también su sustento emocional en el poema “A Cuba” de la borinqueña Lola Rodríguez de Tió, siempre repetido por diferentes generaciones hasta la actualidad:

………………………....

Cuba y Puerto Rico son De un pájaro las dos alas: Reciben flores ó balas Sobre un mismo corazón… ¡Que si la dulce ilusión De mil tintes arrebola, Sueña la musa de Lola Con ardiente fantasía De esta tierra y de la mía Hacer una patria sola. …………………………36

La visión cubana de la unidad de las Antillas de habla hispana se mantu- vo a lo largo de los años siguientes por encima de la mirada hacia el conjunto del Caribe, en lo que el sentido de solidaridad con Puerto Rico, de tarea histó- rica no cumplida aún, tuvo un lugar especial. De este sentimiento emergieron diferentes proyectos de unidad

35 El artículo 65 establecía que para ser Presidente de la República se requería ser cubano por nacimiento o naturalización, y en el último caso haber servido con las armas a Cuba en sus guerras de independen- cia, por lo menos diez años. 36 La nueva lira criolla. Guarachas, canciones, décimas y canciones de la guerra por Un Vueltabajero. La Moder- na Poesía, Habana, 1903, 5ª ed. aumentada, p. 153

156 Francisca López Civeira

Entre 1920 y 1922 existió en Cuba la publicación mensual llamada Las Antillas, expresión de la identificación de las islas antillanas en su historia y sus luchas comunes. Dirigida por el puertorriqueño Sergio Cuevas Zequeira, esta publicación insertaba en sus páginas noticias, memorias, relatos históricos y obras literarias fundamentalmente de Cuba, Puerto Rico y República Do- minicana, con lo que evidencia los vínculos predominantes entre las tres islas antillanas. Es de notar que muchos de sus espacios estaban dedicados a exaltar a los grandes héroes de la independencia cubana, entre ellos hubo un número dedicado al dominicano cubano Máximo Gómez; también es apreciable la rei- teración en comparar la política española con la norteamericana en cuanto a su relación con Puerto Rico, en lo que se exaltaban las bondades de la antigua metrópoli para criticar a los nuevos colonizadores. Entre los muchos poemas publicados, quizás el titulado “Madres Antillas” puede tomarse como síntesis del espíritu que alienta al director y sus colaboradores:

Las finjo, cuando el sol las arrebola y alzan las nubes tus temblantes velas, tres aves, del misterio centinelas, dormidas en la espuma de una ola. De las tres, el dolor hizo una sola, que, al surgir las audaces carabelas, (Tres cual verdes islas), sus estelas dejaban centelleos de amapola. Por éllas (sic), como el nauta visionario, subieron (¡Son tres islas y tres cruces!), Martí, Duarte y Ruiz Belvis, al calvario. Mas, quien vida infundiera al cuento de hadas de Colón, y en las sombras puso luces, ¡podrá hacer de las cruces tres espadas!37

Esta publicación, que enlazaba a las tres islas antillanas hispanohablan- tes en un sentido de identidad, no excluyó a otros vecinos antillanos, como el caso de Haití. Es interesante la publicación en 1921 del trabajo “Haití y la confederación antillana” de Antenor Firmin, traducido por Lino Dou. En este artículo, Firmin se refiere a la idea unitaria de Betances y Martí, para después reproducir la carta que había recibido de Francisco Carvajal, fechada

37 Las Antillas, septiembre de 1921, A II, T IV, No. 3, p. 226

157 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida en La Habana el 27 de enero de 1905, y a la cual no había dado respuesta de inmediato en aquel momento. Lo interesante de esta carta es la referencia de Carvajal de que había entonces (1905) un grupo de antillanos residentes en Cuba y otros en diversos países que trabajaban por “la realización del ideal de Hostos y Martí”, es decir, la formación de “un Estado con todas las islas antillanas, preconizando para esto, la independencia de las colonias actuales del Mar Caribe”. El propósito expresado en la carta era el de organizar una confederación. Firmin destaca la persistencia de la idea de una Confederación Antillana aunque se pregunta cuándo se podría realizar ese sueño y expresa sus dudas acerca de la posibilidad de unión con las Antillas francesas, inglesas, holandesas y americanas.38

Gabriela Mistral, la gran poeta chilena, publicó el artículo titulado “El Grito” que tuvo cabida también en Las Antillas. La Mistral hacía un llamado a la unión de América Latina, a sus maestros, artistas, periodistas, industriales, a enseñar a Bolívar, Martí, Bello, Sarmiento, Lastarria para que el latinoameri- cano no sea un “ebrio de Europa” y pueda enfrentar a los Estados Unidos que nos estaba, a su juicio, “venciendo” y “arrollando”.39 Es decir, las páginas de esta publicación que se identificaba como antillana daban cabida a un sentido latinoamericano que no era excluyente de lo antillano.

Los vínculos con la causa de la independencia de Puerto Rico se man- tuvieron como parte del deber por cumplir. La solidaridad con Pedro Albi- zu Campos durante su prisión en cárceles norteamericanas fue permanente. Cuando se preparaba la VI Conferencia Panamericana a celebrarse en La Ha- bana en 1928 tomó fuerza el reclamo por su liberación. La Revista de Avance, que se había erigido en vocero de la joven intelectualidad de vanguardia en Cuba en 1927, urgía a llevar a esa conferencia “el sentimiento unánime de la América hispanoparlante a favor de la independencia para toda la América ibera y muy particularmente para las Antillas, de Puerto Rico” y afirmaba que Albizu Campos estaba despertando la conciencia antillana.40 Esa misma revis- ta en un número de 1929 publicaba un “mensaje a Puerto Rico” que comenza- ba preguntando “¿A qué distancia está Puerto Rico de Cuba, Cuba de Puerto Rico?” para afirmar que “somos vértebras del mismo espinazo”, y planteaba

38 Ibíd., enero de 1921, A II, T III, No. 1, pp. 475-485 39 Ibíd., enero, febrero y marzo de 1922, A II, T V, Nos. 1, 2 y 3, pp. 41-42 40 “Por la independencia de Puerto Rico” en Revista de Avance. Colección Órbita, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972, p. 40

158 Francisca López Civeira el deseo de “resucitar el sueño de una solidaridad antillana” bajo la invocación de Martí, Hostos y Betances, llamando también a Haití y Santo Domingo para contar con su juventud.41

Es evidente que la permanencia del sentido de pertenencia antillano, es- pecialmente de las Antillas hispanohablantes, puede rastrearse a lo largo del tiempo y que el proyecto de unión visto de diversas formas se mantuvo vivo en buena parte del siglo XX; pero, ¿cómo enlazar al conjunto del Caribe en ese proyecto?

Asumirse caribeños. Los vínculos al interior

Los contactos entre la población, sin embargo, iban dejando ínter influen- cias, aunque silenciadas. Los primeros poblamientos de comunidad lingüís- tica básicamente aruaca en el llamado Caribe insular, cuya influencia puede rastrearse en vocablos que han permanecido como parte del español del área, fueron el inicio de esos contactos.42 Los aruacos y los caribes fueron las cultu- ras extendidas en esta región, especialmente en las islas aunque no estuvieron ausentes en las zonas costeras de las tierras continentales de este entorno. Esto implicó una presencia lingüística importante que dejó su huella en todo el mundo caribeño. El lugar que ocupó Cuba en la empresa de conquista hispana para el conjunto de la región implicó la introducción de “indios” de tierras insulares y continentales de la zona, con el consiguiente intercambio lingüísti- co. Por tanto, existía una interrelación en todo este ámbito antes de la llegada europea.

La revolución de Haití, como se sabe, fue un primer momento de entrada importante de franceses y sus esclavos procedentes del vecino país francófono. La importación de yucatecos en el siglo XIX introdujo esa población de tierra firme, mientras la segunda década del siglo XX marcó otro momento de entra- da masiva de braceros para las plantaciones de caña de azúcar en Cuba, pro- cedentes fundamentalmente de Haití y Jamaica, y de Puerto Rico en alguna medida, pero vistos en su conjunto como “braceros antillanos” en los registros de inmigración. Los censos realizados durante las dos intervenciones directas

41 En Ibíd., pp. 50-52 42 El nombre Cuba es parte de esa herencia, transcrita por Colón y los llamados hasta hoy “cronistas de Indias”, a diferencia de otras tierras cuyos nombres actuales corresponden a las denominaciones dadas por los conquistadores, como los casos de las que fueron Quisqueya y Borinquen.

159 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida de Estados Unidos en Cuba (1899 y 1907), establecen otra vez la mirada desde el otro: en el de 1899 se clasifican por lugar de nacimiento a los habitantes de Cuba, pero para la región del Caribe se dividen en de Cuba, Puerto Rico, Las Antillas, Sud América, Centro América y México, lo que fragmenta a este conjunto.43 El censo de 1907 es menos específico pues todos los procedentes de América Latina y el Caribe entran en el rubro general de “otros”.44

En 1919 se haría un nuevo censo, esta vez por expertos cubanos. Se estaba cerrando entonces el ciclo de las grandes olas de inmigrantes que llegaban a Cuba desde España, China, entre otros países emisores, pero también desde el ámbito caribeño. Al dividir por país de nacimiento, este nuevo censo esta- blecía como indicadores: Jamaica, Puerto Rico, Los demás de las Indias occi- dentales, México, América central y del Sur, de manera que resulta imposible determinar el conjunto de caribeños que radicaban en Cuba para esa fecha aunque se puede inferir que era bastante numeroso pues de Jamaica se contabi- lizaban 18.539 personas; de Puerto Rico, 3.450; de las demás Indias Occiden- tales, 22.620; de México, 3.469 y de América Central y del Sur, 5.353.45 Evi- dentemente, las islas caribeñas estaban aportando una numerosa inmigración fundamentalmente masculina que clasificaba mayoritariamente en “de color”. Si bien la manera de clasificar resulta imprecisa, a la vez que fragmenta al con- junto caribeño, los datos muestran la importancia de la cantidad de antillanos que estaban residiendo en Cuba en ese año, aun cuando los que llegaban como braceros para la época de la zafra azucarera engrosaban los grupos margina- dos dentro de la sociedad. De todas formas, por distintas vías se producían los contactos humanos con sus inevitables intercambios y entrecruzamientos.

La emigración cubana durante el ciclo de las guerras independentistas (1868-1898) también propició el contacto entre los habitantes de este ámbito geográfico. Las zonas de mayor asentamiento se ubicaban en las cercanías de Cuba, en Estados Unidos –Nueva York y la península de la Florida–, Jamaica, República Dominicana, Haití, algunos en la península de Yucatán, en México, y grupos generalmente transitorios en Panamá, Honduras, Costa Rica y otros lugares.

43 departamento de la Guerra: Informe sobre el Censo de Cuba. 1899. Imprenta del Gobierno, Washington, 1900, p. 230 44 Censo de la República de Cuba bajo la administración provisional de los Estados Unidos. 1907. Ofici- na del Censo de los Estados Unidos, Washington, 1908, p. 325 45 Censo de la República de Cuba, 1919. Maza, Arroyo y Caso, S. en C., Impresores, La Habana, s/f.

160 Francisca López Civeira

A pesar de estos contactos humanos que establecían distintos tipos de relaciones,46 el sentido de “caribeñidad” no es apreciable en la también llama- da Gran Antilla hasta avanzado el siglo XX.

El siglo XX traería una mirada más incisiva en la búsqueda de las iden- tidades nacionales. En las décadas del 20 y el 30 emergió en estas tierras una indagación mayor acerca de quienes éramos desde una perspectiva nacional en la que, inconscientemente a veces, se iban plasmando los rasgos culturales del conjunto. La historiografía adelantó camino en esta dirección y la literatura en sus distintos géneros también asumió esta perspectiva. La obra de Guillén o la de Alejo Carpentier se insertan en esta coyuntura.

Ramiro Guerra, indispensable en la renovación de la historiografía cuba- na de aquel momento, publicó en 1927 su trascendental obra Azúcar y población en las Antillas, donde estudia los problemas de la industria azucarera cubana, la presencia dominante del capital norteamericano y el latifundio con sus conse- cuencias sociales, pero comienza con una presentación de estos problemas en “las Indias Occidentales inglesas” y estudia en particular el caso de Barbados, empezando con una comparación entre los métodos coloniales de España, Inglaterra, Francia y Holanda en sus respectivas colonizaciones en la zona de las Antillas y su incidencia en la organización económica y la composición de la población.47

El libro de Ramiro Guerra marcó profundamente los estudios históri- cos entonces y, más allá, el acercamiento a los problemas contemporáneos de Cuba; pero a los efectos de este estudio, interesa destacar la mirada a la evolución histórica de las Antillas para establecer las particularidades de Cuba dentro de las características del conjunto, en lo que se utiliza también la deno- minación de Caribe para el mar que baña a todas las tierras insulares y conti- nentales que abarca. Sin duda, Guerra privilegia el término de Antillas pues su estudio se dirige particularmente a territorios insulares que forman parte de los archipiélagos antillanos.

En 1934, Guillén publicó su poemario West Indies Ltd. que incluye la “Ba- lada de los dos abuelos” –el negro y el blanco– y “West Indies Ltd.”, donde identifica a esas Indias Occidentales como:

46 En el caso de los trabajadores importados desde Cuba que engrosaban las filas de los grupos margina- dos, eran obligados a vivir en comunidades cerradas o semicerradas dentro del conjunto social 47 Ramiro Guerra: Azúcar y población en las Antillas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, 4ª ed.

161 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida

¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente… Éste es un oscuro pueblo sonriente, ………………………………………….

Aquí hay blancos y negros y chinos y mulatos. Desde luego se trata de colores baratos. ………………………………………………

¡Ah, tierra insular! ¡Ah, tierra estrecha! ¿No es cierto que parece hecha sólo para poner un palmar? …………………………………………

¡West Indies! ¡West Indies! ¡West Indies! Éste es el pueblo hirsuto, de cobre, multicéfalo, donde la vida repta con el lodo seco cuarteado en la piel. …………………………………….

Aquí están los servidores de Mr. Babbit. Los que educan sus hijos en West Point. ……………………………………………..

Aquí están los que chillan: hello baby, y fuman ‹‹Chesterfield›› y ‹‹Lucky Srtike››. ……………………………………………..

Aquí está lo mejor de Port-au-Prince, lo más puro de Kingston, la high life de La Habana… ………………………………………………….

Pero aquí están también los que reman en lágrimas, galeotes dramáticos, galeotes dramáticos. Y termina este poema con una “Lápida”: Esto fue escrito por Nicolás Guillén, antillano, en el año de mil novecientos treinta y cuatro. 48

48 En Nicolás Guillén: Obra poética.1958-1972. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, T I, pp. 158- 170

162 Francisca López Civeira

Como puede apreciarse, la identificación venía por la vía de la antillani- dad y la historia común de las islas agrupadas bajo el nombre común de Anti- llas. Todavía en 1958, el propio Guillén escribía:

Por el Mar de las Antillas (que también Caribe llaman) batida por olas duras ……………………….

navega Cuba en su mapa: un largo lagarto verde, con ojos de piedra y agua.49

La denominación indistinta de antillano o caribeño persistía dotando de ambigüedad a la propia identificación con el entorno cultural que se iba des- cubriendo con mayor hondura. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, los cambios mundiales –y regionales– impulsarían una mirada hacia el interior de esta comunidad, hacia los rasgos culturales comunes, hacia las formas histó- ricas de resistencia, y hacia la integración que la nueva época empezaba a de- mandar con urgencia. Los estudios sobre nuestras comunidades culturales, de modo especial, adquirieron mayor relevancia. Sin embargo, la persistencia de la identificación antillana es notable. Los estudios lingüísticos citados de Juan José Arrom son buena muestra de ello, ya que se mueve en el ámbito antillano y sus pobladores originarios, lo que se refleja en el propio título del libro.

La década de los sesenta en el siglo XX marcó un importante despegue en los estudios acerca del Caribe, sin embargo son notables las diferentes apre- ciaciones sobre qué entender por Caribe en cuanto a la zona que abarca y su definición geográfica, histórica y cultural, lo cual implica indefiniciones que inciden en la construcción de un sentido de identidad o de identificación dentro del conjunto. En 1979 se publicó en La Habana el libro Premisas geográ- ficas de la integración socioeconómica del Caribe elaborado por autores cubanos y extranjeros. El texto evidencia las diferentes apreciaciones acerca de región o zona del Caribe como concepto para determinar los espacios que compren- de, desde la percepción física hasta la asunción político-cultural-económica. Aquí se plantean como puntos cardinales del problema que “(…) aunque la

49 “Un largo lagarto verde”, de Nicolás Guillén pertenece al poemario La paloma del vuelo popular, escrito en 1958. En: Nicolás Guillén: La paloma del vuelo popular. Ibíd., T II, p. 8

163 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida cuenca dio origen al término Caribe, pasando por tales o siendo su sinónimo, como Indias Occidentales, Antillas, Mesoamérica y otros, sin embargo, en la realidad política, cultural y económica de hoy, si queremos definir el Caribe teniendo presente factores de diversa índole, tanto en su proyección históri- ca como contemporánea, no podemos limitarnos única y exclusivamente a la localización estricta junto al Mar Caribe.”50 Aquí se señala que el término Caribe es empleado con diferentes sentidos y alcances territoriales, a partir de los intereses particulares de quienes lo utilizan, lo cual constituye, sin duda, un problema para los pueblos comprendidos en este ámbito.

Un tema de discusión acerca del alcance de la región caribeña ha sido, a lo largo del tiempo y hasta el presente, la pertenencia de países que tienen parte de sus costas en el Mar Caribe, pero una buena parte de su territorio queda fue- ra de este espacio; esto es válido especialmente para países continentales como México, Colombia, Venezuela y otros, sin embargo ha crecido la tendencia a contemplar la inserción de estos países dentro del mundo del Caribe.

La publicación de obras que tratan de historiar el Caribe es parte de una política editorial que contribuye a mirar nuestro entorno caribeño. El libro citado de Juan Bosch, escrito por el dominicano en 1969, fue publicado en Cuba por Casa de las Américas en su colección “Nuestros países” en 1981 y ha sido reimpreso, al igual que otras obras de autores caribeños, entre los que han tenido una buena difusión los de habla inglesa y francesa, como el caso de Eric Williams, especialmente con su obra Capitalismo y esclavitud, Jacques Roumain, Aimé Césaire o Frantz Fanon, entre otros, de manera que la co- nexión entre Cuba y su entorno caribeño se fortalece desde la perspectiva de una historia compartida.

El estudioso de Trinidad y Tobago culminó en 1969 su obra From Co- lumbus to Castro: The History of the Caribbean 1492-1969 donde explica que por cuatro siglos y medio las Indias Occidentales (West Indies) han sido la prenda en disputa de Europa y América. “De las Indias Occidentales más que de la mayor parte de las áreas geográficas es posible decir que nosotros somos un mundo.”51 Para Williams, el Caribe es una expresión geográfica en asuntos in-

50 departamento de Geografía Económica del Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de Cuba: Premisas geográficas de la integración socioeconómica del Caribe. Editorial Científico-Técnica/Edito- rial Academia, La Habana, 1979, p. p. 17 51 Eric Williams: From Colombus to Castro: The History of the Caribbean 1492-1969. André Deutsch, Gran Bretaña, 1970, p. 11

164 Francisca López Civeira telectuales y políticos, es un área sin una historia como un todo, por lo que su libro se propone resolver esa deficiencia, buscar la integración cultural de toda el área a partir de la síntesis del conocimiento existente. Estamos, pues, ante la asunción de la necesidad de construir el conocimiento de la historia común que nos une. El Caribe de aquel momento era visto por Williams como un área fragmentada política y económicamente, e inestable y diversa en muchos campos y veía el futuro en términos de discutir las posibilidades de emergencia de una identidad para la región y sus pueblos., de manera que se convirtieran en sujetos más que en objetos históricos.52 Sin embargo, este autor se refiere al Caribe insular en el que incluye las Guayanas.

Dentro de la política cultural cubana a partir de los años sesenta hay que destacar de modo particular la labor de Casa de las Américas. La revista Casa ha sido un instrumento directo en el acercamiento cultural y en la difusión de las obras de autores de Nuestra América y, en particular, ha dedicado espacios a los países caribeños. Números monográficos dedicados a los países del área han acogido trabajos de los autores de esta región y sobre los mismos. En ese esfuer- zo se ha vuelto de nuevo a la historia compartida de lo que son nuestros países actuales. En 1975, Roberto Fernández Retamar decía en el editorial de Casa:

No está de más recordar lo que representa en nuestra historia, en la historia en general, el Caribe. No existe una encrucijada comparable en nuestra Amé- rica, y no hay muchas así en el mundo todo. Al Caribe llegaron en el alba del capitalismo los primeros europeos, los mal llamados “descubridores”, y aquí co- menzaron a implantar en América su “civilización devastadora”, de que habló Martí, “dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso”: ella implicó el exterminio de la población aborigen, y la esclavización de millones de hombres y mujeres descuajados salvajemente del gran continente africano para hacer producir plantaciones, cuya estructura daría homogeneidad a la zona, des- de el sur de los actuales Estados Unidos hasta el nordeste brasileño, pasando por el arco de las Antillas. Aquí, los gánsteres náuticos de las grandes potencias dirimían sus querellas de cuatreros, a las que sus mentidas historias darían pom- posos nombres de guerras, almirantes y tratados. Aquí sobreviven aún colonias de los viejos imperios destartalados, y hasta del imperio yanqui (véase a Puerto Rico), que ya ha comenzado a su vez a ser viejo. (…).53

52 Ibíd., p. 503-504 53 Roberto Fernández Retamar: Calibán y otros ensayos. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1979, pp. 115-116

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Con esas apreciaciones el poeta y ensayista cubano, actual director de Casa de las Américas, presentaba el número de la revista dedicado a las Antillas de lengua inglesa. Una vez más se retoma de esta manera, a la altura de 1975, la importancia estratégica del Caribe y su lugar de cruce de los intereses impe- riales. Retamar recuerda no sólo esa parte de nuestra historia común, sino tam- bién al Caribe como lugar de inicio de grandes procesos revolucionarios desde la revolución haitiana y como cuna de grandes revolucionarios e intelectuales, y también como sitio de fusión de las herencias africana y europea, además de la casi extinguida herencia aborigen.

Aún dentro de las polémicas en torno a los territorios que comprende el término, en Cuba se han incrementado notablemente los estudios acerca del Caribe y su universo –como ha ocurrido en otros países de la región–, lo que se ha expresado en publicaciones, Cátedras, conferencias y festivales en los que las manifestaciones artísticas tienen un espacio privilegiado. Es precisamente en este campo de la producción artístico literaria donde, quizás, el cubano se siente más cercano e identificado con la “caribeñidad”, con la pertenencia a un mundo cultural común. La publicación en Cuba de obras de autores caribeños ha puesto en contacto al lector cubano con la literatura producida en estos países, pero el punto de mayor identificación al nivel del ciudadano común ra- dica en la música y en formas folklóricas similares, incluyendo rituales a partir del sincretismo religioso que ha tenido como base fundamental las presencias española y africana en las raíces de nuestras culturas.

Uno de los cantores contemporáneos más populares de Cuba, Pablo Mi- lanés, expresó este sentirse caribeño con su: “Amo esta Isla, soy del Caribe// Jamás podría pisar tierra firme porque me inhibe”. Hay una apropiación de pertenencia caribeña, pero al mismo tiempo insular.

Sin duda, desde fines de la década del sesenta del siglo XX comenzó un esfuerzo consciente desde el Caribe por alcanzar visibilidad como región y por construir la identidad común a partir de historia y destinos afines. Esto permi- tió empezar a encontrar nuestros puntos de convergencia, aun cuando algunos vieron al Caribe como un mundo en sí mismo –como lo hace Eric Williams– y no como parte o subregión de la América al sur del río Bravo en su conjunto.

El proceso de descolonización de un grupo de países caribeños en este pe- ríodo impulsó los procesos de acercamiento e integración en organismos mul- tinacionales en los cuales Cuba se incluyó. Así surgieron formas de organiza- ción de la región con espíritu de integración de diversos niveles y profundidad

166 Francisca López Civeira como la Comunidad del Caribe (CARICOM), la Naviera Multinacional del Caribe (NAMUCAR), entre otros, y otras referidas a los vínculos comerciales de esta zona. Al mismo tiempo, los países del Caribe se incorporaron como grupo o individualmente en otros organismos de mayor alcance regional como el GEPLACEA (Grupo de Países Latinoamericanos y del Caribe Exportado- res de Azúcar). Se iniciaba así un proceso que apuntaba a la integración de la subregión dentro de lo que se conoce hoy como América Latina y el Caribe, en sentido general, sobre la base de que no todo el Caribe está comprendido dentro de la latinidad en sentido estricta mente lingüístico, aunque el concepto de Nuestra América comprende a todas las tierras al sur del río Bravo a partir de la definición martiana traída a la contemporaneidad

En un mundo agrupado en bloques, dentro de un proceso de globaliza- ción cada vez más acentuado, el ámbito caribeño empezó a descubrirse a sí mismo como comunidad con historia e intereses compartidos, aún desconoci- dos. Los estudios e intercambios caribeños empezaron a estructurarse y desa- rrollarse. Los vínculos gubernamentales con sus convenios en distintas áreas iniciaron un camino hacia la cooperación en diversos campos. Para América Latina, el Caribe cobró presencia, se hizo visible y, en la estrategia que em- pezó a delinearse para esta zona del mundo, se asumió la denominación de “América Latina y el Caribe”. Los cubanos de hoy se saben caribeños aunque su mayor signo de identificación radique en los huracanes que nos azotan y en las formas musicales y danzarias. Esto plantea nuevos retos para el estudio de nuestras historias desde perspectivas comparadas y de proyección de futuro a partir de este descubrimiento y esta necesidad, retos que enfrentan los es- fuerzos renovados de las potencia y bloques de potencias en sus concepciones geopolíticas en esta región.

Bibliografía citada:

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167 Caribeños o antillanos: los cubanos en la identidad compartida

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168 “Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX”

Alberto José Gullón Abao1

Desde hace una veintena de años el estudio del hecho prostitucional ha permitido conocer en determinadas sociedades como grupos denominados marginales incidían en aspectos económicos, sociales, políticos y culturales; y han puesto de manifiesto la interacción entre la prostitución con el genero, la familia, la condición femenina, la sexualidad y, en general, diversos elementos de reproducción de una sociedad clasista2. Sin embargo, en el caso concreto de Cuba sigue estando vigente el olvido histórico de este colectivo, salvedad hecha de unos pocos trabajos, a pesar de que historiadores como Pérez de la Riva formulasen en pleno auge de la Revolución Cubana que “hay que hacer historia de los que no tienen Historia”3.

Una vez hecha estas aclaraciones y entrando en el tema objeto de estudio propuesto podemos afirmar que a fines del siglo XVIII y sobre todo en el siglo XIX fue cuajando la idea de articular una obra conciente de “ingeniería social” que marcara las pautas que debían seguir los “buenos ciudadanos” y dentro de este proyecto tendría cabida una ciudad higiénica, una Hygeia utópica, que siguiera los modelos científicos en el ámbito de la salud y del bienestar de los ciudadanos y que, al mismo tiempo, “...permitiera desarrollar todas las facultades morales, físicas e intelectuales de las generaciones por venir...”4. En este diseño, la mujer

1 Universidad de Cádiz 2 Marín Hernández, Juan José: “Perspectivas y problemas para una historia social de la prostitución”. v, nº 13, Costa Rica, 2001, pág 6. 3 Gullón Abao, Alberto J.: “Prostitutas en La Habana de fines del S. XIX. Un colectivo olvidado”. Ca- racas. En prensa. 4 Armus, Diego: “La ciudad higiénica entre Europa y Latinoamérica”. En Lafuente, A.; Elena, A. y Ortega, M. L. (editores) Mundialización de la Ciencia y Cultura Nacional. Madrid, 1993, pág 587-603.

169 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX se va a considerar una pieza fundamental del engranaje social ya que es la trans- misora de la herencia genética de la estirpe familiar y por lo tanto, a juicio de la sociedad burguesa dominante, sobre la que recae la obligación de un comporta- miento moral adecuado que no arroje sombras ni dudas sobre dicha herencia.

La visión más conservadora de la mujer, en la sociedad patriarcal cubana del momento, no dejaba lugar a las dudas para una inmensa mayoría; así el Dr. Benjamín de Céspedes escribía en 1888 que “...el sexo femenino está incapacitado orgánicamente para la concurrencia vital, que su debilidad y fragilidad requieren guar- dianes y fiadores de su honra, que su destino es la eterna tutela del varón.” 5. Por lo tan- to, se procuró desde las clases dominantes, y Cuba no va a ser una excepción, establecer etiquetas que sancionaran un comportamiento social adecuado a la moral y a la sexualidad que debía imperar y para ello había que construir desde el Estado una legislación constrictora para todas aquellas mujeres que se aleja- ran esos valores. El hecho de que determinadas mujeres no cumpliesen con sus supuestas obligaciones las hacia inmediatamente sospechosas a las que había que perseguir y vigilar y las prostitutas no van a ser una excepción. Sin embargo fueron toleradas por la sociedad dominante ya que se van a considerar un “mal necesario” para el desfogue de los varones, evitando que la ansiedad sexual se dirigiera hacia las mujeres del clan familiar patriarcal.

Para controlar a estas mujeres se establecieron una serie de establecimien- tos oficiales, burdeles6, en donde poder recluirlas y ocultarlas bajo una estrecha vigilancia a través de una normativa, en la mayor parte de los casos municipal, denominada reglamentos. Pero el hecho de la aparición de la reglamentación prostibularia en La Habana no sólo tiene que ver con la preservación de la herencia biológica; otros factores propios de la ciudad como la presencia de un ingente número de tropas españolas durante buena parte del siglo XIX y el carácter portuario y de capitalidad, incrementaron la demanda de meretrices y, al mismo tiempo, el número de hombres afectados por las enfermedades vené- reas. Como consecuencia, encontramos un interés desde las autoridades isleñas

5 Céspedes, Benjamín: La prostitución en la ciudad de La Habana, La Habana, 1888. 6 El término burdel procede de cuando Luis IX capituló ante la prostitución en los últimos siglos del medioevo, estableciendo que las prostitutas pudieran trabajar en rues Chaudes y en Bordeaux, fuera del centro de la ciudad y lejos de lugares sagrados como iglesias y cementerios. Al principio de la edad moderna el burdel, como espacio urbano, estaba concebido como el lugar donde se podía transgredir la moral sexual que debía guardarse tanto en público como en privado y ,además, se debían controlar las mujeres que estuviesen ejerciendo el oficio en él con la reclusión. Sin embargo, diversos factores políti- cos y religiosos acabaron con la persecución y desaparición legal de las mancebías durante el reinado de Felipe IV, que anteriormente habían sido apoyado por las autoridades civiles. Jiménez Monteserín, Miguel: Sexo y bien común. Notas para la historia de la prostitución en España. Cuenca, 1994

170 Alberto José Gullón Abao por atajar el problema y someter a las prostitutas, desde la Sección de Higiene Especial, a un exhaustivo control sanitario bajo una supervisión médica que intentó preservar a la sociedad de lo posible de los contagios.

Así, el burdel trataba de limitar, en una sociedad patriarcal y de doble moral, los espacios que podían utilizar los hombres para su disfrute más allá de las normas reservadas a la cohabitavidad familiar. Los prostíbulos fueron per- cibidos por el común como centros generadores de las mayores trasgresiones, donde se difundía las prácticas del deseo que lo transformaban en el escena- rio de fantasía y de aprendizaje erótico masculino, pero también se van a dar prácticas de supervivencia que configura una peculiar sociabilidad femenina y prácticas de sociabilidad familiar ajenas a la supuesta normalidad7.

I.-

La prostitución como una gran transformista se fue adaptando a la situa- ción política, social y económica que existía en Cuba y también a los cambios que sufrió la fisonomía urbanística de la ciudad de La Habana en la segunda mitad del XIX.

A mediados de siglo detectamos en La Habana un incremento pobla- cional que procede del mundo rural, resultado de los cambios económicos que se están produciendo, y del aporte migratorio español. Y a pesar de que La Habana podíamos considerarla como ciudad comercial e industrial, ésta era incapaz de absorber, desde su incipiente industria y el pesado lastre de la economía plantadora, la población que le estaba llegando y que va a engrosar buena parte del proletariado urbano8.

7 Argeri, María E.: “La peor plaga que pudo haber traído la locomotora. (Prostitución y control estatal, Norpatagonia, 1880-1920). Coloquio Internacional Historia del Delito y la Justicia en América Latina. U.T.D.T., 17-19 octubre, 1996. (En prensa). Moreno Mengíbar, Andrés y Vázquez García, Francisco: “La realidad cotidiana y el imaginario masculino de la prostitución andaluza, 1840-1950”. En Ramos, Dolores y Vera, Teresa (Coords.) Discursos, realidades, utopías. La construcción del sujeto femenino en los siglos XIX y XX. Barcelona, 2002, págs 213-284. 8 Algunos autores estiman que entre los años 1846-1862 la población peninsular se incrementó en unos 40.000 individuos y la canaria en 29.000. Y “... como el trabajo en los campos seguía siendo cosa de negros, la mayor parte de estos españoles recién llegados, trabajadores humildes casi todos, habrían alimentado la base social blanca de las ciudades...” Luzón ,José Luis “Estado , etnias y espacio urbano. La Habana 1878”. En Boletín Americanista. Año XXXVII, núm.41. Barcelona 1991, pág 137-150. Las tabaquerías y cigarrerías eran las que empleaban un mayor número de obreros. Se estimaba que en La Habana, en 1989, había 36 cigarrerías y 120 tabaquerías. También existían peleterías, dulcerías, fábricas de rón, de velas, de gas, de cervezas, de jabón, de hielo, etc... Poumier, María: Apuntes sobre la vida cotidiana en Cuba en 1898. La Habana, 1975. Barcia Zequeira, Mª del Carmen: Una sociedad en crisis. La Habana finales del siglo XIX. La Habana 2000.

171 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX

La población en La Habana en 1861 era de unas 170.000 personas que necesitaban nuevos espacios, por ello no debe extrañarnos que se urbanicen y amplíen nuevos barrios y se ocupen zonas como la faja de terreno delimitada por las murallas, sus fosos, camino de ronda, etc. En 1862 se abatió la muralla y allí las avenidas se construyeron más anchas y majestuosas. En víspera de la guerra era el centro mundano a la par que un barrio comercial e industrial.

Por lo tanto se puede percibir un lento pero imparable crecimiento que caracteriza a la capital cubana de este periodo; incluso afirmar que el ritmo se acelera, a medida que nos adentramos en el ochocientos. La Habana Vieja se quedó pequeña hasta el punto de que su frontera artificial, la muralla, empieza a molestar, está claro que ya no protege nada, pues no hay nada que defender, y sí en cambio se ha convertido en un auténtico estorbo, motivo por el que las nuevas edificaciones no dudan en sobrepasar este cercado de piedra que en los años 60 de este siglo XIX, será derribado en parte9.

Desde mediados de siglo podemos percibir que han ocurrido otros cam- bios: La Habana está, por vez primera, relativamente limpia e iluminada. En efecto, es ahora cuando preocupa el tema del empedrado de las calles, lo que terminará convirtiéndose en realidad, después de frustrarse diversos proyectos; sus habitantes podrán, durante la noche, pasear en volantas, ir con tranquilidad al teatro o recorrer los bailes y cafés de moda, gracias a la relativa seguridad que ofrece el alumbrado de sus avenidas y plazas. Está claro que la ciudad se contagia del crecimiento económico azucarero y se engalana, en un intento de exteriorizarlo: se construyen mansiones importantes que pertenecen a esa élite pragmática y trabajadora que se ha enriquecido con el azúcar y el sudor de los esclavos10.

Pero las mejoras también se van a reflejar en las obras públicas marítimas y el equipamiento portuario de La Habana –muelles, almacenes, tinglados, muelles de carena, maquina de arbolar navíos, varaderos, faro, aduana, etc..- que dejaron una impronta en la ciudad y en la bahía. La introducción de las tecnologías de vapor abrió nuevas alternativas a las comunicaciones del puerto y la conducción de productos agrícolas se hizo más ágil con la aparición del ferrocarril. Al mismo tiempo la aparición de un sistema de navegación de ca-

9 Venegas Fornias, Carlos: “La Habana y su región: un proyecto de organización espacial de la planta- ción esclavista”. Revista de Indias 1996 LVI, núm. 207 pp 133 ss. 10 Levi Marrero: Cuba: Economía y sociedad. Volumen 14.- Azúcar, ilustración y conciencia (1763-1818) Madrid 1989, pp 132 ss y 243 ss.

172 Alberto José Gullón Abao botaje fue integrando al puerto habanero con los otros recién abiertos en la parte occidental de la isla.

Este trasiego continuo de inmigrantes, soldados y marineros, propio de la ciudad portuaria habanera en el siglo XIX, originó indefectiblemente una in- gente presencia de hombres en estado de soltería y la consiguiente demanda de sexo femenino. Así, siendo gobernador el General Pezuela, encontramos do- cumentos en donde se exponen diversas normas sobre el control de las prosti- tutas habaneras, que creemos que serán el germen de la futura reglamentación en la Isla11. Las medidas eran similares a las que posteriormente se crearán y , en este caso, contendrán unos puntos de tolerancia en la ciudad:

“… recinto de la muralla desde garita de San José hasta las puertas de las Viudas ... San Juan de Dios, Cuarteles, Samaritanas y Rinconadas de Paulas y en extramuros las de San Nicolás desde las Reynas hasta la Calzada del Monte y desde la de las Virtudes hasta la Calzada de San Lázaro y las de Crespo, Gervasio…”12.

La idea era concentrar a las prostitutas en un espacio acotado y concreto, poco a poco, e identificar a cada una de las mujeres que ejercían el oficio. Esta orden estuvo vigente al menos hasta 1861, ya que los pases de domicilio era obligatorio expedírselos para esos puntos.

Estas directrices fueron recordadas en continuas reclamaciones de los ve- cinos habaneros que sufrían las reyertas, ruidos o molestias, en general noctur- nos, que llevaban aparejado estos negocios; así, existen numerosas denuncias sobre el “ostentoso desorden” en que vivían en la calle de La Habana, núme- ros 48, 49, 50, 51 y 52, un buen número de meretrices13. En 1862 las quejas de los vecinos nos muestran como en la calle Aguacate, Santa Bárbara y Em- pedrado los escándalos y desordenes nocturnos eran prácticamente diarios y similares situaciones se denuncian en las catorce casas de prostitución que hay en la calle Villegas, entre O´Reilly y Obrapía14

11 Hemos de recordar que en el Trienio Liberal ya se elaboraron proyectos de reglamentaciones sanitarias de carácter general que incluían la actividad prostibularia, donde se encontraban la esencia de la ideo- logía reglamentista. Guereña, Jean-Louis: “La réglementation de la prostitution en Espagne aux XIXe- Xxe siécles. En Carrasco, Raphaël: La prostitution en Espagne. De l époque des Rois Catholiques a la IIª République. París, 1994 pág 233 . 12 B.N. Circular del Sr. Gobernador Superior Civil sobre los puntos de residencia que deben guardar las mujeres públicas de vida escandalosa. La Habana, 2 de abril de 1853. Mss 20138. 13 BN. El Gobernador Político sobre las mujeres públicas que viven en la calle de La Habana. La Habana, 13-julio-1861. Mss 20138. 14 BN. El Comisario del primer distrito sobre una notificación de Gobernador y Capitán General. La Ha- bana 24-agosto-1852. Mss 20138. BN. El Gobernador político sobre el expediente instruido a solicitud

173 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX

Encontramos que el número de medias y denuncias se incrementó en el quinquenio que va entre los años de 1860 a 1865, del que Moreno Fraginals15 dirá que eran como “una atmósfera de guerra en medio de la paz” por los conflictos de España con Santo Domingo y México, encontrándonos continuas circu- lares que hacían alusión a las normas establecidas con anterioridad o nuevas disposiciones que reforzaban a las anteriores en algunos aspectos. Destacamos entre las normas registradas en los documentos las que hacían referencias al decoro de las prostitutas, el control por parte de las dueñas de las casas, la inscripción de las mujeres en los libros de policía y la ubicación de las casas16. Estas medidas nos hacen pensar en un refuerzo por parte de las autoridades del control sobre estas mujeres, no sólo desde el punto de vista moral sino también policial que afectaría a un control exhaustivo de sus propias vidas. Sospecha- mos que este interés por parte de las autoridades isleñas tiene que ver con la creciente demanda prostibularia existente ante el proceso bélico que se estaba desarrollando y que hace que las ideas higienistas que estaban cruzando desde el otro lado del Atlántico tengan una mayor vigencia. Pero el crecimiento de la ciudad y de las nuevas necesidades urbanísti- cas que van surgiendo inciden en cambios en los puntos de tolerancia, como cuando en 1865 se accede al traslado de las prostitutas que viven en la calle Compostela 73, entre teniente Rey y Amargura, ante las reiteradas peticiones de los vecinos. El conflicto bélico de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) produjo una preocupación de las autoridades por la elaboración de un reglamento que controlara sanitariamente a las prostitutas. El último fin, según las autorida- des, era prevenir “los males que éstas producen a la juventud inexperta por su falta de sanidad” y por supuesto, el peligro que representaba para las tropas. Pero no es hasta 1873, ante las numerosas enfermedades venéreas, que el Gobernador Político Pérez de la Riva ordenó que se elaborase un reglamento, aunque no se puso de manifiesto unas áreas específicas de tolerancia. En 1887, según el Dr. Alfonso Mª Alfonso la prostitución ocupaba el cen- tro de la urbe, en la ciudad vieja por las calles comerciales como Lamparilla,

de algunos vecinos de la C/ Aguacate. La Habana, 17-febrero-1862. Mss 20138. BN. El Gobernador Político sobre el parte del celador del Barrio del Cristo. Habana, 18-marzo-1862. Mss 20158. 15 Cuba/España España/Cuba. Historia común. Barcelona, 1995, pág. 228. 16 Se les prohibía abrir casas públicas a no ser que estuviesen en los puntos designados; no podían traspa- sar los prostíbulos asignados; no se les toleraba luz en las habitaciones y estaba prohibido sentarse en las puertas y ventanas; no podían llamar a los posibles clientes, etc..BN. El comisario del tercer distrito sobre la solicitud de los vecinos de la calle Compostela. Habana 1-septiembre-1865. Mss. 20138

174 Alberto José Gullón Abao

Obrapía, Compostela, etc..y también había casas en las calles de la Bomba, Monserrate y Sol. También se había extendido sobre la ciudad nueva ocupan- do la zona de de las calles San Miguel, Virtudes, Industria, Trocadero, etc 17 . Un año después el Dr. Benjamín Céspedes describe cinco zonas marcadas por la autoridad para la prostitución pública, que tendían a agruparse conforme a un plan de categorías, clases y condiciones diversas en los diferentes barrios de la población y que sumaban un total de 234 burdeles registrados.

La primera agrupación ocupaba las calles Aguacate, Bomba, Composte- la, San Juan de Dios, Tejadillo, Morro y Empedrado. El ejemplo que nos pone el Dr. es la calle de la Bomba, que al parecer no era la de peores condiciones.

“...Encontramos a los lados de un lodazal cenagoso que se extendían dos accesorias bajas, levantadas de quicio, con puertas de madrigueras y ventanas con barrotes de madera pintados de verde; algunas casas ocultan el interior a la ventana de los transeúntes, por medio de una mampara movible, de madera, en forma de persiana fija. Atravesando el dintel de muchas de ellas, percíbese el vaho nauseabundo de materia orgánica, como si abrieran una canasta de mariscos en descomposición”.

También nos describe la existencia de ciudadelas habitadas en exclusivi- dad por gente de color y el establecimiento de barberías chinas y fumaderos de opio en la zona. Define a la zona como auténtico “rastro de la prostitución”. Al parecer estamos ante una de las zonas más demacrada de La Habana a la que acudían clientes con el menor poder adquisitivo como marineros, mance- bos de comercio, soldados, etc...

La segunda demarcación que según Céspedes sería similar a la cuarta, y por lo tanto las describe como una unidad, abarcaría las calle de Teniente Rey y Obra Pía para la segunda demarcación y Luz, Sol, Desamparada, Cuba, Ha- bana y Samaritana, para la cuarta. Como podemos observar una amplia zona cuyas calles desembocan en los principales paseos y sitios más concurridos

“..., aquí el tipo de prostituta de estos barrios es vulgarismo, ordinario, sus provocaciones a la lubricidad son brutales, parecen que piden una limosna a cambio del espasmo lujurioso que proporcionan….. Son peninsulares o is- leñas, que han servido allí como gente de servicio (criadas, peinadoras etc...).

17 Alfonso, Ramón Mª: La reglamentación de la prostitución. Breves apuntes sobre como debe ser en Cuba. Habana, 1912, pág 18.

175 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX

Estas meretrices no son agraciadas, han perdido los encantos de la juventud. Entienden la prostitución como un auténtico oficio, cuyo beneficio pretenden invertir en volver a su tierra como respetables señoras”18.

Céspedes escribe que hay pocas cubanas y en su mayor parte son de Pinar del Río, Matanzas y La Habana. La clientela en su mayoría son forasteros, gentes del comercio, estudiantes y obreros industriales.

La tercera demarcación ocuparía las calles Monserrate (Recinto), Lampa- rilla y Aguacate. El modelo descriptivo que toma es la Montserrat, “...una faja negra de casas bajas, tiznadas y polvorientas, se extiende desde la Calle Obrapía hasta la de Dragones, bordeando las ruinas de las antiguas murallas y sirviendo de malecón al lodo, al polvo y la basura aglomerados precisamente en la vecindad de los paseos y edificios públicos.” Cargando la pluma en un tono racista, despectivo e hiriente, compara a las meretrices que viven en la zona, negras y mulatas, con una colonia de “hon- gos de las aguas verdes” y considera que la zona en general debería ser demolida.

Por último una quinta demarcación que ha superado la antigua muralla - las calles de San José‚ Zanja, Rayo, San Miguel, Amistad y Virtudes- que según él, exceptuando algunas casas, la visión era similar a las anteriores reseñadas. Aquí se encontraría lo que podíamos denominar la prostitución refinada de la Habana que según Céspedes estarían explotadas por una conjunción de intere- ses que irían desde el Ama de la Casa hasta el último comerciante de la zona.

Todo ello pone de manifiesto que la ubicación de los burdeles tenderá a ocupar los espacios donde exista una demanda carnal y a pesar del control que se trata de imponer a la prostitución, restringiéndola a sitio concretos, esta va ganando espacios, aunque se trate de ocultar. La ciudad vieja que es la zona portuaria y comercial tradicional será la que atraiga un buen número de prostíbulos, legales o ilegales, y la nueva centralidad de la ciudad, zona de ocio y puerta de salida y entrada de hombres y productos, será la otra área de ocupación en donde se centre el ejercicio de la prostitución.

Pero el Dr. Francisco Giralt replicará a los escritos del Dr. Céspedes, “… ya que todo el que no conozca La Habana …se creerá que toda la ciudad es un gran burdel”. Giralt argumentaba que tan sólo en veinticinco calles había casas de prostitución toleradas, de las seiscientas existentes en La Habana, y que, como ya detectamos en las ordenanzas anteriores, se procuraba que el oficio se

18 Céspedes, Benjamín: La Prostitución en la ciudad de La Habana… Opus cit . págs147-155

176 Alberto José Gullón Abao ejerciera lejos de colegios e iglesias y en casas apartadas del tráfico obligatorio, aunque no siempre fuera así, “… y únicamente en estas últimas es donde se nota el desagradable bullicio de las meretrices”19.

Sin embargo, parece que Céspedes describe una ocupación del espacio habanero por los burdeles más cercanos a la realidad, en donde se mezclan casas toleradas y burdeles ocultos, y así se puso de manifiesto cinco años des- pués. La proliferación de burdeles fue tan alarmante que los representantes de la Sección Especial de Higiene se reunieron en el Gobierno Civil con los representantes de los principales periódicos para cambiar impresiones sobre el “crecido aumento” de la prostitución y de los burdeles que inundaban las principales vías urbanas de la capital; denunciando la nula o poca atención que se prestaba a la Sección por los juzgados municipales, así como las enormes dificultades que tenían para aplicar la normativa.20

Tras la guerra las prostitutas fueron circunscritas a unos sitios concretos o a unas casas específicas autorizadas fuera de esa área. La idea de los nuevos gober- nantes pasaba por concentrar a todas las prostitutas en una zona de tolerancia, los barrios de Paula y San Isidro, para crear un cinturón sanitario y moral que evitara el contagio físico y moral del cuerpo social; sin embargo, el clandestinaje proliferó y el debate sobre la libertad de estas mujeres acabó a la larga con la zona.

II.-

Durante todo el período estudiado existió en la Isla una preocupación por identificar y controlar a las prostitutas y, al mismo tiempo, sancionar determi- nados comportamientos morales y sexuales como “impropios” del modelo de lo que debía ser una “buena mujer” dentro del rol asignado. Las que se halla- ban sometidas a las prescripciones reglamentarias se les llamaba prostitutas regladas, oficialmente toleradas y reconocidas, y las que se sustraían a toda intervención, eludiendo el orden reglamentario, formaban el grupo de las de- nominadas clandestinas. Estas últimas fueron el gran quebradero de cabeza de la administración que las persiguió y trato de controlar, aunque con escaso éxi- to. En el caso de Cuba las prostitutas clandestinas se denominaban “fleteras” y todos los dictados burocráticos fueron letra muerta para paliar el fenómeno prostibulario al margen de la reglamentación.

19 Giralt, Francisco: Amor y prostitución.... Pous cit, pág, 23. 20 “Cuestión de Higiene” Diario de la Marina. Edición de mañana, martes 13 de junio de 1893, nº 138.

177 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX

Dentro de la prostitución reglada observamos tres grandes grupos. Las Dependientes o Colegiadas, aquellas que viven reunidas bajo la dependencia de un ama con huéspedas, cuando tienen un número de pupilas, o amas de recibir, cuando no tienen pupilas y hospedan a las prostitutas mientras ejercen su oficio. El Dr. Cépedes nos describe a estas mujeres, que viven en 1888 en el segundo y cuarto distrito, y las identifica con “… aguerridas reclutas de los lupanares de Madrid y sobre todo de las provincias peninsulares (amantes de militar o empleado que después fue abandonada, ora para probar nueva fortuna creyendo que el tráfico aquí es más productivo). Las Independientes o Aisladas, que viven solas y tienen un domicilio particular donde normalmente ejercen su oficio –en oca- siones con amantes fijos–. Y por último, las Ambulantes, registradas en los reglamentos tardíamente, que van a ejercer sus oficios fuera de sus domicilios. Una no excluye a la otra, y en ocasiones, según los informes médicos, el regis- tro en una de las categorías está unida al proceso de degradación a medida que pasan los años y la juventud desaparece. Sin embargo, tendríamos que matizar esta última afirmación ya que genera una concepción arquetípica y moralista de la vida a la que están destinadas estas mujeres y sabemos que la realidad no era tan lineal, alejándose del supuesto modelo existencial.

A su vez habría distintas categorías en cada clasificación -hasta cuatro-, pagando un canon según en que grupo se incluyeran; categoría que dependía de la calidad del burdel. Los reglamentos que tenemos hacen similares clasifi- caciones, aunque varían sustancialmente su contribución en un claro proceso de incremento –de los 24 pesos que pagaban las de primera clase de casas de huéspedas en 1873 a los 35 pesos en 1892–, que en teoría pretendían costear los gastos de un mejor servicio y una mejor administración, pero que en la realidad mantuvieron un, cada vez más numeroso, cuerpo de funcionarios y médicos sin unas mejoras considerables en el aspecto sanitario y de protección; producién- dose la paradoja, por el aumento considerable de las contribuciones, que no se incrementase sustancialmente el número de prostitutas registradas en esos años.

Por regla general la casa con pupilas o sin ellas respondía al nombre del ama que lo regentaba y su tipología era muy variopinta, a pesar de que se in- tentó condicionar su estructura física desde un primer momento21. Como ya hemos escrito anteriormente, en La Habana podemos decir que no hubo una

21 “La Francesa, la Asturiana de Aguacate, la Curra de Compostela, la Catalana de Sol, Filomena la Gallega, que vivían en Obrapía y se mudó a la Chorrera “. Periódico “El Pueblo” 30 de julio de 1897, en un artículo titulado “Carta Higiénica”. En Barcia Zequeira, Mª Carmen: Una sociedad en crisis. La Habana finales del siglo XIX. La Habana, 2000, pág 113.

178 Alberto José Gullón Abao zona de tolerancia específica hasta después de la expulsión de los españoles. Para intentar paliar, de algún modo esta situación se estableció una serie de normas dirigidas inicialmente a la minimización visual del fenómeno y, pos- teriormente, a las condiciones de habitabilidad e higiene. En 1863 ya se había limitado el horario para tener abierta la puerta y las ventanas en los burdeles22. En el primer reglamento de 1873 en el Art. 20 se estableció que las amas y prostitutas habitaran en pisos altos; así mismo, en sucesivos reglamentos y ante las denuncias de los vecinos, se estableció la necesidad de colocar en los burdeles cristales opacos o persianas fijas ya que las móviles estaban “…casi siempre abiertas, estando constantemente a la expectación públicas de sus ve- cinas”. Pero la estreches que tenían muchos de estos sitios, la necesidad de reclamar clientes y el calor tropical obligaba a estas mujeres a salir a la puerta, lo que ocasionaba protestas vecinales por la aglomeración y las reyertas que a menudo se producían.

Años después, en el reglamento de 1892, podemos observar como hay una preocupación por que las casas cumplan una serie de condiciones para obtener el permiso de apertura de acuerdo con los preceptos higiénicos y mo- rales. En el C.III. Art. 21, se estableció que ninguna casa de prostitución se autorizase sin el previo consentimiento del Gobernador Civil, entendiéndose siempre que esa tolerancia tenía un carácter esencialmente precario y revoca- ble. El burdel debía adecuarse al número de personas que lo habitasen y a la clientela que esperaba recibir. El interior de la vivienda tenía que estar aseado, estableciéndose un horario de limpieza, y contar con baños y toilette23. Asimis- mo, la disposición de las ventanas debía evitar la visión del interior de la casa y sólo podían tener una puerta de entrada oficial, prohibiéndose las puertas inte- riores de escape o comunicación con otras casas o accesorias; estas puertas las usaban las meretrices para evitar el control sanitario y policial, especialmente las no regladas que trabajaban en el burdel y también aquellos hombres que por alguna razón no querían ser identificados24.

22 Las puertas tenían que estar cerradas a las once y las ventanas a las doce .BN. La Habana, 4-ju- nio-1864. Mss 20138. 23 A principios de siglo, en un proyecto del doctor Molinet se llegó a proponer colocar unos carteles que advirtieran sobre el peligro de las enfermedades venéreas. Molinet, Dr. Eugenio: Memoria informe de la Sección Médica de la Higiene Especial correspondiente al año de 1898. La Habana. 1900. 24 En Argentina era común esa práctica para evitar el control policial. Sixirei Paredes, Carlos. “Solás, fa- nés y escandalladas. prostitución y emigración femenina a Brasil, Argentina y Uruguay (1890-1920)”. En: Homenaxe á profesora Lola F. Ferro : estudios de historia, arte e xeografía / coord. por Susana Reboreda Morillo, 2005, pags. 611-634. Carretero, Andrés: Prostitución en Buenos Aires. Buenos Aires, 1995.

179 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX

Posiblemente una parte importante de los burdeles reglados tuvieron que acatar las normas a fines de siglo, especialmente aquellos prostíbulos de la quinta demarcación donde se encontraba lo que podíamos denomina prostitu- ción refinada de La Habana, pero dudamos mucho que se generalizaran estas medidas ya que las protestas vecinales y los informes médicos señalaban la falta de apoyo de la administración para aplicar las medidas.

El general los burdeles reglados de un cierto nivel parece que fueron bastante austeros en su interior, aunque pensamos que debió haber alguno de lujo que imitara el gusto de los salones chinescos o moriscos tan en boga en la época. En general, debían estar cercanos al que describe el Dr. Francisco Giralt

…“Corrió la cortina y quedaron incomunicados para el resto del mundo. Era una pequeña habitación decorada con regular decencia. Una cama de hie- rro con bastidor de alambre, blanda y limpia, situada a la izquierda del fondo. Varias sillas, un sillón, un tocador al frente con un espejo sencillo; perchero con ropa de mujer, juego de lavabo y el correspondiente cuadro de la Virgen del Carmen frente al tocador”25.

Pero si nos atenemos a las descripciones que tenemos, básicamente saca- do de los escritos médicos, hemos de decir que la gran mayoría de los prostibu- los eran similares a los llamados conventillos, hacinados y con pocas condicio- nes higiénicas, y cuando las había eran precarias y deplorables. En 1888, en la primera demarcación de la prostitución, la peor sin duda para Céspedes, aun- que no muy alejada de otras, las condiciones de atención a los clientes estaba cuando menos bajo mínimos “..... Los cuartos están limitados por biombos de tela pintada con leche de cal. El patio es un corredor estrecho, que sirve de cocina, basurero, retrete y lavadero. Todas las aguas emporcadas se arrojan a la calle.26”.

Las denominadas clandestinas tuvieron que agudizar el ingenio para ejer- cer el oficio y no ser detenidas; así las encontramos con la aquiescencia de empresarios hoteleros en los puntos céntricos de La Habana en donde había hoteles “… con restaurantes y cafés, en la planta baja, dividida esta, en cuartos reservados y habitaciones independientes, en los altos, construidas ad hoc, con su tarifa de precios, según categoría de las concurrentes”. El más popular y concurrido por todas las razas y condición “…tiene sus habitaciones separa-

25 Giralt, Francisco: Amor y prostitución... Opus cit, pág 48. 26 Céspedes, Benjamín: La Prostitución en la ciudad de La Habana… opus cit.

180 Alberto José Gullón Abao das tan solo por biombos que no alcanzan hasta el techo. En aquella inmensa cuartera, que tiene hasta veinte cuartos….”. También existían habitaciones ha- bilitadas por sus propietarios en su propia residencia que acogían a prostitutas y clientes y se denominaban “tumbaderos” 27

A finales del siglo XIX las clandestinas ocupaban “cuartones” cerca del Parque de Colón y “ciudadelas” en las calles comerciales y céntricas como Sol, Amargura, Lamparilla, Luz o bien en barrios extremos; asimismo, en los “… alrededores de paseo de Prado, en los barrios de punta y Colón, en los Merca- dos, en la Calzada de San Lorenzo, en la Calle Monserrate y Barrio del Cristo, [que] encierra gran cantidad de burdeles clandestinos, que tan sólo les falta la revisión médica para ser iguales a los permitidos”28.

Todo ello nos sumerge en un mundo de posibilidades que escapan a la autoridad y nos muestra un complejo de relaciones en torno a estas mujeres que permite el desarrollo del ejercicio ya sea legal o ilegalmente.

III.-

Desde la autoridad se pretendió que el burdel reglado fuese el centro de control de estas mujeres, tanto en el orden moral como en el sanitario, aplican- do una férrea normativa que trataba de recluir el ejercicio de la prostitución a esas paredes, y de esta forma preservar el “cuerpo social”.

En el caso de las casas de huéspedas con pupilas el burdel se transformaba en un auténtico centro de reclusión gobernado por el ama que funcionaba en la mayoría de los casos como juez y parte y con el beneplácito de las autoridades. Con ello las autoridades interpretaban tener un agente en el burdel que ayuda- ba a mantener el orden moral y a limitar el mal venéreo y las amas conseguían un control sobre las pupilas que les permitía prolongar su estancia por medio de la coacción y la violencia.

Podemos afirmar que las condiciones de vida de muchas de las me- retrices en los prostíbulos debieron ser durísimas. El reglamento de 1892, nos confirmó muchas de nuestras sospechas sobre el poder despótico que el ama ejercía sobre sus pupilas; así, a través de las prohibiciones que se

27 Ibidem, págs 169-170 28 Molinet, Dr. Eugenio: Memoria informe de la Sección Médica de la Higiene Especial … Opus cit.

181 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX establecieron para evitar los abusos de las amas, descubrimos que existía un absoluto control sobre la posibilidad de cambiar de domicilio libremente de las pupilas, reteniéndolas por supuestas deudas de ropas y mobiliarios que en numerosos casos se les habían vendido directamente por el ama a altos precios29. Esta situación no difería en mucho de otras que hemos observado en otros países, como Italia o Francia, y sabemos que, desde antiguo, era usual el sistema de la usura sobre los utensilios del oficio como jabones, cosméticos, perfumes, desinfectantes, ajuar, etc.. Pero junto a ese pago co- tidiano abría, en muchas ocasiones, una deuda mayor representada por el coste del pasaje; deuda contraída con las redes prostitucionales vinculadas al tráfico de mujeres de otros puertos del Caribe y las Islas Canarias. Muje- res que estaban sometidas a un régimen de semiesclavitud en los burdeles habaneros, reclutadas por antiguas prostitutas convertidas ahora en empre- sarias30.

Las amas que consiguieron riquezas y poder y que en su inmensa mayo- ría habían ejercido el oficio, consiguieron convertirse en empresarias capaces de editar un periódico, La Cebolla, y presionar a la administración en beneficio de sus negocios; mujeres, casadas en su mayoría, que rompieron la línea del destino al que estaban abocadas, pero mujeres que también asumieron el rol que les había asignado la sociedad para poder controlar el espacio prostitu- cional. El Dr. Francisco Giralt, afirmaba sobre ellas que “...son admitidas en el gran mundo, y aunque se murmure de ellas secretamente, todos hacen justicia a sus cualidades si son buenas, y se echa al olvido su escandaloso pasado.” Estas frases nos indican, aparentemente, que existía una menor rigidez y una mayor permisi- bilidad social de lo que se puede pensar inicialmente, al menos entre las pros- titutas blancas que alcanzaban un alto nivel económico en La Habana, y nos hace reflexionar sobre la marginalidad existencial que se pretendía imponer a través de la creación de “ideografías” sociales insertadas por la simbología de la clase dominante31.

Pero también se puede detectar una simbiosis entre las amas y las muje- res que trabajaban y, en ocasiones, habitaban en la casa. Las prostitutas que ejercían bajo la tutela del burdel también obtenían una cierta protección frente

29 Reglamento para el Régimen de la Prostitución en la ciudad de La Habana. La Habana, 1892. 30 Gullón Abao, Alberto: Prostitución e imagen en la Cuba de fines del siglo XIX. En prensa 31 Giralt, Francisco: Amor y prostitución....’ Opus cit. ,Andreo García, Juan y Gullón Abao, Alberto: “Vida y muerte de la mulata. Crónica ilustrada de la prostitución en Cuba del XIX. En Anuario de Estudios Americanos, LIV-., Sevilla, 1997.

182 Alberto José Gullón Abao al acoso médico, la persecución y los abusos policiales, los proxenetas y los peligros de ejercer en las callejuelas habaneras32.

Una red de sociabilidad interna se vislumbra entre ellas que se transfor- maba en vínculos de protección para hacer frente a la situación que les había tocado vivir. Un caso sería el exhaustivo control médico que las obligaba a guardar una reclusión hospitalaria en caso de enfermedad venérea, impidién- doles trabajar, y que en numerosas ocasiones acababan en fugas, incluso ayu- dadas por otras compañeras, o en presiones de las amas, que utilizaban sus contactos para sacar a estas mujeres antes de la cura.33

En el plano individual, con el beneplácito e incluso ayuda del ama, exis- tían todo tipo de artimañas para tratar de sobrepasar las revisiones periódicas sanitarias. A la huida o el fingimiento de menstruación, avisadas de la presen- cia del doctor, hemos de sumarle la utilización de cuartos sin suficiente lumi- nosidad para las revisiones34; la ocultación de ulceras cubriéndolas con polvos, col-crean, tela fina de vejiga, polvos de carbón o los lavados abundantes antes de la revisión que “…hacían desaparecer de la vagina, cuello o fondo de saco toda traza de supuración”35.

Pero la sociabilidad propia del burdel no se limitaba en exclusividad a la ayuda mutua para ejercer el oficio y evitar los controles. En ocasiones los burdeles era un negocio familiar como en el caso que encontramos registrado en el censo de 1864 de La Habana, en donde aparece Dª Felicia Martínez con dos pupilas y sus dos hijas ejerciendo la prostitución36. En otros casos hemos percibido dentro de los burdeles que era frecuente y práctica usual que los hijos vivieran en las casas de prostitución –los niños de 5 a 14 años de edad y las niñas entre los 2 y los 16 años–; asimismo, determinados días y a determinadas horas las prostitutas podían recibir visitas de sus amantes, incluso en algunos casos estos hombres permanecían en los burdeles las horas de trabajo, aunque

32 detención de un individuo, ante la queja de una Dueña de casa de prostitución, ya que el referido individuo había maltratado a mujeres bajo su tutela “...ocasionándoles lesiones leves, porque una de ellas se había negado a darle dinero, como tenía acostumbrado” Diario de La Marina. Miércoles, 15 de octubre de 1893. 33 Gullón Abao, Alberto. “El Hospital de Servicio de Higiene Pública. El control médico de la prostitu- ción en Cuba a fines del XIX”. En el III Congreso Internacional de ADHILAC, Pontevedra, 2001. 34 dar el “candilazo” buscar efectos de sobra cuando se aproxima el médico con la vela o poner los dedos en las partes sospechosas, tapándola de la vista del médico. 35 dr. Eugenio Molinet: Memoria informe de la Sección Médica de la Higiene Especial correspondiente al año de 1988. Habana. Imprenta de Francisco Xáques 1900. Pág 9. 36 B.N. Manuscrito 20138

183 Los burdeles tolerados habaneros en la segunda mitad del siglo XIX parece ser que no era lo corriente. Esto nos lleva a pensar en el burdel como es- pacio de sociabilidad familiar complejo, alejado de la idea de familia prototipo de la época, en donde los niños debieron ser cuidados y atendidos por las otras prostitutas y en donde los chulos o queridos protegían a sus mujeres e, incluso, a los hijos cuando estas atendían a los clientes.

Asimismo, la supuesta marginalidad en donde se trataba de enmarcar a estas mujeres, aislándolas dentro de lo posible del denominado cuerpo social en espacios acotados y con vigilancia, habría que matizarla; máxime cuando muchas tenían familia y eran responsables, o al menos ayudaban, a los padres y hermanos en la economía familiar. Descripciones como las que hace el Dr. Alfonso ponen en evidencia la connivencia y tolerancia dentro de la familia de estas mujeres, “...nosotros hemos visto a un padre venir por las mañanas a la mance- bía clandestina a buscar el diario que le pasaba la hija y esperaba hasta que lo pudiera recibir y a no pocas madres y hermanas –de vivir honesto- esconderse en la casa, o ale- jarse, para dejar una libre acción a la hija prostituta que acababa de traer un cliente.”.37 De este modo, aún cuando la prostitución fuera considerada como una ocupa- ción despreciable por parte de la familia, era evidente que algunas prostitutas utilizaban sus ingresos para mantener a los miembros de su parentela y la connivencia y protección de estas mujeres dentro del seno social debió existir.

Como podemos observar el burdel no sería por lo tanto un elemento ais- lado dentro del entramado urbano sino que formaría parte del campo social, económico e, incluso, cultural. Por lo tanto abría que plantearse hasta qué punto las casas de tolerancia eran rechazadas por la sociedad que les rodea- ba38. Es cierto que las protestas vecinales ante los escándalos, los ruidos o el establecimiento de estos en calles principales o cercanas a iglesias y colegios fueron una constante en La Habana; pero también encontramos una pléyade de empresarios que obtenían jugosos dividendos de la actividad prostitucional, directa o indirectamente.

Esta situación se puso claramente de manifiesto cuando a principios del siglo XX se intentó trasladar la zona. En teoría la designación de la zona res- pondía a los ayuntamientos, pero había que contar con las ideas de los alcal- des, corporaciones municipales y las autoridades sanitarias.

37 dr. Ramón Mª Alfonso: La reglamentación de la prostitución. Breves apuntes sobre como debe ser en Cuba. Habana, 1912. Pág. 47 38 Marín Hernández, Juan José: “Perspectivas y problemas para una historia social … Opus cit.

184 Alberto José Gullón Abao

Se percibe un juego de estrategias que tiene que ver con el crecimiento de la ciudad y el interés que suscita para determinados grupos el ocupar las an- teriores zonas apartadas que ahora aparecen como sitios de tránsito o centros industriales. Asimismo, se puede observar como vecinos influyentes presionan para que la zona se traslade a propiedades que tienen en las afueras y que pre- tenden se urbanicen, ya que “... no solo se erigirán allí casas, fabricadas por él o por otros, pues hay inquilinos seguros desde ese momento, sino que habrá que dotar a esa parcela de terreno de agua, alumbrado calles, aceras, policías, etc...”. Otras veces es el conjunto de intereses de aquellos que viven del barrio –bodegueros, tenderos, arrendadores, etc..- que aducen todo tipo de razones para que la zona no se mueva y son tan satisfactorias que a veces revocan acuerdos tomados. También se puede observar presiones sobre el jefe de Higie- ne para trasladar la zona a sitios que, a juicio de los médicos, son inadecuados por lo que las meretrices emigran y el servicio se desbarata39.

En resumidas cuentas, desde los burdeles habaneros tolerados se trató de racionalizar la prostitución como un servicio que preservara el denominado “cuerpo social”; sin embargo, la clandestinidad de muchos de ellos superaron los límites que se les había ofrecido en la ciudad en busca de la creciente de- manda sexual, con el beneplácito de complejas redes que crearon un entrama- do de intereses en torno a los burdeles para proteger a las empresarias del sexo y a las meretrices que lo ocupaban. Al mismo tiempo, una sociabilidad propia del burdel se nos presenta ante la situación existencial en que vivían estas mu- jeres y que, en numerosas ocasiones, transgredía la norma y la moral que se les pretendía imponer desde la sociedad burguesa dominante.

39 Alfonso, Dr. Ramón Mª: La reglamentación de la prostitución. Breves apuntes..... Opus cit, pág.114. Dr. Eugenio Molinet: Memoria informe de la Sección Médica de la Higiene Especial.. Opus cit.

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Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamérica

Adalberto Santana1

En el presente trabajo se exponen las relaciones que en los últimos años del siglo XX y en los principios de la nueva centuria mantiene Cuba con los países centroamericanos. Se trata de identificar determinados vínculos de esas naciones, particularmente la situación de sus relaciones diplomáticas y la cola- boración de Cuba con los pueblos centroamericanos. Aspectos que a su vez los situamos en el escenario de la dinámica política y económica que se presenta en el conjunto de la región latinoamericana.

1.- Antecedentes de las relaciones Cuba-Centroamérica

Históricamente las relaciones de la mayor de las Antillas con Centroamé- rica se remontan a los primeros contactos del descubrimiento de las Américas. Desde Cuba llegó a lo que hoy son los países centroamericanos el mayor flujo de migrantes españoles y un significativo número de afrodescendientes que arribaron al Nuevo Mundo. Flujo que transcurrió durante casi todo el periodo colonial español y que se prolongó después del proceso de independencia de los años veinte del siglo XIX.2

1 Adalberto Santana es director e investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM. Fue profesor invitado de la Universidad Nacional Autónoma de Nica- ragua en 1980. Es miembro honorario de la Academia Hondureña de Geografía e Historia y recibió Mención Premio Casa de las Américas 2003. Es autor de varios los libros, destacando entre ellos: El pensamiento de Francisco Morazán (cuarta edición, La Habana, 2007); El narcotráfico en América Latina (Siglo XXI, 2004) y Retos de la migración latinoamericana (IPGH, 2007) entre otros. Es a su vez director académico de la revista Cuadernos Americanos (México). 2 Cf. Murdo J. Macleod, Historia socioeconómica de la América Central Española, 1520-1720, Guate- mala, Editorial Piedra Santa, 1980.

187 Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamerica

Al quedar Cuba junto con Puerto Rico como los últimos bastiones colo- niales de España en América, ese flujo no concluyó, por el contrario se man- tuvo. Por un lado como un vínculo de comunicación, ya que La Habana era un paso necesario por la vía marítima de Europa hacia América hasta los años cuarenta del siglo XX.

El economista cubano Oscar Pino Santos al analizar el fenómeno migrato- rio producido en Cuba entre los años 1902 y 1925, menciona cómo la intensidad del mismo hizo ascender a cerca de un millón el número de personas llegadas a Cuba procedentes del exterior. Muchos siguieron viaje, pero alrededor de 600 000 se quedaron y arraigaron en el país. Entre ellos había miles de españoles (60% del total) judíos del centro y el este de Europa, sirios, libaneses, palestinos, chinos, norteamericanos, yucatecos, puertorriqueños y otros antillanos.3

En otro sentido la migración de cubanos hacia Estados Unidos e incluso para Centroamérica también se desarrolló durante todo el siglo XIX en virtud de presiones económicas y políticas que ocurrían en la isla.4 Pensemos que para el proceso independentista cubano las tierras centroamericanas fueron en la época que vivió José Martí, un refugio para destacados exiliados políticos cubanos que estaban empeñados en luchar y lograr la independencia de la mayor de las Antillas. Asimismo, diversos gobiernos y actores políticos de la región centroamericana brindaron un aporte destacado y sustancial a esa cau- sa independentista.5

Décadas después, tras la derrota española durante la llamada guerra “hispano-americana” y con la consecuente salida de las tropas españolas en 1898, comenzaron a formalizarse las relaciones diplomáticas con Centroamé- rica a partir de 1902, con lo cual comenzó una relación de mayor estabilidad.6

3 Rolando Alvarez Estévez, Azúcar e inmigración 1900-1940, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1988, p. 4. 4 Cf. Patricio Cardoso Ruíz y Luz del Carmen Gives Fernández, Cuba-Estados Unidos: análisis histórico de sus relaciones migratorias, Toluca, UAEM, 1997, pp. 15-59. 5 Véanse los siguientes trabajos referidos al tema de la migración y de lo fecundo del exilio cubano en otros países del área, particularmente en Centroamérica y México: Carlos Bojórquez Urzaiz, Cartas de un exiliado, Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, 1990; Carlos Bojórquez Urzaiz, Cubanos pa- triotas en Yucatán, Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán/Facultad de Antropología, 1988; Hugo Crombet, La expedición del Honor, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1999; Rafael Leiva Vivas, Presencia de Máximo Gómez en Honduras, Tegucigalpa, UNAH, 1978; Mario Oliva Medina, José Martí en la historia y la cultura costarricense, San José, C. R., EUNA, 1995 y Adalberto Santana, “Honduras en la vida y obra de José Martí”, Cuadernos Americanos (México), núm. 51 (mayo-junio, 1995), pp. 221-232. 6 Cf. Leopoldo Zea y Mario Magallón (compiladores), 1898 ¿desastre o reconciliación?, México, IPGH/ FCE, 2000 y Leopoldo Zea y Adalberto Santana (compiladores), El 98 y su impacto en Latinoamérica, México IPGH/FCE, 2001.

188 Adalberto Santana

Situación que perduró hasta el más grande fenómeno político generado en la región latinoamericana, como fue el triunfo de la Revolución Cubana en 1959.

Un panorama de las relaciones, en el caso de Costa Rica con Cuba, nos lo brinda la postura que asumió el presidente Figueres Ferrer y su proyecto de Legión del Caribe. Específicamente en un momento cuando tenía en la mira a dictadores como Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana y Fulgen- cio Batista en Cuba. Al respecto nos dice Jorge Rhenán Segura, que:

En 1958, Figueres y Betancourt enviaron ayuda material a los revolucio- narios que estaban en la Sierra Maestra para derrocar al régimen. En 1959, Fidel Castro y su grupo entraron victoriosos a La Habana, e inmediatamente, el ex presidente Figueres los visitó. Ambos líderes se pusieron a discutir pú- blicamente sobre el modelo de gobierno por seguir. Castro, en ese momento, propugnaba por la tesis de que Latinoamérica debería adoptar una posición neutral entre los dos bloques que pugnaban a escala mundial, pero su posición contra “uno de los imperialismos” chocó a Figueres, quien abandonó rápida- mente la isla sin proporcionar mayores explicaciones.7

Es evidente que el proceso revolucionario gestado en la isla tuvo una re- percusión impactante en toda América Latina, pero particularmente en Cen- troamérica. A esto se agregó la influencia de Washington para que Cuba fuera expulsada de la Organización de Estados Americanos en 1960.

Esa situación impulsó la pugna del gobierno de la Isla contra las dic- taduras que prevalecían en el istmo centroamericano, muy parecidas como modelo a la de Fulgencio Batista. Recordemos que algunos de esos gobiernos eran producto de imposiciones de facto y a su vez eran apoyados por la Casa Blanca. Tal como era el caso de la dictadura militar somocista en Nicaragua o como las que imperaban tras sucesivos golpes de Estado en Guatemala, El Salvador y Honduras. Regímenes militares que hacían de Centroamérica un área muy propensa para que los contingentes revolucionarios locales retoma- ran la experiencia cubana para impulsar en él un fenómeno insurreccional con características semejantes al dirigido por el Movimiento 26 de Julio.8

7 Jorge Rhenán Segura, “Costa Rica y su contexto internacional” en Costa Rica contemporánea, raíces del estado de la nación, San José, C. R., Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1999, p. 326. 8 Cf. Mario Monteforte Toledo, Centro América, subdesarrollo y dependencia, vol. 2, México, UNAM, pp. 252-282.

189 Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamerica

Esta fue la pretensión original del Frente Sandinista de Liberación Nacio- nal9, o de otras formaciones guerrilleras en Guatemala.10 Al respecto, el fun- dador del FSLN escribió: “Es con el surgimiento de la Revolución Cubana de 1959 que el marxismo llegaría al rebelde espíritu nicaragüense”.11 Esto quiere decir que la experiencia de la expedición del Granma, que partió de México y con la que se remontó la guerrilla a la Sierra Maestra, fue asimila- da por el FSLN, cuando se organizaron las primeras columnas guerrilleras sandinistas en Yule, Chaparral, Pueblo Nuevo y Río Poteca en los inicios del decenio de los sesenta.

Esta misma situación fue la que a su vez generó la ruptura de relaciones diplomáticas entre Cuba y los gobiernos centroamericanos, particularmente cuando el gobierno de La Habana fue expulsado de la OEA. Por ejemplo, el gobierno que presidía en Honduras José Ramón Villeda Morales decretó una ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. En una misiva fechada en Tegucigalpa el 24 de abril de 1961 dirigida al canciller cubano, Dr. Raúl Roa y García por Roberto Perdomo Paredes, Ministro de Relaciones Exteriores por la ley, le comunicaba:

El Gobierno de la República, en decisión tomada en el Consejo de Minis- tros y acatando la voluntad del pueblo hondureño libre y expresamente ma- nifestada, ha resuelto retirar el representante Diplomático acreditado por nuestro país ante el Ilustrado Gobierno de Cuba, quedando en suspenso las relaciones diplomáticas entre ambos Estados... Obedece tal determina- ción, a un reclamo imperativo de la soberanía popular hondureña, la cual se mantendrá firme en tanto el Gobierno de Vuestra Excelencia no acepte someterse a la disciplina y normas del Sistema Interamericano.12

Esa suspensión de relaciones se presentaba exactamente a unos cuantos días de la derrota de las fuerzas intervencionistas que en Cuba se habían hecho presentes en Playa Girón. El mismo gobierno hondureño en un comunicado que emitió el día 24 de abril señalaba:

9 Cf. Adalberto Santana “Revoluciones contemporáneas en América Latina: Cuba y Nicaragua”, en Cuadernos Americanos (México), núm. 7 (enero-febrero, 1988), pp. 140-149. 10 Mario Monteforte Toledo, op. cit. , pp. 257-265. 11 Carlos Fonseca Amador, Obras, Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1982, t. 2, p. 87. También pue- de consultarse del mismo autor su ensayo político: “Nicaragua Hora Cero”, en Bajo la bandera del Sandinismo (textos políticos), Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1981, pp. 171-194. 12 Memoria presentada al Congreso Nacional por el Secretario de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores, tomo I., Dr. Andrés Alvarado Puerto durante el periodo comprendido del 1o. de octubre de 1960 al 30 de septiembre de 1961, “Rompimiento de Relaciones con la República de Cuba”, p. 308 (Sección Di- plomática, núm. 462-A.UM., Ministerio de Relaciones Exteriores), Archivo de la Comisión Soberanía y Fronteras, Ministerio de Relaciones Exteriores, Honduras.

190 Adalberto Santana

Reitera el Gobierno de la República su firme determinación de respeto ab- soluto al principio de no intervención como norma de vida civilizada en las intervenciones interamericanas y de convivencia pacífica entre los estados del mundo libre.13

Agregando más adelante:

El Gobierno de Honduras reafirma su convicción de que el destino de América encontrará definición permanente en los principios inmutables de la filosofía cristiana, mediante el respeto a la dignidad del hombre, a la propiedad privada y al sistema económico de libre empresa, al régimen de tolerancia política dentro de la ley y a la inviolabilidad de la vida humana.14

En esta coyuntura y en esta toma de posiciones, entre los gobiernos de Centroamérica y el de Cuba se delineaba una clara línea divergente.15 Pensemos que un mecanismo de defensa de la Revolución Cubana frente a sus adversarios regionales fue hasta los años setenta, el impulsar acciones y organismos como la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Entidad que en su primera conferencia celebrada entre el 31 de julio y el 10 de agosto de 1967 en La Habana, el comandante Fidel Castro al clausurar la reunión señalaba: “... proclamamos que con combatientes cubanos podrá contar el movimiento re- volucionario en cualquier rincón de la tierra”.16 Era un momento precisamente en que el comandante Ernesto Che Guevara se encontraba en un nuevo frente de guerra, en Bolivia. Incluso, previamente a su llegada a ese país sudamerica- no, había estado explorando directamente las condiciones para abrir un foco insurreccional en Centroamérica, en territorio de Honduras para desde ahí in- cursionar hacia Nicaragua.Una situación semejante también se expresó ya para la década de los años ochenta y comienzos de los noventa cuando el gobierno sandinista enfrentaba un fuerte y agudo conflicto con el gobierno estadouniden- se.17 Las diferencias en la política exterior de la mayoría de los gobiernos centro- americanos (Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Honduras) frente a Cuba y Nicaragua, se explican por el fuerte alineamiento que los primeros mantenían con Washington. En tanto que para los segundos con sus respectivos triunfos revolucionarios mostraban por primera vez en la historia latinoamericana un signo de real independencia. Esta situación a su vez generó otro elemento en los

13 bid., p. 310. 14 bid., p. 311. 15 Mario Monteforte Toledo, op. .cit., p. 268. 16 Alberto Salazar Gutiérrez y Víctor Pérez Galdós, Visión de Cuba, La Habana, Editora Política, 1987, p . 93 17 Cf. Francisco López Segrera, Cuba y Centroamérica, México, Claves Latinoamericanos, 1986.

191 Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamerica vínculos entre Cuba y Centroamérica, producto del cambio revolucionario. Este correspondió al proceso migratorio del exilio cubano. Si bien en mayor medida éste se orientó en su flujo a los Estados Unidos, un pequeño remanente de él se ubico en el área centroamericana, gestando con ello la figura de un segmento de la comunidad cubana exiliada en el istmo. Las mismas transformaciones que se experimentaron en la isla en los inicios de los años sesenta, orientó que de ella salieran en una primera oleada: “Propietarios y administradores de la banca, altos funcionarios de empresas estadounidenses que fueron afectados por las medidas revolucionarias. Unos 200,000 cubanos, la mayoría ricos o pertenecien- tes a la clase media alta salieron por esa razón”.18

Esta migración fue inicialmente más notoria en virtud de su origen de clase y por su marcado antagonismo ideológico con el régimen revolucionario, dado su acendrado anticastrismo militante, que en determinado momento se ubicó con claros nexos en relación con las cúpulas del poder centroamericano.

En Nicaragua, en años previos al triunfo de la Revolución Popular San- dinista en 1979, los grupos anticastristas tenían en la dictadura de Somoza a su más fiel aliado regional. Posición que se hizo más evidente con la puesta en marcha de los planes contrainsurgentes en los comienzos de la década del sesenta con el desembarco de la Brigada 2506 en Playa Larga y Girón en abril de 1961.19 Operación que tuvo como uno de sus principales puntos de partida el territorio nicaragüense (Puerto Cabezas) y que Carlos Fonseca Amador de- nunció en enero de ese año los preparativos de la invasión de Bahía de Cochi- nos en un momento en que la nueva guerrilla sandinista comenzaba a dar sus primeros pasos precisamente en la frontera norte de Nicaragua.20

Ese tipo de acciones contrarrevolucionarias prosiguieron más tarde en las décadas posteriores en otros países centroamericanos, sobre todo cuando el conflicto político-militar creció durante los años ochenta y noventa del si- glo XX. Así, diversos terroristas de filiación anticastrista tuvieron un papel significativo en los planes contrainsurgentes impulsados por Washington en

18 Patricio Cardoso Ruíz y Luz del Carmen Gives Fernández, op. cit., p. 73. 19 Confirmando la participación somocista y del mismo gobierno estadounidense, en marzo de 1998, la misma Agencia Central de Inteligencia (CIA), reconoció su involucramiento cuando su director Geor- ge Tener, ordenaba la recuperación de los cuerpos de dos pilotos cubanos entrenados por la CIA, los cuales habían fallecido en un accidente aéreo cuando regresaban tras el fracaso de la invasión a Playa Girón a una base militar en el departamento de Jinotega, Nicaragua, La Prensa (05/07/2002), DE: www.laprensa.com.caarc/9803/c17002.htm 20 Lucrecia Lozano, De Sandino al triunfo de la revolución, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 57.

192 Adalberto Santana la región centroamericana. Ellos jugaron un papel central dada su experien- cia y nexos con la Agencia Central de Inteligencia.21 Incluso, estos vínculos, todavía a fines de los años noventa eran evidentes.22 Por ejemplo, la misma administración del presidente William Clinton ordenó en septiembre de 1998 a sus diplomáticos ubicados en la región “presionar” a los gobiernos centro- americanos para investigar y procesar si era necesario a los exiliados cubanos acusados de cometer actos de activistas en La Habana.23 Tema que se originó por el hecho de que terroristas anticubanos habían sido detenidos en Puerto Rico por querer atentar contra la vida en esos momentos del presidente Fidel Castro. Asunto que a su vez se vinculó con el dirigente anticastrista y agente de la CIA, Luis Posada Carriles quien vivió en Centroamérica por casi década y media. Este personaje en sus antecedentes destaca que:

Se asentó en El Salvador, donde bajo el mando de su amigo Félix Ro- dríguez sirvió a la CIA en el abastecimiento de armas a la contrarrevolución nicaragüense. Cuando explota el escándalo Irán-Contras, la presencia de Po- sada, un terrorista internacional prófugo de la justicia venezolana, forma parte de las arbitrariedades que destaca la prensa. A pesar de esto, puede emigrar a Guatemala, donde años más tarde es víctima de un atentado que atrajo otra vez la atención internacional.24

En Centroamérica Posada realizó diversas acciones contra Cuba y fungió como asesor en la guerra regional de los años ochenta y noventa. Este persona- je de la contrarrevolución pro estadounidense, hasta julio del 2003 todavía se encontraba detenido en Panamá por realizar varios atentados contra objetivos cubanos en el exterior, el más destacado fue el haber puesto una bomba en un avión cubano frente a Barbados en 1976 que cobró 73 víctimas.25

21 Cf. Roberto Bardini, Conexión en Tegucigalpa (el somocismo en Honduras), Puebla, UAP, s. f.; Grego- rio Selser, Honduras, república alquilada, México, Mex-Sur Editorial, 1983.; Ventura Ramos, Honduras: guerra y anti-nacionalidad, Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, 1988 y Adalberto Santana, “La contra- rrevolución en Cuba y Nicaragua”, Latinoamérica Anuario Estudios Latinoamericanos (México), núm. 18 (1985), pp. 253-273. Cabe apuntar que entre 1980 y 1990, Honduras mantuvo en 500 kilómetros de su territorio a más de 15 mil combatientes de los grupos contrarrevolucionarios nicaragüenses, mejor conocidos como “contras” y a sus 43 mil familiares. estos grupos fueron financiados por el gobierno de los Estados Unidos y sus objetivos eran derrocar por la vía militar al gobierno sandinista. 22 Cf. Jesús Arboleya Cervera, La contrarrevolución cubana, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1997, pp. 143-167. 23 La Prensa (1 de octubre de 1998), DE: www.laprensahn.com/caarc/9810/c01005.htm 24 Jesús Arboleya Cevera, op. cit.., p. 164. 25 Ibid., pp. 165-167. Hasta el mes de julio de 2002, en Panamá junto a Posada Carriles se les seguía proceso a otros terroristas anticastrista, como Gaspar Jiménez Escobedo, Guillermo Novo Sampoll y Pedro Remón Rodríguez, Granma (10/07/2002), DE: www.granma.cubaweb.cu/2002/permanente/ articulo16.htm. Incluso en la misma Cuba esta situación también se presentaba con otros sicarios cen-

193 Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamerica

Paradójicamente, la presencia de cubanos en Centroamérica para fines de la década del noventa en la primera del siglo XXI es una muy distinta y obe- dece a una ayuda solidaria de Cuba hacia el conjunto de los países del istmo. Sin embargo, también hay que considerar que en los años del Gobierno de Re- construcción Nacional de Nicaragua (1979-1990), la presencia cubana fue po- líticamente más evidente. Las necesidades de un proceso revolucionario como el sandinista, requería contar la experiencia política y técnica cubana para la conformación del nuevo estado revolucionario. Cuestión que se comenzó a erigir a partir del mismo 19 de julio de 1979. Un ejemplo de esto fue la asesoría cubana en el diseño y realización de la Cruzada Nacional de Alfabetización en 1980.26 Asimismo esta presencia se desarrolló en otras instancias requerida por el gobierno sandinista. Colaboración que se interrumpió con el cambio políti- co que se efectuó en Nicaragua con la llegada a la presidencia del gobierno de Violeta Barrios de Chamorro.

2.- Paz, integración y globalización

La presencia cubana en los otros países centroamericanos era menos sig- nificativa, en virtud de la misma lógica del conflicto centroamericano, donde a Cuba se le identificaba como un factor de inestabilidad en la región. Solamente las relaciones de Cuba con los países centroamericanos se habían mantenido con la misma Nicaragua, con Panamá y Belice. En el contexto de esa situación de finales de los ochenta e inicios de la década del noventa, tras la desaparición del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) que implicó la desapari- ción del campo socialista en Europa Centro-Oriental entre 1989 y 1992, Cuba entró en una situación de mayor conflicto económico y social. Particularmen- te por el agravamiento de la situación interna tanto por el endurecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero estadounidense lo que en gran me- dida originó el inicio del llamado periodo especial, agravado este último por

troamericanos que el mismo Posadas “envío mercenarios salvadoreños a Cuba para colocar bombas en hoteles y lugares turísticos”, La Prensa (8 de junio de 1998), DE: www.laprensahn.com/natarc/9806/ n08001.htm. Incluso a Posadas se le seguía un juicio por realizar en el mismo territorio cubano aten- tados terroristas. Lo más reciente de los nexos de Washington con Posadas Carriles, fue la denuncia que a fines de agosto realizó el presiente de Honduras, Manuel Zelaya, quien “reveló que al inicio de su gobierno el ex embajador Charles Ford le propuso que le diera asilo político en Honduras al anti- castrista Luis Posada Carriles, pero que él se negó rotundamente a hacerlo”. Cf.: http://www.proceso. hn/2008/08/27/Nacionales/E.CMel.E/8001.html 26 documentos del II Congreso nacional de Alfabetización, Managua, Ministerio de Educación, 1981, p. 178.

194 Adalberto Santana el derrumbe del bloque socialista que generó que Cuba perdiera 81% de sus exportaciones al CAME y 85% de las importaciones que provenían de él.27

La capacidad de importación del país se redujo de más de 8,100 millones de dólares anuales a alrededor de 2,200; 8,100 millones de dólares en el año de 1989, cuando se podía considerar que todavía se desarrollaban plenamente los vínculos con la comunidad de países socialistas, y 2,200 como estimado de capacidad de importación del país para el año de 1992. Quiere decir que el país ha tenido que vivir en este año con un 73 por ciento menos de los recursos de importación con que venía funcionando normalmente la economía del país y la vida de la población.28

En medio de esa situación y sin mantener relaciones muy acordes con la política de algunos gobiernos centroamericanos, Cuba con las necesidades apremiantes, brindó a raíz de los efectos del huracán Mitch una significativa colaboración médica. Apoyo solidario que tiene como antecedente una polí- tica de estado que comenzó en 1960 cuando el gobierno cubano aportó una brigada médica a Chile en apoyo a los damnificados tras los terremotos de aquel año.29

Pero fue en 1967 cuando los trabajadores de la salud comenzaron en for- ma permanente un trabajo internacionalista. En el caso de Nicaragua fue tras los terremotos de 1972, momento en el que Cuba ofreció su colaboración hu- manitaria independientemente de que el dictador Anastasio Somoza estuviera en el poder. Esa política hasta 1999, permitió que 25,000 trabajadores de la salud hayan prestado su colaboración en 174 países. Esa ayuda médica la ha brindado a Cuba hasta nuestros días, un gran prestigio internacional y sobre todo en la región centroaméricana y caribeña en la primera década del siglo XXI. En virtud de un serie de convenios que firmó el gobierno cubano con otros países que le solicitan esos servicios y también a través de los organismos internacionales del Sistema de Naciones Unidas, la presencia cubana se ha

27 Adalberto Santana, “Dinámica de la integración de Cuba: economía y política”, en Cuadernos America- nos (México), núm. 84 (noviembre-diciembre, 1999), pp. 95-111. 28 Carlos Lage, El desafío económico de Cuba, La Habana, Entorno, 1992, p. 4. 29 Se llegó a reconocer que el impacto generado por el huracán Mitch en su paso por Centroamérica (úl- timos 10 días del mes de octubre de 1998, afectó directamente a uno de cada diez centroamericanos). Honduras fue el más convulsionado, donde casi una cuarta parte de la población resultó afectada, en tanto que en Nicaragua alcanzó a un 20%. Llegando a tener el conjunto del área centroamericana cerca de dos millones de damnificados. Informe Estado de la Región en Desarrollo Humano Sostenible/ Proyecto Estado de la Región, San José, C. R., Proyecto Estado de la Nación, 1999, pp. 253-274.

195 Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamerica visto fortalecida en toda la región de la Cuenca del Caribe, e incluso en otros países latinoamericanos como Venezuela donde han sido parte medular de la Misión Barrio Adentro.

Así, para fines del siglo XX, la colaboración médica cubana tenía más de 2,300 trabajadores de la salud en más de 50 países, cerca del 50% en el con- tinente americano, destacando Centroamérica entre las regiones más favoreci- das.30 Tan sólo en Honduras entre noviembre de 1998 y el mes de julio de 1999 los médicos cubanos de las siete brigadas que atendieron la situación de emer- gencia, lograron realizar 390,265 consultas y 183,751 acciones de enfermería y realizaron casi cinco mil cirugías mayores y 2,376 menores.31 En tanto que en Guatemala en dos años de permanencia de los médicos cubanos entre noviem- bre de 1998 y diciembre de 2000, brindaron más de “dos millones de consultas, de ellas a 712,308 niños, y han realizado 11,543 intervenciones quirúrgicas en diez de los 22 departamentos del país”.32 En el caso de El Salvador, ahí también la presencia médica desempeñó un papel destacado, pero la política netamente anticubana del gobierno del presidente Flores y más tarde la de Saca, entre otros funcionarios salvadoreños, se mostró su anticubanismo evidente.33

La continuidad de la política de colaboración médica la podemos com- prender tanto por el logró de las conquistas sociales de la Revolución Cubana y por el mismo recrudecimiento del bloqueo estadounidense desde la aproba- ción de la Ley Helms-Burton (1996). Cuestión que propició buscar en ese tipo de campañas romper el aislamiento de Cuba con los países centroamericanos. Favoreciendo así un clima de mayor entendimiento, sobre todo después de la culminación del conflicto militar en la región centroamericana.

Política que sin duda posibilitó que Cuba sumara el voto centroamericano en contra del bloqueo estadounidense en las sesiones de condena al mismo seno de la ONU. Otro elemento que explicó la implementación de esta cola- boración médica, obedeció a las propias condiciones de la situación del grueso de su población en la isla. Nos referimos a altos niveles educativos. Recorde- mos que la escolaridad media de la población llegó al 9º. grado, en tanto que la tasa de alfabetización alcanzó al 96 por ciento de la población. Junto con ello, Cuba posee un sistema de salud mejor que muchos países desarrollados.

30 La Salud Pública en Cuba. Hechos y cifras, UNICEF/Ministerio de Salud Pública, La Habana, 1999, p. 55 31 La Prensa (30 de julio de 1999): www. laprensahn.com/natarc/9907/n30001.htm 32 La Prensa (12 de diciembre de 2000): www. laprensahn.com/caarc/0012/c12002.htm 33 La Prensa (24 de junio de 1999): www. laprensahn.com /caarc/9906/c24002.htm y La Prensa (24de junio de 1998): www. laprensahn.com /caarc/9806/c02003.htm

196 Adalberto Santana

Éxitos que pueden explicarse por haberse puesto al centro de esas acciones los intereses de los sectores nacionales. Esto quiere decir, que se subordinaron los privilegios individuales a los colectivos.

En esa lógica de intereses, una prioridad para el Estado cubano es la salud de cada uno de los ciudadanos como un componente principal de la calidad de vida y como un punto estratégico en el desarrollo de la sociedad socialista.

Esto explica cómo a pesar del periodo especial que vivió la economía cubana, la política estatal ha mantenido como prioridad la salud de toda su población. Lo que se traduce en el hecho de que los gastos para ese sector no se hayan reducido y por el contrario a pesar de la crisis económica el presupuesto para esos servicios se incrementó con relación a los diez años anteriores. Algunos indicadores dan prueba de esto. Por ejemplo, el 99,9 por ciento de los niños nacen en instituciones de salud sin ningún costo para los padres. La mortalidad infantil en la isla caribeña ha tenido en los últimos 40 años un descenso marcado y permanente. En 1998 la tasa fue de 7,1 por cada mil nacidos vivos. Cifra únicamente comparable a las tasas de los países ricos. En tanto que para el conjunto de Centroamérica fue de 37,1 para el quinquenio 1995-2000.34

Otros datos apuntan que por cada 10 mil cubanos hay casi 60 médicos dedicados a atender su salud. Lo que equivale a que 166 ciudadanos reciban atención de un médico durante todo el año.35 En tanto que en el caso centro- americano y en la gran mayoría de los países latinoamericanos las condiciones de atención en materia de salud han representado uno de los más grandes pro- blemas del grueso de la población. Un dato lo indica: en el primer quinquenio de la década del noventa apenas se logró erradicar la poliomielitis.36 Situación que se agrava en el área centroamericana con la extensión de la pobreza. Re- gión donde “tres de cada cinco centroamericanos viven en condiciones de po- breza y dos de cada cinco viven en la indigencia o pobreza extrema.37

Ese paisaje social centroamericano, es lo que orilló a que Cuba acordara con los gobiernos regionales acuerdos de colaboración médica. Incluso, que ofreciera su esfuerzo para formar médicos y otros especialistas en el ramo de

34 Informe Estado de la Región en Desarrollo Humano Sostenible/ Proyecto Estado de la Región, p. 40. 35 La Salud Pública en Cuba. Hechos y cifras, p. 62. 36 Informe Estado de la Región en Desarrollo Humano Sostenible/ Proyecto Estado de la Región, p. 41. 37 Ibid.

197 Relaciones y cooperación: Cuba-Centroamerica la salud. Así, con ese compromiso, acordó crear en La Habana la Facultad Latinoamericana de Ciencias Médicas. Institución que fue establecida para atender a jóvenes becados procedentes del Caribe, México, América Central y Sudamérica con el único compromiso que al concluir su carrera retornaran a sus países a brindar sus servicios a los sectores más pobres y excluidos de la atención médica.38

Reflexión final

En ese contexto se puede comprender que impulsando esa política de co- laboración, Cuba logró ampliar sus relaciones diplomáticas con casi todos los países centroamericanos y del Caribe, extendiendo su política de colaboración médica materialmente hacia toda Latinoamérica. En el caso de Costa Rica se reanudaron relaciones consulares en los años setenta durante el gobierno del presidente Oduber. En tanto que la administración de Carazo:

Abrió un Consulado en La Habana, pero fue cerrado durante el primer año del gobierno de Monge, y en la administración Arias, a partir de 1988, se cortaron todos los lazos con La Habana. Durante la gestión de Calderón Fournier hubo un acercamiento de los cancilleres de ambos países y, en 1993 Costa Rica, junto con noventa y tres países más votó en las Naciones Unidas, un proyecto de resolución que condenaba el bloqueo económico a la isla. En junio de 1996, al igual que todos los demás países latinoamerica- nos, en la reunión anual de la OEA, celebrada en Ciudad Panamá, apoyó un proyecto de resolución que rechazaba la Ley Helms-Burton. Vale seña- lar que desde 1993, el comercio costarricense hacia Cuba se ha quintupli- cado, ha pasado de 60 909 dólares, en 199539... (con el) presidente Figueres Olsen se abrió una Oficina de Intereses Humanitarios en La Habana, con objetos poco claros por parte de la Cancillería, que en estos años se acercó con cautela y con contradicciones con Cuba.40

Finalmente en enero de 1999, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Costa Rica anunció la apertura de su consulado en La Habana que sustituía a la Oficina de Asuntos Humanitarios. Algo semejante ocurrió también con Guatemala. Con Honduras el restablecimiento de sus relaciones también fue muy significativo y particularmente con la apertura de las embajadas de ambos países a finales de 2001. Sin embargo, con Nicaragua y Honduras la colabo-

38 En el mes de febrero del año 2001, visité ese centro escolar donde realice diversas entrevistas con estu- diantes centroamericanos y de otros países de América Latina. 39 La Nación, 18 de enero de 1996. 40 Jorge Rhenán Segura, op. cit., pp. 326-327.

198 Adalberto Santana ración de Cuba se tornó ideológicamente fortalecida con el retorno de Daniel Ortega a la presidencia nicaragüense. En el caso de Honduras, la posición del presidente Manuel Zelaya de inscribir a su país en la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA)41, estrechó fuertemente los vínculos tanto con Cuba como con el gobierno del presidente Hugo Chávez de Venezuela.

Esa tendencia se fue mostrando ya durante la votación realizada en el 58 período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, donde se ventiló el caso cubano a propuesta del gobierno de Uruguay, el voto de Gua- temala fue de condena a Cuba, pese a que el congreso guatemalteco presidido en otro momento por el general Efraín Ríos Montt, en un par de días previos había condecorado a médicos cubanos por su intensa labor de servicio a ese país centroamericano.42

Todo este panorama de las relaciones y cooperación de Cuba con Centro- américa, nos hace ver que las perspectivas de acercamiento cada vez serán más estrechas, pese a que sigue ejerciéndose contra Cuba por parte de los círculos de poder de la Casa Blanca un nuevo cerco a finales de la era de George W. Bush. Sin duda, en ello pesan los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001. Donde el planteamiento de la administración Bush se apoya en pre- sionar para que Cuba emprenda reformas en las que se revierta la estructura política y económica del estado cubano. Esa política se basa en legitimar la postura “antiterrorista” de Washington ubicando a Cuba como un enemigo que alienta el terrorismo junto con otros países del Medio Oriente (Irán, Irak y Libia) y Corea del Norte. Así, de lo que ha tratado la administración repu- blicana ha sido ejercer diversas presiones directamente contra los gobiernos centroamericanos para impedir que Cuba fortalezca su integración en diver- sos planos con los gobiernos y naciones de América Central. Sin embargo, el paisaje político latinoamericano donde cada día predominan gobiernos de las izquierdas latinoamericanas como en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela, muestran que Cuba cada día fortalece su imagen y presencia en toda Latinoamérica y el Caribe, convirtiéndose con ello en un esencial e invaluable actor político para los pro- gramas de cooperación en la región.

41 Cf.: http://www.alternativabolivariana.org/index.php 42 El Periodico, Guatemala, jueves 11 de abril de 2002, pp. 1 y 3.

199

Miradas históricas sobre la reconfiguración geomarítima del golfo mexicano en el contexto de la ruta trasatlántica, 1750-1850

Abel Juárez Martínez1

Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño: argonauta ilusorio de un país presentido, de alguna isla dorada de quimera o de sueñooculto entre las sombras de lo desconocido.

Acaso un cargamento magnífico encerrabaen su cala mi barco, ni pregun- té siquiera; absorta mi pupila las tiniebla sondabay hasta hube de olvidarme de clavar la bandera.

Y llegó el viento Norte, desapacible y rudo; el vigoroso esfuerzo de mi brazo desnudologró tener un punto la fuerza del turbión;

Para lograr el triunfo luché desesperado, y cuando ya mi brazo desfalle- cía, cansado, una mano, en la noche, me arrebató el timón2

La Veracruz colonial. La política imperial española de los Habsburgo estableció severas restricciones en las relaciones mercantiles entre Europa y América, a grado tal que los Borbones pretendieron subsanar dichas irregu- laridades abrieron sus puertos americanos al libre comercio. Sobre este perío- do, se puede sostener que en el puerto de la Veracruz, la libertad comercial se introdujo hasta el 28 de febrero de 1789, teniendo atraso de una década en

1 Instituto de investigaciones Histórico-Sociales. Universidad Veracruzana 2 Morales Castellano, Tomás. “Final de los puertos, los mares los hombres del Mar”. En: Poemas del Mar. Libro I. Las Rosas de Hércules. [1884-1921].

201 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas relación con otras terminales náuticas, y técnicamente funcionó durante 11 años, suspendiéndose repentinamente en 1797, debido a las circunstancias bélicas con Inglaterra, dicha coyuntura provocó entre otras cosas el bloqueo naval e impidió la libre navegación en las ruta tradicional en el océano At- lántico.

Aunque la plaza veracruzana representó para la Monarquía, un centro financiero de América paradigmático [denominado eufemísticamente “La joya de la Corona”], por tanto en su entorno siempre avizoraba un horizonte de éxi- to. No obstante, en el período en el que la Habana la desplaza del liderazgo Caribeño y el giro mercantil se desvió a otros puertos sin detenerse obligatoria- mente en las radas de la ciudad amurallada, entonces, se comenzó a practicar sin restricción, el contrabando, los prestanombres y la piratería.

Bajo estas circunstancias y ya en el umbral del nuevo siglo, cuando Veracruz aún constituía una sucursal directa y habilitada del comercio de Cádiz, afrontó su mismo destino. Sus negocios también se desarrollan orien- tados a otros puertos que en buena medida controlaban firmas inglesas y norteamericanas. Ante un hecho consumado, resulta paradójico que la mo- narquía española en vez de fortalecer su infraestructura náutica, optara por el incremento de la burocracia consular, al instaurar la Secretaría de Balanza de Comercio, para entre otras cosas, operar sus acciones financieras desde la Metrópoli colonial.

De la misma manera, la problemática que se discutía en la Villa y Cor- te madrileña de Carlos IV, realmente no entendía o no deseaban compren- der el tamaño de la “debacle” que se estaba gestando. Dicho posicionamiento, de cierta manera corroboraba las declaraciones de sus detractores gaditanos, quienes opinaban iracundos que los Ministros del Rey, se dedicaban a analizar la problemática socioeconómica y militar de la península, únicamente desde la reducida perspectiva de los favoritos del Escorial. De espaldas al mar y en medio de una corte fastuosa y ridícula, que vilipendiaba al mercader, a quien consideraban tan solo una fuente inagotable de ingresos.

Pedro Acequiz Cane, avezado conocedor del movimiento ultramarino en el puerto de La Veracruz, con referencia a los permisos de navegación para bu- ques neutrales asienta, que los permisos de comerciar con aquellos, los conce- dió la metrópoli hasta cierto punto con la intención de beneficiar a sus vasallos y evitar el estancamiento mercantil causado por la guerra:

202 Abel Juárez Martínez

“Pero como casi siempre ocurre en la relación comercial con el León Bri- tánico por un tan doloroso como criminal abuso, se convirtió en daño nuestro y beneficio de nuestros mortales enemigos”.3

Las evidencias americanas fueron expuestas ante la presencia del Monar- ca. No obstante el ejercicio del comercio Neutral quedó justificado al decir del propio Carlos IV:

“[Porque] la retención de los productos de las colonias españolas y la es- casez o falta de mercaderías europeas en América causan al Imperio Español un daño no solo grave sino irreparable, concluía el Rey”.4

De esa manera, el tráfico abierto a los neutrales dentro del contexto del libre comercio, inyecta movilidad al estancado comercio en las colonias, favo- reciendo en buena medida los negocios mercantiles. Empero, es importante profundizar en las consecuencias que conllevaron tales medidas emergentes. Estas, permitieron la infiltración definitiva de buques norteamericanos a las costas veracruzanas, los foráneos lograron conexiones compactas que no des- aparecen en el futuro. Hervás Avilés aporta una buena síntesis de esta coyun- tura:

“Estados Unidos, Neutral en el enfrentamiento Francés adquirió gracias a esto una gran importancia económica al disponer del monopolio comercial mundial; llevaba productos de su país a los puertos de las potencias beligeran- tes y acarreaba géneros y mercancías del extranjero a los diferentes mercados americanos.”5

Como ejemplo de tal aseveración destacamos a mercaderes que desde el primer período del tráfico Neutral (1797-1799) se beneficiaron al acomodar sus intereses al futuro de la situación porteña, que se bosquejó desde 1799.6

Como se puede constatar, durante la primera etapa del Tráfico Neutral, de las 25 expediciones que recalaron en San Juan de Ulúa, 22 venían con re- gistro de los Estados Unidos de Norteamérica es decir el 95% del movimiento anual; con la salvedad de un embarque procedente de Saint Thomas y dos de Hamburgo.

3 .- Jornal Económico y Mercantil de Veracruz, T:I: 148,1806 4 .- Tandrón,1976,28 5 .- Hervás, 1989,248 6 .- Souto,1994,60,61

203 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas

Las 25 primeras expediciones de barcos neutrales

José Ignacio de la Torre Prior Consular Santander 6 Pedro Miguel de Echeverría Cónsul Navarra 2 Pedro Miguel de Echeverría Cónsul Navarra Martín Alazagasti Guipúzcoa 2 Thomas Murphy Prior Consular Málaga 10 Joaquín Quintana 3 Manuel Antonio del Valle 1 González y Gutiérrez 1 Total 25

Reconversión de los piratas norteamericanos. Con respecto al tema del comercio neutral para lograr su efectividad, los norteamericanos planificaron en prospectiva sus acciones, en primer término; incrementaron su flota mer- cante y en lugar de pagar resguardos adquirieron seguros para sus cargas de América a Europa y viceversa. En segundo; establecieron un suministro men- sual de manufacturas inglesas en Hispanoamérica, esclavos, alimentos y herra- mientas, a cambio de los metales preciosos predominantemente. Los puertos norteamericanos de Baltimore, Charlestón, Filadelfia, Boston y New York, alcanzarían cada vez mayor importancia para el mundo de la navegación.

No obstante lo que consideramos de mayor peso en su ascenso como nue- vo líder en los negocios establecidos en el entorno caribeño fue sin duda la pi- ratería, sus asaltos a flotillas comerciales tanto en alta mar como en tierra firme a caravanas de mercaderes, era un fenómeno tan antiguo y recurrente como la navegación y el transporte mismos. Bajo esta premisa, no sorprende que en México, la infiltración filibustera hacia el interior del virreinato novohispano en la segunda mitad del siglo de las luces y los primeros lustros del siglo XIX, esta se vuelve demasiado accesible.

Ante tal panorama de inseguridad marítima, se pueden comprender los expedientes que señalan abiertamente que al despuntar el siglo analizado: ingleses, franceses y norteamericanos, ya se hallaban pertrechados desde la Trinidad hasta Boca de Chasapeake, actuando en comandos de filibusteros y corsarios, con más de 544 navíos de línea. Ello sin contar con sus múltiples fragatas que materialmente tapaban la salida de todos los barcos cargados pro- venientes de América. Sus piratas de Halifax, Bermudas, Providencia, Mar- tinique, Jamaica y Maracaibo, formaban un comando que sin disimular su

204 Abel Juárez Martínez codicia, bloqueaban de manera recurrente los puertos del comercio hispalense con la mayoría de sus colonias.7

La estrategia diseñada por los que se encargaban de dirigir las escuadrillas de piratas, consistía en extender un eje de control, que se situaba virtualmente entre el espacio de las aguas del Caribe y el Golfo de México, partiendo de Panza Cola con dos puntos de referencia obligados: Cabo de San Antonio en la Isla de Cuba y la Ensenada de San Francisco de Campeche. Perpetrados de esta manera, contaban con un radio de acción enorme, desde el cual visualiza- ban y abordaban fácilmente las embarcaciones que cruzaran dicha línea.

No obstante, después de algunos años durante los cuales los marineros, pilotos y maestres norteamericanos se ocuparon en actividades de piratería, tanto en la ruta transoceánica como en la de Circunnavegación caribeña, se manifestó un fenómeno que examinado a la distancia se antoja inverosímil, pero que los papeles de los archivos revisados lo corroboran:

“[Norteamérica], de potencia corsaria se transforma, en fuerza anti-pi- rata, elevando a sus bandidos, asesinos y filibusteros, al rango de Oficiales y Almirantes de sus flotas de guerra. Los norteamericanos como expertos en el tema, acertadamente vislumbraron, que con el tiempo, los piratas que gra- vitaban en los entornos Golfo-Caribe, a la larga significarían un peligro para sus negocios ultramarinos, así que deciden suprimirlos a través de la violencia autorizada”.8

La consolidación de los Estados Unidos como policía anti-corsaria se de- sarrolla entre las décadas de 1810 a 1830. Durante todos esos años, paso a paso fueron obteniendo de las administraciones en turno, los permisos adecuados hasta lograr arrancar de su Congreso, una autorización amplia para imple- mentar la pena de muerte a los piratas apresados. Además, a la tripulación de sus flotillas se le entregó un poder especial para registrar barcos “sospechosos” y desembarcar en las costas de otros países si ello fuese menester, con el fin de exterminar a todos aquellos intereses que opusieran reticencia a su estricta “vigilancia” ultramarina.

Con este antecedente legislativo, resultó relativamente asequible dar ini- cio al proceso de la aniquilación de piratas, con dos hermanos que habían

7 ARAHM, FBML, 1804, 57 8 Núñez, 1986, 114

205 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas sembrado el terror en las costas del Atlántico norteamericano, Jean y Pierre Lafitte, bandoleros asentados en el delta del Misissipi en un sitio denominado La Barataria.

Los Lafitte, procedían del puerto francés Saint Malo, durante un periodo considerable estuvieron liderando con éxitos continuos a asaltantes y ladrones de la más baja ralea. Sin embargo sus acciones llegaron a tal grado de devas- tación que el gobernador de La Luisiana William Charles Clairborne no solo acató las órdenes del Congreso sino que además emitió sus propias instruccio- nes y personalmente acompañó al comando para eliminar a estos maleantes; los cuales después de un enfrentamiento con varias cañoneras y con la goleta carolina, viéndose perdidos, abandonaron sus barcos y se esfumaron sin dejar constancia de su trayecto.

En el año de 182l cuando España perdía una de sus colonias mas pre- ciadas [La Nueva España] a manos de los insurgencia mexicana, el gobierno federal de Estados Unidos fortalecía su avance imperial al destinar recursos de su tesoro nacional con el propósito de organizar un escuadrón naval para exterminio de “corsarios”, tal expedición iba encabezada por los bergantines: Enterprise y Spark y las Goletas Shark, Porpoise y Gampues y otro número indeterminado de fragatas bajo el mando del almirante Porter. Pues a su en- tender, ya no era tolerable que las rápidas embarcaciones piratas no sólo burla- ran la vigilancia oficial y continuaran causando estragos en poblados, villas y ciudades costeras, sino que además, Porter se quejó ante sus superiores, de que la propia población impulsaba sus hazañas y hasta cierto punto les incitaba a través de la mitificación de sus ataques con poemas parecidos al de la canción del pirata de José Espronceda:

Bajel pirata que llaman Por su bravura, el temido, En todo mar conocido Del uno al otro confín. La luna en el mar ríela, En la loma gime el viento Y alza en blando movimiento Alas de plata y azul; Y ve el capitán pirata, Cantando alegre en la popa,

206 Abel Juárez Martínez

Asia a un lado; al otro Europa, Y allá en su frente, Estambul.9

A la situación filibustera en el Gran Caribe y el Seno Mexicano, el Con- greso estadounidense lo consideró de tal envergadura como que de él dependía la seguridad nacional. Por ese motivo en 1824, el presidente James Monroe compareció ante el máximo órgano legislativo para dar un informe amplio de los avances y éxitos obtenidos sobre su campaña de erradicación de los nichos filibusteros.

El mandatario inicia su exposición con el relato mesurado de cuatro gol- pes asestados a los piratas que merodeaban las costas de Cuba. El primero, dirigido a la goleta corsaria francesa la Afortunada, apresando a su capitán Juan Bautista Langá, efectuado por John Mullroney, comandante de la cor- beta americana Ganges; el segundo, practicado por el maestre Juan Marsdes Pintard contra el capitán de la república de Guadalupe Luis Marsalet y su fra- gata Columbo y en el tercero menciona la captura de dos piratas franceses por comandos norteamericanos que se habían pertrechado en unos riscos de la isla La Palma en el Archipiélago Canario, sin especificar nombres de apresados ni apresadores.

El Presidente culminó su acalorado mensaje con algunas frases cortas, pero contundentes:

“Se han capturado algunas naves piratas pequeñas y algunos botes, se han destruido sus instalaciones y nuestro comercio ha recibido protección. La fuerza empleada, no obstante, ha sido demasiado pequeña para vigilar cons- tantemente una costa tan extensa [desde Florida a Campeche] y por lo tanto los piratas han seguido cometiendo algunas depredaciones”. 10

Seguramente, las palabras de Monroe fueron bienvenidas por los empre- sarios armadores, habilitadores y dueños de las flotas navales, que alimentaban un enorme tráfico mercante hacia Europa, Caribe y América. Pues mientras ellos entablaban arreglos comerciales que les reportaban pingues ganancias; los comandos oficiales le brindaban un espectro enorme de salvoconducto. 11

9 .- Núñez Jiménez, 1986, 115. Véase: AGI, Sección Cuba, Legajo 203, 1456 y 2005 Causas Militares; Cádiz-América 1820-1824 10 .- Núñez Jiménez, 1986, 116 11 .- AGN, Tribunal del Consulado de La Veracruz, 1808, f.26

207 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas

En el caso particular de New Orleáns, las gacetas consultadas de princi- pios de siglo expusieron los acontecimientos analizados, pero con una atinada mirada prospectiva de los años por venir. Tal visión ya avizoraba que en un tiempo no lejano, los inversionistas lo marcarían como un sitio de futuro pro- misorio:

“Sus territorios tendidos sobre el río Misissipi, prosperarán rápidamente y promete ser algún día, por lo menos uno de los puntos más importantes del Nuevo Mundo”.12

La potenciación de San Cristóbal de la Habana. Sobre el asunto, del ascenso del puerto de la Habana como centro neurálgico del Caribe, Ortiz de la Tabla asegura, que el comercio de neutrales se incrustó en el llamado Mediterráneo Americano, durante veinticuatro largos años en cuatro períodos alternativos, cada uno con sus características específicas”. 13

Los ciclos en los que funcionó el comercio de buques neutrales fueron:

I. 1797-1799 Expediciones Extranjeras controladas desde puertos es- pañoles hacia América y retornado a ellos. II. 1799-1805 Opera con dudas y transigencias de autoridades colonia- les y peninsulares. En América rebelión ante las prohibi- ciones, en particular Cuba. III. 1805-1808 Inobservancia general de la derogación del permiso en 1799. La Habana encabeza las demandas de nuevas y más amplias concesiones. Retorno a la Metrópoli no obligatorio. Luz verde al tráfico Angloamericano. IV. 1809-1821 Prolongación de las condiciones anteriores. Defensa a ul- tranza del monopolio comercial en la Península y en las colonias, se promueve un Proteccionismo tardío.

En esta coyuntura señalada entre 1797 y 1821, el comercio asentado en la bahía Cubana, va a ampliar el volumen de sus intercambios aprovechándose de la momentánea libertad del tráfico “Neutral”. Para lograr sus objetivos uti- lizará bergantines ingleses y fragatas norteamericanas dedicadas primordial- mente a este tipo de tráfico. De esta manera tanto ingleses como norteamerica- nos van a cruzar el Océano con una bandera blanca izada en su mástil mayor

12 ARAHM, FBML, 1815, f. 50 13 Ortiz de la Tabla, 1985,LXIV-LXV

208 Abel Juárez Martínez dirigiendo sus naves a las vetustas radas de la isla. A partir de la instauración de este comercio, La Habana, incentivará su producción interna y paulatina- mente irá acrecentando la fama de nuevo centro financiero.

Se debe aclarar sin embargo, que en lo concerniente al auge de la Anti- lla Mayor, este no se debió únicamente a la oportunidad de establecer negocios directos con los países neutrales, sino que además atendió al aumento de la demanda mundial de azúcar:

“De todo esto puede deducirse el especial crecimiento económico que re- gistra la Isla. Cuba estaba en condiciones de responder a la demanda mundial del azúcar. Para ello había transformado su estructura económica, que ahora se fundamenta en dos pilares: Azúcar y esclavitud. El esclavismo se señalaba como marco compilador de la realidad socioeconómica cubana. Al tiempo que quedaban instauradas en el país la relaciones de producción esclavistas”.14

En otras palabras, se gestará una conjunción entre la coyuntura externa de inestabilidad política que asolaba sobre toda Europa y el cambio en las es- tructuras de producción coloniales, preparadas a responder a una considerable demanda de los mercados recién despejados. A los anteriores elementos, se adiciona la capacidad de los comerciantes estadounidense para conducir gran- des cantidades de azúcar habanera a los clientes con “bandera neutral”.

Ante tal éxito, no exageraríamos en afirmar que si bien Cuba había sido la plataforma de exploración en la génesis colombina del encuentro de los dos mundos, al iniciar el siglo XIX y aprovechándose de la coyuntura del comercio neutral y de otras condiciones arriba expresadas, resplandecerá como un lugar “especial” de la mar caribe al grado de que:

“En sus costas se llevaron a cabo operaciones mercantiles que impulsa- rían el contrabando proveniente del intercambio de artículos con los enemigos de España”.15

El puerto de la “vieja” Habana, se verá atestado de navíos con abundantes mercancías extranjeras las cuales suplieron con creces a las españolas y aten- dieron adecuadamente las necesidades de los isleños. En adelante, se abrirán inmensos almacenes para albergar Azúcar, café y las harinas que la Compañía de la Habana transportaba al puerto habanero desde la Puebla de los Ángeles

14 Tornero Tinajero, 1988, 217 15 Juárez Martínez, 1993,

209 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas en el reino novohispano, esta en su período álgido, ocupó el sitio de “princesa de la navegación trasatlántica” y fue precisamente en los últimos años del siglo XVIII y principios del XIX que la compañía de la habana logró conectar líneas de crédito y financiamiento entre Europa y el Puerto de la Veracruz:

“La habanera [...] fue la única compañía privilegiada que sobrevivió sin las prerrogativas con las que iniciara su andadura, y que alcanzó su máximo esplendor después de la publicación del Reglamento para el comercio libre, de 1778”.16

La excelente concurrencia de extranjeros en dicho centro caribeño, per- mitirá entre otras cosas, la venta en directo de variados artículos a precios moderados. Los únicos que manifestaron su pesimismo fueron los seguidores del sistema monopólico colonial, argumentando que todo el comercio de la península se volcaría hacia el extranjero sin tocar para nada las escolleras gadi- tanas. El propio Consulado gaditano por medio de Ignacio de Salazar, Anto- nio Fajardo y Tomás de Urrutia, enviará una misiva al Monarca español en la cual se queja de que en adelante los cubanos gozarían de las prerrogativas que únicamente eran propias de la metrópoli.17

La respuesta del vocero del Monarca a este documento gaditano fue ta- jante y de manera abierta reconoce y justifica la necesidad del tráfico foráneo:

“...es el extranjero el que saca los vinos y el aguardiente de la Cataluña, los frutos de Valencia, el lino, la sosa y la varilla de Murcia, los caldos de Má- laga, las naranjas de Sevilla y los vinos de Xeres de la Frontera”.18

Respecto del permiso concedido a los cubanos, bien se puede asegurar que la Monarquía intervino con mesura, pero acorde con los vaivenes de la política internacional; ya que si el mercado de la Habana no se hubiese abierto a las plazas de otras potencias España, “...hubiese perdido aquella isla, [con- siderada] la llave del seno mexicano, una de las más importantes posesiones del Rey”.19

La importancia estratégica de la Habana iba “in crescendo”, hasta tal gra- do de que hubo necesidad de instruir a los administradores de las aduanas de

16 Garate Ojanguren, 1993,368 17 A.G.N., A.H.H., Vol. 666, Exp.38,1811 18 ARAHM., FBML., T.LVIII,59,60 19 ARAHM., FBML., T.LVIII, 61

210 Abel Juárez Martínez

América para que habilitaran una nueva normatividad a partir del 1800. En el futuro, los Comandantes de los Apostaderos serían fijos y no eventuales como habían sido hasta entonces ante la necesidad de la constante vigilancia y pro- tección. Además, en atención a que se vivía bajo una economía constreñida por las circunstancias especiales, se iban a utilizar para los puestos oficiales de la Armada de la clase de segundos o terceros, verbi gracia los Capitanes de Na- vío o Fragata: “...excepto en el de la Habana, que por sus mayores conexiones y otros respectos exige la representación de un General”.20

Una lectura detenida de los documentos transliterados, nos permite for- marnos una idea sucinta del poder que se concentró en la isla en los primeros años del siglo pasado. Refiriéndose a aquella situación, Francisco Arango en su estudio de la economía habanera, a la que conocía profundamente, nos ofrece un análisis muy preciso de todos los elementos envueltos que permitie- ron la conformación de un poder en la región del Caribe:

“La clase de su industria de Cuba y constitución económica, la ponen en la alternativa, o de perecer o de mantener aquel tráfico sin interrupción alguna, por él ha de recibir todo lo que consume sin él no puede pagar el valor de estos consumos. Mas claro: los habaneros pagan toda su subsistencia con el azúcar que fabrican, y siempre que no lo extraigan es preciso que no coman, que no vistan, que no continúen sus labores, ya que sus máquinas, sus demás utensi- lios y hasta sus mismos operarios, les vienen por aquel conducto”.21

En el mismo sentido, tomando como base informes que recopiló el Conde de Santa Clara sobre la actividad del Intendente y de los propios habitantes de Cuba. Se sabe que a partir de 1797, entró la ciudad de la Habana en un era de auténtica bonanza en múltiples facetas; por ejemplo en la ciudad se construye- ron enormes palacetes particulares y funcionales edificios oficiales, asimismo en las antiguas haciendas de los patricios, se perfeccionaron tanto las técnicas agrícolas como los antiguos aperos de labranza y paralelamente a esta era de modernización, se arraigarán nuevas plantaciones y nuevos ingenios de hacer azúcar, sus mieles, antes muy poco cotizadas y que no podían encontrar una salida, esas mismas les proporcionarían considerables ganancias.

El asunto de la potenciación que se opera en el comercio de la Isla, es sumamente sugerente para entender la enorme transformación del comercio

20 AMT. [Archivo Municipal de Tlacotalpan],1810 21 Arango y Parreño, 1992, 215

211 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas español en el Caribe. Ya que a pesar de su dependencia hacia España, Cuba se beneficiará al vincularse lo suficiente a otros lugares ajenos al añejo mono- polio hispánico. Por ejemplo, la Gran Antilla, iniciará relaciones fluidas con los Estados Unidos, su trato con la nueva potencia americana le representará a largo plazo: Bajo esta coyuntura que los muelles cubanos se vieron atestados de navíos extranjeros. Mercados abundantes van a suplir con creces a los ga- ditanos los productos ultramarinos faltantes, además, se van a abrir inmensos almacenes de azúcar, café y harinas. La buena concurrencia internacional en la isla; permitió a los mercaderes locales la venta de artículos variados a pre- cios moderados.

De esta manera, como aliados directos del comercio de Estados Unidos, permitirá que su infraestructura portuaria, brillase como una plaza marítima de enorme envergadura; utilizando sus costas y embarcaderos, para llevar al cabo operaciones mercantiles que, dicho sea de paso al igual que Cádiz y Ve- racruz, también sirvieron para impulsar la piratería y el tráfico clandestino que si bien es cierto favoreció su desarrollo inmediato, no lo es menos que buena parte de las ganancias se trasvasarán a plazas norteamericanas.22

El puerto de Cádiz en el contexto de las nuevas rutas mercantiles. Para hacerse de los circuitos mercantiles que confluían en el Golfo y Gran Ca- ribe, los norteamericanos requirieron de largas negociaciones con los intereses europeos, sin embargo, los obstáculos fueron menores al contar con un respal- do irrestricto del mercader residente en las ciudades portuarias de Cádiz y La Habana. Las firmas típicas de los negocios mercantiles europeos asentados en Cádiz se adecuaron a los nuevos ritmos, de tal suerte que, aprovechando la apertura comercial diversificaron sus inversiones e incrementaron notoriamen- te sus fortunas.

A partir de entonces, la ciudad de Cádiz, que poseía una ubicación es- tratégica por naturaleza, se convirtió en el punto de confluencia de los merca- deres regionales del mar Mediterráneo con los procedentes de las rutas de los océanos Atlántico y Pacífico. Asimismo, fue un sitio obligado para las expor- taciones de todos los productos ibéricos.

La enorme bahía gaditana, poseía hacia finales del siglo XVIII 85 mil almas. Urbe cosmopolita, imbuida de un espíritu internacional, arrellanada en

22 Juárez Martínez, 1993, 27

212 Abel Juárez Martínez el exotismo y suntuosidad, en medio del ir y venir de los bergantines, navíos, galeones y polacras, el ajetreo de las limusinas y los carros, la competencia de las mujeres alegres por retener quiméricamente el “afecto” de los marineros que tornaban cargados de doblones.

La prisa de los jinetes por apostarse en primer plano en el embarcadero para surtir su listado de requisiciones o bien para recoger un envío contrata- do con antelación. Verdaderos ejércitos de individuos movilizando hacia los muelles pesados fardos; jueces y leguleyos itinerantes de la plaza, médicos, fa- bricantes, curas de pueblo, banqueros florentinos y alemanes, en fin, una recia mixtura de gente adinerada con facinerosos. Y en el centro de la vorágine mer- cantil, como perdidos en un enorme páramo, los hombres de ciencia ofrecían su saber al mejor postor. El ropaje mágico de Cádiz se acentuó notoriamente con el arribo a esta plaza del comercio “Neutral”, que hizo de ella, la más con- currida y floreciente de las ciudades del “viejo mundo”.

Sobre los intereses norteamericanos afincados en la provincia de Andalu- cía al despuntar la centuria decimonónica, la información que se posee refiere:

“Se establece allí una importante colonia americana, presidida por Mr. Richard . El señor Mead, a la sazón se desempeñaba en aquella región mediterránea como un avezado inversionista cuyo giro principal lo constituían las empresas navieras. Sus actividades contribuyeron de manera significativa al aumento del comercio con puertos de Norteamérica, ya que sus fragatas de rápido deslizamiento, llegarán con gran eficiencia a la rada gaditana”.23

Dicho panorama en buena medida se debía a que en el contexto del co- mercio neutral, invariablemente imperaba la regla: “La bandera cubre la mer- cancía”. A menudo, poco antes de tocar las radas gaditanas, se izaba una ban- dera mexicana en barcos ingleses y norteamericanos. Asimismo, al solventar la “mordida” correspondiente, ningún comandante portuario preguntaba de dónde venían tantos buques mexicanos o españoles, cuando las flotas mercan- tiles ultramarinas del Seno Mexicano o de las radas gaditanas eran bastante obsoletas, o porqué, los marineros hablaban perfectamente inglés, pero ni una palabra de español.24

23 Solís, 1969, 124 24 Bernecker, 1993, 138

213 Miradas históricas sobre la reconfiguración geométricas

Prolegómenos de una nueva geopolítica circuncaribeña

A lo largo del presente trabajo, hemos pretendido demostrar como se van configurando otros espacios que intervendrán en el comercio de los puerto de Cádiz, Caribe y Golfo Mexicano, así como los personajes, mercaderías y países de origen de quienes se interesaron por estos intercambios. Se constata además, la presencia activa de Cádiz en los nuevos movimientos mercantes, la razón estribó en que a pesar de haber perdido el monopolio mercantil sus radas se vieron atiborradas con navíos procedentes del extranjero, el comercio gadi- tano encontró las maneras de adecuarse a los cambios de la geografía marítima para continuar su marcha dinámica.

La documentación procedente de los archivos españoles y mexicanos, aporta información sucinta respecto al papel protagónico que jugará de nueva cuenta la Habana en el marco del comercio Neutral. Dicho comercio se dirigirá desde Inglaterra y Estados Unidos. La Habana en los albores del siglo XIX pasaría a ser la gran plataforma transcontinental de los productos procedentes de Europa y norteamericanos.

De la misma manera, se explican las formas bajo las cuales se encumbra la fuerza naval estadounidense, como nuevo líder en las rutas mercantiles tra- zadas imaginariamente en el Océano Atlántico y en el llamado Mediterráneo americano. Primero, desplazando las tradicionales fuerzas marítimas colonia- les peninsulares, después, apoderándose de sus territorios a base de asaltos, muerte y destrucción, utilizando para el caso a piratas transformados en policías de alta mar. En este contexto consideramos atinado atestiguar que se operó una refuncionalización de la piratería cuya práctica se generalizó en las rutas del Atlántico y especialmente en la zona del Caribe.

Tan contundente fue la injerencia de los Estados Unidos en los negocios del puerto de Veracruz, que en 1801 y 1809 cuando se cancelaron los permisos a los barcos neutrales los agentes del comercio estadounidense hicieron caso omiso de las órdenes y se siguieron de frente. 25 Con sus tácticas, logró despejar en provecho de sus intereses, un tráfico que España cerraba obstinadamente a las demás naciones en ciernes.

Desde la arista del comercio veracruzano, se pudo comprobar que si bien éste continuará en pie, no obstante su existencia obedece ya a las demandas de

25 Jornal Económico y Mercantil de Veracruz, T. I. 5,1806

214 Abel Juárez Martínez puertos estadounidenses y no a los de la península, indicador indiscutible de una temprana competencia de la producción de aquel país sobre el desarrollo económico en las colonias hispalenses.

Prensa

Correo Semanario y Mercantil de México, T II, Números 15,30, 1810-1821. Diario Político y Mercantil de Veracruz, 1820. Gaceta de Madrid, 1810-1830. El Nacional de Santiago de Cuba El Redactor de Santiago de Cuba El Noticioso Comercial de Santiago La Abispa de Chilpancingo, Guerrero Miscelánea Liberal de Santiago de Cuba El Dominguillo de Santiago Oriente, Num. 38, TI., Xalapa, 1824

Archivos

AGI. Archivo General de Indias, Sección XI, Cuba, Sevilla AGN. Archivo General de la Nación, Ramos: Reales Cédulas AHH. Archivo Histórico de Hacienda ATC Tribunal del Consulado de Veracruz AHV. Archivo Histórico de Veracruz AMT. Archivo Municipal de Tlacotalpan ARAHM Archivo de la Real Academia Española de Historia FBML Fondo Benito Mata Linares. AHUPV. Fondo Histórico de Cuba, de la Universidad del País Vasco, Leioa

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216 Cimarrones en la “frontera” de Guayana ¿Cómo los españoles aprovecharon este fenómeno para la gestión territorial?1

Christian Cwik2

El mapa de Thompson (Thompson, Maroons ff. Guyana, 1) nos demues- tra las zonas del cimarrónaje en Guyana durante los años de 1765 a 1784, en el cual se identificaron ocho áreas de palenques, cuatro fortificaciones y nueve puestos (pueblos) en las colonias holandesas3 de Essequibo, Demerara y Berbice. Desde 1750 los holandeses comenzaron por cultivar las costas y las orillas de los diversos ríos que se encontraban allí. Esta parte de las Guayanas limitada por el norte con el océano atlántico; por el este con otra provincia ho- landesa, Surinam; por el sur con el Brasil portugués y al oeste con el Orinoco o Guayana Española. Essequibo y Berbice ya se habían fundado entre 1613 y 1627, pero en comparación con Surinam el sistema de las plantaciones de azúcar, café y algodón en ambas colonias era subdesarrollado. Por la funda- ción de Demerara como provincia propia en 1745 genera los primeros intentos para fortalecer el sistema de las plantaciones y de esa manera, colateralmente aumentar el proceso de esclavitud.

1 Texto corregido de Inglés a Español por Jorge Enrique Elías Caro. 2 Christian Cwik, nacido en Viena 1970, Historiador. Trabajo desde hace 15 anos en América Latina y el Caribe sobre Historia de la Resistencia y Historia Colonial. Diferentes proyectos de investigación sobre Cimarronaje, Esclavitud, Diaspora y Revolución. Actualmente profesor de la Universidad de Colonia en Alemania, Universidad de Viena (1999-2001) y fue profesor invitado de la Universidad Bolivariana de Venezuela (2006-2007). Premio de Ciencias de la Ciudad de Viena 2005. Varios artículos en revistas científicas y preperando la habilitación sobre ‘La diaspora sefardí en el Caribe 1500-1700’. 3 La noción de Holanda = Estados Unidos Generales supuesto de la Unión de Utrecht de 1579.

217 Cimarrones en la “frontera” de Guayana

En la primera fase de la colonización holandesa, la estructura de la agri- cultura existió solamente cerca de los grandes ríos. A partir de la mitad del siglo XVIII los holandeses comenzaron por cultivar también las costas y par- tes de las sabanas en el interior de las colonias. Por eso, no hubo contactos intensivos entre las grandes haciendas o haciendas “estates”. A raíz de esto se obtiene que, al final del siglo XVIII se presente un incremento respetable de la economía, incluso algunos hacendados poseyeron poder político regional.

La mayoría de las haciendas constituidas se concentraron en la nueva provincia de Demerara, donde una inmigración inglesa numerable tuvo lugar desde 1750. Como consecuencia de este desarrollo -durante el final del siglo XVIII- se cultivaron pequeñas áreas adyacentes a las costas, primordialmente al oeste del Río Pomeroon y al noroeste de Essequibo. La economía fue inten- sa, hasta el punto que llegaron a obtener un nivel alto de producción dentro del mercado mundial.

De manera similar como aconteció en Cuba, la industria azucarera se desarrolló como cosecha principal a partir del siglo XIX. Hasta entonces había dominado la siembra del café en la economía de estas tres colonias. Un argu- mento a favor de este desarrollo fue el ocaso de las plantaciones azucareras en Haití y Barbados al final del siglo XVIII. Ya en el año 1814 el azúcar desbancó los cultivos de café y de algodón4. Las primeras plantaciones holandesas se distinguieron por su extensión, las cuales se encontraban entre 500 y 2.000 acres. Posteriormente en esas colonias trataron de sistematizar la extensión en haciendas de aproximadamente 500 acres cada una5.

Un factor muy importante para la economía de las haciendas era el co- mercio con los indígenas que habitaban en las cercanías, pero también de las regiones más fuera. Las mercancías eran hamacas, annotto, madera, casa- ba, canoas, esclavos y bálsamo. También existió comercio laxo con caballos y ganado, especialmente con los españoles de la región del Orinoco6. Por el crecimiento de la administración inglesa a partir del año 1830 este comercio fronterizo bajó.

Pero hasta ese tiempo, gran parte de las tres colonias se presentaban como una “frontera” con la naturaleza salvaje, donde los indígenas, cimarrones, es-

4 Thompson, Maroons of Guyana, 2; también Winter, 84 y Rodway, 93, 153, 214, 265-66. 5 Thompson, Maroons of Guyana, 2; también Rodway, 84; Williams, 58-60, 71 et seq. 6 Thompson, Maroons of Guyana, 2; Beekman, 291-92

218 Christian Cwik pañoles y portugueses convergían de forma permanente. A Excepción de las áreas de Stabroek en el delta de la zona de Demerara-Essequibo y en la Nueva Ámsterdam en Berbice, no hubo una verdadera urbanización colonial dentro de estas tres colonias. Además de eso; Stabroek la más grande de las dos áreas no urbanizadas, fue la que más lento se desarrolló:

“La ciudad de Stabroek consistió… de dos filas de casas con una calle gramínea entre ellos, en el centro una acera para los transeúntes. La carretera era… solamente un dique de turba, casi imposible para pasar durante la tem- porada de lluvia, porque era entonces un profundo barro”7.

En todo el territorio faltaron carreteras y los ríos fueron las únicas vías de comunicación entre las haciendas, las cuales en su mayoría se ubicaban en la mitad de la selva. Para viajar, la única posibilidad, era con el uso de canoas, pues en esa región existe una cantidad aproximada de 300 ríos navegables8. Durante la temporada de lluvias muchos de los ríos estaban vinculados por ciénagas, las cuales los indígenas llamaban itabos. Esta red de ríos guayaneses también estaba vinculada con el sistema del Río Branco que es un afluente del Amazonas y con los ríos Mazaruni y Cuyuni de Venezuela. El problema de la navegación no era solamente la temporada seca, sino que algunas secciones de estos ríos en ciertas épocas del año se tornaban intransitables; por eso la colonización hacia el interior fracasó.

Políticamente la situación colonial cambia totalmente en el año de 1796. Hasta entonces sobre estas colonias por fuerzas europeas solamente se habían presentado dos casos de control. El primero de ellos, realizado en Berbice por los franceses y data de 1712, y el segundo que se registró en las tres colonias al mismo tiempo entre 1781 y 1783, siempre como resultado de la guerra en Europa. La ocupación por parte de los ingleses en el año de 1796, fue resultado de la guerra contrarrevolucionaria que hiciera Inglaterra en contra de los fran- ceses. Los ingleses aprovecharon los siete años de la ocupación e invirtieron en el sistema económico de las plantaciones, sobre todo en Demerara, antes de su restitución en 1802 por el Contrato de Amiens. No obstante los Holandeses de la República de Batavia fueron débiles en controlar las tres Guayanas como un sólo territorio, sólo lo hicieron con compromiso en Surinam. Los ingleses a raíz de esto, de nuevo reconquistan las tres colonias, después de la reanudación

7 Rodway, 102, y Thompson, Maroons of Guyana, 2 8 Clair, 190; Thompson, Maroons of Guyana, 3.

219 Cimarrones en la “frontera” de Guayana de la guerra en Europa contra Napoleón y sus aliados. Por el Contrato de París en el año 1814, las tres colonias dejaron de ser inglesas hasta el año de 1966.

Como en todas las colonias de plantación, la mayoría de la población eran africanos o descendientes de éstos. El crecimiento de los esclavos negros con mayor significado, por primera vez, tuvo lugar en la última década del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX9.

Tabla 1. Relación de esclavos en las Guyanas entre 1762 - 1817

Berbice Demerara y Essequibo 1762 3.833 esclavos 1782 21.259 esclavos 1796 8.232 esclavos 1812 65.000 esclavos 1809 2.887 esclavos 1817 77.037 esclavos 1811 25.169 esclavos

Los esclavos sufrieron por el trabajo duro y por el sistema brutal del terror contra ellos, solamente para producir plusvalía hacia una oligarquía blanca holandesa y después inglesa.10 Todos los esclavos sufrieron bajo la violencia de los dueños y buscaron varias posibilidades de liberarse contra la represión a la que estaban sometidos. Para la mayoría de ellos, por lo pronto, el cimarrónaje y la insurrección armada, era la mejor de las posibilidades.

Cimarronaje en el Orinoco

El cimarrónaje fue indiscutible y uno de los problemas más grave de las plantaciones coloniales en América Continental y el Caribe. Los casos de Ja- maica y Surinam nos mostraron la fuerza política de estos movimientos re- beldes11. En las tres colonias, la fuerza de los cimarrones nunca llegó a este nivel, pero fueron un problema enorme para el éxito económico y también porque afectaron las relaciones con la Guayana española. Por eso, los palen- ques se convirtieron en la amenaza más grave dentro de las plantaciones, pues

9 Para el caso de Berbice, Thompson, 4; o también Rodway, 115, 273 y Netscher. Estos muestran las estadística de CPCJB del 2 de Octubre de 1810, Vol. 1809-1810, p. 376 y para el caso de Demerara y Essequibo Ver a Webber, A.R.F., Centenary History and Handbook of British Guiana, Georgetown 1933., 133. 10 Sobre la diferencia del grado de brutalidad contra esclavos entre dueños holandeses e ingleses, véase H. Bolingbroke, 23-24 11 Long, 338-349; Black, 75-78, 124-132; Stedman.

220 Christian Cwik muchas de esas insurrecciones resultaron armadas; como ejemplo de ellas, se tiene las rebeliones realizadas en Berbice entre 1763-64 y en Demerara en el año de 1823. Económicamente cada cimarrón significaba un déficit para el dueño y para la colonia. Solamente un rendimiento completo garantizaba una plusvalía para el propietario. A eso, se le debe añadir que, por cada ataque que cometían los cimarrones contra las plantaciones, los dueños perdían equipos, alimentos y casas.

El Cimarrónaje fue frecuente y muchos de los esclavos en Demerara y Essequibo se fugaban de las plantaciones. En Berbice estas huidas se presenta- ron en menor proporción. Los cimarrones de Essequibo trataron de llegar a la Guayana española, mientras tanto, algunos cimarrones de Demerara seguían este camino, la mayoría de los esclavos de Demerara y Berbice fundaban pa- lenques en el hinterland de estas colonias.

En el segundo cuarto del siglo XVIII, el problema del cimarrónaje au- mentó rápidamente. La mayoría los esclavos escapaban en pequeños grupos. Existen pocos casos de grupos grandes que escaparon. Ejemplo de ello, el su- cedido con 42 esclavos del señor Leary en el año de 1766. De su plantación en Essequibo escaparon 31 y los otros 11 fueron de la plantación de Leary en Demerara12. También en 1773 Leary perdió 17 esclavos de su plantación en Demerara, todos escaparon hacia la región del Orinoco13.

Para 1778 el Appendix to British Guiana Boundary Arbitration with the Unites Status of Venezuela, registra 14 cimarrones de la plantación achtekerke de la WIC en Essequibo.14 Otro caso presentado es el de 1783 donde 20 esclavos escaparon, pero regresaron después.15 Así mismo, se tiene el caso de 29 esclavos que esca- paron de Demerara en el año 1784, según parece a Trinidad16. Otra coyuntura de cimarrónaje encontrado en las Guyanas, fue el que se registró en 1790, donde un grupo de 28 cimarrones de la plantación de la viuda Noordhoek17 al oeste del litoral de Essequibo escaparon para formar su propio palenque18. Para el siglo XIX también se pueden vislumbrar casos de cimarronaje. El más sonoro fue el

12 Gravesande to WIC, 1 Oct. 1766, 11, p.510. 13 No. 516, Director General of Essequibo to WIC, 6 April 1773, Brit. Arb. App.4, p.108. 14 No. 569, Essequibo Government Journal, 13 July 1778, Brit.Arb. App.4, p.189. 15 No. 591, Dutch Administrador of Essequibo to WIC, 15 June 1783, Brit.Arb. App.5, pp.11-12. 16 No. 596, Commander of Demerara to WIC (Amsterdam Chamber), 3 April 1784, Brit.Arb. App.5, pp. 22-23. 17 Ya la viuda Noordhoek se quejaba en 1788 de la merma de sus esclavos. (Thompson, 6) 18 No. 630, Director General of Demerara-Essequibo to WIC, 12 May 1790, Brit.Arb. App.5, p.73.

221 Cimarrones en la “frontera” de Guayana que se llevó a cabo en el año 1809, en donde un total 35 esclavos escaparon de la plantación Amstel en Demerara, quienes regresaron tiempo después a la hacien- da después de una oferta de perdón por parte del dueño19.

Por rumores se sabe que “half free creoles” de la WIC en el distrito “Cu- yuni” huyeron al Orinoco en 1765.20 Otro rumor trata sobre el Cimarrónaje de 20 esclavos de la hacienda Soestdijk en Demerara al Orinoco en el año de 1767.21 Sobre la cantidad exacta de cimarrones, hasta hoy, no hay un número cierto. Los propietarios que tuvieron un poder real dentro de la administración de las colonias de Essequibo y Demerara, reclamaron en la WIC sobre tres puntos importantes: • Lucha contra la amenaza por el lado de la región del Orinoco en la colonia de Essequibo (1771).22 • La cantidad de esclavos en la región del Orinoco era bastante grande y no se sabía el número de Cimarrones de las haciendas privadas. Este movimiento comprometió la situación económica (1772).23 • Cada semana habían casos de Cimarrónaje en las plantaciones (1784).24 También se encontró correspondencia entre la Milicia Ciudadana de Esse- quibo y el gobierno colonial (“Court of Policy”) del año 1775, sobre la problemá- tica del Cimarrónaje en la colonia, en la cual se temía por la ruina de los territo- rios.25 Otro problema enorme fue la baja cantidad de recuperación de cimarrones y la negativa de las autoridades españolas para repatriarlos, pues ya para los años de 1754 hasta 1769 nunca se registraron negocios de compensación.26

Algunos factores fueron los determinantes para la huida y el éxito del Ci- marrónaje de los esclavos. Un grupo de eslavos, en su mayoría afrodescendientes y no bozales, disfrutó por estrategias económicas de la WIC de cierto grado de movilidad durante su trabajo. Ellos trabajaron como comerciantes y pescadores en el Hinterland, por eso la huida era fácil. Un ejemplo que Thompson mencio-

19 1&24 April 1809, en: Vol. Enero-Noviembre 1809, pp.48, 189. (CPED) 20 Sobre “Half Free Creoles” ver abajo. 21 No. 409. Director-General of Essequibo to WIC, 27. December 1765, Brit.Arb.App.3, p.128; Graves- ande to WIC, 6. September 1767, in Harris & Villiers, o.554. 22 No.490, Director-General of Essequibo to WIC, Jan. 1771, in Brit.Arb.App.4, p.79. 23 No.505. Director-General of Essequibo to WIC, 6. Jan, 1772, in Brit.Arb.App.4, pp.100-102. 24 No.598. Commander of Demerara to WIC, 20. Juny 1784, in: Brit. Arb. App.5, p. 23. 25 No.531. Memo of the Burgher Officers to the Court of Police of Essequibo, 2. January 1775, in: Brit. Arb.App.4, p.129. 26 No.454. Director-General of Essequibo to WIC, 3. March 1769, in Brit.Arb.App.4, p.5. Gravesande to WIC, 19. February 1754, in Harris & Villiers, p.304.

222 Christian Cwik nó en su libro sobre “Maroons of Guyana” fue el de la huida de 13 jóvenes “es- clavos creoles”, quienes trabajaban como comerciantes en el “Alto-Cuyuni”.27 De estos “esclavos creoles” se sabe que también negociaron con ganado y Salt Fish en la región de Orinoco y nunca regresaron a las colonias holandeses.28

Como comerciantes y pescadores aprendieron la geografía del ambiente y las costumbres e idiomas indígenas, circunstancias que le sirvieron para sobre- vivir en la selva guayanesa. Contrario a la situación de los blancos, que fueron solamente pocos los que participaron en estas experiencias.

Se conocen tres rutas principales por donde los cimarrones de Essequibo y Demerara huían a la región del Orinoco: La primera de ellas es un camino por el Cuyuni en contra de la corriente hasta las colinas de la Gran Sabana; la segunda es en el Alto Essequibo por un sendero hasta Moruca-Wayni y en- tonces, posteriormente por medio de itabos y ríos se llega hasta el Orinoco y la tercera ruta, era la conocida como la vía del mar atlántico, donde se bordeaban las costas del Mar Caribe hasta llegar al delta del Amacuro. Los cimarrones de Demerara y Berbice eligieron en su mayoría la segunda y tercera ruta.29

Las razones por las cuales no se podían capturar a los cimarrones era que por cualquiera de las rutas que utilizaran siempre faltaban los barcos y el personal necesario y con conocimiento de la zona, lo que hacía que, para los empresarios el problema del cimarrónaje aumentara.30

La mayoría de los cimarrones eligieron la ruta por la selva directamente al occidente, lo que para ellos fue un riesgo de alta particularidad, principalmente por los peligros que poseía la selva y las aguas salvajes de sus ríos. Para los blan- cos este terreno fue espantoso y por eso, la persecución fue débil. El Gobierno de Demerara describió esta situación a la WIC en 1774, de la siguiente manera:

“En los casas de la Cimarrónaje tenemos que informar a Ustedes seño- res que este fenómeno no tuvo lugar en carreteras o fronteras sino en la selva salvaje y en la temporada de lluvia no es posible perseguirlos ni por blancos ni por indígenas.”31

27 No.137, Commander of Essequibo to WIC, June 1706, in: Brit.Arb.App.1, p. 228.. 28 No.591. Dutch Administrator of Essequibo to the WIC, 15. Juny 1783, in: Brit.Arb.App.5, p.12. No.570. Extract from an Essequibo Letter, 31. August 1778, in Brit.Arb.App.4 29 Brit.Arb.1, p.92; No.527. Court of Police of Demerara to WIC, 21.April 1774, Brit.Arb.App.4, p.124- 125. 30 Ibíd. 31 Ibíd. 125.

223 Cimarrones en la “frontera” de Guayana

Otro factor importante que facilitó la huida de los esclavos fue la mala or- ganización de las colonias holandesas, dónde el control territorial en la manera jurídica y política faltó totalmente. Por ejemplo, no existió una hacienda en la región de Cuyuni por encima del encuentro de las aguas con el Río Mazaruni. Solamente en la dirección del noroeste comenzó en el último cuarto del siglo una colonización débil por blancos y por eso, el Cimarrónaje allí fue reducido.32

Para impedir el cimarrónaje de las plantaciones el Gobierno colonial for- taleció las instalaciones militares y aumentó el personal militar para controlar los distintos movimientos de la resistencia. También intensificaron los castigos contra los líderes y aumentaron las recompensas. Pero el más importante paso para contener el Cimarrónaje fue el intercambio con las autoridades en Gua- yana Española o directamente en Madrid. Por eso, las autoridades holandesas en Essequibo y Demerara y también en los países bajos presionaron a los es- pañoles para firmar un amplio convenio de recambio de los detenidos. Sobre eso, entre 1773 hasta 1785 a nivel diplomático existen distintos expedientes.33 Además el Gobierno de Essequibo envió dos veces una en 1766 y la otra en 1776 a dos plenipotenciarios holandeses a la Guyana Española para solucio- nar el problema del Cimarrónaje, pero sin éxito.34

La política de los españoles en el Orinoco y en Madrid tendió a usar la situación del Cimarrónaje para sus propios intereses en la región entre el Essequibo y el Orinoco. Oficialmente los cimarrones fueron refugiados por motivos religiosos, por qué reclamaron el derecho para convertirse al catoli- cismo.35 Por eso, los misionarios de la región bautizaron inmediatamente a los refugiados después de la llegada de ellos al territorio español y oficialmente los declararon a todos como personas libres.36 Los holandeses consideraron este procedimiento español como un acto hostil y supusieron otros motivos detrás.

32 No.561. Sec. of Essequibo to WIC, 6. June 1777, Brit.Arb.App.4, pp.183-184. También Rodway, 11, p.57. 33 No.519, enc. Netherlands Ambassador in Madrid to States-General, 18.November 1773; No. 533, Resolution of States-General, 2.March 1775, Brit.Arb.App.4, 120-133; No.595, Netherlands Ambas- sador in Madrid to States-General, 12.February 1784; No.609, Minute of the States-General, 15.July 1785; Nos. 597& 598, Commander of Demerara to WIC, 30.April & 30.June 1784, Brit.Arb.App.5, pp.22,23,35. 34 Gravesande to WIC, 1.October 1766, in: Harris & Villiers, 11, pp.509-510; No.556, Journal of Charles Teuffer, Envoy from Essequibo to Orinoco, 1776, Brit.Arb., App.4, pp.171-172. 35 Gravesande to WIC, 1.October 1766, in: Harris & Villiers, 11, pp.509-510; No.536, enc. Spanish Gov- ernor to Nederland Ambassador, 28.April 1775, Brit.Arb., App.4, pp.135; también: No.482, enc. 4, Declaration of Garriage , ex-Prefect of the Capuchin Mission, 1770, Brit.Arb., App.4, pp.49-50. 36 En la realidad los españoles mantuvieron el sistema de la esclavitud. No.601, enc. In Proccedings of the WIC, 30.September 1784, Brit.Arb., App.5, pp24-25.

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Un punto principal de esta política española fue la relación numérica de los cimarrones, porque hubo solamente pocos cimarrones españoles que hu- yeron al territorio holandés de las Guayanas.37 Por eso, el valor de la restitu- ción por principio de la reciprocidad no fue una ventaja para los españoles. Al contrario, era más económico porque así se podía incorporar a los refugiados en el sistema. El segundo motivo fue el interés territorial que existía por los holandeses sobre el Orinoco y el Essequibo, pues con ellos bajo su dominio podían luchar contra el contrabando y con ello, controlar la región con produc- tos propios. Especialmente la región del Cuyuni fue afectada por los asaltos de Karynas y holandeses que atacaron distintas misiones y colonizaciones.38 Este posible desarrollo deterioró las relaciones entre ambas naciones y por ello, Es- paña amenazó con la rescisión del tratado de Münster de 1648, donde España reconoció las posesiones holandeses en las Américas.39

Durante el mismo tiempo los portugueses en Brasil tuvieron también pro- blemas similares con los holandeses en la zona fronteriza entre Essequibo y Roraima donde algunos grupos holandeses llegaron la región del Río Branco. Pero estas actividades nunca llegaron la misma intensidad como en la región del Cuyuni, sin embargo los portugueses temieron un desequilibrio en la región.40 Casos de Cimarrónaje Holandés en el territorio portugués fueran pocos. Thomp- son citó solamente algunos grupos de cimarrones de Berbice que llegaron 1752 a Post Arinda en ell Alto Essequibo (Thompson, Maroons of Guyana, 11).41

Por eso, los portugueses de Grão Para buscaron contacto con sus homólo- gos de la Guayana española para luchar contra la amenaza holandesa. Ya des- de el año 1753 existió un plan secreto de los españoles y los portugueses para expulsar a los holandeses del continente.42 El plan incluía la utilización de los

37 No.482, enc. 4, Declaration of Garriage, 1770, Brit.Arb., App.4, pp.49-50; Gravesande to WIC, 1.June 1768, USC, Vol.2, p.442. 38 No.391, Report of the Transfer of the City of Guyana to the Angostura, 15.December 1763, Brit.Arbr. App.3, p.11; No.491, Don José Solano to Don Julian Arriage, Caracas 5.February 1771, Brit.Arbr., App.4, p.80; 39 No.83, Marquis of Pombal to Portuguese Ambassador at Madrid, 9.June 1753, FGB, App.1, pp.57-58; No.483, Reporto f Don Manuel Centurion, Commandant of Guyana, 6.April 1770, Brit.Arb.,App.4, pp.73-74. 40 No.77, Governor and Capitan General of the Maranhao to the King of Spain, 13.December 1751, FGB, App.1, p.53; No.82, Report of the Council for Affairs beyond Sea, to the King of Spain, 16.April 1753, FGB, App.1, p.56; No.174, Commandant of Río Branco to Governor-General of Grao Para, 10.July 1784, FGB, App.1, p.147; No.177, Governor-General of Grao Para to Secretary of State, 18.December 1784, FGB, App.1, p.153. 41 No.80, Director-General of Essequibo to WIC, 31.August 1752, FGB, App.1, p.56. 42 No.83, Marquis of Pombal to Portuguese Ambassador at Madrid, 9.June 1753, FGB, App.1, pp.57-58.

225 Cimarrones en la “frontera” de Guayana cimarrones como guerrilla. Por eso el Consejo de Indias mandó instrucciones secretas a los funcionarios de la región Orinoquía:

“Instigación de los rebeldes negros contra los holandeses, así que ellos atacaron haciendas y fincas en cualquier manera …”43

Para realizar el plan los españoles mandaron algunos veteranos para apo- yar las actividades de los cimarrones contra los holandeses y declarándolos a su vez, como renegados. La participación de los negros en estos asaltos re- compensaron a los españoles con títulos y tierras en Trinidad y en otra parte de las provincias hispanoamericanas.44 En la selva guayanesa muchos de los asaltos fracasaron y el proyecto de la expulsión de los holandeses quedó en nada. No obstante, los españoles no abandonaron el plan y bajo las directrices del comandante Don Manuel Centurion el gobierno de Orinoco apoyó fuerte- mente la política de la destrucción de las colonias holandeses por fuerza de los cimarrones.45 Al final del año 1770 Centurion forzó también sus ataques con sus aliados Indígenas contra los puestos militares holandeses en el Alto Cuyuni y en el Delta del Orinoco. Un objetivo de estos asaltos era también el desalojamiento de los aliados indígenas de los holandeses. Con esta victoria los españoles abrieron nuevos espacios “Fronteras” para los cimarrones y en- tonces, así la huida les era más fácil.46

Contra este desarrollo los holandeses fueron sin poder, perdieron muchas fuerzas productivas y también perdieron control de las plantaciones, porque los esclavos no respetaron más el poder absoluto de la clase blanca.47 Solamen- te por el Tratado de Aranjuez, firmado en junio de 1791, la situación se calmó para los holandeses porque los españoles se comprometieron en restituir a los cimarrones holandeses y viceversa, hecho que no se pudo materializar a pleni- tud, por la entrada en vigencia de las guerras napoleónicas.48

43 No.85, Secret Letters of Instructions to Senior Iturriaga, Madrid, 8.October 1753, FGB, App.1, pp.59-60. 44 Ibíd. 45 No.483, Report of Don Centurión, 6.April 1770, Brit.Arb.App.4, pp.73-74. 46 Harris & Villiers, 1, pp.95, 99; Gravesande to WIC, 21.Februar & 3.March 1769, in, Harris & Villiers, 11, pp.600-604; No.454, Director-General of Essequibo, 3.March 1759, Brit.Arb.,App.4, p.4; No.456, enc. Postholder of Moroco to Director-General of Essequibo, 7.March 1769, Brit.Arb.,App.4, p.8; No.505, Director-General of Essequibo, 6.January 1772, Brit.Arb.,App.4, p.101; No.529, Director- General of Essequibo, 30.September 1774, Brit.Arb.,App.4, pp.127-128. 47 No.531, Memo of Burgher Officers to Court of Policy of Essequibo, 2.January 1775, Brit.Arb., App 4, p.129. 48 No.644, Cartel de Aranjuez, 23.June1791, Brit.Arb., App.5, pp.128-129.

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Aprovechando la coyuntura que brindaba esta guerra, los ingleses (desde 1794) ocupan los territorios de algunas colonias francesas y de sus aliados, la República de Batavia, primordialmente a las colonias de Essequibo, Demerara y Berbice, la cual en firme se cristaliza en el año 1796 y un año después ocupa a Trinidad. El acto de la abolición en Saint Domingue 1794 y el desorden en las colonias ocupado por los ingleses motivaron a muchos esclavos para huir de estas colonias a la región del Orinoco. Se sabe que en el año de 1803, Inglaterra mandó una misión al Orinoco para reclamar la restitución de 200 refugiados esclavos. Pero la misión fracasó totalmente porque el gobernador rechazó la petición y declaró también que a raíz de esa situación no respectará más el Tratado de Aranjuez (Thompson, Maroons of Guyana 13). El único arreglo en- tre las partes fue una compensación simple,la cual estuvo acompañada de una demora burocrática extrema.49

Estructuras de una Resistencia Africana

La política de la gobernación española de Guayana sobre la base jurí- dica de los refugiados dependía no solamente de la situación regional, sino también de los resultados que se podían presentar por las relaciones entre Es- paña y Holanda. En períodos de cooperación la restitución funcionó y los ci- marrones siempre escapaban hacia la selva, donde muchos de ellos fundaron pequeños palenques. La mayoría de los cimarrones fueron bozales y venían de las luchas Africanas. Sin embargo, el fenómeno del Cimarrónaje y de la Palenquearía, se encontraba en muchos rincones del Caribe y el Brasil desde las primeras décadas del siglo XVI. Algunos espacios autónomos de estos movimientos se desarrollaron como reinados y repúblicas independientes. Las Grandes Antillas por su superficie montañosa, presentaron condiciones perfectas para el desarrollo del cimarrónaje, hasta el punto que a tiempos ac- tuales se encuentran en Jamaica cuatro zonas autóctonas de cimarrones. De la misma manera, esta situación se presentó en otras regiones montañosas inhabitadas del Circun-Caribe y del Brasil, en donde algunos de estos palen- ques tenían una población mezclada entre Afro-descendentes e Indígenas, como es el caso de los cimarrones que habitaban en las zonas libres de Suri- nam, Belice, Honduras y Panamá.

49 No. 683, Minutes of Court of Policy of Essequibo and Demerara, 29.February 1804, enc. McMahon´s (Envoy to Orinoco) Report, 27.November 1803, Brit. Arb., App. 5,pp.183-184; CPED, 29 February 1804, in Vol. September 1803 - August 1804, pp.307, 311-312.

227 Cimarrones en la “frontera” de Guayana

Para la historia de la “Resistencia” en las tres colonias del Essequibo, Demerara y Berbice, el cimarrónaje y la palenquearía tuvieron gran importan- cia, pero nunca llegó al nivel de desarrollo que se registró en Surinam. Es muy difícil describir la estructura de los palenques en las tres colonias holandesas y más aún, por la falta de un censo demográfico oficial. En el reporte de Don José Albos del año 1779 encontramos una evaluación de 12.000 cimarrones autónomos en Surinam, Berbice, Demerara e Essequibo.50 También el Gober- nador de Caracas mencionó en su reporte para el Rey en 1790 esta cifra.51 Contrario a lo anteriormente plasmado las fuentes holandesas describen otra situación totalmente opuesta y mencionaron que sólo fueron pocas almas los que se convirtieron en cimarrones.52

Una evaluación muy interesante sobre esta coyuntura, se la tenemos que agradecer a un oficial francés, que durante la ocupación francesa entre 1782 hasta 1783 hizo un informe detallado de tal situación. El supuso una populación de poco más de 2.000 Cimarrones en las tres colonias, pero destacó que no existía un censo sobre ellos (Rodway, II, p.11). La propia agro-oligarquía bloqueó las directrices ordenadas por el Consejo que pre- tendían y/o buscaban luchar clandestinamente contra el Cimarrónaje, pues para el Consejo estas huidas amenazaban drásticamente la economía y su vida colonial. El cimarrón significó para los blancos señores el negro más degenerado, salvaje y peligroso. Esta imagen quedó hasta hoy. La funda- ción de Palenques en medio de la selva y la construcción de una sociedad alternativa produjeron distintas esperanzas como libertad, fraternidad, dig- nidad y el derecho de disfrutar una vida tradicional, a lo cual los blancos siempre tuvieron miedo.

El desarrollo de los Palenques fue completamente diferente y dependió totalmente de la topografía regional, pero también de la permanencia, de la demografía y de las estrategias locales. Thompson mencionó que en 1744 en el distrito noroeste de Essequibo existían en grandes palenques aproximada- mente 300 cimarrones (Thompson, Maroons of Guyana, 15)53 De la misma

50 No.574, Report of Don José Albos, 4 February 1779, Brit.Arb.,App.4, p.195, 197. 51 No. 640, Report of Governor of Caracas to His Majesty, Caracas, 4. December 1790, Brit.Arb., App.5, p.120-121. 52 No. 635, Report of the Dutch Commisssioners, W.A.Sirtema van Grovestins and W.C.Boey, respecting Essequibo and Demerara, 27.July 1790, Brit.Arb., App.5, p.80; también “V.Roth, Hilhouse´s Book of Reconnaissances and Indian Miscellany” (manuscript written around 1823), Timheri, Vol.1, 4th ser., 1934, p.22 53 USC, Gravesande to WIC, 1.April 1774, Vol.2, p.302.

228 Christian Cwik informaba que entre 1767- y 1768 se encontraban palenques de 40 hasta 100 almas entre los dos grandes ríos de Demerara y Essequibo, estadísticas que han mencionado diferentes autores.54

Pinkard, en sus cartas sobre Guayana, relata que existieron por lo menos ocho grandes palenques en la colonia del Demerara,55 y que a partir de 1764 los Palenques de Berbice tuvieron un rápido crecimiento, porque los refugiados de la gran rebelión de los esclavos de Berbice de 1763 hasta 1764, no fueron recapturados y fundaron varios Palenques en el hinterland de la colonia.56 La mayoría de los cimarrones querían escapar de las guayanas holandesas hacia el Orinoco y solamente circunstancias especiales impidieron esta huida.

Por eso, es muy importante diferenciar a los distintos tipos de cimarrones y palenquearías. Pues, ya para el año de 1806 los gobiernos de Essequibo y Demerara (Court of Policy) discernieron de cómo debían categorizar a estos dos grupos, definiendo como Maroons (Cimarrones) solamente a las personas que sobrevivieron más de un año en la selva.57

En el año 1810, el gobierno aceptó otra vez la duración como el crite- rio principal para clasificar la actividad del Cimarrónaje, pero especificó la materia de la siguiente manera: “Esclavos que tienen más de 16 años y huyeron de plantaciones en grupos de 10 o más personas y sobrevivieron 3 meses en la selva, son maroons”.58

Para le caso de los Palenques, su categorización estaba dada por el hecho de cumplir con tres características fundamentales, las cuales se relacionaban con la ubicación de los Palenques:

Buscaron siempre un sitio en el medio de la selva, el cual para los blancos fue casi imposible llegar.

Todo los Palenques se establecieron cerca de aguadas y caladeros.

54 Gravesande to Commander of Demerara, 13. December 1767, in, Harris & Villiers, II, p.562; Graves- ande to WIC, 9. December 1767, in, Harris & Villiers, II, pp.563-564; Gravesande to WIC, 9. February 1768 & 9. April 1768, in: Harris & Villiers, II, 575-577; Zealand Chamber to Director-General of Es- sequibo, 18. July 1768, Brit.Arb., App.3, p.179. 55 Pinckard, Letters fron Guiana, 1796-97 (extracted from Notes on the West Indies…, 3 Vols. 1806) Georgetown 1942, p. 43. cit. THOMPSON, Maroons of Guyana 17) 56 Gravesande to WIC, August 1764, in, Harris & Villiers, II, pp.457-458. 57 CPED, 24. November 1806, in, Vol. January 1806 – May 1807, pp. 260-264; 7. November 1814, in, Vol. February – November 1814, pp. 545-546. 58 CPB, Proclamación of April 1810, in, CPB, Vol. June 1804 – July 1813, pp.327-329.

229 Cimarrones en la “frontera” de Guayana

Siempre se ubicaban en cercanías de la plantación para atacar el sitio y poder apoyar a los hermanos en su resistencia contra la esclavitud.59

Ante esas características, las comunidades autónomas crecían de manera rápida, primordialmente por la huida de los esclavos de las plantaciones y más, porque los blancos siempre aumentaban las expediciones en búsqueda contra ellos en la selva, lo que hacía que, por mecanismos de defensa utilizaran como estrategia la aglomeración.60 Una de las tácticas más exitosas y empleadas por los hacendados para la ubicación de estos grupos huidores, fue la infiltración de esclavos leales dentro de los Palenques.61

El objetivo principal de las elites blancas era el impedimento de la fusión de los cimarrones con los esclavos rebeldes aen las plantaciones, como fue el caso de Demerara en 1795, donde hubo una insurrección general (Rodway, 77- 78). También se puede ilustrar el caso de 1804 donde los blancos impidieron un ainsurrección general en la costa del este de Demerara (Thompson, Maroons of Guyana, 17). En este último caso se tienen pruebas que uno de los líderes de este movimiento rebelde respondía al nombre de Cudjoe, y que antes de ser esclavo, era jefe de un aldea en Akan (hoy Ghana), quien era la persona encargada de contactar a los demás cimarrones para que se sublevaran.62 Seis años después, los cimarrones de la región del Abary-Mahaicony instigaron a los esclavos de la costa del este de Demerera y de la costa del oeste de Berbice para que se insu- rreccionaran, pero fueron vencidos por nuevos comandos ingleses de la selva.63

La mayoría de las resistencias que existieron contra las plantaciones fue- ron asaltos de cimarrones. Estos asaltos incluyeron siempre la destrucción de la propiedad y el robo de alimentos. El porcentaje de casos resueltos fueron pocos.64 En el medio de la selva los cimarrones construían sus palenques como pequeñas fortificaciones. Pinkhard describió a estos Palenques como espacios circulares con refugios en el centro. Alrededor del circular construían una cavi- dad profunda y amplia para almacenar agua, la cual cercaban con un vallado.

59 V.Roth; Hilhouse, in, Timheri, Vol 1, 4th ser., 1934, p.21. 60 No. 591, Dutch Administrador in Essequibo to WIC, 15. June 1783, Brit. Arb., App.5, p.11; USC, Gravesande to WIC, 1. April 1744, Vol.2, p.303. 61 Ver Roth, V., ibid., p.22; Gravesande to WIC, 9. April 1768, in, Harris & Villiers, II, p.576. 62 CPED, 1., 3., 29., 30. May 1804, in Vol. September 1803 – August 1804, pp.349-363, 377, 401-403, 437 63 CPED, 18. January 1810, in Vol. January – December 1810, p.5. 64 Roth, V, ibid., p. 22; Pinkhard, ibid., pp. 38-40; No.635, Report of the Dutch Commisssioners, 27. July 1790, Brit. Arbr., App.5, p. 80; No.458, Court of Policy of Essequibo to WIC, May 1769, Brit. Arbr. App.4, p. 12.

230 Christian Cwik

Para pasar el agua construían un pequeño puente algunos pies por encima del nivel del agua, el cual se tornaba casi invisible por la oscuridad y características que presentaba el ambiente de la selva y el mismo agua. Toda construcción era camuflada con laberintos que dificultaban el acceso al puente (Pinkhard, 42).

También existieron Palenques más simple y sin fosos, pero éstos contaban con accesos complicados para los agresores, pues eran fortificados por empa- lizadas o árboles en forma circular. Los cimarrones hundían en la tierra palos de 1 a 2 pies y afilaban los extremos. Muchos de los atacantes murieron en el intento de los secuelos.65

Fuera del orden colonial los cimarrones desarrollaron su propia manera de vida en libertad y dignidad. El estado de alerta permanente incluyó un sistema de defensa con orden militar y así, los jefes llevaban rangos militares como coroneles, tenientes, etc. Económicamente las comunidades llegaron un nivel de subsistencia, para ello, cultivaban yams, banana, plátanos, eddeos, casaba, y otros alimentos. También intensificaron la pesca.66

Una de las mejores descripciones que se tienen sobre las estructuras de los Palenques provino de Charles Edmonstone. El fue Capitán Ciudadano de Demerara e informó al Gobierno de esta colonia en 1810 sobre un Palenque en Abary-Mahaicony. Edmonstone mencionó que, en el palenque existían 14 casas y contaban además con amplios campos cultivados de arroz; también informó sobre la presencia de grandes plantaciones de tabaco. Por la cantidad de arroz cultivado, supuso el autor, que era “suficiente para 700 hombres so- brevivir en un año”.67

Sobre los conflictos entre ellos y la oligarquía blanca se tienen noticias de los mensajes del gobernador holandés de la colonia de Essequibo, Van Gra- vesande a la WIC. Uno de estos mensajes informaba sobre la detención de un grupo de cimarrones en el año de 1744 en la región de noroeste de su colonia, después de fuertes asaltos realizados por éstos durante muchos años.68 Nueva-

65 Hartsinck J. J., The Store of the Slave Rebellion in Berbice, in, Journal of the British Guiana Museum and Zoo, No. 26, Part 7, p.66; Ve también, Gravesande to Commander of Demerara, 13. December 1767, in, Harris & Villiers, Ii, p.562 66 Pinckhard, ibid., 42, Hartsinck J. J., Beschrijving van Guiana, Ámsterdam, 1770, I, p. 272 (Traducción en ingles por W. E. Roth, en Boxes 13 & 14, Roth Collection, University of Guyana Library); Graves- ande to Commander of Demerara, 13. December 1767, Harris & Villiers, p. 562; Roth V, ibid., 21. 67 CPED, 18. January 1810, in, Vol. January – December 1810, pp. 4-5. 68 No.151, Gravesande to WIC, 1. April 1774, USC, Vol.2, p.302.

231 Cimarrones en la “frontera” de Guayana mente en 1768 el mismo Gobernador expresaba su miedo sobre el futuro de la colonia, pues había sido atacado por lo menos de 100 cimarrones y escribió lo siguiente:

“God knows how it Hill be end if things go in Demerara as the Comman- der has reason to fear”69

Una de las grandes desventajas que presentaron los cimarrones fue el ar- mamento débil que poseían, pero su conocimiento del terreno lo compensa- ba.70

La mayoría de los cimarrones no abandonaron la clandestinidad hasta que vieran la posibilidad de obtener su libertad. Pocos fueron los que disfruta- ron de la amnistía ofrecida por el gobierno colonial entre 1807 hasta 1814, en total sólo fueron 147 de ellos.71

Fuentes Consultadas

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69 Gravesande to WIC, 9. April 1768, Harris & Villiers, II, p.573. 70 Gravesande to Commander of Demerara, 13. December 1767, Harris & Villiers, II, p.562; CPED, 31. Oc- tober 1814, in Vol. February – November 1814, p. 430. 71 CPED, 28. April 1807, in, Vol. January 1806 – May 1807, p. 339; CPED, 1. & 24. April 1809, in, Vol. Janu- ary – November 1809, pp. 148-152, 189; CPED, 18. January 1810, in, Vol. January – December 1810, p. 3; CPED, 31. October 1814, in, Vol. February – November 1814, p. 433.

232 Christian Cwik

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233 Cimarrones en la “frontera” de Guayana

No.609, Minute of the States-General, 15. July 1785, Brit.Arb.App.5, p.35. No.630, Director General of Demerara-Essequibo to WIC, 12. May 1790, Brit.Arb. App.5, p.73. No.635, Report of the Dutch Commisssioners, W.A.Sirtema van Grovestins and W.C.Boey, respecting Essequibo and Demerara, 27.July 1790, Brit.Arb., App.5, p.80; No.640, Report of Governor of Caracas to His Majesty, Caracas, 4. December 1790, Brit.Arb., App.5, p.120-121. No.644, Cartel de Aranjuez, 23. June 1791, Brit.Arb., App.5, pp.128-129. No.683, Minutes of Court of Policy of Essequibo and Demerara, 29.February 1804, enc. McMahon´s (Envoy to Orinoco) Report, 27.November 1803, Brit. Arb., App. 5, pp.183-184; Colonial Office Series. Public Record Office, London. (CO:) Minutes of the Court of Policy of Berbice. National Archives. Guyana. (CPB:) Proclamación of April 1810, in, CPB, Vol. June 1804 – July 1813, pp.327-329. Minutes of the Court of Policy and Criminal Justice of Berbice. National Archives. Guyana. (CPCJB:) 2 de Octubre de 1810, Vol. 1809-1810, p. 376 (CPED:) Minutes of the Court of Policy (and Criminal Justice) of Essequibo and De- merara. National Archives. Guyana. (CPED:) 29. February 1804, in, Vol. September 1803 - August 1804, pp.307, 311-312. 1. May 1804, in, Vol. September 1803 – August 1804, pp.349-363. 3. May 1804, in,Vol. September 1803 – August 1804, p. 377. 29. May 1804, in, Vol. September 1803 – August 1804, pp. 401-403. 30. May 1804, in, Vol. September 1803 – August 1804, p. 437. 24. November 1806, in, Vol. January 1806 – May 1807, pp. 260-264; 28. April 1807, in, Vol. January 1806 – May 1807, p. 339 1. & 24. April 1809, en: Vol. January -November 1809, pp.148-152, 189. 18. January 1810, in Vol. January – December 1810, p.3, 5. 31. October 1814, in Vol. February – November 1814, p. 430, 433. 7. November 1814, en, Vol. February – November 1814, pp. 545-546. (FGB:) British Guiana Boundary Arbitration with the United States of Brazil. The case on behalf of the Government of Her Britannic Majesty. London 1903. (FGB:) No.77, Governor and Capitan General of the Maranhao to the King of Spain, 13. December 1751, FGB, App.1, p.53; No.80, Director-General of Essequibo to WIC, 31. August 1752, FGB, App.1, p.56. No.82, Report of the Council for Affairs beyond Sea, to the King of Spain, 16.April 1753, FGB, App.1, p.56; No.83, Marquis of Pombal to Portuguese Ambassador at Madrid, 9.June 1753, FGB, App.1, pp.57-58.

234 Christian Cwik

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Biblografía

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235 Cimarrones en la “frontera” de Guayana

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Revistas

Timheri, Vol. 1, 1882; Timheri, Vol.1, 4th ser., 1934; p.21, 22 Journal of the British Guiana Museum and Zoo, No. 26, Part 7

236 Notas para estudiar los límites entre México y Belice

Manuel Uc Sánchez1

Queremos dejar en claro que la intencionalidad de estas notas es de suyo modesta, ya que sólo buscamos una acercamiento al asunto del titulo. No obstante ésta inquietud debiera de llevarnos a profundizar los temas bilaterales México-Belice que inciden en esa franja de territorio compartido en vario sen- tidos. Sabemos que los problemas de estudio en el Caribe son interminables, y el caso de los límites fronterizos mexicanos-beliceños quizás es un ejemplo clave, por lo que aspiramos a contribuir, si quieras sea con un minúsculo grano de arena, con la esperanza de continuar desarrollando ideas en este complejo tema.

Debo advertir que el Caribe está entre los lugares de la tierra que han sido destinados por su posición geográfica y su naturaleza privilegiadas para ser fronteras de dos o más imperios. Ese destino lo ha hecho objeto de la apetencia de los países más grandes y poderosos de Occidente y desde luego escenario de la violencia personificada por y entre ellos. Por eso veo la historia del Cari- be como relatos de las luchas de imperios contra los pueblos de la zona, para efectos arrebatar sus ricas tierras, e igualmente como historia de las luchas de los imperios, unos contra otros para, arrebatarse porciones de lo que cada cual había conquistado, y finalmente, como la historia de los pueblos del Caribe, que está por escribirse, que será, sin duda, para liberarse de los poderosos.”2

1 doctor en Filosofía por la Universidad de La Habana. Profesor- Investigador de la Facultad de Cien- cias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán. México. Vocal de la Cátedra Extraordi- naria Nuestra América. 2 Bosch, Juan. De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe Frontera Imperial. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, Pág. 9.

237 Notas para estudiar los límites entre México y Belice

En el caso que nos ocupa, originalmente los asentamientos ingleses en Belice surgieron de la necesidad de suministrar maderas y palo de tinte a la industria inglesa, y fue, hacia el año de 1670. Cuando la explotación de los bosques se intensificó, en las costas yucatecas 30 se llegaron a reunir 30 navíos, más o menos, ocupados en transportar maderas a Jamaica, desde donde se despachaban para Inglaterra. Por esa época, según apuntó Echánove Trujillo, los piratas y contrabandistas ingleses se habían procurado una nueva guarida en la costa sud-oriental de la Península, y ese lugar descrito como un “escon- drijo” no era otro que lo que más tarde se llamó Belice. El nombre mismo testimonia su origen pirático inglés.

De acuerdo con la versión publicada en 1827 por el Honduras Almanack, el río Belice fue descubierto por los ingleses y deriva su nombre de un teniente de piratas británicos llamado Wallace; y posteriormente en 1839, se señala que el asentamiento poblacional se debe al propio Wallace que era un jefe de corsarios, nativo de Falklan, que verificó tal fundación luego de ser desalojado de la isla de Tortuga.”3

Independientemente de la veracidad de estas versiones, lo que queda cla- ro es que desde el siglo XVIII, el gobierno de Yucatán procuró desalojar a los ingleses que contrabandeaban con los productos de la tierra. El primer desalo- jo del que se tiene referencias se realizó en el año de 1717, en la Laguna de Tér- minos, y a continuación, en 1733, el mariscal Figueroa se posesionó de todo el territorio beliceño y empleó varias semanas en recorrer los ríos, quemando y destruyendo los establecimientos que se encontraba a su paso y aprisionando a sus habitantes. Algo parecido ocurrió en 1750 con el corsario José de Palma que se apoderó de no menos de 43 barcos cargados de palo de tinte, y aprehen- dió al comandante de Belice y a 160 ingleses, así como a 23 negros esclavos. También en 1752 José Alberto Rendón salió de Bacalar hacía la desembocadu- ra del río Belice, atacó a unos navíos piratas y desbarató al enemigo4.

La defensa que el gobierno de Yucatán hacía el territorio que hoy conoce- mos como Belice estaba fundado en: ”…la descripción que hace el cronista Herrera de la Costa de Yucatán, se ve que ya en el año de 1600 eran tenidos como posesiones de España, no

3 Echanove Trujillo, Carlos. Una Tierra en disputa. (Belice ante la Historia). Ed. Yucatanense club del libro. Mérida, Yuc. Méx. 1951. Pág. 43-44. 4 Ibíd. Pág. 68-71.

238 Manuel Uc Sánchez sólo la tierra firme donde ahora está Belice, sino las islas que bordan las aguas del Golfo de Honduras, desde Cozumel hasta frente a Punta Caballo que está cerca de Omoa.”5

Pero como señaló Juan Bosch: el Caribe ha sido el escenario de los con- flictos europeos, donde la guerra entre Inglaterra y España que se inició en enero de 1762 trajo como consecuencia la pérdida de “La Habana en América y Manila en la Oceanía y tuvo que firmar el 10 de febrero de 1763, el tratado de Paris en el que con objeto de recuperar La Habana, las Filipinas y todo lo que había perdido en la guerra, abandonó el derecho de pesca que tenía en Terranova, cedió la Florida, y concedía por primera vez, autorización para que los ingleses pudieran lícitamente cortar, cargar y trasportar palo de tinte, en la costa sur de Yucatán, que forma el lado occidental de la Bahía de Honduras. La parte del referido convenio de París que se ocupa del asunto es el artículo 17 que está redactado en estos términos:

“Su majestad británica hará demoler todas las fortificaciones que sus vasallo puedan haber construido en la Bahía de Honduras y otros lugares del territorio de España, en aquella parte del mundo, cuatro meses después de la satisfacción del presente tratado, y su Majestad Católica no permitirá que los vasallos de su Majestad británica o sus trabajadores sean inquietados o mo- lestados con cualquier pretexto que sea en dichos parajes en su ocupación de cortar, cargar y trasportar el palo de tinte o de Campeche y para éste efecto podrán fabricar sin impedimento y ocupar si interrupción las casas y almace- nes que necesitasen para sí y para sus familias y efectos; y su dicha Majestad católica les asegura en virtud de este artículo, el entero goce de estas conve- niencias y facultades en las costas y territorio españoles como queda arriba estipulado inmediatamente después de la ratificación del presente tratado.”6

Este arreglo altera el de Londres de 1703, celebrado entre Jacobo VI y Fe- lipe III en el que Inglaterra reconocía el dominio de España sobre las colonias y aún renunció el derecho de comerciar con ellos. Lo mismo sucedió con el de Utrech en 1713, en el que reafirmaba Inglaterra por Rey de “España y de todas las colonias de América a Felipe V y a sus sucesores y consistió en que

5 Rubio Alpuche, Nestror. Belice. Apuntes históricos. Colección de tratados internacionales. Imprenta la Revis- ta de Mérida. Mérida, Yuc. 1984. Pág. 15. 6 Ibíd. Pág. 60.

239 Notas para estudiar los límites entre México y Belice se volviese a declarar excluida de todo comercio con los indios”7 éste mismo acuerdo fue ratificado en 1750 entre Jorge II y Carlos III.

Los acuerdos que celebrados entre España e Inglaterra antes de 1763, no se preocupaban de la paulatina residencia de los piratas de la Bahía de Hondu- ras, y si bien el gobierno de la Gran Bretaña los veía con interés, no se ostenta- ba descaradamente protector de ellos, por lo que se observa que los españoles no dejaban de hostigarlos, a pesar de los tratados de paz. Para entonces, no se temía que Belice llegara a ser colonia de Inglaterra.8

En un comunicado remitido al gobierno de Yucatán, se le hacía saber que los ingleses no tenían en la Bahía de Honduras fortificaciones que demoler ni palo de tinte que cosechar, ya que todo se encontraba en los parajes del río Hondo que pertenecían a la jurisdicción de Yucatán y por lo tanto correspon- día a ésta vigilar el cumplimiento del articulo 17 del convenio.

En diciembre de 1763 al tomar posesión como gobernador de Yucatán Ramírez de Estenoz, se ocupó inmediatamente de regularizar el ejercicio de los derechos concedidos a los ingleses, y también se propuso cortar el contra- bando con las poblaciones del sur de Yucatán, que existía desde años atrás, en perjuicio de los intereses de la Real Hacienda. Asimismo prohibió a los yuca- tecos toda comunicación con los ingleses, y ordenó al comandante de Bacalar, D. José Rosado poner fin a la explotación que se estaba realizando en los Ríos Hondo y Nuevo. para que de ahora en adelante se limitaran a explotar el espa- cio comprendido entre Río Nuevo y Río Belice, a una distancia que no podría pasar de 20 leguas de la costa. Como era de esperarse, la respuesta de parte de los ingleses no fue favorable, aún ante la amenaza del Comandante de Bacalar de reducir a prisión a los infractores y decomisar cuanto tuvieran en sus arcas.

Este tipo de enfrentamientos fue muy frecuente entre los ingleses y yucate- cos, los primeros por extender el territorio de explotación y adjudicárselos por derecho de conquista, mientras que los segundos por hacer cumplir los acuerdos tomados por los gobiernos desde Europa, los cuales eran reflejo de los conflictos entre Inglaterra y España, que se disputaban las colonias de América.

Nuevamente en 1779 los conflictos europeos vendrían a repercutir en las colonias de América; una consecuencia de ellos fue la guerra que decla-

7 Ibidem. 8 Ibíd. Pág. 66.

240 Manuel Uc Sánchez ró España a Gran Bretaña el 24 de junio de 1779; al llegar la notica a Belice comprendieron los colonos que debían tomar precauciones y se apresuraron a fortificar la entrada al Río Belice y la población principal ubicada en Cayo Cocina que también lleva el nombre de Isla San Jorge.

Según el historiador Eligio Ancona, no sólo fortificaron sino que también se prepararon para ocupar Bacalar, única población española en la región, con la protección de las autoridades de Jamaica. No lograron su objetivo por que el gobernador de Yucatán tenía la orden de la Corte de expulsar a los ingleses de la península, y la primera medida que tomó fue la de situarse en Bacalar para tomar la ofensiva, ésta se vio favorecida por el apoyo que recibió del Virreinato especialmente de Cuba y Guatemala, consistente en 500 quintales de pólvora y 100,000 en efectivo; las operaciones comenzaron en el río Hondo en donde aprendió a muchos ingleses y negros, y en septiembre de 1779 tomó la isla San Jorge o Cayo de Cocina, la destrucción en estos lugares fue casi total, se trata- ba de despojar al enemigo de todo cuanto tuviera y así se hizo.

La paz de Versalles terminó provisionalmente con este conflicto al propo- ner una tregua entre las partes contendientes para facilitar las negociaciones, buscar un arreglo definitivo y deslindar los derechos de las naciones compro- metidas en la cuestión. “El artículo cuatro de los expresados preliminares se refería a la cuestión de Belice y estaba concebido en estos términos: su Ma- jestad Católica, no permitirá en lo venidero que los súbditos de su majestad Británica sean inquietados o molestados bajo ningún pretexto en su ocupación de cortar, cargar y transportar el palo de tinte o de Campeche en un Distrito, cuyos límites se fijarán, y para este efecto podrán fabricar sin interrupción las casas y los almacenes que fueren necesarios para ellos, para sus familias y para sus efectos, o ya seis meses después del canje de las ratificaciones, y S. M. Católica les asegura por este artículo el entero goce de los que queda arriba estipulado; bien entendido que estas estipulaciones no se considerarán como derogatorias en nada del derecho de su soberanía.”9

Las pláticas de avenio entre ambos países giraban en torno a los límites en que los ingleses podían explotar los bosques, estos maliciosamente llamaban Bahía de Honduras al territorio en el que se encontraban establecidos, siendo el lugar correcto los ríos Wallix, Hondo y Nuevo, donde tenían su asentamien- to y que correspondía a la soberanía española, esta identificación aparente-

9 Ibíd.. Pág. 76.

241 Notas para estudiar los límites entre México y Belice mente quedó saldada con los tratados de 1783 en el que en su artículo segundo se ratificaban todos los tratados que se habían firmado años atrás, y en los que Inglaterra reconoció la soberanía de España en los territorios que explotaban, a la letra dice: Art. 2º Los tratados de Wesfalia de 1648, los de Madrid de 1667 y 1670; los de paz de comercio de Utrech de 1713, el de Bade de 1714; de Madrid de 1729; el tratado definitivo de Aix la Chapelle de 1748; el tratado de Madrid de 1750; y el tratado definitivo de París de 1763, sirven de base y de fundamento a la paz y al presente tratado; y para este efecto se renuevan y confirman todos en la mejor forma”….10 sirva este enlistado para darnos cuen- ta de la cantidad de intentos que se habían hecho y que por problemas diversos no se habían cumplido, no era la buena voluntad de los contratantes lo que estaba en juego, se trataba más bien de la afectación de los intereses de domi- nio y expansión de sus colonias y también la explotación de las riquezas que representaba y representa la América para las grandes potencias mundiales.

Un nuevo intento por definir los límites territoriales y las condiciones que regirían sus relaciones, se firmó en Londres el 14 de Julio de 1786 en un nuevo tratado en el que, en su artículo segundo definía de nueva cuenta los límites, quedando de la manera siguiente: “La línea inglesa, empezando desde el mar, tomará el centro del río; de allí atravesará en línea recta la tierra intermedia hasta cortar el río Walix, y por el centro de este bajará a buscar en medio de la corriente hasta el punto donde debe tocar la línea establecida y ya marcada por lo comisarios de las dos coronas de 1783 cuyos límites, según la continua- ción de dicha línea, se observará conforme a lo estipulado anteriormente en le tratado definitivo.”11

En su artículo 3° la Reina de España concede a los ingleses libertad para cortar otras maderas sin exceptuar la caoba y otros frutos de la tierra en su es- tado natural y sin cultivo, pero advierte también que les está prohibido estable- cer cultivos de azúcar, café, cacao, ni fabricar alguna o manufactura, dejando, claro que solo aquellos molinos de sierra que sirvan para el corte de madera serán permitidas.

En el artículo 4° se les permite a los ingleses ocupar la isla de Cayo Coci- na, pero también se les prohíbe establecer fortificaciones o defensa, así como cuerpo alguno de tropa ni pieza de artillería, para vigilar el cumplimiento de

10 Ibíd.. Pág. 91. 11 Ibíd.. Pág. 101-102.

242 Manuel Uc Sánchez esta condición, se acuerda que dos veces al año un comisario español acompa- ñado de uno inglés supervisara el estado de las cosas; se aceptaba la aplicación de los reglamentos para mantener la tranquilidad entre los súbditos, pero estos deberían estar aprobados por ambas Majestades.

Firmados los acuerdos, los ingleses podían ya dedicarse a la explotación de los productos convenidos en el espacio que media entre los ríos Hondo y Belice, límites ya marcados por ambos comisarios, los ríos Hondo y Sibun, que debía tener por base, al sur, este último río, desde su nacimiento hasta su desembocadura.

En apariencia se había llegado a los acuerdos que solucionarían el con- flicto entre los contendientes, por un lado los ingleses reconocían la sobera- nía de España en los territorios que ocupaban y además aceptaban todas las condiciones que ésta exigía, pero no se desarrollaron los acontecimientos tal y como se estipula en los convenios; al intentar hacer efectivo el artículo 4° que establecía las visitas de inspección de los comisionados, la parte españo- la se encontró con que los ingleses para entorpecer su ejecución se abstenían de nombrar a su representante y así burlarse de la autoridad; además y para agravar más la situación existía desde el año de 1765 un cuerpo de leyes co- nocidos con el nombre de código de Burnaby que es tenido como la Carta Magna de Belice, y también se sabe que desde esa fecha se establecieron siete magistrados que administraban justicia y eran elegidos en reuniones públicas.

“Sin embargo en 1796, todos estos empleados ocultaron su carácter al visitador español y se negaron a ejercer sus funciones, respetando la prohibi- ción contenida en el artículo séptimo del tratado de Londres. Cuando estaba presente el representante del rey de España, todos los funcionarios de Belice cesaban en el ejercicio de sus funciones, al cual volvían cuando dicho represen- tante se alejaba de ellos.”12

En 1796 una nueva guerra entre España y la Gran Bretaña movilizó al ejército español en los dominios de América para recuperar Belice, un atraso en los preparativos para el atraque, permitió a los ingleses prepararse para repeler la ofensiva; Robertson Gibas se refiere a este hecho de la siguiente manera:

12 Ibíd. Pág. 106.

243 Notas para estudiar los límites entre México y Belice

“Este año (1789) es de eterna recordación en los anales de Honduras Bri- tánicas. A los acontecimientos que en el ocurrieron, se debe la consolidación y legitimación de aquel establecimiento como fracción del imperio británico, habiéndose además fijado sus límites por el derecho indudable de conquista, (o victoria) ya no por tratados con España, y dejando de existir, como hasta entonces, en calidad de simple ocupación tolerada para determinados fines.”13

Podemos asegurar que durante los primeros años de siglo XIX los ingle- ses mantuvieron la posesión del territorio en forma ilegal y en contra de la vo- luntad del gobierno yucateco que no dejaba de reclamarlo como suyo; aunque con ciertas inexactitudes los ingleses reclamaban una parte argumentando el derecho de conquista, esta nueva actitud hacia una parte de los territorios daría un nuevo giro a las transacciones y a las actividades de los ingleses; valga este hecho para aclarar lo dicho.

En 1810 un “Tal Guillermo Hempsly solicitó al comandante de Belice li- cencia para ir a cortar madera al Río Nuevo, y el comandante contesto que no podía concederla, y que en caso de ir procurarse que no le vieran los españoles, pues de los ingleses no debía tener cuidado.”14

Los primeros que descaradamente comenzaron a hacer cortes en las ori- llas del Río Nuevo, fueron los colonos Hyde y Bennet, quienes lograron com- prometer al comandante de Belice que los apoyó como autoridad, los trabajos de explotación empezaron en la construcción de unas chozas muy ligeras por el temor de tener que abandonar el lugar, tal y como sucedió cuando el Gober- nador de Bacalar tuvo noticias de la invasión, en febrero de 1812 se envió al Capitán D. Manuel Meléndez a inspeccionar los nuevos establecimientos y a confiscar las maderas que estuviesen cortadas, cumplió con su encargo y dejó en el lugar un reducido grupo de soldados para vigilar, permitiendo la salida de los individuos pero no de las maderas.

El 24 de febrero del mismo año se presentó el comandante ingles Juan Coatguelmin con suficiente armamento y ordenó desalojar el lugar, este inci- dente llego a confrontar al comandante de Belice con el gobernador de Bacalar, este último temeroso de que la situación se agravara accedió a las peticiones del primero, aunque posteriormente España, hizo la reclamación pertinente,

13 Ibidem. 14 Ibíd. Pág. 124.

244 Manuel Uc Sánchez que corrió con la misma suerte que los otros, y se debe en gran medida a que la guerra de Independencia de México ya había comenzado; algo que deja claro en este incidente es que esta parte del territorio mexicano paso a formar parte de los ocupados por los ingleses sin estar contemplados en los tratos, y que no esta por demás recordar que nunca fueron respetados.

Otro tratado entre Inglaterra y España se firmo el 28 de agosto de 1814 en el que se regresaron a las relaciones de cómo estaban en 1796, en su artícu- lo primero y único dice: Art. 1° “Se conviene en que durante la negociación de un nuevo tratado de comercio, será admitida la Gran Bretaña a comerciar con España bajo las mismas condiciones que existían anteriormente al año de 1796. Todos los tratados de comercio que en aquella época subsistían entre las dos naciones, quedan por el presente ratificados y confirmadas.”15 Después de tantos años transcurridos la situación no había cambiado, el único derecho que conservaban los ingleses era el de cortar palo de tinte en las costas yucatecas, mantenía México la soberanía sobre el territorio en disputa.

Consumada la Independencia de México en 1821 se retomó el problema de los tratados con Belice. El general Guadalupe Victoria el 31 de julio de 1823 sostuvo una conferencia con el agente de Inglaterra Dr. Mickie en la que se ratificó la soberanía de estos territorios que España había ejercido sobre ellos, se mantenía así como su integridad y la “libertad para constituirse del modo y forma que le conviniese.”16 Al aceptar Inglaterra estos planteamientos, se ajusto el primer tratado en el que aceptó que la “Gran Bretaña estaba obligada a reconocer si España no adquirió la soberanía de Belice, como es verdad his- tórica, no puede pretender haberla recibido de México en el tiempo en que se negociaba ese primer tratado, puesto que México expreso una decidida volun- tad de no tratar sino conservando la integridad de su territorio.”17

En abril de 1825 se ajustó en México un tratado con los ingleses en el que se hablaba claramente de la vigencia de los de 1783 y 1786 pero no fue ratificado a causa de un artículo secreto favorable a España, que debería te- ner implicación cuando en Madrid fuera reconocida la Independencia de la República, fue hasta 1826 cuando el plenipotenciario mexicano D. Sebastián Camacho firmó en Londres, en diciembre de ese año, el convenio en el que

15 Ibíd. Pág. 133. 16 Ibidem. 17 Ibidem.

245 Notas para estudiar los límites entre México y Belice se establecía las condiciones del comercio entre ambas naciones, de aparente igualdad podemos considerar dichos acuerdos, pues en él se establece que am- bas tenían las de ganar por los intereses creados que existían, además razones históricas corroboran lo dicho, desde el siglo anterior ya explotaba productos en tierras mexicanas, además de contar con flotas navieras para su ejecución. En un intento por subsanar estas diferencias se acordaron dos artículo en los que se buscaba dar ciertas concesiones a la República y un plazo de diez años para que se hicieran efectivos los artículos 5°, 6° y 7° que por el momento no podían ser aplicados, por la inferioridad de la marina mercantil mexicana que no podía competir con la inglesa.

Es verdad que esto era en cambio de iguales prerrogativas concedidas a los mexicanos en Inglaterra; pero, como se comprenderá, estas ventajas eran ilusorias en cuanto a los mexicanos, que no tenían intereses en Inglaterra, y positivas para los ingleses que los han tenido siempre y muy grandes en México. Pues bien, ese tratado utilizado por los súbditos de la Gran Bretaña, casi exclusivamente en la navegación, en el pago de derechos y en las relacio- nes mercantiles y civiles durante veinte y tres años; posteriormente empezó a ser objetado en el año de mil ochocientos cuarenta y nueve, con motivo de que hubo necesidad de aplicar contra Inglaterra una de sus cláusulas, que es relativa a la vigencia de los tratados del siglo pasado que concedían el usufructo de unos terrenos de la costa Sur Este de Yucatán. En este punto el tratado dejó de tener significación. México no había tenido facultades para celebrarlo.

Al consumar la Independencia de México, aunque había adquirido todo el territorio de la Nueva España, que incluía los desiertos que en diferentes provincias se extendían ocupando áreas considerables, y a pesar de que ha- bía hecho suyos los inmensos terrenos de la capitanía general de Yucatán, no ocupó la porción que usufructuaban los ingleses. Estos en el tratado de mil ochocientos veinte y seis, se habían ostentado y reconocido como comprendi- dos en la reivindicación del territorio de las colonias españolas que alcanzaron con la proclamación de la Independencia. En virtud de este reconocimiento, solicitaron y obtuvieron la continuación de los derechos de usufructo que po- seían. Pero, en mil ochocientos cuarenta y nueve, creyeron oportuno cambiar de sistema. Abandonaron su carácter de usufructuarios y asumieron el de sim- ples poseedores u ocupantes, para poder invocar la prescripción, que, como es sabido, no puede correr a favor de quien posee en nombre de otro.

246 Manuel Uc Sánchez

El plan es audaz y pérfido, porque precisamente se aprovecharon los in- gleses la aciaga situación que generaba la guerra de los indios de Yucatán para llevar acabo su evolución. Comprendieron la imposibilidad en que se encon- traba el gobierno de México, y especialmente el de Yucatán, para contener a los indígenas sublevados contra las autoridades de la península y extendieron su dominación a todas las islas cercanas al territorio de Belice.

Conocieron con seguro golpe de vista, que, mientras más durase la gue- rra, más ventajas obtendrían ellos, con el lapso de tiempo necesario para alegar a favor suyo la prescripción contra México, único título, y el caso es que han logrado sostener la lucha de los bárbaros por media centuria, y que ahora ya hablan de una prescripción que tiene la particularidad de haber corrido contra el que no ha estado en posibilidad de impedir la posesión en que se funda.”18

Ya el historiador Serapio Baqueiro manifestaba su preocupación cuando escribió en 1887 que:

“Lo único que en estos momentos se presenta á nuestra imaginación, y no podemos ocultar á nuestros lectores, es que el Gobierno británico ha tenido desde el principio de esa guerra, una política fija, que encierra una intención marcada, y que ha procurado demostrar y sostener siempre que se ha presenta- do el caso. Alimenta esa política, la existencia de esa misma guerra, bajo cuya sombra ha ido ensanchando el territorio de Belice, hasta el extremo, de que en los momentos que escribimos esto, un periódico de esta capital ha anunciado en sus columnas que el pabellón inglés está flanqueando sobre los restos es- parcidos de aquellos valientes soldados de la séptima división de operaciones, que hicieron la campaña más gloriosa, que en sus anales registra la Nación mexicana. Constituyen todos estos hechos una cuestión internacional entre aquella Nación poderosa y la República de México; y en cualquier día que llegue a su desenlace, Yucatán será víctima. Entonces, perderá por lo menos, todo el territorio que se extiende desde Tihosuco y Becanchén hasta Bacalar, y atrincherado, después de perdidas las poblaciones, que á costa de tanta sangre y sacrificios habían sido restauradas. Pruebas evidentes tenemos, para expli- carnos de esta manera, y excusamos las reflexiones consiguientes, por inútiles. ¿Lo han comprendido nuestros lectores.”19

18 Ibíd. Pág. 152. 19 Baqueiro Preve, Serapio. Ensayo Histórico sobre las Revoluciones de Yucatán. Desde el año de 1840 hasta 1864. Tomo III. Tipografía de G. Canto 1887. Pág. 298-299.

247 Notas para estudiar los límites entre México y Belice

Años después, 1893 se firmó el tratado Spencer-Mariscal que vino a es- tablecer límites más duraderos entre México y Belice. El mencionado tratado dio pie a que las relaciones entre ambos países se mantengan estables, aunque el segundo continuó dependiendo directamente de la corona inglesa.

Bibliografía

Baqueiro Preve, Serapio. Ensayo Histórico sobre las Revoluciones de Yucatán. Desde el año de 1840 hasta 1864. Tomo III. Tipografía de G. Canto 1887. Bosch, Juan. De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe Frontera Imperial. Ed. Ciencias Sociales. La Habana. Echanove Trujillo, Carlos. Una Tierra en disputa. (Belice ante la Historia). Ed. Yucata- nense club del libro. Mérida, Yuc. Méx. 1951. Rubio Alpuche, Nestror. Belice. Apuntes históricos. Colección de tratados internacionales. Imprenta la Revista de Mérida. Mérida, Yuc. 1984. Rodríguez Losa, Salvador. Apuntes personales. Inédito fechas variadas de 1989 a 1992

248 Tres siglos de relaciones intercaribes. Santiago de Cuba y tierra firme (1494-1823)

Olga Portuondo Zúñiga1

1.- A manera de Introducción

La cuenca suboceánica del Caribe es el canal de comunicación norte-sur y este-oeste del océano Atlántico sobre la línea del trópico, y termina en la costa del Golfo de México. Su nombre proviene de aquellos aruacos marineros que se extendieron por todas las Pequeña Antillas hasta Puerto Rico. Durante cinco siglos ha sido un ámbito geopolítico de excepcional complejidad e im- portancia. Geográficamente hablando, quedan incluidos los países bañados por las aguas de su mar: de sur a norte, Venezuela. Colombia y Panamá (es de- cir, la llamada Tierra Firme) y luego las naciones centroamericanas de Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Belice, Guatemala y México; también pertenecen las islas antillanas en tres grandes conjuntos que se extienden en forma de arco hasta las costas de Venezuela: el archipiélago de las Bahamas; las Antillas Mayores con Cuba, La Española (Haití y Santo Domingo), Puerto Rico y

1 Historiadora de la Ciudad de Santiago de Cuba, Doctora en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana, Profesora Titular de la Universidad de Oriente. Investigadora Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Premio Nacional de Historia 2005, Premio Nacional de Investigación 2007. Ha sido por más de 40 años profesora de la Universidad de Oriente Ha imartido clases de postgrado en universidades de México, Guadalupe-Martinica, España, Brasil. Ha impartido docencia en dos oportunidades en la Universidad de Paris III (Sorbona), Ha participado en eventos científicos e impartidos conferencias en Estados Unidos, Ca- nadá, Santo Domingo, Puerto Rico, etc. Escribió Una derrota británica en Cuba (Premio de la Crítica), José Antonio Saco, eternamente polémico (Premio Ensayo Emilio Bacardí), La Virgen de la Caridad del Cobre, símbolo de cubanía (con tres ediciones), etc. Tiene numerosos libros en común con otros autores y cerca de un centenar de artículos en revistas de Cuba y en el extranjero.

249 Tres siglos de relaciones intercaribes

Jamaica; el tercer grupo, denominado Antillas Menores (islas de Sotavento y de Barlovento).2

Antes de la llegada de los europeos, el arco antillano se fue poblando por grupos del tronco etnolinguístico suramericano arauco que llegaron, en olea- das sucesivas y durante siglos, hasta épocas cercanas a la conquista, de donde ya en el siglo XV se hallaban interrelacionados. De manera que, es posible hablar de una unidad cultural de fase neolítica y agroalfarera en las tierras del Caribe, tal y como puede ser comprobado mediante las huellas de sus expre- siones culturales.3

2.- El descubrimiento, la conquista y la colonización españolas. El Sistema de Flotas y Galeones. (1492-1550)

En su primer viaje de 1492 Cristóbal Colón arriba a las Bahamas (el 12 de octubre a la isla de Guanahaní), después a Cuba y a La Española.4 Los sobe- ranos lo designan virrey y gobernador de las islas descubiertas en las Indias y para superar las protestas portuguesas, el papa Alejandro VI atribuye a Castilla en 1493 todas las tierras situadas más allá de las Azores y de Cabo Verde luego, en el tratado de Tordesillas (1494), se corregirá la línea 370 leguas más lejos, hacia el occidente.

Durante su segundo viaje entre 1493 y 1496, Colón conoce las Antillas Menores; Puerto Rico, de nuevo La Española, Jamaica y Cuba, a la que consi-

2 Políticamente, este gran grupo de pequeñas islas se agrupan en Antillas Holandesas con Aruba, Cura- zao, Bonaire, Saint-Eustatius, Saba y San Martín; las Islas Vírgenes al este de Puerto Rico, adquiridas por los Estados Unidos de Norteamérica, son cerca de cincuenta islotes deshabitados y tres islas prin- cipales :Saint-Thomas, Saint John’s y Saint Croix; las Antillas Británicas o Islas Vírgenes Británicas, constituidas por un grupo de cien islas. Actualmente, sólo 36 de estas islas pertenecen a la corona britá- nica y de éstas sólo 16 están habitadas; entre ellas destacan Tórtola, Anegada, Virgen Gorda y Jost Van Dyke. Con participación británica se encuentran muchas islas de las Antillas Menores en la llamada Federación de las Islas Occidentales (Anguila, San Cristóbal, Antigua y Montserrat, San Vicente, San- ta Lucia, Barbados, Dominica, Granada, Trinidad y Tobago). En la actualidad, los dominios franceses se reducen prácticamente a dos islas junto con sus pequeños islotes adyacentes. Estas son Guadalupe y Martinica. El resto de las islas distribuidas por la zona cercana al litoral del continente pertenecen a sus correspondientes países: Margarita a Venezuela, las Islas de la bahía a Honduras y Cozumel a México. 3 daisy Fariñas Gutiérrez: Religión en las Antillas; paralelismos y transculturación. Editorial Academia, La Habana, 1995, pp. 31-79. 4 Luis Javier Ramos Gómez: “Huellas de la relación mantenida por españoles e indios en La Isabela hasta la partida de Antonio Torres el 2 de febrero de 1492”, en IX Congreso Internacional de Historia de América, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos (AHILA), Sevilla, 1992, pp. 283- 295 y “Marzo y abril de 1494 en La Española: de la política de ‘conversación y familiaridad’ a la de la ‘imposición y violencia’”, en Pilar García Jordán-Miguel Izard –Javier Laviña: Memoria, creación e historia: Luchar contra el olvido, Universitat de Barcelona, España, 1994, pp. 93-107.

250 Olga Portuondo Zúñiga dera como parte de un continente, al mismo tiempo que descubre la ruta más corta para viajar de Europa a las Indias: la puerta de entrada a América. En el tercer viaje (1498), Colón fue a parar a Trinidad, Paria, Cumaná (descubrió el delta del Orinoco) y Martinica, sin duda todavía en busca de la comunicación occidental con el océano Pacífico. Su cuarto y último viaje (1502-1503) pro- curará cumplir con el mismo propósito, el de buscar un estrecho: se dirige a los Jardines de la Reina, Honduras y luego al Cabo Gracias a Dios y sigue por toda la costa centroamericana hasta Panamá. Y en sus esporádicas estancias en La Española sentó las pautas para organizar la colonización.5 Entre 1492 y 1500 los españoles escudriñaron la mayor parte del Caribe. En 1508, Ponce de León se dirigía a Puerto Rico y un año después, Juan de Esquivel a Jamaica; desde 1517, Hernández de Córdoba, Grijalva, Hernán Cortés y Ponce de León recorrieron el seno mexicano.

Las Grandes Antillas fueron la base primaria del establecimiento hispano en el Nuevo Mundo. Desde su centro del virreinato de La Española se planeó la conquista de nuevas tierras y es allí donde se organiza la vida institucional (Audiencia y Cabildos) del Imperio desde 1508; con posterioridad, la expan- sión colonizadora se trasladaría a Cuba. En pleno poderío de su armada, la monarquía de Isabel y de Fernando –desde 1519 la de Carlos I– convirtió al Caribe en su mar mediterráneo y se valió de las rutas naturales para empren- der la conquista del continente americano y posteriormente, hizo uso de su preponderancia marítima y de su riqueza para conservarlo indemne hasta la década de los ochenta del siglo XVI. El rey –como expresión del carácter me- dieval–, además del quinto de las rentas, conservó el dominio directo de toda conquista y como patrono real, se encargó –junto con la Iglesia Católica– de la labor de evangelización. Los descubrimientos y las conquistas debían ser hechos en nombre de la fe y del rey de España cuya soberanía sobre las tierras nuevas era automática.

Santiago de Cuba, capital de la Fernandina y muy próxima al virreinato de La Española, se convirtió en cabeza de puente para la conquista de Yuca- tán, Veracruz y la Florida. Mientras esto ocurría, en La Española, y después en Cuba, se cerraba definitivamente la fase inicial de la dominación hispana en el Caribe. La economía colonial antillana pasó, en los años treinta del siglo XVI, de la encomienda al sistema de haciendas ganaderas en hatos y corrales.

5 Murió en Valladolid en 1506 sumido en la pobreza y olvidado.

251 Tres siglos de relaciones intercaribes

El casabe y el ganado caballar fueron suministrados desde el oriente de Cuba a las expediciones de conquista de la Tierra Firme. Y desde entonces, quedaron constituídas las rutas marítimas con la costa Caribe de la América del Sur.

La Habana, por su estratégica y excelente bahía –la villa más occidental de la isla de Cuba fundada por Velázquez— se convirtió en uno de los ejes importantes del Sistema de Flotas y Galeones, creado por la Casa de Contra- tación de Sevilla (1503), fórmula para garantizar el monopolio del comercio allende el Atlántico: una vez al año, se emprendía el viaje a América para llevar las mercancías necesarias a los colonizadores y a su regreso, se cargaban los navíos con las riquezas de oro y plata procedentes de México y del Perú. Los barcos de carga de la Flota eran protegidos por las embarcaciones de gue- rra para evitar cualquier tipo de agresión foránea.6 Todo funcionó, mientras los demás estados europeos no sintieron en sus entrañas el deseo de compartir la gran fortuna de la feudal España.

3.- Internacionalización y redistribución del Caribe (1551-1697)

Carlos I, desde que en 1519 fundó la dinastía Habsburgo en España, em- plearía inconmensurables recursos del imperio americano en el utópico sueño de perpetuar su dominio sobre toda Europa. Tan sólo consiguió empeñarse con la banca alemana y debilitar su armada, al punto que la incorporación de Portugal a sus predios –incluida las posesiones de América y del Índico— sumó extensión, pero también debilidades. España carecía de política econó- mica nacional parecida a la que proponían los mercantilistas: no hubo exal- tación de la productividad del trabajo ni espíritu de empresa. Se conservaron los prejuicios aristocráticos y la falta de interés en la actividad comercial y manufacturera. Sevilla, capital del monopolio, se benefició en su papel de re-

6 desde 1526 se prohibía hacer la travesía sin protección. En 1537 se organiza la primera Flota, espina dorsal del comercio con la América, llamado Carrera de Indias. Con el propósito de garantizar la segu- ridad del convoy frente a posibles ataques enemigos o de piratas, se había previsto realizar toda la tra- vesía en orden de batalla, sin que las naves que componían la flota pudieran preceder a la capitana que abría la ruta, ni detrás de la nave almirante, que cerraba la marcha. Estaba estrictamente prohibido a las naves comerciales abandonar su posición durante la navegación. A mediados del siglo XVI las Flotas se componían habitualmente de 15 a 20 naves comerciales, cifra que, a finales del siglo y comienzos del siguiente, aumentaron para oscilar entre 30 y 75. Más tarde, cuando la reducción general del tráfico, este número disminuyó nuevamente a diez o quince, así quedó casi sin cambio hasta la época de los Borbones.

252 Olga Portuondo Zúñiga distribuidora pero hasta el siglo XVII una buena parte de los dividendos salía fuera de las fronteras españolas.7

La debilidad española trajo como consecuencia la acción de piratas, cor- sarios, bucaneros8 y filibusteros9 sobre el Caribe: primero los franceses (1521), muy pronto se unieron los ingleses (1585) y más tarde los holandeses (1625) para acentuar la decadencia. Los países europeos, lanzaron a sus aventureros al Caribe para luchar contra el exclusivo hispánico. A partir de los años cin- cuenta del siglo XVI, las costas de su mediterráneo llegaban a unas cotas de despoblamiento alarmantes. Españoles y portugueses dominaban una mínima parte del territorio que pretendían poseer y sus poblaciones eran pocas, peque- ñas y dispersas. La defensa española se reducía así a un conato de resistencia en el fuerte –si lo había— donde servía, como mucho, una pequeña dotación de 20 ó 30 soldados, para retirarse a la selva y esperar a que se fueran los atacantes. Esto explica el éxito de las acciones piratas. El Caribe tenía más de un millar de islas, islotes y cayos, la mayor parte deshabitados, excelentes guaridas para quienes trataban de esconderse después de realizar una acción depredadora.10

La región del Caribe tendría puertos seguros, algunos fuertes y cierta tro- pa como baluartes del poderío colonial Peninsular en América. Sustituían la declinante armada que defendía las dos flotas: la de la Nueva España y la de los Galeones, con destino a Veracruz y a Nombre de Dios (luego a Portobelo).11 Cuando Felipe II organizó la Flota, los aventureros del mar vislumbraron dos negocios importantes: su captura y el contrabando de negros y mercancías con los territorios hispanos. La armada de Pedro Menéndez de Avilés contuvo a los corsarios y piratas mientras ésta se movía por el Caribe, después de 1588 el

7 Bernard Lavallé: L’Amérique espagnole de Colomb à Bolivar. Belin Sup, Paris, 1993, pp. 127-128. 8 Los bucaneros fueron una creación exclusiva del Caribe. Tomaron su nombre de la palabra boucan o boucan, se refiere a la forma en que los caribes asaban y ahumaban la carne. Ellos copiaron el proce- dimiento indígena. Aparecieron a partir de 1623 donde había ganado cimarrón, lo cazaban, asaban y ahumaban para luego venderlo. 9 Los filibusteros resultaron de la fusión de los bucaneros y los corsarios. Para algunos deriva de la pala- bra holandesa, trasladada al inglés como fly boat o “embarcación ligera” por el tipo de nave que usaban. Aparecieron a partir de 1630 principalmente en la isla de la Tortuga, al noroeste de La Española. 10 Manuel Lucena Salmoral: Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en América. Perros, mendigos y otros maditos del mar. Editorial Mapfre, Madrid, 1994, pp. 31-32 11 En 1564, la Corona decidió organizar dos flotas anuales, una para la Nueva España en enero (luego en abril) y otra para la Tierra Firme es decir Cartagena de Indias, Panamá y hasta el Perú en agosto. Luego de haber hibernado en Indias, las dos Flotas se unían en La Habana para regresar y retornaban juntas en la primavera siguiente, cargadas de las riquezas americanas que ya reunidas ofrecían una mejor protección.

253 Tres siglos de relaciones intercaribes ocaso se aceleraría con el desastre de la Armada Invencible.12 A fines del siglo XVI, España estaba en franca decadencia de su dominio en el mar Caribe con una política naval a la defensiva, poco a poco la carencia de barcos y hombres permitió el establecimiento de los demás europeos: primero en las Antillas Menores, después en dos de las Antillas Mayores: Jamaica y La Española.13

A comienzos del siglo XVII los holandeses se sumarían al contrabando que los ingleses hacían en la costa norte y occidental de La Española. Los ho- landeses crearon la Compañía de las Indias Occidentales para responder a sus propósitos de intervención en el ámbito del Caribe y lo hicieron con relativo éxito al posesionarse de numerosas islas, entre ellas la de Curazao, convertida en base de sus acciones. Pocos asaltos sufrió la Flota de la Plata –aunque era el sueño de piratas y corsarios en el Caribe— gracias a la protección de que era objeto. Lo logró Piet Heyn en 1628, cuando la sorprendió frente a la bahía de Matanzas en la isla de Cuba.14

Muchas ciudades costeras del Caribe, recibieron la agresiva visita de los piratas y corsarios, algunas en más de una oportunidad. La debilidad de la armada española hizo pensar en el sistema de defensa terrestre. Y es así como comienzan a construirse los presidios en aquellos puntos esenciales de recala- da del trasiego marítimo en el Imperio español: La Habana, Puerto Rico, Car- tagena de Indias, Santiago de Cuba, Veracruz y otros menores. Estas defensas se pagaban en metálico con los situados, por el virreinato de la Nueva España

12 Corsarios franceses atacan a Cartagena en 1544; Francis Drake la saquea en 1585 y, posteriormente, el francés Pointis en 1687. Christopher Myngs asalta a Campeche en 1659 y a Santiago de Cuba en 1661. Francis Drake destruyó a Nombre de Dios en 1596. En 1668, Henry Morgan ocupa a Portobelo y en 1679, el capitán Croxon. El propio Morgan quemó y rindió a Chagres en 1670 y penetró hasta Pana- má, etc. Jorge Juan y Antonio de Ulloa: Relación histórica del viaje a la América Meridional, 1ra. Parte, t. I. Impresa de orden del Rey Nuestro Señor por Antonio Marin, Madrid, 1748, pp. 15 y 30; Gabriel Fernández de Villalobos: Vaticinio de la pérdida de las Indias y Mano de Relox, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Caracas, 1930, p. 128 y Thomas Jefferys, ed.: A Description of the Spanish Islands and Settlements on the coast of the West Indies, Printed for T. Jefferys, London, 1762, p. 55. 13 El primer gran asentamiento extranjero en el Caribe fue San Cristóbal (actualmente Saint Kitts), verda- dero paraíso de filibusteros franceses e ingleses. Carácter distinto tuvo el asentamiento de colonos in- gleses en Barbados en 1627. En 1634 los holandeses se apoderaron de Curazao, y desde el año siguiente los filibusteros de San Cristóbal se fueron extendiendo a otras islas. Los franceses se establecieron en Guadalupe, Martinica, San Martín, San Bartolomé, Santa Lucía y Mari Galante (1648). Los ingleses ocuparon San Vicente, Monserrat y La Antigua (1632). Los holandeses se instalaron en San Eustaquio, Saba y San Martín (1638). Finalmente, los daneses invadieron las Islas Vírgenes. La isla de la Tortuga, al norte de La Española, fue la gran guarida de los lobos del mar, que podían atacar desde ella las An- tillas Mayores. En 1655, los ingleses invadieron Jamaica y establecieron en dicha isla su gran almacén de contrabando. 14 Cornelio Ch. Goslinga: Los holandeses en el Caribe. Casa de Las América, La Habana, [1983], pp. 157- 180.

254 Olga Portuondo Zúñiga a los territorios del Caribe que soportaban la estructura militar necesaria para el comercio. Allí se levantaron, como testimonio a las futuras generaciones, de la persistente intrepidez de los depredadores del mar.

No obstante lo antes dicho las comunicaciones entre el Departamento Oriental de la isla de Cuba y la Tierra Firme gozaron de fuerte expansión des- de finales del siglo XVI. Varias eran las razones que motivaban el trasiego por estas rutas marítimas: En primer lugar, una Real Cédula de 1586 permitía el comercio con Cartagena, Santa Marta, Nuevo Reino de Granada, Venezuela, Cabo de la Vela de los frutos, labranzas y crianzas de las jurisdicciones de Cuba y Bayamo con la exención del derecho de almojarifazgo. Diez años des- pués, el Cabildo de Santiago de Cuba solicitaba la prórroga de este beneficio, no obstante los altos precios de unas y otras mercancías de intercambio y de los riesgos que corrían las embarcaciones en su tránsito por el Caribe.15

“Hay ansi mesmo muchos corrales de ganado de cerda señalado y man- so, y mucho mas cimarron de monteria, que se cria en los montes realengos y tambien en los términos de los hatos y corrales de donde se sacan muchos puercos vivos y mucha cantidad de tozino y tasajo para Cartagena, la florida y Puertobelo, que es de grande importancia para el sustento destas ciudades y de sus presidios, armadas y flotas, que en ellas se despachan, y tambien se lleva a ellas mucha cantidad de peruleras de manteca, que es de grande provecho para el sustento de las flotas y armadas.16

En segundo lugar, era bastante frecuente el movimiento de funcionarios y militares entre una región y otra. Por ejemplo, el almirante Juan de Aceve- do, designado gobernador del Departamento Oriental de la isla de Cuba en 1629, antes de emprender viaje desde Cartagena, solicitó llevar consigo a ocho criados, dos vasallos y sus mujeres, entre los que incluía un criollo y un negro procedente de aquellas sierras, tal y como había hecho su antecesor Pedro Fonseca Betancourt.17 En tercer lugar, los representantes del Santo Oficio en la Isla dependían del Tribunal de la Inquisición radicado en la ciudad de Carta- gena, quien despachaba los títulos de alguacil mayor18 y alguaciles, además de

15 AGI. Santo Domingo, leg. 117. Cuba. Cabildo secular, 1618 y leg. 152, Habana, 19 de julio de 1647. 16 Pichardo, Hortesia: “Informe del gobernador Juan García de Navia”, en Santiago,No. 20, Santiago de Cuba, Universidad de Oriente, p. 21. 17 AGI. Santo Domingo, leg. 27-A Acevedo nunca pudo llegar a Santiago de Cuba porque en su viaje fue apresado por filibusteros de las Tortugas los que exigieron un rescate que no pudo ser pagado. 18 AGI. Santo Domingo, leg. 117. 11 de diciembre de 1687.

255 Tres siglos de relaciones intercaribes juzgar a los acusados de violar las reglas de la pureza de la religión y las buenas costumbres, razón de más para el movimiento de ida y vuelta constante entre ambas regiones del Caribe durante el siglo XVII.

Entre las mercancías que se comerciaban se hallaban las pastelas de co- bre producidas por los antiguos esclavos de la empresa estatal de Santiago del Prado. Muchos llegaban hasta el santuario de la virgen de la Caridad del Cobre allí establecido con el pretexto de rendirle devoción, además del oculto propósito de adquirir el metal de cobre. En la milagrería de aquellos años se re- cogen viajeros procedentes de Jamaica, La Española, Cartagena, Portobelo. El segundo ermitaño de la virgen Melchor Fernandez Pinto (denominado Mel- chor de los Remedios) relata que iba de viaje de Santiago de Cuba a Cartagena cuando apresada su embarcación frente a Manzanillo fue echado al mar y trocó su propósito por servir a la virgen desde entonces.19 Otro de los milagros:

[…] aconteció en Portobelo con el capitán Hipólito Cayetano Sánchez, y Pastrana, porque, después de varios viajes que hizo de Cuba a dicha Ciudad, Su casera le rogo le tragera un poco de manteca de La Lampara, de la Caridad del Cobre y como siempre se le olvidaba al siguiente viaje, asi por ver a Nues- tra Señora como por cumplir con la casera [… ]20

Y le llevó un poco de manteca a Portobelo y se produjo el milagro de la cura de los males con la medicina de la lámpara de la Virgen cobrera.

Pero la tradición más notable es la que vincula una tabla del Cristo de la Columna (Santo Ecce Homo) –actualmente este testimonio se conserva en el Museo Arquidiocesano de la Catedral de Santiago de Cuba— de un artista de Cartagena de Indias y traído por Francisco Rodríguez Ramos a la ciudad por la medianía del siglo XVII.21 Esta pintura comenzó a adquirir propiedades milagrosas al rumorearse que el retrato sudaba en ocasiones.22

La factoría genovesa de Domingo Grillo y Ambrosio Lomelín a través de su factor de negros Dionnis Fernández en Santiago de Cuba se propuso

19 Julián Joseph Bravo. “Aparición prodigiosa de la Ynclita Ymagen de la Caridad que se venera en San- tiago del Prado, y Real de Minas de Cobre. Escrita por su capellán. Dedicase a la misma Virgen. ¡ño de 1766”. (Manuscrito). 20 Ibídem. 21 Pedro Agustín Morell de Santa Cruz: Historia de la Isla y Catedral de Cuba, p. 249.. Tenía 14 pulgadas de alto. Francisco Rodríguez Ramos era hermano del presbítero bachiller Juan Rodríguez Ramos natural de Santiago de Cuba, quien había estudiado en Sevilla desde los 14 años y también en Cartagena de Indias. AGI. Santo Domingo, leg. 154. 7 de agosto de 1650. 22 Vid. Olga Portuondo Zúñiga: La virgen de la Caridad del Cobre: símbolo de cubanía, pp. 114-115.

256 Olga Portuondo Zúñiga ingresar mil cien piezas como intermediaria de la trata desde el centro expedi- dor de la Jamaica inglesa. Al puerto meridional de Cuba en 1667 reexportaría bozales hacia otras regiones del mar antillano, y hasta se pretendió la venta de aquellos cobreros alzados “de mejor calidad” aprehendidos, a la ciudad de Cartagena “donde es fácil su venta” cuando no se obtuvo el total prometido por el asiento.23

El mar Caribe llegó a ser peligroso y amenazante para cualquiera de las naciones que se establecieron en sus islas. Las circunstancias fueron más evi- dentes, luego de la ocupación inglesa de Jamaica. La isla devino centro de operaciones del comercio de contrabando hacia las colonias hispanas. El islote de Las Tortugas, al noroccidente de La Española, se convirtió en núcleo de las actividades piráticas dentro del triángulo entre las Grandes Antillas. Las accio- nes punitivas llegaron a tal punto, que comenzaron a afectar a las colonias de las otras naciones europeas.24

Las colonias inglesas antillanas pusieron en práctica la plantación escla- vista y la exportación de productos tropicales como el azúcar, café, añil, etc. El intenso tráfico ilegal llegó hasta las costas meridionales de la isla de Cuba, para desde allí reexportarse las mercancías hacia otros puntos continentales del Imperio americano español.

En 1697, todas las naciones europeas, que tenían intereses en el Caribe, y que firmaron la Paz de Ryswick, dieron por terminada la etapa de las acciones individuales de sus corsarios y piratas. Francia consolidaría entonces su posi- ción en la porción occidental de La Española (Saint-Domingue). Entonces, los dueños del mar Caribe serían los filibusteros y corsarios criollos.

4.- Nuevos intentos de redistribución del Caribe. La trata y el corso criollo (1698-1790)

El siglo XVIII se inaugura en España con una nueva dinastía, la de los Borbones. Ello implicó una política de centralización y una relación de alianza comprometida con el trono francés. Fue la época de las compañías comercia- les para el control del comercio en el área del Caribe, las que vinieron a suplir, de alguna manera, la actitud exclusivista de las naciones que representaban,

23 AGI. Santo Domingo, leg. 105 y 176. 3 de marzo de 1679. Francisco de Guerra y de la Vega. 24 César García del Pino: El corso en Cuba, siglo XVII. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001.

257 Tres siglos de relaciones intercaribes deseosas cada una de perpetuar sus monopolios.25 Se abrió paso una época de contrabando pacífico durante la cual Jamaica y Curazao se convirtieron en depósitos y centros de distribución de los esclavos, así como en bases del co- mercio ilegal. Por el fomento agrario autogenerado, las ciudades americanas, centros rurales, incrementaron la demanda de productos manufacturados y de esclavos.

Con condiciones de asiento inmejorables, Jean Bautista Duchase esta- bleció la Real Compañía de Guinea en agosto de 1701, para surtir de negros a América durante diez años a cambio de 100 000 pesos escudos. El asiento general se encontraba en Cartagena de Indias, su factor general Gaspar de Andrade estaba autorizado a introducir bozales desde el Pitiguao de Santo Domingo, Curazao, Jamaica, Saint-Thomas y venderlos en la América Hispa- na. A Santiago de Cuba y su jurisdicción llegaban las armazones de negros a cambio de plata, la mitad en corambres, brasiles, azúcar o frutos (a razón de 130 pesos la pieza de indias). El suministro a este asiento francés permitió a los holandeses e ingleses consolidar sus posiciones en el Caribe y reafirmó el contrabando.26 El comercio de azúcar desde el puerto de Santiago de Cuba con Cartagena había alcanzado tal estabilidad, al punto de existir precios fijos para la arroba de parda a 8 reales a la salida y 14 a la entrada, de 12 reales la blanca a la salida y 20 a la entrada.27

Los Borbones inauguraron el trono con una guerra contra Inglaterra, la de la Sucesión española en 1701. Guerra con prolongadas etapas de interrupción, pero donde ya se midieron los intereses imperiales de los estados europeos en conflicto dentro del Caribe. Gran Bretaña llevó a cabo numerosas incursiones con algunos barcos de su armada a los puertos y ciudades caribeños para inti- midar a los españoles y proteger su comercio; del mismo modo, y valiéndose de corsarios criollos y franceses, España también atacó y saqueó algunas islas.

Concluiría esta guerra con varios tratados de Utrecht en 1713 que permi- tirían a los ingleses llevar cada año un barco de registro con mercancía de esta nación a los puertos hispanos y establecer factorías para favorecer el comercio de bozales en las colonias de España. Así se fundó la South Sea Company,

25 José Miguel Delgado Barrado: “Reformismo borbónico y compañías privilegiadas para el comercio americano (1700-1756)”, en Agustín Guimerá (ed.): El reformismo borbónico. Una visión interdisciplinar. Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1996, pp. 123-143. 26 AGI. Santo Domingo, leg. 358, 21 de octubre de 1700. Fiscal. 27 AGI. Santo Domingo, leg. 358, 3 de noviembre de 1702, Baron de Chávez.

258 Olga Portuondo Zúñiga

A través de sus factorías, intervino en el mercado americano. Éstas se esta- blecieron en Santiago de Cuba, La Habana, Veracruz, Campeche, Portobelo, Panamá, Caracas y Buenos Aires, para seguir las líneas del tráfico de contra- bando, marginales al Sistema de Flota. El envío de negros se aprovechaba para introducir de forma clandestina todo tipo de mercaderías.28 Pero la monarquía española de los Borbones no quedaría conforme con estas concesiones y, sin atenerse a la letra de los tratados, permitió la creación de otras compañías en el ámbito caribeño, como la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (1728), para el comercio de cacao hacia la metrópoli y, posteriormente, la Real Com- pañía de Comercio de La Habana. Bien a través de los empleados de uno u otro monopolio, lo cierto es que los patricios criollos de la región oriental de la isla de Cuba, con el consentimiento de las mayores autoridades departamenta- les, se dedicaban al tráfico ilícito con Cartagena a cambio de la corambre y de ganado,29 o para servir de intermediario y recibir mercancías procedentes de las colonias extranjeras.

La preeminencia de Jamaica pronto se vio disminuida por las colonias británicas de Norteamérica, que adquirían los productos tropicales en colonias antillanas de otras metrópolis y por el menoscabo del monopolio comercial intercaribeño que practicaban los funcionarios de la propia South Sea des- de esta base. La colonia francesa de Saint-Domingue disputó a Jamaica los mercados de Europa y se infiltró en el Caribe para competir con bajos precios debido a los beneficios de sus tierras vírgenes.

A principios del siglo XVIII, los colonos británicos de Jamaica dieron apoyo al intento de William Patterson con un grupo de escoceses de estable- cerse en la costa del Darién y, desde allí, traspasar el istmo. Su otro propósito era impedir a toda costa, por la violencia si era preciso, el progreso de las plantaciones en Saint-Domingue o el fomento de cualquier otra en el Caribe.

Portobelo, Chagres, Panamá, Cartagena, La Habana, Santiago de Cuba, Campeche, Veracruz y Santa Martha, habían sido atacados con éxito por los corsarios y piratas desde el siglo XVI hasta el XVII. Era lógico pensar que para la armada británica, bien organizada y pertrechada con suficientes hombres y recursos, sería empresa fácil conquistar estos enclaves comerciales.

28 Olga Portuondo Zúñiga: Una derrota británica en Cuba. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2000, pp. 37-38. 29 AGI. Santo Domingo, leg. 380.. 9 de septiembre e 1728. Juan de Hoyos Solórzano.

259 Tres siglos de relaciones intercaribes

La ambición de los comerciantes de Gran Bretaña por los puntos funda- mentales en el recorrido de la Flota y los Galeones no cejó y los compulsó a golpearlos con una impresionante expedición. Por otra parte, los barcos cor- sarios criollos hostigaban la navegación británica entre sus colonias america- nas. En octubre de 1739 el rey Jorge III declaraba la guerra a España, con el respaldo del partido guerrerista, en las cámaras británicas, integradas por los comerciantes de Londres o sus representantes políticos.

Una primera expedición dirigida por el almirante del Mar Azul Edward Vernon, golpeó los puertos de la costa continental desde Chagres a Cartagena de Indias, con relativo éxito y conminó al incremento de nuevos efectivos. Así salió de Inglaterra una grandiosa expedición, enriquecida en hombres y arma- mentos, comandada por el almirante Chaloner Ogle y que tenía al frente del ejército al mayor general lord Charles Cathcart (sustituido por Thomas Went- worth a causa de su muerte en Dominica). Luego de una estancia en Jamaica y de algunas operaciones de distracción en las proximidades de Cabo Tiburón, la armada británica se dirigió a Cartagena de Indias para iniciar la agresión en marzo de 1741. Al desembarcar pusieron sitio a la ciudad. Las defensas de las milicias combinadas con las fuerzas militares regulares aseguraron el triunfo de la causa hispana. Las enfermedades, tras el prolongado sitio, obligaron al reembarque de la tropa desgastada hacia la base de operaciones de Jamaica.

Ya en la colonia inglesa de la Gran Antilla se discutió –en reunión militar y política— el nuevo destino de las fuerzas del ejército y de la marina. Se pen- só en atacar La Habana, pero se desestimó por entender que se carecía de los recursos necesarios, también se pensó en retornar a Inglaterra. Finalmente, se decidió la agresión a Santiago de Cuba.

Más de ocho mil efectivos participaron en esta agresión. El plan era des- embarcar por la bahía de Guantánamo y marchar hacia Santiago de Cuba para tomar por tierra las defensas. Así se pretendió desde finales de julio, pero no se contaba con las dificultades del terreno y el hostigamiento continuo de las fuerzas irregulares de milicia, que combatían con fiereza, e impidieron a la avanzada continuar su camino. Nuevamente surtía efecto la acción de los crio- llos combinada con las tropas españolas regulares en la defensa. Ya en los pri- meros días de agosto se decidió el repliegue para acampar en un recodo del río Guantánamo. Allí permanecieron durante varios meses en espera de refuerzos para insistir o reembarcar a nuevos destinos de agresión. Las epidemias diez- maron rápidamente las tropas de mar y tierra y obligaron al reembarque hacia

260 Olga Portuondo Zúñiga

Jamaica. Razones de carácter político motivaron una nueva expedición para la ocupación de Panamá en 1742, fue tan desastrosa como las anteriores. Así se cerró esta guerra interpotencias en que, por vez primera, combatían las propias armadas europeas en el Caribe. Se conocería con el nombre de Guerra de la Oreja de Jenkins.

El fracaso de Gran Bretaña en esta Guerra desarrollada entre 1739-1743 provocó el repliegue a su base natural de Jamaica e incentivó los ataques del corso criollo, que por su arresto llegó a realizar incursiones punitivas a la pro- pia isla de posesión inglesa. La South Sea Company, arruinada desde antes por las filtraciones del contrabando, acabará por sucumbir sin ver cumplidos sus propósitos monopólicos. También la Real Compañía Guipuzcoana de Cara- cas será afectada por el gran esfuerzo financiero-militar.

El gobernador de Jamaica, almirante Charles Knowles atacaría en oc- tubre de 1747 las defensas del puerto de Santiago de Cuba como respuesta a las incursiones corsarias que salían desde esta base enclavada en la costa sudoriental de la isla de Cuba. Tampoco tuvo éxito, y de sus ocho navíos casi todos fueron desmantelados por los disparos de los cañones de la fortaleza de San Pedro de la Roca.30

Poco después, terminaba la Guerra de la Sucesión austriaca en 1748, jus- to mientras las fuerzas armadas inglesas y españolas se batían casi frente a la bahía de La Habana.

Liberados de las grandes fuerzas de las naciones europeas, el Caribe se pobló de corsarios criollos que señorearon su mar durante todos estos años.31 El contrabando fue una relación comercial sistemática entre las co- lonias del Caribe, con independencia de sus diferentes metrópolis.32 La Real Compañía de Comercio de La Habana se proyectó para el monopolio del comercio de tabaco hacia España, pero terminó por ejercer un férreo control sobre todo el tráfico mercantil de la isla de Cuba: hacia la vecina Florida, con las trece colonias inglesas de Norteamérica y neutralizaba el tradicional

30 Vease Olga Portuondo Zúñiga: Santiago de Cuba. Desde su fundación hasta la Guerra de los Diez Años. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1996, pp. 67-81 y Patrick Villiers: “La course en Martinique et en Guadeloupe pendant la guerre de succession d’ Autriche”, en Comerse et Plantation dans La Caraïbe. XVIIIe et XIXe siècles. Maison des Pays Ibériques, Bordeaux, 1992, pp. 45-62. 31 Olga Portuondo Zúñiga: Nicolás Joseph de Ribera, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1984. 32 Hector R. Feliciano Ramos: El contrabando inglés en el Caribe y el Golfo de México (1748-1778), V Centena- rio del Descubrimiento de América, Sevilla, 1990

261 Tres siglos de relaciones intercaribes comercio con la Tierra Firme. En Cabildo ordinario de marzo de 1763, los regidores de Santiago de Cuba exponían sus quejas respeto a la reducción del comercio de azúcares, corambre y tabaco con Cartagena de Indias, y co- marcanos de Panamá, Portobelo, Campeche en las cuales se consumían los productos de sus ferias al punto de amenazar el cierre de algunos ingenios y por la no recalada de la Flota de Galeones de Barlovento. Ahora interfería el monopolio de la Real Compañía de Comercio de La Habana para provo- car grandes pérdidas al sustituir ésta el envío de tabaco a Cartagena.33 Las mayores quejas se producían en torno a la cosecha de tabaco, porque aquel monopolio había ordenado se quemara en los campos la hoja de medio pie abajo para no estimular la saca ilícita hacía Cartagena; aunque era verdad que se abusaba del permiso y, a su regreso, se tocaba Jamaica, o Curazao, para vender sus cosechas, cargar de géneros los jabeques y luego introducir- los ilícitamente.34

Una nueva guerra entre metrópolis europeas, la Guerra de los Siete Años (1756-1763) implicó la ruptura del statu quo entre Francia e Inglaterra. El con- flicto se resolvió en Norteamérica, pero tuvo muchas consecuencias para el Caribe. Esta vez Gran Bretaña se emplearía a fondo con una enorme expedi- ción integrada por miles de hombres –incluso de las colonias de Norteaméri- ca– y cantidad de barcos. Su objetivo era el más ambicionado desde los inicios de las confrontaciones en este mar: la toma de La Habana.

La expedición llegó frente a La Habana en julio de 1761 y las operaciones militares fueron efectivas, incluía la toma del Castillo de los Tres Reyes. La ciudad fue ocupada y los ingleses controlaron, durante once meses, una zona que abarcaba desde Mariel hasta las inmediaciones del castillo de San Severi- no en Matanzas

Esta guerra, concluyó con el tratado de Paris de 1763 mediante el cual Inglaterra cambiaba la Florida occidental por La Habana y España recibía en compensación Lousiana de Francia. La Real Compañía de Comercio de La Habana subsistió sin el mismo poder monopólico, pues el Imperio Ultramari- no español había ganado en centralización administrativa durante la monar- quía de Carlos III. El estanco del tabaco sobrevivió bajo la tutela de la Real Factoría de Tabaco radicada en La Habana, con sucursales en cada jurisdic-

33 AGI. Santo Domingo, leg. 1368. 18 de julio de 1758. 34 AGI. Santo Domingo, leg. 1509, Habana, 12 de abril de 1764 O’Reilly a Arriaga.

262 Olga Portuondo Zúñiga ción de la Isla. A finales del siglo XVIII, el tabaco todavía se conducía hacia Cartagena y Portobelo.35,36

Una Real Cédula ampliaba las gracias de años atrás y declaraba libres de derechos de alcabala y de otras contribuciones a algunos puertos menores de la isla de Cuba –como los de Trinidad y Nuevitas—, de San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, Monte de la Margarita, Puerto Trujillo del Reino de Guatemala, Santa Marta, Rio de la Hacha, Portobelo y Guayana.37

En España, los ministros (los condes de Floridablanca, Aranda y Manuel Godoy) del despotismo ilustrado dictaron su política exterior. Ya se temía el expansionismo norteamericano y las ambiciones británicas. Se comenzó por re- ducir el monopolio comercial: se abrieron nuevos puertos de España para el co- mercio con América. Hubo un crecimiento de la armada española, y el control del espacio incluyó la realización de una serie de expediciones científicas en el curso de las cuales geógrafos, astrónomos, botánicos, naturalistas, geólogos, etc. hicieron una especie de inventario sistemático de las riquezas naturales.

El fortalecimiento económico de las colonias inglesas de Norteamérica, y sus ansias de libertad comercial provocaron la puesta en marcha de unas relaciones favorecedoras en las que ellas buscaban los productos tropicales más baratos, a cambio de madera, cereales, etc. que requerían las colonias tropicales hispanas y francesas ofrecidas por menos costos. Así quebraban los monopolios impuestos por las respectivas metrópolis en el Caribe. El inicio de la lucha de liberación de las Trece Colonias contribuyó al incremento de este tráfico comercial, porque España y Francia –que querían ver disminuido a su principal enemigo imperial— permitió el comercio de los llamados “neutra- les” con sus colonias.

Una de las medidas más importantes fue decretar la libertad de la trata, se- gún Real Cédula de 28 de febrero de 1789. La intensidad del comercio de negros bozales en el Caribe era indescriptible. A finales del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX entraron a la isla de Cuba miles de piezas de ébanos para surtir las plantaciones recién fundadas y en proceso de explotación.

35 AGI. Cuba, leg. 1334. 20 de diciembre de 1782. Joseph de Granda. 36 Ibídem, 30 de mayo de 1777. Había tomado posesión el 18 de mayo . Olga Portuondo Zúñiga: “Co- mercio en el Caribe durante el siglo XVIII”, en Del Caribe, No. 1, Casa del Caribe, Santiago de Cuba, 1983, pp. 92-95. 37 ANC. Reales Órdenes y Cédulas, leg. 24, no. 165-A.

263 Tres siglos de relaciones intercaribes

Luego de la Paz de Paris de 1783 se confirma la independencia de Nor- teamérica, las continuas y cambiantes alianzas de España, Francia e Inglaterra hicieron muy confuso el panorama de predominio en el Caribe; de lo que si no hay duda es que el corso y el contrabando criollos siguieron haciendo de las suyas. La decadencia de la plantación en Jamaica no hizo más que trasladar el intercambio mayor de mercancías intercoloniales hacia la vecina colonia francesa de Saint-Domingue, la que desde el segundo cuarto del siglo XVIII florecía gracias a las plantaciones de caña de azúcar, añil y café.38 Hay carencia de productos de primera necesidad en las colonias hispanas inmediatas que les suministran: carnes, ganado en pie, cueros, cobres, etc. para las plantaciones esclavistas.

Y esta es la circunstancia en la cual se produjo el estallido revolucionario en Saint-Domingue. El movimiento comenzó, justamente con los colonos pro- pietarios, quienes querían favorecer reformas para el comercio libre, suprimir los onerosos compromisos y dependencias con los capitales de los puertos del Atlántico y Mediterráneo metropolitanos. Medio millón de esclavos, víctimas de cruel explotación, interpretaron la Revolución en Francia como una vía por la cual obtener su libertad, romper sus cadenas y proclamarse independientes de su metrópoli.

5.- Revolución, migraciones y Caribe (1791-1819)

El Caribe entero se conmocionó durante la última década del siglo XVIII. El historiador cubano José Luciano Franco escribió sobre estas circunstan- cias que comenzaron como una onda expansiva surgida en Saint-Domingue y que tocó todos los territorios del mar Caribe y, años más tarde, la tierra adentro continental.39 Los esclavos de Martinica se insubordinan en 1793, los de Guadalupe un año después, y al siguiente los de Jamaica, Granada y Coro. Los maroons, que desde los años de la década del cuarenta del siglo XVIII no habían desistido de sus deseos de liberarse de la tutela inglesa, se rebelaron

38 Jean Tarrade: “Le comerse entre les Antilles françaises et les possessions espagnoles d’Amérique à la fin du XVIIIe siècle”, en Comerse et plantation dans la Caraïbe XVIIIe et XIXe. siècle”. Maison des Pays Ibériques, Bordeaux, 1992, pp-27-43 39 José Luciano Franco: Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe. 1789-1854. Academia de Cien- cias. La Habana, 1965. Sobre el tema del cimarroje y las rebeldías esclavas vease, Pedro Deschamps Chapeaux: “Rebeliones, cimarronaje y libertad en el Caribe”, en Del Caribe, No. 9, Casa del Caribe, Santiago de Cuba, 1987, pp. 72-78.

264 Olga Portuondo Zúñiga nuevamente en las Montañas Azules.40 También había comenzado una cons- piración, en la que fueron implicados los inmigrantes de Saint-Domingue ex- pulsados por éstos de Jamaica. Víctor Hughes, el comisionado revolucionario francés, proclamó la emancipación de los esclavos de Guadalupe, contribuyó al levantamiento de los maroons en Jamaica y al de los caribes en San Vicente.41

Desde 1781, descendientes de los antiguos esclavos que trabajaban en las minas de cobre de Santiago del Prado –próximas a Santiago de Cuba— se insubordinaron porque los antiguos asentistas recibieron de la corona el de- recho a apoderarse de ellos y de las tierras que muchos usufructuaban. Este movimiento, que provocó el apalencamiento en las montañas de las sierras de El Cobre se prolongó durante más de una década y guarda relación con la conspiración de negros y mulatos libres campesinos gestada en los campos entre Bayamo y Manzanillo de 1795: el pardo libre campesino Nicolás Mo- rales parece haber recibido los ecos de la revolución francesa ya que pensaba obtener una posible equiparación de derechos con los blancos en cuanto a la posesión de la tierra. La insurrección fue abortada por un traidor y los princi- pales encartados, ejecutados.

El decreto de comercio libre de bozales, además de la efervescencia revolu- cionaria en el Caribe, decidió al monarca a dictar una Real Cédula en 1800 para abolir la esclavitud entre los descendientes esclavo (cobreros) en las minas de Santiago del Prado. Era una sabia y astuta medida, cuyo propósito fue aplacar la consternación social general que había provocado la autorización a una familia santiaguera para que los sometiera y vendiera, entre otras razones por la afluen- cia numerosa de esclavos procedentes de la antigua vecina colonia francesa.

En julio de 1797 se descubrió en Caracas la llamada Conspiración de Gual y España en cuya proclama se declaraba abolida la esclavitud y se esta- blecía la igualdad entre blancos, indios, pardos y morenos.

Una de las prodigiosas consecuencias de la acción revolucionaria en Saint-Domingue fue aquel movimiento migratorio general que se desencade- nó. Algunos puntos del Caribe no fueron más que parada forzosa para la emi- gración forzada que continuaría hacia otros territorios como la Louisiana o los puertos atlánticos de la Confederación Americana.

40 R.C. Dallas: Historia de los cimarrones. Casa de Las Américas, La Habana, 1980, pp. 101-125. 41 Jacques Adélaïde-Merlande: Delgès ou la guadeloupe en 1802. Éditions Karthala, Paris, 1986.

265 Tres siglos de relaciones intercaribes

Primeramente, se desplazaron los colonos propietarios franceses o crio- llos –algunos lograron sacar parte de su riqueza en esclavos o capital—, con el avance de la presión revolucionaria más radical la emigración fue integrada por artesanos y profesionales blancos y libres de color; también hubo esclavos que partieron –a voluntad o forzados— con sus amos.

En sus novelas El Reino de este Mundo y El Siglo de las Luces, el narrador cubano Alejo Carpentier integra a sus argumentos la eclosión de intensa acti- vidad revolucionaria y el movimiento migratorio por todo el Caribe.42

El avance de las fuerzas negras revolucionarias comandadas por Toussaint Louverture sobre Santo Domingo desde 1795 (entregado a Francia mediante el tratado de Basilea), también dio lugar a la emigración masiva de colonos del territorio de Santo Domingo. La mayoría vinieron a residir a la isla de Cuba. Ejércitos ingleses desde Jamaica se movieron hacia el centro occidental de Saint-Domingue y ocuparon el territorio. Las tropas negras, que habían refor- zado a los líderes de Haití, luego de cumplir su misión, fueron rechazadas para residir entre los mismos que los habían instigado a participar en la contienda.43 Inglaterra reaccionó de inmediato y concertó tratados con los Estados Unidos, la situación se hizo crítica.

Los ejércitos europeos desplazados hacia el Caribe durante estos años, fueron otro motivo de trastorno en el área. La derrotada armada napoleónica del general Leclerc en Saint-Domingue pidió refugio en Santiago de Cuba, y las autoridades españolas únicamente le permitirían permanecer –hasta repo- nerse— en el cayo Smith dentro de la bahía, sin mezclar sus tropas con la po- blación. Muy pocos de sus oficiales y soldados regresaron a Francia y el propio general murió en noviembre de 1803. El 1º de enero de 1804 se proclamaba la República de Haití y las oligarquías blancas del Caribe, desde entonces, vivie- ron siempre angustiadas ante el temor de que sus esclavos siguieran el ejem- plo.44 Francia napoleónica transfirió la Lousiana a Estados Unidos en 1803, lo que repercutió también en un movimiento extraordinario de población hacia el occidente de la isla de Cuba.

42 Alejo Carpentier: El Reino de este Mundo. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1981; Alejo Carpen- tier: El Siglo de las Luces, Editorial Letras Cubana, La Habana, 1976. 43 Vid. Carlos Estaban Deive: Las emigraciones dominicanas a Cuba (1795-1808). Fundación Cultural Domi- nicana. Santo Domingo, 1989 44 Vid. Johanna von Grafenstein: Haití. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, 1988.

266 Olga Portuondo Zúñiga

Para la isla de Cuba –particularmente, la jurisdicción de Cuba—la inmi- gración procedente de Saint-Domingue entre 1802-1805 significó una inyec- ción de progreso. Los colonos franceses con capital, iniciaron la explotación de las montañas de la Sierra Maestra, hasta entonces integrada por grandes hatos vírgenes.45 Armadores franceses organizaron expediciones para el ne- gocio de la trata en la propia África, mientras que corsarios franceses y crio- llos hicieron, como nunca antes, al puerto santiaguero su refugio preferido para las incursiones en el triángulo de las Grandes Antillas. Por su parte, un escuadrón inglés desde las Bahamas atacó, la ciudad de Baracoa en julio de 1807 y Gran Bretaña ocupó con éxito Curazao, las Antillas Danesas, Marti- nica y Guyana.

A comienzos de 1808, Napoleón Bonaparte ejecutó un artero golpe a la monarquía borbónica al penetrar con sus tropas en territorio español. Carlos IV fue enviado a Bayona y en el trono español se colocó a José Bonaparte, su hermano. Una guerra civil comenzó en la península contra el invasor foráneo. El vacío de poder que se produjo en el trono español, tuvo insospechadas consecuencias para el Imperio Ultramarino americano. Recordemos que éste era posesión de la monarquía española, no del Estado español y, por tanto, su fidelidad respondía a la autoridad del rey. La ma- yoría de los virreyes, capitanes generales y gobernadores no reconocerían al monarca usurpador ni a su Consejo de autoridades. Pero como era ne- cesario gobernar, ahora sin los dictados de la metrópoli, se constituyeron Juntas integradas por los notables de cada región. En Santo Domingo, una sublevación se liberó de Haití y proclamó nuevamente al rey de España hasta 1811.

Ni en la isla de Cuba ni en la de Puerto Rico, llegaron a formarse estas Juntas, a diferencia del territorio continental, como una demostración extre- ma de confianza a los representantes de la corona, los capitanes generales marqués de Someruelos y Toribio Montes respectivamente.46 Sin embargo,

45 Olga Portuondo Zúñiga: “Santiago de Cuba, los colonos franceses y el fomento cafetalero (1798-1809), en Les français dans l’orient cubain Maison des Pays Ibériques, Bordeaux, 1993, pp. 115-127. Emilio Bacardí ha escrito dos novelas, Via Crucis ( Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1979) y Filigrana (Edi- torial Oriente, Santiago de Cuba, 1999) cuyos argumentos tratan respecto a la implantación francesa en la Sierra Maestra y su repercusión en la ciudad de Santiago de Cuba. 46 Vid. Francisco J. Ponte Domínguez: La Junta de La Habana en 1808. Editorial Guerrero, La Habana, 1947 y Fernando Picó: Historia general de Puerto Rico, Ediciones Huracán, República Dominicana, 1988, pp. 124-129.

267 Tres siglos de relaciones intercaribes hubo sus devaneos y revuelos, particularmente en La Habana. La mayor ten- sión se produjo a consecuencia de la presencia de los inmigrantes franceses, pues en abril de 1809 se decretó su expulsión del territorio español ultrama- rino. En el occidente del país hubo serios conflictos, ya que los españoles –y particularmente los catalanes– ambicionaban muchas de las posiciones y posesiones adquiridas por los galos. Se cumpliría a cabalidad lo decreta- do por la llamada Junta de Vigilancia. En Estados Unidos se comenzó un cambio político que dejó a un lado la neutralidad para obtener de Napoleón la cesión de la Florida y de Cuba. España cedería la primera en febrero de 1819 por cinco millones de pesos como indemnización. Norteamérica se aproximaba a la realización de sus aspiraciones: convertir el Caribe en un lago norteamericano.

La secuela de acontecimientos en la Península, provocaron la guerra civil, y la Constitución de 1812 era proclamada también en el Imperio de Ultramar. Los movimientos autónomos de Hispanoamérica iniciados en 1808, ahora al- canzarían nuevos vuelos. Era el principio del proceso de liberación de la tutela colonial española. En tanto, Gran Bretaña y Estados Unidos volvían a romper relaciones en 1812 para crear nuevas dificultades en el mar del Caribe, entre ellas las del comercio con las colonias de las otras metrópolis. Finalizada las hostilidades dos años después, cambiaba la situación internacional respecto a este mar mediterráneo.

Derrotado Napoleón, en el trono español se restablecía la monarquía borbónica con Fernando VII. El monarca español comenzó su larga lucha diplomática y militar por la recuperación de Hispanoamérica. Para el Caribe implicó grandes movimientos de navíos que trasladaban las tropas españolas desde la isla de Cuba hacia Tierra Firme y la aparición de un corso integrado por libertadores continentales y aventureros de distintas naciones que hos- tigaban las costas de la isla de Cuba y de Puerto Rico. El propósito era dis- traer la atención de las autoridades hispanas, mantener en tensión las fuerzas coloniales lejos de los centros rebeldes. Cuba fue, la punta de lanza desde donde se reorganizaban las fuerzas procedentes del continente y también la que suministraba enormes recursos de sus fondos de hacienda para financiar las operaciones de reconquista. Así ocurrió durante la segunda década del siglo XIX y después del segundo período constitucional, cuando la Santa Alianza intervino para restaurar a Fernando VII. Por su parte, los revolu- cionarios continuaron las agresiones all comercio caribeño desde su base

268 Olga Portuondo Zúñiga de operaciones en la isla de Margarita e intercedieron y negociaron con los gobiernos de Haití y de la recién proclamada República de Santo Domingo (1821). El capitán general Francisco Dionisio Vives, alertaba en 1823 cómo la ocasión se presentaba favorable en Cuba para los agentes revolucionarios de México y Costa Firme porque se desacreditaba el gobierno y exaltaba el amor a la constitución y el patriotismo.47 Quizás el mayor peligro estaba en la transmisión de ideas ilustradas y libertarias transmitidas por la multipli- cada migración procedente de Tierra Firme a raíz del éxodo forzado tras las derrotas de los ejércitos españoles.48 Por ejemplo, Mariano Rodríguez de Olmedo nombrado arzobispo de Cuba en 1814 procedía de la diócesis de Arequipa en la cual estudió y su padre había sido corregidor en Cumaná. Había sido diputado a cortes.49

El Caribe, permaneció como un mar en erupción debido al decreto de abolición de la trata por Gran Bretaña en 1807 y los compromisos firma- dos con este país por Fernando VII en 1817 para abolirla en sus predios ultramarinos. No tenía ninguna intención de cumplirlos, porque la isla de Cuba veía los enormes beneficios de su producción azucarera y cafetalera, gracias al trabajo del africano esclavizado y al otorgamiento de la libertad de comercio.

Mucho tiempo habría de pasar para que España, asumiera seriamente la responsabilidad de liquidar la trata. El liberalismo español, endeudado con la oligarquía financiera de la Gran Bretaña, en varias oportunidades coqueteó con la idea de venderle la isla de Cuba a esta nación. La burguesía criolla rechazó rotundamente una determinación que iba en contra de sus intereses económicos. Y cuando aún no se había repuesto de estos sustos, Gran Bretaña decidiría abolir la esclavitud en todas sus colonias. 50 Dominadas aún por Es- paña; Cuba y Puerto Rico gozaban del auge de la producción para el mercado

47 AGI. Ultramar, leg. 88. Habana, 28 de junio de 1823. Francisco Dionisio Vives al Secretario de Estado y de Despacho. 48 La Audiencia de Puerto Príncipe se nutrió de funcionarios hispanos de los países recién independiza- dos. 49 AGI. Santo Domingo, leg. 2230.- El gobernador del Departamento Oriental mariscal Manuel Lorenzo y sus compañeros, integrantes de las tropas derrotadas en Tierra Firme, proclamarían la constitución de 1812 en el Departamento Oriental el 29 de septiembre de 1836; su contrincante Miguel Tacón y Rosique era también un Ayacucho. 50 Para una información previa sobre el tema de las rebeldías esclavas en las colonias inglesas ver, Mary Turner: “Esclavitud y abolición en el Caribe inglés: la función de la rebelión esclava”, en Del Caribe, No. 8, Casa del Caribe, Santiago de Cuba, 1987, pp. 24-32.

269 Tres siglos de relaciones intercaribes capitalista, sobre todo en la primera, con casi medio millón de esclavos entre los de plantaciones y los de casas solariegas.51

Gran Bretaña favoreció el reconocimiento de las repúblicas insurgentes, con la finalidad de ganar espacios comerciales, y de otra índole mientras Esta- dos Unidos retrasó el reconocimiento de la independencia hasta verse obliga- do en 1822 por circunstancias internacionales.

Después de la independencia, no se logró consolidar la estabilidad po- lítica en el interior de cada una de las jóvenes repúblicas, ni en sus fronte- ras. Entre otras razones, por la intervención de los gobiernos europeos y de Estados Unidos en sus asuntos. Así Venezuela, Colombia, México y demás costas del Caribe continental sufrieron el debilitamiento de sus economías, en tanto el equilibrio de poderes creado entre Gran Bretaña, Francia (reconocía la independencia de Haití en 1825) y Holanda, en menor medida, impedían a Estados Unidos de Norteamérica el avance sobre las jóvenes naciones para su dominio. Hubo de conformarse con intensificar sus relaciones comerciales con los países del Caribe sin ocultar sus intenciones de extender sobre ellos el dominio político, si se le ofrecía la oportunidad.

6.- Conclusiones

Las islas de Cuba y Puerto Rico fueron refugio de los partidarios del imperio y de las fuerzas derrotadas procedentes de Tierra Firme, en parti- cular encaminadas hacia el puerto de Santiago de Cuba. Sus efectos fueron contradictorios: por un lado, la concentración de ejércitos derrotados contri- buyó a neutralizar los brotes independentistas y los efectos económicos de la lucha en Hispanoamérica sembró el temor entre los plantadores esclavistas que aspiraban a perpetuar el equilibrio social; por otra parte, una masa de profesionales y cultos ilustrados, instalados en la Isla ,transmitieron las ideas liberales entre la población y fueron acicate para madurar criterios de iden- tidad americana.

51 Antonio Benítez Rojo: La isla que se repite. Editorial Casiopea, Barcelona, 1998, pp. 94-106 y José Lu- ciano Franco Ferrán: “Esquema histórico sobre la trata negrera y la esclavitud”, pp. 1-10 y Rafael L. López Valdés: “Hacia una periodización de la historia de la esclavitud en Cuba, pp. 11-41, en Instituto de Ciencias Históricas: La esclavitud en Cuba, Editorial Academia, La Habana, 1986

270 Olga Portuondo Zúñiga

De manera que, a lo largo de tres siglos de colonización española, las vías marítimas naturales en el Caribe común y las propias necesidades defensivas y administrativas del Imperio Ultramarino favorecieron la interacción cultural desde Tierra Firme hacia la región oriental de la isla de Cuba, y viceversa.

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272 Gestación de la moderna economía azucarera en las antillas hispanas (1850-1900)1

Oscar Zanetti Lecuona2

El protagonismo de las Antillas hispanas en la historia azucarera del Caribe es un fenómeno relativamente tardío, a pesar de que ese proceso comenzó en La Española, hace justamente medio milenio. Aunque aquella isla fue asiento de las primeras plantaciones americanas, tras breves déca- das de auge su producción experimentó una rápida decadencia hasta perder toda importancia económica. Por supuesto que tanto en Santo Domingo como en la contigua isla de Puerto Rico continuaron moliendo trapiches y elaborándose algún moscabado, al igual que en su vecina mayor, Cuba, don- de con posterioridad incluso se fomentan ciertas áreas productoras, sobre todo en torno a La Habana. Sin embargo, esas posesiones españolas care- cían de trascendencia en el desarrollo del comercio azucarero del Atlántico, cuyas raíces productivas se afincaron primero en el nordeste brasileño y

1 Este trabajo apareció publicado el la revista Clío (República Dominicana) No. 169, enero-junio 2005, pp. 89-140. 2 Oscar Zanetti Lecuona (La Habana, 1946). Doctor en Ciencias Históricas. Académico titular en la Academia de Ciencias de Cuba. Profesor titular de tiempo parcial en la Universidad de La Habana. Presidente de la sección de Literatura Histórica y Social de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: La república, notas sobre economía y sociedad (Cien- cias Sociales, La Habana, 2007); Isla en la historia. La historiografía de Cuba en el siglo XX (Unión, La Habana, 2005), y Las manos en el dulce. Estado e intereses en la regulación de la industria azucarera cubana (Ciencias Sociales, La Habana, 2004.) Su obra Comercio y poder. Relaciones cubano-hispano- norteamericanas en torno a 1898 (Casa de las Américas, La Habana, 1998) fue premiada en el con- curso Casa de las Américas de 1998, y Caminos para el azúcar (Ciencias Sociales, La Habana, 1987), realizada en colaboración con Alejandro García, recibió el premio “Elsa Goveia” de la Asociación de Historiadores del Caribe y ha sido traducida al inglés: Sugar & Railroads: a Cuban History, 1837-1959, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1998.

273 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas más adelante en las “isla inútiles” del Caribe, que como Barbados, Antigua, Santa Lucia y muchas otras, España fue perdiendo a manos de sus rivales europeos.

En el siglo XVIII las Antillas eran la azucarera de la humanidad, particularmente las West Indies británicas y, sobre todo, el Saint Domingue, porción occidental de La Española que había pasado a soberanía francesa por la Paz de Ryswick y que con sus 400.000 esclavos se constituyó en la primera productora mundial de géneros tropicales. Las colonias españolas, en cambio, permanecieron al margen de tal prosperidad hasta que a finales de siglo el Saint Domingue sale del concierto de los productores del dulce, tras la revolución que liquidó la esclavitud y dio lugar a la independencia del estado haitiano. La coyuntura de altos precios y fuerte demanda que se entonces se crea, dio un poderoso impulso a la producción cubana que había venido creciendo lentamente desde décadas atrás. Favorecida por al- gunas medidas de la Corona española que liberalizaron la introducción de esclavos y el comercio exterior, Cuba duplica sus exportaciones de azúcar en la década de 1790 y ya en 1809 traspasa la cota de las 50.000 tonela- das, en medio de un ascenso continuado que al cabo veinte años habrá de convertirla en la primera productora mundial del dulce. Puerto Rico sigue un rumbo similar, sobre todo a partir de la Cédula de Gracias de 1815 que otorgó a los hacendados de esa isla las facilidades de que ya disfrutaban sus congéneres cubanos. Apenas transcurrida una década, la pequeña gran Antilla exporta ya 10 000 toneladas de azúcar, cantidad que un cuarto de siglo después multiplicará por cinco. Dicho volumen de ventas resultaba bastante menor que el de Cuba, pero si se considera la extensión de ambas islas y el espacio proporcionalmente inferior de las tierras borinqueñas ap- tas para el cultivo de la caña, la concentración de recursos productivos de Puerto Rico en el azúcar resulta comparativamente mayor. Aunque Santo Domingo, envuelta en los procesos que se generan en su vecina Haití –in- cluyendo la abolición de la esclavitud–, queda temporalmente al margen de esta expansión azucarera, a mediados del siglo XIX el grueso del dulce ca- ribeño se produce en plantaciones donde se habla el español, por más que buena parte de sus trabajadores fuesen africanos esclavizados. Esa preemi- nencia productiva alcanzada por las Antillas hispanas llegará a su plenitud en la segunda mitad del siglo, en consonancia con el desarrollo de la gran industria.

274 Oscar Zanetti Lecuona

Imperativos y factores de la transformación

La industrialización de la producción azucarera en las Antillas hispanas constituyó un proceso de vasto alcance, del cual la mecanización de las opera- ciones productivas constituye solo uno –y probablemente no el más complejo– de sus aspectos. La expansión azucarera en las dos colonias españolas durante los dos primeros tercios del siglo XIX, se había verificado en las Antillas hispa- nas dentro de los marcos organizativos tradicionales –tanto mercantiles como productivos– de la plantación esclavista. A lo largo de esas seis o siete décadas se registran cambios de importancia en la manufactura del dulce, debidos prin- cipalmente a la paulatina introducción de equipos que ampliaban la capacidad productiva de los ingenios. Iniciada con la asimilación del trapiche de mazas horizontales, diseño que empieza a utilizarse en el Caribe a finales del siglo XVIII, la cadena de innovaciones se continúa poco después con los primeros intentos de mover un molino con máquina de vapor, prueba llevada a cabo en el ingenio habanero “Seybabo” en 1797. Pese al escaso éxito de esa experien- cia, los “prohombres” del azúcar no cejaron en su empeño y, después de diver- sas adaptaciones, el molino a vapor terminó por hacerse usual en los ingenios cubanos a mediados del siglo XIX, aunque no así en los de Puerto Rico, donde solo 48 haciendas –sobre más de un millar de trapiches en operación– dispo- nían de máquinas de vapor en 18483. A estas novedades seguirían otras, como los tachos al vacío y las centrífugas, sin olvidar al ferrocarril –introducido en Cuba en 1837– que si bien no se integra todavía al ciclo productivo del azúcar, ofrece ventajas para el transporte del producto que facilitan la expansión de las plantaciones hacia territorios alejados de los puertos.4

Tal conjunto de innovaciones trajo aparejado un considerable aumento en la capacidad de las fábricas, sobre todo de aquellas que hacia 1860 se con- ceptuaban como “mecanizadas” –unas 60 en Cuba–, cuya producción podía superar el millar de toneladas por zafra. Pero este era un crecimiento funda- mentalmente extensivo; la mayor capacidad de procesamiento del ingenio me-

3 diseñados e introducidos primeramente en Jamaica, los trapiches horizontales también se empleaban en Saint Domingue; en Cuba, aunque se prueba el primero en 1791, comienzan a difundirse a inicios del siglo XIX. En 1860, las dos terceras partes de los 1312 ingenios registrados en Cuba movían sus molinos con máquinas de vapor. M. Moreno Fraginals: El ingenio, Ciencias Sociales, La Habana, 1978. T. I pp. 203-213 y tabla IV. Para las experiencias con la máquina de vapor: H Zogbaum “The Steam Engine in Cuba’s Sugar Industry, 1794 -1860” Journal of Iberian and Latin American Studies (Australia), Vol 8, No. 2, december 2002. 4 Véase: O. Zanetti y A. García: Caminos para el azúcar, Ciencias Sociales, La Habana, 1987, pp. 107-112.

275 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas canizado demandaba no solo costosas inversiones en equipo, sino un área de cañaverales más extensa y un incremento considerable del número de esclavos en los campos, todo ello sin que se consiguiese un progreso sustancial en ma- teria de rendimiento, pues la extracción de azúcar de las cañas no alcanzaba un incremento proporcional satisfactorio. Con escaso dinamismo en materia de productividad, las posibilidades de obtener economías de escala eran ob- viamente limitadas; el crecimiento de la capacidad fabril generaba una conse- cuente elevación del coste global de la producción, circunstancia que explica las penurias financieras por las que atravesaban algunos “colosos” cubanos de mediados de siglo, como el “San Martín”.5

Entre tanto los mercados evolucionaban en un sentido desfavorable para los azucareros antillanos. Al extraordinario auge de principios de siglo había se- guido una lenta pero constante declinación en los precios del azúcar, justo cuan- do la proscripción de la trata –que hizo de esta un negocio semiclandestino– co- menzó a encarecer progresivamente el precio de los esclavos. Aunque la negativa presión de esa tendencia sobre los costos pudo ser parcialmente compensada por los ahorros que proporcionaba el ferrocarril, los propietarios de ingenios veían con aprehensión como su margen de ganancias adelgazaba mientras se acre- centaban las deudas con los comerciantes-prestamistas. Cuando en el mercado internacional del azúcar se disipó la bonanza propiciada a mediados de siglo por una sucesión de conflictos bélicos –Crimea, la Guerra Civil en E.U., la contien- da franco-prusiana– la situación se tornó insostenible. El insaciable consumo europeo contaba ahora con múltiples fuentes de abasto. Por un lado, la apertura del canal de Suez (1869) y el progreso de la navegación a vapor facilitaron y abarataron el acceso de los azucares de Java, Mauricio, Filipinas y otras áreas productoras del océano Índico; pero por otro, la propia Europa, de consumidora neta, había pasado a ser una importante productora de dulce gracias al progreso de la industria remolachera. En poco más de una década la producción europea de azúcar de remolacha se había triplicado, hasta superar el millón de toneladas en 1872; transcurridos otros diez años, con una producción de 1.831.847 t.m., la remolacha conseguiría aventajar a la caña como productora mundial de dulce. A Francia, pionera en el fomento de la industria remolachera, se habían unido Alemania, Austria-Hungría, Rusia y otros estados europeos que ofrecieron un

5 Los rendimientos en azúcar oscilaban en torno a un 5% del peso de la caña y, obviamente, los ingenios mecanizados conseguían los más altos. Sin embargo, la diferencia respecto a los semimecanizados no era notable y, sobre todo, resultaba muy variable de un año a otro. Véase: Fe Iglesias: Del ingenio al central, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, San Juan, 1998, pp. 16-17 y 137.

276 Oscar Zanetti Lecuona vigoroso apoyo al nuevo y prometedor rubro de exportación. Porque si bien el avance remolachero se sustentaba en un consistente progreso tecnológico, su ventaja sobre la caña era ante todo un resultado de las políticas proteccionistas, que mediante primas o subsidios de exportación permitían que el azúcar de re- molacha alemán –por ejemplo- se exportase en 1879 a un coste de 2,4 centavos de dólar por libra, aunque su costo de producción fuese de 2,6 ctvs.6

El crecimiento de la oferta tuvo un efecto desastroso sobre los precios. Después de haber mantenido una relativa estabilidad en torno a 5,5 centavos por libra durante más de una década, estos caen en 1875 a un poco menos de 5 ctvs. y –tras un brevísimo repunte– continúan descendiendo hasta colocarse por debajo de los 3 ctvs. en 1885. Los productores de las Antillas hispanas no solo tuvieron que sufrir ese rápido descenso, sino que simultáneamente se vieron desplazados de los mercados europeos por la agresiva competencia de la remolacha; Cuba que en 1870 realizaba en Europa el 45% de sus exporta- ciones, vería reducirse dicha proporción hasta un 15% diez años después. Las ventas cubanas se concentraron entonces en el mercado norteamericano –cuyo arancel favorecía la importación de azucares de baja polarización-, haciendo una competencia ruinosa al dulce puertorriqueño.

Para enfrentar la caída del precio y prevalecer, la producción azucarera antillana tendría que experimentar una vasta transformación. El primer reto a vencer en esa senda era de carácter tecnológico, pues se necesitaba capturar apropiadas economías de escala mediante fábricas capaces no solo de proce- sar más caña por unidad de tiempo, sino de obtener de esta un rendimiento bastante más elevado en azúcar. Muchos de los recursos técnicos requeridos para ello los proveería, paradójicamente, la gran adversaria de la plantación cañera: la industria del azúcar de remolacha. Engendrada en los centros de la actividad industrial, la producción remolachera había experimentado un soste- nido perfeccionamiento tecnológico que la dotó de una maquinaria de notable capacidad y avanzada integración. Tales adelantos técnicos no podrían asimi- larse mediante la simple importación de una u otras de aquellas máquinas y su incorporación al ingenio; ese era un camino sin salida, como lo demostraba la experiencia de las plantaciones “mecanizadas” de Cuba. Ahora se trataba

6 La información de precios es de Willet & Gray, en R.G. Blakey: The United Status Beet Sugar Industry and the Tariff, New York, 1912; para los costos del azúcar alemana: Exposición del Círculo de Hacen- dados, de la Junta General de Comercio, la Real Sociedad Económica y la sección de agricultura de la misma, La Propaganda Literaria, La Habana, 1979.

277 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas de fomentar una nueva fábrica, para la cual quizás pudiesen aprovecharse al- gunas edificaciones y equipos del viejo ingenio, pero en la que junto al molino mecánico, el tacho al vacío o la batería de centrífugas se requerían evaporado- res, calentadores de guarapo, clarificadores, filtros-prensa, defecadoras y otros equipos, interconectados por conductores y sistemas de tuberías, todo lo cual permitiría que la producción se desarrollase como un proceso continuo, en la cual la manipulación de los trabajadores quedaría reducida principalmente a la operación de las máquinas y el control del flujo productivo.7

La planta industrial –que habría de denominarse ingenio-central o, sim- plemente, “central”– era el eje indiscutible de la transformación azucarera, pero los cambios que esta involucraba trascendían el estricto marco de la elaboración del dulce. Con una escala productiva varias veces superior a la del más potente de los ingenios “mecanizados”, la nueva fábrica demandaba mayores volúmenes de materia prima y, por consiguiente, requería de un área de cultivo bastante más extensa. En tales condiciones, para garantizar la continuidad del flujo productivo resultaba decisiva la puntual recepción de grandes cantidades de caña enviadas desde zonas a veces distantes. El ferrocarril era la solución idónea, pero ello implicaba incorporar su servicio dentro del proceso productivo, con todas las complicaciones que podía en- trañar las coordinación entre empresas de distinto carácter e intereses. Sin duda resultaría más apropiado que el central dispusiese de su propio servicio ferroviario. Y no sólo de este; también se necesitaban almacenes, talleres de reparación, alojamientos y otras prestaciones más específicas. A la cuantiosa inversión que suponía la adquisición e instalación de todo el utillaje de una moderna industria, debían añadirse por tanto otros muchos gastos. La eje- cución de tamaña empresa dentro de los moldes organizativos de la antigua plantación exigiría capitales en un monto muy difícil de asumir, aún por parte de los más ricos hacendados antillanos.

Algunos grandes empresarios habían conseguido amasar fortunas consi- derables, particularmente en Cuba, donde la Guerra de los Diez Años (1868- 1878) abrió espacio a múltiples negocios lícitos e ilícitos. Pero la mayoría de los propietarios de ingenios en las dos colonias hispanas, casi todos sobrecar- gados de deudas hipotecarias, carecían de medios para enfrentar con su propio peculio los retos inversionistas de la industrialización. En tales condiciones las

7 Para un análisis del sentido y alcance de estos cambios véase A. Dye: Cuban Sugar in the Age of Mass Production, Stanford University Press, Stanford, 1998, pp. 10 -14.

278 Oscar Zanetti Lecuona fuentes de financiamiento resultaban decisivas para concretar cualquier pro- yecto. Ambas islas, sin embargo, carecían de verdaderas redes financieras. La mayoría de las instituciones bancarias creadas a mediados de siglo para facili- tar créditos - generalmente a corto plazo y con altos intereses- desaparecerían en medio de las críticas circunstancias de los años ochenta, justo cuando se hacía más necesario un sistema crediticio. Las posibilidades de financiar algu- nas inversiones con préstamos a mediano plazo radicaban principalmente en fuentes externas, a través de socios comerciales bien conectados con entidades bancarias –al estilo de Moses Taylor y el City Bank of New York, por ejem- plo–, las cuales en el caso cubano serían casi todas norteamericanas y princi- palmente francesas en el de Puerto Rico.

La oferta de capitales resultaba de todas formas muy restringida, lo cual imponía la búsqueda de fórmulas que abaratasen la inversión. Una vía era la de explotar también con otras finalidades ciertas instalaciones requeridas por los centrales, como lo eran el ferrocarril, los talleres mecánicos y hasta los almacenes y establecimientos comerciales, lo cual aliviaría el peso de los cos- tos operativos, aunque difícilmente amortizaría la inversión8. Para reducir la magnitud de esta habría que apelar a decisiones más radicales, a un profundo cambio en las concepciones organizativas de la plantación.

Desde mediados de siglo, se venía manejando la idea de que al menos una parte de la caña requerida por el ingenio fuese suministrada por culti- vadores más o menos autónomos. Estos podrían asentarse como arrendata- rios en tierras de la plantación o, en las nuevas circunstancias, reclutarse entre campesinos de los alrededores e incluso algunos hacendados arruinados que renunciasen a la elaboración directa del azúcar. Esta fórmula, inicialmente fracasada, ahora resultaba viable en lo económico, pues el rendimiento indus- trial de los centrales podía duplicar y hasta triplicar lo obtenido en los antiguos ingenios, de modo que los ingresos reportados por esa superior productividad podían compartirse sobre bases relativamente satisfactorias entre el hacendado y el cultivador, por más que dicha distribución prometiese ser una fuente de conflictos. El “colono” –como se conocería al cultivador cañero–, asumiría los gastos de fomento, atención y cosecha de sus cañaverales, los riesgos que

8 Moreno Fraginals indica acertadamente esta posibilidad, aunque con la vista puesta en realidades del siglo XX a nuestro juicio la sobrevalora. Véase “Economías y sociedades de plantaciones en el Caribe español, 1860 -1930”, en L. Bethell, ed. Historia de América Latina, tomo 7, Crítica, Barcelona, 1991, p. 166.

279 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas entrañaba el mantenimiento de estos frente a las adversidades climáticas o los incendios y, sobre todo, se ocuparía de los trabajadores que demandase el cul- tivo, corte y embarque de sus cañas.9

Precisamente, el régimen de trabajo constituía uno de los principales pro- blemas involucrados en el tránsito de la producción azucarera hacia una plena condición industrial; más que eso, operaba en realidad como un factor relativa- mente independiente entre las determinantes de la transformación, con tanto o más peso que la competencia remolachera y el deterioro de los precios. La vieja plantación había descansado invariablemente en la esclavitud, una insti- tución que después de prolongada crisis, ya resultaba insostenible. El problema radicaba en la conversión de esa masa de esclavos en un contingente de traba- jadores libres, dispuestos a emplearse en la plantación industrial bajo las condi- ciones apetecidas por el amo, devenido ahora patrón capitalista. El cambio era de considerable alcance y envergadura, mas por fortuna no se produciría de súbito, pues desde tiempo atrás la plantación había dejado de ser una empresa exclusivamente esclavista. Bajo los imperativos del progreso técnico muchos ingenios habían tenido que abrir sus puertas a operarios calificados personal- mente libres, espacio que la carestía de trabajo se encargaría de ensanchar para dar cabida a culíes chinos, esclavos alquilados o asalariados y personal bajo diferentes formas de contratación –incluidas la propiciada por el régimen de la “libreta” en Puerto Rico10– que abarcaban toda la gama de situaciones más o menos serviles entre la esclavitud y el trabajo asalariado.

Como expresión de esa tendencia, el número –y la proporción– de esclavos en las posesiones hispanas de las Antillas había decrecido en magnitud muy notable desde mediados del siglo XIX, aunque mucho más en Puerto Rico que en Cuba, donde las plantaciones todavía albergaban unos 200 000 esclavos al iniciarse la década de 1870. A situaciones diversas, soluciones distintas; pero en cualquier caso –sin excluir el dominicano– la creación de las condiciones labo-

9 Un sugerente análisis de ese proceso puede encontrarse en Antonio Santamaría y Luis Miguel García Mora: “Colonos. Agricultores cañeros, ¿clase media rural en Cuba?, 1880-1898.” Revista de Indias, No. 212, enero-abril, 1898. pp. 131-162. 10 En 1849, bajo el pretexto de la lucha contra la vagancia, el gobernador Juan de la Pezuela dictó el “Reglamento de Jornaleros”, que declaraba como tales a todas las personas carentes de industria u oficio conocido, quienes tendrían la obligación de estar empleados en todo momento. Para acreditar dicha condición las personas debían portar una libreta donde su patrón asentaba los días trabajados, conducta , etc. Este era un recurso para asegurar fuerza de trabajo a los ingenios, pues a pesar de la densidad demográfica de la pequeña gran Antilla, los trabajadores libres evadían la contratación en las plantaciones esclavista. Véase. F. Scarano: Puerto Rico.Cinco siglo de historia, McGraw Hill, México, 1993., pp. 416-419.

280 Oscar Zanetti Lecuona rales requeridas por la nueva plantación industrial constituiría un proceso arduo y azaroso. Un mercado de trabajo no se crea por arte de magia, y si complicada resultaría la aparición de una cantidad suficiente de individuos en disposición de vender su fuerza de trabajo, no menores serían las dificultades para que los propietarios de centrales se acostumbrasen a bregar con el salario, un factor de influencia decisiva en la formación de su coste de producción.

La hora del central

Más allá de los muy visibles cambios tecnológicos, la transición a la gran industria se puso de manifiesto en la sostenida tendencia a realizar la pro- ducción azucarera–por lo general, creciente- en un número cada vez menor de fábricas. Ese fenómeno de concentración productiva, quizás el rasgo más llamativo de todo aquel proceso, ha servido a la larga para denominarlo, aun- que algunos autores prefieran calificarlo como “centralización”, un término que además de sugerir la tendencia concentradora se vale de la denominación empleada para las nuevas fábricas de azúcar.

No fue casual en modo alguno que los primeros “centrales” se instalasen en las colonias antillanas de Francia, el país europeo que había liderado la produc- ción de azúcar de remolacha. Después de una etapa de estudios y proyectos, la construcción de nuevas fábricas se inicia en la década de 1860, una vez supera- dos los trastornos de la post emancipación, y alcanza su apogeo en 1884, año en que Martinica contaba ya con 20 usines-centrales y Guadalupe con 17.11

En Puerto Rico, la más próxima de las colonias hispanas, se venía siguien- do con atención el fomento de centrales en las Antillas francesas. Después de una difícil coyuntura a mediados de siglo, en la isla la producción azucarera ha- bía tomado un “segundo aire”, de modo que con una exportación cercana a las 100 000 tns. en 1870, Borinquen se reafirmaba como el segundo productor del dulce en el Caribe. Sin embargo, la planta productora borícua continuaba acu- sando un franco retraso, pues solo una quinta parte de sus 550 ingenios contaba con máquinas de vapor, mientras la operación de tachos al vacío y otros ade- lantos técnicos resultaban casi una curiosidad. Concientes de que la calidad del

11 C. Schnakenbourg “From Sugar Estate to Central Factory: the Industrial Revolution in the Caribbe- an”, en B. Albert y A. Graves, eds. Crisis and Change in the International Sugar Economy, 1860 -1914. I.S.C. Press, Norwich, 1984. Al parecer, el primero de estos centrales fue el “D’Arboussier”, en las cercanías de Pointe-à-Pitre, con una capacidad de molida cercana a los 10 000 000 @ por zafra. G. Descamps: La crisis azucarera y la isla de Cuba, La Propaganda Literaria, La Habana, 1885, pp. 52-56.

281 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas producto final revestía una importancia decisiva para conseguir mejores precios, algunos productores se habían adelantado a introducir los “trenes Derosne”12, pero sin conseguir resultados que compensasen la inversión.

En 1873, cuando España decide abolir la esclavitud en su pequeña pose- sión antillana, los proyectos de “centralización” ganan coherencia, destacándo- se el formulado por Wenceslao Borda, un comerciante de Mayagüez que propo- nía fomentar 18 centrales en las llanura costeras; inversión cuyo financiamiento estaba en disposición de asumir la casa bancaria francesa de Moitessier Neveu, contra la garantía de las indemnizaciones que España se había comprometido a pagar a los dueños de los esclavos emancipados. Muy pronto se hizo evidente la morosidad de la metrópoli para honrar su compromiso, y con ello se desva- necieron los grandes proyectos centralizadores. Entonces ocuparon el espacio las iniciativas individuales. Entre 1873 y 1876 seis propietarios de ingenio se lanzan a fondo en la aventura industrial, si bien da la impresión de que algunos de esos proyectos apuntaban más al desarrollo de ingenios mecanizados al es- tilo de los ya existentes en Cuba, que a una fábrica central propiamente dicha. Dudas aparte, al menos dos de esas experiencias sí dan lugar a centrales y una de estas, bien documentada, resulta además muy ilustrativa.13 Se trata de la central “San Vicente”, en Vega Baja, fomentado por el co- merciante Leonardo Igaravidez en 1873. En años previos, este había comen- zado por adquirir tierras en torno al antiguo ingenio “San Vicente”, propiedad de su esposa, quien además pertenecía a una conocida familia de hacendados de la zona. Con ese y otros recursos, Igaravidez consiguió controlar los terre- nos de cuatro ingenios colindantes hasta totalizar unas 1.600 ha. Como el área de cultivo ya resultaba extensa, decidió instalar un ferrocarril de tipo portátil encargado de trasladar la caña hacia la moderna fábrica en construcción, cuya capacidad le permitiría procesar hasta 4.500 tns. de azúcar centrífuga por za- fra. Para materializar tan cuantiosas inversiones, Igaravidez contrajo deudas por casi un millón de pesos con diversas entidades, entre las que se encontra- ban J. F. Cail –la firma proveedora de la maquinaria–, algunas casas comercia-

12 desarrollados a finales de la década de 1830 por la firma francesa Derosne et Cail, este tren consistía en un trapiche horizontal de tres mazas, con estera móvil, y un sistema de defecadores, filtros de carbón y evaporadores al vacío para el procesamiento del guarapo. Probados exitosamente en Guadalupe, esos trenes comenzaron a introducirse en Cuba en los años cuarenta. Cfr. M. Moreno Fraginals: El ingenio, ed. cit. pp. 217-220. 13 Ese es sin duda el caso del ingenio “La Luisa” propiedad de Luis de Boyrie, inversión cuyos avatares examina con cierto detalle Andrés Ramos Mattei en su artículo “Las centrales olvidadas: formación de capital y cambios técnicos en la industria azucarera puertorriqueña 1873 -1880”, Historia y Sociedad (Puerto Rico) Año I, 1988, pp. 88-90.

282 Oscar Zanetti Lecuona les de Puerto Rico y Gran Bretaña, así como dos entidades bancarias france- sas. La carrera de endeudamiento llegaría a su fin al contratarse un préstamo por 195.000 pesos con la Caja de Ahorro de San Juan, operación considerada fraudulenta pues dicha entidad no estaba autorizada a facilitar préstamos de semejante envergadura. Aunque el “San Vicente” distaba de ser un fracaso productivo, sí resultó un desastre financiero que terminó por conducir a la cárcel a su ambicioso propietario.14

Con el sonado caso del “San Vicente” no concluye, por supuesto, el pro- ceso de centralización en Puerto Rico; algunas de las fábricas pioneras co- rrieron mejor suerte y a la lista de esos centrales se fueron añadiéndose otros nombres –en algún caso resultado de inversiones inglesas– hasta alcanzar la docena a finales del siglo XIX. Tan exigua cantidad, sin embargo, difícilmente puede calificarse como un éxito, como tampoco lo constituye el hecho de que en 1898 los ingenios activos en la isla se hubiesen reducido a unos 150, pues en igual o mayor medida había disminuido la producción de azúcar, que por esos años apenas superaba las 30 000 toneladas. La centralización puertorriqueña, al menos en su primer intento, parecía un acto fallido.

En Cuba la industrialización partía de condiciones diferentes. De hecho, la introducción de mejoras técnicas se venía desarrollando como un proceso relativamente constante, que hacia 1860 había conseguido dotar de máquinas a muchos de los 1382 ingenios en operación, entre los que destacaba una elite de 50 o 60 fábricas con un grado apreciable de mecanización. El problema ra- dicaba en la tremenda heterogeneidad de la manufactura azucarera, dentro de la cual coexistían el ingenio mecanizado y el trapiche de bueyes, así como las más diversas y sorprendentes combinaciones, de las cuales constituye un buen ejemplo el ingenio “Conchita” que purgaba su azúcar en modernas centrífugas después de haberla cocido en un tren jamaiquino. Cuando a partir de 1873 los precios comienzan a declinar, los hacendados no ignoraban las fórmulas para controlar su coste, pero se encontraban justamente en la peor de las circuns- tancias para aplicarlas, pues el azúcar soportaba un gravamen extraordinario ascendente al 30% del producto liquido, impuesto por España para financiar la guerra que libraba contra los independentistas cubanos.

Quizás por ello los primeros proyectos de centralización descansaban en el sostén del estado colonial, ya fuese en gran escala como lo sugiere la ambiciosa

14 A. Ramos Mattei: La hacienda azucarera. Su crecimiento y crisis en Puerto Rico (Siglo XIX), CEREP, San Juan de Puerto Rico, 1981, pp. 28-30.

283 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas propuesta del conde Francisco F. Ibáñez para construir 50 centrales por cuenta “del gobierno de la nación”, o en los más modestos términos del hacendado Sebastián Ulacia, que se contentaba con cinco años de exención de impuestos y algunas otras franquicias para fomentar un ingenio central en Aguada de Pasaje- ros15. Fuese por el apremio de las circunstancias, o por considerar muy remotas las posibilidades de un apoyo metropolitano, lo cierto es que a comienzos de la década de 1880 se hacen frecuentes las acciones de los hacendados, no ya para mejorar su equipamiento, sino para reconstruir sobre nuevas bases algunos in- genios dotándolos de sistemas mecanizados completos -como el adquirido por Emilio Terry en 1882 para su central “Limones”- los que incluían, además de molinos a vapor, evaporadores de triple efecto, calentadores de guarapo, defeca- doras, clarificadores, bombas, tuberías, etc. También por estos mismos años se inicia el tendido de las primeras vías férreas privadas para el traslado de la cañas a las fábricas. No todas esas inversiones se vieron coronadas por el éxito, como sucedió con los intentos de aplicar la difusión, un procedimiento de utilidad más que probada en la elaboración del azúcar de remolacha, cuya aplicación a la caña no arrojó buenos resultados. A pesar de su indiscutible importancia, la aparición de nuevas instalaciones fabriles o la modernización de otras no cons- tituye de por sí una evidencia incontrastable de que la centralización estuviese decididamente en marcha, como tampoco resulta un indicador confiable la os- tensible disminución del número de ingenios –hasta 1170 en 1881–, pues dicha tendencia respondía más bien a la destrucción de un gran número de trapiches en las regiones centro orientales durante la Guerra de los Diez Años.

La centralización cubana se inicia, por tanto, con paso inseguro, en medio de las críticas circunstancias configuradas, no solo por el desplome de las cotiza- ciones azucareras en 1884 y el consiguiente afianzamiento del cuadro depresivo, sino también por la declinación de la producción, ya que las zafras realizadas desde 1876 y 1890, con un monto promedio de 625.000 t.m., acusaban una fran- ca declinación frente a lo conseguido en el quinquenio precedente.16

Si a primera vista la concentración se manifiesta como un fenómeno de tipo productivo, por su complejidad e implicaciones, constituía un proceso que trasciende ampliamente la esfera de lo técnico. Es más, puede afirmarse que

15 Francisco F. Ibáñez: Creación por el gobierno de la nación de cincuenta ingenios centrales con empleo exclusivo de trabajadores libres, El Sol, La Habana, 1881. Pueden encontrarse descripciones de algunos otros pro- yectos en Fe Iglesias, ob. cit. pp. 45-49. 16 El promedio de las zafras en el quinquenio 1871-1875 fue de 728 000 t.m. Calculado con datos de Moreno: El ingenio, ed. cit. T.III, cuadro I.

284 Oscar Zanetti Lecuona las soluciones tecnológicas para hacer de la producción azucarera una activi- dad masiva, de carácter plenamente industrial, estaban disponibles años antes de que esa transformación se hiciese efectiva. Lo decisivo en realidad eran las modificaciones en la concepción del negocio, tanto en la organización econó- mica de este, como en los fundamentos sociales e ideológicos de su régimen laboral. De ahí el papel desencadenante que juega en Cuba la abolición de la esclavitud, por más que ese sistema ya se encontrase en estadio muy avanzado de descomposición. La ley de abolición de 1880 y, todavía más, la liquidación definitiva de la transitoria fórmula del patronato seis años más tarde, cons- tituyen verdaderos hitos en la tendencia hacia la concentración productiva. Después de toda una etapa de tanteos y gestiones inciertas, es a finales de los años ochenta que los cambios se aceleran y difunden, en forma tal que la com- plicada y traumática gestación de la gran industria parecería haber culminado en un alumbramiento tan repentino como feliz. A partir de 1887, la centralización constituye un fenómeno generalizado, por más que no manifieste el mismo ímpetu ni iguales resultados en las dis- tintas regiones azucareras. Por lo general, el proceso parece haber sido más dificultoso en algunas zonas tradicionales con estructuras productivas bien arraigadas, como Lagunillas –en Matanzas–, mientras que en Manzanillo, al oriente, donde la vieja plantación había sido barrida por la guerra, el fomento de nuevos centrales y la reorganización productiva se efectuó con celeridad. Probablemente donde mejor se aprecia el éxito de la centralización es en Cien- fuegos, región cuyo desarrollo azucarero era ya notable a mediados de siglo, pues en 1860 disponía de 94 ingenios con una producción total de 43.760 t.m. Treinta años después, Cienfuegos producía poco más de 100.000 t.m. en solo 11 centrales, pero lo más sorprendente es que dicho salto productivo se había verificado en apenas un lustro. Para 1895, con una producción total de 158 000 t.m., los centrales cienfuegueros promediaban 14.000 t.m. por zafra, y entre ellos se encontraban fábricas como “Constancia” y “Caracas” que figuraban entre las mayores del mundo. Resulta igualmente apreciable el ascenso del rendimiento en azúcar, que para la zafra de 1895 llegaba a alcanzar 11,3 en el central Soledad, también enclavado en el área de Cienfuegos.17 En semejante salto productivo influyeron, desde luego, los avances técni- cos, incluidas innovaciones de último minuto como las desmenuzadoras y los

17 Fe Iglesias: “El desarrollo capitalista de Cuba en los albores de la época imperialista”, en Instituto de Historia de Cuba: Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, Política, La Habana, 1996. pp. 192-194.

285 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas hornos de bagazo verde, pero también había desempeñado un papel decisivo el deslinde, ya definitivo, entre las fases agrícola e industrial del proceso produc- tivo, pues a principios de la década de 1890 buena parte de la caña era cultiva- da por colonos. En correspondencia con esa nueva realidad, los ferrocarriles públicos habían comenzado a transportar caña en volúmenes tales, que solo las tres compañías ferroviarias que operaban en las provincias de La Habana y Matanzas, movieron en conjunto más de 150 millones de arrobas durante la zafra de 1895. A ello debe añadirse el desarrollo de ferrocarriles privados de los centrales, cuya redes viales podían extenderse por 50 kms. o más.18

La etapa de estancamiento e inestabilidad productiva que caracterizara a los años ochenta había quedado atrás. En 1892 Cuba lograba producir por pri- mera vez más de un millón de toneladas de azúcar y las zafras sucesivas se man- tendrían rondando esa cifra hasta 1895. Para ese año se estima que el número de ingenios se había reducido a 500, aunque probablemente solo 400 de estos se hallaban realmente activos, la mitad de los cuales podían clasificarse como cen- trales. El ajuste final lo haría la Guerra de Independencia (1895-1898), a la cual sobrevivirían algo menos de 200 fábricas, casi todas ellas centrales.19

Antes de concluir el siglo XIX la industrialización del azúcar era en Cuba un hecho consumado, y el éxito de dicho proceso podía acreditarse casi por completo a la iniciativa local. Es cierto que apenas una quinta parte de los pro- pietarios de centrales procedían de las familias de antiguos hacendados escla- vistas, pero el masivo relevo que dicha proporción indicaba, no era resultado exclusivo de la incapacidad de los viejos “señores de ingenio” para convertirse en empresarios capitalistas, sino también de más complejos factores -financie- ros y políticos- que desplazaron el poder económico en la isla hacia una elite de negociantes de origen hispano. Aunque el peso del sector criollo en el con- trol de la industria disminuyese, ello no entrañaba la “desnacionalización” de esta, pues los propietarios peninsulares radicaban casi todos en Cuba, al igual que sucedía también con la mayor parte de los ciudadanos norteamericanos registrados como titulares de centrales azucareros. El número de fábricas de azúcar cuyos dueños eran sociedades o personas radicadas fuera de la isla era en realidad muy pequeño, lo cual no quiere decir que el capital extranje-

18 Oscar Zanetti y Alejandro García: Caminos para el azúcar, Ciencias Sociales, La Habana, 1987, pp. 150- 157. 19 La información sobre el número de ingenios es imprecisa. Fe Iglesias, en su ya citado Del ingenio al central (pp. 167-170 y 206) ofrece abundantes datos al respecto.

286 Oscar Zanetti Lecuona ro –y principalmente norteamericano– haya dejado de desempeñar un papel relevante en el proceso de centralización. Lo que sucede es que se hace difícil percibir –y más aún evaluar– dicha presencia, pues el capital foráneo participa en la centralización sobre todo mediante préstamos y otras formas de finan- ciamiento de las inversiones. A juzgar por ciertos indicios, muchos de los muy encopetados propietarios de centrales estaban endeudados hasta las narices con bancos y firmas comerciales estadounidenses, una posición más que com- prometida, sobre todo si se tiene en cuenta que al finalizar el siglo Cuba sería escenario una nueva y devastadora guerra independentista.20

El renacimiento de la producción azucarera en Santo Domingo guarda relación directa con el conflicto independentista cubano, en particular con la Guerra de los Diez Años, durante la cual se originó una pequeña corriente emigratoria desde las regiones orientales de Cuba hacia la república vecina. De esa emigración formaban parte algunos hacendados que probaron a reha- cer sus fortunas en la actividad que mejor conocían: la fabricación de azúcar. El territorio dominicano, que había sido cuna del cultivo cañero en Améri- ca, poseía sobradas condiciones naturales para la producción del dulce, a las cuales se añadían ahora ciertos factores políticos propicios, como la relativa estabilidad alcanzada por el país tras la victoria sobre España en la Guerra de la Restauración y el predominio de las fuerzas liberales, proclives a estimular la economía mercantil.

Aprovechando diversas facilidades como la exención de impuestos o la concesión gratuita de tierras estatales, los inversionistas cubanos comenzaron un negocio al cual muy pronto se sumaron algunos comerciantes locales, así como norteamericanos, italianos y franceses radicados en la isla. Con cierta celeridad, entre 1875 y 1882 se fomentan unos treinta de ingenios, en su ma- yor parte manufacturas semimecanizadas dotadas de trenes jamaiquinos y, en bastante menor medida, de centrífugas y tachos al vacío, los cuales empleaban unos 5.000 trabajadores, entre estos unos 200 técnicos y obreros calificados, casi todos extranjeros. La inmensa mayoría de estos ingenios operaban como

20 Entre los ingenios registrados como norteamericanos por algunas fuentes, la mayoría eran realmente propiedad de cubanos –e incluso peninsulares- que habían adoptado la ciudadanía norteamericana como un resguardo para sus propiedades; el número de fabricas efectivamente controladas por entida- des o personas radicadas en E.U. probablemente no llegaba a la decena. La información sobre el origen y volumen del financiamiento es tan fragmentaria como incompleta, Susan Fernandez en Encumbered Cuba. Capital Markets and Revolt, 1878 – 1895, (University Press of Florida, Gainesville, 2002, pp. 66-81) ofrece un panorama general de la situación del crédito.

287 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas empresas agroindustriales mediante la contratación de jornaleros para todas sus tareas, pero entre ellos destacaba un grupo de tres o cuatro fábricas mayo- res y técnicamente más avanzadas, con producciones algo superiores a las mil toneladas de azúcar por zafra y áreas de plantaciones de 300 y más hectáreas, que también compraban parte de su materia prima a colonos. Enclavada prin- cipalmente en zonas cercanas a la capital, aunque también en los distritos de San Pedro de Macorís y Puerto Plata, hacia 1883 la nueva industria dominica- na ya exportaba unas 9.000 toneladas de azúcares de diversa calidad.21

Nacido sin esclavitud, el sector azucarero de Santo Domingo no enfren- taba obstáculos mayores para ajustarse a los requerimientos funcionales de la moderna industria, pero la escasa dotación de capitales y el retraso técnico de la mayor parte de sus instalaciones constituían debilidades congénitas capa- ces de comprometer su futuro. Ello se puso de manifiesto cuando la crisis de 1884 condujo a la ruina a una decena de ingenios, incapaces de sostener su rentabilidad en medio de la inusitada declinación de los precios. Con la demo- lición de algunos de esos ingenios y la fusión de otros se inicia en realidad la industrialización dominicana. Aunque los datos no son del todo precisos, se estima que en el curso de dicho proceso desaparece una veintena de antiguos propietarios, mientras otros –como el cubano Salvador Ross, dueño del “San- ta Fe”– amplían y modernizan sus plantaciones. Entre los exitosos, sin duda el caso más destacado es el de Juan B. Vicini, un comerciante italiano muy vinculado al presidente dominicano Ulises Heureaux, que para 1887 había conseguido controlar cuatro ingenios y poco después adquiriría un quinto, el “Angelita”, del cubano Juan Amechazurra. Con la centralización también se acrecienta la presencia de empresarios extranjeros; un norteamericano, Wi- lliam Bass, se hace con el control del mayor central del país, el “Consuelo”, en San Pedro de Macorís, cuya maquinaria amplia y moderniza para elevar su capacidad productiva hasta 7000 t.m. por zafra en 1893. Por esos mismo años, John Hardy desarrollaba el central “Carlota” en las tierras del antiguo ingenio “Calderón” y otro norteamericano, Hugh Kelly, conseguiría adueñarse de dos fábricas más.22

21 José del Castillo: “The Formation of Dominican Sugar Industry: From Competition to Monopoly, From National Semiproletariat to Foreign Proletariat”, en Between Slavery and Free Labor…, ed cit., pp. 220-224, H. Hoetink: El pueblo dominicano (1850-1900), Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago 1985, p. 22. 22 Para el proceso de concentración véase: F. Baez Evertz: Azúcar y dependencia en la República Dominicana, Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Santo Domingo, 1978, pp 26 y 27, así como el texto ya citado de José del Castillo pp. 224-226.

288 Oscar Zanetti Lecuona

La concentración industrial trajo aparejada una redistribución espacial de la producción, cuyo enclave principal será ahora el distrito de San Pedro de Macorís, donde se realiza más de la mitad de la zafra dominicana. La región macorisana es también sede de las fábricas más potentes y escenario principal de la transformación organizativa, pues el grueso de las cañas molidas en sus centrales son suministradas por colonos. En consonancia con ello, se extienden las redes ferroviarias privadas de las entidades azucareras, que antes de fina- lizar el siglo totalizaban casi 300 km en las tres principales áreas productivas.

Superados los peores momentos de la crisis, la producción azucarera do- minicana había retomado su tendencia ascendente en 1890, cuando totalizó unas 20.000 t.m. Sin embargo, el gran impulso se lo proporcionaría la gue- rra cubana de 1895 que redujo en casi dos tercios las zafras de la isla vecina; aprovechando la demanda insatisfecha en tales circunstancias, Santo Domin- go conseguiría alcanzar las 50.000 t.m. de dulce en 1898, cifra con la que se ponía a la par de Puerto Rico en cuanto a producción de dulce. La industria dominicana, aunque era todavía pequeña, concentraba los mayores capitales del país y aportaba el grueso de sus exportaciones.23

El problema laboral

Uno de los más grandes cambios que comportó la modernización de las economías azucareras fue la transformación de las relaciones laborales. La abolición de la esclavitud casi siempre se considera como un componente esencial en la industrialización del azúcar, aunque por lo general haya precedi- do a esta o, cuando más, su ejecución coincidiese con la etapa inaugural de la gran industria. Si aquí hemos optado por trazar primeramente las líneas bási- cas de los cambios tecnológicos y económicos, es porque la más clara imagen de estos facilita comprender mejor la complejidad y significación social de las modificaciones del régimen de trabajo.

La liquidación de la esclavitud como sistema, y en particular en las colo- nias hispanas de las Antillas, estuvo determinada por un intrincado conjunto de causas. Obviamente, el análisis histórico ha tendido a examinar estos facto- res por separado y evaluar su peso relativo, lo cual proporciona sin duda una

23 El volumen de las exportaciones ha sido calculado a partir de los datos ofrecidos por Mu-Kieng A. Sang: Ulises Heureaux. Biografía de un dictador, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, Santo Domin- go, 1989, cuadro 8.

289 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas comprensión más profunda del proceso, pero también distorsiona la realidad histórica de este. Una buena muestra ha sido la ponderación del factor tecnoló- gico. Que la introducción de adelantos técnicos comportaba dificultades y pro- blemas para un régimen de trabajo fundamentado en la esclavitud es algo fuera de cuestión. Al margen de la mayor o menor destreza que el esclavo adquiriese para el manejo de medios mecánicos y de los incentivos que pudiesen propi- ciarla, el hecho cierto es que la inserción de maquinaria avanzada dentro de la plantación trajo aparejada la introducción de trabajadores libres, así como di- versas variantes de trabajo semi servil. Pero deducir de ello la existencia de un “límite tecnológico” a la esclavitud constituye una simplificación harto aven- turada, que con justeza ha suscitado diversas objeciones; unas basadas en la demostración de la “rentabilidad” del trabajo esclavo, otras en la ponderación de los elementos sociales y culturales involucrados en la emancipación, sin excluir aquellas que con toda razón valoran la influencia de factores derivados de la coyuntura mundial.24

No obstante, la crítica a la tesis del “límite tecnológico” mediante la eva- luación más o menos aislada de algunos de los restantes factores de la aboli- ción, ha traído por consecuencia parejas deformaciones en la imagen de dicho proceso. Así, por ejemplo, quienes han demostrado la rentabilidad del trabajo esclavo en vísperas de la abolición, se han basado en los casos presentados por los grandes ingenios mecanizados de Cuba en las décadas de 1860 y 1870 –al estilo del “Álava” o el “España”–, con producciones de algo más de 2.000 t.m., dotaciones de 600 o 700 esclavos, una plantación de 800 ha, así como una fábrica ampliamente mecanizada, valorada quizás en 500.000 pesos, pero en la cual todavía se realizaban múltiples operaciones manuales. Sin embargo, algo muy distinto sería imaginarse quince años después, a un central como el “Ca- racas”, con una producción de 13.000 t.m. por zafra, 5.000 ha. de plantaciones

24 La crítica a la tesis tecnológica fue abierta por Rebecca Scott –véase su libro La emancipación de los escla- vos en Cuba. La transición al trabajo libre. 1860- 1899, Caminos, La Habana, 2001; publicado originalmente en inglés en 1985-, quien la rechazo por determinista y ofreció diversas evidencias y argumentos de la adaptación del esclavo a la tecnificación, a la vez que sustentaba el papel fundamental desempeñado en la abolición por la resistencia esclava. Los estudios sobre rentabilidad se inspiraron en las posiciones de la New Economic History norteamericana y han sido diversos; entre los más sobresalientes se encuentran el de Laird W. Bergad : Cuban Rural Society in the Nineteenth Century, Princeton University Press, Prince- ton, 1990, pp. 217-228 y Antonio Santamaría y Luis M. García: “A propósito de la industria azucarera en Cuba, 1860-1880. Mano de obra y tecnología”, en J. Pujol, ed.: Cambio institucional e historia econó- mica, Barcelona, 1996, pp. 479 – 495. José A. Piqueras, en su compilación Azúcar y esclavitud en el final del trabajo forzado (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002) recoge textos de diversos autores que actualizan el tema y los encabeza con un apropiado balance historiográfico.

290 Oscar Zanetti Lecuona enlazadas por 98 km. de vías férreas, un complejo sistema fabril cuyo valor de inventario era tres veces mayor y unos 1.400 trabajadores, operado sobre la base de la esclavitud. ¿Donde adquirir tal cantidad de “piezas de ébano”? y… ¿a que costo? Más aún, en el supuesto caso que la mano de obra servil se obtu- viese, ¿cómo conseguir que semejante dotación de esclavos, entre los cuales la crisis del sistema laboral había generado las más sutiles formas de resistencia, trabajase con la delicada coordinación de operaciones exigida por el proceso de producción en masa? Por esas y otras razones, ninguno de los que se lanza- ron a la aventura de fomentar centrales pretendió que tamaña empresa pudiese asentarse en el trabajo esclavo.

Cualquiera que fuese la importancia relativa de sus factores determinan- tes, el hecho cierto es que la centralización suponía la sustitución de la esclavi- tud por formas esencialmente capitalistas de explotación del trabajo. Lo más sensato, por tanto, es dejar de lado la controversia sobre la abolición y concen- trarse en delinear el proceso histórico de dicha transición.

El tránsito entre regímenes de trabajo enfrentaría sus mayores retos en Cuba, donde todavía en los años setenta había una mayoría de mano de obra esclava en las plantaciones. Es más, las evidencias indican que ante las diversas manifestaciones de una crisis, la fuerza de trabajo servil tendió a concentrarse en los ingenios, particularmente los mecanizados, cuyos dueños propendieron a asegurarse mano de obra adquiriendo o alquilando los esclavos a propieta- rios en dificultades. Los hacendados no estaban dispuestos a renunciar a un trabajador que resultaba el más barato entre todas las opciones disponibles, y si dicha posición ya se hacía ostensible en momentos en que el azúcar gozaba de precios favorables, con tanta o mayor vehemencia sería sostenida cuando las cotizaciones comenzaron a descender.25

La abolición se abrió paso, sobre todo, apremiada por factores políticos, tanto externos como internos. En 1869, los independentistas cubanos declara- ron libres a todos los habitantes de la isla, resolución que, desde luego, solo se hizo efectiva en los territorios bajo su control que no eran precisamente los de mayor densidad de población esclava. De cualquier manera la medida represen- taba un acicate, y España, envuelta ella misma en un proceso revolucionario,

25 En 1879 el costo de un esclavo era de 6 o 7 pesos mensuales, mientras un chino contratado costaba 12 pesos –más 5 de manutención- y un trabajador asalariado 21 o 22 pesos, mas otros cinco de alimenta- ción. Gloria García: “Tecnología y abolición” en J. A. Piqueras, ed., ob. cit., p. 84.

291 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas comenzó a moverse en un sentido abolicionista. Dicha tendencia pudo ser fre- nada por los grandes intereses esclavistas; la ley Moret –o de “vientres libres”–, promulgada en 1870, se limitó a liberar a los hijos de esclavos nacidos después de su promulgación, así como a los ancianos y los emancipados bajo control estatal. A salvo de la abolición total –que si se hizo efectiva en Puerto Rico–, los hacendados cubanos pudieron preservar más de 250.000 esclavos, pero no sería por mucho tiempo. En 1878 la Guerra de los Diez Años concluía con un pacto que reconocía la libertad a todos los esclavos que había luchado en el campo insurrecto. Dadas las implicaciones políticas de tal decisión y en medio del re- pudio internacional a la esclavitud, España no podría sostener por más tiempo la “horrenda institución” en Cuba. El problema consistía en como liquidarla.

Los hacendados se aferraban a sus esclavos no solo porque estos cons- tituyesen una fuerza de trabajo segura y barata, sino porque representaban también un activo que podía realizarse con facilidad o manejarse como ga- rantía de crédito. La abolición equivalía, por ende, a una expropiación que de llevarse a cabo tendría que ser indemnizada. La cuestión de la indemniza- ción había estado presente por décadas en todos los proyectos abolicionistas, y no podría echarse ahora a un lado justo cuando la emancipación parecía hacerse efectiva. Hasta el último minuto prominentes hacendados estuvieron proponiendo variantes de compensación, pero se hacia evidente que el tesoro colonial, aplastado por el peso de las deudas de guerra, carecía de recursos con que indemnizar a los amos expropiados. Estos apelaron entonces al recurso de la abolición gradual. La formula, finalmente adoptada en 1880, eliminaba la servidumbre pero colocaba a los esclavos bajo el patronato de sus antiguos amos, quienes los mantendrían a cambio de un mísero estipendio de tres pesos mensuales durante un período de hasta ocho años. El patronato resultaba así una suerte de coartación masiva mediante la cual el propio esclavo sería el en- cargado de compensar económicamente a su amo. Y más que eso; eliminaba la posibilidad de que una súbita liberación dejase sin trabajadores a los inge- nios, riesgo que aterrorizaba a los propietarios azucareros, quienes gracias al patronato dispondrían de un lapso razonable para encontrar otros medios de satisfacer sus necesidades de mano de obra.26

La escasez de trabajadores se apreciaba como una de las grandes difi- cultades para la transición laboral en Cuba, pero este constituye un curioso

26 José A. Piqueras: “El capital emancipado” en J. A, Piqueras, ed., ob. cit. pp. 235 -241.

292 Oscar Zanetti Lecuona problema cuya objetividad es lo primero que debe dilucidarse. La situación se aprecia, cuando menos, confusa. En la década de 1880, mientras los hacen- dados se quejaban amargamente de la carestía de mano de obra y clamaban por el auxilio gubernamental –ya fuese por vía fiscal o mediante la promoción oficial de la inmigración– en ciudades y poblados enclavados en zonas azuca- reras como Matanzas, Cienfuegos y Remedios se reportaban situaciones de desempleo y la existencia de una corriente emigratoria de trabajadores hacia Santo Domingo, Estados Unidos y Panamá. Si a esto se añaden otros indicios, como los comentarios del gobernador de la isla, extrañado de que algunos propietarios azucareros no contratasen a los soldados que se les ofrecían como trabajadores temporales para aliviar el déficit de mano de obra, no resultaría desencaminado concluir que la “falta de brazos” era un fenómeno relativo. No era tanto la ausencia de trabajadores en sentido general, como del jornalero dispuesto a contratarse en las condiciones apetecidas por los hacendados.27

Estas suponían, en primer término, jornales reducidos, generalmente in- feriores a los que años atrás recibían los trabajadores libres. Casi tan importan- te el salario bajo resultaba la garantía de una cierta estabilidad laboral, porque la mano de obra liberada, sobre todo en la medida que el patronato fue extin- guiéndose –desapareció totalmente en 1886–, encontró su mayor defensa en la movilidad que permitía el mercado de trabajo para la búsqueda de empleos mejor remunerados. Tanto en un caso como en el otro, la solución para el ha- cendado era disponer de una abundante oferta de trabajadores, de ahí la insis- tencia de sus instituciones representativas en el fomento de la inmigración. En los primeros momentos estas apuntaron hacia fórmulas ya probadas, como la masiva contratación de culíes chinos, pero muy pronto se hizo evidente que el inmigrante disponible sería principalmente español. Por razones políticas ese era también el tipo de inmigrante más conveniente para el gobierno colonial, el cual finalmente arbitró diversos medios para impulsar la inmigración, inclu- yendo el pago del pasaje a trabajadores contratados. Atraídos por estas y otras posibilidades, entre 1882 y 1894 viajan a Cuba 241.518 pasajeros civiles espa- ñoles, 88 000 de los cuales permanecieron en la isla, muchos de ellos como obreros azucareros, un contingente laboral que también se nutrió de miles de inmigrantes estacionales. La información censal de finales de siglo demuestra

27 Gloria García, ob. cit., pp. 82 – 83. Para los comentarios del gobernador Callejas, véase Oscar Zanetti: Comercio y poder. Relaciones cubano-hispano-norteamericanas en torno a 1898. Casa de las Américas, La Habana, 1998., cap 3, n. 78.

293 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas que a pesar de una apreciable migración de población negra hacia la región oriental –que por haber sido un escenario marginal de la plantación esclavista contaba con bastante tierra disponible–, las principales zonas azucareras del país mantuvieron, o incluso incrementaron, su densidad demográfica.28

Una abundante oferta de trabajo era esencial para los propietarios azuca- reros, pero no satisfacía por si sola las aspiraciones de estos. Casos se registran –y no pocos– en que grupos de jornaleros inmigrantes terminaban rechazan- do las ofertas salariales de sus empleadores. Por consiguiente, los hacendados apelaron también a otros recursos; en el caso de los inmigrantes estaba ante todo la contrata, de ser posible a mediano plazo, que ataba al trabajador –a veces por varias zafras– bajo condiciones pactadas de antemano. El arsenal de medios de control terminó haciéndose muy variado, e incluía desde el crédito en la tienda del ingenio que mantenía al jornalero atrapado por deudas, hasta la oferta de alojamiento en el batey o el otorgamiento incluso de una mínima parcela para autoconsumo, fórmulas todas efectivas para asegurarse la mano de obra.

La separación de las actividades agrícolas y fabriles dentro de la produc- ción azucarera, constituyó también un factor de enorme importancia en la transición laboral asociada a la industrialización. El colono no solo alivió la demanda de asalariados al aportar su fuerza de trabajo personal –y familiar– al cultivo y la cosecha de la caña, sino que también asumió el rol de patrón sobre un número considerable de los jornaleros contratados para las labores de zafra. Gracias al colono el dueño del central se veía relevado de responsabili- dades en cuanto a la organización y el pago de muchos trabajadores, a la vez que tendían a fragmentarse los antagonismos que inevitablemente generaban las relaciones laborales.

Previsto desde mediados de siglo en casi todos los proyectos de moderni- zación de las economías azucareras, el colonato devino realidad solo cuando las condiciones organizativas y técnicas del negocio lo hicieron, además de necesario, posible. Su aparición parece haberse alejado bastante de las pautas proyectadas y se produjo más bien de manera un tanto espontánea, con la presencia de hacendados arruinados que optaron por vender a otras fabricas

28 Imilcy Balboa : “Brazos para el azúcar. Reformas, centralización e inmigración. Cuba 1820 -1886” y Fe Iglesias: “Cuba, la abolición de la esclavitud y ‘el canal de la inmigración jornalera’ (1880-1895)”, ambos en J. A Piqueras, ob. cit., pp 67-74 y 100- 111.

294 Oscar Zanetti Lecuona la caña de sus ingenios demolidos, o mediante el asentamiento de cultivadores arrendatarios en tierras adquiridas por el propietario del central, como sucedió con las tierras del antiguo ingenio “Santa Isabel”, distribuidas en 37 colonias al absorberlas el central “Hormiguero” de la zona de Cienfuegos29. También han de considerarse las situaciones –en modo alguno escasas– de campesinos dedicados a otros cultivos que optaron por cultivar la caña de azúcar ante la atractiva demanda planteada por los centrales.

Dado su diverso origen, los colonos constituyeron un conglomerado bas- tante heterogéneo, cuyas relaciones económicas y status social se irían defi- niendo sobre la marcha en medio de un proceso plagado de conflictos30. Estos últimos, por supuesto, serían sobre todo con los hacendados –aunque tampoco faltasen con los jornaleros–, interesados por abastecerse de materia prima en las condiciones más ventajosas. La compraventa de la caña obedecía a con- tratos de términos todavía imprecisos, en los que se fijaba un pago que por lo general equivalía a cierta proporción del azúcar extraída a las cañas. El monto de dicha proporción estaba afectado por las condiciones de oferta y demanda, así como por las circunstancias en que operaba el cultivador. Si el colono era arrendatario del central su posición negociadora se hacía mucho más débil, lo cual también ocurría al carecer el agricultor de alternativas de venta. De ahí la ventaja que representaba para el central disponer de un ferrocarril privado que dejase a sus colonos sin otra opción para vender la cosecha. El agricultor cañero, por su parte, recurría a diversas formas de resistencia, incluida la agru- pación corporativa que en algunas localidades llegó a generar movimientos de cierta trascendencia.31

Al concluir el siglo, el censo de 1899 registraba un total 15 881 colonos en Cuba, pero la cuantía de estos cultivadores en los años previos al estallido de la guerra de 1895 seguramente fue mayor. El colonato no solo liberó al cen- tral de la considerable inversión que representaba el fomento y cultivo de las plantaciones de caña, sino también del coste que entrañaba la retribución de

29 Fe Iglesias: Del ingenio…, ed. cit. p. 119. 30 La diversidad de origen, en cierto modo también condicionaría la diferenciación interna del colonato, caracterizado por una notable polarización en la dimensión de sus explotaciones. Un análisis parcial sobre las colonias de Matanzas en 1895 desarrollado por Bergad –ob. cit. p 279-, demuestra que el 62% de las colonias, con extensiones inferiores a las 66 ha. ocupaban solo la décima parte de las tierras en manos de colonos, mientras que las 50 colonias superiores a 800 ha. –apenas el 4% del total- acapara- ban algo más de un tercio de la tierra. 31 Gloria García, ob. cit., pp. 86-92.

295 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas un buen número de jornaleros, ya que las cuatro quintas partes de la demanda de fuerza de trabajo en el azúcar radicaba precisamente en las labores agríco- las. Para el central el problema se resumía en el precio a pagar por la materia prima, que trataba de reducir en todo lo posible. El colono, por su parte, a la vez que pugnaba por obtener el mejor pago por su producto, también ejercía presión para controlar los gastos que entrañaba la producción cañera. En las circunstancias cubanas ello apuntaría hacia una agricultura ahorrativa y rela- tivamente rudimentaria.

Al referirse a los aspectos agrícolas dentro del proceso de centralización, Moreno Fraginals ha insistido en que esta, a diferencia de la industria, no ex- perimentó apenas progreso ni elevó su productividad. No cabe duda que las posibilidades de tecnificación existentes para la agricultura a finales del siglo XIX eran incomparablemente menores que en la industria, pero aún descar- tando dicha diferencia, el retraso apuntado por Moreno respondía a compren- sibles razones económicas. En el caso de Cuba, con una amplia dotación de tierras y una fuerza de trabajo relativamente escasa y cara, el interés de los propietarios azucareros –hacendados y colonos– no era obtener mayor volu- men de caña por área cultivada, sino el máximo de caña con el mínimo de trabajo. De ahí que la agricultura se orientase a soluciones como la cuidadosa selección de cepas o a la prolongación de los retoños tanto como fuese posible, las cuales tenían que ver más con la práctica del cultivo que con la aplicación de recursos técnicos que, como el riego o el abono, encarecían la producción. Dada la lógica económica que presidió el deslinde de operaciones agroindus- triales en la centralización, el progreso técnico fue sobre todo privilegio de las instalaciones fabriles.

En la azarosa centralización puertorriqueña el cambio de régimen de tra- bajo, pese a sus complicaciones, no constituyó la mayor de las dificultades. Los esclavos –unos 31.000 en 1873– representaban una proporción bastante pequeña de la población insular, aunque sería un craso error deducir de ello que los amos estuviesen dispuestos a deshacerse de tan ventajosa fuerza de trabajo. Así lo de- muestra la cerrada oposición que entre los propietarios azucareros encontraron las autoridades coloniales, cuando en los meses previos a la aplicación de la ley Moret intentaron que estos liberasen espontáneamente a sus esclavos. Los hacendados boricuas también se aferraban a sus posesiones humanas, solo que carecían del poder y la influencia de sus colegas de Cuba, lo cual permitió que terminasen sacrificados en el altar del abolicionismo por el gobierno metropoli-

296 Oscar Zanetti Lecuona tano, que en 1873 decretó la emancipación total e inmediata.

Al abolirse la esclavitud en Puerto Rico, no se adoptó un patronato como el que después se aplicaría en Cuba, pero si se previó que los libertos quedasen obligados a contratarse con sus antiguos amos –u otros propietarios– durante los siguientes tres años, por un salario que en ningún caso podría exceder a los prevalecientes. Ello no fue óbice para que se produjeran abandonos masivos del trabajo en algunas plantaciones, mientras que en otras los amos tuviesen que conceder jornales superiores a los deseados. Sin embargo, el propósito de mantener los libertos trabajando fue en gran medida alcanzado, pues al terminar el año 1873 se reportaba que 21.594 de los ex esclavos se hallaban trabajando bajo contrato.32

Con una población siete veces mas densa que la cubana, Puerto Rico parecía reunir mejores condiciones para la rápida formación de un mercado de trabajo, pero buena parte de esa población estaba concentrada en las ele- vaciones del centro de la isla, donde explotaba parcelas de autoconsumo y, en medida creciente, pequeñas plantaciones de café, cultivo en trance de conver- tirse en el primer renglón productivo borinqueño. Así, mientras en la montaña sobraban trabajadores, en las llanuras costeras se carecía de ellos. El cuadro hasta cierto punto se asemejaba al de Cuba, solo que con signo inverso; si en la mayor de las Antillas el tan pregonado déficit de trabajo era dudoso, en Borin- quen el superávit poblacional resultaba en la práctica un espejismo. Mientras varios centenares de puertorriqueños emigraban a la vecina Santo Domingo para trabajar el azúcar, los hacendados boricuas se quejaban de la escasez de trabajadores y los elevados salarios.

Una vez más se trataba de un problema de condiciones de trabajo. Pero los propietarios de ingenios y centrales –los segundos con mejor suerte que los primeros– poco a poco fueron creándolas. Entre estas estuvo la promoción de la inmigración, consistente en braceros procedentes de las Antillas menores, los cuales se asentaron principalmente en la pequeña isla de Vieques y algunos municipios azucareros; sin embargo, dicho movimiento demográfico fue no solo pequeño, sino también efímero. Mejores resultados dio la manipulación

32 A. Ramos Mattei: “Technical Innovations and Social Change in the Sugar Industry of Puerto Rico, 1870-1880”, en Between Slavery and Free Labor, ed. cit., p. 169. Para una visión de conjunto véase Gerva- sio García “Economía y trabajo en el Puerto Rico del siglo XIX” , en Historia mexicana, vol. XXXVIII, no. 4, 1989, pp. 855-875.

297 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas del mercado laboral mediante recursos diversos, entre ellos modalidades de pago más atractivas, la provisión de alojamiento a los trabajadores, el socorri- do mecanismo de endeudamiento con la tienda mixta, sin excluir las fórmulas paternalistas.

Esas soluciones no se hallaban, sin embargo, al alcance de todos y cierto número de hacendados, imposibilitados de ajustarse a las reglas del naciente mercado laboral, terminaron por sucumbir en medio de la crisis. Por ello en las peculiares circunstancias borinqueñas, los trastornos que origina la transfor- mación del régimen de trabajo deben incluirse entre los factores que propician la declinación productiva finisecular y el atascamiento de la centralización en la pequeña gran Antilla. Otro ángulo de ese mismo problema lo constituye el nacimiento, punto menos que abortado, del colonato en Puerto Rico. Sin duda hubo hacendados arruinados que devinieron abastecedores de caña de algún vecino más afortunado. Pero por lo general “las” centrales fomentadas a finales de siglo tienden a integrar en su plantación y explotar directamente las tierras que adquieren en la vecindad. El deslinde agro industrial se verifica solo en pequeña escala y de manera bastante imperfecta.33

En Santo Domingo las condiciones en que hubo de implantarse el orden laboral de la gran industria fueron distintas; allí la esclavitud había desapareci- do medio siglo antes del “renacimiento” azucarero. Con la densidad demográ- fica más baja del Caribe y un paisaje dominado por explotaciones campesinas de economía casi natural, el problema dominicano no consistía en como libe- rar una masa de esclavos sin que estos se perdiesen para las labores del azúcar, sino en hacer de los “conuqueros” trabajadores asalariados.

En 1877 un observador estimaba que había unos 10.000 trabajadores dis- ponibles para las producciones exportables, principalmente el azúcar y el ta- baco. Estos podrían reclutarse entre los vagos que merodeaban por la capital y otras poblaciones, entre madereros y leñadores –pues el agotamiento de los bosques costeros tornaba cada vez más difícil la exportación de caoba– y, prin- cipalmente, entre los agricultores que pudiesen ser captados por pagos atracti- vos. Debe recordarse, sin embargo, que la producción dominicana emergía con

33 F. Scarano: “El colonato azucarero en Puerto Rico, 1873-1934: Problemas para su estudio”, en Historia y Sociedad (Puerto Rico) Año III, 1990. pp. 150-155. Para este autor, apenas la mitad –unas 1200- de las fincas azucareras registradas en las estadísticas de 1899 eran colonias. En Puerto Rico el término “central” es femenino, probablemente porque dicha entidad sustituye a “la” hacienda, mientras que en Cuba, donde el reemplazado es “el” ingenio, se considera masculino.

298 Oscar Zanetti Lecuona la organización integrada de la antigua plantación, por lo cual el campesino –salvo excepción– no era demandado como colono o abastecedor de caña, sino como jornalero agrícola.34

Si se les compara con los estándares cubanos, los salarios en la naciente industria de Santo Domingo parecen haber sido relativamente módicos: 50 centavos por jornada, sin incluir alimentación, vestuario ni alojamiento. Sobre esta base fue posible reclutar una mano de obra que hacia 1880 rondaba los 5.000 trabajadores, aunque en su inmensa mayoría contratados solo durante el período de zafra. Parece que el desplazamiento de fuerza de trabajo hacia el azúcar ocasionó algún impacto sobre la agricultura de alimentos, o quizás el incremento de la demanda resultó demasiado brusco para las débiles redes mercantiles; lo cierto es que a inicios de la década de 1880 un fenómeno infla- cionario comienza a presionar sobre los salarios, los cuales se elevan entre un 20% y un 50% según las zonas. La tendencia terminaría generando conflictos –sobre todo en la zona macorisana–, cuando en medio de la crisis de 1884 los propietarios de ingenios decidieron reducir los jornales. Finalmente el nivel de los salarios descendió, pero los hacendados tuvieron que aceptar el procedi- miento de pago a destajo que les resultaba poco conveniente.

Tras la crisis de 1884, genuina partera de la centralización dominicana, la esfera del trabajo se ajusta poco a poco a las pautas prevalecientes en las islas vecinas. El colonato comienza abrirse paso; de inicio con algunos fracasados propietarios de ingenio, como el cubano Amechazurra que después de vender su “Angelita” a Vicini se convierte en colono del “Consuelo”. Es igualmente notable el interés por la inmigración y se crean sociedades para promoverla. Los primeros proyectos, que traslucen preocupaciones racistas, se proponen traer trabajadores de Islas Canarias sin conseguir resultados. Más significativo es el flujo de puertorriqueños, que en número de varios cientos arriban a los centrales de Macorís –en primer término al de su coterráneo Juan Serrallés– a principios de los noventa. Pero este tipo de inmigrante tendía a diluirse en un país donde abundaba la tierra, por lo cual la inmigración se ciñe finalmente a los braceros de las Antillas menores, llamados cocolos, que a principios del siglo

34 En esta época, las estadísticas de Cuba y Puerto Rico resultan poco confiables, pero las dominicanas prácticamente no existen. El estimado, de fuente anónima, lo refiere José del Castillo en su trabajo ya citado, p.227. También debe verse el estudio de Patrick Bryan “The Question of Labor in the Sugar Industry of the Dominican Republic in the Late Nineteenth and Early Twentieth Century”, incluido igualmente en Between Slavery and Free Labor, ed. cit., pp. 235-242.

299 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas

XX ya constituyen la fuente fundamental de mano de obra para la industria azucarera en Santo Domingo.

Con la llegada de inmigrantes la balanza de poder se inclina hacia los propietarios quienes pueden controlar el salario y regresar al sistema de retri- bución por jornada que les favorecía. Se difunde incluso el sistema de pago quincenal con vales que unce al trabajador a la tienda del central. Como, por otra parte, la presión inflacionaria continua vigente, el campesino autóctono comienza a desertar de las plantaciones para regresar a su conuco o, simple- mente, para vagar por pueblos y ciudades haciendo lo que se presente35. El pobre cocolo no tiene esa alternativa, ni siquiera puede retornar por si mismo a su lugar de origen y, dada su condición, carece de protección legal. El trabajo en el azúcar dominicano terminará por tornarse un asunto de extranjeros.

Comercio y dependencia

El último tercio del siglo XIX fue testigo de una verdadera revolución en la esfera comercial. La incontenible expansión europea había terminado por enlazar en una sola economía a los más remotos parajes del orbe, haciéndo- les partícipes de un tráfico de proporciones universales cuya creciente inten- sidad se sustentaba en el progreso de los transportes y las comunicaciones. Con rapidez inverosímil, los ferrocarriles y la navegación a vapor, el telégrafo y el cable submarino trasladaban de un extremo a otro del planeta tanto enormes volúmenes de mercancías, como las más preciadas informaciones. La actividad mercantil cambió sus escenarios, encontró nuevos protagonis- tas, modificó sus prácticas, desplazando poderes y generando inéditas in- fluencias, con todo lo cual contribuía a la creación de un orden internacional portentoso y temible.

El desarrollo industrial facilitó la incorporación del azúcar a esa dinámi- ca. Como acertadamente destaca Moreno Fraginals, uno de los resultados más trascendentales e inadvertidos de la industrialización azucarera fue el cambio en la naturaleza del propio producto36. El dulce de la era preindustrial más

35 Samuel Martínez: “From Hidden Hand to Heavy Hand. Sugar, The State, and Migrant Labor in Haiti and Dominican Republic” Latin American Research Review, vol. 34, no. 1, 1999, pp. 64 - 65 36 Moreno realiza un magistral análisis de este fenómeno, así como de sus implicaciones, en la Introduc- ción al anexo estadístico de El ingenio –ed. cit. T.III, pp. 7-28-, del cual ofreció otras versiones en obras posteriores. Aquí básicamente sintetizamos sus ideas.

300 Oscar Zanetti Lecuona que un artículo era toda una gama de productos, que iba desde un azúcar blanco casi en polvo hasta una oscura masa en la cual los cristales se hallaban prácticamente disueltos en la miel. Con prácticas estandarizadas, la industria proporcionaría un producto uniforme: el azúcar centrífuga de 95º –más tarde 96º– grados de polarización, con aspecto y calidad similares independiente- mente del lugar donde se elaborase. Se trataba de un producto casi imperece- dero que, envasado en sacos, no solo resultaba de más fácil trasiego sino que podía almacenarse por largo tiempo. Gracias a tales atributos, el comercio del dulce se vio afectado por un fenómeno desconocido: los excedentes, es decir el azúcar que se hallaba en los almacenes al comienzo de la nueva zafra, cuya oferta potencial ejercería notable influjo en la fijación del precio.

Las nuevas condiciones generaron cambios considerables tanto en las lo- caciones como en los procedimientos del comercio azucarero. El azúcar del viejo ingenio se comerciaba por lo general en sus puertos de embarque –La Habana, Ponce, Cienfuegos– o de destino; allí, con la presencia física del pro- ducto, se fijaba un precio y se ejecutaba la operación de compraventa, de modo que el precio de mercado era una suerte de promedio de todas las operaciones del día. Ahora el producto ya no estaría a la vista, se había tornado una simple cifra cuya calidad el productor garantizaba. Es más, podía constituir solamen- te una promesa, un papel que acreditaba que determinada cantidad de dulce estaría libre para su entrega en la fecha y el lugar indicados. Las transacciones mercantiles del azúcar no serían ya ni físicas, ni inmediatas y, por supuesto, sus escenarios tampoco estarían en los embarcaderos sino en los centros co- merciales de los grandes mercados de consumo: Londres, Hamburgo, New York. Como el trigo, el café y otros productos básicos, el comercio azucarero se realizaría en bolsas o lonjas, instituciones creadas por los compradores y vendedores para efectuar sus transacciones, las cuales por lo general no supo- nían el traspaso del producto, sino la firma de contratos que podían ser a su vez objeto de otras negociaciones de carácter especulativo, las cuales comenzaban a denominarse “comercio de futuros”. En tan compleja realidad nada tenía que hacer el lejano productor de los trópicos, cuya presencia se reducía a un mero compromiso de entrega, o incluso la otrora poderosa casa comercial del puerto azucarero, intermediaria en el movimiento de cantidades de dulce pun- to menos que risibles para la escala del comercio mundial. El protagonismo se reservaba a otros actores; las grandes firmas de corredores al estilo de César Czarnikow en Londres o F.O. Licht en Hamburgo, que operaban con cientos de miles de toneladas y disponían de redes de información para mantenerse

301 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas constantemente al tanto de cuanto azúcar entraba en los almacenes de Bata- via, se embarcaba en los muelles habaneros o circulaba por las vías férreas de Alemania.

Este desplazamiento del centro de poder comercial era solo una de las características del moderno comercio azucarero, incomprensible de no vin- culársele con otros factores y, en particular, al extraordinario incremento de la oferta que mantiene en constante descenso el precio del dulce durante las últimas décadas del siglo XIX. Ya se ha apuntado el papel decisivo que des- empeña en dicha tendencia la industria remolachera de Europa, sin despreciar la influencia de los nuevos proveedores de azúcar de caña, principalmente en áreas del Índico y Asia. El impacto de dicho movimiento sobre los producto- res del Caribe hispano amerita, no obstante, una consideración más detenida, para lo cual parece apropiado observar de manera específica la evolución del mercado británico, el más importante del mundo hacia 1880.

Inglaterra había dependido tradicionalmente de sus colonias para abas- tecerse de azúcar, pero desde mediados del siglo XIX la política librecambista abrió progresivamente el mercado a otros productores. En 1870 las colonias eran todavía la principal fuente de dulce, aunque su proporción había caído hasta algo menos de la mitad del consumo. Junto a estas, ocupaban un lu- gar importante los países remolacheros europeos, que suministraban la mayor parte del refino –el cual representaba aproximadamente un 10% de todo el dulce importado-, así como Brasil, Filipinas y, sobre todo, Cuba que cubría una cuarta parte de la demanda británica de crudos. Un nuevo empujón del librecambismo en 1874 eliminó definitivamente los aranceles, medida que pro- pulsó el consumo y también abrió las puertas de par en par a la avalancha remolachera. Para 1890 los azucares europeos satisfacían el 60% de las im- portaciones inglesas de crudo y casi la totalidad de las de refino. Cuba y Brasil quedaban como los grandes perdedores de la contienda, pues los crudos de origen cañero, además de experimentar una notable reducción proporcional, serían provistos principalmente por Java.37

Fuese por derrota o por abandono, lo cierto es que Cuba, cuyas ventas descendieron hasta menos de 5000 toneladas, casi desapareció del mercado azucarero británico. Como Francia y Alemania -convertidas en la competen-

37 Nadia Fernández de Pinedo. “Cuba y el Mercado azucarero en el siglo XIX”, en J.A. Piqueras, ed., ob. cit. pp. 282 – 286.

302 Oscar Zanetti Lecuona cia- desde los años ochenta tampoco figuraban en su lista de compradores, y España absorbía una mínima proporción de las exportaciones de la mayor de las Antillas –aunque no así de las de Puerto Rico–, puede afirmarse que Euro- pa carecía de significación para los azucareros hispano antillanos, al menos en el caso de Cuba y de los emergentes productores dominicanos.

Las ventas azucareras de las Antillas hispanas se orientaban de manera cada vez más exclusiva hacia el mercado norteamericano. Estados Unidos ha- bía sido casi siempre el principal cliente de Cuba, así como de Puerto Rico, papel que también desempeñó –y quizás en mayor medida- para la renacida producción dominicana. Con una población rápidamente acrecentada por el constante y cuantioso flujo de inmigrantes, Norteamérica era sin duda el mer- cado más expansivo del planeta, ya que además su consumo individual de azú- car casi se duplica en estos años, elevándose desde 38,7 lb. per cápita en 1880- 1884 hasta 65,5 lb. en 1895. Por otra parte, desde 1861 Estados Unidos había afianzado su política proteccionista, lo que en términos azucareros equivalía a obstaculizar las importaciones de refino a favor de las compras de crudos, ma- teria prima para la potente industria refinadora nacional. Esto representaba de cierto modo una ventaja para los exportadores del Caribe, pues los mantenía -al menos temporalmente- a salvo de una invasión de los azucares de remola- cha europeos, pero también los condenaba a circunscribirse a la producción de un producto primario, con todos los riesgos que dicha condición conlleva. El peligro se agigantaría por la tendencia prevaleciente en el mundo de los nego- cios, pues los refinadores norteamericanos, envueltos en un intenso proceso de concertaciones y fusiones empresariales, se hallaban en trance de convertirse en un avasallador monopolio bajo la égida de la familia Havemeyer. Los azu- careros antillanos no solo dependían cada vez más de un solo mercado, sino que sus contrapartes comerciales eran también menos y podían ejercer mayor influencia sobre las condiciones del intercambio.38

En 1885 Estados Unidos adquiría unas 600 000 t.m. de azúcar de las Antillas hispanas, lo cual representaba el 80% de sus importaciones totales de dulce. Algo más de las cuatro quintas partes de esa cantidad era aportado por Cuba, que ya destinaba a Norteamérica casi el 90% de todas sus ventas al finalizar esa década. El grado de concentración de las exportaciones de

38 Para la formación y actividades del trust azucarero véase A. S. Eichner: The Emergence of Oligopoly, Greenwood Press, Westport, 1978.

303 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas

Puerto Rico y Santo Domingo era similar, de manera que el mercado estado- unidense se había tornado vital, no ya para el desarrollo, sino para la super- vivencia misma de la producción azucarera en las Antillas Mayores. Plaza primordial, pero en modo alguno segura; no tanto por el posible acceso de la remolacha europea, sino por el propio proteccionismo norteamericano que impedía la penetración de aquel producto. Durante mucho tiempo la única fuente interna de abastecimiento azucarero en Estados Unidos había sido la irregular producción de Luisiana, muy afectada por la Guerra de Se- cesión. En años recientes esa zona productora daba signos de recuperación, pero más importante aún era la entrada en el juego de Hawai, archipiélago controlado por E. U., cuya industria del dulce –fomentada por norteameri- canos– estaba cubriendo cada vez más el consumo de la creciente población de los estados de la costa del Pacifico. A ello debía añadirse que el azúcar de remolacha comenzaba a producirse en algunas regiones de la Unión, en cantidades todavía insignificantes aunque muy dignas de tomarse en cuenta, a juzgar por lo sucedido en Europa y la reconocida efectividad del proteccio- nismo yanqui. El adversario potencial del dulce antillano se hallaba dentro de las propias fronteras estadounidenses.

Frente a las asechanzas de la concurrencia, la disminución de costos propiciada por la centralización era asunto de vida o muerte para la pri- mera industria del Caribe hispano, pero no representaba de por sí garantía suficiente en mercados donde el proteccionismo –ya fuese mediante las sub- venciones europeas o con los prohibitivos aranceles norteños– tornaba la competencia sumamente “imperfecta”. De ahí que los intereses azucareros se inclinasen por un acuerdo comercial con los Estados Unidos que ofreciese a su producción cierto margen de preferencia arancelaria. Enmarcado en su tradicional política proteccionista, Washington había suscrito tratados de “amistad, comercio y navegación” con algunas naciones latinoamericanas, protocolos que se limitaban a proscribir las prácticas mercantiles discrimi- natorias sin hacer concesión alguna en materia de derechos aduanales. Sin embargo, ciertas ramas de la industria norteamericana envueltas en un ver- tiginoso desarrollo comenzaron a mirar más allá de la frontera, y un sector del Partido Republicano vinculado a dichos intereses se dio a la búsqueda de medios para promover las exportaciones. La fórmula idónea ya era cono- cida, consistía en tratados de “reciprocidad comercial” mediante los cuales los estados contratantes se hacían concesiones mutuas en algunas partidas arancelarias seleccionadas. Así, sin transgredir su habitual proteccionismo,

304 Oscar Zanetti Lecuona

Estados Unidos podría facilitar la venta de manufacturas todavía poco com- petitivas, así como de algunos excedentes agrícolas, y abaratar materias pri- mas importadas que eran demandadas por su industria.39

Entre estas últimas el azúcar ocupaba un lugar preferente. Cuando James G. Blaine, un republicano expansionista, ocupó la secretaría de Estado en 1881 y decidió impulsar la concertación de esos tratados con países de Latinoamérica, los proveedores azucareros del Caribe se encontraban entre sus prioridades. En los casos de Cuba y Puerto Rico, las negociaciones debían realizarse con Espa- ña, siempre reacia a toda medida que debilitase su control comercial sobre las colonias. Pero la vieja metrópoli fue sometida a una doble presión, la diplomá- tica de Washington y la política de los poderosos propietarios antillanos –entre quienes se contaban los más firmes defensores del estatus colonial-, ante la cual terminó por ceder, firmando con manifiesta reticencia el tratado Foster-Albacete en 1884. En Santo Domingo, los azucareros, atenazados por la crisis, no solo impulsaron al gobierno de Heureaux a tomar la iniciativa, sino que financiaron la misión del negociador Manuel de Jesús Galván. Claro que ninguno de estos tratados llego a ponerse en vigor, pues la tradicional mayoría proteccionista en el Congreso de E. U. se negó a ratificarlos, noticia recibida con sumo agrado por el gobierno madrileño, aunque no así en República Dominicana donde el fracaso dejaría un persistente sentimiento de frustración.

Tras un periodo de administración demócrata, los republicanos retorna- ron al poder en Washington en 1889, con Blaine nuevamente a cargo de los asuntos exteriores. En esa ocasión el ambicioso secretario de Estado decidió estrenar con la mayor resonancia su expansiva estrategia latinoamericana, y convocó a los estados del continente a una gran conferencia en Washington. La intención era hacer patente la hegemonía de los Estados Unidos en el he- misferio mediante la ampliación y afianzamiento de las relaciones políticas y económicas, pero dicho objetivo se vio de pronto en peligro debido a una muy restrictiva reforma arancelaria que por entonces se estudiaba en el Capi- tolio. Comprometidos hasta la raíz con el proteccionismo, los republicanos habían presentado un proyecto de ley suscrito por William McKinley, el pre-

39 El primer tratado de reciprocidad comercial lo había firmado Estados Unidos con Canadá en 1854, pero por sus características y vigencia no constituye un genuino precedente de lo que ahora se proyec- taba; en este sentido el antecedente inmediato es el tratado firmado con el “reino” de Hawai en 1875. William H. Becker: The Dynamics of Business-Government Relations: Industry & Exports 1893 -1921, University of Chicago Press, Chicago, 1982, pp. IX-X.

305 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas sidente de la Comisión de Medios y Arbitrios del Congreso, que estipulaba una prohibitiva elevación de derechos en casi todas las partidas arancelarias. Como resultaba evidente que el arancel propuesto generaría un nocivo supe- rávit fiscal, Blaine maniobró con suprema habilidad para que se compren- diese que la rebaja o eliminación de derechos a ciertas materias primas de amplio consumo podría contribuir a un saludable equilibrio presupuestario, ventaja que debería condicionarse desde luego a la obtención de un trato pre- ferencial para las mercancías norteamericanas importadas por otros países. El mecanismo de toma y daca sería finalmente aprobado como un apéndice de la nueva ley arancelaria

La reciprocidad resucitaba, solo que de manera mucho más imperati- va para los socios comerciales de Norteamérica, pues los derechos aduanales del arancel McKinley alcanzaban tal magnitud que quienes no se aviniesen a un arreglo terminarían por verse desplazados del mercado estadounidense. En Cuba, como es fácil comprender, la situación provocó en los medios económicos un movimiento de tal amplitud y vigor en favor de la concertación comercial, que España llegó a percibirlo como una amenaza para la estabilidad del régimen colonial. La reacción puertorriqueña fue mas moderada, pues los intereses pro- ductivos y comerciales orientados hacia Europa no veían el arreglo con buenos ojos, por más que el argumento azucarero de que el tratado constituía la única alternativa frente a la ruina terminaría por imponerse. Bajo tales presiones, el go- bierno de Madrid fue conducido a la mesa de negociaciones, donde suscribió un tratado –Foster- Cánovas- que otorgaba importantes rebajas arancelarias a una amplia gama de mercaderías norteamericanas, a cambio de que Estados Unidos admitiese libre de derechos al azúcar crudo y otras pocas materias primas de sus colonias antillanas. En Santo Domingo, donde se mantenía bien fresco en la memoria el chasco de 1884, el gobierno se había acercado a las potencias euro- peas y parecía renuente a toda negociación –de hecho no había concurrido a la Conferencia Panamericana de Washington-, pero los intereses de comerciantes y azucareros a la larga consiguieron imponerse. En 1892 las tres Antillas hispa- nas comerciaban con E. U. bajo las condiciones de la reciprocidad.40

40 Para todo el proceso de implantación del régimen de reciprocidad comercial, véase Oscar Zanetti: Comercio y poder… ed. cit. caps. 3 y 4. la participación dominicana en este proceso aparece recogida en Thomas J. Dodd: “La República Dominicana y la Conferencia Interamericana de 1889-1990”, en Eme eme. Estudios dominicanos (Santiago de los Caballeros), no. 13, 1974, pp. 26 -45. Astrid Cubano en El hilo del laberinto (Huracán, Rio Piedras, 1990, cap. 3) realiza interesantes consideraciones sobre las diferencias de la situación puertorriqueña.

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Cuadro 1: comercio entre las Antillas Hispanas y los Estados Unidos (1890 – 1894) – en millones de dólares

Cuba Puerto Rico R. Dominicana Año Export. Import. Export. Import. Export. Import. 1890 53,8 13,0 4,0 2,2 1,9 0,9 1891 61,7 12,2 3,1 2,1 1,6 1,0 1892 77,9 17,9 3,2 2,8 2,2 1,0 1893 78,7 24,1 4,0 2,5 2,3 1,1 1894 75,6 20,1 3,1 2,7 3,2 1,7 Fuente: U.S. Department of Commerce: Statistical Abstract of the United States, 1894

(Tabla 33) y 1911 (Tabla 219)

Entre 1890 y 1894 las ventas antillanas a los Estados Unidos crecen un 37%, mientras que las compras aumentan en poco más del 50%. El principal factor de esos cambios es Cuba, cuyo comercio global con la Unión norte- americana se eleva desde $ 66,9 M hasta $ 95,7 M durante el lustro analizado. Menos relevante en números absolutos, la evolución de la actividad comer- cial dominicano-norteamericana resulta sin embargo muy notable en términos proporcionales, pues aumenta un 75%. Puerto Rico da la nota discordante; su movimiento comercial con E.U. apenas registra variaciones significativas y sus exportaciones experimentan incluso cierta contracción en algunos de los años de vigencia del tratado de Reciprocidad. Ello explica la ola de protestas que se desencadena en la más oriental de las Grandes Antillas en 1892, cuando España decidió aumentar sus aranceles para compensar los ingresos fiscales perdidos en virtud del convenio comercial.41

El azúcar fue el mayor –y casi único– beneficiario antillano de la recipro- cidad comercial. Bajo dicho régimen de intercambios Cuba logró producir por primera vez un millón de toneladas en 1892, empuje productivo que sellaba el éxito del movimiento centralizador. Este se vio igualmente favorecido en Santo Domingo, cuya producción se incrementaría en un 60% acercándose a

41 La demanda generalizada era que se denunciase el tratado porque este, como afirmaba el órgano auto- nomista La Democracia, “… resulta perjudicial para Puerto Rico, pues sin lograr ventajas en los precios se han recargado las contribuciones […] Puerto Rico puede perfectamente prescindir del tratado pues los Estados Unidos [solo] consumen la tercera parte de nuestra cosecha de azúcar”. Cit. por Lidio Cruz Monclova: Historia de Puerto Rico (siglo XIX) T. III, 2º parte, pp. 33-34. Editorial Universitaria, Río Piedras, 1971.

307 Gestación de la moderna economía azucarera en las Antillas Hispanas las 40.000 t.m. Solo en Puerto Rico la fórmula parecía no haber conseguido su propósito, pues la menguada industria de aquella isla no pudo reanimarse y las exportaciones se mantuvieron orientadas principalmente hacia España. El grado de concentración alcanzado por las ventas azucareras de Cuba en el mercado norteamericano era casi inverosímil: 91,5% en 1894. La situación presentaba ribetes tales, que personalidades bien reconocidas por su fidelidad al colonialismo ibérico no se sonrojaban al admitir que si la metrópoli política de la isla era España, por fuerza debía reconocerse a los Estados Unidos como metrópoli económica42. Al calor de la reciprocidad, República Dominicana parecía haberse inclinado decididamente hacia la influencia de Washington, tendencia que se acentuaría con la sustitución de la quebrada banca holandesa Westendorp por la norteamericana Santo Domingo Improvement Co. como agente financiero y acreedor del estado quisqueyano.

Las condiciones bajo las cuales la producción de azúcar en las Antillas hispanas evoluciona hacia una moderna economía capitalista impusieron tam- bién un sesgo decisivo al proceso de modernización de esas sociedades. A pesar de las notables diferencias entre cada una de ellas, los intereses azuca- reros prevalecientes contribuyeron a anudar vínculos de dependencia que, no obstante su diversidad de formas, entrañarían en todos los casos una creciente subordinación a los Estados Unidos.

42 El Partido Liberal Autonomista lo había proclamado explícitamente en su plataforma electoral desde 1886. Véase El País (La Habana), 26 de marzo de 1886, p. 2.

308 La Habana y la nueva España, el mediterráneo americano y la administración española en el siglo XVIII1,2,3

Arturo Sorhegui D’Mares4

Las potencialidades multiplicadoras del Mar interior americano integra- do por el Golfo de México y el Mar Caribe alcanzan una nueva presencia hacia finales del XVII y, muy especialmente en el XVIII, cuando el desarrollo de las manufacturas europeas, unidas a un nuevo sistema de explotación co- lonial, ocasionan un verdadero cambio en el mapa de América, al expandir, entre otras consecuencias, la explotación de géneros tropicales a espacios hasta ese momento casi “irrelevantes” para la antigua concepción colonial hispana, sustentada, en lo fundamental, en la explotación de los metales preciosos. La nueva evolución magnifica la importancia de los enclaves territoriales de La

1 Este trabajo fue presentado en el Evento Coloquio Internacional “Le Monde Caraïbe. Dèfis et Dy- namique”, Burdeos, Francia, junio del 2003, y publicado en “Revista Chacmool”, (III) Cuaderno de trabajo cubano / mexicanos, Mérida-La Habana, 2004. 2 En este trabajo se recogen algunos de los resultados de la investigación que bajo mi tutoría realizó la estudiante Loreta Díaz, para su diploma de Licenciatura “La administración española en La Habana en el siglo XVIII”, presentado en julio del 2002. 3 Sobre las modificaciones que en el mundo se realizan como resultado de la Revolución inglesa del XVII y su generalización a partir de 1660, ver: Kennedy, Paul: “The Rise and Fall of the Greats Powers”, Vintage Book, New York, (s.f.). También, aunque más limitado a Inglaterra, García Pelayo, M.: “El Imperio Británico”, Revista de Occidente, Madrid, 1945. 4 Doctor en Ciencias Históricas y profesor titular de la Universidad de La Habana, donde ha impartido cursos de pregrado y postgrado sobre Historia colonial de Cuba, Historiografía de Cuba, Archivística, Tenencia y utilización de la Tierra, Historia Regional y Ciudades Portuarias en el Caribe español. Sus libros han obteni- do en dos ocasiones el “Premio de la Crítica”, así como la condición de Obra más original, concedida por la Universidad de La Habana. Obtuvo la condición de profesor integral mas destacado de la Universidad de La Habana curso 2007-2008. Su libro “La Habana en el Mediterráneo Americano”, fue publicado en el 2007.

309 La Habana y la nueva España

Habana y la Nueva España, que se asumen de forma diferenciada en las refor- mas que para esta parte del mundo delinean los Borbones. Un estudio puntual de la administración española para estos dos territorios abre, en esta perspecti- va, nuevas aristas a la interrogante de si llegó a operarse en ellos un verdadero proceso de modernización, y de existir, si obedeció, en lo fundamental, a la obra / gestión de la metrópoli o, en cambio, a las propias fuerzas internas que se habían venido generando en las colonias.

La misma aplicación de una política de despotismo ilustrado por la nueva casa reinante en España –los Borbones–, junto a las nuevas formas al estilo del parlamentarismo inglés, y las drásticas modificaciones suscitadas la Revolu- ción francesa en 1789, formaron parte del conjunto de cambios originados en el mundo hacia la segunda mitad del siglo XVII Transformaciones que oca- sionaron modificaciones en el Estado metropolitano y sus territorios depen- dientes, con acciones capaces de conferirle a la impronta de la administración una proyección trascendente en materia financiera, militar, hacendística, co- mercial, de manufacturas y, muy en especial, en política y estrategia colonial.

El proceso modernizador –con respecto a la colonización oceánica pro- piciada por España y Portugal en el XVI– alcanzó, asimismo, nuevas expecta- tivas territoriales mediante la explotación de géneros tropicales y las posibili- dades abiertas por la trata negrera para incorporar, a través de un poblamiento intenso y rápido, territorios hasta ese momento “irrelevantes”. El poblamiento de territorios marginales y poco poblados de la colonización hispana, al estilo de las actuales Guyanas, las Antillas Menores, y zonas anteriormente no ex- plotadas, como la porción norteña del Golfo de México, ocasionó una nueva era en la lucha por el predominio de la cuenca mexicana, donde los enclaves de La Habana y Veracruz habían reinando, casi sin oposición, durante una centuria5.

Los cambios favorecieron una mejor utilización de las aguas del Medite- rráneo Americano en su triple condición de: puente líquido marítimo de unión entre las Antillas y el norte, sur y centro del continente americano; punto obli- gado para la intercomunicación con Europa, a través de la Corriente Ecuato-

5 Sobre la creación del circuito Habana – Veracruz, y la interdependencia de estas dos ciudades desde 1519 con la expedición de Hernán Cortés desde Cuba para la conquista de México, véase: Arturo Sorhegui “La Habana – Veracruz. El Mediterráneo Americano y el circuito imperial hispano (1519 – 1821” En: Bernardo García y Sergio Guerra (coordinadores) La Habana / Veracruz, Veracruz / La Habana. Las dos Orillas. Universidad Veracruzana, México, 2002.

310 Arturo Sorhegui D’Mares rial que surgida en África hace las veces de “camino” hasta este mar interior, y ruta en la conexión con Asia por intermedio del galeón de Manila que llegado a Acapulco seguía por tierra hasta Veracruz y otra vez en la cuenca aprove- chaba la Corriente del Gulf Stream para su arribo al viejo continente. Las al- teraciones modificaron las rutas comerciales, magnificaron unas ciudades con respecto a otras, ocasionaron nuevas estrategias de ocupación territorial –por parte de las potencias enemigas de España, con nuevas concepciones militares de defensa y ataque–, y acercaron a la actualidad las dinámicas de interacción entre los distintos territorios.

El Wetern Dessign de Cromwell

La línea más avanzada de las transformaciones empezó a estructurarse hacia 1649 cuando luego del derrocamiento de la monarquía inglesa, Olive- rio Cromwell instaura el régimen republicano, deroga la Cámara Alta y el Consejo de Gobierno, y define, en su Western Dessign, una nueva política en que la flota inglesa no estaba determinada –como en tiempos de Isabel–, por la participación en el comercio, sino por su función en la conquista de nuevos territorios que –como Jamaica, en 1655– estuvieran en condiciones de favorecer el desarrollo de las manufacturas inglesas. El nuevo prototipo de dependencia dio lugar a un naciente ideal de explotación colonial: las colonias de plantación, caracterizadas por tener entre sus requisitos el poder disponer de tierras abundantes, capitales, mercados y, sobre todo, una mano de obra cuantiosa, importada generalmente desde el África por los buques negreros ingleses.

Con este nuevo prototipo de colonia, la era de la colonización oceánica- surgida en el mundo en el siglo XV - alcanzó nuevos espacios de dominio político. Al interrelacionar, dentro de un mismo proceso de actividad econó- mica, tres continentes (Europa - África y América). Comercio triangular en el que “Inglaterra suministraba las exportaciones y los buques; África aportaba la mercancía humana; (y) las plantaciones (americanas) proporcionaban las materias primas coloniales”6. Por intermedio de una opción que ofrecía, además, un tri- ple estímulo al desarrollo manufacturero inglés. “Los negros eran adquiridos con manufacturas británicas, transportados a las plantaciones producían azúcar, algodón,

6 Williams, Eric: “Capitalismo y Esclavitud”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, (1975). p. 43.

311 La Habana y la nueva España

índigo, melaza y otros artículos tropicales, cuyo procesamiento creaba nuevas industrias en Inglaterra”7. No sin razón, el historiador trinitario Eric Williams, en su obra ya clásica “Capitalism and Slavery”, fundamenta la tesis de que la esclavitud y la trata de esclavos financiaron la revolución industrial inglesa, del último cuarto del siglo XVIII.

Los resultados de este nuevo sistema de explotación fueron significativos en comparación con el que desde el siglo XVI aplicaba España, sustentado, en lo fundamental, en los beneficios del hallazgo y explotación de metales pre- ciosos. Sobre este particular, se pronunciaba ya en el siglo XIX el historiador español Jacobo de la Pezuela, a quien no se puede acusar de parcial a la varia- ble propiciada por Gran Bretaña. Para Pezuela, a Inglaterra le había bastado un siglo (entre 1655 y1750), para crear riquezas inmensas en Jamaica, que ya contaba, por ese entonces, con más de 130 mil esclavos africanos y unos 11 mil habitantes blancos, exportaba para los mercados europeos 700 mil quintales de azúcar, medio millón de barriles de ron, 15 mil quintales de café, 5 mil de algodón, y 8 mil de especias, elevándose su exportación a más de 8 millones de pesos.8

En igual sentido se pronunciaba con respecto a la aplicación por Fran- cia de ese mismo sistema en su colonia de Saint Domingue (actual Haití). Para ello traza un paralelo, sobre un mismo territorio insular, y advierte que España disponía en la antigua isla de Haití, llamada Santo Domingo o La Española, apenas 30 mil blancos y 10 mil esclavos; y lejos de bastar para su propio consumo sus productos, tenía que recibir auxilios exteriores. A su lado, contrasta, prosperaba la reducida parte francesa, con mas de 400 mil habitantes africanos con más de 500 plantaciones, en múltiples estableci- mientos y ciudades florecientes, y mientras la parte española tenía que de- pender de las consignaciones monetarias de Veracruz, la francesa, después de tributar más de 6 millones de francos a su erario, rivalizaba con Jamaica en surtir a los mercados europeos, con productos por un valor de 20 millones para sus exportaciones.9

Resultado de ello, en las potencias occidentales se fue generalizando en el siglo XVIII una valoración diferente de los territorios coloniales, en que se

7 Ibidem. p. 44. 8 Pezuela, Jacobo de la: “Historia de la Isla de Cuba”, Carlos Bailly-Bailliere, Madrid, 1868. Tomo II, p. 443. 9 Ibídem, p. 444

312 Arturo Sorhegui D’Mares tendía a considerar las dependencias insulares del Caribe, o las estaciones de comercio de esclavos en África Occidental, como más importantes que las grandes posesiones territoriales ultramarinas, al estilo de Canadá y las 13 Co- lonias de Norteamérica. Las colonias tropicales o subtropicales podían incluso ser evaluadas como más valiosas que el propio territorio metropolitano. Así, por lo menos, lo entendió en la Gran Bretaña Jorge III, quien argüía en 1779 que “nuestras islas (de las Indias Occidentales) deben ser defendidas incluso arries- gando una invasión de esta Isla. Si perdemos nuestras islas del azúcar, será imposible recaudar el dinero necesario para proseguir la guerra” 10.

Las nuevas rutas marítimas y terrestres

El proceso dirigido a darle un mayor peso a los géneros comerciales tropi- cales dentro del conjunto de la producción americana, empezó a tener mayor éxito y profusión cuando ingleses y franceses comenzaron a incrementar el número de sus colonias de plantación, aumentando los territorios bajo su do- minio y extendiendo el tráfico de negros esclavos dirigido hacia esta parte del mundo. La provisión de esclavos la ensancharon significativamente hasta las posesiones hispanas, influidas tangencialmente por la necesidad de una mayor disposición de mano de obra forzada para diversificar y aumentar su produc- ción, iniciándose, como resultado de todo esto, una modificación sustancial en el mapa político-económico y de influencia comercial en América.

Las opciones abiertas por la fundación y extensión a esta parte del mundo de la Compañía de las Indias Occidentales Holandesa (1620), la interrupción momentánea del sistema de flotas hispano, las ocupaciones de Curazao (1634) y Jamaica (1655) por holandeses e ingleses, respectivamente, y la presencia francesa tanto en Saint Domingue (1695), como en la porción nororiental del Golfo de México, con las ocupaciones de la bahía de Matagorda, actual San Bernardo, en Texas (1687), y de la parte baja del río Mississippí, ocasionaron que surgiera desde 1620 en la carrera de las Indias, en opinión del historiador francés Pierre Chaunu, un nuevo modo de vida: la de la economía de plantacio-

10 La cita procede de Anderson, M.S: “Europa en el siglo XVIII”. Ediciones Aguilar, Tipografía Artís- tica, 1964. p. 244. Sobre el mismo particular se pronuncia Richard Pares, en su ya clásica “The Deve- lopment of the British West Indies” Yale University Press, London, 1817. Este autor, en su prefacio, considera indispensable aclarar para un lector del siglo XIX, la importancia de las Indias Occidentales para el desarrollo del viejo imperio inglés. Fue de ellas – puntualiza - que Inglaterra derivó, quizás, el más grande incremento de riquezas de los tiempos modernos.

313 La Habana y la nueva España nes, que se adelantaba a las necesidades españolas11. El preferirse los beneficios alcanzados por la comercialización de cueros, tabaco, índigo, azúcar, maderas tintóreas y pieles, trajo consigo que la nueva economía antepusiera el trasiego con barcos pequeños, ligeros, de ritmo rápido, y con capacidad para sobrepasar rápidamente en rentabilidad al antiguo sistema mayor minero de las Indias12.

Por su parte, los territorios de la América hispana mostraron, en momen- tos que se interrumpía el comercio de la flota, una mayor capacidad que la metrópoli para adaptarse a las nuevas exigencias surgidas en el mundo. Prueba de ello fue que en el XVII, aun con la irregularidad de la flota, el peso de los géneros coloniales alcanzó un alza de alrededor de un 5%, con respecto a los metales preciosos, en el siglo XVI, y que su proporción total fuera entre un 10 y un 15% del total13. Balance que debió ser aún mayor, al no poderse consignar las cifras representativas del comercio intercolonial y de contrabando.

Pero no será hasta el XVIII en que las opciones abiertas hacia finales del 600 alcancen una magnitud capaz de modificar, en lo esencial, las antiguas rutas de comercio marítimo y comunicación terrestre. No resultó casual que en esta centuria se incrementara notablemente el número de factorías para la entrada de negros esclavos, lo que ocurrió: primero, por intermedio de los ga- los durante la Guerra de Sucesión española, cuando disfrutaron del monopo- lio de la provisión de esclavos; y continuó después con los británicos, a partir de la paz de Utrecht, en 1717, mediante la concesión a su favor del navío de permiso, y del privilegio de asientos para la venta de negros esclavos que en Buenos Aires y La Habana dispuso la Compañía inglesa del Mar del Sur, en los mismos enclaves donde anteriormente operaron los franceses.

La primera modificación sustancial de las rutas marítimas ocurrió en el comercio de la plata del Perú y Alto Perú, realizado anteriormente a través de

11 La cita procede de Barrea Ferrer, José Luis: “La importancia de Cádiz a fines del siglo XVII: el arrien- do de aduanas”. En: Instituto de Estudios Gaditanos: La Burguesía Mercantil Gaditana (1650-1868), (s.e), Cádiz, 1976. p. 132. 12 Ibídem. 13 En el transcurso del siglo XVI, las 7.600 toneladas de metal precioso desembarcadas en Sevilla (153,5 oro y 7.439 de plata) representaron entre el 90-95% del valor global de todas las importaciones proce- dentes del Nuevo Mundo. Si nos atenemos a los datos que para la primera mitad del silgo XVII nos proporcionan tanto P. Chaunu como M. Morineau la relación que se establece en ese período es del 85% para los metales preciosos y del 15% para los productos coloniales, proporción que, en opinión de J. Everaert se mantenía en el segundo mitad de dicha centuria. Texto de Antonio García-Baquero: “?De la mina a la plantación? La nueva estructura del tráfico de importación de la carrera en la segun- da mitad del siglo XVIII”. En: Michael Zeuske y Ulrike Schmieder (editores) “Regiones europeas y Latinoamérica”, Verbuet Iberoamericana, (s.l.e.), 1999.

314 Arturo Sorhegui D’Mares los enclaves de Arica – el Callao – Panamá – Portobelo y Cartagena de Indias, mediante la denominada flota española de los galeones, ahora desplazada pau- latinamente hacia el Atlántico sur, por la vía de Buenos Aires y la colonia portuguesa de Sacramento. Opción favorecida, además, por la apertura de la ruta del Cabo de Hornos –en el extremo austral del continente– realizada por los franceses, quienes convirtieron a Concepción y Valparaíso, en Chile, en sus puertos bases de operaciones y almacén de mercancías14.

Esta modificación provocó que los enclaves portuarios privilegiados por España hasta ese momento, se orientaran más hacia el Atlántico sur, favo- reciendo, con ello, a Caracas y Buenos Aires, en detrimento de los antiguos puertos cabeceras de Cartagena de Indias y Portobelo, situados mucho más al norte, en el extremo oriental del Mar Caribe, y desde donde con anteriori- dad se realizaba el trasiego Atlántico de la plata peruana. Y también ocasio- nó algo trascendental: el traslado del centro del sistema español de la zona del Pacífico sur, representado por Perú y Bolivia, hacia la Nueva España. El virreinato Novohispano superó, desde entonces, el monto de la extracción de metales preciosos que con anterioridad lideraba Perú, así como la cuantía de la población y el balance de la actividad económica de las restantes Provin- cias de Ultramar.

Otra modificación digna de mencionar se llevó a efecto en el Golfo de México, a partir del desplazamiento de los franceses a su porción nororiental, con las fundaciones, desde finales del 600, de la colonia de Matagorda, en la porción del actual estado de Texas, y los asentamientos del bajo Mississippí y Mobile –en la Luisiana y Alabama–; a los que hay que sumar en 1722, la condición de puerto oceánico que alcanza Nueva Orleáns, cuando se descubre un embarcadero, de unos 13 pies de profundidad, en una de las desembocadu- ras del Mississippí. Con ello, se ponía fin al monopolio hispano en la porción noreste de la Cuenca, al establecerse unos enclaves que dirigían su interés al intercambio directo por tierra con las provincias internas novohispanas, y por mar con las Antillas Mayores, La Habana, Tampico y Veracruz, entre otras posesiones.

14 La apertura de la ruta del Cabo de Hornos no fue ajena a ciertas innovaciones en el transporte maríti- mo y la construcción naval. En ello influyó el uso de vivanders (vivanderos o buques de abastecimien- to), navíos de pequeño tonelaje (hasta no más de 200 toneladas) que acompañaban a los mercantes conduciendo víveres para los mismos, a fin de ampliar su capacidad de bodega. Se trataba de verda- deros almacenes flotantes. Malamud Rikles, Carlos D.: “Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano”. Diputación provincial de Cádiz, Jeréz de la Frontera, 1986. p. 43.

315 La Habana y la nueva España

Si a ello sumamos el dominio ejercido por los franceses desde Saint Do- mingue, Martinica y Guadalupe, y el de los ingleses a través de Jamaica, Bar- bados, una buena parte de las Antillas Menores, la costa oriental de Yucatán (actual Belice), y el litoral caribeño de la América Central, resulta evidente que, además de las comunicaciones directas con España, se encontraba ame- nazado el comercio intercolonial, cuyos beneficios habían permitido sobrevi- vir y progresar a las posesiones hispanas en el XVII, cuando se interrumpió el comercio metropolitano.

Pese a todas las dificultades, los dominios españoles no fueron ajenos, como ya señalamos, a los impulsos del nuevo siglo, mediante un incremento significativo de la población y la actividad comercial y productiva. En Amé- rica, el XVIII constituyó una centuria de crecimiento rápido de las ciudades, recuperándose nuevamente las cotas de proliferación de asentamientos huma- nos existente en el siglo XVI. La tendencia fue resultado de un aumento de la población indígena, con índices favorables de crecimiento vegetativo, y de la inmigración procedente de África y Europa. Lo que unido a la existencia de directrices económicas más definidas para el desarrollo de ciertas regiones –ahora en disputa con otras potencias–, explica el interés existente para la pro- pagación de caminos y la ocupación de nuevas tierras15.

En el caso Novohispano se fue a un reactivamiento de los caminos exis- tentes desde el XVI, mediante el ensanche y prolongación de dos líneas fun- damentales: una hacia el nordeste y otra hacia el noroeste, con destino hacia la meseta californiana y hacia la red fluvial de Texas, puntos estratégicos esen- ciales de la expansión novohispana. A la gran comunicación longitudinal en- sanchada desde Zacatecas, en el XVII, hasta las minas del río Concho (Parral), se sumó ahora una carretera que desde la ciudad de Santa Fe, - refundada en 1683, en Nuevo México, a orillas del Río Grande – se extiende hasta las minas del Parral y Santa Bárbara (Chihuahua), donde entroncaba con el antiguo ca- mino de México16. Y en la zona centro-occidental, considerada el núcleo duro del poblamiento mexicano, se llevaron a efecto los caminos de Valladolid, Sul- tepec y Acapulco, y hacia fines de la centuria ya se podían transitar “carros”

15 Sobre el interés del estado borbónico para alcanzar este progreso, ver: Francisco Solano: “Ville et geoes- tregie espagnole en L’Amérique au cours du XVIIIe siecle”. En: L’Amérique espagnole a l’époque des lumieres. Editions du Centre National de la Recherce Scientrifique, Paris, 1987. 16 Ernest Schäfer “Comunicaciones terrestres y marítimas de las Indias Españolas”, Anuario de Estu- dios Americanos, Volumen III, 1946 p. 980.

316 Arturo Sorhegui D’Mares hacia el sur por el largo camino a Guatemala, León y Cartago (Costa Rica), hasta el puerto de Matina17.

En La Habana, la incorporación de nuevos cultivos y vías de comunica- ción terrestre tiene en la ciudad portuaria su centro irradiador, desde el cual se logra a finales del XVII, la fundación de un buen número de asentamientos humanos, recogidos en la red parroquial rural del obispo Diego Evelino de Compostela de 1689, a partir de una más efectiva explotación de la ganadería, la proliferación del cultivo del tabaco y los cortes de madera. Red extendida desde el extremo occidental de la Isla desde Guane, Mantua y Consolación, a la zona interior habanera en Río Blanco, Guanajay, Guara, Güines y hacia el oriente de la ciudad, en Matanzas, a Guamuta, Hanábana y otras. Todas ellas desplazadas siguiendo la ruta del camino central longitudinal del centro de la Isla, que se extendía, también, hacia la zona del centro y oriente del país.

La proliferación de los nuevos cultivos, los asentamientos humanos y los caminos a ellos relacionados, tiene en el XVIII, un progreso arrollador. Al primitivo interés estratégico militar, manifiesto desde 1726 con la fundación en Pinar del Río de la Tenencia de Gobierno de la Nueva Filipinas, y más tar- díamente para Isla de Pinos y Cienfuegos en el occidente, y Nuevitas, Guan- tánamo en el Centroriente y Oriente, se une, a fines del XVIII, la extensión al mundo rural de la explotación intensiva, tipo plantacionista, del café y el azúcar, que mediante la incorporación masiva de esclavos africanos permite una densidad poblacional promedio, en la zona rural de La Habana, de alre- dedor de unos 70 habitantes por kilómetros cuadrado, índice verdaderamente revolucionario comparado con el pobre poblamiento disperso propiciado an- teriormente de forma exclusiva por la ganadería.

La dinámica del avance de los núcleos poblacionales alentada por la ad- ministración borbónica para la Nueva España y la porción occidental de Cuba, a la vez que responde a una necesaria estrategia de ocupación de nuevos espa- cios que contrarresten los afanes expansivos de las potencias enemigas de la península, es el resultado de la necesaria promoción de cultivos que incentiven las manufacturas y, por este medio, las siempre mermadas arcas reales. Lo que conllevó el inconveniente de propiciar en esta parte del mundo un forta- lecimiento regional capaz de poner en peligro la estrategia centralista de la

17 Ibídem.

317 La Habana y la nueva España

Corona: de reducir significativamente la autonomía de los diferentes reinos y de poner obstáculos a la opción esencial de poderse asistir en la Península al surgimiento de una burguesía metropolitana capaz enrumbar a su favor la ansiada modernización, dominando, a la vez, el proceso económico que tenía lugar en las colonias.

Reformismo y Administración Borbónica.

A diferencia de Francia e Inglaterra que promueven cambios significativos en su administración desde finales del XVII para lograr un avance en la evolu- ción de sus manufacturas y el tipo comercio que facilitase su progreso, la Espa- ña del 700 optó por evitar cualquier tipo de reformas retornando parcialmente, en algunos territorios, a los señoríos jurisdiccionales y a las antiguas bases de sustentación de su sistema feudal y de reinos, mediante el fortalecimiento de los Consejos (Castilla, Aragón, Italia e Indias) y del gobierno polisinodial.

La impracticabilidad del sistema quietista escogido, unida al peligro de la desintegración de la unidad territorial del Imperio, llevó, en opinión de mu- chos, a Carlos II a cambiar su testamento y concederle al nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou, la corona española. Aún cuando el avance de la Francia de Luis XIV amenazaba “una vez más con (someter) a la servidumbre a toda la Europa Occidental”18, y de ello podría esperarse reformas para España; la sola presencia de un exponente de los Borbones en el trono peninsular no podía considerarse, aisladamente, la solución inmediata para los problema his- panos ni la fórmula mágica para alcanzar la tan ansiada modernización. Aún cuando los nuevos preceptos a seguir por ambas monarquías fueran muy seme- jantes, su dinámica difería debido a las peculiaridades de su disímil situación anterior, y la persistencia, mayor o menor, en cada una de ellas, de las fuerzas de su estratificación social y del diferente grado de su articulación regional19.

El cambio dinástico si supuso, en cambio, una voluntad de vincular a la península con la variable de las monarquías europeas de finales del XVII, identificadas con los principios del Despotismo Ilustrado. A diferencia de la Monarquía absoluta del XVI y XVII, la nueva organización del aparato estatal

18 Anderson, M. S.: “Europa en el siglo XVIII”, Aguilar, Valencia, 1964, p. 3. 19 Vicens Vives, J.: “Estructura administrativa estatal en los siglos XVI y XVII” En: “Coyuntura econó- mica y reformismo burgués”, compilación de trabajos por José Fontana, Ediciones Ariel, Barcelona, 1969. p. 113.

318 Arturo Sorhegui D’Mares implicó una fundamentación racionalista de las bases del poder, que difería de la tesis del derecho divino sustentada por Bossuet y descansaba en una alianza entre los defensores del futuro estado liberal y los representantes de la anterior monarquía absoluta20.

La temática, relacionada con los orígenes del Estado moderno y el sur- gimiento de la dinámica de la organización política administrativa de la mo- narquía española, puede asumirse desde diferentes perspectivas. En nuestro caso, la limitaremos a dos aspectos: el de los funcionarios que nombrados en las personas de los Capitanes Generales de Cuba y los virreyes de la Nueva Es- paña, eran parte de un cambio en los personeros en que descansaba el aparato burocrático del Estado; y el de la política colonial, puesta en práctica por la nueva administración borbónica para La Habana y el virreinato Novohispano.

Virreyes y Capitanes Generales en el siglo XVIII

La integración de una nueva burocracia en España, a partir de la entro- nización de los Borbones, perseguía disponer de funcionarios leales, contar con un personal capaz de apoyar la política regalista que defendieron los ex- ponentes de a la nueva casa reinante, y llevar a efecto las nuevas exigencias militares, diplomáticas y financieras prevalecientes en el mundo después del advenimiento, en el último cuarto del XVII, de la fase mercantil manufacture- ra de la formación del capitalismo.

El advenimiento de la nueva monarquía supuso el que se le otorgara un mayor peso, durante un buen tiempo, a funcionarios extranjeros en los máxi- mos destinos del gobierno. Tales fueron los casos de Jean Orry, Jean Michel Amelot, Joseph de Grimaldo, Julio Alberoni, el duque de Ripperdá, y el mar- qués de Squilache, quienes formaron a una nueva pléyade de estadistas espa- ñoles, entre los que sobresalieron José Patiño, Campillo Cossío, el marqués de la Ensenada, el conde de Aranda, Floridablanca, y Campomanes. Tendencia que no dejó de tener importantes derivaciones para la designación de los altos numerarios encargados de ejercer el poder en América, según señalaremos más adelante, y tampoco resultó ajena, por cierto, a consecuencias trascenden- tes en materia social.

20 Campistel, Reglà: “Edad Moderna”. El reformismo del siglo XVIII. En: Introducción a la Historia de España, Editorial Teide, Barcelona, 1971. p. 454.

319 La Habana y la nueva España

La elección de los funcionarios destinados a ocupar el virreinato Novo- hispano estuvo vinculada, desde el inicio de la nueva casa reinante, a reflejar la ya señalada preponderancia estratégica que con respecto al del Perú había alcanzado el de la Nueva España debido a su supremacía en la producción de metales argentíferos, el mayor monto de su población, el mejor aprovecha- miento, en general, de sus riquezas, y la preponderancia adquirida en las co- municaciones por el Atlántico americano con respecto al Pacífico. Con lo que finaliza la anterior tendencia de elevarse al gobierno del Perú a los virreyes que se habían destacado en el Virreinato Novohispano21, dada la función cimera atribuida a ese destino. Desde el 800, por el contrario, la máxima plaza a des- empeñar comenzaría a ser la de la de la sede del gobierno de la Nueva España.

El peso jerárquico asumido por el Virreinato Novohispano no se limitó a su área territorial inmediata, sino que fue extensiva a todo el circuito estra- tégico y comercial de las posesiones hispanas en la Cuenca del Golfo, entre las cuales sobresalía la Capitanía General de Cuba y las otras dependencias administrativas de Mesoamérica. Prueba de ello fue que el rango militar de los Capitanes Generales escogidos para asumir estas funciones fue elevado, como tendencia, a Mariscales de Campo22, los que podrían ser premiados, en caso de destacarse en el desempeño de sus funciones, a la propia dirección del virreinato, como ocurrió en cuatro ocasiones23.

La administración borbónica prefirió, como tendencia también, mante- ner tanto en Cuba como en Nueva España a militares de carrera en el des- empeño de la máxima función ejecutiva, que se ejercía en representación del soberano. Aspecto este mucho más relevante en el caso de la Nueva España, dada la tradición de que los virreyes se escogieran casi exclusivamente entre la alta nobleza o sus deudos. En el 800, por el contrario, se nota una cierta similitud con lo que venía sucediendo en Cuba, donde debido a su condición de excepción propia de un territorio frontera, los militares fueron los más fa- vorecidos. Notándose, incluso, un interés por mantener gradaciones diferentes

21 Seis de los 24 virreyes Novohispanos en el siglo XVII fueron promovidos a igual destino en el Perú, estos fueron los casos del Conde de Monterrey, Marqués de Montesclaros, Marqués de Gauadalcázar, Conde se Salvatierra, Conde de Alba de Lisle y Conde de Monclova. 22 Quince de los designados para ocupar la Capitanía General de la Isla de Cuba en el XVIII, detentaban el alto cargo de Mariscal de Campo. Ellos fueron: Pedro Nicolás Benítez Lugo, Marqués de Casa Torres, Vicente Raja, Juan Francisco Güemes Horcasitas, Juan de Tineo y Fuentes, Francisco Cagigal de la Vega, Juan de Prado Portocarrero, Antonio Manrique, Antonio María Bucarrelly, Marqués de la Torre, Juan Manuel de Cagigal, Luis Unzaga, Bernardo Gálvez, José de Ezpeleta, y Luis de las Casas. 23 Estos fueron: Juan Francisco Güemes Horcasitas en 1746, Francisco Cagigal de la Vega en 1760, An- tonio María Bucarelly en 1771, y Bernardo Gálvez en 1785.

320 Arturo Sorhegui D’Mares entre los militares que se desempeñaban en uno y otro destino. Mientras en La Habana predominaron los mariscales de campo, en la Nueva España lo hicieron los tenientes generales de los Reales Ejércitos, graduación superior a los predominantes en la capital insular24.

Contraria a la tesis de la relativa tranquilidad con que en los territorios americanos se asumió el cambio de dinastía a principios de siglo, resulta el número de renuncias al cargo manifiesta entre los virreyes, y el inusual nú- mero de interinaturas en la Isla. En el conflictivo período de las dos primeras décadas del reinado de Felipe V, influenciado por la Guerra de Sucesión his- pana, dos de los cinco virreyes Novohispanos renunciaron a su cargo, sin que mediara ninguna inconformidad con su gestión por parte de la administración central peninsular25. Aún más relevante fue la situación en la Capitanía Gene- ral cubana. Entre 1.700 y 1.714 murieron en La Habana, en condiciones no del todo claras, dos capitanes generales, y el gobierno se mantuvo en manos de los criollos durante la mayor parte de este período, al ser sustituidos interinamente en dos ocasiones los titulares por el alcaide del Morro, para las decisiones mi- litares, y el teniente gobernador para las civiles26.

24 Entre los 22 virreyes Novohispanos del XVIII seis fueron teniente generales de los reales ejércitos, uno teniente general de la armada, uno mariscal de campo, dos tenientes coroneles del regimiento de guar- dia reales, y dos capitanes generales de los reales ejércitos. Los que alcanzaron el rango de tenientes generales fueron: Juan Antonio Güemes Horcasitas (1746-1755), Francisco Cagigal de la Vega (1760), Marqués de Cruillas (1760-1766), Matías Gálvez (1783-1784) y Bernardo Gálvez (1784-1786). 25 Los que renunciaron a sus cargos en las dos primeras décadas del XVIII fueron: José Sarmiento Valla- dares y de Tula, conde de Moctezuma (1696-1701), y Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero y duque de Arión (1716-1722). Para el historiador español Luis Navarro, el conde de Moctezuma no debía ali- mentar muchas esperanzas sobre el futuro de la Nueva España y de la monarquía a la que representaba cuando pedía que se le relevase del cargo. Cuando da cabal cumplimiento a la R.O para la aceptación del Nuevo Monarca, añade Navarro, dijo con sibilina aseveración de que todo el reino se mantendrá leal en el poco tiempo que deseaba gobernarlo. Ver: Luis Navarro García “El cambio de dinastía en Nueva España”, Anuario de Estudios Americanos, vol. XXXVI, 1979. pp. 114-115. 26 El teniente gobernador Nicolás Chirino Vanderwalle, en lo político, y el alcaide del Morro Luis Cha- cón Castellón, en lo militar, ocuparon de consuno el gobierno interino de la Isla entre 1703 y 1706, y de 1706 y 1708. Chacón Castellón desempeñó igual cargo en 1711, en compañía de Pedro Covero, y nuevamente entre 1712 y 1713. La familia Chacón se había asentado en la Isla, en el siglo anterior, des- tacándose por su preeminencia en el desempeño de cargos militares de alta responsabilidad y la riqueza que llegaron atesorar. El caso de Chirino Vandewalle era algo diferentes, dado su especialización como funcionario letrado. Vanderwalle fue colegial del colegio de San Ramón, abogado de la Real Audiencia y Chancillería de México, Catedrático regente de Prima Filosofía de la Universidad de México, así como alcalde de la corte de México y oidor de la Audiencia de Santo Domingo. En 1689 pidió licencia al cabildo habanero para poder ejercer su cargo en la ciudad, fue procurador general en 1692 y alcalde ordinario un año después. Logró un favorable matrimonio con Clara Palacián Gatica, integrante de una de las más preeminentes familias de la ciudad. Existen pruebas de la relación de esa familia con la de los Santa Cruz en Tenerife, Islas Canarias. Los Santa Cruz resultan uno de los grupos familiares más importante de La Habana en el XVIII y su encumbramiento no es ajena, en parte, al clientelismo que alcanzan, entre el que sobresale el de una figura tan descollante como Chirino Vanderwale.

321 La Habana y la nueva España

La percepción de cómo se asumió el cambio de dinastía y la política apli- cada por los Borbones, puede asumirse desde distintas perspectivas entre los diferentes territorios que aglutinaba la monarquía. En cuanto a la maquinaria central del Estado, el historiador español José Escudero destaca, no sin razón, que con ellos se abre como tema central de consideración gubernamental lo propiamente administrativo, lo cual, sin dudas, significó un salto cualitativo en la forma de ejercer el gobierno27. Un destaque diferente de los resultados proviene de los territorios no propiamente castellanos en la península. Para los valencianos Anaclet Pons y Justo Serna, la introducción de la Monarquía bor- bónica supuso la consumación –no el inicio– de una política centralizadora, que para Valencia implicó la abolición del derecho civil municipal y el fin de la época de predominio de los fueros prevalecientes durante la era de los Austrias 28. En América, por su parte, aunque estas tendencias presentes todas estas, la distancia resultó un elemento diferenciador, ante la mayor dependencia de la monarquía de sus habitantes para la defensa del territorio.

En los territorios americanos se hizo presente rápidamente la más efec- tiva política centralizadora de los Borbones, mediante la búsqueda de nuevas fuentes de financiamiento para poder asumir los gastos de la guerra y disponer de los medios necesarios en la Corte para enfrentar las nuevas necesidades. Prueba de ello fueron las primeras disposiciones de Felipe V, bajo el auspicio del hacendista francés Jean Orry. Con el objetivo de recaudar fondos, se abolió en 1701 las encomiendas, estableciéndose que se podía evitar su aplicación ca- suística en caso de que los implicados estuvieran dispuestos a pagar las sumas establecidas. Se eliminaron, asimismo, todas las plazas supernumerarias, aho- rrándose, de paso, las retribuciones que correspondían a estos funcionarios. Y se practicó una suerte de racionalización de la estructura administrativa, disponiéndose la supresión de la Cámara de Indias.

Como culminación de este proceso se dictó, en 1721, la eliminación defi- nitiva del sistema de encomiendas, provocando serias dificultades a la Nueva España para la sujeción en minas y haciendas de la mano de obra necesaria para sus actividades económicas; mientras en la Isla, hacia 1708, durante el mandato del Capitán General Laureano Torres de Ayala, se incrementaron las

27 Escudero, José A.: “Los secretarios de Estado y del despacho”, Instituto de Estudios Administrativos, Madrid, 1976. Tomo 1, p. 287. 28 Pons, Anaclet y Justo Serna: “la ciudad extensa. La burguesía comercial-financiera en la Valencia de mediados del XIX”, Diputación de Valencia, Valencia, 1992. p. 39.

322 Arturo Sorhegui D’Mares recaudaciones a favor del erario en 6 mil pesos al año, al disponerse el cobro de los impuestos atrasados29, y se obtuvieron asignaciones adicionales mediante un significativo aumento de la cosecha de tabaco, que años después, en 1717, sería estancada con la oposición de la aristocracia municipal y los representan- tes del clero criollo. Los resultados de estos empeños no se hicieron esperar. A principios de siglo el virrey

Francisco Fernández de la Cueva, duque de Albuquerque, debió desarti- cular una red de simpatizantes del archiduque Carlos, y en 1734 el marqués del valle de Oaxaca, descendiente de Hernán Cortés y duque de Monteleone, tomaba partido, también, por la casa de Austria. En la Habana, en cambio, la oposición asumió una modalidad distinta, al alcanzar la magnitud de rebeldía social con las sublevaciones de los vegueros de 1717, 1720 y 1723.

Aún de mayor de mayor interés aún puede resultar la estrategia asu- mida para disminuir el excesivo poder del Consulado de comerciantes de México, que ponía obstáculos para el más pronto despacho de las mercan- cías transportada por intermedio de la flota, demorando la compra de las mercaderías que a última hora, a punto de partir los convoyes, debían aba- ratarse en su beneficio. Tanto en España como en América, los Borbones propiciaron una cierta descentralización que afecta a territorios hasta ese momento devenidos en centros regionales administrativos, como los casos de Sevilla, para España, y Ciudad México, para el virreinato Novohispano. En la península, la tendencia se hace evidente, con el traslado a Cádiz de la Casa de Contratación, hasta ese momento radicada en Sevilla, y la or- ganización de compañías comerciales en las vascongadas, en Barcelona y Galicia, en detrimento del monopolio sevillano-gaditano para el comercio americano. Otro tanto ocurrió en la Nueva España con el traslado a Jalapa de las ferias de Ciudad México (1718); la fundación de dos nuevos consula- dos de comerciante en Veracruz (1795) y Guadalajara (1795), y el estable- cimiento, en ocasiones, de rutas marítimas y terrestres novedosas, como la puesta en práctica entre San Blas y Sonora –en el noroeste Novohispano–, en detrimento del monopolio que sobre el camino central disfrutaban los comerciantes de Ciudad México.

29 El gobernador Torres de Ayala dispuso que cada hacendado debía abonar un real per. cápita por su ga- nado; los dueños de molinos de tabaco, 60 pesos anuales; y 30 pesos los dueños de “piedras” de tabaco. De esta contribución, que brindó ingresos de 6 mil pesos al año, solo quedaron exentos los cosecheros con el propósito de incrementar las siembras.

323 La Habana y la nueva España

La descentralización administrativa y el surgimiento de nuevos núcleos regionales capaces de independizarse comercial y políticamente de antiguos polos de expansión, formaba parte de la política borbónica dirigida a promover nuevas actividades económicas en zonas hasta ese momento insuficientemente incorporadas a la economía de la monarquía. Interés no ajeno a intereses de orden estratégico y a la formación de nuevos grupos de poder alrededor de la Corte, de los cuales se desprenderá, en buena medida, la burocracia que ofi- ciaría también en los territorios americanos. La elección de una parte de estos funcionarios estuvo influida, de forma significativa, por dos grupos de poder. Uno, vasco navarro que tuvo su mayor influencia durante la primera mitad del XVIII30, y otro, vinculado al conde de Aranda, de origen aragonés, al que se nuclearon, muchas veces con independencia de su región de origen, una buena parte de los militares que bajo su mando participaron en la campaña portugue- sa de 1761-1762. Y un posible tercer grupo de centro derecha, al que estuvo vinculado el malagueño José de Gálvez y su familia, y del que se desprenderá una influencia nada desdeñable para la Nueva España.

El primer grupo de poder referido, de origen vasco navarro, no alcanzó los más altos puestos de la administración hispana en el gobierno de Indias, sin embargo su influencia fue significativa en la actividad mercantil, donde jugaron un rol fundamental en la fundación de la Compañía Guipuzcoana para el trasiego del cacao de Venezuela que se consumiría en México, y en la Real Compañía de La Habana, que gracias a la función mediadora del nava- rro Martín Aróstegui Larrea logró suscribir en la Corte, a nombre del cabildo habanero, el abastecimiento monopólico del tabaco. En la Nueva España, el peso de los comerciantes vascos fue asimismo de gran importancia, llegando a acceder a tierras y minas para las que contaron con el apoyo del gobierno, y a puestos significativos en los Consulados y otras dependencias del gobierno.

La formación del segundo y tercer grupo estuvo relacionado con los acon- tecimientos derivados de la derrota de Francia y España en la Guerra de los Siete Años, el aumento excesivo de la influencia inglesa en América –al sumar- se a la ocupación de nuevas dependencias la preponderancia casi absoluta de

30 Sobre la formación del grupo de poder vasco navarro que empieza a articularse desde el XVII y que alcanza mayor influencia con los Borbones debido a los tradicionales contactos étnico económico de esta zona con el territorio francés, puede consultarse a Julio Caro Baroja: “La hora de Navarra del XVIII (personas, familias negocios e ideas)”, Comunidad foral de Navarra, Navarra, 1985; y Monse- rrat Gárate Ojanguren: “Comercio ultramarino e Ilustración. La Real Compañía de La Habana”, Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, Donosita-San Sebastián, 1993.

324 Arturo Sorhegui D’Mares la marina británica en esta parte del mundo–, y los acontecimientos internos en la Península que culminaron, luego del motín de las capas y sombreros de marzo de 1766, con la destitución del destacado ministro italiano Esquilache. Éstos fueron los casos del grupo aragonés31 y del núcleo de derecha que tuvo una expresión temprana con las actividades del visitador de la Nueva España, José de Gálvez, a quien se le concedió posteriormente el ministerio de Indias y el título de marqués de Sonora.

El X conde de Aranda, Pedro Pablo Abarca Bolea, aristócrata, militar, y pensador político fue tenido en cuenta por Carlos III a la hora de perfilar sus posiciones sobre las colonias. Desde 1758 Abarca y Bolea había advertido de los peligros a que “se verían expuestos los establecimientos españoles en América si las colonias francesas que (..) servían de barrera, eran conquistada por los ingleses”, tesis no muy ajena a las causas que decidieron a Carlos III tomar parte en la Guerra de los Siete Años. Y, después del fracaso en la contienda armada, a él le confió el rey la corte marcial que juzgó la actuación del Capitán General a cargo de la defensa de La Habana, Juan de Prado Portocarrero y Mallea. Un primo hermano suyo, Ambrosio de Funes y Villalpando, conde de Ricla, fundamentó, además, la tesis de que ante la capacidad inglesa de escoger el lugar de asestar el primer golpe en América, dado su dominio del mar, solo quedaba incorporar a la guerra a los habitantes americanos, divididos en clase, para que cada uno fuera útil al servicio de la patria ya fuera con las armas como milicianos, o con su trabajo personal, como paisanos que deben defender su Rey, haciendas y casas32, en lo que implicaba la concertación de un nuevo pacto colonial.

La labor de aplicar el nuevo pacto colonial en La Habana, mediante la incorporación de las más prominentes familias habaneras a la dirección de las milicias con el cargo de coroneles a los O’Farrill, Aróstegui, Aguiar, Chacón y Condes de Casa Bayona, y en condición de capitanes a los Zayas, Jústiz, Cár- denas, Garro, Arango y Herrera, entre otros, fue obra del grupo de Aranda, que en su ejercicio del poder en la mayor de las Antillas estuvo integrado: por el ya mencionado conde de Ricla, a quien se encargó recibir de manos inglesas

31 En cuanto al grupo aragonés, también conocido como manteísta, consultar Vicente Rodríguez Casado: “La política y los políticos en el reinado de Carlos III”, Editorial Rialp, Madrid, 1962. 32 José A. Ferrer Benemeli: “Política americana del conde de Aranda” En: Cuadernos Hispanoamerica- nos, Diciembre de 1988. Gómez Pellejero, José Vicente: “La carrera política y militar del VIII conde de Ricla 1720-1780”. Revista “Debates Americanos”, La Habana, (9), enero – junio 2000, p. 67.

325 La Habana y la nueva España la devolución de la plaza de La Habana, canjeada por las dos Florida; por Ale- jandro de O’Reilly, responsable de la reorganización del sistema de milicias; y como súbdito de O’Reilly, un coronel francés que había sido seguidor de Aranda en las campañas militares, Antonio de Raffelin. Además, al frente de los proyectos de fortificaciones y urbanización estuvieron dos parientes de los condes, Jorge y Silvestre de Abarca, ingenieros y brigadieres militares. Todos los cuales representaron al grupo arandista en la Isla durante todo el reinado de Carlos III y aún en los primeros años del de su hijo, Carlos IV33.

La aplicación en Nueva España de los nuevos derroteros de la monarquía en época de Carlos III, estuvo relacionada, entre otras, con la figura de un simple abogado del rey quien llegó, ante las nuevas opciones de ascenso que daba la política borbónica para la elección de sus funcionarios, a miembro del Consejo de Estado34. El proyecto de Gálvez para el gobierno de América difería mucho del que aplicó el grupo de Aranda en Cuba, y era especialmente contrario a que los criollos pudieran ser incorporados a los altos cargos del gobierno y la milicia35. Tendencia que en algún sentido coincidió con la utili- zada por el teniente general Juan de Villalba, comisionado para el arreglo del ejército, quien para organizar en 1765 el Regimiento América lo hizo, en el caso de los soldados, mediante el alistamiento de congregaciones por la vía del servicio militar; mientras los coroneles y tenientes coroneles eran escogidos por el virrey Joaquín de Monserrate, marqués de Cruillas, y el resto de los oficiales por el propio Villalba en acuerdo con Cruillas. Para la participación de los criollos mexicanos, como oficiales en las milicias, habría que esperar a la muerte de Gálvez, en 1787, cuando el nuevo virrey Manuel Antonio Flórez Angulo, organizó tres nuevos regimientos con la participación, como oficiales, de jóvenes pertenecientes a las principales familias de la colonia.

33 Torres-Cuevas, Eduardo: “El conde de Aranda, la independencia de América y la expansión norteame- ricana”. En: Revista “Debates Americanos”, La Habana, (5-6), enero – diciembre de 1988 p. 107. 34 Fiel reflejo de esta situación fue el hecho de que Gálvez no fue nombrado de inicio para el cargo de visitador de la Nueva España. La designación recayó, en un primer momento, en el fiscal del Consejo de Hacienda, Francisco Carrasco, después marques de la Corona, pero la eludió con el pretexto de sus enfermedades. Nombróse enseguida a Francisco Anselmo Armona, intendente de Murcia, que se negó a admitirla alegando la falta de seguridad en las Indias, no admitiéndosele la excusa. Vióse precisado a obedecer, y murió durante el viaje, a los 14 días de haberlo iniciado, en el mismo barco que hacía la trayectoria el inspector del ejército, Villalba. Ante esta nueva novedad, se designa a Gálvez, quien por esta razón llega a la Nueva España un poco retrasado para, junto con el teniente general Juan de Villalba, aplicar para este territorios la nueva política asumida por Carlos III 35 Navarro García, Luis: “Fluctuaciones de la política colonial española de Carlos III a Isabel II”. En: Centro de Investigaciones de América Latina (comp..) “De súbditos del rey a ciudadanos de la nación” Universitat Jaume I, Castellón de la Plana, 2000. pp. 76-77.

326 Arturo Sorhegui D’Mares

La consecuencia más alarmante de la política de Gálvez para el círculo criollo de la Nueva España, resulta muy bien definida por el historiador nor- teamericano David Brading, al señalar que el visitador y posterior ministro de Indias, “se apoyó en juristas, contadores y soldados llegados de España para imponer su revolución en el gobierno. La recién creada burocracia fiscal, las intendencias, el ejército permanente y las Audiencias quedaron encabezados por peninsulares (..) hasta en la iglesia, que durante tanto tiempo fuera esfera reservada a los criollos en todos los niveles, ahora se nombraban sacerdotes europeos para ocupar cabildos de catedral”36.

La oposición que encontró Gálvez en la adecuación de su política a la Nueva España provocó animadversión y rechazo en distintos círculos de la población y el gobierno, no pudiéndose alcanzar, como en Cuba, una mayor unidad. Esta peculiaridad repercutió en que no se pueda reproducir, como si se hizo en La Habana para el caso del grupo arandista, los principales expo- nentes del grupo nucleado alrededor del visitador general. Aún el virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, enviado por la Corona en su apoyo y con quien lleva a la práctica la expulsión de los jesuitas, neutralizando los diferentes conatos de protesta y rebelión, no puede incluirse entre los compo- nentes de su grupo. Más bien, esta posibilidad se vincula, en lo fundamental, a los integrantes de su familia, su hermano Matías Gálvez, gobernador de Gua- temala y posterior virrey de la Nueva España, y su sobrino Bernardo Gálvez, gobernador de la Luisiana y virrey de la Nueva España, en su momento. Así como a Francisco Saavedra y Sangronis, quien fuera funcionario de la Inten- dencia de Caracas en 1783, Secretario Universal de Indias bajo las órdenes de José de Gálvez, Comisario Regio para América y pilar en la Corte del re- presentante del cabildo habanero en Madrid, Francisco de Arango y Parreño, en su búsqueda por aplicar de la forma más beneficiosa posible para la Isla el nuevo pacto colonial37.

36 Brading, David: “Orbe Indiano. De la monarquía católica a la República criolla, 1492-1867”, FCE, México, 1991. Sobre el mismo particular, Gustavo Garza Merodio “El espacio de los españoles ameri- canos de la ciudad de México durante la segunda mitad del siglo XVIII”. En: Centro de Investigacio- nes de América Latina (comp..) De súbditos del rey a ciudadanos de la nación, Universidad Jaume I, Castellón de la Plana, 2000. 37 Saavedra Sangronis fue funcionario de la Intendencia de Caracas en 1783, de la Secretaría Universal de Indias, donde intima con José de Gálvez, y Comisario Regio para América. La historiadora española María Dolores González-Ripoll ha señalado la interrelación en 1787 entre Saavedra y el síndico del cabildo habanero en Madrid, Francisco de Arango y Parreño, el que resulta, según su opinión, el prin- cipal apoyo en la Corte del abogado habanero para la aplicación en la Isla, de la forma más favorable, el nuevo pacto colonial asumido a partir de 1763. Ver: González-Ripoll Navarro, María Dolores: “Vín- culos y redes de poder entre Madrid y La Habana: Francisco Arango y Parreño (1765-1837), ideólogo y mediador”. En: Revista de Indias 2001, vol. LXI, núm, 222. pp. 291-305.

327 La Habana y la nueva España

Política colonial y modernización

El advenimiento de la casa de los Borbones al solio español ha sido iden- tificado como la era de una modernización para España que se manifiesta en avances en el campo de la organización del Estado, la organización territorial, la liberalización del comercio, la recuperación de la marina y una acción más consecuente con respecto a sus dominios de ultramar, con lo que renace el espíritu de devolverle su anterior condición de potencia de primer orden inser- tándola en el proceso de formación capitalista predominante en occidente en el último tercio del siglo XVII.

Los logros alcanzados por la nueva administración española fueron, en algunos campos, de consideración. En materia hacendística el ministro Jean Orry engrosó al Tesoro Real unos 40 millones de escudos, cifra que represen- taba cuatro veces lo recaudado en 1700, para lo cual incrementó notablemente la aportación del los territorios americanos a las finanzas imperiales. En la década de 1730, cuando el encargado de las finanzas reales era José Patino, las erogaciones alcanzaron los 145 millones de reales en el aporte anual de las co- lonias al tesoro. En 1754, gracias a los desvelos del marqués de Ensenada, Es- paña volvió a ser una potencia marítima con 45 bajeles de línea y 11 fragatas, porte marítimo –para el cual La Habana había contribuido con la construcción de seis embarcaciones anuales procedentes de su astillero–. Y para 1757, el Real Erario llegó a recibir anualmente ingresos de 280 millones de reales y el Consulado de Indias alcanzó la recaudación de 123 853 177 reales de vellón.

Por si fuera poco, en estos años se había logrado, además, la eliminación de las aduanas interiores en España y la instalación de las manufacturas texti- les en Cataluña, dando lugar a un avance en el comercio triangular con mer- caderías hispanas del norte de la península: hierro, textiles y otros productos, que se intercambiaban, a la altura de Buenos Aires, por géneros coloniales. Tendencia que alcanzaría su mejor momento con la llegada al trono de Carlos III, cuando la política de reformas iniciada en los dos reinados anteriores, llegó a su cenit.

Durante el reinado de Carlos III, luego de la derrota sufrida por su deci- sión de participar a último momento en la Guerra de los Siete Años, se hizo imprescindible una reestructuración total del sistema colonial, haciéndose ne- cesario acompañar a las reformas militares y comerciales con otra de índole fiscal, pues los ingresos de la Real Hacienda apenas superaban los 150 mil

328 Arturo Sorhegui D’Mares pesos y resultaban insuficientes para asumir los gastos de las fortificaciones y organización de los territorios coloniales. Las innovaciones consistieron, bajo la instrucción del Ministro Esquilache, en la aplicación de nuevos tributos y un sistema de intendencia que tendía a eliminar algunas de las anomalías de los corregimientos en América.

El proyecto modernizador más totalizador, sin lugar a dudas, fue el de Carlos III. Durante su reinado se fue al establecimiento de un comercio libe- ralizado entre los puertos hispanos y americanos, el cual se aplicaría limita- damente a los enclaves escogidos para este empeño. Medida que suponía un paso de avance con respecto a la fundación de compañías comerciales, cuyo radio de acción era más limitado, y que habían empezado a proliferar desde la década de 1730. Se dispuso, asimismo, agilizar las comunicaciones mediante la estructuración, independientemente de Sevilla, desde la Coruña un sistema de Correos marítimos que mejoró notablemente la disposición de información actualizada sobre las posesiones de ultramar. Y se propició, por primera vez, una trata hispana, que alcanza visos de realidad en 1778 cuando por el Trata- do del Pardo, firmado con Portugal, se obtenía las islas africanas de Annobón y Fernando Poo, abriendo la posibilidad de alcanzar una sustancial vía de acumulación derivada del tráfico de esclavos africanos. Esfuerzo inversionista, a la postre fallido, pero no ajeno a toda una concepción integral que incluía la liberación, mediante la creación de un banco español, de la dependencia financiera del Consulado andaluz. Intención puesta en práctica en 1782, con la fundación del Banco de San Carlos, primera entidad financiera nacional española.

No obstante todo lo apuntado, los avances resultaron insuficientes. Entre las debilidades sobresale el hecho, ya señalado, de que a la Monarquía le fal- taba la conformación de una adecuada estructura estatal para mayores ambi- ciones, al no haber logrado barrer totalmente el antiguo sistema polisinodial –preservó el Consejo de Castilla–, razón, entre otras, por la cual seguía siendo policéntrica, sin coordinación y con multiplicidad de jurisdicciones38. Estruc- tura de la que no escaparon los propios territorios americanos.

En materia de política colonial, tampoco hubo una estrategia definida. Una de las debilidades reconocidas del reformismo borbónico fue su diferencia de ritmo, tendencia manifiesta aun en su período de mayor esplendor, en la

38 Op. Cit (26), p. 39.

329 La Habana y la nueva España

época de Carlos III, cuando después de la sustitución forzosa de Esquilache en 1766, se produce un “impasse” al solicitársele a un prior del Consulado de Sevilla, Francisco Montes, regir el Consejo de la Real Hacienda y la Tesorería Mayor de Guerra. Lo que se reitera con la incapacidad para alentar una trata española –aún con sus posesiones de Annobón y Fernando Poo– y propiciar colonias de nuevo tipo, al estilo de las establecidas por Francia e Inglaterra en Barbados, Jamaica, Haití, Martinica y otras, para lograr la proliferación de sus manufacturas y su integración al proceso de formación del capitalismo.

La falta de una burguesía que rigiera los destinos de España y dirigiera una política de explotación económica de los territorios americanos, explica la alianza que logró articularse entre determinados sectores criollos y el rey, en la medida de que el despotismo ilustrado propició un dominio político que no económico. Prueba de ello fue que para el ideólogo del grupo plantacionista habanero, Francisco de Arango y Parreño, las posibilidades del pacto colonial propuesto por el Absolutismo ilustrado era muy superior a las opciones reales que una potencia como Inglaterra, le habría podido ofrecer para el propio be- neficio insular. Para Arango: “Gracias a la casa de Anjou que (alienta el avance de la agricultura y que en prueba de ello) nos ha quitado de encima los galeones y las flotas; que estableció los correos marítimos; que abrió la comunicación entre los reinos de América; que subdividió los gobiernos de aquellas vastas regiones; que facilitó la entrada en todas las provincias de España a las embarcaciones que vienen de nuestras posesiones ultramarinas; y que, por último, trata de animar por todos los medios la industria de la nación, adoptando con prudencia los sólidos principios (de alentar la agricultura y no solo la minería)”39.

39 Arango y Parreño, Francisco: “Discurso sobre la agricultura de la Habana y medios de fomentarla”. En: “Obras de Francisco de Arango y Parreño” Dirección de Cultura, La Habana, 1952. Tomo 1, pp. 115-116.

330 Fiestas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

Genny Negroe Sierra1

Progreso y modernidad en Yucatán

El paisaje religioso del estado de Yucatán para la última mitad del siglo XIX se podría resumir de la siguiente manera en: una gran mayoría indígena y mestiza viviendo en el campo y en gran medida ajena a la pastoral ortodoxa; una población urbana reducida más ortodoxa, cultualmente, que el grupo an- terior; una elite, también urbana, dividida entre anticlericales y católicos prac- ticantes y, por último, una pequeñísima minoría protestante.

Se trata de un universo casi en su totalidad católico, a pesar de la apari- ción de los primeros personajes protestantes. El catolicismo en este espacio y tiempo no representa necesariamente la adscripción voluntaria a una doctrina, ya que se nace católico, es básicamente la inclusión a un sistema simbólico cul- tural, soterrado e implícito en sus concreciones epifenoménicas.2 El censo con el que se cerró el siglo lo demuestra así, el 99.7% de la población se declaró, o la definieron católica.3

1 Doctora en Filosofía por la Universidad de Hamburgo, Alemania. Actualmente es Profesora Investigadora Titular C y Directora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán. Se ha destacado en el campo de la religión popular y recientemente ha incursionado en los estudios acerca de la vida cotidiana, sexualidad y matrimonio. Ha publicado numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales y sus libros más recientes son Santuarios en Yucatán. Pasado y presente (2004) e Izamal Festivo (2006). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), nivel I. 2 Savarino Roggero, 1996, 186. 3 AGEY, Censo 1900.

331 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

En realidad, la situación religiosa del Yucatán del fin del siglo manifiesta mayores grados de complejidad que la que se puede observar a través de un cen- so. Tomando en cuenta que el catolicismo permite la reproducción de múltiples formas de acercamiento a lo sagrado que genera y manifiesta una tolerancia, siempre y cuando no se ponga en entredicho la supremacía del sacerdocio y la doctrina elaborada por la Iglesia como institución. Por lo tanto, una primera visión dual del catolicismo practicado por los yucatecos sería el institucional y el popular. El primero dependía más de la jerarquía católica y del sistema sacerdotal centralizado que elaboraba la doctrina y gestionaba el culto oficial. El segundo, era más independiente, no tan doctrinario y más vinculado a las prácticas del culto y a la experiencia religiosa cotidiana. En otro eje se puede observar un catolicismo comunitario cuya máxima expresión es la devoción y el culto a los santos patronos y, su contracara, un catolicismo familiar, intimis- ta. Esto también puede ser analizado como catolicismo público o privado.4

En cuanto al panorama social se puede plantear que Yucatán había lle- gado a la modernización. Se refiere con este término al complejo proceso de cambios en lo político, económico y social que han caracterizado los últimos dos siglos en las sociedades occidentales. El proceso es marcado por las revolu- ciones inglesa y norteamericana, pero sobre todo por la francesa que condensó y precisó algunos principios, objetivos y aspiraciones de la modernidad. El proyecto de modernización toma conciencia inmediatamente de la urgencia de desbaratar el entramado de sacramentalización de las viejas redes societa- rias, basado en gran medida en el prestigio concedido a las imágenes religio- sas. Las leyes que marcan la separación de la Iglesia y el Estado definían la disminución del poder eclesial, pero sobre todo y tras de él, el de las formas complejas de comunicación y cohesión basadas en símbolos eficaces. Asimis- mo se hace presente una actitud racional hacia el mundo y una percepción del devenir humano como “progreso.” Estos países hicieron su aportación a la modernidad elaborando y adaptando sus propias bases culturales e histó- ricas; en el resto del mundo la modernidad desarrollada en estos países tuvo que implantarse desde afuera, enfrentándose a las tendencias autóctonas de la modernidad misma.5 Este es el caso que se presenta en México y en Yucatán. Es decir, por un lado estaba la nación como fruto natural de los lazos tradi- cionales de idiomas, costumbres y catolicismo y, por el otro, la visión liberal y

4 García García, 1989; González Alcantud, 2006. 5 Guerra, 1993; Guerra, 1988.

332 Genny Negroe Sierra moderna de la nación como producto de contactos, intercambio, integración, comunicaciones y educación.

La modernización implica aspectos que ya se vivían como la aplicación de las leyes de Reforma, o se empezaban a vivir en México durante los últimos 30 años del siglo XIX, es decir, el periodo conocido como porfirista. A través de las escuelas y la creación y promoción de símbolos patrios y héroes nacionales se logró una creciente homogenización de los ciudadanos. El pasado suministra los materiales, que son utilizados a conveniencia, para forjar el patriotismo y, a través de éste, el Estado alimenta el orgullo nacional. Dos procedimientos his- toriográficos le permitieron esta específica forma de utilización del pasado: la conversión de determinados personajes en héroes y la elaboración de la historia patria para los alumnos de educación primaria y media. Este proceder con la historia se refuerza no sólo con lo escrito y en el aula sino también con la arqui- tectura, los monumentos, la pintura histórica y las estatuas.6

El proceso de homogenización de los ciudadanos se acompaña con la expansión del derecho al voto y en la política en general, regulado a través de la constitución y de las leyes electorales.7 Paralelamente se difunde el respeto y la sumisión hacia las leyes creadas con el principio genérico de igualdad. Por lo tanto, la modernización implica sobre todo el fortalecimiento del Estado- nación y la extensión de este en competencia y capacidad coercitiva y domi- nadora.8

El Estado pretendía conformar la existencia de una comunidad nacional a través de un lenguaje ritual y simbólico compartido. La idea de nación se va formando a partir de los mitos de una historia “nacional” que se impone al imaginario colectivo a través de mecanismos efectivos que el Estado crea, como la institucionalización de la educación, como se ha señalado.9

Fiestas nacionales

Para crear el sentimiento de integración de un México decimonónico fragmentado se exaltó la independencia y la tradición insurgente, así como

6 Lempérièr, 1995; Alberro, 1995; Plasencia de la Parra, 1995; Mayer, 1995. 7 Bertola, 1995; Cobá Noh, 2007. 8 Gellner, 1991- 9 Anderson, 1993

333 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX los rechazos a la invasión extranjera. Se establecieron como fiestas naciona- les las fechas de conmemoración de la independencia (15 y 16 de septiembre) como símbolo de la soberanía nacional; la emblemática batalla de Puebla en la cual se rechaza a los franceses (5 de mayo) y se simboliza con ello la negación a las invasiones extranjeras; la promulgación de la constitución (5 de febrero), por medio de la cual México comunica al mundo que posee un Estado en forma, fuerte y liberal, entre otras, y se crea un calendario festivo civil en el que quedó incluido el 12 de diciembre que se conmemora a la virgen de Guadalupe que había adquirido toques nacionalistas desde el mo- vimiento de independencia.

Con el fin de planear, organizar y llevar a buen término el calendario de fiestas civiles se establecieron en Yucatán las juntas patrióticas. Su agenda quedaba marcada con las fiestas icónicas nacionales de carácter totalizante, unificador y general.10 Sin embargo, para que localmente se pudiera dar una identificación y adopción de lo nacional, se requirió de la mitificación de un personaje arrullado por chichiguas que exhibiera las características de héroe, con el fin de que los yucatecos se sintieran reconocidos en él y partícipes de una historia que en mucho les era ajena. Se elige a un general cuya trayectoria encajaba en parámetros trazados para consolidar la nacionalidad; había com- batido contra los extranjeros en el año de 1863, estuvo presente en la rendición total del imperio de Maximiliano en 1867 y, como gobernador y comandante militar estableció el gobierno republicano en Yucatán. La fecha de la muerte del general de nombre Manuel Cepeda Peraza (3 de mayo) se incluyó en el calendario festivo oficial del estado.11

Las celebraciones de las fiestas patrias se organizaron de manera que re- presentaran una competencia simbólica con las fiestas religiosas, y como esca- parate para enseñar a la sociedad los signos de cambio hacia la modernidad. En sustitución del tintinear de las campanas de iglesia, todos los días de fiesta las juntas patrióticas dispusieron el despertar de la población con marchas mi- litares. El órgano y la música sacra fueron desplazados por la música de las bandas militares. Las plazas, antes escenarios de las procesiones de los santos e imágenes religiosas, fueron ocupadas por desfiles militares y estudiantiles. El

10 CAIHY, Libro copiador de oficios Nº 68, Ayuntamiento Gubernamental de Mérida, abril de 1874-abril de 1875. 11 CAIHY, Libro copiador de oficios Nº 69, ayuntamiento gubernamental de Mérida, abril 1879-abril 1880, Impresos caja 12, 1869.

334 Genny Negroe Sierra púlpito y los sermones cedieron lugar a discursos apologéticos y alusivos a las ceremonias cívicas que marcaba el calendario. Asimismo, y tratando de borrar cualquier recuerdo religioso, desde el primer día de las celebraciones y al alba, todos los edificios públicos eran resemantizados con uno de los símbolos que condensaba los ideales de la nación moderna, el lábaro patrio. Los ecos que producía el bronceo y los fuegos artificiales que anunciaban procesiones y ex- posiciones de imágenes religiosas fueron opacados con dianas y marchas y con el retumbar de las salvas de artillería.12

Durante las fiestas cívicas se ofrecía regocijo para todos, desde las seis de la mañana hasta las 12 de la noche las actividades no cesaban. Más que nunca las bandas militares desquitaron su salario, entre actos solemnizaban el ambiente; además se contrataban orquestas para ofrecer música para bailar en espacios antes inimaginables, los corredores de los palacios municipales. Se ofrecían muchas distracciones para romper con la monotonía que, en teoría, había dejado la supresión externa del culto.

Además y como parte importante de los objetivos fundamentales de las fiestas cívicas, se exhibían los signos inequívocos de la modernidad. Por ejem- plo, como parte del programa de festejos del 5 de mayo de 1879 se inauguró en la casa contigua al palacio municipal de la ciudad de Mérida la 2º Exposición Yucateca de Productos y en ella se hacía alarde de los últimos adelantos tecno- lógicos, entre otras cosas del teléfono Bell, y de múltiples productos nacionales y extranjeros.13 En vísperas de celebraciones patrias se daban los banderazos de apertura de nuevos ramales de vías de ferrocarril, otro de los elementos irrefutables de que la modernidad había llegado a estos lares.14

El proyecto modernizador del Estado abarcó absolutamente todos los ámbitos de la vida social y en todos ellos dejó la marca de su sello. Para cele- brar la inauguración del teatro José Peón Contreras, antes de San Carlos, se engalanó con gasas y flores, se iluminó profusamente, y la convocatoria fue fuera de lo común, es decir, convivieron todos los grupos sociales; el primer acto al levantarse el telón fue cantar el himno nacional.15 Atrás quedaron los Tedeum.

12 La Revista de Mérida, 4, mayo, 1879; 14, septiembre, 1879; Corona Fúnebre a la memoria del finado C. General Manuel Cepeda Peraza, 1869; 13 La Revista de Mérida, 4, mayo, 1879. 14 La Revista de Mérida, 4, abril, 1879 15 La Revista de Mérida, 2, enero, 1879; El Espíritu Nacional, 2, enero, 1879.

335 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

La distinción tajante entre lo sagrado y lo profano, como principio de diferenciación de las estructuras de pensamiento del mundo, fue otro de los paradigmas de la mentalidad moderna. Nació inspirada en esto la sociología de la religión y su repercusión fue extrapolar las tendencias secularizadoras de la modernidad con la religión institucional, como procesos incompatibles y antagónicos, ajustados a una lógica de pensamiento que implicaba que a mayor racionalización capitalista menor presencia religiosa en el mundo. Las fronteras entre lo religioso y secular no son nítidas, ni fáciles de precisar pues así como la religión se racionaliza y se diversifica en su interior, también la sociedad produce por distintas vías ofertas religiosas de la modernidad.

Es en este contexto de modernización que se presentan las transforma- ciones en las fiestas religiosas en la segunda mitad del siglo XIX en Yuca- tán. Una sociedad signada por más de 300 años de catolicismo se presenta renuente a cambios profundos que afectan directamente las formas de ma- nifestar sus devociones. La parafernalia construida alrededor al culto a los santos patronos formaba parte integral de la cultura del Yucatán finisecular. Tanto en el campo como en la ciudad, entre indígenas como entre blancos, las festividades religiosas formaban parte de la cotidianidad, marcando en el calendario civil pautas en la sucesión de los trabajos. Pero mucho más importante aun es que bajo el amparo de sus símbolos los grupos sociales materializaban su identidad social.

Las fiestas religiosas son inclusivas, la participación es general y en ellas se expresa y ejerce la condición de miembro de una sociedad. La fiesta hace sociedad, o al menos “crea la ilusión de comunidad.”16 Durante el tiempo que se dedica a la fiesta se desarrolla una intensa interacción social en el marco de un conjunto de actividades y de rituales que transmiten una enorme cantidad de mensajes, algunos de ellos trascendentes. Dentro de un contexto cultural es- pecífico, las fiestas traducen la percepción que la sociedad tiene de sus relacio- nes jerárquicas, de oposiciones o de complementariedad. Además, las fiestas articulan un conjunto importante de acciones, unas de naturaleza sacra, otras de corte profano, pero todas confluyen en la construcción de un orden social significativo. Esto indica que las fiestas independientemente de sus funciones sociales, económicas o políticas, se presentan como un intento de ordenar de- terminadas realidades mediante los símbolos y los ritos, teniendo en cuenta

16 Velasco, 1982, 7.

336 Genny Negroe Sierra que cada sociedad solo ritualiza lo que es fundamental para su reproducción social.17

Mucho más que el calendario civil, el litúrgico ha marcado la regulación del tiempo y su importancia deviene no solo en la primaria división entre tiem- po laboral y tiempo festivo, sino porque la regulación del tiempo establecía los ritmos de la sociedad, los acontecimientos se referían según el día del calenda- rio litúrgico. Las fiestas religiosas establecen periodos y ciclos sociales, hace ya tiempo Leach insistió en este planteamiento. 18

La imposición de las leyes de Reforma dirigidas a secularizar las fiestas y modernizar la sociedad, dependió de la voluntad de los gobernadores yucate- cos en turno. Así se observa que a pesar de ser publicadas como de observancia obligatoria eran violadas de manera frecuente. Los hombres de gobierno por mucho que ostentaran orgullos el adjetivo de liberales se habían socializado en el seno de familias católicas, y seguro que muchos continuaban siendo profun- damente devotos. La importancia histórica y social de la fiesta, por lo tanto, pesó mucho más que la emisión de las leyes liberales.

Podían limitar el tañido de los badajos pero no el regocijo social en las vísperas de fiesta. Podían prohibir el transitar de las procesiones por las calles y plazuelas pero no la emotiva devoción al santo patrón o a la imagen mila- grosa.19 Las fiestas eran parte del engranaje cultural y social yucateco y no se secularizarían por decreto.

Las adiciones a la constitución y su ley reglamentaria prohibieron los actos religiosos en las calles y lugares públicos. El seis de julio el congreso local expide un decreto prohibiendo todo acto religioso fuera de los templos, limitando el toque de las campanas y mandando quitar de las calles imágenes y otros objetos religiosos.20 Las procesiones quedaron confinadas al interior de los templos. Los toques de campanas se respetaron solo para llamar a misa. Las campanas fueron vistas por los liberales como símbolos fehacientes del peso religioso y pasaron a ser de entes casi divinos a intrusas de la vida priva- da.21 Pero a pesar de la austeridad impuesta las fiestas continuaron ya que eran

17 Prat Canos, 1982. 18 Leach, 1972, 209. 19 Negroe Sierra. 2004. 20 Menéndez, 1932, 215. 21 dávalos, 2001, 51.

337 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX percibidas como las puertas que abren y cierran los compartimentos estancos en que se divide la estructura social.

En este entramado de limitaciones y prohibiciones, y presentes aun los sonidos de la guerra de castas,22 se encuentra mucho más que antes, un desplie- gue de ostentación en la promoción de las fiestas y cambios significativos en su estructura. Pese a precepto negativo, el Boletín Oficial del Estado de Yucatán, órgano de comunicación del gobierno, reportaba los vaivenes de los indios insurrectos y si era posible o no celebrar las fiestas o las ferias, por motivo de estar sitiada o tomada alguna población y, se indicaba que se anunciaría con tiempo pertinente los días de inicio de éstas para tener mayor seguridad.23

Las transgresiones a las leyes no fueron directas y en la capital se respe- taron en lo fundamental. Los cofrades del Santísimo Sacramento de la cate- dral incluyeron en su reglamento las reformas relativas a las procesiones de la asociación, las salidas del sagrado viático y el toque de campanas. El objetivo primero de la cofradía de “adorar el Sacratísimo Cuerpo de Jesucristo,” se mantuvo sobre todo en el día de Corpus, como todas las festividades que se celebraban en la catedral con la exposición del Santísimo Sacramento, es de- cir el Jueves Santo y las cuarenta horas. Se dejaron de hacer las procesiones del día de Corpus con la presencia del clero, de los hermanos cofrades y de “muchas personas sin distinción de clases,” que recorrían las cuatro calles que rodeaban la plaza principal o de la Independencia. Para el efecto se levantaban enramadas de verde follaje que se adornaban de altares, flores y colgaduras. En representación didáctica el domingo de ramos se llevaba hacia la plaza mayor la imagen del Divino Maestro desde la iglesia parroquial del suburbio de Santiago para representar la entrada triunfal a Jerusalén. Asimismo, se dejó de lado la pompa del traslado del viático que se llevaba a los enfermos y que se anunciaba con campanillas para que las personas, a su paso, encendieran cirios y elevaran sus plegarias por el enfermo. Las procesiones se redujeron al recinto de los templos y el viático era llevado por las calles en silencio y algunas veces oculto.24

Eran ya muchos los cambios y la Iglesia yucateca no se permitió quedar por detrás de toda esta revolución que conlleva la modernidad. Amparada por

22 Guerra que bajo el gritote mueran los blancos asoló la península a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Ver entre otros Rodríguez Piña,1990; Reed, 1976; Lapointe,1983. 23 Boletín Oficial del Estado de Yucatán, 25, noviembre, 1863. 24 Cofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral, 1887.

338 Genny Negroe Sierra la tradición y bajo el manto protector de un nuevo obispo lleno de bríos, ideas y proyectos, y de los fieles y emprendedores conservadores, también hijos de su tiempo, se unió a los cambios, no sin reparos y quejas como corresponde a su papel de institución moralizadora, permitiendo y siendo consecuente con su ancestral política integradora de manifestaciones de nuevas formas de devo- cionar. Las fiestas religiosas también se modernizaron.

Fiestas patronales modernas

El proyecto modernizador de la Iglesia incluyó, entre otras cosas, fomen- tar la educación católica, fortalecer y controlar las prácticas religiosas popula- res; crear una red de comunicación y propaganda por medio de la prensa y de la actividad editorial, renovar y crear asociaciones católicas de trabajadores y ofrecer espacios de socialización a todos los demás grupos y, muy importante, establecer una relación no conflictiva con el poder político.25 24 Con respecto a lo último, ya se han presentado, como ejemplo, las modificaciones incluidas en las asociaciones religiosas, no obstante el obispo fue mucho más explícito, mandó epístolas a los párrocos que manifestaban algún descontento ordenán- doles que las leyes se “admitieran sin restricciones.”26 25

Al revisar las publicaciones periódicas de Yucatán a partir de 1870, sobre todo la prensa católica, se encuentra un gran despliegue de publicidad y promoción de las fiestas religiosas de la capital y de los pueblos.27 26 Un anun- cio típico, y para mostrar un solo ejemplo, es el siguiente

¡¡¡Atención!!! Gran fiesta de Hoctun Invitamos cordialmente a todos los habitantes del estado para que vengan a animar con su presencia nuestra fiesta popular, que se celebrará de este año en adelante los días 20 al 25 de agosto. Habrá funciones religiosas todos los días con la mayor magnificencia que sea posible. También habrá, para recreo de los concurrentes, las diversiones siguientes: Bailes de vaqueras el 20 por la noche y el 21 al medio día.

25 Savarino Roggero, 1996, 204-205. 26 AHAY, Asuntos Pendientes, vol. 2. 27 Para este apartado se revisaron, entre otros periódicos, La Revista de Mérida, y de ésta todos los núme- ros desde 1870 hasta 1896, la mayor parte de los ejemplos de las fiestas están tomados de sus páginas.

339 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

Bailes de etiqueta al medio día y por la noche desde el 22 hasta el 25. Se lidiarán toros escogidos y para amenizar todas estas diversiones, se eje- cutarán piesas de música expresamente preparadas por los profesores más inteligentes del estado. A Hoctún, pues todo el mundo, ya que procuraremos del mejor modo que nos sea posible, hacer a cada uno muy agradable su permanencia con no- sotros

4 de julio de 1874

Los vecinos28 27

Como primer punto a señalar, y que hoy día puede parecer extraordina- riamente obvio, es el uso de la prensa. A través de ella se dan a conocer las fechas, las actividades y la disposición e infraestructura de la población recep- tora de acoger de la mejor manera a las personas que decidan o puedan ir a la fiesta. Aquí se presenta uno de los primeros cambios profundos. A través de este medio de comunicación se convoca a todos los yucatecos, y en otros, has- ta los vecinos del estado de Campeche. Las fiestas dejan de ser estrictamente locales o comarcanas. Se espera que la participación sea mucho más integral y generalizada. Ya no se convoca a los pares, sino a los ciudadanos en general como corresponde a los tiempos modernos y sus leyes

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Pie de foto: Escena popular en un pueblo de Yucatán Fuente: Fototeca “Pedro Guerra”. FCAUADY

28 La Revista de Mérida, 9 de julio, 1874.

340 Genny Negroe Sierra

Otras muchas funciones cumplen estos anuncios. La Iglesia sin enfrentar- se abiertamente al gobierno liberal y a sus leyes, hace uso también de los bene- ficios de la modernidad para enviar mensajes a la población devota yucateca, estos van en el sentido de que sigue vigente y presente. Si bien es cierto que las funciones de iglesia dedicadas a los santos patronos se incluyen como una actividad más, también es cierto que nunca se llevó a cabo ninguna fiesta de esta convocatoria en fechas diferentes de las marcadas por el calendario festivo religioso popular. Las fiestas seguían siendo fiestas patronales.

Asimismo, ya no es la Iglesia la única que convoca abiertamente a las fiestas patronales desde los púlpitos y a través de los párrocos y sus tenientes en su andar por las iglesias y capillas de su jurisdicción, ahora son los vecinos, las comisiones, el pueblo, los interesados, los diputados de las fiestas, las juntas directivas. La Iglesia cede el papel protagónico, pero no su organización. Ante los ojos de aquellos que querían ver el “progreso” en estas tierras, la partici- pación de la Iglesia queda diluida en el maremagno de actividades diferentes a las religiosas. Pero en la intimidad de los templos sucedían cosas que no se publicaban.

En el año de 1872, el obispo Rodríguez de la Gala celebró una reunión con todos los párrocos de la diócesis con el propósito de plantear un “proyecto para revivir en este obispado el espíritu religioso.”29 28 Los pormenores, acuer- dos y estrategias no quedaron plasmados en el documento a la mano, pero las acciones sí. En lo que se refiere a las fiestas, los sacerdotes activamente, pero sin los reflectores encima, estuvieron involucrados en la organización de las fiestas. Un cura en un informe para estos años refiere que el último día de las fiestas dedicadas a los santos patronos, los ministros que tenían a su cargo la misa de cierre subían al púlpito revestidos con los atavíos sagrados, y daban lectura al pliego de la elección hecha con el nombre de los interesados, o diputados de la fiesta, y a la vez los nombres de los devotos responsables que se encargarían de cada uno de los días del novenario, entre otras cosas expone un ejemplo

Elección hecha para la gran fiesta de nuestro santo patrón, año venturo de…

Alborada de vaquería diputado D. fulano de tal Vaquería de día diputado el Sr. D.

29 AHAY, Asuntos Terminados, vol. 15, exp. 87.

341 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

Primera corrida de toros diputado el Sr. D. Segunda corrida de toros diputado el Sr. D. Tercera corrida de toros diputado el Sr. D. Última corrida de toros diputado el cura párroco

De manera que se enunciaban estas grandes fiestas al gentío inmenso que esperaba oír los nuevos nombres de los personajes comprometidos para el año venturo, desde el púlpito, ynter missarum, solamente por conducto de su cura párroco.”30

Nada de esto quedó reflejado en la prensa. Ante ella los curas guardaron el anonimato y la compostura y se expuso la libre gestión del pueblo devoto. En esta época en que las leyes prohibieron las procesiones, se continuaron rea- lizando, pero se dejó saber que fue por intermediación de los fieles y no como actividad realizada desde la iglesia y por los curas.

La duración de las fiestas variaba según su organización. Las fiestas de los pueblos que se anunciaban para jornadas de 15 días, los primeros nueve los dedicaban al novenario en honor del santo patrón y, los restantes a la fies- ta llamada profana. Otras fiestas se anunciaban únicamente con duración de cinco días y alternaban las funciones religiosas con las diversiones mundanas. La duración variaba de pueblo en pueblo, nunca mayor de 15 ni menor de cinco días.

Para cada día del novenario se tenía un responsable o patrón. El cura recibía las propuestas y organizaba la agenda, de esta manera se podía incluir o excluir a todos aquellos que el cura considerara. La vara medidora que se aplicaba a los que podían ser responsables de un día del novenario al santo patrón, podría inclinarse a calificar o descalificar a los candidatos por motivos políticos, de conducta y de recursos económicos, entre otros.31 Aquellos que lograban conjuntar en su persona los requisitos, nunca escritos pero conocidos al interior de cada comunidad de devotos, eran recompensados con prestigio social. Habían recibido la legitimación del cura que los acreditaba como per- sonas reconocidas por la Iglesia, con las dotes necesarias y calificables para ser patrón por un día al año del santo. Por lo tanto, y simbólicamente, quedaban

30 AHAY, Asuntos Terminados, vol. 17. 31 AHAY, Asuntos Pendientes, vol. 13, exp. 6; AHAY, Asuntos Terminados vol. 20; Fernández Repetto, 1992.

342 Genny Negroe Sierra revestidos con cierta autoridad moral con respecto a los demás miembros de su pueblo o comunidad.

Los patrones de cada uno de los días del novenario, se hacían respon- sables (de ahí su otro nombre) del pago de la misa del día, de las galas de la iglesia, de los voladores anunciadores, de juegos pirotécnicos, del pago del rosario, todo esto en la iglesia; y por la noche en su casa, del obsequio para los asistentes a las funciones de iglesia con comida, música y a lo mejor un pequeño baile en el patio que se improvisaba como salón de baile. Su fin fun- damental fue costear lo que se anunciaba en los periódicos como las funciones solemnes de la iglesia.

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Pie de foto: Mestizas vestidas de fiesta Fuente: Fototeca “Pedro Guerra”. FCAUADY

En todos los anuncios de las fiestas se observa que éstas daban inicio con el “popular” baile de vaqueras o de mestizas, ambos nombres se usaron por igual. Tanto la actividad ganadera, como los productos derivados del ganado, fueron de suma importancia en la vida de los yucatecos, dígaseles indígenas, mestizos o blancos que son los tres principales grupos socioétnicos. Los indí- genas fundamentalmente mayas; los mestizos productos de la mezcla de san- gre de los blancos e indígenas y, como blancos se denomina a los españoles y su descendencia. ¿Cuándo surgió la vaquería?, quizás nunca se sabrá, pero su existencia dice muchas cosas sobre la sociedad que la contiene. La cría de ganado se constituyó como una actividad tan importante para Yucatán que

343 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX se encomendó a los santos, para que ellos cuidaran y velaran por la hacienda, sus trabajadores y los ganados. En recompensa, en pago, se hizo una danza en su honor que se realizaba en su festejo onomástico. Dicho baile podría ser tomado como una acción de gracias. El ámbito de estas gracias rebasó al de los ranchos y haciendas ganaderas, en las cuales muchas veces hubo oratorios y pequeñas capillas. La residencia del santo patronal de la población, y no sólo de los habitantes y trabajadores de las fincas, se encontraba en la iglesia parroquial, la mayor parte de las veces, y es ahí adonde se le fue a festejar y agradecer.

Las vaquerías

La primera referencia que se tiene sobre los bailes de vaqueras es de 1841 y la proporciona Stephens en su multicitada crónica de viaje a Yucatán. En el relato que hace de su paso por el pueblo de Nohcacab lo refiere como el “más atrasado e indio de los que habíamos visto. Teniendo por consiguiente un carácter más indio.”32 Exactamente no se puede saber que es lo que quería decir con esto, pero es precisamente en este pueblo que él reporta como más indio donde observa un baile semejante a lo que años después se conoce como vaquería o baile de mestizas. Entre los elementos y personajes que menciona y que pueden identificarse como “propios” de una vaquería están la danza de “El toro,” un protagonista que se hace cargo del oficio de bastonero, y que tiene como función invitar a las bailadoras a integrarse a la danza, un hombre que tiene como objetivo amenizar el baile, y para el caso específico que refiere se trataba del hermano del cura, y hace una anotación interesante, que cuando lo conoció estaba vestido de casaca negra, pantalones blancos y sombrero de pelo, sin embargo, en su representación lo vio en calzoncillos, con sombrero de paja y alpargatas.33 Es decir no se trataba de un indio, sino que se vistió como tal.

Sobre la información que alude llama la atención que en un pueblo “tan indio” no mencionó como indias o mestizas a las mujeres que participaron en la danza, sino como bailadoras. Es decir, en el momento del baile e inde- pendientemente de su grupo social de adscripción, estaban representando a un personaje, tal como el hermano del cura que se despojó de sus vestiduras

32 Stephens, 1984, tomo I, 324. 33 Stephens, 1984, tomo I, 327.

344 Genny Negroe Sierra de hombre blanco y tomó posesión del personaje de chiquerero, o como se le conocería más adelante como el chik. Tanto el nombre del baile, como el del bastonero que representaba al dueño de la finca rústica, como el chiquerero, están simbólicamente vinculados con las actividades al interior de los ranchos y haciendas ganaderas. Aunque no lo refiera explícitamente como una vaque- ría, sin lugar a dudas era lo que sucedía en el pueblo.

Siguiendo su andar, en febrero de 1842, llega al pueblo de Ticul, que como cabecera de partido era mucho más grande y compleja su estructura social que de Nohcacab. Estaban celebrando carnestolendas y llega, prácticamente, durante un baile de mestizas. Lo primero que menciona es que es un baile de fantasía. Como lo que sucede en los carnavales del mundo católico, lo que observaba era una inversión del orden social.34 33 En concordancia, continúa “en él, las señoritas del pueblo se presentaban de mestizas, es decir, vestidas del traje que usa esta clase en el país.”35 34 Las “señoritas” no eran mestizas y tampoco indígenas, sino que pertenecían al grupo socioétnico de los blancos, pero por motivos del carnaval de disfrazaban de mestizas. Los jóvenes de este grupo igualmente imitaban a los vaqueros y a los mayordomos de las hacien- das en su vestir y actuar. Lo descrito para Ticul guarda apegadas semejanzas a lo narrado en el pueblo de Nohcacab. Ambos fueron representaciones alte- radas de una realidad. Los indígenas vistiéndose como mestizos, y los blancos actuando de igual forma.

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Pie de foto: Señoritas vestidas de mestizas Fuente: Fototeca “Pedro Guerra”. FCAUADY

34 Caro Baroja, 1965; Reyes Domínguez, 2003. 35 Stephens, 1984, tomo II, 77.

345 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

Años después, al mediar el siglo, un escritor costumbrista narra una va- quería.36 Tan solo el nombre refiere que simbólicamente el baile esta ligado al mundo de la ganadería, sin embargo, para disipar cualquier duda la denomina también una representación pastoril. Aquí de nuevo se presenta como un es- cenario teatral donde se lleva a cabo una suplantación de identidades. En su relato menciona que las vaquerías son las llaves que abren las fiestas y 15 días antes de su inicio una comisión compuesta por el juez de paz, el diputado de la fiesta y algunas personas principales van por el pueblo “suplicando a las muchachas de las mejores familias,” su participación en el papel de mestizas para el baile de la vaquería. Esto es, tampoco pertenecen al grupo socioétnico de los mestizos. Alude que se anunciaba al pueblo con el tronar de un volador cada vez que una señorita otorgaba el sí, como señal de las que se iban com- prometiendo y quizás para animar a las indecisas.

La comisión, asimismo, determinaba y asignaba los roles de amo de ha- cienda, de fiscal (en representación de las autoridades indígenas locales) y de chiquerero o chik, que era el personaje que animaba la fiesta, decía chistes, hacía piruetas, actuaba como bufón. Los rostros de los personajes de las ha- ciendas quedaban representados en las vaquerías, en la cual, los albos vestidos con bordados escarlata en el ruedo y cuello de las mestizas alternaban con los humildes y raídos vestidos del chiquerero.

Un caso atípico y de excepción, pero que confirma la vinculación de las vaquerías con la actividad ganadera, se dio en el recién fundado puerto de Pro- greso. 37 Las funciones de puerto de altura y de aduana marítima del puerto de Sisal se transfieren a puerto Progreso, pero eso no es lo único. Los marineros y pescadores solicitan al obispo, en el año de 1875, que como “antiguos vecinos de Sisal y ahora de Progreso,” se conceda el traslado de san Pedro González Telmo, que desde 1871 era patrón de los navegantes en la iglesia de Sisal. Al perder prácticamente toda su matrícula de marineros Sisal, pierde asimismo el derecho de tener el santo especialista de los navegantes marinos, de esta mane- ra después de unos meses el obispo dispone el traslado de la imagen.38

Los organizadores, siguiendo la lógica del progreso y la modernidad se- gún la cual fue fundado el puerto, tuvieron claro que el santo, y por consiguien-

36 Barbachano y Terrazo, 1986, 63-70. 37 Quezada Domínguez y Frías Bobadilla, 2006. 38 AHAY, Asuntos Terminados, vol. 15, exp. 55.

346 Genny Negroe Sierra te la fiesta, no tenían como deudores a las personas dedicadas a la ganadería, ni a la actividad pastoril, ni debían al ganado su trabajo ni sustento, aunque en su antigua fiesta las vaquerías y los toros fueron parte del programa39, por lo que en la invitación a su fiesta reportan

Por de contado que como una fiesta nueva en su género, no habrá el popular baile de vaqueras que tan trillado está en todos los anuncios de fies- tas, ni las abominables corridas de toros que la ilustración con su dedo de diamante ha borrado del diccionario de la época […] Los marinos que van a festejar a su patrono no entienden de otros lazos ni vaquerías que los cabos y jarcias de sus canoas, ni más toro que el formidable elemento con que luchan a menudo.40

¿Por qué la vaquería se conceptualiza como una representación de la rea- lidad? Los mestizos como grupo social durante el siglo XIX, estaban plena- mente consolidados e identificados. Eran el anhelo de emulación de los in- dígenas, y seguramente muchos de los capataces y de los mayordomos de las fincas fueron mestizos. Además ser vaquero, representó una separación del trabajo habitual de los indígenas, mucho más enfocados a la agricultura, y con beneficios tangibles como no pagar tributos, obvenciones ni estar sujetos a faji- nas, pues los amos o dueños de las fincas se hacían cargo de sus pagos. Por lo tanto a los vaqueros se les visualizaba, aunque racialmente no lo fueran, como mestizos, y en las fiestas de los pueblos se les representaba como tales.

Quizás esto se reforzó con el estallido de la guerra de castas, donde el indígena pasó a ser temido, repudiado, sinónimo de barbarie, de ignorancia, de incultura y de desorden; lo opuesto al hombre moderno que pugnaba por el “orden y el progreso”. Además fue a causa de los indios rebeldes y sus in- cursiones que se suspendieron temporalmente muchas fiestas patronales. Por lo tanto, la prensa no podía anunciar un baile de indias, sino que lo hacía de mestizas, marcando una separación tajante con el grupo que los asolaba. El uso de la palabra indio quedó confinado casi exclusivamente a los indígenas rebeldes, y el de mestizo fue usado como políticamente correcto para designar por igual a indígenas pacíficos y mestizos. Así, prácticamente toda la pobla- ción indígena de Yucatán pasó a ser denominada mestiza. Redfield para fina- les de la década de los treinta del siglo XX dividió a grandes rasgos a la pobla-

39 La Revista de Mérida, 28 y 30, abril, 1874. 40 La Revista de Mérida, 11, julio, 1876.

347 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX ción yucateca en dos grandes grupos: mestizos y “gente de vestido” o blanca.41 Así había permeado en la concepción social la connotación que conllevaba el término de mestizo. Tres décadas más tarde haría lo mismo Thompson en su trabajo sobre Ticul.42

Durante las fiestas patronales de finales del siglo XIX se realizaban úni- camente dos bailes de mestizas o vaquerías. La primera al comenzar la fiesta, generalmente se realizaba por la mañana y duraba hasta el mediodía, se repar- tía entre jaranas43 un atole hecho de maíz, endulzado con miel de abejas con el nombre en maya de puk keyem. El baile de mestizas se repetía al día siguiente, por la noche; o bien, cuando el primer baile de mestizas era por la noche, se repetía al día siguiente por la mañana.

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Pie de foto: Banquete durante vaquería Fuente: Fototeca “Pedro Guerra”. FCAUADY

Los bailes de salón

Otro de los elementos importantes de las fiestas modernas de los pueblos, es su insistencia en los bailes de salón o de etiqueta, en todas ellas se anuncia- ban como una de las grandes atracciones. Las enramadas y los suelos apiso-

41 Redfield, 1946. 42 Thompson, 1974. 43 La jarana se baila en las vaquerías. Es una danza en ritmo de 6 x8 y 3 x 4, que viene de la fusión de fandangos y sones. Yucatán en el Tiempo, 1998.

348 Genny Negroe Sierra nados dieron lugar a suntuosos salones de baile, adornados “con el gusto y la elegancia que se requiere.” La música de charangas o de orquestas jaraneras que tocaban al ritmo 6 x 8 y 3 x 4, jaranas como “El torito,” “El degollete,” “El jarabe,” o la “Angaripola,” se mantuvieron únicamente para el popular baile de la vaquería. Para los de etiqueta se contrataron orquestas de afamados maestros que interpretaban composiciones propias al ritmo de vals, mazurcas, polcas, minués y danzones.

Se trazaban bien las fronteras que identificaban a los dos grandes grupos socioétnicos en la prensa, los mestizos y los blancos. Legalmente había que- dado atrás la sociedad dividida en castas. A partir de la primera constitución mexicana todos los habitantes del país fueron oficialmente denominados ciu- dadanos mexicanos. Culturalmente la división de la sociedad en grupos con adscripción socioétnica perduró visiblemente hasta las primeras cuatro o cinco décadas del siglo XX.44

Las publicaciones periódicas ingeniosamente y echando mano de un sistema simbólico organizado según la lógica de la diferencia, caracterizaron los bailes de ambos grupos. Los términos con los que se anunciaban los bai- les del grupo de los mestizos fueron: popular baile de mestizas, o bien, tradi- cional baile de vaqueras. Los bailes del grupo de los blancos eran anunciados de la siguiente forma: suntuoso baile de etiqueta, o como, brillantes bailes de señoritas. Simbólicamente a través del lenguaje escrito se manifestaban las relaciones asimétricas de la sociedad. Se usaron las palabras popular y tradicional en los anuncios de las vaquerías siendo los términos respectivos para los de etiqueta de suntuosos y brillantes. Asimismo sobre los últimos abundaban los adjetivos como elegante, fino, hermoso, etc., para referirse a los adornos del salón.

Lo popular y lo tradicional se encadenó indiscutiblemente al grupo de los mestizos. Según la percepción de la época, sus costumbres, su lengua, su vestido, nada tenían en común con la modernidad, sin embargo, como grupo eran considerados el vehículo para el cambio económico planteado en térmi- nos liberales. Mientras que el grupo de los blancos fue visto y apreciado como el motor del progreso, y sus suntuosos y brillantes salones mostraban el refina- miento adquirido a través del afrancesamiento de las costumbres. Sus vestidos

44 Sobre esto se puede leer los dos escritos de Narcisa Trujillo que se incluyen en el tomo Nº 6 de la En- ciclopedia Yucatanense, 1946.

349 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX siguiendo generalmente la moda francesa, sus bailes de salón con sus orques- tas, según típico estilo europeo, hasta sus bebidas se afrancesaron. Asimismo y con referencia clara a los grupos socioétnicos, al baile del primer grupo lo etiquetaron como de mestizas, que era mucho más correcto según la sensibili- dad de la época que publicar de indias. Para el grupo de los blancos no se usó ningún identificador étnico, tan solo se hizo referencia a la adscripción grupal con el uso de la palabra señoritas.

No se podía concebir un baile de salón sin una orquesta reconocida. No todos los pueblos tuvieron la propia, pero todos contaron con una en el tiempo de la fiesta patronal. En cuanto a las orquestas hubo marcadas diferencias, las hubo buenas y no tan buenas. Las de Halachó y Ticul fueron las más solicita- das y sus directores los más afamados. Para la fiesta de Ticul en el año de 1878 se publicó que

La orquesta será dirigida por el distinguido profesor don Laureano Martí- nez estrenándose nuevas piezas de baile en el orden que siguen:

Waltz La desconocida, de Sch. Kinister 1º Danza Estrella y Ramiro, de L. Martínez Lanceros Tirios y Troyanos, de A. Tamayo 2º Danza Amor y fe, de J. Gasque 3º Danza La generala, de L. Martínez Polca La baronesa, de J. Viran 4º Danza Oye mi ruego, de L. Martínez Mazurca La nueva época, de L. Martínez 5º Danza Un abismo entre los dos, de C. Baqueiro 6º Danza Mercedita, de M. Imán 7º Danza dios y tu, de J. Tió Francesas Loreta y Coactes, de Meuiron 8º Danza Tu y yo, de S. Talavera 9º Danza El Divino Bayo, de S. María Waltz La comuna, de L. Martínez 10º Danza Tesoro y Tesorera, de L. Martínez 11º Danza, A estirar, de L. Martínez.45

45 La Revista de Mérida, 17, febrero, 1974.

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Pie de foto: Orquesta de Rubén Darío Herrera, Cansahcab Fuente: Fototeca “Pedro Guerra”. FCAUADY

Muchas de las piezas que se interpretaban, si no se componían especial- mente para la ocasión, sí se estrenaban en los bailes de etiqueta de las fiestas de pueblo. No se incluía una sola jarana o zapateado, identificados junto con el vestido, con el grupo de los mestizos. Los bailes de salón o de etiqueta con sus orquestas, su música, sus adornos, sus luces, etc. Sirvieron como un identi- ficador simbólico anual de que en la sociedad yucateca no todos eran iguales, se marcaban estrictamente dos grupos, a pesar de que en su interior cada uno pudiera reconocer a más. No obstante las marcadas diferencias, convivían en un mismo espacio y tiempo de fiesta, pero en orden y respetando las desigual- dades.

Otro de los opuestos que se observa en ambos tipos bailes es que en las vaquerías o bailes de mestizas, se anunciaba como bebida refrescante pozole o puk keyem, cuando la vaquería tenía efecto en el día, o cervezas cuando por la noche. Para los de etiqueta pomposamente se publicaba que los “refinados” asistentes podían degustar ron cubano o la sofisticada y tan francesa champa- ña. En los grupos representados en estas publicaciones se marcaban paralelos hasta el infinito, como grupos inamovibles e inalterables. El esquema de cómo se percibía la sociedad quedaba plasmado en el lenguaje.

351 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

Y después de la guerra, la fiesta

Para las fiestas patronales la guerra de castas vino a ser un revés en sus celebraciones. La mayor parte de los curas abandonaron los pueblos y sólo regresaron hasta que se les aseguró la paz y el orden. Los indios pacíficos tam- bién temieron la ira y ataques de los sublevados. Como muestra, para 1871 se publicó el siguiente anuncio

Gran fiesta de Yaxcabá

Desvanecidos completamente los rumores de una invasión de indios re- beldes que circuló en días pasados, y cubiertas completamente estas poblacio- nes con las fuerzas que componen las colonias militares del Centro, que por su actual actuación prestan toda garantía; los habitantes de ésta y la oficialidad de la guarnición, han resuelto llevar a cabo dicha fiesta que dará principio el día 20 del actual.46

La convocatoria a la fiesta en estos casos no la hicieron exclusivamente los vecinos o las comisiones, se incluyó la oficialidad militar que era la que aseguraba la paz social necesaria para celebrar una fiesta pública con una con- currencia más allá de los linderos. Los militares durante estos eventos lograron espacios de reconocimiento por parte de la Iglesia. Muchos de los batallones de la Guardia Nacional tuvieron en sus cuarteles capillas y en ellas se veneraba a su santo patrón, como auxiliador para la guerra, y se les otorgaba licencias obispales para que se oficiaran misas en su interior. No obstante al momen- to de la fiesta patronal del pueblo, dependiendo de los años y sobre todo de aquellas poblaciones cuyos linderos compartían con los indios rebeldes, el co- mandante en jefe adquiría poder de decisión mucho más allá de sus funciones estrictamente castrenses, de permitir o no la celebración según la situación de guerra o peligro. Hubo un caso, probablemente no el único, que el comandante propuso la capilla del cuartel para el novenario al santo patrón de la población en vez de la iglesia parroquial, alegando no mayor protección, sino igualdad en cuanto a los lugares para devocionar al santo. Ante la negativa del cura y la intervención mediadora del obispo, el comandante designó para la celebración de la fiesta el oratorio de una finca.47

46 La Revista de Mérida, 17, enero, 1871. 47 AHAY, Asuntos Terminados, vol. 15, exp. 68.

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En los momentos de conflicto pesó más quien detentó el poder inme- diato, pero la trascendencia permitió la continuación del poder legendario de la Iglesia. El cura vivió la situación como una afrenta personal, el obispo como una concesión que le reportaría a la larga jugosas ganancias, no mo- netarias por supuesto, sino en la consecución de su proyecto, de mantener vigente la religión católica aún en áreas de conflicto, y esto solo se podía lograr cediendo pequeños espacios a los militares. Con la actitud permisiva y acogedora de la Iglesia los militares la hicieron la fiesta suya y se inte- graron a ella. Pusieron sus instrumentos musicales al servicio de la imagen homenajeada y para el gozo de la población devota en el tiempo de fiesta. Las bandas de lo regimientos acompañaron con sus trompetas y tambores, al ritmo de marchas, las procesiones hasta las puertas mismas de la iglesias y, por las noches, como una atracción más de las fiestas, las retretas abando- naron los cuarteles para instalarse en las plazas principales para el disfrute común. Hoy día es habitual observar la participación de las bandas de gue- rra escolares acompañando a las procesiones patronales como remembran- za de estas épocas.

La celebración de la fiesta en honor al santo patrón fue tan importante que cuando se suspendía por causas de temor por la irrupción de los rebeldes, o porque éstos se encontraran muy cerca, la comisión, el cura y la población misma buscaron y ofrecieron alternativas para reponerla. Una de ellas fue prestar la infraestructura de pueblos vecinos que contaran con un buen cerco militar y se presumiera de tranquilidad para llevar a cabo la fiesta. 48 De esta forma el santo patrono gozaría de sus acostumbrados homenajes en misas, rosarios, salves, procesiones, música, bailes y toros.

Los toros y la fiesta

Otro de los elementos importantes para la celebración de una fiesta patronal de la época fue la corrida de toros.49 Fue quizás, ésta uno de los aspectos más controversiales de las fiestas modernas. Recibieron opiniones en contra tanto del clero como de los hombres que luchaban por arraigar la modernización y las adjetivaban entre otras cosas, como un entretenimiento bárbaro, es decir, fuera de todo refinamiento y ligado a lo peor y más atra-

48 La Revista de Mérida, 12, septiembre, 1878. 49 Morayta Mendoza, 1992.

353 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX sado de la cultura de los españoles y de los indios.50 En 1875 La Revista de Mérida reporta.

Si las simples reuniones en tiempo de epidemias son nocivas, una fies- ta es patéticamente perjudicial por sus consecuencias, por alterarse en ella el método higiénico del barómetro que equilibra la salud: hay que atender algo más, los toros que se lidian reciben crueles heridas, después de sacrificado el animal lo atan a un poste colocado al sol. Parece muy natural concebir que a las pocas horas se le presente la fiebre inflamatoria a causa del estropeo y de las lesiones graves que recibe. He aquí una descomposición de la economía, lo matan es este estado transcurridos algunos días y es la carne que se expende en el abasto público.51

El proceso hacia la modernidad y el progreso no estaría completo sin un buen sistema sanitario, y la animadversión por lo toros también mereció llama- dos de atención en este aspecto. No obstante fue ésta una diversión transétnica, transgenérica y que rebasó las fronteras de las edades, acudían todos.

Cuando los jinetes vestidos “caprichosamente” y montados en caballos unas veces briosos otros jamelgos, con cascabeles en sus jaeces para hacer rui- do y llamar la atención, se dirigían al ruedo o tablado llevando con sus lazos al toro, la gente engalanada como pocas veces los seguía.52 Una pequeña banda de música tocaba en el ruedo anunciando que estaba pronto a iniciar la corri- da; para los que vivían más lejos los voladores fueron el mejor reloj. Por todos los caminos que conducían al coso se amontonaba la gente tratando de alcan- zar un buen lugar y disfrutar mejor la corrida.53 Los asistentes a las fiestas se regocijaron también de las modernas novedades que se ofrecían en ellas como cosmoramas, circos, carreras de caballos, los juegos como la lotería, o del lla- mado de los figoneros, y podían encontrar también dulces y antojos, pero a la hora de la corrida todo quedaba en segundo plano y la gente ocupaba su lugar en el palco del tablado, como también se le conocía.

Independientemente de lo que se decía y se escribía sobre las corridas de toros, éstas no únicamente continuaron sino que se fueron profesionalizan- do para ofrecer cada vez mejores espectáculos y cada vez más concurridos.

50 AHAY, Oficios, vol. 41, 1870; El Pensamiento, 13 y 27, agosto, 1876. 51 La Revista de Mérida, abril, 8, 1975. 52 Barbachano y Terrazo, 1986. 53 Barbachano y Terrazo, 1986, 23-27.

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En este sentido se volvieron una empresa y bastante lucrativa, sin perder el carácter que la ligaba con lo sagrado, por supuesto que no era una diversión sagrada, pero se dedicaba al santo, se hacían votos de torear y se incluían toros de promesa.54 53 Conforme corrían los tiempos, las corridas también se mo- dernizaron en dos aspectos cardinales, en la profesionalización de los toreros y en la inclusión de ganaderías que criaban toros de lidia especialmente para estas ocasiones.

Durante las fiestas patronales como especial espacio de interacción social y de reunión de una gran cantidad de personas se tiende a combinar diversos tipos de actividades. Por lo que se ha presentado para el caso de Yucatán se observa actividades religiosas como plegarias, ofrendas, invocaciones, culto; y festivas como danzas, bailes, bebida, comida, música, inversiones de papeles, representaciones sociales. También se encuentran actividades y acciones de solidaridad, no como parte del programa habitual, sino en situaciones extraor- dinarias. La prensa jugó aquí también un papel importante, primero, por dar a conocer con prontitud las noticias y, segundo, para convocar la ayuda. Las respuestas, según lo que se publica, siempre fueron favorables. Los responsa- bles de la fiesta, ya sean comisiones o diputados, organizaron, por lo general, una corrida de toros y los fondos obtenidos se dedicaron a los damnificados, por ejemplo, de inundaciones en otros estados de la república como en Sinaloa o Guanajuato. Los devotos concurrentes a las fiestas colaboraron también, no solo con su asistencia a las corridas especiales, sino aportando dinero en alcan- cías o participando en tómbolas, cuyos dineros se dedicaban a la beneficencia pública.

Comercio y ferrocarril

Otro de los aspectos que se observa en las fiestas modernas de los pueblos es una activación comercial. Los comerciantes, sobre todo de la ciudad, apro- vechando los espectaculares anuncios que indicaban las fiestas de los pueblos, promovieron sus mercancías para la ocasión. Ofrecieron sus mejores produc- tos, las adquisiciones recientes, las de última moda, las mercancías importadas de Europa, pero también, las de consumo popular como rebozos, hipiles, hilos, y las propias de las fiestas, como velas. Tanto el comercio como las fiestas se beneficiaron a su vez del ferrocarril.

54 AHAY, Oficios, vol. 41, 1870.

355 Fistas y modernidad en Yucatán de finales de siglo XIX

Antes de la década de los setenta de 1800, el transporte hacia las fiestas y ferias se hacía a través de carruajes y diligencias. Existían empresas dedi- cadas exclusivamente a este ramo con tarifas tasadas tanto para la transpor- tación de pasajeros como de mercancías. Sin embargo, antes de la fiesta de algún pueblo, las personas que poseían carruajes para servicio particular los ponían a la disposición de los fiesteros. Esta situación cambia radical, pero paulatinamente, a partir del año de 1871, cuando se clavan los primeros rie- les del ferrocarril en Yucatán. Conforme se iban tendiendo los ramales y se ponían en servicio las primeras locomotoras y vagones se dejó de anunciar la transportación tirada por caballos. Las fiestas contaron con una novedad más, el tren a sus puertas. Además este transporte era mucho más rápido y barato que el de tracción animal. Las dos primeras fiestas que se beneficia- ron con las líneas del tren fueron las de los pequeños pueblos de Itzimná y Chuburná, cercanos a Mérida y en el camino a Progreso que era el objetivo del primer ramal.

Como uno de los actos de la fiesta civil del cinco de mayo de 1875 se in- auguró el tramo del ferrocarril de la estación de la Mejorada hasta el pueblo de Itzimná, coincidiendo prácticamente con la fiesta de éste que se celebraba del 9 al 23 de mayo. Se establecieron exclusivamente para el tiempo que durara la fiesta viajes del tren desde las cuatro hasta las nueve de la noche ininterrumpi- damente, y otros más espaciados para los bailadores noctámbulos. En pocos años toda la zona henequenera quedó comunica por medio del ferrocarril, mientras que el oriente y sur del estado vieron el ferrocarril más tarde.

Algunas fiestas cambiaron con el paso del ferrocarril y el aumento de la afluencia de gente. La de Chuburná, por ejemplo dejó de anunciarse única- mente como fiesta patronal, y se hizo como santuario, se le atribuyeron mila- gros a su imagen, al menos en el papel.

Los tres principales santuarios de la época, Izamal, Tizimín y Halachó, se beneficiaron también con los efectos de la modernidad. Los trenes llegaron, con corridas especiales para el tiempo de la fiesta religiosa, aumentó el número de devotos peregrinos. Asimismo con la facilidad que proporcionó la transpor- tación al vapor, las diversiones se ofrecieron más variadas y sofisticadas.55 Los santuarios de finales de siglo XIX, fundamentalmente estos tres, que fueron los

55 La Revista de Mérida, 23 y 30, noviembre, 1879; El Horizonte, 14, diciembre, 1890; La Voz del Centro, 20, noviembre, 1895.

356 Genny Negroe Sierra que transformaron sus fiestas en ferias, dejaron de tener como único objetivo de visitas las peregrinaciones religiosas y compartieron intereses con el comer- cio y las diversiones.

Archivos

AHAY Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán AGEY Archivo General del Estado, Yucatán CAIHY Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán

Periódicos

Boletín Oficial del Estado de Yucatán LA Revista de Mérida, Mérida Yucatán El Espíritu Nacional, Mérida Yucatán El Pensamiento, Mérida, Yucatán

Folletos

Cofradía del Santísimo Sacramento en la Catedral de Mérida, Imprenta Mercantil a cargo de José Gamboa Guzmán, Mérida, Yucatán, 1887. Corona fúnebre consagrada a la memoria del finado C. General Manuel Cepeda Pera- za, gobernador constitucional del estado de Yucatán, imprenta Literaria a cargo de Mariano Guzmán, Mérida, Yucatán, 1869.

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