Historia De La Cultura Boliviana” No Llega Más Que Hasta El Año 1956
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HISTORIA DE LA CULTURA BOLIVIANA : FUNDAMENTOS SOCIO-POLITICOS José Fellman Velarde Obra suministrada por la Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia INDICE Prólogo PARTE I - LOS FACTORES FORMATIVOS La Raíz Nativa El Injerto Foráneo La Oportunidad Perdida PARTE II - LA EPOCA DE LOS SEÑORES DE LA TIERRA La Casi Nada Los Románticos Gabriel René Moreno PARTE III - LA EPOCA DE LOS BARONES DEL ESTAÑO Realistas y Modernistas La Generación del Chaco El Nacionalismo Revolucionario PARTE IV - LA ACTUALIDAD Notas Preliminares Bibliografía 1 PROLOGO La tarea de escribir una obra de historia cultural requiere, previamente, la obligación de aclarar lo que se entiende por cultura. De otra manera, el campo de estudio que se abarca, resultaría opaco y discutible. Definiciones de cultura hay muchas, pero todas ellas, de un modo u otro, pueden catalogarse en dos grandes grupos: las sociológicas y las históricas. Para el sociólogo, la cultura lo engloba todo o casi todo, es la suma de la actividad humana dentro de una sociedad dada. El historiador es menos ambicioso. Para él, la cultura “es el conjunto de las actividades espirituales –creativas diría yo- de un pueblo”. Como ésta, en esencia, es una obra de historia, se ha ceñido, naturalmente, al ámbito histórico. Hecha la primera aclaración, resulta evidente la necesidad de una segunda. ¿Cuáles son las manifestaciones espirituales o creativas de un pueblo? En orden de importancia, primero el pensamiento, aquellas directrices que, tácita o explícitamente, informan la conducta de ese pueblo en cada uno de los momentos de su desenvolvimiento; además, la educación, el mecanismo gracias al cual nace el pensamiento, es inyectado en la corriente social y se convierte en causa histórica. Luego, las ciencias, el estudio de los hechos observables, desplegadas en el amplio abanico que va desde las puras, especulativas, hasta sus aplicaciones. En tercer lugar, las letras, en todas sus formas, incluso aquellas, como el periodismo por ejemplo, nacidas de un propósito pasajero por último, las artes y el folklore. Las manifestaciones espirituales o creativas de los pueblos son originadas por las condiciones ambientes, económicas, sociales y políticas que viven esos pueblos y, a su vez, influyen en esas condiciones dentro de una larga cadena cada uno de cuyos eslabones, a la postre, viene a resultar causa y efecto a la vez. 2 Un ejemplo, cualquier, sirve para ilustrar esa afirmación. La obra literaria de la generación, de los años treinta, caracterizada por una aspiración de cambio, vaga si se quiere, no podría explicarse sin tener en cuenta algunos hechos que le dieron vida: la crisis del llamado problema del indio, la maduración de la clase obrera, el predominio del pensamiento liberal, y sobre todo, la guerra del Chaco. Por otra parte, sin tener en cuenta el impacto resultante de esa obra, tampoco podría explicarse el cambio, cuando ocurrió años más tarde, o, por lo menos, no podría explicárselo integralmente. La regla es igualmente válida para las manifestaciones espirituales o creativas individuales, ya que, después de todo, son parte del total. Incluso las manifestaciones estructuralmente tardías respecto a su época, las tentativas innovadoras o, en otro plano, lo que se ha dado e llamar “obras de arte por el arte mismo”, no pueden explicarse sino respecto al eje de las condiciones históricas, como demostraciones, respectivamente, de que un nuevo orden establecido empieza a ser cuestionado o que, dentro del orden, hay segmentos sociales anímicamente despegados. Por esa razón, en este trabajo, se ha encarado la historiación de la cultura boliviana sobre el gran telón de fondo de la historia boliviana entendida como un conjunto de hechos ambientales, económicos, sociales y políticos, a fin de posibilitar la comprensión de las manifestaciones espirituales o creativas de los bolivianos, sus orígenes, sus consecuencias, la influencia que tuvieron, y poderlas, en consecuencia, valorar debidamente. El hacer historia de la cultura, como el hacer historia en general, importa emitir juicios de valor, lo que, casi siempre, resulta conflictivo, sobre todo para el autor. No hay manera de evitar el problema. Se puede, sí, minimizarlo, reduciendo, en todo lo que es posible, el elemento subjetivo que entra, necesariamente, en toda apreciación. Para ese objeto, en el caso particular de esta obra, primero, he tenido en cuenta que Bolivia, país pobre, mediterráneo y de escasos habitantes, no ofrece las condiciones ideales para un desarrollo cultural vigoroso y sostenido, lo que hace tanto más dignos de estímulo a quienes producen sobreponiéndose a esos obstáculos y tanto más meritorios a quienes alcanzan una estatura internacional. Y, segundo, dentro de ese criterio, me he sujetado a los parámetros propios de toda crítica responsable: la influencia de la obra criticada, su originalidad tanto dentro de una escuela como en relación con su tiempo, el valor intrínseco de sus presupuestos y de sus proposiciones, la armonía entre el fondo y la forma, su fuerza, su equilibrio, su claridad. Nótese el uso del vocablo “parámetros” y no el de “reglas”. Las reglas son pasajeras. Evaluar una creación literaria de acuerdo a las reglas gramaticales en boca, por ejemplo, es imprudente, podría desanimar a un innovador. Los innovadores, precisamente, son los que rompen unas reglas para crear otras. 3 La aplicación estricta de ese doble criterio, me ha permitido, sin caer en la injusticia, historiar, como parte de la cultura boliviana lo que, como parte de la cultura boliviana lo que, como parte de una cultura nacida de mejores condiciones no tendría, tal vez, el mérito suficiente; limitar el juicio adverso, cuando se hace constructivamente necesario, para los personajes o las obras inflados más allá de sus verdaderas proporciones, y orillar la tentación de hacer un catálogo de lo que es sólo una historia. Una advertencia. Esta “Historia de la Cultura Boliviana” no llega más que hasta el año 1956. El resto es demasiado reciente para aventurar un estudio o una valoración con pretensiones definitorias. Pero le he añadido unas “Notas” adicionales, puramente tentativas, que llegan al año 1971. Repito que son puramente tentativas, la historia actual, sus condiciones, no ha cuajado aún lo suficiente como para registrarla sin temor a equivocarse, y la cultura que le corresponde, por lo tanto, se halla todavía en ebullición. Y una explicación final. Se ha acompañado esta obra con una bibliografía básica, que puede ser útil para el que quiera profundizar en el tema, total o parcialmente. Las obras comentadas en el texto, como es natural, no figuran en esa bibliografía. 4 PARTE I : LOS FACTORES FORMATIVOS LA RAIZ NATIVA I El altiplano es una enorme y árida meseta que se extiende entre las Cordilleras Real y Occidental, dos brazos que el gran macizo andino abre en el nudo de Vilcanota y cierra e la quebrada de Humahuaca. Cuenta con pocos y delgados cursos de agua, y su altura media oscila alrededor de los 3.600 metros sobre el nivel del mar. La agricultura, por eso, se halla restringida a unos escasos rubros y depende del régimen de lluvias. La vida humana, consiguientemente, resulta sacrificada e insegura. Se halla, al norte, aliviada por la hoya del lago Titicaca. En los alrededores de esa hoya, gracias a la acción fecundadora de las aguas, la producción de alimentos es mayor y puede sustentar una población más numerosas. Allí nació la célula madre de la bolivianidad. No se sabe, a ciencia cierta, cuando lo hizo. Los restos humanos más antiguos que se ha encontrado hasta ahora, tienen unos 11.000 años. Se trata de unas pinturas de tipo arruínense existente todavía cerca de Mojo-Coya, en la provincia Zudáñez, y de algún material lítico hallado en Viscachani y en el cerro Relaves de San Vicente de Lípez. Fueron hechos por tribus de cazadores primitivos de paso a otras tierras más abundantes de animales. Los primeros asentamientos tienen, poco más o menos, 4.300 años. Fueron descubiertos en Chiripa y Sora-Sora. Sus actores se hallaban, recolectando sus alimentos, cazando ocasionalmente y empezando a cultivar la papa. Una vez que hubieron dominado el cultivo de la papa, esos recolectores devinieron agricultores y empezaron a evolucionar con rapidez. Su evolución avanza, 5 históricamente en tres grandes épocas. La primera puede denominarse Epoca de los Grandes Cultivos. Empezó hace 2.800 años, cien más de cien menos, y se distingue por varias características peculiares: el aumento de la población determinado por la mayor productividad del cultivo estable; la definición de la propiedad de la tierra y que concluye en el ayllu, un grupo humano unido por vínculos de sangre, asentado en la tierra, que la posee colectivamente, la trabaja en común y cuyos miembros se dividen, por igual, el fruto de su esfuerzo; una primera definición social que relieva a los sacerdotes como administradores y a los artesanos, dedicados a producir para el culto; la modificación de ese culto, o sea, las superimposición de una diosa de la fertilidad: la Pachamama, sobre las creencias animistas y totemistas propias de los cazadores y recolectores; la aparición de la marka, una federación de ayllus, debido a la creciente importancia del culto, y el establecimiento del ocio creativo. La papa posee un alto rendimiento. Una familia, con el trabajo de tres meses, puede vivir todo un año. Su cultivo da, pues, tiempo para pensar; es decir, para dedicarse a ese ocio creativo. Con ello nace la cultura. Durante la Epoca de los Grandes Cultivos hubo, en el altiplano, varios centros urbanos de importancia: Pucara y Chañapata entre otros, amén de Chiripa; pero Tiwanacu, que perduró a lo largo de dos milenios, fue, sin duda, lemas importante. Era el corazón del aymarismo, la sede de un culto generalizado, lo más grande y lo más bello. Tiwanacu se halla a 60 kilómetros de La Paz en dirección al lago Titicaca y se llamaba, probablemente, Taipicala que significa “piedra de en medio”; Chuquihuara que quiere decir “campamento de oro” o Wiñaimarca, traducible como “ciudad eterna”.Durante la Epoca de los Grandes Cultivos evolucionó, desde el punto de vista cultural, en tres fases.