Bolivia En La Vida De Un Chileno
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ENCUENTROS CON BOLIVIA Leonardo Jeffs Castro ENCUENTROS CON BOLIVIA ©Leonardo Jeffs Castro Inscripción Registro de Propiedad Intelectual N° 183.800 I.S.B.N. XXX Diseño y diagramación: José Jeffs Munizaga Ediciones Peña Andina: [email protected] Esta edición de 200 ejemplares se imprimió en Impresos Libra, Juana Ross 35, Valparaíso, Chile. Se autoriza la reproducción total o parcial de este libro en Chile y en el exterior siempre que se indique la fuente. 1 DEDICATORIA A Roberto Espíndola quien me invitó a Bolivia en 1969, y a Fernando Aguirre Bastos y Carlos Gerke Mendieta, quienes organizaron el Encuentro de La Paz ese año y me dieron la oportunidad de empezar a conocer a su país y su gente y me brindaron su amistad. 2 A MODO DE PRESENTACIÓN Cuando conocí Bolivia en 1969 no pensé que iba a gravitar tanto en mi vida. Han transcurrido más de cuarenta años de esa primera visita. Invitado a participar en un Congreso de Profesionales cristianos del Cono Sur americano que se realizó en La Paz en agosto de 1969, concurrí gustoso, pero con muchos prejuicios. Dichos prejuicios, que creo que son los que predominan en muchos de los habitantes de las ciudades del centro de mi país, se me cayeron como por encanto. A modo de breve referencia, considero que muchos chilenos hemos estimado, en algún momento de nuestras vidas, que Bolivia es un país pobre y hemos considerado a sus habitantes como ignorantes, cobardes y flojos. De Bolivia sabía muy poco. Sabía que una prima hermana de mi abuelo Guillermo Jeffs Lynam, Adriana Lynam Mandujano se había casado con Enrique Salinas Martínez, cochabambino, que había venido a estudiar a Chile y se había quedado; que a raíz de un Seminario para dirigentes estudiantiles chilenos realizados en los Estados Unidos de América, organizado por la Universidad de Texas había conocido en Austin, en 1962 a un estudiante boliviano; que la mejor amiga y compañera de Colegio de mi mujer era boliviana y que su familia los Espejo-Ballivián se había exiliado en Chile por causa de ser opositores al Movimiento Nacionalista Revolucionario que había iniciado la Revolución Nacional en 1952. Por el padre de Beatríz, 3 Chichi, don Raúl Espejo Zapata, aprendí las primeras lecciones de la guerra del Chaco, de su escenario, y lo que sufrieron muchos de los combatientes bolivianos en la contienda, y en especial algunos aspectos de la vida en Bolivia de Aquiles Vergara Vicuña, el político y militar chileno que participó en la guerra y que, luego, asumió la aspiración boliviana de retornar al Pacífico, como una tarea que lo acompañó el resto de sus días. También había oído a mi suegro Raúl Munizaga Santander, que en su condición de Sub-Secretario de Obras Públicas había acompañado a La Paz al general Carlos Ibáñez del Campo en su histórico viaje de 1956, trasmitir las experiencias de su viaje en interesantes y amenos comentarios de sobremesa. En ese primer viaje, al cual han seguido más de veinte, recuerdo haber conocido a jóvenes profesionales bolivianos interesados en luchar por cambiar el mundo que vivíamos en América Latina por uno donde imperará la justicia y la igualdad social, como a Fernando Aguirre Bastos, Carlos Gerke Mendieta, Enrique Ipiña Melgar, Néstor Paz Zamora y su esposa Cecilia, muerto el de inanición en la guerrilla de Teoponte y luego ella acribillada por las fuerzas represivas del primer gobierno de Hugo Banzer. Junto a ellos conocí a Jorge Ríos Dalenz ajusticiado en Santiago de Chile por efectivos de las fuerzas militares chilenas luego del golpe de Estado del l1 de septiembre de 1973 y al jesuita José Prats. 4 También, en ese primer viaje empecé a escuchar de la Revolución de 1952 y sus transformaciones en la estructura social, económica, política y cultural de Bolivia. Me recuerdo que uno de los participantes de apellido Zalles me habló de una novela que acababa de aparecer “Los fundadores del alba”, de Renato Prada Oropeza, la cual fue la primera obra de autor boliviano que compré y leí al poco tiempo. También, en esa oportunidad me mencionaron a Sergio Almaraz Paz, de quien compré “Réquiem para una República”, y leí ese año y, luego, adquirí en otro viaje, al año siguiente, “El poder y la caída” y “Petróleo en Bolivia”. Tuve oportunidad también de ser invitado a la Peña Naira y escuchar allí a los Jairas y sentirme profundamente tocado por la música boliviana y ver la película Yawar Malku, de Jorge Sanjinés y empezar a sentir el mundo indígena del altiplano, que había comenzado a ver en las calles de La Paz, ciudad que ha ejercido sobre mí un poder que considero magnético, pues en casi todos mis viajes a Bolivia he estado en ella aunque sea por breves horas. Ese primer viaje me permitió sentirme más chileno y latinoamericano. Me permitió comprender mi condición mestiza y valorarla, y comprender que fruto del desconocimiento nacían los prejuicios y que había que hacer algo para acercarnos y contribuir a restañar heridas en la que nuestros antepasados tenían una cuota de responsabilidad. 5 Debo decir que a los pocos meses de realizado este impactante viaje nos fuimos a vivir con Elena María y nuestros hijos a Antofagasta. Desde allí realicé un segundo viaje en 1970, con el propósito de comprar libros para la Biblioteca de la Universidad del Norte, pues allí había empezado a trabajar, haciéndome cargo, entre otras actividades académicas, de un Seminario sobre la Revolución Boliviana. Luego, en el verano del año siguiente, fuimos en familia a La Paz, donde recibimos las atenciones de don Raúl Espejo Zapata y de su hermano Jorge y su esposa Rosa y de la madre de ellos. Fue un viaje que nos permitió luego conocer parte del sur del Perú. En Antofagasta, mientras trabajé en la Universidad del Norte, conocí a varias personas que miraban como necesario e impostergable el dar pasos de acercamiento con Bolivia y su gente. Una de las personas más abiertas a esa labor fue don Oscar Bermúdez Miral, conocido como “el historiador del salitre”. Fruto de varias reuniones entre chilenos y chilenas y luego con bolivianos y bolivianas decidimos conformar en 1971 el Instituto Chileno-Boliviano de Cultura de Antofagasta, mientras gobernaba Bolivia el general Juan José Torres González. Si bien el Instituto era una organización no gubernamental no estuvo ajena a los vaivenes de la vida política de nuestros pueblos. Es así, que con la caída del gobierno del general Torres a raíz del golpe de Estado encabezado por el general Banzer, el Instituto sufrió algunos retiros. En esa materia, en mi condición, en 6 esos momentos, de Presidente del Instituto planteé, lo que ha sido siempre mi predicamento, en materia de relaciones entre nuestros pueblos y gobiernos, que independiente de nuestras ideas y de quienes nos gobiernan, lo importante es estrechar lazos, en la convicción que tenemos que mantenernos unidos los latinoamericanos para enfrentar debidamente los desafíos que implica la vinculación con el mundo desarrollado. La vida del Instituto entre 1971 y 1973 fue rica en realizaciones, para lo cual siempre se contó con la colaboración de la Dirección de Extensión y Comunicaciones de la Universidad del Norte y del escritor Andrés Sabella. De la Directiva del Instituto mantengo el recuerdo de don Jorge Bedregal Sanjinéz, quien fue Vicepresidente, de doña Pilar Altura de Solíz, quien fue la Tesorera, de Elena Franulic y su esposo, de la escritora Graciela Toro y de Julio Mallea. Con el Consulado de Bolivia en Antofagasta mantuvimos, en general, muy buenas relaciones, no obstante, nuestras diferencias políticas. Hubo si un momento de alejamiento, por mi firma en una declaración pública de la Izquierda Cristiana en la cual condenábamos la represión en la que había muerto acribillada en Bolivia Cecilia, la esposa de Néstor Paz Zamora. Guardo muy buenos recuerdos del Cónsul don Armando Pinto Tellería, sobre todo por su gestó de enviarnos en su 7 auto a la Universidad, el día que fuimos con Elena María a despedirnos, después del golpe del 11 de septiembre. Con ello sentimos que nos decía cuentan con nuestra protección. También mantuvimos un estrecho contacto con la Directiva y Socios del Club Boliviano 6 de agosto, que agrupaba a miembros de la colectividad boliviana residente en Antofagasta y que presidía don Manuel Clavel. Dentro de mis vivencias en la entonces Provincia de Antofagasta, me tocó estar en Calama, el 23 de marzo de 1970, que allí fue celebrado como el día de la ciudad, como un día de fiesta, al igual que el 14 de febrero respecto de Antofagasta. Consideré que no correspondía que fueran esas fechas días de fiesta, porque ellas recordaban la ocupación del puerto de Antofagasta por tropas chilenas y luego la batalla de Topater en la que murió combatiendo Eduardo Abaroa el principal héroe civil boliviano de la guerra del Pacífico, sobre todo si queríamos recomponer nuestras relaciones con Bolivia, De ahí viene mi convicción de que hay que cambiar las fechas y buscar para celebrar el día de esas ciudades en el día de su fundación o en el de la de la instalación del Municipio respectivo. Mientras viví en Antofagasta estreché contacto con dos compañeros de Universidad que han sido gravitantes en mi quehacer latinoamericanista, me refiero a Salvador Dides Muñoz, con quien compartí un tiempo las labores académicas en la Carrera de Pedagogía en Historia y 8 Geografía y en el Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad del Norte, y a Pedro Godoy Perrín, quien desde Santiago me nutría con escritos de su autoría y de otros pensadores de la Patria Grande. De ellos aprendí la convicción de la necesidad de la integración latinoamericana.