1 2 La cena de los dramaturgos

3 UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CHIHUAHUA M.C. Jesús Enrique Seáñez Sáenz Rector M.D. Saúl Arnulfo Martínez Campos Secretario General Lic. Sergio Reaza Escárcega Director de Extensión y Difusión Cultural Dr. Alejandro Chávez Guerrero Director académico M.C. Javier Martínez Nevárez Director de Investigación y Posgrado Lic. Rosendo Mario Maldonado Estrada Director de Planeación y Desarrollo Institucional Lic. Horacio Jurado Medina Director administrativo

SPAUACH

SINDICATO DEL PERSONAL ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CHIHUAHUA M.C. Francisco Santacruz Rivera Secretario General M.D.F. Francisco A. Chávez González Secretario de Organización M.I. Benito Aguirre Sáenz Secretario de Actas C.P. Hortensia Rubio Acosta Secretaria de Finanzas M.A. Ramón Farías Rascón Secretario de Asuntos Culturales

4 FELIPE SAAVEDRA MONTOYA

La cena de los dramaturgos

83 Colección Flor de Arena Universidad Autónoma de Chihuahua Chihuahua, México, 2011 5 ______Saavedra Montoya, Felipe La cena de los dramaturgos / Felipe Saavedra Montoya. — México : Universidad Autónoma de Chihuahua : Sindicato del Personal Académico de la UACh, 2011 84. p. (Flor de arena, 83)

ISBN: 978 – 607 – 76 – 91 – 92 – 1

1. Literatura teatro

862 – d21 ______

Edición: Dirección de Extensión y Difusión Cultural. Director: Sergio Reaza Escárcega. Jefe editorial: Heriberto Ramírez Luján. Producción: Martha Estela Torres Torres, Jesús Chávez Marín Diseño de portada: Marcela Ochoa Luna, con imagen de Felipe Saavedra.

Obra seleccionada en los términos del Concurso para publicar textos de docencia y consulta, auspiciado por la Universidad Autónoma de Chihuahua y por el Sindicato del Personal Académico de la UACh.

Prohibida la reproducción o transmisión total o parcial del contenido de esta obra por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, en cualquier forma, sin permiso previo por escrito del autor y de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

Derechos reservados para esta 1a. edición 2011 © Felipe Saavedra Montoya © Sindicato del Personal Académico de la UACh © Universidad Autónoma de Chihuahua Campus Universitario Antiguo s/núm. Chihuahua, Chih., México. C.P. 31178 Correo: [email protected] Tel. (614) 4 39 18 53

ISBN 978-607-76-91-92-1

Editado6 y producido en Chihuahua, México A mis padres, maestros de mi vida. A mi familia, sustento de mis días. A la memoria del maestro Fernando Saavedra. A mi amigo y maestro Enrique Macín. A Luis Nava Moreno. A María Dolores Gómez Antillón. A Rosy. A mi hijo Felipe.

7 8 LA CENA DE LOS DRAMATURGOS

Esta farsa cómica devela una convivencia de teatristas envueltos en sus vidas alteradas. Son per- sonas a las que el teatro ha despersonalizado. Vín- culo de artistas a los que al interpretar lo humano los ha llevado a negar su verdadero ser por apro- piarse de una apariencia imaginada y de una simu- lación ante la vida real. Aquí se presentan seres ju- gando a divagar sobre literatura y teatro; armando un cuadro intertextual que va de los griegos, el Siglo de oro, el ridículo, el absurdo y hasta la risotada ioenesquiana al hacer uso del lenguaje. Los perso- najes muestran una inclinación a la mentira y a la presunción. Todos se desenvuelven en la simulación e inventan patrañas sobre el teatro para mentir ha- ciendo creer que saben mucho, pero distorsionan todo por la gran dosis de fantasía que alberga en sus mentes. El texto de Felipe Saavedra expone un punto poco estudiado por el teatro. La despersonalización aunque es un término que pertenece a la psicología en el teatro ha despuntado y cada vez hay más in- térpretes que se pierden por la falta de técnica debi- 9 do a que ignoran cómo despojarse a tiempo de los personajes y los hacen huéspedes en su personali- dad. En este texto se muestran las consecuencias de los actores que han sido invadidos por seres inexis- tentes que disminuyen la personalidad verdadera. La excesiva despersonalización se puede notar al encontrar intérpretes que se enmascaran y simulan actitudes falsas; el maestro encarna en esta obra el más notorio proceder que construye una atmósfera de impostores y embusteros que navegan en el falso elogio y la exageración retórica que los convierte en reyes de la máscara; además se adueña de la volun- tad de los jóvenes que terminan siendo alienados. El maestro manipulador y mentiroso se aprovecha de artistas provincianos que no saben bien el oficio de la actuación. La obra advierte, pero también pellizca la sen- sibilidad del hacedor del teatro al apuntar los peli- gros de la despersonalización del intérprete teatral. Es importante hacer notar que este texto expone lo que siempre se ha mantenido callado, los tabúes de la interpretación y el regodeo de la mentira en artis- tas de mala calidad. TOMÁS CHACÓN RIVERA Septiembre, 2010

10 La cena de los dramaturgos

FARSA EN UN ACTO

Personajes: EL MAESTRO PUPILO BRAUNEN KRISTOPHERSEN SÖREDER TITA YUKARI

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Ad astra per aspera

11 (En una habitación de una casa, sala o comedor.)

EL MAESTRO: Pues como te decía, mi querido pupi- lo, el teatro debe ser una lluvia cons- tante de ideas, símbolos y erudición donde el espectador tiemble al sentir el estratagema por el cual caerá rendi- do ante el pathos. PUPILO: ¡Maestro es usted un sabio! EL MAESTRO: Hijo, no soy un sabio, lo seré, pero poco antes de morir. Además, aún no soy totalmente viejo, (Carcajea.) apenas un conocedor someramente profundo de la psique del dramatis personae y de la tragedia. Yo a tu edad conocía perfec- tamente las relaciones edípicas y eléc- tricas, el humor negro oculto en Dante y lo trágico del malamente interpreta- do como cómico Menandro; la teoría hijo, la teoría. PUPILO: ¡Maestro!, ¿sabe?, ¡su cátedra ha sido etérea! EL MAESTRO: (El maestro mira el reloj.) Hijo, recuerda que in hic noctem non somnio, libo. Hoy un colega dramaturgo et dramatur- gista viene a cenar; he invitado a mis mejores amigos... Al poeta Braunen

12 Joy, al exquisito dramaturgo Söreder de ascendencia alemana, a la docta académica Kristophersen Esmidersen; conocida por sus extensísimos estudios acerca de la lengua anglosajona y quien descubrió que pertenece a de lenguas vasca y catalana, y por supues- to no podrá resistirse a mi invitación, nuestro huésped de honor, el dilecto Tita Yukari, recién llegado de realizar tres doctorados, uno en semiologie de la utilerie. PUPILO: ¿Cómo? EL MAESTRO: ¡Semiótica de la utilería y el otro en espectografía teatral! PUPILO: Maestro, el tercer doctorado, usted lo olvidó. EL MAESTRO: ¡Ah! Por supuesto, es un teórico excel- so, su última tesis fue titulada: “La im- portancia del alcohol etílico en la en- señanza de la biomecánica”. Sin olvi- dar sus estudios de posdoctorado en didascalias. PUPILO: ¡Maestro! ¿Puedo quedarme? EL MAESTRO: (Displicente.) Realmente te aburrirías hijo, estas pláticas son de un alto gra- do de abstracción, además querido

13 pupilo, apenas vas en tercer grado en la comuna de artes y estas son de gra- do 33. PUPILO: Maestro por favor, he escrito un poe- ma hagiográfico para el tres veces doc- tor. ¡Por favor, maestro!, permita que- darme y limpiaré toda su colección de fotografías donde aparece con Novo y Pellicer. EL MAESTRO: Está bien, pero no dejaré que las to- ques, jamás he mostrado las fotos que tengo con tan ilustres amigos. Cuan- do yo era un puer, caminaba por los campos Elíseos y observé por primera vez a esos fuertes y viriles varones. PUPILO: ¿Los conoció en París, Maestro? Us- ted dijo que los había conocido en México. EL MAESTRO: Por supuesto mi querido Pupilo, me refiero a cuando los leía en su famosa revista Azul, poco antes de ser invita- do a escribir en ella. PUPILO: ¿En la revista Azul? (Para sí mismo.) Será la revista Ulises. EL MAESTRO: En la revista Azul hijo, no me interrum- pas. PUPILO: Entonces, ¿usted escribió en esa revis- ta? Es usted muy modesto, mire que

14 nunca haberlo dicho antes, en su cla- se. EL MAESTRO: Pero no lo cuentes a nadie y si guardas te muestro el número donde salió publicado mi primer poema. En fin, es bueno que te llenes de nuevas isoglosas y adquieras una mejor con- ciencia lingüística; ahora toma estos chelines ve a la esquina de la cuadra y pie seguido tras otro, trae dos botellas de coñac y dos del vino más barato que encuentres; recuerda que es lo que a ellos les gusta; las botellas de coñac guárdamelas en la despensa. Pero an- tes ve al buzón de la puerta principal y pon esta lista, sin leerla por favor. (En- trega al Pupilo un sobre. Sale el Pupilo.) EL MAESTRO: (Al público.) Que me perdonen pero no puedo dar margaritas a los marranos. (Después de unos segundos llaman a la puerta, misma que abre el maestro. Recibe a un compañero, un sujeto bien vestido de traje o smoking derruido, polvoso, mal zur- cido y remendado, zapatos agujerados, et- cétera.) EL MAESTRO: Pero, ¡querido amigo Braunen!, pase usted. Tanto tiempo sin verlo. ¿Qué tanto ha escrito en mi ausencia?

15 BRAUNEN: ¡Oh! ¿Que si he escrito? ¡Vaya! es más lo que escribo que lo que leo, lo cual quiere decir que lo hago en cantidades industriales; tengo aquí una serie de textos que traje conmigo para que us- tedes se deleiten. EL MAESTRO: ¡Vaya que si nos deleitaremos!, pero llega usted temprano; he mandado a uno de mis mejores alumnos a traer una pequeña cantidad de líquido desin- hibidor que haga nuestra charla más amena. BRAUNEN: No importa, Maestro, yo he traído también dos botellas de exquisito licor. EL MAESTRO: Además de buen poeta es usted esplén- dido; traeré unos vasos, hielos y refres- cos. (El Maestro se va, mientras tanto lle- ga apresurado, el Pupilo.) PUPILO: Pero maestro Braunen, ¡qué gusto ver- lo! BRAUNEN: ¿Me conoce, joven? PUPILO: ¡Claro que lo conozco!, he leído casi todos los poemas de su autoría, ade- más de sus rudas críticas sobre esos tránsfugas de la buena literatura. BRAUNEN: No hay buena ni mala literatura hijo, sino literatura y basura; el día que di- gas que lo que vos escribes es literatura

16 estarás perdido. Yo como pensador reflexivo de los días nefastos y los días felices del existir, puedo decirte que ese es el peor vicio para alguien que pre- tende escribir o que sin más, lo hace. PUPILO: ¿Y cómo puedo reconocer la basura de lo que no lo es? BRAUNEN: (Misterioso.) ¡Ah! Ese es un secreto que no puedo revelarte. (Llaman a la puer- ta.) PUPILO: Yo abriré... (Abre la puerta.) ¡Pero maestra Kristophersen Esmidersen!, pase. (Extremadamente flaca y pálida, con acento británico.)

KRISTOPHERSEN: Hello, little bastard! PUPILO: Excuse me? Did I hear you?

KRISTOPHERSEN: (Finge mucho gusto al verlo.) Of course, little star! PUPILO: (Realmente convencido.) Thank you, Mrs. Kristophersen.

KRISTOPHERSEN: Miss, please! Dejemos la lengua de Shakespeare a un lado y hablemos en la de Cervantes. ¡Hola, señor Almond Joy! BRAUNEN: Braunen, Braunen Joy, no Almond Joy.

KRISTOPHERSEN: Por supuesto. (Ella extiende la mano para ser besada, Braunen finge demencia y la

17 deja con la mano extendida, mientras tan- to entra el Maestro sosteniendo una charo- la con vasos, hielos y algunos refrescos.)

KRISTOPHERSEN: Maestro, ¡es gorgeous! EL MAESTRO: ¿Cómo está? ¡Oh! ¡Se ve usted british! ¡British!

KRISTOPHERSEN: Gracias, gracias. (Ríe frívolamente.) EL MAESTRO: ¿Conoce a mi párvulo pupilo?, él es uno de mis más fieles seguidores y en esta ocasión he decidido que debute con ustedes. Pero tomen asiento por favor. (Ambos dan las gracias y se sientan a la vez que empiezan a prepararse unas bebidas mientras el Maestro hace señas al pupilo para que traiga algo, le da más di- nero, mismo que pone en el bolsillo frontal de la camisa y le da un suave pellizco en la mejilla y un par de palmaditas en el ros- tro; el pupilo sale.) BRAUNEN: Leí su artículo en la revista El Farolito y tengo algunas ideas que se contrapo- nen a sus teorías sobre el origen de la lengua inglesa; la verdad me parece inaudito lo que usted propone. EL MAESTRO: No haga mucho caso de este académi- co empedernido.

18 KRISTOPHERSEN: No, de ninguna manera, debe haber un poco de reticencia a lo novedoso, sin embargo resulta interesante. BRAUNEN: Bebamos, ¡salud! (Los tres brindan y be- ben como desesperados mientras llaman nuevamente a la puerta.) EL MAESTRO: ¡Ah!, debe ser el posdoctor Tita Yuka- ri. (Abre la puerta y se desilusiona.) ¡Ah!... eres tú, pasa, Söreder. SÖREDER: ¡Ah!, pero, ¿es qué no llego a tiempo? EL MAESTRO: Toma asiento y sírvete. Conocerán a Söreder; él es una persona cultísima que estudió en La Sorbona de París. Quizá por eso no lo conozcan. (Am- bos invitados reaccionan fascinados con el hecho de que estudió en dicha universidad.) SÖREDER: Al parecer esperaba a alguien más, Maestro. ¿Sigue con sus apuestas mendaces? EL MAESTRO: Sí, por supuesto que espero a alguien más. Esta pequeña tertulia es para re- cibir al tres veces doctor Tita Yukari, quien acaba de llegar de un místico viaje por el mundo del teatro. El maes- tro es un genio, está haciendo una ver- sión libre del Kamasutra, ritualizada en un espléndido escenario tebano, de donde fue el rey Edipo. Su mayor in-

19 novación radica en retomar el teatro clásico griego, por el hecho de que solo actores masculinos entran en acción; eso sí, sin hacer a un lado las másca- ras, las cuales obviamente servirán para amplificar los sonidos emitidos que pasen por el personare. ¡Oh!, sonidos guturales, sonidos onomatopéyicos, gemidos y resoplidos connaturales del acto harán temblar el anfiteatro, ade- más de lograr la delicia para chicos y grandes. El Satiricón de Federico Fellini es tan solo un juego de niños. Esto es nada más para calentar motores. (Los tres responden con total asombro.) BRAUNEN: Realmente es una labor totalmente agresiva e iconoclasta.

KRISTOPHERSEN: Lo eclesiástico siempre es buenísimo y unificador. SÖREDER: Querrá decir lo ecléctico. ¿No?

KRISTOPHERSEN: Claro, claro. (Braunen encuentra unas hojas de máquina y empieza a leer de in- mediato.) BRAUNEN: Pero, ¿qué es esto maestro?, ¿qué por- querías son estas? EL MAESTRO: Deje ahí por favor; son unos pequeños poemas que escribió un compañero filósofo y filántropo de la cultura.

20 BRAUNEN: (Lee.) “Horchatas seminales oaxaque- ñas. Fauno avergonzado y decrépito en la mayoría de edad”. Maestro, ¿pero qué porquerías son estas? EL MAESTRO: No se adelante, una golondrina no hace verano; su labor más contundente es haber democratizado la cultura, aho- ra el pueblo tiene que crearla; se fija, ya no será de la élite solamente; las cla- ses marginadas, los cinturones de mi- seria podrán participar sin discrimi- nación alguna, analfabetas y obvia- mente la intelectualidad podrán parti- cipar con toda libertad en concursos para obtener los apoyos económicos que ofrezca el Estado y la comuna de artes; eternidad en materia de cultura. ¿No le parece alentador? BRAUNEN: Sé de quién habla usted; permítame decirle que como poeta es un asco y peor aún como promotor cultural. SÖREDER: Creo que sé de quién hablan. Amigo, usted está vomitando, verdad.

KRISTOPHERSEN: (Asustada por sus fuertes palabras.) Mo- deren su léxico tan florido, por favor. EL MAESTRO: La verdad es que es un buen amigo y... SÖREDER: No diga más, le va dar a usted trabajo.

21 EL MAESTRO: Hay que ayudar y que a uno lo ayu- den; de eso se trata, ganar, ganar. BRAUNEN: Bueno, dejemos ese tema que no vale la pena dilucidar. (Llaman a la puerta.) EL MAESTRO: Debe ser el posdoctor Tita Yukari. (Abre la puerta y nuevamente se desilusio- na al ver entrar al pupilo con dos bolsas llenas de viandas.) ¡Vamos hijo!, deja esas bolsas y ven a tomar algo. (Mien- tras le prepara una bebida.) EL MAESTRO: Bebe, hijo, ya estás en edad. PUPILO: Gracias, maestro. (Bebe con cierto des- enfreno.) EL MAESTRO: Mi querido alumno, (Asombrado por su manera de beber.) así como bebe, escri- be; tiene ya dos poemas de tres cuarti- llas cada uno; yo le digo que lo impor- tante es publicar.

KRISTOPHERSEN: Por supuesto hijo, el Maestro tiene ra- zón. PUPILO: Claro Maestra, pero quisiera escribir más poemas para completar un libro que pese a no ser muy grueso, pero considerable. EL MAESTRO: ¡Claro que no! hijo, tu obra será escue- ta como la de Rulfo, pero yo insisto en que tus poemas sean publicados lo antes posible. Tengo para este joven

22 dos estudios de veinte cuartillas para cada uno de sus poemas, suficiente para publicar; hay que dar oportuni- dad a los nuevos talentos. SÖREDER: Pero, Maestro, puede primero publi- car los primeros en alguna revista, ade- más hay que ver otras opiniones. EL MAESTRO: ¡Ah!... Söreder, siempre le has tenido miedo a las grandes obras. BRAUNEN: (Interrumpe.) Bueno, bueno, Maestro, ¿cuál es su último proyecto? ¿Qué nue- va obra nos tiene preparada? EL MAESTRO: Ya terminé de dirigirla. Tengo treinta y siete actores en escena; el final es es- tupendo, apoteósico; en dos días es el estreno, solo me falta escribir las tres cuartas partes del segundo acto y todo estará listo. BRAUNEN: ¿Pero cómo pudo dirigirla si aún no tiene el final? PUPILO: El Maestro es un genio, creo que ese es el secreto del éxito de sus obras. Las últimas dos obras que dirigió en tres actos, entregó el libreto a los actores dos horas antes del estreno; lo malo fue que la primera actriz bebió de más y se fue con el intendente del teatro. ¡Qué infeliz! Le dan el papel principal a la

23 fulana, y no es ni para quedarse al es- treno. ¡Qué desvergüenza que por su culpa se hayan suspendido ambas fun- ciones! ¡Qué falta de profesionalismo, por eso el teatro, como toda actividad en este país, se viene abajo! EL MAESTRO: Por favor hijo, no hables tanto, bebe, bebe. PUPILO: ¡Salud! Maestro, muéstrenos la revis- ta en donde escribió al lado de Novo y Pellicer.

KRISTOPHERSEN: Me encantaría que nos revelara sus re- cuerdos. EL MAESTRO: Todo a su tiempo, todo a su tiempo, por lo pronto relajémonos, pero ¿qué pasa con esa música? ¡Vamos hijo!, pon algo flamenco. (El pupilo pone mú- sica.)

KRISTOPHERSEN: La música flamenca siempre es exqui- sita. A ver maestro, ¿de quién es esta frase: “El teatro es la metáfora visible”? EL MAESTRO: ¿A poco cree usted que no puedo sa- berlo? Es obvio que es de un mexica- no.

KRISTOPHERSEN: Error profundo, ¿no lo recuerda por la música? EL MAESTRO: Claro, es francés.

KRISTOPHERSEN: ¡Vamos Maestro!, sorpréndame.

24 EL MAESTRO: Maestra Kristophersen está claro que dicha frase es del mismísimo... (Suena el teléfono.) EL MAESTRO: ¡Oh! Un momento. (Contesta.) SÖREDER: Ortega y Gasset, señora mía.

KRISTOPHERSEN: ¿Si? ¡Oh!, no lo recuerdo por eso pre- gunté. EL MAESTRO: (Al teléfono.) Sí, sí, la dejé en el buzón de la entrada, sí, sí, ya está bien. (Cuel- ga.) EL MAESTRO: Ya puedo decirle quién escribió esa fra- se... (Bebe.) fue...

KRISTOPHERSEN: Ya lo ha dicho el joven Söreder. EL MAESTRO: ¡Ah sí!... ¿y qué dijo?

KRISTOPHERSEN: Ortega y Gasset. EL MAESTRO: Todos sabemos que él fue filósofo, no dramaturgo. SÖREDER: Bueno, si no lo cree... EL MAESTRO: ¿Ah... cuestiona mi intelecto? SÖREDER: Claro que no Maestro, claro que no. (Bebe.) EL MAESTRO: A ver Maestra, hagamos un concurso de frases célebres. SÖREDER: ¡Por favor!, esto es absurdo. EL MAESTRO: ¿Qué le pasa, Söreder, teme perder?

KRISTOPHERSEN: Sí... ¿Teme perder? SÖREDER: Por favor, esto es ridículo.

25 KRISTOPHERSEN: Quizá, quien haga el ridículo, sea us- ted. SÖREDER: Quizá todos lo hagamos, pero está bien.

KRISTOPHERSEN: Bien. EL MAESTRO: Bien. SÖREDER: Bien.

KRISTOPHERSEN: Yo pondré las reglas. Diré las frases; contestará primero el maestro, y si no sabe la respuesta, contestará usted en seguida. ¿De acuerdo? SÖREDER: De acuerdo.

KRISTOPHERSEN: Comencemos con esta: “El teatro es ; hay que hacerla lo más veraz posible”. EL MAESTRO: Por supuesto... Creo que fue...

KRISTOPHERSEN: Vol... ¡Ay!, me encanta el voley... El boli... EL MAESTRO: ¡Maestra por favor!... es usted una dama y delante de los... Usted sabe. SÖREDER: Eso es trampa... EL MAESTRO: ¡Ya!... Perdón... Vol... ¡Voltaire!

KRISTOPHERSEN: Claro... ¿Cómo lo supo? EL MAESTRO: ¿Jurado? (A los otros.) PUPILO y BRAUNEN: (Asienten.) Correcto, correcto.

KRISTOPHERSEN: Veamos esta: “El hombre tiene que robustecer la justicia para luchar con- tra la injusticia eterna, crear felicidad

26 para protestar contra un universo de perversidad”. Su turno... (A Söreder.) SÖREDER: No me diga... Albert Camus.

KRISTOPHERSEN: ¡Vaya, vaya! Es usted sorprendente. (Coquetamente a Shöreder.) Veamos, “ser de cabellera...” EL MAESTRO: “Larga e ideas cortas” Algo un poco más difícil, por favor. Napoleón. ¿Ju- rado? (A los otros.) PUPILO Y BRAUNEN: (Asienten.) Correcto, correcto, excelente.

KRISTOPHERSEN: Esa no era la frase. EL MAESTRO: “Que ningún mortal se considere feliz antes de llegar sin sufrimiento al tér- mino de su vida”. (A Söreder.)

KRISTOPHERSEN: ¿Söreder? SÖREDER: ¡Sófocles!

KRISTOPHERSEN: Me está ganando... (Coqueteando.) EL MAESTRO: “El drama es poesía completa... Ver- dadera, perfecta poesía; consiste en la armonía de los contrarios... Lo gro- tesco es una de la bellezas supremas del drama”. SÖREDER: ¡Víctor Hugo! EL MAESTRO: “La poesía en el teatro es un encaje fino que no puede distinguirse a distancia”. SÖREDER: Jean Cocteau: “El hombre está conde- nado a ser libre”.

27 EL MAESTRO: ¡Nietzsche! SÖREDER: Ja, ja, ja, ja... Caíste... Sartre. Una más y estarás acabado... “De las maravillas que habitan el mundo, la mayor, el hombre”. EL MAESTRO: Tú, tú, tú, tú, tú... ¡Tu abuelita en cal- zones! (Suena el teléfono; todos callan consternados.) EL MAESTRO: (Con gran enojo.) ¡Bueno! Ya le dije que en el buzón, no lo entiende. ¿No está? Pinche mocoso (Para sí mismo.) Entre así. Bueno, no; espere un poco, ya es demasiado tarde. ¿Trajo su vestuario? Sí, sí, claro. ¿Qué dinero? Si todavía no ha actuado. Está bien, está bien, lo tendrá al final. ¡Adiós!

KRISTOPHERSEN: ¿Quién era? EL MAESTRO: Nadie, un actor que se quiere echar para atrás en el estreno. SÖREDER: ¿Jurado? (A los otros.) PUPILO y BRAUNEN: Excelso, supremo, etéreo. (El Maestro los mira con ira.) Regular, bue- no, pero pudo estar mejor. EL MAESTRO: Basta ya de concursitos. Bebamos. Voy a ver quién toca la puerta.

KRISTOPHERSEN: Pero nadie ha tocado. PUPILO: Nadie.

28 EL MAESTRO: ¿Ah no?, bueno con tanto ruido... Pero van a tocar. BRAUNEN: Quizá su invitado... EL MAESTRO: ¿Qué invitado? BRAUNEN: Su invitado. EL MAESTRO: ¡Ah, sí, mi invitado! (Se sirve otro vaso de licor; se sienta. Suena su celular y con- testa. Abre la puerta y se topa con Tita Yukari en la puerta. Asustado.) ¿Pero qué hace aquí? TITA YUKARI: Pues, ¿no me dijo qué viniera?... EL MAESTRO: ¡Ah sí! Pase. (Finge sorpresa.) Pero her- mano, mi querido, tres veces doctor. TITA YUKARI: El mismo que pisa y calza. EL MAESTRO: Viste y calza; no diga sus diálogos, sea más natural. (Lo toma del brazo y lo apar- ta.) ¿Pero, es qué viene tomado? TITA YUKARI: Sí, pero solo un poco, mire aquí hay sorronche. EL MAESTRO: No se atreva.

KRISTOPHERSEN: ¡Qué hombre más apuesto! Venga sién- tese aquí, a mi lado. ¡Qué persona tan distinguida!, nos ha llegado directo del Olimpo. Se ve que la cultura emana de sus poros. PUPILO: Querido Maestro, perdón, posdoctor, quiero leerle mi último poema hagio- gráfico.

29 MAESTRO: Hijo no es necesario, además aún es muy temprano. PUPILO: ¡Ah no!, usted dijo que mis textos eran prodigiosos, recuérdelo. (Saca unas hojas del bolsillo del pantalón e inicia la lectura:) Tita Yukari, el Maestro Tita Yukari, el resplandor Tita Yukari, etéreo hasta el fin Tita Yukari, tres veces doctor Tita Yukari, coloso de Rodas Tita Yukari, el Maestro Tita Yukari, la flor del Edén Tita Yukari, el estéfano Tita Yukari, el tántrico Tita Yukari, Sinnen y Beudentung Tita Yukari, el Maestro Tita Yukari, el visionario Tita Yukari, el ditirambo Tita Yukari, el desconocido Tita Yukari, el impronunciable Tita Yukari, el Maestro Tita Yukari, el invisible Tita Yukari, Tita Yukari Tita Yukari, Tita Yukari Tita Yukari, el hombre. (Pausa. Todos quedan boquiabiertos y en gran silencio.)

30 KRISTOPHERSEN: Pero, ¡qué curiosito niño! EL MAESTRO: (Como si le hubieran leído el poema a él.) Suficiente, hijo, estuviste estupendo, ¿o no? TODOS: Por supuesto, claro que sí, extravagan- te. EL MAESTRO: El niño es bueno, es bueno. (Todos des- concertados y sin creer lo que el Maestro dice.) EL MAESTRO: Muy bien, para no llevarnos otra sorpresita más, voy a acelerar nuestra tertulia. Diga doctor Tita Yukari ¿cuál es el motivo de su presencia en esta cena? TITA YUKARI: Bueno primero que nada... Hum, hum, hum... ¿Me permite un momen- to? EL MAESTRO: Claro, con su permiso... TODOS: Propio, adelante. (Se alejan un poco del grupo.) TITA YUKARI: Ya le dije que no encontré la lista de frases célebres que me dejó. EL MAESTRO: Claro que sí, ahí estaba... TITA YUKARI: No, mire, la busqué mucho... EL MAESTRO: ¡Cállese! ¡Baje la voz! ¿Y el otro diálo- go qué le di? TITA YUKARI: ¡Ah!, ese sí. EL MAESTRO: ¿Memorizó?

31 TITA YUKARI: ¡Pues claro!, ganar, ganar. ¿No? EL MAESTRO: Ándele pues, diga ese. TITA YUKARI: ¡Oiga! ¿Y si se me olvida? EL MAESTRO: Pues improvisa. ¿Qué no ha visto tan- to ensayo? TITA YUKARI: Si no soy tramoyista; los de teatro ya casi no lo usan, no les alcanza, ade- más ni hay presupuesto para que ren- ten el teatro. ¿Usted cree qué va a ha- ber para escenografía? No, si estos nos traen cortitos, ya ni para el trapeador nos quieren dar. Usted me hace actor famoso, me lleva a las telenovelas y yo dejo la intendencia y le permito ensa- yar en las noches y que meta a los chavitos y su pomo. ¿Cómo ve? EL MAESTRO: ¡Cállese!, haga lo que le digo y ya no pisté, a ver ¿qué está tomando? Preste un facho. (Bebe.) TITA YUKARI: Alcohol del 96. EL MAESTRO: ¡Uy!, (Tose.) ¡excelente cosecha! TITA YUKARI: (A todos.) Pues mis queridos y diáfa- nos babiecos... BRAUNEN: Díganos, doctor. TITA YUKARI: ¡Pos doctor! Verán, los hemos reuni- do con el motivo de dos grandes acon- tecimientos: el primero, enterarlos del descubrimiento filológico más grande

32 de la historia de la literatura, ¡qué digo!, de la historia del arte, la estética del teatro ¿y por qué no?, el descubri- miento que revolucionará la vida cul- tural del mundo, diría yo. Bueno al menos del mundo occidental. Porque nuestros amigos de oriente, ya lo ha- bían hecho mucho antes. PUPILO: ¿Pero de qué habla, tres veces doctor? EL MAESTRO: ¡Calla, niño, calla!

KRISTOPHERSEN: ¿De qué se trata? TITA YUKARI: (Sirviéndose una copa doble o triple a la cual le da un gran trago.) Se trata ni más ni menos de un documento medieval.

KRISTOPHERSEN: Muy interesante. BRAUNEN: Toral, medular, exquisito. PUPILO: Etéreo. SÖREDER: ¿Qué? EL MAESTRO: Respaldo lo dicho por el doctor, por mis estudios sobre el nuevo profeta del teatro; qué digo profeta, el mesías del teatro de la neo-post-vanguardia-anti- clásica-tremendista. SÖREDER: ¿Me puede explicar de qué se trata tal neologismo? EL MAESTRO: Mi querido y neófito compañero, re- sulta que los nuevos hallazgos filoló- gicos y la profunda reflexión axioló-

33 gica, hermenéutica, exegética y final- mente semiológica, así como psicoló- gica pura, gestaltiana como interdis- ciplinar y transdisciplinar apuntan a desenhebrar el descubrimiento más radical que pondrá tope a la involución que el teatro ha tenido en aproxima- damente quinientos años.

KRISTOPHERSEN: ¡Orgiástico! BRAUNEN: ¡Maquiavélico! PUPILO: Etéreo. SÖREDER: Prosiga. EL MAESTRO: Nada más y nada menos que nos he- mos estado equivocando casi desde siempre. SÖREDER: ¿Cómo lo fundamenta? EL MAESTRO: El tres veces doctor Tita Yukari encon- tró unos geniales documentos que se- rán lo más relevante desde que Menéndez Alonso o Dámaso Pidal rei- vindicara a Góngora y Argote. Un do- cumento que revela la distorsión crea- da por la Iglesia Católica y otras reli- giones monoteístas sobre las interpre- taciones de la Poética de Aristóteles. SÖREDER: ¿De qué mala broma se trata? EL MAESTRO: Tita Yukari tiene en su poder un ma- nuscrito que tradujo Torquemada, di-

34 recto del griego al arameo y del arameo al latín. Dicho documento es una or- den emitida secretamente por el impe- rio Bizantino para que se creara una Poética que sería atribuida a Aristóte- les, es decir que la Poética de Aristóteles es apócrifa, o sea en palabras vulga- res, falsa. SÖREDER: ¡Pero qué estupidez!

KRISTOPHERSEN: ¡Calle; esto es buenísimo! BRAUNEN: ¿Sabes lo qué esto representa? PUPILO: No, ¿qué representa? EL MAESTRO: El cambio de la concepción del mun- do. Y lo mejor es que Lutero conocía el documento.

KRISTOPHERSEN: ¡No! BRAUNEN: ¡Sí! PUPILO: ¿Qué? EL MAESTRO: Hemos sido engañados todo este tiem- po. Sin embargo, la verdad será divul- gada al mundo en los próximos días. SÖREDER: Lo juzgarán loco. EL MAESTRO: Claro que no; con este documento podremos legitimar la representación total de nuestras obras. SÖREDER: No veo la más mínima trascendencia en ese dizque hallazgo. EL MAESTRO: Sófocles fue mal interpretado.

35 KRISTOPHERSEN: ¿Por qué dice que Sófocles fue mal in- terpretado? EL MAESTRO: Primero todo eso de la tragedia fue un engaño, es falso. La concepción que te- nemos de la tragedia es errónea. SÖREDER: Culmina y se concreto. EL MAESTRO: Sófocles quería hacer una desinhibi- ción total de la sexualidad. BRAUNEN: Lo sabía... (Todos lo voltean a ver.) bue- no, lo intuía. SÖREDER: Claro, y como a los griegos no les gus- taba la tandariola, pues... Eran muy recatados... ¿No? Eso es de primer gra- do. EL MAESTRO: El ejemplo más nítido: Edipo rey. Veamos la estructura. Querido Braunen, ¿cómo inicia la primera es- cena? BRAUNEN: No lo recuerdo. SÖREDER: Por favor, sea breve. EL MAESTRO: Está bien, todos sabemos la anécdota. Primero, caen las pestes que mandan los dioses, porque están enojados ya que Edipo mató a Layo, su padre; se- gundo, Yocasta es la esposa de Edipo, quien fue esposa de Layo, su madre. SÖREDER: Razón por la cual el destino intervie- ne para que el personaje esforzado, el

36 nuevo rey Edipo baje a su condición de hombre mortal, víctima de sus pa- siones. EL MAESTRO: Hizo su tarea... Pero el truco radica en que el destino interviene contradic- toriamente al libre albedrío. Si Dios existe desde que crea todas las cosas, incluyendo al hombre, y los griegos o helenos son hombres y fueron creados por Dios, luego entonces los helenos ejercían el libre albedrío, por tanto des- aparece el destino y por ende desapa- rece la tragedia. SÖREDER: Es de primer grado. Los griegos no tenían esa cosmovisión. EL MAESTRO: Por eso estuvieron engañados todo el tiempo incluyéndote, (A Söreder.) ex- ceptuando a Sófocles y a un servidor. La visión del mundo enfatizada por Sófocles es que Edipo gozó de su libre albedrío; nunca fue culpable, todo lo que hizo fue correcto, no hay tal arre- pentimiento en Edipo al darse cuenta de que había matado a su padre y que había procreado una prole con su ma- dre, por la sencilla razón de que él no lo sabía y por lo tanto no hay culpa, ni moral trunca, ni ética trunca.

37 SÖREDER: Y me puede decir, mentor, ¿cómo es que Edipo al final se saca los ojos lite- ralmente y Yocasta se suicida? EL MAESTRO: Mi iluso amigo, Sófocles no hizo un final realista, sino un final totalmente simbólico... Yocasta muere por obra de Sófocles, el autor. Es como un efí- mero de Jodorovsky. Jodorovsky afir- ma que al finalizar un acto artístico, por ejemplo el de la fiesta brava, el au- tor señala que el torero mata al toro, su instrumento simbólicamente, o sea: quiebra el molde haciendo de este un acto irrepetible, como en el teatro. SÖREDER: Y Sófocles seguramente conoció a Jodorovsky. EL MAESTRO: ¡Cómo será usted malo con las fechas! Jodorovsky conoce a Sófocles. Sófocles mata a Yocasta para que el acto de relación edípica sea irrepeti- ble.

KRISTOPHERSEN: Majestuosa estrategia de una obra per- fecta. BRAUNEN: ¿Y los ojos de Edipo? EL MAESTRO: El símbolo más inequívoco de todos. Él se saca sus ojos, porque Edipo en sí, es el mismísimo Sófocles personifi- cado, para simbolizar el hecho de que

38 el espectador y el resto de la humani- dad están ciegos: invidentes ante la obra del más refinado acto erótico en- tre un varón y su madre. BRAUNEN: Y las escenas eróticas entre Edipo y su madre, ¿por qué no se ven? EL MAESTRO: ¡Por favor!, es evidente que ahí estaba la denuncia ante el puritanismo de la época. La mayor denuncia radica en no dejar disfrutar al público del refi- nado festín. SÖREDER: ¿Y qué del asesinato de Edipo a su padre? EL MAESTRO: ¡Qué cosas piensa!, usted es un dege- nerado, eso obviamente fue un cruel asesinato. Jamás pensaría usted que Sófocles quisiera justificar tal crimen. SÖREDER: ¡Qué estupidez y desvergüenza, Maes- tro!, si es que después de esto puedo seguir llamándolo así, a pesar de que usted, nunca me dio clase alguna por más que usted lo presuma. Es obvio que usted no tiene la más mínima idea de lo que es el teatro clásico, mucho menos creerá esa sarta de sandeces que está diciendo. ¿Dónde estudió usted, en un circo? No lo creo, hasta los cir- censes tienen sensibilidad y mucha

39 noción del teatro. Y yo lo que he visto de usted es precisamente eso, nada; el único teatro del que usted tiene cono- cimiento es el de su propia vida. EL MAESTRO: Pero, ¿qué le pasa Söreder?, lo desco- nozco. ¿Está usted envilecido por mi gran descubrimiento? SÖREDER: ¡Por favor! ¿Qué le va a enseñar a este pobre muchacho? (Refiriéndose al pupi- lo.) EL MAESTRO: ¿Qué? La vida, la vida misma, las pa- ladas de sexo de las que carece él y el mundo, festines, enanos y animales, perros y gatos, necrofilia, coprofilia, eso es la vida. El circo romano era tan solo eso, un pequeño y ridículo Atayde. Nuestros padres no son los griegos, son los romanos. El teatro ya no será más sufrimiento y vana carca- jada, ya no existirá el dramaturgo po- bre... ¡Nos haremos ricos! Eso es lo que la gente quiere... Voy a desnudarme... SÖREDER: ¿Qué le pasa? (Todos tratan de detenerlo y forcejean.) EL MAESTRO: ¡Suéltenme, suéltenme! (Logra soltarse.) Pinche Ruiz, deberías apellidarte Gutiérrez, eso es lo que eres; no eres nadie, nadie hasta que te

40 hiciste llamar Söreder y tu nombre en alemán equivale a eso: Pérez, Gutié- rrez o cualquiera de esos. SÖREDER: ¡Cállate!, tú me lo pusiste el día que fuimos a la “Casa del actor” y el men- tado sindicato; nada más a ti se te ocu- rren semejantes apellidos. Yo me hu- biera puesto un apellido polaco, ade- más el apellido chino ahora es el de moda. EL MAESTRO: ¡Yo te inventé! SÖREDER: Tú ni siquiera me diste clases; yo no niego la cruz de mi parroquia como tú, aunque me sirvió el nombrecito; aquí te cambias el nombre y te besan las patas.

KRISTOPHERSEN: (Llora repentinamente en un arrebato de depresión alcohólica.) Yo no me llamo Heidy Kristophersen Esmidersen. (Llo- ra inconsolablemente y todos los demás que- dan sorprendidos.) BRAUNEN: ¿Qué?, entonces, ¿quién eres?

KRISTOPHERSEN: Aidé Cruces (Llora.) PUPILO: ¿Aidé Cruces? ¡Ay de cruces!, cruda que va a sufrir mañana. EL MAESTRO: ¿Y de dónde sacó lo de Kristophersen Smidersen?

41 KRISTOPHERSEN: Así me decía de inglés en la secundaria. Y como el único fruto de nuestro amor fue mi hijo que estu- dia en UTEP, así me lo dejé. (Llora.) BRAUNEN: ¿Maestro de inglés? ¡Maestro, pero en ingles! Intencional, sin acento. SÖREDER: ¿Y tú, Braunen, ahora nos vas a decir que no te llamas así? BRAUNEN: ¡Ay!, Maestro, es que usted y sus nom- bres... (Al Maestro.) EL MAESTRO: Nada más tú me quedas, Braunen, nada más tú me quedas. BRAUNEN: Braunen me puso el Maestro, lo de Joy es por gay. SÖREDER: Siempre pensé que tenías tendencias sexuales alternativas, pero no gay. BRAUNEN: ¿Eres homofóbico? SÖREDER: Claro que no, yo respeto la homose- xualidad, pero no soy joto. TITA YUKARI: ¿Ah, con que ya entramos en confesio- nes? Pues yo tampoco soy... EL MAESTRO: (Interrumpiendo.) Ya no reveles el secre- to Tita, ya no reveles el secreto. TITA YUKARI: Primero me dice que me pagará para venir aquí a decir mentiras y luego me sale con que no, ahora lo digo, porque si no, no me paga, además me hizo vestir ridículamente y aprender esas

42 frases que ni sé lo que dicen. (Todos asombrados.) Señores, señoras o lo que sean. (Pausa.) Yo no soy Tita Yukari. BRAUNEN: ¿Qué?

KRISTOPHERSEN: Déjese el nombre, le queda bien. (Coqueteándole.) Me recuerda a la co- muna hippie. TITA YUKARI: Gracias, señito. (Correspondiéndole.)

KRISTOPHERSEN: Tan fuertezote. (Totalmente enloquecida por él.) TITA YUKARI: Señito, nomás me pagan y nos vamos, pos como le decía... Tita Yukari es él. (Señalando al maestro.) BRAUNEN: ¿Qué? PUPILO: ¿Qué? Pero si... BRAUNEN: Yo a este hombre siempre lo veo en el teatro. SÖREDER: ¡Claro! Si es el intendente... Ya se me hacía raro lo del posdoctorado en didascalias. BRAUNEN: ¿Y qué es eso? SÖREDER: Acotaciones. BRAUNEN: ¿Y qué son las acotaciones? PUPILO: Qué de mentiras en todo esto; y pen- sar que yo y él... (Se desmaya.) SÖREDER: ¡También al niño! (Al maestro.) EL MAESTRO: Cállense, ¿no me respetan más ahora? ¡Yo soy Tita Yukari!

43 SÖREDER: ¿Cuándo alguien te ha respetado? Si nunca has montado ni una obra, nada, ni siquiera los textos te aprendes, todo lo lees. EL MAESTRO: No me hables así, Pérez Ruiz; no me hables así, Pérez Ruiz. SÖREDER: Tampoco me llamo Pérez Ruiz. BRAUNEN: ¡Vámonos, vámonos! (El pupilo vuelve en sí.) TODOS: ¡Vámonos, vámonos! (El intendente saca a Kristophersen en brazos.) PUPILO: ¡Qué de mentiras en todo esto! Y me dijo que me llevaría con Almodóvar. EL MAESTRO: No te vayas, no. Al menos quédate tú, mi último pupilo, mi último discípu- lo; no somos hijos de los griegos, so- mos hijos de los romanos. Yo soy Tita Yukari, yo soy Tita Yukari. Yo soy hijo de Tita Yukari, todos somos hi- jos de Tita Yukari, todos somos hijos de Tita Yukari. (Salen todos quedando únicamente el maestro solo en el escenario).

TELÓN

44 EL TOPO

“El Topo” obra en la cual debuta como dramaturgo Felipe Saavedra, plantea la sordidez de la vida del indigente, producto de las urbes del mundo actual, y cuya constante aparente, es el genocidio; con un lenguaje llano construye una tensión dramática introspectiva la cual se traduce en el desdoblamien- to de identidades y entidades que se disipan y mate- rializan en un diálogo fluido, polisémico y multidireccional. En esta obra compleja, se encar- na un dramaturgo que viene a ser la última esperan- za del teatro universitario chihuahuense. Saavedra, heredero de una tradición teatral cuya veta inicia con el maestro Fernando Saavedra y consecuentemente con Luis H. Saavedra y Leonar- da Montoya, transmite la vivencia que desde su in- fancia marcó su vida para el teatro. ENRIQUE MACÍN Agosto, 2004

45 46 El topo

PIEZA EN UN ACTO

Personajes: HEIDEN JACK MUJER INDIGENTE HOMBRE I HOMBRE II —————

47 (El subterráneo de Nueva York o de una gran urbe, cualquiera, todas son iguales. Drenaje.)

ESCENA PRIMERA

(Aparecen dos hombres en el extremo izquierdo del escenario, uno de ellos recostado, el otro auxiliándolo.)

HEIDEN: ¿Dónde estoy? JACK: Has dormido más de dos días. HEIDEN: ¿Quién eres tú? JACK: Nadie... Aquí no eres nadie, aunque allá arriba uno es menos que nadie. HEIDEN: ¡Mis piernas, no puedo sentir mis pier- nas! ¡Ay, ay! JACK: ¿Cómo te llamas? HEIDEN: Heiden (Pensativo.) JACK: Heiden, ¿alemán? HEIDEN: ¿Por qué estoy aquí? JACK: No hay otro lugar, aquí siempre es aquí... Tú solo llegaste. HEIDEN: No recuerdo nada. JACK: Yo tampoco, es decir, no quiero recor- dar y parece, parece que no puedo. HEIDEN: Ayúdame a salir de aquí. JACK: Si supiera la salida ya hubiera salido. HEIDEN: ¿En dónde estamos? JACK: En otra ciudad, bueno, es la misma solo que abajo. HEIDEN: ¿Abajo?

48 JACK: Sí. HEIDEN: ¡Ay!, mi cintura, no soporto mi cintu- ra. JACK: El golpe fue bastante fuerte, por lo me- nos son cuatro metros de altura. (Obser- va la entrada de la luz sobre sus cabezas.) HEIDEN: Siento la cabeza dormida, ¿alguna vez se te ha dormido la cabeza? JACK: No, siempre la he tenido muy despier- ta. ¿Sabes?, es bueno que hayas llegado. Es difícil hablar con alguien aquí abajo. Todos dicen demasiadas verdades. HEIDEN: Sácame de aquí. JACK: ¿Y... hacia dónde quieres que te lleve? No puedes moverte, si te muevo de aquí no volverás a caminar. Estás muy heri- do. (Pausa.) HEIDEN: ¡Ay!, ¡ay! JACK: ¿De dónde eres? HEIDEN: No lo sé, no lo recuerdo. JACK: ¡Vamos!... Tienes aquí solo dos días, no puedes olvidar tan pronto. Yo tengo aquí dos años y aún lo recuerdo, solo que ya no me interesa... Además, estuviste dor- mido. HEIDEN: Es verdad, no lo recuerdo. (Desconcerta- do.) JACK: ¿Sabes?... Yo también estuve arriba. Tuve una madre, una esposa, hasta tuve

49 un empleo. Si, creo que así fue. Pero no lo olvido, es decir, no por completo. HEIDEN: ¿Qué hay allá arriba? (Desesperado.) JACK: ¿Arriba?... Hubo muchas cosas, todas distintas: los lugares, la luz, el sonido, el viento, la lluvia, el tiempo. El tiem- po... Aquí el tiempo pasa largo y lento; las gotas de agua te lo anuncian, lo cin- celan en tu cerebro, cada gota, cada ins- tante eterno es una saeta, un latigazo congelado, un latigazo que abre heridas en tu pensamiento. Yo lo recuerdo, ten- go aquí dos años y lo recuerdo. Tú, dos días... Tú no pudiste olvidarlo. HEIDEN: ¡Ay!, mi cintura, me duele mi cintura. No, no recuerdo nada. JACK: ¡Vamos!, toma esto. (Le da una pastilla y agua.) HEIDEN: Hace frío. JACK: Aquí es más caliente que arriba. En oca- siones, rompo las tuberías y sale aire ca- liente. HEIDEN: ¿Cómo te llamas? JACK: Jack, a veces Fred, pero casi siempre Jack. Una mujer en el otro túnel me lla- ma Fred, pero creo que soy Jack. HEIDEN: Debe ser difícil. JACK: No, es divertido, a veces soy Fred y me va muy bien, pero a Jack... A Jack le ha

50 ido muy mal. Jack ayuda a Fred y a Jack. No es tan complicado, solo somos tres. HEIDEN: ¿Tres? JACK: Sí, Fred, Jack y yo. HEIDEN: ¿Pero entonces tú eres? JACK: Soy Fred. HEIDEN: ¿Y Jack? JACK: Soy yo (Riéndose.) HEIDEN: No te entiendo. JACK: No hay nada que entender; los conoce- rás a los cuatro. HEIDEN: ¡Ah!, ahora son cuatro. JACK: No, solo tres, te presentaré a la mujer del otro túnel. HEIDEN: ¡Ay! Mi cintura, no soporto mi cintura. JACK: Pronto pasará. ¿Sabes? En cierto modo te esperaba, sabía que llegarías. HEIDEN: ¿Por qué lo dices? JACK: No lo sé, solo lo sabía. HEIDEN: Tengo miedo... No sé quién soy, apenas recuerdo mi nombre. Este es un lugar ex- traño. JACK: No... Este es un lugar común, y tú aho- ra eres común. Todos llegamos de dis- tinta manera; pero todos llegamos. HEIDEN: No estoy muerto, me duele la cintura, no estoy muerto. JACK: Es cierto... A mí no me duele nada, pero a veces creo que estoy muerto. (Pausa.)

51 Cuando tengo hambre vivo otra vez. Voy a buscar algo, alguna lata, pollo. Aquí encuentras de todo. ¿Tendrás ham- bre? HEIDEN: Sí, espera no te vayas. (Sale Jack.) ¿Qué pasa?, todo está oscuro, huele mal. Mi cintura, no aguanto mi cintura, con este frío, ¡ay!, ¡ay! Tengo que irme de aquí (Intenta arrastrarse y cae de un escalón alto en el cual está recostado.) ¡Ay!, ¡ay! (Se des- maya del dolor y se apagan las luces.)

ESCENA SEGUNDA

(Recostado Heiden se queja, al parecer está soñando.)

HEIDEN: (Susurra.) Ayúdenme, que alguien me despierte, despiértenme. (Jack despierta a un lado de él; va a despertarlo.) JACK: ¡Hey!, ¡hey! Despierta, ¡ya, ya! (Heiden despierta.) HEIDEN: No, no. (Desesperado.) JACK: ¡Vamos!, ya pasó, fue un sueño, ya, ya. (Heiden se tranquiliza, pero aún desconcer- tado.) HEIDEN: Fue un sueño. JACK: ¿Qué pasó? HEIDEN: Estaba en una habitación de un segun- do piso. Yo vivía ahí; era una habita- ción con periódicos en el suelo, la puer-

52 ta estaba abierta, afuera había un desfile o algo así, se escuchaba mucha gente. La puerta daba a una escalera, me conduje a ella, todo estaba oscuro, había un apa- gador de luz, lo presioné, pero no pren- día; continué avanzando, comencé a des- cender escalón por escalón, luego, no los sentí más, empecé a caer, me tomé del barandal, pero no lo sentí, seguí cayen- do, mi cuerpo se quebraba por los gol- pes en la escalera, pero no los sentía, no sentía los golpes, solo rebotaba, traté de gritar pero no me oía, solo escuchaba mis huesos quebrarse, aún después de lle- gar al suelo seguía cayendo. (Termina llo- rando.) JACK: Los sueños suelen ser reales, más reales que tú y que yo. Heiden, esa casa, ese lugar, ¿lo recordaste o era parte del sue- ño? HEIDEN: No lo sé, durante el sueño yo sabía que vivía ahí, pero no sé si en realidad vivía ahí. JACK: ¿No has recordado nada? HEIDEN: No. JACK: ¿No recuerdas cómo llegaste? HEIDEN: No, ¿tú lo sabes? JACK: Al parecer caíste de esa alcantarilla; solo escuché un golpe fuerte, te retiré del agua para que no te ahogaras, revisé tu pulso 53 y todavía tenías. Eres de allá arriba. HEIDEN: Tengo que salir de aquí. Tú puedes ayu- darme. JACK: No, yo no puedo ayudarte, no ahora. HEIDEN: ¿Por qué? JACK: Mírate, no puedes moverte, yo no pue- do moverte, tus piernas están mal, ni si- quiera tienes reflejos. HEIDEN: Busca ayuda, haz algo. JACK: No recuerdas nada, ¿hacia dónde voy a llevarte? No puedes salir, si te ven así, para ellos solo serás un homeless, un in- digente, nadie, y aparte ¿qué les vas a decir?, ¿qué eres Heiden? JACK: Yo no salgo mucho; a veces vienen a buscarte, aquí es difícil que te encuen- tren, pero arriba, solo pasan y les gusta verte caer. Les gusta ver caer los cuerpos flácidos. HEIDEN: ¿A qué te refieres? JACK: Nos buscan, solo vienen a limpiar, como dicen, solo un disparo y se acabó. Na- die nos reclama, nadie nos conoce, solo nos disparan. No puedes salir Heiden; solo puedes entrar, pero ya no puedes salir. HEIDEN: Estás mintiendo, esta es una historia tuya; tú eres un loco, me tienes aquí se- cuestrado. (Le arroja una botella, Jack al- canza a esquivarla.) 54 JACK: Eso es lo que pasa; tú eres uno de ellos, venías a matarnos, ¿no es cierto? Has fin- gido esa amnesia para que no te mate, ¿no es cierto? ¿No es cierto? (Lo sacude con fuerza.) HEIDEN: ¡Ay!, ¡ay!, mi cintura, mi cintura. (Jack tranquilizándose.) JACK: Yo no soy un asesino, pero estoy loco, eso es cierto, estoy más loco que tú y que todos los de allá arriba; puedo hacer lo que ustedes hacen, incluso puedo ser más sádico. (Transición.) Pero no soy tan co- barde, todavía no soy tan cobarde. (So- llozando.) Yo no te tengo aquí, yo no te traje aquí, a mí nadie me trajo. Yo como tú, llegué solo. No me he ido, pero me iré. HEIDEN: Tienes que ayudarme. JACK: Aún no me he ido, pero me iré. (Jack sale del lugar; se apaga la luz.)

ESCENA TERCERA

(Aparece Heiden dormido; Jack se acerca con una bolsa y lo despierta.)

JACK: Despierta, traje algo de comer. HEIDEN: ¿Qué pasa? Gracias, tengo hambre (Em- piezan a comer; se escuchan gritos.)

55 Voces: ¡Hey!, ¡hey! (Arriba se escucha una perse- cución, se escuchan risas, ruido, golpes, dis- paros, gritos.) JACK: Shhh... No te muevas, no hagas ruido (Toma unos trapos negros y cubre a Heiden; repta hasta el extremo opuesto del escenario, luego se pone de pie, toma un palo del suelo y aguarda escondido, repentinamente todo se queda en silencio, aparece una mujer, Jack la ataca y forcejean.) MUJER: Suéltenme, suéltenme. (Lo reconoce.) ¿Fred, eres tú? JACK: ¿Qué Fred? Voy a matarte. MUJER: No, Fred, espera, cálmate, soy yo. ¿No me recuerdas? ¿No me reconoces? Soy yo, mírame. JACK: (Comienza a llorar.) Eres tú, no lo sopor- to; son esos ruidos, siempre están allí, no los soporto. MUJER: (Abrazándolo.) Shh, ssshh, todo está bien, ¡ya!, ¡ya! Fred, ¿por qué no has ido? Te he estado buscando. Aquí ya no es segu- ro, tenemos que irnos, tú lo entiendes Fred, tenemos que irnos. Ayer entraron, los escuché; me escondí, no me oyeron, pero van a volver, lo sé. HEIDEN: Entonces es cierto, vienen a buscarnos, Jack tienes que hacer algo. ¡Sácanos de aquí! Usted, ¡sáquenos de aquí! (Dirigién- dose a la mujer.) 56 MUJER: ¿Quién es él? Lo he visto antes. JACK: Hace unos días que está aquí, cayó por esa alcantarilla. MUJER: Su cara me parece conocida. (Regresan los sonidos de arriba.) JACK: ¡Shh!, ocúltense. (Abraza a la mujer; ter- minan los sonidos. Silencio.) MUJER: Ya se fueron; antes no venían hasta acá Fred, tenemos que buscar un túnel, un túnel que nos saque lejos, ¿por qué vie- nen? JACK: Ayer estuve buscando en los túneles del ala sur. MUJER: No, podrías perderte o ahogarte, a ve- ces sube el nivel del agua; es peligroso. JACK: Dicen que ahí hay un túnel viejo que da hacia fuera de la ciudad. Mañana iré a buscarlo. MUJER: Es extraño, antes no bajaban, (Hablando con Jack.) algo está pasando. (Cae en cuen- ta.) ¡Es él!, ¡es él!, vienen a buscarlo. Fred, él vino a matarnos. HEIDEN: Mientes. JACK: ¿Qué pasa? No es verdad. MUJER: Él es uno de ellos, vino a matarnos y cayó aquí, a él tenemos que sacar. (Tra- ta de golpear a Heiden.) JACK: No es verdad. Déjalo, no recuerda nada. (Apartándola.)

57 MUJER: ¿Qué dices? Él es el motivo, ¿no lo en- tiendes?, lo buscan por eso están aquí. JACK: ¡Ya basta!... No recuerda nada, perdió la memoria al caer. MUJER: Trágate ese cuento, pero solo espera a que te maten. (Sale del escenario. Silencio.) HEIDEN: ¿En verdad crees eso? JACK: No me importa. HEIDEN: Entonces... ¿Por qué me defendiste? JACK: Yo no te defendí, tu amnesia lo hizo. HEIDEN: Entonces, ¿me crees? JACK: Jack entiende todo. (Transición.) Fred cree vivirlo todo. (Transición.) A mí no me importa. Puedo acabar contigo si así lo deseo, pero no me interesa. HEIDEN: ¿Jack? (Lo observa.) JACK: No me interesa. No te conozco, nadie me conoce, no sabes quién soy. (Silencio.) HEIDEN: No entiendo tu lenguaje. JACK: Aquí todo pierde sentido, no existe la blasfemia, somos inocentes Jack, somos inocentes. (Pausa.) Cansado estoy de vi- vir, pero más cansado estoy de querer morir. (Cae arrodillado.) Ayer escuché los llantos de una niña, lloraba, gritaba. No sabía de dónde provenía ese llanto; bus- qué hasta ver una caja grande de cartón, me acerqué... Una niña espantaba ratas con un palo, las apartaba de otra niña.

58 Las ratas le arrancaban los deditos. (Llo- rando. Pausa.) Maté a las ratas, luego, tomé a las niñas, las abracé fuertemen- te... (Abraza con tal fuerza a las niñas que las ha asfixiado.) Hasta que dejaron de llo- rar, las dejé dormidas y me fui. Tene- mos que salir de aquí, Heiden. HEIDEN: ¿Cuál es tu propuesta? JACK: Solo tienes que esperar. Por la mañana la marea está baja; iré a buscar el túnel. Si no lo encuentro para el anochecer será difícil que pueda regresar, si lo encuen- tro aguardaré hasta que baje de nuevo la marea, y vendré por ti. Tienes alimento para dos o tres días, también traje agua. Buenas noches Heiden, buenas noches. (Jack apaga la lámpara, pausa prolongada; ambos duermen, luego Heiden empieza a hablar dormido.)

HEIDEN: ¡Mátalos, mátalos! Malditas ratas, ¡má- talos!... (Jack despierta y lo escucha sorprendido; mientras tanto Heiden despierta, riéndose diabólicamente.)

JACK: Te escuché Heiden, te escuché. HEIDEN: Pero, es que... ¿Estoy aquí? JACK: No es un sueño, esto es real... Te escu- ché. (Furioso y consternado.) HEIDEN: (Transición) Jack, espera ahora lo recuer- do todo.

59 JACK: ¿Recuerdas? ¿Qué recuerdas? (Desconcer- tado.) HEIDEN: Sé quien soy. JACK: ¿Quién? ¿Quién eres? Bastardo. HEIDEN: Soy de la ciudad, soy de allá arriba; so- mos cientos, tal vez miles, y limpio, lim- pio las cloacas de esta ciudad; mato ra- tas, topos, a la lacra, a los sátrapas, a la mugre que se esconde en el salitre, a los que sus vidas les estorba, a aquellos que se sienten con derecho de robarnos, de pedirnos dinero, a los que huelen mal, a los que gritan como locos, a los que co- men mi basura, a los que Dios puso como víctimas para hacernos sentir cul- pables, a los que debieron nacer muer- tos. Sí Jack, lo recuerdo por fin... Mere- ces saberlo, ahora puedo decírtelo de frente: aquí somos iguales, por fin lo re- cuerdo. JACK: ¿Que pasa? (Cae arrodillado.) No es cier- to... No es cierto... No debiste recordar, así era mejor. (Llorando, pausa.) Voy a matarte. (Toma un palo y lo levanta para golpear a Heiden. Se apaga la luz, se escu- cha un golpe estruendoso.) (Pausa prolongada. Se enciende lenta y paulatinamente la luz, aparece Jack llorando con el palo a un lado de Heiden, el cual está intacto y conmovido por la acción de Jack. Pausa.) 60 JACK: Todos somos de arriba, todos llegamos de distinta manera, pero todos llegamos. (Pausa.) Tú eras uno de ellos, pero aho- ra eres de aquí (Jack sale del escenario.) HEIDEN: Gracias, Jack, gracias, ahora sé quien eres, quien somos. Pudiste matarme, pero no lo hiciste; pudiste quitarme la vida, darme muerte, pero me diste vida... De nuevo encuentro la vida. (Se apaga la luz.)

ESCENA CUARTA

(Heiden aparece dormido. Luego se despierta, se incor- pora; extrañado se percata de que Jack aún no regresa. Pausa. Se escuchan ruidos, aparece un cuarto personaje, lo vienen persiguiendo, avanza desesperado, entra en la escena, se detiene un momento buscando refugio, no encuentra donde ocultarse y sale de la escena por la parte izquierda del escenario sin ver a Heiden. Mientras tanto, Heiden lo observa consternado y sin decir pala- bra, luego escucha que alguien se acerca y se cubre completamente con unos trapos negros. Aparecen dos hombres más buscando al indigente.)

HOMBRE I: ¿Por dónde se fue? HOMBRE II: Parece que escapó. (Observa a Heiden cu- bierto y lo señala con el dedo. Luego apun- tan sendas pistolas, le disparan y salen hu- yendo del lugar. Pausa prolongada. Aparece Jack muy contento.)

61 JACK: ¡Heiden, Heiden!, lo encontré, vine por ti, podemos irnos, tendremos que cami- nar pero qué importa. ¡Ah!... Estás dor- mido, ¡vamos despierta! ¿Heiden, Heiden? Se acerca, se hinca, lo mueve; de pronto se mira las manos llenas de sangre y empieza a llorar. Silencio.

JACK: Tú encontraste tu salida, Heiden; yo encontré la mía. (Jack deja los trapos y cosas que trae consigo en el suelo, luego camina hacia el proscenio donde finalmente queda estático.)

TELÓN

62 LOS ENSAYOS DE LA MUERTE

En “Los ensayos de la muerte”, Felipe Saavedra ex- plora la designificación del ser humano: la muerte simbólica del hombre y la mujer común; la repre- sentación nítida del desamparo ante una hegemo- nía insensible que se ejerce a distancia y a través de los medios de comunicación, la predestinación anunciada por nuevos oráculos, la fragmentación de la capacidad de poder interpretar la realidad cir- cundante y materializada finalmente en el onirismo y ensoñación de una niña. Saavedra replantea una tragedia moderna: la de los hombres convertidos en dioses que aniquilan a los otros, quienes están confinados a vivir una fic- ción social sin alternativas. “Los ensayos de la muerte” es una obra com- pleja donde se presenta una superposición de esce- nas simbólicas a la manera de Maeterlink, y donde se hace una reflexión profunda de la condición huma- na actual. ENRIQUE MACÍN Agosto, 2004

63 64 Los ensayos de la muerte

PIEZA EN UN ACTO

Personajes: HOMBRE MUJER UNA NIÑA

—————

Non est hic resurexit

65 ESCENA I

(Aparece un hombre recostado en un colchón en la parte izquierda del escenario.)

HOMBRE: María, Jacob, Jesús... ¿Dónde están? No me veo... No me veo. (El hombre avanza por el escenario; extrañado mira atrás, mira al frente, sale desesperadamente por la parte iz- quierda del escenario. El hombre entra nueva- mente, deshecho, contrito, sollozando y sin de- cir palabra, incrédulo y trastornado; camina hacia el colchón blanco donde se retuerce en unas sábanas blancas; queda inmóvil en posi- ción fetal. Luego de unos segundos se apaga el escenario.)

ESCENA II

(La luz vuelve, aparece el mismo hombre sentado en una silla de espalda en el centro del escenario. Lentamente empieza a voltearse y a ponerse en pie.)

HOMBRE: ¿Estuviste solo? No, solo quise estar au- sente. Salí a pasear; hay un parque aquí cerca, el sonido de las aves me evadía. No sé, un pie tras otro... ¿Sabes? Me reía solo, aunque las lágrimas me mojaban el ros- tro... Hice unas muecas y seguí riendo.

66 ESCENA III

(Aparece una mujer por la parte izquierda del escena- rio.)

MUJER: Has estado cansado. ¿Por qué no tomas algo? ¿Quieres agua? HOMBRE: No, siempre me estás cuidando; es impor- tante. MUJER: ¿Qué? HOMBRE: Que me cuides. Vinieron a tocar, ¿verdad? MUJER: Siempre lo hacen... No hay un día que no lo hagan, así son los hombres. A veces pienso que solo quieren saber que están vivos y por eso vienen. HOMBRE: ¿Vinieron a pedir? MUJER: O a dar; provocan tanta risa, (Riéndose.) uno dijo que su casa estaba quemada, que sus hijos y su madre habían muerto. Dos días después dijo que su madre estaba en- ferma; crean sus historias. HOMBRE: ¿Le diste algo? MUJER: ¡No! (Silencio.) HOMBRE: ¿Cómo es que me encontraste? MUJER: Yo no te encontré, tú me llamaste. HOMBRE: (Sorprendido.) ¡Si, debí hacerlo! MUJER: ¿Estuviste leyendo? HOMBRE: Sí, oye hay cosas que leemos y no sabe- mos; cuando lees suceden cosas que no sa- bes que pasan, pero ahí están, por ejem-

67 plo: tras la pared hay algo, yo lo sé, pero no lo veo. MUJER: Eso todos lo sabemos. HOMBRE: Pero no lo vemos. (Transición.) MUJER: ¿Quieres agua? HOMBRE: Está bien. (La mujer sale por la parte izquier- da del escenario.)

ESCENA IV

HOMBRE: (Al público.) Hay un hombre que me mira fijamente; siempre lo hace cuando salgo, siento su mirada, a veces volteo repenti- namente para sorprenderlo, pero siempre se voltea, no hay un instante que deje de mirarme. No solo me mira, siento su kinésica siempre mirándome, antes de mí; estoy atrasado o estoy adelantado, por eso lo veo; el sabe que lo veo. El asesino dis- fraza su acto tratando de impedir que el otro lo haga, el judas inocente en la esce- na, el judas presente en la ausencia. (Bus- cando a la mujer que entra.) Estoy dormi- do, ¿verdad que estoy dormido?

68 ESCENA V

(Entra la mujer, acomodando la silla frente al público con un vaso de agua en la mano.)

MUJER: Cuéntame, ¿has estado pensando en mí? HOMBRE: ¿Cómo puedo pensarte si siempre estás presente? MUJER: ¿Pasó otra vez? HOMBRE: ¿Qué? MUJER: Nada, pasó otra vez. HOMBRE: Tú quieres volverme loco. Siempre dices cosas extrañas, que si pasó algo, que si me acuerdo de esto, que por qué hice cosas que no he hecho... Estoy cansado de esas preguntas... ¡Shh!... (Silencio.) ¿Escuchas- te? MUJER: ¿Qué? HOMBRE: ¿No lo escuchaste? MUJER: ¡Vamos!, estás cansado, bebe agua. (La mujer le da el vaso, él bebe.) HOMBRE: Gracias. ¿Escuchaste las noticias? MUJER: Sí, las repiten cada hora. Sigue pasando, aquí en todas partes, la guerra es cotidia- na. (Triste, pero despreocupada.) HOMBRE: ¿Qué dijiste? MUJER: Olvídalo. HOMBRE: ¿Por qué estoy en el cuarto que no tiene ventanas?

69 MUJER: Siempre has estado ahí, no veo por qué habías de estar en otro lugar; jamás te de- cidiste a salir. HOMBRE: Bueno, es que tú lo crees. Pero he estado afuera con todos, los conozco; los conoz- co bien. MUJER: Sigues pensando en que conoces algo fue- ra de este cuarto, pero no conoces nada. HOMBRE: ¡No! Ya he salido... pero no importa, es bueno que lo creas. MUJER: Ahora vuelvo, si necesitas algo llámame. (Sale.)

ESCENA VI

HOMBRE: (Toma un libro del suelo, cambia de posición, con la silla hacia el público y empieza a leer el siguiente texto:) “En el escenario hay un hombre sentado en una silla, lee un libro, empieza a deprimirse. Lectura sin senti- do, no es lectura, sino vaticinio de su pro- pia muerte. ¿Cómo sería?, hay un hom- bre sentado en una silla, imagina que mata a otro hombre, quien imagina que hay un hombre sentado en una silla que imagina que mata a otro hombre”.

70 ESCENA VII

MUJER: ¿Estás bien? ¡Ah!, estás leyendo. ¿Sabes? Tengo algo para ti (Él sigue leyendo en silen- cio sin hacer caso. La mujer trae un espejo, una luna de cuerpo entero lo suficientemente gran- de para que el público pueda mirarse; lo coloca arriba en el centro con la cara oculta. El espejo es giratorio para que pueda voltearse con agili- dad, cubierto con una sábana blanca.) Es una sorpresa, creo que va a gustarte. La ver- dad es que tú solo conoces esas historias y las que inventas. Esto es nuevo. HOMBRE: Está bien, ponlo donde quieras. (Ella sale.)

ESCENA VIII

HOMBRE: (Detiene su lectura y se levanta dejando el li- bro sobre la silla.) El tiempo, no sé como medir el tiempo, aunque aquí no pasa, aquí no he visto el amanecer; no sé cuan- do anochece; solo conozco las historias que me platican los que vienen. Verlos es una historia también, más corta, más lar- ga; a veces un día pasa en un segundo, un año en un día; mi vida en un segundo, un segundo es mi vida, nada.

71 ESCENA IX

MUJER: (Entra muy trastornada.) Estoy cansada de esas noticias, no entiendo, quieren asus- tarnos; lo que es peor, ya no pueden ha- cerlo. Veía el televisor, interrumpieron el programa; las noticias (Silencio.) dijeron que la guerra había comenzado. HOMBRE: (Sorprendido.) ¿Guerra? ¿Qué guerra?... ¿Quién? (Apagón.)

ESCENA X

(El mismo lugar, los mismos muebles. Aparece el hombre sentado en la silla; la mujer, cortándole el pelo con unas tijeras, al parecer ha terminado.)

HOMBRE: (Poniéndose de pie.) Hace dos días que die- ron la noticia; no puedo creer que hayas visto pasar los aviones. MUJER: Solo los escuché... En las noticias locales mostraban como surcaban el cielo. (Rién- dose.) Parecen de juguete. (Transición.) No creo en lo que pasa, es decir, no creo que esté sucediendo. Ayer fui a comprar co- mida, todo estaba lleno; la gente se reía, otros no hablaban, ¿qué es lo que quieren? A veces pienso que es una película de esas, de esas jolibudenses. HOMBRE: Esto es una película hollywoodense. MUJER: ¿Y entonces, Dios?

72 HOMBRE: Su Dios está en Texas o en cualquier lu- gar donde hayan vendido una señal de te- levisor. MUJER: Esta mañana dijeron que no se preocupa- ran, que en siete días estaría todo resuel- to. HOMBRE: ¿Todo sigue igual? MUJER: Igual... La gente no cree lo que sucede... Es bueno. HOMBRE: En siete días terminaron el mundo. MUJER: Tu cabello está listo. HOMBRE: (Se mira en el espejo.) ¡No veo mi rostro! (Extremadamente asustado.) MUJER: ¿Qué? HOMBRE: ¡No veo mi rostro! MUJER: ¡No digas tonterías! HOMBRE: ¡No es un juego! ¡No veo mi rostro! (Pau- sa, empieza a sollozar.) MUJER: ¡Quieres asustarme! ¡Deja eso ya! (Pausa.) HOMBRE: Solo bromeaba. (No muy convencido.) MUJER: Eres un tonto. El día que no veas tu ros- tro, ni siquiera podrás darte cuenta de que existes. HOMBRE: De niño solía verme frente a un espejo, apagaba la luz, me quedaba mirándolo... Sentía profundamente como iba viajan- do por un túnel; veía lo más hondo que podía como si mirara a un pozo y no hu- biera luna que me iluminara su fondo. Después, sentía mucho miedo, no a lo dia- 73 bólico, no a lo adverso, sino a encontrar el laberinto de mi mente. (Pausa.) Yo sé que esto no es un sueño, yo sé que ven- drán por nosotros, yo sé que no podrán dejar rastro. MUJER: Dices cosas que a veces me confunden... ¿Tú crees qué termine? HOMBRE: ¿Qué? ¿Qué haga confundirte? MUJER: No, que puedas seguir confundiéndome, que puedas seguir aquí tú, yo, nosotros; que nuestras pláticas puedan perdurar sin que seamos suspendidos por esos, por los nuevos dioses, por esos que nos han cas- trado las ideas y los pensamientos, por esos que arrebatan todo, por esos nuevos dioses que se sienten amenazados por el zigzagueo de una mosca o por el llanto de un niño. (Sollozando.) Perdóname, no entiendo porqué pasa. HOMBRE: Enviarán las plagas por sus pasiones; sé que soy un blasfemo, pero debo decirte que para el hombre actual no hay un solo dios, hay muchos y estos prefieren a unos más que otros; estos luchan por sus dioses mediatos e inmediatos: los héroes. El hombre ya no es uno, el hombre es legión, temo decírtelo así. (Silencio, transición.) Tú no debes creer en lo que digo, tú debes evadirlo; guarda tu sonrisa en tus labios de niña. (Silencio.) Lo dijeron en las noti- 74 cias, es un pobre tejano vestido de blanco con una K marcada en la frente... MUJER: ¿Qué dijiste? HOMBRE: ¡Nada! MUJER: Entonces solo hay que esperar... (Repenti- namente se escucha el estridente sonido de las noticias en el televisor.) HOMBRE: ¿Encendiste el televisor? MUJER; No, no fui yo... Alguien está afuera. (Sale a revisar y regresa desesperada.) HOMBRE: ¿Qué pasó? ¿Quién era? MUJER: El televisor, el voyerismo; ahora exhiben la guerra por televisión, nos venden la muerte por televisión. ¡Bastardos! ¡Hijos del incesto! (Se arrodilla. Silencio, transición.) Habrá una manifestación silenciosa. (Es- peranzada.) HOMBRE: ¿Invitaron mucha gente? MUJER: Sí. HOMBRE: Entonces habrá más muertos. MUJER: Perdóname. HOMBRE: ¿Por qué? MUJER: Por mentirte. Los aviones... HOMBRE: ¿Qué aviones? MUJER: No fue en la televisión; sobrevolaron la casa, la ciudad. (Se escuchan nuevamente las noticias del televisor en inglés, como si alguien lo hubiera encendido repentinamente con el volumen exageradamente alto. Sale la mujer, cesa el sonido y ella regresa.) 75 ESCENA XI

MUJER: Se encendió solo; debió estar mal coloca- do el control. ¿El control? El control, el control. (Meditabunda. La mujer y el hom- bre convergen al centro del escenario, se abra- zan, lentamente se hincan con cierto temor. Si- multáneamente entra una niña harapienta con los ojos vendados. La niña entra, extraviada, asustada, buscando a sus padres.) NIÑA: Papá... Mamá... Papá... Mamá... Papá... Mamá... (Sale del escenario.) (Comienza el sonido de una sirena y de un televisor que reporta noticias en inglés, obviamente estas son de guerra; hombre y mujer se protegen como si fueran a ser bombardeados, después de unos segundos, se apaga la luz.)

ESCENA XII

MUJER: ¿Terminó? (La luz vuelve.) HOMBRE: Sí, era el televisor... Son ensayos de nues- tra muerte. (Pausa.) El otro día lloré y reí por mí, por mi ignorancia, hasta pensar en el alivio de estar loco... Corrí al espejo y me di cuenta de que no estaba loco, porque no soy nada. (Transi- ción.) MUJER: Ayer vi en el televisor a una mujer que dijo que el hombre no existe; ha reunido a mu-

76 chas mujeres que están de acuerdo en que el hombre es un ser mítico, que solo existe en su mente y que hay que matarlo. (En tono de burla.) Me dan risa. HOMBRE: Eres una ridícula; como alguien puede siquiera pensar eso, eso es broma tuya, y de mal gusto por cierto. También dijeron que nos iban a matar a todos, por pobres, mal nacidos, negros, amarillos, cafés, barbones, obesos y... Al mundo entero, sí. Pensándolo bien que nos maten a todos, habrá menos bocas que alimentar. Que queden en el mundo tres, pero iguales. Blancos, bajos, pelo entrecano, con acti- tud prepotente; ¡ah señor tan bondadoso!, mira que nos ha perdonado la vida desde hace mucho tiempo, desde su padre... Pero eso sí, muy seguros de sí mismos, casi, casi como esperando para bajar por Dios y cobijarlo entre sus brazos para que a Dios, nada le pase. Imagínate a Diosito entre sus brazos. MUJER: Te burlas, siempre lo haces; estoy cansa- da de todo esto. Yo no voy a esperar a que me maten. Han cercenado mi vientre, ya no puedo tener hijos... Algo pasó, algo nos han dado, el alimento... No sé, yo no es- peraré a que me maten; antes me quitaré la vida.

77 HOMBRE: ¿Qué dices? ¿Matarte? De igual forma se- ría culparlos de tu muerte. Esas son estu- pideces. MUJER: Es extraño, en las noticias dijeron que el sur estaba destruido, lo dijeron hace días, (Extrañada.) recibí una postal de mi ma- dre que estaba en esa área; cuenta que todo está bien y que es hermoso... (Transición.) ¿Qué está pasando? Aquí veo muchas co- sas extrañas. La postal fue enviada tres días después de lo dicho en las noticias... (Em- pieza desesperar y a dar vueltas en el escenario de forma muy agitada y temblorosa.) Matar... Matar, yo no quiero morir, yo he visto la muerte, yo he visto la muerte... HOMBRE: ¡Cálmate! ¡Cálmate! (Desconcertado la toma entre sus brazos.) ¿De qué hablas? MUJER: Las aves, las que estaban en el pasillo, en la jaula; el macho arrojó al polluelo fuera del nido, la hembra voló hacia el macho, lo tomó con sus pequeñas garras, lo arro- jó contra el piso, sacó sus ojos, lo picó fuer- temente hasta que dejó de respirar; (Pau- sa) el polluelo quedó afuera y jamás reci- bió alimento. (Sollozando. Pausa.) Pasaron unos días, iba a retirar el ave muerta, pero la hembra saltó sobre el macho, se apoltronó sobre él y no dejó que lo saca- ra.

78 HOMBRE: La muerte, tú no has visto la muerte, sino a un ser que juega a los dados con una cá- bala perversa que traduce sus misterios a este paria, al que arranca sus propios ojos, y benévolamente alimenta a los gusanos. Somos gusanos buscando los recovecos de la . MUJER: ¡Estamos simbólicamente vivos! HOMBRE: ¡O simbólicamente muertos! MUJER: ¿Y eso es todo? HOMBRE: ¡No, habrá más muerte! Hasta que el últi- mo insecto deje batir sus alas, hasta que el último infante cese su llanto... Hasta que el verde hongo mayor acabe con todo. El hongo, ese ser fantástico que se alimenta de la muerte en vida y de la vida en la muerte. El hombre no es uno, el hombre es legión. (Contrito guarda silencio.) MUJER: ¿Y entonces, tu vida, la mía? (Sollozando.) ¿Cuál es el plan maestro? (Pausa prolonga- da. Reincorporándose.) Has dicho demasia- do. (Silencio. Esperanzadamente.) No es para tanto, además solo pasa en las noticias, en las películas. Quizá se trate tan solo de un engaño colectivo, hay conspiracio- nes... Sí, los noticieros no son tan realis- tas son como películas, ni sus actores son reales. HOMBRE: Tienes razón. (Pausa.) ¿Por qué no siente uno la muerte que aparece en las noticias? 79 ¡Es absurdo! (Contrariado.) A veces me dan risa. (Comienza a reír.) En verdad me dan risa. (Empieza a llorar al mismo tempo que ríe.) La muerte me da risa. (Ambos ríen a carcajadas.) MUJER: (Involucrándose en el juego. Riendo.) Es trá- gico. HOMBRE: Es trágico. (Riendo.) MUJER: (Riendo.) Es trágico. HOMBRE: Es trágico. (Riendo.) MUJER: Es absurdo. (Llorando a la vez que ríe.) HOMBRE: Es absurdo. (Riendo a la vez que llora.) HOMBRE: Es absurdo. (Llorando.) MUJER: Es trágico. (Riendo.) HOMBRE: ¡Esto es una farsa! (Pausa prolongada. Se escucha una sirena, después de unos segundos el sonido cesa. Ellos convergen al centro del es- cenario, asustados se abrazan y comienzan a quejarse con la respiración entrecortada.) HOMBRE: ¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar! MUJER: ¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar! (Empiezan a asfixiarse.) HOMBRE: Yo no dejaré que te maten, que me ma- ten. (La abraza fuertemente, pero la asfixia con el mismo abrazo; ella forcejea inútilmente. Después de unos segundos trata de revivirla, agitándola. Él se percata de su muerte y la suelta.) María, Jacob, Jesús... ¿Dónde es- tán? No me veo... no me veo. (El hombre

80 avanza por el escenario, extrañado mira atrás, mira al frente, sale desesperado por la parte derecha del escenario. Silencio. Pausa. El hom- bre entra nuevamente deshecho, contrito, so- llozando y sin decir palabra, incrédulo y tras- tornado; camina hacia el colchón blanco don- de se retuerce en unas sábanas blancas, queda inmóvil en posición fetal... Luego de unos se- gundos se apaga la luz completamente.)

ESCENA XIII

(En el mismo colchón aparece ahora la niña sola, recostada tratando de despertar, llega la mujer a auxi- liarla.)

NIÑA: ¡Mamá! ¡Mamá! (Con gritos de desespera- ción.) MUJER: Despierta hija, despierta, solo se trata de un mal sueño. NIÑA: ¿Fue un sueño, mamá? (Silencio.) Fue un sueño. MUJER: Sí hija, solo se trata de un mal sueño. Mañana, iremos a pasear, veremos la luz del sol, caminaremos por el parque y res- piraremos aire puro. (Baja la luz lentamen- te, o si el director lo prefiere, la niña y mujer quedan abrazadas en el mismo lugar, mientras aparece el hombre sentado en una silla de es- palda al público frente al espejo descubierto.)

81 HOMBRE: En el escenario hay un hombre sentado en una silla, imagina que mata a otro hombre, que imagina que hay un hombre sentado en una silla, que imagina que mata a otro hombre.

TELÓN

82 Índice

La cena de los dramaturgos ...... 9

El topo ...... 45

Los ensayos de la muerte ...... 63

83 Esta primera edición de La cena de los dramaturgos se terminó de imprimir en el segundo semestre del 2011 en Impresora Standar, S.A. de C.V., Ernesto Talavera 1207, Chihuahua, Chih., México, con un tiraje de 1,000 ejemplares más sobrantes para reposición.

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