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Indice:

1. Algunas notas sobre la ciencia ficción en Costa Rica. Daniel W. Koon

1. La caída del águila (fragmento). Carlos Gagini. 2. Los electrocutados del átomo. Alfredo Cardona Peña 3. Bicentenario. Iván Molina Jiménez 4. Entrevista a Iván Molina. ¿Somos lo que parecemos? Kattia Muñoz B. 5. Finalis. Iván Molina. 6. Mala copia. Laura Quijano Vincenzi 7. Los talos mirando al cielo. Mauricio Ventanas 8. Reseña: El alivio de las nubes y otros cuentos ticos de ciencia ficción. Luis Bolaños. 9. Historia del cine ciberpunk. 1995. Virtuosity

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Algunas notas sobre la ciencia ficción de Costa Rica Daniel W. Koon

Costa Rica no es un país conocido por su ciencia ficción. Mi propia experiencia es que pocos costarriquenses pueden nombrar un solo autor nacional del género. De hecho, en mis interacciones profesionales con costarricenses (“Ticos” o “Ticas” como ellos mismos se llaman), la pregunta surge: ¿hay algo semejante a la ciencia ficción en Costa Rica? La respuesta parece ser sí, pero no mucho. Como sucede en general para América Latina, uno puede encontrar obras de ciencia ficción en la literatura de Costa Rica si buscamos atrás por lo menos un siglo. Bastante interesante, en un país cuyo mítico héroe nacional, Juan Santamaria, fue un joven de 24 años quién incendió la oficina principal del aventurero americano William Walker, las primeras dos novelas notables de ciencia ficción de este país son trabajos con un carácter antiimperialista fuerte. “El problema” (1899)-- Maximo Soto Hall (1871 - 1944), un guatemalteco que se mudó a Costa Rica, y murió en Buenos Aires. La historia ocurre 30 años en el futuro (es decir, 1928), y puede ser considerada la primera novela antiimperialista latinoamericana. [1, 2,3] “La caída de águila” (1920)--Carlos Gagini (1865-1925), de la llamada “Generación de 1900”. Su primera novela, es la historia de una alianza entre las naciones de Centroamérica contra EE.UU. Más cercano al presente. Hay historias de CF misceláneas escritas por el camino, de Alfredo Cardona Peña [1917-1995], Fernando Duran Ayanegui (nacido en 1939), y Alberto Cañas (nacido en 1920), pero por otra parte no muchas. Por ejemplo, en su cuento El planeta de los perros, Alberto Cañas nos trae el tema de una entidad de edad inmemorial que tiene la costumbre de crear mundos en seis días y descansar el séptimo (suena familiar, ¿no?). Pero para el caso del planeta Selomit, en el sexto día no creó al hombre, sino que se limitó a perfeccionar lo ya creado, quedando como reyes de la creación los perros, pues tienen inteligencia y libre albedrío. Si bien en un principio son tres parejas, los perros se multiplican. Ocurre un accidente que mata a uno de ellos, siendo la reacción ante la muerte de este can muy "humana". Irónico hasta el final. El escritor más exitoso--bien, el más notable--de ciencia ficción hoy en día es Iván Molina Jiménez--Profesor del Departamento de Historia e investigador en el CIICLA, el Centro para la Investigación de la Identidad y Cultura latinoamericanas en la Universidad de Costa Rica-- quién ha publicado dos pequeñas colecciones de sus propios cuentos de ciencia ficción, e indudablemente es el primer costarricense que incluye la frase ciencia ficción en el título de sus trabajos. 4

“Cundila” (San José: Varitec, 2002)--una novela con elementos de ciencia ficción, pero, según el autor, no es un trabajo de CF. “La miel de los mudos - y otros cuentos ticos de ciencia ficción” (San José: Editorama, 2003). Una colección de historias de SF cortas, la mayoría tiene el sabor de lo costarricense, ya sea por la situación, los personajes, o los problemas de interés actual en el país. El libro se menciona en un artículo de la New York Review of Books [4]. “El alivio de las nubes y más cuentos ticos de ciencia ficción” (San José, ICAR, 2005) “Bicentenario”, junio de 2006, en el número 25 de Velero, un ezine de CF peruano. Http://www.velero25.net/2006/jun2006/jun06pg01.htm. Una historia corta, previamente inédita, sobre la privatización futura del patrimonio nacional y las fiestas nacionales, en particular el próximo (2056) bicentenario del incendio provocado de Juan Santamaría de la oficina principal de los invasores yanquis. (Los derechos al patrimonio, no muy sorprendentemente, habían sido comprados por los yanquis) Una aclaración personal a mis amigos norteamericanos: A los costarricenses realmente nosotros les gustamos, a pesar de todo lo que he escrito antes. Yo nunca sentí, al entrevistar al Sr. Molina, que él estaba planeando como incendiar mi casa. Molina cuenta entre sus influencias al ABC norteamericano--Asimov, Bradbury y Clarke- -así como Ben Bova, Philip K. Dick, y el argentino Adolfo Bioy Casares. Molina cita las siguientes causas para la falta de una tradición de ciencia ficción en Costa Rica. 1. La literatura de Costa Rica es muy “provinciana.” 2. La ciencia ficción no se considera respetable como literatura en Costa Rica. 3. Hay un prejuicio entre los lectores contra la ciencia ficción latina. A estos se puede agregar una razón menos sutil, dada por el escritor argentino de CF Sergio Gaut vel Hartman [5], a saber, el pequeño y fragmentado mercado literario centroamericano. Hay sólo 4 millones de costarricenses para los 40 millones de habitantes de Centroamérica, divididos en siete países. Esto hace bastante difícil encontrar ciencia ficción escrita por autores hispanohablantes en las librerías de Costa Rica. Yo tropecé con el libro de Laura P. Quijano Vincenzi (http://www.lauraquijano.com /) “Una sombra en el hielo” (1995: San José, La Imprenta Nacional). Este libro fue el ganador del concurso “Joven Creación”, Premio convocado por la Editorial Costa Rica, 1994. Describe el misterio, en 2195, acerca de una estación subterránea de investigación polar abandonada y una figura enigmática que desapareció con esa estación. El último libro de Quijano, “A través del Portal: Magia”, es una trilogía de la que la primera parte está disponible en formato PDF a través de Lulu Press. Otro libro costarricense de CF que he visto citado es C.R. 2040 (1996: San José: Editorial del la Universidad Estatal a Distancia), al parecer una colección de historias de un concurso local de CF, editado por Roberto Sasso. El más Violento Paraíso (2000) de Alexander Obando es una novela más que compleja. Construida con los hechos y deshechos industriales del cine de ciencia ficción, los cuentos de terror, las guías turísticas, las drogas o “sustancias del sueño”, el folletín rosa o el relato pornográfico, pero sin menospreciar la narración histórica, el grimorio y el mito antiguo, esta enorme novela pretende, de muchas maneras, ritualizar la violencia y el deseo en un mundo complejo que se devora a sí mismo ineluctablemente. Anteponiendo, o contraponiendo, la Bizancio histórica con una Bizancio fantástica y futurista, en una serie de relatos que a primera lectura parecieran desconectados entre sí, Obando construye un mundo narrado abierto en un monumental fresco que algunos críticos han comparado con la narrativa de William Burroughs. 5

Finalmente, la novela “Azor y Luna” (Lumen, Argentina, 2003) escrita por Alberto Ortiz se sitúa en un Caribe post-apocalíptico, el lugar de nacimiento de una “Nueva Civilización”. Combina elementos de CF, realismo mágico y autoayuda. [6] Pero espera: ¡hay más! Editorial Costa Rica editorial se pone en lista para publicar la nueva novela de CF de Jessica Clark “Telemacus” en 2007, la primera parte de una trilogía que ella planea continuar con Beowulf y Gilgamesh. Ella también está trabajando para convertir estas historias al formato de comic. Esta editorial ya ha publicado su colección de cuentos “Los salvajes” en 2006: no son ni de CF ni de fantasía, pero están influenciados por ambos. Agregue a esto un cuento de ciencia ficción Note to self y un guión para un cortometraje, Mandelbrot, y yo me podría estar comiendo mis propias palabras muy pronto si allí no hay mucha CF costarricense. Agosto, 2006

BIBLIOGRAFÍA:

1. Adriano Corrales Arias, La Nueva Novela Costarricense: Los Orígenes, Revista Comunicación, Instituto Tecnológica Costa Rica (ITCR), http://www.itcr.ac.cr/revistacomunicacion/2_2001/la_nueva_novela_costarricense.htm, Accessed 8/24/2006. 2. Veronica Rios Quesada, "El impacto de la novela El problema de Maximo Soto Hall en 1899. Primera aproximacion", Káñina, July 1, 2002. Summary: http://www.accessmylibrary.com/coms2/summary_0286-844492_ITM 3. Iván Molina Jiménez, Verónica Ríos Quesada, La primera polémica que provocó El problema, novela del escritor guatemalteco Máximo Soto Hall. Una contribución documental Universidad de Costa Rica, San José http://www.denison.edu/collaborations/istmo/n03/proyectos/problema.html, Accessed 8/24/2006 4. Stephen Kinzer, “The Trouble with Costa Rica”, New York Review of Books, 53 (10), June 8, 2006. 5. Sergio Gaut vel Hartman, “La escena continental”, Asimov 20 (Sept/Oct 2005) . 6. Bibliomanía, El Universal Online, 15 April 2003.

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LA CAÍDA DEL ÁGUILA (Fragmento)

Carlos Gagini

Era la mañana del primero de mayo de 1925. A treinta leguas de tierra dos objetos fusiformes, grises y sin ningún relieve. se balanceaban mecidos por las olas como dos ballenas dormidas. El sol naciente convertía la superficie del mar en un juego de mudables luces, en las que alternaban chispas doradas, tonos bronceados, hilos de plata y una gama inagotable de matices amarillos, purpurinos y verdes. El aire parecía saturado de los olores de la primavera: el océano se adormilaba arrullado por la perfumaba brisa y acariciado por la aurora, trocando su implacable furia en un leve gruñido y uno que otro latigazo a los costados de los barcos para recordarles que estaban a merced suya en cualquier momento y que la industria humana no había logrado vencer todavía al eterno Prometeo. Ambos nautilos estaban protegidos por la malla verdosa que los volvía invisibles. La precaución no era inútil, pues dos o tres veces aparecieron en el límpido firmamento varios puntos negros, revoloteando como las moscas, y se alejaron hacia el Este. A eso de las ocho, después que el velo protector se descorrió lentamente, brotaron de improviso de la cubierta de los dos submarinos la barandilla de aluminio, la toldilla de popa y el mástil del inalámbrico. Al cabo de un rato apareció sobre el Cañas el rubio comandante, quien por espacio de algunos minutos inspeccionó el cielo con la extraña caja que le servía de anteojo. Acercóse luego al telégrafo, que en aquel momento recibía un despacho, y a medida que lo traducía brillaba en su rostro la más profunda satisfacción, Sentóse en un sillón, tocó un timbre, y al criado que se presentó por la escotilla, le dijo: -Diga Ud. a Mr. Adams, a su hija y al Dr. Valle tengan la bondad de subir inmediatamente. Sirvanos aquí el desayuno. Aplicó enseguida la boca a un tubo de caucho adherido a uno de los pies de la mesa y preguntó: -¿Está allí el segundo? -Presente, mi comandante. -¿Está lista la tripulación? -Enteramente. -Bueno. Ordene usted al mayordomo que dé a cada uno de nuestros valientes muchachos media botella de champaña, antes que suban sobre cubierta, y a los músicos que preparen sus pulmones, porque nuestro himno ha de oírse hasta en los últimos rincones del mundo. 7

Con la mayor tranquilidad encendió un cigarro y se recostó en la poltrona, fijando los ojos en la puerta de la escotilla. No había trascurrido un cuarto de hora, cuando asomaron por ella Fanny, su padre y detrás el joven hondureño. , con el entrecejo fruncido, apenas contestó. al saludo del costarricense. Fanny estaba pálida y ansiosa", y el doctor Valle, con el rostro inundado de júbilo, sacudió vigorosamente la mana de su camarada. -¿Ya? -le preguntó entusiasmado. -Dentro de media hora -replicó Roberto. E inclinándose ante sus dos cautivos, dijo: -Espero que ustedes se dignarán tomar el desayuno con nosotros. Así tendrán el placer de saludar antes de mucho a su compatriota Jack. Fanny abrió los ojos desmesuradamente, a la vez que la estupefacción reemplazaba en el rostro de su padre el gesto hosco y desdeñoso que había mostrado hasta entonces. -¿No sospecha usted dónde estamos, Mr. Adams? -prosiguió Roberto con su eterna sonrisa burlona. El Secretario de Marina se encogió de hombros, como aquel a quien se dirige una absurda pregunta . - Enfrente de San Francisco de California ---:continuó el lnqenlero, poniéndose serio. -¡Imposible! -¡Otra vez esa palabra, Mr. Adams! ¿Todavía no se convence usted de que no hay nada imposible para la voluntad humana cuando persigue una causa noble? Presentóse el sirviente con el desayuno y los cuatro se sentaron a la mesa. Roberto y el doctor comieron con apetito; pero los dos norteamericanos apenas apuraron una taza de té, embargados por indecible preocupación. Cuando el comandante apartó su plato y encendió un aromático habano, dijo fríamente: -Antes de media hora tendremos a la vista la escuadra japonesa. El imperio del Sol Naciente ha declarado la guerra á la poderosa República del Norte. Esta tarde un millón de nipones ocuparán el Estado de California y antes de tres días quedará disuelta la formidable Unión que se había convertido en una amenaza para la libertad del mundo. El Secretario acogió estas frases con una carcajada sarcástica. -Si la guerra fue declarada ayer, a estas horas estarán concentrados en San Francisco trescientos barcos de guerra, 'dos millones de soldados y mil quinientos aviones del tipo más moderno. Hace años que esperábamos la agresión de los amarillos y estábamos preparados para recibirlos dignamente. -¡Ah, Mr. Adams, Mr. Adams! -replicó Roberto, meneando tristemente la cabeza-: aún es tiempo de evitar espantosas desgracias. Utilice usted nuestro inalámbrico y diga a sus compatriotas que no opongan resistencia, porque es inútil. ¿A qué el estéril sacrificio de miles, tal vez de millones de vidas? Se lo ruego en nombre de la humanidad, horrorizado de pensar en la inmensa hecatombe que nos veremos obligados a hacer sin objeto alguno. Era tan vehemente el tono del joven, que no dejó de Impresionar profundamente al Secretario y a Fanny. -Ya usted ha visto bastante, Mr. Adams -siguió diciendo Roberto- para cerciorarse de que disponemos de recursos hasta ahora nunca vistos para aniquilar escuadras y ejércitos. ¿Por qué no evitar más desgracias? ¿No luchamos, nosotros por la emancipación de los pueblos? ¿Hemos de destruirlos para hacerlos libres? Yo se lo ruego, Mr. Adams: para mí es tan dolorosa como para usted la muerte de tantos inocentes. El Secretario se quedó meditabundo y visiblemente conmovido, mientras que Fanny, con los ojos preñados de lágrimas, contemplaba con admiración a aquel hombre extraordinario; armonioso conjunto de superior inteligencia, de inquebrantable voluntad y de generosos sentimientos. Después de una larga pausa, Mr. Adams replicó: 8

-"Yo no puedo hacer lo que usted solicita. En primer lugar mi mensaje no sería creído, porque verían claramente que estoy prisionero y que obro bajo la presión de mis carceleros; en segundo lugar, porque sería considerado como un cobarde o un traidor, y por lo mismo mi advertencia sería inútil; y finalmente, señor Comandante, porque en mi país, somos algo escépticos y no nos convencemos sino cuando tenemos la irrefutable prueba de los hechos. -"Está bien -replicó con acento solemne Roberto, poniéndose de pies-. He hecho todo lo posible para evitar un inútil derramamiento de sangre. Sobre usted, Mr. Adams, pese la responsabilidad de lo que va a suceder en breve. Dio algunos paseos por la cubierta, llevando en la diestra su curioso anteojo, e inopinadamente lanzó un grito: -¡Ahí está! Todos se levantaron y volviendo la vista en la dirección indicada por el ingeniero, vieron a una legua de distancia hacia el oeste un punto rojo que avanzaba como una flecha. -¡Es el Blanco, al mando del capitán Amaru! -exclamó Roberto. Navega a media velocidad para inspeccionar el campo. ¡Ah! ¡Ya nos divisó! Una columna de humo bronceado, ocupó de pronto el lugar del rojo pabellón. y Roberto, apretando con el pie un tornillo exagonal que estaba en el extremo de la popa, produjo una humareda semejante, que se desvaneció en pocos segundos. Pasados tres minutos, el submarino Blanco se detuvo a unos cincuenta metros de sus hermanos gemelos, y una minúscula gasolina se desprendió de su costado de estribor. Cuando atracó al Cañas, saltó sobre cubierta el capitán Amaru, y cuadrándose delante dijo respetuosamente: -General, la escuadra me sigue a corta distancia y dentro de un cuarto de hora estará a la vista. Todo va bien. Recibimos vuestros despachos y os felicitamos por el buen éxito en Panamá. -Un abrazo, Amaru. ¿Y el teniente Cornfield? Una nube de tristeza invadió el semblante del nipón, quien por un momento pareció vacilar, mirando a Fanny, que había palidecido extraordinariamente. -Capitán -dijo con voz firme el Secretario de Marina- mi hija y yo tenemos ánimo bastante para soportar nuestros infortunios presentes y los que nos esperan en lo porvenir. ¿Qué ha sido de Jack? -A bordo fue tratado con toda clase de consideraciones, como puede atestiguarlo la tripulación entera. Pareció poseído de rabia cuando presenció la salida de nuestra escuadra y las maniobras de los aviones; y hace tres horas apenas, cuando sobre la cubierta de mi barco contemplaba asombrado su prodigiosa rapidez, se levantó de repente de su silla y acercándose a la borda se arrojó de cabeza al mar. Es tal la velocidad del nautilo que cuando se detuvo estábamos a más de un kilómetro de distancia. Regresó al punto al lugar del siniestro, pero nuestras pesquisas fueron vanas. Fanny lanzó un grito desgarrador y se abrazó sollozando a su padre, el cual acarició su cabecita, tratando de consolarla. Roberto, entristecido, se dirigió al Secretario. -Mr. Adams, todavía es tiempo de evitar nuevas desgracias. ¿Quiere usted telegrafiar a su Gobierno? El inalámbrico está a su disposición. El Ministro de Marina, ocupado en consolar a su hija, no contestó palabra. Roberto dirigió entonces sus pasos a la borda, y examinando el Oeste con su caja semejante a un estereoscopio, prorrumpió de improviso en exclamaciones de júbilo. -¡La escuadra! -gritó el doctor Valle. Abrióse entonces una ancha escotilla en la proa del Cañas. y cien marinos, con uniforme de gala y la banda a la cabeza, se alinearon sobre la cubierta del submarino. Por el lado de Occidente apareció un soberbio espectáculo: en un frente de más de tres leguas avanzaban dos mil barcos en tres filas, en correcta formación como un regimiento de infantería; encima de ellos, a mil metros de altura, volaban en una sola fila mil puntos negros. Hay en El Salvador unos gavilanes que al terminar la estación lluviosa emigran hacia la costa. Por espacio de varios días se les ve volar a 9

considerable altura, lenta y majestuosamente, como un disciplinado ejército. Observando aquellos mil aeroplanos se recordaba a los azacuanes salvadoreños por la serenidad de su vuelo y la regularidad de sus filas. La misma Fanny, dando treguas a su dolor, no pudo menos de volver los ojos hacia el maravilloso cuadro; su padre parecía alelado y el joven hondureño. agitando su que~is, saludaba frenéticamente. -¡Por Dios. Mr. Adams, todavía es tiempo! -gritó Roberto. El aludido, sin contestar, continuó mirando las dos escuadras aéreas y marítimas, cual si desconfiara de su fuerza y esperase que las de su patria dieran buena cuenta de ambas. Bruscamente aparecieron del lado de la costa centenares de puntos negros a diversas alturas, describiendo caprichosas espirales. Casi a un tiempo se iluminaron todos con un resplandor azulado y se oyó un estruendo sordo y continuo como el de una artillería lejana. Los aviones americanos atacaban. Mr. Adams, que observaba emocionado la escuadra aérea del Japón, esperando ver caer algunas unidades bajo el fuego de sus paisanos, fue testigo entonces de algo que le hizo enmudecer de pasmo. Los mil aeroplanos nipones, en una sola fila, se habían detenido, permanecían inmóviles como los colibríes al chupar las flores. Ni uno solo fue derribado. Parecían peces sin alas, sostenidos por hélices invisibles. De pronto se desprendió de cada uno de ellos un objeto semejante a un cohete enorme. Aquellos mil dardos dirigidos contra los aviones norteamericanos los persiguieron tenazmente como los sabuesos a las tímidas liebres. En vano los aeroplanos yanquis se elevaban, descendían o giraban locos de terror: tras ellos iban los cohetes: siguiendo el vacío que dejaban las naves en su vuelo, e iban a adherirse bruscamente a la popa, produciendo sordas explosiones. Veíase luego un copo de humo bronceado. Inmóvil, macizo, y enseguida se distinguían restos de máquinas, de cuerpos humanos y de objetos extraños que por todas partes llovían al mar como las cenizas de una erupción volcánica. ¡Los mil quinientos aeroplanos que defendían a San Francisco habían dejado de existir! Fanny perdió el conocimiento y su hermosa cabeza se dobló hacia atrás en el respaldo de su sillón de junco. Acudió su padre a prodigarle sus cuidados, y aquel fiero sajón avezado a las luchas de la vida y a arrostrar con semblante sereno la mala fortuna, tenía el suyo demudado y a duras penas lograba contener sus lágrimas. -Usted lo ha querido así, Mr. Adams -exclamó severamente Roberto-. Ahora, ya es demasiado tarde. Antes de media hora esos mismos aviones que constituyen mi orgullo de inventor mecánico, habrán hundido los doscientos barcos de guerra estacionados en el puerto. La escuadra japonesa no disparará un solo cañonazo; todo será obra de mis temibles pájaros de metal. Con cincuenta libras de japonita echarán a pique el más gigantesco dreadnaught. Tampoco el ejército amarillo tendrá ocasión de luchar con el yanqui. Tres o cuatro horas serán suficientes a mis pájaros mecánicos armados con el infernal explosivo inventado por Amaru para reducir a polvo el ejército de dos millones, encargado de defender la costa del Pacífico. -Usted y sólo usted, Mr. Adams, será ante la Historia el responsable de tantos horrores. Vibraba con la indignación la voz del costarricense, impresionando visiblemente al Secretario y a su hija, la cual había ya vuelto en sí. Mr: Adams inclinó la frente bajo la tremenda acusación. Efectivamente, él se había burlado al principio del supuesto poderío de los enemigos de su patria, creyendo que sus asertos eran simples baladronadas; ahora que se había convencido objetivamente de que los piratas contaban con recursos que sin exageración podían calificarse de sobrenaturales, el viejo político lamentaba la ceguedad que le impidió avisar a tiempo a sus coterráneos el tremendo peligro que se cernía sobre sus cabezas. Su terquedad había ocasionado la pérdida de toda la escuadra aérea del Pacífico. Su exagerado amor propio, impidiéndole aconsejar a sus paisanos la rendición incondicional e inmediata, como la proponía Roberto, iba a producir la ruina de doscientos barcos de guerra y de casi otros tantos miles de valientes e instruidos marinos, y más tarde la destrucción de todo el formidable ejército del Oeste. 10

Una horrible lucha de encontrados sentimientos parecía desarrollarse en el alma del orgulloso yanqui a quien su hija hablaba cariñosamente a media voz; al fin, dirigiéndose a Roberto, que registraba el firmamento con su curioso estereoscopio, le dijo excitado: -Señor comandante, yo no puedo permitir esa estúpida y salvaje carnicería. Voy a dar órdenes a la escuadra para que se rinda sin presentar combate, y a comunicar a . mi Gobierno la necesidad de que el ejército haga lo mismo. -Es demasiado tarde -murmuró tristemente el joven rubio-. La flota norteamericana ha iniciado el ataque y dentro de quince o veinte minutos los doscientos barcos estarán en las profundidades del océano. ¡Esto es horrible, monstruoso! Señores -añadió dirigiéndose a los presentes-, quiero que ustedes sean testigos de que hice cuanto pude por evitar este paso extremo. Dejo a Mr. Adams todo el peso de la responsabilidad moral de lo que va a ocurrir. Durante uno o dos minutos hubo un silencio profundo, amenazador, interrumpido apenas por el sordo gruñido de los motores de los tres nautilos que navegaban lentamente, apareados, para presenciar el combate. En el cielo, en perfecta formación y a considerable altura, estaban los mil aeroplanos inmóviles como los colibríes al libar el néctar de las flores. Las tripulaciones de los submarinos miraban hacia arriba y las bandas dejaron de tocar. Se oyó luego un estruendo lejano, luego otro y otro, hasta que se fundieron todos en el ruido continuo y formidable de un Niágara. El espacio se pobló de puntos brillantes y de copos de vapores blancos y' verdosos, como si llovieran millones de aerolitos. ¡Cosa inaudita! Aquellas poderosas bombas no llegaban hasta los aviones japoneses y estallaban muy por debajo, sin derribar ninguno. Los artilleros norteamericanos desconcertados suspendieron el fuego y entonces se vio un espectáculo espeluznante. Los aviones, rompiendo sus filas, avanzaron un poco y se situaron en formación irregular, como si cada uno tuviera su particular objetivo. En medio del silencio que siguió a las infinitas andanadas de los barcos, resonó una explosión formidable, una señal indudablemente, pues antes de extinguirse sus vibraciones se vio caer de los aeroplanos objetos negros que descendían como centellas. No hay palabra en ninguna lengua capaz de expresar la terrible impresión que en el oído puede producir la veladura casi simultánea de doscientos acorazados provistos de muchas toneladas de explosivos. Se vieron surgir del mar, a larga distancia infinidad de geiseros; la presión del aire fue tan terrible que en la cubierta de los submarinos muchos cayeron de espaldas y todos creyeron que sus pulmones iban a estallar. Pasado el primer momento de estupor, el comandante del Cañas recorrió con su anteojo el mar, y al bajarlo dijo con sincera pena: -Toda la escuadra ha sido destruida, sin escapar ni un bote ni un tripulante. Ahora nuestros aviones van a atacar las defensas de San Francisco y a valor los campamentos. A la noche, nadie podrá impedir que un millón de japoneses ocupen militarmente el Estado de California. Pasado mañana, si la Gran República no se somete a las condiciones que la democracia impone a los imperios militares como el de Napoleón, o plutocráticos como éste, nuestra escuadra aérea reducirá a cenizas a Nueva York, a Chicago y a Washington; y si quisiera podría en menos de un mes borrar las trazas de la dominación anglo- sajona en Norte América. Podemos hacerlo, pero no queremos. Ustedes, en cambio, Mr. Adams, no tendrían el menor escrúpulo en utilizar tan poderosos medios de destrucción contra la raza latina a fin de sustituirla por otra más vigorosa y activa. Hacía largo rato que Mr. Adams permanecía ensimismado, como si lo trágico de la escena última hubiese suspendido el proceso regular de su vigoroso cerebro. En vano Fanny se esforzó por darle ánimo y hacerle recobrar su serenidad habitual; el Secretario de Marina, callado, sombrío y con semblante inexpresivo, parecía haberse idiotizado repentinamente. En puridad de verdad, había motivo más que suficiente para perder la razón. La gran escuadra creada a costa de tantos sacrificios, dotada de todos los perfeccionamientos más ingeniosos de la ciencia náutica, aquella escuadra que Mr. Adams suponía invencible, capaz de enfrentarse a todas las del mundo... ¡hundida en pocos minutos por unas cuantas naves aéreas cuyo aspecto no tenía absolutamente nada de imponente! 11

Los aviones, recobrando su primitiva formación, avanzaron serenamente hacia el Este. Los tres nautilos permanecieron al pairo en espera de noticias, y Roberto ordenó que sirviesen el lunch a sus prisioneros, al doctor Valle; y a los comandantes del Mora y del Blanco, que acababan de desembarcar en la cubierta del Cañas, obedeciendo a la invitación del general en jefe. Von Stein, el capitán Amaru y Roberto se abrazaron cariñosamente sin poder ocultar su emoción. Su obra redentora y altruista estaba en vísperas de cumplirse. Rendido el ejército americano y desarmado el mundo entero, los pueblos comenzarían a gozar por primera vez de su libertad y a labrarse por sí mismos su bienestar y su independencia. La mesa de popa ostentaba delicados ornamentos alegóricos y media docena de botellas de champaña. Con el capitán Amaru desembarcó el salvadoreño Delgado, a quien sus camaradas recibieron como a un hermano. El politécnico venía entusiasmado. -Queridos amigos, ¡qué espectáculo, qué prodigio! Nada me queda por ver en el mundo y ahora podría morir tranquilo, pues no es posible experimentar emoción superior a la de esta mañana. Figúrense ustedes el Blanco a media máquina, encabezando la expedición, detrás dos mil embarcaciones entre acorazados, cruceros y transportes, y en el aire, como un regimiento de granaderos, mil aeroplanos, cuyo poder conocíamos como incontrastable. Me dieron ganas de convertirme en jefe de las fuerzas y conquistar toda la tierra. En un mes, se habría realizado el eterno ideal de los reyes orientales, y aun occidentales, de tener a la humanidad esclavizada al servicio de un hombre, sólo que ese emperador no se llamaría Ciro ni César, Manuel I. Y al día siguiente de inaugurado tu gobierno autócrata -repuso fríamente Roberto- dejarías de existir. -EL simpático militar cuzcatleco abandonó de repente su tono, jovial y prosiguió formalizándose: -¡No, no! Se acabaron los tiranos. Yo no pretendo ser el último; solamente quisiera en nombre de la humanidad, que nos sirvieran el almuerzo, pues hace seis horas que no pruebo bocado. Llamó Roberto a los criados y mientras preparaban la mesa fijó sus miradas en el triste grupo formado por el Secretario y su hija. Fanny lloraba silenciosamente, recostada en el hombro de su padre. El Secretario miraba obstinadamente al suelo, como sin darse cuenta de la intensa aflicción de la adorable niña. Cuando los mozos sirvieron los primeros platos de la opípara comida, que Mr. Adams y Fanny ni siquiera probaron, se descubrió en el cenit un punto negro y casi enseguida descendió sobre la cubierta del Cañas algo a modo de un paracaídas pequeño, que resultó ser un ramillete de frescas flores en el cual venía atado este billete: -"General Mora.-San Francisco, capituló".-"Enviamos a Washington ultimátum.-W. Z." La gran flota japonesa comenzó a desfilar ante los tres submarinos que se mantenían al pairo; pasaron no menos de trescientos grandes acorazados, unos quinientos cruceros y gran cantidad de transportes a cuyo bordo iban las tropas de desembarco. -Todas esas formidables escuadras -dijo pensativamente Roberto- estarán reducidas a la impotencia antes de un mes. Si se negasen a hacerlo, correrán la misma suerte de la que hoy ha desaparecido. El Secretario Adams y Fanny, sin probar nada, dominados por la tristeza, se habían mantenido alejados del resto del grupo. Roberto se acercó a ellos y dijo: -Mr. Adams, acabo de recibir un despacho del jefe de la escuadra aérea en el cual me comunican que San Francisco ha capitulado con todo su ejército y que se han telegrafiado a Washington las condiciones que imponemos para cesar la guerra. Por lo pronto, usted y la señorita están libres y pueden desembarcar ya, si así lo desean. -Yo no puedo volver a mi patria -replicó sombríamente el Secretario-; no merezco pisar un suelo que no supe defender: mis conciudadanos me juzgarán no sólo inepto, sino acaso traidor. ¡Qué bien hizo Jack al arrojarse al mar! Mientras yo cobarde ... 12

-Mr. Adarns, usted ha cumplido con su deber y nadie puede reprocharle nada; el pueblo norteamericano le hará justicia. Nadie está obligado a prever lo imprevisto ni él descubrir lo que el mundo entero no ha sospechado siquiera en tantos meses. Los tres submarinos se habían puesto lentamente en marcha hacia el Este, navegando en la superficie con las rojas banderas izadas. Cerca de la costa se percibían los centenares de humaredas de los barcos japoneses. Los nautilos a cien metros uno de otro, cortaban las ondas sin el más leve balanceo. En la cubierta del Cenes habían quedado apenas el rubio comandante y los dos norteamericanos, sentados en sendas poltronas y sin cruzar palabra. Fanny miraba al suelo, con la angustia pintada en su bello rostro, anonadada por el cúmulo de fatalidades que había interrumpido el agradable curso de su existencia; Mr. Adams, con los ojos entornarlos y la cabeza recostada en los brazos cruzados sobre el respaldo de la mecedora, parecía dormitar; Roberto, .con su extraño anteojo en la mano, observaba la costa. De la entrada de la bahía se desprendió un torpedero que avanzó al encuentro de los submarinos con la rapidez de una flecha. Sólo Roberto se dio cuenta de la aproximación de la nave; sus melancólicos compañeros no advirtieron nada hasta que el silbato del minúsculo destructor resonó al costado del Cañas. Un instante después saltó sobre la cubierta un joven moreno, con uniforme gris; y al punto corrió a saludar al general, quien le tendió cariñosamente la mano. -¿Qué ocurre? ¿Has recibido noticias de Colombia, Antonio? -Al contrario: he enviado a mi patria un mensaje, anunciándole que la formidable Unión está disuelta y que en adelante los latinos no sufriremos más desmembraciones ni ultrajes hechos en nombre de la fuerza. General, el Gobierno de Washington, viendo la absoluta imposibilidad de resistir, ha declarado disuelta la Unión y convenido en desarmar todos sus buques de guerra; cada Estado será una república independiente y en igual condición quedarán todos los países del resto de América. Hemos intimado lo mismo a Inglaterra para que destruya su flota y deje en completa libertad a sus colonias. y a Francia en iguales términos. -Está bien -dijo Roberto-. Que nuestros aviones se trasladen inmediatamente a la costa del Atlántico para hacer entrar en razón a las potencias europeas y una vez conseguido nuestro objeto Irás tú a reunirte con nosotros en el cuartel general de la isla del Coco, para donde partiremos cuando hayamos desembarcado a nuestros distinguidos prisioneros. -Precisamente este asunto es el que me trae a bordo, pues las noticias que debo comunicar no podrían trasmitirse por telégrafo. Cuando la población de San Francisco supo que a bordo traíamos al señor Secretario de Marina, hizo manifestaciones hostiles que según parece se han extendido a los demás Estados de la antigua Gran República. No creo prudente que los señores vayan a tierra; y como los nautilos van a partir enseguida para el Sur, es preferible que desembarquen en Centro América, en donde estarán al abrigo de las venganzas de sus paisanos. Mr. Adams, había adoptado de nuevo su actitud indiferente y ensimismada; por las descoloridas mejillas de Fanny resbalaban una tras otra las lágrimas. -Adiós, Antonio -repuso Roberto abrazándole cariñosamente--. Cuando el Japón desarme su escuadra, toma tu aeroplano y vé a reunirte conmigo en la isla misteriosa. Todos los Caballeros de la Libertad debemos estar juntos allí para celebrar el día de la aran liberación. Cuando partió el torpedero, el comandante Mora dijo al Secretario: Siento mucho lo que ocurre, Mr. Adams; pero por lo que cuenta Antonio no es posible desembarcar a ustedes en San Francisco. El Cañas va a partir inmediatamente para el Sur; si usted no tiene inconveniente iremos a Costa Rica, en donde no podrán temer nada. Mi madre está allí sola, y Fanny encontrará en ella la madre que perdió cuando era muy niña. Mi casa está enteramente a la disposición de ustedes, mientras voy a la isla a terminar mi misión. Después publicaré todos los detalles de la gran obra para que el pueblo norteamericano vea que su Secretaría de Marina no tuvo culpa alguna en lo sucedido y que nadie habría podido portarse más digna y patrióticamente. Mr. Adams no abrió siquiera los ojos, como si no hubiese oído las anteriores palabras; pero la joven alargó su mano al ingeniero y la oprimió agradecida. Unos minutos después los tres submarinos dirigían la proa al Sur con velocidad moderada y manteniéndose a unas diez leguas de la orilla. El sol iba ya declinando, y en la apacible y fresca tarde se 13

respiraba un ambiente primaveral, saturado de felicidad y de vida, que contrastaba con los horrores de la mañana, como muda protesta de la naturaleza contra las crueldades de los hombres. Roberto ordenó que sirvieran la comida bajo la toldilla de popa; pero MI'. Adams no probó bocado ni salió de su mutismo; y su hija, impresionada por su triste actitud, tomó apenas una taza de café. Al levantarse de la mesa Roberto llevó aparte a Fanny y le dijo: -Es necesario distraer a su papá. Mañana cuando se levante hágalo subir sobre cubierta y procure hacer que se resigne con los acontecimientos. Hay que tomar la vida con filosofía. No ha mucho Mr. Adams decía a usted que los antiguos representaban la fortuna como una rueda, y en efecto, no hay nada más voluble. Lo que hoy está abajo, mañana se encuentra encumbrado, sin que haya nada estable. Vea usted, Fanny, yo soy actualmente el árbitro del mundo -lo digo sin jactancia- pues mis inventos y los del capitán - Amaru pueden aniquilar en un instante las fuerzas terrestres y marítimas de todas las potencias de la tierra: Cuando los pueblos oprimidos sepan quién es su libertador se levantarán centenares de estatuas, sin perjuicio de quemarme en efigie un año más tarde, cuando resulte que me he equivocado y que el mundo era más feliz bajo el imperialismo -añadió riendo cordialmente. -De modo -repuso Fanny- que usted no está muy seguro de proceder bien en su empresa. -La humanidad es tan incomprensible, que jamás está uno seguro de que su acción será considerada eternamente como buena. Vea usted, Fanny: mi país erigió dos monumentos en conmemoración de la derrota que en 1856 infligió a los filibusteros yanquis. Hace poco derribó esas estatuas para sustituirlas con la del invasor Walker y la de un Presidente norteamericano que preparó la ocupación militar de Centro América. En estos momentos cuando mi patria se entere de la caída del águila, volverán a su sitio las estatuas de los patriotas. ¿Quién sabe si mañana, al convencerse de que estas repúblicas necesitan una mano de hierro que mate de golpe las ambiciones locales y las revueltas, Costa Rica no volverá a prosternarse ante las estatuas de Walker y de Wilson? -Entonces usted no obra de buena fe, Roberto. Su escepticismo debiera haberle hecho más cauto y no dejarle consumar tantas desgracias sin estar convencido de la moralidad de su empresa. -Procedo de acuerdo con mis convicciones y mis ideales, como el científico que emprende lleno de fe un experimento. Si me equivoqué, el tiempo lo dirá. De todos modos, mi experimento será decisivo y la humanidad sabrá a qué atenerse con respecto a su porvenir. Razas y pueblos autónomos, disponiendo libremente de sus destinos, o un imperio universal, disciplinado y sujeto a una autoridad central, como lo soñaron Ciro, Alejandro, Napoleón, Guillermo II y Wilson. La experiencia será decisiva. Si me equivoqué y los puebles me queman en efigie, tanto mejor. A lo menos que se reconozca mi desinterés y que toda mi labor, que podría haberme hecho dueño de la tierra, la he consagrado a un fin humanitario Y altruista. Cualquiera que sea mi suerte, quiero que usted, Fanny, la única mujer que he amado, mire en mí un Quijote que se sacrifica por sus semejantes, sin utilizar sus inventos en provecho propio. Fanny contemplaba absorta la radiante fisonomía del joven, cuya superior inteligencia y noble corazón engrandecían su figura hasta darle las proporciones de un ser sobrenatural. Bajó los ojos cuando Roberto le manifestó sin rodeos su amor; su turbación era muy natural, pues aquel arrogante mozo cuyos obsequios había rechazado al saber su nacionalidad, obedeciendo a las instigaciones de orgullosos compatriotas, era el único hombre que la había impresionado y atraído desde el día en que se conocieron. -Dentro de tres días. Fanny, estaremos en la isla del Coco -añadió estrechándole la mano-. Mientras tanto, procure distraer a su papá, que una vez llegados allí yo me encargaré de devolverle su buen humor. Fanny oprimió agradecida la diestra del comandante y no apartó de él sus miradas hasta que desapareció por la escotilla. En los días subsiguientes la joven subió sola sobre cubierta, en donde pasó muchas horas en íntima conversación con el ingeniero. Mr. Adams se había obstinado en no salir de su camarote ni en probar alimentos, lo que preocupaba hondamente a la cariñosa hija. -Déjele usted -repetía Roberto-; cuando reflexione sobre lo ocurrido se disiparán sus penas. Mis publicaciones, además, sincerarán su conducta ante los ojos de las Repúblicas del Norte, y todos sabrán que ustedes cayeron prisioneros sin poder hacer nada en favor de su patria. 14

-Papá me tiene preocupada -respondió tristemente Fanny-; no ha vuelto a cruzar palabra conmigo y se niega obstinadamente a probar nada. -Procure usted hablarle de cosas que no se relacionen con su situación. Mañana al amanecer haga que suba al puente, pues muy temprano estaremos a la vista de la isla del Coco, y el espectáculo es digno de contemplarse a esas horas. La isla en esta época ofrece el aspecto de un inmenso pilón verde, bastante alto, del cual caen al mar centenares de cascadas argentinas. ¿Sabe usted una cosa, Fanny? Mi ideal sería ser dueño de una isla solitaria como la del Coco, vivir en ella con una mujer amada y, apartados de las miserias y mezquindades sociales, renovar allí el idilio del paraíso. [Cuánto me repugna el contacto del mundo! Bajezas, intrigas, calumnias, ruines venganzas, chismes innobles, vapor de odio que sofoca y marea, en vez de puras brisas cargadas de amor y simpatía. Yo nací para amar, Fanny; para proporcionar a mis semejantes los medios de ser felices; para tender la mano a los desvalidos y compartir con ellos sus penas. En pago ¿qué he cosechado? El odio injustificado de aquellos a quienes más favorecí, ingratitud y olvido; mordeduras de víboras que calenté en m! seno ... [Ah, Fanny! [Si usted supiera cuántas amarguras guardo en mi pecho! Cualquiera en mi lugar habría devuelto mal por mal, pues dispongo de poder bastante para causar daño; pero yo no puedo odiar; los ingratos, los infames, los criminales me inspiran profunda lástima; algunos asco; ninguno odio. Yo quisiera ver la tierra ocupada por centenares de pueblos libres y felices, saneada y cultivada, capaz de contener y alimentar una población que no se multiplicara estúpidamente como ahora; desearía ver a los hombres todos equilibrados, exentos de vicios, disfrutando plácidamente de la vida; sin guerras, ni pestes, ni penas. Moriré sin ver realizadas mis aspiraciones. La especie humana está loca; el hombre no es más que un ser desequilibrado por haber dado la preferencia al desarrollo del cerebro sobre los de más órganos, consagrándose al estudio, en lugar de atender un poco más a sus funciones naturales. ¿Qué serían nuestras ciudades si los campos no les enviasen su gran contingente de cerebros sanos? Inmensos manicomios. Fanny escuchaba con religioso respeto el extraño discurso de su antiguo cortejante, que siempre solícito y cariñoso, procuraba hacerle menos enojosa su prisión. Jamás habría sospechado que aquel joven rubio, a quien había despreciado, poseyera una inteligencia tan elevada, unos sentimientos tan generosos y una voluntad tan firme. Sentíase ella tan insignificante a su lado, que cuando hablaba lo hacía con ese temor del estudiante que consulta a un sabio. Pasaban todo el día solos, en la cubierta del Cañas, viendo esfumarse la costa con sus cordilleras azuladas y sus verdosas islas. De cuando en cuando se presentaba Jiso el telegrafista con despachos que entregaba silencioso al comandante, el cual después de leerlos los pasaba a su bella compañera. Eran casi todos homenajes que las ciudades de Méjico y de Centro América tributaban a su libertador, a aquel costarricense desconocido la víspera y hoy célebre en todo el mundo. * * * En la mañana del 5 de mayo los tres submarinos divisaron los picachos de la isla del Coco. Roberto recibió la noticia en el comedor cuando tomaba su desayuno; y se disponía a subir sobre cubierta, cuando resonó en el salón un grito de suprema angustia, cuyo timbre era familiar al joven ingeniero. Acudió inmediatamente y vio a Fanny envuelta en blanco peinador, desesperada, loca, en la puerta de su camarote. -¿Qué ocurre? -exclamó. -¡Papá está muerto, sí! ¡Dios mío! Roberto trató de calmar a la bella, cuyos brazos se retorcían convulsivamente y cuyo cuerpo todo temblaba como el de un azogado. Luego se asomó al camarote y se detuvo horrorizado en el umbral. Sobre el lecho resaltaba la faz cadavérica del Secretario en las sábanas tintas en sangre. En el suelo una navaja de afeitar revelaba cómo se había consumado el suicidio. Mr. Adams, como Jack, no había podido soportar la pena que le causara la disolución de su poderosa patria. Roberto hizo el saludo militar como postrer homenaje al ilustre muerto, y corrió luego a atender a Fanny que se había desplomado sobre el piso del salón. * * * A mediodía los acantilados de la isla del Coco fueron testigos de una fúnebre ceremonia, la primera quizás que se celebraba en aquellas playas inhospitalarias. 15

Una fosa abierta en la peña recibió el cuerpo del distinguido hombre público cuyo genio había convertido los Estados Unidos durante dos años en la primera potencia naval del mundo. Aunque Roberto se empeñó en que Fanny no saliera del nautilo, la joven manifestó su resolución de asistir al entierro y dar a su padre el último beso antes de verlo desaparecer para siempre. Alrededor de la sepultura se agrupaban silenciosos el capitán Amaru, el conde Stein, Manuel Delgado, el doctor Valle y un centenar de marinos de diversas nacionalidades, formados en cuadro, mientras las bandas de los submarinos ejecutaban la marcha inmortal de Chapín. Cuando comenzaron a caer sobre el cuerpo del infortunado Mr. Adams las primeras paladas de tierra, empezó Fanny a temblar y habría caído al suelo si Roberto no la hubiese sostenido por la cintura. Hasta entonces no reparó Roberto en una coincidencia: los marineros habían cavado la sepultura de Mr. Adams, precisamente en la misma eminencia desde donde los tres norteamericanos habían contemplado la puesta del sol la tarde en que arribaron a la isla, en el lugar en donde al día siguiente el Secretario, mientras cantaba las glorias de su país, fue interrumpido en su discurso por la voladura del Nicaragua. Terminada la fúnebre ceremonia el cortejo se puso en marcha con dirección a las cavernas, en cuyo canal estaban anclados los tres nautilos. El ingeniero, sosteniendo a la joven con la solicitud de un hermano, le dijo al llegar a la segunda cueva de la derecha en la cual estaba la escalera que conducía al lujoso piso habitado por la oficialidad de los barcos: -Fanny, me he tomado la libertad de hacer trasladar su equipaje a uno de los cuartos del segundo piso, porque sería muy doloroso para usted volver a su camarote. Aquí estará menos incómoda Y podrá salir a cualquier hora al aire libre, pues ya no hay rejas que impidan el paso. Quisiera llevarla inmediatamente a Costa Rica al lado de mi madre; pero no puedo ausentarme de aquí antes de dos días. Una vez en San José es usted dueña de quedarse en mi casa meses, años, ¡ojalá toda la vida!, o de regresar a su país. -¡Gracias!, es usted muy bueno, Roberto -contestó sollozando la linda joven-. ¡Yo no tengo ya ni patria ni padres ni hermanos ni siquiera amigos! Roberto le estrechó cariñosamente las manos y le dijo, cuando llegaron a la habitación: -Aquel teléfono se comunica directamente con mi cuarto; si hay alguna novedad, si desea algo, no tiene más que avisármelo. Tocando ese botón eléctrico aparecerá inmediatamente un criado que está exclusivamente a su servicio. Cuando Roberto se hubo marchado, no pudo menos Fanny, a pesar de su dolor, de admirar y agradecer la delicadeza con que el arrogante mozo le había preparado su alojamiento. Esa tarde recibió el comandante un despacho inalámbrico cuya lectura le llenó de satisfacción. En la cena, cuando estuvieron reunidos los cinco amigos, dijo: -Mañana a las seis debemos estar en la plazoleta del telégrafo. Tendremos visitas. Acostumbrados a la reserva de su jefe, sus compañeros se guardaron de interrogarle y todos comieron con apetito, aunque evitando hablar en voz muy alta y reír, por respeto al dolor de Fanny, cuyo aposento estaba cercano. Al amanecer, los Caballeros de la Libertad, instalados en el automóvil, se dirigieron rápidamente a la estación inalámbrica. Al llegar, salió de la garita Jiso el telegrafista y saludando militarmente a Roberto, dijo en esperanto: - General, acabo de recibir un despacho desde alta mar. Dentro de un cuarto de hora estarán aquí. El ingeniero sacó de la funda su extraño anteojo y después de recorrer la parte norte y este del cielo, gritó: -¡En efecto, ya están a la vista! Todos se inclinaron sobre la curiosa cámara de Roberto y vieron claramente dos puntos negros que volaban apareados hacia la isla. No habían transcurrido diez minutos cuando levantando los ojos al cenit divisaron a considerable altura dos naves aéreas, verdaderos pájaros mecánicos, sin alas, los cuales después de mantenerse inmóviles un rato, descendieron verticalmente con acelerada rapidez, como en una caída mortal. A cien metros de altura se detuvieron de nuevo y siguieron cayendo lentamente, como dos paracaídas, hasta que se posaron blandamente sobre el césped, acompañados del zumbar de cien hélices pequeñas que sobre cubierta permitían a las naves ascender y aterrizar verticalmente. 16

Del primer avión saltó Antonio, el piloto colombiano que en la bahía de San Francisco llevó un mensaje al Cañas. Roberto le abrazó y lo mismo hicieron sus cuatro camaradas; pero inmediatamente volvieron los ojos llenos de curiosidad hacia el personaje que acababa de desembarcar del otro avión. Era un hombre como de cuarenta años, alto y robusto, aire militar, tez curtida por el sol, ojos negros y vivos y barba del mismo color, cuidadosamente recortada. El general Mora le estrechó la mano y volviéndose a sus sorprendidos amigos, dijo: -Tengo el honor de presentar a ustedes al séptimo Caballero de la Libertad, al coronel mejicano, mi compañero de estudios en Inglaterra, don Salvador Morelos, jefe de la escuadra aérea japonesa que delante del puerto de San Francisco arruinó el poderío norteamericano. -Yo no he sido más que el brazo que ejecuta, ustedes la cabeza que dirige -contestó el recién llegado con voz sonora y enérgica. -¿Qué noticias nos traen ustedes? -Una sola -replicó solemnemente el Coronel Morelos-, que nuestra misión, la misión de los siete Caballeros de la Libertad ha terminado. -¡Cómo! -exclamaron casi a un tiempo Roberto, van Stein, Amaru, Delgado y Morazán, .mientras Antonio sonreía satisfecho. -Sí -continuó con el mismo tono grave e imponente Morelos-. Las potencias europeas han capitulado, sobrecogidas de temor por lo que les comunicaron sus ministros residentes en Washington y su aliado el Gobierno de la Gran República hoy disuelta. Únicamente la Gran Bretaña se mostró incrédula y entonces yo mismo telegrafié desde San Francisco al Almirantazgo Inglés, proponiendo una prueba convincente, aunque dolorosa. Ofrecí destruir con sólo dos aviones el escuadrón naval y aéreo estacionado en Jamaica. No recibí contestación: sin duda el Gobierno Inglés pensó que se trataba de una broma o de una fanfarronada, Y no hubo más remedio... Ayer a las nueve de la mañana... Fue un espectáculo estupendo, aunque salvaje. ¡Culpa de la terquedad sajona! Frente a Kingston salieron a encontrarnos, a la hora de la cita, unos cincuenta aeroplanos. Los nuestros con la quilla protegida por las placas que los hacen invisibles desde abajo, no llevaban las de la proa. Queríamos que nuestros enemigos aéreos nos viesen como en el combate de San Francisco y pudiesen dar cuenta a sus compatriotas de que habían combatido apenas contra dos, en tanto que nos divertíamos imaginándonos a los oficiales de los seis grandes acorazados asestando inútilmente sus telescopios al firmamento para descubrirnos. Nuestros dos cañones neumáticos dispararon sin ruido cincuenta cohetes. Renovose la escena de San Francisco y los aeroplanos fueron cayendo al mar uno tras otro como golondrinas cazadas al vuelo. ¡Qué lejos estaban de sospechar que se habrían escapado del peligro con sólo permanecer siquiera un minuto enteramente inmóviles en el espacio! Pero aun sabiéndolo ¿cómo habrían podido ejecutar esa maniobra sin el prodigioso invento del general Mora? Luego, como un alarde de desprecio descorrimos las placas de la quilla para que pudiesen vernos los dreadnaughts, pero antes que pudiesen disparar sus formidables cañones, cada uno había recibido a bordo un quintal de japonita. Seis columnas de humo señalaron a la ciudad el lugar que un minuto antes ocupaban los barcos. Volamos luego sobre la población horrorizada y dejamos caer sobre ella una, docena de hojas que teníamos escritas de antemano y que decían: "Poseemos medios para hundir los treinta submarinos que protegen la bahía, aunque se sumerjan a cuarenta metros; pero nos duele sacrificar más vidas inocentes. Aconsejen al Gobierno de la Metrópoli que acepte nuestras condiciones." Punto y seguido volamos en línea recta para acá y aquí nos tienen. Probablemente hoy recibiremos otras noticias. Mientras todos felicitaban calurosamente a los dos aviadores que habían realizado la proeza más increíble que registra la historia de la guerra, Jiso, que había permanecido en su caseta, se presentó con un papel en la mano y se lo entregó respetuosamente al rubio ingeniero. Era un despacho en cifra y al leerlo lanzó una gran exclamación. En medio de las curiosas miradas de. sus amigos, se levantó Roberto de la piedra en qua se había sentado, y descubriéndose con religioso respeto dijo con voz trémula por la emoción: -Señores, saludemos en este día la aurora de los pueblos libres. Hoy comienza una nueva era para la humanidad. Inglaterra y las demás potencias convienen en el desarme completo y en la independencia de las colonias. Cada nación envía inmediatamente un delegado a cada una de las otras para ver que se cumpla lo pactado. El 4 de julio los inalámbricos de toda la tierra llevarán hasta los rincones más apartados la noticia de que terminó para siempre el imperio del águila y que ya este fatídico símbolo no 17

volverá a aparecer en las banderas de otras Romas, de futuros Napoleones, tsares, ni emperadores germánicos. Le hemos cortado las garras. ¡Vivan los pueblos libertados! -¡Vivan sus libertadores, el general Mora y el capitán Amaru! -gritó el mejicano Morelos entusiasmado. -¡No! -gritó a su vez Roberto-. Vivan los Caballeros de la libertad, los hombres de todas las razas que han contribuido generosamente a esta obra redentora. Pasados los primeros transportes de júbilo, Roberto dio sus órdenes precisas. A medio día partirían los tres nautilos, que regresarían al día siguiente a su base. En el Cañas conduciría él a Fanny hasta Puntarenas. El capitán Amaru llevaría a Antonio a Panamá, en donde estaba su familia; y el conde Stein en el Blanco era el encargado de acompañar hasta Acapulco al coronel Morelos, a quien su patria agradecida preparaba sin duda una apoteosis. Los dos aviadores iban sólo de paseo, pero debían estar de vuelta a fines de junio, para aguardar todos reunidos en la isla la noticias del desarme universal y la disolución de los grandes imperios. Pasada esa fecha, las tripulaciones bien gratificadas volverían al servicio del Japón; el conde Stein y diez de sus compatriotas se quedarían en la isla, en donde proyectaban establecerse con sus familias y fundar una colonia agrícola. Los demás Caballeros regresarían a sus respectivos países; pero se convino en que todos los años vendrían a pasar el mes de enero en la colonia. -¡Como no se le ocurra a von Stein apoderarse del mundo! -dijo riendo Manuel Delgado-; quedan aquí los submarinos y dos aviones. El alemán sonrió y lo mismo hicieron los presentes, excepto el capitán Amaru; el cual en un momento en que se encontró con Roberto alejado del grupo, le dijo en voz baja: -General, ¿no cree usted que pueda ocurrir lo que en broma dijo Delgado? ¡Estos alemanes son tan ambiciosos! Además, von Stein participó en nuestra obra más por odio a los yanquis que por comulgar con nuestras ideas. -Duerma usted tranquilo, capitán. Von Stein es leal. Además, no posee nuestros secretos sin los cuales las máquinas que dejamos aquí y las mil que volverán al Japón son juguetes enteramente inofensivos. Hoy el mundo no puede temer nada, sino de dos hombres, que somos usted y yo -añadió sonriendo. - Entonces -replicó Amaru apretándole la mano también el mundo puede dormir tranquilo. * * * Así que hubieron regresado a las habitaciones subterráneas para tomar el desayuno, Roberto preguntó al sirviente por la señorita Fanny. -Salió hace poco -respondió éste-o Roberto permaneció preocupado durante el almuerzo y apenas hubo terminado se encaminó a la salida de la caverna, desde donde descendió a la hondonada y comenzó a subir con paso firme y rápido por la falda de la colina opuesta, en la cual estaba sepultado Mr.. Adams. Durante la madrugada unos marineros, por orden de Roberto, habían levantado sobre la fosa una pirámide de piedras amarillas, negras y rojizas combinadas con gusto y unidas con arcilla, en cuyas juntas habían sembrado orquídeas y helechos. De hinojos ante el túmulo, cubriéndose los ojos con el brazo derecho, y el izquierdo tendido sobre las losas, estaba la bella joven, llorando en silencio. Roberto se detuvo para contemplarla un instante. Recordó haber visto en el cementerio de Florencia esculturas admirables sobre las suntuosas tumbas; pero ninguna podía compararse en gracia y expresión a aquella linda niña, viva imagen del dolor sublime que no puede externarse con palabras ni con lágrimas. Al ruido de las pisadas levantó Fanny la cabeza y divisando al ingeniero se puso en pie con viveza, se acercó a él y le estrechó la diestra entre sus dos manos. -¡Usted, Roberto, ha hecho esto! ¡Gracias, gracias! El se descubrió respetuosamente y dijo con voz grave y pausada, dando unos pasos hacía el túmulo. -He venido a buscarla aquí, Fanny, porque sólo ante la tumba de su padre debe usted oír las palabras que van a salir de mis labios. Dentro de tres horas partiremos todos de esta isla. Como usted no desea volver por ahora a su patria, en donde no tiene familia, ni amigos ni fortuna que administrar, he pensado, si usted no se opone a ello, llevarla a San José, al lado de mi madre, ya muy anciana.. Cuando ella muera, me hallaré tan solo en el mundo como usted. ¿Quiere usted que unamos nuestros destinos? Yo consagraré mi vida a procurar que la suya sea más dichosa en lo futuro que en la actualidad. ¿Quiere 18

usted ser mi esposa? Así estará más cerca de la sepultura de su padre, y más cerca aún cuando traslade estos queridos despojos a la capital de Costa Rica. Si usted no me juzga digno de labrar su felicidad, considéreme siempre como un hermano y disponga en absoluto de mi persona y de cuanto poseo. Fanny le contempló asombrada al través de sus lágrimas y luego bajó los ojos, ruborizada y pensativa. -Perdone usted mi imprudencia -continuó él humildemente- pero quería que usted oyese mi solicitud en este sitio, con esa tumba por testigo, y no más adelante, en mi casa, en donde yo nunca me habría atrevido a hacerlo. Fanny levantó de nuevo hacia él los ojos con una expresión indefinible de gratitud, de admiración y de cariño. -¿Acepta usted? -murmuró Roberto casi a su oído. Por toda respuesta Fanny le tendió la mano que él besó y retuvo en la suya. Luego ambos jóvenes se arrodillaron ante la sepultura para dar su último adiós al esclarecido patriota y eminente hombre público que había ido a terminar su carrera en aquella isla solitaria. Cuando se alejaron lentamente, cogidos del brazo, el sol reverberaba sobre el océano, transformándolo en un estanque de plomo fundido, encerrado en el círculo perfecto del horizonte. El cinturón de espumas que ceñía la isla deslumbraba como una herradura de acero al salir de la fragua, y sobre él revoloteaban a la manara de copos de nieve arrastrados por un torbellino, millares de aves marinas que poblaban de extraños gritos el aire. Ambos jóvenes admiraban profundamente abstraídos el grandioso panorama a medida que descendían por la pendiente de la colina. ¿Se sentirían acaso impresionados por la semejanza entre aquel ignoto mar y el que iban a atravesar juntos en la frágil barquilla de su suerte futura? ¿Preocupaba a ella el temor de no hallar la felicidad en un país extraño, en medio de gente tan diferente de la suya? ¿Pensaría él en el porvenir de su grandiosa obra, que parecía cristalizarse en aquel providencial enlace que iba a fundir en una dos razas antagónicas? Roberto contemplaba en su imaginación a las naciones unidas, no por la presión de la fuerza sino por los lazos del amor: los hombres libres y felices; los pueblos sin guerras; las sociedades mejoradas por la educación, exentas de vicios y de crímenes; las ciudades saneadas, embellecidas y risueñas; los hogares, sin lágrimas y rebosantes de bienestar y de paz ... Pero ¿y si se había equivocado? ¿Y si la humanidad no estaba aún preparada para realizar ese ideal supremo? El, por su parte, estaba tranquilo, con la conciencia de haber obrado honradamente. De pronto Fanny y Roberto cruzaron una larga mirada como si mutuamente hubiesen adivinado sus recónditas preocupaciones. Había en el rostro del joven ingeniero tanta nobleza y resolución, en sus ojos tanta dulzura y en su frente tanto genio, que la linda americana reclinó la cabeza en el hombro de su compañero, subyugada, vencida. Era el amor que renacía. El la besó en las mejillas y luego ambos serenos y fuertes, llenos de fe en el porvenir, continuaron su camino cogidos de la cintura, seguros de que si algún día la humanidad ha de ser redimida, lo será por la energía y el amor de las almas superiores.

Guadalupe, 27 de abril de 1920. 19

Carlos Gagini

(San José, Costa Rica, 1865-1925) La producción de Gagini es ininterrumpida; escribió sobre diversos temas desde su adolescencia hasta pocos días antes de su muerte. Desde muy joven empezó a colaborar en las revistas y periódicos de su época. La actividad más importante de Carlos Gagini fue la filología, en la que era una verdadera autoridad. A él se deben importantes estudios sobre las lenguas indígenas de Costa Rica, varios textos gramaticales para escuelas y colegios y sobre todo un diccionario de costarriqueñismos, el primero en su clase en Costa Rica. Fue miembro de la Acaddemia Costarricense de la Lengua, miembro de la Academia Española de la Lengua, de la Asociación de Autores, de la Academia de Historia y Geografía de Brasil, de la Academia de Crear, de la Academia de la Lengua de El Salvador, de la Academia de la Lengua de Guatemala y de la Academia de la Lengua de Venezuela. Además fue director de las revistas "Costa Rica Ilustrada", "La Educación costarricense", "Revista Agrícola" y "Pandemonium". Murió en la ciudad de San José el 31 de marzo de 1925

BIBLIOGRAFIA

"Cuentos grises" (1865) "Chamarasca" (1862) "Ensayo lexicográfico sobre la lengua de Térraba" (1892) "Diccionario de Barbarismos y provincialismos de Costa Rica (1892) "Ejercicios de la Lengua Castellana" (1897) "Vocabulario de la Escuela" (1897) "El silbato de plata" (1904) "EL vocabulario de los niños" (1904) "Don Concepción" (1905) "El Marqués de Talamanca" (1905) "Ilusiones muertas" (1905) "Los pretendientes" (1905) "Elementos de gramática castellana" (1907) "Los aborígenes de Costa Rica" (1917) "Diccionario de costarriqueñismos" (1918) "Vagamunderías" (1920) "El árbol enfermo" (1920) "La caída del águila" (1920) "La sirena" (1920)

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LOS ELECTROCUTADOS DEL ATOMO Alfredo Cardona Peña

Fueron sentados en un trono de odio, sobre la silla oscura del relámpago. Lo he de decir porque me quema el sueño y por las sienes entra y me destroza como una sangre con vidrios mordidos. Es el vaho del miedo, la conjuración de los aullidos esteparios, la gran venda cayendo sobre el fiel. Es la injusticia empapando a los justos con una materia inflamable de alto voltaje. Es una madre ardiendo y sin embargo tranquila, su llanto es fuego y sube a la sonrisa de los hijos, el día de la consumación. Es un hombre como una catedral derrumbándose, solo, en el interior llagado del escarnio. Son los lobos, los lobos, y todas las humillaciones, comenzando por la de la Cruz. Esto digo llenando mi boca de ceniza, pero alguien me detiene: "No escriba de estas cosas -me dice con su mano de finísimo frío-, haga sonetos como lindas pieles, vuelva a la rosa pura y a la estrella."

Yo lo contemplo sin decirle nada, pero el dolor y la vergüenza, juntos, organizan mi voz como un arado.

ALFREDO CARDONA PEÑA

Nació en San José el 11 de agosto de 1917. En cuanto hacedor de ficciones, Cardona Peña fue uno de los primeros y todavía pocos narradores costarricenses que se apartó del realismo y exploró la fantasía, en colecciones como Cuentos de magia, de misterio y de horror (1966), Fábula contada (1972), Los ojos del cíclope (1980). Sin embargo, fue su obra lírica la que le dio temprana fama y que se recuerda con persistencia; se destacan tres o cuatro poemarios sobre el conjunto, apenas es posible mencionar algunos nombres y apuntar que es mucho lo que falta: su primer poemario El mundo que tú eres (1944), Los jardines amantes (1952), Cosecha mayor (1964), Anillos en el tiempo (1980). Con una antología de sus poemas ganó el Premio Nacional de Campeche en México, en 1983. Aunque abandonó Costa Rica poco más que adolescente, este “poeta de felices emociones y de felices palabras”, al decir de Alfonso Reyes, vivió con nostalgia su residencia lejos de la patria. Cada año visitaba el país para ver a su familia, revisar cómo andaban sus libros que por aquí se publicaban y dar una o dos conferencias. Al morir el 1° de febrero de 1995, estaba escrito en su testamento que quería ser enterrado en Costa Rica, en el Cementerio General, al lado de su madre. Nuestro poeta, quien dijo que la patria “acaso sea la infancia subiendo por los días”. 21

BICENTENARIO Iván Molina Jiménez

–Siéntese, por favor. –Gracias. Como le expliqué en mi mensaje, soy periodista del Mexico Times, y preparo un reportaje sobre la privatización de los activos culturales del Estado costarricense. Aunque el caso de Costa Rica está abundantemente documentado, me gustaría volver sobre algunos temas ya conocidos y profundizar en otros. Puesto que usted fue la diputada que lideró la oposición al proyecto, considero fundamental incorporar su punto de vista. –Con mucho gusto. –¿Tengo entendido que la propuesta original de privatización se presentó a la Asamblea Legislativa en abril del 2046? –Sí, aunque bajo la forma de una apertura regulada. Ese asunto fue el eje de la campaña electoral del 2042. El candidato de la Unidad Rojiverde Libertaria (URL) insistió en que, para reducir el gasto público y aumentar los ingresos del fisco, era indispensable que el Estado diera en concesión a la empresa privada la organización de algunas conmemoraciones oficiales, como el 11 de abril (día del héroe nacional Juan Santamaría), el 25 de julio (anexión del Partido de Nicoya) y 15 de septiembre (independencia nacional). –¿Fue durante esa campaña que el periódico Transnation y las cadenas Septica y Opretel empezaron a impugnar el control del Estado sobre las conmemoraciones y a denunciar que era un monopolio? –El cuestionamiento empezó desde mucho antes. Durante las movilizaciones populares de inicios del siglo XXI contra el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, la figura de Juan Santamaría fue utilizada sistemáticamente por quienes se oponían a ese convenio. A raíz de eso, empresarios vinculados a la publicidad comenzaron a plantear que las conmemoraciones oficiales podrían ser administradas mejor por el sector privado. La primera vez que escuché eso fue en el 2015, después de que True & Exact Facts publicó los resultados de una encuesta sobre el tema. –Por esa época el Congreso de Estados Unidos discutía el proyecto para convertir a George Washington y a otros padres fundadores en marcas comerciales… –¿Cómo olvidarlo? Yo estaba en Filadelfia cuando se votó la propuesta. Ciertamente, lo ocurrido en Costa Rica era parte de una tendencia mundial a mercantilizar el patrimonio cultural de los países; sin embargo, creo que la utilización de Santamaría contra el Tratado provocó que los empresarios y políticos costarricenses tuvieran, aparte de razones financieras, un motivo ideológico para impulsar esa privatización. –Disculpe, pero me cuesta entender esto: si existía un interés tan temprano del sector empresarial por controlar ese patrimonio, ¿por qué el proceso se demoró tanto? –El intento por privatizarlo fue bastante errático. El primer proyecto que se elaboró con ese objetivo fue presentado a la Asamblea Legislativa en el 2018 y proponía traspasar las 22

conmemoraciones del 11 de abril y del 15 de septiembre a Heroes Inc., una corporación estadounidense constituida en Nashville, Tennessee, en el 2010. –¿La cuna de William Walker, el filibustero al cual derrotaron los costarricenses en 1856? –¡Exactamente! Los impulsores del proyecto se olvidaron de ese pequeño detalle del pasado costarricense. La propuesta provocó un repudio popular masivo y tuvo que ser retirada de la Asamblea. La privatización pareció olvidarse durante algunos años, pero volvió, poco a poco, a ser defendida por cámaras empresariales y dirigencias políticas, y se abrió pasó en las campañas electorales del 2038 y el 2042. –¿En qué difería la propuesta del 2018 de la que finalmente se aprobó en el 2046? –El proyecto del 2018 implicaba que Heroes Inc. tendría un control total y exclusivo sobre la conmemoración del 11 de abril y del 15 de septiembre y podría explotarlas, comercialmente, sin límite alguno, durante períodos de diez años, prorrogables por decisión única del Ministro de Hacienda. –¿Es decir que si un poeta deseaba publicar un soneto dedicado a Juan Santamaría primero tenía que cancelarle los derechos correspondientes a Heroes Inc.? –En efecto. –¿Y que obtenía el Estado? –Cinco por ciento de las utilidades declaradas por la empresa durante los primeros diez años de operación, proporción que, vencido ese plazo, ascendería a diez por ciento fijo. –¿La apertura era más compleja? –Sin duda. El proyecto presentado en el 2046 suponía crear una Superintendencia General del Patrimonio Cultural, la cual adjudicaría la concesión a la empresa que ofreciera mejores condiciones, regularía estrictamente sus actividades, velaría porque tributara en proporción a sus ganancias –mínimo 20 y máximo 30 por ciento– y, cada cinco años, podría convocar a un nuevo concurso. –¿La propuesta del 2046 era mejor para el país que la del 2018? –Por supuesto. –¿Por qué, entonces, usted la atacó tanto? –Tuve dos razones. La primera es una cuestión de principios. El patrimonio cultural le pertenece a la sociedad costarricense y, por tanto, no debería ser vendible ni objeto de comercio. –Los de la URL dicen que esa es una posición superada. –Para los de la URL los únicos valores que existen son los financieros. –¿Y su segunda razón? –Los diputados de la URL lograron imponer un orden legislativo en el que, primero se debía votar la apertura, y después las leyes complementarias para crear la Superintendencia. Lo que iba a pasar era previsible. –Esa legislación todavía está en discusión en la Asamblea. –¡Precisamente! Es allí donde los políticos de la URL y los empresarios desean que permanezca. –¿Será aprobada alguna vez? –Lo dudo. Los diputados de la URL, en el 2046, procuraron atrasar su votación con miles de mociones y, posteriormente, le introdujeron tantas modificaciones inconstitucionales que, aunque fuera votada favorablemente, la Sala Cuarta se vería forzada a anularla. 23

–¿Cómo valora usted la apertura después de transcurrida casi una década? –El resultado está a la vista: Zlim Partners es, actualmente, el propietario exclusivo, por tiempo todavía indefinido, de las principales conmemoraciones de Costa Rica. La corporación no tributa porque opera con “pérdidas”, pese a que todos los años el Estado costarricense le cancela millones de dólares para poder celebrar, en escuelas y colegios, el 11 de abril, el 25 de julio y el 15 de septiembre. –De acuerdo con lo que me dice, ¿la apertura no le deparó beneficio alguno a Costa Rica? –Le voy a contestar de esta forma: cuando era niña, Juan Santamaría era el de la estatua que quemó el mesón, y una podía ir a ver al muchacho –gratis– todo el tiempo. Ahora, el monumento sólo se puede contemplar durante una semana, en el mes de abril de cada año, porque Zlim cobra 10.000 dólares diarios por exhibirla (parece que el próximo año, con motivo del bicentenario de la Campaña Nacional, la tarifa será triplicada). Y Juan es, hoy en día, apenas una figura publicitaria que promueve el consumo de gaseosas orgánicas, cigarrillos con feromonas, pizzas para bajar de peso, automóviles solares, laciadores de cabello, sueños digitales para ser feliz y condones inteligentes con sabor a kiwi.

© Ivan Molina Jiménez; 2006 (Tomado de Velero 25)

IVÁN MOLINA JIMÉNEZ

Nació en Alajuela el 6 de enero de 1961. Hasta la fecha, Molina Jiménez ha publicado diez libros como autor único, once con otros colegas (uno de ellos en México y otro en Estados Unidos) y ha editado o compilado siete libros (uno de ellos en Estados Unidos). Además, ha publicado más de sesenta artículos en revistas y libros académicos, en Costa Rica y el exterior, y más de veinte reseñas de libros. Ha realizado trabajo de investigación en archivos y bibliotecas en distintos países (en el extranjero, especialmente, en la Biblioteca del Congreso y en los Archivos Nacionales, en Washington) y participa, con frecuencia, en actividades académicas tanto en Costa Rica como en el exterior.

Actualmente, Molina Jiménez se desempeña como profesor de las carreras de Bachillerato y Licenciatura en Historia de la Universidad de Costa Rica e investigador del CIICLA. Tiene en vías de publicación una obra sobre la política costarricense del período 1885-1950 y está por terminar un libro sobre el desempeño electoral del Partido Comunista de Costa Rica durante los años 1931-1948. En el año 2002, publicó su primera novela, Cundila, en la cual juega con la idea de que puede existir una segunda parte inédita del célebre relato de Joaquín García Monge, El moto; y en el 2003 dio a conocer La miel de los mudos y otros cuentos ticos de ciencia ficción. A este le seguiría la segunda colección de relatos El alivio de las nubes...

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ENTREVISTA A IVAN MOLINA: ¿SOMOS LO QUE PARECEMOS?

Por KATTIA MUÑOZ B.

En un escondrijo de la Universidad de Costa Rica sorprendimos al historiador y escritor Iván Molina muy bien acompañado de un sinnúmero de libros, fichas, notas y secretos económicos, políticos, culturales y literarios de la historia de Costa Rica. Toda esa información lleva más de veinte años de estar apilada en una biblioteca y sólo espera el momento oportuno para salir a la luz en alguna de las publicaciones de éste acucioso historiador. "Tengo mucha información en papel pero gracias a la computadora llevo más de veinte años de tener digitalizada gran cantidad de información económica, política, censos, etcétera. De todo ese material sólo he utilizado un 10 o un 15%", asegura el historiador. Desde la adolescencia, Iván Molina sabía que su proyecto de vida era ser escritor de literatura pero cuando ingresó a la universidad no sabía en qué carrera matricularse y no tuvo más remedio que dejar en manos de la suerte su futuro profesional: así fue como lo aceptaron en Historia. "Poco a poco me fui identificando con el quehacer del historiador, sobre todo cuando me percaté que buena parte del trabajo del historiador implica usar la imaginación, probablemente más que en cualquier otra disciplina social. En historia trabajamos con evidencias fragmentarias y tenemos que recurrir a la imaginación para reconstruir procesos o tendencias de los cuales existe poca información disponible". "Como literato utilizo la imaginación libremente pero como historiador estoy condicionado por la evidencia disponible y porque existe un marco de interpretación de la ciencia social al que tengo que adaptarme". Durante mucho tiempo, Iván Molina se dedicó a la historia económica y cuando revisaba los inventarios de bienes de la gente muerta siempre se detenía a ver las descripciones de las casas, los muebles que tenían, eso le resultaba muy interesante. Esos desvíos fueron los que lo llevaron hasta la historia cultural. "En estos momentos la mayoría de los historiadores costarricenses hacen historia cultural o, por lo menos, hay una dimensión cultural en el trabajo histórico. Es más fácil llegarle al público general con temas culturales y nuestro gran reto sigue siendo ¿Cómo llegar al gran público joven, universitario, las personas que no estudian Ciencias Sociales?" Pero su amplia y reconocida carrera, primero como historiador económico y más recientemente como historiador cultural, no logró alejarlo de su gran pasión: la literatura. "Hace algún tiempo me di cuenta que tenía muchas publicaciones en historia y que quería publicar literatura. Para mi hacer literatura es más relajante porque las cosas están más armadas, mientras que en Historia van surgiendo hipótesis en el curso de la redacción, lo que obliga al historiador a buscar información. En historia cuando uno está más entusiasmado consigue una veta nueva, entonces hay que hacer una pausa y, por eso, es un proceso muy cortado".

Hablemos de "La Miel de los mudos" Además de su extenso currículum como historiador, Iván Molina incursionó en la literatura con "La ciudad de los monos", el año pasado publicó su primera novela titulada "Cundila" y acaba de salir a la venta "La miel de los mudos", una compilación de cuentos escritos durante los últimos diez años y que pertenecen al género de la ciencia ficción. 25

- En este último libro aparece retratada la Costa Rica del futuro pero de manera inquietante, casi pesimista. En el cuento "Febrero 2004", por ejemplo, los ticos prefieren suicidarse antes que votar. Ese cuento lo escribí durante la campaña electoral de 1993. Traté de publicarlo en Costa Rica pero nadie quiso asumir el compromiso y, por eso, se divulgó en el Suplemento "Nuevo Amanecer Cultural" del Nuevo Diario, en Nicaragua. En Costa Rica apareció en una revista poco después de las elecciones, para evitar que alguien se tomara en serio el cuento. En ese momento la campaña política fue muy sucia, se ventilaron casos de corrupción muy graves, se conoció lo del Banco Anglo y la sensación era que los corruptos quedaban impunes. Sin embargo, después de 1998 la presión popular por combatir la impunidad empezó a dar frutos, los medios de comunicación han activado mecanismos de denuncia sistemática; es decir, si la corrupción está presente en nuestra vida cotidiana es porque los medios siempre la denuncian. Por ejemplo, abro el periódico y veo que el gerente y varios directivos del Anglo van a la cárcel, eso es algo importante. Esto marca un cambio cualitativo frente al panorama que teníamos en los 90, donde creíamos que los políticos hacían y deshacían y ninguna persona podía decir nada. -Es un libro que usted ubica dentro del género ciencia ficción, pero este hecho es algo totalmente real, forma parte de nuestra agenda cotidiana. Es una ciencia ficción social, son proyecciones hacia futuro porque me encanta combinar el pasado con el futuro. En "La miel de los mudos"; los personajes viajan del futuro al pasado y yo me siento muy seguro en ese terreno. - Durante todo el libro es recurrente la utilización de esos puentes que conecten la Costa Rica del futuro con la del presente y con la del pasado. Intento plantear la problemática de hacia donde va Costa Rica y, en ese sentido, no tengo una visión muy optimista. La visión de los cuentos es pesimista, hay serias amenazas en el presente que me llevan a pensar que el futuro es oscuro: podríamos tener residenciales privados, campos de fuerza muy similares a la policía privada que hay ahora, o los pobres podrían perder su derecho a la riqueza y belleza natural del país. Solo en "Premiére"; se presenta un desarrollo económico y todos siguen viviendo muy bien. Pero en ese cuento, todo eso va asociado con una menor tolerancia hacia puntos de vista alternativos: el personaje central tiene que hacer un pequeño fraude para recuperar la versión original de "Mamita Yunai". -En "Premiére" el personaje obtiene el Premio Nacional de Cine con una versión de Marcos Ramírez que tiene muy poco que ver con el original. En vez de ser travieso y transgresor, Marcos Ramírez se transforma en un niño estudioso y obediente. La misma suerte corre la novela Mamita Yunai... Es decir que la cultura oficial no está interesada en apegarse a la historia sino que el premio se lo otorga a aquellos que dan "nuevas lecturas del pasado" con la intención de actualizarlo, de anular lo que no nos gusta. En el marco de la cultura costarricense siempre se intenta disminuir los conflictos y las contradicciones hasta que se presentan como irrelevantes o inexistentes. "Premiére" juega con la idea de que la cultura oficial es abierta frente ha versiones poco provocadoras, pero muy cerrada cuando esas versiones ponen a la cultura oficial en aprietos. Nuestra cultura oficial busca el consenso, aunque para eso tenga que alterar lo que realmente ocurrió. Por ejemplo, la versión de La Conquista donde los indígenas y los españoles están felices, cuando en realidad la conquista fue una de las más brutales y sangrientas. Imagínese que la población bajó de 400.000 habitantes a 100.000 en un período de 70 años, y luego se redujo como a 20.000 o 15.000 indígenas. Los ticos hemos ido borrando esas versiones de nuestro pasado y tratamos de construir versiones alternativas donde todo ha sido muy feliz y mis cuentos hacen mofa de esas cosas. -¿Qué papel cumple un personaje como el de "Finalis". Un tipo pachuco y vulgar que todo lo mira con el trasero. "...En el fondo de mi corazón, lo que yo quería era ser entrenador de fútbol, pero el cupo ya estaba lleno, y si acabé en la carrera en cuyo ejercicio me volví famoso, no fue por vocación, sino por ese desasosiego que siempre ha guiado mi vida: la búsqueda de un buen culo". 26

Cuando el libro estaba terminado me di cuenta que estaba escribiendo un libro de ciencia ficción tico y no tenía ningún cuento sobre los extraterrestres, algo clásico de la ciencia ficción. Entonces inventé uno donde un tico descubre que existe inteligencia extraterrestre. Lo malo es que el personaje era muy simpático, educado, hombre de familia y entonces creí que era más interesante que el personaje fuera de origen popular, con una mentalidad genitálica muy marcada, ese fue el origen de un cuento provocador en cuanto a enfoque, planteamiento, etcétera.Es un cuento que rompe, que sorprende al lector. -Su forma de abordar la historia se convierte en una provocación a la cultura oficial. Su interés como escritor también es ofrecer literatura provocadora. Lo más interesante de trabajar como historiador y como escritor es que tanto la elaboración de ciencia ficción como el estudio del pasado ofrecen posibilidades de imaginar o aproximarse a tipos de sociedad alternativos a la sociedad capitalista. Al estudiar el pasado podemos descubrir otras formas de organización social muy distintas a las que actualmente tenemos y ocurre lo mismo cuando a través de los cuentos podemos aproximarnos al futuro. Esto ayuda a comprender que el tipo de sociedad que tenemos ahora no tiene por qué ser el definitivo, no estamos condenados a vivir en este tipo de sociedad y eso es fundamental porque el desarrollo capitalista de los últimos años se ha convertido en un peligro fundamental para el desarrollo de la Humanidad. Si unimos el imperialismo militar de Estados Unidos con la destrucción ecológica, con el proceso de crecimiento demográfico, con los procesos de empobrecimiento vemos como nos están llevando a una especie de cuello de botella que podría poner en peligro la vida humana sobre este planeta. Los cuentos lo que ilustran es ¿qué podría pasar si no cumplimos o no sabemos cumplir con nuestra responsabilidad ciudadana? 27

Finalis

Iván Molina Jiménez

Me llamo Isaías, Isa para los amigos, y para ser sincero, siempre he pensado que la poesía no es más que una mierda de playos y putos. Por supuesto, cuando estaba cabrillo, hice mis lecturas obligadas de los hijueputas de Bécquer y Nervo y de otros playazos, y hasta descubrí que, con un par de versos bien escogidos y dichos en el momento oportuno, las maes se abrían de piernas más rápido y después hasta le suplicaban a uno, entre jadeo y jadeo, que les metiera todo y güevos. A Dios gracias, a medida que avancé en mi carrera, ya no tuve necesidad de más putos versos, y desde que gané mi primer Nóbel, las hembrillas me andan como si fueran moscas. La cosa empeoró cuando gané el segundo, y desde entonces he tenido la sensación, por vez primera, de que algún día me va a faltar picha para satisfacer tanto culo. La verdad es que nunca imaginé que iba a ser famoso y rico, y que un día iba a aparecer en la portada de Spacial Times como el geólogo del siglo XXI. Eso sí, siempre fui un buen estudiante, desde que entré a la escuela. Debo reconocer que eso se lo debo a mi mama, porque el hijueputa de mi tata, no solo nunca se casó, sino que nos dejó tirados cuando yo tenía cinco años. Claro, cuando gané mi primer Nóbel, el hijueputa maricón se apuró a buscarme y a decirme lo mucho que siempre me había querido, pero yo no me dejé engañar por esa parla hijueputa y, sin pensarlo dos veces, lo mandé a comer mierda, como mierda tuvimos que jamar mi mama y yo allí, en ese barrio de hijueputas muertos de hambre que es Sagrada. Con mil y un esfuerzos, y breteando como una mula, mi mama logró pagar la parte de mi matrícula que no cubría la beca de la Chang University of Costa Rica, y así, a mis diecisiete putas años, me inscribí en Geología Espacial. En el fondo de mi corazón, lo que yo quería era ser entrenador de fútbol, pero el cupo ya estaba lleno, y si acabé en la carrera en cuyo ejercicio me volví famoso, no fue por vocación, sino por ese desasosiego que siempre ha guiado mi vida: la búsqueda de un buen culo. Por esa época, ya yo me había comido cuatro virguillos, y andaba detrás del quinto, una mae que se llama Gladys y que ahora bretea en la base de Ganímedes. Aunque la hijueputa dejaba que la apretara toda, no me ponía el culo, y más de una vez, cuando traté de meter la mano, me paró en seco con un prensonazo de rodillas. Claro, yo la hubiera mandado a la mierda si no fuera porque la perseverancia es una de mis virtudes, y yo no me iba a dar por vencido, y menos porque esa hembrilla, como era hija de un magistrado lameculos de la Cuarta, se las tiraba de gran culazo. Total que un día le dije cuatro verdades y se vino en llanto, y me dijo que estaba muy enamorada de mí y que su sueño era que yo estudiara lo mismo que ella: 28

Geología Espacial. Por supuesto, a mí me valía una mierda la ilusión de esa perra, pero como en algo debía matricularme, le dije que sí, con la condición de que me pusiera el semáforo en verde. No había terminado esa hembrilla de asentir, cuando ya yo la tenía mamando picha, mientras me preparaba emocionalmente para hacerle el tiro del carretillo. No sé cómo, pero poco a poco la mierda de la geología espacial empezó a gustarme, y pronto me convertí en el más distinguido alumno de la Chang University, lo que me valió, luego de que terminé el bachillerato, una beca completa para hacer el doctorado en ese mierdero de playos, putos y lesbianas que es la Sorbonne Lunaris. Pese a todos los acosos de compañeros y profesores, sobreviví con mi culo intacto, me gradué con los máximos honores, y poco después, conseguí fondos para explorar, con el método de transparencias de profundidad que yo acababa de inventar, el cráter de Tycho, y así fue como descubrí el gran lago congelado que lleva el nombre de mi mama y que me valió mi primer puta Nóbel. El segundo lo gané cinco años más tarde cuando, mientras dirigía un proyecto de mierda en Fobos, detecté con una nueva técnica unas irregularidades que luego resultaron ser las Cavernas de Cecilia, llamadas así como tributo al increíble culo que yo me volaba por esa época, y que me hacía meditar, a veces, sobre las desproporciones de la Naturaleza: tanto jamón para solo mis dos güevillos.

* Supongo que ustedes habrán oído hablar de la doctora Irina Smith-Varitinov, una puta gringo- rusa, más amargada que un limón podrido y quien, según todos los expertos, es la principal marteóloga del siglo. Pues, señores, esta perra hijueputa concentró, durante el último quinquenio, casi un veinte por ciento de los fondos para investigación espacial, y los despilfarró en su despichada búsqueda por encontrar vestigios de vida inteligente en Marte. Esa hembra malcogida pasó cinco años dele que te dele, explorando todo el puto planeta, y no encontró ni mierda. Entonces, viene el orgullo de Sagrada, es decir, este papacito rico, y apenas empiezo un proyecto cerca del monte Echus, cuando encuentro lo de Finalis y gano mi tercer puta Nóbel. Como era de esperar, a la hijueputa de Irina, se le revolvieron las tripas, y según me contó un mae, se dejó decir que no entendía como un ser tan vil, despreciable e hijueputa como yo, que nada más pensaba en coger, podía tener tanta suerte. Incluso, por allí oí que movió cielo, tierra y espacio para que una comisión especial investigara las finanzas de mi modesto proyecto, ya que según insinuó la perra, yo contrataba un número innecesario de asistentes femeninas con el único fin de variar el menú. Después de eso, entendí que, más allá de la envidia porque yo encontré lo que esa hijueputa hembra no pudo, el verdadero problema de Irina, en el fondo, es que le falta picha, lo cual es explicable porque ni culo tiene. ¡Cómo va un mae que se respete a tirarle un polvo si la chochada de esa mae debe estar llena de telarañas por falta de uso! Sí tiene razón esa hembra en algo, y no me importa concedérselo, y es que para la cama y la mesa, prefiero una despensa bien surtida. El día en que descubrí lo de Finalis empezó excelentemente. Es más, desde la noche antes, la Liga había vergueado a la S, y Kristen, una sueca hijueputa con cara de ángel que se me había resistido por casi dos semanas, por fin se puso tuanis, y me la cogí que fue un gusto; luego, en la mañana, terminado el desayuno, me dio una mamada tan hijueputa que tuve que meter la picha en agua fría para poder ponerme el traje espacial. Así, completamente satisfecho, física, espiritual y deportivamente y en paz con el universo, salí al amanecer marciano y me dirigí al sector KLJ-12, donde acabábamos de iniciar una exploración preliminar. El resonador de transparencias había codificado todo en un área de un kilómetro cuadrado y a una profundidad de cien metros, y según el plano digital que veía en la pantalla, a una distancia de veinte metros de donde estaba, y a tres metros bajo la superficie, había un objeto oscuro y redondo, cuya composición no era posible determinar. De inmediato, activé el excavador automático, encendí todas las cámaras y llamé de emergencia al resto de mi equipo. Dos horas después, teníamos a la vista una puta caja perfectamente circular, negra, brillante, 29

de treinta centímetros de diámetro y, al parecer, construida en una sola pieza y completamente sellada. Al frente de la caja aparecía esta inscripción: “E. Finalis. 1600.”

* Sobra decir que yo no tenía ni puta idea de quién era ese hijueputa playo de Finalis. Lo que sí tenía claro era que no podía comunicar mi extraordinario descubrimiento mientras no lo supiera. ¿De qué valía que hubiera encontrado la puta caja si después aparecía un hijueputa con una historia de mierda sobre el maricón de Finalis? Yo no estaba dispuesto a compartir la gloria de mi hallazgo, a menos que fuera bajo mis propios términos. Prohibí a mi equipo toda comunicación fuera de la base durante las próximas setenta y dos horas, y como necesitaba de todas mis energías, le expliqué a mi picha que nada de nada durante un rato. Después del almuerzo, llegué a la conclusión de que solo una persona de mi entera confianza tal vez me podría ayudar: Nicola di Renaldi, una mae especialista en la historia europea del siglo XVII, a quien yo conocí después del segundo Nóbel y con la cual había cogido por toda Venecia. Pensé en llamarla, pero luego caí en que no era la mejor idea, ya que probablemente la hijueputa de Nicola debía estar muy resentida conmigo, y con razón; eso siempre pasa cuando uno, de un día para otro, deja a una hembrilla sin picha. Por eso, opté mejor por enviarle un email muy cariñoso: “Nicola, vida mía, necesito un pequeño favor. Durante tus valiosas investigaciones históricas, ¿te has encontrado con este nombre: E. Finalis? Parece que vivió alrededor de 1600. Te agradecería si podés enviarme toda la información que tengás sobre él. Después te explico. Es verdaderamente muy importante. Te mando un beso desde el fondo de mi corazón, donde siempre estás”. La respuesta me llegó una hora más tarde. Suprimida la parte de los reclamos e insultos, que no es necesario que ustedes conozcan porque no aporta nada a lo que les cuento, mi riquísima Nicola me prometió averiguarme algo lo más pronto que pudiera. El resto del día, mi equipo y yo lo pasamos en el laboratorio, sometiendo la puta caja a todas las pruebas de mierda que se nos ocurrieron, sin éxito. Impaciente y ansioso, traté de dormir temprano, pero no podía dejar de pensar en el hijueputa de Finalis. Resignado, me levanté, traté de concentrarme en la lectura del último número de Space Girls, y como no pude, pensé que lo mejor era ponerme a culear. Me fui a la habitación de Kristen, donde le hice el 69 y después el 70 (que es igual al 69, pero con el dedo dentro del culo). Por fin, agotado, me dormí entre sus enormes tetas nórdicas, un poco irritadas de tanto como me las mamé, al tiempo que evocaba, con sincera nostalgia, el delicioso culo italiano de Nicola, y la increíble destreza de esa hijueputa para, cada vez que le hacía el tiro del carretillo y se me salía la picha, volvérmela a acomodar de taquito.

* “Isa, aunque aún no te perdono, colaboro contigo con el más puro espíritu científico y por el cariño que todavía te tengo. Esto es lo que pude encontrar. Erasmus Finalis fue detenido por la Inquisición en diciembre de 1600, después de que una vecina lo acusó de fornicador, dado que su casa era visitada, con mucha frecuencia, por mujeres jóvenes. En esa época vivía en Roma, pero no hay datos sobre su origen, ocupación o edad. Parece, pero esto no está comprobado, que nació en La Habana, pasó a España y vagó por Francia Inglaterra y Suecia antes de establecerse, por unos años, en Florencia. Se conjetura que conoció a Tycho Brahe y que llegó a Roma en 1598. También se cree que tuvo algún trato con Giordano Bruno. Los inquisidores se apersonaron a su casa en la noche, con la esperanza de encontrar a Finalis en compañía femenina, pero estaba solo. Al registrar la vivienda, se dieron cuenta de que Finalis tenía casi diez tomos redactados en un lenguaje desconocido, y según uno de los oficiales, en lo que podía ser descrito como extraños signos matemáticos. Por lo tarde que era, decidieron volver al día siguiente por esos volúmenes. 30

Cuando regresaron, los manuscritos, ya no existían: todos habían sido quemados. Gracias a informes de unos vecinos, se determinó que una prostituta, la Beatriz, había entrado a la casa poco antes del amanecer y echado las obras a las llamas. Capturada e interrogada, se limitó a decir que esas eran las órdenes del maestro, en caso de que muriera, desapareciera o fuera detenido. Finalis fue interrogado, torturado y finalmente quemado en marzo de 1601, poco después de que lo fuera la Beatriz quien, la noche antes de su muerte, confesó que el maestro era visitado por unos extraños demonios azules, con los cuales practicaba aquelarres, en cuyo curso ellos y él desaparecían. Las ausencias de Finalis podían prolongarse por varias semanas. También declaró que el maestro había dejado embarazada a una joven, quien no pudo ser localizada por la Inquisición, institución que la buscó con sumo interés ya que, de acuerdo con lo afirmado por la Beatriz, ese niño sería Papa en un futuro no muy lejano. Pese a que la Inquisición desmanteló prácticamente toda la casa de Finalis, lo único que encontró, escrito por él, fue un pequeño y extraño poemario, el cual está en español. Si no fuera porque lleva el sello del Santo Oficio, con el año correspondiente, te diría que es un documento falso, ya que es simplemente imposible que alguien que murió a inicios del siglo XVII escribiera algo así. El título, incluso, es casi absurdo: “Luna de tu pie” y, cuando lo leas, verás que no tiene sentido. Me gustaría profundizar en el estudio de este caso, así que te agradeceré si me cuentas cómo es que estando en Marte de repente te enteraste de Erasmus Finalis. Tu Nicola, aún.”

* La puta caja de Finalis, de la cual todavía no sabemos ni mierda, se convirtió en la prueba irrefutable de que, en algún momento del pasado, inteligencias de origen desconocido tuvieron contacto con habitantes de la Tierra. Mi descubrimiento, que terminó de fracturar todos los sistemas religiosos y puso en crisis el conocimiento que creíamos tener sobre la historia humana, me convirtió en el mae más célebre del Sistema Solar. La mierda del tercer Nóbel era previsible y, cuando me avisaron, ni me sorprendí, ocupado como estaba ya en conferencias, entrevistas, homenajes y todas esas putadas, además de culear. Seré un hijueputa, como dice la faltadepicha de Irina, pero no soy un ingrato; por eso, cuando anuncié el hallazgo, le di el reconocimiento público a la cabrona de Nicola (lo que, de paso, me valió una nueva invitación a Venecia, donde esa hembrilla me volvió a hacer la jugada del taquito). El mayor problema que tengo ahora es la culeadera, intensiva porque –sinceramente– siento que ya no doy abasto. Hay días en que me tiro hasta cinco culos, y eso solo para que nunca se diga nada que ponga en duda la calidad de las pichas de Sagrada (eso sí, a polvo por culo). Aparte de esta presioncilla, estoy perfectamente. Acabo de sentarme en el amplio balcón de mi penthouse, ubicado al frente de Central Park, con un cacigüisqui en las rocas, mientras veo como atardece y espero a que llegue Elena, mi nueva asistente, una brasileña para la cual he estado preparando la picha todo el día. Mi gran dilema es si empezar a chuparme a esta hembrilla de arriba hacia abajo, o al revés, y si le hago el tiro del carretillo durante el primer polvo o en el segundo. Me gustaría entrarle de una vez con el 70, pero mejor espero a que me tenga más confianza. Si es cierto lo que dicen varias sectas fundamentalistas en cuanto a que la puta caja de Finalis es el comienzo del fin del mundo, lo único que puedo aconsejarles a todas y todos –y lo digo así en clave de género porque en esto soy muy progre– es: “a culear y a mamar porque el mundo se va a escocherar”. Y ya ustedes saben que los maes de Sagrada somos consecuentes: practicamos lo que predicamos. No podría terminar sin decirles que, finalmente, empecé a hacer las paces con Finalis. Claro, no es que me gusten esas mariconadas de poemas que escribió, y no entiendo cómo la Comisión de Investigación Espacial ha asignado tantos fondos a esos comemierda que se llaman a sí mismos científicos de lo literario. ¡Según ellos, van a descubrir los códigos para contactar a una civilización extra-terrestre a partir de una reconstrucción metadigital de esas 31

poesías de mierda! Eso es una verdadera babosada y solo se explica porque la presidenta de la Comisión es otra malcogida faltadepicha. Si le ensartaran una buena picha todas las noches tendría la visión necesaria para velar porque únicamente las ciencias de verdad reciban fondos y sabría que lo más probable es que el cabrón de Finalis escribió esos versos marigüanados no para comunicarse con unos hijueputas bichos de otra galaxia, sino solo porque andaba detrás de un culo aquí, en la mismísima Tierra. A mí lo de la puta caja me importa un culo. Les apuesto mi mejor polvo a que no hay ni mierda adentro. Tampoco estoy muy interesado en contactar con inteligencias extraterrestres, excepto, claro está, que las hembrillas sean cogibles. En todo caso, sea quien haya sido ese cabrón de Finalis, e independientemente de si él se cogía a los aliens o los aliens se la metían a él, tengo que agradecerle que dejara esa puta caja en el lugar exacto donde yo pude encontrarla. Por otro lado, que los hijueputas chupapichas de la Inquisición lo hayan arrestado inicialmente por culeador, es algo que habla muy bien de Finalis. Para mi un buen cogedor es, en principio, una buena persona, y nunca podría ser un mae muy hijueputa.

Anexo

Luna de tu pie

1 Me fui de Casiopea a los veinte años, sin desengaños y con la brea olorosa todavía en mi nave: airosa de día, ave cubierta de olas al atardecer, y de madrugada, pezón de mujer deseada.

2 Al filo del universo, el vacío es un verso atravesado por una sombra de río; sin prisa, va por mi nave, en alas de una brisa suave: apacible, pero distante en su quehacer, como una mujer imposible.

3 Cerca de Aldebarán los pobres viven en planetas de hielo. Los días vienen y van, salobres, de duelo. Danza sin esperanza en torno de un sol agonizante, 32

con la tristeza de una promesa distante.

4 Con una precisión exacta y grano a grano, el polvo estelar se compacta, lejano y sin cejar en el empeño de cumplir su sueño: ser luna en la mirada de una mujer.

5 Después de viajar por todos los planetas, de mar a mar y en compañía de locos y poetas, un día de verano, desembarqué –temprano y sin fortuna– en la luna perfumada de tu pie.

6 Viví en el desierto espacial casi un año, a cubierto del aroma fatal y extraño de sus arenas, ajenas al sol que las consume sin cesar, en un fuego similar a tu perfume.

7 A diez mil veces la velocidad de la luz, las constelaciones son peces fugaces; la soledad un instante sin tus besos dándole sentido a mi memoria; y tu cuerpo y el mío, datos presos de un universo vertido en una ecuación aleatoria.

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8 Por doquier, en cada puerto espacial, se junta, con el atardecer sideral, un mar de viajeros y equipajes, de prisa, bajo los aleros de un día que exhibe sus celajes rojos; entre el desfile de criaturas, mi esperanza se pierde, ansiosa por encontrarme en el verde de tus ojos.

9 De una a otra luna, el viaje parece no tener fin. Sin su traje de luces, el universo se desvanece en una espuma afín al vestido –con que te conocí– que un día lejano y sin olvido, vencí.

10 Con la gracia y eficacia de una acometida de olas, los cometas trenzan sus colas inquietas y se desprenden del brillo que los ampara, para –sin apuro– ir a morir como un beso sin futuro.

11 Dormido, despierto y preparo mi nave: ido está el sol y el faro me sabe consumido por el deseo de viajar –buceo a ciegas en el ocaso– por el mar infinito y sin playas de tu abrazo.

12 Despierto. ¿Vivo? ¿Muerto? 34

Cautivo de un mirar lejano, evoco el mar; en vano me esfuerzo por inventar un verso solar para alumbrar mi universo... Erasmus Finalis

*Originalmente publicado en La miel de los mudos y otros cuentos ticos de ciencia ficción (San José, Editorama, 2003), pp. 61-76.

Reproducido con permiso del autor 35

MALA COPIA Laura Quijano Vincenzi

Existían al menos tres razones por las que Rodrigo Guillén Sirión se sentía tan satisfecho aquel lunes por la noche. La primera tenía que ver con su trabajo. ¡Al fin podría poner a prueba sus ideas en un experimento controlado totalmente por él y con el apoyo financiero adecuado! La segunda razón se relacionaba con su viejo amigo Arturo Noguera, ya que lograría ganarle una apuesta lanzada tiempo atrás en buena lid. Y la tercera razón tenía que ver directamente con su esposa:¡podría ignorar que existía al menos por un par de meses sin que tal hecho le representara inconveniente alguno! Era una noche apacible, sin lluvia y sin viento, fresca sin aturdir de frío y hermosa para ojos sensibles a la belleza de un cielo estrellado. El enorme complejo de edificios en los que se ubicaba la oficina de Rodrigo Guillén ocupaba un ancho valle rodeado de colinas bajas, apenas iluminado por luces discretas y expuesto desde cualquier ángulo a la vista del firmamento nocturno. Sin embargo, aquella noche como otras tantas, Rodrigo no tendría ojos para tal despliegue de luz estelar. Su corazón estaba muy lejos, en la Luna, y su cabeza muy cerca, en su pantalla de computador. La oficina de Rodrigo era un pequeño óvalo de paredes blancas, donde destacaba un enorme y vetusto escritorio de madera plástica que parecía estorbar el paso de todo aquel que quisiera moverse por la habitación. Detrás del escritorio apenas se asomaba una silla simple, sin brazos, de respaldar bajo, y un gran ventanal de cristal oscurecido, desde el cual era posible avistar el complejo de edificaciones grises en que se encontraba ubicada la oficina. El resto de la habitación estaba ocupada por tres estanteros repletos de libros electrónicos, documentos varios y algunos artefactos viejos de antiguos experimentos fallidos, un archivero moderno con entradas electrónicas, una mesa de muestra, donde Rodrigo colocaba sus prototipos, y un par de butacas viejas. El desorden imperante era sólo aparente. En realidad, Rodrigo era un hombre metódico y limpio, pero nunca había tenido dinero suficiente para disponer de un laboratorio y una oficina independientes entre sí, por lo que todos sus trabajos tenían que ser realizados allí mismo. En aquel momento, Rodrigo miraba la pantalla cristalina de su computador personal, que emergía directamente del sobre de su escritorio, donde permanecía bien encajado el propio computador, y revisaba los últimos mensajes recibidos hacía unos diez minutos. Uno era del Departamento de Autorizaciones del Centro de Investigación Clonar de Nueva York, en que lo autorizaba a hacer la prueba inicial con su clon de creación más reciente, debidamente identificado con un número de serie y un símbolo particular escogido por el Centro. Por otro lado, el segundo de aquellos mensajes cruciales era del propio Jefe Supervisor del Instituto de Investigaciones Espaciales de la Luna, mediante el cual le proporcionaba la licencia para que viajase al satélite de inmediato y se incorporase al personal de experimentadores calificados. Rodrigo sonreía, muy, muy satisfecho, y se relamía pensando en los dos meses que le aguardaban en tierras selenitas. ¡Investigación espacial de primer orden! 36

En el centro de la habitación, alguien carraspeó delicadamente. Rodrigo, sin mirarlo, asintió impaciente y le hizo ademán de que aguardara. Quería estar seguro de que no hubiera perdido ningún otro mensaje importante. Era vital que todo resultase de acuerdo a sus previsiones. —Bien —dijo de pronto, levantándose de un salto lleno de energía—. ¡Todo listo! Rodriguito, Rodriguito, este será el hito de tu carrera. Aún con la ancha sonrisa pintada en los labios, fijó su mirada en la persona que con paciencia lo esperaba en medio de la habitación, sin que pareciera sorprenderse de su docilidad. Se trataba un hombre de mediano tamaño, gordezuelo, de piel blanca salpicada de pecas ocasionales, cabellos castaños que empezaban a escasear en las sienes y en la coronilla, una dentadura perfecta, una nariz sin personalidad, completamente corriente, y unos ojos negros, pequeños y brillantes, que lo miraban serenos. Iba vestido con una gabacha blanca, formal, unos pantalones oscuros de limpio aspecto, una camisa también blanca, de manga larga, y un par de zapatos negros, brillantes. Exactamente igual que Rodrigo, pieza por pieza. Rodrigo asintió aprobador al examinar su vestimenta y se le acercó para arreglar la solapa de su gabacha y sacudir algún polvo que pudiera haberse atrevido a ultrajar la inmaculada apariencia de la prenda. Si algún observador casual hubiese visto en aquel momento a aquellos dos hombres uno frente al otro habría reaccionado con sorpresa, pues era como si Rodrigo se hubiese estado mirando en un espejo, con la diferencia de que la expresión de su "reflejo" era de completa calma, mientras que la propia era de alegría salvaje. Un investigador del Centro de Investigación Clonar de Nueva York le habría dicho, sin embargo, que el clon era, a primera vista, perfecto. Era un clon magnífico, en verdad. Rodrigo no había seguido enteramente las indicaciones del Centro Clonar, con la idea de ser atrevido y novedoso. Había jugado peligrosamente y había ganado. Su clon era lo que el Centro Clonar llamaba "un clon de clase 1", es decir, un clon perfecto, aunque sin duda no habrían aprobado su plan inicial por heterodoxo. —¿Cómo te llamas, amigo? —preguntó entonces Rodrigo en tono alegre. —Rodrigo Guillén Sirión, naturalmente —contestó el clon, con la misma voz, las mismas inflexiones que el original—, pero eso usted lo sabe. —Sí —dijo Rodrigo sin inmutarse—. Sólo quería constatar que recordaras lo que grabé en tu cerebro. ¿Cómo se llama tu esposa? —Marta González Merlino. —¿Tienes hijos? —Sí. Tengo dos hijos. —¿Cómo se llaman? —El mayor se llama Luis y el menor se llama Javier. —¿Cuántos años tienen? —Luis tiene quince años y Javier doce. Rodrigo calló un momento y esperó. Aquellas preguntas eran de rutina y fáciles de contestar para un clon tan perfecto como su Rodrigo. Necesitaba inquirir sobre asuntos más complejos, asegurarse de que Marta no descubriría el engaño... De pronto, un ligero tintineo en su reloj de pulsera le indicó que llegaban las nueve de la noche. Rodrigo frunció el ceño, pero no perdió el tiempo en divagaciones. Rápidamente tomó la maleta que había preparado, la cual había permanecido hasta el momento oculta detrás del escritorio, y le hizo señas a Rodrigo para que lo siguiera. En el camino le haría más preguntas. Ahora era preciso dejarlo en casa y correr al hangar privado del Instituto de Investigaciones Espaciales de la Luna. Su futuro le aguardaba. 37

Marta González de Guillén se hallaba en su sala de estar, sentada en un viejo y cómodo sofá marrón con cojines rojos, mientras dejaba reposar sus pies en una pequeña tina de agua caliente que un robot doméstico había dispuesto para ella aquella noche. Era tarde y ya se había terminado el noticiero, pero igual miraba con desgano el programa de entrevistas que pasaban por la televisión a aquella hora. Ésta funcionaba a través de una enorme pantalla plana incrustrada en la pared, la cual también servía de central de mandos de la computadora de la casa. Una pequeña plataforma opalina antecedía a dicha pantalla, en una saliente de la pared, pero permanecía oscura en aquel momento, pues Marta no había accionado la opción tridimensional del aparato, la cual se activaba precisamente en aquel lugar. Tampoco miraba el programa. Eran dos políticos, un economista y un sociólogo que discutían airados sobre las razones por las que el Estado no invertía sus recursos en resolver las angustias de la pobreza, en vez de despilfarrarlos en "investigaciones fuera de este mundo", como las que se llevaban a cabo en la Luna y en el planeta rojo. Marta había oído tantas veces las mismas discusiones durante tantos años que ya podía anticipar lo que cada uno expresaría casi unos dos minutos antes de que sus palabras emergieran de sus labios. Estaba sola, como siempre. Sus dos hijos se hallaban con sendos amigos, en casas vecinas, supuestamente embebidos en el estudio, pero de seguro muy concentrados en los últimos lanzamientos en juegos de video tridimensional y canciones con "sensación". Su marido, el insigne doctor Rodrigo Guillén, permanecía más tiempo en su laboratorio que en su propia cama y hacía meses que casi ni le dirigía la palabra. Marta suponía que no la soportaba y tal presentimiento la entristecía, pero al mismo tiempo sabía que nada haría por remediarlo. En realidad, ya no le importaba su matrimonio. Era una misión perdida... La sala de estar era pequeña, circular, de un lado cubierta por estantes llenos de libros, la mayoría de tipo tradicional (encuadernados en papel), tal como le disgustaba tanto a Rodrigo, y otros de corte electrónico, más modernos. Había también algunas estatuillas y otros adornos pequeños y poco valiosos, incluyendo una vieja foto familiar, de hacía unos 10 años, cuando menos. Detrás de Marta se abría una arcada que daba al vestíbulo donde estaba la puerta principal y las escaleras que guiaban al segundo piso, mientras que a la derecha de Marta se abría un hermoso ventanal, de cristales oscurecidos, que daban al pequeño jardín y a la calle del barrio donde vivían. Una casa típica, en un barrio típico, con sus problemas típicos y sus aciertos típicos. Marta misma era una mujer bastante típica. O eso pensaba ella. De estatura media, algo regordeta por los años, cabellos castaños que apenas le cubrían el cuello, cuidadosamente entintados de dorado para ocultar las canas, rostro agraciado aunque bastante corriente y un par de ojos de corte almendrado que constituían su único verdadero atractivo. Había dedicado la mayor parte de su vida a atender a su familia y a las exigencias de su trabajo, en una universidad de mediano tamaño, donde enseñaba Literatura Universal y Comparada, y ahora que sus hijos eran mucho más independientes y que su marido parecía haberla olvidado por completo, no sabía cómo enfrentar la soledad. Y allí estaba. Frente al televisor, pensando en lo triste que era su vida. En aquel momento, sin embargo, escuchó el típico ruidito suave y siseante de la puerta principal cuando se deslizaba hacia un lado para dar paso a un recién llegado. Marta frunció el ceño, preguntándose por qué Rodrigo se regresaba a casa tan temprano (para él), pero al instante, se encogió de hombros y volvió a clavar los bonitos ojos almendrados en la pantalla insulsa del televisor. Rodrigo entró en la sala de estar con una expresión curiosa. Parecía sonreír, como si algo lo alegrara internamente, y al mismo tiempo, parecía imbuido de una serenidad nueva. O eso le pareció a Marta, que lo miraba con creciente asombro en el reflejo de los cristales oscurecidos. 38

En aquel momento, el hombre advirtió su presencia. Con una sonrisa aún más ancha, desde detrás del sofá, se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla. —Hola, querida —le susurró suavemente—. Ya llegué. Marta abrió la boca para responder, pero no pudo hacerlo. El asombro no le dejaba palabras. —Llévame la cena al comedor —le ordenó Rodrigo al pequeño robot doméstico que aguardaba órdenes en la esquina de la habitación. El robot, que por supuesto no se sorprendió, se deslizó al instante hacia fuera de la sala y desapareció en la penumbra del pasillo que discurría al lado de la escalera del vestíbulo. Era un artefacto ovoidal, de suspensión permanente, que sólo tenía una lucecita roja en la parte superior y una pequeña hendija a un costado. Con su sencillez era capaz de realizar una ingente cantidad de tareas domésticas como si fuese un ejército de sirvientes. —Iré arriba a cambiarme —le comunicó Rodrigo a Marta entretanto, con una sonrisa tranquila—. Me siento terriblemente sucio, pero pronto lo arreglaré. ¿Ya cenaste? Marta sólo atinó a asentir. —En ese caso, ¿te molesta que te deje sola para que yo cene? —le preguntó Rodrigo con naturalidad. Marta denegó, aún con la boca abierta, estupefacta. —Magnífico —le dijo él con una sonrisa aún más ancha—. Nos vemos dentro de un rato, pues. Y con estas palabras, abandonó la sala para dirigirse hacia la escalinata principal. Marta se quedó contemplando las escaleras durante unos minutos, con el más puro asombro pintado en el rostro. No comprendía qué estaba sucediendo...

Arturo Noguera trabajaba como investigador físico para una enorme compañía internacional. Era un hombre grande y jovial, de ademanes libres y andar enérgico, que se complacía mucho con sus continuos éxitos y los solía proclamar frente a sus amigos y desconocidos. Uno de aquellos amigos era Rodrigo Guillén, a quien no siempre le iban bien las cosas, por lo que cada vez que Arturo recibía una llamada de Rodrigo, siempre se relamía de gusto pensando en lo mal que lo iba a hacer sentir con su impecable cadena de logros. Aquella mañana de verano, sin embargo, Rodrigo le tenía reservada una sorpresa. Arturo se hallaba cómodamente sentado en una de las sillas de su desayunador, ante una humeante taza de café y el monitor encendido de la computadora de la cocina, por el cual desfilaban las principales noticias de la mañana, justo en el centro de un lujoso miniapartamento ubicado en un gran complejo habitacional de la ciudad. Como Arturo estaba soltero otra vez después de cuatro matrimonios, no había nadie más a la vista, salvo el sempiterno robot doméstico ovoidal que se había convertido en parte indispensable de cada casa de clase media del país y que permanecía a la sazón apostado en una esquina. En aquel momento, el visifono de la cocina timbró sonoramente y Arturo presionó el botón de apertura de comunicación con un distraído movimiento de su dedo índice izquierdo. El rostro redondo y satisfecho de Rodrigo Guillén apareció entonces en el monitor, en sustitución de las noticias matutinas. —¡Buenos días, amigo! —exclamó, en el mismo tono con que los locutores de moda iniciaban los programas matinales—. ¡Qué bien que te encuentro en el cobijo de tu hogar! —Dale, Rigo, no te pongas estúpido —le espetó Arturo sonriendo, anticipando algún notición sin sustento, como era lo habitual en su amigo—. ¿Qué me quieres anunciar esta vez? —Que ya puedes ir preparando la billetera —dijo Rodrigo satisfecho—. Te gané la apuesta. —¿Qué apuesta? 39

—La de los dos sitios a la vez. La de mi clon... Arturo lo miró indeciso unos instantes. —¿Hiciste el clon?— preguntó al cabo, con voz neutra. —Exacto. —¿Y a quién se lo mostraste? —Primero, a los del Centro Clonar. Luego lo llevé a casa. —¿Y Martita te dijo que era igual a ti? —No. Ella no sabe que no soy yo. Yo estoy en la Luna, mi amigo. ¿No notaste algo extraño en mi transmisión? En realidad, Arturo lo miraba algo borroso, pero lo había atribuido a un desperfecto propio del aparato transmisor de Rodrigo. Claro que, con la observación de éste último, recordó de golpe las quejas recientes de los usuarios de transmisores comunes desde la Luna a la Tierra, que acusaban a las compañías proveedoras de proporcionar un pésimo servicio y cobrar tarifas de lujo. —¡En la Luna! —exclamó entonces mirándolo incrédulo. —Así es —aseguró Rodrigo sonriendo—. Si no me crees, puedes llamar al Instituto de Investigaciones Espaciales, comunicarte con tu preciosa Nidia o con alguno de los tipos que conoces por estos lares y preguntarles cuánto tiempo llevo trabajando aquí. De hecho, ya llevo dos semanas y ni rastro de Marta. Hablé con mi clon anoche y parece que cree que estoy realmente allá. ¡Ja! ¿Cuándo me pagas mi dinero? —Primero tengo que ver al dichoso clon. —Puedes hacerlo, claro. Lo encuentras en mi casa. Supuestamente estoy de vacaciones. Luego regresará a mi oficina. A hacer nada, porque no tengo idea de qué podría hacer, pero no puedo dejarlo en casa tanto tiempo. Aquí estaré lo menos dos meses, ¿sabías? —¿Ganaste tu financiamiento? —preguntó Arturo de nuevo asombrado. —Así como lo oyes, así como lo oyes —contestó Rodrigo aún más satisfecho—. Mira, dejemos lo del dinero para cuando veas a mi Rodrigo. En estos momentos me importa más otra cosa:estás hablando con el futuro as de la investigación espacial. ¡Adiós a los clones de cuarta categoría, Artu! ¡Soy bienvenido en la era espacial! Y con una carcajada alegre, y tal vez malévola, Rodrigo cortó la comunicación. Arturo quedó mirando el monitor con una suprema expresión boba en el rostro, que le duró unos cinco minutos cuando menos. Luego, sin embargo, recuperando su habitual control, apuró el desayuno, se cepilló los dientes casi con furia y sin más preámbulos, salió ruidosamente de su casa. Tenía un destino obvio:el hogar de Rodrigo Guillén y su esposa, Marta González.

La casa de los Guillén González estaba pintada de blanco, como todas las casas de la calle, y no se destacaba por ningún detalle especial. O al menos así la recordaba Arturo. Pero cuando detuvo su rutilante auto amarillo de impulso solar y línea estilizada delante de ella, sintió que se le desencajaba la mandíbula. ¿No era ese Rodrigo en persona... pintándola? ¿Rodrigo? ¡Incluso juraría que había perdido peso! —¡Hola, Artu! —exclamó una Marta inusualmente vivaz, acercándose a él casi corriendo—. ¡Tengo tiempo de no verte por aquí! —Martita —dijo Arturo en respuesta, con una sonrisa complacida y una mirada deleitosa. La recordaba más gruesa y mucho más encogida, por tanto esta Marta tan resplandeciente le resultaba atractiva—. Te veo muy bien, muy, muy bien. ¿Qué...? 40

Ella se echó a reír y se volvió hacia Rodrigo, el cual, unos metros atrás, pintaba la parte frontal de la casa desde un andamio suspendible, con un rociador automático. Éste dispersaba pintura exactamente donde le había sido programado y tenía una forma vagamente ovoidal. El hombre se veía extrañamente bien, con ropa informal, ligeramente despeinado y hasta con una barba incipiente de varios días. —¡Ahora es pintor! —exclamó Marta indicándolo con un gesto—. No quiso ni oír hablar de robots rociadores. Dijo que le hacía bien trabajar un poco en la casa. Está de vacaciones, ¿lo sabías? Sólo le queda esta semana y ya tiene que volver, por lo que aprovecha su tiempo libre de una manera que no lo había hecho en años. ¡Hasta bajó un par de kilos desde que comenzó las vacaciones, hace dos semanas! ¿No es estupendo? Creo que yo también perdí peso —y cerró su pequeño discurso con una risita pícara. Arturo asintió asombrado. ¿Aquel era el clon? Bueno, tenía que admitir que si su amigo no le hubiera advertido de tal hecho, habría creído con fervor que se trataba del propio Rodrigo en persona, en medio de un inexplicable cambio progresivo de conducta. En aquel momento, el clon advirtió la presencia del recién llegado. De inmediato, hizo descender el andamio en el control de mandos del aparato, y con un ágil salto, impensable en el Rodrigo que Arturo conocía, bajó del objeto y se acercó a él con una ancha sonrisa y la mano extendida. —Hola, Artu, ¿qué tal? —lo saludó. El recién llegado lo miró sorprendido. ¡Era la voz de su amigo, su misma expresión amable, su gesto natural de saludo! —Ah... ho... hola, Rigo —le dijo, todavía impactado por la visión—. Me preguntaba nomás qué hacías allí arriba tú, que siempre has sido tan vago para esas cosas, je... Rodrigo se echó a reír. —¡Un cambio en mi vida, amigo! —exclamó decidido—. Tuve una experiencia algo traumatizante. Luego te la contaré. Decidí echar tierra sobre mi vieja vida e iniciar un nuevo camino. —¿Ajá? —Arturo no sabía qué pensar. ¿No se habría imaginado la conversación de aquella mañana? —¡Pero pasa, hombre! Supongo que tienes un momento para charlar con nosotros, ¿verdad? —Pues... sí... claro... —Amorcito, ¿nos atiendes un momento? —le preguntó entonces Rodrigo a Marta con un dejo cariñoso que la dama recibió con una sonrisa complacida y una inmediata aquiescencia. Arturo parpadeó aturdido. No, no era Rodrigo. No podía ser. Pero... ¡vaya que resultaba confuso! Con la cabeza revuelta, entró en el hogar de sus amigos y se dejó conducir hasta la cocina. El interior de aquella casa, tan conocida por él, seguía siendo el mismo, pero de algún modo, completamente diferente. Se respiraba limpieza, orden y buen gusto. Algunos cuadros habían desaparecido, otros nuevos colgaban en viejos lugares, había plantas extrañas en sitios insospechados, cambios de color y de orden, cambios de ambiente. Un hogar próspero, resplandeciente, feliz. Algo que Arturo nunca había conocido ni por propia experiencia ni por la de nadie. El rostro de Marta lucía espléndido. De hecho, tanto se había embellecido que el hombretón podía jurar que sentía olas de atracción inconfundibles hacia ella, impensables hacía tan sólo tres meses atrás. Mientras se dejaba caer sobre una de las sillas de la cocina, reluciente en su pintura nueva, y Marta ocupaba un asiento al lado de Rodrigo, que sonreía satisfecho, uno de los robots domésticos depositó silenciosamente la bandeja con tazas humeantes de café negro y 41

panecillos aromáticos. Aquella misma mañana habían sido confeccionados por Marta (¡no por el computador de la cocina!, como comprobó Arturo asombrado), y el café acababa de ser preparado por ella también, unos minutos antes. —Perdona, mujer —le dijo Arturo en tono admirativo, mientras degustaba con deleite la textura crujiente del panecillo en su boca—, ¡pero no sabía que cocinabas tan bien! —Yo tampoco —dijo ella soltando una risita pícara—. Rigo insistió en que debía intentarlo. "Vamos a tener unas vacaciones diferentes, querida" , me dijo, "y lo haremos haciendo cosas nuevas". ¡Y ya ves! Yo me puse a cocinar y él a reparar la casa y a embellecerla. En el camino, nos dedicamos a hacer ejercicios matutinos y a emprender una nueva dieta. Por eso bajamos de peso los dos. ¡En dos semanas! ¿No te parece magnífico? —Más que eso —murmuró Arturo. —La vida hay que disfrutarla mientras se la tiene —sentenció aquel Rodrigo tan seguro de sí mismo, tan relajado, tan lozano—. Me queda por delante una semana más de vacaciones y luego tengo que regresar al trabajo de nuevo. Marta también tendrá que reanudar sus labores. Por tal motivo pensé: ¿por qué no hacernos un paseíto a la costa? Pero entonces tuvimos una idea mejor: ¡y nos vamos de viaje al Mediterráneo! Mañana mismo nos tendrás en un crucerito por las aguas tan conocidas del Mare Nostrum. —En su mirada se encendió una luz de malicia que calzaba muy poco con el Rodrigo que Arturo conocía de años pasados. Arturo mismo se sintió irreconocible cuando abandonó el hogar de los Guillén González una media hora más tarde. Rodrigo había hablado de muchos de sus proyectos laborales con especial entusiasmo, lo mismo que del viaje que planeaba realizar con su esposa y sus dos hijos adolescentes. Su amigo entonces se sintió inundado del mismo buen ánimo y hasta de un poquitín de nostalgia, al recordar que su último matrimonio ya había terminado. Sin embargo, sonreía de buen humor cuando llegó a su propia oficina y hasta sus colegas comenzaron a tratarlo con mayor calidez, tal vez como reacción a su amabilidad repentina. Sólo cuando llegó la noche, en medio de la soledad de su lecho, Arturo pensó asombrado en el trabajo que Rodrigo había realizado con el clon. ¿Era realmente uno? Pues tenía que ser. ¡Y qué clon! ¿No superaba al original en muchos aspectos? Aquella noche soñó que su propio clon reía feliz, abrazado de su última mujer, una preciosa modelo curvilínea, y que ella se deshacía de adoración por él, mientras el original se hacía cada día más gordo y más gruñón.

En medio de la suave penumbra de su oficina, el director del Centro Clonar de Nueva York, un hombre joven, de aspecto corriente y mirada aguda, estudiaba con el ceño fruncido el informe que el doctor Rodrigo Guillén había enviado meses atrás al Departamento de Autorizaciones. Sólo lo iluminaba la luz blanca de su lámpara de escritorio, esférica, sostenida por un soporte metálico sin adornos que salía de una ranura dispuesta en uno de los costados del escritorio. Lo demás, incluyendo al propio director, permanecía en la semioscuridad de aquella vasta habitación de lujos ausentes y sobriedad científica. Fuera, en la noche neoyorkina, brillaban las estrellas y una Luna pálida asomaba por entre jirones de nubes rezagadas. La ciudad permanecía envuelta en sus actividades nocturnas, el bullicio en las calles, la gente sonriendo en las aceras, o apiñándose en las entradas de los establecimientos sociales de moda, mientras el director continuaba indiferente a sus movimientos. Algo en aquel informe le molestaba de forma suprema. Un detalle en el procedimiento, con una consecuencia grave. No entendía por qué el Departamento de Autorizaciones había dado el visto bueno a una modificación tan irregular en el proceso de clonación. ¿Qué se proponía el doctor Guillén con aquel clon tan extraño, tan... riesgoso? ¿No comprendía acaso que las disposiciones del Centro Clonar habían sido tomadas en especial para salvaguardar la seguridad de los sujetos implicados? Sabía que el resultado final parecía perfecto. Sabía, porque había hecho algunas consultas discretas, que el clon en cuestión se desenvolvía con 42

singular eficacia. Pero seguía existiendo aquel algo que lo atormentaba... un algo que el doctor Guillén tendría que explicar...

Habían pasado cerca de dos meses, cuando Rodrigo recibió dos comunicados que lo enojaron y preocuparon al mismo tiempo. Uno era de su superior en la Luna:sus progresos no eran medibles, sus fallas eran muchas y su experimento estaba al borde de ser retirado de los planes de financiamiento del gobierno. Si no corregía al instante los pobres resultados obtenidos, tendría que empacar sus maletas y regresar a la Tierra de inmediato, sin experimento aprobado, sin dinero y sin nuevos trabajos disponibles. Rodrigo estuvo a punto de patear el monitor de su ordenador al leer aquella misiva tan escueta y seca, pero sabía que tenían razón, pues sus experimentos no habían seguido la ruta que él les había trazado, desde el comienzo. La segunda carta fue aún más preocupante. Provenía del Director del Centro de Investigación Clonar de Nueva York. Era nuevo en el cargo, un genial científico e ingeniero de primer orden, el cual parecía haber hallado una serie de inconsistencias inadmisibles en el desarrollo de su clon. Rodrigo leyó su misiva con creciente desasosiego y al final se sentía completamente perdido:

"Por el examen del procedimiento incluido, debo deducir que produjo usted un clon adulto, completamente formado, a imagen y semejanza suya, sin que hubiera mediado el tiempo suficiente y normal para que se desarrollara como un ser humano independiente y completo. Me asombra que no haya seguido las disposiciones del Consejo de Gobierno del año pasado en las que se estipula la necesidad de obtener clones con un proceso de crecimiento normal. El clon del que usted expone en su Plan Clonar Guillén 2234 tendría que ser un bebé de 6 meses, no un adulto, en ningún sentido. Comprenda que dicho resultado atenta contra su seguridad, la del propio clon y la de quienes puedan rodearlo. Si no se presenta usted en nuestras oficinas en un plazo de 48 horas a partir de ahora, me veré forzado a iniciar en su contra un procedimiento de desacato a reglamentos federales, a confiscar al clon y a todo su equipo de laboratorio y a emplazar a sus colaboradores, a los cuales, de paso, se olvidó usted de citar."

—¡Por supuesto que no iba a citar a mis "colaboradores", doctorcito! —exclamó Rodrigo en el colmo de la furia y la desesperación—. ¡Lo hice yo solo! ¡Solo! ¡Diablos! ¿Y de qué problema de "seguridad" me está hablando, imbécil? ¡Mi clon es un ser perfectamente confiable, decente y poco original! ¡Yo lo sé! ¡Si lo hice yo mismo! —Era, en verdad, un clon perfecto, una copia indiferenciable. Nadie habría logrado crear un clon tan igual a su original. Incluso había utilizado sus recuerdos y su vida personal para dotarlo de una vida completa. Tal conocimiento estaba más allá de la capacidad de entendimiento de cualquier directorcito pomposo de un centro cualquiera. Con las manos temblorosas, escribió una breve misiva de disculpa a los supervisores del Instituto de Investigaciones Espaciales, prometiéndoles que reiniciaría el expermiento de acuerdo a un replanteamiento integral del proceso cuestionado. Para tal efecto, viajaría a la Tierra por unos días y regresaría con equipo adicional de "refuerzo" . Esperaba que se lo creyeran y que no le cerraran el financiamiento de sus experimentos espaciales. Acto seguido, se preparó para un viaje de emergencia a la Tierra. Tenía que recoger a su clon y llevarlo a Nueva York, lo que lo enfadaba en grado sumo. Y aún lo enojaba más el hecho de que sería preciso explayarse en explicaciones que no quería dar, pero confiaba en salir bien librado de tantas tribulaciones.

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Eran aproximadamente las diez de la noche cuando Rodrigo Guillén arribó a su casa en los suburbios. Viajaba en un auto pequeño de alquiler, con su maleta de viaje en la cajuela, y fruncía el ceño preocupado, mientras elucubraba la mejor manera de sacar al clon de la casa para llevárselo a Nueva York. Por una nota que había hallado en su antiguo buzón de correo, el cual no revisaba desde que se había ido para la Luna, había sabido que su desempeño laboral de los últimos dos meses en su viejo trabajo había sido excepcional. Una noticia impactante por demás, pues sabía que quien realizaba su "trabajo" en aquella oficina no era otro que su propio clon. Por lo que se veía, Rodrigo se había entusiasmado en su papel de sustituto y había llenado de elogios su carpeta laboral. Tal hecho era un respiro para su actual situación, pues si perdía su trabajo en la Luna, aún podría regresar a su antiguo trabajo en perfectas condiciones. Por de pronto, estaba tan oscura la noche y tan sumergida su mente en sus angustias, que no se dio cuenta de que había estacionado su auto justo detrás del impresionante deportivo de Arturo Noguera. Torciendo el gesto, se desanimó. Era evidente que Arturo estaba de visita, pues podía verse la luz que emanaba del salón comedor y podía escucharse las risas y la charla alegre que se sucedía en el interior. ¡Qué maldito Arturo tan entrometido! Y... puestos a pensar, ¿desde cuándo pasaba Arturo tanto tiempo de visita en su casa? Rodrigo observó con creciente asombro su propia vivienda. Era la misma, pero a la vez, muy diferente. El jardín rebosaba de vida y belleza, los muros parecían recién pintados y su entorno general daba una impresionante sensación de prosperidad. Jamás había visto su casa de ese modo. Jamás. Un momento. ¿No es esa... su esposa? Una Marta de reluciente sonrisa acababa de abrir la puerta principal y parecía despedirse afectuosamente de otra mujer, muy esbelta y hermosa, que Rodrigo identificó en seguida como Carla Vardite, la última excónyuge de Arturo. Aunque era ciertamente de impresionante belleza, en aquel momento los ojos de Rodrigo estaban fijos en su esposa. Ella era otra persona. Sus redondeces habían desaparecido, su cabello había crecido, su porte se había impregnado de orgullo y donaire y su sonrisa era especialmente feliz. No recordaba que hubiera sido así alguna vez, excepto por los lejanos días de su noviazgo, hacía más de quince años. ¿Cómo se había operado aquel cambio? En aquel momento, cayó en la cuenta de que Arturo salía también, seguido de su propio clon. Rodrigo estuvo a punto de perder el habla y hasta la capacidad de andar. ¿Ese era Rodrigo? —¡Dios mío! —exclamó entonces Carla Vardite, indicando con un gesto hacia donde se hallaba Rodrigo—. ¡Juraría que veo visiones dobles! Rodrigo se sobresaltó. Todos lo miraban con asombro en el momento mismo en que se hacía consciente de sus actos. Se había sentido tan aturdido por lo que veía, que se había bajado del auto sin darse cuenta y ahora caminaba hacia la entrada principal como si fuese un sonámbulo. —¡Oh, por Dios! —exclamó entonces Marta mirándolo por primera vez—. ¡Si es Rodrigo! ¡Pero no! ¡No puede ser! ¿Un gemelo perdido? Arturo miró a su amigo con las cejas arqueadas y un comienzo de diversión en los labios. ¿Qué le pasaba a aquel idiota? ¿Iba a echar a perder su engaño de manera tan ridícula? El único que no reaccionó con sorpresa fue el clon. Con un suspiro fastidiado, se adelantó hasta donde se hallaban las señoras e indicó al Rodrigo original con un gesto. —Parece que mi sorpresa se arruinó —dijo pesaroso—. Es mi clon. Arturo pegó un respingo y miró asombrado a su viejo amigo, mientras Marta y Carla ahogaban una exclamación de profunda sorpresa. Pero quien más sorprendido reaccionó fue el propio Rodrigo. 44

—¿Tu clon? —exclamó furioso, sin poder evitar acercársele con intenciones hostiles en la mirada—. ¿Estás loco? ¿De qué diablos estás hablando, imbécil? ¡Tú eres mi clon! —Como podrán ver —dijo Rodrigo sin perder la calma—, me salió con graves fallas. Iracundo, inestable, poco dado a aprender, una pésima idea. Quise probar con algunos métodos propios, crear un clon adulto, exactamente igual a mí, y cuando pensé que lo había logrado, se me descarriló. Hace unos días iban a venir por él para llevárselo al Centro Clonar de Nueva York, pero veo que se les escapó. Por eso no te lo había comentado, amor, pues no quería mostrarte el resultado de mis fallas. Lo siento. Rodrigo sentía que la sangre le hervía de furia, que la sorpresa luchaba contra la ira, y que podía matarlo allí mismo, en aquel mismo momento. ¿Centro Clonar? ¿Qué sabía aquella maldita copia de todo aquel podrido asunto? —¡No me he escapado de ningún sitio! —exclamó—. ¡Soy Rodrigo Guillén! ¡El único y auténtico Rodrigo Guillén! ¡Tu creador, maldita copia de segunda categoría! Marta, Marta, por favor, no me mires así. ¡No soy yo! ¿No te das cuenta? ¡Y ahorita mismo tengo que llevarte a ese Centro Clonar precisamente, porque resultaste ser una copia defectuosa! ¡Una que no siguió los procedimientos adecuados, rufián mentiroso! Marta miraba a uno y a otro con completo asombro, lo mismo que Arturo. El parecido era asombroso, aunque ya no exacto. El Rodrigo recién llegado era como el antiguo: gordo, descuidado, irascible, descortés. Por el contrario, el Rodrigo que había estado con ellos aquellos dos meses últimos era un hombre atractivo e inteligente, de maneras amables e inteligencia despejada, que había moldeado su figura hasta alcanzar una belleza masculina apreciable. Marta, inclusive, al recordar sus noches de las últimas semanas, podía afirmar que si era una copia, lo era en versión muchísimo más mejorada. —No voy a ir a ninguna parte, por supuesto —dijo en aquel momento Rodrigo, con una sonrisa tranquila—. Yo que tú me calmaba y razonaba sobre la conveniencia de gritar alocadamente en media vía pública, amigo. —¡No me llames tu "amigo", imbécil! —gritó de nuevo Rodrigo furioso, adelantándose hacia él para tomarlo violentamente del brazo—. ¡Tú vienes conmigo! —Eso sí que no —dijo el clon, con voz calma. Con un hábil movimiento de su brazo, dobló el de Rodrigo hacia atrás y con un lastimero gemido de dolor de éste, lo hincó sobre la acera y lo retuvo por detrás con su brazo doblado y magullado. —Marta, amor, rápido —le dijo a la mujer con su tranquilidad habitual—. Llama al Centro Clonar. Tenemos que depositarlo adecuadamente en este mismo momento antes de que cause más problemas. —¡No, Marta, no! —gritó Rodrigo intentando zafarse de la dura sujección de su clon, sin éxito—. ¡No hagas nada! ¡Él es el clon! ¡Tenemos que llevarlo a él! ¡No a mí! ¡Es peligroso! ¡Una mala copia, querida! ¡Debí hablarte antes de él! ¡Marta! Marta miraba la escena indecisa. Carla, entretanto, clavó en Arturo una mirada inquisitiva. Llevaba un teléfono de pulsera y lo levantó significativamente, pero Arturo denegó rápidamente con la cabeza. En aquel momento, era preciso saber qué iba a hacer Marta. —Amor, por favor, ayúdame —le dijo entonces Rodrigo a la mujer—. Causará más problemas si no lo llevamos. —¡Suéltame, maldito clon! —gritó Rodrigo, sin poderse liberar—. ¡Marta! ¡Arturo, amigo! ¡Ayúdame! Arturo no sentía el menor deseo de ayudarlo. La verdad era que el nuevo Rodrigo le gustaba mucho más. No sólo era un amigo más tranquilo, sino también parecía más inteligente y con mejores intenciones. Le había ayudado a volver con Carla, la cual no lo odiaba como se había temido, y en su vida laboral había representado una ayuda nueva. Incluso había comenzado un 45

nuevo plan de salud y ya había bajado de peso considerablemente. Claro que no era el verdadero Rodrigo... ¿o sí? Marta miraba con pena al Rodrigo que gritaba. Sí, sabía perfectamente que decía la verdad. Explicaba por qué Rodrigo había cambiado tanto en estos meses. Su Rodrigo, el de siempre, era aquel que vociferaba e intentaba librarse de la sujección del otro. Era un Rodrigo odioso e indiferente, que le había ocultado la verdad por motivos oscuros y que ahora venía a estropearlo todo. Pensando en sí misma, en su vida sexual renovada, en sus ilusiones reconstruidas, en sus propios hijos que parecían haber "descubierto" a su padre... sólo podía tomar una decisión previsible. —Llamaré al Centro —dijo con voz firme, sacando el telefono que pendía de su cadenita dorada—. Tienes razón, amor. Es una mala copia. —¿A quién le hablas? —le preguntó entonces Rodrigo, confundido. —A mi esposo, por supuesto —le dijo Marta mirándolo sin ruborizarse—. A ti no, claro está. Estás muy mal armado. El clon sonrió con aire de triunfo, mientras Rodrigo dejaba caer el brazo libre con desánimo. —¡Pero, Marta! —exclamó—. ¡Tú eres mi esposa! ¿Y qué hay de mis hijos? ¿También me los quitarás? —No lo creo —le dijo ella, mientras esperaba comunicación con el Centro—. Hace dos semanas, Luis recibió un premio por su brillante desempeño en Matemática. Ahorita mismo, está de paseo en las montañas con su hermano y con un grupo de chicos del club de astronomía. ¿Sabes qué me dijo antes de partir? Rodrigo parpadeó confuso. —Que nunca había sabido lo que era tener un padre hasta ahora —le dijo Marta fríamente—. ¿Centro Clonar? Sí, mire, tengo un caso imprevisto aquí, justo enfrente de mi casa... Las restantes palabras se perdieron para Rodrigo. No podía creer lo que veía. Lo que escuchaba. Arturo y Carla charlando, mirándolo como si él mismo fuese un producto mal ensamblado del laboratorio. Su esposa, comunicándose con el Centro Clonar, aquel en el que él mismo había trabajado durante quince años, diciendo tranquilamente que un clon evadido estaba causando desorden frente a su propia casa. Y detrás de él, sujetándolo con fuerza de acero, su creación, mirándolo con aire triunfal y una sonrisa despectiva. —¿Alguna vez te preguntaste cuáles podrían ser las consecuencias de esta pequeña jugada? — le susurró éste entonces, con una voz fiera—. Aunque hayas obtenido una mala copia, como parece que resultó aquí... Buena suerte, Rodrigo Guillén... En medio de una nube de desconcierto, Rodrigo fue puesto a las órdenes de los guardias del Centro Clonar, que con miradas de admiración (por la fineza de la "obra" ), lo trasladaron a una especie de ambulancia con funciones específicas, para ser sometido a exámenes psicológicos o físicos en el propio Centro. Ellos mismos comentaban lo parecido que era al doctor Guillén, pero sentían que le hubiera resultado tan defectuoso. —Y ya no se parece a usted tanto, ¿sabe? —le dijo con pena el conductor a Rodrigo—. Supongo que revisará con atención sus procedimientos, ¿no? Tal como hizo el doctor Ruiz el otro día. Le salió una mala copia, pésima, pero se malogró antes de que viviera, afortunadamente. ¡Buenas noches! Arturo y Carla se despidieron también y pronto quedaron los anfitriones solos. Despacio, en silencio, entraron en la casa. Al cerrar la puerta, sin embargo, Marta clavó la mirada en el clon, con aire de interrogación palpitante. 46

—En el momento en que vi tu foto, te quise —le dijo Rodrigo con una suave sonrisa—. A los chicos, los admiré. Y esta casa fue mi hogar. Tengo sus recuerdos en mi memoria, pero también tengo mi corazón. ¿Deseas más explicaciones? Marta suspiró sonriente y le tendió los brazos. —Para nada —susurró. Rodrigo sonrió entonces en la penumbra de una casa feliz y no se acordó más de su original, pero la salvaje luz de satisfacción que se encendió en su mirada... nadie la advirtió.

LAURA QUIJANO VINCENZI Nació en 1971 en San José de Costa Rica. Empezó escribiendo historietas que luego se hicieron demasiado complicadas y largas, por lo que optó por plasmar sus ideas en cuentos y novelas. Leyó a Borges, Asimov, Agatha Christie y Tolkien, además de otros escritores de fantasía y ciencia ficción. Estudió Derecho y Filología Española y mientras lo hacía retomó la escritura con entusiasmo, lo que se vio recompensado en 1995 con el Primer Premio en el concurso literario Joven Creación, de Editorial Costa Rica, por la novela corta "Una sombra en el hielo", que se publicó al año siguiente. Era, para su satisfacción, una historia de ciencia ficción, algo poco frecuente en los concursos locales. Luego de casarse y tener tres niños ha regresado a la actividad literaria dando comienzo a una trilogía de fantasía titulada A través del Portal, cuyo primer volumen, Magia ya ha sido publicado. (Tomado de Axxón 167 - octubre de 2006) 47

LOS TALOS MIRaNDO AL CIELO Mauricio Ventanas

La gran desgracia de los Talos1 fue que inventaron demasiado pronto los cohetes. Antes de conocer la geografía del cielo y de la misma Tierra. Mucho antes de inventar los barcos, los aviones, los paracaídas o los automóviles. Antes siquiera de aprender a cultivar la tierra y a domesticar a las evasivas cabras monteses, que los miraban con desdeño desde las laderas escarpadas del monte Talón, cumbre de la isla de Talia. Los primeros cohetes tripulados resultaron intentos sumamente prometedores. Volaban alto, firme, lejos, dejando hermosas y uniformes estelas de fuego, como caminos marcando el rumbo de los hombres por el cielo. Sin embargo nunca era posible recuperar a los tripulantes, debido a que al volver, los cohetes se estrellaban tan violentamente contra la tierra, que no quedaban ni los escombros de ellos. Esto era considerado un grave infortunio, ya que no había manera de recabar información sobre las observaciones desde las alturas o sobre la maniobrabilidad de los cohetes, aparte de que los familiares de los pilotos perdidos les lloraban desesperadamente y a veces en su quebranto formaban ligas radicalistas para la oposición a la carrera espacial. Encima de todo, puesto que era necesario asignar las misiones a científicos muy brillantes, su pérdida resultaba siempre un duro golpe para la misma ciencia. En determinada ocasión se intentó lanzar los cohetes desde la costa, levemente inclinados hacia el mar, para que cayeran sobre el agua. Pero como los Talos no tenían barcos, no había manera de ir a rescatar el módulo de comando y los tripulantes acababan sumidos en las profundidades. Más duro aún fue descubrir, cuando por fin lograron que uno acuatizara muy cerca de la playa, que de todas formas el impacto contra el agua era demasiado fuerte y nadie podría ser capaz de sobrevivir. Este resultado fue tan desalentador que el Rey Sonio decidió convocar una asamblea, para considerar la suspensión por tiempo indefinido del proyecto de la conquista de los cielos. Sin embargo el asunto no resultaba tan sencillo, pues siendo los cohetes lo único que los Talos sabían hacer realmente bien, urgía encontrarles lo más pronto posible algún valor utilitario, que les permitiera mercadearlos a través de los Fenicios y resolver así su complicado déficit comercial. El pueblo entero de Talia tenía sus esperanzas cifradas en esa posibilidad. El futuro de los cohetes se debatió por meses, mientras imperaba en el reino un panorama cada vez más hambriento y sombrío. Se llegó al extremo de proponer disparates como por ejemplo usar la propulsión para hinchar las velas de los barcos fenicios, pero el único mercader que tuvo la osadía de probar un prototipo enfrentó resultados catastróficos: apenas al encender motores, el impacto del propelente hizo estallar las velas, lanzó el barco incendiado marcha

1 La civilización Talia o Tálica, esgrimida por algunos como la explicación inexplicable para la explosión científica ocurrida en Jonia entre los años 600 y 200 antes de Cristo, es seguramente otra de esas civilizaciones remotas que se perdieron sin dejar rastro. Actualmente se llevan a cabo intensas investigaciones arqueológicas, basadas en vagas relaciones dejadas por los fenicios, para determinar si Talia corresponde a la isla de Sicilia, Creta o Chipre, aunque bien pudo haber sido Bretaña, Cerdeña, Ceilán, Haití, Nueva Zelanda o Tasmania. O quizás yace oculta frente a las costas de Egipto, desde donde fue madre y testigo silencioso del surgimiento y destrucción de Alejandría. 48

atrás a velocidades atroces, hasta hacerlo perder la estabilidad y dar una docena de tumbos despampanantes, ante los científicos atónitos y el dueño del barco, visiblemente decepcionado. Finalmente el navío se hundió con tal violencia que quedó enterrado varios palmos bajo el lecho marino, desatando olas gigantes y desbandadas descomunales de peces. Así que con este fatídico experimento se terminó de condenar la rústica industria pesquera de Talia, y por supuesto hasta ahí llegó también toda posibilidad de entablar cualquier tipo de alianza estratégica con países poseedores de otras tecnologías. Otra idea más interesante fue la de ofrecer los cohetes como objetos de entretenimiento, puesto que todo despegue y trayectoria no dejaba de ser un espectáculo grandioso, pero al ver los costos y los complejos preparativos involucrados en cada lanzamiento, todos los clientes potenciales se inclinaban rápidamente por eventos más tradicionales, como el teatro, la lucha libre y el circo. Fuera de la isla, simplemente los cohetes no tenían un lugar en el mundo. Dentro de la isla… quizás tampoco cabían… Quizás su lugar era en el cielo, con los dioses, y era la misión de los talos llevarlos hasta allá. Ningún debate pudo desapegarlos de esa convicción. La votación final de la asamblea fue ampliamente a favor de seguir intentando, y probar cualquier idea que se apareciera. Después de varios otros intentos fallidos, la situación en Talia ya era verdaderamente desesperada. Los fenicios estaban empezando a embargar los muebles de las casas, el acero de los cohetes y hasta los destornilladores, aunque no supieran para qué servían, y los embarques de pan y pescado eran cada vez más restringidos. Sin nada más a qué recurrir, se llegó por fin a la idea más descabellada de todas, el fin último, atacar de una vez la meta central de todo el proyecto: un cohete tan potente, que se elevaría tan alto y llegaría tan lejos, que ya nunca volvería a caer a la Tierra, sino que seguiría su curso indefinidamente, internándose en los misteriosos mares del firmamento hasta llegar a Júpiter, para que los tripulantes hablaran con él en persona, y obtuvieran ayuda divina para salvar a la nación. Contra todas las expectativas de los Talos, esta iniciativa llamó muchísimo la atención, pues sucedía que sin querer los fenicios habían esparcido por el mundo una notable fama sobre su gran destreza para surcar los cielos. Llegaron propuestas de inversión de las naciones más remotas, a cambio de simplemente llevar mensajes a Shiva, a Zeus y Hera, a Mercurio, a Marduk y a cientos de otros dioses de los que los Talos no tenía ni idea. La misma logística de todo este trabajo de mensajería celestial abarcó un capítulo entero en la elaboración del proyecto. El súpercohete en cuestión constaba de cuatro cohetes normales atados a los extremos de una cruz transversal, y en el nudo de la cruz el módulo de comando, provisto éste de una gran ventana al frente para no perder de vista a Júpiter y mantener en todo momento el rumbo hacia él, y otra gran ventana en el piso para mirar el suelo y reportar cuanta observación los tripulantes consideraran de relevancia científica. Para efecto de enviar los reportes, el módulo contaba con un escritorio mediano y una cava repleta de botellas. Las botellas, una vez agotado el vino o cualesquiera víveres que contuvieran, serían el medio para transportar los mensajes en caída libre de vuelta a Talia. Junto al escritorio, el módulo de comando contaba con una escotilla especial por donde se podían dejar caer las botellas lejos de la turbulencia provocada por los impulsores. El día del gran lanzamiento llegó pronto y puntual, siendo como eran los talos, sumamente diestros en el oficio de hacer cohetes. En otras circunstancias quizás una gran multitud se habría congregado en los alrededores de la plataforma de lanzamiento, pero ya para entonces la población tala evidenciaba los estragos de los proyectos fallidos y de la precaria situación económica. De hecho las delegaciones de inversionistas casi los igualaban en número. Los cuatro tripulantes, Altón y Eda, Sindo y Lina eran lo mejor que quedaba de la diezmada élite de pilotos. El Rey Sonio los despidió con un breve discurso, sin dejar de insistir en que estaban ante la misión más importante y crucial en la historia de Talia. Esto les encomendó: 49

—Vayan con Júpiter, salúdenlo de mi parte, háganle patentes los respetos de todos los habitantes de la Tierra y pídanle por favor que nos ayude con las cosechas, que como bien se nota, no somos nada buenos agricultores. De ahí partirán a llevar los mensajes a todos los demás dioses. En calidad de ofrenda, se llevaron a la única, terca y malamansada cabra montés que habían podido atrapar. Aún siendo tan apetecida su carne, nadie se había atrevido a sacrificarla, puesto que sólo esa cabra tenían. Más bien la cuidaban como un tesoro. Por otro lado, a falta de críos, tampoco daba leche. Así que a fin de cuentas era una cabra valiosa, soberbia, singular e inservible, ¿qué mejor uso para ella que darla a Júpiter en ofrenda? Cumplido el protocolo, todo fue esperar a que apareciera Júpiter en la noche. Subieron al módulo los tripulantes, tirando de la cabra, que se revolvía patas de frente en absoluto estado de rebeldía, desconfiada y reacia como si la llevaran a la horca. Una vez en sus puestos, afinaron las direcciones y partieron, dejando esta vez cuatro hermosas estelas de fuego, que se envolvían suavemente en espiral, a medida que la nave corregía el rumbo. Inmediatamente se esparcieron todos los Talos en tierra por la isla, para esperar la caída de las botellas. En esta diligencia fueron tan eficientes y meticulosos, que los correspondientes avances en cartografía resultaron de gran valor para toda la humanidad, si bien es cierto que los Talos no fueron capaces de negociar un gran precio por las técnicas desarrolladas, pues los mercaderes Fenicios las valoraron como bienes intangibles. Al poco tiempo partieron los delegados, ya que los beneficios de la inversión no se esperaban a muy corto plazo (amén de que no había comida como para quedarse un gran rato) para ir a ver los resultados en sus propias tierras. Luego, en medio de una tenue llovizna de vino, casi un olor, apenas perceptible, empezaron a caer botellas, causando gran alborozo por toda Talia. De la primera a la decimotercera lograron recuperarlas íntegras, y una vez ordenados los mensajes, los Talos en tierra reconstruyeron el reporte de la misión, tal como sigue: (1)Cielos de Talia, año 95, tiempo de Júpiter en Escorpión (2)Excelentísimo Rey Sonio, queridos hermanos talos: (3)Aún no acaba la fase de despegue, el estremecimiento dificulta la escritura y tal vez parezca un poco prematuro iniciar la comunicación. (4)Sin embargo, debido a la velocidad que sigue cobrando la nave, tememos mucho que pudiéramos en cualquier momento chocar contra el cielo o pasar de largo frente a Júpiter. (5)Así que decidimos desperdiciar algo de vino y empezar a reportar de una vez. (6)Desde las alturas nuestra ciudad es muy bella. (7)La tierra de Talia es enorme. (8)(Corrección al mensaje 7) Talia es una gran isla. (9)(Corrección al mensaje 8) Talia es una isla diminuta que se esfuma entre las nubes. (10)Comprobamos que la Tierra es redonda: es una gran esfera bella y azul con pinceladas blancas. (11)(Corrección al mensaje 10) La Tierra es un poco más grande que la Luna. (12)Aún no hemos chocado con el cielo. (13)Júpiter sigue a la vista y mantenemos el rumbo hacia él Con este último mensaje el optimismo cundió glorioso y los Talos aguzaron entusiasmados sus sentidos, conscientes de que a partir de entonces las botellas serían cada vez más difíciles de localizar. Pero no llovieron ya más botellas, ni vino. En cambio sí empezaron a caer sobre muchas naciones torrentes de buenaventuras, al punto de que todos los inversionistas con el curso de los años se dieron por satisfechos de sobra. Los dioses multiplicaron las plantaciones, 50

enviaron sabios, profetas, Mesías, héroes, artistas, conquistadores, se edificó Alejandría y la humanidad floreció como nunca antes ni después. Pero los Talos, allá esperando en su isla, se hicieron ancianos, harapientos y mal comidos, de tanto mirar al cielo y de tan poco dinero que les quedó después de hacer el cohete más grande y perfecto. Se quedaron así, mirando al cielo, imaginando los mensajes perdidos tras las estelas de fuego de Altón y Eda, de Sindo y Lina, que los miraban a su vez a ellos alejarse por la ventana del piso, cada vez más pequeños, en la isla pequeña, esfumándose entre las nubes de un planeta Tierra, que ya desde Júpiter no sería más que un punto azul a la deriva en la inmensidad, desafiando frágil los dominios del Sol. Y se extinguieron así, sus miradas lánguidas pendientes de la esperanza… de que cayera tan sólo una botella más… ante la rotunda indiferencia de las evasivas cabras del monte Talón, que nunca los perdonaron por embarcar a una de las suyas en semejante ocurrencia.

© Mauricio Ventanas Del delirio, las botellas y las flores. Segunda Edición. San José, CR. : G. Quesada C., 2006 (Tomado de www.mauricioventanas.com)

MAURICIO VENTANAS

Ingeniero mecánico y escritor costarricense (Ciudad Quesada, 1967). Publicó su primer libro “Las Muertes Normales”, en 1997. De este dos cuentos (“Tiempo” y el que da el título al libro) fueron seleccionados por el Proyecto Sherezade (Estados Unidos). En 1999 se seleccionó “Los Talos Mirando al Cielo” para la antología “2000 El Futuro Presente” de Letralia (España). En el 2000, obtuvo segundo lugar en el II Concurso Literario del Tango (Argentina) con “A Través Del Ruido”, primer lugar en el Concurso de Cuentos de Navidad del Proyecto Sherezade con “Nochebuena Nochevieja” y primer premio el en el concurso Terra Ignota (México) con “Náufragos”. Estos forman parte del libro “Del Delirio, Las Botellas y Las Flores”. Actualmente trabaja en su tercer libro de cuentos y prosa poética “Ideología de los Vertebrados”. De este ya han sido adelantados “Fagia” en el Proyecto Sherezade y en la revista de variedades VistaUSA, de la comunidad latinoamericana en Estados Unidos, “Telescopía” en Amigos de lo Ajeno (Argentina-Costa Rica), “Reminíscides” en Pedernal (México) y “Mamaria” en Semanario Universidad de Costa Rica, Amigos de lo Ajeno y Gargantuario. 51

RESEÑA:

EL ALIVIO DE LAS NUBES Y OTROS CUENTOS TICOS DE CIENCIA FICCIÓN

Luis Bolaños

Características que distinguen a la colección de relatos:

1. Facilidad para conectar a través de datos actuales extrapolados con situaciones catastróficas que devendrán casi inevitablemente sino cambiamos nuestros valores y opciones frente a la realidad. 2. Indisoluble ligazón entre la temática futurista abordada y la realidad concreta “tica” en un alarde culto que mezcla compromiso y capacidad de observación con una intencionalidad decidida por trazar un camino nacional para la CF. 3. Investigación sociológica como un constituyente imprescindible de la investigación científica integral, adhiriendo a una de las más potentes y actuales corrientes vinculadas al paradigma de la complejidad. 4. Aproximación mediante lo que llamo el IEMA: imágenes integrales, enfoque holístico, metodología sistémica y actitud prospectiva, a la consecución de sus propósitos, que comparto en sumo grado. 5. Filo irónico en ocasiones irreverente que se filtra entre líneas o se convierte en el motor impulsor de las peripecias. 6. Discurso de crítica sociopolítica que no deja títere con cabeza y demuestra que la corrupción, la negligencia estatal, el poder económico, el neoliberalismo, el imperio USA y la ignorancia generalizada se confabulan para demoler la felicidad de la gente y las innumerables posibilidades que se le abren a la humanidad para mejorar intelectual y emotivamente. 7. Gusto por la luz y los espacios abiertos, por los ventanales que se abren sobre los paisajes del infinito con una cierta vena ecológica y ambientalista latiendo más o menos explícito. 8. Latido de nostalgia siempre presente no resuelto mediante la huida hacia utopías pasadistas y melancólicas, sino enfrentándonos con las manifestaciones del poder para exigirnos que de la complicidad pasemos a abordar el vehículo de la conciencia.

Verde será el olvido: La preocupación central estribará en la recuperación del arte y saber popular, representados por un cuadro antimilitarista de Enrique Echandi sobre Juan Santamaría, un héroe de la lucha contra la invasión norteamericana dirigida por William Walker en 1856, en contraposición a la estatua militarista oficial donde para mayor INRI lo presentan blanco y de uniforme. Todo eso encuadrado en la hecatombe que ha asolado a la Tierra (tras esparcirse una nueva arma, un virus letal), a la cual sólo le queda un futuro, su pasado, para que lo observen y lo gocen otras especies, y de eso justamente se trata, de lo que elegirán los ET que nos visitan y como es natural para seres altamente evolucionados eligirán al susodicho cuadro; encuentran en la vegetación brota un motivo para colorear el olvido.

Intensidad líquida: Aunque el tema es muy semejante a la novela rosa: se inicia con un romance otoñal para la profesora y un enamoramiento casi adolescente para el estudiante, la manera como se expande y ramifica y se pone en escena es muy de CF, la relación sentimental estará vinculada a la prevención de 52

desastres y a las consecuencias que tendrá un terremoto en la escala 6.5 de Richter sobre el istmo centroamericano y los depósitos radioactivos allí ubicados, así una vez más Molina consigue lo imposible: conecta espacios en apariencia irreconciliables, novela rosa, crítica a la voracidad de las Corporaciones TransNacionales (propietarias del contrato para enviar los desechos nucleares a áreas subterráneas en Costa Rica) y prospectiva geológica. La biografía de la profesora ronda lo épico y demuestra que trata formidable a sus personajes femeninos, los finales son trágicos en todos los procesos, tanto para el político por la corrupción que se destapa, el social con la inmolación de medio millón de personas y el emotivo con la ruptura de los amantes.

Los monstruos son humanos: ¡¡Buenísimo!! Lleva a su conclusión lógica el negocio de las quimeras baratas, de paso combinado con la agresividad natural convertida en violencia por patrones culturales y que lubrica las relaciones sociales. Se inventa además un negocio ideal, donde las pérdidas se minimizan o se convierten al reciclarlas (se paga… y fuerte, para destruir material obsoleto que ya está prácticamente agonizando) y aplicarles ese gran principio ambientalista en ganancia neta. Utilizar el apellido Bush es aleccionador (por un instante rememoré “El Franquicia” de John Kesel, con George Bush de protagonista y como deuteragonista Fidel Castro), sobre todo tras leer la biografía familiar publicada por Federico Fasano Mertens (La República, Montevideo, Domingo 30 de Marzo de 2003) en donde constatamos el horror y la codicia que se asocian y se yerguen sobre esa familia. Los monstruos- quimeras de los parques de diversión probarán que para asesinar se requiere una impronta sociocultural que nos condicione a ello (tal y como la poseen los varones Bush), lo cual es diferente de matar en defensa propia o en cacería.

Fuente de consulta: Existe aquí una facilidad engañosa para enlazar las ocurrencias de la ficción sobre el traslado de la vida a un software, con un futuro probable mediante datos prospectivos que se encuentran al alcance de cualquiera en una base de datos (esa es una virtud de Molina), y siendo evidente la ligazón con Frederik Pohl (Pórtico), John Varley (Y Mañana serán clones, Presione Enter), Robert Silverberg (24 vistas del Monte Hokusai) o Cordwainer Smith (Instrumentalidad), a pesar de la similar temática no puedo estirar la semejanza hasta Neal Stephenson (La Era del Diamante), Rudy Rucker (Software) o Robert Sawyer, escritores que tocan el tema desde otra orilla

El alivio de las nubes: Otro ejemplo de cómo utiliza y extrapola los datos y tendencias o sus inferencias (aquí probablemente tomadas o sugeridas por la lectura de Alvin Toffler desde lo académico y diversos autores desde lo literario) y los distribuye en una columna significativa dedicada a tejer las circunstancias de la narración, describe los incidentes sobre los cuales desenvuelve los conceptos de crítica social, para llevar sin cobardía el tema de la valorización de la amistad y el afecto (y por tanto de amig@s y “acompañantes”) a sus consecuencias postreras; el argumento reiteramos ha sido abordado por escritores anglosajones, pero la puesta en escena de Molina es diferente, es “tica” y esa forma nacional de plasmar la CF será la impronta de la mayoría de los relatos. Aborda también la meritocracia, y preocupado de los andamiajes de la estructura económico-social que se despliega parece abandonar el planeta que en las primeras páginas tanto prometía, pero una vez más demuestra el buen manejo que tiene sobre sus material literario y sus componentes para organizarlos y colisionarlos en un final nada complaciente, tanto que uno finalmente se pregunta: ¿Debió tejer el protagonista una serie de intercambios tales con sus “acompañantes”, que le permitieran no prefigurar sino alimentar la que después podría ser una ineluctable resolución en red mediante el autosacrificio?.

Prometido por la brisa: Quizás podamos acusarlo de un exceso de militancia, pero el esquema que sigue aquí para desnudar el personaje es el de las “biopic’s”, por cierto las peripecias conjugan perfectamente con las de la familia Bush (pero en realidad las referencias se encuentran en armonía con la historia, que deviene o se abre en lo que considero una descarada y desvergonzada crónica del cinismo (o biografía de un momio), pero luego corta algo abruptamente el chorro y lleva apresuradamente al relato a abrevar en el estallido cuando aún quedaba jugo por chupar, es demostrativo que uno se queje con frecuencia que le gustaría sentir desplegado en más párrafos el tema propuesto.

Compensación terapéutica: Va de violación y respuesta profesional adecuada por parte de la agraviada, que devuelve vida y cuidados por agresión y quebrantamiento de la dignidad y la autoestima, aunque la preocupación social intenta impregnar esta viñeta henchida con moraleja, es uno de los que menos me impresionaron. 53

La invención de Polimeni: Encuadrado en la historia alternativa que traza para Costa Rica (y en realidad para Centroamérica y el planeta si me apuran) presenta una anécdota de ascenso y venganza gracias a la duplicación digital de las cadenas de ADN orgánicas y su conversión en mecanismo de intercambio orgásmico, sin ir lejos uno de los 12 avances del 2005 que se describen en el artículo correspondiente es ya un paso en esa dirección, si sumamos experimentos como el del doctor británico Warwick (incorporación de chips con programas de algoritmos que responden a otras personas en un ejercicio casi telepático, e implantados bajo la epidermis) podemos considerar la propuesta de este cuento excelentemente insertado en las tendencias actuales de la tecnología, y que además es un homenaje a las decena de miles que perecieron bajo la tortura de la dictadura militar argentina.

Inmigrante frustrado: Recuerda a La Miel de los Mudos en cierta forma, hasta en el hecho de elegir como nacionalidad, para los turistas crononautas, la colombiana; sin embargo, acá el tono aunque elegíaco es menor (dedicado a ilustrarnos sobre la belleza de un pasado ciertamente embellecido por la añoranza), en sordina y más melancólico que nostálgico, no posee la tensión dramática de La Miel… por que no es una transgresión sino una frustración (y si la una estimula la otra invita al colapso) y continuando con la compensación, no exalta sino empuja a la apacible rendición de la cabeza en el sofá cuando nos sentamos a espectar TV; el final se presiente desde las líneas iniciales y por ello la ficción (si bien inserta la acostumbrada diatriba destinada a nuestro injusto sistema) se siente pálida y casi exangüe.

La morsa maromera: Rinde respeto y consideración a un luchador costarricense que los simboliza a tod@s y quien demuestra es mejor sobrevivir en paupérrimas condiciones económicas con dignidad que aceptar venderse y gozar de prebendas, de nuevo utiliza la proyección al futuro para fustigar las costumbres políticas de su país, para aguijonear la corrupción y el vasallaje, la mediocridad y la aquiescencia que la acompaña… y todo eso a través de las funciones de una morsa maromera y un poema corto y vibrante. La única pega es que las técnicas del documental que recoge la visión del relator sobre el poeta no parecen haber evolucionado.

© Luís Bolaños; 30-01-05. 54

HISTORIA DEL CINE CIBERPUNK 1995 Virtuosity

Película de acción futurista sobre la informática y la realidad virtual. Narra las peripecias de un violento policía de color Parker Barnes, interpretado por Denzel Washington, que tiene que luchar contra un cruel asesino. Este ha sido creado por más de 200 personalidades, todas y cada una de un famoso criminal. Es Sid 6.7, una creación de realidad virtual diseñada para el entrenamiento de los oficiales de policía de Los Ángeles. Pero Sid no va a jugar más. Se ha escapado de los límites del ciberespacio. Y si creen que es indestructible en su mundo virtual, esperen a ver lo que puede hacer en un mundo de carne y hueso.

Denzel Washington y Russell Crowe se sitúan en los lados opuestos de la ley y en ambos lados de la realidad en este atronador thriller cibernético del director de "El cortador de césped". Crowe es Sid: sádico, inteligente, peligroso... y capaz de pelear, resultar herido y autoregenerarse gracias a que su cuerpo está hecho de silicio.

Washington interpreta a, un policía de Los Ángeles que una vez se tomó la justicia en sus propias manos... y ahora el destino de la ciudad está en las mismas. Pero ¿cómo se puede detener a una realidad virtual?

El por entonces desconocido Russell Crowe interpretó en este film a un asesino cibernético de una forma lograda y muy divertida. Denzel Washington está contenido en una película que pese al original planteamiento, pronto naufraga en el mar de la falta de ideas. La acción es rutinaria y los efectos especiales no consiguen el grado de asombro deseado. La acción tiene el trepidante desarrollo narrativo y el look visual efectista de los juegos de ordenador. Sólo destacan algunos efectos especiales sugerentes y la esforzada interpretación de Denzel Washington. El guión es arquetípico, superficial, caótico y bastante hipócrita en su aparente crítica a la cultura de la violencia —sobre todo en la televisión y en la informática—, pues, a la postre, acaba convirtiendo en espectáculo esa misma violencia que denuncia, aderezándola además con burdos detalles sexuales y diálogos soeces.

FICHA TÉCNICA

Género: Acción / Ciencia Ficción / Thriller Nacionalidad: USA Director: Brett Leonard Actores: Denzel Washington, Kelly Lynch, Russell Crowe Productor: Gary Lucchesi Guión: Eric Bernt Fotografía: Gale Tattersall Música: India, Traci Lords, Louis Vega, Christopher Young