Tras las huellas de la lengua primordial de los incas: evidencia onomástica puquina1
Rodolfo Cerrón-Palomino 3RQWL¿FLD8QLYHUVLGDG&DWyOLFDGHO3HU~ [email protected]
Resumen
No obstante haber sido declarada en 1575 “lengua general” por el virrey Toledo, el puquina no tuvo la suerte de ser documentado como sus congéneres quechua y aimara. Los preceptos gramaticales y léxicos preparados por el padre Alonso de Barzana (o Bárcena) en 1590 nunca han podido localizarse. Para su estudio apenas contamos con un conjunto de textos pastorales editados en 1607 en Nápoles por Jerónimo de Oré. A partir de ellos se han hecho esfuerzos por extraer algunos fragmentos gramaticales de la lengua, así como un reducido léxico de la misma. Modernamente, sin embargo, se han venido abriendo nuevas avenidas de estudio que permiten enriquecer el conocimiento del idioma, siendo las investigaciones onomásticas las más prometedoras. Tales estudios ayudan,
1 Esta es una versión revisada y ampliada de la ponencia que el autor presentó en el Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía organizado por el Departamento de Humanidades de la PUCP (15-17 de agosto de 2013). Un adelanto del trabajo apareció, con serias mutilaciones, en Cerrón-Palomino (2014).
Nº 54, año 2016 169 Artículos, notas y documentos además, a comprender mejor el rol que desempeñó la lengua en la génesis y formación del imperio incaico.
Palabras clave: puquina, callahuaya, onomástica, toponimia, etimología, UDGLFDOHVVX¿MRVJUXSRVFRQVRQiQWLFRVSUyWHVLV
Abstract
In spite of having been declared Puquina as a “general language” of Colonial Peru by Viceroy Toledo in 1575, the language didn’t have enough fortune in being documented as it happened with Quechua and Aymara. The grammatical and lexical epitomes prepared by the Jesuit father Alonso de Barzana (or Bárcena) in 1590 have never been located. Thus, in order to approach the language, we barely count on an ensemble of pastoral texts edited in Naples, in 1607, by the )UDQFLVFDQ-HUyQLPRGH2Up%DVHGRQWKHPH൵RUWVKDYHEHHQPDGHLQH[WUDFWLQJ the grammatical fragments as well as the limited lexicon of the language underlying the texts. Recently, however, new avenues of research have been traced contributing to the enrichment of the knowledge of the language, onomastic research being the most promising ones. These studies have the additional advantage in pointing towards a better understanding of the role played by the language in the genesis and formation of the Inca Empire.
Keywords: Puquina, Callahuaya, onomastics, toponymy, etymology, roots, VX൶[HVFRQVRQDQWFOXVWHUVSURWKHVLV
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“Déterminer avec précision à quelle couche de population appartiennent les toponymes, et par conséquent quel est l’apport respectif de chacun des peuples qui ont occupé notre pays, tel est le but de la toponymie”. Rostaing (1980 : 5)
1. Situación lingüística prehispánica
De acuerdo con las informaciones proporcionadas por las fuentes coloniales de los siglos XVI y XVII, el panorama lingüístico en torno al llamado “lago de Chucuito”, hoy denominado lago Titicaca, comprendía cuatro lenguas, a saber: (a) la puquina, (b) la uruquilla, (c) la aimara y (d) la quechua. La primera de ellas, GHVFR\XQWDGDJHRJUi¿FDPHQWHSRUHODLPDUDVHKDEODEDDXQODGR\RWURGHO7LWLFDFD OOHJDQGRSRUHORHVWHKDVWDODVFRVWDVGHO3DFt¿FR GHVGHODVDOWXUDVGHO&ROFDHQ Arequipa, hasta por lo menos Iquique por el sur), por el noreste hasta las vertientes orientales de los Andes (Sandia y Carabaya, en el Perú, y el noreste de La Paz, en Bolivia), y por el sur alcanzando hasta Charcas y Potosí.2 La lengua uruquilla, o simplemente uru, era hablada en toda la región de los lagos y sus islas, a lo largo del eje acuático Titicaca-Coipasa, conectado por el Desaguadero y el Lacajahuira. El aimara, responsable de la desintegración del otrora territorio continuo del puquina, era la lengua hegemónica que copaba toda la región altiplánica, como idioma de los señoríos étnicos de la región, desplazando al puquina hasta relegarlo a los WHUULWRULRVH[WUHPRVPHQFLRQDGRV(OTXHFKXDHQ¿QSURFHGHQWHGHO&X]FRHVWD YH]YHKLFXOL]DGRSRUORVLQFDVFRPHQ]DEDDLQFXUVLRQDUHQOD]RQDSRUHOÀDQFR noroeste del lago, desplazando al puquina, y sentando las bases de la repartición territorial que presentan hoy día las dos lenguas nativas vigentes. Los documentos que nos describen la situación esbozada, de manera indirecta, pero bastante precisa, son en este caso la “Tasa de la Visita General” del virrey Toledo (1975 [1582]) y la “Copia de curatos” del antiguo obispado de Charcas (Espinoza Soriano 1982: 187-196), estudiados, entre otros, desde el punto de vista de sus incidencias étnicas
2 Nótese que el espacio delimitado corresponde aproximadamente al proporcionado por el cronista Sarmiento de Gamboa en la segunda mitad del siglo XVI. Dice, en efecto, el mencionado historiador, que “[el territorio colla cubría] desde veinte leguas del Cuzco hasta los Chichas y todos los términos de Arequipa y la costa de la mar hacia Atacama y las montañas sobre los Mojos” (Sarmiento 1965 [1572]: 242 [37]). Adviértase, sin embargo, que por la palabra colla hay que entender, en el pasaje citado, puquina-colla, y no aimara, como se la ha interpretado tradicionalmente.
Nº 54, año 2016 171 Artículos, notas y documentos y lingüísticas, por Thérèse Bouysse-Cassagne (1975, 1987: cap. II). Para mayores SUHFLVLRQHVJHRJUi¿FDVDOUHVSHFWRYHU'RPtQJXH])DXUD
2. Trastornos étnico-lingüísticos
En general, como era de esperarse, la información documental respecto de los idiomas y de los pueblos que los hablaban no deja de ser por momentos ambigua y confusa, por el mismo hecho de que respondían a intereses predominantemente administrativos y religiosos. Téngase en cuenta, además, que las políticas de conquista tanto incaica como española se caracterizaron por movilizar grupos humanos de un territorio a otro en gran escala, a través del sistema de los mitmas, en el primer caso, y de las reducciones de pueblos y de las mitas mineras, en el segundo. En lo que respecta al área circun-lacustre, por ejemplo, sabemos de la práctica repetida por incas y españoles de extraer violentamente a los moradores GHOODJRSDUDDVHQWDUORVHQWLHUUD¿UPHHQFDOLGDGGHPDQRGHREUDSURYRFDQGR su asimilación tanto étnica como lingüística a los grupos aimaras o quechuas del entorno lacustre (Wachtel 2001 [1990]: II, II, § D). De entonces, y seguramente de PX\DQWHVGDWDQORVSURFHVRVGHWUDQV¿JXUDFLyQpWQLFD\GHVXVWLWXFLyQLGLRPiWLFD por los que pasaron los habitantes del gran “mar interior”. Y así entendemos cómo, cuando documentos como los referidos nos hablan de tributarios “uros”, éstos podían ser, en efecto, hablantes de uruquilla, pero también podían serlo del puquina, del aimara y hasta del quechua. Del mismo modo, una vez asimilados a los grupos GHWLHUUD¿UPHORVXUXTXLOODVSRGtDQVHUFHQVDGRVFRPR³SXTXLQDV´R³DLPDUDV´ Así, pues, los membretes de pertenencia societal manejados en los documentos FRORQLDOHVGHEHQWRPDUVHHQYHUGDGFRPRFDWHJRUtDV¿VFDOHV\WULEXWDULDVDQWHV que como indicadores precisos de membresías étnicas y/o lingüísticas (Bouysse- Cassagne 1991: 491-493). El entrevero étnico e idiomático al que se hizo referencia no es privativo GHORVGRFXPHQWRVGHFDUiFWHU¿VFDO\DGPLQLVWUDWLYRSXHVRWURWDQWRRFXUUHHQ los textos históricos elaborados por los cronistas coloniales y los investigadores posteriores. Como resultado de ello, se ha confundido, en el plano histórico, a los “collas” como aimaras, y, en el plano lingüístico, al uruquilla con el puquina. Gracias a los trabajos etnohistóricos (Julien 1983, Bouysse-Cassagne 1987) y lingüísticos (Ibarra Grasso 1982 [1964], Torero 1972 [1970]) de la segunda mitad GHO VLJOR SDVDGR KR\ SRGHPRV HIHFWXDU ORV GHVOLQGHV GH¿QLWLYRV UHVSHFWLYRV señalando, por un lado, que por “collas” debemos entender a pueblos de habla puquina y no aimara; y, por el otro, que el puquina y el uruquilla constituyen entidades idiomáticas independientes, sin ninguna relación, fuera del hecho de su coexistencia, a lo largo del eje lacustre Titicaca-Coipasa, por más de un milenio (ver, para un resumen del deslinde respectivo, Galdos Rodríguez 2000).
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Resumiendo, ahora podemos establecer las correlaciones étnico lingüísticas de modo más preciso, señalando que el idioma de los “puquina-collas” era el puquina, el de los señoríos aimaras la lengua aimara, y el de los uros lacustres el uruquilla. El quechua, la última lengua en incursionar en la región, vendría a ser la variedad koiné difundida por los incas en las conquistas expansivas en dirección sureste iniciadas por el inca Pachacutiy (ca. 1450).
3. Lenguas originarias altiplánicas
Los estudios de lingüística histórica del área andina convienen en señalar que, de las cuatro lenguas presentadas inicialmente, dos de ellas pueden considerarse nativas de la región: la puquina y la uruquilla, y las otras dos ajenas a ella: la aimara y la quechua. Señalemos, sin embargo, que cuando hablamos de oriundez versus intrusión lo hacemos en términos muy relativos, teniendo en cuenta las limitaciones de información de que adolecemos en cuanto a la procedencia de las lenguas y de los pueblos de la región en tiempos protohistóricos. En tal sentido, los emplazamientos iniciales de los idiomas y de los procesos de difusión, convergencia y desplazamiento en que se vieron involucrados, apenas pueden postularse en calidad de hipótesis valiéndonos mayormente de las evidencias lingüísticas, sin descuidar los aportes de otras ciencias que tratan sobre el pasado remoto, como la arqueología y la etnohistoria, y últimamente también la genética. En relación con el origen altiplánico del puquina y del uruquilla, y basándonos únicamente en la evidencia lingüística, puede sostenerse que por los menos en los tiempos del período arqueológico conocido como Formativo (1,500 a.C.-200 d.C.), y quizás desde mucho antes, tales idiomas ya se encontraban bastante arraigados, es decir nativizados, en la región lacustre, ocupando el segundo de ellos las islas y los lagos del entorno. Ciertas características tipológicas de naturaleza fonológica (el UHJLVWURGHYRFDOHVPHGLDVHR \JUDPDWLFDO ODH[LVWHQFLDGHSUH¿MRV VXJLHUHQOD idea de que estas lenguas tendrían un origen amazónico, y hasta podrían postularse entronques remotos, arahuaco para el puquina, y pano-tacana para el uruquilla. Sin embargo, a falta de mayores evidencias, es probable que tales hipótesis no puedan corroborarse ni falsearse del todo, al menos en el estado de nuestros conocimientos sobre el tema. De lo que no hay duda, sin embargo, es que estas dos lenguas estuvieron en contacto con tales grupos en tiempos muy remotos. Ahora bien, desde el punto de vista arqueológico, se ha sostenido tradicionalmente que la lengua de los creadores de la gran civilización tiahuanaquense habría sido la aimara. Quienes sostenían dicha postura partían del supuesto equivocado, como vimos, de que los collas hablaban dicha lengua, tal como lo había planteado inicialmente Uhle (1910), y, modernamente, Browman (1994), entre otros. Una vez rescatado y reivindicado el pueblo colla en los
Nº 54, año 2016 173 Artículos, notas y documentos términos señalados previamente, nada impide postular, como sostienen ahora la mayoría de los lingüistas y arqueólogos, que la lengua de Pucará y Tiahuanaco haya sido la puquina (Torero 1987). Como vehículo de esta civilización (200 a.C- 800 d.C), la lengua habría alcanzado su máxima difusión en todo el territorio que la arqueología descubre como su ámbito expansivo.
4. Desplazamiento y extinción
La irrupción de pueblos de habla aimara en la región, ocurrida entre los siglos XII y XIII, y que más tarde se organizarían en los bien conocidos señoríos altiplánicos, trajo como consecuencia el desplazamiento gradual del puquina y su posterior desintegración, tanto que a la llegada de los españoles la mayoría de sus hablantes ya estaban aimarizados. No otra cosa parece desprenderse del hecho de que el virrey Toledo, a su paso por el Collao, camino de Potosí (1573), aparte de proporcionarnos el dato interesante de que las mujeres de la región hablaban puquina, a diferencia de los hombres (cuya lengua era aimara), dispone que “todos los indios de aquella provincia [de Chucuito] enseñasen a sus hijos la lengua general que el ynga les mando hablar [i.e. el quechua], sin que se les consintiesen hablar la puquina ni aymara” (énfasis agregado).3 Sin embargo, tal parece que el virrey, luego de tener una visión más clara de la presencia y distribución del puquina en la región sureño-altiplánica, pero sobre todo en Arequipa, cambió de parecer, a estar por la ordenanza que dispuso, el 10 de septiembre de 1575 en Arequipa, que a la letra dice: “[…] hago merced al dicho Gonzalo Holguín de nombrarle y proveer por tal lengua e intérprete general de las dichas lenguas quichua, puquina y aimará, que son las que generalmente se hablan por los indios de estos Reinos y Provincias del Perú […]” (Toledo 1989 [1575]: Vol. II, 97-100). &RQWRGRDXQFXDQGRHO3%ODV9DOHUDFLWDGRSRUHO,QFD*DUFLODVRUH¿HUD que, tras la caída del imperio, los pueblos no quechuizados plenamente, entre ellos los puquinas, habían regresado a sus “lenguajes particulares”, despreciando “la del Cozco” (Garcilaso de la Vega 1943 [1609]: VII, III, 167v), lo cierto es que la lengua que nos concierne seguía siendo despojada de su emplazamiento originario, esta vez a raíz de los profundos cambios políticos y socioeconómicos creados por el ordenamiento colonial, y solo persistiría en la periferia del mismo.4 Según documentos encontrados por Durston (2007: cap.4, 124), el Sínodo de 1591
3 Agradecemos a Mónica Medelius por habernos mostrado el documento inédito cuyo pasaje citamos, y que ella encontró en el archivo de Indias (AGI, 29). 3RUORTXHWRFDDOD]RQDULEHUHxDGHOODJRVRORGRVSXHEORV±&DSDFKLFD\&RDWD±¿JXUDEDQD~Q por la misma época, como hablantes de la lengua (Bouysse-Cassagne 1987: II, § II, 112). Para una comprensión más exacta de la distribución de la lengua en la época señalada, con precisiones JHRJUi¿FDVQRFRQWHPSODGDV SDUWLFXODUPHQWH/DPSD\$]iQJDUR SRUUD]RQHVGHMXULVGLFFLyQ político-religiosa, ver Domínguez Faura (2011).
174 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas del obispado del Cuzco, que por entonces comprendía Huamanga y Arequipa, disponía para esta última jurisdicción, el uso del puquina (además del aimara y del quechua) como vehículo de evangelización. Es más, en 1638, el sínodo presidido SRUHODU]RELVSR3HGURGH9LOODJyPH]RUGHQDEDODWUDGXFFLyQR¿FLDOGHOFDWHFLVPR y del confesionario del III Concilio Limense al puquina, encargándose la tarea a Álvaro Mogrovejo, cura de Carumas, y a Miguel de Arana, párroco de Ilabaya, reconocidos como los mejores peritos en la lengua. Que se sepa, sin embargo, tal parece que dichos trabajos nunca llegaron a concretarse. Por lo demás, la última referencia que se tiene de la lengua, todavía en uso, corresponde a la consignada por Clemente Almonte (1813), cura de Andahua (Condesuyos, Arequipa), según un documento dado a conocer por Millones (1971). De manera que es razonable sostener que la extinción total de la lengua debió de haberse producido en la segunda mitad del siglo XIX.
5. Documentación
En una “Carta Annua” de 1594 dirigida a su Provincial, el P. Alonso de Barzana se quejaba de que, no obstante existir “más de cuarenta o cincuenta pueblos” de habla puquina, “tanto en el Collao, como en Arequipa, y sobre todo en la costa de la mar hacia Arica y aun hacia otras costas”, no tuvieran predicador, pese a que para entonces se había “trabajado y reducido la lengua en arte y se ha[bía] escrito un confesionario y un vocabulario y una doctrina” (Bouysse-Cassagne 1992: 132). Es posible que el eximio lenguaraz, al mencionar tales materiales, estuviese aludiendo a los preceptos gramaticales y léxicos de su propia autoría, que ¿JXUDQHQORVWUDWDGRVELEOLRJUi¿FRVVREUHOHQJXDVLQGtJHQDVDPHULFDQDVOXFLHQGR incluso el año de 1590 como la fecha de su posible aparición (Viñaza 1977 [1892]: 45). Desafortunadamente, no solo nadie ha podido dar con ellos sino que se duda de su publicación. Siendo así, lo único que se tiene registrado para la lengua son un total de 26 textos pastorales de variado alcance (desde las fórmulas más simples del per signum crucis y del bautizo hasta las preguntas más indiscretas a los curacas so pretexto de su preparación para la confesión) que aparecen en la monumental obra políglota Ritvale sev Manuale Pervanvm […] de fray Jerónimo de Oré, famoso criollo KXDPDQJXLQRHGLWDGDHQ1iSROHVHQ6HJ~QUH¿HUHHOPLVPRFRPSLODGRU “la mayor parte [de los textos] fue hecha por el padre Alonso de Barzana, Iesuita de buena memoria, y despues de su muerte se añidieron algunas cosas por el auctor con comission, y aprobacion del Reuerendísssimo del Cuzco” (Oré 1607: 385). Tal es todo el material escrito de que disponemos para el estudio del puquina.5
5 A decir verdad, quedan también los restos de la fórmula del bautizo estampados en alto relieve
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(QWUH ¿QHV GHO VLJOR ;,; \ FRPLHQ]RV GHO ;;, GLYHUVRV HVWXGLRVRV KDQ desplegado sus esfuerzos en el afán por desentrañar la gramática y el léxico subyacentes a tales textos, inevitablemente inseguros y esquemáticos dada la naturaleza de los mismos. Primeramente Raoul de la Grasserie (1894), luego Alfredo Torero (1965, 2002: cap. V, § 5.2), Willem Adelaar con Pieter Muysken (2004: cap. 3, § 3.5), y últimamente el mismo Adelaar, esta vez con Simon van de Kerke (2009),6 nos han ofrecido el producto de sus esfuerzos interpretativos y analíticos, no necesariamente coincidentes, como era de esperarse, de manera que, gracias a ellos, podemos hoy contar con una caracterización gramatical y tipológica de la lengua, así como también disponer de un reducido léxico que, una vez depurado de sus quechuismos y aimarismos inevitables, comprende alrededor de unos 250 términos atribuibles casi exclusivamente a la misma entidad idiomática.
6. Otras fuentes de estudio
Dos han sido las fuentes adicionales a las que han recurrido los investigadores en el afán por conocer mejor la lengua, aunque debido a la naturaleza de las mismas, se circunscribían a la pesquisa eminentemente léxico-semántica. Nos referimos al vocabulario del callahuaya y al de la toponimia. Por lo que respecta a la reputada lengua de los herbolarios de Charazani (La Paz), considerada por sus primeros estudiosos como la superviviente del “idioma secreto” de los incas (Oblitas Poblete 1968, Girault 1989), pronto se echó de ver que, dejando de lado su gramática casi íntegramente quechua, lo único que ella tenía en común con el puquina (sin desmerecer la condición de sus hablantes de ser descendientes de sus ancestros colla-puquinas) era un léxico parcial compartido por ambas lenguas, según cotejos efectuados por Torero (2002: cap. V, § 5.1.6.1, 392). Por lo demás, como señalan Adelaar y van de Kerke (2009), los posibles cognados callahuaya-puquinas no siempre guardan correlaciones sistemáticas entre VtGHPDQHUDTXHODLGHQWL¿FDFLyQGHWpUPLQRVSXTXLQDVHQHOOp[LFRFDOODKXD\DHQ general, que comporta vocablos de distinta procedencia, como la de posible origen pano-tacana (Muysken 2009), resulta frustrante y poco prometedora, sobre todo debido al carácter limitado del léxico puquina disponible para su contraste. (QFXDQWRDODLQYHVWLJDFLyQRQRPiVWLFDPiVHVSHFt¿FDPHQWHWRSRQtPLFD
en la portada del baptisterio de la iglesia de Andahuailillas (Cuzco, ca. 1630), donde apenas, tras siglos de exposición, se puede leer, como en negativo: “… NAQVIN SIN YQUILE… CHVSCVM ESPIRITV SANCTOM M…”, que afortunadamente se puede reconstruir gracias a la misma fórmula consignada por Oré (Torero 1987: nota 33). (VWRVPLVPRVLQYHVWLJDGRUHVYLHQHQSUHSDUDQGRORTXH¿QDOPHQWHSRGUtDGHVHPERFDUHQXQDHGLFLyQ crítica de los textos de Oré (ver, al respecto, sus adelantos en http:// www.unileiden.net/ore).
176 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas ella estuvo motivada fundamentalmente por los intentos destinados a delimitar el HVSDFLRJHRJUi¿FRFXELHUWRSRUODOHQJXD7UHVKDQVLGRORVHOHPHQWRVGLDJQyVWLFRV WHPSUDQDPHQWHLGHQWL¿FDGRV\DWULEXLGRVDODSUHVHQFLDGHOLGLRPDHQHOWHUULWRULR sureño-altiplánico: los radicales
7 En forma parcial, es cierto, desde el momento en que el léxico del aimara central o tupino, con el cual puede cotejarse el altiplánico, es realmente escueto (Belleza 1995).
Nº 54, año 2016 177 Artículos, notas y documentos aislar en ellos los términos atribuibles al puquina. Después de todo, lengua social y culturalmente tan importante no podía dejar de implantar su profunda huella léxica en el aimara que la desplazó. Finalmente, una tercera fuente en la búsqueda de voces puquinas es el léxico del uruquilla. Lengua dominada por el puquina antes de que fuera suplantada por el aimara, es lógico esperar que el uruquilla registre una importante impronta léxica asignable al idioma de estirpe altiplánica. Ocurría hasta hace poco, sin embargo, que no contábamos con materiales léxicos solventes y seguros para el uruquilla, situación que se ha corregido felizmente en los últimos tiempos (Muysken 2005, Cerrón-Palomino y Ballón Aguirre 2011). Como lo hemos intentado demostrar recientemente, son varios los casos en los FXDOHVKDVLGRSRVLEOHLGHQWL¿FDU\SRUWDQWRFRUUHODFLRQDUDOJXQDVGHODVYRFHV propias del incario con las del puquina, sumergidas en el léxico aimara de Bertonio (Cerrón-Palomino 2013a: I Parte), del mismo modo en que lo fueron también en el vocabulario del uro-chipaya (Cerrón-Palomino 2016d: cap. IX, § 3).
7. Evidencia toponímica
Tal como se adelantó, uno de los móviles responsables de la indagación toponímica, en vista de la escasa y huidiza información proporcionada al respecto por las fuentes coloniales, fue el afán por conocer la distribución originaria de la lengua antes de ser desplazada por el aimara y el quechua. Dicha inquietud fue cobrando mayor impulso en lo que va del presente siglo, a raíz de la renovada polémica surgida en torno a la historia externa de las lenguas y de los pueblos prehispánicos de los Andes centro-sureños, caracterizada esta vez por la hasta entonces inusitada participación de historiadores, arqueólogos y lingüistas del área andina. En efecto, en medio del debate suscitado en torno a la lengua atribuible a los creadores de Tiahuanaco, el mismo que enfrentaba a los defensores del aimara (mayormente arqueólogos) y a los partidarios del puquina (fundamentalmente lingüistas), se hacía urgente demostrar, sobre todo en atención a los reclamos formulados por los aimaristas, por un lado, el carácter genuinamente altiplánico del puquina, y por el otro, el origen centro- andino y advenedizo del aimara sostenido por los lingüistas. Y es que uno de los argumentos aducidos por los partidarios del aimarismo primitivo de la región ha sido la aparente ausencia de toponimia atribuible al puquina en todo el territorio altiplánico, en contraposición a la supuesta omnipresencia toponímica asignable al aimara. Pues bien, no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que, así como se pensaba que los tratados léxicos de Bertonio, una vez despojados de sus quechuismos, registraban un vocabulario genuina y exclusivamente aimara, del mismo modo se pensaba que la toponimia de la región era íntegramente atribuible a
178 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas dicha lengua, como consecuencia de su pretendida raigambre altiplánica milenaria. Los estudios toponímicos emprendidos recientemente en la zona en debate (Mossel 2009, Cerrón-Palomino 2014) prueban de manera contundente la persistencia de un fuerte sustrato puquina cuya distribución permite visualizar un territorio que, a la par que corrobora los datos proporcionados por la información documental de los siglos XVI y XVII respecto de la existencia de pueblos de habla puquina en dicha circunscripción, coincide plenamente con el espacio cubierto por el estado tiahuanaquense en su máxima etapa de expansión, de acuerdo con la investigación arqueológica de nuestros tiempos. En cuanto a la evidencia toponímica que en esta oportunidad quisiéramos aportar, debemos señalar que, además de su potencial informativo en términos JHRJUi¿FRV HFROyJLFRV \ VRFLRSROtWLFRV FDUiFWHU FRQVXVWDQFLDO TXH MXVWDPHQWH acabamos de ponderar, creemos que ella permite, en el presente caso al menos, precisar, revisar y ampliar, aunque fuera en su más mínima expresión, el conocimiento léxico y gramatical que se tiene de la lengua sobre la base del examen de los materiales recogidos por Oré. De manera más concreta, la investigación toponímica nos permitirá, por un lado, revisar el inventario fonológico postulado, y por el otro, proponer elementos gramaticales que no asoman en los textos pastorales, todo ello aparte ciertamente de la corroboración del registro, en la toponimia, de DOJXQRVSURFHVRVIRQROyJLFRVSURSLRVGHODOHQJXDDVtFRPRHOUHFXUVRDORVVX¿MRV derivativos que se empleaban en la formación de los nombres de lugar.
8. Corpus toponímico
Las fuentes básicas manejadas para el acopio del material toponímico FRQVWLWX\HURQORVGLFFLRQDULRVJHRJUi¿FRVGHORVWUHVSDtVHVDQGLQRVLQYROXFUDGRV Perú, Bolivia y Chile. Para el Perú contamos con los diccionarios de Paz Soldán (1877) y de Stiglich (1922), este último recientemente reeditado, esta vez por departamentos (Stiglich 2013). Para Bolivia nos servimos de los diccionarios departamentales de Ballivián (1890) y de Mamani y Guisbert (2004), para La Paz; Federico Blanco (1901) para Cochabamba; Pedro Aniceto Blanco (1904) para Oruro, y Mallo (1903) para Chuquisaca. Para Chile consultamos los diccionarios de Francisco Asta-Burruaga y Cienfuegos (1899), Riso Patrón (1924), y la monografía de Mamani (2010). Con el objeto de remediar, por lo menos en parte, la ausencia de fuentes semejantes para un departamento tan importante como Potosí, recurrimos al diccionario general de Gonzales Moscoso (1984), pero también consultamos algunos estudios de carácter etnohistórico, referidos a dicha circunscripción territorial, entre otros los de Nicolas et. al. (2002), Espinoza Soriano (2003), y Platt et. al. (2006). Vocabularios de consulta obligada, como elementos de contraste y YHUL¿FDFLyQ KDQ VLGR FRPHQ]DQGR SRU HO JORVDULR HQWUHVDFDGR GH 2Up 7RUHUR
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1987: 364-370), los léxicos del callahuaya compilados por Oblitas Poblete (1968) y Girault (1989). Para los efectos de nuestra discusión hemos aislado, en términos léxicos, 8 UDGLFDOHVDVLJQDEOHVDOSXTXLQDDVLPLVPRVHKDLGHQWL¿FDGRXQEXHQQ~PHURGH raíces que portan 7 tipos de haces consonánticos iniciales de palabra, igualmente DVLJQDEOHVDODOHQJXD(QHOWHUUHQRJUDPDWLFDOKHPRVSRGLGRYHUL¿FDUODRFXUUHQFLD GHGRVVX¿MRVGHULYDWLYRVUHJLVWUDGRVHQORVWH[WRVGH2UpSHURDOPLVPRWLHPSRVH KDQLGHQWL¿FDGRRWURVVX¿MRVGHIXQFLyQVHPHMDQWHHVWDYH]WDPELpQDWULEXLEOHV DODOHQJXD(QORTXHVLJXHSDVDUHPRVDGLVFXWLU\HYHQWXDOPHQWHMXVWL¿FDUORV hallazgos que se han podido determinar.
5DGLFDOHVLGHQWL¿FDGRV
De los 8 radicales que introduciremos, 3 han sido considerados desde un principio como elementos diagnósticos puquinas, según se mencionó previamente:
8.1.1. Radical
8 No consideramos aquí otras variantes, lingüísticamente interesantes, encontradas en unos documentos relativos a encomiendas en la región de Moquegua (siglo XVI), publicados por Pärssinen y Kiviharju (2010: 131-135, 137-141). Se consignan allí
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En términos de su ocurrencia, debemos señalar que no se ha encontrado paya como elemento inicial de topónimo, contexto en el que se da waya, ya en forma independiente (así,
-hua> en topónimos muy conocidos:
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[La] cuesta llamada Cañac-huay,12 que tiene cinco leguas de baxada casi perpendicular, […] pone grima y espanto solo el mirarla, cuanto más subir y baxar por ella, porque por toda ella sube el camino en forma de culebra, dando bueltas a una mano y a otra. (Garcilaso de la Vega 1943 [1609]: IV, XVI, 210)
'HHVWDPDQHUDTXHGDDFODUDGRGH¿QLWLYDPHQWHDVtORFUHHPRVHOVLJQL¿FDGR del radical estudiado, por lo visto asimilado por el aimara (por ejemplo,
8.1.2. El radical
12 Adviértase la forma en que transcribe el nombre el Inca, valiéndose del guion para evitar una falsa lectura de la secuencia
182 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas
(OVLJQL¿FDGRLQIHULGRHVFRUURERUDGRHVWDYH]JUDFLDVDVXUHJLVWURHQORVWH[WRVGH Oré, donde encontramos
8.1.3. El radical
15 La forma condicional de nuestra proposición responde al hecho de que el ilustre aimarista da como VLJQL¿FDGREiVLFRGH SKDUD!HOGH³VHFR´SHURHQODVH[SUHVLRQHVTXHUHJLVWUDSDUDHMHPSOL¿FDU su empleo da a entender que la palabra está asociada estrechamente bien con el agua o con la lluvia: así, por ejemplo, en
Nº 54, año 2016 183 Artículos, notas y documentos
Integrando compuestos, lo encontramos: como elemento inicial, en
8.1.4. El radical
del Cuzco imperial, como lo demostramos en Cerrón-Palomino 2016b: §§ 6.3, 6.8). 18 Sobra señalar que la notación del primer elemento del topónimo en su primera versión (
184 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas
II, 33), y también como “corral de carneros donde los apartan, curan &” (1984 [1612]: II, 32), a la par que los diccionarios modernos lo consignan, en la forma de kachi como recinto sagrado para celebrar ciertos rituales relacionados con los ganados (Huayhua 2009: 124, Callo Ticona 2009: 129, Condori Cruz 2011: 152). El hecho de que, por un lado, el radical aparezca estrechamente ligado a la historia legendaria del Cuzco, como en
8.1.5. El radical
19 Nótese también que el topónimo puneño
Nº 54, año 2016 185 Artículos, notas y documentos
8.1.6. El radical
8.1.7. El radical 20 Torero parece insinuar otra etimología, la de qupa, al listar el término 186 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas laque>, Totora, Cochabamba). El doblete toponímico 8.1.8. El radical 21 De otro lado, su registro como Nº 54, año 2016 187 Artículos, notas y documentos Cochabamba; 8.1.9. Radicales con grupos consonánticos iniciales. Que la estructura de la palabra puquina permitía grupos consonánticos en posición inicial de sílaba absoluta es algo que se sabía por algunos ejemplos consignados por Oré portando dicha propiedad (así, por ejemplo, los numerales 23 Analizados tales grupos como consonantes “fuertes” por Torero, supuestamente opuestas a sus contrapartes “lenes” (Torero 2002: cap. 5, § 5.2.3, 416), preferimos ver en ellos haces consonánticos y no unidades fónicas, como también parecen interpretarlos Adelaar y van de Kerke (2009: 129). 24 A diferencia del puquina y del uruquilla (Cerrón-Palomino 2006: cap. II, § 3), el quechua y el aimara no admiten tales secuencias consonánticas. Sin embargo, excepcionalmente, por razones morfofonémicas, el verbo aimara sa- ‘decir’ puede desembocar en una forma conjugada como s-ta ‘tú dices’ e incluso s-t-wa ‘yo digo’, pero el mismo hecho de que existan formas alternativas como si-sta y si-s-t-wa, respectivamente (donde el verbo ha sido reanalizado a partir de la forma s-i ‘él/ HOODGLFH¶ VHYHTXHODOHQJXDFRQ¿UPDODUHSXOVLyQGHWDOHVFRQ¿JXUDFLRQHVIRQpWLFDV 188 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas cambio, cuando ocurren integrando el elemento nuclear de un topónimo compuesto, parece que tales grupos consonánticos se muestran proclives a mantener su faz originaria, es decir, ocurren libres de todo recurso protésico. 3XHV ELHQ ORV JUXSRV FRQVRQiQWLFRV GH DWDTXH LGHQWL¿FDGRV FRQVWLWX\HQ haces del tipo SC, donde C incluye básicamente consonantes oclusivas, aunque se han encontrado también, en contados casos, secuencias de sibilante seguida de una resonante.25 Tales secuencias son: (1) /SP/, variando quizás con /SB/ y aún /SW/, en consonancia con el fenómeno de lenición (como en 25 Resulta difícil determinar, en el estado de nuestros conocimientos de la lengua, si dicha sibilante era apical, dorsal o palatal. La fusión de sibilantes, consumada en el aimara sureño (*š> s) y en curso en el quechua igualmente sureño ( ú!V HQWUH¿QHVGHOVLJOR;9,\FRPLHQ]RVGHO;9,, &HUUyQ3DORPLQREFDS9,,, WHUPLQySRUERUUDUWRGDSRVLELOLGDGGHLGHQWL¿FDUODVLELODQWH puquina del grupo /SC/. 26 El callahuaya queda descartado como elemento de contraste y corroboración desde el momento en TXHHVWDOHQJXDWLHQHFRPRXQDGHVXVFDUDFWHUtVWLFDVIRQROyJLFDVWDOYH]SRULQÀXHQFLDTXHFKXD el rechazo a todo grupo consonántico inicial. De hecho, un cognado como sper µFXDWUR¶ 3 pill & VLHVTXHHQHVWHFDVRORHVUHDOPHQWHPXHVWUDODVLPSOL¿FDFLyQGHODWDTXHVLOiELFRSXTXLQD además de la variación /r/ ~ /ll/, presente por ejemplo en Nº 54, año 2016 189 Artículos, notas y documentos TXHHOUDGLFDOSRGUtDWUDGXFLUVHFRPRµHVFRQGLGR¶XQVHJXQGRFDVRLGHQWL¿FDEOH en los mismos términos, podría ser 27 La variante 190 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas 8.2. Elementos gramaticales /D QDWXUDOH]D GH¿FLWDULD GHO PDWHULDO SXTXLQD VROR SHUPLWH UHFRQRFHU dentro de su aparato morfológico nominal y verbal, un sistema derivativo de nominalizaciones bastante limitado, dejando de lado los préstamos, en comparación FRQORVGHOTXHFKXD\GHODLPDUD<DVtVHKDQLGHQWL¿FDGRFRPR~QLFRGHQRPLQDWLYR HOVX¿MR–no µSRVHVRU¶\FRPRGHYHUEDWLYRVHOLQ¿QLWLYL]DGRUFRQFUHWDGRU–no, el agentivo –eno y el participial –so al igual que el aimara -ña, pero a diferencia del TXHFKXDWDQWRHOLQ¿QLWLYL]DGRUFRPRHOFRQFUHWDGRUWHQtDQXQDPLVPDIRUPDno (Adelaar y van de Kerke 2009: $$ 2.2.1, 2.2.3). $KRUDELHQFRPRVHVDEHORVVX¿MRVPiVVRFRUULGRVSRUHOTXHFKXD\HO aimara en la formación de topónimos son, por un lado, el denominativo –yuq/ -ni ‘posesor’; y, por el otro, los deverbativos –q/ –ri ‘agentivo’, –na/ –ña ‘concretador’ y –sqa/ –ta ‘resultativo’. Uno esperaría encontrar una situación semejante en el puquina, y, sin embargo, hasta donde hemos podido averiguar en el campo, solo nos ha sido posible detectar el empleo de dos de ellos: el del denominativo –no y el del resultativo –so, este último de manera más esporádica. Pero en contraste FRQHOORQRVSDUHFHKDEHUHQFRQWUDGRGRVVX¿MRVQRLGHQWL¿FDGRVSUHYLDPHQWH ni mucho menos registrados en las fuentes, pero que, al coincidir con el área de difusión de los demás elementos diagnósticos, bien pueden atribuirse al puquina. (Q OR TXH VLJXH QRV RFXSDUHPRV GH OD RFXUUHQFLD GH WDOHV VX¿MRV HQ HO FRUSXV toponímico que hemos acopiado. 8.2.1. 6X¿MRV DWHVWLJXDGRV SUHYLDPHQWH 'H ORV GRV VX¿MRV LGHQWL¿FDGRV HQ ORV textos de Oré, uno de ellos –el del posesor –no– tiene una difusión relativamente más amplia y segura que la del resultativo –so. En efecto, los topónimos que SRUWDQ HO VX¿MR SRVHVRU DGHPiV GH VHU WUDQVSDUHQWHV VHPiQWLFDPHQWH FXEUHQ un territorio amplio, que coincide, al menos parcialmente, con el abarcado por los demás elementos diagnósticos. Los nombres que hemos podido acopiar se concentran mayormente en torno al lago Titicaca y sus islas Taquile ( Nº 54, año 2016 191 Artículos, notas y documentos venimos explorando. Dada su proximidad tanto fónica como semántica con el -ni del aimara, no sería raro que muchos nombres originariamente portadores de la forma puquina se hayan remodelado sobre la base de su equivalente aimara.28 Ello H[SOLFDUtDHQSDUWHDOPHQRVODDSDUHQWHRUIDQGDGGHUHFXUUHQFLDGHOVX¿MRVLQ GHVFDUWDUODSRVLELOLGDGGHTXHFRQXQWUDEDMRPiV¿QRGHFRPSLODFLyQWRSRQtPLFD pueda ampliarse el radio de su aparición. Notemos, incidentalmente, que no debe H[WUDxDUTXHODPD\RURFXUUHQFLDGHOVX¿MRHQWRUQRDOODJR7LWLFDFD\VXVLVODVVH GHEDDOKHFKRGHTXHFRQIRUPHYLPRVODOHQJXDVHPDQWXYR¿UPHSUHFLVDPHQWH en el sector noroccidental del lago mientras que en el resto del territorio altiplánico competía desigualmente con el aimara y el quechua (ver nota 4). En cuanto al resultativo –so, este ha sido encontrado hasta ahora en una docena de topónimos, y todos ellos localizados en el territorio nuclear peruano: Arequipa ( 8.2.2. 6X¿MRVQRDWHVWLJXDGRV 'RVVRQKDVWDDKRUDORVVX¿MRVTXHSRUVXUHFXUUHQFLD HQHOiUHDFRLQFLGHQWHFRQODUHJLVWUDGDSDUDORVHOHPHQWRVGLDJQyVWLFRVLGHQWL¿FDGRV previamente, podemos postular como de muy probable origen puquina. Ambos tienen una amplia distribución, una más que la otra. Debemos tener presente, sin 28 1XHVWUDVRVSHFKDVHYLRFRQ¿UPDGDDOHQFRQWUDUHQGRFXPHQWRVSULYDGRVGHORVKHUHGHURVGH los dueños de Amantani examinados por José Matos, y que remontan a 1757, que los nombres actuales de 192 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas embargo, que un mejor acceso a las fuentes toponímicas podría revelar no solo una PD\RUFREHUWXUDJHRJUi¿FDVLQRWDPELpQHQUHODFLyQFRQHOPHQRVUHFXUUHQWHXQD presencia más amplia que la encontrada hasta ahora. 8.2.2.1.(OVX¿MR–t’a. Uno de los más recurrentes y claramente aislables en toda el iUHDHVHOVX¿MR WD!6XVHJPHQWDFLyQHLGHQWL¿FDFLyQVHYHQIDFLOLWDGRVGHELGR a su ocurrencia formando temas nominales denominativos con raíces fácilmente LGHQWL¿FDEOHVFRPRDLPDUDVRTXHFKXDV'HHVWDPDQHUDDPRGRGHHMHPSOL¿FDFLyQ tenemos, en el Perú: Nº 54, año 2016 193 Artículos, notas y documentos SUHGLFDUTXHHOOXJDUDOFXDOUH¿HUHQODVUDtFHVTXHORVSRUWDQµWLHQH¶RµSRVHH¶ dicho referente. De esta manera, por ejemplo, 31 La expresión puquina citada burló completamente la atención de Torero, quien, aunque logra LGHQWL¿FDU WLFRQD!FRPR³FLHUWRVMHIHVRDXWRULGDGHV´VHHQUHGDFRQHODGMHWLYRTXHLQFOXVROOHJD a conjeturar si no sería, tratando de segmentarla de otro modo, el hispanismo “casquete” (Torero FDS 3RU QXHVWUD SDUWH FRPR YLPRV FUHHPRV TXH QR KD\ GL¿FXOWDG HQ LGHQWL¿FDUHODGMHWLYRTXHFKXD FDVTXH!HVGHFLUk’askiTXHSXHGHOOHJDUDVLJQL¿FDUµYDQLGRVR jactancioso’ y hasta ‘mentiroso’ (cf. así, kaski, en el quechua de Huancayo). 32 Es más, el apellido 194 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas GHOWLSR &RDQR!\ &RDWD!HQODVLVODVGHOODJR7LWLFDFD(QODGL¿FXOWDGGH resolver el problema por el momento, quisiéramos sugerir, valiéndonos del aimara, TXHODGLIHUHQFLDSRGUtDVHPHMDUVHDODTXHVHGDHQWUHORVVX¿MRV–ni y –wi de esta lengua. Así, si la diferencia entre 8.2.2.2. (O VX¿MR –si 5HJLVWUDGD HQ XQ iUHD FDVL FRLQFLGHQWH FRQ HO GHO VX¿MR anterior, la terminación -si se da en ejemplos como: 33 $FODUHPRV TXH HO VLJQL¿FDGR GH VRUD! ±UDGLFDO DXVHQWH HQ ORV UHJLVWURV Op[LFRV GH WRGRV ORV tiempos, aunque harto recurrente especialmente en la sierra sureña (y no solo como nombre étnico)– nos fue posible desentrañarlo solo a través de la indagación toponímica (Cerrón-Palomino 2008: I-10). Para el nombre del grupo étnico sora, conquistado por el inca Pachacutiy, y su relación con los soras del entorno del Poopó, ver Cerrón-Palomino (2016c: § 1, nota 4). Nº 54, año 2016 195 Artículos, notas y documentos ‘oro’ y waywa ‘viento’. Aquí también, como en el caso anterior, todo parece indicar que estamos ante un derivativo denominativo, cosa que puede generalizarse para con los nombres cuyo radical resulta desconocido. En un caso por lo menos, sin embargo, parece que tendríamos un derivado íntegramente puquina: nos referimos al topónimo 9. Relevancia lingüística El examen de los datos efectuado sobre la base del material onomástico HVWXGLDGR SHUPLWH QR VROR FRQ¿UPDU H LQFOXVR SUHFLVDU \ UHVROYHU DVSHFWRV relacionados con el léxico y la gramática de la lengua, sino también aportar algunos datos que la sola consideración del registro textual disponible no nos habría permitido obtener. Dejando de lado el vocabulario atribuido al puquina, FX\DLGHQWL¿FDFLyQ\SRVWXODFLyQFRPRSDWULPRQLROp[LFRVHPiQWLFR\FXOWXUDOGH ODOHQJXDQRUHTXLHUHGHPD\RUMXVWL¿FDFLyQSDVDUHPRVDVHxDODUHQORTXHVLJXH los aspectos fonológicos y gramaticales más relevantes que se desprenden de la LGHQWL¿FDFLyQOp[LFDSURSXHVWD\TXHFRQWULEX\HQDXQDPHMRUFRPSUHQVLyQGHO aparato estructural del idioma. 34 &RQSRVWHULRULGDGKHPRVSRGLGRDPSOLDUORVHMHPSORVSRUWDGRUHVGHOVX¿MRHQFXHVWLyQVLQTXH ahora quepa duda de su procedencia puquina. Se lo encuentra incluso en Apurímac, como puede verse, por ejemplo, en un topónimo hasta hace poco extraño como 196 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas 9.1. Aspectos fonológicos En este nivel, creemos que la evidencia aportada por el examen onomástico HIHFWXDGRSHUPLWHFRQ¿UPDUGRVDVSHFWRVTXH$GHODDU\YDQGHQ.HUNH 2.1) dejan bien establecidos en su postulación del sistema fonológico de la lengua. El primero de ellos tiene que ver con el fenómeno de lenición que afectaba a las consonantes oclusivas del puquina. En efecto, según se pudo observar, tal es lo que ocurre con las oclusivas /k q/ en los radicales *kachi y *q’achi, cuyo segmento UHVSHFWLYDPHQWH/RSURSLRSXHGH@ڜLQLFLDOVHPDQL¿HVWDFRPR>NaJ@\>Ta decirse de la africada 35 En otro trabajo, examinando el léxico institucional del puquina, concretamente el de Nº 54, año 2016 197 Artículos, notas y documentos lengua. Según Adelaar y van de Kerke, dicha propiedad estaría muy “lejos de ser comprobada” a la luz de la exégesis de los materiales registrados por Oré. Sin embargo, el examen del corpus toponímico analizado no parece que dejara GXGDVUHVSHFWRGHODGLVWLQFLyQPHQFLRQDGD(QHIHFWRXQDYH]SUREDGDOD¿OLDFLyQ puquina de una palabra (por ejemplo, el caso concreto de 36 Tal como ha sido señalado, es casi seguro que el pronombre interrogativo khiti ‘quién’ del aimara sureño (cf. con la forma genuina del aimara central: qa-chi) esté formado, etimológicamente, de ODUDt]SURQRPLQDOSXTXLQD TXL!µTXpTXLpQ¶VHJXLGDGHOVX¿MRLQWHUURJDWLYR–ti. Lo que, a su vez, permite postular la forma *khi para el pronombre puquina, según la tesis adelantada. Por lo demás, el empleo de consonantes dobladas en los textos de Oré, en palabras como 198 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas y aun así, la invocación de criterios de armonía estructural y de distribución areal permite, a nuestro modo de ver, la postulación de tales rasgos como elementos constitutivos del sistema fonológico de la lengua. 9.2. Aspectos gramaticales (Q HO QLYHO JUDPDWLFDO FRPR VH YLR DSDUWH GH OD FRQ¿UPDFLyQ GH OD H[LVWHQFLDGHORVVX¿MRVGHULYDWLYRV–no y –so sobre el terreno, tuvimos la ocasión de LGHQWL¿FDURWURVGRVVX¿MRVSHUIHFWDPHQWHDWULEXLEOHVDODOHQJXDORVPLVPRV que no habían sido entrevistos hasta ahora: los denominativos –t’a y -si. Aun cuando no es fácil determinar a través de la evidencia onomástica de qué manera WDOHVVX¿MRVHQFDMDEDQGHQWURGHOVLVWHPDGHULYDWLYRGHOSXTXLQDGHVFDUWDQGRWRGD duplicidad de funciones o despejando opacidades semánticas, de lo que no parece KDEHUGXGDHVGHOD¿OLDFLyQTXHSURSRQHPRV0D\RUHVGDWRVSRGUiQHYHQWXDOPHQWH ayudarnos a esclarecer el problema señalado, mientras tanto habrá que reconocer que la onomástica constituye una fuente no desdeñable para el conocimiento de una lengua escasamente documentada como la puquina. De hecho, el registro toponímico parece proporcionarnos información sobre la existencia de otros HOHPHQWRVJUDPDWLFDOHVDVLJQDEOHVDODOHQJXDHQWUHHOORVSRUHMHPSORHOVX¿MR –ro (presente ya en el itinerario mítico de los hermanos Ayar: 10. Implicaciones histórico-culturales Tras haber intentado demostrar la importancia de los estudios toponímicos FRPRIXHQWHGHLQIRUPDFLyQTXHSHUPLWHFRQ¿UPDUSUHFLVDUHLQFOXVRHQULTXHFHU el conocimiento de una lengua extinguida y pobremente documentada como la puquina, quisiéramos ahora llamar la atención sobre las consecuencias de orden histórico-cultural que se desprenden de nuestra exposición. En primer lugar, la presencia recurrente de la toponimia atribuida a la lengua DORODUJRGHORV$QGHVVXUHxRDOWLSOiQLFRVFRQ¿UPDVXHVWDWXWRGH³OHQJXDJHQHUDO´ 37 Ver Cerrón-Palomino (2017), donde tratamos de demostrar que –ro y demás variantes no son sino IRUPDVDOWHUQDQWHVSDUFLDOPHQWHGHOLPLWDGDVJHRJUi¿FDPHQWHGHOVX¿MR–no. Descartamos aquí la marca direccional –ru del aimara como su posible étimo, ya que no es normal formar topónimos FRQIRUPDVÀH[LRQDGDVSDUDFDVR LODWLYRHQHOSUHVHQWH Nº 54, año 2016 199 Artículos, notas y documentos que se había ganado en el siglo XVI, no obstante encontrarse en situación recesiva frente a la presión y al empuje de las otras dos lenguas mayores. Su distribución desigual, compacta en determinadas áreas y más bien graneada o salpicada en otras, permite distinguir una zona que podemos llamar nuclear y otra periférica, UHVSHFWLYDPHQWH6LELHQGLFKDSUHVHQFLDYDULD\KHWHURJpQHDSDUHFHUtDFRQ¿UPDU OD GLVWULEXFLyQ WRSRJUi¿FD TXH WHQtD OD OHQJXD D ¿QHV GHO VLJOR ;9, VHJ~Q ODV informaciones proporcionadas por las fuentes coloniales, no debe olvidarse que para entonces tanto el aimara como el quechua venían desplazándola desde algunos VLJORVDWUiVFRQ¿QiQGRODPD\RUPHQWHDVXWHUULWRULRQXFOHDU(QWDOVHQWLGRQR resulta gratuito sostener que el área de máxima expansión que los arqueólogos le atribuyen a la civilización de Tiahuanaco coincide casi exactamente con el territorio cubierto por la toponimia puquina (ver, por ejemplo, Albarracín Jordán 1999: cap. 6, mapa 6.27). En segundo término, la sola presencia de tan arraigada toponimia en dicho territorio, echa por tierra la tesis tradicional del “aimarismo primitivo” asumida inicialmente con desconocimiento del puquina y más tarde negándole su condición de lengua genuinamente nativa a la región. El argumento esgrimido por aimaristas y arqueólogos de la región, tanto nacionales como extranjeros, en el sentido de que no habría evidencia lingüística de la presencia puquina en pleno territorio nuclear de Tiahuanaco (ver, por ejemplo, Stanish 2003: cap. 3, 59),38 solo responde al estado hasta hace poco precario de los conocimientos de la realidad, pues la investigación onomástica de los últimos tiempos viene demostrando todo lo contrario, como habrá podido apreciarse a lo largo de nuestra exposición. En virtud de tales estudios se hace patente que no toda la toponimia altiplánica se explica por el aimara ni todo el caudal léxico registrado por Bertonio, una vez quitados los quechuismos, puede atribuirse alegremente al fondo vocabular aimaraico. Consecuencia inevitable del hecho de que, como lengua advenediza, el aimara tenía que impregnarse fuertemente del léxico, y aún de la gramática, del idioma desplazado, instrumento vehicular de una de las civilizaciones más importantes del mundo andino. En tercer lugar, conviene recordar que el develamiento del sustrato puquina, PDQL¿HVWR HQ OD WRSRQLPLD H[DPLQDGD VH REVHUYD DVLPLVPR DO H[DPLQDU ORV términos culturales e institucionales fundacionales del imperio incaico, los cuales acusan de igual modo una fuerte presencia puquina, explicable, como lo hemos 38 Incidentalmente, Rice (2013: cap. 5) se apoya ingenuamente en el investigador mencionado para sostener lo mismo. Nos preguntamos: ¿cómo pueden formularse tales opiniones sin la menor sindéresis profesional en el campo de la lingüística histórica andina, y particularmente en el de ODWRSRQLPLD"¢+DVWDFXiQGRHOWUDEDMRLQWHUGLVFLSOLQDULRUHFODPDGRSRUORVFLHQWt¿FRVVRFLDOHV seguirá excluyendo a la lingüística, particularmente a la andina, considerándola como una simple convidada de piedra? 200 Revista Andina Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas venido sosteniendo (Cerrón-Palomino 2013a: I), a partir de las referencias mito- históricas del origen lacustre de los ancestros de los incas. En suma, gracias a los trabajos de naturaleza onomástica, particularmente el de la toponimia, va emergiendo ex profundis el antiguo espacio cubierto por el puquina, dándoles sentido y racionalidad a las informaciones vagas y contradictorias consignadas por los cronistas e historiadores coloniales al respecto. Al mismo tiempo, resulta cada vez más evidente, dentro de dicho panorama, el carácter advenedizo de la lengua aimara (ver, para mayor abundancia sobre el tema, Cerrón-Palomino 2015). Área cubierta por la civilización tiahuanaquense (Albarracín Jordán 1999). Nº 54, año 2016 201 Rodolfo Cerrón-Palomino: Tras las huellas de la lengua primordial de los incas BIBLIOGRAFÍA ADELAAR, Willem 1987 “Comentarios” a A. Torero 1987. Revista Andina 10, 373-375. ADELAAR, Willem y Pieter MUYSKEN 2004 The Languages of the Andes. Cambridge: Cambridge University Press. ADELAAR, Willem y Simon VAN DE KERKE 2009 “Puquina”. En: M. Crevels y P. Muysken (eds.), Lenguas de Bolivia. Tomo I: Ámbito andino. La Paz: MUSEF/Plural, 125-146. ALBARRACÍN-JORDÁN, Juan 1999 Arqueología de Tiwanaku. Historia de una antigua civilización andina. La Paz: S.R.L. ASTA-BURRUAGA CIENFUEGOS, Francisco 1899 'LFFLRQDULRJHRJUi¿FRGHOD5HS~EOLFDGH&KLOHSantiago. AUCAHUASI DONGO, Rubén 2016 Topónimos de Apurímac. Presentación de R. 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