HISTORIA DEL TRAJE EN I. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA SIGNIFICACIÓN DEL VESTUARIO Si recurrimos a cualquier diccionario de sinónimos, encontraremos que la palabra vestuario -con que de ordinario designamos el conjunto de prendas con las que el hombre ha cubierto su cuerpo y protegido cabeza y extremidades- tiene varias equivalencias lexicográficas. Así, entre otras, atavío, atuendo, guardarropa, indumentaria, traje, vestido, vestidura y vestimenta. En cuanto a su significado, cada una de estas palabras -como ocurre con todos los sinónimos- posee matices propios y especiales. Entre ellas, las de sentido más lato son las cuatro primeras y la última. Ropa, traje y vestido, en cambio, parecen contraer su significado a las telas o materiales con que hombres y mujeres cubren el tronco y las extremidades, excepción hecha del tocado y del calzado, es decir, de lo que se ha usado y se usa en la cabeza y en los piés.

ESENCIA Y SIGNIFICADO DEL TRAJE El traje, como la habitación, se inventó para el abrigo del hombre, para la protección de su personalidad física. En cierta manera es una "habitación" que deambula con su dueño, una "casa portátil" íntima y ajustada a la propia medida, tal como la concha de un caracol. De aquí que la evolución del traje, a través de la historia de los pueblos, haya ido reflejando en alguna forma la de los estilos arquitectónicos. En esta forma piensa también el Marqués de Lozoya: "La indumentaria responde, como la arquitectura, a una necesidad vital, y el sastre, como el arquitecto, quiere conseguir una doble finalidad: la de dar cobijo y abrigo al cuerpo humano y la de realzar ante la comunidad su belleza y su prestancia. Por eso la indumentaria es, como la arquitectura, sensible a las particularidades geográficas y étnicas (...). Ambas artes bellas compusieron en otros tiempos maravillosas armonías en las cuales las líneas de las techumbres, los arcos y los dinteles de puertas y ventanas jugaban con la forma de los tocados y de las vestes y se concertaban con sus colores". (Del Prólogo a la obra Historia del Traje en Imágenes, de Bruhn - Tilke. Traducción castellana de Juan Subías Galter. Gustavo Gili, S. A. Barcelona, 1957).

El traje es también un índice de la idiosincrasia y de la cultura de los pueblos. De la organización teocrática de los antiguos hebreos nos habla el carácter sacerdotal de sus vestiduras; del armonioso concepto que de la vida tuvieron los griegos, y de su sentido de la belleza, son trasunto la clámide, la túnica y el dórico peplo; de la noble reciedumbre del romano, y de su sentido de la dignidad política, es símbolo la toga. De la austeridad española de los Siglos de Oro lo fueron los trajes castellanos de la época, y del esplendor de la corte de Luis XIV de Francia, las grandes y rígidas casacas, los chalecos fastuosamente bordados, el calzón

1 ajustado a la rodilla y los encajes de los puños, entre los cuales hábiles manos - expertas en caricias e intrigas- solían ocultarse como el pistilo de una flor exótica.

EVOLUCION Y TEMPORALIDAD DEL VESTUARIO Al menos por lo que dice al mundo occidental (Europa atlántica y el Nuevo Mundo), el proceso evolutivo del vestido oscila de la variedad a la unidad y de la complicación a la sencillez. Proceso que, como tántos otros, conlleva la pérdida de un elemento pintoresco irrecuperable. Y que desemboca en una uniformidad que no sólo cubre un país, sino que se extiende al ámbito internacional. De aquí la conveniencia -y la oportunidad- de recordar el elemento típico y tipificador del vestuario, elemento que desaparece por instantes.

A nivel de lo folclórico, que por esencia es campesino, encuentra sin embargo el tipismo del vestuario de sus últimos reductos. Donde menos actúa la moda -que no es otra cosa que el nombre que se le da a la evolución artificial del vestuario- es en las zonas rurales de la mayor parte de los países del mundo. Las más aisladas y primitivas, como es obvio. Y también, aquellas en que la tradición es más vigorosa y persistente.

Pero si la indumentaria típica, campesina por excelencia, es un arte vernáculo estratificado y fijo, las modas citadinas son un arte evolutivo y cosmopolita, anónimo casi siempre. Al respecto, resultan pertinentes en cierto grado los siguientes conceptos del Marqués de Lozoya: "La indumentaria es un arte anónimo, que nace en le recato del hogar y que se desarrolla en el ambiente de la más humilde artesanía. Sabemos el nombre de los escultores griegos que copiaron la gracia de peplos y quitones, pero no del artífice que creó estas fórmulas de eterna belleza. Los documentos de los archivos nos van revelando los nombres de los pintores de los retablos góticos, pero quedan en la sombra los de aquellos que imaginaron las graciosas formas de las tocas, las calzas y los jubones que en ellos se representan (...). Solamente en nuestro siglo han alcanzado relieve los nombres de algunos dibujantes de figurines, pero sin concederles otra estimación que la debida a la pericia de su lápiz". Lo anterior puede aceptarse pero sin perjuicio del renombre y de la influencia de los maestros de la haute couture: Christian Dior, Jacques Fath, Charles Montaigne, Madelaine Vramant. Y sus antecesores, cuyos apellidos evocan la época del Segundo Imperio: Worth, Reboux, Doucet, Nina Ricci.

EL TRAJE, ELEMENTO TIPIFICADOR Sin necesidad de retroceder hasta el origen de los tiempos, puede observarse fácilmente hasta qué punto los trajes regionales no sólo han contribuido a caracterizar la apariencia física de las distintas colectividades humanas, sino también a perfilar plásticamente su manera de ser, de vivir, y de sentir.

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El antiguo traje chino, o los policromados y florecidos kimonos japoneses, los faldellines y chaquetas de los highlandersde Escocia, las faldas de múltiples boleros de las cantaoras y bailarinas andaluzas y el traje flamenco de sus compañeros, el sarape mexicano y el poncho argentino, no menos que nuestra clásica aborigen, son otros tantos ejemplos -entre innumerables- de cómo el vestuario típico suscita de inmediato las psicologías y los paisajes regionales.

Pero no han sido solamente las formas, el corte y los adornos del traje los elementos tipificadores de pueblos y regiones del mundo. También lo han sido los colores de los distintos vestidos. Así, en la antigua China, el blanco fue el signo del luto y el amarillo -el color del emperador- se reservó para los ancianos, a quienes en tal forma se quería honrar. Entre los griegos, los romanos y los príncipes del Cercano Oriente, el púrpura indicó el ejercicio de la más alta magistratura. Y es sabido que los personajes de la tragedia griega usaban túnicas con mangas , que les llegaban hasta los piés. Esa túnica iba adornada con franjas de vivos colores si se trataba de personajes dichosos; los fugitivos, los parricidas y los desgraciados portaban túnicas grises, verdes o azules. Gris tuvo que ser el color del traje con que el infortunado Edipo cambió sus regias vestiduras al conocer sus involuntarios crímenes.

LOS TRAJES Y LAS NACIONES

El album -deleitable "vitrina"- a que estas páginas sirven de prólogo y presentación, es el primer intento para fijar el traje colombiano en su perspectiva histórica para comprenderlo en su evolución y en su variado tipismo, y para captar así un aspecto entrañable de nuestra vida colectiva, avizorada en su continuidad etno-geográfica. De aquí el valor de esta realización, que ojalá promueva la creación de un Museo del Traje Colombiano, tal como existen en muchos países cultos.

Hermoso intento -y más aún, noble realización- en cuanto a través de los trajes que se han usado en un determinado país puede seguirse la huella de su destino histórico y comprenderse la idiosincrasia de sus gentes. Algunos ejemplos aclararán esta afirmación.

¿Quién no ha oído y gustado la música de los gitanos húngaros? Los ritmos de danza de los magyares -tal las dinámicas czardas- son índice de una raza jubilosa y afirmativa. Sólo que su peculiar psiquismo, a par que en sus cancioneros y en sus aires de baile, se nos revela profundamente en sus vestidos típicos: en las amplias mangas de las blusas y en los policromados delantales de las muchachas de la región de Katolaszeg, o en las chaquetas sin mangas, las amplias bombachas y las botas altas con espolines de los varones de la región de Palóc.

La indumentaria de las mujeres del Istmo de Tehuantepec, en México, es el trasunto de su psicología introvertida y soñadora. Nada más hermoso que sus

3 tocados y sus huipiles chicos o grandes y que sus blusas bordadas con hilos de colores. Los huipiles de las tehuanas les caen hasta los pies, terminando en grandes flecos policromados. El andar cadencioso de estas mujeres de grandes ojos de almendra, la suavidad de su voz y la admirable dignidad de sus gestos y movimientos encuentran en el traje típico un complemento fundamental y profundamente revelador.

En Francia, los trajes de las mujeres bretonas, con sus grandes alzacuellos, sus mangas en forma de campana y sus altos tocados, nos hablan de una raza que vive próxima al mar y que así ante la vida como ante la muerte sabe conservar una vigorosa serenidad. De un pueblo que habita en un suelo señero y rocoso., de altos acantilados y negros peñascos, de obstinadas neblinas y de marinas leyendas. En cambio, el traje de las muchachas de Provenza -ricas cofias, delantales de encaje, faldas amplias y largas y ceñidos corseletes- evoca de inmediato un pueblo de antiguas tradiciones solares, en el que predomina inconscientemente un sentido dionisíaco de la vida.¿A qué prolongar este repertorio de ejemplos, realmente deleitable? Nos haríamos interminables. Mejor, examinar uno de los más curiosos fenómenos que nos ofrezca el costumbrismo de los pueblos de Occidente: la moda.

EL FENÓMENO DE LA MODA

La moda, en el vestuario, es un hecho social -o mejor dicho, un fenómeno social de signo económico que no anda muy lejos de otras modas, como son los gustos artísticos e incluso las ideologías políticas. No se trata, de consiguiente, de algo que carezca de interés trascendente. La moda es un hecho del hombre, y todos los hechos humanos son dignos de estudio, en cuanto nos procuran un mejor conocimiento -y una más entrañable comprensión- de esta variable e imprevisible especie a que pertenecemos. Que así como puede ser la del homo sapiens y la del homo faber, podría ser también la del homo ornatus, el animal de esencia racional e imaginativa que, no contento con su dúplice personalidad -ángel y bestia- suele decorar su propia anatomía.

La moda, como vaivén de gustos colectivos respecto del vestuario, ha existido siempre. Al menos desde que el hombre asciende a un estado sedentario y empieza a conquistar el ocio. Pero sólo comienza a tiranizar a los occidentalistas a partir de la época del Directorio francés, alcanzando posiblemente su climas en los años que precedieron y siguieron inmediatamente a la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

El vestuario, en cuanto procedimiento para proteger el propio cuerpo del ambiente exterior, está condicionado por múltiples factores, unos de carácter exógeno (el clima, el grado de humedad atmosférica, etc.) y otros de carácter endógeno, que desde luego pertenecen al mundo de las motivaciones psicológicas y de las necesidades sociales. Así, podemos pensar que el traje de los nómades del

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Sahara fue determinado, desde hace muchos siglos, por los imperativos del medio físico. Como las armaduras medievales y las cotas de malla lo fueron por las necesidades de una existencia concebida en función de las luchas armadas. Pero puede inferirse, de otra parte, que la moda obedece también a dos tendencias profundas del psiquismo afectivo: la necesidad del cambio y el deseo de agradar al sexo opuesto. Y al propio también.

Lo que nos trae al recuerdo algo que dijo Ortega y Gasset en El Espectador (serie III): "La primera acción artística que el hombre ejecutó fue adornar y, ante todo, adornar su propio cuerpo. En el adorno, arte primigenio, hallamos el germen de todas las demás". El ser humano, sin embargo, no solamente se viste para adornarse sino para abrigarse. Lo que a la altura de ciertos climas tropicales, fuerza es confesarlo, resulta muy discutible. Y lo que también encuentra variadas e inquietantes excepciones en el estoicismo -o en la impavidez- que las damas demuestran en ocasiones al exponerse, por seguir el rigor de la moda, mas allá de lo que un determinado clima aconseja o permite.

EL TRAJE, REALIDAD FOLCLORICA

El atuendo campesino, al menos con anterioridad al advenimiento de la era industrial, fue una zona ajena por completo a la moda. Y esto porque es una de las manifestaciones de los usos y sentimientos tradicionales que en su conjunto integran el folclore de un pueblo. Y porque lo folclórico, precisamente, es aquello en que perdura y sobrevive el pasado.

"En el mundo de la Cultura, escribe el ilustre musicólogo y folclorista argentino Carlos Vega, no podemos decir que nada se pierde, pero sí que mucho se conserva. El folclore asume la permanencia del pasado. Nada más universal que lo folclórico; nada más regional que lo folclórico. Son universales los elementos; son regionales las combinaciones.

Pero sólo dentro de los ambientes campesinos y aldeanos, y en algunas zonas artesanales urbanas en vía total de extinción, cabe encontrar esta "permanencia del pasado". De donde el vestuario tradicional sólo puede encontrarse en dichos medios. Y mejor en los más aislados y remotos, como es natural. Donde el vestuario evoluciona periódicamente, dentro de ciertos cánones estilísticos, es en los medios urbanos y a novel de las clases superiores de la sociedad. La moda es un fenómeno social, sí, pero de esencia ciudadana en internacional.

Entre los fenómenos de la transculturación, encuéntrase también el del paulatino abandono de los trajes tradicionales. Y es que lo que viene ocurriendo en nuestra América criolla. Gauchos con chiripas y ponchos, "orejones" sabaneros con grandes y zamarros de cuero de venado auténticos charros mexicanos o son especies ya extinguidas o están en camino d desaparecer. En México, sin

5 embargo, un vigoroso sentido nacionalista y también las necesidades de la industria turística se aúnan en la defensa de los trajes tradicionales.

¿Qué hacer, entonces, en países como el nuestro, donde la mayor parte de los tipismos ha desaparecido ya, y los que aún subsisten se reducen por momentos en número, calidad y autoctonía? La respuesta es obvia: aceptar el hecho y exaltar y preservar el recuerdo. Que es, precisamente, a lo que aspira esta "Historia del traje en Colombia". Consideramos, al respecto, que tratar de revivir los trajes típicos y de popularizar nuevamente su uso es tarea casi imposible de realizar y expuesta a muchos errores estéticos. Como lo demuestran los intentos realizados por varios coreógrafos colombianos, que lejos de "reconstruir" nuestros tipismos los desfiguran o, al menos los esterilizan arbitrariamente.

Lo que, dicho sea de paso, puede aceptarse sobre un escenario. O en las pantallas de cines o de la televisión. Pero únicamente a título de búsqueda de lo pintoresco, cuya intrínseca convencionalidad se opone a lo auténtico, que es lo vernáculo y espontáneo y que se puede ser o no ser pintoresco.

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II.ESTE ALBUM, VITRINA RETROSPECTIVA Reúne la presente publicación, oportuna y generosamente ofrecida por Celanese Colombiana, S.A.y realizada bajo el signo de Ediciones Sol y luna,sesenta láminas, documentales ejecutadas por el notable pintor y grabador francés George Arnulf y dispuestas en seis series de diez ilustraciones cada una así:

Serie I: Trajes, tipos y escenas de la Conquista.

Serie II: Trajes, figuras y personajes de la Colonia.

Serie III: Personajes y tipos populares de la Independencia.

Serie IV: Trajes populares y modas ciudadanas de la República.

Serie V: Modas y figurines de fines del Siglo XIX.

Serie VI: Tipos y siluetas del Siglo XX.

Como fuentes gráficas documentales se han utilizado modelos españoles par a los dos primeros períodos, franceses para los tres siguientes y universales para el último.

Además, para el estudio de los trajes se han tenido especialmente en cuenta los dibujos y pinturas de Gregorio Vázquez Cevallos, las láminas de la Comisión Corográfica, los dibujos de Torres Méndez, las acuarelas de Mark y otros documentos de época.

Se reúne así un material de excepcional interés histórico, humano y artístico, antes disperso en distintas publicaciones y archivos. Y se brinda a los afortunados poseedores del álbum una visión integrada de la indumentaria y del costumbrismo de nuestro país, visión dilatada a lo largo de más de cuatrocientos años. Quien recorra las sesenta láminas contenidas en este álbum realizará un viaje emocional inolvidable por la comarca de lo autóctono, que en este caso es el reino de los recuerdos, y verá también cómo lo propio va cediendo el campo al empuje de las influencias foráneas.

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SERIE I: TRAJES, TIPOS Y ESCENAS DE LA CONQUISTA.

Españoles y aborígenes fueron protagonistas de los dramáticos episodios de la conquista. De los resultados de este encuentro de razas, de mentalidades y de situaciones contrapuestas, hablan los trajes de unos y de otros. A las corazas, armaduras y rodelas de los primeros, opusieron los aborígenes atuendos de plumas, collares de semillas polícromas y breves faldellines de hojas secas, de plumas o de fibras vegetales. El traje aborigen, si es que de tal puede hablarse, variaba con el clima en que habitara la tribu. El atuendo chibcha, por ejemplo, se basaba en sus tejidos de algodón y en las célebres "mantas" del mismo material. Al parecer, las faldas de "chircate" de las mujeres chibchas continuaron en uso hasta comienzos del siglo XIX.

Al considerar la extrema diferencia del atuendo de los conquistadores -entre los que primaba el vestido "defensivo"- y el de los aborígenes, acude a la memoria lo que Baldomero Sanín Cano escribe en su ensayo El descubrimiento de América y la higiene: "No es difícil imaginar la pulcritud que gastaban los soldados, los aventureros, los conquistadores. Esos héroes de la codicia y del amor a lo desconocido cruzaban los mares en barcos mal atendidos, sin mujeres a bordo que cuidasen de la limpieza de las ropas. Llegaban a tierra firme y vestían todas sus armas. Debajo de la pesara coraza estaban las ropas, que acaso no se mudaban en todo el tiempo de las marchas antes de encontrar al enemigo en la altiplanicie de México, en el reino de los Chibchas, en la capital del Imperio Inca.

Situación que contrastaba con la de los aborígenes, cuyos hábitos de limpieza eran notables, tal como lo atestiguan los cronistas de la conquista. De los indios del Darién dice López de Gomara, por ejemplo, que "acostumbraban a lavarse dos o tres veces al día, especialmente ellas, que van por agua"; de los indios del Orinoco, afirma el padre Gumilla que se "echan a dormir al anochecer y madrugan con la primera luz del día a lavarse en el río o arroyo, sin que haya en esto falta alguna".

Este encuentro de mundos que -en nuestro país como en el resto de América- fue la conquista, está representado con eficacia en las láminas de la Serie I, por la que desfilan guerreros, funcionarios y frailes españoles y , músicos y guerreros aborígenes, culminando el panorama con un simbólico episodio, en que un soberano chibcha, desposeído ya de sus reinos, recibe las aguas del bautismo.

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LAMINA 1: Capitanes y soldados. De izquierda a derecha: a) traje de combate de un Adelantado: cota de mallas recubierta de armadura de placas, calzas de seda, zapatos de cuero; b) soldado en traje civil o "de corte"; c) soldado con "ropilla": capa corta, calzón bombacho, calzas y polainas "de vuelta"; d) soldado con casco, rodela y espada, cota de mallas recubierta de armadora y polainas altas y ceñidas; e) lancero con casco y morrión, rodela, cota de mallas cubierta de armadura, calzón de terciopelo rojo y calzas de lana.

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LAMINA 2: Ordenes monásticas. De izquierda a derecha: a) fraile agustino en hábito de calle; veste negra de mangas muy anchas y largas, con capuchón; b) fraile benedictino: hábito y manto negros; c) fraile franciscano: hábito marrón, ceñido por una cuerda; d) fraile cartujo: hábito y capuchón de tela blanca; e) fraile capuchino: hábito marrón y capa corta con capuchón puntiagudo.

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LAMINA 3: Un aborigen. Tocado completo de plumas: diadema, brazaletes, faldellín, bastón de mando y pectoral de oro. Los pectorales bruñidos eran usados por lo caciques como insignia de su dignidad y, en ocasiones, como emblema de las riquezas que poseían.

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LAMINA 4: Indios coreguajes. Aborígenes del Caquetá, actuando durante un baile ritual en atuendo de fiesta: llevan diademas de plumas, dobles collares y bandas cruzadas sobre el pecho, cinturones muy ajustados y breves faldellines de fibras vegetales. El tocado de flautista y del tamborilero es idéntico. El indio de la derecha lleva además, una guirnalda polícroma que desde la cabeza le cae a lo largo de la espada.

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LAMINA 5: El hechicero. Las máscaras rituales fueron de uso muy frecuente entre los aborígenes, quienes las usaban para "adquirir" los poderes de las deidades que ellas representaban. La máscara y el antifaz han formado parte del atuendo festivo de nuestras sociedades criollas, como derivación de los usos tradicionales españoles y de las creencias indígenas.

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LAMINA 6: Toma de posesión territorial. Al desembarcar, el Capitán o Adelantado de la "hueste" toma posesión de la tierra que acaba de descubrir. Como cinco de sus hombres, lleva calzón bombacho, calzas y borceguíes. Inmediatamente detrás de el tocado con un sombrero blando, de terciopelo rojo, llevando un jubón amarillo, se divisa un funcionario civil, escribano o justiciero.

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LAMINA 7: Indios cosecheros.

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LAMINA 8: Sitiando un reducto.

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LAMINA 9: Conversión de indígenas.

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LAMINA 10: El bautizo de Aquiminzaque. Aquí, también contrasta dramáticamente la desnudez del aborigen con las acorazadas vestiduras de los conquistadores y con los pavitos y cogullas de los religiosos. A la izquierda, Hernán Pérez de Quesada aparece luciendo largas espuelas, polainas altas de cuero de "venado" y banda roja terciada sobre la coraza. Aquiminzaque, despojado del señorío de Hunza (), fijó su residencia en Ramiriquí y se convirtió al cristianismo antes de ser cruelmente ajusticiado por los españoles.

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FUENTES DOCUMENTALES: Láminas 1 y 2: "Historia del Traje en Imágenes", por Bruñí-Tilke. Editorial Gustavo Gili, S.A. Barcelona, 1947.Láminas 3 y 4: "Álbum de la Comisión Corográfica". Publicaciones de las "Hojas de Cultura Popular Colombiana". La acuarela que sirvió de modelo para la lámina 4 fue realizada por Manuel María Paz en el año de 1857 (8ª Expedición: Provincia de Neiva y Territorio de Caquetá). Láminas 5 a 9:Creaciones e interpretaciones de George Arnulf. Lámina 10: "Bautizo de Aquimín-Zaque", óleo de Luis Alberto Acuña (1953).

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SERIE II: TRAJES, FIGURAS Y PERSONAJES DE LA COLONIA. Durante la etapa colonial de nuestra historia, los blancos distinguidos siguieron las modas españolas de la época y luego las francesas. Los mestizos de las clases bajas, usaron trajes que se tipifican poco a poco y llegan -con ligeras variantes- hasta mediados del siglo XIX. A los indios sometidos, se les imponen sencillos vestuarios para cubrir su desnudez: túnicas, con mangas o sin ellas, para las mujeres y largas camisas para los hombres. Estilísticamente considerada, y por lo que dice a los trajes, la época colonial se inicia dentro del ámbito renacentista, culmina con los estilos del barroco (siglo XVII y declina el estilo rococó, que es el resultado del ascenso de los borbones al trono español.

LAMINA 1: Lanceros y alabarderos. Atuendos militares de la época de Carlos I y Felpe II (1527-1598). A la izquierda, soldado con cuerpo de lanceros y a la derecha un capitán de alabarderos. Ambos llevan morrión, gorguera blanca y armadura. El soldado usa polainas altas, ajustadas; el capitán, calzas de raso rojo y botas altas de becerro.

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LAMINA 2: Armadura de parada. Gentilhombre vistiendo armadura completa. Lleva morrión con gran plumero, gorguera de encajes, calzón corto abullonado y calcado de "hocico de pero". Esta indumentaria guerrera se usaba hacia 1580. El personaje porta espada al cinto y lleva en la mano derecha un bastón de mando.

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LAMINA 3: Traje femenino de corte. (Comienzos del Siglo XVII). Aquí se inicia el reinado de la imponente crinolina, cuyo uso suponía el del invisible miriñaque, armazón hecha de percal y varillas metálicas. El vestido es de dos piezas: saco con canesú, mangas abultonadas y altos puños de encaje, "en embudo" o manopla, talle angosto y amplio y redondo faldón y falda doble, en que la sobrefalda, entreabierta deja ver el rico brocado de la inferior.

LAMINA 4: Traje de campesina. Para el óleo "Ruth espigando", Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos se inspiró en el traje que usaban las campesinas de las vertientes occidentales de la Cordillera Oriental, en la zona del actual departamento de Cundinamarca. Esta sencilla túnica tiene toda la sencilla y fácil elegancia del quitóngriego.

LAMINA 5: Traje femenino de gala. (Primera mitad del siglo XVII). Presenta características análogas al que reproduce la lámina 3. Sólo que su barroquismo se acentúa más aún, como puede verse en las abultadas mangas "de farol", en los puños de espumosos encajes y en el diámetro, muy ensanchado, del famoso miriñaque.

LAMINA 6: Trajes de golilla. (Segunda mitad del siglo XVII). A la izquierda, atuendo femenino: sombrero de fieltro adornado con plumas, golilla y canesú, traje de una sola pieza con capilla, corpiño terminado en punta y falda de anchos y redondeados pliegues. A la derecha, traje masculino, "de corte y ciudad", con golilla, jubón sin mangas que deja ver las de la camisa, faldellín de brocado, calzas de seda y calzado de cordobán con borlas de lana.

LAMINA 7: Trajes de casaca. (Primera mitad del siglo XVIII). A partir de Luis XIV, la moda francesa comenzó a influir en España, donde los varones abandonan paulatinamente el chambergo y adoptan el sombrero de alas levantadas, al igual que las grandes casacas cuadradas y el calzón ajustado debajo de la rodilla. Este Virrey de empolvada peluca trajo al Nuevo Reino de Granada la silueta y el atuendo que eran de recibo en la corte española de su tiempo.

LAMINA 8: Trajes de labradores criollos. En "El Otoño, cuadro de Gregorio Vásquez de Arce y Cevallos, el artista reprodujo los trajes de faena de una pareja de labradores criollos de su época y de su medio: la Sabana de . Se trata sin duda, de estancieros acomodados. La mujer lleva un sencillo vestido sin mangas, que deja ver las de la camisa, y un gran delantal azul; el hombre usa jubón con mangas, ceñido por una faja, calzas azules y botas altas de cuero de "venado". Todavía luce la clásica golilla, en camino de transformarse en un cuello sencillo.

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LAMINA 9: De capa y chambergo. Esta especie de "mosquetero" usa todavía el chambergo adornado, a la española, con plumas de avestruz. Lleva jubón, camisa de anchas mangas, calzón bombacho y altas botas "de campana". La capa encuadra airosamente su figura, que evoca la de un joven pirata, o la de un audaz y despreocupado perdonavidas.

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LAMINA 10: Dama con blanqueta. Este hermoso traje femenino corresponde a la moda de la segunda década del siglo XVIII. A la dignidad de la silueta contribuyen el busto de corselete y la amplia falta. Estos vestidos se confeccionaban con brocado de seda labrada. La capa, colgante de los hombros, llevaba un sobrecuello de la misma tela. Esta moda francesa refleja el advenimiento de los Borbones al trono español, ocurrido en el año de 1701.

FUENTES DOCUMENTALES: Láminas 1, 2 y 3:"Historia del Traje en Imágenes", por Bruhn-Tilke. Lámina 4:"Ruth espigando", óleo de Gregorio Vásquez (Iglesia de Santo Domingo, en Bogotá).Lámina 5: "Historia del Traje en Imágenes", por Bruhn-Tilke.Lámina 6:"Historia Gráfica de la Moda", por Henny Harald Hansen.Lámina 7: Retratos de personajes de la época, en el Museo Colonial de Bogotá.Lámina 8:"El Otoño", óleo de Gregorio Vásquez (Museo Colonial de Bogotá).Lámina 9: "El Milagro de San Luis Beltrán", óleo de Gregorio Vásquez (Iglesia de Santo Domingo, en Bogotá).Lámina 10:"Historia Gráfica de la Moda", por Henny Harald Hansen.

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SERIE III: PERSONAJES Y TIPOS POPULARES DE LA INDEPENDENCIA.

El Siglo XIX colombiano, escribe Joaquín Tamayo en Nuestro Siglo XIX (Editorial Cromos. Bogotá, 1941), fue de contrastes, de intensa lucha: oloroso a pólvora. Romántico y propicio a lo artificial, a lo turbulento, a ratos sin sentido alguno. La tendencia a expresar en fórmulas absolutas el bienestar humano hizo que los neogranadinos y sus descendientes olvidarán lo real en persecución de una quimera (..). lucharon con el pecho descubierto para lograr un mundo mejor, acorde con sus creencias o simpatías: su lucha fue caballerosa, expirada, romántica..."

Podría afirmarse que la época de la Independencia se inicia en nuestro país con la traducción de Los derechos del hombre y del ciudadano realizó don Antonio Nariño en Santafé en el año de 1974. Y que finaliza con la disolución de la gran Colombia. Lo que abarca un período de unos 35 años, fecundos en acontecimientos de todo género, épicos muchos de ellos y trágicos algunos. El traje, en esa etapa resonante y agitada, revela de una parte las tradiciones hispánicas y de otra la influencia francesa, a la que no tarda en añadirse la de las modas inglesas, traídas a nuestro país por los oficiales de la Legión Británica y luego por los comerciantes y agentes diplomáticos llegados de Inglaterra con sus familias.

El cambio político que comienza a gestarse desde fines del Siglo XVIII trae consigo un cambio en las costumbres y, por ende, en el vestuario. Hasta entonces, las clases sociales elevadas habían vestido lujosamente y al estilo cortesano. El ambiente democrático modifica totalmente este atuendo: al iniciarse el siglo XIX, además, comienzan a suprimirse las pelucas empolvadas y los caballeros adoptan los sombreros de copa alta, la severa y entallada levita y las botas de charol, a tiempo que las damas abandonan los altos tocados y se cubren con amplias mantillas de seda, de color blanco, negro o azul.

Las fuentes documentales, de otra parte, comienzan a multiplicarse. Y no solamente las de carácter gráfico, sino las literarias, como puede verse en los amenos relatos de José Caicedo Rojas (Apuntes de Ranchería), José María Cordobés Moure (Reminiscencias Santafé y Bogotá) y Pedro María Ibáñez (Crónicas de Bogotá), obras de las cuales hemos extractado la mayor parte de los trozos documentales que figuran en la tercera parte de esta presentación a la Historia del Traje en Colombia.

En el artículo Bailes(Tomo I de sus Reminiscencias) afirma Cordobés Moure algo que parece dar a entender que nada cambió en el país, o al menos en Santafé de Bogotá, con los sucesos de la Independencia.

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"Hasta el año de 1849, época en que puede decirse empezó la transformación política y social de este país, se vivía en plena Colonia. Es cierto que no había Nuevo reino de Granada, ni Virrey, ni Oidores; pero si hubiera vuelto alguno de los que emigraron en el año de 1819, después de la destrucción de los escudos de las armas reales; la traslación del Mono de la Pila (...). Esto, que es verdad por lo que dice a la vida familiar de los bogotanos, y al aspecto de la ciudad, no podría extenderse a la vida política, ni tampoco al vestuario de las clases sociales altas. Como lo demuestra, precisamente, esta tercera serie de láminas.

LAMINA 1: Sombrereras de Bucaramanga. Las tejedoras y "mercaderas" de sombreros "nacuma" fueron figuras muy populares hacia 1850 en la entonces villa de Bucaramanga. En esa época, las mujeres de la antigua Provincia de Soto usaban blusas blancas escotadas, amplias faldas de lienzo azul y mantellinas de vivos colores; los hombres, camisa blanca y pantalón de manta rayada. Todo, de fabricación regional.

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LAMINA 2: Militar de alta graduación. A la noble apostura de los guerreros de la Independencia contribuyó a su atuendo: casaca de cuello alto y largos faldones, con ricas charreteras bordadas y banda tricolor a la cintura; calzón ajustado, botas altas, amplio y airoso capote y bicornio emplumado.

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LAMINA 3: Campesinos de Tunja. Tocados con los clásicos sombreros "de trenza", estos labriegos usaban grandes ruanas de lana tejida y pantalón de manta del Socorro. El de la izquierda lleva una montera debajo del sombrero, como era costumbre en las tierras frías. En jaulas ovaladas de chusque o de cañabrava, los labriegos transportaban su volatería a los mercados pueblerinos.

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LAMINA 4: Arriero y tejedora de Vélez. La tejedora de sombreros "nacuma" lleva el cabello recogido en largas trenzas, rebozo de vivos colores, blusa "golona", con amplísimo ecote y falda y sobrefalda de lienzo azul. El arriero usa gran ruana listada, pantalón "arriscado" y alpargatas.

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LAMINA 5: Jóvenes de Túquerres. Tocados con sombreros de fieltro, ambos visten pantalón a cuadros. El de la izquierda usa amplio bayetón tuquerreño y alpargatas; el de la derecha, ruana de dos fases y "botines" de cuero de soche. El bayetón se distinguía de la ruana por su forma, por su color uniforme y por su "guarda" o "vivo" a rayas polícromas.

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LAMINA 6: Indio de San Agustín. Así vestían, a mediados del siglo XIX, los aborígenes de la zona arqueológica de San Agustín. Su atuendo se componía de cuatro prendas: una especia de boina, de lana tejida; amplia y larga ruana del mismo material; camisón sin mangas y amplísima "falda-pantalón" a media pierna.

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LAMINA 7: Mujeres de Antioquia. Estas figuras, captadas a mediados del Siglo XIX, muestran los tres tipos de blusas usadas por las mujeres del pueblo antioqueño, que de ordinario andaban descalzas. La del centro, lleva una "sobre- blusa" sobre el corpiño. La de la derecha, lleva la mantellina colgante de la cabeza, como las mujeres del Medio Oriente.

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LAMINA 8: Caballero a la moda "Imperio". Sombrero de copa con alas curvilíneas, camisa con alzacuello y perchera "de boleros", "chupa" o casaca de largos faldones, pantalón ajustado y bastón "de caña". La moda francesa, hacia 1830, aún persistía en Colombia, pero iba siendo remplazada por la inglesa.

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LAMINA 9: Militar de alta graduación. La prenda más característica de los uniformes militares de la oficialidad superior, a comienzos de la éra republicana, era la casaca ceñida a la cintura, con charreteras aborlonadas y amplísima solapas galoneadas en forma de escudo heráldico. Debajo de esta casaca, se usaba camisa con alto cuello y chaleco blanco con cinco o seis botones. El cuello de la camisa se envolvía en un corbatón negro.

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LAMINA 10: Soldados grancolombianos. En los primeros tiempos de la República, existieron atuendos, pero no propiamente "uniformes" militares. Estos surgen, para la suboficialidad y la tropa, al consolidarse la Gran Colombia. Húsares, lanceros, carabineros y otros cuerpos usaban altos chacós con penacho y visera, guerrera cortas con bandas distintivas cruzadas sobre el pecho y pantalón ancho entubado.

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FUENTES DOCUMENTALES:

Lámina 1:"Álbum de la Comisión Corográfica". Acuarela realizada por Carmelo Fernández en el año de 1850 (1ª Expedición: actuales departamentos de Sur y Norte de Santander). Lámina 2: Retratos históricos conservados en el Museo Nacional, de Bogotá. Lámina 3: "Álbum de la Comisión Corográfica". Acuarela realizada por Fernández de 1851 (2ª Expedición: Provincias de y Tunja).Lámina 4:"Álbum de la Comisión Corográfica". Acuarela realizada por Fernández, realizada en 1850 (1ª Expedición). Lámina 5:Misma fuente. Acuarela de Manuel María Paz, realizada en 1853 (4ª Expedición: territorios de la región del pacífico.Lámina 6: Misma fuente. Acuarela de Manuel María Paz, realizada en 1857 (8ª Expedición: provincia de Neiva y territorio del Caquetá). Lámina 7:Misma fuente. Acuarela de Enrique Price, realizada en 1852 (3ª expedición: Mariquita, Córdoba, Medellín, Santafé de Antioquia). Lámina 8:"Historia Gráfica e la Moda", por Henny Harald Hansen. Lámina 9: Retrato de don Antonio Villavicencio, en el Museo Nacional de Bogotá. Lámina 10:Cuadros y documentos gráficos del Museo Nacional de Bogotá.

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SERIE IV: TRAJES POPULARES Y MODAS CIUDADANAS DE LA REPUBLICA

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SERIE V. MODAS Y FIGURINES DE FINES DEL SIGLO XIX.

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SERIE V: TIPOS Y SILUETAS DEL SIGLO XX.

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