FORAJIDOS DEL CARIBE: PIRATAS Y BANDOLEROS EN LA LITERATURA DEL CARIBE HISPÁNICO (1876-1949). by

WLADIMIR MÁRQUEZ JIMÉNEZ B.A. Universidad Católica Andrés Bello, 1992 M.A. University of Colorado at Boulder, 2008

A thesis submitted to the Faculty of the Graduate School of the University of Colorado in partial fulfillment of the requirement for the degree of Doctor of Philosophy Department of Spanish and Portuguese 2014`

This thesis entitled:

Forajidos del Caribe: piratas y bandoleros en la literatura del Caribe Hispánico (1876-1949). written by Wladimir Márquez Jiménez has been approved for the Department of Spanish and Portuguese

______Prof. Juan Pablo Dabove PhD

______Prof. Peter Elmore PhD

______Prof. Julio Baena PhD

______Prof. Javier Krauel PhD

______Prof. Robert Buffington PhD

Date:May 6th 2014

The final copy of this thesis has been examined by the signatories, and we Find that both the content and the form meet acceptable presentation standards Of scholarly work in the above mentioned discipline.

Márquez Jiménez | iii

Abstract

Márquez Jiménez, Wladimir (Ph.D., Spanish and Portuguese) Forajidos del Caribe: Forajidos del Caribe: piratas y bandoleros en la literatura del Caribe Hispánico (1876-1949).

Thesis directed by Associate Professor Juan Pablo Dabove

El presente trabajo de grado estudiará un conjunto de novelas las cuales tienen como foco de atención la representación de sujetos al margen de la ley. Hablo concretamente de tres figuras históricas: el bandolero cubano Manuel García, el pirata puertorriqueño Roberto Cofresí, el bandolero cubano Ramón Arroyo, y un tropo: el bandolero social. Todas estas figuras fueron inicialmente capturadas por la imaginación popular como campeones de la causa de los desposeídos. Sin embargo, mi interés se concentra en un segundo momento, aquel en el cual estas figuras son apropiadas por la ciudad letrada caribeña como recurso para escenificar el diferendo entre los distintos sectores de la élite letrada en lo que toca a las alternativas viables para alcanzar la plena autodeterminación y la soberanía. De este modo, estas novelas habrán de establecer un diálogo múltiple: con la tradición popular, con el poder hegemónico (y sus recursos discursivos), con los distintos sectores y tendencias dentro de la élite letrada misma. Mi trabajo rastreará entonces estos diálogos ---que la más de las veces son polémicas discusiones--- y procurará encontrar las claves de representación del tropo del forajido caribeño.

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Agradecimientos

Primeramente gracias a Dios, por darme salud, y entereza para finalizar este trabajo.

Mi eterna gratitud a Eva por ayudarme a recuperar mi salud, por mostrarme el camino, por ser mi roca.

Gracias a Sofía por crecer tan rápido, por ser tan responsable, a veces.

Gracias a Sara y a Santiago por entender que papá a veces puede, y a veces no…

También le agradezco a mi madre, por todo el apoyo desde que llegamos a este país para emprender esta travesía.

Mil gracias también a Mirna Márquez por todo el soporte, por el amor hacia mí y hacia los míos, por compartir siempre con nosotros lo poco o lo mucho que tenía.

A Evalina Belandria y a Tomás Puerta les debo más de lo que puedo agradecer; por todas las gestiones en Venezuela, por el apoyo cuando estábamos tan necesitados.

A mi hermana Mayrbeth, por estar siempre presente, en cuerpo y en alma.

Gracias mil a Mary Long por ser mi guía, mi apoyo, por ser esa persona a la que uno recurre para encontrar seguridades.

A Luis Hernán Castañeda, Pepe Boan, Javier González, Allison Glover, Daniel Currie y Andrés Prieto les agradezco que hayan estado ahí cuando necesitaba hablar con alguien, por mostrarme la luz al final del túnel.

Gracias también a Julio Baena por tanto afecto, por sentirse siempre atañido.

A Juan Pablo Dabove, Peter Elmore, Javier Krauel y Bob Buffington gracias por su tiempo y por sus consejos.

M á r q u e z J i m é n e z | v

Tabla de Contenidos

CAPÍTULO

I. INTRODUCTION ...... 1

II. El Pirata Cofresí: de la opción descolonizadora a la expresión de resistencia en la imaginación caribeña...... 29

Roberto Cofresí: su vida y sus hechos……………………...... 29

Las tres versiones de Cofresí……………………………… ...... 37

Cofresí: la opción por la descolonización y el legado de la violencia……………………………………...... 45

Huracán de Rafael Toro Soler: Cofresí como ícono anti-imperialista y agente aglutinador de lo nacional……...... 72

III. Las biografías de Manuel García el “Rey de los campos de Cuba”: del bandolero como instrumento de crítica al bandolero como agente aglutinador…………….……………...... 89

Introducción ...... 89

El separatismo, el bandolerismo y la sacarocracia cubana...... 96

“El Rey de los campos de Cuba”: su vida, sus hazañas y tropelías………...... 110

Manuel García (el rey de los campos de Cuba): su vida y sus hechos porÁlvaro de la Iglesia. El bandolero como instrumento de crítica al régimen colonial…...... 142

Manuel García, Rey de los Campos de Cuba por Federico Villoch: El bandolero como agente aglutinador…...... 159

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IV. Los forajidos del Caribe y la expresión del desencanto. Del fracaso de la República para Todos en Cuba al conflicto entre ideales culturales durante el “cambio de soberanía” en … ...... 170

Introdución ...... 170

El Bandolerismo durante el cambio de soberanía: Cuba y Puerto Rico durante las tres primeras décadas del siglo XX… ...... 176

“Arroyito” el bandolero espectacular… ...... 186

Arroyito el bandolero sentimental: after-image del bandolero insurrecto y trickster… ...... 201

La resaca de Enrique Laguerre: paideia puertorriqueña...... 213

La resaca: ¿romance fundacional? ...... 228

CONCLUSIONES ...... 231

BIBLIOGRAFÍA……………………..…………………………………………...... 238

Márquez Jiménez 1

CAPÍTULO I

Introducción

Forajidos del Caribe… acomete la tarea de examinar las representaciones literarias de bandidos, bandoleros y piratas en la literatura caribeña de la última mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX. Resulta evidente, entonces, su deuda con el trabajo de Eric Hobsbawm.

Con su libro Bandits de 1969, Hobsbawm abrió todo un nuevo campo de estudios dentro de las ciencias sociales y los estudios literarios: el estudio del bandidismo como expresión de distintas formas de protesta social.

Desde que en la década de los sesenta Eric Hobsbawm colocará el foco historiográfico en las actividades de sujetos proscritos de la ley, y acuñara el término de bandido social como forma de totalizar la acción de estos sujetos al margen de la ley en tanto encarnación de formas primitivas de protesta social en las zonas rurales; desde entonces, el estudio de estas formas de acción social ha hallado terreno fértil en América Latina. Pese a que el modelo de Hobsbawm ha sido ampliamente criticado e interpelado por autores tales como Anton Block, Gilbert M. Joseph,

Paul Vanderwood, o Richard Slatta, no cabe duda de que la categoría de bandido social ha demostrado ser tremendamente productiva en el ámbito de la historia social y política. Gracias al modelo de Hobsbawm, Latinoamericanistas de todo , por ejemplo, han profundizado en el estudio de los bandidos desde México hasta la Patagonia. Y han llegado a conocer más sobre de estos sujetos y más acerca de los posibles vínculos entre ellos y ciertos movimientos sociales en América Latina. En particular, hemos podido llegar más lejos en el estudio de los procesos de modernización de las naciones-estado latinoamericanas: qué rol desempeñaron los bandidos, los sujetos al margen de la ley dentro del enfrentamiento entre las élites letradas y el campesinado (o

Márquez Jiménez 2 las comunidades de frontera). La posibilidad de fijar la atención en esto se le debe sin duda al paradigma representacional creado por Hobsbawm, pues hizo posible estudiar el fenómeno del bandidismo desde un punto de vista social dentro del marco del diferendo multisecular entre las masas campesinas y la élite letrada.

El interés de estudiar el conjunto de novelas caribeñas de los Siglos XIX y XX, que forma el corpus de esta tesis, le debe mucho a cuatro libros publicados entre 1991 y 2007:

Foundational Fictions de Doris Sommers, El cuerpo del delito de Josefina Ludmer, Pirate novels de Nina Gerassi-Navarro y Nightmares of the lettered city de Juan Pablo Dabove. Estos cuatro libros no tan sólo dieron lugar a mi interés por la literatura del siglo XIX latinoamericano, sino que en más de un sentido informan la forma como me aproximo a la literatura de ese periodo. En ese sentido, he de subrayar mi deuda, sobre todo, con Nightmares of the lettered city: mi trabajo de grado surge de él, se debe a él ---a la necesidad de una teratología cultural--- y espera establecer un diálogo productivo con él, que es como decir que, modestamente, espera estar a la altura del compromiso que supone tenerlo como paradigma.

En 1991, Doris Sommer publicó su influyente libro Foundational Fictions: the nacional romances of Latin America el cual exploraba un conjunto de novelas del siglo XIX latinoamericanoque formaban parte del panteón literario nacional y que fueron “the ones that government institutionalized in the schools and are by now indistinguishables from patriotics histories” (30). En este libro seminal, Sommer subraya la centralidad de la conjunción entre eros y polis como idea a partir de la cual entender la capacidad de esas novelas nacionales, estos romances fundacionales, para intervenir en la historia, para informar el proceso de construcción del imaginario nacional, de la imagined community de Benedict Anderson. Así pues, estas novelas, estos romances, dramatizan las tensiones existentes entre razas, regiones, partidos,

Márquez Jiménez 3 intereses económicos y otros por el estilo, que se discuten insistentemente al interior de las élites letradas. Las uniones representadas en estas novelas consignan los más caros deseos de esta élite en el sentido de alcanzar las alianzas necesarias para dar lugar a la nación-estado moderno. Sobra decir lo importante que ha sido este libro de Sommer para el campo de los estudios literarios y, en particular, para el entendimiento y comprensión del proceso a través del cual las identidades nacionales fueron imaginadas y llegaron a existir en América Latina. El libro de Sommer, sin lugar a dudas, descubrió una veta, abrió una puerta en el estudio del Siglo XIX latinoamericano que aún hoy día no se ha cerrado.

En esa misma dirección del libro de Sommer se mueve el libro de Nina Gerassi-Navarro

Pirate Novelsde 1999. Persuadida del papel capital que jugaron los intelectuales y literatos en el proceso de construcción de la nación en tanto comunidad imaginada, Gerassi-Navarro explora un conjunto de lo que ella llama “Fictions of Nation Building” que tienen en común el ser novelas históricas, de cuño melodramático, que tienen al pirata como protagonista. La idea principal de

Gerassi-Navarro es que estas novelas contribuyeron decisivamente a construir un cierto nacionalismo cultural y político. Estas novelas de piratas, señala Gerassi-Navarro, consignan las discusiones, al interior de la élite letrada, en torno a los valores culturales y las fórmulas políticas necesarias para lograr el consenso y así construir la nación-estado moderna.

El pirata, según queda descrito en el libro de Gerassi-Navarro, hace posible revisitar el pasado colonial americano, y deviene metáfora de los debates, de las discusiones, de las fricciones al interior de la élite letrada latinoamericana cuando del proceso de imaginar la nación se trata. El pirata fue, pues, un recurso, un significante social, un ícono en el cual se encarnaba, a un tiempo, al Otro, al sujeto violentamente alterizado, y al héroe, al titán ---aquel que encarna al

Márquez Jiménez 4 modelo cultural (europeo) deseable, librando sin cuartel una lucha por la definición de la identidad nacional.

Un aspecto clave en el libro de Gerassi-Navarro tiene que ver con la forma particular como los autores de las novelas por ella analizadas, han hecho uso de eventos históricos del pasado remoto (colonial) para ilustrar las discusiones actuales en torno a la identidad nacional; vertebral al análisis de esos usos resulta el recurso a la idea la invención de la tradición y el uso de la memoria (Hobsbawm). Las negociaciones y discusiones en torno a la pregunta por la identidad (nacional) se suceden, pues, en novelas históricas que refieren un pasado colonial en el cual el pirata hace su aparición bien sea como otredad que amenaza o bien como el self, deseable. Gerassi-Navarro desestima deliberadamente a las novelas que no cumplan con esta condición. De algún modo, este gesto de Gerassi-Navarro abre la puerta para que el estudio de novelas de piratas crezca y se reproduzca a partir de esta simiente.

Veo entre los dos libros, el de Sommer y el de Gerasi-Navarro, una cierta continuidad.

Conforme el libro de Sommer apunta al momento de fundación, el momento originario de este proceso de constitución (imaginada, literaria) de la nación-estado moderna; el libro de Gerassi-

Navarro parece enfocarse en el momento subsiguiente: el de la consolidación del proyecto nacional.

Un tercer momento en la discusión en torno al papel que la literatura tuvo en el proceso de construcción de las naciones hispanoamericanas durante el Siglo XIX, lo constituye el libro de Josefina Ludmer El Cuerpo del delito: un manual.En este libro Ludmer subraya el papel que, históricamente, la representación estética del crimen ha venido a desempeñar con respecto a la consolidación del estado y a la aparición de una idea de “pueblo.” El cuerpo del delito parecieraintentar la substitución de la autoridad del estado por la autoridad de la sociedad. El

Márquez Jiménez 5 crimen trabaja en esta coyuntura como una herramienta capaz de ocuparse a un tiempo de la ideología popular y de la ideología de la élite al seno de una estructura narrativa común. Es un poco como decir que para nacer una sociedad civil, ésta parece requerir la criminalización de determinados sujetos como su correlativo narrativo.La transgresión/ el crimen es visto por

Ludmer como la manifestación estética/fenomenológica de la sociedad civil (argentina). En ese sentido Josefina Ludmer no deja de remarcar que para los miembros de la élite liberal argentina la transgresión de leyes (liberales) es constitutiva e inherente a sus identidades (liberales). Es así como aparejadas al delito, al crimen,se ponen en escena “ficciones fundacionales”, las cuales funcionan como instancias de constitución y negociación de identidades.

El último momento en el desarrollo de los estudios de las nation building fictions que me interesa destacar, lo constituye el libro de Juan Pablo Dabove Nightmares of the lettered city:

Banditry and Literature in Latin America, 1816-1929 (2007). El libro de Juan Pablo Dabove se postula como la contracara del de Doris Sommer: si aquél se enfocaba en el romance, éste postula la necesidad de echar una mirada sobre los monstruos.Sugiere la pertinencia de emprender el estudio de la monstruosidad como estrategia para examinar las ansiedades de la

élite letrada. Es la violencia rural: los alzamientos de caudillos y la celebración de criminales como héroes, lo que angustia y quita el sueño a las élites letradas --- y no el amor, ni el romántico idilio--- durante este largo siglo diecinueve en el cual nacían y aspiraban a desarrollarse las naciones-estado latinoamericanas. A través de la representación del monstruo, las élites letradas consignaban en forma condensada sus inquietudes acerca del proceso de constitución de la nación estado moderno en el seno de sociedades que aún se hallaban divididas

(política y culturalmente), que aún mostraban signos de su inmadurez, de su incipiente desarrollo como nación-estado. Dabove sostiene que el bandidaje como tropo deviene la arena en la cual

Márquez Jiménez 6 tiene lugar la impugnación de la comunidad imaginada nacional. Las narrativas de bandidos funcionaron como alegorías de la constitución violenta del Estado-Nación latinoamericano: bien como el devious brother que debe ser tachado, borrado de la historia,como el instrumento de crítica que impugna al régimen imperante, o bien como el héroe que ha de ser celebrado.

Ahora bien, si consideráramos vis à vis, el libro de Dabove y el de Gerassi-Navarro, el primer impulso podría ser el de pensar que el bandido y el pirata son iguales, cumplen las mismas funciones dentro de la narrativa de la nación. Sin embargo, aunque hay puntos de encuentro entre ambos conceptos, también hay significativas diferencias. El autor de

Nightmares of the Lettered City en una larga nota, al inicio del libro, abunda en torno a este asunto.

From colonial times, the pirate serves the Hispanic empire as a metaphor for the

Other (the Protestant empires or the French). This other is usually associated with

another state (such as England, France, or the Dutch republic). The bandit,

however, defies the state from within the state’s territory, lacks any affiliation to

another estate, and moves outside statehood in the modern sense (Thomson 1994).

This distinction in the nature of pirate versus bandit as depicted in literature (and

thus giving rise to two divergent paradigms of representation) distinguishes my

work for Gerassi-Navarro’s. (Dabove 296, note 3)

Visto lo anterior, cabe señalar cómo la representación del tropo del pirata y el bandido cambia radicalmente cuando se trata del Caribe Insular. En las representaciones del pirata caribeño en la literatura antillana, éste deja de ser la metáfora a la que se recurre para representar la Otredad. En las ficciones caribeñas el pirata es expresión de un deseo: ofrecer resistencia a la

Márquez Jiménez 7 acción de los Estados Unidos que ve en El Caribe su destino manifiesto. En ese sentido, el pirata opera no tan sólo desde el interior de la nación, poniendo al descubierto las dudas y ansiedades, sino que encarna los valores de la élite en su deseo de autonomía y autodeterminación1El pirata pasa a ser la encarnación de la nacionalidad antillana, en torno a él, en torno al pirata Cofresí, se construyeuna fábula de identidad puertorriqueña. Tenemos, también, por otro lado, a un conjunto de novelas que escenifican el tropo del bandido social. Los bandoleros cubanos de la

“tregua fecunda”(1878 - 1895) son sujetos proscritos que se incorporan a las filas insurgentes; ellos son utilizados, en cierto sentido, por los revolucionarios como instrumento de crítica al régimen, pero también para nutrir el clima de agitación en la manigua, para mantener vivas las esperanzas de una insurrección. Los bandoleros cubanos son sujetos que se politizan y en esa condición irrumpen en el imaginario cultural, con ese carácter (político) se imponen a la realidad como significantes sociales. Vistas así las cosas, diera la impresión que las novelas de bandoleros cubanas postulan a estos personajes como campeones de la causa nacional. En realidad, las cosas son un poco más complejas. La prensa de la época, los testimonios de los adversarios (capitanes generales, jefes de las fuerzas de ocupación) son los que contribuyen a construir esta imagen del bandolero como noble bandit. Las novelas consignan versiones alternativas a éstas y postulan la existencia de discusiones al seno de la élite letrada en torno a la forma de interpretar, de procesar a estas figuras históricas. En este caso el bandolero deviene arena en la cual se libra una lucha múltiple: en torno a la legitimidad de usarlo como recurso---¿el dinero que aporta mediante los secuestros contamina la causa de forma fatal? De la presencia material y simbólica de bandolero

1En ese sentido estas historias de piratas caribeños no parecen diferenciarse de las continentales; ahora bien, si reparamos en el hecho de que los piratas representados en estas historias son encarnaciones de las posibles relaciones culturales que la sociedades podían establecer, especialmente Europa (Gerassi, 8), he allí la diferencia fundamental entre los piratas caribeños y los continentales: los piratas caribeños son eso, caribeños, ante todo, y son encarnación de sectores de la vida política y social local, no de un modelo de sociedad ajeno a lo local que se impone a éste como aspiración de una élite.

Márquez Jiménez 8 cubano en las conspiraciones independentistas se desprende otra preocupación: la asociación del bandolero con el mambí (con el elemento negro) y el temor a una insurrección esclava como en

Haití.

Mi estudio del bandolerismo cubano podría adscribirse a las aproximaciones que al fenómeno han hecho Dabove o Ludmer; sin embargo, la gran diferencia se halla en la existencia de un tercer elemento en la fórmula bandolero-élite letrada, el cual no se haya presente en estudios anteriores del bandidismo en la literatura latinoamericana: el poder hegemónico extranjero que amenaza la soberanía nacional, el poder colonial que coopta el derecho de la nación a la autodeterminación. Estudiar el corpus de novelas caribeñas a partir de estos elementos diferenciales, hacerlo en forma clara y distinta, en mi tesis de grado, habrá de ser lo que me permita posicionarme, eventualmente, dentro de ese corpus de estudios de las nation building fictions, de las “fábulas de identidad”, de la teratología cultural; he allí la relevancia de mi estudio.

Mi tesis de doctorado es menos un ejercicio de crítica e historia literaria que un ejercicio de crítica cultural, vale decir, mi tesis pone en diálogo los textos literarios con el cuerpo de textos históricos, periodísticos y de opinión de su época. Así pues, mi tesis examinará las ideas, convicciones e inquietudes de la ciudad letrada caribeña vehiculadas a través de un conjunto de textos literarios. En este sentido, cabe subrayar que estoy persuadido de la importancia y el impacto insoslayable que el tropo del bandolero ---el pirata--- desempeñó en la forma particular como los intelectuales caribeños se imaginaron la formación de la identidad caribeña. Por todo lo anterior, es que he trabajar desde un enfoque multidisciplinario. Es así como me propongo echar mano de nociones e ideas provenientes de las ciencias sociales, de las ciencias políticas, de la teoría crítica y de la historia intelectual. Asimismo, en su enfoque metodológico, mi trabajo de

Márquez Jiménez 9 investigación asume el desafío de leer desde una perspectiva subalterna. Esto implica que en mi trabajo trataré de reconstruir la ética y valores de los bandoleros, gavilleros y piratas caribeños, en contraste con su contraparte colonial, imperial, invasora y, por qué no, de la ciudad letrada caribeña. Así pues, en este particular mi propósito será doble: por un lado, documentar los usos que la cultura letrada hizo del tropo del forajido caribeño a la vez que valorizar las formas de protesta política del sujeto rural caribeño, lo que supone sustraerme de considerar estas formas de protesta como formas pre-políticas, primitivas de protesta social.

El estudio de las acciones de bandoleros, bandidos y piratas en las Antillas mayores del

Caribe ha dado lugar a múltiples libros y numerosos artículos en el curso de los últimos treinta años. Sin embargo, un asunto que llama la atención es la ausencia de un estudio comprehensivo que revise en forma transversal y comparativa estos fenómenos. La mayoría de los estudios se dedican a estudiar el problema en una sola antilla. Es así como tenemos abundante bibliografía acerca del bandolerismo cubano, una ingente cantidad de estudios sobre el pirata Cofresí y varios libros y artículos sobre los gavilleros dominicanos. Llama la atención esto porque las inquietudes de las élites letradas caribeñas estaban en constante contacto y se tenían las unas a las otras como modelo a seguir en la gestión de la autonomía, primero, y la independencia, después. Se sabe que los autonomistas puertorriqueños del siglo XIX siguieron de cerca las gestiones políticas ante la metrópoli de sus pares en Cuba y estaban a la expectativa de cuanto sucediera allí para aprovecharse de ello ya fuerapara hacer exactamente los mismos reclamos, o bien para desechar las alternativas probadamente inviables. Otra cosa interesante a subrayar tiene que ver el carácter fluido del mercado editorial caribeño: con no poca frecuencia los intelectuales caribeños se leían los unos a otros y, más aún, publicaban sus obras en la antilla vecina. Otra cosa que resulta común al espacio caribeño tiene que ver con la presencia

Márquez Jiménez 10 estadounidense en la política caribeña. Los Estados Unidos ha sido un factor que, con no poca frecuencia, se ha inmiscuido, ha intervenido en los asuntos caribeños, toda vez que ve en el

Caribe su mar mediterráneo. Me parece que todo esto justifica la necesidad de hacer un estudio articulado y comparativo de las representaciones literarias del bandidaje, en tanto estas son expresión condensada de las inquietudes de las ciudades letradas caribeñas. De lo que se trata, entonces, es de aportar una visión gran angular al estudio de la historia intelectual del Caribe hispano. Mi tesis doctoral contribuirá a suplir esa falta en el estudio de las distintas modulaciones que adoptó el tropo del bandido, el cual dentro del ámbito intelectual caribeño, fue a un tiempo el resultado de las discusiones entre las élites letradas y el terreno en el cual se sucedían esas discusiones. No olvidemos que en el bandido se dramatizan dos diferendos: entre los sectores enfrentados en la élite letrada y entre la élite letrada y el poder de ocupación extranjero. Mi estudio, pues, contribuirá a cerrar esa brecha existente en el estudio de las narrativas de bandidos en El Caribe.

En el ámbito de la historiografía, los bandidos caribeños han ocupado a no pocos especialistas en varias partes del mundo. Los trabajos de historiadores tales como Louis Pérez

Jr. Lord of the mountains. Social banditry and peasant protest in Cuba (1878-1898); Rosalie

Schartz, Lawless liberators. Political banditry and Cuban independence; Imilcy Balboa Navarro

La Protesta Rural En Cuba: Resistencia Cotidiana, Bandolerismo y Revolucion 1878-1902, ,

Maria Poumier-Taquechel Contribution tude u anditisme ocial Cuba: L'histoire Et

Le Mythe De Manuel Garcia, " Rey De Los Campos De Cuba ", 1851-1895; Ada Ferrer,

Insurgent Cuba: race, nation and revolution, 1868-1898; Bruce J. Calder "Caudillos and

Gavilleros Versus the United States Marines: Guerrilla Insurgency During the Dominican

Intervention, 1916-1924."; Julie Franks, “The Gavilleros of the East: Social Banditry as Political

Márquez Jiménez 11

Practice in the Dominican Sugar Region, 1900–1924”, az, Sánchez , Fernández J. Fernández, and Novegil N. ópez.El Bandolerismo En Cuba (1800-1933): presencia canaria yprotesta rural,y Carlos Ripoll.El Bandolerismo En Cuba: Desde El Descubrimiento Hasta El

Presente,han sido notablemente informados por el trabajo de Eric Hobsbawm. Todos estos estudios se ocupan de discutir la actuación de los bandidos durante tiempos de agitación política, y de elucidar si existían lazos sociales concretos de colaboración entre los bandidos y las comunidades campesinas. En el caso concreto del bandolerismo cubano, un asunto que se agrega a esta indagación es el de dilucidar si las representaciones literarias, así como los testimonios, retratos y estampas de los bandoleros consignados a la opinión pública por las autoridades y la prensa de la época, se ajustaban a las actuaciones concretas de los bandoleros, y a su valoración por parte de las comunidades campesinas y por parte del Partido Revolucionario Cubano. En ese sentido, casi todos los historiadores cubanos coinciden en que las representaciones del bandolerismo cubano están más cerca de la mitificación y la romantización heróica que de la verdad histórica. En donde hay desacuerdos es en el carácter social y la posibilidad de que haya una conciencia de clase por parte de los bandoleros cubanos. Hay historiadores como Rosalie

Schartz que piensan que había una suerte de alianza intersectorial, que había una amplia alianza de clases durante las distintas guerras de independencia. Entretanto, alguien como Louis Pérez Jr. señala que el bandolerismo cubano fue producto de un enfrentamiento entre clases, entre los más poderosos ---favorecidos sistemáticamente por el poder colonial--- y los más desposeídos, esto es, campesinos y esclavos. En esa misma dirección, se mueve el libro de Imilcy Balboa Navarro, sin embargo ella corrige a Pérez jr. al apartarse de la adhesión de éste al modelo de Hobsbawm, toda vez que el interés de Balboa Navarro estriba más en el estudio de las interacciones cotidianas de los campesinos con los bandoleros, de los campesinos cubanos y la guardia civil

Márquez Jiménez 12 colonial, entre los campesinos y los grandes hacendados, para así ver en ellas las pequeñas manifestaciones de descontento y protesta por parte de las masas campesinas.

En lo que concierne al estudio histórico de la piratería caribeña2 muy poco se ha escrito.

Apenas puedo mencionar los estudios de Álvaro Azcárraga El corso marítimo, concepto, justificación e historia y el de Manuel Lucena Salmoral Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en América. El primero de 1950 y el segundo de 1992. En ambos libros hay un capítulo dedicado al corso español, esto es, al nativo de las colonias españolas que ha recibido licencia de parte de la corona española para dedicarse a la piratería. En ambos libros también se afirma que el estudio del corso español constituye aún una asignatura pendiente para la Historia de América. Entre las razones que esgrime Lucena Salmoral para justificar ese vacío se halla el hecho de que el corso español tuvo su apogeo durante la segunda mitad del siglo XVIII y el primer cuarto del Siglo XIX, en virtud de lo cual suele quedar fuera de los estudios de la gran piratería (holandesa, francesa e inglesa) por tratarse de un fenómeno tardío.

Mención apartemerecen, dentro de esta revisión de material historiográfico disponible para mi investigación, las biografías conocidas acerca de los dos piratas caribeños más famosos: Miguel

Henríquez y Roberto Cofresí. En 1934 Bienvenido G. Camacho publica una biografía del pirata

2 Entiendo por piratería caribeña aquella practicada en la cuenca del Caribe por piratas de origen caribeño. Dicho de otro modo, hago acá un distinción entre los piratas del caribe, entre los cuales se cuentan a los corsarios, filibusteros bucaneros y piratas de origen inglés, holandés o francés cuya base de operación era ya bien la Isla de , o bien la Isla de Jamaica; y, por otro lado, los piratas caribeños, habitantes de las Antillas mayores hispanas, los cuales recibieron inicialmente permiso de la corona española para dedicarse a esta lucrativa empresa. Entre los más notables piratas caribeños se encuentra Miguel Henríquez. Miguel Henríquez fue zapatero mulato nacido en Puerto Rico, alrededor de 1674. Se inició como corsario tras aliarse con el gobernador Gabriel Gutiérrez de la Riva que, como otros de sus colegas, aprovechó el contrabando para enriquecerse. Henríquez obtuvo una patente de corso de la corona española para acosar y capturar buques ingleses y franceses. El logro más sonoro en la carrera de Henríquez fue la recuperación de la isla de Vieques. Henríquez peleó y derrotó a los ingleses en el pequeño islote y lo recuperó para la corona española. Por sus servicios recibió del Rey la Orden de la Real Efigie, así como también el grado de Capitán de Mar y Guerra y Armador de Corsos, todo lo cual dio lugar a que obtuviera el privilegio de ser llamado “don”, pese a su origen bastardo y mestizo. Henríquez murió en circunstancias misteriosas en torno a las cuales se han tejido muchas historias. Roberto Cofresí constituye un caso aparte, pues no recibió permiso o patente de corso de la corona española y saqueó por igual a barcos mercantes españoles y estadounidenses durante la primera mitad del siglo XIX. Cofresí, vale decir, es una manifestación tardía de la piratería en El Caribe.

Márquez Jiménez 13 puertorriqueño Roberto Cofresí la cual según sus propias palabras es “historia verídica revelada por el espíritu del propio Cofresí”esto es una clara referencia a la publicación un lustro antes del libro Leyendas folklóricas de Puerto Ricode Cayetano Coll y Toste en el cual se incluía una entrada correspondiente a la vida y hechos del pirata Roberto Cofresí. En 1945 Enrique Ramírez

Grau, a la sazón pariente de Roberto Cofresí, publica su Cofresí: istoria y enealogía e n

Pirata, 1791-1825. Un año después, en 1946, es editado Corsarios y piratas de Puerto Rico; episodios en Puerto Rico durante la guerra de los Estados Unidos con los piratas de las Indias occidentales, 1819-1825de Fernando José Géigel, Ya en los años setenta se sucede otra serie de biografías del pirata de Cabo Rojo. la primera la de Lee Cooper y David K. Stone. The Pirate of

Puerto Rico(1972), la segunda la de Isabel Cuchí Coll Cofresí(1976). En este punto, quisiera llamar la atención acerca de la cercanía entre la fecha de publicación de la nueva serie de biografías del pirata de Cabo Rojo y el surgimiento del movimiento insurgente clandestino

“Ejército popular boricua”, conocido en la isla como os acheteros, el cual entra en la escena política puertorriqueña en 1976, reivindicando el derecho de los boricuas a la plena independencia.

Entre los años ochenta y los noventas la bibliografía sobre Cofresí sigue creciendo con la publicación de los trabajos de Úrsula Acosta Quien era Cofresí (1984) y Cofresí y Ducodray: hombres al margen de la historia (1991), y de Walter Cardona Bolet El arinero andolero

Pirata Contrabandista Roberto Cofresí (1819-1825) de 1991. En los primeros años del presente siglo se publicaron varias biografías más y un par de novelas. En general la vasta bibliografía acerca del pirata Cofresí apunta hacia un mismo fin: hacer de él un héroe nacional, un ícono de la lucha puertorriqueña por la autodeterminación y la independencia. Se puede decir,

Márquez Jiménez 14 sin temor a incurrir en una exageración, que en el pirata Cofresí opera una de las más poderosas fábulas de identidad de la nacionalidad puertorriqueña.

Miguel Henríquez, el mulato y pirata puertorriqueño del siglo XVIII, ha despertado menor interés en la élite letrada boricua. Conozco al menos una biografía y una novela acerca de este personaje. La biografía corre a cargo de Ángel López Cantos quien publica una minuciosa y extensa biografía titulada Miguel Enríquez: corsario Boricua del siglo XVIII(1994). La novela fue escrita por Enrique Laguerre, Proa Libre Sobre Mar Gruesa (1995). Lo interesante acá es que la biografía y la novela se publican casi al mismo tiempo ---puedo conjeturar que como una suerte de respuesta a la abundante bibliografía acerca del pirata de cabo Rojo. Tal vez no sea del todo descabellado, entonces, llamar la atención acerca de la extracción racial de cada uno de los piratas: Cofresí es blanco, Henríquez es mulato. Luego, el gesto de Laguerre y de López Cantos tal vez tenga algo de vindicatorio del injustamente olvidado pirata de San Juan.

Paso revista, ahora, a la bibliografía publicada en el ámbito de los estudios literarios, acerca de los bandoleros cubanos, los gavilleros dominicanos y el pirata Roberto Cofresí.

Acerca de los bandoleros cubanos y la guerra de independencia hay dos estudios que merece la pena destacar. Uno específico y otro, si se quiere, más amplio y general. El primero es el de Maria Poumier-Taquechel, Contribution a l’etude du banditisme social a Cuba: histoire et le mythe de Manuel Garcia "Rey de los Campos de Cuba" (1851-1895) publicado en 1986. El segundo es la tesis de doctorado de Sylvie Bouffartigue Le Roman des Guerres de l’Ind pendance de Cuba: 1898 – 1951, la cual fue publicada en forma de libro en el año 2000.

El trabajo de Poumier-Taquechel es un estudio del bandidismo rural cubano enfocado, principalmente, en la figura de Manuel García y en las percepciones populares acerca del famoso bandolero. En su trabajo Poumier-Taquechel echa mano por igual de fuentes literarias,

Márquez Jiménez 15 documentos oficiales y de la prensa de la época. Poumier-Taquechel llama la atención acerca de la conexión entre un sentimiento anti-colonial y la romantización de la resistencia de los bandidos a la autoridad. En ese sentido, ella destaca que lo que hace a Manuel García un bandido social no es exactamente su discutible conexión con el conjunto social cubano, es decir, la posibilidad de hallar en las acciones o agenda de Manuel García un componente de reivindicaciones sociales a favor de los más desfavorecidos en las zonas rurales; ni siquiera, su aún discutible conexión con el movimiento independentista cubano; lo que hace a Manuel García un bandido social es el hecho mismo de que el bandidaje social da lugar a la creación de mitos, y esos mitos en realidad poco o nada tiene que ver con las bandas con los bandoleros líderes de tales bandas (12). Poumier-Taquechel ve en la figura de Manuel García el elemento fundamental en el crecimiento de la conciencia de una nacionalidad cubana. Manuel García, según parece, es la única creación colectiva reconocida por la gente como algo suyo propio, trascendiendo las fronteras de clase económica e ideología durante el periodo republicano. El mito de Manuel García nace a partir de la desesperación de una colectividad que no puede ejercer sus derechos políticos y civiles cuando se enfrenta a distintos opresores ilegítimos y espurios; así, García deviene la proyección de aquello a lo que los cubanos quieren llegar, por el uso de la fuerza. Así pues, en la visión de Poumier-Taquechel, Manuel García, mejor, la mitificación del rey de los campos de Cuba, constituye una prospección, una suerte de gesto precursor de la revolución de 1959 (30). Poumier-Taquechel, pues, está persuadida de que si uno puede hablar de un mito nacional acerca de Manuel García, entonces no podemos olvidar que se trata de un mito construido por los adversarios del régimen colonial y, luego, por los que hacían oposición y ofrecían resistencia al régimen republicano ( en tiempos del tutelaje norteamericano); más aún, cabe subrayar que ese mito fue forjado al calor de una guerra

Márquez Jiménez 16 ideológica entre la oligarquía y las masas obreras, estudiantiles y campesinas(Poumier-

Taquechel, 276).Sin duda, la lectura de Poumier-Taquechel es una que se apega muchísimo al modelo de Eric Hobsbawm, vale decir, es una lectura, una aplicación por así decirlo, convencional, del modelo interpretativo de Eric Hobsbawm.

El otro estudio que me interesa destacar, el que califiqué como más general, es el de

Sylvie Bouffartigue e Roman des uerres de l’Ind pendance de Cuba: 1898 – 1951. El trabajo de Sylvie Bouffartigue parte de la convicción de que la novela cubana, desde el Siglo XIX, había sido uno de los apoyos en el proceso de la definición de la identidad nacional. A partir de 1898, muchos autores cubanos encontraron en la reciente historia de sus luchas emancipatorias (la

Guerra de Diez años, " La guerra chiquita" , La Guerra de 1895), frustradas todas ellas, materia de escritura de la memoria colectiva. Bouffartigue subraya que la representación del gesto nacional, articulado alrededor de ciertos arquetipospermanentes pero evolutivos, entre los cuales se hallaban el bandido social, le permitió a los intelectuales constituir unas imágenes alrededor de las cuales todos se pudieran identificar. Las novelas acerca de Manuel García ocupan un lugar central en su argumento, pues éste constituye la piedra angular de un sentimiento nacionalista y anti-imperialista. Puesto frente a frente, el texto de Bouffartigue y el de Poumier-Tachequel no difieren mucho en lo que toca a sus aserciones en torno al uso que se hizo de la figura de Manuel

García: héroe, emblema de una cubanidad rebelde.

Las representaciones literarias del pirata Roberto Cofresí han merecido la atención de algunos críticos literarios puertorriqueños. El más destacado es Roberto Fernández Valledor quien publicó en 1978 El mito de Cofresí en la narrativa antillana y en 2006 El pirata Cofresí mitificado por la tradición oral puertorriqueña. Los libros son invaluable fuente de datos e información bio-bibliográfica acerca del pirata de Cabo Rojo; ahora bien, en lo que toca al

Márquez Jiménez 17 análisis de estas representaciones literarias acerca de las cuales ofrece noticia, hay muy poco, si no nada; pero esto es, hay que decirlo, una opción deliberada y volitiva de parte del autor: su interés es, antes que nada, documental, filológico, no analítico o crítico. En 2005 Juan Manuel

Passalacqua edita un volumen con el auspicio de la Universidad de Turabo, en Puerto Rico, intitulado La narración de la nación. El libro es subsidiario en su enfoque y propósitos del ensayo “Nation and narration” de Homi K. Bhaba. En este libro editado por assalacqua hallamos un ensayo “ a narrativa fundacional: Cofresí de Alejandro Tapia y Rivera (1876)” de

Alice M. del Toro Ruiz que se da a la tarea de analizar la novela de Tapia y Rivera como vehículo de construcción de la identidad puertorriqueña y celebración de los valores positivos del ser boricua. En la visión de Alice M. del Toro Ruiz la novela de Tapia y Rivera es una ficción fundacional, una ejemplarísima fabula de identidad, una alegoría de la puertorriqueñidad ---de la situación de sujeción y la resistencia que ella se debe oponer---, es, pues, un relato nacionalista e independentista, un faro de la cultura boricua vernácula que no acepta la condición colonial como algo inevitable.

Del escritor puertorriqueño Enrique Laguerre. es la novela La Resacaen la cual hay un personaje Dolorito que es fácilmente asimilable al modelo del bandido social. De allí mi interés en esa novela en particular, pues la obra de Laguerre es basta, ya que él vivió por casi cien años y estuvo publicando hasta los noventa años. Los estudios acerca de la novela La Resaca van por dos direcciones distintas: o bien se habla del fracaso de las ansias revolucionarias puertorriqueñas en las aguas salobres y quietas de la resaca de la indiferencia y la opción por el estatus quo de estado libre asociado, en cuyo caso la novela deviene en una alegoría de esa abulia de ciertos sectores boricuas; por otro lado tenemos a los que romantizan al personaje de Dolorito

Montojo, lo quijotizan, lo elevan a la categoría de héroe del independentismo boricua, símbolo y

Márquez Jiménez 18 emblema de la puertorriqueñidad insumisa. La edición crítica preparada por Mathitelma Costa para la editorial Plaza Mayor en el año 2009 es la que me ha proporcionado la información pertinente al estudio de esta novela de Enrique Laguerre y ella constituye el punto de partida a partir de la cual realizaré mi lectura.

En el Capítulo I, titulado, El Pirata Cofresí como ícono anti-imperialista y expresión de resistencia en la imaginación caribeña, me analizaré dos novelas la primera de , Alejandro Tapia

Rivera, lleva por título Cofresí, (1876); la segunda de Ricardo del Toro Soler, se llama urac n: no ela basada en la leyenda del pirata Roberto Cofresí, (1897).

Estas dos novelas forman parte de un conjunto de ficciones escritas en el ámbito caribeño durante siglo XIX y primera parte del XX ---que, dicho sea de paso, nunca han sido leídas en forma articulada y comprehensiva. En estas novelas el pirata es expresión de un deseo: ya sea ofrecer resistencia bien a la acción del imperialismo que ve en El Caribe su destino manifiesto o bien sea hallar un curso de acción que conduzca a la independencia. En ese sentido, los piratas

(forajidos) del Caribe operan no tan sólo desde el interior de la nación, poniendo al descubierto luchas y pugnas intestinas, sino que encarnan los valores de la élite en su deseo de autonomía y autodeterminación3. En Puerto Rico, las novelas de Cofresí ponen en escena un diferendo en torno a la interpretación que ha de hacerse, al seno de la ciudad letrada, acerca de las actuaciones del pirata de Cabo Rojo. ¿Es Cofresí un bandido social, un agente de la liberación puertorriqueña o un simple ladrón? Las respuestas de Alejandro Tapia y Rivera y Ricardo del

Toro Soler son distintas: el uno lo condena y, censura aún más, el que se construya en torno a

3En ese sentido estas historias de piratas caribeños no parecen diferenciarse de las continentales; ahora bien, si reparamos en el hecho de que los piratas representados en estas historias son encarnaciones de las posibles relaciones culturales que la sociedades podían establecer, especialmente Europa (Gerassi, 8), he allí la diferencia fundamental entre los piratas caribeños y los continentales: los piratas caribeños son eso, caribeños, ante todo, y son encarnación de sectores de la vida política y social local, no de un modelo de sociedad ajeno a lo local que se impone a éste como aspiración de una élite.

Márquez Jiménez 19

Cofresí un escudo ético, haciendo de él un noble bandido; el otro, Toro Soler, lo celebra como héroe y recurre a él para alegorizar la fundación violenta de la nación (necesaria, pero nunca cumplida) y la conveniencia, también, de establecer a partir de la primera, un entramado alianzas entre clases. Lo que se halla en el fondo de todo esto es la discusión en torno a cuál habrá de ser la mejor salida para situación puertorriqueña: la negociación de una autonomía por ante las cortes españolas, por un lado; o la guerra de independencia, por el otro.

El segundo capítulo se ocupará del ciclo de biografías noveladas de Manuel García. Se puede afirmar que las biografías noveladas de Manuel García ---y en general la ingente producción literaria y periodística en torno a los bandoleros cubanos--- postulan a la violencia

(campesina) como principio originario de la nación cubana. Así pues, Manuel García es usado como instrumento de crítica al régimen colonial, el cual es incapaz de poner fin a las tropelías del bandolero, merced al hecho de que el sistema entero, además de ineficiente, está completamente corrompido. De un modo semejante, la élite letrada da otro uso al Rey de los campos de Cuba al representarlo como agente aglutinador de voluntades en la manigua cubana: se le adjudica a

Manuel García la capacidad de prevenir la insurrección esclava. Es a partir de este atributo que el proceso de romantización y mitificación de García toma vuelo.

En el Capítulo III serán analizadas dos novelas, la primera la del cubano Osvaldo Valdés de la Paz lleva por título Arroyito el bandolero sentimental (1922); la segunda de Enrique

Laguerre se llama La Resaca, (1949).

Estos dos son textos en los cuales se recurre al tropo del bandido social. Tienen también en común las dos novelas el ser reacciones a la promesa incumplida de un mejor futuro luego de la guerra hispano-yanqui; es decir, las dos son novelas que impugnan el cambio de soberanía:

Arroyito el personaje principal de la novela cubana y Dolorito el de la novela puertorriqueña son

Márquez Jiménez 20 expresión de una respuesta, la una sulfurada, la otra desencantada, a esa promesa rota que ha provocado la exclusión y empobrecimiento de las masas campesinas. Así pues, Arroyito es el bandolero (sentimental) ---a la misma altura de Manuel García--- que se nos presenta como solución simbólica a la situación de neo-dependencia cubana durante los años de la primera república (1902-1933), postulando la necesidad de la revolución armada. Asimismo, en la novela de Valdés de Paz, abundan las críticas al régimen de Mario Menocal, el cual era considerado paradigma de la corrupción y el fraude. De allí que Arroyito sea construido, también, como el prototipo de la viveza criolla cubana; él devendrá encarnación del sujeto que habrá de dominar las formas a las cuales los pobres cubanos podrían recurrir para lidiar con el sistema, para navegarlo y sacar provecho de él.

La segunda novela que analizaré en el tercer capítulo es La Resaca de Enrique Laguerre, la cualdespliega prolijamente los símbolos de la identidad puertorriqueña, y se aboca a relatar la búsqueda del buen amo por parte de Dolorito, todo lo cual se puede ver como un trasunto de las discusiones en torno al estatus de la Isla con respecto a los Estados Unidos: estadidad, independencia o Estado Libre Asociado. Dolorito en tanto bandolero resulta una representación ejemplar del espíritu hesitante y tímido de la élite puertorriqueña ante la pregunta por la soberanía y la independencia.

Este estudio se enfoca, en suma, en estudiar las representaciones de bandoleros y piratas en lo que podríamos llamar el largo siglo XIX caribeño. Estos piratas y bandoleros fueron capturados por la imaginación caribeña para ser, a veces, la encarnación del otro al que se debe domesticar para el bien de la nación;a veces para ser no más que un arma arrojadiza en contra de las autoridades coloniales; pero a veces representaron, también, a lo mismo, es decir, a uno de los nuestros, y por ello se han convertido en héroes, en íconos de resistencia y rebeldía.Tal como se

Márquez Jiménez 21 apreciar, la posición del forajido caribeñoen el imaginario no es del todo estable. Al consignar los distintos paradigmas representacionales del forajido caribeño, este estudio busca documentar, también, las discusiones entre los intelectuales caribeños alrededor de las diferentes opciones disponibles para alcanzar la autodeterminación y la independencia, para constituir la nación. La inestabilidad del tropo del bandolero y el pirata, obedece, en suma, a los avances y retrocesos en el proceso de constitución de la identidad nacional caribeña experimentados hasta bien entrado el siglo XX.

Márquez Jiménez 22

CAPÍTULO II

El Pirata Cofresí: de la opción descolonizadora a la expresión de resistencia en la imaginación caribeña.

I. Roberto Cofresí: su vida y sus hechos.

Con el pirata Cofresí sucede algo por demás interesante. Se trata de un personaje histórico nacido en el siglo XVIII, acerca del cual se poseen abundantes registros oficiales que dan cuenta de su peripecia vital; no obstante, el Cofresí que pervive es el que habita en las baladas, cuentos, leyendas y novelas caribeñas. El que persiste en la memoria, pues, es el héroe de leyenda, aquel recreado en las tradiciones orales de Puerto Rico4. Con todo, no han sido pocos los que han escrito la biografía del pirata puertorriqueño. De seguidas intentaré consignar la vida de Roberto Cofresí, echando mano de la información consignada por historiadores puertorriqueños. Luego, en el siguiente acápite, reseñaré todos los intentos de contar en forma

“veraz” (pero a fin de cuentas interesada) la vida del pirata más famoso del Caribe hispánico.

Una prolija trama de versiones se ha tejido en torno a Cofresí, cada una apunta en dirección a una determinada “fábula de identidad” ( udmer 470-471) en la que se constituye y se negocia la identidad (nacional) puertorriqueña. Por eso sostengo que existen tres versiones de

Cofresí: una independentista, una autonomista y otra anti-imperialista.

Roberto Fernández Valledor en su libro El mito de Cofresí en la narrativa antillana

(1978) consigna un conjunto de documentos oficiales para fijar la biografía del pirata caborrojeño. Es así como sabemos que Roberto Cofresí nace un día 12 de junio de 1791 en Cabo

Rojo, al suroeste del litoral puertorriqueño. Roberto es el menor de los cuatro hijos de Don

4En el año 2000 Roberto González Valledor recogió un conjunto de testimonios de habitantes de los alrededores de Cabo Rojo que dan cuenta de la existencia de una rica tradición oral en torno a la vida pirata Cofresí.

Márquez Jiménez 23

Francisco Cofresí y Doña María Germana Ramírez. El padre de Roberto era originario de

Trieste, según consta en la partida de nacimiento del pirata, y la madre era miembro de una de las más respetadas familias de Puerto Rico, los Ramírez Arellano (Fernández Valledor, 40-41,

Acosta Cofresí… 34). El apellido Cofresí resulta de la castellanización del apellido alemán

(Kupferschein) del padre de Roberto.

La infancia de Cofresí ha sido terreno fértil para la conjetura y la mitificación. Apenas se tiene noticia de la fecha en la cual es bautizado: 27 de junio de 1791, y de la fecha en la cual fallece su madre: 4 de marzo de 1795. A partir de allí, los biógrafos de Cofresí construyen la biografía del pirata postulando su predestinación, conjeturando y consignando hechos de su vida que, teleológicamente, apuntan en dirección a la opción que hizo por la vida proscrita de pirata.

Es así como Ramírez Brau ubica su infancia en la población de Tujao, cerca del mar en donde:

Desde temprana edad se dio a navegar por las aguas del canal de la ona… vanos

fueron los consejos de sus hermanos para hacerlo desistir de sus aventuras y

negocios marítimos… Creció Roberto, de temperamento díscolo, sin obedecer a

sus familiares (5).

Varios de los biógrafos de Cofresí convienen en aceptar el interés del pirata por la navegación merced al hecho de que Cabo Rojo era, para la época, uno de los puertos más importantes de Puerto Rico (Ramírez Brau 278; Cardona Bonet 21). Walter Cardona Bonet va aún más lejos y afirma que Cofresí era en su juventud, junto con varios miembros de su familia, un pertinaz contrabandista (22).

Márquez Jiménez 24

Cofresí se casó en 1815, un año después de la muerte de su padre. Entre 1820 y 1824 nacen sus tres hijos: Juan, Bernardina y Francisco Matías. De los tres hijos sólo sobrevive

Bernardina ---lo dos varones sólo viven poco más de un año. Fernández Valledor señala que

Bernardina procreó ocho hijos, entre 1840 y 1855. Si bien es cierto que Fernández Valledor no abunda más en el asunto, no lo es menos que su intención al ofrecer testimonio acerca de la descendencia de Cofresí ha sido, acaso, la de postular que, en efecto, hay un linaje ---una línea matrilineal que perdura hasta el siglo XX--- cosa que mantendría vivo, en más de un sentido el legado de Roberto Cofresí5.

Los biógrafos no se ponen de acuerdo sobre el motivo por el cual Cofresí se hace pirata.

Ala razón por la cual Cofresí se hace pirata se halla aparejada una fábula de identidad (cada una diferente y muy particular) la cual, como bien señala Josefina udmer: “define ---y esencializa-

-- razas, naciones, regiones, géneros, clases, culturas”, desde unas ficciones que refieren las relaciones que pudieran existir entre distintos sujetos y comunidades (470).

La fecha exacta en la cual Cofresí comienza sus actividades piráticas es otro asunto en el cual no hay acuerdo. El año en el cual Cofresí se inicia como pirata va desde 1818 (Ramírez

Brau 6) hasta 1823 (Acosta 65; Cardona Bonet 61). Sea como fuere, lo que debe llamar la atención de esas fechas es la coincidencia de este arco temporal con dos hechos: por un lado, con el año en el cual se alcanza definitivamente la independencia en Venezuela (1821) y con el año

(1822) en el cual Luis Guillermo Lafayette Ducodray, participante en la guerra de independencia venezolana a las órdenes de Bolívar, conspira para establecer la república de Borinquen.

5Por ejemplo, el historiador Ramírez Brau se arroga el carácter de descendiente de Cofresí. En su libro Cofresí consigna entrevistas a descendientes directos de Cofresí apelando a la idea de la existencia de una memoria familiar que ofrece garantías de veracidad de todo cuanto se afirma. Otro tanto hace Úrsula Acosta quien deviene pariente del pirata por el lado de su esposo.

Márquez Jiménez 25

El periodo entre 1821 y 1825 es uno muy agitado: se rumorea insistentemente acerca de los planes de Bolívar y los patriotas venezolanos de libertar a Cuba y Puerto Rico. Entre 1821 y

1825 se sucedió una cadena de conspiraciones en la isla que tenía como protagonista a la élite criolla liberal.6 La presencia de corsarios insurgentes ---en abierto desafío al bloqueo español a

Venezuela--- y la presencia de corsos armados por las propias autoridades coloniales puertorriqueñas, enrarecieron aún más el clima colonial antillano ---en 1822 el gobernador don

Francisco González de Linares autoriza patentes de corso para defenderse de los insurgentes y para asegurar el bloqueo a Venezuela. Fernández Valledor refiere cómo uno de los tíos de

Roberto Cofresí, Don José María Ramírez de Arellano, hipotecó su casa y solicitó una patente de corso en 1823 y armó el barco corsario Escipión (49); Walter Cardona Bonet (92) y Ramírez

Brau (citado por Fernández Valledor 49) afirman algo parecido. Más aún, Úrsula Acosta conjetura que Cofresí se hace pirata una vez que la tripulación del corso Escipión se rebela (60).

Aunque no queda claro cómo es que Cofresí se hace a la mar en un barco pirata ---ya que la documentación manejada por los historiadores ofrece evidencias muy tangenciales, muy circunstanciales; lo que sí es cierto es que el Intendente Córdova en sus memorias da cuenta de que en 1823 Cofresí es ya conocido por las piraterías que realizaba con una banda de ocho a diez

6Jiménez de Wagenheim da cuenta de la conspiración fallida de Ducoudray en 1822, de los rumores que circularon acerca de una expedición libertadora encabezada por José Antonio Valero a desarrollarse hacia el final de ese mismo año, de la acusación de sedición que en 1824 recayó sobre un grupo de criollos de Mayagüez que acabaron sus días en el castillo de El Morro, de las acusaciones incoadas en 1825 contra José Barbudo, José Ignacio Grau o María Mercedes Barbudo, quienes acabaron sus días en el exilio (Jiménez 127-128). Por su parte el historiador Luis M. Díaz Soler consigna que el 17 de marzo de 1825 varios barcos venezolanos navegaron hacia Punta Borinquen en Aguadilla, al noroeste de la Isla, y se apoderaron de un fuerte. Fueron desalojados por las fuerzas españolas al poco tiempo. Asimismo, da cuenta de que en 1826, y aprovechando la coyuntura del conflicto hispano portugués, Bolívar enviaría 25.000 hombres al mando de José Antonio Páez y Juan Antonio Valero para procurar la liberación de Puerto Rico y Cuba; una vez que el conflicto hispano portugués acabó, los planes de Bolívar murieron de mengua y nunca más se volvió a tocar el asunto. Con todo, hasta 1829 los rumores seguían circulando y las tentativas de expediciones libertadoras se multiplicaron teniendo distintos puntos de origen: Buenos Aires, México, Puerto Cabello, Cartagena (Díaz Soler, 416-419). Todo ello dio lugar a que el gobernador La Torre (derrotado por Bolívar en Venezuela) tomara medidas especiales: pidió refuerzos a España y gobernó con mano dura por más de 22 años, esto último merced a las facultades omnímodas que le fueron otorgadas por la corona española.

Márquez Jiménez 26 hombres entre los que se contaba El Campechano ---personaje de la novela de Alejandro Tapia y

Rivera.

En 1824 las autoridades disponen medidas para apresar a Cofresí, cosa que logran hacia septiembre de ese año. Cofresí y sus cómplices son condenados a seis años de presidio y son recluidos en una cárcel de Santo Domingo. No se sabe muy bien cómo, pero hacia finales de

1824 Cofresí escapa de la cárcel con otro preso de apellido Portalatín (Fernández Valledor 59).

Cofresí se refugia en la Isla de Vieques en donde logra persuadir a catorce hombres de acompañarle. A principios de 1825, y con la mitad de los hombres que había reclutado, Cofresí va al puerto de la Lima y allí hurta la balandra Ana, propiedad de un comerciante extranjero

(inglés o estadounidense); roba, también, en Humacao, un pequeño cañón que halla en un buque en construcción. Regresa a Vieques y allí se encuentra con sus hombres ya armados y apertrechados (Fernández Valledor 58). Otros historiadores como el Dr. Ibern Fleytas y

Fernando Géigel, disputan la versión del robo y señalan que Cofresí compró la balandra Ana a

Toribio Centeno (Fernández Valledor 59). En apoyo de su argumento apuntan que Cofresí recientemente había heredado y vendido unas tierras cerca de Cabo Rojo.

La asociación de Cofresí con el movimiento independentista puertorriqueño resulta bastante verosímil. En ese sentido, Cardona Bonet señala que Cofresí navegaba, pirateaba, enarbolando la bandera de Colombia. Esto lo dice apoyado en las memorias del Intendente Don

Tomás Córdova (145-146). Por su parte, Úrsula Acosta afirma que la actividad de Cofresí coincidió con la de los corsarios insurgentes los cuales, muy presumiblemente, portaban la bandera colombiana(¿Quién era Cofresí? 57 y 58). Conviene entonces preguntarse si el

Intendente Córdova, sin querer, contribuye a crear la leyenda del pirata patriota al involucrar a

Cofresí con los corsarios insurgentes. Cardona Bonet se aventura a señalar una posible

Márquez Jiménez 27 conexión entre Cofresí y Juan Almeyda ---a la postre corsario insurgente--- y señala que, tal vez, se le hayan adjudicado asaltos a Cofresí que fueron inicialmente perpetrados por el corsario suramericano (148).

En enero de 1825, los piratas se enfrentan por error a la fragata de guerra norteamericana

Grampus. La confunden con un barco mercante. Al reparar en el poder de de la embarcación estadounidense, huyen hacia Fajardo. En ese poblado del este de Puerto Rico, y al

7 estilo de los antiguos bucaneros, procuran atracar a Don Juan Becerril . Los piratas irrumpen en la propiedad de Becerril con el propósito de sustraer dinero y valores. Cardona Bonet sostiene que Becerril era un rico hacendado peninsular asentado en la costa este de la Isla de Puerto Rico.

Cardona Bonet deja constancia, además, de que Becerril fue oficial de la milicia colonial puertorriqueña, todo lo cual lo convierte en un miembro de la élite blanca peninsular afincada en

Puerto Rico (157).

Dos días más tarde, el 27 de enero de 1825, Cofresí procura tomar por asalto una balandra española de nombre San Vicente. Casi milagrosamente la balandra logra escapar del asalto y hacer puerto en Yabucoa (Cardona Bonet 156 – 158). En febrero de 1825, captura la balandra Esperanza, propiedad de don Salvador Pastoriza. Cofresí hiere a Pastoriza en la refriega, pero éste logra escapar. Será él, al fin, uno de los que lo identificará como pirata. Con el golpe dado a Pastoriza, Cofresí alcanza a tener una pequeña flota compuesta por cuatro embarcaciones: tres botes-balandras y una goleta (Cardona Bonet 154).

La captura y fusilamiento de Cofresí es otra de las pocas cosas que, acerca del pirata, se hallan documentadas de forma plena e incontrovertible. Por un lado, se tiene el testimonio del

Intendente Córdova, que reproduce sin perder detalle lo aparecido en el diario puertorriqueño La

7Bibiano Hernández Morales, segundo de Cofresí, había perpetrado el año anterior, en octubre, un atraco a la Casa Comercial de Cabot, Bailey y Cia. de la cual sustrajo la cantidad de cinco mil dólares.

Márquez Jiménez 28

Gaceta de 1825. Por otro lado, tenemos la versión estadounidense, consignada por el historiador puertorriqueño Géigel (247-250)8. En la versión española, la captura de Cofresí es producto de la colaboración entre el Comandante Militar del Departamento del Sur y Juan Bautista Piereti, propietario de las balandras San José y Las Animas; por otro lado, tenemos al Alcalde de Ponce y la oficialidad de la goleta estadounidense Grampus. De acuerdo a este relato, Piereti consintió en que se incorporaran a la expedición hasta 23 marineros armados del Grampus y en que se dotaran a sus embarcaciones de cañones. La expedición encabezada por Piereti halló anclada la embarcación de Cofresí en Boca de Infierno. El pirata, al ver la nave de Piereti, se echó sobre ella con la convicción de que se trataba de un indefenso barco mercante. Piereti y los estadounidenses lo dejaron acercarse mientras se escondían en cubierta. Cuando Cofresí se hubo acercado al barco, poniéndose a tiro de pistola, Piereti y los oficiales estadounidenses salieron de su escondite y abrieron fuego. Luego de un combate que duró poco menos de una hora, Cofresí y su tripulación ganan la orilla a nado trayendo consigo cuatro heridos, uno de los cuales, Juan

Mata, queda muerto en la orilla. Cuatro horas después del combate,Cofresí es hallado en una zona boscosa cerca de Guayama. Herido por un trabucazo de la partida persecutoria, el pirata es reducido y apresado. Dos días más tarde es apresada el resto de la tripulación. El número total de reos alcanza once individuos. La versión estadounidense varía tan sólo en unos pocos detalles:

Pastoriza, propietario de una balandra robada por Cofresí, toma parte de la expedición; el gobernador de Santomas, Von Scholten, provee otras dos embarcaciones a la expedición liderada por el U.S.S. Grampus; John Low, propietario de la balandra Ana, robada por Cofresí al escapar de la cárcel en Santo Domingo, es quien identifica a la embarcación y al pirata.

8 El relato aparece también en el Suplemento a la Gaceta de del sábado 28 de mayo de 1828. Web. 8 Aug. 2013. ‹http://books.google.com/›

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Una vez presos, los piratas son transportados hasta San Juan; allí se les instruye un juicio sumario y son condenados a muerte. Es de hacer notar que, en el juicio, Cofresí declaró haber apresado embarcaciones de distinta procedencia: una balandra francesa, una goleta danesa, un guairo de Santomas, un bergantín y una goleta dominicana, y una goleta americana a la cual le sustrajo el cargamento estimado en más de ocho mil pesos. Asimismo, en su confesión insistió en que tanto él como sus compañeros nunca atentaron en contra de la vida de los tripulantes de los barcos asaltados (Fernández Valledor 66).

El fusilamiento tuvo lugar el 28 de marzo de 1825. Cayetano Coll y Toste ubica el evento en el castillo de El Morro; Alejandro Tapia y Rivera y Ramírez Brau lo ubican en el traspatio del Convento Dominico, en el baluarte de Santo Domingo. Ramírez Brau imagina para

Cofresí un final digno: “los once reos fueron amarrados a sillas. También fueron vendados, y aunque Cofresí rehusó la venda, los soldados no le permitieron este último gesto de valor”

(citado por Fernández Valledor 68).

Fernández Valledor llama la atención acerca de la imposibilidad de que existan los tesoros de Cofresí. Insiste en que el producto de los asaltos no es extraordinariamente grande; además, consigna que la mayoría de las versiones orales de la vida del pirata cuentan que Cofresí repartía el producto de sus robos con los pobres de la zona de Cabo Rojo. De allí el ascendente que supuestamente tenía en la zona, el cual queda expresado en la ayuda que recibía de los jíbaros de la manigua. Otra versión subraya la condición de contrabandista de Cofresí y la red de cómplices que era necesario sostener para operar un negocio de esa naturaleza (Cardona Bonet

140). Luego, si bien no existe la posibilidad de un tesoro de Cofresí, sí que existe la leyenda del bandido generoso. Tal como dice Fernández Valledor, la historia ha dado paso a la leyenda que lo ha transformado en el “primer puertorriqueño rebelde” (Fernández Valledor 70).

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II. Las tres versiones de Cofresí.

El corpus de textos literarios acerca de Cofresí es vastísimo. La serie de textos de ficción y no-ficción se remonta a 1876 con la publicación de la novela Cofresí de Alejandro Tapia y

Rivera. Se cuentan cinco novelas: tres puertorriqueñas9 y otras dos dominicanas10; y hay también cuatro piezas de teatro entre las que destaca La vuelta al hogar de Salvador Brau.11

Asimismo, hay en Puerto Rico una nutrida tradición oral que fue recogida por Cayetano Coll y

Toste en Leyendas Puertorriqueñas (1928),J. Alden adsen y Aurelio . Espinoza en “ orto

Rican Folklore: Folk-tales” (1929), así como Gustavo alés atos en el Romancero de Cofresí

(1942). Más aún, Tapia y Rivera y Ricardo del Toro Soler consignan que sus novelas se nutren de la tradición oral popular. Esta tradición oral ha dado lugar, también, a una producción de textos poéticos que agregan, al de Palés Matos, media docena de poemas de desigual calidad, y

9La primera Cofresí de Alejandro Tapia y Rivera, publicada en 1876, la segunda es Huracán de Ricardo Toro Soler y la tercera es El Águila negra o Roberto Cofresí de Bienvenido Camacho la cual se publicó ya en el siglo XX, en 1934. 10La primera de estas es el de Cofresí de Francisco Carlos de Ortea, publicada en 1889 en Puerto Rico. No obstante, la coloco entre las dominicanas porque su autor es dominicano. Es posible que esta novela haya dado lugar a la segunda novela dominicana acerca de Cofresí La gloria llamó dos veces en la cual el pirata puertorriqueño y el patriota dominicano Juan Pablo Duarte son equiparados como patriotas y paladines de la causa independentista. El gesto de equiparar a Cofresí con Duarte hace interesante esta novela porque Juan Pablo Duarte fue sobre todo un político, y conspirador, que formaba parte de la pequeña burguesía dominicana y que con su propia fortuna compró armas para expulsar a los haitianos en 1844; resulta notorio el anacronismo, toda vez que Cofresí muere en 1825; luego, ha de llamar nuestra atención la asociación de Duarte con un sujeto proscrito y legendario, bandido, pirata o salteador, un extranjero, como Roberto Cofresí; pareciera, en suma, que la novela de González Herrera pretende obrar la alianza simbólica entre distintos sectores de la sociedad antillana. Acaso sea ella un eco de las ideas pan- antillanas de Ramón Emeterio Betances o Manuel Zeno Gandía.

11Salvador Brau además de poeta y dramaturgo fue un activista a favor de la autonomía de Puerto Rico y militó en las filas del Partido Autonomista Puertorriqueño. Más tarde, cuando tuvo lugar el cambio de soberanía en 1898, Brau fue nombrado, por el gobernador estadounidense para la Isla, historiador oficial de Puerto Rico. Valga señalar que la pieza de Brau se publica en 1877 un año después de la publicación de Cofresí, la novela de Alejandro Tapia Rivera. Puede advertirse que el pirata de Cabo Rojo es reivindicado por los autonomistas puertorriqueños como uno de sus signos identitarios.

Márquez Jiménez 31 casi una docena de narraciones cortas aparecidas en publicaciones periódicas boricuas durante la primera mitad del Siglo XX12.

Las biografías y los trabajos históricos y filológicos acerca de Roberto Cofresí también se han multiplicado. El trabajo más notable es el de Roberto Fernández Valledor El mito de Cofresí en la narrativa antillana(1978). En uno de los apéndices, Fernández Valledor consigna la existencia de más treinta trabajos de pretensión histórico-biográfica. El denominador común de estos primeros trabajos, publicados entre 1876 y 1971, es el claro propósito de elevar a la categoría de héroe de Puerto Rico a Roberto Cofresí. Una segunda oleada de trabajos históricos se sucede entre la década de los ochenta y noventa. De todos estos trabajos se destacan los de

Úrsula Acosta13 y el de Walter Cardona Bonet14. En ellos hay un ánimo desmitificador: de lo que se trata es de hacer de Cofresí un personaje histórico verídico antes que uno épico, de naturaleza legendaria.

Roberto Fernández Valledor (1978) recopila las distintas versiones que los biógrafos tempranos de Cofresí ofrecen en todo cuanto tiene que ver con la vida del pirata. Valledor da cuenta con especial cuidado de todas las versiones que atañen al motivo específico por el cual

Roberto Cofresí se precipita por la pendiente del crimen. En ese sentido, es necesario subrayar que el pirata, en tanto representación del crimen a gran escala ---y habida cuenta de que la violencia era uno de sus atributos más sobresalientes; en tanto encarnación de un espíritu libertario, justiciero y de resistencia en contra de un orden opresivo (el del barco mercante o el de la fragata de guerra), capturó la atención de los letrados hispanoamericanos y, tal como dice

12El interés por el pirata de Cabo Rojo no se ha detenido y la bibliografía acerca de él ha venido creciendo. testimonio de ello son, por ejemplo, el segundo libro consagrado a la leyenda del pirata Cofresí escrito por Roberto Fernández Valledor El pirata Cofresí mitificado por la tradición oral puertorriqueña de 2006 o la novela del año 2008 Corsario: Última voluntad y testamento para la posteridad de Roberto Cofresí del escritor puertorriqueño Luis Asencio Camacho. 13¿Quién era Cofresí? (1984) y Cofresí y Ducodray: hombres al margen de la historia (1991). 14El marinero, bandolero, pirata y contrabandista Roberto Cofresí (1991)

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Gerassi-Navarro, fue considerado una suerte de “medium for the violence embedded in nationhood” (7). Salvando las distancias entre Cofresí y los piratas de la edad dorada de la piratería en el Caribe, los cuales fueron capturados en las ficciones de letrados hispanoamericanos tales como Vicente Riva Palacios o el argentino Vicente Fidel López, en

Cofresí se dramatiza, sin lugar a dudas, esta violencia embedded in nationhood. Por eso, me parece, es que hay hasta tres versiones distintas del motivo por el cual Cofresí se hace pirata: porque cada una presenta a un enemigo distinto que deviene en representación de un adversario político. El recurso a la figura del pirata supone adoptar un camino diferencial, antes que uno positivo, para definir en Cofresí lo nacional.

Fernández Valledor da cuenta, inicialmente, de la versión que nos entrega Ramírez Brau, la cual reclama para sí el privilegio de ser “la memoria familiar”. En esta versión, Cofresí se hace pirata luego de que es vejado por un barco azucarero de matrícula y tripulación norteamericana. El capitán del barco propinó un bofetón a Cofresí al sorprenderlo tomando “un terrón de azúcar que se salía por uno de los sacos” (Ramírez Brau, 124). Cofresí juró hacer pagar muy caro la afrenta a los estadounidenses. Hay otra versión en la cual el que afrenta es un capitán de navío español. Lo que llama la atención de estas versiones es que Fernández Valledor puntualice que, en ambas, Cofresí provenía de una familia acomodada, cosa que contribuiría a reforzar el componente de venganza por encima de la idea de la necesidad15. En cada una de las versiones, Cofresí es un sujeto inserto en la dinámica económica colonial de la Isla: ya sea como jíbaro (blanco de orilla) o como propietario. Ahora bien, el que Cofresí sea un acomodado comerciante o un humilde pescador implica cosas diferentes dentro de esta fábula de identidad.

Como humilde pescador rural, Cofresí deviene una suerte de “avenger”, de bandido vengador,

15Acá Fernández Valledor sigue la opinión de Ramírez Brau, me parece, quien utiliza ese mismo argumento para desestimar la hipótesis de que Cofresí era un pobre pescador que, al ser atropellado por un mercante estadounidense, jura vengarse de ellos.

Márquez Jiménez 33 que antes que enderezar entuertos, hace ejercicio de su poder y de una violencia reactiva.

Cofresí se constituye en prueba viviente de que aún los más débiles, los subalternos, pueden hacer uso de la violencia, una violencia terrible (Hobsbawm 40), y es allí precisamente en donde reside su atractivo en tanto héroe. Como acomodado comerciante, Cofresí deviene en una suerte de epifenómeno de la situación de dominación colonial: bien sea como fuerza que desafía el monopolio metropolitano sobre el comercio insular, o bien como fuerza que resiste el avance de la potencia neo-colonial.

El Dr. Ibern Fleytas ofrece un elemento adicional a considerar: Cofresí se hace pirata porque los tripulantes de un barco extranjero se burlan del joven Roberto, toda vez que no entendían lo que decía, esto es, no entendían su lengua. La venganza, entonces, es consecuencia de un áspero acto de alterización.

Como quiera, las versiones se multiplican: unas veces el barco es inglés, en otras es estadounidense, o bien español; en suma, aquellos que motivaron que Cofresí se hiciese pirata fueron extranjeros. Pero no se trata de cualquier extranjero: se trata de sujetos que pertenecen a las potencias que le disputan a aquella que se halla en decadencia, la hegemonía en el Caribe.

Otra de las versiones consignadas hace de Cofresí un tripulante de un corso llamado

Escipión, propiedad de su tío José María Ramírez de Arellano, capitaneado por José Ramón

Torres, y al servicio de la corona española, autorizado con patente de corso por el gobernador de la Isla para operar en el canal de La Mona. En este caso, Cofresí actúa en el marco de las acciones de defensa del gobernador de la Isla en contra de los corsarios insurgentes hispanoamericanos (Ramírez Brau 8). Se podrá advertir, entonces, las tres versiones de Cofresí: humilde pescador de extracción popular, comerciante de pescado de extracción alta (criolla) o corsario español al servicio del poder colonial. A cada uno de estas representaciones corresponde

Márquez Jiménez 34 un adversario distinto: al humilde pescador lo afrenta un capitán estadounidense o lo atropella un buque mercante de esa nación; al comerciante de pescado lo ofende un capitán de fragata español; el corso ataca con preferencia los barcos de la naciones enemigas de España. Entre todas las versiones, la dominante es aquella que tiene que ver lo que la revista cultural Nosotros llama en 1968 “los males de la colonia”: “Razones imprecisas, que la leyenda señala como los males de la colonia bajo el régimen español, (…) una bofetada recibida de un capitán inglés, o quizá todas ellas…” (citado por Fernández Valledor 48).

Ramírez Brau, así como Bienvenido Camacho16, coinciden en el hecho de que son los males de la colonia padecidos bajo el yugo español, bajo el poder omnímodo del gobernador De la Torre17, los que empujaron a Cofresí a hacerse pirata (Fernández Valledor 48).

Evidentemente, todos estos historiadores y biógrafos interpretan los hechos de Cofresí en forma teleológica, vale decir, conjungan la historia en presente, hacen asertos desde el presente de la escritura. O en palabras de Paul A. Cohen: "draw on to serve the political, ideological, rhetorical, and/or emotional needs of the present" (213). Por ello ponen el acento en el antagonismo entre Cofresí y las fuerzas navales estadounidenses; lo cual da lugar, incluso, a que se repita sin escrutinio alguno la versión según la cual la animadversión de Cofresí hacia los estadounidenses tiene lugar merced al deseo de vengar una afrenta infligida por los del Norte al humilde y pacífico pescador caborrojeño. Más aún, hay historiadores como Juan Antonio

Corretjer18 que llegan a afirmar que Roberto Cofresí desarrolló sus acciones de piratería

16Es Camacho el autor de una biografía novelada del pirata Cofresí: El Águila Negra o Roberto Cofresí, Intrépido pirata puertorriqueño, el terror de los navegantes, Biografía y relato histórico de sus aventuras, Ponce, Tipografía Camacho, 1934. 17Don Miguel De la Torre, Marques de Torrepando, veterano de la guerra de Indepedencia de Venezuela, gobernó Puerto Rico con mano dura entre 1822 y 1837, y sucedió en el cargo a Francisco Linares González. 18 publica entre 1945 y 1950 un par de libros en los cuales incluye a Roberto Cofresí entre los más conspicuos patriotas puertorriqueños. El buen Borincano, Autos de fe, esperanza y rebeldía (1945) y La lucha por la independencia de Puerto Rico (1950) son los nombres de los textos en cuestión.

Márquez Jiménez 35 enarbolando la bandera de Puerto Rico libre, haciendo de este gesto una suerte de estampa que funda lo nacional mucho antes de que exista, legitimando de una vez y para siempre las acciones del pirata.

He señalado antes que la familia Cofresí reivindicaba un doble origen ilustre: por parte de los Ramírez Arellano, la familia materna de Roberto Cofresí era descendiente de la casa Real de

Navarra, por el lado alemán, es decir, el lado paterno, el primer Cofresí llegado a la isla era

Conde (Acosta Cofresí…41). Esto me parece no poca cosa. El pirata más famoso en Puerto Rico antes de Cofresí era Miguel Enríquez, mulato, zapatero, considerado el primer entrepeneur puertorriqueño. Llegó a ser formidablemente rico gracias a sus asaltos a barcos mercantes ingleses y holandeses. Enríquez, incluso, contó con el reconocimiento oficial: fue nombrado

Capitán de Mar y Guerra y Armador de Corsos por el Rey Felipe V, y condecorado con la

Medalla de Oro de la Real Efigie por los servicios prestados a su majestad, al recuperar a la isla de Vieques para la corona española en 1716. Merced a las intrigas tramadas en su contra por la

élite blanca puertorriqueña, las cuales buscaban reducirlo a: “the low fortune of its birth bed”,

Miguel Henríquez acabará sus días en medio de la miseria y el olvido (Angel G. Quintero Rivera

130). Salvador Brau en su Historia de Puerto Rico (1917) se aventura a afirmar que de haber vivido en la misma época que Enríquez, Cofresí hubiese superado en bravura y arrojo al pirata mulato (239). Obviamente la opinión de Brau es una profundamente interesada: el origen patricio y blanco de Cofresí sirve mejor a los fines de construir la figura de un héroe nacional que la de un pardo o mulato19. Más aún,el hecho de que el linaje de Cofresí se conecte con la gloriosa

19 Aunque se pudiera pensar que el sujeto nacional paradigmático no es siempre blanco en el Caribe, es necesario señalar que éste se construye en contra de lo afro-americano; es así como, por ejemplo, el Enriquillo de Manuel Antonio Galván echa mano de un componente indígena que desde hace mucho tiempo ha desaparecido de la República Dominicana; luego, si se convoca su presencia es para inventar una genealogía que vaya en contra de lo afro-americano que se percibe como la encarnación de la barbarie. En el caso puertorriqueño, Francisco Scarano señala en un artículo intitulado “The Jíbaro asquerade”, que la élite criolla puertorriqueña hizo una opción

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gesta de 179720; valida, legitima, una vez más, al pirata en forma retroactiva y le provee las credenciales, en forma prospectiva para ser considerado “El Héroe” de uerto Rico.

La segunda oleada de textos, publicada entre 197821 y 1991, cuestiona todas estas aseveraciones, ve con suspicacia esta operación totalizadora que hace de Cofresí el más ejemplar y conspicuo antecedente del anhelo puertorriqueño por la autodeterminación y la independencia.

Úrsula Acosta en ¿Quién era Cofresí? (1984) postula su trabajo como la búsqueda de una respuesta satisfactoria (y definitiva) a una suerte de enigma: buscar el verdadero ser del pirata

Cofresí. En su libro Acosta busca deconstruir el mito de Cofresí en sus contenidos y estrategias retóricas, a la vez que procura impugnar los supuestos sobre los cuales se construye. Ahora bien, el que haga esta operación no es, en lo absoluto, garantía de que los resultados serán diferentes.

Al cabo, Acosta termina en el mismo sitio que sus antecesores: haciendo de Cofresí un héroe patriota. Sintomático de esto resulta el hecho de que la segunda edición de la biografía de Cofresí vaya acompañada de la biografía del general Docoudray-Holstein quien en 1822 conspiró para liberar a Puerto Rico del yugo colonial español.

Walter Cardona Bonet, por su parte, en el libro El bandolero, pirata y contrabandista

Roberto Cofresí (1991)desmonta pieza por pieza el mito de Cofresí con un prolijo trabajo de

decidida por el jíbaro como encarnación de lo nacional. Este jíbaro, blanco, de extracción humilde y trabajador de la tierra pasa de estar en los márgenes del espacio nacional a ocupar un lugar central en la constitución de la identidad criolla. Es así como la élite criolla boricua se enmascara, se mimetiza como jíbaro, incluso adoptando su modo de hablar, reproduciendo las inflexiones de su voz, para con ello garantizarse una autenticidad y vocear su descontento ante las políticas coloniales. 20 En 1797 los habitantes de San Juan repelieron una invasión inglesa. Roberto Cofresí está asociado con ella por el lado materno según sostiene Ramírez Brau: “El día 15 de mayo de1797había sido sepultado en el Campo Santo de la Catedral de Puerto Rico, D. MiguelRamírez de Arellano, quien según la partida de defunción era soldado de caballo de la Compañía de Añasco. El fallecimiento de esteRamírez de Arellano, fue por acción de guerra en el ataque de los ingleses a la plaza dePuerto Rico, ese mismo año” (Ramírez Brau, Orígenes… 228). Miguel Ramírez de Arellano es primo en tercer grado de María Germana, la madre de Cofresí. El Dr. Arturo Morales Carrión, notable historiador puertorriqueño, apunta que el origen de la idea de una identidad puertorriqueña puede rastrearse hasta ese episodio en particular de la historia de la Isla.

21Coloco la fecha de 1978 atendiendo al hecho de que ese es el año de publicación del trabajo de Roberto Fernández Valledor. Entiendo que con este trabajo empieza la segunda oleada de textos merced al hecho de que Fernández Valledor hace un compendio de la primera oleada de textos.

Márquez Jiménez 37 consulta de fuentes primarias y archivos, y hace de él no menos que un criminal, sin oropeles heroicos y legendarios. Como quiera que los resultados sean dispares, lo que sí se puede verificar es un deseo de acercarse al Cofresí histórico, sin las mediaciones de la cultura popular y la literatura que, forzosamente, hacen de Cofresí, menos un pirata que un bandido generoso y un patriota.

Decía al principio que son cinco las novelas que dan cuenta de la vida y hazañas del pirata Cofresí. En ellas se verifica el mismo oscilar entre la historia y la leyenda que se advierte en los textos históricos. Habida cuenta, pues, de todas las variaciones que ofrece la tradición popular, no ha de extrañarnos que las novelas sean tan diferentes entre sí. Unas más, otras menos, tienen su basamento en las tradiciones orales. Es así como las múltiples versiones que existen de la leyenda de Cofresí dan pábulo a la posibilidad de introducir variaciones en la vida del Pirata. Las novelas de Francisco Ortea, l tesoro de Cofresí (1889),y Julio González Herrera,

a gloria llam dos eces (1944), son un buen ejemplo de todo esto. Ambas novelas elaboran dos de los motivos que forman parte de la tradición oral: el heroísmo patriótico y la búsqueda del tesoro del pirata. Ninguna de las dos novelas elabora demasiado la biografía de Cofresí, ninguna de ellas se siente atañida por la veracidad; en estas novelas, Cofresí cumple funciones disímiles22. Mientras en la novela de González Herrera, Cofresí deviene en instrumento de crítica a la sociedad patricia dominicana ---sólo un extranjero se siente atañido por la causa que roba el sueño a Duarte, cual es, la liberación de la República Dominicana del yugo haitiano; en la

22Podríamos pensar a Cofresí, también, como una suerte de significante vació. Para Laclau los significantes vacíos no funcionan con arreglo a una continuidad temporal, sino que operan por fuerza de eventos que los van llenando de significado. El discurso hegemónico se construye, entonces, sobre la base de esta operación de llenado. Así pues, me parece que el “mito” de Cofresí opera de esta manera: como una suerte de cadena de eventos que sucede al interior de la élite letrada boricua, y en las que se van sintetizando, cristalizando, supuestamente, las demandas de los ciudadanos de Puerto Rico. De esta forma, el “mito” de Cofresí vendría un poco a funcionar como las nociones de pueblo o libertad en los discursos populistas: un magneto que atrae y sintetiza las demandas de la ciudadanía (puertorriqueña).

Márquez Jiménez 38 novela de Ortea, entretanto, el pirata Cofresí encarna el deseo de aventura y la plena libertad del espíritu. El “tesoro” que Cofresí lega a la pareja de amantes que protagonizan el relato es el de una vida lejos de las ataduras sociales.

Habida cuenta de que las novelas son tan diferentes entre sí cabría preguntar por qué he escogido trabajar tan sólo dos de ellas, concretamente, la de Tapia y Rivera Cofresí (1876) y la de Ricardo Toro Soler Huracán (1897). De todo el conjunto de novelas acerca del pirata de

Cabo Rojo, las novelas de estos dos escritores puertorriqueños son las únicas en las que aparece problematizado el motivo de la dominación colonial, y que atienden a la pregunta por las opciones disponibles para liberarse del yugo colonial; en ambas el drama de Cofresí deviene metáfora de las alternativas que pueden ser escogidas para liberarse de España: asimilación, autonomismo o independencia, lo que en último caso podemos entender como gradaciones. A la vez, en ambas novelas, se halla presente el asunto de la emergencia de los Estados Unidos como poder hegemónico en El Caribe. En las dos novelas, pues, se halla dramatizado el tema del

Caribe como frontera imperial, para tomar prestada la expresión del dominicano Juan Bosch. Así pues, en el presente capítulo me concentraré en el estudio de estas dos novelas.

III. Cofresí : la opción por la descolonización y el legado de la violencia.

La novela de Tapia y Rivera es no tan sólo la primera, sino acaso la más importante dentro del corpus. Alejandro Tapia y Rivera es uno de los escritores más importantes del siglo

XIX puertorriqueño. En palabras de José Luis González: “[es] innegable que a Tapia corresponde la gloria de haber sido el iniciador de la literatura en uerto Rico” (62). Por su parte,

Ricardo del Toro Soler fue considerado en su momento un talentoso e interesante dramaturgo.

Mi interés, entonces, en el estudio de la novelas de estos dos autores es doble. Por un lado me interesa examinarlas como testimonio de lo que Eric Hobsbawm llama la invención de una

Márquez Jiménez 39 tradición, esto es, como una respuesta articulada a una situación nueva: el proceso de descolonización puertorriqueño que debe optar entre la asimilación y la guerra de independencia, todo ello impactado por la creciente amenaza hegemónica imperial estadounidense. Esta situación nueva toma la forma de referencias a viejas situaciones, o bien puede establecer su propio pasado apelando a una casi obligatoria repetición en la historia (Invention of tradition 8).

De lo que se trata, entonces, es de articular una respuesta categórica al dilema descolonizador, y a la amenaza estadounidense en el Caribe inventando una tradición de resistencia, rescatando los signos y símbolos de esa preterida acción contra-hegemónica. El pirata Cofresí, precisamente, sirve a esos fines. Por otro lado, quiero estudiar las novelas a la luz de las diferencias que, obviamente, tienen entre sí. Sospecho que estas diferencias pueden decirnos algo muy significativo desde un punto de vista ideológico y político. En la novela de Tapia y Rivera hallamos la presencia, a un tiempo, de España y Estados Unidos como agentes de dominación en el Caribe. En cambio, en la novela de Toro Soler, sólo hallamos a los Estados Unidos. En la novela de Tapia Rivera la muerte de Cofresí tiene lugar a manos de las autoridades coloniales españolas y por fuerza de la intervención norteamericana que captura y entrega al pirata. Esa muerte hace posible, también, el encuentro entre Cofresí y “las fuerzas del bien” las cuales se hallan encarnadas en la figura de un pío sacerdote que asiste, conforta y convierte al pirata.

Entretanto, en Huracán, la captura y posterior ejecución de Cofresí tiene lugar merced a la denuncia que hace un agente del gobierno local. La muerte de Cofresí deviene en una suerte de acto expiatorio que hace posible la nueva alianza. Hay otro elemento dispar entre las dos novelas, cual es, la consideración que recibe España. En la novela de Cofresí, el pirata se redime de sus crímenes mediante la confesión con un sacerdote español; en la novela de Toro Soler,

España es el locus de la disipación y la decadencia: así nos la presenta el que será luego yerno de

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Cofresí que deviene, junto con la hija de Cofresí, en encarnación del futuro de Puerto Rico. Otra diferencia notable entre la novela de Tapia y Rivera y la de Toro Soler tiene que ver con la presencia, en la novela del segundo, de este yerno de Cofresí. Hay en la novela de Toro Soler un idilio entre la hija de Cofresí y un joven puertorriqueño de familia patricia. Este episodio no se halla documentado en ninguna de las novelas del corpus (Fernández Valledor)23; aunque, vale decir, sí hay un idilio en la novela de Tapia y Rivera, éste no involucra a la hija de Cofresí sino a uno de los miembros de su tripulación y dramatiza otro tropo: el de la afrenta, el cual sirve a los fines de consolidar a la figura de Cofresí como justiciero, como administrador de la violencia privada. En lugar de esto, el idilio que hallamos en Huracán tematiza, nunca mejor dicho, la confluencia de eros y polis que se halla al centro del argumento de Doris Sommer en

Foundational Fictions. Más aún, este idilio resemantiza, desde la alegoría, la captura y posterior muerte de Cofresí. El cómo y el para qué es algo que me encargaré de explorar en el presente capítulo.

En la novela de Tapia y Rivera hallamos también un hecho que resulta por demás interesante. En la novela, la voz autoral clama estar rigurosamente apegada a los hechos históricosy a las tradiciones populares que hacen de Cofresí un paladín. De hecho, en notas a pie de página se da cuenta de las fuentes históricas sobre las cuales desarrolla la peripecia de

Cofresí: las memorias del Don Tomás Córdova, a la sazón, secretario del gobernador de la Isla.

Asimismo, el autor declara que la novela se nutre de las tradiciones que recuerda haber escuchado de niño. Pese a ello, pese al intento de ajustarse a los eventos y a la experiencia, en la novela hay un elemento que no está presente en el resto del corpus sobre Cofresí: la existencia de

23 Fernández Valledor consigna que no existe documentación alguna en torno a este idilio de la hija de Cofresí y un joven patricio puertorriqueño, aunque sí consigna como ya vimos, mediante partidas de nacimiento y bautismo que Cofresí tuvo descendencia: una hija y varios nietos.

Márquez Jiménez 41 piratas buenos y piratas malvados. Cabríapreguntarse, entonces, si Tapia y Rivera ha operado un desdoblamiento en la figura de Cofresí: en la figura del pirata confluirían, a un tiempo, el relato épico, y el teratológico. Ambos relatos dramatizarían las ansiedades de cierto sector de la

élite letrada que hesita ante la opción de la violencia como fundadora de la nación. En el relato de Tapia y Rivera, hallamos a un personaje, Caín ---pirata miembro de la tripulación del barco de

Cofresí el Mosquito--- quien es retratado como una suerte de devious brother (Dabove 285).

Caín es el pirata malvado, contracara de Cofresí. A través de Caínse opera un proceso de metabolización, asimilación, de la violencia fundadora de la nación-estado en un ámbito superior: el de la refundación del pacto colonial, la preservación del status quo. Es por ello que se hace necesaria y forzosa la conversión de Cofresí y la muerte de Caín. La conversión de

Cofresí, y la presencia de Caín, postulan la existencia de una suerte de dualidad simbólica en la novela. Cofresí y Caín encarnan las opciones de Puerto Rico en lo que toca a la posibilidad de alcanzar la plena autodeterminación; en virtud de lo cual se da lugar, también, a un discurso en el cual resuenan dos voces, dos tonos, dos visiones, una palabra bivocal que buscar saldar el contencioso acerca del futuro de Puerto Rico. Ver cómo se construye y funciona esa dualidad, examinar cómo se presenta ese discurso polifónico en torno a las opciones de Puerto Rico será, también, mi propósito en esta parte del capítulo.

La novela Cofresí de Alejandro Tapia y Rivera apareció por primera vez en forma de folletín en la revista La Azucena, dirigida por el propio Tapia y Rivera. El primer capítulo de la novela apareció en la revista el 31 de octubre de 1875. En quincenales y sucesivos números de la revista, se publican los treinta capítulos hasta el 28 de febrero de 1877. La primera edición de la novela como volumen data de 1876, por la tipografía San Juan (Fernández Valledor 89). Cabría pensar, en virtud de esto, que la novela circuló a través de dos circuitos de lectura diferentes; sin

Márquez Jiménez 42 embargo, es menester recordar que, para la época, la situación de atraso de Puerto Rico en materia educativa era muy grande, y sería un despropósito, entonces, hablar de una masa de lectores populares. Luego, que circulara a la vez como folletín y como libro no resulta una evidencia concluyente en cuanto a que los circuitos de lectura fuesen significativamente diferentes, antes por el contrario, me aventuro a pensar que lo eran menos en lo que toca a la extracción social cuanto en lo que toca al género. La Azucena era una “Revista quincenal dedicada a los amantes de las ciencias, letras y artes, y especialmente al bello sexo”. Resulta evidente que el folletín estaba dirigido a los suscriptores de la revista en San Juan, la mayoría mujeres, a colegir por su slogan24. El libro, a su vez, circularía en el resto de la Isla entre el grupo de letrados de las ciudades de Ponce y Mayagüez, por mencionar sólo a las más grandes.

Otro dato interesante que aporta Fernández Valledor tiene que ver con la simultánea circulación en forma de libro y folletín de la novela de Tapia y Rivera a mediados de los años cuarenta del siglo pasado. En 1943 el periódico El Mundo publicó el serial entre enero y marzo.

A finales de ese mismo año, aparece también la segunda edición de la novela editada por la

Imprenta Venezuela. Un año después, La revista Pueblos Hispanos comienza a publicarla y sólo alcanza a sacar diecinueve capítulos. Alma Latina hace lo propio entre febrero y marzo de 1945

(89). Lo que tienen en común estas dos revistas y el diario El Mundo es que en sus páginas se discutía insistentemente el asunto del estatus de Puerto Rico. Mientras El Mundo era conservador y apoyaba la tesis de la estadidad (Gastambide Arrillaga 309), las revistas eran

órgano de difusión de la posición independentista. La novela de Tapia, entonces, parece hallarse en el centro de estos debates, reclamada por unos y otros como emblema de una posición, de una

24Acaso sea por eso que la figura del pirata Cofresí esté construida con arreglo a un paradigma romántico, y la novela recurra a una trama melodramática.

Márquez Jiménez 43 idea de lo que debe ser el destino político puertorriqueño: independencia o asimilación a un poder imperial(ista).

Cuando se reedita en 1968, la novela se mueve, ahora sí, en el circuito popular25 merced al hecho de que un grupo de intelectuales lo hace posible; pero el asunto acá es que estos intelectuales ponen a circular el texto con el propósito de conectarse con su grupo de opinión. Es así como el texto circula, se activa en la esfera de lo popular. Ahora bien, quisiera sugerir que esta situación: la del reclamo de la novela para su grupo de opinión, por parte de dos posiciones políticas irreconciliablemente encontradas: estadidad versus estado libre asociado26, es evidencia

25 Durante todo el siglo XX, las publicaciones de narraciones breves y leyendas acerca de Cofresí se multiplican exponencialmente. En 1914 Don Agustín Navarrete pronuncia una conferencia intitulada “la piratería combatida en uerto Rico”; en ella da cuenta con detalle de la leyenda que se ha tejido en torno al pirata de Cabo Rojo. Estas conferencias son publicadas, luego, en forma de libro. Por esa misma época se publican las leyendas puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste. De un modo semejante el diario publicó una serie de leyendas puertorriqueñas que, tiempo después, se publican en un volumen intitulado Leyendas folklóricas de Puerto Rico. Allí hay un cuento de José Luis Vivas Maldonado que recrea la vida del pirata. En 1926 aparece un libro, Gotas de estío, el cual estaba destinado a servir de libro de lectura para niños en la escuela, y en su interior hallamos un cuento, “ a caja de Cofresí”, que elabora el motivo del tesoro de Cofresí. En la revista Pueblos Hispanos, el político pro-independentista Juan Antonio Corretjer publica entre 1943 y 1945 una viñeta dedicada a Roberto Cofresí. En 1959 se hizo una nueva adaptación de la leyenda de Cofresí para un libro de lectura de escuela primaria titulado Secretos y Maravillas, publicado por el departamento de Instrucción Pública de la Isla. En el Vicente alés atos publica un cuento “ alabra de militar” en el cual alés atos imagina un encuentro entre el gobernador De la Torre y Cofresí. Llama, entonces, la atención la circulación de la leyenda de Cofresí por el circuito oficial (como libro de texto) y en la prensa liberal y pro-independentista. Cabe agregar, finalmente, que en el año de 1917 se filmó una película muda que llevaba por nombre Los misterios de Cofresí, y un poco después, en 1919, se filmó la secuela: El tesoro del pirata Cofresi (Rosario Quilés).Resulta evidente que la leyenda del pirata de Cabo Rojo ha penetrado en todas las esferas, todos los circuitos, incluso en el de la cultura popular y de masas.

26 En 1968 tienen lugar elecciones generales en Puerto Rico. El candidato del Partido Nuevo Progresista Luis A. Ferrer gana la elección para gobernador, Jorge Luis Córdova, también del PNP,es electo Comisionado Residente a La Cámara de Representantes de los Estados Unidos; el PNP triunfa en la Cámara de Representantes de Puerto Rico, mientras que el Partido Popular Democrático retuvo la mayoría de los escaños en el Senado puertorriqueño. El PNP representa la opción a favor de la incorporación de la Isla a la unión americana, PPD aboga por mantener el estatus de Estado Libre Asociado. Curiosamente, en 1967, la opción a favor de Estado Libre Asociado, había triunfado por amplio margen ---poco más de 20 puntos porcentuales. A raíz de los resultados del plebiscito, en 1968 se produce una división en el PNP promovida por un grupo encabezado por Luis A. Ferre quien resiente que el Partido Republicano Estadista no hubiera apoyado firmemente la opción a favor de la estadidad instruyendo a sus militantes para que se abstuvieran de votar. En 1968 se divide, también, el PPD. El gobernador en ejercicio Roberto Sánchez Villela decide fundar un nuevo partido, El Partido del Pueblo, pues denuncia que Luis Muñoz Marín ejerce un férreo y absoluto control sobre el PPD, al querer imponer un candidato distinto a él. Resulta interesante advertir que mientras la división en el Partido Republicano Estadista fortalece la opción asimilacionista encarnada por el PNP, la división del PPD debilita a la alternativa a favor del Estado Libre Asociado. La discusión en torno al estatus de la Isla, que parecía estar resuelta luego del plebiscito de 1967 ---y luego de cuatro términos por parte de gobernadores del PPD-- cobra renovadas fuerzas.

Márquez Jiménez 44 de algo que sucede al interior de la novela misma. Cofresí, la novela de Tapia y Rivera, pone en escena lo que Bajtin llama la palabra bivocal, esa que se origina cuando se introduce en un discurso la palabra ajena, y se verifica, entonces, el cruce de dos voces, dos tonos, dos acentos.

De lo que se trata es de consignar un concierto de voces que son encarnaciones de diferentes visiones de mundo, y hacerlo ordenando todo este material con arreglo a una representación artística específica: la novela ---con todos sus atributos y limitaciones (Bajtin 23).

Tapia y Rivera al reconocer que “Cofresí tiene su leyenda. El personaje no es edificante; pero su leyenda lo es: ya lo veréis” (9) da entrada a su texto y confiere una suerte de privilegio al discurso ajeno (mítico, legendario), en una lengua ajena (la de la mitificación), el cual da entrada, en último caso, a una visión de mundo que determina (o informa) el contenido de la novela. Quiero insistir en esta idea: no es tanto que la diversidad de fuentes dé lugar a la bivocalidad, antes por el contrario, lo que tenemos esla existencia de una visión de mundo que encuentra expresión en este discurso ajeno, el de la leyenda. Todo el conjunto devendrá, entonces, expresión refractada de las ideas y preocupaciones dela época que Tapia y Rivera está tratando de representar artísticamente. Las voces de la leyenda y la historia están relacionadas dialógicamente entre sí, como si se conocieran desde antes, como si establecieran una discusión perpetua en la que ninguna puede imponerse, de un modo definitivo, a la otra (Bajtin 51 y sigs.).

En ese sentido cabe recordar que Tapia y Rivera tiene plena conciencia de lo que está haciendo.

Lo mítico, lo oral-popular y lo histórico cohabitan el texto. Tapia y Rivera declara que “pocos en

uerto Rico no habrán oído hablar de este famoso pirata” (9). Ese oír de Cofresí proviene de la tradición oral popular, de los cantares que estuvieron “en boga [en] nuestra niñez” (9). En el primer capítulo se citan unos versos de una canción popular: ya se murió Cofresí, / se acabaron sus hazañas. Más adelante, conocemos al Campechano, cómplice del pirata en la novela, del cual

Márquez Jiménez 45 existen registros judiciales en Puerto Rico, lo que lo hace cómplice en la vida real, también, de

Roberto Cofresí.

Más aún, en una nota al pie de uno de los capítulos de Cofresí aparecidos en La Azucena, declara Tapia:

Fuera del nombre de estos dos interlocutores (se refiere a Cofresí y

a Pieretti), del cuadro de la época y de la captura y fin del protagonista, no

pretendemos dar valor rigurosamente histórico a éste ni a los demás capítulos de

nuestra narración (citado por Fernández Valledor, 89).

En sendas notas al pie en los capítulos XXV, XXVIII y XXIX Tapia y Rivera da fe de las fuentes históricas en las que se fundamenta su relato: con un escueto “Histórico”, o citando textualmente de las memorias de Don Tomás Córdova --- que verifican, por ejemplo, lo que la novela presenta en cuanto al modo como es capturado y muerto Cofresí. Acaso lo más interesante de esta operación de intersección de historia y tradición oral es que la primera atañe a la captura y muerte de Cofresí y la segunda a sus hechos, a sus proezas. Tapia superpone los dos discursos, propicia una especie de polifonía. La primera parte se halla dominada por la leyenda, por su dicción particular. Es por ello que no tenemos noticia alguna de ciertos eventos en la vida de Cofresí. En la novela de Tapia Cofresí es soltero y no tiene hijos, cuando en la vida real es exactamente lo contrario.

Los estudiosos de la obra de Tapia y Rivera (Fernández Valledor, García Díaz, Zavala) insisten en señalar que el autor puertorriqueño no creía ya en la novela histórica: “¿novela histórica? Están tan manoseados sus más interesantes episodios” exclama Tapia en la carta prólogo a su novela La antigua sirena (García Díaz 107). Fernández Valledor y García Díaz

Márquez Jiménez 46 están persuadidos de que Tapia se sirve de la leyenda merced a este “agotamiento” de la novela histórica27. Zavala, siguiendo la clasificación de Lukács, muy atinadamente repara en el hecho de que Tapia se decida no por la forma clásica de la novela histórica28, sino por la variedad romántica francesa. Según Lukács, la variedad romántica francesa de la novela histórica no limitaba la fantasía poética a la verdad de los hechos, siempre y cuando la novela se subordinase a la verdad de la idea que habrá de representar cada uno de los personajes históricos, ante los ojos de las generaciones venideras. Es con arreglo a este principio que se representará a Cofresí, al Campechano, a Pieretti ---reales todos ellos. Cada uno es portador de una verdad. Más notablemente Cofresí y Pieretti: el uno desplegando la violencia del subalterno, esa violencia

“embedded in nationhood” (Gerassi 7), resistiendo la acción del emergente poder imperial o del caduco poder colonial; el otro colaborando con ellos, en defensa de sus intereses económicos particulares. Así pues, se puede apreciar que el meollo del asunto está en el hecho de que ambos discursos, el legendario y el histórico, conviven en la novela de Tapia. Esta convivencia pone de relieve la existencia de lo que, a propósito de la palabra bivocal, Bajtin ha llamado lo dado y lo creado. Así, la novela, en tanto enunciado, elaboraría algo nuevo a partir de lo dado ---la leyenda

27Me parece que Tapia y Rivera se refiere acá al hecho de que los episodios históricos que pudieran dar lugar a novelas históricas han sido agotados, vale decir, han sido abordados ya desde la forma de la novela histórica clásica europea. Decía arriba que la referencia al agotamiento de las novelas históricas tiene lugar en la carta prólogo de La Antigua sirena. En esta carta prólogo hay otro detalle interesante que hay que hacer notar: Tapia y Rivera se refiere a este agotamiento en lo que toca a la posibilidad de hablar acerca de Venecia. En esta Venecia que conoce Tapia y Rivera habita una sirena que canta, arruina y mata, y que es trasunto de una “vieja” sirena que hacía exactamente lo mismo. Lo que le interesa a Tapia es que ha tropezado con una tradición la cual es susceptible de ser contada y que demanda su propia forma de contarse. Tapia y Rivera exclama casi al final de la carta prólogo: “Tradición, amigo mío, exclamé lleno de gozo; hallé lo que buscaba” (Bardo de Guamaní 28). Este episodio. pues, pone en escena el hallazgo, por parte de Tapia y Rivera, de la materia y la forma de su escritura. Creo que eso se repetirá en el caso de la novela Cofresí, de allí la necesidad de hallar una nueva forma de contar esa tradición. 28Cfr. Lukács, Georg. La novela histórica. Cap. 1 “ a forma clásica de la novela histórica”. En este capítulo ukács desarrolla la idea de que Walter Scott ha de ser considerado el paradigma de la novela histórica (clásica). Scott procura no tan sólo representar lo específicamente histórico, sino que trata de mostrar la excepcionalidad de la actuación de sus personajes a partir de la excepcionalidad de la época que le tocó vivir. Scott, en suma, se pregunta por las raíces del presente y las causas de su evolución (Lukács pág. 15 y ss.).

Márquez Jiménez 47 de Cofresí, la manoseada forma de la novela histórica clásica29--- y crearía algo desconocido, inexistente en el Puerto Rico decimonónico: la novela histórica romántica. Ahora bien, me parece que sancionar la preeminencia de lo mítico-legendario o lo histórico romántico en la novela nos coloca frente a algo indecidible. En ese primer capítulo de la novela, Tapia y Rivera insistentemente habla de la “tradición”. Una tradición (oral) que nutre e informa su relato. a voz autoral, así, procura consignar una representación de Cofresí: “tal como debió ser y como fue, según la tradición que intentamos recordar” (11). Es como si la figura de Cofresí se resistiera a ser totalizada, en la novela. Acaso sea por eso que la novela plantee, a otro nivel, la coexistencia de dos discursos, dos voces, otra vez, dos tonos. Decía antes que la novela de Tapia y Rivera, durante los años 40, fue objeto de una curiosa operación por la cual devino en emblema de posiciones políticas encontradas en lo que toca al estatus de la Isla. Conservadores e independentistas de izquierda usufructuaban por igual la figura de Cofresí para sus propios fines.

Cofresí era, a un tiempo, emblema de una “puertorriqueñidad” que se declaraba insumisa e independiente, y emblema de otra: conservadora, reformista, persuadida de que la estadidad era la respuesta a la pregunta por el estatus político administrativo de la Isla. Conviven en la novela dos discursos: el del reformismo y el del reclamo por la independencia. Es por ello que Iris M.

Zavala se resiente del hecho de que Tapia y Rivera no haya ido “más allá de los programas reformistas propuestos por la clase propietaria. Terminada Cofresí, el equilibrio del orden queda establecido sobre las mismas bases emotivas. Nada ni nadie cambia” (Zavala 18). Resulta evidente para mí que Zavala remarca lo de la ausencia de cambio, en contra de la convicción de

29 En torno a Cofresí existe, de nuevo, una tradición. Luego, Tapia y Rivera ha de resolver el dilema de la forma con la cual habrá de relatar los hechos que se refieren a Cofresí. En ese sentido, conviene recordar que para la fecha en la cual Tapia y Rivera está componiendo la novela, ya se han publicado las novelas históricas The Pirate de Sir Walter Scott (1821), El Filibustero de Justo Sierra O’Reilly (1841), La novia del hereje de Vicente Fidel López (1854) y El Filibustero de Eligio Ancona (1861), Luego no resulta del todo descabellado pensar que Tapia se halla en la búsqueda de una “nueva” forma de contar una “vieja” historia.

Márquez Jiménez 48 quienes hace una lectura de la novela en clave independentista; que la novela proponga un cambio radical es condición sine que non para que exista la lectura independentista; luego, para

Zavala, habida cuenta de que la novela no parece ir más allá de esa agenda reformista, la novela deviene en una suerte de fracaso. Tapia y Rivera parece, pues, quedar en deuda con el lector

(independentista). Dicho esto, es necesario apuntar que al inicio de la novela Tapia se refiere a

España como “nuestra metrópoli” (9). Insistentemente fustiga a la metrópoli, a la autoridad colonial, por los males que aquejan a la Isla. Por ejemplo, al juzgar las causas por las cuales

Cofresí (o Ricardo, la mano derecha del pirata) deviene pirata, Tapia insiste en que ello es el resultado de la falta de cultura: “…el mal se cuela y aposenta mejor en la mente vacía, que en la que encuentra ocupada” (23). Tapia y Rivera hace de la peripecia de Cofresí (y de Ricardo) un instrumento de crítica al régimen colonial. Ello convertiría al pirata, en la imaginación de Tapia, en aquello que Hobsbawm llama un rebelde primitivo. Y lo es porque las filiaciones de Tapia y el cariz político de sus movimientos resultan, con frecuencia, imprecisos, ambiguos e incluso abiertamente conservadores. Cofresí, en palabras de Hobsbawm, sería un sujeto pre-político porque no ha nacido en el mundo del capitalismo, porque éste se le aviene como algo extraño, incomprensible, intratable (Hobsbawm 14). Más aún, Ángel G. Quintero Rivera subraya la asociación de Cofresí con un orden primitivo, el del marronaje, que desafía, resiste las jerarquías, el monopolio y centralismo impuesto por la metrópoli colonial. Para él la emergencia y captura de Cofresí es como el canto del cisne de este orden primigenio de resistencia.

A smugglers' trade, scattered along the coast, was replaced by official commerce,

centralized basically in the three principal ports. The dying world of marronage

was incapable of articulating an opposition. Opposition was expressed only in

Márquez Jiménez 49

typically individualistic terms through the social bandit, the pirate, the corsair, not

under orders of a foreign country, but supported by his own intrepid courage, and

protected against officialdom by the rural cimarroneria. It is very significant that

it was in 1825, when a mercantile official economy was beginning to take form,

when the runaway world was moribund in the estanciero transition, that Cofresi

the Pirate was captured (133).

Como se puede apreciar, Cofresí deviene una suerte de hito que marca el tránsito de una

época a otra. El pirata pertenece a esa clase social “most likely to be disenfranchised by changes in, particularly, the subsistence or economic basis of the society” ( hillips 184). El régimen colonial anterior ya le ha privado a Cofresí de un lenguaje específico con el cual poder expresar sus reivindicaciones, sus aspiraciones con respecto a la forma como ellos, los de su clase, esperaban que el mundo fuese (13). Ahora, el capitalismo emergente, encarnado en la presencia de la flota mercante estadounidense, tan sólo acentúa esa privación. El lenguaje al que apelan, entonces, es el de la violencia. Cofresí se hace pirata porque desafía a la autoridad ---“estoy reñido con las leyes de los hombres” (175)--- porque está convencido, en suma, de que no existe justicia en la tierra: “no he visto en el mundo siempre su justicia [la de Dios]” (263). as conversaciones con el Padre José Antonio ponen en escena esta ideología reformista de la clase propietaria de la que hablaba Iris M. Zavala. Para el Padre José Antonio, Cofresí es una fuerza desatada y sin dirección que debe ser encauzada dentro de las fronteras de lo social y lo moralmente correcto que el lector conoce. El Padre José Antonio es encarnación de una posición,dentro del debate en torno a la descolonización, que opera dentro del mismo sistema español, y desestima la violencia fundadora del Estado. Es necesario señalar, en ese sentido, que

Márquez Jiménez 50 el resto de las obras históricas de Tapia y Rivera apuntan en esa dirección. En ellas Tapia y

Rivera recrea un pasado que dará razón de ser al futuro al que aspira. Tapia no se muestra muy entusiasta por la opción de la independencia, antes por el contrario, Tapia quiere para la Isla el reconocimiento pleno como provincia de España;aspira a que Puerto Rico participe de pleno derecho en la política española junto con las otras provincias peninsulares. Tapia y Rivera desconfía de los autonomistas porque entiende que ellos se hallan dentro de la órbita de los

Estados Unidos y eso es contrario a la naturaleza de Puerto Rico: ellos son ante todo un pueblo hispano. Esto que acabo de decir se puede advertir especialmente, en dos textos: el ensayo biográfico Noticia Histórica de Ramón Power (1873) y en su autobiografía inconclusa Mis memorias: Puerto Rico como lo encontré y como lo dejo (1928). En esta última, Tapia afirma sin cortapisas: “Toda regeneración y progreso era posible bajo la bandera española (…) lo lógico, cuerdo y natural era ser lo que habíamos nacido: españoles” (82).

Lo curioso de las memorias es que son menos el recuento de la vida de Tapia y Rivera cuanto la exposición de la situación de la Isla. Las memorias de Tapia y Rivera están profundamente intrincadas con la historia de su patria: “Existe un motivo poderoso para que yo asocie mis memorias con la tierra en la que nací: aquellas son mi vida, y esta me la dio” (5). as memorias, entonces, son más bien una excusa para reflexionar acerca del estado de cosas en la

Isla durante el régimen colonial. Los dos primeros capítulos de las memorias de Tapia y Rivera trasuntan un rechazo al contexto político y social en el que le ha tocado vivir.

Ya que vine a este mísero planeta, en vez de haber ido a otro superior o menos

esclavo de las necesidades materiales, hubiera preferido nacer en otro país con

menos contras que este, verbigracia: menos murallones para mi ciudad nativa,

Márquez Jiménez 51

mejores caminos y más escuelas, más luces y menos faroles o faroleros en toda la

ínsula, con algo menos de “Yo lo mando” cuando se trata del al y del “Yo no

puedo” cuando se trata del Bien; esto es, menos omnímodas, impotentes para el

bien y potentísimas para toda clase de daños (7).

Su peripecia de vida sirve para ilustrar la forma como la metrópoli ha sumido en el atraso educativo a la Isla. Otro aspecto que destaca en las memorias es el propósito de hacer una especie de historia del periodismo y la imprenta; esto tiene como objetivodar cuenta de los esfuerzos de la metrópoli para acallar la voz del pueblo antillano. Finalmente, las memorias de

Tapia y Rivera consignan también una vista panorámica de distintos aspectos de la vida civil de la Isla. Así pues, Tapia y Rivera insiste en señalar, denunciar si se quiere, una y otra vez, la situación de atraso cultural, económico y educativo en el que ha vivido Puerto Rico. De esta forma, comentando diversos episodios de la historia nacional, Tapia y Rivera se aboca a buscar las soluciones posibles y eficaces a la situación de atraso de la Isla. Es así como exclama al concluir su relato de la Revolución de Lares (1868).

El reformismo fue providencial para Puerto Rico. Antes de él llegó a haber

muchos desesperanzados de obtener vida liberal de la Metrópoli, y cansados del

vacío que hacía en torno de toda aspiración de progreso moral y de derechos en el

sistema colonial, soñando con aquella solución, pero el periodo reformista les

sirvió de barómetro y ensayo, les permitió estudiar mejor el país y la cuestión, y

abrió los ojos a muchos patriotas desesperados pero que estaban de buena fe. El

estado progresivo de la metrópoli y el comenzar ésta a escuchar sus quejas y

Márquez Jiménez 52

aspiraciones, dándole participación en el cuerpo legislativo, y en su política,

revivió sus esperanzas y convinieron en que luchando con perseverancia en el

terreno nacional, que era el propio, podían ser tan ciudadanos españoles como los

demás, recobrando su herencia natural de consideración y derechos (81).

Tapia y Rivera pide paciencia, y con ello demuestra su fe ciega en la institucionalidad política. No cree que para obtener mejoras sea necesario fundar un nuevo estado, separándose;antes bien es necesario renunciar al viejo orden despótico y absolutista. Tapia y

Rivera está persuadido de la capacidad del sistema colonial de mejorarse a sí mismo, si abraza la ilustración, si se adscribe al liberalismo, si aplicaba, de una vez por todas, los principios de la constitución de 181230.

En Noticia Histórica de Ramón Power, Tapia y Rivera escribe la biografía del político puertorriqueño, artífice de las negociaciones que proveyeron a Puerto Rico de un régimen económico menos constreñido, centralista y monopólico31. Resulta curioso que, siendo Power un oficial naval español de éxito ---en 1808 como capitán de fragata ayudó a recuperar el territorio español de Santo Domingo, el cual había caído en manos francesas desde 1805--- Tapia

30La constitución de 1812, promulgada en las Cortes de Cádiz, se caracterizaba por representar un punto de partida en la política peninsular de reconocimiento de los derechos fundamentales del hombre. La constitución fue síntoma de las contradicciones de ese momento histórico: el texto proponía una equívoca y ambigua fusión entre principios liberales y la persistencia de una España tradicional, católica, fragmentada y dividida. La Constitución era más una medida de guerra la cual, a un tiempo, desafiaba a Napoleón y al orden político preexistente en España. Así pues, cuando Tapia y Rivera habla del reformismo habla de tres periodos distintos: 1812, 1820-23 (el trienio liberal) y 1836-37 por la cual se instaura el régimen parlamentario, se prescribe la división de poderes, a la vez que se limita el poder real. 31Las gestiones de Power redundaron en la reforma del régimen político y económico de la Isla. Por un lado se imponían límites a los poderes del gobernador que, ahora, no poseería poderes omnímodos que le permitían intervenir en todos los aspectos de la vida pública puertorriqueña; en particular la economía. De algún modo, las gestiones de Power dieron lugar, propiciaron, por así decirlo, la firma de la Real Cédula de Gracias de 1815 que hacía posible el comercio de Puerto Rico y Cuba con otras naciones y el paso masivo de migrantes a las dos Antillas. Las gestiones de Power constituyen el antecedente de las gestiones realizadas por José María Quiñones, quien en 1823 abogó, una vez más, ante las Cortes, por una mayor autonomía para la isla, especialmente en los asuntos domésticos.

Márquez Jiménez 53 se enfoque más en los logros que alcanzó en la vida civil, como Diputado de Cortes por Puerto

Rico, electo primer vicepresidente; y ponga de soslayo las hazañas militares32 de Power que bien darían para mitificarlo. He allí, me parece, una declaración firme de las convicciones de Tapia y

Rivera: entre lo militar y lo civil, él opta por lo segundo; esto es, entre la violencia y la negociación, Tapia prefiere la vía concertada, el diálogo dentro de un marco legal establecido.

Tapia y Rivera está convencido de que la solución a los problemas de Puerto Rico pasa por la obtención del derecho a tener diputados de cortes. Al mismo tiempo, está persuadido de que Puerto Rico debe resistirse a seguir los pasos de las naciones suramericanas (98). La

Revolución de Lares, la revolución independentista puertorriqueña que se desató en 1868, fue sofocada en apenas unos días, y sus efectos ---destierros, centenares de encarcelamientos, muertes en prisión, censura de prensa y prohibición de reunión--- persistían aún ocho años después, es decir, para el momento en el cual Tapia y Rivera está muy probablemente trabajando el manuscrito de Cofresí. Valga agregar que, para 1876, aún se libra la primera guerra de independencia cubana. No cuesta mucho imaginar el impacto que tuvieron en la conciencia de

Tapia y Rivera la destrucción masiva de los medios de producción en Cuba33, las muertes en batalla (poco más de cien mil), así como la campaña de prensa desarrollada en los diarios españoles según la cual la guerra de independencia cubana buscaba, tan sólo, el exterminio de todos los blancos en las Antillas.

José uis González en su ensayo “El país de cuatro pisos” presenta una idea que resulta clave para entender a la sociedad puertorriqueña y, por extensión, la posición de Tapia y Rivera

32Power también participó, en 1793, en la defensa de Tolón en contra de las fuerzas invasoras napoleónicas. 33Louis Pérez Jr. consigna que, luego de la guerra de los diez años (1868 -1878), la economía cubana quedó absolutamente depauperada merced al hecho de que las plantaciones e ingenios azucareros en la Isla fueron destruidos casi en un 70%. Por otro lado, la metrópoli resolvió trasladar el costo de la deuda de guerra a los plantadores cubanos, bajo la forma de nuevos impuestos. Apenas un lustro después de acabada la guerra 90 % de los plantadores cubanos estaban en situación de insolvencia. Hacia 1880, la economía cubana cayó en una profunda recesión; los cinco bancos más importante de la Isla y siete de las casas de comercio cayeron en bancarrota.

Márquez Jiménez 54 ante el dilema de la situación política de la Isla. González sostiene que la élite puertorriqueña del siglo XIX nunca se planteó el problema de Puerto Rico en términos de nacionalidad sino en términos de sociedad porque para ellos la nación no era sino una posibilidad. De allí que fueran asimilacionistas primero y autonomistas después, y que sólo una minoría defendiera el separatismo. Puerto Rico, luego de la Real Cédula de Gracias de 1815, se nutre de la migración; su sociedad empieza, entonces, a componerse a partir de la presencia de familias e individuos desplazados por las guerras de independencia suramericana: realistas fieles a la metrópoli.

Luego, si la nación es una posibilidad, y no una necesidad es porque dos terceras partes de la sociedad puertorriqueña se siente española antes que americana. Si Puerto Rico es, antes que nada, una sociedad, la opción decidida por la asimilación, primero, el autonomismo, después, y por la estadidad, finalmente, obedece a cuestiones, si se quiere, de orden práctico. De lo que se trata, siempre, es de refundar el pacto colonial, de mantener el status quo34.

No debe extrañarnosque, casi una centuria después, el diario El Mundo y su ideología conservadora pro-estadidad reivindique y haga suya la novela de Tapia y Rivera. Que Puerto

Rico se piense menos como una nación que como una sociedad constituye una de las fuentes de las cuales mana la bivocalidad del texto.

Así pues, si las conversaciones entre Cofresí y el padre José Antonio ponen en escena la crítica al régimen colonial (español) y la pertinencia de una reforma.La plática con Pieretti, y otra posterior con los miembros de su tripulación, consignan la crítica a la presencia de los

Estados Unidos en El Caribe como potencia emergente. Fustigan, pues, al capitalismo

34Salvando las distancias temporales e históricas, veo un cierto paralelismo entre el Puerto Rico de finales del siglo XIX y el Puerto Rico de finales del siglo XX. En ambos casos una élite (económica y social) busca la preservación del régimen de beneficios que ha usufructuado por generaciones, persigue, en suma, mantener las cosas más o menos iguales: reformular lo reformulable, refundar, lo refundable, preservar, con ligeros cambios, el estado de cosas, conservar el mundo tal y como se conoce. Esa élite no optará por el salto al vacío que representa fundar una república, cortar lazos definitivamente con la metrópoli.

Márquez Jiménez 55 transnacional imperialista que ve en el Caribe la pieza clave del dominio sobre el comercio marítimo en el Atlántico. En la discusión con Pieretti, Cofresí consigna las razones por las cuales se hace pirata. De entre todas destaca aquella que se conecta con la presencia de buques mercantes extranjeros:

Cierta noche navegaba descuidado en mi balandro El Santo Cristo, cuando un

buque extranjero, a pesar de mis voces, lo pasó por ojo. A no ser por mis brazos

de nadador, hubiera perdido la existencia que desdeñaron salvar los que iban en el

barco, que por mayor atropellaba el mío, y que siguió navegando indiferente y

dejándome en el mar. Desde entonces han pagado con creces los barcos de aquella

nación con que he topado, el daño que me hicieron…(55)

En ese fragmento no resulta evidente que el barco “agresor” de Cofresí sea estadounidense, o de cualquier otra nacionalidad, sin embargo, en un momento posterior, durante una conversación entre Cofresí, Ricardo y el Campechano, la nacionalidad del barco agresor queda revelada, toda vez que es la misma de “la goleta americana de guerra, que anda tras de nosotros por estos mares” (91). Remata este diálogo Ricardo diciendo que la goleta persigue a

Cofresí porque es incapaz de perdonar que los piratas,en acto de venganza, no tan sólo hayan secuestrado la carga, sino que, además, la hayan quemado: “…al perseguirte en las playas de

Cabo Rojo, no dejase el fuego ni reliquias del importante cargamento que quitaste a aquella goleta de su nación” (91). o que hace sumamente interesante este episodio es que el cargamento ha sido disputado por Cofresí y su tripulación cuerpo a cuerpo, en lucha a muerte. Poco después ha sido quemado en una suerte de festín, un acto de rebeldía que no tiene un significado

Márquez Jiménez 56 económico, antes por el contrario, tiene un significado simbólico “hacer pagar con creces la afrenta”. ero sobre todo, este acto apunta en dirección a la obligación de recuperar ese mar de la dominación extranjera. La quema de la carga tiene una significación que se puede entender a partir de lo que se ha dado en llamar el contra-teatro de los pobres (Dabove 291; Block 99;

Thompson 60). Esta quema de la carga es, utilizando palabras de Juan ablo Dabove: “not mere chaos but a political performance that parallels and challenges (though perhaps in a more ephemeral fashion) those (…) performances of domination” (290). No resulta descabellado que

Cofresí haya sido reivindicado, también, por los independentistas. En la novela hay otra escena, frecuentemente citada por los que hacen de Cofresí el “héroe primigenio en la narrativa de afirmación nacional” (Del Toro Ruiz, 39). Esta escena es aquella en la cual el barco de Cofresí es perseguido por la goleta estadounidense Grampus y el narrador nos dice: “El Mosquito tenía que habérselas con un águila; pues tal venía a ser entre ambos la relación de tamaño y fuerza”

(150). En una operación de forzada totalización, los independentistas ven en Cofresí y su goleta

“El osquito” la encarnación del pueblo puertorriqueño, insumiso, valeroso y amante de la libertad, que resiste, con las armas de los débiles, al poder inconmensurable del expansionismo estadounidense. La palabra bivocal habita el texto de Tapia y Rivera y se expresa a travésdel pío sacerdote José Antonio, encarnación de la España católica, y del anhelo de asimilación a la metrópoli; y también a través de Cofresí que se convierte en el hombre que enfrenta a los estadounidenses, quema sus cargas y muere como un héroe, como un valiente: mirando de frente a la muerte.

Si en el régimen de representación apreciamos la existencia de una presencia doble

(bivocal), esto se reproduce plásticamente en el mundo representado. Cofresí, el pirata elaborado por la tradición popular como un bandido generoso, tiene su otro, su doble en Caín, el

Márquez Jiménez 57 delincuente avaricioso. Es este el segundo conflicto que proponen las palabras de apertura de la novela: “el personaje no es edificante, pero su leyenda lo es: ya lo veréis” (9). Estas palabras iniciales postulan la existencia de más de un Cofresí.

Tapia en la novela da cuenta de que conoce bien lasdiferentes versiones en torno a los hechos de Cofresí. Sabe Tapia que hay un Cofresí pirata (héroe) y otro delincuente (falso, cobarde y ruin). Un diálogo entre Cofresí y Ricardo revela que Tapia sabe que acaso Cofresí sea menos que un héroe y más que un pirata35. En este diálogo, en el cual el pirata refiere la razón por la que es perseguido ---se sabe que por realizar actos piráticos en contra de las naves estadounidenses; declara éste también, jactancioso: que ha estado en prisión, y se ha fugado; que ha robado la embarcación en la que ahora navega, y también el cañón que la equipa. Ahora bien, esa dimensión poco edificante de Cofresí me parece que hace necesario dentro de la novela otro acto, compensatorio: el de la creación del alter ego de Cofresí, cuyo nombre no conocemos, pero que es nombrado inequívocamente a partir de su naturaleza violenta y aviesa, Caín. De esta forma, la novela pone en escena la cohabitación de dos figuras: la del bandolero versus la del pirata.

Podría pensarse que, en su condición de sujetos proscritos, el bandido y el pirata cumplen las mismas funciones dentro del relato de la nación. Sin embargo, aunque hay puntos de encuentro entre ambos conceptos, también hay significativas diferencias que se acentúan cuando tomamos en consideración el ámbito geográfico: El Caribe contrapuesto a la Hispanoamérica continental.

35Walter Cardona Bonet propone que Roberto Cofresí era un delincuente, un contrabandista y un asesino convicto mucho antes de hacerse pirata. Cardona Bonet consigna una circular datada en 1821, y originada en el Juzgado de Letras de San Germán, requiriendo el apresamiento del reo Juan Bey, compinche de Roberto Cofresí en la comisión de “varios hechos criminales”, que colocan al pirata de Cabo Rojo en actividades no asociadas con la vida marítima, sino con el robo y el agavillamiento (46-47). Cardona Bonet consigna, asimismo, documentación que prueba que Roberto Cofresí estuvo preso hasta diciembre de 1821, fecha en la cual escapa de la cárcel (49-50).

Márquez Jiménez 58

El bandido como tropo fundacional de las culturas nacionales de América Latina durante el siglo XIX ha sido representado, por un lado, como una fuerza adversaria, como una fuerza demoniaca que opera (y amenaza al ciudadano como sujeto) al interior de las épicas liberales decimonónicas (Dabove, 3). El pirata, entretanto, dentro de la imaginación letrada hispanoamericana ha sido presentada con frecuencia como una presencia otra, pero no como una

Otredad –en su sentido convencional, sino como un sujeto extraño, foráneo (Gerassi 8; Dabove

296). El pirata se hallaba (a)fuera del ámbito de la nación y en tanto tal podía encarnar, bien los apetitos, esto es, las alianzas deseables que las nacientes repúblicas latinoamericanas podían establecer dentro del concierto de las naciones, los modelos a los cuales se debería aspirar para incorporarse plenamente a la modernidad, o bien, los temores y aprensiones de abandonar un modelo de sociedad para abrazar otro. Ahora bien, si Caín en tanto bandolero, es esta fuerza demoniaca, descrita como una alteridad, como un otro radical: “the sum of all fears of the lettered city” (Dabove, 285), en virtud de lo cual debe ser suprimido; Cofresí, por su parte, me parece que no se ajusta a la descripción de los piratas que hacen Gerassi-Navarro y Dabove. En primer lugar, porque no es un sujeto foráneo, extraño. En segundo lugar, porque no es metáfora de un modelo social, económico o político (foráneo) al cual pudiera adscribirse la nación. Cofresí es otra cosa, y en tanto tal, resulta índice de una estructura profunda no demasiado distinta, en su significado, a las que se pueden apreciar en las novelas de piratas de Justo Sierra O’Reilly El

Filibustero, Soledad Acosta de Samper Los piratas de Cartagena, Vicente Fidel López La novia del hereje: la ciudad letrada, imaginándose a sí misma, respondiendo con urgencia a conflictos reales que desafían su integridad y soberanía.

Tapia y Rivera insistentemente señala que Cofresí como carácter es el producto de una

“imaginación alucinada a consecuencia de la iliterata narración de fechorías, que la mente

Márquez Jiménez 59 popular casi siempre tan propensa a lo maravilloso, suele convertir en envidiables y seductoras hazañas” (23). ás aún, Ricardo se une a Cofresí movido por “cierta especie de entusiasmo novelesco” (89). a literatura (romántica) está muy presente tanto en el régimen de representación del pirata, como en el mundo representado. Cofresí se hace pirata, parece sugerir

Tapia, porque su imaginación es capturada por esta representación del espíritu libre e igualitario, valiente, caballeresco y justiciero. Al mismo tiempo, Tapia dice que la leyenda acompaña al personaje y, podríamos agregar, lo excede, excede el espacio mismo de la novela:

Las gentes le censuraban, y sin embargo, no le aborrecían, porque la época era

aquí como lo había sido en otras partes, demasiado romántica, para no armonizar

lo inmoral con lo halagüeño; y la audacia, el valor y el desprendimiento de que

hemos hablado, han solido cautivar por desgracia, en ciertas épocas, sobre todo, a

una parte considerable de la humanidad (135).

El fragmento antes citado nos permite juzgar las proezas de Cofresí mucho más allá del espacio de la novela. Proporciona la clave de interpretación de las acciones del Cofresí histórico, del legendario, del personaje de la novela; pone de relieve, pues, que en torno a la figura de

Cofresí se ha construido, se está construyendo y se construirá una fábula de identidad. Anticipa, también, el proceso de invención de una tradición en Puerto Rico: la que hará posible que en un balneario de Boquerón en Cabo Rojo se conmemore, en 1991, el bicentenario del nacimiento de

Roberto Cofresí con una estatua financiada con fondos públicos del Instituto de Cultura

Puertorriqueña. Así pues, como punto focal de la invención de una tradición, Cofresí es, de un modo ejemplar, puertorriqueño. Por eso el modelo de Gerassi-Navarro no basta para explicarlo

Márquez Jiménez 60 completamente. Gerassi-Navarro subraya que las novelas en las cuales se hallan representados piratas americanos, ponen en escena un debate en torno a la identidad nacional. Los autores miran el pasado tratando de imaginar el futuro al que aspiran, es decir, tratando de encontrar allí el modelo de sociedad al cual quieren aspirar, y que habrá de legitimar su ideal. Así Europa

(Francia o Inglaterra) y España nunca dejan de ser considerados elementos vertebrales del proyecto. Esto, empero, plantea dos ausencias por demás significativas en el debate en torno a las ficciones fundacionales: “that of the indigenous people and blacks. How did these individuals fit into the American Project? (105-107). La respuesta a esta pregunta es negativa: indígenas y negros no encajan, son marginados, alterizados, por eso están condenados irremisiblemente al fracaso en estas nation building fictions.

Keneth J. Kinkor señala que es posible pensar a los piratas del Atlántico como “social do- gooders” (198). Apunta Kinkor que los piratas europeos lejos de ser “chance associations of individual criminals” (196), pueden ser vistos como una subcultura al margen de la ley, comprometida en una rudimentaria insurrección marítima, un ciego levantamiento popular, en una suerte de montonera dirigida en contra de las instituciones de autoridad de la marina mercante, y de los imperios mercantiles mismos, “almost a slave revolt” (196). Kinkor va más allá y sugiere que las comunidades piráticas encajan bastante bien en el paradigma de la

Revolución francesa: liberté, egalité, fraternité (197). Luego, no resulta sorprendente que Cofresí sea celebrado como héroe nacional en tiempos de sujeción, en momentos en los cuales la presencia del poder hegemónico quiere imponer su destino manifiesto o, bien, quiere mantener su poder omnímodo. Los piratas, los verdaderos ---no los corsarios--- están de nuestro lado, del lado de los subalternos; por eso Cofresí deviene en emblema de la salida política que muchos de los boricuas desean para la Isla: el reconocimiento de derechos autonómicos. Y esto sucede

Márquez Jiménez 61 merced al hecho de que el Padre José Antonio le ofrece a Cofresí la oportunidad de redimirse, de formar parte de algo más grande que su propia rebelión ciega e “iliterata”. El padre José Antonio recupera a Cofresí para la causa descolonizadora. He allí lo que Cofresí tiene de “do-gooder”.

Decía que Cofresí no se ajusta al modelo propuesto por Gerassi-Navarro y ello sucede también porque la ejecución de Cofresí, su derrota, antes que ofrecer un “dim future for those surviving the conflicts” (8) nos promete, en la figura del niño rescatado ---complementaria a la conversión del pirata--- un cambio para bien. De allí que la novela de Tapia y Rivera acabe proponiendo un final optimista.

Ahora bien, decía que la novela consigna la cara bifronte de Cofresí. Tal como dice

Benjamin, no hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie

(Benjamin, iscursos… 182). En la novela de Tapia y Rivera esto tiene lugar:Caín es el doble negativo de Cofresí. Si éste es movido por una imaginación romántica y novelesca, aquél se mueve sólo por codicia ---recordemos que Cofresí desprecia el dinero. Conforme Cofresí es retratado como un caballero, Caín es objeto de descripciones que lo degradan moralmente, lo animalizan:

… a sangre era alimento que de vez en cuando necesitaba su índole, en el que el

elemento fiera (…) predominaba. rocedía pues, por instinto, puesto que las

pasiones eran en él meras causas ocasionales. Nació homicida como se nace

deforme, sólo que en él estaba adornada tan horrible tendencia, con el concurso de

la ira que le cegaba, la codicia que era su apetito y la envidia que era su médula…

(49)

Márquez Jiménez 62

Caín es la suma de todas las lacras, de todos los vicios. En él confluyen los más hórridos pecados que hacen imposible avanzar hacia la realización del contrato social; Caín es un monstruo, una bestia salvaje porque rechaza sistemáticamente el orden social, ese orden de determinaciones y obligaciones sobre los cuales reposa la vida social. Ser sujeto, nos dice Juan

Pablo Dabove, es igual a estar sujeto, atado a la ley. Ser sujeto es consentir la sujeción a una instancia superior de poder para la cual no existe un exterior, puesto que lo exterior es inhumano, salvaje, feral (289). Es ese, precisamente, el retrato de Caín que se nos ofrece. Por eso debe ser eliminado.

Cofresí, entretanto, nos dice el padre José Antonio, es mejor persona de lo que parece:

…su exterior no revela lo que se refiere en contra suya. Siempre consuela no

perder la fe en la humanidad: Yo creo que con buena compañía, podría aún

salvarse. Su imaginación le extravía y su voluntad le daña; pero su corazón no me

parece corrompido. Acaso no sea tan malo. (178)

En Cofresí existe la posibilidad de rectificación, de redención. Cofresí es una fuerza mal orientada, pero se trata de una fuerza que puede ser de utilidad. Tapia acá, en la figura del Padre

José Antonio, se arroga la tarea de transformar esa fuerza en una positiva. Valga señalar al respecto que El Padre José Antonio es un sacerdote español. El Padre José Antonio deviene metáfora de una ciudad letrada hispanófila y católica, y hace evidente la estructura profunda del texto: es la clase a la que pertenece Tapia y Rivera ---no se debe olvidar que él es español de

Márquez Jiménez 63 origen, también--- la llamada a resolver la situación política de la Isla, transformando a las fuerzas vivas y dislocadas de la sociedad en fuerza productivas y morales. En esta tarea la literatura, entonces, habrá de jugar un papel primordial en ese proceso de (con)formación del nuevo sujeto político puertorriqueño. Así pues, a este gesto de transformación de Cofresí corresponde otro, el de supresión del Otro, del monstruo, como condición de posibilidad para la existencia de un nuevo pacto colonial. Es por ello que Caín muere a manos de Cofresí, cuando aquél quiere amotinarse. Me parece que eso da cuenta de dos cosas: en primer lugar, que Caín no es un pirata. Marcus Rediker, C.R. Penell y otros especialistas acerca del tema de la piratería insisten en destacar el sentido de fraternidad que imperaba entre los piratas. Todos ellos destacan que los piratas nunca se amotinaban en contra de un capitán pirata, un igual para todos los efectos. Ellos se amotinaban en contra de la autoridad despótica y espuria del capitán mercante.

Entonces, este episodio plantea un desafío a nivel de la estructura profunda del texto de Tapia y

Rivera: o Caín no es pirata, o la autoridad de Cofresí es espuria y despótica. La rebelión de Caín, entonces pone en escena un contencioso: el de la ciudad letrada versus el bandolero, porque a fin de cuentas si Caín no es un pirata es un bandolero. Caín en tanto bandolero encarna una fuerza bárbara que escapa al control material y simbólico de la élite letrada (Dabove 6). La élite para legitimarse debe suprimirla, eliminarla de raíz. Cofresí sirve a este fin, pues es evidente que aún en su rebelión nunca ha dejado de ser un adlátere de esta clase. Eso queda demostrado en los encuentros con el Padre José Antonio, poco después de la muerte de Caín. Merced a un reconocimiento mutuo entre el sacerdote y el pirata, Cofresí llega a admitir que aún existe justicia entre los hombres, y el sacerdote afirma que el corazón del pirata aún no está corrompido

(Tapia 176); se ve también en la transformación del pirata poco antes de su ejecución, cuando

Márquez Jiménez 64 finalmente abraza “las fuerzas del bien” gracias a los ruegos e intercesiones del padre: “¡Creo en

Dios, y Él me perdone!” (265), acaba exclamando Cofresí.

Poco después de la ejecución de Cofresí el padre José Antonio visita la tumba del pirata y ora sobre la tierra recién apisonada: Con la paz que caracteriza al que acaba de hacer un gran bien, el padre José Antonio se pregunta si Cofresí habrá alcanzado la salvación. En realidad, el padre está seguro de que así ha sido: su intercesión, su poder para persuadir a Cofresí de que el camino de la violencia no es la solución ha obrado el milagro. Y este milagro de conversión deviene en metáfora del deseo que hay en Tapia y Rivera de convertir a los independentistas como Ramón Emeterio Betances36 a la causa descolonizadora. Tapia y Rivera está persuadido de que la vía es la de la negociación serena y paciente y no la violencia propia de espíritus no cultivados. Es por ello que el narrador exclama, luego de que el padre se retira de la tumba de

Cofresí: “El cielo acababa de serenarse; ¿sería la sonrisa de un mal que acaba y un bien que nace?” (266). Esto convierte la muerte de Cofresí en un sacrificio, en el acto de subsumir la violencia de este rebelde en el ámbito superior de los intereses de Puerto Rico, haciendo de

Cofresí una suerte de héroe-mártir. He allí el elemento en el que difiere la peripecia de Cofresí con respecto a lo planteado por Gerassi-Navarro para los piratas americanos. Cofresí merced a su redención, pasa a formar parte, en calidad de emblema, de la opción descolonizadora de Tapia y

Rivera.

Lo más interesante de esta doble supresión, es la existencia de un resto que mina, desde el interior, este intento de domesticar la violencia. El niño que sobrevive, ese pequeño a quien

Cofresí entrega al cuidado del padre José Antonio ---pues sus padres han muerto en el abordaje de Cofresí; ese chiquillo cuya imagen es la última en la que piensa Cofresí antes de su

36Betances fue líder de la Revolución de Lares de 1868, la cual, como dije antes, fue sofocada en apenas unos días debido a una delación.

Márquez Jiménez 65 conversión, ese niño recibe la herencia de Caín, el tesoro enterrado37, resultado de la violencia y el crimen. Si ese pequeño es, pues, aquel en el que hay creer y esperar para que aprovechen los hechos de Cofresí; si ese chiquillo es el futuro, se tratará, entonces, de un futuro inoculado de violencia que, pertinaz, habrá de volver, como si se tratara de una manía.

IV. Huracán de Rafael Toro Soler: Cofresí como ícono anti-imperialista y agente aglutinador de

lo nacional.

Huracán es publicada en 1897 en Puerto Rico, luego de haberse hecho acreedora del

Primer premio en el Certamen Literario de la Prensa de Ponce y del Círculo de Lectores de

Ponce en 1896. Su autor, Ricardo del Toro Soler, fue un dramaturgo y poeta considerado entre

37Resulta interesante llamar la atención acerca del siguiente detalle. David Cordingly en su libro Under the Black Flag afirma que el motivo del tesoro enterrado aparece por primera vez en la novela de Robert Louis Stevenson island. Si reparamos en la fecha de publicación de Cofresí, (1876)y la contrastamos con la fecha de publicación de (1883), se podrá advertir que el novelista puertorriqueño se adelanta al escocés en la presentación del motivo. Ahora bien, si, además, reparamos en el hecho de que Tapia y Rivera ha señalado que su historia proviene, en parte, de la tradición oral popular puertorriqueña, esto bastará para concluir que el motivo ya se hallaba presente en la imaginación popular hispánica. En ese sentido, vale la pena señalar que el historiador puertorriqueño Salvador Brau publica, hacia el final del siglo XIX, dos textos costumbristas de extracción folklórica popular: Los filibusteros (1881) y Un tesoro escondido (1885) en ambos aparece el motivo del tesoro escondido. El motivo del tesoro escondido parece venir, en la tradición hispánica, de la asociación entre el avaro y el dinero que éste desea sustraer de la vista pública. La asociación entre el avaro y el entierro de dinero es una de larga data. Cervantes en el Quijote nos ofrece la historia de Ricote el morisco avariento que entierra su fortuna en las afueras de la ciudad en la que solía vivir. Al parecer era esta una práctica muy común entre los moros expulsados (Miguel Ángel Galindo Martín, 59). Se ha de recordar, entonces, que el narrador de la novela de Tapia y Rivera, al referirse a Caín, destaca su naturaleza avara y codiciosa: “el oro era en él avaricia en cierto modo puesto que lo enterraba” (43). En cualquier caso, el motivo del hallazgo de un tesoro es uno de los más antiguos en el folklore (Jane Garry, Hasan M. El-Shamy). El ábrete sésamo de la Alí Babá, por ejemplo, se corresponde con este motivo, y tiene múltiples variantes en países y tradiciones culturales tan diversas como las de China, África o Islandia. Otra variante del motivo fue la recogida por los Hermanos Grimm en el cuento Simeliberg en la cual una montaña esconde un tesoro que pertenece a doce ladrones y que puede ser hallado sólo a través de una fórmula secreta, una suerte de conjuro que compele a la montaña a abrirse y entregar lo que hay en su interior. La lámpara de Aladino de Las mil y una noches también explota este motivo. Otra variante que he podido hallar es la que ofrece el Beowulf, en la cual es un dragón el que custodia el tesoro escondido en una cueva. Como quiera que resulta muy difícil establecer una prelación en el surgimiento en la literatura del motivo del tesoro escondido, si es cierto que el motivo involucra normalmente la asociación entre la avaricia y el dinero mal habido, todo lo cual propicia que el dinero sea escondido o enterrado. Luego, por el lado de los bienes mal habidos, resulta casi natural la asociación entre el pirata y el tesoro escondido. En cualquier caso, quedará para un trabajo futuro seguir el rastro del motivo del tesoro enterrado y examinar su desarrollo en la tradición literaria anglosajona y española.

Márquez Jiménez 66 las jóvenes promesas del teatro puertorriqueño38. Además de novelista, poeta y dramaturgo,

Toro Soler fue abogado y notario público39. Su ámbito de acción fue Ponce y es este un detalle interesante, toda vez que entre los puertorriqueños se considera a Ponce como la capital alternativa de la Isla, por ser el centro de la actividad independentista40. Ponce hacia 1887 fue sitio de reunión de los autonomistas puertorriqueños quienes celebraron allí una asamblea que involucró a todos los sectores que hacían vida política en la Isla e, incluso, procuró implicar a los autonomistas e independentistas cubanos. La Asamblea de Delegados de Ponce discutió un plan para diseñar el régimen político y el ordenamiento económico y administrativo a ser implantado en la Isla, lo cual en último caso suponía una suerte de igualación de la Isla con la Metrópoli en lo que toca a la administración de derechos civiles y políticos (Díaz Soler 630). En Ponce, también, hicieron vida política y cultural personajes de la talla de Eugenio María de Hostos y

Manuel Zeno Gandía; así como Luis Muñoz Rivera41, Baldorioty de Castro y Salvador Brau quienes en 1870 habían fundado el Gabinete de Lectura y más tarde el diario La Democracia42.

En 1887, en Ponce, se fundó el Partido Autonomista Puertorriqueño que negocia su fusión con el

Partido Liberal Español, lo cual hace posible que se otorgue a Puerto Rico la mayor

38Josefina Rivera de Álvarez lo incluye dentro del grupo de dramaturgos de la década del noventa del siglo XIX que ofrecen testimonio de la decadencia del género teatral romántico en la Isla y el nacimiento del teatro moderno. Angelina Morfi agrega que una parte de su obra se inscribe dentro de tendencia costumbrista española, destaca también su dominio de la técnica dramática y del carácter argumental, lo cual se pone de manifiesto, especialmente, en sus dramas histórico-dramáticos (219). 39Un informe del gobernador estadounidense para a Isla consigna el nombre de Toro Soler como notario público para el pueblo de Cabo Rojo en 1909. 40Ese es el parecer que recoge Ángel Quintero Rivera en su libro Ponce, la capital alterna: sociología de la sociedad civil y la cultura urbana en la historia de la relación entre clase, raza, y nación en uerto Rico. 41Muñoz Rivera fue hacia 1891 el jefe máximo del autonomismo puertorriqueño; desde esa posición concertó con la clase política española, especialmente con el Partido Liberal español, el pacto político que hizo posible que Puerto Rico alcanzara la condición de gobierno autonómico en 1897 (Rivera de Álvarez, 1042-1043). Luego, bajo la administración estadounidense, Muñoz Rivera fue uno de los artífices del acuerdo Jones que liberalizaba la estructura política insular y concedía a los puertorriqueños la ciudadanía de los Estados Unidos (Rivera de Álvarez, 205) 42El diario La Democracia fue tribuna privilegiada de los autonomistas. En él se libraron encendidos debates con sectores adversos a la autonomía de la Isla, así como también se discutió acaloradamente la guerra de independencia cubana. Por último, cabe señalar que en La Democracia se publicó también una significativa muestra de la producción poética romántica puertorriqueña, toda ella de carácter político e histórico.

Márquez Jiménez 67 descentralización posible dentro del marco de la unidad nacional española (Trías Monge 86). En

Ponce también ejerció la docencia Alejandro Tapia y Rivera hacia 1880. No cuesta mucho pensar que el joven Toro Soler estuvo bajo el influjo de la extraordinaria actividad política que se había desarrollado en Ponce hacia el último cuarto del Siglo XIX.

Cuando se publica Huracán, se está librando la guerra de independencia cubana en la cual Estados Unidos interviene veladamente, como una especie de árbitro, reclamándole a

España el excesivo uso de la fuerza y el establecimiento de campos de concentración en el centro de la antilla. Por otro lado, cuando se atisba en el horizonte la guerra hispano-estadounidense, una parte de las simpatías de los boricuas estaba con los estadounidenses ---en tanto agentes coadyuvantes en el proceso de liberación del yugo colonial. Otra,estaba con el derecho de autodeterminación de los pueblos. Los miembros del partido autonomista puertorriqueño quieren para la Isla autonomía plena y no otra forma de tutelaje; por tanto, ven en los Estados Unidos una suerte de amenaza (Arana Soto, 71). Habida cuenta de la juventud de Ricardo del Toro Soler --- tiene apenas 24 años--- la única forma de colegir la ideología y afiliaciones políticas del autor es atendiendo al hecho de que la novela consigna sus simpatías hacia quienes optan por la autodeterminación del pueblo puertorriqueño, sin que haya lugar a mediaciones de parte de la nación norteamericana. La novela de Toro Soler captura este conflicto entre los partidarios de sujetarse al poder estadounidense como vía diferida a través de la cual llegar a la autonomía y los que creen en la independencia plena de Puerto Rico.

Toro Soler en su novela hace de Cofresí un humilde pescador. La novela se inicia en el momento en el cual Roberto (Cofresí) sufre la agonía de su esposa y con angustia advierte que su tremenda pobreza es el mayor obstáculo para la recuperación de su mujer. Roberto no posee el dinero necesario para comprar las medicinas para su mujer. Roberto se hace a la mar ---contra las

Márquez Jiménez 68 prevenciones de su familia, ya que temen por su seguridad--- para obtener el dinero necesario para comprar las medicinas. Roberto obtiene una jugosísima pesca que hace pensar al lector en la posibilidad de salvación de su mujer.Sin embargo, cuando él va de vuelta a puerto, un bergantín mercante se atraviesa en su camino y le corta el paso poniéndolo en riesgo de echar a pique su pequeña embarcación. Roberto hace señas a la tripulación del barco para prevenir el choque, para hacerse ver de la enorme mole de bandera estadounidense. Todo es inútil, el barco pasa por encima de la modesta barca de Roberto y éste debe arrojarse al agua para no perder la vida. Un joven pasajero en el puente del barco ve a Roberto y le arroja un salvavidas. Gracias a ello el pescador salva su vida después de muchos esfuerzos. De regreso a su casa, tropieza con su hija que sale de la pobre choza en la que habitan para caer desmayada en sus brazos. Al entrar, ve a su esposa en el suelo, inerte, “abandonada completamente, pues ni aún sus ojos habían sido cerrados por una mano amante o caritativa” (34). Su madre yace también en el suelo con una herida en la cabeza. Cuando las dos mujeres salen de su estupor le refieren a Roberto que ese mismo día el apremiador había venido a cobrar una deuda de impuestos y había injuriado y vilipendiado a su familia a la vez que había agredido físicamente a su madre y a su hija. Roberto, ciego de dolor y de ira, jura venganza en contra de los norteamericanos y en contra del cobrador de impuestos municipales43. Resulta interesante la forma como Roberto iguala ambas afrentas y las considera, sin solución de continuidad, como el motivo que lo habrá de mover hacia el ámbito de lo proscrito. “Venganza” pronuncia amenazadoramente, trémulo de ira. Es así, pues, como Roberto arma su partida y se hace al mar para asolar las costas de Puerto

Rico en su pequeño bajel Relámpago y atacar preferentemente barcos mercantes

43La escena en la cual la yola de Cofresí es arrollada por un barco mercante que casi le quita la vida reproduce la que Tapia y Rivera describió en su novela veinte años antes. La diferencia estriba en que Toro Soler suple la escena, le agrega algo que la escena descrita por Tapia y Rivera dejaba borroso. Toro Soler nos dice claramente que el barco mercante es estadounidense.

Márquez Jiménez 69 estadounidenses. Hasta allí, la historia de Roberto y sus piratas posee todos los atributos de los relatos del bandidaje social. Roberto era un humilde pescador que ha sido empujado forzosamente al ejercicio de la violencia. Su pendencia en contra de los estadounidenses ha sido, pues, motivada por una suerte de afrenta personal que involucra a su mujer, emblema de su honra. Su partida (o banda) se mantiene unida menos por la existencia de un programa de acción medianamente articulado en términos, por así decirlo, políticos que por el deseo, una suerte de pulsión de venganza que busca satisfacer la ofensa infligida (Hobsbawm 42). Hasta allí o a partir de allí, decía, Roberto, ahora Huracán, es construido como un bandido social44.

Huracán es, en cierta medida, un rebelde primitivo, un agente de un movimiento pre- político. Es aquí cuando cobra importancia la idea de la invención de la tradición de Hobsbawm:

Huracán como bandido social encarna unos valores que han de hallarse en el núcleo de cualquier iniciativa política estructurada. La rebeldía de Roberto está operando, simultáneamente, en dos niveles: el local y el multinacional, por eso Huracán es a la vez bandido (pues pone en escena las tensiones internas en la narrativa de la nación) y pirata (en tanto y en cuanto es testimonio de resistencia a la acción imperial). Huracán parece consignar las ansiedades que la clase política puertorriqueña confronta hacia 1895: obtener la plena autodeterminación de parte de la metrópoli colonial y al mismo tiempo resistir la acción de un emergente imperio que ve en El Caribe su destino manifiesto.

Ha de ser también por todo esto que en la novela se pone en marcha un proceso de creación de sentido mítico en torno a la figura de Cofresí. Para Roland Barthes la creación de sentido mítico tiene que ver con el mecanismo de constitución de un signo en un sistema semiótico de segundo orden: “…myth is a peculiar system, (…) it is constructed from a

44Hobsbawm distingue cuatro tipos de bandidos: el ladrón noble (noble robber) tal cual como Hood, el vengador (avenger), el haiduk (llamado también el bandido guerrillero) y el expropiador (expropriator).

Márquez Jiménez 70 semiological chain which existed before it: it is a second-order semiological system” ( Barthes

114).

Este sistema de segundo orden se compone, como todo sistema semiológico, de tres elementos: significante, significado y signo. Lo que tiene de particular este sistema es que su significante 'utiliza' el signo (que, por definición. ya tiene un sentido) de un sistema semiótico de primer orden para construir su forma (Barthes 114).

De acuerdo con Barthes, el proceso es un movimiento que se desarrolla en dos tiempos: en un primer momento, el significante del mito vacía el signo de su sentido, dejando y utilizando sólo su forma, 'cáscara' o 'fachada'. En un segundo momento, le devuelve su sentido. El significante del sistema semiótico de segundo orden (el mito) es la asociación de, o la relación entre, esos dos términos: el signo sin sentido del momento primero y el signo con sentido del momento segundo.

Barthes afirma que la razón por la cual la mitificación se produce es porque el significante del mito. 'quiere', por así decir, significar un concepto que es subjetivo o ideológico; lo que contrasta con el significante de un sistema semiótico de primer orden que significa - debido a las características de la percepción humana en una cultura determinada- conceptos, por así decirlo, 'objetivos'. El mito, entonces, en su afán por decir algo lleva a cabo la siguiente tarea

“giving an historical intention a natural justification, and making contingency appear eternal”

(142).Lo que esto significa es que el mito naturaliza los procesos y estructuras que componen la historia. Procura convertir los desarrollos históricos ---los cuales son contingentes y abiertos al cambio---en ocurrencias naturales. En suma, lo que el mundo le proporciona al mito es una realidad histórica, lo que el mito da en retorno es una imagen natural de esta realidad (Barthes

142)

Márquez Jiménez 71

En la novela,la representación de Cofresí es objeto, pues, de un proceso de mitificación.

Cofresí dramatiza este proceso de desplazamiento semiótico que da lugar a la fábula del primer puertorriqueño rebelde. De allí que se nos muestre a Roberto menos como pirata,sino más bien como unnoble bandido.

Y no faltaban motivos para admirarle. Sabíase con toda certeza que Huracán era

de sentimientos nobles y generosos ¡Cuántas veces al atacar un barco, y en lo más

empeñado de la lucha, era el pirata la salvación de mujeres y niños, á quienes no

solo respetaba, sino que dióse más de una vez el caso de castigar severamente á

alguno de los suyos que, faltando á sus terminantes órdenes, atropellaba a un ser

débil é indefenso. (40)

En el pasaje antes citado el pirata como signo experimenta un vaciamiento de su sentido.

En otras palabras,Huracán es descrito tratando de hacer un deslinde de los tropos y atributos que caracterizan al pirata convencional: sangriento y despiadado sin respeto por la vida humana y cuyo único interés es el pillaje a costa de lo que sea. El pirata, también, ha sido representado como la encarnación del crimen a una escala masiva: la violencia era su más notable atributo.

De un modo semejante, el pirata ha sido retratado como un sujeto sin ley porque no respeta espacios políticos o fronteras (Gerassi, 9). El pasaje antes citado pone en escena la mitologización del pirata: Huracán es respetuoso de la vida de los más débiles;asimismo, respeta a las flotas nacionales de cualquier otro país que no sea Estados Unidos: “Franceses, ingleses, holandeses… todos podían traficar libremente por el mar de las antillas…” (40). En la novela se

Márquez Jiménez 72 verifica un esfuerzo por dotar al pirata de una ética45 y una causa legítima y de un proceder que le granjea fama de “hidalgo y generoso” (40), con ascendiente entre la gente común:

“…vencedor, nunca vencido, llegó a ser uno de esos tipos que admiran y hasta adoran las masas populares” (40).No es el pillaje, “sino otras causas (…) las que impulsaban a Huracán en su carrera, causas que ninguno acertaba a conocer” (40) ---y este es quizá el atributo del bandidaje social y su paradigma de representación, el cual, en este caso, va de la mano con el proceso de mitologización.Es necesario llamar la atención, entonces, acerca de esas causas, poner el foco en aquello en contra de lo cual Huracán desata su vendetta personal. No se trata de los Marines estadounidenses, ni siquiera se trata de la Armada; no se trata, pues, de ninguna fuerza militar46.

Muy significativamente Huracán se rebela en contra de los navíos comerciales estadounidenses.

Luego, si reparamos en el hecho de que la geopolítica estadounidense para El Caribe ha estado fundada desde principios del Siglo XIX en el principio de control de las líneas comerciales marítimas, lo cual dio lugar a la llamada “dollar diplomacy”, esto es, la intervención militar para promover y asegurar la expansión económica estadounidense (Maingot y Lozano, 2), entonces

Huracán atacando navíos mercantes estadounidenses deviene en metáfora de la resistencia a la intervención (militar/política) estadounidense en la región. En la novela Huracán se está transformando en un mito, y a partir de él, el mundo se organiza con “blissful clarity: things appear to mean something by themselves” (Barthes 142). Si desde este punto de vista leemos el episodio que prácticamente abre la novela: un bergantín estadounidense, ciego y negligente,

45Gerassi-Navarro en su libro Pirate novels consigna que el pirata solía tener un código de leyes propio bastante rígido, por lo que trataba con severidad la desobediencia y la traición (Gerassi, 7). Esto es algo que podemos advertir en Huracán, ciertamente, empero estoy convencido de que los códigos de conducta a los que se refiere Gerassi-Navarro tienen que ver más con la circulación de la información, la cadena de autoridad y el reparto de los botines que con el respeto a la vida de los débiles e indefensos, pues ella misma consigna como uno de los atributos del pirata el que torturen a sus víctimas y el que sean por demás severos con la traición. 46En este sentido cabe señalar que los relatos de bandidos en República Dominicana y Cuba sí que tienen a las fuerzas armadas estadounidenses como agentes de la acción imperial. Los gavilleros en República Dominicana y la guerra de bandidos en Cuba dramatizan esta lucha de resistencia en contra de la hegemonía militar estadounidense en el Caribe.

Márquez Jiménez 73 atropella la yola de Roberto cargada de pescado; entonces esto ha de entenderse como una representación del asimétrico intercambio (enfrentamiento) entre los comerciantes y productores locales puertorriqueños, y del “marriage of business and government” que indefectiblemente conducía en la política exterior estadounidense hacia “outright military interventions to protect

U.S. corporate interests (Maingot y Lozano, 3). Este modo particular como la potencia norteamericana se sentía atañida por el Caribe ---Caribean being in business, ha sido característico de la visión del imperio informal (estadounidense). Por eso el bergantín pasa indolente junto al cuerpo de Roberto en el agua, porque arrojar un salvavidas no es una acción redituable o business-like para los agentes del imperio.

El texto de Huracánmitifica la figura de Roberto Cofresí. Hemos visto cómo en esta dimensión de la novela, aquella en la cual se dramatizan las asimétricas relaciones de poder entre

Puerto Rico y Estados Unidos; Cofresí deviene en campeón de la causa puertorriqueña, su accionar como pirata es uno de resistencia contra-hegemónica. Ahora bien, la novela de Toro

Soler ofrece otro ámbito de acción de “Huracán”. Se trata de un ámbito local, en el cual se ponen en escena los conflictos internos, las diferencias entre distintos sectores de la sociedad.

Los soldados que se enfrentan a Roberto y al Manquito, su segundo de abordo,se refieren a ellos como “bandidos” (43). or otro lado, el narrador consigna, más tarde en la trama, que los miembros de la partida de Huracán “habían tenido apurados enredos con la justicia” (48). Así, justo antes de que Huracán/Cofresí y sus hombres tomen por asalto el vapor New York --- consumando así la venganza del pirata--- el narrador hace una larga disquisición acerca de la condición proscrita, delincuente de Huracán:

Márquez Jiménez 74

Si refiriéndose á un hombre á quien se ha sorprendido deteniendo á un viajero y

exigiéndole la bolsa ó la vida, se pregunta: ¿y por qué roba este hombre?

exceptuando unos pocos, los demás contestarán “por que es un ladrón”. No se

detendrán á (sic) examinar las causas que puedan haber impelido á aquel hombre

á cometer un acto deshonroso. Le degradan al instante castigándole severamente.

Y ¿qué diréis si después de haber dado vuestro fallo se os demuestra que aquel

ladrón es un hombre digno, un obrero, padre de familia, que, cubierto de miseria y

cansado de buscar un trabajo honroso con que ganar el pan que le piden sus hijos

hambrientos se decidió á tomar por la fuerza lo que no pudo obtener por medios

legales? ¿Objetareis que antes de robar debió dejar perecer a sus hijos ---pues no

le quedaban otro remedio--- y suicidarse después? (52)

El narrador nos invita no tan sólo a no juzgar al ladrón, sino que también nos impele a entenderlo, comprenderlo. En ese sentido, el bandido no siempre es testimonio, o síntoma, de una crisis entre las élites criollas y los sectores populares, en cambio puede ser parte significativa de un proceso de negociación bien entre distintos sectores de la élite letrada o bien, entre alguno de estos sectores y los pobres de las zonas rurales. ¿Quién juzga a Huracán? ¿Sus pares en las zonas rurales? Ciertamente no, pues vimos como Huracán goza de cierto aprecio entre sus semejantes en las zonas rurales. Lo que trasunta el fragmento citado es, entonces, la diferencia, la asimetría con respecto a la posición ante la ley de Huracán y el sujeto que juzga su accionar.

Así pues, el bandido se constituye en síntoma de la posición del sujeto con respecto a la administración de la violencia y la represión por parte del Estado. El delito, como dice Josefina

Ludmer, puede funcionar como una herramienta que permite definir históricamente modelos de

Márquez Jiménez 75 subjetividad (delincuente, víctima, investigador, testigo), tipos de justicia (estatal o no) y formas específicas de construcción de la verdad (17). De allí que, al final de ese alegato a favor de

Huracán el narrador se pregunte:

¿Juzgareis igualmente criminales á (este) obrero y al ladrón de levita; al que

parapetado tras el despacho del usurero ó la oficina del aduanista, ó hasta ¡qué

sarcasmo! tras los mismos códigos de la leyes, cometen mil desafueros y roban

descaradamente á todo el que por desgracias tiene que acudir á esas apestosas

gangrenas de la sociedad? (54)

La diferencia, la asimetría que existe en la administración de la violencia, dado que la justicia estatal juzga con dureza al delincuente humilde y, aparentemente, con indulgencia al de levita, invita a pensar que el reclamo del narrador a favor de Roberto “Huracán” cumple con la función de poner sobre el tapete la necesidad de celebrar una alianza entre los distintos sectores de la sociedad puertorriqueña. Así se le legitima a Huracán en su accionar proscrito, merced al hecho de que el narrador gana para el pirata Cofresí la indulgencia de sus lectores; merced, también, al hecho de que se condena, en el mismo acto, a algunos sujetos que operan dentro del mundo mercantil --- being in business. El rebelde primitivo es confrontado al fariseo aduanero, con larga ventaja para el primero.

La necesidad de celebrar esta alianza amplia, inclusiva, entre todos los sectores de la sociedad puertorriqueña se pone de manifiesto, también, en el conflicto existente entre Huracán y el cobrador de impuestos municipales. Se debe recordar que Roberto jura vengarse, por igual, de los estadounidenses y del cobrador de impuestos, a la sazón miembro del aparato colonial

Márquez Jiménez 76 español. Roberto tiene la oportunidad de obrar su venganza en contra del cobrador de impuestos municipales cuando éste huye cobardemente de la gallera en la cual se ha desarrollado una pelea de gallos que se saldó con un resultado negativo para el cobrador, por lo que adeuda mucho dinero en apuestas a los presentes. Previo a esto, el narrador se ha encargado de hacernos un retrato moral del cobrador de contribuciones y se refiere a él como un “hombre vicioso y pervertido” (80). De un modo semejante, el narrador consigna que al cobrador “le era en extremo sensible desprenderse de él [del dinero]” (80) lo cual lo coloca, en su condición de codicioso y tramposo, a la altura de los ladrones de levita antes mencionados, vivos retratos de la corrupción.

El choque entre el cobrador de contribuciones y Roberto ---“¡Hola, canalla! Al fin te tengo entre mis manos”(81), le dice Roberto, provocando un miedo casi cerval en el apremiador--- justo en frente de su hija y de Renato, el joven patricio puertorriqueño queHuracán ha salvado, pone escena un triángulo muy interesante. Por un lado, están Roberto y su hija, representaciones de la clase humilde trabajadora ---valga agregar que en el caso de Roberto esta condición se halla enriquecida por su carácter de rebelde primitivo, pirata campeón de la causa boricua; por el otro, se halla el cobrador de contribuciones municipales quien además de ser un funcionario del gobierno colonial (español), es también una suerte deladrón de levita, un corrupto, un fariseo que parece jugar el juego del Caribbean being in business al que se refieren Manigot y Lozano (3); lo cual, en último caso, facilita la acción del poder hegemónico, en detrimento de lo nacional, lo local. Finalmente, tenemos a Renato, el joven patricio puertorriqueño, el huérfano y escéptico caballero que Roberto lleva a su casa. Vamos a detenernos por un instante en su historia para entender mejor el papel que juega en este triángulo que ahora propongo.

Renato va a bordo del vapor New York cuandoHuracán lo toma por asalto. La novela deja saber que la toma del New York resulta en un jugosísimo botín para Huracán y su partida.

Márquez Jiménez 77

Una vez sometidos o muertos todos los miembros de la tripulación, una sola persona se mantiene en pie “blandiendo un hacha con valor heróico y temerario” defendiéndose de “...un grupo de piratas que le atacaba con denuedo” (62). a escena nos muestra un doble reconocimiento: por un lado Roberto reconoce en Renato a un valiente, como él, y ello lo mueve a poner fin al desigual combate. El reconocimiento entre los valientes se sella con un apretón de manos: “---

Eres un valiente---le dijo--- y quiero tener el gusto de estrechar tu mano.

---Esta es---dijo el joven alargándosela y el pirata estrechó entre las suyas toscas y curtidas, una mano fina y delicada”. (65)

En este apretón de manos llama la atención el cuidado que pone el narrador en consignar la diferencia de textura de las manos. El reconocimiento se resemantiza, o se enriquece en su significación, puesto que la valentía se constituye, ahora, en atributo que redime, de cierto modo, a la clase a la cual pertenece Renato. El valor, la valentía, la hombría quedan postulados como algo que atraviesa a todas las capas de la sociedad puertorriqueña, posibilitando una alianza intersectorial. El otro reconocimiento tiene lugar a propósito del relato que hace Renato de su vida. Renato es un joven rico, pero infeliz. Natural de Ponce, ha vivido por un tiempo en los

Estados Unidos, sitio en el cual no se halló a gusto por sentirse desarraigado. Huérfano de padre y madre ---Renato refiere el asesinato de ellos--- ha estado en búsqueda del amor, del sentido de la vida, y lo único que ha hallado es desasosiego y frustración: “ i vida, pues, desde entonces, ha sido una verdadera peregrinación, pero sin un fin determinado” (71). Huracán reafirma que hay lazos que lo unen al joven más allá de la valentía y el arrojo que mostró en combate:

“…estaba pensativo. a narración del joven le había interesado: él también llevaba una existencia parecida; también él había sido lanzado por la desgracia al precipicio del crimen” (72).

Huracán asemeja la muerte de los padres de Renato con la de su mujer; en otra operación

Márquez Jiménez 78 parecida, equipara su vida gobernada por la sed de venganza con la búsqueda de certezas que realiza el joven y que lo conduce al escepticismo y el desengaño para con el género humano.

Esta apuesta del autor (implícito) de la novela se resuelve felizmente a partir del hecho de que

Renato se sabe llevando una doble vida, se sabe también inescrutable en sus propósitos, se sabe, pues, desencantado, privado de la posibilidad de proyectar su vida hacia el futuro de una manera constructiva: “en nada creo ni nada me hace felíz (sic) porque la ilusión es el alma de la vida y mi alma carece de ilusiones” (72). Todos estos son sentimientos que Huracán abriga en su pecho también y a partir de los cuales puede construir su identificación con Renato. Finalmente, cuando Renato nos hace saber que hace “el bien siempre que puedo, y no por el interés de la recompensa: nada espero” (73). a ética del pirata y la del joven se conectan y el episodio de su captura cobra un nuevo sentido: así como el azar lo puso en el camino del crimen a Huracán, el azar también ha puesto a Renato en el camino de Roberto. Esto alcanza plena significación cuando Renato refiere que en su viaje a Nueva York, de niño, él salvó la vida de un joven pescador arrojado al mar por el barco en el cual viajaba. Ese joven pescador era Roberto. En este momento se propone en la novela el imperio de la Providencia como instancia legitimadora del reconocimiento del pirata con Renato: “ arecía todo ello como preparado por la mano de la

Providencia para demostrar al joven la Suma Potestad de Dios, y aquel espíritu descreido (sic) veía vacilar su escepticismo…”(75). a rovidencia hace posible, a la vez que legitima, la unión entre el pirata y el joven patricio. Es desde esta perspectiva melodramática que tenemos que pasar revista al episodio de la gallera que estaba discutiendo apenas arriba.

En el vértice del triángulo que la escena de la gallera nos propone, esa escena en la cual el cobrador topa con Roberto en su huida, delante de Renato y su hija Hortensia; en el vértice superior, pues, tenemos a Roberto que debe optar por una de las dos alternativas que propone la

Márquez Jiménez 79 base de este triángulo: obrar la venganza, tomarse la justicia por su mano con el cobrador o, en su defecto, estrechar los lazos con Renato a la vez que mostrarse ante su hija como alguien justo, generoso y sensible a sus rogativas. Roberto opta por lo segundo, deja ir al cobrador. Con este gesto Roberto hace posible la unión entre Renato y Hortensia. Hemos de recordar, en este instante, que poco antes de este episodio hemos sido testigos de la naciente pasión de Renato por

Hortensia:

Acabando de pasar fatigas y penalidades he encontrado de improviso esta mujer:

como no hay duda de que es casta, sencilla y hermosa, natural es que yo

experimente alegría al verla: ¿cómo no sentir dulce el azúcar después de haber

apurado el acíbar? (76)

Lo que se juega Roberto, entonces, en esta escena de la gallera es la posibilidad de construir una relación con Renato sobre la base de la generosidad, la justicia, la reciprocidad y la gratitud. Benedict Anderson señalaba que a pesar de que el nacionalismo desplazaba de algún modo a la comunidad religiosa, pese a que su nacimiento coincidía con la “desintegración” de

ésta, no obstante, el nacionalismo ha de ser entendido como una instancia en la cual tiene lugar la alineación de los sistemas culturales que le preceden: la comunidad religiosa y el ámbito dinástico (Anderson, 12). Es la religión, entonces, una suerte de pilar sobre cuyo cuerpo se apoyará la eventualconstrucción de la comunidad imaginada, especialmente en comunidades declaradamente católicas como la puertorriqueña. La escena de la gallera, entonces, propone el necesario sacrificio de Huracán. Esta escena puede leerse en clave religiosa. Sabemos, como lectores, que Roberto ha dejado ir al cobrador de impuestos tal como Cristo anticipa la traición

Márquez Jiménez 80 de Judas y le deja marcharse de la última cena para que regrese con la multitud armada que habrá de prenderlo. La delación del cobrador de impuestos es necesaria para consumar el sacrificio de

Roberto que abrirá las puertas a la unión entre los amantes, pues la muerte de Roberto hace a

Hortensia, digna de desposar a Renato, toda vez que ella no es más la hija de un bandido. No se debe olvidar que en la novela de Tapia y Rivera el pequeño huérfano, al final, lleva consigo el tesoro de Caín, vale decir, la semilla del mal. El sacrificio de Cofresí cancela esto en el caso de

Hortensia, haciéndola pura y digna de Renato. Huérfanos los dos, la patria comienza con ellos.

No cabe duda de que el romance entre Renato y Hortensia pone en escena esta confluencia entre eros y polis (Sommer 43). La novela alegoriza la unión entre el sector patricio puertorriqueño y el sector más bajo de la sociedad, por un lado; pero también alegoriza la unión, la alianza, entre el rebelde, el outlaw, el pirata y el miembro de la élite económica puertorriqueña como vía para alcanzar un fin superior: la plena autonomía, la independencia de Puerto Rico.

Las dudas que Renato abriga con respecto a su amor por Hortensia, una vez que la muerte de

Roberto ya ha sucedido, me parece que constituye una muestra ejemplar de esa intensidad erótica que debe su fuerza “to the very prohibitions against the lover’s union across racial or regional lines” (Sommer 47) ----la urbe ponceña versus la ruralía empobrecida de San Germán-Cabo

Rojo. En virtud de ese diferendo entre lo rural y lo urbano, entre el centro y el margen de la nación ---que el tropo del bandido, del rebelde, también tematiza--- Las alianzas políticas, los tratos y pactos entre distintos sectores de la sociedad “are transparently urgent because the lovers

‘naturally’ desire the kind of state that would unite them” (Sommer 47). De lo que se trata, entonces, es de favorecer la unión de Renato y Hortensia para de esa manera construir una genealogía prospectiva, proyectada hacia el futuro de la nación; todo lo cual resulta, en último caso, en la legitimación de las ansias de paternidad de la élite criolla sobre ese territorio que se

Márquez Jiménez 81 halla amenazado por la injerencia de una potencia neo-imperial. De esta forma, este deseo se yuxtapone a los sueños de prosperidad nacional (Sommer 7). La única forma de alcanzar estos sueños es propiciar las alianzas intersectoriales, hacer que la energía desatada por el pirata, en tanto expresión de rebeldía en contra del poder hegemónico y de dominio sobre el Caribe, sea encauzada en esta unión productiva de Renato y Hortensia. Ambos jóvenes le hallan un sentido a la vida y se sobreponen a sus pérdidas por la vía de esta unión. Ya lo decía Sommer, no se trata de reconstruir una genealogía pasada, se trata de volcarse hacia el futuro, construir para el mañana. El matrimonio alegoriza la dinámica de pérdida y recuperación que parece caracterizar a la historia de la isla durante la última parte del siglo XIX ---ganar la autonomía en 1897 sólo para perderla por completo cuando se adviene el cambio de soberanía en 1898. Con esta unión la novela se pronuncia a favor de una recuperación de la soberanía a través de la negociación, la asociación política. Y es esto lo que, precisamente, está al centro del debate acerca de la autonomía puertorriqueña: ¿revolución o negociación? Pues lo segundo, la negociación, la concertación política multisectorial como alternativa a las revoluciones sangrientas que son capaces de destruir a un país por completo.

Márquez Jiménez 82

CAPÍTULO III

Las biografías de Manuel García el “Rey de los campos de Cuba”: del bandolero como instrumento de crítica al bandolero como agente aglutinador.

I. Introducción

Manuel García es, quizá, el bandolero más famoso de la época colonial en Cuba. Esta afirmación es atestada por el hecho de que en años recientes cinco historiadores ---franceses, españoles y cubanos--- han dedicado sendos trabajos a estudiar el rol de El Rey de los Campos de Cuba dentro de las luchas independentistas cubanas. Asimismo, su leyenda resuena aún en las tradiciones orales cubanas, aquellas de las que se hicieron eco los compositores puertorriqueños

Tite Curet Alonso y Roberto Angleró al escribir en 1976 “ anuel García, rey de los campos de

Cuba”, pieza que cobra vida cada vez que la interpreta Bobby Valentín y su conjunto de salsa, frente a un público que la aplaude y la celebra en todo el Caribe. Pero por encima todo esto, lo que certifica la importancia de Manuel García es el hecho de que el 24 de febrero del año 2000, el gobierno cubano honró la memoria del bandolero elevándolo a la dimensión de héroe del alzamiento del 24 de febrero en Occidente (Balboa Navarro 18), en razón de lo cual construyó un panteón en el cementerio municipal de Ceiba Mocha. Con este gesto se legitimaba la colusión entre letrados y bandidos que informó las distintas conspiraciones previas al Grito de Baire en

1895. Dicho de otro modo, y tal y como señala Juan Pablo Dabove, con este acto la violencia bandoleril es exaltada como el origen de la nación (217). Manuel García es la demostración de que en Cuba, como en otro sitios de América atina, “rural insurgency [is] at the core of the nation” (Dabove 218), y esto es así porque alrededor del bandolero se aunaban las fuerzas vivas de la manigua cubana. Ahora bien, quiero señalar dos cosas que añaden un matiz a esta idea del origen de la nación. En primer lugar, Manuel García, los bandoleros cubanos, me parece que no

Márquez Jiménez 83 fueron del todo cancelados como una fuerza histórica real durante buena parte del siglo XX, tal como señala Juan Pablo Dabove (217). Creo que en Cuba sí que existió una transición de la violencia bandolera a la violencia del Estado, producto del desarrollo más o menos homogéneo de una identidad; es decir, en Cuba no parecía haber una completa separación entre el Estado como poder constituido y la violencia bandolera como poder constituyente. Esto es algo que se puede entender bien si se examina un evento que sucederá más adelante, un año después de la

Revolución Cubana, cuando tiene lugar la Guerra Contra Bandidos en el Escambray. Allí la revolución cubana enfrentó una no declarada guerra civil en contra de un grupo de campesinos supuestamente financiados por la CIA. Lo que estaba en juego, entre otras cosas, era el patrimonio simbólico de la revolución, pues de la revolución provenían los auténticos insurgentes, los verdaderos revolucionarios, los únicos que podían reclamar el privilegio de ser los continuadores de la obra de los mambises y los bandoleros-insurgentes del siglo XIX.

Luego, si en 1959 el bandolerismo cubano estaba bien vivo como fuerza histórica, lo estaba aún más entre 1895 - 1898 y aún, un poco después, en 1922, cuando tiene lugar La Chambelona, un movimiento revolucionario liberal que se nutrió de campesinos y bandoleros, y cuyo propósito fue arrojar del poder a Mario Menocal. Con todo, ya para el año 2000, cuando Manuel García es exaltado como héroe, no cabe duda de que el bandolerismo es ya una memoria del pasado, pero en 1898, y hasta 1959, se trata de una historia diferente.

La segunda cosa acerca de la que me gustaría llamar la atención tiene que ver con una cierta evolución en el juicio que la élite letrada cubana hace a Manuel García. Manuel García no llega hasta héroe independentista de una vez; antes por el contrario se trata de un proceso. El

“Rey de los campos de Cuba” fue objeto de una cadena de usos, para tomar prestadas las palabras de Josefina Ludmer. Es acerca de eso que hablaremos en este capítulo: acerca de los

Márquez Jiménez 84 usos tempranos de la figura de Manuel García por parte de la elite letrada cubana durante la

época de independencia.

En este capítulo estudiaré, entonces, dos de las biografías noveladas de Manuel García

“Rey de los campos de Cuba”. Estoy persuadido de que a través de ellas, y a través también de una serie de textos periodísticos acerca del bandolerismo cubano, se puede seguir el rastro de esta cadena de usos con respecto a Manuel García que va, tal como el título de este capítulo sugiere, desde el bandolero como instrumento de crítica del régimen colonial, hasta el bandolero como agente aglutinador y origen de la nación cubana.

La primera biografía, de Álvaro de la Iglesia, comenzó a publicarse en 1895; la segunda, de Federico Villoch, apareció poco más tarde, en 1898. El trabajo firmado por de la Iglesia aparece en la prensa periódica cubana entre 1895 y 1898, pese a que fue acabado a pocos días de la muerte del bandolero, según confiesa el propio autor 47. La biografía de Federico Villoch, escrita bajo el seudónimo de “Uno que lo sabe todo”, se publicó en 1898, vale decir, como una respuesta a la de Álvaro de la Iglesia; de allí el seudónimo escogido, que reclama para sí el privilegio de ofrecer un plus a lo que ya se sabe acerca del famoso bandolero cubano.

Antes de la publicación de estas dos biografías del “Rey de los campos de Cuba”, ya se han publicado dos trabajos que examinan el fenómeno del bandolerismo en Cuba, y ponen la lupa sobre las tropelías de Manuel García. En 1890 la Gaceta Oficial editó El bandolerismo en

47 En la portadilla del libro figura como fecha de publicación 1895; sin embargo, una nota que se puede hallar al final del texto de Álvaro de la Iglesia advierte que el texto fue publicado entre 1895 y 1898. Tal advertencia obedece al hecho de que el libro consigna hechos inexactos, inciertos, tales como el asesinato de un inspector de policía que erróneamente aparece en el texto como Jefe de olicía. El editor, presumimos, refiere que “Algunas erratas se han deslizado en el curso de este libro, á causa de las interrupciones sufridas en la edición que empezó a imprimirse en 1895 y terminó en los primeros meses de 1898” (de la Iglesia 206). e parece, entonces, que la biografía de anuel García firmada por Álvaro de la Iglesia es un texto marcado por la urgencia de intervenir en el debate acerca del “Rey de los campos de Cuba”; hay que tener en cuenta, pues, que en 1895 se publica la biografía-novela de Rafael Guerrero. Tambien no se debe olvidar que el año en la cual se completa, y edita, la biografía es 1898, en los primeros meses de ese año, vale decir, en la víspera de la guerra Hispano-estadounidense. De allí el sentido de urgencia que la atraviesa.

Márquez Jiménez 85

Cuba, en el cual se reproducía la óptica oficial, de acuerdo a la cual los bandoleros no son más que delincuentes en contra de los cuales se ha de aplicar todo el peso de la ley. El primer tomo es de 1889, el segundo y el tercer tomo aparecen en 1890. Este trabajo tiene de particular su vocación científica: “el raciocinio fundado será regulador constante de nuestras apreciaciones”

(7), declaran sus autores en el prólogo, para más tarde agregar que a la parte expositiva siempre acompañará “la parte doctrinaria y filosófica” (8); pero este trabajo también es diferente por su enfoque: “el estudio de los delitos mismos como medio de investigar y deducir el freno que haya de imponerse á los delincuentes” (7). Este texto, entonces, y usando palabras de Christopher O.

Wilson, aspiraba a alcanzar el estatus de un tratado profesional semejante a los de medicina o a los de leyes. De lo que se trataba, en todo caso, era de ir más allá de la noticia y trascender a las alturas de la investigación científica (564). Ahora bien, este texto pone el énfasis en el tema de la gobernabilidad de la Isla, y despoja de toda agencia a los bandoleros. Abundan las críticas a las malas decisiones de los funcionarios coloniales: abolir la esclavitud y permitir la incorporación de ex presidiarios a las labores del campo como sustitutos de la mano de obra esclava, el reclutamiento de elementos irregulares durante la guerra de los diez años, el reconocimiento de la beligerancia de aquellos que actuaban en colusión con bandoleros durante y después de la esta guerra. Las autoridades coloniales, en suma, son culpables de no saber

“reconstituir lo arruinado, [no saber] volver á su estado civil las masas de beligerantes” (22). En cuanto a los bandoleros son sistemáticamente calificados de plaga, enfermedad, cáncer, monstruos, son ellos “seres obtusos que no tienen noción del bien, (…) ni conciben idea alguna de los deberes sociales” (26); se les niega su agencia y beligerancia ya que “en realidad no resultaban sus actos empujados por el fin político, (…) sino que iban encaminados al beneficio propio, al pillaje” (20).

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En 1891 apareceLos bandidos de Cuba de Eduardo Valera Zequeira y Arturo Mora y

Varona, ambos reporteros del diario La Lucha. En él son contadas las fechorías de los más notables bandoleros cubanos que operaron entre 1887 y 1891. El texto combina las semblanzas de los bandoleros con el relato de los secuestros, así como de los atentados en contra del

Ferrocarril, perpetrados por anuel García. Junto con el bosquejo biográfico del “Rey de los campos de Cuba” se publica una colección de misivas dirigidas a los medios de comunicación, a las autoridades coloniales, y a los propios secuestrados. El texto de Valera Zequiera y Mora y

Varona persigue, tal como la mayoría de la prensa sensacionalista de la época, “la verdad desnuda y objetiva”. Enrique José Varona, su prologuista, señala que el libro de de los reporteros de La Lucha no es “obra de doctrina , sino colección de documentos” (iii); los propios autores refieren que su libro ·”…es bueno porque dice la verdad de los hechos del bandolerismo sin abalorios retóricos ni sapiencias filosóficas” (v). Ahora bien, que persiga esa verdad desnuda y objetiva no significa que el texto de Valera Sequeira y Mora y Varona sea, por así decirlo, el grado cero de la verdad. O tal como dice Andie Tucher “Objectivity it’s not the same as thruthfulness” (2). Más aún, y siguiendo todavía a Tucher: los periodistas de la prensa sensacionalista podían estar guiados por las más nobles intenciones, pero no podemos perder de vista que esa realidad objetiva que consignan deber ser presentada de modo tal que sea computable para la masa de lectores a la que se dirigen; dicho de otro modo, esa verdad objetiva debe ajustarse a la visión de mundo y creencias de ese grupo de opinión que constituye su público destinatario (2).

Con todo, se podrá advertir que hay una suerte de contencioso alrededor de la figura de los bandoleros cubanos. Ha de advertirse, también, que para el momento, circulan innumerables décimas y poemas que celebran las hazañas del bandolero y lo elevan a la categoría de héroe

Márquez Jiménez 87 popular. Luego, me parece que el intento de (re)escribir la biografía de Manuel García obedece menos al propósito de divulgar su vida y sus hechos, que a la necesidad de conferirle un sentido particular a la peripecia vital del “Rey de los campos de Cuba” consignarla en forma inteligible y veraz, alejada de la interesada objetividad de cierto periodismo habanero de la época. Más aún, es de hacer notar que la biografía escrita por de la Iglesia sigue, paso por paso, lo que los periodistas Valera Zequeira y Mora y Varona cuentan acerca de Manuel García en Los bandidos de Cuba. Una vez más, de lo que se trata es de interpretar los hechos antes que presentarlos al público lector en forma “veraz”. a biografía en cuestión abunda en comentarios acerca del desempeño de las autoridades coloniales con respecto a la represión del bandolerismo en Cuba.

En la biografía de Manuel García escrita por Álvaro de la Iglesia resulta bastante evidente que el bandolero es un instrumento de crítica al régimen colonial.

Para Federico Villoch, quien escribe en la víspera de la guerra Hispano-

Americana, Manuel García es más que un arma arrojadiza en contra del régimen colonial. La biografía intitulada Historia de Manuel García, rey de los campos de Cuba: (desde la cuna hasta el sepulcro), firmada por “uno que lo sabe todo” fue publicada en 189848. El hecho de que

Villoch declare desde el título que él es “uno que lo sabe todo”ofrece pistas a este respecto.

Villoch nos presenta la biografía de Manuel García desde el nacimiento hasta la sepultura, lo que es mucho más de lo que hicieron Álvaro de la Iglesia y Eduardo Varela Zequeira. El primero se concentró en las tropelías del bandolero, el segundo se enfocó más en el fenómeno del bandolerismo en sí, de allí que Manuel García constituya, para ambos, prácticamente una excusa, una suerte de exordio para hablar del problema real: la impunidad y la falta de autoridad moral en la Cuba colonial. Federico Villoch quiere darle otro sentido a la biografía de Manuel García.

48 aria oumier Taquechel adjudica el manuscrito firmado por “uno que lo sabe todo” a Federico Villoch. Cabe destacar que, más tarde, él firmará también el guión de la primera película acerca de la vida del famoso bandolero.

Márquez Jiménez 88

Tanto la biografía firmada por de la Iglesia como esta firmada por Villoch, abrevan copiosamente en el trabajo de Varela Zequiera y Mora. No se trata únicamente de dar cuenta de los hechos, cosa que ya han hecho Varela Zequiera y Mora, y toda la prensa liberal de la época, sino de ordenarlos con arreglo a una lógica. Me parece que la biografía firmada por Villoch sigue los pasos de las décimas y los sones, de la tradición oral de la manigua, vale decir, mitifica al bandolero. Es así como Villoch consigna la peripecia vital de Manuel García de acuerdo a un paradigma representacional clásico: anuel es un vengador, él es “[the] peasant outlaw whom the lord and state regard as criminals but who remain within peasant society, and are considered by their people as heroes, as champions, avengers, fighters for justice, perhaps even leaders of liberation” (Hobsbawm 13). Siguiendo este paradigma representacional, Manuel García es expuesto como un elemento aglutinador de las fuerzas que habrán de intervenir en la guerra de independencia. De modo que esta versión de Manuel García, siendo un emigrante canario, un guajiro cubano, tendrá bajo su mando y control a mulatos que, de otro modo, podrían hacer uso de la violencia sin orden ni concierto; asimismo, Manuel se halla bajo las órdenes de fuerzas superiores, lo que sugiere la presencia de una alianza intersectorial entre letrados, guajiros

(blancos de orilla) y mulatos, todo los cuales concurren en la figura de Manuel García el Rey de los campos de Cuba. Tengo para mí que esto cumple con un doble propósito: primero, disipar los temores de una insurrección esclava semejante a la de Haití. Para la época la mitad de la población en la provincia de la Habana era mulata ---entre esclavos libertos y cautivos.

Segundo, hacer posible que elementos pertenecientes a los estratos más bajos de la sociedad cubana se sintieran atañidos por la revuelta independentista. Si Martí y el Partido

Revolucionario Cubano constituyeron el elemento aglutinante de las élites letradas en lo que toca al sentimiento independentista, Manuel García hizo posible que este sentimiento independentista

Márquez Jiménez 89 se desarrollara entre los habitantes de la manigua cubana. Al tiempo que Martí aglutinaba los elementos de la clases más poderosas; en torno a García, alrededor de su mito, se juntaban las voluntades y los deseos de los guajiros cubanos. Un sentimiento de cubanidad nace y se mueve en dos direcciones simultáneamente: de arriba hacia abajo, con Martí; y de abajo hacia arriba, con García. Así pues, con Manuel García queda establecida una línea de jerarquías que empieza con el propietario letrado, pasa por él y acaba con el mulato. Manuel parece ser el único que puede poner en línea estas tres fuerzas, especialmente la mulata, cuya cruel y crispada violencia adquiere, entonces, un propósito y una medida.

El presente capítulo tendrá, entonces, cuatro partes. Esta introducción constituye la primera parte. En la segunda presentaré la situación político-económica que dio lugar no tan sólo al bandolerismo, sino al separatismo cubano. En la tercera parte, daré cuenta de la biografía de

Manuel García para, finalmente, en la cuarta y última parte, analizar las dos biografías noveladas del Rey de los campos de Cuba, con arreglo a los objetivos arriba delineados.

II. El separatismo, el bandolerismo y la sacarocracia cubana.

En el prefacio del libro The United States and the Caribbean: challenges of an

Asymetrical Relationship, su autor, Anthony P. Maingot, señala que al escribir sobre el Caribe él ha tomado al pie de la letra un principio prescrito por el historiador Gordon K ewis: “Caribbean realities should be studied in terms of the process of becoming rather than purely as they presently appear to be” (vii). Tomo para mí esta suerte de advertencia y, para efectos de lo que abordaré ahora, me permito reelaborarla: al estudiar la historia del Cuba debemos tener presente que el Caribe es menos lo que parece ser que aquello en lo que constantemente está transformándose. Dicho de otro modo, en el Caribe nunca podemos dar por sentada cosa alguna,

Márquez Jiménez 90 no podemos fiarnos de lo que se puede apreciar en la superficie, a primera vista; antes por el contrario debemos ir más allá y, con ánimo inquisidor, tratar de llegar al fondo de las cosas. El estudio del bandolerismo cubano enmarcado dentro de las guerras de independencia cubana ofrece una ejemplar muestra de esto que Gordon K. Lewis recomendaba.

El surgimiento del bandolerismo en Cuba puede ser rastreado hasta principios del siglo

XIX y está vinculado con una serie de cambios sociales y económicos experimentados en la mayor de las antillas entre 1790 y 1834. Estos cambios pueden conectarse con el surgimiento y desarrollo del negocio azucarero. Hacia finales del siglo XVIII se produce la independencia de

Haití, merced a la rebelión de los esclavos liderada por Toussaint Louverture. En ese momento, y debido a los estragos creados por la revolución independentista, Haití ve destruida toda la infraestructura azucarera y pierde, entonces, toda preeminencia como productor de azúcar. Los tecnólogos agrícolas haitianos, todos blancos, huyen de la guerra y van a parar a Cuba (Moreno

Fraginals 95). Cuba acoge a los tecnólogos haitianos, y un grupo de terratenientes del eje La

Habana-Matanzas les ofrece trabajo. Son estos terratenientes, en su mayoría miembros de antiguas familias isleñas, parte de la vieja oligarquía autóctona49, los que, entusiastas, abrazaron

49 Ángel Bahamonde y José Cayuela en su libro Hacer las Américas. Las élites coloniales españolas en el Siglo XIX señalan que Cuba se convirtió durante el Siglo XIX en elemento vertebral para el Estado Liberal español. Ello merced al hecho de que Cuba proveía de recursos a las flacas arcas españolas y, también, gracias al hecho de que la élite cubana fue adquiriendo cada vez más poder económico y político en la península, esto último debido a los vínculos que poseía con el partido liberal. Todo esto estaba ligado al negocio azucarero que floreció durante la última parte del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX (16). Así, Bahamonde y Cayuela distinguen cuatro ciclos de formación de fortunas en la Gran Antilla: uno que va desde 1790 a 1840, y otros tres que cubren el período comprendido entre 1800 y 1860. Valga señalar que estos ciclos de formación de fortunas muchas veces se solapan unos con otros, es decir, no hay un corte claro en cuanto al momento en el cual un ciclo sucede al otro. En el primer ciclo “se produce la consolidación de las sagas azucareras históricas cuyo patrimonio y actitudes políticas giran en torno a la cultura de azúcar. Serán la base del sistema esclavista y van a dominar la producción de azúcar como propietarios indiscutibles de ingenios hasta los años cuarenta del siglo XIX” (19-20). En el segundo ciclo de acumulación de capital entran en juego los comerciantes portuarios que sacan provecho de la trata de esclavos; este ciclo va de 1820 a 1860. Es en este ciclo que se inicia el trasvase de capitales hacia Europa, concretamente España e Inglaterra. Los protagonistas de este ciclo habrán de ser migrantes provenientes de Santander, País Vasco y Barcelona (20). En el tercer ciclo, que se produce desde mediados de 1860 y hasta 1880, se produce una fuga de capitales y la migración masiva de las viejas familias azucareras. La guerra de los diez años (1868 - 1878) favoreció el ascenso de nuevos elementos dentro de la élite económica cubana. Fue así como algunos se hicieron ricos

Márquez Jiménez 91 el modelo agroexportador azucarero. Ellos se habían favorecido con la promulgación de una real resolución en 1819 “que legalizó la propiedad de la tierra y sentó las bases de la fase acumulativa del capital criollo” (Carreras citado por de az 38). Esta real resolución disponía que los hacendados podían reclamar propiedad sobre los terrenos que habían estado usufructuando hasta entonces.

El boom azucarero cubano fue facilitado por la extraordinaria fertilidad de las tierras ubicadas entre La Habana y Matanzas ----una franja de territorio que va desde Artemisa en el occidente, pasando por Güines al centro y acabando en Colón, al este de Matanzas; por la presencia de “una organización crediticia y refaccionista estable, y firmas comerciales poseedoras de un eficiente aparato exportador-importador con amplias conexiones en el extranjero” ( oreno Fraginals 96), y por la existencia, a partir de 1837, de una red ferroviaria que hizo posible el transporte expedito de la caña de azúcar a los ingenios, y de allí a los puertos de exportación.

La economía de plantación, y el régimen de tenencia de la tierra, que paulatinamente fue favoreciendo el latifundio ---en detrimento de los pequeños propietarios rurales o guajiros--- ofrecieron un medio propicio para que se desarrollase el bandolerismo. Manuel de Paz afirma

haciendo negocios con la corona española, esto es, asegurando el transporte y aprovisionamiento de las tropas leales, tal es el caso del Marqués de Comillas. Al mismo tiempo, otros sacaron ventaja de la delicada situación del agro cubano y se aprovecharon del levantamiento de la prohibición de embargar bienes inmuebles a causa de deudas. De este modo, muchos de los grandes ingenios azucareros cambiaron de manos. En este nuevo ciclo destacan, de nuevo, migrantes peninsulares provenientes de Santander, Cádiz y Barcelona. En este tercer ciclo tiene lugar la intersección de los intereses económicos de la elite cubana y los de la administración colonial. Destacados personajes de la élite pro-peninsular, por ejemplo, ocuparán altos cargo dentro de la administración colonial y favorecerán sistemáticamente a sus pares pro-peninsulares, tanto en lo que toca a las gestiones locales como ante las autoridades coloniales en la metrópoli (Bahamonde y Cayuela 46-50). El cuarto ciclo va desde 1880 y hasta el final del siglo. En este cuarto ciclo se produce la abolición definitiva de la esclavitud, el surgimiento del gran central azucarero mecanizado, el ascenso del sector de servicios financieros con capital extranjero (británico y estadounidense), y la expansión del sector servicios relacionado con el crecimiento y desarrollo del mundo urbano, asimismo, durante este cuarto ciclo, se producirá la modernización portuaria que favorece el intercambio con el gran nuevo socio comercial cubano: Estados Unidos. Estados Unidos se convierte, así, en el principal mercado de consumo de los productos cubanos. También en este nuevo ciclo, Estados Unidos sustituye a Gran Bretaña como destino del trasvase de capitales cubano (Bahamonde y Cayuela 50-52).

Márquez Jiménez 92 que el bandolerismo nace de entre los innumerables sitieros que ocupaban las márgenes de las plantaciones de caña de azúcar, sembraban su propiedad con diversos productos los cuales eran luego comercializados a través de las tiendas de la hacienda cañera. El sitiero solía pedir prestado a la tienda de la Hacienda para suplir sus necesidades básicas, y aún para sembrar, todo a cuenta de lo que obtendría durante la cosecha; y por ello solía acabar sujeto al abusivo régimen de créditos de la tienda de la plantación que lenta e inexorablemente lo expoliaba. Esto es lo que lleva a Enrique José Varona a decir enfáticamente: “El guajiro y el isleño han sido tan esclavos como el negro. El veguero es un siervo adscrito a la gleba. Trabaja sin remisión ni esperanza para el bodeguero que lo estafa y para el marquista que lo explota” (80). Así pues, el sitiero acababa siendo despojado de sus tierras en pago a las deudas contraídas. Merced a este expolio, el sitiero se convierte en bandolero. Por otro lado, tenemos a los campesinos libres quienes forman parte de la mano de obra no-esclava de la plantación. Ellos eran también objeto de explotación y despojo, pues solían contraer también crecidas deudas con la tienda en virtud de lo cual debían trabajar, muchas veces, a cambio de nada, o más bien, para cancelar las deudas que luego volvían a contraer durante el período muerto de la plantación. Manuel de Paz señala que el bandolerismo solía crecer durante el verano, es decir, durante la estación lluviosa que va de noviembre a abril (43)50. De esta forma el bandolerismo deviene fenómeno de naturaleza estacional para el Occidente de la Isla, aquel en el cual se multiplicó, espléndida, la flor de caña.

El periodo de zafra duraba solamente unos pocos meses y dejaba una enorme masa de campesinos y jornaleros desocupados y sin ingresos por gran parte del año. Esta masa de trabajadores rurales tenían que buscarse la vida como fuera, la mayoría de las veces al margen de

50 anuel de az refiere que en Cuba se distinguen dos estaciones: el invierno o “la seca” que va de noviembre a abril, y la estación más tórrida que coincidía con el periodo de lluvias que va de mayo a octubre. La zafra se realiza durante “la seca” toda vez que el clima se refresca y las temperaturas contribuyen a que la sacarosa se cristalice, lo cual da lugar a que la caña de azúcar sea más rendidora. Por otro lado, lo favorable del clima provoca que la corta y el transporte de la caña se haga en menos tiempo ( 43).

Márquez Jiménez 93 la ley51 (de Paz Tomo I; 43). Manuel de Paz y Louis Pérez Jr. ven en este fenómeno una manifestación de descontento de raíz social. A partir de allí construyen el relato del bandolerismo social siguiendo de cerca lo dispuesto por Eric Hobsbawm. El problema en todo este retrato de la situación social de la Isla, el inconveniente, pues, en plantear el modelo del bandolero social como respuesta a la situación socio-económica en el Occidente de Cuba se halla en que simplifica en extremo lo que estaba sucediendo en la isla durante la primera mitad del

Siglo XIX. De allí que sea muy útil tener en cuenta la advertencia de Gordon K. Lewis: el bandolerismo cubano es uno más entre esos fenómenos del Caribe que debemos examinar pensando en que es menos lo que parece ser que aquello en lo que se está transformando.

Lo primero que se ha de observar es que el negocio azucarero sufre aceleradísimas transformaciones. En la primera etapa de desarrollo del negocio azucarero, aquella que va desde

1790 y hasta 1834, los grandes hacendados se apoyaron sistemáticamente en la mano de obra esclava, a la vez que llevaron a cabo el proceso de industrialización de la producción azucarera.

En 1821 con la prohibición de la trata de negros, los hacendados se ven obligados a buscar alternativas a la mano de obra esclava. Primero, importan chinos, empezando en 1847; casi al mismo tiempo se promueve la migración de canarios, los que según algunos cálculos alcanzaron a sumar casi 40 mil (Cervantes-Rodríguez, Portes 98). Por otro lado, a partir de 1840, entra en juego el azúcar de remolacha producida principalmente en Europa, la cual abastece ese mercado sobradamente. La industria azucarera cubana sufre un duro golpe al ver el precio del azúcar de caña desplomarse. La salida que hallan los productores es mirar hacia los Estados Unidos y emprender un proceso de “desmanufacturización” de la producción de azúcar ( oreno Fraginals

111). Los productores tratan de mantenerse a flote procurando producir no ya azúcar refinada,

51Varona al respecto señala: “El que no puede ‘negociar’ en grande, ‘se busca la vida’ en pequeño, y cuando se estrecha un poco el círculo de esta actividad de honradez meno que dudosa, están a la mano la estafa y el garito” (Varona, 77) y también, por supuesto, el delito.

Márquez Jiménez 94 sino azúcar “concentrada” o moscabada. El proceso de refinamiento tendrá lugar ahora en los

Estados Unidos, por lo que Cuba se convertirá entonces en exportadora de la materia prima del azúcar. Los productores, entonces, volverán su atención a los sitieros para el cultivo de la caña de azúcar. En medio del afán de mantener a flote la industria, los hacendados delegaron, por así decirlo, en los sitieros, el cultivo de una cantidad nada despreciable de tablones de caña52. Se inicia entonces el proceso de “colonización” de las grandes hacienda cañeras. Dicho de otro modo, el hacendado compartía con el sitiero la responsabilidad de sembrar y hacer crecer la caña. El hacendado se hacía cargo de la molienda, la cual tenía lugar en el trapiche que quedaba dentro de su propiedad. De este modo, el sitiero se convertía en colono de la hacienda cañera, y devenía “socio” del hacendado. La idea, en todo caso, era hacer más eficaz el proceso de siembra y cultivo, y repartir las cargas de la producción de azúcar moscabada. os hacendados “dejan claramente asentado que no persiguen la pequeña propiedad sino el pequeño cultivo; o sea, tener obreros agrícolas a quienes se les da como atractivo la independencia, ya que no la propiedad”

(Moreno Fraginals 125). Se podrá apreciar que el sitiero participa activa, voluntaria y hasta diríamos entusiastamente en el negocio agroexportador azucarero. De allí que decir que el bandolero surja de una masa de campesinos desposeídos, los cuales se topan con el cambio en los paradigmas de producción, a quienes el capitalismo agrícola se les sobreviene como algo extraño y amenazante es, por decir lo menos, faltar a la verdad. Estos sitieros, no son la masa de campesinos descritos por Hobsbawm. Menos aún son éstos campesinos ancestrales, depositarios de una cultura tradicional que se ve estremecida por el advenimiento de la hacienda cañera mecanizada, adscrita al modelo agroexportador capitalista. La cuestión es mucho más

52 Imilcy Balboa Navarro señala que hacia la segunda mitad del Siglo XIX, los ingenios azucareros favorecieron la creación de pequeñas unidades de producción “llamados sitios de labor y estancias ---reservorios naturales de la población rural libre--- y cuya producción era destinada a los mercados inmediatos ---los propios ingenios o los núcleos poblacionales---. En consecuencia los sitios de labor y estancias multiplicaron su número de 9.226 en 1827 a 14.397 y 31.069 en 1846 y 1862 respectivamente” (53).

Márquez Jiménez 95 complicada. Estos campesinos son, como he dicho antes, colonos, blancos de orilla, migrantes asiáticos, negros libres; luego, cabe deducir que ellos participan, son protagonistas también de este cambio en el paradigma de producción. En ese sentido, Rosalie Schwartz señala que “For a variety of reasons some of these immigrants will make their way into the new society in ways considered unlawful” (11). Así pues, difícilmente se puede poner a funcionar el paradigma de

Hobsbawm cuando lo que tenemos es, en palabras de Schwartz, la confluencia de “political purpose and material prospects, of social goals and psychological motivation” (11). a experiencia del bandido cubano es una que no está marcada por la confrontación de clases, sino que se halla determinada, inicialmente, por un ánimo pecuniario: el bandolero cubano lo que quiere es su parte (una parte) en el festín del boom azucarero. Otro detalle a considerar, tiene que ver con lo que apunta Imilcy Balboa Navarro: “no encontramos en las áreas rurales

[cubanas], una masa campesina sino núcleos aislados que podrían (...) ser relativamente independientes, aunque relacionadas con la agricultura de carácter comercial ---las vegas de tabaco---” (Balboa Navarro 57). Así pues, en la manigua cubana tenemos una comunidad campesina que no puede ser considerada como algo homogéneo. Los vegueros y los colonos de las haciendas azucareras representan un desafío a la hora de entender lo que sucede en las zonas rurales: vegueros y colonos son pequeños emprendedores, y en tanto tales no se ajustan al modelo de campesino descrito por Eric Hobsbawm, de cuyo seno surge el bandolero social. Más aún, el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals da cuenta de que durante la segunda mitad del siglo XIX tuvo lugar la expansión del casco urbano habanero como resultado del surgimiento del lucrativo negocio de parcelación y venta de las viejas haciendas. Luego, lo que antes fue espacio rural, ahora es espacio suburbano (Moreno Fraginals 126). Y tal como señala Rosalie

Schwartz, muchos de los bandoleros cubanos “were transplanted city boys and none of them

Márquez Jiménez 96 attributed their outlawry to loss of land” (10). Entonces, ¿cómo poner a funcionar el modelo de

Hobsbawm en este estado de cosas?

Decía arriba que según Manuel de Paz y Louis Pérez Jr. el bandolerismo en la manigua cubana era un fenómeno de naturaleza estacional, cabe preguntarse entonces cómo es que deviene epifenómeno, es decir, manifestación de protesta rural con significativas connotaciones políticas. La respuesta más plausible la desarrollan Imilcy Balboa Navarro y Rosalie Schwartz .

La investigadora cubana sostiene que al cabo de la guerra de los diez años, un grupo de ex- combatientes se dedicaron al bandidaje; era esta una manera de sobrevivir dado que la guerra había cobrado su tributo en el aparato productivo cubano en forma de trapiches quemados y plantaciones reducidas a cenizas, de modo que el aparato productivo cubano no tenía manera de absorber a los ex-combatientes. Imilcy Balboa Navarro da cuenta del caso de dos ex- combatientes devenidos bandoleros. El primero, Carlos Agüero Fundora, regresó a Cuba al frente de una expedición en abril de 1884, y “para poder sostenerse en los campos tuvo que apelar a los métodos de los bandoleros, robando lo necesario para sobrevivir, aunque sus propósitos fueran otros” (“entro lo real y lo imaginario...” 48). El segundo caso es el de artín

Velásquez quien se echó al campo luego que fuera abortada una conspiración independentista de la cual él formaba parte. Mientras huía de las autoridades, apeló también al robo y el secuestro para poder subsistir. Con ser él un insurrecto, sus acciones parecían más bien las de un campesino ahogado por las circunstancias, movido por el hambre y la desesperación. Pese a esto, Velásquez no perdió la oportunidad de hacer una suerte de declaración política:, “...según la prensa de la época la partida de Martín Velásquez sólo atacaba al comerciante del campo, respetando al hacendado y al sitiero, llegando incluso a quemar los libros de cuentas donde se reflejaban las deudas de los campesinos” ( “entro lo real y lo imaginario...” 53).

Márquez Jiménez 97

Había dicho antes que Schwartz provee la otra parte de la respuesta a por qué un fenómeno de naturaleza estacional deviene epifenómeno de connotación política. En ese sentido, es bueno tener en cuenta que “the alliance between Cuban rebel leaders and their outlaws associates was neither accidental nor incidental” (98). Los veteranos de la guerra de los diez años con amargura y muy a su pesar se acogieron a la Paz del Zanjón. Ellos pasaron los siguientes doce años tratando de reagruparse y de convertir esa derrota en el punto de partida de una campaña victoriosa. Desde el exilio estos líderes trataron de mantener viva la llama revolucionaria en Cuba. Los revolucionarios conspiraron, crearon situaciones, favorecieron iniciativas que encendieron los ánimos, pero de una manera efímera, pues rápidamente eran sofocadas y con ello se enfriaba, otra vez, el deseo separatista. Conforme los conspiradores eran derrotados una y otra vez, sufrían una decepción tras otra, los recursos, los apoyos se fueron desvaneciendo. Los separatistas agotaron las fuentes legítimas de financiamiento e incluso llegaron a contratar mercenarios para llenar las vacantes en el ejército revolucionario cubano

(Schwartz 98).

Cuba’s patriot-brigands aided and abetted a cause that desperately needed their

support in this period of grudging truce. They provided revenue and joined the

rebel ranks, reinforcing the government’s considered judgement that banditry

disguised an ongoing war (98)

Así, por razones estratégicas, los separatistas cubanos vieron con buenos ojos el desorden y la inseguridad en la manigua. Las quejas en torno a la falta de gobierno y la crecida impunidad, proporcionaron razones a los separatistas cubanos en cuanto a la incapacidad del gobierno

Márquez Jiménez 98 colonial de regir los destinos de la Isla. Con todo ello se reforzaba la idea de que la gestión del gobierno colonial buscaba tan sólo proteger los intereses peninsulares y poco o nada hacía a favor de los cubanos decentes y trabajadores. La alianza entre los bandidos patriotas y los rebeldes cubanos era muy diferente, por ejemplo, a la celebrada entre las élites letradas suramericanas y los caudillos rurales en la cual de lo que se trataba era de afirmar la preeminencia y negociar las cuotas de poder de las élites locales en ausencia de un poder central fuerte. Esta alianza en cambio, nos dice Schwartz, ha de entenderse en el marco de la lucha por la independencia (98-99). Lo que los partidarios de la independencia necesitaban, en ausencia de una motivación positiva era una propulsión negativa, afirma Schwartz. Los separatistas procuraban exacerbar suficientemente la sensación de desgobierno para acrecentar las dudas acerca de la habilidad del gobierno colonial para mantener el orden en Cuba. Por otro lado, era también del interés de los separatistas provocar a las autoridades españolas para que su respuesta fuera lo suficientemente represiva como para conducir a los no del todo convencidos simpatizantes del separatismo cubano por el camino de la rebelión. Como se puede advertir, los bandoleros cubanos son un instrumento de agitación, porque a fin de cuentas: “A Cuban countryside under siege by “bandits” challenged Spain’s right to govern by placing economic recovery at risk. If the brigands also raised money to facilitate the insurrection and organized support groups to fight in it, so much the better” (Schwartz 121). Luego, la alianza entre los separatistas cubanos y los bandoleros no es más que un matrimonio por conveniencia en el cual ambas partes buscan servir a sus fines particulares. En el caso concreto de los bandoleros, esta situación les provee de una suerte de escudo ético que habrá de facilitar su posterior mitificación.

Hay otra situación que tiene que ver con el clima de agitación y descontento que imperaba en Cuba hacia 1880. Las razones que llevaron a la guerra de los diez años no habían

Márquez Jiménez 99 desaparecido, es decir, las reivindicaciones que se buscaban les fueron esquivas a los separatistas cubanos. El régimen de privilegios que favorecía a los peninsulares, política y económicamente, permaneció incólume después de la guerra de los diez años.

Este grupo al que se ha dado en llamar “peninsulares” o “pro-peninsulares”, y que los separatistas cubanos llamaban despectivamente “sacarócratas”, estaba constituido por un conjunto de familias que, llegadas a la isla a principios del Siglo XIX, amasaron enormes fortunas a la sombra de la negocio azucarero ---primero gracias al comercio de esclavos, luego por su participación en el negocio de transporte marítimo y, finalmente, merced al monopolio que tenían en el negocio bancario. Poco después de la independencia de las repúblicas continentales hispanoamericanas, esta élite se las arregló para lograr un nuevo pacto colonial en

1830. La producción azucarera era enorme, tanto que sobraba para abastecer a la península. Por ese sobrante es que se celebra el nuevo pacto colonial toda vez que había que comercializarlo.

En el accionar de esta clase conviven dos modos de hacer política: la burguesa (en lo económico) y la colonial (en lo político). A esta élite no le interesa abrazar plenamente el régimen capitalista, pues les resulta mejor conservar el régimen de privilegios de la colonia. A esta élite, entonces, le interesar habitar el espacio de transición hacia la modernidad (Cayuela Fernández

245).

Este grupo pro-peninsular tenía nexos de familia con algunos de los que fueron posteriormente nombrados gobernadores generales en Cuba. No pocas veces, el nombramiento obedecía a ello, pero en realidad lo que hacía mucho peso era la cercanía de esta élite con el poder militar español. Esta era, otra vez, una relación de conveniencia: la élite pro-peninsular se aseguraba su sitio de preeminencia, en tanto que los militares se servían de Cuba para lanzar (o relanzar) su carrera política: la Gobernación General de Cuba servía a los fines de iniciar, dar

Márquez Jiménez 100 continuidad o retomar la senda hacia el poder en la península. Tal es el caso, por ejemplo, del

General José Tomás de la Concha ( Cayuela Fernández 246). Durante los últimos sesenta años del Siglo XIX hubo un vínculo inextricable entre la administración colonial ---sus contratas, los canales para su abastecimiento--- y “la progresión patrimonial del grupo pro-peninsular. Se estableció así un sistema de monopolio que entrecruzaba fórmulas coloniales del Antiguo

Régimen con fundamentos de la sociedad de mercado” (Cayuela Fernández 246).

El caso más notable es talvez el del Marqués de Comillas, quien recibió de la corona española la asignación de transportar con su flota de barcos cubanos a las tropas que libraron la guerra de los diez años (Hernández Sandoica 186). Todos estos prohombres de origen español se declaraban liberales en la península y salvaguardaban sus negocios en la Isla declarándose conservadores y realistas. De allí que los gobernadores generales les favorecieran abiertamente en el plano económico. A este respecto señala el historiador José Cayuela Fernández:

“Gutiérrez de la Concha, y a partir de él la mayoría de los Gobernadores

Generales, concedió el abastecimiento de los ejércitos de ultramar a destacados

miembros de aquel sector de la élite, guareció sus intereses portuarios, amplió su

potencial en el ámbito del ingenio, otorgó contratas millonarias para reformas de

estructura urbana y amparó los intereses de este grupo en torno al ámbito de la

esclavitud y sus suministros”. (246)

Si tenemos en cuenta de que este grupo pro-peninsular llegó a Cuba a principios del Siglo

XIX, si reparamos, además, en el hecho de que ellos eran los financistas del negocio azucarero, vale decir, fueron quienes otorgaron préstamos a los hacendados cañeros históricos, y se

Márquez Jiménez 101 apoderaron de muchas haciendas al ejecutar las garantías de préstamos después de la crisis de

1840, advertiremos entonces que esta élite pro-peninsular copa todos los espacios que alguna vez estuvieron reservados a las familias criollas históricas. Resulta evidente, entonces, que el ánimo separatista cubano está inflamado por este sentimiento de despojo, por una sensación de marginalización y exclusión de la vida económica, social y política.

En la segunda mitad del Siglo XIX el sistema electoral estaba claramente manipulado para que fueran los pro-peninsulares y no los liberales cubanos quienes accedieran a los cargos ante la diputación de cortes. Por ejemplo, para votar se requería que los prospectos fueran propietarios y pagaran al menos 25 pesos en impuestos a la propiedad; esta cantidad estaba sólo al alcance de unos pocos los cubanos: 53.000 del millón y medio de residentes en la isla. La clase media, así como las clases populares, quedaban excluidas del proceso (Schwartz 144).

Cuando los cubanos protestaron ante esta medida que excluía a casi la totalidad de la población, y reclamaron entonces sufragio universal, el gobierno colonial graciosamente concedió el sufragio a los empleados públicos y a los miembros de número del cuerpo de voluntarios, lo cuales, obviamente, eran fieles a la corona. Los cubanos elevaron de nuevo sus voces de protesta y el gobierno consintió en permitir el voto a aquellos empleados que devengaran más de cuatrocientos pesos de renta. Habida cuenta de que en ese grupo se encontraban muy pocos nativos de Cuba, esta medida lo que logró fue consolidar la posición de los pro-peninsulares

(Schwartz 144).

Más aún, en algún momento la Gobernación General promulgó una resolución que hacía posible que individuos empleados en casas comerciales pudieran votar merced a los impuestos que éstas pagaban, puesto que se consideraba que los empleados participaban de la renta generada por la casa comercial. Obviamente, estos negocios eran propiedad de los

Márquez Jiménez 102 conservadores, y sus empleados, que recién adquirían el derecho a votar por esta vía, eran conminados a sufragar en favor de sus empleadores (Schwartz 144). Se puede ver, entonces, que los criollos, liberales, reformistas, miembros de la clase de los plantadores, de la vieja oligarquía autóctona se veían a sí mismos excluidos, relegados a un segundo plano en lo que toca a sus derechos políticos.

En síntesis, se puede decir, siguiendo a Rosalie Schwartz, que el accionar de los bandoleros cubanos es menos la manifestación de la existencia de una lucha de clases que el producto de una colusión consciente e inclusiva celebrada entre éstos y los rebeldes conspiradores en contra del aparato colonial (12). Los separatistas aceptaron en sus filas a los bandoleros porque constituían una fuente de financiamiento nada despreciable --- a fin de cuentas las balas y fusiles obtenidos merced a esta alianza funcionaban igual que los obtenidos por vías lícitas. A su vez, los bandoleros se unían a las fuerzas independentistas porque ello acaso suponía la obtención de un indulto o la posibilidad del enriquecimiento personal. A fin de cuentas, nos advierte Hobsbawm, para entender el bandidismo debemos estudiarlo como parte de la historia del poder político el cual es, en sus más altas esferas, el poder de imperios y estados

(13). En ese sentido, el bandidismo aparece no tan sólo cuando sociedades no-clasistas resisten el avance (o la imposición) de una sociedad de clases; sino cuando una sociedad rural tradicional resiste el avance de “other rural (...) or urban, or foreign class societies, states or regimes” (

Hobsbawm 9, subrayado mío). Separatistas y bandoleros, hacendados y sitieros “resist the encroaching power of outside authority and capital” (Hobsbawm 9).Si bien el bandolerismo cubano no puede entenderse como el producto de una lucha de clases, sí que puede entenderse como una manifestación del surgimiento de una conciencia de clase. Tal como afirma Gillian

McGillivray en Blazing Cane: Sugar Communities, Class, and State Formation in Cuba, 1868–

Márquez Jiménez 103

1959, el surgimiento de los trapiches industrializados “transformed the island’s countryside and served as a base for political networking, class formation and revolutionary mobilization”

(McGillivray xv, subrayado mío). Son estos trapiches los que hicieron posible que los estratos bajos y medios de la sociedad cubana se sobrepusieran a sus diferencias ideológicas y se unieran formando y definiéndose a sí mismos como una clase (social): la de los trabajadores azucareros, la de los plantadores de caña de azúcar. La cuestión es ver cómo se articulan estos sectores de la sociedad cubana para hacer causa común en contra del aparato colonial explotador, y en contra, también, de los agentes de las casas de comercio y otros potentados del negocio portuario --- vastamente favorecidos por las autoridades coloniales, y considerados por ello como el enemigo.

¿Cómo, entonces, es posible que se produzca esta alianza? La respuesta a este asunto la podemos hallar en ese “matrimonio por conveniencia” celebrado entre los bandoleros y la clase de los hacendados propietarios de los trapiches. Sólo así es posible resistir el “encroaching power of outside authority and capital”.

III. “El Rey de los campos de Cuba”: su vida, sus hazañas y tropelías.

Desde 1889 se han publicado una multitud de estudios que han procurado aprehender y explicar el fenómeno del bandidismo cubano. En cada uno de ellos se han consignado en forma copiosa los secuestros, robos y extorsiones perpetrados por los bandoleros. Siendo tan crecido en número los delitos, los agentes de la ley, las víctimas, los delincuentes, acaban siendo enajenados en el relato de las fechorías. La reiteración del modus operandi, la estacionalidad del fenómeno, el fracaso repetido de las autoridades en atrapar a los bandoleros, la tenaz y redundante opción por la huida antes que por el enfrentamiento de parte de éstos, pareciera, pues, despojar de identidad a unos y a otros, al mismo tiempo que postula el fenómeno como una

Márquez Jiménez 104 suerte de plaga natural, una especie de que se reproduce merced al hecho de que utiliza el propio metabolismo de la economía de plantación, del régimen de producción azucarera.

En la prensa de la época, las autoridades coloniales son fustigadas insistentemente: poco importa el nombre del bandolero o de la víctima lo significativo es el hecho mismo, toda vez que pone de relieve que la autoridad colonial es absolutamente incompetente. Es esta la situación que existía hacia el final de la década de 1880, más o menos, cuando irrumpen en el escenario antillano los dos más famosos bandoleros que habrán de asolar las provincias del Occidente de la

Isla. José Álvarez Arteaga, Matagás, y Manuel García, el Rey de los campos de Cuba. El primero hace su aparición en 1885, poco después de la muerte de Carlos Agüero, otro célebre bandolero a cuya partida pertenecía Álvarez Arteaga (de Paz Vol 1; 152). El segundo, El Rey de los Campos de Cuba, comienza a fraguar su leyenda tan pronto comienza a capitanear la partida de Lengue Romero, muerto por las autoridades a principios de 1888 (de Paz Vol 2; 218).

Matagás y Manuel García tienen algo en común, con ambos se ha tejido una densa trama de leyenda, una fábula de identidad que hace posible una conexión orgánica entre la élite letrada comprometida con la independencia de la Isla y los guajiros de la manigua cubana. Los dos bandoleros recibieron en su momento nombramientos como oficiales del ejército libertador, los dos, también, mueren apenas comienza la guerra de independencia en 1895. En ambos queda cifrada la fábula del héroe popular independentista, del guajiro revolucionario. Sin embargo, de los dos bandoleros, ha sido Manuel García Ponce el que ha despertado el mayor interés entre los historiadores del Caribe. Tal como señala anuel de az, en anuel García se “exaltan los valores innatos y la rebeldía del guajiro” cubano (206). En él se halla encarnada la resistencia contra el poder colonial, la misma que cristaliza en el Partido Revolucionario Cubano encabezado por José Martí. De allí, pues, que su imagen se haya idealizado, porque él representa

Márquez Jiménez 105 la condición de posibilidad, en términos simbólicos, de una alianza amplia en favor de la independencia en Cuba. Por esta razón, Manuel García hace el tránsito de bandolero a mambí, vale decir, de sujeto al margen de la ley a insurrecto; dicho en palabras de Maffesoli: Manuel

García deviene, ultimadamente, en la encarnación de la violencia como fuerza colectiva estructurante ( Essais sur la violence banale ... 14). De allí que varios historiadores afirmen, plenamente convencidos, que “El Rey de los campos de Cuba” fue un bandolero-insurrecto, un bandido patriota de liberación nacional, un libertador al margen de la ley, (de Paz 207, Balboa

Navarro 62, Schwartz 3). Si alguien pensare lo contrario es porque forma parte de la “interesada opinión de los representantes de la metrópoli y sus colaboradores” (de az 207).

Manuel García Ponce nació en Alacranes, provincia de La Habana, el 1 de febrero de

1851. Sus padres fueron una pareja de inmigrantes canarios, muy probablemente sitieros, esto es, campesinos pisatarios asentados en las tierras de un terrateniente más acaudalado. María

Poumier señala que la familia acaso haya conocido tiempos de prosperidad, pues llegó a tener un esclavo (84). Los García Ponce procrearon tres hijos: Manuel, Vicente y Mariana. Los tres jóvenes recibieron una educación rudimentaria: aprendieron en casa a leer y escribir con cierta suficiencia. Prueba de ello es el hecho de que Manuel y Vicente escribieron no pocas cartas dirigidas a la opinión pública, las cuales fueron publicadas, al parecer, sin enmienda alguna.

Al iniciar la década de 1870, la familia García Ponce se traslada hasta Quivicán (La

Habana). Será allí en donde Manuel conocerá a la que será su esposa de toda la vida: Rosario

Vásquez, “Charito”. Rosario y anuel tendrán un hijo, Manuel García Vásquez, quien saldrá de

Cuba a temprana edad y se recibirá de médico (de Paz 209). Rosario sobrevivirá a Manuel y morirá sola e inadvertida en la misma Quivicán en 1914 (Poumier 85).

Márquez Jiménez 106

Mientras viven en Quivicán el padre de Manuel muere. Al desaparecer el soporte económico, la familia cae en la miseria. María Poumier consigna que, poco después de la muerte del padre, el mayor de los hermanos, Vicente, se desempeñó como cochero en la Habana hacia finales de la década del 1870 (85). Fue durante ese tiempo que al joven Manuel se le conoció como “Cañamazo”, en alusión al burdo tejido de la ropa que usaba, lo cual era síntoma de la precaria situación económica que vivía la familia53. Rosalie Schwartz afirma que Manuel era un joven problemático que delinquía para sostener su adicción a los juegos de envite y azar (55).

Por esa razón, la familia tuvo que mudarse varias veces, para evitar las cada vez más frecuentes confrontaciones de Manuel con la autoridad.

A mediados de la década de 1870, la madre de Manuel se une a otro migrante canario,

José García Gallardo. Si nos atenemos a lo que sostiene María Poumier, habremos de convenir que la segunda pareja de la madre de Manuel García era poco menos que un parásito, aficionado a la bebida y maltratador de mujeres (85). El retrato del padrastro de Manuel se aviene muy bien a lo que sucederá después: Manuel hiere con el machete a su padrastro porque éste le ha pegado a su madre. El joven Manuel se ha hecho hombre, tanto, que toma responsabilidad por sus actos, se entrega a la policía y consiente en cumplir su condena en la cárcel de Bejucal.

No será ésta la única vez que sirva condena. En otra ocasión tendrá un violento altercado con un personaje notable que, durante una fiesta, quiso bailar con su esposa Rosario, y como resultado del altercado, Manuel dio con su humanidad en la cárcel por segunda vez. Poumier afirma que el tiempo servido por Manuel en la cárcel es casi simbólico, merced a la intercesión de amigos y allegados en Quivicán. Estos dos episodios: el del padrastro y el del altercado en la fiesta, sirven para dramatizar el nacimiento a la vida adulta de Manuel, y lo hacen en perfecta

53Esto cobrará especial importancia en la biografía escrita por Federico Villoch toda vez que la insurgencia de Manuel se representará como una respuesta violenta a este tratamiento infamante de la sociedad blanca rural.

Márquez Jiménez 107 consonancia con los valores del grupo al cual pertenece, de allí que los crímenes cometidos no sean sancionados como tales dentro del imaginario del guajiro, antes por el contrario, y tratándose de una cuestión de honor, el crimen supera el “juicio moral” de la comunidad guajira, con lo cual Manuel queda plenamente justificado en su accionar.

Manuel de Paz señala que, al salir de la cárcel, Manuel García se dedica al comercio lícito de ganado junto con su hermano Vicente quien es, a la sazón, propietario de una carnicería en Quivicán. María Poumier da cuenta de que Manuel García tenía entre sus socios a Severiano

Dundo, conocido cuatrero habanero (86), y a Cristóbal Díaz. De modo que el negocio que

Manuel sostenía con su hermano, y con Dundo y Díaz, tenía de lícito el hecho de no haber sido descubiertos. En mayo de 1878, el grupo tuvo que matar a dos Guardias civiles que le salieron al paso cuando sustraían de la finca “ a Gía” una pareja de bueyes ( oumier, 86-87). Es luego de este episodio que Manuel García se echa al monte y se convierte en un fugitivo (de Paz 210).

A inicios de 1880, Manuel García entra en tratativas con dos sujetos que habían formado parte de la partida de bandoleros-insurrectos de Carlos García54. Los sujetos en cuestión son

Perico Torres y Félix Jiménez. Estos dos bandoleros formaban parte de la banda de Manuel

“ engue” Romero. Manuel García conoció a los dos bandoleros gracias a que le sirvió de guía a

Carlos García, durante la Guerra de los Diez Años, en sus desplazamientos por Vuelta Abajo

( oumier, 86). anuel “ engue” Romero y sus hombres solían cometer robos a mano armada gritando “Viva Cuba ibre”, de allí que se les tuviera por bandidos insurrectos. anuel

“ engue” Romero fue lugarteniente de Carlos García y, según Rosalie Schwartz, tomó el lugar de éste en la banda, luego de la muerte de García en 1875 (261).

54Carlos García fue un bandolero insurrecto que tomó parte de la Guerra de los diez años. Carlos Ripoll afirma que el conspirador y patriota cubano Francisco Vicente Aguilera lo nombró Comandante General en Vuelta Abajo en 1868. Durante siete años se desempeñò como mambí desde Pinar del Río hasta Matanzas. En 1875 fue sorprendido y muerto por las autoridades españolas junto a varios de los suyos.

Márquez Jiménez 108

En junio de 1885, junto a Perico Torres y Félix Jiménez, Manuel participa en el secuestro del niño Damián Riera ---a la postre hijo de un acaudalado propietario peninsular

(Poumier 87). El rescate fue fijado en trece mil pesos, los cuales supuestamente fueron sacados de la Isla para financiar a los grupos conspiradores cubanos (Schwartz 117). La reacción del gobierno ante el secuestro no se hizo esperar, y los secuestradores fueron condenados a muerte.

Manuel García marchó al exilio, y salvó la vida, gracias a las diligencias que realizó don

Mariano de la Torre, marqués de Santa Coloma, quien era un rico propietario asentado en la zona de Güines y Quivicán. Manuel partió rumbo a Cayo Hueso, en compañía de Perico Torres, en marzo de 1886 (de Paz 212; Poumier 89). El episodio del secuestro de Damián Riera y la huida de anuel a Cayo Hueso han sido tomados como evidencia de una conexión temprana del “Rey de los campos de Cuba” con el movimiento separatista (De az 211, Schwartz 118). Ello pondría a Manuel García en la órbita del movimiento tan pronto como en 1883, fecha en la que se une a la banda de anuel “ engue” Romero.

Durante su estancia en Cayo Hueso, Manuel obtuvo un empleo en la tabaquería de don

Eduardo Hidalgo Gato ---quien era un rico empresario tabaquero, patrocinante del proceso de preparación de la Guerra de Independencia. Poco tiempo después de su llegada a Cayo Hueso,

Charito se encontrará con el bandolero, y vivirán en una modesta vivienda con el exiguo sueldo de Manuel como secador de tabaco.

La estancia de Manuel García en Cayo Hueso constituye uno de los puntos a partir del cual se comienza a tejer la leyenda del bandolero patriota. Manuel García remite una carta al

Generalísimo Máximo Gómez, fechada el 23 de mayo de 1886 en cayo Hueso, en la cual se pone a las órdenes de éste para formar parte del ejército independentista. Lo que llama la atención de

Márquez Jiménez 109 esta misiva es menos el hecho de que haya sido escrita, y enviada, cuanto que en ella, por primera vez, se pone en escena la fábula del bandido patriota:

Mi general: hallándome dispuesto a volver a los campos de Cuba, de donde salí hace dos meses por haberse corrido que U. y el Mayor Maceo habían sido prisioneros de los españoles en el vapor City of , me pongo a las órdenes de Ud. Como soldado que soy de la causa de la independencia de mi patria. Yo he estado peleando contra los tiranos hasta el momento de mi salida de la Isla y soy práctico desde la jurisdicción de Cárdenas hasta cerca de la Habana. El General Sanguily y el coronel J.M. Aguirre me conocen así como el Sr. Poyo y podrán dar a Ud. Los informes que desee acerca de mi persona. Ya el Sr. J.F. Lamadriz, por cuyo conducto le remito esta carta, está enterado de mi pretensión, que espero sea atendida. Con protesta de mi consideración y respeto quedo de Ud. mi General, obediente soldado.

Manuel García oculta su condición de bandolero, cosa que se presume lo descalifica en tanto prospecto de soldado obediente y disciplinado; pese a ello, no se puede poner de soslayo que sí que hay vínculos con elementos revolucionarios; para ello baste recordar que fue práctico del bandolero insurrecto Carlos García durante la guerra de los diez años. Por otro lado, se sirve del General Julio Sanguily como de alguien que puede dar razones de él ---a su vuelta a la Isla será Sanguily, precisamente, quien le impartirá órdenes, servirá de contacto entre Manuel García y Antonio Maceo. Ahora bien, resulta interesante reparar en el hecho de que Manuel García se equipara a los héroes independentistas tanto en las razones de su salida de Cuba, como en las acciones emprendidas contra la tiranía. Manuel García es uno más, uno de ellos. Si él huye de

Cuba es como consecuencia del secuestro del joven Damián Riera. Ahora bien, no es menos cierto que la banda de “ engue” Romero, de la cual él formaba parte, también cometió

Márquez Jiménez 110 innumerables fechorías que difícilmente podían pasar por acciones revolucionarias, por lo que el secuestro de Riera puede ser entendido como una suerte de colusión entre bandoleros y separatistas. Sin embargo, en la carta, Manuel García se reinventa una peripecia que coincide con la de los próceres; sustituye la urgencia de una huida, por la obligación de realizar una retirada (estratégica). Esto contrasta con su escaso ascendiente entre los conspiradores ---

anuel de az señala que anuel García “era todavía un personaje secundario que llegó sin recursos económicos a Cayo Hueso” (de az 212). a leyenda de anuel García, el Rey de los campos de Cuba, pareciera iniciarse, entonces, como un acto de auto fabulación, de invención del yo.

Maria Poumier y Manuel de Paz coinciden en señalar que en septiembre de 1887 el general Juan Fernández Ruz auspició una expedición que partió de Cayo Hueso con rumbo a

Cuba. La expedición estaba compuesta por Manuel Beribén, alias “Quiebra Hacha” ---a quien

Fernández Ruz le confiere el grado de comandante---, Domingo Montelongo, Víctor Fragoso y

Manuel García55. A su llegada a Cuba son acogidos por Don Juan Bautista Castellanos, quien según un reporte del Gobierno rovincial era un “abrigador por simpatías” de “buena posición pecuniaria”. ( oumier 92-93; De Paz 214-215). El desembarco de la expedición no pasa desapercibido para la prensa de la época. Pocos días después, el diario La Lucha reseña el evento y le hace seguimiento por más de una semana. Juan Bautista Castellanos, en una carta reproducida por Manuel de Paz, declara que los expedicionarios fueron rápidamente delatados.

La Guardia Civil destacada en el poblado de Chirino sale en su búsqueda y topa con ellos en la finca de un rico propietario, Juan López. En el enfrentamiento, entre la pequeña escuadra de la

Guardia Civil y los expedicionarios, resulta herido Beribén quien muere cuatro días más tarde

55 La capitanía de la expedición es erróneamente adjudicada a Perico Torres en un principio (Diario La Lucha septiembre 10 de 1887). Conforme los hechos avanzan y se conoce la muerte de Beribén, se van conociendo también la identidad de los otros bandoleros. Manuel García es uno más de la partida, ni más ni menos.

Márquez Jiménez 111

(de Paz vol.1; 215). De acuerdo al testimonio de Bautista Castellanos, Manuel García logró escaparse y se refugió en la finca de Manuel Romero. Valga señalar que este Manuel Romero es el bandido-insurrecto “ engue” Romero a cuya partida anuel se reincorporará poco después, junto con Domingo Montelongo y Víctor Fragoso (Poumier 93; de Paz 215; Schwartz 122).

uego de salir de la finca de “ engue” Romero, anuel García y lo que queda de la expedición insurrecta toman rumbo al Valle de Yumurí. Allí vuelven a ser denunciados y sostienen otro enfrentamiento con la Guardia Civil. Por cuatro días, Manuel y la partida se ven acorralados. ogran escabullirse al quinto día y toman refugio en la finca “ iloto” de Bautista

Castellanos. Allí pasan unos quince días hasta que las cosas se calman; Bautista Castellanos le facilita un práctico a Manuel García el cual lo conduce hasta Matanzas, destino final de la expedición. El propietario se asombra de la capacidad que tiene Manuel García para burlar los cercos que se le han tendido: ya son tres mil hombres del Ejército español los que han vuelton a sus cuarteles con las manos vacías (de Paz Vol. 1; 215).

De acuerdo a un documento consignado por Rafael Gutiérrez Fernández en su libro Los

Héroes del 24 de febrero, el cual es citado por Manuel de Paz Sánchez, y cuyo autor es Manuel

Patricio Delgado ---para la época Secretario del Club Patriótico Cubano de Cayo Hueso---, la expedición encabezada por Beribén, y de la cual formaba parte Manuel García, tenía como objetivo agitar las cosas en Cuba: “fomentar la Revolución y recabar fondos para organizarla en todo el país” (de az Vol. 1; 216). Asimismo, la expedición contaba con la venia de otras agrupaciones insurreccionales cubanas en los Estados Unidos, entre las cuales se contaba la de

Nueva York56. No cabe poner en duda la autenticidad de los documentos consignados por

56No debe escapar de nuestra atención que la intención de Gutiérrez Fernández es laudatoria. En el libro en cuestión, Gutiérrez Fernández celebra la memoria de los héroes de la guerra de independencia. El libro se publica en 1932, año en el cual el pueblo cubano se alza en contra del gobierno autoritario de Gerardo Machado; al mismo tiempo, se advierte un resurgir del bandolerismo, de partidas insurrectas que recuerdan a las de la independencia (Pérez Jr.

Márquez Jiménez 112

Gutiérrez Fernández, sin embargo, hay que llamar la atención, una vez más, acerca del proceso de mitificación de Manuel García. Digo esto porque Martí, en una misiva escrita hacia la época del desembarco, pone en entredicho la utilidad del tal desembarco: “¿ or qué estamos aquí?

¿Por qué desembarcó Biribén [sic]? ¿Será que algún militar ambicioso, será que alguna reliquia temible de la guerra, será que tomemos por estado natural del país la alarma común, nos alucinen las acciones verbosas?” (citado por de az Vol. 1; 217). ese a lo expresado por artí, es a partir de ese momento que Manuel García comienza a fraguar su leyenda. Empero tengo para mí que se trata de una leyenda en la cual asoma la duda, sobre la cual se posa, inicialmente, la sombra de la desconfianza, merced a esta colusión que no es aprobada unánimemente, especialmente por el sector más ilustrado del separatismo cubano. Más aún, aquello que a Martí más le disgusta: “las acciones verbosas”, habrá de constituir el principal atributo del proceder de

Manuel García, el elemento vertebral de la leyenda del Rey de los Campos de Cuba. De allí el escrúpulo y las aprensiones expresadas por Martí.

Manuel García habrá de operar en una amplia zona del Occidente de la Isla: desde el extremo Este de la Provincia de La Habana, hasta el extremo Oeste de la provincia de Matanzas.

Es esta la zona de “la expansión azucarera plantacionista esclavista” (Fernández rieto, 33); es pues, la zona de la sacarocracia habanera57. Es allí, también, en donde habrá de crecer el

165). No resulta descabellado, entonces, conjeturar que el libro pretende agitar a las masas al tiempo que rescata a figuras tales como la de Manuel García. El libro duplica e iguala en clave panegírica y legitimadora estos dos momentos de la historia de Cuba: al legitimar y celebrar a los insurrectos de 1895, eleva hasta esas alturas a los insurrectos del presente colocándolos en la misma línea genealógica. 57 Para 1827, en el eje La Habana-Matanzas se concentraba la mayor cantidad de ingenios azucareros, algo más de 450, lo que constituía casi la mitad de los ingenios azucareros de la Isla (Moyano Bazzani, 23). Esta zona producía unas 78 mil toneladas de azúcar al año, o lo que es lo mismo, el 82 % de la producción azucarera cubana. Para 1862, esta región generaba la casi totalidad de la riqueza de la Isla: 236.000.000 de pesos contra 69.000.000 de la región Oriental (Fernández Prieto, 32).

Márquez Jiménez 113 sentimiento anexionista58, en la que florecerá la alianza entre propietarios cubanos y casas de comercio estadounidenses (Bell Lara, 2).

La notoriedad ganada por Manuel García se da por una confluencia de varios factores. En primer lugar, menciona Manuel de Paz, hay que pensar en la muerte, captura o exilio forzoso de otros bandoleros históricos: “Félix Jiménez cayó en noviembre de 1886, erico Torres se quedó en el exilio y Manuel Romero Guzmán Lengue Romero fue muerto a principios de 1888” (218).

Este último hecho fue el que propició la creación de la banda de Manuel García, toda vez que en su condición de segundo en la línea de mando, Manuel acabó haciéndose cargo del grupo. En segundo lugar, tenemos la ya comentada conexión con el exilio cubano. Por último, hay que mencionar la presencia mediática de Manuel García. Era su costumbre escribir cartas justificando sus actos, las cuales eran publicadas en los diarios liberales cubanos. Los diarios La

Lucha y La Discusión contribuyeron, entonces, a crear la leyenda del Rey de los Campos de

Cuba en su afán por criticar al régimen colonial (Balboa Navarro 85; Schwartz 244). Finalmente, tenemos al mismo Gobernador General Polavieja quien en su momento, y para justificar la represión, para darle sentido de urgencia y necesidad a la construcción de la red de espionaje --- que antes y durante la guerra de 1895 demostró ser de gran utilidad--- sobredimensionó, sobreinterpretó, por así decirlo, las acciones de los bandoleros, a la vez que los vinculó inequívocamente con elementos separatistas, como si hubiese entre ellos una plena comunión de intereses. Tanto los separatistas como el propio Polavieja sacaban partido del estado de conmoción, y los bandoleros eran el origen (a la vez que el síntoma) de ese estado. Así, cuando digo que la notoriedad ganada por Manuel García es el producto de la confluencia de varios

58 El anexionismo ve con buenos ojos, por ejemplo, los distintos intentos de compra de la Isla por parte de los Estados Unidos, en pocas palabras, este sector anexionista de la burguesía criolla cubana se ve a sí misma como parte de la unión americana. Esta tendencia se opone a la asimilacionista que prefiere ser parte de las provincias de España, que quiere para la Isla el reconocimiento de la metrópoli en la forma de un diputado a Cortes.

Márquez Jiménez 114 factores, me refiero específicamente a la imposibilidad de establecer, positivamente, una línea de concausalidad.

Imilcy Balbo Navarro (2003) señala que la partida de Manuel García estaba dividida en tres grupos; cada una de estas sub-partidas cubría una parte de la región occidental cubana y estaba al mando de personas diferentes. En primer lugar, está la partida comandada por el propio

Manuel y de la que formaban parte su hermano Vicente, Sixto Varela y José Inocente Sosa

Alfonzo, mejor conocido como Gallo Sosa. Domingo Montelongo encabezaba el segundo grupo que estaba constituido por el temible mulato José Plascencia, Antonio Mayor, Eulogio Rivero y

Pedro Palenzuela; por último, estaba el grupo liderado por Andrés Santana entre cuyos miembros estaba el mulato José Rosales, Víctor Cruz, Tomás Cruz Barroso, Ramón Fernández Delgado, mejor conocido como Maravilla yPablo Gallardo alias Escuela (86). Entre 1888 y 1895, año en el que muere, anuel García desarrolló su carrera delictiva plena de “acciones verbosas”, bajo la curiosa mirada de la opinión pública cubana. El rey de los campos de Cuba perpetró poco más de una docena de secuestros, quemó plantaciones de caña de azúcar y trapiches, asaltó tiendas, atentó en contra de los trenes, y ejecutó a familias enteras por delatarle ante la autoridad.

En 1888 secuestra al propietario de las Haciendas La Catalina Antonio Sierra y al hijo del propietario de la Hacienda Bainoa, Antonio Alentado. Poco más tarde, en abril de ese mismo año, secuestra al hacendado y empresario del ron Don Antonio Galíndez de Aldama. A pocos días del secuestro la prensa habanera reseñaba ampliamente el hecho y llamaba al gobierno a perseguir a los perpetradores y en especial a aquellos que ayudaran, escondieran o avituallaran a los bandoleros. De allí que el gobernador Sabas Marín decretara ese mismo año la Ley Marcial con la cual pretendía poner coto a las acciones de los bandoleros y, en especial, aplicar mano dura a los cómplices (Pérez Jr., 40).

Márquez Jiménez 115

Párrafo aparte merece, dentro de la descripción de las tropelías de Manuel García en

1888, el asesinato de la familia Martínez. Esta ejecución constituye uno de los actos más comentados, por su atrocidad, del Rey de los Campos de Cuba.

Se rumoraba que la familia Martínez, migrantes canarios y campesinos residentes en

Matanzas ---Antonio, padre, y Zacarías, hijo--- eran informantes del gobierno colonial. Manuel

García los decapitó en su propia casa en mayo de 1888. Sobre el cuerpo decapitado de una de las víctimas, Manuel García dejó una carta dirigida al Gobernador General Sabas Marín, en la cual, palabras más, palabras menos, recriminaba al gobierno el uso de inocentes campesinos a quienes ofrecía grandes sumas de dinero para delatar a Manuel y a su partida, sin reparar en el hecho de que el Rey de los Campos de Cuba inmediatamente habría de conocer el hecho, y tomaría los correctivos necesarios con peligro de la vida de los pobres campesinos (de Paz 220). En último caso, anuel García ponía la responsabilidad de la muerte de los delatores, “los chotas”, sobre los hombros del gobierno.

¿Hasta cuando el Gobierno estará engañando padres de familia y tristes labradores

que viven con el sudor de su frente, ofreciéndoles sumas de dinero por que nos

entreguen cuando eso lo sabemos nosotros enseguida y matamos inmediatamente

al que despunta por hablar y chotearnos, sistema que voy a adoptar de ahora en

adelante? que sólo en saber que uno habla lo más mínimo de nosotros, matarlo…

Así es que el gobierno puede poner una carreta para que recoja los muertos de

ahora en adelante, por supuesto, los chotas, nosotros no somos asesinos como el

Gobierno, o sea los mandantes (citado por Manuel de Paz, 219)

Márquez Jiménez 116

Esta carta dirigida al Capitán General será reproducida por la prensa de la época y formará parte de los tempranos escritos biográficos. Con la decapitación de los Martínez, con la carta, y gracias a la ayuda de los medios, Manuel García despliega el espectáculo terrible de la justicia bandolera. Esto da para pensar que la conexión orgánica entre los bandoleros y el campesinado es una ficción. No obstante, estoy persuadido de que este espectáculo pavoroso pone en escena, también, una suerte de juicio moral que proscribe, en la manigua, el choteo, el colaboracionismo con las autoridades coloniales. Dicho de otro modo, si el Capitán General

Sabas Marín, ha construido una red de espionaje a costa de los guajiros, Manuel García persigue con estas acciones desmontar esa red, prevenir que el guajiro se integre a ella. Los Martínez violentaron ese código no escrito y pagaron con su vida, justa y necesariamente, su apocamiento ante la autoridad. Este episodio hace que no sea del todo exagerado el auto-adjudicado título de

Rey de los Campos de Cuba; es anuel García, y nadie más, quien ejerce el “soberano” derecho de disponer acerca de la vida, y la muerte, del guajiro en la manigua cubana. Ahora bien, conviene agregar que esta carta refleja, también, un sentimiento de inquina hacia la autoridad colonial. Así, la ejecución de los Martínez, deviene en dramatización de la fuerza del subalterno.

Hay en Manuel García, tal como dice Maria Poumier, la convicción de que puede someter a la autoridad colonial a su voluntad (99), de que puede disputarle, en suma, el monopolio de la violencia.

En abierto desafío a las autoridades coloniales, Manuel García, en 1889, lleva a cabo tres secuestros que reportaron pingües beneficios. Los secuestros recibieron amplia cobertura por parte de la prensa de la época toda vez que coincidieron con la llegada del nuevo Gobernador

General Manuel Salamanca y Negrete. La cobertura de los secuestros contribuyó a fijar el tono, pugnaz y crítico, de la discusión en torno al bandolerismo.

Márquez Jiménez 117

En enero de 1889 Manuel García secuestra a don Justo Pérez, hombre de dudosa reputación, sistemáticamente vinculado con las actividades de los bandoleros. El secuestrado pagó un rescate que ascendía a una cantidad cercana a los cinco mil pesos oro. Durante la investigación se supo que Pérez era un aguantador de los bandoleros, por lo que el pago del rescate fue más bien la devolución de un dinero que Pérez tenía en su poder y que era propiedad de Manuel García (de Paz, Vol. I 221-222).

En el verano de ese mismo año, Manuel García y su banda llevaron a cabo otros dos secuestros que además de ser muy lucrativos, contribuyeron a reparar, también, la imagen del bandolero. Los dos sujetos secuestrados eran conspicuos miembros de la sociedad habanera. El primero, Pedro Sardiña, era un rico hacendado, y fue secuestrado en agosto de ese año. Una vez cobrados los tres mil quinientos pesos de su rescate, la víctima fue liberada sana y salva. El secuestro constituyó un abierto desafío a las políticas represivas del general Salamanca quien se vanagloriaba de las medidas implementadas en el combate del bandolerismo59. Al mes siguiente la banda secuestró a Manuel Hoyos, dueño de dos haciendas en Nueva Paz, quien pagó poco más de dos mil quinientos pesos por su liberación (Schwartz 130). Lo interesante de los dos secuestros viene después. En sendas entrevistas los secuestrados consignaron el relato de su cautiverio. En el caso de Sardiña, éste dio cuenta de una confidencia que los bandoleros le hicieron: todos los miembros de la partida de Manuel García estaban cansados de la vida proscrita, del acoso y de la precariedad de la vida en perpetua huida. De un modo semejante, a

Hoyos le dijeron que ellos deseaban llevar una vida honesta y proba, que preferían un peso

59 El General Salamanca aumentó el número de efectivos de la Guardia Civil, creó la Guardia Rural, y en un intento de facilitar la persecución de los criminales, estableció una red telefónica entre los puestos de la Guardia Civil. Por último, y para completar su plan represivo, el general Salamanca trató de involucrar a los pobladores de la manigua reinstaurando, por decreto en agosto de 1889, el sistema de somatenes. El sistema hacía posible que los vecinos armaran partidas persecutorias, o somatenes, para capturar a los bandoleros y entregarlos a las autoridades (Balboa Navarro 89-99).

Márquez Jiménez 118 ganado con trabajo, que todo el dinero ganado a través de los secuestros; sin embargo, no era esa una decisión que ellos pudieran tomar, pues debían continuar con su trabajo. Más aún, el testimonio que Hoyos ofrece a la prensa habanera hace que su cautiverio luzca casi como una vacación. Los bandoleros fueron extremadamente corteses y considerados con el señor Hoyos, lo alimentaron con generosidad y se prodigaron en toda clase de atenciones hacia él (Schwartz

130). Hubo quien, suspicazmente, afirmó que Hoyos tal vez nunca llegó a estar en real peligro, que acaso estaba en contubernio con el bandolero y su grupo. Como quiera que no se pudo probar nada en concreto, el relato de Hoyos contribuyó a humanizar el rostro del bandolerismo cubano, abonó a la creación de simpatías hacia el Rey de los campos de Cuba (Schwartz 131).

Ahora bien, no pasó desapercibido lo del “trabajo” que anuel García y su banda estaban en obligación de hacer; de allí, en suma, que la opinión pública cubana se viera a sí misma cautiva de una contradicción: por un lado condenaban los crímenes, pero al mismo tiempo se identificaban con las quejas del bandolero, sentían cierta afinidad por Manuel García, por el

“trabajo” que realizaba. Y es que “el trabajo” tenía que ver con otro asunto: hacia finales de

1889, Antonio Maceo había regresado a Cuba. Pese a que se rumoreaba insistentemente, desde octubre de ese mismo año, que Maceo preparaba una invasión insurreccional, el General

Salamaca le concedió permiso para regresar a la Isla. Supuestamente, Maceo volvía para hacerse cargo de varias propiedades agrícolas de la familia. Un giro del destino jugará en favor de las reales intenciones de Maceo: en febrero de 1890 Salamanca muere aquejado por unas fiebres, y su sustituto, José Chinchilla, no arriba a la Isla hasta abril (Schwartz 132). Maceo habrá de aprovecharse de la coyuntura y se reunirá con miembros notables de la élite criolla pro- independencia, con intelectuales y científicos, con personalidades del Partido Autonomista

Cubano los cuales le muestran su simpatía y respeto, pero no se comprometen con Maceo ni

Márquez Jiménez 119 financiera, ni materialmente. Huelga decir que las autoridades coloniales en la isla vigilaban cada movimiento de Maceo, tomaron nota de todas y cada una de las personas que le visitaron. Acaso haya sido por eso que Salamanca autorizó la vuelta de Maceo: en el caso de una insurrección liderada por el Titán de Bronce, las autoridades sabrían muy bien a quien vigilar y castigar

(Schwartz 132).

Manuel García Ponce será uno de los que se reúna con Maceo entre febrero y marzo de

1890. Rosalie Schwartz está persuadida de que el incremento extraordinario en la actividad de

Manuel García obedece al hecho de que Antonio Maceo había exigido, para octubre de ese mismo año, una contribución de cuarenta mil pesos de parte de los elementos separatistas del

Occidente de la Isla (132).

Manuel de Paz consigna una carta en la que se prueba la conexión entre Manuel García y el separatismo cubano. En la carta, firmada por Manuel Cardef (o Cardet) y fechada el 16 de febrero, este miembro de la red de confidentes de Salamanca afirma que Julio Sanguily y Manuel

García celebraron una reunión en la cual el segundo le ha dejado saber a Manuel García cuáles eran las órdenes de Antonio Maceo: Manuel García debe levantar, para favorecer la causa independentista, unos treinta mil pesos más, “García promete mandárselos en todo el mes de marzo y según noticias, García se marcha con la partida a la parte de Cienfuegos” (de az; Vol

II, 39). Quiero llamar la atención acerca del hecho de que Maceo le pida a García treinta mil pesos adicionales, lo que implica que García ya ha hecho contribuciones anteriormente. Luego, cabe conjeturar que la tratativa entre Maceo y García ha tenido lugar antes de la fecha señalada por Rosalie Schwartz.

En junio de 1890, Manuel García y su banda se presentan en la tienda del criollo Manuel

Campillo. Saquean la tienda, haciéndose de todo cuanto les fuera necesario; luego pasan a la casa

Márquez Jiménez 120 de Campillo y allí se apoderan de setecientos pesos en efectivo. No contentos con lo que acaban de obtener, resuelven secuestrar a Campillo. En la huida hacen cautivo, también, a Fernando

Pérez Calero quien se había asomado para ver qué era lo que sucedía frente a su casa, ubicada muy cerca de la de Campillo (Schwartz 133).

Manuel García fija el rescate de Campillo en seis mil pesos oro, y el de Pérez en dos mil quinientos. Conforme esperaban por el rescate, la banda va leyendo las informaciones publicadas por el diario La Lucha. A diferencia de lo publicado después de los secuestros de Sardiñas y

Hoyos, en que se destacaba el lado humano y sufrido de los bandoleros, la prensa esta vez remarca la audacia y arrojo de Manuel García, su descaro e impudicia. Hinchado de soberbia y altivez, Manuel García se auto-proclama Rey de los campos de Cuba60. Rosalie Schwartz afirma que el auto-conferido título refleja el crecido sentido de importancia que Manuel se atribuía a sí mismo, esto como consecuencia de la conexión directa que tenía con Antonio Maceo (133).

Aupado por la atención que recibió a propósito de los secuestros de Campillo y Pérez

Calero, a la vez que urgido por las demandas de Maceo, Manuel García intenta extorsionar a la compañía de trenes de Cuba. Amenaza con descarrilar trenes, matar operarios y quemar estaciones (Schwartz 133). Como la compañía de trenes hace caso omiso de la amenaza, el 25 de junio de 1890 una de las partidas del Rey de los campos de Cuba ataca un tren de pasajeros que cubre la ruta Madruga / a Habana, al grito de “¡Viva Cuba libre! ¡Viva anuel García, el rey de los campos de Cuba! Poco después Manuel García envía una carta al diario La Lucha pidiendo ahora un rescate de veinticinco mil pesos. Los pasajeros retenidos fueron liberados al día siguiente después de pagar un rescate de cuatro mil pesos. Un periódico de la Habana reseña el hecho haciendo notar que Manuel no ha estado al frente de las operaciones, esto provocó la

60 El título aparece por primera vez en la carta que Manuel García dirige a los Guardias Civiles a propósito del secuestro de Campillo y érez Calero: “ A la Guardia Civil, El Rey de los campos de Cuba a estos señores los secuestra porque les ha pedido dinero y no se lo han dado, y conmigo no se juega” (Schwartz 133)

Márquez Jiménez 121 cólera del bandolero puesto que entendió que se ponía en duda su valentía (Schwartz 134).

Acicateado por esta insinuación, un mes después, el 30 de julio de 1890, Manuel García se presenta en la estación de trenes de Quivicán y prende fuego a la bodega de la estación. La bodega está llena de mercancías que arderán incansables. Manuel cede a las rogativas de la pareja de celadores de la estación y no prende fuego a toda la estación, lo cual habría implicado quemar también la casa de residencia del joven matrimonio. Manuel, al abandonar el sitio, le hace saber a los celadores que no ha quemado todo el sitio porque entiende que eso les afectaría directamente, y el asunto no es con ellos sino con la Compañía. También les dice que el monto del rescate ha subido a treinta mil pesos. El ocho de agosto, ante el silencio de la compañía,

Manuel García le ordena a Domingo Montelongo que descarrile un tren de mercancías. En el hecho perece de un balazo el conductor del tren. El historiador Rafael Guerrero, en Crónica de la guerra de Cuba, apunta que el pánico cundió por toda la Habana en virtud de lo cual ya casi

“nadie se atreve a viajar y baja la recaudación de la compañía en un 50%” (41).

El ataque contra el ferrocarril constituyó un punto de inflexión dentro de la carrera de

Manuel García. Con ese golpe el Gobernador General Chinchilla se convenció, de una vez por todas, de que Manuel estaba siguiendo órdenes de Antonio Maceo y así lo voceó a los cuatro vientos. Antes de este episodio, las posibles conexiones entre el Rey de los Campos de Cuba y los insurrectos eran, todavía, discutibles y fundadas en rumores e infidencias. Ya se había visto que, durante la época en la cual Manuel García colaboró con Carlos Agüero, los miembros de la partida, al dar un golpe, daban vivas por la revolución y gritaban consignas a favor de una Cuba libre (Poumier). De un modo semejante, tenemos el episodio de la correspondencia que Manuel remitió a Maceo, los rumores que se esparcieron después de los secuestros de 1888; los supuestos encuentros entre el Titán de Bronce y Manuel García en 1889. Cualquiera de esas

Márquez Jiménez 122 acciones no pueden verse más que como tratativas entre los dos grupos: el de los insurrectos y el de los bandoleros. Nunca antes, hasta ahora, se pudo apreciar sin sombra de duda alguna la conexión entre Manuel García y los elementos revolucionarios. La prensa habanera, las autoridades, reaccionaron a los atentados en contra del tren con fruición los unos, con irritación los otros. En ese sentido, vale la pena llamar la atención acerca del valor simbólico (y estratégico) de los ataques en contra del tren. El tren era el emblema del negocio azucarero. Se ha de recordar que los trenes viajaban no de un centro urbano a otro, transportando pasajeros y mercancías; sino principalmente desde las haciendas cañeras, desde los sitios de molienda, hasta los puertos de exportación. El atentado en contra de los trenes dramatizaba el enfrentamiento entre los independentistas y los sacarócratas los cuales han medrado a la sombra del poder colonial y son los agentes y principales beneficiarios de este desarrollo comercial. Es entonces, a partir de este momento, que el Gobernador Chinchilla pondrá atención al asunto no ya desde el punto de vista de seguridad y orden público, por así decirlo, sino desde el punto de vista político.

Es a partir de este momento, pues, que Manuel García inicia efectivamente el tránsito de delincuente a insurrecto.

El General Chinchilla fracasó en la lucha contra el bandolerismo, pero fue él quien por primera vez, y un poco por defecto, provocó la conexión entre el bandolerismo y los guajiros.

Chinchilla estaba convencido de que el bandolerismo era difícil de extinguir porque era expresión latente del descontento de la población, en virtud de lo cual contaba con el apoyo pleno del campesinado (Balboa Navarro, 106). Las medidas represivas que implementó, antes que sofocar el bandolerismo lo azuzaron y, además, desarrollaron los vínculos entre el bandolerismo y los guajiros. Chinchilla persuadido como estaba de que los encubridores y cómplices eran la base del éxito de los bandoleros, la emprendió en contra de los campesinos

Márquez Jiménez 123

“sospechosos” y en contra de familiares y allegados de los malhechores. Todo ello dio lugar a que crecieran las manifestaciones de descontento y aumentara la base de apoyo de los bandoleros y, finalmente, tal y como sucedió, por ejemplo, con el hermano de Manuel García, Vicente, muchos campesinos se vieron forzados a incorporarse a las partidas de bandoleros (106). La actividad de los bandoleros, entonces, comenzó a adquirir una significación reivindicatoria, política. Chinchilla ordenó numerosísimos encarcelamientos y reclusiones en Isla de Pinos, la más conspicua de sus víctimas fue la propia Charo, la esposa de Manuel García. Chinchilla fue depuesto del cargo en agosto de 1890, cuando el bandolerismo había alcanzado ya dimensiones incontrolables tanto en Oriente como en Occidente.

Camilo Polavieja y su Gabinete Particular libraron, entre 1890 y 1893 la lucha más encarnizada en contra del bandolerismo. Polavieja llegó a la capitanía General de Cuba en sustitución del General Chinchilla quien apenas había durado en el cargo cuatro meses. El proceder de Polavieja no fue muy diferente del de Chinchilla, aunque sí fue menos ortodoxo. Él también apuntó a la red de cómplices del bandolerismo, puso precio a la cabeza de los bandoleros y pagó en metálico las confidencias de los campesinos. Fueron estas confidencias, por ejemplo, las que provocaron que en diciembre de 1890 Manuel García estuviera a punto de perder la vida, y Sixto Varela la perdiera de hecho. Polavieja había tendido una trampa a Manuel

García con la ayuda del Mariano de la Torre, un propietario de Quivicán amigo de García y a quien éste había confiado su seguridad en más de una ocasión. El otro implicado era el moreno

Osma, amigo de la infancia de Manuel García. En la nochevieja de 1890, Manuel fue emboscado en camino a la finca de Mariano de la Torre, mientras era guiado por Osma. Es posible que de la

Torre haya sido coaccionado, amenazado con la deportación y la pérdida de sus propiedades; y que probablemente el moreno Osma haya sido amenazado de muerte (Schwartz 180-181).

Márquez Jiménez 124

Manuel salvó la vida de milagro aunque herido, y llegó a la conclusión de que Polavieja había penetrado el último de sus anillos de seguridad, provocado así que la banda estuviera al borde del colapso

Polavieja también aupó las traiciones entre los miembros de las partidas de bandoleros, prometiendo que si entregaban a sus jefes obtendrían un indulto absoluto (Balboa Navarro, 110).

a masacre del “Baldomero Iglesias” en la cual murieron Domingo Montelongo, Eulogio Rivero y Fernando Delgado, miembros todos de una de las partidas de Manuel García, fue uno de los casos que ejemplarmente ilustró la política de represión del bandolerismo implementada por

Camilo Polavieja. En febrero de 1891 Domingo Montelongo entró en negociaciones con el poder colonial para obtener el indulto y ser autorizados a abandonar la Isla. Cuando se disponía a abordar en la bahía de La Habana el buque que los llevaría al exilio, fueron tiroteados por la

Guardia Civil que los esperaba adentro. El tiroteo fue tan desordenado y de tal magnitud que puso en peligro la vida del resto de los pasajeros del “Baldomero Iglesias”. El caso fue ampliamente reseñado por la prensa habanera de la época, y ayudó a confirmar que los miembros de las fuerzas del orden tenían órdenes de tirar a matar antes que capturar a los bandoleros o a cualquiera que se sospechara estaba en transacciones con los facinerosos (Balboa Navarro, 113).

Fue este el modo típico de proceder del Gabinete Particular, la más cara creación de Polavieja para combatir el bandolerismo.

El Gabinete Particular fue creado en agosto de 1890, poco después de la deposición de

Chinchilla y de la instalación en el cargo de Polavieja. En palabras de Imilcy Balbo Navarro, el gabinete articular “sólo se destacó por los métodos utilizados, que se movían entre la traición, el envenenamiento y la extorsión” (113). El Gabinete articular contó con una ingente cantidad de recursos, y puso en la calle un número significativo de agentes del orden, del mismo modo,

Márquez Jiménez 125 destacó a las calles de la isla a un número crecido de efectivos del ejército. Sin embargo, corría la especie según la cual los miembros de los cuerpos represivos de la autoridad colonial “eran reclutados entre hombres de dudosos antecedentes, guerrilleros que habían sido cuatreros, salteadores y policías que ‘eran la escoria del pueblo’ todo lo cual unido a otras cuestiones de carácter político le ganó una triste fama en la Isla y el sobrenombre del ‘Gabinete Negro”

(Balboa Navarro, 113).

Por otro lado, la Guardia Civil continuó, como en tiempos del Capitán General

Salamanca, cometiendo abusos en contra de los campesinos. Estos eran objeto de maltratos y expolios por parte de los efectivos, en virtud de lo cual eran considerados aún más bandidos que aquellos a los que supuestamente estaban persiguiendo. El despliegue de efectivos del ejército y la Guardia Civil fue extraordinario, se dice que en el ejército nada más se destacaron dos mil efectivos para el combate del bandolerismo. No cuesta mucho pensar que las arbitrariedades y maltratos en contra de los guajiros se multiplicaron en forma directamente proporcional.

Polavieja, merced al despliegue de fuerzas, se vanaglorió de que durante su gobierno sólo se reportaron dos secuestros. Así se lo hizo saber a las autoridades en la metrópoli. Lo único que no dijo fue que de los dos secuestros, uno de ellos lo puso en ridículo ante la opinión pública cubana. El secuestro sucedió justo después de que Polavieja hubiera intentado negociar con

Manuel García, en octubre de 1890, un perdón y posterior emigración a la Florida; a lo que

García contestó demandando treinta mil pesos para irse en paz. Polavieja se sintió irrespetado por las demandas de Manuel García, y en respuesta a ello puso precio a la cabeza de los bandoleros y los condenó a muerte de acuerdo a la vigente ley contra el secuestro. Manuel

García respondió a la movida de Polavieja con el secuestro, el 30 de noviembre de 1890, del propietario de la finca Camacho, Antonio Vento. El secuestro fue llevado a cabo para hacer

Márquez Jiménez 126 buena una amenaza: en una carta dirigida a un conjunto de periodistas, Manuel García dio cuenta del intento de Polavieja y anticipó el secuestro que realizaría con el fin de poner precio, él también, a la cabeza de Polavieja. Pocos días después, la familia de Vento pagó el rescate, unos cinco mil pesos de oro, y el dinero fue a parar a manos revolucionarias (Schwartz 177-178); de la recompensa ofrecida por Manuel García no se supo nunca más, pero el desafío, la insolencia de Manuel, quedó allí, a la vista de toda Cuba.

Resulta curioso, entonces, reparar en el hecho de que quien combate sin cuartel a Manuel

García, quien lo pone en jaque, es a la vez quien le confiere carácter beligerante dentro del conflicto interno cubano, quien lo legitima al reconocer que es, no tan sólo un rival formidable, sino uno que encarna los reclamos y reivindicaciones de un sector de la sociedad cubana. No cuesta mucho pensar que esta correspondencia secreta, esas Revistas Políticas Decenales que

Polavieja entregaba a sus superiores en la península, son el trasunto de lo que se habla en la calle, de lo que gente comenta; recogen de algún modo el sentir popular: Manuel García es un mambí61, es un elemento más dentro del movimiento independentista. La copiosísima correspondencia que Polavieja sostiene con sus informantes, y con las autoridades de la metrópoli, así lo atestigua62.

61 Mambí fue el nombre con el cual se conoció a los rebeldes criollos durante la Guerra de los Diez Años. El término devino en símbolo de desprendimiento y de sacrificio por la causa de la independencia cubana, esto en tanto los mambises abandonaron sus posiciones de privilegio y confort para unirse a la lucha. Lo mambises, asimismo, urgieron a los esclavos negros a rebelarse en contra de la autoridad y unirse al ejército revolucionario. De esta forma, Mambí pasó a denominar a cualquier elemento comprometido con la lucha por la libertad de Cuba. El término fue revivido durante la guerra de independencia de 1895 – 1898 (Suchliki, 370). 62 El trabajo de Manuel de Paz está fundado tremendamente en el hallazgo de esta correspondencia en el Archivo General de Indias en España. Allí de Paz y sus colaboradores tienen acceso no tan sólo a la correspondencia secreta de Polavieja, sino también a una serie de informes semanales que el Capitán general consignaba a las autoridades metropolitanas y en los cuales compartía sus impresiones con sus superiores. Es allí precisamente en dónde Manuel de Paz y sus colaboradores hallan evidencia irrefutable acerca del tránsito de Manuel García de delincuente a insurrecto. En lo que atañe a los episodios del ferrocarril, Polavieja da cuenta, a sus superiores en la metrópoli, de su convicción con respecto al hecho de que Manuel García está siguiendo órdenes de Maceo.

Márquez Jiménez 127

En abril de 1891, en otro movimiento “verboso”, espectacular, anuel García declara la guerra a España en nombre del pueblo cubano. El Manifiesto, firmado por Manuel en Melena del Sur el 27 de abril de 1890, y escrito enteramente en inglés, justificaba la declaración sobre la base de un conjunto de reclamos y quejas que ya he comentado antes en este capítulo: mayor participación de los criollos en la vida política de la isla, derogación del régimen aduanero, fin de la impunidad y la corrupción en el gobierno colonial, y un largo etcétera que va desde lo personal, pasa por lo político y acaba en lo económico. Lo más interesante de este documento tiene que ver con el hecho, observado por Rosalie Schwartz, de que es anuel quien tiene “el honor” de informar a los gobiernos extranjeros acerca del estado de guerra resultante de esta declaración, asimismo es Manuel quien, en el propio manifiesto, sugiere la anexión de Cuba por parte de los Estados Unidos:

We are so oppressed in every way that we have determined to proclaim the

Independence of our Island, and constitute the Republic of Cuba ANNEXED to

the United States, and throw the yoke of this bloody Spanish Government. We are

born in America, and America ought to be ruled by Americans (citado por

Schwartz 140).

Rosalie Schwartz sugiere que el hecho de que Manuel haya sido el encargado de informar a los gobiernos extranjeros acerca de la guerra de independencia cubana obedece al hecho de que

Manuel era tremendamente popular en la manigua cubana, y el Manifiesto no hacía más que consolidar su posición a la vez que hacía viable una suerte de conexión orgánica entre los insurgentes en el exilio y los guajiros. Para hacer la guerra a España se precisaba no tan sólo el

Márquez Jiménez 128 apoyo de las otras naciones americanas, sino también el de los cubanos de a pie, y Manuel proporcionaba eso a la causa (141). Ahora bien, el documento postula, también una paradoja, una cierta contradicción. Si Manuel es la garantía de conexión con los de abajo, ¿cómo, entonces, es que el Manifiesto está escrito en inglés y clama por la anexión a los Estados Unidos? La respuesta más sencilla y plausible tiene que ver con el hecho de que esta alianza entre los insurgentes y los bandoleros es representativa de los reclamos de los sectores medios de la sociedad cubana. Esto es consistente con lo visto en otros países y otras revoluciones en América

Latina: el bandolero se arrima siempre al poder, y lo hace con el propósito de redistribuir la riqueza para su propio provecho (Schwartz 142). O en palabras de Paul J. Vanderwood: Bandits were, in the main, ambitious outsiders who wanted in (12). Al Gobernador General Polavieja le importó muy poco la autenticidad del documento o su procedencia; cuando recibió una copia del

Manifiesto de manos del cónsul en Nueva York, vio confirmadas sus sospechas: los separatistas consideraban la Paz del Zanjón no una capitulación, sino una suspensión de las hostilidades; y

Manuel García era, sin lugar a dudas, parte fundamental en esta reanudación de las hostilidades

(Schwartz 142).

Polavieja persiguió sin tregua ni reposo a Manuel García. Puso en práctica lo que se dio en llamar el Plan Tejeda63, una de cuyas principales medidas era tratar de negociar el indulto a

Manuel García a cambio de que éste abandonara el país; sin embargo, visto lo visto con el

“Baldomero Iglesias”, anuel García rechazó cualquier trato con el Gabinete Particular. Por todo ello, las autoridades coloniales resolvieron, más bien, armar a los sitieros y tramar el envenenamiento de Manuel García a manos de aquéllos. De allí que Manuel García, en carta dirigida al Director del periódico La Discusión, lanzara la siguiente amenaza: “Así es que al sitio

63Por el Coronel Juan Tejeda y Varela quien fue puesto al frente de las operaciones de persecución de Manuel García por parte del Gobernador General Camilo Polavieja.

Márquez Jiménez 129 que yo llegue tiene el sitiero que comer conmigo y donde yo llegue y el sitiero me niegue que tiene el veneno y yo se lo descubra, no mato al hombre y a la mujer solo sino a todo ser viviente que en la casa se encuentre (de Paz Vol 2; 112).

En octubre de 1891, Manuel García hará buenas sus amenazas, y otro crimen atroz tendrá lugar. La razón que provoca la puesta en escena de la terrible justicia bandolera es la misma: la delación. Manuel García fugitivo y aislado, acosado por las tropas desplegadas como parte de la campaña de represión encabezada por Tejeda, incapaz de reunir a la partida o de ponerse en contacto con ella, temeroso de dar algún golpe, escondido en cuevas y matorrales, ha permanecido de bajo perfil por un tiempo significativo, tanto que Polavieja ha estado a punto de creerse que el bandolero había puesto rumbo al exilio como resultado del conjunto de medidas implementadas por el Gabinete Particular64. El periódico La Lucha reseñaba de esta forma el crimen: “El célebre bandido que algunos creían ausente de la isla y la mayor parte suponía que se hallaba escondido en los montes, (…) acaba de cometer un horrible crimen en el término municipal de Quivicán” (citado por de az, Tomo II, 72).

Manuel García se presentó al conuco del guajiro Pastor Hernández pidiéndole de comer.

El sitiero le contestó que no tenía qué ofrecerle, en virtud de lo cual Manuel le entrega un billete de 25 pesos y le pide que compre en el pueblo algo para comer. Manuel le advierte a Pastor que no lo delate. Pastor, instigado por su esposa, corre a Quivicán y denuncia a Manuel ante el alcalde, quien de seguidas ordena un extensivo reconocimiento de la zona. Pastor Hernández es obligado a guiar al grupo en el reconocimiento que practican por la zona. Pastor, quien presume las consecuencias de su acto, pide refugio al alcalde quien se lo concede por esa noche. Al día

64El Gabinete Particular, en una movida de mucha astucia política, nombró según le permitía 64su cargo, a oficiales fieles a la corona como alcaldes militares en los municipios de mayor conflictividad tales como Quivicán, Aguacate, Melena del Sur y Madruga en la provincia de la Habana; con esta última medida Polavieja trataba prevenir que las autoridades municipales, merced a lazos de familia y compadrazgo encubrieran a los bandidos o dispusieran su libertad (Gallego Jiménez 230).

Márquez Jiménez 130 siguiente, sabiendo cuál habrá de ser su destino, Pastor se traslada de vuelta a la finca

“Conformidad”, a la casa de ateo Acosta65, quien, a la sazón, era el arrendador de la propiedad que ocupaba Hernández, y le había dicho que estaría seguro en su conuco, que nada debía temer.

A eso de las seis y media de la tarde de ese día 2 de octubre de 1891, llegaron tres hombres armados a la propiedad de Mateo Acosta. Pastor Hernández se hallaba acompañado de sus cuatro hijos, un esclavo, el propio Mateo Acosta, algunos miembros de la familia de éste y unos cuantos empleados. Cuando vio a Manuel García a la cabeza del grupo, Hernández supo entonces que dejarse persuadir por Acosta había sido una mala decisión, que tenía que haber hecho oídos sordos a las peticiones de su esposa, que nunca debió delatar al amigo de infancia devenido bandolero. Manuel cobró su venganza terrible a machetazos. El cuerpo troceado de

Pastor y su esposa embarazada actuaron como un sangriento espectáculo disuasivo, expuesto a sus hijos y familiares, en primer lugar; y a toda la opinión pública cubana, después, debido a una carta que decía así:

Esto lo hago porque ya estoy cansado de sufrir y por ser este hombre un infame

que era conocido mío y amigo desde chico, y llegué a su casa y le pedí comida y

le dije que yo lo que quería que no diera parte y me dijo que él no entregaba a

ningún hombre y a mí menos; le regalé un billete de 25 pesos porque me dijo que

estaba muy pobre y que había tenido enfermos y tuvo el valor de entregarme.

(citado por de Paz et al, Tomo II, 74)

65Se sabía que Mateo Acosta tenía conexiones con una partida de bandoleros encabezada por su hermano. Hernández mismo tenía conexiones con los bandoleros, pues conocía a Manuel y a Vicente García desde niños.

Márquez Jiménez 131

Justo debajo de su firma, deja anuel García una postdata: “Y a la mujer le hago esto por ser la más empeñada en dar parte; primer vez que me meto con señoras, pero esta no es señora”

(citado por de Paz, Tomo II, 74). El hecho sangriento indignó a la opinión pública cubana. La prensa habanera hizo campaña a favor de medidas más duras usando como arma el caso de

Eustaquio Méndez Rey66, condenado a muerte por secuestrador y encubridor de bandidos. Ahora bien, de este hecho llama la atención el que no actúe, otra vez, en menoscabo de la reputación de

Manuel García. La explicación habremos de hallarla en el hecho de que las narrativas de bandidos son narrativas homo-sociales, son, pues, fundamentalmente masculinas (Dabove 290); si se quiere, misóginas. Una vez más, Manuel García supera el juicio moral del guajiro cubano: a los Hernández, a los artínez hay que castigarlos porque violentan el imperativo “solidario” que debe gobernar las relaciones entre los bandoleros y el campesino. El guajiro debe temer a un tiempo al bandolero y a la guardia civil. Siendo la justicia del primero tan terrible, el campesino cubano opta por obedecerle sin protestar. Así pues, la muerte de la esposa de Hernández no debe llamar a escándalo. De un modo semejante, no debe extrañar que el miedo paralice al resto de la familia Hernández, a Mateo Acosta y a los suyos, pese a ser superiores en número, haciéndolos mudos testigos de la ejecución de Pastor y su mujer. Tampoco debe sorprender que, tal como apunta Manuel de Paz citando a un perspicaz cronista de la época:

José Álvarez, hermano de la mujer asesinada, (…) en lugar de encabezar una

fuerza dispuesta a acabar con los insumisos, ‘se ha gastado su tiempo, su

actividad y su dinero en venir a La Habana a escribir carticas churriosas a un

66Eustaquio Méndez Rey fue un militar español, capitán del cuerpo de Voluntarios, ejecutado en octubre de 1891 al serle comprobado el cargo de secuestro y extorsión.

Márquez Jiménez 132

periódico de prestigio rectificando conceptos de nuestra información’. or eso,

concluía [el cronista], es ‘Rey anuel García’ (de az et al, Tomo II, 75)

Manuel García inscribe en los cuerpos de Pastor Hernández y su mujer lo que los cronistas de la época traducen en miedo o enajenamiento, todo lo cual dará lugar a la

“alcahuetería”, pero que debería ser entendido, tal como propone anuel de az como una huida hacia adelante, una suerte de contraofensiva ante la multitud de emboscadas que se le han tendido a Manuel (76), un golpe sobre la mesa que reafirma que Manuel es, aún, el Rey de los

Campos de Cuba.

Como parte de esta huida hacia adelante, Manuel llevará a cabo un conjunto de temerarias acciones. En enero de 1893 secuestra a Don Ignacio Herrera, hijo del Conde de Casa

Barreto, a la sazón asimilacionista confeso y miembro conspicuo de la sacarocracia habanera. El secuestro tiene lugar dentro de los límites de la ciudad de la Habana, lo cual habla elocuentemente de la temeridad de Manuel García (Pérez jr. 32). En julio de ese mismo año secuestra a Don Bernardo Morán en Güines. Con los dos secuestros, Manuel García logró reunir una cuantiosa suma de dinero cercana a los veinte mil pesos. También en 1893, Manuel ajustició a otros chotas, entre los que se contaba a un amigo de infancia67 que le robó, y había intentado envenenar a Vicente, el hermano de Manuel García (de Paz Vol 2, 114).

En 1894 Manuel García secuestró al propietario español Manuel Fernández Cabañas y poco más tarde, en septiembre de ese mismo año, secuestra a Don Antonio Fernández de Castro, hermano del diputado autonomista Don Rafael Fernández de Castro, en San Antonio de Río

Blanco en la provincia de la Habana (de Paz Vol 2, 139). Destaca este último secuestro, entre

67 Manuel de Paz consigna que el nombre de este amigo de infancia puede ser o bien Dionisio Llanes o Dionisio Batista Barroso.

Márquez Jiménez 133 todos los demás, primero, por su impacto en la opinión pública habanera. Los diarios reaccionaron al secuestro con estupor: “Nunca hemos estado en ese extremo, en situación tan grave. Porque lo sorprendente no es que los bandoleros secuestren (...) sino que esto lo puedan hacer con la impunidad casi absoluta con que lo vienen haciendo” (citado por de az, Vol. 2

139). Segundo, por el montante del rescate, quince mil pesos, que supuestamente fueron a parar a las arcas del movimiento separatista. Tercero, porque el secuestro tuvo lugar muy cerca de la capital lo que sumado a la quema de trapiche Portugalete, sucedida un año después, indicaba que

Manuel García había pasado a la ofensiva ---el molino estaba ubicado muy cerca de La Habana, de modo que la ciudad pudo asistir, muda de asombro, al espectáculo (Pérez jr. 32). Otra de las razones por las que destaca el secuestro de Fernández de Castro es porque fue este el último perpetrado por Manuel García. El secuestro en cuestión es notable, también, porque dio pábulo a un sinfín de especulaciones y discusiones en torno a la pureza moral del movimiento revolucionario independentista cubano. Lo curioso de todo este asunto es que la polémica tiene lugar en 1906. Manuel García deviene, una vez más, arma arrojadiza en contra del grupo que detenta el poder en la Isla. Desde el diario La Discusión se acusó al victorioso grupo separatista de ser poco menos que unos advenedisos corruptos. Bernabé Boza68 cuestionó la integridad moral de los revolucionarios, y específicamente la emprendió en contra de José Martí a quien acusaba de haber aceptado dinero mal habido, producto de los secuestros perpetrados por Manuel

García. De lo que se trataba era de endilgar a Martí y a sus asociados el origen de la fallida república para todos, fallida merced al hecho de que en su simiente se encontraba el mal.

68 Bernabé Boza fue un patriota cubano que tomó parte de la Guerra Grande en 1868 y en la Guerra de Independencia de 1895. Fue General de brigada del Ejército Libertador. Se desempeñó como Jefe de la escolta del mayor general Máximo Gómez. Al terminar la guerra de independencia ocupó diversos cargos políticos como representante del partido liberal. Por otro lado, vale la pena mencionar su férrea posición anti-anexionista.

Márquez Jiménez 134

Antes de terminar esta sección quiero llamar la atención, una vez más, acerca de la forma particular como Camilo Polavieja manejó el asunto político en Cuba. La investigadora cubana

Imilcy Balboa Navarro señala que en su afán por controlar hasta el más mínimo detalle en la persecución del bandolerismo, Polavieja prohibió a los agentes del gobierno contraer nupcias con nacionales de la isla de Cuba; asimismo, depuso de sus cargos a los Alcaldes de La Habana y

Matanzas, colocando en su lugar a oficiales del ejército. Esto atrajo las airadas críticas de la opinión pública cubana, pues como reseña Balboa Navarro, constituía “un intento de España de aumentar el control sobre la isla y despojar a los habitantes de sus derechos políticos” (109 -

110), esto en tiempos en los cuales las relaciones entre la colonia y la metrópoli estaban marcadas por la pugnacidad y la irritación que siguió a la primera guerra de independencia. Más aún, Polavieja sostuvo una reunión con los directores de los periódicos que circulaban en La

Habana. Allí les pidió que aplicaran autocensura y que “omitiesen la publicación de noticias referentes a la situación y movimiento de las fuerzas encargadas de perseguir a los bandoleros, por cuanto podían llegar a conocimiento de los perseguidos” (citado por Balboa Navarro, 110).

Polavieja acusaba a los medios cubanos de ser los oficiosos órganos de opinión de los bandoleros. Obviamente, los diarios cubanos respondieron a la petición publicando todo cuanto sucedía en esa guerra contra el bandolerismo, y lo hacían ensalzando el coraje de los bandoleros y caricaturizando los fracasos de las fuerzas destacadas por el Gabinete Particular (Balboa

Navarro, 111). He allí, a mi juicio, el origen de la mitificación del bandolerismo cubano.

Polavieja provoca el enfrentamiento entre la opinión pública cubana y las autoridades coloniales.

Con la excusa de combatir al bandolerismo, coopta los derechos políticos más elementales de los cubanos, y hace que éstos se reúnan en torno a un mismo reclamo: autonomía, libertad de expresión, goce pleno de derechos ciudadanos. Las medidas de Polavieja ponen al centro del

Márquez Jiménez 135 debate público el tema de los derechos políticos de los habitantes de las colonias, y transforman al bandolerismo en una de dos cosas: o bien, en instrumento de crítica del régimen colonial, o bien, en el emblema de la resistencia en contra de los excesos de la autoridad colonial.

Para el momento en el cual Polavieja renuncia a su cargo en junio de 189269, los ánimos independentistas están en efervescencia otra vez (de Paz Vol 2; 128-129). Mediarán sólo tres años entre la dimisión de Polavieja y el inicio de la segunda guerra de independencia. A ella se incorporarán los bandoleros entusiastas, ya legitimados y lavados de culpas (de Paz Vol. 2; 128).

El primero, Manuel García, quien no verá el desenlace de la guerra pues habrá de morir el mismo

24 febrero de 1895, apenas unas horas después de que se produjera el alzamiento liderado por

José Martí (Poumier 124).

IV. Manuel García (el rey de los campos de Cuba): su vida y sus hechos por Álvaro de la Iglesia: El bandolero como instrumento de crítica al régimen colonial.

Álvaro de la Iglesia, autor del primero de los textos que voy examinar, fue un emigrante gallego a Cuba. Maria Poumier afirma que era residente de Matanzas, la zona en la cual Manuel

García llevó a cabo buena parte de sus fechorías. De la Iglesia, continúa Poumier, fue periodista y fundador de un periódico local llamado La Región. Asimismo, fue redactor del diario La

Discusión el cual, a la sazón, era el otro diario, junto con La Lucha, que seguía de cerca la carrera criminal de Manuel García (163). Álvaro de la Iglesia se inició como novelista romántico y folletinesco, pero se dio a conocer en Cuba como el autor de una serie de cuadros de costumbres reunidos bajo el título de Tradiciones cubanas (1911). Las Tradiciones cubanas le

69 Camilo Polavieja renuncia a su cargo en protesta al nombramiento de Francisco Romero de Robledo como Ministro de Ultramar designado por el Primer Ministro Antonio Cánovas del Castillo. Romero de Robledo se desempeñó antes como Ministro de Gobernación desde cuyo despacho fomentó el fraude electoral. Como Ministro de Ultramar su más notable obra de gobierno fue reducir el tamaño de la burocracia colonial en Cuba, esto con el propósito de reducir (y poner bajo control) el déficit fiscal (Pérez-Cisneros 109).

Márquez Jiménez 136 valieron a de la Iglesia el elogio de figuras de las letras caribeñas tales como Enrique José

Varona, Alejo Carpentier y Max Henríquez Ureña. Otra de las publicaciones que vale la pena mencionar es Hojas sueltas: artículos de propaganda católica (1893). Salta a la vista, por el título, que Álvaro de la Iglesia era un conservador católico. Ahora bien, las posiciones políticas en la Cuba decimonónica no estaban tan claras: se dice con no poca frecuencia que los políticos de las Indias se declaraban liberales en España, pero conservadores en el Nuevo Mundo70. Ese parece ser el caso de Álvaro de la Iglesia. Su posición a favor del autonomismo en Cuba, a favor de una representación política definida ante la metrópoli colonial, lo coloca dentro del ámbito de los “conservadores”. Sin embargo, más tarde, de la Iglesia cambiará su parecer y ante la posibilidad de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, declarará su simpatía a la causa independentista, y publicará, hacia fines de 1898, un opúsculo titulado: Cuba para los cubanos.

Álvaro de la Iglesia estaba persuadido de que si Cuba aceptaba el tutelaje de los Estados Unidos acabaría siendo “el gran ingenio y la gran Vega del Tío Sam” (citado por Iturria Savón, 126).

La biografía del famoso bandolero cubano firmada por Álvaro de la Iglesia, fue publicada en 1895. La biografía se inscribe dentro de una matriz amarillista, promovida por la prensa habanera de la época, que buscaba hacer inteligible el fenómeno del bandolerismo a la opinión pública, y consignar “la verdad” acerca de la vida del bandolero autoproclamado Rey de los campos de Cuba; esto en oposición a otra matriz que se podría dar en llamar mitificadora, de la cual forman parte otras dos novelas y toda la producción poética popular71. Esta matriz

70 El intelectual ecuatoriano Juan ontalvo, por ejemplo, se hace eco de esta idea en un ensayo titulado “ iberales y conservadores”: ‘ os españoles, liberales en España, combaten la esclavitud por la imprenta, en la tribuna; cuando hacen oraciones remiradas acerca de la libertad en Cuba son conservadores’ (62). 71 Maria Poumier da cuenta de la existencia de dos novelas publicadas en el Siglo XIX. La primera del ya mencionado Manuel Guerrero (o Rafael Guerrero), publicada en 1890. Según Maria Poumier el libro deliberadamente renuncia a toda veracidad, a toda fidelidad hacia los hechos que constituyen la peripecia vital de Manuel García. Así pues, la breve novela de Guerrero, parece explotar, usufructuar la popularidad de Manuel García, y a partir de allí postula la fábula del bandido generoso, del delincuente de gran corazón. La segunda novela está firmada por el propio Álvaro de la Iglesia, y es publicada un año después de la biografía objeto de mi estudio,

Márquez Jiménez 137

“amarillista” se halla encarnada en los trabajos de Elizondo (et al) y Varela Sequeira. lamo a esta matriz “amarillista” a falta de un mejor término; lo que me interesa, en todo caso, es destacar que los trabajos de Elizondo, Varela Sequeira y de Álvaro de la Iglesia son herederos de la penny press estadounidense que buscaba “to indulge in colorful accounts of the evil deeds, confessions and executions of malefactors” (Tucher 10). Esta prensa amarillista buscaba revelar

“la verdad” oculta en los hechos, sin embargo no pocas veces: they relied for their details more on tradition, legend and formula than on fact (Tucher 10). Es necesario llamar la atención acerca de la brecha que parece existir entre “la verdad” y los hechos. orque a fin de cuentas, de acuerdo a Tucher, las necesidades y ansiedades de una comunidad pueden dar forma a la verdad que se “desprende” de los hechos. os textos de Varela Sequeira y Elizondo examinaban el fenómeno como un todo, el libro de Álvaro de la Iglesia, en cambio, va a lo particular, se enfoca sólo en Manuel García. Empero las dos serie de textos comparten una misma intención la de

“conocer los delitos, estudiarlos como medio de investigar y deducir el freno que haya de imponerse á los delincuentes” (Elizondo et al, 7)72. He allí la necesidad que da forma a ambos textos porque deducir “el freno que haya de imponerse a los delincuentes” pasa por poner la lupa sobre la acción gubernamental, fustigar a las autoridades coloniales.

Para Álvaro de la Iglesia, el bandolerismo cubano es un epifenómeno, un suceso anejo que guarda estrecha relación con el fenómeno principal que es el de la descomposición moral del régimen colonial cubano.

bajo el seudónimo Pedro de Madruga. La novela, intitulada Manuel García, el rey de los Campos de Cuba, vida de este famoso bandido, desde su infancia hasta su muerte (1896), insiste en retratar los amoríos de Manuel García, renuncia a las consideraciones políticas, silencia no pocos episodios de la vida del bandolero, y se presenta como un texto que se ajusta a las convenciones del folletín y la novela romántica (Poumier, 160 – 165). Por otro lado, se hallan los textos populares: media docena de décimas, guarachas, canciones y cantares recopilados y publicados por La Lira Criolla en 1897. Es allí, tal vez, en donde empieza a cuajar la leyenda del Rey de los campos de Cuba. 72 Gracias a esta observación hecha por Elizondo es que me refiero a estos como textos de vocación “analítica”, sin que ello sea óbice para reparar en el hecho de que pertenecen al género de la prensa amarillista. 72

Márquez Jiménez 138

No recuerdo quién dijo que Cuba era un presidio suelto; pero quien quiera que

haya sido, dejó dicha una verdad como un templo. En los larguísimos años que

hace resido en este país, al cual considero el mío propio, no he presenciado otro

espectáculo que el del despojo, y no recuerdo otro bandolerismo más feroz que el

de los hombres honrados. Desde las esferas del poder hasta las más humildes de

la actividad social, he contemplado un vasto hormiguero que sin más Dios que la

fuerza o la astucia, se dedica al robo en mayor o menor escala y con más omenos

quiebras...

Es la impunidad la que campea contenta de sí misma. Podría decirse, entonces, que el bandolerismo que secuestra a punta de pistola, que roba y extorsiona es apenas aquello que sobresale, aquello que constituye la parte visible de este asunto, del cual se desconoce (o se ignbora) otra parte mucho mayor: la corrupción, la utilización de las funciones y medios de las instituciones públicas en provecho económico de sus gestores oficiales (u oficiosos).

El bandolerismo es, para de la Iglesia, una epidemia que el régimen colonial no sabe controlar, o mejor dicho, cuya presencia acusa la falta de moralidad y ética de las autoridades, de allí que no sepa controlarlo. “… el bandolerismo no es más que una plaga temporal y fácil de extirpar si se pretende extirparla” (6). De la Iglesia pone en entredicho la voluntad política de las autoridades coloniales, él está persuadido de que el bandolerismo duplica lo que el régimen colonial es en esencia:

Márquez Jiménez 139

El bandolerismo manso, el de guante blanco, el que vive unas veces en los

muelles, otras entre las montañas de papel sellado, (…) hoy con cara de impuesto

arbitrario, mañana con cuerpo de ejecutor de apremios, (…) ayer estafando al

gobierno en la Junta de Deudas, anteayer robándose la caja de una Económica…

¿A qué seguir? Ante ese espantable brigandaje urbano, deshonra de una nación y

descrédito de un sistema, ante ese presidio suelto, (…) ante ese espectáculo

repugnante, Manuel García es un modestísimo bandolero que cobra sus

contribuciones con mejores modales que algunos servidores de pueblo

ensoberbecidos, y tal vez con mayor espíritu de equidad…(7)

Luego, parece sugerir de la Iglesia, si el bandolerismo no se puede erradicar es porque la sociedad cubana no es más que una sociedad de cómplices. Esta posición de Álvaro de la Iglesia coincide plenamente con la de Enrique José Varona73 quien, poco antes, al analizar el fenómeno, subraya que lo que hace posible el surgimiento del bandolerismo es la falta de civilidad. De allí que afirme: “el bandolerismo no retrocede ante la fuerza, sino ante la civilización. Y lo que avanza en Cuba es la barbarie” (221). Varona, computa el fenómeno del bandolerismo con arreglo al paradigma sarmientino de civilización y barbarie. La barbarie habita en el régimen colonial porque en él campea la impunidad. Otro intelectual de la época, Francisco Moreno, en un libro titulado El país de chocolate abunda en esto y señala que la inmoralidad del régimen colonial es el resultado del deseo de la burocracia colonial de “hacer las indias” por cualquier medio: “A Cuba no se va hoy en busca de un bienestar o de una modesta posición, sino á robar,

73 Varona es, junto con Martí, uno de los intelectuales cubanos más comprometidos con la causa independentista. Varona lucha del lado independentista en la guerra de los diez años. En 1895, a petición de Martí, se hace cargo de la jefatura de redacción del diario Patria; En 1896 da, en el Steinwall Hall en Nueva York, dos conferencias que luego fueron reunidas bajo el título de: “El fracaso colonial de España”.

Márquez Jiménez 140 sí, esta es la frase, un poco descarnada, es cierto, pero que condensa de un modo inequívoco, aunque fatal, la aspiración de cada migrante” (11). oreno está persuadido de que Cuba es, entonces, un presidio suelto, es él quien acuña la frase. De esta idea se hace eco Álvaro de la

Iglesia. Si existe está situación de impunidad, si existe esta brecha insalvable entre la ley y la justicia, luego no es de extrañar que el bandolerismo sea una epidemia casi imposible de controlar para las autoridades coloniales de la isla.

El bandolerismo no tan sólo reproduce la situación de descomposición moral de la sociedad cubana colonial, sino que en su presencia, los secuestros y extorsiones de los bandoleros palidecen delante de los expolios y la prevaricación de los funcionarios cubanos coloniales. La lógica que gobierna este razonamiento, me parece, tiene que ver con el alcance del delito. Las acciones de los bandoleros son acciones contra la propiedad, contra personas de alta extracción social; en cambio las acciones corruptas de los funcionarios coloniales impactan sobre las instituciones, minan su legitimidad, su soberanía; afectan a un tiempo a todos los miembros de la esa comunidad de sentido que es Cuba, repercuten en las relaciones comunitarias: esas que están fundadas en un sentido de jerarquía que reproduce el patriarcado surgido en la familia; esas, en suma, que se basan en la existencia de relaciones de dominación asentadas en una clase dirigente que detenta el poder. Luego, si esta clase dominante está decrépita, el régimen colonial mismo está en franca decadencia. El contrato social está roto por completo:

Y ahora bien un pueblo que vé como se perpetran á diario los mayores delitos,

quedando muchos impunes, educado en el espectáculo de la inmoralidad, ¿cómo

ha de ser honrado? ¿Cómo ha de ser moral? El ejemplo viene de arriba, (…) y de

allí corre a contaminar todo el cuerpo social. La miseria los malos ejemplos de

Márquez Jiménez 141

una administración corrompida (…); los abusos de autoridad en los campos, la

falta de instrucción he ahí los principales factores del bandolerismo, aún cuando

se echen á buscar otras causas aquellos á quienes conviene (como ya hemos

dicho) convencer al pueblo de que fuera de los bandoleros que forman á las

órdenes de Manuel García, Matagás ó Mirabal no se encuentra un pillo ni un

defraudador de la riqueza pública para un remedio (8)

El bandolerismo cubano es a un tiempo síntoma de la descomposición moral del régimen colonial, y el chivo expiatorio, la cortina de humo que pretende minimizar el expolio que desde la administración central se está perpetrando. No cuesta mucho pensar que la publicidad que reciben los bandoleros en la prensa cubana de la época, responde a este doble patrón: la prensa liberal fustiga a la autoridad colonial, al tiempo que la conservadora llama la atención acerca del fenómeno para no hablar acerca de aquello que se encuentra al centro del problema: el régimen colonial cubano es inmoral e ilegítimo. Los diarios La Discusión y La Lucha alimentaban la leyenda del bandolero insurrecto al hacer uso de su figura para fustigar al régimen colonial y deslegitimarlo; entretanto, otros diarios pro-españoles, tales como La Unión Constitucional, El

Español, El Comercio y La Iberia hacían causa común y presentaban a los bandoleros como despreciables delincuentes (Balboa Navarro, 2001, 44). En la prensa cubana se libra un contencioso: o bien los bandidos son ese epifenómeno del que hablaba antes, o en su defecto, son el producto de la connivencia de la clase de los hacendados, simpatizantes del separatismo, que los amparan y protegen con el único propósito de desestabilizar al régimen. Elizondo (et al) insiste en esta idea de los padrinos; él está persuadido de que conforme los campos se infestaban de bandoleros, en las ciudades abundaban los “padrinos, encubridores y pillos” (36). El maridaje

Márquez Jiménez 142 entre los bandoleros y los padrinos es de conveniencia y, curiosamente, resulta de la conveniencia de todos: de los hacendados criollos, que buscan deslegitimar, desestabilizar el régimen; de las autoridades coloniales, que también arrojan a la cara de los hacendados su connivencia; de los bandoleros, por último, que sacan provecho de esta suerte de vacío de autoridad, de la ineptitud del régimen colonial, y hacen de las suyas ante la mirada sobrecogida de unos y otros.

En el texto de Álvaro de la Iglesia se puede apreciar, también, un sentido de urgencia que nace del hecho de que la biografía se escribe conforme los acontecimientos se desarrollan. Al final del capítulo introductorio del libro, Álvaro de la Iglesia nos advierte en una minúscula nota al pie: “Esta obra en su mayoría ha sido escrita antes de la muerte de anuel García” (9). Esta urgencia da lugar, incluso, a que de la Iglesia cometa errores, propios del ejercicio del periodismo: “Algunas erratas se han deslizado en el curso de este libro á causa de las interrupciones sufridas en la edición que empezó a imprimirse en 1895 y terminó en los primeros meses de 1898” (206). Tales erratas obedecen, pues, a cierto “defecto en los datos que al autor sirvieron para escribir este libro” (206). Se puede colegir que la urgencia proviene de la necesidad de intervenir en este conflicto, esta discusión en torno al carácter, y la naturaleza del accionar de Manuel García. Ya desde 1890, circulan décimas y canciones populares que mitifican a Manuel García:

La popularidad del Rey de los Campos era por entonces inmensa. Baste decir que

se sacó un danzón con su nombre y que el pueblo cantaba, sin guardarse, antes

por el contrario a grito pelado, versos de este tenor: Y dice Manuel García/ Que si

no le dan centenes/ Que descarrila los trenes/ Y mata la policía…” (74)

Márquez Jiménez 143

Al citar los versos, de la Iglesia le da voz a los que ya mitifican al bandolero, y con ello pone en escena un diferendo: por un lado los independentistas que hacen de Manuel García el

ícono de la causa separatista, por otro los autonomistas que creen que el régimen es susceptible de regenerarse a sí mismo74 y, finalmente, los que se hallan a favor del status –quo, aquellos que gozan de los privilegios obtenidos del régimen colonial75. No se debe olvidar, tampoco, que ya en 1890 ha circulado la primera novela sobre Manuel García, y que el libro de Varela Zequeira

(et al) ha sido publicado y conoce dos ediciones para 1891. El conflicto se puede ver claramente, además de en los versos ya referidos, en uno de los capítulos finales de la obra en el cual Álvaro de la Iglesia consigna la “rara transformación” del bandolerismo cubano: ha pasado de ser un puñado de delincuentes a ser “auxiliar de una revolución que lleva por lema la libertad y el progreso cubanos” (199). No se nos debe escapar el dejo irónico de estas palabras de Álvaro de la Iglesia o, al menos, el desencanto que reflejan. Sin embargo, de la Iglesia hace un intento por

74No se olvide que hacia 1898, cuando es inminente la intervención estadounidense, de la Iglesia publica Cuba para los cubanos --- en remedo del nombre de la política estadounidense de America for Americans--- y fija su posición a favor del separatismo. Cabe recordar que el Partido Liberal autonomista, del que formaba parte de la Iglesia agrupa a la clase media cubana. El partido inicialmente tenía como propósito buscar el mejoramiento de la Isla de Cuba dentro del marco de la Ley, aprovechando la posibilidad de elegir diputados a las Cortes. Marta Bizcarrondo define así al partido liberal autonomista: “En los autonomistas, se [produce] la conjugación de un espíritu crítico muy acusado en la contemplación de las relaciones coloniales con una voluntad última conciliadora, que a través de reformas busca el ejercicio del autogobierno de la Isla en el marco de la soberanía española”. Eventualmente, se produjo una comunión de intereses entre autonomistas y separatistas, puesto que los primeros llamaban la atención acerca del carácter único de la cubanidad, sus raíces españolas; esto en contraposición a la posición anexionista. En último término, se produjo el curioso fenómeno de que los autonomistas voceaban con vehemencia sus ideas, y éstas eran prácticamente las mismas que las del separatismo, ilegalizado y proscrito por las autoridades coloniales españolas. 75 Vale la pena hacer otra precisión acerca del espectro político cubano. Si los autonomistas eran principalmente, miembros de la clase media profesional cubana, y coincidían en sus objetivos políticos últimos con los independentistas; otro tanto sucede con aquellos que demostraban su fidelidad al régimen colonial español y con los anexionistas: ambos eran miembros de la élite criolla, tanto en lo económico como en lo político. Los “peninsularistas” eran miembros del artido Unión Española y eran constantemente favorecidos por las autoridades coloniales; los anexionistas a su vez eran miembros también de esa élite económica criolla y vieron una oportunidad impasable en la declaración de sus simpatías para con los Estados Unidos, a la sazón, principal cliente del azúcar cubano. Así pues, las posiciones políticas de ambos, peninsularistas y anexionistas, obedecían a conveniencias, a intereses de orden económico. 75

Márquez Jiménez 144 comprender el fenómeno, y da cierto crédito a esta transformación, por ello cita una entrevista que hace Varela Zequeira a Manuel García:

Preguntó el Sr. Varela a Manuel García, entre otros particulares:

---¿Es verdad eso que se dice, que Usted va a pelear con fines políticos?

--- Yo daría mi vida (respondió el bandolero) con tal de que se declarara la

guerra. Si hubiera cuatro hombres como yo, trabajando en combinación le

dábamos qué hacer en grande al gobierno; pero yo solo no hago nada. A mí me

convendría por otro lado, porque yo no espero que me indulten, ni me voy del

país por ningún motivo, veo en la guerra un recurso para volver a la vida

tranquila, como deseo; todo aparte de que anhelo en primer término la libertad de

Cuba. (de la Iglesia 200)

Álvaro de la Iglesia declara que la transformación del bandolero es “explicable”, y ciertamente lo es, pero no en los términos que cabría esperar siendo separatista. Si el independentismo se sirve de los bandoleros, ello es consecuencia del reconocimiento implícito de que los bandoleros detentan una cierta posición de poder porque desafían el monopolio de la violencia adjudicado a la autoridad colonial. Los separatistas ven en los bandoleros un recurso, un instrumento que se conecta con lo que Charles Tilly llama contencious politics. A fin de cuentas, los bandoleros cubanos poseen un activo invaluable: el del ejercicio de la violencia. De allí que sean nombrados auxiliares, o más bien, deberíamos pensarlos como accesorios, esto es, como sujetos que dependen del tronco principal revolucionario al cual se le han unido casi por accidente. Este movimiento del bando independentista no es infrecuente en la historia. Janice E.

Márquez Jiménez 145

Thompson señala que el uso de “individual coercive capabilities” dentro de un territorio no es en, modo alguno, infrecuente. Antes de que tuviera lugar el desarrollo de las capacidades de monopolizar la violencia por parte de la nación-estado moderna, existían “non-estate violence deployers” que asignaban a individuos, a particulares, al margen de la ley (estatal), tales como piratas, y en nuestro caso bandoleros, el uso de la violencia. El más típico de estos casos vendría a ser el de los movimientos separatistas o revolucionarios (Thompson, 8). Así pues, si seguimos el razonamiento de Thompson, el separatismo cubano no tiene la legitimidad para disponer el uso de la violencia, para asignar a los bandoleros esta potestad; empero no es esto óbice para que a fin de cuentas lo hagan, para que negocien con los bandoleros su adscripción a la causa revolucionaria.

Sin inferir grave ofensa á los mantenedores de una idea política que representa un

instinto de libertad y de adelanto, no pueden hacerse cargos á la revolución por

haber utilizado al bandolerismo en la contienda. Las revoluciones echan mano,

para demoler, de cuantos recursos tienen á su alcance, sin que ello signifique en lo

más mínimo solidaridad ni simpatías. (200-201)

Ciertamente, a Álvaro de la Iglesia esto le incordia, le hace ruido, le parece que quebranta, violenta el orden que los autonomistas pretenden conservar y mejorar. Es como si

Manuel García estuviera sacando provecho de la situación, manejando las cosas para su único provecho. De allí que Álvaro de la Iglesia critique a los bandoleros:

Márquez Jiménez 146

Manuel García se asió al clavo ardiendo de la revolución, para buscar una salida a

su situación comprometida, poniéndose al habla con determinadas personajes

conjuradas para lanzarse al campo el domingo de Carnaval del citado año (200).

Álvaro de la Iglesia veladamente rechaza la incorporación de elementos del bandolerismo a la causa revolucionaria. De la Iglesia nos hace creer, me parece, que Manuel García se disfraza.

Por otro lado, quiero llamar la atención acerca del hecho de que el carnaval es el mundo al revés.

Así, con no poca ironía, de la Iglesia consigna su razonamiento: este alzamiento es espurio porque al incorporar al elemento bandoleril se convierte en una suerte de mundo al revés, un mundo en el cual no existe distinción alguna entre prócer, prohombre y delincuente. De la

Iglesia parece advertir acerca de los riesgos de transar con la barbarie, aquella a la que hacía referencia Enrique José Varona en su ensayo. Aunque declare que no es su propósito juzgar o analizar el movimiento insurreccional cubano, al cabo, de la Iglesia lo hace sin empacho alguno.

No se debe olvidar el carácter sensacionalista del texto ---se debe tener presente que la prensa sensacionalista estaba consagrada a la actualidad---, la biografía escrita por Álvaro de la Iglesia corre paralelamente al desenvolvimiento de los acontecimientos. Luego, aunque el texto se halla insuflado por un ánimo, un deseo de objetividad, su intervención dentro del conflicto, dentro el contencioso que se libra en la prensa habanera, resulta no tan sólo inevitable, sino hasta necesaria.

También por el carácter sincrónico y actual del texto, se puede apreciar un cambio en el juicio que Álvaro de la Iglesia va haciendo con respecto a la actuación de las autoridades coloniales. Cuando aparece en escena el Capitán General Salamanca, las críticas al régimen colonial son menos agrias, pues sus acciones en contra del bandolerismo van rindiendo frutos.

Márquez Jiménez 147

La captura de los [hermanos] Machín, de Eusebio Moreno Suárez, Alemán y otros

foragidos [sic] efectuada bajo el mando del honrado General, hicieron concebir a

éste la esperanza de que muy pronto concluiría la plaga del secuestro, razón por la

cual dijo en Manzanillo, públicamente: el bandolerismo ha concluido en Cuba.

(43)

Desafortunadamente, Salamanca muere en 1890 dejando su obra inconclusa. De la

Iglesia le reconoce al General la virtud de haber sabido ver claro el problema de Cuba: la inmoralidad. De allí que el General Salamanca, desde el inicio de su gestión, promoviera una limpieza del sistema de elementos corruptos, por lo que puso en su lugar gente proba y leal a la corona. Es esto precisamente lo que lleva a de la Iglesia a afirmar con entusiasmo que el General

Salamanca se distinguió por entronizar “una era de moralidad y orden en todos los asuntos, que presagiaba un hermoso resultado para el porvenir” (43). Nótese que de la Iglesia está persuadido de que existe una salida cubana al problema del bandolerismo. Y por cubana entiéndase esa clarividencia de Salamanca al diagnosticar la raíz del problema. A diferencia del fallecido

General Salamanca, el Gobernador Camilo Polavieja y el General José Lachambre, a la sazón

Jefe Militar de la provincia, cada uno por su lado, implementan medidas para combatir el bandolerismo que no son más que estrategias trasplantadas desde la metrópoli, importadas sin tomar en consideración las particularidades de la sociedad cubana.

Precisamente en aquellos días estaba organizándose un nuevo sistema de

persecución dirigido por el bizarro General Lachambre. Nos referimos a los

Márquez Jiménez 148

somatenes, que si tuvieron excelente éxito en España, no podía sino obtener en

este país más que un ruidoso fracaso. (45)

Álvaro de la Iglesia está consciente de que el bandolerismo pervive merced a una compleja trama de complicidades, una tupida red clientelar: “ orque el lector, si no lo sabe, debe saber que no faltan comerciantes que comercian con el bandolerismo” (44). El Gabinete

Particular de Polavieja es también objeto de crítica.

Hasta hoy, si se ha hecho algo débese solamente á la iniciativa particular de

algunos jefes directos, pero no á la bondad de un sistema de persecución, por la

sencilla razón de que…el tal sistema no existió nunca, ni plan, ni cosa que se le

parezca de cien leguas. Dirá alguno: ---¿Y el Gabinete Particular?--- (…) el

gabinete no era un sistema; era… otra cosa: un medio como otro cualquiera de

arrojar dinero a puñados (19).

A Álvaro de la Iglesia le parece un desperdicio de recursos que, de nuevo, echa en falta lo más importante: saber leer la realidad cubana.

…porque échase de ver en el sistema de persecución un síntoma que delata el

carácter de nuestra raza. Cuando se perpetra un hecho criminal, la protesta

popular empuja y sirve de acicate al poder público para perseguir a los autores,

(…) ponénse en juego todo los recursos, (…) y arrójase sobre nuestros campos

una cifra enorme de fuerza, pero conforme se va borrando de la memoria del

Márquez Jiménez 149

pueblo la impresión dejada por el desafuero realizado, por el crimen cometido, va

entibiándose también la acción desplegada en un principio, va remitiendo la fiebre

de persecución y á los pocos días volvemos a vivir en el mejor de los mundos

(18).

Es a la luz de esto último, me parece, que debe examinarse el desenlace del texto de

Álvaro de la Iglesia: Manuel García muere porque se mete en política.

Manuel García hubiera vivido largos años como afortunado bandolero si no

hubiera querido meterse en las honduras de la política. ¡Quién sabe sin embargo

cuantas circunstancias, casi públicas, que el autor de propósito silencia,

contribuyeron a su trágica desaparición del mundo de los vivos!

Parece sugerir Álvaro de la Iglesia que Manuel García fue víctima de una conspiración; alguna lucha intestina, alguna intriga fue la que provocó su muerte. ¿Cómo debemos entender todo esto? ¿Es esta suerte de consorcio al margen de la ley, entre la élite política cubana y el bandolerismo, la salida cubana al problema de la autodeterminación y la guerra revolucionaria?

¿Entendió Manuel García su rol dentro de este consorcio? Tengo para mí que Álvaro de la

Iglesia ve en Manuel García, ya lo he dicho antes, un síntoma de la descomposición del régimen colonial, pero no le confiere al bandolero la agencia, es decir, no le otorga el privilegio de ver traducidas sus acciones en acciones políticas en pro de la independencia. De la Iglesia señala que entre 1893 y 1894 los bandoleros se hicieron fuertes y por ello se registraron una multitud de hecho delictivos por parte de la partida de Manuel García, y por parte, también, de otras

Márquez Jiménez 150 partidas que infestaban cada una de las seis provincias de la Isla de Cuba. Los secuestros son tantos que es supremamente difícil consignarlos “detalladamente en este libro porque lo haría demasiado voluminoso” (194). a crecida actividad de los bandoleros en las seis provincias se corresponde con lo bien equipados y aprovisionados que estaban. Así, el clima de agitación que se vive en la manigua se debe a la temeridad de los bandoleros que ahora llevan a cabo sus fechorías casi en las narices de la autoridad: “lo demuestra el secuestro del Sr. Herrera a pocos metros de un destacamento” (195). Ahora bien, de la Iglesia se hace eco de lo que se dice en la calle: los bandoleros están generando este clima de agitación porque deben crear las condiciones necesarias para el alzamiento independentista que tendrá lugar en febrero de 1895. Sin embargo, de la Iglesia se apura a poner en duda esta especie, o más bien, tiene prisa en impugnar la idea de que los bandoleros pudieran tener algún rol en este proceso. Para de la Iglesia los bandoleros vienen a:

...herir más de una vez la atención pública [debido a] el hecho insólito de haber

exhibido algunos de estos bandidos, documentos que le acreditaban como

defensores de la causa independentista, hecho verdaderamente increíble, pues si

bien es cierto que después de toda guerra, quedan residuos de ella bajo la forma

de latrofacciosos, no conocemos ninguna guerra contemporánea en que la

iniciativa del movimiento revolucionario haya correspondido a los bandoleros en

cuadrilla. (195)

Para de la Iglesia los bandoleros sólo pueden ser un resto, un residuo de la barbarie de la guerra, de una situación en la cual el pacto social se ha roto, de un momento en la historia en el

Márquez Jiménez 151 cual se suspende el buen orden que se guarda en las ciudades y las repúblicas. No corresponde a los bandoleros ser el origen de algo positivo, pues ellos no tienen iniciativa, carecen de agencia política: “...de un modo ó de otro, el bandolerismo cubano vino haciendo su negocio durante el año 1893, y con intermitencias durante todo el de 1894, registrándose en todo ese tiempo muchos actos vandálicos” (196). Queda claro con este pasaje que de la Iglesia ve a los bandoleros cubanos como sujetos que sólo ven por su propio bienestar, el hecho de que velen únicamente por su propio negocio cancela toda posibilidad de considerarlos bandoleros-patriotas, toda vez que son incapaces de ver más allá de sus propios intereses; la desinteresada misión de fundar una patria no es su negocio. Y es que para de la Iglesia los bandoleros son por definición incapaces de llevar adelante una iniciativa de esta naturaleza, ellos carecen de un sentimiento moral, son incultos, supersticiosos y bárbaros. En no pocas oportunidades se ha referido a ellos de esta forma, luego cabe colegir que ellos, los bandoleros no pueden estar llamados a hacer la historia, puesto que merced a los atributos que los definen ellos habitan fuera de ella. La mirada de

Álvaro de la Iglesia es, por así decirlo, orientalista. Manuel García no es más que una excusa para hablar del régimen colonial, lo que en el caso de Álvaro de la Iglesia, emigrante español, letrado, simpatizante del partido liberal cubano, equivale a hablar (mal) de sus pares. El autoproclamado “Rey de los campos de Cuba” no es más que un instrumento de crítica en manos del bando liberal que sirve a los fines de desnudar las falencias de la burocracia colonial y forzar su mejoramiento.

Márquez Jiménez 152

V. Manuel García, Rey de los Campos de Cuba por Federico Villoch: El bandolero como agente aglutinador.

Para Federico Villoch, quien escribe en la víspera de la guerra Hispano-Americana,

Manuel García es más que un arma arrojadiza en contra de la autoridad colonial. El hecho de que Villoch declare desde el título que él es “uno que lo sabe todo” ofrece pistas a este respecto.

Federico Villoch fue periodista y escribió para diversos periódicos habaneros entre los que destacan La Unión Española y El diario de la Marina; también solía colaborar con el semanario

La Habana Elegante, todo estos de afiliación conservadora pro-española. Se decía de Villoch que entre sus atributos estaba el de ser muy objetivo y sagaz, siempre en búsqueda de la verdad.

Así pues, Villoch nos presenta la biografía de Manuel García desde el nacimiento hasta la sepultura, lo que es mucho más de lo que hicieron de la Iglesia y Varela Zequeira. Si bien es cierto que Varela Zequeira consigna partidas de bautismo y otros documentos oficiales para armar así la biografía del Rey de los Campos de Cuba, no es menos cierto que lo alcanzado por

Varela Zequiera es apenas una semblanza del famoso bandolero cubano. El interés de Varela

Zequeira es, antes por el contrario, ofrecernos un conjunto de perfiles de los bandoleros cubanos que asolaron los campos en el periodo entre guerras. En otras palabras, el interés del Varela

Zequeira apunta hacia el conjunto, hacia el fenómeno en sí. Ahora bien, me parece que Villoch quiere darle un sentido a la biografía de Manuel García. Valga señalar en ese particular que tanto la biografía firmada por Álvaro de la Iglesia como esta firmada por Villoch abrevan copiosamente en el trabajo de Varela Zequiera. No se trata únicamente de dar cuenta de los hechos, cosa que ya han hecho Varela Zequiera y la prensa liberal de la época, sino de ordenarlos con arreglo a un emplotment. Lo primero que salta a la vista es que Villoch rellena la biografía de Manuel García, arroja luz sobre aquellas zonas oscuras, sobre aquellas partes de la vida del

Márquez Jiménez 153 famoso bandolero acerca de las cuales poco se sabe. Es así como la historia de Manuel García es contada con arreglo a un paradigma discursivo: el de la tragedia. La primera escena del texto de

Villoch nos presenta a la familia de Manuel García celebrando su bautismo. Durante la fiesta, uno de los invitados, un poeta, ofrece a los concurrentes un brindis:

Los archivos no guardan este brindis en su prístina forma; pero algunos asistentes a la

comida que sobreviven aún, recuerdan que el poeta felicitaba y vaticinaba al bautizado un

porvenir halagüeño, deseándole, por la ceguedad de su cariño y porque ignoraba lo que se

decía, todas las grandezas a que un nacido puede aspirar, incluso a ceñirse la corona de

Rey… (7)

Muy temprano en el texto se anticipa el destino de Manuel García; he allí el plus, para el momento de la escritura, 1896, Manuel García ha muerto, la segunda guerra de independencia ha estallado, y Federico se siente llamado a tomar posición. Villoch conoció en persona a Charo, la viuda de Manuel García. Él Tuvo la oportunidad de entrevistarla, en su condición de redactor de

La Caricatura, y conocer así su versión de los hechos, conocer también al Manuel García hombre. Charo consintió en concederle a Villoch la entrevista porque el padre del redactor, a la sazón funcionario de ferrocarriles, fue quien le permitió a Charo reconocer el cadáver del fenecido Rey de los campos de Cuba. Charo recuerda que el padre de Villoch fue muy respetuoso con ella, que se sintió atañido por su situación y la trató con caballerosidad. Por eso le concede la entrevista al hijo. Por otro lado, el padre de Villoch es simpatizante de la causa independentista (Poumier, 168). Así pues, Villoch, en la biografía de Manuel García, parece responder a un doble imperativo: hacer justicia a Manuel García y hacer causa común con los

Márquez Jiménez 154 separatistas. Mas aún, de acuerdo a lo que señala Maria Poumier, cuando por primera vez

Federico Villoch se acerca a Charo, ya tiene claro lo que desea hacer: la vida de Manuel García ha de escribirse en clave trágica. Merced a toda la documentación que ha logrado reunir, gracias a los testimonios que ha logrado recoger, Federico Villoch está persuadido de que la vida del

Rey de los campos de Cuba estuvo marcada siempre por la fatalidad. Bajo esta convicción, entonces, escribe un folletín, construye una fábula de identidad (Ludmer)76.

Durante la celebración se produce una disputa entre dos invitados: González y

Betancourt. La disputa acaba en un duelo a machete del cual sale herido González quien durante la curación ha manchado con sangre la sábana de la cama en la que reposa el recién nacido. “---

¡Ay!, Vicente ---le dijo---; ¡qué desgraciado ha sido el bautizo de nuestro hijo!...¡Quién creería que se iba a bautizar con sangre!” (10).

El bautismo de Manuel es, entonces, uno marcado por la sangre. El duelo a machete sirve a los fines de marcar la dirección por la cual la vida de Manuel se habrá de orientar. La violencia es para Manuel un hado ineluctable, algo que está presente desde el momento de su nacimiento. Hay una suerte de “determinismo” operando en el texto de Villoch, pero se trata de una determinación que tiene menos de lombrosiana que de romántica. Para Villoch, Manuel

García no está sujeto a las leyes de la genética cuanto a los hilos invisibles de la tragedia. Valga señalar en ese sentido, que Villoch está computando el fenómeno del Rey de los campos de Cuba con arreglo a un aparato ficcional, por así decirlo ---Villoch se destacará poco después como escritor de vaudevilles, zarzuelas, comedias bufas y melodramas; más aún, será él quien escribirá el guion del primer largometraje sobre la vida del bandolero. Así pues, aunque Villoch

76 Podríamos decir que Villoch al escribir la biografía de Manuel García da lugar, siguiendo el esquema de Josefina Ludmer, a dos fábulas de identidad: la de sujeto que desafía al orden colonial y la del separatismo dividido, que hesita entre aceptar a los bandoleros o no, que tiene claro los fines, pero tal vez no tan claro los medios para alcanzar la independencia.

Márquez Jiménez 155 declare que no está haciendo “más que historia” (70), en realidad lo que está haciendo es escribir un folletín en el cual va acomodando los hechos a su conveniencia, y a la naturaleza del modo discursivo que está empleando para contar la vida de Manuel García. Es así, entonces, como lleva a cabo una prolija construcción de Manuel García como personaje. El propósito de contar ciertos episodios de la vida de Manuel es menos consignar una verdad, un hecho, cuanto hacer un retrato del personaje, consignar el origen de un aspecto de su personalidad.

Es esto, precisamente, lo que sucede con otro episodio de la infancia de Manuel. María

Poumier señala que la familia de Manuel conoció una época de cierta prosperidad, en virtud de lo cual se hizo con un esclavo. Nuevamente, aparece en el texto la determinación de la tragedia, pues el destino de Manuela parece ya escrito. Este esclavo, Tomás, un negrito de dieciocho años, habrá de ser el compañero inseparable de Manuel.

En el pasado de mucho hombres de aquella época, amistad como la que se entabló

entre el amo y el esclavo, era cosa corriente; y puede que algunos no hayan tenido

mejor confidente en su trato después con los hombres de su raza, como también es

cierto que en otros han sido de funestos resultados tales relaciones (10)

Juntos harán diversas pillerías, entre las que destaca el robo de unas cujes de tabaco que hacen posible obtener el dinero necesario para jugar a los gallos. Una vez consumado el hurto,

Tomás adquirirá “a los ojos de anuel las proporciones de un ser excepcional” (17). El negro

Tomás fue no tan sólo el que lo inició en el juego, sino que también fue su “maestro de equitación”, su compañero en el aprendizaje de la lectura y en el descubrimiento de la poesía popular. Curiosamente, El poeta con cuya obra aprende a leer Manuel García es el poeta Plácido,

Márquez Jiménez 156 un poeta mulato. El poeta Plácido era en Cuba algo así como la encarnación del sentir popular, de la oralidad antillana (Finch 109). “además tenía para ellos aquellas lecturas, el encanto de la vida aventurada del autor” (14). anuel García acabará ingresando a ese locus, a ese espacio simbólico oral: ese espacio que excita su imaginación de niño será el mismo en el cual habitará, por generaciones, la memoria del bandolero. Villoch, en último caso, al referir la relación entre el esclavo Tomás y el amo Manuel, al consignar que Manuel aprendió a leer con el poeta

Plácido, está presentando, por un lado, el origen de la vida de crímenes de Manuel ---la vida aventurada---, al tiempo que postula y desarrolla la conexión (orgánica) con el elemento negro.

Más aún, cuando la familia de Manuel conoce la extrema pobreza, a la muerte del padre, al joven

Manuel se le adjudica el apodo de cañamazo. El cañamazo era la tela con la cual se confeccionaba la vestidura de los esclavos, luego, que al joven Manuel se le conociera con ese sobrenombre da cuenta de que se hallaba miserablemente vestido, evidenciando a las claras su bajísima extracción social. El apodo de “Cañamazo” funciona, también, como una suerte de estigma, de marca infamante que, en último caso, contribuye a solidificar la conexión con el elemento esclavo.

Tomás y Manuel acabarán por separarse cuando el joven esclavo mata a otro esclavo liberto (Tomeguín) en medio de una disputa (de juego). Lo que parece dejar claro el texto es que

Manuel conoce desde temprana edad la violencia; asimismo, recibe de parte de su esclavo- compinche una prolija educación en trampas y astucias. Al bautizo de sangre le ha sucedido otro hecho de sangre que marca para siempre a Manuel. Las dos escenas son el anverso y el reverso del destino de Manuel. Su destino está aparejado indefectiblemente a la lucha fratricida o al mundo del lumpen y la delincuencia.

Márquez Jiménez 157

El negro al internarse en la manigua, en donde desapareció para siempre,

le había manchado con la sangre de víctima, y esto en sus creencias de hombre

inculto, auguraba un porvenir nada halagüeño.

Por inexplicable casualidad, doña Isabel recordaba en aquel instante la

tarde del bautizo de su hijo y con aquel recuerdo le asaltaba la sangrienta escena

desarrollada entre Betancourt y González. Al unirse en este pensamiento la madre

y el hijo, una voz secreta les decía que la desgracias los andaba acechando de

cerca. (22)

Villoch quiere iluminar estas zonas oscuras de la biografía de Manuel García para explicar de dónde viene el famoso bandolero. Manuel García se precipita por la pendiente del crimen, primero porque es un muchacho sin instrucción que se ha dedicado durante toda su infancia a pillerías; y luego, porque no puede sustraerse de la fatalidad que le acecha, del destino que ya está escrito para él. Federico Villoch prolijamente está urdiendo la trama de la peripecia vital de Manuel. Esta prolijidad obedece a la necesidad de hacer un retrato moral de Manuel García que resulte exculpatorio; esto como condición de posibilidad de una fábula de identidad en la que se dramatiza, se pone en escena, el turno del ofendido, del marginado, del abatido en el orgullo.

La suerte había tirado la primera piedra: los hombres sin conciencia arrancaron de

aquel corazón sin ventura con mofas, su desprecio y sus injusticias, la bondad, el

alma, dispuesta para el mal, se revolvió colérica y contestaba con las mismas

armas que lo herían. (26)

Márquez Jiménez 158

El texto hace un indisimulado esfuerzo por construir la imagen de Manuel García

héroe. Manuel reúne todo los atributos del hombre admirado por la comunidad

campesina: noble, valiente, deseado por las mujeres, etc: “Su carácter se rebelaba contra

todo lo que le pudiera parecer injusto”. Esto exclama el narrador cuando anuel ha

castigado con un bofetón a un viejo tendero que ha golpeado a un niño, quien ha

sustraído unos dulces del mostrador. uego remata diciendo: “Este título de noble y de

valiente captábale las simpatías de hombres y mujeres, y era por eso mismo el primero en

los bailes y en toda clase de reuniones” (29). Esta fama es el producto, pues, de que

Manuel haya tomado la justicia por su mano al responder sendas afrentas a su honor, las

cuales tienen como primeras víctimas a su mujer y a su madre.

Con aquellas eran tres las prisiones que había sufrido en su vida. Y hallaba que

en ninguna de las tres habían tenido razón bastante para prenderle. Fue la primera

vez cuando castigó la osadía de un hombre empeñado en bailar con la que iba a

ser su esposa. La segunda, cuando corrigió los desafueros de Gallardo abusando

de una débil mujer indefensa, autora de sus días. Y la tercera, cuando por realizar

una labor humanitaria se vio en la necesidad de lavar con el machete los insultos

que en pago le prodigara don anuel S… (48)

Estas afrentas, que no resultarían sancionadas como crimen por los miembros de su comunidad. En cambio, provocan que el Estado lo persiga y lo condene. Lo interesante del caso es que un abogado, encarnación de este régimen corrupto, gana para él la libertad al manipular el

Márquez Jiménez 159 sistema judicial. Manuel deberá pagarle por sus servicios y para ello se lanza, forzadamente, por la pendiente del crimen. Esto plantea una paradoja de largo alcance: Manuel delinque para pagar por su libertad a alguien que, para obtenerla, se ha aprovechado de la corrupción del sistema judicial cubano. Manuel García, en suma, se hace delincuente y secuestrador para honrar el compromiso contraído con otro delincuente, el cual participa del secuestro del sistema judicial cubano por parte de elementos corruptos. De este modo, el relato de las peripecias de Manuel

García es uno que se construye en clave trágica. Manuel es una víctima del sistema, y en tanto tal se puede aliar a otras víctimas del sistema: los independentistas cubanos. Hay entre ellos una comunión de intereses, hay una historia de común de injusticias y expolios.

Hay otro detalle interesante en este emplotment que dispone Villoch. Manuel García en tanto bandolero desafía al estado colonial en lo que toca al monopolio de la violencia, por eso, y contra la idea y convicciones de la época, en cuanto al uso de mercenarios y corsarios, Manuel

García, en su calidad de bandolero que se arroga el uso de la violencia privada, es aprovechado por los conspiradores independentistas. Quisiera complementar esta idea, trayendo a cuento, de nuevo, la comunión entre Manuel y el esclavo-compinche de su infancia, Tomás. En el libro

Insurgent Cuba de Ada Ferrer. La investigadora cubana subraya cómo la guerra de independencia fue también una guerra propagandística. Los españoles resucitaron el fantasma de la insurrección esclava, el miedo a un nuevo Haití (112), en tanto que los patriotas procuraban conjurar estos temores proponiendo que la insurrección era una multirracial y que Cuba sería una república para todos (113). A la luz de esto toma un nuevo significado el uso de los bandoleros.

Habida cuenta de que la mayoría de ellos eran de extracción campesina y blancos de orilla, la posibilidad de conjurar el fantasma de la insurrección esclava dependía de la notoriedad de las acciones de los bandoleros. De allí, también, que se desarrollara el mito del bandido generoso, el

Márquez Jiménez 160 bandido social. Por otro lado, Manuel tiene entre los miembros de su partida al mulato

Plasencia. Cuando ajustician al delator Pastor Hernández, el mulato se ceba con la mujer embarazada y la destroza con su machete. El narrador, en ese momento, llama la atención sobre el placer morboso que siente Plasencia cuando descuartiza a la mujer. Manuel pone fin al macabro espectáculo con un gesto de su mano. La violencia desaforada del mulato Plasencia sólo conoce límites cuando Manuel se los impone.

Puedo mencionar otro episodio que recibe, por parte de Villoch un tratamiento interesante. Tiene que ver este episodio con el descarrilamiento de los trenes del azúcar. El capitán General Polavieja sostiene que la idea de extorsionar a la compañía de ferrocarriles es de

Antonio Maceo.77 Villoch se opone a esto, acaso porque con ello eleva a Manuel García a la estatura del Titán de Bronce Maceo. Manuel le cuenta a Charo que un día cualquiera, al oír los pitidos del ferrocarril fue que concibió la idea de descarrilar los trenes y pedir rescate a la compañía ferrocarrilera cubana. No se debe olvidar que el ferrocarril es lo que vertebra el negocio azucarero, haciendo posible el traslado de la caña hasta los ingenios. No cuesta mucho imaginarse el valor simbólico del ferrocarril. De allí que Manuel al girar las instrucciones a la partida de Montelongo haga mucho énfasis en que los bandoleros han de tener un cuidado extremo de:

…que no sea un tren de pasajeros, pues no es justo que paguen justos por

pecadores. Yo no trato de hacerle daño más que al que me lo hace a mí. Esperan

a que sea un tren de mercancías, y si les es posible, después de descarrilarlo

queman los carros y queman todo lo que lleven dentro. (183)

77“Maceo fué el que aconsejó á Manuel García la guerra de estaciones de las líneas férreas y el ataque á los trenes para ganar en fuerza moral y sacar recursos” ( olavieja, 89)

Márquez Jiménez 161

Llama la atención que Manuel García no quiera descarrilar trenes de pasajeros ---a fin de cuentas los secuestros son crímenes contra las personas. Luego, cabría conjeturar que Manuel sabe que puede afectar a gente inocente, lo cual, a ojos de Villoch, actuaría en menoscabo de su fama. Los descarrilamientos tendrán lugar en contra de trenes de carga. A todas estas, Manuel no sacará provecho pecuniario alguno de esas mercancías, ni de los valores que pudieran transportar. Le interesa, entonces, el hecho en sí de descarrilar el tren como forma de interrumpir, molestar la actividad comercial. Este episodio parece pone en escena, una vez más, y tal como vimos en el capítulo anterior, el contra-teatro de los pobres.

Para culminar este retrato indulgente que hace Villoch de Manuel García, quiero referirme al secuestro de Don Antonio Fernández de Castro. Álvaro de La Iglesia manifiestaba su perplejidad ante el secuestro de Fernández de Castro, toda vez que este “repartía el bien a manos llenas” desde sus fincas. or otro lado, Don Antonio es hermano del diputado a Cortes autonomista Don Rafael Fernández de Castro. Ha de ser por eso que Álvaro de la Iglesia reacciona al secuestro con perplejidad, sin embargo, se cuida de no juzgar la acción en forma alguna. Por su parte, Villoch hace un esfuerzo por conferirle sentido. El secuestro de Don

Antonio Fernández de Castro obedece a “órdenes superiores”, el secuestro, pues, tiene una intención política. El secuestro lleva aparejado el “nombramiento de coronel para la próxima revolución” (287). Se trata, en suma, de una acto de manifestación política, de allí que haya sido ordenado por un “delegado de la Junta Revolucionaria de Nueva York” (288). El secuestro es perpetrado en vísperas de la guerra de independencia, y el producto del rescate no es aprovechado por Manuel, antes por el contrario, y como obediente y disciplinado soldado, el producto del rescate es enviado a sus superiores, a esos anónimos e ignotos jefes que han

Márquez Jiménez 162 ordenado el rapto. Valga señalar, además, que el rapto de Fernández de Castro se ha producido en un momento en el cual Manuel se halla acosado por las autoridades coloniales, la persecución está a punto de rendir frutos, Manuel se siente acorralado. No obstante, y apenas recibe la orden, a riesgo de su propia vida, el Rey de los campos de Cuba, disciplinadamente, cumple con la misión encomendada. Subyace en esta versión ofrecida por Villoch al secuestro de Fernández de

Castro, la polémica en torno a si recibió el Partido Revolucionario Cubano fondos provenientes del bandolerismo o, como suele decirse, Martí los rechazó por tratarse de dinero malhabido.

Villoch parece sanjar la cuestión con una respuesta afirmativa. No deja lugar a dudas, aun cuando no mencione los nombres de los jefes de Manuel García que han ordenado el secuestro.

De esta forma, el más famoso bandolero cubano deviene, ante los ojos de Villoch y su público lector, en agente aglutinante de todos los grupos sociales que hacen parte de la causa independentista; él sólo, el blanco de orilla de origen canario, el guajiro al servicio de la revolución, ofrece contrapeso al temido grupo de los esclavos libertos, financia la causa independentista a la vez que se involucra en ella como obsecuente y disciplinado cuadro.

Márquez Jiménez 163

CAPÍTULO IV

Los forajidos del Caribe y la expresión del desencanto. Del fracaso de la República para Todos en Cuba al conflicto entre ideales culturales durante el “cambio de soberanía” en Puerto Rico.

I. Introducción.

En este capítulo analizaré dos obras: Arroyito el bandolero sentimental de Osvaldo

Valdés de Paz (1922) y La resaca de Enrique Laguerre (1949). La primera novela ha sido rescatada del olvido, si se quiere, merced al hecho de que el historiador canario Manuel de Paz ha convertido a Ramón Arroyo, “Arroyito”, en emblema de un “bandolerismo simbólico” que, en las primeras décadas del siglo XX, vehiculaba el descontento del pueblo cubano durante la primera república. Desde entonces, Arroyito ha sido objeto de estudio por parte de distintos historiadores cubanos78; al mismo tiempo, su presencia se ha multiplicado en la blogosfera entre aficionados al estudio de la historia cubana y de los medios de comunicación masivos en la mayor de las Antillas79. Puede decirse, sin exagerar, que Arroyito fue toda una figura mediática, tanto como lo fue Manuel García. Por su parte, la novela de Enrique Laguerre ha recuperado notoriedad en el campo intelectual puertorriqueño luego de que la Editorial Plaza Mayor publicara, a propósito de la conmemoración de los sesenta años de la primera edición, una edición crítica preparada por Marithelma Costa. En esta edición preparada por Acosta, en 2009,

78 Manuel de Paz le dedica a Arroyito un capítulo en su libro El bandolerismo en Cuba (1800-1933): presencia canaria y protesta rural; entretanto Carlos Ripoll hace lo propio en su libro El Bandolerismo en Cuba: desde el descubrimiento hasta el presente. 79 Hay varios blogs que hacen referencia al bandolero sentimental a propósito del hecho de que su vida y fechorías dieron lugar a una película dirigida por Enrique Díaz Quesada y a una radio-novela sacada al aire en 1941. Son estos http://www.lajiribilla.co.cu/paraimprimir/nro73/1947_73_imp.html; http://hoteltelegrafo.blogspot.com/2012/10/arroyito-bandolero-sentimental.html (en donde aparece una foto del bandolero a poco de ser capturado); www. ecured.cu/index.php/Enrique Díaz Quesada; http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/los-flujos-de-las-aventuras-radiofonicas/23759.html

Márquez Jiménez 164 se consigna toda la obra crítica que sobre de la novela existe hasta esa fecha. Laguerre es considerado, merced a su prolija obra, uno de los pilares de la literatura puertorriqueña; es él quien recibe el testigo de los autores canónicos de finales del siglo XIX y principios del XX, tales como Alejandro Tapia, Eugenio María de Hostos y Manuel Zeno Gandía. Más aún, es

Laguerre, junto con Antonio José Pedreria, y el compositor Manuel Hernández quienes ayudan a construir, en los años 30 del siglo pasado, esa comunidad imaginada que es Puerto Rico.

Si bien es cierto que Arroyito, el personaje histórico, ha sido objeto de estudio por parte de historiadores cubanos, no es menos cierto que la novela de Oswaldo Valdés de Paz no ha sido abordada en lo absoluto. A su vez, La novela de Enrique Laguerre ha sido vastamente estudiada; sin embargo, el examen del tropo del bandido se halla notoriamente ausente de tales estudios.

Mi análisis de la novela de Valdés de la Paz parte de varias preguntas que me hecho.

Arroyito fue considerado en su momento el prototipo de la viveza criolla cubana, él era la encarnación del sujeto que había dominado las formas a las que los pobres cubanos podían recurrir para lidiar con el sistema, para navegarlo y sacar provecho de él. Arroyito puede asimilarse al paradigma de “Trickster”. En cualquiera de los dos casos, estamos en presencia de alguien que busca el ascenso social por la vía rápida, por lo cual rompe barreras de clase ---uno de los atributos fundamentales del Trickster. Por ello me pregunto cuál es la relación de

Arroyito, el bandolero sentimental, el ejemplo antillano del bandido generoso, con los más pobres. Me gustaría también explicar cuál es su relación con los más ricos y poderosos, cómo se inserta en la sociedad habanera de la época. Finalmente, quiero dilucidar el propósito por el cual

Oswaldo Valdés de la Paz recurre a él. En la novela abundan las críticas al régimen de Mario

Menocal, el cual era considerado paradigma de la corrupción y el fraude. Asimismo, llama mi atención que el narrador procure establecer un vínculo entre Arroyito y anuel García, “el Rey

Márquez Jiménez 165 de los campos de Cuba”. Estoy persuadido de que este gesto, y la novela en sí, en tanto instrumento de mitificación del bandolero, forman parte de una especie de repertorio contencioso

(Tilly 2006) que se adhiere a una estrategia de agitación política. Creo que lo quiere hacer

Oswaldo Valdés de Paz, a través de Arroyito, es revivir el mito del bandolero insurgente. Porque si la violencia bandolera constituye el origen positivo de la nación (Cuba es esto), tal vez esa violencia bandolera pueda devolver a su cauce el sueño de la república para todos. De allí que

Arroyito posea también los atributos de Manuel García: carisma, audacia, arrojo, generosidad,

éxito con las mujeres, al punto de ser prácticamente un afterimage (Resina and Ingeschay 2003), una imagen accidental del bandolero. La imagen accidental es definida en castellano, en

Biología, como aquella imagenque, después de haber contemplado un objeto con mucha intensidad, persiste en el ojo, aunque con colores cambiados. Me interesa acá la idea de la imagen accidental o afterimage, en tanto y en cuanto ésta conlleva una mudanza en la forma como se concibe al bandolero, la forma como habita en la memoria: con colores cambiados, es decir, muda de mambí a trickster.

En el caso de la novela de Laguerre, mi lectura de alguna manera responderá, interpelará a las lecturas que se han hecho previamente. La novela de Laguerre posee una fuerte inclinación alegórica. Presumo que ello es lo que ha provocado que el texto haya sido leído en clave panegírica, haciendo de su protagonista, el bandido Dolorito Montojo, la representación de la identidad del ser puertorriqueño (Romero García 23). Dolorito se convierte en símbolo de lo

ético, lo justo, de todo aquello que conduce a “actual con libertad” (23) a peripecia de Dolorito deviene la peripecia del héroe puertorriqueño, aquel que sintetiza la “dialéctica histórica” de

Borinquen (Zayas icheli 29). Dolorito es, en suma, un “auténtico revolucionario dentro del contexto nacional” (Zayas icheli 226).

Márquez Jiménez 166

Aunque plausible, esta lectura hace un retrato de Dolorito que me parece sobredimensionado. Según esto, Dolorito es una suerte de héroe audaz y arrojado. Sin embargo, al finalizar la novela se tiene la impresión, más bien, de estar frente un bandido que preferiría no serlo. Dolorito es un bandido irresoluto, que hesita constantemente. Él tiene una tarea, eliminar a

Balbino Pasamonte, el arribista peninsular que ha despojado a los criollos de sus tierras, de su riqueza, y los ha desplazado de su lugar de preeminencia en la sociedad borinqueña. Se supone que Dolorito ha de ser quien, con el recurso de la violencia, habrá de hacer justicia y poner las cosas en su sitio, facilitando así el tránsito al progreso. Pero es este bandolero un hesitante e irresoluto que “evade” su responsabilidad, y se entrega a una búsqueda en la cual le va la vida: la de un buen amo. Esta búsqueda de un amo (bueno) se puede entender con arreglo a lo señalado por Anton Block: “brigandage and bandit myths, each in their own way, reinforce the existing distribution of power on various levels of society, and thus inhibit rather than promote the development of peasant mobilization” (Block 11). Esta búsqueda del amo lleva aparejada la idea de que la puertorriqueñidad se basa en una hispanofilia que le da forma y consistencia. Así, la búsqueda de Dolorito en la novela es también una espiritual, pues como ya se vio en el caso de

Tapia y Rivera, decir español es también decir católico. Lo que busca Dolorito, en último caso, son asideros, algo que le provea un anclaje en esos momentos de cambio (de soberanía). El propósito de Dolorito es menos cambiar el estatus quo que reformarlo, preservarlo a partir de sus atributos positivos. De allí que emprenda la búsqueda de ese amo perfecto: vernáculo, de heredad española, liberal, buen cristiano. Mi tarea será entonces, explicar cómo Dolorito refuerza simbólicamente esta existente distribución del poder en Puerto Rico.

Quisiera agregar, por último, que ambas novelas son hijas de su tiempo; y en tanto tal postulan una reflexión acerca de los tiempos que corren para el momento de su escritura.

Márquez Jiménez 167

En la Cuba de Oswaldo Valdés de Paz, la Cuba de los años 20, impera la corrupción y la descomposición moral. Quien aspira a una posición de gobierno lo hace no porque quiera servir al ideal de la “república para todos”, antes por el contrario lo que quiere es aprovecharse de ella, porque constituye la vía más expedita a la riqueza. Quien detenta una posición en la burocracia cubana, con toda seguridad ha pasado de mendigo a millonario. Arroyito nos muestra también, acaso de un modo inopinado para el autor, cómo navegar el sistema, cómo se pueden adquirir las herramientas para lidiar con él. La corrupción no puede ser derrotada, de lo que se trata entonces es de aprender a manejarla.

El Puerto Rico de La Resaca es aquel que está haciendo el tránsito hacia el Estado Libre

Asociado bajo el liderazgo de Luis Muños Marín y el Partido Popular Democrático. Son tiempos de mucha discusión en torno a la cuestión del estatus: se tiene la convicción, entre nacionalistas y partidarios de la estadidad, que el ELA será un obstáculo insalvable para lograr la definición

(política) de Puerto Rico. Se suele decir que Laguerre es uno de los portavoces privilegiados de la generación del 30, que fue la que construyó los artefactos representacionales de la puertorriqueñidad, y que fue considerada también el fundamento de la modernización de la isla al amparo del muñocismo (Cancel 221). La novela de Laguerre despliega prolijamente los símbolos de la identidad puertorriqueña, y como ya dije, se aboca a relatar la búsqueda del buen amo por parte de Dolorito, todo lo cual se puede ver como un trasunto de estas discusiones.

Ahora bien, no estoy completamente seguro de que esta segunda novela de Enrique Laguerre sea tan unívoca en significación. Laguerre pertenece a la generación del 30, la década del 30 se caracterizó por su pugnacidad, por la violencia desatada en contra de los nacionalistas por parte de las autoridades estadounidenses. La resaca se publica en 1949, y la violencia nacionalista en

Puerto Rico se desató otra vez en 1950, de modo que la irresolución de Dolorito, y el hecho de

Márquez Jiménez 168 que las pocas acciones violentas de Dolorito se sucedan en defensa de un orden criollo; todo ello adquiere un nuevo significado a la luz de los acontecimientos que se produjeron entre 1930 y

1950. Mi trabajo será entonces tratar de elucidar qué función cumple el tropo del bandolero utilizado por Laguerre para intervenir dentro de esta discusión acerca del estatus de Puerto Rico, qué paradigma representacional, pues, se puede utilizar para ubicarlo en ese debate. Otra cosa que me interesa examinar es la composición de la banda de Dolorito. De nuevo vemos cómo en torno al bandolero se reúne un grupo variopinto de sujetos: mulatos, jíbaros, pardos y blancos de orilla. En la novela el poder opresor colonial se difumina, se atomiza, y su lugar es tomado por lo hacendados fieles a la corona, especialmente Balbino Pasamonte, que persiguen y entregan a las autoridades a los insurrectos, entre los cuales se cuenta Dolorito. La segmentación postulada por la novela es la de puertorriqueños y españoles, en la que los primeros sufren el expolio de los segundos; mientras que los españoles son retratados como unos aprovechados, avenidos con el poder colonial para proteger su hacienda y favorecer sus empresas. El bandolero, pues, funciona como elemento aglutinante entre los puertorriqueños. Empero, lo que más llama la atención son las historias de estos personajes. En todas ellas se ve a un individuo luchando contra un sistema corrupto, dominado y sujeto a los apetitos de los más poderosos. La novela adquiere en ese punto un tono picaresco que en cierto sentido la hermana con Arroyito; un poco como si pusieran en escena las estrategias de resistencia de jíbaros y guajiros, respectivamente.

La estructura del capítulo será un poco diferente a los anteriores. En esta ocasión me sustraeré de discutir lo usos de la biografía del bandolero. En primer lugar, porque Dolorito es un sujeto ficcional; en segundo lugar, porque Ramón Arroyo, Arroyito, a diferencia de Roberto

Cofresí o Manuel García, no tiene varias biografías, lo que hay en su lugar es un reportaje, si se quiere, autobiográfico en el cual el bandolero cuenta su propia historia. Este documento es el que

Márquez Jiménez 169 sirve de base a la novela. Así pues, cuando consigne la sinopsis de la novela no lo haré en gran detalle, antes por el contrario daré cuenta de las diferencias entre la novela y la biografía de

Arroyito, el personaje histórico. De ese modo evitaré ser redundante.

Lo que sí será diferente en el presente capítulo es la parte histórica. Median entre la publicación de Arroyito el bandolero sentimental (1922) y La Resaca (1949), poco más de un cuarto de siglo. Haré lo posible para hablar de la historia de las dos islas de un modo articulado que ofrezca un panorama del cambio de soberanía en el Caribe, y sus efectos en las dos sociedades. Obviamente, la parte histórica cumplirá con el propósito de reconstruir el clima intelectual de la época para así ofrecer pistas acerca de las ideas (políticas) de los autores de las dos novelas. Otro aspecto importante al que dedicaré espacio tiene que ver con la presencia del bandolerismo en las dos islas en épocas de crisis política.

Analizaré las novelas en orden cronológico, primero Arroyito… y después La Resaca; si bien me dedicaré a examinar cada novela en su especificidad, trataré también de establecer un vínculo entre ambas, en tanto respuesta articulada que refleja la respuesta de la élite letrada ante los desafíos políticos de la época.

II. El Bandolerismo durante el cambio de soberanía: Cuba y Puerto Rico durante las

tres primeras décadas del siglo XX.

Después de la muerte de Manuel García, en Cuba se vivió un proceso de mitificación de la figura del bandolero. Lo más interesante de esto es que la figura del bandolero aparece recurrentemente en momentos de descontento nacional. Entre 1899 y 1902, las discusiones en torno al bandolerismo aparecen de nuevo en la prensa cubana, al tiempo que el fenómeno se hacía notable en la manigua. Son estos los años del gobierno de ocupación estadounidense, de la

Márquez Jiménez 170 enmienda Platt, de la reconstrucción de Cuba, por lo que el bandolerismo es interpretado, una vez más, como expresión de protesta rural ante la marginación y exacciones sufridas por las clases populares cubanas. Así pues, el bandolerismo fue la forma como se expresó públicamente el descontento por la situación política de la Isla. En 1917 tiene lugar un nuevo episodio en esta multisecular historia de alzamientos campesinos. Louis Pérez Jr. analiza in extenso este episodio.

El alzamiento del 10 de febrero 1917 fue uno liderado por las facciones liberales cubanas en contra del presidente conservador Mario G. Menocal. Los liberales se alzaron en Camagüey y en otras provincias del oriente, también sucedió lo propio en algunas provincias del occidente de la isla. La rebelión fue sofocada rápidamente en el occidente, pero permaneció viva en el Oriente.

Lo interesante de este episodio es que poco después de obtener las victorias militares en el

Oriente, el movimiento liberal experimentó una devastadora derrota política: los alzados contaban con el apoyo incondicional de los Estados Unidos, pues consideraban que su causa era justa.El alzamiento se había suscitado como reacción a los apetitos conservadores de perpetuarse en el poder; no obstante, la diplomacia norteamericana se pronuncia a favor de una salida constitucional y no por una a través de las armas. Los líderes del movimiento liberal, temiendo su muerte civil y política, se retraen de sus propósitos iniciales y solicitan una amnistía. Empero, el movimiento, el alzamiento, permanece encendido en el Oriente y deviene en un movimiento de reivindicaciones populares locales. El bandolerismo vuelve a hacer su aparición, teñido de reivindicaciones de clase y reclamos de inclusión social. La conexión entre el bandolerismo y la acción política vuelve a emerger; sólo que ahora de un modo ejemplar, toda vez que en esta ocasión los campesinos y alzados del Oriente son capaces de articular sus demandas y vehicularlas a través del bandolerismo. Los campesinos se alzan en contra del régimen de posesión de la tierra en Oriente caracterizado por el latifundio, por el despojo de las pequeñas

Márquez Jiménez 171 propiedades campesinas a favor de estos latifundios que habrían de usarse en la producción de caña de azúcar de exportación, por el régimen opresivo de trabajo que la plantación les impone.

Al cabo de unos seis meses, el alzamiento es sofocado, y sólo quedan unos pocos focos de rebelión que recuerdan a los palenques, a los grupos de bandoleros del siglo XIX. Hacia 1920, el

último de los alzados, Augusto Puente Guillot, es ajusticiado por la guardia rural. Debido a la derrota de los alzados, y gracias también a la acción decidida de las fuerzas represivas del estado, el régimen de latifundio azucarero corporativo se impone irremisiblemente en la vida de todos los orientales; sin embargo, como señala erez Jr : “Orientales would never fully reconcile themselves to the new order of their universe. What Fidel Castro found in the Sierra Maestra mountains some forty years later were the descendants of many of the irreconcilable first- generation montuno families” (144). Pérez Jr. ve en la decisión de los campesinos de apoyar, de convertirse al fidelismo para combatir la dictadura de Batista, una derivación, una función del legado del alzamiento de 1917. Los rebeldes primitivos de 1917 devienen en los revolucionarios de 1950 (Pérez Jr. 144). Traza así Pérez Jr. un vector de la historia cubana que parte de los bandoleros decimonónicos, pasa por los alzados de 1917 y desemboca previsiva y obviamente en el movimiento revolucionario de cual forman parte Fidel Castro y El Che Guevara. Así pues, estos campesinos de la Sierra Maestra, según Ernesto Che Guevara, son la encarnación ejemplar del subalterno que día a día desafía el poder del latifundista, que ha luchado continuamente en contra de las exacciones del soldado, siempre aliado con el terrateniente. Los milicianos que formaron parte de la guerrilla de la Sierra Maestra provenían de esta clase social que fue la más agresiva en su demostración de amor por la tierra y su posesión.

Ahora bien, hay otro momento en el cual aparece el bandolerismo en la Isla, y es este un evento que me parece muy interesante. Entre 1932 y 1945 se verifica el fracaso de la república

Márquez Jiménez 172 para todos, los sueños de autodeterminación, plena inclusión y democracia llegan a un triste final, dada la situación de dependencia neo-colonial. Aparecen en Cuba, entonces, un conjunto de publicaciones que reactivan el tropo del bandolero cubano. Se trata de una suerte de bandolerismo simbólico (de Paz y Sánchez en Balboa Navarro, 10), verificable sólo en la prensa y en el campo intelectual cubano ---que no en la manigua. Aparecen, pues, la novela Arroyito el bandolero sentimental de Osvaldo Valdez de la Paz (1922), Los héroes del 24 de febrero del comandante del Ejército Libertador Rafael Gutiérrez Fernández (1932); así como un nuevo conjunto de biografías noveladas de Manuel García y hasta una radionovela que tiene al Rey de los Campos de Cuba como protagonista80. Todos estos textos son consumidos con entusiasmo y discutidos con fruición. Estos textos de algún modo catalizan la insurrección en contra de

Machado, y abonan el terreno para suscitar la lucha contra el dictador Batista. Una vez más, bandolerismo e insurrección, bandolerismo y guerra de liberación hacen yunta y contribuyen de una forma decisiva al proceso revolucionario en ciernes. Maria Poumier-Taquechel en un estudio del bandidismo rural cubano enfocado, principalmente, en la figura de Manuel García y en las percepciones populares acerca del famoso bandolero, llama la atención acerca de la ostensible conexión entre un sentimiento anti-colonial y la romantización de la resistencia de los bandidos a la autoridad. En ese sentido, ella destaca que lo que hace a Manuel García un bandido social no es exactamente su discutible conexión con el conjunto social cubano, es decir, la posibilidad de hallar en las acciones o agenda de Manuel García un componente de reivindicaciones sociales a favor de los más desfavorecidos en las zonas rurales; ni siquiera, su aún discutible conexión con el movimiento independentista cubano; lo que hace a Manuel García un bandido social es el hecho mismo de que el bandidaje social da lugar a la creación de mitos; y

80 Cabe señalar que en esos años se publican, también, el diario de campaña del Mayor General Máximo Gómez (1940) y el de José Martí (1940), todo lo cual abona a la idea de que bandolerismo y guerra de liberación gravitaban en la conciencia del pueblo cubano como posibles soluciones a la situación de neo dependencia.

Márquez Jiménez 173 esos mitos, en realidad, poco o nada tiene que ver con las bandas, con los bandoleros líderes de

éstas (12). Poumier-Taquechel ve en la figura del bandolero Manuel García el elemento fundamental en el crecimiento de la conciencia de una nacionalidad cubana. El bandolero

Manuel García, según parece, es la única creación colectiva reconocida por la gente como algo suyo propio, trascendiendo las fronteras de clase económica e ideología durante el periodo republicano. El mito de Manuel García nace a partir de la desesperación de una colectividad que no puede ejercer sus derechos políticos y civiles cuando se enfrenta a distintos opresores ilegítimos y espurios. Así, García deviene la proyección de aquello a lo que los cubanos quieren llegar, por el uso de la fuerza. En la visión de Poumier-Taquechel, Manuel García, mejor aún, la mitificación del rey de los campos de Cuba, constituye una prospección, una suerte de gesto precursor de la revolución de 1959 (30). Poumier-Taquechel, en suma, está persuadida de que si uno puede hablar de un mito nacional acerca de Manuel García, entonces no podemos olvidar que se trata de un mito construido por los adversarios del régimen colonial y, luego, por los que hacían oposición y ofrecían resistencia al régimen republicano ( en tiempos del tutelaje norteamericano). Ese mito fue forjado al calor de una guerra ideológica entre la oligarquía y las masas obreras, estudiantiles y campesinas (Poumier-Taquechel, 276).Son todos estos textos la simiente, en ellos se origina, me parece, la tradición no ya del bandolero (social), sino del guerrillero, del rebelde revolucionario.

En Puerto Rico el resultado de la guerra Hispano-Americana fue la perturbación, la alteracióndel proceso de desarrollo expansivo de la clase criolla, lo cual impidió su incorporación plena dentro de la economía mundial. Esta clase criolla, que hasta 1898 era la clase dominante, ve desaparecer las bases materiales de su hegemonía. Al perder su primacía económica se vio incapacitada de levantarse contra la dominación norteamericana, y como resultado asumió una

Márquez Jiménez 174 actitud que puede calificarse, por lo menos, de ambigua. Si por un lado asumió la defensa de los valores que servían de base a su cultura; por otro lado buscó pactar con los estadounidenses; el

Estado Libre Asociado es el resultado de todo esto. Al verse desplazada de su posición como burguesía nacional, esta clase comienza el cuestionamiento de sus valores nacionales. Es esto lo que Antonio S. Pedreira intenta hacer en su libro Insularismo.

Curiosamente, en tanto representantes de una clase en camino hacia la extinción, los intelectuales puertorriqueños, durante los años treinta, también expresaron su reacción frente a la norteamericanización cultural de la isla, la cual se apoyaba fundamentalmente en la intervención del sistema educativo. Se sabe que con la llegada de los norteamericanos a la isla éstos trataron de implantar su cultura, en tal grado que el inglés fue impuesto como idioma oficial de enseñanza hasta 1940; cuando se vio que cuatrocientos años de dominio del idioma español podían más que unas décadas de dominio americano. El muñocismo es la cristalización de este proceso, si se quiere, contradictorio: rechazo a la norteamericanización cultural, y con ello afirmación de una irrenunciable hispanidad; a la vez que acogida del New Deal de la administración Roosevelt.

La década del 30 es la década que sigue a la Gran Depresión. El impacto de la Gran

Depresión fue muy grande porque la isla desarrolló con respecto a los Estados Unidos, una relación de dependencia económica. Merced a la contracción del mercado estadounidense, se redujeron las exportaciones de caña, café y tabaco, aumentó el desempleo, y con ello la pobreza y la conflictividad social. La crisis y los problemas socio-económicos derivados de ella calentaron el ambiente político dando lugar a un periodo de inestabilidad y violencia. Los conflictos laborales y la criminalidad aumentaron en número e intensidad. . Entre 1931 y 1937 las huelgas se contaron por centenares. Bajo el liderato de Pedro Albizu Campos, el Partido

Márquez Jiménez 175

Nacionalista cuestionó el control colonial de la Isla, provocando la reacción del gobierno insular y federal. La Isla vivió, entonces, uno de los periodos de violencia política más sangrientos de su historia.

Bajo el liderato de Albizu, el Partido Nacionalista se transformó en un grupo de resistencia al control colonial de la Isla por los Estados Unidos. Albizú consideraba al presidente

Roosevelt un dictador despótico que oprimía Puerto Rico y su gente. Albizú sostenía que poseía un ejército revolucionario de liberación compuesto por cinco mil hombres (Morales Carrión

234). Ello provocó un choque directo con las autoridades locales y federales, lo cual provocó una ola de violencia, represión y muerte. En 1935, un automóvil que transportaba a cinco jóvenes nacionalistas fue interceptado por la policía en Río Piedras. Se produjo un tiroteo que costó la vida a cuatro de ellos: Ramón S. Pagán, Pedro Quiñones, Eduardo Rodríguez, José Santiago y a un policía herido. En el entierro de los nacionalistas, Albizu acusó al jefe de la policía, el

Coronel Francis E. Riggs, de ser responsable de la ahora llamada Masacre de Río Piedras, y juró venganza. El 23 de febrero de 1936, dos jóvenes nacionalistas, Hiram Rosado y Elías

Beauchamp, mataron a Riggs. Los asesinos fueron arrestados y ejecutados por la policía. El asesinato de Rosado y Beauchamp dio inicio a una serie de eventos lamentables y provocó una tremenda crisis política (Morales Carrión 234).

El asesinato del jefe de la policía provocó una reacción vigorosa de las autoridades estadounidenses. El gobernador Blanton Winship y otras autoridades federales decidieron que era necesario desactivar a Albizu Campos. Éste y otros seis líderes nacionalistas, entre ellos los poetas Juan Antonio Corretjer y Clemente Soto Vélez, fueron imputados del delito deconspiración para derrocar al gobierno de los Estados Unidos. En el primer juicio un jurado mayoritariamente puertorriqueño no pudo condenarles. En un segundo juicio, un jurado

Márquez Jiménez 176 cuidadosamente seleccionado, pues solo había dos puertorriqueños, finalmente pudo hacerlo

(Morales Carrión 235 – 236).

El grupo nacionalista acusó el golpe del encarcelamiento de Albizú Campos.

Desarrollaron un enorme rencor y resentimiento, tanto, que derivaron en un grupo fanatizado y obsesionado con la venganza. Los nacionalistas no tenían interés algúno en hacer política o participar del debate en torno al estatus de la isla. Lo suyo era desarrollar una campaña anti- estadounidense ---que incluía atentar en contra de ciertas personalidades del aparato de justicia puertorriqueño---, y presentar a Albizú como el mártir del imperialismo estadounidense en

América Latina (Morales Carrion 238). La máxima expresión de la violencia política de la década de 1930 se registró en Ponce en 1937. El 21 de marzo de ese año, los Cadetes de la

República –un grupo paramilitar nacionalista– llevó a cabo un desfile en Ponce para conmemorar la abolición de la esclavitud y realizar discursos en contra del coloniaje y el arresto de Albizú.

Los nacionalistas habían conseguido el permiso de las autoridades municipales, para ese entonces era alcalde de Ponce José Tormos Diego, pero el gobernador Winship lo revocó y envío a la fuerza policial. A pesar de que el permiso para la marcha había sido revocado, los nacionalistas decidieron continuar con sus planes. La marcha de los llamados Cadetes de la

República – grupo de nacionalistas que vestían pantalón blanco y camisa negra no portaban armas de fuego, solo imitaciones de rifles hechos de madera - fue interceptada por la policía. No se sabe quién disparó primero, sin embargo los registros fotográficos de la época muestran que los manifestantes estaban rodeados y dispararon una vez que el primer tiro fue hecho (Morales

Carrión 238). Este trágico incidente, conocido como la Masacre de Ponce, fue objeto de varias investigaciones, pero no se pudo determinar quién inició el tiroteo. La Comisión de Derechos

Civiles de los Estados Unidos realizó una investigación dirigida por Arthur Garfield Hays que

Márquez Jiménez 177 concluyó que en el periodo previo a la masacre el gobierno de la isla había violado sistemáticamente los derechos civiles, generando así un ambiente de intolerancia propicio para tragedias como la ocurrida en Ponce el domingo de Pascuas. Esta comisión responsabilizó al gobernador Blanton Winship de la masacre (Morales Carrión 238).

La generación del 30 reacciona en contra de la represión estadounidense. Escritores, compositores y artistas tomaron posición con respecto la situación de la isla. Por ejemplo, Rafael

Hernández, el más prolífico de los compositores puertorriqueños, escribe en 1937 “ amento

Borincano” y “ reciosa”, consideradas ambas himnos del nacionalismo puertoriqueño. as tres estrofas finales de la segunda canción son una muestra ejemplar de esta toma de posición política de la que hablaba arriba:

… tienes la noble hidalguía

de la Madre España.

Y el fiero cantío del Indio bravío

lo tienes también.

Preciosa te llaman los bardos

que cantan tu historia.

No importa el tirano te trate

con negra maldad.

Preciosa serás sin bandera

sin lauros, ni glorias.

Márquez Jiménez 178

Preciosa, preciosa te llaman los hijos

de la libertad.

Los miembros de la llamada Generación del 30 hicieron un punto de honor de la defensa de la cultura puertorriqueña, ante lo que consideraban la amenaza del colonialismo estadounidense. La defensa del español y todo cuanto se considerara criollo fueron temas centrales en su producción. A nivel literario, una generación de escritores nacidos bajo el dominio norteamericano produjo obras que habrán de ser promovidas por la élites como la base sobre la cual se levantará el edificio de la puertorriqueñidad; los trabajos de Antonio José

Pedreira, Enrique Laguerre y Luis Palés Matos, por sólo mencionar algunos, se convertirán a la larga en clásicos de la literatura puertorriqueña; serán promocionados como tales en las redes escolares durante los años cuarenta y cincuenta. La obra de estos autores se convertirá, entonces, en la punta de lanza de un discurso nacionalista con marcado acento hispanista. Esto sucederá poniendo de soslayo el resentimiento que muchos entre el campesinado y la clase obrera sentían hacia el régimen español, sus aliados y descendientes. Tal y como señala Frances Negrón-

Muntaner, contrariamente a lo que la mayoría de la intelectualidad antillana sostiene, la mayoría de los puertorriqueños no percibieron, y aún no perciben el conflicto puertorriqueño como el resultado de la confrontación entre colonizado y colonizador, sino más bien entre los diferentes intereses de clase, raza y género, los cuales no se hallan determinados mecánicamente por el asunto de la nacionalidad (5-6).

Márquez Jiménez 179

III. “Arroyito” el bandolero espectacular.

Ramón Arroyo, “Arroyito”, constituye uno de los últimos ejemplos del bandolerismo social cubano. Bajo este presupuesto, Carlos Ripoll, junto con Manuel de Paz, reconstruyen la peripecia de este bandolero de origen canario que logró fama durante la primera presidencia de

Alfredo Zayas (1921 – 1925), pero que ya había dado inicio a sus correrías en tiempos de la presidencia de Mario García Menocal (1913 – 1921). Ripoll y de Paz coinciden en señalar que

Arroyito fue el más pintoresco entre los bandoleros de las primeras décadas de la República, y acaso el que mejor se dio a conocer (Ripoll 87).

Cuando fue puesto preso en 1922 dos periodistas del diario El Imparcial de La Habana,

Enrique Molina y Leopoldo Fernández Ros, llevaron a cabo una serie de entrevistas que fueron reunidas en el libro Arroyito o el Delirio. Biografía del célebre bandolero Ramón Arroyo (1922).

Es precisamente este trabajo de los cronistas del diario El imparcial el que sirve de base a los escritos de Carlos Ripoll y Manuel de Paz.

Ramón Arroyo nace el 18 de septiembre de 1896 en Matanzas. Es hijo de Juan Arroyo y

Silveria Suárez. El padre es oriundo de las Islas Canarias, la madre es, también, descendiente de canarios. El matrimonio procreó nueve hijos: Francisco, Federico, Ramón, Marina, María, Juana

María, Heriberto, Estela y Oswaldo (de Paz Vol. 2; 231).

Arroyito consigna en la entrevista dada a los periodistas de El Imparcial que junto con dos de sus hermanos, Francisco y Federico, se estableció en La Habana hacia 1915. Allí desempeñaron diversos oficios. Federico consigue trabajo como vigilante de los ferrocarriles, en tanto que Ramón se desempeña como cabo de luces en la línea de vapores que cubría la ruta

Regla – La Habana. Francisco, el segundo de los hermanos, resultó un individuo de mala conducta y holgazán. Mientras los hermanos se ganaban la vida de forma honrada, Francisco se

Márquez Jiménez 180 incorporó a una banda de salteadores que hacía de las suyas en La provincia de La Habana. La banda fue emboscada en Güines. Allí cayó muerto uno de sus cabecillas y Francisco fue apresado y condenado a una larga pena de cárcel. Es de su hermano de quien hereda Ramón el apodo de “Arroyito”, pues el de Ramón era, inicialmente, “Delirio”. anuel de az Sánchez señala que es posible que Ramón y Francisco hayan llevado a cabo juntos algunas fechorías, y también que algunos de los delitos de Francisco se le hayan adjudicado a Ramón merced a la coincidencia en los sobrenombres, ello explicaría en parte la extraordinaria notoriedad del bandolero Arroyito (de Paz Vol. 2: 232).

Manuel de Paz refiere que después de dejar su trabajo en los vapores de Regla, Arroyito se hizo chofer de taxis. Tuvo el infortunio de atropellar a un niño en la carretera del Naranjal, al

Sur de Matanzas, mientras prestaba servicio. Salió librado bajo fianza luego de servir algún tiempo de cárcel. Fue juzgado en libertad, y hacia febrero de 1917 fue notificado de la sentencia suscrita por las instancias judiciales correspondientes: Arroyito debía cumplir poco más de un año de cárcel adicional. En marzo de ese mismo año se publica en la Gaceta Oficial un exhorto a través del cual el juez de la causa compelía a Arroyito a que se presentara en la cárcel de

Matanzas para cumplir su condena. Ramón nunca se presentó y fue declarado en rebeldía (de

Paz Vol. 2: 234).

Mientras se hallaba en fuga, Arroyito se une a Julio Ramírez, joven díscolo, vecino de la población de Aguacate. Junto con él lleva a cabo una serie de timos y crímenes de poca monta.

Cuando se produce “el movimiento de Febrero y con él algunos débiles alzamientos en la provincia de La Habana, ciertas amistades les recomendaron que se sumaran al alzamiento”81

81 El movimiento de febrero de 1917 se conoció también con el nombre de “ a Chambelona”. Se trató de un alzamiento en contra del presidente Menocal y sus pretensions de reelegirse fraudulentamente. El alzamiento se inició en el Oriente encabezado por personalidades del bando liberal tales como Gerardo Machado, y por algunos generales del ejército independentista. Los liberales invocaron la enmienda Platt para ganar el apoyo del gobierno

Márquez Jiménez 181

(citado por de Paz, Fernández y López 234). Ramírez y Arroyito buscaban con esto liquidar sus cuentas con la justicia, ello merced a la convicción de que se estaban sumando al bando ganador.

Ramón se alzó en Madruga haciendo causa común con el alcalde de la localidad, Manengue

Valera. oco más tarde se refugia en Jaruco en donde ve pasar “el vendaval antirrevolucionario que fue fatal a los propósitos del artido iberal” ( olina y Fernández Ros, citado por de az,

Fernández y López 234). Durante el alzamiento de febrero de 1917, Arroyito y Ramírez asaltan una tienda propiedad de unos comerciantes asiáticos en Aguacate. Por este hecho delictivo es incoada una nueva causa judicial en contra de la pareja (de Paz, Fernández y López 233 - 234).

Se sabe que después del incidente de Aguacate, Ramírez y Arroyito toman caminos separados. Ramírez se esconde en El Empalme, al Oeste de Aguacate. Arroyito, entretanto, se traslada hasta La Habana. En La Habana, hacia el mes de agosto de 1918, se refugia en la Quinta de Salud “ a urísima”. Es allí en donde lo arresta el Inspector Galloso, un prestigioso agente de la policía judicial habanera. Arroyito fue remitido a la cárcel de Matanzas para que cumpliera su condena por el caso del niño atropellado (de Paz, Fernández y López 236). Pronto logró un indulto porque era amigo de Armando Carnot el alcalde de la ciudad (Ripoll 88). Carnot recientemente se había separado del Partido Liberal y había propiciado una reorganización de la

Alcaldía de Matanzas. Es así como, poco después de salir indultado, Arroyito obtiene un nombramiento de cabo de la policía municipal y otro de policía raso para su compañero Ramírez

(de Paz, Fernández y López 236). De esta manera, Arroyito deviene matón electoral al servicio de los intereses de Armando Carnot (Ripoll 87).

estadounidense; los conservadores hicieron lo propio emprendiendo una ofensiva diplomática en Washington. Al cabo, la diplomacia estadounidense le dio la espalda a los liberales y reconoció la legitimidad del gobierno de Menocal. Con esta derrota diplomática, la rebellion liberal pierde empuje en el terreno y es derrotada en marzo de 1917.

Márquez Jiménez 182

Ramírez y Arroyito se mezclaron entonces en la política local, e intervinieron en el contencioso entre Carnot y el poderoso comerciante José Lantero, que hacía campaña a favor del partido liberal para las elecciones municipales de 1920 en Ceiba Mocha. Carnot, a través de

Arroyito, buscó presionar a Lantero, y lo único que logró fue que Lantero intensificara la actividad de campaña a favor del candidato liberal José Angulo, a la vez que interponía una denuncia en contra de Arroyito y Ramírez por violación de derechos individuales. La fiscalía instruyó un expediente en contra de Arroyito y Ramírez por abuso en el ejercicio de sus funciones, por lo cual se les dio de baja y se dictó orden de arresto en su contra. La Guardia

Rural atrapó únicamente a Ramírez, pues Arroyito pudo escabullirse a tiempo (Ripoll 87). Poco después el bandolero logró, a punta de pistola, en la cárcel de Jaruco, el rescate de su amigo

Ramírez. Al año siguiente secuestraron al comerciante Lantero en Ceiba Mocha. Sorprendieron a la víctima porque iban vestidos con uniformes del ejército y estaban portando las armas de reglamento (Ripoll 87). Pidieron 10 mil pesos de rescate. Tras algunas negociaciones, el rescate se fijó en dos mil pesos, los cuales fueron entregados a los bandidos en billetes marcados. El Jefe del distrito militar de Matanzas, el coronel Emiliano Amiel, dispuso un cerco en los alrededores de Madruga (de Paz, Fernández y López 240). Arroyito y Ramírez estuvieron a punto de caer prisioneros, pero lograron evadir a la Guardia Rural luego de intercambiar disparos con unos soldados apostados en la loma del Chamizo, a medio camino entre Matanzas y Aguacate.

Ramírez salió herido en la refriega y se escondió en el pueblo de Rincón; entretanto, Arroyito se fue para La Habana. Se dice que durante su estancia en La Habana asistía a los espectáculos públicos y era frecuente parroquiano del restaurante El Carmelo en el barrio La Calzada, y del famoso Casino de la Playa que quedaba en el barrio de Marianao, dos de los más ricos barrios de

Márquez Jiménez 183

La Habana, y centro de la actividad recreativa de la alta sociedad cubana (de Paz, Fernández y

López 241; Ripoll 88).

En octubre de 1921 la policía allanó la casa que Mariana Arroyo, hermana del bandolero, compartía con su esposo. Allí la policía encontró quinientos pesos de los que habían sido marcados durante el rescate del comerciante Lantero. Marina fue encarcelada junto con su esposo y puesta en libertad bajo fianza poco después. (de Paz, Fernández y López 242).

De Paz, Fernández y López dan cuenta de que durante los meses que siguieron al secuestro de Lantero, se corrieron infinidad de rumores acerca de Arroyito. Los vecinos de Ceiba

Mocha y Matanzas vivieron llenos de zozobra merced a la cantidad de bolas que se echaron a rodar, las cuales referían las actividades criminales de Arroyito. El Gobierno destacó personal militar especializado en persecuciones de insumisos rurales. Se estableció un servicio de vigilancia permanente por Caminos y carreteras de la zona de Ceiba Mocha y Empalme (De Paz,

Fernández y López 242). Cuando Arroyito tuvo noticias de esto, de la prisión de su hermana y de que algunos periodistas de la Habana conocían con detalles sus movimientos en la capital, el bandolero resolvió abandonar la capital, hacia finales de 1922, para establecerse con un nombre falso en el pueblo de Placetas (De Paz, Fernández y López 243), unos doscientos kilómetros a noreste de Matanzas, al centro de la Isla.

Durante su estancia en Placetas, Arroyito se alojó en una casa de huéspedes, haciéndose pasar por el hijo de un rico hacendado de Camagüey, bajo el nombre de Alberto Hernández.

Mientras estuvo en Placetas, se ganó la confianza de la gente de bien de Placetas (citado por de

Paz, Fernández y López 246). Refieren de Paz, Fernández y López que, en una ocasión, Arroyito escoltó a un hacendado de nombre Ramón Panet, en un viaje de negocios porque éste iba a cobrar una fuerte suma de dinero. A instancias del hacendado, Arroyito le acompañó en la

Márquez Jiménez 184 diligencia brindándole su compañía y protección. También consignan Paz, Fernández y López que Arroyito, con no poca frecuencia, se mostraba piadoso y caritativos con los más desfavorecidos, entregando dinero y otros efectos para que éstos resolvieran urgencias de distinta

índole (246).

Después de algunos meses de tranquilidad en Placetas, Arroyito fue descubierto y arrestado por la policía. Lo interesante de este episodio es que Arroyito fue prendido mansamente, sin ofrecer resistencia. Es la segunda vez que esto sucede, si recordamos la primera captura en el Sanatorio La Purísima. Hay un marcado contraste, entonces, entre la imagen que consigna la fantasía popular y la que consignan las capturas.

En tren lo llevaron preso hasta La Habana. Cuando llegó a la estación, el pueblo de la capital le rindió una auténtica ‘demostración de afecto’ al congregarse desde las primeras horas de la mañana, en los alrededores de la Estación Terminal, una gran masa de público pidió su libertad. Carlos Ripoll refiere la existencia de toda una imaginería popular en torno a la figura de

Arroyito, por ejemplo, una décima muy sonada en la época hacía una opción decidida a favor del bandolero, exculpándolo de todas sus faltas al compararlo con los ladrones de cuello blanco:

De miseria y de dolor visten almas, centenares, agobiadas de pesares por robarles el sudor. Un banquero abusador, con muy poca dignidad, se apodera con maldad de lo ajeno; y sin delito, son peores que Arroyito y gozan de libertad. (88)

Márquez Jiménez 185

Fue durante su reclusión en la prisión del Castillo de la Real Fuerza, cuando lo entrevistaron los periodistas de El Imparcial. Valga señalar que el Castillo de La Real Fuerza es una fortificación colonial ubicada cerca de la Plaza de Armas en la Haban, lo que equivale a decir, entonces, que Arroyito fue recluido al centro mismo de la ciudad letrada cubana.

En el curso de la entrevista, Arroyito les mostró a los cronistas una colección de cartas que había recibido: “Fíjense”, les dijo, “son más de cien. Casi todas de mujeres. Ésta es de una señora de campanillas de La Habana. No le digo quién es porque me pide por mi madre que no se la enseñe. En esta otra venía esta medallita de la Virgen de la Caridad que llevo al cuello...”

(citado por Ripoll 88) Una admiradora anónima de la alta sociedad habanera le escribió:

“Fundiré el firmamento con la tierra moviendo cuantas influencias pueda hacer servirme de ellas para que usted, que no es más delincuente que los que andan por la calle, pueda pasearse por ella...” (citado por Ripoll 88).

Fue tal el revuelo provocado por Arroyito entre el público femenino de La Habana que

Osvaldo Valdés de la Paz publicó, a poco de la captura de Arroyito, en 1922, con prólogo de

Miguel de Marcos, la novela titulada Arroyito: el bandolero sentimental. Asimismo, en abril de ese mismo año, Enrique Díaz Quesada, pionero del cine cubano, filmó una película basada en la vida del bandolero. En 1922 apareció, también, el libro de José M. Muzaurieta Manual del perfecto sinvergüenza, en una nota al pie de la primera página señala: “Este rólogo fue escrito por el señor Arroyo siendo todavía libre. Con mes y medio de anterioridad al día 3 de marzo, en que fue capturado. Si el estimable bandido hubiera tomado pasaje en el vapor Cádiz, no le habría ocurrido semejante infortunio” (citado por Ripoll 89). En el prólogo, Arroyito hace una serie de reflexiones acerca de la sociedad cubana, acerca de los manejos que se hacen desde el poder:

Márquez Jiménez 186

Tenía el firme y decidido propósito de que mi nombre no figurase para nada en

ninguna manifestación de carácter público... quería permanecer oculto, alejado

completamente del engorroso y pesado contacto con la opinión... pero considero

un deber de profesión, al cual no puedo faltar sin que se merme mi prestigio de

bandido, romper esa mi adorable quietud beatífica en los precisos momentos que

va a editarse un libro como el Manual del perfecto sinvergüenza, llamado a

hacerle cumplida justicia a nuestra sufrida clase y a librarla, con la enseñanza de

los humanos errores que todos los malhechores padecemos... Declaro que es una

obra magnífica, que con el transcurso del tiempo puede y debe llegar a ser

declarada de utilidad pública y de uso obligatorio en las escuelas... A mí todos me

suponen un bandido, me persiguen con saña fiera y le darían un premio al que me

colara una bala en la cabeza. Cierto que no soy un santo varón, ¿pero esa misma

sociedad que me condena y me llama su enemigo, no admite en su seno y los

mima y los consagra, a señores que carecen de los más rudimentarios principios

de moral y que, bien analizados, son unos completos facinerosos? Decidme, ¿qué

diferencia existe entre un secuestro y un asalto al Tesoro Público? ¿Acaso el hurto

de una res no es pariente cercano del feo negocio del cambio de cheques? ¿Son

mejores que yo los que se enriquecen a costa del hambre del pueblo?...

(Muzaurieta 18 – 19)

Carlos Ripoll (89), José Antonio Madrigal y Carlos Alberto Montaner (9) sostienen que el prólogo de Arroyito es apócrifo. Sin embargo, ello no es óbice para pensar que la función del

Márquez Jiménez 187 prólogo permanece incólume: el más popular de los bandoleros de la época deviene en instrumento de crítica de la clase política cubana.

Al desnudar la existencia de esta sociedad de cómplices, al hacer evidente que el cohecho es moneda de cambio corriente entre la alta sociedad cubana, en las esferas del poder, Arroyito, el prologuista, no tan sólo descalifica, deslegitima, a esa sociedad que lo juzga, sino que se coloca él mismo como producto (ejemplar) de ella. Arroyito, el bandolero, nace de la brecha que existe entre la Ley y la justicia; y tal brecha se ha abierto merced al accionar de aquellos que asaltan el Tesoro Público, aquellos que negocian con y desde el erario público. Ante el estado de cosas, la corrompida sociedad que describe, concluye el prologuista Arroyito: “El anual del perfecto sinvergüenza no ruborizará a nadie en Cuba. Puede ser leído donde quiera y por cualquiera: desde el Primer Magistrado de la Nación (Alfredo Zayas), hasta el último alumno del

Colegio de Belén” ( uzaurieta 19 – 20).

El libro de uzaurieta inicia con unos “Ejercicios Espirituales”, que tratan de retratar a la clase política cubana de la época. Me interesa destacar tan sólo las primeras siete recomendaciones:

Ámese a sí mismo por sobre todas las cosas. Nunca diga lo que sienta ni sienta lo

que diga. La osadía: ésa debe de ser su característica principal. Ninguna idea es

buena si no es suya. Cualquier procedimiento es bueno para triunfar. No combata

las llamadas tiranías: póngase al lado de los tiranos y explote a los demás. Nunca

nade contra la corriente (27).

Márquez Jiménez 188

Resulta evidente que, a ojos de Muzaurieta, en la clase política cubana prevalecen los intereses personales por encima de los intereses del colectivo; que la hipocresía campea en la escena política; que la moral es acomodaticia, que no existe el Estado de Derecho, que el contrato social, pues, está prácticamente roto.

La extraordinaria notoriedad de Arroyito dio lugar a una nutridísima matriz de información en la prensa Habanera. El diario de Placetas El Tiempo salía en defensa de Arroyito señalando que era “un excelente muchacho”. El periódico, en su editorial, trataba de vindicar la figura de Arroyito comparándola, con ventaja, a “los que parapetados en el poder, cometían o había propiciado crímenes de mayor calibre” ( az, Fernández y ópez 249). ocos días después un miembro del Partido Liberal de Placetas que prefirió mantenerse en el anonimato, publicó una carta pública en la cual le ofreció a Arroyito el cargo de Diputado a la Cámara.

…ingresa en el Gran Partido Liberal, donde un grupo de hombres de buena

voluntad te brindará un acta de Representante; tú, al menos, podrás ir a la Cámara

sin sonrojo alguno, fuiste un bandido, pero cívico; tú deberías ser ejemplar de

algunos que ocupan puesto en aquella casa que han sido peores que tú, pues los

hay ladrones y los hay asesinos, que roban y asesinas amparados en una mal

llamada inmunidad; tú robaste sin asesinar y sin más inmunidad que tu pecho

valeroso. (de Paz, Fernández y López 250)

El seis de marzo, poco después de su reclusión, La Agrupación Política de Chauffeurs publicó un remitido en el cual se solidarizaba con Arroyito (de Paz, Fernández y López 253).

Márquez Jiménez 189

Más aún, la edición de la biografía de Arroyito publicada por el diario El Imparcial tuvo una tirada de diez mil ejemplares.

Trasladaron a Arroyito desde el Castillo de la Real Fuerza en la Habana hasta a la cárcel de Matanzas alrededor de octubre de 1922 (de Paz, Fernández y López 255). A partir de ese momento no hay acuerdo entre los biógrafos de Arroyito. Ripoll señala que Marina preparó la fuga del bandolero (90). Colocó una bomba en el presidio y se hizo de caballos para facilitar la huida de Arroyito. De Paz, Fernández y López atribuyen la operación de rescate de Arroyito a

Julio Ramírez, apoyándose en el testimonio de un corresponsal del diario El Mundo (255). Poco después, cuando en Regla se preparaba para abandonar el país por vía marítima rumbo a la

Florida, lo arrestaron de nuevo. El arresto repite la escena humillante del tren: escondido en uno de los vagones que transportaba ganado, Arroyito es capturado casi sin ofrecer resistencia. El bandolero fue devuelto a Matanzas, y esta vez le impusieron cadena perpetua, entre otras razones, por el secuestro del millonario Juan Bautista Cañizo (de Paz, Fernández y López 259).

En aquel secuestro el rescate inicialmente fijado fue de 100 mil pesos, pero el bandolero transó con la mujer de Cañizo por 21 mil pesos. Se llegó a decir que Marina era el cerebro y a veces el brazo ejecutor de muchas de las fechorías de Arroyito, especialmente con respecto a los secuestros (Ripoll 90). Al menos, se puede decir que ella estaba activamente involucrada en las operaciones de Arroyito, para ello baste recordar el episodio de los billetes marcados y su posterior arresto a propósito del secuestro del comerciante Lantero en Ceiba Mocha. En todo caso, Marina fue juzgada junto con Arroyito por el secuestro de Cañizo. Lo curioso del episodio es que una vez condenado Arroyito, el resto de los involucrados en el secuestro fueron exculpados.

Márquez Jiménez 190

Al día siguiente de su captura, un periodista del diario El Heraldo de Cuba publicaba una nota en la cual se vinculaba a Arroyito con los antiguos bandoleros del periodo entre las dos guerras de independencia. Advertía el cronista que en Arroyito se verificaba un cambio de época, un tránsito, una transformación, las circunstancias, en suma, eran otras. Los tiempos que corrían no eran los mismos de los de Manuel García, la manigua cubana no era la misma, tampoco. La forma casi vergonzosa, anti-heroica, en la que había caído preso Arroyito era evidencia de ello:

“Con nuestros campos cultivados en todas direcciones, con nuestros servicios de orden mejorando cada día (…) y sobre todo con nuestra aumentada civilización, Arroyito será el último de los bandoleros en campo abierto…” (citado por de az, Fernández y ópez 257). Está claro que el mito de Arroyito, el bandolero social, el bandolero espectacular, está en marcha. Y digo espectacular porque si las capturas son ignominiosas, cada escape de la cárcel pareciera la reposición de un filme de aventuras al estilo de los de la estrella del cine silente Douglas

Fairbanks. Ahora bien, es necesario hacer notar que Arroyito se halla en una situación de inadecuación. Los tiempos que corren no son los del bandolerismo a caballo, y con esto quiero dar la razón al periodista de El Heraldode Cuba. Los escapes y las capturas dibujan la frontera entre el mito del bandolero y la realidad del secuestrador y delincuente; un bandolero espectacular y un secuestrador y delincuente, si se quiere, vulgar.

De Paz, Fernández y López dan cuenta de que dos días después del artículo del periodista de El Heraldo de Cuba, Orestes Ferrara, aparece en el diario La Discusión, otro artículo, firmado por Hilarión Cabrisas, en el cual cualquier asomo de simpatía hacia Arroyito desaparece.

Cabrisas está persuadido de que entre el ladrón de cuello blanco y Arroyito no hay diferencia alguna, a fin de cuentas ambos buscan el provecho personal y nada más. Si el ladrón de cuello blanco, el peninsular que se vino a Cuba a hacer las Américas, medra con negocios poco limpios,

Márquez Jiménez 191 a la sombra del poder político; Arroyitoa su vez ha participado, eventualmente, del festín y ha poco que “dio el golpe magnífico de chuparle unos cuartos al millonario Cañizo” (citado por de

Paz, Fernández y López 257). Si seguimos el razonamiento de Cabrisas, podríamos llegar a la conclusión de que Arroyito es una suerte de profiteering bandit (Vanderwood 11): “el que no puede ser representante de la cámara aspira a ser un buen bandido o viceversa; la cuestión es llegar a ser algo.” (citado de az, Fernández y ópez 258). Arroyito, como en el caso de los bandoleros mexicanos del siglo XIX descritos por Vanderwood, “demanded a share of the profits from a society that offered them few legitimate chances for advancement.” (Vaderwood 11).

Rosalie Schwartz en su estudio sobre el bandidismo en Cuba apunta en esa misma dirección, los bandoleros abundaban en las zonas del occidente de la isla, a la sazón, la más desarrollada y fértil, y aquella en la cual se establecieron las grandes plantaciones de caña de azúcar, en detrimento de los pequeños propietarios; luego, los bandoleros cubanos no son, ni mucho menos, campesinos rebeldes. Estos bandoleros no eran, como dice Vanderwood, caballeros o nobles ladrones: “Their social cause was their own enrichment. They were crass competitors in a system that still lacked well-developed institutions for exchange and legitimate means to profit (17).

Cabrisas sostiene en el artículo antes mencionado, según de Paz, Fernández y López, que los creadores del mito popular de Arroyito son los medios impresos cubanos, y el gobierno que “lo rodeó de una aureola tal que casi iba siendo necesario que lo comparasen a uno con Arroyito para ser algo” (257). ese a los esfuerzos de Cabrisas el mito de Arroyito prevaleció. a incansable búsqueda del emprendimiento individual, de la mejora de las condiciones económicas personales, aun cuando ello sucediera por fuera de la ley, constituye el fundamento de la fascinación por una figura como la de Arroyito; porque en el fondo de ese intento se halla, también, una cierta protesta, una resistencia a ser víctima del sistema imperante. Ahora bien, y

Márquez Jiménez 192 como dice Vanderwood, bandoleros como Arroyito, tal como los plateados mexicanos, “hardly incite change” (26). Sin embargo como símbolos son necesarios. De allí que alguien como ablo de la Torriente Brau, uno de los dirigentes de la resistencia contra la dictadura de Machado, haya dedicado encendidas palabras a Arroyito: “Hay hombres tan amados por la vida que la muerte sólo se los lleva por celos, para amarlos ella también intensamente. De estos hombres excepcionales, fue Arroyito” (citado por Ripoll 90).

Es Pablo de la Torriente quien ofrece testimonio de los últimos días de Arroyito. Cuenta de la Torriente que al ser trasladado Arroyito al presidio de la Isla de Pinos junto con otros cinco presos, entre ellos Julio Ramírez, fueron todos asesinados. Era el 28 de octubre de 1928.

Según Carlos Ripoll, poco tiempo después se escucharon rumores de que Arroyito había muerto en Santo Domingo, que su hermana Marina había pactado su libertad. Más aún, se decía en esa época que dos de los seis presos ejecutados en Isla de Pinos no pudieron ser reconocidos por tener las caras “desbaratadas... por los balazos” (91). De allí que el historiador cubano se pregunte: “¿Serían ésos unos infelices a quienes les hicieron ocupar el puesto de Arroyito y de su leal amigo Ramírez mientras éstos se embarcaban al extranjero, o sería ese rumor de la fuga parte de la leyenda del bandolero sentimental”? (91).

Siempre de acuerdo a Carlos Ripoll, poco después de la caída del dictador Machado, el

28 de enero de 1934, apareció en la revista Bohemia un artículo intitulado “Viaje de arina

Arroyo, de los calabozos de la policía secreta a la región del misterio”, en el cual se sostiene que

Marina, para vengar la muerte de su hermano, juró que mataría a Machado y al comandante

Santiago Trujillo, a la sazón jefe de la policía secreta, quien fue el responsable de su detención y que luego la envió a las Islas Canarias. Acaba de la siguiente forma el artículo citado por Ripoll:

Márquez Jiménez 193

En estos momentos, en una modesta casa de Luyanó, la madre anciana y los

hermanos, todos trabajadores, honrados, buenos y excelentes ciudadanos, esperan

el regreso de la hermana que un día salvó la vida milagrosamente por querer

vengar el asesinato de su hermano, una víctima más entre el millar que produjo en

la población cubana la barbarie de una bestia insaciable, feroz, exterminadora,

implacable: Gerardo Machado (91).

¿Qué de cierto hay en la especie según la cual Marina Arroyo había comprado la libertad de su hermano y la de Ramírez, y que poco después, con este supuesto atentado, logró que la apresaran y expatriaran para poder reunirse con ellos? Vaya Usted a saber. Como quiera que

Arroyito haya escapado o haya sido ejecutado, como quiera que Marina fuera a los calabozos o no, lo que ha de llamarnos la atención acá es la presencia de la hermana de Arroyito haciendo gala, de nuevo, de una agencia que pocas veces se ha visto. Cuando se trata de relatos de bandoleros, éstos son mayormente relatos masculinos que tienen lugar en un espacio homosocial

(Dabove 290). A la mujer le es negada la agencia, y sólo aparece en el relato como “extensions of male identity and as such, they are either victims, pawns in all-male conflicts or traitors to their male counterparts (in some cases they are all three) (Dabove 290). Marina es todo lo contrario, ella parece ser el cerebro tras los secuestros, es ella quien rescata a Arroyito no una, sino dos veces, también es Marina quien aguanta el dinero producto del secuestro de Lantero, un poco como si con ello se previniera el despilfarro del botín. Marina es, también, quien proporciona el tono con el cual la figura de Arroyito es tratada en la prensa habanera: ella constantemente clama por la inocencia de su hermanito.

Márquez Jiménez 194

IV. Arroyito el bandolero sentimental: after-image del bandolero insurrecto y trickster.

La novela de Osvaldo Valdez de la Paz se editó en 1922, poco después de que Enrique

Molina y Leopoldo Fernández Ros, redactores del diario El Imparcial, publicaran, en marzo de ese mismo año, una larga entrevista en la cual se consignaban las aventuras del bandolero matancero. La novela, según su prologuista, Miguel de Marcos, fue escrita en veinte días, y vio la luz en abril. Llama la atención la urgencia y el sentido de oportunidad que caracterizan al acto mismo de escritura y publicación del texto. Manuel de Paz señala que el texto fue leído con fruición, lo cual no debe extrañarnos porque el texto persigue precisamente eso: insertarse en una discusión ya en curso, y muy probablemente en su punto más álgido.

La novela sigue de cerca la biografía que publicaran los periodistas del diario El

ImparcialEnrique Molina y Leopoldo Fernández Ros. Sin embargo, no abarca la totalidad de la vida del bandolero ---como tampoco lo hace la biografía de los cronistas de El Imparcial. Llega nada más hasta 1922 cuando fue apresado luego de pasar escondido casi un año en Placetas.

Ahora bien, un elemento que se haya completamente ausente de la novela es la hermana, Marina.

Sin embargo, la presencia femenina no está ausente del todo de la novela, en ella se multiplican los idilios y las aventuras amorosas, un poco como si se quisiera justificar, por ese lado, el apodo de Bandolero Sentimental que, según me parece, domestica un tanto el otro apodo con el que se le conocía a Arroyito: Delirio. Creo que de lo que se trata es de otorgar un valor afectivo, antes que uno pasional e irracional, a la figura de Arroyito; sacarlo de las sombras, sustraerlo del lumpen en el que vivió. Más aún, los otros hermanos de Arroyito, y especialmente Francisco, están completamente ausentes de la novela. Hay en ello un claro intento de lavarle la cara a

Arroyito; a tal punto ese parecer ser el propósito de la novela que la familia de Arroyito es

Márquez Jiménez 195 representada no como un grupo de blancos de orilla ---de muy dudosa reputación como vimos, sino como una familia propietaria, unos honrados emprendedores rurales. El asunto de la extracción social deviene, entonces, en uno de los focos de la novela. Curiosamente, este asunto se halla siempre aparejado a la mujer, es decir, a las relaciones sentimentales que Arroyito sostiene.

El principio de la novelaArroyito el bandolero sentimental marcara el tono y el timbre de la novela en lo que toca a este asunto de la extracción social y los romances. El narrador se apura en presentarnos a Ramón como alguien cuya vida estará marcada por su relación con las mujeres.

Rubio y bien parecido, Arroyito ha conquistado a su primer trofeo: una joven, rubia también, afincada con su familia en la pudiente zona de Marianao, al oeste de la Habana. La chica había venido a Aguacate, el pueblo de Arroyito, a pasar junto con su familia las fiestas patronales.

Arroyito, siendo el más joven, se impuso a todos los pretendientes locales en una demostración de arrojo y determinación que, de allí en adelante, habrá de constituirse en uno de sus atributos más notables. Creo que ello tiene que ver con la posibilidad de emparentar a Arroyito con

Manuel García, esto en tanto y en cuanto Arroyito deviene en una versión actualizada del Rey de los Campos de Cuba.

La aventura amorosa de Arroyito, empero, no acaba bien. La chica se devuelve a La

Habana a proseguir con su vida regular, y Arroyito queda prendado de ella, perdidamente enamorado. Pese a que la chica, antes de marcharse, le ha hecho saber que lo de ambos no puede ser, el joven resuelve dejar el hogar, abandonar su cómoda posición de propietario para aventurarse en La Habana. Allí se da cuenta de que la chica tiene novio, un rico político habanero; entiende, también, que lo de ellos no fue más que una aventura, un pasatiempo. Así se lo declara la chica, al rechazarlo, pues dentro de poco va casarse con su novio. El desengaño de

Márquez Jiménez 196

Arroyito se ve aderezado por el hecho de reparar, ahora, en la insalvable distancia social que le separa de la chica de Marianao. Al despecho se aparejan, entonces, el resentimiento y el deseo de revancha.

Arroyito pone en escena una suerte de diferendo entre lo rural y lo urbano, se trata de un diferendo soportado sobre bases socio-económicas que postulan la diferencia de clase, la brecha existente, entre el pequeño propietario rural y el burócrata urbano. En este diferendo el primero encarna el estrato social más bajo, mientras que los segundos, los burócratas, encarnan el estrato más alto. Luego, no debe extrañarnos que Arroyito, luego de este desengaño amoroso, decida no regresar a Aguacate, porque si quiere tener alguna oportunidad de trepar en la escala social ello va a suceder sólo en la Habana. Arroyito entiende con rapidez que su futuro está en el ejercicio de la política. En algún momento, cuando se halla al servicio de Don Ambrosio, Arroyito repara en el hecho de que no existe la distinción convencional entre el ejercicio burocrático estatal y los negocios privados. La ausencia de esta distinción es lo que da lugar a la corrupción. En ese sentido, vale la pena destacar que la corrupción, durante la primera mitad de la novela, es menos

“a dysfunctional aspect of state organization, [rather is] a mechanism through which the ‘state’ itself is discursively constituted” (Gupta 375). En la novela se representan los manejos que desde el poder político y económico se realizan. Arroyito participa de estos manejos en forma entusiasta. Primero con Don Ambrosio; luego con el Dr. Pérez, rival político y enemigo declarado de Don Ambrosio; más tarde, junto con Pijirigua, el antiguo empleado de la finca de su padre, Arroyito se pone al servicio del bando liberal durante las elecciones de 1916, y luego se involucra en la revuelta de ese mismo año. Todas estas aventuras acaban con un saldo negativo para Arroyito: pierde elecciones, gana cárcel, y es desdeñado por los agentes políticos del partido liberal. Se puede advertir que Arroyito juega este juego político, aceptando los riesgos que

Márquez Jiménez 197 comporta. Cuando Arroyito pierde, lo hace porque el contrario hace (más) trampa, y él no cuestiona ese hecho; antes bien, lo que cuestiona es que sus correligionarios lo dejen solo, a su suerte.

Cuando en 1920 acaba de purgar la primera de sus condenas, Arroyito vuelve a desempeñar su papel, su rol de matón electoral. Arroyito hace causa común con los del partido popular, que a la postre pactarán con los conservadores para llevar al poder a Alfredo Zayas. En premio a su esfuerzo, Arroyito es nombrado Jefe de policía de La Mocha, y nombra a Julio

Ramírez agente de Policía. Este episodio está documentado en la biografía del bandolero; el narrador lo adereza consignando que Arroyito y Ramírez han hecho a un lado sus ideales para convertirse en “pequeños y feroces caciques de pueblo” (116). o que llama la atención es la ironía que usa el narrador: ¿cuáles son los ideales de Arroyito? Él ha estado moviéndose entre los dos bandos dominantes de la política cubana por lo que resulta evidente, entonces, que

Arroyito ha estado en pos del ascenso social, ¿es ese el ideal? El hecho de que se hagan

“caciques” de pueblo implica que están del lado del poder, es decir, se han aliado con él, lo sirven con obsecuencia. No resulta extraño que bandidos y bandoleros se pongan al servicio de los poderosos, ese es el caso de los cangaceiros en Brasil o los plateados en México, en

Argentina los malevos servían a los intereses de los políticos. En Cuba, Manuel García hizo lo propio durante la llamada “tregua fecunda”. Así pues, Arroyito, en palabras de Vanderwood, no es ni un caballero, ni un Robin Hood; su causa social es la del propio enriquecimiento (17). En ese sentido, vale la pena recordar que los extranjeros dominaban la industria y el comercio en

Cuba, en virtud de lo cual la burocracia estatal se convirtió en el espacio que los cubanos podían aprovechar.“Control of the state bureaucracy provided access to resources inaccessible elsewhere” ( erez- Stable 28). Según Louis Pérez Jr., para 1903 la nómina de empleados

Márquez Jiménez 198 públicos, que incluía a los municipales, provinciales y a los del gobierno nacional, se había expandido en unas veinte mil personas, de las cuales ocho mil estaban ubicadas en la Habana

(219-220). El ideal de Arroyito, en suma, es el de conseguir su lugar en la sociedad cubana; ciertamente, no como subalterno, sino como parte del grupo hegemónico. Tal como dice

Vanderwood para los bandidos mexicanos, la relación entre Arroyito y la gente de poder

(económico y político) parece ser una relación de sociedad, de comunión de intereses; unos y otros buscan exactamente lo mismo: el propio mejoramiento, en lo absoluto persiguen desafiar la estructuras sociopolíticas de esta sociedad en la cual están operando (Slatta 195). El episodio con la chica de Marianao, su decisión de permanecer en la Habana, y los sucesivos tratos que

Arroyito celebra con sus valedores políticos de uno y otro bando son evidencia de que el bandido antes que reaccionar en contra del sistema lo que hace es adaptarse a él. Ha de llamar la atención que, estando las haciendas de caña en manos de estadounidenses, Arroyito no atente en contra de ellos. Es como si él estuviera escogiendo entre robar al rico y al poderoso, versus robar al rico y no tan poderoso; si roba a los segundos es porque éstos, por así decirlo, son víctimas más propicias, vulnerables. De esta forma, Arroyito se aleja del modelo de Eric Hobsbawm, él no quiere restablecer el viejo orden que imperaba en la manigua; antes por el contrario está dispuesto a jugar este nuevo juego, y convertirse en un maestro.

El secuestro de Lantero ilustra en forma ejemplar cómo Arroyito está dispuesto a negociar, incluso, su venganza. Dicho de otro modo, este episodio nos ofrece la oportunidad de echar una mirada al interior de las transacciones que se llevan a cabo en el ámbito político cubano. En este episodio, también, se pone en escena una suerte de economía de la reciprocidad:

Arroyito logra secuestrar a Lantero porque cuenta con la complicidad del mulato Ángel a quien ha beneficiado con su dadivosidad; asimismo, el secuestro mismo es un acto de reciprocidad:

Márquez Jiménez 199

“ese hombre ( antero) nos ha denunciado, lanzándonos a esta vida de fugas, donde tal vez consigamos la muerte” (138). El secuestro es, asimismo, un acto producto del azar. Arroyito quería matar a Lantero en duelo a pistola, pero éste le propone a Arroyito que, en cambio, cobre un rescate, el cual habrá de complementarse con las gestiones del hacendado para restituirle el puesto de Jefe de Policía a Arroyito. El secuestro de Lantero deviene acto de justicia en la imaginación de los habitantes de la manigua. antero es un “bandolero ilustre”, tal como lo pone el narrador. En tanto tal, no tan sólo ha despojado a Arroyito de su regalada y cómoda vida como

Policía y agente político, sino que además ha asaltado a los electores robándoles por la fuerza el derecho al sufragio (147), ha derramado la sangre de inocentes, y provocado lágrimas, merced a los expolios que ha llevado a cabo, y sobre cuya bases ha construido su riqueza (148). Con el secuestro de Lantero, los guajiros, también, han sido servidos. Tan culpable como los bandoleros ilustres figura el General Crowler quien se halla en Cuba en calidad de árbitro “para garantizar en Cuba la justicia” (147), el agente estadounidense es cómplice por acción u omisión: porque lo engañaron o se dejó engañar. De allí que exista todo un régimen de impunidad que el narrador consigna de modo tal que el público simpatice con el bandolero que, aunque no goza de la condición de honorable, sí que expone su vida en los actos que realizaba (148). Lantero, de algún modo, encabeza el desfile de los monstruos del delito, acompañado en la memoria por los políticos que en momentos clave han dado la espalda a Arroyito.

Ahora bien, hay otro detalle. Lantero le pide a Arroyito que no lo mate, que no se vengue de él. Lantero está decidido a reparar a Arroyito. Esto pone de relieve otro asunto: la representación del ejercicio de la justicia entre particulares. Lantero le dice a Arroyito que su muerte no va a resolver del todo su situación: “… lo importante es que lo mal hecho y que puedas volver a ser lo que eras. Yo estoy dispuesto a ayudarte, a trocar en futuros beneficios el

Márquez Jiménez 200 mal que te haya causado” (143). o que propone antero, en suma, es la instrucción de una justicia conmutativa. Arroyito así lo entiende: “tú eres la causa de mi situación, [y por eso] me darás el dinero suficiente para salir de ella” (143). El trato que propone Arroyito pretende re- situar al bandolero en la posición que tendría (o retendría) antes de la intervención de Lantero.

Resulta interesante advertir, entonces, que en los dos juicios (simbólicos): el distributivo y el conmutativo, el bandolero sale favorecido. Dicho esto, es necesario reparar en otro detalle: los juicios “instruidos” por el narrador nos llevan por caminos diferentes. Si bien por un lado el narrador se queja de la forma defectuosa como las ventajas y desventajas de la sociedad son distribuidas entre individuos y grupos, en otras palabras, él reclama que las necesidades del pueblo cubano, el bien común no constituyen los criterios que rigen la distribución de la riqueza en la isla; por otro lado, Arroyito resulta favorecido de un modo que poco tiene que ver con esta justicia distributiva. El trato que le propone Lantero le permitirá al bandolero ascender en la escala social, de allí que con “serenidad calculadora” acepte el trato de antero porque ello implica volver a la regalada vida que ya una vez disfrutó. Así pues, las quejas y reclamos en relación con la tragedia vivida por la familia de Ramírez son una especie de escudo ético que esconde el deseo de provecho personal por parte de Arroyito. En último caso, Arroyito desea formar parte del festín cubano, y la oferta de Lantero le abre las puertas a ello.

El episodio de la chica de Marianao, como origen del mito de Arroyito, pone de relieve, también, tal como y dice Vanderwood a propósito de Chucho el Roto, “the real and uncrossable barrier between rich and poor” (Slatta 19). Esta barrera demuestra no ser del todo infranqueable para Arroyito. Y esto tiene que ver con el hecho de que el bandolero sentimental es, también, un trickster que ejerce una forma particular de justicia “social”.

Márquez Jiménez 201

Por lo general, toda comunidad de sentidoposee un trickster. Esto responde a la necesidaddepostular y a la vezponer en cuestión las reglas fundamentales de la comunidad, lo que en último caso contribuye a reforzar su obediencia. La figura del trickster desnuda las contradicciones inherentes a la compleja estructura de la sociedad y contribuye a articular espacios y oposiciones irreconciliables (Azuela 33). El trickster es un transgresor, suele moverse con cierta facilidad por las diferentes jerarquías sociales; actúa por medio de trampas y engaños, lo cual, en no pocas ocasiones, provee una resolución cómica, o anticlimática, a las tensiones. El trickster desafía al poderoso por medio de su ingenio. También es necesario subrayarque el trickster poseeatributos que son muchas veces contradictorios, en virtud de lo cual su caracterización resulta ambigua. El trickster es un caracter marginal, por ello suele hacer de mediador, porque está habituado a los umbrales, y ello le permite articular espacios y contradicciones ( Lewis Hyde, Trickster Makes this World; Allison Williams, Tricksters and

Pranksters). En el caso de Arroyito no se puede olvidar que vivó entre prostitutas y se escondió en un sanatorio mental. Ahora bien, lo esencial es que se disfraza de niño rico para huir de las autoridades y esconderse en Placetas. Como se ve el disfraz es la expresión de un deseo ---el ideal de ascenso social del que hablamos antes; pero a la vez parece decirnos que la única manera de hacer el bien es desde la posición dominante del rico. Esa parece ser una convicción que Arroyito va adquiriendo paulatinamente. Digo esto porque el bandolero hace de benefactor antes de llegar a Placetas, pero el mayor bien lo hace allí, o mejor dicho, cuando se hace pasar por el hijo de un rico hacendado habanero.

Primero, cuando visita a su novia, Ángela, la chica que enamoró durante el rescate de

Ramírez de la cárcel de Jaruco. La familia mora ahora en Güines, en una mejor situación económica, merced al dinero que Arroyito les dio tras comprarle al padre un gallo cenizo ---

Márquez Jiménez 202 entendemos entonces que ha sido adquirido a un precio casi exorbitante. Asimismo, en

Güines, Arroyito hace un inopinado y excepcional acto de generosidad: entrega treinta pesos al portero de un ancianato para que los viejos puedan tomarse una taza de chocolate. Ambos episodios contribuyen a crear simpatías hacia Arroyito tanto en el interior del texto como fuera de él. Estos episodios lo retratan como alguien que hace el bien, que favorece a los más pobres.

Hay otro episodio dentro de esa misma serie.Luego de huir de Güines por el acoso por la policía y la Guardia Rural. Arroyito va al encuentro de su amigo Ramírez. En el camino entre Jaruco y

Aguacate. Arroyito topa con un jinete. Como teme que sea un miembro de la Guardia Rural,

Arroyito sale a su encuentro empuñando el revólver. El jinete, asustado, saca el dinero que tiene el bolsillo, apenas unas pesetas, y pide clemencia al ladrón. El jinete explica que es un veterano de guerra a quien el gobierno le debe meses de su pensión, de allí que no tenga dinero qué ofrecer. Arroyito, conmovido, le entrega al veterano un billete de veinte pesos “para que pueda soportar la morosidad de la patria unos días más” (153). Poco antes el narrador ha dicho que

Arroyito dividió el botín de dos mil pesos con Ramírez. Es con esos mil pesos que tiene

Arroyito con los que “Hacía sus viajes y repartos” (152). Sobre la base de este reparto, de esta redistribución de la riqueza es que se va creando el mito de Arroyito el bandolero sentimental.Me parece que el apelativo sentimental hace alusión a la sensibilidad de Arroyito hacia los problemas de los más pobres; es decir, Arroyito se siente atañido por esos problemas y busca resolverlos. Tal vez esto parezca contradictorio, pues antes he dicho que Arroyito tiene interés sólo en su propio ascenso social; pero no creo que lo sea tanto. Él se siente atañido por esos problemas cuando se disfraza, cuando hace de niño rico. Él no se siente atañido por la suerte de la niña que arrolló cuando era sólo un chofer de taxi. Lo que quiero decir es que Arroyito tiene consciencia de que está construyendo una fama, una reputación, está desarrollando una

Márquez Jiménez 203 performance: en tanto bandolero él va construyendo este escudo ético porque a fin de cuentas lo que quiere para sí es una regalada vida. Arroyito en Placetas no trabaja, son las apuestas en los gallos las que le proveen ingresos que irá repartiendo cada vez que tiene oportunidad. Se puede observar que Arroyito se encuentra al margen de la vida productiva y desde allí hace de benefactor de las clases desposeídas. En el imaginario cubano la criminalidad y los juegos de envite y azar ocupan un mismo espacio: el del vicio. Otra práctica que se halla aparejada a estas dos es la del fraude y el cohecho; sin embargo, desde las dos primeras se puede hacer un ejercicio de justicia social; las dos últimas tan sólo esparcen su perjuicio y afectan los intereses colectivos o difusos de la comunidad.

La performance de Arroyito persigue, en último caso, un fin bien específico; parecerse a

Manuel García, el Rey de los campos de Cuba, porque como quedara dicho en la biografía firmada por Álvaro de la Iglesia: “ anuel es un hombre de corazón puesto que frecuentemente socorre á muchos necesitados y desvalidos” (133). ás aún, Federico Villoch refiere, también, que Manuel García es procurado como padrino de muchos niños en la manigua cubana, lo cual constituye una muestra de afecto, respeto y reverencia hacia el bandolero (189). En la novela de

Oswaldo Valdés de Paz Arroyito desea seguir los pasos de García, aspira a ser reverenciado como él. Por eso el narrador, cuando Arroyito huye de la Mocha, al ser delatado por Lantero, topa en el camino con la tumba de Manuel García y ello da lugar a una reflexión: Acaso su destino, como el del Rey de los Campos de Cuba, está escrito, y por ello está obligado a vivir al margen de la ley, hacerse bandolero (Valdés de Paz 122). Llama la atención acá que el narrador cita de memoria la biografía de Villaroch: la mención del destino ya escrito es soportada con la mención del episodio del bautizo (de sangre) de Manuel García.

Márquez Jiménez 204

¿Era que, efectivamente, el destino de los hombres estaba escrito? A Manuel

García siendo niño, en el acto de su bautizo, le habían profetizado la vida que hizo

después; y él también se sentía empujado por algo fatal e irremediable hacia la

vida del hombre perseguido que tiene que defenderse. ¿Tendría que ser

forzosamente bandolero? (122)

Así pues, el destino de Arroyito está ya marcado como lo estuvo el de Manuel García: ambos son uno en la desgracia y la determinación. Salta a la vista que el narrador duplica el gesto de Villoch. El autor de la biografía de Manuel García ha computado, narrado la peripecia vital de Manuel García en clave trágica. Desde ese emplotment confiere sentido a los hechos de la vida de García. El destino de Arroyito, también, sin duda, está escrito. En ese sentido, cabe destacar otro episodio. Cuando Arroyito se alza y se suma a la Revolución de Febrero, la llamada

Chambelona, resuelve dar rienda suelta a sus deseos de realizar una hazaña: “propuso penetrar en el caserío de La Mocha e incendiar la Estación de Ferrocarril. Le inspiraba esta idea un rencor en contra la Compañía de los Unidos” (88). os paralelismos son muy evidentes, la hazaña de

Arroyito en la novela duplica la de Manuel García. Este episodio del ferrocarril no ha sido documentado ni por Ripoll, ni por Manuel de Paz; luego, cabe suponer que es una elaboración de

Oswaldo Valdés de az. Así, lo más interesante de todo esto es que “la hazaña [del ferrocarril] se extendió, y cabalgó en ella, con ribetes de héroe, el nombre de Arroyito” (88). a novela participa de esa extensión de las hazañas de Arroyito. El episodio de la Estación de ferrocarril es fallido ---el incendio provocado por Arroyito es rápidamente sofocado sin daño grave para la estación--- pero igual cuenta como hazaña. Ha de ser porque en una revolución como La

Márquez Jiménez 205

Chambelona, fallida, negociada, política, el arrojo de un individuo como Arroyito se premia con la fama.

Me parece que lo que busca Osvaldo Valdés de Paz es convertir a Arroyito en el nuevo

Manuel García. Es como si Arroyito fuese un after-image de García. Y entiendo por after-image lo que propone Joan Ramon Resina: …“after image” applies to the interpretation of both visual and linguistic messages, thus implicating the image in the postvisual process of cultural extension and decoding” (15). Resina entiende que estas imágenes ya sean éstas estrictamente perceptuales, o ya sea que estén instaladas en un imaginario textual, ellas van a estar siempre codificadas, siempre van a estar culturalmente mediadas. Para Resina la textualización de una imagen va más allá de su metaforización, ellas de algún modo tiene un estatuto “real”; y esto es así porque aún las imágenes “reales” están sujetas a una retoricidad intrínseca, y también porque las after-images son en último caso mensajes decodificados (Resina 15 -16). E De esta forma,

Arroyito en tanto after-image de Manuel García, es una extensión de éste, pero a la vez es la actualización de lo que de otro modo sería una construcción estática y plana. La idea del bandolero insurrecto que encarnaba Manuel García, sufre una suerte de mutación con Arroyito, pero lo hace porque se halla aparejada a la idea original, la cual está determinada por una nueva temporalidad; Arroyito responde a una nueva época, a una nueva estética: si Manuel García era astuto, Arroyito va a devenir, entonces, en trickster porque ello se aviene mejor con los tiempos que corren. Ahora bien, la pervivencia de esta imagen textual, de esta after-image del bandolero insurrecto me parece que responde a otro fenómeno también. Creo que Arroyito, la elaboración que de él hace Valdés de Paz, tiene que ver con lo que Charles Tilly denomina repertorios contenciosos:“arrays of contentious performances that are currently known and available within

Márquez Jiménez 206 some set of political actors” (Tilly and Castañeda 39)82. Ya vimos cómo los miembros de PRC cubano durante la tregua fecunda se sirvieron de los bandoleros para mantener el estado de agitación, para conservar viva la llama de la revuelta separatista; pienso que algo semejante está pasando acá. Arroyito es parte de esas performances que, sabidas y probadas, sirven a los fines de hacer reclamos dirigidos a ciertos actores políticos gubernamentales. Si la Chambelona fracasa en medio de componendas y transacciones, Arroyito, entonces, sirve a los fines de mantener viva la llama de la insurrección, él es la encarnación de esas demandas, su performance lidera el camino, articula de alguna manera los esfuerzos de un movimiento social.

V. La resaca paideia puertorriqueña

La resacaes la segunda novela publicada por Laguerre, la primera, La llamarada, ha sido considerada parte del grupo de documentos culturales que fundaron una puertorriqueñidad hispanófila (Cancel 221). Esta primera novela despliega una crítica al régimen cañero dominado por hacendados y corporaciones estadounidenses, lo cual funciona como metáfora del tránsito de un régimen colonial a otro. Así, La Llamarada postula que en el cambio de soberanía, el nuevo régimen resulta peor que el anterior ya que acentúa las privaciones, la represión y el expolio.

Estos postulados de La Llamarada se correspondían con la situación socio política de la isla. La resaca habrá de seguir los pasos de La llamarada, consolidando la idea de una puertorriqueñidad hispanófila, y resistiendo la creciente supremacía estadounidense en la isla.

La peripecia de Dolorito, el héroe de La Resaca, hace que éste tenga que recorrer la casi totalidad de la geografía puertorriqueña, esta estrategia hace posible la exposición de los principales problemas que aquejaban a la colonia durante el último cuarto del Siglo XIX. La

82Contentious performances son definidas por Tilly y Castañeda como “relatively familiar and standardized ways in which one set of political actors makes collective claims on some other set of political actors” (39)

Márquez Jiménez 207 esclavitud, la pobreza extrema en las zonas rurales, la falta de una educación formal constituyen el punto focal del retrato al fresco que pretende hacer Laguerre sobre la sociedad puertorriqueña.

En la primera parte de La Resaca, Laguerre presenta a sus personajes ala vez que consigna los hechos que habrán de marcar para siempre a Dolorito, su protagonista. Entre los

Solares, familia a la que pertenece Dolorito, se puede apreciar un cuadro de decadencia que contrasta con el de opulencia de la familia rival, la de Nicolás Velasco. Los primeros son retratados como puertorriqueños a favor de la autonomía y la independencia; los segundos, los

Velasco, han hecho una opción por el status quo, son incondicionales de la corona española.

Dentro de este contexto de ruina y decrepitud que caracteriza a la familia de Dolorito, el niño es el diferente. El narrador hace un esfuerzo por hacernos ver que a él le está reservado un destino diferente. La primera muestra de ello se sucede cuando el niño sale en defensa de una esclava embarazada que está haciendo azotada por uno de los caporales de la hacienda Monte Grande de los Velasco. El chiquillo se enfrenta al hombre y lo pone en ridículo azotándolo con su propio látigo, ganado así las simpatías de toda la peonada. El segundo episodio que contribuye a construir la fama de diferente de Dolorito tiene lugar cuando sucede el asesinato de José, hermano de Lina la madre de Dolorito, a manos de un peón de la hacienda Monte Grande. José ha sido, hasta entonces, el que ha ayudado a la familia económicamente, merced a la inutilidad del padre de Dolorito. El jovencito al toparse con Don Nicolás Velasco, le falta el respeto: le da la espalda y desafía su autoridad al responsabilizarlo, a viva voz, de la muerte del tío José. Así, quedan esbozados los atributos de la personalidad de Dolorito: impulsivo, audaz, frontal y justo.

Queda servido también el propósito de su vida: hacer el bien, administrar justicia.

En esta primera parte, hay otro episodio que merece la pena ser destacado porque acosará constantemente a Dolorito. Mientras huye del caporal, el niño cae en un pozo abandonado.

Márquez Jiménez 208

Sabiéndose en un trance de muerte invoca a la madre. El hermano mayor y el padre lo rescatan cuando está a punto de resignar su suerte. El agua salobre, la obscuridad del hoyo profundo volverán a él una y otra vez como la encarnación de un desasosiego, como materialización de un miedo: no se trata tan sólo de la muerte, sino de algo más complejo; algo que tiene que ver con la imposibilidad, la privación, la sustracción de la vida o la libertad.

En la segunda parte de la novela vemos cómo Dolorito se va haciendo hombre. Coincide en la escuelita de Don Cristóbal con Balbino Pasamonte, quien en lo sucesivo será su antagonista. Mientras Dolorito sigue atentamente las lecciones de Don Cristo: paz, amor, justicia

(social). Pasamonte hará caso omiso de estas ideas, y seguirá a su mentor Felipe Santoro, primo de Don Nicolás Velasco, y peninsular fidelísimo a la corona española. El propósito de

Pasamonte es trepar en la escala social de la colonia, para ello se servirá de cualquier medio.

Asesinará al novio de Lucía, la hija de Velasco. Lorenzo, el novio de Lucía, es hijo de Don Pedro

Quiroga, autonomista confeso y pariente de los Solares ---a la que pertenece Dolorito. Lo interesante de este caso, es que la muerte de Lorenzo frustra la posibilidad de enlazar a las dos familias, lo que habría supuesto celebrar una suerte de pacto entre autonomistas y peninsulares.

Lo interesante, digo, es que Pasamonte rompe con esto con el único propósito de lucrarse, de encontrar un beneficio personal.

Dolorito por su parte consigue que su amor platónico es Rosario, la hermana de Juan

Gorrión, su mejor amigo de la infancia. Rosario es violada por Gil Borges, un oficial de la guardia civil amigo de Balbino Pasamonte. Rosario huye con su hermano al ser repudiada por el padre de ambos. Rosa, la hermana de Dolorito huye con ellos también, pues está siendo acosada por Pasamonte quien ve en ella a una querida con la cual satisfacer sus apetitos sexuales. Con la muerte de la madre y la huida de los amigos de infancia, Dolorito pierde a las personas más

Márquez Jiménez 209 entrañables, y se queda completamente sólo. Es allí cuando empieza su búsqueda por un amo bueno.

En la tercera parte, Balbino Pasamonte ya se ha casado con Lucía y gracias a ello se ha hecho propietario de la Hacienda Monte Grande. Por su parte, Dolorito ha encontrado al primero de sus buenos amos: Don Pedro Quiroga. Junto con este conspira para obtener la libertad de

Puerto Rico. Recibe la encomienda de recorrer los campos para ganar la voluntad del jíbaro y sumarlo a la causa independentista. Dolorito se enfrenta al fracaso, pues la conspiración es desbaratada por Pasamonte y la Guardia Civil. Sus esfuerzos de encender la llama insurreccional en la ruralía boricua se pierden debido al miedo y la resignación de los jíbaros. Dolorito se convence que no se puede hacer la revolución, se compromete, entonces, a hacer algo decente.

Es allí cuando se hace bandido, robando al que tiene, especialmente si es peninsular, para dar a los puertorriqueños que nada tienen.

En la cuarta parte de la novela continúa con la representación de la situación social y política de Puerto Rico en la cual impera el despotismo y la opresión. Pasamonte, en tanto dueño de la Hacienda Monte Grande y marido de Lucía, encarna de un modo ejemplar esta situación conforme va ensanchando sus dominios a costa de los jíbaros. Dolorito continúa con su vida de proscrito y conforma una banda. Lo curioso acá es que la banda está constituida por dos estafadores y un esclavo cimarrón ---que a la postre es el marido de la esclava salvada por Dolorito cuando era niño. Guiado por ideas de justicia social, originadas en su relación con

Don Cristo, y por el principio moral de defensa de la mujer, el cual parece tener su punto de partida en la relación con la madre, Dolorito realiza la que será una de su más grandes hazañas: obliga al hijo de un rico hacendado a casarse con la hija de un campesino, Ño Segundo, para de esta forma reivindicar el honor de la muchacha, y para que el hijo producto del ultraje lleveel

Márquez Jiménez 210 apellido del padre. Ño Segundo será protagonista de otro episodio aparejado a este, pero que es un poco anterior. El viejo jíbaro había robado para darle de comer a la criatura de su hija, y es apresado por ello. Dolorito lo libera y castiga, en cambio, a los guardias civiles que custodiaban al viejo. Por ese crimen será más tarde atrapado, juzgado y pasará siete años en la cárcel.

En la quinta y última parte de la novela, José Dolores regresa a la región del Yukiyú luego de escapar de la cárcel. Regresa a la casa de su hermano tan sólo para enterarse de que su sobrina ha sido preñada por Puro el hijo de Pasamonte. No puede vengar la afrenta porque es de nuevo apresado. Pasa tres años más preso y escapa otra vez. Una vez huido, resuelve ir a

Hormigueros a cumplir la promesa que le había hecho a la madre: llevar una piernita de oro hasta los altares de la virgen milagrosa que lo salvó de morir ahogado en el pozo aquel. En

Hormigueros se topa con Rosario quien ha contraído nupcias con Don Manuel, acomodado viudo peninsular que tiene una hija, Adela, por la cual suspira Lope, el hijo de Rosario.

El punto culminante de este episodio tiene lugar cuando Lope se aprovecha del ambiente agitado, violento y confuso provocado por las partidas sediciosas, para atacar a la hacienda de

Don Álvaro Troche el nuevo patrón de Dolorito. Lo que persigue Lope es eliminar a su rival,

Ernesto, el hijo de Don Álvaro. Dolorito mata a Lope, y luego se entera de que ese de cara tiznada que acababa de atentar en contra de la vida de su patrón es el hijo de Rosario. Dolorito confronta a Rosario y le dice que es él quien mató a su hijo. Debido a lo sucedido, Dolorito tiene que emprender la fuga de nuevo. Resuelve regresar al Yukiyú para saldar la cuenta pendiente con Pasamonte. Será lo último que haga, porque tan pronto como mata a Pasamonte, el socio gringo de éste le hiere de muerte con un disparo. Dolorito morirá en una cueva subterránea del

Yukiyú que, de algún modo,duplica el pozo en el cual estuvo a punto de morir en su infancia.

Márquez Jiménez 211

La resaca se desarrolla durante el último tercio del Siglo XIX, poco después del grito de

Lares. Es la época del Gobernador José Laureano Sanz y Posse, quien gobernó la Isla entre 1868 y 1870. ara Sanz todo aquel que criticase el régimen colonial era “enemigo de la adre

atria”, de allí que gobernara en forma tiránica, y con puño de hierro para con los puertorriqueños de cualquier jerarquía. Sanz es, asimismo, el que instituye la Guardia Civil en la

Isla. En suma, fue Sanz quien luchando contra lo que él juzgaba el separatismo, ayudó al despertar de una conciencia separatista. El magisterio de origen puertorriqueño fue el objeto principal de la más tenaz persecución (Laguerre, Pulso... 121). A ojos de Sanz éstos eran los responsables del clima de agitación que vivía la isla; fueron ellos los que habían echado a andar la conspiración separatista. La educación, entonces, se convertirá en uno de los temas de La resaca. De allí que se pueda considerar La resaca como una ejercicio de reflexión acerca de las prácticas educativas en el Puerto Rico decimonónico. La resaca puede ser leída, entonces, como el examen de las posiciones filosóficas en torno al tema de la educación, considerada ésta desde un punto de vista cultural; todo ello con el propósito de generar un debate que hiciera posible la restauración de ciertos valores (hispanófilos) dentro de la sociedad puertorriqueña. Me parece que en esta “paideia” puertorriqueña, aguerre tiene como referencia a Antonio José Pedreira y su libro Insularismo. Antonio José Pedreira fue el gran valedor de Enrique Laguerre, y éste le correspondió siguiendo de cerca sus ideas y enseñanzas. Insularismoes un ensayo que ha sido considerado el retrato definitivo de la identidad cultural puertorriqueña.

El repertorio de condiciones que dan tono a los sucesos y cauce a la vida de los

pueblos; esa peculiar reacción ante las cosas ---maneras de entender y de creer---

Márquez Jiménez 212

que diferencia en grupos nacionales a la humanidad es lo que entendemos aquí

por cultura (Pedreira 24)

La Resaca, en más de un sentido, constituye la versión novelada de Insularismo. Es decir, ella consigna ese repertorio de condiciones, esa forma particular de hacer inteligible el mundo que hace del pueblo puertorriqueño algo único. De allí que la novela se prodigue en presentarnos un reparto de personajes que ejemplifican esas peculiares reacciones, lo cual se halla vinculado estrechamente con consideraciones acerca de la naturaleza cultural de la formación y la educación en valores en la sociedad colonial puertorriqueña.

En La resaca la educación deviene espacio en el cual se escenifica un contencioso. La educación que recibe Dolorito Montojo se opone a la que recibe Balbino Pasamonte, su contrafigura. Hay que hacer notar que Dolorito encarna al puertorriqueño de nacimiento, mientras que Pasamonte es español; es un carácter que puede asimilarse al tropo del pariente pobre de la península que han venido a la Isla a hacer las Américas. Dolorito recibe una educación fundada en valores cristianos, humanistas, y con fuerte acento nacionalista. Balbino

Pasamonte, en cambio, recibe una educación en la que los valores brillan por su ausencia.El ascenso en la escala social es el gran objetivo.El disimulo, la adulación, la trampa y la corrupción constituirán los medios. Hay una gran ironía en todo esto. Laguerre siempre estuvo persuadido de que la educación era, entre otras cosas, un vehículo de mejoramiento social, un medio de nivelación (Laguerre Pulso…164). Curiosamente, ésta sirve mejor a los propósitos y aspiraciones de Pasamonte, el español, el miembro de la élite blanca y española; y mucho menos, casi nada, al puertorriqueño Dolorito Montojo. Dicho de otro modo, la educación que recibe

Pasamonte ---picaresca y desvergonzada--- conduce a la riqueza material, a la nivelación del

Márquez Jiménez 213 pariente pobre, casi analfabeta, que acabará convirtiéndose en el amo del valle.Entretanto, la educación recibida por Dolorito lo que hace es construir una espiral en la que la búsqueda del amo generoso se torna la gran meta a alcanzar; luego, se colige que existe en Dolorito un gran respeto por las jerarquías, lo cual resulta paradójico dentro de una lógica niveladora/liberadora.

Espiritualidad y materialismo son los dos polos entre los que se mueven los esfuerzos pedagógicos de Don Cristo, el maestro de Dolorito, y Santoro, el mentor de Pasamonte. En la educación que recibe Pasamonte de manos de Santoro, resuena el “ anual del perfecto sinvergüenza” del cual es prologuista el bandolero Arroyito en Cuba. Así pues, se trata menos de criticar acremente la corrupción del sistema colonial cuanto de aprender a lidiar con ella, navegar el sistema y aprovecharse de él.

Por su parte, Don Cristo inculca en Dolorito ideas que se parecen mucho al socialismo utópico decimonónico. Estas ideas tienen en el Yukiyú, el bosque montañoso en el cual vivían los indígenas originarios de la Isla, su locus.

Mientras miraba extraviadamente el Yukiyú, varias veces [Don Cristo] monologó

con Dolorito sobre una posible república de verdadera Vida en aquel apartado

lugar. (…) a suya no era una postura llanamente romántica, no; creía en la

civilización, admiraba las conquistas del hombre, pero ¿por qué los unos no

pueden compartir los bienes con los otros? ¿Por qué hasta las religiones defendían

con uñas y dientes lo poseído frente a los desposeídos? ¿Por qué tanta hambre en

mitad de la abundancia? (76)

Márquez Jiménez 214

El Yukiyú se corresponde con el Yunque, que es, en suma, “archetypal of primeval

uerto Rico in the middle of industrial and leisure development and urban growth” ( aldonado et al 85). El bosque es un cronotopo, y en tanto tal es un espacio en el que la sociedad civil desafía el control del estado; en ese sentido, se puede decir que el bosque es un espacio en el que simbólica y materialmente puede ponerse de manifiesto una política contenciosa. “El Yunque is a symbol of resistance, and of cultural identity among Puerto Ricans. In the popular imaginary, it is the place where the original heroes came from and a space where the national myths and sagas have sprung” ( aldonado et al 89). El Yukiyú en la novela es, en suma, “símbolo del espíritu nacional (…) el corazón palpitante de la isla” (192).

Los héroes originales son los indios Taínos que ahogaron al soldado español Diego

Salcedo, probando de esa manera que los españoles no eran Dioses, lo cual, en último caso, hizo posible la rebelión indígena de 1511. Este episodio tiene lugar en el río Garoabo, en el Yunque.

Ahora bien, Santoro, el mentor de Pasamonte le advierte acerca del peligro que supone que estos indios descubran que él es un hombre cualquiera, y no aquél que nació para ser servido.

No seas tan torpe como Salcedo. En las colonias nosotros los españoles somos

dioses. Tú eres un dios entre peones y negros y jíbaros. Tú eres un dios entre

indios. Todavía hay indios en el Yukiyú. Haz que saquen oro para ti. (97)

Para Pasamonte conquistar el Yukiyú constituye un imperativo;en otras palabras, para consolidarse como el propietario más importante de la Isla, debe poner a los “indios” del Yukiyú al servicio de sus ambiciones y apetitos: “el hombre verdadero, el hombre listo, negocia con el fin de que le sobren las cosas a costa de los demás. (…) Te conviene que a los demás les falte,

Márquez Jiménez 215 porque sólo así los tienes dominados” (100). o que a estosindioshabrá de faltarles, entonces, es un símbolo de resistencia. El Yukiyú ha dejado de ser, precisamente eso cuando le da a

Pasamonte “asilo”, le ofrece amparo, protección y favor. asamonte conquista, así, el espacio de la resistencia.

Dolorito ha sido educado por Don Cristo para compartir, y el Yukiyú es el locus de una

“República de Humo” (80). asamonte, el hidalgo conquistador, ha sido formado para expoliar y abusar: “escogió el camino de las malas artes para hacerse honorable” (217) y el Yukiyú existe para él en toda su económica materialidad. Pese a que al final de la novela Pasamonte muere a manos de Dolorito en el propio Yukiyú, no cabe duda de que las enseñanzas de Santoro han dado dividendos: Poco antes de su muerte, Pasamonte había entrado en tratativas con los estadounidenses como si se tratara de un asunto entre iguales. Como se puede advertir, una educación en la sagacidad, el engaño y la astucia es la que ha resultado en verdad igualadora.

Ahora, la pregunta que uno se hace es en qué falla, por así decirlo, la educación de

Dolorito. Él, en tanto bandido, es conflictivo, problemático. Es irresoluto: la más de las veces se debate incesantemente entre lo que tiene que hacer y lo que desearía poder hacer. “Andaba, andaba sin saber, con certidumbre, lo que quería. ¡No saber en realidad lo que se quiere! Y si se sabe, ¡no poderlo cumplir! Ir al encuentro del mañana, un mañana que será el mismo día, el de hoy el de ayer”(250). Este fatalismo, esta angustia lo sume en la parálisis. Y he allí el quid de la cuestión. Dolorito como sujeto se construye a partir de la influencia de tres personas: su madre

Lina, su padre Andrés y Don Cristo, el maestro.

El muchacho era el raro producto de leyendas sobre los Montojos, de la

holgazanería de Andrés, de la obsesión de Lina, de las enseñanzas de Don Cristo.

Márquez Jiménez 216

Era una confusa mezcla de todos esos elementos. Y luego el ambiente: las

injusticias, las persecuciones, los abusos, el pozo de las aguas muertas. (155)

Lina, la madre de Dolorito, sufre de monomanía religiosa, y bajo los parámetros del discurso decimonónico se podría decir, incluso, que es una histérica. Su padre es también abúlico, alcohólico y depresivo. La abulia se define como la incapacidad para ejercer la voluntad, es también la contraparte masculina de la histeria; es, en suma, síntoma de una inferioridad degenerativa dentro el discurso finisecular decimonónico (Smith 103). Don Cristo es la versión masculina de Lina; él también sufre de abulia, y de inapetencia. Don Cristo es como una suerte de duplicación y exacerbación de las taras que aquejan a los padres de Dolorito. En ese sentido, me llama la atención que, recurrentemente, la tara que aqueja a los hombres cercanos a Dolorito sea la abulia. Eso tal vez explique el rechazo, y el desasosiego, que la novela genera en el lector.

No pocas veces pensé en Dolorito como en una suerte de Bartleby caribeño devenido en bandido.

La explicación a todo esto se puede hallar, otra vez, en Insularismo de Antonio José Pedreira. El texto está informado, primeramente, por un determinismo geográfico: “el clima nos derrite la voluntad y causa en nuestra psicología rápidos deterioros” (39). Uno de estos deterioros es el aplatanamiento: “Aplatanarse, en nuestro país, es una especie de inhibición, de modorra mental y ausencia de acometividad”. Es eso, precisamente, lo que aqueja a Andrés, el padre de Dolorito.

La crítica amarga contra la negativa personalidad nacional boricua, el puertorriqueño dócil, domina el texto de edreira: “Nuestra muchedumbre es dócil y pacífica: se caracteriza por la resignación… Y demuestra una instintiva prudencia que algunos identifican con el miedo”

(30). Pedreira menciona además que los puertorriqueños hacen gala de una “perpetua condición feudataria”. roducto de esta condición feudataria, los puertorriqueños nunca han podido hacer

Márquez Jiménez 217 causa común, nunca han podido juntarse para reclamar sus derechos; disgregados y atomizados, no han sido tomados en serio al reclamar sus reivindicaciones, no poseen el poder de la masa; por eso dice edreira “Desventurado, pobre y flaco ha sido siempre nuestro pueblo; operamos en diminutivo” (47). Se entiende entonces por qué José Dolores Montojo es siempre el bandido

Dolorito, así, en diminutivo.

En el prólogo a la segunda edición de La llamarada83, señalaba Pedreira, a propósito del protagonista de la novela:

“De la filosofía derrotista que pudiera haber en la novela no tiene la culpa el

autor; la tiene el personaje que en realidad vive esa vida. (…) Yo le quisiera más

resuelto, más decidido, más optimista, triunfando en todo y sobre todos, pero él

no es así hay que tomarlo como es, sin pretender que sea otro” (80).

Estas palabras, escritas sobre Juan Antonio Borras, se aplican perfectamente a Andrés, y por extensión a Dolorito. No pocas veces la indecisión es producto de esa falta de optimismo; las acciones que emprende chocan repetidas veces contra la desidia de la que se hayan aquejados los jíbaros. Dolorito “se esforzó, sin resultados positivos, por despertar conciencias” (250). Sus intentos de agitación no encuentran respuesta y se van sumiendo en el pozo de aguas muertas que

Dolorito tanto ha temido. Ese pozo de aguas muertas tiene que ver, me parece, con una idea que se le va imponiendo poco a poco:

“A veces sentía a los paisanos tan culpables como a los propios opresores; sobre

todo a los a los paisanos acomodados, quienes, por conservar un mentido

83 Esta introducción se halla incluida en la edición de La Resaca preparada por Marithelma Costa para la editorial Plaza Mayor (2009).

Márquez Jiménez 218

bienestar, veían con indiferencia todo movimiento subversivo o francamente se

aliaban con los incondicionales” (296)

En la novela se postula, entonces, que los puertorriqueños han establecido mal sus prioridades: anteponen el bien individual, sus intereses personales, al bien común; la vida privada, por así decirlo, se convierte en el mayor obstáculo en la búsqueda de la libertad y la justicia social. Los puertorriqueños no se imaginan como una comunidad porque no suman, antes bien restan, desde lo privado, lo individual. Evidencia de esto es el maestro que toma el relevo de

Don Cristo en la escuela a la que solía acudir Dolorito. La enseñanzas acerca de justicia y bienestar que tenían en el Yukiyú su locus, hayan su relevo en Daniel ugo quien “con el excelente ejemplo que (…) daba no pocos alumnos aprendieron a aguzar el ingenio” (133). De lo que se trata es de que a través del ingenio se satisfagan las necesidades materiales.

Esto último abre un tercer frente en esta “paideia” puertorriqueña, un frente que se halla más cercano al de Santoro que al de Don Cristo. A este frente pertenecen sujetos tales como

Sandalio Cortijo y Lázaro Cuevas; son ellos quienes con sus acciones ponen el acento picaresco al texto. El primero se hace pasar por fantasma para usufructuar una casa que no es de su propiedad; el segundo comete fraudes ---hace hablar a un muerto intestado para provecho suyo y de su patrón, y se hace pasar por cura y yerbatero para ganarse el sustento. Ahora bien, lo que mejor retrata a Cuevas es el hecho de que él es nativo de Puerto Rico, es miembro de una familia acomodada que se vino a menos, y sólo regresa a la Isla “esperanzado en adquirir un empleo que me permitiera ganar algún dinero sin esforzarme mucho. Está demás decirles que para eso existen las colonias” (219). Cuevas, de algún modo, se parece a Pasamonte, pues él también vela por sí mismo antes que nada. Ambos se mueven por intereses materiales. Ante la pregunta de

Márquez Jiménez 219

Dolorito acerca del estatus de la Isla, responde Cuevas: “Hasta ahora no he pensado en tal cosa, porque he estado muy ocupado pensando en mí” (224). Esto lo retrata de cuerpo entero: él quiere su parte del “festín puertorriqueño”, y para ello se convirtió en un “pícaro legal” que medraba a la sombra de los poderosos. Pedreira, una vez más, consigna el origen de esta pulsión: “Antes dominaba un espíritu de programa, ahora, un interés personal, un privilegio oculto en cada paso”

(12). Es eso lo que puede verse en la tercera y cuarta parte de la novela, aquellas en las cuales

Dolorito constituye su banda con estos ladinos sujetos que a cada paso entorpecen y minan desde el interior de la partida la legitimidad de las acciones de Dolorito. El episodio en el cual Cuevas y Cortijo hurtaron de un funeral el lechón con el cual se agasajaba a los presentes ofrece testimonio de esto. Lo peor del caso es que se trataba de un funeral de gente muy pobre, de negros ex-esclavos. Como puede advertirse, ese privilegio oculto en cada paso, la vida privada, el ingenio que sirve a los fines de paliar el hambre insatisfecha es lo que, en último caso, ayuda a modelar el carácter de los puertorriqueños, con lo cual se demuelen las ansias de libertad, se da al traste con los buenos propósitos de Dolorito el bandido insurrecto. De allí, pues, que él se halle convencido de que no se puede hacer la revolución, apenas puede hacerse algo decente (246).

En Insularismo, se puede encontrar, también, la explicación al modo de ser de

Dolorito.El bandolero parece aquejado de un trastorno de identidad disociativo. Como su padre, a quien la peonada llama Don Fulano, Dolorito tiene tantos nombres que ya ni sabe cuál de ellos le corresponde: “…yo nunca sé nada de mí… Tengo más de un nombre” (369). José Soler el peón fiel al amo español; Dolorito Montojo, el niño, el bandido de leyenda; José Dolores

Montojo, el hombre, el sujeto hesitante, el místico abúlico, el Robin Hood puertorriqueño que quita sobre todo al rico “incondicional”. Aún el mismo narrador usa indistintamente estos dos

últimos nombres, como si él mismo le negara la unidad identitaria al personaje. Ese trastorno del

Márquez Jiménez 220 que es víctima Dolorito es metáfora de lo que sucede con un colectivo marcado por el trastorno y el sufrimiento; se lee en Insularismo de Pedreira : “Nosotros creemos, sinceramente, que existe el alma puertorriqueña, disgregada,dispersa, en potencia, luminosamente fragmentada, como un rompecabezas doloroso que no ha gozado nunca de su integridad”(168). En ese sentido, cabe señalar que Dolorito no se reconoce como el ser mítico en que lo ha transformado su amigo Juan

Gorrión –o Juan Volao, porque también tiene varios nombres. “¿Soy yo el que soy?” Se pregunta Dolorito en un momento de la novela: “El Dolorito de la leyenda era casi un ser inmaterial… ¡ os milagros de una hazaña generosa!” (324). El narrador de la novela da cuenta de las proezas de Dolorito a través de las coplas de Juan Volao o, en su defecto, las reseña, es decir, no se toma el trabajo de representarlas ---como sí lo hacen Tapia y Rivera con Cofresí o los biógrafos de Manuel García. Estas hazañas pertenecen, en suma, a un mundo referencial.

Acaso sea por eso que Dolorito es ese ser “inmaterial”. Al leer la novela se tiene la impresión de que la carrera de bandido de Doloritosirve a otros fines, merced al hecho de que funciona en la novela sólo como un catálogo de acciones y emociones. No asistimos a los eventos en los cuales

Dolorito lleva a cabo sus actos de justicia distributiva en favor de los jíbaros puertorriqueños, robando al que tiene para dar al que no, quemando los libros de contabilidad de la tienda de la plantación en los cuales se llevan las cuentas que han “feudalizado” a generaciones enteras de puertorriqueños. Así pues, El ejecutor vicario de la rabia inarticulada de los pobres, el bandido social “real”, es menos influyente que las leyendas que ha inspirado (Joseph 9), lo cual nos lleva a pensar que Dolorito, en tanto bandido social, necesita, también, de un vicario narrativo.

Ese vicario narrativo tiene menos interés en crear a un Dolorito “real”, un bandido social, un héroe, cuanto de mostrarnos el proceso de socialización de éste. Tengo para mí que Laguerre pretende hacer un retrato de la sociedad puertorriqueña a través de Dolorito Montojo, y con ello

Márquez Jiménez 221 pretende aleccionarnos acerca de la educación del miembro ideal de la sociedad puertorriqueña.

Valga señalar, por último, que este es un proceso que se produce no en forma positiva, sino por defecto. En la novela se nos muestra cómo nodebe ser ese miembro ideal de la sociedad puertorriqueña. En la novela, a través de Cuevas, Lugo y Santoro, asistimos a la representación de la problemática relación entre un saber y sus fines y propósitos en la conducta práctica. El punto es que ese saber de los “pícaros legales” es algo inconveniente y espurio. Así, lo que pretende la novela es hacernos ver que un saber (utilitario) antiético es incapaz de transformar la estructura de la vida humana, con lo cual resulta imposible crear las condiciones para una revolución. De allí que existan los dos Doloritos. En la novela se privilegia al Dolorito creado por Juan Volao, porque el otro, el “real”, tiene una partida compuesta de pícaros y mal entretenidos y, a fin de cuentas, muere en un pozo de aguas muertas, huyendo de los estadounidenses, en el mismo sitio en el cual empezó su peripecia. El Dolorito “real” ha sido incapaz de salir del marasmo que resulta del triunfo de las fuerzas culturales que dependen y se establecen menos con arreglo a principios, normas fundamentales y originarias ---de naturaleza

ética--- que con arreglo a la experiencia utilitaria, el pragmatismo y a un acomodaticio sentido común.

VI. La resaca ¿romance fundacional?

Una de las cosas que llama la atención en La resaca es la profusión de romances, relaciones íntimas y matrimonios de diversa naturaleza y origen. En La resacalas relaciones eróticas tanto como la reproducción constituyen actos fallidos. En todo el texto no hay cópula satisfactoria, no hay unión productiva, salvo dos excepciones: Rosita y Juan Gorrión, la hermana de Dolorito y el mejor amigo de éste.La joven, según palabras de un vecino, se va de la casa

“honradita”. o que se representa en la novela es el maltrato, el abandono y la violación de

Márquez Jiménez 222 esposas y concubinas bajo la férula de un riguroso sistema patriarcal que afecta tanto a insulares como a peninsulares. Las mujeres son mostradas con arreglo al discurso que históricamente ha buscado contenerlas, y que las representa como el cuerpo para la reproducción, para ser seducido, subyugado. Así, las mujeres de los jíbaros, los cuales ocupan un pedazo de las tierras del amo, le pertenecen a éste o a sus vástagos como si tratara de un derecho natural. Tal es el caso de la relación entre Carlos Manuel el hijo de un rico propietario español y Ángela, la nieta de Ño segundo, un humilde pisatario de las tierras del padre de Carlos Manuel. Otro tanto sucede con Carlos Solares, el hermano de Dolorito: su hija Malén es preñada por Puro el hijo de Balbino

Pasamonte (317). Por otro lado, las hijas de los amos le pertenecen al padre, por lo que éste puede disponer de su destino a voluntad, y celebra matrimonios que son más como transacciones.

Es esa la situación con Lucía, la hija del propietario de Monte Grande, el cual se asegura de que su propiedad permanezca en manos peninsulares, y más aún se consolide, a través del matrimonio con Balbino Pasamonte, propietario de la hacienda La Mina (151). La unión, en este caso, tiene que ser entre iguales, es decir, es una unión endogámica: Lucía acaba casándose con

Pasamonte, incondicional a la corona española; luego de que su idilio con Lorenzo, hijo de Don

Pedro Quiroga, separatista confeso, acabara trágicamente con la muerte de éste, presuntamente a manos de Pasamonte. Hay otro ejemplo, que torna las cosas aún más interesantes. Rosario, el amor platónico de Dolorito, “deshonrada” por Gil Borges, se casa con Daniel ugo, un propietario. roducto de la “deshonra”, Rosario tiene a ope quien se enamora de la hija de

Daniel Lugo, su media hermana. Don Álvaro Quintero, el más grande propietario de la zona, tiene un hijo varón quien va a celebrar nupcias con la hija de Daniel Lugo. Lo interesante del caso es que se representen las partidas sediciosas asociadas a este triángulo amoroso.

Márquez Jiménez 223

Las partidas sediciosas surgieron durante la ocupación norteamericana, luego de la guerra hispanoamericana. Los tiznados, como se les conocía, eran bandas de bandidos rurales, compuestas por veinticinco a cien hombres, los cuales se dedicaban a saquear tiendas y a quemar. La mayoría de las veces, robaban de las tiendas de las haciendas de café, y quemaban los libros de contabilidad con la finalidad de borrar las deudas contraídas por los jíbaros. Según

Fernando Picó (2004), las acciones de las partidas sediciosas pusieron en evidencia la tensión que existía entre los jíbaros y los propietarios cafetaleros a la sombra del boom cafetalero y la decadencia de la autoridad colonial española. El cambio de soberanía abrió una pequeña ventana en la cual las tensiones devinieron actos de violencia dirigidos, por igual, a criollos y peninsulares, los cuales controlaban la propiedad de la tierra y el acceso a créditos y bienes de consumo en las zonas rurales. Los campesinos reaccionan con violencia al despojo, y opresión del que han sido objeto desde la abolición de la esclavitud.

Lo interesante, en la novela, es que Dolorito Montojo se coloque del lado del propietario.

Por otro lado, resulta no menos fascinante que Lope, el hijo bastardo de una jíbara, que aspira a casarse con la hija de un propietario, se sirva de las partidas sediciosas para deshacerse de su rival. Dolorito mata a Lope para proteger la vida del hijo de su patrón. Esto revela que los conflictos en Puerto Rico van más allá de la dicotomía colonizado/colonizador. Se trata más bien de algo que tiene que ver con la pervivencia de las jerarquías de raza, género y clase (social) construidas a lo largo de trescientos años de régimen colonial.

Márquez Jiménez 224

CONCLUSIONES

Forajidos del Caribe… ha presentado en su desarrollo una visión panorámica de los distintos usos que las élites letradas caribeñas han hecho del tropo del bandolero o el pirata en el curso del proceso de descolonización y constitución del imaginario cultural nacional en Puerto

Rico y Cuba durante el largo Siglo XIX. Valga señalar que entre el pirata y el bandido, la imaginación caribeña no establece grandes diferencias. En esta actualización del tropo, el bandido/pirata es uno de los nuestros; obedece, pues, al paradigma clásico de Eric Hobsbawm:

“[the] peasant outlaw whom the lord and state regard as criminals but who remain within peasant society, and are considered by their people as heroes, as champions, avengers, fighters for justice, perhaps even leaders of liberation. Estos bandidos/héroes demuestran, también, que aún los subalternos son capaces de recurrir a la violencia, y obrar por fuerza de ella. En ese sentido, la construcción de los relatos de bandidos en El Caribe responde a una serie de motivos recurrentes, catalogados no tan sólo por Eric Hobsbawm, sino también por sus críticos (Blok,

Vanderwood, Slatta, Dabove), los cuales han contribuido a enriquecer el paradigma representacional desde la realidad de las acciones (y motivaciones) del bandolero. Es así, entonces, como la peripecia del bandido/pirata se sucede con arreglo a un cierto protocolo: En primer lugar, el bandido se hace bandido porque una fatalidad, que adquiere la forma de una injusticia, se le aviene. Como dice Laguerre a propósito de José Dolores Montojo: el bandido escoge el camino de la justicia para ponerse fuera de la ley. Porque a fin de cuentas el orden, el contrato social, es uno espurio y opresivo. El bandido recorre los caminos haciendo el bien entre los campesinos, redistribuyendo la riqueza, deshaciendo entuertos, restituyendo honras,

Márquez Jiménez 225 administrando, en suma, una justicia distributiva. El bandido no mata sino en defensa propia, no ofende; se defiende siempre. Aún en los casos en los cuales parece estar a la ofensiva, el bandido reacciona, responde a la traición y el chivatazo. El bandido es ayudado por su gente, es protegido por los campesinos, los jíbaros, los guajiros; es padrino de recién nacidos, por ejemplo, porque la gente lo admira y lo respeta merced a que es uno de los nuestros, pero a diferencia de nosotros no acepta, bajando la cerviz, el yugo que se le impone. El bandido, también, parece intocable, imbatible; por astucia, o gracias a fuerzas sobrenaturales (un detente, una piernita de oro) el bandido siempre escapa ileso de los más difíciles trances. El bandido posee un fuerte sentido de comunidad; nunca dejará atrás a miembro alguno de su banda o tripulación; arriesgará su propia vida para salvar o rescatar al compañero; esto último da cuenta, además de su valentía y arrojo. El bandido, por último, es enemigo acérrimo de aquello que encarne la autoridad opresiva: los guardias rurales son blanco constante de su saña. Ahora bien, tratándose de bandidos reales, en algunos casos se advierten ciertas desviaciones con respecto al modelo: el bandido, entonces, puede aliarse con el poder. Puede buscar, así, su patrocinio; en ese sentido, el bandido desea ser parte del festín, quiere su parte en el reparto de la riqueza, quiere, pues, sacar provecho de las aguas revueltas que surgen de la ruptura del contrato social. A veces, también, la protección que los campesinos le ofrecen es producto del temor que le tienen. La crueldad con la que castiga al chivato lo hace entonces “soberano” de las zonas rurales.

Se podrá advertir que el bandido/pirata caribeño no es pre-político; antes por el contrario, su uso es profundamente político.Él, en tanto creación genuinamente colectiva, encarna las esperanzas y ansiedades no tan sólo de una élite ilustrada, sino de todo un pueblo de cara a un futuro ---el de la autonomía y la independencia--- el cual se presenta con muchas más

Márquez Jiménez 226 incertidumbres que certezas, con más obstáculos que puertas francas. El proceder del bandido es también muy político; así pues, lo son sus opciones y las alianzas que establece.

Mi trabajo, entonces, ha sido identificar esos modos particulares como las élites letradas han representado al bandolero/pirata caribeño. He logrado identificar cuatro modos o estrategias de representación: el pirata como ícono de resistencia en contra del poder colonial (o neo- colonial), el bandido como instrumento de crítica (Dabove 2007), como agente aglutinador de voluntades, y, finalmente, el bandido como after-image o memoria contenciosa.

Cuando se recurre al tropo del bandido/pirata como ícono de resistencia de lo que se trata es de ofrecer una respuesta inequívoca al dilema descolonizador, y a la amenaza estadounidense en el Caribe, inventando una tradición de resistencia, creado una fábula que recupera los signos y símbolos del pueblo rebelde que se alza en contra del poderoso. Otras veces, se trata de agitar, de fustigar a las autoridades coloniales, poner en evidencia su ineptitud y su negligencia para con los intereses de la clase criolla; mantener viva la llama de la insurrección independentista. El bandido deviene entonces arma arrojadiza en contra de la autoridad colonial (o republicana), instrumento de crítica que, como dice Juan Pablo Dabove, es movilizado por la élite letrada para intervenir en una polémica entre posiciones políticas encontradas (285). En otras ocasiones, lo que se persigue es disipar los temores que genera la presencia del Otro, de ese que encarna la suma de todos los miedos de la ciudad letrada caribeña después de la independencia haitiana. El bandido/pirata hace posible que un sentimiento independentista se desarrolle entre los habitantes de las zonas rurales del Caribe. En torno al bandolero/pirata, alrededor de su mito, se juntaron las voluntades y los deseos de los guajiros y los jíbaros. Un sentimiento de identidad (nacional) nace y se mueve en dos direcciones simultáneamente: de arriba hacia abajo, con los próceres ilustrados; y de abajo hacia arriba, a través del corpus de textos que mitifican alos bandidos y

Márquez Jiménez 227 piratas, toda vez que la gente se acostumbra a ver en esta figura algo que les pertenece, que es como ellos, El bandido/pirata en el Caribe es capaz, entonces, de superar las fronteras de clase social, raza o ideología, y sumar voluntades.

La cuarta estrategia de representación, la del bandido como after-image, como memoria contenciosa, supone un gesto profundamente político. El recurso a la figura del bandido por parte de la élite letrada caribeña, coloca a éste al centro del origen de lo nacional. Obviamente, esto sucede con no poca resistencia: ¿cómo puede el dinero manchado de sangre del bandido servir para fundar la patria? La patria ha nacido con una suerte de tara moral. El bandido ha debido ser suprimido, o al menos subsumido en el ámbito más amplio de la violencia estatal, tal como sugiere Dabove que sucedió para muchas de las naciones-estado de tierra firme en América.

Pero como se ha visto, el Caribe opera en una clave diferente. El bandido/pirata, mitificado por la tradición popular, y convertido en agente beligerante por sectores de la élite letrada, prueba una vez tras otra, su valía, su efectividad como instrumento que vehicula el descontento, en torno al cual se coagula el sentimiento anti-colonial. Cuba es por eso que celebra la memoria de

Manuel García, y salvaguarda con celo la figura del bandolero insurrecto. Los intelectuales cubanos de inicios del Siglo XX hicieron de Manuel García el modelo ejemplar del bandolero insurrecto. La forma de mantener vivo el legado de Manuel García fue replicarlo, por así decirlo, y usarlo de un modo semejante a como se usó durante la tregua fecunda. Es así como surge el bandolero como memoria contenciosa: como testimonio de la eficacia de este recurso para agitar a las masas y reclamar el cumplimiento de la promesa de una república para todos.

Párrafo aparte merece Dolorito Montojo, el bandolero hesitante de la novela de Enrique

Laguerre. Su búsqueda, la de un buen amo, de heredad española, se corresponde, me parece, con el gesto que se vio en la novela de Tapia y Rivera: Cofresí halla la redención a través del perdón

Márquez Jiménez 228 concedido por un sacerdote español. Ambas novelas, la de Tapia y la de Laguerre, afirman la hispanofilia de Puerto Rico, esto como gesto identitario, como no, pero también como un gesto de filiación política. La afiliación con lo hispano deviene siempre tercera vía. Puerto Rico, así, parece debatirse entre resistir a los Estados Unidos ---o mejor dicho a los partidarios de fundirse con la nación norteamericana, y ser independiente; sin embargo, siempre halla la forma de colocarse en el medio. El Estado Libre Asociado es la muestra ejemplar de ese estar en el medio, como lo fue antes la representación en Cortes.

Hay dos cosas que hacen de este trabajo algo diferente con respecto a lo hecho antes en el ámbito del estudio de los nation-building fictions y del estudio de las representaciones de bandoleros y piratas: la presencia de Estados Unidos. Estados Unidos y su política hacia el

Caribe impactan grandemente en las discusiones de la élite letrada, e introducen un elemento que se haya ausente en la América Latina continental: el neo-colonialismo. Estados Unidos desempeña un papel por demás activo dentro de la imaginación (política) caribeña: el animal de presa que ha hecho suyas las aguas del Caribe, el “árbitro” que posee un poder extraordinario, tanto que su intervención es prácticamente tutelar. Esto modifica sensiblemente el esquema a través del cual podemos pensar estas ficciones. En lugar de tener a una élite letrada que se piensa a sí misma en relación con otro que es parte (aunque obliterada) de la nación; ahora tenemos un esquema más complejo en el cual el bandido/pirata que encarnaba el afuera, la

Otredad, está a veces adentro y otras afuera, merced a la presencia de este tercero en cuestión; así, el bandido/pirata a veces encarna la solución y otras es parte del problema.

El otro asunto que hace esta tesis diferente es la presencia de Puerto Rico. Que Borinquen sea incapaz de proferir un sí o un no categórico a lo que tenga que ver con su estatus es algo que ha impactado mis aserciones, y la más de las veces me dejado perplejo. Puerto Rico, descuidada

Márquez Jiménez 229 por la metrópoli, siempre a la cola del reparto de atenciones, en un momento determinado vio en la opción independentista una suerte de movida punitiva. Así lo pintó la metrópoli, no tan sólo en el Siglo XIX, sino aún en el XX cuando el cambio de soberanía ya había sucedido. Siendo así

¿cómo aspirar a autodeterminación, si ello se ve como un abandono, un divorcio? Se aprende, entonces, a temer a la libertad, y se prefiere en cambio la dependencia; aunque ésta venga disfrazada de Estado Libre Asociado.

Mi tesis no pretende agotar el estudio acerca de las representaciones del bandido y el pirata en El Caribe. Aún queda mucho por estudiar; cada vez descubro nuevas novelas, nuevos textos que me obligarán a replantear las cosas que aquí he dicho. Por citar dos ejemplos, he dado con una novela más sobre Manuel García que lleva el mito del Rey de los Campos de Cuba a alturas insospechadas. Asimismo, en Puerto Rico Cofresí sigue dando lugar a trabajos ficcionales tales como la novela de Luis Asencio Camacho Corsario... (2006); del mismo modo, una novela sobre el corsario Manuel Henríquez ha capturado mi atención y muy probablemente me obligue a repensar algunas de las cosas que dije sobre el pirata caribeño. Más aún, en años recientes escritores tales como Carmen Boullosa (México) o Luis Brito García (Venezuela) han recreado las vidas de piratas, lo que, en último caso, da cuenta de la vigencia del tema.

Que la figura del bandido está más viva que nunca no debe llamarnos a sorpresa. En

uerto Rico el bandido “Toño Bicicleta” será en breve recreado en un filme. Asimismo, tal como vimos ya, la elevación de Manuel García al panteón de los héroes de la independencia cubana data del año 2000. Finalmente, la santificación/mitificación del “comandante eterno”

Hugo Chávez Frías, líder de la revolución bolivariana en Venezuela, suerte de caudillo, artífice del socialismo del Siglo XXI, y muerto en el 2013, habla elocuentemente de lo vivo que está el asunto en el Caribe. En último caso, aquello de lo que nos habla el fenómeno de Hugo Chávez --

Márquez Jiménez 230

-el “comandante eterno”, el golpista, y carismático, el admirador de Jean Valjean, el valedor de los “bandidos” aisanta y Ezequiel Zamora--- es de que cuando se trata de imaginar la nación el bandido suele encarnar la metáfora a la que recurrimos para poder dar sentido a estas violentas luchas intestinas entre distintos sectores de la ciudad letrada con proyectos políticos diferentes y antagónicos.

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CAPÍTULO III

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