Os Seis Ensayos De JULIO CARO BAROJA Reu Nidos En EL SEÑOR
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3 4 6 4 2 4 5 * ■ * * , Jf os seis ensayos de JULIO CARO BAROJA reu nidos en EL SEÑOR INQUISIDOR Y OTRAS VIDAS POR OFICIO se ocupan de figuras institucionales o personajes históricos de la España de los Austrias. «Cada palabra rela cionada con títulos, cargos, oficios, profesiones y tareas humanas predispone, instintivamente, a una toma de actitud ante lo que es designado por ella.» Pero si los cronistas se encargan de acuñar los arquetipos de una época, correspon de a los historiadores revisar las biografías para ajustarlas a los hechos. El primer trabajo examina el estilo de vida de los funcionarios permanentes de la Inquisición, los criterios seguidos para su incorporación y promoción, las formas de actuación del Santo Oficio, etc. Otros capítulos están dedica dos a Lope de Aguirre y Pedro de Ursúa, los dos vascos que alcanzaron renombre de signo inverso en la expedición ame ricana acometida por los “marañones”. Martín del Río y sus «Disquisiciones mágicas», obra fundamental para el conoci miento de las prácticas de brujería y magia de la época, cierra esta galería de retratos. Otras obras de Julio Caro Baroja en esta colección: «Las brujas y su mundo» (CS 3010), «Los moriscos del reino de Granada» (H 4207), «El Carnaval» (CS 1j|ü7) y «Los pueblos de España» (CS 3011 y CS 3012). 9 *788420 660097 Julio Caro Baroja El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio El libro de bolsillo Historia Alianza Editorial Prim era edición en «El libro de bolsillo»: 1968 Cuarta reimpresión: 1997 Primera edición en «Área de Conocimiento: Humanidades»: 2006 Diseño de cubierta: Ángel Uriarte Ilustración: Francisco de Goya, Tribunal de la Inquisición (fragmento). Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid, España). Archivo ANAYA Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fija da en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. © Herederos de Pío Barojayjulio Caro Baroja © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1968,1970,1983,1988,1997,2006 Calle Juan Ignacio Lúea de Tena, 15; 28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 84-206-6009-4 Depósito legal: M-3.446-2006 Composición: Grupo Anaya Impreso en Fernández Ciudad, S. L. Printed in Spain A «Itzea», de su hijo Prólogo Sobre el arte de la biografía La biografía es un género literario que, de vez en cuan do, se dice que se descubre. En la época en que era adolescente, entre la gente de letras de Madrid corrían rumores como éstos: «Fulano está acabando un Fernan do VII», «Mengano va a escribir un don Juan de Aus tria», «Perengano está a punto de sacar un Arcipreste de Hita», etc., etc. L. Strachey primero y después Maurois, Ludwig y S. Zweig fascinaron de tal forma al público con sus Isabeles de Inglaterra, Byrones, Disraelis, Napoleo nes, Bismarcks, Marías Antonietas, Fouchés y otras figu ras o figuronas similares de grandes personajes, que aquí teníamos que hacer lo mismo, por nuestra cuenta y de modo más humilde (cual nos corresponde), aunque no faltaron biógrafos y biografías españolas célebres. Lo de sacar un emperador romano o un político a la plazue la, y aun a la picota, no debía haberse considerado cosa propia de y creada por quienes tuvieron grandes éxitos allá entre 1920 y 1935. Pero entonces parecía novedad singular no sé por qué raro espejismo o por invetera das ignorancias de quienes escribimos y de quienes leen. 9 10 EL SEÑOR INQUISIDOR Y OTRAS VIDAS POR OFICIO Aquellas biografías resultaban entretenidas para la gene ralidad del público y, además, satisfacían púdicamente el deseo de leer folletines en personas pertenecientes a profesiones que, en tiempo anterior, no hubieran senti do sonrojo en leer a Dumas, a don Manuel Fernández y González o incluso a más deleznables autores en trance de contar los «crímenes» de Felipe II o de Richelieu, pero que entonces sí se avergonzaban. La Historia es, al cabo, una cosa seria, más si se salpica con un poco de psiquia tría, psicoanálisis, etc., y el folletín, un género casi inde cente. Así, pues, un notario o un coronel de 1930 debían leer cosas serias, no «noveluchas» o «novelones». Pero he aquí que algunos de los cultivadores de la ciencia histó rica sintieron, por su parte, animadversión marcada ha cia las biografías del tipo de las indicadas, aun hacia las más célebres, por considerarlas, a su vez, poco sujetas a normas rigurosas, poco serias también en última instan cia. La seriedad ante todo. ¿Con qué derecho entretiene usted a la gente vulgar, tratando de materias hechas para la meditación o la producción del sueño furtivo en hom bres sesudos o, en última instancia, para la publicación de libros de texto con que atormentar a la juventud?, pa recían preguntar. Peligro grave hay en todo lo que divier te demasiado. Ya lo afirmaron los moralistas antiguos. Pero en esta especie de guerra sorda entre el que escribe con éxito de público un Nerón, pongamos por caso, y el erudito que, sin éxito espectacular alguno, profundiza en el estudio de las finanzas o las obras públicas en tiempos de Nerón mismo, hay algo que nos indica la flaqueza bá sica del género histórico. El uno, el biógrafo, quiere dar nos idea del individuo en su medio. El otro, idea de ac ciones generales dentro del medio mismo. Uno suple los datos con conjeturas bastante libres. El otro sienta plaza PROLOGO: SOBRE EL ARTE DE LA BIOGRAFIA 11 de prudente y se contenta con exponer «el estado de la cuestión». Se hace así síntesis de lo particular y análisis de lo general, lo contrario de lo que desea y suele perse guir todo organizador esforzado de los conocimientos. Hubo biógrafos, algunos de los antiguos, como Plu tarco, por ejemplo, que intentaron sistematizar, incluso geometrizar, el género, procurando probar la existencia de «vidas paralelas». Otros pretendieron aplicar a la bio grafía principios científicos también generales. En época moderna, las más significativas (no las mejores), a mi juicio, son los intentos de los historiadores-médicos o de los médicos-historiadores. Dios libre a sus criaturas de caer en manos de uno de estos galenos, para los que todo son perlesías y podagras, cálculos, cólicos, insuficiencias hormonales, úlceras y males venéreos de los más temibles y terribles, heredados o adquiridos por propios méritos. En fin, el caso es que existen estos escritores y actúan con aplauso del público. Pero hace ya mucho, mucho antes de que se «descubriera» el género biográfico, el escritor francés Marcel Schwob escribió ciertas «vidas imagina rias» con el objeto de librar a la biografía de toda escla vitud con respecto a las acciones generales, que eran, según él, objeto exclusivo de la Historia como tal. Ima ginó así, y según le vino en gana, los rasgos individuales de Empédocles, detalles de la vida de Eróstrato o Herós- trato el incendiario, de Crates el cínico, de qué sé yo cuánta gente más, incluso del novelista Petronio (un bestseller, por cierto, en nuestro Madrid del año sesenta y tantos, serio, pacato y modernista a la par). Schwob se quedó tan ancho..., y los que aún le leemos también nos quedamos en esta situación de holgura placentera. Si una biografía no novelada puede servir para algo es pre cisamente para tratar de mostrar la inserción de lo in- 12 EL SEÑOR INQUISIDOR Y OTRAS VIDAS POR OFICIO dividual y personal en las acciones generales, dejando a un lado el ejemplo demasiado repetido de la influencia de la nariz de Cleopatra en la Historia u otros parejos a éste. Para hacer ver también cómo gravita sobre todos nosotros, los hombres grandes y chicos, el peso de las acciones generales, colectivas y aun extrahumanas, de jando también ahora a un lado providencialismos o fata lismos religiosos. La tarea de biografiar es tan científica como cualquier otra tarea histórica o, si se quiere, tan poco científica. Es una de las grandes tareas humanísti cas de siempre, con perdón de los que sacaban un perso naje a escena, cuando yo era muchacho, y creían que esto era novedad singularísima. Pero el historiador de fichero y asiento, serio y poco afortunado en sus conquistas, tiene razón en sospechar que, aparte del peligro de entretener, la biografía puede encerrar otros peligros y falacias. Ahora que estos peli gros se hallan donde él no los ve: se hallan en su propio métier. ¿Estamos seguros de la veracidad de Tito Livio, de Tácito, de Suetonio? No. ¿Creemos a Mommsen en todo cuanto dijo de la caída de la república romana? No. ¿Aceptamos la veracidad absoluta de los cronistas medie vales? No. ¿Nos fiamos de los historiadores aux gages de príncipes y monarcas? No. ¿Cree el historiador creyente en una religión en la buena fe del incrédulo, o viceversa? No. ¿Acepta el historiador científico de la escuela tal lo que dice el historiador científico de otra escuela? No. Podríamos estar respondiendo no a muchísimas más preguntas de índole parecida. Pero volvamos ahora a los biógrafos. Cada palabra relacionada con títulos, cargos, oficios, profesiones y tareas humanas predispone, instintiva mente, a una toma de actitud ante el que es designado PRÓLOGO: SOBRE EL ARTE DE LA BIOGRAFÍA 13 por ella. La convención de carácter estilístico, por no decir retórico (ya que la Retórica antigua era una disci plina mucho más profunda de lo que se ha dicho en tiempos modernos), es la más peligrosa de detectar, y aun otras más elementales producen errores grandes.