Ernesto Yaarón Ave De Agua
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Ernesto Yaarón Ave de Agua © Ernesto Yaarón 2019 Todos los derechos reservados. 2 A mi madre, por tu infinito amor, tus consejos y compañía. Por tu fuerza y perseverancia que han sido mi ejemplo a seguir. Con todo mi corazón, te quiero. 3 4 5 PERSONAJES PRINCIPALES Atotoztli -Princesa de Tenochtitlan Yollotl -Escriba de Cholollan (Cholula) Moctezuma Ilhuicamina -Huey Tlahtoani de Tenochtitlan, emperador Axochitl -Esposa de Moctezuma y madre de Atotoztli Iquehuac -Hijo de Moctezuma, capitán mexica Machimale -Hijo de Moctezuma, capitán mexica Tlacaelel -Cihuacoatl, Alto Consejero de Tenochtitlan y hermano de Moctezuma Maquitzin -Esposa de Tlacaelel Tlilpotonqui -Hijo de Tlacaelel, funcionario mexica Cacama -Hijo de Tlacaelel, capitán mexica Tollintzin -Hija de Tlacaelel Achiuh -Hija de Tlacaelel Zacatzin -Rey de Huitzilopochco, Capitán-General de Tenochtitlan y hermano de Moctezuma Huitzilatzin -Hijo de Zacatzin, heredero de Huitzilopochco Tzontemoc -Hijo menor de Zacatzin Tezozomoctli -Rey de Azcapotzalco-Mexicapan, primo de Moctezuma Tizoc -Hijo mayor de Tezozomoctli Ahuizotl -Hijo de Tezozomoctli Chalchiuhnenetzin -Hija de Tezozomoctli Axayacatl -Hijo de Tezozomoctli Nezahualcoyotl -Rey de Texcoco Azcalxochitl -Esposa de Nezahualcoyotl Totoquihuatzin -Rey de Tlacopan Chimalpopocatzin -Hijo de Totoquihuatzin Xilomantzin -Rey de Culhuacan Iyali -Hija de Xilomantzin Coyolchiuhqui -Rey de Teotlatzinco 6 «Muerto el viejo Moteuczoma sin hijo varón, sucedióle una hija legítima en el trono…» FRAY TORIBIO DE BENAVENTE (MOTOLINIA) El año 1440 d. C., tras la muerte de su tío el rey Itzcoatzin, el valiente príncipe y capitán-general Moctezuma Ilhuicamina, respaldado por su larga carrera militar y sus hazañas en la guerra, a sus cuarenta y dos años de edad fue elegido tlahtoani de México-Tenochtitlan, llegando a gobernar por casi treinta años con fuerza y sabiduría, convirtiéndose sin lugar a dudas, en el hombre más poderoso del mundo conocido, ganándose el título de Huey Tlahtoani, rey de reyes, emperador. Durante su largo mandato realizó numerosas y exitosas campañas de conquista, acrecentando los dominios de su naciente imperio a una velocidad alarmante, sacudiendo los cimientos del mundo entero tras su paso, sometiendo a las feroces tribus otomíes al norte del valle y a los pueblos tlahuicas al sur, venciendo a los reinos mixtecos en las lejanas tierras del sureste, expandiéndose hasta las frondosas tierras huaxtecas al noreste y a las esplendidas costas totonacas del Golfo, derrotando en el valle del Anahuac, tras diez largos años de lucha, a los rebeldes reinos de Chalco. Presidiendo sobre más de doscientos reinos, señoríos y pueblos, Moctezuma Ilhuicamina convirtió a Tenochtitlan en la más poderosa ciudad del mundo conocido, y al pueblo mexica en los indiscutibles amos y señores del valle del Anahuac. Al momento de su muerte habría de dejar una ciudad prospera, un reino poderoso y un imperio en constante crecimiento, así como dos hijos varones, y una sola hija, a quien más amaba en todo el mundo. 7 El Templo de las Flores Era una fría mañana de otoño con espesos nubarrones sobre el valle, arrastrados por el viento que iba arreciando conforme despuntaba el alba, dando paso a los últimos meses del año. A pesar del rudo clima imperando, las doncellas del convento del templo de las Flores se levantaron desde muy temprano, cubriéndose con rasposas mantas de ayate encima de sus holgados camisones de henequén antes de abandonar sus oscuros aposentos de piedra helada, resonando sus pies descalzos por los estrechos pasillos del convento, el cihuacalmecac, apuradas para realizar sus labores, inevitablemente sometidas a la autoridad religiosa del lugar. Cumplidos dieciséis años, todas las muchachas de noble cuna eran enviadas por sus padres a los conventos, para comenzar su instrucción en el servicio de los dioses bajo el cuidado de las cihuatlamacazque, sabias, virtuosas y por demás, estrictas sacerdotisas, quienes llevaban una ardua vida entregadas al ayuno, la penitencia y la oración, además de sufrir otras penas y muchas carencias. Algunas muchachas, fuera por obligación o su decisión, abrazarían la vida religiosa y jamás abandonarían el lugar. Las demás saldrían a los dieciocho años de edad, o cuando fueran a casarse. Desde la llegada de las muchachas al convento, al ser recibidas por la ichpochtiachcauh o hermana mayor, se les advertía sobre el difícil trabajo que esperaba en su interior: …y porque no te quejes de que no te avisamos que debías hacer, no vienes solo a cuidar de los braseros divinos; sino a barrer todos los grandes patios de este convento y templo, a hilar y tejer las vestiduras sagradas y guisar las comidas que se ponen en el altar para las primicias del dios.1 1 (Memorias de Nueva España, 1782). 8 Todos los días cumplían estas labores por miedo a sufrir dolorosos además de vergonzosos castigos. Una moza menuda y delgada, de rasgos suaves y cabellera castaña se encontraba barriendo el patio central, rodeado de cuartos y un alto basamento con una escalinata llevando a las oficinas del convento. Tiritando de frío, sin soportar más de aquel suplicio, arrojó la escoba en un arranque de furia asustando a sus compañeras. —Princesa Iyali, no puede, las sacerdotisas… —le advirtió una de sus compañeras. —¡Qué! ¿Qué me harán las sacerdotisas? —gritó Iyali, sujetando con rencor el yacualli, collar de hilo o cuerda que les habían colocado al momento de entrar, indicando su pertenencia al convento. —Los rumores dicen que a las que no obedecen les pellizcan los brazos y piernas hasta dejarles moretones —comentó otra muchacha, dejando a la princesa helada. —Yo escuché que les pinchan los pies con púas de maguey hasta hacerlas sangrar —secundó otra, acercándose. —Incluso dicen que las azotan con varas en las piernas y en las nalgas hasta hacerlas llorar —terció una más. —¡Esas son mentiras! —exclamó Iyali, furiosa. Más bien asustada. —No lo son, princesa —le respondieron las demás. —Pues yo digo que lo son, y no se hable más —ordenó al instante que les dio la espalda y se alejó, dirigiéndose al otro lado del patio en donde se encontraba barriendo su amiga de más confianza. Iyali siempre se escandalizaba al escuchar hablar de aquellos viles rumores que se esparcían libremente por el convento, censurando cada vez su mención, ocultando quizás su temor a experimentarlos. —No tienen derecho a lastimarnos, ¿verdad, Atotoztli? —insistió Iyali, buscando la aprobación de su amiga en cuanto la alcanzó. —Pueden hacer lo que les plazca, son religiosas y ésta es su casa, nosotras solo estamos de paso. —Pero nuestro linaje nos protege —refunfuñó la princesa. —Ellas están sobre nosotras, pues están con los dioses y no con el hombre —declaró Atotoztli, tajante e indiferente. Era una joven alta y hermosa, de esbelta figura, pechos pequeños y caderas pronunciadas, rostro ovalado, finas facciones y larga cabellera lacia y oscura, poseía unos ojos negros como obsidiana, enmarcados por dos mechones y el flequillo recto en la frente que obligaban usar a las muchachas al entrar al convento, el cual no reducía su belleza. 9 Iyali le admiraba, además de su gran belleza, su fuerte carácter y su imperturbable temple, manteniéndose siempre serena a pesar de las ínfimas condiciones del convento. Eran muy cercanas, más por el esfuerzo de Iyali que el de Atotoztli, quien se mantenía distante y fría. No obstante, Iyali disfrutaba de la compañía de esa joven extraña, siendo la única del convento que no la trataba con tanta deferencia por su linaje real como princesa; actitud que le atribuía a su procedencia pues a diferencia del resto, no era de Culhuacan, en donde se encontraba el convento, sino de la mismísima Tenochtitlan, y los tenochcas tendían a ser considerados engreídos, lo cual no explicaba en realidad por qué la habían enviado a cumplir su servicio tan lejos de casa. Al terminar de barrer, se retiraron a los baños para asearse con agua fría en jícaras de barro antes de ingerir los primeros alimentos del día, únicamente agua y tortillas duras, como parte de su ayuno previo a las próximas fiestas a celebrarse. Desde su nacimiento, todas las niñas eran educadas para ocuparse de las tareas del hogar, regalándoles un telarcito y trastes de cocina de juguetes indicando así sus responsabilidades, reafirmando su lugar y devoción al cuidado del hogar enterrando sus cordones umbilicales en los patios de las casas, evocando luego las parteras bellos discursos exhortándolas a cumplir con su rol en la sociedad: Habéis de estar dentro de casa, como el corazón dentro del cuerpo, no habéis de andar fuera de ella; no habéis de tener costumbre de ir a ninguna parte; habéis de tener la ceniza con que se cubre el fuego en el hogar; habéis de ser las piedras en las que se pone la olla; en este lugar entierra vuestros sueños, aquí habéis de trabajar, vuestro oficio ha de ser traer agua, moler el maíz en el metate: allí habéis de sudar junto a la ceniza y el hogar.2 Sin embargo, las mujeres de la nobleza poco tiempo le dedicaban a aquellas faenas, sustraídas de los trabajos físicos básicos para el resto de la población. Su educación era superior, instruidas en muy diversas 2 (Bernardino de Sahagún. Historia General de las Cosas de Nueva España). 10 materias tanto del orden artístico, tales como la retórica, la pintura, la poesía, la música y la danza, como de una índole más intelectual como las matemáticas, la astronomía, derecho, historia y la interpretación de los libros y su escritura, mientras en el convento se les educaba sobre aspectos exclusivamente religiosos: teología, rituales, danzas, cantos divinos y oraciones. Y por las tardes, las muchachas permanecían dentro de sus aulas para dedicarse a diversos oficios, siendo uno de los más importantes la confección de finos y sofisticados manteles y de primorosos vestidos, combinando colores brillantes, atendiendo las suaves texturas de sus diversos materiales de trabajo unidas por finos hilos de pluma o pelo de conejo; prendas que vendían para mantener el convento o para adornar al ídolo del templo de las Flores, la diosa Xochiquetzal.