Santa Teresa De Lisieux "Un Camino Enteramente Nuevo"
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SANTA TERESA DE LISIEUX "UN CAMINO ENTERAMENTE NUEVO" M. M. PHILIPON PROFESOR DE TEOLOGÍA SANTA TERESA DE LISIEUX UN CAMINO ENTERAMENTE NUEVO» VERSIÓN DEI TEXTO FRANCES POR FRANCISCO JAVIER YSART EDITORIAL BALMES Duran y Bas, 11.- BARCELONA 1952 NIHIL OBSTAT El Censor DR. GABRIEL SOLA, Canónigo Barcelona 28 de enero de 1952 IMPRIMATUR •j- GREGORIO, Obispo de Barcelona Por mandato de S. Excia. Rvma. ALEJANDRO PECH, Pbro. Canciller Secretario EDITORIAL BALMES ATENAS A. G. A LA REINA DEL CARMELO INTRODUCCIÓN FUENTES Y MÉTODO Encontrar la mirada de Dios en el alma de los santos. SUMARIO 1. Manera de estudiar el alma de los santos.—2. El caso de santa Teresa de Lisieux. Sólo Dios conoce el alma de los sancos, y todas nuestras indagaciones han de tender a encontrar esta mirada de Dios. 1. — Manera de estudiar el alma de los santos Escribir la vida de los santos a la luz de la his- toria y de la psicología ayuda a entender, por las manifestaciones exteriores, su poderosa personalidad. Pero no basta un método puramente descriptivo. No hay verdadera ciencia sino por las causas más pro- fundas. ¿A quién hay que dirigirse para pedir este conocimiento adecuado del misterio del alma de los santos? Un método exclusivamente doctrinal, que considerase, desde un punto de vista muy elevado, estas vidas humanas como un caso de aplicación de la teología mística, se privaría de todas las riquezas de una psicología concreta, síntesis viviente de una multitud de móviles secretos que, por sí solos, dan la explicación de una fisonomía irreductiblemente in- dividual. El verdadero método exige el empleo inte- gral de todos estos elementos. Se trata, til primer lugar, de constatar; después^ de explicar. La primera fase, la constatación, acude a todos los procedimientos de la historia y de la psicología comparada. Exige una objetividad rigurosa, el afán por una documentación completa, el culto de los más insignificantes pormenores. Una vez en posesión de los documentos, sigue su interpretación. Aquí inter- viene el sentido crítico, el «olfato» del psicólogo y del historiador, bajo la luz directora de la fe. A esta fase de constatación sucede una tarea más importante: la explicación de las causas. Es el pun- to decisivo: la comprensión de un alma. Ninguna causa se ha de descuidar: temperamento, educación, ambiente, influencias recibidas de los hombres, to- ques personales de Dios. ¡Hasta tal punto depende el ser humano del mundo que le envuelve, en el orden de la naturaleza y de la gracia! Hay que em- plear un método realista, que tenga en cuenta el alma y el cuerpo, lo individual y lo social, según los principios de una mística integral de la Encarnación. También hay que penetrarse de que no está uno en presencia de almas desencarnadas, sino de hombres y de mujeres, de tal edad, de tal herencia, de tal medio social o espiritual, sujetos a las mil fluctua- ciones de la vida. Se requiere aquí más finura de espíritu que geometría, una observación atenta a los más pequeños pormenores que muchas veces son los más reveladores, un sentido teológico muy seguro. Insistamos sobre esta cualidad, rara e insospe- chada para una multitud de hagiógrafos, y que nos parece capital: la necesidad de un sentido teológico avisado. Se exige a un médico psiquiatra que co- nozca la psiquiatría cuando nos habla de sus enfer- mos, y parece que se supone que no es menester Ser teólogo para tratar de las operaciones divinas en el alma de los santos. Sin embargo, no se puede ex- plicar la santidad sin la gracia, ni seguir el progreso de un alma en su camino hacia la perfección sin un conocimiento profundo de las virtudes cristianas y de los dones del Espíritu Santo. Se ha desconocido demasiado hasta ahora el in- dispensable papel de la teología en el estudio del alma de los santos. Sería injusto achacar a la teo- logía en sí misma los errores de método, las lagunas y las deficiencias de los teólogos, de la misma ma- nera que no hay que achacar a la doctrina de la Iglesia las taras intelectuales y morales de los cris- tianos. La teología es la única ciencia que explica el orden sobrenatural. La tarea del teólogo, verda- deramente gigantesca y siempre trabajo de cantera, no queda limitada al análisis y a la síntesis de los principales misterios de la fe, sino que ha de seguir paso a paso el largo camino de la Revelación a tra- vés de la historia, y nos ha de procurar el conoci- miento integral del plan de Dios, no sólo en el go- bierno exterior del mundo, sino también en la más secreta dirección de las almas. Se extiende a toda la historia de la vida de la gracia en la Iglesia y en el cuerpo místico de Cristo. Los progresos sorprendentes de la psicología re- ligiosa exigen una nueva presencia de teólogos en el estudio de la psicología de los santos. Una hagiogra- fía así renovada por el método histórico, e ilumi- nada desde lo alto por los principios rectores de la teología mística, sería para la Iglesia la fuente de incomparables riquezas doctrinales. Nuestra teología escolar, con harta frecuencia esquemática y abstrac- ta, cuando no cae en la casuística, ganaría mucho con un estudio profundo — no sólo histórico y des- criptivo, sino también verdaderamente teológico y explicativo — de la psicología de los santos. La inves- tigación y la explicación de sus ejemplos, de sus ex- periencias místicas, de las formas tan variadas de su actividad humana, permitirían a la ciencia teológica adquirir un mejor conocimiento del juego tan mati- zado de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo en las almas; de las imperfecciones y malas tenden- cias que con él se mezclan; del desequilibrio moral, de los estragos que el pecado puede causar en nues- tra naturaleza caída y de las maravillosas rectifica- ciones de la gracia de Dios. Los santos, con sus actos y sus enseñanzas, son para nosotros verdaderos maestros de espiritualidad. En primer lugar con sus ejemplos. El teólogo aten- to a reducir los actos de los santos a los principios que los inspiran, descubrirá en ellos la realización concreta de las leyes más profundas de la gracia, la conexión y el acrecentamiento simultáneo de todas las virtudes, la acción entrelazada de nuestras facul- tades sensibles y espirituales, harmonizadas en un organismo sobrenatural, que no destruye la naturale- za sino que la perfecciona, dejándole toda la liber- tad de acción bajo la moción primordial y universal de la Causalidad de Dios. Un santo es una encar- nación del Evangelio y de los principios más eleva- dos de la espiritualidad cristiana. Concebida así la hagiografía, sería, a la vez, una viva lección de teología y una escuela de santidad. También por sus enseñanzas, porque los santos han formulado su doctrina espiritual de una manera explícita, bajo la forma de reflexiones, de máximas, de consejos, de conversaciones familiares y, a veces, de tratados espirituales. Juana de Arco, Germana de Cousin, Bernardita, nos presentan su doctrina de una manera sencilla y espontánea, sin aires de doc- toras, pero con una rara profundidad. Harto lo dice una sola frase salida de sus labios: «Combatiremos y Dios nos dará la victoria.» ¡Qué enseñanza tan magistral sobre la necesidad de la fuerza cristiana al servicio de su patria y de su Dios! «La santísima Virgen es tan hermosa, que cuando se la ha visto una vez quisiera uno verla siempre.» ¡Qué evoca- ción tan rápida de la belleza de María! A veces la misión espiritual de los grandes sier- vos de Dios es un mensaje de santidad. Los escritos de Teresa de Ávila, de Catalina de Sena, de Marga- rita María, de Teresa de Lisieux pertenecen a esta categoría. Para penetrar todo su sentido, es menes- ter situarlos con exactitud en su contexto histórico y psicológico: la doctrina espiritual de los santos es siempre la efusión de sus almas. Un caso privilegiado, pero más complejo, es el de los grandes doctores místicos, en quienes la ciencia y la experiencia andan aparejadas en un común es- fuerzo de penetración y de explicación de puntos hasta entonces obscuros en los caminos del Señor. Tal es el caso de san Juan de la Cruz, de san Fran- cisco de Sales y de muchos fundadores de órdenes religiosas. Se adivina el inmenso trabajo que surge de tales perspectivas y el beneficio que de él podría sacar nuestra teología espiritual, enriquecida en su cam- po de observación por una multitud de pacientes monografías, que nos encaminarían hacia una más vasta historia de la espiritualidad. Tendríamos tam- bién a nuestra disposición una teología moral ilus- trada por la vida de los santos, pues la hagiografía encontraría por sí misma su profunda explicación en la teología. Mas esto no es todo. Una penetración puramente intelectual del alma de los santos nunca correspon- de a la realidad. Es necesario entrar en el alma de los santos con alma de santo, «por connaturalidad», si se quiere conocer a fondo su doctrina y su vida. Este estudio requiere de parte del teólogo una doble fase: una intelectual y otra afectiva, con frecuencia cronológicamente unidas. Sobre ambos planos se impone un mismo proce- dimiento: desaparecer, «convertirse en el otro», es decir, hacer abstracción de sus juicios personales, de sus prejuicios, de la propia manera limitada de ver el mundo; eliminar por lo tanto, entre el sujeto y el objeto, toda proyección deformante del «yo»: ser objetivo. «Convertirse en el otro»: es también habituarse a ver las cosas como él, a identificarse con su «vi- sión del universo».