José Eustacio Rivera. Nueva Cara De La Vieja Violencia. Reseña De Mario Javier Pacheco
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La vorágine La nueva cara de la vieja violencia, en la selva modernista de La vorágine Mario Javier Pacheco Introducción Están puestos sobre la mesa tres platos exquisitos, preparados cada uno por un cocinero experto: el primero es de un chef galardonado con la excomunión, que mezcla, sin reparos, toda clase de ingredientes, excepto los clericales. Son famosos sus platos de erotismo vintage, afrodisiacos de sabor anárquico. El cocinero del segundo plato es dueño de la sazón paisa, en cuya presentación no se mezclan los ingredientes. El arroz blanco, limpio y puro al centro, haciendo un montículo, en cuya cúspide domina el huevo de gallina española. Todo lo morenito, como el frijol y la carne molida a los extremos, y en uno y otro lado, un par de rebanadas de tomate púrpura, otras de verde aguacate, y el chicharrón variopinto, que enamora con la promesa del sabor, pero es peligroso cuando se entroniza en las venas. El chef del menú tres es un especialista en carnes sudadas y abundante vegetal, y lo prefiero, porque los dos platos precedentes tienen exceso de demanda. El menú del chef Rivera ofrece la ventaja de poderse saborear en aislamiento. Presentación La profesora Erika Zulay Moreno marca el parámetro del trabajo a partir de la lectura de la novela de José Eustasio Rivera, La Vorágine, y la publicación Rivera: entre la estética modernista y el discurso autóctono, escrito por Elzbieta Sklodowska, de la Washington University. El propósito de este ensayo es contextualizar la novela en el marco de las estéticas modernistas, asumiendo que Vargas Llosa la descartó de entre estas tendencias, y la clasificó como “novela primitiva” (Vargasllosa, 2014) y muy inferior en tratamiento literario a las obras del boom latinoamericano de los escritores de izquierda o izquierdizados de los sesenta. Igualmente se tratará de rebatir el criterio de Vargas Llosa sobre el discurso autóctono de Ribera, tachado por el Nobel como “estilo frondoso, impresionista y poemático, en el sentido peyorativo del término y oscurecido de provincialismos en los diálogos y amanerados y casticistas en las descripciones.” (Vargasllosa, 2014, pág. 2) Se tendrán en cuenta algunos recursos intertextuales, paratextuales, metatextuales, temáticos, gramaticales y lexicográficos. La lectura se hará sobre la edición de La vorágine publicada por el Ministerio de Educación, impresa por Editorial A, B, C. de la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, en Bogotá, 1946. Que se encuentra en la página http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/la-voragine. José Eustasio Rivera Es tolimense de Neiva, del 19 de febrero de 1888, cuando el Estado Soberano del Tolima abarcaba la región inmensa, se graduó como maestro en Bogotá, donde sus sonetos circularon con elogiosos comentarios y regresó a dictar clases a Neiva e Ibagué, pero huyó del dogmatismo arcaico de las directivas académicas, y regresó a Bogotá donde se graduó de abogado en la Universidad Nacional en 1917. Sus primeros trabajos lo llevan al Casanare y su prestigio poético crece, incluso fuera de Colombia, con la publicación de Tierra de promisión, en 1921. Viaja por Latinoamérica y Estados Unidos como miembro de misiones diplomáticas de la cancillería, y participa en la comisión para dirimir la frontera con Venezuela en la zona selvática. Recorrió partes de las hoyas del Amazonas y el Orinoco y constató la desidia del gobierno en la defensa de su soberanía y el abuso y esclavitud que sufrían colonos, campesinos, e indígenas, por parte de las casas comercializadoras de caucho, que los enganchaban. Fue elegido Representante a la Cámara y promovió duros debates contra la negligencia del gobierno, alertando la falta de presencia del estado en las fronteras que por esta razón, no solo sufrían los connacionales, sino que dieron pie para que grandes extensiones de tierra fueran robadas por todos los países vecinos, sin excepción. La misión de la cancillería parecía ser rubricar en cocteles, mediante tratados diplomáticos, esos robos, que hoy se aprecian con vergüenza en los mapas de antes y después de una Colombia cuyos gobernantes permitieron el despojo. Hoy somos menos de la mitad de lo que éramos geográficamente. Incluso Nicaragua y Costa Rica, sin frontera física con Colombia, se quedaron impunemente con nuestras propiedades, y después arreglaron cortésmente el raponazo, con mucha decencia con el canciller y presidente de turno, a punta de whisky, sonrisas y smoking. Trabajar en la cancillería le permitió a Rivera constatar que en las selvas amazónicas, específicamente donde Perú, Brasil y Colombia se abrazan en pobreza, la esclavitud era ejercida y aceptada, por amos y esclavos, como si nunca hubiera sido expedida la ley que en 1852 firmó José Hilario López, con el agravante de que muchos amos eran analfabetas, y sin excepción, asesinos inescrupulosos. Los esclavos por su parte, colonos, campesinos e indígenas eran incapaces de defenderse y no tenían la mínima esperanza de morir en libertad. Todo esto lo denunció Rivera como parlamentario en el Congreso, pero sus debates no pasaron más allá del discurso airado; no se le puso la atención que reclamaba, entonces renunció a la política para dedicarse a promocionar La vorágine, que ya contaba con lectores en diversos países. A pesar de ser un abogado de prestigio, valorado por el gobierno colombiano en la importancia de los empleos que desempeñó, su fama de buen poeta superó a la del abogado y se encumbró con su novela, que solidificó su nombre en el contexto internacional. Viaja a Nueva York, a negociar su traducción al inglés y una película, pero allá lo sorprende la muerte el 1 de diciembre de 1928, a la edad de 40 años. Literatura de la violencia, antecedentes La relación violencia – literatura en América, se da al tiempo del encuentro de los dos mundos, en 1492, y así lo constatamos en el siguiente relato de Cuneo, compañero de Colón, ya que los invasores llegaron como amos y dueños de cosas, animales y gentes “Yo que estaba en el barco, me tomé una bellísima caníbal que el almirante graciosamente quiso regalarme. Me la llevé a la cabina, donde viéndola toda desnuda como a su usanza, me vino el deseo de holgar con ella. Y queriendo dar cuerpo a mis ganas, ella que no quería, se defendía con las uñas en tal modo, que me arrepentí bien rápido de haber comenzado. Así que agarré una cuerda y la azoté tanto que ella gritaba con chillidos inauditos, de una violencia increíble. Pero después, conciliamos tan bien en la necesidad amorosa que parecía estar amaestrada en una escuela de putas. (Solodkow, 2014) Desde esa época no ha cesado la violación, el asesinato, la tortura y la subyugación. La violencia sigue siendo la misma con diversos nombres y justificaciones, y su testimonio se encuentra en innumerables documentos, muchos de ellos convertidos en crónica o novela. En 1552 fray Bartolomé de las Casas escribió su Brevísima relación de la destrucción de Indias, que denuncia, en forma de crónica, atrocidades inimaginables contra los indígenas, diezmados por millones en las primeras décadas de la conquista. En 1578 el Memorial de agravios de los caciques de Tibasosa y Turmequé, Alonso de Silva y Diego de Torres, fue entregado de manera personal al rey de España, y consigna los atropellos contra los aborígenes en nombre de la religión y del monarca hispano. Durante la independencia se elaboran centenares de documentos sobre opresión, tortura, y maltrato a los criollos, la violencia colonial, continuadora de la violencia conquistadora. Allí entre otros, quedaron El Memorial de agravios de Antonio Nariño, y Las convulsiones, un drama contra la burguesía, de Luis Vargas Tejada, malogrado escritor y poeta, al igual que las cartas escritas en su huida hacía la muerte. Contexto En la década del veinte Bogotá es una capital provinciana, pobre, con la carga del espíritu romántico de la época, que induce a hombres y mujeres idealizadas, a acometer empresas igualmente idealizadas. Se elegían presidentes gramáticos, que manejaban la nación con la retórica y el dominio del idioma. Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez gobernaron la década del veinte, un país moralista, conservador, rígido en sus costumbres, profundamente religioso y atrasado, cuya incipiente clase obrera trataba de organizarse. El país no se preocupaba de sus fronteras y la gente comenzaba a hablar de la explotación de hombres y mujeres, que caían en las garras de los empresarios del caucho, y de la ferocidad de los indios de todas las selvas, a los cuales se debía asesinar, y para hacerlo llegaron contratados por la Gulf Oil Corporation, -La Compañía- los primeros cazadores de indios, americanos que alardeaban de su puntería y su crueldad con los indios. No distinguían entre embarazadas, ancianos o niños. Indios eran indios y eran un peligro para el hombre blanco y una talanquera para la civilización, pues obstaculizaban las exploraciones petroleras, la instalación de oleoductos, la tala de selvas, en fin se oponían a todo lo que significara progreso. Incluso en un libro de historia regional se daban recomendaciones de cómo matarlos. La novela se escribe con un pretexto de denuncia que involucra al lector, no solo en el sentimiento, sino que lo pone en el papel de juez, ante quien Cova descarga los argumentos, y Rivera convierte La Vorágine en novela política, crítica contra el desgobierno de la época, además de iniciar la literatura de la violencia contemporánea en Colombia, que será alimentada en los años posteriores de manera ininterrumpida, por las violencias partidistas, incluso repetida en las selvas cultivadas hoy con coca, donde la única autoridad es la guerrilla, que premia y condena a los nuevos esclavos en los territorios de violencia y nueva esclavitud del narcotráfico. La novela La vorágine fue escrita a pedazos, durante los viajes de Rivera a las fronteras, intercalándola con sus sonetos a la naturaleza de Tierra de promisión.