Actualidad del carisma misionero de Teresa de Lisieux Dimensión contemplativa y martirial de la misión

JUAN ESQUERDA BIFET Centro Internazionale. Animazione Missionaria. Roma.

PRESENTACIÓN: EL SIGNIFICADO MISIONERO DE UN CENTENARIO

El año 1997 ha sido el centenario de la muerte de Santa Teresa de Lisieux (30 septiembre 1897), que fue declarada patrona de las «misiones» al igual que San Francisco Javier, por Pío XI, el 14 de diciembre de 1927. El Papa Juan Pablo I1, en su mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud (para 1997), ha querido recordar este evento de gracia, invitando a los jóvenes a considerar la figura misionera de la Santa de Lisieux: «Recorred con ella el camino humilde y sencillo de la madurez cristiana en la escuela del Evan­ gelio. Permaneced con ella en el corazón de la Iglesia, viviendo radicalmente la opción por Cristo» '.

I Mensaje firmado el 15 de agosto de 1996, para preparar la jornada de 1997. Ver el texto en L'Osserl'atore Romano, en español, 23 agosto 1996: p. 4-5. Citamos los textos de la santa, tomados de: Teresa de Lisie/lx, Obras completas, Burgos, Edil. Monte Carmelo, 1989. La Historia de /In alma (H.A.) está distribuida en 11 capítulos; Manuscrito A: I-VIII; Manuscrito B: cap. IX; Manuscrito C: cap. X-Xl. El presente estudio ha sido la base de unas confe­ rencias impartidas en el Centro Internacional de Animación Misionera, Roma (1996-1997).

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 149-181 150 JUAN ESQUERDA B1FFET

Será difícil encontrar en todo el arco de tiempo del siglo XX, una vocación misionera o apostólica, que no haya sido influenciada por la doctrina y el ejemplo de Santa Teresa de Lisieux. misionero del siglo XX y el «amanecer de una nueva época misio­ nera» (RMi 92) en el inicio del tercer milenio, serían impensables sin la figura histórica de la Patrona de las misiones 2. El carisma misionero de Teresa de Lisieux no puede reducirse a unas frases suyas o a unos gestos aislados. Haciendo una relectura de su doctrina y de su biografía, a la luz del despertar misionero de la Iglesia, me parece encontrar una dinámica interna, que va desde la convicción de sentirse amada en la propia limitación y pobreza, hasta la decisión de una oblación total y martirial para la misión sin fronteras en el espacio e incluso en el tiempo. El sostén de esta dinámica misionera se encuentra en su fuerte línea contemplativa, con matices de victimación y de martirio de amor. El camino de «infancia espiritual» marcha por esta misma línea contemplativa y martirial, pero con la sencillez evangélica. de haber encontrado a Cristo, Esposo crucificado, en la propia realidad limi­ tada y pobre. La «fuerza de la debilidad» (2Cor 12,9), a la luz del misterio de la cruz y bajo el impulso de la contemplación de la palabra evangélica, se ha traducido en «fuente de gracia» y en «misteriosa fecundidad apostólica» (VC 8-9). Así se sintió «madre de las almas», con María y como ella. Este dinamismo misionero, contemplativo y martirial de Teresa de Lisieux, tiene una fuerte connotación eclesial. Era lógico esperar de ella esta línea teresiana, pero a ello se añade la originalidad de

2 Ver algunos estudios sobre el significado misionero del carisma de Te­ resa de Lisieux, en: A. COMBES, Ste. Thérese ... Contel71platioll et apostolat, Paris, Bonne Presse 1950; L. FERRIGNO, Dall'esperienza l71istica all'esperienza l71issionaria. S. Teresa di Gesll Bambino patrona delle missioni, Roma, Pon!. Univ. Gregoriana, Diss. 1990; J. LAFRANCE, Thérese de Lisiellx et sa mission pastorale, Paris, DDB 1966; E. LA VERDIERE, Santa Teresa de Lisielv:, Patrona de los Misioneros, Patrona de las Misiones, «Omnis Terra» n. 269 (1997) 105- 113; F. M. LETHEL, La spiritllalité missionnaire de Sclinte Théres de L' Enfant­ JéSllS, «Vie Théresienne» 27 (1987) n.107, 9-22; J. PETERS, Elemente einer missionarisehen Spiritllalitat nae/¡ Therese von Lisielu:, Roma, Pon!. Univ. Gregoriana, Diss. 1988; H. URS VON BALTHASAR, Thérese de Lisiellx. Histoire d' lIne mission, París, Paulines 1973: S. VRAL, Thérese de Lisiellx et ses fi'eres missiollnaires, Paris, Montréal, Paulines 1992. ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LlSlEUX 151 quien quiere «ser el amor en el corazón de la Iglesia». Sin esta línea eclesial, traducida en amor y fidelidad, no tendríamos ni a Teresa de Lisieux, ni a tantos pioneros del despertar misionero del siglo XX, ni tampoco la esperanza del «amanecer de una nueva época misio­ nera». Ese amor a la Iglesia es factor esencial de toda vocación misio­ nera auténtica, especialmente en quienes, con dedicación de por vida, «toman como misión propia el deber de la evangelización, que per­ tenece a toda la Iglesia» (AG 23). El despertar misionero de toda la Iglesia y particularmente el resurgir de las vocaciones misioneras, necesita como factor previo «una profunda renovación interior» (AG 35), al estilo de los Sil.ntos misioneros de todas las épOC8S

1. DE LA TOTALIDAD DEL AMOR, A LA MISIÓN SIN FRONTERAS

La misión no es urgida sólo por el mandato del Señor, sino que también es una consecuencia de una vida orientada hacia el amor. «La misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros» (RMi 11) 3. En Teresa de Lisieux, las ansias misioneras brotan de su amor de totalidad. Se sabe amada tal como es, quiere responder al amor con una entrega de totalidad, dejándose contagiar por la sed de Cristo, abrirse al universalismo misionero y decidirse a consagrar su vida a la vocación de «ser el amor en el corazón de la Iglesia».

3 En el presente estudio hacemos referencia frecuente a la encíclica misio­ nera «Redemptoris Missio», a la exhortación apostólica sobre la vida consagra­ da, «Vita consecrata», y a otros documentos de Juan Pablo n. Se intenta hacer notar la sintonía de Teresa de Lisieux con las gracias que el Espíritu Santo da hoya su Iglesia. Ver comentarios a ambos documentos: AA.VV., Haced dis­ cípulos a todas las Rentes, Comentario y texto de la encíclica «Redel71ptoris Missio» , Valencia, Edicep 1991; AA.VV., Cristo, Chiesa, Missione, commento all'enciclica «Redemptoris Missio», Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1992; AA.VV., «Redemptoris missio». La misión en los umbrales del s.xXI, «Misio­ nes Extranjeras» n.122, 1991; AA.VV., Yo os eleRí. Comentarios y texto de la Exhortación Apostólica «Vita consecrata» de luan Pablo 1/ (Valencia, Edicep, 1997); AA.VV., «Vita Consecrata!>. StlIdi e Rij7essioni, Roma, Edit. Rogate 1996. 152 JUAN ESQUERDA BIFFET

A) Saberse l/amada y amada

La experiencia de elección en Cristo (efr. Ef 1,4) es una ca~'ac­ terística de los grandes santos y misioneros. No es una sensación de privilegio, sino la convicción de un amor misericordioso que es irrepetible en cada persona llamada. A partir de esa convicción, los apóstoles ya «no se dejan atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos» (RMi 66), sino que viven de «la presencia consoladora de Cristo, que acompaña en todo momento de la vida» (RMi 88). «En la mirada de Cristo ... se percibe la profundidad de un amor eterno e infinito, que toca las raíces del ser» (VC 18). La vocación es un «misterio» de la iniciativa divina: «Llamó a los que quiso ... (efr. Mc 3,13). He aquÍ el misterio de mi vocación» (H.A. cap. 1). La característica de la vocación (como llamada y como respuesta) es, pues, la gratuidad, que no deja lugar a dudas enfermizas. «Es siempre una vida tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz, sostenida por su gracia» (VC 40). La voca­ ción es ya «una historia de amistad con el Señor» (VC 64). Lo más notable de esta experiencia consiste en que se descubre la llamada como declaración de amor en la propia pobreza y mise­ ria, y no en los propios méritos y cualidades: «Siempre se me ha mostrado el Señor compasivo y lleno de dulzura ... nada había en ella (en la florecilla) capaz de atraer sobre sí sus divinas miradas» (RA. cap. 1). «Jesús velaba por su pequeña prometida, y quiso que todo redundara en provecho de la misma, incluso sus defectos» (ibídem). «Yo soy esta hija, objeto del amor proveniente de un Padre que no ha mandado a su Verbo para rescatar a los justos, sino a los peca­ dores» (ibídem, cap. IV).

B) Amor de totalidad

De la experiencia de saberse amado tal como uno es, se pasa a la decisión de un amor de retorno que quiere ser de totalidad. «La persona que se deja seducir por Cristo, tiene que abandonar todo y seguirlo» (VC 18). Ese es el paso que califica a los santos, quienes, «tocados por el amor de Dios, se sienten llamados a seguir al Cor- ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE L1SJEUX 153 dero inmolado y viviente, dondequiera que vaya (cfr. Apoc 14,1-5)>> (VC 23). Esta fue también la decisión de Teresa de Lisieux, renovada todos los días de su vida, a pesar o precisamente por sus limitacio­ nes. Recordando el episodio de su infancia, en que escogió todo lo que había en la canasta, dice: «Comprendí que para ser santa era necesario buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma ... no quiero ser santa a medias» (H.A. cap. n. «Ahora no tengo ya ningún deseo, si no es el de amar a Jesús con locura ... es el amor lo único que me atrae» (ibídem, VIII). Si «todos los fieles, de cualquier estado y condición, están lla­ mados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (LG 40), hay que reconocer que la entrega a la misión reclama una vida de santidad. Efectivamente, «la llamada a la mi­ sión deriva de por sí de la llamada a la santidad ... El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos» (RMi 90; cfr. AG 35). En las afinnaciones de la santa de Lisieux aparece continuamen­ te la decisión de darlo «todo», con un amor que aspira a la plenitud. No se apoya en su nada, ni tampoco logra experimentar la perfec­ ción, sino que, en aras de la totalidad, se entrega como cheque en blanco, haciendo las cosas pequeñas con amor y comenzando cada día, sin desalentarse. Escojamos algunas afirmaciones: «¡Mi voca­ ción es el amor!» ... «¿Cómo un alma tan imperfecta como la mía puede aspirar a poseer la plenitud del amor?» (H.A. cap. IX). «Des­ de hace mucho tiempo no me pertenezco ya a mí misma, estoy entregada totalmente a Jesús» (H.A. cap. X). «Para amaros como vos me amáis, necesito pediros prestado vuestro propio amor» (H.A. cap. XI). «No me arrepiento de haberme entregado al Amor» (H.A. epílogo) 4.

4 ,,¡Sólo Jesús! ... ¡Nada fuera de él!» (Carta 67). "Cuando una se siente miserable ... sólo mira a su único Amado» (Carta 87). «Jesús me enseña a hacerlo todo por amor ... no negarle nada» (Carta 121). "Para amarte, dame tu propio Corazón divino» (Poesía 22). «Que no busque yo ni encuentre cosa fuera de Ti ... Que tú, Jesús, lo seas todo ... No te pido más que el amor infinito, sin otro límite que tú mismo, el amor cuyo centro no sea yo, sino tú» (Billete escrito para llevarlo durante la profesión). 154 JUAN ESQUERDA BIFFET

C) La sed y la sangre de Jesús

Al celo apostólico se le ha calificado tradicionalmente de «sed de almas». Es una expresión muy querida de los santos y frecuen­ temente repetida por Teresa de Lisieux. El término «almas» indica la persona humana en toda su integridad y trascendencia, según los planes de Dios Amor en Cristo. Por esto se habla de «salvar almas». Así sigue hablando el magisterio conciliar y postconciliar (cfr. AG 15, 25, 27, 32, 39-40; RMi 89), en la perspectiva de la Iglesia «sacramento universal d,' salvación». Esa «caridad apostólica» es trasunto del amor de Cristo: «Quien tiene espíritu misionero, siente el ardor de Cristo por las almas» (RMi 89). Por esto, «el misionero es el hombre de la caridad, para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios», y se con­ vierte en «signo del amor de Dios en el mundo» (ibídem). Toda vida apostólica es, pues, ~~un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo» (VC 65), que se inspira en el «amor fontal o caridad de Dios Padre» (AG 2). La doctrina de Teresa de Lisieux se expresa siempre a partir de detalles sencillos de toelos los días. La sed de almas, como contagio ele la sed y ele la sangre de Jesús, la expresa con la comparación de una estampita de Jesús crucificado, algo salida del misal, que le suscitó una cascaela de sentimientos: «Un domingo, contemplando una estampa de nuestro Señor crucificado, quedé profundamente impresionada al ver la sangre que caía ele una de sus manos ... caía al suelo sin que naelie se apresurase a recogerla ... resolví mantener­ me en espíritu al pie de la cruz para recibir el divino roCÍo que goteaba ele ella, comprendiendo que luego tendría que derramarlo sobre las almas» (H.A. cap. V). Ya enferma y al final de sus días, repite los mismos sentimientos: «No quiero dejar que se pierda esa sangre preciosa. Pasaré mi vida recogiéndola para las almas» (Ultimas conversaciones, agosto 1897). Su vocación misionera se expresa ya desde su infancia, en los detalles ele cada día, como cuanelo intentó dominar su hipersensibili­ dad elurante la fiesta navideña de 1886: «hizo de mí un pescador de almas ... Sentí que entraba en mi corazón la caridad» (H.A. cap. V). La sed de Cristo será la suya, en la salud y en la enfermedad, en ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISJEUX 155 la soledad y en los trabajos ordinarios: «El grito de Jesús en la cruz resonaba continuamente en mi corazón: «¡Tengo sed!». Estas pala­ bras encendían en mí un ardor desconocido y vivísimo ... Yo misma me sentía devorada por la sed de almas ... A las almas les daba yo la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía estas mismas mas refrescadas con su divino rocío, y de este modo me parecía quitarle la sed ... Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: «Dame de be­ ber»» ... Desea Jesús ser ayudado en su divino cultivo de almas» (H.A. cap. V; hace referencia a la conversión de Pranzini) 5.

D) Hacerle amar de todos

El deseo de totalidad en la entrega, renovada diariamente, se convierte en totalidad de misión. La consagración (por el bautismo, sacramento del Orden y profesión de consejos evangélicos) tiene este sentido de misión totalizante. «La vocación especial de los misione­ ros ad vital11 conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donacio­ nes radicales y totales, impulsos nuevos y valientes» (RMi 66). Por esto, «la misión está inscrita en el corazón de toda forma de vida consagrada» (VC 25). «La persona llamada se confía al amor de Dios que la quiere a su exclusivo servicio, y se consagra total­ mente a El y a su designio de salvación» (VC 17). La consagración la realiza el Espíritu Santo, quien configura los consagrados a Cristo para «acoger como propia su misión» (VC 19). El amor misionero de Teresa de Lisieux no tiene fronteras, por­ que tampoco hace rebajas en la entrega de consagración. Lo da todo para compartir y prolongar la misma misión de Cristo: «Cuán gran-

5 Ver otros testimonios: «Ofrezcamos nuestros sufrimientos a Jesús para salvar almas ... toda la sangre de un Dios fue denamada para salvarlas. Jesús quiere hacer depender su salvación de un suspiro de nuestro corazón» (Carta 61). «Amémosle, pues, hasta la locura, salvémosle almas ... nos pide que apa­ guemos su sed dándole almas ... Jesús quiere que la salvación de las almas dependa de nuestros sacrificios, de nuestro amor. El nos mendiga almas ... una mirada y un suspiro que serán para él solo» (Carta 74). «Es tan dulce ayudar a Jesús a salvar las almas que él redimió con el precio de su sangre» (Carta 171). «Jesús mío, vuestra hijita tiene mucha sed ... se siente dichosa ... de pa­ recerse más a vos y de salvar almas» (Ultimas conversaciones). 156 JUAN ESQUERDA BlFFET de era mi deseo de verle amado y glorificado por todas partes» (H.A. cap. V). «¿Será cortada la florecilla en plena frescura, o bien trasplantada a otras riberas?» (H.A. cap. VIII). «Ser tu esposa, ¡oh

Jesús! oo. ser por mi unión contigo, madre de las almas» (H.A. cap. IX). «El celo de una carmelita debe abarcar el mundo entero» (H.A. cap. XI) 6. En los escritos de Teresa de Lisieux se encuentran frecuentes alusiones a su deseo de ir a las misiones. El Carmelo de Saigón, fundado por el de Lisieux (en 1861), pedía refuerzos para el de Hanoi. «Me gustaría ir a Hanoi para sufrir mucho por Dios. Quisiera ir allá para estar enteramente sola, para no tener consuelo alguno en la tierra» (Ultimas conversaciones, 15.5.6), «¿Será cortada la tlore­ cilla en plena frescura, o bien trasplantada a otras riberas?» (H.A. cap. VIII).

E) «Ser el amor en el corazón de la Iglesia»

El sentido y amor de Iglesia es una característica muy marcada en los misioneros santos. Es sentido y amor que se inspira en el mismo amor de Cristo: «Amó a la Iglesia» (Ef 5,25). Se ama a la Iglesia «como Cristo», porque «sólo un amor profun­ do por la Iglesia puede sostener el celo del misionero». Por esto, «para todo misionero y para toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia» (RMi 89; cfr. PO 14). La doctrina eclesial misionera de Teresa de Lisieux se inspira en Santa Teresa de Avila, la «hija de la Iglesia», y también en San Juan de la Cruz (sobre el valor eclesial del amor), pero con matices muy peculiares. La Patrona de las misiones define su vocación misionera

Ó «Nada me para en las manos. Todo lo que tengo, todo lo que gano es para la Iglesia y para las almas» (Ultimas conversaciones). «Quisiera convertir a todos los pecadores de la tien'a y salvar a todas las almas del purgatorio» (Carta 61). «Mi misión ... la de hacer amar al Rey del cielo, la de someterle el reino de los corazones» (Carta 201). «Pedid a Jesús que también yo le ame y lo haga amar ... por hacer su voluntad estoy pronta a atravesar el mundo» (Carta 202). «Cuento con no estar inactiva en el cielo. Mi deseo es el de seguir trabajando por la Iglesia y por las almas» (Carta 225). «No me arrepentiré nunca de haber trabajado por salvar almas» (Ultimas conversaciones). «Todo lo que he hecho ha sido por complacer a Dios, por salvar almas» (ibídem). ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISlEUX 157 con estas palabras: "La caridad me dio la clave de mi vocación ... Comprendí que la Iglesia tenía corazón ... Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones ... Por fin he hallado mi vocación. ¡Mi vocación es el amor! ... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor!» (H.A. cap. IX). Su amor a la Iglesia es filial (<

F) Misioneros hermanos

Desde niña, Teresa de Lisieux se sintió muy relacionada con los misioneros y con las «misiones». Alude a «la hucha para la colecta de la Propagación de la Fe» (H.A. cap. I1I) y al detalle curioso, durante su vida de colegiala, de llevar «un gran crucifijo atravesado en el cinturón, como lo llevan los misioneros» (H.A. cap. IV). En el examen para ser admitida a la profesión, ella declara haber venido al Carmelo «para salvar almas» (H.A. cap. VIII). Y no deja de contar dentro del convento, con santa envidia, la despedida de los misioneros (H.A. cap. X). Su preocupación misionera se centra en lo que hoy llamamos «cooperación»: oración, sacrificio, limosna y suscitar (o sostener) vocaciones misioneras (RMi cap. VII). Lo ofrecía todo por todos los misioneros y por todos los campos de misión, hasta el caminar con fatiga (cuando estaba enferma) o el aceptar la sequedad de la ora­ ción y de la vida de fe.

7 «Cuento con no estar inactiva en el cielo. Mi deseo es el de seguir trabajando por la Iglesia» (Carta 225). «Todo lo que tengo, todo lo que gano es para la Iglesia y para las almas» (Ultimas conversaciones). «Sólo con la oración y el sacrificio podemos ser útiles a la Iglesia ... En Roma mi rostro se reprodujo en los ojos del Santo Padre» (ibídem).

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Todo lo que sufría lo ofreCÍa para que el Señor alentara y con­ solara a los misioneros de primera fila. El sufrimiento tiene valor salvífico cuando se une al de Cristo para transformalo en donación. «Veo que sólo el sufrimiento es capaz de engendrar almas» (H.A. cap. VIII). Su carteo con dos misioneros viene a ser un arsenal de espiritua­ lidad y de animación o cooperación misionera, donde se refleja su actitud apostólica respecto a los diversos campos de misión. Fueron dos años, los últimos de su vida, durante los cuales tuvo que guardar reserva sobre ello, sin poder hacer comentarios con las demás her­ manas. «Jesús me ha unido con lazos del alma a dos de sus após• toles, que se han convertido en hermanos míos ... Mis hermanos que tan importante lugar ocupan en mi vida ... ¿Cómo podría yo dejar de orar por las almas que ellos salvarán en sus lejanas misiones?» (H.A. cap. XI) 8. Sus cartas son muy densas de contenido. Entresacamos sólo al­ guna referencia al valor misionero de su hermandad espiritual: «La dicha de estar unida a vos por los lazos apostólicos de la oración y de la mortificación ... fecundando vuestro apostolado ... trabajando con vos en la salvación de las almas ... No pudiendo ser misionera por la acción, quiero serlo por el amor y la penitencia, como Santa Teresa, mi seráfica madre ... Vuestra indigna hermanita en Jesús Hostia» (Carta 168, al P. Roulland) 9.

" Los dos misioneros hermanos son: P. Adolfo Rouland (1870-1934), de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, misionero en China. Abate Mauricio Barthélemy Belliere (1874-1907), de los Padres Blancos, misionero en Africa. Ver S. VRAL, Thérese de Lisieux et ses fi"hes missionnaires, Paris, Montreal, Paulines 1992. 9 (Carta 184, al Abate Belliere). «Mi padre y mi madre habían deseado tanto un hijo misionero .. . Antes de mi nacimiento, mis padres esperaban que su deseo iba a realizarse .. . Puesto que un misionero se ha convertido en hermano mío, él es también su hijo ... Trabajando juntos en la salvación de las almas ... el cero, por sí solo, no tiene ningún valor, pero colocado junto a la unidad, se hace poderoso, con tal ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX

Santa Teresa de Lisieux no dejó de anotar para sus Superioras, que el hecho de escribir a misioneros por parte de religiosas de clausura, tenía sus ventajas y también sus inconvenientes. Por esto, decía en su última enfermedad: «Sólo con la oración y el sacrificio podemos ser útiles a la Iglesia ... no se ha de acuñar moneda falsa para comprar almas».

2. CONTEMPLACIÓN y MISIÓN SIN FRONTERAS, DESDE LA EXPERIENCIA DEL AMOR EN LA PROPIA PEQUEÑEZ

Así como la totalidad de la entrega lleva a la totalidad de la misión, de modo semejante la contemplación de la Palabra en el fondo del corazón lleva al anuncio de la misma a todos los pueblos. El punto de encuentro con el Señor, que llama y envía, es la propia realidad donde él espera como Verbo Encarnado. «Es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre» (TMA 6). A partir de esta experiencia de encuentro con Dios hecho hombre, se descu­ bre que «el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presen­ te en todas las religiones de la humanidad» (ibídem). En la doctrina y en la vida de Teresa de Lisieux se hace patente la fuerza misionera de la oración, como experiencia de encuentro con Dios Amor, Padre de todos. La misión urge desde el corazón y, por esto, traspasa el tiempo y el espacio. Quien ha encontrado a Dios Amor, queda urgido a «transmitir a los demás su experiencia de Jesús» (RMi 24) !o.

A) La fuerza misionera de la oración

Afirma la encíclica misionera de Juan Pablo II: «La oración debe acompañar el camino de los misioneros, para que el anuncio de que se ponga detrás, no delante ... Os suplico enviar vuestra bendición al peque­ ño cero que Dios ha colocado a vuestro lado» (Carta 203, al P. Roulland). lO De modo análogo se puede analizar el valor misionero de la contempla­ ción en Santa Teresa de Avila. Ver J. ESQuERDA BIFET, Dimensión misionera de la oración en Santa Teresa de Al'ila, en: Teresa de Al'ila ... , 35 Semana Espa­ ñola de Misionología, Burgos 1982, 129-147. 160 JUAN ESQUERDA BIFFET la Palabra resulte eficaz por medio de la gracia divina» (RMi 78). Teresa de Lisieux compara la oración con una palanca que puede levantar el mundo: «¿No fue acaso la oración donde san Pablo, san Agustín, san Juan de la Cruz, santo Tomás de Aquino, san Francisco, santo Domingo y tantos otros ilustres amigos de Dios sacaron esa ciencia divina que arrebata a los mayores genios? .. (refiriéndose al princi­ pio de Arquímedes) El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: ¡El mismo! ¡El solo! Y una palanca: la oración, que quema como fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra, y así lo levantarán, hasta el fin del mundo, los santos que vengan» (H.A. XI). La doctrina de San Juan de la Cruz sobre el valor apostólico de la contemplación, aparece con cierta frecuencia en los escritos de Teresa de Lisieux 11. Basada en este doctrina afirma: «La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado. pueden, mucho mejor que las palabras, conmover a los corazones ... Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea él quien viva y obre en mí. Siento que cuanto más me abrase el corazón el fuego del amor, con tanta mayor fuerza diré: Atráeme. Y cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro inútil, si me alejase del brasero divino), con tanta mayor ligereza correrán estas almas tras el olor de los perfumes de su Amado» (H.A. XI). Dice de ella misma que imita «la humilde oración del publica­ no», pero que, especialmente, prefiere la audacia de la Magdalena: «Pero, sobre todo, imito la conducta de Magdalena, su asombrosa, o mejor, su amorosa audacia, que encanta el corazón de Jesús, se­ duce el mío» (H.A. XI). Esta oración apostólica equilibra la existencia en armoniosa «unidad de vida» (PO 14). Como dice la exhortación postsinodal sobre la vida consagrada: «Alimentando en la oración una profunda

11 Cita frases del Cántico (anotación a la canción 29: el provecho de un «grado de solitario amof») en: H.A. IX; cartas 191 y 219. Ver: J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de la contemplación en San .luan de la Cruz, «Burgense» 33/1 (1992) 49-67. ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 161

comunión de sentimientos con fÚ (cfr. Fil 2,5-11), de modo que toda su vida esté impregnada de espíritu apostólico y toda su acción apostólica esté sostenida por la contemplación» (Ve 9) 12. El cruce de miradas es una modalidad de la oración de Teresa de Lisieux, que va unida a la actitud de sentirse instrumento pobre y dócil en manos del Señor: «Reconoce que nada había en ella capaz de atraer sobre sí las divinas miradas (de Jesús)>> (H.A. 1). «El pa­ jarillo ... quiere seguir mirando fijamente a su divino Sol... se ve asaltado por la tempestad ... ¡Qué dicha para él permanecer allí, no obstante, seguir mirando fijamente la luz invisible, que se oculta a su fe! ... en su dulce canto ... pensando en su temerario abandono, atrae más plenamente el amor de aquel que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores ... Tu pajarito seguirá con los ojos fijos en ti» (H. A. IX). «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor» (H.A. XI) 13.

B) Contemplación: un encuentro con Dios en la propia pobreza

Hoy especialmente se pregunta sobre la peculiaridad de la expe­ riencia cristiana de Dios. Al apóstol se le pide ser testigo de la experiencia de Dios (cfr. EN 76; RMi 91). Por esto, «el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación» (RMi 91). La experiencia cristiana de Dios no es sólo la de una búsqueda

12 En la carta 173 (al P. Roulland) afirma de sí misma que trae siempre consigo, junto al corazón, el libro de los evangelios. 13 «Mañana recibiré a mi Jesús ... un sólo suspiro se lo dirá todo» (carta 66, a Celina). «Le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, espe­ rando contemplarlo un día cara a cara» (carta 102, a Celina). «(Jesús) Quiere que su florecilla le mire cuando sufre su martirio ... Y es esa misteriosa mirada, cambiada entre Jesús y su florecilla, la que obrará maravillas y dará a Jesús una multitud de otras flores» (carta 107, a Celina). «Muchas veces, sólo e! silencio es capaz de expresar mi oración, pero el huésped divino del tabernáculo lo comprende todo, ¡aun el silencio de! alma de una hija que está llena, de gra­ titud!» (Carta 117, a la Sra. Guerin). «Efectivamente, él duerme casi siempre ... Sin embargo, los ojitos cerrados de Jesús dicen mucho a mi alma... sé muy bien que su corazón vela» (Carta 139, a la Sra, M," Luísa Vallée; cita Can!. 5,2). «Miro el cielo con amor. .. puesto que todo lo que hago .. , lo hago por amor desde mi ofrenda» (Ultimas conversaciones). 162 JUAN ESQUERDA BIFFET de Dios por parte del corazón humano, sino la de aceptar la Encar­ nación del Verbo, por la que «es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual eS posible alcanzarlo» (TMA 6). La experiencia contemplativa de Teresa de Lisieux, que la lleva a un celo misionero desbordante, se expresa por un encuentro con Dios en la propia pobreza. Esta experiencia contemplativa trascien­ de toda conquista conceptual y psicológica, porque es pura gratui­ dad de Dios Padre de todos y que se hace encontradizo con todos, especialmente con los más pobres y humildes. El modo de orar y contemplar de Teresa de Lisieux es asequible a todos: «¿No era, acaso, Jesús mi único amigo? .. No sabía hablar con nadie más que con él» (H.A. IV). En las ocasiones en que se oía un ruido desagradable, dice: «Me veía obligada a hacer sencillamen­ te una oración de sufrimiento ... toda mi oración se me pasaba en ofrecer a Jesús aquel concierto» (H.A. XI). «Ni mi prometido me dice nada, ni yo le digo tampoco nada a él, sino que le amo más que a mí misma» (Carta 91, a Sr. Inés) 14.

C) Experiencia de misericordia: la misión desde el corazón de Dios

La misericordia es «la fuerza constitutiva de la misión» (DM 6), porque entonces «Cristo se convierte en signo legible de Dios que es amor» (DM 3). Por esto, «la Iglesia vive una vida auténtica cuan­ do profesa y proclama la misericordia» (DM 13), puesto que «la razón de su ser es recordar a Dios, esto es, al Padre que nos permite verle en Cristo» (DM 15).

14 «y este Amado (alude a la estrofa del Cántico: «Mi Amado las monta­ ñas» ... ) instruye a mi alma, le habla en el silencio, en las tinieblas» (Carta 114, a Celina). «Cuando no siento nada, cuando soy incapaz de orar, entonces es el momento de buscar ocasiones, nadas que agradan a Jesús ... una sonrisa, una palabra amable ... no me desanimo nunca, me abandono en los brazos de Jesús» (Carta 122, a Celina). «Unicamente él escucha, aunque nada nos responda ... Cuanto más se esconde Jesús, tanto más también sienten ellas que Jesús está cerca» (Carta 128, a Celina). «Cuando estoy junto al tabernáculo no sé decir más que una cosa a nuestro Señor: «Dios mío, vos sabéis que os amo»» (Carta 131, a la Sra. de Guerin). ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISlEUX 163 La doctrina y la vida de Teresa de Lisieux está toda ella tocada por la misericordia de Dios. Todo su deseo se cifra en cantar ente­ ramente esta misericordia, haciendo partícipe de ella a toda la huma­ nidad. Por haber encontrado a Dios Amor en la propia pequeñez, se adentra con audacia en el corazón de Dios, y allí encuentra un lugar para todos los hermanos: «Siempre se me ha mostrado el Señor compasivo y lleno de dulzura ... nada había en ella (en la florecilla) capaz de atraer sobre sí sus divinas miradas» (H.A. cap. I). «Fue la misericordia de Dios la que me preservó ... Jesús me ha perdonado a mí más que a santa Magdalena, puesto que me ha perdonado prevenientemente, impidiéndome caer ... El quiere que le ame por­ que me ha perdonado, no mucho, sino todo» (H.A. IV). «Quería hacer brillar en mí su misericordia. Porque yo era pequeña y débil, él se abaja hasta mí» (RA. V).»A mí (Dios) me ha dado su mise­ ricordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas!» (RA. VIII) 15. A partir de esta experiencia de misericordia infinita, la misión se comprende y vive desde el corazón de Dios: «¡Oh, qué compasión tengo de las almas que se pierden» (H.A. IV). «Yo soy un pincelito que Jesús ha escogido para pintar su imagen en las almas» (H. A. XI). «Amándole a él, se ha agrandado mi corazón, y se ha hecho capaz de dar a los que ama una ternura incomparablemente ... hacer bien a las almas, hacerlas amar más a Dios ... estoy dispuesta a dar mi vida» (RA. XI).

D) El camino de la infancia espiritual, más allá del tiempo

A los santos siempre les ha impresionado la doctrina de Jesús sobre la infancia: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el

15 «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas (ella) ... ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cumbre de la montaña del amor ... No puedo hacer más que una cosa: i amarte, oh Jesús! ... aprovechando las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor ... Siento que si, por un imposible, encontraras a un alma más débil, más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de favores mayores todavía, con tal que ella se abandonara con entera confianza a tu misericordia infinita» (H.A. IX). «El se sirve de los instrumentos más viles, demostrándoles así que sólo él es quien trabaja» (Carta 127, a Celina). 164 JUAN ESQUERDA BIFFET

Reino de los cielos» (Mt 18,3); «te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). Teresa de Lisieux habla con frecuencia de «mi caminito», a modo de pauta de la vida espiritual: no desanimarse, confiar siempre en el Señor, aprovechar las faltas para amar más que antes, realizar la santidád en las cosas pequeñas ... Es el camino de la infancia espi­ ritual, a modo de «ascensor», es decir, de colocarse en los brazos de Jesús. La Patrona de las misiones se sentía J1amada a dar a conocer este caminito evangélico: «Aprovechando las cosas más pequeñas y ha­ ciéndolas con amor» (H.A. IX). «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad ... por un caminito muy recto ... un ascensor para elevarme hasta Jesús ... Si alguno es pequeñito, que venga a mí ... ¡El ascensor que ha de elevarme al cielo son vuestros brazos, oh Jesús!» (H.A. X) 16. Santa Teresa de Lisieux se siente lJamada a dar a conocer este caminito de confianza filial y audaz, más allá del tiempo. Su misión continuará hasta el final de la historia. Ella es una aplicación del dogma de la comunión de los santos y de la intercesión de quienes nos han precedido en la gloria: «Presiento que mi misión va a co­ menzar, mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito ... pasaré el cielo en la tierra hasta el fin del mundo ... Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra» (H.A. epílogo) 17.

lO «Mi camino es todo de confianza y de amor; no comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno Amigo ... la perfección, se me hace fácil; veo que basta con, reconocer la propia nada y abandonarse como niño en los brazos de Dios» (Carta 203, al P. Rouland). «No me desanimo nunca, me abandono en los brazos de Jesús» (Carta 122, a Celina). «¡Qué importa que sea yo u otro quien revele ese camino a las almas! Con tal que se enseñe. ¡Qué importa el instrumento!» (Ultimas conversaciones). 17 «¿Por qué estos deseos de comunicar tus secretos de amor, Jesús?» (Carta 175, a Sr. M.ª del Sdo. Corazón). «En el cielo tendré el mismo deseo que en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar» (Carta 188, al A. Belliere). «Quiero salvar almas ... aún después de mi muerte» (Carta 191, al P. Roulland, a quien pide que haga esta oración por ella: «Dios mío, permitid a mi hermana que siga haciéndoos ama!'»). «Mucho más que aquí abajo, seré útil a las almas ... mi alma estará siempre con él mediante la oración» (Carta 224, al A. Belliere). ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 165 Esta audacia filial, que quiere trascender el tiempo, parece tener inicio en los Ejercicios de octubre de 1891, cuando el confesor (P. Prou OFM) le asegura que sus faltas no desagradan a Dios. De esa afirmación aprende el abandono filial en los brazos de Dios, con humildad y confianza, para lanzarse a la plenitud del amor. Es el mejor modo de corregir esas mismas faltas, sin disminuir el fervor de la caridad. Su «caminito» es una traducción original de la «Su­ bida del Monte» de San Juan de la Cruz, con las mismas exigencias de entrega total. Teresa de Lisieux explica su «caminito» en 1896 (un año antes de su muerte), en la tercera parte de la autobiografía. Desde el cielo, continuaní. enseñando ese itinerario de santidad asequible a todos, hasta a los más débiles y pequeños. Esa continúa siendo su misión: «La misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito» (RA. epílogo).

3. VIDA MARTIRIAL: SUFRIR AMANDO POR LA MISIÓN

La misión eclesial sin fronteras ha tenido siempre y sigue tenien­ do el sello característico del «martirio», como «testimonio audaz» del misterio pascual de Cristo: «Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús» (Act 4,33). La celebración del Jubileo del año 2000 no podrá pasar por alto que «en nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuen­ cia desconocidos, casi «milites ignoti» de la gran causa de Dios» (TMA 37) 18. El magisterio de Juan Pablo II ha recordado insistentemente este t~ma como realidad de gracia. «Como siempre en la historia cristia-

«El Señor me habrá abierto su reino, y podré disponer de sus tesoros para prodigarlos a las almas ... volaré a las lejanas regiones para... ayudaros más eficazmente en vuestros trabajos apostólicos» (Carta 225, al P. Rouland). IX La relación entre la misión «ad gentes» y el martirio ha sido ya estudia­ da, aunque siempre queda abierta a nuevas perspectivas: AA:.VV., La lf?lesia martirial intopela nuestra animación misionera, Burgos, XLI Semana Esp. Mision. 1989; T. NIETO, Raíces híhlicas de la misión y del martirio, «Misiones Extranjeras» n.127 (1992) 5-15. He estudiado el tema en: La fuerza de la dehilidad (Madrid, BAC, 1993) cap. 6. 166 JUAN ESQUERDA BIFFET na, los mártires, es decir, los testigos, son numerosos e indispensa­ bles para el camino del Evangelio» (RMi 45). El martirio es «anun­ cio solemne y compromiso misionero» (YS 93; cfr. 89-94). Ha ne­ gado a ser «patrimonio común» de todos los cristianos IY. En la recitación dominical del «Angelus» (7.1.96), al presentar el decreto conciliar misionero «Ad Gentes», decía el Papa: «A 10 largo de los siglos, la tradición misionera de la Iglesia ha escrito páginas estupendas de historia. También hoy numerosos misioneros consagran su vida a la causa del Evangelio y a la promoción del hombre, entregándose sobre todo en favor de los más pobres, en situaciones a menudo difíciles y peligrosas, a veces llamados a dar el testimonio supremo del martirio. Con las palabras de los padres conciliares, deseo enviar un saludo muy afectuoso a todos esos heraldos del Evangelio, «especialmente a aquelIos que sufren perse­ cución por el nombre de Cristo» (AG 42)>> 20.

A) La fecundidad misionera de la cruz

La misión, por ser prolongación de la vida de Cristo, recorre su mismo camino de inmolación, y «tiene su punto de Ilegada a los pies de la cruz» (RMi 88). Todo misionero sabe muy bien este camino, así como está convencido de que no hay fecundidad sin cruz, como <<110 hay redención sin derramamiento de sangre» (Heb 9,22) 21. La cruz no significa directamente dolor, sino el amor oblativo que conIleva ordinariamente el sufrimiento. En Teresa de Lisieux el sufrimiento va acompañado siempre del amor, sin el cual no tendría sentido cristiano y misionero: «El sufrimiento, unido al amor, es la

19 El Decreto conciliar «Unitatis Redintegratio» habla de este «patrimonio común» y añade: «Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la vida de otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derramamiento de sangre» (UR 4). Ver también la encíclica «Ut Unum Sint» nn. 1, 84; «Tertio Millennio Adveniente» 37. 20 L' Osservatore Romano, esp., 12 de enero de 1996, pp. 1 Y 6. 21 Sobre el valor misionero de la cruz: J. DINH Ove DAO, La misión hoya la luz de la CI'lIZ, «Omnis Tena» 28 (1986) 22-29; J. ESQUERDA BIFET, La jilerza de la debilidad, o.c. ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 167 umca cosa que me parece deseable en el valle de lágrimas ... Es verdad que su cruz me ha acompañado desde la cuna, pero Jesús me ha hecho amar con pasión esta cruz» (Carta 224, al A. BeBiere). «El sufrimiento me tendió sus brazos, y yo me arrojé en ellos con amor» (H.A. cap. VII). La fecundidad apostólica, como en Pablo, tiene lugar por medio del sufrimiento transformado en amor (efr. GaI4,19; Col 1,24). Para Pablo, se trata del dolor de la maternidad apostólica, según el anun­ cio de Cristo durante la última cena (efr. Jn 16,21-22). Por esto decía Teresa de Lisieux: «Las almas me las quería dar por la cruz» (H.A. cap. VII). «Veo que sólo el sufrimiento es capaz de engendrar almas» (H.A. cap. VIII). «Sólo el sufrimiento puede engendrar al­ mas a Jesús» (Carta 108, a Celina). La alegría que va unida al sufrimiento no consiste en sufrir por sufrir, sino en el gozo de poder compartir la misma suerte de Cristo, según la perspectiva paulina: «Estoy lleno de consuelo y sobreabun­ do de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2Cor 7,4). Entonces la «tristeza» y el miedo por el sufrimiento se convierten en «gozo que nadie puede quitar» (Jn 16,20.22). Decía Teresa de Lisieux: «Sufro con alegría y paz. Verdaderamente hallo mi alegría en el sufrir» (H.A. cap. X). El gozo misionero del sufrimiento se alimenta del celo apos­ tólico al estilo del Buen Pastor. Ese es el precio de las almas: «Sufriendo se puede salvar almas» (Carta 23, a Sr. Inés). Por esto, para ella, «un día sin sufrir, es un día perdido» (Carta 26, a Celina). No se trata siempre de grandes sufrimientos, sino de las peque­ ñas espinas de la vida ordinaria: «No pierdas ninguna de las espinas que encuentras cada día, ¡con una de ellas puedes salvar un alma!» (Carta 72, a María Guerin). «No le rehusemos el menor sacrificio ... ¡Recoger un alfiler por amor puede convertir a un alma! ¡Qué mis­ terio!» (Carta 143, a Leonia). Tampoco se trata de buscar explicaciones teóricas, sino de imitar el ejemplo del mismo Jesús: «Quiere que empecéis ya vuestra mi­ sión, y que por el sufrimiento salvéis a las almas. ¿No fue sufriendo, muriendo, como él mismo redimió al mundo?» (Carta 184, al A. Bellliere). Por esto, «la oración y el sacrificio constituyen toda mi 168 JUAN ESQUERDA BIFFET fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pue­ den, mucho mejor que las palabras, conmover a los corazones» (H.A. cap. XI) 22. La doctrina de Teresa de Lisieux sobre la fecundidad misionera de la cruz, se inspira en toda la tradición eclesial misionera. En carta a su «hermano» misionero, el P. Roulland, cita una afirmación del mártir Teófano V énard: «Toda la vida del misionero es fecunda en cruces»23. Ella comenta: «Hermano mío, los comienzos de vuestro apostolado están marcados por el sello de la cruz» (Carta 203). Es lo que han afirmado tantas almas apostólicas: «Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la cruz» (M. Concepción Cabrera de Armida).

B) El martirio de amor y de sangre

Estas dos clases de martirio, el de amor y el de sangre, se com­ plementan y postulan mutuamente. El martirio propiamente dicho es el de sangre, es decir, «el don total de uno mismo, como hizo Cristo en la cruz» (VS 89). Es el martirio qUe prometió Jesús (cfr. n 15,18- 21; Mt 10,17-28). Pero ese martirio cruento no se improvisa, sino que se prepara siempre- con el martirio de amor en la vida ordinaria de todos los días. 24 El martirio de amor es la vida donada gota a gota, viviendo a la sorpresa de Dios. Y a la iniciativa de Dios se deja también el género de muerte y las dificultades que puedan sobrevenir. Esta actitud martirial es el celo de almas que quema la vida haciéndola fecunda:

22 Respecto al valor misionero y eclesial del amor, se inspira en San Juan de la Cruz: «Es más precioso delante de él (Dios) y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que toda esas obras juntas» (Cántico espiritual, anotación a la canción 29). Ver Historia de un Alma, cap IX. Analizo el sentido misionero de la doctrina del santo en: Dimensión misionera de la contemplación en San Juan de la Cmz, «Burgense»33/1 (1992) 49-67. 23 Cfr. CH. SIMONET, Théophane Vénard a martyre o/Vietnam, San Francis­ co, Ignatius Press 1988. 24 Algunos estudios sobre el martirio no dejan de apuntar esos aspectos complementarios: P. MOLINARI, S. SPINSANTI, Mártir, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Madrid, Paulinas 1985, 869-880. Ver otros estudios en nota 2. ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 169 «La caridad de Cristo me urge» (2Cor 5,14). La vida apostólica se va consumiendo en la llama de los mismos amores de Cristo: «Ten­ go otras ovejas» (Jn 10,16); «vine a traer fuego» (Lc 12,49); «venid a mí todos» (Mt 11,28); «tengo sed» (Jn 19,28) ... Desde su adolescencia, Teresa de Lisieux pidió al Señor la gra­ cia de ser mártir. Así lo dice al narrar su visita al Coliseo de Roma: «Me palpitaba fuertemente el corazón al posar mis labios sobre el polvo purpurado con la sangre de los 'primeros cristianos. Pedí la gracia de ser también mártir por Jesús, ¡y sentí en el fondo de mi corazón que mi oración era escuchada!» (H.A. VI). Al martirio de sangre, la Patrona de las Misiones le llama «el sueño de mi juventud», con derivaciones ilimitadas y con el deseo de imitar a todos los mártires: «Desearía, sobre todo, ¡oh amadísimo Salvador mío!, derramar por ti hasta la última gota de mi sangre. ¡El martirio! He aquí el sueño de mi juventud ... Desearía sufrir todos los suplicios infligidos a los mártires ... y con Santa Juana de Arco, mi hermana querida, quisiera murmurar en la pira tu nombre, ¡oh Jesús!» (H.A. IX). En esta perspectiva de fe, llega a pedir a Dios que sus «hermanos» espirituales, los misioneros, lleguen a alcanzar la palma del martirio (cfr. Carta 178 y 225, al P. Roulland, y Carta 201, al A. Belliere). Tiene santa envidia de la mártir Cecilia: «Como tú quisiera sa­ crificar mi vida, darle toda mi sangre» (Poesía 3). Al aludir a los héroes de la historia, no duda en afirmar que < se alimenta de la sed misionera de salvar almas. La sed de Cristo en la cruz contagia a los apóstoles de un celo misionero universal: «El grito de Jesús en la cruz resonaba continuamente en mi corazón: '¡Tengo sed!'. Estas palabras encen­ dían en mí un ardor desconocido y vivísimo ... Yo misma me sentía devorada por la sed de almas» (H.A. cap. V). Y añade: «A las almas les daba yo la sangre de Jesús, y a Je"ús le ofrecía estas mismas almas refrescadas con su divino rocío, y de este modo me parecía quitarle la sed» (ibídem). «Mientras tanto, comencemos nuestro martirio, dejemos que Jesús nos arranque todo lo que nos es más querido, y no le rehusemos nada» (Carta 62, a Celina). Los sufrimientos y dificultades de la vida misionera se convier­ ten en fecundidad apostólica por ser el martirio íntimo de una vida entregada: «Desea Jesús ser ayudado en su divino cultivo de almas» (H.A. cap. V). «Ofrezcamos nuestros sufrimientos a Jesús para sal­ var almas ... toda la sangre de un Dios fue derramada para salvarlas. Jesús quiere hacer depender su salvación de un suspiro de nuestro corazón» (Carta 61, a Celina). «Amémosle, pues, hasta la locura, salvémosle almas ... nos pide que apaguemos su sed dándole almas ... Jesús quiere que la salvación de las almas dependa de nuestros sa­ crificios, de nuestro amor. El nos mendiga almas ... una mirada y un suspiro que serán para él sólo» (Carta 74, a Celina). «¡Es tan dulce ayudar a Jesús a salvar las almas que él redimió con el precio de su sangre!» (Carta 171, a Leonia). En sus últimos momentos le da pena no morir mártir por el derramamiento de sangre. Casi en sus últimos momentos y abrasada de sed, Teresa de Lisieux dirá con confianza filial: «Jesús mío, vuestra hijita tiene mucha sed ... se siente dichosa ... de parecerse más a vos y de salvar almas» (Ultimas conversaciones, por Sr. María de la Trinidad). [72 JUAN ESQUERDA BIFFET

C) El suji-imiento de la misión oculto por la fe y la esperanza

La actitud misionera de no poner condicionamientos al anuncio del Reino, es en realidad una actitud martirial. El celo apostólico del misionero no puede detenerse ante las dificultades ni puede condi­ cionarse a intereses y preferencias personalistas. Frecuentemente la misión reviste características de virtud heroica, especialmente por la fortaleza, perseverancia y paciencia ilimitada, al no constatar el fru­ to inmediato o al 1Jegar a ver obras apostólicas que costaron grandes sudores y que se han venido abajo. Decía Teresa de Lisieux que «todos los misioneros son mártires por el deseo y la voluntad», porque «han deseado entregar su vida por el que aman» (Carta 203, al P. Roulland). La doctrina conciliar del Vaticano II contiene una afirmación semejante: «El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a conocer con confianza el mis­ terio de Cristo, cuyo legado es, de suerte que se atreva a hablar de El como conviene, no avergonzándose del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es suave y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con su vida enteramente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera, y si es nece­ sario, hasta con la propia sangre» (AG 24). El martirio permanente del misionero tiene lugar en el mismo campo de la vida y acción apostólica, siempre a la luz de la fe y con la confianza y tensión de la esperanza. La fe es siempre oscura y no corresponde a la lógica y a los cálculos humanos. Vivir confiada y audazmente, con la convicción de que siempre es posible hacer lo mejor, es el martirio de la esperanza, que se traducirá en una «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), como el granito de trigo que parece morir en el surco (cfr. Jn 12,24). Es una vida de «Naza­ ret» misionero. Se podría decir que es «el martirio según el Evan­ gelio» de que habla San Policarpo, es decir, por el hecho de vivir de acuerdo con el mensaje de Jesús 25. Misión, en Teresa de Lisieux, equivale a sufrir amando: «Encon­ tré de sufrir en paz ... basta querer todo lo que Jesús quie­ re. Para ser esposa de Jesús, es necesario parecerme a Jesús. Jesús

25 Martyri1l171 Polical1Ji I, 1. ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 173 ,está todo sangrante, coronado de espinas» (Carta 63, a Celina). «Me gustaría ir a Hanoi para sufrir mucho por Dios. Quisiera ir allá para estar enteramente sola, para no tener consuelo alguno en la tierra» (Ultimas conversaciones, 15.5.6). La vida es martirial cuando no se emplea en el propio interés, sino en el de servir para la salvación de todos: «Sabiendo que en este instante hay almas que están en peligro de perderse, .. les doy todo lo que poseo, y aún no he encontrado un momento para decir­ me: ahora voy a trabajar para mí» (Ultimas conversaciones, 14.7.2). El martirio de la misión consiste también en considerarse sólo un instrumento vivo: «¡Qué importa que sea yo u otro quien revele ese camino a las almas! ¡qué importa el instrumento!» (Ultimas conyersaciones, 21.7,5), Ese martirio por la fe y la esperanza tiene repercusiones insos­ pechables: «Las gracias, las luces que recibimos se deben a un alma escondida ... ¡Cuántas veces he pensado si no podría yo deber todas las gracias que he recibido a las oraciones de un alma a quien no conoceré más que en el cielo! Sí, una centellita podría hacer brotar grandes lumbreras en toda la Iglesia, como los doctores y los már­ tires» (Ultimas conversaciones, 15.7,5). Teresa de Lisieux imaginaba las fatigas de la vida misionera. Pero, al mismo tiempo, las tomaba como suyas y ofreCÍa su vida de fatigas para aliviar a los misioneros: «¿Sabéis lo que me da fuerza? Pues bien, camino por un mision'ero para disminuir sus fatigas, yo ofrezco las mías a Dios» (Ultimas conversaciones, Varia, 2). Las sorpresas de la vida misionera hacen sufrir, pero son fecun­ das. Por esto, una señal de que la misión es martirial consiste en la autenticidad del misionero, sin complejos de héroe. Se vive sólo por Cristo y entonces «la muerte es una ganancia» (Fil 1,21). «Si mu­ riese a los 80 años, y hubiese estado en China y en todas partes, estoy segura que moriría tan pequeña como hoy» (Ultimas conver­ saciones, 25.9.1). Vivir y morir, a la sorpresa de Dios, es el martirio más sencillo, gozoso y fecundo: «Si una mañana me encontraseis muerta, no os apenéis, .. todo es gracia» (Ultimas conversaciones, 5.6.4) 26,

26 Según Sr. Genoveva, esa expresión era frecuente en la santa. En el con­ texto se refiere también a la eventualidad de no poder recibir los sacramentos, [74 JUAN ESQUERDA BIFFET

4. CON MARÍA y COMO ELLA, MADRE DE LAS ALMAS

Toda colaboración en la acción evangelizadora de la Iglesia, equivale a participar en su maternidad. Jesús comparó a los Após• toles con una madre que da a luz en medio de sufrimientos (cfr. Jn 16,21-22). San Pablo también se compara con una madre que sufre dolores de parto para «formar a Cristo» en los demás (Oal 4,19). El punto de referencia de esta maternidad es María, la Madre de Jesús (cfr. Oal 4,4), como tipo de la maternidad eclesial (cfr. Oal 4,26). En su acción apostólica, la Iglesia mira a María como modelo y ayuda materna. «Por lo cual, también en su obra apostólica, con ra­ zón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Igle~ia nazca y crezca también en los corazones de los fieles» (LO 65). El celo apostólico es como el amor materno de María: «La Vir­ gen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LO 65; cfr. RMi 92). Esta es, pues, la perspectiva con que Teresa de Lisieux se ca­ lifica «madre de las almas».

A) El camino de la fe oscura

María, en su proceso de maternidad, tuvo que seguir el camino de la fe oscura. La fecundidad materna presupone «la noche de la fe» en María y en la Iglesia (cfr. RMa 17). Entonces «la fe se fortalece dándola» (RMi 2). Teresa de Lisieux se sintió inmersa en esa noche de la fe, que ella transformó en fecundidad misionera, con el ejemplo, la presen­ cia y la ayuda de María. «Con sus íntimos, con su Madre, él (Jesús) no hace milagros hasta haber puesto a prueba su fe» (H.A. cap. VI): se refiere a la comparación del Ni,ño Jesús con la pelotita). «Permi­ tió que mi alma se viese invadida por las más densa tinieblas ... Es necesario haber caminado por este sombrío tunel para comprender su oscuridad» (H.A. cap. X: vómitos de sangre en Semana Santa). ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 175 «Que todos esos que no están iluminados por la antorcha de la fe, la vean, por fin, brillar ... Creo haber hecho más actos de fe de un año a esta parte, que en toda mi vida ... Pero corro a mi Jesús, le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo. Le digo que me alegro de no gozar de ese inmenso cielo en la tierra, a fin de que se lo abra él en la eternidad a los pobres incrédulos» (ibídem). Esta experiencia personal de fe oscura, le ayudó a comprender mejor la doctrina mariana: «Para que un sermón sobre la Santísima Virgen me guste y me aproveche, es necesario que me haga ver su vida real, no su vida supuesta; y estoy segura de que su vida real fue en extremo sencilla. La presentan inaccesible; habría que presentarla imitable, hacer resaltar sus virtudes, decir que vivía de fe, como nosotros» (Ultimas conversaciones, 21.8.3, se refiere a Le 2,50). «Sabemos muy bien que la Santísima Virgen es la Reina del cielo y de la tierra, pero es más madre que reina, y no se debe decir que a causa de sus prerrogativas eclipsa la gloria de todos los santos ... ¡Dios mío, qué extraño es esto! ... Creo que ella aumentará en mucho el esplendor de los elegidos» (Ultimas conversaciones 21.8.3) 27.

B) Familiaridad CO/1 María

Los santos han practicado una especie de «comul1lon de vida» con María (cfr. RMa 45, nota). De hecho, han intentado vivir la realidad de María, con todas las gracias peculiares recibidas de Cristo, con una actitud de relación, es decir, viviendo la presencia activa y materna de María (cfr. RMa 1,24).

27 «¡Madre del Salvador, qué amable me pareces, qué grande me pareces en tan pobre lugar! ... Te amo cuando te mezclas con las demás mujeres, que dirigen sus pasos al templo del Señor ... Tu dulce Niño, Madre, quiere que seas tú el ejemplo vivo del alma que le busca a oscuras, en la noche de la fe .. . <<¡Sufrir amando es la dicha más pura! ... Ni éxtasis, ni raptos, ni milagros .. . Vivir contigo quiero, Madre amada ... en tu contemplación yo me hundo absor­ ta, de tu inmenso corazón descubro los abismos de amor. Tu maternal mirada desvanece mis miedos, y me enseña a llorar, y me enseña a reír» (Poesía 44). Esta última poesía mariana «

Se podría decir que Teresa de Lisieux se sintió enrolada en esa dinámica mariana, imitando a la Virgen que, por ser fiel, orante y oferente, se hace madre fecunda (cfr. Marialis cultus, de Pablo VI). Los santos misioneros han vivido «en familia» con María, como en un cenáculo permanente. La infancia de Teresa de Lisieux está toda jalonada de expresio­ nes marianas, que indican una gran familiaridad con la Santísima Virgen. Durante todo su vicia recordará «las gracias otorgadas a la florecilla de la Santísima Virgen en la primavera de su vida» (H.A. cap. X). De este modo su vida es como el «Magnificat» de María, en el que canta «su pequeñez». Recuerda con detalle su primera comunión, cuando le encarga­ ron de pronunciar, en nombre de todos, la consagración a María, y añade: «Puse todo mi corazón en las palabras, y me consagré a ella como una hija que se echa en brazos de su madre, pidiéndole que vele por ella. Creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecilla y de sonreirle. ¿No la había curado ella con una sonrisa visible?» (H.A. cap. IV). Atribuye a María haber sido preservada antes de entrar en la clausura. Su infancia se convirtió en un itinerario de espiritualidad mariana. Dice así: «En espera de tan dulce momento, Teresita iba creciendo en el amor a su Madre del cielo» (H.A. cap. IV). Ese itinerario mariano la ayudaba a afrontar las dificultades del colegio y de la convivencia. Describe su cuarto de estudiante con todo detalle, sin olvidar «una estatua de la Santísima Virgen con floreros siempre provistos de flores naturales, con velas» (H.A. cap. IV). Recuerda «el sábado, día consagrado a la dulce Reina de los cielos» (H.A. cap. V). Su visita a París tenía como objetivo principal el recuerdo de María, especialmente en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias». Describiendo una visita a este santuario, después de su curación, dice: «La Santísima Virgen me dio a entender claramente que había sido ella, en verdad, quien me había sonreído y curado. Comprendí que velaba por mí, que yo era su hija, y que, siendo así, no podría darla otro nombre que el de «Mamá», pues me parecía aún más tierno que el de Madre» (H.A. cap. VI). Ya dentro del monasterio, ya describiendo los detalles de su rI

ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 1.77 caminar espiritual con referencias marianas explícitas y frecuentes, especialmente en su preparación para la profesión religiosa: «¡Qué bella fiesta la natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la pequeña Virgen, niña de un día, la que presentaba su pequeña flor a su pequeño Jesús» (H.A. cap. VIII). Pide frecuentemente a la Santísima Virgen que la acompañe en la comunión, para quitar los «escombros» de su corazón y para dar gracias (cfr. H.A. cap. VIII). No le desanima constatar que no logra disipar las distracciones durante el rosario: «La Reina de los cielos, siendo mi Madre, ha de ver mi buena voluntad y contentarse con ella ... La Santísima Virgen me demuestra que no está enfadada con­ migo, nunca deja de protegerme en seguida que la invoco» (H.A. cap. XI). En sus cartas recuerda muchos detalles de la vida de María, especialmente su vida sencilla de Nazaret y su dolor junto a la cruz (cfr. carta 32). Y da algunas sugerencias prácticas: «No temas amar demasiado a la Santísima Virgen; nunca la amarás bastante, Jesús estará muy contento» (Carta 71). «Celina ... ¡Es necesario que este año hagamos muchos sacerdotes que sepan amar a Jesús, que le toquen con la misma delicadeza con que María le tocaba en su cuna!» (Carta 79). Sus afirmaciones, por ser de gran confianza filial, rayan en el atrevimiento: «A veces me sorprendo diciéndole: «Mi buena Virgen Santísima, me parece que soy más feliz que vos, porque os tengo por Madre y vos no tenéis a una Virgen Santísima a quien amar... Nosotros somos más ricos que vos, pues poseemos a Jesús y vos sois también nuestra» ... Sin duda, la Santísima Virgen debe de reírse de mi candidez, ¡y sin embargo, lo que le digo es verdad!» (Carta 116, a Celina). En las cartas a sus hermanos misioneros, alude con frecuencia a María, señalando su protección y «asistencia maternal de la dulce Reina de los Apóstoles» (Carta 177). Intuyendo las dificultades personales y ambientales, escribe al P. Roullánd: «¡Qué alegría pensar que esta Virgen es nuestra Madre! Puesto que ella nos ama y conoce nuestra debilidad» (Carta 203). El último autógrafo de Teresa de Lisieux (8 de septiembre de 1897, tres semanas antes de su muerte), lo escribió en el dorso de 178 JUAN ESQUERDA BIFFET

una estampa de Nuestra Señora de las Victorias: «¡Oh, María, si yo fuera la Reina del cielo y vos fueseis Teresa, quisiera ser Teresa a fin de que vos fueseis Reina del cielo» (Ultimo autógrafo, 8 sep­ tiembre 1897). Quizá donde ha quedado descrita con más detalles la familiari­ dad de Teresa de Lisieux, es en la poesía 44 (<

C) Madre de las almas, con María y como ella, la «Reina de los Apóstóles»

Teresa de Lisieux llama a María «Reina de las vírgenes, de los apóstoles y de los mártires» 29. La poesía n. 44 (<

2X «La Santísima Virgen no tiene a otra Santísima Virgen a quien amar, es menos dichosa que nosotros» (Ultimas conversaciones 11.8.3). «¡Cuánto me hubiera gustado ser sacerdote, para predicar sobre la Santísima Virgen! Un sólo sermón me habría bastado para decir todo lo que pienso al respecto. Ante todo, hubiera hecho ver cuán poco se conoce su vida ... Tuvo menos suerte que nosotros, puesto que no tuvo ni tier,te una Santísima Virgen a quien amar. En fin, en mi cántico «Por qué te amo, María», he dicho todo lo que predicaría sobre ella» (Ultimas conversaciones 21.8.3). 29 En las primeras ediciones de las Poesías, había una con este título: «A I, I ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 179 María») que ella llamaba «Mi pequeño cántico», acentúa el aspecto doloroso y martirial: «¡Oh Reina de los mártires, la espada dolorosa traspasará tu pecho, hasta la tarde misma de la vida!» (Poesía 44). El punto de referencia es siempre Jesús, quien «sufrió este martirio por salvar almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen Inmaculada de pie junto a la cruz con el corazón traspasado por una espada de dolores» (Carta 184, al A. Belliere). De ahí se pasa a descubrir el sentido maternal del martirio de María: «Te me apareces, Virgen, en la sombría cumbre del Calvario, de pie junto a la cruz ... ¡Oh Reina de los mártires, quedando en el destierro, prodigas por nosotros toda la sangre virginal y pura de tu sublime corazón de madre!» (Poesía 44). Por esto, el corazón m;]­ terno de María es «inmenso», porque en él cabe la humanidad entera (ibídem). Este martirio de amor es el camino de una maternidad fecunda. Teresa de Lisieux, participando en ese martirio, se considera «madre de las almas» (H.A. cap. IX; Carta 114). Esta expresión es frecuente en sus escritos. Se trata de la fecundidad que proviene del sufrir amando y de la virginidad como desposorio con Cristo: «Ser tu esposa, ¡oh Jesús! ... ser por mi unión contigo, madre de las almas, debería bastarme» (H.A. cap. IX). «Soy virgen, ¡oh Jesús! No obs­ tante, ¡qué misterio!, al unirme yo a ti, soy madre de almas» (Poesía 22). «¡Nunca hubiera creído que fuese posible sufrir tanto!: .. No puedo explicarme esto, a no ser por los deseos ardientes que he tenido de salvar- almas» (Ultimas conversaciones, último día). Este sufrimiento materno y fecundo transparenta la maternidad de María y de la Iglesia misionera. El sufrimiento se trasciende al convertirse en donación materna a ejemplo de María: «¡Sufrir aman­ do es la dicha más pura! ... Vivir contigo quiero, Madre amada ... de tu inmenso corazón descubro los abismos de amor» (Poesía 44). El martirio de la vida ordinaria, vivida por amor, es el que se parece más al martirio de la Reina de los mártires y Reina de los Apóstoles, que consistió principalmente en «la noche de la fe». María es, al mismo tiempo, «Reina de los Apóstoles y de los már-

nuestra Señora de las Victorias, Reina de las vírgenes, de los apóstoles y de los mártires».

L 180 JUAN ESQUERDA BIFFET tires» (Carta 178, al P. Roulland). Por esto, Teresa de Lisieux, como «florecilla de la Virgen» se siente unida a la maternidad virginal y dolorosa de María: «Jesús se esconde, pero se le adivina. Derraman­ do lágrimas, se le enjugan las suyas, y la Santísima Virgen sonríe. ¡Pobre Madre! ¡Sufrió ella tanto por causa nuestra! Justo es que nosotros la consolemos un poco llorando y sufriendo con ella» (Car­ ta 32, a Celina). Mirando a María, Reina de los Apóstoles y de los mártires, la vida misionera recobra su misteriosa fecundidad. La actitud marti­ rial de Teresa de Lisieux tiene dimensión eclesial. La vida misionera es hermosa porque se desarrolla en el corazón de la Iglesia, gastán­ dose en aras del amor. Esa es la vocación misionera de la santa: «En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor!» (H.A. cap. IX). El sentido teresiano de ser «hija de la Iglesia», recobra su di­ mensión misionera y martirial: «Yo soy hija de la Iglesia» (H.A. cap. IX). Esta actitud eclesial desborda las barreras del tiempo: «Cuento con no estar inactiva en el cielo. Mi deseo es el de seguir trabajando por la Iglesia» (Carta 225, al P. Rouland). La vida misio­ nera es martirial porque se gasta sólo por Cristo y por su Iglesia. «Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama la Iglesia, como Cristo» (RMi 89). Así era el celo misionero de Santa Teresa de Lisieux: «Nada me para en las manos. Todo lo que tengo, todo lo que gano es para la Iglesia y para las almas» (Ultimas conversaciones, 12.7.3). Muchas almas misioneras han querido imitar las actitudes de Teresa de Lisieux. Ella misma, en sus cartas, contagia este celo materno de salvar almas: «Nuestra misión ... es la de formar obreros evangélicos que salven a millones de almas, cuyas madres seremos nosotras ... ¡Me parece tan bella nuestra participación!» (Carta 114, a Celina).

LíNEAS CONCLUSIV AS: TERESA DE LISIEUX, EL AMOR APASIONADO POR LA MISIÓN DE ANUNCIAR A CRISTO

Una fotografía de 17 de marzo de 1896, muestra a Teresa de Lisieux con un letrero en las manos, en el que está escrita la frase ACTUALIDAD DEL CARISMA MISIONERO DE TERESA DE LISIEUX 181 de Santa Teresa de A vila: «Yo daría mil vidas por salvar una sola alma» 30. El amor que constituye la esencia de esa actitud martirial y misionera, es el amor que aspira a ser de totalidad, que tiende con­ tinuamente a darse del todo y para siempre. La vocación de Teresa de Lisieux la define ella misma: «¡Mi vocación es el Amor!» (H.A. cap. IX). Ya no queda otro deseo si no es del de «amar a Jesús con locura», porque «es el amor lo único que me atrae» (H.A. cap. VIII). «Desde hace tiempo no me pertenezco a mí misma, estoy entregada totalmente a Jesús» (H.A. cap. X). Esa es la pasión misionera de Teresa de Lisieux, que tiende siempre y sólo a transparentar al Amor, a «amarle y hacerle a 111 a)'» (Carta 89, a Sr. Inés), a modo de opción fundamental y vocacional por el Amor, con la característica dominante de ser «el amor en el corazón de la Iglesia» (H.A. cap. IX). Así podrá decir pocos mo­ mentos antes de morir: «No me alTepiento de haberme entregado al Amor» (Ultimas conversaciones, 30.9.97). A partir del centenario de la muerte de Santa Teresa de Lisieux (1997) y en el inicio del tercer milenio, «deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad: nos ha nacido el Salvador del mundo» (TMA 39). A la luz del amor apasionado por el Señor, al estilo de Pablo y de Teresa de Lisieux, se puede afirmar que «sólo en la fe se com­ prende y se fundamenta la misión» (RMi 4), porque «la salvación no puede venir más que de Jesucristo» (RMi 5). El que ama así, aprecia más que nadie las «semillas del Verbo» esparcidas por el Espíritu Santo en los pueblos, culturas y religio­ nes. Porque es el mismo Espíritu de amor quien «las prepara para su madurez en Cristo» (RMi 28). La fe como «conocimiento de Cristo vivido personalmente» (VS 88), sigue suscitando misioneros, como Teresa de Lisieux, apasiona­ dos por «amar y hacer amar al Amor».

JO La espiritualidad misionera de Santa Teresa en relación con su oración: Dimel1sión misionera de la oraciól1 el1 Santa Teresa de Al'ila, o.c., 129-147.