La Lucha De Unamuno Por La Inmortalidad
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Prof. Martín Panero LA LUCHA DE UNAMUNO POR LA INMORTALIDAD SANTIAGO DE CHILE 1965 La lucha de Unamuno por la inmortalidad (1) Prof. Martín Panero * Ton tu parte y la de Dios espera, que abomina del que cede. Tu ensangrentada huella por los mortales campos encamina hacia el fulgor de tu eternal estrella; hay que ganar la vida que no fina, con razón, sin razón o contra ella. MIGUEL DE UNAMUNO (2) En 1964 el mundo de habla española celebró el primer centenario del nacimiento de Miguel de Unamuno... Muchas conferencias, cien- tos de artículos y unos cuantos libros verdaderamente medulares (3) sobre la vida y la obra unamunianas. ¡Un balance a todas luces posi- * El profesor Martín Panero es jefe del Departamento de Castellano y cate- drático de Literatura Española en la Facultad de Filosofía y CC. de la Edu- cación de la Universidad Católica de Chile. (1) Este epígrafe sirvió de tema para la conferencia que el autor de estas páginas pronunció, el 29 de septiembre de 1964, en el acto con que el Departa- mento de Castellano de la Facultad de Filosofía de ¡a Universidad Católica se asoció a la celebración del centenario de Unamuno. (2) Obras completas. T. XIII, p. 560. Ed. Afrodisio Aguado, Madrid, 1962. (3) Deseo destacar, por su especial valor y originalidad, los tres siguientes: a) Vida de don Miguel, por Emilio Salcedo. Lleva un espléndido prólogo de P. Laín Entralgo y es, sin duda posible, la mejor de las biografías unamu- nianas publicadas hasta la fecha. Ed. Anaya, Salamanca, 1964. b) Miguel de Unamuno a la luz de la psicología, por Luis Abellán. Inteligente análisis de la personalidad de Unamuno vista desde la psicología actual. Ed. Tecnos, Madrid, 1964. c) Autobiografías de Unamuno, por Ricardo Gullón. Una sagaz interpreta- ción del mundo nivolesco de Unamuno. Ed. Gredos, Madrid, 1964. 1 tivo! Porque nö todo fue panegírico y ditirambo. Junto a la inevitable retórica jubilar, hubo estudios implacablemente objetivos, que contri- buirán a esclarecer la obra del atormehtado vasco de Salamanca, tan menesterosa de gentes que se acerquen a ella con voluntad de com- prender. Porque la verdad es que, a un siglo de su nacimiento, la hir- suta figura de Unamuno se alza todavía enigmática y descontertante. ¡Natural epílogo de la peripecia de un hombre cuyo estilo vital se nu- trió de las más estridentes paradojas! Que eso fue, en su dimensión externa, la vida pública de Unamuno: una estridente paradoja soste- nida por un perpetuo afán de discrepancia, pues coincidir con alguien era para Unamuno. una forma de borrar su yo, ese híspido y rebelde yo unamunesco que él aspiraba a mantener intacto e incontaminado de imposiciones ajenas. De ahí su tenaz empeño de ser único y no pa- recerse más que a sí mismo, que le llevó a escribir arrogantemente: "Yo, Miguel de Unamuno, como cualquier hombre que aspira a conciencia plena, soy especie única" (4). Y este su afán de ser especie única, irreductible a cualquier cla- sificación, le impulsó a las actitudes más destempladas, incluso a una peculiar forma de energumenismo que actuó en su vida de modo in- confundible y que ha perjudicado a la cabal comprensión de su obra. Porque todavía hay gentes para quienes Unamuno se reduce a unas cuantas anécdotas más o menos pintorescas y espectaculares. Por lo de- más, su áspero anhelo de no ser clasificado se ha cumplido plenamente, porque Unamuno es Unamuno y nada más que Unamuno. Se podrán detectar en su obra resonancias de Spinoza, Kant, Hegel, Kierkegaard. Ibsen, James, Sénancour, Harnack...; pero, a la postre, es siempre la figura de Unamuno la que se yergue, única e inconfundible. El problema surge cuando se intenta averiguar qué es Unamuno. Las dificultades que esta pregunta plantea —y no son pocas— nacen del estilo asistemático y contradictorio que él instaló en su vida y que do- mina lo más decisivo de su obra: "¿Quién le ha dicho a usted —escribía en 1913— que yo escriba siempre para poner en claro las ideas? ¡No, señor, no! Muchas veces escribo para ponerlas en oscuro, es decir, para demos- trarle a usted que esa idea que usted y otros como usted creen (4) Mi religión, o. c., t. XVI, p. 119. 2 íjüé es ciara, es eil usted y en eilos y en mí, oscura, oscurísi- ma. Yo, como mi amigo Kierkegaard, he venido al mundo más a poner dificultades que a resolverlas" (5). Además existió en Unamuno una clara decisión de despistar al lector y dejarlo en la incertidumbre, como abruptamente lo expresó en Mi religión: "Quiero morirme oyendo preguntar de mí a los holgazanes de espíritu, que alguna vez se paren a oírme: Y este señor, ¿qué es? (6). A esta pregunta se le han dado las respuestas más dispares y con- tradictorias, cosa que nada tiene de extraño, pues en la obra de Una- muno hay para todos los gustos. Se ha dicho que Unamuno es católico, protestante, ateo, deísta, panteísta, racionalista, irracionalista, agnósti- co... Y lo paradójico es que cada uno de estos asertos puede ser ru- bricado con el correspondiente pasaje de su obra. Ahora bien, es claro que nadie que esté en su sano juicio intentará atribuir a Unamuno to- dos esos adjetivos, sobre todo cuando algunos de ellos se excluyen formalmente entre sí. Unamuno no fue íntegramente nada de eso; pe- ro es evidente que, en forma parcial y a través del proceso de contra- dicciones operantes en su existencia —"es la contradicción íntima lo que unifica mi vida" (7)— fue, alternativamente, todo eso. Hay, sin embargo, algo que Unamuno fue plenamente y hasta la raíz de su ser: un luchador por la inmortalidad. Esto no lo puede dis- cutir nadie que conozca la obra trágica y atormentada de Unamuno. El anhelo de inmortalidad es obsesionante presencia a lo largo de toda su obra. Se encuentra ya en los libros de la década 1890-1900 y per- siste, con emocionante intensidad, en las últimas y estremecidas páginas del Cancionero, o en los artículos de Visiones y comentarios, escritos muchos de ellos en 1936, año de su muerte. Y todo su quehacer vital, en el plano social, político, literario y hasta familiar, quedó impreg- nado en este su afán de inmortalizarse. Por eso, no se comprenderá nunca, en su raíz más honda, la vida apasionada y combativa de Una- muno si no se parte de su vehemente ansia de inmortalidad. Hasta sus destempladas paradojas no son otra cosa que la proyección externa de (5) Arabesco paradójico, o. c., t. XI, p. 278. (6) O. C, t. XVI, p. 123. (7) Sentimiento trágico de la vida, o. c., t. XVI, p. 385. a la trágica y desesperada lucha que en su espíritu reñía por la inmor- talidad. Toda la vida y la obra de Unamuno fueron una incesante lucha por no morir, por hacerse inmortal. Incluso llegó a ver en el afán de no morir la esencia misma del hombre. Explícitamente lo escribió —glo- sando a Spinoza— en el capítulo I del Sentimiento trágico de la vida: "... tu esencia, lector, la mía, la del hombre Spinoza, la del hombre Butler, la del hombre Kant, y la de cada hombre que sea hombre, no es sino el conato, el esfuerzo que pone en se- guir siendo hombre, en no morir" (8). El ansia de inmortalidad y la lucha contra la muerte son, pues, una constante obsesión de Unamuno, que resuena en su obra con acen- tos de evidente sinceridad. Por eso, resulta asombroso que haya quie- nes ven mera literatura donde hay, fundamentalmente, angustia vital, desesperado apasionamiento y una invencible voluntad de combate: "... me pasaré la vida luchando con el misterio y aun sin es- peranza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo" (9). Y es necesario destacar que esta obsesionante inquietud por la inmortalidad brota en la vida de Unamuno en fecha temprana. Hasta hay motivos para sospechar que le atormentó ya en la adolescencia, cuando aún vivía él la religión con una intensidad rayana en el misti- cismo. En Recuerdos de niñez y de mocedad, describe patéticamente una íntima vivencia en el campo vascongado. Estaba en el balcón de un caserío, contemplado el campo a las postreras luces del día, cuan- do, súbitamente, "me dio una congoja que no sabía de dónde arrancaba y me puse a llorar sin saber por qué. Fue la primera vez que me ha sucedido esto, y fue el campo el que en silencio me susurró al corazón el misterio de la vida" (10). (8)0. C„ t. XVI, p. 133. ( 9 ) Mi religión, o. c., t. XVI, p. 120. (10) O. C„ t. I, p. 338. 4 Ahora bien, ¿qué fue ese "misterio de la vida" que, de modo ines- perado, llenó de congoja el alma adolescente de Unamuno? El pre- sentimiento de su mortalidad. Porque es obvio que lo que Unamuno intuyó en ese melancólico atardecer fue su condición de hombre tem- poral destinado a la muerte de manera irremediable. La idea de tener que desaparecer un día, se dibujó por vez primera en su horizonte vital y le produjo un remezón anímico que convulsionó lo más hondo de su ser. Esta temprana intuición de la muerte fue como el preludio de la persistente angustia que la conciencia de su mortalidad había de producirle a lo largo de la vida. Sin embargo, sus creencias religiosas eran entonces muy firmes, y en ellas podía abroquelarse contra el temor a la muerte. Por eso, la crisis de ese atardecer en el campo no pasó de ser una fugaz tormenta, que, no obstante, le hizo vivir, honda y desgarradoramente, la primera hora de atroz angustia que perturbó su vida.