No Dejar Mis Sueos Atrs__23-9
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.3 Caracas octubre 2020 2 A mi sobrino Julio Jesús 3 4 Entre tú y la verdad lo más cercano es un cuento Anthony de Mello s.j. I _ Menos mal que su mamá se murió de su enfermedad, porque si le llega a tocar esto se muere, pero de tristeza. _ - Sin darse cuenta había hablado en voz alta y lamentó haberlo hecho. Habría preferido mil veces hablar para sí, sin emitir sonido alguno. Deseó infinitamente que su hija no lo hubiese oído, pero no fue así. Lo notó inmediatamente en su rostro, bruscamente tenso y arisco. Caminaban juntos, a buen paso a pesar del gentío que es habitual en la zona, cubriendo el incómodo trecho entre la Estación del Metro La Bandera y el terminal de pasajeros del mismo nombre. Él llevaba el morral que contenía las pertenencias de ella, quien a su vez llevaba el bolso para las necesidades propias del viaje en bus hasta San Antonio del Táchira: agua, comida, abrigo, documentos, papel higiénico, en fin. _ Ya va, papá, deje que lleguemos. _. Seca y cortante, su hija continuó. _ Cuando me cuadró el pasaje, el Chingo me dijo que estuviera a las dos de la tarde y ya van a ser. Apurémonos y resolvamos puesto y equipaje que, como el bus no saldrá sino hasta las cuatro o cinco, tendremos tiempo de hablar…_ 5 Aquello pintaba mal. Lo inoportuno del comentario que se le había escapado le iba a costar caro, eso lo sabía, pero no imaginaba cuánto. Conocía a su hija como al camino de su casa, y aquella voz áspera presagiaba chaparrón. Tenía tiempo sin ir al terminal de La Bandera porque tenía tiempo sin viajar. Lo que para él era viajar, ir a visitar a su compadre Patricio en Villa de Cura, lo hacía en el pasado usuario regular de ese terminal, pero viajar a Villa de Cura era una más en la lista de las cosas de antes, como tomarse un café, como tomarse una cerveza, como comerse una empanada en el mercado, como ir al cine. Aquel terminal de pasajeros insultaba la dignidad humana. Entendió por qué su hija había dicho que el Chingo “cuadró”, y no “vendió”, el pasaje. Un pasaje no es ya algo que se vende y se compra: Es algo que se “cuadra”, que depende de varios factores: que haya bus, que haya gasoil, el porcentaje por punto de venta, el porcentaje en efectivo, y la buena voluntad. Al término de los incómodos y tortuosos trámites hasta que el Chingo les dijera que todo estaba “cuadrado”, el morral en custodia, el puesto reservado y el pasaje en la mano, éste le dijo a su hija que pasara hacia las puertas de salida a las tres y media, o sea, en cuarenta y cinco minutos. _ Venga, papá. _ Le dijo ella en un tono extraño, entre amenazador, alborozado e irónico. _ ¡Vamos a darnos un lujazo de despedida ¡ ¡Vamos a tomarnos un marrón fuerte grande! _ continuó _ Un día es un día, ¡qué carajo¡ _ Se acodaron en la barra del negocio que les pareció más aislado (y que tuviera café de máquina), dentro de lo aislado que se puede estar en medio de ese rebullicio de gentes, equipajes, bebés berreando por un dificilísimo cambio de pañal y otras vicisitudes propias de un terminal desvencijado y derruido, que no alojaba sino que rechazaba a sus usuarios, que los sometía a la humillación constante de 6 buscar las escaleras para acurrucarse y arracimarse si no querían permanecer de pie. _ Vea, papá. _ Le dijo suavemente su hija mientras revolvía el azúcar que le había puesto a su café. _ Lo que me pasa es muy raro. En el momento definitivo en el que tengo que pedirle de rodillas, con el corazón en la mano, que me cuide a mi niña y a mi niño, a mi aire y mi agua, a mi vida toda; tengo unas ganas inmensas de golpearle, de arañarle, de gritarle que no sea pendejo y que termine de aterrizar en la realidad. _ Bajó los ojos, se los tapó con una mano y empezó a llorar discreta pero copiosamente, mientras él, que sabía que habría bronca desde el involuntario e infausto comentario que se le escapó, la tomó suavemente por los hombros y le dijo muy tiernamente: _ Dele m’hija, suéltelo todo que usted no se puede ir con eso. Para eso es este café._ Ella buscó en su bolso la toallita nunca mejor llamada “paño de lágrimas”, se sonó la nariz, se secó los ojos, lo miró como probablemente nunca lo había mirado y le dijo _ Entonces papá, y me perdona las groserías pero no me las voy a aguantar, como dice usted que dicen en Carúpano, ¡no me venga a joder el culo a besos! Lo triste no es que yo me vaya. Lo triste es por qué me tengo que ir. Estoy segura de que si mi mamá me viera me diría ¡dele pa’lante m’hija! No se pare en artículos. Su responsabilidad son sus hijos y más nada. Así que no me venga con cuentos sobre si mi mamá se hubiera muerto de tristeza cuando el que no aguanta la tristeza es usted, que no entiende nada de lo que está pasando. Ni de lo que me está pasando a mí, ni de lo que le está pasando a usted. _ Y vuelta a bajar los ojos, a tapárselos con una mano y a llorar a moco suelto. Él la dejó estar. Acusó recibo de la demoledora seguidilla que su hija le propinó. Tomó un sorbo del café todavía muy caliente y se dispuso a esperar pacientemente, mientras se daba cuenta que la suya no era la única escena de llanto. En efecto, a unos veinte metros de distancia, en una de las puertas que solo pasan los que tienen el pasaje en mano, un niño de unos cinco o seis años, agarrado por una señora mayor que parecía su abuela, trataba desesperadamente de zafarse de ella y gritaba desesperado papá, papá, papá, a 7 un hombre joven que, desde el pasillo de salida, también llorando a lágrima viva, le decía adiós haciéndole gestos de llevarse la mano al corazón. El sabía que estaba de a toque, pero que no se podía desmoronar. Tomó otro sorbo de café. Su hija continuó. _ Mire papá, yo quiero que usted brinque y salte por la alegría de saber que su hija no se dejó joder por esta desgracia, que no se echó al abandono, que no se deprimió como el primo Armando, que daba dolor de solo verlo. Tanto que usted habla de resistencia, ¡esta es mi resistencia¡, aquí estoy diciendo como esa cantante protesta de cuando yo nací, allá por los setentas, esa que a usted le gustaba tanto, que usted me decía que cantaba mucho con Alí Primera y Lilia Vera… ¡ya me acordé!: Gloria Martín. “No se puede vivir sobreviviendo”, ¡y ni mis hijos ni yo vamos a vivir sobreviviendo! _ Consciente de su exaltación, respiró profundamente varias veces, cada vez más lentamente, tomándose su tiempo, como quien exhala un sentimiento largamente contenido, bebió un sorbo de su café, lo tomó de la mano, se la apretó y continuó. _ Casualidad de la vida, papá, hoy 25 de enero de 2018, se cumplen seis meses exactos del día en que le dije que me iba para Ecuador, aquel 25 de julio de 2017, cuando tuvimos la primera discusión por causa de mi partida, de mi decisión de irme a vivir en donde mi título de Enfermera Graduada en la casa que vence las sombras, mi querida UCV, mi posgrado en Cuidados Intensivos y mis casi veinte años de experiencia se valoraran como debe ser. Allí empezó mi calvario con usted y con la carota que me puso desde ese día, papá, y menos mal que no le paré a su carota y me concentré en mi problema, porque si caía en la provocación habría sido mucho peor para los dos. ¿Ve papá? ¡Esa es su hija! La hija de Roseliano y Josefina, que a los dos los cargo en el agradecimiento de cada día que amanece, gracias Diosito, en primer lugar por mis padres y por mis hijos, todos 8 los días del mundo, papá, porque me dieron mucho. Por haberme enseñado la constancia y el método, ¿se acuerda papá? Seis meses que fueron para poner en práctica el principio del salchichón: Hija, me decía usted, los problemas son como los salchichones, que no se pueden comer a mordiscos, sino que hay que cortarlos en finas rodajas y así se acaban rapidito. ¿Ve papá? ¡Esa es su hija! Yo no estoy aventurando. Yo estoy cosechando mis años de trabajo, la fama que tengo de arrancarle presas a la muerte, las amistades de la vida que se fraguan guardia tras guardia, jornada por jornada. Cuando el Dr. Porras decidió que se iba, me llamó para informarme que se tenía que ir. Que no tenía en Venezuela material para ejercer su profesión, la Traumatología, en buena medida dependiente del acero quirúrgico, porque eso en Venezuela ya no lo había. Que se mudaba con su familia para Guayaquil, donde había gente que lo conocía y que sabía cómo trabajaba, pues tantos congresos y tantas publicaciones, no podían ser inútiles. Sin embargo, papá, aquello no era un despido sino una despedida. Me tenía dos sobres. En uno estaba un cheque por un monto equivalente al doble de las prestaciones sociales por quince años de trabajo en su consulta del Hospital de Clínicas Caracas.