Nayagua Se Evaporó Del Papel, Se Sublimó Y Fue a Vivir(Se) a La Nube
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consejo editorial Marta Agudo Carmen Camacho Eva Chinchilla Tacha Romero Julieta Valero coordinación y edición Julieta Valero diseño © Stellum projects. Mercedes Carretero © De los textos, traducciones y poemas visuales: sus autores, 2012 edita Fundación Centro de Poesía José Hierro C/ José Hierro 7 28905 Getafe, Madrid Tel.: 91 696 82 18 Fax: 91 681 58 14 [email protected] www.cpoesiajosehierro.org ISSN: 1889-206X s umario editorial 7 poesía Mercedes Agulló y Cobo 13 Humberto Ak’abal 19 Aurelio Asiain 24 Tedi López Mills 28 Valerie Mejer 32 Eduardo Moga 36 Mercedes Roffé 38 Juan Carlos Suñén 41 yo escribo en... gallego / galego Claudio Rodríguez Fer 49 otras lenguas. francés / Italiano Abdellatif Laâbi (traducción del francés por Laura Casielles) 63 Antonio Porta (traducción del italiano por Rosa Benéitez y Pablo López Carballo) 71 emergencias. Poesía por-venir Jorge Brunete 81 Valeria Canelas 84 Ana Celada 88 Pilar Fraile 92 Marta Fuentes 94 Enrique Martín Corrales 96 José Martínez Ros 98 Andreu Navarra 103 Unai Velasco 106 Beatriz Viol 112 entrevista. poeta por poeta Carlos Piera por Esther Ramón 117 mirar un poema Jordi Doce comenta un poema de José Watanabe 127 reseñas -Años abisinios seguido de canciones yemeníes, de Eva Chinchilla (por Chus Arellano) 135 -Índice, de Benito del Pliego (por Juan Soros) 138 -La casa de Trotsky, de Cristián Gómez Olivares (por José L. Gómez Toré) 141 -Dime qué, de David Leo (por Juan Carlos Abril) 144 -Los augurios, de José María Gómez Valero (por Miguel Ángel Rivero Toré) 146 -El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas Alcaraz (por Antonio Ortega) 148 -Lyon, 1943, de Ana Martín Puigpelat (por Philippe Merlo Morat) 151 -Sales, de Esther Ramón (por Andrés Fisher) 153 -Códex de los poderes y los encantos, de Martín Rodríguez-Gaona (por Sandra Santana) 156 -Cuaderno de las islas, de Andrés Sánchez Robayna (por Pilar Martín Gila) 159 -Diario anónimo, de José Ángel Valente (por Carlos Peinado Eliot) 163 escaparate. Lecturas recomendadas -Matemática tiniebla, VV.AA 167 -Cien mil millones de poemas, VV.AA 167 -La hija del cazador, de Pilar Adón 168 -Siete árboles contra el atardecer, de Pablo Antonio Cuadra 169 -Papel a punto de, de Estíbaliz Espinosa 169 -Saco de humos, de Izaskun Gracia 170 -Latidos y desplantes, de Mario Martín Gijón 172 -La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon, de Juan Carlos Mestre 172 -Cerrar los ojos para verte, de Rodrigo Olay 173 -La mano sobre el papel, de Esperanza Ortega 173 -Un plural infinito,de Rafael Pérez Estrada 174 -El inicio del mundo, de Manuel Ruiz Torres 175 -Caleta (revista) 176 -Def-ghi (revista) 176 -Fonografía, de Daniel Mata en el Callejón del Gato 177 -La Otra (revista) 178 -El mar y la alondra, de Gerard Manley Hopkins 179 actualidad blogs Isla Kokotero. Blog de Eloísa Otero 183 encuentros Aqueteleo 186 editoriales independientes Ediciones Liliputienses 188 ciclos y poesía en acción El Mar de Tourette 190 El Tren Vertical 191 poesía visual Eduardo Scala 196 editorial y nayagua se evaporó del papel, se sublimó y fue a vivir(se) a la Nube. Obró la naturaleza su milagro. La semilla queda en la tierra, en la casa, en el ciprés. También el testimonio de las manos del poeta que sólo veían unos pocos, los privilegiados que las olieron, las manos benditas que tocaron aquella tierra aparentemente yerma, pero fértil, muy fértil si aprendías cavar en sus entrañas… Ahora todos esperan impacientes el feliz alumbramiento. Por fin verá otras luces y caerá en ojos distintos, con la cabeza muy alta, con mucho y muy bueno por decir. Llevará noticias de un lado al otro del charco. Podrá la sabiduría de Carlos Piera iluminar más vidas. Y eso nos hace felices porque nuestra labor, que es la de mimar y hacer crecer a la Poesía, redobla su sentido cada vez que incide, aunque sea levemente, en una vida; reafirma su existencia cuantos más instantes mágicos genera. En algún lugar del mundo alguien, que tal vez ha perdido el trabajo, la alegría, la esperanza o algo aún más irreparable.... Alguien a quien ya no le importan los mercados o los recortes y se siente ajeno a su propia realidad, desasido, indefenso. Alguien que jamás había oído hablar de zahoríes ni sueños que echaron raíces donde aparentemente no podía crecer nada, abre de pronto los ojos y nos encuentra. Se pregunta qué es Nayagua y por qué tendría que leerla. Decide descargarla, que es la nueva manera de abrir los libros, como quien entra en una fiesta donde no conoce a nadie y uno se siente tímido y luego testigo excepcional de la vida de los demás sin sentirse juzgado. Se acomoda y, de pronto, se detiene en nuestras palabras. Bienvenido, le decimos. Continúa. Descubre, por primera vez quizá, el nombre de José Hierro y queda hechizado, atado a sus palabras, a su fuerza capaz de recorrer el tiempo y trasladarte a 1957. En ese momento se detiene y agradece que esta Red absoluta, con sus riesgos pero con su inmenso brindis a la vida compartida, esté tan cerca de sus dedos. Le pregunta y él le responde con fechas, premios y la imagen impactante de su cráneo privilegiado. Si Hierro contestó al hambre y la tortura, si ganó a la injusticia a base de versos, tal vez yo pueda, piensa. Continúa navegando por las nubes y se empapa de nombres y versos. Se emociona, se siente vivo. Esa persona, a miles de kilómetros o a la vuelta de una esquina cercanísima pero remota, tal vez se siente parte de este sueño que habitamos, de estas páginas cargadas de pequeños universos que uno no termina nunca de descubrir y nos dejan orbitando sobre cada uno de ellos, en cada uno de nosotros, en cada uno de los versos que conforma este nuevo cielo cargado de promesas y ojos que las reciben. 7 Nos despedimos ahora –desde “Las nubes” de nuestro maestro–, con una 8 bienvenida ancha y cálida a esta nueva Nayagua que tantas posibilidades inaugura, que respira y os espera en la Nube virtual y en la benéfica nube de la imaginación. Inútilmente interrogas. Tus ojos miran al cielo. Buscas detrás de las nubes, huellas que se llevó el viento. Buscas las manos calientes, los rostros de los que fueron, el círculo donde yerran tocando sus instrumentos. Nubes que eran ritmo, canto sin final y sin comienzo, campanas de espumas pálidas volteando su secreto, palmas de mármol, criaturas girando al compás del tiempo, imitándole la vida su perpetuo movimiento. Inútilmente interrogas desde tus párpados ciegos. ¿Qué haces mirando a las nubes, José Hierro JOSÉ HIERRO, Cuanto sé de mí, 1957 TACHA ROMERO DIRECTORA DE LA FUNDACIÓN CENTRO DE POESÍA JOSÉ HIERRO poesía 13 m ercedes a gulló y c obo Madrid, 1925. Doctora en Historia por la Universidad Complutense, fue directora de los Museos Municipales Madrileños, habiendo dirigido también la Sala de Exposiciones del “Conde Duque” y la Ermita de San Antonio de la Florida por encargo de la Real Academia de Bellas Artes. Finalista del Premio Adonáis y accésit del Premio de Poesía Francisco de Quevedo, tiene publicado un libro de poemas, El peso de las estrellas y poesía en varias revistas. Actualmente vive en El Puerto de Santa María (Cádiz) . john “el largo” canta Durante mucho –demasiado– tiempo ominosas banderas flamearon sobre el reino. Al principio brillantes, con sus águilas de encendidos colores, sus escaques, sus barras de oro y gules, dragones afrontados y flamígeras dagas. Después se fueron apagando y el tiempo hizo girones las sedas, y en los oros líquenes y verdosos elementos las vistieron de enfermedad y muerte. Pero allí estaban, imponiendo el poder y el terror sobre los hombres. Los hombres, que sabían que eran aquellos paños flameantes que chasqueaban contra el viento ignominia y vergüenza. Lo sabían. Y también las mujeres, que buscaban rozando las paredes seguridad para sus años. Y aun los niños sabían 14 todo el horror que aquellas telas guardaban en sus pliegues. Pero allí estaban, bronco desafío, engendrando las iras y los odios, las banderas que fueron concebidas para el triunfal despliegue y ser izadas tras las victorias; para ser llevadas por héroes, nunca para levantarse contra la sangre inmóvil e inocente. Todo el reino vivió bajo el enorme peso de las enseñas infamantes. Su sombra gravitaba sobre el niño que mamaba del pecho de su madre; sobre la madre, fija la mirada en la puerta cerrada; sobre el cuero, el hierro, el vino y la gavilla… En un palacio, que aún resiste las embestidas del poder, muy tenues se oyen apaciguados los sonidos de canciones, ajenas –parece– a tanta ruina. Unas muchachas ríen mientras tejen otras, en corro, escuchan las notas que desgrana John el Largo. Los jóvenes repiten a coro su estribillo. Es cierto que sus ropas parecen recubiertas de un leve polvo gris, que sus miradas recuerdan el pavor del corzo herido, pero cantan –muy bajo– pero cantan. John ensaya otra vez y habla de tiempos felices y suprime las palabras manchadas de odio y de desesperanza. Todo está defendido, allí no llega ni el hedor de la muerte ni el sonido de las banderas ominosas. Cuando de nuevo el reino se ilumine y las enseñas pendan taciturnas 15 y jadeos de partos abran las puertas atrancadas al miedo. Cuando las manos tomen el arado y el aire no golpee los pendones sino que oree flores y semillas. Cuando mucho después, en la memoria de los hombres, el tiempo aquel no sea más que una mal cosida cicatriz que no hay mano que acaricie, alguien se acordará de las canciones de John el Largo, nadie de la pena, de la amarilla llaga que pudría el corazón del reino, atravesado de costa a costa por el miedo.