Cubierta Tomo IV Vol 1_Maquetación 1 29/11/18 10:58 Página 1

Tras la muerte de Felipe II (1598) se inició un proceso con el que se quería anular la idea de Monarchia Universalis que defendía la Monarquía Hispana y a la que aspiraban las élites castellanas. El primer paso consistió en la subordinación de la Monarquía a la doctrina político-religiosa de la Iglesia Temas Católica para lo que fue necesario que una serie de teólogos de renombre fundamentaran esta teoría. Esto se acompañó con la pérdida de influencia J. Martínez Millán del monarca español en la curia romana, de manera que las exigencias R. González Cuerva Tomo o favores que se solicitaban al Pontífice no siempre se alcanzaban M. Rivero Rodríguez (nombramientos de cardenales) como antes, al tiempo que disminuyó la (dirs.) influencia hispana en los cónclaves que elegían a los papas. Otro paso fueron las numerosas guerras en las que se vio envuelta la Monarquía IV

Hispana en las que se le disputaba su preeminencia política (Monarchia ) Universalis). La evolución de las Monarquías europeas, cada vez más Vol. organizadas administrativamente, más decididamente confesionales y con mayores recursos, provocó que la Monarquía Hispana no pudiera hacer frente con éxito a todas ellas, por lo que buscó alianza con el Sacro Imperio, 1 es decir, con la otra rama de la dinastía Habsburgo. En el pacto de Oñate de 1617 ambas ramas (Madrid y Viena) se comprometieron a actuar como una 1621-1665

sola ante los enemigos europeos. Esto supuso tantos problemas como ( soluciones: por una parte, los intereses de ambas ramas no siempre

coincidieron dada la diferente situación social y geográfica de sus IV respectivos territorios; por otra parte, esta unión ponía como eje de autoridad y actuación a la dinastía (recordando al duque Rodolfo como fundador), pero no a la rama de Madrid, que se venía atribuyendo (bajo el espíritu castellano) el título de monarca universal.

ISBN: 978-84-16335-52-7

J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez (dirs.) Reconfiguración de la Monarquía católica Reconfiguración La Corte de Felipe La Corte de Felipe De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica La Corte de Felipe IV (1621-1665) Reconfiguración de la Monarquía católica De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página i

Colección La Corte en Europa Temas

Consejo de Dirección: Profesora Doctora Concepción Camarero Bullón Profesor Doctor Mariano de la Campa Gutiérrez Profesor Doctor José Martínez Millán Profesor Doctor Carlos Reyero Hermosilla Profesor Doctor Manuel Rivero Rodríguez Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página ii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página iii

José Martínez Millán, Rubén González Cuerva, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.)

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV - Volumen 1

De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años

Madrid, 2018 Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página iv

Ilustración de cubierta: Antonio de Pereda y Salgado: El socorro de Génova por el II marqués de Santa Cruz, 1634-1635, Museo Nacional del Prado, Madrid (detalle)

Esta obra se publica con el apoyo de los proyectos HAR2015-68946-C3-1-P (De Reinos a Naciones), HAR2015-68946-C3-2-P (La transformación de las Cortes virreinales) y CMM-Court-Tourist-CM (H2015/HUM-3415) (La herencia de los Reales Sitios).

Colección La Corte en Europa, Temas 9 (Tomo IV - Volumen 1)

© Ediciones Polifemo Avda. de Bruselas, 47 - 5º 28028 Madrid www.polifemo.com

ISBN (Obra Completa - Tomo IV): 978-84-16335-51-0 ISBN (Volumen 1): 978-84-16335-52-7 Depósito Legal: M-38921-2018

Impresión: Nemac Comunicación, S.L. Avenida Valdelaparra, 27 - naves 18 y 19 28108 Alcobendas (Madrid) Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página v

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV - Volumen 1 De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página vi Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página vii

Índice de Autores (Tomo IV - Vols. 1, 2, 3 y 4)

Arrigo AMADORI (CONICET/Universidad Nacional de Tres de Febrero) Ezequiel BORGOGNONI (CONICET/Universidad de Buenos Aires/Universidad Católica Argentina) Giovanni BRANCACCIO (Università “G. D’Annunzio” di Chieti-Pescara) Alessandro BUONO (Università di Pisa) Rossella CANCILA (Università degli Studi di Palermo) Daniela CARRASCO (Universidad Nacional de Salta) Alessandro CATALANO (Università degli Studi di Padova) Maurizio D’AVENIA (Universitá degli Studi di Palermo) Valentina FAVARÒ (Università degli Studi di Palermo) Bruno FEITLER (Universidade Federal de São Paulo) Amparo FELIPO ORTS (Universitat de València) Alfredo FLORISTÁN IMÍZCOZ (Universidad de Alcalá) Silvano GIORDANO (Pontificia Università Gregoriana) Antonino GIUFFRIDA (Università degli Studi di Palermo) Rubén GONZÁLEZ CUERVA (IULCE/CSIC) Ana Mónica GONZÁLEZ FASANI (Universidad Nacional del Sur/Universidad Salesiana) Lothar HÖBELT (Universität Wien) José Eloy HORTAL MUÑOZ (IULCE/Universidad Rey Juan Carlos) Pavel MAREK (Univerzita Pardubice) José MARTÍNEZ MILLÁN (IULCE/Universidad Autónoma de Madrid) Alicia MAYER (Universidad Nacional Autónoma de México) Pierpaolo MERLIN (Università degli Studi di Torino) Giovanni MURGIA (Università di Cagliari)

vii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página viii

Índice de Autores

Aurelio MUSI (Università di Salerno) Guillermo NIEVA OCAMPO (CONICET/Universidad Nacional de Salta) Elisa NOVA CHAVARRIA (Università degli Studi del Molise) José Pedro PAIVA (Universidade de Coimbra) Daniele PALERMO (Universitá degli Studi di Palermo) Carmen PÉREZ APARICIO (Universitat de València) Pilar PONCE LEIVA (Universidad Complutense de Madrid) Blythe Alice RAVIOLA (Università degli Studi di Milano) Javier REVILLA CANORA (IULCE/Universidad Autónoma de Madrid) Rodrigo RICUPERO (Universidade de São Paulo) Manuel RIVERO RODRÍGUEZ (IULCE/Universidad Autónoma de Madrid) Michael ROHRSCHNEIDER (Universität Bonn) Porfirio SANZ CAMAÑES (Universidad de Castilla-La Mancha) Kalina Vanderlei SILVA (Universidade Estadual de Pernambuco) Ryszard SKOWRON (Universidad de Silesia) Giulio SODANO (Università della Campania Luigi Vanvitelli) Enrique SOLANO CAMÓN (Universidad de Zaragoza) Franco Luciano TAMBELLA (CONICET/Universidad Nacional de Salta) Fernando TAVEIRA DA FONSECA (Universidade de Coimbra) Gianfranco TORE (Università di Cagliari) Ana Paula TORRES MEGIANI (Universidade de São Paulo) Xavier TORRES SANS (Universitat de Girona) Koldo TRÁPAGA MONCHET (Universidad Rey Juan Carlos) Rafael VALLADARES (Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, CSIC) Paola VOLPINI (Sapienza Università di Roma)

viii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página ix

ÍNDICE

TOMO IV - VOLUMEN 1

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

PRESENTACIÓN J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez ...... xix

DELAMONARQUÍA UNIVERSAL A LA MONARQUÍA CATÓLICA. LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Coordinadores: José Martínez Millán y Rubén González Cuerva

INTRODUCCIÓN: LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Y EL HUNDIMIENTO DE LA MONARQUÍA DE FELIPE IV J. Martínez Millán, M. Rivero Rodríguez, R. González Cuerva ...... 3

1. I RAPPORTI TRA LA MONARCHIA CATTOLICA E ROMA DURANTE IL PONTIFICATO DI URBANO VIII Silvano Giordano ...... 43

2. LA RED CLIENTELAR ESPAÑOLA EN LA CORTE IMPERIAL EN LA ÉPOCA DE OLIVARES Pavel Marek ...... 117

3. “IL STATO ECCLESIASTICO È TANTO DEFORME, CHE IL REFORMARLO HA DEL METAMORFICO”. LA RICONQUISTA SPIRITUALE DELLA BOEMIA E LA SITUAZIONE POLITICO-RELIGIOSA ALL’INIZIO DELLA GUERRA DEI TRENT’ANNI Alessandro Catalano ...... 173

4. EL EMPERADOR, EL IMPERIO Y ESPAÑA BAJO EL REINADO DE FERNANDO III Lothar Höbelt ...... 211

ix Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página x

Índice del Tomo IV

5. LA SEPARACIÓN DE LAS DOS RAMAS DE LA CASA DE AUSTRIA: LA PAZ DE WESTFALIA (1648) Michael Rohrschneider ...... 259

6. FELIPE IV Y POLONIA Ryszard Skowron ...... 293

7. DIPLOMACIA, “PAZ ARMADA” Y PRAGMATISMO RELIGIOSO. FELIPE IV E INGLATERRA Porfirio Sanz Camañes ...... 337

8. UNA RECIPROCA DIFFIDENZA. SAVOIA E SPAGNA AGLI ESORDI DEL REGNO DI FILIPPO IV (1618-1631) Pierpaolo Merlin ...... 393

9. LE INFANTE DI SAVOIA: PERCORSI DINASTICI E SPIRITUALE DELLE FIGLIE DI CATALINA MICAELA E CARLO EMANUELE I FRA PIEMONTE, STATI ITALIANI E SPAGNA Blythe Alice Raviola ...... 471

10. FERNANDO II DE’ MEDICI E LA CORTE DI SPAGNA. RELAZIONE E PRATICHE FRA SOVRANI, PRINCIPI E AMBASCIATORI Paola Volpini ...... 503

x Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 12/12/18 15:54 Página xi

Índice del Tomo IV

TOMO IV - VOLUMEN 2

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES PENINSULARES Y FLANDES Coordinador: José Martínez Millán

CORONA DE ARAGÓN 1. POLÍTICA, FUEROS Y CONFLICTOS EN EL ARAGÓN DE FELIPE IV Enrique Solano Camón, Porfirio Sanz Camañes ...... 543

2. FELIPE IV Y EL REINO DE VALENCIA Amparo Felipo Orts, Carmen Pérez Aparicio ...... 599

3. CATALUÑA EN LA MONARQUÍA DE FELIPE IV Xavier Torres Sans ...... 655

NAVARRA 4. FELIPE IV DE CASTILLA Y VI DE NAVARRA (1621-1665) Alfredo Floristán Imízcoz ...... 761

PORTUGAL 5. EL PORTUGAL DE FELIPE IV (1619-1668) Rafael Valladares ...... 865

6. PORTUGAL, 1640-1668 Fernando Taveira da Fonseca ...... 977

7. FELIPE IV E A INQUISIÇÃO DE PORTUGAL José Pedro Paiva ...... 1101

FLANDES 8. LA CORTE DE BRUSELAS DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: RECONFIGURACIÓN Y CONSOLIDACIÓN INSTITUCIONAL José Eloy Hortal Muñoz, Koldo Trápaga Monchet ...... 1147

xi Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 12/12/18 15:54 Página xii

Índice del Tomo IV

TOMO IV - VOLUMEN 3

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

CORTES VIRREINALES Y GOBERNACIONES ITALIANAS

NÁPOLES Coordinador: Aurelio Musi

1. IL REGNO DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV. INTRODUZIONE Aurelio Musi ...... 1229

2. LA RIVOLTA DEL 1647-1648 Aurelio Musi ...... 1253

3. CORTE E VICERÉ DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV Elisa Novi Chavarria ...... 1307

4. LE ARISTOCRAZIE NAPOLETANE AI TEMPI DI FILIPPO IV Giulio Sodano ...... 1335

5. L’ECONOMIA DEL REGNO DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV Giovanni Brancaccio ...... 1381

SICILIA Coordinadora: Rossella Cancila

6. LA SICILIA NELLA MONARCHIA DI FILIPPO IV. POLITICA E SOCIETÀ Rossella Cancila ...... 1449

7. “SANGUE DEL POVERO E TRAVAGLIO DEI CITTADINI”: LA DEPUTAZIONE DEL REGNO E LE SCELTE DI POLITICA FISCALE NELLA SICILIA DI FILIPPO IV Antonino Giuffrida ...... 1525

8. LA SICILIA E LA DIFESA DELLA MONARCHIA (1621-1648) Valentina Favarò ...... 1571

9. SICILIA IN CRISI: RIVOLTE E CONFLITTI NEL 1647 Daniele Palermo ...... 1603

xii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xiii

Índice del Tomo IV

10. LA CHIESA DEL RE. ISTITUZIONI ECCLESIASTICHE E REGIO PATRONATO NELLA SICILIA DI FILIPPO IV Fabrizio D’Avenia ...... 1657

CERDEÑA Coordinadores: Gianfranco Tore y Giovanni Murgia

11. IL REGNO DI SARDEGNA NELL’ETÁ DI FILIPPO IV (1621-1642) Gianfranco Tore ...... 1721

12. ECONOMIA E SOCIETÀ NELLA SARDEGNA DI FILIPPO IV DI SPAGNA Giovanni Murgia ...... 1765

13. LOS ÚLTIMOS VIRREYES DE FELIPE IV: EL GOBIERNO DE CERDEÑA (1650-1665) Javier Revilla Canora ...... 1795

MILÁN

14. EL GOBIERNO DE LA NECESIDAD: GUERRA, ÉLITES DE PODER Y CUERPOS LOCALES EN EL ESTADO DE MILÁN DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alessandro Buono ...... 1815

xiii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 17:29 Página xiv

Índice del Tomo IV

TOMO III - VOLUMEN 4

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES AMERICANAS Coordinadores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA 1. EL “IMPERIO DE LAS INDIAS”. NUEVA ESPAÑA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alicia Mayer ...... 1867

VIRREINATO DEL PERÚ Coordinador: Guillermo Nieva Ocampo NOTA INTRODUCTORIA Guillermo Nieva Ocampo ...... 1955

2. DINÁMICAS DE PODER ENTRE LIMA Y MADRID DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: ENTRE EL REFORMISMO Y LA INTEGRACIÓN DE LA ÉLITE LOCAL EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA Arrigo Amadori ...... 1957

3. EL GOBIERNO EN LA AUDIENCIA DE QUITO. CONFLICTO JURISDICCIONAL Y PRÁCTICA POLÍTICA (1621-1665) Pilar Ponce Leiva ...... 2035

4. EL TUCUMÁN DE FELIPE IV Guillermo Nieva Ocampo, Daniela Carrasco ...... 2091

5. LA GOBERNACIÓN DE BUENOS AIRES DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV A. M. González Fasani, E. Borgognoni, F. L. Tambella ...... 2139

BRASIL 6. O BRASIL DE FILIPE IV R. Ricupero, K. V. Silva, B. Feitler, A. P. Torres Megiani ...... 2203

xiv Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xv

SIGLAS Y ABREVIATURAS

Cod. Códice Doc. Documento Exp. Expediente Inv. Inventario Leg. Legajo Lib. Libro Ms. Manuscrito Vol. Volumen

ARCHIVOS, BIBLIOTECAS Y COLECCIONES

AAE Archives des Affaires Étrangères (Paris La Courneuve) ACA Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona) CdA Consejo de Aragón ACC Archivio Comunale di Castelvetrano ACD Archivo del Congreso de los Diputados (Madrid) ACDF Archivio per la Congregazione della Dottrina della Fede (Ciudad del Vaticano) S. O., St.St. Sanctum Officium, Stanza Storica ACG Archivo Capitular de Gerona ACN Actas de las Cortes de Navarra (1530-1829), ed. L. J. Fortún, Pamplona 1991-1996, 19 libros en 16 volúmenes. ADA Archivo de los Duques de Alba (Madrid) ADZ Archivo de la Diputación del Reino (Zaragoza) AGI Archivo General de Indias (Sevilla) AGN Archivo General de Navarra (Pamplona) AGNA Archivo General de la Nación (Buenos Aires) AECBA Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires AGP Archivo General de Palacio (Madrid) AGR Archives Générales du Royaume (Bruselas) SEG Secrétairerie d’État et de Guerre AGS Archivo General de Simancas E Estado GA Guerra Antigua SP Secretarías Provinciales SPS Secretarias Provinciales Sicilia AHN Archivo Histórico Nacional (Madrid) E Estado OM Órdenes Militares

xv Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xvi

Siglas y Abreviaturas

AHPC Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (Argentina) AHPM Archivo Histórico de Protocolos de Madrid AHU Arquivo Histórico Ultramarino (Lisboa) AMG Archivo Municipal de Gerona AMV Archivo Municipal de Valencia AMZ Archivo Municipal de Zaragoza ANE Archivo Nacional de Ecuador (Quito) ANTT Arquivo Nacional Torre do Tombo (Lisboa) CGSO Conselho Geral do Santo Ofício APF Archivio della S. Congregazione de Propaganda Fide (Ciudad del Vaticano) SOCG Scritture Originali nelle Congregazioni Generali APW Acta Pacis Westphalicae, Münster 1962 - 3 series, 48 vols. ARV Arxiu del Regne de València ASC Archivio di Stato di Cagliari AAR Antico Archivio Regio ASCC Archivio Storico del Comune di Caltanissetta CI Curia iuratoria ASCCg Archivio Storico del Comune di Cagliari ASCL Archivio di Stato di Caltanissetta ASCMI Archivio Storico del Comune di Milano ASCP Archivio Storico del Comune di Palermo CC Consigli civici ASDN Archivio Storico Diocesano di Napoli ASFi Archivio di Stato di Firenze MP Mediceo del Principato ASGe Archivio di Stato di Genova ASM Archivio di Stato di Milano ASN Archivio di Stato di Napoli ASP Archivio di Stato di Palermo AM Archivio Moncada DR Deputazione del Regno ND Notai defunti PR Protonotaro del Regno RSI Real Segreteria-Incartamenti TRP Tribunale del Real Patrimonio AST Archivio di Stato di Torino PS Paesi di Sicilia ASV Archivio Segreto Vaticano FB Fondo Borghese Misc. Miscellanea SS Segreteria di Stato

xvi Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xvii

Siglas y Abreviaturas

AVA Allgemeines Verwaltungsarchiv (Viena) FA Familienarchiv BAV Biblioteca Apostolica Vaticana Barb. Lat. Barberiniani Latini Chig. Chigiani Vat. Lat. Vaticani Latini BC Biblioteca de Catalunya (Barcelona) BCK Biblioteka Czartoryskich (Cracovia) BCP Biblioteca Comunale di Palermo BGUC Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra BL British Library (Londres) Add. Mss. Additional Manuscripts BNE Biblioteca Nacional de España (Madrid) Mss. Manuscritos BNF Bibliothèque Nationale de France (Paris) BNN Biblioteca Nazionale di Napoli BUB Biblioteca Universitaria de Barcelona BUC Biblioteca Universitaria di Cagliari CCE Correspondance de la Cour d’Espagne sur les Affaires des Pays-Bas, ed. de H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre, Bruxelles 1923-1937, 6 vols. CCLP Collecção chronologica da legislação portugueza, ed. de J. J. de Andrade e Silva, Lisboa 1854-1859, 11 vols. CHRC The Cardinals of the Holy Roman Church, recurso digital editado por S. Miranda, Florida International University Libraries: www2.fiu.edu/ ~mirandas/cardinals.htm CODOIN Colección de documentos inéditos para la Historia de España, Madrid 1842-1895, 113 vols. CSP Clarendon State Papers, Bodleian Library (Oxford) CSPD Calendar of State Papers, Domestic (James I, 1603-1625), ed. M. A. Everett Green, 1857-1859, 4 vols., y Charles I, 1625-1649, ed. de J. Bruce et al., London 1858- 1897, 23 vols. CSPV Calendar of State Papers Relating To English Affairs in the Archives of Venice, 1202-1675, London 1864-1947, 38 vols. DBI Dizionario Biografico degli Italiani, Roma 1960-, 86 vols. DGC Dietaris de la Generalitat de Catalunya, dir. J. M. Sans i Travé, Barcelona 1994-2007, 10 vols. DHP Dicionário de História de Portugal, dir. de J. V. Serrão, Lisboa 1963-19712, 6 vols. FLG Fundación Lázaro Galdiano (Madrid) FG Fuero General de Navarra

xvii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xviii

Siglas y Abreviaturas

HHStA Haus-, Hof- und Staatsarchiv (Viena) FK Familienkorrespondenz KrA Kriegsakten SDK Spanien, Diplomatische Korrespondenz SpV Spanien, Varia IPM Instrumentum Pacis Monasteriensis , en APW, ser. III, t. I.1 KA Kriegsarchiv (Viena) AFA Alte Feldakten MHE Memorial Histórico Español, Madrid 1851-[1948-1963], 50 vols. MP Médiathèque de Perpignan (Perpiñán) MZA Moravský Zemský Archiv (Brno) RAD Rodinný Archiv Dietrichštejn NA Národní Archiv (Praga) APA Archiv Pražského Arcibiskupský OÖLA Oberösterreichisches Landesarchiv (Linz, Austria) HSF Herrschaft Steyr, Familienarchiv Steyr Herrschaftsarchiv Steyr, Familienarchiv Lamberg PG Patrologiae cursus completus, series graeca, ed. J.-P. Migne, París 1857-1866, 161 vols. PL Patrologiae cursus completus, series latina, ed. J.-P. Migne, París 1844-1855, 221 vols. RAH Real Academia de la Historia (Madrid) CSyC Colección Salazar y Castro RB Real Biblioteca (Madrid) RLI Recopilación de Leyes de Indias, Madrid 1943, 3 vols. SOA Statni Oblastni Archiv (Český Krumlov, Litomerice/Decin y Zamrsk, República Checa) FA Familienarchiv

xviii Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xix

PRESENTACIÓN

Los cuatro volúmenes que presentamos integran el Tomo IV de la obra La Corte de Felipe IV (1621-1665). Reconfiguración de la Monarquía católica. Como anunciábamos en la “Introducción” del Tomo I, ésta se compone de tres grandes apartados:

Tomo I. Las Casas Reales (Volúmenes 1, 2 y 3). Tomo II. Servidores de las Casas Reales y Ordenanzas y Etiquetas promulgadas durante el reinado, publicación en un CD. Aparecieron a finales del año 2015.

Tomo III. Corte y cultura en la época de Felipe IV, cuatro volúmenes: Volumen 1. Educación del rey y organización política. Volumen 2. El sistema de corte. Consejos y Hacienda. Volumen 3. Espiritualidad, literatura y teatro. Volumen 4. Arte, coleccionismo y sitios reales. Aparecieron a finales del año 2017.

Tomo IV: Los Reinos y la política internacional, cuatro volúmenes: Volumen 1. De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años. Volumen 2. Las Cortes virreinales peninsulares y Flandes. Volumen 3. Cortes virreinales y Gobernaciones italianas. Volumen 4. Cortes virreinales y Gobernaciones americanas.

Hace más de veinticinco años un grupo de jóvenes investigadores iniciamos el estudio de la articulación política de la Monarquía de Felipe II tomando como elemento de análisis los grupos de poder frente al modelo institucional del Esta- do Moderno, que dominaba entonces en las investigaciones. Pronto nos dimos cuenta de que la nueva metodología que aplicábamos descubría nuevas realidades y señalaba las numerosas contradicciones que escondía el “sistema estatal” (en el que nos habíamos formado). Fue así como iniciamos los estudios de la Corte y

xix Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página xx

J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez

Casa Real en los que tuvimos que comenzar por definir (dada la confusión que existía en aquellos años en los que en Europa se comenzaba a hablar sobre estos conceptos) lo que era la Corte y la Casa Real (sinónimo de “dinastía”), y a demos- trar que, lejos de ser unos elementos concretos de la estructura institucional de las Monarquías europeas de la Edad Moderna, constituían un sistema político con unos fundamentos filosóficos y culturales propios que configuraron las Mo- narquías modernas. Como hemos explicado varias veces, la “Corte” fue una or- ganización político-social cuyas estructuras emanaron de la filosofía práctica clásica. Aristóteles estaba convencido de la formación natural de la sociedad y de su consiguiente organización. En su libro, La Política, comenzaba afirmando que “el hombre es un animal social”, de donde deducía que, de manera natural, el hombre se veía inclinado a formar la familia y el conjunto de familias conforma- ban la “República”. Pero sobre todo, es importante señalar que la filosofía prácti- ca tuvo como fin la subordinación del trato humano a aquellos principios éticos y a aquellas virtudes que el padre o el príncipe estaban llamados a encarnar. De es- ta concepción antropológica se derivaba que la sociedad se articulaba a través de redes de poder no institucionales, esto es, basadas en relaciones personales (pa- tronazgo, clientelismo, familiares, etc.), lo que no resulta contradictorio con la existencia de determinados organismos como los Consejos. Dada la fundamenta- ción del poder, que inducía a que la sociedad se articulase a través de relaciones no institucionales, la Monarquía configuraba políticamente el Reino, tomando la Casa Real como núcleo del sistema, Ya que –como afirma Pierre Bourdieu– “de- cir que la casa real [...] tenía como política estrategias domésticas quiere decir que se describen como políticas cosas que no son políticas [...]. Decir que las estrate- gias matrimoniales están inspiradas por la preocupación de perpetuar la casa es decir que la separación entre la familia real y el aparato del Estado no se había realizado”. Para comprender tan heterogénea realidad es preciso abordarla desde la interdisciplinariedad como método de estudio. Aplicando este modelo metodológico comenzamos a estudiar la Monarquía hispana articulándola por reinados (y no por insensibles estructuras de “larga du- ración” que podían atravesar varios reinados sin distinguir el contenido y particu- laridades de cada uno de ellos). Recuérdense las obras sobre la Corte de Carlos V (5 vols.), sobre Felipe II (varias obras), sobre Felipe III (4 vols.) y ahora la de Fe- lipe IV en 11 vols. A través de sucesivos proyectos (siempre con la inclusión de nuevos investigadores, que se han ido sucediendo) hemos ido recorriendo toda la Edad Moderna hasta llegar al final; es decir, cómo desaparece el sistema de Casa

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Presentación

y Corte para transformarse en una nueva organización política y social (siglo XIX). Lo que podemos adelantar es que si bien el significado y función de la Casa Real cambió radicalmente del Antiguo Régimen a la Edad Contemporánea (en la Constitución de 1812 aparece como un organismo más del Estado), no parece que existieran cambios sustanciales en el sistema de Corte, que perduró durante todo el siglo XIX como bien se demuestra, incluso, en la literatura española de ese siglo (valga como ejemplo, B. Pérez Galdós: La de Bringas). Por si aún cabe alguna duda al crítico lector, es preciso recordar que los estu- dios que hemos realizado sobre los diferentes reinados, de ninguna manera han pretendido constituir una “Historia de España”, ni siquiera esta extensa obra sobre “La Corte de Felipe IV” pretende ser un estudio “completo” de dicho rei- nado; nuestro objetivo consiste en establecer un modelo de estudio con la metodo- logía del sistema cortesano (de acuerdo a las obras que ya hemos publicado sobre distintos reinados), que sin duda es diferente de los planteamientos y métodos que se han utilizado hasta ahora por las distintas corrientes historiográficas. Una metodología que sirva a los investigadores en Humanidades para analizar y com- prender la realidad social y el mundo de la corte desde su propia especialidad y te- mática. Esta es la razón por la que han participado numerosos especialistas de distintas materias en el reinado de Felipe IV. En este sentido, nos apresuramos a agradecer a los diferentes profesores, que han participado en la obra, los trabajos aportados sobre los temas en que ellos son especialistas reconocidos, pues nos los han entregado generosamente con el objetivo de contribuir a fortalecer y poner en práctica esta metodología. Antes de introducirnos a estudiar los diferentes capítulos del tomo IV de la obra La Corte de Felipe IV. Los Reinos y la política internacional, es preciso ha- cer unas breves consideraciones generales acerca de la evolución que experi- mentó la Monarquía Católica durante el reinado de Felipe IV, tanto en su política internacional como en sus cortes virreinales, aspectos de los que se ocu- pa este cuarto tomo.

POLÍTICA EXTERIOR DE LA MONARQUÍA DE FELIPE IV

La historiografía ha proyectado sobre los soberanos hispanos del siglo XVII una imagen negativa, buscando la reputación y el reconocimiento de su supre- macía internacional con formas teatrales y poco realistas. La realidad es que en 1621 la política exterior que podía emprenderse ya tenía una agenda que venía

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J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez

marcada desde tiempo atrás: desde que Felipe II fue coronado rey de Portugal (momento de auge del poder “castellano”, que hacía realidad la idea de “Mo- narquía Universal”) y desde que Enrique IV de Borbón fue coronado rey de Francia (acontecimiento fundamental provocado por Clemente VIII, que ponía las bases para la destrucción de la “Monarquía Universal” castellana). Tras la muerte de Felipe II (1598) se inició un doble proceso con el que se que- ría anular la idea de Monarchia Universalis que defendía la Monarquía hispana y a la que aspiraban las élites castellanas. El primer paso de este proceso consistió en la subordinación de la Monarquía a la doctrina político-religiosa de la Iglesia Ca- tólica para lo que fue necesario que una serie de teólogos de renombre escribieran sus tratados fundamentando esta teoría. El proceso fue acompañado con la pérdi- da de influencia del monarca español en la curia romana, de manera que las exi- gencias o favores que se solicitaban al Pontífice no siempre eran conseguidos (nombramientos de cardenales) como antes, al tiempo que disminuyó la influen- cia hispana en los cónclaves que elegían a los papas. El otro paso del proceso fue acompañado de las numerosas guerras en las que se vio envuelta la Monarquía his- pana donde se le disputaba su preeminencia política (Monarchia Universalis). La evolución de las Monarquías europeas, cada vez más organizadas administrativa- mente, más decididamente confesionales y con mayores recursos, provocó que la Monarquía hispana no pudiera hacer frente con éxito a todas ellas, por lo que bus- có una alianza con el Sacro Imperio, es decir, con la otra rama de la dinastía Habs- burgo. En el pacto de Oñate de 1617 ambas ramas de la dinastía (Madrid y Viena) se comprometieron a actuar como una sola ante los enemigos europeos, que eran comunes. Esto acarreó, por lo menos, tantos problemas como soluciones: por una parte, los intereses de ambas ramas dinásticas no siempre coincidieron dada la di- ferente situación social y cultural de sus respectivos territorios; por otra parte, es- ta unión ponía como eje de autoridad y actuación a la dinastía (recordando al duque Rodolfo como fundador), pero no a la rama de Madrid, que se venía atri- buyendo (bajo el espíritu castellano) el título de monarca universal. Es preciso señalar que la idea de Monarchia Universalis no implicaba el do- minio directo o indirecto de la mayor parte de los territorios del planeta, sino que más bien se refería al reconocimiento de preeminencia sobre el resto de los monarcas de Europa y, en la práctica, al dominio de los territorios italianos y Países Bajos, además del control sobre el papado, al menos, así se deduce de la práctica política y militar que se desarrolló durante el reinado de Felipe IV. En el momento en que falleció Felipe III un sector de la corte quería poner freno a

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esta escalada, pensando que la Monarquía no debía distraer sus fuerzas de sus legítimos intereses, entendiendo por tales los de la élite castellana, puestos de manifiesto con la política italiana del duque de Feria, que tomó la Valtelina, y del duque de Osuna con su acoso a Venecia y su determinación para impedir que la Santa Sede pudiera restaurar el bilancio italiano (el equilibrio hispano francés en la península para ejercer como árbitro). Además, para este grupo la principal amenaza para la Monarquía no la constituían los herejes sino Francia, por lo que Baltasar de Zúñiga en el Imperio y el conde de Gondomar en Ingla- terra trabajaron para establecer fuertes y sólidas alianzas que impidieran a los franceses recuperar el estatus que poseían antes de las guerras civiles. El realis- mo político del que hacían gala, con un fondo intelectual proveniente de la lec- tura de Justo Lipsio, eran buen ejemplo de una política tacitista denunciada por sus adversarios políticos como maquiavélica. Conservar Italia, mantener la integridad de la Monarquía buscando alianzas para aislar y contener a Francia y los Países Bajos, con la ayuda de Inglaterra y del Imperio, parecía apuntarse como planteamiento general de la política de Fe- lipe IV en 1621. Sin embargo en el nuevo equipo existían fuertes discrepancias en cuanto a los objetivos y los fines de la acción exterior. Zúñiga, experimenta- do diplomático, buscaba un tejido de alianzas que garantizase la preeminencia española, la seguridad de sus comunicaciones y la garantía de una paz duradera. El acercamiento a Jacobo VI de Inglaterra tenía el objetivo de aislar los Países Bajos y reducirlos. Los obstáculos morales o éticos de esta acción podían esqui- varse atendiendo a un interés mayor, como hiciera Enrique IV al promulgar los edictos de tolerancia. Sin embargo, su sobrino, el conde duque de Olivares, dis- crepaba fuertemente de esa idea. Su poca experiencia en política exterior, su for- mación universitaria en Salamanca y su mecenazgo cultural y artístico en Sevilla durante los años 1619 y 1620 lo muestran inclinado a una idea de Monarquía sa- grada en la que la fe ocupa el lugar principal.

El proyecto del conde duque de Olivares

A la muerte de Baltasar de Zúñiga en el otoño de 1622, viendo que el tejido de alianzas podría descomponerse por la política confesional de Olivares, Gon- domar pidió a Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia que hiciera un esfuerzo pa- ra fortalecer su compromiso en la alianza con España. La irrupción del príncipe de Gales en Madrid fue el último episodio de esta estrategia fundamentada sólo

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en consideraciones de conveniencia política. Olivares deshizo este esquema pro- poniendo un proyecto universalista católico y arruinó la alianza con Inglaterra. En 1624 acompañó a Felipe IV en el viaje real a Andalucía, primer viaje del so- berano fuera de la corte, que constituyó la exaltación de su valimiento, pero tam- bién se le añadió otro carácter simbólico, la reivindicación de la santidad en la realeza con el recuerdo de Fernando III el Santo. Indudablemente una Monar- quía Católica que ocupaba el lugar de la Cristianísima Francia debía remitirse a su propio rey santo, a su propio San Luis. La argumentación religiosa figura bien articulada en los discursos presenta- dos ante las Cortes de Castilla y Aragón entre 1623 y 1626, justificando los ser- vicios solicitados para defender la fe. En Europa central el conflicto entre el Emperador y los rebeldes bohemios iba adquiriendo rasgos de guerra de reli- gión en el Imperio. Allí, el Emperador y la Liga Católica denunciaron unilate- ralmente los acuerdos de Augsburgo, el Emperador incorporó el Palatinado a Baviera y avanzó hacia el noroeste en dirección a las Provincias Unidas de los Países Bajos, ocupando el ducado de Holstein, perteneciente a la corona dane- sa (1625). Estos territorios fueron tratados como tierra conquistada, sus seño- res fueron expropiados sin contemplaciones y se pretendió restituir a la Iglesia las propiedades desamortizadas durante la Reforma protestante. Siguiendo ese discurso confesional, con el apoyo de la Santa Sede, Olivares negoció la alianza con Francia para someter a los hugonotes, acordar el statu quo en Italia evacuando la Valtelina y combatir a Inglaterra, principal potencia pro- testante. El 20 de abril de 1627, los reyes de Francia y España firmaron una alianza ofensiva y defensiva por la que la armada española contribuiría al some- timiento de La Rochelle mientras que los franceses participarían en la conquis- ta de Irlanda, al tiempo que se apoyaría al Emperador para someter a los protestantes. En el Consejo de Estado se alzaron voces contra el acuerdo, era mejor que Francia se extinguiese en guerras civiles. Felipe IV, por medio de su valido, calló cualquier crítica “no ay materia de estado donde atraviesse un pe- lo de religión. Anteponiendo esta como se debe, será servido nuestro señor de darnos, contra máximas de estado y reglas del, muy aventajados sucesos”. Pero la alianza con Francia no duró ni un año. El ascenso de Richelieu a la privanza de Luis XIII, por una parte, y las resistencias del sector tacitista en Es- paña por otra, cambiaron totalmente el sentido de la acción exterior siendo la guerra de Mantua, en 1628, el acontecimiento clave de este giro. La decisión del gobernador de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba, de resolver el problema

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sucesorio de Mantua con una intervención militar que quedó estancada en Ca- sale, supuso un giro violento, desmantelando una política exterior que Olivares había articulado en tres líneas de acción: recuperación de los Países Bajos, cola- boración con Francia y unidad con el Imperio. En el caso de Francia, la crisis de Mantua permitió a Richelieu recordar a los franceses que la Casa de Habsburgo era el principal enemigo, desde las guerras de Italia, en un conflicto que aún no se había resuelto y que concluiría cuando el Rey Cristianísimo de Francia ocupara el lugar que le correspondía a la cabeza de los soberanos de la Cristiandad. Ello dio lugar al mantenimiento del interés por regresar al escenario italiano, aprovechando la guerra de sucesión de Man- tua en 1628. Además contó con el apoyo del papa Urbano VIII, deseoso de li- brarse de la hegemonía española y restablecer la libertad de Italia, para lo que necesitaba que los ejércitos franceses volviesen a suelo italiano. Parece evidente que la guerra de Mantua fue una anomalía, que abrió un fren- te nuevo y, por la forma en que se comportó la corte española, fue un asunto ines- perado y problemático. Olivares mantuvo una actitud ambigua, deplorando la apertura de este frente que confirmaba el escaso apoyo del pontífice a su proyec- to universalista, deteriorando unas relaciones con la Curia que ya estaban muy maltrechas. La creación de las congregaciones de Propaganda Fide (1622) e Inmu- nidades (1626) fueron completamente lesivas para Felipe IV y sus intereses, los conflictos jurisdiccionales entre los gobernadores de Milán o los virreyes de Ná- poles y México con las autoridades eclesiásticas colocaban el conflicto jurisdiccio- nal como punto de fricción grave, la pretensión de subordinar al poder temporal y reemplazar a la Monarquía en la acción misional colocaron a Olivares en una di- fícil encrucijada. Todo su esfuerzo se había dirigido a exaltar la fe católica y sin embargo la Iglesia no le respaldaba. En 1632, el cardenal Borja denunció a Urba- no VIII su deslealtad hacia la Monarquía de España acusándole de servir a Fran- cia y actuar en connivencia con los herejes. En 1638 Urbano VIII envió legados extraordinarios a París, Viena y Madrid para formar una Santa Liga, quería organizar una Cruzada a los Santos Luga- res que exhibió como empresa común que uniría a todos los soberanos cristia- nos, además complementaría la acción de Propaganda Fide en Oriente Próximo, invirtiendo la acción misionera que en vez de proceder por el mecanismo de conquistar para evangelizar, aquí la evangelización precedería a la ocupación. Pero Olivares no le hizo el menor caso, considerando dicho proyecto un inten- to de menoscabo de la política católica de la Monarquía, dañando su reputación.

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Las relaciones con Roma se fueron deteriorando a toda velocidad, porque es- tuvo del lado de Francia cuando declaró la guerra a España en 1635 y porque obs- taculizaba las medidas extraordinarias exigidas para mantener el despliegue militar en el centro de Europa, Países Bajos e Italia. Olivares exigía una mayor contribución del clero en el esfuerzo de guerra, quería que los expolios y sedes vacantes revertiesen en beneficio de la corona, y limitar la libertad del Tribunal de la Rota. Ante las resistencias, el valido constituyó una “Junta de los abusos” de la nunciatura que suspendió la jurisdicción del y facilitó la ruptura, ce- rrándose la nunciatura en 1640. Un hecho insólito para una Monarquía que se decía “Católica”. La tensión con Roma, prácticamente centrada en la contribución de la Igle- sia en los gastos de la Monarquía eran el reflejo del deterioro de una política ex- terior que había apostado más por la fuerza que por la persuasión. Siguiendo la conocida frase de Clausewitz respecto a que la guerra es la diplomacia por otros medios, esos otros medios resultaban enormemente costosos y gravosos. El gas- to militar consumía todos los recursos financieros y la dirección de la guerra era la primera preocupación de un gobierno que había dejado a un lado la solución de otros problemas. Después de más de veinte años de guerra, la Monarquía se hallaba al borde del colapso. En 1640 estalló el descontento en los dominios de la Monarquía más afectados por la guerra, sublevándose Portugal y Cataluña. En ese momento hubo quien recordó que, en diciembre de 1639, durante un acto público, Urbano VIII había predicho que el gobierno de España recibiría el cas- tigo del cielo por sus desmanes. La coalición de las dos ramas de la Casa de Habsburgo, temible en 1618, se hallaba en retroceso y con fuertes problemas internos que les alejaban ya de cualquier pretensión de universalismo. Tanto Felipe IV como el emperador Fer- nando III luchaban por separado, intentando salvar lo salvable de sus arruina- das monarquías. Olivares fue cesado, aunque él mismo había presentado su renuncia, porque era incapaz de encontrar una salida a la situación en que se en- contraba la Monarquía, no era la ruina económica lo que le preocupaba sino el porqué y el para qué de la guerra, pues sin el concurso del Papado, la Monar- quía Universal carecía de sentido. Pensaba que había llegado el momento de ini- ciar la “callada de las armas” pero no sabía cómo. La diplomacia francesa, que continuó con el cardenal Mazarino la línea em- prendida por Richelieu (fallecido en 1642), pudo ver cubierto su principal obje- tivo, la quiebra de la unidad de acción de los Habsburgo. En 1641, los suecos, que

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habían renovado su alianza con Francia, atravesaron el Imperio, Bohemia y Mo- ravia, amenazando Viena en 1645 y aunque los imperiales consiguieron que se re- plegasen hacia Sajonia, se resolvieron a iniciar conversaciones con sus enemigos y, sin el concurso de sus parientes españoles, buscaron la paz por separado.

La reconfiguración de la política exterior en el sistema de equilibrio

La lucha contra la Casa de Habsburgo para impedir su hegemonía europea había implicado a todas las monarquías y principados europeos en una guerra de- vastadora. La unidad de todos los cristianos bajo una sola ley, en un solo rebaño y con un solo pastor era a la altura de 1648 totalmente inadmisible. La paz se hi- zo desde la anulación del ideal político de la Cristiandad medieval. El nuevo sis- tema nacía al considerar los tratados de paz como un contrato entre partes, de obligado cumplimiento y con cláusulas de garantías que impidieran su incumpli- miento. Los artículos de paz 119 de Münster y 17 de Osnabrück crearon un sis- tema de garantías colectivo, todas las potencias signatarias se comprometieron a defender los tratados por la fuerza si fuera preciso. Mazarino aportó la idea de “concierto”, varias potencias fortalecían la paz interviniendo colectivamente si al- guien la violaba; el desarrollo de la diplomacia del aislamiento como fórmula de salvaguarda de la seguridad colectiva fue otro instrumento para inducir a un es- tado o potencia a la paz. El estallido de la revuelta de la Fronda en Francia y las revueltas de Sicilia y Nápoles pospusieron la búsqueda de un acuerdo franco-español, pues ambas par- tes trataron de obtener ventajas aprovechando la crisis de su adversario. En 1652, los ejércitos de Felipe IV retomaron la iniciativa, recuperando Nápoles, Cataluña, Gravelinas, Dunkerque, y Casale. Esta recuperación prorrogó el conflicto sin po- sibilidad de ver su final a corto plazo, siendo firmadas las paces definitivas siete años después, la conocida como Paz de los Pirineos de 1659. A efectos inmedia- tos, el orden resultante no tuvo en cuenta la tradición, legitimando situaciones de hecho por encima del derecho. Si antes de iniciarse las conversaciones de paz los observadores de la política europea deducían que sólo el interés, libre de cualquier ética, movía a los príncipes usando la religión o el derecho como medios, y no co- mo fines en sí mismos, la necesidad de obtener seguridad, apelando al interés ge- neral, tomó cuerpo en las paces de Westfalia y Pirineos. La mayor parte de los historiadores han puesto en 1659 el punto final de la po- lítica exterior española. Una vez concluida la guerra, España, así figura en la

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mayoría de los manuales, pasó a un discreto plano internacional, un sujeto pasivo sin importancia para la gran política europea, cediendo el testigo a Francia. Sin embargo los testimonios contemporáneos indican otra cosa. Luis XIV recordaba en 1661, cuando tomó las riendas del poder al morir Mazarino, que España esta- ba siempre presente en todos los conflictos civiles franceses, que siempre había tenido algún protagonismo en sus disputas interiores. Pero las cosas estaban cam- biando, aun cuando esto no fuera muy apreciable entonces. Después de 1659 la fi- delidad o infidelidad de los ministros cesó de recibir apoyo al otro lado de los Pirineos, tampoco fueron acogidos los disidentes españoles en Francia. El para- digma de la política de equilibrio convirtió la política exterior en un juego de re- laciones dinásticas en las que los soberanos se guiaron por criterios puramente patrimoniales. En los seis años que aún quedaban del reinado de Felipe IV, la Mo- narquía redefinió sus objetivos aceptando el equilibrio italiano, con lo cual man- tuvo sus posiciones en Italia sin que Francia lograra reemplazarla, desvinculó su alianza con el Imperio y se alejó de Centroeuropa atendiendo a sus intereses, a la seguridad de sus súbditos. Uno de los motivos por los que estalló la crisis de 1640 fue la percepción de que los intereses de la dinastía y sus súbditos iban por cami- nos separados. Para conservar su patrimonio, Felipe IV debía ocuparse de la segu- ridad del Atlántico y del Mediterráneo, ambos espacios ocuparon el lugar central. El interés y el cálculo prevalecieron sobre la ideología, el primer gobierno que re- conoció a la República de Inglaterra y envió embajadores fue el de Felipe IV de España, la Monarquía entraba en el juego de las potencias como una de las más importantes del sistema. La muerte del rey, dejando un heredero débil y enfermo, en un sistema en el que el linaje garantizaba la continuidad y en un sistema donde el equilibrio se enunciaba para impedir a toda costa la construcción de una Monarquía Universal, Luis XIV propondría al Emperador el reparto de la Mo- narquía entre la casa de Borbón y la de Habsburgo. Contra todo pronóstico el en- fermizo Carlos II se mantuvo vivo y la reforma emprendida en los últimos años de Felipe IV pudo desarrollarse. Una experta dirección de la diplomacia, más que la guerra, puso las bases de una política exterior española centrada en el Atlántico y cuyas líneas maestras se mantuvieron hasta finales del siglo XVIII.

LAS REFORMAS EN LA CORTES VIRREINALES. LOS VIRREINATOS PUROS

Al contemplar –en un amplio abanico de estudios– la totalidad de los reinos de la Monarquía de Felipe IV y ver su evolución desde el año 1621 al de 1665,

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podemos hacer algunas generalizaciones que han pasado desapercibidas. En primer lugar, es preciso señalar que se constata un dinamismo de conjunto que está muy alejado de la noción de crisis general con la que se ha etiquetado este periodo de la Monarquía: hubo territorios, como Castilla, que sufrieron escasez y pobreza, pero también otros crecieron y disfrutaron de bonanza económica, como Nueva España o Sicilia. Lo que en este muestrario de reinos, en esta su- ma de historias particulares de territorios, se aprecia es que las tensiones terri- toriales debidas a la naturaleza heterogénea de la Monarquía carecen de la relevancia que se les ha otorgado por la historiografía del siglo XX. Hace tiem- po que el esquema que describe las fuerzas centrífugas de los reinos, exigiendo más autonomía, y la centrípeta de la corte, incrementando su tendencia al ab- solutismo, dejó de servir para explicar la estructura territorial de la Monarquía y sus cambios. Ahora podemos verlo en su conjunto. Las reformas de Olivares no pretendían centralizar la Monarquía y rozaría el absurdo la pretensión de hacer a Felipe IV “rey de España” (en el sentido que se le ha venido atribuyen- do), pues hubiera roto todo el sistema y hubiera carecido de sentido embarcar- se en la guerra de los Treinta Años. Apenas transcurridos dos meses después de la muerte de Baltasar de Zúñiga, el 22 de diciembre de 1622, don Gaspar de Guzmán convocó urgentemente al Consejo de Estado para resolver la crisis originada por la negativa de las autori- dades catalanas a prestar juramento al virrey Sentís. Irritado por la rigidez del Consejo de Aragón, ante el Consejo de Estado, el conde de Olivares desautorizó al vicecanciller y los regentes de Aragón, pasando por encima de sus resolucio- nes. Recibió a los embajadores catalanes y reclamó ante el Consejo de Estado una mayor sensibilidad a las demandas de los reinos, e incluso afirmó que para tomar decisiones en las provincias había que escuchar a sus naturales y contar con ellos y no cerrar las puertas a sus demandas y responderles con decretos. No se trataba de palabras dichas para ganar popularidad, resultaba evidente que no las necesitaba pues para alcanzar el valimiento le bastaba con dominar el acceso al joven rey. Hemos podido comprobar que, desde esa crisis, el valido desconfió de la rigidez de los Consejos nombrando Juntas que hicieran su tra- bajo. No sólo lo hizo por conseguir mayor poder ejecutivo en la acción de go- bierno. Muchos años después, cuando se le reprochó que dejara los Consejos territoriales bloqueados e inactivos, recordó las palabras de Diego Hurtado de Mendoza en el prólogo de su Guerra de Granada, donde se acusaba a los magis- trados de no servir para gobernar porque sólo eran capaces de dictar sentencias

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y examinar casos. El encontronazo con el Consejo de Aragón en 1622, al igual que otros episodios con los Consejos de Italia, Portugal o Indias al comienzo del reinado, le llevaron a prescindir de los Consejos y preferir crear Juntas ad hoc así como a mantener una relación directa y fluida con los virreyes, a los que de- jó amplios márgenes de acción sin consultar con la Corte de Madrid. Antes de que Felipe IV accediera al trono y antes de que Olivares se hiciera con el valimiento se había empezado una reforma en profundidad de los virrei- natos. No era desde luego un asunto menor, todos los virreyes nombrados entre 1620 y 1622 tuvieron como principal misión poner orden en los gastos y elabo- rar los listados de las mercedes que habían recibido en el reinado de Felipe III los habitantes de los territorios que iban a gobernar. Aquí es donde surgieron las primeras tensiones, el marqués de Gelves quiso aplicar en México todas las re- comendaciones de la Junta de reformación para moderar el gasto, revisando la concesión de oficios, mercedes y privilegios o suspendiendo fiestas y atacando la ociosidad. Estas revisiones permitieron que las rentas de la corona ascendie- sen a 509.000 pesos en 1621 llegándose a unos 650.000 en 1623, que significan sobre todo una reestructuración de las relaciones entre la Corte virreinal y las élites del territorio. Osuna ya había ensayado estos métodos en Nápoles y en Si- cilia el príncipe Filiberto estuvo encargado de reestructurar las mercedes siguien- do el modelo que había implantado el duque. En ese contexto, la “unión de las armas” que menciona Gelves en una de sus cartas se refería a esa reestructura- ción del gasto, que permitía rescatar rentas que recuperaba la corona. Pero esta revisión de la remuneración de la corona a sus servidores generó descontento y ponía en peligro la lealtad o el estímulo que necesitaban los ser- vidores y oficiales reales para servir al soberano. La revuelta mexicana de enero de 1624 y la destitución del virrey, hicieron que Olivares fuera consciente del descontento que estas medidas estaban provocando. En 1626, en la Junta de los infantes, la falta de cohesión territorial quedó en evidencia, no se hizo virrey a don Carlos ni a don Fernando, por temor a que pudieran alzarse con los reinos que se les encomendase gobernar en nombre de su hermano mayor. Los súbdi- tos podrían estar tentados de optar por un soberano de sangre real que satisfi- ciese sus demandas y premiase sus servicios. Por tal motivo la Junta concluyó que no era ni oportuno ni sensato tentar la suerte, aludiendo a ejemplos histó- ricos para no dar ese paso. El gobierno de los reinos también se abordaba desde otro punto de vista, desde su utilidad para fortalecer el liderazgo de la Casa de Austria y comportarse como

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la Casa de todas las casas ligadas a ella. Era una política ya ensayada por Felipe II que atrajo a los hijos del Emperador y del duque de Saboya para ser educados en Madrid. Para Olivares lo importante era que los reinos cooperaran entre sí, como hacían los estados que se confederaban en coaliciones militares para defenderse. Esta cooperación exigía que se comportasen como coaligados trascendiendo la unidad del conjunto que descansaba en la sola persona del rey, para lo cual des- concentró autoridad dotando de mayor autoridad a los virreyes, e incluso de ma- yor dignidad, cuando optó por buscar para los grandes virreinatos a príncipes de sangre. El arzobispo de Braga desaconsejó esa política, en un memorial escrito al Conde Duque donde le advertía que por ese camino el reino de Portugal preferi- ría tener rey propio mejor que un sustituto si su rey legítimo no gobernaba el rei- no. Filiberto de Saboya tal vez hubiera ejercido ese papel de no fallecer en la peste de Palermo de 1624, los sucesivos intentos de nombrar un virrey de Portugal de sangre, el archiduque Carlos de Habsburgo en 1624, el príncipe Casimiro de Po- lonia y luego el propio príncipe don Carlos no pudieron efectuarse por falleci- mientos y circunstancias adversas, cuando por fin se logró fue para poco, la duquesa de Mantua fue expulsada de Lisboa cuando se produjo la separación del reino y la proclamación de Juan IV el 1 de diciembre de 1640. Desconcentrar la Monarquía, dotar de mayor autonomía o independencia a las cortes virreinales es lo que está detrás de estos proyectos dinásticos. Cuando el virreinato puro se asentó en Portugal, a continuación se disolvió el Consejo de Portugal y en Madrid sólo permaneció una Junta con débiles competencias y du- dosa jurisdicción; la debilidad de los lazos institucionales entre la corte de Ma- drid y los reinos provocaría una auténtica psicosis de conspiraciones. Como observara Palafox, este temor le permitió librarse del virrey duque de Escalona con la simple denuncia de sospechar que se quería alzar con el reino de la Nueva España. No fueron las revoluciones populares las que provocaron la crisis sino las conjuras reales o supuestas de las noblezas provinciales que podían seguir el ejemplo del duque de Bragança y alzarse con los reinos. Suele olvidarse que, en el Corpus de Sangre, el virrey asesinado por la muche- dumbre fuera don Dalmau de Queralt, marqués de Santa Coloma, noble catalán, entre los más influyentes del principado, que plantó cara a la corona en las Cortes de 1626. Olivares delegó en él, como hiciera con Cardona, siguiendo su axioma de 1622, que los naturales fueran gobernados por naturales. Pero lo que consiguió fue que el principio de neutralidad con que debía actuar la corona quedara en en- tredicho pues los naturales, en cualquier reino, estaban relacionados y pertenecían

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a un medio social fragmentado por parcialidades. Este es un tema que merece que se le preste atención en futuras investigaciones, porque las revueltas provinciales no siguieron un patrón único y tal vez lo que demostraron es que el sistema de cortes virreinales no funcionaba y las poblaciones, con el grito “viva el rey y mue- ra el mal gobierno” lo que estaban reclamando era el final del virreinato absoluto y la vuelta del rey a los reinos.

La desarticulación de la Monarquía (1640-1648)

En 1643, el conde duque de Olivares atribuyó su caída al curso de los tiempos Éstos no atienden a la universal providencia de las cosas, la cual en unos tiempos trasiega el mundo y lo funesta con calamidades públicas y universales, cuyas causas totalmente ignoramos. Este tiempo es semejante a aquellos en que todas las naciones trastornaron y dieron que sospechar a grandes espíritus se llegaba el último período de los hombres. Hemos visto todo el septentrión conmovido y alterado, envueltos sus ríos en sangre, yermas las provincias populosas; a Inglaterra e Irlanda y Escocia ardiendo en guerras civiles; a un emperador de los turcos arrastrado por las calles de Constantinopla, encendidos en guerras civiles los otomanes, después con los persas. La China penetrada de los tártaros, la Etiopía de los turcos, los reyes de las Indias que se esparcían entre el río Ganges y el Indo encendidos en emulaciones. ¿Qué provincia hay que no haya en su manera –cuando no con guerras con terremotos, pestes y hambres– sentido el rigor de este universal influjo? ¿Qué culpa tiene [el conde-duque] que esté el mundo sujeto a estas desventuras? Estas palabras han hecho creer que el Conde Duque no era consciente de la realidad en la que vivía. En el caso de Cataluña, en la Junta de los infantes se aireó la desconfianza respecto a un territorio que tenía pocos vínculos con la Cor- te, cuyos naturales apenas tenían vínculos con ella. En una carta al Cardenal In- fante, pocos días después del Corpus de Sangre, lloró la muerte del virrey Santa Coloma advirtiendo su error al confiar todo en un hombre que, una vez desapa- recido, le dejaba totalmente incomunicado con el principado. Ahí advertía el gran error de los virreinatos absolutos y la extrema facilidad en que dejaba la unión de “las provincias” al cuerpo de la Monarquía. En ese momento, obcecado con la guerra con Francia, descuidó algo que le preocupaba mucho más, desde la revuel- ta de Évora de 1637. En varias cartas dirigidas a la Junta de Portugal se percibe su desesperación por no conseguir afianzar la lealtad de los portugueses, la capa- cidad para premiar y favorecer a aquellos súbditos era nula, los desafectos eran

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multitud y crecían en número conforme pasaba el tiempo, no fue ninguna sorpre- sa que el 1 de diciembre de 1640 el reino y sus dependencias ultramarinas se se- parasen del cuerpo de la Monarquía. La caída de Olivares no resolvió los graves problemas creados. Una larga se- rie de conjuras y golpes de Estado en Andalucía, Aragón o Sicilia dejaron al des- cubierto la debilidad estructural que todos conocían, pero ni Felipe IV ni sus ministros estaban decididos a cambiar el rumbo, tan sólo se devolvió el poder y la autoridad a los Consejos pero éstos, como ya advirtiera Olivares veinte años atrás, no tenían visión de Estado. En 1647 las revoluciones de Sicilia y Nápoles parecían anunciar el final. En ese año la debacle de la Monarquía y el previsible final de su imperio tomaba dimensiones apocalípticas.

Reconfiguración del sistema virreinal (1648-1665)

Ciertamente el proceso de desintegración, como advertía el embajador cata- lán en La Haya, Isidoro Pujades, parecía definitivo. Para la historiografía de la crisis hispánica la catástrofe se da por descontada y disponemos de un relato de la desintegración que no se corresponde con los hechos. La crisis hispánica de 1640 se describe como un proceso progresivo de desintegración en el cual todo acaba quedando degradado o paralizado. Las discusiones promovidas por la re- vista Past & Present en los años cincuenta del siglo XX mostraron esas crisis en largos procesos que explicaban la inexorable llegada de la revolución conforme se iban agudizando las contradicciones internas del sistema. A partir de ahí la revuelta de los catalanes de John H. Elliott abarcaba un periodo que iba de 1598 a 1640, Rosario Villari llevaba los precedentes del 1647 napolitano al año 1580 y, por poner un ejemplo español, Luis Ribot proponía la secuencia más larga de todas para su revolución de Mesina, 1591-1674. Es común al estudio de las re- voluciones provinciales de la Monarquía hispánica una morosa atención a los precedentes y una muy escasa al durante y al después. Tanto es así que se dio por descontado que después de la década de 1640 sólo quedaba esperar a que llegaran los Borbones. La Monarquía había sido derrotada en los campos de ba- talla y sufrido humillantes derrotas, firmó desventajosos tratados de paz, per- dió la mitad de su imperio mundial y los territorios que aún le tenían obediencia lo hacían con desgana esperando el momento de separarse. Un periodo tan romo y una actitud tan pasiva fue descrita como resiliencia, lo único que quedaba era encajar golpes.

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Debe señalarse que la segunda mitad del siglo XVII ha constituido un periodo antipático para los historiadores. Stradling en su biografía de Felipe IV lo liquidó de forma rápida y así sucede en biografías posteriores; sin Olivares, Felipe IV pa- rece no ser nada y que su Monarquía se mantuvo por inercia. Sin embargo, fren- te a esa interpretación hoy podemos ofrecer un análisis del reinado mucho más ajustado a los hechos. En los años posteriores a la década de 1640, la visión de con- junto no es tan calamitosa como se ha querido describir, la actitud de gobernantes y gobernados no parece pasiva, más bien proactiva. Las revueltas provinciales tu- vieron una respuesta imaginativa que puso las bases de un nuevo sistema. Su pues- ta en marcha se puede personalizar en el plan elaborado por el conde de Oñate para superar las revueltas italianas de 1647, administrando y gestionando el some- timiento de los rebeldes con una reforma en profundidad del marco político. Pero este marco diseñado para Italia permitió refundar la Monarquía sobre nuevos pre- supuestos. Don Juan José de Austria, legitimado por Felipe IV, reconocido como Alteza Real, personificó el nuevo pacto entre rey y reinos, pacificando los territo- rios y jurando las leyes en nombre de su padre en Nápoles, Sicilia, Cataluña y los Países Bajos. Un nuevo pacto entre rey y reinos que respondía a la queja de “Viva el rey y muera el mal gobierno” devolviendo al rey la autoridad depositada en los virreyes. En este proceso de reconfiguración la corte de Madrid ganó estatura mientras que las cortes virreinales la perdieron, los Consejos ampliaron su juris- dicción e invadieron competencias que antes correspondían a los virreyes y sus ofi- ciales, un ejemplo entre muchos lo vemos en que incluso los oficios de su casa se nombraban y decidían en Madrid. El 31 de marzo de 1650 el Consejo de Italia, por vez primera, nombró los 38 continos de la compañía del virrey. No es centralización sino devolución de las atribuciones del rey de España quien no sólo respondía a la exigencia de sus súbditos de ser premiados y aten- didos por su señor natural, también porque la idea de Monarquía que se estaba construyendo era muy diferente a la que concibió los virreinatos como instru- mento con el que hacer efectiva una Monarquía Universal. Después de la paz de Westfalia, cualquier proyecto universal quedaba proscrito, nacía un sistema internacional fundamentado sobre el equilibrio. En consecuencia, ya no había razón para mantener el modelo virreinal existente, concebido para gestionar un sistema en el que el monarca hispano se erigía en soberano (al menos preemi- nencia) de todos los reinos de la tierra. Al describir este proceso como “reconfiguración de la Monarquía” nos re- ferimos a la necesidad que hubo de reinventar sus estructuras y buscar nuevas

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Presentación

finalidades a sus instituciones. El proyecto “desconcentrador” de Olivares, de ilimitada confianza en las élites de las provincias, se deshizo al fracasar su pro- yecto universal, lo cual provocó la desintegración al alzarse las élites con los rei- nos, pues éstas no veían horizonte alguno en el rumbo que había tomado el valido, como recuerda Gaspar Sala en su defensa de los catalanes. Ahora, el pro- ceso de reorganización pasaba por abrir la puerta a nuevos grupos sociales e in- tegrar mejor los territorios desarrollando el sistema de Consejos y haciendo que las élites locales acudieran al rey. En 1675 este cambio permitió que la corte cambiase su significado y que Alonso Núñez de Castro escribiera un libro titu- lado Solo Madrid es Corte y señalase: “vano estudio será, quando queremos pri- vilegiar entre todas las del Orbe la Corte imperial de Madrid, discurrir en las que tuvieron siglos pasados”.

José Martínez Millán, Rubén González Cuerva, Manuel Rivero Rodríguez

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LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV Los Reinos y la política internacional

Volumen 1 De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años

Coordinadores: José Martínez Millán y Rubén González Cuerva Portadillas Tomo IV Vol 1 _Maquetación 1 3/12/18 16:18 Página 2 4 Vol 1-1 Introd_Maquetación 1 3/12/18 16:19 Página 3

Introducción: La Guerra de los Treinta Años y el hundimiento de la monarquía de Felipe IV

José Martínez Millán IULCE/Universidad Autónoma de Madrid

Manuel Rivero Rodríguez IULCE/Universidad Autónoma de Madrid

Rubén González Cuerva IULCE/CSIC

LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS, CONFLICTO CONFESIONAL Y ENFRENTAMIENTO DINÁSTICO

¿Una guerra de religión internacional?

La interpretación que la historiografía europea del siglo XX mantuvo de la primera Edad Moderna se fundaba sobre un esquema dialéctico clásico de ac- ción, reacción y síntesis. Historiadores tan diferentes y a veces tan distantes co- mo Roland Mousnier, John Elliott o Heinz Durchhardt coincidían con una presentación de la Edad Moderna que esquematizaremos en breves trazos. A co- mienzos del siglo XVI el realismo político, encarnado en la filosofía política de Maquiavelo y Guicciardini, entre otros, permitió la creación de un primer siste- ma europeo originado en Italia. Sin embargo este primer esbozo de modernidad se vio frenado por el resurgimiento del integrismo religioso, dando marcha atrás a la secularización y dividiendo Europa en dos bloques irreconciliables. La polí- tica no debía regirse por intereses materiales sino por convicciones o creencias

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religiosas donde solo era admisible comportarse virtuosamente aunque eso fuera en contra de la razón. Mariana o Hotman serían los pensadores más característi- cos de esta nueva cosmovisión, donde los soberanos eran pastores al servicio de la fe. Si el Renacimiento se caracterizó por la lucha de los soberanos dentro de un sistema, la Reforma dividió a Europa en un bloque católico y otro protestante, que representaban dos cosmovisiones opuestas y en conflicto. Esta incompatibilidad explicó el origen, la causa principal, de la Guerra de los Treinta Años, un conflic- to que debía decidir cuál de las dos vías era la adecuada y cuál de las dos repre- sentaba la verdadera Cristiandad. El conflicto era por tanto una guerra total entre sistemas incompatibles. De este duelo a muerte nació el sistema internacional 1. Esta historiografía repasaba y reinterpretaba una tradición que arrancaba del propio siglo XVII. Samuel Pufendorf dio nombre a la Guerra de los Treinta Años al explicar el conflicto en su obra Situación del Imperio Germánico publi- cada en 1667. Puufendorf argumentaba las causas y presentaba los orígenes con un relato que se fijaba en el protagonismo de los componentes confesionales, poniendo como punto de partida en la “Defenestración de Praga” la ambición de los jesuitas y su voluntad por erradicar el protestantismo 2. Esto ha pesado con fuerza en la memoria de la Guerra de los Treinta años co- mo el punto en el que hay una transferencia de paradigmas políticos, del confe- sional al secular. En la tradición alemana supone el momento de construcción de un relato o narración con tintes de epopeya. Kevin Cramer, en su excelente es- tudio sobre la memoria del conflicto, expone que los historiadores protestantes insistieron en los orígenes religiosos de la guerra, situando dicho conflicto como parte de una larga lucha contra la dominación extranjera. La Reforma luterana se asimiló al despertar de la libertad alemana y el catolicismo fue un obstáculo superado después de 1648 cuando quedó relegado a una situación marginal en la comunidad nacional, como un cuerpo extranjero en la patria. Así, se propició que los Habsburgo dirigieran su atención a sus estados patrimoniales y crearan una entidad que se desarrollaría separada de la nación alemana. Esta narración dialéctica presidió el relato del conflicto hasta fechas muy recientes, de modo que la victoria protestante, asociada a la libertad, dio curso a la secularización y

1 Una buena presentación del panorama historiográfico en F. NEGREDO DEL CERRO: La Guerra de los Treinta Años, Madrid 2016; J. M. USUNÁRIZ GAYAGOA: España en Alemania: la guerra de los Treinta Años en crónicas y relaciones de sucesos, New York 2016. 2 G. MORTIMER: The Origins of the Thirty Years War and the Revolt in Bohemia, 1618, Basingstoke 2015, pp. 1-32.

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Introducción: La Guerra de los Treinta Años

a la creación de un orden internacional sustentado en la razón y el derecho, la paz de Westfalia en 1648 3. Estos elementos nos parecen cruciales para entender el impacto de la guerra y rastrear cómo se produjo el cambio de paradigma. En el primer cuarto del si- glo XVII, las paces y treguas firmadas entre 1598 y 1609 no cerraron conflictos, no hubo una “guerra fría” en la que pudo haberse evitado la gran matanza si el fanatismo religioso no se hubiera impuesto. En un sistema dinástico, en la so- ciedad de príncipes que era Europa, la guerra formaba parte de lo cotidiano: Pensar que en el mundo no ha de haber guerra es entender que no ha de haber hombres, porque es muy grande y hay muchos ociosos y pobres que viven de ella y otros ricos que enriquecen de revolverla; y lo que hoy tenemos a otro se lo quitamos, que es fuerza que estén con deseo de cobrarlo, escribió el 6 de marzo de 1617 el duque de Osuna a Felipe III 4. En 1618 la re- belión de Bohemia no fue apoyada por la mayoría de los príncipes protestantes alemanes y la situación en el Imperio era más compleja, el emperador Matías I y después Fernando II estaban llevando a cabo reformas con el fin de transfor- mar el Imperio en una monarquía hereditaria. Ese era el trasfondo del denomi- nado pacto de Oñate por el que la Monarquía hispana hacía causa común con el Sacro Imperio para garantizar sus derechos hereditarios y la restauración de la unidad del legado de Carlos V. Era una política que había ido perfilando Bal- tasar de Zúñiga, quien seguía un esquema basado en la razón de Estado, en su experiencia profesional como diplomático y experto conocedor de las diferen- tes cortes europeas. Según esto, la política de alianzas y la planificación de la po- lítica exterior debía fundarse en la seguridad y esta consistía en la conservación de los territorios de la Monarquía, en la seguridad de sus súbditos, la protec- ción de sus vasallos y aliados y mantener su expansión en ultramar, siguiendo la misión encomendada por la Iglesia a los reyes católicos. Eran preceptos muy sencillos en los que se consideraba inconveniente, poco realista y absurdo su- bordinar la política de Estado a la guerra de religión 5.

3 K. CRAMER: The Thirty Years’ War and German Memory in the Nineteenth Century, Lincoln (NE) 2007, pp. 51-94. 4 M. RIVERO RODRÍGUEZ: Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna, 1453- 1794, Madrid 2000, p. 118. 5 R. GONZÁLEZ CUERVA: Don Baltasar de Zúñiga. Una encrucijada de la Monarquía Hispánica (1561-1622), Madrid 2012, pp. 479-521.

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No era una excepción. Si nos fijamos en las ideas políticas de los ministros y soberanos de su tiempo, veremos muchos puntos coincidentes en su argu- mentación. La política ecuménica de Jacobo I no tenía otro objetivo que el de reintegrar a la Casa Estuardo en el mercado matrimonial de la selecta sociedad de príncipes cuyas cabezas eran dos linajes o casas católicas, Borbón y Habs- burgo. Un mercado controlado por Roma y la autoridad de los pontífices para conceder dispensas. Esto también alteraba la constitución monárquica de rei- nos y monarquías y puede que se encuentre tras el velo de muchos argumen- tos protestantes antipapistas. En Alemania, tras las reformas confesionales impuestas por los emperadores Matías I y Fernando II no había otro objetivo que el de trascender el Sacro Romano Imperio en una monarquía hereditaria. Al mismo tiempo, para la política española el objetivo prioritario fue restaurar la unidad patrimonial del emperador Carlos V. En Suecia, Gustavo III pensa- ba en la restauración de la unidad del patrimonio de la Casa Vasa bajo su per- sona (dividido a finales del siglo XVI entre las ramas protestante y católica de la casa) 6. También debemos advertir que todos ellos se embarcaron en ambiciosos pla- nes reformistas en sus respectivos estados, pero poner estos proyectos en un primer plano, como un objetivo finalista, puede resultar falaz, pues no les im- pulsaba en su acción de gobierno modernizar o mejorar las condiciones econó- micas y sociales de sus súbditos. Ya nos fijemos en Buckingham o en Olivares, hallaremos que la reputación de la Monarquía y la supremacía militar eran la meta de esos planes reformistas, que en el mejor de los casos son solo argumen- tos empleados para extraer recursos fiscales. Prestigio, virilidad y fuerza se anteponían a paces y treguas que eran vistas como vergonzosas claudicaciones y bochornosas pérdidas de reputación. En 1620 Gustavo Adolfo no renovó la tregua con Polonia, en 1621 Felipe IV no ra- tificó la prórroga de la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas, en 1625 Carlos I de Inglaterra tampoco ratificaba la prórroga de la paz con Espa- ña. Todos ellos utilizaron argumentos religiosos para convencer a sus súbditos de los sacrificios que tendrían que hacer, pero la urdimbre sobre la que se tejía

6 W. B. PATTERSON: King James VI and I and the reunion of Christendom, Cambridge 1997; M. ROBERTS: The Swedish imperial experience, 1560-1718, Cambridge 1979; J. I. GARCÍA DE PASO: “El problema del vellón en El chitón de las tarabillas“, La Perinola. Revista de Investigación Quevediana 6 (2002), pp. 323-362.

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Introducción: La Guerra de los Treinta Años

el conflicto que conoceremos como Guerra de los Treinta Años era esencial- mente dinástico 7. No obstante, es necesario advertir que la argumentación religiosa toma pre- sencia y protagonismo de forma cada vez más visible. En los discursos presen- tados ante las Cortes de Castilla y Aragón entre 1623 y 1626, se justificó el gasto militar en el Imperio y la reanudación de la guerra en los Países Bajos no solo para garantizar la posesión legítima de los estados de la Casa de Austria sino fundamentalmente para defender la fe. Olivares cambió esa orientación, frustró el matrimonio inglés para demostrar que no era solo el interés dinástico lo que daba sentido a la política de la corona, también la defensa de la fe y la restaura- ción de la Cristiandad 8. El 20 de abril de 1627 los soberanos de Francia y Es- paña firmaron una alianza para invadir las islas británicas 9. En el Consejo de Estado varios consejeros manifestaron su oposición al acuerdo porque era me- jor que Francia se extinguiese en guerras civiles, pero el valido y el rey zanjaron la discusión con un billete de Felipe IV que decía “no ay materia de estado don- de atraviesse un pelo de religión. Anteponiendo esta como se debe, será servido nuestro señor de darnos, contra máximas de estado y reglas del, muy aventaja- dos sucesos” 10. En 1621 Gregorio XV había comenzado su pontificado con la consigna de movilizar a todos los príncipes católicos en la lucha contra la herejía, entendien- do con ello que, más que vigilar y perseguirla dentro de sus dominios, esta con- sistía en erradicar los principados y repúblicas protestantes. No era una novedad, sino una reformulación de una bula anterior de Clemente VIII a la que

7 A. W. WHITE: Suspension of arms: Anglo-Spanish mediation in the Thirty Years War, 1621-1625, tesis doctoral inédita, Tulane University 1978; T. OSBORNE: “Abbot Scaglia, the Duke of Buckingham and Anglo-Savoyard Relations During the 1620s”, European History Quarterly 30/1 (2000): pp. 5-32; G. MORTIMER: The Origins of the Thirty Years War…, op. cit.; H. LOUTHAN: “New Perspectives on the Bohemian Crisis of the Seventeenth Century“, en P. BENEDICT y M. P. GUTMANN (eds.): Early Modern Europe: From Crisis to Stability, Newark (DE) 2005, pp. 52-79; P. SANZ CAMAÑES: Los ecos de la Armada. España, Inglaterra y la estabilidad del Norte (1585-1660), Madrid 2012. 8 P. BLET: Histoire de la Représentation Diplomatique du Saint Siège. Des origines à l’aube du XIXe siècle, Città del Vaticano 1990, pp. 335-346. 9 Ibidem, p. 347. 10 “Socorro que el rey de España envió al de Francia con Don Fadrique de Toledo cuando los ingleses le sitiaron la isla de Re”, BNE, Mss. 2359, ff. 1-3.

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los soberanos apenas habían prestado atención. Pero ahora su acogida fue dife- rente. Carlos Manuel I de Saboya siguió dicha directiva para intentar recuperar Ginebra, aprovechando que el rey de Francia había iniciado una campaña en el Poitou para someter a los hugonotes. En dicho año, todos los príncipes católi- cos dirigían campañas militares para restaurar su autoridad sobre territorios en rebeldía por causas confesionales que eran también políticas. Una bula papal, publicada el 2 de julio de 1622, ampliaba dicho cometido obligando también a los príncipes italianos a prescindir de servidores que no profesaran la fe católi- ca e instaba a librarse de los servicios de mercenarios protestantes o infieles en sus ejércitos. El objeto de estas cláusulas era definir con claridad el carácter sa- grado de la guerra 11. A propósito de dichas bulas, el embajador inglés en Venecia, sir Henry Wotton, apreció una novedad sustancial, pues los ejércitos que combatían en los campos de batalla de Europa eran pluriconfesionales y esta norma marcaba un cambio radical al introducir la intransigencia en un ámbito en el que nunca antes se ha- bía manifestado. Se estaba eliminando la idea de un marco de derecho y se esta- ba procediendo a considerar a los herejes en el mismo ámbito de extrañamiento que a los musulmanes o los paganos, lo cual significaba dejarlos fuera del dere- cho, sin derechos 12. Mezclar la religión con los asuntos de Estado, donde antes solo alcanzaba la inquisición y la policía interior de los gobiernos, se presumía la apertura de un marco incontrolable pues no daba lugar a ninguna forma de transacción o nego- ciación entre partes, solo era posible la derrota o la victoria, todo o nada. En la confianza de hallarse bajo la gracia de Dios era posible incrementar la escalada bélica con el apoyo de los súbditos, pues no se trataba solo de preservar los inte- reses legítimos del soberano sino de alcanzar un bien superior. El Conde Duque de Olivares siguió esta directriz con absoluta convicción, renunció a continuar los tratos con Jacobo I de Inglaterra e impulsó una política contraria a la razón de Estado. Pese a las críticas que recibió del círculo de expertos que le legó Bal- tasar de Zúñiga, pudo esgrimir con rotundidad lo acertado de su decisión reu- niendo un enorme conjunto de victorias en el curso del año 1625: socorro de

11 Bula de Gregorio XV, 2 de julio de 1622, Bullarium diplomatum et privilegiorum sanctorum romanorum pontificum, Torino 1867, vol. XII, p. 708. 12 L. P. SMITH (ed.): The Life and Letters of Sir Henry Wotton, Oxford 1907, vol. II, p. 248.

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Introducción: La Guerra de los Treinta Años

Génova, victoria de Cádiz, reconquista de Bahía de Brasil y toma de Breda. Se ufanaba de dirigir la Monarquía hacia la victoria total, que era también la del ca- tolicismo. Su gran estrategia no tenía otro objetivo que, una vez restaurada la re- putación de la Monarquía y sometidos los rebeldes a sus legítimos señores en La Rochela, Bohemia y los Países Bajos, se lograría la apertura de un tiempo de paz presidido por la dirección política de la Casa de Habsburgo y el restablecimien- to de la unidad cristiana bajo la autoridad del Papa 13. Paralelamente, en Alemania, la victoria imperial en Bohemia hizo que la Li- ga Católica, confiada en su triunfo aplastante, rompiese unilateralmente el es- quema de Augsburgo. El emperador incorporó el Palatinado a Baviera y avanzó hacia el noroeste de Alemania, inquietando a las Provincias Unidas de los Paí- ses Bajos, que podían temer, no sin razón, un movimiento envolvente de la Ca- sa de Habsburgo para reincorporarlas a su patrimonio 14. La argumentación confesional dio lugar a discursos en los que la fe enmascaraba los proyectos di- násticos y daban un color religioso a todas las actividades militares. Federico V del Palatinado obtuvo ayuda financiera de los Estados Generales de los Países Bajos y de su suegro el rey Jacobo I de Inglaterra, que le envió 2.000 hombres, con la condición de que no se aliara con los húngaros y sus protectores los tur- cos, puesto que serviría a la causa del Islam a expensas de la Cristiandad. No lo- gró evitar que el ejército imperial se desplegara arrasando el Norte protestante de Alemania, rebasando los límites de combatir y castigar a quienes se habían alzado contra el Emperador, ocupando territorios que no habían tomado parte por el simple hecho de no ser católicos; entre otros, el ducado de Holstein, per- teneciente a la corona danesa (1625). Estos territorios fueron tratados como tierra conquistada, sus señores fueron expropiados sin contemplaciones y se preten- dió restituir a la Iglesia las propiedades desamortizadas durante la Reforma protestante 15. La deriva confesional no hizo olvidar las prioridades de fondo, los intereses de Estado. En 1628 Armand du Plessis, cardenal de Richelieu y secretario de

13 “Advertencias y discursos en materia de Estado dadas al Conde Duque en 1625”, BNE, Mss. 2358, ff. 285-296. 14 “Sobre hacerse liga entre SM, el emperador y los de la Liga Católica” s.d., en “Correspondencia del marqués de Aytona con Felipe IV (1624-1629)”, BNE, Mss. 1433, ff. 82-99. 15 N. MALCOLM: Reason of State, Propaganda, and the Thirty Years’ War. An Unknown Translation by Thomas Hobbes, Oxford 2007, pp. 71-95.

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Estado francés, expuso en un memorial elevado a Luis XIII de Francia que en lo inmediato, el reino debía enfrentarse a serios problemas de orden interno y externo de combate a la herejía, ambos mezclados y unidos, la rebelión de los hugonotes (1625), y la guerra con Inglaterra iniciada en 1627. Pero por encima de todo, no se debía olvidar la vieja rivalidad con la Casa de Habsburgo, cuyo origen se remontaba a las Guerras de Italia, un conflicto aún no resuelto pero que debía devolver al Rey Cristianísimo de Francia al lugar que le correspondía a la cabeza de los soberanos de la Cristiandad. Ello dio lugar al mantenimiento del interés por regresar al escenario italiano, aprovechando circunstancias como el control del paso alpino de la Valtellina en 1626 o la intervención en la guerra de sucesión de Mantua en 1628. Para mantener ese objetivo bifronte, confesio- nal y de Estado, se ponía límites a la pretensión papal de tutelar al rey de Fran- cia, limitación reconocida en un breve de Urbano VIII para contar con la ayuda francesa para reducir la hegemonía española en Italia. Richelieu resumió este catolicismo de Estado en un breve comentario de su testamento político: “Si les rois sont obligés de respecter la tiare des souverains pontifes, ils le sont aussi de conser- ver la puissance de leur couronne” 16. Esta encrucijada no supo o no pudo resolverla Olivares, fundamentalmente porque la política de Urbano VIII no era la de Gregorio XV y porque a diferen- cia de Richelieu no supo o no pudo mantener la unión del interés de la Monar- quía y del catolicismo. Richelieu mantuvo la unión de los intereses de la Santa Sede y la Monarquía de Francia debido a que Urbano VIII deseaba restaurar la vieja idea de bilancio (balanza, equilibrio) y devolver al pontificado su liderazgo en la Iglesia universal recuperando el terreno cedido al Patronato regio y al ré- gimen de Padroado portugués. En 1630 Saavedra Fajardo escribió un breve memorial al Conde Duque de Olivares. Sin mencionar a Baltasar de Zúñiga, el politólogo murciano recomen- daba volver a las pautas con que aquel había reconducido la política de Estado de la Monarquía. El texto del memorial autógrafo tenía un título inquietante y premonitorio, Yndispusición general de la Monarquía de España, en el que adver- tía fallos severos en la conducción de la política exterior del valido. Contenía una breve especulación sobre la naturaleza de los imperios y algunas de sus ideas re- cuerdan a las de Richelieu: es preciso evitar la unilateralidad confesional y hacer uso del pragmatismo para preservar la integridad de los estados y la seguridad

16 S. TAUSSIG: Richelieu, Paris 2017, pp. 154-209.

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Introducción: La Guerra de los Treinta Años

de los súbditos, pues “con la fuerza y con el arte se aquistan y conservan monar- quías”; es decir, siempre hay que dejar la puerta abierta a negociar. Todavía en 1630, pese al revés de la guerra de Mantua, se obtenían resonantes victorias pe- ro era tiempo de aprovecharlas para negociar y no para continuar una guerra cu- yo horizonte no se vislumbraba. Era el momento de obtener una buena paz, en eso coincidía con la opinión de Spinola, el vencedor de Breda. Saavedra repro- chaba que bajo el espejismo de una victoria total se estuviera arruinando el fu- turo en vez “de recobrar fuerzas para aumentar la Monarquía” 17. Esto preocupaba a Saavedra, pero se estaba convirtiendo en una opinión co- mún. Lo que diferenciaba a Felipe IV respecto a sus antepasados era que no ha- bía aumentado el número de sus estados. El aumento de la Monarquía era la forma de mantener vivo el Imperio, porque era su razón de ser, porque así se había establecido en 1493 cuando se repartió el mundo entre Castilla y Portu- gal para que “descubrieran” nuevas tierras. Es decir, iluminarlas con la luz del evangelio. Si el Papa Urbano VIII imponía su supremacía exigiendo ser recono- cido como única autoridad competente en asuntos de inmunidades o en la pro- pagación de la fe, deslegitimaba el fundamento de la “Monarquía Católica”. Las congregaciones de Propaganda Fide (1622) e Inmunidades (1626) fueron he- rramientas creadas para deslegitimar a la Monarquía como amargamente cons- tataron Olivares y el cardenal de Borja tiempo más tarde, en 1634 18. El 28 de diciembre de 1630, Saavedra Fajardo entregó en propia mano al Conde Duque un segundo manuscrito, un breve opúsculo titulado Introduccio- nes a la política y Razón de Estado del Rey Católico. En él comentaba la Política de Aristóteles para el Conde Duque, utilizando la vida de Fernando el Católico como ejemplo práctico de esos principios como lectura edificante para el rey Fe- lipe IV 19. Este texto me parece un recordatorio desesperado del programa de Zúñiga y una denuncia de la locura que representaba la lógica de la guerra de re- ligión en las acciones de Estado y guerra. El Rey Católico era recordado sobre

17 D. DE SAAVEDRA FAJARDO: Yndispusición general de la Monarquía de España, sus causas y sus remedios al exmo. Conde Duque, año 1630, BNE, Mss. 6754, ff. 291-303v (la cita en f. 303v). 18 M. RIVERO RODRÍGUEZ: El Conde Duque de Olivares. La búsqueda de la privanza perfecta, Madrid 2018, pp. 230-237. 19 D. DE SAAVEDRA FAJARDO: Introducciones a la política y razón de Estado del Rey Católico Don Fernando, BNE, Mss. 1165.

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todo como un soberano que había sabido defender la jurisdicción real frente a las exigencias de la Iglesia, que había sabido defender la fe distinguiendo claramen- te la defensa del propio interés sin dejarse someter al dictado de las autoridades eclesiásticas. Es decir, de hacer prevalecer el interés superior de la Monarquía sin traicionar la fe. Francisco de Quevedo dedicó a don Baltasar de Zúñiga su edi- ción y comentario de la carta de Fernando el Católico al conde de Ribagorza, ejemplo de la buena Razón de Estado 20. Lo que Quevedo planteaba a Zúñiga en su comentario a la carta se desarrolla de una manera mucho más ordenada en un tratado que dedicó el 5 de abril de 1621 al conde de Olivares, titulado Política de Dios y gobierno de Cristo, que distinguía la separación del poder temporal y del poder eclesiástico como un precepto básico, pues ambos no debían confundirse ni mezclarse 21. Asociar la seguridad de la Monarquía con la autoridad pontificia era un asun- to difícil y complejo. Olivares, después de 1634, enfrió su relación con la Santa Sede y prosiguió su política católica prescindiendo del Papado. En 1638 Urbano VIII envió legados extraordinarios a Paris, Viena y Madrid para formar una San- ta Liga semejante a la que condujo a la victoria de Lepanto, quería reactivar la Cruzada en una empresa común para todos los soberanos católicos. Esta empre- sa complementaría la acción de Propaganda Fide en Oriente Próximo. Pero Oli- vares no le hizo el menor caso, considerando dicho proyecto un intento de menoscabo de la política católica de la Monarquía, por lo que el nuncio extraor- dinario enviado a Madrid, Cesare Fachinetti, fue desatendido. Olivares exigía una mayor contribución del clero en el esfuerzo de guerra, quería que los expo- lios y sedes vacantes revertiesen en beneficio de la Corona y limitar la libertad del tribunal de la Rota. Constituyó una junta de los abusos de la nunciatura que resolvió la suspensión de la jurisdicción de la nunciatura. El fallecimiento del nuncio ordinario monseñor Lorenzo Campeggi el 8 de agosto de 1639 llevó la crisis al límite: no se aceptaron las credenciales de su sustituto, Fachinetti, y se cerró la nunciatura 22. Urbano VIII nunca sintió simpatía por el Conde Duque, le parecía un ministro obcecado por violentar a la Iglesia. En diciembre de 1639,

20 C. PERAITA: Quevedo y el joven Felipe IV: el príncipe cristiano y el arte del consejo, Kassel 1997; R. GONZÁLEZ CUERVA: Don Baltasar de Zúñiga…, op. cit. 21 F. DE QUEVEDO: Politica de Dios y gobierno de Cristo, Buenos Aires 1946. 22 Q. ALDEAVAQUERO: “Iglesia y Estado en la Época Barroca”, en La España de Felipe IV (Historia de España Menéndez Pidal, vol. XXV), Madrid 1982, pp. 605-634.

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durante un acto público, dijo que el gobierno de España recibiría el castigo del Cielo por sus desmanes 23.

Incertidumbre, desorden e inseguridad jurídica (1635-1648)

Hasta 1635, la narración de la Guerra de los Treinta Años se había construido sobre un argumento confesional, pero en dicho año, Luis XIII de Francia dio un vuelco espectacular al conflicto al declarar la guerra a Felipe IV de España. El rey de Francia, con la aquiescencia de la Santa Sede, alegaba los derechos del Rey Cristianísimo para garantizar la paz de Europa e impedir la tiranía de la Casa de Austria, el rey “Tres Chrestien” tenía la obligación de poner en su lugar al rey “Tres Catholique” 24. Sometida a una fuerte tensión externa e interna, la Monarquía his- pana, después de más de veinte años de guerra se hallaba al borde del colapso. En 1640 estalló el descontento en los dominios de la Monarquía más afectados por la guerra, sublevándose Portugal y Cataluña. La otrora temible coalición de las dos ramas de la Casa de Habsburgo se hallaba en retroceso, tanto Felipe IV como Fer- nando III luchaban por separado intentando salvar lo salvable de sus arruinadas monarquías. La diplomacia francesa, que continuó con el cardenal Mazarino la lí- nea emprendida por Richelieu (fallecido en 1642), pudo ver cubierto su principal objetivo, la quiebra de la unidad de acción de los Habsburgo. En 1641, los suecos, que habían renovado su alianza con Francia, atravesaron Alemania, Bohemia y Moravia, amenazando Viena en 1645. Aunque los imperiales consiguieron que se replegasen hacia Sajonia, se resolvieron a iniciar conversaciones con sus enemigos y, sin el concurso de sus parientes españoles, buscaron la paz por separado 25. No me equivoco si indico que la única potencia que apelaba al discurso confe- sional era la Monarquía Católica y no de forma muy convincente, tal como indicó

23 M. VOELKEL: “Facchinetti, Cesare”, DBI, Roma 1994, http://www.treccani.it/ enciclopedia/cesare-facchinetti_(Dizionario-Biografico)/; N. GARCÍA MARTIN: “Esfuerzos y tentativas del conde duque de Olivares para exonerar de los espolios y vacantes a los prelados hispanos”, Anthologica Annua 6 (1958), pp. 231-281; L. VON PASTOR: History of the Popes from the close of the Middle Ages, vol. XXIX: Gregory XV and Urban VIII (1621-1644), London 1938, pp. 201-202. 24 A. LEMAN: Richelieu et Olivarès: leurs négociations secrètes de 1636 à 1642 pour le rétablissement de la paix, Lille 1938; S. TAUSSIG: Richelieu, op. cit. 25 D. CROXTON: Peacemaking in Early Modern Europe: Cardinal Mazarin and the Congress of Westphalia, London 1969.

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en su día Jover y queda expresado en un interesante opúsculo de Saavedra Fajar- do, Locuras de Europa, donde se defiende la política española en torno a 1640 y se reprocha a los franceses su política de razón de Estado porque la verdadera razón de Estado consiste en la defensa de la fe. A lo largo del conflicto, la convicción na- cida de un crudo empirismo creó una realidad de lucha sin desmayo por alcanzar la victoria como única forma con la que se podían despejar las amenazas reales, su- puestas o por venir, que se cernían sobre la conservación de los estados. Pero esta lucha había perdido su horizonte moral, desde 1635 ya no se sabía muy bien el por- qué de la guerra y quienes participaban en ella solo pensaban en vencer a toda cos- ta y someter al enemigo. Saavedra Fajardo indicaba que, perdida toda referencia, el mundo entraría en una dinámica en la que desaparecería el derecho y solo val- dría la fuerza pura. La defensa de la fe y el proyecto de supremacía del catolicismo era la única salida que había para que resplandeciera de nuevo el derecho, solo con- cebible en la unidad e integridad de la Universitas Christiana 26. Saavedra Fajardo ponía ahí el dedo en la llaga. En 1640 la guerra sin hori- zonte solo podía dar lugar a la paz si se restablecía el derecho, se combatía por la necesidad de obtener seguridad y únicamente con un resultado claro de ven- cedores y vencidos podría tener lugar una paz con garantías. Quedaba puesta en duda la autoridad de los poderes universales para poner orden, ni siquiera ape- lando al interés general. El arbitraje imperial o papal ya no era posible, al enten- derse que ser mediador implicaba erigirse en juez, lo cual conllevaba el ejercicio de un papel dirigente en el concierto político que ya no era reconocido ni al Pa- pa ni al Emperador, de ahí la “locura de Europa”. La sorda lucha contra la Mo- narchia Universalis pretendida por la Casa de Habsburgo había conducido a la destrucción de Europa en una guerra devastadora 27. La unidad de todos los cristianos bajo una sola ley, en un solo rebaño y con un solo pastor era a la altura de 1648 totalmente inadmisible 28. Tenía que construirse la paz desde la acep- tación de la destrucción de ese precepto unitario que había sostenido el ideal político de la Cristiandad Medieval.

26 D. DE SAAVEDRA FAJARDO: Locuras de Europa, ed. J. M. Alejandro, Salamanca 1965, pp. 59-64. 27 Ibidem, pp. 29-34. 28 F. BOSBACH: Monarchia universalis: Storia di un concetto cardine della politica europea (secoli XVI-XVIII), Milano 1998.

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El nuevo paradigma: el sistema internacional y el nacimiento de la diplomacia

El eminente filósofo Samuel Pufendorf observó que el sistema que naciese de la guerra no debería sustentarse sobre las creencias o la moral sino sobre las leyes naturales, “la demostración usada por los matemáticos”. La matemática política o ciencia de Estado dio lugar a la estadística e hizo pensar a los filóso- fos políticos en un nuevo método que permitiese actuar como si Dios no exis- tiese, sin las interferencias de la creencia, de ahí la búsqueda de un derecho o ley natural. El contrato fue considerado la clave sobre la que construir dicho derecho y en ello se inspiraron los sistemas de garantías creados en Westfalia, un contrato entre partes mucho más complejo que los tratados firmados entre soberanos antes de la guerra 29. El agotamiento de todas las potencias participantes, que estuvieron a punto de colapsar en medio de revueltas y revoluciones domésticas, obligó a iniciar conversaciones a despecho de las convenciones religiosas o jurídicas, partiendo del principio de realidad, de llegar a un acuerdo al precio que fuera. Los prime- ros contactos tuvieron lugar en 1643, celebrándose conversaciones formales en dos localidades de Westfalia, Münster y Osnabrück. En la primera se reunieron imperiales y franceses y en la segunda imperiales, suecos y príncipes alemanes. Lo mismo que la “guerra de los treinta años” fue la suma de muchos conflictos que se activaron sincrónicamente, las paces “de Westfalia” fueron un largo con- junto de tratados que reflejaban dicha situación, de modo que no se fijaba la paz por un solo tratado sino por una suma de acuerdos bilaterales. En 1647, Bavie- ra abandonó la lucha firmando el armisticio de Ulm con Suecia. Un año des- pués, el gobierno de las Provincias Unidas se apresuró a acelerar los tratos con la Monarquía hispana porque la separación de Portugal permitía ahora ajustar la política bajo un nuevo prisma y un regreso a la tradición, firmando la paz en Münster. El Emperador, por su parte, firmaba la paz con los príncipes alema- nes el 24 de octubre de 1648. Pero solo una parte de los contendientes se bene- fició de estos acuerdos. El estallido de la revuelta de la Fronda en Francia y las revueltas de Sicilia y Nápoles pospusieron la búsqueda de un acuerdo franco- español, pues ambas partes trataron de obtener ventajas aprovechando la crisis

29 N. BOBBIO: “Il giusnaturalismo”, en L. FIRPO (ed.): Storia delle idee politiche, economiche e sociale, vol. IV, Torino 1980, pp. 491-558; R. FALK: “Revisiting Westphalia, Discovering Post-Westphalia“, The Journal of Ethics 6/4 (2002), pp. 311-352.

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de su adversario. En 1652 los ejércitos de Felipe IV retomaron la iniciativa, re- cuperando Nápoles, Cataluña, Gravelinas, Dunkerque y Casale. Esta recupera- ción prorrogó el conflicto sin posibilidad de ver su final a corto plazo, siendo firmadas las paces definitivas siete años después, la conocida como Paz de los Pirineos de 1659 30. Al final, conocemos como sistema westfaliano a un conjunto de paces y tra- tados firmados entre 1647 y 1661, que transformaron totalmente la compren- sión de Europa y del mundo. A efectos inmediatos, el orden resultante no tuvo en cuenta la tradición, sino la realidad saliente de las victorias militares, legiti- mando situaciones de hecho por encima del derecho. Se cerraron los conflictos abiertos en el siglo XVI, la definición de la autoridad del emperador sobre los príncipes alemanes, la normalización de los Países Bajos como miembro de la comunidad política, la liquidación de la pugna España-Francia –con la afirma- ción de la superioridad de la segunda–, y la restauración del equilibrio en Italia y el mar Báltico 31. La Guerra de los Treinta Años y las paces que la cerraron cambiaron los mo- dos y la práctica de la diplomacia. La sensación de desorden y de ausencia de normas forzó el desarrollo de una idea de sistema fundamentado sobre las ga- rantías. Si en 1635 los observadores de la política europea deducían que solo el interés, libre de toda ética, movía a los príncipes usando la religión o el derecho como medios, y no como fines en sí mismos, la necesidad de obtener seguridad, apelando al interés general, tomó cuerpo diez años después. El insoportable cli- ma de inseguridad llevó a la búsqueda de fórmulas de seguridad jurídica y ga- rantías, hallando en la noción de contrato un mecanismo regulador que había que reforzar. La sorda lucha contra la Monarchia Universalis hizo inadmisible la acepta- ción de una potencia arbitral como lo fueron en el pasado los poderes universa- les de la Cristiandad (Papa y Emperador). Durante las discusiones que llevaron

30 J. I. ISRAEL: “España y Europa. Desde el Tratado de Münster a la Paz de los Pirineos, 1648-1659”, Pedralbes. Revista d’història moderna 29 (2009), pp. 271-337; D. CROXTON: Westphalia, New York 2013. 31 J. I. ISRAEL: “España y Europa…”, op. cit.; R. FALK: “Revisiting Westphalia…”, op. cit.; B. TESCHKE: “Debating ‘The Myth of 1648’: State Formation, the Interstate System and the Emergence of Capitalism in Europe – A Rejoinder”, International Politics 43 (2006), pp. 531-573; J. BARTELSON: “How policy became foreign: sovereignty, mathesis and interest in the Classical Age”, en su A Genealogy of Sovereignty, Cambridge 1995, pp. 137-185.

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a la firma de las paces uno de los puntos de mayor interés fue el de la seguridad de la paz y cómo garantizarla. Ese es el contenido de artículos 119 de Münster y 17 de Osnabrück en los que se creó un sistema de garantías colectivo, por el cual se desarrollaba la noción básica de contrato hasta su máxima expresión, to- das las potencias signatarias se vincularon a la defensa de los tratados y, como esto no parecía suficiente, se extendió la firma a potencias que, si bien no eran beligerantes, con su firma se vinculaban también a la defensa del acuerdo. La universalidad de las paces y la garantía de su cumplimiento se afirmó con la adhesión del conjunto de las potencias y soberanos que, se entendía, constituían una comunidad u orden político europeo, de modo que las paces de Westfalia fueron ratificadas por la república de Inglaterra y el zar de Moscovia, mientras que el Imperio Otomano no figura como signatario por ser ajeno al sistema. La poca incidencia de Westfalia y el hecho de que hubiese podido quedar reduci- da a papel mojado en 1654 indujeron a refinar el sistema de garantías en las pa- ces de los Pirineos y del Norte. Mazarino aportó un elemento más para dar seguridad a los tratados, el concierto como instrumento con el que comprome- ter a varias potencias no beligerantes para salvaguardar la paz al quedar facul- tadas para intervenir colectivamente para hacer cumplir los tratados, incluso por la fuerza si fuera necesario 32. Así mismo, hubo cambios significativos en la utilización de la diplomacia, pues el sistema de garantías se perfeccionó con el desarrollo de la diplomacia del aislamiento como fórmula de salvaguarda de la seguridad colectiva e instrumento para inducir a un estado o potencia a la paz. Así es cómo tanto España como el Imperio se vieron constreñidos a respetar los acuerdos firmados 33. La novedad más importante, que cerró para siempre toda posibilidad para utilizar la confesión como argumento de legitimación de la guerra entre euro- peos fue la fijación del principio de neutralidad. Al calificar la política de las po- tencias como “justa” o “injusta”, conforme a derecho o a religión, se definían posiciones absolutas. Cuando la guerra era un acto de justicia, era exigible a los soberanos no implicados de forma directa en el conflicto a tomar posición a fa- vor o en contra, si no se está con quien tiene razón se está en contra suya, no hay término medio entre la verdad o la mentira o entre la justicia y la injusticia.

32 D. CROXTON: Peacemaking in Early Modern Europe…, op. cit. 33 Ibidem; D. SÉRÉ: La paix des Pyrenees: vingt-quatre ans de negociations entre la France et l’Espagne, 1635-1659, Paris 2007.

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Muchos jusnaturalistas, siguiendo a Grocio, no entendían que con el nuevo or- den pudiera existir un derecho a inhibirse, pues las garantías exigían un com- promiso de todos los participantes en el sistema. No obstante, el principio de neutralidad se abrió paso, Bynkershoek indicó que no existía ninguna obligación de acudir en socorro de la parte agredida en un conflicto bilateral, existiendo el derecho a la neutralidad y a mantener relaciones con dos potencias beligeran- tes si uno no se hallaba concernido por el conflicto 34. El cumplimiento de los tratados y su interpretación construyó derecho, fue la materia que edificó las reglas del sistema europeo, a partir de la praxis, crean- do jurisprudencia. Desde Westfalia, la publicación de colecciones de tratados internacionales será una práctica y una obligación de todas las cancillerías euro- peas. Las primeras que pretendieron compilar este derecho fueron el Recueil des traités de paix, treves et neutralité entre les Cours d’Espagne et de France, publica- do en Amberes en 1664 por Jean-Jacques Chifflet y el mucho más completo Re- cueil de tous les traités modernes conclus entre les potentats de l’Europe: de tous les memoires qui ont servie à faire la paix de Nimégue ... relatifs aux traités de Nimégue et de Münster, editado en Paris en 1663 por Frédéric Leonard 35. La nueva “codificación” del derecho internacional y de gentes llevó a cam- bios importantes en la concepción de la diplomacia. Hasta 1648 los diplomáticos eran agentes de los soberanos que negociaban en su nombre, su función era la de actuar como agentes en las cortes de otros príncipes para defender los derechos e intereses del suyo. Pero tras las paces, en el sistema de garantías creado, los em- bajadores debían disponer de una formación técnica, desarrollándose el derecho de embajada. Abraham de Wicquefort autor de una obra fundamental para en- tender este cambio, L’ambassadeur et ses fonctions (1679), indicó que sin conoci- mientos de derecho internacional y de gentes los diplomáticos no podían servir eficazmente a sus señores, previendo que los embajadores del futuro no podrían ser solo hombres de Corte sino verdaderos profesionales. Rousseau de Chamoy (L’Idee du parfait ambassadeur, 1697) fue más lejos: sin una especialización en el cuerpo diplomático, los soberanos no podrían efectuar políticas exteriores, pues no solo se trataba de defender los derechos del soberano sino interpretar y usar

34 L. LABORIE: “Ideology and Foreign Policy in Early Modern Europe (1650-1750)”, The Seventeenth Century 28/2 (2013), pp. 242-243; N. BOBBIO: Il giusnaturalismo moderno, Torino 2009. 35 L. LABORIE: “Ideology and Foreign Policy…”, op. cit.

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las leyes en beneficio propio 36. Este ámbito jurídico en el que la guerra entre europeos se considera sobre todo como litigio perfila un nuevo modelo europeo, definido con una sola frase por Salvador Mañer en el prólogo de su obra más im- portante sobre el nuevo orden: “Europa forma un sistema político y un cuerpo el cual todo está ligado por las relaciones y los diversos intereses de las naciones que habitan esta parte del mundo” 37.

LA DESTRUCCIÓN DE LA MONARCHIA UNIVERSALIS POR LAS ARMAS: LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS

La destrucción completa de la Monarchia Universalis que detentaba la Monar- quía hispana solo podía ser efectiva a través de su derrota militar. Con ello, además de quitarse el dominio agobiante hispano, Roma conseguía liberar a los diversos territorios italianos de la dominación española, efectiva desde hacía más de un si- glo. La situación para ejecutar el intento parecía propicia después que la Santa Se- de hubiera llegado a una amistad con el monarca francés. Por su parte Campanella describía una Monarquía hispana formada por tres cabezas: el Sacro Imperio Ro- mano, cabeza de la esencia; los reinos peninsulares, cabeza de la existencia; Italia, cabeza del valor. Para derrotar a este monstruo era preciso cortarle la cabeza del valor, a partir de entonces, la existencia de este monstruo sería hueca 38.

La cuestión de la Valtelina

Esta buena relación iba a ser utilizada para enfrentarse a la Monarquía his- pana en la primera ocasión que se presentara con el fin de poner en debilidad el poderío hispano en Europa. La ocasión se presentó propicia en el conflicto –en- tre Francia y la Monarquía hispana– en la Valtelina, que se había podido evitar en 1622 con un compromiso, pero la Santa Sede aceptó el conflicto, que tuvo como resultado la neutralización de la Valtelina 39.

36 R. ADAMS y R. COX (eds.): Diplomacy and Early Modern Culture, New York 2011. 37 S. J. MAÑER: Systema político de la Europa, Madrid 1734. 38 ASV, Misc., Armadio III, vol. 41, ff. 208-210. 39 La importancia del valle de la Valtelina en el Imperio español fue puesto de manifiesto por P. MARRADES: El camino del Imperio. Notas para el estudio de la cuestión de la

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Desde el verano de 1624, los franceses enviaron unos agentes a los cantones suizos, a los grisones, a Saboya y Venecia para preparar una intervención militar en la Valtelina 40. Un contingente francés de unos cuatro mil hombres, en su mayor parte reclutados en los propios cantones suizos, permitió ocupar fácilmente el va- lle en una expedición, a finales de 1624, que duró unas cuantas semanas. Ante el empuje militar francés, el Conde Duque de Olivares declaró al embajador francés, el marqués de Fargis, que la Monarquía hispana no se sentía atacada en la Valteli- na porque dicho valle estaba bajo la protección del Papado. En consecuencia, Ma- drid y París nada tenían que negociar como solicitaba Fargis 41, por lo que el Conde Duque admitió evacuar las tropas hispanas del valle (aunque continuaron los preparativos militares en el Milanesado) y reemplazarlas por tropas del papa Urbano VIII. La confrontación se detuvo, al menos momentáneamente: las guerras de re- ligión volvieron a surgir en las provincias del oeste de Francia, a las que apoyó la Monarquía católica 42, y Richelieu, temiendo que los ingleses también pudie- ran ayudar a los hugonotes, negoció el matrimonio de Enriqueta de Francia y Carlos I de Inglaterra. Así rompió las relaciones que la Monarquía inglesa ve- nía manteniendo con la Monarquía católica durante el reinado de Jacobo I 43. A partir de entonces, la política inglesa con la Monarquía hispana cambió de sen- tido e inició un período hostil hasta el punto de que, el 1 de noviembre de 1625, la armada inglesa fondeó en la bahía de Cádiz con ánimo de mantener secues- trada la ciudad, dada la poca importancia que el monarca inglés concedía a la capacidad de reacción de la Monarquía 44, aunque la armada fue repelida por

Valtelina, Madrid 1943. Posteriormente realizó un trabajo más amplio G. PARKER: El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659, Madrid 1976, pp. 111-116 y A. MALVEZZI: “Papa Urbano VIII e la questione della Valtellina”, Archivio Storico Lombardo 7 (1957), pp. 5-113. 40 J. BERGIN: The Rise of Richelieu, Manchester 1997, pp. 253-254; R. PITHON: “Les débuts difficiles du ministère de Richelieu et la crise de Valteline, 1621-1627”, Revue d’Histoire Diplomatique 74 (1960), pp. 289-322. 41 AGS, E, leg. 1433, ff. 2-10; R. RÓDENASVILAR: La política europea de España durante la Guerra de Treinta Años (1624-1630), Madrid 1967, pp. 30-31. 42 AGS, E, leg. 1433, f. 12. Decisión del Consejo de Estado, fechada el 2 de febrero de 1625. 43 P. SANZ CAMAÑES: Diplomacia hispano-inglesa en el siglo XVII, Cuenca 2002, pp. 67-79. 44 BNE, Mss. 1433, ff. 63r-65v.

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los defensores de la ciudad. Todo ello provocó una inseguridad en Richelieu que le llevó a finalizar sus aventuras en la Valtelina y aconsejar al monarca francés firmar un nuevo acuerdo: el tratado de Monzón (2 de mayo 1626), que recono- cía implícitamente la “soberanía” de los Grisones y garantizaba a los valtelinen- ses el monopolio del catolicismo 45. H. Weber ha juzgado el tratado de Monzón y la primera fase de la política italiana de Richelieu de la siguiente manera: Par- tiendo de la Valtelina, esta política no se limita a Italia, sino es más bien concebida en el marco de una lucha general contra la Monarquía Universal de España. La Valtelina, que, en un principio parece tener una posición clave en la lucha, pierde con el tratado de Monzón el papel capital, lo que se confirmó en la segunda fase de esta política, que sucedió con el asunto de Mantua 46.

El problema de Mantua y Monferrato

Si Francia quería vencer a la Monarquía hispana debía procurar que no re- cibiera ayuda militar del Emperador, por lo que este debía neutralizarlo. El objetivo de Richelieu –a partir de entonces– se centró en dividir la Casa de Aus- tria. El Cardenal estaba convencido de que “l’union des États de la Maison d’Au- triche séparés ôte le contre-poids de la puissance de la France qui donne la liberté à la chrétienté” 47. Vistas así las cosas, Dinamarca e Inglaterra ofrecían ciertas po- sibilidades que podían ser utilizadas como medios de entretenimiento. Riche- lieu apostó a favor del elector del Palatinado y prometió apoyar con dinero y soldados al conde de Mansfeld, general de la Unión Evangélica. Según Riche- lieu, la alianza con Inglaterra era deseable porque tenían los mismos enemigos y los mismos aliados. Con todo, el rey inglés Jacobo I no pagó más que seis me- ses de soldada a Mansfeld y rehusó apoyar abiertamente al elector del Palatina- do y romper con el Emperador y con el Rey Católico. Pero además, Richelieu no quería privarse tampoco de la posibilidad de una eventual alianza con Baviera, jefe de la Liga Católica. Para ello, cambió los

45 L. BÉLY et al. (eds.): Guerre et paix dans l’Europe du XVII siècle, Paris 1991, vol. II, p. 115; T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy in the Court of Savoy. Political Culture and the Thirty Years’ War, Cambridge 2002, pp. 91-140. 46 H. WEBER: “L’Italie du Nord dans la politique de Richelieu”, en M. G. BOTTARO- PALUMBO (ed.): Genova e Francia al crocevia dell’Europa, 1624-1642, Genova 1989, pp. 29-58. 47 R. LAVOLLÉE (ed.): Mémoires du Cardinal de Richelieu, Paris 1920, vol. IV, p. 220.

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diplomáticos franceses en el Imperio 48. Richelieu tenía esperanzas de que la Liga Católica algún día estuviera del lado francés, dadas las ambiciones del elector de Baviera, Maximiliano I. Si se realizaba una alianza con Baviera, alia- do fundamental del Emperador, este podría ser neutralizado. Maximiliano I buscaba el apoyo de Francia para asegurar la posesión de los territorios del Pa- latinado superior y la dignidad electoral del Palatinado en la casa de Wittelsbach. De acuerdo con ello, no tenía ningún interés en que el Emperador acumulara gran poder en el Imperio. Con todo, las negociaciones de Baviera y Francia por de pronto no añadieron resultados concretos. Fue con la cuestión de Mantua cuando la política de Richelieu entró en una nueva dimensión no solo con respecto a Italia, sino también al Imperio y a la Monarquía hispana. Como es sobradamente conocido, el problema surgió por la muerte de Vicente II, el 26 de diciembre 1627, duque de Mantua y Monfe- rrato, sin descendencia 49. El Rey Católico solicitó al emperador Fernando II que demorase la sucesión valiéndose de la infeudación del Monferrato. Vicente de Mantua había designado a Carlos Gonzaga, duque de Nevers, como sucesor legítimo. Por otra parte, Vicente II, poco antes de morir, había nombrado al hi- jo del duque de Nevers lugarteniente general y había adquirido el matrimonio de este con su sobrina, la princesa María, hija pequeña de Carlos Manuel I de Saboya y heredero de Monferrato. Por este matrimonio de conveniencia políti- ca, las dos ramas de la dinastía se juntaban. El proyecto fue aprobado por los di- plomáticos franceses y pontificios. Todo parecía muy favorable a Francia, pero no fue así por la versatilidad del duque de Saboya, pues, descontento del escaso apoyo que había recibido en los últimos años del rey de Francia para seguir sus ambiciones de Génova, Milán y coronarse rey, cambió de bando y se alió con el rey de España 50. Del lado español se le señaló que se apoyarían las acciones que realizase para expansionarse por el Monferrato sobre la ribera izquierda del Po.

48 R. LAVOLLÉE (ed.): Mémoires du Cardinal de Richelieu, op. cit., vol. IV, p. 226. 49 T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy…, op. cit., p. 29; D. A. PARROTT: “The Mantuan Succession, 1627-1631: a sovereignty dispute in early modern Europe”, English Historical Review 112 (1997), pp. 29-65. 50 R. QUAZZA: Mantova e Monferrato nella politica europea alla vigilia della guerra per la successione 1624-1627, Mantua 1922, pp. 22-35; C. STANGO: “La Corte di Emmanuele Filiberto: organizzazione e gruppi sociali”, Bolletino Storico-Bibliografico Subalpino 85 (1987), pp. 445-502.

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En contrapartida, España exigía la ciudadela de Casale, que aseguraba la comu- nicación entre Milán y Génova, al mismo tiempo que el duque de Saboya se comprometería a no dejar pasar a los franceses por los puertos de los Alpes. A finales de 1627, un agente saboyano, el eclesiástico Gaetano Coxa, llegaba a Milán para proponer al gobernador español, Gonzalo Fernández de Córdoba, el reparto del Monferrato entre España y Saboya. En poder de la Monarquía católica quedaría la parte limítrofe con Casale, con inclusión de esta plaza; el resto sería para Saboya. Ciertamente, aunque era una propuesta, dejaba velada la amenaza de que, en caso de no aceptar, Carlos Manuel de Saboya se uniría a Francia 51. El 26 de diciembre, un día después de la firma del concierto hispa- nosaboyano en Milán, moría el duque de Mantua-Monferrato. Al día siguiente, el encargado de negocios mantuano en Milán le comunicaba la noticia a Fernán- dez de Córdoba 52. Milán y Turín debían conminar a Nevers a no recibir la he- rencia. Córdoba, antes de actuar, esperó la confirmación de Madrid y de Viena, lo que permitió a Nevers fortificarse. El 26 de enero de 1628, Fernández de Córdoba recibía la carta del Emperador que se negaba a respaldar el tratado his- panosaboyano. La razón era que la esposa de Nevers, María de Mantua, era so- brina del Emperador. El día 2 de marzo, Fernández de Córdoba recibía la orden de Madrid para que atacase el ducado. La ocupación de las tierras fue rápida, excepto Casale, una de las plazas fuertes más importantes del norte de Italia; allí se estancó el ejército y Fernández de Córdoba no sabía qué hacer 53. Carlos Ma- nuel de Saboya, por su parte, ocupó otras plazas del Monferrato. Al invadir el ducado, la Monarquía había actuado al margen del Emperador. Se le había en- comendado al embajador español en Viena, marqués de Aytona, que presentase al Emperador la propuesta y la aceptase, pero la situación era peliaguda porque a los sentimientos familiares se unió el partido opositor a la Monarquía hispa- na en la corte de Viena, que no quería intervenir en Mantua por temor a ganar- se la enemistad de Francia. La situación se agravó para Francia porque el Emperador estaba decidido a hacer valer sus derechos de soberanía sobre Mantua y Monferrato y rehusó la

51 M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ: Don Gonzalo Fernández de Córdoba y la guerra de Sucesión de Mantua y del Monferrato, Madrid 1955, pp. 141-144. 52 R. RÓDENAS VILAR: La política europea de España…, op. cit., pp. 154-155. 53 M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ: Don Gonzalo Fernández de Córdoba…, op. cit., hace un estudio exhaustivo de la situación, que me ha resultado esencial para redactar estos párrafos.

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investidura de Mantua para Carlos II. Llegados a esta situación, Richelieu rea- lizó un profundo examen de los acontecimientos en su Advis que le Cardinal donna au Roy à son retour de Paris 54. Vista la situación política interior de Fran- cia y las implicaciones que se podían derivar de la política exterior, Richelieu creyó conveniente que el Rey no debía intervenir por el momento, mientras el Cardenal comenzó a bosquejar una nueva táctica. Richelieu buscó la conquista de un paso que no fuera la Valtelina, por lo que pensó atacar Pinerolo o el mar- quesado de Saluzzo 55. La rendición de La Rochela en octubre de 1628 dejó a Luis XIII vía libre pa- ra acumular todas sus fuerzas al otro lado de los Alpes. La expedición del Rey no merece ser narrada aquí, pero sí las causas que la motivaron, que son escritas por el Cardenal Richelieu en sus Memoires. En primer lugar, presenta la expedición para gloria del Rey, que se presenta como liberador y protector. En segundo lu- gar, destaca la importancia del asunto de Mantua: si se desamparaba al duque de Mantua, la Monarquía hispana seguiría siendo dueña de Italia y todos los poten- tados que había detrás de los Alpes serían sus esclavos 56. Por otra parte, pensaba que si los españoles conseguían esto, se apoderarían de los valles grisones. La política de Richelieu y la del Emperador concerniente a Mantua y otros problemas italianos demostraron la estrecha dependencia que existía entre las dos problemáticas. No hay duda de que, desde finales de 1629, el Imperio se si- tuó en el centro de la política extranjera del Cardenal. Lo que perseguía Riche- lieu era bloquear la política del Emperador a través de los Estados del Imperio y por este medio impedir que este ayudara a España. En su Advis donné au Roy après la prise de la Rochelle (13 de enero de 1629), el Cardenal hizo a Luis XIII la siguiente proposición:

54 La fecha era en torno al 20 de abril de 1628. Papiers de Richelieu. Section Politique interieur. Correspondance et Papiers d’Etat, Paris 1979, vol. III, p. 206. 55 Ibidem, p. 209. Esta estrategia miraba más lejos, a largo plazo: “l’effect de celuy-ci estoit indubitable [el auxilio al duque de Mantua] estoit indubitable, bien qu’il parust moins spécieux, pour M. de Mantoue, de première face, en ce qu’il sembloit qu’on se servist et des forces que’on luy avoit promis de lever en France, et celles de Sa Majesté pour augmenter cest Estat plus tost que pour conserver les siens ; ce qui n’estoit pas en effet, puisqu¡on n’attaqueroit Pignerol ou le marquisat de Saluses que pour s’asseurer un passage pour tousjours en Italie, et se mettre en estat de faire en suite restituer Cazal, et garantir pour jamais les princes d’Italie des incvasions des Espagnols”. 56 R. LAVOLLÉE (ed.): Mémoires du Cardinal de Richelieu, op. cit., vol. IX, pp. 4 ss.

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Ensuite il faut penser à se fortifier à Metz, et s’avancer jusques à Strasburg, s’il est possible, pour acquérir une entrée dans l’Allemagne: ce qu’il faut faire avec beaucoup de temps, grande discrétion et une douce conduite 57. En el otoño de 1629 y en enero de 1630 el conde de Marcheville fue enviado al Imperio. En la primera misión fue encargado de poner en guardia a todos los electores (excepto al de Baviera) de elegir a Fernando III. En la instrucción da- da a Marcheville, Richelieu expresaba cuál era el punto central de su política ha- cia la Casa de Austria y el Imperio. Estaba convencido de que había que transferir la corona imperial de los Habsburgo de Austria a otra familia. Riche- lieu buscaba que los príncipes del Imperio rompiesen la costumbre de favorecer a los Habsburgo. En enero de 1630, Marcheville fue enviado a Tréveris. Desde 1627, Francia mantenía estrechas relaciones con el arzobispo elector, Philipp von Sötern. En enero de 1627 había aceptado en secreto una pensión del rey de Francia. A partir de 1629, las relaciones del arzobispo y la Monarquía hispana se fueron deteriorando. Francia pensaba que, a través de Sötern, se podía influir en otros príncipes que formaban la Liga Católica. Según la instrucción dada a Mar- cheville, fechada el 15 de enero de 1630 58, el arzobispo de Tréveris debía con- vencer a los miembros de la Liga Católica para que presentaran al Emperador, bajo forma de ultimátum, las siguientes reivindicaciones: 1) El Emperador de- bía despedir a su general Wallenstein; 2) Debía retirar las tropas de Italia y con- cluir la paz; 3) Todas las guarniciones españolas en el Imperio debían ser evacuadas; 4) Después de un desarme completo del Emperador, este debía con- vocar la Dieta del Imperio en la que debía devolver a los Estados del Imperio to- dos sus derechos que les correspondían según la constitución tradicional del Imperio. En el caso de que los príncipes tuvieran que recurrir a las armas por- que el Emperador se negase, Francia les ayudaría militarmente. Las operaciones militares francesas para la conquista de Pinerolo, Perusa y Bricherasio comenzaron en el mes de marzo de 1630. Al principio del mes, el Rey había declarado la invasión de Saboya. En otoño, su principal ministro trataba la paz con Collalto y llegaba, el 4 de septiembre de 1630, a la tregua de Rivalta 59.

57 Papiers de Richelieu. Section Politique Intérieur..., vol. IV: 1629, Paris 1980, p. 26. 58 K. MALETTKE: Les relations entre la France et le Saint-Empire au XVIIe siècle, Paris 2001, p. 98. 59 Para estudiar estos sucesos resulta fundamental, K. MALETTKE: Les relations entre la France et le Saint-Empir…, op. cit. Me he servido de él para realizar este resumen de los hechos.

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El ciclo de paces de Ratisbona-Cherasco

Entretanto, el 3 de julio de 1630 se reunió la dieta electoral del Imperio en Ra- tisbona. En ella se trataron dos grandes temas, a saber: en política interior, la im- plantación del Edicto de Restitución, firmado por el Emperador el 6 de marzo de 1629, en el que daba una interpretación de la paz religiosa de Augsburgo (1555), en virtud del cual, se tenían que restituir a los católicos todos los bienes eclesiás- ticos, no dependientes del Imperio, que se les había arrebatado violentamente. El edicto declaraba ilegal la posesión de los obispados y monasterios, inmediatamen- te dependientes del Imperio, que habían sido ocupados por los protestantes con- tra la reservación eclesiástica de la paz religiosa de Augsburgo y, por consiguiente, cesaba el derecho de los propietarios protestantes de dichos bienes a tener voz y voto en la Dieta imperial. Los comisarios encargados de la ejecución del edicto te- nían facultades para reclamar ayuda militar en caso necesario 60. El edicto resul- ta inoportuno porque significaba abrir una nueva guerra de religión en momentos tan delicados para España, además de perder la amistad que venía manteniendo con el elector protestante, el duque de Sajonia; por todo ello, Felipe IV escribía a su representante en la Dieta, el duque de Tursi, que procurase por todos los me- dios no perder la amistad del duque de Sajonia; un año después, el 12 septiembre de 1631, volvía a escribir a su embajador en Viena, el marqués de Cadereita, que procurase sacar al Emperador de esa intención 61. En política exterior se cuestionaba la intervención del ejército imperial en la Guerra de Sucesión de Mantua, que había obligado a tomar partido a todas las potencias interesadas en el problema, especialmente a las monarquías de Fran- cia y España, si bien cada uno de los representantes de la Dieta trató de defen- der sus pretensiones. Los participantes fueron el Emperador en persona y los cuatro electores católicos, los dos protestantes (Juan Jorge de Sajonia y Jorge Guillermo de Brandemburgo), además de los embajadores: el duque de Tursi por parte de la Monarquía Católica; por Inglaterra y el Palatinado, Robert Ants- truther y Joachim von Rusdorf; Brûlart de Léon y el capuchino P. José (quien por el camino se había entrevistado con Wallenstein) por Francia; por Roma, el nuncio en Viena, Ciriaco Rocci; el obispo de Mantua por el duque de Nevers. Además, enviaron representantes el duque de Saboya y el de Lorena, Venecia y

60 L. VON PASTOR: Historia de los Papas, vol. XXVIII, Barcelona 1948, pp. 48-56. 61 H. GUNTER: Die Habsburger-Liga, 1625-1635, Berlín 1908, pp. 292-293.

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Toscana. Finalmente, asistieron numerosos consejeros imperiales y represen- tantes de la Liga Católica, el Rey de Hungría y el general Tilly. En la Dieta se debía nombrar rey de Romanos al hijo del Emperador, el Rey de Hungría, esposo de la infanta María, hermana de Felipe IV, tal como se ha- bía acordado en las capitulaciones matrimoniales. Ahora bien, el Emperador te- nía que ceder en unas cosas para conseguir otras. Los electores protestantes estaban dispuestos a transigir a cambio de que se suspendiera el Edicto de Res- titución. Maximiliano de Baviera, junto a los electores católicos pretendía que se destituyera a Wallestein para ocupar él el mando de las tropas imperiales, car- go que tanto el Emperador como Felipe IV querían que recayese en el Rey de Hungría. El nuncio quería intervenir en la restitución de los bienes eclesiásti- cos y además agradar al de Baviera. Mientras se debatían estas rencillas, Gus- tavo Adolfo de Suecia, con el aval de Francia, desembarcaba en las costas de Pomerania con 12.000 soldados, perturbando la política del Imperio 62. Esta fue la auténtica desgracia para Europa. La Dieta de Ratisbona no cons- tituyó, por tanto, una verdadera paz, sino un nuevo punto de partida para la guerra. La descomposición política del Imperio no podía ser mayor a causa de las ambiciones de poder de los príncipes, ciudades y de la misma Iglesia y del pueblo oprimido y hambriento por los desmanes de la soldadesca. En la dieta de Ratisbona se bloqueó la elección del rey de Romanos en el hijo del Empera- dor. El general Wallenstein fue destituido. En el tratado de paz (13 de octubre de 1630), Luis XIII se comprometía a no asistir a los enemigos del Emperador. De otra parte, fue estipulado que el duque de Mantua pedía perdón a Fernan- do II, que le concedía la gracia de investidura de los ducados de Mantua y Monferrato. También se obligó al Emperador a devolver los pasos de la Valteli- na y los Grisones y a retirar las tropas de Italia sin ninguna compensación para España ni para el Imperio. En cambio, Francia se quedó con el Pinerolo, llave de entrada en Italia y con un aliado incondicional por el apoyo prestado: el nue- vo duque de Mantua. El padre Joseph y Brûlart de Léon firmaron el Tratado de Ratisbona dejan- do bien claro que no tenían poderes suficientes de su gobierno. Las noticias de esta paz fueron recibidas en Francia con alegría, pero Richelieu (que recibió el texto el 21 de octubre de 1630) se indignó. Los enviados franceses en Ratisbo- na habían firmado una paz general para Italia antes de la conquista de Casale,

62 G. FAGNIEZ: Le Pere Joseph et Richelieu (1577-1638), Paris 1894, vol. I, pp. 447-496.

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ocupada por los españoles. Richelieu no quería una paz en Italia para tener las manos libres en el Imperio, pero también porque esta paz general entre Francia y el Emperador habría podido interpretarse como una ruptura con Suecia, con la que Francia venía negociando desde hacía tiempo. Un consentimiento de Ri- chelieu a la paz general era incompatible con el sistema político que venía con- cibiendo desde fines de 1629 63. El tratado de Cherasco de 6 de abril de 1631 dio finalmente la investidura de los ducados de Mantua y Monferrato al duque de Nevers. Dicha paz no se pue- de entender sin tener en cuenta el tratado anterior de Monzón (1626) y el tra- tado de Ratisbona (1630), cuya ejecución pretende el de Cherasco. El tratado de Ratisbona había puesto fin a la guerra de Mantua, cuya ciudad fue saqueada du- rante tres días. En virtud del artículo 2 del tratado de Ratisbona, se habían de adjudicar al duque de Saboya una serie de tierras pertenecientes al Monferra- to, cuyas rentas anuales equivalían a 18.000 escudos. Estas poblaciones se habían de especificar individualmente y valorar sus rentas por una comisión compues- ta por el conde de Collalto, plenipotenciario del Emperador, y por diputados del Rey Cristianísimo. Y efectivamente se reunieron en Cherasco el barón Mattia Galasso en nombre del Emperador 64, el señor Torras, mariscal de Francia, y Abel Servien, ambos embajadores del Rey francés, y el nuncio Panzirolo con Giulio Mazzarini como mediadores del Papa, sin que hubiera representante es- pañol. La ciudad de Cherasco está situada al sur de Turín, en territorio del duque de Saboya. Allí se había establecido la corte de este duque por huir de la peste que asolaba ciudades como Turín y Milán (1630-1631). Además de la asignación del territorio que había de hacerse a favor de Sabo- ya a costa del Monferrato, se tenían que fijar las fechas de las retiradas de las tropas. Todo esto se fijó en el primer tratado de Cherasco, fechado el 6 de abril de 1631. La Monarquía hispana consideraba que el primer tratado de Cheras- co no era más que una repetición del tratado de Ratisbona; pero se le añadieron dos cláusulas secretas que, en opinión de los españoles, contradecían el tratado de Ratisbona. Galasso firmó estos artículos, inducido por el resto de los miem- bros. Esto permitió que se modificara lo referente al paso de los Grisones que, estando en poder del Emperador, este se reservaba el derecho a ser el último en

63 H. WEBER: “L’Italie du Nord…”, op. cit., p. 55. 64 Rambaldo di Collalto murió el 18 de noviembre de 1630 en Coira y le sustituyó Mattia Galasso con el cargo de comisario imperial.

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devolverlos al estado en que se encontraban al comenzar la guerra, después que todos los interesados, especialmente Francia, hubieran devuelto lo ocupado en Italia. El tratado de Cherasco invertía los términos y se prestaba más confianza a la palabra de franceses y suizos que a la del Emperador. Tal novedad indignó al duque de Feria, que llamó a Galasso y escribió al Emperador para que obli- gara a rectificar lo acordado, al mismo tiempo que escribía al Conde Duque “yo estoy resuelto de no pasar por la paz por ningún caso y disponer las cosas que estuviesen a mi cargo lo mejor que sea posible para hacer la guerra” 65. Saave- dra Fajardo, en su empresa 81, expresa cuál era el sentir hostil de Europa res- pecto a la Monarquía Católica e, incluso, del propio Pontífice: Celos daba la grandeza de la Casa de Austria y todos procuraban humillarla, sin que alguno se acordase de Suecia, de donde hubiera nacido a Alemania su servidumbre, y quizá a Italia, si no lo hubiera atajado la muerte de aquel rey. El segundo tratado de Cherasco (19 de junio 1631) cerraba una etapa tormen- tosa de la política internacional de la Monarquía Católica. Como se deduce de la exposición, realizada meticulosamente por el profesor Quintín Aldea, todo ello giraba en torno a lo acordado en la Dieta de Ratisbona (13 de octubre 1630) sin cuya inteligencia carecen de sentido el resto de tratados. La firma de los tratados de Cherasco irritó a los españoles, que vieron las tretas que gastaba la diplomacia francesa y que ya se habían materializado en otras acciones anteriores, como eran: a) en primer lugar, en el tratado de Casale de 26 de octubre de 1630, por el que se acordaba que franceses y españoles debían abandonar Casale según lo es- tipulado en la Dieta de Ratisbona (13 octubre 1630), si bien los franceses se ne- garon a abandonar sin que antes lo hicieran los españoles; como consecuencia se planteó la batalla, pero viéndose en inferioridad numérica los franceses, enviaron a Mazarino para que mediase y no se recurriera a las armas bajo la excusa de evi- tar un derramamiento de sangre 66. Por el tratado de Casale, los españoles debían abandonar la ciudad y castillo de Casale y los franceses la ciudadela, dejando pa- so al duque de Mayenne para que pusiera las guarniciones pertinentes. Y hasta el día 23 de noviembre, en que el Emperador había de conceder la investidura al duque de Mantua, entraría en Casale un comisario imperial al que el duque de

65 AGS, E, leg. 3336, n. 144, carta fechada en Pavía a 12 de abril de 1631. 66 BNE, Mss. 2362, “Suceso de Casal gobernando el sitio de aquella plaza el marqués de Santa Cruz, por muerte del marqués de Spínola”. La correspondencia del marqués de Santa Cruz con Olivares sobre este tema, en, AGS, E, leg. 3436, n. 217.

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Mayenne debía tratar con los debidos honores. Todo se comenzó a hacer según lo acordado, pero los franceses, recelosos de los españoles, destacaron de su ejér- cito, que caminaba hacia Francia, tres regimientos, que se introdujeron en secre- to en Casale, ocupando la plaza y expulsando al comisario imperial. Conocido por los españoles, se dispusieron a dar satisfacción a este agravio, pero de nuevo se in- terpuso Mazarino, acordando que Casal pasara a manos del duque de Mayenne mientras los españoles se retiraban de Monferrato 67. b) En segundo lugar en el tratado de Bärwalde, firmado secretamente entre las monarquías de Francia y Suecia, el 23 de enero de 1631, en el que Francia se comprometía a pagar 400.000 escudos para que Gustavo Adolfo de Suecia pudiera levantar un ejército de mayor número de soldados. c) En tercer lugar, el tratado entre Francia y Saboya de 31 de marzo de 1631, mediante el cual se comprometían a que las tropas francesas no abandonaran Pinerolo. Con ello obligaba a la Monarquía Católica a mantener permanente- mente un ejército en pie de guerra por la amenaza de una invasión francesa. No resulta extraño que la Monarquía francesa buscase otras estratagemas en el pri- mer tratado de Cherasco, firmado el 6 de abril de 1631. Según estudió el padre Quintín Aldea 68, el 6 de marzo de 1631, el marqués de Aytona comunicaba a la corte de Madrid desde Bruselas que había descu- bierto una conjura internacional que pretendía destruir la Casa de Austria. El eje estaba formado por Francia y Baviera, Holanda y Suecia, además de otros príncipes de menor importancia. Según Aytona, los agentes de la conjura eran el nuncio apostólico en Francia, Bagno, y el secretario de Estado de Baviera, Wilhelm Jocher. La carta de Aytona concluía: “No hay ministro del Papa en to- das estas partes que no esté continuamente tratando lo que puede ofender a Vuestra Majestad y a su Casa” 69. La conjura a la que se refería Aytona se pola- rizó en el pacto de Fontainebleau entre Francia y Baviera (30 de mayo de 1631), por el que se rompía el bloque imperial en política exterior 70. Lo peor de este

67 AGS, E, leg. 3336, n. 113. 68 BNE, Mss. 4181, trascrito por Q. ALDEA VAQUERO: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los Treinta Años. 1.- Instrucciones a los Embajadores de España en Roma (1631-1643)”, Miscelánea Comillas 34 (1958), pp. 364-372. 69 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la Época Barroca”, op. cit., p. 606. Las cartas en BNE, Mss. 1436, ff. 77-79 y AGS, E, leg. 2332. 70 Q. ALDEA VAQUERO: España y Europa en el siglo XVII. Correspondencia de Saavedra Fajardo, vol. I: 1631-1633, Madrid 1986, p. xxi.

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tratado es que tuvo la participación especial del nuncio de París, el cardenal Bagno, que lo consideró su obra maestra, con el consentimiento del papa Urba- no VIII 71. Bagno, desde abril de 1628 hasta febrero de 1631, supo ganarse al du- que de Baviera sin que se enterase nadie de la Casa de Austria. Quintín Aldea resume los acuerdos del pacto de Fontainebleau en los siguientes puntos:

• Unión y mutua defensa militar de los respectivos territorios de Francia y Baviera. • Neutralidad de Baviera y de la Liga Católica con los holandeses (lo que equivalía a dejar sola a la Monarquía frente a ellos). • Bloqueo en la Dieta de Ratisbona de la elección del rey de Romanos en el hijo del Emperador. • Dimisión del general Wallenstein, el único capaz de enfrentarse a los rebeldes 72. Frente a la conjura internacional que experimentaba la Monarquía, en Ma- drid se creó una Junta cuyo origen arranca de la resolución real, a instancias del Conde Duque, en la sesión del Consejo de Estado del 31 de marzo de 1631. Al profundo descontento contra el Papa se añadía otra serie de quejas concretas como era la intervención del nuncio y la protección que daba a los eclesiásticos sevillanos que no quisieron someterse a lo que ordenaba la pragmática de la sal. Para evitar que el nuncio Monti se enterase de lo que se discutía en la Junta, se excluyeron a los personajes que eran amigos suyos como Miguel Santos de San Pedro, “electo arzobispo de Granada”, a quien se le recriminó por su falta de fi- delidad a los secretos de Estado 73. Otros confidentes del nuncio, dentro del Consejo de Estado, eran el cardenal Zapata, inquisidor general, el duque de Al- ba y el marqués de los Gelves, los tres del partido de oposición al Conde Duque de Olivares. Con esto, la Junta quedó formada por: fray Antonio de Sotomayor, que era confesor del Rey; don Juan de Chaves, don Diego del Corral, don Francisco de Tejada, Francisco de Alarcón, Juan Chumacero, José González, el obispo de Oviedo, el padre Hernando de Salazar (confesor del Conde Duque), el regente Bayetota,

71 Q. ALDEA VAQUERO: “La neutralidad de Urbano VIII en los años decisivos de la guerra de los Treinta Años”, Hispania Sacra 21 (1968), pp. 174-178. 72 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la Época Barroca”, op. cit., p. 617. 73 ASV, SS, Spagna, 72, ff. 168 y 169.

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Alonso de la Carrera, Mendo da Mota, fray Domingo Cano, fray Juan de San Agustín, fray Juan de la Puente, fray Francisco Cornejo y el maestro Albiz. Todos ellos pertenecían a los Consejos de Estado o de Castilla, excepto los últimos cinco que tomaban parte en calidad de teólogos y juristas. También entraron en la Junta con voz, pero sin voto, los dos fiscales del Consejo Real y el doctor Juan Balboa, fiscal del Consejo de Hacienda. Como secretario actuó Saavedra Fajardo 74. Se envió a Roma al cardenal Borja (1580-1645), hijo del sexto duque de Gandía creado cardenal en 1611, para que exigiera la ayuda del Pontífice ante la invasión del Rey sueco: y aunque no dudo que la prudencia de Su Santidad anteverá todo esto y que su piedad y zelo le obligarán a procurar el remedio que, que como padre universal y cabeza de la Iglesia, y aun como príncipe temporal debe aplicar a tan gran peligro, todavía por la obligación en que Dios por su misericordia me ha puesto de defender su Iglesia, me hallo obligado a representárselo y pedirle con mucha instancia acuda al socorro del Emperador y de los Príncipes católicos de Alemania, pues en ocasión tan apretada, no solo es justo, sino obligatorio el poner la mano en los medios más reservados y procurar por todos los posibles obviar tan gran ruina (punto 3 de su instrucción). Además, la corte de Madrid llevó a cabo un gran plan de acción diplomática y militar con el fin de asegurar el control de los dominios de la Casa de Austria, poniendo en relación tres elementos políticos dentro del Imperio: Maximiliano de Baviera, el general Wallenstein y el emperador Fernando II. De la conexión de estas fuerzas y de su unión con los estados del Rey Católico (Flandes, Milán y Franco Condado) dependía la eficacia de la situación española en el centro de Europa. Para llevar a cabo tal acción, en el campo diplomático fue enviado don Diego Saavedra Fajardo, cuyas actividades y correspondencia han sido estudia- das y publicadas por Quintín Aldea. Las instrucciones que Saavedra Fajardo recibió de Felipe IV, extendidas el 11 de abril de 1631, no dejaban dudas del trabajo que debía realizar: Aunque en todo tiempo ha sido conveniente conservar al Duque de Baviera en unión y buena inteligencia con el Emperador, mi tío, y con nuestra Casa, hoy viene a ser necesario y uno de los negocios de mayor importancia que se puede ofrecer en Alemania para poder esperar el acomodamiento de las cosas del Imperio y el buen suceso de todas las de la Casa de Austria. Y assí, por la

74 Q. ALDEA VAQUERO: “Iglesia y Estado en la España del siglo XVII (Ideario político- eclesiástico)”, Miscelánea Comillas 36 (1961), p. 179.

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satisfacción que tengo de vuestra persona, inteligencia y celo de la atención y fidelidad con que tratáis las cosas de mi servicio, he querido encargaros y confiar de vos esta negociación y advertiros lo que se me ofrece para que se encamine como conviene 75. En su viaje, Saavedra descubrió la actitud hostil de los Grisones hacia los españoles 76 y la posible unión del duque de Baviera con Francia a causa de la ene- mistad que aquel tenía con Wallenstein. Asimismo le llegaban noticias de la hos- tilidad de Roma a la Casa de Austria y cómo los franceses promovían una liga con los suizos para impedir el paso del ejército español que debía partir de Milán.

La intervención de Suecia

Durante el otoño de 1629, las relaciones entre Suecia y los Habsburgo entra- ron en una nueva fase. En septiembre, Suecia y Polonia firmaban una tregua por seis años en Almark. Con la paz concluida entre ambas monarquías y la firmada entre Dinamarca y el Emperador, Gustavo Adolfo tenía más capacidad de manio- bra. El 27 de octubre y 3 de noviembre de 1629, tuvieron dos sesiones en las que discutieron el tratado con Polonia y pensaron los argumentos de invadir el Impe- rio 77. Lo que acordaron fue entablar la guerra porque el Emperador quería ob- tener poder sobre Suecia y dominar el Báltico. En consecuencia, a principios de 1630, Gustavo Adolfo contactó con los electores de Brandemburgo y Sajonia 78. Trataba de demostrarles que él había mantenido siempre una actitud de no agre- sión hacia el Imperio, pero que este le había atacado tanto en Prusia como des- pués de la paz con Polonia. Ello significaba que Gustavo Adolfo estaba decidido a atacar el Imperio. Antes de invadir el continente, publicó un Manifiesto de gue- rra en el que exponía las quejas y razones por las que iniciaba la guerra 79.

75 AGS, E, leg. 2459, trascrito por Q. ALDEAVAQUERO: España y Europa en el siglo XVII…, op. cit., vol. I, p. 38. 76 Ibidem, p. 58. 77 M. ROBERTS: “The Political Objectives of Gustav Adolf in Germany, 1630-2”, en sus Essays in Swedish History, London 1967. 78 E. RIGNMAR: Identity, interest and action. A cultural explanation of Sweden’s intervention in the Thirty Years War, Cambridge 1996, pp. 116-120. 79 M. ROBERTS: Gustavus Adolphus: A History of Sweden, 1611-1632, London 1958, vol. II, pp. 125-145.

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Ciertamente, en 1630 el norte de Europa resultaba motivo de preocupación para los suecos. Tres años antes, el rey Cristian de Dinamarca había sido derro- tado por los ejércitos de Tilly y Wallenstein, que habían llegado hasta el Bálti- co. Por su parte, el duque de Pomerania se vio obligado a admitir guarniciones imperiales en sus territorios. Tales victorias permitieron que Wallenstein pudie- ra ayudar a Segismundo, rey de Polonia y cuñado del Emperador, en la lucha que venía manteniendo, desde 1625, contra Gustavo Adolfo. De esta manera, el Rey sueco se halló estancado en las costas del Báltico. En estas circunstancias, la intervención de Francia fue providencial. Tras fracasar en su intento de con- vencer a Maximiliano de Baviera que rompiera con el Emperador y de no lo- grar convencer a Cristian IV para que continuara luchando, Richelieu envió un emisario a Gustado Adolfo para aconsejarle que dejara en paz a Polonia y se de- cidiera atacar el Imperio, por lo que, a cambio, recibiría ayuda de Francia. En el otoño de 1629, Gustavo Adolfo firmaba la paz con Polonia y con la ayuda eco- nómica francesa se disponía a intervenir en el Imperio. En abril de 1631, el Rey sueco avanzó hacia el sur penetrando en Brandembur- go y tomando las ciudades de Küstrin y Frankfurt del Oder, pertenecientes al Imperio, pero no pudo salvar al único aliado de Gustavo Adolfo, la ciudad de Magdeburgo, tomada por las tropas imperiales. Este episodio sirvió para que el margrave de dicha ciudad se decidiera a apoyar al Rey sueco. El pacto con Bran- demburgo fue muy oportuno porque la paz de Cherasco liberó el importante ejér- cito imperial al mando de Tilly, ocupado en el norte de Italia, y avanzó hacia el norte para enfrentarse a Gustavo Adolfo. La clave de la situación militar era aho- ra Sajonia. Tilly debía atravesarla para enfrentarse a los suecos, pero el elector se negó, por lo que Tilly decidió dar la batalla en Breitenfeld, ante lo cual el de Sajo- nia se unió a los suecos. La victoria cayó del lado protestante. Tilly se retiró hacia la segura Baviera. Según el tratado de Bärwalde, Gustavo Adolfo estaba obligado a considerar neutrales todos los territorios aliados de Francia, pero Tilly contaba con 73 años de edad. En marzo, Tilly perdió la protección que le daba el tratado de Bärwalde al expulsar un destacamento sueco de Bamberg; eso fue excusa para que Gustavo Adolfo atacase y conquistara toda Baviera. La causa católica parecía perdida. El ejército de la Liga se hallaba roto y Ba- viera reducida a cenizas. Solo la Monarquía católica podía salvar la situación. Sin embargo, en este momento, Felipe IV había perdido el sur de los Países Ba- jos y, por otra parte, en el norte de Italia, el final de la guerra de Mantua había desatado una peste que generó gran mortandad y despoblación.

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Por otra parte, la situación del Imperio era difícil y Fernando II llamó a Wa- llenstein para que formara un ejército. En abril de 1632 se encontraron secre- tamente en Göllersdorf y acordaron diez puntos. Wallenstein podía acantonar las tropas donde él quisiera en los territorios de los Habsburgo, tenía autoridad sobre todos los ejércitos católicos, incluso de regimientos españoles en el Impe- rio. Con estos apoyos, se enfrentó a Gustavo Adolfo en la batalla de Lützen (17 noviembre 1632), en la que, pese a la pírrica victoria protestante, murió el Rey sueco. La desaparición de Gustavo Adolfo dejó un vacío inmenso. Su más próximo colaborador, el canciller Oxenstierna, que también se hallaba al frente del Conse- jo de regencia, se hizo cargo de las fuerzas que quedaron. Al comenzar 1633, fijó la política que debía seguir Suecia: mantener su presencia en la Pomerania y en Prusia para cortar el acceso al Báltico a Polonia y al Emperador, realizar una con- federación de príncipes del Imperio amigos, fortificar la presencia sueca en Ma- yenne y crear un campo sueco fuerte en las confluencias del Main y del Rin. Como ha estudiado Quintín Aldea, la campaña de 1633 estuvo marcada por la ofensiva española en el Imperio. Olivares quería establecer las comunicacio- nes entre Milán y los Países Bajos, por lo que el duque de Feria 80 salió de Mi- lán y pasó por la Valtelina con 20.000 soldados para llegar al sur de Alemania, pues la intervención francesa en Lorena amenazaba de nuevo la ruta de Alsacia. El duque de Feria fue autorizado por Madrid para ir hacia Nancy, pero él pre- firió recuperar los pies de los Alpes. La idea de una ofensiva combinada entre Viena y Madrid hacía su camino. La campaña del duque de Feria en la Alsacia fue inmortalizada en tres cua- dros, que se conservaban en el salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, dos de ellos (Socorro de Constanza y Toma de Rheinfelden) fueron pintados por Vicen- te Carducho y otro (Socorro de Breisach) por Jusepe Leonardo 81. Efectivamente,

80 El duque de Feria era don Gómez Suárez de Figueroa (Guadalajara 1587 – Múnich 1634). Fue dos veces gobernador de Milán (de 1618 a 1625 y de 1631 a 1633). El 22 de agosto de 1633 salió con un ejército de 10.000 soldados 1.500 jinetes, dejando de gobernador al Cardenal Infante. El 12 de septiembre escribió al duque de Baviera, desde Innsbruck, anunciándole su llegada; el 16 del mismo mes volvía escribirle desde Füssen, donde estableció la plaza de armas del Rey Católico. 81 M. SIMAL LÓPEZ: El palacio del Buen Retiro y sus colecciones durante los reinados de Felipe V y Fernando VI: de “villa de placer” a residencia oficial del monarca (1700-1759), tesis doctoral inédita, Universidad Complutense de Madrid, 2016.

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describen su campaña –que duró de septiembre a diciembre de 1633– en la que liberó las ciudades de Constanza y Breisach del asedio que padecían y expulsó a todos los enemigos de la cuenca del Rin. De Breisach pasó a Múnich, donde mu- rió el 11 de enero de 1634. El fin de su campaña no era abrir una guerra en el Imperio, como han afirmado algunos historiadores 82, sino despejar el camino para que el Cardenal Infante pudiera marchar de Milán a Flandes para ocupar- se del gobierno, pues el 1 de diciembre de 1633 acababa de expirar Isabel Clara Eugenia 83. Por su parte, Wallenstein, conociendo su fragilidad política y militar, alter- naba las negociaciones con los ataques. Negoció con los exiliados checos que se encontraban en Sajonia por mediación de su lugarteniente Amim, con Francia, con Brandemburgo y con Oxenstierna. El Emperador estaba tanto más inquie- to cuanto que no había medio de influir en sus generales, como Gallas y Picco- lomini. Wallenstein quería que las tropas ocupasen los cuarteles de invierno en los dominios austriacos y que el ejército español, que debía llegar de Lombar- día al mando del cardenal infante Fernando, estuviera también bajo su mando. Las negociaciones diplomáticas con otras potencias inquietaron sobremanera al Emperador. En enero de 1634, Wallenstein exigió juramento de fidelidad a sus colaboradores. Fernando II pidió consejo a tres ministros que no eran hostiles al general y estos se declararon contra él. Fernando II redactó la orden de traerlo prisionero a Viena o si no, de matarlo como culpable de traición. Wallenstein se puso una escolta, pero Gallas y Piccolomini prepararon su arresto. Finalmente se abrió vía la opción más expeditiva encabezada por el embajador español en Viena, el conde de Oñate, que de acuerdo con Fernando II y su hijo el rey de Hungría Fernando culminó en el asesinato de Wallenstein, ejecutado por algu- nos de sus lugartenientes la noche del 25 de febrero de 1634 84. Este incidente removió el último obstáculo a la cooperación dinástica, que ese mismo 1634 se coronó con la firma de la Liga y el resonante triunfo de Nördlingen, el 6 de

82 M. HUME: La Corte de Felipe IV, Barcelona 1949, p. 153; G. MARAÑÓN: El Conde Duque de Olivares. La pasión de mandar, Madrid 1952, p. 80; Q. ALDEA VAQUERO: España y Europa en el siglo XVII..., op. cit., vol. I, pp. 309-419. 83 D. DE AEDO Y GALLART: Viaje, sucesos y guerras del Infante Cardenal Don Fernando de Austria, Madrid 1637, pp. 53 ss. 84 Q. ALDEA VAQUERO: España y Europa en el siglo XVII…, op. cit., vol. II, pp. lxvi-lxx, 414-415, 419-420.

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septiembre de 1634. En la batalla se coordinaron finalmente las tropas imperia- les y españolas, comandadas por el rey de Hungría Fernando y su primo y cu- ñado el cardenal infante Fernando de Austria 85.

La entrada de Francia en la guerra

La derrota de los suecos y protestantes alemanes en la batalla de Nördlingen puso a Richelieu en situación apretada. La batalla no solo fue una victoria de los católicos, sino también un golpe contra la política de Richelieu. Comentando la debacle de las tropas protestantes, declaraba: Il est certain que si le parti est tout à fait ruiné, l’effort de la puissance de la Maison d’Autriche tombera sur la France […] Il est certain encore que le pire conseil que la France puisse prendre est de se conduire en sorte qu’elle puisse demeurer seule à supporter l’effort de l’empereur et de l’Espagne 86. Los ojos de los protestantes alemanes se dirigieron hacia el rey de Francia, te- miendo que la Casa de Austria sometiese a todos los príncipes del Imperio. Des- pués de un primer tratado entre Suecia y Francia de 1 de noviembre de 1634, Oxenstierna firmó el tratado de Compiègne el 28 de abril de 1635. Por este pac- to, ambas monarquías se comprometían a sostener la causa protestante frente al Imperio y de no firmar paces por separado. Richelieu sustituyó la guerra oculta que traía contra la Casa de Austria por una guerra abierta. Lo que precipitó la entrada fue el golpe realizado por los españoles contra el arzobispo de Tréveris, el elector Philipp von Sötern, aliado francés, que constituyó la última prueba pa- ra Richelieu de que España no quería la paz. Sin embargo, desde el punto de vis- ta hispano había causas suficientes para detener a Sötern. El Arzobispo había comenzado a construir una fortaleza en Philippsburg, ciudad del Palatinado, con las suspicacias de otros príncipes vecinos. Esto motivó que una noche fuera des- truida. Sin embargo, el arzobispo de Tréveris, que se había decantado manifies- tamente por los franceses, volvió a reconstruirla después de que los ejércitos protestantes fueran vencidos en Montaña Blanca. Dicha fortaleza fue ganada,

85 Para la coordinación militar de la Casa de Austria a partir de esta batalla, L. HÖBELT: Von Nördlingen bis Jankau. Kaiserliche Strategie und Kriegführung 1634-1645, Wien 2016; P. H. WILSON: “Habsburg Imperial Strategy during the Thirty Years War”, en E. GARCÍA HERNÁN y D. MAFFI (eds.): Estudios sobre guerra y sociedad en la Monarquía Hispánica: guerra marítima, estrategia, organización y cultura militar (1500-1700), Valencia 2017, pp. 291-330. 86 L. BÉLY: Les relations internationales en Europe XVIIe-XVIIIe siècles, Paris 1992, p. 119.

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posteriormente, por los suecos y, tras la batalla de Nördlingen, el Arzobispo lla- mó a los franceses para que la ocupasen antes de que lo hicieran los españoles 87. El cardenal infante don Fernando lo apresó justificando su actuación en que el arzobispo de Tréveris era elector del Imperio y, por tanto, era ministro principal del Emperador y uno de los cancilleres del Imperio, auiendo hecho juramento de fidelidad, como vasallo de su Majestad Cesárea, en virtud del electorado, arzobispo de Tréveris y obispado de Spira, contraviniendo a las constituciones imperiales y al juramento referido, sin licencia ni conocimiento expreso del Emperador, su jefe, aceptó y metió en plazas de su jurisdicción al Rey de Francia, enemigo capital del Romano Imperio, debiendo exponerse antes generosamente al riesgo (por la causa de la Religión Católica) que los demás Príncipes Electores padecían. Añadiendo, asimismo, contravenciones semejantes para romper con los acuerdos antiguos entre el país de Lucemburg y el de Tréveris (de quien el Rey, nuestro señor, como duque de Lucemburg y cabeza del círculo de la inferior Borgoña, es su protector hereditario, y tiene en aquella villa un principal palacio, a quien llaman la corte de Lucemburg y el magistrado della), que le paga cada año treinta mil florines de oro con que sus burgueses han viuido en paz y quietud muchos siglos 88. Aunque Oxenstierna deseaba que Francia hiciera una declaración al Empera- dor, Luis XIII solo la hizo a la Monarquía hispana, pues esperaba conseguir una paz separada de las dos ramas de la Casa de Austria. Después de que un último aviso francés fuera rechazado por el Cardenal Infante (4 de mayo de 1635), el rey de Francia declaraba la guerra a Felipe IV. Un Manifeste contenant les justes causes que le roi a eues de déclarer la guerre au roi d’Espagne, publicado en el Mercure fran- çais de 1635, justificó en detalle la decisión de Luis XIII. Recurría a las armas co- mo ofensa personal, como defensor de todos los príncipes de la cristiandad, del derecho de gentes y de la dignidad del Sacro Imperio. La guerra era también ne- cesaria para impedir a los españoles someter a Francia a la Casa de Habsburgo ba- jo la forma de una Monarquía Universal. Según costumbre feudal, un heraldo de armas llevó la declaración de guerra francesa a Felipe IV a Bruselas ante el Car- denal-Infante, gobernador de los Países Bajos españoles, el 19 de mayo de 1635 89.

87 A. LEMAN: Urbain VIII et la rivalité de la France et de la maison d’Autriche de 1631 à 1635, Paris 1920, p. 492. 88 D. DE AEDO Y GALLART: Viaje, sucesos y guerras…, op. cit., p. 178. 89 Sobre el tema, L. BÉLY: Les relations internationales en Europe…, op. cit., p. 122; J. M. JOVER ZAMORA: 1635. Historia de una polémica y semblanza de una generación, Madrid 1949.

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Poco después, el elector de Sajonia firmó (el 30 de mayo de 1635) la paz de Praga y se pasó de la alianza sueca a la alianza imperial. Sus tropas fueron in- tegradas en el ejército imperial como las de Maximiliano de Baviera. Junto a él, siguieron el ejemplo Brandemburgo, Mecklemburgo y la casa de Brunswick. Solo los territorios más débiles, que no tenían nada que perder, se mantuvieron con los protestantes. Hasta 1635, los objetivos perseguidos por Richelieu en política exterior se centraban más bien en una política defensiva; pero a partir de 1635 se centró en la conquista de territorios de la dinastía de Habsburgo. Por ello, la campaña de 1635 comenzó con ofensivas francesas en distintos frentes. Uno de sus objeti- vos primordiales fue la conquista de Alsacia, mientras que en los Países Bajos llegó hasta Lovaina. Mientras, el duque de Rohan ocupó la Valtelina. Richelieu se esforzaba por llegar a acuerdos con los estados italianos y propuso una liga anti-española bajo el mando del duque de Saboya, Víctor Amadeo I. La liga ofen- siva entre Saboya, Mantua y Parma fue creada por el tratado de Rívoli del 11 de julio 1635, pero no era la gran coalición con la Toscana y Venecia que soñaba Richelieu. Las ambiciones territoriales de Richelieu entre 1635 y 1642 no pueden ser estructuradas más que a través de la correspondencia oficial. Lo que parece cla- ro es que quería mantener Pinerolo. Las instrucciones principales entre 1637 y 1643 dadas a los enviados franceses en las reuniones de paz tratan en profundi- dad la problemática de Lorena. Frente a lo que defiende Dickmann 90, que con- sidera que el Cardenal fue el único autor de sus instrucciones, parece que Mazarino también había participado en la elaboración de estas posturas 91. En lo que concierne a lo que se iba hacer con las ciudades del Imperio y los obis- pados de Metz, Toul y Verdún, Richelieu no se pronunció durante los años 1635-36. Solamente en las instrucciones dadas al plenipotenciario francés en Münster en el año 1643 se hacía mención al tema, dejando bien claro que que- ría asegurarlos para Francia. La verdadera campaña comienza en 1636. La Monarquía hispana cambió de estrategia y el 31 de julio de 1636 el Cardenal-infante escribía a Felipe IV expo- niéndole sus intenciones sobre la campaña de Francia. El objetivo español, al

90 F. DICKMANN: Der Westfälische Frieden, 2ª ed., Münster 1965, pp. 121 ss. 91 F. DICKMANN et al. (eds.): Acta Pacis Westphalicae. Serie I, Instruktionen. I.- Frankreich, Schweden, Kaiser, Münster 1962, p. 88.

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atacar la Picardía, era doble: por una parte, alejar a los franceses de Flandes; por otra, romper la opinión francesa. Para justificar su acción, el cardenal Infante promulgó el siguiente bando: [El Rey de Francia] ha enviado exércitos para embestir y acometer con todo ejemplo de impiedad y barbaria los Países Bajos y a robar y destruir el estado de Milán y otros legítimos feudos del Imperio y ahora asaltar el condado de Borgoña, contra las leyes de la asentada neutralidad … Por tanto, usando de la autoridad que nos ha dado la Majestad Cesárea y el Rey, nuestro señor, hemos resuelto de hacer entrar nuestras armas en el Reyno de Francia, no por otro fin, que por obligar a su Rey a una verdadera y segura paz 92. La derrota de los ejércitos franceses llevó a Richelieu a forzar un cambio de gobierno: el intendente de finanzas Bullion acusó del fracaso a Abel Servien, que había sido ministro de guerra durante seis años, por lo que tuvo que dimi- tir en febrero de 1636. Fue sustituido por François Sublet de Noyers. La segunda campaña de Francia comenzó con el avance de Bernardo de Sa- jonia hacia Alsacia, donde los franceses tenían protectorados, mientras que Condé sitiaba Dôle en el Franco Condado, pero se vio obligado a retirarse para evitar que Dijon fuera ocupado por una fuerza imperial 93. También había sido espectacular el avance de los ejércitos de los Habsburgo en el norte de Francia hasta llegar a La Corbie. Ahora bien, durante los tres años siguientes, la guerra tuvo unos resultados indecisos. Hasta la revuelta de los catalanes, en 1640, no se produjeron grandes victorias francesas sobre los Habsburgo. En 1636, una esperanza de paz entre Francia y España aparece bajo forma de una posible negociación directa, bajo Urbano VIII, sin esperar a un congreso ge- neral. La iniciativa surgió –al parecer de manera individual– del conde de Monte- rrey, virrey de Nápoles, quien pensaba utilizar las influencias adquiridas en Roma con el general de los dominicos, el padre Niccolò Ridolfi, que mantenía gran con- fianza con el cardenal Francesco Barberini 94. La presencia en Roma de Alphonse de Richelieu, hermano del valido francés, favorecería el intento. Richelieu estuvo

92 D. DE AEDO Y GALLART: Viaje, sucesos y guerras…, op. cit., pp. 197-198; “Manifiesto del serenísimo Infante Cardenal, publicado en Mons, en el país de Henao, a los cinco de julio de mil y seiscientos y treinta y seis años, con la entrada que hicieron las armas católicas en Francia, presa de la Capela”. 93 C. BITSCH: Vie et carrière d’Henri II de Bourbon, prince de Condé (1588-1646), Paris 2008, pp. 330-336. 94 A. LEMAN: Richelieu et Olivares..., op. cit., pp. 2-17.

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de acuerdo en principio y dio permiso al embajador francés en Roma, el mariscal d’Estrées, para que se reuniese con Ridolfi. En abril de 1637, el general de los do- minicos pensaba enviar un fraile de su orden a España, pasando antes por Francia, para presentar este proyecto de negociación. No obstante, a finales de 1637, Mon- terrey fue reemplazado por el duque de Medina de las Torres en el virreinato de Nápoles y el proyecto quedó parado 95. Al comenzar 1638, Italia había dejado de aparecer como lugar donde podría surgir el diálogo y se trató entonces de bus- car un diálogo directo entre ambos contendientes. No obstante, se abrió un período de emisarios y negociaciones. A finales de 1637, el padre Simon Bachelier, provincial de los Mínimos de Champagne, fue enviado a Madrid para obtener de Felipe IV una reliquia de san Isidro. Fue aleccionado por Richelieu para que indagase las ideas del gobierno español so- bre la paz, pero vio desconfianza en el Conde Duque con respecto a Francia. En mayo de 1638, Miguel de Salamanca fue enviado a Bruselas y el Conde Duque le dio una lista de exigencias por parte de España para ver si los franceses las aceptaban 96. En enero de 1639 parece que Olivares intentó de nuevo buscar la paz, y una nueva fase se abre a finales de 1639, cuando los acontecimientos no fueron favorables para la Casa de Austria 97, enviando a Jacques Brecht. Con todo, fue preciso esperar a 1640 para observar un cambio de tendencia en la evolución de la guerra. En ese año, Cataluña y Portugal se levantaron con- tra la Monarquía católica. Por otra parte, a partir de 1644, la situación se degra- dó en la periferia europea: el príncipe de Transilvania, Jorge I Rákóczi, retomó la hostilidad contra los Habsburgo y firmó una alianza con Suecia y con Francia. El año 1645 fue particularmente dramático después de que el ejército de Gallas fuese destruido por los suecos. El emperador Fernando III decidió hacer un es- fuerzo militar sin precedentes y tomar él mismo el mando del ejército. Se espe- raba un juicio de Dios a favor de la Casa de Habsburgo y un nuevo milagro como en Montaña Blanca (1620). Los resultados fueron distintos a los que se espera- ban: la victoria sueca en Jankau, obtenida por Torstensson el 6 de marzo de 1645, en parte por la utilización de artillería, marcó un punto decisivo en la Guerra de los Treinta Años. Este fracaso imperial entregó Bohemia a los suecos, que ame- nazaron Viena en junio de 1645, aunque Torstensson rehusó cruzar el Danubio.

95 D. SÉRÉ: La paix des Pyrenees..., op. cit., p. 70. 96 AGS, E, leg. 1419, n. 30. 97 AGS, E, leg. 1420, n. 36 y 49.

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Los protestantes húngaros se sublevaron, apoyados por el príncipe de Transilva- nia, Jorge I Rákóczi. La brillante resistencia de Brno, en Moravia, impidió a los suecos tomar Viena, mientras que hábiles negociaciones neutralizaron a los hún- garos. Los aliados bávaros, que habían comenzado con triunfo sobre los franceses, fueron derrotados poco después por un ejército coaligado dirigido por Condé, Turenne y el margrave de Hesse-Kassel. El general bávaro, Lorrain Mercy, fue muerto en combate y la ruta de Baviera fue abierta a los enemigos de Fernando III y de Maximiliano I 98. El año 1646 tampoco fue glorioso para la Casa de Austria y sus aliados. Los sue- cos de Wrangel y los franceses de Turenne pudieron invadir Baviera en septiem- bre. Después de la batalla de Rain, los aliados lograron cercar Augsburgo y, sin tomar la ciudad, lograron pasar a Lech en octubre. Desde allí, Wrangel empren- dió una campaña de invierno, tomó Leutkirch y se asentó en Lindau. El 14 de mar- zo de 1647, Maximiliano I firmó, por él y por su hermano el arzobispo-elector de Colonia, el armisticio de Ulm. Los bávaros evacuaron Suabia y los imperiales Offenburg. De esta manera, el Emperador perdía posiciones en Baden y la ayuda de las tropas bávaras, esenciales en el ejército del Imperio. Por su parte, los espa- ñoles sufrían una serie de derrotas en este mismo año. Perdieron Dunkerque en los Países Bajos, dando a los franceses un acceso directo al mar del Norte. Éstos se apoderaron además de los presidios de Toscana (Piombino y Porto Longone), al mismo tiempo que mantuvieron el asedio a Lérida. Por si fuera poco, en marzo de 1646 moría el príncipe Baltasar Carlos y en junio se anuló el matrimonio que ha- bía concluido con su prima Mariana de Austria, de 11 años de edad. Finalmente, ella se casó con Felipe IV, que contaba con 45 años. En esta tesitura, el proyectado matrimonio de la infanta María Teresa con el joven Luis XIV no se podía realizar porque, en esos momentos, ella era la heredera de la corona española.

Las numerosas guerras en las que la Monarquía se vio obligada a compro- meterse (que inexorablemente llevaban acarreada la búsqueda de ingresos y la subida de impuestos) iban dirigidas a mantener una organización política de ambiciones universales, que justificaba la existencia de la propia Monarquía hispana como Monarchia Universalis. La destrucción de este proyecto no solo produjo la decadencia de la Monarquía hispana, sino también el cambio e im- posición de una nueva organización política europea.

98 J. BÉRENGER: “Ferdinand III et la France de Mazarin”, en L. BÉLY (dir.): L’Europe des Traités de Westphalie, Paris 2000, pp. 169-170.

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I rapporti tra la Monarchia Cattolica e Roma durante il pontificato di Urbano VIII

Silvano Giordano Pontificia Università Gregoriana

Nel quadro della sostanziale compatibilità che regnò tra la Spagna e la Santa Sede durante la prima metà del Seicento, il pontificato di Urbano VIII, che si estende per quasi la metà del periodo considerato, significò un momento di flessione. I predecessori di papa Barberini, pur mantenendo buoni rapporti con la Francia e la Spagna, non ritennero conveniente alterare gli equilibri consolidati, e di fatto furono più vicini alla seconda, che continuava ad esercitare sull’Italia il predominio acquistato nella seconda metà del Cinquecento, mentre la Francia era ancora alla ricerca di una effettiva stabilità interna. Le famiglie Aldobrandini e Borghese, nello strutturare le rispettive politiche dinastiche, non potendo utilizzare le risorse dello Stato della Chiesa, guardavano al regno di Napoli, e di conseguenza a Madrid, come all’unica possibilità di radicamento 1. A partire dal 1618, con l’inizio della rivolta in Boemia, le dinamiche dell’Impero subirono una forte accelerazione e i papi dovettero guardare con occhio più attento a quanto avveniva a nord delle Alpi; la solidarietà tra cattolici costituì il motivo principale degli interventi di Paolo V e di Gregorio XV a favore dei due rami della Casa d’Austria, uniti in uno sforzo comune, dove la difesa del cattolicesimo nell’Impero e la perpetuazione di una situazione egemonica erano parte dello stesso progetto. Al momento della sua ascesa al soglio pontificio Urbano VIII concepì un disegno diverso, concentrato sulla penisola italiana, destinato a modificare gli equilibri esistenti, nel quale era riservato ampio spazio alla Francia, che aveva ormai raggiunto un buon equilibrio interno.

1 H. von THIESSEN: Diplomatie und Patronage. Die spanisch-römischen Beziehungen 1605-1621 in akteurszentrierter Perspektive, Epfendorf/Neckar 2010.

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Silvano Giordano

IL DISEGNO POLITICO DI URBANO VIII

Nel marzo del 1625, quando il giovane cardinale nipote Francesco Barberini si accingeva a lasciare Roma per effettuare il viaggio che lo avrebbe dovuto portare dapprima a Parigi e poi a Madrid, ricevette dal cardinale Lorenzo Magalotti, segretario di stato, una particolare istruzione sotto forma di memoriale che riportava le linee di orientamento per la sua missione, poiché il motivo puntuale della sua legazione, consistente nel tentare di risolvere il contenzioso relativo alla Valtellina, era solo uno dei molteplici punti critici del panorama europeo. Agli occhi dei Barberini la situazione europea presentava una serie di chiaroscuri. La vittoria delle truppe filoimperiali sulla Montagna Bianca alle porte di Praga aveva permesso a Ferdinando II di confermare sul campo la sua elezione come re di Boemia, con il conseguente rafforzamento sul trono imperiale, mentre le armi del Re Cattolico avevano riguadagnato terreno nei Paesi Bassi e nel Palatinato. Di conseguenza la situazione politica sembrava avviarsi ad una schiarita: il conte Palatino Federico V, riferimento politico per i calvinisti dell’Impero, era stato sconfitto e deposto; il duca Giovanni Giorgio I di Sassonia, guida dei luterani, aveva mantenuto la sua tradizionale fedeltà all’Imperatore e riconosciuto la dignità elettorale appena attribuita al duca di Baviera; diversi principi si erano rappacificati con Ferdinando II: Bethlen Gabor, principe di Transilvania, Christian di Braunschweig-Lüneburg, amministratore di Halberstadt e il condottiero Christian I von Anhalt-Bernburg. In tal modo sembrava che l’Imperatore potesse disporre dei presupposti necessari a ristabilire la religione cattolica mettendo a tacere definitivamente i protestanti. Tuttavia non si poteva trascurare il fatto che le trattative in corso tra la Francia e alcuni principi protestanti avrebbero potuto rovesciare rapidamente i fronti, inducendo i principi a nuove ribellioni, per cui si rendeva necessaria l’assistenza delle armi ai provvedimenti imperiali miranti a ripristinare la confessione cattolica. Le stesse vittorie conseguite nelle Fiandre dalle armi spagnole non riuscivano a nascondere la precarietà della situazione, considerando l’ingente necessità di uomini e di risorse finanziarie ivi impiegate, sottratte ad altre necessità della Monarchia. Ugualmente preoccupante si presentava la situazione dell’Italia: le milizie al servizio della Francia, provenienti dalla Svizzera, formate da soldati aderenti alle confessioni protestati, minacciavano di invadere l’Italia settentrionale, il duca di Savoia era in conflitto con la Repubblica di Genova a motivo di Zuccarello e di altre questioni confinarie e con il duca di

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Mantova a motivo del Monferrato. A causa di tali conflitti in corso si avvertiva il pericolo che l’Italia settentrionale diventasse nuovamente terreno di scontro tra la Francia e la Spagna, le quali avrebbero assoldato “gente Alemanna, Dio sa di qual fede”, con grave pericolo per la religione cattolica nella penisola 2. Allo scopo di stabilizzare la situazione in Europa e in Italia in particolare, il cardinale Barberini nel suo viaggio in Francia avrebbe dovuto farsi promotore di una lega difensiva italiana che includesse i re di Francia e di Spagna. Il re Cristianissimo, pur non potendo formalmente parteciparvi, in quanto non possedeva stati in Italia, avrebbe dovuto farsene promotore, per lo bene e per la quiete di quella provincia, promettendo spontaneamente a favor di quegli che si unissero contro il perturbatore della publica quiete li suoi potentissimi aiuti e l’uso de passi riserbati alla sua allianza 3. La lunga riflessione, presentata da Magalotti come frutto di ripetute consultazioni avvenute tra il papa, il cardinale nipote e il segretario di Stato, propone il disegno politico perseguito in quegli anni da Urbano VIII, articolato su due direttrici: il recupero e il consolidamento delle posizioni cattoliche nell’impero, da promuovere mediante il sostegno militare e finanziario prestato all’imperatore, e “la quiete d’Italia”, all’interno di una visione tradizionale in base alla quale i papi consideravano la penisola come una sorta di spazio sacro ad essi affidato, che doveva essere preservato dall’eresia 4. La novità del progetto politico di Urbano VIII rispetto a quello dei suoi predecessori deriva dalla constatazione che la Francia, anche se ancora afflitta da problemi interni, aveva ormai acquisito in Europa una posizione che non poteva più essere ignorata, per cui era opportuno che fosse ufficialmente coinvolta nel preservare la stabilità della penisola italiana, fino a quel momento garantita dalla preponderanza spagnola. Urbano VIII 5, il cardinale Maffeo Barberini, fu eletto al termine di un conclave durato dal 19 luglio al 6 agosto 1623, caratterizzato, più che dalla

2 BAV, Barb. lat. 5273, Memorie a V. S. Ill.ma Sig. Card. Barberini destinato legato de latere a due Re, fol. 1v-3r, Roma, 17 marzo 1625. 3 BAV, Barb. lat. 5272, f. 56v. 4 N. BAZZANO: Donna Italia. Storia di un’allegoria dall’antichità ai nostri giorni, Costabissara (Vicenza) 2011, pp. 89-115. 5 G. LUTZ: “Urbano VIII”, in Enciclopedia dei Papi, vol. 3, Roma 2000, pp. 298-321; L. von PASTOR: Storia dei papi dalla fine del Medio Evo, vol. XIII: Gregorio XV (1621-1623) ed Urbano VIII (1623-1644), Roma 1961, pp. 227-1000.

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concorrenza tra filofrancesi e filospagnoli, dalla presenza delle tre fazioni che facevano capo ai cardinali Aldobrandini, Borghese e Ludovisi. Barberini, creato cardinale da Paolo V, doveva in realtà a Clemente VIII Aldobrandini (1592-1605) gli incarichi determinanti per la sua carriera, in particolare la designazione alla nunziatura di Francia. La sua elezione fu favorita dal fatto che non era considerato uno stretto seguace del cardinale Scipione Borghese e non aveva nemici nella fazione Ludovisi. A Gaspar de Borja y Velasco 6, presente a Roma come cardinale nazionale fin dal novembre del 1612, Filippo IV affidò la “voce”, ossia la direzione delle trattative in conclave a nome del re Cattolico, che il cardinale utilizzò per notificare l’esclusione di Federico Borromeo e di Agostino Galamini. Lo stesso Borja si attribuì una parte non secondaria nell’elezione, essendosi adoperato con i cardinali Scipione Borghese, Odoardo Farnese, Alessandro d’Este e Carlo de Medici in favore dell’unico membro della fazione facente capo a Borghese accetto a Ludovico Ludovisi 7. In generale, il giudizio dei ministri di Filippo IV apparve favorevole al neoeletto nei giorni immediatamente successivi al conclave. Il cardinale Gabriel Trejo arrivò addirittura a indicarlo come uno dei candidati del re Cattolico, mentre il duca di Alburquerque, ambasciatore residente a Roma fin dal 1619, lo definiva dotato di “particular afecto al servicio de V. M.”, perché aveva “encaminado bonísimamente todos los negocios de V. M. que han llegado a sus manos” 8. Il cardinale Giannettino Doria tesseva ancora una volta gli elogi del nuovo eletto, mettendogli in bocca l’affermazione secondo la quale no puede aver buen pontífice si no fuere afficionado y amigo de los reyes católicos de España, dependiendo dellos la mayor parte de la auctoridad apostólica y siendo los protectores y honradores de la Santa Sede 9. Il culmine fu però toccato dal cardinale Gaspar Borja, le cui opinioni appaiono sorprendenti, se si considerano alla luce di quanto sarebbe accaduto negli anni successivi. A distanza di qualche mese dall’elezione il cardinale registrava la

6 S. GIORDANO: “Gaspar Borja y Velasco, rappresentante di Filippo III a Roma”, Roma moderna e contemporanea 15 (2007), pp. 157-185. 7 AGS, E, leg. 1870, Borja a Filippo IV, Roma, 6 agosto 1623, originale. 8 AGS, E, leg. 1870, due lettere del cardinale Gabriel Trejo e del duca di Alburquerque dirette a Filippo IV, entrambe del 6 agosto 1623. 9 AGS, E, leg. 1870, Giannettino Doria a Filippo IV, Roma, 3 ottobre 1623, originale.

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delusione di Francia e Venezia 10, che si aspettavano una maggior attenzione da parte del papa, il quale invece dichiarava di voler impiegare l’intero patrimonio della Chiesa per distruggere i nemici della fede, valendosi dell’aiuto del re Cattolico: Cada día conozco en Su Santidad nuevas razones para estar contento con su exaltación; su zelo es santísimo, y si le sabemos conservar y mantener en los affectos que muestra a Su Magestad, podremos emprender con él grandes cosas 11. Il problema internazionale più immediato ereditato da Urbano VIII fu la controversia della Valtellina 12. Organizzato con il sostegno del governatore di Milano, il duca di Feria, e l’assenso di Paolo V, il Sacro Macello del luglio 1620 rappresentò per diversi anni un’ipoteca per la politica della Santa Sede nell’Italia settentrionale. Urbano VIII da cardinale si era detto contrario al coinvolgimento diretto della Santa Sede nella controversia, cosciente come era della sua debolezza economica e militare. Tuttavia, una volta asceso al soglio pontificio, assunse in pieno gli impegni presi da Gregorio XV, cui erano stati affidati in custodia i forti della valle in attesa che la controversia fosse definita. Urbano VIII presiedette personalmente il complesso negoziato tra gli ambasciatori di Francia e di Spagna, prolungatosi tra il novembre del 1623 e il settembre del 1624, nonostante che l’accordo di compromesso raggiunto nel mese di febbraio fosse stato respinto da Parigi. L’oggetto del contendere era la libertà di transito nei due sensi, richiesta dagli spagnoli al fine di poter inviare truppe in Germania, mentre la Francia tendeva a limitarlo il più possibile, anche per tutelare la posizione delle Provincie Unite, ad essa alleate, impegnate nel lungo conflitto con la Spagna. Una prima soluzione si prospettò con il colpo di mano effettuato dal marchese di Coeuvres nel dicembre del 1624 su ordine di Luigi XIII; nonostante l’offesa subita, il papa non volle allearsi con la Spagna, ma preferì mantenere la posizione equidistante, di “padre comune”, e cercare ulteriormente una soluzione diplomatica.

10 Andrés de Irles, segretario dell’ambasciatore del re Cattolico a Venezia, riferisce i malumori della Serenissima, in quanto si temeva che il nuovo papa sarebbe stato particolarmente sensibile ai temi della giurisdizione ecclesiastica (AGS, E, leg. 1869, Andrés de Irles al duca di Pastrana, ambasciatore a Roma, Venezia, 12 agosto 1623, originale). 11 AGS, E, leg. 1869, Borja a Juan de Ciriza, Roma, 7 dicembre 1623, originale. 12 A. BORROMEO (ed.): La Valtellina crocevia dell’Europa. Politica e religione nell’età della guerra dei Trent’anni, Milano 1998; J. ZUNCKEL: “Come la testa dell’Idra. La politica milanese di Paolo V fra problemi giurisdizionali e ‘Sacro Macello’”, in A. KOLLER (ed.): Die Außenbeziehungen der römischen Kurie unter Paul V. Borghese (1605-1621), Tübingen 2008, pp. 327-354.

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È in questo quadro che si colloca la legazione del giovane cardinale nipote Francesco Barberini, annunciata nel concistoro del 25 febbraio 1625, inizialmente indirizzata ai due sovrani di Francia e di Spagna 13. Essa non mancò fin dall’inizio di suscitare serie critiche. Filippo IV, attraverso il duca di Pastrana, ambasciatore a Roma, manifestò le sue riserve nel metodo e nel merito. Anzitutto la questione in sé non sembrava così importante da dover richiedere l’invio di una legazione cardinalizia. Il re Cattolico da tempo cercava di assicurare la pace in Italia e numerosi principi della penisola contavano sulla sua protezione; il progetto di lega di principi cattolici prospettato dal papa in realtà era stato a lungo offerto dal re di Spagna, ma non era stato mai recepito da Roma. Qualora il cardinale nipote non avesse ottenuto dalla Francia quanto si aspettava per la soluzione del conflitto e il papa avesse persistito nel rifiutare l’aiuto del re Cattolico per riparare l’offesa subita e difendere i suoi diritti, Filippo IV avrebbe preso i provvedimenti ritenuti opportuni per tutelare i suoi interessi 14. Da Roma intanto giungevano informazioni negative destinate a rafforzare i dubbi esistenti a Madrid. Il cardinale de la Cueva riteneva la missione non solo “ynutil, fuera de tiempo y desautoriçada, pero sospechosa por la poca edad del cardenal sin experiencia ni valor para suplirla”. L’insistenza del papa nel proclamarsi neutrale era vista come un modo per non affrontare il problema, con il rischio che, se il re Cattolico non si pronunciava chiaramente contro di essa, i suoi avversari avrebbero potuto ritenere che fosse stata inviata a sua istanza 15. Le resistenze di Filippo IV furono confermate dal Consiglio di Stato 16, dando l’avvio a una complessa trattativa che ebbe luogo contemporaneamente a

13 C. PIEYRE: “La légation du cardinal Francesco Barberini en France en 1625, insuccès de la diplomatie du pape Urbain VIII”, in L. MOCHI ONORI, S. SCHÜTZE e F. SOLINAS (eds.): I Barberini e la cultura europea del Seicento, Roma 2007, pp. 87-91; C. PIEYRE: “Un pouvoir et son exercice: les facultés du cardinal Francesco Barberini, légat a latere en France en 1625”, Archivum Historiae Pontificiae 43 (2005), pp. 47-138. Cesare Magalotti, che accompagnò il cardinale Barberini in Francia e in Spagna, ha lasciato un diario dettagliato di entrambi i viaggi, conservato in BAV, Barb. lat. 5686, 399 ff., e Barb. lat. 5687, 445 ff.: Viaggio di Francia dell’Eminentissimo e Reverendissimo signor cardinale Francesco Barberino, vicecancelliere di Santa Chiesa, nipote e legato a latere di N.ro Sig.re Urbano VIII Pontefice Massimo. 14 AGS, E, leg. 3146. Lettere di Filippo IV a Urbano VIII e al Duca di Pastrana, ambasciatore a Roma, Aranjuez, 17 aprile 1625, minute. 15 AGS, E, leg. 3146. Filippo IV al duca di Pastrana, Aranjuez, 21 aprile 1625, minuta. 16 ASV, SS, Spagna 65, ff. 228r-232v, Madrid 8 maggio 1625, decifrata 16 giugno 1625.

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Roma e a Madrid. Ricevendo i due ambasciatori spagnoli, Fernando Enríquez Afán de Ribera y Téllez Girón, duca di Alcalá, e Ruy Gómez de Silva y Mendoza, duca di Pastrana, il papa precisò gli obiettivi perseguiti da Francesco Barberini. Lo scopo principale consisteva nella libera restituzione dei forti occupati dai francesi, con il conseguente ritiro del loro esercito, senza alcun obbligo di restituire la valle al dominio dei Grigioni protestanti; in caso di esito negativo, il legato avrebbe dovuto recarsi in Spagna “per stabilire unione di forze e d’animi a benefitio della religion cattolica e della quiete d’Italia” 17. A questo punto iniziarono le difficoltà relative alla “reputación”: un memoriale presentato al re dal conte duca di Olivares 18 sosteneva che Barberini poteva essere ricevuto in Spagna come persona privata, ma non come legato, in quanto, pur essendo stata dichiarata la legazione per le due Corone, era andato prima in Francia, che era la responsabile della situazione irregolare, avendo tolto al papa i forti della Valtellina di cui era depositario. Altre ragioni che consigliavano di rifiutare la legazione erano le grandi spese previste per accogliere il cardinale e il suo seguito e l’esercizio dei poteri straordinari che consentivano al legato di concedere dispense, esenzioni e grazie, sempre accompagnate dalle relative tasse a favore di Roma. Il legato avrebbe dovuto tornare dalla Francia a Roma e di là nuovamente partire per la Spagna, oppure, deposte le insegne di legato al confine, avrebbe fatto a V. Magestad visita de amor y confederación, veniendo a la ligera privadamente y trattando aquí lo mismo que pudiera si viniera como legado, con brevedad, sin cumplimientos y con toda amistad 19. Dopo un incontro con Olivares anche il nunzio Giulio Sacchetti giunse alla conclusione che l’eventuale viaggio in Spagna di Francesco Barberini avrebbe dovuto partire da Roma 20.

17 ASV, SS, Spagna 65, ff. 235v-241v, Segr. Stato a Giulio Sacchetti, nunzio in Spagna, Roma, 14 luglio 1625, cifra. 18 J. H. ELLIOTT: The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven-London 1986; traduzione spagnola: Barcelona, 1990; M. RIVERO RODRÍGUEZ: El conde duque de Olivares. La búsqueda de la privanza perfecta, Madrid 2017. 19 AGS, E, leg. 3146, Filippo IV ai duchi di Pastrana e di Alcalá, Madrid, 12 agosto 1625, minuta. 20 ASV, SS, Spagna 65, ff. 279r-281v, Giulio Sacchetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 2 agosto 1625, decifrata 21 agosto 1625.

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Da parte sua Francesco Barberini inviò a Madrid Giovanni Guevara, generale dei chierici regolari minori, uno dei teologi al suo seguito 21, con il compito di chiedere a Filippo IV di concedere ad Antonio de Zúñiga y Dávila, marchese di Mirabel, ambasciatore a Parigi, ampie facoltà per poter concludere accordi con il cardinale Barberini e la corte di Francia relativi alla questione della Valtellina 22; tuttavia i suoi negoziati non furono presi in considerazione. La missione di Francesco Barberini a Parigi, nonostante gli onori dei quali venne circondato, si risolse in un nulla di fatto, dato che il cardinale di Richelieu voleva che in Valtellina fosse ripristinata la situazione esistente all’inizio del 1620. Nel caso in questione si scontrarono due progetti: da una parte la volontà della Francia di mantenere intatta l’alleanza con i Grigioni e dall’altra la volontà della Sede Apostolica di impedire la penetrazione protestante in Italia; nello specifico si doveva scegliere se ripristinare la sovranità dei Grigioni sulla Valtellina, garantendo ai cattolici la libertà di coscienza, o se mantenere l’autonomia conquistata dai Valtellinesi con l’aiuto della Spagna. Le proposte del re di Francia, che aspirava ad essere considerato come garante dell’accordo insieme agli Svizzeri cattolici, furono esaminate da un gruppo di collaboratori del legato, composto da alcuni membri qualificati del suo seguito; lo stesso Francesco Barberini riteneva che il problema di coscienza che il papa avvertiva per il fatto di dover restituire agli eretici un territorio abitato da cattolici non sussistesse, dal momento che la valle era già quasi completamente in loro possesso; di conseguenza il riconoscere la situazione venutasi a creare non costituiva un atto positivo di consegna 23. Tuttavia le timide aperture del cardinale Barberini furono frenate quando da Roma, nel plico del 21 agosto, arrivò il parere di una commissione di teologi che confermava la posizione iniziale del pontefice:

21 Giovanni Guevara, nato intorno al 1580, vantava una parentela con Antonio de Guevara, consigliere di Carlo V. Precettore di Federico Ubaldo, figlio di Francesco Maria II Della Rovere, duca di Urbino, fondò le case di Pesaro e di Castel Durante, nel territorio del ducato. Eletto generale dei Chierici regolari minori nell’ottobre del 1619, ricoprì la carica fino al 22 marzo 1627, quando venne nominato vescovo di Teano. Quivi morì il 23 agosto 1641 (C. PISELLI: Notizia historica della Religione de’ PP. Chierici Regolari Minori, Roma 1710, pp. 145-147). 22 BAV, Barb. lat. 5349, ff. 45r-66r. Lettere di presentazione scritte da Francesco Barberini in favore di Guevara, Avignone, 21 aprile 1625. 23 BAV, Barb. lat. 6150, ff. 3v-4v. Francesco Barberini alla Segreteria di Stato, Fontainebleau, 30 luglio 1625.

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“Summo Pontifici dare operam nullo modo licet, ut Grisones in Cattholicorum Vallistellinae dominium reponantur” 24. Il parere della commissione romana, partendo dalla Summa Theologiae di Tommaso d’Aquino, assimilava i protestanti agli infedeli e negava loro il diritto di sovranità sui cattolici 25. A questo punto a Francesco Barberini era precluso ogni margine di trattativa, stante la fermezza della corte francese nelle sue posizioni, per cui decise di tornare direttamente a Roma. L’episodio, anche se riferito a un exiguus populus in Italiae angulo, non è privo di importanza, in quanto determinò l’atteggiamento di Urbano VIII per il resto del pontificato. La rigida posizione dottrinale da lui assunta, secondo la quale non erano possibili compromessi in materia confessionale, lo condusse a escludere trattative dirette o indirette con i sovrani, anche cattolici, riguardo a tematiche che coinvolgevano principi non cattolici. Di conseguenza i sovrani cattolici furono indotti a dirimere in maniera autonoma, senza coinvolgere la Sede Apostolica, le questioni confessionali, in una Europa in cui il mutare delle alleanze inclinava a tener sempre meno conto delle appartenenze confessionali. Negli ultimi giorni di gennaio del 1626 Francesco Barberini salpò da Civitavecchia alla volta della Spagna con un seguito di circa 200 persone, tra cui Giovanni Battista Pamphilj, che sarebbe rimasto a Madrid come nunzio, Lorenzo Azzolini e Antonio Santacroce 26. Il viaggio amichevole auspicato dalla corte spagnola l’anno precedente aveva anche questa volta l’aspetto formale della legazione, ma non una finalità politica, in quanto si trattava di tenere a battesimo in rappresentanza del papa l’infanta Maria Eugenia, nata il 21 novembre 1625. L’invito era stato rivolto da Filippo IV a Urbano VIII all’inizio di ottobre del 1625, quando il re si augurava la nascita dell’erede al trono, chiedendo esplicitamente l’invio di

24 BAV, Barb. lat. 6150, ff. 66r-68r. Il memoriale, senza data, è copiato dopo la cifra inviata dalla Segreteria di Stato al legato Francesco Barberini il 21 agosto 1625. Non è indicato l’autore. 25 S. GIORDANO: “Urbano VIII, la Casa d’Austria e la libertà d’Italia”, in I. FOSI e A. KOLLER (eds.): Papato e Impero nel pontificato di Urbano VIII (1623-1644), Città del Vaticano 2013, pp. 69-73. 26 L’elenco dei partecipanti in Roma, Arch. Doria-Pamphilj, Archiviolo 195, ff. 630r- 631r; vedi anche: BAV, Barb. lat. 5688: Ruolo della legazione di Francesco Barberini in Spagna, 1626. La descrizione del viaggio, ad opera di Cassiano dal Pozzo, al seguito del cardinale, conservata in BAV, Barb. lat. 5688 e 5689, è edita da A. ANSELMI: Il diario del viaggio in Spagna del cardinale Francesco Barberini scritto da Cassiano Dal Pozzo, Aranjuez 2004.

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Francesco Barberini 27. A causa delle cattive condizioni del mare, il legato arrivò a Barcellona solo il 18 marzo 1626, in tempo per essere informato in termini generali dal nunzio Sacchetti circa l’accordo intervenuto a Monzón tra l’ambasciatore francese Fargis e il conte duca di Olivares, concluso il 5 marzo. Delle trattative in corso non erano state informate neppure Venezia e Savoia, entrambe alleate della Francia 28. L’accordo prevedeva che la Valtellina e i contadi di Bormio e di Chiavenna tornassero sotto la sovranità dei Grigioni, ristabilendo la situazione precedente il mese di luglio del 1620, abrogando tutti gli accordi intervenuti posteriormente. Nella valle era permessa esclusivamente la professione della fede cattolica e agli abitanti era permesso di scegliere i propri governatori e magistrati, a condizione che fossero cattolici; l’unico onere consisteva nel pagamento di un tributo ai Grigioni. Francia e Spagna si impegnavano a ritirare le proprie truppe dalla Valtellina, che sarebbero state sostituite da presidi dei Grigioni. Per quanto riguarda la Santa Sede, il trattato stabiliva che i forti della Valtellina dovessero essere riconsegnati al pontefice, che ne avrebbe curato la distruzione, direttamente o per mezzo di terzi, con divieto di ricostruzione. Francesco Barberini si mostrò soddisfatto della soluzione adottata 29. L’iniziativa autonoma delle due Corone aveva permesso di superare la pregiudiziale posta da Urbano VIII, in quanto una sua partecipazione alle trattative avrebbe riproposto gli stessi ostacoli verificatisi l’anno precedente in Francia. Barberini fu informato sul procedimento di ratifica e venne consultato sulle modalità di distruzione dei forti. La novità dell’accordo stipulato a Monzón, per quanto riguarda la Santa Sede, consistette nel fatto che due sovrani cattolici, senza consultare il papa, decisero circa la situazione confessionale di cattolici stabiliti in un territorio non compreso nella loro giurisdizione; inoltre, indicando la modalità di distruzione dei forti, deliberarono su questioni riguardanti la Sede Apostolica senza consultarla, modificando di propria iniziativa un accordo negoziato a Roma dal papa stesso.

27 AGS, E, leg. 3146, Filippo IV a Urbano VIII, Madrid, 4 ottobre 1625, minuta. Il re chiede “que en nombre de V. Santidad haga este officio el cardenal Barberino su sobrino”. 28 ASV, SS, Spagna 66, ff. 50r-52v, Giulio Sacchetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Monzón, 13 marzo 1616, decifrata 3 aprile 1626. Sia Olivares sia l’ambasciatore di Francia si giustificarono presso il nunzio Sacchetti per il fatto di averlo tenuto all’oscuro delle trattative, iniziate nel dicembre del 1625 a Madrid e successivamente approvate dalla corte francese. 29 BAV, Barb. lat. 6152, f. 27r: Francesco Barberini a Segr. Stato, Barcellona, 24 marzo 1626, decifrata.

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Francesco Barberini fu ricevuto a Madrid con gli onori dovuti al suo rango 30 e assistette al battesimo dell’Infanta Maria Eugenia, “celebrado con espléndida pompa en la Real Capilla de Su Magestad a siete de Iunio deste presente año de 1626” 31.Fu per lui un’ottima occasione per prendere contatti diretti con numerose personalità della corte spagnola e per arricchire ulteriormente le sue collezioni di oggetti artistici 32.

L’ALLEANZA FRANCO-SPAGNOLA CONTRO L’INGHILTERRA

L’11 maggio 1625 il cardinale de La Rochefoucauld celebrò davanti alla basilica di Notre-Dame a Parigi il matrimonio tra il re Carlo I d’Inghilterra e Henriette, figlia del re di Francia. Il duca di Chevreuse fungeva da procuratore per il nuovo re d’Inghilterra, succeduto al padre Giacomo I, morto il 6 aprile precedente. Il matrimonio franco-inglese fu il risultato della strategia di Giacomo I mirante ad inserirsi nel concerto delle potenze europee. Un primo tentativo era stato effettuato nel 1623, quando il principe Carlo e il duca di Buckingham si erano recati a Madrid per avviare trattative con il re di Spagna 33. Olivares, poco favorevole al progetto, sperava che Gregorio XV, per motivi confessionali, non concedesse la dispensa relativa alla disparità di culto; tuttavia il papa, contrariamente alle aspettative del Conte Duca, diede il suo benestare,

30 AGS, E, leg. 3146, Istruzione di Filippo IV al conte di Ricla, incaricato di ricevere a Barcellona a nome del re il cardinale legato e di accompagnarlo fino alla “raya de Castilla”, ma senza trattare di “negocios”; Madrid, BNE, ms. 2358, ff. 332r-337r, Consulta del Consejo de Estado sobre las demostraciones que se pueden hazer con el Cardenal Legado, Madrid, 17 giugno 1626, copia; BAV, Barb. lat. 4766, Nota delle robbe portate, donate e ricevute in dono da S. E. il Sig. Card. Francesco Barberini, quando l’anno 1626 andò legato in Spagna. 31 ASV, Fondo Pio 22, ff. 261r-262v, Aparato festivo en el bautismo de la Sereníssima Infata D. María Eugenia, fogli a stampa. 32 S. GIORDANO e S. SALORT PONS: “La legación de Francesco Barberini en España: unos retratos para el cardenal y un breve pontificio para Diego Velázquez, ‘clerico coniugato’”, Archivo Español de Arte 77 (2004), pp. 159-170. 33 H. PIZARRO LLORENTE: “El proyecto matrimonial entre el príncipe de Gales y la Infanta María (1623): una polémica política y teológica”, in Fray Francisco DE JESÚS JÓDAR, O. Carm.: Papeles sobre el tratado de matrimonio entre en príncipe de Gales y la Infanta María de Austria (1623), Madrid 2009, pp. 9-78.

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subordinato a una serie di condizioni che implicavano il rispetto per la religione della sposa, l’educazione cattolica dei figli e alcuni vantaggi per i cattolici inglesi. Le trattative però non giunsero a buon termine, in quanto Giacomo I pose come condizione la restituzione di Federico V, conte Palatino, nei suoi domini, condizione che non venne accettata dall’Imperatore e dalla Spagna. Il re d’Inghilterra si rivolse quindi alla Francia, per la quale l’alleanza con lui poteva significare l’acquisizione di una posizione di forza nei confronti della Spagna e l’eventualità che gli ugonotti della Rochelle perdessero l’appoggio della potenza marittima. Per ottenere la dispensa pontificia, il cardinale di Richelieu inviò Pierre de Bérulle a Roma, dove il cardinale oratoriano arrivò nel settembre del 1624. Sulla scorta del parere favorevole di una congregazione cardinalizia riunita il 1 dicembre venne redatto il breve di dispensa, inviato al nunzio a Parigi Bernardino Spada, accompagnato dalle istruzioni per la sua consegna 34. Il nunzio avrebbe dovuto esigere dal re di Francia alcune condizioni che tutelassero la libertà di coscienza della futura sposa e la libertà religiosa dei cattolici, chiedendo in particolare la non applicazione delle leggi esistenti e la soppressione del giuramento di fedeltà imposto a suo tempo da Giacomo I. Le condizioni vennero accettate con le formalità esigite da Roma; tuttavia, una volta celebrato il matrimonio, l’opposizione interna mise in difficoltà Carlo I e il suo ministro, i quali, tra le altre misure, procedettero all’espulsione di buona parte del seguito francese della regina 35. La rottura con l’Inghilterra coincise con il momento felice intercorrente tra la Francia e la Spagna seguito all’accordo di Monzón, per cui si cominciò a lavorare all’ipotesi di una alleanza tra le due corone destinata a conquistare l’Irlanda e a imporre in Inghilterra la libertà di religione. Il progetto andava incontro alle speranze di Urbano VIII, che vedeva realizzarsi allo stesso tempo il suo desiderio di ravvicinamento tra le due potenze cattoliche e l’allontanamento della Francia dall’alleanza con i protestanti. A Roma fin dal gennaio del 1626 giunsero notizie dal nunzio Giulio Sacchetti relative al reclutamento di truppe e ai preparativi per l’allestimento di una flotta destinata ad operare contro l’Inghilterra. Il rappresentante pontificio sottolineava che la progettata impresa rispondeva all’ostilità di Olivares nei confronti dell’Inghilterra e alla sua preoccupazione per

34 BAV, Barb. lat. 8631, ff. 141r-157r, istruzione a Bernardino Spada, Roma, 10 gennaio 1625, copia. 35 P. BLET, Richelieu et l’Église, Versailles 2007, pp. 61-78.

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le sorti dei cattolici; allo stesso tempo inoltre eventuali operazioni militari nel teatro settentrionale avrebbero favorito la tranquillità dell’Italia 36. L’ordine di espulsione di tutti i francesi cattolici dalla corte d’Inghilterra emanato da Carlo I il 10 agosto 1626 offrì l’occasione per l’inizio di intense trattative. Il 20 agosto successivo il nunzio in Francia Bernardino Spada, che si trovava a Nantes al seguito della corte, parlò di un progetto di alleanza con il conte di Tillières e il giorno seguente scrisse un memoriale a Richelieu per ricordargli le promesse che Luigi XIII aveva fatto al papa, una sollecitudine che si aggiunse alle trattative dirette già in corso tra le due corone. Spada si premurò di ricordare al re di Francia i suoi doveri nei confronti dei cattolici inglesi, d’accordo con le istanze sostenute da una forte corrente che si stava coagulando alla corte francese, il cui principale rappresentante era Pierre de Bérulle, la quale caldeggiava l’opportunità di un’alleanza offensiva con la Spagna contro l’Inghilterra. Il progetto veniva incontro alle aspettative romane, che propugnavano la necessità di stabilire un‘alleanza militare tra due potenze da lungo tempo in contrasto che fosse diretta contro un avversario protestante; essa avrebbe avuto il vantaggio di prevenire lo scontro di due potenze cattoliche e avrebbe potuto ricondurre l’Inghilterra nell’ambito della chiesa di Roma. Quando giunse nell’Urbe la notizia che Carlo I era venuto meno ai patti matrimoniali, il papa incoraggiò il nunzio Spada a fomentare l’alleanza franco-spagnola 37. Mentre proseguivano le trattative, Richelieu inviò il maresciallo di Bassompierre e il conte di Tillière in Inghilterra a protestare per la violazione degli accordi; tuttavia la missione ottenne solo la liberazione di circa 400 prigionieri cattolici, tra i quali 70 preti. Nel frattempo continuavano i negoziati, condotti a Parigi dietro sollecitazione del nunzio Spada tra l’ambasciatore di Filippo IV, Pierre de Bérulle e Richelieu, e a Madrid tra l’ambasciatore francese Fargis e Olivares. Le trattative, segnate dal reciproco sospetto, si conclusero con l’accordo firmato a Madrid tra Olivares e Fargis il 20 marzo 1627, ratificato da Luigi XIII il 20 aprile, che prevedeva un’alleanza offensiva e difensiva e un’operazione contro le coste inglesi o irlandesi condotta da una forza congiunta di 10.000 uomini trasportati mediante 150 imbarcazioni. L’accordo non ebbe

36 ASV, SS, Spagna 66, ff. 13r-14v, Giulio Sacchetti a Segr. Stato, Madrid, 7 gennaio 1626, decifrata. 37 BAV, Barb. lat. 8065, I, ff. 164r-167r, Segr. Stato a Bernardino Spada, nunzio in Francia, Roma, 22 settembre 1626, minuta.

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seguito, perché gli inglesi assunsero l’iniziativa e sbarcarono sull’isola di Ré, di fronte alla Rochelle. Richelieu chiese l’aiuto degli spagnoli, i quali, o perché impreparati o per calcolo, arrivarono dopo che gli attaccanti erano stati sconfitti. Dopo la caduta della Rochelle ripresero i negoziati tra la Francia e l’Inghilterra, conclusi a Susa il 24 aprile 1629, in una circostanza in cui le relazioni franco- spagnole avevano assunto un carattere completamente diverso.

MANTOVA E DINTORNI

Il trattato di Susa fu ratificato a Fontainebleau il 16 settembre seguente ed ebbe tra i suoi effetti anche conseguenze positive per i cattolici inglesi. Tuttavia il ravvicinamento tra Francia e Inghilterra produsse tra la Francia e la Spagna una rottura che pochi anni dopo si sarebbe trasformata in guerra aperta. La nuova occasione di attrito, che coinvolse nell’Italia settentrionale l’Imperatore, la Francia e la Spagna, fu la successione al ducato di Mantova. Vincenzo II Gonzaga, duca di Mantova e del Monferrato, morì il 26 dicembre 1627 senza figli, dopo aver indicato come suo erede e successore Carlo Gonzaga, duca di Nevers 38. Si trattava ormai della seconda controversia in pochi anni, dato che già nel decennio precedente, nel febbraio del 1612, con la morte a pochi giorni di distanza di Vincenzo Gonzaga e di suo figlio Francesco si era aperta una contesa che aveva visto implicati il duca di Savoia, le cui mire si estendevano al Monferrato, insieme a Milano e Mantova, mantenendosi comunque in ambito locale. L’esistenza di un erede italiano, il cardinale Ferdinando Gonzaga, e la debolezza del potere imperiale avevano consentito che il problema si risolvesse sotto la supervisione di Filippo III e di Paolo V, rimanendo circoscritto alla penisola italiana. Il nuovo capitolo conflittuale si apriva invece con caratteristiche di inter- nazionalità. Il duca di Nevers era imparentato con i Gonzaga di Mantova ma possedeva la maggior parte dei suoi stati in Francia; di conseguenza fu considerato

38 R. QUAZZA: Mantova e Monferrato nella politica europea alla vigilia della guerra per la successione di Mantova, Mantova 1922; R. QUAZZA: La guerra per la successione di Mantova e del Monferrato (1628-1631), Mantova 1926, 2 vols.; M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ: Don Gonzalo Fernández de Córdoba y la Guerra de Sucesión de Mantua y del Monferrato (1627- 1629), Madrid 1955; D. PARROT: “The Mantuan Succession, 1627-31: A Sovereignty Dispute in Early Modern Europe”, The English Historical Review 112 (1997), pp. 20-65.

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dalla Spagna come un principe francese. Come era già avvenuto per il ducato di Urbino, l’imperatore manifestò l’intenzione di verificare i titoli feudali, sollecitato anche da implicazioni personali, data l’appartenenza dell’imperatrice Eleonora alla famiglia ducale. Per la Spagna i territori soggetti ai Gonzaga costituivano importanti presidi posti lungo le vie di accesso al ducato di Milano. La rapidità con cui Urbano VIII concesse al figlio di Carlo Gonzaga la facoltà di sposare la nipote di Vincenzo II fa pensare che il papa cercasse una soluzione veloce in grado di evitare interventi esterni alla penisola. Il matrimonio infatti fu celebrato la notte dal 25 al 26 dicembre, subito dopo la morte del duca. La dispensa ottenuta dagli sposi, parenti in terzo e quarto grado, che, a detta del cardinale Barberini, era concessa “a qualsivoglia persona popolar, nonché a prencipi e famiglie grandi”, risultava problematica anche a chi l’aveva concessa. Infatti il cardinale nipote, in una missiva a Giovanni Battista Pamphilj, nunzio in Spagna, quasi a voler prevenire le obiezioni di quella corte, rimise al richiedente la responsabilità di valutare la convenienza della petizione 39. La mossa di Urbano VIII tuttavia non poté impedire che l’Imperatore facesse valere i suoi diritti; prese così avviò il conflitto che si sarebbe concluso il 18 luglio 1630 con la conquista e il saccheggio di Mantova da parte delle truppe imperiali. All’inizio della controversia Urbano VIII cercò di trattare la questione mantovana come un affare interno dell’Italia, per contrastare l’opinione della Spagna secondo la quale il duca di Nevers sarebbe sempre rimasto strettamente legato alla Francia, e in quanto tale perennemente sospetto agli spagnoli 40. In un’udienza concessa all’ambasciatore Béthune alla fine di febbraio del 1628, il papa chiese esplicitamente che il nuovo duca di Mantova fosse considerato a tutti gli effetti come un principe italiano e che i francesi non insistessero sul fatto che era nato in Francia e che vi possedeva buona parte dei suoi stati; i francesi si dovevano impegnare a sostenerlo con negoziati, escludendo positivamente la via delle armi, mentre lo stesso Nevers avrebbe dovuto mostrarsi rispettoso nei

39 ASV, SS, Spagna 66, f. 263r. Segreteria di Stato a Giovanni Battista Pamphilj, nunzio in Spagna. Roma, 3 gennaio 1628, cifra: “E quanto poi al pensare alle conseguenze che potrebbero nascerne et altre circostanze, questo tocca a chi dimanda, non havendo il concedente da far altra riflessione che alla giustizia della richiesta, e nel resto S. B.ne poteva presupporre che l’impetrante havesse usata la circospettione d’intendersene con chi gli era conveniente et opportuno, senza volersi ella stessa ingerire in cosa alcuna”. 40 ASV, SS, Spagna 66, f. 328v. Giovanni Battista Pamphilj alla Segreteria di Stato, Madrid, 16 marzo 1628, decifrata.

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confronti dell’imperatore 41. Emerge la preoccupazione di Urbano VIII, il quale non voleva che i francesi entrassero in armi in Italia, nel timore che ne sarebbe derivata la guerra tra le due corone, con il conseguente danno alla religione cattolica 42. Sul fronte opposto, il papa sperava che il re di Spagna non volesse ricorrere all’uso delle armi. Nel mese di marzo del 1628 inviò due corrieri, rispettivamente all’Imperatore e al re Cattolico, per esortarli a ricercare una soluzione negoziale. Urbano VIII confidava che Filippo IV volesse continuare la politica di pacificazione condotta fino a quel momento in Italia e consolidata con la soluzione del problema valtellinese 43. Il ricorso alle armi era già stato messo in atto dal governatore di Milano Gonzalo Fernández de Córdoba, che aveva cinto di assedio la fortezza di Casale. Olivares non riteneva che l’iniziativa del governatore fosse un pericolo per la pace, quanto piuttosto un atto di mera giustizia che non avrebbe suscitato le gelosie dei francesi. Il ministro spagnolo confidava nel fatto che le truppe di Luigi XIII in quel momento erano occupate su più fronti: le ostilità con l’Inghilterra, l’assedio della Rochelle e la controversia con l’imperatore a proposito delle tre diocesi lorenesi di Metz, Toul e Verdun. La conquista del Monferrato, che appariva a portata di mano, avrebbe contribuito a rafforzare lo stato di Milano 44. Tuttavia Ferdinando II era intervenuto nella contesa per difendere i suoi diritti nominando due commissari, Johann von Nassau e Hermann von Questenberg, incaricati di prendere possesso del ducato in attesa che il caso fosse definito; chiese quindi a Filippo IV e a Gonzalo Fernández de Córdoba di cessare le ostilità, in quanto non intendeva essere considerato come la causa delle turbolenze d’Italia 45.

41 ASV, SS, Spagna 66, f. 301r. Segreteria di Stato a Giovanni Battista Pamphilj, nunzio in Spagna. Roma, 28 febbraio 1628, cifra. 42 ASV, SS, Spagna 66, f. 344v. Segreteria di Stato a Giovanni Battista Pamphilj, Roma, 23 maggio 1628, cifra. 43 ASV, SS, Spagna 66, ff. 306r-309v, Segr. Stato a Giovanni Battista Pamphilj, nunzio in Spagna, Roma, 26 marzo 1628, cifra. 44 ASV, SS, Spagna 66, ff. 333v-335r. Giovanni Battista Pamphilj alla Segreteria di Stato, Madrid, 16 aprile 1628, decifrata. 45 ASV, SS, Spagna 66, f. 330v. Segreteria di Stato a Giovanni Battista Pamphilj, Roma, 5 maggio 1628, cifra.

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All’inizio di aprile del 1628, in coerenza con la sua politica di mediazione, Urbano VIII inviò Giovanni Battista Pallotta alla corte imperiale, Cesare Monti 46 in Spagna e Alessandro Scappi, che al momento disimpegnava il compito di nunzio agli Svizzeri, ai principi dell’Italia settentrionale, coadiuvato da Giovanni Francesco Sacchetti. Lo scopo della missione era evitare lo smembramento dei domini gonzagheschi prospettato dal governatore di Milano, che difficilmente il duca di Nevers poteva accettare. Secondo tale proposta, Casale doveva essere consegnata al re Cattolico in deposito per conto dell’imperatore; il duca di Savoia avrebbe tenuto allo stesso titolo i territori in precedenza da lui occupati, mentre Mantova e il territorio circostante sarebbero rimasti al duca di Nevers, in attesa della decisione di Ferdinando II 47. Di fronte a questo progetto il papa sembrava ancora propenso alla via dell’accomodamento nei confronti del re di Spagna, nel tentativo di indurre il duca di Nevers “ad esser arrendevole a mezzi di sodisfattione del medesimo re Cattolico” pur di evitare la presenza delle truppe francesi in Italia e una probabile guerra 48. Appare in tal modo chiaramente delineato il progetto di Urbano VIII: che fosse l’imperatore a risolvere il contenzioso, riconoscendo la sovranità del duca di Nevers su Mantova e sul Monferrato, evitando un allargamento dei domini spagnoli in Italia e l’intervento armato della Francia sul territorio della penisola. Tutto ciò per non turbare la quiete d’Italia e per evitare uno scontro tra le due corone che avrebbe potuto risultare indubbiamente dannoso per la religione cattolica. Il papa riservò per sé il ruolo di arbitro, in quanto “padre comune”. In questa circostanza emerge un metodo di mediazione che rimarrà tipico della diplomazia di Urbano VIII e sarà applicato per tutto il corso del pontificato: Quanto al propor partiti, non può S. S.tà farlo, non ingerendosi in esaminare le ragioni delle parti, ma in esortar bene loro medesime ad aprirsene per poter facilitare i loro sensi verso la commune sodisfattione.

46 M. C. GIANNINI: “Una carriera diplomatica barocca: Cesare Monti arcivescovo di Milano e agente della politica papale (1632–1650)”, Quellen und Forschungen aus Italienischen Archiven und Bibliotheken 94 (2014), pp. 252-291; F. NEGREDO DEL CERRO: “Antes de la tormenta. La nunciatura madrileña y el gobierno de la Monarquía en vísperas de la crisis de 1632”, Chronica Nova 42 (2016), pp. 103-135. 47 ASV, SS, Spagna 66, f. 348r. Segreteria di Stato a Giovanni Battista Pamphilj, Roma, 28 maggio 1628, cifra. 48 ASV, SS, Spagna 66, f. 344v, Segr. Stato a Giovanni Battista Pamphilj, nunzio in Spagna, Roma, 23 maggio 1628, cifra.

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Nel caso concreto, il duca di Nevers non aveva manifestato alcuna proposta al papa, il quale di conseguenza non si sentiva autorizzato ad intervenire se non riproponendo una tregua, in quanto la proposta della sospensione delle armi non può indicar in alcuna maniera affettione di S. S.tà più a una parte che all’altra, ma sì bene alla quiete e tranquillità publica et a spianar la strada alla negotiatione 49. Lo stesso metodo fu imposto anche ai diplomatici pontifici. Evidentemente, allo scopo di evitare qualsiasi accusa di parzialità, il papa aveva proibito ai nunzi di assumere l‘iniziativa. Si diede il caso che neppure l’ambasciatore di Francia a Madrid avesse il potere di negoziare, per cui i due nunzi, Pamphilj e Monti, si limitarono ad osservare gli eventi 50. La situazione si aggravò durante l’estate del 1629, quando l’Imperatore occupò militarmente i passi alpini che davano accesso all’Italia, accrescendo il clima di instabilità che si era sviluppato nei mesi precedenti, al punto da indurre il papa a mettere in stato di allarme le truppe di stanza in Romagna 51 e da inviare una nuova spedizione diplomatica. Giovanni Giacomo Panciroli all’inizio di novembre andò presso il governatore di Milano 52, mentre un paio di settimane dopo si mise in viaggio il cardinale , fratello di Francesco, accompagnato da un seguito di 156 persone 53. In quanto legato de latere, la sua missione non era limitata all’Italia, ma si estendeva genericamente anche all’imperatore e agli altri principi. Lo accompagnava Giulio Mazzarino 54, che nei mesi precedenti si era distinto in

49 ASV, SS, Spagna 69, ff. 10v-11v, Segr. Stato a Cesare Monti, nunzio in Spagna, Roma, 19 luglio 1628, cifra. 50 ASV, SS, Spagna 69, f. 143rv. Cesare Monti, nunzio straordinario in Spagna, a Giovanni Francesco Guidi di Bagno, nunzio in Francia, Madrid, 18 luglio 1629, copia. 51 BAV, Barb. lat. 6001, ff. 3v-7v: Instruttione al Sig. Marchese di Bagno, nostro logotenente nella provincia di Romagna, Roma, 1 ottobre 1628, copia; ne è autore Carlo Barberini. 52 ASV, SS, Nunz. Paci 4, f. 6rv: Spaccio consegnato a mons. Panziroli, nunzio straordinario di N. S.re in Lombardia questo dì 7 novembre 1629. I brevi commendatizi da lui portati sono datati parte 1 e parte 7 novembre. ASV, SS, Nunz. Paci 4, ff. 62r-82r; 124r-125r. 53 ASV, SS, Nunz. Paci 4, ff. 238r-239r: Rolo della famiglia dell’Ill.mo R.mo S. Card. Antonio Barberino. 54 BAV, Barb. lat. 6003, ff. 3r-4v: Copia dell’instruttione data al signor Giulio Mazzarini, senza data; ne è autore il cardinale Antonio Barberini jr; O. PONCET: “Mazzarino (Mazzarini, Mazarin), Giulio”, in DBI, vol. 72, Roma 2009, pp. 520-528; S. TABACCHI: Mazzarino. Dalla

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Lombardia come segretario di Giovanni Francesco Sacchetti. Facendo un estremo tentativo, il papa inviò a Vienna il carmelitano scalzo Domenico di Gesù Maria, che lasciò Roma il 22 ottobre 1629. Non sarebbe più ritornato nell’Urbe, poiché morì presso la corte imperiale nel febbraio dell’anno seguente. La sua fama di taumaturgo e la considerazione di cui godeva presso Ferdinando II lo rendevano la persona ideale per consigliare l’imperatore a proposito di un soggetto, quale era l’interesse della religione cattolica nell’Impero e in Italia, circa il quale, secondo il pensiero del papa, avrebbe dovuto prevalere l’opinione del confessore piuttosto che quella dei consiglieri politici. Tuttavia Ferdinando II aveva stabilito di risolvere con le armi le sorti di Mantova, e neppure le infiammate esortazioni del religioso riuscirono a fargli cambiare parere 55.

RICHELIEU, GUIDI DI BAGNO E MAZZARINO

Se la posizione ufficiale di Urbano VIII prevedeva la stretta neutralità del “padre comune”, il conflitto mantovano significò una scelta di campo in favore della Francia, e di conseguenza il distanziamento dalla Spagna, mantenuto poi per il resto del pontificato. Gli storici Quintín Aldea Vaquero 56 e Georg Lutz hanno ricostruito, indipendentemente l’uno dall’altro, il ruolo svolto dal nunzio in Francia Giovanni Francesco Guidi di Bagno nel sollecitare l’intervento in Italia degli eserciti di Luigi XIII. Stando alla documentazione conservata, il nunzio avrebbe agito con ampia autonomia rispetto alla posizione ufficiale del papa e della curia. Infatti non appaiono nella corrispondenza indicazioni date al diplomatico in deroga alla linea ufficiale. D’altra parte egli non fu mai smentito: anzi, al suo ritorno a Roma nel 1631 fu immediatamente insignito del cappello cardinalizio e divenne uno dei principali riferimenti del partito francese presso la curia 57.

Roma dei papi alla Parigi di Richelieu. Il cardinale che ha reso grande la Francia, Roma 2015; O. PONCET: Mazarin l’Italien, Paris 2018, p. 33. 55 S. GIORDANO: Domenico di Gesù Maria, Ruzola (1559-1630). Un carmelitano scalzo tra politica e riforma nella chiesa posttridentina, Roma 1991, pp. 241-259. 56 Q. ALDEA VAQUERO: “La neutralidad de Urbano VIII en los años decisivos de la guerra de los treinta años (1628-1632)”, Hispania Sacra 21 (1968), pp. 155-178. 57 R. BECKER: “Guidi di Bagno, Giovanni Francesco”, in DBI, vol. 61, Roma 2003, pp. 336-341.

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Secondo la ricostruzione dello storico tedesco, dopo la caduta della Rochelle Guidi di Bagno avrebbe indotto il cardinale de Richelieu a condurre le armi del re in Italia, invece di continuare immediatamente la campagna militare contro gli ugonotti nel sud-ovest della Francia. Per il ministro di Luigi XIII si trattò di una decisione determinante, in quanto essa significò la rottura definitiva con il partito devoto, sostenitore di un accordo ad ogni costo con la Spagna 58. In tal modo il nunzio ottenne due importanti risultati: si evitò che i cattolici inglesi subissero rappresaglie e gli spagnoli furono costretti a interrompere l’assedio di Casale e a ritirare le truppe dal Monferrato. Non a caso il 24 aprile 1629 fu siglato a Susa il trattato di pace tra la Francia e l’Inghilterra, i cui negoziati duravano ormai da mesi, che sancì la normalizzazione dei rapporti tra le due corone e allo stesso tempo significò l’abbandono del progetto di invasione congiunta dell’Inghilterra a lungo vagheggiato da Francia e Spagna e incoraggiato dal papa 59. Guidi di Bagno suggerì a Richelieu di condurre le truppe in Italia, mentre il papa mantenne la sua posizione ufficiale di neutralità, evitando di stringere un’alleanza con il re di Francia che avrebbe potuto condurre alla conquista di Milano e all’espulsione degli spagnoli dall’Italia settentrionale 60. Resta da sapere quale fu il grado di autonomia con il quale agì il nunzio in Francia e fino a che punto a Roma erano informati circa lo sviluppo delle sue trattative. Che si trattasse di una strategia in qualche modo programmata a Roma lo lascia pensare l’azione di Giulio Mazzarino, il quale cominciò la sua carriera come inviato straordinario nell’Italia settentrionale nel 1629, al seguito dal cardinale Antonio Barberini jr. Alla fine di ottobre del 1630 egli riuscì ad evitare uno scontro tra l’esercito francese e le forze spagnole comandate dal marchese di Santa Cruz, governatore di Milano, che avrebbe potuto condurre alla sconfitta dei francesi, inferiori di numero, e alla conquista di Casale da parte delle forze spagnole 61. Poco dopo egli partecipò per conto del pontefice alle trattative che

58 P. BLET: Richelieu et l’Église, op. cit., pp. 111-115. 59 G. LUTZ: Kardinal Giovanni Francesco Guidi di Bagno. Politik und Religion im Zeitalter Richelieus und Urbans VIII., Tübingen 1971, pp. 365-371. 60 Mantova, Archivio Guidi di Bagno, T 11, I, 144-145, Guidi di Bagno a Francesco Barberini, Susa, 14 marzo 1629, citato in G. LUTZ: Kardinal Giovanni Francesco Guidi di Bagno…, op. cit., pp. 369-370, nota 198; cfr. Q. ALDEA VAQUERO: “La neutralidad de Urbano VIII…”, op. cit., pp. 168-169. 61 AGS, E, leg. 2995. Giulio Mazzarino al nunzio in Spagna. Casale, 30 ottobre 1630; traduzione spagnola.

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condussero alla pace di Cherasco (6 aprile e 19 giugno 1631), la quale pose fine alla contesa riguardante Mantova e il Monferrato, accordo che consentì alla Francia di acquisire la piazzaforte di Pinerolo, considerata la porta d’Italia. Infatti nel gennaio 1631 Mazzarino si recò a Parigi, dove partecipò all’elaborazione di un trattato segreto tra il re di Francia e il duca di Savoia, firmato il 31 marzo, il quale stipulava un’alleanza offensiva e difensiva tra i due contraenti, garantiva al duca di Savoia il possesso di una parte del Monferrato e lasciava in mano alla Francia Pinerolo e la val Perosa, derogando eventuali trattati conclusi o da concludere che potessero stabilire il contrario 62. Il secondo asse sul quale si mosse la diplomazia di Urbano VIII fu l’instaurazione di un rapporto privilegiato con Massimiliano di Baviera, il quale condivideva gli obiettivi della Sede Apostolica fin dai tempi della Montagna Bianca. Nell’istruzione data al nunzio Bernardino Spada, inviato in Francia nel 1624, Urbano VIII ricordava come i francesi si fossero adoperati efficacemente “acciò che la dignità elettorale cadesse in persona del duca di Baviera” 63. La situazione europea verificatasi alla fine degli anni Venti spinse la Curia romana a favorire un’intesa tra la Francia e il Wittelsbach, prospettando una sorta di bilanciamento rispetto all’alleanza tra i due rami degli Asburgo, come alternativa cattolica al predominio della cattolica casa d’Austria. Su sollecitazione del duca Massimiliano, il cardinale Francesco Barberini ordinò a Guidi di Bagno di negoziare un avvicinamento tra la Francia e la Baviera 64. In questo clima maturarono le simpatie romane per la candidatura imperiale del duca bavarese e la conclusione del trattato segreto siglato a Fontainebleau il 30 maggio 1631, nuovamente sotto gli auspici del nunzio Guidi di Bagno, che rappresentò gli interessi francesi, in stretto contatto con il cardinale de Richelieu, nei negoziati con il consigliere segreto bavarese Wilhelm Jocher 65.

62 Q. ALDEA VAQUERO: “La neutralidad de Urbano VIII…”, op. cit., pp. 18-20; A. LEMAN: Urbain VIII et la rivalité de la France et de la Maison d’Autriche de 1631 à 1635, Lille-Paris 1920, pp. 23-28. 63 A. LEMAN: Recueil des instructions générales aux nonces ordinaires de France de 1624 à 1634, Paris 1920, pp. 51-52. 64 D. ALBRECHT: Die auswärtige Politik Maximilians von Bayern 1618-1635, Göttingen 1962, pp. 211-262. 65 P. BLET: Richelieu et l’Église, op. cit., pp. 118-121; D. ALBRECHT: Maximilian I. von Bayern 1573-1651, München 1998, pp. 719-731.

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L’accordo tra la Francia e la Baviera fu pazientemente tessuto da Guidi di Bagno nell’arco di un paio d’anni, a partire dall’inizio del 1629; esso comportava un’alleanza difensiva tra i due sovrani, la neutralità della Baviera e della Lega cattolica rispetto agli olandesi, ai quali si opponeva ormai solo la Spagna, il blocco dell’elezione di Ferdinando, figlio dell’imperatore, a re dei Romani in occasione della dieta di Regensburg, una eventuale candidatura di Massimiliano sostenuta della Francia e il licenziamento del generale Wallenstein. Per il duca di Baviera era importante assicurarsi l’appoggio francese allo scopo di conservare il titolo elettorale recentemente acquisito non senza difficoltà, mentre la Francia puntava alla neutralità della Baviera in vista di un eventuale conflitto con la Spagna o con l’imperatore. Le trattative furono condotte nel più stretto riserbo, inizialmente solo tramite la corrispondenza; tuttavia il nunzio a Parigi tenne debitamente informato il cardinale nipote 66, il quale però, anche a cose fatte, continuò a smentire le voci circolanti relative al coinvolgimento del nunzio, e di conseguenza della Sede Apostolica, anche dopo che una parte compromettente del carteggio del nunzio era caduta in mano degli spagnoli 67. La consegna del silenzio fu imposta anche al nunzio a Madrid Cesare Monti, ma con qualche ammissione. Secondo la versione ufficiale, il papa era all’oscuro delle trattative tra Francia e Baviera. Le ammissioni riguardavano il fatto che Urbano VIII aveva procurato la concordia tra la Francia, la Baviera e i principi cattolici tedeschi per mantenerli uniti contro i protestanti, ma senza arrivare ad alleanze formali; eventuali accordi potevano essere accettati, purché non fossero pregiudiziali all’Imperatore e alla Casa d’Austria 68. La strategia messa in opera da Urbano VIII produsse effetti diversi da quelli sperati. Nel momento in cui Francia e Baviera siglarono l’accordo, Gustavo Adolfo di Svezia era già arrivato in Germania, dove avrebbe riunito intorno a sé i principi protestanti, i quali si trovavano in difficoltà con l’imperatore a motivo dell’editto di restituzione. Si aprì dunque un nuovo periodo di conflittualità pregiudiziale per gli interessi dei cattolici, nonostante gli accordi di salvaguardia stipulati tra Richelieu e il re svedese. La gestione del conflitto mantovano da parte di Urbano VIII aveva provocato il distanziamento tra la Spagna e l’imperatore

66 Q. ALDEA VAQUERO: “La neutralidad de Urbano VIII…”, op. cit., pp. 20-21. 67 Barberini a Rocci, Roma, 30 agosto 1631, edita in R. BECKER (ed.): Nuntiaturen des Giovanni Battista Pallotto und des Ciriaco Rocci (1630-1631), Tübingen 2009, p. 549. 68 ASV, SS, Spagna 72, f. 143rv, Segr. Stato a Cesare Monti, nunzio in Spagna, Roma, 20 settembre 1631, cifra.

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ma non aveva legato al papa la Francia, la cui politica di aperta alleanza con i protestanti dell’Impero, con gli olandesi e con i turchi aveva una chiara impronta antiasburgica.

IL CATTOLICESIMO NELL’IMPERO

L’editto di restituzione, promulgato da Ferdinando II il 6 marzo 1629, costituì, a fronte della situazione favorevole venutasi a creare dopo le vittorie dell’Imperatore e della lega cattolica, un tentativo di reinterpretare la pace di Augsburg del 1555 in favore della confessione cattolica. Le clausole di compromesso in essa previste e i successivi rivolgimenti politici avevano permesso a luterani e calvinisti di attribuirsi numerose proprietà ecclesiastiche già appartenenti alla chiesa cattolica. Nella sua istruzione a Carlo Carafa, inviato nel 1621 come nunzio alla Corte imperiale, il cardinale Ludovico Ludovisi osservava come fino a quel momento i cattolici, trovandosi in posizione di debolezza, erano stati costretti a utilizzare le concessioni fatte ai luterani nel XVI secolo per tentare di arginare la crescita dei calvinisti. Con l’ascesa al trono di Ferdinando II invece si riteneva che si fossero create le condizioni favorevoli per il recupero di una presenza efficace da mettere in atto attraverso il sostegno imperiale alla giurisdizione e alla disciplina ecclesiastica. L’introduzione dei decreti tridentini avrebbe dovuto costituire la cornice di riferimento, insieme alla messa in opera delle disposizioni attuative emanate dai pontefici e al recupero dei beni appartenenti alle chiese e ai principati ecclesiastici. Ludovisi presentava una valutazione globalmente negativa della politica ecclesiastica condotta dagli imperatori nei decenni precedenti, in quanto il vuoto creato attorno all’autorità pontificia era stato colmato mediante concessioni religiose che avrebbero “finalmente ruinata […] la religione catolica e data la forza ed il regno in mano agli heretici protestanti”. La soluzione proposta ai mali dell’Impero era quindi il riferimento allo spirito e alla lettera del concilio di Trento e il recupero dei beni ecclesiastici occupati dagli eretici, insieme alla restaurazione dell’autorità pontificia 69. Non appena giunse a Roma la notizia che Ferdinando II aveva pubblicato l’editto di restituzione, il 31 marzo 1629 Propaganda Fide scrisse un’istruzione a Giovanni Battista Pallotta, successore di Carafa come nunzio presso l’Imperatore,

69 Istruzione a Carlo Carafa, 23 aprile 1621, in K. JAITNER (ed.): Die Hauptinstruktionen Gregors XV. für die Nuntien und Gesandten an den europäischen Fürstenhöfen 1621-1623, vol. II, Tübingen 1997, pp. 618-631; la citazione a p. 631.

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che ribadiva alcune delle istanze già presenti nel testo redatto otto anni prima dal cardinale Ludovisi e suggeriva all’Imperatore e ai suoi ministri, approfittando della congiuntura politica in atto, alcuni provvedimenti che avrebbero dovuto assicurare nuovamente il predominio del cattolicesimo nell’Impero. Il primo argomento toccato era la necessità di proibire il calvinismo, ufficialmente illegale, ma di fatto tollerato e in continua espansione. La congregazione riteneva possibile riassorbire anche i luterani: l’imperatore avrebbe dovuto dichiarare decaduto l’interim di Carlo V, in quanto la dottrina di Martin Lutero era stata condannata dal concilio di Trento e quindi non era più lecito ai sovrani permettere l’osservanza della Confessio Augustana; mediante la proibizione legale a poco a poco anche il luteranesimo sarebbe scomparso. Era poi necessario far eseguire le sentenze della Camera di Spira che restituivano ai cattolici chiese, monasteri ed altri benefici usurpati dai protestanti e procurare che le diocesi fossero tutte governate da vescovi cattolici, eliminando i titolari protestanti che la curia considerava solo come amministratori. Infine era necessario procurare la conversione del duca di Sassonia, principale riferimento dei luterani 70. Tuttavia l’anno seguente, in occasione del Kurfürstentag di Regensburg, Francesco Barberini espresse una diversa posizione. Pur ricordando al nunzio Ciriaco Rocci che la Sede Apostolica non aveva mai riconosciuto il pluralismo confessionale nell’Impero, si astenne dal confermare le disposizioni di Propaganda fide, poiché la messa in questione della pace di Augsburg avrebbe potuto indurre i protestanti al rifiuto di osservare le clausole favorevoli ai cattolici 71. Il cardinale Barberini non voleva mutare la legislazione religiosa dell’Impero e neppure impedirne la conferma, ma piuttosto evitare modifiche che avrebbero potuto mettere in difficoltà i cattolici. Mentre l’istruzione di Propaganda del 1629 mirava a modificare la legislazione religiosa dell’Impero, il programma di Barberini intendeva rispettare lo status quo, riconoscendo di fatto il pluralismo confessionale instauratosi nell’Impero 72.

70 Testo in H. KIEWNING (ed.): Nuntiatur des Pallotto 1628-1630, Berlin 1897, vol. II, pp. 129-130. 71 Barberini a Rocci, Roma, 10 agosto 1630, in R. BECKER (ed.): Nuntiaturen des Giovanni Battista Pallotto…, op. cit., pp. 237-238. 72 K. REPGEN: Die Römische Kurie und der Westfälische Friede. Idee und Wirklichkeit des Papsttums im 16. und 17. Jahrhundert. I: Papst, Kaiser und Reich 1521-1644. 1. Teil: Darstellung, Tübingen 1962, pp. 205-206.

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La dieta di Regensburg nelle intenzioni dell’Imperatore avrebbe dovuto condurre ad una pacificazione universale che gli consentisse di provvedere alla difesa dell’impero. In realtà si imposero le condizioni di Massimiliano di Baviera, che non volle procedere all’elezione del re dei Romani mentre l’impero si trovava in stato di guerra. Gli elettori cattolici pretesero il licenziamento di Wallenstein e l’accordo stipulato il 13 ottobre 1630 con la Francia, che comportava la sua rinuncia ad ingerirsi nelle questioni dell’impero e all’alleanza con il re di Svezia, raggiunto grazie alla mediazione del cappuccino Giuseppe di Parigi, non fu ratificato da Luigi XIII 73. La Francia inoltre stipulò altri due trattati contrari agli interessi della Casa d’Austria: il trattato di Bärwalder con la Svezia (23 gennaio 1631) e il trattato di Fontainebleau con la Baviera (30 maggio 1631). In quest’ultimo caso i progetti di Urbano VIII vennero a coincidere con quelli di Richelieu: il cardinale cercava nella Baviera un contrappeso cattolico alla Casa d’Austria, mentre il papa contava di staccare la Francia dai protestanti 74. I risultati però non corrisposero alle aspettative, dal momento che Gustavo Adolfo di Svezia, sbarcato in Germania, si alleò con il duca di Sassonia. In seguito alla battaglia di Breitenfeld (1 settembre 1631) il re svedese si dichiarò protettore del protestantesimo tedesco e rapidamente occupò la Baviera, mentre la Francia, in accordo con la Savoia, si impossessò di Pinerolo.

LA PROTESTA DEL CARDINALE GASPAR BORJA Y VELASCO

La situazione critica nell’Impero motivò un’offensiva spagnola finalizzata a redistribuire gli equilibri che si erano profilati nei mesi precedenti. Ai primi di novembre del 1631 il cardinale Borja si fece interprete presso il papa della necessità di inviare un legato in Francia che dissuadesse il re dalla politica aggressiva nei confronti dell’Imperatore e dell’Italia, dimostrata dal recente trattato di Cherasco tra la Francia e la Savoia, che consentiva a Luigi XIII di mantenere una guarnigione armata al di qua delle Alpi, e dalle fortificazioni che si stavano consolidando sui passi dei Grigioni. A differenza di Borja, Francesco Barberini, indicato come candidato ideale per la missione, non attribuiva alla Francia intenzioni ostili, dato che, se essa avesse voluto la guerra, avrebbe potuto

73 L. HÖBELT: Ferdinand III. Friedenskaiser wider Willen, Graz 2008, pp. 56-62. 74 L. VON PASTOR: Storia dei papi…, vol. XIII, op. cit., pp. 431-432.

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farla nel momento in cui aveva occupato la Savoia ed alcune piazze del Piemonte. Il cardinale nipote poi non riteneva opportuna una sua missione straordinaria, visto il fallimento della precedente, preferendo l’invio di ambasciatori e gentiluomini. La risposta alterò Borja, il quale espose le sue argomentazioni al papa, ricevendone solo la proposta di un eventuale invio di Giovanni Giacomo Panciroli a Parigi, dato che il cardinale spagnolo riteneva inutile una missione in Spagna 75. A Madrid si prospettavano gli scenari più foschi, giungendo a temere che Gustavo Adolfo, dopo aver conquistato buona parte della Germania centrale e degli stati degli elettori ecclesiastici, potesse coalizzarsi con i protestanti dell’Impero, fino forse a farsi eleggere imperatore, con il conseguente pericolo per l’Italia e per la Sede Apostolica. Per prevenire tale eventualità, si riteneva necessaria un’offensiva in soccorso dell’imperatore e dei principi cattolici alla quale il papa avrebbe dovuto collaborare. Nell’istruzione inviata al cardinale Borja il 19 dicembre 1631 il re chiedeva un sostegno finanziario straordinario da destinare ai preparativi militari: la concessione della “media anata” in tutte le province ecclesiastiche dei regni su tutti i benefici, curati e non, senza eccezione; la crociata nel regno di Napoli, una richiesta posta da tempo sul tavolo delle trattative, che però i papi avevano difficoltà a concedere; un contributo triennale del clero. Poiché i preparativi militari per la campagna estiva avrebbero dovuto prendere l’avvio nel mese di marzo del 1632, il cardinale avrebbe dovuto chiedere un procedimento d’urgenza. Pur lasciando al cardinale la scelta delle modalità, il re suggeriva una serie graduale di pressioni finalizzate a conseguire quanto si proponeva: un colloquio privato con il papa e con il cardinale Barberini, oppure un’udienza accompagnato dai cardinali spagnoli e dai cardinali aderenti alla fazione. Qualora non si ottenessero i risultati sperati, il cardinale avrebbe dovuto procedere ad una pubblica protesta. Il gesto estremo avrebbe dovuto essere concordato con i cardinali spagnoli, con Borghese e Ludovisi e con gli altri confidenti, in modo che tutto il collegio cardinalizio potesse essere debitamente informato circa il pensiero e l’atteggiamento del re Cattolico 76.

75 ASV, SS, Spagna 72, ff. 195v-196v, Segr. Stato a Cesare Monti, nunzio in Spagna, Roma, 8 novembre 1631, cifra. 76 Testo in AGS, E, leg. 2996, minuta. Edizioni: A. LEMAN: Urbain VIII et la rivalité…, op. cit., pp. 545-548; Q. ALDEA VAQUERO: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los treinta años. I. Instrucciones a los embajadores de España en Roma (1631-1643)”, Miscelánea Comillas 29 (1958), pp. 341-344.

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Il cardinale Borja mise in atto gli ordini ricevuti. Nel mese di febbraio del 1632 chiese a Francesco Adriano Ceva, che occupava l’importante ufficio di segretario dei memoriali, una udienza cui avrebbero partecipato i cardinali nazionali, Borghese e Ludovisi, nella loro veste di protettori rispettivamente dell’Impero e degli stati patrimoniali, e gli ambasciatori imperiali, i fratelli Federico, duca di Poggio Nativo, e Paolo Savelli, principe di Albano, rispettivamente inviati ordinario e straordinario. Ceva rifiutò l’incontro, giustificandolo con il fatto che, nella forma prospettata, “più tosto harebbe forma di congregatione”, che rientrava nelle prerogative del Principe convocare 77. I diversi esponenti furono ricevuti in udienze separate, dalle quali però non emersero novità particolari, salvo la concessione di un sussidio straordinario di 600.000 ducati, ritenuto in ogni caso insufficiente, da prelevare sui beni ecclesiastici di Spagna, invece della mezza annata richiesta 78. In questo contesto maturò la protesta del cardinale Borja, pronunciata nel concistoro dell’8 marzo 1632 79. Il porporato, dopo aver proceduto alla presentazione delle sedi vescovili di Coria, Tucumán e Nicaragua, pronunciò un vibrante discorso in cui esponeva la preoccupante situazione del cattolicesimo nell’Impero e accusava il papa di inerzia. L’incidente, che ebbe vaste ripercussioni, mise in evidenza i dissensi presenti all’interno del collegio cardinalizio: il cardinale Colonna, appartenente al partito imperiale, la cui famiglia era tradizionalmente vicina alla Spagna, anche se i rapporti con il Conestabile in tempi recenti si erano fatti difficili 80, si schierò contro Borja; il cardinale Ludovico Ludovisi, la cui

77 ASV, Misc. Arm. III, 47, f. 127rv, Francesco Adriano Ceva a destinatario non indicato, Roma, 21 febbraio 1632, autografo. 78 AGS, E, leg. 2996, Relacion de lo que contienen las 11 cartas inclusas de los cardenales Borja, Sandobal, Albornoz, Espinola y Burgesio, desde 13 de enero hasta 3 de março deste año de 632, Madrid, 8 luglio 1632. 79 M. A. VISCEGLIA: “‘Congiurarono nella degradazione del papa per via di un concilio’: la protesta del cardinale Gaspare Borgia contro la politica papale nella guerra dei trent’anni”, Roma moderna e contemporanea 11 (2003), pp. 167-193; D. BÜCHEL e A. KARSTEN: “Die ‘Borgia-Krise’ des Jahres 1632: Roma, das Reichslehen Piombino und Europa”, Zeitschrift für Historische Forschung 30 (2003), pp. 389-412; L. VON PASTOR: Storia dei papi…, vol. XIII, op. cit., pp. 437-446. 80 AGS, E, leg. 2996. Borja y Velasco a Filippo IV, Roma, 15 gennaio 1632, decifrata: “V. M.d fue servido de mandarme escrivir en su real carta de 30 del passado que las muchas cossas en que havia faltado el Condestable Colona al serviçio de V. M.d y a sus obligaciones pedian demostraçion no solo por castigo de su culpa, sino por exemplo de otros”.

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famiglia era entrata nell’orbita spagnola, perdette il favore del papa e fu costretto a lasciare Roma, nonostante le sue precarie condizioni di salute; Urbano VIII ordinò che il cardinale Ubaldini fosse rinchiuso in Castel Sant’Angelo, provvedimento annullato dal cardinale Francesco Barberini, che lo riteneva eccesivo e privo di fondamento 81. Il clima venutosi a creare incise negativamente anche sulla missione del cardinale ungherese Péter Pázmány, arcivescovo di Esztergom, giunto a Roma agli inizi di marzo per ricevere il cappello cardinalizio. Ferdinando II gli aveva affidato un compito molto simile a quello di Borja, che consisteva nel sensibilizzare Urbano VIII alla situazione dell’impero, ottenere contributi finanziari, promuovere una lega di principi cattolici contro i protestanti e sollecitare la Francia affinché abbandonasse l’alleanza con il re svedese. La coincidenza delle richieste e il fatto che il cardinale ungherese prendesse le difese di Borja contrariò il pontefice, il quale rifiutò di riconoscere il titolo di legato imperiale di cui si fregiava il porporato, con la motivazione che esso, nel caso di un cardinale, era riservato al rapporto con il papa. Dal punto di vista pratico, Pázmány ottenne dal papa solo un contributo straordinario di 130.000 talleri per la guerra e la generica promessa di un intervento presso il re di Francia per allontanarlo dall‘alleanza con la Svezia 82.

LE TRE MISSIONI DEL 1632

La protesta dal cardinale Borja, se indispose ulteriormente Urbano VIII nei confronti della Spagna, ebbe il merito di provocare una reazione. Fu deciso infatti di inviare tre nunzi alle tre principali corti d’Europa: Lorenzo Campeggi in Spagna, Girolamo Grimaldi 83 all’Imperatore e Francesco Adriano Ceva in

81 AGS, E, leg. 3096. Il cardinale Agustín Spínola al Conte Duca di Olivares, Roma, 31 marzo 1632, originale. 82 P. TUSOR: “Le origini della bolla ‘Sancta Synodus Tridentina’. I cardinali degli Asburgo e papa Urbano VIII, 1632-1634”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e R. GONZÁLEZ CUERVA (eds.): La Dinastía de los Austria. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, 3 vols., Madrid 2011, vol. I, pp. 205-226; R. BECKER: “Der Skandal um den Rombesuch Kardinal Pázmánys im Spiegel der Nuntiaturberichte des Jahres 1632”, Quellen und Forschungen aus Italienischen Archiven und Bibliotheken 92 (2012), pp. 381-429. 83 R. BECKER (ed.): Nuntiatur des Ciriaco Rocci. Außerordentliche Nuntiatur des Girolamo Grimaldi (1631-1633), Berlin-Boston 2013, pp. XXVIII-XLVIII.

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Francia 84. I cardinali spagnoli residenti a Roma ancora una volta giudicarono criticamente l’iniziativa. Borja riteneva ingiustificata la missione, poiché avrebbe preferito un deciso appoggio del papa alla politica della Casa d’Austria e del suo sovrano in particolare 85. Agustín Spínola da parte sua riteneva l’iniziativa pontificia un semplice gesto di facciata, per dar soddisfazione “al mundo y a esta corte”; invece di sostenere e aiutare l’Imperatore e i cattolici della Germania, come sarebbe stato logico in quella situazione di emergenza, il papa si proponeva come mediatore tra i principi cattolici, cosa del tutto inutile nei riguardi del re Cattolico e dell’Imperatore 86. L’istruzione data ai tre nunzi 87 presenta un paragrafo iniziale personalizzato, mentre il seguito del testo è comune ai tre diplomatici. Le missioni avevano un duplice obiettivo: riconciliare tra loro i principi cattolici e unire le loro forze contro i protestanti, concretamente contro il re di Svezia. L’apprensione della curia nel chiamare a raccolta i principi cristiani si soffermava sui limiti della politica francese, che inizialmente cercò di utilizzare Gustavo Adolfo in funzione antiasburgica, ma, di fronte alle sue vittorie e all’alleanza stipulata con i protestanti tedeschi, si trovò del tutto impreparata, tanto più che gli eserciti svedesi, avvicinandosi pericolosamente al Reno, avrebbero potuto ridare impulso alle speranze degli Ugonotti. Le argomentazioni suggerite ai tre inviati per espletare il loro compito non presentano un alto livello di originalità, in quanto si limitano a ricordare la benevolenza del papa nei confronti dei sovrani e i suoi costanti sforzi in favore della pace e della concordia tra i principi cattolici. Maggiore interesse riveste invece riveste il metodo prescritto ai nunzi nel condurre i negoziati. Esso, articolato in sei punti, permette di individuare meglio gli obiettivi della politica barberiniana, in quanto evidenzia gli strumenti indicati ai diplomatici per il perseguimento dei loro scopi. In particolare, si trattava di

84 S. GIORDANO: “Urbano VIII e la Casa d’Austria durante la Guerra dei Trent’anni. La missione di tre nunzi straordinari nel 1632”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e R. GONZÁLEZ CUERVA (eds.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. I, pp. 227-247. 85 AGS, E, leg. 3096, Borja a Filippo IV, Roma, [20 marzo] 1632, decifrata. 86 AGS, E, leg. 3096. Il Cardinale Spínola al Conde Duque de Olivares, Roma, 31 marzo 1632, originale. 87 ASV, Misc. Arm. III, 47, ff. 10r-21v, originale; edizione: Q. ALDEA VAQUERO: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los treinta años. II. Instrucciones a los apostólicos en España (1624-1632)”, Miscelánea Comillas 30 (1958), pp. 276-296.

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ribadire ancora una volta la retta intenzione del papa per il bene della confessione cattolica; non presentare proposte di soluzione, se non per via indiretta; non impegnare il papa in mediazioni onerose; non intervenire in trattative che riguardassero i protestanti, se non per evitare pregiudizi alla confessione cattolica. I punti in questione, a prima vista solo inerenti al metodo dei negoziati, in realtà erano destinati a influire profondamente sulla loro sostanza. Di fatto, la volontà di espressa dal papa di mantenersi equidistante tra i principi cattolici, limitandosi a enunciare i grandi principi fu letta come un modo per eludere le sue responsabilità politiche, dato che, avendo il papato negli anni precedenti condotto una politica attiva in Italia e nell’Impero, i protagonisti si aspettavano chiari pronunciamenti, ciascuno in appoggio alle proprie posizioni. Il rifiuto di avanzare proposte evidenzia l’assenza di un progetto politico per l’Impero e per la coesistenza tra la Francia e la Casa d’Austria, occultata dietro l’asserita suscettibilità degli interlocutori. Tale atteggiamento rispecchiava le esperienze negative derivate dalla poco felice gestione della crisi valtellinese, in cui la debolezza economica e militare dello Stato della Chiesa e il fatto che le priorità dei sovrani in ambito confessionale non coincidessero con gli indirizzi dei pontefici avevano costretto Urbano VIII ad accettare una soluzione non confacente alle sue aspettative. I sovrani cattolici si mostrarono decisi nel difendere i propri interessi al momento di ricevere i tre nunzi. Girolamo Grimaldi poté constatare fino a che punto era cresciuta la diffidenza verso la Francia, accusata di utilizzare i negoziati esclusivamente a proprio vantaggio, insieme all’avversione ad ogni accordo con Luigi XIII fomentata dai “ministri di Spagna” e sostenuta dal partito spagnolo 88. La corte imperiale chiedeva a Urbano VIII di esercitare pressioni sul cardinale Richelieu in quanto ecclesiastico e di pronunciarsi pubblicamente in favore della restituzione di Pinerolo al Duca di Savoia. In entrambi i casi le risposte fornite non furono soddisfacenti, da un lato perché il nunzio dovette riconoscere l’impotenza del pontefice in rapporto al ministro del re di Francia 89, dall’altro perché a Roma la questione di Pinerolo era ritenuta secondaria rispetto all’alleanza

88 ASV, SS, Germania 125, ff. 18r-24r. Grimaldi a Segr. Stato, Vienna, 10 luglio 1632, decifrata; edizione: R. BECKER (ed.): Nuntiatur des Ciriaco Rocci…, op. cit., pp. 329-335. 89 ASV, SS, Germania 125, f. 32rv. Grimaldi a Segr. Stato, Vienna, 24 luglio 1632, decifrata; edizione: ibidem, pp. 353-354.

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dei sovrani cattolici contro il re di Svezia 90. In via informale, Grimaldi seppe dall’ambasciatore del re di Francia quali erano le condizioni indicate dal suo sovrano per la pace in Germania: sospendere l’editto di restituzione, ristabilire nei suoi diritti il Conte Palatino, come anche tutti gli altri principi tedeschi, e portare a termine un effettivo disarmo. Solo a questo punto la Francia si sarebbe ritirata dalla Lorena e dall’Italia e avrebbe cercato di convincere Gustavo Adolfo a ritornare in Svezia 91. Di fronte a tutto ciò il nunzio straordinario non aveva molto da offrire, e quando i suoi interlocutori furono certi che era giunto a mani vuote, non tardarono a rinfacciarglielo 92 e ad accusare di immobilismo lui e di conseguenza il papa 93. I negoziati dunque non produssero alcun risultato, poiché a Vienna regnava la convinzione che la Francia esigesse come precondizioni ciò che si sarebbe dovuto discutere e il nunzio, dati i limiti delle sue commissioni, non era in grado di far avanzare le trattative. A Madrid il nunzio ordinario Cesare Monti e il suo collega straordinario Lorenzo Campeggi trovarono una diversa lista di rivendicazioni, delle quali il Conte Duca di Olivares si fece portavoce. Il re Cattolico spendeva i suoi tesori e versava il sangue dei suoi sudditi in favore della religione cattolica, e quindi si aspettava un maggiore appoggio del papa contro i francesi, alleati degli eretici. Urbano VIII era tuttavia restio a intervenire con decisione contro i francesi, nel timore di uno scisma 94. Presentandosi come paladini del cattolicesimo, gli spagnoli tendevano a identificare i loro interessi in Italia e nell’Europa centrale con quelli della religione cattolica, esigendo che il papa li difendesse 95. Urbano VIII invece avrebbe voluto che essi, e più in generale la Casa d’Austria, mettessero tra parentesi le discussioni tra cattolici per coalizzarsi con i francesi

90 ASV, SS, Germania 125, f. 71r. Segr. Stato a Grimaldi, Roma, 11 settembre 1632, decifrata; edizione: R. BECKER (ed.): Nuntiatur des Ciriaco Rocci…, op. cit., p. 442. 91 ASV, SS, Germania 125, f. 91v. Grimaldi a Segr. Stato, Vienna, 18 settembre 1632, decifrata; edizione: ibidem, pp. 449-450. 92 ASV, SS, Germania 125, ff. 53v-54r. Grimaldi a Segr. Stato, Vienna, 14 agosto 1632, decifrata; edizione: ibidem, p. 385. 93 ASV, SS, Germania 125, f. 69v. Segr. Stato a Grimaldi, Roma, 4 settembre 1632, decifrata; edizione: ibidem, p. 426-427. 94 ASV, SS, Spagna 345, f. 40v. Segr. Stato a Monti, Roma, 23 ottobre 1632, decifrata. 95 ASV, SS, Spagna 345, f. 143r. Campeggi a Segr. Stato, Madrid, 4 settembre 1632, decifrata.

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contro i protestanti; tuttavia i differenti progetti politici e la diffidenza reciproca rendevano impossibile tale soluzione. Il memoriale presentato al re da Lorenzo Campeggi 96, in cui il papa esprimeva la sua preoccupazione per la situazione del cattolicesimo nell’Impero e chiedeva a Filippo IV, nella sua condizione di protettore della fede cattolica, di intervenire, suscitò i commenti sarcastici di alcuni membri del consiglio di Stato; secondo il confessore e il marchese di Leganés, il nunzio avrebbe potuto risparmiarsi il viaggio, dato che era venuto a chiedere al re di fare ciò che egli da tempo aveva messo in opera 97. A Vienna il francescano Diego Quiroga, confessore di Maria Anna, moglie del futuro Ferdinando III, sosteneva una posizione bellicista quando affermava che la concordia tra i principi cattolici si dovesse decidere con le armi 98.Si sospettava fortemente che l’accordo mediante il quale la Savoia aveva ceduto Pinerolo alla Francia fosse stato negoziato con la connivenza dell‘inviato papale Giulio Mazzarino 99, convinzione rafforzata dal fatto che, mentre per gli Spagnoli il ritiro delle truppe francesi da Pinerolo era considerato condizione irrinunciabile previa a qualsiasi negoziato, la curia romana non vi annetteva altrettanta importanza, ritenendo che il caso avrebbe potuto essere discusso dopo aver stipulato l’alleanza contro Gustavo Adolfo 100. Le convinzioni di Madrid si confermarono quando il marchese di Castel Rodrigo, ambasciatore a Roma di Filippo IV, entrò in possesso di un’istruzione segreta che sarebbe stata data a Francesco Adriano Ceva per la sua missione in Francia 101. Il testo invitava il nunzio a far riflettere i governanti francesi sul fatto che Gustavo Adolfo, dopo aver assunto la protezione dei protestanti di Germania,

96 AGS, E, leg. 2996. Lorenzo Campeggi a Filippo IV, presentato l’11 settembre 1632, originale. 97 AGS, E, leg. 2996. Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 17 settembre 1632, originale. 98 ASV, SS, Germania 125, f. 11v. Segr. Stato a Grimaldi, Roma, 17 luglio 1632, decifrata; edizione: R. BECKER (ed.): Nuntiatur des Ciriaco Rocci…, op. cit., p. 347. 99 AGS, E, leg. 2996. Il Marchese di Castel Rodrigo, ambasciatore a Roma, al Conte Duca di Olivares, Roma, 31 luglio 1632, decifrata. 100 ASV, SS, Germania 125, f. 71r. Segr. Stato a Grimaldi, Roma, 11 settembre 1632, decifrata; edizione: R. BECKER (ed.): Nuntiatur des Ciriaco Rocci…, op. cit., pp. 441-443. 101 AGS, E, 2996, copia (incompleta); edizione: Q. ALDEA VAQUERO,: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los treinta años. II…”, op. cit., pp. 319-330.

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si fosse rivolto contro i principi cattolici tedeschi, per cui, con il moltiplicarsi delle sue vittorie, non era da escludere che finisse per anteporre i suoi interessi agli accordi stipulati con la Francia; inoltre non sembravano rispondere agli interessi francesi l’espansione e il rafforzamento del protestantesimo in Germania mentre si percepiva ancora vivo il ricordo delle guerre appena concluse. In conseguenza di ciò, si suggeriva al re Cristianissimo di prendere l’iniziativa in favore della pace universale, coinvolgendo il re di Svezia e venendo incontro alle richieste avanzate dai due rami della Casa d’Austria. Probabilmente ciò che irritò maggiormente gli spagnoli fu il fatto che l’idea centrale dello scritto fosse l’attribuzione alla Francia di un ruolo preponderante, in quanto le si proponeva di rinnovare nei confronti della Santa Sede e della religione cattolica, particolarmente in Germania, le gesta degli antichi sovrani franchi, in specie di Carlo Magno, mentre nei confronti dei protestanti si sarebbe fatta garante della pacifica convivenza. Per di più, una eventuale vittoria della Lega cattolica e della Casa d’Austria era ritenuta contraria agli interessi dei principi cristiani. In concreto la Francia, assumendo l’iniziativa di promuovere la pace, avrebbe acquistato un ruolo centrale nella Cristianità e avrebbe favorito la ripresa del prestigio del cattolicesimo e della Santa Sede. Alcuni studiosi, tra cui Auguste Leman, che tra gli altri argomenti a favore della sua tesi porta anche la testimonianza dello stesso Ceva, ritengono che il testo sia un falso 102, mentre Quintín Aldea Vaquero pensa piuttosto che esso fosse espressione del partito filofrancese presente in curia, il cui esponente più prestigioso era il cardinale Giovanni Francesco Guidi di Bagno, da poco rientrato dalla nunziatura di Francia 103. In ogni caso, la sua diffusione venne a rafforzare gli argomenti degli spagnoli che rimproveravano al papa una politica poco attenta agli interessi della Casa d’Austria e quindi del cattolicesimo. In Francia la parte più significativa dei negoziati rimase a carico del nunzio ordinario Alessandro Bichi, mentre il suo collega straordinario Francesco Adriano Ceva svolse solo un ruolo accessorio. Ai primi di settembre ebbe un’udienza presso il re a Lione, accompagnato da Bichi, ma le vere trattative si svolsero con il cardinale Richelieu. Nel colloquio sostenuto con il nunzio il 9 settembre, il ministro di Luigi XIII espresse tutta la disponibilità della Francia a collaborare con il papa per il conseguimento della pace, a patto però che la

102 A. LEMAN, Urbain VIII et la rivalité…, op. cit., p. 216, nota 1. 103 Q. ALDEAVAQUERO: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los treinta años. II…”, op. cit., pp. 319-320.

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Santa Sede effettuasse una vera mediazione tra le proposte degli spagnoli e le richieste della Francia. Esigeva come condizioni che le trattative non fossero utilizzate dagli spagnoli per danneggiare l’alleanza franco-svedese e che la disponibilità della Francia a trattare non fosse interpretata come debolezza 104. A Roma era chiaro che di debolezza non si trattava, per cui si cercò di mettere in evidenza una serie di fattori che avrebbero potuto costituire una minaccia per la posizione francese e di conseguenza avrebbero dovuto indurre la Francia a negoziare. Si indicava la politica di espansione commerciale nel Mediterraneo praticata dagli Olandesi come una minaccia agli interessi francesi, minaccia che veniva portata anche dagli eserciti di Gustavo Adolfo nella misura in cui le sue campagne militari erano coronate da successo. All’interno invece la Francia avrebbe dovuto guardarsi dall’imprevedibilità del duca d’Orléans, che sembrava disposto, anche se con minori probabilità rispetto al passato, a rinnovare le discordie interne che avevano caratterizzato i due decenni precedenti 105. Richelieu si mantenne fermo sulla questione di Pinerolo, rifiutando di considerarla oggetto di negoziato, in quanto la Francia, pur non coltivando mire espansionistiche a sud delle Alpi, voleva mantenere una presenza significativa nell’Italia settentrionale 106. Per il resto, invitava il papa a non lasciarsi ridurre alla funzione di cappellano della Casa d’Austria e ad avanzare proposte concrete di soluzione 107. La combinazione tra l’orientamento negoziale della curia romana e le ferme posizioni sostenute dalle Corone fece sì che le missioni dei tre nunzi non approdassero ad alcun risultato utile, nonostante che i diplomatici pontifici prolungassero le rispettive missioni ancora per diversi mesi nel 1633. La situazione della Germania mutò con il richiamo in attività di Wallenstein e la morte di Gustavo Adolfo, avvenuta a Lützen il 16 novembre 1632. Si aprì allora una nuova fase che, a partire dal 1635, vide la Francia entrare direttamente in guerra.

104 ASV, SS, Francia 78, f. 9rv. Ceva a Segr. Stato, Lione, 9 settembre 1632, decifrata. 105 ASV, SS, Francia 78, f. 7rv. Segr. Stato a Ceva, Roma, 25 settembre 1632, cifra. 106 ASV, SS, Francia 78, f. 17rv. Ceva a Segr. Stato, Lione, 31 ottobre 1632, decifrata. 107 ASV, SS, Francia 78, ff. 26v-28v. Ceva a Segr. Stato, Lione, 8 novembre 1632, decifrata.

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LA MISSIONE DI CHUMACERO E PIMENTEL

Alla protesta del cardinale Borja Urbano VIII reagì con una serie di provvedimenti contro la persona del porporato e contro i cardinali suoi sostenitori. In particolare, per allontanarlo definitivamente da Roma venne rinnovata la disposizione che imponeva ai vescovi la residenza in diocesi, come avveniva periodicamente da qualche decennio, in ossequio alle decisioni del concilio di Trento. Filippo IV, per una questione di principio e per tutelare il suo ministro contro possibili rappresaglie, lo nominò ambasciatore ordinario, conferendo il titolo di ambasciatore straordinario al marchese di Castel Rodrigo, che era stato destinato all’ambasciata di Roma 108. Ciononostante, il papa non riconobbe al cardinale la qualifica di ambasciatore e rifiutò di riceverlo in udienza, bloccando in tal modo il normale flusso dei negozi riguardanti re Cattolico: una misura di pressione affinché Filippo IV lo richiamasse, sconfessando così il suo operato 109. Urbano VIII procedette anche con misure ad personam, negando a Borja l’indulto che solitamente veniva concesso ai cardinali titolari di una diocesi, consistente nella facoltà di provvedere tutti i benefici vacanti nella propria diocesi 110; allo stesso tempo, il nunzio ricevette ordine di mettere in cattiva luce il suo operato presso la corte di Madrid 111. Nel tentativo di sbloccare la situazione, il re dispose l’invio a Roma di due emissari a titolo di commissari regi. Furono scelti un ecclesiastico, Domingo Pimentel 112, fratello del conte di Benavente, e un laico, Juan Chumacero Carrillo 113,

108 AGS, E, leg. 3147, Filippo IV al cardinale Borja, Barcellona, 13 maggio 1632, minuta; Filippo IV a Urbano VIII, lettera credenziale in favore del marchese di Castel Rodrigo, nominato ambasciatore straordinario presso il papa, Barcellona, 13 maggio 1632, minuta. 109 AGS, E, leg. 2996, Borja a Filippo IV, Roma, 16 luglio 1632, decifrata. 110 AGS, E, leg. 2996, Borja a Filippo IV, Roma, 19 luglio 1632, originale. 111 ASV, SS, Spagna 345, f. 13rv, Segr. Stato a Cesare Monti, nunzio in Spagna, Roma, 22 agosto 1632, cifra. 112 M. SIMAL LÓPEZ: “Pimentel, Rodrigo. Fray Domingo Pimentel”, in Diccionario Biográfico Español (http://dbe.rah.es/biografias/14287/rodrigo-pimentel; 01/06/2018). 113 S. GRANDA LORENZO: “Chumacero de Sotomayor y Carrillo Lasso de la Vega, Juan. Conde de Guaro (I)”, in Diccionario Biográfico Español (http://dbe.rah.es/biografias/ 15964/juan-chumacero-de-sotomayor-y-carrillo-lasso-de-la-vega; 01/06/2018).

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membro del consiglio reale. Pimentel (1585-1653), frate domenicano, aveva già effettuato una missione a Roma nel 1620 per conto di Filippo III con l’intento di chiedere a Paolo V di finanziare la guerra nell’Impero. Dotato di buona formazione teologica, dopo aver ricoperto vari incarichi nel suo ordine, il 2 dicembre 1630 divenne vescovo di Osma e il 18 luglio 1633 fu trasferito alla diocesi di Córdoba, titolo con il quale viene usualmente indicato nei documenti. Il 19 luglio 1649 gli fu affidata l’archidiocesi di Siviglia e nel 1652 fu creato cardinale. Tornato a Roma per ricevere il cappello, vi morì il 2 dicembre 1653 e fu sepolto nel convento domenicano di Santa Maria sopra Minerva 114.Juan Chumacero (1580-1660), giurista, studiò e insegnò a Salamanca. Attivo presso vari tribunali, nel 1626 divenne avvocato del Consiglio reale e nel 1631 del Consiglio della Camera. Terminata la missione a Roma nel 1643, rientrò a Madrid, per ricoprirvi la carica di presidente del Consiglio di Castiglia 115. Per predisporre il loro viaggio a Roma, Olivares aveva dato incarico a un cronista di cercare nelle storie “tutt’i servitii che la Corona di Castiglia ha fatto alla Sede Apostolica” 116. La curia sollevò problemi di protocollo: i due commissari regi, benché fossero latori di una missione da parte del sovrano, non erano ambasciatori e non potevano rivendicarne lo status. Inoltre Pimentel, in quanto vescovo, non avrebbe potuto esercitare il compito di ambasciatore senza il permesso del papa; al nunzio fu comunque data facoltà di concederglielo, qualora l’interessato lo avesse chiesto per scritto di sua iniziativa 117. Tutto ciò

114 S. GIORDANO (ed.): Istruzioni di Filippo III ai suoi ambasciatori a Roma 1598-1621, Roma 2006, pp. LXXIX-LXXXI. 115 Q. ALDEA VAQUERO: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los treinta años. I…”, op. cit., pp. 345-346; AHN, E, leg. 1819: materiali riguardanti la missione a Roma di Pimentel e Chumacero; Madrid, BNE, ms. 10984: Correspondencias de don Iuan Chumazero y Carillo siendo embaxador extrahordinario en Roma con el señor Rey Don Phelipe Quarto, y Cartas de su Maguestad a el mismo don Juan, y tambien la corespondiencia de el mismo D.n Iuan con el Conde Duque de Olivares. Lettere degli anni 1635-1642; ff. 1r-137v: Corrispondenza tra Filippo IV e Chumacero; ff. 140r-250v: Corrispondenza tra il Conte Duca di Olivares e Chumacero. 116 ASV, SS, Spagna 345, f. 12rv, Cesare Monti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 14 luglio 1632, decifrata; ibidem, f. 19v, Cesare Monti a Segr. Stato, Madrid, 7 agosto 1632, decifrata. 117 ASV, SS, Spagna 345, f. 61rv, Segr. Stato a Cesare Monti, Roma, 13 novembre 1632, cifra.

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faceva parte di una strategia dilatoria finalizzata a far abortire la missione 118.Tra le “diligenze” effettuate dal nunzio rientrò anche la richiesta esplicita rivolta al Conte Duca di Olivares di non far partire i due designati, proponendo di affidare le tematiche da trattare al nunzio di Spagna o all’ambasciatore a Roma. Tuttavia, secondo Olivares, i due commissari erano inviati soprattutto per regolare in modo soddisfacente la questione di Borja e il compito non poteva essere affidato ai cardinali o agli ambasciatori presenti a Roma, perché essi erano in ogni caso schierati; il Conte Duca faceva affidamento sulla buona volontà della curia per regolare il contenzioso in modo amichevole 119. L’istruzione consegnata ai due commissari, datata 18 settembre 1633 120,si sofferma in modo dettagliato sulla protesta di Borja, descrivendo le ragioni che avevano mosso il re a dare ordine di effettuarla, come pure le conseguenze per il cardinale protagonista e per coloro che avevano sostenuto le ragioni del re di Spagna, in particolare i cardinali Ubaldini e Ludovisi, quest’ultimo nel frattempo defunto. Il re si proponeva due obiettivi: difendere coloro che si erano esposti per lui e giungere a una soluzione soddisfacente del caso. Ai commissari fu dato ordine di ottenere soddisfazione per il cardinale Borja, offeso in quanto ambasciatore; ugualmente dovevano difendere la reputazione dei cardinali spagnoli e filospagnoli che avevano ricevuto pregiudizio a motivo del loro schieramento. Un secondo aspetto della missione riguardava materie finanziarie: i commissari dovevano ottenere i sussidi per l’imperatore che Borja era riuscito ad avere solo in parte; inoltre la facoltà per il re Cattolico di tassare le rendite ecclesiastiche per soccorrere la religione: 700.000 ducati per sei anni. Terzo ed ultimo compito, la sanazione degli abusi introdotti dai ministri pontifici in Spagna e negli altri regni. I commissari arrivarono a Roma nei giorni immediatamente precedenti il Natale del 1633, praticamente privi delle lettere di presentazione destinate al

118 ASV, SS, Spagna 345, f. 82r, Cesare Monti a Segr. Stato, Madrid, 4 dicembre 1632, cifra. 119 ASV, SS, Spagna 345, f. 84r, Cesare Monti a Segr. Stato, Madrid, 11 dicembre 1623, cifra. 120 AHN, E, leg. 1819, Istruzione di Filippo IV ai commissari Domingo Pimentel e Juan Chumacero Carrillo, inviati a Roma, Madrid, 18 settembre 1633. Edizione: Q. ALDEA VAQUERO: “España, el Papado y el Imperio durante la guerra de los treinta años. I…”, op. cit., pp. 347-363. Un testo un po’ diverso, più breve del precedente, in Madrid, BNE, ms. 11033, ff. 244r-255v: Ynstrucion que a de servir para el Obispo de Osma y don Juan Chumazero, en los negocios a que van a Roma, senza data, copia.

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papa e ai cardinali e furono ammessi a corte grazie ai buoni uffici dal marchese di Castel Rodrigo, dato che il papa rifiutava di riconoscere la loro qualità di commissari regi 121. Molto del loro tempo e delle loro energie furono impegnati a discutere sui gravamina relativi alle questioni ecclesiastiche. Pur avendo ceduto al re Cattolico nel corso del XVI secolo una serie di prerogative che gli consentivano di controllare tutte le nomine in campo ecclesiastico, la curia romana si era riservata numerosi diritti cui erano legati importanti risvolti finanziari, tali da permettere di mantenere un nutrito gruppo di simpatizzanti che le consentissero di influire sulle realtà locali. Un memoriale presentato al papa dai due commissari, risalente allo stesso re Cattolico, espone in dettaglio le ragioni controverse, tutte riguardanti la materia beneficiale 122. In primo luogo sono indicate le pensioni imposte a favore degli stranieri, che comportavano una esportazione di capitali e la gratificazione di persone meno degne o che comunque non rispettavano le consuetudini dei regni di Spagna. Un problema era rappresentato anche dalla quantificazione delle pensioni, normalmente stabilite sul valore nominale delle rendite, non sempre corrispondente alla situazione reale, e dalla differenza del computo monetario, che in Spagna era fatto in ducati di Castiglia, mentre a Roma in scudi di Camera. Le coadiutorie con futura successione rischiavano di trasformare i benefici ecclesiastici in proprietà ereditarie, a scapito della qualità dei titolari e della cura pastorale. Nella stessa direzione andavano la cessione dei benefici curati a favore

121 AGS, E, leg. 3149, Pimentel e Chumacero a Filippo IV, Roma, 9 gennaio 1634; Filippo IV al marchese di Castel Rodrigo, Madrid, 6 aprile 1634; ASV, Misc., Arm. I, 86, f. 15rv, Filippo IV a Urbano VIII, Madrid, 1 ottobre 1633, originale: lettera di presentazione in favore di Pimentel e Chumacero, i quali non sono designati come ambasciatori. 122 Madrid, BNE, Mss. 455, ff. 1r-78v, e Mss. 945, ff. 115r-203r: Memorial de Su Mag.d Catholica que dieron a nuestro mui Santo Padre Urbano papa VIII D. fray Domingo Pimentel, obispo de Córdova, y D. Juan Chumasero y Carillo de su consexo y cámara en la embajada en que vinieron el año de 1633. Entrambi gli esemplari sono copie senza data. Il testo, sempre accompagnato dalla risposta di Marco Aurelio Maraldi, è presente in diverse biblioteche europee; ad esempio: ASV, Misc., Arm. I, 86, ff. 16r-38r: Scrittura originale presentata alla S.tà di N. S.re Papa Urbano VIII dalli ambasciatori straordinari Mons. Vescovo di Cordova e S.r D. Gio: Chiumazero, sopra i pretesi aggravii della Dataria et abusi di essa e della nunziatura di Spagna, copia, senza data; BAV, Barb. lat. 3549, ff. 1r-43r; BL, Add. Mss. 8320, ff. 124r-302v e ms. 8392, ff. 414r-439r. Risposta del papa: ASV, Misc., Arm. I, 86, ff. 47r-55r; il documento presenta una serie di annotazioni ai singoli punti del memoriale. Una più ampia confutazione fu inviata al nunzio in Spagna, affinché se ne valesse nelle sue trattative con la corte: ASV, Misc., Arm. I, 86, ff. 57r-71r.

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di persone gradite al titolare in carica, sfuggendo ad ogni controllo, le dispense e la riserva dei benefici praticata dalla Curia romana, la quale utilizzava anche la leva degli spogli e le vacanze delle sedi episcopali per aumentare i suoi introiti. Il secondo grande capitolo dell’istruzione riguardava l’esercizio delle facoltà di cui godevano i nunzi. Nonostante il controllo cui era sottoposto dal Consiglio reale il breve di facoltà concesso ad ogni nuovo nunzio, le prerogative giurisdizionali riconosciute dalla tradizione erano talvolta ostacolate ma, almeno in linea di principio, ammesse come valide ed effettivamente utilizzate. Per la nunziatura si rivendicava una presenza più significativa di funzionari reclutati tra il clero locale, eliminando per quanto possibile gli italiani, i quali, nei consueti tre anni di permanenza, non facevano in tempo a imparare la lingua, riuscendo però a sottrarre una parte significativa di reddito attraverso la tassazione e le rendite personali. Per porre rimedio a tale situazione, il memoriale proponeva che il nunzio espletasse esclusivamente le funzioni di ambasciatore, come avveniva in Francia, e non esercitasse le facoltà di giurisdizione. Proponeva inoltre che, per semplificare i processi, non si ammettessero ricorsi a Roma, eccetto nei casi previsti dal diritto. La finalità del memoriale risulta abbastanza chiara: si trattava di attribuire al sovrano il completo controllo sulle nomine ai benefici anche minori e sulla materia riguardante la giurisdizione ecclesiastica. Il memoriale fu prodotto in un momento in cui, a causa delle difficoltà economiche attraversate, il re aveva bisogno di attingere con maggiore libertà ai beni della chiesa senza doversi scontrare con le resistenze del clero il quale, almeno in queste circostanze, si rifugiava sotto la protezione della Curia romana. Una prima risposta al memoriale fu affidata a Marco Aurelio Maraldi, segretario dei brevi, il quale si limitò a una difesa d’ufficio delle tradizionali prerogative della Sede Apostolica nell’ambito dei benefici e della giurisdizione ecclesiastica, mentre respinse vigorosamente l’ipotesi di istituire a Madrid un tribunale d’appello. Il primo problema di cui si occuparono Pimentel e Chumacero fu la questione del cardinale Borja, che andava comunque difeso, anche se a Madrid si nutrivano dubbi sull’opportunità del suo clamoroso intervento in concistoro. Lo stesso Olivares, in un memoriale diretto al re, redatto poco dopo l’increscioso episodio, aveva espresso le sue perplessità: Tengo por llano que, vistos y examinados los papeles y ordenes que se dieron al cardenal de Borja sobre las gracias que havia de pedir a Su Santidad, se allara que el cardenal ha excedido en lo que ha hecho. […]. Pero no obstante esto la opinion de los otros cardenales y el assentimiento a esta accion de todos ellos obliga a no condenar al cardenal.

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Il memoriale, sorto nel contesto della junta nominata per esaminare il caso, traccia a grandi linee la strategia che poi in parte sarebbe stata adottata. Olivares partiva dal presupposto che i buoni rapporti con la Sede Apostolica erano una condizione irrinunciabile, soprattutto nell’attuale frangente in cui “nos hallamos sin ningun amigo y con tan inumerables y poderosos enemigos”, per cui risultava indispensabile ristabilire i buoni rapporti con il papa, considerato che il cardinale Borja si era mosso con precipitazione. Tuttavia il Conte Duca non si nascondeva le difficoltà oggettive: il papa aveva voluto estremizzare lo scontro con il cardinale spagnolo e d’altra parte la grazia dei 600.000 ducati era da ritenersi assolutamente insufficiente, considerando che il re aveva speso in difesa della religione cattolica nell’Impero 1.500.000 ducati all’anno, che con gli interessi sarebbero diventati 2 milioni, per sei anni, dando fondo alle riserve del regno. Per difendere la sua reputazione il re avrebbe dovuto mostrare il suo appoggio a Borja e ai cardinali che avevano appoggiato la protesta, in particolare al cardinale Ludovisi, esigendo il suo richiamo a Roma, ma al tempo stesso situandogli le pensioni che lo stesso cardinale aveva chiesto ed eventualmente designandolo come ambasciatore straordinario per le materie di giurisdizione; qualora ciò non sembrasse opportuno, avrebbe potuto essere nominato arcivescovo di Saragozza. Come estrema misura di pressione, Olivares prospettò anche la convocazione di un concilio generale, minaccia alla quale il papa era particolarmente sensibile, ma che andava utilizzata con molta prudenza. In alternativa si sarebbe potuta riunire un’assemblea degli ecclesiastici del regno, o almeno dei principali di essi, per esaminare le questioni aperte, disegnare una strategia e quindi inviare a Roma esperti in teologia e in diritto che difendessero le ragioni del re. Domingo Pimentel, al momento vescovo di Osma, venne indicato come possibile candidato. La scelta di mantenere a Borja il titolo di ambasciatore ordinario, mentre il marchese di Castel Rodrigo venne considerato straordinario, si dovette al rifiuto opposto da Urbano VIII al cardinale Pazmany di accettarlo come rappresentante dell’imperatore 123. Con il tempo divenne indispensabile cercare una soluzione, perché il papa rifiutava di ricevere il cardinale come ambasciatore. Il cardinale Francesco Barberini tentò un intervento diretto presso Olivares, facendogli recapitare dal nunzio Cesare Monti una lettera nella quale descriveva “i mali modi continuati

123 AGS, E, leg. 2996, Memoriale del Conte Duca di Olivares a Filippo IV, Barcelona, 13 maggio 1632. Copia.

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dal Signor Card. Borgia nell’esercitio di questa sua ambasciata” e la sua difficoltà a trattare con lui 124. L’occasione per offrire a Borja una onorevole via di uscita venne dal fatto che il cardinale Infante, al momento governatore di Milano, doveva trasferirsi nelle Fiandre, e quindi Borja fu chiamato a succedergli 125; tuttavia il papa rifiutò di concedere la facultas immiscendi se in criminalibus, necessaria perché il cardinale, in quanto chierico, potesse esercitare pienamente i poteri di governatore civile 126. Ugualmente il papa e il cardinale Barberini si opposero all’ipotesi che Borja diventasse viceré di Sicilia 127. A questo punto, essendo evidente che il papa voleva l’allontanamento di Borja da Roma e la revoca della protesta, a Madrid si pensò a una mezza sconfessione del suo operato 128. Le pressioni congiunte conobbero un certo effetto, come appare da una lettera del re indirizzata al cardinale, recapitatagli da Pimentel e Chumacero, nella quale il sovrano lo rimproverava apertamente per aver ecceduto nell’eseguire gli ordini ricevuti, pur sentendosi impegnato a proteggere la reputazione del cardinale e ad evitare che subisse rappresaglie da parte del papa 129. Nel concistoro del 18 dicembre 1634 il papa rinnovò l’obbligo per i vescovi di recarsi alle loro residenze. I due commissari regi chiesero a Urbano VIII di accettare la rinuncia di Borja alla diocesi di Siviglia, oppure di prorogare il termine della sua partenza da Roma. Il 9 febbraio il papa si mostrò contrario alla rinuncia, prorogò di un mese il termine per lasciare l’Urbe e respinse anche l’ipotesi di risiedere nella diocesi suburbicaria di Albano, di cui Borja era cardinale vescovo dal 1630. Nonostante il parere contrario del papa e senza consultare il re, il cardinale rinunciò all’archidiocesi di Siviglia 130 e il 29 aprile 1635 partì infine da Roma, dopo essersi congedato dal papa “in camera”, secondo il cerimoniale riservato ai vescovi e ai cardinali. Si diresse dapprima a Frascati e

124 ASV, SS, Spagna 344, f. 230v, Segr. Stato a Cesare Monti, Roma, 7 luglio 1633. 125 AGS, E, leg. 2990, Filippo IV al cardinale Infante, Madrid, 22 marzo 1634. 126 AGS, E, leg. 3149, Filippo IV a Pimentel e Chumacero, Madrid, 1 ottobre 1634. 127 AGS, E, leg. 3151, Filippo IV al marchese di Castel Rodrigo, ambasciatore a Roma, Madrid, 12 aprile 1636. 128 ASV, SS, Spagna 76, ff. 181r-182r, Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 12 febbraio 1635. 129 AGS, E, leg. 3149, Filippo IV al cardinale Borja, Madrid, 18 luglio 1634. 130 ASV, SS, Spagna 76, f. 274v, Lorenzo Campeggi a Segr. Stato, Madrid, 24 marzo 1635.

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poi a Terracina, dove lo aspettava suo fratello Melchor con 14 galere della sua squadra per condurlo a Napoli, ospite del conte di Monterrey, in attesa che gli fosse indicata la flotta che lo avrebbe condotto in Spagna 131; arrivò a Madrid il 28 gennaio 1636 132. Il 15 dicembre 1634 Chumacero e Pimentel presentarono a Urbano VIII due memoriali, uno relativo alla grave situazione del cattolicesimo in Germania, che metteva in risalto lo sforzo economico sostenuto fino al momento da Filippo IV, nel quale si chiedeva un’ampia partecipazione alle spese di guerra degli ecclesiastici di tutti i regni, compresi il Portogallo, la Sicilia e le Indie, senza escludere gli ordini militari 133. Il re suggeriva inoltre che fosse tassato anche il clero d’Italia e si potesse attingere al tesoro di Castel Sant’Angelo. Il secondo memoriale riguardava invece gli abusi in materia ecclesiastica relativi ai benefici e alle prerogative della nunziatura, di cui si era occupata una junta, nominata dal re il 14 ottobre del 1631, inizialmente composta da venti membri, successivamente ridotta a cinque 134. I due commissari si limitarono prevalentemente alla richiesta di aiuti 135. Iniziò così una lunga trattativa a tre svoltasi tra il papa, il re Cattolico e i rappresentanti del clero di Spagna riguardante il prelievo di 600.000 ducati sulle rendite dei benefici ecclesiastici. In un primo momento il papa decise la concessione di una decima “sopra le chiese, monasterii, benefitii e luoghi pii e pensioni dell’Indie orientali, di Portugallo e di Sicilia ultra pharum”, eccettuando

131 ASV, SS, Spagna 77, f. 6rv, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, Roma, 4 maggio 1635; AGS, E, leg. 2999, Borja a Olivares, Napoli, 7 maggio 1635. 132 AGS, E, leg. 3097. Papel que ha dado el card. Borja, que Su Magestad por orden de 2 de abril 636 mando se viese en la junta. Es relación de todo lo sucedido con él. Senza data. Copia. Il memoriale, che sembra composto dopo l’arrivo di Borja in Spagna, narra in prima persona le vicende accadute al cardinale dall’aprile 1631, quando divenne titolare dell’ambasciata di Roma, al 28 gennaio 1636, data del suo arrivo a Madrid. La relazione consta di 29 fogli. 133 ASV, Misc., Arm. I, 86, ff. 39r-44v: Scrittura originale presentata alla S.tà di N. S.re Papa Urbano VIII dalli ambasciatori del Re Cattolico Mons. Vescovo di Cordova e Sig. D. Gio. Chiumazero sopra i sussidii che dimandano per S. M.tà Cattolica, senza data, copia. 134 Madrid, BNE, ms 4181, 269 pp.: Parecer de la Junta que mandó reunir Felipe IV para tratar de los abusos cometidos en Roma en la resolución de los despachos de España y medio de evitarlos, Madrid, 20 de septiembre de 1632. 135 ASV, SS, Spagna 76, ff. 142r-143r, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 16 dicembre 1634.

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le cattedrali con rendite inferiori a mille ducati di Spagna, i benefici curati inferiori a 100 ducati, i cavalieri di Malta e i chierici che pagavano le tasse del primo anno. Qualora la guerra in Germania venisse a cessare, la decima delle Indie e del Portogallo avrebbe dovuto essere impiegata per la difesa di quei territori dai protestanti, mentre quella della Sicilia per difendere l’isola contro i Turchi 136. Vista la buona disponibilità del papa, il re ordinò a Chumacero e Pimentel di ottenere la concessione di tre milioni di ducati sui regni di Castilla, León e Aragón 137 e il rinnovo per dodici anni di un’imposizione sul vino e sulla carne, stabilita nel 1629, che consentiva di prelevare 400.000 scudi suddivisi a metà tra la diocesi di Lisbona e il resto del Portogallo, destinati al recupero del Brasile e dei territori perduti nelle Indie orientali. Il papa nominò una commissione, composta dai cardinali Giulio Sacchetti, Fabrizio Verospi e Marzio Ginetti, con altri cinque prelati, che considerò le due richieste. Nel primo caso essa ascoltò l’opinione degli agenti del clero dei regni interessati e diede risposta negativa, essendo le chiese e persone ecclesiastiche di detti regni tanto aggravate con l’impositione di sussidio, scusato, cruciata, millioni, decima et altre molte, che se si gravassero di nuovo con questa così grave impositione, saria la destrutione delle chiese e delli ecclesiastici 138. Nel secondo caso, pur constatando che la tassa era stata riscossa, ma che il Brasile non era stato recuperato, e che altri denari ricavati dalle rendite di Lisbona, Evora e Coimbra non erano stati spesi per la finalità addotta, la concessione veniva prorogata per altri sei anni, a condizione che il clero del Portogallo desse il suo assenso 139. Il punto finale fu messo nella riunione tenutasi il 21 febbraio 1636, quando i cardinali e i prelati rifiutarono definitivamente l’imposizione di tre milioni, dato che gli ecclesiastici di Castilla, León e Aragón avevano già da pagare imposte per 750.000 ducati d’oro, più 19 milioni e mezzo in sei anni e le gabelle del sale; il clero di Aragón e di Cataluña non aveva ancora

136 ASV, SS, Spagna 76, ff. 200r-201r, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 24 marzo 1635. 137 AGS, E, leg. 3150, Filippo IV a Chumacero e Pimentel, Madrid, 14 agosto 1635.3 138 ASV, SS, Spagna 77, ff. 223v-224v, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 9 novembre 1635. 139 ASV, SS, Spagna 77, f. 226rv, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 10 novembre 1635.

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finito di pagare la decima di 600.000 scudi imposta nel 1632 e il papa aveva appena concesso una decima relativa a Portogallo, India e Sicilia per un ammontare di 600.000 scudi. La situazione in Germania e nelle Fiandre sembrava migliore rispetto agli anni precedenti e soprattutto il clero, il cui consenso era indispensabile, in base al disposto del concilio Lateranense IV, era decisamente contrario 140.

CONGRESSI DI PACE

Dopo l’invio dei tre nunzi straordinari nel 1632, Urbano VIII lanciò l’idea di una conferenza di pace cui partecipassero i plenipotenziari dei principi contendenti. Le tre maggiori potenze, Impero, Spagna e Francia, avevano mostrato un certo interesse. Tuttavia il papa poneva come pregiudiziale che il congresso doveva essere riservato ai cattolici, proponeva come sede una città cattolica, facendo circolare i nomi di Francoforte, Ulm, Liegi e Spira; essendo poi risaputo che i francesi avrebbero voluto la partecipazione dei loro alleati, era necessario svolgere opera di dissuasione 141. L’entrata in guerra della Francia rese più urgente la convocazione del congresso e il papa si affrettò ad eleggere il suo rappresentate. Il 17 settembre 1635 il cardinale Marzio Ginetti 142 in concistoro fu incaricato della legazione 143. Da lungo tempo legato ai Barberini, nel 1629 aveva ricevuto la porpora cardinalizia grazie ai servizi prestati al pontefice negli uffici di curia ed era succeduto in quell’anno al defunto cardinale Giovanni Garzia Millini come vicario di Roma. A Madrid esisteva un’opposizione di principio alla mediazione operata da un cardinale: poiché il papa e tutti i suoi ministri erano partigiani della Francia, si riteneva impossibile che un suo inviato fosse veramente imparziale 144. Nella sua risposta al breve del 17

140 ASV, SS, Spagna 78, ff. 55v-57r, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 23 febbraio 1636. 141 ASV, SS, Spagna 76, ff. 158v-159r, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 23 febbraio 1635. 142 S. TABACCHI: “Ginetti, Marzio”, in DBI, vol. 55, Roma 2000, pp. 15-18. 143 AGS, E, leg. 3000, Marzio Ginetti al Conte Duca di Olivares, Roma, 17 settembre 1635. 144 AGS, E, leg. 3151, Filippo IV al marchese di Castel Rodrigo, ambasciatore a Roma, Madrid, 23 gennaio 1636.

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settembre 1635 con cui il papa gli comunicava la nomina del legato, Filippo IV non nascose la sua contrarietà ad una iniziativa definita “más de ruido que de efecto”, che riteneva avrebbe contribuito ad acutizzare i contrasti piuttosto che a comporli 145. L’istruzione data a Ginetti ribadisce ancora una volta il concetto di mediazione di Urbano VIII. Il papa sosteneva di non avere alcun interesse particolare, ma di desiderare la pace, per consentire il ristabilimento della religione cattolica e la sicurezza degli stati, in modo da poter dirigere le forze cattoliche congiunte contro i Turchi. Il testo, diviso in due parti, presentava dapprima la panoramica generale e i principi di equidistanza del papa, per poi passare agli aspetti più pratici. Anche in questa circostanza ricompare uno dei punti fermi ricorrenti nella prassi politica di Urbano VIII, ossia il fatto di non voler partecipare a trattative in cui fossero implicati i protestanti 146. Ginetti partì per Colonia nel giugno del 1636. Giunto a destinazione nel mese di ottobre, mantenne una nutrita corrispondenza con i nunzi in Francia, Spagna e presso l’Imperatore e con i sovrani europei, ma senza arrivare ad alcun risultato concreto. Nella primavera del 1637 Ferdinando III e Filippo IV designarono i loro rappresentanti, ma la Francia pose come condizione che potessero partecipare alle trattative anche i principi protestanti tedeschi, la Svezia e le Province Unite. Divenne centrale la questione dei passaporti e Ginetti si adoperò, attraverso l’ambasciatore di Venezia, dato che ufficialmente non poteva trattare questioni riguardanti i protestanti, affinché la Spagna e l’Imperatore li concedessero. All’inizio del 1637 emerse la proposta di spostare parte dei negoziati a Roma. Il generale dei domenicani, Niccolò Ridolfi, d‘accordo con il marchese di Coeuvre, propose che suo fratello Ludovico andasse a Roma per negoziare con l’ambasciatore spagnolo. Il suggerimento fu lasciato cadere, perché, oltre al fatto che i fratelli Ridolfi erano considerati schierati a fianco della Francia, Roma non era ritenuta un terreno veramente neutrale. I negoziati si sarebbero dovuti svolgere ai confini tra i due regni oppure a Colonia, sede ufficialmente accettata, prestando attenzione ad evitare le manovre dilatorie messe in opera dal cardinale di Richelieu 147.

145 AGS, E, leg. 3151, Filippo IV a Urbano VIII, Madrid, 30 giugno 1636. 146 K. REPGEN: “Die Hauptinstruktion Ginettis für den Kölner Kongress (1636)”, Quellen und Forschungen aus italienischen Archiven und Bibliotheken 34 (1954), pp. 250-287. 147 AGS, E, leg. 3152, Lettere di Filippo IV a Chumacero e Pimentel e al marchese di Castel Rodrigo, ambasciatore a Roma, entrambe scritte da Madrid il 15 aprile 1637.

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Dopo che Breisach fu conquistata da Bernardo di Sassonia-Weimar nel dicembre del 1638, Filippo IV inviò come ambasciatore straordinario a Roma Francisco de Melo “en orden a procurar alguna buena declaración de Su Santidad y a que se ynterponga a la paz” 148. L’inviato del re giunse a destinazione il 19 maggio 1639 e fu ricevuto lo stesso giorno dal papa e poi dal cardinale nipote, accompagnato dai cardinali de la Cueva e Albornoz e dagli ambasciatori Juan Chumacero e il marchese di Castel Rodrigo. L’ambasciatore straordinario voleva accertarsi della reale disponibilità del papa a concedere soccorsi, e solo allora avrebbe manifestato le proposte del sovrano; il papa mostrò la sua disponibilità con l’unico limite di non perdere la sua equidistanza tra le Corone. Il secondo punto delle sue commissioni riguardava i negoziati per la pace, che a Colonia non avevano realizzato alcun progresso. La proposta di Filippo IV era che, pur mantenendo la sede ufficiale del congresso nella città renana, si svolgessero trattative parallele a Venezia, dove erano rappresentati i principali sovrani europei. In secondo luogo si faceva presente l’avanzata del protestantesimo in Germania, dove il duca di Weimar, pur essendo formalmente al servizio della Francia, si presentava come un combattente per la confederazione protestante, e di conseguenza era necessario arrestarne i progressi. Infine il papa avrebbe dovuto proporre un termine entro il quale i principi cattolici avrebbero dichiarato a quali condizioni volevano la pace, in modo da poter individuare e neutralizzare coloro che vi si opponevano e far cessare le ostilità. Le tre proposte vennero respinte per ragioni di opportunità, in particolare per non pregiudicare la neutralità del papa, il quale la volle mantenere anche nei riguardi di quanti erano contrari alla pace 149. Per tutto il 1638 si trascinarono discussioni procedurali totalmente sterili, mentre da Venezia giungevano notizie circa le intenzioni ostili dei Turchi. Per tale ragione, previo accordo con gli ambasciatori delle Corone, Urbano VIII all’inizio del 1639 decise di inviare tre nunzi straordinari ai tre principali sovrani cattolici: Gaspare Mattei alla Corte imperiale, Cesare Facchinetti 150 in Spagna

148 AGS, E, leg. 3154, Filippo IV al marchese di Castel Rodrigo, ambasciatore a Roma, Burujón, 25 gennaio 1639. 149 ASV, SS, Spagna 82, ff. 105v-109v, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 28 maggio 1639. La relazione fu inviata anche al cardinale Ginetti e ai nunzi alla corte imperiale, in Francia e a Venezia. 150 M. VÖLKEL: “Facchinetti, Cesare”, in DBI, vol. 44, Roma 1994, pp. 31-33.

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e Ranuccio Scotti 151 in Francia 152. Essi partirono per le rispettive destinazioni nei mesi di aprile e maggio; tuttavia, sia perché non avevano proposte concrete, sia perché la situazione era in continuo movimento sui campi di battaglia, le rispettive missioni furono ancora una volta prive di risultati. L’incarico di Cesare Facchinetti, inviato come nunzio straordinario in Spagna, dove sarebbe poi rimasto come ordinario in seguito all’improvvisa morte di Lorenzo Campeggi, fu in parte anche la risposta alle questioni suscitate da Francisco de Melo. Infatti uno dei documenti che portava con sé era la Nota intiera di tutto quello si è pagato per causa de sovventioni in tempo della S.tà di N. S.re, in cui si elencavano tutte le somme versate da Urbano VIII a partire dal 1623 per finanziare la guerra nell’Impero 153. Il 1639 fu un anno difficile per le relazioni diplomatiche tra la Sede Apostolica e il re Cattolico, tanto a Madrid quanto a Lisbona, e segnò il culmine della controversia relativa ai poteri del nunzio. Si trattava di una lunga diatriba, risalente ai primi decenni del Cinquecento, quando le Cortes de Castilla, tra il 1528 e il 1537, avevano chiesto l’istituzione di un tribunale a Madrid per evitare che gli spagnoli dovessero ricorrere a Roma. Clemente VII e Paolo III vennero incontro alla richiesta formulata dal sovrano concedendo maggiori poteri al nunzio, ma da quel momento iniziarono i reclami contro gli abusi della nunziatura, reiterati in maniera più accentuata dalle Cortes nel 1588 e nel 1632 154. L’occasione immediata del contendere ebbe origine dal precario stato di salute del nunzio a Madrid Lorenzo Campeggi, che sembrava essere in fin di vita. Per tale ragione fu spedito un breve che consentiva a Facchinetti, inviato come straordinario, di esercitare in via provvisoria per due mesi le facoltà di nunzio ordinario 155. Quando questi giunse a Madrid, i brevi di facoltà furono come di consueto esaminati dal consiglio di Stato, mentre egli cominciò ad esercitare le

151 P. B LET: Correspondance du nonce en France Ranuccio Scotti (1639-1641), - Paris 1965. 152 ASV, SS, Spagna 82, ff. 39v-40r, Segr. Stato a Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, Roma, 22 gennaio 1639. 153 BAV, Chig. Q.I.22, f. 302rv. 154 Q. ALDEA VAQUERO: Iglesia y Estado en la España del siglo XVII (Ideario político- eclesiástico), Comillas 1961, pp. 181-185. 155 ASV, SS, Spagna 83, ff. 14v-15v, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, Roma, 15 agosto 1639.

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facoltà provvisorie di cui era dotato, in attesa che arrivassero i brevi definitivi; tuttavia il 9 settembre gli fu comunicato dal Protonotario d’Aragona a nome del re di sospenderne l’esercizio, in attesa che il consiglio esaminasse il caso, trattandosi di una circostanza eccezionale 156. In tale frangente emerse una problematica di fondo, legata all’esercizio delle facoltà di giurisdizione. La corte sosteneva che in origine i nunzi in Spagna non avevano esercitato tali poteri se non dal tempo di Carlo V, e questo solo in forma limitata e dietro sua richiesta; di conseguenza sarebbe stato opportuno abolire le facoltà giurisdizionali del nunzio, in modo da “levar tante estorsioni e ridurre il negotio al termine di semplice ambasciatore” 157. Alle rimostranze di Facchinetti seguì un ordine formale del consiglio reale, accompagnato da una velata minaccia di espulsione 158. Il nunzio non cedette e comandò ai suoi collaboratori, soprattutto agli ufficiali del tribunale, di continuare il loro lavoro, comunicò ai regolari di essere pronto a far valere le sue tradizionali prerogative e notificò ai vescovi, agli abati, ai provvisori e ai governatori ecclesiastici che le sue facoltà erano uguali a quelle dei suoi predecessori 159. Come risposta, fu proibito ai vassalli del re, ai regolari e ai vescovi del regno di Castiglia di ricorrere al tribunale del nunzio 160 e fu fatto circolare a Madrid uno scritto che elencava una serie di richieste tendenti a modificare lo stato della nunziatura: si chiedeva che il nunzio, l’uditore e l’abbreviatore fossero spagnoli, che i loro poteri fossero limitati e che le spedizioni fossero gratuite, salvo i compensi dovuti per la confezione materiale dei documenti. Il cardinale Spínola suggerì al nunzio di rinunciare ai diritti di cancelleria, ma questi rifiutò, considerandoli diritti inalienabili della Sede Apostolica 161. Al di là delle polemiche e della strenua difesa delle sue prerogative

156 Roma, Biblioteca Vallicelliana, ms. R. 104, ff. 113r-127v: Ordine del re a Facchinetti “di non esercitare la facoltà di nunzio ordinario, dichiarando di riconoscerlo per solamente straordinario”, Madrid, 16 settembre 1639; altra copia: ASV, Fondo Pio 266, ff. 172r-177v. 157 ASV, SS, Spagna 83, ff. 33r-34v, Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 10 settembre 1639. 158 ASV, SS, Spagna 83, ff. 37v-38v, Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 17 settembre 1639. 159 ASV, SS, Spagna 83, ff. 42v-43r, Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 25 settembre 1639. 160 ASV, SS, Spagna 83, ff. 45r-47r, Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 8 ottobre 1639. 161 ASV, SS, Spagna 83, ff. 82r-86r, Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 29 ottobre 1639.

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di fronte alla corte, Facchinetti riconosceva davanti ai suoi superiori i problemi che affliggevano il tribunale della nunziatura: dal suo rapporto al cardinale Nipote appare che le cause erano affidate a personale non adeguatamente preparato, che non veniva mantenuto un archivio ordinato e che nello svolgimento dei giudizi si rilevavano gravi interferenze degli interessati e dei loro familiari e sostenitori 162. Un secondo fronte si aprì a Lisbona tra il collettore Alessandro Castracani, vescovo di Nicastro, e le autorità locali. Castracani, già nunzio in Savoia, arrivato in Portogallo nel giugno del 1635 vi trovò una situazione conflittuale, originatasi fin dal secondo decennio del secolo. In particolare due provvedimenti erano stati gravidi di conseguenze: la disposizione di Filippo III emanata il 30 luglio 1611, che limitava l’acquisto e il possesso di beni immobili da parte degli ecclesiastici, e l’interdetto lanciato da Ottavio Accoramboni sulla città di Lisbona nel 1617, rimasto in vigore per circa un anno 163. In collaborazione con il nunzio in Spagna Lorenzo Campeggi, il collettore cercò di contrastare la normativa in vigore, che vietava ai monasteri di comprare beni immobili senza licenza del re e, qualora fossero stati ereditati o ricevuti in dono, entro il termine di un anno avrebbero dovuto essere rivenduti a secolari. Lo sviluppo della discussione aveva portato a considerare i beni lasciati in testamento come capitale per finanziare fondazioni di messe in suffragio dei defunti; questi, in quanto immobili, secondo le disposizioni regie non potevano essere detenuti dagli enti religiosi ma, qualora fossero stati alienati, avrebbero reso impossibile l’adempimento della volontà dei donanti 164. Secondo un copione ormai collaudato, il collettore scomunicò i suoi avversari, provocando in tal modo il provvedimento di espulsione, comminato il 26 febbraio 1638. Dopo una lunga serie di negoziati infruttuosi, il 18 agosto 1639 Castracani lanciò l’interdetto, cui le autorità locali risposero con un assalto in

162 ASV, SS, Spagna 83, ff. 272v-274r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 5 febbraio 1640. 163 BNE, ms. 2373, ff. 573r-582v, Memoriale di Juan Chumacero a Urbano VIII, copia a stampa, senza data, ma probabilmente del 1641; S. GIORDANO: “Difendere la giurisdittione et immunità ecclesiastica fino all’estremo. La collettoria di Portogallo”, in A. KOLLER (ed.), Die Außenbeziehungen der römischen Kurie…, op. cit., pp. 191-222. 164 BL, Add. Ms. 8320, ff. 49r-80v: Relatione del negotiato fatto da mons. Castracani, vescovo di Nicastro, collettore in Portogallo, e dal vescovo di Sinigaglia, nunzio in Madrid, per conservare alle chiese di quel regno i beni lasciategli da’ fedeli christiani, con obligo di messe et anniversarii in suffragio dell’anime loro e de gli accidenti occorsi sino all’espulsione del medesimo collettore dal regno. Il testo è diffuso in numerose copie; ad esempio: BAV, Barb. lat. 5319, ff. 22r-51r; BAV, Vat. lat. 13413, ff. 150-181; BNE, Mss. 1477, ff. 1r-23r.

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piena regola al suo palazzo 165. Il 31 agosto il collettore riuscì a fuggire, calandosi da una finestra, per rifugiarsi nel convento dei francescani, ma la notte stessa fu catturato, gli furono sequestrati i documenti del suo ufficio e venne condotto sotto scorta armata ai confini del regno. Il diplomatico pontificio rimase alcuni giorni a Badajoz, ma, accusato “di sollevatore del popolo, di concitatore contro S. Maestà e ch’egli seducesse i religiosi contro il re”, gli fu ingiunto di recarsi a Madrid 166. Castracani non tornò più a Lisbona; nominò incaricato d’affari Girolamo Battaglini, coadiuvato dal segretario Vincenzo Mobili, e si diresse a Madrid, dove giunse il 26 ottobre 1639. Le trattative per il suo ritorno in sede furono affidate al nunzio Facchinetti 167. Una congregazione ai massimi livelli si riunì a Roma il 17 novembre, sotto la presidenza del cardinale Giovanni Battista Pamphilj, antico nunzio in Spagna. Essa stabilì che, qualora fosse venuta meno la possibilità di reintegrare il collettore nei suoi diritti, questi avrebbe dovuto preparare un interdetto generale sul Portogallo, da lanciare nel momento in cui avesse lasciato i domini del re Cattolico 168. Tuttavia la vicenda si intrecciò poi con gli avvenimenti del 1640, che avrebbero ulteriormente inasprito i contrasti tra il nuovo sovrano del Portogallo e la Sede Apostolica. A Roma la questione di principio relativa alla nunziatura fu affrontata tra Marco Aurelio Maraldi e Francesco Albizzi come esperti designati dalla curia, e Juan Chumacero per conto del re Cattolico. Il punto in discussione era l’autorità della Sede Apostolica, che non poteva essere impedita nella sua giurisdizione sotto pretesto di eventuali abusi commessi dai suoi ministri. La curia sosteneva che quest’ultima caratteristica era indissolubilmente unita al sommo sacerdozio come parte della cura d’anime e veniva esercitata in maniera delegata, non potendo il papa recarsi personalmente nelle province della cristianità. Chumacero dal canto suo riconosceva e accettava l’autorità pontificia, ma presentava due ordini di difficoltà: da una parte sosteneva che il nunzio era un semplice ambasciatore, e quindi non

165 ASV, Misc., Arm. III, 31, ff. 530r-533v: Relatione degl’inurbani trattamenti fatti da ministri regii secolari della città di Lisbona a mons. Alessandro Castracani, vescovo di Nicastro e collettore generale apostolico in Portogallo li 18 d’agosto 1639, originale firmato da Filippo Carpino, firmano. 166 ASV, SS, Spagna 83, f. 113rv, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 8 ottobre 1639. 167 ASV, SS, Spagna 83, f. 75r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 28 ottobre 1639. 168 ASV, SS, Spagna 83, f. 116rv, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 19 novembre 1639.

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aveva necessità di esercitare la giurisdizione in ambito ecclesiastico 169; dall’altra criticava gli abusi della giurisdizione ecclesiastica in generale, e in particolare quelli verificatisi negli anni del mandato di Lorenzo Campeggi, soprattutto nell’ambito dell’esercizio delle facoltà giudiziarie attraverso il tribunale 170. A Madrid, in seguito a un ordine reale che proibiva di ricorrere al giudizio del nunzio, il tribunale della nunziatura rimase inattivo per tredici mesi e riprese a funzionare con regolarità solo l‘8 ottobre 1640, dopo che il consiglio reale ebbe abrogato le sanzioni contro coloro che vi avessero voluto ricorrere 171. In quel lungo lasso di tempo ebbero luogo intense trattative tra il nunzio e una commissione presieduta da Olivares. L’obiettivo della corte era l’eliminazione della giurisdizione del nunzio nei regni di Spagna, prendendo a modello la prassi vigente nel regno di Francia, dove i vescovi avevano ampi poteri di dispensa, i regolari non dipendevano dal nunzio e in generale non era necessario pagare le grazie apostoliche. Una prima concessione venne fatta mediante la riduzione delle tariffe, ciò che valse l’apertura del tribunale prima del previsto, ma comportò allo stesso tempo una diminuzione dei diritti percepiti dal nunzio e dall’uditore. Nel concreto, si chiedeva che il nunzio fosse spagnolo o, qualora fosse italiano, l’uditore e l’abbreviatore fossero spagnoli; il titolo cum facultate legati de latere di cui il nunzio si fregiava doveva rimanere un puro enunciato, mentre le facoltà esercitate dovevano essere solo quelle indicate nei brevi, da sottoporsi alla valutazione del Consiglio reale; per limitare le spese, si doveva ridurre il personale della nunziatura, riportandolo alla consistenza fissata dal nunzio Decio Carafa (1607-1611) durante il regno di Filippo III. Si proponeva inoltre di eliminare tutte le tasse della nunziatura, relative alle grazie e alle sentenze, sostituendole con un congruo assegno, versato dal re al nunzio, all’uditore e all’abbreviatore. Le trattative riguardanti i religiosi furono particolarmente complesse, “perché i frati stessi, avvocati della propria libertà et inimici del freno, hanno fatto l’infattibile per annihilare l’auttorità de nuntii”, dato che disponevano di

169 ASV, SS, Spagna 83, f. 211r, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 5 maggio 1640, cifra. 170 ASV, SS, Spagna 83, ff. 152v-157r, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 30 dicembre 1639; ff. 163v-165r, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, 31 dicembre 1639. 171 ASV, SS, Spagna 84, f. 68r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 9 ottobre 1640, copia: “Hiermattina si aperse finalmente il tribunale di questa nuntiatura e notificarono i ministri del Consiglio reale che si apriva con le prerogative et facoltà godute et usate per il tempo passato”.

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validi protettori a corte. Tuttavia anche in questo caso si arrivò ad un accordo, riservando al nunzio la possibilità di intervenire nel quinto grado di appello, garantendo comunque il ricorso diretto alla Sede Apostolica. Come clausola finale, una volta definiti tutti i particolari, il re chiese che gli accordi fossero esplicitamente approvati e confermati dal papa. Il nunzio si impegnò ad ottenere la ratifica pontificia e inviò a Roma il volume stampato che raccoglieva i provvedimenti da lui adottati per il buon funzionamento del tribunale 172. Nell’ultima fase dei negoziati i vescovi e gli arcivescovi, salvo alcune eccezioni, si erano fortemente opposti alla riapertura del tribunale, mostrando al re come essi avessero potuto assicurare la pace e la buona amministrazione delle rispettive diocesi anche a prescindere dagli interventi del nunzio. Quest’ultimo invece rilevava come la sospensione delle sue facoltà giurisdizionali e quindi del suo potere di mediazione avesse fatto aumentare la conflittualità tra il clero e i rispettivi vescovi, tra i vescovi e i metropoliti e tra i religiosi e i superiori; dove era intervenuto il Consiglio reale, “essere la medicina stata peggiore del male” 173. In forza del fatto che per un anno aveva gestito le materie ecclesiastiche normalmente trattate dal nunzio, nell’accordo finale il consiglio reale avrebbe voluto che le decisioni del tribunale della nunziatura fossero soggette al consenso del re e del consiglio stesso, scontrandosi però con la ferma determinazione del nunzio. Infine, approfittando di una infermità che afflisse Cesare Facchinetti, il consiglio fece stampare a sue spese il nuovo regolamento del tribunale della nunziatura con il relativo tariffario, presentandolo come frutto di accordo con il nunzio. Di fronte alle proteste del rappresentante pontificio, Olivares fece ritirare dalla circolazione il volume; ciò però non impedì che, una volta stampata l’edizione autentica curata dal nunzio, circolassero due versioni dello stesso testo, fomentatrici di ambiguità 174.

172 ASV, Misc., Arm. I, 91, ff. 462r-472v. Il fascicolo, di 12 fogli stampati, è composto da tre parti: Descrizione delle competenze del personale impiegato nel tribunale e delle procedure; “arancel de los derechos”; “derechos de los despachos de gracia”. Nell’ultimo foglio sono riportati i decreti con cui il Consiglio reale, visti i provvedimenti emanati per la riforma del tribunale, concede al nunzio il permesso di esercitare nuovamente le sue facoltà giurisdizionali e di percepire nuovamente, in quanto collettore, i diritti della Sede Apostolica. Entrambi i decreti recano la data del 9 ottobre 1640. 173 ASV, SS, Spagna 84, ff. 44r-60v, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 20 ottobre 1640, cifra. 174 ASV, SS, Spagna 84, ff. 78r-84r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 10 novembre 1640, cifra.

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L’ultima opposizione all’operato del nunzio però venne da Roma. La curia mostrò di apprezzare le buone intenzioni di Facchinetti, tuttavia non nascose il suo disaccordo nel merito e gli ordinò di astenersi da ogni approvazione. L’obiettivo era che si ripristinassero le attribuzioni precedenti l’insorgere della controversia, ma, non essendo stato raggiunto, Roma si riservava di inviare ulteriori istruzioni 175. Le cose si complicarono maggiormente quando le due edizioni del regolamento del tribunale arrivarono a Roma e il nunzio fu chiamato a spiegare il perché delle differenze rilevate e quale fosse la versione da lui pubblicata 176. Un’apposita commissione riordinò il regolamento scritto dal nunzio, tolse tutte le clausole che avrebbero potuto limitare la giurisdizione della nunziatura e moderò le tasse. Il testo sarebbe dovuto figurare come promulgato dal nunzio, dopo essere stato approvato dal papa con il breve Consueverunt Romani Pontifices del 27 aprile 1641 177. La controversia in atto non impedì tuttavia che il re volesse affidare al nunzio i processi in vista della nomina di vescovi, abati e dignità ecclesiastiche e che essi prestassero davanti a lui, nella sua veste di rappresentante pontificio, il giuramento canonico 178.

175 ASV, SS, Spagna 84, f. 97rv, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 1 dicembre 1640, cifra. 176 ASV, SS, Spagna 84, f. 127v, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 22 dicembre 1640, cifra: “Habbiamo hauto due arancelli”; nell’ultimo capitolo “vi è qualche diversità di parole”. 177 ASV, SS, Spagna 84, f. 250rv, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 27 aprile 1641, cifra. Del regolamento si conservano esemplari stampati a Madrid in due anni successivi: Ordenanzas y aranzel del tribunal de la nunciatura de Su Santidad destos Reynos de España, Madrid, 1640, composto da 20 fogli stampati e numerati; è premesso il decreto con cui il nunzio promulga il regolamento (ASV, Misc., Arm. I, 86, ff. 438r-460v; ibidem, 91, ff. 417r-438v); Reformación del tribunal de la nunciatura de España, Madrid, 1641; fascicolo a stampa, composto da 26 fogli numerati, che inizia con il breve di Urbano VIII (ASV, Misc., Arm. I, 86, ff. 461r-487v; ibidem, 91, ff. 439r-461v). 178 ASV, SS, Spagna 83, f. 236rv, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 23 aprile 1640, cifra. Il nunzio offre informazioni circa le tariffe previste in questi casi: “Il secretario di giustitia di questa nuntiatura per somiglianti processi de vescovi piglia per suoi diritti dua o trecento reali di plata. L’official maggiore cento, et alle volte più, secondo la qualità degli atti. Al nuntio si danno otto scudi di plata per li sigilli quando il nominato è arcivescovo o vescovo insigne; se è manco qualificato quattro scudi; gli abbati due scudi”.

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TRA CATALOGNA E PORTOGALLO

Nel frattempo la situazione in Catalogna si era fatta incandescente 179. Nella sua corrispondenza con Roma, il nunzio Facchinetti si fece eco dei febbrili preparativi in atto, ma anche dell’estrema debolezza della Castiglia e della strenua opposizione interna alla nuova avventura bellica. La corrispondenza con Roma divenne difficile, essendo bloccato il porto di Barcellona; il nunzio riusciva comunque a ottenere informazioni attraverso Valencia 180. Ai preparativi bellici si accompagnarono tentativi di conciliazione. I deputati di Catalogna ricorsero alla mediazione del papa. Nel memoriale inviato a Roma, essi giustificavano la sollevazione come la reazione di alcuni contro le vessazioni dei soldati acquartierati sul territorio 181. Anche il re chiese la mediazione pontificia, che Urbano VIII accettò, secondo il suo stile, senza alcun impegno, ma solo in un secondo momento, cioè tra la fine di dicembre e i primi di gennaio 182. Inizialmente, invece, per mezzo del suo ambasciatore, Filippo IV aveva protestato presso il papa contro il comportamento del clero e contro la ribellione del priore dei Giovanniti, che aveva chiamato a raccolta tutte le forze disponibili nella sua commenda. Il vescovo di Lérida aveva dovuto abbandonare la sua diocesi a causa della ribellione dei prebendati e del clero, che si erano sollevati in armi con il resto della popolazione 183. Urbano VIII affidò i negoziati a Facchinetti, che fu

179 J. H. ELLIOTT: The revolt of the Catalans. A study in the decline of Spain (1598-1640), Cambridge 1963 (edizioni spagnola e catalana: Barcelona e Valencia 2006). 180 ASV, SS, 83, f. 291r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 8 agosto 1640, cifra; ibidem, f. 307r, Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 25 agosto 1640, cifra. 181 ASV, SS, Spagna 84, ff. 38r-39v, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, Roma, 20 ottobre 1640; ibidem, f. 40r: Memoriale dei Deputati di Catalogna al papa, copia; ASV, Misc., Arm. III, 31, ff. 601r-602v: Lettera dei Catalani a Urbano VIII, Barcellona, 27 agosto 1640, copia. Si espongono i contrasti della Catalogna con il Re Cattolico, cominciando dal 1626, anno in cui la Catalogna, il Rossiglione e la Cerdagna hanno dovuto subire gli acquartieramenti delle truppe e si racconta la sollevazione dei contadini contro i soldati avvenuta il giorno della festa del Corpus Domini, fatto che diede inizio alla rivolta. 182 ASV, SS, Spagna 84, ff. 137v-138r, Segr. Stato a Facchinetti, Roma, 5 gennaio 1641, cifra. Diedero il loro parere favorevole alla mediazione pontificia i cardinali Giovanni Battista Pamphilj, Giulio Sacchetti, entrambi ex nunzi in Spagna, e Giovanni Francesco Guidi di Bagno, tra il 10 e il 12 ottobre 1640 (ASV, Misc., Arm. III, 31, ff. 605r-606v). 183 AGS, E, leg. 3155, Felipe IV al Marqués de Castel Rodrigo, embajador en Roma, Madrid, 21 de octubre de 1640, minuta di cifra.

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ricevuto da Filippo IV e dal Conte Duca nei primi giorni di dicembre del 1640. L’intervento del nunzio fu sfruttato a scopo propagandistico: mentre veniva lodata la moderazione dei brevi pontifici, Olivares fece correre la voce che il papa chiedeva al sovrano il perdono per i catalani 184. Il nunzio cadde nella trappola e sopravvalutò le sue possibilità di mediatore: infatti, mentre il 14 dicembre informava i suoi superiori che “il negotio dei Catalani è vicinissimo all’accomodamento”, due giorni dopo comunicava la notizia che l’esercito del re era entrato in Catalogna “con risolutione” 185. Nel frattempo il Marchese di Castel Rodrigo e il cardinale Albornoz chiesero al papa di designare uno o più vescovi, dando loro facoltà di “castigare e processare gli ecclesiastici di Catalogna”, qualsiasi fosse la loro condizione, indicando come possibili candidati gli arcivescovi di Saragozza o di Valencia, evitando prelati castigliani, che sarebbero stati accolti con sospetto. Avrebbe anche dovuto inviare un breve di esortazione ai Catalani, invitandoli a tornare sotto l’obbedienza del sovrano e inviare un nunzio in Catalogna che fosse vassallo del re Cattolico o almeno suo confidente. Urbano VIII, pur dichiarandosi disposto a compiacere il re, era contrario all’invio di giudici, perché, alla luce della situazione, non avrebbero potuto esercitare efficacemente il loro compito. Quanto al possibile invio di un nunzio, si attendeva di conoscere meglio lo stato degli avvenimenti 186. Dal canto suo, Facchinetti si mise d’impegno per complicare le cose. Il 5 dicembre 1640 inviò un monitorio a Pau Claris, vescovo della Seu d’Urgell e presidente della Generalitat, ingiungendogli di presentarsi davanti a lui. I catalani ne furono gravemente offesi, perché Claris era stato citato fuori del territorio del Principato quando si stava preparando la guerra e mentre era in carica, dal momento che i deputati non potevano essere incriminati durante l’esercizio del loro mandato 187. Le loro rimostranze presentate a Roma valsero al nunzio un secco

184 ASV, SS, Spagna 84, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 12 dicembre 1640, cifra. 185 ASV, SS, Spagna 84, ff. 117v e 125, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 14 e 16 dicembre 1640, cifra. 186 ASV, SS, Spagna 84, f. 128r, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 29 dicembre 1640, cifra; ibidem, ff. 138r-141r, 5 gennaio 1641, cifra. 187 ASV, SS, Spagna 84, f. 140v, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 5 gennaio 1641, cifra.

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rimprovero e l’ordine di non occuparsi più della faccenda 188, nonostante in precedenza Urbano VIII gli avesse affidato il compito di adoperarsi per la riconciliazione delle parti 189. Facchinetti cercò di giustificarsi, presentando la sua missiva come una “dolcissima lettera al Deputato”; tuttavia gli argomenti che egli addusse a sua giustificazione mostrano come avesse agito di concerto con la corte per “allontanar da Barcellona un cervello seditioso, amico di novità e per cagione del quale molti dicono che la città non si sia composta col suo re” 190. Su richiesta di Filippo IV, Facchinetti intervenne come mediatore nel conflitto con i catalani nel momento in cui la Francia si preparava ad entrare nella contesa. Non sapendo se dovesse recarsi di persona a Barcellona, il nunzio inviò a Roma con richiesta di istruzioni uno dei suoi collaboratori, Bonifacio Olivieri, e a Barcellona il suo confessore, Domenico Maria Lama, per trattare con i catalani e presentare loro l’offerta del re, pronto a partire di persona se il cardinale Barberini lo avesse voluto; Filippo IV era disposto a ritirare le sue truppe dalle terre dei Catalani se essi avessero allontanato le milizie straniere 191. Lama partì da Madrid il 16 marzo e giunse a Saragozza il 22; tuttavia non gli fu possibile proseguire il viaggio, non essendogli stato concesso il necessario salvacondotto 192.

I MOTI DEL PORTOGALLO Acclamarono per re di Portugallo Giovanni, Duca di Braganza, huomo di 35 anni, di blanda natura, amico della musica, di poco intendimento, di pensieri alti, ma di animo un poco servile, perché, tutto rassegnato in mano di un segretario suo, adora la voce di quello come un oracolo.

188 ASV, SS, Spagna 84, f. 155r, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 26 gennaio 1641, cifra. 189 ASV, Misc., Arm. III, 31, ff. 597r-598v: Urbano VIII, breve Praestantissimam istam provinciam, ai Deputati di Catalogna, Roma, 12 gennaio 1641, copia. Esorta i Catalani a riconciliarsi con il Re Cattolico e comunica di aver affidato al nunzio di adoperarsi a tale scopo. 190 ASV, SS, Spagna 84, f. 162v, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 6 febbraio 1641, cifra. 191 ASV, SS, Spagna 84, f. 198r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 9 marzo 1641, cifra. 192 ASV, SS, Spagna 84, ff. 228r-229v. Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 3 aprile 1641, copia. Sulla missione di Lama vedere: Roma, Arch. Doria Pamphilj, Archiviolo, volumi 174, 175, 176, con documentazione relativa alla prima metà del 1641.

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Con queste parole Cesare Facchinetti annunciò a Roma quanto era avvenuto a Lisbona la mattina del 1° dicembre 1640. A suo dire, i Portoghesi avevano colto l’occasione loro offerta dall’estrema debolezza del regno di Castiglia, depauperato di uomini e di mezzi e impegnato nella guerra contro i Catalani, e dalla stagione poco propizia per le operazioni militari. Tuttavia i Portoghesi erano andati oltre: mentre i Catalani continuavano a riconoscere l’autorità del re, essi lo avevano abbandonato e ne avevano proclamato un altro 193. A partire da quel momento le comunicazioni tra Madrid e Lisbona si erano interrotte; tuttavia, raccogliendo le voci della corte, il nunzio attribuiva la sollevazione al progetto di “ridurre in provincia il regno, soggettandolo et unendolo a Castiglia e Leone”, che si sarebbe attuato permettendo alla nobiltà portoghese di godere di cariche ed uffici in Castiglia e ai castigliani in Portogallo; si temeva inoltre che il re volesse coinvolgere la nobiltà portoghese nella guerra contro la Catalogna, mentre alcuni rimproveravano al governo di Madrid di aver provocato la crisi che aveva condotto all’interdetto e all’espulsione del collettore 194. A causa della difficile situazione delle armi spagnole in Europa, impegnate su diversi fronti, e del pericolo che la Francia appoggiasse i Portoghesi, Olivares propose al nunzio che il papa si facesse promotore di una tregua, coinvolgendo i francesi, dopo essersi accertato della disponibilità offerta dal cardinale Infante e dall’Imperatore 195. A un mese di distanza dalla sollevazione, quando ormai il Duca di Braganza aveva assunto il controllo del Portogallo e la situazione appariva in qualche modo irreversibile, iniziò la battaglia diplomatica per ottenere il riconoscimento del papa 196. Da Madrid partirono istruzioni destinate a Juan Chumacero: il re Cattolico voleva che il papa condannasse la ribellione ed esigeva un pronunciamento contro il “tyrano” e i suoi seguaci. João de Bragança nel 1619 aveva prestato giuramento di fedeltà a Filippo III e ora metteva in pericolo la pace della Cristianità, perché impediva di difendere il Brasile e le altre province

193 R. VALLADARES: La rebelión de Portugal. Guerra, conflicto y poderes en la Monarquía Hispánica (1640-1680), Valladolid, 1998. 194 ASV, SS, Spagna 84, ff. 107v-110v, Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 12 dicembre 1640, cifra. 195 ASV, SS, Spagna 84, ff. 118v-120v, Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 15 dicembre 1640, cifra. 196 ASV, SS, Spagna 84, ff. 129v-130r, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 30 dicembre 1640, cifra.

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orientali; di tale situazione avrebbero approfittato gli Olandesi, con detrimento della causa cattolica. Il re chiedeva inoltre che il papa non riconoscesse il “tyrano” come re di Portogallo, non ricevesse i suoi ambasciatori e respingesse eventuali provvisioni ai benefici di patronato reale. Derogando alla prassi, secondo la quale spettava al sovrano castigare i vassalli ribelli, Filippo IV chiedeva al papa di delegare a due o tre vescovi spagnoli la facoltà di punire il Duca e i suoi sostenitori. Infine l’ambasciatore doveva chiedere un breve con ampi poteri per procedere contro i regolari, gli esenti e gli ecclesiastici coinvolti nella ribellione 197. Urbano VIII adottò una politica attendista: affidò il caso a una congregazione di cardinali e rimandò ogni decisione in attesa degli eventi. Non ritenne opportuno nominare un giudice castigliano che procedesse contro gli ecclesiastici portoghesi che avevano appoggiato la rivolta, come pure credette inopportuno inviare al Duca un breve che lo invitasse a recedere dalla sua ribellione, considerando che, se non fosse stato trattato da re, lo avrebbe rifiutato, con pregiudizio dell’autorità pontificia 198. La situazione rimase ancora fluida per alcuni mesi. Dal Portogallo giungevano notizie contrastanti: alcuni riferivano che il nuovo re aveva attenuato i rigori dell’Inquisizione contro gli ebrei, mentre il nunzio aveva iniziato trattative per far ritornare il collettore a Lisbona; tuttavia, quando percepì che ciò sarebbe stato più nell’interesse della Spagna che della Santa Sede, iniziò a temporeggiare. Sul fronte militare sembrava che si fosse raggiunta una certa stabilità: i portoghesi, che potevano contare sull’appoggio diplomatico della Francia e degli Olandesi, rafforzavano i confini e facevano qualche incursione in Castiglia, dato che la Spagna non aveva forze sufficienti per intervenire 199. Verso la fine di maggio del 1641 fu deciso di inviare a Roma come ambasciatore straordinario il francescano Antonio Enríquez de Porras, vescovo di Málaga, uomo di fiducia di Olivares, con l’incarico di occuparsi degli affari di Catalogna e di Portogallo. La designazione era dovuta al fatto che il vescovo aveva partecipato fin dalla sua istituzione ai lavori della junta istituita per esaminare le due situazioni

197 AGS, E, leg. 3155, Filippo IV a Juan Chumacero, Madrid, 30 dicembre 1640, minuta di cifra. 198 ASV, SS, Spagna 84, ff. 183r-184v, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 23 febbraio 1641, cifra. 199 ASV, SS, Spagna 84, ff. 237v-238v, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 17 aprile 1641, cifra.

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critiche 200. Facchinetti vi si oppose invano, adducendo l’obbligo di residenza; tuttavia il vescovo non partì a causa di una infermità sopraggiunta. In attesa che passasse il caldo estivo fu quindi nominato vicerè di Aragón, in sostituzione del Duca di Nocera, richiamato a Madrid. In realtà si trattava di una mossa del Conte Duca per controllare la situazione aragonese, stanti le opposizioni che serpeggiavano in seguito alla chiamata generale alle armi per la difesa del regno 201. Il disegno diplomatico si completò con l’invio a Roma come ambasciatore straordinario di Pedro Fajardo de Requesens-Zúñiga y Pimentel, Marqués de los Vélez 202, allontanato dalla Spagna dopo la sconfitta di Montjuich; contestualmente fu richiamato Juan Chumacero, che da tempo chiedeva di poter ritornare in Spagna per attendere alla cura del suo patrimonio, la cui gestione era ritenuta insufficiente dalla corte 203. Una delle incombenze del nuovo ambasciatore era regolare con la Santa Sede la questione dei religiosi che avevano sostenuto le sollevazioni dei Catalani e dei Portoghesi, in particolare i domenicani, i carmelitani calzati e i gesuiti 204. Il vicecollettore proteggeva i francescani, i quali si stavano ritagliando uno spazio di indipendenza, volendo sottrarsi all’influenza del re Cattolico. Allo stesso tempo, per mezzo di Juan Chumacero, il re tornò a rinnovare le pressioni affinché il papa procedesse contro i chierici che avevano appoggiato le rivolte, soprattutto in Portogallo 205. I tre generali in questione, cui fu aggiunto anche il generale degli

200 AGS, E, leg. 3005, Consulta del Consejo de Estado a Filippo IV, Madrid, 23 maggio 1641, originale. 201 ASV, SS, Spagna 84, f. 280v, Cesare Facchinetti a Segr. Stato, Madrid, 26 giugno 1641, cifra. 202 V. V ÁZQUEZ DE PRADA: “Fajardo de Requesens-Zúñiga y Pimentel, Pedro. Marqués de Los Vélez (V)”, in Diccionario Biográfico Español (http://dbe.rah.es/biografias /9182/pedro-fajardo-de-requesens-zuniga-y-pimentel; 02/06/2018). 203 AGS, E, leg. 3156, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Madrid, 20 agosto 1641, minuta. 204 BNE, ms. 2373: Rebelión de Portugal año de 1641; ff. 394r-406v: Arbitrios que el P. Antonio Vieira y toda la Compañía de Jesús dieron para haberse de conserbar en el Reyno de Portugal el Duque de Bergança; F. RODRIGUES: “A Companhia de Jesus e a restauração de Portugal (1640)”, in Anais. Ciclo da Restauração de Portugal 6, Lisboa 1942, pp. 330-405. 205 AGS, E, leg. 3156, Filippo IV ai superiori generali dei domenicani, carmelitani calzati e gesuiti, Madrid, 20 settembre 1641, minuta; Filippo IV al Marqués de los Vélez, ambasciatore a Roma, stessa data, minuta di cifra; Filippo IV al Marqués de los Vélez, Madrid, 29 settembre 1641, minuta di cifra; Filippo IV a Juan Chumacero, Madrid, 10 ottobre 1641, minuta di cifra.

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agostiniani, non si dovettero preoccupare eccessivamente, se il re si vide costretto a scrivere loro nuovamente il 21 dicembre 1641, chiedendo loro di recarsi di persona nella penisola iberica, vista la gravità della situazione 206. Sembra che solo i generali dei francescani e dei gesuiti abbiano seguito le suggestioni del re 207.

MIGUEL DE PORTUGAL, VESCOVO DI LAMEGO

Una nuova occasione di conflitto tra Filippo IV e il re di Portogallo, che mise in serio imbarazzo Urbano VIII, fu la missione a Roma di Miguel de Portugal, vescovo di Lamego 208. Figlio del terzo conte di Vimioso, dottore in teologia e in diritto, inquisitore di Evora e membro del consiglio dell’Inquisizione, fu inviato da Giovanni IV, di cui era nipote, a prestare obbedienza, per essere riconosciuto dal papa come re di Portogallo. La battaglia diplomatica affinché non fosse ricevuto dal pontefice iniziò ancor prima del suo arrivo a Roma, quando Juan Chumacero iniziò ad esercitare pressioni su Urbano VIII 209. Ufficialmente il vescovo di Lamego andava a Roma per effettuare la visita ad limina, quindi non vi erano motivi per impedire in suo ingresso nell’Urbe; l’inviato spagnolo invece minacciò di interpretare ogni gesto del papa in suo favore come un atto di ostilità verso il re Cattolico, in quanto il vescovo e colui che lo inviava erano rei del crimine di lesa maestà. Per dirimere il caso, Urbano VIII istituì una congregazione di cardinali e di prelati la quale, nonostante le rimostranze di Chumacero, ritenne che l’ambasciatore avrebbe dovuto essere ricevuto dal papa 210.

206 AGS, E, leg. 3156, Filippo IV ai generali di domenicani, carmelitani calzati, gesuiti, agostiniani, Madrid, 21 dicembre 1641, minute di cifre. 207 AGS, E, leg. 3157, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Zaragoza, 28 novembre 1642, minuta di cifra. 208 E. BRAZÃO: A missão a Roma do bispo de Lamego, Coimbra 1947. 209 ASV, Misc., Arm. III, 31, ff. 749r-765v, Memoriale di Filippo IV a Urbano VIII contro l’ammissione alla corte di Roma del vescovo di Lamego, originale; BAV, Barb. lat. 8539. D. Michele di Portogallo, vescovo di Lamego, ambasciatore straordinario del nuovo re di Portogallo e D. Giovanni Chumazero, ambasciatore straordinario del re di Spagna. Lettere e memoriali sopra l’ammissione del detto vescovo di Lamego come ambasciatore straordinario suddetto. 210 ASV, SS, Spagna 84, f. 277v, Segr. Stato a Cesare Facchinetti, Roma, 22 giugno 1641, cifra; ibidem, f. 305rv, Segr. Stato a Facchinetti, Roma, 12 ottobre 1641, cifra; ASV,

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La corte di Filippo IV invece espose al Marqués de los Vélez un altro piano. Poiché il vescovo di Lamego si era recato a Parigi, in modo da poter viaggiare fino a Roma con il Marchese di Fontenay, che sostituiva il Maresciallo di Estrées come titolare dell’ambasciata presso la Santa Sede, il passaporto dato al nuovo ambasciatore doveva escludere positivamente che nel suo seguito viaggiassero portoghesi; inoltre si ordinava all’ambasciatore spagnolo di arrestare il vescovo e rinchiuderlo in un castello del regno di Napoli, sotto la custodia del vicerè 211. Il 20 novembre 1641 Miguel de Portugal arrivò a Roma insieme al marchese de Fontenay e prese alloggio in un palazzo di piazza Navona; per precauzione gli fu imposto di non frequentare luoghi pubblici e di viaggiare in carrozze chiuse, per non provocare i Castigliani; tuttavia, quando il 23 aprile 1642 il Marchese de los Vélez arrivò nell’Urbe, adottò una serie di atteggiamenti provocatori, aggiungendo tensione ad un ambiente già piuttosto difficile: da una parte, i catalani che frequentano la chiesa di Montserrat, appartenente alla Corona de Aragón, sostenuti dall’ambasciatore di Francia, volevano che si esponesse lo stemma del re di Francia e si pregasse per lui durante le cerimonie pubbliche; dall’altra non mancarono episodi di violenza tra Castigliani e Catalani, culminati con l’incendio di una casa appartenente a Catalani 212. Il clima di ostilità ebbe il suo apice nello scontro a fuoco, che causò morti e feriti, avvenuto presso il 20 agosto 1642 tra i servitori dei due personaggi, tra cui si contavano anche uomini dell’ambasciatore di Francia 213. In seguito all’incidente,

Fondo Pio 21, ff. 231r-247r: Relatione et instruttione a mons. nuntio in Spagna intorno alla venuta del vescovo di Lamego, inviatagli con cifra di 16 novembre 1641, con dupplicato 23 detto, copia. BNE, ms. 2373, ff. 557r-571v, memoriale di Juan Chumacero a Urbano VIII, copia a stampa, senza data; espone le ragioni per le quali il papa dovrebbe espellere da Roma il vescovo di Lamego. 211 AGS, E, leg. 3156, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Madrid, 29 novembre 1641, minuta di cifra. 212 BNE, ms. 10984, f. 124v, Juan Chumacero a Filippo IV, Roma, 2 febbraio 1642, copia; ASV, SS, Spagna 85, ff. 8v-10r, Segr. Stato a Giovanni Giacomo Panciroli, nunzio in Spagna, Roma, 16 agosto 1642. cifra. 213 BL, Add. Ms. 8699, ff. 107r-189r, Relatione al nuntio apostolico residente in Portogallo sopra le controversie nate in Roma per causa delle visite, ricevimento e condotta del vescovo di Lamego, ambasciatore di Sua Maestà; BAV, Barb. lat. 6272, Processo della rissa avvenuta in Roma presso Santa Maria in Via il 20 agosto 1642 tra l’ambasciatore di Spagna, marchese de los Velos [sic], e quello di Portogallo, mons. vescovo di Lamego, mandato da D. Giovanni IV.

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il papa, dopo aver disposto che guardie armate custodissero l’accesso ai palazzi degli ambasciatori di Francia e di Spagna e del vescovo di Lamego, inviò il cardinale Giulio Roma e Cesare Facchinetti, da poco tornato dalla sua missione in Spagna, a trattare con l’ambasciatore spagnolo, mentre il cardinale Fabrizio Verospi accompagnato da Antonio Bichi si recò dall’ambasciatore di Francia. Mentre il secondo si mostrò disponibile a collaborare, il primo irrigidì la sua posizione, al punto che una settimana dopo, accompagnato dai cardinali Francesco Peretti di Montalto e Gil Carrillo de Albornoz, lasciò Roma 214. L’incidente ebbe ripercussioni in Spagna: a Madrid alcuni consiglieri di Stato disapprovarono la partenza dell’ambasciatore, interpretando con buona probabilità anche l’opinione del re. Il nunzio Giovanni Giacomo Panciroli, che poco tempo prima era succeduto a Facchinetti, temette di essere espulso 215; di fatto, non fu più ricevuto dal re, finché non giunse la notizia che il Marchese de los Vélez aveva abbandonato Roma 216. Quanto a Miguel de Portugal, dopo aver rifiutato un’udienza privata offertagli dal papa, si allontanò da Roma il 18 dicembre 1642, obbedendo all’ordine del suo sovrano di non trattenersi nell’Urbe per più di un anno. Se Urbano VIII non riconobbe ufficialmente João IV come re di Portogallo, tuttavia dovette tener conto della nuova situazione che si era creata rispetto alle questioni ecclesiastiche 217. Già nel marzo del 1642 Filippo IV metteva in guardia il suo ambasciatore contro eventuali tentativi del “tyrano” di impossessarsi dei diritti spettanti alla corona. Ciò era dovuto al fatto che Marco Aurelio Maraldi, segretario dei brevi, aveva cominciato a omettere nei documenti il titolo di re di Portogallo

214 ASV, SS, Spagna 85, ff. 12v-16v, Roma, 20 agosto 1642, Relatione del successo tra l’ambasciator di Spagna e Lamego. 215 ASV, SS, Spagna 85, ff. 62r-64v, Giovanni Giacomo Panciroli a Segr. Stato, Madrid, 15 ottobre 1642, cifra. 216 ASV, SS, Spagna 85, f. 95rv, Panciroli a Segr. Stato, Madrid, 24 dicembre 1642, cifra. 217 O. PONCET: “Les contradictions d’une diplomatie. Le Saint-Siège face aux demandes indultaires des souverains catholiques (Espagne, France, Portugal), de 1640 à 1668”, in L. BÉLY (ed.): L’invention de la diplomatie. Moyen Âge - Temps modernes, Paris 1998, pp. 253-265; O. PONCET: “La politica dell’indulto. Diplomazia pontificia, rivoluzione portoghese e designazioni episcopali (1640-1668)“, in G. PIZZORUSSO, G. PLATANIA e M. SANFILIPPO (eds.): Gli archivi della Santa Sede come fonte per la storia del Portogallo in età moderna. Studi in memoria di Carmen Radulet, Viterbo 2012, pp. 63-87.

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che fino al momento gli era stato attribuito 218. Ugualmente il re diede istruzioni affinché si provvedessero con sollecitudine le sedi vacanti di Portogallo e Brasile, soprattutto nei casi in cui il vescovo era già stato nominato e non aveva richiesto le bolle a causa degli alti costi, che ascendevano a circa 3.000 ducati. Allo scopo di non perdere i diritti di patronato e ritenendo che la situazione del Portogallo fosse ancora reversibile, il re ordinò all’ambasciatore di affrettare le nomine di coloro che erano già stati presentati e di pagare lui stesso le tasse imposte dalla curia, che sarebbero state recuperate in un secondo tempo, quando i titolari avessero preso possesso dei rispettivi uffici 219. Lo stesso problema si presentò quando l’ambasciatore di Francia, per i territori occupati di Catalogna, e il nuovo sovrano di Portogallo chiesero al papa di concedere loro i proventi delle tre grazie: cruzada, subsidio y excusado. Per studiare la situazione, il 22 marzo 1643 il re dispose che l’affare fosse rimesso alla Junta eclesiástica de Portugal, e fu allora quando ci si rese conto che i termini quinquennali della concessione erano sul punto di scadere 220. Anche in Catalogna la situazione ecclesiastica rischiava di sfuggire dalle mani del re Cattolico. Il re di Francia era in trattative con il papa per nominare un inquisitore a Barcellona e aveva già presentato un domenicano per la sede vacante di Lerida 221. Roma si era mossa per nominare un suo rappresentate, formalmente collettore degli spogli, ma in realtà per avere un referente diretto sul posto. Fu scelto in un primo momento l‘uditore di Avignone, Francesco Gabrielli, che non vi poté andare per ragioni di salute; ma poiché i francesi proponevano che della Catalogna si occupasse il nunzio in Francia, la curia preferì nominare Vincenzo Candiotti, uditore del nunzio in Francia, con il titolo di internunzio 222. Ovviamente Filippo IV

218 AGS, E, leg. 3157, Felipe IV al Marqués de los Vélez, Madrid, 30 marzo 1642, minuta di cifra; Felipe IV al Marqués de los Vélez, Cuenca, 7 giugno 1642, minuta di cifra. 219 AGS, E, leg. 3157, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Zaragoza, 28 novembre 1642, minuta di cifra. 220 AGS, E, leg. 3158, Pedro de Arce a Gerónimo de Villanueva, Madrid, 14 aprile 1643, minuta; Filippo IV al Marqués de los Vélez, Zaragoza, 10 settembre 1643, minuta di cifra. 221 AGS, E, leg. 3157, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Zaragoza, 11 settembre 1642, minuta di cifra. 222 ASV, SS, Spagna 85, f. 55rv, Segr. Stato a Giovanni Giacomo Panciroli, Roma, 4 ottobre 1642, cifra; J. BUSQUETS: “Una ‘nunciatura’ a Catalunya durante la guerra de separació: nota sobre la correspondència diplomatica de Vincenzo Candiotti (1642-1653)”, in Primer Congrés d’Història Moderna de Catalunya, Barcelona 1984, vol. II, pp. 445-456.

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protestò, perché non voleva che sul suo territorio esercitassero giurisdizione persone non autorizzate. Il nunzio Giovanni Giacomo Panciroli cercò di giustificarne la presenza, con l’argomento che il papa non aveva voluto sottoporre al nunzio di Francia un territorio del re di Spagna occupato dalle truppe francesi; tuttavia si premurò di far raccomandare all’internunzio di non mandar ministri per il suo partito che possino capitare nelle mani de ministri di S. M.tà, e molto meno ne partiti dove l’obbedienza sta in suo punto, perché a mio parere in questo secondo caso gli li impiccheranno 223. Più preoccupante ancora era la situazione dei vescovi e degli uffici di nomina regia. Eccettuando le diocesi di Tarragona e di Tortosa, ancora sotto il controllo del re Cattolico, molti chierici, e in particolare i vescovi, erano stati costretti a fuggire per evitare di prestare il giuramento esigito dai Catalani e dai Francesi. Il papa aveva ordinato al vescovo di Vic di non abbandonare la sua diocesi e prospettava di nominare vescovi titolari per l’amministrazione ordinaria, anche per evitare che, con la presenza di soldati non cattolici nell’esercito francese, l’eresia potesse prendere piede. Le preoccupazioni però andavano oltre: non solo si voleva evitare la nomina di persone indicate dai Francesi e dai Catalani, ma anche che Roma traesse pretesto dalla situazione fluida per acquisire il diritto di indicare i candidati ai benefici ecclesiastici. Per questo il re suggeriva che i vescovi da lui nominati si affrettassero a completare le formalità, tanto a Madrid quanto a Roma, e si recassero nelle loro sedi. Qualora Catalani e Francesi non avessero loro permesso di prendere possesso delle rispettive sedi, si doveva chiedere al papa che irrogasse pene canoniche contro coloro che li ostacolavano, oppure che concedesse loro la facoltà di governarle a distanza, risiedendo nelle città rimaste fedeli al re Cattolico 224. Particolare risonanza ebbe il caso di Juan Cort, presentato dal re di Francia per essere nominato arciprete di San Pedro de Ager, presso Lérida, monastero secolarizzato nel 1592 e trasformato in collegiata, che godeva di giurisdizione episcopale. Le trattative portate avanti da Gregorio Romero, segretario del Marqués de los Vélez, e da Bernardino Barbieri, agente del re a Roma, non avevano ottenuto alcun frutto, dato che la congregazione a ciò deputata aveva deciso di accettare sia

223 ASV, SS, Spagna 85, ff. 111r-112v, Giovanni Giacomo Panciroli a Segr. Stato, Madrid, 14 gennaio 1643, cifra. 224 AGS, E, leg. 3158, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Madrid, 8 giugno 1643, minuta di cifra.

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le provvisioni del re Cattolico sia quelle del re Cristianissimo, tenendo conto di chi al momento controllava di fatto il territorio, indipendentemente dai diritti rivendicati, e la Dataria agiva di conseguenza. Allo stesso tempo il “Rebelde de Portugal” aveva nominato suo agente presso la corte di Roma Alessandro Brandano, con ordine di presentare i candidati alle diocesi, pur cautelandosi con la clausola “sine praeiudicio tercii” 225. Si prospettava quindi una perdita di sovranità, motivo che spinse il re ad inviare un nuovo ambasciatore a Roma. Il Marqués de los Vélez, nei confronti del quale era venuta meno la fiducia, in seguito alla sua poco accorta gestione del caso del vescovo di Lamego, fu nominato viceré di Sicilia, e al suo posto venne mandato il Conde de Siruela, che avrebbe collaborato con i cardinali Alfonso de la Cueva, Gil Carrillo de Albornoz e Francesco Peretti di Montalto, referenti in curia di Filippo IV 226. Al nuovo ambasciatore era affidato il compito di ottenere che tanto in Catalogna quanto in Portogallo venissero nominati i candidati presentati dal re Cattolico in forza del suo diritto di patronato; qualora ciò non fosse stato possibile, si dovevano scartare i candidati presentati dal re di Francia o dal Duca di Braganza e il papa avrebbe nominato di sua iniziativa alle chiese occupate con la forza delle armi candidati che l’ambasciatore avesse dichiarato graditi al re Cattolico 227. All’inizio del 1644 la situazione si presentava piuttosto delicata per Filippo IV. Dopo la morte del Cardinale Infante erano state avviate le trattative per assegnare l’archidiocesi di Toledo al cardinale Borja, la cui candidatura era fortemente osteggiata dal papa, nonostante le pressioni dei cardinali de la Cueva e Albornoz; ugualmente rimanevano bloccate le nomine dei vescovi di Lérida e di Solsona, città non controllate da Filippo IV 228. Contro il desiderio del re, il papa aveva

225 AGS, E, leg. 3158, Filippo IV al cardinale Albornoz, Zaragoza, 12 novembre 1643, minuta di cifra. 226 AGS, E, leg. 3158, Filippo IV ai cardinali Cueva, Albornoz e Montalto, Madrid, 31 dicembre 1643, minuta di cifra: “Haviendo entendido por cartas de Don Gregorio Romero la violencia y modo de prozeder con que en Roma se ha caminado en lo que toca a las cossas eclesiasticas de Cataluña y Portugal y en particular en la provission del Arciprestazgo de San Pedro de Aguer, me ha obligado este negocio a mandar al Conde de Siruela, a quien como sabreis he nombrado por mi embaxador a esa corte, apresure su viaje”. 227 AGS, E, leg. 3158, Filippo IV al Conde de Siruela, Madrid, 31 dicembre 1643, minuta. 228 AGS, E, leg. 3159, Filippo IV ai cardinali de la Cueva e Albornoz, Madrid, 6 gennaio 1644, minute; Filippo IV al Conde de Siruela e ai cardinali de la Cueva e Albornoz, Madrid, 26 gennaio 1644, minute.

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concesso al Duca di Braganza la crociata di Portogallo e aveva nominato in Catalogna inquisitori presentati dal re di Francia, il quale aveva espulso dal Principato i titolari della carica 229. Che i criteri adottati dalla curia romana fossero oscillanti, emerse in occasione di un colloquio tra il licenziato José González, del Consejo de Cámara, e il nunzio Giovanni Giacomo Panciroli, da poco creato cardinale e ormai sul punto di lasciare la Spagna. Secondo il giurista di Filippo IV, sia il re di Francia sia il Duca di Braganza erano da considerarsi usurpatori, per cui il papa avrebbe dovuto procedere contro di loro con censure ecclesiastiche; invece Urbano VIII non si era mai pronunciato contro tali ribellioni, anzi, aveva approvato una presentazione del re di Francia in violazione del patronato del re Cattolico sul Principato di Catalogna. Panciroli replicò affermando che il papa aveva allontanato da Roma il vescovo di Lamego e che ormai da tempo non si comminavano più censure contro i ribelli, visti gli effetti negativi ottenuti in passato, come era accaduto nel caso dell’Inghilterra e di altri regni. Circa il Portogallo, Urbano VIII era contrario ad accettare le presentazioni del Duca di Braganza, ma, nella necessità di provvedere alle diocesi vacanti, aveva dovuto adattarsi alla situazione, dato che i candidati del re Cattolico non sarebbero stati accettati. Quanto alla Catalogna, il papa aveva deciso di non provvedere le diocesi, ma di nominare solo vescovi titolari; per i restanti benefici, avrebbe nominato i candidati presentati dai due sovrani tenendo conto dei territori da essi occupati, salvi sempre i diritti del re Cattolico 230. Con l’aggravarsi dello stato di salute del papa cessarono anche le trattative, mentre le soluzioni dei singoli casi furono determinate dall’evolversi delle situazioni: Borja fu nominato arcivescovo di Toledo da Innocenzo X, i vescovi di Solsona e di Lérida furono eletti secondo i desideri di Filippo IV dopo che egli rientrò in possesso di quest’ultima città, mentre il Portogallo non tornò più sotto la sovranità del re Cattolico.

229 AGS, E, leg. 3009, Filippo IV a Pedro de Arce, Zaragoza, 29 marzo 1644, originale; ibidem, legajo 3159, Filippo IV al Marqués de los Vélez, Zaragoza, 7 aprile 1644, minuta. 230 AGS, E, leg. 3159, Filippo IV ai cardinali de la Cueva e Albornoz, Berbegal, 7 maggio 1644, minuta di cifra.

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LE LAMINE DI GRANADA

Verso la fine del pontificato di Urbano VIII si avviò a soluzione l’annosa disputa tra Roma e Madrid a proposito delle lamine plumbee di Granada 231.Il tentativo effettuato dall’Inquisizione romana nel 1617-1618 per avocare a sé il giudizio si era scontrato con la tenace opposizione di Pedro de Castro, vescovo di Granada al momento della scoperta, divenuto arcivescovo di Sevilla nel 1610, il quale volle mantenere la sua indipendenza anche opponendosi alle richieste dell’arcivescovo di Toledo Bernado Sandoval y Rojas, inquisitore generale e del nunzio Antonio Caetani, e inviò a Roma il canonico Jerónimo de Leyva a presentare al papa le sue ragioni 232. Nel 1624, in seguito alla morte di Pedro de Castro, “potente et ostinato aversario”, Millini incaricò il nunzio Giulio Sacchetti di riprendere le fila delle trattative, aventi come fine l’invio delle lamine a Roma; Sacchetti tuttavia ritenne di poter raggiungere meglio l’obiettivo facendo mandare le lamine dapprima a Madrid, da dove successivamente avrebbero potuto partire per Roma, tanto più che, per disposizione del defunto arcivescovo, i reperti erano passati sotto la diretta responsabilità del re 233. La questione presentava due peculiari risvolti: da un lato riguardava le relazioni interne tra la corte e il regno di Granada; dall’altra i rapporti tra la Corona e la Santa Sede. Praticamente tutti i nunzi di Urbano VIII si dovettero confrontare con il problema, che divenne oggetto anche della missione a Roma di Pimentel e Chumacero, almeno nella sua fase iniziale. Per dirimere la questione, il re nominò una commissione con a capo il presidente di Castiglia, composta, tra altri, da membri dell’inquisizione e del consiglio reale 234. Riguardo al rapporto con Roma, il nodo centrale riguardava l’autonomia dell’Inquisizione spagnola, che si

231 C. ALONSO, Los apócrifos del Sacromonte (Granada). Estudio histórico, Valladolid 1979; M. BARRIOS AGUILERA: La invención de los libros plúmbeos: fraude, historia y mito, Granada 2011. 232 ACDF, S. O., St.St. R 6-a, ff. 214r-250v: corrispondenza tra il cardinale Giovanni Garzia Millini, segretario dell’Inquisizione, e Antonio Caetani, nunzio in Spagna, 6 maggio 1617-11 agosto 1618. 233 ASV, SS, Spagna 64, f. 125rv, Giulio Sacchetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Barcellona, 10 aprile 1624, originale; ACDF, S. O., St.St. R 6-a, f. 271rv, Sacchetti a Giovanni Garzia Millini, Madrid, 19 settembre 1624, originale. 234 ASV, SS, Spagna 78, ff. 74v-75r, Lorenzo Campeggi, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 14 febbraio 1636, cifra.

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riteneva pienamente autorizzata ad emettere in maniera autonoma un giudizio circa l’ortodossia delle dottrine esposte dagli scritti contestati. La Suprema era disposta a collaborare con esperti inviati dalla Sede Apostolica per verificare la correttezza delle traduzioni fino al momento approntate, o anche mandandole a Roma per ulteriori controlli. Urbano VIII intensificò le sue pressioni alla fine del 1638 servendosi del nunzio Lorenzo Campeggi; a detta però dell’inquisitore generale e di don Pedro Pacheco, consigliere dell’Inquisizione, le lamine non trattavano dogmi di fede, mentre le dottrine da esse sostenute erano evidentemente erronee e sarebbe stato sufficiente inviare le traduzioni fino al momento effettuate, affinché Chumacero le mostrasse al papa, al quale sarebbe poi spettata l’ultima parola circa il trasporto degli originali a Roma 235. La pressione sulla corte di Madrid si intensificò con l’invio, nel 1639, del nunzio Cesare Facchinetti. Al momento della sua partenza da Roma, gli venne data una dettagliata istruzione nella quale figurava la storia della controversia, dalla scoperta dei piombi fino agli ultimi sviluppi 236. In particolare, la curia cercava di individuare le ragioni che si opponevano all’invio a Roma delle lamine originali: il timore che non sarebbero più ritornate in Spagna; che se ne sarebbe fatta una traduzione non corretta; che, qualora la dottrina in essi contenuta fosse dichiarata eretica, si sarebbero screditati l’arcivescovo di Granada e tutti coloro che l’avevano approvata, fino alla popolazione che l’aveva appoggiata con la sua devozione; di conseguenza, avrebbero perduto valore le reliquie e sarebbe stata dichiarata apocrifa la storia del martirio dei discepoli di san Giacomo. Infine, ma questa forse era la ragione più cogente, si confidava che Roma potesse fidarsi di quanto avrebbe stabilito l’inquisizione di Spagna. Le pressioni di Facchinetti parvero avere successo. Per venire incontro al volere del re, il consiglio dell’Inquisizione, anche se con riluttanza, diede il suo assenso all’invio delle lamine a Roma, seguito in ciò dal consiglio della Camera 237 per cui i piombi poterono partire, accompagnati da due canonici di Granada, Bartolomé de Torres e Francisco Barahona. Il nunzio Giovanni Giacomo Panciroli, che nel frattempo aveva sostituito Facchinetti, creato cardinale, chiese al cardinale Francesco

235 ASV, SS, Spagna 82, ff. 71r-72r, Campeggi a Segr. Stato, Madrid, 29 gennaio 1639, cifra. 236 BAV, Chig. Q.I.22, ff. 340r-362v, copia. 237 ASV, SS, Spagna 83, ff. 285r-289r, Cesare Facchinetti, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 4 agosto 1640, cifra.

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Barberini di trattare con deferenza i due ecclesiastici granadini 238. La comitiva giunse a Genova senza particolari ostacoli, ma qui si fermò, perché l’ambasciatore, il marchese de los Vélez, al quale erano state affidate le lamine, non era a Roma 239; da Genova, per ordine dell’ambasciatore, i preziosi oggetti furono trasportati a Napoli e infine, in seguito alle istanze del nunzio, il re ordinò che fossero portati rapidamente a Roma e affidati a uno dei cardinali nazionali, il quale, a sua volta, li avrebbe consegnati al papa 240.

URBANO VIII AL TRAMONTO

Nei primi mesi del 1644, stanti le condizioni di salute del papa, iniziarono le manovre per la successione. I dispacci del cardinale Alfonso de la Cueva avvisavano circa le assenze del pontefice in occasione di manifestazioni pubbliche e circa le manovre di Francesco Barberini per assicurarsi il controllo della successione; d’altra parte anche Filippo IV stimava necessario un accordo con i nipoti del papa per tutelare i suoi interessi. La fazione spagnola a Roma era piuttosto sguarnita: mancava un ambasciatore titolare, visto che il cardinale Borja rimaneva sempre un ostacolo alla regolarizzazione dei rapporti; il marchese de los Vélez, rivelatosi per molti aspetti inadeguato, aveva già lasciato la città, mentre il suo successore, il conte di Siruela, inviato per trattare le questioni ecclesiastiche relative alla Catalogna e al Portogallo, sarebbe arrivato a Roma solo due giorni prima che si chiudesse il conclave a causa dei contrattempi occorsigli durante il viaggio Non erano ancora arrivati i 20.000 scudi mandati dal viceré di Napoli, per cui, di fronte all’accresciuto attivismo francese, gli spagnoli si trovavano in difficoltà, e con i pochi mezzi a disposizione fu possibile solo assicurarsi l’appoggio dei cardinali Giovanni Battista Altieri e Juan de Lugo, entrambi creati nell’ultima promozione del pontificato 241.

238 ASV, SS, Spagna 86, ff. 82v-83r, Giovanni Giacomo Panciroli, nunzio in Spagna, a Segr. Stato, Madrid, 3 settembre 1642, cifra. 239 ASV, SS, Spagna 85, f. 78v, Segr. Stato a Panciroli, Roma, 15 novembre 1642, cifra. 240 AGS, E, leg. 3007, Filippo IV a Pedro de Arce, Madrid, 23 aprile 1643, originale; Pedro de Arce al Conde de Oñate, Madrid, 25 aprile 1643, minuta. 241 AGS, E, leg. 3159, Filippo IV al cardinale de la Cueva, Lérida, 16 agosto 1644, minuta; Filippo IV al cardinale Albornoz, San Lorenzo, 31 ottobre 1644, minuta; Filippo IV al Conde de Siruela, Madrid, 16 novembre 1644, minuta; Filippo IV al cardinale de la Cueva, San Lorenzo, 31 ottobre 1644, minuta.

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Alla vigilia del conclave la situazione in città era piuttosto effervescente: in una riunione del collegio cardinalizio fu deciso di ordinare l’allontanamento di numerosi soldati stazionanti nell’Urbe, in particolare francesi 242. Il conclave si chiuse il 10 agosto 1644. I Barberini sembravano poter imporre un loro candidato, in assenza di un significativo numero di cardinali spagnoli; per tale ragione il conte di Siruela chiese che fossero fatti partire per Roma, perché anche il solo timore del loro arrivo avrebbe costretto i Barberini a moderare le loro pretese 243. Dal canto suo, il cardinale Gil de Albornoz, titolare della plenipotenza, riuscì a guadagnare i cardinali Carlo Rossetti e Gaspare Mattei, creati nell’ultima promozione, e Pier Donato Cesi 244. Giulio Cesare Sacchetti, candidato di Francesco Barberini, venne riproposto con insistenza, prolungando così il conclave per oltre un mese, fino a quando il nipote del pontefice defunto si disse disposto a ripiegare sul cardinale Giovanni Battista Pamphilj, nonostante questi fosse sgradito alla corte francese. Fu così che il 15 settembre, con 48 voti su 54, il cardinale Pamphilj ascese al soglio pontificio e prese il nome di Innocenzo X: filospagnolo fin dalla sua giovinezza, uditore di Rota, nunzio a Napoli e in Spagna, all’ombra della quale aveva costruito la sua carriera, non aveva rapporti con la Francia, era nemico dei Barberini e, per il fatto di essere romano, nell’opinione dell’ambasciatore spagnolo non era dipendente dai principi italiani 245. Una volta eletto il papa amico, si rese necessario riorganizzare la fazione spagnola a Roma, rafforzando la centralità dell’ambasciatore, che riacquistò il suo titolo di ordinario, dopo che Innocenzo X ebbe assegnato l’archidiocesi di Toledo al cardinale Gaspar Borja y Velasco, e consolidando gli appoggi nel collegio cardinalizio. Al cardinale Gil de Albornoz vennero assegnati 2.000 ducati, sotto forma di abbazia o di pensione, più una pensione di 1.000 ducati per suo nipote; al cardinale Alonso de la Cueva una ayuda de costa di 5.000 ducati, più 2.000 di rendita annuale in pensioni e benefici ecclesiastici; i cardinali Giovanni Giacomo Teodoro Trivulzio, Francesco Peretti di Montalto, Rinaldo d’Este e Cesare Monti ebbero lettere di ringraziamento firmate dal re; al cardinale Juan de Lugo furono assegnati 4.000

242 AGS, E, leg. 3159, Filippo IV al cardinale de la Cueva, San Lorenzo, 31 ottobre 1644, minuta. 243 AGS, E, leg. 3008, il Conde de Siruela a Felipe IV, Roma, 30 agosto 1644, originale. 244 AGS, E, leg. 3159, Filippo IV al cardinale Albornoz, Madrid, 12 dicembre 1744, minuta di cifra. 245 AGS, E, leg. 3008, il Conde de Siruela a Felipe IV, Roma 15 settembre 1644, decifrata.

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ducati una tantum, più 4.000 di rendite e pensioni ecclesiastiche; per il cardinale Carlo de Medici fu proposta la protezione di Spagna più 24.000 ducati di pensione; il cardinale Ernst Adalbert von Harrach ebbe 4.000 ducati di ayuda de costa per tornare a Praga, ma gli vennero tolti 500 ducati di pensioni; al cardinale Ascanio Filomarino, arcivescovo di Napoli, fu proposto di scegliere un titolo per un suo nipote e al cardinale Francesco Maria Brancacci un titolo per suo fratello; al cardinale Girolamo Colonna fu offerta la protezione di Aragón e 3.000 ducati di pensione; al cardinale Virginio Orsini la protezione delle Fiandre e 3.000 ducati di pensione; al cardinale Gaspare Mattei fu promessa una protezione; al cardinale Pierdonato Cesi la protezione di Sicilia; al cardinale Giulio Gabrielli 2.000 ducati di pensioni o di benefici; al cardinale Carlo Rossetti 2.000 ducati di pensioni; tutte mercedi da situare sulle rendite d’Italia 246. Per saggiare l’effettiva buona volontà del papa, Filippo IV ordinò al suo ambasciatore di riprendere la causa di canonizzazione di Pedro de Alcántara, il cui iter, a carico del marchese di Castel Rodrigo e del cardinale Borja, si era arenato nel 1634 247.

URBANO VIII ELA“QUIETE D’ITALIA”

L’idea di Urbano VIII nemico della Casa d’Austria che trascurò deliberatamente gli interessi del cattolicesimo, proposta da Ranke e da Gregorovius, ha avuto larga fortuna nella storiografia 248. L’inclinazione verso la Francia, giudicata eccessiva, e il nepotismo sfacciato hanno ulteriormente contribuito a dipingere la sua figura in modo non certo lusinghiero; perfino Ludwig von Pastor, volendo sottolinearne qualche aspetto positivo, dovette limitarsi quasi solamente al suo mecenatismo 249.

246 AGS, E, leg. 3159, Filippo IV al conte di Siruela, Madrid, 12 dicembre 1644, minuta di cifra. 247 AGS, E, leg. 3159, lettere di Filippo IV a Innocenzo X, ai cardinali nazionali e al Conde de Siruela, Madrid, 31 dicembre 1644, minute. 248 L. VON RANKE: Die römischen Päpste in den letzten vier Jahrhunderten, 3 vols., Leipzig 1900: “Das Oberhaupt des Katholizismus selbst, welches den Angriff des Protestanten bisher geleitet, der Papst zu Rom, setze am Ende diese höchsten Interessen der geistlichen Gewalt beiseite”; F. GREGOROVIUS: Urban VIII. im Widerspruch zu Spanien und dem Kaiser. Eine Episode aus dem Dreissigjährigen Krieg, Stuttgart 1879. 249 A. KOLLER:“QUAM BENE PAVIT APES, TAM MALE PAVIT OVES. Les critiques formulées contre le pontificat d’Urbain VIII”, in P. LEVILLAIN (ed.): Rome, l’unique objet de mon ressentiment. Regards critiques sur la papauté, Rome 2011, pp. 103-114.

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Silvano Giordano

Per poter valutare la sua azione politica, è necessario considerare come negli anni del pontificato barberiniano trovarono soluzione una serie di fattori: in ambito internazionale, l’ascesa della Francia, dopo aver raggiunto la stabilizzazione interna, e la polarizzazione dei conflitti nell’Impero, aggravata dall’editto di restituzione promulgato da Ferdinando II. A sud delle Alpi, al consolidato predominio spagnolo, che dopo la pace di Cateau-Cambrésis aveva garantito una sostanziale stabilità, successe una fase conflittuale nel corso degli anni Venti, in cui si distinsero la contesa per la Valtellina, l’attivismo dei governatori di Milano e infine l’intervento drastico dell’Imperatore nella guerra di successione di Mantova a tutela dei suoi diritti sovrani. Il papa, impegnato nell’ultima fase del consolidamento dello Stato ecclesiastico, culminata negli episodi di Urbino e di Castro, vide nella politica della Casa d’Austria una minaccia per la “quiete d’Italia” e favorì positivamente il coinvolgimento della Francia alla ricerca di un nuovo equilibrio tra i due poli. Un approccio simile fu tentato anche nell’Impero, dove il ducato di Baviera, in collaborazione con la Francia, avrebbe dovuto garantire gli interessi dei cattolici. I calcoli di Urbano VIII, che non condivideva la teoria della coincidenza tra gli interessi della Casa d’Austria e quelli del cattolicesimo sostenuta dalla Spagna, si rivelarono errati di fronte alla politica espansionistica di Richelieu che, a differenza del papa, non disdegnava l’alleanza con i protestanti, e alle complesse dinamiche che regolavano i rapporti dei principi tedeschi tra loro e con l’imperatore. Il concetto di “padre comune”, utilizzato con qualche successo dai suoi predecessori, nel caso di papa Barberini rimase svuotato del suo contenuto per il fatto che la dialettica politica si sviluppava ormai in un ambito pluriconfessionale nel quale il papa rifiutava di inserirsi. Le dinamiche politiche, in Italia e in Europa, contribuirono a consolidare le distanze tra Urbano VIII e la Spagna: ad un iniziale tentativo di collaborazione fecero seguito malintesi e ripicche, così tipiche del carattere del papa, che resero difficile l’intesa sui problemi di reciproco interesse. L’ostilità verso il cardinale Borja, rimasta intatta fino al termine del pontificato, e le controversie relative alla nunziatura di Spagna e alla collettoria di Portogallo fecero emergere un nuovo filone di regalismo, la cui manifestazione più appariscente fu il tentativo di privare il nunzio delle sue prerogative giurisdizionali, inasprito dalle ambiguità della politica pontificia nei confronti delle problematiche relative alla Catalogna e al Portogallo. In definitiva, i difficili rapporti tra la Santa Sede di Urbano VIII e la Spagna di Filippo IV possono essere letti nel clima di ripiegamento che accomunò le due

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entità a partire dagli anni Venti del Seicento, concretizzatosi nel ridimensionamento delle ambizioni della Spagna, non più in grado di sostenere la politica di espansione egemonica attuata nei decenni precedenti, e nella limitazione delle prospettive pontificie, che si focalizzarono sul controllo dell’Italia, tanto dal punto di vista politico quanto dal punto di vista religioso, trascurando gli obiettivi ad ampio raggio tradizionali della politica papale.

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La red clientelar española en la corte imperial en la época de Olivares *

Pavel Marek Univerzita Pardubice

A partir de la segunda mitad del siglo XVI los reyes españoles trataron de in- fluir en el proceder de la rama austriaca de la familia. La complicada situación política y religiosa en la Europa de la época de la Contrarreforma requería una co- laboración estrecha entre el emperador y el Rey Católico; por esta causa, en el año 1558 Felipe II estableció en Viena una embajada permanente. El encargo que te- nían que cumplir los residentes españoles en la corte imperial no varió hasta 1648. Su presencia en la corte imperial tenía que servir, sobre todo, para convencer a los Habsburgo de que apoyaran de una manera más decidida la política imperial y contrarreformista de España. Tanto los validos del rey Felipe IV, Baltasar de Zú- ñiga y el conde-duque de Olivares, como algunos teóricos políticos de la época es- taban convencidos de que la casa de Austria debía estar unida para hacer frente a todas las ligas ofensivas y defensivas que se habían tejido y entretejido con el fin de debilitarla y destruirla 1. Para conseguir esta concordia entre la política imperial y la del Rey Católico, era imprescindible que los embajadores españoles se asegurasen

* El presente estudio se enmarca en el proyecto Relational networks of Apostolic nuncios and Spanish envoys in the milieu of the imperial court at the turn of the 16th and 17th century GAČR (GA17-06049S). 1 El axioma central de la política exterior del conde-duque de Olivares como la de su tío era de que “estas dos casas no se han de dividir por nada” [J. H. ELLIOTT: España y su mundo (1500-1700), Madrid 2007, p. 161]. Véanse también los temores que había expresado Anthony Sherley en su Discurso sobre el aumento de esta monarquía (1625), que dirigió al monarca español Felipe IV [A. SHERLEY: Peso de todo el mundo (1622). Discurso sobre el aumento de esta monarquía (1625), ed. de Á. J. Alloza, M. Á. de Bunes y J. A. Martínez Torres, Madrid 2010].

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Pavel Marek

la ayuda del entorno inmediato del Emperador. La creación de una red de confi- dentes y su mantenimiento pertenecían, por lo tanto, a sus tareas principales 2. Ya durante el reinado de Felipe II se asentaron los cimientos de la red cliente- lar española en la corte imperial. Fueron en primer lugar los embajadores ordina- rios en Viena Claudio Fernández Vigil de Quiñones, conde de Luna (1558-1563), Tomás de Perrenot de Chantonay (1565-1570), Francisco Hurtado de Mendoza, conde de Monteagudo y marqués de Almazán (1570-1577) y Juan de Borja (1577- 1581) quienes ayudaron a este hecho 3. Sin embargo, parece que la Emperatriz

2 En los años noventa abrió Friedrich Edelmayer el tema de la red clientelar española en la Europa Central. Es un gran mérito de este profesor austriaco el que dispongamos de una serie de estudios que analiza el papel que jugaban en el sistema político de España los clientes centroeuropeos del Rey Católico, ya fueran los consejeros del Emperador, los mayores dignatarios de los países hereditarios de los Habsburgo, los cabezas de los linajes aristocráticos de mayor influencia o los soldados. Véase sobre todo F. EDELMAYER: Söldner und Pensionäre. Das Netzwerk Philipps II. im Heiligen Römischen Reich, Wien-München 2002; F. EDELMAYER: “Das soziale Netzwerk der kaiserlichen Gesandten am Hof Philipps II.”, en F. EDELMAYER (ed.): Die Epoche Philipps II. (1556-1598) / La época de Felipe II (1556-1598), Wien-München 1999, pp. 89-107 (= Hispania-Austria 2); F. EDELMAYER, “Das Netzwerk Philipps II. von Spanien im Heiligen Römischen Reich”, en H. DUCHHARDT y M. SCHNETTGER (dirs.): Reichsständische Libertät und habsburgisches Kaisertum, Mainz 1999, pp. 57-79; F. EDELMAYER: “El ducado de Baviera en la red clientelar de Felipe II en el Sacro Imperio“, en J. MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): Felipe II (1527-1598). Europa y la Monarquía Católica, Madrid 1998, vol. I, pp. 169-185; F. EDELMAYER: “La red clientelar de Felipe II en el Sacro Imperio Romano Germánico“, Torre de los Lujanes 33 (1997), pp. 129-142. El mismo concepto metodológico sigue también el autor del estudio presente: P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. A. VISCEGLIA (dirs.): La monarquía de Felipe III, vol. IV: Los Reinos, Madrid 2008, pp. 1349-1373; P. M AREK: “Klientelní strategie španělských králů na pražském císařském dvoře konce 16. a počátku 17. století”, Český časopis historický 105 (2007), pp. 40-89; P. MAREK: “La diplomacia española y la papal en la corte imperial de Fernando II”, Studia historica. Historia moderna 30 (2008), pp. 109-143; P. MAREK: La embajada española en la corte imperial 1558-1641. Figuras de los embajadores y estrategias clientelares, Praga 2013. 3 La lista de los embajadores españoles ordinarios y extraordinarios en la corte imperial está publicada en J. PAZ: Secretaría de Estado. Capitulaciones con la casa de Austria, Alemania, Sajonia, Polonia, Prusia y Hamburgo 1493-1796, Madrid 1942, pp. 343-344. Las informaciones sobre las actividades diplomáticas de estos embajadores y sobre su vida cotidiana aparecen en los estudios de F. EDELMAYER: “Aspectos del trabajo de los embajadores de la casa de Austria en la segunda mitad del siglo XVI”, Pedralbes. Revista d’História moderna 9 (1989), pp. 37-56; F. EDELMAYER: “Habsburgische Gesandte in Wien und Madrid in der Zeit Maximilians II. Ein Vergleich der innerhabsburgischen Begegnung auf der Ebene der Diplomatie“, en W. KRÖMER (ed.): Spanien und Österreich in der Renaissance. Akten des Fünften Spanisch - Österreichischen Symposions 21. - 25. September 1987 in Wien, Innsbruck 1989, pp. 57-

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La red clientelar española en la corte imperial...

María dio los pasos más importantes hacia la composición de la red clientelar es- pañola en la Europa Central. Desde su llegada a Viena en 1553, María influyó no- tablemente en las relaciones entre las dos ramas de los Habsburgo y su valor todavía aumentó durante el gobierno de su marido Maximiliano II. En aquellos años la corte de la emperatriz María representaba el más seguro nexo que vincu- laba la parte austriaca de la familia con la española 4. Hasta el embajador español Guillén de San Clemente reconocía que era María quién contribuyó de manera decisiva al éxito de la política hispánica en Europa central: Me hallo el más confuso hombre del mundo, porque no sé cómo me ha de suceder esto, por verme tan solo como me veo con la ausencia que hará la Emperatriz, la qual era aquí el verdadero medio para todas las dificultades que aquí se podían ofrecer, escribió el legado en verano de 1581 unas semanas antes de que la emperatriz emprendiese el viaje de regreso a su patria 5.

70 (=Innsbrucker Beiträge zur Kulturwissenschaft, Sonderheft 66.); J. KASPAROVÁ: “Příspěvek k působení španělských vyslanců Juana de Borja a Guilléna de San Clemente na dvoře Rudolfa II.”, Miscellanea oddělení rukopisů a starých tisků 15 (1998), pp. 141-161; V. KROUZIL: “Juan de Borja, Guillén de San Clemente a formování ‘španělské strany’ na dvoře Rudolfa II.”, Časopis národního muzea. Řada historická 179 (2010), nº. 1-2, pp. 3-41. 4 Sobre la Emperatriz María véase el trabajo de M. S. SÁNCHEZ: The Empress, the Queen, and the Nun. Women and Power at the Court of Philip III of Spain, Baltimore 1998. Su papel mediador entre la Monarquía Católica y el imperio de los Habsburgo austriacos fue analizado en M. S. SÁNCHEZ: “Los vínculos de sangre: La Emperatriz María, Felipe II y las relaciones entre España y Europa Central,” en J. MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): Felipe II (1527-1598)..., op. cit., Madrid 1998, pp. 777-793; J. MARTÍNEZ MILLÁN: “La Emperatriz María y las pugnas cortesanas en tiempos de Felipe II”, en E. BELENGUER CEBRIÀ (coord.): Felipe II y el Mediterráneo, Madrid 1999, pp. 143-162; P. MAREK: “Las damas de la emperatriz María y su papel en el sistema clientelar de los reyes españoles. El caso de María Manrique de Lara y sus hijas”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. P. MARÇAL LOURENÇO (dirs.): Las Relaciones Discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX), 3 vols., Madrid 2008, vol. II, pp. 1003-1037; A. KOLLER: “La facción española y los nuncios en la corte de Maximiliano II y de Rodolfo II. María de Austria y la confesionalización católica del Imperio”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La dinastía de los Austrias. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, 3 vols., Madrid 2011, vol. I, pp. 109-125. 5 G. DE SAN CLEMENTE: Correspondencia inédita de don Guillén de San Clemente, embajador en Alemania de los Reyes don Felipe II y III, sobre la intervención de España en los sucesos de Polonia y Hungría 1581-1608, ed. del Marqués de Ayerbe, Zaragoza 1892, p. 292.

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Pavel Marek

Guillén de San Clemente, el cual pasó veintisiete años en Praga desempe- ñando el cargo del embajador español ante el emperador, aprovechó muy bien la herencia que le dejó la hermana de Felipe II y siguió firmemente en el rum- bo que ella había planteado 6. Gracias a su incansable labor los reyes españoles dispusieron en la corte praguense de una red de clientes tan extensa y eficaz que representaba el grupo de poder más importante de esta corte. Los méritos de Guillén de San Clemente en la implementación de la política de la corona es- pañola en Europa Central fueron evidentes. Sus sucesores en el oficio de emba- jador del Rey Católico ante el César recordaban los hechos de este caballero catalán incluso muchos años después de su muerte. El sucesor de Guillén de San Clemente y otro gran conocedor de la problemática imperial, Baltasar de Zúñi- ga, caracterizó a su predecesor como a “uno de los más honrados caballeros y ministros que a salido de España”, y que se distinguía por un celo entrañable del servicio de Nuestro Señor y de la conservación y aumento de su santa fee y en su lugar no menor el amor al servicio de Vuestra Majestad y el deseo de ensalzamiento de su corona 7. Guillén de San Clemente, apoyado por los miembros de la embajada espa- ñola en Praga formó a su alrededor una variada red de clientes que incluía tan- to a los nobles de las familias más ilustres del Imperio y a los miembros del Consejo de Estado, como a las personas de los rangos más bajos de la corte –los médicos personales del Emperador, sus artistas, o incluso su barbero–. Todas estas personas le ayudaban a cumplir las intenciones de su rey. Gracias a ellas, los españoles podían influir tanto en la política exterior de los Habsburgo aus- triacos como en la actitud imperial hacia las tierras hereditarias 8.

6 Su actuación en el oficio es documentada principalmente en su abundante correspondencia, G. DE SAN CLEMENTE: Correspondencia inédita..., op. cit. A pesar de la importancia de este diplomático, los investigadores no le han dedicado hasta ahora una atención suficiente. Véase I. ŠPERLING: “Gulielmo de San Clemente – přítel Polyxeny z Lobkovic”, Dějiny a současnost 7 (1967), pp. 42-44; J. ARIENZA ARIENZA: “Don Guillén de San Clemente, un embajador hispano en la corte de Bohemia”, en J. OPATRNÝ (ed.): Las relaciones checo-españolas. Viajeros y Testimonios, Praga 2007, pp. 93-103 (=Ibero-Americana Pragensia, Supplementum 20). 7 NA Praha, Sbírka opisů: cizí archivy, Simancas, cartón 1, s/f (Praga, 5-9-1608): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III. 8 Más detalladamente P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit.; P. MAREK: “Klientelní strategie...”, op. cit.

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Los vínculos que unían a los cortesanos imperiales y nobles centroeuropeos con el Rey Católico eran ventajosos para ambas partes. Mientras el soberano es- pañol ofrecía a sus clientes la protección, el cliente estaba obligado a defender la buena fama del patrón, informarle de todo de lo que se enterase y, ante todo, aprovechar sus posibilidades y capacidades para aumentar su poder 9. Median- te estas personas, el embajador español recibía informaciones importantes so- bre los planes y las decisiones del emperador. Asimismo, sus contactos le daban la posibilidad de influir sobre la política de los Austrias centroeuropeos. A cam- bio, los hombres y las mujeres que pertenecían al grupo de los partidarios de España gozaban de varios tipos de favores de parte del Rey Católico. Entre los más comunes se encontraban las remuneraciones económicas únicas y los rega- los. El precio y la forma de la recompensa dependían de la posición social del donatario y de la importancia de los servicios que prestaba a la Corona españo- la. Los clientes especialmente beneméritos solían gozar de una pensión regular, podían ser nombrados para una de las prestigiosas órdenes religiosas militares o incluso para la Orden del Toisón de Oro 10. Durante el reinado de Felipe III, el embajador español era quien determina- ba, en la mayoría de los casos, el valor y la forma de las remuneraciones para los clientes en la corte imperial 11. En las cartas en que los embajadores invitaban a su soberano a que apreciara a los nobles centroeuropeos particulares, solían jus- tificar sus peticiones destacando la importancia de la actitud del aristócrata, su poder político y ante todo su religiosidad profunda 12. La calidad de los servicios

9 La definición de la relación patrón-cliente que usamos en este estudio es la de J. SCOTT: “¿Patronazgo, o explotación?”, en E. GELLNER y cols. (eds.): Patrones y clientes en las sociedades mediterráneas, Madrid 1986, pp. 35-61, aquí p. 37. Más información sobre el concepto de clientelismo político proporciona J. MORENO LUZÓN: “El clientelismo político: historia de un concepto multidisciplinar”, Revista de Estudios Políticos 105 (1999), pp. 73-95. 10 P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit. 11 Véase por ejemplo NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 1, s/f (Praga, 18-1-1606): Guillén de San Clemente a Andrés Prado; Ibidem, cartón 2, s/f (Praga, 2-11-1616): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, cartón 2, s/f (Praga, 6-5-1617): El conde de Oñate al rey Felipe III. 12 AGS, E, leg. 2502, f. 58 (Praga, 18-7-1616): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, leg. 2502, f. 64 (Praga, 22-10-1616): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 1, s/f (Praga, 28-8-1610): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, cartón 1, s/f (Praga, 19-6-1610): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, cartón 2, s/f (Praga, 2-11-1616): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III.

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que estos clientes prestaban al Rey Católico y la relación que tenían hacia la Mo- narquía española eran bastante heterogéneos. En la red clientelar española en la corte imperial había tanto personas que se inclinaban a la política del Rey Católi- co por su propia convicción como las que decidieron servirle solamente por la perspectiva de una abundante remuneración. Por esta causa difería también el grado de confidencia que el embajador español les mostraba. La confianza se en- contraba entre las características más importantes de la relación entre el patrón y el cliente 13. Según ella, estas personas se designaban o como “servidores aficio- nados”, respectivamente “inclinados”, o “servidores confidentes”. Mientras que la composición del grupo de los aficionados variaba bastante, los “confidentes” se distinguían por una orientación prohispánica permanente y representaban los verdaderos pilares de la política española en la Europa Central 14. El sistema clientelar creado por Guillén de San Clemente lo aceptaron de buen grado también sus sucesores. Ya que la pertenencia a la red de relaciones de los soberanos españoles era muchas veces un asunto hereditario, los embaja- dores siempre podían sacar fruto de la labor de sus antecesores. Sin embargo, eso no quiere decir que la aportación de Baltasar de Zúñiga, del conde de Oñate Íñi- go Vélez de Guevara y de los demás embajadores fuera inferior a la de Guillén de San Clemente o a la de la emperatriz María. También ellos tenían que hacer dili- gencias para mantener la efectividad e importancia de su red de clientes. Ya que el poder y la influencia política de los clientes variaban según las preferencias del emperador, era necesario que la facción reunida alrededor del embajador del Rey Católico se adaptara también a tales preferencias. La red clientelar española en la Europa Central, por lo tanto, nunca fue un organismo inmutable y cerrado 15. Aunque el sistema de implementación de la política española en la Europa Central instaurado durante el gobierno de Felipe II pervivía en el siglo XVII, con

13 La importancia de la confianza en las relaciones de clientelismo menciona H. DROSTE: “Patronage in der Frühen Neuzeit – Institution und Kulturform”, Zeitschrift für Historische Forschung 30 (Berlin 2003), Heft 4, pp. 555-590, aquí sobre todo pp. 579-583. 14 P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit., pp. 1352-1357. 15 De los sucesores de Guillén de San Clemente en el oficio del embajador español en la corte imperial la historiografía ha prestado la mayor atención a Baltasar de Zúñiga e Íñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate. Véase sobre todo los trabajos de R. GONZÁLEZ CUERVA: Baltasar de Zúñiga. Una encrucijada de la monarquía hispana (1599-1622), Madrid 2012; M. LASSO DE LA VEGA Y LÓPEZ DE TEJADA: La embajada en Alemania del Conde de Oñate y la elección de Fernando II. Rey de Romanos (1616-1620), Madrid 1929.

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el tiempo experimentó unos cambios particulares, sobre todo a cargo de los mis- mos embajadores. Estos modificaron las estrategias para entablar relaciones clientelares con los cortesanos del emperador y otros personajes del imperio de los Austrias centroeuropeos. Esta transformación se debía a la situación inesta- ble de Europa, a las condiciones económicas negativas de los reinos de España y también a los cambios en la mentalidad de los cortesanos imperiales 16.Sin embargo, durante el reinado de Felipe IV la red clientelar en la corte imperial fue reformada también por parte de los consejeros reales españoles, encabeza- dos por el conde-duque de Olivares. Mientras que las modificaciones promovidas por los embajadores españoles, que conocían muy bien el ambiente de la corte imperial, casi siempre respetaron las necesidades del Rey Católico, de sus clien- tes centroeuropeos y del emperador, los cambios iniciados por los consejeros reales en Madrid muchas veces concitaron un desacuerdo general 17. A pesar de todos los cambios que experimentaron España, el Imperio y Euro- pa en siglos XVI y XVII, la red clientelar española en la corte imperial, junto con el dinero y otras mercedes distribuidas por la embajada, seguían siendo los ins- trumentos más decisivos para implementar la política hispánica en la Monar- quía de los Habsburgo austríacos. Durante los reinados del emperador Rodolfo II y de Matías I, los embajadores españoles y sus clientes representaron el grupo de poder más importante de la corte imperial, y la misma situación se observa- ba también después de la entronización de Fernando II en el Imperio y de Fe- lipe IV en la Monarquía hispánica. Incluso parece que a partir de los años veinte del siglo XVII la influencia política de España en la corte imperial siguió creciendo. Por causa de la sublevación bohemia y los acontecimientos que la su- cedieron, Fernando II necesitaba aún más que sus antecesores el apoyo finan- ciero y militar del Rey Católico. El emperador sabía muy bien que sin la ayuda

16 Sobre los cambios sucedidos en la sociedad noble del imperio de los Austrias centroeuropeos en las primeras décadas del siglo XVII y sobre todo durante la guerra de los treinta años habla por ejemplo T. WINKELBAUER: Ständefreiheit und Fürstenmacht. Länder und Untertanen des Hauses Habsburg im konfessionellen Zeitalter I-II, Wien 2003; P. MAŤA: Svět české aristokracie (1500-1700), Praha 2004; V. BŮŽEK y otros: Společnost českých zemí v raném novověku. Struktury, identity, konflikty, Praha 2010. 17 Sobre las reformas promovidas en la política exterior de España durante el reinado de Felipe IV hablan J. H. ELLIOTT: España y su mundo..., op. cit., pp. 151-177; J. N. ALCALÁ- ZAMORA Y QUEIPO DE LLANO: “La política exterior del reinado”, en J. N. ALCALÁ-ZAMORA (dir.): Felipe IV: el hombre y el reinado, Madrid 2005, pp. 177-199. Las modificaciones que experimentó la red clientelar española en la corte imperial presentaremos más adelante.

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de España la campaña militar contra los estados bohemios, Federico de Palatina- do y otros enemigos apenas hubiera sido posible, y por ello se sentía obligado a respetar la mayor parte de los deseos de los diplomáticos de su tío Felipe IV 18. La estrecha colaboración del emperador Fernando II con el embajador espa- ñol, el conde de Oñate (1617-1624), fue criticada por los diplomáticos papales y venecianos, los cuales reprochaban al emperador su dependencia de la política de Madrid 19. Un testimonio muy interesante sobre el poder de la diplomacia es- pañola en la corte imperial de Fernando II nos lo proporciona el nuncio apostó- lico Carlo Carrafa. En una de las cartas que dirigió al secretario de estado pontificio Francesco Barberini, apuntó: Vero è che gli Spagnoli possono con l’Imperatore quanto vogliono, e se nel negozio della traslazione [la transmisión del título electoral a Maximiliano de Baviera] non l’hanno violentato a far a loro senso, è stato per vergogna di non si opporre così sfacciatamente ad una cosa stimata da tutto il mondo di tanto profitto alla Religione Cattolica 20. El predominio de la política española en la corte imperial se notó durante todo el reinado de Fernando II. También en la década de 1630 los nuncios apos- tólicos Giovanni Battista Palloto, Ciriaco Rocci, Malatesta Baglioni y otros di- plomáticos que actuaban en Viena siguieron quejándose de la omnipotencia de los españoles, los cuales aprovechaban todos los medios de los que disponían pa- ra granjearse la amistad de los consejeros más importantes del emperador 21. Nada de esto cambió con la muerte de Fernando II en 1637. La entronización de

18 P. MAREK: “Politický vliv Španělska a papežského státu na císařském dvoře Ferdinanda II.”, Časopis Matice moravské 126 (Brno 2007), pp. 285-318; P. MAREK: “La diplomacia española y la papal...”, op. cit. 19 ASV, Segretaria Stato, sign. 115 – Registratura cifre, ff. 20-23 (Viena, 20-4-1624): Carlo Caraffa a Francesco Barberini; J. FIEDLER (ed.): Die Relationen der Botschafter Venedigs über Deutschland und Österreich im 17. Jahrhundert I-II, Wien 1866-1867, aquí vol. I, p. 117, p. 173; L. FIRPO (a cura di): Relazioni di ambasciatori veneti al senato, III: Germania (1557- 1654), Torino 1968. 20 ASV, Segretaria Stato, sign. 115 – Registratura cifre, ff. 20-23 (Viena, 20-4-1624): Carlo Caraffa a Francesco Barberini. 21 R. BECKER (ed.): Nuntiaturen des Malatesta Baglioni, des Ciriaco Rocci und des Mario Filonardi. Sendung des P. Alessandro D’Ales (1634-1635), Tübingen 2004, por ejemplo p. 379. Véase también las relaciones de los embajadores venecianos J. FIEDLER (ed.): Die Relationen der Botschafter Venedigs..., op. cit., aquí vol. I, por ejemplo pp. 192, 221, 390.

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Fernando Ernesto de Austria fue acompañada por transformaciones profundas de la corte, y de los catorce oficios más importantes de esta institución solo tres quedaron en manos de personas nombradas por Fernando II: el cargo de presi- dente del Consejo de Estado que desempeñaba Maximiliano de Trauttmanns- dorf, el de presidente del consejo de Guerra (Heinrich Schlick) y el de Gran Canciller de Bohemia (Guillermo Slavata de Chlum y Koschumberg). No obs- tante, la diplomacia española continuaba manteniendo una gran influencia en los asuntos imperiales 22. La situación cambió después del año 1640, cuando España, agitada por sus problemas internos, abandonó definitivamente la idea de Pax austriaca o Monar- chia universalis 23. Fue sobre todo la paz de Westfalia en 1648 lo que inauguró una nueva etapa en las relaciones entre el imperio centroeuropeo de los Austrias y Es- paña, en la cual se advierte claramente el paso hacia una práctica política basada en el interés propio. Además, se observa en ella un proceso de enfriamiento de aquellos ideales “católicos” que habían impregnado las relaciones exteriores en la centuria anterior. Tras el ideal confesional de una gran corona católica regidora de los destinos de los demás estados, se impuso después de 1648 el pragmatismo a la vez que se aflojaron los lazos entre las dos ramas de la familia de los Austrias. Aunque seguían formando una única familia, los objetivos e intereses políticos del emperador y del rey de España ya no eran idénticos 24. Los primeros indicios de este cambio aparecieron ya a fines de los años vein- te durante la Guerra de la Sucesión de Mantua. Al estallar esta crisis, el empe- rador inicialmente se negó a apoyar al candidato español Ferrante I Gonzaga de Guastalla y reconoció en cambio los derechos de Carlos de Rethel a la sucesión

22 Una visión sobre los cambios personales que sucedieron en la corte imperial después de la muerte de Fernando II proporciona la página http://www.univie.ac.at/Geschichte/ wienerhof/ (descargado el 11 de febrero de 2011). Véase también: L. HÖBELT: Ferdinand III. Friedenskaiser wider Willen (1608-1657), Graz 2008; M. HENGERER: Kaiser Ferdinand III. (1608-1657). Eine Biographie, Wien 2012. 23 Sobre el concepto de la Monarchia universalis más recientemente F. BOSBACH: “Die Habsburger und die Universalmonarchie im Dreißigjährigen Krieg”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La dinastía de los Austrias..., op. cit., aquí vol. I, pp. 71-83. 24 J. H. ELLIOTT: “Europa después de la paz de Westfalia”, Pedralbes 19 (Barcelona 1999), pp. 131-146; J. ALCALÁ-ZAMORA Y QUEIPO DE LLANO: “La Monarquía Hispánica y Westfalia”, en B. GARCÍA GARCÍA (dir.): 350 años de la Paz de Westfalia. Del antagonismo a la integración de Europa, Madrid 1998, pp. 21-33.

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de Mantua y Monferrato. Sin embargo, los embajadores españoles en Viena consiguieron persuadir a Fernando II para que cambiara su resolución anterior, pusiera en duda la legitimidad del derecho de sucesión de Carlos de Rethel y, como administrador de los feudos mencionados, entrara en la guerra al lado de España 25. Para convencer al emperador, los diplomáticos españoles no solo aprovechaban los lazos de consanguinidad que lo unían con Felipe IV, sino que le recordaban también la ayuda que el Rey Católico le había prestado en los úl- timos años. Sin embargo, el medio principal que indujo a Fernando II para en- trar en la guerra de Mantua del lado de España y evitar el declive de la política dinástica de los Austrias fue el dinero: El emperador es alemán y con los alemanes es menester tratar dando y tomando comprando y vendiendo porque de ninguna manera ellos se acuerdan de injuria ni beneficio, escribieron los miembros del Consejo de Estado a Felipe IV en 1631 26. Diez años más tarde, la separación entre la diplomacia española y austriaca ya parecía inevitable. Este fenómeno además fue acompañado por una debilita- ción de la influencia cultural de España en el imperio de los Habsburgo centro- europeos. Los síntomas del ocaso de la preeminencia cultural española en la corte imperial se podían observar incluso antes que los políticos. Mientras que todavía en la época del emperador Rodolfo II el castellano tenía una posición dominante en la corte imperial y fue considerado como el idioma de la élite aris- tócrata, a partir de los años veinte del siglo XVII tuvo que ceder al italiano las posiciones conquistadas en periodos previos 27. Aunque todos los Habsburgo austriacos desde Fernando I hasta la emperatriz María Teresa estudiaron caste- llano, tanto Fernando II como sus sucesores preferían el idioma de Dante 28.

25 R. QUAZZA: La guerra per la successione di Mantova e del Monferrato (1628-1631), I-II, Mantua 1926. 26 AGS, E, leg. 2332, s/f (Madrid, 6-5-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 27 W.-M. WUZELLA: “Untersuchungen zu Mehrsprachigkeit und Sprachgebrauch am Wiener Kaiserhof zwischen 1658 und 1780”, en V. BŮŽEK y P. KRÁL (dirs.): Šlechta v habsburské monarchii a císařský dvůr (1526-1740), České Budějovice 2003, pp. 415-438 (= Opera Historica 10). 28 Véase por ejemplo el testimonio del nuncio apostólico Carlo Caraffa que en su relación del 1628 dice: “Parla Sua Maestà continuamente italiano o tedesco et alcune volte latino assai bene et speditamente però mai francese ne spagnolo ne anco con il medesimo Ambasciatore di Spagna” (C. CARAFFA: Relazione di Germania 1628, en ASV, SS, Germania, sign. 26A, f. 60).

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En 1629, el embajador español conde de Castro se quejaba en una carta al rey Felipe IV de que el hijo mayor del emperador no hablase castellano 29. Aunque podemos suponer que Fernando III supliese esta falta después de su boda con María Ana de Austria, el castellano nunca pasó a ser su lengua preferida. En los años de su reinado el italiano se convirtió no solo en lengua profesional de poe- sía, teatro, música o historiografía, sino también en el idioma habitual de la con- versación y correspondencia de los cortesanos del emperador. Esta situación permaneció así hasta la primera mitad del siglo XVIII 30. Este hecho lo confirma muy bien la instrucción para el nuncio apostólico Pignatelli, de 1671, que dice: L’buona memoria del defunto imperatore [Fernando III] curioso dell’idioma italiano aveva in modo introdotta nella Corte cesarea la nostra lingua che quasi non si parlava di continuo con l’altra, onde i cavalieri gara procuravano di viaggiare in Roma e rendersi possessori di questa 31. El siguiente estudio intentará aclarar si los cambios que sucedieron durante el reinado de Felipe IV afectaron también a la red clientelar española en la cor- te imperial y en qué manera se reflejaron en ella. Su autor ha dedicado una atención especial a la organización de la embajada española en la corte vienesa y a las estrategias que utilizaron los diplomáticos españoles para vincular a los cortesanos a la política imperial del Rey Católico. Ya que los lazos entre la Mo- narquía hispánica y el Imperio durante el reinado de Felipe IV han sido hasta ahora mucho menos estudiados que los de épocas precedentes, el presente es- tudio no pretende ser exhaustivo.

29 AGS, E, leg. 2329, ff. 43-44 (Viena, 25-4-1629): El conde de Castro al rey Felipe IV. 30 A. CATALANO: “L’italiano lingua di cultura dell’Europa centrale nell’età moderna”, en G. CADORINI y J. SPIČKA (eds.): Humanitas Latina in Bohemis. Convegno Internazionale. Castello di Brandýs nad Labem, 3. giugno 2006, Kolín-Treviso 2007, pp. 117-143. 31 A. CATALANO: “Mnoho je veršotepců, málo básníků… Italština a italská literatura ve střední Evropě během 17. a 18. století”, en L. DANIEL, J. PELÁN, P. SALWA y O. ŠPILAROVÁ (eds.): Italská renesance a baroko ve střední Evropě, Olomouc 2005, pp. 149-166, sobre todo p. 149. Véase también la relación del monje francés Casimir Freschot (C. FRESCHOT: Relation von dem käyserlichen Hofe zu Wien [...] aufgesetzt von einem Reisenden im Jahr 1704, Köln 1705, p. 53).

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LOS MILITARES AL SERVICIO DE FELIPE IV

Desde finales del reinado de Felipe III creció notablemente la cantidad de va- sallos del Rey Católico en las tierras hereditarias de los Austrias centroeuropeos. No es ninguna sorpresa que el mayor aumento se registrase en el número de sol- dados, el cual continuó creciendo durante los primeros años del gobierno de Fe- lipe IV. La intervención española en la guerra de Bohemia fue considerable. Una visión general sobre ella nos la aporta la lista Kayserlicher Kriegs-Armada, de las postrimerías del año 1620 32. Los vasallos del Rey Católico penetraron en aquel tiempo en todas las capas del ejército imperial, incluso en el Consejo de Guerra de la corte cesárea (Hofkriegsrat). Allí figuraba hasta su muerte en 1620 Enrique Duval, conde de Dampierre, enviado al Imperio desde los Países Bajos españo- les. Tenían también una posición muy importante los mariscales de campo (Feld- marschall) del ejército imperial. De los vasallos del Rey Católico que llegaron a este oficio destacaron Johann Tserclaes, conde de Tilly; Charles Bonaventura de Longueval, conde de Buquoy; Jerónimo Caraffa, marqués de Montenegro; Juan de Aldringen o Baltasar de Marradas y Vique 33. Después de la muerte de Dampierre y de la de Buquoy (1621), el caballero últimamente mencionado tuvo la mayor importancia para la política de la Mo- narquía hispánica en Europa Central. Baltasar de Marradas construyó su carre- ra en base a sus cualidades militares y a su gran experiencia con la vida en la corte imperial. Probablemente fuera a Praga ya en los años noventa del siglo XVI, para pedir al emperador que lo empleara en la guerra contra el Turco. Sus actividades en los campos de batalla de Hungría le ganaron fama de buen sol- dado y estratega. No obstante, Marradas sabía moverse también en el laberinto cortesano. Acabadas las guerras de Hungría, el noble valenciano fue nombrado coronel del ejército español en el Imperio y durante el período de paz residió en

32 La lista Kayserlicher Kriegs-Armada se encuentra en NA Praha, VL, Kriegslisty 2. Véase también J. POLIŠENSKÝ: “La política española y la Europa Central en los años 1621- 1625”, Ibero-Americana Pragensia 8 (Praga 1974), pp. 69-84. 33 Los hombres provenientes de la Monarquía Hispánica penetraron en casi todos los rangos de la jerarquía del ejército imperial. Se trataba por ejemplo de Carlo Marqués de Spinelli que desempeñaba el cargo de general feldsargento (Generalfeldwachtmeister), los coroneles Guillermo Verdugo, Martín de Höeff Huerta o el capitán Felipe de Areyzaga el cual se hizo famoso en la batalla de la Montaña Blanca en 1620 (J. POLIŠENSKÝ: “La política española y la Europa Central...”, op. cit.).

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la corte praguense, disponiendo desde el año 1609 de un sueldo de la embajada española 34. En Praga se incorporó muy pronto a la sociedad cortesana y se granjeó la amistad de los ministros de Rodolfo II, sirviéndose del apoyo que le ofrecieron el embajador Guillén de San Clemente y su sucesor, don Baltasar de Zúñiga 35. En 1617, Baltasar de Marradas luchó contra los venecianos en la guerra de Gra- disca y en 1619 fue nombrado comandante del regimiento de caballería españo- la en la guerra de Bohemia. Su ascenso en la jerarquía militar fue rápido, llegando en unos años hasta el oficio de mariscal de campo. Durante la Guerra de los Treinta Años, Marradas alcanzó además muchas dignidades diplomático- militares: fue designado miembro del Consejo de Estado del emperador Fer- nando II, consejero de guerra y, después de la entronización de Fernando III en 1637, incluso gobernador (Staathalter) de Bohemia 36. Gracias a sus cualidades, Baltasar de Marradas gozaba de una gran confian- za entre los embajadores españoles ante la corte imperial. tanto Felipe III como Felipe IV no solo emplearon a Marradas en asuntos militares, sino también en los diplomáticos 37. Junto con otros clientes del Rey Católico, ya fuesen los ofi- ciales, los colaboradores de la embajada o sus parientes, formaba las filas de los así llamados “entretenidos” 38, y le fue declarado un sueldo de mil escudos de

34 El trabajo más reciente sobre la vida de Baltasar de Marradas, J. FORBELSKÝ: Španělé, Říše a Čechy v 16. a 17. století. Osudy generála Baltasara Marradase, Praha 2006. Sobre los vínculos de Marradas con la embajada española: NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 1, s/f (Praga, 5-9-1608): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, cartón 1, s/f (Praga, 28-11-1609): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III. 35 Según nos informan los Comentarios de Diego Duque de Estrada entre Baltasar de Marradas y el embajador Guillén de San Clemente había incluso lazos de consanguinidad (J. FORBELSKÝ: Španělé..., op. cit., p. 17). 36 Las informaciones básicas de su carrera las proporciona H. F. SCHWARZ: The Imperial Privy Council in the 17th Century, Cambridge 1942, pp. 295-296. 37 En 1619, por ejemplo, Marradas fue enviado a Baviera para asistir en nombre de Felipe III al bautismo del hijo del duque Alberto de Wittelsbach. AGS, E, leg. 2327, s/f (Belén, 11-6-1618): El Consejo de Estado al rey Felipe III. 38 El diccionario de la Real Academia Española del año 1732 define la palabra entretenido como “el que está esperando ocasión de que se le haga alguna merced de oficio u cargo, y en el entretanto le dan algunos gajes con que pueda sustentarse” (Conf. Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces..., Madrid 1732, p. 532).

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a 90 Kreuzer al año 39. No obstante, y al igual que muchos otros, Marradas se que- jaba de que el dinero no se le pagara con regularidad. A pesar de las incesantes in- tercesiones del embajador conde de Oñate, durante los primeros meses de la Guerra de los Treinta Años el pago de su salario no se efectuó en absoluto 40 y en diciembre de 1623 la Corona le debía más de ochenta mil florines 41. Sin embargo, en este período Baltasar de Marradas ya no dependía del di- nero del Rey Católico. A partir de 1623 dispuso del rico dominio de Hluboká nad Vltavou, situado en Bohemia del Sur y confiscado el año anterior a Bohus- lav Malovec de Malovice por su participación en la sublevación contra el empe- rador 42. Marradas no fue el único soldado español que se apoderó de feudos confiscados a los rebeldes bohemios. Entre los más famosos militares españoles radicados en Bohemia se encontraban Charles Bonaventura de Longueval, con- de de Buquoy, el cual había edificado un dominio familiar en Nové Hrady; el coronel Martín de Höef Huerta, quien adquirió el señorío de Velhartice; o Gui- llermo Verdugo, quien se hizo señor de Doupov 43. No hay duda de que la radicación de estos militares vasallos del Rey Católi- co en el reino de Bohemia tuvo una gran importancia para la difusión de la cul- tura española y la religión católica en Europa Central 44. Además, del mismo fenómeno sacó provecho la diplomacia española. Gracias a sus dominios bohe- mios, Marradas, Verdugo y otros vasallos del Rey Católico adquirieron el ius in- digenatus y junto con él todos los derechos para participar en la Dieta del Reino

39 AGS, E, leg. 2508, f. 14, Lo que se paga a los entretenidos y lo que se les deve hasta fin de 1623. 40 Ibidem. Las intercesiones de Oñate se hallan en AGS, E, leg. 2327, s/f (Madrid, 13- 10-1618): El Consejo de Estado al rey Felipe III; AGS, E, leg. 2507, ff. 3-4 (Viena, 16-3- 1622): El conde de Oñate al rey Felipe IV. 41 AGS, E, leg. 2508, f. 14, Relación de las pensiones y Entretenimientos que se pagan por cuenta de Su Majestad en la Embajada de Alemania, y lo que a cada uno se queda devido hasta fin del año 1623. 42 J. FORBELSKÝ: Španělé..., op. cit., pp. 358-370. 43 Las informaciones más detalladas sobre el proceso de las confiscaciones en Bohemia, en T. V. BÍLEK: Dějiny konfiskací v Čechách po roce 1618, I-II, Praha 1882-1883; T. KNOZ: Pobělohorské konfiskace. Moravský průběh, středoevropské souvislosti, obecné aspekty, Brno 2006. 44 Véase por ejemplo el caso del mecenazgo de Baltasar de Marradas analizado en J. FORBELSKÝ: Španělé..., op. cit., pp. 591-606.

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de Bohemia. Por lo tanto, pudieron influir en la política del país, vehiculando allí los intereses del Rey Católico 45. Como ya hemos mencionado, después de 1621 Baltasar de Marradas fue un instrumento del embajador español en el reino de Bohemia y el intermediario más importante entre la embajada española en la corte imperial y el ejército 46. Ni por su asentamiento en Bohemia ni por la falta de puntualidad con que se le pagaba su renta disminuyó el afán de Marradas por servir al rey español. Como vasallo del Rey Católico se vio “obligado a yr siempre buscando y mirando lo que más con- viene a su real servicio”. En 1622, envió a Felipe IV un memorial en el que puso en duda la eficacia de la ayuda militar española que hasta aquel tiempo se había otorgado al emperador, y propuso al rey unos cambios del mencionado sistema auxiliar. En primer lugar, pidió al rey que, en vez de mandar a Bohemia y a otras partes de la Monarquía de los Habsburgo soldados de Flandes o Nápoles, hiciera las levas en el mismo país, lo que resultaría menos costoso y mucho más rápido. Según Marradas, las levas a la vez podían utilizarse para ampliar la red clientelar española en Europa Central, porque los príncipes, caballeros o soldados emplea- dos en tal ejército se sentirían gratificados y por lo tanto obligados al Rey Católi- co. Además, Marradas consideró que los soldados así reclutados serían mucho más útiles que los españoles, italianos o flamencos, visto que conocerían bien el país y estarían acostumbrados a su clima 47. En el mismo memorial, Marradas aconsejó al rey que limitara el número de los coroneles vasallos entretenidos porque “quantos menos ay viene a ser mayor el Sequito y Autoridad del Ministro que aquí enviara su Majestad porque tendrá más que proveer”. Podemos suponer que detrás de este último desiderátum se encontraba tanto el esfuerzo de Marra- das de liberarse de la competencia como el de asegurarse el pago de su sueldo 48.

45 Conf. por ejemplo las actividades de los coroneles Martín de Hoef Huerta y Guillermo Verdugo, B. ROEDL: “Huertova mise v Lounech”, en Rekatolizace v českých zemích. Sborník příspěvků z konference v Jičíně, konané 10. září 1993, Jičín 1995, pp. 111-117; J. KUBEŠ: “Ze Španělska až do Horního Slezska. Osudy Verdugů v habsburské monarchii v raném novověku”, en J. BRŇOVJÁK, W. GOJNICZEK y A. ZÁŘICKÝ (coords.): Šlechtic v horním Slezsku / Szlachcic na Górnym Śląsku. Vztah regionu a center na příkladu osudů a kariér šlechty Horního Slezska (15.- 20. století) / Relacje mi dzy regionem i centrum w losach i karierach szlachty na Górnym Śląsku (XV-XX wiek), Katowice-Ostrava 2011, pp. 223-240. 46 Más información en J. FORBELSKÝ: Španělé..., op. cit. 47 AGS, E, leg. 2507, s/f (s. l., s. f.): Baltasar de Marradas y Vique al rey Felipe IV. 48 Ibidem.

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Solo unos años después las desideratas de Marradas se convirtieron en rea- lidad. Hasta el año 1625, la mayoría de las tropas españolas había sido despla- zada a los Países Bajos para participar en el cerco de Breda 49. Disminuyó también la cantidad de coroneles entretenidos y otros oficiales vasallos del Rey Católico. De los que quedaron en Europa Central, Baltasar de Marradas alcan- zó el mayor reconocimiento y fue nombrado jefe supremo de las tropas españo- las al servicio del emperador 50. Al mismo tiempo, cambió el sistema de la ayuda militar española. A partir de la segunda mitad de los años veinte, los españoles ya reclutaban los soldados en la Monarquía de los Habsburgo, como fue el caso de la leva que el general Gottfried Pappenheim hizo en Bohemia para el Rey Católico en 1625 51.

LOS DIPLOMÁTICOS ESPAÑOLES EN LA CORTE IMPERIAL

Mientras que el número de soldados vasallos del Rey Católico no volvió a al- canzar el mismo nivel que en la guerra de Bohemia, la cantidad de diplomáticos españoles en la corte imperial sí fue creciendo. Se carece de estudios adecuados del aparato diplomático español en la corte imperial en la época de Felipe IV, pe- ro es muy probable que en los años veinte todavía perdurase el mismo sistema de representación real española en la corte imperial como en los años anteriores 52. Tanto Íñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate (1617-1624), como Francisco de Moncada, marqués de Aytona (1624-1628), pertenecieron a los embajadores más destacados de la corona española y contaban con una extraordinaria libertad para aplicar y adaptar las instrucciones generales que habían recibido desde España. Por esta causa, nunca fueron simples portavoces de la política de Madrid sino más bien sus creadores. En el lugar de su actuación se comportaban como agentes

49 J. POLIŠENSKÝ: “La política española y la Europa Central...”, op. cit., p. 80. 50 J. FORBELSKÝ: Španělé..., op. cit., pp. 417-431. 51 Véase la información que sobre esta leva proporcionan las cartas de Zdenk Adalbert Popel von Lobkowicz. P. MAREK (ed.): Svědectví o ztrátě starého světa. Manželská korespondence Zdeňka Vojtěcha Popela z Lobkovic a Polyxeny Lobkovické z Pernštejna, České Budějovice 2007, cartas nº 83 y 91. 52 Véase el estudio de M. Á. OCHOA BRUN: “Los embajadores de Felipe IV”, en J. N. ALCALÁ-ZAMORA (dir.): Felipe IV: el hombre y el reinado, op. cit., pp. 199-235.

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que recogían informes, distribuían sobornos, creaban facciones y a veces instiga- ban conspiraciones 53. La hábil actuación diplomática del conde de Oñate basa- da en la estrecha colaboración con el valido del emperador Hans Ulrich von Eggenberg tuvo tanto éxito en la corte vienesa que el embajador del Rey Católi- co llegó a ser el verdadero artífice de la política imperial 54. Con il Rè Cattolico non solo bene s’intende Imperatore, ma messogli in mano tutto l’arbitrio di sè, et delle cose sue, di esse, quello suole al presente risolversi, che a Spagnuoli le pare, et il conte d’Ognat Ambasciattore di quel Rè fa conoscere, che in Hiermania posseggia piùttosto il titolo di Dittatore che d’ Ambasciattore. Así caracterizaron Francesco Erizo y Simone Contarini, los embajadores vene- cianos en Viena, la posición que en la corte imperial adoptó el embajador espa- ñol conde de Oñate 55. Aunque parece evidente que los embajadores de Venecia exageraban, es indu- dable que el conde de Oñate se ganó la confianza del emperador Fernando II y se convirtió en uno de sus más estimados consejeros. Esta colaboración del repre- sentante del Rey Católico con el monarca Habsburgo halló su reflejo simbólico en las ceremonias de la corte. Según los testimonios de los visitantes de la corte y de los propios cortesanos imperiales, el embajador español siempre estaba cer- ca al emperador acompañándolo no solo en los consejos y las audiencias, sino también en las procesiones religiosas, banquetes o momentos de recreación 56.

53 L. SUÁREZ FERNÁNDEZ y J. ANDRÉS GALLEGO (dirs.): La crisis de la hegemonía española. Siglo XVII (Tomo VIII de la Historia General de España y América), Madrid 1986, p. 526. La ciencia histórica moderna se ha acostumbrado a denominar un papel como éste con la expresión inglesa broker. El papel de los brokers es descrito por S. KETTERING: Patrons, Brokers, and Clients in Seventeenth-Century France, Oxford 1986, p. 42. Véase también J. MARTÍNEZ MILLÁN: “La investigación sobre las elites del poder”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN (ed.): Instituciones y Élites del Poder en la Monarquía Hispana durante el siglo XVI, Madrid 1992, pp. 11-25, aquí sobre todo pp. 19-20; J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Las investigaciones sobre Patronazgo y clientelismo en la administración”, Studia Historica. Historia Moderna 15 (Salamanca 1996), pp. 83-106, aquí p. 94. 54 M. LASSO DE LA VEGA Y LÓPEZ DE TEJADA: La embajada en Alemania del Conde de Oñate..., op. cit. 55 J. FIEDLER (ed.): Die Relationen der Botschafter Venedigs..., op. cit., aquí vol. I, p. 117. 56 Véase por ejemplo el testimonio de la correspondencia de Zdenk Adalbert Popel von Lobkowicz y de su mujer Polixena o la relación del diario de Adam von Wallenstein [P. MAREK (ed.): Svědectví o ztrát starého sv ta..., op. cit.;M. KOLDINSKÁ y P. MAŤA (eds.): Deník rudolfínského dvořana. Adam mladší z Valdštejna 1602-1633, Praha 1997].

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Todavía en 1654 el embajador veneciano Giuliano Gustiniani recordaba el poder que el conde de Oñate había asumido en la corte imperial y lo consideraba la ma- yor causa de la aversión imperial hacia la República de San Marcos: “Il conte d’Ognat ha lasciato qui un mal odore del suo mal talento verso la Republica che dura tuttavia”, escribió en su relación desde la corte vienesa 57. Mientras que el conde de Oñate y el marqués de Aytona, en los primeros años de su embajada, gozaron de una gran confianza de Madrid y durante sus gestiones tenían las manos libres, sus sucesores se vieron forzados a respetar las opiniones de sus colaboradores. En la década de los años treinta, los intereses de la política española en la corte imperial fueron defendidos tanto por el em- bajador ordinario Sancho de Monroy y Zúñiga, marqués de Castañeda 58, como por otras personas entre las que destacaron el residente español en la corte im- perial Jacques Bruneau, hombre de una gran experiencia política y gran cono- cedor de la corte imperial 59, el embajador extraordinario conde de Oñate, el conde de Castro 60 o el senador Ottavio Villani 61.

57 J. FIEDLER (ed.): Die Relationen der Botschafter Venedigs..., op. cit., aquí vol. I, p. 390. 58 Antes de la llegada de Castañeda actuaron en Viena el embajador extraordinario Marqués de Cadereita, nombrado para la embajada extraordinaria de Alemania con motivo de la jornada de la reina de Hungría (1630-1632) y Cesare Gonzaga di Guastalla. La lista de los embajadores españoles en la corte imperial está publicada en la obra de J. PAZ: Secretaría de Estado..., op. cit., pp. 343-344. Sobre la actuación de Cesare Gonzaga habla H. ERNST: Madrid und Wien 1632-1637. Politik und Finanzen in den Beziehungen zwischen Philip IV. und Ferdinand II., Aschendorff-Münster 1991, p. 48. 59 Jacques Bruneau conoció el ambiente de la corte imperial en la época de Felipe III, cuando desempeñaba el cargo del secretario de lenguas de la embajada española en Praga y en Viena. Este oficio lo ejerció hasta 1617. Más tarde actuó en la corte de Bruselas. En 1629 fue Bruneau nombrado residente español en la corte de Fernando II. En Viena permaneció hasta 1633. NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 1, s/f (Praga, 31-1-1610): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; AGS, E, leg. 711, f. 20 (Praga, 20-5-1617): El conde de Oñate al rey Felipe III; J. PAZ: Secretaría de Estado..., op. cit., pp. 343-344; H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., p. 55; L. SUÁREZ FERNÁNDEZ y J. ANDRÉS GALLEGO (dirs.): La crisis de la hegemonía española..., op. cit., p. 526; M. BARDOŇOVÁ: Španělská ambasáda v Praze za působení Baltasara de Zúñiga (1608-1617), Praga 2015, p. 119-125 (= tesis doctoral de la Universidad Carolina). 60 En noviembre de 1628 el conde de Castro-Daire fue nombrado embajador extraordinario español en la corte de Viena; en 1632 actuó como embajador de Felipe IV ante el generalísimo Wallenstein. No confundir con Antonio de Castro, quien en 1632 actuó como embajador de Felipe IV ante el generalísimo Wallenstein y después de la muerte del

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En este período, además, la embajada española no fue el único centro de la diplomacia hispánica en las tierras hereditarias de los Habsburgo. A partir del año 1630 hubo que contar también con la casa de la reina de Hungría María Ana de Austria 62, cuyo rumbo político estaba señalado por su confesor, el padre Diego de Quiroga 63. Hasta hoy día nos remiten a la labor diplomática de este capuchino decenas y decenas de cartas y relaciones en las cuales informaba a Felipe IV sobre los acontecimientos sucedidos en Europa Central. Gracias a ellas sabemos que las opiniones de Quiroga no siempre coincidían con las de los em- bajadores Castañeda y Oñate. Diferían incluso en cuestiones tan importantes como la actitud española hacia el generalísimo Alberto de Wallenstein. Mien- tras que los embajadores no estaban inclinados favorablemente al comandante imperial, la relación del padre capuchino hacía Walenstein siempre fue más bien amistosa 64. Aunque cada uno de los diplomáticos tenía sus instrucciones y competen- cias, y todos debían trabajar para el mismo fin (es decir, para aumentar el poder

embajador imperial en Madrid Johann Karl von Schönburg en 1640 desempeñaba el oficio del residente imperial en Madrid. H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 52-53, 55, 306; M. BARDOŇOVÁ: Španělská ambasáda v Praze..., op. cit., pp. 138-140. 61 Ottavio Villani, presidente del consejo de Italia, fue enviado en 1632 con una embajada extraordinaria al generalísimo Wallenstein (H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., p. 52). 62 Sobre la actuación de María Ana de Austria: H. WIDORN: Die spanischen Gemahlinnen der Kaiser Maximilian II., Ferdinand III. und Leopold I., Wien 1955 (= tesis doctoral de la Universidad de Viena); G. MECENSEFFY: “Habsburger im 17. Jahrhundert. Die Beziehungen der Höfe von Wien und Madrid während des Dreissigjährigen Krieges”, Archiv für österreichische Geschichte 121 (Viena 1957), pp. 1-91, aquí pp. 38-48. 63 La importancia del padre Quiroga para la diplomacia española analiza L. J. REEVE: “Quiroga’s Paper of 1631: a missing link in Anglo-Spanish diplomacy during the Thirty Years War”, English Historical Review 101 (1986), pp. 913-926; H. PIZARRO LLORENTE: La elección de confesor de la infanta María de Austria en 1628, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La dinastía de los Austrias..., op. cit., vol. II, pp. 759-800 Sin embargo, el padre Diego de Quiroga no fue el único personaje de la corte de María Ana de Austria que trataba de influir en la política centroeuropea de Felipe IV. La misma actividad desarrollaba también el exresidente español en el cuartel del general Alberto de Wallenstein, el doctor Agustín Burena Navarro, que fue llamado en 1638 secretario de la emperatriz (J. KOLLMANN: Valdštejnův konec, Praha 2001, p. 112). 64 J. KOLLMANN: Valdštejnův konec, op. cit., p. 112; H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 60-61.

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y la gloria de su rey), con el tiempo se creó un ambiente de rivalidad entre ellos. La oposición entre los diplomáticos españoles en la corte imperial a veces deri- vó incluso en un conflicto abierto. En junio de 1632 el residente español en Viena Jacques Bruneau denunció al embajador extraordinario marqués de Cadereyta por la defraudación de dinero real. Le reprochaba sobre todo que hubiera gas- tado 154 florines y 1 Kreuzer por las reparaciones de su casa en Viena, las cua- les le parecían a Bruneau innecesarias, y que hubiera pagado 386 florines a los correos mientras esperaban en Viena sus despachos 65. Sin embargo, los “peca- dos” del marqués de Cadereyta fueron mucho más grandes. Los representan- tes del Consejo de Estado le acusaron de distribuir entre el emperador y sus ministros doce mil doblones de oro del dinero de la embajada y de ofrecer a Fer- nando II otros trescientos mil sin consultarlo previamente con el rey. El descui- do hacía la cámara real con el cual se caracterizaba la embajada del marqués de Cadereyta y sobre todo el fracaso de sus negociaciones de la liga con el empe- rador provocaron una reacción brusca del soberano español. En verano de 1632 el marqués de Cadereyta fue reprendido por el rey Felipe IV y licenciado de su cargo 66. Como hemos mencionado arriba, la embajada española de los años treinta está unida sobre todo con Sancho de Monroy y Zúñiga, marqués de Castañeda, el cual desempeñó el cargo del embajador ordinario en la corte imperial entre los años 1633 y 1641 67. A pesar de que Castañeda permaneció en Viena tanto tiempo, su posición no fue tan buena como la de sus antecesores Baltasar de Zú- ñiga o el conde de Oñate. En su embajada, el marqués de Castañeda tuvo que

65 AGS, E, leg. 2333, f. 18 (Viena, 18-6-1632): Jacques Bruneau al conde-duque de Olivares. No obstante, Jacques Bruneau se quejaba también con el duque de Tursi. AGS, E, leg. 2332, f. 45 (Madrid, 10-4-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 66 Ibidem, f. 17 (Madrid, 6-10-1632): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. Sobre las negociaciones de la liga que Cadereyta tuvo que reanudar con el emperador, H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 48-49. Fernando Negredo ha mostrado recientemente que el principal negocio de la embajada de Cadereyta fue el de intentar reconducir las relaciones con Sajonia para impedir que la política intransigente de Fernando II provocase el acuerdo del Elector luterano con Gustavo Adolfo, F. NEGREDO DEL CERRO: “Un episodio español en la Guerra de los Treinta Años: la embajada del marqués de Cadreita al Sacro Imperio y el acercamiento al Elector Sajón (1629-1631)”, Hispania 75, nº 251 (Madrid 2015), pp. 669-694. 67 Muchas informaciones interesantes sobre la actuación del marqués de Castañeda durante su embajada en la corte imperial, en el trabajo de H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit.

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hacer frente a problemas vinculados con la disminución de sus competencias y de sus capacidades de decisión, debido a su dependencia de las resoluciones del Con- sejo de Estado. Su actuación diplomática, además, fue eclipsada por la del emba- jador extraordinario Íñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate. El exembajador español volvió a Viena en noviembre de 1633 y a partir de aquel momento llevó la voz cantante en las decisiones más importantes de la embajada 68. La segunda estancia del conde de Oñate en la corte imperial se debía tanto a sus profundos conocimientos de esta institución y a sus buenas relaciones con el emperador como al recelo del conde-duque de Olivares, el cual hizo todo lo posible para separar a don Íñigo del rey Felipe IV 69. En enero de 1633, en ausen- cia del conde de Oñate, Olivares logró persuadir al monarca para que enco- mendara a don Íñigo el oficio de embajador extraordinario en Viena. Oñate no estaba nada contento con su nueva misión; sabía muy bien que detrás de su nombramiento estaban las intrigas de Olivares, el cual trataba de desembara- zarse de su rival. Oñate intentó cambiar la decisión real, pero su esfuerzo re- sultó en vano. Felipe IV no estaba dispuesto a variar nada de su resolución, y solo prometió a Oñate que su misión no duraría mucho tiempo 70. No obstan- te, estas promesas quedaron sin cumplirse: a pesar de sus incesantes súplicas, en las cuales pedía al rey que lo liberara de su oficio, Oñate permaneció en Vie- na hasta el año 1637 71. A Oñate le preocupaba también la extensión de sus competencias. Antes de ponerse en camino a Viena, se había asegurado su preeminencia entre los demás diplomáticos españoles en la corte imperial. Este hecho perjudicó la autoridad del marqués de Castañeda, el cual se sentía insatisfecho con su nuevo papel. Aunque era él quien formalmente encabezaba la embajada vienesa siendo em- bajador ordinario, después de la llegada de Oñate tuvo que pasar las riendas al

68 Sobre la actuación del conde de Oñate en la corte de Viena en los años treinta, J. KOLLMANN: Valdštejnův konec, op. cit., sobre todo pp. 108 y 154-156; H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit. 69 Véase A. MINGUITO PALOMARES: Linaje, poder y cultura: el gobierno de Íñigo Vélez de Guevara, VIII Conde Oñate, en Nápoles (1648-1653), Madrid 2002, pp. 51-52 (= tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid); M. LASSO DE LA VEGA Y LÓPEZ DE TEJADA: La embajada en Alemania del Conde de Oñate..., op. cit., p. 7. 70 H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., p. 54. 71 Ibidem.

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embajador extraordinario, visto que el rey confiaba mucho más en las capacida- des y experiencia de Oñate. Todos estos factores creaban un ambiente de riva- lidad y hostilidad entre ambos diplomáticos 72. Parece que la pluralidad de opiniones por la cual se guiaba la política espa- ñola en la corte imperial en la década de los años treinta del siglo XVII fue mu- cho menos eficaz que la práctica utilizada en las épocas precedentes. Ya no fueron los embajadores quienes dirigían la política centroeuropea de la Monar- quía hispana, pues sobre los consejeros de estado recayó una responsabilidad mucho mayor que antes. Estos tenían que escudriñar cuidadosamente las largas relaciones que les enviaban los diferentes diplomáticos que actuaban en Viena y decidir qué juicio favorecer. Es lógico que tal proceso resultase demasiado len- to y dificultara la labor de los representantes del Rey Católico en la corte impe- rial 73. Además, hay que considerar que las personas que tomaban las decisiones en el Consejo de Estado carecían de conocimiento suficiente del Sacro Imperio y de Europa Central en general. Después de la muerte de Baltasar de Zúñiga y el desplazamiento del conde de Oñate a Viena, en el Consejo de Estado no que- daba ningún especialista en los asuntos alemanes. Por esta razón, las resolucio- nes recibidas en Madrid muchas veces provocaron una reacción negativa del embajador 74. Los inconvenientes que producía el nuevo sistema de organización de la em- bajada española preocuparon al mismo emperador Fernando II. En 1629 dirigió al monarca español una carta en la cual le hacía notar las dificultades inherentes a la limitación de competencias de sus embajadores. Se quejaba de que por culpa de los cambios sucedidos en el cuerpo diplomático español se perdía el tiempo y

72 Sobre la rivalidad entre los dos embajadores hablan Hildegard Ernst y Josef Kollmann (H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., por ejemplo pp. 54, 74 y otras; J. KOLLMANN: Valdštejnův konec, op. cit., pp. 106-112). 73 La lentitud de los consejeros reales para tomar decisiones ha sido notoria ya desde el siglo XVI. El embajador imperial en Madrid Hans Khevenhüller pensaba incluso que los aristócratas españoles temían perder su reputación al decidir demasiado rápidamente. En la segunda mitad del siglo XVII, el emperador Leopoldo I llamaba a los ministros españoles “somnolientos” (F. EDELMAYER: “Aspectos del trabajo de los embajadores de la casa de Austria...”, op. cit., pp. 47-48; M. Á. OCHOA BRUN: “Los embajadores de Felipe IV”, op. cit., p. 223). 74 Sobre la incompetencia del Consejo de Estado dirigido por Olivares y el desacuerdo con la política de Madrid que expresaban los embajadores habla H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 62, 73-74, 86 y otras.

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la buena coyuntura porque los residentes españoles en la corte vienesa tenían que consultar cualquier asunto con los miembros del Consejo de Estado del rey. Por la misma causa recordaba con nostalgia la colaboración con Íñigo Vélez de Gue- vara, conde de Oñate, porque este, a diferencia de sus sucesores, disponía de unos poderes suficientes. El emperador Fernando II incluso pedía a Felipe IV que vol- viera al mismo sistema de antes porque lo consideraba útil y conveniente al ser- vicio del Rey Católico, de toda la casa de los Austrias y del bien común 75. Pero esto tengo por muy acertado y necesario y lo suplico muy encarecidamente al Rey que de más amplios poderes y facultad a sus embaxadores para tratar los negocios y hacer asientos de dinero. Atento que los negocios presentes no sufren dilación y que consisten los buenos sucesos de ellos en la brevedad de la execución y teniendo los dichos poderes podremos entonces con común acuerdo y consejo executar y mantener todo lo resuelto… 76 Los problemas unidos con la limitación del poder de los embajadores ordi- narios de Felipe IV en la corte imperial no quedaron ocultos ni a los propios consejeros reales. En junio de 1631 el duque de Alba se opuso en el Consejo a la idea de enviar a Viena un embajador extraordinario para resolver unos nego- cios que estaban pendientes en la embajada. Temía que este hecho dañara el ser- vicio del rey porque la existencia de dos embajadores creara una scisma entre el que está y el que va porque el embajador ordinario no huelga de que el que viene tenga mejor despacho en los negocios que el que ha tenido cuando corrían por su mano y por entenderlo así el extraordinario empieza a recatarse del que estaba allí de asiento. Además, el duque de Alba hacía notar que la presencia de dos embajadores en Viena todavía aumentaría más los gastos de la embajada 77. Es evidente que el conde-duque de Olivares no estaba de acuerdo con la opi- nión del duque de Alba. Él defendía los cambios hechos en el aparato diplomáti- co español presentándolos como necesarios. En el discurso que pronunció en 1638 en el seno del Consejo de Estado se quejaba de que el cuerpo diplomático

75 BNE, MSS 2361 – Sucesos del año 1629, Cartas de su Majestad para el Marqués de Aytona, Embaxador de Alemania del Año de 1629, f. 363 Copia del papel que el conde de Frankenburg dio a Su Majestad para embiar al señor marqués de Aytona. 76 Ibidem. 77 AGS, E, leg. 2332 (Madrid, 8-7-1631): El Consejo de Estado propone personas para la embajada extraordinaria de Alemania.

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español sufría “la falta de cabezas”. Con estas palabras culpaba indirectamente a los hombres que actuaban al servicio del rey de tener capacidades insuficientes para ejercer su cargo como lo habían hecho los diplomáticos en la época de Feli- pe III. Sin embargo, sería muy inconsciente aceptar sin reservas este juicio del valido del rey. En realidad, también Felipe IV disponía de una pléyade de diplo- máticos hábiles como era el marqués de Castañeda, Jacques Bruneau o el mismo conde de Oñate. Por esta causa, detrás de la limitación del poder que en las pos- trimerías de los años veinte y en el decenio siguiente tenían que afrontar los em- bajadores ordinarios en la corte de Viena hay que ver sobre todo la intención del Olivares de aumentar la participación del Consejo de Estado y la suya en la polí- tica exterior de la Monarquía hispánica 78. En los años cuarenta, el cambio del rumbo político de España afectó a las po- siciones de los diplomáticos del Rey Católico en Viena y probablemente causó el fin del predominio español en la corte imperial. El conde de Lumiares, el cual desempeñó el cargo de embajador español en la corte vienesa en los años 1648- 1651 se quejaba de que había hallado la embajada en un estado miserable. Afir- maba que el embajador carecía totalmente de crédito y de autoridad. Mientras que antes el embajador español “era un embajador cortejado, asistido y acom- pañado y finalmente de este seguito no solo redundaba autoridad al real servicio de Vuestra Majestad pero gran facilidad y próspero suceso en los negociados”, después de la separación de la política española de la austriaca, la embajada per- dió su lucimiento 79. Es muy probable que la relación del conde de Lumiares sea exagerada. Al embajador no le faltaban razones para hacer una afirmación tan crítica. Lla- mando la atención sobre la situación deplorable de la embajada en la época de sus antecesores, el conde de Lumiares trataba de resaltar sus propios méritos. Por otra parte, es indudable que en los años cuarenta la posición de los diplo- máticos españoles en la corte imperial no fue tan preeminente como en el perío- do anterior. Con la pérdida de Arrás, la rebelión de Cataluña y la secesión de Portugal, España se vio obligada a movilizar sus recursos y reducir considera- blemente la ayuda que antes prestaba al Emperador. A partir de este momento el Rey Católico, al cual antes alegorizaban como una fuente de la cual brotaban mercedes en forma de remuneraciones financieras, pensiones y varios regalos,

78 M. Á. OCHOA BRUN: “Los embajadores de Felipe IV”, op. cit., pp. 204-206. 79 AGS, E, leg. 2355 (Viena, 15- 12-1649): El conde de Lumiares al rey Felipe IV.

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tuvo que luchar además para ganarse el apoyo de los cortesanos imperiales con un rival cada vez más fuerte: el Rey Cristianísimo. Después de dominar el cam- po de batalla, Francia estaba lista para afianzar su autoridad en la corte imperial agasajando a los ministros imperiales 80.

LAS ESTRATEGIAS CLIENTELARES

Los banquetes

A pesar de que el cuerpo diplomático español y el papel que jugaba en la corte cesárea experimentaron durante el reinado de Felipe IV unos cambios no- tables, las estrategias utilizadas para vincular a los nobles centroeuropeos a la política española no difirieron mucho de las de la época anterior. La adaptabili- dad a las maneras locales y la generosidad debían abrir al embajador del Rey Ca- tólico el camino para ganar autoridad dentro de la sociedad noble de la corte imperial 81. Los banquetes en el edificio de la embajada siguieron jugando un papel muy importante en el proceso de adquisición de nuevos clientes. El testi- monio sobre las fiestas organizadas por los embajadores de Felipe IV nos lo pro- porcionan tanto las relaciones que los diplomáticos enviaban a Madrid como las fuentes de los clientes centroeuropeos del soberano español 82. Los banquetes más solemnes se celebraban en los días de cumpleaños y otros aniversarios vin- culados a ritos de paso de los miembros de la familia real 83. El burgravio ma- yor del reino de Bohemia, Adam von Wallenstein, apuntó el 8 de abril de 1631 en su diario que ese día el embajador español marqués de Castañeda había pre- parado un pomposo banquete para conmemorar el vigésimo séptimo cumplea- ños de Felipe IV. Según el testimonio de Wallenstein, a la fiesta organizada en

80 Véase la descripción detallada de la estancia vienesa del embajador francés Monsieur de Monteverena en 1649 y sobre todo las menciones sobre la embajada anterior del conde de Brege que nos proporciona la relación de conde de Lumiares. AGS, E, leg. 2355 (Viena, 24- 11-1649): El conde de Lumiares al rey Felipe IV. 81 AGS, E, leg. 2332 (Madrid, 6-5-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 82 Véase por ejemplo: AGS, E, leg. 2355 (Viena, 15-12-1649): El conde de Lumiares al rey Felipe IV; P. MAREK (ed.): Svědectví o ztrátě starého světa..., op. cit. 83 AGS, E, leg. 2355 (Viena, 15-12-1649): El conde de Lumiares al rey Felipe IV.

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el edificio de la embajada asistió toda la corte imperial. La importancia de este suceso la subrayó el hecho de que todos los cortesanos imperiales hubieran ido vestidos “como si fuera una boda” 84. No obstante, también en las fiestas se hizo notar la grave situación de la ha- cienda real. Parece que con la llegada de los años cuarenta los banquetes orga- nizados por los embajadores de Felipe IV no alcanzaron la frecuencia ni el esplendor de los de la época pasada. Ya que este hecho había dañado mucho la reputación de los diplomáticos españoles, el embajador ordinario conde de Lu- miares volvió a la práctica anterior: Pareciéndome que quando la separación se había publicado convenía más el deslumbrar a todos adquiriendo séquito, me dispuse a tener el mayor lucimiento exterior, que cupó en mis fuerzas pues el adorno en estas partes hace mucho más que en qualquiera otras. Por ser menos visitado –y como acá son tan acostumbrados los festines de comer juntos y es lo que más llama toda suerte de gente y cautiva las voluntades y los ánimos de los que concurren– juzgué también ser necesario para establecimiento de todo entrar en ellos 85. Por otro lado, el mismo conde de Lumiares admitía que los banquetes que organizaba en Viena fueron algo más moderados que en los tiempos de la em- bajada del conde de Oñate o del marqués de Castañeda. El apoyo financiero que recibía desde Madrid para este tipo de representación distaba mucho de corres- ponder a sus necesidades. Según la resolución del Consejo de Estado, al cual asistieron Francisco de Melo, el marqués de Castel Rodrigo y el marqués de Velada, se ponían por la cuenta real solamente los gastos que se referían a los banquetes celebrados en días de fiestas, casamientos y buenos sucesos de la ca- sa real española y las luminarias. Para los convites ordinarios el embajador tuvo que hallar otros recursos, aunque fueran organizados meramente por el servi- cio al rey 86. A pesar de los problemas económicos, el embajador español seguía ocupan- do el segundo puesto más prestigioso en la jerarquía de los diplomáticos extran- jeros que actuaban en corte imperial justo después del nuncio apostólico. A su posición social y la misión política que desempeñaba se correspondía también la

84 M. KOLDINSKÁ y P. MAŤA (eds.): Deník rudolfínského dvořana..., op. cit., p. 308. 85 AGS, E, leg. 2355 (Viena, 15-12-1649): El conde de Lumiares al rey Felipe IV. 86 AGS, E, leg. 2355, ff. 148 y 149 (Madrid, 4-3-1650): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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localización de la embajada. En 1621 el emperador Fernando II cedió al Rey Ca- tólico –en recompensa por sus préstamos financieros– la casa que había confis- cado al cardenal Khlesl para que en ella pudieran residir sus embajadores 87.Ya que en Viena había sido demasiado difícil conseguir una casa adecuada y la de Khlesl se encontraba en una ubicación prestigiosa cerca del palacio de Hofburg, en Madrid aceptaron la propuesta imperial con entusiasmo. Además de obtener para la embajada una sede más representativa que la anterior, la adquisición del palacio de Khlesl permitió al rey español gratificar a uno de sus clientes más confidentes. El edificio previo de la embajada lo entregó en ese mismo año al car- denal Franz von Dietrichstein 88. Aunque la cesión del edificio de la antigua em- bajada al cardenal Dietrichstein probablemente no hubiera sido gratuita, se trató de un acto excepcional que bien correspondía a la importante posición que el cardenal ocupaba en la red clientelar del Rey Católico 89.

87 AGS, E, leg. 2327 (Madrid, 22-2-1621): El Consejo de Estado al rey Felipe III. No se sabe precisamente dónde se encontraba la casa ni cuánto tiempo los diplomáticos españoles residían en ella. En 1664 ya poseían el palacio número 490 en la calle llamada Die vordere Schenckhenstrasse (hoy probablemente Bankgasse). ÖStA (=Österreichisches Staatsarchiv) Wien, HKA (=Hofkammerarchiv): Hofquartierbücher, Libro 16, año 1664. Agradezco a Jiří Kubeš esta información. 88 AGS, E, leg. 2327 (Madrid, 22-2-1621): El Consejo de Estado al rey Felipe III. Ya desde hace el siglo XVI la familia de Dietrichstein poseía una casa en Herrengasse cerca de Hofburg. Por esta causa podemos suponer que el edificio cedido por el Rey Católico al cardenal de Dietrichstein en 1621 se encontraba en el mismo lugar y que sirvió al cardenal para extender su sede actual. Las informaciones sobre el palacio vienés de los Dietrichstein, en J. KUBEŠ: Reprezentační funkce sídel vyšší šlechty z českých zemí (1500-1740), České Budějovice 2005 (= tesis doctoral de la Universidad de Bohemia del Sur) 89 Sobre los lazos de la familia Dietrichstein y España existe una literatura abundante F. E DELMAYER, “Honor y dinero: Adán de Dietrichstein al servicio de la Casa de Austria”, Studia Historica. Historia Moderna 11 (Madrid 1993), pp. 89-116; F. EDELMAYER y A. STROHMAYER (eds.), Die Korrespondenz der Kaiser mit ihren Gesandten in Spanien. Band I. Briefwechsel 1563-1565. Wien-München 1997; B. BAĎURA: “La casa de Dietrichstein y España”, Ibero-Americana Pragensia 33 (Praga 1999), pp. 47-67; B. BAĎURA: Los países checos y España: dos estudios de las relaciones checo-españolas, Praga 2006 (= Ibero-Americana Pragensia, Supplementum 16); V. DE CRUZ MEDINA: “Margarita de Cardona y sus hijas, damas entre Madrid y el Imperio”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. P. MARÇAL LOURENÇO (dirs.): Las Relaciones Discretas..., op. cit., aquí vol. II, pp. 1267-1301; V. DE CRUZ MEDINA: “Ana de Dietrichstein y España”, en J. OPATRNÝ (ed.): Las relaciones checo-españolas..., op. cit., pp. 103-117.

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Sobornos y regalos

Igual que en tiempos anteriores, también en la época de Felipe IV el emba- jador español podía favorecer a sus colaboradores de la nobleza centroeuropea con una amplia gama de mercedes. Mientras que algunas se utilizaban para ex- presar la gratitud a cualquier persona inclinada o aficionada al servicio del Rey Católico, otras quedaban reservadas para los clientes especialmente beneméri- tos 90. Las recompensas financieras de una sola vez seguían siendo el medio más frecuente para asegurarse el apoyo de los cortesanos del emperador. El dinero debía decidir sobre el éxito o el fracaso de la política española en la corte impe- rial. Si el embajador no tenía la cantidad suficiente de recursos financieros des- tinados a sobornar a los cortesanos del Emperador, se sentía completamente impotente. Las menciones sobre la inclinación de los nobles centroeuropeos a recibir sobornos y sobre la incesante necesidad de cubrir los gastos secretos apa- recen tanto en las cartas que en los años ochenta del siglo XVI enviaba de Praga el embajador Guillén de San Clemente como en las que casi un siglo después mandaba de Viena el marqués de los Balbases 91. Un objetivo parecido al de las recompensas financieras de una sola vez lo cumplían los envíos de regalos, visitas de cortesía o la participación del emba- jador español en las fiestas relacionadas con los ritos de paso de los nobles afi- cionados al servicio del monarca español. A diferencia del gobierno de Rodolfo II, para la época de los emperadores Fernando II y Fernando III faltan informacio- nes sobre las visitas del embajador del Rey Católico en las fiestas celebradas por quienes ocupaba las posiciones inferiores en la jerarquía de la corte imperial. Aunque no es descartable que los embajadores de Felipe IV asistiesen a los bau- tismos, bodas y otras fiestas organizadas por los miembros de la cámara perso- nal del emperador, artistas u otros servidores, se puede suponer que esto no ocurría con tanta intensidad como durante la embajada de Guillén de San Cle- mente. Cuando Rodolfo II sufría los ataques de su enfermedad, los camareros, barberos o médicos imperiales representaban el único enlace con el Emperador.

90 Véase P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit. 91 G. DE SAN CLEMENTE: Correspondencia inédita..., op. cit., p. 296; AGS, E, leg. 2507, f. 346 (Viena, 21-6-1623): El conde de Oñate al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2328, f. 2 (Madrid, 5-2-1626): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; AGS, E, leg. 2392 (Viena, 1-10-1673): El Marqués de los Balbases al rey Carlos II.

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En épocas posteriores, la importancia de los servicios que estas personas pro- porcionaban a la corona española disminuyó notablemente 92. La forma y el valor de los regalos que el embajador llevaba a los festejantes no diferían mucho de la época anterior y dependían, como en el caso de las re- compensas financieras, de la posición social de la persona acreedora del regalo y la importancia de los servicios que prestaba a la Monarquía española 93. Los re- galos más valiosos eran los que el embajador entregaba en nombre del Rey Ca- tólico. En tal caso, se solía regalar a los clientes de Felipe IV una joya de valor. Así fue, por ejemplo, en verano de 1626 en ocasión de la boda de la princesa MA- RIA MARGARETHA VON EGGENBERG y el noble bohemio Adam Paul Slavata von Chlum und Koschumberg. Como el padre de la novia Hans Ulrich von Eggen- berg desempeñaba el oficio de presidente del Consejo Imperial y además era uno de los clientes más confidentes del Rey Católico, el embajador marqués de Ayto- na no solo tuvo que asistir a la boda, sino que debió entregar a la princesa de Eggenberg una joya cuyo valor podía alcanzar cuatro mil ducados 94. En esta misma ocasión se comprueba asimismo que los regalos que el Rey Católico enviaba a sus clientes llegaban a veces con demasiado retraso: a pesar de que el príncipe de Eggenberg había avisado al rey de la boda de su hija MA- RIA MARGARETHA en abril, es decir con una anticipación de dos meses, el Con- sejo de Estado decidió atender su solicitud y enviar a la novia la mencionada joya el 17 de julio, más de un mes después de la fiesta matrimonial. El embaja- dor marqués de Aytona, por lo tanto, solo tuvo que decidir si participaría en el evento o no 95. El precio del regalo variaba según la situación en la cual se celebraba el even- to, el presupuesto de la embajada y otras circunstancias particulares. Cuando la

92 Sobre la participación de Guillén de San Clemente en las fiestas organizadas por los hombres que ocupaban los escalones más bajos de la corte habla el estudio de P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit. Véanse también los informes de Lope Díaz de Pangua y Pedro de Montañana del año 1608 publicados en G. DE SAN CLEMENTE: Correspondencia inédita..., op. cit., pp. 315-399. 93 P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit. Compárese la variedad de precio de los regalos dedicados a los cortesanos particulares por los Emperadores Fernando II y Fernando III. M. HENGERER: Kaiserhof und Adel in der Mitte des 17. Jahrhunders. Eine Kommunikations- geschichte der Macht in der Vormoderne, Konstanz 2004, pp. 577-581. 94 AGS, E, leg. 2328, f. 34 (Madrid, 17-6-1626): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 95 Ibidem.

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misma hija del príncipe de Eggenberg MARIA MARGARETHA se preparaba en 1623 para sus fallidas bodas con el conde de Fürstenberg, el embajador Oñate propuso al rey que se le hiciese merced de una dote de diez mil florines, los cua- les equivalían a unos seis mil seiscientos ducados 96. Esta suma, que sin duda se encuentra entre las mayores que el embajador concedió a los cortesanos del em- perador 97, reflejaba tanto la importancia del príncipe Eggenberg para la políti- ca española como el hecho de que MARIA MARGARETHA hubiera sido sacada de pila por la madre de Felipe IV, Margarita de Austria 98.

Los bautismos

Las participaciones de embajadores españoles en las fiestas de bautismo de fa- milias de clientes centroeuropeos del Rey Católico fueron numerosas. En el ar- chivo de Simancas se conservan decenas de cartas en las cuales los cortesanos del emperador, los príncipes de los feudos del Sacro Imperio o los representantes de la nobleza provincial acudían al rey pidiéndole que les honrase con la asistencia de su embajador en el bautizo de sus descendientes 99. La elección del compadre pertenecía a las estrategias más frecuentes que las familias nobles utilizaban para hacer resaltar su elevado estatus social y para manifestar sus opiniones políticas

96 AGS, E, leg. 2507, f. 418 (Ratisbona, 22-2-1623): El conde de Oñate al rey Felipe IV. Mil ducados equivalía a mil quinientos florines (F. EDELMAYER: “Honor y dinero...”, op. cit., p. 105). La relación de cambio entre florines y ducados se puede comprobar también en la lista Memoria de todos los pensionarios que hay vivos... publicada en G. HEINRICH: Die Habsburger-Liga 1625-1635. Briefe und Akten aus dem General-Archiv zu Simancas, Berlín 1908, pp. 231-233. 97 La suma que en 1623 obtuvo la hija de Eggenberg no difería mucho del valor de los regalos que el Rey Católico concedía a los príncipes imperiales. AGS, E, leg. 2327, f. 27 (Belén, 11-6-1619); El Consejo de Estado al rey Felipe III; Ibidem, leg. 2340, f. 27 (Madrid, 20-12-1639): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 98 AGS, E, leg. 2507, f. 418 (Ratisbona, 22-2-1623): El conde de Oñate al rey Felipe IV. 99 Véase por ejemplo AGS, E, leg. 706, s/f (Praga, 19-8-1600): Sigismund von Dietrichstein al rey Felipe III; Ibidem, leg. 2502, f. 126 (Munich, 10-5-1616): Alberto de Baviera al rey Felipe III; Ibidem, leg. 2340, f. 27 (Madrid, 20-12-1639): El Consejo de Estado al rey Felipe IV sobre la petición del duque de Lorena. Véase también la relación “De lo gastado en bauptismos y casamientos de algunos criados del Emperador“, proveniente de la época de Guillén de San Clemente (G. DE SAN CLEMENTE: Correspondencia inédita..., op. cit., pp. 315-399).

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y su fe. En las familias de los clientes españoles, las invitaciones del Rey Católi- co al bautismo se consideraban casi una obligación. La participación del embaja- dor en este evento no solo tenía que comprobar la existencia de lazos clientelares entre el monarca español y los padres de la criatura, sino que también debía ci- mentar la relación entre el rey y el bautizado. Por esta razón, la asistencia de los embajadores a los bautismos era provechosa tanto para los clientes y su niño re- cién nacido, al cual un padrino procedente de una familia real le aseguraba la ma- yor protección posible desde el punto de vista jurídico, como para el soberano español porque le ayudaba a estrechar los vínculos con la nobleza centroeuropea y extender su red clientelar 100. Los clientes del Rey Católico estimaban mucho la asistencia de los embaja- dores españoles a las fiestas de bautismo y la consideraban como una señal de la gratitud real por los servicios ofrecidos. En agosto de 1600, Sigismund von Die- trichstein escribió: Aunque los muchos servicios que mis padres han hecho a Vuestra Majestad y a la serenísima casa de Austria y los pocos que yo asimismo he hecho en Flandes me pudieran dar animo para suplicar muy humildemente a Vuestra Majestad la merced que en esta diré me la da mucho mayor el imaginar la mucha grandeza y magnanimidad de animo de Vuestra Majestad [...] Suplico muy humildemente a entrambas Vuestras Majestades quieran ser servidos de onrarme con ser compadres de lo que pariere la dicha mi mujer que con el favor de Dios espero será dentro un mes y yo esta merced de Vuestras Majestades que sabiéndolo de la Reina Nuestra Señora cuanto se estima esto en Alemania espero me será buena intercesora para convencer Vuestra Majestad quedando yo siempre fiel vasallo de Vuestra Majestad y prompto para emplearme en todas las cosas que fueran de su real servicio… 101 Al igual que durante las bodas, también en este caso el embajador solía llevar un regalo de valor a los festejantes. Con ocasión del mencionado bautismo cele- brado en la casa de Sigismund von Dietrichstein, el embajador Guillén de San Clemente entregó a la hija recién nacida una joya valorada en mil florines 102.

100 Sobre la importancia de las fiestas de bautismo para constitución de los lazos de clientelismo habla V. BŮŽEK: “Páni a přátelé v myšlení a každodenním životěčeské a moravské šlechty na prahu novověku”, Český časopis historický 100 (2002), pp. 229-264. 101 AGS, E, leg. 706, s/f (Praga, 20-8-1600): Guillén de San Clemente al rey Felipe III; Ibidem, leg. 706, s/f (Praga, 19-8-1600): Sigismund von Dietrichstein al rey Felipe III. 102 G. DE SAN CLEMENTE: Correspondencia inédita..., op. cit., p. 323.

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Los embajadores concedían dádivas todavía más valiosas en el momento del na- cimiento de los hijos primogénitos, especialmente si se trataba de descendientes de príncipes imperiales. En 1619 el Consejo de Estado decidió enviar un joya de valor de seis mil ducados a la mujer del duque Alberto VI de Baviera-Leuchten- berg para felicitarle por el nacimiento de su hijo Karl Johann Franz 103; veinte años más tarde, el embajador marqués de Castañeda tuvo que entregar a la du- quesa Claudia Francesca de Lorena una joya de valor de seis a ocho mil ducados y sacar de pila a su hijo Fernando Felipe 104. Como corroboran los dos ejemplos mencionados, el valor de los presentes que los diplomáticos españoles regalaban a los clientes centroeuropeos en nom- bre de Felipe IV no difería mucho del precio de las dádivas que les concedió su antecesor. Durante toda la primera mitad del siglo XVII, la asistencia del emba- jador a los bautismos representaba uno de los renglones más importantes de los llamados “gastos extraordinarios” de la embajada. Aunque se debían hacer por cuenta regia, en realidad estos gastos gravaban fuertemente el presupuesto de la embajada y los embajadores tenían que esperar varios meses hasta que se les pagara el dinero prometido 105.

Las pensiones

Otro método que sirvió para gratificar el apoyo de los nobles centroeuropeos, ya fueran los ministros del emperador o los príncipes imperiales, fue el pago de pensiones regulares 106. A diferencia de las remuneraciones financieras de una sola vez, estas se proporcionaban ante todo a personas con una influencia polí- tica extraordinaria y duradera. En los años veinte del siglo XVII, el elector de

103 AGS, E, leg. 2327, s/f (Belén, 11-6-1619): El Consejo de Estado al rey Felipe III. 104 Considerando la difícil situación económica en la cual se encontraba la familia del duque Nicolas François de Lorena, el Rey Católico ofreció a la pareja ducal que en vez de la joya les mandara el dinero: “podrá dar a la duquesa una joya como se acostumbra y el valor podría ser de seis a ocho mil ducados o dárselos en dinero si se llegase a entender que holgaría más de esto que en el estado en el que se hallan aquellos príncipes es como limosna”. AGS, E, leg. 2340, f. 27 (Madrid, 20-12-1639): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 105 AGS, E, leg. 709, f. 42 (Praga, 27-9-1608): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, leg. 2328, f. 251 (Madrid, 17-10-1628): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 106 Para el período precedente véase F. EDELMAYER: Söldner und Pensionäre..., op. cit.; P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit.

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Colonia gozaba de la mayor pensión entre todos los nobles del Imperio, pues se le pagaban veinte mil florines al año, seguido por otro elector eclesiástico, Johann Schweickard von Kronberg, arzobispo de Maguncia, que cobraba una pensión de diez mil florines anuales. El valor de este importe se correspondía con el ele- vado estatus de ambos electores y su gran importancia para la política contra- rreformista e imperial de España en Europa Central. Entre los demás príncipes de feudos imperiales que figuraban en la lista de pensionarios españoles desta- caban el duque Alberto VI de Baviera-Leuchtenberg (9.000 florines al año), el conde palatino Felipe Guillermo de Neuburg (6.000 florines al año) o Felipe Cristóforo, obispo de Espira (4.000 táleros al año) 107. En la mayoría de los casos, las pensiones que cobraban los cortesanos del emperador Fernando II no alcanzaban el nivel de las rentas de los señores de feudos del Sacro Imperio. El mayordomo mayor de la corte y miembro del Con- sejo imperial, Leonhard Helfried von Meggau, gozaba en 1629 de una pensión de 2.250 florines anuales. Otro miembro del Consejo Secreto y uno de los con- fidentes más cercanos al emperador, Maximilian von Trauttmannsdorf, tenía en el mismo momento una renta de 1500 florines, igual que los condes Wolfgang von Mansfeld y Wratislaw von Fürstenberg 108. El único cortesano del emperador cuya pensión se equiparaba las rentas que recibían los príncipes imperiales fue el cardenal Franz von Dietrichstein, el cual cobraba desde febrero de 1620 una renta de 500 escudos al mes, lo que equiva- lía a unos 10.000 florines anuales 109. La extraordinaria posición de Franz von

107 Véase Memoria de todos los pensionarios que hay vivos... publicada en G. HEINRICH: Die Habsburger-Liga..., op. cit., pp. 231-233; AGS, E, leg. 2508, f. 14, Relación de las pensiones y Entretenimientos que se pagan por cuenta de Su Majestad en la Embajada de Alemania, y lo que a cada uno se queda devido hasta fin del año 1623; Ibidem, leg. 2504, f. 14, Sumario de lo que se paga en la Embajada de Alemania fuera del sueldo que goza el embajador; Ibidem, f. 13, Relación de lo que se deve de pensiones y sueldos hasta fin de julio de 1624. En las listas de los pensionarios de los años treinta del siglo XVII se puede observar que han cambiado parcialmente los nombres de las personas gratificadas mediante la pensión. Sin embargo, las sumas que les había otorgado el Rey Católico quedaban en el mismo nivel que antes. H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., p. 278. 108 Ibidem. 109 La relación de cambio entre florines y escudos que utilizamos en este estudio se basa en los datos de las siguientes fuentes: Memoria de todos los pensionarios que hay vivos..., publicada en G. HEINRICH: Die Habsburger-Liga..., op. cit., pp. 231-233; AGS, E, leg. 2508, f. 14, Relación de las pensiones y Entretenimientos que se pagan por cuenta de Su Majestad en la

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Dietrichstein entre los pensionarios del rey español se debía a varios factores 110. En primer lugar, hay que tomar en cuenta que no solo formaba parte del Con- sejo Secreto del emperador Fernando II sino también a la junta de los cardena- les. Tanto en la corte imperial como en la papal se presentaba como uno de los partidarios principales de España y uno de los propagadores más ardientes de su política contrarreformista e imperial. Sin embargo, el hecho de que Felipe III concediera a Dietrichstein una pensión de tanto valor hay que entenderlo tam- bién como resultado de la difícil situación en que se encontraba en aquel enton- ces. Como la guerra de Bohemia le había privado de todos sus bienes hereditarios y eclesiásticos, Dietrichstein tuvo que emigrar a Viena, donde debía hacer fren- te a una penuria financiera 111. Por último, hay que mencionar que la petición de ayuda económica que el cardenal dirigió en 1619 a Felipe III era apoyada por las recomendaciones del embajador conde de Oñate, así como también de varias personas del entorno del rey español. Dietrichstein nació en Madrid y una parte de su niñez la pasó en España. Por esta razón se consideraba vasallo del Rey Católico. Los lazos del cardenal con el ambiente español se reforzaron todavía más gracias a los matri- monios de sus hermanas, las cuales se casaron con miembros de la alta nobleza española. Franz von Dietrichstein, por lo tanto, podía contar en Madrid con una poderosa parentela. En 1619 su hermana Beatriz, viuda de Luis Hurtado

Embajada de Alemania, y lo que a cada uno se queda devido hasta fin del año 1623; Ibidem, leg. 2504, f. 14, Sumario de lo que se paga en la Embajada de Alemania fuera del sueldo que goza el embajador; Ibidem, f. 13, Relación de lo que se deve de pensiones y sueldos hasta fin de julio de 1624. Según las informaciones que nos proporcionan estos documentos 1 escudo equivalía a 9 reales castellanos, mientras que 1 florín a 6 reales castellanos. En los documentos citados se encuentran también las informaciones sobre la pensión de Dietrichstein. Conf. también las informaciones que proporciona H. ERNST, Madrid und Wien..., op. cit., pp. 286-288. 110 Informaciones detalladas sobre la pensión de Franz von Dietrichstein las proporciona el artículo de B. BAĎURA: “Los intereses económicos de los Dietrichstein en España en los siglos XVI-XVIII”, en J. OPATRNÝ (ed.): Las relaciones checo-españolas..., op. cit., pp. 47-93, aquí sobre todo pp. 85-93. 111 Ibidem. Más información sobre el cardenal Franz von Dietrichstein la proporciona P. B ALCÁREK: Kardinál František z Ditrichštejna 1570-1636, Kroměříž 1990; P. BALCÁREK: Kardinál František Ditrichštejn 1570-1636. Gubernátor Moravy, České Budějovice 2007; T. PARMA: František kardinál Dietrichstein a jeho vztahy k římské kurii: prostředky a metody politické komunikace ve službách moravské církve, Brno 2011.

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de Mendoza, marqués de Mondéjar, intercedía por él ante el monarca español 112. Sin embargo, podemos suponer que la petición de Dietrichstein la apoyó tam- bién el ex embajador español en la corte imperial, Baltasar de Zúñiga, el cual después de su regreso a Madrid se convirtió en la persona clave para las deci- siones que se referían a la política española en el Sacro Imperio Germánico 113. El pago de las pensiones representaba una de las sumas más grandes que abonaba la embajada española en la corte imperial 114. En 1623, sus gastos por pensiones importaron 438.000 reales castellanos, mientras que el dinero paga- do a los entretenidos montó 48.432 reales, y los sueldos pagados a los oficiales de la embajada se elevaron a 12.574 reales. Es lógico que las pensiones afecta- sen al presupuesto de la embajada, a la cual habitualmente faltaba dinero para responder a todas sus obligaciones. En el mismo 1623, el Rey Católico debía a los pensionarios centroeuropeos unos 437.000 reales 115. Las deudas de Felipe IV a sus pensionarios además crecían cada año; en 1629 montaban ya unos 445.911 florines (¡!) 116. La falta de puntualidad en los pagos de las pensiones ponía en peligro la cola- boración entre el embajador y los pensionarios. El hecho de que el Rey Católico no cumpliese sus obligaciones hacia sus clientes lo consideraban los nobles centro- europeos como una falta de respeto y un acto de desatención. Por esta causa se quejaban ante el embajador o dirigían sus reclamaciones directamente al rey 117.

112 Una imagen resumida de los lazos de parentesco hispánicos de la familia Dietrichstein la proporciona B. BAĎURA: “La casa de Dietrichstein y España”, op. cit. Sobre sus relaciones con la marquesa de Mondéjar véase B. BAĎURA: “Markýza de Mondéjar I-II”, Jižní Morava 40-41 (Brno 2004-2005), vol. I, pp. 81-108, vol. II. pp. 59-82; B. BAĎURA: Los países checos y España..., op. cit. 113 R. GONZÁLEZ CUERVA: Baltasar de Zúñiga..., op. cit. 114 NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 3, s/f, Relación del dinero que se proveyó al conde de Oñate para la Embajada en Alemania desde el año 1617 hasta el 22 que son 5 870 763 florines; H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 260-306. 115 AGS, E, leg. 2504, f. 14, Sumario de lo que montan al año las pensiones que se pagan en Alemania y de lo que se deve de ellas hasta fin de 1623 conforme a esta relación; Sumario de lo que se paga en la Embajada de Alemania fuera del sueldo que goza el embajador. 116 G. HEINRICH: Die Habsburger-Liga..., op. cit., pp. 231-233. 117 Este fue el caso de Franz von Ditrichstein quién desde el julio 1627 no había obtenido ni un real de su pensión. Cuando murió (14 de septiembre de 1636) se le quedaron debiendo de la embajada más que quinientos mil reales, una suma cuya liquidación seguían

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Los diplomáticos españoles que actuaban en Viena frecuentemente advertían a su amo del riesgo que los retrasos de las pensiones influyeran negativamente en la ac- titud de estos nobles frente a España y su política imperial. En 1628 el príncipe de Eggenberg advirtió al marqués de Aytona que convendría pagar las pensiones atra- sadas a Maximilian von Trauttmannsdorf y a Leonhard Helfried von Meggau, visto que el disgusto de ambos nobles ya se hacía notar durante las sesiones del consejo imperial 118. Dos años más tarde, el conde de Castro pidió al rey que lo proveyera del dinero para los gastos extraordinarios porque tiene entendido que algunos ministros del Emp[erad]or se quejan que no se les pagan sus pensiones con lo que no están bien afectos al servicio de V[uestra] M[ajesta]d 119. Por estas causas, los embajadores españoles, en general, no estaban a favor de que se otorgasen nuevas pensiones y preferían diferentes formas de mercedes. En 1623, el conde de Oñate proponía en lugar de pensiones que Felipe IV gratifica- ra a sus clientes por medio de regalos o recompensas financieras de una sola vez, porque los nobles centroeuropeos los estimaban más y estos premios no afectaban tanto al presupuesto de la embajada 120. Parece que Pedro de Toledo y otros miembros del Consejo de Estado sostuvieron una opinión idéntica 121. A princi- pios de los años treinta se impuso en Madrid hasta la idea de desterrar este me- dio “tan costoso y poco útil” 122. En las postrimerías de los años veinte, la situación de las pensiones atrasa- das resultó insostenible. Por esta causa Felipe IV ordenó a sus embajadores que le señalaran aquellos pensionarios cuyos servicios resultaran indispensables para la

pidiendo en Madrid sus herederos, como indica B. BAĎURA: “Los intereses económicos de los Dietrichstein...”, op. cit., pp. 47-93, aquí sobre todo 85-93. 118 AGS, E, leg. 2510, s/f (Praga, 4-3-1628): El Marqués de Aytona al rey Felipe IV. Conf. también Ibidem, leg. 2328, ff. 31-33 (Madrid, 18-7-1626): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 119 AGS, E, leg. 2328, f. 251 (Madrid, 17-10-1628): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 120 AGS, E, leg. 2507, f. 418 (Ratisbona, 22-2-1623): El Conde de Oñate al rey Felipe IV. Véase también Ibidem, leg. 711, f. 148 (Madrid, 28-6-1618): El Consejo de Estado al rey Felipe III. 121 AGS, E, leg. 2328, ff. 31-33 (Madrid, 18-7-1626): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 122 AGS, E, leg. 2332, f. 85 (Madrid, 20-12-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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Monarquía hispánica y las pensiones cuyo pago se podría suspender. Gracias a eso, sabemos qué opinaba el embajador español marqués de Aytona de las pensiones. En su informe, que envió en agosto de 1629 a Madrid, mostraba su desacuerdo con las medidas promovidas por la corte real. Según el embajador, el monarca español debería cumplir con todas sus obligaciones hacia los pensionarios centroeuropeos porque cualquier otro comportamiento podría perjudicar su reputación 123. A la vez, Aytona se negó a determinar a qué pensionarios era preciso gratifi- car y a quiénes se podría privar de su renta; defendía el concepto de que “en al- gunas ocasiones conviene más tener pagados a unos y en otras a otros según las negociaciones y las personas que tienen mano en ellas”. Por esta causa, no era posible estipular una regla común. Para apoyar su tesis, Aytona mencionó dos acontecimientos presentes: mientras que para los negocios de Mantua y Monfe- rrato necesitaba la ayuda de los consejeros del emperador, para la ocasión de la dieta imperial contaba con la asistencia de los electores de Maguncia y de Colo- nia. El embajador además advirtió al rey que todos los pensionarios, ya fueran los príncipes imperiales, ministros del emperador o simples clientes, merecían una satisfacción por sus servicios. Sin embargo, ya que sabía que la apretada si- tuación financiera de la corona impedía a Felipe IV pagar a todos los pensiona- rios, le solicitó al rey que se dejara en manos del embajador la distribución de pensiones. Aunque hay que considerar legítimos los argumentos de Aytona, se nota claramente el esfuerzo del diplomático para evitar la transferencia de com- petencias de decisión de la embajada al nivel de la corte madrileña 124. Los problemas derivados de los pagos de las pensiones tampoco quedaron ocultos para los nobles centroeuropeos. Mientras que, en la época de Felipe II y Felipe III, tanto los cortesanos del emperador como los soberanos imperiales estimaban las pensiones concedidas por el rey español como señal de su grati- tud por los servicios prestados a la Corona, durante el reinado de Felipe IV se hace notar cierta devaluación de esta merced 125. El descrédito de las pensiones

123 AGS, E, leg. 2329, f. 127 (Viena, 29-8-1629): El marqués de Aytona al rey Felipe IV. 124 Ibidem. 125 Sobre la estimación de las pensiones españolas en el ambiente centroeuropeo durante el reinado de Felipe II y Felipe III habla F. EDELMAYER: Söldner und Pensionäre..., op. cit.; P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, op. cit. Todavía en el año 1618 el conde de Oñate disuadía al rey del propósito de conceder la pensión al barón de Mollart diciendo que en tal caso la pretenderían todos los demás ministros del emperador. AGS, E, leg. 711, f. 148 (Madrid, 28-6-1618): El Consejo de Estado al rey Felipe III.

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fue tan evidente que el arzobispo de Maguncia, Georg Friedrich von Greiffen- clau (1626-1629), se negó a solicitar al rey la renta que tenía su antecesor 126. El arzobispo de Maguncia no fue el único: otros clientes del soberano español, co- mo por ejemplo el valido del emperador Fernando II, Hans Ulrich von Eggen- berg, rechazaron las pensiones y pidieron al rey que les otorgara otro tipo de mercedes 127.

La Orden del Toisón de Oro

La remuneración más deseada por los clientes centroeuropeos del Rey Ca- tólico seguía siendo la orden del Toisón de Oro. Su atractivo se basaba en repre- sentar a la comunidad más prestigiosa de las dos monarquías de los Habsburgo. A diferencia de las demás órdenes, como eran las de Alcántara, Calatrava o San- tiago, la pertenencia a la Orden del Toisón de Oro se limitó, durante todo el tiempo de su existencia, no solo religiosa y políticamente (es decir, a la esfera de poder católica y española), sino también socialmente. Según sus estatutos, en la orden solo podían entrar aquellos nobles pertenecientes a la verdadera élite de la aristocracia europea 128. En el lenguaje simbólico de la corte imperial el collar con el vellón represen- taba un signo de grandeza, poder y lealtad a la casa de Austria. La exclusividad de los caballeros de la orden se reflejaba en la vida cotidiana de la corte, donde los nobles galardonados con el collar disfrutaban de una serie de ventajas socia- les. Ellos, junto con los embajadores extranjeros y los consejeros secretos, ocu- paban los puestos más altos de la jerarquía de la corte y acompañaban al emperador en las ceremonias públicas y en sus momentos de recreo 129. En la

126 AGS, E, leg. 2329, f. 127 (Viena, 29-8-1629): El Marqués de Aytona al rey Felipe IV. 127 AGS, E, leg. 2332, f. 85 (Madrid, 20-12-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 128 Véase el estatuto de la orden publicado en J. ROMERO DE JUSEU Y LERROUX, MARQUÉS DE CÁRDENAS: El Toisón de Oro. Orden dinástica de los duques de Borgoña, Madrid 1960, pp. 53-103. Sobre la Orden del Toisón en general A. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA (ed.): La insigne Orden del Toisón de Oro, Madrid 1996. La lista de los caballeros del Toisón está publicada en Ibidem, pp. 145-460; L’ordre illustre de la Toison d’or, Chancellerie. Liste nominale des chevaliers d’ordre. Depuis son institution jusqu’à nos jours, Paris 1904. 129 M. HENGERER: Kaiserhof und Adel..., op. cit., pp. 573-577; P. MAREK: “Ceremoniál jako zrcadlo hierarchického uspořádání císařského dvora Ferdinanda II.”, en V. BŮŽEK y P. K RÁL (eds.): Šlechta v habsburské monarchii..., op. cit., pp. 371-396.

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época de la Guerra de los Treinta Años, cuando la sociedad noble del imperio de los Habsburgo sufrió muchos cambios, la membresía en la orden del Toisón sirvió a los aristócratas para mantener su superioridad respecto a las personas recientemente elevadas al estamento noble 130. El prestigio que aseguraba en Viena la posesión de la Orden del Toisón de Oro se debía también a la deliberada limitación del número de personas agracia- das. A pesar de las intenciones de Felipe IV de elevar el número de caballeros del Toisón de Oro, este seguía fijado firmemente desde 1516 en 51 aristócratas 131. De los toisones galardonados durante los reinados de Felipe II y de Felipe III, solo una pequeña parte recayó sobre nobles que sirvieran al emperador 132. El embajador español Baltasar de Zúñiga exhortaba en 1616 desde la corte imperial a un tratamiento más austero de esos favores. Temía que la voluntad excesiva de Felipe III de otorgarlos pudiera conducir incluso a la falta de respeto a la Orden por parte de los nobles centroeuropeos. Pensaba que era mucho más útil limitar estas condecoraciones a los hombres más destacados, “personas muy califica- das”, y consultar previamente cada promesa de entrada en la Orden del Toisón con el embajador real en la corte imperial 133. Después de la muerte de Zúñiga, la cantidad de toisones concedidos a no- bles centroeuropeos experimentó un significativo aumento, en línea con la cre- ciente importancia de los países gobernados por los Habsburgo centroeuropeos

130 Sobre los cambios sucedidos en la jerarquía de la sociedad noble del imperio de los Habsburgo después del año 1620 véase P. MAŤA: “Aristokratisches Prestige und der böhmische Adel (1500-1700)”, Frühneuzeit Info 10 (Viena 1999), Heft 1, pp. 43-52; V. BŮŽEK y otros: Společnost českých zemí..., op. cit., pp. 75-101. 131 J. ROMERO DE JUSEU Y LERROUX, MARQUÉS DE CÁRDENAS: El Toisón de Oro..., op. cit., p. 54. En el 1628 Felipe IV pedía al papa de elevar el número de los caballeros del Toisón de los cincuenta actuales a los sesenta. Sin embargo, su petición no fue atendida (A. SPAGNOLETTI: Príncipi italiani e Spagna nell’età barocca, Milano 1996, p. 79). 132 De los 71 hombres introducidos a la Orden durante el gobierno de Felipe II en los años 1556-1598, solamente 12 personas procedieron del imperio centroeuropeo de la Casa de Austria. De este número, seis personas honradas pertenecieron a la familia gobernante, tres a la nobleza bohemia, dos a la nobleza austriaca y una a la húngara. Durante el gobierno de Felipe III en los años 1598-1621, se honró por la Orden a 62 nobles, 8 de ellos sirvieron al emperador cómo políticos o militares. A. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA (ed.): La insigne Orden del Toisón de Oro, op. cit., pp. 204-265. 133 AGS, E, leg. 2502, f. 164 (Praga, 18-2-1616): Baltasar de Zúñiga al Consejo de Estado.

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para la política imperial española en la época de la Guerra de los Treinta Años. Mientras que durante el reinado de Felipe III los toisones para los cortesanos o militares imperiales significaron alrededor de la octava parte de los vellones concedidos por el monarca español, durante el gobierno de su sucesor ya repre- sentaban un tercio 134. Este número incluso superó la cantidad de toisones con- cedidos a nobles de España, Italia o Flandes 135. Los acontecimientos probaron que los temores de Baltasar de Zúñiga habían sido fundados. Por culpa del aumento de collares concedidos a los nobles centro- europeos, tras la década de 1630 la orden del Toisón perdió para algunos parte de su atractivo. Esta carencia de autoridad de la orden se observa sobre todo en- tre los príncipes de los feudos imperiales, quienes o por cierta falta de prestigio de la orden o por razones políticas no mostraban tanto interés por entrar en la orden como en el pasado 136. No todas las personas introducidas en la orden del Toisón de Oro pertenecían a la red clientelar de los reyes españoles. Los Habsburgo centroeuropeos se diri- gían muchas veces al Rey Católico para pedir la concesión del collar a miembros de su corte o de su ejército. Ya que el emperador no disponía del derecho a otor- gar una condecoración de prestigio similar, las intercesiones que hacía ante el rey

134 Entre las 123 personas introducidas a la Orden durante el gobierno de Felipe IV figuraban 42 servidores imperiales. A. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA (ed.): La insigne Orden del Toisón de Oro, op. cit., pp. 204-265. 135 En 1642 había dieciocho Toisones vacantes. De los 32 collares ocupados trece recayeron sobre los nobles provenientes de los países hereditarios de los Habsburgo y del Sacro Imperio, diez sobre los italianos, cuatro sobre los flamencos, tres sobre los españoles y uno sobre el rey polaco Ladislao IV. AGS, E, leg. 2343, ff. 1-3 (Madrid, 27-7-1642): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; A. SPAGNOLETTI: Príncipi italiani e Spagna..., op. cit., p. 76. 136 En 1642 el Consejo de Estado formado por el cardenal de Borja, conde de Oñate, el duque de Villahermosa y el marqués de Castañeda ha mencionado la necesidad de restaurar la autoridad de la Orden del Toisón en Alemania. Para este fin ordenó al embajador conde de Ciruela que en acuerdo con el proverbio latín exempla trahunt procurara persuadir al príncipe Felipe Guillemo de Neuburg a pedir al rey la concesión de la Orden: “...pareció por voto común que para que se restaure en Alemania aquella estimación y autoridad en que por lo passado estuvieron los tusones y de allí se derive a las demás Provincias donde se suelen dar y vuelvan a desearlos los personajes grandes que solían a que aprovecharan mucho los exemplares será conveniente que el embajador de Vuestra Majestad en Alemania procure encaminar con destreza que el príncipe de Neuburg pida el Tusón o muestre inclinación a que Vuestra Majestad se le de”. Véase AGS, E, leg. 2343, ff. 1-3 (Madrid, 27-7-1642): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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español en favor de sus propios clientes representaban el modo más sencillo y económico de gratificarles por su lealtad 137. Sin embargo, a veces ni las reco- mendaciones del emperador o de la emperatriz fueron suficientes. Esta tesis la ilustran muy bien las peripecias que antes de obtener el Toisón de Oro tuvo que afrontar Maximilian von Dietrichstein, mayordomo mayor de la casa de la emperatriz Eleonora Gonzaga. El sobrino del cardenal Franz von Dietrichstein podía apoyar sus pretensiones tanto por los méritos de su familia, que se contaba entre los pilares de la política española en la Europa Central, co- mo por las intercesiones del emperador y de su mujer. Sobre todo Eleonora Gonzaga intercedió repetidamente en favor de Maximilian von Dietrichstein an- te los diplomáticos de Felipe IV en la corte imperial 138, y también dirigió cartas de recomendación al embajador imperial en la corte madrileña, Franz Christoph Khevenhüller. Para demostrar cuánto le importa que su solicitud fuera satisfecha, la emperatriz incluso escribió a Khevenhüller por su propia mano: Desde que estoy en esta embajada no me han escrito sus majestades de mano propia tantas veces ni tan apretadamente en ningún negocio como en este en que se ve las veras con que le desean..., como entonces señalaba el conde de Khevenhüller a propósito de la actuación de sus amos 139. A pesar de que la emperatriz envió a Madrid sus primeras recomendaciones en nombre de su mayordomo mayor en 1626, el noble no fue admitido en la

137 Las cartas de recomendación y otras fuentes que nos proporcionan información sobre las intervenciones del emperador o de su mujer en favor de los nobles centroeuropeos se encuentran depositadas en el fondo Secretaría de Estado del Archivo General de Simancas. Véase por ejemplo AGS, E, leg. 2506, ff. 70-73 (Viena, 6-8-1621): El conde de Oñate al rey Felipe IV, la intercesión del emperador Fernando II por Leonhard Helfried von Meggau; Ibidem, leg. 2329, f. 32 (Viena, 30-10-1628): El emperador Fernando II al rey Felipe IV, la intercesión en favor del general del ejército imperial Pappenheim; Ibidem, leg. 2343, f. 36 (Madrid, 19-7-1642): El Consejo de Estado al rey Felipe IV, sobre los Toisones para Wilhelm von Slavata y Ludwig von Dietrichstein; Ibidem, leg. 2362, f. 22 (Madrid, 15-12- 1654): El Consejo de Estado al rey Felipe IV, el emperador Fernando III intercede por Maximilian von Lamberg. 138 AGS, E, leg. 2332, f. 85 (Madrid, 20-12-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2329, f. 30 (s. l., s. f.): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2329, f. 31 (s. l., s. f.): El Conde de Khevenhüller a un destinatario desconocido. 139 AGS, E, leg. 2329, f. 30 (s. l., s. f.): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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Orden hasta ocho años después 140. Esta dilación fue causada por varios facto- res. Primero, hay que mencionar que Maximilian von Dietrichstein ya poseía el hábito de la orden de Calatrava y la ventajosa encomienda de la villa anda- luza de Cañaveral 141. Ya que la membresía en la Orden del Toisón era incom- patible con la posesión de una encomienda perteneciente a otra confraternidad, Felipe IV desaprobó la solicitud de Dietrichstein y le propuso que antes re- nunciara a su hábito de la orden de Calatrava 142. Sin embargo, Maximilian von Dietrichstein no quería prescindir de los ingresos que le generaba su enco- mienda de Cañaveral y trató de traspasarla a su hijo Franz Anton. Entre tanto, el emperador y la emperatriz pedían a Felipe IV que emitiera una real cedula en la cual prometiera a Dietrichstein el primer Toisón de Oro que vacase, por- que en caso contrario corría el riesgo de que Dietrichstein, privándose de la encomienda, quedara “sin señal que cuan criado y devoto es y han sido siempre los suyos” 143. No obstante, hay otros motivos que explican la poca voluntad de Felipe IV por acceder al deseo de Dietrichstein y de la pareja imperial, sobre todo la posi- ción antihispánica que adoptó la emperatriz durante la Guerra de Sucesión de Mantua. Es bien conocido que la intervención española en los asuntos de la fa- milia Gonzaga provocó un gran disgusto en la emperatriz. A partir de esos mo- mentos, las relaciones entre Eleonora Gonzaga y la rama española de los Austrias fueron muy tensas 144. La poca inclinación de los diplomáticos españoles hacia

140 AGS, E, leg. 2332, f. 85 (Madrid, 20-12-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; A. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA (ed.): La insigne Orden del Toisón de Oro, op. cit., pp. 237- 265, nº 389. 141 B. BAĎURA: “Los intereses económicos de los Dietrichstein...”, op. cit., pp. 55-56. 142 Según los estatutos los caballeros que pretendían el collar con el vellón tenían que renunciar a las demás condecoraciones profanas y sagradas. La única excepción eran los Emperadores, reyes y duques a los que se permitía disfrutar también de otras órdenes, dado que tenían las competencias para otorgarlas. Véase J. ROMERO DE JUSEU Y LERROUX, MARQUÉS DE CÁRDENAS: El Toisón de Oro..., op. cit., p. 54. 143 AGS, E, leg. 2329, f. 30 (s. l., s. f.): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 144 AGS, E, leg. 2333, ff. 79 y 80 (Madrid, 11-3-1632): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2333: El Consejo de Estado a 3 de agosto sobre lo que contienen las cartas de Jacques Bruneau y fray Diego de Quiroga para V. M. y el conde-duque d San Lúcar desde 28 de mayo hasta 22 de junio 1632; Ibidem, leg. 2329, f. 30 (s. l., s. f.): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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la emperatriz se manifestó asimismo en diciembre de 1631, cuando el Consejo de Estado español aprobó la pretensión de Maximilian von Dietrichstein. Según las instrucciones recibidas de Madrid, el embajador extraordinario Cesare Gon- zaga de Guastalla tuvo que avisar a Dietrichstein en secreto que esta merced la debía entender como un signo de la gratitud real por la afición de su linaje y no como resultado de las intercesiones de la emperatriz 145. El embajador del Rey Católico en la corte imperial seguía jugando un papel intermediario entre los pretendientes al Toisón de Oro y Felipe IV. No obstante, a partir de los años treinta del siglo XVII también intervinieron en este proceso otros diplomáticos españoles que actuaban en la Europa Central 146. Algunos nobles aprovechaban además sus contactos personales y dirigieron sus suplicas directamente a los exembajadores conde de Oñate o marqués de Castañeda, los cuales habían entrado en el Consejo de Estado tras su regreso a Madrid. Los diplomáticos españoles, igual que en la época anterior, justificaban sus interce- siones en favor de estos aristócratas centroeuropeos destacando la importancia de sus servicios a la Casa de Austria, su poder, su lealtad, su riqueza y ante todo su profunda religiosidad 147. Sin embargo, en ocasiones el apoyo que los embajadores prestaban a las pe- ticiones de nobles centroeuropeos fue más bien influido por motivos persona- les. Por ejemplo, el marqués de Castañeda desaprobó en 1642 la concesión del Toisón de Oro a Sigismund Ludwig von Dietrichstein; en la relación enviada a Madrid, advirtió que la influencia política de Dietrichstein no alcanzaba el ni- vel suficiente. En su lugar, propuso al Consejo de Estado que honrara con esta merced a WENZEL EUSEBIUS POPEL von Lobkowicz, destacando los servicios que habían prestado sus antepasados a la Corona española. No obstante, si con- sideramos la posición que ambos nobles consiguieron hasta ese momento en la corte imperial, así como la grandeza, lealtad y devoción de sus familias, resulta

145 AGS, E, leg. 2332, f. 85 (Madrid, 20-12-1631): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 146 Cuando, por ejemplo, en 1633 Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz pretendía el collar del Toisón de Oro pedía intercesión de tres diplomáticos reales: Antonio de Castro, el padre Diego de Quiroga y el senador Ottavio Villani. Lobkowiczký archiv, castillo de Nelahozeves, LRRA, D/166, f. 50-51 (Vratislavia, 1-4-1633): Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz a su madre Polixena von Lobkowicz. 147 AGS, E, leg. 2343, ff. 1-3 (Madrid, 27-7-1642): El Consejo de Estado al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2343, f. 36 (Madrid, 19-7-1642): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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claro que en nada diferían los valores de Lobkowicz y Dietrichstein. La única ventaja de Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz era la amistad que unía a su familia con el embajador marqués de Castañeda 148. A pesar de que la autoridad de los diplomáticos españoles en la corte impe- rial fue disminuyendo a partir de los años treinta, los embajadores seguían man- teniendo su posición tradicional en el proceso de concesión de la Orden del Toisón de Oro. Felipe IV y sus consejeros siempre pedían su parecer al emba- jador antes de aprobar las solicitudes de los pretendientes al Toisón; esto suce- día incluso cuando disponían de cartas de recomendación del emperador 149. Por otra parte, a veces ni la opinión positiva del embajador español en la corte imperial fue suficiente, pues también debían estar de acuerdo el emperador y su valido. Los embajadores españoles tenían que averiguar en secreto qué deseaba el emperador en esta materia, y además consultar la misma problemática con el príncipe Hans Ulrich von Eggenberg o más tarde con el conde Maximilian von Trauttmannsdorf 150. El embajador no solo podía expresarse acerca de las pretensiones del Toisón de Oro, sino también desarrollar su propia iniciativa y proponer a las personas que a su juicio merecerían esta dignidad. Sin embargo, también en estos casos

148 Sigismund von Dietrichstein hasta aquel tiempo incluso alcanzó mayor reconocimiento de parte del emperador porque fue miembro del Consejo Secreto. Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz por lo contrario hacía la carrera militar y en 1637 entró en el Consejo de Guerra. Véanse sus biografías publicadas en H. F. SCHWARZ: The Imperial Privy Council..., op. cit., pp. 226 y 289-290. Sin embargo, se sabe que el marqués de Castañeda mantenía relaciones de amistad con la madre de Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz, Polixena. Véase por ejemplo Lobkowiczký archiv, castillo de Nelahozeves, LRRA, B/233, ff. 98-99, el marqués de Castañeda a Polixena von Lobkowicz. 149 Véase por ejemplo: AGS, E, leg. 2345, s/f (Viena, 18-11-1643): El Marqués de Castel Rodrigo al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2355, ff. 57-59 (Madrid, 10-2-1650): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. 150 En 1632, por ejemplo, Hans Ulrich von Eggenberg, el valido del emperador Fernando II, desaprobó la concesión del Toisón de Oro a Maximilian von Trauttmannsdorf. Véase AGS, E, leg. 2333, El Consejo de Estado a 3 de agosto sobre lo que contienen las cartas de Jacques Bruneau y fray Diego de Quiroga para V. M. y el conde-duque d San Lúcar desde 28 de mayo hasta 22 de junio 1632. Por el contrario, unos años más tarde, en la época de Fernando III, los españoles antes de conceder el Toisón de Oro a algún ministro imperial pedían el consejo y recomendación de Maximilian von Trauttmannsdorf. AGS, E, leg. 2345, s/f (Viena, 18-11-1643): El Marqués de Castel Rodrigo al rey Felipe IV; Ibidem, leg. 2355, ff. 57-59 (Madrid, 10-2-1650): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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el rey requería una solicitud escrita de mano del aspirante. Según escribió Bal- tasar de Zúñiga en 1621, había “particular estilo en la orden del Tusson de no darle sin que le pidan” 151. Es probable que esta costumbre fuera introducida en la orden para evitar que las personas honradas con el Toisón de Oro recha- zaran esta merced, lo cual podía suceder sobre todo en el caso de quienes ya po- seían o pretendían una encomienda de órdenes militares 152. En la corte imperial, muy pocas personas no admitieron el toisón. Por el contrario, el prestigio de la orden fue tan notorio que el número de pretendien- tes casi siempre superaba el de toisones vacantes. Los nobles que pedían el co- llar del vellón podían hacerlo o en secreto, mediante negociaciones privadas con el embajador u otro diplomático del Rey Católico, o públicamente. Al segundo modo recurrían sobre todo las personas de gran reputación, que podían contar con la intercesión del emperador y por lo tanto presuponían una respuesta afir- mativa. El noble que decidiese descubrir sus aspiraciones se ponía en riesgo de que la negativa de Felipe IV perjudicara su fama. Por otra parte, la pretensión pública representaba una forma de presión sobre el Rey Católico porque no cumplir las esperanzas de su cliente podía influir negativamente en la actitud de los nobles centroeuropeos frente a España y su política imperial 153. Los nobles que pretendían la orden del Toisón habitualmente tenían que lan- zar una iniciativa propia. Esta consistía en negociaciones con diplomáticos reales u otras personas que pudiesen apoyar su solicitud y en la búsqueda de las infor- maciones necesarias. Una de las condiciones inevitables para que la pretensión tuviera éxito era entregar un memorial a su debido tiempo. Como el número de

151 AGS, E, leg. 2506, f. 73, la relación de Baltasar de Zúñiga acerca de la concesión de la orden del Toisón para Leonardo Helfrido de Meggau y Carlos de Lichtenstein en respuesta a la carta del conde de Oñate redactada en Viena el 6 de agosto de 1621. 152 Así fue por ejemplo en el caso del mayordomo mayor de la corte del rey de Bohemia y de Hungría Fernando Ernesto, Christoph Simon von Thun el cual desempeñaba el cargo del prior de los caballeros de San Juan en Hungría. AGS, E, leg. 2333, El Consejo de Estado a 3 de agosto sobre lo que contienen las cartas de Jacques Bruneau y fray Diego de Quiroga para V. M. y el conde-duque d San Lúcar desde 28 de mayo hasta 22 de junio 1632. Más informaciones sobre Thun proporciona H. F. SCHWARZ: The Imperial Privy Council..., op. cit., pp. 368-369. En 1642 rechazó el Toisón el príncipe Felipe Guillermo de Neuburg. AGS, E, leg. 2343, ff. 1-3 (Madrid, 27-7-1642): El Consejo de Estado al rey Felipe IV. Véase también el ejemplo de Ludovico Poderico mencionado en el libro de A. SPAGNOLETTI: Príncipi italiani e Spagna..., op. cit., p. 73. 153 AGS, E, leg. 2329, f. 30 (s. l., s. f.): El Consejo de Estado al rey Felipe IV.

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caballeros de la orden del Toisón era fijo, el pretendiente tenía que conocer la can- tidad de caballeros vivientes, su nacionalidad y saber si había perspectiva de un deceso próximo. Aunque los estatutos de la orden no codificaban la representa- ción asignada a cada región de Europa, era frecuente que el collar que vacase fue- ra concedido a un noble de la misma procedencia que el finado 154. Por la misma causa, los embajadores españoles en la corte imperial dedicaban gran atención al estado de salud de los caballeros del Toisón de Oro centroeuropeos y en el caso de su muerte avisaban al Rey Católico 155. Aunque los estatutos de la orden obligaban a las familias de los caballeros a restituir el collar después de la muerte de su titular, los herederos del difunto tra- taban de conservar el toisón para sí o sus parientes. La muerte del caballero y la consecuente pérdida del vellón de oro se consideraba en la familia como un evi- dente descenso en la jerarquía social de la elite nobiliaria. Los hijos de los caba- lleros del Toisón de Oro, por lo tanto, hacían todo lo posible para imitar a sus antecesores y restituir a su familia en el prestigio anterior 156. Así, Wenzel Euse- bius Popel von Lobkowicz pretendió el collar solo cinco años después de la muer- te de su padre. Por aquel entonces, el hijo del Gran Canciller de Bohemia apenas tenía veinticuatro años y se encontraba al comienzo de su carrera. La petición que dirigió en 1633 a la corte real de Madrid se basaba solo en los méritos de su pa- dre y en la intercesión de los diplomáticos españoles Antonio de Castro, el padre Diego de Quiroga y el senador Ottavio Villani, a los cuales unían lazos de amistad con la madre del joven, Polixena von Lobkowicz, nacida de Pernstein 157. A pesar de las conexiones de la viuda del Gran Canciller, la atrevida solicitud de su hijo no fue aceptada. Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz tuvo que es- perar más de diez años para entrar en la Orden del Toisón de Oro. Su desiderá- tum fue atendido el 16 de mayo de 1644 y desde aquel momento el collar con el

154 Véase A. SPAGNOLETTI: Príncipi italiani e Spagna..., op. cit., p. 76. 155 “En poco tiempo han vacado quatro collares de la insigne orden del tusón haviendo muerto el conde de Tiefenbach, el conde de Dietrichstein, el de Loxenstein, a quien VMd. ha hecho últimamente esta merced y agora el conde Paulo Palfi que era palatino del Reyno de Ungría de que me ha parecido dar cuenta a VMd” escribió en 1653 el Marqués de Castel Rodrigo. AGS, E, leg. 2362, f. 5 (Viena, 17-12-1653): El Marqués de Castel Rodrigo al rey Felipe IV. 156 A. SPAGNOLETTI: Príncipi italiani e Spagna..., op. cit., pp. 74-75. 157 Lobkowiczký archiv, castillo de Nelahozeves, LRRA, D/166, ff. 50-51 (Wroclaw, 1- 4-1633): Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz a su madre Polixena.

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vellón apareció con cierta regularidad en la familia Lobkowicz. En 1698 fue nom- brado el hijo de Wenzel Eusebius, Ferdinand August Leopold, en 1731 el hijo de este, Philipp Hyacinth Wilhelm, en 1738 su hermano Johann Georg Christian, etc. La orden ornó los pechos de los miembros del linaje Popel von Lobkowicz continuamente hasta el siglo XX. Podemos suponer que todo cabeza del linaje pretendiese el Toisón de Oro con la misma vehemencia que el hijo del Gran Can- ciller, Wenzel Eusebius, en el siglo XVII porque se esperaba que imitaran a sus an- tepasados. El no cumplir con esta condición, por el contrario, significaba una mancha en el prestigio del noble y de toda la casa de Lobkowicz 158. El mismo fenómeno se observaba en otras familias nobles centroeuropeas, co- mo los Dietrichstein, Schwarzenberg, Wallenstein o Harrach. Aunque el toisón nunca fue hereditario, muy a menudo sucedía que unos años después de la muer- te de su portador fueran condecorados con la misma insignia su hijo u otro pa- riente 159. Aunque los servicios prestados a la casa de Austria seguían siendo el criterio principal que decidía la introducción del noble en la orden del Toisón de Oro, a veces importaba además su pertenencia a una familia que tradicionalmen- te formaba parte de la red clientelar hispánica. Así fue en los mencionados casos de Wenzel Eusebius von Lobkowicz y Sigismund von Dietrichstein, los cuales fueron introducidos en la orden poco después de haber entrado en los consejos del emperador. Como hasta aquel momento apenas se habían destacado en favor de la Monarquía hispánica, la decisión de Felipe IV de concederles esta merced hay que entenderla como muestra de su agradecimiento por los servicios que los

158 La lista de los caballeros del Toisón provenientes de la familia Lobkowicz proporciona F. LOBKOWICZ, “Zlaté rouno v Čechách”, Heraldika a genealogie 24 (Praha 1991, suplemento). Sobre la importancia de la memoria del linaje en la casa de Lobkowicz P. M AREK: “Úloha rodové paměti v životě prvních lobkovických knížat”, en V. BŮŽEK y P. KRÁL (eds.): Paměť urozenosti, Praha 2007, pp. 134-157. 159 Véase por ejemplo los casos de Hans Ulrich von Eggenberg (nombrado caballero del Toisón en 1620, murió en 1634) y su hijo Johann Anton (entró en la comunidad de los caballeros del Toisón de Oro en 1644); Albert von Wallenstein (condecorado en 1628, murió 1634); su tío Adam von Wallenstein (condecorado 1631, murió 1638) y su hijo Maximilian Adam (condecorado 1655); Paul Sixt von Trautson (condecorado en 1612, murió en 1620) y su hijo Johann Franz (condecorado en 1646); Francesco Caretto marqués de Grana (condecorado en 1644, murió 1651) y su hijo Fernando Caretto (condecorado en 1651); Georg Adam Borzita von Martiniz (condecorado en 1647, murió en 1651) y su hermano Bernhard Ignaz (condecorado en 1657). Véase la lista de los caballeros publicada en A. CEBALLOS-ESCALERA Y GILA (ed.): La insigne Orden del Toisón de Oro, op. cit., pp. 145-460.

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antepasados de ambos jóvenes le habían prestado. Además, mediante esta merced el Rey Católico trataba asimismo de vincular a ambos caballeros a su red de clien- tes. Tanto Felipe IV como otros reyes españoles esperaban que los hijos de sus clientes continuaran la herencia de sus predecesores y propagaran con el mismo fervor la política que en Viena desarrollaban sus embajadores 160. Como los des- cendientes de cortesanos en posiciones elevadas solían seguir las huellas de sus padres y muchos de ellos comenzaron carreras exitosas en la corte imperial, esa estrategia aseguraba a los soberanos españoles una influencia permanente sobre los acontecimientos en el imperio de los Habsburgo centroeuropeos 161.

Las Órdenes militares

Felipe IV podía gratificar a los nobles pertenecientes a su red clientelar tam- bién por medio del hábito de una de las órdenes militares españolas. Se tomaban en consideración ante todo las de Alcántara, Calatrava y Santiago 162. Los hábi- tos de órdenes militares representaban, al igual que el toisón, un signo distintivo de nobleza y proporcionaban a su portador un gran prestigio y exclusividad.

160 NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, leg. 2, s/f (Praga, 12-11-1616): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III. 161 Véase por ejemplo las propias carreras de Sigismund von Dietrichstein y Wenzel Eusebius Popel von Lobkowicz. B. BAĎURA: “La casa de Dietrichstein y España”, op. cit.; R. SMÍŠEK: Císařský dvůr a dvorská kariéra Ditrichštejnů a Schwarzenberků za vlády Leopolda I., České Budějovice 2009; A. WOLF: Fürst Wenzel Lobkowitz, erster geheimer Rath Kaiser Leopold’s I. 1609-1677. Sein Leben und Wirken, Wien 1869. 162 Sobre la historia de las órdenes mencionadas en la Edad Moderna, véase E. POSTIGO CASTELLANOS: Honor y privilegio en la Corona de Castilla: El consejo de las Órdenes y los caballeros de hábito en el siglo XVII, Valladolid 1988; E. POSTIGO CASTELLANOS: “Las tres ilustres órdenes y religiosas caballerías instituidas por los reyes de Castilla y León: Santiago, Calatrava y Alcántara”, Studia Historica. Historia Moderna 24 (Salamanca 2002), pp. 55-72; F. F ERNÁNDEZ IZQUIERDO: La Orden militar de Calatrava en el siglo XVI. Infraestructura institucional. Sociología y prosopografía de sus caballeros, Madrid 1994 (= Biblioteca de Historia 15); J. I. RUIZ RODRÍGUEZ: Las Órdenes Militares Castellanas en la Edad Moderna, Madrid 2001. Sobre la pertenencia de los nobles centroeuropeos a las órdenes religiosas militares españolas, F. EDELMAYER: “Los extranjeros en las Órdenes Militares”, Torre de los Lujanes 49 (Madrid 2003), pp. 177-186; A. MUR Y RAURELL: “Austríacos en las Órdenes Militares españolas en el siglo XVI”, en W. KRÖMER (ed.): Spanien und Österreich in der Renaissance..., op. cit., pp. 81-95, aquí ante todo pp. 90-94 y sobre todo A. MUR Y RAURELL: “La mancha roja” y “La montaña blanca”. Las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara en Centroeuropa antes y después de 1620 (s. XVI-XVII), Praga 2018, en prensa.

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Durante el Renacimiento, las órdenes militares habían dejado de desempeñar su función guerrera y se dedicaron sobre todo a la social, la conservación de la no- bleza 163. Un noble que solicitase un homenaje parecido tenía que probar la an- tigüedad de su familia, la pureza de su sangre, su legitimidad y catolicismo profundo. Al mismo tiempo, ni él ni sus antepasados podían haberse dedicado al comercio u otras ocupaciones que se consideraban incompatibles con su estado de nobleza 164. En el transcurso de los siglos XVI y XVII, estas reglas estrictas se adaptaron a las necesidades de la Corona y en las órdenes se introdujeron algu- nos hombres que no cumplían todos los requisitos establecidos 165. La Corona te- nía la intención de establecer un mayor control sobre las órdenes militares, así que en el siglo XVII apenas convocó su órgano legislativo. Se celebraron solamen- te dos Capítulos Generales, en 1600 y 1652. La vida de las órdenes, por lo tanto, fue dirigida casi con exclusividad por el Consejo de Órdenes 166. En la época de Felipe IV se puede notar también un brusco incremento del número de mercedes concedidas, y ya solo en 1621-1627 se superaron las con- cesiones de las dos décadas precedentes. Este aumento se debió al esfuerzo rea- lizado por Olivares para sustituir las compensaciones financieras por honores. En un momento en que los premios monetarios eran inviables, la Corona deci- dió recompensar los servicios de sus clientes por medio de condecoraciones, e incluso entregar estas a cambio de dinero 167.

163 A. MUR Y RAURELL: “Austríacos en las Órdenes Militares españolas...”, op. cit., p. 82. 164 E. POSTIGO CASTELLANOS: “Las tres ilustres órdenes y religiosas caballerías...”, op. cit., p. 70. Véase también por ejemplo el protocolo interrogatorio que se realizó en 1628 antes de la aceptación de Adam Ulrich Popel von Lobkowicz a la Orden de Santiago (AHN, OO.MM., Caballeros-Santiago, exp. 6594). 165 Comp. los casos de Wolf Rumpf von Wielross, Zdenk Novohradský von Kolowrat o Markvart Fugger. F. EDELMAYER: “Los extranjeros en las Órdenes Militares”, op. cit.; F. EDELMAYER: “Wolf Rumpf de Wielross y la España de Felipe II y Felipe III”, Revista Pedrables 16 (Barcelona 1996), pp. 133-163; NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 1, s/f (Praga, 25-10-1608): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, cartón 1, s/f (Praga, 14- 5-1609): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; Ibidem, cartón 1, s/f (Praga, 25-7-1609): Baltasar de Zúñiga al rey Felipe III; V. VIGNAU y F. R. DE UHAGÓN: Índice de pruebas de los caballeros que han vestido el hábito de Santiago desde el año 1501 hasta la fecha, Madrid 1901, p. 83. 166 E. POSTIGO CASTELLANOS: Honor y privilegio en la Corona de Castilla..., op. cit., pp. 51-52. 167 Ibidem, pp. 113-114. En el 1628 Felipe IV tenía incluso la intención de elevar el número de los caballeros del Toisón de los cincuenta actuales a los sesenta. Sin embargo, la

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Felipe IV despachó más de 5.000 hábitos a lo largo de los 44 años de su reina- do. Sin embargo, solo una pequeña parte de ellos recayó sobre extranjeros, y pa- ra la mayoría de los nobles forasteros seguía siendo muy difícil alcanzar esta merced 168. La falta de relaciones completas hace imposible la cuantificación exacta de los caballeros de las órdenes militares provenientes de Europa Central. Según ha mostrado recientemente Ana Mur y Raurell, la presencia de caballeros centroeuropeos en las órdenes militares no era un fenómeno tan insignificante co- mo se consideraba en la literatura anterior 169. La autora ha logrado reunir datos sobre unos 112 caballeros de este origen que vistieron los hábitos de alguna de las órdenes militares castellanas en el período 1516-1705. Sin embargo, es indudable que esta cantidad no alcanzó la suma de los caballeros italianos y flamencos 170. La mayoría de nobles centroeuropeos que eran miembros de órdenes milita- res vistió el hábito de Santiago. En la época de Felipe IV fueron introducidos en esta orden por ejemplo Peter Karl Novohradský von Kolowrat, Julius von Mörsperg, Franz Beřkovský von Šebířov, Peter Beřkovský von Šebířov, Georg Adam Borzita von Martiniz, Ulrich Popel von Lobkowicz, Joachim Ulrich Sla- vata von Chlum und Koschumberg o Johann Friedrich von Trauttmannsdorf 171. Esta preferencia de la nobleza centroeuropea por la Orden de Santiago se corres- pondía con las tendencias generales observables en otras partes de Europa. La Orden de Santiago era la de más prestigio en el exterior y por lo tanto casi todos los extranjeros que pretendían un hábito aspiraban a ella 172. Sin embargo, la

petición que sobre este asunto presentó al papa no fue atendida (A. SPAGNOLETTI, Príncipi italiani e Spagna..., op. cit., p. 79). 168 A. MUR Y RAURELL: “Austríacos en las Órdenes Militares españolas...”, op. cit., p. 81; A. MUR Y RAURELL: “Relaciones europeas de las Órdenes Militares Hispánicas durante el siglo XIV”, en K. HERBERS y N. JASPERS (eds.): „Das kommt mir spanisch vor“ – Eigenes und Fremdes in den deutsch-spanischen Beziehungen des späten Mittelalters, Münster 2004, pp. 135- 184 (= Geschichte und Kultur der Iberischen Welt 1). 169 Según las investigaciones de Elena Postigo vistieron durante el reinado de Felipe IV los hábitos de las órdenes militares españolas solamente once nobles “alemanes” (E. POSTIGO CASTELLANOS: Honor y privilegio en la Corona de Castilla..., op. cit., pp. 196-206). 170 A. MUR Y RAURELL: “La mancha roja” y “La montaña blanca”…, op. cit. 171 Ibidem. 172 E. POSTIGO CASTELLANOS: Honor y privilegio en la Corona de Castilla..., op. cit., pp. 194-195.

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primacía de la Orden de Santiago estaba relacionada también con que se caracte- rizase por una menor rigidez en los requisitos de inclusión, lo que permitió la en- trada de individuos que no fueran admitidos en las otras órdenes. La de Santiago fue, por lo tanto, la más heterogénea y numerosa entre las tres órdenes mencio- nadas. De los 5000 hábitos concedidos por Felipe IV, más de la mitad correspon- dió a Santiago, mientras que el resto se repartió casi por igual entre Alcántara y Calatrava. Finalmente, hay que mencionar que la Orden de Santiago disponía de la mayor cantidad de encomiendas y dignidades, lo cual aumentaba las esperan- zas de sus miembros de calificación y beneficios económicos 173. Un número mucho menor de caballeros centroeuropeos eligió la orden de Calatrava. Se trataba por ejemplo de Ulrich Franz Libsteinský von Kolowrat o los representantes de la familia Dietrichstein, los cuales habían vestido el hábi- to de Calatrava ya desde los años sesenta del siglo XVI al ser introducido en es- ta orden el embajador imperial en la corte madrileña Adam von Dietrichstein. En 1569, Adam fue honrado con la encomienda aragonesa de Alcañiz, que per- maneció en manos de la familia solo hasta su muerte en 1590. Sin embargo, ya en 1597 o 1598 el hijo de Adam, Maximilian von Dietrichstein, conde de Lico- va, alcanzó la encomienda andaluza de Cañaveral, que era todavía más rentable que la primera y de cuyos rendimientos gozó la familia Dietrichstein durante las tres generaciones siguientes 174. El título de comendador elevaba a los Dietrichstein respecto al resto de caba- lleros provenientes de la nobleza centroeuropea. Esta dignidad era utilizada como una diferenciación social y por lo tanto se limitó a los servidores más importantes e ilustres 175. El número de encomiendas fue bastante limitado y de ninguna ma- nera se correspondió con la inflación de hábitos religiosos que se produjo en el si- glo XVII 176. Mientras que a finales del gobierno de Felipe II cada caballero de la

173 E. POSTIGO CASTELLANOS: Honor y privilegio en la Corona de Castilla..., op. cit., pp. 189-201. 174 B. BAĎURA: “Los intereses económicos de los Dietrichstein...”, op. cit., pp. 47-93. 175 E. POSTIGO CASTELLANOS: “Las tres ilustres órdenes y religiosas caballerías...”, op. cit., p. 60. 176 A principios del siglo XVII, la Orden de Santiago disponía de 94 encomiendas, cuyo precio total era 308.889 ducados, la Orden de Calatrava poseía 51 encomiendas en el precio de 135.000 ducados, y la Orden de Alcántara tenía 38 encomiendas en el precio de 118.248 ducados (E. POSTIGO CASTELLANOS: “Las tres ilustres órdenes y religiosas caballerías...”,

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Orden de Calatrava pudo disfrutar de una encomienda, durante el reinado de sus sucesores casi todas estas jurisdicciones quedaron reservadas para los miembros más poderosos de la corte de Madrid y otros servidores importantes de la Corona 177. Este hecho se reflejó también en la comunidad de caballeros centroeuropeos de las órdenes militares españolas. Mientras que en la segunda mitad del siglo XVI las encomiendas se otorgaron, por ejemplo, al mencionado Adam von Die- trichstein, Wolf Rumpf von Wielross, o Georg Pruskovský von Pruskov 178,la mayoría de los señalados durante el gobierno de Felipe III y Felipe IV tuvieron que conformarse solo con los hábitos religiosos. Hasta parece que en la época de Felipe IV solo gozaron de esta merced aquellos que la “heredaron” de sus antepasados 179. Según corrobora el caso de otros nobles, se podía notar cierta continuidad en la posesión de los hábitos. El camarero mayor de la corte imperial Ulrich Deside- rius Pruskovský von Pruskov entró en 1614 en la orden de Santiago imitando a su padre Georg. En 1633 fue introducido en la orden de Santiago Peter Karl No- vohradský von Kolowrat, hijo de Zdenk Novohradský von Kolowrat, el cual po- seía el mismo hábito desde 1611. Los lazos de consanguinidad unían también a Peter y Franz Beřkovský von Šebířov, ambos caballeros de Santiago 180. No solo en

op. cit., p. 69). Sobre el crecimiento grande del número de los caballeros religiosos, que se produjo en el siglo XVII, por ejemplo F. FERNÁNDEZ IZQUIERDO: “¿Qué era ser caballero de una Orden Militar en los siglos XVI y XVII?”, Torre de los Lujanes 49 (Madrid 2003), pp. 141- 165, aquí p. 152. 177 F. F ERNÁNDEZ IZQUIERDO: “¿Qué era ser caballero...”, op. cit., p. 153. 178 Sobre los Dietrichstein p. ej. B. BAĎURA: “La casa de Dietrichstein y España”, op. cit.; F. E DELMAYER: “Honor y dinero...”, op. cit., pp. 89-116. Las circunstancias del nombramiento de Rumpf para la Orden de Santiago las proporciona F. EDELMAYER: “Wolf Rumpf de Wielross...”, op. cit.; Pruskovský von Pruskov está mencionado por A. MUR Y RAURELL: “Austríacos en las Órdenes Militares españolas...”, op. cit., pp. 90-94. Conf. también AGS, E, leg. 2500, f. 102 (Bruselas, 14-2-1614): Ambrosius Spinola al rey Felipe III. 179 La posesión de una encomienda se ha comprobado solamente en el caso de Maximilian von Dietrichstein y de sus descendientes. Este caso está detalladamente analizado por B. BAĎURA: “Los intereses económicos de los Dietrichstein...”, op. cit. 180 Parto de la lista de protocolos publicados en el trabajo de V. VIGNAU y F. R. DE UHAGÓN: Índice de pruebas de los caballeros..., op. cit. Además, he completado los datos obtenidos de este libro con mis conclusiones del estudio de los informes de los embajadores

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estos casos fueron introducidos en la orden nobles que apenas habían empezado su carrera política, pues a muchos otros también les ayudaron los servicios que sus antepasados habían prestado a la Corona o las intercesiones de algún cliente especialmente benemérito. Gracias a las instancias del príncipe de Eggenberg fue honrado con el hábito de Santiago su yerno Julius von Mörsperg. Por otra parte, dos gobernadores de Bohemia, Wilhelm Slavata von Chlum und Kos- chumberg y Jaroslav Borzita von Martinitz, que se hicieron famosos como víc- timas de la segunda defenestración praguense, sin duda ayudaron para que obtuvieran el hábito santiaguista sus respectivos hijos, Joachim Slavata von Chlum und Koschumberg y Georg Adam Borzita von Martiniz 181.

CONCLUSIONES

En los primeros años del reinado de Felipe IV todavía pervivía el sistema de implementación de la política española en la Europa Central instaurado por la emperatriz María y el embajador Guillén de San Clemente en el siglo XVI. Los diplomáticos españoles que en aquel tiempo actuaban en la corte vienesa con- taban con una extraordinaria libertad para aplicar y adaptar las instrucciones generales que recibían desde Madrid. Después de la muerte de Baltasar de Zú- ñiga en 1622 fue sobre todo el embajador Íñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate, quien definió el rumbo de la política española en Europa Central. Su há- bil actuación diplomática se basaba en la estrecha colaboración con el valido del emperador, Hans Ulrich von Eggenberg y otros nobles que pertenecían a la red clientelar del Rey Católico. Gracias a la ayuda de estos hombres, el embajador español influía notablemente en la política del emperador Fernando II. En su lugar de actuación, el conde de Oñate se comportaba como un verda- dero patrón: recogía informes, ofrecía a los clientes su protección y distribuía

españoles en la corte imperial. Véase p. ej. AGS, E, leg. 706, leg. 709, leg. 711, leg. 2327, leg. 2328, leg. 2330, leg. 2500, leg. 2502, leg. 2507, leg. 2510; NA Praha, Sbírka opisů – cizí archivy, Simancas, cartón 1-4 y AHN, OOMM. 181 Véase también la información sobre las instancias que hizo Wilhelm Slavata von Chlum und Koschumberg en favor de su hijo mayor Adam Paul. AGS, E, leg. 2327, s/f (Madrid, 3- 2-1624): El Consejo de Estado al rey Felipe IV, Sobre lo que se podría responder al Embaxador del Emperador a cinco memoriales; Ibidem, leg. 2508, f. 50 (Viena, 15-5-1624): El conde de Oñate al rey Felipe IV.

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sobornos para ganarse el apoyo de los ministros del emperador, los príncipes imperiales o los miembros de la nobleza provincial. Además de los clientes cen- troeuropeos de Felipe IV, el embajador podía contar también con la ayuda de los vasallos del Rey Católico que en aquel momento permanecían en las tierras hereditarias de los Austrias. Se trataba sobre todo de los numerosos españoles, italianos y flamencos que acudieron a Europa Central con el ejército español. Durante la guerra de Bohemia los vasallos del Rey Católico penetraron también en todas las capas del ejército imperial, hasta en su aparato más importante, el Hofkriegsrat (Consejo de Guerra). A pesar de que con el tiempo la mayoría de las tropas españolas fue desplazada a los Países Bajos, varios oficiales españoles se radicaron en Bohemia, desde donde difundieron la cultura, espiritualidad y política hispánica, convirtiéndose en agentes de la embajada española en la cor- te vienesa. A partir de la segunda mitad de los años veinte, el sistema de implementación de la política española en Europa Central empezó a manifestar modificaciones particulares. Algunos cambios se debían a la labor de los mismos embajadores, quienes iniciaron una serie de innovaciones en las estrategias utilizadas para en- tablar relaciones clientelares con los representantes de la nobleza centroeuropea; otros formaban parte de las reformas en la política exterior española que promo- vían los consejeros encabezados por el conde-duque de Olivares. El objetivo prin- cipal de estas innovaciones fue aumentar la participación del Consejo de Estado, y sobre todo de Olivares, en la política exterior de la Monarquía hispánica. En las postrimerías de los años veinte, por lo tanto, los embajadores dejaron de ser los creadores de la política española en la corte imperial y se convirtieron cada vez más en simples ejecutores de las instrucciones que recibían desde Madrid. Ade- más, no operaban solos sobre el terreno: en los años treinta, los intereses de la po- lítica española en la corte imperial fueron defendidos tanto por el embajador ordinario como por el extraordinario y otros diplomáticos. A pesar de que el nuevo sistema de representación española en la corte vie- nesa causaba muchos problemas y fue criticado incluso por el emperador Fer- nando II, la diplomacia española continuó manteniendo una gran influencia en los asuntos imperiales. Todavía en los años treinta del siglo XVII los nuncios apostólicos y otros diplomáticos que actuaban en Viena se quejaban de la omni- potencia de los españoles, los cuales lograron granjearse la amistad de los con- sejeros más importantes del emperador aprovechando para este fin todos los medios de los que disponían.

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También experimentaron modificaciones las estrategias para captar la volun- tad de los ministros del emperador y de los príncipes imperiales. Para atraer a los nobles centroeuropeos a la política del monarca español, los embajadores de Fe- lipe IV recurrían a una variada gama de recursos. Como en épocas anteriores, en- tre las más comunes se encontraban la organización de banquetes y festines, visitas de cortesía de los nobles aficionados al servicio del monarca español, re- muneraciones financieras de una sola vez o presentes que el embajador regalaba a los clientes del Rey Católico con ocasión de sus fiestas familiares. El precio y forma de la recompensa dependían de la posición social del donatario y de la im- portancia de sus servicios prestados a la Corona española. Los clientes especial- mente beneméritos podían gozar de una pensión o ser nombrados para una de las prestigiosas órdenes religiosas militares o incluso a la Orden del Toisón de Oro. En el momento que la Monarquía hispánica estaba sufriendo una seria falta de recursos económicos, se consideró necesario aliviar a una hacienda agotada por las mercedes monetarias y se limitaron los gastos por pensiones, remunera- ciones financieras o banquetes, prefiriendo en su lugar recompensar los servi- cios con honores. Los consejeros de Felipe IV, como también sus embajadores, criticaban sobre todo el sistema de pensiones, cuyo pago gravaba notablemente el presupuesto de la embajada, a la cual habitualmente faltaba el dinero para responder a todas sus obligaciones. Ya a principios de los años treinta, una gran parte de las pensiones quedó sin pagar, lo que perjudicaba mucho la autoridad del Rey Católico y dificultaba la colaboración entre el embajador y los pensio- narios. La falta de puntualidad en los pagos de las pensiones influía negativa- mente a la actitud de los nobles centroeuropeos frente a España y su política imperial, y causaba cierta devaluación de esta merced. Mientras que en la épo- ca de Felipe III tanto los cortesanos del emperador como los príncipes imperia- les consideraban mucho estas pensiones, durante el reinado de su sucesor perdieron gran parte de su atractivo. Los diplomáticos españoles por lo tanto disuadían al rey de conceder nuevas pensiones y trataban de desterrar este tipo de retribución. Por el contrario, la cantidad de toisones repartidos entre nobles centroeuro- peos experimentó un significativo aumento. Durante el reinado de Felipe III unos pocos cortesanos o militares imperiales lograron entrar en la orden del Toisón de Oro, mientras que en la época de Felipe IV ya formaban la comuni- dad más numerosa entre los caballeros condecorados con el collar del vellón.

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Por culpa de la excesiva generosidad con la que Felipe IV concedía estas mer- cedes a los nobles de Europa Central, la orden del Toisón perdió parte de su ex- clusividad. Cierto descrédito del toisón se podía notar sobre todo entre los príncipes imperiales, quienes no mostraron tanto interés como antes por entrar en la orden. Por otro lado, en el ambiente de la corte imperial el Toisón de Oro seguía siendo la remuneración más deseada.

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“Il Stato ecclesiastico è tanto deforme, che il reformarlo ha del metamorfico”. La riconquista spirituale della Boemia e la situazione politico-religiosa all’inizio della Guerra dei Trent’anni

Alessandro Catalano Università degli Studi di Padova

Osservare l’età moderna con gli occhi del presente è una tentazione alla quale a volte non sono immuni nemmeno gli storici più avveduti e interpretare complessi codici simbolici resi indecifrabili dalle rivoluzioni culturali successive all’Illuminismo può, a posteriori, rivelarsi un’azione davvero ardua. Sorprendente può risultare persino il fatto che, anche nel caso di avvenimenti storici molto noti, sia ancora possibile rileggerli e interpretarli con un nuovo sguardo critico. Tanto che c’è da chiedersi se in fondo non sia insita già all’interno di molti documenti ufficiali seicenteschi un’ambiguità intrinseca che ha condizionato non soltanto la percezione dei contemporanei ma anche quella dei posteri. Se, cioè, quest’ambiguità non faccia parte della modalità con cui veniva interpretata la realtà, visto che quasi sempre a trionfare era in ultima analisi la volontà di evitare la codificazione di quelle risposte negative che in seguito avrebbero impedito un’interpretazione “politica” del testo. Al punto che perfino uno dei testi chiave delle vicende boeme sfociate poi nella guerra dei Trent’anni, la celebre Lettera di Maestà di Rodolfo II del 1609, lasciava spazi interpretativi amplissimi sui concreti diritti di cattolici e protestanti, a partire dalla spinosa questione di costruire nuovi edifici di culto in città che non fossero di patronato reale o della regina 1. Probabilmente lì dove non era possibile

1 Si vedano, anche per la bibliografia sull’argomento, le due recenti ricapitolazioni di J. KILIÁN: 11. 12. 1617. Zboření kostela v Hrobu. Na cestě k defenestraci, Praha 2007, e J. JUN:

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trovare un compromesso si sceglieva infatti, magari anche nei vari passaggi del testo, una sorta di ambiguità interpretativa, che nei decenni successivi dava ovviamente ampio spazio ai tentativi di allargarne lo spazio di applicazione. E potremmo portare molti esempi simili, a partire ad esempio dalla convocazione del Sinodo diocesano a Praga nel 1605. Questo importante risultato, “fondamento principalissimo d’estirpatione de le heresie” 2, a lungo osteggiato dagli Stati e dall’imperatore, era stato raggiunto dal nunzio Giovanni Stefano Ferrero solo dopo lunghe pressioni sull’arcivescovo Zbynko Berka von Duba. Il nunzio stesso scriveva del sinodo al suo successore che lo tentai e l’ottenni, parendomi che, fra il strepito dell’armi e l’essersi quasi sopita la memoria di quelle grandi opposizioni che vi furono al tempo di Ferdinando, si potesse sperar qualche buon essito. Tramite l’imperatore l’arcivescovo era stato convinto a “far un poco di riforma del clero, sotto la cui voce si negotiò con S. Maestà, e non di sinodo” e il nunzio, che per stendere i decreti il nunzio aveva chiamato a Praga il canonico di Vercelli Giovanni Battista Margarotti, aveva taciuto “dell’accettazione del concilio et a S. Maestà et all’arcivescovo stesso sino all’ultimo”. Il 28 settembre 1605 (non a caso era stata scelta la data simbolica della festa di San Venceslao) erano stati quindi radunati a Praga duecento preti e, alla presenza di “tutti li ministri de’ prencipi e tutta la corte”, era stata proposta l’approvazione dei decreti del Concilio: almeno secondo Ferrero “non vi fu pur uno che, colto all’improvviso, aprisse bocca in contradire, ma ogniuno in segno del consenso si sottoscrisse” 3. Benché apparentemente, grazie alla spregiudicata tattica del nunzio, il clero ceco avesse accettato i decreti del Concilio di Trento (e il nunzio

9. 7. 1609. Rudolfův Majestát. Světla a stíny náboženské svobody, Praha 2009. In generale sulla storia della Boemia in età moderna P. VOREL: Velké dějiny zemí Koruny české VII. 1526-1618, Praha 2005; I. ČORNEJOVÁ et al.: Velké dějiny zemí Koruny české VIII. 1618-1683, Praha 2008; J. ČECHURA: České země v letech 1526-1583. První Habsburkové na českém trůně I., Praha 2008; J. ČECHURA: České zem v letech 1584-1620. První Habsburkové na českém trůně II., Praha 2009. 2 J. B. NOVÁK:“O důležitosti zpráv nunciů pro ‘Sněmy české’”, Zprávy zemského archivu českého 1 (1906), pp. 62-95, qui p. 66. 3 Le citazioni sono tratte dalla relazione finale di Ferrero del dicembre del 1607, S. GIORDANO (a cura di): Le istruzioni generali di Paolo V ai diplomatici pontifici 1605-1621, 3 vols., Tübingen 2003, pp. 517-538, qui pp. 535-536. Per un’analisi dei decreti si veda F. VACEK: “Diecésní synoda pražská z r. 1605. Život církevní v Čechách s počátku sedmnáctáho století”, Sborník historického kroužku 5 (1895), pp. 25-45.

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immaginava che automaticamente lo avessero fatto anche gli Stati del regno), in realtà ancora nel 1652, dopo i ripetuti fallimenti dei decenni precedenti di tutti i tentativi di far approvare i decreti dalle Diete boeme (pure ormai integralmente cattoliche), l’arcivescovo Ernst Adalbert von Harrach avrebbe scritto a un suo collaboratore che gli Stati non si ritenevano “obligati di stare alli decreti della Synodo, o del Concilio di Trento, come non accettati da loro” 4. Nonostante le speranze del nunzio, la distanza tra realtà e fatto storico restava dunque anche in questo caso enorme e pochi episodi potrebbero esemplificare in modo più significativo i limiti dei successi della riforma cattolica in Boemia. Uno storico ha del resto di recente definito, non a caso, il Cinquecento boemo il “secolo dei compromessi” 5. Dal punto di vista storiografico è interessante notare che nei secoli successivi tutte queste “sottigliezze”, così come l’alta conflittualità seguita alla vittoria cattolica del 1620, sono state spesso rimosse, dando vita, e nella cultura ceca in modo ancora più evidente che altrove, a una visione monolitica e fortemente ideologizzata del passato. L’età moderna è stata infatti sempre interpretata in chiave nazionalista e romantica, con modalità spesso più utili più alla contingenza del presente che a una reale conoscenza del passato 6. Negli ultimi decenni siamo però testimoni di un forte cambiamento, anche se in Europa centrale c’è voluto un periodo più lungo perché fosse possibile affrontare con maggiore tranquillità i secoli della Riforma e della Controriforma. Dopo trent’anni caratterizzati da ricerche che molto devono alle ipotesi e alle linee di ricerca presentate da R. J. W. Evans nel suo pionieristico The Making of the Habsburg Monarchy (1979) 7, lo studio del periodo di consolidamento della monarchia asburgica è reduce da vent’anni di intenso lavoro storiografico, che ha portato a un ripensamento profondo del proprio oggetto di studio, culminato nella sintesi presentata da Thomas Winkelbauer 8. Se il percorso degli Asburgo per arrivare a

4 Harrach a Basilio d’Aire, 11 agosto 1652, NA, APA, 2003, Korespondence. 5 P. VOREL: Velké dějiny zemí Koruny…, op. cit., p. 168. 6 W. EBERHARD: „Entwicklungsphasen und Probleme der Gegenreformation und katholischen Erneuerung in Böhmen“, Römische Quartalschrift für christliche Altertumskunde und Kirchengeschichte 84 (1989), pp. 235-257. 7 R. J. W. EVANS: The Making of the Habsburg Monarchy 1550-1700: An Interpretation, Oxford 1979. 8 Th. WINKELBAUER: Ständefreiheit und Fürstenmacht. Länder und Untertanen des Hauses Habsburg im konfessionellen Zeitalter, 2 vols., Wien 2003.

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un più solido dominio dei territori della composita monarchia non era stato semplice, particolarmente complessi erano stati i rapporti con la Boemia 9. La particolare evoluzione storica del paese aveva avuto origine da una frattura religiosa molto precoce, successiva al rogo di Jan Hus nel 1415. Le seguenti guerre hussite (1419-1434) avevano portato allo smantellamento della rete amministrativa della chiesa cattolica in buona parte della Boemia, tanto che lo stesso arcivescovato di Praga era rimasto a lungo vacante e la scomparsa dello Stato dei prelati aveva privato la chiesa di qualunque tipo di partecipazione alla gestione attiva del potere 10. All’inizio degli anni Venti del Seicento il nunzio Caraffa scriverà a Roma che quasi nulla era rimasto dell’antico potere degli ecclesiastici: si numeravano tre mila grosse parrocchie dentro di questo regno obedienti tutte all’arcivescovo, et lo stato ecclesiastico, oltre a grosse rendite, possedeva anco molta autorità, havendo conforme allo stile di tutti i paesi settentrionali parte ne’ pubblici affari. Inoltre la chiesa aveva perso quasi tutti i beni posseduti: secondo alcune stime, se prima del 1419 i possedimenti della chiesa sembravano ammontare ancora a un terzo dei beni della Boemia, nel 1529 secondo una valutazione di Gindely non raggiungevano che lo 0,6% 11. Grande diffusione aveva invece parallelamente conosciuto la chiesa utraquista (dalla comunione sub utraque specie), riconosciuta

9 La storiografia ceca ha dedicato grande attenzione alla struttura statale ceca del periodo precedente alla battaglia della Montagna bianca, rimarcando ripetutamente l’equilibro di forza tra imperatore e Stati, J. PÁNEK: Stavovská opozice a její zápas s Habsburky 1547-1577. K politické krizi feudální třídy v předbělohorském českém státě, Praha 1982; J. PÁNEK: “Stavoství v předbělohorské době”, Folia historica bohemica 6 (1984), pp. 163-219; J. PÁNEK: “Politický systém předbělohorského českého státu”, Folia historica bohemica 11 (1987), pp. 41-101; J. PÁNEK: “Das politische System des böhmischen Staates im ersten Jahrhundert der habsburgischen Herrschaft (1526-1620)”, Mitteilungen des Instituts für österreichische Geschichtsforschung 97 (1989), pp. 53-82. 10 Le terre della Corona di Boemia erano costituite dal Regno di Boemia, dal Margraviato di Moravia, dai principati della Slesia e dalle Lusazie superiore e inferiore, territori caratterizzati da rapporti di dipendenza piuttosto complessi. Si vedano la descrizione di un contemporaneo (P. STRÁNSKÝ ZE ZÁLPSKÉ STRÁNKÝ: Český stát. Okřik, Praha 1953, pp. 199-208) e quella moderna di J. BAHLCKE: Regionalismus und Staatsintegration in Widerstreit. Die Länder der böhmischen Krone im ersten Jahrhundert der Habsburgerherrschaft (1526-1619), München 1994, pp. 24-55. 11 A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation in Böhmen, Leipzig 1894, p. 79.

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ufficialmente dai compactata di Basilea (1436), che dopo molti tentennamenti non erano però stati ratificati dalla Santa Sede. Falliti tutti i successivi tentativi di Roma di risanare con la forza questo piccolo scisma religioso nella mappa europea (nel 1462 Pio II aveva infine dichiarato espressamente non validi i compactata), con la pace di Kutná Hora del 1485 la coesistenza di due varianti del cristianesimo in Boemia era stata sancita in via definitiva: gli utraquisti, che controllavano l’università ed erano governati da un proprio concistoro, si differenziavano per alcuni articoli di fede nonché per l’uso della lingua ceca nella liturgia, ma riconoscevano l’autorità del pontefice romano. In assenza di un arcivescovo l’agenda quotidiana della chiesa boema veniva quindi gestita da due concistori, quello cosiddetto “superiore”, per i parroci cattolici, e quello cosiddetto “inferiore”, per il clero utraquista 12. In questa cornice estremamente complessa non va peraltro dimenticato nemmeno che i compactata da un certo punto di vista si sarebbero alla fine rivelati anche un ostacolo per le altre fedi e uno scudo spesso utilizzato dagli imperatori, a partire da Ferdinando I, per frenare la diffusione delle altre confessioni riformate 13. Nella seconda metà del Quattrocento, inoltre, tra le varie forme più intransigenti della protesta religiosa (tanto che nel lessico della curia romana sono definiti “piccardi”), si era sviluppata e consolidata la più radicale Unione dei Fratelli boemi (Unitas Fratrum) che aveva dato vita a molte comunità e a una propria organizzazione ecclesiastica, acquisendo un’importante funzione culturale e un certo prestigio anche all’interno delle classi nobiliari (nel 1530, ad esempio, una ventina di nobili cechi aveva aderito in massa all’Unione) 14. Benché fosse teoricamente illegale almeno a partire dalla patente reale del 1508 e non riconosciuta dai compactata, riusciva però nonostante le persecuzioni a nascondersi sotto il cappello della legalità dell’utraquismo. Per usare le parole di una relazione del nunzio Carlo Caraffa dell’ottobre del 1622, la moltitudine e malitia de’ settarii di niun valore rese quest’ordinanza, percioché fingendosi così i piccardi come i luterani, calvinisti et altri di rito hussitico, penetrorno di tal maniera col lor veleno nel petto de’ baroni et del popolo boemo,

12 J. RAK: „Vývoj utrakvistické správní organizace v době předbělohorské”, Sborník archivních prací 31/1 (1981), pp. 179-206. 13 W. EBERHARD: Konfessionsbildung und Stände in Böhmen 1478-1530, München-Wien 1981; W. EBERHARD: Monarchie und Widerstand. Zur ständischen Oppositionsbildung im Herrschaftssystem Ferdinands I. in Böhmen, München 1985. 14 Si veda almeno A. GINDELY: Geschichte der böhmischen Brüder, 2 vols., Prag-Leipzig- Wien 1857-1858.

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che l’hanno fatto divenire un mostro horribile intorno alla religione, nella quale si può affermare, c’habbia più teste che l’idra 15. Dal punto di vista romano, l’apice dell’eresia era ovviamente rappresentato dalle comunità degli anabattisti, differenziate in molte “sette” diverse e particolarmente numerose in Moravia 16. Data questa situazione, già di per sé molto critica per la chiesa cattolica (salda soprattutto nei domini dei signori cattolici nella Boemia meridionale e occidentale, nelle città di Plzeň e České Budějovice, nonché in Moravia), è logico che nel Cinquecento anche l’impatto del luteranesimo abbia conosciuto un decorso diverso dal resto d’Europa, diffondendosi all’inizio soprattutto tra gli abitanti di lingua tedesca rimasti fedeli al cattolicesimo romano (in Slesia, nelle due Lusazie e nella Boemia nord occidentale), mentre a lungo sarebbero rimaste forti le diffidenze tanto tra luterani e utraquisti quanto tra luterani e Unità dei fratelli boemi 17. Spesso gli storici hanno inoltre differenziato i vecchi utraquisti tradizionali, dai “neoutraquisti”, più vicini alle posizioni di Lutero, rifiutando la denominazione di luterani (molto inferiore sarà invece in ogni caso il numero

15 C. CARAFFA: Relatio Bohemica, in J. G. MÜLLER (a cura di): “Relatione dello stato dell’Imperio e della Germania fatta dopo il ritorno della sua Nuntiatura appresso l’Imperatore”, Archiv für Kunde Österreichischer Geschichts-Quellen 23 (1859/1860), p. 101. Che la questione fosse ben chiara alla Santa Sede è testimoniato da molti documenti, si veda ad esempio la relazione conclusiva del nunzio Giovanni Stefano Ferrero del dicembre del 1607: “Fu più volte tentata la confirmatione delli sudetti compactati con diversi pontefici, i quali anche mandarono qui legati con ample facultà, ma conoscendo che veramente non ci era pur un hussita che havesse intentione di vivere secondo i compactati, ma si volevano solo valere del manto della concessione delle due specie, non furono mai confirmati”. S. GIORDANO (a cura di): Le istruzioni generali di Paolo V…, op. cit., pp. 517-538, qui p. 534. 16 Si veda D. CACCAMO: Eretici italiani in Moravia, Polonia, Transilvania (1558-1611). Studi e documenti, Firenze 1970. 17 Nella percezione romana la reale beneficiaria era stata l’Unità dei Fratelli boemi, si veda l’istruzione dell’ottobre del 1610 al nunzio Giovanni Battista Salvago “disseminate già per tutta Alemagna le heresie di Lutero, penetrarono anco in Boemia; et come il falso ha maggior simbolo col falso che con il vero, in luogo di diventare gl’Ussiti cattolici, passarono in breve tempo, se non tutti, almeno il più numero et i più principali, alle parti di Lutero, il che fu anco causa che i Piccardi, afflitti sempre per l’adietro da editti publici et dannati per le costitutioni antiche del regno, ma non però mai sradicati affatto, cominciarono a respirare, intendendosi meglio per la vicinanza degli errori con i Luterani che non havevano fatto prima con gli Ussiti”. S. GIORDANO (a cura di): Le istruzioni generali di Paolo V…, op. cit., pp. 668- 688, qui p. 671.

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dei calvinisti, anche se una certa influenza dell’insegnamento di Calvino si può riscontrare in certe posizioni dell’Unità dei fratelli boemi) 18. Sia come sia tutti i tentativi dei protestanti di ampliare l’interpretazione dei compactata si sarebbero rivelati infruttuosi e la sconfitta della ribellione del 1547 avrebbe inferto un duro colpo ai principali rappresentanti politici dell’Unità dei fratelli boemi. Peraltro, prima della confessionalizzazione della seconda metà del XVI secolo (benché sia macroscopico il fatto che i membri di spicco delle antiche famiglie boeme si proclameranno cattolici: Wilhelm von Rosenberg, Wratislaw von Pernstein, i signori di Neuhaus), non si può certo sostenere che la questione dell’identificazione religiosa fosse uno dei discrimini della convivenza sociale, tanto in Boemia quanto, in forma ancora più evidente, in Moravia, cosa testimoniata anche dai frequenti passaggi da una fede all’altra all’interno delle singole casate, dei singoli rami familiari e dalle differenze di fede persino tra singoli esponenti di una stessa generazione 19. Del resto è stato giustamente sottolineato che in Boemia uno dei principali problemi della confessionalizzazione consistesse proprio nell’assenza di una solida organizzazione ecclesiastica (cattolica o protestante) a disposizione dei sovrani 20. Josef Válka ha inoltre più volte sottolineato come una larga parte della nobiltà morava fosse rimasta a lungo estranea a una concezione confessionale della religione e legata più a una forma non confessionale del cristianesimo 21. Lo

18 Si vedano F. HREJSA: Česká konfese, její vznik, podstata a dějiny, Praha 1912; e F. HRUBY: “Luterstvi a Kalvinismus na Morave před Bilou horou”, Český časopis historický 40 (1934), pp. 265-309; 41 (1935), pp. 1-40 e 237-268. 19 Si vedano le intelligenti riflessioni al riguardo di P. MAŤA: “Constructing and Crossing Confessional Boundaries. The High Nobility and the Reformation of Bohemia”, in H. LOUTHAN et alii (a cura di): Diversity and Dissent. Negotiating Religious Differences in Central Europe, 1500-1800, Oxford-New York, 2011, pp. 10-29; P. MAŤA: “Vorkonfessionelles, über- konfessionelles, transkonfessionelles Christentum. Prolegomena zu einer Untersuchung der Konfessionalität des böhmnischen und mährischen Hochadels zwischen Hussitismus und Zwangskatholisierung”, in J. BAHLCKE et alii (a cura di): Konfessionelle Pluralität als Herausforderung. Koexistenz und Konflikt im Spätmittelalter und Früher Neuzeit. Winfried Eberhard zum 65. Geburtstag, Leipzig 2006, pp. 307-331. 20 P. VOREL: Velké dějiny zemí Koruny…, op. cit., p. 208. 21 J. VALKA: “Moravia and the Crisis of the Estates’ System in the lands of the Bohemian Crown”, in R. J. W. EVANS e T. V. THOMAS (a cura di): Crown, Church and Estates: Central European Politics in the Sixteenth and Seventeenth Centuries, New York 1991, pp. 149- 157; J. VALKA: “Die Politiques. Konfessionelle Orientierung und politische Landesinteresse in Böhmen und Mähren (bis 1630)”, in J. BAHLCKE et alii (a cura di): Ständefreiheit und

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stesso nunzio Bonomi, il creatore del primo progetto di riconquista cattolica, avrebbe scritto nel luglio del 1584 che non credo sia per bastare il decreto dell’imperatore già scritto contro i piccardi e tutti gli altri heretici, poiché nell’essecutione consiste la maggior difficultà e troppo rispetto si portano fra di loro catholici et heretici 22. Questo, accanto al crescente ruolo del luteranesimo, è probabilmente il motivo principale che ha influenzato fortemente nella prima parte del XVI secolo i frequenti cambi di fede summenzionati. Basterebbe del resto citare il caso del già citato Berka, dal 1593 al 1606 arcivescovo di Praga, esponente di una famiglia che contava numerosi luterani, oltre che figlio di due più o meno evidenti membri dell’utraquismo. La questione, indifferente vent’anni prima, sarà sentita come molto sensibile dal nunzio al momento del processo canonico, tanto che lo inviterà più volte a condannare ufficialmente la fede dei genitori, ricevendo però in risposta che, data l’esistenza dei compactata, era impossibile considerare eretici gli utraquisti 23. A una graduale inversione di rotta si sarebbe giunti solo a partire dalla metà del secolo (e in modo ancora più marcato dopo la morte del più moderato Massimiliano II nel 1576), quando, nella nuova concezione confessionale della religione, una serie di caratteristiche fino ad allora neutrali avrebbe assunto un ruolo centrale. Il modello del resto era stato indicato dallo stesso Ferdinando I nella parte finale del suo regno, sulla base di tre interventi di lunga durata: la ricostruzione della struttura gerarchica della chiesa cattolica; la creazione di una rete di istituti di istruzione di marca cattolica con l’obiettivo di confessionalizzare le giovani élite; la conversione di un numero ristretto di magnati alla fede cattolica 24. Un punto di svolta per la Riforma cattolica in Boemia era stato rappresentato ovviamente dall’arrivo della Compagnia di Gesù (1552), che nel corso degli anni avrebbe acquistato grande influenza alla corte di Vienna, approfittando anche dell’assenza di una forza religiosa e spirituale alternativa al nuovo codice simbolico da essa

Staatsgestaltung in Ostmitteleuropa. Übernationale Gemünsamkeiten in der politischen Kultur vom 16.-18. Jahrhundert, Leipzig 1996, pp. 229-241. 22 K. STLOUKAL: Papežská politika a císařský dvůr pražský na předělu XVI. a XVII. věku, Praha 1925, p. 159, nota 14. 23 P. MAŤA: “Constructing and Crossing Confessional Boundaries…”, op. cit., pp. 21-22. 24 P. VOREL: Velké dějiny zemí Koruny…, op. cit., pp. 259-260.

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propagato 25. Il sostegno della casa regnante e la capacità di conquistare rapidamente il ruolo di confessori dei maggiori aristocratici della corte (che inviavano i propri figli a studiare nelle loro scuole), era dovuto alla crescente influenza della pratica religiosa, sempre più basata su confessione e comunione, in quanto simboli di un “nuovo modello di vita cristiana” 26. Altrettanto importante era stata la rifondazione della sede diocesana di Praga: nel 1561, dopo lunghe trattative, era stato infatti installato l’arcivescovo Anton Brus von Müglitz, vescovo di Vienna e membro del gruppo erasmiano che circondava Ferdinando I (nonché suo delegato al concilio di Trento, dove aveva presieduto la commissione per la riforma dell’indice). Nel 1562 era stata poi fondata a Praga un’accademia gesuita, presto seguita da altre fondazioni simili in tutto il paese, e in quest’ottica Pio IV nel 1564 ammetterà all’interno della liturgia cattolica la comunione sotto le due specie, nel tentativo di ricondurre gli utraquisti all’interno della chiesa cattolica. Per contrastare queste forti iniziative della chiesa cattolica si giungerà infine anche a una forma articolata di collaborazione tra le varie articolazioni del “protestantesimo” ceco, che cercheranno, sul modello della Confessio augustana (ratificata dalla Pace di Augusta nel 1555), di ottenere una legalizzazione comune. Anche dal punto di vista politico questa sempre più marcata collaborazione è del resto confermata anche dalla denominazione assunta dai nobili “protestanti” di “Stati sotto le due specie” (stavové pod obojí), che in varie forme saranno in grado di condizionare in modo sempre più marcato il corso delle Diete. A partire dalla celebre presentazione, nel corso di quella del 1575, della Confessio Bohemica in cui neoutraquisti e Unità dei Fratelli boemi erano riusciti ad accordarsi sui principi fondamentali della fede all’interno di quel largo spettro di posizioni teologiche che caratterizzava il nascente protestantesimo ceco (è sintomatico che solo gli utraquisti tradizionali non avrebbero accolto il testo) 27. Dopo un lungo

25 Si vedano A. KROESS: Geschichte der böhmischen Provinz der Gesellschaft Jesu, 2 vols., Wien 1910-1938; R. BIRELEY: Religion and Politics in the Age of Counterreformation. Emperor Ferdinand II, William Lamormaini S. J., and the Formation of Imperial Policy, Chapel Hill 1981; R. BIRELEY: The Jesuits and the Thirty Years War. Kings, Courts, and Confessors, Cambridge 2003. 26 A. PROSPERI: “Penitenza e riforma”, in Storia d’Europa, vol. IV: L’età moderna. Secoli XVI-XVIII, Torino 1995, pp. 183-257, qui pp. 238-240. 27 Nella stessa istruzione a Salvago si diceva “non ingrata ai Piccardi, che vi havevano anch’essi posto del lor sale sopra et procurato di ricoprirvisi sotto generalità di clausole at anfibologie di parole” [S. GIORDANO (a cura di): Le istruzioni generali di Paolo V…, op. cit., p. 672].

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tira e molla Massimiliano II era stato infine costretto a riconoscerla, benché soltanto in forma orale 28. L’azione di ricattolicizzazione voluta dagli Asburgo doveva fare i conti con una situazione estremamente complessa nelle singole provincie della monarchia ed è solo nella seconda parte del Cinquecento che la corte viennese si sarebbe trasformata nel reale centro di gravità della vita politica, sociale e religiosa 29. A questo punto i nuovi meccanismi di reclutamento delle élite erano realtà di fatto ormai ben consolidate e l’accettazione della fede cattolica stava pian piano diventando un requisito indispensabile per l’ascesa sociale. E’ stato ad esempio calcolato che Rodolfo II, ingiustamente da molti storici considerato nelle questioni religiose un “moderato”, ha conferito 44 volte degli incarichi nelle istituzioni del regno di Boemia, preferendo in più dell’80% dei casi dei nobili cattolici 30. L’accesso al sistema di reti clientelari che gravitavano attorno alla corte era dunque ben poco accessibile ai non cattolici (si pensi soltanto alle sofisticate politiche matrimoniali delle case regnanti) proprio nel momento in cui la corte stava pian piano erodendo il significato sociale delle residenze nobiliari 31, trasformandosi in vero e proprio centro di gravità di una folla di nobili sempre più caratterizzata da uno stile di vita e da un’ideologia legate al principe e alla chiesa cattolica. Contemporaneamente la creazione dei fedecommessi che concentravano i beni di famiglia nelle mani dei primogeniti costringeva gli altri membri della famiglia a perseguire un tipo di carriera (militare, diplomatica o ecclesiastica) integralmente dipendente dalla volontà del sovrano 32. L’ascesa sociale di un numero consistente di “nuove famiglie” aristocratiche e l’accentramento delle signorie nelle loro mani, a scapito della piccola nobiltà e della chiesa, sono

28 J. RAK: „Vývoj utrakvistické správní organizace…”, op. cit., pp. 189-194. 29 Su vari aspetti della corte di Vienna si vedano Th. WINKELBAUER: Fürst und Fürstendiener. Gundaker von Liechtenstein, ein österreichischer Aristokrat des konfessionalen Zeitalters [Mitteilungen des Instituts für Österreichische Geschichtsforschung Ergänzungsband 34], Wien-München 1999; M. HENGERER: Kaiserhof und Adel in der Mitte des 17. Jahrhunderts, Konstanz 2004; P. MAŤA: Svět české aristokracie (1500-1700), Praha 2004. 30 J. P. KUČERA: 8. 11. 1620. Bílá hora. O potracení starobylé slávy české, Praha 2003, p. 18. 31 P. MAŤA: “Soumrak venkovských rezidencí. ‘Urbanizace’ české aristokracie mezi stavovstvím a absolutismem”, in V. BŮŽEK e P. KRÁL (a cura di): Aristokratické residence a dvory [Opera Historica 7], České Budějovice 1999, pp. 139-162. 32 R. J. W. EVANS: Felix Austria. L’ascesa della monarchia asburgica (1550-1700), 1999, pp. 224-225.

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peraltro fenomeni osservabili tanto in Boemia e Moravia, quanto nelle singole provincie austriache 33. In pochi decenni è stata così riplasmata la piramide sociale e sarebbe stato trovato un nuovo equilibrio tra la sorgente dei continui flussi di donativi e favori (il principe) e chi ne veniva investito ed era sempre più disposto a mettere in gioco gran parte della propria fortuna per entrare a servizio a corte. Era lì infatti che venivano prese le decisioni che permettevano l’eventuale fortuna successiva della casata: cessione di crediti, donativi in denaro, concessione delle terre della corona o di appannaggi annuali, dilazione nel pagamento dei debiti, cessione di privilegi commerciali, esenzione dalle contribuzioni 34. Dal punto di vista religioso gli Asburgo avevano perseguito un’analoga politica di accentramento, anche se i frutti si sarebbero visti solo a distanza di decenni. Nonostante la situazione della Chiesa cattolica fosse, ancora alla vigilia della battaglia della Montagna bianca, catastrofica, i risultati di questa politica di lungo corso non erano stati però del tutto irrilevanti: all’azione dei singoli prelati, coadiuvati dai nunzi 35 e dagli ambasciatori spagnoli 36, si aggiungeva infatti la collaborazione della casa regnante, dei superiori di diversi monasteri, di alcuni membri della grande nobiltà e di molti vescovi educati a Roma 37. Forse decisiva

33 T. WINKELBAUER: Fürst und Fürstendiener…, op. cit., pp. 21-46. 34 Si veda il discorso sulla nobiltà inglese di L. STONE: The Crisis of the Aristocracy 1558-1641, Oxford 1965 (La crisi dell’aristocrazia. L’Inghilterra da Elisabetta a Cromwell, Torino 1972), pp. 419-550. 35 Per un quadro dello stato della ricerca sulle nunziature si veda A. KOLLER (a cura di): Kurie und Politik. Stand und Pespektiven der Nuntiaturberichtsforschung, Tübingen 1998. 36 L’eccellente edizione delle istruzioni dei pontefici ai diplomatici pontifici, che ormai copre il periodo dal 1592 al 1623, permette di ricostruire con sufficiente precisione la politica papale nei confronti degli Asburgo austriaci, K. JAITNER (a cura di): Die Hauptinstruktionen Clemens’ VIII. für die Nuntien und Legaten an den europäischen Fürstenhöfen 1592-1605, 2 vols., Tübingen 1984; S. GIORDANO (a cura di): Le istruzioni generali di Paolo V…, op. cit.; K. JAITNER (a cura di): Die Hauptinstruktionen Gregors XV. für die Nuntien und Gesandten an den europäischen Fürstenhöfen 1621-1623, 2 vols., Tübingen 1997. 37 Sull’azione degli ambasciatori spagnoli si vedano, anche per ulteriore bibliografia, almeno M. DE AYERBE (a cura di): Correspondencia inédita de don Guillén de San Clemente, embajador en Alemania de los reyes don Felipe II y III sobre la intervención de España en los sucesos de Polonia y Hungría 1581-1608, Zaragoza 1892; B. CHUDOBA: Španělé na Bílé Hoře. Tři kapitoly z evropských politických dějin, Praha 1945 (in traduzione spagnola España y el Imperio [1519-1643], Madrid 1963); J. FORBELSKÝ: Španělé, Říše a Čechy v 16. a 17. století.

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era stata, nel 1583, la decisione di Rodolfo II di stabilire la sua residenza permanente a Praga, circostanza che aveva fatto concentrare l’interesse della curia romana e del Consiglio di stato spagnolo sulla Boemia. Nell’istruzione del nunzio Caetano per il suo successore Speciano si diceva del resto espressamente che quel che si ordina et esseguisce dove sta l’imperatore, si tira in essempio per tutte l’altre parti di Germania et saria il dovere che dove ha avuto principio il male, cominciasse a derivar il bene 38. D’altro canto la corona del regno di Boemia aveva un’importanza centrale nell’elezione imperiale e quindi la questione dell’ereditarierà del trono boemo si verrà a trovare per decenni al centro dell’azione degli ambasciatori spagnoli Guillén de San Clemente (1581-1608) e Baltasar de Zúñiga y Velasco (1608-1617). Quest’insieme di interessi concentrici provocherà l’affermazione sempre più netta di una concezione radicale di religiosità molto lontana dalla tolleranza dell’epoca di Massimiliano II. Gli storici hanno spesso definito “partito spagnolo” il gruppo di nobili più sensibili agli interessi di Madrid e a un’ostentazione di forme religiose cattoliche sempre più radicali. Questo insieme di nobili avrebbe trovato un proprio centro di gravità dopo i matrimoni di Wratislaw von Pernstein, il futuro gran cancelliere del regno, con María Manrique de Lara y Mendoza e di Adam von Dietrichstein, il futuro ambasciatore imperiale a Madrid, con Margarita de Cardona (1555), dando vita a quello che alcuni storici hanno voluto definire un “salone” di primo piano nella Praga dell’epoca. Le testimonianze dell’affermarsi di una spiritualità radicale saranno a lungo legate alle sorti di questa rete clientelare, una delle più potenti nel regno di Boemia, soprattutto dopo che, nel 1587, la figlia di María Manrique de Lara, Polixena, avrebbe sposato il principale nobile boemo, Wilhelm von Rosenberg, unendo così gli interessi di due delle casate cattoliche

Osudy generála Baltasara Marradase, Praha 2006; P. MAREK: “La red clientelar en Praga”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. A. VISCEGLIA (a cura di): La monarquía de Felipe III, 4 vols., Madrid 2008, qui vol. IV, pp. 1349-1373; P. MAREK (a cura di): Svědectví o ztrátě starého světa. Manželská korespondence Zdeňka Vojtěcha Popela z Lobkovic a Polyxeny Lobkovické z Pernštejna, České Budějovice 2005; R. GONZÁLEZ CUERVA: “La mediación entre las dos cortes de la Casa de Austria: Baltasar de Zúñiga”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e R. GONZÁLEZ CUERVA (a cura di): La dinastía de los Austria. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, 3 vols., Madrid 2011, vol. I, pp. 479-506. 38 A. PAZDEROVÁ: “L’edizione della nunziatura di Cesare Speciano (1592-1598). Origini, stato attuale, problemi e prospettive”, in A. KOLLER (a cura di): Kurie und Politik…, op. cit., pp. 165-173, qui p. 166.

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più importanti. Nel 1603 la stessa Polixena avrebbe poi sposato in seconde nozze Zdenko Adalbert Popel von Lobkowitz, colui che in seguito avrebbe con grande abilità governato i fili della cancelleria boema e rifiutato di firmare la lettera di Maestà di Rodolfo II 39. Nell’elaborazione di un dettagliato programma di riconquista religiosa, essenziale era stata l’azione dei rappresentanti della Santa Sede. Nel 1581 era stato nominato nunzio presso la corte imperiale il citato Francesco Bonomi, che apparteneva all’entourage di Carlo Borromeo e arrivato a Praga a seguito della corte imperiale, aveva elaborato, con la collaborazione dei principali cattolici boemi, una prima bozza di un piano generale di riforma che riprendeva ed estendeva quanto già previsto da Ferdinando I e, nel giugno del 1584, lo aveva presentato a Rodolfo. Le iniziative previste andavano dal rafforzamento delle scuole gesuite e la creazione di tre parrocchie cattoliche a Praga, alla visita generale del regno, per continuare con la riforma dell’università, la visita delle tipografia degli eretici, la limitazione delle libertà religiose, l’emissione di nuovi mandati contro gli eretici (Unità dei Fratelli boemi e luterani), la necessità di riportare gli hussiti nel grembo della chiesa cattolica, per finire con la concessione ai soli cattolici degli organi di governo del paese 40. Il primo piano generale di riconquista delle coscienze in Boemia, ribadito anche in successivo memorandum, avrebbe poi rappresentato il modello a cui si sarebbero rifatti tutti i nunzi successivi e per molti aspetti sarebbe stato seguito anche dopo il 1620 41. Grande attenzione poneva Bonomi nella riforma del clero, “quasi affatto incapace de la pietà e disciplina ecclesiastica” e colpevole di “peccati gravissimi”, mentre in esso dovrebbe consistere “il nervo di ristorare e conservare la catholica religione” 42.

39 Si veda P. MAREK: “Las damas de la emperatriz María y su papel en el sistema clientelar de los Reyes españoles. El caso de María Manrique de Lara y sus hijas”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. P. MARÇAL LOURENÇO (a cura di): Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX), 3 vols., Madrid 2009, vol. II, pp. 1003-1036. 40 K. STLOUKAL:“Počátky nunciatury v Praze. Bonhomini v Čechách v letech 1581- 1584”, Český časopis historický 34 (1928), pp. 1-24, 237-279. 41 L’influenza del programma di Bonomi è chiaramente avvertibile sia nell’informazione di Malaspina del 1586, nelle considerationes nuntii Piacentinii (Sega) del 1587 e nella relazione preparata da Caetani per il suo successore Speciano nel 1592 (Ibidem, p. 274). 42 In una lettera al suo successore Malaspina del 14 agosto 1584 (K. STLOUKAL: “Počátky nunciatury v Praze…”, op. cit., p. 260, nota 1).

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Anche se, a parte la ricattolicizzazione forzata nelle signorie dei principali aristocratici cattolici, non sarà caratterizzato da grandi successi immediati, rappresenterà per tutti i nunzi successivi l’obiettivo finale dell’auspicata “grande riforma” 43. In particolare il tema dell’assimilazione dell’hussitismo, strettamente legato a quello dell’educazione dei giovani, diventerà uno dei leit motiv dell’azione dei nunzi successivi anche perché come spiegava Visconti nel 1590 si apriria una porta di fare grandissimo frutto in questo regno, sì con ridurre il clero hussitico alla vera et santa religione cattolica romana et dipoi li popoli, che non sarebbe cosa tanto difficile, guadagnato il clero, sì con impedire il progresso del calvinismo, che va serpendo gagliardamente et in particolare per mezo de maestri calvinisti, li quali sono in tutti li collegi di fanciulli et giovani di questo regno. Et essendo detti collegi sotto la giurisdittione et cura dell’administratore, potrebbe in essi introdurre maestri cattolici, li quali andassero a poco a poco incaminando la gioventù nella vera religione 44. Benché dopo la partenza di Bonomi i nunzi che si sarebbero succeduti negli anni seguenti non siano riusciti ad andare al di là di successi parziali e incompleti, anche per la contemporanea morte di diversi nobili di spicco del partito cattolico (problema che Rodolfo II cercherà di limitare lasciando vacanti le principali cariche politiche del paese), una ripresa dei temi proposti da Bonomi si sarebbe avuta prima con la nunziatura di Cesare Speciano (1592-1598) 45, che apparteneva a sua volta al gruppo di Borromeo, e poi soprattutto con quella di Spinelli (1598-1604), che riuscirà ad acquisire un’influenza sull’imperatore che nessun suo predecessore aveva conosciuto. L’azione di Spinelli, che definiva spesso “miracoli” i propri successi, avrebbe portato, il 24 agosto del 1599, Rodolfo II a decidere di intervenire a fondo nella struttura del governo boemo, affidando a cattolici intransigenti le cariche già da tempo vacanti, a partire dalla nomina

43 K. STLOUKAL:“Počátky nunciatury v Praze…”, op. cit., p. 274. 44 J. SCHWEIZER (a cura di): Nuntiaturberichte aus Deutschland nebst ergänzenden Aktenstücken 1589-1592. 2: Abteilung Die Nuntiatur am Kaiserhofe; 3: Band Die Nuntien in Prag: Alfonso Visconte 1589-1591, Camillo Caetano 1591-1592, Paderborn 1919, p. 194. 45 Anche se esiste una parziale (ma problematica) edizione della corrispondenza di Speciano [N. MOSCONI (a cura di): La nunziatura di Praga di Cesare Speciano (1592-1598) nelle carte inedite vaticane e ambrosiane, 4 vols., Brescia 1966] il lavoro più completo sulla nunziatura di Speciano resta J. MATOUŠEK: “Kurie a boj o konzistoř pod obojí za administratora Rezka. Příspěvek k dějinám katolické obnovy v Čechách”, Český časopis historický 37 (1931), pp. 16-41, 252-292.

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a gran cancelliere del regno del già citato Zdenko Adalbert von Popel von Lobkovitz. Da questo momento in poi il partito cattolico avrebbe potuto usufruire di un sostanziale controllo dell’apparato statale. L’episodio, che viene considerato la data del reale inizio della Controriforma in Boemia praticamente da tutti i contemporanei (l’altrettanto integralista Franz von Dietrichstein sarebbe stato nominato nello stesso anno vescovo di Olomouc), aveva provocato notevole sorpresa in tutta la società praghese (“hora, Padre Santo, sono restati di maniera sbigottiti gl’heretici, che non si può credere, da chi non lo vede”) ed era stato seguito dalle dimissioni del potente vice cancelliere Kryštof Želinský ze Sebuzína e dall’annuncio dato da Karel von Liechtenstein, “barone heretico di potenza e ricchezze il primo di Moravia”, di volersi fare cattolico e di rinunciare a una lunga causa intrapresa a proposito di beni disputati alla chiesa 46. L’azione controriformista era proseguita ancora per qualche anno e, sempre grazie alle insistenze di Spinelli, il 2 settembre 1602 era stato emesso un nuovo mandato contro i Fratelli boemi e un altro ricco signore boemo destinato a diventare presto famoso, Jaroslav von Martinitz, aveva deciso di dare inizio alla ricattolicizzazione forzata dei suoi sudditi. Non solo va quindi modificato il quadro disegnato tradizionalmente di un Rodolfo II indifferente nei confronti delle questioni religiose 47, ma va anche sottolineato come a livello simbolico fosse definitivamente terminato il lungo periodo di coesistenza tra cattolici e protestanti e fosse iniziato il vero confronto confessionale. Se infatti della generazione precedente spesso non siamo nemmeno in grado di determinare con certezza l’appartenenza religiosa, pubblici e politicamente molto rilevanti saranno a cavallo del secolo i cambi di religione di aristocratici di primo piano dall’Unità dei Fratelli boemi al cattolicesimo, a partire da quello molto ben documentato di Wilhelm Slawata nel 1597 48.

46 Si veda la lunga lettera inviata da Spinelli a Clemente VIII, 28 agosto 1599, K. STLOUKAL: Papežská politika…, op. cit., pp. 221-226. 47 La bibliografia su Rodolfo II è molto estesa, si vedano almeno A. GINDELY: Rudolf II und seine Zeit. 1600-1612, 2 vols., Prag 1862-1865; J. JANAČEK: Rudolf II. a jeho doba, Praha 1987; R. J. W. EVANS: Rudolf II and his world: A study in intellectual history, 1576-1612, Oxford 1984; J. JANAČEK: Pád Rudolfa II., Praha 1995. 48 Si veda, anche per una bibliografia completa, P. MAŤA: „Von der Selbstapologie zur Apologie der Gegenreformation: Konversion und Glaubensvorstellungen des Oberstkanzlers Wilhelm Slawata (1572-1652)“, in U. LOTZ-HEUMANN et alii (a cura di): Konversion und Konfession in der Frühen Neuzeit, Gütersloh 2007, pp. 287-322.

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L’azione dei nunzi e degli ambasciatori spagnoli successivi sarebbe stata caratterizzata da alti e bassi dovuti alla lotta tra un Rodolfo sempre più stravagante e il fratello Mattia sempre più desideroso di assumere la gestione del potere 49. La pressione degli Stati sotto le due specie per ottenere un riconoscimento formale delle proprie libertà religiose, i disordini in Ungheria e la rivalità tra i due fratelli erano motivi di costante preoccupazione per la curia romana e la politica spagnola. Ciò nonostante Roma e Madrid non sarebbero riuscite a evitare, nel luglio del 1609, nel corso di una burrascosa Dieta definita da uno storico la “prova generale” della ribellione del 1618 50, la concessione da parte di Rodolfo II della citata Lettera di Maestà (accompagnata da un Compromesso) in cui venivano garantite le libertà confessionali 51. Nonostante la nebulosità di alcune formulazioni, nell’Europa dell’epoca si trattava di una delle più tolleranti piattaforme religiose. La concessione di una così ampia garanzia costituzionale (appena mitigata dal fatto che i principali luogotenenti cattolici avessero rifiutato di firmarla) era dovuto a una lunga serie di cause, in primo luogo alla progressiva erosione del potere reale e alla perdurante crisi dinastica, ancora lontana dal trovare una soluzione tra Rodolfo e Mattia. Nella confusa situazione successiva, quando i nunzi e gli ambasciatori spagnoli avrebbero cercato di limitarne gli effetti cercando di risolvere almeno la spinosa questione della successione imperiale, i propositi di una radicale riforma religiosa del regno erano naturalmente destinati a rimanere ancora a lungo sulla carta. Il comportamento sempre più sconsiderato di Rodolfo II aveva portato poi all’assalto di Praga del 1611, organizzato dallo stesso imperatore e da una serie di notabili cattolici e messo in pratica dalle truppe del nipote, l’arciduca Leopoldo, vescovo di Passau, che aveva contribuito non poco a indebolire la posizione dei nobili cattolici 52. Al termine di una serie di avvenimenti che avevano sensibilmente

49 Si veda ora Ein Bruderzwist im Hause Habsburg (1608-1611) [Opera historica 14], České Budějovice 2010. 50 J. ČECHURA: 5. 5. 1609. Zlom v nejdelším sněmu českých dějin. Generální zkouška stavovského povstání, Praha 2009, p. 6. Non erano peraltro nemmeno mancati gli accenni a possibili “defenestrazioni” (Ibidem, p. 84-85). 51 Sulla concessione delle lettere si vedano i classici A. GINDELY: Geschichte der Ertheilung des böhmischen Majestätsbriefes von 1609, Prag 1868; K. KROFTA: Majestát Rudolfa II., Praha 1909; F. HREJSA: Česká konfese..., op. cit., pp. 433-480; e, basato su materiali di provenienza romana, J. B. NOVÁK:“O důležitosti zpráv nunciů…”, op. cit., pp. 73-81. 52 Sull’organizzazione, realizzazione e fallimento dell’assalto si veda il dettagliatissimo J. B. NOVÁK (a cura di): Sněmy české od léta 1526 až po naši dobu, XV. Sněmy roku 1611, 3 vols.,

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rafforzato le posizioni dei protestanti, il nunzio, sempre più sconsolato, non poteva che commentare che “vanno le cose della religione pessimamente” 53. Solo alla morte di Rodolfo, Mattia aveva riunificato tutti i territori governati dagli Asburgo, aveva riportato la sua residenza a Vienna e intrapreso un’attenta benché sterile politica di controllo anche nei confronti della Boemia 54. Le tensioni tra cattolici e protestanti erano intanto notevolmente cresciute, anche perché la diocesi aveva trovato in Johann Lohelius, prima nominato coadiutore di Lamberg e dal 1612 nuovo arcivescovo, una guida decisa che aveva ridato dinamicità al cattolicesimo boemo. Il punto di svolta in una situazione di stallo sarebbe stato merito della mediazione del nuovo ambasciatore spagnolo Íñigo Vélez de Guevara de Oñate (1617-1624), che aveva permesso di giungere, tra la primavera e l’estate del 1617, a un accordo segreto tra i rami spagnolo e viennese degli Asburgo che poneva fine a un lungo periodo di incertezza dinastica. Per certi aspetti Oñate aveva anche contribuito a precisare, in netta opposizione con la politica attendista precedente, un programma di centralizzazione, tanto nelle terre ereditarie degli Asburgo quanto nell’impero, basato su una rigida concezione confessionale dell’identità statale 55. In questa congiuntura i protestanti non erano riusciti ad approfittare della netta supremazia numerica di cui godevano nelle Diete, a cominciare da quella del 1614 a České Budějovice e da quella di Praga del 1615 (che riguardava tutti i paesi della Corona di Boemia). Nel corso della celebre Dieta di Praga del 1617, infine, grazie all’abile politica del cancelliere Lobkowitz e della “fazione spagnola”, al velleitarismo del programma di “opposizione” delle varie anime del protestantesimo ceco 56 e alle

Praha, 1910-1939. Si veda inoltre G. R. SCHROUBEK: “Die böhmischen Landtagsverhandlungen des Jahres 1611”, in F. SEIBT (a cura di): Die böhmischen Länder zwischen Ost und West. Festschrift für Karl Bosl zum 75. Geburtstag, München-Wien 1983, pp. 89-102. 53 Salvago, 14 marzo 1611, J. B. NOVÁK (a cura di): Sněmy české…, op. cit., vol. I, p. 512. 54 Si veda il classico lavoro di A. GINDELY: Geschichte des böhmischen Aufstandes von 1618 [Geschichte des Dreissigjährigen Krieges, Erste Abtheilung], 3 vols., Prag 1869-1878. 55 M. LASSO DE LA VEGA Y LÓPEZ DE TEJADA: La embajada en Alemania del Conde de Oñate y la elección de Ferdinando II Rey de Romanos (1616-1620), Madrid 1929. 56 Si veda a questo proposito l’intelligente e convincente analisi delle fratture in seno alla cosiddetta “opposizione” protestante, a partire dalla questione centrale dell’elegibilità della corona di Boemia, presentata da J.P. KUČERA: “Stavovská opozice v Čechách a volba Ferdinanda Štýrského českým králem”, Studia comeniana et historica 14 (1984), pp. 5-42.

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ambigue promesse del nuovo sovrano, gli Stati non si erano opposti, se non in misura minima, all’elezione a re di Boemia del cattolico integralista Ferdinando, che in passato aveva dato ampie testimonianze delle sue convinzioni religiose nel corso della ricattolicizzazione della Stiria 57. Anche a Roma la sua elezione era stata peraltro accolta con una certa sorpresa: cresce sempre più et l’applauso et lo stupor in considerar che in una Dieta dove gli heretici havevano di sì gran lunga la pluralità dei voti, si sia con tanta facilità accettato un Re tanto cattolico 58. L’elezione del futuro re non aveva però certo risolto le gravi contraddizioni religiose del paese ed è ovvio che le pressioni esercitate nei confronti dei protestanti si fossero fatte più marcate. Il pretesto che avrebbe poi fatto scoppiare lo scontro frontale era stata la distruzione delle chiese protestanti di Broumov/Braunau e Hrob/Klostergrab, costruite su territori in cui lo juspatronato apparteneva nel primo caso all’arcivescovo di Praga e nel secondo al locale monastero benedettino. Alla base della discordia era la differente interpretazione del testo della Lettera di Maestà, secondo i protestanti si trattava di terre in cui al potere ecclesiastico le signorie erano concesse in quanto regalia, ma esisteva comunque (come avveniva in Slesia) un superiore diritto reale che estendeva la possibilità di costruire nuovi edifici di culto anche a esse. Dopo la distruzione delle chiese, nel corso di una Dieta tenutasi nel marzo del 1618, gli Stati avevano protestato contro le numerose prevaricazioni nei confronti delle libertà garantite da Rodolfo e avevano chiesto un intervento perentorio del sovrano. La risposta negativa di Mattia alle loro richieste aveva ulteriormente esacerbato gli animi e, dopo aver convocato una Dieta non autorizzata, il 23 maggio del 1618, rispettando la tradizione boema di voli da finestre e ponti, i due principali avversari dei protestanti, Slawata e

57 A. GINDELY: Geschichte des böhmischen Aufstandes…, op. cit., pp. 132-180. Sul- l’interpretazione che la storiografia ha dato di Ferdinando II è stata spesso lasciata in secondo piano l’azione incisiva compiuta negli anni Venti. Oltre al recente Th. BROCKMANN: Dynastie, Kaiseramt und Konfession. Politik und Ordnungsvorstellungen Ferdinands II. Im Dreißigjährigen Krieg, Paderborn-München-Wien-Zürich 2011, si veda almeno l’ormai classico H. STURMBERGER: Kaiser Ferdinand II und das Problem des Absolutismus, Wien 1957 (L’imperatore Ferdinando II e il problema dell’assolutismo, in Lo stato moderno, 3 vols., Bologna 1974, vol. III, pp. 147-184). 58 Alessandro Vasoli a Borghese, 9 aprile 1617, in F. BRANCUCCI: “L’istruzione ad Ascanio Gesualdo nunzio in Praga”, in M. POLÍVKA eF. ŠMAHEL (a cura di): In memoriam Josefa Marka, Praha 1996, p. 267.

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Martinitz, assieme al segretario Fabricius, erano stati defenestrati della cancelleria boema. Pochi giorni dopo erano stati eletti i 36 direttori incaricati del governo del paese ed aveva così avuto inizio la rivolta che avrebbe innescato la Guerra dei trent’anni 59. Il conflitto, almeno all’inizio, si sarebbe sviluppato in modo vantaggioso per gli insorti (ai quali si erano aggiunti gli Stati di alcune altre provincie e l’imprevedibile principe transilvano Bethlen Gabor), portandoli per due volte alle porte di Vienna. Centrale sarebbe stata però nel sostegno alla casa degli Asburgo l’intransigenza dell’ambasciatore spagnolo Oñate, che –a partire dal suo celebre parere del 30 maggio che interpretava la rivolta come una questione politica e non religiosa, in grado di minacciare in modo definitivo l’autorità degli Asburgo nell’impero– sarebbe riuscito a costruire non solo un esercito ma anche una salda rete internazionale di alleanze, potendo contare su un imponente flusso finanziario da Madrid 60. Non gli era del resto mancato all’interno del Consiglio di stato spagnolo il sostegno dell’ambasciatore precedente Baltasar de Zúñiga che aveva portato con sé a Madrid la consapevolezza che la Boemia rappresentasse “il cuore del potere della dinastia degli Asburgo nell’impero” 61. La vera svolta nel conflitto si sarebbe avuta dopo la morte di Mattia, quando Ferdinando II era stato, il 28 agosto del 1619, eletto imperatore. Del resto subito dopo aver ricevuto la notizia della defenestrazione aveva commentato che la corona boema non avrebbe avuto nessun valore se non si fosse prima cambiato regime di governo e se non fosse stata rimossa la “Sklaverei” imposta al re dagli Stati 62. Oñate era stato a sua volta un infaticabile sostenitore della necessità di stabilire una forma di governo indipendente dagli Stati 63.

59 La letteratura sull’argomento è molto estesa, si vedano il recente I. ČORNEJOVÁ et alii: Velké dějiny zemí Koruny…, op. cit. (anche per la bibliografia precedente); e i classici A. GINDELY: Geschichte des dreißigjährigen Krieges in drei Abteilungen, Prag-Leipzig 1882; H. STURMBERGER: Der Aufstand in Böhmen. Der Beginn des Dreissijärigen Krieges, München- Wien 1959. Sulle apologie degli Stati e i rapporti con la Compagnia di Gesù si veda inoltre F. G UI: I gesuiti e la Rivoluzione Boema. Alle Origini della Guerra dei Trent’anni, Milan, 1989. Sulle relazioni di Oñate, J. FORBELSKÝ: Španělé, Říše a Čechy…, op. cit., pp. 102-106.

60 Ibidem, pp. 107-111. 61 B. CHUDOBA: Španělé na Bílé Hoře…, op. cit., p. 226. Sulle discussioni di Madrid si veda anche J. FORBELSKÝ: Španělé, Říše a Čechy…, op. cit., pp. 148-159. 62 A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 427-428. 63 J. FORBELSKÝ: Španělé, Říše a Čechy…, op. cit., pp. 137-141, 174-177.

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Per quanto riguarda la Boemia l’evento decisivo della storia nazionale, tuttora tradizionalmente divisa in epoca precedente la Montagna bianca (doba předbělohorská) e periodo successivo (doba pobělohorská), sarebbe coinciso con la sconfitta dell’8 novembre del 1620 nella celebre battaglia della Montagna bianca (oggi una collina nemmeno troppo visibile alla periferia di Praga). Le truppe imperiali guidate da Massimiliano di Baviera avevano ottenuto un trionfo assoluto e quello che sarebbe passato alla storia come il “re d’inverno”, Federico del Palatinato, era fuggito da Praga senza nemmeno prendere con sé la corona che aveva indossato nei mesi precedenti 64. Indipendentemente dal ruolo ricoperto nella formazione dell’identità nazionale ceca 65, la battaglia della Montagna bianca ha rappresentato per la Boemia il momento decisivo nella definitiva affermazione del potere degli Asburgo. Spezzata la resistenza degli insorti, Ferdinando II ha infatti sfruttato l’occasione per trasformare definitivamente la struttura dei propri domini: l’appartenenza religiosa, che fino ad allora aveva rappresentato soprattutto un efficace canale di pressione, si sarebbe ora trasformata (sulla base del principio cuius regio, eius religio) nel collante ideologico della monarchia. E proprio su questo presupposto si sarebbe sviluppata una breve ma importante parentesi di proficua collaborazione non solo con Madrid, ma anche con la curia romana 66. La Santa sede era infatti convinta che fosse finalmente arrivata l’occasione propizia per riaffermare definitivamente il cattolicesimo nei territori imperiali e, subito dopo la tanto attesa vittoria, Paolo V aveva invitato l’imperatore a sfruttare il vantaggio che gl’apporta l’haver conquistato li suoi regni e stati con la forza, e con così segnalata vittoria procuri d’avvantaggiare quanto sia possibile gl’interessi della religione 67. La trasformazione radicale della struttura politica, sociale e religiosa della Boemia negli anni Venti del XVII secolo è stata favorita da un complesso insieme

64 Sulla battaglia si veda almeno A. GINDELY: Die Berichte über die Schlacht auf dem Weissen Berge bei Prag, Wien 1877. 65 Sul valore simbolico del “mito” della Montagna bianca nella storia ceca si veda J. PETRÁŇ e L. PETRÁŇOVÁ: “The White Mountain as a symbol in modern Czech history”, in M. TEICH (a cura di): Bohemia in history, Cambridge 1998, pp. 143-163. 66 Si veda J. SCHNITZER: „Zur Politik des hl. Stuhles in der ersten Hälfte des Dreißigjärigen Krieges”, Römische Quartalschrift 13 (1899), pp. 151-262, qui pp. 161-168. 67 Paolo Savelli a Ferdinando II, 19 dicembre 1620, HHStA, Italien, Roma, K 49.

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di circostanze, legate anche alla politica internazionale. Il sostegno e le ingenti sovvenzioni finanziarie di Gregorio XV (1621-1623) e di Filippo IV (1621-1665) avrebbero infatti reso possibili non soltanto le vittorie degli eserciti asburgici ma anche un processo di maggior centralizzazione nei confronti dei cosiddetti domini “ereditari” e un tentativo di ampliare anche la sfera di controllo sull’impero. Il progetto universale della riconquista dell’Europa al cattolicesimo è peraltro il tratto più sintomatico del breve pontificato di Gregorio XV 68. Anche nel progetto di Filippo IV il consolidamento interno della monarchia e il rilancio dell’azione politica internazionale della Spagna rappresentano del resto le due coordinate che hanno caratterizzato gli anni iniziali del suo regno 69. E’ interessante notare che anche il cosiddetto Gran memorial del 1624 del suo ministro Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar de Olivares, facendo di “reputazione” e “riforma” i due cardini dell’azione futura del governo spagnolo, tracciava un progetto di centralizzazione non lontano da quello che verrà suggerito a Ferdinando II (nel memoriale si anticipano anche molti dei temi riguardanti la logica frizione a cui si sarebbe arrivati con il rafforzamento dell’autorità regia con la chiesa cattolica, un tema che sarebbe divenuto presto d’attualità anche in Europa centrale) 70. Questo sistema internazionale di alleanze, che si sarebbe poi sgretolato nel corso del pontificato di Urbano VIII (1623-1644), sia per la nuova politica papale che per il progressivo allontanamento tra le strategie nella politica internazionale di Madrid e Vienna, era in ogni caso basato su profonde radici ideologiche comuni, di marca chiaramente controriformista. Ferdinando II, spronato dalle insistenze di Roma e Madrid, avrebbe deciso di portare fino in fondo in tutti i territori da lui governati la riforma statale e religiosa sulla base di un principio semplice: la lealtà nei confronti del sovrano sarebbe stata dimostrata da un’adesione totale al cattolicesimo, inteso peraltro nelle sue forme di spiritualità più radicali 71. Tutte le forme di espressione della spiritualità sarebbero quindi state ora sottoposte a una

68 A. KOLLER: “Le rôle du Saint-Siège au début de la guerre de Trente ans. Les objectifs de la politique allemande de Grégoire XV (1621-1623)”, in L. BÉLY (a cura di): L’Europe des traités de Westphalie. Esprit de la diplomatie et diplomatie de l’esprit, Paris 2000, pp. 123-134. 69 F. MARTÍN SANZ: La política internacional de Felipe IV, Segovia 1998. 70 Il riferimento obbligato è J. H. ELLIOTT: Il miraggio dell’impero. Olivares e la Spagna dall’apogeo al declino, 2 vols., Roma 1990. 71 R. J. W. EVANS: Felix Austria…, op. cit., pp. 104-105.

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rigida regolamentazione, dalla vita quotidiana agli spazi pubblici, con particolare attenzione al rituale della comunione, nel contesto boemo tema sensibile come pochi altri. Dal punto di vista di Madrid la questione boema poteva così dirsi risolta una volta per tutte (almeno fino all’affaire Wallenstein) e il centro nevralgico degli interessi della monarchia spagnola si sarebbe spostato prima verso l’impero e successivamente verso l’Italia, dando luogo a quegli altalenanti rapporti con la corte viennese che avrebbero vissuto vari momenti di crisi (in primo luogo proprio nel momento in cui la politica spagnola sarebbe entrata in conflitto con la strategia di Wallenstein), anche se si sarebbero seriamente incrinati soltanto in relazione alla forma della pace di Westfalia 72. Spinto dalla politica aggressiva di Olivares a sostenere gli interessi spagnoli nell’impero, Ferdinando II si troverà però di fronte al compito di realizzare prima di tutto in forma concreta una reale e capillare rete di controllo dei territori appena riconquistato, sfruttando l’alleanza con gli altri vincitori del lungo conflitto confessionale: i prelati e l’alta nobiltà cattolica 73. Appena la notizia della vittoria conseguita da Massimiliano di Baviera era giunta a Vienna, Ferdinando II aveva chiesto ai suoi consiglieri di formulare i propri pareri su come garantire in futuro l’autorità reale. I consiglieri raccomandavano di

72 Sui rapporti tra Vienna e Madrid all’inizio degli anni Venti si veda J. POLIŠENSKÝ: “La política de España y la Europa Central en los años 1621-1625”, Ibero-Americana Pragensia 8 (1974), pp. 69-84; J. POLIŠENSKÝ: Tragic Triangle. The Netherlands, Spain and Bohemia, Praha 1991; all’inizo degli anni Trenta H. ERNST: Madrid und Wien 1632-1637. Politik und Finanz in den Beziehungen zwischen Philipp IV. und Ferdinand II., Münster 1991; in chiave generale G. MECENSEFFY: „Habsburger im 17. Jahrhundert. Die Beziehungen der Höfe von Wien und Madrid während des Dreißigjährigen Krieges”, Archiv für österreichische Geschichte 121 (1955), pp. 1-91; più recentemente ha ricostruito i rapporti fino al termine del governo di Olivares anche J. FORBELSKÝ: Španělé, Říše a Čechy…, op. cit., pp. 370-572. Importanti sono inoltre la collezione di documenti Documenta Bohemica Bellum Tricennale illustrantia, 7 vols., 1971-1981 (con l’introduzione di J. POLIŠENSKÝ: Der Krieg und die Gesellschaft in Europa 1618-1648, che occupa l’intero primo volume) e diversi dei contributi della recentissima opera J. MARTÍNEZ MILLÁN e R. GONZÁLEZ CUERVA (a cura di): La dinastía de los Austria…, op. cit. (a cominciare dall’articolo di F. NEGREDO DEL CERRO: “La política exterior de la Monarquía hispánica hacia 1632. Variables a considerar”, pp. 1301-1332). 73 M. E. DUCREUX: “La reconquête catholique de l’espace bohémien”, Revue des études slaves 60 (1988), pp. 685-702; M. E. DUCREUX: “Gli stati asburgici”, in M. VENARD (a cura di): Storia del Cristianesimo. Religione – Politica – Cultura, IX: L’età della Ragione (1620/30- 1750), edizione italiana a cura di P. Vismara, Roma 2003, pp. 26-52.

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rafforzare i poteri del re e di rivedere tutti i privilegi degli Stati, eliminando quelli che potevano intaccare le prerogative del sovrano 74. I consiglieri avevano poi a lungo discusso sui passi necessari per “stabilire una vera monarchia ereditaria”, prima di proporre di concentrare tutto il potere nelle mani del re, cancellando dalla costituzione tutto ciò che fosse in contrasto con la nuova idea di monarchia ereditaria, ma di non privare gli Stati di tutti i loro privilegi 75. Cautela veniva consigliata nei confronti dei nobili cattolici boemi che erano rimasti fedeli e si sarebbero sicuramente opposti a uno stravolgimento della costituzione: bisognava perciò chiedere, in via segreta e confidenziale, ai soli Adam von Sternberg, Lobkowitz, Slawata e Martinitz di presentare le loro proposte 76. Particolarmente interessante era un successivo parere di Slawata, in cui veniva sottolineata la necessità di porre fine a quell’imperium mixtum, che tanti danni aveva provocato negli ultimi secoli e che in forma così marcata aveva limitato la potestà assoluta del re 77. Alla fine era prevalsa la linea dura promossa dalla curia e dagli spagnoli: Ferdinando II aveva rinunciato a recarsi di persona a Praga e aveva inviato a Karl von Liechtenstein la lista di coloro che andavano imprigionati e processati 78. Anche in campo religioso i consiglieri di Ferdinando richiedevano, nel primo dei pareri citati, un intervento deciso: la posizione sociale del clero andava rafforzata, le cariche ufficiali e le scuole dovevano essere gestite esclusivamente dai cattolici. Le misure concrete dovevano essere proposte dall’arcivescovo, che avrebbe assunto il controllo completo delle questioni religiose (il concistoro in

74 Si vedano J. KALOUSEK: České státní právo, Praha 18922, pp. 401-402; A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., p. 450; J. TENORA: “Dobré zdání rád císařských pro Čechy a Moravu po bitvě Bělohorské”, Hlídka 27 (1910), pp. 17-22, 96-104, 183-188, qui pp. 96-98. 75 Il testo è integralmente riportato in J. KALOUSEK: České státní právo, op. cit., pp. 586-590. 76 I pareri degli ultimi due si sono effettivamente conservati: Martinitz difendeva i privilegi del regno e sconsigliava cambiamenti radicali nell’organizzazione statale, mentre Slawata criticava l’ipotesi di conservare un deleterio “imperium mixtum” e consigliava interventi più radicali di quanto fossero disposti a concedere gli altri cattolici boemi (A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 453-457). 77 Th. FELLNER e H. KRETSCHMAYR: Die österreichische Zentralverwaltung, I. Abteilung: Von Maximilian I. bis zur Vereinigung der Österreichischen und Böhmischen Hofkanzlei (1749), 3 vols., Wien 1907, vol. I, pp. 433-434. 78 A. GINDELY: Die Strafdekrete Ferdinands II. und der pfälzische Krieg [Geschichte des Dreissigjährigen Krieges, Zweite Abtheilung], Prag 1880.

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mano ai protestanti andava ovviamente soppresso) e si doveva procedere con la massima severità nei confronti dell’Unione dei fratelli boemi e dei calvinisti, mentre più cautela si doveva usare nei confronti della confessione augustana per rispetto dell’elettore di Sassonia, importante alleato nel corso della ribellione. Ancora più decise erano le richieste dell’arcivescovo Johann Lohelius che, oltre alla restituzione dei beni della chiesa, aveva esortato l’imperatore a togliere le collature delle parrocchie di Praga ai protestanti, a governare le signorie reali solo tramite cattolici, ad accrescere le entrate dell’arcivescovato e del capitolo e a togliere l’università ai protestanti (consegnandola ai gesuiti) 79. Appena l’arcivescovo e i suoi più stretti collaboratori erano tornati a Praga erano però sorti molti motivi d’attrito tra l’arcivescovo e il prudente Liechtenstein, che propendeva per misure meno drastiche. Lohelius aveva poi all’imperatore una serie di misure concrete con l’esortazione a non lasciarsi scappare questa “occasione a lungo attesa” 80. A Vienna successivamente, nel corso di consultazioni a cui non avevano preso parte i politici cechi, era stato affrontato il problema di come togliere le libertà politiche ai boemi 81 e contemporaneamente era arrivato il momento della punizione esemplare dei colpevoli e la commissione speciale presieduta da Liechtenstein aveva deciso l’esecuzione di 27 dei capi dell’insurrezione 82. Rispolverando una vecchia passione degli Asburgo per i processi spettacolo, il 21 giugno del 1621, sulla piazza della Città vecchia di Praga, aveva avuto luogo il macabro rituale dell’esecuzione dei ribelli, secondo uno scenario studiato nei minimi particolari. La notizia era stata

79 E. ČÁŇOVÁ: „Vývoj správy arcidiecéze v době násilné rekatolizace Čech (1620- 1671)“, Sborník archivní prací 2 (1985), pp, 486-560, qui pp. 508-509; A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 267-306; A. KROESS: Geschichte der böhmischen Provinz…, op. cit., vol. II/1, pp. 149-150. Sulla ricattolicizzazione di Praga V. LÍVA: “Studie o Praze pobělohorské. II. Rekatolizace”, Sborník příspěvků k dějinám hlavního města Prahy 7 (1933), pp. 1-120. 80 Si vedano V. LÍVA: “Jan Arnošt Platejs s Platenštejna”, Časopis Matice Moravské 54 (1930), 1/2, pp. 15-78; 3/4, pp. 293-336, qui pp. 46-47. Liechtenstein aveva manifestato notevoli resistenze e l’imperatore era stato costretto a intimargli espressamente di espellere predicanti calvinisti e piccarti e di requisire tre delle chiese principali di Praga, V. LÍVA: “Studie o Praze pobělohorské…”, op. cit., p. 12. 81 J. KOLOUSEK: České státní právo, op. cit., pp. 403-404. 82 Sui lavori del tribunale si veda anche A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 19-38. Sulle conseguenze della sconfitta degli stati, sulla punizione dei colpevoli e sulle esecuzioni il testo di riferimento resta J. PETRÁŇ: Staroměstská exekuce, Praha 19962.

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accolta con grande gioia a Roma, dove si nutrivano seri dubbi sulla tattica di Ferdinando II che sembrava troppo attendista 83. Dopo l’esecuzione era stato promulgato il perdono generale, con cui si assicurava la vita e l’onore dei colpevoli ancora vivi (con l’eccezione degli organizzatori della ribellione che erano fuggiti all’estero) e si stabiliva che tutti coloro che si erano macchiati di colpe minori sarebbero stati puniti soltanto con confische parziali dei propri beni. Molti dei grandi magnati boemi, protagonisti della politica dei decenni successivi, dovevano proprio alle confische di questi anni la costruzione delle loro ricchezze: , Adam von Waldstein, Jaroslav von Martinitz, Friedrich von Talmberg, Polixena von Lobkovic, Wilhelm von Lobkovitz, Baltasar Marradas, Maximilian von Trauttmansdorff, Adam von Sternberg, Magdalena von Trczka 84. Paradossalmente tra i principali beneficiari la chiesa cattolica aveva ottenuto molto, ma non quanto i prelati si aspettavano. Lo stesso Harrach, in una relazione inviata a Roma nel 1640, scriverà che la chiesa non aveva potuto ottenere un’adeguata compensazione perché il più delli beni confiscati era andato in mano de’ secolari, i quali con moneta cattiva di rame, che all’hora valeva, l’havevano comprati, con puoco utile della Camera Regia, la quale serrava l’occhio per cavar denari, da continuare le guerre, per estinguere affatto i rebelli 85. Nell’atmosfera di terrore e di pacificazione generale seguita alla sanguinosa esecuzione avevano preso forma anche le prime ipotesi di riforma in campo religioso 86, che riprendevano nei fondamenti basi le antiche proposte di Bonomi, anche se fin dall’inizio una parte dei consiglieri imperiali aveva difeso la tesi di un intervento graduale e a lungo termine. In una situazione di sostanziale stallo, una rapida accelerazione sarebbe stata impressa alle trattative dall’arrivo a Vienna, nel maggio del 1621, del nuovo nunzio Carlo Caraffa (1584-1644), uno dei grandi protagonisti della prima fase della riforma religiosa della Boemia 87.

83 Harrach a Dietrichstein, 19 luglio 1621, MZA, RAD, 433, Harrach. 84 Per una trattazione dei cambiamenti di proprietà resta indispensabile il classico T. V. BÍLEK: Dějiny konfiskaci v Čechách po r. 1618, 2 vols., Praha 1882-1883. 85 Historia della Transattione del censo Ecclesiastico di Boemia, AVA, Familienarchiv Harrach, K 182, 1640, ff. 301-309, qui f. 301v. 86 A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 83-135. 87 Sul nunzio si veda, oltre alla lunga relazione consegnata a Francesco Barberini dopo il suo ritorno dalla nunziatura, C. CARAFFA: Relatio Bohemica, op. cit., pp. 101-449, e alla sua

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In un’atmosfera dominata dagli ostacoli frapposti dagli odiati “politici”, Caraffa si sarebbe presto rivelato un infaticabile promotore della causa cattolica e un deciso portavoce delle opinioni papali. Prima di partire da Roma il nunzio aveva del resto ricevuto dal cardinal nepote Ludovisi una dettagliatissima istruzione 88, in cui trapela in ogni pagina la consapevolezza, dopo la “celeste vittoria”, di una possibilità storica per “la propagatione della religione catolica, il sollevamento dell’abbattuta giurisditione e disciplina ecclesiastica... la cacciata autorità della Sedia Apostolica” 89. Poco tempo dopo il nunzio sarebbe stato investito da nuovi compiti di controllo anche dalla nuova Congregazione de propaganda fide, creata da Gregorio XV nel 1622, dicastero permanente che si sarebbe occupato delle missioni e che un ruolo così importante avrebbe ricoperto nella futura organizzazione ecclesiastica della Boemia. Appena arrivato in Germania Caraffa si era gettato a capofitto nel suo compito e, nonostante l’incerta situazione militare, aveva impresso un’impronta molto chiara alla Riforma cattolica. Nell’arcivescovato di Praga la situazione militare non rendeva possibile un intervento radicale, anche se in questa fase euforica della Controriforma si susseguivano i progetti e Caraffa poteva contare sulla collaborazione di gran parte degli esponenti religiosi: all’inizio di ottobre 1621 ad esempio l’influente gesuita Wilhelm Lamormaini aveva presentato al cardinal nepote Ludovisi una dettagliata relazione, accompagnata da un memoriale di Slawata e Martinitz, in cui veniva avanzata una serie di altre proposte concrete 90. Caraffa era riuscito a conquistare una posizione di spicco alla corte dell’imperatore e proprio grazie alle sue continue insistenze, e all’evoluzione nuovamente favorevole sul piano militare, era stato possibile superare l’opposizione dei

opera storiografica Commentaria de Germania Sacra Restaurata, Cologne 1639, il recente G. BRAUN: “Kaiserhof, Kaiser und Reich in der ‘Relazione’ des Nuntius Carlo Carafa (1628)”, in R. BÖSEL et alii (a cura di): Kaiserhof – Papsthof (16.-18. Jahrhundert) [Publikationen des Historischen Instituts beim Österreichischen Kulturforum in Rom, Abhandlungen 12], Wien 2006, pp. 77-104. 88 L’istruzione, datata 12 aprile 1621, è pubblicata in forma integrale in K. JAITNER (a cura di): Die Hauptinstruktionen Gregors XV…, op. cit., pp. 602-642. 89 Ibidem, p. 607. 90 I. KOLLMANN (a cura di): Acta Sacrae congregationis De Propaganda Fide Res Gestas Bohemicas illustrantia, vol. I/1, Pragae 1923, pp. 17-36. Su Lamormaini si veda R. BIRELEY: Religion and Politics…, op. cit.

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consiglieri boemi: il 13 dicembre del 1621 era stato quindi emanato il decreto d’espulsione “per la quale restorno in perpetuo banditi dalla città di Praga e dal Regno di Boemia tutti li predicanti colpevoli in genere, et in specie tutti li calvinisti” 91. Più dure erano state le resistenze incontrate nei confronti dei due pastori luterani, protetti dell’elettore di Sassonia, e in un primo momento era stato deciso di procrastinarne l’espulsione 92. Successi parziali, ma molto importanti dal punto di vista simbolico, erano stati invece conseguiti con il divieto papale sull’uso del calice 93, la reintroduzione del latino al posto del ceco nella liturgia, il divieto della comunione sotto le due specie, la limitazione del culto di Hus e l’arrivo di un certo numero di sacerdoti (soprattutto polacchi) dalle regioni limitrofe. In un panorama generale che comunque restava ben al di sotto delle attese, Caraffa aveva inviato a Roma la prima delle sue dettagliate relazioni, nella quale lamentava che tutte le sue iniziative venissero bloccate da due ostacoli: “la penuria d’operarii, sacerdoti et huomini di lettere, e la perfidia et arroganza de’ politici” 94. Dopo molte insistenze Ferdinando II aveva però infine acconsentito a espellere da Praga i due predicatori luterani, misura che aveva provocato la dura reazione dell’elettore di Sassonia. Grazie alle dure critiche del nunzio 95 e a un consulto generale dei teologi tenutosi a Praga, era stato però stabilito che “se bene si fosse trovato qualche teologo di contrario parere, la Maestà Sua... haverebbe proseguito la riforma in Boemia” 96. Quest’improvvisa accelerazione della Controriforma è stata definita da Gindely “il trionfo di Caraffa” 97: la strategia del nunzio, basata sulla collaborazione attiva di importanti consiglieri viennesi e dell’ambasciatore spagnolo, riusciva infatti ad aggirare quasi sempre le resistenze dei consiglieri boemi.

91 C. CARAFFA: Relatio Bohemica, op. cit., p. 241. 92 V. LÍVA: “Jan Arnošt Platejs…”, op. cit., pp. 54-59. 93 Lohelius, che da tempo aveva richiesto l’abolizione del privilegio papale, aveva accolto la notizia “summo cum gaudio” e aveva definito la decisione del papa “beatissima sententia” (V. LÍVA: “Studie o Praze pobělohorské…”, op. cit., p. 20). 94 C. CARAFFA: Relatio Bohemica, op. cit., p. 149. 95 Caraffa a Ludovisi, 14 dicembre 1622, in I. KOLLMANN (a cura di): Acta Sacrae congregationis De Propaganda Fide…, op. cit., vol. I/1, pp. 206-215. 96 C. CARAFFA: Relatio Bohemica, op. cit., p. 250. 97 A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., p. 135.

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Grandi difficoltà continuava invece a incontrare una delle richieste principali della Santa sede: la restituzione dei beni ecclesiastici alienati dagli hussiti 98. Nonostante l’ottimismo del nunzio i lavori sarebbero stati rallentati dall’ostracismo di Liechtenstein e di molti altri nobili nobili che per gli stessi motivi si sarebbero duramente opposti anche alla visita generale che avrebbe potuto svelare quelli che nell’ottica della giurisdizione ecclesiastica sarebbero stati considerati “abusi” compiuti dai signori nei confronti dei benefici ecclesiastici. L’intelligenza di Caraffa stava nell’aver perfettamente compreso i limiti entro cui poteva spingersi, anche quando da Roma veniva sommerso di proposte irrealizzabili: l’introduzzione del Sant’Uffizio dell’inquisizione in Vienna, Gratz et Praga, piacesse a Dio, che fosse così facile a conseguire, come per molti rispetti deve essere desiderata, ma sarà sempre nei petti todeschi di grandissimo sospetto simil tentativo 99. L’11 aprile del 1623 era poi arrivata a Praga tutta la corte e Ferdinando II aveva rinnovato le cariche del regno, riaperto i tribunali e nominato una commissione, composta per lo più da politici boemi, che avrebbe dovuto avanzare una proposta di riforma delle costituzioni del paese. Anche se era stata anche confermata la posizione di supremo governatore di Liechtenstein, il paese era finalmente tornato, dopo quasi tre anni di amministrazione d’emergenza, a un funzionamento quasi normale. Nonostante i malumori di diversi notabili boemi, scontenti del fatto che il paese venisse gestito da Vienna, era stato possibile limitare al massimo la libertà di manifestare la propria fede da parte dei non cattolici. Restava invece aperto il problema di come riportare in seno al cattolicesimo le anime smarrite. Nello stesso periodo era arrivato a Praga il nuovo arcivescovo, Ernst Adalbert von Harrach (1598-1667), che nel 1626 sarebbe stato nominato cardinale, al quale difficilmente può essere sottratto un ruolo essenziale nella creazione del programma della ricattolicizzazione del paese 100. Anche se la volontà riformatrice

98 Su questa delicata vicenda si veda A. CATALANO: “La politica della curia romana in Boemia: dalla strategia del nunzio Carlo Caraffa a quella del cappuccino Valeriano Magni”, in R. BÖSEL et alii (a cura di): Kaiserhof – Papsthof…, op. cit., pp. 105-121. 99 Caraffa a Ludovisi, 4 gennaio 1623, in I. KOLLMANN (a cura di): Acta Sacrae congregationis De Propaganda Fide…, op. cit., vol. I/1, pp. 221-224. 100 Su Ernst Adalbert von Harrach si vedano A. CATALANO: La Boemia e la riconquista delle coscienze. Ernst Adalbert von Harrach e la Controriforma in Europa centrale (1620-1667), premessa di Adriano Prosperi, Roma 2005; K. KELLER e A. CATALANO (a cura di): Die Diarien

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dell’arcivescovo era stata costretta a barcamenarsi in mezzo a concezioni diverse sulla modalità di realizzazione della controriforma (gesuiti vs. arcivescovo, arcivescovo vs. potere secolare, clero secolare vs. clero regolare), Harrach era riuscito a dare il via a quel processo che avrebbe portato alla trasformazione della Boemia in una barocke Kirchenlandschaft 101. Come avrebbero dimostrate le aspre contese che hanno accompagnato tutto il suo lungo vescovato, la strada era però lunga e irta di ostacoli 102. Le opposizioni incontrate dai progetti di riforma di Harrach erano del resto comuni a quelle che dovevano fronteggiare molti vescovi ultramontani, che nel Seicento, come dimostrano le relazioni inviate a Roma, si scontravano di continuo con i privilegi dei capitoli e dei regolari e con gli abusi del potere secolare (tanto cattolico quanto protestante). Nel caso degli Asburgo la situazione era forse solo più paradossale, visto che l’estrema religiosità e dedizione alla causa cattolica della casa regnante renderà ancora più complessa l’azione riformatrice. Proprio come avveniva con la Spagna, la curia romana sarebbe quindi stata costretta infatti a difendere la propria autorità attraverso compromessi e dissimulazioni 103. Per di più la morte di un papa che considerava la riconquista dello spazio tedesco una delle priorità del suo pontificato (Gregorio XV) avrebbe portato a una lenta ma sempre più evidente frattura tra gli obiettivi politici della curia e quelli della corte viennese: il 6 agosto del 1623 era stato infatti eletto papa Maffeo Barberini (Urbano VIII), il pontefice che, attraverso una tattica spregiudicata di ripensamento delle alleanze, avrebbe cercato, peraltro fallendo, di trasformare la Santa Sede nell’ago della bilancia della politica europea. La Controriforma in Boemia aveva però a questo punto subito un netto rallentamento per il progressivo aggravarsi della situazione bellica e soltanto

und Tagzettel des Kardinals Ernst Adalbert von Harrach (1598-1667), 7 vols., Wien-Köln- Weimar 2010. 101 R. J. W. EVANS: “Grenzen der Konfessionalizierung”, in J. BAHLCKE e A. STROHMEYER (a cura di): Konfessionalisierung in Ostmitteleuropa. Wirkung des religiösen Wandels im 16. und 17. Jahrhundert in Staat, Gesellschaft und Kultur, Stuttgart 1999, pp. 395-412 (la cita è a p. 399). 102 Sui rapporti della famiglia Harrach con la Spagna si veda A. CATALANO: “Tra benefici mancati e conclavi riusciti. I rapporti del cardinale Ernst Adalbert von Harrach (1598-1667) con la corona spagnola”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e R. GONZÁLEZ CUERVA (a cura di): La dinastía de los Austria…, op. cit., vol. I, pp. 249-268. 103 Si veda I. FOSI: All’ombra dei Barberini. Fedeltà e servizio nella Roma barocca, Roma 1997, pp. 55-93.

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dopo la vittoria di Tilly a Stadtlohn del 6 agosto aveva ripreso vigore l’azione di Caraffa ed erano stati promulgati nuovi decreti contro i protestanti sia nelle città che nelle campagne 104. Solo l’8 maggio del 1624 era seguita la pace e Caraffa era tornato alla carica con la classica argomentazione romana che già che eran cessati questi pericoli, doveva per ringratiamento di tante gratie e favori... mostrarsi grato... col restituere con una total riforma la religion cattolica nel regno di Bohemia 105. Nonostante la solita resistenza dei “politici” e le minacce di nuovi conflitti, l’imperatore aveva alla fine acconsentito all’espulsione dei predicanti non solo dalle città regie, “ma ancora da luoghi de’ baroni ancorché eretici” 106. Anche il nuovo confessore dell’imperatore Lamormaini aveva a sua volta ripetutamente incitato Ferdinando a proseguire sulla via della riforma totale: Ferdinando II, dopo una nuova riflessione, aveva detto al confessore che “Dio doppo la communione l’aveva inspirato, che facesse senza niun’ altra replica o contraddittione quel, che sua Paternità li dicesse” e il 18 maggio erano stati emessi i decreti con cui si interdiceva “non solo in Praga et altre città e luoghi Regii, ma in tutto il Regno nelli luoghi de’ Baroni e particolari qualsivoglia essercitio di religione fuori che la cattolica” 107. Contemporaneamente si ordinava a Liechtenstein e Harrach di dare la caccia ai predicanti protestanti che si trattenevano nelle signorie dei nobili, in modo da cacciar li lupi dall’ovile, principal fondamento di tutta la riforma, e poi di tirar a farsi cattolici tanto gl’abitanti del regno, come quelli, che verranno di fuori per via d’interesse 108. Parallelamente all’evoluzione politico-militare anche i decreti di Harrach si erano fatti più severi 109.

104 V. L ÍVA: “Studie o Praze pobělohorské…”, op. cit., pp. 38-40. 105 Si veda la relazione di Caraffa del 25 settembre del 1624, in I. KOLLMANN (a cura di): Acta Sacrae congregationis De Propaganda Fide…, op. cit., vol. I/2, p. 256. 106 Ibidem, p. 247. 107 Ibidem, p. 254. 108 Si veda la relazione di Caraffa del 25 settembre (Ibidem, p. 267). La notizia era stata naturalmente accolta con grande gioia a Roma e il papa aveva inviato a Ferdinando un breve (Ibidem, pp. 89-90, 217-218). 109 Si veda A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 200-202.

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Il culmine di questa prima azione di riforma in tutto il paese era rappresentato dalla nomina (nel luglio del 1624) di commissioni formate da laici e religiosi che avrebbero attraversato tutti i circoli della diocesi praghese 110. Questa prima rudimentale “visita” doveva servire anche a compiere un primo censimento delle chiese, sostituire i parroci protestanti con quelli cattolici, fare un’analisi “de vita et moribus omnium dictorum parocorum”, stendere un registro dei benefici e delle entrate dei parroci e preparare il terreno per dei periodici raduni dei parroci. I dati raccolti illustrano bene lo stato disastroso in cui versava la rete delle parrocchie: in un distretto esistevano sedici parrocchie occupate e ventisette abbandonate, alcuni dei parroci avevano la responsabilità di più di cinque parrocchie, in un altro il numero di quelle accorpate ai ventidue parroci esistenti arrivava a 147. In dieci distretti era stato possibile convocare i parroci e suddividere, anche se spesso solo nominalmente, le parrocchie abbandonate, negli altri non era stato possibile raggiungere nemmeno questo obiettivo 111. Come testimonia la lentezza con cui a corte erano state prese alcune decisioni essenziali per il successo della Controriforma, il processo non sarebbe stato privo di ripensamenti e titubanze almeno fino al 1627. Naturalmente la storiografia ottocentesca ha poi guardato con molto poco interesse al funzionamento statale boemo dopo il 1620, in effetti meno conflittuale dal punto di vista confessionale rispetto al secolo precedente. Eppure non per questo sarebbero diminuite le contrapposizioni sociali e politiche, benché naturalmente ora tutte interne al fronte cattolico. E ovviamente si sarebbero anche ora manifestate nel corso delle Diete del regno. Del resto la negoziazione dei prelievi fiscali, premessa indispensabile per la gestione della corte e degli eserciti, non poteva che essere gestita dalle varie assemblee degli Stati, espressione delle élite locali, anche in Boemia 112. Le Diete,

110 Sulla nomina della commissione e sulla sua attività si vedano E. ČÁŇOVÁ:„Vývoj správy arcidiecéze…“, op. cit., pp. 517-526; F. ŠTĚDRÝ: „Znovuzřízení katolické duchovní správy po roce 1620”, Sborník historického kroužku 26 (1925), pp. 33-47; 27 (1926), pp. 64- 68, 122-125, qui pp. 33-47; A. GINDELY: Geschichte der Gegenreformation…, op. cit., pp. 204- 210; T.V. BÍLEK: Reformace katolická neboli obnovení náboženství katolického v království českém po bitvě bělohorské, Praha 1892, pp. 54-68. 111 E. ČÁŇOVÁ: „Vývoj správy arcidiecéze…”, op. cit., pp. 520-521. 112 Come introduzione a un’analisi comparativa dell’attività delle Diete nei territori degli Asburgo si veda ora lo studio di P. MAŤA: “Landstände und Landtage in den böhmischen und österreichischen Ländern (1620-1740). Von der Niedergangsgeschichte zur Interaktionsanalyse”, in P. MAŤA e Th. WINKELBAUER (a cura di): Die Habsburgermonarchie 1620 bis 1740. Leistungen und Grenzen des Absolutismusparadigmas, Stuttgart 2006, pp. 345-400.

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dal 1629 convocate con cadenza pressoché annuale, alle quali era attribuita la funzione dell’esazione delle tasse 113, hanno rappresentato anche in Boemia non solo un importante strumento di mediazione e di raggiungimento del consenso, ma anche il luogo di delimitazione e di creazione di una precisa identità regionale 114. Benché si tratti di un aspetto spesso sottovalutato, è stata anche avanzata l’ipotesi che in Boemia fosse stata proprio la chiesa cattolica a far propri i residui dell’antica autonomia degli Stati rispetto al potere imperiale 115. Indubbiamente notevole è stata infatti la “rinascita” dell’autoconsapevolezza della chiesa cattolica nella Boemia della prima metà del XVII secolo: le scuole gestite dagli ordini religiosi e dall’arcivescovo hanno infatti, a lungo termine, elevato il livello della classe intellettuale (soprattutto i gradini più bassi delle gerarchie religiose e i burocrati delle signorie), fomentando un forte legame verso la propria terra, la popolazione e, in un periodo successivo, anche verso la lingua “nazionale”. Al termine di questo processo i prelati boemi sarebbero diventati i principali eredi di una lunga tradizione e la particolare evoluzione storica successiva alla battaglia della Montagna bianca, culminata nella loro ricostituzione come Stato del regno, avrebbe lasciato tracce profonde nella riflessione sui compiti e obiettivi delle gerarchie ecclesiastiche 116. Nel 1630 la firma del concordato sulla compensazione dei beni ecclesiastici alienati a partire dalle guerre hussite e la conseguente concessione da parte dell’imperatore di una somma fissa su ogni cassa di sale importata in Boemia aveva poi garantito alla chiesa cattolica una fonte d’entrata, magari irregolare, ma costante, che avrebbe però permesso nel corso degli anni l’ulteriore consolidamento dello Stato prelatizio.

113 A questo proposito si veda V. URFUS: “K finanční pravomoci českého sněmu v druhé polovině 17. století”, Právněhistorické studie 15 (1971), pp. 95-114. 114 Sul crescente patriottismo degli ecclesiastici boemi, si vedano A. SKÝBOVÁ: “Zur Problematik des Patriotismus der böhmischen Kirchenhierarchie am Ende des 18. Jahrhunderts”, in M. ŘEZNIK e I. SLEZÁKOVÁ (a cura di): Nations - Identities - Historical Consciousness. Volume dedicated to Prof. Miroslav Hroch, Praha 1997, pp. 203-228; V. URFUS: Jan Tomáš Vojtěch Berghauer (1684-1760), děkan královské kolegiátní kapituly sv. Petra a Pavla na Vyšehradě, Kostelní Vydří 1997. 115 S. SOUSEDIK: Valerián Magni. 1586-1661. Kapitola z kulturních dějin Čech 17. století, Praha 1983, p. 40. 116 J. BAHLCKE: “Geistlichkeit und Politik. Der ständisch organisierte Klerus in Böhmen und Ungarn in der frühen Neuzeit”, in J. BAHLCKE et alii (a cura di): Ständefreiheit und Staatsgestaltung in Ostmitteleuropa..., op. cit., pp. 161-185 (in particolare p. 169).

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Proprio lo studio del rapporto tra istituzioni ecclesiastiche e statali in Boemia può quindi permettere di mettere a fuoco un aspetto spesso trascurato della reale integrazione di due realtà radicate in modo diverso sul territorio, ma che all’inizio dell’età moderna avranno estremo bisogno l’una dell’altra, e che, nonostante le continue tensioni, sono comunque riuscite a trovare un modus vivendi 117. Nonostante le diverse frizioni avute con il potere statale, la chiesa ha infatti rappresentato anche in Europa centrale un fattore decisivo nella creazione dello stato moderno nonché uno degli strumenti che hanno permesso il raggiungimento di un’efficace Sozialdisciplinierung della popolazione. La confessionalizzazione controriformista ha reso del resto la dimensione religiosa uno dei cardini e una delle principali forze integratrici della monarchia asburgica e da questo punto di vista la vittoria degli eserciti imperiali nel 1620 nella battaglia della Montagna bianca ha rappresentato per la disastrosa situazione della chiesa cattolica in Boemia la possibilità di dare avvio a una ricostruzione totale. Con la sua solita sagacia il cappuccino Valeriano Magni ancora nel 1626 sosteneva del resto che “il Stato ecclesiastico è tanto deforme, che il reformarlo ha del metamorfico” 118. Per la futura evoluzione dei rapporti tra potere secolare e temporale in Boemia si sarebbero rivelate in futuro decisive le aspre discussioni sulla riforma in Boemia svoltesi nel biennio 1626-1627, nel corso delle quali si è definitivamente cristallizzata una vera strategia controriformista 119. Negli anni precedenti i progressi della riforma erano stati piuttosto lenti e la stessa Dieta di Boemia, dalla quale si attendeva una profonda ristrutturazione della struttura statale del paese era stata più volte rimandata. Il ripristino dello Stato ecclesiastico nella Dieta boema era stato contestato da molti e nella primavera del 1625 era stato ottenuto,

117 Si veda in forma più dettagliata A. CATALANO:“Das temporale wird schon so weith extendiret, dass der Spiritualität nichts als die arme Seel überbleibet. Kirche und Staat in Böhmen (1620-1740)”, in P. MAŤA e Th. WINKELBAUER (a cura di): Die Habsburgermonarchie 1620 bis 1740…, op. cit., pp. 317-343. 118 Magni a Ludovisi, 4 luglio 1626, APF, SOCG, 56, ff. 107-109. Sul ruolo di Magni nella ricattolicizzazione della Boemia si veda P. GERMAN ABGOTTSPON VON STALDENRIED: P. Valerianus Magni Kapuciner (1586-1661). Sein Leben im allgemeinen, seine apostolische Tätigkeit in Böhmen im besonderen. Ein Beitrag zur Geschichte der katholischen Restauration im 17. Jahhundert, Olten und Freiburg im Breisgau 1939. 119 Si vedano A. CATALANO: “La politica della curia romana in Boemia…”, op. cit., e, sulle implicazioni politiche delle discussioni, J. MIKULEC: Rekatolizace šlechty v Čechách. Čí je země, toho je i náboženství, Praha 2005.

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nonostante la “grandissima oppugnatione” dei “ministri bohemi”, solo per merito dell’importante azione di mediazione del nunzio Caraffa a Vienna, grazie alla quale era stato stabilito che venissero rimossi “tutti i privilegii e constitutioni, che fussero contra la libertà ecclesiastica, che ve n’erano infinite et essorbitantissime” 120. Anche in questo caso si era rilevata decisiva la collaborazione degli interlocutori privilegiati del nunzio (soprattutto Johann Ulrich von Eggenberg, Karl von Harrach, Johann Baptist Verda von Werdenberg e Wilhelm Slawata) e il 3 aprile del 1625 l’imperatore aveva ufficialmente annunciato all’arcivescovo che gli ecclesiastici erano stati fatti nuovamente Stato del regno 121. Lo Stato ecclesiastico aveva in questo modo recuperato il diritto a una rappresentanza politica stabile, ottenendo addirittura dal punto di vista simbolico il primo posto della gerarchia istituzionale. In realtà molte delle prerogative rivendicate dai prelati sarebbero alla fine rimaste soltanto sulla carta perché, come avrebbe dimostrato anche la discussione intorno alla stesura della nuova costituzione boema, esisteva fin dall’inizio, nell’atteggiamento della corte viennese, una notevole distanza tra il piano simbolico e il piano pratico. Nonostante le proteste formulate soprattutto da parte degli ecclesiastici, del tutto assenti nelle consultazioni finali, il 10 maggio 1627 era stata promulgata la nuova costituzione del regno: il celebre Verneuerten Landesordnung [Obnovené zemské řizení], fondamentale documento nel processo di accentramento dei poteri nella figura del sovrano e di centralizzazione amministrativa e politica 122. Veniva così sancita la fine dello stato d’emergenza con cui era stata governata la Boemia dopo il 1620 e il 31 luglio (simbolicamente era stata scelta la festa di san Ignazio) Harrach aveva promulgato a nome dell’imperatore anche le patenti in cui veniva annunciato che in Boemia (anche tra i nobili) sarebbe stata tollerata esclusivamente la religione cattolica. L’eccezionalità della risoluzione, heroica e tanto più laudabile e da più stimarsi di quella d’Austria superiore, quanto per essersi fatta questa in scriptis, e quella in voce, oltre il star il Regno di Boemia alli confini di Sassonia, et esser paese assai più grande, e più ripieno di Baroni heretici presenti,

120 Caraffa a Ludovisi, 29 marzo 1625, APF, SOCG, 214, ff. 351, 358. 121 Ferdinando II ad Harrach, Praga, 3 aprile 1625, NA, APA, 1957, 1614-1627. Si veda anche la risposta dell’arcivescovo, Harrach a Ferdinando II, 17 maggio 1625 (Ibidem). 122 Il testo è stato pubblicato da Jireček alla fine del XIX secolo, H. JIREČEK (a cura di): Obnovené Právo a Zřízení Zemské dědičného Království Českého. Verneuerte Landes-Ordnung des Erb-Königreichs Böhmen 1627, Praga 1888.

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era stata immediatamente comunicata a Roma da Caraffa 123. In questa cornice Ferdinando II aveva fatto ritorno a Praga, dove erano stati solennemente incoronati l’erede Ferdinando III e l’imperatrice Eleonora e il 15 novembre del 1627 aveva avuto inizio la prima Dieta dal tempo della ribellione. Il valore simbolico dell’atto era considerato da Caraffa il primo passo verso la restaurazione del cattolicesimo in tutta l’Europa centrale: essendo la Bohemia (che prima di niun altra parte Boreale si lasciò dall’heresia sedurre) posta in sito proportionatissimo a seminar la buona e la trista semenza per tutta quella regione 124. In realtà molti dei problemi successivi che avrebbero riguardato la Controriforma erano emersi in modo evidente nel cruciale biennio 1626-1627, nel corso delle trattative tenutesi sulle modalità con cui condurre a termine la riforma. Nonostante la nomina a cardinale dell’appena ventottenne arcivescovo, giunta proprio nel momento in cui, dopo le vittorie militari di Wallenstein e Tilly, avrebbe reso possibile rilanciare la “riforma totale” di Caraffa, la delicata questione della restituzione dei beni ecclesiastici alienati dagli hussiti aveva infatidito molti magnati boemi e nel corso delle trattative di Vienna i gesuiti Lamormaini e Filippi avevano demolito la struttura delle proposte dell’arcivescovo e sostenuto che l’imperatore non era tenuto a restituire i beni ecclesiastici alienati e che la conduzione della riforma spettava al potere secolare 125. L’arcivescovo aveva alla fine riportato una parziale vittoria grazie al sostegno di Carraffa e Dietrichstein, ma aveva corso il pericolo di vedere ridotto al minimo il proprio ruolo nella gestione della controriforma. I signori boemi, adeguatamente supportati sul piano dottrinale dalla Compagnia di Gesù, non avevano nemmeno in quest’occasione nascosto tutto il loro disaccordo e provvidenziale si era rivelato nuovamente il sostegno dei nunzi e dei canali familiari. Le contrapposte idee all’interno del fronte cattolico sul ruolo che avrebbe dovuto ricoprire l’autorità vescovile e le aspre polemiche sull’università avrebbero alla fine ottenuto l’effetto di rallentare la realizzazione della ricattolicizzazione. In uno stato in cui quasi tutti i benefici ecclesiastici erano controllati dalla nobiltà, perfino i già citati decreti del sinodo di Praga del 1605 venivano guardati

123 Caraffa a Ludovisi, 28 luglio 1627, APF, SOCG, 67, f. 59. 124 Caraffa a Ludovisi, 17 novembre 1627, APF, SOCG, 69, f. 10. 125 Si veda, anche per la bibliografia sull’argomento, A. CATALANO: “La politica della curia romana in Boemia…”, op. cit.

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con sospetto e del tutto impossibile era realizzare anche le più basilari indicazioni del Concilio di Trento, a iniziare dalla visita della diocesi. La non accettazione dei capisaldi della struttura organizzativa della chiesa centrale avrebbe ovviamente a lungo andare provocato non solo una schizofrenia giurisdizionale, ma anche la progressiva riduzione delle competenze gestite dalla chiesa stessa. Si vedano le profetiche parole di Basilio von Aire rivolte al cardinale Harrach molti anni dopo: Perciò non se le mena buono l’adoperare censure; et non sele concede per authentica, nissuna carta da navigare; non il Concilio di Trento, non Statuta Ernestina, non la Synodo Pragense; là onde bisogna andar sempre fluttuando senza dar mai in porto in alcun negotio ecclesiastico. Tutti li signori stathalteri, come si tratta di negotio ecclesiastico, che sappia di qualche giurisdittione independente da loro, o non confacevole con i loro fini mundani, s’accordano fra di loro a tenere V. Eminenza bassa 126. Tornando al discorso iniziale sull’ambiguità intrinseca di molti documenti ufficiali dell’età moderna, possiamo concludere che il 1627 ha segnato il punto culminante della prima fase della riconquista del territorio e uno spartiacque in una duplice direzione. Da un lato era stata promulgata la nuova costituzione, che cancellava tutti i diritti dei protestanti e costruiva uno stato organizzato in prospettiva molto più “assoluta” rispetto al passato, cancellando quindi ogni possibile forma di ambiguità. Contemporaneamente, il 31 luglio del 1627, era stata promulgata anche la patente di espulsione della nobiltà eretica che, giustificandola con l’obbligo di ogni principe a prendersi cura della salvezza dei propri sudditi, auspicava il ritorno all’età medievale di Carlo IV, quando il regno di Boemia non era stato ancora toccato dall’eresia, rimuovendo così anche una buona fetta del passato del paese 127. Era stata inoltre istituita una nuova commissione di riforma, incaricata di procedere alla conversione della popolazione rimasta dopo l’ondata di emigrazione di chi aveva rifiutato la conversione, in modo da ricondurre nell’alveo della religione cattolica tutti gli abitanti del regno. Anche se in forma definitiva ciò sarebbe stato sancito soltanto nel 1648 dalla pace di Westfalia, che ridisegnava la mappa delle confessioni europea sulla base della situazione reale del 1624, i paesi della corona del regno di Boemia erano stati così trasformati in “paesi ereditari” degli Asburgo e nel giro di pochi decenni sarebbero stati completamente ricattolicizzati.

126 Basilio, 1 dicembre 1652, AVA, Familienarchiv Harrach, K 137. 127 J. MIKULEC: Rekatolizace šlechty v Čechách…, op. cit., pp. 13-18.

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Paradossalmente però proprio poche settimane dopo gli atti appena citati si sarebbe giunti a una delle prime escalation polemiche nella lunga e complessa causa dell’università praghese che avrebbe visto l’arcivescovo opporsi per decenni alla Compagnia di Gesù 128. Il 13 agosto del 1627 la Congregazione de Propaganda fide aveva infatti emanato un decreto che vietava espressamente qualsiasi atto pubblico, aggravando quindi una controversia che avrebbe alla fine impegnato per più di trent’anni la corte di Vienna, il consiglio segreto, i luogotenenti di Boemia, la corte di Roma, la Congregazione de Propaganda fide, i superiori della Compagnia di Gesù e i rappresentanti della maggior parte degli ordini religiosi presenti in Boemia. Questa vicenda concreta finirà per rappresentare, influenzando anche le dure contrapposizioni del 1626 su come portare avanti la riforma, il simbolo più evidente di una differente visione ideologica nella costruzione di una nuova società cattolica. Si sarebbe aperto così all’interno del fronte cattolico una frattura tra potere vescovile e ordini religiosi da una parte e potere temporale e Compagnia di Gesù dall’altra, che per molti aspetti riproduceva in forma meno evidente quella distanza tra ideale e reale che le tre decisioni politiche del 1627 avevano cercato di cancellare per sempre. Si trattava in sostanza della polarizzazione tra chi riconosceva l’assoluta autorità del pontefice e dei vescovi da lui delegati, anche in opposizione alle richieste del sovrano, e chi invece intendeva destinare alla chiesa un ruolo subordinato al governo politico dello stato. Questa contrapposizione, che vedrà spesso imperatore, “politici” e gesuiti da un lato e vescovi, nunzi e ordini religiosi dall’altro, si può intuire dietro gran parte degli scontri successivi. Il caso così esposto della Boemia, dove la giurisdizione ecclesiastica andava ricostruita praticamente da zero, permette peraltro di identificare meglio (e già nella prima metà del Seicento) quegli scontri di competenze che nella seconda metà del secolo caratterizzeranno molte sedi episcopali europee. Nel caso ceco, per di più, l’esistenza di un centenario “uso della nazione” rendeva, agli occhi dei nobili boemi, particolarmente sospetto il tentativo di “innovare” dell’arcivescovo, che doveva ricorrere in continuazione al sovrano per cercare di aggirare gli ostacoli. La mancata ricezione dei decreti del Concilio di Trento che, come del resto era avvenuto anche in Francia, non erano stati recepiti dagli Asburgo austriaci (Filippo II invece li aveva fatti promulgare in Spagna già nel 1564), aveva infatti privato il vescovo della base legislativa su cui basare i propri tentativi di riforma. Questo vuoto legislativo, accompagnato dall’assenza

128 Sulla questione dell’università si veda A. CATALANO: La Boemia e la riconquista delle coscienze…, op. cit., passim.

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dell’inquisizione e dall’impossibilità di svolgere le visite episcopali, aveva portato a una sostanziale dipendenza dell’azione episcopale dalla volontà del sovrano, che nel corso del Seicento si rivelerà a sua volta sempre più desideroso di porre anche la chiesa sotto il controllo dell’apparato statale. Nonostante l’apparente univocità del significato dei documenti ufficiali del 1627, le interminabili discussioni sulla gestione della riforma dei decenni successivi avrebbero dimostrato che nemmeno in Boemia esisteva all’interno delle élite cattoliche un’idea condivisa della, a parole, tanto celebrata pietas austriaca.

Padova, 12.10.2011

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El Emperador, el Imperio y España bajo el reinado de Fernando III

Lothar Höbelt Universität Wien

INTRODUCCIÓN: ¿MARCHAR SEPARADOS O LUCHAR UNIDOS? (1634-1637)

La Casa de Austria, como la describió plásticamente Pierre Chaunu, heredó en los umbrales de la Edad Moderna una participación mayoritaria en el consor- cio europeo; para continuar la metáfora, desarrolló en la siguiente generación una teoría de dos empresas. Las ganancias que la Casa adquirió desde 1477 que- daron posteriormente unidas bajo dirección española; mientras, la corona impe- rial, los antiguos Estados Hereditarios y la herencia de los Jagellon quedaron para la rama menor, la de los herederos de Fernando I. La Casa de Habsburgo fue percibida por sus opositores como un poder amenazante (una perspectiva que desde la Contrarreforma se acrecentó por el lado teológico para hablar de un estilizado complejo “hispano-jesuita”) pese a que entrara a menudo en contra- dicción con la realidad política 1. Desde 1564 poco se puede rastrear en lo prác- tico de la cooperación entre ambas líneas. El más notable ejemplo de ello fue la neutralidad del Emperador en la lucha por los Países Bajos. En 1618-1619, con el paso de la dignidad imperial a la línea estiria de la dinas- tía, pareció que por primera vez se iba a corregir este rumbo. La Casa de Austria reaccionó entonces con un esfuerzo común ante el desafío del levantamiento de los estados bohemios, que fueron apoyados financieramente por varios de sus rivales.

1 Sobre el papel de prominentes jesuitas, que difícilmente se ajustan a un denominador común, véase la panorámica de R. BIRELEY: The Jesuits and the Thirty Years War. Kings, Courts and Confessors, Cambridge 2003.

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Lothar Höbelt

Con el precedente del matrimonio de Felipe III con la hermana de Fernando II y del tratado de Oñate de 1617, el tándem Zúñiga-Olivares apoyó de forma resuelta a la rama alemana de la dinastía. Como resultado, España se benefició tras la bata- lla de la Montaña Blanca con la partición del Palatinado, y contó con la fortaleza de Frankenthal como cabeza de puente en el Rin. Políticamente quedó en vanguar- dia el flamante elector Maximiliano I de Baviera, quien conjugó una sólida línea contrarreformista, aunque recelosa de la hegemonía de los Habsburgos, con el acercamiento a los Barberini y los Borbones. En la Corte imperial se alzaron dos partidos contrarios, que se han etique- tado frecuentemente como el “español” y el “bávaro” 2. La Guerra de Sucesión de Mantua (1627-1631), que significó la “fase italiana” de la Guerra de los Treinta Años 3, sirvió de campo de pruebas para su consolidación. El convento (reunión de príncipes imperiales) de Ratisbona de verano de 1630 acabó con la derrota del partido español y un fracaso en la política exterior del Emperador, que fue tentado por Richelieu 4. El desafío del inminente colapso de la posición española en los Países Bajos y del Emperador en el Imperio en 1631-1632 llevó a que, como reacción, se inten- tara renovar una vía de acuerdo para salir del atolladero, que culminó con un éxi- to tan rotundo como inesperado en la batalla de Nördlingen (5-6 de septiembre de 1634) 5. Wallenstein había comenzado en 1632 su “segundo generalato” y ca- yó a principios de 1634, víctima de una estrategia conjunta pero coyuntural de los

2 Para el concepto de “partido español”, que a menudo se entiende como el “extremo radical del campo católico”, ver P. MAREK: “La diplomacia española y la papal en la Corte Imperial de Fernando II”, Studia Historica. Historia Moderna 30 (2008), pp. 109-143, aquí 126. En general sobre el tema M. MECENSEFFY: “Die Beziehungen der Höfe von Wien und Madrid während des 30jährigen Krieges”, Archiv für Österreichische Geschichte 121 (1955), pp. 1-91 y B. CHUDOBA: Spain and the Empire 1519-1643, Chicago 1952, que en lo sustancial acaba en el año 1620. 3 R. QUAZZA: “Il periodo italiano della guerra dei trent’anni”, Rivista Storica Italiana 50 (1933), pp. 64-89; D. A. PARROTT: “The Mantuan Succession, 1627-31. A Sovereignty Dispute in Early Modern Europe”, English Historical Review 112 (1997), pp. 20-65. 4 E. STRAUB: Pax et Imperium. Spaniens Kampf um seine Friedensordnung in Europa zwischen 1617 und 1635, Paderborn, 1980; S. EXTERNBRINK: Le coeur du monde. Frankreich und die norditalienischen Staaten im Zeitalter Richelieus 1624-1635, Münster 1997. 5 A. VAN DER ESSEN: Le Cardinal-Infant et la politique européenne de l’Espagne 1609- 1641, Louvain 1944, vol. I; P. ENGERISSER y P. HRNCIRIK: Nördlingen 1634, Weißenburg 2009.

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partidos “español” y “bávaro” 6. Su política de reconciliación con los protestan- tes alemanes, en cambio, fue continuada y apoyada con las fuerzas de España. El 30 de mayo de 1635 se firmó la Paz de Praga con Sajonia, a la que se sumaron ca- si todos los demás estados imperiales 7. La paz en el Imperio alimentó la esperan- za de que se alcanzara en breve un acuerdo semejante con Holanda y Suecia. La victoria de Nördlingen llevó por otro lado a la confrontación con Francia. En un principio, Olivares quiso aprovechar este triunfo para iniciar un ataque preventivo que disuadiera a Francia de apoyar más acciones en contra de los Habsburgos, una idea práctica ya que la Monarquía gala no estaba dispuesta a re- nunciar a las bases que había ocupado en el Rin al socaire del éxito sueco. Los franceses se habían hecho en 1634 con el Palatinado incluyendo Heidelberg, que Maximiano de Baviera reclamaba para sí. Este estado de cosas significaba una oportunidad única, ya que Baviera (y con Maximiliano también su hermano el arzobispo de Colonia, que era importante para los Países Bajos) no tenía otra op- ción que la cooperación con los Habsburgos. Esta alianza se sellaría en 1635 con la boda de Maximiliano y la hija del Emperador 8. De los otros electores, el arzobispo de Tréveris, Christoph von Sötern, ha- bía negociado colocarse bajo la protección francesa, mientras que el cabildo ca- tedralicio estaba con los españoles. El conflicto culminó con la detención de Sötern a cargo de tropas españolas el 26 de marzo de 1635, lo que ofreció un pretexto para la declaración de guerra de Francia de 19 de mayo de ese año. Sö- tern fue entregado al Emperador y no se le liberó hasta 1645, en buena medida porque se negó rotundamente a aceptar como su coadjutor y sucesor al herma- no del Emperador, Leopoldo Guillermo 9. Mientras, al tercero de los electores

6 H. ERNST: Madrid und Wien 1632-1637. Politik und Finanzen in den Beziehungen zwischen Philipp IV. und Ferdinand II., Münster 1991, pp. 51 y 69-78. 7 Para la Paz de Praga véase la edición de K. BIERTHER: Der Prager Frieden von 1635, München 1997; A. WANDRUSZKA: Reichspatriotismus und Reichspolitik zur Zeit des Prager Friedens, Wien 1955. Para el papel de Quiroga, BAV, Barb. Lat., 6975, ff. 189 y 208v, 23 y 30 de diciembre de 1634. 8 D. ALBRECHT: Maximilian I. von Bayern 1573-1651, München 1998; J. F. FOERSTER: Kurfürst Ferdinand von Köln. Die Politik seiner Bistümer in den Jahren 1634 bis 1650, Münster 1976; sobre el Colegio de Electores, A. GOTTHARD: Säulen des Reiches. Die Kurfürsten im frühneuzeitlichen Reichsverband, Husum 1999. 9 H. WEBER: Frankreich, Kurtrier, der Rhein und das Reich 1523-1635, Bonn 1969; U. LUCAS: Die kurtrierische Frage von 1635-1645, Mainz 1977.

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eclesiásticos, el archicanciller y arzobispo de Maguncia Anselm Casimir von Wamboldt, enemigo personal de Sötern, se le consideraba “apassionatissimo per Spagna” 10. España también mantenía buenas relaciones con el príncipe elector Jorge de Sajonia desde la Paz de Praga. Jorge, cabeza de los luteranos del Im- perio, recibió tiempo después el cumplido de ser considerado “mas austriaco y mas Catolico” que Maximiliano de Baviera 11. Solo Brandemburgo (cuyo elector Jorge Guillermo se retiró desde 1637 a Pru- sia Oriental) estaba aparentemente al margen de los círculos de la diplomacia espa- ñola. Por su parte, el hijo del exiliado Elector Palatino, fracasó en 1638 al intentar una expedición en el norte de Alemania y jugó un papel díscolo en la diplomacia de los Habsburgos. Aunque siempre pueda discutirse si era posible la restitución de sus estados (como precio de la alianza con su primo Carlos I de Inglaterra o por una alta suma de dinero), esta negociación se dirigía las más de las veces únicamen- te a ejercer presión sobre Baviera. Ninguna oferta seria tuvo éxito, y con el estalli- do de la guerra civil inglesa en 1642 la opción perdió todo su valor 12. De los príncipes imperiales de rango inferior a los electores, tres en especial tenían significación para España por contar con sus propias tropas y encontrarse entre los “Estados armados”, si bien procuraban evitar alinearse de forma neta. En esta categoría estaba Hesse-Kassel, que desde 1637 gobernaba la landgravesa Isabel Amalia: vaciló con la proclamación de la Paz de Praga, cerró en 1639-1640 una alianza con Francia y entró en la guerra contra los príncipes eclesiásticos renanos ingeniándoselas a la vez para mantener una exquisita neutralidad con los Países Bajos españoles, salvo algunos incidentes puntuales 13. El duque de

10 BAV, Barb. Lat., 7000, f. 52, 28 de marzo de 1637. 11 CODOIN, vol. LXXXIV, p. 57 (informe de 20 de noviembre de 1647); A. GOTTHARD: “Johann Georg I.”, en F.-L. KROLL (ed.): Die Herrscher Sachsens, Münster 2007, pp. 137-147. 12 U. KOBER: Eine Karriere im Krieg. Graf Adam von Schwarzenberg und die kurbrandenburgische Politik von 1619 bis 1641, Berlin 2004; A. JÜDEL: Verhandlungen über die Kurpfalz und die pfälzische Kurwürde vom Oktober 1641 bis Juli 1642, Halle 1890; A. J. LOOMIE: “Alonso de Cardenas and the Long Parliament, 1640-1648”, English Historical Review 97 (1982), pp. 289-307; R. VALLADARES: La Rebelión de Portugal 1640-1680, Valladolid 1998, p. 55. El hermano del conde Palatino, el príncipe “Rupert of the Rhine”, fue capturado en 1638 y liberado en 1641 como signo de buena voluntad. C. SPENCER: Prince Rupert. The Last Cavalier, London 2007, pp. 37-45. 13 R. ALTMANN: Landgraf Wilhelm V. von Hessen-Kassel im Kampf gegen Kaiser und Katholizismus 1633-1637, Marburg 1938; I. BECHERT: Die Außenpolitik der Landgräfin Amelia

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Palatinado-Neoburgo, Juliers y Berg, con residencia en Dusseldorf, se había con- vertido al catolicismo en 1615 y había conseguido su trono en buena parte por la ayuda española. En 1635 sus tropas pasaron al servicio imperial, pero se esforzó por mantener la neutralidad en la guerra entre Colonia y Hesse y entre el Empe- rador y Suecia 14. El mismo objetivo perseguían los Welf de la Casa de Braunsch- weig-Lüneburg, quienes cooperaron en 1636-1637 con el Emperador con el mismo poco entusiasmo, y con Suecia en 1640-1641. Solo el duque Bernhard von Weimar permaneció abiertamente en contra en 1637. No era un príncipe impe- rial sino el benjamín de uno de ellos; como condotiero se cambió del lado sueco al francés en 1635-1636 y operó con su ejército en el Alto Rin y Borgoña 15. La figura central para la cooperación entre Viena y Madrid, que mantuvo el objetivo de una colaboración duradera pese a puntuales crisis, fue el yerno de Felipe IV, Fernando III, elegido rey de Romanos en diciembre de 1636 y que sucedió a su padre en febrero de 1637 16. En el entorno inmediato de Fernando se movía obviamente su esposa, la emperatriz María, cuyo papel es difícil de acotar, el confesor de esta, padre Diego Quiroga, y también el secretario de la embajada Agustín Navarro, a quien se confiaban a menudo misiones delicadas. Fernando III contaba también con un primer ministro, que no cabía en la eti- queta de “valido” pero que controlaba con claridad la corte: el mayordomo ma- yor conde Maximilian von Trauttmansdorff, definido en los primeros años del reinado como “tutto Spagnuolo”. Para las relaciones con los Estados imperiales, el partido bávaro fue representado en el Consejo de forma prominente por el

Elisabeth von Hessen-Kassel Oktober 1637 bis März 1642, Marburg 1946; K. MALETTKE (ed.): Frankreich und Hessen-Kassel zur Zeit des Dreißigjährigen Krieges und des Westfälischen Friedens, Marburg 1999; C. V. ROMMEL: Geschichte Hessens, Kassel 1858, vol. VIII. 14 KA, AFA, 88/XI/52, 74, 83, 85 y 89 (11 al 28 de noviembre de 1635); G. ENGELBERT: “Der Hessenkrieg am Niederrhein (1.Teil)”, Annalen des historischen Vereins für den Niederrhein 161 (1959), pp. 65-113; R. LEFFERS: Die Neutralitätspolitik des Pfalzgrafen Wolfgang Wilhelm als Herzog von Jülich-Berg in der Zeit von 1636-1643, Neustadt/Aisch 1971. 15 F. G. VON DER DECKEN: Herzog Georg von Braunschweg und Lüneburg, Hannover 1834, vols. III-IV; W. LANGENBECK: Die Politik des Hauses Braunschweig-Lüneburg in den Jahren 1640 und 1641, Hannover 1904; G. DROYSEN: Bernhard von Weimar, Leipzig 1885, vol. II. 16 En la década de 1620 tanto Fernando (III) como su preceptor Christoph Simon von Thun no destacaban precisamente por su ánimo proespañol; la situación empezó a cambiar tras su boda en 1631. P. MAREK: “La diplomacia española y la papal…”, op. cit., pp. 123 y 142.

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vicecanciller imperial, el conde Ferdinand Kurz, hermano del camarero mayor del duque de Baviera. Sin embargo, pese a lo que se pudiera imaginar, Trautt- mansdorff y Kurz mantenían una excelente relación personal 17. Con la entronización de Fernando III, paradójicamente, la labor común di- nástica alcanzó de nuevo un punto alto: la campaña de 1636 fue la única que vio a los ejércitos de ambas ramas luchar juntas contra Francia aun cuando, a dife- rencia de España, no se había producido una declaración de guerra formal entre el Emperador y Luis XIII 18. También en esta ocasión la coordinación de las ope- raciones fue manifiestamente mejorable. El Cardenal-Infante comenzó su cam- paña a principios de julio y poco después invadió territorio francés en dirección este-oeste; coronó la operación con la conquista de Corbie el 15 de agosto. El “año de Corbie” fue recibido como un trauma en Francia, pues entretanto tro- pas auxiliares imperiales y bávaras llegaron hasta los alrededores de París, como había deseado Olivares, quien confiaba en el valor disuasivo de tal plan 19. Sin embargo, el cálculo político fracasó. En Francia triunfó más bien la so- lidaridad con el régimen de Richelieu. El ejército imperial de Gallas llegó a la frontera francesa a mediados de septiembre, cuando el Cardenal-Infante estaba ya limitado a tareas defensivas. Tampoco Gallas quiso adentrarse más en el in- terior de Francia y se dirigió hacia el sur, fracasó a comienzos de noviembre en el sitio de la pequeña ciudad de Saint Jean de Losne y se retiró con su ejército

17 L. HÖBELT: Ferdinand III. Friedenskaiser wider Willen, Graz 2008, pp. 77 y ss. y 111 y ss.; B. LERNET: Maximilian von Trauttmansdorff. Hofmann und Patron im 17. Jahrhundert, tesis doctoral inédita, Wien 2004; para la prosopografía del Consejo Secreto imperial, H. F. SCHWARZ: The Imperial Privy Council in the Seventeenth Century, Cambridge, Mass. 1943. 18 A. V. HARTMANN: Von Regensburg nach Hamburg. Die diplomatischen Beziehungen zwischen dem französischen König und dem Kaiser vom Regensburger Vertrag (13.Oktober 1630) bis zum Hamburger Präliminarfrieden (25. Dezember 1641), Münster 1998. 19 H. GÜNTER: Die Habsburger-Liga 1625-1635, Berlin 1908, pp. 436 y 444; R. LESAFFER: Defensor Pacis Hispanicae. De Kardinaal-Infant, de zuidelijke Nederlande a de Europese Politiek van Spanje va Nördlingen tot Breda (1634-1637), Kortrijk 1994; R. QUAZZA: Tommaso di Savoia-Carignano nelle campagne di Fiandra e di Francia 1635-1638, Torino 1941; W. S CHULZE: “Der Sommerfeldzug Johann von Werths in Nordfrankreich im Jahre 1636”, Münchner historische Abhandlungen 2/6 (1934), pp. 25-66; D. PARROTT: Richelieu’s Army. War, Government and Society in France, 1624-1642, Cambridge 2001, pp. 118-122; L. HÖBELT: “Bomberflotten des Barock? Die «polnischen Völcker» als Vergeltungswaffe der Kaiserlichen 1635/36”, en Von Söldnerheeren zu UN-Truppen. Heerwesen und Kriege in Österreich vom 17. bis zum 20. Jahrhundert, Wien 2011, pp. 29-43.

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tras una campaña infructuosa 20. El gobierno del Franco Condado en Dole se negó a conceder cuarteles de invierno a los imperiales. Borgoña habría deseado regresar a su tradicional neutralidad de todos los conflictos francoespañoles, que se retrotraía a la década de 1520 21. El intento de un ataque concentrado contra Francia había dejado a la vista los problemas geopolíticos que implicaba una campaña conjunta de este tipo: aquellos ríos con una importancia logística central, como el Rin, Mosela o Mosa, fluían en la dirección contraria, hacia el norte y no el oeste. La Selva Negra y los Vosgos tampoco dejaban muchas vías de acceso. Los Países Bajos españoles eran de nue- vo el “lugar desde donde más cerca y mejor se podía derrotar a los franceses” 22. Por tanto, Flandes no se libró de ser un doble frente de guerra; no podía espe- rarse de Bruselas un esfuerzo sostenido en una única dirección. Así, Francia pu- do beneficiarse de la ventaja de sus líneas interiores y mover sus tropas a los distintos teatros bélicos con más rapidez que sus adversarios. La alternativa tenía menos problemas logísticos pero sí dificultades políticas: que las tropas imperiales operasen contra Francia desde el norte de Alemania, en el flanco de los holandeses, para aliviar al ejército del Cardenal-Infante. Pero en el noroeste del Imperio existía un sistema movedizo y entrecruzado de treguas y acuerdos que impedía elaborar una iniciativa eficaz. El propio Fernando III pre- fería mantener eventualmente su neutralidad con las Provincias Unidas. La fron- tera oriental holandesa estaba cubierta por un cordón de guarniciones de Hesse (Coesfeld, Bocholt), quien a su vez conservaba un pacto tácito de no agresión con España. El fracaso de los planes de dar un golpe definitivo contra Francia se debió al desengaño de las esperanzas alimentadas tras la batalla de Nördlingen. No se ha- bía alcanzado la paz ni con Holanda ni con Suecia. Felipe IV no estaba dispuesto

20 R. REBITSCH: Matthias Gallas (1588-1647). Generalleutnant des Kaisers zur Zeit des Dreißigjährigen Krieges, Münster 2006, pp. 155-165. 21 R. MAAG: Die Freigrafschaft Burgund und ihre Beziehungen zur schweizerischen Eidgenossenschaft (1477-1678), Zürich 1891, pp. 48, 76 y ss.; R. SEEHAUSEN: Die Schweizerische Politik während des Dreissigjährigen Krieges, Halle 1882, pp. 88-95; F. PERNOT: La Franche- Comté espagnole (XVI-XVIIe siècles), Paris 2003, pp. 219-233; M. FRAGA IRIBARNE: Don Diego de Saavedra y Fajardo y la diplomacia de su época, Madrid 1956; G. LOUIS: La Guerre de Dix Ans 1634-44, Besançon 1998. 22 SOA, Český Krumlov, FA Schwarzenberg, Johann Adolf I, 369, carta a Caretto, 23 de noviembre de 1647.

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a renunciar a Pernambuco, la conquista brasileña que los holandeses posiblemen- te cambiarían por una suma de dinero; el estatúder Orange, en quien se habían de- positado tantas esperanzas, se unió de nuevo en 1633 al partido de la guerra 23. Por su parte, el Emperador tampoco llegaba a un acuerdo con los suecos. Estos reque- rían una “satisfacción” por sus gastos, ochenta toneladas de oro o promesas de tie- rras y vasallos: pensaban en primer lugar en el ducado de Pomerania, que tras la extinción de la dinastía de los Greifen en 1637 había de recaer en Brandemburgo. España presionó para que se alcanzara un acuerdo de paz con Suecia. El Em- perador se comportó de forma muy cautelosa en la fase decisiva de los sondeos. No estaba por la labor de satisfacer las retribuciones que demandaban los suecos, ni territoriales ni financieras: los protestantes del Imperio habían llamado a los suecos y ahora querían deshacerse de ellos. Un conflicto militar entre Suecia y los protestantes alemanes, que hiciera de cuña entre los antiguos aliados, sería bien recibido en un principio. La oportunidad de librarse de los suecos estuvo abierta en 1635-1636, tanto a nivel diplomático como militar, cuando varias de las cabezas de su ejército negociaron con los imperiales cambiar de bando. Pero en el transcurso de 1636 casi todos regresaron a Suecia. La window of opportunity en el Norte se cerró de forma apreciable. Oxenstierna firmó con los franceses el 30 de marzo de 1636 el tratado de Weimar, el cual no fue ratificado por el momento. La victoria de Baner en la batalla de Wittstock (4 de octubre de 1636) rompió la espina dorsal de los aliados sajones del Emperador y permitió un nuevo avance sueco hacia el centro de Alemania, hasta Erfurt y Leipzig 24. Las negociaciones con el ejército sueco y la fracasada campaña francesa de ve- rano de 1636 condujeron asimismo a una crisis en las relaciones de Fernando III con España, o mejor dicho con el embajador Oñate. Este retrasó la libranza de los subsidios que se habían prometido a Fernando, quien tuvo que justificarlo con el anticipo que le había dado Sajonia. Para Oñate resultaba prioritaria la campaña en Italia, donde Milán se veía amenazada desde todas las direcciones por la liga de

23 J. ISRAEL: “Frederick Henry and the Dutch political factions, 1625-1642”, English Historical Review 98 (1983), pp. 1-27; J. ISRAEL: The Dutch Republic and the Hispanic World 1606-1661, Oxford 1982, pp. 241-249 y 304-310. 24 B. V. CHEMNITZ: Der Königlich Schwedische in Teutschlandt geführte Krieg, Stockholm 1856, 2 vols. (sigue ofreciendo la exposición mejor informada sobre los historiadores suecos del Imperio del siglo XVII); J. ÖHMAN: Der Kampf um den Frieden. Schweden und der Kaiser im Dreißigjährigen Krieg, Wien 2005; P. ENGLUND: Ofredsar, Stockholm 1993 y P. ENGLUND: Die Verwüstung Deutschlands, Göttingen 1998.

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Rivoli: por Mantua al este, Parma al sur, Piamonte al oeste y los franceses del du- que de Rohan desde el norte, por la Valtellina. La ofensiva imperial de socorro desde Tirol fracasó dos veces en 1635. Oñate reclutó por su cuenta diez regimien- tos en Polonia que habrían hecho gran falta a los imperiales en el norte, pero que llegaron muy tarde al sur y oeste del Imperio para la campaña de 1636 25. En el invierno de 1636-1637 se llegó a una distensión: los imperiales habían recomendado siempre hacer palanca sobre los grisones, de modo que estos cambiaron de bando en febrero de 1637 y abandonaron a Rohan 26. Oñate, que se había hecho impopular por su intransigencia, fue sustituido finalmente por Castañeda, quien mantuvo una relación de mucha confianza con Fernando III. Se decía que el Emperador hablaba con él en español “e gli da del Vos” 27.

COYUNTURAS ASINCRÓNICAS Y AYUDAS FAMILIARES (1638-1642)

No se previó un nuevo ataque contra Francia en 1637. Los líderes militares imperiales tuvieron su participación: el trío formado por Matias Gallas (tenien- te general), Kaspar von Stadion (asesor militar de Fernando III) y Heinrich Schlick (presidente del Consejo Áulico de Guerra en Viena) no pertenecía al partido bávaro, pero mantuvo una distancia consciente con los españoles. Gallas negó todas las ofertas que le llegaron. Al parecer, Oñate había ofrecido el mando supremo del ejército imperial al duque Federico Savelli 28; luego, Gallas se había

25 S. EXTERNBRINK: Le coeur du monde…, op. cit., pp. 306-323; R. QUAZZA: Preponderanza Spagnuola (1559-1700), Milano 1938, pp. 480 y ss.; H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 165-168 y 215 y ss. 26 A. WENDLAND: Der Nutzen der Pässe und die Gefährdung der Seelen. Spanien, Mailand und der Kampf ums Veltlin (1620-1641), Zürich 1995; F. PIETH: Die Feldzüge des Herzogs Rohan im Veltlin und in Graubünden, Chur 1935. 27 BAV, Barb. Lat., 7000, f. 94v (11 de abril de 1637); H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 254-258. 28 SOA, Litomerice/Decin, FA Gallas, 354, Caretto a Gallas, 15 de abril de 1637; BAV, Barb. Lat., 6997, f. 17 (7 de octubre de 1636); H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., p. 173. No fue hasta 1641-1642, residía en Trento y enviaba avisos para el virrey de Nápoles, cuando mejoró su relación con los españoles (BAV, Barb. Lat., 7023, 12 de abril de 1642). Sobre el largo retraso (de 1635 a 1646) de la donación del feudo de Lucera, véase R. REBITSCH: Matthias Gallas…, op. cit., p. 398.

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hecho acreedor en 1634 de la eterna gratitud del Emperador por la caída de Wa- llenstein y la victoria de Nördlingen. Gallas permaneció en su oficio y así se lle- gó en junio de 1637 a una división del ejército imperial: una mitad bajo Piccolomini, constituida por más de 10.000 hombres, se dirigió a los Países Ba- jos con el Cardenal-Infante. Allí debían permanecer neutrales ante los holande- ses y alojarse luego en los cuarteles de invierno en el Imperio, un problema que llevaba siempre a tensiones con los príncipes imperiales occidentales. La otra mitad, bajo Gallas, debía unirse con los contingentes de los estados imperiales y enfrentarse a los suecos antes de iniciar nuevas operaciones contra los franceses. Durante un año los esfuerzos de los Habsburgos se caracterizaron por la “for- tuna”. Gallas empujó a los suecos hasta febrero de 1638 hacia sus bases en el mar del Norte, el seekante; en Italia los españoles se beneficiaron de la muerte de los duques de Mantua y Saboya en 1637-1638 y la posterior guerra civil en Piamonte a partir de otoño de 1638 entre madamisti y principisti 29; en los Países Bajos, aun- que se perdió Breda en 1637, el Cardenal-Infante ocupó los fuertes del Mosa y a comienzos de 1638 siguieron las victorias de Kallo y Saint Omer 30. Se planearon proyectos optimistas: si los suecos eran finalmente vencidos, los imperiales po- drían quizá volverse contra Holanda. Trauttmansdorff ofreció indicios promete- dores en esta dirección cuando en otoño de 1637 se envió un cuerpo del ejército imperial bajo el mando de Götz contra los de Hesse, que se habían retirado a Fri- sia Oriental. Francisco de Melo llegó como embajador extraordinario a Viena pa- ra que se consolidara esta línea si hubiera predisposición. Pero Götz, que estaba al servicio de Baviera, pasó el invierno en Hesse 31. A comienzos de 1638 reunió en Westfalia un ejército de los Círculos Imperiales que derrotó en Vlotho (17 de octubre de 1638) al hijo de Federico II del Palatinado. España no tenía de qué be- neficiarse con esto. Al contrario, el Cardenal-Infante se quejó de que los imperia- les le habían abandonado ante Maastricht, ya que el cuerpo auxiliar que se le iba a enviar al mando de Lamboy se destinó finalmente a otro objetivo, el socorro de Breisach, que pese a ello fue en vano 32.

29 G. AMORETTI: Il Ducato di Savoia dal 1559 al 1713, vol. II: 1610-1659, Torino 1985, pp. 111-146. 30 R. QUAZZA: Tommaso di Savoia-Carignano..., op. cit., pp. 171 y ss. y 229 y ss. 31 BAV, Barb. Lat., 7004, f. 99, 4 de diciembre de 1637; HHStA, KrA, 121, f. 103, Götz a Fernando III, 25 de octubre de 1637; CCE, vol. III, pp. 162 y 171. 32 CCE, vol. III, p. 264; CCE, vol. VI, pp. 475 y 484.

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En invierno de 1638-1639 se deterioró drásticamente la situación de los im- periales: es conocida la pérdida de Breisach, a la que Bernhard von Weimar cor- tó todos los suministros hasta que se vio forzada a capitular el 17 de diciembre de 1638 33. Aún más grave fue el colapso de la posición imperial en el noreste del Imperio, que culminó en esas semanas. El ejército principal de Gallas estaba de- bilitado por el traspaso de destacamentos que había tenido que realizar; princi- palmente llevaba dos años sin contar con una base logística. El círculo bajosajón, sostenido a través de Dinamarca, al que los imperiales cortejaban co- mo aliado más adecuado contra Suecia, negó a Gallas los cuarteles de invierno; Brandemburgo y Sajonia necesitaban su territorio para sí mismos; el resto del ejército de Gallas, entonces, irrumpió como una masa desordenada de vuelta a los territorios hereditarios de Austria. Baner tomó la iniciativa con vigor y logró varias victorias contra destacamentos aislados de los imperiales (Elsterberg, 2 de marzo; Chemnitz, 16 de abril; Brandeis, 31 de mayo) y en verano de 1639 se presentó de nuevo ante Praga 34. Con su ataque, Baner había inflingido un duro revés al pacto familiar de los Habsburgos. La crisis en Alemania causó una evidente desavenencia entre Ma- drid y Viena, y entre Trauttmansdorff y Castañeda en la Corte imperial 35. Fer- nando III exigió a su suegro un socorro inmediato, “prontidud y union que requiere la grandezza y proximidad del peligro” 36; como mínimo 6000 hom- bres que, dada la situación de conjunto, solo podían llegar de Milán. Si esa ayuda no llegaba inmediatamente, se vería forzado a retirar de los Países Bajos a las tro- pas de Piccolomini. Este recibió la orden en abril; tras su victoria en Diedenho- fen (7 de junio de 1639), se le permitió pasar el verano en el frente occidental. Pero cuando el embajador extraordinario imperial Annibale Gonzaga regresó de Madrid con las manos vacías, se le dio a Piccolomini la orden definitiva de retirada.

33 H. L. V. WETZER: “Der Feldzug am Ober-Rhein und die Belagerung von Breisach”, Mittheilungen des k.k. Kriegsarchivs, Neue Folge 1 (1887), pp. 225-344; 2 (1888), pp. 257-378 y 3 (1889), pp. 1-154. 34 Véase la obra, mayoritariamente de correspondencia alemana, de P. SONDEN (ed.): Axel Oxenstiernas Skrifter och Brefväxling, sección II, vol. 6: J. Baners bref, Stockholm 1893. 35 HHStA, SDK, 24/465, f. 146, 29 de noviembre de 1639. Olivares estaba dispuesto a llamar de vuelta a Castañeda, en lo que Fernando III no insistió. 36 HHStA, SDK, 24/467, f. 29, 28 de febrero de 1639.

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Fernando III vio en otoño de 1639 la instalación de una serie de riesgos adi- cionales en el Imperio. Temía para el año siguiente un ataque del Imperio oto- mano, que acababa de terminar exitosamente su guerra contra Persia con la conquista de Bagdad. El Imperio se enfrentaba así a una guerra en tres frentes contra franceses, suecos y turcos. “Se il Turco si movesse, ogni cosa anderebbe a fuoco e fiamma”, auguró el normalmente optimista Trauttmansdorff 37. Pero, de nuevo, la providencia sacó de circulación a un potencial enemigo. La amenaza turca se evaporó con la muerte del sultán Murad IV en enero de 1640 38. Al Em- perador le molestó la tregua que los españoles, a través del marqués de Lega- nés, habían alcanzado en Italia en agosto de 1639 sin haber pedido su opinión. Gracias a esto los franceses se veían liberados para dirigir sus fuerzas hacia el Rin. Tan pronto llegó la noticia a Viena, se desautorizó la tregua entre ambas partes 39. España no había reaccionado a la petición de socorro imperial, pero había empezado a tomar medidas al respecto. En primer lugar, marchando a la recon- quista de Breisach. En primer plano no estaba el tantas veces citado “Camino Español”, que desde hacía largo tiempo no era utilizable; además, la neutral Es- trasburgo impedía el paso de tropas y tenía así bloqueada la vía del Rin. Con la caída de Breisach, era el Franco Condado el que quedaba aislado del Imperio; rodeado de enemigos, quedaba por el momento sustentado en el triángulo Dole- Salins-Besançon. Con la caída de Breisach también se hacía inestable la posición del duque Carlos de Lorena, quien se retiró a Bruselas y se convirtió en un alia- do problemático. Breisach formaba parte de las posesiones de la línea tirolesa; España (o, mejor dicho, Milán) dirigió aquí sus fuerzas. El embajador Enríquez cerró con la archiduquesa viuda Claudia de Medici, regente del Tirol, y el Em- perador el tratado de Kaiserebersdorf el 18 de septiembre de 1639. Un ejército de 15.000 hombres debería recuperar Breisach, de lo que Diego Saavedra Fajardo

37 BAV, Barb. Lat., 7027, f. 5v, 8 de octubre de 1639; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 149 y ss. 38 Las primeras noticias sobre un repentino cambio político en Estambul llegaron a Viena el 18 de enero de 1640 (BAV, Barb. Lat., 7018, 21 de enero de 1640); para su trasfondo véase J. SIRBU: Mateu-Voda Besarabas auswärtige Beziehungen 1632-1654, Leipzig 1899. 39 HHStA, SDK, 23/461, f. 39, Fernando III a Schönburg, 7 de septiembre de 1639; 23/464, el marqués de Leganés y Francisco de Melo, 17 de septiembre de 1639. La sorprendente coincidencia temporal tuvo también algo de relación causal entre la tregua en Italia y la orden de retirada de Piccolomini.

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intentó convencer a Baviera y, tras la muerte de Bernhard von Weimar, ofreció a sus oficiales una lucrativa oferta para cambiar de bando 40. El llamamiento de la Emperatriz a su hermano parece que causó efecto. Po- co antes de que acabara 1639, Felipe IV decidió ayudar a una escala mayor 41. El Imperio se vio inundado de enviados especiales españoles: “Eccita in cada uno la maggior curiosita il veder qui in un medesimo tempo tre Ministri del Cattoli- co” (Castañeda, Enríquez y Saavedra Fajardo), escribía el embajador veneciano en Viena 42. Además, se anunció el nuevo envío de Francisco de Melo, que sería mandado como embajador extraordinario a la Dieta Imperial que Fernando III había convocado en Ratisbona (Schlick escribió que esperaban a Melo con un “buen saco de dinero” 43). Hasta la llegada de Melo en noviembre de 1640, le representó el marqués de la Fuente, uno de los tres enviados del Cardenal-In- fante, junto con Sarmiento y Salamanca, que habían quedado en Ratisbona en 1640-1641. Melo sucedió al Cardenal-Infante en 1641-1642 como gobernador de los Países Bajos. Mientras, como sucesor de Castañeda en la Corte imperial se envió en verano de 1641 al marqués de Castel-Rodrigo 44. La Dieta Imperial representaba la ocasión de coger el toro por los cuernos. Maximiliano de Baviera, tras las derrotas del invierno de 1638-1639 estaba a un paso de optar por una línea de paz; sus tropas defendían desde 1639 la línea del Rin, pero evitaban enfrentarse a los franceses. Los agentes de Saavedra sorpren- dieron in fraganti en enero de 1640 a unos oficiales bávaros en un encuentro se- creto con emisarios franceses en el santuario suizo de Einsiedeln. El hermano de

40 M. FRAGA IRIBARNE: Don Diego de Saavedra y Fajardo…, op. cit., pp. 329-332 (¡con fechas cambiadas!) y p. 345. Las consecuencias militares se limitaron al sitio de Hohentwiel, véase W. HEYDENDORFF: “Vorderösterreich im Dreißigjährigen Krieg”, Mitteilungen des Österreichischen Staatsarchivs 12 (1959), pp. 74-142 y 13 (1960), pp. 107-194. 41 KA, AFA 104/XII/ad 12, carta de Schönburg de 20 de diciembre de 1639; CCE, vol. III, p. 357. 42 HHStA, Dispacci di Venezia (transcripciones), vol. 83, n. 211, 10 de marzo de 1640. Sobre Saavedra escribió el nuncio: “s’insinua nella confidenza particularmente di S.M.C.” (BAV, Barb. Lat., 7019, 4 de septiembre de 1640). 43 SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, n. 20968, 29 de octubre de 1640. 44 BAV, Barb. Lat., 7019, 24 de julio, 20 de noviembre y 18 de diciembre de 1640; Barb. Lat., 7020, 30 de abril de 1641; K. KELLER y A. CATALANO (eds.): Die Diarien und Tagzettel des Kardinals Ernst Adalbert von Harrach (1598-1667), vol. II, Wien 2010, pp. 434 y 436 (21 y 28 de diciembre de 1640).

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Maximiliano, arzobispo de Colonia, garantizó por el tratado de Tongern (26 de abril de 1640) la neutralidad de sus súbditos de Lieja 45. Los príncipes electores deseosos de paz se habían juntado en convento en Núremberg en 1639. Su crí- tica contenía un punto significativo contra España. El Emperador intentó tomar la iniciativa y frenar esta deriva con la convocatoria de la Dieta Imperial 46. Entre el Emperador y sus críticos se llegó al acuerdo de buscar como objeti- vo una paz separada con Suecia. El acuerdo fue mucho más difícil en torno al precio que había que pagar para ello. Cuando el Emperador ofreció Pomerania a los suecos, tuvo que compensar a Brandemburgo con otros lugares. Estaba pre- sente el riesgo de abrir la caja de Pandora de las reclamaciones territoriales. Por ello Fernando III vaciló largamente la oferta, hasta marzo de 1641. Entretanto Suecia había prorrogado su tratado de alianza con Francia; por otro lado, el Em- perador no podía evitar el retorno a la neutralidad del nuevo elector de Bran- demburgo Federico Guillermo. Al contrario: el luego conocido como “Gran Elector” alimentaba la esperanza de obtener la mano de la joven reina Cristina de Suecia. La paz separada con Suecia, largo anhelo de España, fue finalmente fallida; con el transcurso de la Dieta Imperial también quedaron enterradas las iniciativas de paz del partido bávaro, tan peligrosas para España. El desafío político de la Dieta Imperial, conectado con limitaciones milita- res, hizo que España contribuyera en 1640-1641 con una ayuda financiera co- mo nunca sería capaz ni antes ni después, de más de un millón de florines anuales 47. Aunque no se logró nada de lo acordado en el tratado de Kaiserebers- dorf, las tropas españolas habrían sido necesarias en Italia en 1640 para lucha por Casale y Turín. Castañeda reclutó un “ejército de Alsacia” pensado como reemplazo a las tropas de Piccolomini, pero que en esta ocasión se encontrara bajo exclusivo comando español. También las condiciones políticas de la Corte

45 CCE, vol. III, pp. 360, 384 y 394; J. F. FOERSTER: Kurfürst Ferdinand von Köln..., op. cit., pp. 385 y ss. 46 K. BIERTHER: Der Regensburger Reichstag von 1640/41, Kallmünz 1971, pp. 25, 33 y 251 y ss.; H. BROCKHAUS: Der Kurfürstentag zu Nürnberg im Jahre 1640, Leipzig 1883, pp. 33 y ss. y 64 y ss.; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 163-182. Más tarde Fernando III atribuyó la convocatoria de la Dieta Imperial al mérito de España. HHStA, SDK, 27/492, f. 273, informe de Fernando III de 5 de febrero de 1643. 47 A. J. RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ: “Financial and Military Cooperation between the Spanish Crown and the Emperor in the Seventeenth Century”, en P. RAUSCHER (ed.): Kriegführung und Staatsfinanzen, Münster 2010, pp. 575-602, especialmente la tabla en p. 580.

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imperial bascularon de nuevo a favor de España. Tras el desastre del invierno de 1638-1639, Gallas fue llamado de vuelta y su lugar lo ocupó en agosto de 1639 el hermano del Emperador, Leopoldo Guillermo. Con su “Jefe del Estado Ma- yor” Piccolomini, su hombre de confianza Walter Leslie 48 y el consejero de guerra Ernst Traun, España contaba al fin con valedores de peso en la jerarquía militar. El clan de los Gonzaga, con la emperatriz viuda Leonor y sus tres sobrinos, que servían en el séquito de Leopoldo Guillermo, fue ganado a la causa espa- ñola por su posición en Italia. La Emperatriz viuda sorprendió al nuncio cuando le confesó “contro il suo solito che meglio sara in mano di Spagna, che di Francia” 49. La Guerra de Sucesión de Mantua había acabado en 1631 en perjuicio de los Gonzaga, ya que ambas partes pugnaron por el favor de Saboya; ahora eran los Gonzaga quienes llevaban la voz: la sobrina de Leonor, que regía en Man- tua en nombre de su hijo menor de edad, propuso revisar el balance alcanzado 50. Esto significaba la hipótesis de una relación con los príncipes de Saboya Tomás y Mauricio, que habían luchado del lado español, y fortalecía así la posición his- pana en la Corte imperial. El dinero español llegó justo a tiempo a comienzos de 1640. Leopoldo Guiller- mo y Piccolomini maniobraban entonces para expulsar de Bohemia a las tropas de Baner. Cuando en verano de ese año se sumaron al ejército sueco las fuerzas

48 El escocés Walter Leslie, miembro del Consejo Áulico de Guerra desde 1639, era uno de los partidarios más consecuentes de la alianza con España, pero no muy popular en Viena, donde tampoco obtuvo siempre un apoyo apropiado de los embajadores españoles: se quejaba de que “il Duca di Terranova e quello che invece di condescendere alla sua instruttione di proteggermi rappresenta a Sua Mt. un infinita di cose delle quali sono innocente”. SOA, Zamrsk, RA Piccolomini, n. 26897, 18 de julio de 1648. Unos años después denunció que Castel-Rodrigo le hacía “contraria officia”. SOA, Český Krumlov, FA Schwarzenberg, Johann Adolf, 367, carta de Leslie de 5 de febrero de 1653. 49 BAV, Barb. Lat., 7029, f. 13 (21 de abril de 1640). 50 El mayor de los hermanos Gonzaga, el duque de Bozzolo, sostuvo conversaciones con Melo en el tiempo de la Dieta Imperial para obtener una indemnización por la fortaleza de Sabbioneta, que había sido reclamada por la segunda esposa del duque de Medina de las Torres. BAV, Barb. Lat., 7020, 8 de enero y 5 de febrero de 1641; HHStA, Dispacci 85, n. 141, 2 de noviembre de 1641. Para los tratados con Mantua de comienzos de 1638, ver HHStA, Dispacci 82, n. 45, 15 de mayo de 1638; M. FRAGA IRIBARNE: Don Diego de Saavedra y Fajardo…, op. cit., pp. 253 y ss.; R. QUAZZA: Tommaso di Savoia-Carignano..., op. cit., pp. 239 y ss.

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de Weimar, Hesse y Lüneburg, Baviera respondió uniendo sus tropas a las im- periales. Gracias al masivo apoyo español, la crisis de los imperiales había que- dado superada en verano de 1640 51. Pero, como se venía viendo desde 1636, las coyunturas de ambas ramas de los Habsburgos no se sincronizaban. 1640 fue un año de recuperación para los imperiales, mientras que para España fue el de la catástrofe y la encrucijada: en verano se dio el estallido de la Guerra de los Se- gadores en Cataluña, la pérdida de Arras y la derrota de Turín 52; a esto siguió la separación de Portugal en diciembre de 1640 53. No entró en el capítulo de efe- mérides, sin embargo, la derrota del duque de Lorena en 1641, pues pronto se arrepintió de la petite paix que firmó con Richelieu y regresó en verano al lado de los Habsburgos 54. La triste situación de España provocó que en este caso pareciera necesario acopiar las ayudas en dirección contraria. Se planteó por vez primera en vera- no de 1641. Las tropas que Castañeda había reclutado se trasladaron hacia los Países Bajos bajo el comando de Lamboy para apoyar a los “malcontentos” franceses que se negaban a entregar Sedan a Luis XIII 55. Lamboy llegó, vio y venció el 6 de julio de 1641 en la batalla de Bois de la Marfée. Sin embargo, el líder de los “malcontentos”, el conde de Soissons, no sobrevivió a la batalla, y su primo el duque de Borbón se apresuró a cerrar un acuerdo con Luis XIII. El

51 L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 153-163. 52 R. STRADLING: “Catastrophe and Recovery: The Defeat of Spain, 1639-1643”, History 64 (1979), pp. 205-219; C. BOCCA: Gli Assedi di Torino, Torino 2006, pp. 46-50. 53 R. VALLADARES: “Sobre reyes de invierno. El diciembre portugués y los cuarenta fidalgos (o algunos menos, con otros mas)”, Pedralbes 15 (1995), pp. 103-136. Sobre la captura del hermano de Juan VI, el príncipe Duarte, que estaba al servicio imperial, ver BAV, Barb. Lat., 7041, ff. 20 y ss., 37, 73v y 111. El confesor de Francisco de Melo estuvo supuestamente implicado en un intento de fuga de Duarte (SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 22172, carta de Leslie, 27 de noviembre de 1641). 54 F. DES ROBERT: Campagnes de Charles IV Duc de Lorraine et de Bar en Franche-Comté, en Alsace, en Lorraine et en Flandre, Paris 1888, vol. II, pp. 204 y ss.; A. V. HARTMANN: Von Regensburg nach Hamburg..., op. cit., pp. 476-478; D. PARROTT: Richelieu’s Army..., op. cit., pp. 147 y ss. 55 Una pieza diplomática aneja fue la por otra parte fracasada misión del joven Auersperg a Federico Enrique de Orange, pariente cercano del duque de Borbón, seguido en 1642 por Melander. Véase sobre todo el informe de 19 de mayo de 1642, HHStA, Friedensakten 85b, f. 10.

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heredero de la considerable fortuna de Soissons no fue otro que Tomás de Sa- boya, que el año siguiente se pasó al lado francés para asegurar su patrimonio (tratado de 14 de junio de 1642) 56. El efímero éxito político de Lamboy fue la carta de presentación para un pro- yecto que debía ir más allá de tales provisionalidades. Para la guerra en la Penín- sula Ibérica, Felipe IV necesitaba ejércitos comparativamente pequeños, pero los soldados eran bastante caros, dada también la crisis demográfica castellana. Ade- más, se prefería que no fueran tropas de la tierra, donde la tentación de desertar era mayor. El pago de subsidios en lugar de la colocación de tropas auxiliares re- flejaba el desnivel entre oeste y este en cuanto al acceso a mercenarios. El emba- jador imperial en Madrid prometió, con cierto aire exagerado, que “per quello che li costa una compagnia V.M. li da quattro regimenti” 57. Evidentemente, los merce- narios alemanes acudieron de mala gana a España, que para ellos era igual que “otro continente”. Por tanto, fue muy útil la participación de un intermediario. La petición del Cardenal-Infante en otoño de 1641 para que las tropas de Lamboy se embarcaran rumbo a España fue respondida con una rotunda nega- tiva. Esto le costó la cabeza a Lamboy. Poco después escribió Fernando III a Ma- drid que “el Emperador servira a V.M. con sus tropas en quanto pudiere hasta que tenga un solo mosquietero” 58. Para resolver la contradicción, el conde Ernst Traun fue enviado a Bruselas, donde cerró un acuerdo con el Cardenal-Infante para proporcionar a los españoles al menos 18.000 hombres. Fernando III que- ría atraer con el dinero español al mayor número posible de alemanes enrolados en el ejército sueco, como ya había intentado en 1635-1636, puesto que a la muerte de Baner (10 de mayo de 1641) habían perdido su confianza en la Corona sueca. Quien quisiera aprovechar esta oportunidad debía apresurarse. Caretto lamentó poco después ante Olivares “la bona congiuntura perduta… in non haver tirato al Servicio Imperiale gli Alemani che sono in quello di Suezia”, aunque ad- mitió que “l’ho esagerato con il Signor Conde-Duca, rappresentandoli il danno che si ricive dal non proveder il dannaro in tempo” 59.

56 G. AMORETTI: Il Ducato di Savoia..., op. cit., vol. II, pp. 172-182; R. QUAZZA: Preponderanza Spagnuola…, op. cit., p. 491; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., p. 193. 57 HHStA, SDK, 24/473, f. 186, 27 de noviembre de 1641. 58 HHStA, SDK, 25/476, f. 86, 7 de noviembre de 1641. 59 SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 31341, carta de Caretto a Piccolomini, 25 de enero de 1642.

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Este primer acuerdo quedó sin efecto a causa de dos circunstancias adversas: la muerte de una de las partes, el Cardenal-Infante, el 9 de noviembre de 1641, y el fracaso de la otra como resultado de la derrota de Lamboy en Kempen el 17 de enero de 1642 60. Pero la corte de Viena no desfalleció por estas desgracias. El presidente del Consejo Áulico de Guerra, Schlick, retomó las negociaciones y subió el reclutamiento a 24.000 hombres. Aprovechando la diferencia de precios, pretendía reclutar por cada mercenario que marchase a España tres nuevos para el Imperio. El duque Francisco Alberto de Sajonia-Lauenburg, que había servi- do a las órdenes de Wallenstein y luego a las de Sajonia, se perfilaba como un can- didato adecuado para formar un “ejército protestante” para el Emperador. Schlick y los imperiales querían matar dos pájaros de un tiro: el plan era casi un friendly take-over del esfuerzo bélico español; a la vez Schlick quería deshacerse de los italianos, que no eran queridos en Alemania 61. Piccolomini, eventualmente también Annibale Gonzaga, debían marchar a España como ge- nerales; en diciembre de 1641 llegó a Leopoldo Guillermo la invitación de Fe- lipe IV para que se hiciera cargo del gobierno de los Países Bajos, aun cuando estuvieran todavía por aclarar cuáles serían sus competencias (¿se seguiría el modelo del archiduque Alberto, yerno de Felipe II?) e ingresos (¿el arzobispa- do de Toledo, como el Cardenal-Infante?). Trauttmansdorff escribió, no sin ra- zón, “es de considerar que Su Majestad Imperial, al socorrer a España, se está ayudando a sí mismo y a su augusta Casa” 62. Sin embargo, estos proyectos quedaron poco después en papel mojado. El ejér- cito sueco bajo su nuevo comandante Torstensson se salvó de la decadencia gracias

60 G. ENGELBERT: “Der Hessenkrieg am Niederrhein...”, op. cit., pp. 84 y ss. La batalla de Kempen fue un asunto ambivalente en el contexto de la neutralidad entre Hesse y España: ¿las tropas de Lamboy fueron como españolas o como imperiales? Mientras, sus contrarios, que eran los hombres de Bernhard von Weimar, ¿funcionaban como franceses, a quien ahora servían, o como de Hesse? 61 AVA, FA Trauttmansdorff, 139, carta de Auersperg de 10 de noviembre de 1641 (“su señoría quiere también tener cuidado de que los italianos no sean utilizados más en negociaciones imperiales”), carta de 22 de diciembre de 1641 para Gonzaga. 62 HHStA, Friedenakten 88b, f. 391, Trauttmansdorff a Fernando III, 18 de enero de 1642; HHStA, SDK, 24/475, f. 240, 256, 17 de diciembre de 1641; CCE, vol. III, pp. 455 y 459; R. SCHREIBER: “ein galeria nach meinem humor”. Erzherzog Leopold Wilhelm, Wien 2004, p. 67. Por otra parte, el general imperial Soye, borgoñón de nacimiento, se postuló infructuosamente para gobernador del Franco Condado (HHStA, SDK, 25/481, Caretto a Soye, 8 de mayo de 1642).

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a los subsidios franceses; en los momentos críticos de otoño de 1641, el embajador sueco Salvius tuvo que pagar adelantos con sus propios fondos. Se apoderó de los estados imperiales del norte “il contagio della tregua” 63. A causa de la neutralidad de Lüneburg (paz de Goslar, 17 de enero de 1642) y Brandemburgo (tregua con Suecia de 26 de julio de 1641), los imperiales se vieron obligados a retirarse del norte de Alemania poco después, en febrero de 1642. El ejército bávaro siguió su propio rumbo y regresó hacia Kempen, en el Rin. Torstensson llegó a Silesia a co- mienzos de 1642, tomó Glogau en un golpe de mano y derrotó a las tropas de Francisco Alberto en Schweidnitz (31 de mayo de 1642). Esta batalla no fue mili- tarmente crucial, pero sí tuvo hondo calado político. Schweidnitz acabó definiti- vamente con las conversaciones para el gran golpe imperial en el mercado de los mercenarios. Ya no habría tropas disponibles para enviar a España 64. Si el avance sueco de 1639 causó la primera crisis en las relaciones entre Vie- na y Madrid, el ataque de 1642 hizo añicos los planes para intensificar el esfuer- zo común. Entre ellos se encontraba el traslado de Leopoldo Guillermo a Bruselas: Fernando III expresó que la presencia de su hermano en el Imperio era indispensable. El proyecto de que fuera gobernador general de los Países Bajos fue pospuesto, no cancelado; mientras, en Madrid apareció un rival para Leopoldo Guillermo en la persona de Juan José de Austria, hijo ilegítimo de Fe- lipe IV que solo contaba con 13 años y a quien el Rey trasladó la candidatura para los Países Bajos, o al menos coqueteó con ello. En el paso de 1642 a 1643, así como se desinflaron las últimas esperanzas de contar con el socorro imperial a causa de la batalla de Leipzig (2 de noviembre de 1642), se produjo la caída de Olivares. Esta no tuvo relación directa con dichos problemas, pero estaba enmarcada en el contexto por esta decepción. Pese a la fre- cuente irritación de Olivares por la política imperial, y sobre todo por su aplica- ción, siempre fue partidario de la alianza con Viena. El embajador imperial en Madrid, conde Johann Karl Schönburg, murió en 1640 65; su sucesor en otoño de

63 SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 23831, carta de Bernhard Martinitz, 23 de noviembre de 1644. 64 L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 185-201; P. SÖRENSSON: Krisen ved de Svenska Armeerna i Tyskland efter Baners död (Maj-November 1641), Stockholm 1931; M. REIMANN: Der Goslarer Friede von 1642, Hildesheim 1979; R. KOSER: Geschichte der brandenburgischen Politik bis zum westfälischen Frieden von 1648, Stuttgart 1913. 65 La correspondencia de la época de Schönburg es escasa. Véase HHStA, SDK, 24/473, f. 110, 18 de octubre de 1641 (la condesa Margaretha Schönburg, de la familia Popel

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1641, el marqués de Caretto di Grana, jugó un papel dudoso. Caretto, provenien- te de una familia del interior de la República de Génova, era escéptico respecto a la alianza española (como contra Wallenstein), y representaba una vox clamantis in desertum por la paz 66. Su función fue similar a la que Oñate desempeñó en 1634 con la caída de Wallenstein. Mientras Felipe IV y Olivares todavía se aferra- ban al Friedländer, Oñate se había lanzado desde la Corte imperial a su derribo. También Caretto simpatizaba de forma muy abierta con los opositores a Olivares en la Corte española y cantaba himnos de alabanza a la Reina como cabeza del polo opositor al todopoderoso ministro 67. “Non si puo pretendere in 10 settimane l’emenda di tanti errori fatti dal Conde-Duca”, escribía a comienzos de 1643 68. Por esto, llegó a discutirse incluso que su señor imperial le diera una reprimenda, pe- ro conservó el puesto hasta su muerte en noviembre de 1651. Con don Luis de Haro desarrolló un entendimiento suficiente; en su correspondencia se mencio- na normalmente en términos positivos al tío de Haro, el conde de Monterrey, re- presentante de las “palomas” en la política exterior; menos se relacionó al parecer Caretto con Castrillo, quien por largo tiempo tuvo la reputación de cabeza del “partido austriaco” 69.

von Lobkowitz, se llevó todas las fuentes); HHStA, SDK, 25/481, 10 de mayo de 1642 (“me maravilla que la esposa se haya hecho incluso con la cifra imperial”); véase también HHStA, SpV, 12, f. 67, carta de la condesa, Madrid, 28 de enero de 1641; sobre la persona del Schönburg renano, que se mantuvo al servicio de Isabel Clara Eugenia entre 1623 y 1630, H. ERNST: Madrid und Wien..., op. cit., pp. 95-97. 66 HHStA, SDK, 27/494, Caretto a Walderode, 11 de enero de 1643. 67 Caretto acusó a Olivares de preferir el proyectado matrimonio de la línea tirolesa con don Juan José (HHStA, SDK, 25/477, ff. 147-164, 16 de marzo de 1642; 26/489, f. 240, 23 de noviembre de 1642; 27/491, ff. 82-89, 30 de enero de 1643); creía que el Rey se arrepintió más tarde de haber legitimado a Juan José (27/491, f. 172, 5 de marzo de 1643); sobre la Reina (30/532, f. 67, 19 de julio de 1644). Sin embargo, Caretto tuvo que defenderse al año siguiente de la acusación de haber intrigado contra Olivares (32/558, f. 41, 17 de agosto de 1644); también Fernando III le ordenó (32/553, f. 84, 7 de junio de 1644), contener “todos los oficios arduos y adversos” contra Melo (Tor di Laguna). P. STRADLING: Philip IV and the Government of Spain, 1621-1665, Cambridge 2002, pp. 121 y 248-250; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 204 y ss.; J. H. ELLIOTT: The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven 1986, pp. 642-651. 68 HHStA, SDK, 28/504, Caretto a Fernando III, 8 de abril de 1643. 69 Véase para el contexto A. MALCOLM: Don Luis de Haro and the Political Elite of the Spanish Monarchy in the Mid-Seventeenth Century, tesis doctoral, Oxford 1999, pp. 59-65, 73

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El Emperador, el Imperio y España...

“EL MAS TRISTE HIDALGO” (1643-1646)

El año 1643 se vio marcado por la intensificación de la crisis militar. Tors- tensson invadió Moravia, mientras que en el sudeste amenazaba con empezar un conflicto con Transilvania. Al oeste, las muertes de Richelieu y Luis XIII, pese a todas las esperanzas depositadas en la reina viuda Ana de Austria, no apa- rejaron ningún desahogo. Tras la famosa derrota de Melo en Rocroi (19 de ma- yo de 1643), se perdió Diedenhofen el 10 de agosto del mismo año. A Rocroi llegó con unas pocas horas de retraso el cuerpo auxiliar imperial, la guarnición de Luxemburgo mandada por Beck 70. Mientras, para levantar el sitio de Die- denhofen no fue solo que llegaran demasiado tarde los imperiales, sino que fue significativo que en marzo el Emperador los hubiera colocado a espaldas de los aliados bávaros 71. Verdad es que la fallida fuerza de socorro de españoles e im- periales, bávaros y loreneses, se combinó armoniosamente y desarrolló una di- námica inesperada para desbordar el 24 de noviembre de 1643 al ejército francés y de (ex)Weimar en sus cuarteles de invierno de Tuttlingen. Coronaron así uno de los mayores éxitos de la guerra, con la captura de 7000 prisioneros y sin ninguna pérdida relevante por su parte. Al mismo tiempo, los suecos dieron la espalda a la guerra en Alemania y lanza- ron un ataque preventivo contra Dinamarca. En diciembre de 1643 Torstensson invadió Jutlandia, el territorio continental danés. Todavía hacia el cambio de año, los suecos estaban hablando sobre un gran número de guarniciones en Alemania, pero no más sobre un ejército campal. La coincidencia del éxito de Tuttlingen y del repliegue de Torstensson llevó a un momento de última tensión. ¿Podría tornar la suerte de las armas? Estos éxitos también intensificaron el di- lema de la estrategia de los Habsburgos: Melo en Bruselas y Maximiliano de Ba- viera (que encontró en Mazarino menos receptividad que antes con Richelieu)

y 81; para la posición de Monterrey y Castrillo, CODOIN, vol. LXXXII, pp. 249-269, consulta de 8 de enero de 1646. 70 Caretto se quejaba de que “Beck y Enkevoirt [habían sido] por esta vez puestos a un lado”. HHStA, SDK, 28/505, ff. 212 y ss., 18 de junio de 1643. Ver también L. HÖBELT: “Zeitenwende? Die Schlacht von Rocroi”, en T. KOLNBERGER e I. STEFFELBAUER (eds.): Krieg in der europäischen Neuzeit, Wien 2010, pp. 209-222. 71 HHStA, KrA, 147, ff. 168-173, Hatzfeld a Schlick, 31 de julio de 1643; Ibidem, f. 295v (“con todo sigilo y secreto”), Schlick a Hatzfeld, 11 de agosto de 1643.

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suplicaron, puestos de acuerdo por una vez en este punto, aprovechar este im- passe en el frente occidental para lanzar una última ofensiva contra Francia. Sin embargo, el Emperador priorizó ayudar a Dinamarca (¡y en 1644 tuvo además que destacar un cuerpo contra Transilvania!). En España, mientras tanto, se de- cidió finalmente en 1644 que la primera opción era el teatro de guerra catalán. En febrero de 1644 se celebró una conferencia en Passau que permitió ocultar improvisadamente estas diferencias 72. Gallas retomó el comando en 1643 y se reunió con el grueso del ejército im- perial en verano de 1644 ante el Báltico. El estímulo adicional de los aliados da- neses, a los que España había cortejado desde hacía largo tiempo, estribaba en su flota, que con fortuna quizá pudiera cortar el vínculo entre el ejército sueco en Alemania y sus bases escandinavas. El viejo rey Cristian IV navegó personal- mente en la “Trinidad”, su buque insignia, durante la batalla. Sin embargo, la ayuda holandesa permitió que los suecos tuvieran también superioridad en el mar; un dicho popular decía que las llaves del estrecho del Sund colgaban en Ámster- dam 73. La mala reputación de Gallas como “destructor de ejércitos” se confirmó de nuevo; sus fuerzas fueron aniquiladas casi completamente en su retirada, el res- to fue sitiado en Magdeburgo. El Emperador logró reunir sus últimas reservas y las lanzó el 5-6 de marzo de 1645 a la batalla de Jankau, en Bohemia, que tras una suerte cambiante finalizó con una derrota sin paliativos 74. Fernando III había per- dido su duelo militar contra Suecia. Entretanto, Francia se había hecho con el Rin desde Basilea hasta Coblenza, sin encontrar excesiva resistencia. El joven Condé, vencedor en Rocroi, residió en Maguncia, al igual que había hecho antes Gustavo Adolfo, “comme un petit

72 La documentación en HHStA, KrA, 150, f. 237; KrA, 151, ff. 42-196; G. IMMLER: Kurfürst Maximilian I. und der Westfälische Friedenskongreß. Die bayerische auswärtige Politik von 1644 bis zum Ulmer Waffenstillstand, Münster 1992, pp. 28-36 y 498 y ss.; P. STRADLING: Philip IV and the Government of Spain…, op. cit., p. 285. 73 P. D. LOCKHART: Denmark in the Thirty Years War, 1618-1648, London 1996, pp. 256 y ss.; N. M. PROBST: Christian 4.s flade, Kobenhavn 1996, pp. 230 y ss.; J. ÖHMAN: Der Kampf um den Frieden..., op. cit., pp. 187 y ss.; G. W. KERNKAMP: De sleutels van de Sont, Den Haag 1890. 74 P. GANTZER: “Torstenssons Einfall und Feldzug in Böhmen bis zur Schlacht bei Jankau”, Mitteilungen des Vereins für Geschichte der Deutschen in Böhmen 42 (1903), pp. 421- 441, 43 (1904), pp. 1-26 y 168-185; Z. BRANDL y J. PETRAN: K 350. vyroci bitvy u Jankova 1645-1995, Benesov 1995.

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Roy du Suede” 75. La conexión entre los Estados Hereditarios de los Austrias y los Países Bajos se cortó; poco después, las tropas francesas y holandesas se encon- traron ante Gante. También se había roto el vínculo en otra relación: Castel-Ro- drigo llegó en mayo de 1644 a los Países Bajos como sucesor de Melo, de modo que en los meses críticos del invierno de 1644-1645 España se encontró sin repre- sentación en la corte de Viena: “non habbia Ministri di Spagna quali richiede l’im- portanza delle congiunture presente” 76. Leslie procuró rellenar este hueco mientras su patrón Piccolomini, que ostentaba el comando militar en Flandes, no gozaba de buena sintonía con Castel-Rodrigo y fracasó en su petición de refuerzos, im- posibles por la miseria de la tierra 77. También la candidatura de Leopoldo Gui- llermo a la gobernación general de Bruselas, que el Emperador volvió a poner sobre el tapete en noviembre de 1644, fue desechada de nuevo por los giros de la coyuntura militar: el día antes de la batalla de Jankau, Felipe IV le realizó una nueva oferta, pero su hermano le necesitaba otra vez en el Imperio, donde esta vez alcanzó el éxito 78. Otra catástrofe en ciernes pudo evitarse, ya que el Imperio otomano no aprobaba la actitud de los transilvanos y su vaivoda Georg Rakoczy fue forzado a firmar en agosto de 1645 una beneficiosa paz con el Emperador 79. Los sue- cos se encontraban a las afueras de Viena, pero no fueron capaces de cruzar el Danubio. La plaza fuerte de Brno se defendió, así como resistieron las fuerzas de Bohemia y Baviera, puesto que esta vez funcionó la ayuda de los vecinos (Leo- poldo Guillermo era el hermano favorito de la princesa electora de Baviera). No obstante, este apoyo tuvo un precio: Maximiliano de Baviera anunció el 26 de septiembre de 1644 que enviaba una “persona de confianza”, el padre jesuita

75 B. V. CHEMNITZ: Der Königlich Schwedische..., op. cit., IV/4, p. 127. 76 SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 30044, Rabatta a Piccolomini, 21 de abril de 1645. 77 Véase la correspondencia de Leslie con Piccolomini de 1644 en SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 23761-23798; sobre la hostilidad con Castel-Rodrigo, en retrospectiva, Nr. 26995, Piccolomini a Leslie, 10 de septiembre de 1648. 78 HHStA, SDK, 31/537, f. 11, Fernando III a Caretto, 22 de noviembre de 1644; 31/543, f. 310, 4 de marzo de 1645; 32/553, f. 15, Fernando III a Caretto, 3 de mayo de 1645. 79 M. DEPNER: Das Fürstentum Siebenbürgen im dreißigjährigen Krieg, Stuttgart 1938; G. WAGNER: “Österreich und das Osmanische Reich im Dreißigjährigen Krieg. Hermann Graf Czernins Großbotschaft nach Konstantinopel 1644/45”, Mitteilungen des Oberösterreichischen Landesarchivs 14 (1984), pp. 325-392; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 219 y ss. y 235 y ss.

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Vervaux, a Mazarino 80. Baviera contaba con un ejército perfectamente organiza- do (porque era pagado con puntualidad) y un tesoro todavía bien provisto 81; su posición como aliado se había revalorizado al compás de las pérdidas imperiales. Se apeló a su ayuda en el año 1645 para obtener una posición negociadora más fa- vorable, pero Baviera estaba menos dispuesta a emprender una nueva campaña que a explorar las posibilidades de paz, no ya con Suecia, que no estaba prepara- da todavía para una paz separada, sino con Francia, que estaba “disgustada”, “porque nadie trataba con ellos sino como si fueran leprosos” 82. Para entonces se estaba preparando un foro de discusión: en el tránsito de 1641 a 1642, el Emperador había aprobado sin convicción la convocatoria del con- greso de paz de Westfalia. Esta convocatoria había sido interrumpida por el esta- llido de la guerra de Dinamarca; ahora se reanudó con la mediación papal y veneciana. Ambas potencias habían sido recientemente rivales en la guerra de Castro, pero ahora les unía el interés en alcanzar una “Paz Universal” y reunir las energías de las potencias occidentales contra los otomanos, quienes acabaron de- sembarcando en Creta en 1645 83. A lo sumo, esta Guerra de Candía ofrecía perspectivas tentadoras incluso al Emperador, quien podría compensar las pérdi- das en el Oeste con victorias en el frente oriental. Hungría era la principal inte- resada en esta guerra contra los otomanos, aliada con Polonia y Venecia. España intentó prevenir las intrigas venecianas con la promesa de financiar una campaña de diversión de los cosacos contra los otomanos en el Mar Negro 84.

80 HHStA, KrA, 156, f. 92, Maximiliano I a Fernando III, 26 de septiembre de 1644; G. IMMLER: Kurfürst Maximilian I..., op. cit., p. 48. 81 C. KAPSER: Die bayerische Kriegsorganisation in der zweiten Hälfte des Dreißigjährigen Krieges 1635-1648/49, Münster 1997. 82 HHStA, KrA, 160, f. 3, protocolo de la conferencia con los consejeros bávaros, 1 de marzo de 1646. 83 K. REPGEN: Die römische Kurie und der Westfälische Friede, Tübingen 1965, vol. II; L. HÖBELT: “Der Kaiser, der Papst, die Lega und Castro: Eine Fallstudie zur österreichischen Neutralität”, Römische Historische Mitteilungen 47 (2005), pp. 197-226. 84 HHStA, Dispacci 91, Nr. 372 (3 de marzo de 1646), 504 (24 de febrero de 1647); E. EICKHOFF: Venedig, Wien und die Osmanen. Umbruch in Südosteuropa 1645-1700, München 1970, pp. 27 y ss.; T. FRELLER: “The Capture of the Gran Galeone by the Knights of Malta (28th September 1644) – Casus Belli?”, en T. CURTIS y T. GAMBIN (eds.): De Triremibus. Festschrift in honour of Joseph Muscat, Malta 2005, pp. 459-488; algunas naves napolitanas participaron en 1645-1646 en la Guerra de Candía; R. ANDERSON: Naval Wars in the Levant 1559-1853, Liverpool 1952, pp. 122 y 125.

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Por de pronto, Fernando III se sumó a lo inevitable y envió en noviembre de 1645 a su primer ministro Trauttmansdorff a Münster 85. Trauttmansdorff se había contado siempre como spagnuolo; acudió solo por la presión bávara y con- tra su voluntad. Posteriormente entró cada vez en más conflictos con su colega español Peñaranda, quien tenía su postura por “totalmente Bavara” 86 y obtenía informaciones y juicios sobre los planes imperiales de Volmar, el segundo de Trauttmansdorff y representante de la línea tirolesa 87. Peñaranda había sido enviado originalmente como embajador a Viena, pero (al igual que Medina de las Torres) había rechazado el puesto 88. Mientras tanto, en la corte de Viena estaba ganando influencia el nuevo embajador español, el siciliano duque de Terranova: Dopo la partenza di Trauttmansdorff dalla corte, pare che ni una deliberazione di consequenza intrapprenda S.M. senza il beneplacito consiglio di Spagnuoli et dello stesso Ambasciatore … con il arbitrio del quale in tutto si regge 89. En un principio ambos negociadores, Trauttmansdorff y Peñaranda, com- partieron la estrategia de buscar en primer lugar un acuerdo con Suecia. En fe- brero de 1646 se convino el proyecto de alcanzar tal acuerdo, acompañado por

85 Para las negociaciones en Münster y Osnabrück ver APW, Serie II, sección A: Die kaiserlichen Korrespondenzen, 8 vols., Münster 1962-2008 y CODOIN, vols. LXXXII-LXXXIV: Correspondencia diplomática de los plenipotenciarios españoles en el Congreso de Münster, 1643 a 1648, Madrid 1884-1885; K. RUPPERT: Die kaiserliche Politik auf dem Westfälischen Friedenskongreß, Münster 1979; L. AUER: “Die Ziele der kaiserlichen Politik bei den Westfälischen Friedensverhandlungen und ihre Umsetzung”, en H. DUCHHARDT (ed.): Der Westfälische Friede. Diplomatie – politische Zäsur – kulturelles Umfeld – Rezeptionsgeschichte, München 1998, pp. 143-174. 86 G. IMMLER: Kurfürst Maximilian I..., op. cit., p. 190; APW, Serie II, A/4, pp. 113, 160 y 194. Fernando III defendió a Trauttmansdorff (por ejemplo, HHStA, SDK, 34/581, f. 39, 22 de enero de 1647), incluso cuando le disgustó la apertura con Francia. 87 CODOIN, vol. LXXXII, pp. 143, 181, 353 y 444. 88 HHStA, SDK, 31/542, 6 de abril de 1645; 32/551, f. 205, 16 de junio de 1645; R. A. STRADLING: “A Spanish Statesman of Appeasement: Medina de las Torres and Spanish Policy, 1639-1670”, Historical Journal 19 (1976), pp. 1-31; aquí pp. 7 y ss. 89 HHStA, Dispacci 91, Nr. 378 (16 de marzo de 1646), Nr. 432 (1 de septiembre de 1646); CODOIN, vol. LXXXII, pp. 294-296, Peñaranda a Felipe IV, 10 de mayo de 1646. Caretto difamó a Terranova, a pesar de que inicialmente lo había loado, tildándole como “insulani mali, siculi autem pessimi”. HHStA, SDK, 33/573, f. 45, Caretto a Kurz, 10 de diciembre de 1646.

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ofertas secretas a la familia de Oxenstierna, a quien se le ofreció ser elevado a príncipe del Imperio, honor que Gustavo Adolfo le había prometido 90. En Sue- cia se había llegado a un estancamiento político. Las concesiones territoriales (Pomerania, Wismar y el obispado de Bremen) eran en principio suficientes: de hecho, Suecia no recibió nada más en 1648. Mientras, la reina Cristina había llegado a la edad adulta, estaba cada vez más emancipada del viejo canciller y no quería separarse de Francia. Suecia sabía que el círculo de sus enemigos se encontraba en el Báltico y no quería enredarse con los imperiales contra los protestantes alemanes (como por ejemplo Brandemburgo). Trauttmansdorff no consiguió avanzar en sus negociaciones con Suecia pero, debido a la deteriora- da situación militar, se vio obligado a resignarse y realizar una oferta a Francia aunque esto era “contrario a su corazón” 91. Francia exigió Alsacia, y después también la fortaleza de Breisach, en la ori- lla derecha del Rin, así como Philippsburg, que arrendaría de Tréveris como an- tes hizo con Pinerolo de Piamonte. No obstante, había reclamaciones españolas sobre estos territorios, que se retrotraían al Tratado de Oñate de 1617, además de fuertes intereses, ya que la entrega de Breisach y Alsacia perpetuaría el ais- lamiento del Franco Condado. La propuesta de Trauttmansdorff era asignar di- rectamente el Franco Condado para conservar Alsacia, lo cual sus colegas españoles recibirían con nula voluntad. Peñaranda habló desdeñosamente del “pupilaje” al que Baviera sometía al Emperador y de las “horrendas proposi- ciones indignas que las pronunciase el mas triste hidalgo cuanto mas un Empe- rador que lo es con el dinero del Rey” 92. Lo que Francia consiguió principalmente fue separar a las dos ramas de los Habsburgos. Trauttmansdorff redactó el 13 de septiembre de 1646 un tratado preliminar, el Satisfaktionsartikel, en presencia del mediador papal Chigi, el posterior Alejandro VII. Este luchó con la misma energía contra las cláusulas de tolerancia que Francia exigía para sus aliados protestantes pero sin embargo

90 APW, Serie II, A/3, 159 (Trauttmansdorff a Kurz, 11 de enero de 1646); 234 (12 de febrero de 1646); 270 (22 de febrero de 1646); APW, Serie II, A/4, 373, 462 (24 de julio de 1646): que Oxenstierna alcanzara el grado de príncipe del Imperio era el “finis occultus totum belli Suecici”. 91 APW, Serie II, A/3, 463 (3 de abril de 1646). 92 CODOIN, vol. LXXXII, p. 215 (1 de diciembre de 1645); 351 (11 de junio de 1646); APW, Serie II, A/3, 455 (30 de marzo de 1646). Trauttmansdorff esperaba que con la entrega del Franco Condado se podría conseguir la devolución de Cataluña.

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aconsejaba concluir una paz entre las potencias católicas. Entretanto, Terrano- va en Viena “freme e stride a tutta voce contro” Trauttmansdorff 93. En las nego- ciaciones hispanofrancesas no solo se trató de las fortalezas fronterizas, sino también de la suerte de Cataluña, sobre la que se mencionó incluso la concesión de una tregua de treinta años 94. La situación militar también pesó aquí: Dun- querque estaba a punto de caer. Se analizaron dos maneras de salir de esta si- tuación. La primera, un arreglo a gran escala a través de una solución dinástica para compensar todas las reclamaciones francesas con los Países Bajos, que se- rían la dote para la boda de la infanta María Teresa con Luis XIV o su herma- no. La segunda, una paz separada con Holanda, que no estaba dispuesta a aceptar la vecindad francesa. Una vez que Bruselas escapó de la pesadilla de mantener una guerra en dos frentes, nada impedía una continuación de la gue- rra contra Francia, como el propio Trauttmansdorff reconoció 95. Baviera, amenazada por su parte por tropas suecas, instó para que se perfec- cionara el tratado de paz, aun sin la presencia de España. Por su parte, Trautt- mansdorff quería evitar una ruptura con la otra rama de la dinastía y por ello presionaba a los españoles, junto al Emperador, para alcanzar un acuerdo de paz, aunque ello significase realizar nuevas concesiones. Peñaranda, mientras tanto, quería retomar la guerra conjunta, si bien bajo condiciones mejoradas, principalmente tras una paz separada con Holanda. La pérdida de Pernambu- co, que había impedido alcanzar un acuerdo en la década de 1630, desarrolló su propia dialéctica. En Holanda se había fortalecido el partido pacifista mientras que se recomendó a la Compañía de las Indias Occidentales (WIC) la guerra

93 HHStA, Dispacci 91, Nr. 451, 14 de octubre de 1646; K. REPGEN: “Die kaiserlich- französischen Satisfaktionsartikel vom 13. September 1646 – ein befristetes Agreement”, en H. DUCHHARDT (ed.): Der Westfälische Friede..., op. cit., pp. 175-216. 94 El mediador veneciano Alvise Contarini aconsejaba una reserva mental: España debía ceder, porque si el sometimiento de Cataluña duraba un par de años más, nadie se haría cargo de ella. APW, Serie II, A/4, 533, 24 de agosto de 1646. 95 APW, Serie II, A/3, 384 (6 de marzo de 1646): “Cuando la corona de España se libere de esta guerra, será bastante contra todos los enemigos” (Trauttmansdorff); P. SONNINO: Mazarin’s Quest. The Congress of Westphalia and the Coming of the Fronde, Cambridge, Mass. 2008; P. SONNINO: “Prelude to the Fronde. The French Delegation at the Peace of Westphalia”, en H. DUCHHARDT (ed.): Der Westfälische Friede..., op. cit., pp. 217-233; M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster. Spaniens Ringen mit Frankreich auf dem Westfälischen Friedenskongreß, Münster 2007; D. CROXTON: Peacemaking in Early Modern Europe: Cardinal Mazarin and the Congress of Westphalia, 1643-1648, London 1999.

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contra Portugal (o más exactamente con los portugueses en Brasil) 96. Ya en agosto de 1646, Federico Enrique de Orange había señalado que no deseaba continuar la guerra, y su esposa había llegado aún más lejos en sus contactos con los españoles 97. No obstante, también en Holanda se quería evitar la unión de los aliados para no quedar en una situación de aislamiento político sino con- tribuir a alcanzar una paz general. Llegados a esta situación, Mazarino cambió su mano de juego: quería tam- bién incluir las adquisiciones de la campaña italiana de 1646 (Elba y los Presi- dios de Toscana). Trauttmansdorff resumió: “Per il porto di Longone siamo longhi da porto” 98. Felipe IV no daría la razón al ministro imperial en este punto, pues habría estado dispuesto a renunciar a estos islotes. Por lo tanto, Peñaranda subió la apuesta y ganó. Los holandeses, que no querían pagar las rencillas privadas de Mazarino, llegaron al borde de su paciencia en el paso de 1646 a 1647. El 8 de enero de 1647 se firmó la tregua hispanoholandesa 99.

MARTE Y VENUS (1647-1648)

El desenlace de la partida en Münster fue subrayado por los acontecimien- tos en Viena y Madrid (o más exactamente en Linz y Zaragoza). Las diferencias de verano de 1646 fueron reemplazadas por una nueva solidaridad. Quizá por- que la emperatriz María Ana falleciera en mayo de 1646 su hermano Felipe IV

96 Trauttmansdorff lo formuló así: “Braganza ha dado en Brasil a esos holandeses un buen repaso, de modo que los holandeses no rechazarán la paz con España” (APW, Serie II, A/3, 107, 4 de enero de 1646); C. R. BOXER: Salvador de Sa and the Struggle for Brazil and Angola, 1602-1686, London 1952, pp. 200 y ss. 97 O. VAN NIMWEGEN: ‘Deser landen crijchsvolck’. Het Staatse leger en de militaire revoluties 1588-1688, Amsterdam 2006, p. 237; J. J. POELHEKKE: Frederik Hendrik. Prins van Oranje, Zutphen 1978, pp. 556-558; A. CHERUEL (ed.): Lettres du Cardinal Mazarin, Paris 1879, vol. II, p. 325 (4 de octubre de 1646). 98 APW, Serie II, A/5, 371 (4 de enero de 1647). 99 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster..., op. cit., p. 353; A. TISCHER: Französische Diplomatie und Diplomaten auf dem Westfälischen Friedenskongreß. Außenpolitik unter Richelieu und Mazarin, Münster 1999, pp. 364 y ss. El significado de los Presidios se advertía en primer lugar en la posibilidad que ofrecían para ejercer presión sobre el Papado (HHStA, SDK, 34/583, f. 57, Caretto, 30 de junio de 1647).

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se decidió a jugar la carta dinástica: el 4 de julio se acordó un tratado prelimi- nar para la unión entre el heredero al trono Baltasar Carlos y su prima Maria- na, hija del Emperador 100. En septiembre de 1646 Felipe IV ofreció a Leopoldo Guillermo, hermano del Emperador (justo en el momento culminante de la cri- sis en los Países Bajos), la gobernación de esos estados por tercera vez. En cier- ta medida se pretendía que con un Habsburgo se pusiera fin a la actitud del duque de Lorena contra Castel-Rodrigo, al que ponía todo tipo de trabas des- de su posición de príncipe imperial. En esta ocasión, el Emperador dio a su her- mano orden de aceptar, porque era necesario que “nuestra línea tenga más la vista en este lado” (y evitar el nombramiento de Juan José de Austria, que ya contaba con diecinueve años) 101. Poco después de que llegaran estas noticias a Viena, el príncipe Baltasar Carlos falleció el 9 de octubre de 1646. Con ello la lucha por la sucesión había abierto “medio mundo”, pues esta herencia pasaba íntegra a su hermana, la infanta María Teresa. El embajador veneciano percibió enseguida el significado del triste acontecimiento y aventuró que tendría “Ce- sare ad una sempre piu intera dipendenza in avvenire dal re Cattolico all’oggetto di assicurare a figlioli suo il matrimonio della piccola infanta” 102. En tales circunstancias, alejarse de España no era una opción para el Empe- rador. María Teresa tenía solo ocho años, por lo que toda decisión al respecto se pospuso por el momento; mientras, para Felipe IV la entrega de su mano se convirtió en una poderosa baza política 103. Entretanto, a comienzos de 1647 se adoptaron dos medidas para intensificar la alianza familiar: el 8 de febrero de 1647 se cerraron las negociaciones para que Leopoldo Guillermo asumiera el

100 C. HAM: Die verkauften Bräute. Studien zu den Hochzeiten zwischen österreichischen und spanischen Habsburgern im 17. Jahrhundert, tesis doctoral inédita, Wien 1995, pp. 167-177. 101 HHStA, SDK, 33/567, f. 110, Caretto, 22 de agosto de 1646; KrA, 163, ff. 143-146, Fernando III a Leopoldo Guillermo, 4 de diciembre de 1646; CCE, vol. III, p. 593. 102 HHStA, Dispacci 91, Nr. 465 (16 de noviembre de 1646). La relación tendría similares características según APW, Serie III, C/3: Diarium Wartenberg, vol. II, Münster 1988, p. 725 (“un rescate de ese patrimonio, al que casi todo el mundo se presta”, 16 de febrero de 1647) y p. 791 (25 de marzo de 1647). 103 Ver también HHStA, Friedensakten, 50a, f. 236, las sugerencias de Trauttmansdorff de 11 de diciembre de 1646, que, si Felipe IV engendrase descendencia casándose con una archiduquesa del Tirol, no habría con la “infanta ningún peligro en la demora”; si no, en unos cuatro años se debía enviar a España a uno de los hijos de Fernando, lo que todavía se dejaba abierto pues “había razones a favor y en contra” de uno u otro.

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cargo de gobernador general de los Países Bajos 104; poco antes, en noviembre de 1646, Felipe IV se había decidido a desposar a Mariana, la prometida de su difunto hijo. Algunos no vieron esta apuesta como la opción óptima, ya que Ma- riana solo contaba con doce años de edad y se había relegado a una archiduque- sa de la línea tirolesa, algo más mayor y que por tanto podría engendrar antes y así asegurar la “succesion” 105. El nombramiento de Leopoldo Guillermo y la boda de Mariana fortalecieron la influencia de la línea austriaca en la Monar- quía hispana. No obstante, ninguna expectativa sucesoria quedaba garantizada, ya que estaba depositada en la mano de María Teresa. Como primer movimien- to, Fernando III sugirió el 21 de mayo de 1647 que su primogénito Fernando (IV) escoltara a Mariana hasta España para “hacerlo en la nación conocido, que- rido y agradable”; la propuesta parecía que iba a ser aceptada, por lo que en sep- tiembre se agradeció la invitación, aun cuando la partida se iba a retrasar todavía algo más 106. El Emperador tuvo en cuenta la separación de Baviera, que el 14 de marzo de 1647 firmó una tregua en Ulm con Suecia y Francia. Esta ruptura a punto estuvo de causar un cambio de bando, pues el Emperador in- tentó sin éxito ese verano enajenar a su cuñado el ejército bávaro, que oficial- mente era parte de las tropas imperiales 107. El arzobispo de Colonia se unió posteriormente al acuerdo y también, a la fuerza, el príncipe elector de Magun- cia Anselm, en verano de 1647. Poco después murió y fue sustituido en noviem- bre por Johann Philipp Schönborn, el “Salomón alemán”, quien a diferencia de

104 HHStA, SDK, 34/580, f. 72, Caretto a Fernando III, 6 de mayo de 1647; Caretto informaba también que a Castel-Rodrigo y Peñaranda les gustaría cambiara esta decisión (34/578, f. 11, 22 de marzo de 1647); R. SCHREIBER: “ein galeria nach meinem humor”…, op. cit., pp. 69 y ss. 105 La regente de Tirol Claudia de Medici tenía activo en Madrid a un tal P. Pagano, aparte de a su pariente el cardenal Medici (HHStA, SDK, 30/536, f. 185, 29 de noviembre de 1644; 32/551, f. 241, Caretto, 9 de julio de 1645); C. HAM: Die verkauften Bräute…, op. cit., pp. 185 y ss.; M. MECENSEFFY: “Philipp IV. von Spanien und seine Heirat mit Maria Anna von Österreich”, en Historische Studien. A. F. Pribram zum 70. Geburtstag dargebracht, Wien 1929, pp. 41-70. Una de estas archiduquesas del Tirol acabó en 1648 siendo la segunda esposa de Fernando III. 106 HHStA, SDK, 34/581, f. 103, 21 de mayo de 1647; 34/582, f. 82, 28 de septiembre de 1647. 107 España se mantuvo también en secreto cerca del comandante del ejército bávaro, Gronsfeld, que provenía de Güeldres; G. IMMLER: Kurfürst Maximilian I..., op. cit., pp. 454, 478 y ss.; H. LAHRKAMP: Jan von Werth, Köln 1962, pp. 178 y ss.

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su predecesor abrazó con convicción el concepto de neutralidad 108. La Casa de Austria había quedado sola frente a un mundo de enemigos. Pero se había libra- do de la Guerra de los Ochenta Años contra los holandeses, que representaba solo una carga. Fernando emprendió la campaña militar y escribió desde el frente “asegurandole... de mi constante y firme resolucion de no desempeñar o separarme jamas”; de Madrid se le prometieron medio millón de táleros de so- corro para compensar la salida de Baviera 109. Con la primera euforia, Peñaranda hasta forjó planes para una alianza con los holandeses, en un eje calvinista que pudiera incluir también a Brandembur- go: significaba un renversement des alliances que quedó como quimera 110.La campaña de 1647 produjo resultados variopintos, pero lejos de la catástrofe que se había vaticinado el año anterior. Leopoldo Guillermo aterrizó bien en los Países Bajos y recapturó algunas plazas. Lamboy maniobró por el Imperio con un pequeño ejército para evitar pérdidas en Westfalia 111. El medio hermano de Maximiliano de Baviera, el obispo de Osnabrück Wilhelm von Wartenberg, prefirió en esta situación unirse a España. El 15 de agosto de 1647 también el príncipe elector de Colonia regresó al lado del Emperador; su hermano bávaro le siguió en octubre. Sin embargo, nuevos peligros acechaban en Italia: el levan- tamiento en Nápoles aún no había podido ser sofocado para la campaña bélica de 1648; el ataque de Módena fracasó y debieron reclutarse más de 4000 hom- bres en la Austria Interior para la guerra en Italia 112.

108 V. L OEWE: “Frankreich, Österreich und die Wahl des Erzbischofs Johann Philipp von Mainz im Jahre 1647”, Westdeutsche Zeitschrift für Geschichte und Kunst 16 (1897), pp. 172-188; G. MENTZ: Johann Philipp von Schönborn 1605-1673, Jena 1896; F. JÜRGENMEIER: Johann Philipp von Schönborn und die römische Kurie, Mainz 1977. 109 HHStA, SDK, 34/584, f. 17, 12 de julio de 1647; 34/583, f. 21, 19 de junio de 1647. El medio millón de táleros de 1647 así como el dinero para el viaje de Mariana no fueron al parecer satisfechos por la embajada en Viena y por ello no aparecen en la tabla de A. J. RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ: “Financial and Military Cooperation…”, op. cit., p. 580. 110 CODOIN, vol. LXXXII, pp. 488 y 500 (8-9 de enero de 1647); A. CHERUEL (ed.): Lettres du Cardinal Mazarin, op. cit., vol. II, p. 350. 111 E. HÖFER: Das Ende des Dreißigjährigen Krieges. Strategie und Kriegsbild, Köln 1997, pp. 102 y ss.; P. WILSON: The Thirty Years War: Europe’s Tragedy, Cambridge, Mass., 2009, pp. 735-737; J. F. FOERSTER: Kurfürst Ferdinand von Köln..., op. cit., pp. 286-300. 112 HHStA, SDK, 34/584, f. 38, 20 de agosto de 1647.

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El regreso del cuñado bávaro en otoño de 1647 activó al lobby que pedía un acuerdo con Francia. El Emperador debió prestar atención a los deseos de los príncipes electores, puesto que quería asegurar la sucesión de su hijo Fernando IV vivente Imperatore, como se había hecho común. Pero tampoco quería poner en riesgo su pretensión a la herencia española. Este complicado equilibrio fue ata- cado por ambos lados. Baviera presionó una y otra vez frente a la supuesta pro- mesa del Emperador (¿o fue solo un pronóstico no vinculante?) de hacer la paz aun sin España 113. Por su parte, España no tenía ninguna intención de aceptar las demandas francesas ni de dejar caer a Lorena. El duque Carlos, que se había hecho acreedor de la desconfianza de ambos bandos por sus tratos ambiguos, volvía a tener una posición primordial y contaba con un influyente intercesor en la persona del camarero mayor de Leopoldo Guillermo, el conde Johann Adolf Schwarzenberg 114. Bajo estas circunstancias, poco parecía apuntar a un acuerdo de paz cercano. En verano de 1648, Peñaranda abandonó Münster. El Emperador, como Haro asegu- ró en julio, había dado su parecer sobre disolver el congreso de paz porque solo significaba gastos y ofrecía una tribuna a los enemigos de la Casa de Austria 115. De hecho, un parecer del Consejo Secreto imperial de 8 de mayo de 1648 defen- día una reanudación de la guerra, aun sin la participación de Baviera 116. En Viena se había sugerido alcanzar una alianza con Holanda, o al menos pedir un préstamo en Ámsterdam 117. En realidad, Fernando III se lo había jugado todo a la carta

113 HHStA, KrA, 178, f. 48 (5 de mayo de 1648). La respuesta a la afirmación del príncipe elector Maximiliano de que el Emperador le había prometido hacer la paz aun sin España, en KrA, 176, f. 448, 30 de marzo de 1648; K. RUPPERT: Die kaiserliche Politik…, op. cit. 114 HHStA, SDK, 34/583, f. 130, Caretto, 22 de julio de 1647; 35/593, f. 42, Caretto, 29 de febrero de 1648. 115 HHStA, SDK, 35/593, f. 160, Caretto a Fernando III, 29 de julio de 1648. Fórmulas similares pueden encontrarse en los despachos de 20-22 de abril de 1648 (APW, Serie II, A/8, pp. 290-296): Baviera y Maguncia “se prostituyeron para los suecos”; con este modo de actuación, “cuanto más se alargase, más periclitaría”; por lo tanto, los suecos debían decidirse por una opción, “que se sepa, zorro o liebre” (APW, Serie II, A/8, p. 357, Lamberg a Kurz, 7 de mayo de 1648). 116 Parecer de 8 de mayo de 1648 (HHStA, KrA, 178, ff. 84-101); L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 281 y ss. 117 HHStA, SDK, 36/602, f. 48, Caretto a Fernando III, el 3 de octubre de 1648; HHStA, Dispacci, 94, Nr. 121, 20 de mayo de 1648; S. FRAEDICH-NOWAG: “Die kaiserlich-

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española para obtener una imprescindible inyección de liquidez de otro medio mi- llón de táleros 118. El juego habría seguido por ahí de no haber mediado simultá- neamente una inesperada catástrofe militar de desproporcionados efectos políticos a largo plazo y que anunció sorprendentemente el final de la guerra 119. Quien consiguió el “bote” no fue el ejército principal sueco, bajo el mando de Wrangel, sino el cuerpo volante del conde Königsmarck, que desde hacía ca- si una década había vuelto inseguro el corazón de Alemania con sus correrías en búsqueda de botín. El 26 de julio de 1648, Königsmarck consiguió dar un gol- pe de mano, liderado por un oficial imperial inválido, en la Ciudad Pequeña de Praga, el distrito de la orilla izquierda del Moldava donde se encontraban los palacios de la nobleza, al pie del castillo imperial de Hradčany. Solo con el bo- tín y los rescates se consiguió más que con los pagos que los suecos recibieron merced al congreso de paz 120. Políticamente se hizo patente que los prisione- ros comprendían la mayor parte de la elite que hasta entonces había apoyado el

niederländischen Bündnisverhandlungen am Rande des Westfälischen Friedenskongresses”, en M.-E. BRUNERT y M. LANZINNER (eds.): Diplomatie, Medien, Rezeption. Aus der editorischen Arbeit an den Acta Pacis Westphalicae, Münster 2010, pp. 211-230; H. VALENTINITSCH: Das landesfürstliche Quecksilberbergwerk Idria 1575-1659, Graz 1981, p. 346 para el proyecto de bonos. 118 HHStA, SDK, 35/594, ff. 120 y 123, Fernando III a Caretto, 5 de julio de 1648. El Emperador argumentaba que España ahorraría cinco millones al año gracias a la paz con Holanda. Esto se ajusta a la supuesta cita de Terranova: “il suo re non puo dar molto e il dar poco non e di sua dignita” (HHStA, HHStA, Dispacci 94, Nr. 94, 1 de abril de 1648). 119 CODOIN, vol. LXXXIV, pp. 245 y 261 (11-12 de junio de 1648); ver también las entradas en el diario de Volmar (APW, Serie III, C/2, Münster 1984), pp. 1111, 1127, 1130, 1135 y 1139, entre 16 de julio y 23 de septiembre de 1648; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 281 y ss. El papel de los eventos de Praga ha sido generalmente subestimado en la historiografía alemana, como todavía se aprecia en C. KAMPMANN: Europa und das Reich im Dreißigjährigen Krieg, Stuttgart 2008, pp. 166 y 170: “Fueron las asambleas territoriales las que obligaron al Emperador a aceptar la paz”. Sebastian Schmitt, en su introducción a APW, Serie II, A/8 reconoce la actitud vacilante y negativa del Emperador, que atestigua que había perdido el sentido de la realidad (pp. lxxii y lxxviii). 120 K. KELLER y A. CATALANO (eds.): Die Diarien und Tagzettel..., op. cit., vol. III, pp. 149-175; B.-C. FIEDLER: “Hans Christoph von Königsmarck. Ein brandenburgischer Junker in schwedischen Diensten”, en J. FRÖLICH et al. (eds.): Preußen und Preußentum vom 17. Jahrhundert bis zur Gegenwart, Berlin 2002, pp. 33-54; B. DUDIK: Schweden in Böhmen und Mähren 1640-1650, Wien 1879, pp. 285 y ss.; E. HÖFER: Das Ende des Dreißigjährigen Krieges..., op. cit., pp. 215-220.

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rumbo seguido por Trauttmansdorff. Pululaban sombrías profecías que asegu- raban que los suecos llegarían pronto hasta el Danubio. El Emperador reaccionó rápidamente frente a lo que se veía como inevita- ble. El 14 de septiembre de 1648 se convino en una conferencia la firma de la paz, con unas cesiones territoriales que desde hacía año y medio estaban claras, aun sin la participación de España. Hasta los mismos Piccolomini y Leslie es- tuvieron de acuerdo en la urgencia de cerrar un acuerdo de paz: “Meglio di far una mala pace che continuar la guerra senza mezzi” 121. Lo que en mayo resulta- ba todavía altamente incierto, se había aclarado tras los hechos de Praga; la con- ciencia de las oportunidades que brindaba el estallido de la Fronda en Francia podría haber alterado de nuevo esta decisión, pero tales perspectivas no se hi- cieron evidentes hasta unos cuantos meses después. De esta forma se abrió la window of opportunity para la paz de Westfalia, sin que, por supuesto, las dos “superpotencias” de Francia y España llegaran a un acuerdo. Fernando III justificó su decisión en una carta a Felipe IV de 17 de septiem- bre de 1648: firmó la paz no como “separación” de España sino para “prevenir toda separación”. Sin embargo, la paz le prohibía seguir apoyando a España contra Francia, ya que el Círculo Burgúndico quedaba en lo venidero al mar- gen de la solidaridad del Imperio. Por el momento era totalmente imposible prestar una ayuda militar. Cabía con ello un riesgo político innecesario, el de perder “la dignidad imperial y con ella toda esperanza de sucesión”. La cues- tión esencial era, ante todo, que los suecos salieran de sus tierras, pues sus tro- pas doblaban en número a las imperiales. Fernando III expresaba una reserva mental ante esto: “hasta que no pueda ayudar a España, y lo haría incluso con- tra legem huius pacis, no puedo encarar ningún gran peligro” 122. Felipe IV fingió en un primer momento que no concedía crédito al aviso de la retirada del Emperador; sus ministros le dieron después un rapapolvo a Ca- retto, ya que él fue el encargado de hacer oficial la noticia 123. A nivel interno, se realizó una evaluación más sobria. Peñaranda, tan escéptico como de costum- bre, dictaminó que el Emperador y sus Estados Hereditarios eran por sí solos

121 SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 27006, Piccolomini a Leslie, 2 de octubre de 1648; ver también Nr. 26926, Leslie a Piccolomini, 26 de octubre de 1648. 122 HHStA, SDK, 36/602, ff. 22 y ss., 17 de septiembre de 1648; ibídem, ff. 93 y ss., 2 de noviembre de 1648. 123 HHStA, SDK, 36/604, ff. 58-60, Caretto a Fernando III, 12 de diciembre de 1648.

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de poco significado para España sin el Imperio; por ello se necesitaba contra Francia el apoyo de los príncipes imperiales occidentales, que eran los Wittels- bach, en Baviera y Colonia 124. Italia significaba una excepción, pues entre 1649-1650 se recibió en ese frente un fuerte apoyo. 7000 hombres del ejército imperial fueron enviados inmediatamente a esa frontera, pues poca alternativa les quedaba sino seguir sirviendo a los españoles 125. Finalmente, hasta 1654 se reclutaron entre 23.000 y 30.000 hombres en los Estados Hereditarios para Es- paña. Fernando III concluyó que “de hecho, siempre se ha realizado lo que sal- vase la paz y que sin paz no habría dejado de hacerse” 126. Quedaba por ver si la paz daría lugar a una separación, a la “fisión nuclear” de la Casa de Austria. Como contramedida, podría ser que el proyecto matrimonial entre Fernando IV y María Teresa, que estaba en el centro de los intereses impe- riales, quedara aparcado. Marte y Venus, el esfuerzo bélico y las perspectivas ma- trimoniales, estaban en relación directa, no en oposición. Ya en enero de 1648, Felipe IV aclaró a Caretto que, a pesar de todas las dificultades y preocupaciones de sus ministros, “il suo desiderio non haverebbe mai inclinato ad altra cosa”, pero que antes de la conclusión de las negociaciones de paz no debería entregar la ma- no de la Infanta 127. El Rey dio al embajador extraordinario Lumiares, hijo del marqués de Castel-Rodrigo, la orden de que en caso de que el tratado de paz se cerrara sin España, que no se realizase el viaje de Fernando (IV) a la Península Ibérica. (Finalmente, Fernando acompañó a su hermana solo hasta Milán). Un observador anotó lacónicamente que “doppo la pace non lo [Fernando IV] voglio- no piu in Spagna” 128. La Infanta formuló una reserva: que con su mano se nego- ciarían nuevas alianzas o términos de paz más ventajosos.

124 CODOIN, vol. LXXXIV, p. 152, 9 de marzo de 1648. 125 HHStA, Dispacci 96, Nr. 266, 18 de mayo de 1649; P. HOYOS: “Die kaiserliche Armee 1648-1650”, Schriften des Heeresgeschichtlichen Museums in Wien 7 (1976), pp. 169- 232; aquí pp. 185 y ss. 126 HHStA, SDK, 41/661, f. 59, 25 de septiembre de 1655; A. VALCÁRCEL (ed.): La elección de Fernando IV, Rey de Romanos; correspondencia del III marqués de Castel Rodrigo, D. Francisco de Moura durante el tiempo de su embajada en Alemania (1648-1656), Madrid 1929, p. 391 (1 de enero de 1654) habla de 23.000 hombres; más detalles en Ibidem, pp. 202-204 (12 de julio de 1651). 127 HHStA, SDK, 35/593, f. 20, 22 de enero de 1648; también f. 93, 4 de abril de 1648. 128 SOA, Zamrsk, FA Piccolomini, Nr. 29746, 28 de diciembre de 1648; también Nr. 26936, Leslie a Piccolomini, 4 de noviembre de 1648; HHStA, SDK, 36/602, f. 93, Fernando III a

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AÑOS VALLE (1649-1653)

El año 1648 ha marcado por largo tiempo un cambio de rumbo de la política europea, como el paso de la hegemonía española a la francesa. En ocasiones las olas de la longue durée desplazan el punto de vista hacia la rápida evolución de los ciclos de la coyuntura. Los vencedores de 1648 fueron, en primer lugar, dos po- deres con bases reducidas, Holanda y Suecia, que por el momento se retiraron de la guerra. Ambas conservaron su estatus de grandes potencias solo por unas décadas; también eran rivales potenciales. En los años inmediatamente posterio- res a 1648 desarrollaron además unas relaciones sorprendentemente benévolas con los Habsburgos: en Holanda, la muerte de Guillermo II (6 de noviembre de 1650) acabó con las esperanzas de Mazarino por renovar la alianza 129; en Suecia el embajador español Pimentel se preocupó por mantener buenas relaciones con la enigmática reina Cristina. Como consecuencia de una velada bancarrota, Francia cayó desde 1648-1650 en una guerra civil que los Habsburgos tanto tiem- po habían esperado y anhelado en vano 130. Así como la separación del Emperador y Baviera en 1647 se había realizado sin mayores pérdidas, tampoco España sintió efectos secundarios adversos con el alejamiento de Fernando III en 1648. La Fronda hizo que desde 1649 Francia fuera impotente; en 1650 Leopoldo Guillermo comenzó a cooperar desde Flan- des con los rebeldes liderados por Condé, y en noviembre de 1651 se firmó un tratado formal. 1652 se convirtió, gracias a todo esto, en un nuevo annus mirabi- lis: el duque de Lorena amenazó París con sus tropas; Leopoldo Guillermo tomó Dunquerque con la colaboración imprescindible de la armada de Cromwell, en la costa del Canal de la Mancha 131. Mientras, en el Mediterráneo don Juan José de Austria culminó la recuperación de Cataluña con la entrada en Barcelona y en

Caretto, 2 de noviembre de 1648; Ibidem, f. 105, Fernando III a Lumiares, 3 de noviembre de 1648; A. VALCÁRCEL (ed.): La elección de Fernando IV…, op. cit., p. 15; C. HAM: Die verkauften Bräute…, op. cit., pp. 214-254; K. KELLER y A. CATALANO (eds.): Die Diarien und Tagzettel..., op. cit., vol. III, pp. 205-297. 129 H. ROWEN: John de Witt. Grand Pensionary of Holland, 1625-1672, Princeton 1978, pp. 26-45. 130 Para este aspecto R. KLEINMAN: Anne d’Autriche, Paris 1993, pp. 363 y s.; R. BONNEY: “The French Civil War”, European Studies Review 8 (1978), pp. 71-100. 131 CCE, vol. IV, pp. 328 y 357.

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Italia Casale, la peleada “pietra di tanti scandali”, cayó en manos de España y sus aliados mantuanos gracias a un exitoso golpe de fuerza 132. Bajo estas condicio- nes, el apoyo abierto del Emperador no resultaba imprescindible. En el Imperio la situación se había distendido y mejorado. Los suecos se reti- raron en 1650; los Círculos Imperiales costearon su evacuación, las famosas cin- cuenta toneladas de oro 133. Para la elección de Fernando IV las condiciones habían mejorado: entró en el Colegio Electoral Kaspar von der Leyen, un pro-Habsbur- go que fue elegido coadjutor de Tréveris en julio de 1650 y sustituyó al viejo arzo- bispo Sötern tras la muerte de este el 4 de febrero de 1652 134. Maximiliano de Baviera, suegro del Emperador, falleció en 1651 y con él se fue la latente hos- tilidad a la alianza con España; la regencia de su hijo menor de edad la empren- dió la hermana de Fernando III. Con los palatinos, la rama de los Wittelsbach rival de los de Baviera, España mantuvo por su lado buenas relaciones. Como po- tenciales alborotadores estaban Maximiliano, homónimo sobrino del duque de Baviera y nuevo elector de Colonia (1650-1688) y Federico Guillermo de Bran- demburgo (1640-1688), que se movían hacia el entendimiento interconfesional y cuyos feudos estaban en disputa con el duque de Neoburgo (que pugnaba con Brandemburgo por Cleves) y con Lorena (que invadió de nuevo Lieja, sufragá- nea de Colonia). Por su parte, tanto Neoburgo como Lorena buscaban el apoyo de Leopoldo Guillermo en los Países Bajos 135. En la Corte imperial, Trauttmansdorff falleció el 8 de junio de 1650; como primo ministro se perfiló Johann Weikhard Auersperg, mayordomo mayor del

132 Para las relaciones de Castel-Rodrigo con los Gonzaga, entre otros con la emperatriz viuda Leonor, HHStA, Dispacci 102, Nr. 173 (11 de septiembre de 1652) y 189 (16 de octubre de 1652). 133 A. OSCHMANN: Der Nürnberger Exekutionstag 1649-50. Das Ende des Dreißigjährigen Krieges in Deutschland, Münster 1991. 134 K. ABMEIER: Der Trierer Kurfürst Philipp Christoph von Sötern und der Westfälische Friede, Münster 1986, pp. 245 y ss.; R. PILLORGET: “Louis XIV and the Electorate of Trier 1652-1676”, en R. HATTON (ed.): Louis XIV and Europe, London 1976, pp. 115-132. 135 El camarero mayor de Leopoldo Guillermo, Johann Adolf Schwarzenberg, hijo de Adam, ministro de Brandemburgo fallecido en 1641, estuvo en disputas con Brandemburgo hasta octubre de 1649 por el pago de su patrimonio; véase U. KOBER: Eine Karriere im Krieg…, op. cit., p. 389; K. ZU SCHWARZENBERG: Geschichte des reichsständischen Hauses Schwarzenberg, Neustadt/Aisch 1963, pp. 117 y ss. A cambio de renunciar a los fondos pendientes, Schwarzenberg ganó en 1660 el señorío de Třeboň, el núcleo de los estados bohemios de la Casa, que en 1670 fue ascendida al rango de los príncipes.

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sucesor al trono, Fernando IV, quien formó un eje político con el embajador es- pañol Lumiares (desde 1651, sucediendo a su padre, III marqués de Castel-Ro- drigo) 136. La elección de Fernando IV como rey de Romanos se alcanzó en mayo de 1653 sin contratiempos; ninguno de los electores le negó su voto. Brandem- burgo no se opuso abiertamente hasta el cierre de la Dieta Imperial de Ratisbona de 1653-1654; hasta entonces su margen de maniobra política se había visto res- tringido por su rivalidad con Suecia. La plaza de Frankenthal, que incluso des- pués de 1648 siguió controlada por una guarnición española, motivó en los años siguientes “reuniones peligrosas de todos los Círculos Imperiales” 137. Finalmen- te fue intercambiada por la ciudad imperial de Besançon (y 300.000 táleros) 138. El duque de Lorena también tuvo originalmente que renunciar y retirarse del te- rritorio de los electores renanos. A causa de su rivalidad con Condé en Bruselas, el duque había quedado aislado y, arriesgando con un repentino cambio de ban- do, acabó por ser detenido y encarcelado en Toledo. El arzobispo de Colonia al- canzó, en su condición de obispo de Lieja, un arreglo con Bruselas a través del tratado de Tirlemont (17 de marzo de 1654), que mantuvo alejados a los france- ses de Lieja 139.

136 SOA, Český Krumlov, FA Schwarzenberg, Johann Adolf I, 367, carta de Leslie, 2 de septiembre de 1652; M. MECENSEFFY: “Im Dienste dreier Herren. Leben und Wirken des Fürsten Johann Weikhard Auersperg (1615-1677)”, Archiv für Österreichische Geschichte 114 (1938), pp. 297-508. 137 SOA, Český Krumlov, FA Schwarzenberg, Johann Adolf I, 370, Schwarzenberg a Caretto, 13 de marzo de 1651; F. JÜRGENSMEIER: Johann Philipp von Schönborn (1605-1673) und die römische Kurie. Ein Beitrag zur Kirchengeschichte des 17. Jahrhunderts, Mainz 1977, pp. 229 y ss. 138 En un principio se previeron 800.000 táleros, pero Caretto supuestamente torpedeó este plan; véase A. OSCHMANN: Der Nürnberger Exekutionstag…, op. cit., pp. 457-471; A. VALCÁRCEL (ed.): La elección de Fernando IV…, op. cit., p. 74; L. TERCERO CASADO: “La Paz de Westfalia inconclusa: España y la restitución de Frankenthal (1649-1653)”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y R. GONZÁLEZ CUERVA (eds.): La Dinastía de los Austria: las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, 3 vols., Madrid 2011, vol. II, pp. 1387-1420. 139 L. VOS (ed.): Correspondance d’Andrea Mangelli, Internonce aux Pays-Bas (1652- 1655) (= Analecta Vaticana-Belgica, 2. Serie: Nonciature de Flandre, vol. XV), Bruxelles 1993, pp. 157-178 (7 de febrero a 28 de marzo de 1654); A. MÜLLER: Der Reichstag von 1653/54, Frankfurt 1992, pp. 44-53 y 352 y ss.; C. J.-A. LEESTMANS: Charles IV, duc de Lorraine (1604-75). Une errance baroque, Lasne 2003, pp. 215 y ss.

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VENUS Y MARTE II (1654-1657)

Entretanto, la infanta María Teresa había alcanzado edad casadera y la reina Mariana había dado a luz por el momento solo a una niña. Esto hacía que su hi- jastra fuera un partido aún mejor para su hermano, Fernando IV. El Emperador pidió en noviembre de 1653 que se tomara una decisión, pues las posiciones de inicio no se habían movido en los últimos cinco años. Felipe IV no se veía toda- vía en situación como para dar una respuesta definitiva a su excuñado y ahora suegro. Castel-Rodrigo dio un paso adelante al confesar informalmente a Auers- perg su opinión: a saber, que tal matrimonio no redundaba en interés de Espa- ña, que no era una segundogenitura del Imperio, por lo que si se casaba a la Infanta era para ganar territorios. No se estaba pensando aún en el matrimonio francés, pues a la altura de 1653-1654 nadie esperaba una derrota. Antes se con- templaba una boda con el duque de Saboya para redondear el patrimonio regio en Italia, pues un príncipe consorte italiano no ejercería tanta influencia en la política madrileña. Las abiertas palabras de Castel-Rodrigo condujeron a una ruptura con Auersperg, con lo que la influencia española en Viena se resintió 140. Sin embargo, Fernando IV murió un año después de su elección, el 9 de ju- lio de 1654. El mismo año acabó, junto a la guerra civil francesa, la serie de vic- torias españolas; con el sitio de Arras, la última plaza francesa en los Países Bajos, Leopoldo Guillermo sufrió una derrota. La ayuda imperial no era solo bienvenida, sino imprescindible; en consecuencia, habían de elevarse los incen- tivos. Con la muerte de Fernando IV debió prepararse una nueva elección a rey de Romanos, a favor de su hermano menor Leopoldo Ignacio; para la ocasión, los electores renanos mostraron claramente su rechazo a una entrada del Em- perador en la guerra. Se consideró como un pacto tácito que este riesgo político se superaría con un acuerdo matrimonial. El nuevo embajador imperial, conde Lamberg, marchó en 1655 con la completa confianza en que haría de Leopoldo Ignacio un “nuevo Carlos V” 141. El diablo está en los detalles: desde el principio se produjo un estancamiento por la sencilla cuestión de dónde debería vivir la pareja, ya que ninguno quería

140 OÖLA, Steyr, 1226/98 y 113, Auersperg a Lamberg, 1 de marzo y 16 de febrero de 1654; L. HÖBELT: “‚Madrid vaut bien une guerre’. Marriage Negotiations between the Habsburg Courts, 1653-1657”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y R. GONZÁLEZ CUERVA (eds.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. III, pp. 1421-1436. 141 OÖLA, Steyr, 1225/141, 13 de enero de 1655.

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que el heredero a su trono dejara de residir en su territorio, ni Felipe IV con la Infanta ni Fernando III con Leopoldo Ignacio. Una salida plausible a este dile- ma la apuntó el tío Leopoldo Guillermo, quien también unía distintos concep- tos con su nombre. En Viena se quería enviar a Leopoldo Guillermo a Madrid para que en caso de emergencia estuviera presente si moría Felipe IV y se encar- gase de la regencia; Madrid previó para él el mismo rol pero en Viena, y así de- jar libre a Leopoldo Ignacio para venir a España. Es importante tener en cuenta que en Madrid se veía a Leopoldo Ignacio como el candidato más apropiado; tanto porque a Leopoldo Guillermo le seguía el rumor de ser impotente 142 co- mo por la consideración de que un archiduque de catorce años sería más mane- jable que otro de cuarenta. Lamberg resumió sus temores con una teoría conspirativa según la cual los ministri en Madrid pretendían posponer la nego- ciación matrimonial hasta la muerte de Felipe IV para poder disponer de la Co- rona a voluntad “ut sic regem et nos decipant” 143. Las posiciones enfrentadas llegaron a un punto muerto mientras la situación internacional se fue oscureciendo: en 1655, la Inglaterra de Cromwell se unió a los enemigos de España 144 y los suecos volvieron a desembarcar en Pomerania con su nuevo rey Carlos Gustavo para realizar una campaña contra Polonia en pe- ligrosa proximidad a los Estados Hereditarios del Emperador 145. La tensa rela- ción entre Auersperg y Castel-Rodrigo complicó la comunicación. Se hacía sentir a los españoles en Viena “que nosotros no necesitamos ahora su ayuda, sino ellos la nuestra” 146. Una primera solicitud española de ayuda se rechazó en oto- ño de 1655. La única cooperación que se recibió fueron 2.000 hombres que Cas- tel-Rodrigo reclutó, al parecer, por cuenta propia. Ministros poco afectos hacia

142 OÖLA, Steyr, 1226/274, Lamberg a Auersperg, 18 de diciembre de 1656; R. SCHREIBER: “ein galeria nach meinem humor”…, op. cit., pp. 40 y ss. 143 OÖLA, Steyr, 1226/136 y 146, 27 de febrero y 1 de mayo de 1655. 144 R. VALLADARES: La Rebelión de Portugal…, op. cit., pp. 143 y ss.; T. VENNING: Cromwellian Foreign Policy, London 1995, pp. 59, 93 y ss.; Ch. KORR: Cromwell and the New Model Foreign Policy, 1649-1658, Berkeley 1975, pp. 93 y ss. La conquista de Jamaica (en lugar de Santo Domingo) no se valoró sin embargo en Inglaterra como un éxito. Churchill siguió este episodio y reflexionó que Cromwell solo había visto la amenaza española y había ignorado a los franceses. 145 R. I. FROST: After the Deluge. Poland-Lithuania and the Second Northern War 1655- 1660, Cambridge 1993; C.-G. ISACSON: Karl X Gustavs Krig, Lund 2004. 146 OÖLA, Steyr, 1226/269, Lamberg a Auersperg, 5 de enero de 1656.

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España como Kurz escribían desdeñosamente que a causa de la paz a España le “salía más barato agradecer que quejarse”; los militares secundaban que los sol- dados alemanes serían “mal tratados” cuando se les enviara a España 147. Incluso cayó uno de los principales nexos políticos entre ambas ramas de la di- nastía, la gobernación de Leopoldo Guillermo en Bruselas. En 1653, el Archidu- que se vio obligado a despedir a su favorito Schwarzenberg por la presión española 148 (Lamberg escribió después que el nombre de aquel estaba en Madrid grabado “im catalogo librorum prohibitendo prima classis” 149). Mientras, Leopoldo Guillermo no se entendía con su “gobernador de las armas”, Fuensaldaña, que estaba dotado de poderes extraordinarios; temía que los reveses militares arruina- ran su reputación. Después de varios anuncios, que no se tomaron muy en serio, el Archiduque renunció a su dignidad a comienzos de 1656, antes de que Felipe IV pudiera hacer frente a su petición 150. El sucesor de Leopoldo Guillermo fue don Juan José, justo lo que se había pretendido evitar desde Viena. En la Corte imperial no se deseaba iniciar intencionadamente una nueva gue- rra; se temía además que Felipe IV pudiera “tomar auxilios desesperados”, acor- dar unilateralmente una paz con Francia y entonces “hacer rodar toda la guerra en esta casa” 151. Auersperg buscó por tanto tender un “hilo directo” con Haro y envió en otoño de 1655 en misión secreta a Madrid a don Jacinto de Vera, un

147 HHStA, Vorträge 2, Konv. 5, f. 41 (21 de septiembre de 1655), f. 75 (2 de diciembre de 1655). De hecho, algunos de los soldados se negaron a marchar a Italia; H. VALENTINITSCH: Die Meuterei der kaiserlichen Söldner in Kärnten und Steiermark 1656,Wien 1975, y también A. VALCÁRCEL (ed.): La elección de Fernando IV…, op. cit., p. 205. 148 CCE, vol. IV, pp. 385-396, 642 y ss. y 649-653; R. SCHREIBER: “ein galeria nach meinem humor”…, op. cit., pp. 44 y ss.; cartas de Schwarzenbergs a Kurz de 1652-1658 en HHStA, Große Correspondenz, 29b; la correspondencia entre Schwarzenberg y Caretto en SOA, Český Krumlov, FA Schwarzenberg, Johann Adolf I, 369/370; L. VOS (ed.): Correspondance d’Andrea Mangelli…, op. cit., p. 88 (27 de mayo de 1653). En enero de 1654 fue detenido el abate Mercy, uno de los sumilleres de Leopoldo Guillermo, por sus conexiones francesas (Ibidem, p. 146, 17 de enero de 1654). 149 OÖLA, Steyr, 1225/289, Lamberg a Portia, 1 de agosto de 1657. 150 D. S ÉRÉ: La Paix des Pyrenees. Vingt-quatre ans des négociations entre la France et l’Espagne (1635-1659), Paris 2007, pp. 214 y ss.; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 394 y ss.; A. MALCOLM: Don Luis de Haro…, op. cit., pp. 124, 133 y ss.; R. SCHREIBER: “ein galeria nach meinem humor”…, op. cit., p. 83 habla engañosamente del “traspaso” de Leopoldo Guillermo. 151 HHStA, Vorträge 2, Konv. 5, ff. 27-35, 28 de julio de 1655.

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coronel español veterano de las guerras en Alemania. El viejo juego volvía a po- nerse en marcha: Vera debía obtener la sustitución de Castel-Rodrigo y pedir so- corros para financiar la defensa que Fernando III veía como ineludible ante la amenaza sueca 152. A cambio, el Emperador estaría dispuesto a reconsiderar su inicial negativa a las peticiones españolas y por tanto a prestar ayuda militar. Fácilmente podía encontrarse una razón para este giro. Un nuevo ataque del duque de Módena, que había emparentado recientemente con Mazarino, ofre- ció el pretexto para el contraataque imperial. A diferencia de lo firmado respec- to al Círculo Burgúndico, en Italia el Emperador no solo estaba facultado sino obligado a prestar ayuda a sus vasallos. No debía darse por amortizado tan rápi- do a Fernando III en el juego de las potencias; como aclaró Auersperg al nuncio, “siamo vivi” 153. En agosto de 1656, un cuerpo de 12.000 hombres bajo el coman- do de Enkevoirt recibió la orden de marchar allende los Alpes en socorro de Va- lenza. Esta decisión fue tomada por Auersperg de forma casi solitaria, y concitó una fuerte contestación en la Corte vienesa. Kurz, cabeza del antiguo partido bá- varo (“mucho mas franceses y perversos” 154) y el conde Giovanni Portia, ma- yordomo mayor del heredero al trono Leopoldo Ignacio, tomaron el envío de Enkevoirt como una peligrosa provocación a Francia de la que no se esperaba ningún beneficio. “Sin la certeza de conservar en su Casa la misma Corona”, el Emperador no habría dado su consentimiento 155. Las preferencias de Kurz y Portia apuntaban a enviar un cuerpo auxiliar a Polonia para frenar allí a las fuer- zas suecas y preparar la elección de un Habsburgo para el trono polaco. Entretanto, en verano de 1656 se dieron en Madrid los primeros pasos de negociación de paz con la misión de Lionnes. Esta apertura se recibió con

152 OÖLA, Steyr, 1226/169, Auersperg a Lamberg, 13 de septiembre de 1656; Ibidem, fasc. 166, Lamberg a Auersperg, 20 de octubre de 1656; L. HÖBELT: Ferdinand III..., op. cit., pp. 389 y ss. 153 ASV, Germania, 157, ff. 389 y 395 (23 de septiembre de 1656); HHStA, Vorträge 2, Konv. 6, f. 19, 14 y 15 de julio de 1656; OÖLA, Steyr 1226/182, Lamberg a Auersperg, 19 de enero de 1656; R. ORESKO: “The Marriages of the Nieces of Cardinal Mazarin. Public Policy and Private Strategy in 17th Century Europe”, en R. BABEL (ed.): Frankreich im europäischen Staatensystem der frühen Neuzeit, Sigmaringen 1995, pp. 109-151; B. CIALDEA: Gli stati Italiani e la pace dei Pirenei, Roma 1961, pp. 63 y ss. 154 A. VALCÁRCEL (ed.): La elección de Fernando IV…, op. cit., p. 369 (13 de febrero de 1653). 155 OÖLA, Steyr, 1225/197, Portia a Lamberg, 6 de diciembre de 1656; ver también HHStA, Dispacci 107, Nr. 317 y 326 (5 y 19 de agosto de 1656).

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desconfianza en Viena, pues se suponía con razón que tal paz se sellaría con la boda de la Infanta 156. Sin embargo, este primer desafío se esfumó rápidamen- te, ya que Lionne regresó el 16 de septiembre con las manos vacías. Felipe IV basculó entonces hacia el otro extremo y llegó a una alternativa: ofreció a Leo- poldo Ignacio pocos días después de forma bastante oficial y sin rodeos la ma- no de la Infanta tan pronto estuviera listo para venir a Madrid. La perspectiva de renovar el imperio de Carlos V quedaba “categóricamente” formulada como una disyuntiva, como una última oportunidad. Si María Teresa era rechazada en Viena, se casaría inmediatamente con otro; en una carta se apuntaba al du- que de Saboya 157. La categórica oferta del trono se pensó como un agradecimiento a la ayuda imperial en Italia. Sin embargo, se acompañó también con el requerimiento de intervenir contra los suecos en Polonia tan pronto fuera posible 158. La idea re- sultaba a primera vista asombrosa: que el Emperador se involucrara en una gue- rra de dos frentes simultáneos, muy en contraste con los años anteriores a 1648, cuando España presionaba de manera reiterada para que accediese a una paz se- parada con Suecia. Este cambio se basaba en la esperanza de que en este enfren- tamiento contra Suecia se pudiera movilizar a Dinamarca, que había enviado a un emisario a Viena, y también a Holanda, que mandó una flota al Báltico en 1656 para forzar la rápida retirada de los suecos de Gdansk. Asimismo, el almi- rante holandés de Ruyter ayudó a traer a España la plata que se había almacena- do en las Canarias ante la amenaza de la flota inglesa de Blake. Si los Habsburgos y Holanda se aliaban, se esperaban contraprestaciones beneficiosas para la po- sición de los Países Bajos. Este cálculo fue tortuoso, pero no excesivo: finalmen- te Holanda e Inglaterra fueron rivales y se acabaron enfrentando en la primera de tres guerras navales 159.

156 HHStA, SDK, 42/670, f. 39 (12 de julio de 1656); f. 51 (23 de agosto de 1656); D. SERE: La Paix des Pyrenees…, op. cit., pp. 218-264; B. CIALDEA: Gli stati Italiani…, op. cit., pp. 102 y ss. 157 OÖLA, Steyr, 1226/273 y 274, Lamberg a Auersperg, 20 de septiembre y 18 de diciembre de 1656. 158 OOLA, Steyr, 1226/ 239 (27 de septiembre de 1656) y 298 (17 de enero de 1657). 159 CCE, vol. IV, pp. 563 y 572; T. VENNING: Cromwellian Foreign Policy, op. cit., pp. 179 y ss. y 202 y ss.; H. ROWEN: John de Witt…, op. cit., pp. 276-278 y 309 y ss.; Ch. KORR: Cromwell and the New Model Foreign Policy…, op. cit., pp. 183 y 187.

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Es probable que en Viena también llegaran a tal cálculo pese a la posición ne- gativa de la mayoría de los electores. Incluso un crítico de la política de Auersperg como Portia declaró en verano de 1657 que era mejor “renunciar a la corona im- perial que desintegrar la casa” 160. Es decir, que la corona imperial podría volver- se a ganar en otras ocasiones, pero la herencia española no. La Corte imperial se decidió también en 1657-1658 sobre la intervención en Polonia, aun cuando fal- tase la anhelada cooperación holandesa 161. Sin embargo, antes de que la petición pudiera ser formulada, Fernando III falleció de forma inesperada el 2 de abril de 1657. La carta oficial con la oferta de Felipe IV había llegado pocos días antes. Con la muerte de Fernando III quedó también socavada la posición de Auersperg. Portia recomendó a su señor Leopoldo I que aceptara la oferta, aun a costa de te- ner que pasar a España. Hasta el verano de 1657 se realizaron preparativos para el viaje de Leopoldo. Entonces se hizo claro que en Madrid se había producido un cambio de actitud: un Emperador sin Imperio no resultaba un aliado atracti- vo, por lo que Leopoldo debía preocuparse en primer lugar de la elección impe- rial y solo entonces se vería qué hacer. La elección imperial impedía una solidaridad abierta con España. Durante el año siguiente la materia adquirió un rostro muy distinto: el nacimiento del larga- mente esperado heredero, Felipe Próspero, hacía que la boda de la Infanta con Luis XIV se asumiera como un riesgo aceptable. En septiembre de 1658 Feli- pe IV dio el impulso para el cierre de las negociaciones, que condujeron a la paz de los Pirineos. Leopoldo I fue elegido emperador en 1658 con el sostén de Pe- ñaranda; en 1665 se unió con otra infanta española, la hija menor de Felipe IV, Margarita Teresa 162. La alianza hispano-imperial no se intensificó. La década de 1660 estuvo más bien marcada por el entendimiento franco-imperial. Solo a par- tir de 1673, tras una fase de transición y la materialización de la alianza holande- sa, que había quedado como proyecto en 1656, se volvió a temer la renovación del imperio de Carlos V, al menos geográficamente, contra Francia 163.

160 OÖLA, Steyr, 1225/292, Portia a Lamberg, 11 de julio de 1657. 161 F.A. PRIBAM: “Österreichs Vermittlungs-Politik im Polnisch-Russischen Krieg 1654- 1660”, Archiv für Österreichische Geschichte, 75 (1889), pp. 415-480; E. OPITZ: Österreich und Brandenburg im Schwedisch-Polnischen Krieg 1655-1660, Boppard 1969. 162 D. S ERE: La Paix des Pyrenees…, op. cit., p. 318; F.A. PRIBAM: “Die Heirat Kaiser Leopolds I. mit Margaretha Theresa”, Archiv für österreichische Geschichte, 77 (1891), pp. 319-375, aquí pp. 324-328. 163 M. HERRERO SÁNCHEZ: El acercamiento hispano-neerlandés (1648-1678), Madrid 2000.

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RESUMEN

No hubo emperador que diera a la colaboración con España más importancia que Fernando III. Tal orientación empezó con su matrimonio con la hermana de Felipe IV; continuó por causas geopolíticas, debido al conflicto con Francia, que a causa de las “ganancias inesperadas” de 1630-1632 se hizo casi inevitable. A par- tir de 1646 se revigorizó debido a la dinámica familiar nacida del “holocausto di- nástico” 164, el cual llevó a primer plano las preferencias sucesorias de la línea vienesa. Para desgracia de Fernando III, esta orientación proespañola fue contra- rrestada por una tendencia adversa: cuanto más política, lógica y urgente resulta- ba la cooperación, menos capaces eran ambas partes de prestarse mutuo apoyo militar y financiero. Se podría afirmar que Fernando III tomó la decisión correcta en el momen- to equivocado. Desde luego, todos sus rivales hicieron cálculos sobre la solida- ridad de la Casa de Austria; esta era una de las razones por las que eran reacios a aceptar una paz por separado. La heterogénea alianza entre Francia, Holanda y Suecia que quedó establecida en 1635 fue resultado de una situación excep- cional. Una vez superada, no quedaba mucho más aglutinante. Por ello debía arrancarse el máximo cuando aún fuera posible. Por el contrario, los Habsbur- gos se arriesgaban a una (¿aparente?) “separación”: sus lazos familiares inevi- tablamente volverían a vincularse. Dentro de esta tendencia secular, la relación de Viena con Madrid estaba mar- cada por ciclos de coyunturas asincrónicas: los éxitos españoles de 1638 coinci- dieron con derrotas imperiales, mientras que los triunfos de estos en 1640-1641 se dieron durante el año más catastrófico para los españoles; la coyuntura de la úl- tima tensión en 1644 reveló nuevamente el disenso estratégico mientras que final- mente coincidieron en 1648 unas perspectivas mejoradas desde el lado español y la toma de Praga por los suecos. En 1652 los españoles consiguieron un nuevo annus mirabilis sin ayuda imperial; la doble amenaza que se cernió sobre ambas ra- mas desde 1655 animó nuevamente a buscar estrategias comunes que dieron una imagen confusa en Viena e impulsaron la polarización de las facciones y camari- llas en la Corte imperial. En general, cristalizó un hallazgo que permitía clasificar la cooperación en tres grupos: en tiempos de éxito (como en la década de 1620), la actividad común era

164 P. S TRADLING: Philip IV and the Government of Spain…, op. cit., p. 240.

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frecuentemente abandonada aunque después de todo iba de la mano con la de- pendencia; en la época de duras derrotas, como 1648, aumentaba el atractivo de seguir una estrategia del “sálvese quien pueda” que no tomaba en cuenta a los fa- miliares; entre medias estaban las fases que ofrecían distintos incentivos para aprovechar el efecto de las sinergias entre los frentes occidental y oriental: el oro español potencialmente lograba en el centro y este de Europa réditos militares más altos que en Flandes o Aragón. Esta relación oscilaba asimismo con la des- confianza a que los parientes vieneses, que ejercían de intermediarios indispensa- bles, gastaran de forma abusiva los ducados españoles. Las conclusiones de estos terms of trade se pueden rastrear como una línea continua, incluso en el proyecta- do punto culminante de este desarrollo, el gran golpe al mercado de mercenarios que los imperiales prepararon en 1641-1642, pero que frustró una serie de reve- ses militares (Kempen, Schweidnitz). En todo caso, la Corte imperial recibió tan- tos subsidios de España como Suecia de Francia; el plantel de condotieros al servicio de Suecia mostró por tanto ser tan eficiente en la explotación de los re- cursos de Alemania como inhibidos los imperiales a causa de diversas considera- ciones políticas. Finalmente, es oportuna una breve observación sobre las trampas de la co- municación 165. El carácter continental de Viena y Madrid (más incluso que la larga distancia) trajo consigo que pocas capitales europeas estuvieran tan mal li- gadas entre sí como estas dos. El correo requería a menudo dos meses; el rodeo sobre los Países Bajos se demostró en ocasiones más rápido y seguro porque en el Mediterráneo “il passaggio del mare e fatto hora quasi impracticabile per l’abbon- danza dei Pirati” 166. Como ejemplo, el propio don Juan José de Austria estuvo a punto de caer durante su travesía de 1656 en las manos de una flotilla berbe- risca. Bajo estas condiciones, la coordinación de los planes militares entre Ma- drid, Viena y Bruselas se demostraba muy complicada 167.

165 En lo que respecta a los aspectos lingüísticos, Caretto pidió a Felipe IV más traductores, porque “la mayor parte de sus Ministros no estan [vers?]ados mas que en el romanze Castellano”. HHStA, SDK, 32/551, f. 129, 15 de junio de 1645. Los ministros imperiales, en cambio, se manejaban en una deliciosa jerigonza entre el alemán, el latín y el italiano. 166 HHStA, SDK, 30/532, f. 103, Caretto, 7 de septiembre de 1644. 167 Francia podía beneficiarse en esta relación de la ventaja de las líneas interiores. El ejército sueco en Alemania actuaba de forma prácticamente independiente, dada la debilidad de su vínculo con sus bases.

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El Emperador, el Imperio y España...

La naturaleza de la relación dinástica llevó también implícito que el embaja- dor español en Viena jugara por norma un papel mucho mayor que su homólogo imperial en Madrid. Esta dinámica, que derivaba a veces en “actitudes proconsu- lares”, conducía a problemas de eficacia porque abocaba a conflictos estructura- les con los ministros de Viena, sobre todo con Trauttmansdorff, al que se ha tildado por ello de forma injustificada de seguir una política antiespañola. La im- portancia de la embajada de Viena llevó asimismo a que generalmente no se en- cargara a diplomáticos profesionales (como por ejemplo el alabado marqués de la Fuente 168, que sustituyó a Castel-Rodrigo en 1656) sino a figuras con peso polí- tico que a su vez mantenían una relación de cierta tensión con el gobierno madri- leño. En ocasiones eran llamados a estos puestos para librarse de una competencia incómoda en la Corte española, como les ocurrió tanto a Oñate como a Castel-Ro- drigo frente a Olivares y probablemente a Castel-Rodrigo hijo con Haro 169. En cambio, los embajadores imperiales en Madrid permanecieron largamente en su puesto 170, a menudo contra su voluntad: su regreso se retrasaba a causa de inci- dentes inesperados. Caretto y Lamberg no estaban incluidos dentro del “partido español” en la Corte imperial; esto es indicio de que tendrían un juicio más inde- pendiente, pero traía consigo un riesgo político 171. Por último, llama la atención que por causas diversas en distintas situaciones (1630-1633 y 1640-1641 en Ma- drid o 1644-1645 en Viena) simplemente no existiera un interlocutor entre ambas cortes.

168 OÖLA, Steyr, 1225/224, Portia a Lamberg, 14 de junio de 1656: “la presente coyuntura no requiere de Grandes, sino de buenos negociantes”. Sobre La Fuente, un portugués con título milanés, A. MALCOLM: Don Luis de Haro…, op. cit., pp. 142 y ss. También de Terranova se afirmó “che non sia pratico di gravi negotii”, y se discutió abiertamente enviar como embajador extraordinario al conde de Villamediana, hijo del de Oñate, que había conocido Alemania e Inglaterra con su padre y además era “il piu rico Cavallero di Spagna”. HHStA, SDK, 32/551, f. 109, 10 de junio de 1645. 169 OÖLA, Steyr, 1226/96, Lamberg a Auersperg, 20 de mayo de 1654; A. MALCOLM: Don Luis de Haro…, op. cit., p. 109. 170 Schönburg de 1634 a 1640, Caretto de 1641 a 1651, Lamberg de 1653 a 1664. 171 HHStA, KrA 156, ff. 130-133, protocolo del Consejo Secreto (Protokoll Geheimer Rat), 6 de octubre de 1644: porque Caretto no es del agrado de España y por ello ha de temerse que tenga un resultado negativo en sus instancias.

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La separación de las dos ramas de la Casa de Austria: La paz de Westfalia (1648)

Michael Rohrschneider Universität Bonn

El congreso de paz de Westfalia y el orden de paz que nació tras 1648 merced a los acuerdos de Münster y Osnabrück se cuentan, con justificados motivos, en- tre los hitos cruciales para el desarrollo de las relaciones internacionales en Euro- pa 1. No obstante, con los acuerdos de paz de 30 de enero y 24 de octubre de 1648 no se alcanzó la previsión inicial de sellar una pax universalis o pax generalis. Los dos grandes contrincantes, Francia y España, no llegaron finalmente a ningún entendimiento a pesar de las intensas negociaciones emprendidas. Continuaron la guerra que habían comenzado en 1635 hasta la Paz de los Pirineos de 1659 2.

1 Para esta temática resulta básico el volumen conjunto de C. KAMPMANN, M. LANZINNER, G. BRAUN y M. ROHRSCHNEIDER (eds.): L’art de la paix. Kongresswesen und Friedensstiftung im Zeitalter des Westfälischen Friedens, Münster 2011. 2 Véanse especialmente J. I. ISRAEL: “Spain and Europe from the Peace of Münster to the Peace of the Pyrenees, 1648-59”, en J. I. ISRAEL: Conflicts of Empires. Spain, the Low Countries and the Struggle for World Supremacy, 1585-1713, London 1997, pp. 105-144; A. M. CARABIAS TORRES: “De Münster a los Pirineos: propuestas de paz del representante español el Conde de Peñaranda”, en F. J. ARANDA PÉREZ (ed.): La declinación de la monarquía hispánica en el siglo XVII. Actas de la VII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, Cuenca 2004, pp. 297-311; M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster. Spaniens Ringen mit Frankreich auf dem Westfälischen Friedenskongress (1643-1649), Münster 2007; D. SÉRÉ: La paix des Pyrénées. Vingt-quatre ans de négociations entre la France et l’Espagne (1635- 1659), Paris 2007; A. TISCHER: “Von Westfalen in die Pyrenäen: französisch-spanische Friedensverhandlungen zwischen 1648 und 1659”, en K. MALETTKE y C. KAMPMANN (eds.): Französisch-deutsche Beziehungen in der neueren Geschichte. Festschrift für Jean Laurent Meyer zum 80. Geburtstag, Berlin 2007, pp. 83-96; H. DUCHHARDT (ed.): Der Pyrenäenfriede 1659. Vorgeschichte, Widerhall, Rezeptionsgeschichte, Göttingen 2010.

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Al menos, los acuerdos de paz de 1648 sí sirvieron para poner fin a los casi ochen- ta años de disputas entre la Monarquía hispana y sus rebeldes de las Provincias Unidas de los Países Bajos, así como para la pacificación general del Sacro Roma- no Imperio 3. Además, el congreso de paz de Westfalia representa uno de los puntos de cris- talización en la génesis de la diplomacia moderna 4. Hasta entonces nunca hubo tantos diplomáticos durante tan largo tiempo involucrados en el proceso de en- contrar una fórmula de pacificación en un congreso. Y tampoco antes se habían juntado tan complejos y sensibles problemas de negociación, que debían ser re- sueltos de forma duradera, para acabar de una vez con unas guerras que se arras- traban, respectivamente, desde 1568 y 1618. Por ello se reclamó satisfacer la reclamación de los participantes en el congreso: forjar una paz cristiana, univer- sal y, sobre todo, perpetua (“pax sit christiana, universalis et perpetua”). Una mirada al tamaño del congreso de paz permite aclarar esta intensificación de la actividad diplomática. De este modo, Franz Bosbach ha calculado que has- ta 194 representantes de los distintos estados europeos y de las corporaciones del Sacro Imperio tomaron parte en las conversaciones de Münster y Osnabrück 5.

3 Una excelente panorámica de las largas y complejas negociaciones en torno al congreso de paz de Westfalia, K. REPGEN: “Die Hauptprobleme der Westfälischen Friedensverhandlungen von 1648 und ihre Lösungen”, Zeitschrift für bayerische Landesgeschichte 62 (1999), pp. 399-438. El trabajo de referencia sobre el congreso de paz de Westfalia sigue siendo F. DICKMANN: Der Westfälische Frieden, 7ª ed., Münster 1998. Una buena recopilación de las fuentes e investigaciones disponibles sobre la materia hasta mediados de la década de 1990 en H. DUCHHARDT (ed.): Bibliographie zum Westfälischen Frieden, ed. de E. Ortlieb y M. Schnettger, Münster 1996. Sobre los abundantes trabajos que aparecieron con ocasión del 350 aniversario de la paz de Westfalia ofrecen información, así como nuevas perspectivas de investigación, J. ARNDT: “Ein europäisches Jubiläum: 350 Jahre Westfälischer Friede”, Jahrbuch für Europäische Geschichte 1 (2000), pp. 133-158; H. NEUHAUS: “Westfälischer Frieden und Dreißigjähriger Krieg. Neuerscheinungen aus Anlaß eines Jubiläums”, Archiv für Kulturgeschichte 82 (2000), pp. 455-475; J. BÉRENGER: “À propos d’une commémoration: quelques ouvrages sur la paix de Westphalie”, Francia 28/2 (2001), pp. 85-107 y M. KAISER: “1648 – Rückschau auf ein Jubiläum”, Zeitschrift für Historische Forschung 29 (2002), pp. 99-105. 4 Sobre nuevos aspectos de la investigación en historia diplomática, M. ROHRSCHNEIDER: “Neue Tendenzen der diplomatiegeschichtlichen Erforschung des Westfälischen Friedenskongresses”, en I. SCHMIDT-VOGES, S. WESTPHAL, V. ARNKE y T. BARTKE (eds.): Pax perpetua. Neuere Forschungen zum Frieden in der Frühen Neuzeit, München 2010, pp. 103-121. 5 F. BOSBACH: Die Kosten des Westfälischen Friedenskongresses. Eine strukturgeschichtliche Untersuchung, Münster 1984, p. 15.

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Esto significaba una ruptura con las dimensiones que hasta entonces habían teni- do los congresos de paz entre los poderes europeos. Por ello no es sorprendente que el enviado veneciano Alvise Contarini asegurara en retrospectiva que fue prácticamente un milagro que el congreso se pudiera llegar a celebrar 6. La alusión a las apabullantes dimensiones del congreso de Westfalia es signi- ficativa en el marco de esta investigación, ya que permite ilustrar un estado de las cosas que resulta relevante para el desarrollo de las relaciones políticas, diplomá- ticas y dinásticas entre ambas líneas de la Casa de Austria. Junto a ello está el he- cho de que la paz de Westfalia representó una importante etapa en el proceso de concentración de la comunicación diplomática en la Edad Moderna 7. El congre- so generó en muchos aspectos estructuras de comunicación diplomática que re- presentaron importantes elementos de orientación durante los siglos siguientes. A pesar de que el orden de paz nacido en Westfalia finalmente no alcanzó la du- rabilidad que se esperaba 8, los relevantes actores reunidos entonces desarrollaron formas de comunicación y técnicas de negociación (por ejemplo, en la visualiza- ción del ceremonial o con respecto a los instrumentos de mediación de paz), a los que se recurrió en la práctica diplomática posterior en caso de necesidad. A la vista de las relaciones bilaterales de media y larga duración entre el Mo- narca hispano y el Emperador hay que destacar, sin embargo, que la intensifi- cación de los contactos diplomáticos en el transcurso del congreso entre los

6 Para esta cita de Contarini, K. REPGEN: Der Westfälische Friede. Ereignis, Fest und Erinnerung, Opladen y Wiesbaden 1999, p. 7. 7 Para el contexto más amplio véanse sobre todo los nuevos trabajos de Lucien Bély, como por ejemplo L. BÉLY e I. RICHEFORT (eds.): L’invention de la diplomatie. Moyen Âge – Temps modernes, Paris 1998; L. BÉLY: L’art de la paix en Europe. Naissance de la diplomatie moderne XVIe-XVIIIe siècle, Paris 2007; L. BÉLY: “La naissance de la diplomatie moderne”, Revue d’histoire diplomatique 121 (2007), pp. 271-294. Véase asimismo H. VON THIESSEN: “Diplomatie vom type ancien. Überlegungen zu einem Idealtypus des frühneuzeitlichen Gesandtschaftswesen”, en H. VON THIESSEN y C. WINDLER (eds.): Akteure der Außenbeziehungen. Netzwerke und Interkulturalität im historischen Wandel, Köln, Weimar, Wien 2010, pp. 471-503. 8 Sobre la cuestión del alcance de la paz de Westfalia en las relaciones internacionales tras 1648 véase H. DUCHHARDT: “Westfälischer Friede und internationales System im Ancien régime”, Historische Zeitschrift 249 (1989), pp. 529-543. Acerca de los problemas de investigación sobre si el orden de paz de Westfalia creó un verdadero “Westphalian System”, véase sobre todo H. DUCHHARDT: “«Westphalian System». Zur Problematik einer Denkfigur“, Historische Zeitschrift 269 (1999), pp. 305-315; H. Westphalian System: “Das «Westfälische System»: Realität und Mythos”, en H. VON THIESSEN y C. WINDLER (eds.): Akteure der Außenbeziehungen..., op. cit., pp. 393-401.

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enviados de ambas ramas de los Habsburgo no pudo ocultar que uno de los re- sultados más importantes del acuerdo de paz de 24 de octubre de 1648 signifi- có una dura derrota para el Rey español y el Emperador: a causa de la inmensa presión ejercida por Francia, Felipe IV quedó fuera del conocido como Instru- mentum Pacis Monasteriensis (IPM), por el nombre de la ciudad donde se firmó, Münster. El emperador Fernando III debió comprometerse explícitamente en este tratado de paz a no seguir apoyando militarmente a España, ni como Sacro Romano Emperador ni como archiduque de Austria, en la guerra que Felipe IV mantenía desde 1635 contra Francia. En el crucial párrafo tres del IPM se hace constar expresamente con respecto a la contemporánea guerra hispano-francesa (según la traducción española de 1750): Y para que de aqui en adelante se observe la mas sincera fé de una mutua amistad entre el Emperador, el Rey Christianissimo, los Electores, Principes, y Estados del Imperio, (salvo el infrascripto Articulo de seguridad) el uno no ayudarà à los Enemigos del otro, presentes, ò futuros, con ningun titulo, ò pretexto, ò por razon de alguna diferencia, ò Guerra, con armas, dinero, Soldados, viveres, ù otra cosa; ni darà retirada, Quarteles, ò transito à las Tropas, que qualquiera moviere contra algunos de los Aliados de esta pacificacion. El Circulo de Borgoña serà, y quedarà miembro del Imperio comprehendido en esta Paz, despues de terminadas las diferencias entre Francia, y España; pero ni el Emperador, ni algun otro Estado del Imperio, se mezclarà en las Guerras, que actualmente padece 9. Ya los contemporáneos se percataron de que esta significativa y largamente peleada cláusula del IPM significaba la separación de las dos líneas de la Casa de Austria. Este resonante triunfo de Francia no fue alterado por el hecho de que el enviado imperial Isaak Volmar, durante la firma del IPM el 24 de octu- bre de 1648, diera claramente a entender a su homólogo francés Abel Servien que el Emperador aceptaba la exclusión de España contra su voluntad 10. Feli- pe IV solo apareció especificado como aliado del emperador Fernando III en el

9 Citado a partir de la traducción española en J. A. DE ABREU Y BERTODANO: Coleccion de los tratados de Paz, Alianza, Neutralidad, Garantia [...] Reynado del Sr. Rey D. Phelipe IV, Parte V, Madrid 1750, pp. 412-413. El texto original latino del Instrumentum Pacis Monasteriensis tiene una edición histórico-crítica en A. OSCHMANN (ed.): Acta Pacis Westphalicae [APW], Serie III, Abteilung B: Verhandlungsakten, vol. 1: Die Friedensverträge mit Frankreich und Schweden, 1. Teil: Urkunden, Münster 1998, aquí § 3, p. 5. En Internet se puede encontrar el texto de ambos tratados de paz de Westfalia en http://www.pax-westphalica.de/ipmipo/ index.html. 10 A. OSCHMANN: “Einleitung”, en APW, Serie III, B 1/1, pp. XLI-CXLIII, aquí p. LX.

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tratado que se firmó simultáneamente entre este y Suecia el mismo 24 de octu- bre de 1648. Como este acuerdo se signó en la vecina ciudad de Osnabrück es conocido como el Instrumentum Pacis Osnabrugensis (IPO) 11. Cómo se pudo llegar en la Paz de Westfalia a tal separación entre las líneas es- pañola e imperial será el sujeto de esta investigación. En primer lugar, se abordará el marco general de la política española e imperial en el congreso de paz (1). Se- guidamente, a partir del contexto concreto del proceso de negociación en Müns- ter y Osnabrück, se mostrará el desarrollo de las relaciones hispano-imperiales hasta la separación de ambas líneas con el tratado de 24 de octubre de 1648 (2).

EL MARCO DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA E IMPERIAL EN EL CONGRESO DE WESTFALIA

Según fueron llegando a Westfalia los respectivos representantes de ambas lí- neas de la Casa de Austria entre 1643 y 1645, tenían ante sí innumerables proble- mas a resolver en las relaciones entre los Habsburgo y Francia. Tales cuestiones no se remontaban solo a la entrada de los contendientes en la Guerra de los Trein- ta Años (en 1618 y 1635, respectivamente), sino que en parte se arrastraban desde el siglo XV y en el fondo habían influido de forma muy sostenida en el proceso de conformación del sistema moderno de estados. Por tanto, el congreso de paz sig- nificó principalmente un nuevo reequilibrio en las relaciones de poder estableci- das en el sistema de estados europeo. El trasfondo era el siguiente: España, la potencia europea hegemónica en la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, no estaba a la altura de 1640 en posición de mantener tal rol ante la ca- da vez más evidente incapacidad para detener la erosión de su gigantesco impe- rio y consolidar su papel hegemónico 12. La emergente potencia de Francia se

11 Artículos I y XVII.10, IPO, Ibidem, pp. 98-99 y 158. 12 Sobre este tema existe una abundante producción, a la que no solo la investigación española ha dedicado una importante atención. Véase F. J. ARANDA PÉREZ (ed.): La declinación de la monarquía hispánica…, op. cit. Por el lado alemán, ofrece una buena visión general de la repercusión en la historiografía española, S. BRINKMANN: Aufstieg und Niedergang Spaniens. Das Dekadenzproblem in der spanischen Geschichte von der Aufklärung bis 1898, Saarbrücken 1999. En la investigación anglosajona son una referencia los importantes trabajos de John Huxtable Elliott, especialmente su gran biografía de Olivares: J. H. ELLIOTT: The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven y London 1986. Véase además G. PARKER (ed.): La crisis de la monarquía de Felipe IV, Barcelona 2006.

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estaba preparando, ya bajo el mandato del cardenal Richelieu, pero especialmen- te bajo el del cardenal Mazarino, para recortar el dominio que hasta entonces la Casa de Austria ejercía en la Cristiandad y elevar en su lugar al rey de Francia co- mo el “plus puissant monarque du monde” 13. En 1643 llegaron a las ciudades del congreso, Münster y Osnabrück, los pri- meros enviados. A la vez, dentro de las broncas luchas entre los Habsburgo y Francia, se dio un evento de alta importancia simbólica: el 19 de mayo de ese año las tropas francesas derrotaron en batalla campal a la hasta entonces victo- riosa infantería española en Rocroi, en los Países Bajos españoles. Mazarino de- finió esta victoria eufóricamente y con toda confianza como “le gain de la plus fameuse bataille de ce siècle” 14. Aunque no se tomó ninguna decisión militar en el rumbo de la guerra hispano-francesa, se había hecho claro a ojos de la opi- nión pública europea que el predominio bélico que mantenían los Habsburgo hasta entonces comenzaba a hacer aguas y que en su lugar Francia avanzaba ha- cia el poder hegemónico en Europa. Por el lado imperial, su vulnerabilidad militar se hizo patente tiempo des- pués, cuando las tropas imperiales sufrieron una dolorosa derrota contra los suecos en la batalla de Jankau, en Bohemia (6 de marzo de 1645). Esta batalla se considera, con justos motivos, como la más portentosa derrota en todo el trans- curso de la Guerra de los Treinta Años 15. Tras esta debacle los imperiales no

13 Este escrito de Richelieu ha sido citado en innumerables ocasiones: “Advis donné au Roy après la prise de La Rochelle pour le bien de ses affaires”, 13 de enero de 1629, en P. GRILLON (ed.): Les papiers de Richelieu. Section politique intérieure. Correspondance et papiers d’état, vol. IV (1629), Paris 1980, aquí p. 24. 14 El cardenal Mazarino al embajador francés en Venecia, Des Hameaux, [Paris], 27 de junio de 1643, en A. CHÉRUEL (ed.): Lettres du cardinal Mazarin pendant son ministère (Collection de documents inédits sur l’histoire de France. Première série: Histoire politique), vol. I, Paris 1872, p. 208. 15 K. REPGEN: “Dreißigjähriger Krieg”, en K. REPGEN,F. BOSBACH y C. KAMPMANN (eds.): Dreißigjähriger Krieg und Westfälischer Friede. Studien und Quellen, Paderborn 1998, pp. 291-318, aquí p. 312. En este contexto véase también la convincente evaluación de L. AUER: “Die Ziele der kaiserlichen Politik bei den Westfälischen Friedensverhandlungen und ihre Umsetzung”, en H. DUCHHARDT (ed.): Der Westfälische Friede. Diplomatie – politische Zäsur – kulturelles Umfeld – Rezeptionsgeschichte, München 1998, pp. 143-173, aquí p. 154: “La derrota de Jankau acabó con todas las especulaciones sobre una ‘paz por la fuerza‘ e hizo claro que al Emperador no le quedaba a largo plazo ninguna alternativa que no fuera una paz general sobre la base de las negociaciones de Münster y Osnabrück”.

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recuperaron nunca más la iniciativa militar. Más tarde, la conquista sueca de la Ciudad Pequeña de Praga (Malá Strana en checo), el 26 de julio de 1648, de- mostró de una vez por todas al bando imperial la inutilidad de continuar el esfuerzo bélico 16. A estas alturas de 1648, la firma de la paz se hizo para Fer- nando III y sus principales consejeros una necesidad inexcusable. No quedaba ninguna otra opción según la perspectiva imperial 17. Para ordenar adecuadamente la política española e imperial en el congreso de paz de Westfalia es preciso tener en cuenta que el duradero conflicto europeo 18 entre Francia y las dos líneas de los Habsburgo representaba solo una parte de la maraña bélica en la que estaba implicada la Casa de Austria. Como ya se ha indi- cado, España se mantenía en guerra contra sus rebeldes de los Países Bajos septentrionales desde 1568 19 y sin ayuda del Emperador, mientras que este gue- rreaba contra Suecia desde 1630 20, también sin que España se implicara directa- mente en tal conflicto. Las negociaciones en Westfalia se dirigieron al fin concreto de acabar con es- tas guerras, de modo que los dos representantes de los Habsburgo (aparte de su contrincante común francés) tenían interlocutores diferentes: los imperiales se

16 El enorme significado que la toma de la Ciudad Pequeña de Praga tuvo para convencer al emperador Fernando III de firmar la paz ha sido recientemente destacado por L. HÖBELT: Ferdinand III. Friedenskaiser wider Willen, Graz 2008, pp. 281-286. 17 Véanse para ello las declaraciones del punto II.2. 18 Una buena visión de conjunto del antagonismo entre los Habsburgo y Francia en la Edad Moderna en J. BÉRENGER: “Le conflit entre les Habsbourg et les Bourbons (1598- 1792)”, Revue d’histoire diplomatique 116 (2002), pp. 193-232. 19 Un apropiado acceso al problema en la tesis de habilitación de J. ARNDT: Das Heilige Römische Reich und die Niederlande 1566 bis 1648. Politisch-konfessionelle Verflechtung und Publizistik im Achtzigjährigen Krieg, Köln, Weimar, Wien 1998. Para las negociaciones hispano-neerlandesas en Münster, el trabajo de referencia continúa siendo el de J. J. POELHEKKE: De vrede van Munster, ‘s-Gravenhage 1948. Véase también J. CASTEL: España y el tratado de Münster (1644-1648), Madrid 1956. Una instructiva panorámica sobre la investigación más reciente en B. J. GARCÍA GARCÍA: “Guerra y paz en los Países Bajos, 1598- 1648: de los archiduques a la paz de Münster”, Cuadernos de Historia Moderna 22 (1999), pp. 234-238; F. SÁNCHEZ MARCOS: “La historiografía española sobre la paz de Münster”, en H. DE SCHEPPER, C. L. TÜMPEL y J. J. V. M. DE VET (eds.): La Paz de Münster / The Peace of Munster 1648, Barcelona y Nijmegen 2000, pp. 15-28. 20 Véase la reciente obra de J. ÖHMANN: Der Kampf um den Frieden. Schweden und der Kaiser im Dreissigjährigen Krieg, Wien 2005.

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reunían en Osnabrück con los suecos, mientras que los españoles negociaban en Münster con los neerlandeses. Tanto las negociaciones sueco-imperiales como las hispano-neerlandesas se desarrollaron (finalmente con éxito) sin la ayuda de mediadores 21. Esto ofrecía un marcado contraste con las conversaciones mantenidas entre los representan- tes de los Habsburgo y los franceses, que se condujeron casi exclusivamente a tra- vés de medianeros 22 debido a los problemas de precedencia que surgieron entre franceses y españoles en el transcurso del congreso 23. Por ello, la mediación fue probablemente el único instrumento que pudiera garantizar un intercambio di- plomático intensivo entre los embajadores destacados. Las perspectivas de éxito en las negociaciones entre los Habsburgo y Francia se mantuvieron en buena

21 En primer lugar, se previó que Dinamarca mediara en las negociaciones sueco- imperiales, pero la guerra sueco-danesa de 1643-1645 impidió finalmente una mediación danesa en el congreso. G. LORENZ: “Die dänische Friedensvermittlung beim Westfälischen Friedenskongreß”, en K. REPGEN (ed.): Forschungen und Quellen zur Geschichte des Dreißigjährigen Krieges, Münster 1981, pp. 31-61. 22 Véase K. REPGEN: “Friedensvermittlung und Friedensvermittler beim Westfälischen Frieden”, en K. REPGEN,F. BOSBACH y C. KAMPMANN (eds.): Dreißigjähriger Krieg und Westfälischer Friede..., op. cit., pp. 695-719; K. REPGEN: “Friedensvermittlung als Element europäischer Politik vom Mittelalter bis zur Gegenwart”, en Ibidem, pp. 799-816; M. ROHRSCHNEIDER: “Friedensvermittlung und Kongresswesen: Strukturen – Träger – Perzeption (1643-1697)”, en C. KAMPMANN, M. LANZINNER, G. BRAUN y M. ROHRSCHNEIDER (eds.): L’art de la paix..., op. cit., pp. 139-165. Es significativo para las finalmente fracasadas negociaciones hispano-francesas en Münster que en el transcurso del congreso se encargaran diferentes mediadores de ejercer la mediación o interposición. Al comienzo de las negociaciones se encargaron de esta labor el nuncio papal Fabio Chigi y el embajador veneciano Alvise Contarini, a los que se añadieron desde 1646 en repetidas ocasiones los enviados neerlandeses como interpuestos. En la última fase del congreso, como el fracaso de las negociaciones hispano-francesas se iba haciendo cada vez más evidente, se consideró incluir a otros posibles mediadores. Suecia se contaba entre ellos, así como los Estados Imperiales o incluso el duque Carlos IV de Lorena, antiguo partidario de los Habsburgo. Finalmente, estos planes no se llevaron a cabo. 23 Véase el reciente M. ROHRSCHNEIDER: “Friedenskongress und Präzedenzstreit: Frankreich, Spanien und das Streben nach zeremoniellem Vorrang in Münster, Nijmegen und Rijswijk (1643/44–1697)”, en C. KAMPMANN, K. KRAUSE, B. KREMS y A. TISCHER (eds.): Bourbon – Habsburg – Oranien. Konkurrierende Modelle im dynastischen Europa um 1700, Köln 2008, pp. 228-240, aquí principalmente pp. 230-232; M. ROHRSCHNEIDER: “Das französische Präzedenzstreben im Zeitalter Ludwigs XIV.: Diplomatische Praxis – zeitgenössische Publizistik – Rezeption in der frühen deutschen Zeremonialwissenschaft”, Francia 36 (2009), pp. 135-179, aquí pp. 146-149.

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medida gracias a la habilidad de los mediadores y su capacidad para dominar to- dos los registros del complejo sistema simbólico de la diplomacia del momento y para guiar de modo adecuado las negociaciones 24. Las consecuencias prácticas de esta forma de negociación fueron que Espa- ña no participara de las conversaciones emprendidas en Osnabrück, mientras que los imperiales sí que tomaron parte en ambos congresos, tanto el de Müns- ter como el de Osnabrück. Por ello, los enviados españoles intentaron compen- sar la carencia de información que les ocasionaba su ausencia de Osnabrück por dos medios: atrayendo a los informantes apropiados, que pudieran ofrecer un testimonio fiel de lo que acaecía en ese congreso, y carteándose con sus colegas imperiales para obtener las informaciones más relevantes 25. La embajada imperial estaba encabezada por el conde Maximilian von Trautt- mansdorff. La historiografía le ha definido, por su peso político, como “Anima Caesaris o Alter Ego” del emperador Fernando III 26. Trauttmansdorff actuó co- mo enviado principal del Emperador en Westfalia del 29 de noviembre de 1645 al 16 de julio de 1647. Su homólogo español fue don Gaspar de Bracamonte y Guz- mán, conde de Peñaranda, quien se encargó de la representación española en el congreso desde el 5 de julio de 1645 hasta su marcha el 29 de junio de 1648 27.

24 Esta idea no ha de llevar a la conclusión de que el fracaso de las negociaciones hispano- francesas en Westfalia sea imputable en último término a los mediadores. Más bien habría que señalar claramente que, si no se alcanzó en Münster la paz entre las dos grandes coronas católicas, fue porque ninguna de las partes llegó a la convicción simultánea de que un acuerdo de paz les fuera tan beneficioso como la continuación de la guerra que se arrastraba desde 1635. 25 M. ROHRSCHNEIDER: “Der Nachlaß des Grafen von Peñaranda als Quelle zum Westfä- lischen Friedenskongreß”, Historisches Jahrbuch 122 (2002), pp. 173-193, aquí pp. 190-191. 26 H. WAGNER: “Die kaiserlichen Diplomaten auf dem Westfälischen Friedenskongreß”, en E. ZÖLLNER (ed.): Diplomatie und Außenpolitik Österreichs. 11 Beiträge zu ihrer Geschichte, Wien 1977, pp. 59-73, aquí p. 63. Sobre la persona y labor de Trauttmansdorff, véase K. REPGEN: “Maximilien comte de Trauttmansdorff, négociateur en chef de l’empereur aux traités de paix de Prague et de Westphalie”, en L. BÉLY e I. RICHEFORT (eds.): L'Europe des traités de Westphalie. Esprit de la diplomatie et diplomatie de l'esprit, Paris 2000, pp. 347-361; M. U. FERBER: “Graf Maximilian von Trauttmansdorff und Dr. Isaak Volmar. Handlungsmöglichkeiten adliger und bürgerlicher Diplomaten im Vergleich”, en M.-E. BRUNERT y M. LANZINNER (eds.): Diplomatie, Medien, Rezeption. Aus der editorischen Arbeit an den Acta Pacis Westphalicae, Münster 2010, pp. 231-251. 27 Sobre Peñaranda véase el esbozo biográfico en M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 137-145 (con más referencias bibliográficas).

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Trauttmansdorff tenía una posición jerárquica superior como mayordomo mayor y presidente del Consejo Secreto del Emperador, a la vez que contaba desde hacía largo tiempo con gran influencia en la gestión de la política exterior imperial. En cambio, Peñaranda era un completo bisoño en diplomacia cuando llegó a Müns- ter. Este hecho fue anotado como cosa extraña por los otros participantes en el congreso. Así señaló el mediador veneciano Alvise Contarini categóricamente la falta de experiencia de Peñaranda 28 y pregonó posteriormente que el rey español Felipe IV había sacado de la corte a su principal representante y lo había enviado a Münster por su interés en la esposa de este 29. Las relaciones entre Trauttmansdorff y Peñaranda en Münster se demostra- ron bastante difíciles. Trauttmansdorff tenía indudablemente una alta opinión de sus colegas españoles 30. Esta cayó a causa de su difícil posición negociadora, que le llevó a hacer muchas más concesiones a Francia de las que la Corte madrileña hubiera querido, lo que le puso en el punto de mira de las críticas de los españo- les. La correspondencia de los enviados del Rey Católico está llena de quejas so- bre el proceder de Trauttmansdorff, al que no solo acusaban de dañar a la Casa de Austria con su estrategia de negociación, sino que ni su persona ni carácter eran los adecuados para asegurar con éxito los intereses de los Habsburgo en las duras negociaciones con los franceses. A ello volveremos más adelante. Cabe señalar por el momento que para el trabajo común de las dos embajadas de los Habsburgo significó una pesada rémora el hecho de que los españoles acogieran con grandes reservas la estrategia negociadora del principal representante imperial. El estatus de ambos diplomáticos dentro de la representación general espa- ñola e imperial era bastante similar. Trauttmansdorff, en su calidad de estrecho

28 Véase el memorando de los embajadores franceses Longueville y d’Avaux para el rey Luis XIV, Münster, 27 de abril de 1646, en E. JARNUT, R. BOHLEN y K. GORONZY (eds.): APW, Serie II: Korrespondenzen, Abteilung B: Die französischen Korrespondenzen, vol. III/2, Münster 1999, p. 854 (“faute d’expérience, n’estant jamais sorty d’Espagne”). 29 El informe de Contarini se encuentra en J. FIEDLER (ed.): Die Relationen der Botschafter Venedigs über Deutschland und Österreich im siebzehnten Jahrhundert. 1. Band. K. Mathias bis K. Ferdinand III., Wien 1866, p. 334. 30 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria: Die Beziehungen zwischen den spanischen und den kaiserlichen Gesandten auf dem Westfälischen Friedenskongreß (1643-1648)”, Historisches Jahrbuch 127 (2007), pp. 75-100, aquí p. 91. Un ejemplo de sus opiniones en la carta de Trauttmansdorff al emperador Fernando III, Münster, 19 de octubre de 1646, en A. OSCHMANN (ed.): APW, Serie II: Korrespondenzen, Abteilung A: Die kaiserlichen Korrespondenzen, vol. V, Münster 1993, p. 137.

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colaborador de Fernando III, estaba involucrado de forma significativa en el di- seño de la política imperial ante el congreso, y lo siguió estando aun después de su regreso de Westfalia a la Corte imperial. Según el testimonio de las fuentes contemporáneas, su liderazgo dentro de la misión imperial era indiscutible; al menos no se filtró lo contrario al exterior 31. Caso muy distinto era el de la em- bajada francesa, donde fueron muy marcadas las duras disputas existentes en- tre los dos embajadores, d’Avaux y Servien, que se eran muy hostiles 32. En el caso de Peñaranda, tampoco fue cuestionado en lo fundamental por sus colegas como principal representante de Felipe IV, al menos según lo que trasluce la correspondencia española disponible. En cambio, sí que hubo una sonada disputa dentro de su delegación entre los enviados Diego Saavedra Fa- jardo y Joseph de Bergaigne 33, así como entre Saavedra Fajardo y Antoine Brun, otro de los representantes del Rey Católico, que condujo a una verdade- ra ruptura en el transcurso del congreso 34. El papel de Peñaranda como cabe- za de la delegación española no fue discutido aun cuando hay que constatar que, en la última fase del congreso, tuvo discrepancias con Antoine Brun, si bien no de carácter esencial 35. En resumen, ni la representación imperial ni la españo- la sufrieron disputas internas de consideración que afectaran sustancialmente su capacidad de actuación. En un aspecto ambas delegaciones tenían una desventaja significativa res- pecto al común enemigo francés: los correos del congreso de Westfalia llegaban a París mucho antes que a Viena o a Madrid. Entre la fecha de las cartas de la corte francesa y la expedición de la respuesta de los embajadores franceses en

31 A. OSCHMANN: “Einleitung”, en Ibidem, p. LII. 32 Sobre los duros encontronazos entre d’Avaux y Servien véase A. TISCHER: Französische Diplomatie und Diplomaten auf dem Westfälischen Friedenskongress. Außenpolitik unter Richelieu und Mazarin, Münster 1999, pp. 127-157. 33 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., p. 174. 34 Trauttmansdorff contó a Peñaranda a comienzos de 1646 que su colega Isaak Volmar había sido informado por fuentes españolas de que Antoine Brun era un traidor. Tal acusación parecía provenir claramente de Saavedra, quien en ese momento se encontraba ya en una posición problemática dentro de la representación española, que se fue debilitando en lo sucesivo. Los imperiales sospechaban que estaba intrigando de forma calumniosa contra su colega Brun. Finalmente, Felipe IV llamó de vuelta a Saavedra de Münster (Ibidem, pp. 174-176). 35 Ibidem, p. 436.

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Münster transcurría normalmente un lapso de diez días; mientras tanto, se ne- cesitaba entre uno y dos meses para el envío de la correspondencia entre Ma- drid y Westfalia 36. La corte española intentó desactivar este grave problema estructural hacien- do que sus enviados se mantuvieran en estrecho contacto con el gobernador de los Países Bajos españoles 37. La escala de Bruselas 38 debería permitir alcanzar decisiones rápidas en caso de necesidad sin tener que esperar al envío de los in- formes a la lejana Madrid y aguardar a su respuesta. Esta construcción, en un principio plausible, se demostró en el transcurso del congreso que solo sería viable si existiese una buena relación entre el gober- nador español en Bruselas y el plenipotenciario en Münster. Entre Peñaranda y don Manuel de Moura y Corte Real, marqués de Castel-Rodrigo y gobernador entre 1644 y 1647, se desarrolló una relación de gran confianza, de modo que durante ese tiempo funcionó el cálculo de la corte madrileña con respecto a una rápida coordinación de la política de paz entre Münster, Bruselas y Madrid 39. La situación se volvió más problemática en 1647, cuando el archiduque Leopol- do Guillermo sucedió a Castel-Rodrigo. Entre aquel y Peñaranda se manifesta- ron serias divergencias que hicieron patente lo difícil que se tornaba la bienintencionada idea de que Bruselas ejerciera como punto de mediación de- cisivo en el diseño de la política española ante el congreso 40. Tal rol no podía cumplirse siendo el archiduque Leopoldo Guillermo, her- mano del Emperador, el gobernador en Bruselas 41. El archiduque era percibido

36 Este dato es matizable: en 1648 los tiempos de envío entre Münster y Madrid se acortaron en ocasiones a solo 15-20 días. No obstante, una queja recurrente de la embajada española en Münster era la ausencia o tardanza de los despachos de la corte española (M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 184-191). 37 Ibidem, pp. 119-136. 38 H. DUCHHARDT: “Spanien und der Westfälische Frieden – Anmerkungen zur Quellenlage”, en H. DUCHHARDT y C. STROSETKI (eds.): Siglo de Oro – Decadencia. Spaniens Kultur und Politik in der ersten Hälfte des 17. Jahrhunderts, Köln, Weimar y Wien 1996, pp. 89-93, aquí p. 90. 39 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 125-128. 40 Ibidem, pp. 132-136. 41 Para el archiduque Leopoldo Guillermo véase de la investigación más reciente J. MERTENS, F. AUMANN y A. MERTENS (eds.): Krijg en kunst. Leopold Wilhelm (1614-1662), Habsburger, landvoogd en kunstverzamelaar. Mit niederländischen und deutschen Beiträgen,

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por los españoles antes como un representante de los intereses de la línea aus- triaca de los Habsburgo que como un leal servidor de la Corona española. En vista de la incipiente separación de las dos líneas de la Casa de Austria en el de- sarrollo del congreso de paz, tal opción parecía a los españoles cualquier cosa menos ideal. También para los imperiales significaba un problema sustancial la tardanza de la correspondencia entre Westfalia y Viena. Si bien las dificultades fueron menos graves que las que atenazaron a los representantes españoles en el con- greso (el correo entre Münster y Viena se demoraba unos quince días) 42, la co- municación imperial quedó dificultada por esta razón. El ejemplo más conocido fue el de las dificultades comunicativas entre Vie- na y Münster en la fase final del congreso, cuando los embajadores imperiales no poseían las claves de la nueva cifra, de modo que fueron incapaces de leer los despachos imperiales cifrados para la firma del tratado de paz: “Durante los lar- gos años del congreso ningún correo de Viena fue esperado con más impacien- cia que este, todo dependía de ello, ¡y ahora este accidente!” 43. A causa de la enorme presión a la que estaban sometidos en este punto los representantes im- periales, esperar a que enviaran de nuevo desde Viena la clave de la cifra podría tener consecuencias aún más graves. Por ello se intentó descifrar la cifra desde la embajada imperial en Münster sin más ayudas. Para alivio general, Isaac Volmar tuvo éxito en la empresa tras unos días de trabajo 44. Aparte de estos requisitos y condiciones estructurales, estaba la cuestión de cómo se instruyó concretamente a ambas embajadas de los Habsburgo desde sus cortes de origen, lo cual era crucial para sus posibilidades de trabajo en común en Westfalia. Para la postura de Fernando III y la orientación de su política ante el congreso resulta reveladora la instrucción secreta para Trauttmansdorff de 16 de octubre de 1645. En vista de la precaria posición militar y política en la que se en- contraban entonces los Habsburgo, Fernando III se comprometió con claridad a

Bilzen 2003; B. DEMEL: “Hoch- und Deutschmeister Leopold Wilhelm von Österreich (1641-1662)”, en B. DEMEL: Der Deutsche Orden im Spiegel seiner Besitzungen und Beziehungen in Europa, Frankfurt am Main 2004, pp. 538-603; R. SCHREIBER: “Ein Galeria nach meinem Humor”. Erzherzog Leopold Wilhelm, Wien 2004. 42 F. DICKMANN: Der Westfälische Frieden, op. cit., p. 192. 43 Ibidem, p. 489. 44 Ibidem, pp. 489-490.

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mantener la unidad de la Casa de Austria. Instruyó categóricamente a Trautt- mansdorff que hiciera todo lo posible para evitar una separación de las dos líneas del linaje. En esta instrucción secreta se afirma taxativamente: Así, debe el conde de Trauttmansdorff ante todas las cosas aquí expuestas, evitar que se llegue a tal separación, y que lo anteponga a cualquier otra consideración. Para escapar de tal peligro, debe colaborar para que también se llegue a la paz con España. El conde debe permanecer en estrecha confianza y continua correspondencia con los plenipotenciarios españoles y representarles el peligro e imposibilidad de continuar la guerra y la urgencia de la paz, y amonestarles para acelerar su conclusión. Asimismo, debe escuchar con qué condiciones estarían dispuestos a acordar la paz 45. Resulta significativo para la comprensión de este pasaje el hecho que Trautt- mansdorff no evitase este punto, sino que se hiciera responsable, en su informe final de 2 de febrero de 1649, que compuso tras el regreso de sus obligaciones en Westfalia. En este informe recoge que durante su estancia en Westfalia “España estuvo en todo momento incluida y no se procedió a ninguna separación” 46. Ob- jetivamente, esta afirmación no era inexacta. Siguiendo el juicio de Konrad Repgen, Trauttmansdorf se expresa aquí en términos eufemísticos 47. La acción del conde muestra, de hecho, que en el momento de su partida de Westfalia en julio de 1647 no se había sancionado todavía una separación de ambas líneas de la Casa de Austria ni una exclusión de España de la paz en ciernes. Por ello se ha conjeturado que posiblemente Trauttmansdorff se ausentó de Münster en buena

45 “Allso wirdt er grav von Trautmanstorf vor allen dingen dahin zu sehen haben, daß es zu diser separation nicht khume, auch ehender alles uber und uber gehen ehe er es darzue khumen lasse. Auf daß mann aber diser gefahr entflihe, so mueß mann sich dahin bearweiten, daß auch mit Spanien fridt geschlossen werde. Wirdt allso er grav mit denen Spänischen plenipotentiariis in gueter vertraulikheit und correspondenz stetig verbleiben, ihnen die gefahr, die unmüglikhait der continuation deß khriegs, die notwendikheit des fridens repraesentiren und sie zu einem eilenden schluß vermahnen, auch von ihnen vernemen, mit was vor conditiones sie dann entlichen den friden zu schliessen gedenkhen”. Instrucción secreta para Trauttmansdorff, Linz, 16 de octubre de 1645, en F. DICKMANN, K. GORONZY et al. (eds.): APW, Serie I: Instruktionen, vol. 1: Frankreich – Schweden – Kaiser, Münster 1962, pp. 440-452, aquí p. 450. 46 “Spanien allzeit eingeschlossen gebliben unndt khein separation vorgangen”. Informe final de Trauttmansdorff para el emperador Fernando III, Viena, 2 de febrero de 1649, en Ibidem, pp. 453-457, aquí p. 455. 47 K. REPGEN: “Ferdinand III. (1637-1657)”, en K. REPGEN,F. BOSBACH y C. KAMPMANN (eds.): Dreißigjähriger Krieg und Westfälischer Friede..., op. cit., pp. 319-343, aquí p. 333.

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medida para evitar hacerse responsable de la inminente separación dinástica 48. Claramente se percataba de que la consumación de dicha separación ante Fran- cia socavaba los fundamentos de la Casa de Austria. A la vista de la posición española en esta cuestión, la instrucción secreta de Felipe IV para Peñaranda de 25 de febrero de 1645 resulta especialmente signi- ficativa 49. El Rey español postulaba en ella el objetivo de una paz general, en la que quedarían cerradas las guerras que España estaba manteniendo contra Francia y las Provincias Unidas. El objetivo mínimo era llegar a un arreglo se- parado con los neerlandeses, que en caso de que se forzara, daría al traste con la anhelada paz general. Con esta instrucción secreta se advertía a Peñaranda que debía alcanzar una buena armonía con los imperiales, para intentar cumplir los objetivos de paz marcados desde una posición fuerte en las negociaciones del congreso. La corte española trabajaba en pro de una labor conjunta entre Ma- drid y Viena con el fin de conservar el concepto tradicional de un orden de paz marcado por los dos centros de la Casa de Austria. En el siguiente apartado se desarrollará cómo este postulado, sin embargo, se llevó hasta su límite posible con la práctica diplomática del congreso de Westfalia.

LA DIPLOMACIA DEL CONGRESO ANTE LA INMINENTE SEPARACIÓN: LAS RELACIONES ENTRE LAS DOS EMBAJADAS DE LOS HABSBURGO EN WESTFALIA

De la fase de apertura del congreso a la conclusión del Artículo de Satisfacción franco-imperial (1643-1646)

Para la concreción del trabajo común de las embajadas española e imperial fue de enorme significación el que en las deliberaciones internas de ambas partes so- bre la política dinástica a seguir se expresara claramente la voluntad de consen- suar la ofensiva en las negociaciones de paz. En ningún caso fue la labor conjunta hispano-imperial una mera declaración de intenciones dirigida únicamente a la

48 K. REPGEN: “Maximilien comte de Trauttmansdorff…”, op. cit., pp. 350-351. 49 Instrucción secreta para Peñaranda, 25 de febrero de 1645, AHN, E, leg. 2880, s. fol. Para los objetivos españoles en la guerra y la paz, M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 70-91.

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mirada de los otros diplomáticos y a la opinión pública europea. Las personalida- des involucradas en el congreso en nombre de Felipe IV y Fernando III estaban sin duda convencidas de la necesidad de reafirmar la unión de la Casa de Austria, y dispuestas a superar los numerosos retos que se planteaban a ambas partes en el congreso. Esta disposición original a la cooperación se mantuvo, como ha demostrado la historiografía más reciente 50, en una clara tensión ante el hecho de que ambas cortes instruyeran a sus enviados para que se guardaran de revelar plenamente a sus colegas sus propios objetivos de negociación. En la práctica diplomática esto llevó a que, durante la fase inicial del congreso, los españoles e imperiales no se mostraran mutuamente más que extractos de sus instrucciones, de las que se omi- tieron los puntos que se creyeron que debían permanecer estrictamente secretos. Ambas embajadas Habsburgo se comportaron de la misma manera ante esta cues- tión, de modo que se mantuvo la ficción de una total confianza mutua, en la que las instrucciones se compartían sin restricciones. Pero en la práctica todos los im- plicados estaban de acuerdo en que la exhibición de las instrucciones era solo una medida para fomentar la confianza y no una obligación de revelar completamen- te los objetivos reales. Por ello, permanecieron naturalmente secretas para la otra embajada tanto las instrucciones de Peñaranda de 25 de febrero de 1645 como las de Trauttmansdorff de 16 de octubre de 1645. Para el trabajo común de españoles e imperiales es relevante tener en cuenta que los españoles mostraron actitudes muy diferentes ante los dos principales contrincantes diplomáticos, Francia y Suecia. Mientras que, como ha mostrado la investigación histórica reciente, la percepción española hacia el enemigo fran- cés estaba cuajada de prejuicios y estereotipos nacionales 51 que persuadían de la

50 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 79-81, con el texto de los extractos de las instrucciones que se intercambiaron los españoles e imperiales en el congreso. 51 M. ROHRSCHNEIDER: “Tradition und Perzeption als Faktoren in den internationalen Beziehungen. Das Beispiel der wechselseitigen Wahrnehmung der französischen und spanischen Politik auf dem Westfälischen Friedenskongreß”, Zeitschrift für Historische Forschung 29 (2002), pp. 257-282. Para la percepción francesa, en cambio, véase A. TISCHER: “Fremdwahrnehmung und Stereotypenbildung in der französischen Gesandtschaft auf dem Westfälischen Friedenskongress”, en M. ROHRSCHNEIDER y A. STROHMEYER (eds.): Wahrnehmungen des Fremden. Differenzerfahrungen von Diplomaten im 16. und 17. Jahrhundert, Münster 2007, pp. 265-288.

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hostilidad natural entre ambas naciones 52, no se registra la misma animosidad hacia los suecos, que negociaban en Osnabrück con los imperiales. La percepción española de Suecia era más bien la contraria. Así se deja apre- ciar en los intentos de contacto con los embajadores suecos en el congreso, en el que se destacó la común descendencia goda 53 y la “amitié presque naturelle entre les deux nations” 54, como realza un memorando de la delegación francesa. Los enviados suecos también se remitieron a los orígenes góticos compartidos cuando pareció una táctica de negociación oportuna 55. Con esta diferencia de base se entiende que los españoles siguieran con relativa tranquilidad las nego- ciaciones de los imperiales con Suecia, que no era un contrincante directo de España, mientras que se escrutaba con gran sospecha cada movimiento de los diplomáticos imperiales respecto a Francia. Estaba claro que antes o después las conversaciones franco-imperiales afectarían a intereses españoles concretos. Inicialmente se consideró, sin embargo, que el estrecho trabajo en común his- pano-imperial podría traducirse en acciones. El embajador imperial conde Johann Ludwig von Nassau-Hadamar entregó al mediador papal Fabio Chigi el 22 de

52 El ejemplo más conocido a este respecto lo ofrece C. GARCÍA: La oposición y conjunción de los dos grandes Luminares de la Tierra o La Antipatía de Franceses y Españoles (1617), Editions critiques établies par Michel Bareau, Edmonton 1979. 53 En el lado de la representación española se encontraba un destacado experto en la historia gótica, Diego Saavedra Fajardo, que publicó en Münster en 1646 su obra Corona Gótica, Castellana y Austríaca para hacer patente el origen gótico de España. D. SAAVEDRA FAJARDO: Obras Completas, recopilación, estudio preliminar, prólogos y notas de Á. González Palencia, Madrid 1946, pp. 705-1068. 54 Memorando de los embajadores franceses Longueville, d’Avaux y Servien para el cardenal Mazarino, Münster, 22 de diciembre de 1645, en E. JARNUT, R. BOHLEN y K. GORONZY (eds.): APW, Serie II: Korrespondenzen, Abteilung B: Die französischen Korrespondenzen, vol. III/1, Münster 1999, p. 135. Para la cuestión del goticismo véase I. SÖHRMAN: “La tradición goda: su presencia en la época del Barroco”, en E. MARTÍNEZ RUIZ y M. de P. PI CORRALES (eds.): España y Suecia en la época del Barroco (1600-1660). Congreso internacional. Actas, Madrid 1998, pp. 945-955; A. ZELLHUBER: Der gotische Weg in den deutschen Krieg – Gustav Adolf und der schwedische Gotizismus, Augsburg 2002; I. SCHMIDT- VOGES: De antiqua claritate et clara antiquitate Gothorum. Gotizismus als Identitätsmodell im frühneuzeitlichen Schweden, Frankfurt am Main 2004. 55 Véase por ejemplo la carta de Peñaranda al secretario de Estado español Pedro Coloma, Münster, 9 de diciembre de 1645, en CODOIN, vol. LXXXII, p. 235: “Soy ciertísimo de que ellos [los suecos] desean comercio con España y de que le tienen por muy útil, y suelen decir que todos somos godos”.

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marzo de 1644 la ratificación española al tratado preliminar de Hamburgo de 25 de diciembre de 1641 56. Esta era la condición sine qua non para el comienzo de las negociaciones entre España y Francia. Ese mismo año, el 4 de diciembre de 1644, se alcanzó el primer intercambio de proposiciones entre los Habsburgo y Francia. En este contexto resulta crucial el hecho de que el contenido de la proposi- ción española se consensuara con los imperiales 57. De este modo, tanto los es- pañoles como los imperiales reclamaron en sus proposiciones, entre otras peticiones, la restitución de todas las conquistas que Francia hubiera realizado al Emperador y al Imperio, a la Casa de Austria y al duque de Lorena desde la paz de Regensburg (13 de octubre de 1630), que no fue ratificada por los fran- ceses. Esto significaba una señal inequívoca al común enemigo francés de que los Habsburgo solo accederían a un acuerdo de paz partiendo de la base de las mutuas restituciones. No estaba entonces previsto realizar cesiones territoriales a Francia, como se decidió finalmente en el IPM el 24 de octubre de 1648. Para el desarrollo posterior de las relaciones hispano-imperiales fue de gran importancia el que Francia exigiera a Fernando III durante las conversaciones sub- siguientes (principalmente en la segunda proposición francesa al Emperador, de 11 de junio de 1645) que en el futuro no se entremetiera en la guerra hispano-fran- cesa 58. Una vez que se presentó desde el lado francés la explosiva cuestión de la separación, Peñaranda rogó abiertamente al embajador imperial que se opusiera rotundamente a tamaña pretensión 59. Por el lado francés se escucharon hacia fi- nales de 1644 voces de que los españoles temían que el Emperador firmase la paz sin ellos 60. Fernando III instruyó de todos modos nuevamente a sus embajadores

56 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 237-238. 57 Ibidem, pp. 240-241. Véanse también las proposiciones española e imperial de 4 de diciembre de 1644, en J. G. VON MEIERN: Acta Pacis Westphalicæ Publica. Oder: Westphälische Friedens-Handlungen und Geschichte [...], 6 vols., Hannover 1734-1736, reedición en Osnabrück 1969, aquí vol. I, pp. 317-320. 58 Proposición francesa de 11 de junio de 1645, en Ibidem, pp. 443-448. También L. AUER: “Die Reaktion der kaiserlichen Politik auf die französische Friedensproposition vom 11. Juni 1645”, en R. BABEL (ed.): Le diplomate au travail. Entscheidungsprozesse, Information und Kommunikation im Umkreis des Westfälischen Friedenskongresses, München 2005, pp. 43-58. 59 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., p. 243. 60 El cardenal Mazarino a los embajadores d’Avaux y Servien, París, 19 de diciembre de 1644, en U. IRSIGLER y K. GORONZY (eds.): APW, Serie II: Korrespondenzen, Abteilung B: Die französischen Korrespondenzen, vol. I, Münster 1979, p. 790.

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en mayo de 1645 para que mantuvieran una comunicación de confianza con los españoles 61. Karsten Ruppert ha analizado en su tesis doctoral sobre la política imperial en Westfalia cómo existían en ese momento distintas opiniones en la corte de Viena sobre la cuestión de la separación. El propio Emperador y algunos de sus consejeros argumentaban que la asistencia imperial a España era parte consus- tancial del problema de la aseguración de paz, por lo que debía resolverse solo al final de las negociaciones con Francia. Por su parte, otros consejeros impe- riales estimaban que no podía aplazarse esta cuestión respecto a España 62. El apremio español causó que la respuesta imperial (Responsion) a Francia, que fue entregada el 25 de septiembre de 1645, llevara el añadido de que se comprome- tieran mutuamente a no apoyar en lo venidero a enemigos de los firmantes 63. Era una solución que todas las partes podían hallar provisionalmente aceptable. Peñaranda dio a ello su consentimiento. Peñaranda se opuso enérgicamente a los intentos franceses de separación y así lo destacó con firmeza a sus colegas imperiales durante esta fase: que si en el principio deste tratado empezásemos á flaquear en punto tan importante como nuestra union, ¿qué podríamos esperar en la prosecucion y réplicas que habrá ántes de concluirse? 64. De forma tan sugestiva se expresó el plenipotenciario principal con su Rey ante los planes franceses por dividir a la Casa de Austria. A pesar de las declaraciones de los diplomáticos españoles e imperiales so- bre su voluntad de actuar de forma consensuada en el congreso, muy poco des- pués de la llegada de Peñaranda a Münster se dieron problemas entre las dos embajadas de los Habsburgo. La ocasión fue de índole ceremonial: el principal enviado francés, Longueville, reclamaba para sí (principalmente por sus derechos

61 Fernando III a los embajadores Nassau y Volmar, Viena, 31 de mayo de 1645, en W. ENGELS y K. RUPPERT (eds.): APW, Serie II: Korrespondenzen, Abteilung A: Die kaiserlichen Korrespondenzen, vol. II, Münster 1976, p. 320. 62 Para las deliberaciones en el lado imperial, K. RUPPERT: Die kaiserliche Politik auf dem Westfälischen Friedenskongreß (1643-1648), Münster 1979, p. 106. 63 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., p. 244. 64 El conde de Peñaranda a Felipe IV, Münster, 26 de septiembre de 1645, en CODOIN, vol. LXXXII, p. 149.

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sucesorios al trono francés) el título de Alteza 65. Felipe IV había instruido a sus representantes para que rechazaran la pretensión de Longueville. En cambio, en una carta del 20 de septiembre de 1645 abría la posibilidad de que se dirigieran a Longueville en tercera persona, si los imperiales estuvieran dispuestos a ello 66. Sin embargo, los españoles se encontraban bajo presión, porque el embajador im- perial Volmar había concedido a Longueville sin autorización el título de Alteza. Los españoles recibieron este hecho con mucho desagrado, mientras que Volmar mereció la reprobación del Emperador por ello 67. Semejante asunto no era para los contemporáneos una cuestión marginal, puesto que las consideraciones ceremoniales eran del más alto significado. El que Longueville ostentara el título de Alteza implicaba una notoria desventaja para los enviados españoles en el contexto de las luchas por la precedencia en- tre España y Francia, ya que Peñaranda no podía exhibir un título tan elevado. Los españoles procuraban evitar ofrecer a los franceses un punto flaco en lo ce- remonial. Les preocupaba especialmente afirmar su reclamación a ostentar la segunda posición en la jerarquía de los poderes europeos, inmediatamente de- trás de los imperiales y por delante de los franceses 68. La concesión del título

65 N. F. MAY : “Les querelles de titres : une vanité? L’attribution du titre d’Altesse au duc de Longueville lors des négociations de Münster. Rang juridique et social”, Revue d’histoire diplomatique 123 (2009), pp. 241-253. 66 Felipe IV al conde de Peñaranda, Zaragoza, 20 de septiembre de 1645, AHN-SN, Frías, caja 27/1, ff. 219-221. 67 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 230-231; M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 84-85. 68 M. ROHRSCHNEIDER: “Friedenskongress und Präzedenzstreit…”, op. cit. Para el procedimiento ceremonial en el congreso de paz de Westfalia, A. STIGLIC: Ganz Münster ist ein Freudental... Öffentliche Feierlichkeiten als Machtdemonstration auf dem Münsterschen Friedenskongreß, Münster 1998; A. STIGLIC: “Zeremoniell und Rangordnung auf der europäischen diplomatischen Bühne am Beispiel der Gesandteneinzüge in die Kongreß- Stadt Münster”, en K. BUßMANN y H. SCHILLING (eds.): 1648. Krieg und Frieden in Europa. [Ausstellungskatalog] Textband I: Politik, Religion, Recht und Gesellschaft, München 1998, pp. 391-396; B. JAHN: “«Ceremoniel» und Friedensordnung. Das «Ceremoniel» als Störfaktor und Katalysator bei den Verhandlungen zum Westfälischen Frieden”, en K. GARBER et al. (eds.): Erfahrung und Deutung von Krieg und Frieden. Religion – Geschlechter – Natur und Kultur, München 2001, pp. 969-980; N. F. MAY: Le cérémoniel diplomatique au XVIIe siècle comme expression politique. Les différends pendant les négociations de Westphalie (1643-1648). Genèse et développement, Mémoire de maîtrise d’Histoire moderne, Université Paris Sorbonne (Paris IV), 2006.

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de Alteza a Longueville, quien pertenecía a una rama ilegítima de la dinastía Valois-Orléans, implicaba para los españoles el peligro de que en las conversa- ciones de paz pendientes con Francia se vieran obligados a realizar concesiones en el apartado ceremonial debido al rango superior del embajador galo. De es- te modo resulta comprensible que los plenipotenciarios españoles en Münster reaccionaran con indignación ante el comportamiento extemporáneo y no auto- rizado de Volmar. Con todo, los españoles no querían estar bajo sospecha, ni parecer reacios al entendimiento ni bloquear las negociaciones con Francia. La actuación de Volmar, que se trataba ya de un hecho consumado, puso a Peñaranda bajo una presión considerable. Por el lado español se decidió finalmente, como fórmula de compromiso, dirigirse a Longueville en tercera persona, lo que mantuvieron también los mediadores y el embajador imperial Nassau 69. Longueville había anunciado, antes de su llegada a Münster, que solo nego- ciaría con personas de su mismo rango, lo que significaba un claro desaire para Peñaranda, que tenía una jerarquía inferior a la del embajador francés 70. Este punto de disputa, que significaba un aspecto extremadamente sensible para los españoles, permitió al menos dejar algo completamente claro: ya en la primera fase del congreso, cuando todavía no había comenzado la discusión de los pun- tos esenciales entre España y Francia, se había conseguido la primera desave- nencia entre los representantes españoles e imperiales. Tampoco significa esto que haya que acentuar las diferencias entre ambas delegaciones en los prolegó- menos del congreso para explicar su posterior separación. La actuación de Volmar sí hizo evidente para todos los directamente involucrados cuán frágil era el trabajo común de españoles e imperiales y que, vistos con detenimiento, los objetivos de Madrid y Viena no eran congruentes. La cooperación dinástica era declaradamente una parte integral de la política ante el congreso de ambas cor- tes, pero desde el comienzo se apreció que estaba lejos de ser determinante en la acción de cada uno. Esto se hizo manifiesto más adelante, cuando Trauttmansdorff se hizo car- go en noviembre de 1645 de la representación imperial en Westfalia. Entonces debió demostrarse hasta qué punto resistían las declaraciones de un estrecho

69 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 230-231; M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 84-85. 70 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., p. 231.

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trabajo en común frente a las negociaciones decisivas del Rey Católico y el Em- perador con Francia. La investigación reciente ha analizado cómo tras la llegada de Trauttmans- dorff se manifestaron diferencias sustanciales entre él y la representación españo- la 71. Esto se plasmó por un lado en la dirección de las negociaciones imperiales con Francia en relación al Artículo de Satisfacción. Por otra parte, en la impre- sión personal que Trauttmansdorff causó a los españoles. Algunos ejemplos de la prevención española son aquí reseñados. Peñaranda escribió a Madrid poco después de la llegada del embajador imperial: soy obligado á decir á Vuestra Majestad que ha de ser preciso declararnos más, á pesar de que un dia nos hallemos excluidos totalmente del tratado, porque Trauttmansdorff no encubre la gana que trae de volverse, y segun me escriben todos los que le conocen, es hombre de poco ánimo en la adversidad y que admitirá la paz á cualquier precio por salir del aprieto de hoy, aunque se haya de ver mañana en otro mayor aprieto 72. Y en otra carta a Felipe IV de 31 de diciembre de 1646, añade en tono implorante: confieso á Vuestra Majestad humildemente que yo me veo muy apurado con el procedimiento del conde de Trauttmansdorff, porque tanto en los intereses del Señor Emperador como en los de Vuestra Majestad, en el modo de tratar en la sustancia y en las circunstancias, se gobierna de manera que anteveo en sus manos una gran ruina de la Religion Católica y de toda la augustísima Casa 73. El hecho de que Trauttmansdorff fuera un converso representaba otro problema para Peñaranda 74. También señalaba que su colega imperial era capaz de cam- biar de opinión cien veces en una hora 75. Se pueden aportar más evidencias de

71 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 89-91. 72 El conde de Peñaranda a Felipe IV, Münster, 1 de diciembre de 1645, en CODOIN, vol. LXXXII, p. 216. 73 Ibidem, p. 466. 74 El conde de Peñaranda a Felipe IV, Münster, 17 de diciembre de 1646, en Ibidem, pp. 452-453: “lo que no recibe duda es, que así el Trauttmansdorff como Nassao y Wolmar, todos tres fueron protestantes; y aunque ahora procedan como muy buenos católicos, siempre, queda á los maldicientes motivo para calumniarles de poco celosos del culto de la Religion”. 75 Véanse las declaraciones de Peñaranda en su carta al conde de Lumiares, embajador español en la Corte imperial, Münster, 13 de marzo de 1648, AHN-SN, Frías, caja 52/2, f. 106.

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esta actitud casi siempre crítica de Peñaranda hacia su homólogo. El escepticis- mo español se mostró en un momento especialmente relevante, cuando Trautt- mansdorff estableció un procedimiento para la negociación del Artículo de Satisfacción con Francia, que conducía inevitablemente a conflictos con España. A esta problemática se atenderá de forma pormenorizada a continuación. Desde la perspectiva española, las difíciles negociaciones del Artículo de Sa- tisfacción entre el Emperador y Francia resultaban de extraordinaria relevancia, sobre todo si significaban cesiones territoriales del Emperador y del Imperio a Francia 76. El interés de España dictaba influir lo máximo posible en tales nego- ciaciones para hallar una fórmula que fuera compatible con sus propios objetivos de paz. Sin embargo, según avanzaban las conversaciones franco-imperiales, la idea de las cesiones territoriales fue tomando cada vez más cuerpo. Esto resulta- ba especialmente problemático para España, de modo que Trauttmansdorff co- menzó a negociar con los representantes franceses sin informar debidamente a sus homólogos ibéricos 77. A ojos de los españoles, la cuestión más polémica era la posibilidad de ceder a Francia los territorios de Alsacia, porque les afectaba en al menos dos aspec- tos: por un lado, Alsacia tenía una importancia estratégica sustancial. Una ocu- pación francesa legalmente reconocida sobre ese territorio bloquearía permanentemente el “Camino Español” y significaría un cambio sustancial en las relaciones de poder de Europa occidental 78. Por otra parte, los españoles

76 Mientras tanto, el transcurso de las negociaciones del Artículo de Satisfacción entre el Emperador y Francia está muy bien investigado. K. RUPPERT: Die kaiserliche Politik…, op. cit., pp. 144-200; K. REPGEN: “Über den Zusammenhang von Verhandlungstechnik und Vertragsbegriffen. Die kaiserlichen Elsaß-Angebote vom 28. März und 14. April 1646 an Frankreich”, en K. REPGEN,F. BOSBACH y C. KAMPMANN (eds.): Dreißigjähriger Krieg und Westfälischer Friede..., op. cit., pp. 643-676; K. REPGEN: “Die kaiserlich-französischen Satisfaktionsartikel vom 13. September 1646 – ein befristetes Agreement”, en H. DUCHHARDT (ed.): Der Westfälische Friede…, op. cit., pp. 175-216; F. BOSBACH: “Die Elsaßkenntnisse der französischen Gesandten auf dem Westfälischen Friedenskongreß”, Francia 25/2 (1998), pp. 27-48; A. TISCHER: Französische Diplomatie und Diplomaten…, op. cit., pp. 247-288; D. CROXTON: Peacemaking in Early Modern Europe. Cardinal Mazarin and the Congress of Westphalia, 1643-1648, Selinsgrove y London 1999, pp. 196-255. 77 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 87-89. 78 C. KAMPMANN: Europa und das Reich im Dreißigjährigen Krieg. Geschichte eines europäischen Konflikts, Stuttgart 2008, p. 159.

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reclamaban sus propios derechos a Alsacia, que se derivaban del tratado de Oñate de 1617 79. Los españoles no estaban dispuestos fácilmente a dejar manos libres a los imperiales en esta cuestión. En su lugar, invocaron la necesidad de una estrate- gia común hispano-imperial, a la vista de que Trauttmansdorff se mostraba más dispuesto de lo que les gustaría a realizar concesiones a los franceses. De este modo, Peñaranda escribió enfáticamente a Volmar en abril de 1646 que anteveo las desdichas que se seguirán de una paz inhonesta, fea é infame, en que se concede todo á los enemigos y se abandona á todos los amigos. Unidos podíamos resistir á la fuerza con la fuerza, y tambien podríamos componer y ajustar los intereses comunes con mejores y más honestas condiciones 80. Sin embargo, los españoles se fueron percatando según avanzaban las nego- ciaciones entre los imperiales y franceses de que no había escapatoria a la cesión de Alsacia a Francia 81. Fernando III había escrito expresamente al Rey español para pedirle que comprendiera que si se plegaba a ello era en buena medida for- zado por las reclamaciones de los Estados Imperiales 82. Mientras, Trauttmans- dorff amenazaba con entenderse con los franceses aun sin incluir a España 83. La enorme presión que entretanto pesaba sobre los españoles llevó a que sus plenipotenciarios se vieran compelidos, el 21 de abril de 1646, a ofrecer la ce- sión de Alsacia a Francia en nombre de Felipe IV 84. Ante este transcurso de los acontecimientos y la sospecha española de que Trauttmansdorff estaba actuan- do en contra de sus instrucciones, el embajador imperial decidió mostrar a Pe- ñaranda sus poderes. El plenipotenciario español escribió consternado a su monarca sobre el proceder de Trauttmansdorff:

79 O. GLISS: Der Oñatevertrag, Limburg an der Lahn 1930, p. 25. El que luego sería emperador Fernando II prometió entonces al embajador español Oñate “sin reservas ni restricciones por la renuncia de Felipe III a Hungría y Bohemia la cesión de Alsacia con los distritos de Hagenau y Ortenau, cuando esos territorios recayeran en él o sus hijos”. 80 CODOIN, vol. LXXXII, p. 302. Pese a lo que especifica el CODOIN, la carta se fechó el 9 de abril de 1646. 81 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., p. 89. 82 Fernando III a Felipe IV, Linz, 26 de marzo de 1646, AGS, E, 2255, s. fol. 83 A. TISCHER: Französische Diplomatie und Diplomaten…, op. cit., p. 341. 84 Ibidem, p. 343.

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y hallándose insuficiente para responderme, se levantó y me trajo todas las órdenes originales y las instrucciones reservadas del Señor Emperador, conforme á las cuales se le permite todo 85. Las negociaciones del Artículo de Satisfacción entre los imperiales y los franceses llegaron a un fin preliminar el 13 de septiembre de 1646, cuando am- bos embajadores alcanzaron un acuerdo específico mediante un gentlemen’s agreement 86. El problema de la cesión de los derechos españoles a Alsacia no se resolvió públicamente 87, pero con el acuerdo alcanzado merced a los artículos de septiembre otros temas saltaron al foco de atención de las dos delegaciones de los Habsburgo, particularmente la cuestión de la separación de las dos ramas de la Casa de Austria.

Del concierto del Artículo de Satisfacción franco-imperial a la paz de Westfalia (1646-1648)

Existe una fuerte tentación por constatar que la ruptura dinástica era inevi- table cuando se investigan las relaciones entre las cortes de Madrid, Bruselas y Viena (y sobre todo entre las dos delegaciones Habsburgo en Westfalia) en el lapso que transcurre entre finales de 1646 y la firma del tratado de paz, el 24 de octubre de 1648. De tal modo, esta separación, que los franceses daban por im- posible en los primeros años del congreso 88, estaba implícita desde hacía tiem- po en algunos aspectos. Madrid y Viena seguían desde hacía algún tiempo intereses diplomáticos que se contradecían con los de la otra línea 89.

85 El conde de Peñaranda a Felipe IV, Münster, 10 de mayo de 1646, en CODOIN, vol. LXXXII, p. 294. 86 Así se expresa en K. REPGEN: “Die kaiserlich-französischen Satisfaktionsartikel…”, op. cit. 87 Como en Münster no se llegó a una paz hispano-francesa, la cesión de los derechos españoles sobre Alsacia no se resolvió hasta la Paz de los Pirineos, en 1659. A. OSCHMANN: “L’édition des traités de paix avec la France et la Suède dans les Acta Pacis Westphalicae“, en R. BABEL (ed.): Le diplomate au travail…, op. cit., pp. 11-41, aquí p. 36, con referencia al artículo 61 de la Paz de los Pirineos. 88 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., p. 77, n. 6. 89 H. ERNST: Madrid und Wien 1632-1637. Politik und Finanzen in den Beziehungen zwischen Philipp IV. und Ferdinand II., Münster 1991; T. BROCKMANN: “Gesamthaus und

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No obstante, hay que reconocer también que en algunas fases se estuvo muy cerca de llegar a un acuerdo de paz entre Francia y España, lo que habría impe- dido la exclusión de la Monarquía hispana del tratado de Münster de 24 de octu- bre de 1648. Cuando se analiza la cuestión de la separación, hay que considerar que la exclusión española de la paz franco-imperial, que fue un problema cen- tral en el congreso, solo adquirió un carácter inquietante cuando se manifestó más o menos claramente el fracaso del pacto hispano-francés. De tamaño fracaso no se pudo salir por largo tiempo. Hasta noviembre de 1647 (cuando Trauttmansdorff había dejado ya el congreso), los representantes españoles y franceses habían consensuado cuarenta artículos de un tratado de paz 90. Tampoco ha de llamar esto a engaño, pues no se había llegado a un acuer- do en las cuestiones más espinosas, sobre todo lo referente a la restitución de Lorena y al establecimiento exacto de los territorios cedidos por España a Fran- cia, así como en cerrar las controversias sobre portugueses, catalanes e italianos. Si un acuerdo no era todavía viable, al menos era discutible, como muestra que a lo largo de 1648 las negociaciones hispano-francesas no llegaran a romperse completamente. Con la salida de Peñaranda de Münster el 29 de junio de 1648 se hizo claro que ya no era realista esperar un acuerdo de paz cercano entre Francia y Espa- ña. En una carta de 1 de agosto de 1648, Felipe IV hizo partícipe al emperador Fernando III de que, ante la falta de voluntad de acuerdo de los franceses, reti- raba a sus representantes del congreso 91. A esas alturas, nadie confiaba en las cortes de Madrid y Bruselas en un entendimiento con Francia. En el Consejo de Estado español, sus miembros votaron mayoritariamente en contra de reali- zar concesiones a los franceses en Münster 92. La presión sobre el Emperador aumentó considerablemente en vista de la ausencia de una paz franco-española, lo que le hacía encarar la cuestión de qué

Partikularinteressen. Zum Verhältnis der habsburgischen Teildynastien im Vorfeld und in der ersten Hälfte des Dreißigjährigen Krieges”, en R. BABEL, G. BRAUN y T. NICKLAS (eds.): Bourbon und Wittelsbach. Neuere Forschungen zur Dynastiegeschichte, Münster 2010, pp. 99-142. 90 Para los pormenores, M. ROHRSCHNEIDER: “Einleitung”, en M. ROHRSCHNEIDER, K. GORONZY y R. BOHLEN (eds.): APW, Serie II: Korrespondenzen, Abteilung B: Die französischen Korrespondenzen, Bd. 6: 1647, Münster 2004, pp. LXXII-CXI, aquí p. XCIV. 91 Felipe IV a Fernando III, Madrid, 1 de agosto de 1648, AGS, E, 2472, s. fol. 92 M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 435-436.

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consecuencias acarrearía este fracaso y cómo satisfacer la constante insistencia de Francia para que España estuviera excluida de la paz franco-imperial. Desde el punto de vista de las negociaciones del Emperador con Francia existían tres materias parcialmente interconectadas y de enorme significación para España. Por un lado, estaba la intención de los imperiales de incluir en la paz al duque Carlos IV de Lorena, quien pese a su inconstancia era un impor- tante aliado de los Habsburgo. Por otra parte, exigieron la inclusión del Rey de España en la paz como miembro del Círculo Imperial burgúndico; por último, pretendían conjuntamente asegurar la posibilidad de que en el futuro el Empe- rador podría asistir militarmente a España. Ante la primera cuestión, los franceses fueron capaces de imponer finalmen- te su criterio: el duque Carlos IV de Lorena quedó fuera de la paz, aun cuando la aplicación de la misma se restringió expresamente al Emperador y al Imperio. La cuestión lorenesa quedó para resolverse en un futuro de forma amistosa y sin me- dios bélicos. El IPM previó solventar este punto altamente problemático o a tra- vés de un arbitraje o en el tratado hispano-francés 93. También en relación a la demanda de Felipe IV de aparecer en la paz entre Francia y el Emperador y el Imperio como miembro del Círculo burgúndico, los franceses hicieron prevalecer su posición: el Emperador, como ya se ha menciona- do, debía permanecer neutral ante futuras guerras entre España y Francia, así co- mo renunciar a prestar ayuda al Círculo burgúndico. El 14 de octubre de 1648, a través de la Protestatio burgundica, el lado español presentó una reserva de derechos contra la exclusión de Felipe IV de la paz con Francia 94. Sin embargo, esta pro- testa no impidió ni la exclusión ni la prohibición del Emperador de asistirle. El 24 de octubre de 1648, los franceses hicieron realidad su anhelado objetivo de sepa- rar las dos líneas de la Casa de Austria. En principio, quedaba alejado el peligro de que la fuerza militar unida del Emperador y el Imperio (bajo el subterfugio de la ayuda de los archiduques de Austria a España) se volviera contra Francia.

93 Véase § 4 IPM: “La controversia de Lorena, ò se sujetarà à los Arbitros, que de ambas partes se nombraren, ò se compondrà por el Tratado entre Francia, y España, ò por otra via amigable; y serà lícito, assi al Emperador, como à los Electores, Principes, y Estados del Imperio, ayudar, y promover su ajuste con amigable interposicion, y otros oficios pacificos; pero no con armas, ò medios hostiles”. J. A. DE ABREU Y BERTODANO: Coleccion de los tratados..., op. cit., parte V, p. 413. 94 J. K. MAYR (ed.): Urkunden und Aktenstücke des Reichsarchivs Wien zur reichsrechtlichen Stellung des Burgundischen Kreises, vol. 3, Wien 1944, pp. 58-68.

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En la Corte imperial se sucedieron intensos debates sobre esta cuestión final. En las actas de una junta de consejeros presidida por Trauttmansdorff el 14 de septiembre de 1648 se debatió la opción de que el Emperador no firmara la paz con Francia: En consecuencia se perderían no solo estas provincias [los Archiducados austriacos] sino también la dignidad imperial y toda esperanza de sucesión; mientras que [...] la corona de España no recibiría más que un mal servicio, Su Majestad se cargaría ante la posteridad con un daño irreparable 95. El emperador no tenía otra obligación [...], que el interés común de la Casa y el vínculo de la sangre, de lo que S. M. sabe, que no puede ni hacer ni dejar de hacer nada, pues de S. M. y España puede esperarse más daño que beneficio [...]. El tiempo dará a S. M. los medios para ayudar a España con eficacia 96. El diagnóstico del estado de las duraderas relaciones entre las dos líneas de los Habsburgo es meridiano: como Konrad Repgen destacó atinadamente, en la Corte vienesa de 1648 nadie estimó que la prohibición de prestar asistencia im- perial a los españoles se podría convertir en una línea de actuación duradera y vinculante 97. En este mismo sentido argumentó el Emperador en sus siguientes correos a la corte de Madrid. En una carta manuscrita a Felipe IV de 2 de noviembre de 1648, Fernando III enfatizó que en su decisión de firmar la paz pesó el miedo “de perder el Imperio y todos mis payses hereditarios” 98. Asimismo, subrayó la presión que habían ejercido sobre él los Estados Imperiales. El 17 de septiem- bre de 1648 había escrito a su embajador en Madrid, Francesco Antonio del Carretto, marqués de Grana, un despacho que presagiaba el futuro:

95 “Consequenter sein Sie verlohren: nit allein aber sein dise Lande [die Erblande] verlohren, sonder das kaiserthumb et omnis spes successionis, warmit [...] der cron Spanien nichts anders alß ein schlechter dienst, E. Mt. aber vnd dero posteritet ein irreparabile damnum geschicht”. La cita proviene de K. REPGEN: “Ferdinand III. (1637-1657)”, op. cit., pp. 333-334. 96 El Emperador tiene “kein andere obligation [...], als das interesse commune domus et nexum sanguinis, weliches E. Mt. dahin weiset, daß Sie nichts thuen oder lassen, waraus Sie vnd Spanien mehr schaden als nutzen zu gewarten haben [...]. Die zeit wirdt die mittel E. Mt. geben, cum efficacia Spanien zu helfen”. Ibidem, pp. 333-334. 97 Ibidem, p. 334. 98 Fernando III a Felipe IV, Viena, 2 de noviembre de 1648, AHN, E, lib. 712D, s. fol.

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El tiempo me dará los medios para ayudar a España con energía. Si yo lo hiciera contra leges huius pacis, no entraría en mayores peligros que ahora, que me veo en vacías disputas sin poder ayudar a España 99. Esto causó aparentemente impresión en la Corte española. Felipe IV resaltó en una carta al Emperador de 12 de diciembre de 1648 que por su parte no ha- bía buscado ninguna separación y que pretendía antes de nada una paz segura y duradera 100. Otras cartas en tono de más confianza del Monarca aclaraban, sin embargo, que no culpaba personalmente a Fernando III de una decisión for- zada por una presión masiva. El 8 de diciembre de ese año reconocía claramen- te a su confidente sor María Jesús de Ágreda que En las materias generales no hay nada de nuevo: el Emperador y el Imperio han hecho paz con Francia, harto trabajosa y al parecer poco durable, dejándome a mí fuera y con todos los enemigos a cuestas; pero estoy cierto que le han obligado a hacer esto todos los príncipes del Imperio y sus ministros, pues por su voluntad no lo hiciera nunca el Emperador 101. Tal declaración es merecedora de todo crédito y no hay razones para dudar de su honestidad. No obstante, como ha resaltado Karsten Ruppert en su trabajo sobre la po- lítica imperial ante Westfalia, la separación de las dos líneas de la dinastía ha de evaluarse como un fracaso para la rama imperial: en ningún momento Fernan- do III tuvo un plan de cómo conseguir la inclusión de España en la paz de Münster 102. Esto implica solo una cara de la moneda. Por la parte española ha de acentuarse que la corte de Madrid tampoco desarrolló ningún enfoque coheren- te para eliminar el riesgo inminente de la separación.

99 “Die Zeit wird mir die Mittel geben, Spanien nachdrücklich zu helfen. Wenn ich es contra leges huius pacis tun würde, so könnte ich damit in keine größere Gefahr geraten, als jetzo, wenn ich um des leeren Disputs wegen verlangte, ohne Spanien helfen zu können”. Citado en K. O. VON ARETIN: Das Reich. Friedensgarantie und europäisches Gleichgewicht 1648-1806, Stuttgart 1986, p. 175. Sobre Grana véase H. PIQUER: Francesco Antonio del Carretto marquis de Grana. Ambassadeur impérial en Espagne et conseiller de Philippe IV, Thèse Paris-Nanterre 1998. 100 Felipe IV a Fernando III, Madrid, 12 de diciembre de 1648, HHStA, FK A, Karton 10, ff. 130-131. 101 C. SECO SERRANO (ed.): Cartas de Sor María de Jesús de Agreda y de Felipe IV, vol. 1 (Biblioteca de Autores Españoles 108), Madrid 1958, p. 170. 102 K. RUPPERT: Die kaiserliche Politik…, op. cit., p. 350.

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Un buen ejemplo de este fracaso lo ofrece el proceder del embajador español en la Corte imperial, Diego de Aragón y Mendoza, duque de Terranova. Sus in- formes alimentaron durante años la impresión de que Fernando III no estaba dis- puesto a aceptar la separación dinástica que Francia pretendía con todas sus fuerzas 103. Pronto llegaron voces contrarias. Ya desde comienzos de julio de 1646, Peñaranda solicitó a Felipe IV que le diera instrucciones ante la eventualidad de que el Emperador tratara de cerrar la paz sin España 104. Asimismo, a lo largo de 1648 se oyeron dentro del lado español acusaciones muy claras contra Terranova por no conducirse como un español sino como un ministro imperial 105. No solo en el Hofburg vienés falló desarrollar una política exigente ante el congreso para impedir la separación dinástica, sino también en las cortes de Madrid y Bruselas. Nuevas investigaciones han delineado con claridad que in- cluso tras la marcha de Trauttmansdorff de Münster (16 de julio de 1647) no se llegó a una política coordinada en el congreso entre España y el Emperador 106. Con Trauttmansdorff partía no solo el principal embajador imperial, sino uno de los diseñadores de la política de Fernando III en Westfalia, que a los ojos es- pañoles era el auténtico responsable de la tendencia imperial a hacer concesio- nes ante Francia. La cooperación entre las dos delegaciones de los Habsburgo en Münster no mejoró en los meses previos a la firma de la paz. Las conclusiones que se extrajeron en la corte de Madrid sobre los resulta- dos de las negociaciones de paz fueron moderadas. Tras la indignación inicial por la decisión del Emperador de plegarse al plan francés y sancionar la separa- ción dinástica, se llegó a pareceres relativamente ponderados. En la sesión del Consejo de Estado de 19 de noviembre de 1648 107, a la que asistieron Monterrey,

103 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 95-96. 104 El conde de Peñaranda a Felipe IV, Münster, 2 de julio de 1646, AHN-SN, Frías, caja 33/1, ff. 461-464. 105 El duque de Terranova a Felipe IV, Linz, 23 de junio de 1648, AGS, E, 2430, s. fol. 106 M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 96-98. 107 Consulta del Consejo de Estado, Madrid, 19 de noviembre de 1648, AGS, E, 2353, s. fol. Véase para esto M. ROHRSCHNEIDER: Der gescheiterte Frieden von Münster…, op. cit., pp. 447-452; M. ROHRSCHNEIDER: “Kongreßdiplomatie im Dienste der casa de Austria...”, op. cit., pp. 98-99; G. MECENSEFFY : “Philipp IV. von Spanien und seine Heirat mit Maria Anna von Österreich”, en Historische Studien. A. F. P ibram zum 70. Geburtstag dargebracht,

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Castrillo, Medina de las Torres, Castel-Rodrigo, Valparaíso y Velada, se conclu- yó que el Emperador sin duda se había encontrado antes de la firma de la paz en una situación extraordinaria de asedio militar y que no había consentido la separación por voluntad propia. La consulta del Consejo de Estado recomenda- ba al Rey no manifestar al Emperador ninguna clase de disgusto y así quitar a los franceses el placer de saborear la separación. Felipe IV se mostró de acuer- do con la consulta y en su resolución dio a entender que reconocía la emergen- cia del Emperador. Debía evitarse un nuevo lastre para el entendimiento entre las dos ramas de la Casa de Austria. Los diplomáticos españoles fueron instrui- dos asimismo en este sentido. La primera ola de indignación por la resolución imperial golpeó fuertemen- te a la representación española en Westfalia. Antoine Brun destacó que la polí- tica imperial, con el avance de las negociaciones de paz, equivalía de hecho a la destrucción de la Casa de Austria. En caso de duda, como señalaba Brun res- pecto a los imperiales, la corona imperial resultaba menos significativa que la amistad del rey de España 108. En un principio, a Peñaranda la separación le pareció menos grave que un po- sible colapso de la posición imperial. Escribió a Felipe IV un mes antes de que se firmase la paz que “la union ó separacion del Señor Emperador no trae á Vuestra Majestad grandes consecuencias, pero la ruina de Su Majestad Cesárea, ésta se- ría terrible cosa” 109. Sin embargo, reaccionó muy violentamente cuando la cues- tión de la separación se hizo definitiva 110, aunque en general adoptó una postura moderada. Madrid se aplicó tras el 24 de octubre de 1648 a mitigar los daños cau- sados, pues debía impedirse a toda costa que empeoraran las relaciones con el Hofburg vienés.

Wien 1929, pp. 41-70, sobre todo pp. 63-64; G. MECENSEFFY: “Im Dienste dreier Habsburger. Leben und Wirken des Fürsten Johann Weikhard Auersperg (1615-1677)”, Archiv für österreichische Geschichte 114 (1938), pp. 295-509, aquí p. 349. En la sesión anterior de la Junta de Estado (15 de noviembre de 1648), en la que ya se trató la problemática de la separación, tomó parte el que entonces era el principal consejero de Felipe IV, don Luis de Haro. 108 Antoine Brun al conde de Peñaranda, Münster, 6 de octubre de 1648, AGR, Ambassade d’Espagne à La Haye 121, f. 126. 109 El conde de Peñaranda a Felipe IV, Münster, 12 de junio de 1648, en CODOIN, vol. LXXXIV, p. 261. 110 G. MECENSEFFY : “Philipp IV. von Spanien…”, op. cit., p. 64.

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La postura que se adoptó desde entonces en la Corte madrileña fue revela- dora. A los ojos de la opinión pública europea, la firma de la paz de Münster ha- bía agitado los fundamentos de la Casa de Austria, por lo que desde el lado español se procuró no tensar más la solidaridad dinástica. Sin duda, Francia se beneficiaría si se agrandaba más la brecha dentro de los Habsburgo, mientras que, en Madrid, pese a toda la irritación acumulada, se apostaba por continuar las relaciones con Viena. En última instancia, pesaba la idea de que el Emperador no había tenido otra opción que aceptar la exclusión de España de la paz franco-imperial a causa de sus extraordinarias dificultades políticas y militares. En Madrid y en Bruselas se albergaba la esperanza de que Fernando III asistiera militarmente en el futu- ro nuevamente a España 111. La idea de continuar una labor común dentro de la Casa de Austria se plasmó asimismo desde el lado español en la política ma- trimonial. El 8 de noviembre de 1648 se cerró en Viena la unión de Felipe IV con su sobrina austriaca Mariana 112, lo que permitía evaluar la continuidad de las relaciones políticas y dinásticas. Sin embargo, en la corte de Madrid no se avanzó con el matrimonio que deseaba la corte de Viena, entre el primogénito del emperador Fernando y la infanta heredera española María Teresa 113. Feli- pe IV precisaba preservar la crucial opción de casar a su hija con el rey de Fran- cia para que ese matrimonio sellara un acuerdo de paz duradero entre España y Francia con condiciones más aceptables. La ocasión se presentó en 1659-1660, con el acuerdo entre las dos coronas católicas en la paz de los Pirineos. Al evaluar en conjunto la evolución de las relaciones hispano-imperiales en re- lación con el congreso y la separación de las dos líneas en la paz de Westfalia, se advierte que en la perspectiva de las cortes de Madrid y Viena este punto apenas se percibió como una cesura profunda. En la consideración de ambos lados do- minó antes la búsqueda de la continuidad. En parte fue expresión del evidente es- fuerzo por minimizar el daño causado. Por otro lado, tanto por la parte imperial

111 Véase en este sentido también J. ARNDT: “Der Kaiser und das Reich (1600-1648)”, en K. BUßMANN y H. SCHILLING (eds.): 1648. Krieg und Frieden in Europa…, op. cit., pp. 69-76, aquí p. 75. 112 Véase principalmente G. MECENSEFFY: “Philipp IV. von Spanien und seine Heirat…”, op. cit. 113 Véase el reciente G. BRAUN: “Mariages dynastiques et négociations des traités de Westphalie”, en R. BABEL, G. BRAUN y T. NICKLAS (eds.): Bourbon und Wittelsbach..., op. cit., pp. 219-243, aquí pp. 237-239.

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como por la española existía el convencimiento de que en el futuro se darían oca- siones para anular las provisiones del IPM sobre la prohibición de prestar asisten- cia imperial a España. La idea de un orden político para la Cristiandad marcado significativamente por la solidaridad de las dos ramas de la Casa de Austria esta- ba muy presente tras el 24 de octubre de 1648 en la conciencia de los principales actores de Madrid, Bruselas y Viena.

CONCLUSIONES

El congreso de paz de Westfalia y los tratados de 30 de enero y 24 de octubre de 1648 fueron en muchos aspectos de extraordinaria relevancia. En Münster y Osnabrück se construyó un orden de paz que significó el cierre de conflictos de larga duración. Para los Habsburgo, esto hubo de pagarse a un alto precio, pues con el Instrumentum Pacis Monasteriensis de 24 de octubre de 1648 quedó con- sagrada la separación de las dos ramas de la Casa de Austria, lo cual era en sí mismo tan grave como para hacer fracasar las negociaciones de paz entre Fran- cia y España en Münster. Por ello no ha de sorprender que el congreso de paz y sus resultados se con- sideraran desde el ángulo español cualquier cosa menos positivos. Peñaranda, por ejemplo, describió en su correspondencia el congreso en términos despec- tivos, como “abominable conciliábulo” 114, y hablaba de la “tragedia de Muns- ter” 115. Este veredicto no fue un caso aislado. Otros diplomáticos españoles que tomaron parte directa o indirecta en el congreso de Münster, como Saavedra Fajardo, Brun o el secretario de la embajada Pedro Fernández del Campo y An- gulo, le siguieron en este juicio extremadamente crítico 116. ¿Cómo se pudo llegar a ello? Se ha explicado que el resultado de las largas y difíciles negociaciones que llevaron a la exclusión de España del tratado de

114 El conde de Peñaranda al marqués de Castel-Rodrigo, Münster, 1 de julio de 1647, CODOIN, vol. LXXXIII, p. 324. 115 El conde de Peñaranda a Antoine Brun, Bruselas, 31 de agosto de 1648, AGR, Ambassade d’Espagne à La Haye 119, f. 115. 116 M. ROHRSCHNEIDER: “Terrible es este congreso: Wahrnehmungen der Fremde und Verhandlungsdispositionen im Spiegel der Berichte der spanischen Gesandten auf dem Westfälischen Friedenskongress”, en M. ROHRSCHNEIDER y A. STROHMEYER (eds.): Wahrnehmungen des Fremden..., op. cit., pp. 245-264, aquí p. 257.

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Münster fue en cierto modo consecuencia del fracaso de las cortes de Madrid, Bruselas y Viena en desarrollar una concepción de las negociaciones que evita- ra el éxito francés, o al menos que lograra compensaciones. Una vez que la se- paración se hizo realidad, los Habsburgo intentaron mantener la idea de la solidaridad dinástica para no eliminar la posibilidad de que en el futuro pudie- ran volver a luchar juntas y con vigor contra el común enemigo francés. Sin embargo, el posterior desarrollo de los acontecimientos mostró que la idea previa de una Pax Austriaca 117, un orden de paz dominado por completo por los intereses de la Casa de Austria, ya no casaba con las realidades políticas de la Europa de la segunda mitad del siglo XVII. Más bien era la Francia de Luis XIV la que se estaba preparando con todo su poder para afirmarse como la nueva po- tencia hegemónica europea 118.

117 Para la pax Austriaca véase ahora M. ROHRSCHNEIDER: “Das Ende der Vision einer pax Austriaca: Zur spanischen und kaiserlichen Politik auf dem Westfälischen Friedenskongress”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y R. GONZÁLEZ CUERVA (eds.): La dinastía de los Austria. La Monarquía Católica y el Imperio, Madrid 2011, pp. 1341-1354. 118 Este texto se escribió en 2011, por lo que no se ha podido recoger la literatura más reciente. Traducción de Rubén González Cuerva.

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Ryszard Skowron Universidad de Silesia

En 1636, en Madrid y Zaragoza, se publicó por primera vez, aunque escrito algunos años antes, el drama de Calderón de la Barca La vida es sueño, y después en 1640, en Madrid, la Primera parte de las comedias de don Francisco de Rojas Zorilla, entre las cuales se encontraba la obra No hay ser padre siendo rey, escrita también algunos años antes. Ambos escritores hicieron de la corte polaca el lugar de la acción en la que se desarrolla el conflicto moral-político entre un rey y su hijo 1. En la segunda mitad de los años veinte de ese siglo la temática polaca había aparecido también en otras obras, entre ellas, El sitio de Breda y El Purgatorio de San Patricio de Calderón o El rey sin reyno de Lope de Vega. En este apartado no es importante el estudio de las relaciones que se dieron entre el mundo imaginario de los escritores y la realidad histórica. Lo que es clave es la entrada de Polonia tanto en la conciencia de las élites políticas y culturales españolas como en un círculo notablemente más amplio de la sociedad española. La ola de

1 Sobre el tema de los motivos polacos en las obras de los dramaturgos españoles, B. BACZYNSKA: Dramaturg w wielkim teatrze historii. Pedro Calderón de la Barca [El dramaturgo en el gran teatro de la historia. Pedro Calderón de la Barca], Wrocław 2005; B. BACZYNSKA: “Polonia y el mar: en torno al verso 1.430 de La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca” en L. GONZÁLEZ (ed.): Estudios sobre el teatro del Siglo de Oro, Lleida 2002, pp. 47-63; E. C. BRODY: “Poland in Calderon’s Life is a Dream. Poetic Illusion or Historical Reality”, The Polish Review 14 (1963), pp. 21-62; G. A. DAVIES: “Poland, Politics, and La vida es sueño”, Bulletin of Hispanic Studies 70 (1993), pp. 147-163; E. GIMÉNEZ CABALLERO: “Calderón y Polonia”, en L. GARCÍA LORENZO (ed.): Calderón. Actas del Congreso Internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro, Madrid 1983, vol. 3, pp. 1573-1578; H. ZIOMEK: “Polonia en la obra de Calderón de la Barca”, en L. GARCÍA LORENZO (ed.): Calderón. Actas…, op. cit., vol. 3, pp. 987-998.

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interés por la temática polaca en el teatro español coincide de lleno con el período de colaboración más intensa entre la corte de Madrid y la de Varsovia. Durante el reinado de Felipe IV, en la República de Polonia gobernaron tres reyes de la dinastía de los Vasa: Segismundo III (1587-1632), Ladislao IV (1633- 1646) y Juan Casimiro (1647-1668). En los años 1621-1665 las relaciones políticas hispano-polacas evolucionaron paso a paso y es posible distinguir dos períodos. El primero de ellos abarcaría los años 1621-1648 2 y el segundo los años 1648-1665. El primer período son los años de más intensa colaboración de ambos países de toda la época moderna, cuando hubo un intercambio permanente de misiones diplomáticas y la temática polaca estuvo continuamente presente en las sesiones del Consejo de Estado. Es posible distinguir en ese período dos fases. La primera correspondería a los años 1621-1635, en los que se produjo una fuerte convergencia de intereses políticos de ambos estados en la cuenca del Mar Báltico. Los planes elaborados por el conde-duque de Olivares y Segismundo III de colaboración establecían la organización de una flota hispano-polaca, el dominio conjunto del Sund y la invasión de Suecia. De esa manera los Vasa polacos habían de volver al trono de Estocolmo y España destruiría las bases económicas del poderío militar de la República de las Provincias Unidas. Y surgió una intensa conexión de las negociaciones políticas con la guerra económica, entre otros medios, a través del desarrollo del Almirantazgo de los Países Septentrionales. La segunda fase, los años 1635-1648, se caracteriza por el mantenimiento de los estrechos contactos diplomáticos, que tras la encarcelación del príncipe Juan Casimiro por el cardenal Richelieu se organizaron principalmente a concertar una alianza antifrancesa (tratado de Nápoles). Importante ámbito de actuación de los diplomáticos españoles fue la realización de levas para los ejércitos españoles, así como el intento de que se volviese a concebir una actuación conjunta en el Báltico. Las empresas entre ambos estados, que se negociaron con gran intensidad de contactos, tuvieron, sin embargo, un carácter secundario para los dos países. Al final de este período,

2 Los trabajos más importantes de las examinadas relaciones entre España y Polonia en el período de la Guerra de los Treinta Años son A. SZELĄGOWSKI: Rozkład Rzeszy a Polska za panowania Władysława IV, Kraków 1907; R. RÓDENAS VILAR: La política europea de España durante la guerra de los Treinta Años (1624-1630), Madrid 1967; J. ALCALÁ- ZAMORA: España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639). La última ofensiva europea de los Austrias madrileños, Barcelona 1975; R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico. Polonia en la política internacional de España en los años 1621-1632, Varsovia 2008, y de este mismo, Pax i Mars. Polsko-hiszpańskie relacje polityczne w latach 1632-1648, Kraków 2013, yDyplomaci polscy w Hiszpanii w XVI i XVII wieku, Kraków 1997.

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en 1646, y por el casamiento de Ladislao IV con María Luisa de Gonzaga-Nevers, Polonia se decantó en favor de Francia. En el segundo período de colaboración, que abarca los años 1648-1665, los contactos entre ambos estados gradualmente disminuyeron, motivado por la falta de espacios geopolíticos de colaboración; esto condujo a una notable limitación de los contactos diplomáticos. Ambos estados pasaban por fuertes crisis relacionadas con las guerras: España contra Francia y Portugal, y Polonia contra Rusia y Suecia. La división en períodos presentada más arriba de las relaciones hispano- polacas durante el reinado de Felipe IV queda reflejada en las mencionadas misiones entre ambos países. En la corte polaca estuvieron los siguientes diplomáticos españoles 3:

1626. El conde de Solre y el barón de Auchy: negociaciones para la construcción de una flota hispano-polaca en el Báltico y para una alianza dirigida contra Suecia y las Provincias Unidas. 1627-1630. El barón de Auchy: negociaciones sobre la construcción de la flota Habsburgo-Vasa, sobre la alianza antisueca del Emperador, España y Polonia para, entre otras cosas, dominar el Sund e invadir Suecia. 1627. Gabriel de Roy: negociaciones para la construcción de la flota Habsburgo- Vasa en el Báltico y para la organización y funcionamiento del Almirantazgo de los Países Septentrionales. 1633. El conde de Siruela y Diego de Quiroga: presentación de parabienes a Ladislao IV por su ascensión al trono. 1635-1636. El conde de Solre y Alonso Vázquez: emprendimiento de la guerra por Polonia contra Suecia por la inadmisibilidad de la prolongación de la tregua de 1629 y realización del casamiento de Ladislao IV con la hija del Emperador. 1639. Fernando de Monroy y Zúñiga: para una alianza con Polonia, tras la encarcelación del príncipe Juan Casimiro, contra Francia (tratado de Nápoles). 1640. Alegreto di Alegretti: oficialmente, levas para los ejércitos imperiales y españoles; ratificación del tratado polaco-español contra Francia. 1640. Pedro Roca de Villagutierre: levas para los ejércitos españoles y Habsburgos. 1641. Vincezo Tuttavilla: objetivos iguales a los de Alegretti.

3 La lista de los diplomáticos españoles y polacos se ha confeccionado tomando como base AGS, E, 2327-2376 y R. PRZEZDZIECKI: Diplomatie et protocole à la cour de Pologne, t. I, Paris 1934; M. Á. OCHOA BRUN: Historia de la diplomacia española, vols. VII-VIII, Madrid 2006; R. SKOWRON: Dyplomaci polscy w Hiszpanii…, op. cit., passim y de este mismo, Olivares, los Vasa y el Báltico..., op. cit., passim y Pax i Mars…, op. cit., passim.

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1645. Maximilian von Dietrichstein: presentación de condolencias a Ladislao IV por la muerte de Cecilia Renata y negociaciones sobre un nuevo casamiento del rey polaco. 1646. Henrique Teller: oposición al acercamiento polaco-galo. 1646-1647. El barón de Auchy: colaboración polaco-española en el Báltico y oposición al acercamiento polaco-francés. 1648. Alegreto di Alegretti: oficialmente, levas para los ejércitos imperiales y españoles; ratificación del tratado polaco-español contra Francia. 1651. Juan de Borja: mediación en las negociaciones polaco-suecas en Lübeck y conseguir acceso a un puerto polaco para la flota española. Y a la corte de Felipe IV llegaron los siguientes diplomáticos de los reyes polacos:

1622-1623. Adam Mąkowski: hacer ver a Felipe IV el interés común de Polonia y España tanto en el norte de Europa como en la guerra con Turquía; solicitó apoyo financiero y la flota española en la guerra polaco-sueca (invasión de Suecia). 1627. Stanisław Mąkowski: petición de que la flota española participase en la invasión a Suecia; plan de apoderamiento del estrecho del Sund y eliminación de los holandeses del comercio báltico. 1633. Wilhelm Forbes: intereses de la familia de los Vasa (pensiones y puestos). 1634-1636. Stanisław Mąkowski: conseguir ayuda financiera y militar española en la guerra contra Suecia al término de la tregua de 1635; pensiones y cargos para el hermano del rey Ladislao y concesión de la Orden del Toisón de Oro a Juan Casimiro. 1634-1635. Jerzy Sebastian Lubomirski: conseguir ayuda financiera y militar española en la guerra contra Suecia. 1638-1647. Stanisław Mąkowski: conseguir ayuda financiera y militar española en la guerra contra Suecia; pensiones y cargos para el hermano del rey Ladislao; devolución de los costes de las naves reales recibidas por Gabriel de Roy en Wismar en 1629. 1646-1664. Franciszek Bibboni: jugó un importante papel en las negociaciones polaco-españolas de Nápoles en los años 1639-1641; en la corte de Madrid como embajador inicialmente, después desempeñó la función de residente; no participó durante su estancia en Madrid en negociaciones políticas. Residentes de los Vasa en la corte de Madrid fueron: Francisco Guzmán, 1623- 1626 (?) y Antonio Manera, 1638 (?)-1640 (?). Objetivos comunes e intensos contactos diplomáticos ocasionaron que en la primera mitad del reinado de Felipe IV el conocimiento de Polonia y de su papel

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en la arena internacional empezase a funcionar en la conciencia de la élite políti- ca española y de los arbitristas. Supuso ello un viraje fundamental en compara- ción con los reinados de Felipe II y Felipe III, en los que apenas unas pocas personas conocían la problemática polaca y se ocupaban de ella. Es menester mencionar sobre todo a los embajadores en Viena, conde de Monteagudo y Gui- llén de San Clemente, así como al gobernador de los Países Bajos, el duque de Parma Alejandro Farnesio 4. El centro desde el que se daban las órdenes en las re- laciones con Polonia era por supuesto la corte de Madrid, donde desempeñaba un papel clave el valido real, el conde-duque de Olivares, y el conjunto de la proble- mática polaca mencionada y analizada hallaba cabida en las sesiones del Consejo de Estado. Además de ello, en los años 1626-1629 funcionó la Junta del Mar Bál- tico, y en 1635 la Junta de Polonia 5. De media en los años 1626-1648 tenían lu- gar al año de ocho a diez sesiones del Consejo de Estado en las que los asuntos de la República eran los temas más importantes de las deliberaciones o uno de los dos o tres temas tratados. Para ese período el número de consultas registradas del Consejo asciende casi a trescientas 6. Las cartas y otros documentos de la familia de los Vasa, de los diplomáticos polacos y españoles que actuaban en ambas cor- tes, así como de la embajada española en Viena y de otras embajadas (sobre todo de Venecia y Roma) y de las cortes de Bruselas y Nápoles, cuando llegaban a Ma- drid ocasionaron que entre la élite política española se ahondase paso a paso en el conocimiento del régimen y sistema de gobierno de Polonia y de su situación in- terior e internacional. En suma, en esos años en el transcurso de las deliberacio- nes del Consejo se hallan más de cuarenta de sus miembros, que recibieron las informaciones concernientes al estado polaco-lituano. En ese grupo el ámbito de intereses y de conocimiento del país gobernado por Segismundo III y después por Ladislao IV era muy distinto. Un cuidadoso análisis de las declaraciones con- tenidas en las consultas permite distinguir, entre los consejeros de Felipe IV, a

4 S. BORATYŃSKI: “Esteban Batory, la Hansa y la sublevación de los Países Bajos”, Boletín de la Real Academia de la Historia 127 (1951), pp. 451-500; F. RUIZ MARTÍN: “El pan de los países bálticos durante las guerras de religión. Andanzas y gestiones del historiador Pedro Cornejo”, Hispania 84 (1961), pp. 2-33; R. SKOWRON: “El Mar Báltico en la estrategia española de guerra en los Países Bajos, 1568-1648”, en M. REYES GARCÍA HURTADO (ed.): El mar en los siglos modernos, Santiago de Compostela 2009, t. II, pp. 345-358. 5 Véase AGS, E, 2328, 2329, 2336. 6 Datos confeccionados tomando como base las consultas contenidas en AGS, E, 2327- 2355.

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aquellos que se orientaban relativamente bien en la temática polaca. Correspon- de citar aquí, además de al conde-duque de Olivares, a los siguientes miembros del Consejo: el marqués de Montesclaros, Agustín Mexía, Juan de Villela, Fer- nando de Girón, el conde de Solre, el confesor real Antonio de Sotomayor, el marqués de los Balbases, el conde de Oñate, el conde de Monterrey, el duque de Villahermosa, el cardenal Gaspar de Borja, el marqués de Santa Cruz y el mar- qués de Castañeda. De todos ellos, el conde de Solre pasaba por el mejor especia- lista sobre la corte de Varsovia, y fue el único de los miembros del Consejo de Estado que viajó en misión a Polonia, y ello por dos veces, en 1626 y 1635 7. Pero los más destacados conocedores de la problemática polaca eran los emba- jadores y diplomáticos españoles en Viena. La embajada en la corte imperial era el centro de coordinación de la diplomacia española para todo el territorio de Alema- nia, así como para Europa Central y Oriental (incluida Escandinavia) 8. Viena era el mejor punto para observar la situación interna de Polonia y su actuación en la arena internacional. El cometido de los diplomáticos que allí se encontraban era el envío de información sobre la situación en la corte de los Vasa. Además, todas las misiones españolas que se dirigían a Polonia debían concertarse y coordinar su de- sarrollo con la embajada de Viena. Por ello también la mayoría de los embajadores se orientaba perfectamente en los acontecimientos de Polonia y en las relaciones de los Vasa tanto con Viena como con Madrid, y a menudo sostenían correspon- dencia directa con los reyes y miembros de sus familias. En el grupo de los más destacados es menester incluir al conde de Oñate, al marqués de Aytona, al mar- qués de Castañeda, al conde de Peñaranda y al marqués de Castel-Rodrigo. El establecimiento de contactos directos polaco-españoles durante la Guerra de los Treinta Años viene relacionado con la misión de 1623 a la corte de Madrid del emisario del rey polaco Adam Mąkowski 9. Cuando envió a este diplomático

7 Sobre la actuación política y diplomática del conde de Solre, A. ESTEBAN ESTRÍNGANA: “Afición, entendimiento y celo al servicio de Su Majestad. El conde de Solre, Jean de Croÿ, y la unión hispano-flamenca en el reinado de Felipe IV”, en R. VERMEIR, R. FAGEL y M. EBBEN (eds.): Agentes e identidades en movimiento. España y los Países Bajos, siglos XVI-XVIII, Madrid 2011, pp. 97-132; R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico…, op. cit., pp. 143-269. 8 Véase M. Á. OCHOA BRUN: Historia de la diplomacia…, op. cit., vol. VII, pp. 173-215, 311-344 y vol. VIII, pp. 11-35. 9 R. SKOWRON: “Misja Adama Mąkowskiego na dworze madryckim 1622-1623. Geneza współpracy polsko-hiszpańskiej w okresie wojny trzydziestoletniej”, Studia Iberystyczne 1 (1998), pp. 35-48.

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ante Felipe IV tenía ya elaborado su plan de guerra contra Suecia, en la que debía participar la flota española, que solicitaría en la corte de Madrid Mąkowski, así co- mo 18.000 soldados mercenarios. Desde Gdańsk a Kalmar debía ser trasladado el cuerpo de Michael Althann, compuesto por 10.000 soldados, cuyo cometido debía ser la toma de Estocolmo. Paralelamente, un segundo destacamento compuesto de 8.000 mercenarios ingleses bajo cobertura de la flota española efectuaría el desem- barco en la desembocadura del río Göt, y a continuación atacarían Elfsborg. Du- rante la ejecución de las actuaciones de invasión, los ejércitos polacos debían atacar Estonia y Livonia, para maniatar parte de las fuerzas de Gustavo Adolfo y no per- mitirles su regreso a Suecia. A cambio de la ayuda, Felipe IV recibiría el puerto sueco de Elfsborg. Esta concepcion de Segismundo III se hallaba reflejada en el memorial que presentó el diplomático polaco a Felipe IV 10. Al principio Mąkowski presentó el desarrollo de la guerra polaco-turca, termi- nada con la gran victoria de Chocim, y sobre este fondo mostró la insidiosa actua- ción de Suecia, que había atacado a la República en el momento en la que esta detenía el empuje de los turcos en la frontera sur. A continuación dibujó las ven- tajas que reportaría a España empeñarse en la guerra polaco-sueca. En realidad, por parte polaca fue una proposición de alianza contra Suecia, presentada de ma- nera delicada o, mejor dicho, para tantear. La alianza, que debía llevar a Segismun- do III al trono sueco, permitiría a España eliminar a uno de los principales aliados de las Provincias Unidas, y además creaba la perspectiva de privar a los holande- ses de los beneficios obtenidos en el comercio báltico o al menos de reducirlos notablemente. En una perspectiva más honda mostraba la posibilidad de atacar Dinamarca, otra aliada de Holanda. Como hacía constar el legado, ese plan solo podría ser realizado si el rey polaco conseguía la ayuda de la flota española. Al dar- se cuenta Mąkowski de que las proposiciones polacas no despertaban gran interés en los españoles, en la parte final de su escrito hizo especial hincapié en que se con- siguiera al menos ayuda financiera. Tras ponerse al corriente del memorial, el Consejo de Estado consideró que el rey polaco pedía: socorrerle y ayudarle a la dicha recuperacion de su Reyno de Suecia y aunque parece que el mejor socorro fuera con una buena armada por el mar, considerando las dificultades del apresto y la necessidad de la brevedad, se contenta con que V.M. le socorra con alguna buena suma de dinero y brevemente 11.

10 Consejo de Estado, 23 de abril de 1623, AGS, E, 2327, f. 263. 11 Ibidem.

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La decisión que se adoptó fue conceder ayuda financiera por un montante de 200.000 ducados. El desarrollo y los resultados de la misión de Mąkowski de 1623 mostraban inequívocamente la coincidencia de intereses políticos y económicos de Felipe IV y Segismundo III. A principios de la segunda mitad de 1624 en Madrid se comenzaron los pre- parativos para enviar en misión a Polonia a un diplomático del rey Felipe IV con relación a la formación de la compañía comercial del Almirantazgo de los Paí- ses Septentrionales y a la misión de Mąkowski 12. En abril de 1625 Jorge de He- nin presentó a Felipe IV un memorial en el que planteaba las directrices sobre la manera y los métodos de llevar a cabo las negociaciones en la corte de Varso- via 13. Tan importante misión a Polonia, por razones políticas y económicas, fue un asunto especialmente difícil para la perfectamente organizada diplomacia es- pañola. Contactos directos poco frecuentes, falta de actuaciones políticas comu- nes de ambos estados, grandes diferencias de regímenes y de costumbres hacían que la República polaca apareciera ante los españoles como terra incognita de ac- tuaciones diplomáticas. En la práctica el embajador que partió a la corte de Po- lonia en 1625 se encontró en una situación parecida, si no más difícil, a la de Pedro Fajardo cuando había llevado a cabo actuaciones políticas similares en 1573 14. En su memorial Henin se centró principalmente en la selección de la persona del diplomático, en sus cualidades morales e intelectuales y en la prác- tica de negociaciones en Polonia. Las cualidades delineadas por Henin del diplomático que partiría a Polonia se ajustaban a los perfiles teóricos del modelo ideal de embajador. Debía tener carácter tranquilo y templado, ser discreto. Comportarse con naturalidad y de

12 Sobre el Almirantazgo, A. DOMÍNGUEZ ORTIZ: “El Almirantazgo de los Países Septentrionales y la política económica de Felipe IV”, Hispania 7 (1947), pp. 272-290; J. I. ISRAEL: “The Politics of International Trade Rivalry during the Thirty Years’ War: Gabriel de Roy and Olivares’ Mercantilist Projects (1623-1645)”, The International History Review 8 (1986), pp. 517-549; A. ALLOZA APARICIO: “La Junta del Almirantazgo y la lucha contra el contrabando extranjero, 1625-1643”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV: Historia moderna 16 (2003), pp. 217-254. 13 Puntos sacados a la letra del papel que di a su Magestad a 15 de abril de 1625 tocante a toda de negociación que se podía intentar de Polonia, 8 de febrero de 1627 (BNE, Mss. 2359, ff. 131-135); véase R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico…, op. cit., pp. 120-123. 14 R. SKOWRON: “El espacio del encuentro de los confines de Europa. España y Polonia en el reinado de Felipe II”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN (ed.): Felipe II (1527-1598). Europa y la Monarquia Católica, Madrid 1998, vol. 1, pp. 881-892.

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acuerdo con la elegancia cortesana. Obrar con dignidad y mostrar respeto al rey, sus ministros y a la nobleza. Saber complacer, escuchar y adoptar buenos con- sejos, porque con soberbia y arrogancia podría atraerse solamente odio y frus- tar la realización de los objetivos de la misión. Mas para Henin los rasgos más importantes de un embajador eran la elocuencia y la habilidad para llevar a ca- bo conversaciones. Para esta elocuencia y habilidad la base es el conocimiento profundo del país al que el embajador partirá y de las políticas del estado que representa. El embajador que hubiere de dirigirse a la corte de Varsovia debería conocer bien las relaciones que vinculaban a Polonia con otros estados. Este co- nocimiento era necesario para mostrar con habilidad durante las conversaciones con el rey y los ministros, las actuaciones que pudiese emprender la diplomacia española en esos otros países tanto con el fin de atraérselos como de explotar en beneficio de Polonia sus divergencias. Henin se dio cuenta de que la estancia del diplomático español en la corte de Varsovia sería seguida con mucha atención por los enemigos de Felipe IV y aunque no los mencionaba, sin duda pensaba sobre todo en holandeses, ingle- ses y suecos. Por medio de calumnias y de propaganda enemiga, estos antago- nistas tenderían a despertar en la República polaca una fuerte oposición a las negociaciones con España. Tales actuaciones podrían llevar rápidamente a la ruptura de las negociaciones. Por eso las conversaciones con el rey polaco de- berían efectuarse con sigilo y en secreto. Henin cita únicamente algunos requisitos imprescindibles para una correcta ejecución de la misión en Polonia como terreno de actuaciones diplomáticas. Ha- ce hincapié en la problemática de la lengua de las negociaciones. Las cualifica- ciones en este ámbito tienen esencial importancia en la selección de embajador y del séquito que le acompañe. Considera necesario el conocimiento del latín 15, porque “en Polonia es el bien hablar latín, más general que en las demás partes del mundo”. Aconseja que un embajador que no se manejase con soltura en este idioma no emprendiese conversaciones, sino que se sirviese de un traductor de confianza. Presta atención a la situación religiosa en Polonia, en donde había gran número de herejes, y a que su posición política era muy fuerte. Por ello el embajador debía llevar las actuaciones de tal forma que no se indispusiera con

15 Sobre el latín en la correspondencia entre Polonia y España véase R. SKOWRON: “Łacina w dokumentach i korespondencji dyplomatycznej polsko-hiszpańskiej w latach 1572-1668”, en J. AXER (ed.): Łacina jako język elit, Warszawa 2004, pp. 431-442.

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ellos. Sobre todo, no debería tratarlos como herejes ni servirse nunca de esta pala- bra, sino que mejor se refiriese a ellos como “a los apartados de la Iglesia católica”. En opinión del autor del memorial, a causa del rango de las negociaciones y de las dificultades con las que se podía encontrar el embajador en Polonia, se- ría menester incorporar a su séquito a diplomáticos experimentados, especialis- tas de los asuntos del Norte. Presentó incluso la proposición de que se enviara a la corte polaca un agente en misión secreta para ejecutar negociaciones direc- tas y pormenorizadas; y que el embajador, persona de alta posición, llegase con el objetivo de corroborar los resultados de esas conversaciones anteriores. He- nin, haciendo hincapié en la participación de especialistas en las conversacio- nes, solicitó especialmente para sí el viaje a Polonia. Los costes de toda la futura misión los tasó en 200.000 ducados. En esta suma entraban los dineros para re- galos al rey, a la reina, a los príncipes, a los ministros y a otras personas a las que había que atraer al asunto, así como los costes y los gastos del embajador y de toda la embajada. En definitiva, en 1626 partieron a Polonia el conde de Solre y el barón de Auchy. El rey encomendó a los diplomáticos dos objetivos 16. El primero, con- solidar en Segismundo III la necesidad no solo de continuar la guerra contra Suecia sino de incrementarla. A cambio, Felipe IV anunciaba su disposición a emprender guerras contra todos los potenciales aliados de Gustavo Adolfo. Lo que en realidad significaba esta declaración la instrucción lo calla. La minuta de este documento contiene frases tachadas, que explicaban el objetivo que guiaba a la corte de Madrid en que la guerra polaco-sueca continuase. En Madrid rei- naba la certidumbre de que si Suecia “se hallase libre y sin esta diversión es cierto que ayudará a nuestros enemigos”. Además, hay que recordar que este objetivo se había formulado antes del ataque de Suecia a Prusia. El segundo ob- jetivo de la misión del conde de Solre era obtener de Segismundo III dieciséis galeones, indispensables para realizar las ofensivas en los mares del norte. Que Felipe IV presentara esta proposición demuestra el insuficiente conocimiento que tenía del tamaño de la flota polaca, que en la segunda mitad de 1626 con- taba únicamente con diez barcos.

16 Instrucción al conde de Sora para la jornada de Polonia, 5 de enero de 1626 (AGS, E, K1457, n. 477); sobre la misión de ambos diplomáticos, R. RÓDENAS VILAR: La política europea de España..., op. cit., pp. 113-119; J. ALCALÁ-ZAMORA: España, Flandes y el Mar del Norte..., op. cit., pp. 237-276; R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico…, op. cit., pp. 143- 159.

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El conde de Solre volvió a Madrid lo más probablemente en la segunda mi- tad de octubre de 1626 e inmediatamente presentó la relación de su estancia en Polonia 17. El historiador Ródenas Vilar, el primero de los eruditos españoles que a principios de los años sesenta se ocupó de la política báltica de Olivares, consideró el Papel del conde de Sora... como un plan de actuaciones españolas en el norte de Europa elaborado en solitario por el conde 18. Sin embargo, en rea- lidad, este documento es una relación sobre las proposiciones que le transmi- tieron Segismundo III y el príncipe Ladislao, lo que se desprende del tenor del documento; por ello, parece más razonable llamarlo plan de los Vasas polacos. En este escrito es posible distinguir tres partes. La primera la constituye una breve y sintética introducción en la que muestra que el poderío económico de Holanda es la base de su prolongada y eficaz oposición a España. En la siguien- te parte del documento Croy presenta la manera más eficaz de eliminar a los ho- landeses del comercio báltico. La parte más extensa del documento, que abarca dos terceras partes del tex- to, la constituye la relación de las conversaciones mantenidas en la República po- laca. La estancia en la corte polaca demostraba que se había presentado una ocasión excepcional para la realización de los planes bálticos. Precisamente por- que el príncipe Ladislao, completamente entregado a los planes de los Habsbur- go, se había mostrado dispuesto a una colaboración lo más amplia posible con el objetivo de realizar esta empresa. Toda su relación la construye el conde alrede- dor del príncipe. Lo considera persona de gran autoridad, conocida y apreciada en el mundo por su valor. Este gran príncipe, lleno de amistad y devoción hacia Felipe IV, es persona digna de toda confianza. Demuestran esto las cartas de La- dislao al rey y a Olivares, las conversaciones y los tratos que tuvieron en común. También Segismundo III repetía frecuentemente, como informa el conde de Solre, que el apoderamiento del estrecho del Sund lo consideraba como requi- sito fundamental que posibilitaría la destrucción del comercio de los holande- ses y la sofocación de su rebelión. El logro de este objetivo sería posible si Felipe IV enviase al Báltico los barcos de la flota de Dunquerque. A cambio de la ayu- da, el rey polaco estaría dispuesto a ceder a España todos los puertos de Suecia

17 Papel del conde de Sora tocante a lo negociado en su embajada a Polonia, octubre/ noviembre de 1626 (AGS, E, 2041, s. fol.), publicado en el trabajo de J. ALCALÁ-ZAMORA: España, Flandes y el Mar del Norte..., op. cit., pp. 503-506. 18 R. RÓDENAS VILAR: La política europea de España..., op. cit., p. 114.

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ocupados por los ejércitos de la coalición, y en particular aquellos de la parte del Mar del Norte, en los cuales podría estacionarse parte de la flota de Flandes. Segismundo III, siempre indeciso y cauteloso, envió al embajador en gran se- creto, algunos días antes de su partida, a una persona de confianza, que presen- tó cómo tomar el Sund de una manera rápida y eficaz. El conde creyó que el jefe supremo de la flota que se crease por el empera- dor, España, Polonia y la Hansa debería ser el príncipe polaco, que aguardaba tal proposición. En el país se organizaron facciones opuestas al reinado de los Vasa, de lo que es prueba la conspiración del duque Radziwiłł, descubierta un año an- tes. Tanto Bethlen Gabor como Gustavo Adolfo intentaban conseguir la Corona polaca, y el elector de Brandenburgo apoyaba sus pretensiones. Que el príncipe tomara el mando de la flota podía favorecer que se desbaratasen esos planes y proporcionarle una fama militar que le facilitaría su elección como rey. Puesto que para España esa elección era muy importante y provechosa, había que apo- yar las actuaciones que le asegurasen la sucesión al trono de su padre. Ante tan favorables circunstancias, el conde de Solre apeló a que se empren- dieran de inmediato negociaciones que posibilitasen la ejecución del plan en la primavera de 1627. Propuso que se enviara un nuevo diplomático a Polonia. La misión debía tener carácter secreto y la persona que partiera en misión no podía ser embajador ni ningún otro representante oficial del rey español. Había exami- nado ya con el príncipe los pormenores sobre el alcance de la actuación de ese agente secreto, que sería también su consejero. De la relación del conde de Solre se desprende que ya en julio de 1626, es decir, antes incluso de las misiones a Po- lonia del barón de Auchy y de Gabriel de Roy, la corte de Varsovia había presen- tado la candidatura del príncipe Ladislao a jefe supremo de la flota aliada. Toda la argumentación del diplomático español estaba dirigida a captar para esta idea a Felipe IV. El escrito apunta también a una estrecha y armoniosa colaboración entre Segismundo III y su hijo en lo que se refiere a las negociaciones con Espa- ña. Las cartas de Ladislao a Felipe IV y Olivares, el otorgamiento al conde de Solre del derecho de representarlo ante el monarca de España, la cifra para la co- rrespondencia con la corte de Madrid, el acuerdo de que llegara un agente-con- sejero, todo esto demuestra que no podía ser una decisión particular del príncipe, sino que tenía que contar, para una actuación de este tipo, con el beneplácito del padre. En la primavera de 1627 Olivares elaboró y procedió a la realización del gran plan báltico. Lo basó en dos propuestas fundamentales. En primer lugar, España

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debía apoyar la guerra polaco-sueca, porque solamente esa lucha impedía a Gus- tavo Adolfo iniciar su participación en la guerra en el territorio del Sacro Impe- rio, y era la única justificación fundada de la intervención española en el Báltico. Y, en segundo lugar, España podría hacer la guerra contra Suecia solamente en el momento en que el emperador emprendiera actuaciones de guerra contra Gustavo Adolfo, otorgando en primer lugar una cuantiosa ayuda a Polonia en las luchas en el territorio de Prusia. La guerra austriaco-sueca la consideró Olivares como eslabón indispensable en el plan trazado la primavera anterior. Esta tesis parece sólidamente fundada. La alianza polaco-española y el alcance de la ayuda que dentro de sus límites podía conceder Felipe IV no daba ninguna garantía de vencer a Gustavo Adol- fo en Prusia ni de una campaña victoriosa en el territorio de Suecia. Los emba- jadores en Viena Oñate y Aytona, y los enviados a Polonia el conde de Solre y el barón de Auchy, así como los diplomáticos polacos Adam Mąkowski y Mikołaj Wolski, suministraron a Olivares en los últimos años suficiente información que indicaba las restringidas posibilidades del rey de Polonia en la toma de decisio- nes políticas y militares 19. Puede admitirse que en la segunda mitad de abril de 1627 Olivares elaboró su definitivo plan de acción en el Báltico. La fecha lími- te puede aquí calcularse por la instrucción diplomática extendida el 23 de abril a Gabriel de Roy 20, pues contiene esta los elementos más importantes del plan: la creación de una flota báltica de 24 barcos, la encomienda de su mando al prín- cipe Ladislao, el encargo a Roy de la misión a las ciudades de la Hansa con el objetivo de la construcción de la flota y la entrega para este fin de 200.000 du- cados, el destino del barón de Auchy en misión a la corte polaca, el otorgamien- to de plenos poderes a Aytona para las negociaciones con el emperador y que se encargara de la coordinación de las actuaciones de los dos. El 3 de julio de 1627 el barón de Auchy llegó a Varsovia procedente de Ma- drid tras dos meses de viaje. Empezó inmediatamente negociaciones con Segis- mundo III y con el príncipe Ladislao. El barón no ocultaba a la corte de Madrid las complicaciones que podía encontrar en Polonia la diplomacia española al

19 Véase R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico…, op. cit., pp. 75-82, 132-213. 20 Instrucción de Gabriel de Roy con algunos apuntamientos a la margen en que adbierte las causas que an mudado algunos efectos de los capitulos della, Aranjuez, 23 de abril de 1627 (AGS, E, 2510, f. 263), así como la infanta Isabel a Felipe IV, 23 de mayo de 1627 (AGS, E, 2041); J. I. ISRAEL: “The Politics of International Trade Rivalry...”, op. cit., pp. 528-529.

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ejecutar el plan báltico. Entre estas podemos distinguir tres cuestiones funda- mentales, enlazadas entre sí, resultantes: 1) de las prerrogativas de poder del rey polaco, 2) del papel de la nobleza en el estado, de su postura ante los Habsbur- go, así como su punto de vista en el asunto de la guerra contra Suecia, 3) de la mediación de paz de los holandeses. Ya en una primera carta dirigida desde Varsovia a Felipe IV, Auchy escribía: V. M. no puede hazer comparación de este Reyno con ninguno de los demás de Europa porque su gobierno en todo es diferente de los demás y el Rey a cabo de cuarenta años de reynado tan necesitado de contemplar con cada particular como casi el primer año por dirección de sus intentos, que hara para mi tanto más dificultoso el encaminar lo que fuere de los de V. M. 21. Esta limitada esfera de poder del rey le imposibilitaba a la hora de tomar decisio- nes independientes, ya que tenía que contar con el parecer de la nobleza. Por eso sería tan difícil, subraya el barón, la realización de los planes fijados por ambos so- beranos. Por ese motivo también, el monarca polaco, que deseaba la guerra con- tra Suecia, no sabía si continuaría la misma, porque su desarrollo dependería de la Dieta convocada para octubre en Toruń. La presión de la nación política obli- gó al rey al mantenimiento, tan poco deseado por él, de las negociaciones de paz efectuadas con Gustavo Adolfo, en las que mediaban desde julio los holandeses. En su correspondencia Auchy dedicó gran espacio a describir las disputas y tensiones entre Segismundo III y la nación política y esto no solo en lo concer- niente a la guerra contra Suecia sino también a las que tenían como base el régi- men de gobierno de Polonia. En sus cartas contrapone las razones del rey y de la República polaca, y por esta última entiende el conjunto de la nobleza, por ejem- plo, “Los de la República generalmente todos temen al poder de V. M.” y un po- co más allá: “estas conveniencias más son de esta República que del Rey” 22,o los estamentos de la Dieta, por ejemplo: ha pedido a los comisarios de Polonia, lo que se suele en el principio de cada tratado, si tenían la plenipotencia de la República no para desanziar el tratado sino para dilatarlo hasta la Dieta 23, pero como se desprende del análisis de toda la correspondencia, al rey no lo tra- ta como un estado aparte y lo desmarca de la noción República. Esta República

21 El barón de Auchy a Felipe IV, Varsovia, 12 de julio de 1627 (AGS, E, 2408, f. 93). 22 Ibidem. 23 El barón de Auchy a Felipe IV, Gdańsk, 15 de octubre de 1627 (AGS, E, 2328, f. 286).

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–el conjunto de la nobleza o los dos estados deliberantes– se presenta al diplomá- tico español como un homogéneo monolito, sin partidos rivales. Las fuentes del período de la Guerra de los Treinta Años muestran que los diplomáticos y minis- tros españoles percibían el sistema de poder en el estado polaco-lituano como una estructura no solo dicotómica sino también antinómica: rey-República. Rey y Re- pública eran dos términos fundamentales usados para describir y analizar la situa- ción política en Polonia, que funcionaban sobre la base de objetivos antinómicos. Auchy comparaba estas dos fuerzas del estado –el rey y la República– con los vientos entre los que él debía navegar. La nobleza polaca por encima de to- do amaba su libertad y deseaba conservarla. Guiándose por su propio interés no apoyaría ninguna actuación del monarca que fortaleciera su poder. En cartas en- viadas a las cortes de Madrid y Bruselas indicaba que el fuerte poder del rey es- pañol provoca temor general entre los polacos, y el príncipe Ladislao debía ocultar sus simpatías hacia España, ya que hacerlas públicas podría dificultarle la elección al trono polaco. Auchy aconsejó a Olivares que no emprendiese la in- vasión a Suecia en nombre de Felipe IV, ya que, ante tan fuerte estado de áni- mo antiespañol de la nobleza, la aparición de cualesquier tropas españolas en Polonia sería recibida como un deseo de fortalecimiento de poder del rey pola- co y del establecimiento de influencias españolas 24. El sistema de gobierno de Polonia lo había presentado con todo detalle en 1598 Francisco de Mendoza, quien a su vuelta de la misión ante Segismundo III presentó una extensa relación sobre este país en la que escribía: El gobierno del reino de Polonia no es ni monarquía ni república, porque una y otra tienen gran parte en él; la nobleza, muy numerosa, tiene gran libertad, lo que es motivo de confusión en el gobierno... El rey polaco tiene un poder muy fuerte en el ámbito de la justicia distributiva, porque todos los obispos y dignatarios eclesiásticos del reino, todos los voivodas, castellanos mayores y menores, estarostas (jefes de distrito) y oficiales militares y del tesoro son puestos únicamente por el rey, que nombra a quien quiere y le gusta, pero poniendo a quien quiere, el rey no puede destituir a ninguno de ellos... [El rey] en el ámbito de gobierno del estado, guerra o tesoro no puede emprender ningún asunto sin el acuerdo y la aprobación de los senadores y diputados de la tierra de todo el reino, porque el poder se reparte en los tres estados 25.

24 El barón de Auchy al conde-duque de Olivares, Varsovia, 12 de julio de 1627 (AGS, E, 2408, f. 92). 25 Relacion que hizo el Almirante de Aragon de las cosas de los Reyes y Reyno de Polonia y Provincias adjacentes a el, por lo que entendio el tiempo que estuvo en aquellas partes, y algunas cosas

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El primero es el rey, que forma un estado aparte; el segundo es el senado (aquí cita quién entra en su composición); y el tercero, los diputados de la tierra. A continuación Mendoza presentaba la manera de tomar las decisiones la Dieta, mencionando la importancia del consenso de los tres estados para tomar las de- cisiones definitivas. En este fragmento de su relación el diplomático se fijaba es- pecialmente en el ámbito de poder del rey, subrayando sobre todo su limitado alcance. En la conclusión de sus observaciones consideró caótico y falto de orden el sistema de poder, y que el gobernante que intentase cambiar eso sería conside- rado como un tirano. A medida que iba transcurriendo su estancia en la corte de Varsovia, el ba- rón fue conociendo cada vez mejor el sistema de gobierno de Polonia y por eso formuló juicios cada vez más críticos relacionados con la persona de Segismun- do III. En abril de 1628 envió a Madrid una carta dedicada casi en su totalidad a las relaciones entre el rey y la nobleza 26. Hacía ver a Felipe IV que el monar- ca polaco era muy moderado en la toma de decisiones y que no era capaz de lle- var a término los asuntos empezados. Según Auchy, Segismundo III, temiendo las acusaciones de la nobleza, que defendía sus privilegios y libertades, parecía que gobernaba, pero en realidad era un observador que se ocupaba de sus pro- pios problemas y no de los intereses del reino. Había dejado el poder del país en manos de la nobleza, ya que como le explicó el rey, había llegado el momento de que la nobleza al gobernar viese y se diese cuenta de los errores que cometía. El diplomático español creía que el poder que poseía la nobleza provocaba que vi- viese caótica y arbitrariamente, sin cuidar el interés del estado, solo el propio. Por ese motivo, en opinión del diplomático español no se formaría en Polonia un partido fuerte que realizase los objetivos políticos que se definiesen. Auchy era completamente consciente de la divergencia de pareceres entre el rey y la República en lo relativo a la continuación de la guerra contra Suecia. Desde el principio de su estancia en la corte de Varsovia hasta la concertación de la tregua de Altmark, en sus cartas a menudo ponía nítidamente de relieve la as- piración de la nobleza a que terminase la guerra. En definitiva, escribía sobre el deseo general entre los polacos de que se concertase la paz, costase lo que costase,

tocantes a los Reynos circunvecinos, por el comercio amistades o enemistades que tienen con el Rey de Polonia (AGS, E, 614). 26 El barón de Auchy a Felipe IV, Varsovia, 26 de abril de 1628 (AGS, E, 2328, f. 269).

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ya que el bloqueo de los suecos del puerto de Gdańsk y de la desembocadura del Vístula interrumpía el comercio de cereal, y el rey no disponía de adecuados re- cursos financieros para llevar a cabo la guerra. La Dieta de Toruń y la decisión que allí se tomó sobre proseguir la guerra, a pesar del llamamiento general a ne- gociaciones de paz, demostraban que la nobleza pese a sufrir el conflicto con Gustavo Adolfo, no aprobaba una expedición contra Suecia. En esta situación uno de los asuntos más apremiantes para la diplomacia espa- ñola fue ganar para los planes bálticos la benevolencia de la Dieta y de los más cer- canos colaboradores del rey. Sin embargo, esta era una misión de casi imposible ejecución en la práctica y ello por varios motivos. La instrucción que había recibi- do le ordenaba efectuar negociaciones secretas y solo con ambos Vasa. Auchy tam- poco había recibido recursos financieros para captar la voluntad de los ministros del rey o de otras personas influyentes, particularmente en la Dieta, donde –como escribía– cada voto cuesta lo suyo y consideró esto como uno de los principales errores que cometieron en Madrid cuando prepararon su misión 27. Auchy reali- zó negociaciones directas con el mariscal Wolski, que estaba al tanto de todo el plan y que sin duda lo introdujo en la complicada problemática del sistema de poder de Polonia y de la situación reinante y de los estados de ánimo políticos 28. Al darse cuenta del papel político de la Dieta y de su importancia en las acciones propagandísticas y de agitación, Auchy consideró imprescindible que España y Segismundo III tomaran medidas, incluso antes de la Dieta de Toruń, para lograr un cambio de actitud de la nobleza ante la guerra contra Suecia. Del rey polaco esperaba sobre todo que redoblase la propaganda a favor de la guerra, en la que elemento nuevo y más importante había de ser la certidumbre de la no- bleza de que se trasladarían las operaciones de guerra a Suecia, porque el ataque al enemigo en su propia “casa”, liberaría el territorio ocupado por él en Prusia y produciría la reanudación del comercio de cereal 29. Esta argumentación, lógica

27 El barón de Auchy al conde-duque de Olivares, Varsovia, 12 de julio de 1627 (AGS, E, 2408, f. 92) y el barón de Auchy a Felipe IV, Varsovia, 26 de abril de 1628 (AGS, E, 2328, f. 269). 28 Sobre el gran mariscal de la Corona Mikołaj Wolski véase R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico…, op. cit., pp. 132-142; Wolski escribió también a Olivares, como se desprende de la nota contenida en el protocolo de la sesión de la Junta del mar Báltico del día 29 de septiembre de 1627 (AGS, E, 2408, ff. 68-71). 29 El barón de Auchy a Felipe IV, Varsovia, 12 de julio de 1627 (AGS, E, 2408, f. 93), y al marqués de Aytona, Varsovia, 12 de julio de 1627 (f. 94); el barón de Auchy a la infanta Isabel, desde el campamento del rey polaco, 17 de septiembre de 1627 (AGS, E, 2328, f. 290).

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y atractiva, únicamente reflejaba los deseos y la manera de pensar del barón y de la diplomacia española. Pero ¿era posible modificar en solo dos meses el pensa- miento político de la nobleza sobre Suecia, y en este contexto también respecto a España, un pensamiento formado durante los casi cuarenta años de reinado de Segismundo III? Por supuesto que no, tanto más en una situación en la que pa- ralelamente los holandeses llevaban a cabo una mediación de paz y aplicaban mé- todos más eficaces para influir en la opinión pública. La nobleza polaca deseaba librarse de la guerra y exigía la paz. Aunque una gran parte de la misma aproba- ba el traslado de la guerra a Suecia, sin embargo, no tenía la intención de sucum- bir en tierra gótica o hundirse en las aguas del Báltico en favor de la política dinástica de los Vasa, porque tal era el sentido que veía en la actuación regia. Por eso Segismundo III, conociendo el estado de ánimo de sus súbditos, no siguió el consejo del diplomático de Felipe IV y no continuó la acción de propaganda, co- menzada ya en 1625, a favor de la invasión de Suecia. Se centró, pues, en recha- zar la concertación de una tregua y en mantener la guerra en Prusia. El barón de Auchy consideró que la flota española sería el instrumento más eficaz para crear un estado de ánimo favorable entre la nobleza a los planes bál- ticos. Casi en todas las cartas dirigidas a Madrid, Bruselas y Viena, escritas du- rante los dos primeros meses de residencia en la corte de los Vasa, hizo llamamiento al envío inmediato de fuerzas navales de guerra al Báltico. Recla- mó que llegasen incluso antes de las deliberaciones de la Dieta, que habrían de empezar a mediados de octubre, ya que de esa manera instigaría a la nobleza a continuar la guerra y se alcanzaría su apoyo para la invasión de Suecia 30. Auchy, cuando persuadía a la corte de Madrid de la necesidad de la llegada de los bu- ques españoles al litoral polaco, no pensó si esto era factible en el mismo año 1627. De las cartas es posible sacar la conclusión de que trataba la llegada de la flota de manera instrumental, viendo en ella sobre todo el mecanismo por me- dio del cual podría influir en el estado de ánimo de la nobleza al objeto de man- tener la guerra de Prusia. Al mismo tiempo la correspondencia del barón muestra claramente que inten- tando con tanto ahínco la llegada de la flota española al Báltico, sucumbió a la pre- sión de ambos Vasa y tendió a la realización de sus postulados 31. En la primavera

30 El barón de Auchy a Felipe IV, al conde-duque de Olivares y al marqués de Aytona, Varsovia, 12 de julio de 1627 (AGS, E, 2408, ff. 93, 92 y 94). 31 R. SKOWRON: Olivares, los Vasa y el Báltico…, op. cit., pp. 200-203.

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de 1627 Felipe IV había rechazado definitivamente la posibilidad de enviar la ar- mada de Dunquerque. Auchy, cautamente, no indicó durante dos meses en las cartas dirigidas a Madrid de dónde tomar los barcos; finalmente en la segunda mitad de septiembre en escrito a la infanta Isabel, mostrando las dificultades que podía encontrar el plan, reclamaba, contra la decisión de Olivares, la flota de Dunquerque. Sin duda Auchy sucumbió a la persuasión de ambos Vasa, que le su- girieron la justificación: los Vasa, llenos de entusiasmo, estaban preparados para atacar el Sund y disponían de una flota de diez-doce barcos, y los holandeses lle- vaban a cabo una mediación de paz, y la nobleza no quería luchar ni en el país ni en Suecia –¿Acaso no era el momento de arriesgar y enviar la flota de Dunquer- que al Báltico? –. De lo contrario no solo todo el plan se vendría abajo, sino que se originaría un nuevo peligro en el territorio del Imperio. Estos argumentos po- dían producir un efecto mucho más deseable en Madrid expuestos por un diplo- mático de Felipe IV y no por los Vasa, de los que siempre era posible sospechar que llevaran un doble juego político. En la corte de Madrid, sin embargo, no se compartía el parecer de Auchy. El riesgo de pérdida de la flota de Dunquerque, incluso aunque solo fuese de una parte, únicamente para atraerse la opinión favo- rable de la nobleza era de manera evidente demasiado grande. La corte de Madrid y sus diplomáticos vieron mayor posibilidad en un cam- bio de actitud de la nobleza hacia España sobre todo en el desarrollo de la cola- boración económica. Incluso antes del viaje a Polonia, en las primeras semanas de 1627 el barón de Auchy recibió una instrucción previa diplomática sobre su misión en Polonia. Se le encomendó que realizase también negociaciones sobre relaciones económicas hispano-polacas que debieran conducir a un entendi- miento comercial entre ambos países. En escrito aparte el barón presentó sus ob- servaciones a esta instrucción, advirtiendo a los miembros del Consejo de Estado que el sistema de gobierno en una República en la que la nobleza tiene gran in- fluencia en la toma de decisiones políticas obligaba a la diplomacia de Felipe IV a emprender actuaciones que desembocasen en atraerse el parecer favorable de los ciudadanos de la República a los planes bálticos españoles. Auchy indicaba que el tratado comercial disiparía los temores de la nobleza sobre la salida de ce- real, principal fuente de su riqueza. También un argumento importante pudo ser demostrar a los polacos la posibilidad de aumentar sus ingresos por la elimina- ción de los holandeses del comercio báltico. El aumento de exportación directa de cereal a España permitiría a la nobleza polaca apoderarse de lo que ganaban los holandeses por la mediación. Gracias a ello las ganancias con el comercio de

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cereal podrían aumentar al doble o incluso al triple. Argumentos atinados, pero imposibles de realización. Por el momento podía ser solo una perspectiva, pero la realidad era diametralmente opuesta: los holandeses dirigían el comercio, Cris- tian IV controlaba el Sund, Gustavo Adolfo tenía el control militar del Báltico y bloqueaba los puertos polacos, imponiéndoles altos aranceles. La situación con la que se encontró Auchy a su llegada a Polonia mostró rápi- damente que las hipótesis económicas elaboradas en Madrid no encontraban co- bertura en las expectativas de la nobleza y de Gdańsk. En carta a Felipe IV escribió: “Los de la República desean verse de la guerra en su casa, libertarse los comercios quedan el ser al Reyno, pero por medio español no saven como recivir el bien” 32 y añade que los holandeses buscan una tregua en la guerra, garantizan la reanudación del comercio de cereal, y gracias a ello sus actuaciones encuentran gran respaldo. Igualmente, los principales consejeros y ministros de Felipe IV a medida que llegaban informaciones directas de Polonia comprendieron cada vez mejor que la realización de los planes españoles dependía no solo del rey polaco y su corte, sino también de atraerse a la nobleza –“Los de la República”–. Este cam- bio, que muestra el cada vez mejor entendimiento de la situación polaca, es ma- nifiesto desde principios de 1628. En enero durante la sesión especial de la junta que deliberaba en el aposento de Olivares y examinaba el plan báltico, el marqués de Montesclaros dijo: Importaría grandemente que en la Dieta se huviese acordado de que las Provincias ayudassen a la armazon del Rey de Polonia y aunque a ella estan aduertidos de lo que esto conuiene y hauran hecho diligencias para la negociacion, y lo que de nuebo se les aduirtiere no podra llegar a tiempo por estar tan adelante la Dieta. Con todo esso sera bien animarlos para que lo que se huuiere negociado se execute con breuedad, y lo que no huuieren conseguido en la Dieta se vaya adquiriendo y mejorando dandoles a entender que el principal subcesso de su buen quietud y riqueza consiste en que la Armada del Rey de Polonia, ayudada y faborecida de V. Md. y del emperador sea superior a la de los enemigos que allí navegaren para que les dexe libre la contratacion de aquellos mares y destos 33. En tono parecido se pronunció el conde de Solre, diciendo:

32 El Barón de Auchy a Felipe IV, Varsovia, 12 de julio de 1627 (AGS, E, 2408). 33 Consulta de la Junta que se haze en el aposento del Conde-Duque, 3 de enero de 1628 (AGS, E, 2328, f. 275).

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Siendo cierto que los polacos con la interrupcion del comercio y verse tan faltos de dineros por no poder deshazerse de sus cosechas quedando el Puerto de Danzik cerrado son los que mas aprietan a su Rey y al cabo le han de forzar a hazer pazes con el sueco de suerte que para impedillo no ay otro camino mas seguro que de assentar el comercio con ellos y mayormente con lo de Danzik, que es la llave de todo el Reyno conque se conseguirian los dos fines que se pretenden de assegurar la continuacion de la guerra con el sueco y de quitar a los olandeses los comercios mas asentados que tienen en el septentrion afirmandolos para estos reynos con los grandes beneficios que se les seguiran dello. Y para esso combendria tambien que en el entretanto que se va ajustando lo que trata Gabriel de Roy con las demas anseaticas que se embie al Baron de Auchi una declaracion firmada de V. Md. de las ventaxas y buena acogida que aqui se haura de hazer a los que quisieren venir de aquel Puerto con sus nabes y mercadurias para mostrarsela y asegurar sus temores y recelos dandoles poder a que pueda dar passaportes a los de aquella ciudad y otros vasallos de Polonia en la forma que mejor pareciere para que puedan con seguridad venir a estos reynos 34. El plan español, es decir, el propósito de atraerse a “los de la República”, terminó en auténtico fracaso y hasta el final de la Guerra de los Treinta Años la diplomacia española no emprendería tentativas más serias para influir y captar a la nobleza. Ante la imposibilidad de atraerse a la nobleza a sus planes (mante- nimiento de la guerra de Polonia con Suecia y arrastrarla a la guerra en Alema- nia), las actuaciones de la diplomacia española se centraron en vincular estrechamente con los Habsburgo a toda la familia de los Vasa y atraerse a las personas más influyentes de la corte real para con su apoyo realizar los planes. Importancia clave tuvo aquí el príncipe Ladislao, que, en lo concerniente a los planes bálticos, como escribió Ródenas Vilar en su trabajo, es una pieza esencial del juego nórdico de la Monarquía española. Unido en cuerpo y alma al Rey Católico desde la estancia de Solre en Varsovia, la coincidencia de sus objetivos con la de España es perfecta; Madrid necesita al príncipe como tapadera y punto de apoyo del proyecto báltico 35. No solo se le acepta como jefe de la flota, sino que se le propone en 1627 ce- derle Pomerania Occidental a la muerte del monarca. Olivares, Spinola, Soto- mayor y todos los miembros del Consejo de Estado están de acuerdo en que es una persona de gran utilidad para España, la cual debe apoyarle a realizar todo

34 Consulta de la Junta que se haze en el aposento del Conde-Duque, 3 de enero de 1628 (AGS, E, 2328, f. 275). 35 R. RÓDENAS VILAR: La política europea de España..., op. cit., p. 114.

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lo necesario para ser rey. En la práctica el único objetivo realizado de las con- versaciones sostenidas en los años 1626-1629 fue la formación de la flota común polaco-española. En diciembre de 1628 Segismundo III decidió poner su flota de diez naves a disposición de Felipe IV. La flota polaca, que ya a principios de febrero estaba en Wismar, fue entregada a Roy 36. Estos barcos fueron apresa- dos en 1632 por los suecos. En los años siguientes la diplomacia polaca solicita- ría en la corte de Madrid la devolución de los costes realizados por Segismundo III en su construcción. Los nuevos planes preparados por Madrid a finales de 1632 y principios de 1633 de actuaciones políticas y diplomáticas abarcaron en su radio de acción también a Polonia. Las expectativas de los Habsburgo de obtener su ayuda en la guerra aumentaron considerablemente a la muerte de Segismundo III, porque el principal candidato al trono, el príncipe Ladislao, desde hacía algunos años había mostrado de manera inequívoca que recobrar Suecia era uno de sus obje- tivos principales. En noviembre de 1632 el barón de Auchy señaló que la diplo- macia española en las negociaciones con los Vasa debería presentar a Ladislao IV y a la República proposiciones que posibilitasen la ruptura de la tregua con Suecia y condujesen a una intervención de los polacos en Pomerania Occiden- tal y Meklemburgo. Dándose cuenta de las grandes dificultades de la realización de estos proyectos, Auchy añadió: Quando bien se hallasse por agora la puerta totalmente çerrada a estos intentos, conuiene por lo menos estar mucho a la mira para desuiar las platicas de continuaçion de tregua o paces absolutas de Polonia con el Sweco, para las quales han trabajado y trabajan oy dia cuidadosamente el françes y eletor de Brandenburg particularmente 37. Tanto en la corte de Varsovia como en la de Madrid a finales de 1632 se em- pezaron los preparativos para relanzar las negociaciones polaco-españolas, pa- ralizadas desde hacía dos años. Ladislao IV, inmediatamente tras su coronación, envió emisarios a diferentes cortes europeas. Los diplomáticos debían anunciar la subida al trono polaco de Ladislao, conseguir apoyo a su derecho a la corona sueca y la aceptación de una mediación de paz del rey polaco en la guerra que

36 K. LEPSZY: “Inwentarz polskiej floty wojennej z 1629 r.”, Kwartalnik Historii Kultury Materialnej 15/2 (1965), pp. 301-320. 37 El Barón de Auchy “sobre las instrucciones dispuestas para la jornada de Polonia...”, Madrid, 8 de noviembre de 1632 (AGS, E, 2333, f. 5).

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se estaba librando. En el marco de esta acción diplomática del rey polaco entra- ba también la legación a Felipe IV del secretario real Wilhelm Forbes, que es- tuvo con seguridad en junio y julio de 1633 en Madrid, así como la misión de Jerzy Sebastian Lubomirski de 1634, hijo del voivoda ruso Stanisław 38. El principal objetivo de sus misiones fue conseguir el apoyo de España cuando se renovase la guerra contra Suecia. Forbes también solicitó una pensión para los hermanos del rey polaco. Las conversaciones sobre este tema las llevó tan efi- cazmente que Felipe IV en junio dio promesa de conceder una pensión para un período de dos años a Juan Alberto y a Carlos Fernando. Cuando el legado del rey polaco estaba de camino a España, llegó a Cracovia el 26 de febrero una mi- sión española a cuyo frente estaban Juan Velasco de la Cueva, conde de Siruela, y el capuchino Diego de Quiroga, confesor de María de Hungría, hermana de Felipe IV 39. El objetivo de la legación era felicitar a Ladislao IV por su ascen- sión al trono de Polonia. Tras una estancia de dos semanas en la corte de Wawel abandonaron la República. Cuando Wilhelm Forbes se hallaba en la corte española, Ladislao IV tomó la decisión de enviar a Nápoles y Madrid un emisario para que se ocupase no so- lo del tema de las rentas napolitanas, sino también para que entablase una estre- cha colaboración con Felipe IV en el tema de la guerra con Suecia. La misión se confió a Stanisław Mąkowski, que ya conocía la corte española, y que llegó a la corte de Madrid en marzo de 1634. El ámbito de temas de las negociaciones llevadas por Mąkowski lo presenta perfectamente su carta a Olivares de 24 de mayo de 1635, en la que pide que se defina el punto de vista de España y se to- men decisiones en los siguientes temas: ayudas para la recuperación del trono sueco, reconocimiento de un salario a los miembros de la familia de los Vasa, el regular abono de las rentas napolitanas y la devolución de los costes de las diez naves enviadas a Wismar 40. El cometido más importante de Mąkowski fue con- seguir apoyo de España en el caso de comienzo de guerra contra Suecia. El emi- sario informó a Felipe IV sobre la disposición del rey polaco a intervenir contra

38 R. SKOWRON: Dyplomaci polscy w Hiszpanii…, op. cit., pp. 159-162. 39 Felipe IV al conde de Siruela y a Ladislao IV, Madrid, 20 de octubre de 1632 (AGS, E, 2458); Consejo de Estado, marzo de 1633 y 11 de abril de 1633 (AGS, E, 2334, f. 8); A. S. RADZIWIŁŁ: Pamiętnik o dziejach w Polsce, Warszawa 1980, t. 1, pp. 290-293. 40 Stanisław Mąkowski al conde-duque de Olivares, 24 de mayo de 1635 (AGS, E, 2336, f. 25) y Consejo de Estado, 25 de mayo de 1635 (Ibidem, f. 23).

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los suecos pero con la condición de recibir ayuda y garantía de los Habsburgo, porque el principal objetivo de Ladislao IV era recobrar el trono de Estocolmo. Felipe IV acogió las proposiciones polacas favorablemente y en principio manifestó su acuerdo en concederle apoyo porque se daba cuenta de la gran im- portancia que para toda la casa de los Habsburgo podía tener una diversión de los ejércitos polacos en el contexto de Alemania. A consecuencia de estas nego- ciaciones se decidió enviar en misión a Polonia al barón de Auchy, y al embaja- dor de Viena, conde de Oñate, se le enviaron plenos poderes para negociar con el rey polaco 41. Las tentativas acabadas de mencionar del rey polaco, así como las noticias que llegaban a la corte española sobre el comienzo de negociaciones polaco-suecas para prolongar la tregua de 1629 y la posibilidad de concertar el matrimonio de Ladislao IV con Isabel de Palatinado, obligaron al rey español a emprender actuaciones más decididas en la corte de Varsovia. Desde el comienzo de 1635 se siguió un cambio claro en la posición de Fe- lipe IV ante las proposiciones que llegaban de Polonia. Se consideraba posible la aceptación de la mayoría de las peticiones de Ladislao IV, pero su realización de- pendía del desarrollo de las conversaciones directas con el rey en Varsovia. Ladis- lao IV veía la posibilidad de recuperar el trono sueco por medio de la paz, si asumía el papel de mediador entre las partes contendientes. Con este plan estaba relacio- nado el proyecto de casamiento del rey con Isabel, hija de Federico V de Palatino y de Isabel Estuardo. Este matrimonio debía –durante la mediación de paz– garan- tizar a Ladislao IV conseguir una postura favorable de los estados protestantes, ser para los suecos razón de tolerancia religiosa del rey y garantizar la ayuda de Ingla- terra. Carlos I trató muy favorablemente los planes del rey polaco y apoyaba sin dudas su casamiento con Isabel. Los españoles se opusieron categóricamente a ese casamiento. El 25 de enero de 1635 se le encargó al embajador en Viena, conde de Oñate, que emprendiese actuaciones en el asunto de “el casamiento del Rey con la hija del Emperador porque las nuebas, que andan de que el Rey se casa con la hi- ja de la palatina, deve dar mucho cuidado” 42. Las órdenes sobre este asunto se rei- teraron en los meses siguientes con el encargo de una estrecha colaboración con la corte vienesa, y que no se admitiese ese casamiento sería uno de los cometidos más importantes de los diplomáticos españoles residentes en Viena y Varsovia.

41 Consultas del Consejo de Estado, 4 de septiembre de 1634, 22 de noviembre de 1634 y 1 de enero de 1635 (AGS, E, 2336, ff. 26, 16 y 39). 42 A. SZELĄGOWSKI: Rozkład Rzeszy a Polska…, op. cit., pp. 181-182.

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En enero la corte de Madrid tomó la decision de enviar a Polonia una lega- ción, que se confió al padre Alonso Vázquez de Miranda. A pesar de intentarlo, el baron de Auchy, que conocía excelentemente la problemática polaca y a Ladis- lao IV, no recibió esta embajada. Las decisiones más importantes para las actua- ciones directas de la diplomacia española fueron tomadas en abril, por lo tanto, mientras duraban las negociaciones polaco-suecas sobre el futuro de la tregua. La terminación en 1634 de las guerras en las fronteras del este y sur de la Repúbli- ca y el vencimiento del plazo en septiembre de 1635 de la tregua de Altmark ori- ginaron por una parte que Ladislao IV empezase los preparativos de guerra contra Suecia y por otra la intensificación de actuaciones de las diplomacias vie- nesa, francesa e inglesa en la corte de Varsovia 43. Al mismo tiempo el problema de la tregua polaco-sueca se vinculaba cada vez más con el conflicto general euro- peo. La derrota de los ejércitos sueco-sajones en Nördlingen en septiembre de 1634 y la retirada del elector sajón Juan Jorge I de la alianza con Suecia obliga- ron finalmente a Francia a incorporarse activamente a la guerra contra los Habs- burgo. Pudo esto darse solo por una estrecha cooperación con los suecos. Tras largas y difíciles negociaciones, el 28 de abril de 1635 se llegó a la alianza sueco- francesa. Casi un mes más tarde Francia declaró la guerra a España. En esta si- tuación uno de los principales cometidos de la diplomacia francesa fue no admitir la guerra de Polonia con Suecia, y ello se podía alcanzar por la prolongación de la tregua. Los objetivos de los Habsburgo eran evidentemente los opuestos. La posibilidad de prolongar la tregua polaco-sueca, así como el proyecto de matri- monio con la Palatina, obligaron a la Casa de Austria a ejecutar políticas que vin- culasen todavía más estrechamente al rey polaco con las filas católicas. La diplomacia imperial y española querían sobre todo llegar a la guerra de la Repú- blica con Suecia. Sin embargo, en las concepciones de actuación para con Polo- nia se evidenciaron a las claras las diferencias entre Viena y Madrid. Felipe IV y Olivares de buena gana habrían arrastrado al rey polaco no solo a la guerra con Suecia sino también a una intervención en el Imperio y a otra intervención con- tra Francia. El emperador, sin embargo, prefería limitar el teatro de actuaciones militares polacas contra Suecia al territorio de Prusia y de Pomerania de Gdańsk. Y estaba categóricamente en contra del planeado ataque contra los suecos desde Silesia. Temía que si los polacos se adueñaban de Silesia ya no la abandonarían.

43 M. CICHOCKI: Mediacja Francji w rozejmie altmarskim, Kraków 1928 y M. SERWAŃSKI: Francja wobec Polski w dobie wojny trzydziestoletniej 1618-1648, Poznań 1986, pp. 113-149.

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De la misma forma, en Viena se veía con malos ojos eventuales actuaciones mili- tares polacas en Pomerania Occidental y en Meklemburgo. El 15 de abril de 1635 en la sesión del Consejo de Estado se tomaron finalmen- te las decisiones definitivas sobre la misión a Polonia 44. Participaron en ella el du- que de Alburquerque, el duque de Villahermosa, el marqués de Mirabel, el marqués de Villafranca y el confesor real Antonio de Sotomayor. La base para ela- borar los objetivos y tácticas de actuación en la corte de Varsovia era, además de las proposiciones de Ladislao IV y los memoriales de Mąkowski, la abundante co- rrespondencia concerniente a Polonia, de la que se habían puesto al corriente los consejeros del rey español en los últimos meses 45. Especialmente importantes eran al respecto las cartas y memoriales enviados por el capuchino Valeriano Magni, que desempeñó un papel clave en los contactos de Fernando II con el rey polaco. Informaba al corriente a los embajadores españoles en Viena, conde de Oñate y marqués de Castañeda, de las conversaciones realizadas por él y por otros diplomáticos imperiales con Ladislao IV, así como de la situación del momento en la República. Mantuvo correspondencia asimismo con los especialistas de asuntos polacos de la corte de Felipe IV, el conde de Oñate y el barón de Auchy. Todos los participantes de la sesión, apuntando la particular trascendencia que para las actuaciones políticas y para la religión católica tenía una estrecha cooperación entre los Habsburgo y Polonia, consideraron imprescindible conce- der apoyo a Ladislao en la guerra contra Suecia. El duque de Alburquerque re- cordó que la dificultad fundamental en las negociaciones con el rey polaco era la limitada posibilidad que tenía de tomar decisiones, porque “no puede acudir con gente ni con dinero fuera de su Reyno si no es con consentimento de los parla- mentos” 46. A pesar de no encontrarse presente en la sesión el conde-duque de Olivares, del contenido del protocolo se desprende que fue él quien presentó las proposiciones debatidas durante el Consejo de Estado. Las cuestiones más im- portantes en torno a las cuales tuvieron lugar los debates fueron: la forma de ayuda al rey polaco y a sus planes de casamiento, un salario para los miembros de la familia de los Vasa, así como las rentas napolitanas. Se resolvió en las negociaciones asignar a Polonia 250.000 escudos, en cuya su- ma se hallaba comprendida la cuota que debía destinarse directamente al objetivo

44 Consejo de Estado, 15 de abril de 1635 (AGS, E, 2336, f. 2). 45 Véase AGS, E, 2336. 46 Consejo de Estado, 15 de abril de 1635 (AGS, E, 2336, f. 2).

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de la guerra contra Suecia. La misión que se dirigió a Varsovia con la colaboración del embajador Oñate debía por todos los medios oponerse al casamiento de Ladis- lao IV con la Palatina o con la hija del rey de Suecia y procurar que se celebrase con la candidata de los Habsburgo. Además de esto, se consideró imprescindible el pago de las rentas pendientes de las sumas napolitanas, la devolución de los costes por las naves enviadas a Wismar y la concesión de una pensión a los infantes pola- cos y otorgar a Juan Casimiro el Toisón de Oro. Importante decisión tomada por el Consejo de Estado fue ampliar la composición de la legación, porque se consi- deró que, aunque la inteligencia y habilidad de Vázquez no despertaban duda, sin embargo, en atención a la trascendencia y rango de la negociación, en la misión debía hallarse persona que tuviese el suficiente prestigio y la confianza de Ladis- lao IV y fuese conocedora de la problemática polaca. Se eligió, pues, a Jean de Croy, conde de Solre, que había estado en Polonia en 1626 47. La instrucción diplomática preparada para Jean de Croy contenía algunas variantes en lo relativo al modo de llevar las negociaciones en función del pare- cer del rey polaco y del desarrollo de la situación internacional 48. El contenido de la instrucción prueba que Felipe IV hizo la proposición de una estrecha alianza dirigida contra Francia. Ordenó a los diplomáticos que vinculasen al rey polaco “conmigo por medio de comercio y de unirlo [Ladislao IV] contra Fran- cia”. A cambio de la alianza el rey católico se obligaría a una ayuda financiera por un montante de 100-150.000 escudos, al pago regular de las rentas de Ná- poles, a la devolución de los costes de las naves enviadas a Wismar, a la conce- sión de una pensión a los hermanos del rey y al otorgamiento de algunos Toisones de Oro. Es preciso considerar el plan elaborado en la corte española como completamente irreal, no solo porque no tomaba en consideración la principal finalidad política de Ladislao IV, cual era la recuperación del trono

47 Sobre la jornada realizada por el conde de Solre y Alonso Vázquez en Polonia, F. NEGREDO DEL CERRO: Los Predicadores de Felipe IV. Corte, intrigas y religión en la España del Siglo de Oro, Madrid 2006, pp. 232-259; R. SKOWRON: Pax i Mars…, op. cit., pp. 73-193; M. CONDE PAZOS: “El Tratado de Nápoles: el encierro del príncipe Juan Casimiro y la leva de polacos de Medina de las Torres (1638-1642)”, Studia historica. Historia Moderna 33 (2011), pp. 123-139. 48 Instrucciones para la Embajada Extraordinaria a Polonia al Conde de Solre, 16 de julio de 1635 (AHN, E, 3455, f. 12); Instrucción a Don Alonso Vazquez para la jornada que va a hazer a polonia, 20 de junio de 1635 (Ibidem, f. 11) y Lo que vos Fray Alonso Vazquez mi predicador haveis de hazer an lo que os he encargado a Polonia (AGS, E, 2336, f. 7). Sobre las instrucciones al conde de Solre y Alonso Vázquez véase R. SKOWRON: Pax i Mars.., op. cit., pp. 73-84.

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sueco, sino porque tampoco podía ser aceptado por el emperador. Las decisio- nes tomadas a mediados de abril abrían aún la posibilidad de que la diplomacia española pudiese unirse en la última fase de las negociaciones polaco-suecas de Stuhmsdorf (Sztumska Wieś). Mas debía actuar de manera rápida y decidida, e inmediatamente tener a disposición los oportunos recursos financieros. El abad Vázquez y el conde de Solre recibieron la orden de partir al instante a Polonia por Génova y Viena. En la capital imperial debían tratar todas las cuestio- nes importantes relacionadas con su misión con los embajadores conde de Oñate y marqués de Castañeda, así como entablar colaboraciones con los diplomáticos imperiales, especialmente con el padre Valeriano Magni. Pero por motivos desco- nocidos en el actual estado de las investigaciones, la partida no se produjo entre fi- nales de abril y comienzos de mayo, y esto a pesar de las cartas del embajador Oñate, que informaban a Madrid del rápido avance en las conversaciones sobre la tregua y de la gran actividad en la República de la diplomacia francesa 49. Antes de que la embajada española llegase a la República, el 12 de septiem- bre de 1635 en Stuhmsdorf se firmaba el tratado polaco-sueco, que prolongaba la tregua por 26 años más y reponía a Polonia en su estado de posesión en Prusia. Entre finales de marzo y principios de abril de 1636 el conde de Solre y el abad Vázquez llegaron a Viena. Presentaron al emperador, pero formulados de otra manera, los objetivos básicos de la misión: convencer al rey polaco para que con- trajese matrimonio con la hija del emperador, instigar a Ladislao IV a que empe- zase la guerra contra Suecia, así como crear condiciones para el desarrollo del comercio de España con Polonia 50. Fernando II, considerando la misión españo- la a Polonia necesaria, aprobó sus objetivos. Las relaciones del rey polaco con el emperador sufrieron un enfriamiento tras la firma de la tregua de Sztumska Wieś. Pero ya a finales de 1635 Ladislao IV nuevamente se aproximó a los Habsburgo, porque sin el apoyo del emperador su mediación de paz sería imposible. Así mismo Fernando II necesitaba el apo- yo del rey polaco para efectuar la elección de su hijo, el rey húngaro Fernando, a emperador. Para el acercamiento de los Vasa a los Habsburgo trabajó Valeria- no Magni, residente en Polonia desde finales de 1634. Al mismo tiempo Ladis- lao IV desistió definitivamente de su casamiento con la Palatina. De pretexto para cancelar el proyectado casamiento sirvió la condición de que Isabel abrazase

49 El conde de Oñate a Felipe IV, Viena, 16 de agosto de 1635 (AGS, E, 2336, f. 109). 50 A. SZELĄGOWSKI: Rozkład Rzeszy a Polska…, op. cit., pp. 192-195.

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el catolicismo. En ese momento la corte de Viena empezó a exteriorizar apoyo a la mediación de paz europea de Ladislao IV, y Magni propuso el casamiento con Cecilia Renata. En junio de 1636 el conde de Solre y Vázquez partieron de Viena a Lituania, donde se hallaba el soberano polaco. El 6 de agosto llegaron a Vilna y cinco días después fueron recibidos en audiencia por el rey. A los tres días de la llegada de los españoles, Ladislao IV envió a Magni a Ratisbona con plenos poderes para el casamiento con la Habsburgo. El giro fundamental que se siguió en la política del rey facilitó considerablemente el cometido a los enviados del rey Felipe IV. Los diplomáticos españoles creyeron que durante las negociaciones debían afir- mar al rey en sus decisiones, por ello intentaron mostrar las concretas ventajas que traería el casamiento y la alianza con los Habsburgo. El conde de Solre pre- sentó a Ladislao IV el 6 de septiembre en nombre de Felipe IV la declaración en la que España se comprometía a ayudar en la recuperación del trono sueco, al pa- go regular de las rentas napolitanas, a la devolución de los costes de las naves per- didas en Wismar, a pagar una pensión a los príncipes Juan Casimiro y Carlos Fernando, a otorgar el Toisón de Oro a Juan Casimiro y a garantizar la libertad de navegación y comercio en las aguas y puertos españoles 51. Tras la presenta- ción de la declaración, Jean de Croy inició el viaje de vuelta inmediatamente, porque ya el 8 de septiembre el rey le expidió una carta recredencial. Junto a Ladislao IV quedó Alfonso de Vázquez, que llevó las negociaciones adelante en estrecho entendimiento con la diplomacia imperial. El 3 de marzo de 1637 el rey presentó al abad de Santa Anastasia en un escrito las proposicio- nes de pactos con Felipe IV, por los que se vinculaba directamente al tratado de familia concertado con Fernando II y con toda la Casa de Austria. En el pensa- miento de Ladislao IV eso era una oferta al rey español para que también él se adhiriese al tratado de familia y que con él el tratado abarcase toda la Casa de los Habsburgo. Entrando en pacto con el rey español Ladislao IV reclamaba ayuda en la guerra con Turquía, la devolución de los ducados de Bari y Rossano, el pago regular de la renta napolitana, el derecho a vender los bienes de Castel- mare y Roccaguglielma, una pensión para su futura esposa, así como adecuados casamientos, dignidades y cargos para sus hermanos. También el príncipe Juan Casimiro presentó al Habsburgo español su desiderata: recordó la promesa de

51 La declaración que hizo el Conde de Solre al Rey de Polonia en 6 de septiembre de 1636 (AGS, E, 2343, f. 45).

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conceder pensión y el Toisón de Oro, expresó su disposición a ir a España y planteó la cuestión de su casamiento con la hija del duque de Terranova y de su hermana Ana Catalina con el infante Fernando 52. Apenas dos semanas más tarde, el 16 de marzo, tuvo lugar la renovación del tratado de familia entre Fernando III y Ladislao IV 53. Ambas partes, es decir, los Habsburgo austriacos y la antigua línea, por Segismundo, de los Vasa se compro- metían a una estrecha cooperación y a la protección mutua de los intereses dinás- ticos. El emperador se encargó de conceder a Ladislao IV ayuda política y militar en la recuperación de Suecia. En caso de guerras victoriosas contra Turquía, el te- rritorio conquistado debía pasar a posesión hereditaria o feudal al representante de la familia de los Vasa. El emperador debía apoyar a la línea de Segismundo a través de casamientos, pensiones y dignidades. A cambio, Ladislao IV como rey sueco cedía a los Habsburgo el derecho a la corona sueca a la extinción de la Casa de los Vasa, y como soberano de Suecia y Polonia se comprometía a no con- certar tratados contrarios a los intereses de Austria. Las actuaciones de la diplomacia española en los años 1634-1635 para no per- mitir la prolongación de la tregua polaco-sueca terminaron en fracaso. No signifi- có esto, sin embargo, el fin de las tentativas de Felipe IV de arrastrar de forma directa a la República al conflicto europeo. Y en 1636 Olivares junto con el grupo de políticos de mayor confianza empezaría los preparativos para arrastrar a Polo- nia a la guerra no ya contra Suecia sino contra Francia. El acercamiento iniciado, incluso antes de la tregua, en Sztumska Wieś y las negociaciones entre Felipe IV y Ladislao IV continuarán incluso con mayor intensidad en los años siguientes y alcanzarán su apogeo tras la encarcelación en Francia del príncipe Juan Casimiro. El viaje, arresto y encarcelación del príncipe Juan Casimiro en Francia en mayo de 1638 pertenecen a uno de los temas que han sido bien elaborados en la historiografía polaca. Debido ello sobre todo a que los investigadores han dis- puesto de una fuente excepcional, el trabajo de Eberhard Wassenberg titulado

52 R. SKOWRON: Pax i Mars.., op. cit., pp. 171-172. 53 Sobre el tratado familiar véase R. SKORWON: Pax i Mars..., op. cit., pp. 173-185; M. CONDE PAZOS: “Relaciones entre los Habsburgo y los Vasa de Polonia. La embajada a Varsovia del conde de Solre y Alonso Vázquez y la firma del Tratado Familiar (1635-1660)”, P. S ANZ CAMAÑES (ed.): Tiempo de cambios: guerra, diplomacia y política internacional de la Monarquía Hispánica (1648-1700), Madrid 2012, pp. 283-310; W. CZAPLIŃSKI: Władysław IV wobec wojny 30-letniej (1637-1645), Kraków 1937, pp. 5-7; A. SZELĄGOWSKI: Rozkład Rzeszy a Polska…, op. cit., pp. 209-211, 255-265.

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Carcer Gallicus 54. Las informaciones presentadas por este historiador de la corte de los Vasa las verificaron e interpretaron, apoyándose en archivos franceses y polacos, Władysław Tomkiewicz y Maciej Serwański 55. Ambos investigadores analizaron el período de estancia del príncipe en prisión sobre todo desde el pun- to de vista de las relaciones entre Varsovia y París, indicando que el principal ob- jetivo de las actuaciones del cardenal Richelieu en ese momento fue llevar al debilitamiento de la política prohabsburga de Ladislao IV y que se vinculase con más fuerza con Francia. En un fondo así planteado falta, sin embargo, respues- ta a una, pero muy importante, cuestión: ¿qué fines políticos realizaba la corte de Madrid confiando a Juan Casimiro el cargo de virrey de Portugal? Felipe IV al confiar a Juan Casimiro el cargo de virrey de Portugal se daba per- fectamente cuenta de que no solo consolidaba la política prohabsburga del rey po- laco, sino que además la introducía en una senda claramente antifrancesa. Para Ladislao IV también era evidente, y empezó a ejecutar el plan por el que la estan- cia de su hermano en Lisboa debía convertirse en una importante etapa para ga- narse el apoyo financiero y militar español, en el enémiso intento de recuperar el trono sueco. Por ello, para conocer las condiciones y el alcance del encarcelamien- to francés de Juan Casimiro será indispensable el análisis de las fuentes españolas. Ya de una primera toma de conocimiento se veía inequívocamente que en los años 1638-1641 Polonia era uno de los elementos del gran juego político-diplomático librado entre el conde-duque de Olivares y el cardenal Richelieu. Los acuerdos sobre la partida de Juan Casimiro a Portugal se tomaron du- rante su estancia en la corte imperial el verano de 1637, cuando precisamente el rey Ladislao contraía matrimonio per procura con Cecilia Renata. Juan Casimi- ro el 27 de enero de 1638 abandonó Varsovia y yendo por Viena, Bratislava, Innsbruck, Verona y Milán llegó a Génova hacia finales de abril, desde donde el 4 de mayo a bordo del barco genovés Diana zarpó hacia Barcelona. En la trave- sía el barco se detuvo en Savona y Saint Tropez y el 9 de mayo en el pequeño puerto militar de Tour de Bouc. Allí, nada más tomar tierra, Juan Casimiro por

54 E. WASSENBERG: Serenissimi Johannis Casimiri Poloniarum Sveciaeque Principis Carcer Gallicus, Gedani 1644. 55 W. TOMKIEWICZ: Więzień kardynała. Niewola francuska Jana Kazimierza, Warszawa 1957; M. SERWAŃSKI: Francja wobec Polski…, op. cit., pp. 238-268. Véase también L. FERRAND DE ALMEIDA: “Le prince Jean Casimir de Pologne et les antecedents de la restauration du Portugal (1638-1640)”, Antemural 17 (1974), pp. 28-59. El viaje del infante Juan Casimiro a Portugal y su encarcelamiento en Francia lo presenté en Pax i Mars..., op. cit., pp. 195-233.

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orden del gobernador de Provenza fue arrestado bajo acusación de espionaje en favor de España, y a continuación encarcelado. El príncipe permaneció en cau- tividad del cardenal Richelieu hasta finales de febrero de 1640. La información sobre la detención del príncipe polaco llegó a Madrid lo más probablemente en los últimos días de mayo o en los primeros de junio. Esa con- clusión puede deducirse indirectamente del protocolo de la sesión del Consejo de Estado de 16 de junio de 1638 56. Se trataron en ella dos cartas: una de Antonio de Manera y otra del embajador imperial. Manera había acompañado a Juan Ca- simiro, y tras su encarcelación se dirigió a España. Allí el 9 de junio en Barcelona escribió la citada carta a Olivares (no ha sido posible hallarla) en la que daba cuenta de los acontecimientos y escribía sobre la estancia en la corte francesa de Wilhelm Forbes, emisario del rey polaco. Sin embargo, el conde Schönburg, em- bajador de Fernando III, propuso que los españoles sopesasen la posibilidad de llevar a la corte de Madrid a Forbes con el objetivo de conseguir de él informacio- nes sobre lo que sabían los franceces de los fines del viaje del príncipe. Durante las deliberaciones no se mencionó el asunto de la detención en Provenza de Juan Casimiro, lo que demuestra que ya antes se sabía y se había discutido sobre este hecho. La proposición del embajador Schönburg concerniente a Forbes fue deses- timada en la conclusión de Olivares, como incierta y poco útil. Y en cuanto a que ya en la primera mitad de junio los miembros del Consejo de Estado sabían sobre la detención del 10 de mayo en Francia del hermano del rey polaco lo indica tam- bién la carta del embajador español en Génova a Felipe IV 57. El conde de Siruela, embajador en Génova, que en 1633 se había hallado en Polonia de misión, fue el diplomático español que primero se enteró del arres- to de Juan Casimiro y debió enviar inmediatamente esa información a Madrid y a otras representaciones diplomáticas. Testimonia esto la carta del embajador extraordinario en Roma Juan Chumacero de 28 de mayo que contiene noticia de la detención del príncipe 58. A pesar de las noticias que llegaban sobre la encar- celación de Juan Casimiro, los españoles no solo no emprendieron ninguna acción, sino que tampoco discutieron durante algunos meses sobre este asunto en las sesiones del Consejo de Estado. Ejemplo pueden ser las delibaraciones

56 Consejo de Estado, 16 de junio de 1638 (AGS, E, 2339, f. 207). 57 El conde de Siruela a Felipe IV, Génova, 4 de agosto de 1638 (AGS, E, 3840, f. 299). 58 Juan Chumacero al conde-duque de Olivares, Roma, 28 de mayo de 1638 (BNE, Mss. 10984, f. 150v).

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del Consejo de Estado de 26 de agosto, durante las cuales se trató la correspon- dencia del gobernador de Milán 59. El marqués de Leganés en carta de media- dos de julio relacionó por extenso el desarrollo de la conversación que mantuvo con el abad Orsi, residente del rey polaco en Roma, que llegó con la petición de que se empeñase en la liberación del príncipe. Los miembros del Consejo de Es- tado no trataron, sin embargo, el tema. La carta del gobernador muestra a las cla- ras la táctica que adoptó Madrid ante las actuaciones de la diplomacia polaca. El marqués de Leganés en contestación a las acusaciones de Orsi sobre la mala pro- tección que habían ofrecido los españoles y genoveses al viaje de Juan Casimiro, hizo constar que la decisión sobre la elección de la galera la había tomado el mis- mo príncipe, sin consultar con ellos. El rey español no pudo maniobrar en favor de su liberación por la guerra que se libraba contra Francia. Por ello también aconsejó que el abad conversara con Génova, Venecia y con el papa para que in- tervinieran en la corte francesa. Además, el gobernador informó que había reci- bido carta del marqués de Castel-Rodrigo, embajador español en Roma, con la noticia del terminante breve de Urbano VIII dirigido al rey francés para que libe- rara al Vasa. Al poco de su partida, Orsi escribió carta al gobernador. Le presen- tó en ella las acusaciones que los franceses presentaron contra el príncipe: viaje con el objetivo de aceptar el cargo de virrey de Portugal dado por enemigo de Francia y con el apoyo del rey polaco, viaje de incógnito y fingimiento de emba- jador de Ladislao IV, altos en el viaje en el territorio de Provenza con el objetivo de hacer acopio de planos de fortalezas. Todas estas acusaciones fueron la razón para que los franceses arrestaran a Juan Casimiro. Las siguientes dos sesiones del Consejo de Estado de 14 de agosto (se discutió la correspondencia del virrey Medina de las Torres) y 19 de septiembre (cartas de Siruela) en las que se hizo mención brevemente del prisionero del cardenal Ri- chelieu, revelan la táctica que adoptó la diplomacia española para con la Repú- blica 60. Su principal objetivo fue que Ladislao IV emprendiera acciones contra Francia. Pedro de Arce escribió que el Consejo “seria encender al Polaco para que se vengue” 61 de los franceses por haber encarcelado al príncipe.

59 Consejo de Estado, 26 de agosto de 1638 (AGS, E, 3840, f. 192). 60 Pedro de Arce a Andrés de Rozas, Madrid, 23 de agosto de 1638 (AGS, E, 2339, f. 217); el conde de Siruela a Felipe IV, Génova, 4 de agosto de 1638 (AGS, E, 3840, f. 299) y el Consejo de Estado, 19 de septiembre de 1638 (Ibidem, f. 265). 61 Pedro de Arce a Andrés de Rozas, Madrid, 23 de agosto de 1638 (AGS, E, 2339, f. 217).

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En otoño de 1638 la política de Olivares para con Polonia se hizo cada vez más activa. Uno de los motivos de este cambio fue la llegada a la corte de Madrid hacia finales de agosto de Stanisław Mąkowski 62 y las tentativas cada vez más intensas de Juan Casimiro para el apoyo español realizadas por mediación de Ma- nera y del embajador español en Viena, marqués de Castañeda. A este último el príncipe le envió en agosto una carta en la que se quejaba de las difíciles condicio- nes que tenía en Salon y le informó de la orden de Felipe IV de que se pagasen las pensiones atrasadas: en este mi prision tuve aviso que V.Ex. tenia orden de Su Magestad Catolica de pagarme la prometida pension de dos años esto es de veinte y quatro mill ungaros o segun la moneda de Germania cerca a cinquenta mill talaros 63. Esta información del príncipe sobre el mandato de pago no la confirman otras fuentes. Hacia finales de noviembre el Consejo de Estado trató una serie de cartas envia- das desde principios de agosto desde Viena por el marqués de Castañeda a Felipe IV y al conde-duque de Olivares 64. En relación con la problemática polaca el em- bajador informó sobre todo de la estancia de Ladislao IV y su esposa en Baden. La más importante es la carta de 3 de octubre, donde Castañeda hacía constar la dis- posición del rey polaco a vengarse de Francia por la encarcelación de su hermano. El comentario que presentó a esta información Olivares tiene capital impor- tancia para entender las tácticas y objetivos políticos de España hacia Polonia y deja ver completamente el trato instrumental de la persona de Juan Casimiro para su realización. El conde-duque hizo constar que: si pegase esta mina, juzga que seria el medio más eficaz y ajustado para hazer venir en la paz al rey de Francia. Tanto mas si los viniesen en este rompimiento y no tiene ninguna duda en que el Rey de Francia si viese venir el nublado resueltamente se atreviese de ninguna manera en poner manos Casimiro antes bien le guardarian como a reliquia que les serviria de dar paz. se acerca la tormenta pejudicará resueltamente la liberación de Casimiro, y más bien lo custodiarán como reliquia que les servirá para concertar la paz 65.

62 Sobre la embajada de Stanisław Mąkowski, R. SKOWRON: Dyplomaci polscy w Hiszpanii…, op. cit., pp. 172-195. 63 Juan Casimiro al marqués de Castañeda, Salon, 21 de agosto de 1638 (AGS, E, 2344, f. 119). 64 Consejo de Estado, 20 de noviembre de 1638 (AGS, E, 2339, ff. 79 y 80). 65 Ibidem.

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La declaración de Olivares para el historiador polaco suena como fantasía o utopía, de que el ejército polaco en venganza por la encarcelación de Juan Ca- simiro marcharía al Rin y con ello obligaría a Francia a poner en libertad al príncipe y retirarse de la guerra con España. Este tan irreal plan fue, sin em- bargo, durante algunos años realizado con la participación de los más destaca- dos políticos y diplomáticos españoles. Junto con el proyecto báltico muestra, sin embargo, el importante lugar estratégico, aunque fuera solo potencial, de la República en la general correlación de fuerzas de Europa. En los objetivos po- líticos así definidos por el conde-duque se hace evidente la falta de empeño de España no solo en la liberación de Juan Casimiro, sino también la falta de reac- ción al ruego que envió a la corte de Madrid. El beneplácito del rey polaco al viaje de Juan Casimiro a Portugal y a que ocu- pase el cargo de virrey de ese país fue una maniobra que por un lado mostraba inequívocamente los estrechos vínculos políticos con los Habsburgo y por otro te- nía un matiz decididamente antifrancés. El príncipe viajó a España en el momen- to en el que los portugueses se rebelaban cada vez con más fuerza contra el dominio de Felipe IV y aspiraban a cortar la unión con Castilla, en lo que les apo- yaba el cardenal Richelieu. Para Ladislao IV la estancia de su hermano en Lisboa debía convertirse en elemento esencial en la captación del apoyo financiero y mi- litar español, en el ya más que enésimo intento de recuper el trono sueco. Da fe de ello la instrucción que recibió Stanisław Mąkowski al encaminarse en 1638 en misión a Madrid, uno de cuyos cometidos era conseguir el beneplácito de Fe- lipe IV al envío de veinte-veinticinco naves al Báltico 66. En escrito a Andrés de Rozas de diciembre de ese año Mąkowski escribió que el rey polaco habiendo conseguido este apoyo para sus fuerzas, introducirá en vida los grandes planes que tiene y que no revelará hasta que no esté seguro de aquella fuerza, imprescindible para su realización 67. La corte de Madrid al confiar al Vasa polaco el cargo de virrey veía, entre otras cosas, la posibilidad de provocar una fuerte tensión en las relaciones polaco-galas. La encarcelación de Juan Casimiro propició aún más los planes españoles. El comienzo de las negociaciones directas polaco-españolas que tuvieron co- mo objetivo la concertación de una alianza antifrancesa viene relacionada con la

66 Instrucción para Stanisław Mąkowski, 1638, BCK, ms 917, pp. 701-740. 67 Stanisław Mąkowski a Andrés de Rozas, 28 de diciembre de 1638 (BCK, ms 141, ff. 1-2).

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misión a la corte de Polonia de Fernando Monroy y Zúñiga. Se encontraba en Po- lonia con seguridad en julio y agosto de 1639. Del desarrollo de la misión presen- tó un extenso memorial al embajador en Viena, marqués de Castañeda, que envió un resumen a Madrid 68. No cabe ninguna duda de que el objetivo principal del diplomático español fue obtener una declaración de Ladislao IV de que empeza- ría la guerra contra Francia por la encarcelación de Juan Casimiro, garantizando al mismo tiempo la ayuda de Felipe IV en el caso de comienzo de la guerra. Mon- roy informó a la corte de Madrid sobre la actitud adoptada en la situación actual por el rey polaco, cuyas decisiones posteriores dependerían de los resultados de la misión enviada a París porque Ladislao supeditaba sus futuras actuaciones a su resultado. Si el emisario no consiguiese la liberación del príncipe, entonces el rey estaría dispuesto a empezar la guerra contra Francia y tendría dos opciones de actuación. En la primera pensaría dirigirse a la nobleza para pedirle el consenti- miento para comenzar la guerra y si esta declarase su acuerdo, entonces empren- dería la guerra contra Francia. En el caso de que faltase tal acuerdo formaría un ejército de 10.000 o 12.000 soldados de caballería, que en su nombre y a las órde- nes de Carlos Vasa se pondría en marcha para liberar a Juan Casimiro. Tanto en la primera como en la segunda variante Ladislao IV esperaba una considerable ayuda de Felipe IV. Prueba de la disponibilidad del rey polaco a cooperar con Es- paña debía ser el plan presentado a Monroy para suspender la tregua de 1635 y emprender la guerra con Suecia, incluso si Francia liberase al príncipe. El Vasa propuso la formación de una flota común polaco-española en cuya composición entrarían los quince barcos devueltos por Felipe IV al rey polaco a cambio de los perdidos en Wismar, y quince barcos españoles. Esa armada, junto con los ejérci- tos de invasión, atacaría la provincia Dal, en Noruega. Esas actuaciones obliga- rían a Suecia a retirarse de Alemania. Para España era también importante el beneplácito del rey a que se realizase en Polonia una leva de 6.000 soldados. Las negociaciones hispano-polacas en Nápoles empezaron seguramente en la segunda mitad de 1639 69. En los últimos meses de ese año llegaron a Italia

68 Consejo de Estado, 19 de noviembre de 1639 (AGS, E, 2339, ff. 79 y 80). 69 Sobre las negociaciones en Nápoles, R. SKOWRON: Pax i Mars..., op. cit., pp. 233-270; del mismo “Preliminaria wojskowe z okresu polsko-hiszpańskich rokowań sojuszniczych w Neapolu (1639-1641)”, Studia i Materiały do Historii Wojskowości 42 (2005), pp. 221-240, y últimamente M. CONDE PAZOS: “El tratado de Nápoles. El encierro del príncipe Juan Casimiro y la leva de polacos de Medina de las Torres (1638-1642)”, Studia Historica. Historia Moderna 33 (2012), pp. 123-139. Las colecciones de fuentes para el tratado de Nápoles en

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los emisarios de Ladislao IV, Francesco Bibboni y Virgilio Puccitelli, cuyo co- metido estaba estrechamente relacionado con la encarcelación de Juan Casimi- ro. A finales de año ambos aparecieron en Nápoles y tuvieron conversaciones con el virrey, duque de Medina de las Torres. Conforme a las negociaciones existía la hipótesis de los Habsburgo de que La- dislao IV procediese a la guerra contra Francia, para de esa manera vengar las hu- millaciones y perjuicios causados a los Vasa y a Polonia por la encarcelación de Juan Casimiro. En la correspondencia del virrey napolitano y del embajador espa- ñol en la corte imperial, marqués de Castañeda, es el único motivo para iniciar la guerra, y, como más arriba se ha mencionado, esas mismas proposiciones presen- tó el emperador al rey polaco en Nikolsburg. De esa manera, después de varios años de tentativas, se realizó uno de los más importantes objetivos de la política de los Habsburgo españoles, el de arrastrar a Polonia directamente a la guerra en el Oeste. Por parte española en las negociaciones se hallaban el virrey de Nápoles, du- que de Medina de las Torres, el gobernador general de los Países Bajos, infan- te Fernando, el virrey de Sicilia, Francisco de Melo, y el embajador español en Viena, marqués de Castañeda. A todos, por supuesto, los coordinaba y contro- laba el conde-duque de Olivares. Esta composición testimonia la manera tan importante con la que trataron los españoles las negociaciones con Ladislao IV. En Polonia los pactos se llevaron en secreto, y tenemos aquí una situación aná- loga a la que se dio durante las negociaciones de Stefan Batory con Felipe II, pues sabían de ellas y participaron en diferente grado Adam Kazanowski, Jerzy Ossoliński y Kasper Denhoff. En Nápoles las conversaciones las llevó directa- mente Francesco Bibboni y después Wojciech Tytlewski. No participó en ellas el emisario polaco en Madrid Stanisław Mąkowski. No conocemos el contenido del proyecto acordado por el duque de Medina y Bibboni de tratado polaco-español. Es posible deducir tomando como base la correspondencia las ideas fundamentales. Lo más importante aquí es el resumen de la carta de Ladislao IV a Bibboni, realizado por el destinatario al virrey de Nápoles 70. El proyecto de alianza entre Felipe IV y Ladislao IV se componía por

AGS, E, 2339-2341, 3263-3271, 3349 y 3853; BNE, mss. 2371, 10539; RAH, CSyC, N-48; BCK mss: 141, 917, 940a, y AGR, SEG 470. 70 Resumen de la carta del Rey de Polonia para el Varon Viboni en la materia del tratado con Su Magestad, Varsovia, 23 de junio de 1640 (AGS, E, 2363, f. 127).

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lo menos de ocho puntos y ya en el primero de ellos el rey polaco se comprome- tía a declarar la guerra a Francia. El tratado se proponía una estrecha alianza po- laco-española. Tras iniciarse la guerra contra Francia, la República no podría interrumpirla y concertar la paz sin el acuerdo del rey español, y además sin la aprobación de España los territorios ocupados durante la guerra por los polacos no podrían ser devueltos a Francia. La parte española se obligaba a organizar el abastecimiento de los ejércitos de la República y a conceder ayuda financiera al rey polaco. Para esta primera fase de las negociaciones conocemos, pues, única- mente los planteamientos políticos básicos, pero faltan informaciones relaciona- das con toda la problemática de organización y participación de las tropas. En el cambio de 1639 a 1640 Bibboni envió a Polonia ese así delineado pro- yecto de tratado. En la contestación enviada el 12 de febrero, Ladislao IV confir- mó su disposición a emprender la guerra. Bibboni informó inmediatamente de ello al duque de Medina de las Torres, dándole cuenta de que el rey “queda fir- me en su determinada resolución de hazer la guerra a la Corona de Francia” 71. Para conducir a la ratificación del tratado el diplomático del rey polaco aconseja a los españoles granjearse a Adam Kazanowski y a Jerzy Ossoliński. Sobre ello el virrey escribió a Olivares teniendo Su Magestad al uno y al otro parte a uno y otro, podrá disponer de aquella República todo aquello que desseara porque a estos dos se reducen los votos de todos los demas palatinos por llebarlos si su gran autoridad 72. El marqués de Castañeda, embajador español en Viena, coordinó todas las actuaciones españolas. Castañeda era ferviente partidario de pactar con Ladis- lao IV y consideró que la aparición de ejércitos aliados polacos en el Rin cam- biaría de forma esencial la situación militar en Alemania, Italia y Flandes, y en consecuencia posibilitaría la derrota de Francia. En 1640 llegaron a Polonia otros emisarios españoles: en mayo Alegreto di Allegretti, enviado del virrey de Nápoles, y en agosto Pedro Roca de Villagutiérrez, agente del cardenal-infante Fernando 73. Oficialmente el objetivo de su misión era la organización de levas

71 Francesco Bibboni al duque de Medina de las Torres, Nápoles, 21 de marzo de 1640 (AGS, E, 2363, f. 37). 72 El duque de Medina de las Torres al conde-duque de Olivares, Nápoles, 26 de marzo de 1640 (AGS, E, 2363, f. 33). 73 R. SKOWRON: Pax i Mars..., op. cit., pp. 250-259. Las cartas de Alegreto Alegretti en AGS, E, 3263 y de Pedro Roca de Villagutiérrez en BNE, Mss. 2371.

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para el ejército imperial y español, pero el cometido principal era tantear la po- sibilidad de ratificación del tratado napolitano. Allegretti y Villagutiérrez, gra- cias a la ayuda de Adam Kazanowski, realizaron conversaciones secretas en la corte real para atraerse partidarios a la alianza polaco-española. La actitud de Ladislao IV hacia el proyecto de tratado experimentó a lo largo de los seis primeros meses de 1640 una evolución y dependió visiblemente de la situación de Juan Casimiro. En febrero el rey, a la espera del resultado de la mi- sión de Krzysztof Korwin Gosiewski a Luis XIII, expresó su disposición a em- pezar la guerra contra Francia, pero al mismo tiempo indicó el peligro de Turquía para la República 74. En carta a Bibboni de 31 de marzo ordenó que solicitase el traslado de las negociaciones desde Nápoles a Varsovia y el aumento de los gastos españoles en tropas. Ese mismo mes el rey se dirigió a Felipe IV para que envia- se a Polonia emisarios para continuar las conversaciones. Y tras el regreso de Juan Casimiro a Varsovia, en junio de 1640, Ladislao IV envió nuevamente a Nápoles su parecer sobre el proyecto de tratado 75. El rey polaco hizo constar que no po- día declarar la guerra a Francia sin el acuerdo de la República y que por ello mis- mo no podía asumir el compromiso de no concertar la paz sin la aprobación del rey español. En la carta, más adelante, una vez más, subrayó el peligro de inva- sión turca y solicitó que la futura alianza garantizase ayuda financiera y militar de España en caso de guerra con Turquía. De esa manera Ladislao IV rechazó defi- nitivamente el proyecto del tratado que se había negociado y que debía llevar a la guerra con Francia, pero ello no significó la ruptura de las conversaciones sobre la alianza polaco-española. De las cartas citadas más arriba y del gran conjunto de documentos publicados por Meysztowicz y de los encontrados por mí en los ar- chivos españoles, resulta claramente que el rey polaco tras la liberación de Juan Casimiro expresó consentimiento únicamente para que España realizase en el te- rritorio de la República grandes levas militares. En junio de 1640 Allegretti infor- mó al embajador Castañeda de la decisión desestimada en la corte de Varsovia de enviar al secretario real Wojciech Tytlewski. El rey le expidió plenos poderes el 25 de septiembre de 1640 y de su misión informó a Felipe IV y a Olivares 76.

74 M. SERWAŃSKI: Francja wobec Polski…, op. cit., pp. 255-268. 75 Resumen de la carta del Rey de Polonia para el Varon Viboni en la materia del tratado con Su Magestad, Varsovia, 23 de junio de 1640 (AGS, E, 2363, f. 127). 76 Ladislao IV a Felipe IV, Varsovia, 26 de enero de 1641 y Ladislao IV al conde-duque de Olivares, Varsovia, 26 de enero de 1641 (AGS, E, 3264, cartas deterioradas).

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El diplomático polaco llegó a Nápoles el 4 de febrero de 1641 e inmediatamente comenzó las negociaciones con el virrey, cuya base serían las nuevas proposicio- nes de Ladislao IV.Ya el 14 de febrero, así pues tras diez días de conversaciones, Tytlewski y el virrey Medina de las Torres firmaron un convenio sobre financia- ción, organización y participación de los ejércitos polacos en la guerra en las filas de los Habsburgo españoles, que presentaremos después 77. No contenía ya nin- guna formulación directa que obligase a Ladislao IV a declarar la guerra a Fran- cia. Preveía el envío al territorio de la República de una leva de 13.000 soldados (3.000 húsares, 6.000 cosacos y 4.000 de infantería); este ejército puesto a las ór- denes del emperador y del rey católico tenía que tomar parte en las guerras en el Rin y en los Países Bajos; el virrey de Nápoles se comprometió a asignar 230.000 táleros para la realización de levas de soldados y sufragar los gastos de su mante- nimiento, que ascenderían a 440.000 táleros al año; en el caso de ataque de Mos- cú, Turquía o Suecia a las fronteras de la República, el rey español debía abonar adicionalmente a Ladislao IV 400.000 táleros. La ratificación del acuerdo debería producirse a lo largo de dos meses. Incluso antes de que venciese ese término de los dos meses, Ladislao IV tras- ladó la principal carga de la negociación al asunto napolitano y a los pagos para su familia. Los postulados del rey se basaban directamente en las peticiones que él mismo había presentado a Vázquez y en los cometidos que había encargado a Mąkowski, residente en Madrid. Tytlewski debía conducir las negociaciones de tal manera que los pactos garantizasen la devolución de las atrasadas rentas napo- litanas, la restitución de los ducados de Bari y Rossano, el nombramiento del príncipe Carlos Fernando como arzobispo de Toledo, la concesión a Juan Casimi- ro del cargo de virrey en uno de los estados españoles, la asignación de recursos para la dote de Ana Catalina y para la pensión de Segismundo Casimiro así como la devolución de los costes de las naves perdidas en Wismar. Tras ponerse al co- rriente de estas nuevas proposiciones de la parte polaca, el virrey de Nápoles no empezó conversaciones alegando falta de plenos poderes. Las negociaciones, que duraron hasta finales de 1641 y que abarcaron a Nápo- les, Bruselas, Viena y Varsovia, se centraron ya solo en la organización en Polonia

77 “Proposiçion que hizo el Ministro de Polonia al Duque de Medina de las Torres” (RAH, CSyC, N-48) y “Capitulaçion que se ajusto entre el Duque de Medina de las Torres y Alberto Jeuleschi secretario de camara del Rey de Polonia en Napoles a 14 de febrero de 1641”, publicado en R. SKOWRON: “Preliminaria wojskowe z okresu polsko-hiszpańskich…”, op. cit., pp. 239-244.

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de levas militares para los Habsburgo. En misión para este asunto, en la segunda mitad de ese año, se hallaba en Varsovia Vincenzo Tuttavilla, pero a sus actuaciones se opuso con eficacia el emisario francés d’Avaugour 78. En la segunda mitad de 1641 llegó a Nápoles Cristóbal Apolinari, quien como emisario de Ladislao IV debía dirigirse a España para efectuar negociaciones sobre el Tratado de Nápoles. El virrey Medina de las Torres ya antes de la llegada del diplomático polaco se mostró enemigo de que continuasen las negociaciones. Gracias a la misión de Vincenzo Tuttavilla, se orientó bien en las intenciones políticas de Ladislao IV. Se daba cuenta de que la continuación de conversaciones no conduciría a una alianza de Felipe IV con el rey polaco, y únicamente expondría el tesoro napolitano a fu- turos gastos, entre ellos el pago de las rentas atrasadas, de la aduana de Foggia. An- te ello a Apolinari se le acusó de que en connivencia con el papa pensaba hacer venir a 20.000 soldados polacos y atacar después el reino napolitano con la finali- dad de conquistar los ducados de Bari y Rossano para Ladislao IV 79. Esta absur- da acusación fue solo un pretexto para no admitir futuras conversaciones en la corte de Madrid. El diplomático polaco por mandato del virrey fue arrestado en noviembre y se le requisaron todos los documentos. Después se trasladó al prisio- nero a Messina, donde tras muchas intervenciones fue liberado por el virrey de Sicilia. Las persecuciones del virrey afectaron también al residente del rey polaco Giovanni Domenico Orsi y a su hermano el marqués Enrico Orsi. En sus posesio- nes de Abruzzo se aplicaron impuestos adicionales, se encarceló a súbditos y se organizaron incursiones militares de saqueo. Las negociaciones de Nápoles tienen importancia fundamental para entender el desarrollo de las negociaciones polaco-galas relacionadas con la liberación de Juan Casimiro. En los trabajos de hasta este momento, sobre todo en los de Władysław Tomkiewicz y Maciej Serwański, no se han tenido en cuenta las fuen- tes españolas. Porque en base a las mismas es posible interpretar más ampliamen- te y a menudo con otro sentido los acontecimientos relacionados con el cautiverio del príncipe, que de lo que se venía haciendo en la historiografía. Muchas pre- misas indirectas muestran que Richelieu conocía las negociaciones polaco-espa- ñolas y los planes de levas a gran escala. Porque solo reconociendo esto es posible

78 Vincenzo Tuttavilla al duque de Medina de las Torres, Varsovia, 4 de octubre de 1641 (AGS, E, 3264, f. 105); M. SERWAŃSKI: Francja wobec Polski…, op. cit., pp. 285-288. 79 Cristóbal Apolinari a Antonio Santini, Livorno, 1 de abril de 1642 (AGS, E, 2371, f. 11); el duque de Medina de las Torres a Ladislao IV, Nápoles, 29 de junio de 1642 (Ibidem, f. 13); Consejo de Estado, 31 de enero de 1645 (Ibidem, f. 7).

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explicar la exigencia del cardenal de que en la declaración de puesta en libertad de Juan Casimiro se hallase la obligación del rey y de la República de no concertar alianza con los enemigos de Francia y la prohibición de levas de soldados polacos fuera de las fronteras de la República. Krzysztof Korwin Gosiewski al firmar la declaración adicional en este asunto rebasó sus poderes, lo que originó que los compromisos que había firmado no fuesen ratificados por parte polaca. El aumento de las relaciones entre Ladislao IV y Felipe IV tuvo lugar en 1643. En ese momento el Vasa al realizar por una parte el plan de alianza con Dinamar- ca de acción contra Suecia, y por otra al solicitar en Viena ser mediador de paz en la guerra europea que se estaba librando, pidió el apoyo de Felipe IV 80. A través del embajador español en Viena, marqués de Castel-Rodrigo, dirigió la proposición al rey de España para que también él se uniese al tratado de familia firmado en 1637 con los Habsburgo vieneses. El día 1 de diciembre de 1643 el Consejo de Es- tado examinó las proposiciones enviadas por el marqués de Castel-Rodrigo desde Viena, presentadas por mediación de Fantoni, secretario del rey polaco 81. La de- claración de Ladislao IV de oferta de ampliación del tratado de familia a los Habs- burgo españoles fue mal acogida por los consejeros de Felipe IV, cosa que se ve en las deliberaciones del Consejo de Estado. Los españoles pensaban que el tratado de familia serviría sobre todo para satisfacer las necesidades financieras de la fami- lia de los Vasa. Pero el motivo principal de rechazar la proposición del rey polaco fue la situación política en la que se encontraba España en ese momento. Para Fe- lipe IV lo más importante era conseguir un gran apoyo en la guerra contra Fran- cia, que podía producirse solo tras la firma de la paz entre el emperador y Suecia, porque posibilitaría esto dirigir una notable cantidad de tropas austriacas contra Francia. Sin embargo, Ladislao IV en sus planes se proponía llegar rápidamente a la paz entre Francia y Austria para posibilitar que el emperador se comprometiese sin riesgo y en mayor escala en la guerra contra Suecia. Las diferencias entre el rey polaco y el rey español a la vista del modo de eliminar a Suecia de la guerra las re- seña bien el extenso escrito de Mąkowski presentado a Felipe IV en mayo de 1644. El legado en nombre de Ladislao IV presentó al soberano de España la proposi- ción de incluir en la alianza a Polonia, Dinamarca y Moscú 82. Conjuntamente con

80 W. CZAPLIŃSKI: Władysław IV wobec wojny 30-letniej…, op. cit., pp. 46-66. 81 Consejo de Estado, 1 de diciembre de 1643 (AGS, E, 3918). 82 S. MĄKOWSKI: Memoriali alla Maesta Cattolica di Filippo Quarto Re di Spagna e biglietti a diversi ministri…, Madrid 1647, ff. 142-143.

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el ejército imperial las tropas de la coalición expulsarían a los suecos del Imperio. A continuación, Fernando III con Maximiliano de Baviera atacarían Francia; de esa manera se verían obligados a retirarse de Cataluña, Portugal, Flandes e Italia. Felipe IV –en contestación a las proposiciones que llegaban de la corte polaca y a las pretensiones del emperador Fernando III, que reclamaba ayuda española pa- ra Dinamarca– tomó en 1645 la decisión de enviar a Copenhague y Varsovia al ba- rón de Auchy 83. La respuesta española a las proposiciones polacas de 1643 llegaba a destiempo, porque Ladislao IV, tras la muerte en 1644 de su esposa Cecilia Renata, había tomado la decisión de reorientar la política exterior que ha- bía venido realizando. La noticia de la muerte de la reina polaca llegó a Madrid a finales de mayo 84. Algunas semanas después Felipe IV creyó imprescindible enviar a Polonia a un embajador extraordinario que presentase a Ladislao IV las condolencias por la muerte de su esposa. Sin embargo, el objetivo principal de esa misión debía ser solicitar el nuevo casamiento del rey con la candidata vinculada a la Casa de Aus- tria 85, porque en la corte de Madrid se esperaba que la diplomacia francesa se serviría de esa ocasión y querría a través de un casamiento arrastrar al rey a su parte. Felipe IV, creyendo como una amenaza real la reorientación de la política del rey polaco, decidió hacerle frente y presentar como candidata a esposa para Ladislao IV a la jovencísima archiduquesa Isabel Clara. Por la necesidad de una rápida actuación del rey español se decidió confiar la misión a Polonia al duque Dietrichstein, súbdito del emperador. Llegó a Varsovia a comienzos de febrero de 1645 y en audiencia privada presentó ante Ladislao IV como candidata a esposa a María, duquesa de Mantua 86. Al presentar esa candidatura procedió en contra de las directrices de Felipe IV, por eso en el informe enviado a Madrid subrayó que esos mandatos los había recibido del emperador Fernando III y de los funciona- rios de la embajada española. De ese modo, las faltas de entendimiento entre

83 Los documentos sobre su misión en AGS, E, 2349 y BNE, Mss. 2375, ff. 188-198. 84 El marqués de Castel-Rodrigo a Felipe IV, 13 de abril de 1644 (AGS, E, 2345). 85 Consejo de Estado, 25 de junio de 1644 y 9 de julio de 1644 (AGS, E, 2345). Véase R. SKOWRON: “Filip IV wobec drugiego małżeństwa Władysława IV”, en Arx felicitatis. Ksiega ku czci Profesora Andrzeja Rottermunda w sześćdziesiątą rocznicę urodzin od przyjaciół, kolegów i współpracowników, Warszawa 2001, pp. 613-618. 86 Relación de la embajada que el príncipe Maximiliano de Dietrichstein llevó a Polonia, Viena 25 de marzo de 1645 (AGS, E, 2346, f. 227).

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Viena y Madrid se convirtieron en uno de los motivos de vinculación del rey polaco con Francia, cuyo símbolo fue el casamiento del rey con Luisa María Gonzaga. Después de 1648 las relaciones de Felipe IV con la corte de los Vasa experi- mentaron rápidamente un parón. Para España los tratados de Westfalia no signi- ficaron el final de la guerra, porque debió todavía luchar durante muchos años contra Portugal, Inglaterra y Francia. Y Juan Casimiro, que reinó en Polonia desde 1649, debió hacer frente desde el comienzo de sus gobiernos a la rebelión de los cosacos en Ucrania, después luchar contra Moscú, y desde 1655 contra Suecia. En los años cincuenta España y Polonia entraron en un período de debi- litamiento y decadencia. En la situación internacional surgida en Europa después de 1648 desaparecieron los espacios comunes de intereses geopolíticos que habían unido a ambos estados. Originó ello el abandono del intercambio de misiones, y ni la jornada a Polonia en 1651 de Juan de Borja tuvo mayor trascendencia polí- tica ni el residente del rey polaco en la corte de Madrid Francesco Bibboni reali- zó realmente ninguna intervención política. Incluso cuando aparecieron objetivos comunes, como por ejemplo en la concesión de ayuda a Venecia en la guerra con- tra Turquía por Candía, se limitó el tema prácticamente a contactos entre la em- bajada española de Viena y la corte de Varsovia.

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Diplomacia, “paz armada” y pragmatismo religioso. Felipe IV e Inglaterra

Porfirio Sanz Camañes Universidad de Castilla-La Mancha

Las relaciones hispanoinglesas encontraron con el reinado de Felipe IV un nuevo cauce de entendimiento y comprensión, especialmente tras el deterioro sufrido durante las últimas décadas del siglo XVI con los gobiernos de Felipe II y de la reina Isabel I. No es menos cierto que el relevo generacional en las cortes de ambos países propició cambios significativos en el marco de una nueva política y de un contexto internacional más favorable, que sería rentabilizada por la Monar- quía hispánica en los acuerdos de Vervins, Londres y Amberes. Las paces con In- glaterra, largamente acariciadas desde finales de la centuria, serían firmadas en Londres, en 1604, y ratificadas al año siguiente en Valladolid 1. De igual manera, asuntos antes incuestionables como la defensa de la dinastía, la religión, los inte- reses estratégicos o los de carácter comercial siguieron condicionando la toma de decisiones en las relaciones angloespañolas aunque la debilidad financiera de am- bos países y la necesidad de buscar aliados y posiciones de neutralidad, en un es- cenario internacional cada vez más complejo, llevaron a que el pragmatismo político y religioso se impusiera, en el marco de una “paz armada” y sobre posi- ciones más ortodoxas defendidas con mayor vehemencia en el pasado. La serie de acontecimientos políticos producidos en Europa a finales del rei- nado del tercero de los Felipes albergaban un panorama aparentemente más alen- tador para la Monarquía hispánica. Las alianzas políticas se extendían como una tela de araña, incorporando cada vez a más actores en el tablero europeo y por

1 P. SANZ CAMAÑES: “Las paces con Inglaterra”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y Mª. A. VISCEGLIA (dirs.): La monarquía de Felipe III, vol. IV: Los Reinos, Madrid, 2008, pp. 1316- 1349.

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muy extrañas que pudieran llegar a parecer, se entretejieron con la asfixiante pre- sión de desgastar al enemigo. La presión fiscal de las monarquías sobre sus reinos venía dando claros síntomas de una situación que poco a poco podía empezar a desbordarse y a cuestionar la obediencia y el respeto al orden establecido. Un po- deroso ejército de “plumillas” –en este caso de juristas, secretarios, agentes y em- bajadores– empezó a trabajar desde los cuerpos diplomáticos por la defensa del orden dinástico y territorial en la esfera internacional. La seguridad podía garan- tizarse ahora sin el tácito recurso a las armas o al mantenimiento de nutridos y equipados ejércitos de épocas pasadas. No estaba de más tenerlos e incluso utili- zarlos, pero no eran exclusivos o excluyentes para mantener la reputación, garan- tizar las relaciones políticas de los Estados y salvaguardar las de los gobernantes con respecto a sus súbditos. La Guerra de los Treinta Años, cuyo origen superaba las motivaciones es- trictamente religiosas 2, finalizaba mientras se extendía la idea de un nuevo or- den que nacía en una Europa que difícilmente se intentaba recuperar de esta catástrofe humana y económica 3. La paz de Westfalia supuso, para el sentir ge- neral de los historiadores, la destrucción de un sistema europeo, y abrió un nue- vo periodo de tiempo que fijaría las bases del entendimiento político y religioso dejando a los Borbón franceses como nuevos árbitros de la política europea 4. Durante la década de 1630, el monarca inglés Carlos I trataría de conseguir por vía diplomática los dos objetivos que no había logrado por las armas: la seguri- dad de Inglaterra y la restitución del Palatinado. Por parte española, en tan so- lo una década, la Monarquía había tenido que sobreponerse a un serio revés en el exterior, con el reconocimiento de las paces y en consecuencia de la hegemo- nía francesa, y en el interior, donde la década de 1640 había terminado por con- firmar los peores temores del conde duque de Olivares sobre los rumores que se cernían sobre esa gran conspiración mundial contra la Monarquía 5. Sobre

2 F. NEGREDO DEL CERRO: La Guerra de los Treinta Años. Una visión desde la Monarquía Hispánica, Madrid 2016, p. 347. 3 Una visión general en R. ADAMS y R. COX: Diplomacy and Early Modern Culture, New York 2011. 4 J. M. USUNÁRIZ: España y sus tratados internacionales: 1516-1700, Pamplona, 2006, p. 310. 5 M. RIVERO RODRÍGUEZ: El Conde Duque de Olivares. La búsqueda de la privanza perfecta, Madrid 2018, pp. 275-283.

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Diplomacia, “paz armada” y pragmatismo religioso

esas nuevas bases y con una Holanda independiente, la España salida de West- falia y los Pirineos, sin jugar el papel preeminente de épocas pasadas, todavía iba a contar en las iniciativas, acuerdos y tratados más relevantes que se pudie- ran firmar para el mantenimiento de su imperio y del equilibrio en Europa. En este juego de intereses compartidos la importancia estratégica del eje Madrid- Londres resultó fundamental para ambas cortes y la serie de decisiones políti- cas tomadas al efecto intentaron siempre evitar su quiebra. Felipe IV pudo mantener a Inglaterra en este tiempo bajo una neutralidad manifiesta. La “paz armada” de estas cuatro décadas solo se rompió en dos momentos muy puntua- les y en ambos casos por medio de operaciones marítimas insuficientemente preparadas desde puertos ingleses: la expedición contra Cádiz en 1625 y la Western Design de Cromwell sobre el Caribe treinta años más tarde, que dejaría la isla de Jamaica en manos de Inglaterra.

¿UN POSIBLE SPANISH MATCH? LOS ESCOLLOS RELIGIOSOS, ROMA Y EL CÍRCULO CATÓLICO

La paz de Londres de 1604 no había conseguido solucionar algunos de los problemas de fondo que latían entre ambas cortes, y entre ellos quedaba el es- pinoso asunto de la “cuestión irlandesa” 6. Unos años antes, en 1600, Peter Lombard había publicado su libro, De regno Hiberniae sanctorum insula commen- tarius, con el que no solo se intentaba convencer al Papado del recurso justo del rebelde Hugh O’Neill a las armas sino también de justificar el desgobierno in- troducido por la reina Isabel, hasta el punto de haber deslegitimado a Inglate- rra, país que había perdido su derecho –basado en una concesión papal– a su dominio de Irlanda y había dejado a la isla al borde del caos. Por ello, la resis- tencia irlandesa ante la Monarquía inglesa estaba plenamente justificada 7 y las voces que clamaban desde España a favor de la intervención de los irlandeses

6 Con un mayor detalle de lo transcurrido en las dos últimas décadas del siglo XVI, véase P. SANZ CAMAÑES: “España e Inglaterra: conflicto de intereses y luchas de poder entre 1585 y 1604”, en P. SANZ (coord.): La Monarquía Hispánica en tiempos del Quijote, Madrid 2005, pp. 557-592. 7 J. J. SILKE:, Kinsale. The Spanish Intervention in Ireland at the End of the Elizabethan Wars, Liverpool 1970, p. 67.

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con objeto de desestabilizar Inglaterra llegaron a contar, a comienzos del siglo XVII, con mayor número de adeptos en la corte española 8. La situación religiosa en Inglaterra cuando Jacobo I accedió al trono se ha- bía vuelto ciertamente confusa y las expectativas creadas para los católicos in- gleses e irlandeses, por no hablar de las fundadas esperanzas que se gestaban en la corte española ante el relevo en la Corona, se esfumaron con rapidez. Hijo de católica y casado con Ana de Dinamarca, quien renegó del luteranismo y abra- zó la religión católica poco después de su boda, el rey permitió a conocidos ca- tólicos situarse en la corte y a su servicio. No solo toleró a consejeros y ministros –como los condes de Northampton, Arundel y sir George Calvert, secretario de Estado– con un pasado católico o conexiones católicas o simpatizantes con el ca- tolicismo, sino que algunas familias como los Howard, duques de Norfolk, des- tacaron entre las más prominentes del catolicismo inglés, asentándose en las regiones de Cumbria, Lancashire y Yorkshire. No debe extrañarnos que casi al final de su reinado, en la primavera de 1624, los Comunes dirigiesen una peti- ción al rey Jacobo I, quejándose de que muchos recusantes habían alcanzado posiciones de confianza para la Monarquía y le instaban a removerlos de sus ofi- cios. Era una buena prueba de que la dureza de las medidas impuestas a co- mienzos de su reinado contra los católicos ingleses recusantes se habían acabado atemperando a finales del mismo. El posible Spanish Match estuvo siempre bajo la atenta mirada de Roma. El papa Paulo V, sucesor de León XI y perteneciente a la familia Borghese, había podido desarrollar un completo cursus honorum en el ámbito del Derecho en Pa- dua y Perugia, amén de su paso en Roma por el tribunal de la Signatura y el vi- cariato de Santa María la Mayor o de actuar como vicelegado de Sixto V en Bolonia. Un Papa que seguía a pies juntillas los dictados de Trento no podía poner las cosas demasiado fáciles en un hipotético matrimonio angloespañol 9.

8 La cuestión irlandesa puede seguirse a través de dos estudios de O. RECIO MORALES en especial, véase su España y la pérdida del Úlster: Irlanda en la estrategia política de la Monarquía hispánica (1602-1649), Madrid 2003; e Ireland and the Spanish Empire, 1600-1825, Dublin 2010. Con un carácter más general, puede seguirse E. GARCÍA HERNÁN, M. A. BUNES, O. RECIO MORALES y B. J. GARCÍA GARCÍA (eds.): Irlanda y la Monarquía hispánica: Kinsale, 1601-2001. Guerra, Política, Exilio y Religión, Madrid 2002. 9 S. GIORDANO: “La Santa Sede e la Valtelina da Paulo V a Urbano VIII”, en A. BORROMEO (ed.): La Valtelina crocevia dell’Europa. Politica e religione nell’età della Guerra dei Trent’anni, Milano 1998, pp. 81-109.

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Se había decantado por el apoyo a la política española en la expulsión de los mo- riscos a pesar de haber propuesto en la medida de lo posible llegar a acuerdos con la comunidad perseguida. Sus problemas con el Dux terminaron con la excomu- nión del Senado de Venecia y trajeron a Roma nuevas dificultades al ser expulsa- dos jesuitas, teatinos y capuchinos de la República veneciana. En Inglaterra se produjo la reacción del católico Guy Fawkes, quien fracasó en la voladura del Parlamento inglés durante la sesión de apertura de 1605, pero cuya intentona trajo severas consecuencias para los católicos en las Islas Británicas. El Complot de la Pólvora hizo resurgir las tensiones contra los católicos de base y los jesuitas más vehementes, reavivándose las persecuciones. Hubo algu- nas personas, como Luisa de Carvajal, que habían efectuado una importante labor proselitista llegando hasta las mismas cárceles, donde los condenados re- cibían su aliento y consuelo, y fueron acusadas de conspiradoras terminando en prisión 10. Dentro del apostolado más beligerante, cabe mencionar al padre je- suita Joseph Creswell 11, quien trabajó para los intereses españoles como infor- mante desde Inglaterra, desde Roma y desde los seminarios de ingleses en España 12. Los convulsos asuntos religiosos podrían, según Creswell, encontrar vías de solución si se aprovechaba la situación para que el futuro rey de Ingla- terra no utilizara la violencia ni la coacción en materia religiosa sino proceder como suele la Iglesia en la conversión de las tierras de infieles por via de razon y suavidad porque los mas de los que en Inglaterra andan engañados nacieron en la Heregia, y es culpa más nacional y de las cabeças que personal de los particulares 13.

10 Sólo la intercesión de don Diego Sarmiento de Acuña, embajador español, y sus presiones sobre el rey Jacobo I permitieron que fuera condenada al destierro, aunque fallecería días después de salir de prisión, el 2 de enero de 1614. Véase P. SANZ CAMAÑES: Diplomacia hispano-inglesa en el siglo XVII. Razón de Estado y relaciones de poder durante la Guerra de los Treinta años, 1618-1648, Cuenca 2002, p. 34. 11 Tras estudiar en Reims alcanzó el puesto de Rector como sustituto de Robert Persons en el Colegio inglés de Roma, e incluso fue su sucesor como viceprefecto de los jesuitas ingleses repartidos por los seminarios de Sevilla y Valladolid en España. En vísperas de la muerte de la reina Isabel I y para alentar las esperanzas de los católicos ingleses en la sucesión del reino se dirigía a Felipe III en un papel titulado: “Lo que parece se puede responder a los católicos de Inglaterra”. Véase, AGS, E, leg. 840 (año 1603), f. 94. 12 J. R. FERNÁNDEZ SUÁREZ: “Joseph Creswell: al servicio de Dios y de su Majestad Católica (1598-1613)”, Revista Es 8 (1978), pp. 45-84. 13 AGS, E, leg. 840 (año 1603), f. 95.

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No se pueden comprender las tesis defendidas por Jacobo I en Europa ha- cia 1620, a finales del reinado del tercero de los Felipes, sin analizar las medi- das que fue tomando el Parlamento inglés entre 1606 y 1613, estando entre ellas la del Juramento de Obediencia. Este juramento, impulsado por los Comunes, incorporaba la negación expresa de cualquier tipo de autoridad del Papa sobre el soberano inglés. En este contexto, las relaciones hispanoinglesas tuvieron co- mo telón de fondo el permanente tema de los recusantes católicos ingleses pa- ra los que la Corte española era una sólida tabla de salvación 14. A resultas de descubrirse la Conspiración de la Pólvora y salvarse providencialmente el rey, Jacobo I no tardó en comparar su situación personal con la de la salvación de Inglaterra tras el fracaso de la Armada. En la Conferencia de Hampton Court de 1604, Jacobo I rechazó la mayor par- te de la agenda reformista puritana –a pesar de aprobar una nueva edición de la Biblia inglesa– 15 y en su primer discurso al Parlamento pronunciado el 19 de marzo de 1604, casi un año después de la muerte de la reina Isabel I, agradecía la amistosa recepción a su llegada a Inglaterra y hablaba de sus deseos de paz. Y también habló por extensión de una necesaria paz religiosa que debía orientarse a buscar la reconciliación entre las diferentes iglesias en base a un concilio ecumé- nico que podía quedar en manos del Papado 16. Su propuesta quedaría finalmen- te en white paper por las disensiones aparecidas entre el nuncio papal en Flandes, Ottavio Mirto Frangipani, y el católico Thomas Howard, conde de Arundel, mientras sería discutida en España en verano de 1605, como consta en los archi- vos vaticanos, en un documento titulado: “Discourse on the desire which the King of is said to have to conform to the by means of a Council” 17.

14 Las leyes de recusancia se fueron implantando desde el reinado de Isabel I al de Jorge III, aunque no siempre tuvieron el mismo vigor. Véase J. P. SMITH (ed.): The Catholic recusants of the West Riding of Yorkshire 1558-1790, vol. 1, Wakefield 2004. Puede consultarse también la obra clásica de B. MAGEE: The English Recusants. A Study of the Post-Reformation Catholic Survival and the Operation of the Recusancy Laws, London 1938. 15 E. CARDWELL: A History of Conferences and Other Proceedings Connected with the Revision of the Book of Common Prayer from the Year 1558 to the Year 1690, Oxford 1840, pp. 161-166. 16 W. B. PATTERSON: King James VI and I and the reunion of Christendom, Cambridge 1997, pp. 31-38. 17 ASV, FB, ser. III, vol. 68, ff. 182-185. Cit. por W. B. PATTERSON: King James VI and I…, op. cit., p. 70.

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Lo sucedido a continuación es bien conocido. Los Comunes empezaron a de- batir sobre el catolicismo romano en Inglaterra, tan pronto como iniciaron su se- gunda sesión, el 21 de enero de 1606 y, con la investigación del Complot de la Pólvora todavía bajo sumario, se centraron en la seguridad del rey y del gobier- no. El 6 de febrero las dos Casas del Parlamento deliberaron sobre el asunto para posteriormente aprobar dos leyes a finales de mayo y en junio que iban a en- durecer las penas contra los católicos, empezando a diferenciar lo que entendía como moderados papistas y radicales 18. Jacobo había recibido una herencia pro- blemática a su acceso al trono 19. Inglaterra y Escocia habían pasado gran parte de los cuatro siglos anteriores en guerra, abriendo la sospecha y el recelo mutuos, al margen de sus incompatibles sistemas y doctrinas religiosas. Por no hablar de Irlanda, donde las fuerzas inglesas habían aplastado recientemente una impor- tante rebelión católica. En la misma Inglaterra, los católicos, pese a representar menos del 5% de la población total, tenían cierta influencia en los círculos cor- tesanos. Precisamente, la convulsa situación religiosa en Inglaterra –al hilo de lo que estamos tratando– también permitió al Parlamento jacobino la aprobación de una ley que requería a los recusantes católicos ingleses jurar su lealtad al rey Jacobo y denegar el poder del Papa para deponer monarcas 20. Las multas de los católicos ingleses, llamados “recusantes”, también se con- virtieron en uno de los principales motivos de queja, sobre todo si tenemos en cuenta que podían acarrear severas penas, entre ellas la de la pena capital. De igual forma, se requería a los funcionarios del Estado y de las ciudades que to- maran formalmente el juramento para forzar a los católicos a reconocer al rey Jacobo como cabeza de la Iglesia en Inglaterra y, en caso de no hacerlo, teórica- mente, perdían sus puestos. Sin embargo, como en la práctica el juramento no era siempre demandado, muchos alcaldes, sheriffs y magistrados continuaron siendo católicos. A resultas, algunos católicos ingleses eligieron tomar el Jura- mento sobre las explícitas objeciones del Papa y del Cardenal Bellarmino. Para

18 J. P. SOMMERVILLE: “Papalist political thought and the controversy over the Jacobean oath of allegiance”, en E. SHAGAN (ed.): Catholics and the “Protestant nation”. Religious Politics and Identity in Early Modern England, Manchester-New York 2005, pp. 163-164. 19 La comprometida herencia de Jacobo I en G. PARKER: El siglo maldito. Clima, guerra y catástrofe en el siglo XVII, Barcelona 2013, pp. 556-561. 20 M. L. NORTH: “Anonymity’s Subject: James I and the Debate over the Oath of Allegiance”, New Literary History 33/2 (2002), pp. 215-232.

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otros católicos, la decisión de adherirse o no al Juramento se convirtió en una seria crisis de conciencia. De igual forma, el Juramento venía a demostrar de forma inequívoca que el rey Jacobo era “lawful and rightful” en el gobierno de sus dominios, lo que suponía la inhabilitación del Papa para deponer con su poder directa o indirectamente, y una afirmación, al mismo tiempo, de que el jura- mento defendería activamente los derechos del rey en contra de cualquier sen- tencia de excomunión o privación 21. Con todos estos antecedentes, Roma no se posicionó a favor del Spanish Match y cuando las circunstancias cambiaron en Centroeuropa, a inicios de la Guerra de los Treinta Años, el Papa exhortó a una nueva cruzada de los pode- res católicos contra el protestante Federico del Palatinado. Precisamente y aunque se venía intentando desde antes, durante la embajada del conde de Gondomar se activaron las negociaciones para el logro del enlace matrimonial, en otras pa- labras, una alianza dinástica entre el Príncipe de Gales, Carlos, y la infanta es- pañola, María. Una propuesta, en cualquier caso, que debe entenderse –y sobre todo por las expectativas que llegó a alcanzar– en el marco de la política euro- pea del momento y no tan solo, como se ha visto en otras ocasiones, desde una perspectiva bilateral angloespañola 22. Don Diego Sarmiento de Acuña, conocido por conde de Gondomar, sería el gran impulsor de las negociaciones en favor del Spanish Match, entre 1613 y 1624 23. La complicada situación en que habían quedado las relaciones anglo- españolas con su predecesor, don Alonso de Velasco, no hacían presagiar la buena

21 M. C. QUESTIER: “Loyalty, Religion, and State Power in Early Modern England: English Romanism and the Jacobean Oath of Allegiance”, The Historical Journal 40/2 (1997), p. 312. 22 Así pudo constatarse en los debates suscitados en el reciente curso de verano organizado por la UAM sobre “La Guerra de los Treinta Años como conflicto confesional (1618-2018)”, en Alcázar de San Juan (18 a 20 de junio de 2018) tras mi intervención con una ponencia sobre “Inglaterra y el Spanish Match”. 23 La bibliografía sobre el conde de Gondomar es muy amplia y tiene un enfoque polifacético. A diferencia de las trayectorias de otros diplomáticos españoles, como don Íñigo de Cárdenas en París, don Francisco de Castro en Roma o don Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar, en Venecia, de los que escasean las informaciones, sucede lo contrario con don Diego Sarmiento de Acuña. Se ha estudiado al Gondomar político, como corregidor en Valladolid o embajador en Inglaterra, al Gondomar mecenas, en su casa gallega, donde se dieron cita escritores y eruditos de su época, y al Gondomar bibliófilo, a través de su importante biblioteca. Cfr. P. SANZ CAMAÑES: Diplomacia hispano-inglesa…, op. cit., pp. 41-79.

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predisposición por la que atravesarían cuatro años después. Con una tensa situa- ción diplomática entre ambos países, problemas financieros de fondo, fuertes dife- rencias en el terreno religioso y competencia mercantil favorable a los ingleses, la labor diplomática iniciada por Gondomar empezaba a dar los primeros frutos, co- mo así se reconocía desde la Corte 24. La llegada de don Diego a Londres por pri- mera vez, en 1613, tenía por objeto relanzar el tratado de Londres, firmado en 1604, y buscar la colaboración inglesa, tan necesaria para el éxito de la política ex- terior española 25. La lógica diplomática exigía ciertas contraprestaciones españo- las a una política de no beligerancia entre ambas naciones. A los seis meses de su llegada a Inglaterra, Gondomar remitía una instrucción al padre Diego de la Fuente, su confesor, en la que realizaba una serie de valoraciones que resultan de gran interés para profundizar en las relaciones hispanoinglesas 26. La paz con In- glaterra no había podido restañar antiguas heridas y en ambos países se mantenía el recelo y la suspicacia por distintas acciones del pasado. Sin embargo, los prime- ros contactos de Gondomar y el nuevo sesgo dado a su labor diplomática debieron encauzar los primeros y más arduos momentos en las relaciones entre Madrid y Londres, como señalaba el propio embajador en su instrucción, con las pláticas que yo tuve con el rey y con la libertad y verdad que le hablé en todo, en sus conveniencias, en la amistad del Rey nuestro Señor se han pasado más de los seis meses de mi llegada 27. Desde la llegada de Gondomar a Inglaterra se había intentado demostrar a los ingleses la conveniencia mutua de la paz para ambas naciones. En la instrucción secreta que portaba Gondomar se hacía referencia expresa al mantenimiento de la paz entre ambos países. Para ello analizaba la situación por la que atravesaban am- bas naciones y realizaba distintas consideraciones, entre ellas, las referentes a la opinión pública existente en Inglaterra sobre el interés español por alcanzar la paz viendo la necesidad de reforzar la plantilla de espías y confidentes filoespañoles en Inglaterra. Parece que este era el sentir de la corte inglesa, entre ellos el almirante

24 BNE, Mss. 18430/2: “Instrucción que el Conde de Gondomar dió al Padre Fray Diego de la Fuente para informar a S.M. en España de las cosas de Inglaterra” (1613), ff. 9-26; y RB, Mss. II/2183, doc. 4: “Felipe III de España. Instrucción del rey…”, Madrid, 21 de agosto de 1612. 25 P. SANZ CAMAÑES: Diplomacia hispano-inglesa…, op. cit., pp. 32-40. 26 BNE, Mss. 18430/2, “Instrucción que el Conde de Gondomar…,” ff. 9-26. 27 Ibidem, f. 26r-26v.

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y Sir Charles Cornwallis, dadas las dificultades financieras españolas para conti- nuar la guerra con Inglaterra 28. Con una delicada situación internacional por el mantenimiento de los conflictos en el noroeste atlántico y la supervisión de la reciente paz acordada con Francia, en Vervins, España afrontaba una aguda crisis financiera 29. En efecto, las tradicionales fuentes de ingresos, tales como los im- puestos, las tres gracias y la plata americana, resultaban a todas luces insuficientes para afrontar la nueva realidad política y los compromisos españoles en Europa. Por ello, parte de la opinión inglesa seguía más inclinada a la guerra que a la paz, como había demostrado la acertada política belicista de Isabel I. A pesar de cierto sentimiento popular hispanófobo en Inglaterra, la habilidad del embajador es- pañol para influir sobre el monarca inglés, junto a las indecisiones políticas de Jacobo y la difícil situación financiera inglesa, fueron aspectos suficientes para mantener a Inglaterra fuera de la guerra con una política no beligerante. A nadie escapaba que España obtenía importantes beneficios con la neutrali- dad inglesa. Por una parte, evitaba el estrechamiento de relaciones angloholan- desas, abriendo fisuras en el seno del protestantismo, entre unos países con manifiestas disensiones en el terreno comercial. Además, con una alianza entre Madrid y Londres se evitaba cualquier acercamiento a otras sectas o herejías, entre ellas las de hugonotes, daneses, príncipes de Alemania, como el duque de Sa- jonia y las villas hanseáticas. Por si fuera poco, tampoco era relevante la correspon- dencia inglesa con Suecia mientras resultaban escasas las relaciones –excepto en el ámbito comercial– con Moscovia, Italia o con los cantones de Grisones y Esguíza- ros. En esta tesitura, el matrimonio hispanoinglés resultaba conveniente para Es- paña siempre y cuando se tuvieran en cuenta algunas condiciones, en el terreno religioso, como las ventajas para los católicos, y se tratase de todos estos asuntos en la corte española, por una cuestión de reputación. Por último, la alianza inglesa evi- taría un posible matrimonio anglofrancés que podría resultar muy perjudicial, tan- to para la religión como para las posibles alianzas políticas a todos los niveles que pudieran organizarse en el futuro 30.

28 Las empresas militares desarrolladas entre 1588 y 1602 contra Inglaterra, Irlanda, Francia y los Países Bajos habían dejado exhaustas las arcas de la Corona. Cit. B. J. GARCÍA GARCÍA: La Pax Hispanica. Política exterior del Duque de Lerma, Leuven 1996, p. 161. 29 J. H. ELLIOTT: La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640), Madrid 1998, p. 170. 30 BNE, Mss. 18430/2: “Instrucción que el Conde de Gondomar…”, f. 23v.

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Inglaterra, según razonaba astutamente Gondomar en su instrucción, salía muy beneficiada con la paz por distintos motivos, entre ellos, el retroceso que ex- perimentaba en las Islas Británicas la religión católica y la paulatina mejoría eco- nómica, como se deducía del espectacular crecimiento de la capital inglesa. Desde la firma de la paz de Londres, en 1604, la expansión urbana de la ciudad y el cre- cimiento del trato mercantil estaban claramente constatados. Además, Inglaterra mantenía sus contactos con moros, turcos y otra serie de enemigos españoles in- tercambiando artillería, armas y municiones, a unos niveles similares a los del pe- riodo bélico. Por último, las dificultades financieras inglesas, con un descubierto que se elevaba a las 850.000 libras esterlinas, estaban llevando al paroxismo de su política exterior a pesar de sus enormes recursos navales y de un floreciente co- mercio con Persia, Rusia y las Indias Orientales 31. En estas condiciones y con las arcas reales virtualmente vacías, Inglaterra no podía afrontar el enorme coste de reunir un ejército para dirigir una acción continental, salvo que convocase al Par- lamento 32. Por estos y otros motivos, Gondomar, no podía creer que la guerra es- tallase entre los dos países. En 1616, envió una carta al secretario español Ciriza, en donde argumentaba sus razones: Y aunque se entiende que si tuviese [Inglaterra] guerra con España, sus vasallos le ayudarían para ella, no sería lo necesario para poder hacer cosa de gran importancia, ni pasarían ningún año de cuatrocientos mil ducados, que es lo que aquí llaman un servicio, y para esto sería menester juntar el Parlamento, de que al Rey, por otra parte, se le podían seguir grandes inconvenientes, que él teme; y así no le juntará mientras lo pueda excusar 33. Por parte española, después de 1621, los esfuerzos militares se orientaron a reducir a los rebeldes holandeses, mientras la actividad diplomática pretendía en- contrar en el matrimonio inglés el bálsamo que evitase la apertura de otros dos hipotéticos conflictos, con Inglaterra y en el Palatinado 34. Por ello, la estratégica

31 D. HIRST: Authority and Conflict. England, 1603-1658, London 1986, pp. 107-125. 32 H. C. CARTER: The Secret Diplomacy of the Habsburgs, 1598-1625, London-New York 1964, pp. 92-93. 33 “Carta para el secretario Ciriza e instrucción dada a Fray Diego de la Fuente que había de informar en España de las cosas de Inglaterra, año 1616”, en D. SARMIENTO DE ACUÑA, CONDE DE GONDOMAR: Cinco cartas político-literarias, Buenos Aires 1943, p. 89. 34 R. GONZÁLEZ CUERVA: Baltasar de Zúñiga. Una encrucijada de la Monarquía Hispana (1561-1622), Madrid 2012, pp. 505-521.

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posición de Inglaterra en la costa, especialmente en el Canal y en el Mar del Nor- te, promovió un beneficioso triángulo con Austria-Baviera y Francia, con el Pa- latinado y La Rochelle, como enclaves esenciales para la seguridad de Flandes. Además, un tratado angloespañol promovería el comercio de suministros milita- res, pólvora y barcos de guerra mediante buques mercantes ingleses, con objeto de arruinar a Holanda, sin olvidar el fomento de la rivalidad económica entre Londres y Ámsterdam. Ni qué decir tiene que también permitiría el recluta- miento de tropas, particularmente católicos irlandeses en Inglaterra y Escocia, preservando los territorios españoles en las Indias de los ataques ingleses, con la erradicación, al menos en teoría, del corsarismo inglés de los mares, además de forzar a los holandeses a la negociación de un acuerdo razonable con España. Por si fuera poco, la situación financiera española no era más halagüeña y, además, de- bía enfrentarse a otro problema que cuestionaba su hegemonía imperial: la debi- lidad marítima. El trato con las Indias se veía interrumpido ocasionalmente por la piratería inglesa, los pescadores españoles habían perdido su área de influen- cia y la competencia mercantil inglesa con respecto a los paños y manufacturas estaba arruinando la industria española. En consecuencia, la ventajosa situación inglesa ocasionaba una debilidad en el poder marítimo español tan alarmante, que debía ser abordada por el Consejo de Estado. Finalmente, para los teólogos el acuerdo matrimonial con Inglaterra ofrecía la “remota” posibilidad de un giro en los postulados religiosos radicales en Inglaterra o de una mejoría en las con- diciones de los católicos ingleses, lo que no podía sino suscitar el descontento en- tre la mayoría protestante. No debemos olvidar que entre los motivos de fricción entre ambas Coronas también estaba la persecución y el castigo de la piratería inglesa en las costas de España y de América. En ocasiones, el mismo Parlamento, apoyado por grupos de financieros o mercaderes, animó a expediciones de castigo en América, con el asalto de ciudades portuarias hispanas o con el saqueo de los buques que hacían la carrera de Indias, a la búsqueda de algún botín. Por ello, en el haber de don Diego Sarmiento de Acuña cabría anotar, antes de concluida su primera embaja- da en 1618, que el monarca inglés diese la orden de arresto, enjuiciamiento y eje- cución del almirante sir Walter Raleigh, de tan infausto recuerdo para tantas ciudades de la América hispana 35. Los católicos, en opinión de Gondomar, no

35 F. BARTOLOMÉ BENITO: Don Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar. El Maquiavelo español, Gijón 2005, pp. 82-100.

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debían contemplarse como una “quinta columna” en el país, situación por la que luchaba el embajador español 36. Por si fuera poco, las intrigas españolas en Irlan- da, frecuentes durante el reinado de la reina Isabel, seguían alimentando cierto recelo inglés del pasado sobre nuevas intentonas desde el frustrado envío de la In- vencible en 1588. De hecho, el propio don Diego había considerado esta hipóte- sis, en 1613, al acceder a la embajada inglesa 37. Gondomar, conocidas algunas de las posibles soluciones para mejorar las re- laciones con Inglaterra, utilizó todos los medios humanos y materiales a su alcan- ce para lograr el éxito en su misión, entre ellos: potenció el grupo filohispano en la Corte, más conocido como Spanish Party 38, y estuvo al tanto de los asuntos más relevantes en las cortes europeas, intensificando el contacto con los secreta- rios, agentes y embajadores de las delegaciones españolas en París, Milán, Viena y Bruselas 39. Por último, sus cualidades personales y sus dotes persuasivas tam- bién obraron a favor del conde. El “círculo católico” proporcionó a Gondomar, de una u otra forma, con más o menos colaboración, muchas de las claves para avanzar en el futuro de las negociaciones con Inglaterra. Sin embargo, mantener esta red de pensionados y confidentes obligaba a la mejora de la dotación econó- mica de la embajada, precisamente en unos momentos en que las dificultades

36 AGS, E, leg. 2515, Consejo de Estado, 18 de agosto de 1618, ff. 8-9. 37 En caso de considerar la guerra, Gondomar, proponía iniciar la conquista por Irlanda o Escocia. Una situación para la que seguía resultando útil la tregua con los holandeses. Vid. BNE, Mss. 18430/2, “Instrucción que el Conde de Gondomar…”, ff. 21v-22r. 38 El círculo español en Inglaterra de tendencia católica, conocido como Spanish Party, estaba algo desdibujado en los últimos años y era necesario restablecerlo. Constituido tanto por pensionados ingleses, habitualmente nobles, como por confidentes, que servían de enlace transmisor sobre las distintas informaciones y rumores que circulaban por la Corte, el grupo hispanófilo fue de enorme utilidad para la labor diplomática de Gondomar. Entre los pensionados figuraban el propio rey de Inglaterra, el príncipe Carlos y el duque de Buckingham, amén de una larga serie de condes y barones, entre ellos: Henry Howard, conde de Northampton; Thomas Howard, conde de Suffolk; Charles Howard, conde de Nottingham; el conde de Arundel; Lord Knollys, yerno de Suffolk y sir Thomas Lake. Algunos confidentes señalados, bajo seudónimo, fueron: El Cid, Roldán, Florian, Esplandián y Amadís. Véase, RB, Mss. II/2108, doc. 83: “Carta de Gondomar a Don Andrés de Losada y Prada, del Consejo de Su Magestad y Consejero de Estado”, Madrid, 23 de octubre de 1624. 39 Un buen repaso a las cancillerías diplomáticas de la época se encuentra en R. GONZÁLEZ CUERVA: Baltasar de Zúñiga…, op. cit., (especialmente en los caps. IV a VI), pp. 97-357.

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económicas por las que atravesaba la sede en Londres obligaban a una mejora en la gestión de los recursos, dadas las nuevas necesidades que habían ido aparecien- do para evitar se desarticulase esa red de apoyos a la política española dentro de la Corte inglesa tal y como el propio Felipe III había asegurado 40. Gondomar es- taba al tanto de los asuntos más relevantes en las cortes europeas manteniendo una nutrida correspondencia con el archiduque Alberto en Bruselas, con el con- de de Monteleón, embajador en París; con Boissot, emisario de los archiduques en Francia; con los cardenales Borja y Millino en Roma; con Nápoles, a través de Osuna, con Praga, etc. 41. De igual forma, Gondomar se apoyó en una serie de colaboradores eficaces para el desarrollo de su labor, entre ellos, el secretario de la embajada, el jurista Agustín Pérez, con experiencia en el puesto, y el agen- te, de nacionalidad inglesa, Richard Berry, al que le unían lazos de amistad con sir John Digby, embajador inglés en España 42. A todo ello se sumaban las bue- nas cualidades y dotes persuasivas de que hacía gala Gondomar en el terreno per- sonal y que, según sus contemporáneos, le ganaron el favor del rey Jacobo I y también el desafecto e impopularidad de no pocos ingleses 43. La corte española había estudiado concienzudamente los efectos positivos que podría producir una alianza angloespañola, no solo para aprovechar la es- tratégica posición de Inglaterra en la costa, especialmente en el Canal y en el Mar del Norte, como enclaves esenciales para la seguridad de Flandes, sino también para favorecer el comercio de suministros militares, pólvora y barcos de guerra mediante buques mercantes ingleses. Los efectos derivados de un buen entendimiento con Inglaterra también podían tener su contrapunto para España si intentaba explotar un viejo filón: las rivalidades comerciales anglo- holandesas en aguas del Ártico y en el comercio con las Indias Orientales. La tregua de 1609 firmada entre Holanda y España había permitido a los primeros obtener importantes beneficios para reinvertirlos posteriormente en el país. Si

40 AGS, E, leg. 2514, “El Consejo de Estado, a 16 de marzo de 1614”. 41 F. J. SÁNCHEZ CANTÓN: Don Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, 1567- 1626, Madrid 1935, p. 34. 42 Ibidem. 43 P. SANZ CAMAÑES: Diplomacia hispano-inglesa…, op. cit., p. 34. La situación de desafección por parte del pueblo inglés le llevó a que fuera objeto de continuas amenazas contra la persona de don Diego requiriendo, desde diciembre de 1620, protección permanente por parte de la Corona inglesa. Cfr. CSPD, 1619-1623, pp. 197-198, 215-244, 307-310 y 333-367.

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Jacobo I reclamaba un reconocimiento de la soberanía marítima inglesa y el pa- go de ciertas deudas; por el contrario, las Provincias Unidas demandaban el de- recho de pescar libremente, según las costumbres establecidas 44. Sin embargo, las negociaciones destinadas a concretar los términos matrimo- niales se encontraron con serias dificultades desde el principio debido a los dife- rentes agentes que intervinieron –como el Papado, los sectores católicos en España y el Parlamento inglés– por lo que la situación se bloqueó en numerosas ocasiones. A la situación de estancamiento producida a la altura de 1618 se añadiría un nue- vo componente exterior que actuaría como verdadero polvorín en Centroeuropa y en las relaciones angloespañolas: la rebelión de Bohemia. La alianza del elector palatino, Federico V, con los rebeldes bohemios en contra del emperador suponía el comienzo de una seria crisis que se extendería como una espita por toda Euro- pa 45. En agosto de 1619, el ejército del emperador invadía las tierras de Bohemia en respuesta al establecimiento de un gobierno protestante en Praga desde el mes de mayo, lo que derivó en el comienzo de un conflicto de mayores dimensiones, conocido como la Guerra de los Treinta Años. Fernando II confiscó el Palatina- do, patrimonio de Federico V, yerno del rey inglés Jacobo I, lo que daría paso a la ocupación del Bajo Palatinado por las tropas españolas de Spínola, mientras Ma- ximiliano I de Baviera ocupaba el Alto Palatinado. Aparecía un nuevo motivo de fricción entre España e Inglaterra 46. Dada la delicada situación por la que atravesaban las relaciones angloespañolas, el 7 de agosto de 1619 el conde de Gondomar, que había regresado a España para reponerse de una enfermedad, recibió nuevos despachos e instrucciones para vol- ver por segunda vez a Inglaterra, permaneciendo en Londres hasta junio de 1622, con la difícil tarea de convencer a Jacobo I, dolido por la situación en que había quedado el Palatinado, de la intercesión española para resolver la cuestión 47. La recuperación del Palatinado para su yerno Federico V, elector palatino y protestante

44 A. W. WHITE: Suspension of Arms: Anglo-Spanish Mediatum in the Thirty Years War, 1621-1625, tesis doctoral inédita, Tulane University, 1978, pp. 44-46. 45 Ibidem, doc. 9: “Carta de Ambrogio Spinola a Gondomar”, Bruselas, 28 de mayo de 1619. 46 El interés inglés por el Palatinado fue exclusivamente personal y religioso. Inglaterra no poseía ni una piedra o fortaleza en Alemania, su comercio no se había visto afectado y no había ingleses allí que fueran amenazados (Ibidem, pp. 585-586). 47 Madrid, 22 y 24 de julio, 30 de septiembre, 26 de octubre 1619 (AGS, E, leg. 2515, ff. 17, 21, 28-29 y 40).

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como él, se convirtió por estas fechas en una cuestión de prestigio, para un monar- ca que se consideraba el máximo adalid del protestantismo en Europa 48. Quizá por ello, Jacobo I manifestó su intransigencia respecto a la restitución del Palatina- do, incluyéndola como cláusula indispensable del contrato matrimonial. Entretan- to, Madrid parecía más proclive al alargamiento de las negociaciones, como el secretario Calvert había tenido ocasión de comprobar, apoyándose en aspectos de índole religiosa que exigían previamente la conversión al catolicismo del príncipe de Gales. Con la alianza matrimonial se evitaba la intervención militar, como pro- ponían los holandeses, especialmente después de la batalla de la Montaña Blanca, algo que obligaría al Parlamento inglés a financiar nuevas expediciones militares 49. Además, con la dote de la hipotética boda, que ascendía a dos millones de duca- dos, Inglaterra dispondría de la liquidez suficiente para no recurrir al Parlamento solicitando nuevos subsidios 50. Cada vez tenían más sentido, en el nuevo escenario político que se dibujaba, las palabras que sir Francis Bacon pronunciase en un discurso en la Cámara de los Comunes. En marzo de 1623, cuando las negociaciones matrimoniales esta- ban en punto muerto y se atisbaba la guerra, Bacon apeló en los Comunes a ra- zones de Estado, de índole dinástica y religiosas, para justificar el conflicto. Ni siquiera la presencia del príncipe Carlos y Buckingham en Madrid, a donde ha- bían llegado de incognito el 7 de marzo con el propósito de concluir definitiva- mente el contrato matrimonial, parecían lograr el impulso adecuado a estas negociaciones. Lo cierto es que la mayoría de los países europeos miraron hacia España durante los casi seis meses, entre marzo y agosto, que duró la visita 51.

48 A. W. WHITE: Suspension of Arms…, op. cit., pp. 574-575. 49 RB, Mss. II/2108, doc. 119: “Carta del conde de Gondomar a Felipe IV”, Londres, 31 de enero de 1622. Jacobo I se verá en la obligación de disolver el Parlamento, entre otras cuestiones, por sus relaciones con España. 50 Hacia 1618 la deuda alcanzaba las 900.000 libras, con un déficit anual de otras 50.000 libras. Ante esta difícil coyuntura, no es de extrañar que el grupo protestante en el consejo urgiera a Jacobo a convocar al Parlamento. Cit. R. LOCKYER: Tudor and Stuart Britain, 1471- 1714, London 1964, pp. 224-234. 51 G. REDWORTH: “Of Pimps and Princes: three unpublished letters from James I and the Prince of Wales relating to the Spanish Match”, The Historical Journal 37/2 (1994), pp. 401-409. Una acertada descripción en T. COGSWELL: “England and the Spanish Match”, en R. CUST y A. HUGHES (eds.): Conflict in Early Stuart England. Studies in religion and Politics, 1603-1642, London-New York 1989, pp. 107-133.

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Holanda, Francia, Dinamarca, Venecia y Saboya mostraban con claridad su dis- conformidad con el enlace. Además, el emperador seguía de cerca los sucesos del Palatinado, pues a nadie escapaba que su restitución en el elector palatino podría perturbar seriamente las relaciones entre ambas ramas de la Casa de Austria. Durante los seis meses que duró la visita real inglesa, el gobierno de Felipe IV no escatimó en gastos, que incluyeron desde la gran bienvenida al príncipe y su séquito, colmada de festividades, entretenimientos y presentes, hasta su aloja- miento en el viejo Alcázar, restaurado para la ocasión. Para ello, el reciente decre- to aprobado que restringía la pompa y el lujo, fue temporalmente suspendido en la Corte. A ello se añadieron las dádivas entregadas por Felipe IV a diferentes miembros de la aristocracia que, debido a su difícil situación económica, eran in- capaces de afrontar los gastos asociados a su status. Lo cierto es que el golpe de efecto producido con motivo de la visita real inglesa impresionó al mismo Papa- do. No tanto a la Junta de teólogos que emitía un dictamen bastante más severo, al considerar vital que se cumpliesen las promesas de tolerancia a los católicos ingleses. A comienzos de julio de 1623, el príncipe Carlos aceptó la mayoría de las con- diciones impuestas por la junta sobre el matrimonio, que se celebraría justo des- pués de que los católicos ingleses fuesen puestos en libertad 52. Finalmente se acordó que la boda tuviese lugar en España hacia diciembre y la pareja pospusie- ra su salida a Inglaterra hasta marzo del año siguiente. Pero al día siguiente, falle- cía el Papa Gregorio XV, sucesor de Paulo V, quien había concedido, tras muchas demoras, la dispensa 53. Sería necesaria una nueva ratificación por el nuevo pontí- fice, Urbano VIII, lo que en la práctica significaba un serio contratiempo, como Olivares exponía al príncipe Carlos, al no poderse avanzar en los términos pro- puestos hasta la siguiente primavera. En dichas condiciones, el Príncipe argumen- tó motivos de Estado para regresar a Londres, una marcha que debería realizar en solitario, por la desconfianza demostrada por los teólogos, algo que, a buen segu- ro, sería interpretado en Inglaterra como un deshonor, alimentando las razones del partido puritano, contrario al matrimonio angloespañol. Aunque Bristol, en

52 AGS, E, leg. 2849: “Traducción de la inclusa copia de la ratificación que el Rey de la Gran Bretaña ha hecho de los contenidos capítulos matrimoniales entre el Príncipe de Gales su hijo y la Señora Infanta Doña María”, f. 73. 53 S. GIORDANO: “La Santa Sede e la Valtelina…”, op. cit., pp. 81-109.

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representación de la delegación inglesa, se quedó en Madrid para seguir negocian- do, los poderes otorgados al conde fueron finalmente revocados en septiembre, un indicio junto a otros lo suficientemente esclarecedor de que algo estaba empezan- do a cambiar. A su vuelta a Inglaterra en octubre, tanto Carlos como el duque de Buckingham exigieron al rey Jacobo que declarara la guerra a España. Con el es- tímulo de sus consejeros protestantes, Jacobo convocó al Parlamento para solici- tar subsidios para la guerra a la vez que solicitó que el Parlamento sancionara la unión entre el príncipe de Gales y la princesa Enriqueta María de Francia, a la que Carlos había conocido en París en su camino de regreso a Inglaterra. Las críticas vertidas por el duque de Buckingham tras su regreso de España junto con las no- ticias procedentes de Inglaterra sobre la venta en pública subasta del botín toma- do en Ormuz a los portugueses, con grandes beneficios para el rey y Buckingham, hirieron el sentimiento español, ensombreciendo, con nuevas dudas y recelos, unas negociaciones matrimoniales próximas a su ruptura definitiva 54. Una fac- ción parlamentaria inglesa, dirigida por sir Benjamin Rudyard, planteaba, inclu- so, un nuevo estrechamiento de lazos con Holanda mediante una alianza militar frente a España: Debemos hacer la guerra... el protestantismo está disperso y fragmentado en Alemania, suprimido en Francia, amenazado en Holanda. Los Países Bajos, tienen ahora las inestimables joyas de esta Corona en su poder. Debemos aconsejar al rey, romper ambos tratados, reunir el protestantismo en Alemania, reforzar militarmente Irlanda, fortificar nuestras plazas y preparar la flota naval, colaborar con los Países Bajos y permitir ciertos movimientos militares en el Palatinado, para tener mayores facilidades ante una pronta intervención 55. La alianza quedó finalmente enterrada por las diferencias religiosas, amén de otras disensiones en el terreno político. Las demandas inglesas por la restitución del Palatinado terminaron por frustrar cualquier acuerdo y condujeron a ambos países a un nuevo escenario prebélico. Por si fuera poco, Londres viró hacia París y Ámsterdam buscando acuerdos sólidos que olvidaran la reciente sensación de fra- caso. Poco después se alcanzaba una alianza matrimonial con los franceses y se fir- maba el tratado de Southampton con los holandeses el 17 de septiembre de 1625 56.

54 CSP, apéndice II, pp. lxi-lxiv, “Respuesta del Príncipe de Gales al papel que el Conde-Duque de Olivares le presentó el 3 de junio de 1623”. 55 CSPV, 1623-1625, Londres, marzo de 1624. 56 CSPV, 1625-1626, prefacio, p. xi.

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Inglaterra, tras dos décadas de estabilidad en sus relaciones políticas con la corte española, daba un giro de timón en sus relaciones exteriores que pronto tendría ne- gativas consecuencias para España.

LA NEUTRALIDAD DESEADA. EL TRATADO ANGLOESPAÑOL DE 1630 57

A resultas del fracaso en las negociaciones sobre el Spanish Match se produjo una sensación de frustración en la corte y el Parlamento ingleses. Todos los em- bajadores, ordinarios y extraordinarios, fueron pronto la diana sobre la que se lan- zaron los dardos de la responsabilidad del fracaso. A corto plazo, los tambores de guerra –latentes en el Parlamento– empezaron a escucharse con más fuerza, sien- do animados por mayor número de adeptos 58. De igual manera, se desató una vi- rulenta propaganda antiespañola, a través de libelos y panfletos, acaudillada por el libelista Thomas Scott, uno de los mayores defensores de la llamada leyenda negra antiespañola 59, o por figuras de la talla de Thomas Middleton, otro libelis- ta puritano, que publicó su A Game at Chess, dando lugar a una famosa pieza de teatro que se representó, en agosto de 1624, en el teatro El Globo, atrayendo a una gran audiencia por su latente sentimiento antiespañol, con una obra que satiriza- ba a la Iglesia de Roma, al conde de Gondomar y al rey de España, quien carga- ba con el papel del rey negro simbolizando al demonio mientras consideraba a la nación española como al mismo infierno 60. El frustrado ataque español a Cádiz, en 1625, representaría el comienzo de la guerra entre Inglaterra y España, tras una etapa previa de continuos preparativos militares. Ya en junio, el embajador inglés en París había sugerido la invasión de Flandes con la ayuda de Francia o el envío de una flota de castigo a las Indias españolas, al Mediterráneo o incluso a algún otro lugar cercano. Finalmente, la

57 P. SANZ CAMAÑES: “La diplomacia beligerante. Felipe IV y el Tratado anglo-español de 1630”, Cuadernos de Historia de España 83 (2009), pp. 225-245. 58 K. SHARPE: The Personal Rule of Charles I, New Haven 1992, pp. 5-6. 59 Los numerosos panfletos de Thomas Scott son descritos en L. B. WRIGHT: “Propaganda against James I’s Appeasement of Spain”, Huntington Library Quarterly 6 (1943), pp. 149-172. 60 T. COGSWELL: “Thomas Middleton and the Court, 1624. A Game at Chess in Context”, Huntington Library Quarterly 47 (1984), pp. 273-288.

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flota angloholandesa bloqueó Dunkerque, mientras se elegía Cádiz como objetivo final de la expedición naval de los Estuardo. El secretario español, Bruneau, y el agente en Flandes, Vanmale, avisaron al monarca inglés que, de acuerdo con los tratados vigentes entre ambos países, cualquier envío de más de seis barcos a te- rreno peninsular debía ser informado previamente 61. Los gastos de la prepara- ción de la flota eran ya una pesada carga para Inglaterra, atendiendo a su presente situación financiera. Además, el último subsidio parlamentario, de 1624, por valor de 300.000 libras, ya había sido concedido a condición de que Jacobo I declarase la guerra a España 62. El Parlamento tan solo estaba dispuesto a financiar fondos destinados a la defensa de Irlanda, la protección de las costas inglesas, la prepara- ción de la flota y los subsidios destinados a asistir a los holandeses y otros aliados de Inglaterra. Los ingleses deseaban apoyar una ambiciosa campaña por tierra en el Palatinado y una acción combinada angloholandesa marítima frente a España, lo que privaría a los españoles de sus recursos más importantes. Sin embargo, el coste de las escaramuzas navales contra España, nunca demasiado relevantes, se estimó en unas 200.000 libras anuales durante el periodo que duró el conflicto y la asistencia a Holanda por tierra ascendió a otras 300.000 libras 63, cantidades im- portantes para un país que no tenía rentas seguras ni estables. A finales de diciembre de 1625 se produjo la confiscación de todas las propie- dades inglesas en los territorios dependientes de la Monarquía hispánica. Se prohibió toda transacción comercial con ingleses en España, excluyendo de la me- dida inicialmente a los mercaderes escoceses e irlandeses, bajo penas de la inme- diata confiscación de las mercancías. En Inglaterra también se interrumpió todo

61 CSPV, 1625-1626, pp. 11 (2), 20-47, 67-72, 103, 121 (9), 133, 154-159, 517. 62 R. E. RUIGH: The Parliament of 1624. Politics and Foreign Policy, Oxford 1971, pp. 382-387; M. B. YOUNG: “Buckingham, War, and Parliament: Revisionism gone too far”, Parliamentary History 4 (1985), pp. 54 y ss. 63 J. L. REEVE: Charles I and the road to personal rule, Cambridge 1989, pp. 229-231; S. L. ADAMS: “Spain or the Netherlands? The Dilemmas of Early Stuart Foreign Policy”, en H. TOMLINSON (ed.): Before the English Civil War, London 1983, p. 85; S. L. ADAMS: “Foreign policy and the Parliaments of 1621 and 1624”, en K. SHARPE (ed.): Faction and Parliament, Essays on Early Stuart History, Oxford 1978, p. 170; R. LOCKYER: Buckingham. The life and Political Career of George Villiers, First Duke of Buckingham, 1592-1628, London-New York 1981, pp. 192, 210 y 247; F. C. DIETZ: English Public Finance, 1558-1641, London 1932, vol. II, pp. 216-222; T. W. MOODY, F. X. MARTIN, y F. J. BYRNE (eds.): A New History of Ireland, Oxford 1976, vol. III, pp. 233-235.

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comercio con España. Aunque, oficialmente, todas las importaciones y exporta- ciones de mercancías entre ambos países quedaron prohibidas, la existencia de determinados intermediarios extranjeros, ya fuesen franceses, holandeses o de las antiguas ciudades hanseáticas, permitieron el alquiler de sus barcos para evitar que se interrumpiese el tráfico mercantil en su totalidad 64. Los esporádicos en- frentamientos hispanoingleses no impidieron que ya durante la primavera de 1627 se iniciasen algunos tímidos contactos entre los pintores Rubens y Gerbier, como representantes de ambas partes, sobre la posibilidad de alcanzar algún acuerdo 65. El fracaso de La Rochelle, donde los españoles habían cooperado enviando un escuadrón y la amenaza de una invasión francesa, movieron a Buckingham en la dirección de abrir las conversaciones con la Monarquía hispánica durante el in- vierno de 1627-1628. Pocos meses después Weston comunicaba a Coloma la English goodwill para la apertura de negociaciones. Dado el fracaso de la causa protestante en los territorios alemanes, la monarquía de los Austrias ofrecía las mejores garantías para mediar en la restauración del Palatinado, por medios pací- ficos. Por otra parte, la crisis por la sucesión de Mantua, con el prolongado sitio de Casale; la bancarrota de 1627; la acción holandesa sobre Matanzas, en 1628, con la pérdida de once millones de guilders en el botín; y las recientes derrotas his- panas en los Países Bajos indujeron a la diplomacia española a realizar algunas concesiones, facilitando los contactos iniciales que incluían ya una tímida apertu- ra comercial inglesa con la Península Ibérica 66.

64 A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations, 1625-1660, tesis doctoral inédita, University of Liverpool, 1967, pp. 73-74 y 128-140; B. E. SUPPLE: Commercial Crisis and Change in England, 1600-1642, Cambridge 1959, p. 149 y ss. 65 R. W. STEWART: “Arms and expeditions: the ordnance office and the assaults on Cádiz (1625) and the Isle of Rhé (1627)”, en M. C. FISSEL (ed.): War and Government, 1598-1650, Manchester 1991, pp. 112-132 y T. COGSWELL: “Foreign Policy and Parliament: the case of La Rochelle, 1625-1626”, English Historical Review 391 (1984), pp. 241-267. Sobre las negociaciones del tratado, resultan de interés las referencias aportadas por O. TURNER: “La segunda embajada de Don Carlos Coloma a Inglaterra y la paz anglo-española de 1630”, Estudios de Historia Moderna 2 (1952), pp. 135-154; y A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations..., op. cit., pp. 15-16. 66 Sobre las embajadas y misiones diplomáticas, E. MICHEL: “Les missions diplomatiques de Rubens”, Revue des Deux Mondes 143 (1987), p. 411; J. L. REEVE: Charles I and the road…, op. cit., pp. 15-16, 43, 53-57, 137, 185-186, 227-239 y 260-265; R. LOCKYER: Buckingham…, op. cit., pp. 357-359; y O. TURNER: “La segunda embajada de Don Carlos Coloma…”, op. cit., pp. 138-143. Los acontecimientos políticos de estos años se encuentran tratados en numerosas monografías, entre ellas la de R. RÓDENASVILAR: La política europea de España durante la Guerra de los Treinta Años, 1624-1630, Madrid, 1967, pp. 171-173.

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La delegación española, encabezada por don Carlos Coloma, tendría una cáli- da acogida a su llegada a Londres. Naturalmente, con el tratado, Inglaterra espe- raba importantes concesiones españolas en el asunto del Palatinado, que seguía enquistado, mientras desde Madrid se aspiraba a involucrar a los ingleses en algún compromiso militar frente a Holanda 67. A finales de julio de 1630, parecía que la paz entre ambos países iba a lograrse en cualquier momento, especialmente tras la renuncia inglesa a su condición sine qua non de obtener la restitución del Palati- nado como condición indispensable para conseguir la paz 68. Los agentes españo- les, para los que la paz con Inglaterra representaba un duro golpe contra la alianza angloholandesa de 1625 y la distanciaba del acuerdo con Francia de 1629, prome- tían el apoyo a la causa del príncipe Palatino, en la mediación con el Emperador 69. En otras palabras, España no estaba dispuesta a ofrecer más de lo que había pues- to sobre la mesa de negociaciones en 1625 cuando Carlos I, desairado por la situa- ción, declaró la guerra 70. Cuando las negociaciones estaban a punto de cerrarse, la delegación española propuso algunas cláusulas adicionales de última hora que serían finalmente rechazadas por Inglaterra, con especial referencia a los católicos ingleses, a la renuncia de Carlos I en la colaboración con los holandeses y al reco- nocimiento del monopolio español en América 71. El 15 de noviembre de 1630, Cottington, en representación de Inglaterra y Olivares junto a Oñate, por parte española, firmaban en Madrid el “Tratado de Paz, Confederación y Comercio” que zanjaba, al menos temporalmente, el con- flicto bélico entre ambos países iniciado en 1625 72. Un tratado que a ojos de Gussoni, el embajador veneciano en La Haya, resultaba el más monstruoso porque no dice una palabra sobre el Palatinado... El rey de Inglaterra ha arruinado no solo su propio interés sino el de las Provincias Unidas.

67 A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations…, op. cit., p. 14. 68 CSP, 103/105, ff. 57-59 y 74-81. 69 CSP, 103/65, f. 72. 70 J. L. REEVE: Charles I and the road…, op. cit., p. 250. 71 AGS, E, leg. 2562, Consejo de Estado, Madrid, 26 de julio de 1630. 72 Le dedicamos mayor espacio en nuestro trabajo: “El Tratado hispano-inglés de Paz, Confederación y comercio de 1630. Repercusiones políticas en Europa e implicaciones económicas en América”, en Actas del VII Congreso Internacional de Historia de América, Zaragoza 1998, pp. 1817-1828.

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Ha permitido que los españoles jugaran con él. Nunca obtendrá ninguna satisfacción de su parte 73. Según el tratado, los barcos de guerra de la Compañía de las Indias Occiden- tales estaban obligados a regresar inmediatamente de las Indias y a mantenerse en los puertos ingleses. El príncipe de Orange no confiaba en la promesa de los españoles sobre la restitución del Palatinado, como comunicaba a Vane: El Emperador –decía– es poderoso y grande, y pensar en la recuperación del Palatinado por la fuerza puede estar tan lleno de dificultades como por el Tratado 74. Los 31 artículos del tratado eran, esencialmente, una repetición del último fir- mado en Londres, en 1604 75. Según el espíritu del tratado, ambos países, se com- prometían a aceptar el mantenimiento de una amistad “buena, sincera, verdadera, firme y presente amistad, liga y paz que permanezca siempre” 76. En consecuen- cia, como sucedía en estos casos, la “recíproca restitución” de los barcos captura- dos desde el comienzo del conflicto constituía la mejor prueba de la buena voluntad 77. De la misma forma, acordaban no pactar alianzas que estuvieran “en perjuicio de uno y otro” 78. Por esta cláusula, Felipe IV pretendía alejar cualquier posibilidad de cooperación bélica entre ingleses y holandeses, según rezaba en el Tratado: “directly or indirectly, on Land, Sea, or Fresh Waters” 79. Con ello, la ri- validad angloholandesa, que se había incrementado después de la publicación por Grocio de su Mare Liberum, en 1609, era nuevamente explotada por Madrid a

73 V. Gussoni, embajador veneciano en Holanda, La Haya, 11 de noviembre de 1630, CSPV, 1629-1632, pp. 438-439. 74 El texto original es el siguiente: “The Emperor is powerful and great, and to think of the recovery of the Palatinate by the sword may be as full of difficulty as by treaty”. Citado por S. R. GARDINER, The Personal Government of Charles I, London 1877, vol. I, p. 215. 75 F. TOMÁS Y VALIENTE, “El Gobierno de la Monarquía y la Administración de los reinos en la España del siglo XVII”, en La España de Felipe IV (Historia de España Menéndez Pidal, vol. XXV), Madrid 1982, pp. 16 y ss. 76 El texto original es el siguiente: “A good, sincere, true, firme, and present Amitie, League, and Peace to endure forever”. Cfr. CSP, 16/175, “Articles of Peace, entercourse and commerce….” (art. 1º), f. 49r-v. 77 Ibidem (art. 6º), ff. 53-54. 78 Ibidem (art. 5º), ff. 52v-53r. 79 Ibidem (art. 11º), ff. 59-61.

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cambio de permitir a Inglaterra participar legalmente en el comercio de América y Asia 80. Finalmente, el acuerdo omitía, conscientemente, dos cuestiones que te- nían un importante significado político para ambos países. Desaparecía comple- tamente cualquier mención tanto a la situación de los católicos en Inglaterra como a la restitución del Palatinado. Londres había finalizado las hostilidades sin la pre- via solución del problema del Palatinado por el que tanto había luchado el monar- ca inglés, e incluso, había asegurado formalmente a Federico, y tan solo a cambio de la promesa de Olivares de la mediación hispana con el Emperador 81. A pesar de que Inglaterra obtenía importantes concesiones comerciales en la Península Ibérica, el tratado fue finalmente considerado un triunfo para la di- plomacia española. Con el tratado, la Monarquía católica alcanzaba su principal objetivo: el restablecimiento en el concierto político internacional de la neutra- lidad inglesa. La firma de la paz hispanoinglesa por Carlos I venía a significar una quiebra de la política exterior inglesa y conllevaba un destructivo efecto pa- ra las relaciones angloholandesas 82. Además, la monarquía de los Austrias no solo se aseguraba la asistencia de la Armada inglesa en Flandes o la protección de sus navíos en los puertos ingleses, sino que la colaboración debería extender- se a los convoyes que bajo bandera hispana se encontrasen en alta mar. A cam- bio, una proporción de la plata que España enviase para pagar a la Armada de Flandes a través del camino inglés o English Road se quedaría en Inglaterra 83.

80 W. E. BUTLER: “Grotius and the Law of the Sea”, en H. BULL, B. KINGSBURY y A. ROBERTS (eds.): Hugo Grotius and International relations, Oxford 1990, pp. 209-220; y en el estudio preliminar de L. GARCÍA ARIAS a H. GROCIO: De la libertad de los Mares, Madrid 1956. Sobre la rivalidad comercial anglo-holandesa, véase, C. R. BOXER: The Dutch Seaborne Empire: 1600-1800, New York 1965. 81 Cartas de V. Gussoni, 11 de noviembre de 1630 (CSPV, 1629-1632, pp. 438-439); y de G. Soranzo, 20 de diciembre de 1630 (Ibidem, pp. 448-450). Véase también lo que a este respecto señalan A. J. LOOMIE: “Olivares, the English Catholics and the Peace of 1630”, Revue Belge de Philologie et d’Historie 47 (1969), pp. 1154-1166; S. L. ADAMS: “Spain or the Netherlands?…”, op. cit., pp. 99-100; J. L. REEVE: Charles I and the road…, op. cit., pp. 253- 255; J. L. REEVE: “Quiroga’s paper of 1631: a missing link in Anglo-Spanish diplomacy during the Thirty Years War”, English Historical Review 101 (1986), pp. 923-924; y K. SHARPE: The Personal Rule of Charles I, op. cit., pp. 68-69. 82 J. R. FISHER: Relaciones económicas entre España y América hasta la independencia, Madrid 1991. Especialmente en el cap. V, “La penetración extranjera en la economía iberoamericana”, pp. 95-115. 83 J. L. REEVE: Charles I and the road…, op. cit., pp. 249 y 255-259.

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Entre otras cuestiones, los aspectos comerciales ocuparon uno de los temas de discusión más importantes durante las negociaciones. Inglaterra podía comer- ciar “con las mismas ventajas –según rezaba en el tratado– dadas a aquellos na- tivos que con la condición de extranjeros son iguales en esto a los sujetos naturales” 84. Es decir, ingleses, escoceses e irlandeses solo deberían pagar por sus mercancías “the Customes and Tolles usually required” 85. Además, ellos co- merciarían con sus barcos o con las embarcaciones prestadas “a excepción de los barcos de los Holandeses y Zelandeses”. En caso de transportar mercancías españolas o flamencas a otros países solo deberían pagar el 30% del total 86. Los privilegios concedidos a los ingleses, paralizados a causa del conflicto, volvían a adquirir ahora plena vigencia y se seguía manteniendo la duda razonable, al igual que en el tratado de 1604, sobre la navegación de embarcaciones inglesas en aguas de jurisdicción española 87. Era obvio que Madrid pretendía eliminar las posibles ambigüedades del tratado de 1604. La omisión de cualquier refe- rencia a América, en el tratado final, creó algunas tensiones entre los comisio- nados de ambos países para firmar la paz, así como cierta rivalidad comercial en las Indias 88. Desde el punto de vista español, la deliberada omisión le concedía la exclusiva posesión, mientras la interpretación inglesa de los mismos términos silenciaba cualquier cuestión en relación con el monopolio español. Las dife- rencias en este sentido eran tan insalvables que finalmente el tratado fue firma- do conforme al de Londres de 1604 89. Además, a pesar de que Inglaterra, de

84 CSP, 16/175, “Articles of Peace, Entercourse and Commerce…” (art. 8º), f. 57v. 85 Ibidem (art. 10º), f. 59. 86 Ibidem (arts. 4º y 11º), ff. 52r-v y 59-61. 87 En el primer borrador del nuevo tratado ambos países habían declarado libre comercio entre los mismos como había sido habitual “before 1575”. Sin embargo, en la práctica, venía a significar que se permitía a la flota con bandera inglesa entrar en las aguas de las Indias Occidentales como solían hacerlo antes de la anexión de Portugal a la Monarquía hispánica en 1580. Esta cuestión suponía un importante cambio con respecto al artículo noveno del último tratado de 1604, que señalaba “before the Warre betweene Philip the Second King of Spaine, and Elizabeth Queene of England…” [CSP, 16/175, “Articles of Peace, Entercourse and Commerce…” (art. 7º), f. 54]. 88 F. G. DAVENPORT: European Treaties Bearing on the History of the United States and its Dependencies, 4 vols., Washington 1917-1937, vol. I, p. 256. 89 Sobre las controvertidas relaciones hispano-inglesas en América, A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations…, op. cit., pp. 171 y 200-216.

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acuerdo con lo firmado, debía respetar la suspensión comercial con Holanda y Zelanda, lo cierto es que las actividades contrabandistas continuaron 90. No es menos cierto que la Monarquía hispánica obtenía algunas garantías para la flo- ta, no solo para la armada en el Mar del Norte sino también para la que hacía la carrera de Indias. A ello se sumaba el permiso para la recluta de irlandeses al igual que en el último tratado de 1604 91. Por último, en el artículo octavo del tratado, se estatuía el recíproco permiso para entrar y navegar entre sus propios puertos, por parte hispana refiriéndose al ámbito peninsular, lo que facilitaba a la flota de Felipe IV algunos puertos necesarios en Inglaterra no solo para even- tuales reparaciones sino también para su provisión de suministros 92. La neutralidad entre Londres y Madrid durante 1630 tampoco podía excluir las disputas comerciales. De hecho, solo dos meses después de la firma del tra- tado se comprobó la dificultad de cumplir con algunos de los artículos. Acogién- dose al capítulo octavo, que permitía la reciprocidad en el uso de los puertos marítimos entre ambos países, algunos corsarios de Dunkerque y de Vizcaya ope- raron en las aguas del canal irlandés e incluso en el río Támesis, donde camufla- dos bajo bandera francesa, capturaron algunas embarcaciones holandesas 93. Este segundo aspecto dominaría claramente las relaciones diplomáticas hispano- inglesas durante estos años, aunque para ello Inglaterra tuviera que desarrollar una ambigua política exterior 94. Tanto fue así, que durante los siguientes años la diplomacia inglesa mantendría contactos casi simultáneos con la mayor parte de las potencias europeas, católicas o protestantes, desde la Monarquía hispánica al Imperio, o de Suecia y Holanda a Francia 95. Las relaciones angloespañolas de estos años tuvieron como telón de fondo el gran conflicto europeo. La Guerra de los Treinta Años, de gran impacto político

90 J. H. ELLIOTT (ed.): Hispanic World. Civilization and Empire. Europe the Americas, Past and Present, London 1991, pp. 72 y ss. 91 R. A. STRADLING: The Spanish Monarchy and Irish Mercenaries. The Wild Geese in Spain, 1618-1668, Dublin 1994, p. 23. También en CSP, Spain 94/35, ff. 175-179 y 184. 92 Ibidem (art. 8º), ff. 56-57v. Véase además J. ALCALÁ-ZAMORA QUEIPO DE LLANO: España, Flandes y el Mar del Norte (1618-1639): la última ofensiva europea de los Austrias madrileños, Barcelona 1975, p. 348. 93 CSPD, 1629-1631, p. 528. 94 K. SHARPE, The Personal Rule of Charles I, op. cit., pp. 70-72. 95 S. R. GARDINER: The Personal Government of Charles I, op. cit., vol. II, pp. 242-243.

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y socioeconómico en Centroeuropa, supuso nuevas tensiones y conflictos, en el interior y en el exterior, para algunos territorios europeos que no estaban bien preparados para financiar prolongadas campañas militares y soportar ejércitos permanentes sin precedentes, lo que condujo a un incremento en los costes y en la presión fiscal 96. Durante estos años tuvieron que movilizarse más recursos y dirigir las actividades económicas para incrementar las rentas de la Corona y po- der afrontar los costos de la defensa 97. Este movimiento hacia una estructura es- tatal más unitaria, concebida en términos de religión, legislación y tributación, condujo a un conflicto cada vez más directo con los Parlamentos, estamentos y ciudades, que defendían su integridad tradicional y sus derechos feudales 98. Los gastos del Estado crecieron de forma espectacular a partir de la década de 1620 debido a las demandas de la guerra, aunque ya hacia 1600 la mayoría de los gobiernos se encontraban endeudados 99. Holanda multiplicó su deuda por quince, Dinamarca lo hacía por cuatro y en el caso de Francia, después de 1640,

96 En el transcurso de menos de dos siglos el tamaño de los ejércitos europeos experimentó un notable crecimiento como lo atestiguan los estudios de G. Parker y R. Bonney. Sirva de ejemplo citar algunos casos: Inglaterra dobló su ejército, alcanzando en 1650 los 70.000 hombres. La república holandesa y Suecia mantenían, cada una, 50.000 hombres, en 1635. Francia casi multiplicó sus fuerzas, entre 1470 y 1630, pasando de 40.000 a 150.000 hombres. Las fuerzas de la Monarquía hispánica, durante este mismo periodo, se multiplicaron por quince, alcanzando los 300.000. Cfr. G. PARKER: La revolución militar: innovación militar y apogeo de Occidente 1500-1800, Madrid 2002, pp. 71-72; R. BONNEY: The European Dynastic States 1494-1660, Oxford 1991, pp. 345-349. 97 Paralelamente al aumento de los ejércitos, los Estados tuvieron que incrementar la presión financiera sobre sus súbditos. B. M. DOWNING: The Military Revolution and Political Change. Origins of Democracy and Autocracy in Early Modern Europe, Princeton 1993, pp. 121-123; C. S. R. RUSSELL: “Monarchies, Wars and Estates in England, France and Spain, c. 1580-c. 1640”, Legislative Studies Quarterly 7 (1982), pp. 208-209 y 215. Los numerosos conflictos aparecidos durante los siglos XVI y XVII produjeron un incremento sin precedentes en el tamaño de los ejércitos. De hecho, entre 1480 y 1700, el Imperio se involucró en 25 guerras, Inglaterra participó en 29, Francia en 34 y España lo hizo en 36. Cfr. Q. WRIGHT: A Study of War, Chicago, 1942, vol. I, tablas 31-42, pp. 641-646. 98 J. H. ELLIOTT: “A Europe of Composite Monarchies”, Past & Present 137 (1992), pp. 63-64. Puede consultarse también, su “England and Europe: A Common Malady?”, en C. S. R. RUSSELL: The Origins of the English Civil War, London-Basingstoke 1973. 99 I. A. A. THOMPSON: “The impact of war”, en P. CLARK (ed.): The European crisis of the 1590s. Essays in comparative history, London 1985, pp. 266-267; J. H. ELLIOTT: “Yet another crisis?”, en P. CLARK (ed.): The European crisis of the 1590s…, op. cit., p. 307.

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entre el 60% y el 75% del presupuesto total correspondía a gastos militares 100. La nueva tendencia de los Estados a involucrarse cada vez más en los asuntos internacionales generó un rápido aumento de los impuestos a fin de incremen- tar los recursos. España e Inglaterra nos ofrecen también claros ejemplos de es- ta nueva situación. La Corona española se volcó nuevamente hacia sus reinos desde el inicio de la Guerra de los Treinta Años y, especialmente, tras la reanudación de la guerra con Francia en 1635 y lo hizo con una mayor voracidad fiscal. España, además de hacer uso de la plata procedente de las Indias, se vio forzada a emplear otras imposiciones para financiar a los tercios españoles. Entre 1635 y 1640 se recau- daron cerca de 3.6 millones de ducados para el sostenimiento del ejército me- diante este procedimiento. La deuda global de cerca de 30 millones heredada en 1556 había ascendido a 60 millones en 1575, y llegaría a alcanzar los 100 millo- nes en 1598. Con un déficit anual evaluado en 1.6 millones en 1601, la impara- ble deuda abocó a la bancarrota de 1607 y a distintas devaluaciones durante los años 1617, 1618 y 1620 101. En Inglaterra, los gastos militares durante los rei- nados de Isabel, Jacobo I y Carlos I, representaron entre el 40 y el 50% de los gastos en tiempos de paz, proporción que se vio incrementada hasta el 75% du- rante el periodo bélico, entre 1598 y 1603. Los costes de la flota y la interven- ción inglesa en los conflictos de los Países Bajos e Irlanda hicieron que la deuda real inglesa tuviera un incremento galopante desde las 280.000 libras, en 1610, a las casi 800.000 libras en 1618. Para 1635, cuando los impuestos ordinarios as- cendían a 618.000 libras anuales, la deuda alcanzaba 1.164.000 libras esterlinas,

100 F. TALLET: War and Society in Early Modern Europe, 1495-1715, London-New York 1992, pp. 174-177; R. BONNEY: The King’s Debts: Finance and Politics in France, 1589-1661, Oxford 1981, pp. 158-173; R. BONNEY: The European Dynastic States…, op. cit., pp. 352- 353; A. D. LUBLINSKAYA: French Absolutism: the Crucial Phase, 1620-1629, Cambridge 1968, pp. 231-232, 253-263, 308-309 y 330-331. 101 C. S. R. RUSSELL: “Monarchies, Wars and Estates…”, op. cit., p. 208; F. TALLET: War and Society…, op. cit., pp. 174-175 y 211; J. H. ELLIOTT: La rebelión de los catalanes…, op. cit., pp. 169-170; M. DEVEZE: L’Espagne de Philipe IV, 1621-1665, Paris 1971, pp. 114- 116; F. RUIZ MARTÍN: “Las finanzas españolas durante el reinado de Felipe II (alternativas de participación que se ofrecieron para Francia)”, Cuadernos Históricos 2 (1968), pp. 109- 173. Como ejemplo de la contribución de algunos grandes, hacia 1643, el duque de Medinaceli colaboró con medio millón de ducados. Véase la introducción general de J. P. COOPER (ed.): The Decline of Spain and the Thirty Years War, 1609-48/49, vol. IV de la New Cambridge Modern History, Cambridge 1970.

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condiciones que obligaron a Carlos I a convocar al Parlamento para afrontar esta situación 102. A la altura de 1637 y debido a diversos conflictos y disputas comerciales, el Consejo de Estado español empezaba a considerar las nefastas consecuencias que podría tener un eventual conflicto con Inglaterra: El peligro a que reduciría las cossas de Flandes el rompimiento con Inglaterra... El peligro que causaría a las Indias este rompimiento y sobre todo al Brazil... los ingleses pueden hoy, en el estado pressente reducir las cossas de toda la Monarquia a extremo peligro 103. Los temores aumentaron cuando fueron recibidas en Madrid las noticias de la llegada de seis galeones ingleses para unirse a los navíos de guerra de aquel país que permanecían en los puertos españoles y partir hacia Salé con objeto de reducir la piratería que asolaba la zona 104. Olivares desconfiaba de las manio- bras inglesas con Richelieu, cuando, al dirigirse en una carta a Felipe IV le de- cía que los ingleses “son la gente mas engañadora, artifíciosa y simuladora que hay en todo el mundo”, recomendando al monarca la construcción de una flo- ta para enfrentarse a ellos 105. Pero las negociaciones anglofrancesas también tenían algunos puntos de de- sacuerdo importantes, entre ellos, el de la libre práctica de la religión católica en

102 K. SHARPE: The Personal Rule of Charles I, op. cit., p. 123; C. S. R. RUSSELL: The Crisis of Parliaments. English History, Oxford, 1971, pp. 259-261 y 271-273; C. S. R. RUSSELL: “Monarchies, Wars and Estates…”, op. cit., p. 215; R. ASHTON: “Deficit Finance in the Reign of James I”, Economic History Review 10/1 (1957), pp. 15-27; R. ASHTON: The Crown and the Money Market, 1603-1640, Oxford 1960, pp. 39 y 88-97; P. WILLIAMS: The Tudor Regime, Oxford 1979, p. 75; B. M. DOWNING: The Military Revolution…, op. cit., p. 31; P. ZAGORIN: Rebels and Rulers, 1500-1600, Cambridge 1982, vol. I, p. 115; I. A. A. THOMPSON: “The impact of war”, op. cit., pp. 266-267; D. THOMAS: “Financial and administrative developments”, en H. TOMLINSON (ed.): Before the English Civil War, op. cit., pp. 103-122; P. K. O’BRIEN: “Public Finance in the Wars with France”, en H. T. DICKINSON (ed.): Britain and the French Revolution 1789-1815, Basingstoke-London 1989, pp. 165-188; P. K. O’BRIEN y P. A. HUNT: “The Rise of a Fiscal State in England, 1485-1815”, Bulletin of the Institute of Historical Research 66 (1993), pp. 132-136 y C. S. R. RUSSELL: “Parliament and the King’s Finances”, en C. S. R. RUSSELL: The Origins of the English Civil War, op. cit., pp. 91-118. 103 AGS, E, leg. 2521, Consejo de Estado, Madrid 3 de enero de 1637. 104 Ibidem, Consejo de Estado, Madrid 5 de marzo de 1637. 105 Ibidem, Madrid, 1 de agosto de 1637.

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el Palatinado y el de los derechos de pesca en aguas bajo jurisdicción inglesa 106. Además, también existían ciertos recelos para la conclusión de un acuerdo en algunos círculos de la Corte inglesa, adonde estaban llegando algunos exiliados franceses perseguidos por Richelieu que engrosaban las filas del bando hispa- nófilo. Por tanto, ¿debería entenderse como una nueva estrategia inglesa para amenazar a España y obligarla a una definitiva promesa en el asunto de la resti- tución del Palatinado? Con las últimas instrucciones y un tratado secreto sobre el Palatinado, Windebank presentaba a Oñate una última oportunidad, a la pos- tre infructuosa, para remediar la situación 107. Tanto España como Inglaterra no atravesaban una saneada situación finan- ciera. Durante 1637, Olivares, propondría, sin fortuna, un ambicioso programa que con el título de “Reformas en tiempos de guerra” pretendía encontrar al- gunas soluciones para mejorar la difícil situación financiera de la Monarquía hispánica 108. No pasaban por mejores momentos las arcas inglesas, como lo de- mostraba el rechazo popular levantado contra el ship money durante el verano de 1637. La lucha por su consideración ilegal acabó por enfrentar a la Corona y al Parlamento en un conflicto cada vez más enconado, por atacar las costum- bres del reino, defendidas en la reciente petición de derechos de 1628. El go- bierno personal había demostrado que los impuestos obtenidos de las distintas localidades sin consentimiento del Parlamento podían ser relevantes, como su- cedió en 1631, cuando se alcanzó mediante el ship money la suma de 527.000 li- bras. También es cierto que hacia 1639 la lucha contra los rebeldes escoceses se había incrementado significativamente, en recursos humanos y económicos, en relación con las campañas similares llevadas a cabo bajo los Tudor 109. La firma

106 CSPV, 1630-1639, p. 147; y CSPD, 1637, pp. 503-505. 107 Una vez más, el desacuerdo se cifraba en la negativa inglesa para entrar en guerra abierta con los holandeses a cambio de la completa restitución del Bajo Palatinado. R. A. BIGBY: Anglo-French Relations, 1641-1649, London 1933, p, 17. Véase además, CSPV, 1636- 1639, pp. 140-148, 152-154, 186-187, 193-194, 269-270, 293-295 y 418; BL, Add. Mss., 36.450, Letter-Book of Sir W. Aston, 1635-1638, vol. VIII, pp. 141-142. 108 J. H. ELLIOTT y F. J. DE LA PEÑA (eds.): Memoriales y cartas del Conde-Duque de Olivares, Madrid 1978-1980, vol. II, pp. 153-179. 109 Sobre las finanzas durante el gobierno personal de Carlos I, véase J. L. REEVE: Charles I and the road…, op. cit., pp. 205 y ss.; G. E. AYLMER: The King’s Servants: the civil service of Charles I, 1625-1642, London 1962, pp. 65 y ss.; F.C. DIETZ: English Public Finance…, op. cit., caps. XI-XVII (especialmente las pp. 357-363); H. E. BELL: An introduction to the History and

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del Tratado de Berwick, entre Inglaterra y Escocia, supuso la momentánea di- solución de los ejércitos e Inglaterra pudo renegociar las cantidades que iba a solicitar. La rebelión escocesa silenció la política exterior inglesa en sus compro- misos europeos 110. Si en el continente parecían dibujarse nuevas alianzas entre franceses y suecos frente a los Habsburgo, en la isla, el conflicto escocés centra- ba la atención de Londres, evitando cualquier tipo de intervención militar de cierta entidad al otro lado del Canal. Inglaterra no estaba en disposición de en- frentarse ni a los holandeses en el mar, como se pretendía desde Madrid, ni a los españoles en el continente, como se aspiraba desde París 111. Desde el comienzo de la rebelión escocesa, la diplomacia inglesa observó aten- tamente los movimientos tanto de franceses como de holandeses. Richelieu, co- mo viejo aliado de los escoceses, parecía estar en el trasfondo del problema. Debido a preocupaciones interiores, Inglaterra encontraba serias dificultades pa- ra cumplir los compromisos de un tratado anglofrancés en cuanto a su contribu- ción económica y militar 112. La flota militar inglesa no estaba en condiciones de intervenir en acciones militares en el continente dada la inestabilidad interior. También se sospechaba que los holandeses simpatizaran con los rebeldes escoce- ses y el gobierno inglés trató de impedir la entrega de suministros en dirección a Escocia. La política inglesa que permitió el reclutamiento de tropas irlandesas y

Records of the Court of Wards and Liveries, Cambridge 1953, pp. 49-50 y 57-59; D. THOMAS: “Financial and administrative developments”, op. cit., pp. 103-122; P. K. O’BRIEN y P. A. HUNT: “The Rise of a Fiscal State…”, op. cit., pp. 126-176; C. S. R. RUSSELL: “Parliament and the King’s Finances”, op. cit., pp. 91-118. Una acertada recopilación se encuentra en G. BURGESS: “On revisionism: an analysis of Early Stuart historiography in the 1970s and 1980”, Historical Journal 33 (1990), pp. 609-627. La campaña escocesa en M. C. FISSEL: The Bishops’ Wars. Charles I’s campaigns against Scotland, 1638-1640, Cambridge 1994, pp. 32, 111 y 124-129. 110 El movimiento escocés Covenant fue uno de los desafíos del gobierno autoritario desde antes de 1637. Véase S. G. ELLIS: The making of the British Isles. Th estate of Britain and Ireland, 1450-1660, Edinburg 2007, pp. 335-358. 111 BL, Add. Mss., 36.450, vol. VII, pp. 185-186; AGS, E, leg. 2521, Consejo de Estado, Madrid, 17 de julio de 1638. Consultar también K. SHARPE: The Personal Rule of Charles I, op. cit., p. 827; J. R. SEELEY: The Growth of British Policy, Cambridge 1922, pp. 355-356; C. H. HIBBARD: Charles I and the Popish Plot, Chapel Hill 1983, p. 77. 112 Sobre el gobierno autoritario en los tres reinos en la década de 1630, S. G. ELLIS: The making of the British Isles…, op. cit., pp. 326-332.

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el transporte de soldados españoles en barcos ingleses había suscitado frecuentes protestas por parte de Joachimi, el embajador holandés. Los problemas que aún quedaban pendientes relativos a la propuesta matrimonial de la princesa inglesa María con el único hijo del príncipe de Orange, un niño de tan solo cuatro años de edad, también habían empañado las relaciones angloholandesas 113. La diplomacia inglesa dio un giro nuevamente volviendo sus contactos hacia España. Aunque la reciente partida rumbo a Madrid del desaparecido conde de Tyrone, quien había estado previamente involucrado en las intrigas para la rebe- lión de Irlanda, despertase ciertas suspicacias sobre las intenciones de los españo- les en aquella isla, finalmente pudo comprobarse el escaso fundamento de tales dudas. En febrero de 1638 se envió a Hopton a Madrid en calidad de embajador con el fin de reiniciar las negociaciones. Sin embargo, desde comienzos de 1639, se extendieron ciertos rumores de que un tal coronel Gage, un oficial católico al servicio español, había comunicado al gobierno inglés la posibilidad de que Espa- ña ayudase a Inglaterra, contribuyendo con tropas veteranas en la campaña esco- cesa, a cambio de la pasada colaboración inglesa en Flandes con el reclutamiento de irlandeses y la protección inglesa del camino español 114. Los franceses habían tratado infructuosamente de penetrar en las defensas españolas del extremo oriental de los Pirineos en 1637 y en 1638, con el ataque a Fuenterrabía. Sin embargo, dos importantes derrotas españolas en tierra y en mar durante los años 1638 y 1639 incrementaron la actividad diplomática espa- ñola con el fin de conseguir una alianza con Inglaterra. En tierra, la caída de Breisach, producida en diciembre de 1638, causó una profunda consternación en la Corte española, porque dejaba aislado al ejército español en Flandes al in- terrumpir el camino español. Como resultado de dicha situación, el Canal sería la única ruta que mantendría abiertas las comunicaciones con Flandes. Por mar, en octubre de 1639, se producía la derrota española en Las Dunas 115. Dada la

113 K. SHARPE: The Personal Rule of Charles I, op. cit., pp. 828-829; R. A. BIGBY: Anglo- French Relations…, op. cit., pp. 18-20; J. H. ELLIOTT: “The Year of the Three Ambassadors”, en H. LLOYD-JONES, B. PEARL y B. WORDEN (eds.): History and Imagination: Essays in Honour of H. R. Trevor-Roper, London, 1981, p. 168; CSPV, 1636-1639, pp. 458-459, 494-495 y 605- 606. 114 CSPV, 1636-1639, pp. 42-424, 498-499 y 541-542. 115 Sobre los eventos relacionados con la flota española de Las Dunas, de 1639, puede consultarse: J. ALCALÁ-ZAMORA QUEIPO DE LLANO: España, Flandes y el Mar del Norte…, op. cit., cap. VII;C. FERNÁNDEZ DURO, Armada Española: desde la unión de los Reinos de Castilla y

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indecisión inglesa, que deseaba rápidos beneficios financieros, el ejército de Oquendo fue derrotado en el Canal con pérdidas que alcanzaron las dos terce- ras partes del tonelaje de los cuarenta y siete barcos que constituían el contin- gente principal de la armada. A ello habría que añadir la pérdida de entre 9.000 y 10.000 hombres, entre muertos y heridos. La ruta marítima española con Flandes quedaba bloqueada, poniéndose de manifiesto con claridad, tanto la debilidad naval española como la necesidad, ahora más desesperada, de la asis- tencia marítima inglesa 116. Para J. Alcalá-Zamora, la derrota española en Las Dunas tuvo tres importantes consecuencias: con carácter general, el declive del poderío militar español; el del Imperio español en las Indias, particularmente; además de otros signos de decadencia que se verían ya en la Monarquía espa- ñola durante la década de 1640 117. El ataque a Oquendo acabó incrementando la rivalidad angloholandesa al desafiarse con ello las pretensiones inglesas en fa- vor de una soberanía marítima 118. Aunque Aerssens, el embajador extraordina- rio holandés en Londres, fue llamado a la Corte, finalmente Inglaterra no presentaría ninguna protesta oficial 119.

León, vol. IV, Madrid, 1898, cap. XIV; S. R. GARDINER: History of England from the accession of James I to the outbreak of the civil war 1603-1642, vol. IX, London 1899, pp. 58-68; K. SHARPE: The Personal Rule of Charles I, op. cit., pp. 831-834; P. HASKELL: Sir Francis Windebank and the Personal Rule of Charles I, tesis doctoral inédita, University of Southampton, 1978, pp. 259- 265; A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations…, op. cit., pp. 26-30; BL, Add. Mss., 27.962, ff. 351-368v; CSPV, 1636-1639, pp. 498-499, 512, 556-562, 572-601 y 605-606; CSPD, 1639, pp. 476-477, 503-505, 511-512 y 538; CSPD, 1639-1640, pp. 3-4 y 31-37; AGS, E, leg. 2521, Consejo de Estado, Madrid, 17 de noviembre de 1639. 116 H. TAYLOR: “Trade, neutrality and the English Road, 1630-1648”, Economic History Review 25 (1972), p. 246; A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations…, op. cit., pp. 29-30 y 44- 45; P. HASKELL: Sir Francis Windebank…, op. cit., pp. 261-265. 117 J. ALCALÁ-ZAMORA QUEIPO DE LLANO: España, Flandes y el Mar del Norte…, op. cit., pp. 460-468. Aunque el debilitamiento marítimo español no puede cuestionarse lo cierto es que, salvo algunas pequeñas pérdidas, el Imperio español en América todavía se mantendría incólume durante el siglo XVIII. 118 Sobre la rivalidad comercial anglo-holandesa, puede verse C. R. BOXER: The Dutch Seaborne Empire..., op. cit. En relación al papel de Ámsterdam como centro financiero y del comercio internacional, cfr. V. BARDOUR: “Dutch and English Merchant shipping in the Seventeenth Century”, Economic History Review 2 (1930), pp. 261 y ss. 119 P. H ASKELL: Sir Francis Windebank…, op. cit., p. 264.

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Las presiones sobre el gobierno de Olivares en Madrid continuaron incre- mentándose. Los navíos españoles tenían serias dificultades para moverse en aguas de la Bahía de Vizcaya y en el Golfo de Génova, debido a la intervención francesa. Tampoco estaban a salvo de un posible ataque combinado franco- holandés las ciudades de Gravelinas y Dunkerque en Flandes. La invasión fran- cesa del Rosellón, en 1639, sorprendió a todos por la vulnerabilidad en que quedaba Cataluña y las necesidades defensivas que había que predisponer en el Principado ante tal amenaza 120. En marzo de 1639, uno de los hombres de Es- tado españoles, Medina de las Torres, parecía predecir las limitaciones encon- tradas en la Unión de Armas de Olivares para implicar a todos los territorios de la Monarquía hispánica, señalando: La conclusión viene a ser que Su Majestad no puede mantener esta guerra mucho más tiempo en el presente estado, ni exponer todos sus reinos a tales manifiestos peligros, y debe por tanto necesariamente buscar aquellos medios por los cuales sea posible conseguir la paz 121. En efecto, la delicada coyuntura por la que atravesaban ambos países era una poderosa razón para “aproximar voluntades”. Los problemas de Carlos en In- glaterra y las dificultades hispanas para mantener su política exterior en Euro- pa hicieron que, durante la primavera de 1640, ambos países consideraran, de nuevo, la consecución de una alianza como la mejor tabla de salvación 122.

120 J. H. ELLIOTT: El Conde-Duque de Olivares: el político en una época de decadencia, Barcelona 1990, pp. 533-537 y 549-551. 121 R. A. STRADLING: “A Spanish Statesman of appeasement: Medina de las Torres and Spanish Policy, 1639-1670”, The Historical Journal 19/1 (1976), pp. 11-12. 122 CSPV, 1636-1639, pp. 477-478; BL, Add. Mss., 36.450, VII, pp. 185-186; AGS, E, leg. 2521, Consejo de Estado, Madrid, 17 de julio de 1638. También en C. H. HIBBARD: Charles I and the Popish Plot, op. cit., p. 77; P. HASKELL: Sir Francis Windebank…, op. cit., pp. 204-205, 221 y 259-265; D. HIRST: Authority and Conflict. England..., op. cit., pp. 177- 179 y 187; B. COWARD: The Stuart Age. England, 1603-1714, London 1994, p. 180; y H. TAYLOR: “Trade, neutrality and the English Road…”, op. cit., p. 246. Las negociaciones hispano-inglesas para formar una alianza durante 1640 han sido estudiadas por J. H. ELLIOTT: “The Year of the Three Ambassadors”, op. cit., pp. 165-181.

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INACTIVIDAD POLÍTICA EN EL EJE ANGLOESPAÑOL EN LA INESTABLE DÉCADA DE 1640

Los diplomáticos y embajadores de las principales cortes europeas fueron testigos de excepción en el revuelto panorama europeo de comienzos de 1640. En medio de un gran conflicto internacional, como la Guerra de los Treinta Años, y con situaciones internas de difícil desenlace que afectaban a las princi- pales monarquías europeas observaban y participaban desde sus privilegiadas atalayas en los manejos diplomáticos, acuerdos y alianzas, conforme a las ins- trucciones que portaban. Londres y Madrid tenían serias preocupaciones internas a mediados de 1640. “Es más cierto que las razones de Estado comienzan en casa” 123. Con estas ati- nadas palabras se dirigía Sir Arthur Hopton, embajador inglés en España, a sir Francis Windebank, secretario de Estado de Carlos Estuardo, en junio de 1640. Palabras en las que se hacía expresa referencia a priorizar la resolución de los asuntos internos antes de emprender cualquier iniciativa en política exterior, en un panorama internacional especialmente sometido a cambios e inestabilidades. Estas palabras eran, al mismo tiempo, premonitorias de los sucesos que iban a te- ñir de incertidumbre política a las monarquías inglesa y española hasta finales de año. La primera, envuelta en una guerra desigual frente a los escoceses tras la eventual firma del tratado de Berwick, y la segunda, teniendo que enfrentar al mismo tiempo dos sublevaciones, la catalana, en junio, y la portuguesa, a finales de año. En efecto, en Escocia, Carlos I y Laud intentaron aplicar un nuevo programa de uniformidad religiosa. Ante las dificultades para imponer la religión episcopal sobre los escoceses, Thomas Wentworth, conde de Strafford, dirigió un ejército contra Escocia, originando las Guerras de los Obispos 124. En Cataluña, después del suceso de Salses, en 1639, Olivares intentó formar un ejército real en el que los catalanes colaborasen con el resto de los territorios de la Monarquía hispáni- ca, ante lo que encontró una tenaz resistencia. Pero fue el envío de tropas caste- llanas a Cataluña el que actuaría de detonante de un conflicto que no iba a

123 “If we should be brought into a war, the whole weight therefore must Light upon us… I will not deny but that, for the balance of Christendom, some league with Spain were not unfit; but it is more certain that reason of State begins at home”, Sir Arthur Hopton a Sir Francis Windebank, 15 de junio de 1640 (CSP, vol. II, p. 86). 124 C. S. R. RUSSELL: The Causes of the English Civil War, Oxford 1990, pp. 111 y ss.

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finalizar hasta la rendición de Barcelona en 1652. En consecuencia, las decisiones orientadas a la uniformización de la década de 1640 de dos de las más grandes monarquías occidentales, la inglesa y la española, solo había conducido a sucesi- vos desastres 125. En las Islas Británicas, las revueltas atacaron el corazón de la Monarquía, incluyendo Londres. Hacia 1640 la monarquía Estuardo era incapaz de continuar gobernando en la forma tradicional e incluso su política exterior re- sultó inoperante a causa de sus deficientes recursos. La confrontación militar en- tre el gobierno de Carlos I y los escoceses involucrarían a la Corona en la peor crisis financiera. Por el contrario, las rebeliones de la Península Ibérica se centra- ron en los territorios periféricos, Cataluña y Portugal fundamentalmente, dejan- do su corazón, Castilla, virtualmente intacto aunque esquilmado en el terreno económico 126. Ambas monarquías, española e inglesa, contaban, además, con un último escollo: los manejos de la diplomacia francesa y su política colaboracionis- ta con los escoceses y con los catalanes. El nuevo embajador español en Londres, don Alonso de Cárdenas 127, tenía por objeto relanzar la serie de compromisos fijados entre ambos países desde el tratado de Londres, firmado en 1604, e insistir en la colaboración inglesa, que seguía siendo tan necesaria para el éxito de la política exterior española 128. Se- gún las instrucciones que portaba, debía dirigirse a La Coruña y desde allí par- tir a Londres, en un galeón enviado por el rey de Inglaterra para recoger a la duquesa de Chevreuse, una ilustre confidente de origen francés, a quien debía

125 C. S. R. RUSSELL: The Fall of the British Monarchies, 1637-1642, Oxford 1991, pp. 524 y 530-531. 126 J. H. ELLIOTT: “A non-revolutionary society: Castile in the 1640’s”, en J. DEVIGERIE (ed.): Etudes d’Histoire Européenne. Mélanges offerts à René et Suzanne Pillorget, Angers 1990, pp. 254-255. 127 M. HERRERO SÁNCHEZ: “Cárdenas, Alonso de”, Diccionario Biográfico Español, Madrid 2011, vol. XI, pp. 347-350. 128 Durante la última década, una embajada tan relevante para los intereses españoles como la inglesa no había contado con un embajador permanente. Una nómina de hasta cinco nombres se había repartido con distinta suerte en Londres para el destino de los asuntos hispanos, en algunos casos con escasa continuidad: Pedro Pablo Rubens, como enviado de Felipe IV, entre junio de 1629 y marzo de 1630; don Carlos Coloma, como embajador extraordinario, entre enero de 1630 y febrero de 1631; Juan de Necolalde, como agente residente, entre junio de 1631 y julio de 1637; don Íñigo Vélez de Guevara, octavo conde de Oñate, entre julio de 1636 y mayo de 1638; y don Alonso de Cárdenas, como agente interino, desde mayo de 1638 hasta recibir las credenciales de embajador en julio de 1640.

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vigilar en sus contactos con franceses, tal y como estaban los asuntos. Al frente de la delegación inglesa en Madrid se encontraba el experimentado Sir Arthur Hopton, quien había servido en su primera etapa como agente residente entre 1631 y 1636, y había retornado en calidad de embajador, en junio de 1638. El fortalecimiento de la colaboración angloespañola, basada en el Tratado de Madrid de 1630, debería producir un efecto estabilizador en las relaciones di- plomáticas de ambos países. Por una parte, España podría aprovechar la estra- tégica posición de Inglaterra en el Canal y en el Mar del Norte, beneficiarse de la recluta de tropas inglesas y especialmente irlandeses en el ámbito militar, ter- minar con algunas de las disputas comerciales y entorpecer, en lo posible, cual- quier tipo de acuerdo angloholandés. Como telón de fondo, se esperaba mejorar la situación de los católicos en Inglaterra y reconstruir el círculo filohispano en la corte inglesa. Por otra, Inglaterra, con una pesada carga económica podía en- contrar en Felipe IV un aliado fiel en tiempos difíciles que ayudara en la finan- ciación de las guerras internas en el país, mientras, en el exterior pudieran encauzarse, entre otros, el problema del Palatinado. A finales de 1640 las negociaciones hispanoinglesas estaban prácticamente en suspenso, en buena medida debido a la rebelión escocesa, que desde el verano había progresado peligrosamente y ocupaba la atención de la política inglesa, hasta dejar en un segundo plano el arreglo de cualquier tratado con Madrid 129. Las presiones efectuadas por Olivares para implantar su programa político de- sencadenaron la rebelión en Lisboa, que conduciría a la ejecución y expulsión de los agentes reales españoles, y culminaría con la proclamación de Juan IV de Braganza como rey de Portugal, creando un nuevo frente peninsular, en el oes- te, y una nueva problemática a resolver 130. Antes de finalizar el año 1640 la fac- ción española en la Corte inglesa, con auge en los tiempos de Windebank, sufría un serio revés 131. Strafford era arrestado, los marqueses de Velada y Malvezzi abandonaban de forma precipitada la capital y Carlos I daba un giro a su política

129 AGS, E, legs. 2562 y 2521. Cartas de Alonso de Cárdenas, entre el 23 de septiembre y el 1 de noviembre de 1640. 130 Para la revuelta de Portugal, pueden consultarse los trabajos de J. SERRÃO, V. MAGALHÃES GODINHO, A. ALMEIDA, A. M. HESPANHA, A. OLIVEIRA, L. R. TORGAL, F. BOUZA y R. VALLADARES. 131 El ascenso de la facción hispanófoba en la Corte, en Cartas de Giovanni Giustinian, Londres, 27 de abril de 1640 (CSPV, 1640-1642, pp. 37-39); 7 de junio de 1641 (pp. 160- 162); y 28 de agosto de 1641 (pp. 203-204).

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exterior dirigiéndose a los holandeses, con el fin de alcanzar una alianza matri- monial casando a su hija con el príncipe Guillermo de Orange, cansado de espe- rar al gobierno de Madrid y buscando mayores beneficios económicos. La política exterior inglesa, semejante a la de un péndulo, volvía a oscilar de nuevo, algo que resultaba ya una constante durante el gobierno de los Estuardo 132. Con el inicio de la Guerra Civil inglesa los distintos gobiernos europeos to- maron posiciones. Los problemas internos de un país que, en el plano estraté- gico y militar, ofrecía tantas ventajas y posibilidades para la Monarquía española llevaban a una cuidadosa toma de decisiones para Alonso de Cárdenas, quien debía nadar entre las dos turbulentas aguas: las del rey y las del Parlamen- to 133. No cabe duda de que Inglaterra constituía la llave para el mantenimiento de las comunicaciones abiertas con Flandes, por lo que España era muy depen- diente del resultado del conflicto. En consecuencia, el conflicto inglés sometió el camino español a un gran riesgo, por lo que el Consejo de Estado recalcó am- pliamente que ambas partes, rey y Parlamento inglés, debían ser reconocidos en las mismas condiciones, según el tratado de 1630. A los recientes sucesos de Las Dunas, en 1639, se añadía la ejecución de Strafford, en 1641, símbolo para una alianza angloespañola, y la aproximación de Carlos I a holandeses y portugueses. El tratado con Holanda y la recepción oficial de dos enviados portugueses en Londres evidenciaban un cambio de po- siciones por parte de la Corona inglesa y fueron dos incidentes considerados de la máxima gravedad por el gobierno de Madrid. La alianza con Holanda, que unía las dinastías de ambos países con un tratado matrimonial, debía reportar una cuantiosa cantidad en concepto de dote, nada despreciable dadas las acu- ciantes necesidades financieras inglesas, que todavía requerían de otras 285.000 libras esterlinas para afrontar los gastos ordinarios y el impagado ejército inglés en Yorkshire. El segundo incidente, se produjo a comienzos de año con la recep- ción oficial en Whitehall Palace de los dos enviados portugueses de la Casa de Braganza, con igualdad de derechos y privilegios que los embajadores de otras

132 Cartas de Giovanni Giustinian, Londres, 18 de mayo 1640 (CSPV, 1640-1642, pp. 45-46); y 21 de diciembre de 1640 (pp. 104-106). 133 Gracias a una relación del embajador español, redactada para Felipe IV y el Consejo de Estado, conocemos los acontecimientos más significativos de la Revolución Inglesa. Véase Á. ALLOZA y G. REDWORTH: La revolución inglesa (1638-1656): “Relación del estado presente de las cosas de Inglaterra deducida desde el principio de sus movimientos hasta el año de 1656, escriuiola D. Alonso de Cárdenas, enbaxador de la Majestad Cathólica”, Madrid 2011.

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Coronas. La recepción inglesa de quienes se consideraban rebeldes y enemigos de la Monarquía española causó el desaire pretendido en la corte de Felipe IV 134. La protesta formal de Cárdenas tampoco pudo evitar la firma de un tratado anglo- portugués en 1642 que abría diversas expectativas comerciales al tráfico mercan- til inglés en aguas bajo soberanía lusa 135. Además, se recuperaba el tráfico mercantil lusoholandés perjudicando el embargo español de los productos holan- deses y el comercio español con América, mientras el bloqueo holandés de la pla- za de Dunquerque impedía el embarque de la infantería que debía dirigirse hacia Cataluña y Portugal 136. Por si fuera poco, a esta serie de incidentes se sumaba la reclamación por parte de Carlos I de una antigua deuda a España, consistente en el préstamo inglés de 100.000 libras esterlinas en oro a diversas ciudades en Flan- des y que, reconocida por España en diversos tratados, seguía impagada desde los tiempos de la reina Isabel. Como prueba de que la nueva situación había endure- cido el lenguaje entre ambas naciones, el monarca inglés solicitaba no solo el ca- pital prestado sino los intereses vencidos hasta la fecha que, sesenta años más tarde, se aproximaban, según estimaciones inglesas, al millón de libras 137. Las consecuencias de la Guerra Civil inglesa se harían notar pronto en el trá- fico mercantil con los países de su entorno 138. Ese mismo año, más de una trein- tena de mercaderes ingleses presentaban ante la Casa de los Comunes una protesta

134 A. J. LOOMIE, “Alonso de Cárdenas and the Long Parliament, 1640-1648”, English Historical Review 97 (1982), pp. 289-307. La cita en la p. 292. 135 Cartas de Giovanni Giustinian, Londres, 15 de marzo de 1641 (CSPV, 1640-1642, vol. XXV, pp. 130-132); 3 de mayo de 1641 (pp. 141-143); 7 de junio de 1641 (pp. 160-162); 21 de junio de 1641 (pp. 163-165); y 14 de febrero de 1642 (pp. 290-292). 136 Sobre las proposiciones portuguesas, véase CSPD, 1640-1641, pp. 33, 272, 541 y 567- 568. El tráfico mercantil luso-holandés, en Carta de Zuanne Zon, secretario veneciano en La Haya, al Dogo y Senado, La Haya, 7 de julio de 1642 (CSPV, 1642-1643, vol. XXVI, p. 94). 137 CSPD, 1641-1643, 8 de junio de 1642, pp. 336-337. Entre 1577 y 1578, Inglaterra prestó distintas cantidades en libras esterlinas en oro, a las ciudades de Bruselas, Amberes, Gante, Brujas, Ostende y Dunquerque. 138 La Guerra Civil inglesa causó unas pérdidas materiales y humanas sin precedentes. En Inglaterra y Gales, al menos 150 ciudades y 50 pueblos sufrieron graves daños; y más de 11.000 casas, 200 casas de campo, 30 iglesias y media docena de castillos fueron destruidos y otros muchos más dañados. El coste total de los daños materiales superó los dos millones de libras, por no hablar de la grave despoblación de algunas áreas de Escocia e Irlanda. La población de Irlanda pudo reducirse en las décadas de 1640 y 1650 en una quinta parte (G. PARKER: El siglo maldito…, op. cit., pp. 612-615).

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formal por problemas comerciales para navegar en los mares estrechos, de España, Portugal y Francia, lo que dejó al embajador español en Londres, don Alonso de Cárdenas, en una posición muy incómoda 139. Desde el comienzo de la rebelión irlandesa, la Monarquía inglesa mantuvo la sospecha de que tras los rebeldes se movían intereses españoles. Esta toma de po- siciones en común del gobierno de Madrid con los católicos irlandeses databa de los tiempos de la reina Isabel aunque los actores fueran en estos momentos una serie de rebeldes agrupados en la Confederación de Kilkenny, quienes solicitaban apoyo financiero y material de España 140. Unas sospechas que habían repercutido en las relaciones angloespañolas como el propio Cárdenas experimentó, en no- viembre de 1641, al serle registradas sus valijas diplomáticas procedentes de Du- blín y confiscársele temporalmente la correspondencia llegada desde Irlanda. Los incidentes angloespañoles en el mar fueron constantes y el viraje político que la Monarquía inglesa estaba dando terminó afectando a los contratos para el reclutamiento de tropas en Irlanda, el granero habitual para las monarquías occi- dentales y especialmente para España. Al mismo tiempo, durante la mayor parte de este período, la Monarquía española continuó enfrentándose a la rebelión por- tuguesa y catalana, cuidando especialmente de controlar la segunda, además de otras intentonas de dudoso resultado como la que Medina Sidonia proponía para Andalucía. La guerra contra el francés tampoco era favorable, ni en Artois, al nor- te, ni en Rosellón, al sur, territorios ya ocupados, mientras el ejército de Felipe IV sufría un serio revés, en febrero de 1641, al ser repelido en su ataque a Barcelona. Rebeliones interiores y derrotas exteriores presagiaban los peores augurios para Hopton, el embajador inglés en España, como señalaba en una carta al secretario Vane: “La grandeza de esta monarquía apunta a su final” 141. Cárdenas, su homó- logo español en Londres, corroboraba dicha situación cuando, dirigiéndose al Consejo de Estado, anunciaba su penuria económica con el atraso en la percepción de los últimos nueve meses de su salario como embajador 142. Al margen de otras interpretaciones que puedan valorar las relaciones perso- nales existentes entre Carlos I y el embajador español, lo cierto es que a mediados

139 Carta de Girolamo Agustini, Londres, 21 de agosto de 1643 (CSPV, 1643-1647, pp. 8-10). 140 R. A. STRADLING, The Spanish Monarchy and Irish Mercenaries…, op. cit., p. 263. 141 J. H. ELLIOTT, La rebelión de los catalanes…, op. cit., p. 462. 142 AGS, E, leg. 2522, Consejo de Estado, 30 de abril de 1641.

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de 1644, tras sus victorias en Winceby y en Marston Moor, el Parlamento era quien mejor podía asegurar los intereses españoles, tanto en el Canal de la Man- cha como en la recluta de levas de irlandeses e ingleses 143. El propio Carlos I ha- bía abandonado la ciudad de Londres por Oxford, uno de sus feudos más seguros. Por ello, no resulta extraño que ese mismo año el embajador inglés en Madrid pre- sentara una protesta formal a causa del giro experimentado en la política exterior española, ahora más dispuesta a colaborar con el bando parlamentario, como se de- mostraba por la mayor tolerancia al comercio que el Parlamento mantenía con Flandes, obteniendo armas y municiones, para su posterior introducción en Ingla- terra. Además, un agente español enviado a Irlanda para reclutar tropas fue expul- sado de la isla por los realistas sin cumplir su cometido por la connivencia entre Londres y Madrid. La actitud española fue explicada al embajador inglés, al que se recordó que su monarca continuaba comerciando tanto con portugueses como con catalanes y holandeses, todos ellos rebeldes a España 144. Con respecto a Fran- cia, las noticias de la derrota realista en Naseby, en 1645, y la posible instauración de una república en Inglaterra que hiciera de su poder marítimo un emblema pa- ra el país la atemorizaron de tal forma que pasó del apoyo a la causa parlamentaria en sus inicios al posterior apoyo a la causa realista 145. Mientras España negociaba con el Parlamento las licencias para reclutar tro- pas y la protección naval para los convoyes españoles que transportaban hombres y dinero con dirección a Flandes, con el monarca inglés, como mediador con los portugueses, trataba de negociar la liberación de don Eduardo de Portugal, her- mano del duque de Braganza, a cambio de la condonación de una vieja deuda valorada en 200.000 ducados que los españoles tenían con Inglaterra 146. Para es- trangular el comercio londinense, Carlos I había concedido patentes a algunos ca- pitanes corsarios que actuaban desde Dunquerque capturando navíos del bando parlamentario que eran conducidos posteriormente al puerto de Ostende, lo que elevó la tensión existente entre el Parlamento y el gobierno de Felipe IV aunque, de momento, quedase en una protesta formal ante Cárdenas. No debemos olvidar

143 Á. ALLOZA y G. REDWORTH: La revolución inglesa…, op. cit., pp. 19-20. 144 Carta de Girolamo Agustini, Londres, 26 de febrero de 1644 (CSPV, 1643-1647,pp. 74-76). 145 G. PARKER: El siglo maldito…, op. cit., p. 622. 146 AGS, E, leg. 2562, Consejo de Estado, Madrid, 11 de agosto de 1645; Ibidem, leg. 2523, Consejo de Estado, septiembre de 1645.

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que más de una veintena de navíos ingleses estaban anclados por estas fechas en puertos españoles desde Cádiz a Málaga, cuando se esperaba la llegada de la flota de Indias. La ruptura pudo ser evitada gracias a la intervención mediadora de Cárdenas que redactó una carta de recomendación favorable a los intereses del Parlamento y que un agente fiel a los Comunes entregaría en Bruselas 147. Durante 1645 y 1646, los Consejos de Estado y Guerra españoles discutieron sobre los efectos negativos que el comercio angloportugués podía tener sobre la economía española, además de quebrantar los términos firmados en el tratado angloespañol de 1630 148. Con esta política, que continuó hasta 1648, la lucha co- mercial que España practicaba frente a Portugal resultaba poco efectiva. Como consecuencia de estos desacuerdos se restringió el comercio directo con Inglate- rra y se produjeron represalias entre ingleses y vecinos de Dunquerque, deterio- rándose aún más las relaciones entre ambos países. Se prohibió a Inglaterra la importación de hierro vizcaíno y guipuzcoano al estar bajo sospecha de su tráfico comercial ilegal con Portugal. Los católicos irlandeses podían transportar bienes desde las embarcaciones inglesas para conducirlas después a puertos españoles. En estas circunstancias, no parece extraño que en Londres se levantasen voces, como defendían algunos mercaderes ingleses, a favor de alguna expedición de castigo inglesa sobre alguna de las islas españolas del Caribe 149. A pesar de que las rebeliones en curso en Portugal y en Cataluña restaron ac- tividad a la política exterior española, no por ello dejaron de mantenerse fluidos contactos con el gobierno parlamentario y más aún tras hacerse pública la corres- pondencia aprehendida en Naseby a Carlos I en junio de 1645 en el carruaje del rey 150 y sus comprometedores manejos con los irlandeses, franceses, holandeses y portugueses 151. La posición de Cárdenas en Londres, ante la ausencia en los papeles secretos de cualquier colaboración con Madrid, quedó más fortalecida

147 AGS, E, leg. 2523, Cartas de Alonso de Cárdenas al Consejo de su Majestad, desde diciembre de 1644 a julio de 1645. 148 P. S ANZ CAMAÑES: “England and Spanish Foreign Policy during the 1640’s”, European History Quarterly 28/3 (1998), pp. 291-310. 149 AGS, E, leg. 2523, Consejo de Estado, 16 de marzo de 1646; y Real Decreto, 2 de noviembre de 1645; AGS, E, leg. 2524, Consejo de Estado, 28 de mayo de 1648, f. 3; AGS, E, leg. 2525, Consejo de Estado, 26 de enero; y 3 de septiembre de 1647. 150 G. PARKER: El siglo maldito…, op. cit., p. 622. 151 Á. ALLOZA y G. REDWORTH: La revolución inglesa…, op. cit., pp. 18-19.

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que antes. En enero de 1645, antes de la derrota realista de Naseby, Cárdenas ha- bía visitado al monarca inglés comprobando en persona el desánimo que cundía por doquier en la apresurada corte de Oxford. El apoyo irlandés no llegaría y el rey, sitiado en Oxford por las tropas de Fairfax, acabaría en manos de los escoceses, quienes lo entregaron al Parlamento a cambio de 800.000 escudos. En Newcastle, Carlos I recibiría las conocidas Proposiciones de Newcastle, unas duras condicio- nes en el terreno político y religioso que atentaban contra la autoridad del monar- ca como soberano y cuya aceptación supuso el destierro de la imagen del gobierno en solitario que Carlos Estuardo había acuñado durante la década de 1630. La situación política inglesa, en el seno del bando parlamentario, no andaba por mejor camino, a pesar de haber ganado la guerra. Las divisiones políticas y religiosas serán continuamente escrutadas en el texto de Cárdenas. El auge del partido independiente y las vinculaciones, probablemente intencionadas por par- te del embajador español, con el movimiento anabaptista, no ocultaban diferen- cias hasta algunos puntos insalvables con el presbiterianismo, grupo mayoritario en el Parlamento que, a mediados de 1646, todavía albergaba esperanzas de restau- rar la Monarquía como único medio de uniformización religiosa en Inglaterra 152. A esta serie de sucesos ciertamente tumultuosos, con un ejército o New Model Army sobre el que se discutía su desmovilización, disensiones ideológicas encen- didas por agitadores y la divulgación de panfletos que atizaban la arena política, se sumó la huída –previsiblemente organizada por Cromwell– del rey Carlos a la isla de Wight y sus posteriores negociaciones con los escoceses, que todavía man- tenían importantes ciudades como las de Berwick y Newcastle, consideradas las llaves de Inglaterra. La huída regia fue aprovechada por el círculo del monarca para incrementar la actividad diplomática y enviar a algunos agentes en busca de apoyos a la causa realista en las cortes europeas 153. La calculada ambigua posición española durante la Guerra Civil inglesa fue seguramente parte de una estrategia preconcebida para sacar partido de su ne- gociación con ambos bandos 154. La nueva República requería de aliados firmes

152 Á. ALLOZA y G. REDWORTH: La revolución inglesa…, op. cit., pp. 31-32. 153 Carta de Giovani Battista Nani, París, 3 y 10 de septiembre de 1647 (CSPV, 1647- 1652, pp. 12-15). 154 Cartas de Giovanni Giustinian, Londres, 1 de junio de 1640 (CSPV, 1640-1642, pp. 50-51); 19 de abril de 1641 (pp. 139-140); 18 de octubre de 1641 (pp. 225-227); 17 de enero de 1642 (pp. 278-279).

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en el escenario internacional que se estaba gestando y más aún cuando Francia –con la presencia en París de Enriqueta María, esposa del ajusticiado Carlos Es- tuardo y de su hijo el príncipe de Gales– acababa de retirar a su embajador en Londres 155. Cromwell, quien iniciaba su mandato con la amenaza de cualquier posible complot que atentase contra la República, expulsó a una serie de resi- dentes extranjeros, entre ellos al del duque de Lorena, mientras en Constanti- nopla el embajador inglés era afecto a los intereses realistas de Carlos Estuardo en el exilio, lo que impedía la normalización de relaciones diplomáticas con el nuevo régimen. Holanda, Portugal y España, eran bazas que, sin duda, entra- ban en la posible negociación por parte de Cromwell. Con respecto a Holanda, las fricciones en el terreno económico siguieron en aumento en los siguientes años 156. La independencia de España, reconocida en Westfalia, había dejado a un país fortalecido en lo económico y con una su- premacía mercantil que podía oscurecer el futuro de Inglaterra 157. Cromwell inició la tarea de recuperación económica del país aprobando unas leyes de na- vegación con el objeto de responder al conflicto económico generado con las Provincias Unidas desde comienzos de siglo. La teoría defendida del Mare Li- berum, es decir, de libre tránsito y comercio, elaborada por Hugo Grocio, se ha- bía ido imponiendo en los mares encerrando a los ingleses en su isla a pesar de los esfuerzos realizados por la Inglaterra isabelina, apoyada en el corsarismo, por extender sus dominios al Atlántico y emprender la colonización de algunos territorios en Norteamérica 158.

155 Carta de Alonso de Cárdenas a Su Majestad, Londres, 26 de febrero de 1649 (AGS, E, leg. 2524, f. 21). 156 Durante los primeros cuarenta años del siglo XVII, el comercio inglés consolidó su hegemonía en el Mediterráneo y estableció sus bases comerciales en el océano Índico, en detrimento de venecianos y portugueses. A partir de 1640, el nuevo crecimiento comercial dependía de la capacidad de los ingleses para enfrentarse al creciente poder de los holandeses. Los choques angloholandeses de mediados de siglo venían a anunciarse en estos momentos. Véase R. BRENNER: Mercaderes y revolución. Transformación comercial, conflicto político y mercaderes de ultramar londinense, 1550-1653, Madrid 2011, p. 69. 157 Ciertamente durante la segunda mitad del siglo XVII se produciría una notable mejora de las relaciones hispanoholandesas, teniendo como telón de fondo la amenaza francesa. Véase M. HERRERO SÁNCHEZ: El acercamiento hispano-neerlandés (1648-1678), Madrid, 2000. 158 Entonces eran los españoles, portugueses e ingleses, el objeto de las críticas de Grocio, naciones que se habían adelantado al reparto de los beneficios, “por sentencia divina”, como señalaba el holandés, ahora la rivalidad les enfrentaba fundamentalmente a los

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De igual manera, las relaciones del Parlamento con Portugal se habían visto enturbiadas por algunos acontecimientos sucedidos a finales de la Guerra Civil. Con el fin de volver a establecer en Europa unas rutas marítimas seguras para el tráfico mercantil inglés, en el verano y otoño de 1650, Blake llevó a cabo una de- vastadora campaña naval en aguas ibéricas, bloqueando primero y destruyendo después la flota monárquica del príncipe Rupert que, tras los sucesos de 1648, se había involucrado en distintos robos y piraterías en el mar hasta llegar a Lisboa, donde habían encontrado refugio en la corte de los Braganza al declararse el puerto como neutral “y lugar seguro para ambos partidos, realistas y republica- nos”. Al mismo tiempo, procedió capturando, en represalia, la flota azucarera portuguesa en septiembre de 1650 159. En noviembre, el Parlamento aprobaba una ley proclamando la represalia de navíos y embarcaciones portuguesas, con el título: “An Act for making ships and merchandizes taken, or to be taken from the King of Portugal or any of His Subjects to be Prize” 160. Con la represalia de los bienes portugueses y las medidas adoptadas, la Commonwealth demostraba a otros países cómo se proponía el castigo de quienes cobijaban a los que hostigaban el comer- cio inglés. El Consejo de Estado inglés había despachado cartas de represalia con- tra los portugueses y sus navíos, además de seguirse un pleito en la corte del almirantazgo, donde se esperaba encontrar sentencia favorable. Seis meses más tarde, los asuntos pendientes entre Londres y Lisboa seguían teniendo difícil arreglo, y la diplomacia española se encargaba de enturbiarlos aún más. No debe- mos olvidar que la recuperación de Portugal seguía constituyendo uno de los principales objetivos para la Monarquía española. En consecuencia, España e Inglaterra se veían condenadas a entenderse por los beneficios que dicha relación tenía para ambas partes. Felipe IV no olvidaba las re- comendaciones recibidas por su Consejo de Estado, en enero de 1650: “Resulta esencial mantener la paz con Inglaterra sea quien sea el que gobierne allí” 161, lo

ingleses. El jurista y diplomático de Delft no llegaría a presenciar el conflicto angloholandés que tendría su primer asalto con la aprobación del Acta de Navegación inglesa, el 9 de octubre de 1651 y que supuso la base jurídica necesaria para detener el librecambismo holandés. Véase R. BRENNER: Mercaderes y revolución…, op. cit., pp. 698-702. 159 Ibidem, p. 647. 160 AGS, E, leg. 2527, Ley del Parlamento de Inglaterra, Londres, 8 de noviembre de 1650. 161 A. MACFADYEN: Anglo-Spanish Relations…, op. cit., p. 217.

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que venía a corroborar la máxima anunciada desde comienzos de siglo de intentar, por todos los medios a su alcance, mantener uno de los posibles frentes bélicos, co- mo el inglés, cerrado. Tampoco olvidaba la posible restauración monárquica en el futuro, por lo que mantenía al mismo embajador español en Londres y con las mismas credenciales que había presentado al rey ejecutado para representar a Fe- lipe IV ante el gobierno de Cromwell. Además, siguiendo el protocolo entre las monarquías había remitido una carta de pésame al heredero a la Corona inglesa en el exilio por la muerte de su padre, eso sí fechada a comienzos de abril de 1649, más de dos meses después de producirse el suceso 162. La Inglaterra realista en el exilio enviaba a un experimentado Cottington a Madrid para buscar el apoyo es- pañol a la causa del heredero a la Corona, mientras las instrucciones de Felipe IV eran las de “dilatar” su salida y “estorbarla” en lo posible para evitar un conten- cioso diplomático con el Parlamento 163. En el nuevo escenario que se estaba dibujando el papel del embajador español fue ciertamente de relieve y se aprovechó de su situación en solitario como emba- jador en Londres. Por unos u otros motivos, los embajadores, agentes o residentes de Francia, Holanda, Portugal, la Lorena y el Imperio Otomano, habían sido ex- pulsados de Londres o se mantenían más afines al futuro heredero de la Corona inglesa en el exilio 164. Cabe recordar un incidente que estuvo a punto de entur- biar las excelentes relaciones angloespañolas como fue el del asesinato del residen- te del Rump Parliament enviado a Madrid en 1650, Anthony Ascham, con objeto precisamente de normalizar las relaciones con el gobierno de Felipe IV 165. No era

162 Carta de pésame de Felipe IV al nuevo rey de Inglaterra (AGS, E, leg. 2524, ff. 29 y 30). 163 Carta del Sr. Archiduque de los Países Bajos a Felipe IV, Cambray, 8 de julio de 1649 (AGS, E, leg. 2524, f. 66). 164 Carta de Alonso de Cárdenas a Felipe IV, Londres, 11 de julio de 1651 (AGS, E, leg. 2.528). 165 Anthony Ascham, personaje con una notable trayectoria política de corte republicano y claro defensor del sistema postulado por Cromwell, escribió en 1648, A discourse: wherein is examined, what is particularly lawfull during the confusions and revolutions of governments. La obra sería reeditada en 1649, con nueve nuevos capítulos y de forma abreviada, con el título Of the Confusions and Revolutions of Goverments. Su teoría política, acusada por sus detractores de impropia y equivocada por confundir conceptos como “derecho y poder”, tenía claras connotaciones antimonárquicas. En su opinión, el derecho a gobernar podía siempre cuestionarse y en consecuencia la legitimación de su propio gobierno. Cfr. Q. SKINNER: “History and Ideology in the English Revolution”, The Historical Journal 8/2 (1965), pp. 151-178. La cita en la p. 163.

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la primera vez que los agentes del Parlamento eran atacados, más aún, teniendo en cuenta el numeroso grupo de realistas afectos que se mantenían en el exilio 166.En las mismas condiciones, la normalización de relaciones con Madrid obligó al Par- lamento a requerir al embajador español credenciales para representar al rey de España ante el régimen de Cromwell, quedando inhabilitadas las credenciales an- teriores a pesar de llevar doce años en Londres, lo que venía a representar de facto que el rey de España se convirtiese, en enero de 1651, en el primero “que recono- cía al Parlamento por República libre” 167. A Cárdenas, según él mismo pudo re- portar a Madrid, se le haría un recibimiento con honores de jefe de Estado en Westminster, quizá para ejemplificar el nuevo sentido que cobraba España como aliado oficial de la República. Sin embargo, no había que engañarse, la necesidad española de establecer relaciones con el nuevo régimen venía determinada por la interminable guerra con Francia. El pragmatismo político del valido Luis de Haro se imponía por encima de cualquier obstáculo de tipo moral o religioso y se hacía necesario el reconocimiento oficial de la Commonwealth, un gobierno dirigi- do por puritanos que también necesitaba de apoyos en un escenario internacional cambiante en cuanto a estrategias políticas y alianzas militares. Cromwell, necesi- tado de aliados seguros, encontró en España un alivio ante sus problemas internos y los manejos de Francia, aconsejando en estos momentos la aproximación anglo- española por encima de cualquier acuerdo o pacto con Holanda, con la que se em- pezaba a jugar su supremacía marítima, al margen de las afinidades religiosas que pudieran existir. Durante los dos últimos años de Cárdenas en Londres, el emba- jador informó del giro republicano inglés hacia el Protectorado tras la disolución del Rump Parliament, dada la impopularidad creciente que estaba teniendo en el país y su ineficacia para impulsar las reformas necesarias. El 20 de abril de 1653 se producía la declaración de Cromwell como Lord Protector, con un poder que re- medaba al de los más absolutos soberanos, junto a un Parlamento y al Consejo 168.

166 Carta del Sr. Archiduque de los Países Bajos a Felipe IV, Cambray, 8 de julio de 1649 (AGS, E, leg. 2524, f. 66). Véase I. PÉREZ TOSTADO: “Murder as a Weapon of Exile: English Politics of the Spanish Court (1649-1652)”, en D. WORTHINGTON (ed.): British and Irish Emigrants and Exiles in Europe, 1603-1688, Leiden 2010, pp. 141-160. 167 Cartas de Alonso de Cárdenas a Felipe IV y al Secretario Gerónimo de la Torre, Londres, 26 de diciembre de 1650, 23 y 24 de enero de 1651 (AGS, E, leg. 2528). 168 Sobre el ascenso personal de Cromwell, considerado como soldado, político, hombre de Estado y visionario religioso, consultar D. L. SMITH: Oliver Cromwell. Politics and Religion in the English Revolution, 1640-1658, Cambridge 1992.

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FELIPE IV YLAINGLATERRA DE CROMWELL 169

Tras la conquista de Barcelona por don Juan José de Austria en 1652, toca- ba a su fin la Guerra de Cataluña, pero no así el enfrentamiento francoespañol, que habría de prolongarse hasta la Paz de los Pirineos. La firma del Tratado de Paz de los Pirineos 170 reorientaría la posición española, más centrada en su po- lítica dirigida a la recuperación de Portugal, por lo que se producirían invasiones de cierta importancia entre 1661 y 1665. La situación económica de la Corona no era la más adecuada y para afrontar el reto portugués tuvo, incluso, que dar la espalda a la llamada del Emperador, el archiduque Leopoldo, que solicitaba un socorro de 300.000 escudos y la mediación española para llegar a algún acuerdo de paz en el Norte 171. Lo cierto es que los desastres de las armas católicas en Ameyxial, en 1663, y en Castel Rodrigo, en 1664, motivaron la urgente petición de ayuda a todos los territorios de la Corona y tanto el municipio zaragozano como el reino de Ara- gón siguieron contribuyendo, a pesar de sus dificultades y dilaciones, a las su- cesivas llamadas desde la Monarquía 172. El año de 1665 marcaba una cesura en los intentos de la Monarquía española por recuperar Portugal. Las derrotas su- fridas por las armas españolas ese año en el frente lusitano y los inicios de la re- gencia tras la muerte de Felipe IV, abrieron un compás de espera en la zona hasta el momento de declararse la independencia portuguesa. La Corona no ha- bía escatimado esfuerzos para reunir un ejército capaz y reducir el reino luso pe- ro se encontró con el silencio y la frialdad por parte de sus súbditos ante las insistentes demandas de servicios. Con respecto a la Inglaterra de Cromwell, a pesar de los cambios producidos en el escenario político internacional, el Consejo de Estado seguía considerando en principio la baza del Protector como una de las más seguras y beneficiosas pa- ra ambas partes, como el propio Consejo de Estado recomendaba al soberano

169 Seguimos en este apartado nuestro libro Los ecos de la Armada. España, Inglaterra y la estabilidad del Norte (1585-1660), Madrid 2012, pp. 383-396. 170 R. VALLADARES: “Haro sin Mazarino. España y el fin del ‘orden de los Pirineos’ en 1661”, Pedralbes 29 (2009), pp. 339-393. 171 P. S ANZ CAMAÑES: Política, hacienda y milicia en el Aragón de los últimos Austrias entre 1640 y 1680, Zaragoza 1997, pp. 205-206. 172 Ibidem, pp. 504-505.

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español 173. Incluso se aconsejaba al monarca remitirle nuevas credenciales a Cárdenas, con mayores poderes para negociar con el Protector: “Se le envie otra quan amplia sea menester para que pueda capitular y asentar con Cromwell qual- quiere tratado en que se entrare” 174. De la correspondencia de Cárdenas con Madrid se empezaba a advertir nue- vos cambios y actitudes en el gobierno de Cromwell, quizá ahora más compro- metido con su propia acreditación en el escenario político internacional, que se materializaría con la firma de los tratados de Westminster, con Holanda y Por- tugal, ambos en 1654, y con el tratado de París con Luis XIV, en 1657 175. El acuerdo propuesto por Mazarino, ahora más ventajoso al Protector que el que le reportaba España, tenía como bazas negociadoras la no intervención france- sa en los asuntos de Escocia e Irlanda, así como el apoyo diplomático de Suecia en el Báltico 176. Sin embargo, con las manos cada vez más libres en Europa, Cromwell se en- cargaría de organizar una expedición contra las Antillas, conocida más tarde co- mo Western Design, que al mismo tiempo sirviese de prestigio al régimen del Protector como de castigo al poder español en las Indias 177. Como mal menor, y en caso de fracaso, le permitiría deshacerse de parte de la milicia que cuestio- naba los nuevos cambios políticos que habían aupado políticamente al Protec- tor 178. El secreto en la preparación de la Western Design del que habla Cárdenas en su relación se mantuvo hasta que la numerosa flota llegó a Barbados en ene- ro de 1655 para intentar, a mediados de abril, tomar de forma infructuosa Santo Domingo. El desastre militar de Penn y Venables en La Española sería objeto de la ácida crítica de Cárdenas, para quien Cromwell había perdido el norte polí- tico, y pasaba su tiempo entre severos ayunos para encontrar la comprensión

173 Cartas de Alonso de Cárdenas estudiadas en el Consejo de Estado y respuesta del Consejo de Estado a Felipe IV, Madrid, 3 de enero de 1654 (AGS, E, leg. 2529). 174 Ibidem. 175 Á. ALLOZA: “La Monarquía Católica y la Commonwealth of England”, en M. HERRERO SÁNCHEZ (coord.): Repúblicas y republicanismo en la Europa Moderna (siglos XVI- XVIII), Madrid 2017, pp. 349-370. 176 Á. ALLOZA y G. REDWORTH: La revolución inglesa…, op. cit., pp. 41-42. 177 Á. ALLOZA: Diplomacia caníbal. España y Gran Bretaña en la pugna por el dominio del mundo (1638-1660), Madrid 2015, pp. 143-165 y 209-213. 178 Ibidem, p. 46.

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divina a su causa 179. Para el embajador español, un providencialista como el Lord Protector, que interpretaba las victorias como indicaciones de la aproba- ción de Dios a sus actos y las derrotas como signos de reprobación divina, esta- ba preparado para entender con clarividencia el mensaje: Y con esta llaga –señalaba el embajador español– quiera castigar Dios las inicuas empresas deste hombre… Hablase todavía en que quiere aprestar otros navíos para enviarlos a las Indias. Pero no le será fácil hazerlo, según la disposición que se ve en los ánimos de los soldados y marineros, y la falta de medios para aprestarlos 180. El 26 de octubre de 1655, como informaba Cárdenas 181, Cromwell publica- ba un manifiesto 182 en el que justificaba los motivos para hacer la guerra contra España denunciando, sobre todo, tres cuestiones. En primer lugar, la arbitrarie- dad española en aspectos relativos a la navegación y el comercio, negando el mo- nopolio concedido por el papa y los ataques españoles contra los asentamientos ingleses en el Caribe. Además, cuestionaba el monopolio español en virtud de los tratados de 1604 y 1630, ateniéndose a una ambigüedad en la redacción que per- mitía a Cromwell realizar tales demandas. Y, por último, denunciaba la pasividad de la justicia española en el caso del homicidio del residente inglés Anthony Ascham, que había quedado sin dilucidar. Según el embajador español el Protector hacía todo un juego de demagogia política para justificar una acción de prestigio que pudiera paliar la pérdida de reputación del desastre de Penn y Venables. Cárdenas aconsejaba a Felipe IV que obrase en consecuencia para contrarrestar a los ingleses con la publicación de otro manifiesto, que fuera traducido al inglés y publicado en Inglaterra, con

179 Es interesante el breve estudio religioso de la figura de Cromwell, en A. CLIFFORD: Oliver Cromwell: the lessons and legacy of the Protectorate, Norwich 1999. 180 Carta de Alonso de Cárdenas al Consejo de Estado, Londres, 6 de septiembre de 1655 (AGS, E, leg. 2529). 181 Carta de Alonso de Cárdenas al Consejo de Estado, Bruselas, 30 de diciembre de 1655 (AGS, E, leg. 2529). 182 El manifiesto, que no era sino un memorial de agravios sufridos por los ingleses en el Caribe vulnerando los tratados de paz y comercio firmados entre 1604 y 1630, había sido redactado por John Milton y sería utilizado por el Protector como casus belli en 1655. Cit. Á. ALLOZA: Europa en el mercado español. Mercaderes, represalias y contrabando en el siglo XVII, Salamanca 2006, p. 154.

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objeto de ayudar a que “aquellos pueblos abran los ojos y conozcan el engaño de aquel monstruo de Cromwell” 183. Cárdenas, quien había solicitado su regreso a España, se mantendría en Bru- selas, en la corte del archiduque de los Países Bajos españoles para explotar, con su experiencia, las diferencias existentes entre ingleses y holandeses con motivo de los asuntos comerciales. También se valoraba el apoyo de cualquier movimien- to sedicioso o rebelde de los realistas en el exilio en apoyo de la reinstauración mo- nárquica en la persona de Carlos II. Ya desde Bruselas, Cárdenas, quien seguía de cerca los acontecimientos de Inglaterra, gracias a algunos confidentes en el país, se refería a las represalias producidas sobre mercaderes españoles e ingleses, tanto en España como en los puertos de Flandes 184. Las últimas noticias, de diciem- bre de 1655, apelaban al reguardo de las Indias, dados los preparativos de la Ar- mada que estaba organizando Cromwell con destino al Caribe, y que terminaría golpeando a Jamaica, la más desguarnecida de las Antillas 185. Las represalias y embargos, habituales en este tipo de situaciones, menudearon entre ambos países a partir de este momento. En 1656 el almirante Blake atacó cerca de Cádiz la flota de Tierra Firme, con un botín que superó los dos millones de pesos. Al año siguiente, 36 navíos ingleses bajo su mando se deshacían de la decena de na- víos que componían la flota española de Tierra Firme fondeada en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, por fortuna sin hacerse con el tesoro 186. En conse- cuencia, como ha señalado R. Brenner, las distintas misiones de Blake, Penn y posteriormente Ayscue a la Península Ibérica y el Mediterráneo estaban desti- nadas, inicialmente, a destruir la flota de Rupert y castigar a quienes habían protegido a los monárquicos pero acabaron, finalmente, convertidas en intentos de exigir importantes concesiones a Portugal y España, y de restablecer el poder inglés al otro lado del Estrecho 187.

183 Carta de Alonso de Cárdenas al Consejo. Bruselas, 30 de diciembre de 1655 (AGS, E, leg. 2529). 184 Ibidem. 185 El propio cardenal Mazarino, en connivencia con los planes ingleses, proponía primero golpear en La Coruña, antes de la aventura americana. Véase Carta de un confidente anónimo a Alonso de Cárdenas. Londres, 16 de diciembre de 1655 (AGS, E, leg. 2529). 186 E. OTERO LANA: Los corsarios españoles durante la decadencia de los Austrias. El corso español del Atlántico peninsular en el siglo XVII (1621-1697), Madrid 1999, p. 300. 187 R. BRENNER: Mercaderes y revolución…, op. cit., p. 699.

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Cárdenas regresaría finalmente a España, en 1660, habiendo asistido desde su atalaya flamenca a la pérdida de Dunquerque a manos inglesas, el 24 de junio de 1658, y a la muerte del Protector, en septiembre, con la consiguiente descompo- sición de un régimen que había dejado como herencia a su hijo Richard 188. La recuperación inglesa de la ciudad portuaria simbolizaba, cien años después, una nueva avanzadilla inglesa en el continente tras la dolorosa pérdida de Calais. No obstante, la plaza se convertiría pronto más en un estorbo que en otra cosa para el gobierno restaurado de los Estuardo. España nunca reconoció la posesión in- glesa de la ciudad y quedó sometida al permanente ataque de la piratería clan- destina contra sus barcos desde otros puertos flamencos. Además, el suministro obligado de la ciudad comportaba salarios, comida y material militar, en otras pa- labras, un oneroso lastre para las finanzas de Carlos II, quien se desprendería de la ciudad en 1662 189. La reinstauración de la monarquía en la persona de Carlos II se producía en 1660, tras el breve paso de los militares por el poder dirigidos por el general George Monck. El propio general esperaba, junto a otros miembros del Parla- mento, que el rey aceptase algunas condiciones a cambio de su restauración, pero el monarca exiliado se adelantó mediante su Declaración de Breda, recordando el lugar donde había residido, en la que hacía cuatro concesiones clave 190. Carlos II prometía un perdón libre y general a todos los que le juraran lealtad, salvo a aque- llos a los que el Parlamento excluyera; la resolución del Parlamento de todas las disputas sobre propiedad; tolerancia religiosa para todos los que vivieran pacífica- mente, a menos que el Parlamento decidiera otra cosa; y aceptar cualquier medi- da que el Parlamento adoptara para pagar los atrasos de los soldados de Monck. En otras palabras –y seguimos a G. Parker– pese a su aparente magnanimidad, la Declaración, astutamente, hacía responsable al Parlamento de todas las decisiones difíciles o impopulares, desde a quienes castigar hasta a quienes recompensar 191.

188 El colapso del gobierno republicano en S. G. ELLIS: The making of the British Isles…, op. cit., pp. 369-371. 189 En 1662, tras abrir negociaciones con Francia, el puerto fue vendido a Luis XIV por unas 400.000 libras. Cit. R. A. STRADLING: La Armada de Flandes. Política naval española y guerra europea, 1568-1668, Madrid 1992, pp. 295-296. 190 Sobre la llamada Declaración de Breda de Carlos II, véase G. PARKER: El siglo maldito…, op. cit., pp. 654-655. 191 Ibidem.

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Con el fin de la Commonwealth, se abría el camino a una nueva singladura política de Inglaterra y al rechazo de los hábitos puritanos. Para algunos nostál- gicos de los valores morales fortalecidos durante la dictadura del protector, las dos desgracias que asolarían a Inglaterra en 1665, con la terrible propagación de la peste, y en 1666, con el incendio de Londres, solo tenían explicación en los virulentos cambios propiciados con objeto de la reinstauración monárquica. La firma de las paces con España, en junio de 1660, ponía fin al episódico conflicto bélico angloespañol iniciado por Cromwell y se reanudaban las rela- ciones con la monarquía de Carlos II con el habitual intercambio de embajado- res. El primero en llegar a Londres fue Claude Lamoral de Ligne, príncipe de Ligne, en 1660; y después, Jean Charles de Watteville, marqués de Conflans, también en 1660; aunque sería su tío, Charles de Watteville de Joux, quien re- cibiría instrucciones como embajador ordinario para promover una serie de acuerdos que permitieran mantener a los ingleses fuera de cualquier trato ma- trimonial con franceses y portugueses 192. Sin embargo, lejos de conseguir sal- vaguardar el monopolio español en las Indias y lograr la recuperación de Dunquerque o Jamaica, ambas en manos inglesas, la restauración monárquica en Inglaterra consolidó las relaciones entre Londres y Lisboa, con el matrimo- nio entre Carlos II y Catalina de Braganza, hermana del rey Alfonso VI, en 1661, boda que incluía una sustanciosa dote difícil de despreciar 193. El acuer- do venía a sumarse a la larga serie de tratados firmados entre los gobiernos de la Restauración e Inglaterra en 1642, 1654 y 1661, y con las Provincias Unidas en 1661 y 1669, que supusieron la apertura de los mercados lusos a las impor- taciones inglesas y bátavas de una forma antes impensable.

192 Instrucciones del Barón de Wateville para pasar a Londres, Madrid, 3 de agosto de 1660 (AGS, E, leg. 2530). También en “Instrucción que porta el Barón de Bateville, conde de Corbiers, del Consejo de Guerra, como embajador ordinario en Inglaterra”, Madrid, 3 de agosto de 1660 (AHN, E, leg. 3456 [1], doc. 14). En el cap. 14 de la capitulación se hablaba explícitamente de la cuestión de las precedencias con Francia, que tendría pronto graves repercusiones. 193 En 1661 se producía la alianza matrimonial que incluía una importante dote, con las ciudades de Bombay y Tánger, y en la práctica ofrecía al monarca inglés la tutela sobre un Imperio portugués que luchaba por su independencia frente a España. No cabía duda que el Imperio luso podía resultar para Lisboa una moneda de cambio para pagar la asistencia que necesitaba en su guerra peninsular contra Madrid. Cit. R. VALLADARES: Castilla y Portugal en Asia (1580-1680). Declive imperial y adaptación, Leuven 2001, pp. 81-82.

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El embajador español que había maniobrado para intentar que el monarca inglés contrajese nupcias con alguna hermana del duque de Parma 194, mientras fuese dotada por Felipe IV, fue incapaz de sobreponerse a los manejos de Lord Clarendon y de la lusofilia inglesa. El Barón de Watteville fue finalmente rele- vado en 1662 tras el penoso incidente diplomático recordado como el del con- flicto de precedencias con Francia, sucedido en 1661, con motivo de la llegada del nuevo embajador de Suecia ante la Corte de Carlos II 195. La llegada del em- bajador sueco supuso una toma de posiciones entre las delegaciones española y francesa en Londres, de forma que la disputa por la precedencia entre la comi- tiva francesa, encabezada por el conde Godefroi d’Estrades, y la española, fina- lizó con un enfrentamiento que dejó varios muertos y heridos. El propio Luis XIV, quien amenazó con declarar la guerra a España, solicitó el castigo de los culpa- bles y del máximo responsable, el barón de Watteville, quien regresó a España y fue enviado preso al castillo de Santorcaz sin recuperar el protagonismo polí- tico hasta la muerte de Felipe IV. Ciertamente el balance favorable a las armas francesas en Europa permitía al embajador de Luis XIV enfrentarse a un con- flicto que iba más allá de una mera cuestión de protocolo 196. Por lo que respecta a las relaciones angloespañolas, quedaba claro que la am- bigua política exterior mantenida por el gobierno de Felipe IV, durante la Com- monwealth y el Protectorado, había abierto algunas heridas entre ambas naciones e Inglaterra se encontraba en el camino de entenderse con Lisboa y París en estos momentos. En enero de 1664, llegaba a Madrid sir Richard Fanshawe, embajador de Carlos II Estuardo. Su experiencia diplomática en Lisboa, capital de un reino cuya independencia oficial no había sido reconocida por España, era un claro mensaje de fuerza por parte de la corte británica. Las instrucciones que portaba Fanshawe debían conducir a que el gobierno de un cansado Felipe IV reconociese tanto las consecuencias de su debilidad militar y naval como las implicaciones políticas que podían derivarse de la misma. El interés de Inglaterra en el comercio de las Indias y especialmente en la concesión de los “Asientos” estaba siendo pro- movido, forzando a España a reconocer su evidente debilidad naval. La pronta

194 C. Mª. FERNÁNDEZ NADAL: La política exterior de la monarquía de Carlos II. El Consejo de Estado y la embajada en Londres (1665-1700), Gijón, 2009, pp. 137-138. 195 M. A. OCHOA BRUN: “El incidente diplomático hispano-francés de 1661”, Boletín de la Real Academia de la Historia 201 (2004), pp. 97-160. 196 Ibidem, pp. 97-99.

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desaparición de la escena política del cuarto de los Felipes, en 1665, y el envío del nuevo embajador español a Inglaterra, Antonio Mexía de Tobar y Paz, conde de Molina, permitirían reanudar de una forma más sólida y efectiva los contactos y las negociaciones políticas entre ambos países 197. Las relaciones angloespañolas a comienzos del reinado de Carlos II de España seguirían necesitando del acuerdo y la colaboración inglesas en un panorama ciertamente complejo, sobre todo de- bido a las ambiciones de la Francia de Luis XIV, y al distinto juego de intereses planteados desde Viena. Con unos recursos económicos más limitados y una me- nor presencia militar en los frentes europeos, la Monarquía hispánica tendría que manejarse en un contexto diferente para preservar sus dominios y buscar posicio- nes de entendimiento y alianzas con la República holandesa y con Inglaterra 198.

197 Durante la embajada de Antonio Mexía se firmaron los tratados de 1665, 1667 y 1670, incluyendo el tratado de Lisboa, siendo mediador el monarca inglés. C. Mª. FERNÁNDEZ NADAL: La política exterior de la monarquía de Carlos II…, op. cit., pp. 427-428. Las labores de Antonio Mexía de Tobar y Paz, en las pp. 141-156. 198 J. A. SÁNCHEZ BELÉN: “Las relaciones internacionales de la Monarquía hispánica durante la regencia de doña Mariana de Austria”, Studia Histórica. Historia Moderna 20 (1999), pp. 137-172.

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Una reciproca diffidenza. Savoia e Spagna agli esordi del regno di Filippo IV (1618-1631)

Pierpaolo Merlin Università degli Studi di Torino

PREMESSA

Il saggio che segue si basa su documenti conservati presso l’Archivio di Stato di Torino, nei fondi Lettere Ministri Spagna e Negoziazioni con Spagna 1. L’arco cronologico considerato coincide solo parzialmente con quello del lungo regno di Filippo IV (1621-1665) e la narrazione prende le mosse dall’ultima parte del governo di Filippo III. Tale scelta è dovuta a due motivi: 1) le relazioni ispano- sabaude al momento dell’avvento al trono del Rey Planeta erano il risultato delle vicende che avevano coinvolto i due stati negli anni precedenti (mi riferisco alla prima guerra del Monferrato combattuta tra 1613 e 1618); 2) il trattato di Cherasco del 1631 costituì una cesura nei rapporti diplomatici tra Torino e Madrid, poiché da quel momento aumentò la dipendenza del ducato sabaudo dalla Francia. Il confronto stesso tra la mole delle carte relative agli anni 1618-1631 e quella del periodo successivo, dimostra come i vincoli fra le due corti via, via si allentarono. La prospettiva qui adottata ha comportato anche la riconsiderazione di un evento come la Guerra dei Trent’anni, che nelle pagine seguenti rimane su sfondo. È stato scelto un diverso modo di interpretare tale conflitto e la storia europea del primo Seicento, che riprende le indicazioni della storiografia più recente. Per quanto riguarda l’Italia, occorre considerare che la penisola fu al centro di forti tensioni internazionali ben prima della Defenestrazione di Praga e che queste non ebbero come teatro unicamente il Monferrato, ma anche altre aree del nord Italia

1 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, mazzi 17-24. Ivi, Negoziazioni con Spagna, mazzi 3-4.

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e zone caratterizzate da una particolare condizione giurisdizionale come i feudi imperiali 2. Pur entrando soltanto marginalmente nella vicende belliche continentali, l’Italia costituì un oggetto importante dei negoziati diplomatici e fu inserita in tutti i più importanti trattati dell’epoca.

UNA FALSA ARMONIA

Nel 1930 Romolo Quazza, ricostruendo la politica estera di Carlo Emanuele I di Savoia nell’ultimo decennio di regno, affermava che dopo la prima guerra del Monferrato, da cui era uscito “materialmente vinto, moralmente vincitore”, il duca non poteva essere considerato uno sconfitto, in quanto era riuscito a mantenere la propria indipendenza 3. Combattendo praticamente da solo contro la Spagna –notava Quazza– Carlo Emanuele era riuscito a conservare l’autonomia del ducato e a difendere nello stesso tempo la libertà dell’Italia 4. Certo, il particolare accento posto sulla “difesa della libertà” derivava dallo spirito nazionalista che allora caratterizzava la storiografia italiana e che aveva influenzato anche uno studioso serio ed equilibrato come Quazza, le cui opere costituiscono ancora un valido punto di riferimento 5. Venute meno le ragioni

2 A proposito si vedano le considerazioni sviluppate in B. A. RAVIOLA: “Madrid, Viena, Mantua y Turin: Relaciones diplomaticas entre cortes y lugares de poder en torno a las guerras del Monferrato”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, 3 vols., Madrid 2011, vol. II, pp. 953-972. 3 R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I durante la guerra dei trent’anni”, in Carlo Emanuele I. Miscellanea, Torino 1930, vol. I, pp. 1-45. 4 Nel 1618 il residente veneto a Torino Antonio Donato osservava che gli spagnoli “In Italia non hanno trovato chi abbia mostrati i denti se non il duca”. Cfr. L. FIRPO (ed.): Relazioni di ambasciatori veneti al Senato, tratte dalle migliori edizioni disponibili e ordinate cronologicamente (RAV), 13 voll., Torino 1965-1984, voll. IX, p. 884. Si veda ora P. MERLIN, F. IEVA (a cura di): Monferrato 1613. La vigilia di una crisi europea, Roma 2016. 5 Si vedano soprattutto R. QUAZZA: Mantova e Monferrato nella politica europea alla vigilia della guerra per la successione, 1624-1627, Mantova 1922 e R. QUAZZA: La guerra per la successione di Mantova e del Monferrato, 1628-1631, 2 voll., Mantova 1926. Sugli orientamenti storiografici in Italia tra otto e novecento, cfr. G. RICUPERATI: “Lo stato sabaudo e la storia da Emanuele Filiberto a Vittorio Amedeo II. Bilancio di studi e prospettive di ricerca”, in G. RICUPERATI: I volti della pubblica felicità. Storiografia e politica nel Piemonte settecentesco, Torino 1989, pp. 5-58, in particolare sull'opera di Quazza, p. 24.

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della retorica di regime, le ricerche più recenti hanno comunque rilevato come il motivo della “libertà” –sia pur combinato con le mire dinastiche, che furono sempre alla base dell’azione ducale e che vennero abilmente sostenute sul piano ideologico con gli strumenti della propaganda– abbia rappresentato uno dei motivi della retorica politica sabauda nei primi decenni del Seicento 6. Superata la crisi monferrina, Carlo Emanuele I si dedicò a rafforzare i legami con la Francia, che avevano subito una battuta d’arresto con la morte di Enrico IV e la successiva reggenza di Maria de Medici, la quale si era dimostrata di inclinazioni filo spagnole 7. Si trattava di mettere in pratica gli accordi siglati nei trattati di Bruzolo del 1610, che prevedevano tra l’altro il matrimonio tra l’erede al trono ducale Vittorio Amedeo e una figlia del re cristianissimo 8. Le trattative ripresero nel 1618 e furono la questione principale in cui si impegnò la diplomazia sabauda, guidata dal ministro allora più influente nella corte torinese, cioè il conte Filiberto Gherardo Scaglia di Verrua 9. Esse culminarono nel 1619 con l’unione tra il principe di Piemonte e Cristina di Borbone. Va subito detto che nei negoziati fu attivamente coinvolto anche un altro dei figli del duca, ovvero il cardinale Maurizio di Savoia, che un contemporaneo nel

6 Cfr. T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy in the Court of Savoy. Political Culture and the Thirty Years’s War, Cambridge 2002, pp. 20 sgg. Sul ruolo della propaganda si veda P. MERLIN: Tra guerre e tornei. La corte sabauda nell’età di Carlo Emanuele I, Torino 1991, pp. 177 sgg. Del resto, il tema della libertà emergeva anche nei giudizi dei contemporanei e nel 1618 un ambasciatore veneto osservava che Carlo Emanuele I nelle sue azioni “procura di conservarsi e di stringersi con quelli che cercano conservar la libertà” (cfr. RAV, vol. IX, p. 885, relazione di Antonio Donato). 7 Cfr. M. CARMONA: Marie de Médicis, Paris 1981; J.-F. DUBOST: Marie de Médicis. La reine dévoilée, Paris 2009; S. TABACCHI: Maria de Medici, Roma 2012. 8 Si veda a proposito P. MERLIN: “Il trattato di Bruzolo e la politica sabauda negli equilibri europei del primo Seicento”, Segusium 47 (2010), pp. 13-19; P. MERLIN: “La France et le duché de Savoie au début du XVII siècle", in G. FERRETTI (dir.): De l'ombre à la lumière: Les Servien et la monarchie de France, XVI et XVII siècle, Paris 2014, pp. 75-88 Il governo del successore di Carlo Emanuele I è stato finora poco studiato. Per un primo approccio cfr. S. FOA: Vittorio Amedeo I, Torino 1930. Per un quadro generale delle vicende diplomatiche e militari del periodo, cfr. C. ROSSO: “Il Seicento”, in P. MERLIN et al.: Il Piemonte sabaudo. Stato e territori in età moderna, t. 1, vol. VIII della Storia d’Italia, Torino 1994, pp. 200 sgg. 9 Su tale personaggio e la sua ascesa cfr. P. MERLIN: Tra guerre e tornei..., op. cit., pp. 110-112.

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gennaio 1619 definiva “l’architetto di così bello e regio edificio” 10. Una costante della politica di Carlo Emanuele in questi anni fu l’utilizzo dei figli quali importanti pedine dell’azione diplomatica. Consapevole dell’importanza di avere molti eredi (Caterina d’Austria gli aveva dato cinque maschi e quattro femmine), il duca li usò per allacciare vincoli dinastici e alleanze politiche 11. L’interesse della Spagna per i principi sabaudi si era del resto manifestato fin dal viaggio nella penisola iberica dei tre maggiori nel 1603 12. Nel 1608 le due infanti Isabella e Margherita di Savoia erano state accasate con i principi ereditari di Modena e Mantova. Il loro fratello Emanuele Filiberto si era sistemato invece a Madrid, diventando gran priore di Castiglia dell’Ordine di Malta, capitano generale del Mare e personaggio influente della corte di Filippo III 13. Maurizio

10 Cosi si esprimeva il vescovo Anastasio Germonio, ambasciatore ducale a Madrid (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 2/1/1619). Non esistono studi moderni relativi al cardinal Maurizio, che meriterebbe un’analisi approfondita, come suggerisce anche T. O SBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 41-43. Una ricostruzione sintetica della sua vita è fatta da L. RANDI: Il Principe cardinale Maurizio di Savoia, Firenze 1901. Molte notizie sulla sua attività politica e di mecenate sono raccolte in G. B. ADRIANI: Memorie storiche della vita e dei tempi di monsignor Gio. Secondo Ferrero-Ponziglione, referendario apostolico, primo consigliere ed auditore generale del principe cardinale Maurizio di Savoia, Torino 1856. Cfr. inoltre M. OBERLI: Magnificentia Principis. Das Mäzenatentum des Prinzen und Kardinals:Maurizio von Savoyen (1593-1657), Weimar 1999; T. MOERSCHEL: Buona amicitia? Die roemisch-savoyischen Beziehungen unter Paul V (1605-1621): Studien zur fruehzeitlichen Mikropolitik in Italien, Mainz 2002. 11 Su questo aspetto insiste T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 37 sgg. Caterina d’Austria è un personaggio importante della scena politica del tardo Cinquecento, alla quale si è interessata di recente la storiografia. Cfr. P. MERLIN: “Etichetta e politica. L’infante Caterina d’Asburgo tra Spagna e Piemonte”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, M. P. MARÇAL LOURENÇO (coords.): Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX), 3 vols., Madrid 2008, vol. I, pp. 311-338; P. MERLIN: “Caterina d’Asburgo e l’influsso spagnolo”, in F. VARALLO (ed.): In assenza del re. Le reggenti dal XIV al XVII secolo (Piemonte ed Europa), Firenze 2008, pp. 209-234. Cfr. inoltre B. A. RAVIOLA, F. VARALLO (eds.): L’Infanta. Caterina d’Austria, duchessa di Savoia (1567-1597), Roma 2013. 12 M. J. DEL RÍO BARREDO: “El viaje de los principes de Saboya a la corte de Felipe III (1603-1606)”, in P. BIANCHI, L. C. GENTILE (eds.): L’affermarsi della corte sabauda. Dinastie, poteri, élites in Piemonte e Savoia fra tardo medioevo e prima età moderna, Torino 2006, pp. 407-434. 13 Nel 1620 l’ambasciatore veneziano a Madrid Pietro Gritti esprimeva un giudizio molto lusinghiero sul principe sabaudo, affermando che era “dotato di grande prudenza, sicché ha saputo molto bene temporeggiare in tempi così difficili e si è avanzato tanto nella grazie di S.M.

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veniva lusingato sia dalla Spagna sia che dalla Francia, al pari dell’ultimogenito Tommaso. Verso la fine del secondo decennio del secolo sembravano aprirsi buone possibilità di matrimonio anche per le infanti minori Maria e Caterina, destinate altrimenti al chiostro 14. Non è dunque un caso che intorno ai figli di Carlo Emanuele I, specie ai maschi, fosse via, via cresciuta l’attenzione delle maggiori potenze, suscitando ripercussioni anche nella corte dei principi, in cui si erano formati partiti e fazioni. In questo senso un ruolo rilevante era stato svolto dalla Spagna, che specie nel periodo della guerra del Monferrato aveva cercato di indebolire l’autorità del duca, favorendo un colpo di stato che portasse al potere Vittorio Amedeo, considerato di indole e costumi più incline alla Spagna 15. L’avvicinamento alla Francia, come già era successo per la svolta italiana della politica sabauda, che in precedenza aveva portato ai doppi matrimoni del 1608 e all’apertura delle ostilità nel Monferrato, era stato condotto da un abile diplomatico come il conte di Verrua ed era stato accompagnato da importanti mutamenti nelle cariche di corte 16. Il nobile piemontese aveva infatti deciso di legare le fortune della propria famiglia all’orientamento filo francese della dinastia 17. Le speranze sabaude di coinvolgere Parigi in un vasto fronte antisburgico, che ricalcava le linee del “grande disegno” di Enrico IV e comprendeva principi protestanti tedeschi, Venezia, Olanda ed Inghilterra, tuttavia non si realizzarono. Emancipatosi Luigi XIII dalla tutela materna dopo l’eliminazione di Concino Concini, il governo era passato nelle mani del favorito duca di Luynes, che aveva

che ha dato più volte gelosia grande a chi ha preteso di possederla senza compagnia. Per questo si ha avuto per fine di allontanarlo dalla corte, sotto diversi pretesti” (RAV, vol. IX, p. 527). 14 Su queste ultime si veda il saggio di A. RAVIOLA: Le Infanti di Savoia. Percorsi dinastici e spirituali delle figlie di Catalina Micaela e di Carlo Emanuele I fra Piemonte, Stati italiani e Spagna, presente in questo volume. 15 P. MERLIN: Tra guerre e tornei..., op. cit., pp. 113-117. Nel 1612 l’ambasciatore veneto a Torino affermava che il principe di Piemonte era “più aspettato dai più devoti alla corona di Spagna, che dai meglio affetti alle parti francesi ed è universalmente stimato d’inclinazione spagnola, il che io medesimo tengo per costante ch’egli sia” (RAV, vol. XI, pp. 779-780. Cfr. inoltre Ibidem, pp. 750-751). Nel 1620 il collega Pietro Gritti, dopo aver osservato che “Del duca di Savoia è opinione non siano mai gli Spagnoli per fidarsi”, notava che questi procuravano invece di “trattenersi con i principi figlioli” (Ibidem, vol. IX, p. 537). 16 P. MERLIN: Tra guerre e tornei..., op. cit., pp. 112-119. 17 Su questo punto si veda T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 50 sgg.

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mantenuto un atteggiamento neutrale nei confronti di Madrid 18. I francesi del resto non si fidavano di Carlo Emanuele e nell’aprile 1619 il nunzio pontificio a Parigi riferiva che “Qui per quel che si vede non si ha punto voglia di rompere con Spagna”. A proposito del duca il prelato affermava che Qui tutti lo tengono per ambiziosissimo et inquietissimo principe; sanno che egli aspira al regno di Boemia e ora all’Imperio; sebbene il suo maggior disegno sarebbe di possedere lo stato di Milano in Italia e, con quel che possiede in Piemonte, diventare re di Lombardia 19. In effetti, Carlo Emanuele I fin dallo scoppio della crisi boema aveva cercato di intromettersi negli affari dell’Impero, inviando aiuti ai ribelli tramite il conte di Mansfeld, che lo aveva già servito nel corso della guerra monferrina 20. Nonostante queste manovre, il duca non intendeva staccarsi completamente dalla corte cattolica, tanto più che egli continuava a mantenervi un agente “speciale” come il figlio Emanuele Filiberto. Il ristabilimento dell’ambasciata sabauda a Madrid nel marzo 1619 doveva dunque testimoniare la rinnovata concordia tra i due paesi 21. Quale residente figurava Anastasio Germonio, arcivescovo di Tarantasia, il primo degli ecclesiastici destinati a ricoprire anche in seguito la carica di ambasciatore: dopo di lui infatti, deceduto in Spagna nel 1627, si sarebbero alternati l’abate Alessandro Scaglia e il vescovo di Ventimiglia Giovanni Francesco Gandolfi 22.

18 Sul particolare momento della corte francese, Cfr. P. MERLIN: Nelle stanze del re. Vita e politica nelle corti europee tra XV e XVIII secolo, Roma 2010, pp. 143-145; J. F.DUBOST: “Between Mignons and Principal Ministers: Concini, 1610-1617”, in J. H. ELLIOTT, L. W. B. BROCKLISS (dirs.): The World of the Favourite, New Haven-London 1999, pp. 26-37; S. KETTERING: Power and Reputation at the Court of Louis XIII. The Career of Charles d’Albert, Duc de Luynes (1578-1621), Manchester 2008. 19 Citato in R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit. 20 J. FORBELSKY: “Las relaciones de Bohemia con la Monarquía Católica y el Imperio (s. XVII)”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. I, p. 66; G. PARKER: La guerra dei Trent’Anni, Milano 1994, p. 112 (ed. or. The Thirty Years’ War, London-New York, 1984); P. H. WILSON: Europe’s Tragedy. A New History of the Thirty Years War, London 2010 21 Cfr. AST Corte, Negoziazioni con Spagna, m. 3, n. 14, 1618. Istruzione all’Arcivescovo di Tarantasia per la sua ambasciata ordinaria di Spagna, diretta a ristabilire doppo la seguita pace l’antica armonia fra le due Corti. 22 Su Anastasio Germonio si veda la voce omonima a cura di Sandra Migliore nel DBI, tomo LIII, Roma 1999, pp. 458-460.

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Oltre che per ribadire i tradizionali vincoli di amicizia e di sangue esistenti tra Savoia ed Austrias, il prelato era stato inviato con almeno due compiti precisi: sollecitare il pagamento degli arretrati relativi alla dote dell’Infante Caterina, moglie di Carlo Emanuele I, morta nel lontano 1597, e l’assegnazione dei redditi del priorato portoghese di Crato a favore di Emanuele Filiberto di Savoia, la cui riscossione era stata sospesa a causa delle recenti ostilità tra i due stati. La missione del vescovo piemontese avveniva in un momento particolarmente delicato della vita della corte madrilena, coincidente con l’ultima fase del regno di Filippo III e con la caduta del duca di Lerma, a cui aveva contribuito il partito austriaco, guidato dalla principessa Margherita d’Austria, suora nel convento delle Descalzas Reales con il nome di Margherita de la Cruz 23. Al potente valido erano così subentrati il figlio duca di Uceda e il suo alleato Luis de Aliaga, frate domenicano confessore del re 24. Tra i due era però sorta un’immediata rivalità, di cui aveva approfittato Margherita de la Cruz, la quale poteva contare sull’appoggio del principe Emanuele Filiberto 25. Per di più, come è stato sottolineato di recente,

23 Per un quadro sintetico della situazione della corte spagnola in quel periodo, cfr. P. MERLIN: Nelle stanze del re..., op. cit., p. 61 sgg. Si veda inoltre F. SICARD: “Política en religión y religión en política: el caso de sor Margarita de la Cruz, archiduquesa de Austria”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. I, pp. 631-646. Sulla fazione austriaca nell’età di Filippo III, cfr. E. JIMÉNEZ PABLO: “Los jesuitas en la corte de Margarita de Austria: Ricardo Haller y Fernando de Mendoza”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, M. P. MARÇAL LOURENÇO (coords.): Las relaciones discretas…, op. cit., vol. II, Madrid 2008, pp. 1071-1120; R. GONZÁLEZ CUERVA: “Cruzada y dinastia. Las mujeres de la Casa de Austria ante la larga Guerra de Hungria”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, M. P. MARÇAL LOURENÇO (coords.): Las relaciones discretas…, op. cit., pp. 1149-1186. Per un quadro generale delle vicende degli ultimi anni del predominio del duca di Lerma cfr. J. H. ELLIOTT: Il miraggio dell’Impero. Olivares e la Spagna: dall’apogeo al declino, Roma 1991, vol. I, pp. 48-51 (ed. or. The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven-London 1986). 24 Su questo personaggio cfr. B. J. GARCÍA GARCÍA: “Fray Luis de Aliaga y la conciencia del Rey”, in F.RURALE (ed.): I religiosi a corte. Teologia, politica e diplomazia in Antico Regime, Roma 1998, pp. 159-194; F. BENIGNO: L’ombra del re. Ministri di lotta politica nella Spagna del Seicento, Venezia 1992. 25 A questo proposito l’ambasciatore veneziano a Madrid Pietro Contarini riferiva che “Il principe Filiberto contraria in tutto al confessore e ad Uceda, ed è unitissimo con l’infanta monaca di gran santità, la quale il re stima ed onora sommamente, e viene grandemente portato per batter l’eminenza di questi; Sua Maestà lo trattiene sempre seco, e mostra di amarlo molto, né si conosce altra persona atta a simile effetto” (RAV, vol. IX, p. 579, relazione del 1622).

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la politica estera spagnola procedeva in modo incerto ed era sottoposta alle spinte contrastanti sia dei membri più influenti del Consiglio di Stato, sia dei vari “proconsoli” che rappresentavano l’autorità regia in Italia e che spesso prendevano iniziative autonome 26. Al suo arrivo l’ambasciatore sabaudo si era subito reso conto della situazione e non a caso aveva preso immediati contatti con i personaggi più eminenti, da suor Margherita, appositamente visitata alle Descalzas, a padre Aliaga, ora nominato anche inquisitore generale, il quale aveva quell’autorità “che aveva già il signor Cardinale Duca di Lerma” 27. Germonio consigliava a Carlo Emanuele I di mantenere buoni rapporti pure con altri consiglieri del re, quali il duca dell’ Infantado, il marchese di La Laguna, Don Agustín Mexía, Don Baltasar de Zúñiga 28. Il vescovo sottolineava il prestigio raggiunto dal principe Emanuele Filiberto e la sua crescente influenza su Filippo III, il quale “ama tanto esso Signor Prencipe Filiberto, che è cosa incredibile” 29. Il ruolo da lui svolto nelle vicende spagnole di questi anni è ormai riconosciuto dalla storiografia, anche se deve essere studiato in modo più approfondito 30. A quanto pare Emanuele Filiberto aveva però poca intraprendenza, tanto che un testimone autorevole come il cardinale Antonio Zapata poteva confidare a Germonio che il principe “saria patrone et haverebbe ogni autorità in questa Corte; ma saria necessario che s’ingerissse negli affari della Corte e Regi; ma è troppo riservato” 31.

26 Cfr. R. GONZÁLEZ CUERVA: “Italia y la Casa de Austria en los prolegomenos de la Guerra de los Treinta Años”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, M. RIVERO RODRÍGUEZ (coords.): Centros de poder italianos en la Monarquía Hispánica (siglos XV-XVIII), 3 vols., Madrid 2010, vol. I, pp. 415-480; G. PARKER: La guerra dei Trent’Anni, op. cit., pp. 42 sgg. 27 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 23/3/1619; B. J. GARCÍA GARCÍA: La Pax Hispanica. Politica exterior del Duque de Lerma, Leuven 1996. 28 Si trattava degli stessi uomini citati dall’ambasciatore Pietro Gritti nella sua relazione del 1620 come eminenti negli affari di stato (cfr. RAV, vol. IX, p. 530). 29 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 12/4/1619. 30 Cfr. G. CLARETTA: Il principe Emanuele Filiberto di Savoia alla corte di Spagna, Torino 1872, e M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La casa del principe Filiberto de Saboya”, in B. A. RAVIOLA, F. VARALLO (eds.): L’Infanta..., op. cit., pp. 499-518. Sulla figura del principe sabaudo una testimonianza importante è rappresentata dalla biografia, rimasta manoscritta e conservata nella Biblioteca Reale di Torino, redatta dal suo medico personale Giovanni Francesco Fiochetto (a proposito si veda M. T. REINERI: L’archiatra di Casa Savoia Giovanni Francesco Fiochetto, Torino 2010). 31 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 12/4/1619.

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Più interessato alla gloria militare che agli intrighi cortigiani, il principe non seppe dunque sfruttare le possibilità offerte dalla caduta di Lerma e del suo gruppo. Nonostante ciò si impegnò nel sostenere la causa sabauda e nel favorire l’amicizia tra Madrid e Torino. A questo proposito, sollecitato anche dal padre, si preoccupò del futuro delle sorelle Maria e Caterina, proponendo che fossero mandate in Spagna, dove avrebbero avuto migliore occasione di essere “collocate in matrimonij appropriati alla nascita loro” 32. Le principesse potevano dunque costituire un importante strumento per rafforzare i legami tra le due dinastie. In effetti, la volontà della Spagna in quel frangente era di mantenere buoni rapporti con i Savoia, i quali non venivano giudicati un nemico della monarchia cattolica, bensì un importante alleato da recuperare. Il ritorno dell’ambasciatore sabaudo era stato accolto con soddisfazione dai madrileni, che l’avevano interpretato come il segno della ristabilita concordia. Il principale elemento destabilizzante del sistema asburgico in Italia veniva infatti considerataVenezia, dotata di una flotta poderosa e di risorse economiche molto superiori a quelle del ducato 33. La repubblica dal canto suo nutriva una profonda diffidenza nei confronti della monarchia cattolica 34. Carlo Emanuele I del resto esortava il suo ambasciatore, affinché persuadesse i ministri regi che la cosa più necessaria era “la pace e la quiete d’Italia”, ma Germonio lo assicurava che costoro non avevano “bisogno di molte esortazioni in questo particolare; perché essi la desiderano molto più che non facciamo Noi”, dal momento che avevano visto “e come si suol dire toccato con mano, che non gli comple mover le armi in Italia”. Per questo volevano affidare il comando dell’esercito milanese ad Emanuele Filiberto e tranquillizzare i veneziani, richiamando in Spagna il duca di Ossuna, accusato di tramare ai danni della repubblica veneta. Inoltre, gli arruolamenti che si stavano facendo nel ducato di Milano non erano diretti “per disturbare la quiete in Italia, ma per servirsene altrove o in Germania al servitio del Re di Boemia o altrove” 35.

32 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 25/3/1619. 33 Sul ruolo di Venezia nel contesto italiano si vedano le considerazioni certamente di parte, ma non per questo meno interessanti, di Pietro Gritti (cfr. RAV, vol. IX, pp. 532- 533). 34 Cfr. S. ANDRETTA: La Repubblica inquieta. Venezia nel Seicento tra Italia ed Europa, Roma 2000, pp. 71-94. 35 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 16/4/1619.

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Certo, la Spagna non vedeva di buon occhio la lega che Carlo Emanuele stava allora stringendo con la Serenissima e ne chiedeva spiegazione sia a Germonio, sia al principe Emanuele Filiberto. Quest’ultimo nell’aprile 1619 rispondeva che era stata stipulata per motivi difensivi e “non già direttamente contro questa Corona” 36. I consiglieri di Filippo III mettevano comunque in guardia il duca, esortandolo “ad esser contento di dar soddisfazione a S.Maestà et ai suoi ministri; che facendo così sarà patrone di questa Corte”. Carlo Emanuele intendeva conservare la propria autonomia di manovra, mentre gli spagnoli volevano avere a Torino un ambasciatore permanente, che controllasse l’azione ducale. La notizia della nomina come residente di Don Fernando Borja allarmò il duca, preoccupato del fatto che anche la Francia intendeva spedire un proprio ambasciatore. La presenza dei due diplomatici avrebbe comportato difficoltà per quanto riguarda la precedenza, con inevitabili conseguenze sul piano politico; perciò Carlo Emanuele voleva che Madrid rinviasse la decisione, per non essere costretto a dichiararsi per una o per l’altra delle corone in caso di eventuali dispute cerimoniali 37. Madrid, in effetti, non aveva molto gradito l’alleanza matrimoniale franco- sabauda e cercava in tutti i modi di sminuirne non solo gli effetti politici, ma anche i risvolti di prestigio 38. Nella capitale spagnola circolavano infatti voci che

36 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 22/4/1619. Da parte sua Anastasio Germonio riferiva al cardinal Zapata che tra “cotesta serenissima Casa e la Repubblica di Venezia era sempre stata molta amorevolezza e s’erano vicendevolmente nelle loro occasioni aiutate e confederate”. Notizie in merito offre G. CLARETTA: Delle principali relazioni politiche fra Venezia e Savoia nel secolo XVII, Venezia 1895. 37 In una lettera del maggio 1619 il duca spiegava al figlio Emanuele Filiberto che “essendo il Prencipe vostro fratello maritato hora in Francia e dovendo star qua Madama e Sua Maestà tenervi Ambasciatore ordinario, il quale vorrà avere la precedenza, io dubito che da questo sian per seguirne disgusti et imbarazzi grandi, dei quali non è dubbio che dai miei emuli me ne sarà sempre addossata la maggior parte della colpa” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 22/5/1619). Dal canto suo l’ambasciatore Germonio ricordava che non accettare presso di sé l’ambasciatore spagnolo significava “dichiararsi totalmente inimico di questa corona” (Ivi, lettera del 26/6/1619). 38 A tale riguardo nel 1622 l’ambasciatore veneziano Pietro Contarini si esprimeva così: “Benché vi sieno molti ben disposti a quella casa, stimano quel principe inquieto, ripieno d’ambizione, tengono sospette tutte le sue azioni…e dopo il maritarsi del Principe di Piemonte in Francia, stimano impossibile il potersi più aggiustare con quell’Altezza; che può ben esibirsi di mostrar segni di buona volontà e passare con ogni affettuosa dimostrazione, che in Spagna non le crederanno mai” (RAV, vol. IX, p. 587).

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riferivano di trattamenti poco onorevoli fatti al principe di Piemonte nel suo soggiorno parigino, che mettevano in dubbio l’antichità della dinastia 39. L’ambasciatore ducale aveva tuttavia prontamente ribattuto alle insinuazioni, affermando che “la casa di Savoia può dire antequam Abraham esset, ego sum” 40. Gli spagnoli erano inoltre gelosi dei titoli concessi o soltanto promessi dal re di Francia a Vittorio Amedeo e Maurizio di Savoia. Tale atteggiamento rischiava di danneggiare gli affari ducali, poiché, come riferiva Germonio “mi dubito che li nostri contrari facciano ufficij pure contrari” 41. Benché il religioso assicurasse che Carlo Emanuele poteva contare sul favore di molti personaggi eminenti, come ad esempio Baltasar de Zúñiga, da poco creato precettore dell’erede al trono Filippo e definito “nostro amicissimo”, non poteva nascondere l’esistenza di un forte partito antisabaudo 42. Ecco dunque che esortava a mantenere contatti con i più influenti membri del Consiglio di Stato: il cardinale Zapata, il conte di Benavente, Agustín Mexía, il duca dell’Infantado, il marchese de La Laguna, il confessore padre Aliaga e il già citato Zúñiga. Il duca da parte sua, pur mantenendo un occhio vigile a Madrid, non perdeva occasione di intromettersi negli affari degli Asburgo in Europa, nel tentativo di mantenere in piedi quello che egli stesso chiamava “triangolo equilatero”, ossia l’alleanza tra lui, Venezia e protestanti svizzeri, con il sostegno esterno di Olanda, Inghilterra e Unione evangelica tedesca. Del resto, i principi germanici pur non fidandosi del tutto, nella prima metà del 1619 avevano ancora negoziato una possibile candidatura di Carlo Emanuele a re di Boemia. L’elezione ad imperatore di Ferdinando di Stiria nell’agosto 1619 e quella contemporanea di Federico del Palatinato al trono boemo, rappresentarono una svolta fondamentale nelle vicende europee, creando nuove tensioni a livello internazionale. Agli spagnoli non erano sfuggiti i maneggi di Carlo Emanuele I per ottenere il titolo regio, né i suoi preparativi in vista di una guerra che sembrava ormai imminente, tanto che l’ambasciatore ducale doveva fare del

39 Cfr. S. FOA: Vittorio Amedeo I, op. cit., p. 48. 40 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 23/4/1619. 41 Ivi, lettera del 3/5/1619. 42 Su tale personaggio e la sua attività diplomatica, cfr. R. GONZÁLEZ CUERVA: “La mediación entre las dos cortes de la Casa de Austria: Baltasar de Zúñiga”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. I, pp. 479-506.

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proprio meglio per convincerli che “V.A. non è cosa in questo mondo che più desidera che la quiete” 43. Madrid continuava a essere diffidente verso il principe e per tenerlo a freno consentiva che i propri ministri in Italia appoggiassero le manovre antisabaude portate avanti già negli anni della guerra del Monferrato da alcuni feudatari ribelli, come il conte di Boglio Annibale Grimaldi e il principe di Masserano Francesco Filiberto Ferrero-Fieschi 44. La Spagna era soprattutto preoccupata che l’alleanza tra Savoia e Venezia venisse allargata alla Francia, causando pericolosi cambiamenti negli assetti geo-politici italiani. Superate le difficoltà interne, la monarchia transalpina stava infatti recuperando prestigio e si presentava come un potente mediatore delle controversie tra gli stati indipendenti delle penisola, minacciando in questo senso la consolidata egemonia asburgica 45.

43 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 10 agosto 1619. A Madrid si erano diffuse molte voci sul conto del duca, “massime che V.A. si aiuta quanto può per esser eletto Imperatore et esser vivamente aiutata dal Re di Francia, Inghilterra, Venetia, Olanda et altre Città libere e che aveva li tre Elettori laici a suo favore e quello che intende e dispiace al Re Cattolico et a quella Corte che si trattava anco di farlo Re di Boemia per privarne il Re Ferdinando” (Ibidem). A riguardo si veda anche R. KLEINMAN: “Charles Emmanuel I and the Bohemian election of 1619”, European Studies Review 5 (1975), pp. 3-29. 44 Entrambi non a caso erano signori di feudi situati in zone di confine molto importanti dal punto di vista strategico: il primo nel contado di Nizza, il secondo a contatto con il ducato di Milano. Grimaldi venne catturato solo dopo una vera e propria spedizione militare condotta dal principe Tommaso di Savoia, che conquistò il castello di Boglio, principale luogo del feudo. Condotto a Torino il barone venne processato e giustiziato nel 1621. Questa vicenda non è stata ancora studiata in modo adeguato, ma è sintetizzata in P. MERLIN: Tra guerre e tornei..., op. cit., pp. 129-130. Per quanto riguarda invece Ferrero cfr. L. CAPUANO: Per il re o per il duca. Masserano e Crevacuore tra Cinque e Seicento, Biella 2008. Si veda inoltre AST Corte, Negoziazioni con Spagna, m. 3, n. 17, 1620. Istruzione al conte di Moretta spedito al Duca di Feria Governatore di Milano per scoprire se esso aveva veramente avuto parte nei Trattati del Conte di Boglio con D.Gio.Vivas in pregiudizio della superiorità del Duca sulle sue terre. 45 Era quanto dichiarava l’ambasciatore Germonio al cardinale Zapata, parlando del crescente ruolo di mediatore assunto da Luigi XIII. Il prelato notava che “quanto più quella Maestà va guadagnando autorità in Italia, l’andate voi altri perdendo”. Al che il ministro spagnolo aveva risposto che ciò era verissimo “ma che non sanno più cosa farvi. Così questa monarchia, come ho scritto con le precedenti, se ne va con un precipitosissimo corso in ruina” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 1/9/1619). Dal canto suo l’ambasciatore veneto Pietro Gritti nella sua relazione del 1620 notava che il controllo dell’Italia era fondamentale per Madrid, in quanto dava “gran riputazione al re, perché non essendovi in questa provincia altro potentato di forze eguali a S.M. al quale possano

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Per tutti questi motivi nella corte spagnola gli affari sabaudi andavano a rilento, come confessava amareggiato l’ambasciatore Germonio nel settembre 1619 46.La situazione poteva sbloccarsi soltanto se Carlo Emanuele I cambiava il proprio atteggiamento. “Sanno veramente che comple al servizio di S.Maestà l’amicizia et intelligenza con S.A.”, osservava il religioso nel marzo 1620, “ma voriano essere sicuri che quando questo possi succedere sarà anco verissimo che le daranno ogni possibile sodisfazione”. Dal canto suo Germonio esortava il duca alla prudenza, facendo “riflessione e matura considerazione di procurar conservarsi l’amicizia d’ambe queste Corone (Francia e Spagna) et come io ho detto alcune volte a S.A. essere neutrale” 47. Carlo Emanuele tuttavia non cessava di progettare iniziative autonome. Sfumata la possibile elezione regia in Boemia, si proponeva come generalissimo per guidare una spedizione contro i protestanti. Si rivolgeva inoltre al nuovo imperatore per ottenerne l’appoggio nella vertenza per il Monferrato con il duca di Mantova e nel contempo gli offriva una delle sue figlie in sposa. Così, nonostante la diffidenza “che questi Ministri mostrano della sua Serenissima persona”, le rivendicazioni sabaude continuavano ad essere portate avanti nella corte madrilena, sorrette dalla costanza dell’ambasciatore Germonio, ma anche dal gran lavoro dietro le quinte del principe Emanuele Filiberto 48.

appoggiarsi i principi italiani, quasi tutti aderiscono a quella corona… Oltre di ciò avere gli Spagnoli aderenti o parziali quasi tutti i principi italiani, dà loro occasione di pretendere la superiorità e l’arbitrio nelle cose di questa provincia e di lasciarsi chiaramente intendere che per sostentare questa pretensione impegnerà il re tutti li suoi stati, e spenderanno tutto ciò che tengono i suoi vassalli, come a me ha più volte detto il duca di Lerma” (RAV, vol. IX, p. 503). Sul ruolo svolto dalla Francia cfr. G. FERRETTI: “Au nom du droit (de conquête): la politique italienne de la France au XVIIe siècle”, La Pierre et l'écrit. Revue d'histoire et du patrimoine du Dauphiné 23 (2012), pp. 101-125. Ringrazio Giuliano Ferretti per avermi trasmesso copia del suo saggio. 46 Il diplomatico riferiva infatti che “sinora non s’è potuto ottenere cosa veruna delli memoriali che diedi a questa Maestà Cattolica, perché si sono sempre interposti da nostri emuli et inimici molti impedimenti” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 12/9/1619). 47 Ivi, lettera del 20/3/1620. I ministri regi volevano del resto essere sicuri delle intenzioni del duca e “star a veder s’è vero quanto gli è stato detto ch’ella tratti in Francia che quella Maestà venghi in Italia a danni loro” (Ivi, lettera del 2/4/1620). 48 Ivi, lettera del 23/5/1620. Carlo Emanuele affidò al figlio il compito di portare avanti importanti negoziati (cfr. Ivi, Negoziazioni con Spagna, m. 3, n. 16, 8/4/1620. Istruzione al

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Costui aveva ormai raggiunto un notevole grado di confidenza sia con Filippo III, sia con l’infante Filippo erede al trono e come si è detto poteva contare sull’amicizia di suor Margherita de la Cruz 49. Per rafforzare i vincoli tra la religiosa e i Savoia, Emanuele Filiberto propose di affidarle una delle sue nipoti, ossia una figlia della sorella Isabella duchessa di Modena, che infatti venne accolta con “giubilo grande” nel monastero delle Descalzas 50. La crescente influenza del principe sabaudo aveva però suscitato la reazione della fazione capeggiata da Uceda e dal confessore Aliaga, come riferiva Germonio alla fine di luglio del 1620. Emanuele Filiberto si era ben difeso dagli attacchi ed ora veniva più amato, stimato e temuto; e dicono qua che è stato alla buona scuola di V.A. e che ha imparato molto bene a farsi stimare e temere; sì che per l’avvenire anderanno un poco più riservati gli emuli, anzi inimici, a parlare et fare come fatto per lo passato 51. La soluzione della questione monferrina, che tanto premeva al duca e che era stata soltanto rinviata nel 1617 con le paci di Asti e di Pavia, venne però ulteriormente complicata dalla crisi della Valtellina, culminata nel Sacro Macello

Principe Filiberto perché impegni il Re di Spagna a continuare li suoi ufficij per il matrimonio d’una delle Principesse sue figlie coll’Imperatore contro i maneggi del Duca di Fiorenza per il medesimo fine; che procurasse di spuntare il titolo di Re, che parlasse dell’aggiustamento con Mantova, che proseguisse le istanze dei pagamenti assegnati nel regno di Napoli e che intavolasse il Matrimonio d’una delle Infanti figlie di S.A.R. col Re di Spagna). 49 Nel giugno 1620 Germonio scriveva che il principe era “occupatissimo, andando sempre con S. Maestà e se non va il Re e vadi il Prencipe di Spagna, lo vuole sempre seco” (Ivi, lettera del 4/6/1620). 50 Ibidem. 51 Ivi, lettera del 31/7/1620. Cfr. inoltre la lettera del 9/8/1620, in cui si informava che i portoghesi avevano chiesto a Filippo III che Emanuele Filiberto fosse nominato loro viceré “e questo non solo per lo grande affetto che portano alla Serenissima Casa di Savoia, ma per servitio loro, cioè per la conservazione delli loro privilegij; che il Re non li possi dare Viceré che uno del sangue”. Due giorni dopo l’ambasciatore riferiva che il principe “sta ottimamente bene, venendo favorito da Sua Maestà, la quale li va partecipando gl’affari suoi, con incredibil allegrezza di tutta questa Corte; la quale spera d’essere liberata dalla tirannide di questi privati e redotta al suavissimo et dolcissimo giogo della Maestà Sua, con l’ottimi e prudenti conseglij, che le verrano porgiuti da esso Serenissimo Prencipe Gran Priore” (Ivi, lettera dell’11/8/1620). Alla fine il duca di Uceda, che pure conservava una notevole influenza sul re, facendogli “fare quanto gli piace”, cercò un compromesso con Emanuele Filiberto (cfr. Ivi, lettera del 3/9/1620).

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del luglio 1620 52. Per i destini dei due rami di Casa d’Austria, unitisi strettamente con il trattato di Oñate di tre anni prima, le vie di comunicazione erano ormai di importanza strategica 53. Per questo motivo alcuni anni prima la soluzione della questione del Monferrato era stata condizionata dalla politica generale della monarchia cattolica, alle cui sorti erano congiunte quelle dell’Impero. Allo stesso modo il controllo dei passi valtellinesi diventava ora fondamentale per i collegamenti spagnoli con le Fiandre, così come lo sarebbe stato di lì a poco il possesso del Palatinato. Madrid consigliava perciò Carlo Emanuele “a non ingerirsi nelli affari delli Grisoni” e gli offriva come contropartita il proprio appoggio per favorire un matrimonio austro-sabaudo, del resto ben visto anche dal papa 54. Per convincere il duca, si pensava di mandare in Italia il figlio Emanuele Filiberto con il compito, tra l’altro, di “guadagnarlo affatto a questa Corona et allienarlo totalmente dall’amicitia di Francia”, ma anche di condurre in Spagna le sorelle infanti in vista di possibili nozze con Filippo III (rimasto vedovo dal 1615) o addirittura con l’imperatore 55. Quando Luigi XIII decise di intervenire, prendendo sotto la sua protezione i Grigioni, l’obiettivo della Spagna fu quello di impedire che anche il governo sabaudo appoggiasse gli eretici delle Leghe. Da parte sua l’ambasciatore Germonio esortava il duca a costituirsi similmente arbitro e non mostrare di volerla pigliare a favore dei Grisoni contra Spagnoli, perché così facendo si è guadagnata questi e farà beneficio a quelli et i signori Venetiani le resteranno anco con obbligo e ne verrà ad acquistare honore e gloria appresso il mondo e appresso di Dio 56.

52 Per un quadro generale cfr. G. SIGNOROTTO: “Aspirazioni locali e politiche continentali. La questione religiosa nella Valtellina del ‘600”, Bollettino della Società di Studi Valdesi 177 (1995), pp. 87-108; A. BORROMEO (ed.): La Valtellina crocevia dell’Europa. Politica e religione nell’età della guerra dei Trent’anni, Milano 1998. Sull’atteggiamento di Venezia cfr. S. ANDRETTA: La Repubblica inquieta..., op. cit., pp. 45-70. 53 Si veda a riguardo J. M. USUNÁRIZ: “El tratado de Oñate y sus consecuencias”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. II, pp. 1279-1299. Cfr. inoltre G. PARKER: The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659, Cambridge 1972. 54 Cfr. AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 3/9/1620. 55 Ivi, lettera del 6/11/1620. I maligni insinuavano invece che il principe veniva allontanato, perché “li Privati non lo vogliono qua”. 56 Ivi, lettera del 4/1/1621.

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Per tenere buono Carlo Emanuele, Madrid prometteva di risolvere l’annosa causa del Monferrato, che l’imperatore aveva delegato al re cattolico, ma come contropartita voleva la rinuncia delle pretese sabaude sul marchesato di Zuccarello, feudo imperiale conteso tra la repubblica di Genova e i Savoia 57. A complicare la crisi della Valtellina, quando già era arrivato nella capitale spagnola l’inviato francese barone di Bassompierre alla ricerca di un compromesso, fu la morte improvvisa di Filippo III. In effetti i ministri regi, a quanto riferiva l’ambasciatore Germonio, non erano favorevoli ad una restituzione della valle ai Grigioni e inoltre diffidavano Carlo Emanuele I dal prendere iniziative autonome, confidando che “V.A. starà a vedere e non si vorrà intrometter in questa controversia” 58. Qualora però il duca avesse fatto altrimenti, venivano minacciate aspre rappresaglie 59.

57 Germonio aveva detto a Filippo III che se non si risolveva tale questione “ch’era la pietra dello scandalo”, la Spagna “non poteva promettersi né pace, né quiete in Italia; e che compleva al real servitio di terminarla” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 19/1/1621). Zuccarello era feudo di un ramo della famiglia dei marchesi Del Carretto, situato in un zona nevralgica per i collegamenti tra Liguria, Piemonte e Lombardia come la Riviera di Ponente, dove la Spagna si era già assicurata il controllo del porto di Finale. Cfr. A. PEANO CASAVOLA (ed.): Finale, porto di Fiandra, briglia di Genova, Finale Ligure 2007. Da anni Zuccarello era al centro di una controversia, davanti alla Camera imperiale cfr. P. MERLIN: “I Savoia, l’Impero e la Spagna. La missione a Praga del conte di Luserna tra assolutismo sabaudo, superiorità imperiale e interessi spagnoli (1604-1605)”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. II, pp. 1211-1244. A proposito l’ambasciatore ducale riferiva che “Un amico mio molto versato in questi affari m’ha fatto un longo discorso; e mi è parso di riferirlo sommariamente a V.A., la quale con la solita sua prudenza se ne potrà servire. E dice che i signori Genovesi faranno quanto umanamente si può acciò detto feudo non venghi in poter dell’A.V., perché saria di grandissimo pregiudicio e danno, essendo si può dire la chiave del suo Stato da quella parte; e saria causa d’una nuova guerra. Ma che è peggio e di che molto dubitano i Genovesi, che Spagnoli non se ne rendino patroni luoro, e facciano come già fecero d’un altro feudo che V.A. doveva in quelle parti comprare e sapendolo Spagnoli lo fecero intender a Genovesi e subito lo comprarono essi loro Spagnoli. Così dubitano non li possi succedere di Zuccarello, che mostrando loro di volerne tener protettione, sariano buoni di mandarli una buona mano di soldati acciò V.A. non se ne possi render patrone e tenerselo luoro. E tanto più in quanto essi Spagnoli, sotto pretesto d’aver comprato Finale e tutte le luoro raggioni, non solo pretendono d’aver attione in Zuccarello, ma etiamdio de tutti i beni delli Carretti et in particolar in Savona; di che i Genovesi se ne stanno di mala voglia” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 16/3/1621). Sull’importanza di Zuccarello per i Savoia cfr. anche T.OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 33-34. 58 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 25/3/1621.

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La scomparsa del monarca il 31 marzo 1621 determinò una svolta nella politica estera spagnola e comportò grandi mutamenti nel governo e nella corte, portando all’uscita di scena del duca di Uceda e dei suoi fedeli. Della situazione non approfittò il principe Emanuele Filiberto, il quale si trovava in quel momento lontano dalla capitale. L’ambasciatore Germonio in quei giorni riferiva a Carlo Emanuele il proprio dispiacere per il fatto che qua non si trovi il Serenissimo Prencipe Filiberto, che se il Re passa a miglior vita, fusse per assister al Serenissimo Prencipe di Spagna e pigliar posto di qualche autorità appresso del nuovo Re 60. La lontananza fu fatale al Gran Priore, al quale il prelato aveva consigliato di venire al più presto, “volando, prima che questi Cavaglieri di Sua maestà prendino il pacifico possesso dell’autorità loro” 61. L’ambasciatore aveva soprattutto timore del conte di Olivares e in effetti, sia pur in modo discreto, il futuro valido stava gettando le basi della sua futura supremazia.

VERSO LA GUERRA

L’avvicendamento ai vertici della corona spagnola non comportò un significativo cambiamento nei rapporti tra Torino e Madrid. Nella corrispondenza spedita nei primi giorni di aprile, l’ambasciatore ducale si limitava a riferire delle variazioni avvenute nelle cariche di corte e della definitiva promozione di Olivares, accompagnata dall’allontanamento o dall’arresto dei membri della fazione di Lerma e Uceda. Giudicava tutto sommato positiva l’assenza di Emanuele Filiberto, in quanto se fosse stato presente tutti avrebbero pensato “che S.A. havesse tenuto parte nelle incarcerazioni d’Ossuna e di quanto si va facendo contra Uzeda e suo padre, inimici sui capitali e scoperti” 62. Lo preoccupava tuttavia che

59 Gli spagnoli erano infatti “risoluti in un istesso tempo di metter assedio alle città di Asti, Vercelli et a Nizza, sì per mare che per terra. E quando si venissero ad impadronire di quelle piazze o d’alcuna d’esse, ch’ella non pensi di esserne mai restituita e perciò hanno 30 mila fanti e 4 mila cavalli nello stato di Milano, oltre quella soldatesca che si farà di nuovo” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 25/3/1621). 60 Ivi, lettera del 30/3/1621. 61 Ivi, lettera del 2/4/1621. 62 Ivi, lettera del 14/4/1621.

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il principe non venisse convocato e fosse tenuto lontano, con il pretesto di un possibile attacco turco alle coste della Spagna meridionale. Avuta udienza con il re e con Baltasar de Zúñiga, “che oggidì ha il carico che già teneva Uzeda, cioè come dicono qua tiene los papeles”, Germonio si rese subito conto che dopo le esitazioni degli ultimi anni la politica estera della monarchia si faceva più intraprendente 63. Il re e Zúñiga intendevano infatti recuperare l’iniziativa sul piano internazionale: il primo riprendendo la lotta contro l’Olanda, il secondo estendendo l’intervento spagnolo in Germania 64. Entrambi mostravano buona disposizione verso Carlo Emanuele I, ma gli rimproveravano l’amicizia con la Francia 65. In questa delicata fase di transizione, il prelato piemontese attendeva precise direttive da parte del duca e intanto lo consigliava di “mostrarsi buon parente et amico di questa Maestà, che gli affari suoi passeranno con ogni sodisfattione” 66. Dal canto suo essendo gli stati di V.A. così cinti dagli stati di queste due grandi monarchie Francia e Spagna, lauderia se ne stesse neutrale, con procurare d’essere amico dell’una e dell’altra potenza, né dipendere più da questa che da quella massime in pubblico, se ben in secreto potrà valersi del suo bell’ingegno. Quanto a lui si sarebbe comportato “come il camaleonte, che piglierò quel colore, affetto et effetto che sarà di parere, sodisfattione et servitio dell’A.V.” 67. Intanto rassicurava Carlo Emanuele sul fatto che nel nuovo Consiglio di Stato poteva contare su molti simpatizzanti: oltre a Zúñiga, vi erano il duca di Monteleone, il marchese di Aytona, Don Diego de Ybarra e il marchese di Montesclaros, tutti di fresca nomina.

63 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 16/4/1621. 64 Filippo IV aveva deciso di rompere la tregua con gli eretici olandesi, contro i quali si doveva fare “guerra in nome del padre, figlio e Spirito Santo” (Ivi, lettera del 14/4/1621). Sulla politica seguita dal sovrano si vedano R. A. STRADLING: Philip IV and the Government of Spain, 1621-1665, New York-Cambridge 1988; R. A. STRADLING: Spain’s Struggle for Europe, 1598-1668, London 1994. 65 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 16/4/1621. Gli spagnoli si lamentavano che “il signor Prencipe Cardinale figliolo di V.A. haveva accettato la Protettione di Francia”. 66 Ivi, lettera del 17/5/1621. 67 Ivi, lettera del 16/4/1621.

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I propositi guerrieri del giovane Filippo IV sembravano però limitarsi soltanto alle Fiandre, perché il nuovo governo giunse ad un accordo con la Francia in merito alla Valtellina, culminato nel trattato di Madrid dell’aprile 1621, dopo che anche il papa Gregorio XV era intervenuto, per esortare alla pace 68. Sul conto di Carlo Emanuele I continuavano tuttavia a circolare voci calunniose, che lo accusavano di tramare ai danni della corona di Spagna, trattando una lega “non solo con Francia e Venetiani, ma Olandesi et Inglesi” 69. Questi sospetti costituivano un forte ostacolo alla soluzione degli affari sabaudi pendenti nella corte madrilena e quindi Germonio invitava il duca a dissimulare, almeno fino a che fossero stati risolti favorevolmente 70. Gli spagnoli però avevano tutto l’interesse a nutrire le speranze di Carlo Emanuele, facendogli credere che per raggiungere i propri intenti gli bastava “tener buona corrispondenza con questa Maestà, della quale si potria valer in ogni sua occasione; quello non si può promettere di Francia”. In particolare, la Spagna dichiarava di essere disposta ad appoggiare il matrimonio di una principessa sabauda con l’imperatore Ferdinando II. Erano infatti giunte notizie dei negoziati matrimoniali intrapresi tra i Gonzaga e il sovrano asburgico e Madrid non gradiva che quest’ultimo sposasse una mantovana, la quale veniva per altro considerata “già vecchia, che passa 26 anni” 71. In realtà il duca di Mantova mirava ad avere l’appoggio imperiale nella vertenza del Monferrato che lo opponeva ai Savoia, per bilanciare le mosse di

68 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 18/4/1621. Il comportamento del pontefice veniva però criticato dagli spagnoli, che ritenevano che “non lo facci solo per evitar il pericolo dell’armi, ma che sia più ben affetto alla Corte di Francia che a questa” (Ibidem). 69 Ivi, lettera del 6/6/1621. Il duca doveva cercare di ingannare i ministri regi “per qualche tempo, sino che le cose nostre siano ridotte a buon termine e che siano pagati i frutti di Napoli e quelli del Portogallo, maritate le Serenissime Infanti e risoluto il negotio del Monferrato”. 70 Le richieste di Carlo Emanuele non riguardavano soltanto il pagamento dei residuati della dote della moglie Caterina d’Asburgo, bensì diverse questioni pendenti con il duca di Mantova (cfr. Ivi, Negoziazioni con Spagna, m. 3, nn. 20 e 21, istruzioni al marchese di Cortanze e al conte di Masino rispettivamente datate 1621 e 1622). 71 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 4/10/1621. Germonio aveva subito approfittato di queste voci per screditare il duca di Mantova agli occhi spagnoli, affermando “che esso Duca era il più inimico Prencipe che havesse questa Corona”. Si veda anche la lettera del 25/8/1621.

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questi ultimi presso la monarchia cattolica. Al di là delle schermaglie tra le due dinastie, bisognava stabilire a quale potere, tra Impero e Spagna, spettava la suprema giurisdizione sull’Italia. Si trattava di un problema di non facile soluzione, che aveva già in passato incrinato i rapporti tra i due rami degli Asburgo e che ora veniva complicato dal rinnovato prestigio acquistato dalla Francia. La corona transalpina si presentava come un autorevole interlocutore e tornava ad intromettersi con prepotenza degli affari della penisola 72. Rispetto ai Gonzaga la dinastia sabauda ottenne però una notevole gratificazione, allorché il principe Emanuele Filiberto venne nominato viceré di Sicilia nel novembre 1621. L’elezione del figlio di Carlo Emanuele I non era soltanto una manovra ordita dai suoi avversari per allontanarlo da Madrid, bensì rientrava in un diverso modo di intendere il rapporto centro-periferia, mirante a rafforzare il ruolo politico dell’istituto viceregio, conferendolo a principi del sangue 73. Certo, come ricordava l’ambasciatore Germonio, i principali ispiratori della scelta di Flippo IV erano stati Zúñiga e il nipote Olivares, ossia i maggiori esponenti del partito allora dominante a corte, tuttavia la promozione ad un ufficio così importante poteva aprire ad Emanuele Filiberto la strada verso incarichi ancor più elevati e potenzialmente vantaggiosi per la causa ducale 74. Il momento era comunque delicato, anche perché era in atto un mutamento nelle gerarchie del governo, che avrebbe portato alla definitiva affermazione di Olivares 75. In questo clima carico di incertezza, a tenere banco era però la questione

72 Non è un caso che gli stessi spagnoli si lamentassero “che il Duca di Mantua o suoi ministri si diportavano male non solo con V.A., ma anco con S.M. Cattolica: che luoro gl’hanno già due volte restituito il Monferrato, ma se lo perde un’altra volta, che non l’aiutaranno altrimenti a farglielo restituire; perché è Prencipe molto ingrato, che avendo ricevuto tanti favori, aiuti e soccorsi di questa Corona, hora è diventato tutto francese” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 4/8/1621). Per un inquadramento generale di questi temi, si veda G. SIGNOROTTO: “Impero e Italia in Antico Regime. Appunti storiografici”, in C. CREMONINI, R. MUSSO (eds.): I feudi imperiali in Italia tra XV e XVIII secolo, Roma 2010, pp. 17- 30; C. CREMONINI: “La mediazione degli interessi imperiali in Italia tra Cinque e Settecento”, in C. CREMONINI, R. MUSSO (eds.): I feudi imperiali..., op. cit., pp. 31-41. 73 Cfr. M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La casa del principe Filiberto de Saboya”, op. cit. 74 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 12/11/1621. A corte tuttavia vi erano stati quelli che avevano criticato la decisione del re (cfr. Ivi, lettera del 18/11/1621). 75 Germonio riferiva che correva voce che “il signor Conte di Olivares sia per pigliare li palpieri” e giudicava tale eventualità in modo negativo “non havendo l’Olivares

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del possibile matrimonio tra Ferdinando II ed Eleonora Gonzaga, con la conseguente esclusione delle Infanti sia spagnole, sia sabaude. Germonio assicurava il proprio sovrano che la Spagna non era favorevole a tali nozze; tuttavia il trattato fra Vienna e Mantova procedeva “con ogni segretezza, acciò di qua non fosse disturbato”. Egli dava la colpa di ciò sia all’ambasciatore spagnolo conte di Oñate, il quale non riusciva a convincere altrimenti l’imperatore, sia al primo ministro austriaco Eggenberg “huomo assai avaro e venale, guadagnato dai donativi” 76. Intanto la Spagna pensava a calmare Carlo Emanuele I, cercando di coinvolgerlo in una lega di stati italiani “per la conservazione d’essa Italia” e mantenendo alta la tensione ai confini orientali del ducato, dove non era stato ancora risolto il problema di Crevacuore, feudo pontificio in mano ai Ferrero- Fieschi ed ora occupato dalle truppe del governatore di Milano duca di Feria 77. Lo stesso Feria, del resto, continuava a tenere i forti della Valtellina, in attesa di consegnarli in deposito al papa, in base agli ultimi accordi stipulati dopo lunghe trattative con la Francia. L’alleanza matrimoniale tra Gonzaga e Asburgo d’Austria alla fine andò in porto, accentuando le delusione di Carlo Emanuele, che vedeva così rafforzate le ragioni mantovane sul Monferrato. Nel balletto dei matrimoni, forse con lo scopo di consolare il duca, si inserì allora la Spagna, avanzando una proposta quanto meno singolare: le nozze tra il principe Tommaso di Savoia e l’unica figlia del conte di Olivares. Sembrava un’idea poco realistica, a cui l’ambasciatore Germonio dava comunque un certo credito e che secondo il suo giudizio avrebbe potuto consolidare i rapporti tra i due stati 78.

quell’intelligenza ch’ha lo zio, né quella umanità, con la quale sente tutti et alla maggior parte dà sodisfattione” (AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 17, lettera del 18/11/1621). 76 Ivi, lettera del 12/12/1621. Cfr. inoltre AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera dell’11/1/1622. “Quanto al casamento dell’imperatore”, notava il prelato “non è dubbio che qua non sia stato malissimo inteso, tanto più quanto non n’ha mai dato cenno veruno”. Continuava poi, osservando che gli altri principi, specie il granduca di Toscana, “sapendo il valore dell’invittissima persona di V.A. et i suoi spiriti generosi, dubitavano che facendosi questo casamento non fosse ella per conseguire l’effetto di ogni suo desiderio. Perciò si sono valsi de tutti i mezzi per far effettuare l’altro”. Sul ruolo del ministro Eggenberg nella corte viennese, si veda P. MERLIN: Nelle stanze del re..., op. cit., pp. 303-304. 77 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, mazzo 18, lettere del 13 e 20/2/1622; Ivi, Negoziazioni con Spagna, m. 3, n. 19, istruzione al marchese di Cortanze del 14/3/1621. 78 Ivi, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 7/3/1622.

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Gli interessi spagnoli in questo frangente erano però rivolti altrove e in particolare alle Fiandre e al Palatinato, per la cui difesa Filippo IV cercava con insistenza finanziamenti presso la repubblica di Genova 79. La situazione in Germania era infatti peggiorata in seguito alla decisione dell’imperatore di assegnare il Palatinato al duca di Baviera. Tale scelta aveva suscitato la mobilitazione delle diplomazie europee e soprattutto la preoccupazione della corona inglese, legata da vincoli di parentela con il conte Palatino. Anche Madrid era stata colta di sorpresa e si lamentava che Ferdinando II teneva in poco conto il re cattolico, dal momento che faceva “quanto li pare; e poi ne dà parte”, comportandosi da vero “Todesco, cioè ingratissimo, vedendo che di qua ha ricevuto e riceve l’essere et il ben essere. Con tutto ciò poca stima fa di questa Maestà e del suo Consiglio” 80. La scarsa collaborazione tra i due rami degli Asburgo non favoriva certo la soluzione della vertenza del Monferrato, che appariva sempre di più come l’esca che avrebbe potuto appiccare il fuoco in Italia. Impossibilitati a risolverla con le proprie forze, sia Carlo Emanuele I sia Ferdinando Gonzaga guardavano all’Impero, ma soprattutto a Spagna e Francia come possibili alleati in grado di farli prevalere sull’avversario. Si trattava di una situazione esplosiva, che l’ambasciatore Germonio illustrò a Filippo IV e a Baltasar de Zúñiga nel corso di una lunga udienza. Madrid era troppo impegnata “in guerre legitime, pie e sante in Ongaria, in Germania, nel Palatinato, ne’Grisoni, nelli paesi bassi, nell’Indie, nell’Africa e contra corsari” per permettere che “si movano l’armi; che movendosi non può che sentirne danno e danno forse irreparabile”. I francesi non aspettavano altro che “di calar in Italia” e il loro re benché giovane, era “bellicoso, valeroso, desideroso di gloria, armato e stimulato dalla natione di sua natura inquieta”. Per di più i sudditi italiani erano “pochissimo affetti a questa Corona”, a causa dei ministri regi “dai quali vengono maltrattati e per le insupportabili gravezze che li vengono imposte”. Perciò era più che mai necessario dare soddisfazione al duca di Savoia e non fornire così “occasione d’invitar i francesi, che appena aprirebbe la bocca V.A. verriano volando” 81.Del

79 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, mazzo 18, lettera del 26/5/1622. 80 Ivi, lettera del 17/6/1622. In realtà Ferdinando II non aveva tutti i torti a diffidare della Spagna, “Perché li pare tutto quello che fanno in servitio di Sua Maestà non si facci per mera charità, ma per interessi propij. Che perdendosi quella parte di Germania, che ha l’Imperatore, si perderia tutto il paese basso”. 81 Ivi, lettera del 26/6/1622.

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resto, gli spagnoli sembravano decisi ad “usar ogni mezzo per aggiustare queste differenze”, coinvolgendo come arbitro anche il re Cristianissimo, per togliergli il pretesto di intervenire in Italia 82. A infliggere un duro colpo alle speranze sabaude fu tuttavia la morte di Zúñiga nell’ottobre 1622, che rappresentava un evento negativo non solo per Carlo Emanuele, “e tutta la Serenissima sua casa, ma anco per tutta Europa” 83. Al vecchio diplomatico, che fino ad allora aveva dimostrato notevole prudenza nel dirigere la politica estera della corona, subentrava infatti nel Consiglio di Stato il conte di Olivares, i cui propositi sembravano invece piuttosto bellicosi. Anche in Francia ci fu un cambiamento di orientamenti politici con la scomparsa del duca di Luynes e la conseguente decisione da parte di Luigi XIII di perseguire una strategia antiasburgica 84. A tale scopo vennero avviati contatti con la corte torinese, in vista di una lega che intendeva comprendere oltre al ducato sabaudo anche Venezia. La notizia suscitò naturalmente grande sorpresa a Madrid e venne accolta con “indicibile dispiacere” 85. Ulteriore apprensione suscitò la notizia della missione del principe di Condè, spedito per “vedere et intendere quanto la Maestà Christianissima si potrà promettere dalli Potentati d’Italia” 86. In realtà, pur essendo di entità ragguardevole, lo schieramento che voleva opporsi agli Asburgo era eterogeneo, per cui, come ha notato la storiografia, le pretese dei singoli aderenti erano spesso contrastanti. L’alleanza stipulata a Parigi nel febbraio 1623 nacque dunque su basi deboli, a causa dell’astensione degli svizzeri e delle esitazioni della diplomazia veneziana 87. Dal canto loro gli spagnoli risposero all’iniziativa francese, progettando “di far una lega di tutti Prencipi d’Italia, per la conservazione della quiete e pace d’essa” 88.

82 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, mazzo 18, lettera del 27/6/1622. 83 Ivi, lettera del 22/10/1622. 84 Sul sovrano francese cfr. A. L. MOOTE: Louis XIII, the Just, Berkeley-Los Angeles- London 1989; P. CHEVALLIER: Louis XIII. Roi cornelien, Paris 1979. 85 AST Corte, Lettere Ministri, m. 18, lettera del 22/11/1622. 86 Ivi, lettera del 6/12/1622. 87 Cfr. R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit., p. 19. Il testo del trattato è riportato in F. A. DUBOIN (ed.): Raccolta per ordine di materie delle leggi, provvidenze, editti, manifesti..., 38 volls., Torino 1818-1860, vol. XXIX, pp. 154-156. 88 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 25/1/1623.

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In effetti, il vero oggetto della contesa tra le due monarchie era la Valtellina, che il papa aveva accettato di tenere in custodia, ma la cui sorte rimaneva incerta 89. A proposito si era molto dibattuto all’interno del Consiglio di Stato, dove lo stesso Olivares aveva votato per mantenere buoni rapporti con la Francia “et in questo va nutrendo S.Maestà”, così che la decisione era stata “per la pace, e che si dia ogni possibile sodisfazione al Re Christianissimo” 90. Gli animi parevano calmarsi anche a Parigi, dove il solo “signor Contestabile di Dighiera è di parere si facci guerra in Italia, che tutti gli altri sono di contraria opinione”. Correva però voce che il vecchio maresciallo fosse istigato da Carlo Emanuele I, a sua volta sollecitato “a così fare perpetuamente dai signori Venetiani” 91. La situazione evolveva verso una posizione di stallo, dove tutti i contendenti in apparenza erano favorevoli alla pace, mentre in segreto si preparavano all’apertura delle ostilità. Gli spagnoli temevano la lega tra la Francia, Venezia e il duca di Savoia e ritenendo che quest’ultimo avesse intenzione di invadere il Monferrato differivano lo sgombero dei forti valtellinesi. Essi infatti dicevano: A che effetto devemo restituire la Valtellina per evitare la guerra, se poi ancor che facciamo la restituzione saremo necessitati di prender l’armi a favore di Mantova, perché milita sotto la nostra protezione? 92. Alla monarchia cattolica interessava soprattutto prendere tempo, in modo di raccogliere uomini e denaro. In questa strategia rientravano anche i negoziati per il

89 Sulla politica papale in questo frangente, si vedano le considerazioni fatte da S. GIORDANO: “Urbano VIII e la Casa d’Austria durante la Guerra dei Trent’anni”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. I, pp. 227-247. 90 AST Corte, Lettere Ministri Spagna, m. 18, lettera del 26/1/1623. 91 Ivi, lettera dell’8/2/1623. Sulla figura e l’opera del nobile francese, cfr. S. GAL: Lesdiguières. Prince des Alpes et connetable de France, Grenoble 2007. 92 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 18/2/1623. Germonio informava il duca che a Madrid non solo il popolo credeva che “ella sia entrata nella legha, ma m’è stato riferito che andando fuori il Re, e seco il Conte di Olivares e tre o quattro altri, dicesse: bisogna vi mettiate all’ordine, ch’andiamo alla guerra, poiché si è fatto contro di me lega tra il Papa, Francia, Savoia e Venezia”. Gli spagnoli inoltre erano scettici sul fatto di riuscire a trovare un accordo con i francesi, dal momento che “se bene si darà sodisfattione a Francia per la Valtellina, che non sono sicuri di fare sì che non s’introduchino le armi in Italia, poiché l’A.V. pare sia risoluta d’invader il Monferrato”.

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matrimonio tra l’infante Maria e l’erede al trono d’ Inghilterra, per cui nel marzo 1623 giunsero a Madrid il principe di Galles Carlo e il duca di Buckingham, potente favorito del re 93. Al di là delle speranze, in verità piuttosto esigue, di riportare la Gran Bretagna al cattolicesimo, l’intento spagnolo era quello di ottenere il consenso inglese per l’occupazione del Palatinato, il cui sovrano era cognato di Giacomo I Stuart. Il soggiorno della delegazione britannica durò sei mesi, ma ben presto fu chiaro a tutti che le nozze difficilmente si sarebbero concluse. Intanto, la notizia dell’alleanza franco-sabauda aveva suscitato grande scalpore e di fatto cresciuto l’avversione dei confronti di Carlo Emanuele I, come informava l’ambasciatore ducale 94. Aumentava anche l’ostilità verso gli inglesi che nel maggio 1623 risultavano “già aborriti, non tanto dalla plebe, quanto dalla maggior parte della nobiltà” 95. Alla prova dei fatti però la tanto temuta lega antiasburgica non procurò molti danni alla Spagna, a causa dell’indecisione sia di Venezia, sia della Francia, mentre il fronte cattolico in Europa pareva prendere nuovo vigore dopo che l’imperatore Ferdinando II aveva tolto la dignità elettorale a Federico del Palatinato, attribuendola al duca Massimiliano di Baviera. Un altro evento favorevole a Filippo IV fu considerata l’elezione al pontificato di Urbano VIII, che gli spagnoli mostrarono di gradire, ritenendolo già “tutto suo” 96. Essi infatti pensavano di avere contribuito in maniera determinante alla nomina, pur non negando l’appoggio che in sede di conclave era stato dato anche dal cardinale Maurizio di Savoia 97. Meno entusiasmo mostravano invece verso Carlo Emanuele I, accusato di essere il principale fautore del ritorno dei francesi in Italia e di avere accettato che Luigi XIII diventasse arbitro delle vertenze che opponevano il duca ai Gonzaga 98.

93 Cfr. AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettere del 22 e 28/3/1623. L’ambasciatore sabaudo definiva Buckingham “il privato e favorito, come l’A.V. deve sapere, dell’inglese padre”. Su tale figura nel contesto della corte inglese, si veda P. MERLIN: Nelle stanze del re..., op. cit., pp. 250-254. R. LOCKYER: Buckingham. The Life and Political Career of George Villiers, First Duke of Buckingham, London 1981. 94 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 3/5/1623. 95 Ivi, lettera del 14/5/1623. 96 Ivi, lettera del 12/9/1623. 97 Ibidem. Germonio riferiva soprattutto l’opinione del cardinale Borgia. 98 Ivi, lettera del 22/11/1623. Nella corte madrilena si lamentavano che “esso re di Francia si volesse intromettere negli affari d’Italia, essendo stato significato qua come V.A.

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La situazione di incertezza che si era creata in Europa alla metà del 1623, cambiò rapidamente nei primi mesi dell’anno successivo. L’ipotesi di un matrimonio anglo-spagnolo svanì in maniera definitiva, mentre il governo inglese pilotato da Buckingham si orientò verso la Francia, attraverso un accordo che prevedeva le nozze del principe Carlo con Enrichetta di Borbone 99. Dall’Italia giungevano a Madrid notizie di altri negoziati matrimoniali, che questa volta interessavano Mantova e Torino, intenzionate a risolvere le reciproche divergenze tramite l’unione di Maria Gonzaga, nipote di Carlo Emanuele I con il principe Emanuele Filiberto 100. Nel Consiglio di stato vi erano tuttavia persone che non si illudevano a proposito dei reali propositi del sovrano sabaudo, dicendo apertamente che non solo V.A. entrerà in lega col Christianissimo et Venetia et eziandio con Inghilterra et altri inimici di questa Corona, ma anco il signor Duca di Mantova, il quale scordatosi anche l’honore che gli ha fatto l’Imperatore di pigliare una sua sorella, s’unirà con gli altri inimici dell’Imperio a farli guerra 101. In effetti, con la salita al potere del cardinale Richelieu nell’agosto 1624 la politica estera della Francia assunse un atteggiamento decisamente antiasburgico 102. Lo statista francese progettava un’ alleanza con l’Inghilterra e col ducato di Savoia, da realizzarsi anche attraverso i matrimoni (nel caso sabaudo si trattava delle nozze fra il principe Tommaso e Maria di Borbone-Soissons) 103. Il piano

et il signor duca di Mantova rimettevano o già avevano rimesso tutte le loro pretensioni in mano di S.Maestà Christianissima, che li pare che non lo dovevano fare, né potevano senza licenza dell’imperatore, essendo il Monferrato feudo imperiale”. 99 Cfr. AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettere del 2/2 e del 7/4/1624. 100 Ivi, lettere dell’8 e 18/6/1624. Si vedano a questo proposito gli accordi segreti conclusi tra i due ducati nell’aprile 1624 e riportati in F. A. DUBOIN (ed.): Raccolta..., op. cit., vol. XXIX, pp. 157-158. 101 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 18/6/1624. 102 Sulla politica del potente ministro, cfr. G. R. R. TREASURE: Cardinal Richelieu and the Development of Absolutism, London 1972; M. CARMONA: Richelieu, l’ambition et le pouvoir, Paris 1983; J. BERGIN: Cardinal Richelieu. Power and the Pursuit of Wealth, New Haven-London 1985; F. H ILDESHEIMER: Richelieu, une certaine idée de l’Etat, Paris 1985; F. HILDESHEIMER: Richelieu, Paris 2004; S. TAUSIG: Richelieu, Paris 2017; S. EXTERNBRINK: “L’Espagne, le duc de Savoie et les ‘portes’. La politique italienne de Richelieu et Louis XIII”, in G. FERRETTI (dir.): De Paris à Turin. Christine de France duchesse de Savoie, Paris 2014, pp. 21-40. 103 Per ricostruire la politica francese nei confronti di Carlo Emanuele I, ho tenuto conto dello studio di S. GAL: Charles-Emmanuel de Savoie. La politique du précipice, Grenoble 2012.

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mirava a favorire attacchi diversivi in Germania e in Italia, con lo scopo di tagliare le vie di comunicazione spagnole. Da parte ducale i contatti con Parigi e con Londra furono mantenuti da un esponente della famiglia Scaglia, cioè dall’abate Alessandro, figlio minore del defunto conte di Verrua e già da diversi anni ambasciatore alla corte papale 104. Tali accordi, che portarono al trattato di Susa dell’ottobre 1624, parevano annunciare “una prossima intensificazione della lotta antispagnola” 105. Carlo Emanuele I in cambio del proprio intervento chiese ampie contropartite territoriali, che comprendevano non solo la Lombardia, Genova e Monferrato, ma anche Ginevra e le provincie savoiarde cedute alla Francia con la pace di Lione del 1601. Il duca del resto si sentiva ormai svincolato dal legame con la Spagna, che si era ulteriormente indebolito a causa della morte improvvisa del principe Emanuele Filiberto, avvenuta a Palermo nel luglio 1624, non senza sospetti che qualcuno l’avesse “aggiutato a morir” 106. L’ambasciatore Germonio era cosciente che tale scomparsa avrebbe avuto importanti conseguenze per le relazioni tra Torino e Madrid, e scriveva che “la faccia di tutto il negotiato si è mutata”, invitando Carlo Emanuele a comunicargli con urgenza “quanto in ciò haverò da fare” 107. In primo luogo, nonostante le grandi manifestazioni di lutto e le solenni esequie fatte in onore del principe, erano subito sorti problemi relativi all’esecuzione del suo testamento 108. Inoltre, si trattava di trovare qualcuno in grado di ereditarne il ruolo presso la corte spagnola, quale garante dei buoni rapporti tra Savoia ed Austrias. “Il Re Cattolico e tutto il Consiglio suo di Stato”, riferiva il vescovo nell’ottobre 1624 e in particolare il signor Conte d’Olivares desiderano molto l’amicitia sì di lei che di tutta la Serenissima casa e vorriano guadagnare il Serenisssimo Prencipe Cardinale figlio dell’A.V. e che invece di essere protettore di Francia, lo fusse di Spagna, promettendo in cambio uno degli arcivescovadi più prestigiosi del regno: Saragozza, Siviglia o Toledo. Erano tuttavia stupiti che

104 Cfr. T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 91 sgg. 105 R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit., p. 22. Cfr. il testo dell’accordo è riportato in F. A. DUBOIN (ed.): Raccolta..., op. cit., vol. XXIX, pp. 159-160. 106 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 26/9/1624. 107 Ivi, lettera del 25/8/1624. 108 Si veda per esempio Ivi, lettera del 25/12/1624.

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havendo gli Serenissimi Prencipi figli di V.A. tanti interessi con questa Corona, e massime essendo abilitati alla successione di così grande monarchia, ella se li mostri tanto inimica, che in tutte le leghe che si fanno contro questa Corona vi è sempre l’A.V. e quando pure non voglia essere amico del Re, almeno non lo mostri così palesemente, che ne anco il Turco se li mostra tanto acerbo inimico. Germonio aveva prontamente ribattuto a queste insinuazioni, ma in attesa di ricevere istruzioni più dettagliate in merito, non tralasciava di esortare il duca a mantenersi neutrale, perché “quando V.A. potesse esser amico dell’uno e dell’altro Potentato, crederei che le saria di molto honore et utilità”. Ribadiva che gli spagnoli “stavano con le braccia aperte” e assicurava di parlare in buona fede, ch’io non sono né Moro, né Turco, né Inglese, né Alemano, né Francese, né Spagnuolo, ma vero Italiano, buon Piemontese, sincero ministro, humilissimo et obbligatissimo servitor e fedelissimo vassallo dell’A.V. 109. Carlo Emanuele I però era intenzionato a proseguire nella propria azione, tanto più che anche Luigi XIII aveva inviato una specie di ultimatum a Filippo IV, chiedendo il rispetto degli accordi sulla Valtellina stipulati nel 1623 ed aveva dichiarato “che era necessitato di mandar soccorso a detti Grisoni” 110. Alla fine del 1624 la guerra sembrava ormai imminente e il residente sabaudo riferiva dei preparativi bellici che si facevano in Spagna, a Genova e nel Milanese, notando che “molti credono che saranno licenziati gli Ambasciatori di Francia, Venetia et io” 111. Il precipitare degli eventi non comportò tuttavia l’allontanamento dell’ambasciatore ducale; Germonio continuò infatti a risiedere nella capitale iberica e ad informare la corte torinese sull’evolversi della situazione.

TRA GENOVA E MONFERRATO

La mossa d’armi contro Genova concordata tra Carlo Emanuele I e il governo francese rientrava in quella che è stata definita la “diversione italiana”, con la quale Richelieu intendeva impegnare nella penisola le forze della Spagna, distraendola dai fronti dell’Europa del nord. Questo piano, comprendeva tra l’altro l’occupazione della Valtellina, l’attacco alla Repubblica ligure, considerata

109 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 17/10/1624. 110 Ivi, lettera del 30/12/1624. 111 Ivi, lettera del 28/12/1624.

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il principale alleato strategico della monarchia cattolica in Italia e la conquista del ducato di Milano, che sarebbe stato assegnato ai Savoia. Agli inizi del 1625 tutto sembrava indirizzato in tal senso e Madrid si preparava ad affrontare un possibile intervento di Carlo Emanuele. Nel mese di marzo l’ambasciatore Germonio venne convocato da Olivares, il quale dopo aver ostentato la potenza bellica spagnola e ribadito le buone intenzioni di Madrid nei confronti del duca, ammonì di non fare mosse false, affermando che provava “dispiacere che tra questa Corona e V.A. non vi fosse quell’amistà et intelligenza che già vi fu” 112. Agli avvertimenti seguirono poi le minacce, tanto che i ministri regi sostenevano che se il duca si muoveva contra Genovesi, si era dato ordine che tutte le galere di Spagna et a soldo s’incamminassero verso Villafranca e procurassero di pigliare quella fortezza e terra. Inoltre si pensava di accerchiare lo stato sabaudo, facendo venire truppe anche dalla Borgogna 113. Una volta ottenuto il controllo della Valtellina, francesi e veneziani si mostrarono però propensi ad un accordo con la Spagna, tanto che Germonio riferiva che havendo loro avuto buona parte dell’effetto che desideravano di ricuperare la Valtellina et havendola ricuperata, pare habbino conseguito l’intento e se gli altri Collegiati non l’hanno, che habbiano patienza 114. Nonostante ciò Carlo Emanuele I aveva deciso di attaccare Genova, i cui governanti temevano anche che egli avesse “qualche intelligenza in quella Città, massime con principali del populo e plebe, mal sodisfatti del governo presente” 115. In effetti, i propositi ducali furono vanificati dalle manovre della diplomazia internazionale e in particolare di quella pontificia, interessata a che non si giungesse ad una guerra tra le due maggiori potenze cattoliche europee. Nella primavera 1625 venne infatti inviato un nunzio in Francia, per trattare con Luigi XIII, affinché

112 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 19/3/1625. 113 Ivi, lettera del 24/3/1625. 114 Ibidem. 115 Ivi, lettera del 6/4/1625. Sul conflitto sabaudo-genovese e le sue ripercussioni sulla situazione interna della repubblica, si vedano G. COSTANTINI: La Repubblica di Genova, Torino 1986, pp. 245-247; C. BITOSSI: Il governo dei Magnifici. Patriziato e politica a Genova fra Cinque e Seicento, Genova 1990, pp. 191-193; G. ASSERETO, C. BITOSSI, P. MERLIN (a cura di): Genova e Torino. Quattro secoli di incontri e scontri, Genova 2015.

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si compiaccia di restituire la Valtellina nello stato et forma che fu depositata nelle mani di Gregorio XV e della Santa Sede Apostolica e fatta questa restituzione si potrà trattare di dar soddisfatione a Grisoni e ad essa M. Cristianissima 116. Frattanto Carlo Emanuele I coglieva importanti successi contro le truppe genovesi, inducendo la Repubblica a chiedere soccorso al duca di Feria, governatore di Milano. Il Consiglio di Stato spagnolo dal canto suo decise di dare al signor Duca di Feria autorità tale, che mai generale l’abbia avuta: cioè di poter dir, fare e far fare tutto quello che li parerà opportuno, sì per socorrere Genova, che per fare diversioni. Il momento sembrava infatti particolarmente grave per la stessa Spagna, poiché anche l’Inghilterra si accordava con la Francia e il nuovo re Carlo I si mostrava più bellicoso del padre e “meno affetto a questa Corona” 117. Le vittorie sabaude, che nel luglio 1625 portarono all’occupazione di parte del Ponente ligure, furono tuttavia vanificate dalla scarsa collaborazione esistente tra i comandanti dell’esercito alleato, tra cui figuravano il Lesdiguières e il Créqui, nonché dall’attacco ai confini orientali del ducato portato dalle truppe spagnole di stanza in Lombardia. Carlo Emanuele fu dunque costretto ad abbandonare le conquiste fatte e a ritirarsi in Piemonte per difendere i propri domini. La presa di Breda nelle Fiandre da parte degli spagnoli al comando di Ambrogio Spinola e la contemporanea sconfitta dell’esercito protestante guidato dal conte di Mansfeld nell’Impero, furono gli eventi che determinarono lo spostamento degli equilibri europei a favore degli Asburgo. L’ambasciatore Germonio si rese subito conto della nuova congiuntura internazionale e da Madrid scriveva al duca: Ella può molto ben considerare quanta sia la vicissitudine di questo mondo; che sei mesi sono, che pareva fossero tutti gli elementi congiunti insieme a precipitatione di questa Monarchia et hora pare siano uniti per favorire tutte le attioni loro, e sia il vento tutto messo ad aspirare e soffiare in poppa 118. Alla luce di questi fatti, il prelato supplicava il duca di voler prestare orecchio ad eventuali proposte di accordo, visto che correva voce che a Roma si trattasse “la

116 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 20/4/1625. 117 Ivi, lettera del 4/5/1625. 118 Ivi, lettera del 29/7/1625.

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pace con condizioni molto utili et onorevoli per V.A.” 119. Urbano VIII stava infatti mobilitando i suoi legati per trattare un accomodamento, tuttavia incontrava molte difficoltà. A Parigi gli avevano ribadito che “le cose d’Italia erano inseparabili da quella di Germania” e per di più il governo francese appariva incerto sul da farsi e indebolito dai contrasti esistenti tra le fazioni di corte, nonché tra cattolici e ugonotti. Quanto alla Spagna, ora che le cose piegavano a suo favore, era decisa a far pagare a caro prezzo l’insolenza di Carlo Emanuele I e si mostrava intransigente nei suoi confronti 120. Il duca di Feria dunque attaccò Asti e in seguito assediò la piazzaforte di Verrua. Carlo Emanuele si trovò ancora una volta da solo a fronteggiare i soldati di Madrid, tuttavia anche senza l’aiuto della Francia riuscì ad impedire la conquista della fortezza, con grande perdita di reputazione da parte del governatore di Milano 121. Lo smacco subito indusse la corte madrilena a più miti consigli e alla fine del 1625 sembrava che tra i due stati fossero ritornati buoni rapporti. Nonostante le ostilità, Germonio non era stato infatti allontanato dalla corte, mentre lo stesso Olivares accennava ad una possibile unione matrimoniale tra Asburgo e Savoia, assicurando che “con tal casamento si levarebbero via questi et altri tumulti bellicosi” 122. Particolari onori vennero inoltri tributati alla salma del principe Emanuele Filiberto, che giunse da Palermo a Madrid il 21 dicembre 1625 e venne tumulata con grande pompa nell’Escorial, al fianco dei sovrani della casa d’Austria 123.

119 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 20/7/1625. 120 A questo proposito vale la pena di citare quasi per intero le breve lettera che Germonio inviava al duca il 10 agosto 1625, nella quale informava di avere inteso “da bonissimo loco, che di qua han mandato ordine espresso al signor Duca di Feria, che dia tutta quella molestia e danno che potrà maggiori a V.A. e se venisse ad impadronirsi di qualche Città o loco forte e principale nei suoi stati, che non solo facci smantellare, ma spianare tutto, senza eziandio eccettuare le chiese et i conventi, in maniera che ne anco se ne resti vestigio e vi si possi seminar il sale, ad effetto che non vi sia loco all’intercessioni di S.Santità né del Re Christianissimo o quello d’Inghilterra per far restituzione e si levi, come dicono loro, l’occasione a V.A. di turbar continuamente la quiete d’Italia e di deprimere i suoi spiriti tanto vividi e bellicosi” (Ibidem). 121 Cfr. Ivi, lettera del 30/9/1625. Su questo episodio cfr. M. OGLIARO: La fortezza di Verrua Savoia nella storia del Piemonte, Crescentino 1999, pp. 87-133. 122 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 25/12/1625. 123 Germonio riferiva che il principe era stato “depositato nella stanza dove sono tutti gli altri: Carlo V, Filippo II e III e le loro Regine, mogli e figli, appresso il fu Serenissimo

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Intanto tra Spagna e Francia era in corso un processo di distensione, favorito dal fallimento del colpo di mano inglese su Cadice e dalla crescente minaccia per la stabilità interna del regno transalpino, rappresentata dalla roccaforte ugonotta di La Rochelle. Il compromesso tra le due monarchie fu stipulato formalmente col trattato di Monzon del marzo 1626, che venne concluso con grande segretezza e rappresentò un terribile colpo per le ambizioni di Carlo Emanuele I. Dal momento che era all’oscuro dei termini dell’accordo, all’ambasciatore sabaudo a Madrid non restò altro che raccomandare al collega francese che “poiché queste due grandi Monarchie si erano congiunte insieme e preso sopra di sé questo trattato di pace”, venissero comunque tutelati gli interessi ducali, procurando “con ogni modo di conservar l’auttorità, dignità e reputatione dell’A.V.”. Dal canto suo confessava a Carlo Emanuele di non sapere “che pensare, né che dire, salvo quello si suol dire, che le confederazioni e leghe sono al principio di molta auttorità e fama, ma presto svaniscono e muoiono”. Una cosa era comunque chiara: il fatto che le due corone intendevano presentarsi come gli unici arbitri dei destini d’Italia, volendo mostrare sia nelle differenze pendenti tra Torino e Genova, sia nella questione della Valtellina, che tutta l’auttorità di questi negotij consiste nelle proprie loro potentissime mani, volendo mostrarsi al mondo che essi sono gl’arbitri e patroni, e che possano fare e disfare quanto li torna comodo. In conclusione il prelato consigliava al duca di accettare la situazione e di procurare “anco di goder una buona pace e tranquillità; V.A. è prudentissima e spero che la prudenza superi la marzialità” 124. Gli storici hanno da tempo sottolinearo che “nella politica di Carlo Emanuele I la pace di Monzon segna una data fondamentale” 125. Il voltafaccia francese indusse il principe a diffidare una volta per tutte di Parigi e lo convinse che la conquista della Lombardia era una meta irraggiungibile, perché avrebbe spostato troppo gli equilibri strategici in Italia. Egli allora si dedicò al conseguimento di obiettivi più alla sua portata, come il Monferrato, che la recente

Prencipe Filippo Emanuele, non essendo ancora finito il superbissimo Panteon, nel quale si devono detti Regi tumulare e l’altro loco ove si collocaranno le Regine, figli e parenti” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 25/12/1625.). 124 Ivi, lettera del 12/3/1626. 125 R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit., p. 30.

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guerra con Genova aveva mostrato essere facilmente occupabile. Dopo Monzon la strategia sabauda divenne ancor più pragmatica, assumendo quei connotati di opportunismo, che caratterizzarono gli ultimi anni del ducato di Carlo Emanuele e che a livello diplomatico trovarono il loro massimo interprete nell’abate Alessandro Scaglia di Verrua 126. Per il momento al sovrano sabaudo non restava altro che seguire i consigli di Anastasio Germonio, il quale lo esortava ad accettare “dette Capitolazioni e a fare del mal giorno festa, che tutti gli uomini dispassionati sono di questo parere” 127. Carlo Emanuele I infatti non poteva fare altrimenti “poscia che queste due Corone sono congiunte in ciò; che quando l’A.V. non avesse l’appoggio di Francia, non potrà resistere alla potenza di Spagna”. Anche i Veneziani si dovevano rassegnare ed “essendo in mezzo di due così potenti e suoi poco amorevoli, Spagna e l’Imperio”, mai avrebbero rinunciato all’amicizia francese 128. Il duca tuttavia era così contrariato verso Parigi, che nel giugno 1626 non aveva ancora accettato la pace. Con la morte del Lesdiguières qualche mese più tardi, Carlo Emanuele perse anche la sola persona in grado di ripristinare buone relazioni tra lui e la corona di Francia. Profondamente deluso dal comportamento di Richelieu, considerato come un vero e proprio tradimento, egli riprese allora vecchi progetti, come ad esempio la riconquista di Ginevra e il conseguimento del titolo regio. La loro realizzazione dipendeva in larga parte dall’appoggio della corte spagnola, che però in cambio chiedeva il completo riallineamento del ducato alla politica asburgica 129.

126 Cfr. T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 103 sgg. Nel 1626 un osservatore spagnolo affermava che il principe sabaudo non avrebbe mai rinunciato a progettare “inquetudines, muertes, robos, incendios, mudanças des estados y todo aquello que puede ocasionar distruycion y ruina universal” (cfr. C. COLOMA: Discurso en que se representa quanto conviene a la Monarquia española la conservacion del estado de Milan, y lo que necesita para su defensa y mayor seguridad, in Lo stato di Milano nel XVII secolo. Memoriali e relazioni, a cura di M. C. Giannini e G. Signorotto, Roma 2006, pp. 6-7). 127 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 29/3/1626. 128 Ivi, lettera del 16/6/1626. 129 In una lettera inviata al principe di Piemonte Amedeo di Savoia nel giugno 1626, Germonio affermava che “saria stato molto bene et opportuno che il Serenissimo Duca Padre di lei nel trattare della pace mostrasse di voler dare ogni debita sodisfattione a questa Maestà; cioè dire che se bene il sodetto trattato sia fatto senza saputa sua e con poco suo gusto e dignità, tuttavia che desidera di compiacer a Sua Maestà, acciò si dia fine a coteste differenze e vi sia una buona pace e quiete in Italia” (Ivi, lettera del 23/6/1626).

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Carlo Emanuele non intendeva comunque giocare su un solo tavolo e nel contempo stava cercando nuove alleanze in Francia, questa volta con l’intento di abbattere il potere del cardinale ministro. Da questo momento la strategia sabauda, orchestrata dall’abate Scaglia, divenne sempre più complessa, per non dire contorta, tanto da risultare a volte indecifrabile per lo stesso ambasciatore Germonio, che se ne lamentava, sia pur rispettosamente, con il principe 130. Dal canto suo il duca, allorché divenne chiaro lo scenario internazionale definitosi con l’accordo di Monzon, rese pubbliche le ragioni del proprio scontento. Egli dunque, in una lunga istruzione all’arcivescovo di Tarantasia dell’agosto 1626, non negava di aver mosso le armi congiuntamente con il re Cristianissimo e Venezia, ma affermava di aver agito “per mantenimento della libertà d’Italia” e che in tale lega “non vi fu altro fine che il sudetto della libertà”. Ribadiva inoltre di aver desiderato sempre la pace, sottolineando che il nostro disgusto non è stato nella sostanza, ma nella forma, perché non si può negare che non ci sia odiosa, sendosi conclusa senza saputa et partecipazione nostra, contro la fede giurata nei patti della lega; l’animo nostro niuna cosa risente più che il disprezzo 131. Carlo Emanuele I capì che era necessario per il momento abbandonare le intenzioni bellicose e mostrarsi disposto all’accomodamento. Privo del sostegno sia della Francia, sia della Spagna, cercò di presentarsi amico di entrambe. Si offrì da un lato quale mediatore per favorire la quiete interiore del regno transalpino e per promuoverne l’alleanza con l’Inghilterra, mentre dall’altro dichiarò di essere disponibile ad un compromesso con Genova, sotto l’arbitrato del re Cattolico, che permettesse di garantire la tranquillità dell’Italia 132. Pur non abbandonando l’idea

130 Nell’agosto 1626 il vescovo riferiva che a Madrid circolavano voci contrastanti sulle intenzioni ducali, “e però si fanno diversi discorsi; et io essendo del tutto digiuno di cotesti affari vo’ rispondendo secondo mi pare” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 6/8/1626). 131 Ivi, istruzioni del 5/8/1626. 132 Le disponibilità ducale a favore di una pace “universale, in beneficio e servitio di questa Real Corona” fu ben accolta dagli spagnoli, che la considerarono “attione degna del molto valore e generosità di V.A.” (Ivi, lettera dell’8/101/1626). Carlo Emanuele I voleva però che nelle trattative con i Genovesi venissero incluse “le pretensioni e raggioni che l’A.V. tiene sopra Savona e suo Marchesato e di Vintimiglia e suo Contado” (Ivi, altra lettera dell’8/10/1626). Inoltre, mediante negoziati segreti rivendicava il possesso di Zuccarello e chiedeva un comando nei Paesi Bassi per il figlio Tommaso.

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di riallacciare l’alleanza con la Francia, il duca si volgeva nuovamente a Madrid, con cui furono avviati negoziati tra la fine del 1626 e l’inizio del 1627. Per superare il pericoloso isolamento diplomatico in cui si era venuto a trovare, Carlo Emanuele chiese alla Spagna di essere incluso negli articoli della pace, conforme a quanto era accaduto a Cateau-Cambrésis e di Vervins, e “come sono state le Altezze Vostre sempre nelle paci fatte tra queste due reali Corone”. La sua richiesta però non venne accolta, sostenendo i consiglieri regi che adesso non si è trattato di pace tra questa Corona e quella di Francia, ma solo della quiete d’Italia e sopire le differenze tra l’A.V. e Genovesi, e quelle tra Valtellini e Grisoni. E qualora non fosse stato possibile risolvere i contrasti per via arbitrale “i due Re vi interporranno la loro auttorità per l’ultima risoluzione” 133. In questo modo le due potenze affermavano ancora una volta il proprio ruolo di supremi garanti della stabilità politica italiana. L’arcivescovo Germonio dal canto suo continuava ad esortare il duca, affinché compisse “ogni sforzo di far terminare coteste differenze tra lei e Genovesi amicabilmente” e non venisse di nuovo “al cimento dell’armi, perché quando ella lo facesse metteria in necessità questa Corona d’armare altra volta contra all’A.V.” 134. Assicurava inoltre che se Carlo Emanuele si fosse comportato come volevano gli spagnoli, “lei e tutta la Serenissima casa conseguiranno abbondantemente quanto ragionevolmente potranno desiderare”. Essi del resto non intendevano costringerlo ad un’alleanza formale, ma gli bastava “che non li sia inimico” 135. In realtà, fu il peggioramento delle relazioni franco-inglesi ad orientare in maniera decisiva verso la Spagna il governo sabaudo, con la speranza di fare da mediatore in vista di un accordo tra Madrid e Londra in funzione anti borbonica. A tale decisione contribuì anche la scarsa disponibilità dimostrata dalla Francia nel sostenere le rivendicazioni ducali nei confronti di Genova. Benché il marchese di Rambouillet, inviato nella capitale iberica, sostenesse di “essere stato mandato qua dalla Maestà Christianissima principalmente per gli affari e differenze che passano tra V.A. e la Repubblica di Genova”, Germonio si mostrava scettico sulle vere intenzioni di Parigi 136.

133 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 18, lettera del 13/10/1626. 134 Ivi, lettera del 12/11/1626. 135 Ivi, lettera del 15/12/1626. 136 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera del 24/1/1627.

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Anche da parte spagnola, tuttavia, si procedeva con molta lentezza, tanto che l’ambasciatore all’inizio di aprile del 1627 riferiva che “Delle differenze tra V.A. e la Signoria di Genova si va facendo qualche cosa, ma poco”, mentre lo stesso Rambouillet si lamentava che i consiglieri di Filippo IV si mostrassero “ben morosi in non darli risposta” 137. Alla fine di giugno la questione era ancora bloccata su alcuni punti fondamentali, tra i quali figuravano quello relativo al possesso dell’importante feudo di Zuccarello e la restituzione delle terre sabaude occupate dalla Spagna durante la guerra. Per di più alcuni membri del Consiglio di Stato, come i marchesi di Montesclaros e di Hinojosa, erano mal disposti verso Carlo Emanuele I 138. A ottobre Rambouillet si trovava ancora nella capitale, senza però aver concluso alcunché. Il 1627 si chiudeva quindi nel segno dell’incertezza, che dominava non soltanto la scena italiana, bensì quella europea. Anastasio Germonio, comunque sia, non era più in grado di portare avanti la complessa strategia ducale. Le lettere del vescovo piemontese, spesso tenuto all’oscuro delle manovre del suo sovrano, erano già da qualche mese prive di ragguagli politici interessanti, tanto da farlo sembrare quasi tagliato fuori dai negoziati in corso. La morte dell’anziano prelato nell’agosto 1627 non fece che accelerare il cambiamento ai vertici dell’ambasciata sabauda a Madrid. Da quel momento e per tutto l’ultimo periodo del ducato di Carlo Emanuele I, a gestire le sempre più complesse trattative sabaudo-spagnole furono delegati più agenti, cioè un magistrato savoiardo, il presidente Monthoux, e due religiosi: il vescovo di Ventimiglia e l’abate Alessandro Scaglia. Ad ognuno vennero affidate missioni specifiche, con istruzioni personali, a testimonianza che Carlo Emanuele intendeva agire su piani diversi, avvalendosi dell’abilità di ciascun inviato, nonché delle loro aderenze nella corte madrilena. Tale modo di condurre gli affari creò ben presto incomprensioni e contrasti tra gli stessi ambasciatori del duca, ma consentì a quest’ultimo di avere un ampio margine di manovra e di poter operare in maniera spregiudicata. Intanto Carlo Emanuele non cessava di trattare con l’Inghilterra per concordare azioni comuni al fine di far scoppiare la guerra civile in Francia, puntando sul malcontento degli ugonotti e sul partito nobiliare che a corte contrastava la politica di Richelieu. Come è stato notato di recente, parevano

137 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettere del 7 e 13/4/1627. 138 Cfr. le lettere del 25 e 30/6/1627.

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ritornati gli anni novanta del Cinquecento, e “aux temps agités de la Ligue, lorsque le duc de Savoie pêchait insolentement en eau trouble afin d’affaiblir le roi de France” 139. La situazione internazionale cambiò tuttavia rapidamente per l’improvvisa scomparsa di Vincenzo II Gonzaga, morto nel dicembre 1627; il suo decesso aprì infatti la questione della successione ai ducati di Mantova e Monferrato. Vincenzo prima di morire aveva infatti combinato il matrimonio tra la nipote Maria e Carlo di Rethel, figlio di Carlo Gonzaga-Nevers, appartenente a un ramo cadetto della dinastia, stabilitosi in Francia nel XVI secolo, i cui membri erano diventati fedeli vassalli del re Cristianissimo 140. Tale decisione fu contrastata da Carlo Emanuele I, nonno materno della principessa Maria, il quale desiderava che la nipote sposasse uno dei suoi figli. La scelta gonzaghesca veniva del resto aspramente criticata sia dall’Impero sia dalla Spagna, dal momento che apriva l’Italia all’influenza francese. A Madrid già nel gennaio 1628 circolavano voci di preparativi di guerra, poiché Filippo IV non aveva gradito “il casamento di Mantova, per non essere stato prima ragguagliato, come né anco la Maestà Cesarea” 141. Inoltre, si diceva che il duca di Savoia sarebbe intervenuto al fianco del re cattolico e che “V.A. dimostra con gli effetti esser spagnolo e di tener l’esercito in servitio di Spagna e d’andar con quello di questa Corona contra il Monferrato e Mantoa” 142. Nel marzo 1628 l’imperatore Ferdinando II mise sotto sequestro i feudi di Mantova e Monferrato, mentre gli spagnoli presero le difese di Ferrante Gonzaga, principe di Guastalla, pretendente alla successione, e assediarono la fortezza di Casale, difesa da truppe franco-mantovane. Carlo Emanuele I, dal canto suo, dopo essersi accordato con il governatore di Milano Gonzalo di Cordova, invase parte del Monferrato e approfittando della situazione favorevole cercò anche di fomentare una rivolta popolare a Genova, guidata dal

139 S. GAL: Charles-Emmanuel de Savoie…, op. cit. 140 A riguardo cfr. U. BAZZOTTI (coord.): Mantova e i Gonzaga di Nevers/Mantoue et les Gonzague de Nevers, Mantova 1999. 141 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera del segretario Bartolomeo Caputi del 22/1/1628. 142 Ivi, lettera di Caputi del 19/1/1628. Il 25 dicembre 1627 fu stipulato un accordo tra Spagna e Savoia per l’occupazione del Monferrato, che venne ratificato nel dicembre dell’anno successivo (cfr. F. A. DUBOIN [ed.]: Raccolta..., op. cit., vol. XXIX, pp. 162-164).

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nobile Giulio Cesare Vachero 143. Il governo di Parigi, ancora alle prese con la conquista della piazzaforte ugonotta di La Rochelle, non riuscì a ribattere con efficacia a tali manovre, pur fornendo aiuti militari al duca di Nevers.

SUL FILO DEL RASOIO

La seconda guerra del Monferrato costituì una netta cesura nella politica seguita fino ad allora da Carlo Emanuele I, il quale, almeno dal 1610, aveva sempre aderito agli schieramenti antiasburgici che via, via, si erano costituiti. Inoltre, da quel momento il problema della successione mantovana divenne una questione di interesse europeo e il fulcro della politica continentale si trasferì per qualche anno in Italia, tanto da indurre gli storici a considerare “la guerra per la successione di Mantova e del Monferrato come un periodo a sé della guerra dei Trent’anni” 144. Fu in questa congiuntura che Carlo Emanuele, forte della nuova alleanza con la monarchia cattolica, decise di rinnovare le richieste che la Spagna non aveva ancora soddisfatto 145. Dopo aver inviato come ambasciatore straordinario il frate Gaetano Cossa, decise di stabilire una rappresentanza stabile, nominando il già citato presidente Monthoux. E’ importante notare che costui pretese fin dall’inizio di essere puntualemnte informato della volontà del principe e dei negoziati che egli portava avanti presso altre corti. Il magistrato riteneva infatti “di grandissimo avantaggio l’essere avvisato sicuramente di tutti i suoi interessi, per poterli sostentar conforme all’occasione” 146. Monthoux venne però affiancato dal vescovo di Ventimiglia Giovanni Francesco Gandolfi, che oltre ad essere un uomo di Chiesa, possedeva alcuni requisiti che probabilmente avevano convinto Carlo Emanuele I a sceglierlo.

143 Su questo episodio cfr. G. COSTANTINI: La Repubblica di Genova, op. cit., pp. 251- 253; C. BITOSSI: Il governo dei Magnifici..., op. cit., pp. 194-195. 144 R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit., pp. 31-32. 145 AST Corte, Negoziazioni con Spagna, m. 4, n. 1, 1627. Istruzioni date al Padre Don Gaetano incaricato della negoziazione appresso il Governatore di Milano et indi alla Corte di Madrid per le pendenze in Mantova a fine d’ottener la ratificanza di S.M.Cattolica dei concerti presi con il Governatore suddetto per l’occupazione del Monferrato. 146 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera da Nizza del 30/6/1628.

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Egli infatti apparteneva ad una famiglia di origine ligure che poteva vantare, per così dire, più legami di fedeltà. Nel 1618 il duca di Mantova aveva investito Giovanni Francesco e i fratelli Giulio Cesare e Niccolò del feudo di Ricaldone, paese dell’Alto Monferrato, facendoli così vassalli dei Gonzaga. Giulio Cesare aveva poi sposato Maria Spinola, legandosi all’aristocrazia genovese, mentre Niccolò divenne ciambellano del duca di Savoia 147. Sospettati entrambi di simpatie filo sabaude, erano stati imprigionati dalle autorità genovesi nella primavera del 1628 in occasione della congiura del Vachero. Il vescovo di Ventimiglia dal canto suo si dichiarava fedele servitore non solo di Carlo Emanuele I, bensì del re cattolico, presentando se stesso e i parenti come criados degli Asburgo 148. Agli occhi di Carlo Emanuele la coppia formata da un giurista savoiardo e da un ecclesiastico, devoto sia lui che alla Spagna e con aderenze a Genova, pareva la soluzione più adatta per portare avanti le richieste ducali presso la corte di Madrid, dove i due inviati giunsero nell’agosto 1628. Le prime questioni che essi affrontarono furono la definizione degli aiuti militari che gli spagnoli avrebbero dovuto fornire al duca, in caso di attacco francese e la conferma del possesso sabaudo delle terre monferrine occupate in base all’accordo di spartizione stipulato con il governatore di Milano 149. Inoltre, era necessario

147 Notizie sulle famiglia si trovano in A. MANNO: Patriziato subalpino. Notizie di fatto storiche, genealogiche, feudali ed araldiche, Firenze-Torino, 1895-1906, 2 voll., più 23 volumi dattiloscritti. Di questa rara opera, rimasta in gran parte dattiloscritta, esistono poche copie complete. Nel mio caso ho consultato quella esistente presso l’Archivio di Stato di Torino, nella sezione di Corte. 148 Nel maggio 1628 Carlo Emanuele informava l’ambasciatore spagnolo a Genova di aver spedito come “mio Ambasciatore straordinario a S.Maestà Monsignor il Vescovo di Vintimiglia, prelato di conosciuta prudenza et d’affetto devotissimo verso la Maestà Sua” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera da Torino del 21/5/1628). In effetti Gandolfi, prima di partire per Madrid, si recò nella città ligure per porgere i suoi omaggi all’ambasciatore Castaneda (cfr. Ivi la sua lettera al duca del 27/5/1628). 149 Ivi, lettera del 6/8/1628. Al duca interessavano in particolare la piazzaforte di Moncalvo, per la quale era disposto a cedere alla Spagna altre terre monferrine, nonché le ragioni sul feudo di Zuccarello. Su quest’ultimo punto i negoziati furono particolarmente complessi (cfr. Ivi, lettera del Monthoux del 12/11/1628). Si veda anche Ivi, Negoziazioni con Spagna, m. 4, n. 3, 2/6/1620, Istruzioni al Vescovo di Ventimiglia e Presidente Monthouz mandati in Spagna per promuovere gli interessi della Real Casa in ordine alle Doti dell’Infante Caterina, alla successione del Principe Filiberto et ai soccorsi promessigli dalla Spagna, come pure al diritto di successione sul Regno di Portogallo, su le Fiandre, Finale e su la Riviera di Genova.

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riprendere le trattative relative all’eredità del principe Emanuele Filiberto. Si trattava di questioni non facili, che la mancanza di un ambasciatore ordinario aveva complicato, tanto che Monthoux all’inizio di ottobre riferiva che informandomi in questa Corte delle cose di V.A. Serenissima e del Serenissimo Prencipe Filiberto di felice memoria, io vo scoprendo quanto sia stata mal trattata la robba dell’uno e dell’altro 150. La conduzione degli affari non fu però favorita dai contrasti che ben presto sorsero tra il magistrato e il vescovo, in quanto entrambi ritenevano di essere autorizzati a portare avanti negoziati separati. Monthoux probabilmente avvertiva la differenza di status esistente tra lui e il prelato e lo accusava di coltivare interessi personali e di difendere non già le ragioni sabaude, bensì quelle della propria famiglia. In effetti Gandolfi sperava di poter ottenere per sé e i fratelli l’infeudazione di diversi luoghi del contando di Oneglia, con il titolo di marchese, come ricompensa per “haver servito V.A. fedelmente nei trattati d’agiustamento con S.Maestà Cattolica”. Già il 3 ottobre 1628 il suo collega Monthoux scriveva a Carlo Emanuele, protestando che “Questa mescolanza di Savoiardo e Genovese mi parve sempre che doveva produr un parto bizzarro” 151. Nonostante tali inconvenienti, i rapporti con i ministri regi e soprattutto con Olivares divennero molto stretti e confidenziali, tanto da rendere necessario l’uso di un codice cifrato per le lettere che venivano spedite a Torino, un’avvertenza che era stata poco utilizzata nel corso della residenza dell’ambasciatore Germonio. Certo, nella corte spagnola non mancavano quelli che si fidavano poco del duca, passato in breve tempo da una “manifesta rottura et singolare diffidenza in una confidenza strettissima”, senza contare le pressioni anti sabaude esercitate dai rappresentanti dei principati italiani come “il Duca di Fiorenza, la Repubblica di Genova, il Papa et Venezia”, preoccupati di un possibile rafforzamento territoriale del ducato. Filippo IV e Olivares sembravano tuttavia ben disposti e quest’ultimo, informato dei “mali uffici fatti contro V.A. et la sincerità sua”, aveva dichiarato:

150 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera del 5/10/1628. Cfr. anche la lettera del 23/10/1628. 151 Ivi, lettera del 3/10/1628. Monthoux affermava che “siamo tutto il giorno insieme con più cortesia e cerimonie che sincerità et amore. Io in questo et per ubidir a V.A. et per osservar il divino precetto lo servo come posso et voglio con ogni sforzo servirlo, dico sforzo, perché questo è necessario in questo caso”.

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“iacta est alea, el dado es echado, somos amigos; no hai que hablar mas si no serlo para siempre”, aggiungendo che “ogni volta che V.A. sotto qualunque pretesto fosse assalita nei suoi Stati da gente di Francia, il Re di Spagna si dichiarerebbe” 152. Le trattative per definire la spartizione del Monferrato procedevano però con lentezza, anche perché il potente valido non voleva che “i negotij siano trattati da altro che da lui et massime questo di V.A., del quale egli è geloso” 153. Del resto, come hanno riconosciuto gli storici, gli anni 1627 e 1628 furono fondamentali per il conte duca, in quanto egli divenne il principale responsabile della conduzione della politica estera spagnola e della sua tendenza bellicosa 154. La posizione di Madrid in merito alla situazione monferrina era precisa: il duca di Nevers doveva sgombrare il ducato e del Monferrato o doveva essere depositario Sua Maestà et poi accordarsi conforme al trattato fatto con V.A. o che si partisse la cosa, facendo Sua Maestà depositario di ciò che tiene et V.A. parimenti, in attesa del giudizio dell’imperatore 155. Intanto la situazione ristagnava sia a livello militare, sia diplomatico: la cittadella di Casale continuava a resistere all’assedio spagnolo, mentre crescevano i dissapori tra il presidente Monthoux e il vescovo di Ventimiglia 156. La caduta di La Rochelle alla fine di ottobre del 1628 cambiò le carte in tavola, poiché consentì alla Francia di superare le difficoltà interne e di proporsi nuovamente con autorità sul versante italiano. Il mese successivo Luigi XIII mandò in Spagna un inviato straordinario, che riferì che “il Re Christianissimo voleva che si depositasse il Monferrato in mano di Baviera, Fiorenza o del Papa, et che si vedessero le pretensioni”. La proposta francese prevedeva una soluzione

152 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera del 30/10/1628. 153 Ivi, lettera senza data, ma probabilmente del novembre 1628. 154 Cfr. T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., p. 150; G. PARKER: La guerra dei Trent’Anni, op. cit., pp. 182 sgg. 155 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera del 17/11/1628. Cfr. inoltre la lettera del 18/11/1628. 156 Ivi, lettere del 25/11 e 15/12/1628. Monthoux accusava il vescovo di essere al servizio della Spagna e dei Genovesi, perché “di quante lettere in ziffra, di quante scritture si sono hora mandate, il mio collega ne fa e manda copia in Genova, et particolarmente al Marchese di Castagneda”. Avvertiva inoltre il duca che “si metteva una spia nell’Ambasciata et si nutriva il serpe nel seno” (Ivi, lettera del 31/10/1628).

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di compromesso, che delegava la controversia a un soggetto neutrale, escludendo però dalle trattative il duca di Savoia. Alla richiesta spagnola di includere Carlo Emanuele era stato risposto che “per la pace di Monzone era detto che le differenze d’Italia s’accomodariano tra gli doi Re et però non occorreva nominar altri” 157. Il momento era difficile e così maturò la decisione di spedire a Madrid il più abile esponente della diplomazia sabauda, vale a dire l’abate Alessandro Scaglia di Verrua, che giunse nella capitale nel gennaio 1629, con il compito non solo di contrastare il progetto di accordo proposto dalla Francia, ma anche di favorire la normalizzazione dei rapporti tra Spagna e Inghilterra, in funzione anti francese 158. La disposizione del re e di Olivares sembrava ottima, tanto che il potente ministro assicurava che “trova in S.M. una perfetta stima di tutto ciò che riguarda V.A.”. Altrettanto favorevoli si mostravano i figli del re e l’Infanta monaca Margherita de la Cruz, che nonostante l’età esercitava ancora una notevole influenza sulla corte 159. Anche i ministri regi questa volta erano schierati dalla parte di Carlo Emanuele e Non vi è persona nel Consiglio di S.M. che non dica che niuna cosa convenghi maggiormente a questa Corona che di obligar V.A. e sua Casa, e che questo importa molto più che tutte le condizioni che sappiano farsi dalla Francia né da altri 160. Madrid era decisa a rispondere alle minacce di guerra francesi e lo stesso monarca dichiarava di “voler andar di persona in Italia” 161. Per questo motivo

157 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 19, lettera del 4/12/1628. Il giorno prima l’ambasciatore inviava una lettera al principe Tommaso di Savoia, informandolo dell’arrivo dell’inviato francese, “mandato da quel re per dar la nova della Rochella et per trattar delle cose del Monferrato” (Ivi, lettera del 3/12/1628). 158 Cfr. T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., p. 156. Per un profilo biografico del personaggio, pp. 64 sgg. 159 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera di Scaglia del 12/2/1629. L’ambasciatore riferiva che la vecchia suora “si dimostra interamente contenta della buona intelligenza che V.A. passa con questa Corona. E’ questa signora qua in molta stima e venerazione, come è dovuto alla sua qualità e merito; il Re la visita spesso, come pure la Regina et Infanti. Ella ha però perso interamente la vista, restandole ancora l’udito molto buono e la voce”. 160 Ivi, lettera di Scaglia del 13/2/1629. 161 Ivi, lettera di Scaglia del 27/1/1629.

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erano state mandate lettere ai principi italiani “acciò compischino a quello che devono a questo Re in occasione delle guerre d’Italia”. Non tutti però erano propensi a muovere le armi e proponevano “di mandar in Francia per corrisponder all’ufficio che da quella parte è stato fatto e non lasciar il negotio senza trattatione”, con la convinzione che “ogni cosa si debba fare prima che permetter che questi due gran re venghino ad aperta rottura” 162. In ogni caso la Spagna si preparava allo scontro, stringendo ancor più l’alleanza con l’Impero, che venne consolidata con il matrimonio tra l’Infanta Maria e il re d’Ungheria Ferdinando, figlio dell’imperatore Ferdinando II 163. L’arrivo di Scaglia quale inviato straordinario aveva intanto riacceso i contrasti all’interno della delegazione sabauda. Monthoux, già in disaccordo col vescovo di Ventimiglia, non era contento di collaborare con l’abate e gli aveva fatto subito capire “ch’egli non sopportava d’haver compagno” 164. Tra i due religiosi inoltre si era creata fin dall’inizio una tacita alleanza, che tendeva ad escludere il magistrato dagli affari più importanti. Le divergenze si aggravarono a tal punto, che nel marzo 1629 scoppiò una violenta rissa tra i servitori del Gandolfi e quelli del presidente savoiardo 165. Tale situazione creò confusione nella conduzione dei negozi diplomatici, tanto che ciascuno dei tre ambasciatori arrivò a spedire a Torino lettere separate 166. Nonostante queste difficoltà, Alessandro Scaglia cercò di elaborare una strategia che mirava ad impedire l’ormai prossimo intervento della Francia in Italia. Dal momento che il regno transalpino era ancora indebolito a causa delle lotte interne tra le fazioni (principi del sangue e protestanti contro Luigi XIII e Richelieu), bisognava in primo luogo che la Spagna finanziasse i ribelli, come

162 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera di Scaglia del 7/1/1629. 163 Si veda a proposito F. LABRADOR ARROYO: “La organización de la casa y el séquito de la reina de Hungría en su Jornada al Imperio en 1629-1630”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN, R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria…, op. cit., vol. II, pp. 801-836. 164 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera di Scaglia del 22/2/1629. Cfr. anche le lettere di Monthoux del 29/1 e 19/2/1629. 165 Ivi, lettera di Scaglia del 14/3/1629. Il vescovo di Ventimiglia dal canto suo accusava il collega savoiardo di avere provocato l’incidente “per farmi affronto” (cfr. Ivi, m. 22, lettera del 9/3/1629). 166 Questo fatto è del resto testimoniato dal modo in cui sono state archiviate le lettere dei singoli ambasciatori, che sono raccolte in fascicoli separati.

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i duchi di Rohan e Bouillon, nonché lo stesso fratello del re Gastone d’Orleans, scontento della sua condizione di cadetto 167. Inoltre, si dovevano organizzare azioni diversive, per impegnare le forze francesi su altri fronti, facendo intervenire l’Inghilterra e l’Impero. Egli però si rendeva conto dei problemi finanziari della monarchia cattolica e perciò si augurava che Madrid stipulasse una tregua con gli Olandesi, per avere mano libera sul versante italiano 168. In un momento tanto incerto, Scaglia consigliava tuttavia a Carlo Emanuele I di seguire una tattica opportunistica, approfittando di tutte le proposte vantaggiose che gli venivano fatte. Il duca non doveva illudersi della promessa spagnola di romper con Francia, perché sentono troppo le loro incomodità presenti et però sortiranno dall’imbarazzo sempre che ottenghino Casale o per loro o in modo che non vi possino mettere piede li francesi, che è quel che temono et con questo crederanno di haver fatto assai nella mala congiuntura delle cose di questa Corona 169. La fine delle ostilità tra Londra e Parigi, rappresentò un duro colpo per le speranze sabaude e lasciò il ducato esposto all’attacco della Francia. Ai primi di marzo del 1629 Luigi XIII dichiarò che “passerà in Italia al soccorso di Casale, voglia o non voglia V.A.” 170. Le truppe ducali si apprestarono a sbarrare la strada a quelle francesi nella Valle di Susa, ma dopo un breve scontro si ritirarono, lasciando loro libero transito. Il fatto d’arme di Susa fu pubblicizzato come una vittoria da entrambi i contendenti, ma gli studi più recenti concordano sul fatto che si trattò di un evento combinato dalle rispettive diplomazie, per manifestare

167 Cfr. AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettere di Monthoux del 15/1/1629 e di Scaglia del 2/3/1629. Su questi personaggi cfr. J. A. CLARKE: Huguenot Warrior. The Life and Times of Henri de Rohan, 1579-1638, The Hague 1966; G. DETHAN: Gaston d’Orléans: conspirateur et prince charmant, Paris 1959; G. DETHAN: La vie de Gaston d’Orléans, Paris 1992. 168 All’inizio di marzo del 1629, l’abate scriveva che “Tutti li miei sforzi sono stati in procurar da che sono qua che si mandi danari a Don Gonzalo et che si solleciti l’Imperatore a far dal suo canto una gagliarda mossa per divertir Francia, come le due cose più necessarie et solo fattibili a mio credere”. Egli inoltre era ben cosciente della crisi finanziaria spagnola: “Se bene la volontà è qua buona nelle intenzioni di voler osservar la parola loro…però la necessità et strettezza è maggiore”. A questo proposito il problema fondamentale era costituito dal conflitto nelle Fiandre: “Dirò anche che se cessasse la guerra con Holanda, che questa Corona haverebbe modo di far ogni cosa” (Ivi, lettera del 6/3/1629). 169 Ivi, lettera di Scaglia del 22/2/1629. 170 Ivi, lettera di Scaglia del 4/3/1629.

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da un lato la potenza francese e dall’altro la volontà di resistenza del duca di Savoia, costretto suo malgrado a cedere il passo ad un avversario troppo forte 171. Dopo la scaramuccia infatti le due parti si accordarono e stipularono un trattato, che sanciva il ritorno del ducato nell’orbita francese: il principe sabaudo rinunciava alle proprie pretese sul Monferrato, ma riceveva come contropartita Trino e le altre località già occupate, oltre ad una cospicua rendita 172. In cambio lasciava passare “l’armée de sa Majesté qui va au Monferrat” e si impegnava a fornire rifornimenti a Casale, il cui assedio venne abbandonato da Gonzalo di Cordova, con grande disonore per le armi spagnole. Come garanzia Carlo Emanuele doveva però consegnare “la citadelle de Suse entre les mains de sa Majesté, la quelle y mettra garnison de ses suisses”. Infine, con il successivo accordo di Bussoleno del maggio 1629, che includeva anche il duca di Nevers, Carlo Emanuele I promise di difendere il Monferrato da ulteriori attacchi esterni 173. La calata dei francesi in Piemonte suscitò grande preoccupazione a Madrid, inducendo il governo spagnolo a promettere nuovi aiuti a Carlo Emanuele 174. Per il momento tuttavia la monarchia cattolica non intendeva rompere con il re Cristianissimo e gli spagnoli preferivano temporeggiare, mentre sollecitavano l’intervento dell’imperatore, chiedendo che mettesse al bando Nevers e decidesse di assalire la Francia sul confine tedesco 175. L’abate Scaglia dal canto suo cercava di convincere Olivares ad appoggiare il partito ugonotto, “essendo

171 A proposito rimando a S. GAL: Charles-Emmanuel de Savoie…, op. cit. Cfr. AST Corte, Negoziazioni con Spagna, m. 4, n. 16, aprile 1629. Relazione dei negoziati fatti in Susa e Bussolino tra il Duca Carlo Emanuele et il Re di Francia per servir d’istruzione a chi dovea giustificare presso la Corte di Spagna i motivi e la necessità che hanno indotto S.A. a dar ascolto alle proposizioni di detto Re, in vista massime della mancanza dei soccorsi promessi per parte della Spagna. 172 Il trattato venne concluso l’11 marzo e gli articoli esecutivi furono stesi il 31 [cfr. F. A. DUBOIN (ed.): Raccolta..., op. cit., vol. XXIX, pp. 165-171]. 173 Ibidem, pp. 172-174. 174 In quei giorni Scaglia scriveva: “Vero è che il successo di Susa ha dato un grande alarme a questi Signori e mostrano di voler con altrettanta diligenza compensar le tardanze passate” (AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera dell’1/4/1629). Si veda anche la testimonianza del Gandolfi (Ivi, m. 22, lettera del 7/3/1629). 175 Gli spagnoli avevano deciso di “fare buone parole al Re di Francia, acciò se ne ritorni”. Intanto sollecitavano “l’Imperatore di pubblicare il bando, di mandar gente contro la Francia et si è fatto l’ultimo sforzo di animarlo a questo; a tal effetto si è fatto il sposalitio et si mandano dinari in Alemagna” (Ivi, m. 21, lettera del 4/5/1629).

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importantissimo di mantenere quel partito per insin tanto che siano preparati questi a quello che vogliono essi medesimi fare contro la Francia” 176. La strategia elaborata dal diplomatico, prevedeva che il duca approfittasse della tensione creatasi tra le due potenze, per ottenere il maggior vantaggio possibile. “Voglio sperare” affermava il religioso “che Iddio non permetterà un così gran male, come sarebbe la rottura fra questi due Gran Re”, ma nondimeno occorreva prepararsi ad ogni evenienza 177. Si trattava di sfruttare fino in fondo la “politique du précipice”, come è stata definita di recente la strategia ducale di quel momento 178. Perciò egli esortava Carlo Emanuele a perseverare, “già che la riputazione nella quale V.A. ha costituito se stessa, la sua Casa et i suoi Stati è tale, che in quella mira tutta l’Europa” 179. L’abate tuttavia riconosceva che molto tempo era andato perduto in colloqui inconcludenti e individuava la causa di ciò nelle iniziative maldestre dei suoi colleghi, a cui doveva ora rimediare per “sortir del pregiudizio che il servitio di V.A. ne ricavava” 180. Occorreva quindi ripristinare un’unica conduzione degli affari e un’efficace comunicazione tra il governo ducale e gli ambasciatori; a tale scopo riferiva di aver “comunicato a Monsignor di Ventimiglia le negotiationi et le ciffre di costì, nella maniera che è necessario che la intendano et che siano partecipate qua” 181. A tale fine si instaurò un intenso carteggio tra gli agenti sabaudi e il segretario di Stato ducale Giovanni Tommaso Pasero, il quale svolse un importante ruolo di collegamento tra Carlo Emanuele I e i suoi rappresentanti nella capitale iberica 182. Intanto la Spagna si preparava alla guerra, raccogliendo denaro e arruolando soldati, mentre continuava a sollecitare l’impegno militare dell’imperatore 183.

176 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera del 14/5/1629. 177 Ivi, lettera del 4/3/1629. 178 Così la definisce S. GAL: Charles-Emmanuel de Savoie…, op. cit. 179 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera del 6/3/1629. 180 Ibidem. 181 Ivi, lettera del 16/5/1629. 182 Su questo personaggio cfr. C. ROSSO: Una burocrazia di Antico Regime: i segretari di Stato dei duchi di Savoia, 1559-1637, Torino 1992, pp. 165 sgg. 183 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera del 12/3/1629. A Madrid era infatti pervenuta la “dichiarazione dell’Imperatore che si scordarebbe più tosto tutte le altre

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Ferdinando II dal canto suo era deciso ad intervenire, non tanto per motivi di lealtà dinastica, quanto per la volontà di affermare l’autorità dell’Impero in Italia, diminuita a causa del predominio spagnolo e ora minacciata dalla rinnovata intraprendenza francese. Del nuovo slancio imperiale era del resto consapevole lo stesso Scaglia, che era fermamente convinto del coinvolgimento della corona austriaca, perché “si tratta della giurisdittione dell’Imperatore” 184. La decisione di inviare Ambrogio Spinola, il famoso conquistatore di Breda, quale sostituto di Gonzalo di Cordova nel governo di Milano, fu il segno che la monarchia cattolica intendeva rispondere alla provocazione francese e riprendere con più energia l’assedio di Casale. In tale frangente a Carlo Emanuele I veniva consigliato di guadagnare tempo, trattando “con la Francia con buone dimostrazioni di apparenza, senza impegnarsi maggiormente” e procurando che a Madrid “prendano manco gelosia che si possa” 185. In effetti, nessuna delle parti in causa sembrava intenzionata ad aprire per prima le ostilità, senza avere bene preparato il terreno 186. Scaglia era conscio che tale situazione di stallo danneggiava gli interessi sabaudi, ma non riusciva a trovare una soluzione alternativa. Alla fine di giugno del 1629 confessava che egli cercava in ogni modo di rimediare alli inconvenienti che fra tanto sovrastano et veramente mi preme che V.A. resti così esposta alla mala volontà delli Francesi, mentre qua si vanno differendo le spedizioni. Ma non si può fare di più.

cose, che di mancar a sostenere quello che deve in Italia in osservanza dei suoi decreti e che verso la Francia come verso l’Italia inviava le sue armi”. Cfr. inoltre AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera del 10/4/1629. 184 Ivi, lettera del 6/3/1629. Alla corte di Vienna era del resto diffusa l’opinione che l’intervento dell’esercito cesareo “faria altro che aggiustar le cose di Mantova e Monferrato, perché rimetterà l’autorità dell’Imperatore in Italia nel suo essere e farà conoscere quello che sia la dignità imperiale, e chi sia il loro padrone ai principi d’Italia, che non sapevano hormai che fosse il nome dell’imperatore, e che si aggiusteranno li conti con quelli, che tengono occupati indebitamente li feudi imperiali”. (Citato in G. SIGNOROTTO: “Impero e Italia in Antico Regime. Appunti...”, op. cit., p. 27). Cfr. inoltre G. PARKER: La guerra dei Trent’Anni, op. cit., pp. 154 sgg. 185 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettere di Scaglia del 4 e 16/5/1629. 186 Il 12 maggio 1629 l’ambasciatore scriveva: “qua assolutamente non vogliono imbarcarsi nella guerra contro la Francia che non siano concertati di nuovo con V.A. et che habbino anche le certezze maggiori dall’Imperatore, sebbene di questo credono di poter far capitale” (Ivi, lettera cifrata).

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Inoltre, da molte parti si tentava di screditare i Savoia agli occhi spagnoli, e “Francia, Fiorenza, Genovesi, Venetiani et in fine tutto il mondo non studia che di apportar gelosia in questi animi dei disegni di V.A.” 187. In Spagna tutti volevano la guerra, ma tra il dire e il fare c’erano le solite esitazioni e lentezze. Il vero problema, tuttavia, era la dispersione delle forze del re cattolico, impegnate anche con gli Olandesi 188. Inoltre, non ci si poteva fidare molto dello Spinola, membro eminente dell’aristocrazia genovese e quindi per tradizione ostile ai Savoia. L’ opinione del generale era infatti tenuta in grande considerazione dagli spagnoli, tanto che trovava sempre “modo di fargli seguir il suo parere”. Soltanto una manovra concordata con l’imperatore, che stringesse la Francia da tutti i lati, poteva avere probabilità di successo; e in attesa di ciò a Carlo Emanuele I non conveniva dichiararsi apertamente né per l’una, né per l’altra corona 189. L’inizio dell’estate fu determinante per le vicende italiane. Nel mese di giugno Ferdinando II decise giuntamente con la lega cattolica di Alemagna di assister alle cose d’Italia et di non conceder per qualunque accordo l’investitura al signor Duca di di Nevers, mentre in Italia stessero armi di Francia 190.

187 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettera cifrata del 27/6/1629. 188 Cfr. Ivi, lettera cifrata del 26/6/1629. “Ho io di longo tempo scritto” osservava Scaglia “che qui sono gli animi portati alla vendetta dell’affronto ricevuto dalla Francia et questo è non solo desiderio del signor Conte Duca, ma di tutti li Ministri et Consiglieri di Stato come pure è del proprio Re, però circa il modo di prender la vendetta ho di tempo in tempo scritto quello che non solo il signor Conte Duca mi ha detto, ma ancora quello che ho giudicato che si doveva aspettare da loro con la conoscenza che posso avere delle cose loro et in sostanza sebene il signor Conte Duca ha sempre supposto che farebbero la guerra in Francia per la via di Catalogna et altri confini di queste parti, che lo Imperatore la farebbe per la via di Ciampagne et che si assisterebbe Roane et altri capi delli Ugonotti et che a V.Altezza si darebbero assistenze d’attaccare dal suo canto, stimandolo meglio che lo star sopra la sola difesa…io ho sempre creduto che alla guerra aperta contro la Francia non verrebbero se non havevano prima la pace con Holandesi. Et sento che sarà difficile far questa pace con Holandesi senza la quale non vogliono romper con Francia et l’Ambasciatore dell’Imperatore m’ha detto chiaramente che se la Spagna non rompe, non è ragionevole che l’Imperatore rompi solo con quella Corona, né tiene che si possi portar a quella guerra senza questa et non osservando le promesse, che hanno fatto di romper unitamente. Intanto pare che si dispongono di aiutare il Duca di Roan, ma si camina così lentamente, che io temo che sarà troppo tardi”. 189 Cfr. Ivi, altra versione decifrata, ma più ampia, della precedente. 190 Ivi, lettera cifrata del 26/6/1629.

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Il 25 Scaglia informava il principe Tommaso di Savoia della prossima partenza di Spinola e ai primi di luglio l’esercito imperiale agli ordini del conte di Collalto calava in Italia, passando attraverso la Valtellina 191. In questa congiuntura la delegazione sabauda lavorò con impegno e in concordia. Partito infatti il presidente Monthoux, il vescovo di Ventimiglia e l’abate Scaglia sembravano aver trovato un accordo sul modo di gestire insieme le trattative diplomatiche 192. Anche la situazione internazionale pareva volgere a favore di Carlo Emanuele I. L’arrivo delle truppe dell’imperatore nella penisola italiana spinse infatti la Spagna ad accelerare i tempi del proprio intervento. Grazie alla pace raggiunta con la Danimarca, l’Impero poteva ora dedicarsi all’Italia e Ferdinando II assicurava “che gli interessi di V.A. erano molto ben intesi a quella Corte”. Certo, l’abate piemontese avrebbe preferito che le forze congiunte dei due rami degli Asburgo attaccassero i francesi in casa loro, piuttosto che combattere sul suolo italiano. La presenza delle armi imperiali non era molto gradita né a lui, né al marchese Spinola, il quale era di parere “che si debba fare attaccare la Francia per divertir di non havere in Italia più gente Alemanna” 193. Inoltre, vi era il pericolo che la mossa dell’imperatore mettesse in allarme gli stati italiani, facendo “commover tanti nemici come è per far la calata in Italia, dove Venetiani et altri crederanno che gli convenghi di venir alle estremità”, benché essendo le forze dell’Imperatore potenti, et vedendo che le cose si dispongono anche contro Francia, non saranno per precipitare la loro dichiarazione, acciò non restasse il maggior peso sopra di loro. In una congiuntura così difficile Scaglia consigliava comunque prudenza: si impegnava a seguire Spinola a Milano, per indurlo ad agire nel modo più conveniente agli interessi sabaudi e intanto invitava il duca a “fare il possibile per haver tempo”, assicurandolo che la Spagna era finalmente intenzionata a impegnarsi a fondo contro i francesi 194.

191 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, lettere di Scaglia al principe Tommaso e al segretario Pasero del 25/6 e 3/7/1629. 192 Ivi, lettera di Scaglia a Pasero del 27/6/1629, che annuncia la partenza di Monthoux. 193 Ivi, testo decifrato di diverse lettere del 4/7/1629. 194 Ibidem. “Vedrò che si donino allo Spinola ordini più vantaggiosi che si potrà per V.A. et nelle disposizioni che sono le cose di doverle fare con l’armi alle mani è certo che terranno V.A. soddisfatta, et che le condizioni saranno migliori, già che dicono hora chiaro che non è solo la sicurezza dello Stato di Milano che gli obbliga a non voler francesi né loro aderenti

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Nell’annunciare la sua imminente partenza al seguito del generale spagnolo, Scaglia raccomandava di non affidare l’ambasciata nelle mani del solo Gandolfi. “La persona di Monsignor di Vintimiglia è piena di grandissima affezione”, scriveva l’abate, “però in frangenti così importanti vorrei poter lasciare persona alla quale si potesse dire ogni cosa”. Scaglia evidentemente non aveva completa fiducia nel vescovo ligure e ribadiva che “è bene di poter fare capitale certo della persona che sarà qua, dove conviene assister con gran diligenza, per non lasciargli cader nelle solite negligenze” 195. In procinto di lasciare Madrid, l’ambasciatore era comunque convinto che con l’arrivo dello Spinola le cose sarebbero cambiate: “et purché Francesi donino tanto tempo che si giunghi costì, credo che V.A. vedrà camminare le cose con altro piede” 196. Di fronte a tutte queste manovre la Francia non era rimasta a guardare; Luigi XIII era infatti deciso a ritornare “in Italia con maggior forze della prima volta”. Scaglia tuttavia si augurava che nel frattempo si delineasse un ampio schieramento anti francese, comprendente l’imperatore, che aveva ora il pieno appoggio degli Elettori tedeschi, il re cattolico e l’Inghilterra, che persa ogni speranza di recuperare il Palatinato con l’aiuto dei principi protestanti, “si applicherà tanto più al concertarsi con Spagna” lasciandola quindi libera di affrontare il re cristianissimo 197. La seconda metà del 1629 fu comunque caratterizzata da una situazione di stallo, che tuttavia favorì Carlo Emanuele e i suoi alleati asburgici. Il primo infatti continuava ad occupare molti luoghi del Monferrato, mentre imperiali a spagnoli erano impegnati rispettivamente nell’assedio di Mantova e di Casale, che sembravano entrambe in procinto di cadere. In quel frangente aumentò lo sforzo delle diplomazie europee per trovare una soluzione negoziata della crisi e lo stesso Urbano VIII decise di coinvolgere maggiormente il papato nel processo di pace. Fu proprio nei mesi estivi che il pontefice inviò i suoi emissari

ai confini di esso, ma che devono riparare l’affronto che la Francia ha fatto a questa Corona et che questo deve esser il loro fine et intento et che a questo arriveranno per ogni strada senza risparmio di cosa alcuna”. 195 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 21, testo decifrato di diverse lettere del 4/7/1629. 196 Ivi, lettera dell’8/7/1629. 197 Ibidem.

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nel nord Italia, tra i quali figurava il giovane Giulio Mazarino, con il compito di mediare tra gli opposti contendenti. All’inizio del 1630 la situazione non si era però sbloccata. La Francia si preparava ad una nuova offensiva in Italia, partendo dalle basi piemontesi, ma intanto continuava le trattative con la Spagna. Un accomodamento tra le due monarchie pareva ancora possibile e il vescovo di Ventimiglia, il quale dopo la partenza di Scaglia guidava l’ambasciata sabauda a Madrid, riferiva che correva voce che si dovesse “concludere una buona Pace, senza che vi fusse occasione di rottura”. Il prelato dal canto suo non nutriva molta fiducia sull’intraprendenza degli spagnoli: nel corso degli ultimi colloqui aveva trovato Olivares “molto melanconico” e perciò consigliava Carlo Emanuele I a non fidarsi tanto delle buone parole di costoro, sì che non vedendosene l’essecuzione anticipata, V.A. possi appigliarsi in tempo a quella risoluzione che per ventura sarà più spediente per lo stato delle cose sue. Invitava poi a diffidare del marchese Spinola, “perché non ostante qualunque ordine di qui, egli vorrà disponere le cose a modo suo” 198. Carlo Emanuele in effetti non aveva aspettato l’invito del suo ambasciatore e si era mosso per proprio conto, tanto da suscitare il sospetto “che V.A. sia andato con il re di Francia con patto di far l’impresa di Genova et i Genovesi se ne muoiono di paura” 199. Il duca attraverso lo Scaglia, che era molto stimato da Carlo I Stuart, continuava del resto a mantenere i contatti con l’Inghilterra, alla cui amicizia si mostrava per altro interessata anche la corte spagnola, che aveva accolto cordialmente l’inviato britannico Francis Cottington, con la speranza di coinvolgere Londra in un’alleanza antifrancese 200. Il religioso ligure da parte sua era convinto che l’appoggio della corona inglese fosse indispensabile e rappresentasse al tempo stesso un utile contrappeso all’egemonia asburgica 201. Nei primi mesi del 1630 il vescovo Gandolfi ebbe un ruolo importante nella

198 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 4/1/1630. 199 Ivi, altra lettera del 4/1/1630. 200 Ivi, lettera del 5/1/1630. Scriveva infatti Gandolfi: “Qui si fa gran capitale della venuta di questo personaggio e pensano con questo mezzo d’ingelosire i neutrali, di confirmar gli amici e di apportare non poco terrore agl’inimici”. Cfr. inoltre M. J. HAVRAN: Caroline Courtier. The Life of Lord Cottington, London 1973. 201 Cfr. AST, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 19/1/1630.

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gestione degli affari sabaudi a Madrid e particolarmente stretti furono i suoi rapporti con il segretario di Stato Pasero 202. Ancora una volta però l’iniziativa spettò ai francesi. Il cardinale Richelieu varcò le Alpi nel gennaio 1630, cogliendo impreparati gli spagnoli e chiedendo il passo a Carlo Emanuele I. Ambrogio Spinola, per soccorrere il duca pretese come garanzia la consegna della città di Vercelli e avutone come risposta un netto rifiuto si limitò ad aspettare l’esito degli eventi, mentre il duca apriva negoziati con il re di Francia. Gandolfi chiese allora a Olivares un pronto intervento della Spagna, criticando l’opera del governatore di Milano e sostenendo che Carlo Emanuele era stato costretto dalla necessità a cercare un compromesso 203. In realtà, a determinare la condotta incerta della monarchia cattolica erano le implicazioni di ordine internazionale che la crisi monferrina comportava. La situazione italiana non poteva ormai essere separata dal contesto europeo, che vedeva impegnati gli Austrias su più fronti. A guardare con interesse all’Italia erano infatti gli Olandesi, che a proposito di un’eventuale pace con la Spagna ora si mostravano ritrosi, attendendo il successo delle cose d’Italia, perché in evento che restino agiustate essi ancora si accordarebbero e quando no intendevano di proseguir la guerra. Inoltre, la prospettiva di un aggiustamento “delle cose del signor Duca di Nivers” spaventava molto i ministri iberici, perché temevano che “si vogli ancora quello degli Grigioni”, dubitando che “sotto questo pretesto” i francesi volessero “serrar il passo d’Alemagna e tirar di poi inanzi l’antichi disegni”. Infine, le operazioni belliche nel Mantovano avevano allarmato anche Venezia, inducendola a rinsaldare l’alleanza con la corte parigina 204. Dal canto suo Carlo Emanuele I manteneva un atteggiamento ambiguo, che non favoriva certo la buona disposizione della Spagna. Se infatti da un lato

202 Nel gennaio 1630 il prelato scriveva a Torino, chiedendo che la sue lettere cifrate non passassero “per altra mano che per quella del signor Commendator Pasero” (AST, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 4/1/1630). 203 Ivi, lettera del 28/1/1630. 204 Ibidem. Sullo stretto legame esistente tra il conflitto ispano-olandese e le vicende italiane insiste G. PARKER: “Spain, her Enemies and the Revolt of the Nerderland (1559- 1648)”, Past and Present 49 (1970), pp. 72-95.

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continuava a negoziare con la Francia, proponendosi altresì come mediatore di un accordo tra Madrid e Londra, dall’altro non aveva ancora voluto concludere la pace con Genova, pretendendo che venissero restituiti i beni confiscati a coloro che si erano ribellati alla Repubblica e avevano aderito al partito sabaudo 205.A mantenerlo in questa determinazione aveva certo contribuito il vescovo di Ventimiglia, i cui fratelli, come si è detto, erano stati imprigionati a causa della loro fedeltà al duca. Tra gennaio e febbraio in Piemonte si giunse ad una tregua, che consentì al duca di valutare le possibili scelte. Gandolfi auspicava una rapida pace, “la quale a mio parere sarà la cosa più accertata”, perché non nutriva fiducia nell’aiuto spagnolo, né in Spinola “sì che dovendo con la guerra continuare quest’uomo nel governo di Milano, è impossibile che V.A. abbia satisfazione” 206. Secondo l’ambasciatore, infatti, era il condottiero genovese ad alimentare il timore spagnolo che Carlo Emanuele potesse “dichiararsi per la parte di Francia”. E non appena la Spagna si fosse visto esclusa “dalla speranza di Casale et altre terre del Monferrato”, non avrebbe permesso che i Savoia mantenessero Trino e le altre località conquistate, preferendo piuttosto mettersi d’accordo con il duca di Nevers “et fra la inquietudine di lui et di V.A. festeggiar loro come hanno fatto ai tempi passati” 207. Il prelato ligure sottolineava inoltre la poca disponibilità di Olivares nei confronti di Carlo Emanuele I, invitandolo rivolgersi al conte di Oñate, l’unico in grado a parer suo di tener testa al potente favorito nel Consiglio di Stato 208. La cosa migliore per il principe era mantenere per il momento un atteggiamento neutrale “differendo V.A. la dichiarazione della sua volontà” e attendendo

205 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 30/1/1630. 206 Ivi, lettera dell’1/2/1630. 207 Ivi, lettera del 10/2/1630. 208 A proposito di costui, Gandolfi riferiva che “oggidì in Consiglio di Stato non c’è altra persona oltre il signor Conte Duca che vaglia l’acqua che beve. Il cardinale Zapata non interviene per la inquisition generale et per vechiaia, Lemos, Feria e Giron che sono in qualche credito sono o ritirati o absenti, di modo che in questi termini si ritrovano le cose di questa grande Monarchia et in quanto ad Ognate so per cosa sicura che ha portato gli interessi di V.A. con termini buoni a segno di contradire alla inclinazione del signor Conte Duca quando alcuna volta è occorso” (Ibidem).

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i successi delle cose, di maniera che restando nella elezione di V.A. di adherire delle due parti a quella che il tempo et gli accidenti gli consiglieranno, V.A. viene a costituirsi patrone dell’arbitrio 209. Il duca, in effetti, stava allora portando alle estreme conseguenze la sua politica opportunistica: egli, come è stato notato, “giocava un gioco pericoloso, cercando di strappare all’uno e all’altro dei contendenti il maggior numero possibile di concessioni” 210. Gli spagnoli, comunque sia, nonostante le dichiarazioni di facciata, ritenevano che Carlo Emanuele avrebbe alla fine parteggiato per la Francia e in tale caso avevano deciso, “intrando il signor Cardinale de Richigliù con l’armi in Italia, che lo Spinola habbia a ridursi alla difesa sola dello Stato di Milano”, lasciando in pratica lo stato sabaudo in balia degli invasori 211. Nei dettagliati resoconti che il vescovo di Ventimiglia inviava in quei giorni, al di là della constatazione della reciproca diffidenza esistente tra Spagna e Savoia, emergeva la pericolosa situazione di immobilismo in cui si trovava il governo del re cattolico, incapace di elaborare una strategia precisa. Fra lotte di fazione e difficoltà economiche, sembrava minacciata la stessa autorità di Olivares, impegnato più a difendersi dagli attacchi dei suoi avversari che a dirigere la complessa macchina della monarchia 212. A fare le spese di tale incertezza era naturalmente Carlo Emanuele, anche se il conte duca sosteneva che non vi era malizia nel comportamento contraddittorio dei ministri spagnoli e che Ninguno particolar tiene la culpa, si no todos juntos, aunque por graçia de Dios no hay cosa entre Su A. y nos otros que no se pueda remediar luego; alguno errò en la manera de trattar este negocio, por demasiado de zelo; que las cosas grandes es menester entre amigos trattarlas con todo genero de lissura 213.

209 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 10/2/1630. 210 R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit., p. 42. 211 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera di Gandolfi del 10/2/1630. Si veda anche la lettera del 20/2/1630. 212 Si veda a proposito Ivi, lettera del 26/2/1630. L’ambasciatore affermava che “V.A. cognosce molto bene l’humore di questo Paese et in particolare la marea del presente Governo; malignità non c’è veramente, variazione sì, per qualsivoglia minimo accidente”. Notava inoltre che “La mutazione d’alti e bassi di questa Corte dalla sera alla mattina credo che non si sia vista in nissun’altra del mondo così frequente. Perciò non è meraviglia se tutte le carte del navigare falliscono in questi tempi. Dicolo a V.A. perché sappia che la colpa non è tanto della natural condizione del Privado, quanto dalla necessità, che l’obliga a ripararsi dalle insidie che gli vengono tese da infinite parti”. 213 Ibidem.

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A rompere gli indugi furono però i francesi, che all’inizio di marzo del 1630 infransero la tregua e sotto la guida di Richelieu calarono in Piemonte, conquistando la città di Pinerolo, importante punto strategico, che controllava le vie di comunicazione tra la pianura e i passi alpini. Di fronte a questa mossa Olivares sperava che “V.A. si sarebbe mantenuta nel partito di S. Maestà Cattolica” e prometteva che in caso di guerra sarebbe stato aiutato prontamente dal governatore di Milano, mentre in caso di pace le sue richieste in merito a Genova e al Monferrato sarebbero state soddisfatte. Assicurava infine che avrebbe sollecitato incursioni delle truppe imperiali lungo il confine tedesco, per distogliere la Francia dal fronte italiano 214. In realtà, i margini di manovra di Carlo Emanuele I erano diventati così stretti, che egli per difendersi dall’attacco francese non poté far altro che sperare nell’aiuto di Ambrogio Spinola. Il gioco delle alleanze pareva dunque condurre ad una guerra aperta tra le maggiori potenze europee, tanto che un testimone dell’epoca notava che “Si vede ormai chiaro che non si tratta più della giurisdizione del Mantovano e del Monferrato, ma del’Imperio d’Italia” 215.La situazione per il ducato sabaudo era particolarmente grave e non è un caso che in tale frangente venne inviato nuovamente nella corte madrilena Alessandro Scaglia, che dal gennaio 1630 si trovava a Milano, per seguire le mosse del governatore. Nei mesi in cui era stato nel capoluogo lombardo, l’abile diplomatico aveva cercato di spingere Spinola ad un’azione più attiva in favore di Carlo Emanuele. Alla fine di marzo i suoi sforzi sembravano aver avuto successo ed egli informava il duca che tutti i ministri spagnoli in Italia erano concordi di “dover venir con tutte le forze a soccorrere V.A., senza risparmio di cosa alcuna” 216. A dire il vero lo stesso Scaglia era scettico sulle loro reali intenzioni e infatti, non appena rientrato a Madrid nel maggio 1630, l’ambasciatore ottenne una lunga udienza con Filippo IV, in cui riferì “le difficoltà che apporta il Spinola a tutte le cose e il danno che nasce della divisione dei Ministri”. Il re promise che avrebbe chiesto

214 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 9/3/1630. Sui rapporti franco-sabaudi si veda P. MERLIN: La croce e il giglio. Il ducato di Savoia e la Francia tra XVI e XVII secolo, Roma 2018 215 Citato in R. QUAZZA: “La politica di Carlo Emanuele I...”, op. cit., p. 41. Sull’importanza strategica del Monferrato cfr. D. A. PARROT, R. ORESKO: “The sovereignty of Monferrato and the citadel of Casale as European problems in the early modern period”, in D. FERRARI, A. QUONDAM (eds.): Stefano Guazzo e Casale tra Cinque e Seicento, Roma 1997, pp. 11-86. 216 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera di Scaglia del 20/3/1630.

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una “diversione dell’Imperatore contro la Francia” e organizzato “di far qualche cosa dalle parti della Catalogna”, per allentare la pressione sul Piemonte 217. Con il ritorno di Scaglia, si ripresentò il problema dei rapporti tra i due religiosi che condividevano l’ambasciata. Da parte sua il vescovo di Ventimiglia affermava di voler procedere di comune accordo con il collega e di non voler intromettersi “in cosa che da lui non mi sia comandata”, mostrando così di accettarne la preminenza. In realtà, non mancava di screditarne l’immagine, sostenendo che gli spagnoli non avevano più fiducia nell’abate e non volevano più affidargli, come stabilito in precedenza, la missione di portare a termine i negoziati per l’alleanza con l’Inghilterra 218. Intanto Olivares trattava con entrambi i rappresentanti sabaudi, promettendo aiuti in denaro e soldati. La Spagna per ora non intendeva dichiarare guerra alla Francia, ma era pronta a sostenere Carlo Emanuele I e non mancava di offrire cariche e ricompense anche ai principi Maurizio e Tommaso di Savoia 219.La situazione italiana del resto era legata a quella europea e condizionava le decisioni dell’assemblea dei principi elettori tedeschi che allora era riunita a Ratisbona, ritardando “la principale risoluzione della medesima Dieta, che è l’elezione del Re de’Romani” 220. L’invasione francese della Savoia nel giugno 1630 aggravò ulteriormente le difficoltà di Carlo Emanuele, obbligandolo ad affidarsi completamente al sostegno spagnolo. Il governo di Madrid del resto era consapevole che la lotta tra le due corone riguardava l’egemonia sull’Italia e non perdeva l’occasione di esortare il

217 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 23/5/1630. Su questo punto si veda anche la lettera del vescovo di Ventimiglia del 3/6/1630. Lo stesso Carlo Emanuele I aveva inviato nuovamente Scaglia, “perché il sudetto Abate è più di ogni altro informato delle promesse fattegli in Spagna et de mancamenti che succedono qua” e con lo scopo di sollecitare l’invio degli aiuti promessi, nonché di “rimostrare la diversità degli effetti, che si praticano in queste parti, dalle buone et reali intenzioni che egli ha riconosciuto nella Maestà Sua e nel Signor Conte Duca” (Ivi, lettera del duca a Gandolfi del 28/4/1630). 218 Ivi, lettera del 1/6/1630. Gandolfi scriveva inoltre al duca: “non posso a bastanza esprimere a V.A. l’avversione che s’ebbe di che il medesimo signor Abate fusse così posto nei sudetti affari d’Inghilterra sì come in quelli d’Olanda”. 219 Si veda Ivi, lettera di Gandolfi del 6/6/1630. Cfr. anche la lettera dell’abate Scaglia del 16/6/1630, indirizzata al principe Tommaso, in cui riferiva di aver notato “in questi signori ministri et specialmente nel signor Conte Duca una stima e divotione singolare et in Sua Maestà un particolar affetto verso la Serenissima persona di V.A.”. 220 Ivi, lettera di Gandolfi del 16/6/1630.

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duca, perché resistesse “alle impertinenti pretensioni e domande del Cardinale de Richigliù”, affermando che l’opposizione “fatta da V.A. sia stata una delle più gloriose azioni che giamai commettesse Imperatore o Principe”. Dal momento che i francesi in meno di due anni avevano tentato per ben tre volte “l’intrata in Italia” ora Carlo Emanuele I sarebbe stato aiutato non soltanto dal re cattolico e dall’imperatore, ma dalla maggior parte “ancora dell’altri Principi d’Italia, per quella raggion di stato, la quale non admette in Italia giuntamente due nazioni differenti e concorrenti all’Imperio di essa” 221. L’abate Scaglia da parte sua continuava ad invitare gli spagnoli a compiere attacchi diversivi. Tali manovre erano indispensabili, perché prima di conquistare Casale bisognava soccorrere il duca. Perciò l’ambasciatore riferiva ad Olivares che temeva “che questo prender Casale non avesse a costar molto caro a V.A. et al re di Spagna”, dal momento che consentiva ai francesi di avanzare “con tante forze”. Egli inoltre considerava Ambrogio Spinola non solo il principale responsabile della mancata conquista della fortezza monferrina, bensì colui che rifiutava di fornire aiuto a Carlo Emanuele, ricordando che “la presa di Casale poteva succedere mesi sono, senza pagarla con la perdita di tutta la Savoia et con la rovina del Piemonte, se il Spinola l’avesse voluto intendere” 222. Intanto, dopo un inizio positivo, i rapporti tra il vescovo di Ventimiglia e Scaglia erano tornati ad essere difficili. Ai primi di luglio il prelato scriveva a Torino, domandando di tornare in Italia, “perché il signor Abate mi fa così poca parte dei negozij, che la mia dimora qui è di poca riputazione per me” 223. Da tempo Gandolfi chiedeva a Filippo IV l’assegnazione di una pensione e di un vescovado in Sicilia o nel Regno di Napoli, come ricompensa per i servigi resi alla corona, ma non aveva ancora ottenuto risposta. Perciò si era rivolto allo stesso Carlo Emanuele I, supplicandolo di assegnarli una diocesi in Piemonte, anche “per uscir di Ventimiglia e dalle persecuzioni dei Genovesi” 224. Al religioso infatti premeva che il duca nel trattato di pace ancora da siglare con la repubblica ligure, garantisse la restituzione dei beni sequestrati alla sua famiglia e l’iscrizione dei parenti “al libro del Governo” della città 225.

221 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera di Gandolfi del 29/6/1630. 222 Ivi, lettera di Scaglia del 16/6/1630. 223 Ivi, lettera al segretario Pasero del 3/7/1630. 224 Ivi, lettera al Pasero del 10/7/1630. 225 Ivi, lettera del 4/7/1630.

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Intanto la pressione sullo stato sabaudo si faceva sempre più pesante, finché tra l’8 e 10 luglio 1630 le truppe francesi di stanza a Susa ruppero gli indugi, attaccando quelle ducali, che si erano asserragliate ad Avigliana, e costringendo il duca a ritirarsi verso Torino e Carmagnola. Carlo Emanuele si trovò solo a fronteggiare il nemico, perché sia gli spagnoli sia gli imperiali aspettavano l’evolversi della situazione tedesca e l’esito degli assedi posti a Mantova e Casale. Mentre in Germania Ferdinando II rinunciava ad attaccare il confine francese, attendendo che la Dieta approvasse l’elezione del figlio a re dei Romani, nelle Fiandre la reggente Isabella d’Austria si rifiutava di muovere le armi, con l’intento di evitare al paese una nuova e più rovinosa guerra. Ancora una volta la natura composita dell’impero spagnolo impediva al governo di Madrid di portare avanti una politica in grado di integrare le esigenze dei suoi diversi domini. Se infatti alle provincie fiamminghe serviva la pace, in Italia l’interesse della Spagna era invece rappresentato dalla conquista di Casale e del Monferrato, che avrebbe assicurato agli Austrias il possesso di un ampio corridoio, in grado di collegare direttamente il porto mediterraneo di Finale con Milano e i Paesi Bassi, evitando di passare attraverso la repubblica di Genova, considerata ormai un’alleata infida. Ma per raggiungere tale obiettivo, era necessario isolare la monarchia francese, guadagnando l’alleanza di una nazione potente quale l’Inghilterra. Come informava il vescovo Gandolfi l’11 luglio 1630, gli spagnoli desideravano concludere un accordo con il regno britannico “et assicurare le cose d’Alemagna, perché rivoltandosi un’altra volta non mettessero in dubbio quelle d’Italia, che sono le più importanti” 226. A questo proposito avevano contattato l’abate Scaglia, di cui era nota la grande conoscenza degli affari inglesi, con l’intenzione di inviarlo quale ambasciatore presso Carlo I. Non appena era rientrato in Spagna, Scaglia aveva ricominciato a tessere le file della propria strategia, che prevedeva di allentare la morsa francese sul Piemonte, facendo ricorso ai tradizionali nemici della corona transalpina, ovvero gli inglesi e al partito che a Parigi era contrario a Richelieu. Egli tuttavia aveva tenuto all’oscuro di tali piani il collega, che se ne era subito lamentato con Carlo Emanuele I 227.

226 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 4/7/1630. 227 Ivi, lettera del 20/7/1630. Il vescovo riferiva che l’abate aveva trattato questo argomento con Filippo IV, ma che “non me ne ha però detto parola, tenendomi dei negotij assai digiuno”.

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Nonostante ciò, Gandolfi continuò ad avere frequenti colloqui con Olivares e gli altri principali consiglieri regi. La caduta di Mantova in mano agli imperiali nel luglio 1630 determinò una svolta decisiva nella crisi italiana. L’Impero riportava infatti una notevole vittoria sul piano politico e su quello del prestigio, mentre la resistenza di Casale rappresentava per la monarchia cattolica una notevole perdita di reputazione. Di fronte a tale situazione e alla prospettiva che anche nei territori tedeschi si giungesse ad un compromesso, il governo spagnolo si mostrò favorevole ad una sospensione delle ostilità. Tutto il Consiglio di Stato era d’accordo e lo stesso Olivares “era parso alienissimo da proseguire la guerra”. Questa intenzione, come osservava acutamente Gandolfi, era motivata anche da un altro motivo, “non meno importante et è che vedere progressi così grandi della nation Allemana, loro grandemente accresce la gelosia” 228. Madrid intendeva tuttavia ricavare dei vantaggi da un’eventuale pace, in primo luogo il tanto desiderato possesso di Casale, che si riteneva ancora di poter conquistare, mentre il duca di Savoia veniva lasciato da solo a sostenere l’urto dei francesi. In ogni caso la volontà di Filippo IV e dei suoi ministri era di non dichiararsi apertamente contro la Francia, come intuiva il vescovo di Ventimiglia, il quale a metà agosto affermava di essere ormai convinto “che in quanto a rompere per parte di questo Re non occorreva pensarci, né ora né mai”. E senza la Spagna non si sarebbe mosso nemmeno l’imperatore. Quanto alle incursioni in territorio francese, tanto promesse, quanto mai messe in pratica, era meglio non farvi alcun affidamento 229. Un duro colpo per le speranze spagnole fu però costituito dalla morte di Carlo Emanuele I, avvenuta a Savigliano il 26 luglio 1630, ma la cui notizia giunse a Madrid soltanto il mese successivo 230. L’evento aggravò la situazione politica e militare del ducato, lasciando al successore Vittorio Amedeo I una pesante eredità. Tale perdita gettò nello sconforto anche la corte madrilena, che sembrava in preda

228 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 16/8/ 1630. 229 Ibidem. 230 Il nuovo duca Vittorio Amedeo I informava Gandolfi con una lettera del 12/8/1630 (Ivi). Il vescovo rispondeva qualche giorno dopo, affermando che con Carlo Emanuele “se n’è partita la Pietà, il Valore, la Magnanimità, l’Idea del Vero Principe; di maniera che l’Italia non conoscerà altro Padre della sua Libertà, né altro Restauratore della sua Reputazione” (Ivi, lettera del 18/8/1630).

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ad una totale paralisi decisionale, mentre da più parti si invocava la fine delle ostilità: “Qui si fanno Consigli mattina e sera”, scriveva Gandolfi, “buscando la pace quoquo modo, senza risoluzione alcuna, però” 231. Il cambiamento avvenuto sul trono sabaudo lasciava aperte molte incognite. Gli spagnoli pensavano che Luigi XIII avrebbe fatto “ogni pratica per guadagnarsi l’amicizia di S.A., almeno per ridurlo alla neutralità o cose simili” e che pure i Veneziani spingessero in questo senso. Da parte sua il vescovo di Ventimiglia suggeriva invece di resistere alle offerte francesi e di pazientare, finché “si arriverà alla pratica di una buona Pace”, che potesse confermare a Vittorio Amedeo “in proprietà di dominio, tutta quella parte del Monferrato che gli resta alle mani”, lasciando Casale alla Spagna e risarcendo il duca di Nevers con la restituzione di Mantova e delle terre monferrine non assegnate ai Savoia 232. In attesa di novità, egli cercava di contrastare la diffidenza spagnola, sostenendo con Olivares che Vittorio Amedeo I aveva molte ragioni per volere la pace, dal momento che “V.A. aveva perso del tutto la Savoia, che a poco a poco andava perdendo il Piemonte”. Inoltre, continuare la guerra era giusto soltanto “in ordine al stabilimento di una buona pace, ma che mancando i mezzi per conseguire perfettamente questo fine, era necessario ridursi al manco male”. Perciò se non era possibile scacciare i francesi da Casale, “era minor inconveniente non averli in Susa e Pinerolo” 233. Dal canto suo il conte duca era molto preoccupato delle vicende italiane e temeva che un eventuale accordo sabaudo con la Francia costituisse un esempio per l’altri Principi d’Italia, i quali per ventura, pigliando occasione dai successi così sfortunati per la parte di Spagna, non volessero rimettere in piedi la macchina della lega del Re Enrico quarto 234. Alla mente del valido si affacciavano dunque antichi fantasmi, ma alla fine fu il reciproco sfinimento a convincere i contendenti ad intraprendere negoziati. All’inizio di settembre 1630 grazie alla mediazione del delegato papale Giulio Mazarino, venne stipulata una tregua, la quale costituì il prologo

231 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 16/9/1630. 232 Ivi, lettera al segretario ducale Pasero del 22/8/1630. 233 Ivi, lettera del 31/8/1630. 234 Ivi, lettera del 4/9/1630.

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delle lunghe trattative che portarono nell’anno successivo alla pace di Cherasco. Del resto, anche le contemporanee vicende europee parevano indirizzate sulla via della distensione: la Dieta tedesca aveva deciso il disarmo dell’esercito della Lega cattolica comandato da Wallenstein e cercava ora un accordo con il re di Svezia Gustavo Adolfo, per impedirne l’intervento in Germania 235.

DA RATISBONA A CHERASCO

In Spagna la propensione alla pace era stata dettata dalla necessità, oltre che dall’opportunità politica. Da un lato infatti la morte di Ambrogio Spinola avvenuta il 27 settembre 1630 aveva reso sempre più improbabile la conquista di Casale, mentre si affermava l’opinione che era necessario ristabilire ad ogni costo la quiete nella penisola italiana. Per il vescovo di Ventimiglia Filippo IV desiderava la pace “primo perché questa fu la massima di Carlo V e Filippo II; secondo perché così gli conviene non imbarazzare l’Italia, che è reputata lo stomaco della Monarchia”. Inoltre, c’era ormai penuria di uomini e di mezzi e “in Fiandra andrebbero le cose in total rovina”; infine ad Olivares non conveniva in alcun modo “vedere S.Maestà intrigato in una machina così grande come la Guerra d’Italia, della quale i suoi emuli ne danno la colpa a lui solamente” 236. Bisogna notare che in questi mesi Gandolfi aveva svolto un notevole ruolo di intermediario tra Madrid e Torino, scrivendo con regolarità al segretario di Stato Pasero e a Vittorio Amedeo I; quest’ultimo da parte sua aveva dimostrato la propria benevolenza, promettendo al prelato aiuti in denaro. L’abate Scaglia invece si era soprattutto impegnato a favorire una possibile alleanza tra Spagna e Inghilterra, nella speranza di coinvolgere quest’ultima nello schieramento anti- francese. Egli tuttavia non teneva informato il collega, con il risultato che il vescovo scriveva di essere piuttosto scettico sulla riuscita del piano, lamentandosi inoltre che Scaglia non gli versava le somme promessegli dal duca 237.

235 AST Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera di Gandolfi del 7/9/1630. A proposito cfr. G. PARKER: La guerra dei Trent’Anni, op. cit., pp. 207 sgg. 236 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 10/10/1630. Si veda anche la lettera del 19/11/1630. 237 Ivi. “Delle cose d’Inghilterra”, scriveva Gandolfi il 19 ottobre 1630, “non posso dir di vantaggio a V.A., rimettendomi al signor Abate, solamente che l’artificio d’ambe le parti non

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La notizia di un’improvvisa malattia, che poteva mettere a rischio la vita di Luigi XIII e di conseguenza l’ordine interno della Francia, risollevò per un attimo le speranze di quanti a Madrid si auguravano ancora la conquista di Casale, ma quando essa si rivelò priva di fondamento, fu chiaro che non restava altra via che la trattativa. Così alla fine di ottobre 1630 Gandolfi riferiva che la monarchia cattolica era ben disposta verso Vittorio Amedeo, il quale tra i ministri regi poteva fare affidamento soprattutto sul marchese di Santa Croce “mio confidente”, il quale già nei negoziati tenuti in passato aveva agito con tale “sincerità ed affetto”, che non avrebbe potuto fare meglio “l’istesso signor Commendator Pasero”, primo segretario ducale 238. Le condizioni dello stato sabaudo era del resto diventate sempre più precarie, ma a contribuire in modo determinante alla cessazione delle ostilità, furono le decisioni prese in Germania dalla Dieta di Ratisbona, dove il 13 ottobre 1630 venne firmata la pace tra l’Impero e la Francia con i suoi alleati, che includeva anche la questione del Monferrato 239. A tale proposito Alessandro Scaglia osservava con ironia che era strano che a procurarla fossero stati proprio i tedeschi, i quali soltanto l’anno prima avevano invaso l’Italia, portandovi la guerra e la peste 240. L’accordo attribuiva a Carlo Gonzaga di Nevers l’investitura per entrambi i ducati e assegnava ai Savoia, in cambio della rinuncia ad ogni ulteriore pretesa, le terre già stabilite nel trattato di Susa del marzo 1629, oltre a quelle che sarebbero state individuate dal plenipotenziario imperiale e dai delegati francesi. Tutti le parti in causa erano tenute a sgombrare le piazze conquistate nel corso della guerra: l’Impero doveva abbandonare Mantova, la Spagna liberare Casale dall’assedio, Vittorio Amedeo I lasciare le posizioni occupate, mentre i francesi si

manca d’esser più che ordinario e che con la resoluzione della Dieta solamente si può aspettare l’effetto di tanti trattati”. Il 10 ottobre invece affermava che “Il signor Abate fa difficoltà in pagarmi li 3 mila scudi dei quali V.A. mi scrisse con lettera dei 12 di Agosto”. 238 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del 26/10/1630. 239 Lo stesso segretario Pasero scriveva in quei giorni a Gandolfi, dicendo di essere impegnato “per dar l’ultima mano a questi benedetti trattati di pace, la quale era non meno desiderata e stabilita in Spagna, che in Germania e qua da noi la necessità è universale, il bisogno comune, se ben le nostre angustie siano poi le maggiori” (Ivi, lettera del 3/11/1630). 240 L’abate confidava infatti al Pasero: “Pax nobis. Bella cosa che i signori Alemanni che hanno tanto dato a temere all’Italia dei loro disegni d’haverla ad invader, ma di volervi anche fermar il piede con tanto spavento dei nemici e degli amici, ci habbiano poi data la pace nel punto che meno si sperava” (Ivi, lettera del 9/11/1630).

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impegnavano a ritirarsi completamente dallo stato sabaudo. La Valtellina sarebbe invece ritornata nello stato che aveva prima del 1620 241. La notizia della conclusione della pace mentre ancora era in atto l’assedio di Casale fu accolta con molto dispiacere in Spagna, che vedeva così sfuggire di mano un acquisto ritenuto fondamentale per gli equilibri strategici in Italia 242. Benché Olivares si sforzasse “di mostrasene contento”, gli altri consiglieri regi erano assolutamente contrariati 243. Il vescovo di Ventimiglia dal canto suo invitava Vittorio Amedeo I ad accettarla come il male minore, visto che non c’era ormai da aspettarsi alcun aiuto concreto da parte spagnola 244. Il prelato infatti riteneva che la monarchia cattolica attraversasse una profonda crisi, causata dall’incertezza sulla politica da seguire, dalla mancanza di uomini in grado di metterla in pratica e dalle fazioni esistenti nella corte 245.

241 Cfr. il testo del trattato in F. A. DUBOIN (ed.): Raccolta..., op. cit., vol. XXIX, pp. 176- 181. 242 Cfr. AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera di Alessandro Scaglia del 9/11/1630. L’abate riferiva che “Il Conte Duca è rimasto per verità molto sorpreso con tal aviso, parendoli che oltre il non aver dato tempo alla caduta della Cittadella di Casale, si dovesse qualche maggior rispetto a questo Re, che nelle cose di Allemagna gli ha così prontamente assistito”. 243 Ivi, lettera di Gandolfi del 16/11/1630. Il vescovo di Ventimiglia a proposito riferiva che un consigliere, il quale fino a quel momento era sempre stato favorevole alla pace, adesso affermava che “tradimento maggiore non è stato mai commesso, mentre questo Re, spendendo i suoi milioni per mantenimento della Dignità Imperiale, l’abbia trattato Sua Maestà Cesarea d’una maniera che peggio non avrebbero potuto fare i suoi nemici”. 244 Ivi, lettera del Gandolfi del 9/11/1630: “E ritornando sopra la materia della Pace, dico a V.A. che suposto che la considerazione delle sue ragioni sopra il Monferrato non abbia da resta adietro, io sempre mi confermo nella opinione professata da sei mesi in qua, cioè che per proseguire la guerra V.A. non possa per modo veruno ricevere da questa Corona la dovuta assistenza, per via di diversione, di maniera che venendosi etiam ad una mediocre composizione, sia la cosa che più conveniva agli interessi di V.A.”. 245 “Ma io dirò a V.A. liberamente il mio senso; non ha più la Spagna quella qualità d’uomini che teneva una volta, e quelli che oggidì si ritrovano nel maggior ministerio mancano di quella fede così decantata nel secolo passato; di modo che o per emulazione che hanno col favorito o per invidia che gli portano o per convenienza di vedere il suo Re in travaglio, stanno le cose della Corona ridotte a questo termine” Lo stesso primato militare spagnolo era stato messo in discussione “Io veggo i Consigli e le risoluzioni ridotti a sì grande fiachezza, i ministri così diversi da quello che solevano, fino la spada, che finalmente per cento anni è stata vittoriosa in Europa, aver perso il filo, come si dice” (Ibidem).

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Con la pace lo stato sabaudo aveva l’opportunità di allentare la dipendenza da Madrid e pur concedendo alla Francia una testa di ponte in Piemonte, poteva assicurarsi il possesso definitivo di una considerevole parte del Monferrato. Inoltre, per mantenere il duca suo alleato anche nel futuro, Filippo IV non avrebbe esitato a fare tutto lo sforzo, perché V.A. conseguisca il suo fine, similmente dovendosi credere che farà l’Imperatore, perché avendo provato il Nevers così renitente alla sua autorità, ogni buona ragione di Stato persuaderà S.Maestà Cesarea a guadagnarsi, facendo un atto di giustizia, la volontà di V.A. 246. In effetti, dopo le prime reazioni contrarie, anche gli spagnoli sembravano convinti che la pace tutto sommato conveniva agli interessi della corona. La quiete nella penisola italiana consentiva di praticare una longa tregua con gl’Olandesi, perché con questo mezzo, pensando di poter redimere il Patrimonio Regio per lo più impegnato in mano de’forestieri, stimavano che fusse il solo et unico rimedio per rimettere nell’antiche forze il corpo di questa Monarchia, fatto esangue et a sé medesimo più presto di peso e gravezza che agli nemici di timore o estimazione. Inoltre, lo stesso Olivares avendo corso di così grandi burrasche e fluttuato in tante guise nella grazia del Re, pensava con questo felice avvenimento della Pace d’aver condotto a porto la sua barca 247. Col passare dei giorni divenne però evidente che la pace favoriva soprattutto la Francia e i suoi alleati, mentre rappresentava un duro colpo per la reputazione spagnola. Essa inoltre pregiudicava gli interessi del ducato sabaudo e di questo era convinto soprattutto Alessandro Scaglia, che si mostrava scettico circa l’utilità degli accordi di Ratisbona. Già all’inizio di novembre riferiva che Filippo IV aveva stipulato vari contratti con i banchieri genovesi “in modo che per tutto quest’anno che viene pagheranno 350 mila scudi al mese per i bisogni d’Italia” e tale decisione induceva a pensare che “s’inclini piuttosto alla continuazione della guerra che a pensieri di pace”. Annunciava inoltre la conclusione della pace tra Spagna e Inghilterra, evento che rendeva più libera la monarchia cattolica di affrontare con decisione il re Cristianissimo 248.

246 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del Gandolfi del 9/11/1630. 247 Ivi, lettera di Gandolfi del 6/12/1630. 248 Ivi, m. 24, lettera del 2/11/1630.

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Quello che tuttavia preoccupava maggiormente il diplomatico piemontese era il fatto che ancora una volta le sorti sabaude venivano decise dalle potenze straniere e perciò affermava che “veramente il dover star tanto a discrezione d’altri è cosa dura”. Egli avrebbe preferito che la guerra continuasse, perché “una volta ritirate le armi non so chi abbia da parlar per noi”. Soltanto in una situazione di conflitto il ducato avrebbe potuto mantenere una propria libertà di manovra, perché nemmeno la neutralità gli sembrava una scelta sicura. Ma ora la situazione era quanto mai incerta e non si poteva far altro che “seguir quello che si farà costì” 249. A Madrid cominciavano a soffiare di nuovo venti di guerra, mentre a Parigi lo stesso Richelieu inclinava alla rottura della tregua e alla prosecuzione delle ostilità. I francesi, del resto, con uno stratagemma avevano introdotto rinforzi nella cittadella di Casale, violando i dispositivi di pace e suscitando le dure proteste degli spagnoli, decisi a vendicare l’affronto 250. Nella prospettiva della ripresa della guerra, il governo spagnolo intendeva legare a sé gli eredi di Carlo Emanuele I e aveva iniziato a fare proposte allettanti sia al cardinale Maurizio, sia al principe Tommaso. Secondo Scaglia si trattava di opportunità interessanti, che bisognava valutare con attenzione e che egli invitava ad accettare 251. Vittorio Amedeo I tuttavia aveva deciso altrimenti ed era ormai convinto che era necessario giungere ad una pace, che consentisse allo stato sabaudo di uscire

249 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera del 14/11/1630. Qualche giorno dopo, scrivendo a Pasero, Scaglia ribadiva la propria opinione in questi termini: “La neutralità mentre questi Re stanno in pace ci dà sempre tempo di pensar a quello che ci sta meglio, ma in queste occasioni ogni poco di diffidenza dell’una banda o dell’altra ci può perdere e nella neutralità ognuno la può avere” (Ivi, lettera del 7/12/1630). 250 Ivi, m. 23, lettera del 6/12/1630. Il vescovo di Ventimiglia riferiva in quei giorni che la notizia aveva gettato Filippo IV “in una malinconia così profonda, che ha fatto meravigliare tutta la Corte”. Il sovrano aveva poi dichiarato che “per amor della Pace universale s’era contentato di ammettere la Capitolazione di Ratisbona”, ma che “il Re di Francia lo pagava di contraria moneta, mentre avendo avuto riguardo di rompere con S.Maestà Cristianissima, esso lo ricambiava con termini così differenti e che maggior tradimento già mai s’era ordito, però che egli si riputerebbe indegno del nome Reale se il mondo non avesse a vedere quella dimostrazione e vendetta che conveniva alla dignità della sua Corona”. Da parte sua Alessandro Scaglia scriveva che “Molto presto terminarono qua le speranze della pace d’Italia, la quale per quanto fosse con condizioni che non gradivano, ad ogni modo passavano per esse come di cosa fatta per mani d’altri et che con questo apparisce nel mondo salva la loro riputazione” (Ivi, m.24, lettera al duca del 7/12/1630). 251 Cfr. Ivi, m. 24, lettera al duca del 29/11/1630.

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finalmente dalla congiuntura bellica. Gli studi più recenti hanno sottolineato come fu proprio in questi mesi che iniziò a crearsi una divergenza di opinioni tra il duca e il suo ambasciatore, destinata ad accentuarsi in seguito 252.La convinzione dell’abate circa la necessità di proseguire la guerra fino alla totale cacciata dei francesi dal Piemonte, si scontrava inoltre con l’opinione del vescovo di Ventimiglia, aumentando i contrasti già esistenti tra i due 253. All’inizio del 1631 Scaglia sosteneva che il prelato godeva di una pessima reputazione a Madrid e che perfino Olivares gli aveva chiesto “di trovar modo di liberarlo dal vescovo di Ventimiglia”, il quale continuava ad assillare il re con richieste di benefici e pensioni 254. Tutti si auguravano che Gandolfi se ne andasse ed è probabile che anche l’abate non aspettasse altro, dal momento che annunciava contento al segretario ducale Pasero che il vescovo “vedendosi allontanare gli effetti e precludere le speranze delle pretese mercedi, tratta più sensatamente della sua partenza” 255. Comunque sia, il vescovo Gandolfi non era certo un personaggio di secondo piano, come cercava di far credere Scaglia. Egli infatti aveva giocato un ruolo importante nella diplomazia sabauda presso la corte spagnola, tanto che i suoi servigi erano stati riconosciuti sia da Carlo Emanuele I sia da Vittorio Amedeo I.

252 A proposito si veda T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy..., op. cit., pp. 173 sgg. In una lettera del 10 dicembre 1630, l’ambasciatore si rivolgeva al duca, dicendo: “So di aver forse ecceduto i termini nelle mie lettere a V.A. circa lo stato degli affari correnti…V.A condoni però la mia temerità con l’esperienza che ha di quello che io mi sia sempre stato nel suo servizio et in quello che ha potuto interessar la riputazione della Sua Serenissima persona” (Ivi). 253 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera a Pasero del 29/11/1630. Si tratta di una lunga missiva, in gran parte cifrata, in cui l’abate confermava i suoi dubbi non soltanto in merito al trattato di pace, ma anche alle qualità politiche e morali del collega. Scaglia esordiva, affermando: “Dicono che sia Pace. Iddio lo facci. Io la desidero quanto V.S.Illustrissima può creder, però temo sintanto che non vedrò i Francesi di là da monti, che tutte le facilità incontrate da loro e nei successi e nelle negoziazioni non abbiano servito di maggior ardire a proseguire quei disegni, senza i quali non è da creder che abbino operato sinora”. Quanto al vescovo sosteneva che vi era “La necessità di apportar rimedio al discredito che tutti corriamo con questo carattere di Ambasciata nel Vescovo di Ventimiglia”, dal momento che il prelato era un uomo di facili costumi e poca fede: “noi l’abbiamo avuto per spagnuolo e qua l’hanno sempre avuto per persona che fusse di nessuno, perché dicono di averlo conosciuto per fiorentino e per mantovano et in effetti uomo che s’appiglia ad ogni cosa et che la lascia con la medesima facilità che s’appiglia”. 254 Ivi, lettera del 10/1/1631. 255 Ivi, lettera dell’1/2/1631.

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Il primo nell’aprile 1630, aveva invitato Gandolfi a tornare quando voleva in Piemonte “sicuro che io conserverò sempre viva la memoria del suo merito et che le ne farò sentire quegli effetti di gratitudine che ella deve promettersi dalla mia volontà” 256. Quanto a Vittorio Amedeo, concordò subito con le proposte pacifiste suggeritegli dal vescovo, rassicurandolo allo stesso tempo del proprio favore 257. Nonostante la svolta della politica ducale, Scaglia continuò a perseguire il suo obiettivo, che mirava alla continuazione della lotta contro la Francia. L’abate si oppose al trattato di Ratisbona e ad eventuali negoziati diretti tra i Savoia e Luigi XIII, criticando apertamente l’operato del governo torinese. Il suo atteggiamento suscitò la reazione scandalizzata del vescovo di Ventimiglia, che ne informò subito il segretario Pasero, pregandolo tuttavia di mantenere la massima riservatezza. Il prelato infatti temeva la vendetta sia del collega, sia del fratello Augusto Manfredo Scaglia di Verrua, il quale allora era gran scudiere del duca 258. Gandolfi, in realtà, stava preparando il terreno per favorire il definitivo passaggio suo e dei parenti al servizio della dinastia sabauda e in questo senso cercava di ottenere l’appoggio di personaggi eminenti come appunto Pasero, destinato a diventare uno dei principali collaboratori di Vittorio Amedeo I. Non è un caso che egli fosse tra i maggiori interessati alla pace con la Repubblica di Genova, che era compresa nei capitoli di Ratisbona e che si continuava a trattare presso la corte madrilena 259.

256 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 23, lettera del duca del 28/4/1630. 257 Ivi, lettera del duca del 3/11/1630. In essa Vittorio Amedeo I, dopo aver concordato con il giudizio del religioso in merito alla necessità della pace, affermava che la prudenza del Gandolfi non si ingannava “nei suoi giudizi e guidata dall’affetto ch’ella ci porta, accerta sempre il meglio del servizio nostro”. Inoltre prometteva “di non lasciare senza ricompensa l’affezione et il valore di V.Signoria Reverendissima”. Il vescovo dal canto suo in una lettera del 25/1/1631 ribadiva di essere favorevole “al partito della pace per molti rispetti”, che egli poi elencava in dettaglio. 258 Ivi, m. 24, lettera del 4/1/1631. Il vescovo riferiva “la alterazione che ne ha mostrato il signor Abate et il schiamazzo che ne ha fatto, non perdonando né a sua Altezza né a V.S.Illustrissima con parole sconcie. Io, se bene la sua chimera non mi è nuova, resto però meravigliatissimo di tanta publicità et scandalizzazione. Ne restano anche i Ministri dei Principi, sì come molti Consiglieri et il Conte della Puebla mi ha detto che il Conte Duca ne ha preso ammirativa, parendogli che la sua mira non sia altro che necessitar la rottura tra il Re di Spagna et il Re di Francia”. 259 Cfr. Ivi, lettera a Pasero del 25/1/1630, in cui Gandolfi supplicava il segretario di “ricordarsi interamente dei miei interessi conforme al Capitolo e di più che Accelino Gandolfo

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Alessandro Scaglia da parte sua non aveva perso le speranze di creare un fronte antifrancese, approfittando del malcontento spagnolo. Ai primi di febbraio del 1631 riferiva che Filippo IV proponeva a Vittorio Amedeo o in alternativa al fratello Tommaso il comando dell’esercito in Italia, “con l’assistenza del proprio governatore di Milano”, con lo scopo di tenere i francesi “chiusi nelle Piazze che occupano”, oppure di passare “nella Provenza e nella medesima Francia”. Allo stesso modo il re cattolico contava di coinvolgere l’Inghilterra in un’ alleanza contro i Borbone e chiedeva che il duca consentisse al suo ambasciatore di andare a Londra e “di aiutar la pratica” 260. Il piano prevedeva azioni diversive contro la Francia, contando sulle divisioni esistenti nel regno, dove la regina madre Maria de Medici e il principe Gastone d’Orléans continuavano a contrastare Luigi XIII e Richelieu 261. Lo stesso Olivares era intenzionato “a fomentare queste pratiche con denari”, mentre Scaglia spingeva per far ottenere al cardinale Maurizio l’arcidiocesi di Siviglia, avvalendosi anche dell’appoggio “della Serenissima Infante monaca” 262. Nella penisola italiana la situazione era favorevole alla ripresa delle operazioni belliche, visto che al governo del Milanese era ritornato il duca di Feria, “di spirito tanto diverso” dal predecessore Spinola e “desideroso di novità et di guerra, che la porterà dove non c’è, nonché la saprà nutrir dove la ritrova” 263. A Madrid, come riferiva il vescovo di Ventimiglia, sembrava inoltre prevalere l’opinione di Don Gonzalo de Cordova, l’ex governatore di Milano, che dopo essere stato promosso nel Consiglio di Stato, sosteneva con tenacia il partito della

Conte di Ricaldone, figlio del fu conte Giulio Cesare mio fratello, possa vendere a trasportare tutti i suoi beni dallo stato della Repubblica di Genova ovunque vorrà”. In un’altra lettera accusava gli spagnoli di non volergli dare “le mercedi, delle quali ho la promessa in scritto e questo per non far dispiacere ai Genovesi” (AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera del 31/1/1631). 260 Ivi, lettera al duca dell’1/2/1630. 261 Ivi, lettera al duca del 12/4/1631. Scaglia avvisava che il re di Francia era “in campagna per ridur il fratello nel medesimo stato che ha posto la Regina madre et è certo che Richelieu ridurrà quel Re in estremità, poiché egli non può più con sua sicurezza vedere né l’una, né l’altro in libertà, nonché in autorità che non abbi da essere con sua perdita et egli che ha l’autorità del Re alla mano, penserà di valersene mentre è suo tempo”. 262 Ivi, lettera del 26 e 28/2/1631. Dell’intenzione spagnola di approfittare delle fazioni esistenti in Francia, parlava anche il vescovo di Ventimiglia (Ivi, lettera al duca del 9/1/1631). 263 Ivi, lettera al duca del 18/3/1631.

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guerra. Nel marzo 1631 Gandolfi, pur riconoscendo di aver consigliato “V.A. alla Pace da otto mesi in qua”, affermava di aver cambiato opinione e di considerare come inevitabile una nuova apertura delle ostilità, con la prospettiva di cacciare definitivamente i francesi 264. La difficile situazione interna del regno transalpino, dove continuavano le lotte tra fazioni, favoriva tale scelta, che però era resa vana dall’indecisione del governo spagnolo, in cui lo stesso Olivares si mostrava “carico di malinconia et i Consiglieri intimiditi” 265. A questo punto nella corte madrilena maturò per un attimo la decisione di inviare in Italia Alessandro Scaglia. I motivi rimanevano segreti, ma secondo Gandolfi l’intenzione del conte duca era quella “di divertire l’animo di V.A. dalla pace”. Il timore che Vittorio Amedeo I accettasse le proposte della Francia era piuttosto fondato e aveva indotto il potente favorito a far ricorso all’abilità diplomatica dell’abate piemontese, il quale per altro veniva sospettato dal collega di avere “troppa compiacenza verso i Ministri di S.Maestà”. Pur in modo discreto, il vescovo infatti accusava Scaglia di essere di fatto un informatore degli spagnoli, nonché una loro pedina, con il compito di condizionare la volontà del sovrano sabaudo. Dal canto suo il prelato ribadiva che “potendo V.A. con la Pace ricuperare le sue Piazze et aver soddisfazione intorno alle sue ragioni del Monferrato, sarà la cosa che più convenga all’A.V.” 266. In realtà, la missione di Scaglia non ebbe luogo, anche per la diffidenza che molti membri del Consiglio di Stato nutrivano nei suoi confronti. Essi infatti affermavano che “egli non ha che spiriti di guerra et che la colpa di non essersi proseguito il trattato di Susa è assolutamente sua”. Inoltre, temevano i grandi spiriti dell’Abate, sì come di qualunque altro che si tenga altresì del suo intendimento, perché gli ingegni di questi paesi sono assai ordinari et se ve n’è alcuno che trascenda, l’opprimono come cosa perniciosa 267. In Spagna erano intanto giunte le notizie di quanto era accaduto in Piemonte nella città di Cherasco, dove il 31 marzo 1631, grazie alla mediazione papale, era stato stipulato un accordo tra l’imperatore e la Francia per rendere esecutive le decisioni prese a Ratisbona in merito all’Italia. Esso confermava la

264 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera al duca del 13/3/1631. 265 Ivi, lettera al duca del 18/3/1631, in cui Gandolfi descrive l’incertezza esistente tra i membri del Consiglio di Stato. 266 Ivi, lettera al duca del 5/4/1631. 267 Ivi, lettera al duca del 12/4/1631.

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restituzione del Monferrato ai Gonzaga-Nevers e stabiliva una ricompensa territoriale per i Savoia. Gli imperiali avrebbero riconsegnato Mantova, mentre i francesi dovevano ritirarsi da Susa e Avigliana. Al trattato ufficiale erano però seguiti dei negoziati segreti fra Vittorio Amedeo I e i ministri di Luigi XIII, che sancivano di fatto l’alleanza tra lo stato sabaudo e la corona transalpina. In base a tali accordi, oltre alle terre monferrine occupate durante la guerra, al duca venivano assegnate Alba e il suo distretto, con una porzione notevole delle Langhe; la Francia in cambio occupava Pinerolo, mantenendo così un’ importante posizione in Italia, a guardia delle vie di comunicazione alpine. Vittorio Amedeo, infine, si impegnava ad aiutare in caso di ostilità il re Cristianissimo e i suoi alleati. Si trattava di una soluzione che senza dubbio consentiva l’espansione del ducato e il parziale riconoscimento delle ambizioni dinastiche sabaude, ma che permetteva alla Francia di ritornare stabilmente nella pianura padana un secolo dopo la battaglia di Pavia. Ottenuta la licenza di Vittorio Amedeo I, Scaglia si preparò al viaggio oltre Manica. Di recente la missione inglese dell’ambasciatore sabaudo ha suscitato un notevole interesse negli storici, in quanto essa non solo rappresenta un momento di svolta nella carriera del diplomatico, bensì un caso di “doppio incarico” piuttosto raro per l’epoca. L’abate infatti nella corte londinese agì sia a nome dei Savoia, sia per conto degli Austrias. E’ tuttavia probabile che fu proprio la difficoltà di conciliare i due mandati, conservando sempre la distinzione tra l’una e l’altra “fedeltà”, a determinare la sfiducia del duca nel proprio inviato, accentuando quella divergenza di opinioni manifestatasi già in occasione della pace di Ratisbona. Nell’aprile 1631 il religioso era comunque fiducioso sulle prospettive della sua ambasciata inglese ed esortava Vittorio Amedeo a pazientare, sopportando la consueta lentezza degli spagnoli e confidando nel fatto che “le forze ci sono, la necessità di usarle è tanto per loro quanto per noi et la convenienza è per gli uni e per gli altri”. Il duca era stato il principale promotore delle trattative che si erano aperte per l’applicazione degli articoli di Ratisbona e Scaglia approvava tale comportamento, considerando prudentissimo il consiglio preso da V.A. di aver facilitato quanto è possibile l’esecuzione della pace, con accontentarsi di anco manco di quello gli è concesso da tutti i trattati, nonché dovuto alle sue ragioni 268.

268 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera del 26/4/1631. Scaglia ribadiva tale giudizio in una lettera del 23/5/1631, in cui suggeriva di continuare a mantenere un atteggiamento prudente, in attesa di una nuova ripresa dell’iniziativa spagnola.

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Quello di cui l’ambasciatore rimaneva all’oscuro erano però i patti segreti firmati in quei giorni dal duca e dai ministri francesi, che legavano strettamente i Savoia a Luigi XIII. La pace di Cherasco non si risolse infatti in un unico trattato, ma comportò una serie di accordi bilaterali, che ebbero in comune un importante aspetto: l’esclusione della Spagna. Dopo Ratisbona, la monarchia cattolica veniva messa di nuovo in secondo piano nelle relazioni internazionali, confermando così una crisi egemonica non soltanto a livello italiano, bensì europeo. Gli spagnoli del resto erano ben consapevoli di tale perdita di prestigio, ma erano altrettanto convinti del fatto che non potevano aspettarsi di più, “poiché quanto essi avevano da pretender in questo negozio l’avevano perso con il trattato di Ratisbona” 269. Non stupisce quindi il fatto che nonostante Olivares si dichiarasse contento della pace, molti a Madrid fossero di parere contrario. Se infatti alcuni ministri in Italia come il marchese di Santa Croce e il conte de la Roca avevano operato attivamente per la sua conclusione, altri loro colleghi non l’avevano approvata, soprattutto per quel che riguardava la restituzione della Valtellina ai Grigioni 270. Infine un punto soprattutto suscitava le reazioni spagnole, quello relativo al deposito temporaneo delle piazze di Susa e Avigliana nelle mani degli svizzeri, che non venivano considerati neutrali, bensì alleati della Francia 271. In vista della partenza per Londra, Scaglia intendeva lasciare la gestione degli affari a una persona di fiducia, che nelle sua intenzioni non era certamente il vescovo di Ventimiglia. Pur avendo ricevuto una pensione e altri aiuti in denaro da parte spagnola, Gandolfi non voleva andarsene. Egli infatti, come scriveva l’abate, si compiaceva “tanto di questo vestito di Ambasciatore, che non

269 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera di Scaglia del 6/5/1631. 270 A tale proposito si veda Ivi la lettera di Scaglia al duca del 3/5/1631. L’abate riferiva che il conte duca era soddisfatto che la pace si fosse conclusa “mediante la soddisfazione dell’A.V. et la sicurezza dell’uscita dei Francesi d’Italia”, perché “in effetto il cavar le piazze di Piemonte di mano dei Francesi, potendosi far con trattato, sarebbe sempre meglio che qualunque buona guerra si potesse fare”. Tra i contrari vi era invece il duca di Feria, governatore di Milano, scontento del fatto che la Francia conservasse un piede in Italia grazie al possesso di Pinerolo. Sull’opera del conte de la Roca cfr. V. GINARTE GONZÁLEZ: El conde de la Roca, 1583-1658: un diplomático extremeño en Italia, Madrid 1990. 271 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera di Scaglia del 17/5/1631. Cfr. inoltre Ivi, lettera del vescovo di Ventimiglia al duca del 3/5/1631.

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so se sortirà di qua senza un ordine molto preciso di V.A.” 272. Il prelato da parte sua continuava ad accusare il collega di ritardare il pagamento delle somme che gli erano state promesse da Vittorio Amedeo I e inoltre di voler “fabricar la sua fortuna su la distruzione del Piemonte et su quella della riputazione di S.A.”, portando avanti progetti autonomi e contrari alla politica ducale 273. Il vescovo in realtà voleva trarre il massimo profitto dalla sua “doppia fedeltà” verso la Spagna e verso i Savoia, chiedendo ad entrambi una ricompensa per i servizi resi. Se da un lato infatti ambiva ad un ricco beneficio nei regni spagnoli, dall’altro supplicava che Vittorio Amedeo I gli assegnasse una diocesi in Piemonte, “dove spero che la mia presenza non sarebbe inutile a V.A.” 274. Del resto, egli desiderava rimanere a Madrid fino a che non fosse stata conclusa la pace tra Genova e il ducato sabaudo, nella quale erano coinvolti gli interessi famigliari. Alla fine, con grande disappunto di Gandolfi, gli spagnoli preferirono gratificare Scaglia, offrendogli un’abazia in Sicilia, “di reddito di 1300 scudi” 275. All’inizio di giugno, comunque sia, la situazione italiana continuava ad essere incerta e le speranze di pace, come avvertiva Scaglia, erano alquanto “intepidite” 276. C’erano ritardi nell’esecuzione degli articoli del trattato di Cherasco riguardanti lo sgombro delle piazze e in particolare gli spagnoli nutrivano forti dubbi sulla volontà francese di lasciare definitivamente il Piemonte, perciò pretendevano che “restasse Mantova in mano dell’Imperatore”. Già un mese prima l’ambasciatore sabaudo aveva scritto al duca, consigliandolo di “assicurarsi che francesi non le ingannassero, lei et S.Maestà insieme” 277. Le cose si stavano inoltre complicando anche in Germania, dove l’intervento di Gustavo Adolfo di Svezia aveva creato nuovi problemi negli equilibri dell’Impero.

272 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera al duca del 19/4/1631. In un’altra missiva Scaglia riferiva che Gandolfi faceva finta di voler partire, ma che in verità “egli non ha alcuna voglia, né lo farà, per quanto egli lo scrivi” (Ivi, 17/5/1631). 273 Ivi, lettera al segretario Pasero del 12/4/1631. 274 Ivi, lettera al duca del 12/4/1631. Si veda inoltre la lettera di Scaglia al duca del 17/5/1631. 275 Ivi, lettera di Scaglia al duca del 3/6/1631. L’abate informava inoltre che si trattava probabilmente della stessa abazia che il vescovo di Ventimiglia aveva chiesto per sé. 276 Ivi, lettera al duca del 3/6/1631. 277 Ivi, lettera al duca del 6/5/1631.

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Era questo il clima in cui Alessandro Scaglia si apprestava a lasciare Madrid il 16 giugno 1631, dichiarando di partire “con l’animo afflittissimo”. Egli infatti informava Vittorio Amedeo I che gli spagnoli avevano intenzione di prendere in loro mani la Città di Mantova et il resto di quello Stato, se non segue la pace, la quale con li progressi del Suedo [il re di Svezia] io tengo però impossibile, perché non so vedere che la Francia voglia mancar a quelli che ha imbarcato nella guerra di Alemagna, con tralasciar di continuar quella diversione a Spagnoli in Italia 278. L’abate intanto era riuscito a far nominare come sostituto il nipote Filiberto Scaglia, che così continuava la tradizione famigliare di servizio alla dinastia 279. Tale nomina non era certo piaciuta al vescovo di Ventimiglia, che già alla fine di aprile si era lamentato col duca, sostenendo di essere ormai “qui inutile” e ribadendo che Scaglia non gli aveva ancora consegnato il denaro promesso da Vittorio Amedeo I 280. Inoltre, subito dopo la partenza dell’abate per l’Inghilterra aveva scritto a Pasero, denunciando che Filiberto Scaglia si avvaleva della collaborazione di un religioso spagnolo “che è spia del nemico” e che faceva questo “acciò io non abbia da partecipare di cosa nessuna et ha ragione, perché sa che io non ingannerò S.A.” 281. Benché lontano, Alessandro Scaglia non cessò di seguire le vicende italiane e così il 20 luglio 1631 poteva scrivere al duca da Lisbona, rallegrandosi che finalmente fosse stato raggiunto l’accordo per “l’effettuazione della Pace d’Italia in esecuzione del Capitolato di Ratisbona e di Cherasco”. Il religioso attribuiva il merito di ciò non soltanto a Dio, ma anche alla “prudenza di V.A., poiché e tutta

278 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera del 16/6/1631. 279 Ivi, lettera al duca del 3/6/1631. Scriveva Scaglia: “Qua io lascio Filiberto mio nipote, conforme a quello che V.A. mi ordinò. Mi rincresce ch’egli non abbi esperienza e talento da poter compire alla sua obbligazione interamente. Però egli avviserà con verità quello che intenderà e ripresenterà qua secondo che gli verranno i comandi di V.A.”. A sua volta alcune settimane dopo Filiberto Scaglia si rivolgeva in questi termini a Vittorio Amedeo I: “Resto incaricato dall’Abate mio zio di servire a V.A. in questa Corte nella sua assenza, in esecuzione dell’ordine che ne tiene dall’A.V. Entro però in possesso di questa grazia tanto più obbligato alla somma benignità di V.A., quanto che in essa eccedendo sì liberalmente il mio merito, mi pone in stato di poter compir con gli obblighi ereditari che le tengo” (Ivi, lettera del 20/6/1631). 280 Ivi, lettera del 26/4/1631. 281 Ivi, lettera del 21/6/1631.

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l’Italia et il resto della Christianità ne deve all’A.V. la lode e l’obbligazione insieme con i suoi popoli” 282. A sua volta l’ambasciatore Gandolfi ribadiva tale concetto, informando che la notizia della pace era stata accolta a Madrid con grandi feste 283. Egli infine era contento del fatto che Vittorio Amedeo aveva conseguito due obiettivi: avendo aggiunto agli Stati antichi una così buona parte del Monferrato, ha finito di consolidare la Pace in Italia, levando di mezzo l’occasione che poteva sempre mai interromperla. In realtà, le cose non stavano proprio in questi termini. Mentre alla fine le truppe dell’imperatore avevano sgombrato Mantova, i francesi pur ritirandosi da Susa e Avigliana, avevano ottenuto Pinerolo, mantenendo la loro presenza in Piemonte. Era dunque fallito il principale obiettivo della strategia perseguita con tenacia da Alessandro Scaglia, vale a dire l’estromissione della Francia dal territorio italiano. Inoltre, nell’estate 1631 il cardinale Maurizio di Savoia si recò a Parigi per definire nei dettagli l’accordo con il re di Francia, proprio quando l’abate era in viaggio per Londra, col compito di negoziare l’alleanza anglo-spagnolo in funzione antiborbonica. La frattura tra gli obiettivi ducali e le trattative portate avanti dall’abate risultava sempre più evidente. A Madrid intanto il vescovo di Ventimiglia non perdeva l’occasione per denigrare il collega assente, accusandolo di impedire in ogni modo la conclusione della pace. Per il prelato invece essa era assolutamente necessaria, perché “tutto è niente fuori che recuperare le Piazze, che se l’abate ha opinion contraria è per la speranza che gli hanno dato qui di farlo Cardinale”. Secondo Gandolfi, infatti, a Scaglia non importava alcunché “del servizio di S.A., dove non entra l’interesse suo proprio”. Il vescovo quindi non solo approvava la missione del principe Maurizio, ma “se il viaggio di S.A. avrà agevolato la restituzione delle Piazze, l’avanzo non importerà nulla e qui avranno luogo alla ragione” 284. Nei mesi successivi la distacco tra il governo ducale e Scaglia si accentuò ancora di più, tanto che a metà novembre il diplomatico inviava da Londra una lunga lettera a Vittorio Amedeo I, nella quale pur affermando con tenacia la propria

282 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera del 21/6/1631. 283 Ivi, lettera del duca del 12/7/1631. Il vescovo riferiva che “Sua maestà fece Capella solenne, dandone grazie a Dio col Te Deum. Similmente se n’è rallegrata tutta la Corte, parendo che con la pace d’Italia l’avanzo non possa meno di camminare felicemente”. 284 Ivi, lettera del 16/8/1631.

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lealtà, era costretto a difendersi non soltanto dall’accusa di essere contrario alla pace, ma anche di operare dal versante inglese per il fallimento dei colloqui franco- sabaudi a Parigi. Pur non facendo nomi espliciti, l’abate si riferiva alle calunnie dei “Savoiardi”, i quali sostenevano che lui non aveva più né il sostegno ducale, né credibilità 285. E’ probabile che nella corte torinese si fosse formato un partito ostile all’ambasciatore, di cui facevano parte, tra l’altro, dignitari e ufficiali delle provincie savoiarde, certamente le più esposte in caso di guerra contro la Francia. Scaglia da parte sua affermava che Se posso aver meritato qualche cosa nello spazio di venti e più anni che con lo spirito e con il corpo tutto il mondo mi ha visto impiegato, supplico la benignità di V.A. di volerlo riconoscer con le sue grazie nelle persone dei miei nipoti, che voglio sperare se ne renderanno capaci. Egli dunque lasciava il testimone a chi lo aveva sostituito nell’ambasciata a Madrid, vale a dire al nipote Filiberto, che gestiva gli affari ormai dal giugno 1631. Costui all’inizio del proprio mandato si era subito reso conto che gli spagnoli accettavano malvolentieri la pace. L’incertezza che sembrava caratterizzare la politica spagnola in quel frangente pareva infatti dipendere proprio dalla scarsa volontà di giungere ad un accordo. Inoltre, dalle sue lettere risulta che in Spagna si aveva scarsa conoscenza di quanto accadeva realmente in Italia e che le trattative erano condotte non tanto dal governo centrale, quanto dai “proconsoli” della corona nella penisola, sia che fossero “colombe”, come il marchese di Santa Croce, sia “falchi” come il duca di Feria 286. A metà luglio Filiberto Scaglia informava la corte che da che capitò il corriere del signor Duca di Feria, che portò l’aggiustamento seguito in Cherasco per la pace, non si è saputo altro avviso d’Italia, toccante l’esecuzione di essa 287.

285 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera del 15/11/1631. Si tratta di un testo lungo, che rappresenta una sorta di sintesi della visione politica di Alessandro Scaglia, nonché della sua ventennale esperienza diplomatica al servizio sabaudo. Perciò meriterebbe di essere commentato per intero, cosa che tuttavia oltrepassa i propositi del presente studio. Mi riserbo di trattarne in modo più dettagliato in un prossimo saggio. 286 Ivi, lettera del 29/6/1631. Filiberto Scaglia notava che Feria con il suo comportamento teneva “in notabile sospensione gli animi di questa Corte” e che “l’irresoluzione loro nell’elezione dei partiti, è quella che dà luogo a sospettar delle intenzioni loro”. Si veda anche Ivi, lettera del 12/7/1631. 287 Ivi, lettera del 19/7/1631.

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Se si pensa che l’accordo era stato siglato alla fine di marzo, appare chiaro come fosse difficile da parte della corona cattolica essere aggiornata sull’evoluzione della situazione italiana. Nondimeno il governo spagnolo sembrava gradire la pace, nonostante venisse considerata svantaggiosa e rimanesse l’insoddisfazione per il modo in cui l’avevano procurata i ministri della monarchia 288. Una volta che i termini della pace furono noti e che trapelarono le indiscrezioni relative al trattato segreto tra il Vittorio Amedeo I e Luigi XIII, Filippo IV e Olivares capirono che i Savoia si stavano avvicinando alla Francia e cercarono di recuperare l’alleanza con il duca. Filiberto Scaglia dal canto suo si impegnò nel ribadire “l’obligazione che V.A. professava a S.Maestà e l’indissolubile devozione che sempre conserverebbe al suo Reale servizio” 289. Tuttavia, quando a Madrid si venne a sapere del viaggio del principe Maurizio a Parigi, tutti pensarono che il principe fosse “destinato da V.A. a negoziazioni secrete contro questa Corona”, a riprova della poca fiducia che si nutriva nei confronti del governo sabaudo. Diversamente da quanto era accaduto durante l’ambasciata di Alessandro Scaglia, la quantità di pratiche che doveva sbrigare il nipote era notevolmente diminuita. Anche la corrispondenza da Torino era sempre più rada, tanto che nell’ottobre 1631 era lo stesso diplomatico a lamentarsi con il duca per “il solito influsso di tardanza” nella consegna delle lettere. Si trattava di un ritardo che danneggiava gli affari ducali e inoltre non dava modo all’ambasciatore “di soddisfar opportunamente a quanto vorrei”, rendendo “con particolare mortificazione mia, infruttuoso il zelo che tengo nel servizio di V.A.” 290. In realtà, era successo che gli interessi della dinastia sabauda si stavano orientando sempre più verso la Francia, con la conseguenza che la corte madrilena diventava una piazza, per così dire, di secondo piano. Inoltre, mentre l’abate Scaglia ai tempi di Carlo Emanuele I aveva goduto di una notevole autonomia, ora la

288 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera di Filiberto Scagia del 30/7/1631. Benché la pace avesse avuto “in secreto contrari questi ministri, con tutto ciò in apparenza ha avuto l’approvazione di S.Maestà con le solennità pubbliche et la soddisfazione del Conte Duca, per lo meno a parole. Questo Ministro fra gli altri di stato è giudicato il più desideroso di pace, pare comunemente soddisfatto della pace in sé, ma molto irritato contro di Feria per le condizioni con le quali l’ha procurata a questa Corona”. 289 Ivi, lettera del 7/8/1631. Una settimana dopo Filiberto Scaglia riferiva che “Nelle visite che ho fatto di questi Consiglieri di Stato, ho procurato di confirmar i loro animi nella costanza di V.A. al servizio di questa Corona” (Ivi, lettera del 16/8/1631). 290 Ivi, lettera di Filiberto Scaglia del 17/10/1631.

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Una reciproca diffidenza. Savoia e Spagna...

conduzione dei negoziati era stata assunta direttamente dai principi stessi (Vittorio Amedeo I, i fratelli Maurizio e Tommaso) ed era organizzata attraverso la segreteria di Stato, dove aumentava l’influenza politica del primo segretario Pasero. Così alla fine di ottobre, Filiberto Scaglia otteneva il permesso di ritornare in Piemonte, visto che stava ormai per concludersi l’ultima importante trattativa ancora aperta presso la corte spagnola, ossia la conclusione della pace con Genova, che si trascinava dal 1625. Frutto postumo della pace di Cherasco, l’accordo con la repubblica ligure venne stipulato nel novembre successivo e comportò la soluzione dell’annosa questione del marchesato di Zuccarello, a cui i Savoia rinunciarono in cambio di un risarcimento in denaro 291. Della pace si poteva finalmente compiacere anche il vescovo di Ventimiglia, il quale era rimasto a Madrid, in attesa di riscuotere le pensioni promessegli e che nel frattempo aveva continuato a perorare la causa dei propri famigliari 292. Ottenuta soddisfazione del donativo ducale nell’agosto 1631, il prelato avrebbe trascorso ancora sei mesi prima di ricevere il ben servito da Filippo IV e di lasciare la capitale iberica 293. Con la partenza di Gandolfi nel febbraio 1632 si concluse un’epoca delle relazioni tra lo stato sabaudo e la corona spagnola. Se fino ad allora la dipendenza del ducato dalla Spagna aveva reso necessaria un’ambasciata stabile e composta da personale di prestigio, lo spostamento delle alleanze rendeva meno urgente la presenza di una delegazione fissa, dal momento che ora diventava prioritario il rapporto con la corte parigina. Toccava adesso a Madrid inviare un ambasciatore ordinario presso il duca, come se fosse quest’ultimo a meritare una particolare attenzione della monarchia. Pertanto il 26 ottobre 1631, in una delle sue ultime lettere, Filiberto Scaglia annunciava che quale rappresentante del re a Torino era stato scelto Don Francesco de Melo “cavaliere portoghese della Casa di Braganza”, il quale si era dichiarato sempre “molto affetto alli interessi della Casa di V.A.”, ma era anche un fedele criado di Olivares 294. Si trattava di un personaggio destinato ad entrare ben presto in contrasto con la corte torinese e ad inaugurare un periodo piuttosto tormentato nelle relazioni tra la dinastia sabauda e gli Austrias.

291 AST, Corte, Lettere Ministri, Spagna, m. 24, lettera di Filiberto Scaglia del 30/11/1631. 292 Ivi, lettera di Gandolfi a Pasero del 18/8/1631. 293 Ivi, lettera del duca del 7/8/1631, in cui ordina allo Scaglia di pagare il vescovo. Cfr. inoltre lettere di Gandolfi a Pasero del 23/8/1631 e al duca del 27/9/1631. 294 Ivi, lettera al duca del 26/10/1631.

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Le Infante di Savoia: percorsi dinastici e spirituali delle figlie di Catalina Micaela e Carlo Emanuele I fra Piemonte, Stati italiani e Spagna 1

Blythe Alice Raviola Università degli Studi di Milano

Nell’aprile del 1627, alla corte di Madrid, si chiacchierava con scandalo e indignazione di un possibile matrimonio del duca Carlo Emanuele I di Savoia con la sua amante “Madama di Ciattelard”, unione che lo avrebbe indotto “per conseguenza [a] legittimare i figli da lei nati”. Gli spagnoli “ne erano rimasti malissimamente soddisfatti” soprattutto per il particolare, trapelato come vero, che ella haveva ordinato alle Serenissime Infante che la visitassero e come madre la trattassero. Et alcuno bel spirito ha ancor avuto ardire di soggiongere al re che non ha mai havuto più giusto titolo di questo per pigliare le armi contro Vostra Altezza, volendo che i figli di una semplice gentildonna venghino ad uguagliarsi a’ nipoti di Filippo II e III e cugini di Sua Maestà 2. La Maestà in questione era, naturalmente, quella di Filippo IV e la materia del pettegolezzo –riferito con inquietudine dall’ambasciatore sabaudo in Spagna Anastasio Germonio– toccava in realtà uno dei punti nevralgici delle relazioni fra il Piemonte e la monarchia iberica. Si trattava di rango e di famiglia dal momento che Carlo Emanuele era il vedovo di Catalina Micaela d’Austria e che i loro nove figli erano di fatto nipoti di Filippo II, cugini del terzo re di quel nome

1 Un caloroso ringraziamento va a Almudena Pérez de Tudela e a Mercedes Simal per la segnalazione di importanti fonti spagnole e per il proficuo, amichevole scambio di informazioni sulle relazioni ispano-sabaude. 2 Lettera dell’ambasciatore Germonio al duca di Savoia, Madrid, 17 aprile 1627 (AST, Corte, MPRE, Lettere ministri, Spagna, mazzo 19, c. non numerata).

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e zii del sovrano in carica. Che le Infanti rimaste alla corte paterna per ragioni che andremo a illustrare dovessero mostrare affetto e obbedienza a una parvenue, risultava inaudito, se non offensivo, specie in circostanze internazionali precarie quali quelle che si andavano profilando sul finire degli anni Venti del XVII secolo. Dopo la prima guerra del Monferrato, infatti, il duca aveva osservato con la Spagna una politica ambigua, allentando i vincoli parentali stretti con la monarchia e, com’è noto, instaurando con la Francia nuove alleanze e nuovi legami, culminati nelle nozze dell’erede al trono Vittorio Amedeo con la sorella di Luigi XIII, Cristina di Borbone, celebrate a Torino il 19 febbraio 1621, e con quelle del principe Tommaso con Maria di Borbone-Soissons siglate a Parigi il 14 aprile 1625. D’altro canto la Spagna andava consolidando il suo potere in Italia: la pace di Monzón del 1626 segnò l’indipendenza della Valtellina dopo la dura guerra dei Grigioni e stabilizzò una tappa vitale del cammino per le Fiandre di cui anche gli spazi monferrini facevano parte incernierati com’erano con il Finalese, con la Repubblica di Genova e con il ducato di Milano. L’ambasciatore Germonio, che era anche arcivescovo di Tarantasia e aveva a cuore le parvenze morali del casato che rappresentava, replicò ai madrileni che si era trattato di calunnie e falsità contro un “principe de su edad y de sus achaques”il quale “se havia retirado a Riboli para mas contemplaciòn de la Semana Santa”, peraltro preoccupato dalla guerra con Genova e dalle minacce patite dal suo contado di Nizza 3. Poi non tornò più sull’argomento ma non mancò di continuare a riferire gli umori mutevoli che le spregiudicate iniziative di Carlo Emanuele, pubbliche e private, suscitavano a Madrid. O a smentire voci più o meno incontrollate sulla sua persona: udendo per tutta Madrid non solo nelle piazze e strade pubbliche ma anco nelle case de’ privati, voce gagliarda prima che Vostra Altezza Serenissima (che Dio la guardi longamente) era a miglior vita passata, e poi che si era rimaritata […] e ultimamente ch’ella era uscita in campagna con 20.000 fanti e 6000 cavalli, Germonio aveva ribadito che il duca aveva trascorso le feste pasquali a Rivoli “e che tutti i serenissimi prencipi e prencipesse havevano non solo osservato la Quadragesima, ma anco digiunato” 4. In realtà, secondo alcune genealogie, Carlo

3 Lettera dell’ambasciatore Germonio al duca di Savoia, Madrid, 29 aprile 1627 (AST, Corte, MPRE, Lettere ministri, Spagna, m. 19, c. non numerata). 4 Lettera dell’ambasciatore Germonio al duca di Savoia, Madrid, 5 maggio 1627 (Ibidem, c. non numerata).

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Le Infante di Savoia: percorsi dinastici e spirituali...

Emanuele avrebbe sposato con rito morganatico Margherita Asinari de Rossillon du Chatelard nel 1629, nel pieno della seconda guerra per la successione di Mantova e di Monferrato, e i loro tre figli –don Maurizio, don Gabriele e don Antonio– ebbero rapporti cordiali con i fratellastri legittimi nonché importanti incarichi militari e di corte 5. Ma nel frattempo Madrid e Torino avevano ripristinato l’antica amicizia schierandosi sullo stesso fronte, insieme con l’Impero, contro Parigi e Carlo I Gonzaga-Névers candidato a prendere il posto di Vincenzo II Gonzaga. Nell’ottica della metodologia propugnata con passione e rigore scientifico dal gruppo di ricerca guidato da José Martínez Millán, possiamo dire che –al di là delle ovvie esigenze di realpolitik– si era ricostituito un gruppo di famiglia, amorevolmente guidato dal padre (gli Asburgo) e rispettato dal figliol prodigo (il duca di Savoia), ritornato sulle sue orme e reso nuovamente docile all’obbedienza. Sta di fatto che se nel caso personale di Carlo Emanuele, già tenuto a bada con difficoltà dall’amatissima (e vigile) Catalina 6, fu l’opportunismo a dettare le regole del gioco, per i figli, e ancor più per le figlie, l’educazione ricevuta fu sempre una garanzia di fedeltà nei confronti della monarchia iberica. La biografia politica delle Infanti di Savoia, se così si può chiamare, sta a testimoniarlo in tre differenti declinazioni. Nel primo caso, ormai il più noto, ci si limiterà a suggerire le forti implicazioni internazionali scaturite dalla parentela tra un’Infanta e il re di Spagna. Il secondo, al contrario meno studiato e normalmente relegato fra le pagine di storia dinastica sabauda, mostrerà come anche un’Infanta destinata a un matrimonio in apparenza avulso dai giochi politici di livello europeo potesse serbare una sua anima ispanofila. A chiudere il cerchio sarà un cenno ai destini delle due Infanti nubili, imbevute di religiosità radicale di marca anch’essa spagnola.

5 Cfr. P. BIANCHI: “Una riserva di fedeltà. I bastardi dei Savoia fra esercito, diplomazia e cariche curiali”, in P. BIANCHI e L. C. GENTILE (eds.): L’affermarsi della corte sabauda. Dinastie, poteri, élites in Piemonte e Savoia fra tardo medioevo e prima età moderna, Torino, 2006, pp. 305-360, in particolare pp. 318-330. 6 B. A. RAVIOLA: “La imagen de la Infanta en la correspondencia de los gobernadores piamonteses”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. P. MARÇAL LOURENÇO (coords.): Las Relaciones discretas entre las monarquías Hispana y Portuguesa: las Casas de las Reinas (siglos XV-XIX). Arte, música, espiritualidad y literatura, 3 vols., Madrid 2008, vol. III, pp. 1733-1748. Resta imprescindibile la sola biografia che finora le sia stata dedicata per R. QUAZZA: Margherita di Savoia, duchessa di Mantova e vice-regina di Portogallo, Torino 1930.

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MARGHERITA E IL SUO DESTINO EUROPEO

In altre occasioni ho avuto modo di soffermarmi sulla personalità politica di Margherita di Savoia che, a mio parere, incarna appieno –con un pendant maschile nel fratello Emanuele Filiberto– il rapporto di filiazione tra la dinastia sabauda e la Spagna di Filippo II, III e IV. Nata nel 1589 e prima femmina della coppia ducale, avrebbe avuto in sorte di vivere tre vite, una da rampolla e giovane sposa; una da duchessa vedova e aspirante reggente; una da viceregina 7, secondo un iter non proprio comune fra le principesse della sua epoca. È risaputo che la madre volle che le sue figlie fossero educate alla spagnola, il che equivaleva a dire che nella formazione religiosa, negli studi, nella lingua, nella postura e nell’abbigliamento esse avrebbero seguito il suo modello e le rigide regole imposte dalle loro governanti, Mariana de Tassis e Sancha de Guzmán 8. La rigidità di queste ultime, così come l’impronta profonda lasciata dal loro magistero, colpirono già i contemporanei e sono divenute leggendarie nella storiografia sabaudista tradizionale, anch’essa influenzata dal falso clichè della cultura barocca spagnola bigotta e soffocante. Tutti –dagli ambasciatori veneti ai biografi e agli storici– hanno sottolineato il fatto che l’Infanta, trasferitasi da Torino a Mantova dopo le nozze con Francesco Gonzaga, fosse stata accompagnata dalla de Tassis e avesse continuato a seguire l’etichetta insegnatale dalla prima infanzia; un’etichetta severa, che molto strideva con la rinomata vita gaudente della corte gonzaghesca, e che era lontana dagli stilemi del “viver italiano” cui sperava di ricondurla il giovane marito 9. La più lapidaria è stata, nel giudizio, la

7 B. A. RAVIOLA: “The three lives of Margherita of Savoy, Duchess of Mantua and Vicereine of Portugal (1589-1655)”, in A. CRUZ e M. T. GALLI STAMPINO (eds.): Early Modern Habsburg Women: Transnational and Cultural Histories, Abingdon 2016, pp. 59-78. 8 P. MERLIN: “Etichetta e politica: L’infante Caterina d’Asburgo tra Spagna e Piemonte”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. P. MARÇAL LOURENÇO (coords.): Las Relaciones discretas…, op. cit., vol. I, pp. 311-338, in particolare pp. 321-322. Cfr. ora anche L. GIACHINO e B. A RAVIOLA (eds.): Sotto il segno di Chirone. Il Ragionamento del signor Annibal Guasco a donna Lavinia sua figliuola, della maniera del governarsi ella in corte, andando per Dama alla Serenissima Infante Donna Caterina, duchessa di Savoia, Torino 2012; B. A. RAVIOLA: “‘Una delle prime principesse del mondo’. Catalina Micaela y la corte de Turín al final del siglo XVI”, en J. E. HORTAL MUÑOZ e F. LABRADOR ARROYO (eds.): Evolución y estructura de la casa de Borgoña de los Austrias hispanos, Leuven, 2014, pp. 483-500. 9 Cfr. P. MERLIN: Tra guerre e tornei. La corte sabauda nell’età di Carlo Emanuele I, Torino 1991, p. 24 (l’espressione è del residente di Venezia a Mantova). Sul punto insiste M. BELLONCI:

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celebre scrittrice e impresaria culturale italiana Maria Bellonci, che, nel suo Segreti dei Gonzaga, ha così commentato: “alla primogenita infanta Margherita la superbia non bastava per ridursi all’aspettatione”; “simile a Carlo Emanuele […] nel carattere, tutta moti, orgogliosissima, coraggiosa”, ella aveva pure la testa “piena di problemi immediati” e di “idee intransigenti e spagnolesche” che “donna Marianna […] instillava nella sposina” 10. Doveva esserci del vero in questo persistente attaccamento agli usi materni e alle abitudini imparate alla corte di Torino. Sin da giovanissima Margherita non aveva nascosto la sua esaltazione per la casa di Spagna e il suo orgoglio nell’appartenervi. Come riferì al duca Carlo Emanuele il suo maggiordomo Langosco della Motta poco dopo la morte dell’amata Infanta Catalina, Le serenissime principesse stanno con intera salute e gloria il vederle, e massimamente la principessa Margarita, che tiene un ispirito che trascende, ‘dize que el principe de España su tio, aunque se case agora con otra, que ha presto de embiudar y casar segunda vez forzosamente con ella’. Dio lo faccia, che questa sarebbe la maggior allegrezza che potesse aver Spagna! 11. La battuta della principessa bambina tradisce una sconfinata ammirazione per l’augusto casato materno, e una discreta dose di ambizione. Due qualità che i biografi non hanno mancato di sottolineare e che sono state giudicate causa della sua frustrazione. Peraltro, già mentre si trattava il suo matrimonio con il principe ereditario del ducato di Mantova e quello di sua sorella Isabella con l’erede di Modena, l’Infanta Margherita aveva espresso un certo fastidio per il fallimento di progetti più elevati, che avrebbero addirittura portato lei a sposarsi con l’imperatore Rodolfo II. Come scrisse il conte de Oñate a Filippo III, la señora princesa doña Margarita siente mucho verse bajar tanto de quilates, y aunque obedecerà a su padre en lo de Manta, lleva tan mal que se trate de casar a su hermana en Modena 12.

Segreti dei Gonzaga, Milano 1966, pp. 206 sgg., mentre R. QUAZZA presenta piuttosto Margherita come perfettamente integrata (Margherita di Savoia..., op. cit., pp. 105-108). 10 M. BELLONCI: Segreti dei Gonzaga, op. cit., pp. 207, 208, 229. 11 Lettera di Alfonso Langosco al duca di Savoia, 15 gennaio 1598 (AST, Corte, MPRE, Lettere ministri, Spagna, m. 9, c. non numerata). 12 Il conte di Oñate a Filippo III, Torino, 5 novembre 1607, lettera citata in E. GARCÍA PRIETO: “Isabel Clara Eugenia y Alberto de Austria, el in concluso camino hacia el Imperio”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e R. GONZÁLEZ CUERVA (coords.): La Dinastía de los Austria. Las

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Margherita fu dunque una figura volitiva, difficile e scomoda in più di un’occasione. Non solo nel 1613, quando fu costretta a tornare nella casa del padre, ma anche vent’anni più tardi quando –dopo un secondo, breve soggiorno a Mantova con la figlia– nel 1631 dovette lasciare forzatamente la corte gonzaghesca su ordine di Luigi XIII. Il re di Francia, sostenitore di Carlo I Gonzaga Nevers, non tollerava infatti che l’Infanta vedova potesse avere influenze negative su Maria, sposata a Carlo di Rethel, nipote del duca in carica. Negative voleva dire anti-francesi o filo-spagnole e, per mezzo di una lettera, il Borbone le intimò di partire: Nostra cugina, ho sentito con molto dispiacere la diversione nata ultimamente tra il duca di Mantova nostro cugino et voi, per rispetto d’un atto che mia cugina la principessa di Mantova sua nuora è stata consigliata di fare, che è capace […] di mettere in confusione tutte le cose di quella casa […] reconoscendo che il vostro soggiorno in Mantova non può se non alterare il suo spirito et alontanarlo da una vera reconcigliatione 13. Margherita “ne mostrò gran disgusto et mandò incontanente un suo segretario per nome monsù Borghetti in Francia a darne parte a quella corona” 14, ma non poté evitare di lasciare la capitale gonzaghesca. Come allo scoppio della prima guerra di Monferrato, si pose il problema di dove ospitarla, “o nello Stato del papa, o di Venezia o di Parma o di Modona o di Sua Maestà Cattolica [scilicet: lo Stato di Milano] o della Reale Altezza di Savoia” 15. Tuttavia, l’imbarazzo e l’incertezza, questa volta, aprirono uno scenario nuovo, per l’appunto non italiano. Se né nei domini paterni –dove ormai il fratello e la moglie Cristina avevano impresso un trend filofrancese alle dinamiche di corte– né altrove nella penisola si trovava spazio

relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio, 3 voll., Madrid 2011, vol. I, pp. 551-581, in particolare p. 557. 13 Luigi XIII a Margherita di Savoia, duchessa di Mantova, 20 agosto 1633 (AST, Corte, Paesi, Monferrato, Doti dell’Infanta Margherita, m. 2, fasc. 9, “Relation des differents et des degouts qui se sont passè entre l’Enfante Marguerite de Savoye, duchesse de Mantoue, et le duc de Mantue”). 14 Ibidem, dispaccio anonimo e s.d. sulle reazioni di Margherita alla lettera e alle clausole del Trattato di Cherasco relative alla sua dote. 15 AST, Corte, Paesi, Monferrato, Doti dell’Infanta Margarita, m. 2, fasc. 10, 28 settembre 1633, “Scrittura attorno la persona e gl’interessi dell’Infanta duchessa di Mantova”, anonima.

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per l’Infanta vedova e rivendicativa, la Spagna si rivelò un approdo sicuro e conveniente sia per lei sia, è opportuno ribadirlo, per il cugino Filippo. La scelta della principessa sabauda quale rappresentante della corona ispanica in Portogallo è chiaramente improntata alla volontà di conservare il potere “in famiglia” senza dover esporre un Asburgo (quale, peraltro?) in prima persona. Si potrebbe discutere a lungo delle motivazioni che indussero Filippo IV e il conte duca de Olivares a prendere in considerazione e ad accettare la candidatura di una donna al di fuori del circuito diretto dei giochi di potere di Madrid, ma il nocciolo della questione –a prescindere da ogni valutazione sulla reggenza femminile (capacità d’imporsi di Margherita? Mossa astuta di Filippo e del suo primo ministro per ingraziarsi le élites portoghesi mostrando un volto inedito e “debole” della monarchia ispana? Semplice ripiego congiunturale?)– resta il legame di sangue tra il re di Spagna e l’eletta al difficile compito. In attesa di studi specifici sul trattamento riservato a Margherita viceregina dal cugino Filippo IV –ella ebbe una sua propria casa, alla maniera delle regine spagnole e portoghesi 16, e visse gli ultimi anni alla corte di Madrid godendo di tutti gli onori dovuti al suo rango ormai reale– sarà dunque bene ribadire che il suo percorso umano fu interamente condizionato dall’essere figlia di una Asburgo di Spagna. In questo senso, le tormentate vicende del recupero della sua dote non inficiarono il rapporto di fiducia e stima reciproca che si era venuto a instaurare con Filippo. La monarchia iberica risultava ancora insolvente con Torino per le doti di Catalina Micaela 17, e parte del debito era confluita nei 100.000 scudi promessi da Filippo III a Carlo Emanuele I durante gli accordi preliminari delle nozze fra la figlia e Francesco Gonzaga 18. Ciò nonostante, e nonostante l’energia

16 Per ora: F. LABRADOR ARROYO: “Un proyecto de revitalización de la casa real de Portugal: el virreinato de la duquesa de Mantua”, Librosdelacorte.es 4 (2012), pp. 111-119. Circa l’esperienza portoghese di Margherita, filtrata dalla storiografia, mi permetto invece di rinviare a B. A. RAVIOLA: “‘A fatal máquina’. Margarida de Sabóia (1589-1656), duquesa de Mântua e vice-rainha de Portugal”, in M. A. LOPES e B. A. RAVIOLA (eds.): Portugal e o Piemonte. A Casa Real portuguesa e os Sabóias. Nove siculo de relações dinásticas e de destinos políticos (sécs. XII-XX), Coimbra 2012, pp. 133-166. 17 Cfr. E. MONGIANO: “Quale dote per un’Infanta di Spagna? Il contratto di matrimonio di Caterina d’Austria”, in B. A. RAVIOLA e F. VARALLO (eds.): L’Infanta. Caterina d’Austria, duchessa di Savoia (1567-1597), Roma 2013, pp. 519-540. 18 B. A. RAVIOLA: “‘Hija de tal madre’. Margherita di Savoia e il recupero della sua dote”, in Ibidem.

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Blythe Alice Raviola

quasi aggressiva con cui Margherita rivendicò sempre i suoi diritti dotali, l’Infanta non venne mai meno al rispetto devoto che nutriva per la casata materna. Fu semmai con il fratello Vittorio Amedeo I che ella ebbe scontri piuttosto duri, specie dopo la sigla del Trattato di Cherasco che conteneva clausole ad hoc. A lui mandò a dire da un suo agente che, restringendomi al ponto essenziale, […] son pronta a pigliar le mie doti dalle mani di Sua Altezza, tutta volta che si compiaccia d’obligarsi a pagarmele conforme le mie giuste pretensioni 19. Il credito, insomma, era con Torino. La Spagna le aveva dato e le avrebbe dato ancora tanto, in ultimo un funerale da regina e la tumulazione del cuore nel monastero di Santa María de Las Huelgas di Burgos, luogo di incoronazione di alcuni re di Castiglia e Navarra e di sepoltura di vari membri delle famiglie reali di Spagna 20. Può essere sintomatico riferire che nel suo articolato testamento Margherita ricordò Filippo IV, di fatto suo nipote, con il dono di una tela di Raffaello che probabilmente le era stata regalata a Madrid 21, e che vicino alla sua tomba nel santuario della Madonna di Vicoforte –luogo di culto assai caro a Catalina e a Carlo Emanuele I, che vi è sepolto 22– una targa turistica la segnala impropriamente come “moglie dell’imperatore di tutte le Spagne” [sic!] 23.Un

19 AST, Corte, Paesi, Monferrato, Doti dell’Infanta Margarita, m. 2, fasc. 8, Margherita di Savoia al prevosto Bergera, Mantova, 20 agosto 1633. 20 Su questi dettagli cfr. ancora B. A. RAVIOLA: “Il filo di Anna. La marchesa d’Alençon, Margherita Paleologo e Margherita di Savoia-Gonzaga fra antichi stati italiani ed Europa”, in F. VARALLO (ed.): In assenza del re. Le reggenti dal XIV al XVII secolo (Piemonte ed Europa), Firenze 2008, pp. 317-341. Sulla pratica della doppia sepoltura (corpo e cuore tumulati separatamente) in uso per le dinastie regnanti la bibliografia è sempre più ricca. Cfr. almeno G. SABATIER e S. EDOUARD: Les monarchies de France et d’Espagne (1556-1715), Paris 2001, pp. 34 sgg.; per l’Italia G. RICCI: Il principe e la morte. Corpo, cuore, effigie nel Rinascimento, Bologna 1998. 21 AST, Corte, MPRI, Cerimoniale, Testamenti, m. 4, fasc. 16, 1° settembre 1652, “Testamento della principessa donna Margarita di Savoia duchessa di Mantova” rogato a Madrid (con codicillo del 24 giugno 1655 steso a Miranda de Ebro), f. 4: “In segno degli affetti del mio cuore, lascio a S.M. una pittura originale di Rafael d’Urbino” raffigurante “l’immagine del puttino Gesù e d’un agnelo”. 22 P. COZZO: La geografia celeste dei duchi di Savoia. Religione, devozioni e sacralità in uno Stato di età moderna (secoli XVI-XVII), Bologna 2006, p. 115. 23 L’iscrizione sul cartiglio del monumento funebre, invece, recita così: “Serenissimae Celsitudinis Margaritae a Sabaudia, Mantuae et Montisferrati Ducissae, vicensi Deiparae Virginis

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Le Infante di Savoia: percorsi dinastici e spirituali...

errore grossolano per molti rispetti ma che, in via del tutto inconsapevole, ne riallaccia la memoria al capriccio infantile di voler sposare il cugino, e soprattutto al ruolo di peso giocato internamente alla penisola iberica.

UN’ALLEANZA PADANA: ISABELLA DUCHESSA DI MODENA (1591-1626)

La vita di corte

Meno nota, ma anch’essa interessante, è la figura della secondogenita femmina di Carlo Emanuele e Catalina, Isabella di Savoia. La sua fama è stata offuscata da quella di Margherita, con la quale dovette dividere, restando però in secondo piano, il momento fastoso delle nozze e della quale dovette seguire le orme sposando un principe padano anch’ella 24. Per queste ragioni il suo nome non è molto conosciuto, né ricorre con frequenza nelle storie di casa Savoia e nei più comuni repertori biografici 25. È stato osservato che, a differenza di Margherita, Isabella, giunta a Modena con un seguito di circa ottanta persone, non fece fatica a inserirsi in città 26 e probabilmente fu così se si presta fede anche al garbato ritratto della principessa alla corte di Modena, costruito attorno all’inventario delle sue cose redatto dopo il 1630 da Giovanni Battista Spaccini e studiato da Grazia Biondi 27. Qui Isabella è calata appieno nell’atmosfera della sua patria d’adozione, bene accolta dai

immagini intimae devotionis testimonium perenne voventi sacellum, et hoc grati animi monimentum illustrissimo domino Ludovico Provana comite Bejnetarum, Avillianae marchione, piam testatrici mentem pro iniuncto munere exponente, abbas et monachi cistercienses congregationis Sancti Bernardi anno rep. Sal. MDCXCVIII posuere”. 24 Cfr. F. VARALLO: “Le feste da Emanuele Filiberto a Carlo Emanuele I”, in G. RICUPERATI (ed.): Storia di Torino, vol. III: Dalla dominazione francese alla ricomposizione dello Stato (1536-1630), Torino 1998, pp. 673-698, in particolare 689-691. 25 Pochissimi i cenni che le riserva R. QUAZZA nella voce “Alfonso III d’Este” compilata nel 1960 per il DBI (consultabile on line: http://www.treccani.it/enciclopedia/alfonso-iii-d- este-duca-di-modena). 26 P. MERLIN: Tra guerre e tornei…, op. cit., p. 24. 27 G. B. SPACCINI: Il registro di guardaroba dell’Infante Isabella Savoia d’Este (1617- 1630), Modena 2001.

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principali gentiluomini e dame che componevano il piccolo ma vivace entourage cortigiano (i Rangone, i Tassoni, i Bentivoglio e i Villa in particolare). Per personalità e ruolo politico, tuttavia, Isabella appare capace e attenta quanto le sorelle, e ugualmente votata alla causa di famiglia nella difesa degli ideali paterni e, quel che più qui conta, materni. La sua vasta corrispondenza, conservata in buona misura a Torino 28, testimonia l’impegno profuso da Modena per alimentare l’alleanza stretta con gli Este e per mantenere alto il nome di famiglia in ambito padano. A conti fatti la responsabilità di Isabella non era tra le più facili: sebbene su di lei non gravassero le aspettative che avevano resa prima necessaria, poi infelicemente conclusa l’esperienza matrimoniale di Margherita, anche la giovane principessa si trovò proiettata in un mondo a lei estraneo e vacillante sul piano delle fedeltà politiche. Suo marito, il principe Alfonso d’Este (futuro III di quel nome), era figlio del duca Cesare, che ancora non aveva superato il trauma del trasferimento forzato della dinastia da a Modena (imposto dal Papato nel 1598) 29 e doveva ricostruirsi un tessuto di alleanze e di punti di riferimento in uno spazio denso di poteri signorili grandi e piccoli. Il nuovo ducato estense, infatti, comprendeva le città di Modena e Reggio con i loro contadi, e confinava con lo Stato pontificio estesosi appunto fino a Ferrara; con i ducati gonzagheschi di Mantova e di Guastalla; con il principato di Correggio; con le terre dei Farnese e con il Granducato di Toscana 30. Una geografia complessa, quella della pianura del Po, che richiedeva operazioni di equilibrismo diplomatico costante e che attirava per giunta l’attenzione del ducato di Milano, dunque della Spagna, e della Repubblica di Venezia, antica antagonista degli estensi ferraresi per il dominio sulla foce del fiume.

28 AST, Corte, MPRI, Lettere di principi diversi, mm. 8 e 9. Presso l’Archivio di Stato di Modena restano da esplorare, in relazione a Torino e agli anni di stanza della principessa Isabella, i fondi “Carteggi di oratori” e “Carteggi con principi esteri”. Sulle fonti vedasi ora anche: L. TURCHI: Archivi dell'informazione e diplomazia nell'età di Cesare I e Alfonso III, in corso di stampa (ringrazio l'Autrice per avermi consentito la lettura in bozze). 29 Cfr. almeno L. MARINI: “Lo Stato estense”, in L. MARINI et al.: I ducati padani, Trento e Trieste, Torino 1979, pp. 3-211, in part. pp. 63-66, e più di recente M. FOLIN: Rinascimento estense. Politica, cultura, istituzioni di un antico Stato italiano, Roma-Bari 2001, pp. 342 sgg. 30 Sull’intricata geografia politica della zona cfr. E. FREGNI (ed.): Archivi Territori Poteri in area estense (secc. XVI-XVIII), Roma 1999. Più in generale mi permetto di rinviare a B. A. RAVIOLA: L’Europa dei piccoli stati. Dalla prima età moderna al declino dell’Antico Regime, Roma 2008, pp. 68 sgg.

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Osservando dunque la posizione di Isabella da un punto di vista dinastico e strategico, risulta ben chiaro che le sue nozze avevano avuto il duplice scopo di imparentare i Savoia con una casata principesca italiana di pari antichità –e sul punto non mancava una certa rivalità genealogica– ma anche di offrire agli Este, un po’ sottotono rispetto ai fasti politici e culturali del Cinquecento, un’occasione di rilancio in Italia e in Europa. Si era trattato, insomma, di un affare reciproco, e per di più benedetto da Madrid che paventava l’amicizia del duca di Modena con la Francia. Peraltro è lo stesso Spaccini a lasciar traccia del fastidio momentaneo provocato non dalla neo sposa, ma da alcune sue accompagnatrici, ovvero da certe dame di razza spagnuola tanto superbe che se vi staranno costì seranno la roina di quella corte […] Se ai modenesi ancora bruciava dover cedere il passo ai ferraresi, figuriamoci agli spagnoli! 31. Il marchio spagnolo che aveva connotato sin da subito la posizione di Margherita per Isabella fu però più sbiadito. Il suo stesso profilo è più sfuggente, ma vale la pena di dedicargli un certo spazio in attesa di studi ulteriori. Innanzitutto le sue lettere non sono né meno numerose (circa 700) né meno dense di quelle scritte dalle sorelle, nella tradizione di famiglia che aveva visto sia i genitori sia i fratelli essere corrispondenti assidui dei congiunti più cari. E anche Isabella, memore dell’educazione ricevuta, fece spesso ricorso alla lingua materna e alla propria grafia per le missive di contenuto intimo o politico, riservando l’italiano e la penna dei segretari ai messaggi più convenzionali e di routine cortigiana. Sembra anzi che nel suo epistolario lo spagnolo sia preponderante rispetto a quelli di Margherita, Maria e Francesca, come se la distanza da casa avesse rafforzato in lei la nostalgia per le vecchie abitudini esemplificate nel lessico familiare. Per Margherita, invece, lo spagnolo –un po’ accantonato a Mantova– era divenuto lo strumento degli atti di governo, insieme con il portoghese; a Torino, come le due sorelle francescane, finì per usare di preferenza l’italiano. L’attaccamento di Isabella alla famiglia e al suo entourage emerge già nelle prime lettere, del 1604. “Doña Matilda me a dicho no se que de un oficio que don Amedeo os a suplicado” –scrive in una, facendo riferimento agli zii, la sorellastra e il fratellastro di Carlo Emanuele che ebbero enorme peso a corte 32–. Porge

31 G. B. SPACCINI: Il registro di guardaroba…, op. cit., p. 11. 32 Isabella a Carlo Emanuele I, AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 2. Su Matilde, figlia di Emanuele Filiberto e di Beatrice Langosco di Stroppiana, e ancor più su don Amedeo, nato da un’altra relazione adulterina del duca, cfr. ancora P. BIANCHI:“Una riserva di fedeltà…”, op. cit., pp. 330 sgg.

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poi al padre i saluti di tutte le sue dame di compagnia: “Doña Margarita Villa os besa los pies, y doña Violante lo mismo, i doña Mota lo mismo”, etc. di cordoglio, invece è il biglietto che manda al fratello Vittorio Amedeo in occasione della “trista nova che habbiamo havuto della morte del principe nostro fratello” Francesco Giacinto, l’erede alla corona morto a Madrid nella primavera del 1605 33. Ma il nucleo di scritti si fa consistente con l’arrivo e l’adattamento alla vita di Modena dove, tra il 1609 e il 1610, diede alla luce i primi due figli, Cesare (poi morto nel 1613) e Francesco, futuro duca di Modena e Reggio. Quando nacque quest’ultimo, Isabella fece sapere al padre che piacque a Dio N.S. concedermi hoggi sono 11 giorni il secondo figliuol maschio…e con tale prosperità che camino hormai gagliardamente alla primiera salute, avendo di già cominciato a passeggiare in camera assai ben franca della persona. I miei figlioli sono anch’essi nel medesimo stato di perfetta sanità 34. La maggior parte delle lettere ordinarie contiene raccomandazioni per modenesi o forestieri di passaggio diretti a Torino o intenzionati a servire nell’esercito, nelle magistrature e nel clero sabaudi, ed è interessante notare come la rete di confidenti della principessa comprendesse sia gentiluomini emiliani sia piemontesi che con lei intrattenevano rapporti stretti. Fra questi ultimi, per esempio, si contano il marchese di Lanzo, il conte di Polonghera, il conte di Vische o il conte Francesco Martinengo, oriundo bergamasco e capo della fazione filo- francese alla corte di Torino 35. Una rete che si estende anche alle donne, tra le quali la contessa di Polonghera Eleonora Madruzzo di Challant 36 o la marchesa Fauzone, cara amica di Isabella, come pure a intellettuali e prelati di spicco che la andavano a trovare a Modena. In un breve messaggio al padre, annuncia la visita del letterato Ludovico d’Agliè (futuro amante di Cristina di Francia) 37 e di vari esponenti del clero regolare provenienti dalle province subalpine o da Roma.

33 Lettera di Isabella a Vittorio Amedeo di Savoia, Torino, 26 aprile 1605 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 4). 34 Lettera di Isabella al padre, Modena, 14 settembre 1610 (Ibidem, doc. 24). 35 P. MERLIN: Tra guerre e tornei…, op. cit., passim. 36 La Challant aveva sostituito Mariana de Tassis nell’incarico di governante delle Infante, cfr. ancora P. MERLIN: Tra guerre e tornei…, op. cit., p. 112. 37 Lettera di Isabella al padre, Modena, 6 maggio 1611 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 39): “Pasando por aquì Lodovico de Allè…”.

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Emerge un quadro dinamico, che restituisce della città estense un’immagine se non cosmopolita, vivace e cruciale nel raccordo fra il Nord e il Sud della penisola e senz’altro fra principati padani e Stato pontificio. Isabella suggerisce “Cesare Augusti, pittore di ottima qualità” per il servizio del fratello Vittorio Amedeo 38 e propone Cesare Marotta, “gentiluomo di Regno”, napoletano, per l’onorificenza della croce dei Santi Maurizio e Lazzaro. La benevolenza nei confronti di frati, sacerdoti e autorità ecclesiastiche –come il vescovo di Modena che “a deseado sempre de trabajar en servicio de la Sed Apostolica” 39– dipende da due fattori: dall’influenza a corte del cardinale Alessandro d’Este (1568-1624), che lei chiama zio come lo definiva il principe suo marito, e dalla fede profonda che accomunava Isabella alle sorelle. Con gioia, nell’ottobre del 1611, annunciò al padre di aver “finalmente obtenido del señor duque de poder cumplir mi devoción de ir a la Santa Casa de Loreto” 40. Le raccomandazioni rientravano poi nei compiti ordinari della principessa, e dovevano essere la cifra consueta di molte figure femminili vicine al potere. Nel caso di Isabella, si coglie bene la mediazione tra il suo nuovo mondo e il vecchio, con una crescente attenzione per gli affari di Carlo Emanuele e un interesse quasi ossessivo per la collocazione delle dame della sua casa. Sul primo versante, le lettere del 1612 registrano uno scarto sensibile rispetto alle precedenti, più leggere e convenzionali: l’Infanta di Modena avvisa il padre che il duca suo suocero è in contrasto con quello di Parma per il possesso del castello di Rossella 41, ma soprattutto chiede conto del “abocamento con el marqués de la Ynoiosa” circa le prime tensioni con Mantova 42. Si andava facendo strada l’ansia per le sorti del ducato nei loro risvolti pubblico e personale: la notizia della morte dell’ultimo Gonzaga della linea principale

38 Lettera di Isabella al padre, Modena, 17 agosto 1611 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 49). 39 Lettera di Isabella al padre, Modena, 2 aprile 1611 (Ibidem, doc. 33). 40 Lettera di Isabella al padre, Modena, 19 ottobre 1611 (Ibidem, doc. 54). 41 Lettera di Isabella al padre, Modena, 7 giugno 1612 (Ibidem, doc. 71): si trattava di “diferencias de confines entre doña Isabel Gonzaga y el marqués Bentivoglio”, bolognese e suddito estense, delle quali era mediatore Francesco Gonzaga di Mantova, marito di Margherita e dunque cognato della stessa Isabella. 42 Lettera di Isabella a Carlo Emanuele I, Modena, 30 luglio 1612 (Ibidem, doc. 77).

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a mi en particolar me tiene afligida por amor de la Infanta mi hermana y mas que, por allarme en los nueve meses, no he podio ir a servirla con esta ocasion; lo que me ha pesado, lo dejo imaginar a V.A. 43. Per alcuni mesi, l’incertezza della situazione coinvolse in prima persona la stessa Isabella, che si trovò a mediare fra il padre e Vittorio Amedeo da un lato e il suocero e il consorte Alfonso dall’altro a proposito della destinazione di Margherita. “A Goit, donde avia ido por visitar la Infanta Margherita antes que partise por Turin”, la principessa di Modena aveva ricevuto lettere del fratello e del conte di Luserna relative alla sua difficile sistemazione: Asiguro a Vuestra Señoria che han sido superfluos mis ruegos con el señor duque mi suegro en lo que tocarà de recibir en esta casa a la Infanta mi hermana y mi sobrina su hija, porque no se podria mostrar mayor disposición y pronteza de la suya y todo avria sucedido si in quanto a la manera de Mantua no huviese propuesto enasperadas obligaciones y dificultades, en el cual tiempo no he dejado de enplearme con todos los oficios posibles por obedeçer a quanto me mandava V.A. 44. Nonostante la benevolenza mostrata dagli Este, nemmeno loro vollero assumersi la responsabilità di ospitare un’Infanta sgradita a molti principi italiani per via delle complicazioni che si erano addensate attorno alla sua persona e al destino di sua figlia, e malvista a causa del carattere volitivo e rabbioso che aveva cominciato a manifestare durante la vedovanza 45. Impotente, Isabella non avrebbe però mai smesso di informare il padre circa le mosse delle truppe toscane alleate alla Spagna e pronte a muoversi verso il Monferrato. Nel maggio del 1613 el duque de Florencia […] pedia el paso en la provincia del Fregnano por dos mil fantes y trecientos cavallos con la persona de don Francisco de Medicis su hermano en servitio del duque de Mantua, mas el señor duque lo ha negado assolutamente por tratarse de ir a daños de V.A. 46.

43 Lettera di Isabella a Carlo Emanuele I, Modena, 26 dicembre 1612 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 98). La duchessa di Modena stava per dare alla luce la quartogenita Caterina (1613-1628), morta novizia a soli quindici anni. 44 Lettera di Isabella al padre, Modena, 31 marzo 1613 (Ibidem, doc. 112). 45 Sul punto cfr. B. A. RAVIOLA: “The three lives of Margherita of Savoy…”, op. cit. 46 Lettera di Isabella al padre, Modena, 23 maggio 1613 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 117). Si noti che l’Infanta chiama Cosimo II de’ Medici “duca” e non “Granduca”, secondo quello che era invece il suo titolo ufficiale: nell’annosa rivalità con la dinastia toscana, infatti, Carlo Emanuele si rifiutava di riconoscerlo e di utilizzarlo. Cfr. F. ANGIOLINI: “Medici e Savoia. Contese per la precedenza e rivalità di rango

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Il confine tra Modenese e Garfagnana era poroso ma, assicurava Isabella, né il duca Cesare né i principi Alfonso e Luigi avevano intenzione di lasciar passare quei soldati 47. Il duca di Modena, però, era vassallo della monarchia spagnola come tanti altri signori italiani e alla fine era stato costretto a dare il suo benestare “por orden del rey mi tio”, cioè Filippo III: a mi no serà menester agnadir ninguna cosa, sino afirmar la verdad que S.A. [il duca di Modena] recibiò tan gran disgusto de aquella carta que vino de Milan que yo misma le vi hasta con las lagrimas en los ojos. No dirè del principe mi señor porque en aquel punto no se allava aquì avendo ochos dias que estava, como escrivì, en la parte del esercito que era destinado alla montagna […], mas V. A. [il duca di Savoia] se lo puede imaginar como lo ha sentido también el sabiendo quanto profesa de querer hazer en las ocasiones de su servicio […] y el oso dezir que es igual a mi proprio sentimiento 48. Per quanto brevi, e spesso filtrate dalle notizie avute dal consorte, le lettere di Isabella in tempo di guerra appaiono dense, premurose, partecipate e dalle chiare finalità informative. Il tenore politico è meno accentuato rispetto alla corrispondenza delle tre sorelle, e però si coglie anche nelle epistole di Isabella l’interesse costante per il paese di origine e per il suo coinvolgimento negli avvenimenti europei. In questo caso la lingua è pressoché sempre lo spagnolo. In spagnolo Isabella si rallegra con il fratello Vittorio Amedeo –con il quale ha un legame preferenziale– sapendo che, durante le operazioni militari della guerra monferrina, “ha vuelto de Aste con salud y con memoria de escrivirme, que es la mejor feria que yo puedo tener en este mundo” 49. E sempre al fratello maggiore –riferendo

in età moderna”, in P. BIANCHI e L. C. GENTILE (eds.): L’affermarsi della corte sabauda..., op. cit., pp. 435-479. 47 Alfonso “y don Luis su hermano” erano andati “a dar una vuelta en la provincia de la Garfagnana por ver en que manera estan las cosas” ed erano “prontos a poner la vida” al servizio sabaudo (lettera di Isabella al padre, Modena, 5 giugno 1613 - AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 119). La Garfagnana, peraltro, era da sempre area di frontiera: cfr. R. BAROTTI: “Vivere la frontiera in Lunigiana: comunità, feudi, granduchi nell’età moderna”, in E. FASANO GUARINI e P. VOLPINI (eds.): Frontiere di terra, frontiere di mare. La Toscana moderna nello spazio mediterraneo, Milano 2008, pp. 91-102. 48 Lettera di Isabella a Carlo Emanuele I, Modena, 19 giugno 1613 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 1, doc. 121). 49 Isabella al principe Vittorio Amedeo, Modena, 18 novembre 1615 (AST, Corte, MPRE, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 3, doc. 234). Ad Asti si stipularono due tregue importanti, N. GABIANI: Carlo Emanuele I e i due trattati d’Asti (1 dicembre 1614 – 21 giugno 1615), Asti 1915.

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dei “ruidos de venecianos” circa la somma di 300.000 scudi che “S.A. pedia en presto a la Republica”– si rivolgeva pregandolo di far sì che il padre le desse sue notizie: Deven ser 10 meses que S.A. no me a escrito y yo deseo estremamente su gracia asì por la particolar devociòn que le tengo como también por otros respetos y, si bien en gracias de Dios, yo estoy bien en esta casa por el amor que me tienen estos señores, pero rientra veran que S.A. se acuerda de mi y me favorese, seré mas estimada, y cadauno desea mejorarse. Yo creo que deven ser las ocupaciones que no dan lugar a ello. Me remito a vuestra prudencia y aseme placer de no escrivirme nada de ello porque no paresca cosa mendicada 50. La corrispondenza, in cui si mescolavano temi pubblici e personali, diveniva così anche strumento di considerazione: se il duca scriveva alla figlia, la sua posizione alla corte di Modena ne risultava rafforzata e il suo ruolo indiretto di mediatrice acquisiva un’altra visibilità. Dal punto di vista privato dominava in Isabella la preoccupazione per la sistemazione di Carlotta, Antonia e Violante, tre delle damigelle facenti parte del seguito venuto da Torino, dunque aristocratiche piemontesi. Una di esse era Violante Provana, figlia dei marchesi di Druento, per la quale si avviarono lunghe trattative con il marchese Bentivoglio 51, mentre “apparisce nuova occasione di maritare donna Ciarlotta nel senatore Bolognetti da Bologna” 52. Carlotta era sorella del conte Guido di San Giorgio, controversa figura di fedelissimo di Vincenzo I Gonzaga passato dalla parte di Carlo Emanuele I alla scoppio della guerra di Monferrato 53. Per cui, anche sul fronte delle cose cortigiane, gli interessi dinastico-territoriali sono presenti, e fittamente intrecciati. Ed è infatti difficile districarsi nella mappa delle raccomandazioni di Isabella, che per esempio, ben sapendo dei favori goduti dal San Giorgio presso il padre, gli suggeriva di avvalersi a corte di “Marco Querenghi, gentilhuomo padovano”, già arruolato nella

50 Isabella a Vittorio Amedeo, Modena, 28 aprile 1616 (AST, Corte, MPRE, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 3, doc. 263). 51 Cfr. per esempio la lettera di Isabella al padre, Modena, 27 novembre 1612 (Ibidem, fasc. 1, doc. 91). 52 Lettera di Isabella al padre, Modena, 29 agosto 1612 (Ibidem, doc. 79). 53 Sul personaggio rinvio a B. A. RAVIOLA: “Servitori bifronti. La nobiltà del Monferrato tra Casale, Mantova e Torino”, in P. BIANCHI e L. C. GENTILE (eds.): L’affermarsi della corte sabauda..., op. cit., pp. 481-505.

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compagnia del conte Guido e “nippote di mons. Querengo, quel letterato tanto famoso nella corte di Roma, e servitore caro di S.E. il cardinal d’Este mio zio” 54. L’asse Modena-Roma-Torino diviene presto preponderante nelle lettere dell’Infanta sabauda e ciò si deve sia alla sua spiccata devozione sia all’interesse per la sistemazione –oltre che delle sue servitrici– di alcuni dei suoi figli, in particolare il cagionevole Carlo Alessandro (1619-1679), destinato a morire celibe e in preda alla malattia mentale. Per lui, sin da quando era bambino, Isabella aveva pensato a una commenda sabauda e le sue missive si animano quando si tratta di conseguire lo scopo: incarica il padre Costantino Testi di far pressione a Roma per tramite dell’abate Scaglia di Verrua, inviato da Torino 55; raccomanda Melchiorre Caravoglia, già precettore del principino, che viene eletto cappellano nella capitale sabauda 56; soprattutto si risente con il padre se, come pare, non le offre il suo appoggio: Già V.A. havrà veduto quanto le ho scritto in materia della comenda di don Alfonso d’Este. Hora m’occorre d’aggiungerle come s’è intesa la sua morte et di più ho saputo con mio infinito dispiacere che per Milano corre voce che V.A. la procuri per un suo figlio naturale. Io però non ho creduto, stando la benigna offerta che V.A. fece già di farla havere ad uno de’ miei figli… Nondimeno… ho stimato necessario il darne questo tocco a V.A. e supplicarla quanto più posso d’havere a cuore il favorirmi in questo particolare 57. Tono simile si riscontra in altra di alcuni mesi più tardi, nella quale, fra l’altro, si fa un cenno interessante alla quadreria del castello di Rivoli 58:

54 Lettere di Isabella al padre, Modena, 28 maggio 1614 e 3 gennaio 1615 (AST, Corte, MPRE, Lettere principi diversi, m. 8, fasc. 2, doc. 186 e Ibidem, fasc. 3, doc. 242). Il letterato citato dalla principessa è l’erudito Antonio Quarenghi, già precettore di Alessandro d’Este, figlio naturale di Alfonso d’Este e Violante Segni, cfr. P. PORTONE: “Este, Alessandro d’”, http://www.treccani.it/enciclopedia/alessandro-d-este_(Dizionario-Biografico)/. 55 Isabella al padre, Modena, 22 maggio 1623 (Ibidem, m. 9, fasc. 3, doc. 264). 56 Isabella al padre, Modena, 3 gennaio 1624 (Ibidem, doc. 288). 57 Isabella al duca Carlo Emanuele I, Modena, 18 dicembre 1623 (Ibidem, doc. 286). 58 “Mi sono capitati certi quadri di tutti i beati cappuccini et ho stimato che potessero essere a proposito per la galeria di V.A. in Rivoli et gli faccio copiare con pensiero, se la cosa le sarà di gusto, d’inviarglieli con la prima occasione” (Isabella al duca Carlo Emanuele I, Modena, 9 marzo 1624 - Ibidem, doc. 296). Il 9 aprile lo aggiorna in merito: “Mando a V.A. solo cinque ritratti di beati cappuccini non essendo ancora forniti gl’altri, quali invierò subito che saranno forniti: la divotione che V.A. ha a questa religione m’assicura che sia per gradirli, ancorché la pittura non sia riuscita a mio gusto”.

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Confesserò ben a V.A. liberamente d’esser restata poco edificata in quest’occasione del signor cardinale mio fratello poiché subito che vaccò la su detta commenda, invece di procurarla per uno dei miei figli, la dimandò pel principe Luigi ad istanza del cardinal d’Este. Eppure io m’ero anticipatamente allargata con V.A. del poco amore che Sua signoria illustrissima mostrava ai miei figli in tutte l’occasioni et l’aveva pregata che, giacché di questa parte non si potevano aspettare alcun bene,…V.A. volesse favorirmi 59. Lettera questa, che rivela una certa tensione fra Isabella e il fratello Maurizio, ma soprattutto fra la principessa sabauda e il cardinal d’Este. Non a caso, nel dare notizia della sua morte, ella era esplicita nel dire che il “vien mitigato assai il dolore dalla conoscenza che si tiene del poco profitto che ha apportato alla casa” 60. Queste vicissitudini interne potranno essere indagate più a fondo, e in rispetto alla politica estense negli anni successivi. Quel che è evidente che, come nel percorso diverso ma parallelo delle sorelle, anche Isabella andò interessandosi sempre più a questioni ecclesiastico-religiose, non da ultima la causa di canonizzazione del beato Amedeo IX di Savoia 61 che fu motivo di vanto e di unione dei principi sabaudi. Si dovrà tuttavia notare che, certo non solo grazie a Isabella, ma forse anche in virtù del suo legame con Alfonso, la corte estense di quegli anni aveva stretto notevolmente i suoi legami con la Spagna. Lo attestano, senza che qui si possa dedicar loro spazio, le biografie del figlio e di un fratello di Alfonso: il suo successore Francesco I (1610-1658) che, prima di divenire un potente alleato di Francia e Savoia negli anni Cinquanta –fu lui a conquistare Alessandria, Valenza e Mortara fra il 1656 e il ’58– appoggiò la politica spagnola in funzione anti-farnesiana e nel 1638 fu ritratto da Velázquez 62. E Niccolò d’Este (1601-1640), che sposò un’aristocratica spagnola, Sveva d’Avalos.

59 Isabella al duca Carlo Emanuele I, Modena, 9 marzo 1624 (AST, Corte, MPRE, Lettere principi diversi, m. 9, fasc. 3, doc. 296). 60 Isabella al duca Carlo Emanuele I, Modena, 17 maggio 1624 (Ibidem, doc. 304). 61 Isabella, sempre al padre, Modena, 20 ottobre 1623 (Ibidem, doc. 276). 62 Il magnifico ritratto si conserva nella Galleria Estense di Modena. Cfr. M. SIMAL: “La estancia en Madrid de Francisco I d’Este, VIII duque de Modena, en 1638”, in E. FUMAGALLI e G. SIGNOROTTO (eds.): La corte estense nel primo Seicento. Diplomazia e mecenatismo artistico, Roma 2012.

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Le Infante di Savoia: percorsi dinastici e spirituali...

Disciplina, fede e modestia: un panegirico in morte di Isabella

Per i cortigiani suoi contemporanei, Isabella aveva soddisfatto le aspettative di duchessa consorte dando al marito molti figli, fra i quali l’erede maschio, e sapendo restare al suo posto. Grazia Biondi ricorda una serie di autori, per lo più modenesi, che ne diedero un ritratto pacato e lusinghiero 63. Non si discosta dal canone il francescano Pasquale Codreto da Sospello, autore delle Annotationi della vita e morte della Serenissima Infanta donna Isabella duchessa di Modena e Reggio, edite a Mondovì nel 1654 64. Preceduto da tre anagrammi del nome dell’Infanta (Isabella Sabaudiae) che riflettono l’immagine serena del personaggio 65, il testo è innanzitutto un panegirico delle virtù cristiane di Isabella. Virtù che –come si dice nelle prime righe– le derivavano dal benefico influsso della madre Catalina: “solo d’età bambina, ma di saper già vecchia”, l’Infanta si era mostrata assai devota sin da piccola e la genitrice sua serenissima per sodisfar a tanto divoto genio, disponea mandarla nel Monastero delle Scalze in Madrid dell’ordine serafico di San Francesco sotto la disciplina et educatione dell’Infanta Suor Margarita d’Austria monaca in quel monastero 66. L’indicazione è già di per sé preziosa e indicativa dell’influenza della religiosità madrilena e di corte che già abbiamo sottolineato e non stupisce apprendere dallo stesso Codreto che Isabella, che volentieri avrebbe consacrato la vita a Dio, pensò lo stesso destino per una delle sue figlie: la quartogenita Caterina fu effettivamente

63 G. B. SPACCINI: Il registro di guardaroba…, op. cit., pp. 15 sgg. Si tratta del gesuita Luigi Albrici, dell’abate Troilo Roberti e del predicatore cappuccino bolognese padre Francesco Toschi. 64 Ho consultato l’edizione legata in Ghirlanda di alcuni principi beati di Real Casa Savoia tessuta dall’ossequio del reverendo Padre Fra’ Codreto da Sospello, Lettore Predicatore generale e Padre di Provincia de’ Minori Osservanti, in BRT, C.4.25. Dell’autore si sa poco: compare fra gli autori citati in O. Derossi, Scrittori piemontesi, savoiardi e nizzardi registrati nei catalogi del vescovo Francesco Agostino della Chiesa e del monaco Andrea Rossotto, Stamperia Reale, Torino 1790, p. 176, ed era presumibilmente congiunto (fratello?) del più noto panegirista Antonio Agostino Codreto, anch’egli da Sospello, sul quale cfr. M. L. DOGLIO e M. GUGLIELMINETTI: “La letteratura a corte”, in G. RICUPERATI (ed.): Storia di Torino, vol. III: Dalla dominazione francese…, op. cit., pp. 599-672, p. 652. 65 Albe, dia basis aulae; Alba Delia, beas vias; De Sylva Sabaea Liba. 66 Annotationi della vita et morte…, op. cit., p. 2.

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inviata a Madrid nel convento delle Descalzas Reales e lì sarebbe morta novizia a soli quindici anni 67. La scelta educativa e di vita imposta a Caterina –pari nel nome alla madre di Isabella, e alla molto amata sorella minore Francesca Caterina– è ben documentata nelle lettere della principessa di Modena: “credo che di Spagna lei sia avisata del favore che mi ha fatto l’Infante monaca d’acetare mia figlia nel suo monastero, et gusto particolare di S.M.” scrisse al padre nel luglio del 1620 68. E alcuni mesi più tardi stese un’altra lettera per significare a V.A. come essendosi assodato per mezo del principe Filiberto in conformità di quanto io lo pregai, che Caterina mia figlia sia accettata nelle Discalce di Madrid per crearsi appresso l’Infanta monaca, hora mi avisa che con l’occasione delle galere del marchese Santa Croce la manda a levare et che don Giovanni di Rivera et altri suoi servitori verranno a servirla, tal che per questo si figura detta figliola sarà di prestissimo partita per Ispagna, restando tutta questa casa obbligatissima a mio fratello per così care dimostrationi ch’usa continuamente in favorirla 69. Dal che si deduce che fondamentale, nel far sì che la giovane fosse introdotta in Spagna, era stato il contributo del fratello Emanuele Filiberto, la cui carriera di ammiraglio era in ascesa e che al momento costituiva il perno più solido su cui continuavano a ruotare i rapporti familiari fra Asburgo e Savoia. L’“Infanta monaca” cui si fa riferimento è suor Margarida de la Cruz, figlia dell’imperatore Massimiliano II e di Maria d’Asburgo, la sorella di Filippo II e di Giovanna d’Austria, che fu la fondatrice delle Descalzas Reales 70. Una figura di spicco della vita spirituale spagnola, che oltretutto mantenne vivi i contratti fra i due rami degli Asburgo e favorì il circuito delle giovani europee di altissimo rango destinate ai chiostri. È ben noto, di fatti, il suo ruolo attivo in questo senso come

67 Cfr. Annotationi della vita et morte…, op. cit., p. 4 e supra nota 42. 68 Lettera di Isabella a Carlo Emanuele I, Modena, 9 luglio 1620 (AST, Corte, MPRI, Lettere principi diversi, m. 9, fasc. 2, doc. 114). 69 Lettera di Isabella a Carlo Emanuele I, Modena, 15 settembre 1620 (Ibidem, doc. 125). 70 Rimasta vedova nel 1582, l’imperatrice Maria tornò in Spagna con la figlia Margherita, la quale, al compimento dei diciotto anni (1584), entrò nel monastero restandovi fino alla morte (5 luglio 1633). Margherita mantenne importanti contatti con Rodolfo II e con gli arciduchi Alberto e Isabella Clara Eugenia. Cfr. K. VILACOBA RAMOS: “Las religiosas de las Descalzas Reales de Madrid en los siglos XVI-XX: fuentes archivísticas”, Hispania Sacra 125 (2010), p. 123. Ringrazio Almudena Pérez de Tudela per avermi segnalato quest’articolo e altre informazioni utili sul convento della Descalzas reales.

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pure, nello specifico, il compito di intermediazione che rese possibile l’arrivo a Madrid di Caterina d’Este 71. Per il Isabella –ricorda ancora Codreto da Sospello– il progetto di monacazione in Madrid era a suo tempo sfumato a causa della salute cagionevole, ma questa non le aveva impedito di divenire buona pedina di scambio per la corte paterna, essendo “una delle più nobilissime dame, non solo d’Italia ma dell’Europa” 72. “La principessa uscì dalla casa paterna con semplicità di colomba” e a quella dote unì la prudenza per la quale tutti i consiglieri e nobili di Modena presto la notarono 73. Il matrimonio fu felice e prolifico: i due erano oculatissimi nell’educatione de’ principi loro figliuoli, conoscendo non potersi aspettar buon uccello da principi mal allevati, perché acqua di fiume torbido non lava, né rotto cuor fa parlar dritto 74. Isabella appariva saggia, grave e operosa, spesso immersa nella preghiera e intenta nelle opere di carità, sempre rassegnata alla volontà di Dio, come in occasione della morte del primogenito Cesare o del fratello preferito Emanuele Filiberto. Poiché durante il parto del 1622 con cui diede alla luce una bambina 75 rischiò di morire, “fu anco raccoglitrice o madrina di quei poveri parti che con la morte delle madri nascendo non havevano come mantenere la vita” 76. Una forma di beneficenza, questa, che le derivava dall’esperienza personale, ma che certo teneva conto anche dell’attenzione della madre Catalina Micaela (deceduta anch’essa al suo decimo parto) per le prime forme di assistenza femminile sperimentate a Torino sul finire del Cinquecento 77. Molte, dice Codreto, le giovani

71 Cfr. M. SÁNCHEZ HERNÁNDEZ: “Mujeres, piedad e influencia política en la corte”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. A. VISCEGLIA (eds.): La monarquía de Felipe III, vol. III: La corte, Madrid 2008, pp. 146-163, in particolare p. 151, e ora anche M. SIMAL: “La estancia en Madrid de Francisco I d’Este…”, op. cit., che informa che nel museo conventuale si conservano tuttora tre ritratti dell’Infanta Caterina. 72 Annotationi della vita et morte…, op. cit., p. 3. 73 Ibidem, p. 5. Codreto ricorda anche che Traiano Boccalini, nei suoi Ragguagli di Parnaso (centuria 78), benedice le nozze come foriere di pace. 74 Ibidem, p. 7. 75 Beatrice d’Este, morta nel 1623. Un’altra Beatrice era nata e morta nel 1620. 76 Annotationi della vita et morte…, op. cit., p. 21. 77 Cfr. E. CHRISTILLIN: “Gli ospedali e l’assistenza”, in G. RICUPERATI (ed.): Storia di Torino, vol. V: Dalla città razionale alla crisi dello Stato d’Antico Regime (1730-1798), Torino

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sventurate aiutate da Isabella e “la di lei corte fu così ben regolata” che alcuni aristocratici, per le loro figlie, la preferivano al convento 78. “L’heroina Isabella” amava leggere di storia, aveva “notizia di varie lingue” e “cognizione de’ precetti politici”, ma soprattutto si dilettava “delle lettioni della scrittura sacra, e aborriva quelle de’ libri profani né permetteva alle dame o donne di corte di tenerne”, motivo per cui il suo palazzo rasembrava più tosto un’academia di virtù religiose che corte di Principessa grande, imperoché il più delle sue dame si confessavano e comunicavano non tanto nei giorni ch’ella lo faceva, ma anco più frequente 79. Il racconto degli ultimi giorni di vita e della morte di Isabella non può che continuare su questa falsariga, nell’esaltazione della pazienza con cui ella seppe sopportare il tormento fisico e il dolore di accomiatarsi dai suoi. Assistita dal confessore don Marcello Magali, Isabella volle accanto a sé il marito e i figli e, “senza sparger pur una minima lacrima”, fece benedire loro e gli altri figli assenti, “cioè il signor principe Carlo Alessandro, che si ritrovava in Torino appresso il Serenissimo signor duca di Savoia, e la signora principessa Caterina, monaca in Spagna” 80. Al maggiore ed erede al ducato Francesco regalò il cordone di San Francesco “ch’ella del continuo cinto portava […] come la più pretiosa gioia che fosse nella Serenissima casa d’Este”. Volle quindi conversare con il principe Alfonso circa la “detestatione delle vanità mondane”, per poi pregare con don Marcello e con il cappuccino padre Sestola e ricevere la benedizione del vescovo monsignor Bertacchi e di alcuni domenicani. Dettò un codicillo a completamento del testamento e si fece leggere alcuni passi delle opere di “Padre Luiggi di Granata” 81. Il 22 settembre 1626, per le complicazioni seguite al parto dell’Infanta

2002, pp. 343-367, in particolare p. 347. La stessa Isabella, a Modena, fu benefattrice delle chiese dei Padri Cappuccini, di San Vincenzo e di San Carlo (Annotationi della vita et morte…, op. cit.). 78 Ibidem, p. 23. 79 Ibidem, rispettivamente pp. 38, 41, 46. 80 Ibidem, p. 52. 81 Ibidem, p. 55. Il teologo domenicano Luís de Granada (1505-1588) era autore, fra le altre opere, di una celebre Guía de pecadores che aveva avuto un’edizione italiana proprio a Torino, presso la tipografia Bevilacqua, nel 1585 presumibilmente sotto l’impulso delle nozze fra Catalina e Carlo Emanuele.

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Anna Beatrice, morì e il cordoglio fu grande “non solo nel Palazzo ducale e nella corte, ma in tutta la città e nello Stato”. I tratti del volto si distesero e molte donne di corte che tutto il giorno la ventagliarono (come si suole i corpi morti) degne di fede attestano che dal corpo di lei vicina bonissimo odore, con tutto che l’havesse pieno di piaghe, e fosse in tempo di gran calore, e mentre stava in agonia lo rendesse assai cattivo 82. Portata la salma in una cappella del Palazzo, furono celebrate alcune messe in suo suffragio, quindi la sera medesima fu posta col abito da cappuccino entro una cassa di piombo che stava in un’altra di legno con una croce di legno sopra il petto, insieme un elogio scritto col sommario di lei in lingua latina. Seguì una processione notturna sotto la scorta del principe suo marito, del maggiordomo Massimiliano Montecuccoli, di vari prelati e della gente i quali tutti “proclamavano l’Infanta beata e santa”: Oh che vaga leggiadra e divota metamorfosi in vedere le dovitie degli abbigliamenti che la duchessa portava (non per vanità, più tosto da lei aborriti, e detestati ma per convenienza di gran principessa) cambiarsi hora in ruvido panno! 83. La sublimazione dell’Infanta Isabella non fu solo retorica: sinceramente colpito dall’intensa devozione francescana praticata dalla moglie, il consorte Alfonso –dopo un solo anno di ducato (1628)– rinunciò al potere a favore del figlio Francesco e si fece cappuccino con il nome di Giovanni Battista il 13 luglio 1629, cosa che destò scalpore e ammirazione presso i contemporanei 84. Di lei restavano una raccolta di reliquie –come quelle del beato Andrea d’Avellino e di

82 Annotationi della vita et morte…, op. cit., p. 58. Fra i mali che avevano afflitto Isabella negli ultimi anni si annoverava una grave forma di otite per la quale era in cura dal medico Bartolomeo Malpighi, fratello dell’ancor più celebre Marcello (Ibidem, p. 56). 83 Ibidem, p. 59. Codreto riporta quindi l’Elogio latino composto dal signor dottore Lodovico Scapinelli modenese, scritto in carta pergamena, posto in un cannone di piombo nella cassa dove sono l’ossa della Serenissima Infanta donna Isabella di Savoia (pp. 66-70). Un cenno alle esequie di Isabella è anche in P. COZZO: “‘Con lugubre armonia’. Le pratiche funerarie in età moderna”, in P. BIANCHI e A. MERLOTTI (eds.): Le strategie dell’apparenza. Cerimoniali, politica e società alla corte dei Savoia in età moderna, Torino, 2010, pp. 73-91, p. 82. 84 Alfonso III morì in convento nel 1644. Cfr. G. RICCI: Il principe e la morte..., op. cit., p. 181.

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altri santi portate dai Teatini da Roma a Modena, nel pantheon ducale di San Vincenzo 85– e le lettere “sopra diverse materie spirituali” scritte a Francesca Caterina, scelte queste ultime da Codreto per portare all’estremo l’elogio della fede mistica della principessa sabauda. Citate per passi brevi e divise in categorie tematiche, i soggetti delle epistole contemplano le pratiche religiose delle due sorelle: disprezzo del Mondo 86; confidanza in Dio 87; divotione; humiltà 88; memoria di morte; mortificatione; ubbedienza; oratione; perfettione, coltivata attraverso letture teologiche 89; rassegnatione in Dio e così via, fino all’unione mistica con il Signore 90, in un crescendo virtuoso intriso di compassione, di penitenza e di un qualche compiacimento reciproco. La selezione di questi brani –quanto interpolati?– testimonia peraltro il vincolo di affetto fra Isabella e Francesca Caterina, forse le più schive e docili fra le quattro figlie di Carlo Emanuele I e Catalina Micaela. E idealmente, dato il fervore mistico-religioso in cui maturò questa loro corrispondenza, invita all’ultima, breve tappa del nostro percorso.

FEDE E POLITICA: MARIA APOLLONIA E FRANCESCA CATERINA TERZIARIE FRANCESCANE

“Si dice che torneremo a essere spagnuoli […]. Tutti generalmente ne sentono un’allegrezza grande, ma non sono mancati anche pianti e disperazioni

85 Annotationi sopra la vita et morte…, p. 31. 86 Ibidem, p. 71: “Mi rallegro che sia finito il Carnevale…”. 87 “La morte del nostro caro fratello, il principe Filiberto, è una molto buona lettione per noi di non ponere le speranze nella vita degli uomini, che è come fior del campo, che alla mattina nasce e muore la sera” (Ibidem, p. 73). 88 “Sempre mi trovo con poca divotione, et hora ne sono più priva di mai; non so staccarmi una volta da queste cose del Mondo, anzi ho sì vive le mie passioni che dubito non poterne uscire con quel frutto che vorrei” (Ibidem, pp. 76-77); “Conosco che Dio vorrebbe una volta tirarmi a lui; io però molto male corrispondo”, p. 79. 89 “Il Ribadiniera in Spagnolo è molto copioso, et il di lui Flos sanctorum sono certa che li piacerà” (Ibidem, p. 89). 90 “Vorrei talmente scordarmi delle cose del Mondo come se non più fossero state, et ogni giorno che mi sono più radicate nel cuore e che non ho cominciato sin hora a vivere Christianamente” (Ibidem, p. 103).

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grandi” 91. Con queste parole l’Infanta Maria Apollonia registrava le reazioni di corte successive a un nuovo riavvicinamento alla Spagna decretato da Carlo Emanuele nel 1626 dopo la delusione del trattato segreto di Monzón concluso a sua insaputa dalla Francia con Madrid. La frase è sintomatica tanto della decisa aderenza della principessa sabauda al partito ispanofilo quanto del suo acuto spirito d’osservazione. Ho già scritto anche di Maria Apollonia e di Francesca Caterina e non è opportuno qui dilungarsi troppo sul legame affettuoso fra le due sorelle minori e sul carattere predominante della prima sulla seconda, in una sintonia indissolubile basata sulla pratica della fede in Dio e della fedeltà al re di Spagna 92. Quel che si può rimarcare è il sottile carattere politico della corrispondenza di Maria Apollonia e, in misura minore, di Francesca Caterina, fornendo però qualche notizia in più circa la loro posizione di partenza nel mercato matrimoniale europeo 93. Sappiamo infatti che anch’esse, come è ovvio, furono prese in considerazione per le nozze con alcuni buoni partiti sulla piazza fra dinastie italiane e straniere. Caterina, per esempio, ricevette la proposta del cugino Enrico di Savoia-Nemours, secondo una chiara strategia del ramo cadetto della famiglia per imparentarsi col tronco principale e incrementare così le sue possibilità in fatto di successione. Un disegno questo che avrebbe trovato compimento più avanti, con il matrimonio fra Carlo Emanuele II e la cugina Maria Giovanna Battista di Savoia-Nemours celebrato nel 1665 94. All’epoca, invece, e cioè intorno

91 La lettera è ricordata in P. MERLIN: Tra guerre e tornei…, op. cit., p. 119. 92 B. A. RAVIOLA: “Venerabili figlie: Maria Apollonia e Francesca Caterina di Savoia, monache francescane, fra la corte di Torino e gli interessi di Madrid (1594-1656)”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN, M. RIVERO RODRÍGUEZ e G. VERSTEEGEN (coords.): La corte en Europa. Política y religión (siglos XVI-XVIII), 3 voll., Madrid 2012, vol. II, pp. 887-910. 93 Sull’espressione e sulla sua importanza per i principi della penisola cfr. A. SPAGNOLETTI: Le dinastie italiane nella prima età moderna, Roma-Bari 2003, in particolare il cap. III, pp. 159 sgg. 94 Fondamentale R. ORESKO: “Maria Giovanna Battista of Savoy-Nemours (1644-1724): daughter, consort and regent of Savoy”, in C. CAMPBELL ORR (ed.): Queenship in Europe, 1660- 1815. The Role of the Consort, Cambridge 2004, pp. 16-55, ma ora si veda anche T. OSBORNE: “‘Nôtre grand dessein’: o projecto de casamento entre o duque Vítor Amadeu e a Infanta Isabel Luísa e a política dinástica dos Sabóias (1675-82)”, in M. A. LOPES e B. A. RAVIOLA (eds.): Portugal e o Piemonte..., op. cit., pp. 211-238. Sui Savoia-Nemours e i loro (non sempre lineari) rapporti con i Savoia della linea principale cfr. M. VESTER: Jacques de Savoie-Nemours. L’apanage du Genevois au coeur de la puissance dynastique savoyarde au XVIe siècle, Genève 2008.

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al 1614-’15, le pressioni della Spagna in piena guerra del Monferrato fecero fallire il progetto, inasprendo fra l’altro le tensioni tra il duca di Savoia e quello di Nemours 95. Le ambizioni nuziali di Carlo Emanuele, tuttavia, avevano avuto un lungo decorso: Caterina fu promessa perfino a Filippo III –o, più modestamente a un membro della sua corte come il conte de Ampudia, nipote del duca di Lerma 96– mentre per Maria Apollonia si avviarono trattative con l’imperatore Rodolfo II e, in seconda battuta, con il principe del Galles Enrico Stuart 97. Fu il conte Guido Aldobrandino di San Giorgio a negoziare l’eventuale unione imperiale: era il 1606 e il nobile monferrino, ancora suddito gonzaghesco a tutti gli effetti, aveva avuto il compito di promettere a Rodolfo (e collateralmente all’arciduca Mattia suo fratello) la mano di Maria in cambio dell’acquisizione dei feudi imperiali delle Langhe. Pare che l’imperatore si informasse “se l’infanta assomigliava a donna Margherita” 98 per la quale si andava abbozzando il matrimonio mantovano, ma il partito asburgico si pronunciò a favore della principessa di Baviera e il progetto andò in fumo insieme con uno dei primi tentativi concreti di conquistare le terre piemontesi che dipendevano direttamente dall’autorità cesarea 99. Il matrimonio spagnolo per Francesca Caterina, invece, avrebbe dovuto costituire il pendant di quello del principe di Piemonte Vittorio Amedeo con l’Infanta Anna sua cugina, la primogenita ancora bambina di Filippo. Il diplomatico che intavolò le pratiche fu l’abile Filiberto

95 Cfr. G. MOMBELLO: “Un poeta francese alla corte di Carlo Emanuele I: Pierre Bertelot (1581-1615)”, in M. MASOERO, S. MAMINO, C. ROSSO (eds.): Politica e cultura nell’età di Carlo Emanuele I. Torino, Parigi, Madrid, Firenze 1999, pp. 227-262, dove è ricordato opportunamente anche A. BIANCHI: Maria e Caterina di Savoia, Torino 1936, pp. 30 sgg. 96 Cfr. Ibidem, pp. 26-27, e L. CABRERA DE CÓRDOBA: Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614, Madrid 1857, p. 362 e p. 382. 97 Ibidem. Cfr. anche, fra gli altri, A. SPAGNOLETTI: Le dinastie italiane…, op. cit., p. 166, e F. ANGIOLINI: “Medici e Savoia…”, op. cit., p. 454. 98 A. BIANCHI: Maria e Caterina di Savoia, op. cit., p. 24. 99 La questione fu lunga e complessa, rimando al mio “Monferrato e feudi imperiali nelle rivendicazioni sabaude alla corte di Vienna (secoli XVI-XVII)”, in M. BELLABARBA e J. P. NIEDERKORN (eds.): Le corti come luogo di comunicazione. L’Italia e gli Asburgo (secc. XVI- XVIII) / Höfe als Orte der Kommunikation. Die Habsburger und Italien (16. – 19. Jahrhundert), Bologna 2010, pp. 75-93, e alla relativa bibliografia.

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Gherardo Scaglia di Verrua 100 che però non riuscì a far accettare a Madrid “le esorbitanti pretese” di Carlo Emanuele che chiedeva in dote “Finale, Monaco, Mentone e l’isola di Sardegna col titolo regio” 101; in effetti il duca di Savoia cercava di ottenere dall’alleanza con la Spagna una svolta territoriale radicale la quale, con incosciente lungimiranza e ben prima del 1718, avrebbe proiettato il Piemonte nel contesto mediterraneo riducendo l’influenza iberica. La concessione della mano di Francesca Caterina al nipote del duca di Lerma rientrava nel disegno di un piano tanto esagerato. Posto che farla sposare al re sarebbe stato impossibile, se il suo primo ministro si fosse imparentato con il principe italiano, avrebbe finito per caldeggiare tutti gli altri suoi propositi: il matrimonio di Vittorio Amedeo; il generalato del mare per Emanuele Filiberto (che gli fu davvero concesso 102); l’arcivescovado di Siviglia, uno dei più dotati di Spagna, per il cardinal Maurizio 103. La cosa era già avviata e secondo i dispacci diplomatici “il duca di Lerma fu incaricato d’iniziare Caterina alle sottigliezze dell’etichetta madrilena” 104. D’altro canto gli inviati del duca di Savoia andavano abbozzando i progetti nuziali fra Maria Apollonia e il principe Enrico di Galles, nella speranza che una figlia del re d’Inghilterra potesse sposarsi con Vittorio Amedeo. Si trattava di una manovra provocatoria, volta a cercare consensi anche nell’ambito dei Paesi dalle chiese riformate e a smorzare gli influssi franco-spagnoli sul territorio piemontese. Ugualmente ambigua era la proposta di far sposare Francesca Caterina al cugino Enrico di Nemours nel tentativo di rafforzare dall’interno l’asse dinastico-territoriale: il piano non era gradito alla Spagna, dove si desiderava che i principi di Savoia sposassero solo persone che essendo elette da loro ‘rimanessero più dipendenti da essi che congiunti col duca medesimo’. Ripetutamente il principe Emanuele Filiberto,

100 Sulla sua figura cfr. T. OSBORNE: Dynasty and Diplomacy in the Court of Savoy: Political Culture and the Thirty Years’ War, Cambridge 2002, passim. 101 A. BIANCHI: Maria e Caterina di Savoia, op. cit., p. 26. 102 Cfr. M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La casa del príncipe Filiberto de Saboya”, in B. A. RAVIOLA e F. VARALLO (eds.): L’Infanta..., op. cit. 103 A. BIANCHI: Maria e Caterina di Savoia, op. cit., p. 26. È probabile che fra le fonti della Bianchi siano da annoverare le Relaciones di Cabrera de Córdoba, che sul punto offrono le stesse indicazioni. 104 Ibidem, p. 27.

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facendosi eco dei sentimenti della corte di Madrid, aveva manifestata la propria disapprovazione a queste nozze 105 e anzi esortava che si mandasse la sorella più giovane in Spagna in modo da dare corpo a un’unione filo spagnola. Mentre la consorte di Filippo III, Margherita d’Austria-Stiria, era in fin di vita, si pensò addirittura che il re potesse risposarsi con una delle due infante sabaude rimaste nubili (con buona pace della maggiore Margherita, si sarebbe trattato probabilmente proprio di Francesca Caterina). Tuttavia non se ne fece nulla e pare che Carlo Emanuele, deluso, scrivesse: “Sua Maestà sposandosi altrove ci mette un sfido sul volto che non si potrà mai sanar con alcuna medicina” 106. Ad ogni modo, la morte del principe inglese nel 1612 e le complicazioni diplomatiche decretarono la fine di quei piani e il conseguente ridimensionamento delle chimere paterne. Forse, però, ci si può chiedere se il mancato successo delle trattative che ebbero per oggetto la mano delle ultime due Infanti nubili vada addebitato non soltanto alle congiunture interne e internazionali, ma anche alla volontà delle stesse protagoniste che, facendosi forza l’un l’altra e avendo pure l’esempio negativo di Margherita, preferirono piuttosto la via della religione a quella della ragion di Stato. “Le due principesse rimasero a corte” scrisse lo storico sabaudista Francesco Cognasso nel denunciare l’insuccesso di Carlo Emanuele 107. Tuttavia, per le sorelle fu forse un sollievo. Non è forse un caso che lo stesso padre Codreto, autore del panegirico di Isabella di cui sopra, abbia elaborato una breve biografia di Francesca Caterina intitolata Spreggio del mondo 108. La bella espressione barocca e la dedica a uno dei fratelli, il principe Tommaso, non fanno che ricondurre il testo alle due sfere intrecciate della vita delle Infanti minori: quella della religiosità mistica, quasi radicale, abbracciata in giovane età, e quella degli stretti vincoli parentali. “Ardea in lei una brama insaziabile d’impiegarsi nel servitio divino” e, insieme con l’“amata sorella donna

105 A. BIANCHI: Maria e Caterina di Savoia, op. cit., p. 35. 106 Ibidem, p. 37. 107 F. C OGNASSO: I Savoia, Milano 1999 (1ª ed., Milano 1971), pp. 380-381. 108 Spreggio del mondo. Vita e morte della serenissima Infanta donna Francesca Caterina, figlia del gran Carlo Emanuelle duca di Savoia, descritta dal Reverendo Padre Pasquale Codretto da Sospello, lettore, predicatore generale e padre di provincia de’ minori osservanti, indirizzato alla tutella del Serenissimo principe Tomaso di Savoia, Mondovì, 1654 (in BRT, C.4.25 int. 2, pp. 5-24).

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Maria”, era solita colloquiare delle “fallacie, miserie et imperfettioni di questo infido mondo” 109. La (facile) metafora della luce fa da contrappunto alla narrazione: “con virtuosi suoi costumi [Francesca Caterina] risplende anco nell’oscurezza della tomba”; “dunque sarà pur vero che alla presenza d’un Sole eclissato ardisca di sua luce una Luccioletta pompeggiare la sua naturalezza” 110. Narrazione che culmina con la scelta delle due Infanti di “prendere l’habito della terza regola del serafico Padre San Francesco, col voto di castità” nel giorno della sua solennità 4 ottobre 1627. Dopo che il duca ebbe ceduto alle “sante istanze delle amate figliuole”, la cerimonia ebbe luogo nel Duomo di Torino in presenza del celebrante padre provinciale dei cappuccini Pergamo, di Vittorio Amedeo e di Cristina, del principe Maurizio cardinale e della “maggior parte de’ cavalieri e dame della corte” 111. “Le religiose Infanti parevano paradisate” quando si recarono in adorazione della Sindone lasciando in dono ai piedi della reliquia un cuore e un calice d’oro: il “vero disprezzo et spiccamento delle cose del mondo” era ormai compiuto 112. Sul perché di quella scelta estrema sono state suggerite alcune ipotesi che hanno a che vedere non solo con l’intimo credo delle due donne, ma anche con il peculiare momento storico. Sul finire del 1627 si era nuovamente in odore di guerra per la successione del Monferrato e la corte era percorsa da tensioni interne ed esterne, dalla difficile convivenza con Cristina e dal lavorio diplomatico con Madrid e con Parigi. Come a mitigare il clima bellicoso, Emanuele Tesauro dedicava in quello stesso 1627 un importante panegirico all’Infanta Margherita che, come abbiamo visto, tornava a essere protagonista (ancora indiretta, suo malgrado) delle vicende mantovane 113. Quello delle Infante potrebbe dunque essere letto come un ripiegamento interiore a fronte delle turbolenze politiche che agitavano Torino; un ripiegamento e non un ripiego, e tale per cui nella persona di Maria Apollonia si aprì presto più d’uno spiraglio per il sostegno

109 Spreggio del mondo. Vita e morte della serenissima Infanta..., op. cit., p. 6. 110 Ibidem, pp. 4, 7. 111 Ibidem, pp. 8-9. 112 Ibidem, pp. 10-11. 113 L. GIACHINO: “‘Margherite evangeliche’ e ‘donne di diamante’ nei Panegirici di Emanuele Tesauro”, in M. L. DOGLIO e C. DELCORNO (eds.): Predicare nel Seicento, Bologna 2011, pp. 73-104. Secondo l’autrice, dedicando La Margherita all’Infanta dello stesso nome, Tesauro intendeva forse “incoraggiare una svolta devota della principessa” (p. 80).

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aperto alla linea filo-spagnola di Tommaso e Maurizio 114. Francesca Caterina, invece, assolse più fedelmente al suo obbligo monacale, pregando, digiunando, dando i suoi averi in elemosina e finanziando alcuni istituti religiosi cittadini, in particolare il monastero delle convertite già promosso da sua madre e i barnabiti in missione “contro gl’heretici”. A conferma dell’atmosfera intrisa di religiosità in cui si erano volontariamente immerse le Infante giunge l’affiliazione delle tre sorelle rimaste a Torino alla Compagnia dell’Humiltà, o delle Humiliate, confraternita femminile attiva dal 1590, nel pieno del ducato dell’Infanta Catalina, e che annoverava fra le sue iscritte esponenti della nobiltà di corte, nobili torinesi e mogli di mercanti. Quasi un contraltare della Compagnia di San Paolo, sorta nel 1563 a scopi benefico- assistenziali e divenuta presto un istituto di credito pubblico legata a filo doppio alla corte e alla municipalità 115. L’intento specificato nel regolamento era quello di visitare gli ospedali cittadini e di accudire “le povere amalate della Compagnia” con elemosine, preghiere e partecipazione ai loro riti funebri. Il 29 aprile 1624, “giorno di Santa Caterina da Siena”, fecero dunque il loro ingresso fra le Umiliate “prima, la Serenissima Infanta Caterina di Savoia con l’Infanta Maria”, quindi la loro dama di camera Leonora di Polonghera e la cameriera Paola Francesca. Il 3 maggio fu il turno dell’Infanta Margherita, seguita da una serie di gentildonne 116. Si tratta di un milieu in attesa di studi più puntuali, ma anche solo scorrendo le liste d’ingresso, è chiaro che costituiva lo specchio della società di corte: non a caso, dai primi anni Venti del Seicento, si registra un incremento di presenze francesi

114 Per questo aspetto nella sua corrispondenza cfr. B. A. RAVIOLA: “Venerabili figlie: Maria Apollonia e Francesca Caterina di Savoia…”, op. cit. 115 Non è questa la sede per approfondire la storia di questo ente, divenuto poi una delle massime banche italiane (Intesa SanPaolo) nonché una delle massime fondazioni europee (Compagnia di San Paolo), sul quale sono in corso d’opera due volumi a cura di W. Barberis con la collaborazione di A. Cantaluppi e il coordinamento editoriale di chi scrive. Basti qui un rimando agli esiti già buoni di W. E. CRIVELLIN e B. SIGNORELLI (eds.): Per una storia della Compagnia di San Paolo, 3 voll., Torino 2004-2007. 116 AST, Corte, Biblioteca antica, Libro delle Signore Sorelle della Compagnia dell’Humiltà comminciando dall’anno 1590 sino all’anno 1638, ms., X.II […], c. 11. Sull’istituzione cfr. P. G. LONGO: “‘Eran nel mondo e fuor del mondo…’. Alle origini della Compagnia di San Paolo”, in W. E. CRIVELLIN e B. SIGNORELLI (eds.): Per una storia della Compagnia di San Paolo, op. cit., vol. III, pp. 73-162, in particolare pp. 130-131. Ma si veda ora: A. CANTALUPPI e B. A. RAVIOLA (eds.): L'umiltà e le rose. Storia di una compagnia femminile a Torino tra età moderna e contemporanea, Firenze 2017.

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che arrivano al picco massimo nella seduta di accettazione della “Serenissima prencipessa Madama Christina”, il 27 febbraio 1625, con tutte le signore del suo entourage. Dal 1629 la futura reggente figura come priora della congrega, mentre gli unici segni di attività delle figlie di Carlo Emanuele I restano la presentazione di due nuove socie da parte dell’Infanta Maria Apollonia nel ‘32 117 e una sua donazione di 48 fiorini 118. Anche questo spazio era stato occupato e se Margherita, dopo Cherasco, aveva preso la via della Spagna, Maria e Caterina erano rimaste isolate. Quando Francesca Caterina morì, il 20 ottobre 1640 –“l’heroessa savoina rese l’animo qual diamantina fortezza” scrive Codreto 119– si trovava a Biella e la sorella Maria la fece seppellire nel vicino santuario di Oropa al quale, dal 1634, erano solite recarsi in pellegrinaggio. La scelta di fede andava nuovamente ad assecondare le necessità contingenti: nella capitale sabauda, e a raggiera nella maggior parte delle province del ducato, infuriava la guerra civile fra la reggente Cristina e i cognati Tommaso e Maurizio. Biella e dintorni si erano allineate con il partito principisti che sosteneva questi ultimi 120 e una volta di più le Infanti, in vita come in morte, avevano legato le loro sorti alla fazione spagnola. In conclusione va detto peraltro che la sincera aderenza alla Spagna non impedì né a Maria Apollonia né a Margherita di continuare a rivendicare a Madrid la dote non pagata della loro madre. La questione chiamava in causa anche la defunta Isabella dal momento che nel 1608 parte dei crediti spettanti a Catalina erano stati riversati nel contratto matrimoniale stipulato con Alfonso III “preparando la via a future contese fra il duca di Savoia e quello di Modena destinate ad avere eco in uno degli articoli del trattato di pace dei Pirenei” 121. La lunga durata di tale rivendicazione –assai tenace da parte di Margherita che entrò in lite anche con il fratello Vittorio Amedeo I 122, più diplomatica per conto di

117 Maria Maddalena Tuninetta e Lucia Brunetta (cfr. AST, Corte, Biblioteca antica, Libro delle Signore Sorelle..., cc. 12v-13). 118 Ibidem, c. 79v, conto di tesoreria del 6 aprile 1629. 119 Spreggio del mondo…, op. cit., p. 20. 120 Cfr. A. MERLOTTI: L’enigma delle nobilà. Stato e ceti dirigenti nel Piemonte del Settecento, Firenze 2000, p. 40. 121 E. MONGIANO: “Quale dote per un’Infanta di Spagna?...”, op. cit. 122 B. A. RAVIOLA: “‘Hija de tal madre’. Margherita di Savoia…”, op. cit.

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Maria Apollonia, la quale tentò di smuovere poteri romani anche per avere ragione dell’eredità del fratello Emanuele Filiberto morto vicerè a Palermo 123– sembra tuttavia non aver mai intaccato la sostanza dei rapporti con Filippo IV. Rapporti improntati al rispetto della gerarchia dinastica, certo, ma al contempo giocati sulla familiarità e sulla indiscussa e indiscutibile appartenenza al mondo asburgico. Non a caso, per accennare ancora al testamento di Margherita –che delle quattro sorelle era stata la più “spagnola” e che presso la corte di Filippo IV trascorse i suoi ultimi giorni– non mancò di ricordare e di far scrivere: Supplico ancora a S. M. che, facendo consideratione alla puntualità con la quale sempre ho procurato compire con l’obbligatione di servire e gradire a S.M. avesse per bene mio da prender specialmente in sua protetione la diffesa di mia ultima volontà, acciò che abbi compimento e buon successo principalmente l’esattione della mia dote […] ed ancora la persona di mia figliola e nipote, rappresentando a S.M. a questo fine le più efficaci ragioni di sua Real grandezza ed il mio affetto e riconoscimento perché, tenendo quelli il favore e patrocinio di S.M. Cesarea ch’ho desiderato meritare in suo Real servitio, tanto da dovero averanno quiete e felicità, la quale gliene carico molto e pretendo conseguire per questa strada, corrispondendo S.M. con la cura et attenzione che spero 124. Protezione e patrocinio, affetto e riconoscenza: i concetti e i sentimenti assimilati e coltivati nella sua vita di Infanta venivano richiamati nella duplice dimensione del pubblico (la fedeltà all’Imperatore, la servitù resa dai Savoia) e del privato (l’amore per la figlia, la gratitudine verso il sovrano) a suggello di una vita spesa in seno alla monarchia ispanica.

123 B. A. RAVIOLA: “Venerabili figlie: Maria Apollonia e Francesca Caterina di Savoia…”, op. cit. 124 AST, Corte, MPRI, Cerimoniale, Testamenti, m. 4, fasc. 16, 1º settembre 1652, “Testamento della principessa donna Margarita di Savoia duchessa di Mantova”, f. 3.

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Ferdinando II de’ Medici e la Corte di Spagna. Relazioni e pratiche fra sovrani, principi e ambasciatori

Paola Volpini Sapienza Università di Roma

Come avevano fatto nel secolo precedente alcuni membri della dinastia (da Francesco a Pietro de’ Medici, entrambi figli di Cosimo I), il principe Ferdinando, figlio di Cosimo II, decideva di intraprendere un viaggio fuori dallo Stato in giovane età 1. Quando progettava il viaggio, il governo era in mano alle Reggenti: la madre Maria Maddalena d’Austria, e la nonna Cristina di Lorena (vedova di Ferdinando I), e al Consiglio di Reggenza. Nell’ambito di un serrato antagonismo fra le due granduchesse, la figura che spesso prevalse fu quella di Maria Maddalena che sposava un orientamento vicino all’Impero 2, mentre Cristina

1 Cfr. P. VOLPINI: “Razón dinástica, razón política e intereses personales. La presencia de miembros de la dinastía Medici en la Corte de España en el siglo XVI”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. RIVERO RODRÍGUEZ (coords): Centros de poder italianos en la Monarquía hispánica (XV-XVIII), 3 voll., Madrid 2010, vol. I, pp. 207-226. 2 Su questa granduchessa disponiamo da un lato di alcuni saggi che ancora mettono alla base una condanna storiografica, da E. GALASSO CALDERARA: La granduchessa Maria Maddalena d’Austria, Genova 1985 a F. DIAZ: Il Granducato di Toscana. I Medici, Torino 1976, e dall’altro di alcune recenti ricerche, dedicate in particolar modo agli interessi artistici di Maria Maddalena, cfr. I. HOPPE: “Uno spazio di potere femminile. Villa del Poggio Imperiale, residenza di Maria Maddalena d’Austria”; R. SPINELLI: “Simbologia dinastica del potere: Maria Maddalena d’Austria e gli affreschi del Poggio Imperiale”, e R. MENICUCCI: “Il viaggio di Maria Maddalena a Vienna: politica e cerimoniale”, tutti in G. CALVI e R. SPINELLI (eds.): Le donne Medici nel sistema europeo delle Corti. XVI-XVIII, Firenze 2008, rispettivamente in vol. II, pp. 681-690; vol. II, pp. 645-680; vol. I, pp. 269-282. Cfr. inoltre V. ARRIGHI: “Maria Maddalena d’Austria, granduchessa di Toscana”, DBI, vol. LXX, Roma 2008, pp. 260-264.

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ambiva ad avvicinare la politica del granducato alla Francia 3. Si devono probabilmente individuare in queste dinamiche le ragioni della scelta delle sedi da visitare nel corso del viaggio che il principe Ferdinando svolse poco prima di succedere al granducato: oltre a molte sedi italiane (Roma, santuario di Loreto, Bologna, Ferrara e Venezia), l’Austria e Praga, dove Ferdinando incontrò lo zio imperatore Ferdinando II (essendo Maria Maddalena sorella di Ferdinando) che lo accolse “fra i più teneri abbracciamenti” 4. Se Francesco e Pietro avevano scelto la Spagna, monarchia che a lungo aveva rappresentato il punto di riferimento principale nelle relazioni interstatali del Granducato, Ferdinando preferiva non recarvisi. Molto più tardi, nel 1668, il figlio Cosimo, poco prima di succedere a sua volta al trono granducale, decideva di fare lunghi viaggi fuori d’Italia, e avrebbe toccato la Francia, l’Olanda, le città tedesche, il Portogallo, l’Inghilterra e anche la Spagna. Nondimeno i viaggi di Cosimo non furono più incentrati, come quelli cinquecenteschi e primo-seicenteschi, sull’interesse per conoscere la Corte, i personaggi più influenti e le dinamiche politiche aperte. Certamente ciò non era del tutto trascurato, ma lo sguardo era diverso, rivolto alla conoscenza del territorio e delle usanze, delle bellezze artistiche e delle personalità di spicco. Eravamo agli inizi di quel modo di viaggiare per conoscere le bellezze e le glorie del passato (inizialmente con destinazione penisola italiana) che sarebbe diventato il Grand Tour, praticato soprattutto a partire dal secolo XVIII dai viaggiatori inglesi e poi di altri paesi, ma già “iniziato” alla metà del secolo XVII

3 Su Cristina cfr. L. BERTONI: “Cristina di Lorena, granduchessa di Toscana”, DBI, vol. XXXI, Roma 1985, pp. 37-47 e F. MARTELLI: “Cristina di Lorena, una lorenese al governo della Toscana medicea”, in A. CONTINI e M. G. PARRI (eds.): Il granducato di Toscana e i Lorena nel secolo XVIII, Firenze 1999, pp. 71-81. 4 Cfr. R. GALLUZZI: Istoria del granducato di Toscana sotto il governo della casa Medici, tomo VI, Livorno 1731, p. 12 (citazione); I. COTTA STUMPO: “Ferdinando II”, DBI, vol. XLVI, Roma 1996; Istoria del viaggio d’Alemagna del serenissimo gran duca di Toscana Ferdinando II dedicata all’illustrissimo et eccellentissimo sig. don Giovanni de Eraso ambasciadore della maestà cattolica in Toscana dalla sig. Margherita Costa Romana in Venezia con licenza de’ superiori, s.d. ma 1638; S. BARDAZZI: “Istoria del viaggio di Alemagna del serenissimo granduca di Toscana Ferdinando II”, in U. ARTIOLI e C. GRAZIOLI (eds.): I Gonzaga e l’Impero. Itinerari dello spettacolo, Firenze 2005, pp. 175-195; P. BAROCCHI: “Ferdinando II da Firenze a Praga nel 1628”, in Studi in onore del Kunsthistoriches Institute in Florenz per il suo centenario, 1897- 1999, Pisa 1996, pp. 305-324.

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dai membri dei ceti alti di tutta Europa. Il giovane principe Cosimo voleva dunque liberarsi dai limiti di una formazione costruita entro i limiti del granducato e dotarsi di un’esperienza più larga visitando non solo le Corti e i luoghi di potere, ma anche i paesi e i villaggi, con interesse per conoscere i costumi e le tradizioni 5. In questo senso, il fatto che, a differenza del padre, egli abbia deciso di visitare anche la Spagna, non deve essere caricato di significati politici di particolare rilievo, quanto piuttosto di un senso culturale. Fra questi due viaggi si inserisce il periodo che interessa il presente saggio. Prenderemo in esame i rapporti politici, i percorsi e le connessioni individuali fra Toscana e Spagna al tempo di Filippo IV di Spagna (1621-1665) e di Ferdinando II di Toscana (1628-1670), due sovrani i cui periodi di governo grosso modo combaciano. La larga coincidenza del periodo in cui i due sovrani ressero le sorti dei loro paesi costituisce un’utile base di partenza che ci permette di proporre più agevolmente una periodizzazione segnata dall’avvicendamento dei sovrani. Un parallelismo che non può però essere portato oltre questi aspetti, a causa del peso ovviamente diverso di ciascuno di essi sul piano dei rapporti interstatali e del profondo mutamento degli equilibri europei fra l’inizio e la fine del periodo considerato 6. Nel corso del ‘600 fra la Corte toscana e quella spagnola i rapporti furono in gran parte determinati dalle più larghe dinamiche interstatali. I gravosi impegni bellici della Spagna nel corso degli anni Venti e Trenta, la Guerra dei Trent’anni, con le vicende italiane a essa collegate e i più modesti scontri all’interno della penisola, determinarono in gran parte i contatti e le tensioni anche fra la Toscana e la Spagna, assai densi soprattutto durante gli anni Trenta. L’avvicinamento della Toscana all’Impero e il minor peso della Spagna, sempre più chiaramente delineato dopo la fine della Guerra dei Trent’anni, portarono a un mutamento nelle relazioni fra i due Stati e anche a una diversa considerazione dell’importanza della Spagna da parte del Granducato.Anche il forte sviluppo del porto di Livorno ebbe un grande rilievo e portò la Toscana a stabilire buoni rapporti con le nascenti

5 Manca uno studio complessivo sui viaggi di Cosimo III. Rimandiamo alle edizioni della parte spagnola del viaggio, A. SÁNCHEZ RIVERO (ed.): Viaje de Cosme III Por España (1668-1669), Madrid 1927 (relativo a Madrid), e L. MAGALOTTI: Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal (1668-69), ed. da A. Sánchez Rivero e A. Mariutti de Sánchez Rivero, Madrid, 1933. 6 Cfr. M. RIVERO RODRÍGUEZ: Diplomacia y relaciones exteriores en la Edad Moderna. De la Cristianidad al sistema europeo, 1493-1794, Madrid 2000.

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potenze commerciali, in particolar modo con l’Olanda e l’Inghilterra. Le vicende internazionali, tuttavia resteranno per lo più sullo sfondo nel corso del presente lavoro e saranno richiamate solo per approfondire alcuni temi. Il periodo della Reggenza delle due granduchesse, Cristina di Lorena 7 e Maria Maddalena d’Austria 8, è stato gravato a lungo da un forte pregiudizio storiografico che attribuiva loro la responsabilità dello sperpero delle entrate del granducato, l’incapacità politica e un atteggiamento bigotto 9. Assai scarsi sono anche gli studi recenti che ci consentano di avvicinarci a una lettura del periodo libera da pregiudizi, anche di genere 10. Questo giudizio in certi casi si è esteso ben oltre il periodo della Reggenza, a Cosimo II e a Ferdinando II 11. Su quest’ultimo,

7 Cfr. L. BERTONI: “Cristina di Lorena...”, op. cit.: “Ambedue le reggenze si dimostrarono incapaci e inette. Insieme alla nuora Cristina spese in maniera dissennata per il lusso e la pompa della corte. Inoltre, la sua bigotteria la rese facile preda degli ecclesiastici che le si raccoglievano intorno e che in poco tempo stabilirono il loro controllo sugli affari dello Stato”. Cfr. anche A. SPAGNOLETTI: Le dinastie italiane nella prima età moderna, Bologna 2003, pp. 266-269. 8 Cfr. V. ARRIGHI: “Maria Maddalena d’Austria...”, op. cit.: “Il periodo della reggenza si caratterizzò come l’inizio della parabola discendente del governo mediceo, sulla cui decadenza pesò non poco l’azione personale di Maria Maddalena. La sua volontà di grandezza fece aumentare notevolmente le spese di rappresentanza, mentre il suo fervore nelle opere di carità generò un vero e proprio parassitismo intorno alla corte”. 9 Sulle due granduchesse, oltre a quanto citato alle note 2 e 3, cfr. F. BIGAZZI:“Orso d’Elci, due granduchesse e un segretario”, in G. CALVI e R. SPINELLI (eds.): Le donne Medici..., op. cit., vol. I, pp. 383-404. 10 Cfr. G. ARRIVO: “Una dinastia al femminile. Per uno sguardo diverso sulla storia politico-istituzionale”, in A. CONTINI e A. SCATTIGNO (eds.): Carte di donne. Per un censimento regionale della scrittura delle donne dal XVI al XX secolo, Roma 2007, vol. II, pp. 49- 57; A. M. BANTI: “Discorso nazional-patriottico e ruoli di genere (secc. XVIII-XIX)”, in G. CALVI (ed.): Innesti. Donne e genere nella storia sociale, Roma 2004, pp. 121-145; F. ANGIOLINI: “Donne e potere nella Toscana medicea. Alcune considerazioni”, in M. AGLIETTI (ed.): Nobildonne, monache e cavaliere dell’Ordine di Santo Stefano. Modelli e strategie femminili nella vita pubblica della Toscana granducale, Pisa 2009, pp. 15-32, che presenta anche un’ampia rassegna bibliografica. 11 Il giudizio riduttivo di Riguccio Galluzzi si trova ancora nella sintesi di F. Diaz che scrive: “Se mai la bravura dei governanti medicei poté appunto consistere nel riuscire ad essere condiscendenti ad un tempo verso la Francia, da un lato, la Spagna e l’impero, dall’altro, ormai di nuovo in aperta guerra tra loro, senza mai finire per scontare a un certo momento l’oscillazione in senso contrario del momento prima” (F. DIAZ: Il Granducato di Toscana..., op. cit., p. 372).

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peraltro, nel quadro di una visione che tendeva a distinguere i granduchi riformatori o portatori di progresso da quelli conservatori o fautori di fasi regressive, la storiografia toscana ha trasmesso un giudizio più moderato, mettendo in rilievo le qualità politiche e la bonomia di questo granduca. Gli ambasciatori lucchesi lo avevano descritto come un principe “prudentissimo” che, pur assai vicino alla corona spagnola, dava anche a quella francese “dimostrationi […] di somma reverenza e di stima”, proprie di un sovrano che non voleva “irritarsi contro quella Corona” 12. Riguccio Galluzzi, lo storiografo settecentesco della famiglia Medici, presentava il figlio di Cosimo II come una figura dotata di “genio grande e [di] talenti” 13, troppo condizionata però dall’educazione ricevuta che gli impediva di progettare “qualunque mutazione che si tentasse” 14. Quest’immagine è stata ripresa dagli studi del secolo scorso, fra i quali quelli di Furio Diaz, secondo il quale egli “eliminò molti dei difetti introdotti durante la Reggenza” 15.

SPAGNOLI A FIRENZE

Uno sguardo alla presenza di emissari spagnoli a Firenze ci può fornire utili indicazioni per cominciare a delineare il quadro dei rapporti fra Toscana e Spagna al tempo di Ferdinando II di Toscana e di Filippo IV di Spagna. Nel corso del secolo XVI e all’inizio del successivo la presenza di inviati dei sovrani spagnoli a Firenze era stata molto scarsa. Dopo la morte di Ferdinando I (3 febbraio 1609), il nuovo granduca Cosimo II (1609-1621) improntò i rapporti alla fedeltà alla potenza iberica, non senza tentare in alcune fasi di rivendicare una certa autonomia in campo internazionale. La Spagna aveva interesse a consolidare questa ritrovata sintonia, introducendo anche degli elementi di contatto e di controllo. È in questa luce che veniva letta dall’ambasciatore mediceo

12 Relazione di Giovanni Spada del 19 maggio 1659, in A. PELLEGRINI (ed.): Relazioni inedite di ambasciatori lucchesi alle corti di Firenze, Genova, Milano, Modena, Parma, Torino, Sec. XVI-XVII, Lucca 1901, p. 198. 13 Cfr. R. GALLUZZI: Istoria del granducato di Toscana..., op. cit., tomo VI, p. 360 (citato in F. DIAZ: Il Granducato di Toscana..., op. cit., p. 421). 14 Ibidem. 15 Cfr. F. DIAZ: Il Granducato di Toscana..., op. cit., p. 421.

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a Madrid, l’abilissimo conte Orso Pannocchieschi d’Elci 16, la proposta che gli fu fatta di introdurre un ambasciatore permanente spagnolo a Firenze. Scriveva l’ambasciatore al segretario Vinta che Esteban de Ibarra, segretario di Stato, gli aveva prospettato la possibilità di mandare un ambasciatore a Firenze. Già alcuni anni addietro, durante l’ambasciata di Sallustio Tarugi (1604-1609) –rammentava d’Elci– “subito che fu stipulato il casamento del granduca nostro signore [Cosimo II], [Ibarra] communicò a Sua Signoria Illustrissima un pensiero che gli era venuto di far honorare Sua Altezza [Ferdinando I] con procurare che si tenesse da qui innanzi uno ambasciatore residente in Firenze, sì come si teneva a Turino”. Se bene trovò all’hora Sua Eccellenza –continuava l’ambasciatore mediceo– molto aliena da questa novità, come cosa di molte conseguenze con li altri principi et non più usata, et benché alla novità replicasse il sig. Stefano […] che nelli stati grandi era sempre necessario mutar molte cose, et farne molte di nuove secondo li tempi, nondimeno non trovò all’hora modo di persuadere questa resolutione al duca, et così non ne parlò più 17. L’adulazione usata dalla Spagna, alludendo al fatto che ora la Toscana era uno stato grande e dunque doveva introdurre delle novità come questa, non aveva fatto breccia nell’acuto Ferdinando I. Neanche, ovviamente, la più semplice argomentazione dell’onore che la Spagna avrebbe reso al granduca inviando presso di lui un ambasciatore permanente. Ora, con la successione del giovane Cosimo II, Esteban de Ibarra aveva presentato nuovamente la proposta, ma l’ambasciatore Orso d’Elci leggeva in essa la volontà della Spagna di introdurre un controllo diretto sul governo di Firenze, e non esitava a rispondere a Ibarra esplicitando questo timore:

16 Su questa figura cfr. P. VOLPINI: Los Medici y España. Príncipes, embajadores y agentes en la Edad moderna, Madrid 2017, pp. 138-156; E. BALDASSERONI: “Un toscano alla corte di Filippo III: Orso Pannocchieschi d’Elci”, in M. AGLIETTI (ed.): Istituzioni potere e società. Le relazioni tra Spagna e Toscana per una storia mediterranea dell’Ordine dei Cavalieri di Santo Stefano, Pisa 2007, pp. 173-203; F. BIGAZZI: “Orso d’Elci...”, op. cit.; F. ANGIOLINI: “Principe, uomini di governo e direzione politica nella Toscana seicentesca”, in G. BIAGIOLI (ed.): Ricerche di Storia moderna IV, Pisa, 1995, pp. 459-481, p. 472 e, dello stesso, “Il lungo Seicento (1609-1737): declino o stabilità?”, in E. FASANO GUARINI (ed.): Storia della civiltà toscana, III: Il principato mediceo, Firenze 2003, pp. 41-76. 17 ASFi, MP, 4941, c. 318 rv, lettera di Orso d’Elci al cavalier Vinta, 21 novembre 1609.

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domandai al medesimo signor Stefano –scriveva d’Elci–, se per ventura gli fusse parso, che questo non fusse il tempo di porre in esecuzione un tal disegno, per non dar da mormorare alla gente, et a chi havesse caro di seminare zizzanie, che su l’età del granduca et sul principio di questo casamento [fra Cosimo II e Maria Maddalena d’Austria] si disegnasse mandar sotto titolo d’ambasciatore un pedagogo, et un direttore del nuovo governo, mostrando con questo un manifesto segno o d’inconfidenza o di cupidità di mescolarsi nelle cose d’altri senza esser chiamati 18. Orso d’Elci rispondeva con una certa durezza, accusando senza troppi giri di parole gli spagnoli di voler inviare a Firenze un direttore del nuovo governo, e di palesare al mondo la sfiducia nei confronti della casa Medici e la cupidità, il desiderio di ingerirsi in questioni che non erano di loro pertinenza. Anche il conte Orso, come aveva fatto Ferdinando I, aveva ignorato le lusinghe e aveva messo in rilievo il significato politico dell’inserimento di un ambasciatore permanente a Firenze, tanto che l’Ibarra gli rispondeva “voi havete ragione, il sospetto sarebbe considerabile, et verisimile” 19 e aggiungeva delle considerazioni per rendere meno evidente la retromarcia, affermando che era oltremodo opportuno evitare, da un lato, che i francesi chiedessero anch’essi di introdurre un ambasciatore permanente a Firenze; dall’altro, di porre il granduca in difficoltà di fronte a eventuali dispute di precedenza: et io –riferiva ancora d’Elci le parole pronunciate da Ibarra– ancora nel pensare meglio a quel che potrebbono dire o fare i franzesi, considero che loro similmente vorrebbono mandarne un altro, et così porre in grandissima confusione et difficultà il granduca per conto delle precedenze, et del confidar più con l’uno che con l’altro et però non stimo che sia bene hora il farlo 20. In questo modo l’ambasciatore Orso d’Elci scongiurò anche questa volta l’introduzione di un ambasciatore permanente spagnolo a Firenze. Le raffinatezze politiche che avevano orientato la sua risposta sembrano essere ancora improntate alle strategie che aveva usato il granduca Ferdinando I, quando la volontà di mantenere degli spazi di autonomia era stata messa in atto con grande attenzione al controllo dei circuiti informativi e delle reti amicali 21.

18 ASFi, MP, 4941, c. 317 rv. 19 Ibidem. 20 Ibidem. 21 P. VOLPINI: Los Medici y España..., op. cit., sp. caps. I-IV.

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Se all’inizio del regno di Cosimo II, dunque, la presenza permanente di un ambasciatore a Firenze era stata evitata, con il pieno Seicento la situazione mutò. Ciò fu dovuto forse all’evoluzione delle relazioni fra i due stati? Per rispondere a questa domanda occorrerebbe scavare a fondo nei carteggi dei numerosi inviati e residenti spagnoli che furono presenti a Firenze durante il regno di Filippo IV. Non è possibile farlo in queste pagine, ma ci sembra utile comunque rilevare l’accresciuta presenza di emissari spagnoli nella capitale toscana durante il granducato di Ferdinando II. Una presenza che si lega, da un lato, alle pressioni esercitate in più occasioni su Firenze per la concessione di aiuti a Milano, di cui si parlerà nelle pagine che seguono. Dall’altro lato, a un nuovo tentativo di introdurre la figura dell’ambasciatore permanente a Firenze, che non fu letto, in questo caso, come un’intromissione politica da respingere. I toni su questo punto erano più concilianti, le tensioni si erano sciolte 22. All’inizio degli anni Venti fu inviato a Firenze per felicitare Cosimo II per la successione al granducato Manuel de Acevedo y Zúñiga, conte di Monterrey che, vicino al conte duca di Olivares, valido di Filippo IV, di lì a poco avrebbe occupato un ruolo di rilievo nel quadro della presenza spagnola in Italia come presidente del consiglio d’Italia, poi ambasciatore a Roma (1628-31) e infine viceré di Napoli (1631-37). Fra il 1632 e il ’33 Ottavio Villani, reggente del Consiglio d’Italia, fu inviato a Firenze 23. L’anno dopo (1634-35) era presente nella capitale medicea don Antonio Sarmiento 24. Fu però con l’arrivo nel 1637 di don Juan de Eraso y Pacheco come residente che sembra trovarsi il primo emissario di questo tipo stabilito a Firenze. La sua presenza doveva aver destato una certa eco, se l’anno seguente gli veniva dedicato il volume recante il resoconto del viaggio del principe Ferdinando de’ Medici in Europa 25. Anche il conte di Monterey di passaggio da Napoli si fermava nuovamente in Toscana nel 1637 per portare la concessione

22 Cfr. M. Á. OCHOA BRUN: Historia de la diplomacia española. Repertorio diplomático. Apéndice 1, Madrid 2002, p. 263. 23 Fu inviato per portare il generalato del mare a Giovan Carlo de’ Medici (Ibidem). 24 Sarmiento aveva il compito di convincere il granduca a entrare in lega con il re di Spagna (Ibidem). 25 Istoria del viaggio d’Alemagna..., op. cit.

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di una pensione per il cardinale Carlo de’ Medici. Juan de Eraso fu nuovamente presente a Firenze fra il 1643 e ’44, quando seguiva i negoziati per la conclusione della guerra di Castro. Durante gli anni ’40 del Seicento la presenza si riduceva ma aveva ancora un rilievo, con l’arrivo del residente Francisco de Villamayor y Zayas nel 1647. Dopo questo periodo, un nuovo inviato sembra essersi recato a Firenze solo nel 1670 26. Si tratta, come si vede, di indicazioni che richiederebbero approfondimenti ulteriori ma che permettono comunque di mettere in rilievo l’addensamento di inviati spagnoli a Firenze, vuoi con il titolo di inviato, vuoi di residente, nel corso degli anni Trenta e dei primi anni Quaranta. Un periodo di tensione estrema per la potenza spagnola, impegnata nella ricerca di nuove risorse per far fronte alle necessità di denari da impiegare sui fronti di guerra 27. La presenza sul territorio toscano di molti emissari della Spagna è il segno della necessità di conservare un alleato e del ripetuto tentativo di ottenere da esso nuovi aiuti in denaro.

I PRIMI ANNI DI GOVERNO DI FERDINANDO

L’obbiettivo di Ferdinando II, entrato nella maggiore età il 14 giugno 1628, fu quello di costruire e conservare buoni rapporti interstatali, fondati però su una certa equidistanza dalla Francia da un lato, e dalla Spagna e dall’Impero dall’altro 28. Nondimeno non fu alieno da iniziative sia in campo militare che in

26 Cfr. M. Á. OCHOA BRUN: Historia de la diplomacia española…, op. cit., p. 263. Cfr. quanto scrive F. Zamora a proposito del console spagnolo a Livorno, che nell’ultimo trentennio del Seicento fu molto importante perché rappresentò il più alto rappresentante della corona spagnola in assenza dell’ambasciatore, F. ZAMORA RODRÍGUEZ: “War, trade, products and consumption patterns: the Ginori and their information networks”, in A. ALIMENTO (ed.): War, Trade and Neutrality. Europe and the Mediterranean in the seventeenth and eighteenth centuries, Milano 2011, pp. 55-67. 27 Cfr. R. A. STRADLING: Philip IV and the Government of Spain, 1621-1665, Cambridge 1988; J. H. ELLIOTT: Il miraggio dell’Impero. Olivares e la Spagna: dall’apogeo alla decadenza, Roma 1991 (ed. orig. The Count-Duke of Olivares. The Statesman in an Age of Decline, New Haven-London 1986). 28 Sul periodo di Ferdinando II rimandiamo a I. COTTA STUMPO: “Ferdinando II”, op. cit.; F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit., pp. 41-76; F. DIAZ: Il Granducato di Toscana..., op. cit.; J.-C. WAQUET: “Le gouvernement des grands-ducs (1609-1737)”, in J. BOUTIER, S. LANDI e O. ROUCHON (eds.): Florence et la Toscane XIVe-XIXe siècles. Les dynamiques

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altri campi e da un atteggiamento attivo della negoziazione e dello scambio politico, pur nell’ambito di una situazione ovviamente non paritaria. Di fronte alle mosse aggressive di Urbano VIII, promosse una lega con Francesco d’Este, duca di Modena, e la Repubblica di Venezia e fra il 1642 e il ‘44 fu impegnato nella guerra di Castro, che si concluse con il ristabilimento status quo ante 29. Ferdinando fu attivo anche sul piano delle acquisizioni territoriali e riuscì a concludere l’accordo per l’acquisto di Pontremoli nel 1650. Non sarà possibile in questa sede prendere in esame tutti gli aspetti connessi ai rapporti politici fra Toscana e Spagna. Attraverso l’esame delle istruzioni diplomatiche inviate agli ambasciatori e altri emissari medicei in partenza per la Spagna e per i territori italiani posti sotto il suo dominio cercheremo, da un lato, di enucleare alcuni dei temi principali che furono discussi in questo periodo; dall’altro, di comprendere in che modo su molte questioni si sia venuta modificando la rappresentazione e la valutazione che del ruolo politico della Spagna si dava in Toscana 30. È importante osservare che durante il granducato di Ferdinando II si delineò una rinnovata attenzione all’ambito politico-informativo 31. Rispetto al modo di

d’un Etat italien, Rennes 2004, pp. 91-104; E. COCHRANE: Florence in the forgotten centuries 1527-1800, Chicago 1973. Si veda anche l’utile rassegna J. BOUTIER: “Les formes et l’exercice du pouvoir. Remarque sur l’historiographie récente de la Toscane à l’époque des Médicis (XVIe-XVII siècles)”, in M. ASCHERI e A. CONTINI (eds.): La Toscana in età moderna (Secoli XVI-XVIII). Politica, istituzioni, società: studi recenti e prospettive di ricerca, Firenze 2005, pp. 1-58. 29 Cfr. F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit., pp. 50-52; F. DIAZ: Il Granducato di Toscana..., op. cit., pp. 378-379. Grazie alla mediazione della Francia, il 31 marzo 1644, a Venezia, si arrivò alla stipulazione della pace, che sanciva la restituzione delle reciproche conquiste territoriali. 30 Su questa fonte, cfr. M. A. VISCEGLIA: “Le direttive romane: linguaggio e struttura delle istruzioni ai nunzi”, in M. A. VISCEGLIA: Roma papale e Spagna. Diplomatici, nobili e religiosi tra due corti, Roma 2010, pp. 49-92; B. BARBICHE: “Clément VIII et la France (1592- 1605). Principes et réalités dans les instructions générales et les corrispondances diplomatiques du Saint-Siège”, in G. LUTZ (ed.): Das Papsttum, die Christenheit und die Staaten Europas 1592- 1605, Tubingen 1994, pp. 98-118; P. VOLPINI: “Ambasciatori, cerimoniali e informazione politica: il sistema diplomatico e le sue fonti”, in M. P. PAOLI (ed.): Nel laboratorio della storia. Una guida alle fonti dell’età moderna, Roma 2013, pp. 237-264. 31 Sul rilievo dei circuiti informativi nell’Italia e nell’Europa seicentesca si rimanda a G. GALASSO: “L’Italia una e diversa nel sistema degli Stati europei (1450-1750)”, in G.

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agire sia del padre che del Consiglio di Reggenza, con il nuovo granduca il ruolo informativo degli ambasciatori diventava centrale. Si tratta di un processo che Ferdinando II introdusse senza scosse e senza fretta, tanto che nella prima istruzione al suo ambasciatore in Spagna non se ne trovano tracce. In quelle per i suoi successori, invece, sono sempre presenti ordini e indicazioni a proposito delle funzioni informative, dell’acquisizione delle notizie e della loro “qualità”; in seguito compaiono anche insegnamenti a carattere più generale sul lavoro del diplomatico. Nell’istruzione per Francesco Medici inviato in Spagna come ambasciatore ordinario nel 1631, Ferdinando dava indicazioni al suo ambasciatore sui metodi di gestione delle informazioni da inviare a Firenze. Nella scrittura di lettere al granduca e ai suoi segretari, l'ambasciatore doveva essere costante e ordinato, riferendo in due missive distinte quanto aveva appreso attraverso gli avvisi e quanto concerneva i “negozi” che aveva trattato personalmente, proprio per permettere a chi leggeva di riconoscere la qualità delle informazioni ricevute grazie all’indicazione della fonte delle stesse. Ferdinando infatti prescriveva che nel tenerci continuamentene ragguagliato di tutto quel che passi in quella corte et delli avvisi che vi comparischino dalle altre, siate diligente et scrivete più spesso che potrete, usando la cifra non solamente in quel che tocchi il segreto de’ nostri interessi, ma in quel che spetti ad altri, et massimamente circa i negotii et affari di sua maestà et delle sua casa et corte; et non fuggite la lunghezza nello scrivere, perché gli avvisi delle cose del mondo ci saranno tanto più grati quanto più pieni, et per non mescolare gli avvisi con i negotii fate le lettere distinte; et amate sempre la puntualità 32. Si nota in queste parole la consapevolezza dell’importanza di ricevere un’informazione di qualità. Ferdinando II forniva anche delle indicazioni sulla

GALASSO (dir.): L’Italia moderna e l’unità nazionale, vol. XIX, Torino 1998; M.A. VISCEGLIA e G. V. SIGNOROTTO (eds.): La corte di Roma fra Cinque e Seicento, “teatro” della politica europea, Roma 1998; E. FASANO GUARINI e M. ROSA (eds.): L’informazione politica in Italia (secoli XVI-XVII), Pisa 2001; D. FRIGO (ed.): Diplomacy in Early Modern Italy: the structure of diplomatic tactics, Cambridge 2000 e “La informació i la comunicació a l’Època Moderna”, Manuscrits, vol. monografico 23: 2005. 32 Istruzione a Francesco Medici inviato in Spagna, del 31 luglio 1631, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 208, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori e inviati medicei in Spagna nell’”Italia spagnola” (1536-1648), vol. II: 1587- 1648, Roma, 2007, p. 408.

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pratica, che si era radicata nel tempo, di comporre le lettere informative degli ambasciatori anche grazie alle notizie circolanti negli avvisi, in una sorta di collage. In pieno Seicento, le missive recavano infatti, spesso senza una chiara distinzione, sia le informazioni di prima mano procurate dall’ambasciatore che notizie estrapolate dagli avvisi, prodotti sempre più spesso in vere e proprie industrie dell’informazione, dove alcuni brani venivano ricopiati e ritrasmessi in altri avvisi 33. Le lettere degli ambasciatori cosiffatte potevano avere livelli assai differenti di affidabilità e Ferdinando II dimostra di averne consapevolezza. Richiedeva perciò che gli venissero comunicate tutte le notizie e le informazioni circolanti, distinguendo però quanto appreso attraverso gli avvisi dal resto. Più tardi, in occasione della missione come ambasciatore ordinario di Gabriello Riccardi, il granduca illustrava quali dovevano essere le mansioni e le responsabilità dell’ambasciatore. Le questioni che lo avrebbero impegnato a Corte erano suddivise in negozi ordinari e straordinari, di interesse proprio o altrui. I negozi ordinari avevano una relazione diretta, affermava, con i doveri di servizio verso il re di Spagna: Gli ordinarii ricevono regola dalla nostra devozione nel servizio del re et dai nostri oblighi con la corona, in che quanto siamo per complire lo può argomentare sua maestà dalli effetti vivi che si sono veduti fin qui, et se in ciò potesse ricevere augumento la nostra volontà, lo riceverebbe dalla stima che ne facesse sua maestà 34. Quelli straordinari consistevano di fatto in tutte le negoziazioni aperte in quel momento con la Spagna: vegliano hora quelli della pensione per il signor principe cardinale nostro zio [Carlo de’ Medici], del generalato del mare per uno de’ signori principi nostri fratelli, della sospensione del soccorso di Milano et altri 35. Inoltre avevano un rilievo specifico i temi finanziari e i crediti con la corona spagnola. A questi temi era dedicata un’istruzione apposita e segreta.

33 Il caso veneziano è stato studiato a fondo da M. INFELISE: Prima dei giornali. Alle origini della pubblica informazione (secoli XVI-XVII), Roma-Bari 2005; dello stesso, su Roma “Gli avvisi di Roma. Informazione e politica nel secolo XVII”, in M. A. VISCEGLIA e G. V. SIGNOROTTO (eds.): La corte di Roma fra Cinque e Seicento…, op. cit., pp. 189-205. 34 Istruzioni a Gabriello Riccardi inviato in Spagna, 4-5 ottobre 1637, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), inss. 448-449, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 459. 35 Ibidem.

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Il granduca presentava dunque una chiara disposizione delle questioni che potevano essere negoziate a Corte, con l’indicazione di comportamenti differenziati per ciascuna di esse 36. A proposito delle negoziazioni relative alle “cose attenenti ad altri” 37, l’ambasciatore avrebbe dovuto comportarsi con grande cautela. Poiché poteva accadere che si dovessero inviare spesso raccomandazione per “amici et servitori di questa casa” 38 era bene usare misura e moderazione, in modo da fuggir l’importunità, non chiedere quel che non sia verisimile da ottenersi, et in tutte le instanze valersi delle buone congiunture, stando attento per non impegnare troppo noi stessi et il credito et merito nostro con sua maestà in conto et in favore di nessuno 39. Nei casi in cui i Medici vestivano l’abito di intermediari per conto di sudditi toscani che chiedessero raccomandazioni ai sovrani di Spagna, infatti, la materia era differente e, notava Ferdinando, occorreva non eccedere nelle richieste di questo tipo, affinché non si spendesse tutto il credito e il merito di cui la Toscana godeva alla Corte spagnola. I materiali diplomatici rappresentano dunque testi di grande interesse per comprendere lo stile politico di Ferdinando II. Attraverso l’analisi delle missioni degli ambasciatori cercheremo di fornire alcuni elementi utili per comprendere altresì quali furono i rapporti politici e le connessioni personali fra la Corte di Spagna e il Granducato di Toscana. Come abbiamo detto, il periodo della Reggenza si era aperto nel 1621, alla morte di Cosimo II. Questi, infermo e assente dagli impegni soprattutto dopo il 1614, aveva caratterizzato con una politica prudente e defilata gli ultimi anni di governo. Dopo la sua scomparsa (28 febbraio 1621), sulla base delle disposizioni testamentarie, le due granduchesse (la madre Cristina di Lorena e la vedova Maria Maddalena d’Austria) assunsero il governo dello stato (in nome

36 Il tema è affrontato in termini simili nell’istruzione a Ottavio Pucci inviato in Spagna, 27 settembre 1640, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 66r-77v, edito in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 490-491. 37 Istruzioni a Gabriello Riccardi inviato in Spagna, 4-5 ottobre 1637, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), inss. 448-449, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 460. 38 Ibidem. 39 Ibidem.

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del principe Ferdinando, ancora minorenne), e furono coadiuvate da un Consiglio di Reggenza in cui sedevano alti funzionari e dignitari di corte. Ne facevano parte il conte Orso d’Elci, consigliere di Stato, il marchese Fabrizio Colloredo, maestro di camera, il senatore Niccolò Dell’Antella, auditore della religione di Santo Stefano, a cui si sarebbe aggiunto ben presto Giuliano de’ Medici, arcivescovo di Pisa 40. Allora si trovava ambasciatore in Spagna proprio Giuliano de’ Medici 41. In occasione della successione al trono di Filippo IV le Reggenti inviarono l’ambasciatore straordinario Ottaviano de’ Medici 42, legato alla famiglia dei granduchi da parentela 43. Oltre alle condoglianze di rito, Ottaviano doveva chiedere il rinnovo dell’investitura di Siena e di Portoferraio (che doveva essere confermato alla morte tanto del concedente come del ricevente) “accioché se fusse possibile la pigliasse poi vostra eccellenza medesima, doppo haver finito li suoi complimenti” 44, anche se vi era il timore che la richiesta potesse essere giudicata prematura. Inoltre, così come aveva prescritto Cosimo II, anche le due Reggenti raccomandavano tanto l’ambasciatore straordinario quanto l’ordinario di “sfuggire tutti gli incontri che vi potessero sopraggiugnere in materia di richieste di denari” 45, mentre dovevano piuttosto tentare di riscuotere i vecchi crediti. Alcuni mesi più tardi veniva inviato il nuovo ambasciatore residente Averardo de’ Medici, che doveva sostituire il fratello Giuliano il quale, come si è detto, era stato richiamato in Toscana per entrare a far parte del Consiglio di Reggenza.

40 Cfr. E. FASANO GUARINI: “Cosimo II”, DBI, vol. XXX, Roma 1984, pp. 48-54, p. 53. 41 Giuliano de’ Medici era stato inviato in Spagna nel 1618. In questo periodo fu sempre presente anche un inviato del Monte, che doveva amministrare i beni che il Monte di Pietà di Firenze aveva in quella città. Il rilievo di questa figura si accrebbe nel corso della prima metà del secolo, con l’aumento delle necessità finanziarie della Corona spagnola, e l’addensarsi delle richieste spagnole sul fronte dei sostegni economici. Questo tema, assai interessante, meriterebbe una ricerca specifica. 42 Istruzione a Ottaviano de’ Medici inviato in Spagna, 10 luglio 1621, in ASFi, MP, f. 2639, P. II, cc. 716r-720v, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 338-343, p. 339. 43 Ibidem, pp. 339-340. 44 Ibidem, p. 341. 45 Istruzione ad Averardo Medici inviato in Spagna, Firenze, 12 ottobre 1621, ASFi, MP, f. 2639, P. II, cc. 809r-811v, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 344-347; p. 345.

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Il tema centrale dell’istruzione consegnata al nuovo ambasciatore era quello delle richieste economiche che venivano presentate con grande frequenza dalla Spagna. Di fronte a nuove sollecitazioni a concedere prestiti, l’ambasciatore doveva sfuggire tutti gli incontri che vi potessero sopraggiugnere in materia di richieste di denari, et caso che qualche ministro ve ne muovesse ragionamento, –scrivevano le Reggenti– ingegnatevi di divertirlo dolcemente et con quella destrezza che saprete usare 46. Nel rientrare a Firenze, Giuliano portava con sé il rinnovo dell’investitura di Siena. Esso era stato causa di profonde tensioni nel corso del granducato di Ferdinando I, quando la Spagna, di fronte al comportamento troppo autonomo del Medici, trattenne la concessione per diversi anni 47. Ora quest’aspetto non era più in discussione, e il rinnovo fu concesso de plano. Il 14 giugno 1628 Ferdinando II raggiungeva la maggiore età e prendeva “possesso dell’assoluto governo de’ suoi stati” 48. L’anno successivo in Spagna morì l’ambasciatore Averardo de’ Medici. Dopo un vuoto di rappresentanza di due anni, nel quale era stato il segretario d’ambasciata Bernardo Monanni ad assicurare la continuità della presenza diplomatica, nel 1631 il marchese Michelangelo Baglioni veniva inviato per congratularsi con il sovrano per la nascita del figlio Baltasar Carlos. Dopo l’ambasciata straordinaria, Baglioni doveva trattenersi presso la Corte fino alla nomina del nuovo ambasciatore ordinario 49. L’istruzione che gli veniva consegnata era la prima di Ferdinando II

46 Istruzione ad Averardo Medici inviato in Spagna, Firenze, 12 ottobre 1621, ASFi, MP, f. 2639, P. II, cc. 809r-811v, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 345. 47 Cfr. P. VOLPINI: “Toscana y España”, in J. MARTÍNEZ MILLÁN e M. A. VISCEGLIA (eds.), La monarquía de Felipe III, vol. IV: Los Reinos, Madrid 2008, pp. 1133-1149. 48 Così lo definisce lo stesso Ferdinando II in un’istruzione per Francesco Coppoli inviato a Milano, 30 giugno 1628, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 46, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 357-359, p. 357. 49 Istruzione a Michelangelo Baglioni inviato in Spagna, 25 febbraio 1630, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 67, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 391-397 con la datazione del 1631 probabilmente sbagliata. Infatti nell’istruzione successiva, a Francesco Medici inviato in Spagna, del 31 luglio 1631, si dice che il Baglioni risiedeva in Spagna da 15 mesi, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 208, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 398-411, p. 398.

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a un diplomatico inviato in Spagna dopo l’assunzione del governo dello Stato. In essa era presente ancora, peraltro, una pluralità di presenze al vertice del governo mediceo, che emergeva dalle indicazioni date in merito alle visite di cortesia. Ferdinando II ordinava infatti all’ambasciatore di porgere i saluti anche a nome della madre Maria Maddalena, della “ava”, ovvero della nonna Cristina di Lorena, del cardinale zio Carlo, e di “questi altri principi” 50, cioè dei fratelli Giovan Carlo, Mattias e Leopoldo. Si tratta di un “capitale” umano molto ricco che rappresentò al tempo di Ferdinando II uno dei punti di forza per l’irradiamento della presenza dei Medici nei gangli delle dinamiche internazionali 51. Ferdinando comunicava poi a Baglioni che non c’erano “negozi” di rilievo aperti fra le due Corti 52. Quest’ultimo doveva comunque agire per avvicinarsi al conte-duca di Olivares al quale, se fosse sorta l’ccasione, doveva comunicare “con parole di piena asseverazione [ …] il nostro affetto verso l’eccellenza sua” 53. Nello stesso anno veniva nominato Francesco Medici quale nuovo ambasciatore ordinario (detto il commendatore di Sorano per evitare che si supponesse una parentela con i Medici). L’istruzione che gli veniva consegnata all’inizio del suo lungo soggiorno in Spagna (che si concluse sei anni più tardi) affrontava, come si è detto, aspetti legati alle modalità con cui doveva svolgere le mansioni di ambasciatore e rifletteva anche sulla qualità delle informazioni da far pervenire a Firenze e sui modi di preservarne il più possibile la segretezza 54. Al commendatore di Sorano veniva prescritto inoltre di conservare buoni rapporti con alcuni membri della Corte, perché, scriveva Ferdinando, gli amici sono buoni anche per i principi, et massime nelle corti grandi dove hanno affari et interessi di consideratione, come noi in quella di Spagna; però voi v’ingegnerete di guadagnarcene anco de’ nuovi, oltre al mostrare la stima che

50 Istruzione a Michelangelo Baglioni inviato in Spagna, 25 febbraio 1630, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 67, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 394. 51 Cfr. F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit. 52 Istruzione a Michelangelo Baglioni inviato in Spagna, 25 febbraio 1630, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 67, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 391-397; p. 394. 53 Ibidem, p. 393. 54 Si veda supra, pp. 511-514.

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facciamo de’ vecchi procurando di farvi amare per poter essere a ciò migliore instrumento 55. Anche in quest’istruzione il conte-duca veniva indicato come principale referente a Corte. Lui avrebbe disposto l’ordine delle udienze, e avrebbe deciso se incontrare l’ambasciatore prima dell’udienza con il re o subito dopo. In questo testo erano fornite anche alcune indicazioni circa le persone che sarebbero potute servire da punto di riferimento per l’ambasciatore. Dopo il conte-duca veniva nominato il cardinale Zapata, una delle figure principali della Corte, membro del Consiglio di Stato e inquisitore generale. Ferdinando contava poi su Ferrante Brancia, “gentilhomo et dottor napoletano” 56 che si trovava a Corte come Reggente del Consiglio d’Italia. Con lui aveva ottimi rapporti dai tempi in cui serviva nel Regno di Napoli “perché in Napoli si serviva questa casa di lui con molta sodisfazzione, essendo valoroso et dabene et tanto affettionato a’ nostri interessi” 57. L’istruzione sfortunatamente non dice quali siano i “negozi” ordinari che il commendatore di Sorano avrebbe dovuto seguire, perché gli era stato comunicato “in voce il nostro senso et data la forma di come habbiate a procedere” 58. Fra quelli straordinari era importante trattare della progettata unione fra il principe Giovan Carlo, fratello del granduca, e la principessa di Stigliano Anna Carafa. Gli accordi matrimoniali si trovavano in una fase già avanzata, e se ne era data pubblica notizia, ma non arrivava il placet definitivo dal sovrano spagnolo, atteso da oltre un anno. Il principale timore del granduca era la perdita della reputazione, qualora fosse stata resa pubblica la revoca dell’accordo matrimoniale, che era già “come stabilito” 59. Egli istruiva quindi dettagliatamente il proprio ambasciatore

55 Istruzione a Francesco Medici inviato in Spagna, del 31 luglio 1631, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 208, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 407. La formulazione si ripete pressoché identica nelle istruzioni a Gabriello Riccardi inviato in Spagna, 4-5 ottobre 1637, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), inss. 448-449, edito in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 460. 56 Istruzione a Francesco Medici inviato in Spagna, del 31 luglio 1631, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 208, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 407. 57 Ibidem. 58 Ibidem, p. 403. 59 Come riferito nella relazione di Filippo Mei del 16 marzo 1634 in A. PELLEGRINI (ed.): Relazioni inedite di ambasciatori lucchesi..., op. cit., p. 179.

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circa la possibilità di proporre diverse soluzioni affinché Filippo IV finisse per accettare le nozze 60. La faccenda, come è noto, non fu mai conclusa a causa dell’opposizione dei membri del Consiglio d’Italia che temevano che l’unione matrimoniale potesse costituire un varco per un eventuale ingradimento territoriale dei Medici. Infine anche il conte-duca di Olivares si oppose e nel 1636 promise Anna Carafa in sposa a Ramiro Núñez Felípez de Guzmán, duca di Medina de las Torres, rimasto vedovo di una figlia dello stesso Olivares 61. La decisione era risultata molto sgradita a Firenze al punto che, secondo l’ambasciatore lucchese Filippo Mei, nel granduca erano nate “alcune punture che nell’interno hanno alienato alquanto l’animo” 62.

DAI SOCCORSI IN DIFESA DI MILANO ALLA NEUTRALITÀ

A partire dalla metà degli anni Trenta è riservata grande attenzione alla sede di Milano. Ciò si deve collegare all’entrata in guerra della Francia nel 1635. Le emergenze belliche in Piemonte e Lombardia, con la ricorrente minaccia francese di invadere Milano, ponevano al centro dei temi da affrontare la questione degli aiuti che il granducato doveva portare allo Stato di Milano sulla base delle Capitolazioni di Siena 63. Stipulate da Cosimo I in occasione della conclusione della Guerra di Siena, le capitolazioni vincolavano il granducato a portare aiuto a Milano nel caso occorresse difenderla da attacchi esterni 64. Il dovere di prestare aiuto era tale, cioè, quando lo Stato di Milano era impegnato in una guerra

60 Istruzione a Francesco Medici inviato in Spagna, del 31 luglio 1631, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 208, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 403-405. 61 A. SPAGNOLETTI: Principi italiani e Spagna nell’età barocca, Milano 1996, pp. 29-31. 62 Relazione di Filippo Mei del 16 marzo 1634 in A. PELLEGRINI (ed.): Relazioni inedite di ambasciatori lucchesi..., op. cit., p. 179. 63 Cfr. C. SODINI: L’Ercole Tirreno. Guerra e dinastia medicea nella prima metà del ‘600, Firenze 2001, pp. 43-46 in cui viene messo in evidenza che, a causa della minaccia ricorrente di invasione francese del territorio milanese, fra il 1630 e il 1638 il granducato affrontò gli impegni più consistenti in termini di truppe e denaro alla volta della Lombardia. 64 Cfr. A. D’ADDARIO: Il problema senese nella storia italiana della prima metà del Cinquecento (la guerra di Siena), Firenze 1958; R. CANTAGALLI: La guerra di Siena (1552-1559), Siena 1992; V. DE CADENAS Y VICENT: La República de Siena y su anexión a la Corona de España,

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difensiva, ma attorno alla concreta definizione di ciò che poteva essere inteso come difensivo si giocava l’esistenza o meno dell’obbligo della Toscana di accordare gli aiuti. A proposito della delimitazione degli impegni, inoltre, si discuteva dell’estensione degli aiuti accordati e della loro natura. Nel corso del governo di Ferdinando II fu presa in considerazione la possibilità di inviare denari al posto dei contingenti militari. La questione veniva affrontata da Ferdinando sia attraverso i suoi inviati a Milano che con i suoi ambasciatori in Spagna. Nel 1629 Ferdinando II aveva inviato Pietro de’ Medici a Milano affinché trattasse con il nuovo governatore la questione degli aiuti. In questo modo Ferdinando II sperava di definire, all’inizio del suo governo personale, i termini dei suoi doveri nei confronti di Milano; come vedremo, invece, sull’obbligo e sulle modalità continuò a discutersi per tutti gli anni Trenta del Seicento. A Pietro de’ Medici veniva ordinato di entrare in argomento qualora il governatore non lo facesse, “acciò [il governatore] non restasse nell’openione, che ha mostrato di havere in Spagna, che noi habbiamo a mandargli detti soccorsi ogni volta che gli chiegga” 65. Affinché il governatore fosse pienamente informato della forma del nostro obligo secondo la capitolazione di Siena, et perché egli sappia di non poter pretender più oltre, come non stato lecito farlo a nessuno de’ suoi antecessori in quel governo, Ferdinando II illustrava i termini delle Capitolazioni sulla base del recente passato, risalendo dagli anni della Reggenza a quelli del padre Cosimo II 66. Quest’ultimo aveva voluto mettere un punto alle continue dispute per definire i limiti e le condizioni dell’aiuto dovuto dal principato mediceo allo Stato di Milano. A tal fine il suo ambasciatore in Spagna, Orso Pannocchieschi d’Elci, aveva ottenuto che Filippo III mandasse una lettera al duca di Feria, governatore di Milano, in cui

Madrid 1985; D. MARRARA e C. ROSSI: “Lo Stato di Siena tra Impero, Spagna e Principato mediceo (1554-1560). Questioni giuridiche e istituzionali”, in D. MARRARA (ed.): Toscana e Spagna nell’età moderna e contemporanea, Pisa 1998, pp. 5-53 e E. FASANO GUARINI: “La fondazione del principato: da Cosimo I a Ferdinando I (1530-1609)”, in E. FASANO GUARINI (ed.): Storia della civiltà toscana, III: Il principato mediceo, op. cit., pp. 3-40, sp. pp. 18-24. 65 Istruzione a Pietro de’ Medici inviato a Milano, 24 agosto 1629, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 52, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 360-365, p. 361. 66 Ibidem.

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diceva (come riferiva Ferdinando II) che “i nostri soccorsi hanno da servire per difesa di quello stato, et che conforme a quello il governatore si haveva da governare, senza eccedere in cose nessune” 67. In quest’occasione era stato messo in chiaro anche che “non era Sua Altezza tenuto a dargli prima che non fusse attaccato et invaso lo stato di Milano” 68. In questi anni la trattativa per gli aiuti a Milano veniva riaperta continuamente. Nel 1635 Ferdinando esplicitava per il suo inviato nella città ambrosiana le ragioni dell’importanza di quella sede. Alcune avevano carattere durevole, ed erano connesse alla collocazione geopolitica di Milano che era città frontiera alle principali provincie d’Europa et scala alla maggior parte di quelli che vanno et vengono di Spagna, Francia, Fiandra et Alemagna, et perché quello stato confina con li Svizzeri et con i signori duchi di Savoia, Mantova et Parma, et con la repubblica di Venezia et con altri 69. Anche dal punto di vista informativo Milano era in questo periodo al centro degli scambi. Ferdinando II raccomandava di prestare attenzione a tutte le notizie circolanti a Milano “havendo per lo più origine da Milano le novità d’Italia et quivi arrivando quasi tutte le commessioni di Spagna” 70. Altre ragioni del rilievo di Milano erano a carattere contingente, connesse quindi agli scontri in atto nei territori dell’Impero: gli affari della Christianità sono in scompiglio et pare che si vadano disponendo ad aperta et grossa guerra tra Francia et casa d’Austria, che benché verisimile che sia per ardere ai confini della Germania et nell’Imperio, susciterà nondimeno anche incendii gravi in Italia, et è per conseguenza necessariissimo star sempre con gli occhi desti et con le orecchie tese, per intendere et penetrare quel che si tratti et tenercene puntualmente ragguagliati 71.

67 Istruzione a Pietro de’ Medici inviato a Milano, 24 agosto 1629, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 52, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 363. La missiva, ricordata ma non allegata all’istruzione, era del 14 giugno 1618. 68 Ibidem, p. 361. 69 Istruzione a Desiderio Montemagni inviato a Milano, 12 febbraio 1636, in ASFi, MP, 2633, cc. 583r-584v, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 441. 70 Ibidem. 71 Ibidem.

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Nel 1636 Ferdinando II incaricava, con un’istruzione in cifra, il proprio emissario a Milano Desiderio Montemagni di discutere con il governatore la possibilità di inviare denari invece che truppe a Milano. L’ipotesi era già stata ventilata con i governatori precedenti, don Francisco de Melo e il marchese di Leganés, ma a causa di richieste troppo elevate non era stato raggiunto un accordo e adesso Montemagni doveva proporre una riduzione della cifra da erogare 72. Anche il nuovo ambasciatore in Spagna Gabriello Riccardi, inviato nel 1637, doveva affrontare nuovamente la questione di Milano 73. Nell’istruzione venivano ricordati i gravosi impegni sostenuti da Ferdinando II negli anni precedenti per soccorrere Milano, sia in termini di fanterie che di denari, “havendo il marchese di Leganés [governatore di Milano] desiderato di ridurre il soccorso in denari per la gran penuria che ne haveva” 74. Secondo il granduca, i soccorsi concessi erano andati ben al di là dei doveri prescritti negli accordi fra i due Stati, come nel caso

72 Istruzione a Desiderio Montemagni, 3 giugno 1636, in ASFi, MP, f. 2633, P. II, cc. 590r-591v, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 444-447, p. 446. Molti i riferimenti nelle istruzioni alle disposizioni stabilite dalle Capitolazioni di Siena. Nel 1640 Ferdinando II le riepilogava per il proprio ambasciatore in Spagna: “Questi [aiuti] consistono nel soccorso di quattro mila fanti et quattrocento cavalli che doviamo dare per la diffesa dello stato di Milano, sempre che da i potentati d’Italia in detta investitura nominati, o da collegati con essi, sarà assaltato, et nel dare anche le nostre galere tutte le volte che da sua maestà o da’ suoi ministri ci saranno chieste, come voi potrete vedere dalla copia che tenete di detta investitura et capitolatione”. Istruzioni a Ottavio Pucci inviato in Spagna, 27 settembre 1640, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 66r-77v, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 491-495, p. 491. Altri riferimenti nelle istruzioni a Cosimo Riccardi, 25 settembre 1635, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 301, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 428-429; a Pietro Grifoni, 25 ottobre 1635, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 302, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 430-432; e a Camillo Augusto del Monte, 31 ottobre 1635, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 303, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 433-436. Cfr. F. MARTELLI: “Introduzione al secondo volume”, in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. XLIII. 73 Riccardi andava a sostituire Francesco Medici e avrebbe svolto quest’incarico per un triennio. Gli fu consegnata un’istruzione specifica per il cerimoniale e una relativa agli affari segreti. Istruzioni a Gabriello Riccardi inviato in Spagna, 4-5 ottobre 1637, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), inss. 448-449, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 455-469. 74 Ibidem, p. 466.

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recente dell’attacco dei francesi alla Sardegna, per il quale “spedimmo subito a quella volta senza esservi richiesti gran quantità di polveri, et ci preparavamo di soccorrerla anco di quel più che fosse bisognato” 75. Si trattava di un aspetto delicato: Ferdinando era consapevole dei rischi legati alla guerra in corso e non intendeva –così affermava– sottrarsi ai suoi obblighi. Ordinava quindi al Riccardi di ricordare al signor conte duca che anche sua eccellenza ha discretamente considerato, come hanno parimente fatto altri signori ministri di sua maestà, che i nostri antecessori et molto più noi haviamo in più et più ecceduto le nostre obligationi 76. Non era giusto, pertanto, accusarlo di non farsi carico dei seri rischi che la Spagna stava correndo. Nondimeno, per le sorti economiche e politiche della Toscana occorreva ricordare al valido che a volere che possiamo altre volte farlo, converrà che riscontriamo i nostri crediti et del Monte, che vengono a esser pur nostri, i quali, come havete veduto et vederete dalle note et calcoli datevene dal nostro depositario generale et dal provveditore del Monte, ascendono a qualche migliaio più del milione et sempre crescono 77. Di fronte a nuove richieste di denari, dunque, l’ambasciatore doveva far valere tutti i crediti pendenti del granduca e del monte di Pietà, non disgiungendo nel computo gli uni dagli altri, poiché questi ultimi, sottolineava Ferdinando, vengono a esser pur nostri. L’arma del credito e dei denari è ancora una volta centrale nella politica dei Medici nei confronti della Spagna. In altri periodi, nel corso del secolo XVI, quando a Firenze c’era ampia disponibilità di denaro contante, essa era stata giocata attraverso la concessione di crediti a tassi molto vantaggiosi. Nel secolo XVII si richiamava l'esistenza di quei crediti per rigettare altre richieste di denari. Nel 1640 Riccardi veniva sostituito da Ottavio Pucci, anch’egli con incarico di ambasciatore permanente 78. Anche in questo caso la più importante questione in

75 Istruzioni a Gabriello Riccardi inviato in Spagna, 4-5 ottobre 1637, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), inss. 448-449, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 466. 76 Ibidem, p. 465. 77 Ibidem. 78 Secondo una prassi che appare a questa data consolidata, a Pucci venivano consegnate istruzioni separate: sempre presente quella relativa alle norme da seguire nelle

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discussione con la Spagna era la fornitura di aiuti per il soccorso di Milano. A Riccardi veniva consegnata un’istruzione esclusivamente dedicata a questo tema. In essa si diceva che con l’attuale governatore di Milano Ferdinando II aveva raggiunto un accordo per inviare in denaro gli aiuti; su questo punto, pertanto, disponeva Ferdinando di non ammettere “già disputa né discorso intorno al doversi dare detto soccorso in gente o in denari, perché questo si ha da regolare con la qualità de’ tempi et degli accidenti” 79. Si poneva ora anche la questione della cessione delle galere che avrebbero dovuto unirsi a quelle spagnole. I problemi in questo senso erano numerosi. Negli anni precedenti in alcune occasioni le aveva cedute, ma ultimamente gli erano state chieste affinché contribuisse alla difesa del golfo di Biscaglia e le aveva negate affermando di non avere abbastanza uomini a disposizione 80. Questi aiuti ostacolavano inoltre la conservazione di buoni rapporti fra i Medici e le altre potenze. I francesi non credevano alle ragioni con le quali i toscani avevano negato loro l’appoggio, ed erano sempre più diffidenti; i passaggi continui della flotta di fronte alle coste tirreniche rendevano altresì molto difficoltosa “la continuatione del commerzio” 81. Nonostante questi ostacoli, il granduca non rifiutava di concedere le proprie galere ma cercava una strada per prendere tempo. Inoltre Ferdinando II scriveva al proprio ambasciatore che, a causa della situazione di guerra, probabilmente gli spagnoli gli avrebbero chiesto di non osservare “troppo la neutralità con i franzesi” 82. La risposta che Ferdinando faceva dare al proprio ambasciatore era piena di realismo e di abilità politica. Pucci doveva affrontare l’argomento con persone ben capaci di comprenderne il senso (parlatene,

visite di cortesie. Essa ricalcava quasi al piè della lettera quella consegnata tre anni prima al collega che lo aveva preceduto. Cfr. istruzioni a Ottavio Pucci inviato in Spagna, 27 settembre 1640, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 66r-77v, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 488-502. 79 Ibidem, p. 492. Cfr. N. CAPPONI: “Le Palle di Marte: military strategy and diplomacy in the Gran Duchy of Tuscany under Ferdinand II de’ Medici (1621-1670)”, The Journal of Military History 68/4 (2004), pp. 1105-1141, sp. pp. 1105-1120. 80 Cfr. istruzioni a Ottavio Pucci inviato in Spagna, 27 settembre 1640, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 66r-77v, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 492-493. 81 Ibidem, p. 494. 82 Ibidem, p. 495.

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diceva, con “chi occorra” 83) e poteva, da un lato, riconoscere che a Firenze si comprendeva “benissimo –scriveva il granduca– che nessuno avvedimento né diligenza può bastarci per far credere a’ franzesi di non essere partiali de’ spagnuoli” 84. Tuttavia “ci pare anche necessario, non meno per servitio di Spagna che nostro, di governarci in modo che non possino dichiararci apertamente loro nemici” 85. Era necessario dunque salvare le apparenze, e non solo per la sicurezza del granducato di Toscana, ma anche per non dover poi richiedere l’aiuto della Spagna, caricandola con altri impegni sul piano del confronto armato, perché in tal caso, in cambio di rendere a Sua Maestà Cattolica i nostri servitii, correremmo pericolo manifesto di haver bisogno del suo aiuto, perché forse i franzesi non tendono ad altro che a farci espressamente dichiarare contro di loro per havere occasione di offenderci 86. Ferdinando II non negava quindi il carattere strumentale della politica di conservazione della stabilità e di neutralità, ma riteneva utile mantenerla anche in questi termini. Un passaggio di grande tensione fu, come è noto, proprio quello provocato dalla scelta di Ferdinando II di dichiararsi neutrale nel conflitto fra Spagna e Francia giocato di fronte alla Toscana, in occasione dell’attacco delle truppe francesi alle piazzeforti spagnole dei Presidi nel 1646. Come è noto, in vista dell’attacco Mazzarino aveva inviato a Firenze un proprio emissario che doveva offrire al granduca l’armata francese per il caso che avesse voluto unire le sue forze con essa per fare delle conquiste […] rimostrando che una occasione simile non poteva offerirlisi di nuovo con facilità […] [e] quanto fosse opportuno il tentar la conquista della Sicilia o della Sardegna e di estendere ancora i confini del granducato 87. Se da un lato presentavano allettanti offerte al granduca affinché cambiasse di bando, i francesi facevano anche sapere che, qualora egli non avesse accettato,

83 Cfr. istruzioni a Ottavio Pucci inviato in Spagna, 27 settembre 1640, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 66r-77v, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p 495. 84 Ibidem. 85 Ibidem. 86 Ibidem. 87 Cfr. R. GALLUZZI: Istoria del granducato di Toscana..., op. cit., tomo VI, p. 217.

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i suoi territori non sarebbero stati toccati, sempre che egli avesse osservato una scrupolosa neutralità. Nondimeno la Francia non avrebbe considerato neutrale l’invio di aiuti della Toscana alla Spagna (anche se previsti nei trattati) perché quest’atto “lo averebbe fatto considerare come nemico della corona di Francia”. Di fronte alle opposte pressioni della Spagna e della Francia, il granduca nel maggio 1646 dichiarò la neutralità. Se dunque questa scelta era legata alla conservazione dei rapporti con la Francia, essa suscitò forti rimostranze in campo spagnolo. Ad avviso della Spagna infatti la dichiarazione di neutralità significò cedere alle pressioni francesi, rifiutando di porsi a fianco del tradizionale alleato spagnolo. Solo la decisione di Ferdinando di fornire, in un secondo momento, munizioni e viveri per difendere lo Stato dei Presidi permise di ristabilire buoni rapporti con la Spagna 88. Nello stesso anno Ferdinando mandava sia a Napoli che a Milano propri inviati per spiegare le ragioni della sua decisione. Presso il viceré di Napoli era inviato Padre Arsenio con un’istruzione assai articolata 89. Egli doveva spiegare che, da un lato, il granduca con le proprie forze non avrebbe avuto la possibilità di “sostenere il peso contro sì gran potenza” 90; dall’altro che, pur avendo a lungo sollecitato alla Spagna galere e uomini di sostegno, non aveva mai avuto alcun aiuto in termini militari. Egli si era quindi trovato in una situazione molto delicata, e solo la scelta della neutralità gli aveva permesso di non perdere i proprio territori. Inoltre, come osservava in un’altra istruzione sullo stesso tema, habbiamo creduto di rendere maggior servizio al re conservando a sua maestà questa sua casa et sottraendo i signori ministri di Italia della maestà sua dal carico di prestarci le assistenze che ci si sarebbero dovute in caso di rottura con Francia 91. La grande potenza della Francia veniva espressamente richiamata, e ad essa erano indirettamente contrapposte le forze della Spagna, finanche troppo impegnate

88 Cfr. F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit., p. 52; I. COTTA STUMPO: “Ferdinando II”, op. cit. 89 Istruzione a padre Arsenio dell’Ascensione inviato a Napoli, 23 giugno 1646, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 327r-329r, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 519-522. 90 Come scriveva in un’istruzione per il suo inviato a Milano Ferdinando Cospi, 1646, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 308r-314r, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 511-518, p. 514. 91 Ibidem.

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“negli altri gravi impegni” 92 bellici per far fronte anche a questo scontro. Padre Arsenio avrebbe dunque dovuto concludere che “non stima l’altezza serenissima di havere contravvenuto a quanto si fosse dovuto da lei, perché sola non era obbligata et anche sola non haveva modo di riparare” 93. Il ragionamento però veniva sigillato con un’ulteriore osservazione che dà il segno del mutamento in corso negli equilibri interstatali. La Spagna doveva apprezzare il suo gesto, sosteneva il Medici, perché nei fatti il granducato si era trovato in mezzo a “proteste di guerra di una grande potenza” che allo stesso tempo cercava di attirarla nella sua orbita “con offerte di grandi avvantaggi in più maniere”. In questa situazione la Toscana “mentre non era a bastanza proveduta né assistita” da chi avrebbe dovuto curarsene, cioè dalla Spagna, non aveva accettato di passare di bando, ma aveva dovuto cercare “di sottrarsi dall’effetto delle une”, cioè delle provocazioni militari, e “di resistere alle altre”, ovvero alle tentazioni di passare all’altra parte 94, e questo, sembra lasciar intendere Ferdinando II, avrebbe dovuto essere tenuto in maggior considerazione da Filippo IV. Il granduca reiterava queste considerazioni nell’istruzione del 1647 per Giovan Battista Gori Pannilini, nuovo ambasciatore ordinario in Spagna, e arrivava a esplicitare l’eventualità di passare di bando. Dopo aver risposto agli eventuali rilievi circa la posizione di neutralità con gli argomenti già ricordati, Gori Pannilini doveva chiudere affermando che non deve riflettersi sopra tante opinioni contro la sincerità della nostra intenzione corse per il mondo, o di malevoli nostri o di ignoranti, benché a Madrid, a Napoli et a Milano pur troppo si sia mostrato di mostrarli fede, perché se havessimo proceduto con doppiezza haveremo, doppo tanti inviti fattici da’ franzesi con larghissime offerte et doppo il corso di tante altre cose atto a persuaderlo, dovuto a quest’hora haver fatto il salto 95.

92 Istruzione per il inviato a Milano Ferdinando Cospi, 1646, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 308r-314r, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 511-518, p. 514. 93 Istruzione a padre Arsenio dell’Ascensione inviato a Napoli, 23 giugno 1646, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 327r-329r, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 520. 94 Tutte le citazioni del paragrafo in Ibidem, p. 521. 95 Istruzione a Giovan Battista Gori Pannilini inviato in Spagna, 23 dicembre 1647, ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc. 321r-326v, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, p. 531.

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L’anno successivo la vicenda era stata superata, grazie alla concessione di nuovi aiuti del granduca all’armata spagnola che, guidata da don Juan de Austria, si apprestava all’assedio che avrebbe portato alla riconquista dei territori di Piombino e Porto Longone 96, ma se qualcuno l’avesse sollevata ancora, scriveva Ferdinando a Lorenzo Capponi, inviato a Napoli, si doveva rispondere che si trattava di “materia già ben ventilata et riconosciuta in Spagna per consentanea al miglior servizio di sua maestà”, nella quale aveva prevalso l’opportunità di evitare “disavvantaggi et pregiudizii all’istessa corona di Spagna, et in riguardo di noi tanto suoi devoti et in rispetto delli augumenti fortunati delli avversarii dell’istessa corona” 97. Ci sono forse anche queste ragioni alla base della scelta di vendere l’anno dopo le galere granducali al principe Grimaldi di Monaco (che agiva per conto della Francia). Ferdinando aveva imboccato la strada della neutralità e riteneva più proficuo, in questa fase, disfarsi delle galere e procurarsi denari per rafforzare le difese dei suoi confini terrestri che negli anni precedenti erano stati violati dalle truppe di Urbano VIII 98. Nelle istruzioni a Giovan Battista Gori Pannilini, il granduca affrontava anche questo punto attraverso un’istruzione apposita. Il testo ricostruiva la trattativa che aveva portato alla vendita delle galere: in primo luogo galere, galeazze e attrezzi erano stati offerti in più forme al viceré di Napoli. Erano seguiti molti negoziati, sia con il viceré che con Venezia, ma Ferdinando aveva preso in considerazione solo le offerte di pagamento in contanti perché, scriveva, desiderava “vendere per i contanti et cercare i suoi avvantaggi, non essendosi mai intesa di farne negozio di stato” 99. Infine, si legge ancora nell’istruzione, il principe Grimaldi di Monaco era stato l’unico compratore disposto a pagare in contanti e nel 1647 la vendita era stata conclusa con lui 100.

96 R. GALLUZZI: Istoria del granducato di Toscana..., op. cit., tomo VI, p. 250. 97 Istruzione a Lorenzo Capponi inviato a Napoli, 25 settembre 1648, in ASFi, MP, f. 2658, cc. 630r-636r, 671r-676r, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 558-571, p. 561. Cfr. anche N. CAPPONI: “Le Palle di Marte...”, op. cit., pp. 1117 e ss. 98 Cfr. F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit., pp. 44-51. 99 Ibidem, p. 542. 100 Istruzioni a Giovan Battista Gori Pannilini inviato in Spagna, 23 dicembre 1647. Le istruzioni si presentano come un gruppo articolato di documenti che si trovano in ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc. 317r-320v; ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc. 321r-326v; ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc.

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Ma l’insieme di istruzioni consegnate nel 1647 a Gori Pannilini è di grande interesse per comprendere in un senso più generale le condizioni dei rapporti con la Monarchia iberica in questo periodo. La conclusione della Guerra dei Trent’anni era imminente, e la Toscana adottava nei confronti della Spagna un comportamento non più improntato alla piena deferenza. Nelle istruzioni consegnate al nuovo ambasciatore è palesato uno stato di insoddisfazione. Anche i toni scelti non sono quelli di norma impiegati nelle istruzioni. Nell’istruzione segreta Ferdinando individuava i “negozi” attualmente aperti con la Spagna nelle questioni degli aiuti dovuti a Milano sulla base delle capitolazioni di Siena, degli “interessi pecuniarii” e infine della “neutralità nella quale ci fu forza di dichiararci fra le due corone nel mese di maggio 1646” 101. A proposito del primo punto era pronto un “libretto dell’investitura di Siena, che comprende la preaccennata capitolazione et un consulto di dottori primarii” 102, grazie al quale l’ambasciatore avrebbe potuto rispondere a tutte le eventuali obiezioni. Quanto alle pensioni e ai crediti da esigere sia nel viceregno di Napoli che in Spagna, Ferdinando II si trovava in una situazione di stallo. Certo, le sollevazioni del 1640 in Catalogna e in Portogallo, e quindi i moti napoletani del ’47, avevano ulteriormente dissestato le finanze della monarchia spagnola. Ma il granduca esprimeva comunque profondo scontento per l’inesigibilità dei crediti che aveva con la Spagna, e concludeva tralasciando “di parlare di quel che vanno creditori per ragione di loro stipendi di protettor di Spagna et di generalissimo del mare gli signori cardinali nostro zio et fratello”, perché anche essi “non hanno ricevuto quelle dimostrazioni di puntualità et di confidenza con le quali va manifestata ordinariamente la stima” subendo in fin dei conti la dinastia Medici una vera “mortificazione” 103. L’osservazione a proposito dello scarso apprezzamento per il mantenimento della lealtà della Toscana verso la Spagna apriva a considerazioni a carattere più generale

314rv; ASFi, MP, f. 2658, cc. 539r-550r, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 523-551. 101 Ibidem, p. 529. 102 Ibidem. 103 Ibidem, p. 530.

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troppo lungo sarebbe il racconto se volessimo dirvi tutti gli atti di soverchio gravame et di poca corrispondenza che ci sono occorsi con li ministri di Spagna anche in tempo di più rilevanti servizii nostri, resi alla corona non che allo stato, del nostro più caldo et puro affetto, che mai ha patito né patirà diminuzione verso le cose di Spagna 104. Si apriva qui un lungo excursus a proposito del mancato aiuto della Spagna alla Toscana, in occasione dell’invasione dei suoi territori di Pistoia e Pitigliano, e della vendita di Pontremoli. Quanto al primo punto Ferdinando II ricordava che durante la Guerra di Castro allora che i Barberini invasero il nostro Stato […] non ostante che da noi et dai nostri antenati si sia sempre supplito largamente nelle richieste degli Spagnoli, et senza pur anche riguardo del concetto che ci davano da far di loro, mentre per la prima volta che era occorso a questa casa di chiedere i soccorsi dovuti a noi per la reciproca sudetta capitolazione, ce ne mandavano con una negativa 105. La Spagna, richiesta per la prima volta di corrispondere ai doveri di reciprocità nel mandare i soccorsi allo Stato mediceo i cui territori erano stati occupati, aveva opposto un netto rifiuto 106. Quanto a Pontremoli, come è noto, nel 1647 la vendita era stata accordata a Genova. Ferdinando II esprimeva con forza la contrarietà per questa scelta, che sembrava aver cancellato con un tratto di penna le lunghe e laboriose trattative intavolate da tempo dalla Toscana per l’acquisizione della località lunigianese. Nel 1650, come si è detto, il granduca riuscì a ottenere che la vendita a Genova non fosse confermata e potè comprarla, allargando così i confini dello Stato. Erano state proprio le serie difficoltà della monarchia spagnola a consentire al granducato di estendere i territori in una fase, quella del pieno Seicento, in cui gli ampliamenti territoriali degli Stati italiani furono molto rari. La cifra stabilita fu di 500.000 scudi, ma ne furono effettivamente pagati poco più della metà, mentre il resto andava a compensare antichi crediti che, come abbiamo detto, la Toscana aveva con la monarchia spagnola 107. Quello per Pontremoli fu probabilmente uno dei dissidi

104 Istruzioni a Giovan Battista Gori Pannilini inviato in Spagna, 23 dicembre 1647, in ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc. 317r-320v; ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc. 321r-326v; ASFi, MP, f. 2716, p. I, cc. 314rv; ASFi, MP, f. 2658, cc. 539r-550r, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 523-551, p. 531. 105 Ibidem, p. 533. 106 Cfr. R. GALLUZZI: Istoria del granducato di Toscana..., op. cit., tomo VI, p. 186. 107 Cfr. F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit., p. 60.

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più seri nei rapporti di Ferdinando II con la Spagna, ricomposto solo con la vendita della città al granducato. La Guerra dei Trent’anni e il conflitto aperto, dopo il 1635, fra Spagna e Francia aveva sottoposto a forti tensioni lo stato di Milano, e per la sua difesa la monarchia iberica aveva chiesto più volte gli aiuti alla Toscana. Un altro momento di forte tensione fu quello dell’attacco della Francia allo Stato dei Presidi nel 1646 e della posizione di neutralità scelta da Ferdinando II. Gli anni Quaranta si chiudevano, da un lato, sullo scacchiere della Penisola italiana, con un altro motivo di attrito fra la Toscana e la Spagna, quello legato alla vendita di Pontremoli e dall’altro, su quello internazionale, con la conclusione della Guerra dei Trent’anni, attraverso la firma delle paci di Westfalia, anche se, come è noto, Francia e Spagna non raggiunsero la pace fino al 1659 (pace dei Pirenei).

CONCLUSIONI. DA AMBASCIATORE A GENTILUOMO RESIDENTE

Nel 1649 veniva inviato come ambasciatore permanente Ludovico Incontri. Sostituiva Gori Pannilini e avrebbe svolto il suo ruolo a Madrid fino al 1660. Come di norma, gli veniva consegnato un insieme di istruzioni a cui venivano allegati documenti relativi alla questione del soccorso di Milano, alla dichiarazione di neutralità del 1646 e alla vendita delle galere 108. Le paci di Westfalia (1648) avevano sancito il ridimensionamento del potere della monarchia spagnola 109. Ciò

108 Il gruppo di istruzioni a Ludovico Incontri inviato in Spagna si trova in, ASFi, MP, f. 2658 e si compone di: Istruzione, cc. 554r-559v; Istruzione […] circa la pensione che ha il signor principe Leopoldo nostro fratello in Sicilia, 11.2.1648, c. 560rv; Informazione al segretario Mario Baldacchini circa il cerimoniale per darsi al signor ambasciatore Incontri, cc. 561r-563r; Istruzzione a voi monsignor Ludovico Incontri per quel che s’apparterrà al cerimoniale e della nostra ambasciata in Spagna, cc. 564r-566v. Inoltre a c. 569 si legge l’elenco delle scritture consegnate all’Incontri: “Cinque scritture di dottori sopra l’obbligo di Sua Altezza per li soccorsi di Milano; Ragguaglio dell’occorso intorno alla vendita delle galere; Copia di lettera del signor don Carlo della Gatta di Portoercole de’ 9 maggio 1646 [sulla neutralità]; Copia di lettera del signor Balì Gondi al signor segretario Mario Baldacchini de 23 di maggio 1646 [in materia della neutralità]; Stampa dell’investitura di Siena; Copia di tutte le instruzioni di monsignor Gori Pannilini”. 109 Cfr. L. BÉLY e I. RICHEFORT (eds.): L’Europe des traités de Westphalie. Esprit de la diplomatie et diplomatie de l’esprit, Paris 2000; G. PARKER: The Thirty Years War, London 1984;

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si ripercosse in modo immediato sulle azioni dei soggetti in campo. Ferdinando II istruiva il proprio ambasciatore a Madrid a proposito di eventuali proposte di costituire una lega che potevano essere avanzate all’ambasciatore. Come si ricorderà, in occasione della dichiarazione di neutralità di pochi anni prima, Ferdinando II aveva ribadito in più occasioni l’interesse per confermare comunque la volontà di servire la Spagna, facendo notare che la Toscana non aveva mai voluto dare ascolto alle proposte francesi di passare all’altra parte. In quest’istruzione invece il comportamento che l’ambasciatore avrebbe dovuto tenere era differente. Di fronte a proposte di “negoziati di collegazioni” oppure “a pretendere almancho che noi in qualche forma contribuissimo qualche segreta assistenza” 110, il nuovo ambasciatore doveva adottare un comportamento defilato, e introdurre delle “difficoltà” alla realizzazione del progetto. La cautela era necessaria in particolare affinché le resistenze che il granduca voleva introdurre fossero presentate “in maniera che non apparisca troppa disistimazione delle forze di sua maestà”. Il declino della monarchia iberica era, ad avviso di Ferdinando, un triste dato di fatto che occorreva accettare senza però recare offesa aperta, per cui era “corda […] da toccarsi molto delicatamente” con gli spagnoli 111. A proposito della neutralità non dovevano essere accettate richieste di fare “ogn’atto positivo benché minimo che contravvenisse alla prefata neutralità” 112. L’ambasciatore aveva ordine inoltre di non avviare alcun nuovo negoziato, ma doveva farlo evitando i modi espliciti. Se dalla parte spagnola si fosse insistito per coinvolgere la Toscana in nuove iniziative, l’ambasciatore Incontri avrebbe dovuto prender tempo, continuando a “andar mescolando le difficultà con le speranze” 113. Ferdinando non era più interessato a impegnarsi in un rapporto privilegiato con la Spagna, la quale aveva dato segni eloquenti della situazione di difficoltà politica e finanziaria che viveva.

C. CREMONINI: “Francia, Spagna e Impero nella seconda metà del Seicento fra egemonia francese e ‘balance of power’”, in C. BEARZOT, F. LANDUCCI e G. ZECCHINI (eds.): L’equilibrio internazionale dagli antichi ai moderni, Milano 2005, pp. 125-146. 110 Istruzione a Ludovico Incontri inviato in Spagna, 12 febbraio 1649, ASFi, MP, f. 2658, c. 554r-559v, c. 556r. 111 Ibidem. 112 Ibidem, c. 556v. 113 Ibidem, c. 556r.

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Anche la scelta della consorte per l’erede Cosimo era nel segno del mutamento degli equilibri. Oltre al consolidamento dei rapporti con l’Impero, Ferdinando agì anche nella direzione di stabilire relazioni più strette con la Francia, concludendo il matrimonio di Cosimo con Margherita Luisa d’Orleans, cugina di Luigi XIV 114. Quasi alla fine del lungo regno di Filippo IV, il granduca decise di declassare il proprio emissario diplomatico in Spagna. Dopo il rientro dalla missione dell’ambasciatore Ludovico Incontri, nel 1661 non lo sostituì con un suo pari, ma inviò il cavalier Vieri da Castiglione “in solo posto di nostro gentilhuomo della camera”. Il cavaliere doveva risiedere colà con “l’incumbenza de nostri affari in detta corte fino a che altra determinatione facessimo circa il mandarvi nuovo ambasciatore”. Le cause di questa scelta non erano espresse nell’istruzione, ma all’ambasciatore era stato spiegato che si volevano evitare nuovi contrasti di precedenza con altri ambasciatori. Questa decisione supponeva una certa ridefinizione degli equilibri e dei rapporti a Corte. Poiché non aveva la qualifica di ambasciatore, ovvero non era “costituito in ministerio di publico carattere”, Incontri non aveva l’obbligo di “patteggiare con essi [gli ambasciatori] né per titoli né per mano”, non era quindi vincolato al rispetto delle precedenze. Era stata probabilmente proprio l’incertezza e la necessità di negoziare continuamente intorno a titoli e precedenze ad affaticare Ferdinando e a fargli alla fine decidere di non avere più un ambasciatore. L’osservazione è di interesse per comprendere come quello delle precedenze fosse un universo in continua ridefinizione, dove si contrattava (si patteggiava) continuamente la posizione relativa di ogni figura, attraverso una scala di valori che teneva insieme il simbolico con i concreti giochi di forza 115. La combinazione che ne scaturiva di volta in volta definiva l’ordine di precedenze, ma alla Corte di Spagna in questo periodo molte regole non erano più rispettate, o l’ordine prescritto era stato dimenticato. Ferdinando lo aveva scritto più volte nelle istruzioni per i suoi ambasciatori in Spagna, esponendo i problemi di disposizione cerimoniale che questa situazione comportava. Lo aveva rilevato per esempio nel 1630 nell’istruzione per Michelangiolo Baglioni inviato in Spagna:

114 Cfr. F. ANGIOLINI: “Il lungo Seicento...”, op. cit., p. 50. 115 Cfr. M. A. VISCEGLIA: “Il cerimoniale come linguaggio politico. Su alcuni conflitti di precedenza alla corte di Roma tra Cinquecento e Seicento”, e C. BRICE e M. A. VISCEGLIA: “Introduction”, entrambi in C. BRICE e M. A. VISCEGLIA (eds.): Cérémonial et rituel à Rome (XVIe-XIXe siècle), Rome 1997, pp. 117-176 e pp. 1-26, e A. M. HESPANHA: La gracia del derecho. Economía de la cultura en la edad moderna, Madrid 1993.

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Con gli ambasciatori di Francia, d’Inghilterra, di Venezia et di altri principi, in materia di visite vi governerete secondo lo stile della corte, et per l’ordinamento dovrebbe esser visitato il primo quello che arriva, ma i buoni ordini antichi hanno da certo tempo in qua ricevuto alterazione 116. La scelta di inviare un emissario di rango inferiore era spiegata dunque con la volontà di evitare conflitti cerimoniali. In precedenza si erano verificati degli episodi spiacevoli su questo piano, e probabilmente Ferdinando voleva che non si ripetessero. L’infelice episodio del viaggio in Spagna di Giovan Carlo de’ Medici, fratello del granduca, non fu dimenticato facilmente. Giovan Carlo, dopo aver ricevuto il titolo di Generale del mare, nel 1642 si era imbarcato alla guida di truppe che doveva condurre in Spagna per contribuire alla guerra contro la Catalogna 117. Giovan Carlo aveva intenzione di recarsi anche presso la Corte di Filippo IV che si trovava a Zaragozza ma il re non volle riceverlo, a causa delle resistenze dei Grandes di Spagna che non volevano concedergli la precedenza. Il re gli fece sapere di essere rientrato a Madrid ma Giovan Carlo comprese l’artificio e si dichiarò molto amareggiato per non averlo potuto incontrare 118. Per quest’episodio a Firenze “molti si sono infiammati a dir gran cose” 119 e chi aveva accesso agli arcana di Stato o, come scriveva l’ambasciatore lucchese Cesare Burlamacchi, ai “segreti dell’arca”, riferiva che il granduca si sentiva “liberato interamente dalla suggettione delli spagnuoli” 120. La scelta di non rinnovare l’ambasciatore però non può essere spiegata unicamente con la volontà di non incorrere nuovamente in smacchi di questo tenore. Di fronte a conflitti di precedenza, infatti, il granduca decideva di abbandonare il confronto inviando una figura che, dotata di titoli inferiori, se ne tenesse fuori. In effetti in questo modo il nuovo emissario non doveva più

116 Istruzione a Michelangelo Baglioni inviato in Spagna, 25 febbraio 1630, ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), ins. 67, edita in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 391-397, p. 395. 117 Cfr. Istruzioni a Gabriello Riccardi inviato in Spagna, 4-5 ottobre 1637, in ASFi, MP, f. 2640 (numerata per inserti), inss. 448-449, edite in F. MARTELLI e C. GALASSO (eds.): Istruzioni agli ambasciatori…, op. cit., vol. II, pp. 455-469. 118 La vicenda è riferita anche dall’ambasciatore lucchese a Firenze Cesare Burlamacchi, maggio 1643, in A. PELLEGRINI (ed.): Relazioni inedite di ambasciatori lucchesi..., op. cit., p. 179. 119 Relazione di Cesare Burlamacchi, maggio 1643, in Ibidem, p. 179. 120 Ibidem, p. 184.

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affrontare questi scontri ma la soluzione trovata implicava una diminutio: invece di ordinare ai propri ambasciatori di non presenziare a certe cerimonie pubbliche, come avveniva spesso in questi casi, Ferdinando II ritirava del tutto la figura dell’ambasciatore e la sostituiva con una figura di minor rango. Il granduca auspicava che la diminuzione del ruolo pubblico del suo emissario, se da un lato avrebbe semplificato certe dinamiche cerimoniali, dall’altro non avrebbe comportato una riduzione della considerazione di cui godeva, “potendosi sperare che non vi saranno scarsi di cortesia” 121. In ogni caso il gentiluomo non doveva tollerare un eccessivo abbassamento di status, né accettare di andare a visitare per primo i residenti né inviati o agenti né altra sorte di ministri di seconda classe, dovendo secondo lo stile di tutte le Corti essere voi, anche non vestito di ministerio pubblico, prima visitato da quelli che innanzi di voi saranno nella corte 122. Con questa scelta Ferdinando si affidava alla benevolenza delle potenze amiche per conservare una buona posizione, ma non poteva evitare la riduzione del profilo pubblico e politico del granducato. Il cavalier Vieri da Castiglione sarebbe rimasto in Spagna per oltre vent’anni, fino al 1682 123. Quando, nel 1665, moriva Filippo IV, l’anziano Ferdinando II mandava il marchese Camillo Coppoli quale inviato straordinario perché recasse gli uffici di condoglianze e di congratulazione al nuovo sovrano 124. Coppoli doveva anche chiedere, secondo una prassi ormai consolidata, il rinnovo dell’investitura di Siena. Pochi anni più tardi, il 24 maggio 1670, sarebbe scomparso anche Ferdinando. Ma intanto, fra il 1667 e il 1669, il principe Cosimo imprendeva lunghi viaggi per l’Europa, toccando, come si è detto, la Francia, l’Olanda, le corti e le città tedesche, il Portogallo, l’Inghilterra e anche la Spagna. Fra le ragioni della sua passione per i viaggi sono stati indicati i cattivi rapporti familiari con la moglie Margherita Luisa d’Orléans che aveva sposato nel 1661 125.

121 Istruzione a Vieri da Castiglione inviato in Spagna, 14 maggio 1661, ASFi, MP, f. 2661, cc.n.n. 122 Ibidem. 123 Cfr. M. DEL PIAZZO: Gli ambasciatori toscani del principato, 1537-1737, Roma 1953, p. 114. 124 Ibidem. 125 E. FASANO GUARINI: “Cosimo III”, DBI, vol. XXX, Roma 1984, pp. 55-61.

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Ma era presente anche un vivo interesse per conoscere i costumi dei popoli e la vita politica, la cultura e la vita commerciale e manifatturiera. Si trattava quindi, nella visione di Cosimo, di viaggi di istruzione e formazione, che non si esaurivano nell’interesse per conoscere la vita di corte e le dinamiche politiche ma che avevano l’ambizione di conoscere e comprendere gli aspetti economici, culturali e politici dei paesi visitati. Nel suo ingresso a Madrid, Cosimo non desiderava entrare nella capitale con gli onori di un principe ereditario. Addirittura imboccò “un’altra strada fuori della maestra” 126, non volle alloggiare nella residenza pubblica che la regina reggente Mariana de Austria (madre dell’erede Carlos, ancora minore di età) gli aveva fatto preparare e si recò a casa del residente mediceo a Madrid dove –scriveva Lorenzo Magalotti nel resoconto del viaggio– “niun altro vi si trovò fuori dei servitori del signor cavaliere [Vieri da Castiglione]” 127. Cosimo decise inoltre di vestire “intieramente il carattere di privato” 128 per poter incontrare “le persone cospicue per dignità o per Ministero solamente nei luoghi terzi” 129, e farlo così con suo “maggior comodo e l’intiera sua libertà” 130. Non accettò alcun incontro pubblico e “scorrendo incognito” 131 visitò la città, anche se incontrò privatamente la Regina reggente e il giovane sovrano. In questo modo, raccontava lo storico Galluzzi, egli potè osservare con più agio chiese e conventi cittadini e conoscere le località di Aranjuez e Toledo. In seguito attraversò la Sierra Morena, le cui campagne deserte e i poveri villaggi lo impressionarono, e si recò infine in Andalusia, dove non perse l’occasione di visitare l’Alhambra e la città di Siviglia, ma dove non potè esimersi dal presenziare alle feste e celebrazioni pubbliche organizzate in suo onore 132. Un lungo viaggio, dunque, nel quale il giovane principe cercò di conservare degli spazi propri per conoscere ed ammirare i luoghi notabili, e per gestire “alla libera” gli incontri con i ministri e i personaggi principali.

126 Cfr. L. MAGALOTTI: Viaje de Cosme de Médicis..., op. cit., p. 115. 127 Ibidem. 128 Cfr. R. GALLUZZI: Istoria del granducato di Toscana..., op. cit., tomo VI, p. 356. 129 Ibidem, p. 345. 130 Ibidem. 131 Ibidem, p. 356. 132 Ibidem, pp. 345-347.

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Nel 1628 il padre Ferdinando, senza arrivare in Spagna, aveva scelto di incontrare lo zio imperatore che lo aveva colmato di attenzioni e di affetto, a conferma di un legame con l’Impero che in quel momento era molto saldo. Cosimo, nel 1668, se pur invece tornava a visitare la Spagna, lo faceva in modo diverso da quanto avevano fatto i suoi avi, Francesco e Pietro, che si erano recati in Spagna nel secolo precedente. Il futuro granduca voleva conoscere non tanto i sovrani quanto il paese, il territorio, i costumi. Non metteva al centro dei suoi viaggi la Spagna, ma toccava anche le nuove potenze economiche come l’Inghilterrra e l’Olanda, in un viaggio culturale attraverso l’Europa.

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ÍNDICE

TOMO IV - VOLUMEN 1

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

PRESENTACIÓN J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez ...... xix Política exterior de la Monarquía de Felipe IV ...... xxi El proyecto del conde duque de Olivares ...... xxiii La reconfiguración de la política exterior en el sistema de equilibrio ...... xxvii Las reformas en las cortes virreinales. Los virreinatos puros ...... xxviii La desarticulación de la Monarquía (1640-1648) ...... xxxii Reconfiguración del sistema virreinal (1648-1665) ...... xxxiii

DELAMONARQUÍA UNIVERSAL A LA MONARQUÍA CATÓLICA. LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Coordinadores: José Martínez Millán y Rubén González Cuerva

INTRODUCCIÓN: LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Y EL HUNDIMIENTO DE LA MONARQUÍA DE FELIPE IV J. Martínez Millán, M. Rivero Rodríguez, R. González Cuerva ...... 3 La Guerra de los Treinta Años, conflicto confesional y enfrentamiento dinástico ...... 3 ¿Una guerra de religión internacional? ...... 3 Incertidumbre, desorden e inseguridad jurídica (1635-1648) . . . . 13 El nuevo paradigma: el sistema internacional y el nacimiento de la diplomacia ...... 15 La destrucción de la Monarchia Universalis por las armas: La Guerra de los Treinta Años ...... 19 La cuestión de la Valtelina ...... 19 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 2

Índice del Volumen

El problema de Mantua y Monferrato ...... 21 El ciclo de paces de Ratisbona-Cherasco ...... 26 La intervención de Suecia ...... 33 La entrada de Francia en la guerra ...... 37

1. I RAPPORTI TRA LA MONARCHIA CATTOLICA E ROMA DURANTE IL PONTIFICATO DI URBANO VIII Silvano Giordano ...... 43 Il disegno politico di Urbano VIII ...... 44 L’alleanza franco-spagnola contro l’Inghilterra ...... 53 Mantova e dintorni ...... 56 Richelieu, Guidi di Bagno e Mazzarino ...... 61 Il cattolicesimo nell’Impero ...... 65 La protesta del cardinale Gaspar Borja y Velasco ...... 67 Le tre missioni del 1632 ...... 70 La missione di Chumacero e Pimentel ...... 77 Congressi di pace ...... 86 Tra Catalogna e Portogallo ...... 96 I moti del Portogallo ...... 98 Miguel de Portugal, vescovo di Lamego ...... 102 Le lamine di Granada ...... 109 Urbano VIII al tramonto ...... 111 Urbano VIII e la “quiete d’Italia” ...... 113

2. LA RED CLIENTELAR ESPAÑOLA EN LA CORTE IMPERIAL EN LA ÉPOCA DE OLIVARES Pavel Marek ...... 117 Los militares al servicio de Felipe IV ...... 128 Los diplomáticos españoles en la corte imperial ...... 132 Las estrategias clientelares ...... 141 Los banquetes ...... 141 Sobornos y regalos ...... 144 Los bautismos ...... 146 Las pensiones ...... 148 La Orden del Toisón de Oro ...... 154 Las Órdenes militares ...... 164 Conclusiones ...... 169 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 3

Índice del Volumen

3. “IL STATO ECCLESIASTICO È TANTO DEFORME, CHE IL REFORMARLO HA DEL METAMORFICO”. LA RICONQUISTA SPIRITUALE DELLA BOEMIA E LA SITUAZIONE POLITICO-RELIGIOSA ALL’INIZIO DELLA GUERRA DEI TRENT’ANNI Alessandro Catalano ...... 173

4. EL EMPERADOR, EL IMPERIO Y ESPAÑA BAJO EL REINADO DE FERNANDO III Lothar Höbelt ...... 211 Introducción: ¿marchar separados o luchar unidos? (1634-1637) ...... 211 Coyunturas asincrónicas y ayudas familiares (1638-1642) ...... 219 “El mas triste hidalgo” (1643-1646) ...... 231 Marte y Venus (1647-1648) ...... 238 Años valle (1649-1653) ...... 246 Venus y Marte II (1654-1657) ...... 249 Resumen ...... 255

5. LA SEPARACIÓN DE LAS DOS RAMAS DE LA CASA DE AUSTRIA: LA PAZ DE WESTFALIA (1648) Michael Rohrschneider ...... 259 El marco de la política española e imperial en el congreso de Westfalia ...... 263 La diplomacia del congreso ante la inminente separación: las relaciones entre las dos embajadas de los Habsburgo en Westfalia ...... 273 De la fase de apertura del congreso a la conclusión del Artículo de Satisfacción franco-imperial (1643-1646) ...... 273 Del concierto del Artículo de Satisfacción franco-imperial a la paz de Westfalia (1646-1648) ...... 283 Conclusiones ...... 291

6. FELIPE IV Y POLONIA Ryszard Skowron ...... 293 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 4

Índice del Volumen

7. DIPLOMACIA, “PAZ ARMADA” Y PRAGMATISMO RELIGIOSO. FELIPE IV E INGLATERRA Porfirio Sanz Camañes ...... 337 ¿Un posible Spanish Match? Los escollos religiosos, Roma y el círculo católico ...... 339 La neutralidad deseada. El tratado angloespañol de 1630 ...... 355 Inactividad política en el eje angloespañol en la inestable década de 1640 ...... 371 Felipe IV y la Inglaterra de Cromwell ...... 384

8. UNA RECIPROCA DIFFIDENZA. SAVOIA E SPAGNA AGLI ESORDI DEL REGNO DI FILIPPO IV (1618-1631) Pierpaolo Merlin ...... 393 Premessa ...... 393 Una falsa armonia ...... 394 Verso la guerra ...... 409 Tra Genova e Monferrato ...... 420 Sul filo del rasoio ...... 430 Da Ratisbona a Cherasco ...... 453

9. LE INFANTE DI SAVOIA: PERCORSI DINASTICI E SPIRITUALE DELLE FIGLIE DI CATALINA MICAELA E CARLO EMANUELE I FRA PIEMONTE, STATI ITALIANI E SPAGNA Blythe Alice Raviola ...... 471 Margherita e il suo destino europeo ...... 474 Un’alleanza padana: Isabella duchessa di Modena (1591-1626) ...... 479 La vita di corte ...... 479 Disciplina, fede e modestia: un panegirico in morte di Isabella ...... 489 Fede e politica: Maria Apollonia e Francesca Caterina terziarie francescane ...... 494 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 5

Índice del Volumen

10. FERNANDO II DE’ MEDICI E LA CORTE DI SPAGNA. RELAZIONE E PRATICHE FRA SOVRANI, PRINCIPI E AMBASCIATORI Paola Volpini ...... 503 Spagnoli a Firenze ...... 507 I primi anni di governo di Ferdinando ...... 511 Dai soccorsi in difesa di Milano alla neutralità ...... 520 Conclusioni. Da ambasciatore a gentiluomo residente ...... 532 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 6 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 1

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SERIE TEMAS

1 - José Martínez Millán, Mª Paula Marçal Lourenço (Coords.) Las Relaciones Discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa. Las Casas de las Reinas (siglos XV-XVIII) Madrid, 2008 - 3 vols. 2.296 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-16-8

2 - Manuel Rivero Rodríguez (Coord.) Nobleza hispana, nobleza cristiana. La Orden de San Juan Madrid, 2009 - 2 vols. 1.624 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-29-8

3 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (Coords.) Centros de Poder Italianos en la Monarquía Hispánica (siglos XV-XVIII) Madrid, 2010 - 3 vols. 2.320 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-35-9 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 2

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SERIE TEMAS

4 - Andrés Gambra Gutiérrez, Félix Labrador Arroyo (Coords.) Evolución y estructura de la Casa Real de Castilla Madrid, 2010 - 2 vols. 1.112 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-45-8

5 - José Martínez Millán, Rubén González Cuerva (Coords.) La Dinastía de los Austria. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio Madrid, 2011 - 3 vols. 2.240 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-51-9

6 - Miguel Ángel de Bunes Ibarra, Beatriz Alonso Acero (Coords.) Orán. Historia de la Corte Chica Madrid, 2011 - 1 vol. 496 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-96813-61-8 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 3

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7 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez, Gijs Versteegen (Coords.) La Corte en Europa: Política y Religión (siglos XVI-XVIII) Madrid, 2012 - 3 vols. 2.096 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-65-6

8 - José Martínez Millán, Concepción Camarero Bullón, Marcelo Luzzi Traficante (Coords.) La Corte de los Borbones. Crisis del modelo cortesano Madrid, 2013 - 3 vols. 2.272 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-81-6

10 - Antonio Rey Hazas, Mariano de la Campa Gutiérrez, Esther Jiménez Pablo (Coords.) La Corte del Barroco. Textos literarios, avisos, manuales de corte, etiqueta y oratoria Madrid, 2016 - XII + 740 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN: 978-84-16335-28-2 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 4

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SERIE TEMAS

11 - Manuel Rivero Rodríguez (Coord.) La crisis del modelo cortesano. El nacimiento de la conciencia europea Madrid, 2017 - xii + 388 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN: 978-84-16335-25-1

12 - Concepción Camarero Bullón, Juan Carlos Gómez Alonso (Coords.) El dominio de la realidad y la crisis del discurso. El nacimiento de la conciencia europea Madrid, 2017 - XIV + 618 pp. (Ilustraciones color y B/N) ISBN: 978-84-16335-26-8

13 - José Martínez Millán, Félix Labrador Arroyo, Filipa M. Valido-Viegas de Paula-Soares (Dirs.) ¿Decadencia o Reconfiguración? Las Monarquías de España y Portugal en el cambio de siglo (1640-1724) Madrid, 2017 - xiv + 658 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN: 978-84-16335-34-3 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 5

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9 - José Martínez Millán, José Eloy Hortal Muñoz (dirs.): La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo I: Las Casas Reales (Volúmenes 1, 2 y 3) Tomo II: Servidores de las Casas Reales y Ordenanzas promulgadas durante el reinado (1 CD) Presentación: Estuche (3 vols. + CD) ISBN (Obra completa): 978-84-16335-07-7 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 6

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9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 1: Educación del rey y organización política Madrid, 2017 - XXVIII + 776 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-40-4

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 2: El sistema de corte. Consejos y Hacienda Madrid, 2017 - XXIV + 776 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-41-1 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 7

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SERIE TEMAS

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 3: Espiritualidad, literatura, teatro Madrid, 2017 - XXIV + 724 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-42-8

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 4: Arte, coleccionismo y sitios reales Madrid, 2017 - XXIV + 812 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-43-5 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 8

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MAIOR

Jesusa Vega Ciencia, Arte e Ilusión en la España Ilustrada Madrid, 2010 - 528 pp. (Ilustraciones color y B/N) ISBN: 978-84-96813-48-9

Gloria Martínez Leiva, Ángel Rodríguez Rebollo El Inventario del Alcázar de Madrid de 1666. Felipe IV y su colección artística Madrid, 2016 - 672 pp. + CD (Ilustraciones color y B/N) ISBN: 978-84-16335-15-2 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 10 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 8 Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 7

Este primer volumen del tomo cuarto de La corte de Felipe IV (1621-1665). Reconfiguración de la Monarquía católica se acabó de imprimir en Madrid el día 30 de noviembre del año 2018. Índice final vol 1_Maquetación 1 3/12/18 16:29 Página 9 Cubierta Tomo IV Vol 1_Maquetación 1 29/11/18 10:58 Página 1

Tras la muerte de Felipe II (1598) se inició un proceso con el que se quería anular la idea de Monarchia Universalis que defendía la Monarquía Hispana y a la que aspiraban las élites castellanas. El primer paso consistió en la subordinación de la Monarquía a la doctrina político-religiosa de la Iglesia Temas Católica para lo que fue necesario que una serie de teólogos de renombre fundamentaran esta teoría. Esto se acompañó con la pérdida de influencia J. Martínez Millán del monarca español en la curia romana, de manera que las exigencias R. González Cuerva Tomo o favores que se solicitaban al Pontífice no siempre se alcanzaban M. Rivero Rodríguez (nombramientos de cardenales) como antes, al tiempo que disminuyó la (dirs.) influencia hispana en los cónclaves que elegían a los papas. Otro paso fueron las numerosas guerras en las que se vio envuelta la Monarquía IV

Hispana en las que se le disputaba su preeminencia política (Monarchia ) Universalis). La evolución de las Monarquías europeas, cada vez más Vol. organizadas administrativamente, más decididamente confesionales y con mayores recursos, provocó que la Monarquía Hispana no pudiera hacer frente con éxito a todas ellas, por lo que buscó alianza con el Sacro Imperio, 1 es decir, con la otra rama de la dinastía Habsburgo. En el pacto de Oñate de 1617 ambas ramas (Madrid y Viena) se comprometieron a actuar como una 1621-1665

sola ante los enemigos europeos. Esto supuso tantos problemas como ( soluciones: por una parte, los intereses de ambas ramas no siempre

coincidieron dada la diferente situación social y geográfica de sus IV respectivos territorios; por otra parte, esta unión ponía como eje de autoridad y actuación a la dinastía (recordando al duque Rodolfo como fundador), pero no a la rama de Madrid, que se venía atribuyendo (bajo el espíritu castellano) el título de monarca universal.

ISBN: 978-84-16335-52-7

J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez (dirs.) Reconfiguración de la Monarquía católica Reconfiguración La Corte de Felipe La Corte de Felipe De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica La Corte de Felipe IV (1621-1665) Reconfiguración de la Monarquía católica De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años