CAMINO AL BICENTENARIO

Fascículo Nº 3: “Padre Manuel Alberti”

Patriota de la primera hora, la fugacidad de su acción queda compensada por su intensidad. Nació en el 28 de mayo de 1763, sus padres fueron don Antonio Alberti y doña Juana Agustina Marín, nombres enlazados a la acción bienhechora de la Santa Casa de Ejercicios de Buenos Aires, que con el tiempo llegaría él mismo a dirigir. Esa casa pudo trasladarse de las calles Independencia y Chacabuco a la manzana comprendida por Salta, Independencia, Lima y Estados Unidos, en virtud del donativo de un amplio solar por parte de los esposos Alberti. Manuel inició sus estudios en el Real Colegio de San Carlos, ex Colegio San Ignacio y en el mismo hizo sus estudios secundarios y los cuasi universitarios. Más tarde pasó a la Universidad de Córdoba donde obtuvo el doctorado en Teología y Cánones el 16 de julio de 1785. Del grupo de sus condiscípulos, los más amigos fueron aquéllos que más tarde han de figurar como abiertos partidarios de la Revolución de Mayo. Entre ellos se pueden mencionar al Pbro. Dámaso Fonseca, que en el cabildo del 22 de Mayo unió su voto al de Don y al Pbro. Roque Illescas, Capellán de los patricios de Saavedra y del Ejército del Alto Perú en las acciones de Salta, Vilcapugio y Ayohuma y que llegó entre otros cargos a Gobernador de Buenos Aires. Al año, Alberti, recibió las Ordenes Sagradas e inmediatamente fue incorporado a la parroquia de la Concepción. En esta Parroquia y en la Casa de Ejercicios, comenzó a ejercer los sagrados ministerios. En 1790 se le nombró cura interino del partido de la Magdalena y en 1791, quizás por razones de salud, volvió a Buenos Aires. El 1º de marzo de 1793 volvió a asumir el gobierno parroquial de Magdalena y entre otras tareas emprendió la reedificación del templo y realizó la medición y amojonamiento de las tierras donadas a la iglesia por Toribio Lozano. En noviembre de 1801 los vecinos de la parroquia de la Concepción elevaron una solicitud al “vicario de la Diócesis Dr. Tubau y Sala” para ponderar las altas condiciones del sacerdote Alberti, raíz del concurso celebrado para la provisión de los curatos vacantes, entre ellos, el de esa iglesia. Esas notas llenas de firmas probaban las simpatías que había sabido despertar entre los feligreses por «la bondad de su trato, el celo de su apostolado y su caridad con los pobres». Pero las esperanzas de sus entusiastas admiradores quedaron defraudadas, Alberti pues fue nombrado cura de San Fernando de Maldonado, en la Banda Oriental (12 de enero de 1802). Días amargos pasó Alberti cuando los ingleses en 1806 invadieron y dominaron la población de San Fernando de Maldonado. El saqueo duró tres años: la Iglesia y la casa parroquial sufrieron las consecuencias. El 24 de julio del siguiente año, el padre Alberti retirará del templo y ocultará los objetos más sagrados o más valiosos. De allí lo expulsaron los ingleses acusándolo con fundamento de mantener correspondencia reservada con los jefes de una tropa española destacada en «Pan de Azúcar», obligándole a abandonar su curato y a refugiarse en Montevideo en diciembre de aquel año. Tras la derrota inglesa volvió a su función. En 1808 formó parte de la terna para las nuevas oposiciones a Curatos vacantes en Buenos Aires y el 12 de noviembre de 1808 se hizo cargo de la parroquia de San Benito y de San Nicolás. Debido al incendio provocado en 1955 y los libros parroquiales reducidos a ceniza no se puede precisar la extensión de su nuevo mandato. Partidario de las ideas revolucionarias, se vinculó a Rodríguez Peña y Azcuénaga y otros patriotas, contribuyendo con entusiasmo a preparar las jornadas de Mayo. En el Cabildo Abierto del 22 de mayo fue uno de los 19 que votaron la fórmula de «subrogar el gobierno en el Cabildo, con voto del síndico, hasta la elección de la Junta con diputados del Virreinato». Dice el cronista Ignacio Núñez, que Alberti era muy «recomendable por sus méritos en el servicio del curato de San Nicolás, como por la liberalidad y decisión con que había abrazado la causa de la patria». Tales antecedentes preclaros explican su gran influencia en el clero criollo, al que representó como vocal de nuestro primer gobierno patrio. Su inclusión en la lista se debe considerar como prueba del espíritu de religiosidad y conciliación que animó a los revolucionarios. Era gran amigo de Moreno, a quien apoyó siempre en sus soluciones reformistas. Pero quizás hubo otra razón para incluir un sacerdote en el listado: no se concebía un gobierno sin capellán, y los virreyes siempre habían tenido el suyo, además Manuel Alberti poseía prestigio sacerdotal y patriotismo bien probado, y la amistad de Saavedra, Belgrano, Moreno, Matheu, Azcuénaga y otros caballeros que, bajo su dirección habían hecho los Ejercicios Espirituales. Todos los historiadores, escriben que el primer director de la Gazeta de Buenos Aires fue , pero es precisamente este patriota quien nos dice que fue el Presbítero Alberti; y no hay ninguna razón para negar esta gloria al preclaro sacerdote porteño que continuó escribiendo en este periódico hasta después del alejamiento de Moreno, junto con otros colaboradores. Suscribió todas las importantes medidas de gobierno de la Junta, excepto la condena de muerte de Liniers y los demás jefes de la reacción en Córdoba. Amparado en su estado sacerdotal se negó a tomar parte en el debate y, concluido éste, apenas firmada la fatal sentencia, volvió a entrar seguro de que su opinión no modificaría la medida. Cuando llegaron los nueve diputados de las provincias solicitando su incorporación a la Junta de Gobierno, encabezados por el deán Funes y sostenidos por Saavedra y su partido, Alberti les concedió su voto contra la tenaz oposición de Mariano Moreno. Fundó su decisión declarando que sólo accedía «por conveniencia política» del momento (lo extraño es que considerara que la solicitud de los mencionados diputados era contra todo derecho) y la consideraba origen de muchos males. Las circunstancias posteriores demostraron el acierto de la predicción. La incorporación de los diputados produjo la caída de Moreno y aceleró la muerte del Presbítero Alberti, pues separado aquél del gobierno sostuvo después grandes y acaloradas discusiones con el deán Funes. El sacerdote Manuel Alberti, fue una de las primeras víctimas de nuestras disensiones internas. Decidido revolucionario, se opuso siempre a las medidas de fuerza. De regreso de una reunión celebrada en el Fuerte falleció en esta ciudad repentinamente de un síncope, el 2 de febrero de 1811 habiendo recibido todos los sacramentos. En su biblioteca prevalecieron libros de teología, jurídicos y entre otros una o dos obras del Padre Francisco Suárez, probablemente “Defesio Fidei”, que con “De Vita Christi” y “De Deo Creante”, eran las más populares. El ilustre sacerdote porteño desapareció del escenario público a los 48 años de edad sin la satisfacción de ver consumada la independencia argentina, a la que tanto había contribuido. Beruti escribe que el 4 de febrero de 1811 se hicieron en la Santa Iglesia Catedral las honras del gran vocal Alberti a la que asistió la excelentísima Junta y demás tribunales. También en carta a le dice que ha perdido un gran amigo a quien llorará por buen patriota y que era el mejor que había conocido. También David Peña un siglo más tarde escribió “que el Presbítero Manuel Alberti era hombre de luces y de espíritu, de temperamento tranquilo, como cuadra a buen gobernante…y se nos impone como un símbolo: La Unión de la Iglesia Católica con la Nueva Nación”….Y Gelly y Obes dice: “Su figura sirve bien como símbolo feliz de esa conjunción de religión y democracia con que se templa nuestra historia en cada una de sus encrucijadas, desde los inicios de su glorioso alborar”. Llevan su nombre como homenaje justiciero a su memoria una de las calles de la ciudad de Buenos Aires, una escuela de la capital, y un partido importante del oeste de la provincia de Buenos Aires y su figura nos lo recuerda en una estatua, en las barrancas de Belgrano. Bibliografía: Godofredo Kaspar: “Alberti, vocal de la ”.