WEICHAN-Conversaciones-Con-Un
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(TAPA Y CONTRATAPA) WEICHAN Conversaciones con un weychafe en la prisión política Weichan, conversaciones con un weychafe en la prisión política es el resultado de numerosos viajes de Jorge Arrate a la cárcel de Angol para encontrarse con Héctor Llaitul y otros mapuches encerrados en los presidios chilenos; surge de decenas de horas de conversaciones entre mundos diversos. "Recorrí el sur, milité, hice campaña, y vi el pueblo mapuche, pero ahora entiendo que lo que vi no lo comprendí". Esa fue la forma en que se presentó don Jorge Arrate. Nos dijo que "ver no es suficiente para entender". Víctor Salazar, Revista Punto Final Creo que este libro no va a resolver inmediatamente esta cuestión, pero es un puntapié inicial. Los medios de comunicación no nos dan tribuna, porque están al servicio del poder que enfrentamos. Pensamos que hacer este libro nos permitirá tener un espacio para decir algunas cosas en relación a nuestra situación, a nuestras esperanzas, a los trasfondos de nuestra lucha. No soy un terrorista, como dice el Estado chileno; no soy la representación del terrorista étnico que buscan, soy un dirigente mapuche, parte de un pueblo. Esperamos que la gente que tome en sus manos este libro no lo haga intentando 'comprender', sino que le sirva para reflexionar, para debatir". Héctor Llaitul Carrillanca (Cárcel de Angol) "No soy historiador, ni antropólogo, ni sociólogo, ni jurista especializado en derechos humanos. Carezco de una condición académica que respalde una tesis sobre la materia. Desde mi personal punto de vista, estas páginas aspiran a ser, sin un falso afán de modestia, un aporte para dar más visibilidad a la causa mapuche que, sistemáticamente, se oculta o se deforma. La voz principal que emerge de estas páginas, en primera persona, es la del dirigente mapuche que más veces ha estado encarcelado, que ha sido condenado a la más alta pena aplicada hasta ahora por la justicia chilena a un luchador por los derechos de su pueblo y que ha sumado cerca de ocho meses de huelga de hambre efectiva en cuarenta y tres años de vida". Jorge Arrate "Se concuerde o no con lo que piensa y hace Héctor Llaitul Carrillanca, hay dos cuestiones para mí muy significativas", dice Jorge Arrate, "y que no pueden ser olvidadas: una, la saña con que se le ha perseguido, hasta el punto de someterlo a un proceso y condena que debieran avergonzar a las instituciones del Estado de Chile. Dos, la forma como Llaitul ha enfrentado su destino, con un orgullo y una dignidad que sólo pueden generar respeto por él y por su pueblo". WEICHAN Conversaciones con un weychafe en la prisión política Héctor Llaitul / Jorge Arrate CEIBO Ediciones Santiago de Chile, 2012 ©Héctor Llaitul / Jorge Arrate 1º edición, octubre 2012 Ceibo Ediciones Teléfono: (02) 285 1475 www.ceiboproducciones.cl Fotografía de Portada: Víctor Salazar, Punto Final. Diseño y diagramación: Eugenia Prado B. Edición: Dauno Tótoro Taulis 2012, Santiago-Chile I.S.B.N. 978-956-9071-19-5 Impreso por Productora ANDROS Ltda. Escaneado y digitalizado como un aporte de revolucionarios al conocimiento de los pueblos. Descarga gratuita. Prólogo Textos como estas conversaciones entre Héctor Llaitul Carrillanca y Jorge Arrate obligan al lector a reconocer el eufemismo al que nos acostumbran los discursos imperantes. Sean estos oficiales, disidentes, progresistas o conservadores. Todas, formas retóricas para no quedar mal con nadie, o no tanto. El justo medio, el pragmatismo, la medida de lo posible, la concertación, el realismo político, los acuerdos transversales, la tolerancia y el consenso ex-postfacto son harinas de un mismo costal. Es de este modo que se escribe la historia oficial, se sacraliza el Contubernio y se criminaliza el pensamiento y el acto divergente. Es a lo que nos hacen llamar democracia y estado de derecho. Con el lenguaje así amañado se hace posible blindar una Constitución ilegítima, unas fronteras antojadizas, unas instituciones reprochables, una coerción implacable y una nación sin más pueblos que el promedio. No somos sino estadística sin margen de error. Hasta que se habla con palabra verdadera, se resquebraja la campana de Gauss y nos escapamos por los bordes, donde habitamos los más. Pero la responsabilidad no es únicamente de los fabricantes de discursos. Radica también en sus consumidores, pues aunque manifestemos desacuerdo, es habitual vernos en las trincheras de aquellas posiciones que resulten cómodas. Divergentes tan solo. Es fácil y hasta bien visto militar en las causas nobles. Hay variedad de banderas, camisetas, slogans, chapitas, afiches e himnos. Puede mantenerse la ilusión de nadar contra corriente, pero el flujo nos llevará por la misma ruta. Entonces, lo que en este libro se discute y plantea resultará incómodo. El diálogo se genera en una cárcel. No se trata de un dato menor. Es la esencia de lo que aquí se plantea. Lo que se ha producido es un Nvtram, un diálogo de contenidos, un arte de la palabra. Hay dos hablantes. Seguramente habrá múltiples categorías de lectores. Porque intere- sará al mapuche, por cierto, desencadenando o alimentando debates propios. Y al winka (blanco, extranjero, invasor), porque nos enrostra nuestra orfandad de territorio. Probablemente sea ésta nuestra mayor pérdida, nuestra carencia esencial, la del territo- rio (me refiero a no saber reconocerlo). Su aparente ausencia nos vuelve etéreos, livianos, insustanciales, desapegados. Todas las luchas nos aparecen desvinculadas. La lectura ha traído a mi memoria un episodio del cotidiano urbano. Habito un barrio de la zona sur y periférica de la ciudad de Santiago que hasta hace algunos años mantenía un indefinido carácter semirural. Calles de tierra, acequias, potreros y habitantes que mantenían chacras y gallineros a la par de su inexorable y progresiva incorporación al mercado de mano de obra barata en los servicios y comercios de la urbe que los fagoci- taba. En menos de dos décadas, el barrio experimentó una transformación radical. Sus amplios terrenos fueron fragmentados para ver surgir innumerables proyectos habitacio- nales de baja calidad urbanística, convirtiéndose ésta una de las comunas más pobladas de la ciudad, hogar de empleados, funcionarios de baja graduación, profesionales, maes- tros y pequeños comerciantes. La mutación no respetó espacios ni costumbres y trajo consigo todos los defectos y pocas de las virtudes de pertenecer a una gran ciudad en una sociedad segmentada. El barrio dejó de ser tal. Por caprichos u omisiones de ingenieros y mercaderes, un pequeño espacio de un cuarto de cuadra quedó atrapado en el tiempo entre edificios nuevos y ya defectuosos. A aquel baldío de nadie se redujo el hábitat de una vaca sobreviviente, una decena de aves de corral y la única polvorienta cancha para los partidos de fútbol de los vecinos. Fue conocido como "la plaza". En un rincón de ésta, vecinos y vecinas de mayor edad junto a jóvenes y niños inquietos por nostalgias inverosímiles, inauguraron un huerto comuni- tario que alcanzó a prometer una primera cosecha de ajíes, tomates, lechugas y rábanos. Una mañana, sin embargo, la huerta amaneció pisoteada, los animales desaparecieron durante la noche, las porterías de palo fueron derrumbadas, el perímetro demarcado por una malla de alambres y el cartel del emprendimiento barrial reemplazado por un anun- cio de "propiedad privada" y la notificación del próximo emplazamiento de un centro comercial. Incrédulos y asombrados, los vecinos fueron reuniéndose junto a la alambrada a la mañana siguiente. Los comentarios derivaron en asamblea de iracundos. Los hortelanos violentados por el estropicio de sus siembras; los peloteros por la desaparición de su semillero de cracks; los almaceneros de barrio por la amenaza de un supermercado; la junta de vecinos por la evidencia de su nula autoridad. Un discurso llevó al otro, una propuesta a la siguiente, y en menos de dos horas la cerca había sido desmontada, las porterías reparadas, la huerta reconstruida, la vaca (que nadie sabe cómo regresó sola, rumiando por la vereda) reinstalada. Los almaceneros aportaron para el festejo de esa tarde, los estudiantes de los liceos cercanos ofrecieron sus comités de vigilancia y sus barricadas, los dirigentes vecinales organizaron una recolección de firmas. Y cuando alguien preguntó qué harían cuando llegaran a construir el centro comercial, se produjo el silencio. "Vecinos", alzó la mano una señora a la que todos siempre vimos de delantal, "si dejamos que descargue el primer camión betonero, cagamos". La decisión fue unánime: se prohibió el acceso a los vehículos de la inmobiliaria, cueste lo que cueste y haya que hacer lo que haya que hacer. De pronto, el baldío de mil quinientos metros cuadrados de superficie había dejado de ser tierra de nadie y se había convertido en santuario, corazón de un recién descubierto territorio. La reconstrucción territorial puede hacerse desde adentro hacia fuera, o desde afuera hacia adentro, dependiendo del modo en que lo reconozcamos y de la antigüedad de nuestra memoria. Cualquiera sea el camino, hacia adentro o hacia fuera, éste exigirá un proceso de recuperación y mecanismos de control. Cuando se deja pasar al primer camión betonero, se permite que se alcen los muros de concreto presidiario. Weichan es congregación y autoconvocatoria; la reunión de un todo para la resistencia. Este libro se conversa en la cárcel y rompe la cárcel, la desborda. Dauno Tótoro Taulis Santiago de Chile, octubre de 2012. Reconocimientos Conocí a Héctor Llaitul en septiembre de 2009. Algunos meses después le propuse la idea de este libro. Él reflexionó un tiempo y luego aceptó. Agradezco ese acto de confianza de su parte. Me sumergí entonces en lecturas y variadas conversaciones que me revelaron la mayúscula dimensión de mi desconocimiento sobre la historia y cultura mapuches. El hecho me impulsó aun más a adentrarme en el tema. Pero aunque haya leído con urgencia y escuchado con atención, lo que he podido aprender me deja todavía muy lejos del nivel de entendimiento que quisiera.