Hechos De Los Apóstoles De América
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José María Iraburu Hechos de los apóstoles de América Fundación GRATIS DATE Pamplona 2003, 3ª edición 1 José María Iraburu – Hechos de los apóstoles de América América ha de potenciarse con un conocimiento y una estima cada vez mayores de sus propias tradiciones y de sus gloriosos orígenes. En este sentido, dice Juan Pablo II: «La expresión y los mejores frutos de la identidad cristiana de América son sus santos... Es necesario que sus ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio sean no sólo preservados del olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del Conti- nente» (ex. apost. Ecclesia in America 15, 22-1-1999). Los trabajos de los primeros evangelizadores de Amé- rica, tantas veces ignorados o discutidos, estos empe- ños que se narran en las presentes páginas, han de ser juzgados por sus frutos históricos. Ahora bien, «¿no es Prólogo a la 1ª edición acaso motivo de esperanza gozosa pensar que para fina- les de este milenio los católicos de América Latina cons- tituirán casi la mitad de toda la Iglesia?» (Juan Pablo II, 14-6-1991). Desde el principio debo confesar que llevo en el cora- zón a la América hispana. Allí pasé los primeros años de Dios quiera concederle a esta segunda edición de los mi vida de sacerdote, y allí he vuelto una veintena de Hechos de los apóstoles de América una muy amplia di- veces para dar cursillos o ejercicios espirituales. Aunque fusión. La pedimos confiadamente al Señor, acudiendo a mi especialidad es la Teología espiritual, que enseño en la intercesión poderosa de Nuestra Señora, la Virgen de Burgos, en la Facultad de Teología, hace ya muchos Guadalupe. A Ella le rezamos ahora con Juan Pablo II años que vengo estudiando la evangelización de las In- (México 23-1-1999): dias en los antiguos cronistas o en escritos modernos, «¡Oh Madre! Tú conoces los caminos que siguieron los prime- fijándome sobre todo en la espiritualidad de aquella ac- ros evangelizadores del nuevo mundo, desde la isla Guanahaní y La ción apostólica. Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la Tierra de Fuego en el sur y los grandes lagos y Esto me ha llevado a componer esta obra, en la que montañas del norte... sigo el modelo de San Lucas evangelista, el primer his- «Oh Señora y Madre de América! Salva a las naciones y a los toriador de la Iglesia, en sus Hechos de los Apóstoles. Él pueblos del continente... centra sus relatos en las figuras de los santos apóstoles «¡Para ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nues- Pedro y Pablo, no hace mucho caso de los personajes tra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e negativos, como Simón Mago o Ananías y Safira, y no hijas americanos!» se detiene apenas a describir la organización progresiva de la Iglesia naciente. De modo semejante, mi crónica centrará su atención en los hechos apostólicos de Martín de Valencia, Zumárraga, Motolinía, Montesinos, Toribio de Mogro- vejo, Francisco Solano, Pedro Claver, etc., y no descri- biré, como no sea ocasionalmente, la figura lamentable de otros personajes oscuros de su entorno, ni tampoco la acción misionera de la Iglesia en sus complejos empe- ños colectivos, en la organización de diócesis y parro- quias, doctrinas y provincias religiosas. Por otra parte, si San Lucas dedica once capítulos de los Hechos a San Pablo y seis a San Pedro, no es porque piense que aquél tiene doble importancia que éste en la historia del apostolado, sino porque fue compañero de San Pablo y conoció mejor su vida y acciones. Tampo- co mi escrito, por las mismas razones, guardará una proporción estricta entre la importancia de cada apóstol y las páginas que le dedico. Y no me alargo más, pues tengo por delante una tarea muy amplia y preciosa: escribir los grandes Hechos de los apóstoles de América. Prólogo a la 2ª edición Al preparar la segunda edición de esta obra –que ape- nas añade a la primera, de 1992, algunos retoques del texto y breves complementos bibliográficos–, sigo con- vencido de que el crecimiento de las Iglesias locales de 2 1ª Parte – Descubrimiento y evangelización fines del siglo XIII hizo Marco Polo por Asia, era del todo imposible. En este sentido, la llegada de los europeos en 1492 hace que aquéllos que apenas conocían poco más que su región y cultura, en unos pocos decenios, queden des- lumbrados ante el conocimiento nuevo de un continente fascinante, América. Y a medida que la cartografía y las escuelas se desarrollan, los indios americanos descubren 1ª PARTE la fisonomía completa del Nuevo Mundo, conocen la existencia de cordilleras, selvas y ríos formidables, am- plios valles fértiles, y una variedad casi indecible de pue- Descubrimiento blos, lenguas y culturas... Madariaga escribe: «Los naturales del Nuevo Mundo no habían y evangelización pensado jamás unos en otros no ya como una unidad humana, sino ni siquiera como extraños. No se conocían mutuamente, no existían unos para otros antes de la conquista. A sus propios ojos, no fueron nunca un solo pueblo. «En cada provincia –escribe el oidor Zorita que tan bien conoció a las Indias– hay grande diferencia en todo, y aun muchos pueblos hay dos y tres lenguas diferentes, y casi no se tratan ni conocen, y esto es general en todas las Indias, según he oído» [...] Los indios puros no tenían solidaridad, ni siquiera dentro de los límites de sus territorios, y, por lo tanto, menos todavía en lo vasto del continente de cuya misma existencia apenas si tenían noción. Lo que llamamos ahora Méjico, la Nueva España de enton- ces, era un núcleo de organización azteca, el Anahuac, rodeado de una nebulosa de tribus independientes o semiindependientes, de lenguajes distintos, dioses y costumbres de la mayor variedad. Los chibcha de la Nueva Granada eran grupos de tribus apenas organi- 1. Descubrimiento y evangelización zadas, rodeados de hordas de salvajes, caníbales y sodomitas. Y en cuanto al Perú, sabemos que los incas lucharon siglos enteros por reducir a una obediencia de buen pasar a tribus de naturales de muy diferentes costumbres y grados de cultura, y que cuando llegaron los españoles, estaba este proceso a la vez en decadencia y por terminar. Ahora bien, éstos fueron los únicos tres centros de organi- Descubrimiento zación que los españoles encontraron. Allende aztecas, chibchas e La palabra descubrir, según el Diccionario, significa incas, el continente era un mar de seres humanos en estado por demás primitivo para ni soñar con unidad de cualquier forma que simplemente «hallar lo que estaba ignorado o escondi- fuese» (El auge 381-382). do», sin ninguna acepción peyorativa. En referencia a América, desde hace cinco siglos, ya desde los prime- 3. Hay, por fin, en el término Descubrimiento un sen- ros cronistas hispanos, venimos hablando de Des- tido más profundo y religioso, poco usual. En efecto, cubrimiento, palabra en la que se expresa una triple ver- Cristo, por sus apóstoles, fue a América a descubrir con dad. su gracia a los hombres que estaban ocultos en las tinie- blas. Jesucristo, nuestro Señor, cumpliendo el anuncio 1. España, Europa, y pronto todo el mundo, descubre profético, es el «Príncipe de la paz... que arrancará el América, un continente del que no había noticia alguna. velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a Este es el sentido primero y más obvio. El Descubri- todas las naciones» (Is 25,7). Fue Cristo el que, allí, por miento de 1492 es como si del océano ignoto surgiera ejemplo, en Cuautitlán y Tulpetlac, descubrió toda la bon- de pronto un Nuevo Mundo, inmenso, grandioso y dad que podía haber en el corazón del indio Cuauh- variadísimo. tlatoatzin, si su gracia le sanaba y hacía de él un hombre 2. Los indígenas americanos descubren también Amé- nuevo: el beato Juan Diego. rica a partir de 1492, pues hasta entonces no la cono- Así pues, bien decimos con toda exactitud que en el cían. Cuando los exploradores hispanos, que solían an- año de gracia de 1492 se produjo el Descubrimiento de dar medio perdidos, pedían orientación a los indios, com- América. probaban con frecuencia que éstos se hallaban casi tan perdidos como ellos, pues apenas sabían algo –como no Encuentro fueran leyendas inseguras– acerca de lo que había al En 1492 se inica un Encuentro entre dos mundos suma- otro lado de la selva, de los montes o del gran río que les mente diferentes en su desarrollo cultural y técnico. Eu- hacía de frontera. En este sentido es evidente que la Con- ropa halla en América dos culturas notables, la mayo- quista llevó consigo un Descubrimiento de las Indias no azteca, en México y América central, y la incaica en Perú, sólo para los europeos, sino para los mismos indios. Los y un conjunto de pueblos sumidos en condiciones suma- otomíes, por poner un ejemplo, eran tan ignorados para mente primitivas. los guaraníes como para los andaluces. Entre imperios formidables, como el de los incas y el de los aztecas, La Europa cristiana y las Indias son, pues, dos entida- había una abismo de mutua ignorancia. Es, pues, un grue- des que se encuentran en un drama grandioso, que se so error decir que la palabra Descubrimiento sólo tiene desenvuelve, sin una norma previa, a tientas, sin prece- sentido para los europeos, pero no para los indios, ale- dente alguno orientador. Ambas, dice Rubert de Ventós, gando que «ellos ya estaban allí». Los indios, es eviden- citado por Pedro Voltes, eran «partes de un encuentro te, no tenían la menor idea de la geografía de «Améri- puro, cuyo carácter traumático rebasaba la voluntad mis- ca», y conocían muy poco de las mismas naciones veci- ma de las partes, que no habían desarrollado anticuerpos nas, casi siempre enemigas.