ARTURO QUIJANO

Notas políticas del día

Primera biografía del candi­ dato - La Iglesia en el próximo gobierno - Concha, el repu­ blicano - La vieja probidad - La Academia de Jurispru­ dencia y el 13 de marzo- - Tranquila transmisión -

1930

ÁGUILA NEGRA EDITORIAL

ARTURO QUIJANO

Notas políticas deí día

Primera biografía del candi­ dato - La Iglesia en el próximo gobierno - Concha, el repu­ blicano - La vieja probidad - La Academia de Jurispru­ dencia y el 13 de marzo - - Tranquila transmisión -

1930

ÁGUILA NEGRA EDITORIAL BOGOTÁ

PRIMERA BIOGRAFÍA DEL CANDIDATO DE LA CONCENTRACIÓN PATRIÓTICA

A manera de un primer aporte en el debate eleccionario, tenemos el mayor gusto en trazar los siguientes datos para una biografía del candi­ dato nacional a la presidencia de la República; y se dice «para una biografía», porque apenas están destinados a dar una visión de conjunto, sin co­ mentarios, de la vida del eminente colombiano; pudiendo iuégo cualquiera de sus admiradores es­ cribir a espacio y justicieramente uno o varios ca­ pítulos, Y á fe que ningún trabajo—antes bien especial complacencia—nos tomamos en ello, pues habien­ do sido condiscípulos y amigos de Olaya desde los primeros años, luego sus colegas en el perio­ dismo, y más tarde en el servicio de la patria en ese ramo que está—según la vieja consigna—«por encima de todos los partidos», hemos tenido toda la vida oportunidad de seguir muy de cerca los afortunados pasos de esa existencia, que hoy cul­ mina en merecida consagración. Así como eí sucesor de Felipe Pérez en la Di­ rección de El Relator, el doctor Diego Mendoza, solía decirnos que éramos «periodista profeso» —frase que se recuerda por lo gráfica y cariñosa para quienes hemos entregado lo mejor de la vida a ese noble oficio—; así ahora hemos de decir que Olaya Herrera ha sido un periodista nato: a los doce o trece años fundó en un periodi- quito, El Patriota, del cual sacaba benedictamen­ te, con el entusiasmo de los grandes amores pri­ mitivos, copias manuscritas para los canjes. Y estaba tan sensata y correctamente redactado, traía ideas tan oportunas esa hojita parroquial, que con frecuencia se la citaba en el gran periodismo, diga­ mos el autorizado Heraldo (conservador), de Bo­ gotá, o el procer Espectador (liberal), de Mede- llín. A iniciativa del inolvidable don Fidel Cano, se llegó a proponer una suscripción para comprar­ le una imprenta al periodista niño, que era ya toda una revelación. Después de la guerra del 95 vino el adolescen­ te Olaya a estudiar a la Universidad Republicana, bajo el rectorado de Robles, Diego Mendoza e Iregui; mas no alcanzó a graduarse sino a raíz de la guerra de los mil días. Era la época en que en las universidades liberales se editaba la tesis de grado como una prueba de la competencia de los alumnos y de la seriedad dé los estudios. La de Olaya anda publicada y es una demostración de su talento y amor al estudio. Al estallar la guerra voló al campamento y tuvo ocasión de hacer la rápida pero heroica campaña de Figueredo, y a los pocos días fue aprisionado en la cruenta acción de Nocaima, donde murieron los Generales Cenón Figueredo y Adriano Quija- _ 4 — no. Un día exaltamos la memoria de esos mártires del liberalismo en El Porvenir y El Liberal Ilus­ trado. En ese combate, como Olaya fuese de larga y flaca figura, y como en el atolondramiento natural al novicio se pusiese un bayetón por el lado rojo, cuando al rato de atravesar la cumbre de una co­ lina cayó prisionero, le decía uno de los reclutas del gobierno: —Yo lo vide a sumercé dende el alto, y le aji­ naba y le ajinaba (1), pero ni an por esas lo bajé. Tal la corta pero meritoria hoja de servicios del universitario. Un año antes de celebrarse la paz, ya fundaba José Manuel Pérez Sarmiento el tan simpático bi- semanario El Comercio, donde luego Olaya fue un magnífico editorialista en lo político y en lo de interés general. Vendido al maestro Arciniegas El Nuevo Tiem­ po por Carlos Arturo Torres y José Camacho Ca- rrizosa, éste último fue nombrado jefe de límites en el Ministerio de Relaciones Exteriores; pero con tan mala suerte para la República, que murió casi sin desempeñar el destino. Recordamos que en el entierro le preguntábamos-—como informa­ ción para nuestro periódico—al Canciller, doctor Clímaco Calderón, cuál sería el sucesor del lamen­ tado don José, y nos contestó: —Reyes, el Presidente, y yo, hemos pensado en Olaya, porque hay que ir reemplazando a los Quijano Otero y a los Aníbal Galindo en estos es­ tudios de límites, que son de vida o muerte para la patria. (1) Le disparaba. -5- Efectivamente, algunos meses después ya daba Olaya de sí su primer libro: Cuestiones territoriales. Marchó en seguida a Caracas, como Secretario de la misión del Plenipotenciario General Benja­ mín Herrera; mas, fracasada ésta, el doctor Olaya siguió a Bélgica, donde hizo provechosos estudios en la Universidad Libre. Y llegó para Olaya el día decisivo de una vida, el 13 de marzo de 1909. No compartimos los de­ talles de su actuación; pero es evidente que fue, con Jorge Martínez Santamaría, la figura más des­ tacada, el verbo de la revuelta juventud pronun­ ciada en masa contra los tratados con los Estados Unidos. Y, las cosas de la política! Fue el propio Re­ yes quien se encargó de consagrar al joven tribu­ no como figura de relieve, confinándolo a un cas­ tillo (que se cambió por otra prisión) en Carta­ gena. Fundó en seguida el empedernido periodista uno de los diarios que más honda huella han de­ jado, Gaceta Republicana, en cuya empresa tuvo la fortuna de contar con la insuperable gerencia de Arturo Manrique. Elegido en 1910 por el Departamento de Que- sada (parte de Cundinamarca) miembro de la Asamblea Constituyente y Legislativa, revelóse como un parlamentario de primera fuerza, y céle­ bres fueron sus duelos oratorios contra conteado- res de la capacidad de Holguín y Caro y Urrutia. Puede decirse igual cosa cuando, más tarde, vino al Senado por el Tolima, como suplente de don Pedro A. López. Allí, en la Asamblea, fue el mejor y más hábil colaborador del General Herrera, en esa célebre _§_ e inesperada evolución que dio por resultado la elección del doctor Carlos E. Restrepo. Y Restrepo, naturalmente, lo hizo Ministro de Relaciones Exteriores, en cuya labor ocupóse el doctor Olaya algún tiempo, según consta en su libro de entonces, o sea la Memoria del Ramo en 1911. Sobrevinieron a la sazón los amargos días de La Pedrera, es cierto; pero obra en buena parte de desgraciadas circunstancias, cuyo examen debe hacerse fría y justicieramente; y a nadie se oculta que por altas consideraciones de patria es éste el momento menos oportuno para ello, por estarse coronando en nuestras fronteras una obra de ar­ monía y confraternidad con la hermana República del Perú. El canciller Olaya tuvo una de las más bellas iniciativas por la juventud y posteriores actuacio­ nes patrióticas de ésta: mediante concursos envió de cancilleres a Europa a los mejores alumnos de las Facultades y les abrió las puertas de una ca­ rrera que para muchos va ya en el cénit. Oh! si se hubiera perseverado en esa fecundísi­ ma iniciativa del gobierno de entonces, ya ten­ dríamos en todas las carreras, más de un centenar de verdaderas realidades de capital humano en servicio de la patria. Por esa época contrajo matrimonio el joven Mi­ nistro, con una de las damas más distinguidas de nuestro alto mundo social, por sus virtudes, su gentileza y su abolengo: la señorita Teresa Lon- doño Sáenz, que luego ha sido una matrona en el hogar y un ornato en los salones. La vida de Olaya Herrera en adelante, situada ya en un plano irrevocablemente nacional, es tan - 7 Conocida, que esta circunstancia nos permite abre­ viar aún más: Ministro Plenipotenciario en Chile. Fundador, a su regreso, de otra merítisima hoja, El Diario Nacional Los progresos del periodismo colombiano le de­ ben los dos más decisivos pasos : el primer lino­ tipo (para Gaceta Republicana) y la primera rota­ tiva (para El Diario Nacional). Ministro de Relaciones Exteriores en la Admi­ nistración Holguín, que sucedió a la del señor Suá- rez, en noviembre de 1921. Ya se sabe cuan des­ tacada fue la actuación del canciller para lograr la aprobación del tratado que regularizó las rela­ ciones con los Estados Unidos de América. A los pocos días marchó el doctor Olaya a Was­ hington, donde, durante ocho años, ha sido una de las grandes figuras del Cuerpo diplomático, así como brilló intensamente en la sexta Confe­ rencia Panamericana. (La Habana, 1928). Y en aquel puesto altísimo ha sido Olaya no sólo un internacionalista y un patriota, sino algo iriás, que no todo el mundo sabe, y que a nosotros nos consta, por haber tenido oportunidad de apreciar­ lo durante siete años en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores: Olaya es un trabajador insigne, de un dinamismo raro en los ­ nos. La numeración anual de las notas de su Le­ gación suele llegar a tres mil, lo que da un pro­ medio de diez comunicaciones diarias, todas de una importancia, de una delicadeza, de una tras­ cendencia en veces únicas. Dos actas famosas, firmadas por el ministro colombiano, obra en mucho de circunstancias y antecedentes ineludibles, han de pasar especial- 8 mente a la historia: la que estableció nuestras re­ laciones diplomáticas con la nueva República de Panamá, y la que aseguró el acceso de Colombia al Amazonas (y la paz de América), con el asenti­ miento del Perú y del Brasil, desarrollando una era secular de convivencia cordial y de mutuo progreso indefinido—si vale la frase—con esas hermanas repúblicas. A propósito: acaba de publicar la prensa el tras­ cendental decreto del Presidente Leguía, que or­ dena poner el nombre de Colombia a- una de las mejores avenidas de Lima, y levantar la estatua de Córdoba. En el pedestal deberán grabrarse: «6 de julio de 1822—24 de marzo de 1922». ¿Saben los colombianos qué significan? Bello rasgo del mandatario peruano: Son las fechas del primero y del último tratado entre Perú y Colombia. Hace poco tiempo publicó el doctor Olaya un nuevo libro de absoluta actualidad internacional, sobre la cláusula del máximo favor. Otra página notable de su hoja de servicios fue el haber obtenido buenas condiciones para la ruta comercial, por Panamá, de la admirable Scadta, compañía de navegación aérea que es un orgullo y un porvenir de Cplombia. Basta por hoy. Tal, a grandes pinceladas, la vida de quien, en servicio de la nación antes que del partido—alejado de las luchas políticas y en­ señado ya a mirar a la patria en un panorama mundial—, bien puede ser un candidato verdade­ ramente nacional: en la Convención liberal así lo hubiéramos expuesto al suscitarse el debate del caso.

- 9 - Mas ya que ha llegado otra oportunidad—y no habiendo, que sepamos, una biografía propiamen­ te dicha del estadista a quien hoy aclama medio Colombia—, nos place haberla escrito, o mejor dicho, haber trazado los primeros datos de con­ junto para esa simpática obra, complaciendo así al señor Director de .

El Espectadort número 6434—21 diciembre 1929

10 - LA IGLESIA EN EL PRÓXIMO GOBIERNO

EL MEJOR PROLOGO Vox popuii, vox Dei.

CENTRO NACIONAL DÉLA LEGIÓN REPUBLI­ CANA Y DE -ACCIÓN PATRIÓTICA» BOGOTÁ PRESIDENTES HONORARIOS DOCTORES CARLOS E. RESTREPO Y SAMUEL MONTAÑA Bogotá, marzo 22 de 1930 Señor doctor don Arturo Qaijano—E. L. C. Muy estimado amigo y copartidario de mi ma­ yor estimación: Cumpliendo instrucciones de la Junta Directiva del Centro Nacional de la Legión Republicana y de Acción Patriótica, tengo el honor de felicitar a usted muy efusivamente y a nombre de esta Cor­ poración, por la magistral conferencia con la que usted deleitó al público bogotano el viernes por la tarda en el Teatro Municipal, — U - El trascendental tema escogido por usted: «La Iglesia en el próximo Gobierno», es sin duda al­ guna la tesis más interesante y oportuna en los actuales y solemnes momentos de la política co­ lombiana. A la vez doy a usted las más expresivas gracias por la fina atención que le dispensó a mi señora madre doña Clementina Uscátegui Toro de Pinzón enviandole las localidades del palco número 24 que por una coincidencia feliz,—pero debido a premeditada gentileza de su parte—era el mismo palco que el doctor Murillo Toro ocupaba frecuen­ temente ahora muchos años acompañado de mi madre y de otros miembros familiares.... En vista de su notable conferencia, la Comisión de propaganda de este Centro y que tengo el ho­ nor de presidir, ha dispuesto publicar una edición de veinte mil hojas volantes con el texto de su meritorio e importante trabajo, para que sean dis­ tribuidas en todos los Municipios de Colombia y lo cual me es honroso comunicar a usted. Por el Centro Nacional de la Legión Republica­ na y de Acción Patriótica, el Presidente de la Co­ misión de Propaganda, amigo y copartidario, PINZÓN USCÁTEGUI

EL DOCTOR URIBE URIBE

Tülüáy marzo 27 de 1930 Señor doctor Arturo Quijano—Bogotá. Estimado amigo: Al solo anuncio de que usted iba a dictar una conferencia sobre La Cuestión Religiosa en Co-

4ft"**" \¿> *•*•*' lombia, hice la intención, que ahora realizo, de pedírsela, para saborearla yo primero, y, en se­ guida, leerla en público. Si no la ha hecho impri­ mir, en préstamo se la solicitaría. No pudo contribuir a resolver aquella cuestión el General Uribe con su publicación, que fue con­ denada por la Iglesia. Puede que usted tenga mejor suerte y, con us­ ted, la tengamos sus compatriotas. Para guardar paz en Colombia—la de los espíritus—no hay una que más nos deba interesar. De usted afectísimo amigo,

TOMAS URIBE URIBE

LA PRENSA CAPITALINA El doctor Arturo Quijano dictará en esta sema­ na una interesantísima conferencia sobre «La Igle­ sia en el próximo Gobierno». El conferencista se propone demostrar con do­ cumentos de la más alta significación, olvidados del todo, pero que revisten una sorprendente ac­ tualidad, que sí hubo gobernantes no sólo libera­ les sino netamente radicales que en su tiempo die­ ron toda clase de garantías a la Iglesia, para con­ cluir que en sana lógica y con la historia en la mano se puede asegurar que el gobierno del doc­ tor Olaya Herrera hará otro tanto, desde luego que ahora no se tratará de una administración partidarista sino de auténtica concentración na­ cional. Demostrará cómo, por esas garantías a la Igle­ sia, hubo presidentes radicales recién posesiona-

13 — dos a quienes la plana mayor y los militares del conservatismo ofrecieron toda clase de apoyo, hasta el de las espadas gloriosas de ese gran par­ tido. Además del acervo de documentos que tiene el doctor Quijano-— quien estuvo en posesión del ar­ chivo de Murillo Toro—el mismo conferencista por conocimiento personal y directo, hará un aná­ lisis de las enseñanzas que respecto a la Iglesia recibieron los universitarios liberales de ahora treinta años—entre ellos el doctor Olaya—para demostrar que el programa del Presidente electo, en ese punto culminante, no implica promesas de última hora electoral del candidato y de la enor­ me corriente liberal que lo apoya, sino que ello obedece a una plena evolución ideológica de la generación de que ha sido exponente el. hombre del día. La exposición del doctor Quijano será una pie­ za histórica, salpicada de anécdotas, y llena de serenidad y de respeto a las personas con inves­ tidura sagrada a quien habrá de referirse. El Espectador, número 6505—19 marzo. Sobre este importantísimo tema, que será la piedra angular del nuevo gobierno de concentra­ ción nacional, dictará hoy viernes a las cinco p. m., en el Teatro Municipal, una importantísima conferencia el doctor Arturo Quijano, fundamen­ tándola en documentos, muchos de los cuales son desconocidos. Concurrirán, además de altas per­ sonalidades del clero, los Ministros del Despacho, los diplomáticos, los periodistas, intelectuales, académicos, universitarios y un numeroso y

14 ^ selecto grupo de damas de nuestra mejor so­ ciedad. Entre muchos temas de fondo y anécdotas que abordará el conferencista, hay algunos singular­ mente atrayantes y de actualidad, como aquella oferta de apoyo de los Generales conservadores a un Presidente radical recién posesionado, para el caso de que otros conservadores pretendieran tur­ bar el orden públicOe El Tiempo, número 6635—21 de marzo. Como lo habíamos anunciado en ediciones pa­ sadas, ayer tarde, a las cinco y media, se verificó en el Teatro Municipal la conferencia que había dispuesto para esa fecha el doctor Arturo Qui- jano. El tema que desarrolló era «La Iglesia en el próximo gobierno», pero dinamos más propia­ mente que el orador se preocupó ante todo de poner de presente cuál ha sido la actitud del libe­ ralismo cuando ha sido partido de gobierno en sus relaciones con la Iglesia. El tema era atractivo y el orador un periodista de combate, de la vieja guardia, qué ha sido siem­ pre un centinela alerta de la doctrina liberal. El doctor Quijano ha librado en la prensa, en la tri­ buna y en la cátedra recias batallas en favor de sus ideas, que ha sostenido con entusiasmo y pa­ triótico desinterés. En el público existía una verdadera espectativa por escuchar la tesis que iba a sostener el funda­ dor de El Porvenir, y todos sus numerosos audi­ tores batieron palmas a quien supo deleitarlos con amenas anécdotas y con una frase salpicada de gracia y galanura. — 15 — Pero el punto capital que se propuso poner de presente el orador era la actitud de tolerancia y respeto que se promete asumir el liberalismo cuan­ do sea nuevamente partido de gobierno. Mundo al Día felicita a su apreciable amigo el doctor Quijano por el éxito brillante que coronó su feliz iniciativa. Mundo al Dia> número 1848—22 marzo. El doctor Arturo Quijano dictó ayer en el Tea­ tro Municipal una admirable conferencia, tan in­ teresante y justa como oportuna, sobre las rela­ ciones de los gobiernos liberales con la Iglesia católica. El doctor Quijano nos ha hecho el honor de ofrecernos esa conferencia para El Tiempo, y la publicaremos con el mayor gusto. Es ella una demostración inteligente y exacta, basada en la historia, de la manera como muchos gobiernos li­ berales supieron respetar y garantizar los dere­ chos de la religión y de la Iglesia y hacerse mere­ cedores de votos de gratitud y aplauso por parte de altas autoridades eclesiásticas, que son la prueba completa de la tesis que sostuvo con su habitual lucidez ese buen patriota y ese historia­ dor sagaz. Tiene razón el doctor Quijano. La religión, el sentimiento religioso del país no tienen nada que temer del liberalismo, del verdadero liberalismo que con Murillo y con Salgar supo encarnar sus doctrinas de tolerancia y de respeto a todos los derechos. El doctor Olaya Herrera ha hecho en este sentido declaraciones amplísimas, que en él son fruto de la más arraigada y antigua convic­ ción, y a las cuales podría presentar no sólo pro-

- 16 — píos antecedentes sino antiguos orígenes en el campo liberal. Que ese partido cometió errores en esta cues­ tión? Nadie lo niega. Grandes errores, que le cos­ taron bien caro y en los cuales nadie querría rein­ cidir. Pero tiene también una tradición de acier­ tos y de política de sincera paz religiosa, que el doctor Quijano supo destacar ayer tarde en me­ dio de muy justos y sinceros aplausos. Y es pro­ fundamente satisfactorio anotar que El Nuevo Tiempo, órgano del conservatismo colombiano, puso ayer a esa conferencia un prologo que ma­ ñana reproduciremos y que es uno de los rasgos más completos e interesantes de la política nueva que se abre paso en Colombia: el reconocimiento leal que un partido hace de los títulos que el otro tiene a la confianza de la Nación. El Tiempo, número 6636—22 marzo.

TOLERANCIA Y RESPETO (i) Ha anunciado El Espectador que esta tarde el doctor Arturo Quijano—quien heredó de su ilus­ tre consaguíneo el doctor Pedro M. Ibáñez su amor a las cosas del pasado—pronunciará una conferencia para demostrar que sí hubo gobernan­ tes no solamente liberales sino radicales que en su tiempo dieron toda clase de garantías a la Iglesia. Eso es verdad. Y así como basados en hechos históricos hemos relatado procederes indignos de algunos mandatarios nacionales y seccionales con-

(1) No necesita comentarios este editorial del decano de la prensa con­ servadora, que lo dice todo, y que es el mayor y más imparcial elogio de la conferencia y de la verdad de lo dicho. — 17 — tra colombianos eminentes investidos de altas dignidades eclesiásticas, sería el colmo de la in­ justicia negar que hubo otros que obraron de muy distinta manera, con sincero espíritu de tolerancia y con alta comprensión de sus deberes, lo que exigen armonía completa entre la potestad civil y la que se basa en la religión, especialmente en un país como Colombia, en donde con pocas excep­ ciones todos somos católicos. La tarea del doctor Quijano es laudable, por­ que es preciso que muchos liberales sepan que por el hecho de serlo no están obligados, como lo creen algunos, a detestar lo que es base del or­ den social y a hostilizar a los párrocos. Y ojalá que advertencias de esa especie fueran constan­ tes, a fin de que la intransigencia de muchos, es­ pecialmente en las poblaciones liberales o de ma­ yoría de ese partido, no ocasione algún día in­ quietudes o pugnas deplorables. En la conferencia, según la nota editorial que nos sirve de base para estas líneas, se hablará de Murillo cuando ocupó la Presidencia de 1872 a 1874. Su imparcialidad, su republicanismo y su res­ peto de entonces a la religión y a los que ocupa­ ban las dignidades de la Iglesia y a los ministros del culto, deben servir siempre de modelo a todo mandatario liberal y a las autoridades que de él dependan. Por haber desatendido el ejemplo que dio, el orden público tuvo violenta sacudida y hubo sangre derramada en el país. Murillo empezó su carrera pública en condición de sectario. Entre sus procederes de 1850, como Secretario de López, y los de las administracio­ nes que presidió, hay un abismo. 18 En 1872, al encargarse de la Presidencia, la to­ lerancia de su primer gobierno alejó toda inquie­ tud del espíritu de los católicos, y el Arzobispo señor Arbeláez, con toda sinceridad le hizo pú­ blicos sus sentimientos. Al felicitarlo en el acto déla posesión del gobierno, le dijo estas pala­ bras : «En una ocasión tan solemne como ésta, creo de mi deber manifestaros que el clero de mi pa­ tria, que hoy se presenta por espíritus apasiona­ dos como antagonista de toda idea de progreso, será el primero que apoyará con su influencia toda medida que tienda a la prosperidad del país. El desea vehemente la paz, pero no una paz aparen­ te, sino la que emanando de las ideas, haga des­ aparecer la desconfianza y restablezca una verda­ dera reconciliación entre los colombianos. El clero recuerda con placer el período de vuestra pasada administración, porque en ella fue cuando cesó esa persecución cruel y tenaz que tantos días de dolor causó a la Iglesia. A vuestra clara e ilustra­ da inteligencia no se oculta que lo que la Iglesia de este país exige es lo que todo país civilizado, por razón de sus instituciones, está en el deber de concederle, esto es: el respeto de su libertad den­ tro de los límites de la autoridad que le fue con­ cedida por su divino fundador». El doctor Murillo fijó en su respuesta el deber de todo mandatario respecto de la creencia de los católicos. «En cuanto a la acción del Poder Eje­ cutivo, dijo en su respuesta, mientras me esté confiado y en lo que tenga relación con la Iglesia que representáis, estad seguro que su libertad y sus derechos, como la libertad y derechos de los demás colombianos, serán religiosamente respe-

19 ~ tados, con la absoluta imparcialidad que la pro­ bidad exige». Y cumplió su promesa, a pesar de las incitacio­ nes que autoridades y particulares le hacían para que procediera en desacuerdo cgn sus declara­ ciones. Cuando durante su gobierno los Obispos de Popayán y de Pasto publicaron pastorales contra el establecimiento de escuelas laicas y en favor de la creación de escuelas privadas para contra­ rrestar las enseñanzas de aquéllas, el Presidente del Cauca se quejó ante Murillo, y entonces tuvo la entereza, aun a riesgo de atraerse enemistades, de decirle a aquel funcionario, en documento pú­ blico, que la Constitución garantizaba a todos los colombianos la libertad absoluta de palabra y de imprenta. El Presidente Salgar sostuvo también en su gobierno la política de armonía con la iglesia. El Ilustrísimo señor Arbeláez, basándose en la Alocución que aquél dirigió a los colombianos, le dijo en el palacio presidencial: «En cuanto a la cuestión religiosa, lo único que os exigimos los prelados, el clero y los fieles, es el fiel cumplimiento de la garantía constitucional que nos asegura la libertad e independencia en el ejercicio de nuestro sagrado ministerio». «Siem­ pre he opinado, le contestó el Presidente Salgar, y así lo manifesté en las sesiones de la Conven­ ción de Rionegro, que para obtener el concierto general, la justa posición de las entidades huma­ nas, no hay nada eficaz, después de la Providen­ cia que vela por la suerte de las naciones, sino el principio demostrado de la libertad y de la to­ lerancia», 20- Ninguna queja tuvieron del General Salgar y de los liberales los obispos y el clero. Los vejámenes vinieron después, y con ellos, forzosamente, la ruina del partido liberal. Una parte de él quería la tolerancia; la otra persistía en la persecución religiosa. La guerra de 1876 unió de modo accidental a radicales e independientes, pero la soldadura volvió a abrirse, y al fin el ra­ dicalismo quedó vencido, porque el odio es gan­ grena de todo organismo político. Bien está que en conferencias y en artículos de prensa se recuerde con gratitud a quienes desde el poder dieron altos ejemplos de libertad y de respeto a las creencias, y bien está que esa tole­ rancia se predique a los violentos para que la ar­ monía de las voluntades sea firme base de la tran­ quilidad social. El Nuevo Tiempo, número 9631—21 de marzo.

LA CONFERENCIA POR RADIO La exposición del doctor Arturo Quijano en el Teatro Municipal, que tantos aplausos le valiera del numeroso y selectísimo auditorio de damas de nuestra alta sociedad, ministros del despacho y diplomáticos, sacerdotes, periodistas, universita­ rios, etc., fue transmitida por la Estación HKC, de la Universidad Radio Corporation, a toda la Re­ pública y a los Estados Unidos. Ya están llegando expresivos telegramas de congratulación: Bucaramanga, 25.— Felicitárnoslo interesante conferencia anoche. Ramón Castro W* -^ 21 — ftíosucio, 2S—Oímos anoche sü oportuna, iMág~ nífica conferencia. Felicitárnoslo. Amigos, Fabio Gartner, Víctor de la Cuesta. Duitama, 25—Calurosas felicitaciones conferen­ cia transmitieron anoche radio. Carlos J. Duran, Ignacio Borda. (Mundo al Día, marzo 27 de 1930).

- 22 La Iglesia en el próximo gobierno

CONFERENCIA EN El, TEATRO MUNICIPAL DE BOGOTÁ

I Palabras previas Señoras, señores; Cuando apenas principiaba el movimiento de concentración nacional, que ha terminado en el sin rival triunfo del 9 de febrero, el que habla, teniendo que ausentarse—aunque transitoriamen­ te—del territorio nacional, quiso poner de una vez su modesto contingente en la maravillosa aventu­ ra—como dijo con tanta propiedad el doctor Luis Eduardo Nieto Caballero—y tuvo el honor y la satisfacción de escribir para El Espectador lo que este famoso diario tituló «La primera biografía del candidato de la concentración patriótica». Tal mi primer aporte—según allí mismo se ex­ presa—en la célebre campaña electoral. Quise apre­ surarme a ello en previsión, que resultó justifica­ da, de que al regreso, ya estuviese por coronada ¡a colosal empresa. Un primer aporte significaba la promesa de otro, y aun de otros; y, así, me es grato y honroso 23 presentarme con el segundo ante vosotros en esta propicia coyuntura, en que saludo con respeto a todos los oyentes e imploro su benévola atención, Ei por qué Mas, ¿cuál había de ser el tópico de ese segun­ do esfuerzo? Los antecedentes y circunstancias del movi­ miento eleccionario, y sobre todo lo que se ha di­ cho y publicado en estos días a propósito de la entrega constitucional del poder al Presidente electo, están gritando que el punto capital, máxi­ mo, hacia el cual se tienden todas las miradas como escrutando los horizontes del porvenir, es el que, sin propiedad, pero aceptando el lenguaje común y convencional, se ha venido llamando «la cues­ tión religiosa». Esa es la nube negra en el horizonte, dicen, si­ guiendo en la metáfora, los desconfiados, y los que tienen interés en suscitar dificultades, y los ingenuos, y los faltos de información. Por tanto, he creído un deber, patriótico deber de parte de un soldado de la vanguardia concen­ trista, dirigirme de preferencia a esa fortaleza prin­ cipal, en la seguridad de que tomada ésta, es de­ cir, comprobada su ninguna razón de ser, «todo lo demás se nos dará por añadidura», porque la oferta divina no puede fallar. Cuanto tienda, pues, a «desarmarlos espíritus», según se ha dicho gráficamente; a acabar con te­ mores y sobresaltos; a buscar la tranquilidad de las conciencias timoratas y asustadizas; a procu­ rar un acercamiento de inteligencias, de volunta­ des, de corazones, en el campo supremo de las

- 24 - Creencias sagradas, es una grande y oportuna obra de reconciliación y el primero y más alto de­ ber de los apóstoles—chicos o grandes—de esta magna cruzada por la salvación nacional. A ries­ go del lugar común, se diría que ello constituye la piedra angular del nuevo e inconmovible edifi­ cio de la República. Tan cierto es todo esto, que en los momentos mismos en que daba las últimas plumadas de los presentes apuntes, encuentro en el autorizado dia­ rio El Tiempo, puestas en boca del Presidente electo estas palabras, que son como una anticipa­ da y cabal aprobación y uno a manera de elogio supremo de mi labor de estos momentos, si ya no fueran una y otra cosa el obligante patrocinio —que debo agradecer en todo lo que vale-—que se ha servido hacer de esta exposición—que no tiene pretensiones en cuanto a mis opacas palabras pero sí en cuanto a los importantísimos documen­ tos y datos que las respaldan; el patrocinio emi­ nentemente valioso de esa respetabilísima directiva que se llama «Centro Nacional de la Legión Repu­ blicana» y de «Acción patriótica», cuya presiden­ cia honoraria ocupan dos de las más altas cumbres morales de Colombia, el doctor Carlos E. Restre- po y el doctor Samuel Montaña. Como decía, caben aquí como expresados para la ocasión, los siguientes votos del señor doctor : «Como propaganda, la que más estimaría y aplaudiría yo es la que tienda a establecer la con­ fianza en el porvenir tranquilo del país, la fe en la solidez de sus instituciones, el espíritu de franca conciliación de todos los ánimos. La obra de re­ construcción económica y de activa y fecunda la- - 25 bor administrativa que se impone, exige un am­ biente de tranquila cooperación, de calma auténtica. Se necesita un sólido sentimiento de confianza, como el mejor apoyo posible para la obra que quieran intentar los próximos gobernantes, y creo indispensable mantener y vigorizar el espíritu de conciliación colombiana que llevó a la concentra­ ción nacional a tan espléndida victoria». A cumplir voy, pues, aquel deber sin vacilacio­ nes y sin reticencias, pero con perfecta serenidad, seguro una vez más de vuestra benevolencia; se­ guro de que los conservadores—aún más que los liberales—me oirán con interés, y probablemente con agrado.

Antaño y ogaño Cierta prensa, adversa a la candidatura nacio­ nal, dióse en los últimos días a la eterna tarea en ocasiones semejantes: la de desenterrar de los archivos y de los periódicos amarillentos— cosa distinta de la prensa amarilla—el recuen­ to de dolorosas escenas de persecución al sa­ cerdocio, y el texto de leyes y resoluciones dicta­ toriales en plena guerra, emanadas precisamente del conservador de la víspera, General Mosquera, y del conservador del día siguiente, doctor Rafael Núñez, quien fue el primer factor de la desamor­ tización de los bienes de los conventos (y luego el indemnizador por medio del Concordato). Por esos tiempos borrascosos, el enorme estadista de la Regeneración tan sólo era defensor, y a bala­ zos, de la iglesia, de la iglesia de San Agustín.... fortaleza liberal de Bogotá. Pues bien; en esta conferencia habré de exhu- mar escenas, leyes y documentos que demuestran a su turno cuántos días de paz, de reparación, de tranquilidad y hasta de placer dio el liberalismo hecho gobierno—y en épocas normales, natural­ mente—a nuestra Santa Madre Iglesia. Se trata, en dos palabras, de esto: si hubo un presidente radical que, como inmediato sucesor del bravo Mosquera y a raíz de la Convención de Rionegro, tuvo el valor civil y la consecuencia con sus liberales doctrinas de dar toda clase de garantías a la Iglesia, hasta convertirse para ésta en instrumento de placer; si tal sucedió hace cerca de setenta años, en una administración netamente partidarista (en cuanto a la composición del Eje­ cutivo) y bajo la caldeada atmósfera política de recriminaciones y de odios, con un idearium de absoluta intransigencia y en un nivel de cultura general incomparablemente inferior al actual; si todo ello fue así, ¿cómo es posible poner en duda siquiera lo que será el porvenir de la Iglesia en la próxima administración Olaya Herrera, en gobier­ no generado y amamantado en cuerpo y alma por una innegable concentración de estadistas de to­ dos los partidos; cuando la nueva ideología es fruto de las modernas experimentaciones en los estudios sociales y de una dolorosa expiación de medio siglo; cuando los viejos rencores han des­ aparecido al favor de benditos cuasi treinta afíos de paz, y en la atmósfera no se respira sino el anhelo de resurrección nacional; cuando, en fin, el nivel de la cultura cívica acaba de marcarse, con asombro nuestro y del universo, en el zenit de las democracias? Nada más fácil que demostrarlo. Los liberales también tenemos archivos y periódicos, envejeci- - 27 dos, sí, pero siempre jóvenes. De allí he de sa­ car piezas con cuyo análisis habré de salir ver­ dadero, pues que asistimos a momentos en que, desde muchos aspectos, la historia se repite con desconcertante precisión: era Ministro en los Es­ tados Unidos de América el doctor Manuel Muri- 11o Toro, el grande amigo y aun se dice que en ocasiones hasta consejero del inmortal Lincoln. En todo caso, hasta hace pocos años testigos presenciales señalaban la casa de Washington donde habitó el plenipotenciario colombiano y de la cual vieron salir muchas veces en altas horas de la noche al noble mártir estadinense, liberta­ dor de esclavos. Cuando a lo mejor resultó Murillo, Presidente electo de los Estados Unidos de Colombia. En los días de regreso del doctor Olaya Herre­ ra, haré reproducir la curiosísima hoja, cuyo texto poseo — desconocida hoy — que se publicó en Cartagena a principios de 1864 con los deta­ lles de la arribada del nuevo mandatario, a bordo del vapor de guerra Glaucus, que el gobierno nor­ teamericano puso galantemente a órdenes de Mu­ rillo para que hiciese su travesía marítima. Y apenas iniciada la administración quedó para la historia uno de sus primeros y más notables episodios en las cartas cruzadas entre las matro­ nas de Bogotá y el primer Presidente radical de ese ciclo constitucional: «Bogotá, mayo de 1864 Señor doctor —E. S. D. Señor: Acabáis de volver al seno de la Patria, regre­ sando de un pueblo que sabe dar al sistema repu- - 28 - blicano los justos limites que le corresponden, a la libertad el sentido que debe tener en un país civili­ zado, a las leyes la justicia y la equidad que les son necesarias; de un pueblo que sabe respetar los de­ rechos y las garantías que son debidos a todos los individuos que lo componen. Al recibir el bastón presidencial que os esperaba aquí, habéis manifestado al pueblo, cuyos destinos vais a regir, que vos también respetáis los derechos y garantías de los individuos, que juzgáis necesaria la tolerancia y que amáis el culto de los sentimien­ tos benévolos. Hé aquí, señor, porqué nos atreve­ mos nosotras a dirigiros la palabra, para felicita­ ros y para pediros protección, respecto de nuestros más caros intereses. Hay un sentimiento en nuestras almas, indestruc­ tible y grande, que abarca todo nuestro ser, se mez­ cla a todos nuestros pensamientos, palabras y ac­ ciones. Hay una felicidad para nuestro espíritu, cuya carencia nos conduce al último estado de an­ gustia, de miseria y desconsuelo, y cuya posesión aligera nuestra debilidad, sostiene nuestra flaqueza y nos hace dichosas, aun cuando el dolor anuble nuestros días. Sabéis, señor, qué sentimiento de amor, qué felicidad es ésta? Es el sentimiento reli­ gioso, independiente y completo. Amenazadas de muerte, estándolo de ser priva­ das de este tesoro de nuestra vida, ocurrimos a vos, señor, para pediros que nos salvéis de tanto infortunio, salvando nuestras creencias; y que sal­ véis también a la patria de los horrores de la gue­ rra. Porque, señor, cómo es posible dar la paz a un pueblo a quien se contraría y oprime en el más sanio de sus derechos; a quien se violenta y se afli-

— 29 - ge, arrebatándote el más caro, el más digno objeto de su amor y veneración? Meditadlo, señor; y si queréis llenar de regocijo y de gratitud nuestro corazón; si queréis haceros digno de un grande amor de parte de vuestros con- dúdanos, esforzaos en defender los derechos de la iglesia católica y de la libertad religiosa de sus hi­ jos. Dad a la posteridad ese ejemplo de rectitud, de independencia y de magnanimidad. Vindicad a vuestra patria de la acusación de barbarie que tan- zatán sobre ella las naciones civilizadas, y mere­ ceréis las bendiciones de un pueblo que ama sobre toda otra libertad, la del ejercicio libre de su culto y la profesión libre de su fe. Ojalá seáis vos quien, desde la alta silla que ocupáis, sepáis atender a nuestros deseos y dar un día de indecible gozo a nuestro corazón. Entre tan­ to, señor, aceptad con agrado la expresión de sin­ cero respeto con que os saludamos. Teresa Caicedo de Ortega, Silveria Espinosa de Rendan, María Josefa Patino, Bárbara García de Res- trepo, Cruz Ortega de Carrasquilla, María Francisca de Cuervo, Bernardina S. de Restrepo, Isabel Caice­ do de Acevedo, Emilia O. de Carrasquilla, Carmen C. de Herrán, Micaela Herrán, Clemencia Caicedo, Eugenia Portocarrero de Herrán, María Rivadeneira de Pardo, María Josefa Leiva de Chiari, Mariana Uribc de Duque, Guadalupe Uribe de Riaño, Joaqui­ na R. de Uribe, Antonia Dávila de Espinosa, María Jesús Pinzón de Sáenz, Mariana Montoya de Restre­ po, Mariana Mosquera de Cárdenas, María Teresa Sáenz de Restrepo, Manuela Sáenz de Montoya, Ma­ tilde Montoya de Montoya, Mercedes Cabal de Ma- llarino, Eulogio Espinosa de Saravia, María Francis­ ca Tobar de Rivas, Concepción Araos de Manrique, Magdalena S. de Mier, Isabel Santamaría Rovira,

~ 30 - María del Carmen Carbonelí de Moreno, Aurelia M. de Montoya, Mercedes Diago de Gómez, Josefa Ma- llarino de Holguín, Mercedes Holguín de Sánchez, Julia Holguín de Rebolledo, María Josefa Benítez de Orrantia, Dolores Orrantia, Ana Orrantia de Pérez, Dolores Ortega de Rivas, María del Carmen G. de Osorio, Carlota S. de Ucrós, Carlota Reguero de Ibáñez, Concepción Marroquín, Dolores F. de Briceño, Matilde O. de Marroquín, María Josefa Marroquín, Concepción U. de Grajales, Ignacio Osorio Ricaur- te, Dolores Perales, Santos Aguirre, Ignacia Tejada, María Guadalupe Mendigaría, Dolores M. de Pérez, Bernarda Borrero de Berbeo, Tomasa C. de Ortega, María de los Santos Espinosa de los Monteros, Do­ lores Toscano de Aguiar, María Josefa Osorio, Ma­ ría Josefa Caro, Josefa M. Ucrós, Gertrudis Ortiz, María Antonia Berbeo, María Luisa Rendan de Re­ gueros, María Josefa Sala zar, María del Carmen de Castell, Francisca Domínguez, Virginia París, Regina Vásquez de Merizalde, Luisa Roche, Justa Quijano, Matilde Merizalde, Antonia Rueda de Ángulo, Mar­ garita Merizalde, Dolores Merizalde de U., Julia Mal- donado M., Elisa Maído nado M., Elena Maído nado M., Vicenta Y. de Galvis, Ignacio M. de Rojas, Do­ lores Rojas, Francisca Rojas, Josefa María Rojas, Fernanda Sáenz de Tejada, Bárbara S. de Madiedo, Bernarda Berbeo Borrero, Guillermo Zaldúa Forero, Josefa Zaldúa Forero, Vicenta Zaldúa Forero, Cle­ mencia G. de Pérez, Mercedes Rojas (1).

(i) Es curioso advertir la importancia principal de ciertas íinnas, ya que todas son de primer orden : allí las de las esposas de varios presiden­ tes de la república (Rufino Cuervo, Mallarino, Marroquín); del historia­ dor Restrepo; la señora Pinzón de Sáenz (abuela de doña Teresa Londo- fío Sáenz de Olaya Herrera); la del procer general José María Ortega y Nariño (señora Teresa Sáenz de Santamaría); la hija de dicho procer, se­ ñora Emilia Ortega, esposa de don Ricardo Carrasquilla y la madre de éste, doña Cruz Ortega; las señoras Bernardina, Magdalena e Isabel San­ tamaría; la señora Sáenz de Restrepo; la madre de don Carlos y don Jorge Holguín; la del general Manuel Briceño; la de los filólogos Cuervo y Venancio González Manrique; la del periodista don Enrique Restrepo García; la esposa de don Lázaro María Pérez; la escritora Espinosa de Rendan, y cien más, centros de hogares respetabilísimos,

31 CONTESTACIÓN Bogotá, mayo 30 de 1864 Señoras Teresa Caicedo de Ortega, Silveria Espino­ sa de Rendan, María Josefa Patino, etc. Mis señoras: He leído con la atención y respeto que ustedes ins­ piran la carta que tuvieron la bondad de dirigirme, y que me fue entregada en la tarde de 10 del presente, en la que me excitan a defender los derechos de la iglesia católica y la libertad religiosa de sus hijos, y dar con ello un ejemplo de rectitud, de independencia y de magnanimidad. En respuesta como magistrado constitucional y como sujeto que respeta y estima mu­ cho la influencia de la mujer en la sociedad, me per­ mitirán ustedes entrar en algunas explicaciones. Mi primer deber, como Presidente de la Unión, es velar por la cumplida ejecución de las leyes; la Cons­ titución, es ese código el que principalmente debo ha­ cer que se respete. En la Constitución está asegurada a los colombianos 4a profesión libre, pública o pri­ vada de cualquiera religión, con tal que no se ejecu­ ten hechos incompatibles con la soberanía nacional, o que tengan por objeto turbar la paz pública* (inciso 16 del articulo 15). En consecuencia, debo, como us­ tedes lo desean, proteger con el poder que se me ha confiado, la libertad religiosa de todos los colombia­ nos católicos o no católicos, a condición de que ellos no atenten contra la soberanía nacional o turben la paz pública. Ustedes pueden y deben confiar plenamente en que, en todo lo que dependa de mi poder legal, ese dere­ cho consagrado por la Constitución, y antes que por ésta, por la civilización moderna, será fielmente res- petado. 32 Pero convendría definir con exactitud lo que cons - tituye la libertad religiosa, porque me parece que so­ bre el particular no existen"en nuestra sociedad^ ideas claras, y tal vez de ahí provienen las desconfianzas, las inquietudes y ¡as luchas. Ustedes saben tanto como yo que el partido llamado liberal ha desconfiado del clero, que debería representar ¡a libertad religiosa, porque éste, desacordadamente se mezcló en las cues­ tiones meramente políticas y que de esa desconfianza han venido las providencias que el celo por la libertad civil y política dictó en la efervescencia de la guerra civil Y como con la idea religiosa se mezcló la defensa de intereses de orden temporal, la confusión fue in­ evitable, y los derechos periclitaron. Mi principio emla materia, y creo que es el princi­ pio profesado por la mayoría nacional, es el del Es­ tado libre, las creencias libres, y el culto libre. Pero la práctica de esta doctrina requiere la recíproca con­ fianza, el hábito de tolerancia, y de servirse de la li­ bertad que reclaman cuando están oprimidos, contra la libertad civil y política de sus adversarios, luego que la obtienen. De ahí la necesidad de éstos de tomar precauciones que son muchas veces ineficaces e inconvenientes, y que el clero califica de tiránicas e impías, aunque en realidad no signifiquen sino desconfianza, no una hostilidad real. Estas desconfianzas desaparecerán y con ellas los males que ustedes deploran, si se acepta de buena fe la libertad para todos. Sí el clero, como yo lo espe­ ro, inspirado por las lágrimas de las matronas, se decide a cooperar a la paz y acepta de buen grado la libertad civil y política, no sólo para si sino también para sus adversarios, confío en que dentro de poco no se oitá hablar de cuestiones religiosas. Serán respeta­ dos y tolerados los que oren en los templos, como los que discuten por las calles y por la imprenta, aun la existencia de Dios mismo: los que van al sermón a 33 oír los panegíricos de la iglesia católica, como los que van al teatro a oír cantar eí amor profano, a ad­ mirar las sacerdotisas de la Venus pagana, y los arti­ ficios de las Medeas de todos los tiempos. Libertad y tolerancia para todos en el terreno neutral, donde pue­ den concillarse todos los derechos y todos los gustos. Eso es lo que quieren nuestras instituciones y eso es lo que yo procuro con ahinco que penetre en nuestras costumbres y se practique con sinceridad. Que nadie turbe a otro en su culto ni en sus goces, y que todos defendamos la libertad común como la diosa protec­ tora de las expansiones de nuestra alma, así como de nuestros goces materiales legítimos. La ley 23 del año pasado, sobre inspección de cul­ tos, que era lo que tal vez causaba las zozobras de ustedes, porque el espíritu de partido le había dado más alcance del que realmente tenía, está ya derogada. Esa ley fue dada cuando la guerra civil aún agitaba a la sociedad y se ha derogado cuando raya apenas la aurora de la paz. Pero el Congreso, preocupado ayer por los peligros de las otras libertades, no se atrevió a renunciar del todo a las precauciones como yo lo deseaba, y dejónos una reforma de aquella pri­ mera ley que, diga el espíritu de partido lo que quiera, no tiene graves objeciones si se la considera sin pre­ vención. Más tarde, dentro de un año, hasta este último res­ to de desconfianza desaparecerá, si como es de espe­ rarse, el clero católico de este país, oyendo los conse­ jos de la historia y de su propia experiencia, obra con la cordura y moderación que cumple a un clero que por muchas consideraciones debe refundirse en la so­ ciedad, aceptando su manera de ser social y política, es decir, siendo patriota y liberal. Yo sé que las mujeres son impacientes; pero en esta vez espero que ustedes no lo serán, y que se unirán a mí para aconsejar a todos esperar con calma la paz. Con libertad de satisfacción a todas las aspiraciones nacionales, y si todos contribuímos a crear estos dos

34 — grandes bienes, bien pronto ningún derecho es? cons* nerado, y todos contentos en cordial compañía i/£ so- a (os templos a bendecir a la Providencia, por sus 02$ neficios, sin insultarla llamándola Dios de los Ejérci­ tos. Habría impertinencia y aun necedad en querer continuar agitando los ánimos y manteniendo las zo­ zobras por providencias de lejano alcance y que no implican sacrificio alguno, cuando se abre una era nueva que promete toda legítima aspiración. Ayúdenme ustedes a obtener este grandioso resulta­ do, poniendo al servicio de él su influencia merecida, y les respondo, mis respetadas señoras, de que los de­ rechos de la iglesia católica, la libertad religiosa de sus hijos, lo mismo que la de todos los creyentes, se­ rán asegurados en nuestro país en alianza con el régi­ men republicano y el sentimiento de igualdad desarro­ llado en el mundo por el cristianismo. Quedo de ustedes con todo respeto y cariño, muy atento servidor, MANUEL MURILLO TORO Cómo cumplió Murillo, hasta el punto de que los proceres, los personajes y las primeras espa­ das del partido conservador le ofrecieran su apoyo, como a Gobierno constitucional, contra las inten­ tonas de los conservadores ariscos, lo veremos más adelante.

II

Los gozosos y los gloriosos Aconteció un día que estando empeñados en la lucha electoral para la presidencia del general Benjamín Herrera—hace justamente ocho años— el temor a las persecuciones religiosas fue, como siempre, «el caballo de batalla» de la prensa - 35 - oír loS£ y entonces consideré, como hoy, que allá ^f ifdonde debíamos llevar el combate y afron­ tarlo en firme. Daba la circunstancia de que en reciente pastoral del Ilustrísimo Primado con mo­ tivo del centenario del señor Arzobispo Arbeláez, se había puesto mucho cuidado en rememorar los días de amargura del insigne Prelado antioqueño; pero se omitió el referirse siquiera a los buenos ratos que el liberalismo en el poder—-en época normal desde luego—-le hizo pasar, según propia y solemne confesión. Entonces pensé que nada más oportuno que subsanar esa omisión, y con todo respeto elaboré la siguiente página histórica, que no tiene más mérito que el de los documentos y datos incontro­ vertibles que allí se citan, y que efectivamente no fueron rebatidos; página que adapto a hoy y que en su tiempo—imitando a Juan Montalvo que es­ cribió los «Capítulos que se le olvidaron a Cervan­ tes»—yo titulé «Capítulo que se le olvidó a Su Ilustrísima». (El Espectador, de 12 de febrero de 1922). Encarezco, ruego, que se compare la similitud de muchas de las situaciones allí evocadas, con las actuales, pues hay párrafos escritos como para hoy, con desconcertante precisión. Óigase, pues: «Se ha hecho una bella obra de reparación en la reciente Pastoral con motivo del próximo cen­ tenario del Ilustrísimo señor Arbeláez, «el discreto Arzobispo», como lo llamaban los radicales del tiempo de Mosquera. Allí se traza a grandes ras­ gos la figura excelsa del apóstol de Cristo, y se trae a la memoria de las nuevas gentes el recuen­ to de los principales episodios de su vida. Desgraciadamente no se traen todos: es decir, - 36 — los gloriosos, los gozosos y los dolorosos. No se explica uno por qué se reviven con trágico pincel estos últimos y se pasan por alto muchos de las otras dos clases. Tampoco se explica uno el es­ mero especia! que se ha puesto en trazar las tri­ bulaciones del señor Arbeláez en su episcopado- es decir, durante el régimen liberal—y se olvidan otros días de gloriosos triunfos para él, de repara­ ciones alcanzadas, de atropellos indemnizados, de injusticias rechazadas a la postre. No sabemos por qué han coincidido los relevantes olvidos de nuestro Venerable Pastor, con el ardiente debate electoral, y hay quienes han llegado a pensar que toda esa resurrección de un pasado angustioso, por una sola de sus caras, es evidentemente ten­ denciosa. Aquesta resurrección que vamos a hacer sí que es igualmente tendenciosa, y lo confesamos así con ingenuidad: tiende ella a demostrar que así como ha habido Presidentes liberales que han dado días de placer, de verdadero placer, al cle­ ro—según confesión del Prelado; así como esos Presidentes tuvieron el valor de reaccionar contra las enfurecidas pasiones de la víspera, para ro­ dear de toda clase de garantías a la Iglesia; así como esos Presidentes no sólo no persiguieron a los Prelados que se levantaban a grito herido contra ellos, sino que les rodearon de todo apoyo en su obra subversiva por medio de la libertad de palabra; así como hubo Presidentes que fueron —por medio de sus representantes—a buscar a Roma las bases de lo que después fue el Concor­ dato; así como hubo Presidentes (y Congresos) que inmediatamente reaccionaran contra el destie­ rro de los Obispos y las leyes de Tuición e Ins- — 37 - peccíón de cultos, así también pueden volver Pre­ sidentes y Congresos liberales que con mil veces mayor razón puedan en un futuro inmediato cum­ plir todas las obligaciones legales y constituciona­ les de respeto a los ministros del culto. Al posesionarse por segunda vez de la Presi­ dencia el más doctrinario y libre de los caudillos liberales, se presentaron en palacio a felicitarlo el Uustrisimo señor Arbeláez con su venerable Capí­ tulo—entonces no había Capítulo que se olvidara— y el señor rector del seminario, doctor Bernardo Herrera Restrepo, con sus alumnos. (Diario Ofi­ cial, número 2506, de 4 de abril de 1872). El ilustrísimo señor arzobispo haciendo una apología de la primera administración Murillo To­ ro, dijo entre otras cosas: El clero recuerda con placer el periodo de vuestra administración, porque fue en él cuando cesó esa per­ secución cruel y tenaz que tantos días de dolor causó a la Iglesia. De modo que ese placer de que nos habla el se­ ñor Arbeláez, fue indudablemente uno de esos epi­ sodios gozosos que tanto hubieran campeado al par que uno de los dolorosos en la pastoral alu­ dida. Y gloriosos los hubo también. Fue precisamen­ te en la mayor festividad cívica que aquí se ha registrado—en el famoso 20 de julio de 1872— cuando el señor Arbeláez encabezó por primera y única vez con el Presidente un desfile sin igual en honor de los proceres, y volvió a felicitar en pala­ cio al tolerante estadista. Mas, volviendo al discurso de abril, agregaba el buen pastor esto, que parece escrito para hoy con admirable justeza; - 38 - SI en esa época en que imperaba el terrorismo y profundos odios de partido, supisteis colocaros a la altura que correspondía al primer Magistrado, es ló• gico que hoyt cuando inauguráis vuestra administra­ ción bajo mejores auspicios, todos nos prometamos que desarrolléis una política digna, tanto del país que vais a regir como de vuestras elevadas miras. Y es lógico, repetimos, pensar que si eso pudo Murillo en su primera época sobre el horno en­ cendido de la conflagración espantosa, como lo reconoce el señor Arbeláez; si eso hizo «en el seno tembloroso de las revoluciones», como lo dijo be­ llamente Santiago Pérez ante el cadáver de Muri­ llo, es de toda lógica concluir que eso y mucho más hará Herrera (y hoylOlaya Herrera). Sus promesas de respeto a la Iglesia, abonadas por su probidad, por su entereza, están ya cimen­ tadas en el ejemplo del más radical de sus antece­ sores. No haya miedo, pues, de que un hombre de su talla no cumpla como cumplió el maestro. Y como cumplió éste? Ya se vio lo que hizo en su primera administración en materia religiosa, que corre parejas con lo que hizo en política al reconocer el triunfo conservador en Antioquia. Y en su segunda administración? Ah! La pági­ na inmortal, única, original, en cuestión religiosa, compañera de la carta a los periodistas de oposi­ ción en materia política. Hé aquí estas palabras del notable libro «Artículos y discursos del doctor José María Quijano Wallis»: «Murillo, instado por el General Mosquera para que pusiese un correctivo al prelado pasto-polita- no, quien en sermones, pastorales y circulares in­ citaba a la rebelión y denigraba las instituciones

- 39 - y la persona del jefe de la nación, contestaba: ¿É1 señor Obispo de Pasto, al ejecutar los actos que usted me denuncia y que son de pública notorie­ dad, no comete ningún delito y no hace otra cosa que ejercitar un derecho que la Constitución le reconoce, cual es el de expresar su pensamiento de palabra o por escrito, sin limitación alguna, y por lo tanto, en vez de castigársele, debe prote­ gérsele en el ejercicio de ese mismo derecho'. Ello consta también en documentos oficiales del más alto origen. Y si tal hizo Murillo hace justamente medio si­ glo, es de todo punto necesario concluir que He­ rrera (y Olaya Herrera) tendrá igualmente su acos­ tumbrado valor civil, su integridad moral, para dar al, clero todas las garantías y mercedes que le otorgan la Constitución, la ley y además solemnes tratados públicos. Es también mucha lástima que de aquello no se hable en la pastoral, pues indudablemente uno de los días más gozosos del tiempo del señor Arbe- láez tuvo que ser ese en que se vio la cátedra del Espíritu Santo asentada sobre las bases de grani­ to de una Constitución tal y de un magistrado tan tolerante como probo, virtudes estas que son también las características del candidato actual. Pero vino la guerra del 76—guerra que no se decretó por el partido liberal—y desgraciadamen­ te, aunque era lógico que así sucediera, en el país se enfrentaron a muerte dos bandos: parte del clero, algunos obispos y el partido rebelde hicie­ ron causa común y entonces se impusieron las siempre lamentadas leyes de inspección de cultos y de pretendida suspensión de varios obispos, a que con tanta prolijidad se refiere la pastoral del

**** 40 ,v^' centenario del señor Arbeláez. Fueron medidas extremas a que se llegó en encarnizada lucha o a consecuencia de ésta, y cuando el Derecho de Gen­ tes y las leyes de la guerra tuvieron la palabra en­ tre los beligerantes. Es muy de sentirse que si no la misma proliji­ dad, sí al menos unas líneas, no se hubiesen em­ pleado en la misma pastoral, para demostrar que, si bien el partido liberal en épocas de revolución armada ha ocurrido a medidas extremas contra obispos más o menos beligerantes, es lo cierto que inmediatamente que se ha serenado el hori­ zonte, se levantaron en el mismo partido voces que clamaban con insistencia por los fueros de la Iglesia. Así, en plena convención de Rionegro, propu­ sieron Salvador Camacho Roldan, quien redac­ tó el informe, Justo Arosemena y Bernardo Herre­ ra, la derogatoria de los decretos del poderoso Mosquera sobre tuición y asuntos eclesiásticos. Y qué hermoso habría sido encontrar en la pas­ toral una alusión a ese bello rasgo de entereza y de fe en las doctrinas, que honrará siempre al ilus­ tre progenitor de Su Señoría Ilustrísima, y que tan inefables consuelos llevaría al alma atribulada del señor Arbeláez. Qué hermoso hubiera sido que al par que se hablara de la Ley de 1877 sobre inspección del culto católico, se dijera que al año siguiente no más un Presidente liberal, Trujillo, pedía en men­ saje especial su derogatoria, y el Ministro Cama­ cho Roldan, pronunciaba en defensa de ésta una de las oraciones más eruditas y grandiosas en el Parlamento (mayo del 78). Al menos parecía natural que se indicase que — 41 — esa ley de inspección de cultos dictada sobre las hogueras no apagadas de la guerra del 76 y 77, el 29 de mayo de este año, bajo el número 35, fue derogada durante el mismo|régimen liberal (Ley 56 de 1882), administración Zaldúa. Parecía natural que ya que se hablaba de la Ley 37 de 1877 sobre suspensión (?) fy destierro de cuatro obispos que en plena guerra fueron hos­ tiles al Gobierno constituido, siquiera se indicase que otrolCongreso liberal, por la Ley 30 de 1880, derogó esa extrema medida. Y decimos que parecía natural aquello, porque como las nuevas generaciones no conocen toda la vida del señor Arbeláez, con la omisión que ano­ tamos se quedarán pensando que este virtuoso prelado recibió la última absolución—de que nos habla la pastoral como impartida por el ilustrísimo y reverendísimo señor Herrera Restrepo—llevando todavía clavado en su corazón el empozofíado dardo de ciertas leyes. Por ventura no fueron días de gozo, días de gloria, los del íntegro apóstol antioquefío, aque­ llos en que vio, por manos mismas de Presidentes y Congresos liberales, «restaurar las cosas en Cristo», como dijera su santidad Pío X? Habla asimismo la pastoral de los esfuerzos del santo varón para que no se les quitase la parte sur de San Bartolomé, donde estaba el seminario; pero se olvidó de la ley del congreso liberal (13 de mayo de 1880), en que se ordena dar en cam­ bio uno de los edificios nacionales (que lo fue el de la Candelaria, infinitamente superior al otro, y hasta $ 20,000 de ribete). Y si el doctor Núñez fue el sagaz salvador del liberalismo en el sitio de San Agustín, al sugerir - 42 - que se contestase al sitiador pidiendo plazo (para de ese modo, si éste era concedido, saber que no se acercaba Mosquera en persecución de Canal); así cuentan las crónicas que cuando se criticaba al mismo estadista el haber dado ribete—además del grande edificio de la Candelaria, contestaba: —Y qué importa el ribete, sin con esto logra­ mos la firma del señor Arbeláez en el contrato, es decir, el reconocimiento arzobispal de que la na­ ción sí es dueña de los bienes desamortizados!

El concordato radical Por último, nada se dice de cuánto amengua­ rían los padecimientos del ilustrísimo señor Arbe­ láez con los preliminares del Concordato, llevados a cabo en Roma de orden de un gobierno liberal por los diplomáticos radicales Camargo y Quijano Wallis, y cuan dulcemente apagaría los ojos para siempre el perseguido pastor de otras épocas, al ver también cerca de su lecho, al lado del señor doctor Herrera, al venerable nuncio de su santi­ dad, monseñor Agnozzi, ya en relaciones oficiales con el gobierno, a consecuencia precisamente del sostenido acercamiento del gobierno liberal a la Santa Sede. Y no se diga que en esto último intervino quien después fue factor decisivo en el Concordato, el doctor Núfíez, pues cuando la diplomacia liberal gestionaba ya, aquél escribía al representante co­ lombiano en Roma que por su parte la base de una inteligencia con el Vaticano sería el arreglo de su situación doméstica. Hé aquí las propias palabras del filósofo-poeta del «Qué sais jé?»; 43 Mi situación doméstica acaso me inhabilita para ir un poco lejos, porque yo no podría contribuir yo mismo a colocarme en posición desairada, obrando en desarmonía con mis actos privados. Desde luego que si fuera practicable la intervención discreta de la San­ ta Sede para dar a mi estado doméstico forma exte­ rior, yo me complacería muy de veras. A la contestación de nuestro diplomático Quija- no Wailis, de que en ningún caso debía involu­ crarse un asunto puramente doméstico y de interés personal y privado, con los arreglos de interés nacional, replicó Núñez : Creo yo que el asunto particular a que usted se refiere podía haberse arreglado verdad sabida y buena fe guardada; porque de otra manera no es aceptable la solución, menos aún en mi carácter de libre pensa­ dor que nunca declinaré, Dios mediante, si bien creo que debe darse toda la libertad necesaria al culto ca­ tólico. (Cartas autógrafas en facsímil. «Memorias» de Quijano Wallis). En todo caso, conste que Núñez andaba muy lejos del Vaticano cuando los radicales se acerca­ ban a éste de buena fe». Antes de seguir adelante, hay que insistir en que cuando los radicales representados por Ser­ gio Camargo buscaron y lograron un entendi­ miento con la Santa Sede, este pacto se malogró por asuntos del Presidente Núnez. No se diga, pues, que fue en la primera administración de éste cuando empezó a respirar la Iglesia, al adveni­ miento de los gobiernos del llamado partido inde­ pendiente. Y no fue sólo en lo del Concordato proyectado donde tan juiciosos y tolerantes se exhibieron los radicales contra eí parecer de los mismos inde- 44 ~* pendientes. Poco después, en efecto, se trató de derogar la ley de inspección de cultos, de que tanto se quejaba la Iglesia, pero el Presidente doc­ tor Zaldúa objetó la ley, sin duda por motivos po­ derosos para su rectísima conciencia. Pues bien: con los votos de los senadores radicales se decla­ raron infundadas las objeciones del Poder Ejecu­ tivo. Para cerrar estos apuntes relativos al primer Concordato, nada más diciente que este admirable párrafo del general Camargo en carta a su amigo, el notable hombre público doctor Ángel María Galán: Roma, julio 2 de 1880 Hice la paz con Su Santidad. No envío la con­ vención que celebré «ad referendum» porque no se puede remitir por el correo. La envió en copia al Presidente. Me limité a establecer bases generales para arreglar después definitivamente todos los asuntos religiosos. Véalas en resumen: Nosotros derogamos todas las leyes del año 77 contra el cle­ ro y volvemos a pagar la renta nominal. El Papa absuelve «de culpa y pena» la desamortización, nos libertará de los obipos del Cauca si el Gobierno in­ siste en rechazarlos y nos hará todas las exencio­ nes y concesiones otorgadas a la nación más favo­ recida. Es claro, desde luego, que no habrá en Co­ lombia culto oficial, y que al contrario todos los cultos serán tolerados, pues en ese punto de doctri­ na no se puede echar pie atrás y si alguien lo echa­ ra, ese, por cierto, no sería yo. Quitar a las re­ vueltas en Colombia el poder del clero; más aún, poner decididamente ese poder del lado del Go~ — 45 _ biernOy es mi objeto como negociador, porque ese es también mi anhelo como colombiano. No faltarán quienes me ataquen con la vehemencia con que en­ tre nosotros suele impugnarse todo; pero creo que he prestado a mi país, el mayor de los servicios que registra mi modesta carrera pública. Véase así cuál era la ideología de los liberales radicales mucho antes de su caída definitiva en 1885 y sin que el doctor Núfíez tuviera que llevar­ los de la mano en la grande obra de reparación a la Iglesia; al contrario, en esos días iban contra Núñez, que, por lo visto atrás, todavía no pensaba sino en un Concordato ad hoc, donde le regulari­ zaran su situación doméstica—son sus palabras— y si no, nó. Cristo en las escuelas Pero aún hay algo más, decisivo, en cuanto a que mucho antes, en 1876, bajo el gobierno radi­ cal del ilustre don , ya los prohom­ bres de partido pensaban y ejecutaban las cosas con criterio sereno de estadistas y entraban resuel­ tamente en la vía de reparación a la Iglesia. Cuando el fermento de las pasiones político-re­ ligiosas, especialmente en el Cauca, estaba a pun­ to de culminar en la conflagración armada de aquel año, el patriota, sereno y previsor arzobispo se­ ñor Arbeláez puso un magnífico aporte para evi­ tar a la patria tantas desgracias como era de preverse. Por su parte, el gobierno cedió hasta donde lo permitieron sus facultades constitucionales y le­ gales, y de ahí surgió el famoso acuerdo Ancízar- ^ 40 ^ Arbeláez, que indudablemente hay que abonar al haber del radicalismo, y que, en la cuestión más delicada, hubiera solucionado (sin la guerra) de modo inteligente y hábil el problema de la paz de las conciencias. Hé aquí el documento: Estados Unidos de Colombia—Poder Ejecutivo Na­ cional—Secretaría de lo Interior y Relaciones Ex­ teriores—Sección 2.a—Número 33—Bogotá, 30 de junio de 1876. Señor Director general de Instrucción Pública Pri­ maria. Con el objeto de disipar cualquier motivo de des­ confianza que puedan tener los padres de familia católicos respecto de las escuelas oficiales, ha re­ suelto el Presidente de la Unión prevenir a los Di­ rectores de ellas: L° Que distribuyan las materias de estudio de modo que quede una hora diaria para que los mi­ nistros del culto católico puedan dar la enseñanza religiosa a los alumnos cuyos padres lo soliciten. 2.° Que en caso de impedimento del ministro del culto designado para dar esta enseñanza, los di­ rectores de escuela, a petición de los padres de fa­ milia, deberán suplir aquella falta, dando sus lec­ ciones por los textos aprobados por la iglesia cató• lica; y 3.° Que además de facilitar así a los alumnos el aprendizaje teórico de su religión, les dejen tiempo para la práctica de ella en las épocas que la igle­ sia católica tiene señaladas para estos actos. Finalmente, se recuerda a los directores de las escuelas oficiales, que si por la constitución nacio­ nal no es licito favorecer exclusivamente determina-

— 47 — da creencia religiosa, es consiguiente que tampoco deben consentir en que no se miren estas creencias con el cuidadoso respeto que por su naturaleza exi­ gen, tanto en la enseñanza teórica como en los ac­ tos prácticos del culto. Esta resolución será comunicada por usted a to­ dos los directores de las escuelas oficiales, encar­ gándoles su exacto cumplimiento. Soy de usted atento servidor, M. ANCIZAR Y cómo correspondió el partido conservador? Lanzándose inmediatamente a la guerra, antes de que el país se apercibiese de que entre la pruden­ cia del pastor y el patriotismo del gobernante aca­ baban de quitarle, por amor a la patria, la ban­ dera de la revolución. No es esté el único caso en que se ha apellida­ do a rebelión en nombre del manso Jesús, en los momentos mismos en que el liberalismo se arroja­ ba a los pies divinos que ungiera Magdalena, la arrepentida. Mas, por lo visto, hemos llegado a tiempos en que de los arrepentidos se vale Dios!

La tolerancia en acción Por ventura no cabe aquí en materia de tole- raneta político-religiosa la carta del prenombrado Murillo Toro a los Directores del periódico de opo­ sición El Independiente? «Ella, como dijo Juancho Uribe, constituye un catecismo radical que honra a la América Libre»: — 48 — Señor Director de El Independiente. Remito a ustedes el valor de la suscripción a su periódico por un trimestre. Aunque se ha presenta­ do con lanza en ristre contra mí, saludo sincera­ mente su aparición y le deseo una larga vida. Sin imprenta que refleje con toda libertad los diferentes matices de la opinión, es imposible administrar con mediano acierto. Además, es del' más alio interés que cale bien en nuestras costumbres la asistencia de la imprenta, tanto como medio deformar el crb teño nacional, como para realizar el gobierno de la opinión. Por esta razón, cuando el gobierno o administtador tiene la calma para leer todo sin preocuparse de lo que afecta a su persona, lasti­ mando su vanidad o su amor propio, los periódicos que lo atacan o censuran más fuertemente, quizá le sirven mejor que aquellos que lo aplauden © sos­ tienen. Deseo mucho que tengamos al fin un gran movimiento petiodístico que discuta todo, y someta los principios y los hombres al crisol de una crítica severa e inexorable, único medio que veo por ahora de moralización; como ustedes se anuncian así, de­ seo que no desmayen. Por mi parle quiero dar ejemplo de entregar toda mi vida pública, todos mis actos como funcionario público a la censura de mis conciudadanos; no importa que a veces sean injus­ tos o apasionados. Y como creo que el hombre pú­ blico pertenece en todo a la sociedad, no vacilo en decir que admito también con gusto y por convic­ ción la censura o el examen en la vida privada. Ustedes me harán un gran servicio, ya que me encuentro a la cabeza de la administración, si no sólo no guardan contemplación o miramientos con mis propios actos o conducta, sino también si me — 49 — ayudan a moralizar el servicio, flagelando en sus columnas a todos los funcionarios que no sean en público y en privado, dignos de servir a nuestro in­ cipiente pais. Quedo de ustedes afectuosísimo compatriota y atento lector. M. MURILLO TORO (Í) A las anteriores reminiscencias debemos agre­ gar estas otras—porque es el caso—que encuen­ tro en un estudio ¡del que habla (Centenario de M. Rivas) relativo a rasgos de tolerancia dentro del partido liberal, y de cómo este gran partido se perdió por falta de lógica, por falta de fe en sus propias ideas y de valor ante las del contrario —según el espíritu que lo alentara mientras vivió Murillo. Se trata de tres" episodios a manera de bajo-re­ lieves, que habrán siempre de ornar el monumen­ to que la posteridad levante a los doctrinarios convencidos: Medardo Rivas fue un enorme liberal, y sin em­ bargo, ese enorme liberal fue un gran tolerante por­ que la fe en las ideas propias le hace perder el miedo a las contrarias, y por tanto el distintivo del liberal auténtico es la tolerancia en acción dentro de la fir­ meza en ideas. Solamente a liberales mediocres, a li­ berales que no tienen en la eficacia de su credo toda la fe del convencido, se les ocurre perseguir al con­ trario y desconfiar del propio: mediocre liberalismo ese, por no llamarlo menguado—palabra ésta más ca­ bal de lo que parece, porque acusa una mengua del prístino carácter liberal. Por eso Murillo, el hombre de más fe en la doctri­ na propia, fue el más tolerante en su acción con el

0) Juan de Dios Uribe, Somaf e7z^Quito,„i895. ~ 50 - contrario: de ahí que dejara el gobierno de Berrío en Antioquia. Y el liberalismo de entonces, consciente de su fuer­ za, de su propia virtualidad, qué hizo para aislar a Murillo, para castigarle su tolerancia con Berrío, su tolerancia con la iglesia, hasta el punto de que el se­ ñor arzobispo Vicente Arbeláez exclamara: «El clero recuerda con placer el período de vuestra primera administración»? ¿Qué hizo el liberalismo de entonces ante la alar­ mante tolerancia política del primer radical de Co­ lombia?—Llevarlo por segunda vez a la presidencia. Y qué hizo Murillo luego ?—Sublimó la tolerancia, garantizando en nombre de la Constitución, sin limi­ tación, la palabra rebelde del Obispo de Pasto, y en­ tregando a los Directores de El Independiente toda su vida pública y privada, y haciéndose el primer sus- criptor de ese periódico de oposición. El liberalismo de entonces tenía fe en su fe; practi­ caba lo que pregonaba; sabía conservarse, no suici­ darse. Y tercera vez hubierra llevado a Murillo a la presi­ dencia, al haber vivido este radical-tolerante dos años más. Rivas fue discípulo auténtico de Murillo, y tuvo en su vida varios rasgos de los cuales dos, sobresalien­ tes. Habla la tradición: Era secretario del senado cuando se dictó la provi­ dencia de destierro contra el arzobispo, y como a tal secretario la presidencia lo comisionó para notificar aquéllo al señor Mosquera. Rivas renunció su puesto; perdió esa bonita posición en un joven de su edad, pero no procedió contra sus ideas de libertad, en ma­ teria del ejercicio de las facultades episcopales. Diez años más tarde era Gobernador del Distrito Federal, y tocábale ejecutar el decreto de lanzamien­ to de las monjas de los hogares seculares que ocupa­ ban. Rivas prefirió desocupar el palacio de San Car­ los (que como tal magistrado ocupaba) y perder esa

_ 51 otra magnífica posición, antes que ejecutar un acto de fuerza y de despojo, contrario a sus ideas de respeto a la propiedad y al derecho de asociación. Y cómo aisló el liberalismo de entonces a ese audaz rebelde contra las ideas y las prácticas de la mayo­ ría en el poder? ¿Cómo castigó a Rivas? El liberalismo llamó al Ministerio de Guerra a Ri­ vas, en los momentos en que mayor peligro ha corri­ do la causa liberal en toda su existencia, es decir, en medio de la horrorosa conflagración político-religiosa de 1876 a 77. Y qué mucho que ese liberalismo que sí tenía ins­ tinto de conservación, procediera así con Rivas, si un año antes, en noche de crisis memorable, había en­ tregado la Guardia Colombiana—garantía de su exis­ tencia—a ese mismísimo Nicolás Esguerra, que por un discurso de tolerancia, por un discurso de lógica política, había merecido que las barras le lanzasen con irrisión un bonete? Así, en los dos más álgidos momentos de la domi­ nación radical, ese partido fue salvado ante todo por hombres civiles; funcionarios de los cuales el uno lle­ vaba el célebre bonete y el otro no había querido atentar contra una mitra (1). Sin embargo, el libera­ lismo jamás desconfió de la lealtad de un Murillo, de un Esguerra, de un Rivas, y antes que a las más ful­ gentes espadas, tocó a esos pacíficos ciudadanos la actitud más enérgicamente salvadora de que haya memoria de partido alguno. Era que entonces el liberalismo no se perdía ni por falta de lógica ni por falta de ideas». Arriba hablé de la tolerancia de Murillo aplica­ da a la política, o mejor dicho a la organización

(1) Aunque Rivas, por su notable campaña contra Meló en 1864 y en 1861 llegó a general; aunque Esguerra resistió el sitio de San Agustín con Santiago Pérez, el presidente fervoroso católico practicante; aunque Pa­ rra cayó prisionero en el Oratorio; aunque Murillo fue secretario en cam­ paña de Carmona, nadie podrá negarles su carácter de hombres civiles, 52 de! país cuando, con asombro de todos, pero con lógica admirable de respeto a la Constitución, con valor civil indomable, reconoció el gobierno con­ servador del Estado soberano de Antioquia. (Más tarde hubo gobiernos conservadores en Cundina- marca y Tolima, es decir, con territorio continuo en los tres Estados, casi igual a la mitad del de la República, lo que equivalía, según se dijo, a que los conservadores se fuesen comiendo la alca­ chofa hoja por hoja). Bien conocido es el episodio sobre el reconoci­ miento del dominio conservador en Antioquia, uno de los más famosos y característicos de nuestra historia política; así como conocidos son los do­ cumentos oficiales de ese momento, y las cartas tan dicieníes de la famosa correspondencia entre los dos mandatarios: Murillo y Berrío. Mas, aquí cabe ello lógicamente, porque entra­ ña las garantías que bajo la hegemonía radical gozó la Iglesia de Antioquia, y su clero, y su grey, tan respetables como numerosos. Siguiendo el plan de esta exposición, de recor­ dar lo olvidado más bien de comentar lo que sue­ le conocerse ahora, no voy a hablar de lo que fue asimismo, como fenómeno político-religioso, el reconocimiento del gobierno antioqueño, sino de algunas de sus consecuencias, como demostración de la tolerancia del magistrado radical. Todo ello tendiente, porque la historia es maes­ tra de los tiempos y espejo del porvenir, a com­ probar la posibilidad, la seguridad, del cumpli­ miento de las promesas de nuestro presidente elec­ to, no ya siquiera en un gobierno de partido sino en el de la concentración nacional. Pe suerte que, volviendo a aquello de que la

""""s* pVÍ "*"^ historia se repite, no faltaron grupos de conserva­ dores extremistas, que pretendieron, y lo lograron, ir hasta las vías de hecho, desconociendo sistemá­ ticamente al magistrado constitucional. Efectivamente, en octubre de 1865 hubo movi­ mientos rebeldes en más de la mitad de los Esta­ dos de la Unión Colombiana: Cauca, Boyacá, Cun- dinamarca, Magdalena y Tolima. Pero Antioquia conservadora no se rebeló. Allí primaban, enca­ bezados por Berrío, los conservadores en quienes la consecuencia con el respeto a la autoridad le­ gítimamente constituida, corría parejas con el amor a la paz: patriotismo; con la prudencia: previ­ sión; con el saber esperar: habilidad. Al contrario, la Asamblea aprobó esta proposi­ ción, quizá la más alta que haya merecido gober­ nante liberal alguno, y que, en lo político, es ge­ mela de lo que, en lo religioso, significaron para Murillo los discursos de los ilustrísimos señores Arbeláez y Herrera Restrepo. Dice así: La Legislatura del Estado Soberano de Antio­ quia reconoce y estima debidamente la moderación, probidad y acierto con que el actual Presidente de la Unión, ciudadano Manuel Murillo, ha dirigido la política de la administración nacional, dando se­ guridad y garantía a los gobernados, procurando que se olviden los odios y violencias de partido, y guiando al país por el sendero del orden y de la paz, hacia los grandes destinos que la Providencia le señala; ejemplo que desea sinceramente la Legis­ latura que sea imitado por la próxima y siguientes administraciones nacionales, pues juzga que ese se­ ría el medio más eficaz para consolidar el orden y la paz que constituyen la primera necesidad d§ la República,

54 •—* Militares y paisanos Y así como la casi totalidad de los conservado­ res de 1930 ha ofrecido—ante ciertos alardes le­ vantiscos—todo apoyo al gobierno del doctor Ola­ ya Herrera, del mismo modo la plana mayor de ese gran partido se apresuró en Bogotá a rodear al Presidente legítimo, siguiendo el ejemplo de los dirigentes de entonces. Hé aquí la insuperable ma­ nifestación de los políticos, de los financistas, de los padres de familia: José María Vergara y Vergara, Manuel María Pardo, Ignacio Pardo, Gregorio Óbregón, Camilo Antonio Ordófíez, Ricardo Posada, Manuel Urna- fía, Wenceslao Pizano, Luis S. de Silvestre, Ramón Torres Méndez, José María Quintero, Francisco Ramírez Castro, Emigdio Mulet, Enrique Umaña, Ruperto Restrepo, Andrés María Pardo, Bernardi- no Trimifío, Rafael Mogollón Quzmán, Próspero Salcedo, Pedro Escobar Olarte, Julio Valenzuela, Nicolás Leiva, José María Saravia Ferro, Lorenzo González, Juan E. Zamarra y Fernando Pontón :

Ciudadano Presidente de la Unión: Los abajo firmados, nos dirigimos a vos en la ocasión presente, para expresaros nuestro recono­ cimiento por la conducta que habéis observado al vetos en la penosa necesidad de anunciar a la Re­ pública la perturbación del orden general; y para ofreceros igualmente el concurso de nuestros vo­ tos y nuestras facultades, al fin de que logréis el pronto restablecimiento de la paz, única base de la libertad pública. - 55 - Vuestra conducta, ciudadano Presidente, que o hace aparecer como el verdadero jefe del país, exento de cóleras y de injustas prevenciones, es un triunfo que asegura la supremacía del poder ci­ vil, y que abre al propio tiempo, el día mismo en que empieza una nueva guerra, el camino de la reconciliación y de la paz» Y si esto hicieron los civiles, tal como acontece hoy, qué dijeron los militares—muchos de ellos proceres de la Independencia—dignos predeceso­ res de los jefes y oficiales que ahora han ofrecido, con suprema comprensión de sus deberes, soste­ ner al próximo gobierno ? Oigamos al más ortodoxo quizá de nuestros cronistas, el señor Cordovez Moure: Entre los militares que se presentaron en Bogo­ tá en la oficina del General Jefe de Estado Mayor, con el objeto de que se les empleara si se les creía necesarios, se cuentan los distinguidos jefes con­ servadores Ramón Espina, Joaquín Posada Gutié­ rrez, Francisco de Paula Diago, Lorenzo Gonzá­ lez, Joaquín Garcés, ¡osé María García Tejada, José de Dios Ucrós, ¡osé de Jesús Moreno y muchos otros que podríamos citar. Como consecuencia, el viejo veterano conser­ vador general Francisco de Paula Díago, aceptó el nombramiento de jefe de la plaza de Honda, llave del interior de la república. A propósito, es justo recordar aquí, que después de esto, sólo el presidente Reyes ha tenido el va­ lor de investir de mando y jurisdicción militar a un caudillo adversario, al general Benjamín He- — 56 — ffera, quien, como jefe de la frontera, pudó llegar a comandar miles de soldados.

£1 reverso conservador Es indispensable terminar estos apuntes de his­ toria política con ¡as siguientes notas que prueban que, cuando ha estado la pasión o el interés de por medio, ha habido ocasiones decisivas en que al partido conservador no le ha importado una higa la conducta del liberal con la santa Iglesia: 1.a Cuando la elección presidencial de 1870 una enorme masa de conservadores, en inteligencia con Rojas Garrido—el jefe intelectual de la per­ secución religiosa en todo campo—lanzó la can­ didatura de Mosquera, el mismísimo que había desamortizado manos muertas, cerrado templos, desterrado obispos, exclaustrado monjas, perse­ guido sacerdotes y fusilado sin fórmula de juicio. 2.a La revolución de 1876 fue hecha a concien­ cia de que, como ya se dijo, el problema de la enseñanza religiosa en las escuelas acababa de eliminarse: lo cual prueba que la bandera de ¡a guerra sania era tan sólo un pretexto para hacer» se del poder. 3.a Todos sabemos lo que significaba, como garantía para la Iglesia, el gobierno presidido por ese patriarca inmaculado del conservatismo doctor Manuel Antonio Sanclemente, y sin embargo, la respetabilísima Junta de Delegados del partido conservador, presidida nada menos que por el general Marceliano Vélez, le abrió de par en par las puertas a la más formidable de las revoluciones liberales, en el siguiente acuerdo de agosto de 1899; ~- 57 ~~ Declara que el gobierno actual, por su política y tendencias no corresponde a los ideales, prácticas y tendencias del Partido conservador, y que, en consecuencia, los conservadores no están en la obli­ gación moral de apoyarlo. De esa fecha a la de Peralonso,—«pascua florida del liberalismo»,—no transcurrieron sino días. Pido se me excusen estas últimas observacio­ nes, que no tienen el propósito de incomodar a nadie, sino de ilustrar, con la historia en la mano, el tema de alta tolerancia y de patriotismo sereno; tema que, en esta hora solemne, me he creído en el deber de abordar, en servicio de Colombia; de la reconciliación nacional, es decir, de conserva­ dores y liberales, para buscar la solución tranqui­ la y práctica del único problema que parecía —nada más que parecía—nos quedaba por resol­ ver, el problema llamado la cuestión religiosa, o más bien eclesiástico, de los eclesiásticos en la política. Es que, como decía el doctor Olaya en una de sus profundas frases, ante todo es preciso princi­ piar por un inmenso examen de conciencia colec­ tivo. Y sostengo que apenas parecía aquello un pro­ blema, porque afortunadamente ha quedado re­ suelto, en bien de todos, con el tremendo juicio de Dios del 9 de febrero, día en que no hay nadie que no reconozca una mano providencial, para que al fin hagamos patria, patria amable para todos. La candidatura conservadora, o más bien pro­ piamente como se la llamó «de liga» favorable al general Mosquera, se opuso a la de un liberal au­ téntico, a quien la república ha de pagar muy 58 pronto deuda de gratitud con motivo de su cente­ nario : el general . Cómo se por­ tó éste con los conservadores y con la Iglesia, lo dirá la autorizada voz del doctor Carlos Holguín, en sus afamadas «Cartas políticas». Lo cual ser­ virá una vez más para demostrar que no fue sólo Murillo, sino Salgar, y muchos otros, quien diera garantías a la Iglesia en el periodo de la «ominosa dominación radical»—para hablar en el argot po­ lítico de esos tiempos.

III Hacecillo de anécdotas Y ya que la anécdota es la salsa de la conferen­ cia, y aun de la historia seria a la moderna, por asociación de ideas, y para amenizar el rato—como dirían—van las siguientes: En los primeros días del triunfo de la revolu­ ción de Mosquera, donde tanto habían brillado, además de Acosta y Gutiérrez—que habrían de ser andando el tiempo presidentes de Colombia- Ramón Santodomingo Vila e Isidro Santacoloma, ofreciéronle a algún grande admirador de los mis­ mos unas cuantas estampas sagradas en venta; a lo cual exclamó al punto: Los liberales santos no compran porque en sus filas Santos les sobran : Santos Gutiérrez, , Santodomingo, Santacoloma! Por lo visto, aún puede ufanarse el liberalismo de sus Santos de ahora, pues que afortunadamen­ te los hay, y muy ilustres, en su santoral republi- -59- cano, como para encomendarles la República en cualquier emergencia. Poco después tuvo lugar el famoso pleito de «San Pedro no estuvo en Roma», suscitado genial­ mente por Murillo para ganar unas elecciones. Oigamos al doctor Eduardo Rodríguez Piñeres: «Conocedor Murillo Toro de la manía especu­ lativa y nada práctica de nuestros hombres públi­ cos y de la afición a dilucidar cuestiones filosóficas y religiosas poniéndoles a las polémicas todo el calor tropical posible, en alguna ocasión en que necesitaba distraer a los periodistas conservado­ res, escribió cuatro líneas, entendemos que en el Diario de Cundinamarca, diciendo que San Pedro no había estado nunca en Roma. Ante semejante afirmación, que desquiciaba todo el edificio de la Iglesia católica, no pudieron contenerse los obis­ pos laicos y emprendieron la tarea de refutarla en largos artículos que llenaban todos los periódicos conservadores. Cuando ya Murillo creyó llegado el momento oportuno, escribió otro sencillo ar­ tículo en el cual decía que efectivamente se le ha­ bía convencido por sus adversarios de que real­ mente San Pedro había estado en Roma». Perdió la polémica; pero mientras tanto los con­ servadores se distrajeron y las perdieron. Repito que las anteriores anécdotas y las que siguen no forman parte propiamente dicha de la presente exposición; pero que se insertan a modo de esparcimiento y de descanso entre tanta aridez, ya que sí pertenecen a la petite histoire de nues­ tras luchas político-religiosas de tiempos ya idos. Como se sabe, el doctor Juan Manuel Rudas fue el prototipo del librepensador en Colombia. Y sin — 60 — embargo, hizo reconstruir, cuando fue Rector del Colegio del Rosario, la torre de la capilla, y si no se confesó desde muy joven hasta la muerte, sí hizo que se confesara un distinguido conmilitón suyo, que ya agonizaba. Fue algo muy bello: Puede decirse que con el Ilustrísimo señor He­ rrera Réstrepo desapareció el último santaferefío, quizá el último cachaco bogotano, en el sentido más noble de la palabra. Era, respecto de las co­ sas de su tierra, un insigne memorista, un sabroso causeur, salpicando su conversación con términos de familiar cultura y matizándola con modismos netamente bogotanos. Describía con admirable precisión las antiguas calles, las esquinas, las ca­ sonas, los balcones y ventanas de su vieja ciudad querida. El día en que lo fui a interrogar sobre la verdad del siguiente magnífico episodio, como se tratase en éste de las Hermanas de la Caridad, me refirió cómo se había logrado del presidente radical Mu- rillo el permiso para que en pleno régimen de la Constitución de Rionegro (en cuya formación tan­ ta parte tomó—como ya se dijo—el doctor Herrera Buendía, sirviéndole de amanuense, apenas en la adolescencia, su hijo Bernardo), pudiese venir al país esa venerable y útilísima comunidad. Y fue el caso—referíame Su Señoría Ilustrísima— que siendo presidente de la Junta de Beneficencia de Cundinamarca el filántropo doctor Pedro Navas Azuero, había hecho ya varias intentonas en vano; cuando llegó de Lima, donde era Ministro colom­ biano, el eminente radical Teodoro Valenzuela, haciéndose lenguas sobre los beneficios que allí Prodigaban las hijas de San Vicente de Paúl. — 61 - Fue saberlo don Pedro, y echar de padrino a Valenzuela cerca del doctor Murillo; quien, en un momento de buen humor, y dadas las pondera­ ciones que hacía don Teodoro, contestóle a éste en su fraseología peculiar de la intimidad: —Bueno, pues, que traigan esas viejas ! Hícele luego al señor Herrera algunas pregun­ tas sobre ese admirable rasgo de su vida, o sea su viaje en la expedición de sacerdotes, hermanas de la caridad y médicos enyiada por el gobierno liberal precipitadamente al campo de Garrapata, en momentos en que se desarrollaba la más ho­ rrorosa hecatombe (excepción de la de Palone- gro) de nuestras guerras civiles. Y entonces me agregó algunos detalles, dichos con su bogotana gracia : —Se iba en la expedición un amigo y colega en el sacerdocio, pero, a última hora, le entró canillera (miedo); así que mi compañero fue el presbítero doctor Tomás Escobar. Y aquí viene el broche de oro, como dicen: Una hermosísima anécdota, de la cual soy quizá hoy «el único poseedor» y que copio de mis Anéc­ dotas de los arzobispos bogotanos (confirmada en aquella coyuntura propicia por monseñor Herrera): Era el 21 de noviembre de 1896, y un momento después de principiada la clase de legislación civil y penal en la Universidad Republicana, habla así el profesor Rudas con su habitual elocuencia: «Fui ayer parte en un episodio que me ha im­ presionado tanto, que no puedo menos de referirlo a ustedes, mis queridos discípulos, que son ya mi posteridad: por invitación de mi amigo el general Guillermo Quintero Calderón (Presidente luego de Colombia—agregamos nosotros—), concurrí al -62 - grado de su señorita hija (más tarde esposa del afamado arquitecto don Gastón Lelarge) en el co­ legio de La Presentación, e hiciéronme sentar al lado del señor Arzobispo y de la reverenda madre Paulina. Como alguno dijera «hoy hace veinte años justos fue la batalla de Garrapata», la Madre refirió que habiendo ido ella al campamento desde Bogotá, en cuanto llegó a un hospital de sangre, se encontró con cierto herido, acribillado, a quien, por el estado en que aparecía, lo primero que hizo fue proponerle que se confesara; pero aquél le contestó: —Yo no, Hermana, pero aquí junto agoniza el coronel (Antonio Dussán, me parece que dijo Ru­ das), y él sí desea confesarse. —Inmediatamente, continuó la Madre, llévele el sacerdote, y se salvó esa alma. —Pues el herido que no quiso confesarse, pero que sí lo pidió para su compañero, era yo,—repli­ có Rudas. —Y el sacerdote fui yo, terminó el señor Herre­ ra Restrepo». En plena «Universidad atea», presentaba en el Salón de Grados su examen final un estudiante de ingeniería distinguido, Ruperto Ferreira, cuan­ do sonó la campanilla que anunciaba el paso del Santísimo Sacramento por la esquina: don Ru­ perto se arrodilló, y todo el mundo, en la actitud más respetuosa, esperó unos minutos, para luego reanudar el solemne acto. Hubo otra ocasión inolvidable, el terremoto de Cúcuta, cuando el Presidente y el Arzobispo se juntaron fraternalmente en el atrio de la Catedral, _03_ para encabezar la junta nacional de socorros a las víctimas. Este sí que fue uno de los dolorosos: y el más grande! En 1880, en pleno idearium liberal, hubo una ley, la 68, sin antecedente, ni consecuente : aqué­ lla por la cual se premiaba al Presbítero doctor Aguilar para que a costa del Tesoro continuase su inteligente jira continental, de que resultaron dos notables libros de ese fecundo escritor (1).

Taitibléü Salgar Volvamos a la Iglesia, no ya con Murillo sino bajo otro Presidente radical. Muy semejantes a los discursos entre el señor Arzobispo y Murillo, fueron los cruzados entre aquél y Salgar, que reproduce El Nuevo Tiempo editorialmente, con comento anticipado a esta conferencia (véase atrás El mejor prólogo), tan expresivo, que en síntesis dice: «Lo que anuncia exponer el doctor Quijano sobre los gobiernos radicales de Murillo y Salgar, es verdad». Aparte de mi agradecimiento sin límites, qué mejor y más admirable prólogo a esta exposición? Grita, más que habla, el doctor Holguín: Réstame añadir, como ttibuto a la verdad y a la justicia, que nuestros temores respecto a la presidencia del señor general Salgar, resultaron infundadas. Des­ de que prestó el juramento constitucional, comenzamos a modificar la idea que de él teníamos. El sabía perfectamente lo que temíamos su adveni-

(1) Colombia en presencia de las repúblicas hispanoamericanas y Un año de residencia en México. 64 miento, y como adrede, en los momentos más solemnes de su discurso, buscaba de una manera visible nues­ tras miradas con franqueza. Y en efecto, en el gobier­ no no hizo más que desarmar enemigos con su porte decente y respetuoso y su período fue de calma com­ pleta y de inalterable tranquilidad. No esperamos a que muriera para hacerle justicia. Lejos de hacerle oposición en la prensa o en las cámaras, sus minis­ terios se valían de nosotros para que introdujéra­ mos artículos o modificaciones que el gobierno de­ seaba en las leyes de presupuesto, de pie de fuerza y otras semejantes, y a todo nos prestábamos con el mayor gusto, como si se tratase de un gobierno nues­ tro. Y téngase en cuenta que concesión política no nos hizo ninguna, ni nosotros la esperábamos, ni nada le pedimos. En los salones, en las comidas, en los paseos alter­ naba con nosotros y le tratábamos siempre con la de­ ferencia y el respeto que se merecía. Doy con gusto testimonio de que con nosotros (los conservadores) se portó como caballero, y de que fue desgracia para su partido que su gobierno no hubiera podido prolongar­ se por muchos años. Cartas políticas del doctor Carlos Holguín IV Nuestro liberalismo moderno Es preciso abreviar; pero imposible hacerlo sin el necesario complemento de la disertación que precede. Es decir, que es aquí el lugar y la oca­ sión para dejar establecidas estas dos tesis: 1.a ¿De cuándo acá el partido liberal ha resul­ tado tan respetuoso de la Iglesia? No será por ven­ tura una estrategia política oportunista, y hábil y preconcebidamente desarrollada? 2.a ¿De cuándo acá puede hacerse la misma ob- ™65 - servacíon, ya personalmente, respecto del doctor Olaya Herrera? No se tratará de un recurso elec­ toral de última hora, para pescar votos? Estamos en presencia, en cuanto a lo uno y lo otro, de un caso de sinceridad política? La mejor prueba de esta sinceridad, de la vieja sinceridad liberal—ya en la época de la Regenera­ ción, pues sobre la anterior es mucho lo que se comprobó atrás—en esta escabrosa materia, en el punto capital que distanciaba este partido del opuesto, está dada hace treinta y tres años—¡a edad de Cristo precisamente—por el cuerpo que, después de la caída de 1885, ha representado más genuinamente a la colectividad. Me refiero al di­ rectorio y convención liberales de 1897: en el Di­ rectorio, Parra, Esguerra, Camacho Roldan, Robles; presidiendo la convención, la primera espada, Ca- margo, y la primera pluma del liberalismo, Fidel Cano. Y qué normas trazó ese supremo oráculo ape­ nas doce anos después del vencimiento? La Convención declara: Deferente al sentimiento religioso de la gran mayoría del país, la convención, aun cuando cree que la solución científica del llamado problema re­ ligioso es la separación de la Iglesia y el Estado, admite que las relaciones entre las dos potestades sean regladas por un concordato. El liberalismo, que es partido político, no secta religiosa, consagra la libertad de cultos en su más generosa amplitud. Admite que las instituciones y las leyes, para que sean prestigiosas y eficaces, no han de romper, sino conformarse, con determinado estado social. No pretende imponer sus ideas; aspira a conseguir m su triunfo por la fuerza de la razón, no por la ra­ zón de la fuerza, llevando a los espíritus el conven­ cimiento de su bondad, para obtener y asegurar el progreso de las sociedades. Pero aún hay más: a la convención de 97 había precedido la de 92, también formada por selectísi­ mo personal. ¿Cómo orientó al partido?—Pues sencillamente designando director supremo a Santiago Pérez, después de Santander, el liberal más católico prac­ ticante que se haya sentado en el solio de Bolívar. Y todavía años antes, aún no disipado el humo trágico de La Humareda, había «recogido la ban­ dera» Nicolás Esguerra, católico sincero, y abría Nicolás Pinzón Warlosten el Externado, con cáte­ dra especial de religión, a la cual llamó al que ha sido considerado como la primera intelectualidad del clero de entonces, el doctor Federico Cornelio Aguilar; a quien por muerte sucedió otro predica­ dor de igual fama, el reverendo padre Moro, do­ minico, autorizados ambos por el ilustrísimo se­ ñor Paúl. A propósito: más por moda de los tiempos que por otras causas, la mayoría de los estudiantes no se había matriculado como católica. Aconteció, pues, que en cierto año estableció la Iglesia la fiesta de guarda de San José. Como no se hubie­ se decretado asueto, todos reclamaron al Rector, y éste decidió salomónicamente: los no católicos, a seguir estudiando; los católicos a misa, bajo la inspección de un pasante, y luego a sus casas, a guardar la fiesta como Dios manda. Y para semana santa a estos últimos los lleva­ ba el doctor Pinzón en persona, a cumplir con el precepto pascual. 67 ~~ Volviendo a las convenciones liberales, diré que si la de 92 encargó de la dirección suprema al doc­ tor Pérez, la de 97 lanzó la candidatura de quien quizá entre los eminentes radicales era el mejor rival de don Santiago en cuanto a católico prac­ ticante: don Miguel Samper. En la Convención de Apulo y otras recientes, se ha reafirmado la misma política del partido —ya en la oposición. Tribuna, prensa, campaña y cátedra Tal lo que respecta a los grandes cuerpos polí­ ticos, que en cuanto al parlamento, desde que te­ níamos apenas un solo representante, Robles o Uribe Uribe, se oyó alguna vez de sus labios voz de persecución religiosa? Y así luego, desde cuan­ do la representación liberal ha sido bien numero­ sa, puédese afirmar que los parlamentarios de este partido han sido factor en toda clase de proyec­ tos de ley e informes que implicaran concesiones, auxilios, etc. No se puede negar que, desde las asambleas del Quinquenio, hasta los congresos ac­ tuales, los liberales han edificado por su piedad, según la célebre frase del Presidente Reyes. Este punto está extensamente delucidado en la extensa conferencia que sobre el liberalismo nue­ vo dictó há días mi distinguido predecesor en esta tribuna y querido compañero de labores en la Co­ misión Asesora de Relaciones Exteriores, ese gran liberal que se llama Carlos Uribe Echeverri. Y en la guerra de tres años, cuál de nuestros verdaderos caudillos, de los buenos jefes, decretó actos de fuerza contra los sacerdotes?—Claro que habría excepciones, pero entre guerrilleros de ter­ cer orden. -~ 68 - Por último, la prensa seria, desde El Liberal, de Esguerra; y El Relator, de los Pérez y Diego Men­ doza; hasta El Autonomista, de Uribe Uribe; y desde El Nuevo Tiempo, de José Camacho Carri- zosa y Carlos Arturo Torres y El Comercio de Pé­ rez Sarmiento y Gaceta Republicana de Olaya Herrera, hasta El Porvenir, de este modesto obre­ ro del sacro oficio de periodista; hasta los diarios de hoy, de Arturo Manrique y Luis Carlos Páez, de los Santos y los Canos, y Silva Herrera, etc., cuándo fueron voceros de persecuciones o cáte­ dras de irrespetuosa intransigencia? Y eso que no hablo de todo el ilustre periodismo liberal de la República sino del de su capital. Esencial elemento del orden social proclamó a la Iglesia la actual Constitución de Colombia; por tanto ha desaparecido el abismo, o, para emplear la frase admirable de Martínez Silva, ha quedado tendido el puente sobre el abismo, desde el mo­ mento en que va ya para treinta años el liberalis­ mo renunció a las vías de hecho y se hizo partido constitucional. Los estudios del doctor Olaya Herrera De suerte que, cuando el doctor Olaya ha pro­ clamado, con criterio de estadista, como uno de los ápices de su programa, el reconocimiento de la Iglesia en el carácter que le otorga la carta fundamental, no ha hecho sino ser lógico con los antecedentes de su partido hace más de me­ dio siglo, como dejo superabundantemente demos­ trado, aun a riesgo de fatigar—porque se imponía esta labor una vez por todas. Y no solo con los antecedentes de partido sino con los personales suyos desde su primera juven- -C¡9~~ tud. Hé aquí lo que se nos enseñaba en 1897 a los muchachos que cursábamos Derecho y Ciencias constitucionales, entre los cuales se distinguía En­ rique Olaya Herrera. Leamos en el texto del doc­ tor Antonio José Iregui: Para apagar las luchas religiosas y mantener la paz pública, se ha establecido un acuerdo recí" proco de los dos poderes, civil y religioso, por me" dio de un tratado llamado concordato. En él se es" tipulan tos derechos y las concesiones reciprocas- Es hecho cumplido que el pontífice ejerce influjo en lo temporal por medio de lo espiritual: de ahí la necesidad de una transacción, cuyas bases deben ser: í.a La sujeción del poder religioso al civil, de modo que las leyes eclesiásticas no prevalezcan so­ bre las civiles; 2.a La tolerancia de los demás cul­ tos y doctrinas políticas y filosóficas de unos y otros, de modo que no sean anatematizados ni per­ seguidos violentamente; 3.a Que los cementerios sean de todos los ciudadanos y no de una secta cualquiera, si son construidos con fondos públicos; 4.a Que el clero sea instrumento de paz, armonía y propaganda moral, y no tea de discordia y de guerra. En suma, con el Concordato el Estado asegura la libertad religiosa, consolida su autoridad y se conquista el respeto. De modo que la aceptación del régimen concor­ datario en la conciencia de las nuevas generacio­ nes liberales, es muy anterior al trágico vencimien­ to de la guerra de tres años. Y cuenta que esa ju­ ventud se educó en la seguridad plena de que no tardaba el liberalismo en hacerse del poder, por las buenas o por las malas.

70- Esa juventud fue educada ya y preparada con criterio de estadistas y no de partidaristas. Cierto que en filosofía éramos entonces discípulos de la escuela positiva y en legislación de un benthamis- mo muy descolorido; pero en Ciencia Constitucio­ nal aprendíamos a ser pura y simplemente con­ cordatarios, para un país como Colombia, se en­ tiende. Cuál de los tres criterios debía primar el día en que, para bien de la patria, fuésemos go­ bierno? No el del filósofo, no el del político, sí el del estadista. Tal la génesis de muchos años del programa del doctor Olaya.

Concha y Suárez Os ruego un momento más de atención, porque quedaría incompleto este pequeño tratado sobre lo que ha sido y debe ser respecto a la Iglesia el liberalismo como partido de gobierno, evocando, porque es preciso hacerlo, la sombra veneranda de Concha y de Suárez. Concha no le tenía miedo a la trasmisión legíti­ ma del mando, de un bando a otro; al contrario, en su histórico discurso del 28 de julio de 1898, que fue un formidable ariete contra las facultades extraordinarias, decía con su elocuencia admirable que, si por medio del sufragio no se aseguraba la rotación tranquila de los partidos en el poder, se pasearía por todos los ámbitos del país el espec­ tro de la muerte roja. Y esa tremenda profecía del que antes que con­ servador era patriota, se cumplió al pie de la letra Y Suárez, a su turno, no se asustaba con la idea de la convivencia, también en el poder, de los grandes partidos. Puede decirse que su testamen- 71 ío político fue aquella circular—que tuve el honor de firmar igualmente—en que pedía a los gober­ nadores una estatua para Nicolás Esguerra, di- ciéndoles: Poseyó el doctor Esguerra un mérito privilegiado, que lo hace acreedor al unánime aplauso de sus con­ ciudadanos y que lo habilita a él, más que a ninguno de sus contemporáneos, para recibir un homenaje so- lemne y sin discrepancia de todos los colombianos sin distinción de partidos. ¿Diremos cuál es ese título y ese mérito? Ahí ellos consistieron en una opinión tan patriótica como acer­ tada, y en una enseñanza tan desinteresada como cons­ tante en bien de la República y no de los bandos, en favor de la justicia y no del interés, en pro de la paz y no de las luchas políticas. Esa opinión y esa ense­ ñanza fueron las que él repitía en favor del gobierno ejecutivo plural, a la manera del consejo federal de la república helvética, para acabar con las agitaciones estériles y promover el verdadero progreso en Colom­ bia, de modo que en el gobierno ejecutivo, la acción fuera plural y procedente de la armonía de varias vo­ luntades. Grande idea, nacida de una mente luminosa y de un gran corazón; grande idea, realizada hace años en Suiza, muy adelantada ya en Uruguay, y acreedora a nuestro aplauso y a nuestra gratitud.

La Constitución de 1910 Concluyo con justeza esta conversación, tan sen­ cilla como bien intencionado, llamando la atención a algo bien interesante de nuestra historia política, que bien merece subrayarse. En 1910 se celebró entre tantos centenarios de años anteriores y posteriores, el centenario magno. Dadas las circunstancias del fisco, y a raíz de 72 — una gran crisis política, la celebración material fue modesta en extremo; pero en cambio, por altos juicios de Dios, se tributó a los mártires y a los proceres el más trascendental de los homenajes, digno de erguirse en la cumbre que marca la etapa de dos siglos: la reforma constitucional de 1910. Allí quedó incorporada, puede decirse, toda la aspiración del liberalismo de esas épocas, o sea el programa de la Convención de 1897, que fue, éste, la bandera de la guerra de tres años. Allí a su turno renunciaron los conservadores a algunas de las que parecían fortalezas irreductibles de doc­ trina, como la pena de muerte. Dictadas esas re­ formas en convivencia constituyente (lo que no había sucedido en 1863 ni en 1886), ese día prin­ cipió lo que tan propiamente se ha llamado la constitucionalidad del partido liberal. Tal es el significado de esta terminología, que hay que pe­ dir a la filosofía de la historia y no a la letra muer­ ta de los textos. Fue tan decisivo para la República ese enorme movimiento de patriotismo—precursor directo de la concentración nacional de ahora—y ese insu­ perable homenaje a los proceres, que muchas ve­ ces, en atención a ello, se me ha ocurrido invitar, como lo hago ahora una vez más, a conservado­ res y liberales a que marquemos esa reforma con frase digna de un siglo, llamándole «la Constitu­ ción de 1910». Como quien dice, la obra y el pa­ trimonio común de todos los colombianos en el año justo del gran centenario.

73 — Centenario sagrado Asimismo, por altos juicios de Dios, esa obra magnífica de reconciliación y de convivencia ha venido no ya a quedar consignada en el papel sino realizada en hechos—y precisamente en la persona que fue como el exponente del movimien­ to de hace veinte años—en el año centenario que señala la desaparición de la gloriosa obra de Bo­ lívar, y la del Libertador mismo, y por tanto, del surgimiento de nuestra nacionalidad granadina propiamente dicha: estamos abocados a la contem­ plación de un siglo justo de ensayos y traspiés. Ahora sí que hay que sacar valederas las últi­ mas frases del Padre de la Patria: «Si mi muerte contribuye a que cesen las facciones y se conso­ lide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro». También, pues, por rara coincidencia, muy mo­ desta, por no decir nula y vergonzante, será la ma­ nera como en lo material celebrará Colombia el centenario del drama de Santa Marta. Mas en cam­ bio, qué grandioso homenaje, insuperable, único, es este torneo cívico! del 9 de febrero; y la tran­ quila rotación de los bandos en el poder, sin ven­ cedores ni vencidos, resueltos todos a inaugurar el nuevo siglo con una vida nueva, como lo pro­ clamaron patriotas como el doctor Carlos E. Res- trepo en su famoso periódico Vida Nueva, precur­ sor de esto que parece un sueño y que sin embar­ go estamos palpando, porque es la más genuina realidad para los colombianos de todos los mati­ ces. Hagámonos dignos de 1930 como otros pa­ triotas se hicieron dignos de 1910.

— 74 - Voto final Señoras, señores: Ya que esta velada ha sido puesta principal­ mente bajo la advocación espiritual de Murillo—si cabe el decir—he de terminarla cabalmente con una frase sublime de él, prestada a los libros san­ tos. Allí se demuestra su pensamiento de gober­ nante en Dios, bajo la fe de Cristo; voto que también es la más cabal síntesis del programa del actual Presidente electo: Cuando el centenario de Murillo, la Junta orga­ nizadora obsequió al salón central de telégrafos los retratos de Morse, el inventor; del ciudadano, norteamericano igualmente, Samuel Lee Stiles, primer constructor de la línea entre Bogotá y Cua- troesquinas (hoy Mosquera), y de Murillo, el pro­ gresista magistrado que dotó a la patria de ese bien inapreciable; y obsequió también sendas pla­ cas de níquel hechas en Nueva York con el texto de los dos primeros despachos cruzados entre el contratista y el Presidente. El final del de Murillo es simplemente una guía para todo gobernante colombiano por los siglos de los siglos: Paz a los hombres de buena voluntad y gloria para los obreros de la civilización cristiana! El Tiempo, abril, mayo, 1930, Bogotá.

*** Se ha dicho, y con razón, que el 9 de febrero (triunfo de la concen­ tración política nacional) fue desde todos aspectos consecuencia del 8 de junio (triunfo capitalino del espíritu y de los fueros de la República). So­ bre el último, puede verse nuestro libro: «Los CANTORES DE BOGOTÁ. BOGOTÁ EN PIE (1929), ~_ 75 *—» CONCHA, EL REPUBLICANO

Con este titulo, por antonomasia, habría de pa­ sar a la historia el gran colombiano que acaba de de desaparecer. Y no se dice «ilustre colombiano» porque en esta época de la hiperestesia del adje­ tivo, se encuentra un ilustre a cada paso. Imposible que falten unas líneas nuestras en el homenaje nacional de prensa; mas como en el cur­ so de la semana se han dicho ya tantas cosas be­ llas y justicieras, hemos de procurar—dentro del reducido espacio de estas ilustradas columnas— ceñirnos a puntos de vista apenas esbozados por los apologistas postumos del doctor José Vicente Concha. Así haremos, hasta donde es posible, algo original, en un tema que acaba de mover va­ riadamente todas las plumas del país. Las nuevas generaciones no tienen idea de lo que fue la Regeneración como sistema de gobierno y como reacción política. Puede decirse que en todo el haz de la nación no hubo un solo conseje­ ro municipal liberal, y que muchos años después de iniciado el régimen (1892-4) apenas hubo un re­ presentante de esta filiación política, Robles. En. el período siguiente (1896-8) ya pudo venir al con­ greso Uribe Uribe, pero la proporción en la cámara siguió conservándose; uno contra sesenta, pues a 76 Robles, reelegido ese año, le escamotearon la cu- rul por un simple juego de caligrafía. Qué tiempos aquellos, que hoy parecen un sue­ ño, una fábula, en materia de exclusión de los vencidos en todos los órdenes de la administra­ ción pública, desde las escribanías de los juzga­ dos parroquiales hasta los sillones del senado. De ahí la guerra de tres años, la más justa después de la independencia, según expresión del señor Parra. El férreo sistema regenerativo descansaba so­ bre dos soportes dignos de él: el artículo transito­ rio K de la Constitución, que dejaba la prensa en manos del ministro de gobierno y de los goberna­ dores, y la ley 61 de 1888, llamada de los caba­ llos (por un incidente ridículo ocurrido en el Cau­ ca), o sea de facultades extraordinarias, que deja­ ba la libertad de los ciudadanos al arbitro del presidente de la república y traía en sus artículos otras malas yerbas. Por rara coincidencia, en tiempos de la conquis­ ta se había dictado por Felipe II una ley, la ley se­ senta y uno (Tít. 3.°, Lib. 3.° de la Recopilación de Indias). Puede verse un paralelo entre la ley co­ lonial y la regenerativa a la página 54 de nuestro libro Evolución del Derecho Penal en Colombia. Para aquí, basta copiar estas líneas: «Si los virre­ yes y gobernadores creen que conviene a Dios, al rey o a la paz pública, el que salgan de Indias al­ gunos hombres, llevarán a cabo esa medida me­ diante información judicial y comunicándole al rey para que vea la razón». De suerte que el destierro, bajo Felipe II, reque­ ría información judicial y concedía apelación al rey. Los gobernantes regeneradores expatriaban - 77 al ciudadano de una república libre, sín fórmula de juicio, y sin apelación: así fueron extrañados de su patria Aquileo Parra, Juan de Dios Uribe, Nicolás Esguerra, Santiago Pérez, Modesto Gar- cés y un centenar más. Eso en cuanto a las libertades individuales, que en cuanto a prensa, no había semana que por sim­ ple resolución del ministerio de gobierno no se suspendiera un periódico, o se negara un permiso para publicarlo o se encarcelara a un periodista. Hasta la célebre y archisimpatica hoja fundada por el procer conservador Lázaro María Pérez, El Heraldo, fue suspendida y sus directores, José Joa­ quín Pérez y Eduardo Posada, sometidos a dura prisión. Ese periódico y El País y El Día, estos últi­ mos redactados por Concha, fueron los precurso­ res del movimiento republicano de reacción. Tras de aquéllos vinieron algunos otros, entre ellos el inolvidable Correo Nacional de Carlos Martínez Silva, quien también fue apresado. Un detalie, que es la característica gráfica de la Regeneración, como método absoluto y como sis­ tema de rapiña: desterrado Santiago Pérez, el pa­ pel que éste tenía para continuar El Relator, sir­ vió para la edición oficial del Código Civil, prece­ dido precisamente del título constitucional sobre garantías sociales. Ya para 1898 esa corriente de reivindicación de los fueros de la república alcanzó a tener prepon­ derancia en el ejecutivo, en las efímeras adminis­ traciones de Quintero Calderón (cinco días) y pri­ mera de Marroquín (ochenta días) y en las cámaras, sobre todo en la de representantes, donde era valio­ sísimo el grupo de los conservadores históricos, — 78 Estos levantaban la bandera de «la república con honra», contra la «compañía industrial» (fra­ ses de entonces), porque en las altas esferas no sólo se amordazaba la prensa y se desterraba al estadista sino que también solía negociarse, y ne­ gociarse en regla. Y Concha fue el Verbo, el Ungido de la Repú­ blica, al lado de merítisimos compañeros. Y gritó, y porfió, y demolió; sí, demolió la ley 61 y el K. Este fue reemplazado por una ley de prensa que daba garantías ante el poder judicial No des­ cansó el inquieto y ardiente tribuno hasta no ver tambalear y caer a pedazos los dos grandes sopor­ tes de la inicua Regeneración. Por eso decía Soto Borda en su graciosa y atinada silueta parlamen­ taria de Concha: «en la cámara dio guerra hasta el último momento». Inicua la Regeneración?—No es nuestra la frase; es de Martínez Silva, quien llamó a . la exclusión sistemática del liberalismo, la vieja iniquidad. La guerra, la hecatombe que sobrevino ineludi­ blemente, fue prevista por Concha desde su curul de la derecha cuando anunció que, si ño se vol­ vía a las normas republicanas, se pasearía por todo el país «el espectro de la muerte roja», y des­ de la única curul de la izquierda le hacía eco Ra­ fael Uribe: «O nos dais la libertad, o nos la to­ mamos!» En suma, varios hermosos movimientos se re­ gistran en nuestra historia para volver por las li­ bertades públicas, más o menos ajadas por las prácticas de gobierno; pero dado el medio ambien­ te y el enorme poder de resistencia contra la cual tuvieron que luchar Concha y sus ínclitos compa-

— 79 - fieros, nunca como en esa ocasión pudo decirse con más propiedad: Concha, el republicano. A propósito, no hemos de concluir sin una anéc­ dota que, como tantas otras, retrata el carácter de ese varón consular—éste sí—digno de los mejo­ res tiempos de la Roma donde concluyó su ator­ mentada vida de estadista. Hízonos el honor de nombrarnos Consejero de Estado, y dio la circunstancia de que en el primer reparto de asuntos, nos tocara en suerte el negocio más grave que hasta entonces pasara por el Con­ sejo en su nueva etapa. Se trataba de un contrato del ministerio de obras publicas sobre empréstitos hasta de diez millones de dólares para salvar—se decía—el Ferrocarril del Cauca. Lo despachamos en diez días: a millón por día. Pero el contrato no se ajustaba a las autorizacio­ nes legales en ciertos puntos—y, a pesar de nues­ tro vivo interés por la famosa ferrovía,—hubimos de declararlo así en la sentencia. (Anales del Con­ sejo, número 35). Algún funcionario fue a quejarse al Presidente de que «Quijano les había echado abajo el asun­ to»; a lo cual replicó serenamente aquél: «Lo siento por lo urgente del caso, y no hay más remedio que aceptar los reparos hechos a la legalidad del contrato; pero me satisface haber nombrado un Consejero del cual no pueda decirse sino que el gobierno lo llevó a ese altísimo puesto sobre la base de la más absoluta independencia». Tal fue Concha, el republicano magistrado; es decir—cosa rara—el mismo Concha que había sido ya el político republicano. El Gráfico, número 958—Diciembre 14 de 1929 - 80 — LA VIEJA PROBIDAD

Se acerca la época en que la República debiera celebrar con una grande exposición (1931) el cente­ nario del nacimiento de uno de sus mejores Pre­ sidentes, iniciador y afortunado patrono de la pri­ mera exposición nacional colombiana: el general Eustorgio Salgar. Quiero apresurarme a contribuir por mi parte con esta página, a ilustrar la opinión pública, y es­ pecialmente al Congreso, sobre ciertos admirables episodios—casi en su totalidad desconocidos—de la vida del probo y generoso Presidente, que pa­ recerían hoy obra de la fantasía, y que sin embar­ go responden a la más perfecta y documentada realidad. Documentada sí, porque ha querido mi buena suerte que haga ya varios años que reposan en mi poder dos papeles de puño y letra de Salgar, de tan raro valor histórico,-de tan inverosímil fac­ tura, de tal saturación de virtud clásica, que ape­ nas hoy me resuelvo a darlos a la estampa, porque nunca como en esta ocasión podría decirse: «ver... y creer». Tengo inédito un libro, Características liberales, La vieja probidad (como en contraposición a la vieja iniquidad que estigmatizara Martínez Silva). Me refiero no sólo a la probidad en materia fiscal, sino a la política, como cuando Murillo ordenó dar- 81 — le garantías al obispo de Pasto para que hiciera uso de la libertad de expresión del pensamiento, de palabra o por escrito, sin limitación alguna, porque así lo permitía la Constitución (y el obispo estaba empeñado en una cruel campaña contra el gobierno de Murillo). Por hoy, quiero tomar de ese mi trabajo algo de lo mucho relativo a la honradez y delicadeza en materia relacionada con los dineros públicos (1). Seré breve. No necesito comentarios. Se trata de medallones; pero de medallones de oro puro con incrustaciones de diamante. Por eso, los do­ cumentos que aparecen fotograbados en Cromos —para estupefacción de los lectores—se han con­ servado en los cofres de mi familia (por donación de las de Salgar y Cantillo O'Leary), al lado de las joyas de mis abuelas. El congreso de 1871 elevó el sueldo del Presi­ dente de la República de ochocientos a mil pesos; pero necesitando Salgar urgentemente de su mo­ destísima asignación, pidió a su Secretario, Felipe Zapata, que le hiciese girar la orden de pago por el emolumento primitivo, sin perjuicio de pagarse más tarde el aumento. El Ministro-secretario resolvió al margen y de­ volvió al interesado la solicitud. Entonces era de­ masiado gasto para el Tesoro una hoja de papel cualquiera para contestar memoriales, y esto se hacía en esa forma marginal, verdaderamente franciscana; y ello < desde el primer ciudadano hasta el último mendigo.

(i) Este artículo tuvo grande actualidad porque en esos días se seguían en el Congreso famosos procesos por improbidad (1929). - 82 - Dígalo sí no la forma en que se contestó a Sal» gar. Y qué se le contestó?—Pues parece que se tra­ tara de un portero y no del jefe de la nación. Bien es cierto que entonces los de esta categoría sólo eran ciudadanos-presidentes. Se le contestó así: Señor Secretario de lo Interior y Relaciones Exte­ riores: Creo que desde el primero del corriente mes tengo derecho al sueldo mensual de mil pesos, por estar dis­ puesto así en la ley de presupuestos para el año eco­ nómico de 1871 a 1872, en taparte que se refiere a la dotación del Presidente de la Unión; pero como han ocurrido dudas sobre esto a ese despacho, y mi deli­ cadeza no me permite resolverlas, puede usted dispo­ ner que se me expida la orden de este mes y los si­ guientes por la misma suma que han sido antes de la vigencia del presente, sin que esta circunstancia ni los términos en que esté concebida la cuenta de cobro, deban interpretarse como una renunciación de mis de­ rechos referidos. Bogotá, septiembre 30 de 187L EUSTORGIO SALGAR Contestación al margen: Secretaria de lo Interior—Octubre 5. Expídase la orden de pago por la suma de $ 800 mensuales y téngase presente este memorial para cuando haga su reclamo el señor Salgar. ZAPATA Faltaban pocos días para que Salgar dejase la presidencia, cuando tuvo necesidad de unas ove­ jas. El Presidente no pudo comprar esos anima- Utos que valían centavos, y hubo de pedirlos a su amigo don Manuel Cantillo, ofreciendo firmar una obligación por esa suma insignificante. Hé aquí - 83 ese documento, único quizá en los anales de la probidad personal de un mandatario: Bogotá, marzo 4 de 1872 Mi querido amigo: He recibido las seis ovejas y el cordero que esco­ gidas por usted me satisfacen completamente. Gra­ cias por todo y especialmente por el corderito. Si cree conveniente que le extienda una obligación por el va- lor de las seis ovejas, se la firmaré sin vacilación al­ guna. Quedo su amigo afectísimo y S. S., EUSTORGIO SALGAR Señor don Manuel Cantillo—Presente. Días después, el 31 de marzo, alejóse Salgar del Palacio de Bolívar, dejando una vez más huella incomparable. Léase lo que escribe el probo y be­ nemérito periodista don Julián Páez, en sus admi­ rables Cartas políticas, para refutar las del mismo título del doctor Carlos Calderón: El doctor Camacho Roldan, secretario del tesoro, fue a visitar a la señora esposa del general Salgar, en las piezas del palacio de San Carlos destinadas para habitación de la familia del presidente de la repúbli­ ca. Notó que tapices, esteras y alfombras se hallaban en extremo deteriorados, y con la galantería exquisita y tacto delicadísimo que distinguen al doctor Cama­ cho, manifestó a la señora de Salgar que era preciso componer y renovar todo aquello, por cuenta del era­ rio público. —Salgar atenderá a esto. No se moleste usted, doc­ tor!, fue la respuesta de la honorable matrona. El doctor Camacho habló en seguida, sobre la mis­ ma cosa, al general. _ 84 — —Eso es cuenta mía, doctor. La nación no debe gastar un centavo en tal cosa, respondió el presidente caballero. Y así se hizo. Renováronse alfombras y tapices, y hasta los muebles, pero ni un cuartillo se sacó, para tal gasto, de las arcas nacionales. Llegó el día en que el general Salgar y su familia salieron de la casa de San Carlos.... Y las alfombras y los muebles nuevos? Eso quedó ahí.... La delicade­ za.... la decencia.... el respeto a sí mismos y a la casa de gobierno.... que sé yo qué otras cosas que se usa­ ban entonces, impidieron que muebles y alfombras si­ guieran a sus dueños. Ya se sabe que la República navegó en un mar de leche en la administración Salgar, quien, entre otras cosas, inició la apertura de la carretera de Cambao, recorriendo la trocha a caballo hasta el Magdale­ na. (Véase mi Historia anecdótica de Cambao). Las sesiones de tresillo en palacio eran concu­ rridas por todos los personajes del liberalismo y la plana mayor de los conservadores, encabezados por el ex-presidente Mallarino, director de instruc­ ción pública (o sea jefe del ramo). Además, de las cuatro facultades de la universidad «atea», tres eran regidas por conservadores. El doctor Murillo sucedió a Salgar no sólo en el mando, sino en sus hábitos de gentileza social, dentro de la modestia democrática. Nada más di- cíente y delicado que esta esquela, originada de un juego entre Murillo, Salgar y el senador Qui- jano Wallis: Bogotá, 2 de mayo de 1873 Mi querido doctor Quijano: Recibí anoche su cartica con los diez pesos de a ocho décimos, de los cuales di al doctor Salgar ocho - 85 - y cinco reales, que era lo que usted le debía, y meque- dé con quince reales, que según usted me corresponden a mí, pues yo no lo recordaba. Su muy afectísimo amigo, MURILLO Aunque el caso Parra-Quijano Wallis no es tan desconocido como los de Salgar que he tenido ahora la honda satisfacción de revelar al público y de grabar para la Historia, es materialmente im­ posible terminar un capítulo sobre la vieja probi­ dad, sin las siguientes cartas cruzadas entre el presidente-dictador (era época de guerra) que aca­ baba de manejar millones durante la hecatombe, y su Ministro del Tesoro: Casa de usted, mayo de 1877 Mi apreciado doctor Quijano: Dentro de pocos días me iré para San Vicente, para tratar de salir de estos achaques que algo me preocu­ pan y me molestan mucho; pero ha de saber que estoy «incongruo», porque los tees de palacio y otros gás­ talos extraordinarios durante la guerra me han lle­ nado de pequeñas cuitas de que deseo salir antes de irme. Vea usted si es posible, y a que en tan pocos días está sacando a flote el tesoro, que se me pague el me- dio sueldo pendiente del mes pasado, y se me anticipe lo de dos meses más, con el descuento corriente en el Banco de Bogotá. Yo le daré garantías suficientes para la devolución del dinero en caso de que, por al­ gún acontecimiento imprevisto, no pueda devengar la anticipación con el desempeño de mi destino. Suyo afectísimo amigo, AQUILEO PARRA

86 Mayo de 1877 Señor doctor Aquileo Parra, etc. etc. etc. Mi respetado amigo: Contesto su apreciable de ayer, que anoche recibí: Conforme a disposiciones expresas del código fis­ cal (capitulo 5.°, departamento del tesoro), no se pue­ de hacer anticipaciones de sueldos, con descuento o sin él, a los empleados públicos. Asi, pues, no es po­ sible complacer a usted, respecto de lo que me pide en su carta; pero yo te ofrezco mi firma particular para obtener en préstamo el dinero que necesita, en el Ban­ co de Bogotá. Su respetuoso amigo y servidor,

JOSÉ MARÍA QUIJANO WALLIS El señor Parra llevó su delicadeza hasta no acep* tar la firma de su Secretario, y obtuvo el dinero en el banco con la del doctor José Ignacio Escobar, venerable patricio, que aún vive. Oh témpora!, oh mores! Todos los presidentes liberales, inclusive Nú- fíez, (y casi todos los conservadores), murieron en pobreza, algunos casi en la indigencia. Sólo el doctor Zakiúa, dejó fortuna, hecha honradamente en el foro, antes de servir en la política. Otro día seguiré con la vieja probidad. Cromos, número 682- Octubre 19 de 1929

87 — LA ACADEMIA COLOMBIANA DE JURISPRUDENCIA Y EL 13 DE MARZO

Una de las páginas más brillantes en la histo­ ria de la Academia y de las más dignas de la gra­ titud nacional, fue sin duda su actuación en los días más dolorosos para la patria, durante el año de 1903: primero, como que era lo de su índole, promovió en su salón de la calle 16 una serie de útilísimas conferencias públicas, en donde se des­ menuzó en todos sus aspectos jurídicos el tratado Herrán-Hay, amén de la publicación del libro del doctor Diego Mendoza. Entre esas conferencias recordamos las de los socios Posada, Monsalve y Olarte Camacho—en esta última se pusieron de presente las casi innumerables veces que el trata­ do violaba ya la constitución, ya las leyes de Co­ lombia (Anales, número 53); éntrelas de los extra­ ños, la del General Vallarino y Miró, donde expuso en tiempo el original proyecto de la constitución del «Estado Anseático del Istmo», para evitar el despojo audaz que ya se veía venir; en seguida, cuando ya la separación de Panamá fue un hecho inevitable, la oferta que en corporación hicieron todos los socios al Gobierno de sus vidas y ha­ ciendas (Anales, número 58); luego, se franqueó el local para que allí pudiera reunirse el club pa­ triótico llamado Integridad Nacional; después se _ 88 - opuso virilmente a que—como lo pretendieron ciertos elementos—se estimara como jurídica la seudo-sentencia (?) del Consejo de Ministros por la cual se pretendió declarar traidor a la patria (?) al citado doctor Mendoza, por actos suyos cuando dejó de ser Ministro en los Estados Unidos; y por último, culminó tan brillante hoja de servicios Pro patria en el problema más grave de Colombia, con el memorial de la Academia a la Asamblea Na­ cional contra el Tratado Cortés-Root—primero, oportunísimo y respetable refuerzo que recibiera el histórico memorial del doctor Nicolás Esguerra, y que valió a la Academia el original castigo de ser confinada en corporación en la persona de su pre­ sidente (doctor Eduardo Rodríguez Piñeres). Como cuando tuvo lugar este último altísimo episodio de la Academia, estaba suspendido el ór­ gano oficial de ésta, sucede que al revisar la co­ lección posterior del mismo, esa famosa página no aparece en él. Bien sabido es que a partir del memorial del doctor Esguerra y del oportuno y valiente refuer­ zo del de la Academia, la vida nacional giró sobre sus ejes en todos los órdenes de manifestaciones y bien puede decirse que ya para el año justo del Centenario Magno empezó nuevo siglo de existen­ cia; por eso muchas veces quien traza estas líneas no ha tenido escrúpulo en decir «la Constitución de 1910», para referirse a la trascendental refor­ ma constitucional de ese año de gracia, que abrió de par en par las puertas de la paz, de la convi­ vencia, a los distintos organismos políticos, y ce­ rró para siempre las de la guerra civil. De suerte que, olvidado en esta Revista por tantos años ese gesto de la Academia, parece que — 89 - es aquí, en el presente bosquejo histórico, donde se presenta la oportunidad y el lugar de darlo a conocer de los lectores y de salvarlo para la his­ toria general de Colombia, que algún día habrá de pregonarlo con voces de justicia y gritos de glorificación: «La Academia Colombiana de Jurisprudencia,

CONSIDERANDO: Que la Asamblea Nacional ha sido convocada por el Gobierno, entre otras cosas, para resolver sobre los tratados celebrados por el Ministro de Colombia en Washington con los Estados Unidos y el antiguo Departamento de Panamá. Que el artículo 76 de la Constitución fija entre las atribuciones privativas del Congreso, la de aprobar o desaprobar tratados de la naturaleza de los que se trata. Que la Asamblea Nacional es un cuerpo legisla­ tivo que proviene del Poder Ejecutivo mas no de un Congreso constitucional compuesto de un Se­ nado y una Cámara de Representantes de origen popular al tenor de los artículos 58 y concordan­ tes de la Constitución. Que por tanto, la Asamblea carece de la repre­ sentación popular necesaria para resolver en defi­ nitiva sobre aquellos gravísimos tratados; Que por ser el punto esencialmente jurídico y por tratarse de una cuestión de puro derecho cons­ titucional de grande interés para Colombia, la Academia Colombiana de Jurisprudencia faltaría a su propia misión y a un elemental deber de patrio­ tismo, si por temor o por cualquier otro motivo, 90 - esquivase dar a aquel respecto su honrada opi­ nión a la Asamblea, con todas las consideraciones y el acatamiento que le son debidos;

RESUELVE: La Academia Colombiana de Jurisprudencia se dirige respetuosamente a la Asamblea Nacional su­ plicándole que se abstenga de intervenir en la aprobación o improbación de los tratados de que se ha hablado, y se declare que esas funciones no pueden ser ejercidas sino por las Cámaras le­ gislativas establecidas por la Constitución de la República». La presidencia ordenó se enviara atenta copia de esta proposición al señor Presidente de la Asamblea Nacional y al señor Ministro de los Es­ tados Unidos de América en Colombia. El secretario hace constar la aprobación unáni­ me de la anterior proposición. Proposición de los señores doctores Adolfo León Gómez y Miguel Saturnino Uribe Holguín: «La Academia Colombiana de Jurisprudencia se complace en dar un voto de adhesión y aplau" so a su Presidente honorario, señor doctor Nicolás Esguerra, por su conducta altamente patriótica y republicana, en el asunto de los tratados del Minis­ tro de Colombia en Washington, con los gobier­ nos de los Estados Unidos y Panamá. Comuni­ qúese por medio de una comisión plural que nom­ brará la presidencia». (Sesión del 26 de febrero de 1909). Historia de la Academia en XXX años, 1894- 1924, por Arturo Quijano (folleto). 9J *** Se ha dicho y repetido que al valor civil del Diputado Francisco de P. Matéus se debió el que fuera leído en plena Asamblea Nacional el Memo­ rial del doctor Esguerra. No. El doctor Matéus fue, sí, el autor del informe de minoría, desfavora­ ble a los Tratados con Estados Unidos y Panamá. A todo sefíor, todo honor: El Diputado doctor José María Quijano Wallis —Presidente que fue de la Academia—en medio de la estupefacción general fue quien pidió y ob­ tuvo que fuera conocido el famoso memorial, me­ diante cortas pero bellísimas palabras, diciendo que al doctor Esguerra debía oírlo de pie y con respeto la nación, pues era como aquellos nobles castellanos de la antigüedad que al mismo tiempo que tenían el privilegio de permanecer cubiertos delante del rey, conservaban el derecho de descu­ brir al pueblo las gloriosas heridas. A. Q.

• 92 — TRANQUILA TRANSMISIÓN

Bogotá, mayo de 1930 Señor don Julio Holguín— E. L. C.

Mi querido amigo: No me fue posible felicitarte oportunamente por tu bello y sentimental recuerdo de tu señor padre, el general Jorge Holguín (q. de D. g.), donde con amena pluma traes episodios de su múltiple vida, a cual más interesante. Sobre todo, el rasgo característico: aquel, en que, disponiéndose don Jorge a salir, de rigurosa etiqueta, a tomar posesión nada menos que de la Presidencia de la República y hallándose rodeado de empingorotados personajes, hubo de demorar­ se mientras desataba el nudo que habíase forma- doen la cuerda de juguete de una de su nietecilla Clarita Koppel Holguín. Tal el sol naciente: mas siendo yo el único que sobrevive de los testigos de otro típico episodio de ese mismo sol, ya en el ocaso, no he resistido a la tentación de referírtelo, para redondear así tus simpáticas reminiscencias político-familiares. El 4 de agosto de 1909 terminaba por segunda vez el general Holguín el ejercicio de la presiden- — 93 - cía (la primera fue el célebre 13 de marzo anterior), y hallábase en la biblioteca de su casa, no ya ro­ deado de una verdadera corte de políticos, como en aquella otra feliz coyuntura. Nó: apenas acom­ pañábanlo cuatro amigos en esos instantes su­ premos. Tú y yo, hoy en un salón, y mañana en el cam­ po, hemos hecho a cuatro manos más de una es­ trofa: ahora no es así, sino de segunda mano, que he de traer una cita oportuna; es que yo no sé la­ tín sino latines, así como no hago versos sino ver­ so—para el gasto del momento y nada más: Hallábase el general Santander en el crepúsculo de su última administración cuando su admirador el doctor Lorenzo María Lleras le hizo un soneto que encabezó con dos líneas de Ovidio: (1) Doñee eris felix, multas numerabis amicos; Tém­ pora sifuerint núbila, solas eris (2). Aquella mañana de agosto en el lugar citado ro­ deando al Presidente, su sobrino Hernando Hol- guín y Caro, José María Quijano Wallis y mi to­ cayo Arturo Malo O'Leary, cuando acerté a llegar, como Director de El Porvenir, deseando cercio­ rarme de lo que hubiera de cierto en la estupenda noticia que corría, acerca de que el general no entregaría el mando supremo cediendo a podero­ sos intereses de todo orden que así lo solicitaban, y casi lo imponían. Todo el régimen del Quinquenios-atemperado muy republicanamente por el mismísimo general Reyes (quien ya había convocado el congreso y votado para representantes por Esguerra y Quin-

(1) Archivo Santander, vol. XXII, pág. 244. (2) Contarás numerosos amigos mientras la fortuna te sonría; cuando los tiempos se te nublen, quedarás solo. — 94- tero Calderón); todo ese raigado organismo se de­ rrumbaba para dar paso a una airada reacción re­ publicana. Puede considerarse, dados los factores políticos de entonces, que la trasmisión del mando implicaba un cambio tremendo en toda la Repú­ blica para los vencidos—llamémosles así—enca­ bezados por el Presidente Holguín; un cambio aún más grave y trascendental que si se tratase de la sucesión de un partido por otro. Y sin embargo, cuando los alarmistas de Arran- caplumas presagiaban la tempestad para ese día— por la resistencia del Presidente que tenía el po­ der—este mandatario, con tranquila placidez, como si se tratase de la cosa más natural del mundo, decía a los cuatro amigos en la intimidad : — «Oigan lo que le contesto a Ramón», y sacán­ dola de la cubierta, nos leyó una amable esquela de camaradas y conmilitones en que le dice que, ante el aviso que le ha dado de que tomará pose­ sión ante la Corte Suprema, en el palacio de la Carrera se le espera gustosamente para que allí se instale y que «Holguín deplora que la indisposi­ ción de salud que actualmente sufre no le permita tener el honor de ir personalmente a ponerlo en posesión del palacio presidencial, pero apenas se lo permita su salud tendrá el honor y el placer de ir a presentar sus respetos y felicitaciones, y a re­ novarle su expresión sincera de su leal amistad y profunda estimación, añadiendo que él y sus ami­ gos están dispuestos, como lo desea S. E., a prestar su concurso y buena voluntad al Gobierno que se inicia hoy tan dignamente presidido por S. E.» En El Porvenir se publicaron esta nota verbal y la del general González Valencia a que correspon­ día ; y allí púseles un pequeño comentario sobre — 95 - que no parecían ser el indicativo de un álgido mo­ mento político de la democracia tropical, sino que eran dignas al cruzarse—como se cruzaban las viejas espadas—de un torneo de caballeros en la Edad Media. Aún más: el gallardo González antes de subir las escaleras de su palacio, ascendió las de la casa de su antecesor para presentarle cordial saludo. Cierto que para bien de la Patria es oportuno rememorar esa otra «tranquila transmisión»? Verdad que viene bien, ahora que, por fortuna para la paz doméstica de Colombia, andan entre­ gando? Dejo para mejor ocasión otras anécdotas del pa­ lacio de la Carrera, casa-solar de los Tovares (donde nació mi adorada madre), y de la de en­ frente, o sea la casa-palacio del general Holguín, que también lo fue del Presidente de la Gran Co­ lombia, general Domingo Caicedo Sanz de Santa­ maría (propiedad algunos años de otro Presiden­ te y general: Salgar). Tu admirador y amigo,

ARTURO QUIJANO El Espectador, mayo, 1930.

Águila (legra Editorial