Bulletin de l'Institut français d'études andines

39 (1) | 2010 Varia

Edición electrónica URL: http://journals.openedition.org/bifea/2056 DOI: 10.4000/bifea.2056 ISSN: 2076-5827

Editor Institut Français d'Études Andines

Edición impresa Fecha de publicación: 1 abril 2010 ISSN: 0303-7495

Referencia electrónica Bulletin de l'Institut français d'études andines, 39 (1) | 2010 [En línea], Publicado el 01 octubre 2010, consultado el 03 marzo 2021. URL: http://journals.openedition.org/bifea/2056; DOI: https://doi.org/ 10.4000/bifea.2056

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ISSN 0303 - 7495 BULLETIN Hecho el Depósito Legal n.° 2006-7434 DE L’INSTITUT FRANÇAIS Ley 26905-Biblioteca Nacional del Perú D’ÉTUDES ANDINES

2010, Tome 39, n.° 1

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2010 Tome 39 Nº 1

COLOMBIE ÉQUATEUR PÉROU BOLIVIE

Évènements/Eventos (1750-1870) Historia delosconceptospolíticosenelÁreaandina Pensar losprimeros«gritosdelibertad»,1809-2009 Georges Lomné iesddgntc epbainsd o ne el mzna 189 Comptes rendusd’ouvrages/Reseñas diversidad genéticadepoblacioneslosAndesylaAmazonía Origen ydinámicadelpoblamientoautóctonoEcuador: Nancy SaénzRuales producción ycongelacióndeembriones Crioconservación delosrecursosgenéticosdelcuy( Anne Grégoire Position derecherche/Avances deinvestigación Redefiniendo unacategoríaarquitectónicainca:la Sergio BarrazaLescano el santuarioPachacamac estratigráfica delosestiloscerámicosduranteelHorizonteTardío en PuenteExcavaciones enlasegundamuralla-sector Lurín. Correlación RamosGiraldo,PoncianoJesús A. Paredes Botoni (Nueva Granada,1780-1839) Revolución: lapalabra,elacontecimiento,hitofundador Isidro Vanegas en elPerú, 1770-1870 Entre launidadypluralidad.Elconceptodepartido-facción Cristóbal AljovíndeLosada (1770-1850) El conceptodeordenentiempostransición:Venezuela Carole LealCuriel 1761-1873) (Nueva Granada-Colombia, «Independencia absoluta»:elrecorridodeunconceptoclave Del miedoala«imaginariaIndependencia»alfestejode Georges Lomné Introducción Georges Lomné kallanka Cavia porcellus): 207 195 185 167 105 183 85 63 37 17 15 13

1 Sommaire

Events eei iest fteAda n h mzna ouain 189 Book reviews Genetic diversityoftheAndeanandAmazonianpopulations Origin andthedynamicofindigenoussettlementinEcuador: Nancy SaénzRuales porcellus): productionandfreezingofembryos Cryoconservation ofthegeneticresourcesguineapigs( Anne Grégoire Research Advances Interpreting the first «liberty’s claims»,1809-2009 Interpreting thefirst«liberty’s Georges Lomné (1750-1870) History ofpoliticsconceptsintheAndeanArea Redefining anIncaarchitecturalcategory: Sergio BarrazaLescano santuary of theceramicstylesduringLateHorizoninPachacamac Excavations intheSecondwall-Puente Lurín. Stratigraphiccorrelation RamosGiraldo,PoncianoJesús A. Paredes Botoni (New Granada,1780-1839) Revolution: theword,event,landmarkfounder Isidro Vanegas , 1770-1870 Between unityandplurality. TheconceptofParty-Faction in Cristóbal AljovíndeLosada (1770-1850) The conceptoforderintimestransition:Venezuela Carole LealCuriel 1751-1873) Granada-Colombia, the «absoluteindependence»:pathofakeyconcept(New From thefearabout«imaginaryindependence»tocelebrationof Georges Lomné Introduction Georges Lomné kallanka

Cavia 207 195 185 105 167 183 85 63 37 17 15 13 1

Contents Índice

Georges Lomné Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009 1

Historia de los conceptos políticos en el Área andina (1750-1870) 13 Georges Lomné Introducción 15 Georges Lomné Del miedo a la «imaginaria Independencia» al festejo de la «Independencia absoluta»: el recorrido de un concepto clave (Nueva Granada-Colombia, 1761-1873) 17 Carole Leal Curiel El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) 37 Cristóbal Aljovín de Losada Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870 63 Isidro Vanegas Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839) 85

Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni Excavaciones en la segunda muralla-sector Puente Lurín. Correlación estratigráfica de los estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío en el santuario 105

Sergio Barraza Lescano Redefiniendo una categoría arquitectónica inca: la kallanka 167

Avances de investigación 183 Anne Grégoire Crioconservación de los recursos genéticos del cuy (Cavia porcellus): producción y congelación de embriones 185

Nancy Saénz Ruales Análisis bibliográfico sobre el origen y la dinámica del poblamiento autóctono del Ecuador: diversidad genética de poblaciones de los Andes y de la Amazonía 189

Reseñas 195

Eventos 207

IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 1-11 Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009

Pensar los primeros «gritos de libertad» 1809-2009

«Ya es tiempo en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía»1.

Proclama de la ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de la ciudad de La Paz. Incautada a Javier Iturri Patiño, Expediente del 18 de agosto de 1809.

Las celebraciones temen la complejidad de los hechos. El bicentenario de las independencias hispanoamericanas ya empezó a señalar que muchos de sus intérpretes siguen aferrándose a defender el carácter inédito de una gesta local, mientras que otros enfatizan sobremanera lo «inconcluso» de un proceso que hasta desmerecería su nombre. La entrada reciente de la América Latina en su «era historiográfica» debería propiciar sin embargo el momento de pensar las independencias en vez de conmemorarlas bajo un color interpretativo. Para contribuir a ello, el Instituto Francés de Estudios Andinos se asoció en 2009 a varias manifestaciones académicas en Sucre, La Paz y Quito. Los Congresos internacionales de Sucre (6-8 de mayo) y de La Paz (8-11 de julio) fueron convocados por la Academia boliviana de la historia y la Sociedad boliviana de historia para celebrar conjuntamente el bicentenario de los acontecimientos de Charcas en 1809 y los 80 años de existencia de la propia Academia (1929- 2009). Su presidenta, Laura Escobari de Querejazu, al inaugurar en Sucre el primero de estos congresos gemelos, señaló que no se trataba de celebrar un peculiar grito de libertad sino un proceso complejo, inscrito en la larga duración y arraigado en lugares distintos. Para ello acudió a la obra pionera de José Luís Roca. Este historiador boliviano renovó la visión de la independencia de Charcas,

1 Citado por José Luis Roca, 1998: 99.

1 Georges Lomné

Catedral de Sucre, 6-8 de mayo de 2009 Foto del autor planteándola como un «árbol» de varias «ramas» —sin exclusión o precedencia de alguna de ellas (Roca, 1998: 13)— y apuntando el afán de autonomía de una región rica y estratégica frente a Lima y a Buenos Aires (Roca, 2007). Por lo tanto, se decidió dedicar la conmemoración académica a quién la hubiera conducido de manera eximia y falleció para desgracia de todos apenas un mes antes. Al introducir dos meses más tarde el congreso homólogo de La Paz, el

A la izquierda, Savina Cuéllar Leaños, prefecta y comandante general del departamento de Chuquisaca en 2009; al centro Laura Escobari de Querejazu, presidenta de la Academia boliviana de Historia y a la derecha, la encargada cultural del mismo departamento (2009) Foto del autor

2 Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009 académico y ex presidente de la República, Carlos Diego Mesa Gisbert, quiso recalcar la «coincidencia extraordinaria» de la celebración del Bicentenario de la Junta Tuitiva con la refundación política del país. Por ende, una ocasión única de «volver a pensarse» como nación. Varios debates descollaron durante estas dos importantes manifestaciones académicas. El primero remitió al clásico tema de los orígenes y a la linealidad del proceso independentista. Fernando Cajías soltó el toro al subrayar en ambas ocasiones la «clara consigna anti europea» de la rebelión de Tupac Catari y la larga memoria de un «nacionalismo inca» que la acabó nutriendo. Florencia Ballivián y Pilar Mendieta discreparon con una perspectiva que establecía una filiación directa entre 1780 y 1809. En pos de los trabajos de Scarlett O’Phelan (O’Phelan, 1988a) enfatizaron el afán de la «Gran Rebelión» andina por restablecer un pacto anterior de corte habsburgo y, acorde con la corriente historiografía abierta por François-Xavier Guerra (Guerra, 1992), plantearon la imperiosa necesidad de pensar los acontecimientos de 1809 en su dimensión coyuntural: un viento de libertad compartido por los españoles de ambas orillas del Atlántico. Este último punto fue desarrollado con mucho esmero por Marie-Danielle Demélas durante la conferencia magistral que dictó en ambos congresos sobre los tres momentos del aprendizaje del voto en el orbe hispano entre 1809 y 1814: la elección de diputados a la Suprema Junta Central (1809), la elección de representantes a las Cortes Extraordinarias de Cádiz (1810) y las elecciones que resultaron de la puesta en marcha de la Constitución, de 1812 a 1814 (Demélas & Guerra, 2008). Marie- Danielle Demélas sacó varias conclusiones de un proceso, que revistió un carácter único en un ámbito colonial. Aunque imperfectas, estas elecciones dejaron profundas huellas e hicieron que hasta en las guerrillas se impuso la práctica del voto. De igual suerte, estas elecciones dejaron expectativas defraudadas en América y contribuyeron a la ruptura con la Metrópoli. Desarrollaron también una vida local inédita al propiciar la elección de los concejos municipales2. Pero la conclusión más paradójica, a ojos de Marie-Danielle Demélas, fue el surgimiento simultáneo de la democracia y del caudillismo: muy a menudo, la práctica del voto suponía una negociación previa entre los candidatos de la elite criolla y los gremios, sean estos de indios o mestizos. Con igual talento, el invitado español José Antonio Escudero López, miembro de las Reales Academias de la Historia y de la Jurisprudencia, ahondó la cuestión esencial de la Constitución gaditana, durante el Congreso de Sucre. Subrayó el impresionante número de eclesiásticos entre los diputados, lo que viene a contracorriente de muchos a priori apegados al carácter verdaderamente revolucionario de la carta constitucional de Cádiz. Por lo tanto, estos diputados liberales que disolvieron el régimen señorial, acabaron con los privilegios jurídicos de la nobleza, afirmaron la libertad de opinión y abolieron la inquisición, establecieron que:

2 Vése al respeco el artículo de Marie-Danielle Demélas 1984: 65-76. Ha sido reeditado en Demélas & Guerra, 2008: 117-134.

3 Georges Lomné

«La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera» (artículo 12). Lo más paradójico, quizás, fue que hablaban en nombre de un pueblo arraigado en valores mucho más tradicionales y que amaba a su rey Fernando a quién las propias Cortes estaban quitando la soberanía. Escudero insistió sobre el esfuerzo que hicieron algunos diputados por conciliar la tradición de las Cortes medievales con el constitucionalismo gaditano: un intento por demostrar algo falso como hizo Francisco Xavier Martínez Marina en los tres tomos de su Teoría de las Cortes (1996 [1813]). En rigor, las Cortes medievales representaban a una oligarquía urbana y no al pueblo tal como lo proyectó la Constitución gaditana. Por lo tanto, establecer la precedencia de un grito de libertad sobre otro remite a vanas disquisiciones: he aquí el segundo debate que surgió a lo largo de estos dos congresos. Para el estricto caso de Bolivia, Carlos Diego Mesa Gisbert calificó los «primeros gritos» de invenciones teleológicas de parte de una república que sufrió por ser la última proclamada en el continente. Bien dijo Tristan Platt al cerrar el Congreso de la Paz que buscar orígenes obligaba a jerarquizar fenómenos que, en rigor, eran convergentes. Por ende, no debemos hacer caso omiso de las actuaciones de Potosí, Cochabamba u Oruro, entre otras. Con ocasión del lanzamiento de su libro (Mendoza Pizarro, 2009) durante el congreso de Sucre, Javier Mendoza quiso establecer una profunda filiación entre el grito de Sucre y la Junta Tuitiva de la Paz y recordó el argumento de Gabriel René Moreno según el cual el primer acontecimiento habría sido un movimiento «con careta» mientras que el segundo, «se hubiera sacado la careta». Al respecto, insistió el ponente sobre el peligro de muerte que presentaba en 1809 el uso de la voz «independencia». Por esta y otras razones, la de «libertad» caracterizaría mucho mejor la naturaleza del movimiento. Sumando cuentas, Javier Mendoza apeló a un horizonte anterior: el crisol de patriotismo que formó la Real Academia Carolina de Charcas, estudiada hace varios años por Clément Thibaud (Thibaud, 1997), y los acontecimientos del Cuzco en 1805. La directora del archivo de La Paz, Rossana Barragán, discrepó con una interpretación que, en filiación directa con la de Gunnar Mendoza, iba borrando la evidente radicalidad del proceso de 1809: el famoso archivólogo e historiador pretendía que los héroes de la Paz habían sido condenados más por sus intenciones que por sus actos. En claro desacuerdo, Rossana Barragán presentó varios textos que mencionaban la necesidad de librarse del yugo español. La proclama encontrada por las autoridades cochabambinas en posesión del Padre Xavier Iturri Patiño —ya evocada en su ponencia inaugural por el decano de la Academia Teodosio Imaña Castro— y el famoso «Diálogo de Fernando VII y Atahuallpa» ¿no apelaban acaso a «la gran obra de vivir independientes» («Diálogo»... in Roca, 1998: 131)? Otros textos criticaban sin rodeos a un «rey ingrato» y designaban en cambio los modelos de Francia y de los Cantones suizos. Al concluir su ponencia, Rossana Barragán subrayó el contexto euro-atlántico de los fenómenos sin omitir para nada la conexión entre las rebeliones locales de finales del siglo XVIII y el movimiento independentista. Empero, afirmó no querer resucitar la historia patria sino moderar cierta historiografía reciente que hasta negaba la posibilidad de una radicalidad temprana en Charcas. Anotemos que

4 Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009 fue destacado también bajo el rubro de una auténtica genealogía de la libertad el caso de la primera junta de gobierno americana, la de Montevideo (21 de septiembre-30 de junio de 1808)3. El miedo a Francia y a los planes urdidos por la infanta Carlota hubieran suscitado la temprana oposición de esta Junta al virrey Liniers bajo la conducta del gobernador navarro Francisco Javier de Elío (Ruiz Rodríguez, 2010). Una actuación que se convirtió en modelo a seguir. A estas alturas, cobra interés el aporte de nuevas reflexiones sobre el «primer grito» de Quito. El IFEA estuvo plenamente asociado al VII Congreso Ecuatoriano de Historia y IV Congreso Sudamericano de Historia que organizaron en Quito, del 27 al 31 de julio de 2009, la Sede ecuatoriana de la Universidad Andina Simón Bolívar y su Área de Historia, la sección Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) Benjamín Carrión, la Asociación de Historiadores del Ecuador (ADHIEC), y el Taller de Estudios Históricos (TEHIS), con la colaboración del Colegio de América de la Universidad Pablo de Olávide y el auspicio del ministerio de Cultura y del ministerio de Educación del Ecuador. No pretendemos resumir aquí los aportes de una manifestación que logró contar con un simposio principal, 21 simposios temáticos, y 200 ponentes. El simposio principal dio su tono al Congreso al enfatizar dos perspectivas precisas: el contexto mundial de las independencias y la cuestión de la descolonización en su dimensión más universal. No trataremos aquí sino de la primera vertiente. De entrada, Manuel Chust (Universidad Jaume I) explicó la coyuntura del proceso juntista. Enfatizó la necesaria modernización de ambas monarquías, española y francesa, al salir de la guerra de 7 años, y evocó sus pactos mutuos. Describió luego las fases sucesivas de los acontecimientos de 1808-1809 hasta la disolución de la Suprema Junta Central. Terminó destacando la importancia de una reflexión por hacer sobre el actuar de los virreyes en defensa de España y, muy en particular, el de Abascal. En este mismo marco, Jaime Rodríguez, (Universidad de California), ofreció al día siguiente una ponencia algo desconcertante sobre la «influencia de la independencia de Estados Unidos en la América española». Recordó primero la importante contribución de España en el desarrollo del Derecho natural moderno (principios de Potestas populi y de Pactum transactionis, bases de las teorías posteriores del contrato social). En este sentido, Joaquín Marín y Mendoza4 merecería figurar al lado de Filangieri o de Vattel para realzar una corriente intelectual de mayor importancia en el ámbito criollo que la de Rousseau5. Explicó luego cómo la coyuntura de la guerra contra Inglaterra obligó Carlos III a renunciar a los idearios del libre comercio y de libertad individual y le empujó a reestructurar los reinos de Ultramar bajo la forma de colonias modernas. Luego, el argumento principal de su ponencia fue afirmar rotundamente la no influencia de la independencia de

3 El hecho fue destacado por Gabriel René-Moreno, 1896 (reed.: Biblioteca Ayacucho n.° 208, Caracas, 2003: 250-267), y luego por José Luis Roca (1998: 56-59). 4 En 1776, publicó simultaneamente en Madrid sus Elementa juris naturae et gentium y su Historia del derecho natural y de gentes, la primera del género en castellano. 5 Sobre el contractualismo y las nociones de «pacto de sujeción» y «contrato de sociedad», véase a José Carlos Chiaramonte, 2008: 325-368.

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Estados Unidos sobre las independencias hispanoamericanas. Enfatizó el hecho de que los acontecimientos de América del norte eran muy conocidos en España y no sufrían censura: ¡hasta publicó la Imprenta real de Madrid en 1806 la traducción de un libro francés que glorificaba la independencia de Estados Unidos (Hilliard d’Auberteuil, 1806)! Según Jaime Rodríguez, la voluntad de separarse de España era muy escasa de parte de los criollos y sería el miedo al contagio de América por el ateismo francés el que hubiera desarrollado verdaderamente un deseo de autonomía a partir de 1809. Este habría sido muy marcado en las audiencias subordinadas de Charcas y Quito ya que no tenían derecho a representación en la Suprema Junta Central. En resumidas cuentas, la independencia habría brotado de un fenómeno general iniciado en España, sin necesidad alguna de apelar a la influencia de Estados Unidos. De paso, Rodríguez descartó también la importancia mayor que se atribuye usualmente a Thomas Paine. Lo que sí hubiera actuado como modelo sería posteriormente el modelo federal, asociado a la prosperidad y a la estabilidad. Empero, el fracaso histórico de la América hispana frente a la del norte no sería debido a la poca adecuación de este modelo. La razón se encontraría en la destrucción del sistema social que supo evitar la América del norte. También al hecho de que la América española se emancipó demasiado tarde, después de las guerras europeas, en una coyuntura de declive económico. Pero el argumento principal del incremento de la potencia norte americana en el siglo XIX se explicaría por los estrechos lazos que conservaron los Estados Unidos con su madre patria, hecha ya primera potencia mundial. La ponencia de Anthony Mac Farlane, de la universidad de Warwick, brindó un interesante complemento a la de Rodríguez al interrogarse sobre el papel de Inglaterra en el proceso de las Independencias. De entrada Mac Farlane subrayó una paradoja esencial: la monarquía británica que hasta 1808 se había empeñado sobremanera en debilitar al imperio español, se rehusó a tratar con las Juntas de gobierno hispanoamericanas. Peor, a partir de 1814, Londres ayudó a Fernando VII a recobrar su poderío en Ultramar. En resumidas cuentas, dentro de la nueva lógica del sistema de Metternich, cobró igual importancia para Inglaterra preservar a Europa y al mundo del menor brote revolucionario que conseguir nuevas ventajas comerciales. Al contrario, la opinión inglesa se mostró siempre favorable a la causa independentista. Es obvio que muchos británicos se enrolaron en las filas de los ejércitos emancipadores y que Londres sirvió de refugio a muchos patriotas americanos. El cambio de actitud de la monarquía inglesa no intervino sino en 1823, en reacción al reconocimiento de las nuevas naciones por Estados Unidos y a la intervención francesa en la Península. Por lo tanto, el reconocimiento de Colombia en 1825 no debe ser interpretado como un acto de generosidad: Canning tuvo siempre en vista que la América libre debía estar bajo la influencia de Inglaterra. Otra ponencia notable del simposio principal fue la de Jorge Núñez Sánchez, actual director de la Academia de Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Defendió la tesis según la cual los criollos del año 1809 cometieron el error fundamental de pensar la independencia fuera del orbe indígena. Razón por la cual, las comunidades se alistaron mayormente del lado monárquico. De esta suerte, Tupac Amaru habría sido más lúcido que los próceres quiteños del 10

6 Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009

de agosto. Jorge Nuñez abogó por la necesidad de escribir la historia social de la cual se olvidó la historia oficial y de recuperar con ocasión del Bicentenario estas «otras luchas de independencia», previas al año 1809, y despreciadas hasta hoy. Los simposios específicos dieron lugar a semejantes discrepancias de interpretaciones y puntos de vista. El simposio que condujo Ekkehart Keeding, «Cultura política, pensamiento ilustrado y crisis del sistema colonial», fue uno de los más concurridos. Keeding planteó de entrada de qué manera la monarquía habría restringido muy temprano el desarrollo de la imprenta y frustrado la circulación de los libros franceses en las postrimerías del siglo XVIII. Destacó luego la importancia de la crisis del «sistema colonial» y enfatizó este primer grito de libertad contenido en un pasquín cuencano de 1795: «A morir o vivir sin rey prevengámonos, valeroso vecindario. Libertad queremos (...)». Luego, Rogelio Altez, de la Universidad Central de Venezuela, destacó la necesidad de desbaratar los mitos que encubren las revoluciones, nutridos siempre de teleología, y apeló a considerar en la materia las interpretaciones de François- Xavier Guerra. María Mercedes del Valle Risco, de la Universidad Nacional de Tucumán, definió la independencia como una vertiente entre otras de la «conquista de la Simposio «Cultura política, pensamiento ilustrado y crisis del autonomía», planteada por las sistema colonial», conducido por Ekkehart Keeding Luces como uno de sus objetivos Quito, julio de 2009 principales. Muy notable en este simposio fue la intervención de Carlos Landázuri de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y actual director de la editorial del Banco Central del Ecuador. Subrayó el peligro de la teleología inherente a la búsqueda de los orígenes intelectuales del 10 de agosto quiteño. Muy en particular, no habría que confundir el anhelo por la independencia con el establecimiento del régimen republicano. En Quito, se buscó primero una solución monárquica. La república llegó después. Tampoco habría que olvidarse de la dimensión regional de la Independencia. Esta fue básicamente una guerra civil que opuso regiones contra regiones y a todas las provincias contra Quito. Si esta quería librarse de la tutela de Bogotá y de Lima, ¡las provincias también quisieron librarse de Quito! Carlos Landázuri insistió también sobre la pluralidad de influencias que concurrieron a conformar la idea de independencia en el Ecuador: memoria viva de las rebeliones del siglo XVIII, influencia mayor del ejemplo norteamericano y actuación poderosa del clero en el proceso mismo. No hagamos caso omiso

7 Georges Lomné de quién terminó siendo el adalid de la revolución en Quito: el propio obispo Cuero y Caicedo. Ekkehart Keeding concluyó este simposio compartiendo con el público el análisis de una prosopopeya de Mejía Lequerica, fechada en 1800, y que fue representada delante del Barón de Carondelet: «El Celo triunfante de la Discordia»6. Esta pieza sería de obvio contenido político: el «Celo» regresó a Quito, después de haber recorrido numerosas ciudades, para romper las cadenas de Quito. Pidiéndole ayuda a Dios, se oponía a La Discordia y se aliaba a los vecinos de Quito para formar una «asamblea». Javier Fernández Sebastián, de la Universidad del País Vasco, quiso matizar esta interpretación: en un contexto monárquico, el Celo remitía a la virtud y, por lo tanto, alentar el patriotismo de los hombres de bien no encubriría forzosamente un afán revolucionario. Los demás simposios ilustraron bien las tendencias del actual despertar historiográfico: comparación de los procesos más allá de los espacios nacionales (coord.: Ivana Frasquet Miguel), revisión de la historiografía de las Juntas (coord.: Edda Samudio), renovación de la historia militar (coord.: Kléver Antonio Bravo Calle), nuevo acercamiento al papel de la Iglesia (coord.: Laura Febres de Ayala), toma en cuenta de la participación de las mujeres (coords.: Sonia Salazar y Alexandra Sevilla), de los indígenas, de la plebe y de los afrodescendientes (coord.: Alonso Valencia Llano), historia local y regional (coord.: Ana Luz Borrero Vega), escrituras narrativas (coord.: Esteban Ponce Ortiz) y visuales (coord.: Ana Rodríguez Ludeña), memorias y contra memorias (coords.: Guillermo Bustos y Javier Sanjinés) y rescate del patrimonio documental (coord.: María Elena Porras Paredes). El lector encontrará en este mismo número del Bulletin las ponencias del simposio que organizó el IFEA en el marco de este Congreso: «Historia de los conceptos políticos en el área andina (1750-1870)».

Simposio «Historia de los conceptos políticos en el área andina, 1750-1850 De la izquierda a la derecha: Cristobal Aljovín, Isidro Vanegas, Georges Lomné, Carole Leal, Javier Fernández Sebastián

6 A pocos meses del Congreso, en diciembre de 2009, se publicó en Quito el libro de Vásquez Hahn & Keeding (2009). Este reproduce «El Celo triunfante de la Discordia» y también «La Camila o la patriota de Sudamérica» de Camilo Henríquez.

8 Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009

Muchas otras manifestaciones tuvieron lugar tanto en Bolivia como en el Ecuador. Entre ellas, cabe recalcar el Seminario internacional que tuvo lugar en la sede quiteña de la FLACSO: «Poder, política y repertorios de la movilización social en el Ecuador bicentenario» (11-13 de noviembre de 2009). El objetivo de esta manifestación fue claramente de «evaluar la transformación social» del Ecuador en su larga duración, desde 1780 hasta la actualidad. En este amplio marco, varias ponencias estuvieron centradas sin embargo en el periodo mismo de la independencia. La de Sinclair Thomson, de la Universidad de Nueva York (NYU), trató de evaluar el eco de la gran rebelión andina (1780-1782) sobre el movimiento emancipador. Discutió el famoso postulado de la postergación de la independencia como consecuencia del miedo infundido por este trastorno (Bonilla & Spading, 1972). Según Thomson, he aquí la mayor paradoja: en el sur andino donde la rebelión fue más cruenta por la actuación de Tupac Catari, Cuzco en 1805 y, luego, Chuquisaca y La Paz en 1809, se revelaron verdaderos adalides del movimiento emancipador. Se podría entonces adelantar otro postulado: el espectáculo del fracaso de la rebelión liderada por los indígenas hubiera afianzado la idea que solo podrían ser exitosos los criollos en la empresa emancipadora. Un «reencabezamiento», que el jesuita arequipeño Juan Pablo Vizcardo y Guzmán (1748-1798), hubiera concebido antes de proponerlo a la corona inglesa para que ayudara a derrumbar el imperio español. Por lo tanto, en pos de David A. Brading, Thomson colocó a Vizcardo como un eslabón esencial entre el horizonte de la gran rebelión y el activismo de Francisco de Miranda (Juan Pablo Viscardo y Guzmán, 2004: 15-68). Rossana Barragán ofreció luego una interesante ponencia sobre los fenómenos de mimetismo entre los discursos de la «contra-insurgencia», en el Alto Perú, en 1781 y 1809. Dos fenómenos muy distintos que provocaron al final un discurso represivo muy similar. Por ende, los expedientes de pacificación nos enseñan más sobre los tópicos de los acusadores que sobre las rebeliones mismas y van borrando la especificidad de cada una, dando pié a una fácil teleología. Carlos Espinosa, de la universidad San Francisco de Quito (USFQ), estuvo algo provocador en su ponencia sobre «El arco de rebeliones en contra de la Monarquía Absoluta Colonial: repertorio de protesta y conflictividad social-política en el siglo XVIII en la Audiencia de Quito, 1740-1809». Condenó primero el tópico según el cual la nostalgia por los fueros preborbónicos hubiera constituido la principal herramienta de los patriotas del 10 de agosto: un pensamiento ilustrado capaz de alentar la emancipación se había consolidado ya como bien lo mostró Keeding (2005). Segundo, discrepó con la visión dominante durante el bicentenario de unas Juntas de corte meramente aristocrático: esta interpretación se olvidaría del protagonismo plebeyo que Kenneth Andrien ya puso en evidencia para 1765 (Andrien, 1995). Tercero, dijo discrepar con la visión exclusivamente euro atlántica de Jaime Rodríguez: existe un «arco de rebeliones» anterior en la Audiencia y cuya memoria actuó sobremanera en 1809. También dijo discrepar con la visión de Marie-Danielle Demélas e Yves Saint-Geours: según Espinosa, el modelo agustiniano de Quito equiparada con Jerusalén frente a la Babilonia francesa (Demélas & Saint-Geours, 1989; Demélas, 1992), no podría explicar el surgimiento del republicanismo en

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1812 y haría caso omiso, otra vez, de los idearios igualitarios de la plebe. En resumidas cuentas, Espinosa pidió considerar que la aristocracia quiteña, por ser «de servicio» y de creación reciente, no era tan tradicionalista, que la Ilustración había superado ya la neo escolástica en Quito a finales del siglo XVIII y que la plebe había sido un actor esencial. La gran paradoja sería finalmente que el movimiento emancipador ¡se hubiera mostrado tan tradicionalista en 1809! La explicación de ello remitiría al contexto internacional: frente a Napoleón y al ateismo francés, no cabía otra opción. En nuestra propia ponencia, quisimos tratar de la cuestión de la teatralización de la política durante la primera Junta quiteña y, de esta suerte, intentamos verificar la validez del argumento de Mariano Torrente en 1830 según el cual las actos cívicos patrióticos de 1809 no habrían sido sino «ceremonias pantomímicas». Enunciamos primero que el teatro neoclásico había servido ya en 1808 para encubrir advertencias políticas a Ruiz de Castilla, semejantes a las que Boileau pudo dirigir a Luís XIV. Examinamos luego el ritual mismo de las repetidas Juras al rey mostrando cómo la reiteración de estas dio lugar a una coincidencia de los contrarios: concebida como garantía de fidelidad por los unos, fue condenada como argumento mismo del perjurio y la disimulación por otros. En resumidas cuentas, a ojos de los pacificadores, no cabía duda que la Junta no había ofrecido sino una «comedia de la libertad». Este panorama da cuenta muy parcialmente de los progresos de la historiografía sobre los «primeros gritos» de 1809. Haría falta completarlo con una prolija recensión de las numerosas publicaciones que salieron al respeto y rendir homenaje a los notorios avances de la museografía de la independencia, muy en particular en Quito. Para terminar, quisiéramos rendir especial homenaje a Scarlett O’Phelan quien publicó en nuestro Boletín un estudio pionero sobre las Juntas de La Paz y Quito (O’Phelan, 1988b). Su enfoque comparativo apelaba ya a la necesidad, tan común hoy en día, de una «historia conectada» de las Juntas. Durante el Congreso de Sucre, Javier Mendoza recordaba con esmerado humor que la cueca exige que «no haya primera sin segunda». En rigor, el compás de 1809 nos brindó movimientos distintos en Sucre, La Paz y Quito, pero con innegable unidad de tono: el de la libertad.

Georges Lomné IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE

Referencias citadas

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10 Pensar los primeros «gritos de libertad», 1809-2009

CHIARAMONTE, J. C., 2008 – Autonomía e independencia en el Río de la Plata, 1808- 1810. Historia mexicana, 58 (1): 325-368. D’AUBERTEUIL, H., 1806 – Historia de la administración del Lord North, primer ministro de Inglaterra, y de la guerra de la América septentrional hasta la paz (...), 402 pp.; Madrid: en la Imprenta Real. DEMÉLAS, M.-D., 1984 – Microcosmos: une dispute municipale à Loja, 1813-1814. Bulletin de l’Institut français d’Études andines, 13 (3-4): 65-76; Lima. DEMÉLAS, M.-D., 1992 – L’invention politique. Bolivie, Équateur, Pérou au XIXe siècle, 620 pp.; París: ERC. DEMÉLAS, M.-D. & GUERRA, F.-X., 2008 – Orígenes de la democracia en España y América, 168 pp.; Lima: ONPE, Fondo editorial del Congreso del Perú. DEMÉLAS, M.-D. & SAINT-GEOURS, Y., 1989 – Jérusalem et Babylone. Politique et Religion en Amérique du sud. L’Équateur XVIIIe-XIXe siècles, 213 pp.; París: Éditions Recherches sur les Civilisations. GUERRA, F.-X., 1992 – Modernidad e Independencias, 406 pp.; Madrid: MAPFRE. KEEDING, E., 2005 – Surge la nación. La ilustración en la Audiencia de Quito, 732 pp.; Quito: Banco Central del Ecuador. MARÍN Y MENDOZA, J., 1950 [1776] – Historia del derecho natural y de gentes; Madrid: Instituto de Estudios Políticos. MARTÍNEZ MARINA, 1996 [1813] – Teoría de las Cortes, 3 tomos, CLXXX + 286 pps. + 376 pp. + 370 pp.; Oviedo: Ed. Junta general. MENDOZA PIZARRO, J., 2009 – Quitacapas. Los sucesos revolucionarios de 1809 en el Alto Perú a través de la participación de un antihéroe ignorado, 172 pp.; La Paz: Plural. MORENO, G. R., 1896 – Ultimos días coloniales en el Alto Perú; La Paz. Reed.: 2003, T. I, 376 pp.; Caracas: Biblioteca Ayacucho N° 208. O’PHELAN GODOY, S., 1988a – Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia, 1700- 1783, 351 pp.; : CBC. O’PHELAN GODOY, S., 1988b – Por el Rey, Religión y la Patria. Las juntas de gobierno de 1809 en La Paz y Quito. Bulletin de l’Institut français d’Études andines, 17 (2): 61-80; Lima. ROCA, J. L., 1998 – 1809. La revolución de la Audiencia de Charcas en Chuquisaca y en La Paz, 237 pp.; La Paz: Plural. ROCA, J. L., 2007 – Ni con Lima ni con Buenos Aires. La formación de un Estado nacional en Charcas, 771 pp.; La Paz: IFEA, Plural. RODRÍGUEZ, I. R., 2010 – La junta de Montevideo (1808-1809). Entre la disidencia y la fidelidad a la legalidad, en el Bicentenario de la gesta emancipadora, 285 pp.; Madrid: Dykinson. THIBAUD, C., 1997 – L’Académie caroline de Charcas, une école de cadres pour l’indépendance. Bulletin de l’Institut français d’Études andines, 26 (1): 87-111; Lima. VÁSQUEZ HAHN, M. A. & KEEDING, E., 2009 – La revolución en las tablas. Quito y el teatro insurgente, 1800-1817, 319 pp.; Quito: Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito FONSAL.

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Historia de los conceptos políticos en el Área andina (1750-1870)

Historia de los conceptos políticos en el Área andina (1750-1870)

13 Georges Lomné

14 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 15-16 Historia de los conceptos políticos en el Área andina (1750-1870)

Introducción

Georges Lomné*

El dossier que presentamos a continuación recoge las ponencias dictadas durante el simposio «Historia de los conceptos políticos en el área andina (1750-1870)», que organizó el IFEA el 29 de julio de 2009 como parte del Congreso Internacional: «Las Independencias: un enfoque mundial. Conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809». Este magno evento se desarrolló en Quito, del 27 al 31 julio de 2009, bajo la autoría académica de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) Benjamín Carrión, de la Asociación de Historiadores del Ecuador (ADHIEC) y del Taller de Estudios Históricos (TEHIS). Es de añadir que fue auspiciado por el Gobierno del Ecuador y varias instituciones internacionales. En tal contexto, nuestro simposio quiso promover un nuevo enfoque para abordar el tema de las Independencias en el área andina. En pos de una historia de las representaciones que anhela estrechar el plano de la producción simbólica con el plano empírico de los acontecimientos, enfatizamos el análisis de los conceptos políticos, en tanto objetos de historia, y tratamos de esbozar el recorrido de cuatro de ellos. Siguiendo las pautas del proyecto internacional IBERCONCEPTOS (coordinado por Javier Fernández Sebastián, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad del País Vasco), los conceptos fueron analizados en el «tiempo largo» del «periodo de transición» que cursó entre 1750-1770 y 1850-1870. Al abrir los debates, Javier Fernández Sebastián nos hizo el grato honor de presentar las bases metodológicas y sustantivas del proyecto IBERCONCEPTOS en el que venían colaborando todos los participantes del simposio. De entrada, puso el énfasis sobre un argumento que encarecía François-Xavier Guerra: el afán de

* Director del IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE. Casilla 17-1218, Lima 18, Perú. Coordinador del simposio.

15 Georges Lomné novedad que caracterizó la «revolución española» se dobló de una mutación radical del lenguaje (Guerra, 1992). Muchas voces, como ciudadano, patria o república, se hicieron más abstractas. Otras sufrieron un fenómeno de «transvaluación»: la connotación de vasallo pasó a ser negativa cuando la de independencia pasó a ser positiva. Utilizando el aparato interpretativo de Reinhart Kosseleck, Javier Fernández Sebastián evocó luego la aceleración de los tiempos y el paso de una sociedad obsesionada por los horizontes de la costumbre a una sociedad ansiosa por su propio futuro. Esta «condensación de los tiempos», atributo mayor de las revoluciones según el publicista español Juan Donoso Cortés (1809-1853), impregnó el vocabulario confiriéndole una dinámica inédita. Lo que se tradujo por ejemplo en el paso gradual del concepto de patria al de patriotismo o en el paso del concepto de liberal al de liberalismo. Para quienes deseen mayores alcances sobre la problemática general de la Begriffsgeschichte, o «historia de conceptos», dentro del orbe ibérico, nos permitimos remitir el lector al ensayo de Javier Fernández Sebastián: «Hacia una historia atlántica de los conceptos políticos» (2009: 23-45). Cada una de las cuatro ponencias que conforman el dossier pretende ilustrar la trayectoria de un concepto político en un contexto peculiar. Sin embargo, es tan ilusorio aislar un concepto de sus coetáneos como delimitar auténticos espacios nacionales en la época que consideramos. El lector descubrirá que «orden» y «partido/facción» son dos caras de una misma moneda. También se dará cuenta que «independencia» y «revolución» entretejen íntimos vínculos. No nos ha sido posible tratar todos los conceptos clave y sus infinitas conexiones. Sin embargo, esperamos brindar un interesante «mapa de términos» (Goldman, 2008: 9) capaz de orientar a quien querrá analizar el «periodo de transición» en el área andina. Por último, agradecemos a Javier Fernández Sebastián por haber autorizado la publicación de los tres primeros textos de este dossier antes de que aparezcan, en versión abreviada, en el Tomo II del Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Deseamos expresar también nuestra gratitud a Anne-Marie Brougère y a Manuel Bonilla por haber adaptado estos textos a las normas editoriales del boletín.

Referencias citadas

FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, J., 2009 – Hacia una historia atlántica de los conceptos políticos. In: Diccionario político y social del mundo iberoamericano (J. Fernández Sebastián, ed.): 23-45; Madrid: Fundación Carolina, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales y Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. GOLDMAN, N., 2008 – Lenguaje y revolución, Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850, 212 pp.; Buenos Aires: Prometeo libros. GUERRA, F.-X., 1992 – Modernidad e independencias, Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, 406 pp.; Madrid: MAPFRE.

16 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 17-35 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia

Del miedo a la «imaginaria Independencia» al festejo de la «Independencia absoluta»: el recorrido de un concepto clave (Nueva Granada-Colombia, 1761-1873)*

Georges Lomné**

Resumen

El concepto de independencia existió en el área andina antes del periodo histórico que le está asociado. En las postrimerías del siglo XVIII, se vinculaba a la libertad absoluta del Rey frente a los dictámenes humanos pero, más a menudo, designaba la desobediencia del Común a Dios y al orden monárquico. Calificada entonces de «imaginaria», la independencia remitía a un tipo de herejía o de inquietud filosófica. En la Nueva Granada, el concepto adquirió un marcado matiz político cuando llegó la noticia de la insurgencia norteamericana y, más tarde, a partir del estallido de la rebelión comunera de 1781. En tiempos de las Juntas de gobierno (1810-1815), se hizo aún más compleja la semántica de la voz en función del tipo de ruptura que se deseaba con una Metrópoli, ella misma en pleno combate por su independencia frente a Napoleón. Con la firme instalación del régimen republicano el concepto se volvió poco a poco una especie de icono que remetía más a un periodo que a un fenómeno en sí.

Palabras clave: conceptos políticos, Independencia, Nueva Granada, Colombia

De la peur de « l’imaginaire indépendance » à la célébration de « l’indépendance absolue » : le parcours d’un concept clé (Nouvelle- Grenade-Colombie, 1761-1873)

Résumé

Le concept d’indépendance existait dans la région andine avant la période historique qui lui est associée d’ordinaire. À la fin du XVIIIe siècle, on le confondait avec la liberté absolue dont jouissait le

* La versión inicial de este trabajo fue presentada durante el Simposio «Historia de los conceptos políticos en el área andina (1750-1850)», en el marco del Congreso Las Independencias un Enfoque Mundial. VII Congreso Ecuatoriano de Historia. IV Congreso Suramericano de Historia, que tuvo lugar en la ciudad de Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, 31 de julio de 2009. ** Director del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE).

17 Georges Lomné roi face aux volontés humaines. Cependant, le concept désignait plus couramment la désobéissance du Commun à l’égard de Dieu et de l’ordre monarchique : qualifiée « d’imaginaire », l’indépendance renvoyait dès lors à un type d’hérésie ou d’inquiétude philosophique. En Nouvelle-Grenade, le concept a revêtu un caractère plus nettement politique dès que fut connue la nouvelle de l’insurgence nord- américaine et plus tard, en 1781, avec l’éclatement de la rébellion du Commun. À l’époque des Juntes de gouvernement (1810-1815), la sémantique du terme s’est enrichie de nouveaux sens en fonction du type de rupture que l’on désirait avec une Métropole qui luttait elle-même avec acharnement pour recouvrer son indépendance face à Napoléon. Une fois la république installée durablement, le concept est devenu peu à peu une sorte d’icône qui renvoyait plus à une période qu’à un phénomène en soi.

Mots clés : concepts politiques, Indépendance, Nouvelle-Grenade, Colombie

From the fear of “imaginary independence” to the celebration of the “absolute independence”: tracing the path of a key concept (New Granada-Columbia, 1751-1873)

Abstract

The concept of independence existed in the Andean region prior to the historical period we ordinarily associate to it. At the end of the XVIII century, it was bound up with the absolute liberty of the king when confronting human sentiment. However, the concept designated more frequently the disobedience of common people before God and the monarchist order. Qualified as “imaginary”, independence referred to a kind of heresy or philosophical uneasiness. In New Granada, the concept took on a marked political significance as soon as the North American insurgence became known and, a few years later, when the communal rebellion broke out in 1781. During the time of the Juntas (1810-1815), the semantics of the term was enhanced with new significances according to the type of separation was sought with the peninsular Spain, who at the time was actively fighting with furious energy for its independence from Napoleon. Once the Republic became firmly established, the concept gradually became a kind of icon that referred more to an era than to an actual phenomenon.

Key words: Political concepts, Independence, New Granada, Columbia

«Maldita seas, vil Filosofía! Maldita seas torpe independencia!». Manuel del Socorro Rodríguez, 1796

«Un otro error ha sido muy común en nuestra revolución. Hemos confundido la libertad y la independencia». Francisco de Paula Santander, 1820

A manera de paradoja, la cuantiosa historiografía del periodo de la emancipación suele hacer caso omiso de una reflexión sobre el concepto mismo de «independencia». Quizás por algún valor ontológico que muchos le atribuyen ocultando de hecho usos anteriores que no remiten en rigor a la separación de España. Por tanto, nos proponemos analizar la trayectoria semántica de este concepto clave desde el horizonte moral y teológico que lo albergó inicialmente. Trataremos luego de identificar las configuraciones sucesivas que determinaron sus resignificaciones

18 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia en el marco del virreinato de la Nueva Granada. La breve época de la «Patria Boba» (1810-1815) o mejor dicho, del «interregno neogranadino» (aunque en rigor este empezó en 1808, Daniel Gutiérrez, 2010: 20), brinda así interesantes datos sobre la articulación entre libertad e independencia y la creciente exigencia de plantear ésta como «absoluta». El tiempo más extenso de la Pacificación (1816- 1819) y, luego, de la República de Colombia (1819-1830), nos introducirán al sentido moderno de la voz, en su dimensión plenamente política y territorial. Finalmente, el periodo posterior al «momento Independencia» propiamente dicho, nos enseñará cómo el concepto sufrió una nueva transvaluación dictada en gran parte por la contienda entre liberales y «bolivianos». El concepto de independencia no conoció las múltiples adjetivaciones del concepto orden, ni padeció de una carga semántica tan antigua como patria o república. La primera dificultad en su estudio tiene que ver con el impacto del uso foráneo de la voz inglesa independence (Ocampo, tome 1, 1999) y, a consecuencia, con el abanico de sentidos que le asemejaron los realistas españoles de ambos hemisferios, desde insurgencia hasta herejía. De esta suerte, el sustantivo «independentista» o el adjetivo «independiente» participan de un horizonte atlántico como «patriota» o «patriótico» en sus significaciones más modernas. Conviene recalcar a este propósito la gran influencia del derecho de gentes, y muy en particular del tratado de Vattel (1758), en la definición de la noción de «Estado independiente» (María Teresa Calderón & Clément Thibaud, 2010: 103-111). Una segunda dificultad radica en la confusión que se instaló poco después de la emancipación política entre los conceptos afines de libertad y de independencia. La clara precedencia establecida en 1810 a favor de la libertad llegó a revertirse en beneficio de la Independencia en muchos discursos posteriores hasta brindar la idea de una «independencia inconclusa», es decir huérfana de otra libertad, de corte social y racial esta vez. No es de extrañarse entonces que estos mismos discursos hayan ignorado a menudo la diferencia entre un «grito de libertad» y una proclamación de independencia. Las líneas que siguen pretenden restablecer el justo contraste que existió entre libertad e independencia y revelar el exacto significado de la lucha por una y por otra. En otros términos, el paso del afán por la independencia relativa al combate por la independencia absoluta.

1. LA «IMAGINARIA INDEPENDENCIA» HACIA DIOS Y EL REY

La sociedad de antiguo régimen reposaba enteramente sobre el principio de «dependencia» hacia Dios y el Rey. Por lo tanto, no cabía espacio para el «individuo suelto», y quien aspiraba a ser «independiente» —-o sea no depender ni estar «sujéto à otro» según el Diccionario de la lengua castellana (RAE, Tomo IV, 1734: 250)— se encontraba asociado por antonomasia a un perverso «libertinaje». En la Nueva Granada, el estricto «avecindamiento» que promovieron las reformas borbónicas enfatizó el matiz peyorativo de la voz «independencia» y del epíteto «independiente». En la entrada triunfal del virrey Pedro Messía de la Zerda, en 1761, aparecieron los primeros rasgos del orden ilustrado que se quiso plasmar en

19 Georges Lomné el Virreinato en contra de «los privilegios gremiales» y a favor de una utilidad nueva (Ojeda Pérez, 2008). La Instrucción para el gobierno de los alcaldes de Barrio (1774) y el Reglamento de gremios (1777) que promulgaron sus sucesores, los virreyes Manuel Guirior y Manuel Antonio Flórez, quisieron oponer el sueño de un orden a todos los «rufianes» y «azotacalles» que amenazaban la moral pública en la propia ciudad capital. Estas medidas, en el marco más general del higienismo, pretendían volver a tender los «lazos de sociedad», obligando a todo vecino a conformarse «con el bien en común que exige el nudo de la sociedad» para merecer el título de civilista (Del Riego, Sociedad Económica Matritense, 1784, citado por Alzate Echeverri, 2007: 22). Este conjunto de normas debía forjar «el estatuto de “sujeto sujetado”», tal como lo concebía la policía urbana que anhelaban los Ilustrados (Napoli, 2000, citado por Alzate Echeverri, 2007: 37). De lo contrario, aumentarían «la disolución y otros vicios, que conspiran contra el bien de la República» (Sesión del Cabildo de Santafé de Bogotá, 1801, en AGN, Colonia, fondo Policia, II, orden 12, f. 243, citado por Ojeda Pérez, 2008: 186). Se comprende así que la obra pacificadora que apagó las centellas de la rebelión del Común nos brindase une fuerte politización del concepto a partir de 1782. El franciscano Raimundo Acero fustigó al grupo de «heréticos» que había pretendido que «la obediencia se debía solo a Dios» (Acero, 1782: 23-24). Pocos años después, el capuchino Finestrad inscribiría a los rebeldes del Socorro en una larga genealogía: Donatistas, Maniqueos, Albigenses, discípulos de John Wycliff o de Jan Huss (Finestrad, 1789: 250-51). Así describe su ataque al orden establecido: «Con su imaginaria independencia ofendieron la Religión que considera en los Príncipes todo el respeto y autoridad de Dios». Esta «raza de víboras» se había olvidado del precepto según el cual «Dios es la fuente de toda dependencia» (Finestrad, 1789: 247). En resumidas cuentas, abjurar la proclamación del Rey no era sino disolver: «el vínculo fuerte, invencible, que une a todos los miembros de la Sociedad mediante la solemnidad del juramento para no ser libres en obedecer y defender la Corona» (Finestrad, 1789: 377). Al delito del bajo clero de haber incitado al pueblo a recobrar la soberanía por medio de la rebelión, Finestrad oponía el argumento de Bossuet según el cual el Rey era legibus solutus, o sea absuelto de las leyes positivas. Apuntaba de paso que, en materia fiscal, el propio Alonso el Sabio había dispuesto que «El Soberano, o ya sea por sí o ya por medio de sus Ministros, es absoluto en la imposición de los tributos» (Finestrad, 1789: 260). Y al argumento de los rebeldes del Socorro de encarnar el pueblo de Israel frente a un Virrey hecho faraón, Finestrad oponía la propia historia bíblica: «La Independencia de los Príncipes nos ofrece aquel Pueblo a quien Dios gobernó por sí mismo visiblemente y nos enseña el modo invisible con que Dios gobierna todas las monarquías». Y citaba a Moisés, Josué y Gedeón que estaban exentos de todo pacto con su Pueblo, siendo a imagen de todos los Reyes que les siguieron plenamente «árbitros

20 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia y absolutos» (Finestrad, 1789: 248). Por lo tanto, Finestrad pensaba socavar el fundamento de un «espíritu de preocupación» (Finestrad, 1789: 299) nutrido por la neo escolástica jesuita de Suárez y de Mariana, que había llegado al extremo de calificar al Rey de «tirano cruel» (Finestrad, 1789: 289). Una «desobediencia» contraria al propio Derecho Natural que «dispone que los hijos obedezcan a sus padres» (Finestrad, 1789: 312): «Declaró su independencia [la plebe], quiso gobernarse como República soberana» (Finestrad, 1789: 181). Empero, Finestrad fustigaba también una inquietud, más moderna, atribuida a un metafórico «nuevo Filósofo», autor del «Pasquín General», que había querido enseñar al Pueblo a dar «una muerte civil» a los Reyes (Finestrad, 1789: 375). En una homilía que circuló en 1790, traducida del italiano, otro famoso capuchino decía hasta temer de sí mismo al subir a la silla episcopal de Parma: «En la vida privada conocemos nuestra dependencia (conosciam di dipendere), en la pública nos miramos como solos, y esta imaginaria independencia (un‘ immaginaria indipendenza) puede ser bastante para ahogar en nuestro pecho todos los principios de rectitud». No nos equivoquemos: el blanco del prelado no era sino el «siglo perverso» que había dado a luz una «indócil y soberbia filosofía», capaz de sustituir el orgullo a la humildad (Turchi, 1790: 15-21). Por lo tanto, en los años siguientes, el virrey Ezpeleta y el arzobispo Martínez Compañón se empeñaron en combatir la hybris de los «Filósofos» y el veneno de la «imaginaria independencia» que estos habían instilado. En una larga disertación consagrada a la «Libertad bien entendida», el publicista Manuel del Socorro Rodríguez condenó el libertinaje promovido por la «cofradía del bello espíritu» conformada por Voltaire y Rousseau: «esos dogmatizantes politicos que forman el panegirico de la independencia, no solo son los hombres mas idiotas, sino tambien los mas esclavos» (Rodríguez, 1791: 217). Una locura, inspirada por el gobierno de las Pasiones pues la Razón enseña que: «Si volvemos los ojos al principio de los tiempos, jamás vemos un Pueblo acéfalo y sin Caudillo» (Rodríguez, 1791: 221-222). En 1796, este mismo Rodríguez exclamaría con ocasión de una Elegía a Luis XVI: «¡Maldita seas, vil Filosofía! ¡Maldita seas torpe independencia!» (Rodríguez, 1796: 1379-1386). En resumidas cuentas, el Rey era un «Vice Dios» de quien uno no se podía desligar, mientras que él mismo gozaba de una plena independencia frente a sus súbditos. Finestrad lo había plasmado en estos términos: «Es la potestad de nuestros Reyes tan independente (sic), absoluta y completa sobre todos los hijos de la Nación, tanto Españoles como americanos, que igualmente quedan comprendidos en lo temporal los obispos, los clérigos, los regulares y seculares» (Finestrad, 1789: 330).

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Una disertación de derecho público dictada en el colegio del Rosario de Santafé de Bogotá por un joven oriundo de Ocaña señalaría que: en el dominio temporal, los reyes gozaban de una «independencia absoluta» frente a la «Potestad Eclesiastica» (Civitas talis..., 1792). El «origen divino» del Rey justificaba su Patronato, lo que hacía indisoluble el lazo entre el vasallo y su Señor natural, incluso bajo un motivo religioso. Por ende, en el orbe neogranadino, a consecuencia de la rebelión del Común y por miedo al contagio de las Luces radicales de Francia, la teología política se inclinó para estas fechas, de manera muy marcada, a favor de los postulados de Bossuet. No carece de interés mencionar aquí los dos sermones que Eugenio de Santa Cruz y Espejo redactó en Quito a usanza de su hermano en 1793 y 1794. En el primero de estos panegíricos a Santa Rosa de Lima, el publicista establecía la subordinación de la Ciudad terrestre a la Ciudad de Dios y la «independencia absoluta, en el respeto del hombre, de la ley y de Dios», base de la «cadena indisoluble del orden publico». Frente a ello, la Francia revolucionaria encarnaba la «independencia total», es decir la «impiedad y la licencia» (Santa Cruz y Espejo, 1912 [1793], t. 2: 562). En el segundo, figuraba Santa Rosa como recurso a la «atmosfera pestilencial del libertinaje» que se asociaba a este concepto (Santa Cruz y Espejo, 1912 [1794], t. 2). Este mismo año, unos pasquines irrumpieron en Lima, Santafé de Bogotá y Guayaquil, mientras que un opúsculo clandestino publicado en Filadelfia por Santiago Felipe Puglia, Desengaño del hombre, circulaba de manera casi universal en el orbe hispano, apelando al modelo de «la gloriosa nación francesa». Sin embargo, el virrey Ezpeleta consideró con gran placidez el descubrimiento de un correo anónimo fechado el 3 de octubre de 1794 en Santafé y que había llegado a Guayaquil bajo el sello postal quiteño. En este, se aludía a la «independencia de Santafé» y al corte de la navegación en el río Magdalena por Convencionales franceses bajo el mando de Pedro Fermín de Vargas, «mandado por los Estados Unidos» (Ezpeleta, 1795: 296). Durante el decenio siguiente, la voz desapareció casi por completo de las fuentes manuscritas e impresas. Por ende, sorprende que en junio de 1807 el Alternativo del Redactor Americáno, nos brinde un artículo titulado «Independencia de Polonia», en el cual se aplicaba el calificativo de «Libertador» a Napoleón por haber soltado a los polacos del yugo prusiano (El Alternativo del Redactor Americáno, VI, 27 06 1807: 47-48). La resistencia de Buenos Aires y de Montevideo al asedio inglés ofreció pronto un paralelo que permitía designar también a Santiago Liniers como «Libertador». Empero, esta vez, la voz independencia no se utilizó, ya que los héroes del Río de la Plata no habían muerto sino «en defensa de la Religión y de la patria» (El Redactor Americáno, 31, 04 03 1808: 149-151). Poco después, se pudo asociar entonces Francisco de Miranda, con esmerada ironía, al vencido de Buenos Aires, el general Beresford (El Redactor Americáno, 33, 04 04 1808: 163- 164). Curiosamente, la misma gaceta publicó en octubre de 1808 la traducción de un artículo norteamericano que relataba la fiesta dada en Filadelfia por el 33 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos. Por cierto, quizás en homenaje a la prensa de este país que enfatizaba la fidelidad a Fernando VII en la Península (El Redactor Americáno, 46, 19 10 1808: 265-267). Dos meses más tarde, se hacía el elogio de la Nación española y de su independencia por

22 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia erguirse en contra del Supremo Consejo de Castilla considerado como culpable de la rendición ante Napoleón (El Alternativo del Redactor Americáno, XXV, 27 12 1808: 199-201).

2. LIBERTAD E INDEPENDENCIA

Los pocos documentos neogranadinos que mencionaron la voz independencia en 1809 lo hicieron siempre asociándola con España. En abril, se publicó una arenga de Frutos Joaquín Gutiérrez de Caviedes que databa del mes de septiembre del año anterior, poco antes de la proclama a Fernando VII en la ciudad capital. De manera reiterada, Gutiérrez señalaba a los americanos la desdicha de España por haber perdido su independencia a raíz de la invasión napoleónica (El Redactor Americano, 57, 04/04/1809). Al mes siguiente se publicó la famosa real Orden del 22 de enero que, con ocasión de la elección de los diputados americanos a la «Suprema Junta Central gubernativa de España y América», argumentaba que: «los vastos y preciosos Dominios que España posee en las Indias no son propiamente Colonias o Factorías como los de otras Naciones, sino una parte esencial e integrante de la Monarquía Española». El texto estipulaba luego que se trataba «de estrechar de un modo indisoluble los sagrados vínculos que unen unos y otros dominios» (Decreto, 22/01/1809, en Documentos…, 1883: 16). Es bien sabida la magnitud de la ofensa que pudo representar este texto para quienes consideraban que América no era sino uno de los dos pilares de la monarquía, estando aquella conformada por múltiples reinos a imagen de la madre patria (Guerra, 1992: 186-187). Que América fuese rebajada al rango de «posesiones» o de «reinos subordinados», ni siquiera al Rey sino al territorio de la España peninsular, motivó los agravios que Camilo Torres dirigió a La Junta Central en nombre de la municipalidad de Santafé de Bogotá: «Establecer, pues, una diferencia en esta parte, entre América y España, sería destruír el concepto de provincias independientes, y de partes esenciales y constituyentes de la monarquía, y sería suponer un principio de degradación. Las Américas, Señor, no están compuestas de extranjeros a la nación española» (Torres, 1809: 8). Torres vislumbraba el peligro de la «guerra intestina» entre las provincias en ausencia de un «vínculo que las vuelva a ligar» (Torres, 1809: 32), a saber el goce de una justa representación mediante Juntas copiadas de las que habían sido proclamadas en la Península. Una inquietud similar se apoderó de los patriotas en pos de proclamar la Junta de Santafé de Bogotá. En el prospecto de su nuevo Diario político, José Joaquín Camacho y Francisco José de Caldas escribieron (1810): «Nosotros, que el día 20 de julio de 1810 conquistamos nuestra independencia: (…) necesitamos de un Diario político en que nuestros Franklines y nuestros Washingtones derramen luces y fijen nuestra inconstancia y nuestra incertidumbre».

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Y añadieron: «Que cada provincia ocupe su lugar, que la capital sea capital, y que la provincia sea provincia» (…) «Alarguemos nuestras manos, liguémonos con vínculos indisolubles para siempre». Esta metafórica jura de los Horacios apelaba a tejer lazos de dependencia entre las provincias y la ciudad capital mientras que la patria se hallaba independiente, de aquí en adelante. Terminaba el documento con este lema: «Libertad, independencia, subordinación a las autoridades, patriotismo, humanidad» (Diario político, 27/08/1809. In: Martínez y Ortiz, 1960: 29-35). Los autores oponían explícitamente libertad y libertinaje, rescatando el argumento ciceroniano que solía utilizar la oratoria sagrada: «¿Queremos ser libres? Seamos virtuosos». Esto es muy importante ya que nos hace entrever, en rigor, que libertad e independencia no eran sinónimos en la época para los patriotas. La libertad no era sino una conquista política que remitía a la instauración del espíritu republicano frente a la tiranía de los reyes y suponía la dependencia hacia Dios y las leyes. La misma Regencia, con fecha del 6 de septiembre de 1810, invitaría a semejante distinción: «La independencia de una Nacion se funda en no depender de otra: por ella peleamos. Su libertad consiste en conservar sus derechos contra toda tiranía domestica y extranjera: para conseguir este bien están convocadas las Cortes» (Documentos para la Historia de la Provincia de Cartagena, 1883: 144). Por ende, el sentido que muchos patriotas dieron al concepto de independencia en un principio no remitía sino a la búsqueda de la igualdad de derechos, lo que negaron enseguida sus adversarios al apuntar la ruptura del lazo vassallático y el libertinaje moral y religioso que suponía. El obispo de Cuenca escribió a la Junta de Bogotá en septiembre de 1810: «con los hermosos títulos de Religión, Rey y Patria ella [la Junta de Santafé] siempre será una verdadera insurrección y un manifiesto deseo por la independencia» (Diario politico, 29, 04/12/1810. In: Martínez y Ortiz, 1960: 216-218). Estamos entonces aquí frente a una coincidencia de los contrarios: para muchos neogranadinos la voz seguía apegada a la desobediencia hacia el Rey, al libertinaje moral y a la herejía, mientras que para otros encubría el sentido moderno de la igualdad representativa. Esto explicaría que el Diario político informe a la par sobre la «Junta Gubernativa independiente de Buenos Aires» (Diario político, 11, 28/10/1810) y la «Declaración de Independencia» de Caracas (Diario político, 19, 26/10/1810) pero también sobre el hecho que el cabildo de Santafé seguía jurando en octubre «conservar y defender nuestra sagrada religión y los derechos de nuestro católico Monarca el señor don Fernando VII» (Diario político, 20, 30/10/1810. In: Martínez y Ortiz, 1960:165). Con una torpeza que no deja de sorprender la Regencia había anunciado a los Americanos en una proclama fechada del 14 de febrero de 1810 que se veían

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«elevados á la dignidad de hombres libres» y que sus destinos ya no dependían «ni de los Ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores; están en vuestras manos» (Documentos…, 1883: 39). Catorce días después, la Junta de Cadiz había comunicado por su parte a los americanos que estaban «Igualados á la Metrópoli en derechos y prerrogativas» (Documentos…, 1883: 48). Fue en este contexto que Cartagena, en presencia del Comisionado regio Antonio de Villavicencio, estableció el 22 de mayo una Junta Superior de Gobierno «por el modelo que propone la de Cádiz» (Documentos…, 1883: 71). El propio Villavicencio escribía sin embargo desde Cartagena al vocal de América de la Regencia, Miguel de Lardizábal y Uribe: «es una eterna verdad que hay más patriotismo y amor á Fernando VII en todas las Américas que en España. Lo he palpado y es admirable á la distancia que están de las bayonetas francesas» (28/05/1810, Documentos…, 1883: 76). Así es cómo el Síndico Procurador General de Cartagena haría valer para su ciudad «los gloriosos timbres de la fidelidad é independencia á toda usurpación» (Documentos…, 1883: 111), frente a la actuación de la Villa de Mompox. El 6 de agosto de 1810, esta había proclamado su «Independencia absoluta» frente al «Consejo tiránico de la Regencia» (Documentos…, 1883: 192). El prócer de estos acontecimientos, José María Gutiérrez de Caviedes no vaciló en asociar este proyecto de «Nacion independiente» al «principio de la felicidad de los pueblos», la «anarquía» o sea «la santa igualdad que el filósofo siempre ha respetado» (Documentos…, 1883: 193). José María Salazar narró cómo en Mompox «ha resonado por todas partes el grito de la Independencia» y cómo en la noche el «grito común» era «¡viva la Libertad y la Independencia! La Suprema Junta de Santafé! Nuestro cuerpo municipal!» (Documentos…, 1883: 197). Lo que asumía Mompox era sobre todo una independencia provincial y un acercamiento a la ciudad capital con miras a negociar un espacio propio de soberanía (Martínez Garnica, 2007: 312). Pronto, la Junta de Cartagena denunciaría los «funestos principios de anarquía que tanto se han proclamado en aquella Villa por cabezas sulfúreas»: el 5 de agosto hasta habían adornado un árbol de la libertad con una escarapela encarnada que llevaba el lema «Dios y la Independencia» (Documentos…, 1883: 201). En medio de la creciente disgregación política y territorial y a pesar de la prudente advertencia de la Junta de Cartagena de preferir la solución de un Congreso federativo para las Cortes del Reino, estas se instalaron en Santafé de Bogotá, el 22 de diciembre de 1810, según el esquema propuesto por la ciudad capital. Cabe recalcar que los diputados que presenciaron aquel día la apertura del primer Congreso juraron defender la «independencia y soberanía» del Reino contra una posible agresión extranjera (Gutiérrez Ardila, 2010: 222). Esta coyuntura y el espectáculo de la guerra entre Cartagena y Mompox hicieron que los publicistas Camacho y Caldas afirmaran que el Reino era un «cuerpo de Nación» y que la «nueva república» debía ser «un todo permanente e indissoluble», gracias a «vinculos de amor y fraternidad». Esta reunión de «todas las partes del cuerpo politico» permitiría «Afirmar nuestra independencia» (Suplemento al Diario político, 45, 29/01/1811. In: Martínez y Ortiz, 1960: 325-328). Pero el más acérrimo enemigo de la emergencia de provincias independientes en la Nueva

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Granada fue el propio Nariño. En esta lógica no veía sino una trampa urdida por la Regencia «reducida á Cadiz» con fines de mantener un «sistema colonial» (…) «baxo las apariencias de partes integrantes». Su posición, muy radical, introduce ya la metáfora del amo y el esclavo: «Que la España, si Dios le da la vida, reconozca de buena fe nuestra INDEPENDENCIA, y entonces si seremos verdaderos amigos: la amistad solo la puede haber entre hombres libres, y jamás entre los amos y los esclavos» (Suplemento a la Bagatela, 4, 04/08/1811). Este argumento parece hacer hincapié en el postulado que Blanco White acababa de emitir desde su exilio londinense: «Independencia, reunida a la obediencia de los legítimos monarcas de España, no puede jamás expresar separación de aquellos dominios. Independencia, entendida de este modo, es una medida de gobierno interior que todos los pueblos de España han tomado según les han dictado las circunstancias, y que no puede convertirse en delito porque la tomen los americanos» (El Español, I, 08/1810. In: Moreno,1993: 65). Nariño en forma de «amonestación», quiso alertar a todos los americanos de las realidades que enmascaraba el discurso político de la Regencia: «Las palabras de fraternidad, de igualdad, de partes integrantes, no son mas que lazos que tienden a vuestra credulidad. Ya no somos Colonos: pero no podemos pronunciar la palabra libertad, sin ser insurgentes. Advertid que hay un diccionario para la España Europea, y otro para la España Americana: en aquella las palabras libertad independencia son virtud; en esta insurreccion y crimen: en aquella la conquista es el mayor atentado de Bonaparte; en esta la gloria de Fernando y de Isabel: en aquella la libertad de comercio es un derecho de la Nacion; en esta una ingratitud contra quatro comerciantes de Cadiz» (Suplemento a La Bagatela, 5, 11/08/1811). En 1811, la discusión sobre la validez del modelo norteamericano se hizo notoria. Miguel de Pombo publicó en Bogotá la Constitución de 1787, precedida de las «Actas de Independencia y federación» traducidas por él mismo y de un discurso preliminar que, por la calidad de su argumentación, se equipara al Memorial de Agravios (Pombo, 1811). El mismo año, Caldas colocó la Independencia de los Estados Unidos en su Almanaque para el año de 1812 como una de las tres fechas dignas de representar los «Tiempos modernos», al lado de la muerte de Carlomagno y del descubrimiento de América por Colón (Caldas, 1811). El debate sobre la independencia se nutrió de los artículos de Blanco White y, al año siguiente, de las sucesivas Cartas de un americano al Español (White, 1993) y de las contestaciones de White a estas. Poco a poco la metáfora de las cadenas se había sustituido a la de los lazos y la noción de «rebelde» venía asociándose con la de Independencia. Nariño invitaba a romper unas cadenas, similares en fin a las que había padecido Cervantés aprisionado por los turcos (La Bagatela, 03/11/1811: 68). Poco después saludó al «Cuerpo de Patriotas Lanceros de Getsemaní» que había obligado las elites criollas de Cartagena, el 11 de noviembre, a que

26 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia se «desconociera definitivamente la Regencia de Cadiz» y se proclamara «una absoluta independencia»: ¡Puedan las cadenas que acabais de romper formar un lazo que os una para siempre con Cundinamarca! (La Bagatela, 15/12/1811: 94). Alfonso Múnera enfatizó al respecto el papel que desempeñaron los pardos encabezados por el artesano mulato Pedro Romero en un proceso que los publicistas criollos no hubieran contemplado sino para el año siguiente, con ocasión de la Convención general de la Provincia, y bajo su estricto liderazgo (Múnera, 1998: 182-203). Una vez más Cartagena se hallaba a la vanguardia de la revolución. Cabe mencionar que, a partir de la proclamación de la «independencia absoluta» de la república de Cundinamarca en julio de 1813, empezó un nuevo cómputo del tiempo: este «año primero de su Independencia» se sustituyó al de «Cuarto de nuestra libertad» enseñando otra vez el matiz que regía en la época entre ambas nociones. Y si en 1810, hablar de independencia podía ser considerado «crímen de Estado» (Gutiérrez, José María, 28/01/1811, in: Documentos…, 1883: 219), en 1815, se crearon «Comisiones de Vigilancia» en todas las provincias de la Nueva Granada para «instruir causas contra los que con obras, escritos o palabras procedan contra la libertad e independencia de la Nueva Granada» (García, 1815, 26/09).

3. «TODA LA FEROCIDAD DE UNA GUERRA CIVIL», O LA INDEPENDENCIA ABSOLUTA

En pocos años, habían florecido varios Estados «libres e independientes» en el territorio de la Nueva Granada: República de Cundinamarca (Constitución de marzo 1811 y del 18 de julio de 1812); Estado de Cartagena de Indias (Declaración de Independencia el 11 de noviembre de 1811; Constitución del 14 de junio de 1812); Provincias Unidas de la Nueva Granada (Acta del 27 de noviembre de 1811, firmado en Bogotá y Acta federal firmado en Tunja de septiembre 1814); nueva República de Cundinamarca (Constitución de julio 1815). Todas reconocieron en rigor que desconocían el gobierno de la Regencia pero ninguna se atrevió a disertar sobre la ruptura radical que suponía el concepto de «independencia absoluta» tal como lo había planteado la Junta de Mompox. Utilizado como adjetivo, absolutus expresa el acabamiento o la perfección. Pero como participio designa el hecho de deshacer los lazos entre marido y mujer, padre e hijo o amo y esclavo, ya que en el derecho romano «el hijo desempeña un papel simétrico al del esclavo». La extinción de la patria potestas para un hijo o una hija es similar a la manumisión del esclavo: se trata sui juris de una disolución de lazos (Girard, 2003: 151). Por ende, el verbo solvere era utilizado en las formulas de manumisión en la Roma antigua pero también para hablar del barco que rompe sus maromas. Por lo tanto la expresión se abría a metáforas diversas pero convergentes todas. En 1816, al entrar el ejercito expedicionario a la Nueva Granada, la voz de independencia se convirtió sistemáticamente, bajo la pluma de los pacificadores, en la de insurrección o de insurgencia. Los partes militares

27 Georges Lomné de este periodo ilustran el tono de esta nueva propaganda: «media hora después de mi llegada no cabia la gente en las calles con mil demostraciones de alegria, oyéndose solo las voces de viva el Rey, vivan nuestros hermanos, pronunciadas con la sinceridad de un pueblo fiel que salia de la apresion insurgente», relata Morillo a propósito de su entrada en Girón (Exercito expedicionario, 23, 10/03/1816). Más eficaz en su propósito resultó la oratoria sagrada. En 1817, un sermón de Nicolás Valenzuela y Moya brindó una lectura aterradora de todo el periodo: las Luces francesas habían parido una juventud «sediciosa e insurgente», nutrida toda por tres principios: Independencia, Libertad e Igualdad. Un Reino «antes organizado por la Religión y el buen orden» se había convertido de repente en «Pantomima de Republica, en Palestra de Gladiadores, y en Hospicio de furiosos». Por ende, la plebe había acogido al ejercito realista como «Angeles de Paz à sus Libertadores». (Valenzuela, 1817). Una frase de Morillo recogida de un correo interceptado por los Patriotas resume quizás la filosofía pacificadora: «Si el Rey quiere subyugar estas provincias, las mismas medidas se deben tomar que al principio de la Conquista!!!» (Correo del Orinoco, 5, 25/07/1818: 1). Dos prioridades rigieron en la joven república de Colombia a partir de 1819: justificar su Independencia en el plano teológico y alcanzar las proporciones geográficas que se había propuesto. La obra de Roscio, El Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo, cumplió en gran parte con el primer objetivo (Guerra, 2003). Los sermones de iglesia afianzaron a otra escala la tarea de desacralizar la figura del Rey a favor de la «causa sagrada de la independencia» (Garrido, 2009). El éxito de las armas logró el segundo objetivo en 1822, aunque para estas mismas fechas, el publicista Vicente Azuero podía notar que: «las distantes partes de esta vasta república continúan en una incomunicacion mutua, en una falta de relaciones y de recíprocas noticias, que se diria que formaban naciones independientes y sin conexiones de ninguna naturaleza» (Azuero, 17/07/1822). De paso, el mismo Azuero hacía el balance de la guerra de independencia: «La lucha contra el español reunía a la vez todos los caractéres de una guerra exterior y toda la ferocidad de una guerra civil» (La Indicación, 1, 24/07/1822). Por lo tanto, una pregunta cobraba ahora mayor importancia: asumir la soberanía ¿había permitido modificar realmente el orden social preestablecido? Con ocasión de la creación del sello provisional de la república por el general Santander, Azuero adelantaba este atisbo de alcance más general: «nos hallamos bastante confusos con una lejislacion colonial aplicada á un pueblo soberano e independiente» (La Indicación, 10, 28/09/1822). En 1823, la contienda entre las «dos Colombia» —para parafrasear a Chateaubriand— se hizo más nítida. Santander fustigaba a los ciudadanos a quienes no les gustaba «la Independencia de Colombia» y no les gustaba vivir sin Rey y «sin cadalsos, patíbulos, sangre y desolación» (El Patriota, 4, 09/02/1823).

28 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia

Y deseoso de promover mayor espíritu público, el general proponía que una canción propagara un compendio de virtudes similar al que debería adornar a un militar «como defensor de la república»: «amor a la independencia y a la libertad, respeto y obediencia á las leyes y a las autoridades, sumision á sus superiores, valor, constancia y sufrimiento» (El Patriota, 9, 02/03/1823). Nos consta que, durante el periodo dicho de la Gran Colombia, las fuentes siguen distinguiendo siempre los términos de Independencia y Libertad. Sin embargo el reconocimiento de la independencia de Colombia por las grandes potencias del momento podía inducir a cierta confusión ya que estas consagraban a la vez la separación de España y, a veces a pesar suyo como en el caso de Francia, un régimen político cuya naturaleza no compartían. Para estos mismos años, la voz empezaba a designar la lucha de emancipación en sí y, también, de cierta manera, una época. Sin embargo, a manera de recordatorio, el obelisco que adornó la catedral de Cartagena con motivo de las exequias del Libertador llevó un retrato en su base, sostenido por dos estatuas representando respectivamente la Libertad y la Independencia (Révérend, 1866: 65-70). En los años posteriores, la Independencia se convirtió en un «lugar de memoria» capaz de legitimar un partido u otro. Por ejemplo, un periódico opuesto al presidente Santander puso énfasis en la manera cómo este habría refrenado aquel año el boato de la celebración del 20 de julio en Bogotá con la finalidad de preservar la candidatura de su sucesor designado, Obando, a diez días de las elecciones secundarias, habiendo sido aquel «el mas tenaz enemigo de la independencia de la Nueva Granada» (El Imperio de los Principios, 2, 17/07/1836). Poco después esto dio lugar a una copla: «Y los que a la Independencia / Se opusieron mas tenaces, / Hoy se créen solo capaces / De sérvir la Presidencia» (El Imperio de los Principios, 3, 24/07/1836). De manera general, se asistió a cierta desacralización de la Independencia a través de la caricatura (El Observador, 15, 29/12/1839: 82). El mismo tiempo calendar había sido vaciado de ciertas de sus referencias claves: en el almanaque de 1838, el 28 de octubre, fiesta onomástica de Bolívar y fiesta más sagrada —por antonomasia— del periodo colombiano, había desaparecido (Almanaque nacional, 1837). La guerra de los Supremos devolvió a la referencia bolivariana su papel central pero no por esto resucitó el registro anterior que se podía atribuir al concepto mismo de Independencia. María Teresa Uribe y Liliana María López han recalcado la formación por parte de ambos bandos beligerantes de un «republicanismo genérico» que «apelaba a la devoción y pasión mecánica de los ciudadanos por la nación imaginada». Los dos autores subrayan al respecto una instrumentalización de la voz independencia en las proclamas y discursos de los Ministeriales como de los Supremos (Uribe & López, 2006: 101-104). La heroización de Neira brindó al gobierno en lucha contra los Supremos el crisol de su propaganda a favor de un nuevo tipo de patriotismo de corte más «cívico». El 28 de octubre de 1841, fue proclamado «Día de Neira». El primer aniversario de la liberación de Bogotá del

29 Georges Lomné peligro de los Supremos por el general Neira coincidía de manera milagrosa con la fiesta de Bolívar. Un diálogo se hacía posible entre los dos héroes muertos por la patria: «me toco fundar la independencia: tu debes fundar la Libertad» le decía Bolívar a Neira (El Día, 75, 28/10/1841, 330-332).

EPÍLOGO: LA INDEPENDENCIA, UN DIFÍCIL «LUGAR DE MEMORIA»

A partir de 1850, se intentó plasmar el significado mismo de la independencia (Lomné, 2000). José Antonio de Plaza, un liberal moderado que había sido redactor de la Gaceta de la Nueva Granada, entregó de ella una interpretación reducida al mero enfrentamiento de los criollos con los españoles (Plaza, 1850). Tres años más tarde, el tono de José Maria Samper sería mucho más radical al designar la Independencia como una emancipación tributaria de los modelos revolucionarios de Estados Unidos y Francia (Samper, 1853). A la par, las sátiras se hicieron mucho más numerosas acerca de la simbología que se le asociaba. El jurista Cerveleón Pinzón, en 1851, se burlaba de la entropía creciente del signo político y de la parafernalia vinculada al 20 de julio (Pinzón, 1851). El mismo año, el director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, Ambrosio López, confesaba no ser «procer de la independencia» y apuntaba que si debía tener un blasón: «se habría compuesto de una pala, un barredero, unas tijeras i una mucura de chicha en lugar de palomitas, flores de lis, castillos y leones. Mui lindo me habría quedado mi escudo de armas, porque todas las cosas se resienten su oríjen» (López, 1851). En 1858, un autor anónimo se quejo de las «escandalosas saturnales de los últimos días de julio». En su opinión, «la turba corrompida hacia fiesta pública de sus vicios» y su pasión por los toros y el juego de dados enseñaba que en vez de ir hacia la civilización el pueblo bogotano se apegaba todavía a la herencia de España, el dia mismo de la fiesta de la Independencia nacional (Las Fiestas i la Civilización Bogotana, 1858). Opinión similar en un texto también anónimo de 1866 en el cual el autor apostrofaba a los «Padres de la Patria» diciéndoles: «Tomamos vuestro dia, vuestro 20 de julio, como un pretesto, no como una santificación». Les confesaba luego que nadie se acordaba ni siquiera de sus nombres y que si su blasón había sido antaño «un leon ahuyentado», el que convenía de aquí en adelante al 20 de Julio era el de una «una mula enlazada» (Las Fiestas Nacionales, 1866). Esta trayectoria del desengaño no puede concebirse fuera del contexto de tres guerras civiles sucesivas (1851, 1854 y 1859-1862). La última, al defender la soberanía de los estados regionales frente al poder central terminó siendo «una guerra del Estado contra sí mismo» (Eugenio Gutiérrez Cely, citado por Uribe & López, 2008: 41) y desdibujó aún más el heroísmo vinculado al periodo de la Independencia. Por lo tanto, en 1869, Sergio Arboleda quiso distinguir independencia y revolución para realzar la primera en desprecio de la segunda (Jaime Jaramillo-Uribe, 1982: 69-75). Pero la lógica del desprecio y de la burla no se revirtió sino a partir de 1873 cuando se designó la fecha del 20 de julio como fiesta nacional de Colombia (Oficio…, 1873).

30 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia

Referencias citadas

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32 Nueva Granada-Colombia (1761-1873): trayectoria semántica del concepto clave de Independancia

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33 Georges Lomné

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35 Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, Tel. 447 60Georges 70 Lomné Fax: 445 76 50 - E-mail: [email protected] Web: http://www.ifeanet.org

Coedición: Institut français d’études andines (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE) - Les Chemins du Baroque - Universidad San Martín de Porres CD Organos barrocos

Libro Escobari

Coedición: Institut français d’études andines (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE) - Plural Editores

36 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 37-61 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850)

El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850)*

Carole Leal Curiel**

Resumen

El artículo evalúa el recorrido semántico de las nociones de orden social, político y natural en el espacio político de Venezuela durante el periodo 1770-1850. Se analizan las transformaciones y resignificaciones que adquiere el concepto «orden» a partir de la crisis política de la monarquía en 1808 y su proceso de ruptura semántica con la emergencia de la república.

Palabras clave: orden (social, político y natural), Venezuela, monarquía, República

Le concept d’ordre dans un temps de changement : le Venezuela (1770-1850)

Résumé

L’article décrit l’évolution sémantique attachée à la notion d’ordre (politique, social et naturel) au Venezuela entre 1770 et 1850. Il s’agit d’évaluer les mutations et transformations du concept « ordre » à partir de la crise de la monarchie hispanique (1808) et d’analyser le processus de rupture sémantique produite par l’avènement de la république.

Mots clés : ordre (politique, social et naturel), Venezuela, Monarchie, République

* Una versión más corta de este trabajo fue presentado en el marco del Simposio «Historia de los conceptos políticos en el área andina (1750-1850)», coordinado por Georges Lomné, en el marco del Congreso «Las Independencias un Enfoque Mundial. VII Congreso Ecuatoriano de Historia 2009. IV Congreso Sudamericano de Historia», que tuvo lugar en la ciudad de Quito, en la Universidad Andina Simón Bolívar, el 31 de julio de 2009. ** Profesora Asociada. Departamento de Ciencias Sociales e investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas-Bolivarium de la Universidad Simón Bolívar. E-mail: [email protected]

37 Carole Leal Curiel

The concept of order in times of transition: Venezuela (1770-1850)

Abstract

This article evaluates the semantic route taken by the notions of social, political and natural order in Venezuela during the political period of 1770-1850. The text analyses the transformations and new meanings of the concept of order after the political crisis of the monarchy in 1808 and the process of semantic rupture in the emerging republic.

Key words: order (social, political and natural), Venezuela, monarchy, Republic

Las páginas que siguen buscan reflexionar sobre la evolución semántica de las nociones de orden social, orden político y orden natural en el escenario político de Venezuela durante el periodo que cursa entre 1770 y 1850. El recorrido se detiene en cuatro momentos clave de esa evolución: en el primero, se evalúan las concepciones dominantes del concepto orden entre 1770 y 1808-1810, fecha que marca el inicio de la crisis de la monarquía hispánica con la invasión de las tropas de Napoleón Bonaparte en la península ibérica. En el segundo, se analizan las rupturas y resignificaciones gestadas a partir de la revolución política del 19 de abril de 1810, tomando en consideración la temprana radicalización que caracteriza al proceso político venezolano. En el tercer instante, se examina la carga semántica militar que adquiere el concepto, durante el periodo de la guerra independentista, en su lucha por circunscribir sus usos al ámbito de las constituciones durante el periodo de la república de Colombia; y, finalmente, en el último, de 1830 en adelante, se analiza el curso que sigue el concepto a través de los problemas de inestabilidad que plantea el proceso de construcción de la nación, buscando examinarlos a la luz de lo que Luis Castro Leiva llamó la «confrontación fundamental» entre el republicanismo y el liberalismo (Castro Leiva, 1999: 127-151); que, en Venezuela, se agudiza al calor de la disputa por el poder desde 1840 entre el Partido Liberal y el Partido del Orden. El concepto «orden» entraña algunas dificultades para su aprehensión. Entre otras razones, al revisar sus definiciones en los diccionarios españoles, desde su primera aparición hasta finales del siglo XIX, el concepto no registra variantes ni resignificaciones. En el «Diccionario de Autoridades» (1737) se indica que proviene del latín ordo, y se entiende por orden: «La colocación que tienen las cosas que están puestas por su serie y en el lugar que corresponde a cada una / Se toma también por concierto y buena disposición de las cosas/ Vale también regla o modo que se observa para hacer las cosas / Se toma también por serie o sucesión de las cosas/ Vale también como mandato que se debe obedecer, observar y ejecutar/ Se toma también por relación o respecto de una cosa a la otra».

38 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850)

Estas entradas tienen en común que el orden, dicho a secas y sin especificaciones adjetivales, está relacionado con la disposición y relación de las cosas, lugar y colocación, sucesión, y con reglas o modos de hacer. Un significado que permanece como su sedimento en las posteriores reelaboraciones semánticas que se producen a partir de la crisis política de 1808. En segundo lugar, aunque parece un concepto irrelevante, que no cambia de significado en el registro de los diccionarios durante el periodo considerado es, no obstante, un concepto clave que se despliega en un conjunto de sintagmas adjetivales que impregnan el discurso político del periodo que tratamos. Son las múltiples derivaciones adjetivales las que le van perfilando sus significaciones y resignificaciones durante el ciclo analizado. La carga semántica del concepto se dispersa en conjunción con otros adjetivos dando lugar a los sintagmas: orden natural, orden social, orden político, orden moral, orden militar, orden público, orden constitucional, orden legal, orden antiguo, nuevo orden, nuevo orden de cosas, etc. En algunos casos son discurridos a través de metáforas, símiles y analogías en clave corporal y luego, de conformidad con la recepción de la Ilustración, expresadas en analogía con la naturaleza y con una reelaboración de la idea misma de la física, coherente con leyes provenientes de la mecánica. También es importante señalar que la noción «orden» se desarrolla en un abanico de conceptos vinculados, opuestos o antagónicos, como desorden, caos y anarquía; o conceptos relacionados, positiva y negativamente, como paz, tranquilidad, seguridad, revolución, soberanía, facción, partido; en los cuales, a su vez, se producen «transvaluaciones» conectadas a las transformaciones que se van gestando en el concepto orden.

1. EL ORDEN DE DIOS

Antes de 1810 la concepción de «orden» (natural, político y social) se inscribe en la doctrina de origen divino de la autoridad temporal que, en el caso y época que nos ocupa, se refiere al poder absoluto del monarca1. Una concepción a través de la cual se evidencian dos tipos de disputa de naturaleza diversa, aunque sustentadas sobre dos principios fundamentales para la conservación del «buen orden» de la res publica christiana2: la jerarquía y la subordinación social y política. Por una parte, se concibe la preservación del orden (tanto el político como el social), fundado en la «desigualdad natural» que existía y debía existir entre los hombres, desigualdad instituida por Dios, en la que la sociedad es pensada y metaforizada como un cuerpo con una sola cabeza y unos miembros, algunos más importantes que otros:

1 Véase sobre el desarrollo moderno de esta doctrina y sus dos versiones el trabajo de Juan Carlos Rey (2007: 43-161). 2 Entendida como la «comunidad perfecta», unida por vínculos morales, jurídicos y religiosos en el ámbito de una sociedad corporativa y jerárquica de vasallos. Sobre esta categoría, véanse los trabajos de Luis Castro (2009: 322-345) y de Annick Lempérière (1998: 54-79; 2004).

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«La nación es un cuerpo político que tiene partes integrantes y cabeza perfecta que la componen […] sin la exacta subordinación de los miembros a la cabeza ni el cuerpo natural puede subsistir ni el político conservarse» (de Finestrad, 1783: f. 248, 372). La alteración de ese orden, moralmente descrito como un «acto escandaloso» o un «escándalo público» y sustentado sobre fundamentos teológicos para la conservación del cuerpo, supone la mutación del «orden eterno e invariante» instituido por Dios (Leal, 1991: 194-210), donde el desorden discurre a través de un cuerpo monstruoso que no atiende al concierto ordenado de la naturaleza: «El cuerpo humano con dos cabezas es monstruo más horrible que degenera de su propia especie […] Una Nación se contempla como un cuerpo político y este cuerpo político, en sentir de Tiberio es uno y ha de tener una cabeza para liberarse de la monstruosa Hidra […]» (de Finestrad, 1783: f. 248, 372-373). La metáfora corporal es la que domina el discurso político sobre el orden (natural, social y político) y a ella están correlacionados los conceptos de desigualdad (natural, social y política), subordinación y jerarquía y, por oposición, los conceptos de escándalo, anarquía e insubordinación (política) que, a su vez, son representados a través de la imagen del cuerpo monstruoso de la hidra. Orden/desorden (escándalo) forman parte de un entramado discursivo, articulado sobre la base del modelo de república cristiana en tanto representación de la ciudad de Dios, donde el desorden moral —como bien lo subrayó Germán Colmenares— reviste la connotación de desobediencia política (Colmenares, 1990: 49-63), que se expresa hasta en la alteración de los aparentemente inocuos símbolos y espacios simbólicos (sillas, lugares, centros de poder, etc.) en las ceremonias (Leal, 1991: 171-194). Pues, como observa Joaquín Lorenzo Villanueva en su Catecismo de Estado, según los principios de la religión «la subordinación en la desigualdad conserva la unidad del cuerpo, sea natural o político» (Villanueva, 1793: 32-47). La idea del buen orden monárquico, imaginado como un cuerpo ordenado y jerárquico, es la que centra, por ejemplo, el rechazo del Cabildo de Caracas a las dispensas de color dictadas por las reales cédulas de Gracias al Sacar de 1785. En una sociedad amenazada por el predominio numérico de castas heterogéneas, la admisión de pardos para el Estado eclesiástico y el otorgamiento de privilegios de calidad y tratamiento son vistos por los miembros del Ayuntamiento de Caracas como el quiebre del orden político y civil en tanto que «los pardos o mulatos... son tenidos y reputados en la clase de gente vil». De que «cada uno se mantenga en su clase […] proviene el buen orden de una república» (Cortés, 1978, t. II: 33). Dispensar de su condición a estas «gentes bajas […] ambiciosas […] de igualarse con los blancos a pesar de aquella clase inferior en que los colocó el Autor de la Naturaleza», produciría, según alegó el Ayuntamiento de Caracas en las postrimerías del siglo XVIII, «el trastorno del orden político y civil de la provincia en prejuicio de los dominios de S. M […]» así como «la subversión del orden social, el sistema de Anarquía, y se asoma el origen de la ruina y pérdida de los Estados de América» (Cortés, 1978, t. II: 88; 46).

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Por otra parte, el desorden también presupone «promover la inobediencia e infidelidad al Soberano», lo que se evidencia a través de la amenaza real que, a partir de las revoluciones del siglo XVIII, constituye la literatura «impía y sediciosa» que entra por los puertos «donde la variedad de naciones que lo frecuentan acarrean la corrupción, el desorden y las insubordinaciones a las sabias leyes que los gobiernan» (AGI, Caracas: 430). Así, a la amenaza interna —la corrupción de las costumbres— se suma el acecho de «los gobiernos republicanos de Norteamérica y Francia» que son, en la lectura que producen las autoridades monárquicas sobre la conspiración de Gual y España en el puerto de La Guaira en 1797 para edificar una república igualitaria3, los causantes de la ruptura del «juramento de fidelidad y de trastornar el sistema establecido y las leyes de la monarquía» (AGI, Caracas: 430, pieza 92). «Desde que la Francia en el año 91 […] adoptó el proyecto de un gobierno rigurosamente democrático […] —arguye Josef Ignacio Moreno, rector de la Universidad de Caracas, sobre esa conspiración—, sus terribles ecos resonaron con el mayor espanto y confusión […], [y] desde aquella época desgraciada las ideas republicanas, aunque tímidas y emboscadas, no han cesado de invadir nuestras costas» (AGI, Caracas: 434, f. 288-302). Moreno propone como remedio para «conservar la salud» del cuerpo político, no solo evitar la insubordinación de los esclavos y el ocio de los indios, «el desorden y confusión en las clases, el lujo inmoderado de las gentes bajas, la absoluta igualdad a la que aspiran con los blancos, a aún con los nobles… tan ofensivo al orden público», sino también restituir «[…] la subordinación que debe haber en el orden jerárquico de las diferentes clases de que se compone esta sociedad […] Las leyes prescriben una importante subordinación no solo en el tratamiento personal, sino hasta en los vestidos y alhajas […] [porque] bien sabida es la semejanza proporcional que hay entre un cuerpo político y el cuerpo humano, la analogía de sus partes orgánicas, sus enfermedades y sus remedios. La sanidad de todo cuerpo animal es respectiva y así también lo es la de las sociedades políticas» (AGI, Caracas: 434, f. 288-302). La noción de orden (social y político) adquiere cierta visibilidad política bajo el impacto de la peligrosa «filosofía del siglo». Las amenazas del «seductor lenguaje», de la literatura impía, y hasta de sus símbolos, produjeron en prensa, libelos, opúsculos y catecismos la reafirmación del verdadero y único significado desde el punto de vista de los defensores del orden político monárquico, cercado ahora por la peligrosa «igualdad quimérica». De allí que la última década del siglo haya sido fecunda en una producción literaria reactiva contra la «filosofía impía», parte de ella desarrollada en clave catequística, en la que ocupó lugar fundamental

3 Sobre esta conspiración véanse los estudios clásicos de Grases (1978), Fulgencio López (1997) y López Bohórquezña (1997); además de las novedosas lecturas sobre esa conspiración en Aizpurua Aguirre (2007: 213-344) y Hernández (2007: 345-441).

41 Carole Leal Curiel el «Catecismo de Estado» según los principios de la religión de Joaquín Lorenzo Villanueva, con amplia difusión en España y en algunas ciudades americanas. En el combate emprendido contra las quimeras de los «falsos filósofos» que prescinden de la religión, Villanueva reafirma que «la igualdad cristiana que restableció Cristo no se opone a la desigualdad civil con que se conserva el orden en la sociedad» (Villanueva, 1793: 47-53). El nódulo de significación del «buen orden de la monarquía» (entendido como la armonía que deben guardar las partes del cuerpo entre sí y sustentado en los principios de subordinación y jerarquía, «no propasándose uno al oficio del otro», ocupando cada quien su lugar en la «esfera social» a fin de preservar el orden natural de un cuerpo con una sola cabeza) permanece inalterable hasta el momento de la crisis política de la monarquía en 1808. En la provincia de Venezuela, nobles y vecinos principales de la ciudad de Caracas intentaron constituir en 1808 una Junta Superior para atender la emergencia y orfandad del reino4; lo que fue interpretado, tanto por las autoridades como por «las gentes de clases bajas», como un «proyecto subversivo del orden establecido», puesto que «novedad tan grave […] induciría en todo caso la más peligrosa mudanza y trastorno en el orden monárquico de nuestra constitución», en atención a «los medios y modos con que trataron los pretendidos reos la planificación de la Junta [los que dieron] motivo a presunciones y conceptos capaces de turbar el orden público» (IPGH, 1968, t. I: 321, 328). Entre los equívocos que asocian la alteración del orden monárquico con ese proyecto de junta se asoma el no menos escurridizo concepto de «independencia», pues a la luz de esos acontecimientos, tanto autoridades monárquicas como algunos pardos, europeos y americanos interpretaron esa acción como un plan de separación y ruptura con la monarquía (Leal, 2008: 399-415).

2. REVOLUCIÓN DEL ORDEN PARA REORGANIZAR EL DESORDEN

Con la crisis política de la monarquía y la acefalia de la corona española se marca un punto de inflexión que da inicio a lo que Eugenia Roldán Vera ha denominado la «desontologización» en las maneras de concebir el orden. Es decir, el tránsito que se produce desde una idea en la que el orden (social, político y natural) corresponde a un orden superior inmutable y es entendido como una «regularidad observada en el mundo del conocer (orden del conocer), independientemente de que esta tenga o no una adecuación con un orden superior» (Roldán Vera, 2009; inédito). A partir de esa crisis, la noción de orden adquiere notoriedad y pasa a tener un lugar central en el discurso político con la aparición de expresiones como «nuevo orden de cosas», «nuevo orden», «nuevo orden político», «orden constitucional», «orden legal», «orden público». Se produce una reelaboración en la concepción

4 Sobre este proyecto de junta, véase el trabajo de Quintero (2002).

42 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) del orden natural que tiende hacia su secularización así como irrumpen nuevas metáforas, símiles y analogías (la imagen del edificio, social y político, en fase de construcción, va desplazando gradualmente la del cuerpo que había sido la dominante durante los años precedentes), lo cual tiene lugar en un proceso que es definido por los actores como una «revolución» y/o «regeneración», que fragmenta el tiempo entre un pasado —«orden antiguo», ahora considerado oprobioso— y abre expectativas hacia el futuro o un «nuevo orden» a crear. El quiebre se produce a partir de la instalación en Caracas de la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII que tuvo lugar el 19 de abril de 1810, reunión que se justificó invocando las «leyes fundamentales»5 del reino en respuesta a la orfandad política y, en consecuencia, el retroceso de la soberanía por efecto del «desorden» dominante en los territorios peninsulares: «¿Cuál otro partido de salud restaba a los Americanos que el de no confiar más tiempo a sus autoridades constituidas por aquella misma Junta [se refiere a la Central] y colocadas por el éxito funesto de la guerra y por el desorden y trastorno del Gobierno, en un estado de verdadera independencia?» (Mercurio Venezolano, 1960 [1811]: 11-69). La expresión «nuevo orden de cosas» —que domina el periodo— pone de manifiesto nociones encontradas sobre lo que está en proceso de construcción: la metáfora del «edificio social» condensa la coexistencia de concepciones heterogéneas en torno a las bases y principios que han de sustentarlo, tuteladas al abrigo de la «ingeniería de la Razón». La defensa de la religión, la patria y el Rey en contra del «tirano usurpador» constituye, en un primer momento, la causa común que hermana a europeos y americanos: «Que los españoles europeos sean tratados por todas partes con el mismo afecto y consideración que nosotros mismos, como que son nuestros hermanos, y que cordial y sinceramente están unidos a nuestra causa; y de este modo descansando la base de nuestro edificio social sobre los fundamentos indestructibles de la fraternidad y unión […]» (Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, 1982, t. I: 111). No obstante, algunas señales dan cuenta del gradual desplazamiento que se ha venido produciendo en la antigua representación social de la subordinación. Por ejemplo, un decreto emitido en enero de 1811 otorga a una parda el permiso de usar alfombra en la iglesia, lo que se decide no en razón de una dispensa de calidad, sino «para conservar el aseo y limpieza de sus ropas y precaverlas de los males que se les originan en la salud» (Gaceta de Caracas, 1983a [1811]: 3). Este argumento, por demás ilustrado, revela el tránsito que va de una concepción en la que el tapete es la expresión social, visible y tangible de la natural desigualdad que debe existir entre los miembros y esferas de la sociedad, hacia una en la que su empleo es asunto de pública utilidad, bien sea fundada en la idea de una igualdad natural o en la del artificio de la legislación como parece recrear ese decreto.

5 Fueron reiteradamente invocadas la Ley 3, Título 15, partida 2; la Ley 36, Título 34, Partida VII y la Ley 1, Título 1, Libro 3 de la «Recopilación de Indias».

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El lenguaje da acogida a nuevas metáforas y analogías. Así, el 19 de abril es interpretado como el estallido de un volcán: «[…] parece que el orden político del otro hemisferio no ha hecho más que estar acumulando en tres siglos de monopolio, de arriendo, y de privaciones de toda especie, una enorme masa de este principio volátil en los corazones de los venezolanos; sin calcular la formidable explosión que tarde o temprano había de inundar y cubrir hasta los vestigios de la antigua servidumbre. Después de mil bramidos sordos y formidables, rebentó [sic] el volcán el 19 de Abril […]» (Mercurio Venezolano, 1960 [1811]: 3-169). Y más tarde para explicar la independencia absoluta, en tanto «principio regenerador de las sociedades», se apela igualmente a una analogía proveniente de las leyes de la mecánica: «Este agente es el mundo moral, lo que es la electricidad en el mundo físico; ni la distancia, ni la opresión pueden impedir su propagación y sus maravillosos fenómenos están aún fuera de la leyes de la mecánica. Él es el que produce las tempestades políticas que desvanecen los negros vapores de la tiranía, restablecen el equilibrio social, y hacen respirar el aire puro y vivificador de las Leyes […]» (Mercurio Venezolano, 1960 [1811]: 1-2; 167-168). Nótese la recurrencia a imágenes, metáforas y analogías mecánicas para describir y comprender la esfera de lo político, señal del resquebrajamiento que se ha venido incubando en el reservorio comprensivo con respecto a la analogía entre el mundo natural y el mundo político. Se «seculariza» la naturaleza a través de la traslación de leyes de la física al mundo de la política y, en especial, se «desdeifica» esta última a través de la otra. Un proceso que se desarrolla en asociación a un conjunto de conceptos afiliados al «orden» como, por ejemplo, subordinación a la ley, igualdad legal, concordia, unión, fraternidad; y por antítesis, a conceptos como facción, partido, pasiones, insubordinación, discordia, libertinaje, etc. La reflexión sobre el nuevo orden (político y social) se elabora así en conexión a las pasiones: «Dio la naturaleza al hombre las pasiones para su conservación, pero si se desordenan, contribuyen a la destrucción total» (Sanz, 1959 [1810-1811: 81). Las pasiones desordenadas sobre las que delibera Sanz son, entre otras, la ambición o «el deseo de dominar» que anula la libertad, la avaricia que atenta contra la propiedad, la envidia y el egoísmo. Del mismo tenor son las «facciones» o «partidos», «murmuraciones», «chismes» que incitan la discordia, socavan la fraternidad y unión, y atentan contra la causa común de la libertad: «El que de cualquier manera sugiera y promueva la división entre los ciudadanos [dictamina la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII a finales de 1810] deberá ser mirado como el mayor enemigo de nuestra seguridad pública» (Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, 1982, t. I: 122-123). El desorden de las pasiones conduce a la anarquía, a la insubordinación civil. La idea del «nuevo orden de cosas» evoluciona rápida y radicalmente hacia la

44 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) ruptura con el orden político monárquico y hacia la reconsideración del sentido de la subordinación y jerarquía. La reflexión gravita entre quienes abogan por la necesaria subordinación civil conforme: «[…] al orden establecido por la naturaleza, que antes de toda institución política interpuso entre sus individuos una manifiesta diferencia» [pues] da lástima oír en boca de algunos todos somos iguales [cursivas en el original] dando a esta expresión una extensión ilimitada […] Es necesario saber que los hombres son desiguales por naturaleza y que la sociedad los iguala en razón de su mérito» (Sanz, 1959 [1810-1811]: 25; 19). Y quienes exaltan la igualdad de los hombres por naturaleza, pero una igualdad que se ha de limitar a través de un orden jerárquico derivado de la necesidad de preservar la convivencia en sociedad: «Sois iguales, pero esta igualdad tiene sus límites, y el mantenimiento mismo de la sociedad exige en lo político un orden jerárquico de los ciudadanos. No es un general igual al soldado, ni el Magistrado, ejerciendo sus funciones, igual a un simple ciudadano» (El Patriota de Venezuela, 1961 [1811]: 375). Dos concepciones que ponen en evidencia el alcance de los debates sobre los principios que habrían de sentar las bases, al menos teóricamente, del «nuevo orden de cosas»: igualdad por mérito, jerarquía por virtudes ciudadanas. Durante la Primera República de Venezuela (1811-1812) el concepto se propaga en un conjunto de usos que recorren distintos sentidos: el de la definición del nuevo orden político: la forma de gobierno, la república federal, popular y representativa sustentada en virtudes republicanas: «Hasta pruebas tenemos [argumenta un diputado durante las discusiones sobre si se debía o no declarar la Independencia absoluta] de que nuestros hermanos del Norte desean vernos iguales a ellos en el orden político […]» (Congreso de la República, 1983a: 108). Se le entiende también como el necesario equilibrio de poderes pues «luego que un Poder excede la esfera de sus facultades altera el orden y se da un paso al despotismo o la anarquía» (Congreso de la República, 1983a: 191). Se recurre al uso de «orden civil» para significar no solo la subordinación social entendida como «la dependencia del hijo al padre, del inferior al superior, del soldado al Jefe, del esclavo al Señor» (Congreso de la República, 1983a: 30), sino también a la subordinación política, por ejemplo, la obediencia ciega a la ley. Y junto con el orden político y el civil, el orden público, donde se manifiesta la recepción de los cambios que han operado en el concepto de «policía» gracias a la Ilustración española (Sánchez, 2005: 139-156). Así en el «Reglamento de los Zeladores [sic] de Policía formado para el mejor régimen de esta ciudad», aprobado por el Poder Ejecutivo en 1811, se señala como tarea de los celadores «la mayor vigilancia sobre los vagos, mal entretenidos, casas de prostitución, juegos prohibidos; en una palabra, todo lo que mira al buen orden, aseo y decencia de la población […]» (Gaceta de Caracas, 1983b [1811]: 2-3)».

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La preservación de la independencia absoluta se equipara a la conservación del orden, aunque ello suponga la restricción temporal de las libertades. Renegar de la independencia absoluta, como ocurrió en Valencia en julio de 1811, autoriza la necesidad de un «gobierno militar por algún tiempo para restablecer el orden y desarraigar el mal», pues «no con bendiciones e indulgencias, sino con fuerza y dinero que se establece el orden y la tranquilidad […]» (Congreso de la República, 1983a: 251; 250). La locución «nuevo orden de cosas» resume el unanimismo en torno a la causa común —la independencia absoluta y la república—; en contraste, el desorden, originado en los chismes que contribuyen a la discordia y, en especial, de las facciones producto de los intereses particulares, entraña todas las acciones que atenten contra la misma. Cuando el primer ensayo republicano comienza a tambalearse por efecto del terremoto de 1812 y del cerco que las tropas del capitán de fragata, Domingo de Monteverde, hacen a las armas de la República, el orden lo encarna la dictadura clásica del Generalísimo Francisco de Miranda. En nombre de la salud suprema de la patria se decreta la pena de muerte a «[…] aquellas personas que tratan de formar partido contra nuestro sistema con obras, atacándonos directamente o prestando auxilio a nuestros enemigos; o con palabras, seduciendo las gentes incautas, animándola a que se reúnan contra nosotros o se pasen al enemigo» (Textos oficiales de la Primera República de Venezuela, 1982, t. II: 57). El «nuevo orden de cosas», «nuestro sistema», era no solo el de la independencia absoluta —en el sentido de la independencia de derecho, esto es, «en no ser dependientes de ninguna nación extranjera» como había afirmado el diputado Juan Germán Roscio en julio de 1811 (Congreso de la República, 1983a: 117)—, sino también el de la república federal, popular y representativa consagrada en la Constitución Federal que había sido sancionada en diciembre de 1811. Para los partidarios de la monarquía, por el contrario, el gobierno republicano es la encarnación misma del desorden: «el Gobierno ha logrado una cosa que parecía imposible: ha conseguido reorganizar el desorden», comenta un amigo en conversación privada al Mariscal de Campo Juan Manuel de Cajigal, a propósito de las celebraciones realizadas en algunas provincias dedicadas a la sistemática destrucción de símbolos regios (Cajigal, 1980 [1812-1815]: 53). La capitulación firmada entre Monteverde y Miranda (1812) acaba con el nuevo orden político republicano pero también trastoca el antiguo orden político, administrativo y militar de las provincias de la antigua capitanía general. Monteverde sujeta bajo su mando las provincias de la difunta Confederación; se impone por la fuerza de sus armas, desconoce la autoridad de Fernando Miyares como gobernador y capitán general de Venezuela, administra con «la ley de la conquista», imposibilitando no solo la restitución del antiguo orden monárquico como pretendían algunos6, sino

6 Véase la «Exposición que ha dirigido al Augusto Congreso Nacional el Ayuntamiento de la Ciudad de Santiago de León de Caracas, representante de la municipalidad de la capital de la provincia de su

46 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) también el orden político sustentado en la Constitución Política de la Monarquía, como abogaron la Real Audiencia y el gobernador de la provincia de Cumaná, quienes acusaron a Monteverde de la «más felónica violación de unos pactos» y de haber profanado el «orden establecido por la Constitución» (Blanco & Azpurúa, 1983, t. IV: 525-527; 527-528). En ese contexto, dominado por el conflicto entre el orden de la conquista impuesto por Monteverde y el orden constitucional liberal monárquico que pretende la justicia real, aparecen algunas interpretaciones que buscan explicar las causas que habían dado origen a la revolución de estas provincias. Así, por ejemplo, el ayuntamiento de Caracas recurre a un argumento similar al empleado por el rector Josef Ignacio Moreno en relación a la conspiración de 1797: «Entretanto la filosofía propagaba sus ideas en esta capital, los libros impíos y subversivos del orden se multiplicaban […]» a la que suma el «funesto ejemplo de Guarico» (Exposición que ha dirigido..., 1813: 6-7). De igual parecer es el arzobispo de Caracas, Narciso Coll y Prat, quien atribuye a «la ponzoña de los libros sediciosos, que por todo el mundo esparcía el audaz filosofismo», cuyas ideas «corrompiendo la moral, produje[ron] el lujo, la disolución, y todos los vicios que eran necesarios para arruinar el edificio» (Coll y Prat, 1960 [1812]: 125-126). Del mismo tenor son las interpretaciones que registran las causas judiciales seguidas contra los «insurgentes», en las cuales se argumenta que la revolución de las provincias fue el resultado de «[…] sus desordenadas ideas […] verdaderamente opuestas a los derechos de la Soberanía» (Causas de Infidencia..., 1952 [1812], t. I: 217; AGI, Causas de Infidencia, t. XI: f. 130-159; t. V: f. 199-252v; f. 253-325; t. XXII: f. 236-336).

3. EL ORDEN: ENTRE LA PÓLVORA Y LA CONSTITUCIÓN

Entre 1813 y 1819, tiempo en que «todo lo decidió la pólvora y el plomo», coexisten dos usos, ambos al abrigo de la guerra y sujetos al predominio de lo militar: la dictadura clásica republicana y la ocupación militar del territorio, producto del mandato real, para la restauración del orden monárquico. El orden político quedó supeditado a consideraciones de carácter militar. Durante ese periodo transcurren sucesivamente los gobiernos republicanos bajo las jefaturas supremas de Simón Bolívar y de Santiago Mariño (1813-1814). Más tarde, la república se reorganiza al sur del territorio, en Angostura, bajo el mando supremo de Bolívar, creando la república de Colombia (1819), cuya organización se institucionaliza en el Congreso de Cúcuta (1821). Por el lado del «partido real», la tiranía de José Tomás Boves controla los llanos centrales y parte del oriente del territorio durante 1814, y el

nombre, que lo es también del Departamento de Venezuela, sobre el origen que tuvo la desgraciada transformación política de aquella provincia y de otras adyacentes. Se marcan en ella varios hechos y circunstancias de mucha importancia, interesantes todas al conocimiento del público y al de la Nación entera» (Cádiz, Imprenta Patriótica: 1813. A cargo de D.R. Verges). También véase el Archivo del Ayuntamiento de Valencia, tomo 37, n.o 16, 7 de mayo de 1812.

47 Carole Leal Curiel poder institucional monárquico es ejercido por el capitán general Fernando de Miyares en las provincias de Maracaibo y Guayana. Desde 1815, el poder militar y político fue unificado bajo la potestad del general Pablo Morillo como jefe del ejército expedicionario y capitán general de las provincias de Venezuela. Con la entrada de Bolívar a Caracas en 1813 se da inicio a lo que la historiografía venezolana denomina Segunda República (1813-1814), donde tuvo lugar la reorganización del Estado basada en tres elementos: política interna, política externa y conducción de la guerra. El proyecto estableció como elemento central la legitimación de la dictadura de Bolívar en un doble sentido: la dictadura delegada de Bolívar, adscrita a la autoridad de Nueva Granada, por la que se le confirieron plenos poderes para restaurar el antiguo gobierno de la confederación de Venezuela, y la autoridad única que ejerció en la práctica gracias a la ocupación efectiva del territorio por parte de sus tropas. Según el Manifiesto de Cartagena de 1812, el nuevo gobernante de las cuatro provincias liberadas por sus armas procedió al establecimiento de un gobierno centralizado, en el que asumió los máximos poderes en materia de gobierno, relaciones exteriores y defensa, y mantuvo asimismo la jefatura suprema del ejército. Las provincias de Caracas, Barinas, Mérida y Trujillo quedaron, pues, sujetas a la autoridad de Bolívar (Leal & Falcón, 2009: 61-92). Bolívar encarna el orden político personalista (Soriano, 1996) a través de la dictadura comisoria. Por su parte, Mariño, una vez que libera las provincias de Oriente, establece en ellas un Estado independiente, distinto al de Caracas, organizado bajo el arreglo federal a través de las municipalidades, que le otorgan la dictadura popular solo en lo referido a la conducción de la guerra. Ambas repúblicas fueron de corta duración: un cuerpo de caballería irregular conducida por Boves reconquista la provincia de Caracas a favor de las armas del Rey, imponiendo, según registró un militar partidario de la monarquía, Juan Manuel Cagigal, el «camino de la depravación», pues «el método y el orden era para otras clases de guerra que la que estábamos obligados a sostener» (1980 [1812-1815]: 133), poniendo en evidencia la irregularidad de la guerra librada sin la correspondiente subordinación militar. Con la llegada a Venezuela en 1815 del ejército pacificador, al mando del general Pablo Morillo, la ocupación militar del territorio para la restauración del orden monárquico implicó el sometimiento de los cabildos, imponiendo el orden militar regular a las exigencias de la guerra. No es sino hasta 1819 cuando el concepto comienza a desembarazarse de la carga semántica militar dominante en los años precedentes. El 15 de febrero de 1819, instalado en Angostura, provincia de Guayana, el segundo Congreso Constituyente de Venezuela, Bolívar presenta su célebre discurso con un proyecto de constitución. El discurso, en una reiteración a su crítica al sistema de gobierno federal, aboga por una república indivisible. El congreso autoriza a Bolívar, recién electo Presidente de la República, el ejercicio de «una autoridad absoluta e ilimitada en la provincia o provincias que fueran el teatro de sus operaciones» (Congreso de la República, 1983b, t. I: 111), y aprueba, en agosto de ese mismo año, la Constitución Política de la República de Venezuela, la cual consagra, como

48 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) función «especialmente cometida» al Presidente, «la conservación del orden». Sanciona asimismo que la fórmula del juramento, que han de prestar los miembros de la diputación, añada el compromiso de «ser los conservadores del orden establecido y de las leyes, y los defensores de los derechos del pueblo» (Congreso de la República, 1983b, t. II: 111), con lo que se marca un punto de inflexión en la supremacía militar como garante del orden republicano, inclinándose hacia una concepción del orden legal-constitucional. A partir de esa fecha el concepto se «constitucionaliza», es decir, se delimitan sus alcances y el ámbito de los poderes encargados de preservarlo dentro del texto constitucional. Una característica que perdurará a lo largo del siglo. Aprobada la Ley Fundamental de la República de Colombia, mediante la cual Venezuela y Nueva Granada se unen en una sola república, y decretada la Ley Fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia, en julio de 1821, se convoca un nuevo congreso para perfeccionar la Constitución de Angostura e incluir la representación de las provincias liberadas. Se reúnen en Villa del Rosario de Cúcuta y finalizan con la redacción de una nueva Constitución (30 de agosto de 1821), fuertemente centralista, para los territorios del antiguo virreinato de la Nueva Granada y de la capitanía general de Venezuela dividiéndolos en tres departamentos (Cundinamarca, Quito y Venezuela). En ella se reitera, como función «especialmente cometida» al Presidente de la República, «la conservación del orden y tranquilidad en lo interior y la seguridad en lo exterior» (artículo 113, sección segunda). De 1821 en adelante, el concepto se politiza y polemiza en un doble uso: para debatir el arreglo (central o federal) en la forma republicana de gobierno; y para referirse a la preservación o alteración del orden legal-constitucional. Desde esa fecha existían brotes de insatisfacción en los territorios de la antigua capitanía general de Venezuela con los resultados del Congreso de Cúcuta. La municipalidad de Caracas se negó a jurar la Constitución de 1821, alegando no haber tenido participación en dicho Congreso. En la prensa de Venezuela, se defiende la forma federal de gobierno, considerando que el centralismo, válido para la guerra, carecía de sentido en tiempos de paz. Se escribe en 1824 desde las páginas de El Venezolano: «El orden que llamáis central fue conveniente en los días del peligro, pero reconocida Colombia y disfrutando de la paz por los esfuerzos de sus valientes hijos, él es injusto para los Departamentos de Quito y Venezuela» (El Venezolano, 1824, n.o 76: 2). Esto repercute en Bogotá y escribe Santander a Bolívar: «Todavía en Caracas hablan de federación y los quiteños ni más ni menos […] En Caracas […] tengo denuncios dados por Páez contra los que predican desorden o federación que para mi es lo mismo ahora» (O’Leary, 1981 [1823], t. III: 124-126). El clímax de las tensiones que se habían venido fraguando desde 1821 entre Bogotá-Caracas culmina con los incidentes ocurridos entre abril y diciembre de

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1826, conocidos con el nombre de «La Cosiata» (Soriano, 1988, t. I: 921-925), a raíz de una serie de acontecimientos de carácter administrativo-militar que llevaron a la destitución del general Páez del cargo como comandante general de ese departamento y su llamado a presentarse en Bogotá para ser juzgado por excederse en sus funciones político-militares. La municipalidad de Valencia desconoció las disposiciones de la capital, ratificando a Páez en su cargo. Las municipalidades empezaron entonces a exigir autonomía y la reforma de la Constitución de Cúcuta de 1821 (Leal & Falcón, 2009: 61-92). Santander declara a Páez en rebeldía; le recrimina su desconocimiento al orden legal-constitucional y de alterar el orden público, en los que se superponen la idea de orden legal (sumisión a las leyes y a la Constitución) y orden público (insubordinación militar): «¿No ve U. que ni un sistema cuyo origen es la insubordinación, cuyo progreso es obra de la fuerza no puede tener estabilidad y suceso? […] Aquí tenemos una Constitución sancionada por los Representantes de la Nación, […] si U. vuelve en sí y da un corte decoroso a todo ese movimiento U. será el general obediente y sumiso a las leyes […], será el ejemplo de la subordinación militar […] U. mi querido amigo Páez va a enjugar las lágrimas de su Patria si retrograda hacia el camino del orden […] Para pensar la federación hay tiempo todavía […]» (O’Leary, 1981 [1823], t. III: 420-427). Sobre lo que reitera un mes más tarde: «[…] quiero dar este nuevo paso a favor del orden legal de la República alterado en ese Departamento desde el 30 de abril […] Veamos de qué modo se ha de restablecer el orden público y detener los efectos de un rompimiento funesto y doloroso […] el Libertador sostiene la unidad de la República, sostiene la inviolabilidad de la Constitución por el término que está prefijado […] Esperar que venga el General Bolívar para que vuelva a Venezuela el orden constitucional… es perjudicial a la misma República […] creo importante y necesario y honroso a U. expedir un acto declarando que Venezuela ha vuelto al orden y obediencia debida al Gobierno de que se separó momentáneamente. ¿Para qué he de decir a U. que Bolívar solo, sin ejército es capaz de restablecer el orden público?» (O’Leary, 1981 [1823], t. III: 490-430). Páez ratifica su juramento de no obedecer el gobierno de Bogotá y se pide la convocatoria de un congreso constituyente para diciembre de 1826 al que son invitadas a participar todas las provincias que conformaban «la antigua Venezuela». Desde Trujillo, Fernando de Peñalver escribe a Bolívar manifestando la necesidad de poner remedio a los sucesos de Venezuela: «Todos se han servido de las Municipalidades para hollar la Constitución, y todos lo que quieren turbar en lo sucesivo el orden se servirán de los mismos medios, si ahora no se reprueban» (Epistolario de la Primera República, 1960, t. I: 107). Se teme por la guerra civil:

50 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850)

«Desde la explosión de Valencia se rompió el orden constitucional» —escribe Cristóbal Mendoza a Bolívar— «todos aguardábamos las tristes consecuencias de una guerra civil […]». Y le señala que «se deseaba por los amigos la llegada de V. E. como el único capaz de acallar los partidos y reunir la Representación nacional que revisara la Constitución» (Epistolario de la Primera República, 1960, t. I: 219, 224). Bolívar entra triunfalmente a Caracas en enero de 1827, coloca los departamentos bajo su mando directo, concede una amnistía general y nombra a Páez en el cargo de jefe civil y militar de la república. Los sucesos de Venezuela tienen lugar cuando la república de Colombia se halla fracturada entre los partidarios de la monarquía constitucional, los que abogan por la federación y los que quieren el centralismo. Bolívar encarna la salvación de la república, el orden mismo: «Solo U. puede restablecer el orden», clama J. M. Castillo y Rada en 1826 (O’Leary, 1981 [1823], t. VII: 7-9). En 1827, el Congreso de Colombia convoca la Gran Convención Nacional. Se reúne en Ocaña entre abril y julio de 1828 para examinar la Constitución de Cúcuta. La Convención, dividida entre «santanderistas» y «bolivianos» (como entonces llamaron a los bolivaristas), reaviva la disputa entre la federación y el centralismo. Tras el fracaso de ella, se inicia la dictadura de Bolívar, quien instaura un régimen personalista sin apego a lo previsto por la Constitución, y en la «antigua Venezuela» resucitan los planes separatistas, que se materializan en noviembre de 1829, especialmente alentados por el temor del proyecto monárquico para Colombia que se le atribuyó al Libertador: «[…] se sabía en Venezuela —escribe Páez— la permanencia de un partido en Bogotá que trabajaba y trabaja actualmente para constituir en Colombia una monarquía […] En consecuencia, han comenzado los pueblos a pronunciarse y un instinto conservador los ha uniformado en el sentimiento de la separación de Venezuela del resto de la República […]» (O’Leary, 1981 [1823], t. XI: 382-384). Separada la «antigua Venezuela» de Colombia, se inicia el proceso constituyente de 1830 que crea la república de Venezuela cuya forma centro-federal en un gobierno republicano, popular, representativo, alternativo y responsable queda consagrada en la Constitución del Estado de Venezuela (24-09-1830), la cual instituye como atribución del presidente: «Conservar el orden y tranquilidad interior y asegurar el Estado contra todo ataque exterior» (título 16, artículo 117, numeral 1); también como competencia del Ejecutivo Nacional, la preservación del orden público para lo que el Congreso, o en su receso, el consejo de gobierno, le autoriza a actuar «en los casos de conmoción interior a mano armada que amenace la seguridad de la República, o de invasión exterior repentina» (título 16, artículo 118). Además establece que las diputaciones provinciales no podrán «apropiarse la voz del pueblo para ejercer otras atribuciones que las que se les señala en esta Constitución», pues lo contrario se considera «atentatorio contra el orden y seguridad pública» (título 23, artículo 168). Las amenazas fundamentales para la república naciente las representan, por una parte, las fronteras con Nueva Granada; de allí que se le encargue al ejército

51 Carole Leal Curiel venezolano el resguardo de ellas a fin de garantizar la defensa del territorio nacional contra cualquier conspiración neogranadina que intente una invasión; y, por otra parte, los disturbios internos resultantes de los opositores a la separación, leales al Libertador y defensores de la unión colombiana (Plaza, 2006: 35-42). Mientras estuvo vigente esa Constitución (1830-1857), el concepto orden se emplea en el sentido legal-constitucional (respeto, defensa y preservación de la constitución), el que a veces se solapa con el de orden público (entendido como conmociones internas), y en el sentido ilustrado de orden público (vagos y mal entretenidos). La alteración de mayor peso durante esta etapa, conocida como la «Revolución de las Reformas» (Diccionario de Historia de Venezuela, 1988, t. III: 386-388), tuvo lugar durante el inicio de la presidencia del civil, médico, José María Vargas. Los «reformistas», grupo de tendencia bolivariana integrado por figuras militares que habían peleado en la guerra de independencia, ahora parte del ejército permanente de la república y encabezados por el general Santiago Mariño, exigen entre muchas otras peticiones que los cargos públicos estén en manos de los fundadores de la libertad. La revolución estalla en 1835, destituye y destierra al presidente Vargas, condena la Constitución del 30, y constituye un nuevo gobierno designando a Santiago Mariño como jefe superior de lo que Elena Plaza denomina el «primer golpe de Estado» ocurrido en la república de Venezuela (Plaza, 2006: 146). Se escribe en la prensa de la época: «Energía, señor, energía y los conspiradores desaparecerán, el orden no será una vana quimera escrita en la Constitución» (El Cometa, 1835: 1). Los revolucionarios son derrotados por el general Páez quien recurre a las milicias provinciales y logra el restablecimiento del «orden legal» según consignan los documentos de la Secretaría del Interior (citado en Plaza, 2006: 147), restituyendo a Vargas en la presidencia. Páez se erige en la figura capaz de preservar el orden legal-constitucional y la estabilidad política. Y desde el gobierno se advierte que: «La fuerza permanente, olvidada de sus deberes e infringiendo sus juramentos conspiró contra las instituciones que le daban existencia, y derrocó al gobierno que había puesto en sus manos la custodia del orden» (Exposición que dirige al Congreso de Venezuela..., 1836: 3). De otro tenor es la legislación relativa a los «vagos y malentretenidos», finalmente sancionada en 1845, a fin de garantizar el orden público; ambas categorías entrañan una connotación moral de las conductas sociales en conexión con el progreso y prosperidad material de la nación (Plaza, 2006: 149). Se consideran vagos a los que viven sin oficio, piden limosna, a los que se dedican al ocio o lo promueven, lo que «sin ser locos» duermen en las calles por no tener hogar y a los jornaleros y sirvientes que engañan y faltan a sus compromisos sin causa justificada. Y se entiende por «malentretenidos» a quienes patrocinan juegos prohibidos y casas de prostitución, y a quienes las frecuentan; a los dueños de casas de juegos no prohibidos que permiten los juegos los días de trabajo; a quienes escandalizan con sus «malas costumbres y falta de respeto a sus padres, tutores o patronos»; a los que frecuenten las casas de juegos permitidos antes de las 5 de la tarde o después de las 10 de la noche; a los ebrios; a quienes escandalizan por pleitos

52 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) y «los mayores de diez años y medio y menores de diez y siete que vivan sin aplicarse a alguna carrera u oficio» (citado en Plaza, 2006: 149). El tema sobre la necesidad de erradicar el ocio, vagancia y desocupación en vinculación con la felicidad, la paz y, sobre todo, con la preservación del orden público se venía discutiendo desde la época del establecimiento de la Sociedad Económica de Amigos del País en 1829, una sociabilidad modelada según las sociedades patrióticas españolas de la segunda mitad del siglo XVIII e influenciada teóricamente por la «nueva ciencia de la economía política», que había sido creada para promover el progreso de la agricultura, comercio, artes y oficios, población e instrucción pública. Sus juntas discuten tópicos clásicos de la época: «el amor al trabajo», la «honesta ocupación» como bases de la «felicidad y orden públicos» (Sociedad Económica de Amigos del País..., 1832: 77-87).

4. AMIGOS SINCEROS DEL ORDEN, AMIGOS DE LA LIBERTAD

El debate más feroz durante este largo periodo de estabilidad constitucional tuvo lugar con la aparición del Partido Liberal, fundado en 1840 por Tomás Lander y Antonio Leocadio Guzmán, cuyo órgano de difusión más relevante, El Venezolano, terminó convirtiéndose en la tribuna de la oposición institucionalizada contra el gobierno entre 1840 y 1845. Un partido que adoptó como lema «hombres nuevos, principio alternativo», declarándose como «[…] una oposición fundada en las instituciones, amiga sincera del orden, defensora de la paz» (Guzmán, 1961 [1841], El Venezolano, n.o 62, vol. 5: 208). Se definen políticamente contrarios al «Partido Oligarca» que es el nombre con que sentencian al gobierno y a sus defensores. Los partidarios del gobierno se autocalificaron de 1845 en adelante como «el gran partido de los libres», «el gran partido del orden» y «el partido del orden» (González, 1961 [1845], Cicerón a Catilina, n.o 1, vol. 2, t. I: 311-321). En esta época, la politización del concepto, las maneras de concebir el orden constitucional y el orden público se va a librar primordialmente a través de la prensa. En el oriente del país un seguidor del Partido Liberal, Blas Bruzual, publica el periódico El Republicano, desde cuyas páginas combate a «la oligarquía» a la que acusa de defender un orden «para mantener al pueblo encorvado bajo su vergonzoso yugo», razón por la cual los liberales quieran trastornarlo, pues lo que se llama orden, escribe en un artículo que no por azar titula La Oligarquía, es: «[…] aquel estado normal de las sociedades democráticas en que no hay más soberano que la voluntad del pueblo elevada a ley por los trámites que él haya tenido a bien establecer […]» (Bruzual, in El Republicano, 1844). A partir de 1845 las tensiones entre los seguidores del Partido Liberal y los defensores del gobierno se acrecientan con la radicalización de los liberales y el peligro de revolución social que suponen las posturas de Antonio L. Guzmán. Juan Vicente González, defensor del gobierno y del Partido del Orden, acusa a Guzmán de ser un enemigo declarado de las instituciones y le advierte:

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«Yo Catilina soy amigo de la libertad, pero también del orden; enemigo de la servidumbre, pero también de la anarquía. Y no llamo orden […] el mando de pocos y el monopolio en sus manos de los destinos públicos, sino el sometimiento a la ley, y la consagración al trabajo y el amor a las instituciones, y no llamo anarquía sino la impaciencia de todo freno, y el vivir soñando en nuevas revueltas[…]» (González, 1961 [1845], Cicerón a Catilina, n.o 1, vol. 2, t. I: 316). Es en el contexto de debatir contra el Partido Liberal que González convoca «a todos los hombres identificados por su amor al orden y la elección de los medios para conservarlo» a constituir: «[…] un partido grande y poderoso […] para ilustrar a las masas, para desvirtuar el efecto de las opiniones divulgadas por la demagogia, para redimir a la sociedad de su pernicioso influjo y del influjo de cualquier facción que comprometería mañana la suerte de la República, partido que ha de sostener el gobierno y dirigido por el general Páez […], el hombre señalado por la Providencia para que dirija y presida nuestros esfuerzos en este combate contra la anarquía […]» (González, 1961 [1846], La Prensa, n.o 6, vol. 3, t. II: 133-134). Para liberales como Bruzual, el orden político, que garantiza la paz, se sostiene en el respeto a la Constitución. Así lo asegura en un artículo que titula «El Orden»: «¿Qué significa en Venezuela la palabra orden? No puede ser otra cosa que la situación normal de la República, o de otro modo, el curso de la vida social, conforme a los principios y leyes que ella misma ha establecido para que rijan su existencia. El orden requiere paz, y la paz es imposible en un estado violento […] ¿Cuál es pues el orden que toman por enseña los oligarcas?» (Bruzual, in El Republicano, 1844: n.o 20). El orden lo define la práctica de las instituciones liberales contenidas en la Constitución, el respeto al principio alternativo consagrado en ella: «[…] nosotros vemos» —escribe el liberal Bruzual— «que los que se titulan partidarios del orden han violado ese pacto […] para perpetuarse ciertos hombres en los poderes nacionales contra la voluntad del pueblo […]» (Bruzual, in El Republicano, 1844: n.o 71). El año 1846 está marcado por las crecientes tensiones políticas, producto de las elecciones, entre el Partido Liberal y los seguidores del gobierno. Tras el fracaso de la reunión que debía celebrarse entre el general Páez y Antonio L. Guzmán a fin de buscar un entendimiento, Guzmán, candidato de los liberales, es detenido y acusado de conspirar y fomentar movimientos armados en el interior del país. El proceso dictamina su sentencia a muerte, pena que le fue conmutada por la expulsión a perpetuidad del territorio cuando José Tadeo Monagas asumió poco después la presidencia de la república en 1847. Los seguidores del Partido del Orden temían que los liberales radicales estuviesen llevando el país hacia una revolución social, con lo que amenazaba la existencia misma de la república. Declarado el estado de excepción, se nombró al general Páez jefe del ejército

54 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) a fin de que garantizase, a semejanza de lo obrado en 1835, la restitución del orden público. Juan Vicente González redacta en La Prensa, a propósito de los disturbios de ese año, un artículo titulado «Orden público» en el cual registra la mutación del concepto en su sentido político: «[…] la palabra orden público [cursivas en el original], tomada en su acepción política, parece de origen moderno: ella asciende a la época revolucionaria de Francia, a la organización de la primera guardia nacional, instituida por la Asamblea constituyente, […] asegurando la conservación del orden, es decir la obediencia a las leyes, el respeto a las personas y a la propiedad, bases sagradas sin las cuales no podría concebirse la existencia del Estado. El orden público protegido por la nación armada es el orden social mismo […]» (González, 1961 [1846], La Prensa, n.o 8, vol. 3, t. II: 138-139). Y argumenta que su conservación depende de diversos medios siendo «el sostenimiento de la Constitución el primero combinando los poderes públicos de manera que no se choquen en el curso natural de su acción», lo que explica reelaborando una analogía corporal de vieja data: «Aseméjase en esto la organización del cuerpo político a la del cuerpo humano, en el que cada una concurre, en un fin general, a las operaciones de la vida, sin que su trabajo se confunda con el de los otros órganos, y en el que bajo el imperio de la misma autoridad, todo se reduce a estas tres funciones: querer, ejecutar, juzgar» (González, 1961 [1846], La Prensa, n.o 8, vol. 3, t. II: 138-139). Con el acrecentamiento de la conflictividad y de los debates políticos entre los liberales y los defensores del gobierno, la palabra orden terminó desapareciendo de la bandera del Partido Liberal según lo registra el proceso seguido en el año de 1847 contra Ezequiel Zamora, un seguidor de los liberales, por haberse alzado contra el gobierno y haber llamado a «hacer la guerra a los godos». El mote empleado en la bandera de los liberales proclamaba: «Elección popular, principio alternativo, orden y horror a la oligarquía». Ese año los liberales borraron de su bandera el término orden7. 1847 marcó la llegada a la presidencia de José Tadeo Monagas con el apoyo inicial del general Páez y sus seguidores del «partido del orden», soporte que conservaría hasta el 24 de enero de 1848, fecha del asalto al Congreso y su sometimiento a la autocracia del Ejecutivo; en lo adelante el gobierno pasó a recibir el apoyo del Partido Liberal y se instaura un régimen de diez años marcado por el personalismo político de las presidencias ejercidas por José Tadeo (1847-1851), su hermano, José Gregorio Monagas (1851-1855), y un segundo periodo de José Tadeo (1855-

7 El interrogatorio a Zamora cursó como cito: «¿Sabe usted si de esa bandera que correspondía a la Sociedad Liberal de esa ciudad fue borrada la palabra orden [cursivas en el original], y puede usted indicar la persona que lo hiciera? –Contesta: La palabra que usted indica sí fue borrada, pero no supe por quién […]» (in González, 1975: 59-62).

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1858) que culminó con la «Revolución de Marzo», la cual desconoció a Monagas, quien terminó renunciando, y se constituyó un gobierno de unidad nacional conformado por la alianza de liberales y «conservadores». Un nuevo proceso Constituyente puso a debate, una vez más, la disputa entre el orden político bajo el arreglo federal a semejanza de los Estados Unidos del Norte, defendido por los liberales, y el orden político análogo al consagrado en la Constitución de 1830 que favorecían los sectores «conservadores». La Constitución resultante de ese proceso preservó la atribución al Ejecutivo de: «Conservar el orden y tranquilidad interior, y asegurar el Estado contra todo ataque exterior» (Constitución de la República de Venezuela de 1858, título XI, artículo 94, numeral 1º). Durante ese periodo el concepto no se resemantiza y los otrora defensores del orden público, los del Partido del Orden, pasan a conspirar para derrocar la autocracia de los Monagas lo que llevó a la pérdida del prestigio de la figura del general Páez y, finalmente, a su extrañamiento de los territorios de Venezuela. La conflictividad reinante durante ese periodo entre liberales y los seguidores del «partido del orden» se expresa en insurrecciones, alzamientos y trastornos al orden público que desembocaron en la Guerra Federal (1859-1863), ciclo durante el cual los usos del concepto expresan un acentuado sentido de la transformación económica y social en proceso de incoación, como bien lo deja ver Juan Vicente González en un artículo publicado en el periódico El Heraldo: «La guerra que hoy despedaza a Venezuela será llamada en la historia guerra social [cursivas en el original]. No se combate por principios más o menos libres, por doctrinas más o menos populares, ni por derrocar un gobierno con otro de voluntad nacional. Luchan los unos por destruir el orden establecido, alterando con la propiedad las relaciones sociales y creando un caos de donde salga organizado otro orden de cosas con nuevos propietarios, nuevas leyes y costumbres […]» (González, 1961 [1859], El Heraldo, n.o 48, vol. 3, t. II: 540-541).

CONCLUSIONES

Para el caso venezolano, el concepto orden (político, social, natural, público, militar, etc.) se desarrolla durante el periodo considerado en dos etapas fundamentales: entre 1770 y 1810, época durante la cual prevalece una concepción inscrita dentro de las doctrinas del origen divino de la soberanía. A partir de esa fecha se produce una ruptura fundamental, marcada por lo que podríamos llamar la «desdeificación» del concepto. Desde esta fecha en adelante, sus usos se dispersan al amparo del iusnaturalismo racionalista y del republicanismo, en el que el periodo de mayor relevancia corresponde a lo que la historiografía venezolana conoce como la Primera República (1810-1812), años durante los cuales se produce la ruptura con la concepción de orden social y político, eterno e invariante, cuya última fuente proviene de Dios. Entre 1813 y 1821, lapso particularmente marcado en el proceso político venezolano por la guerra, el orden político está supeditado a consideraciones de orden militar al tiempo que se perfila la necesidad de definir

56 El concepto de orden en tiempos de transición: Venezuela (1770-1850) los alcances del concepto en el ámbito de los textos constitucionales durante el periodo de la república de Colombia. Y desde 1821 hasta casi finales de 1860, se observa el predominio del concepto vinculado al menos a tres ejes temáticos: la organización de la república (federal o central); la definitiva «constitucionalización» del concepto y la preservación del orden público en el ámbito de dirimir las tensiones inherentes entre la libertad y el orden. Por último, quiero subrayar que el debate sobre el concepto orden (en especial, el orden público y el orden social) está marcado por el problema, recurrente en la primera mitad del siglo XIX, de la amenaza que representan las castas heterogéneas como elementos perturbadores del orden. Este aspecto va a marcar la trayectoria del concepto, antes de 1810 porque las pretensiones de igualdad de los pardos que se ponen de manifiesto a partir de 1785, a propósito de las dispensas de calidad promulgadas por las Gracias al Sacar, constituyen un verdadero peligro a la concepción del orden social y político sustentado en la desigualdad natural. Después de declarada la Independencia absoluta e instaurada la república, 1811 en adelante, las castas (indios, pardos, negros libres y esclavos), el pueblo llano (populacho o plebe como se le llamó) pasan a constituir el problema capital en la reflexión acerca de cómo conciliar la libertad con el orden en tanto ellas amenazaban bien la propiedad, bien la libertad o, más tarde, el progreso y la civilización.

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Referencias citadas

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61 Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, Tel. 447Carole 60 70Leal Curiel Fax: 445 76 50 - E-mail: [email protected] Web: http://www.ifeanet.org

Coedición: Institut français d’Études andines (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE) - Cooperación Regional para los Países Andinos - IRD - Universidad Mayor de San Simón LibroMazurek

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62 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 63-84 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870

Entre la unidad y la pluralidad El concepto de partido-facción en el Perú 1770-1870

Cristóbal Aljovín de Losada*

Resumen

El artículo busca comprender las mutaciones semánticas del concepto partido-facción. La cultura política ha variado respecto de cómo se perciben los grupos u organizaciones políticas. Para comprender las mutaciones semánticas de «partido» y «facción», se debe observar bajo qué ideales se imagina la política. En los tiempos virreinales, «partido» estaba circunscrito al mundo de la corte, de las rencillas burocráticas, gremiales y, de otro lado, «facción» a los tiempos de rebeliones. A partir de las Cortes de Cádiz, el lenguaje constitucional transforma el vocabulario político. Es una trasformación que se acelera con el ingreso del republicanismo en la década de 1820. Se añaden nuevos estratos de contenido a «partido», vinculados a los conceptos de soberanía y pueblo sin que ellos sean mencionados directamente.

Palabras clave: Perú, partido, facción, democracia, cultura política, conceptos políticos

Entre l’unité et la pluralité. Le concept de parti-faction au Pérou, 1770-1870

Résumé

Cet article souhaite mettre en évidence les mutations sémantiques du concept de parti-faction. La culture politique a modifié sa perception des groupes ou les organizations politiques. Pour saisir les mutations sémantiques de «parti» et de «faction», il faut considérer les imaginaires qui meuvent la politique. Sous la vice-royauté la notion de «parti» était réservée au monde de la Cour, aux querelles entre administrations et corps de métiers. De son côté, la notion de «faction » renvoyait aux époques

* Universidad Nacional Mayor de San Marcos. E-mail: [email protected]

63 Cristóbal ALjovín de Losada de troubles. À partir des Cortés de Cadix le language constitutionnel modifie le vocabulaire politique, transformation qui s’accélère au début des annés 1820 avec l’avènement du républicanisme. La notion de «parti» s’élargit, intégrant des éléments de sens, liés aux concepts de souveraineté et de peuple sans que ceux-ci ne soient directement mentionnés.

Mots clés : Pérou, parti, faction, démocratie, culture politique, concepts politiques

Between Unity and plurality. The concept of Party-Faction in Peru (1770-1870)

Abstract

This article aims at understanding how the “Party/Faction” concept was inserted in the political language of the Constitutional Monarchy on the eve of the Republic. To that end, we study this pair of concepts in relation to the political culture between the end of the viceroyalty until the early republic circa 1870. The article emphasizes the relationship between the acceptance of parties and a political culture based on either unanimity or plurality, or a combination of the two.

Key Words: Peru, party, faction, democracy, political culture, political concepts

INTRODUCCIÓN

En el siglo XIX, las referencias en torno a «partido» y «facción» son comunes en los textos políticos1. No puede comprenderse la política sin tomar en cuenta pugnas entre diferentes grupos de interés. Puede constatarse, sin embargo, que la cultura política relativa a la percepción social de estas organizaciones se transformó entre los tiempos virreinales y la República. Durante el Virreinato la voz «partido» estaba circunscrita al mundo de la Corte, de las rencillas burocráticas o gremiales; la voz «facción», por su parte, se reservaba en época análoga a los tiempos de revuelta o rebelión. En la literatura política española del siglo XVIII, partidos se circunscribían básicamente a una realidad política determinada: la inglesa; aunque paulatinamente se comenzó a mencionar también a Francia y a los Estados Unidos (Fernández Sarasola, 2000). El vocabulario político se transforma a partir de las Cortes de Cádiz en un lenguaje constitucional y, en un inicio, de monarquía constitucional. Esta trasformación se acelera con el ingreso del republicanismo en la década de 1820: se añaden

1 Es importante mencionar que muchas de las referencias del presente artículo pertenecen al mundo urbano, sobre todo de Lima; sin embargo, los vínculos con el campo son fuertes. Uno de los destinatarios de los panfletos y debates políticos eran los miembros del ejército. De igual modo, la relación ciudad-campo era bastante fluida. Un segundo problema en torno a la expansión o a la democratización, para utilizar el vocabulario histórico de R. Koselleck, del uso de dicho vocabulario es la cuestión del idioma. Un porcentaje muy alto de la población (indígenas) no hablaba español.

64 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870 entonces a «partido» nuevos estratos de contenido que aparecen vinculados a los conceptos de «soberanía», «representación», «nación», «pueblo» y «patria», entre otros, aunque esto no significa que estos términos sean mencionados directamente. Al concluir el virreinato, la dinámica política en el Perú cambió no solo por su condición de ser una entidad con una independencia absoluta frente a la antigua metrópoli sino porque adoptó el sistema republicano como forma de gobierno, lo que se ve reflejado en ambos términos. Partido/facción entraron al centro del debate político de modo muy conflictivo, y ambos sufrieron transformaciones sin que sus antiguos significados desaparecieran. Para comprender las mutaciones semánticas de «partido» y «facción» se debe observar bajo qué ideales se imagina la política. La descripción presentada es parte de una transformación mayor del vocabulario político de Occidente. Los motores de los cambios están ubicados en diferentes partes, en especial en Europa. En líneas generales, la dinámica inglesa permitió una aceptación más rápida y mejor insertada de una concepción de la política basada en los intereses sociales y la dinámica de partidos de gobierno y de oposición que es propia del sistema parlamentario entre 1783 y 1832 (Gunn, 1971: 1-34; 1974). La Europa continental, en cambio, estuvo más marcada por el sentimiento de que la representación política debía buscar la unidad. Sin embargo, como se nota para el caso francés, la conformación social y las prácticas políticas empujaban lo político hacia una representación plural (cf. Rosavallon, 1998: 219-222). El Perú se insertó en esta última tradición. Durante la república decimonónica «partido-facción» oscila entre dos extremos y variantes cruzados entre ellos. Se trata de transformaciones que se relacionan con los valores de la cultura política: una busca la unanimidad y otra se sustenta en el pluralismo; o, más acorde con la realidad histórica, una variedad de combinaciones entre ambas. En la primera mitad del siglo XIX predomina la idea de que la política debía expresar la unidad, la cohesión de la nación, mientras que los intereses y las diferencias se consideraban sospechosos. Bajo este esquema, la política se convierte en una suerte de suma cero: si uno gana, el otro pierde. No es posible concebir la política compuesta por un gobierno y una oposición. Vale la pena mencionar que hubo cuestionamientos a esta forma de imaginar la política desde muy temprano, aunque no participaron de ellos la mayoría de los «ciudadanos», que utilizaban más bien un lenguaje republicano bajo el principio de la unanimidad para imaginar la política. Este esquema general va cambiando durante la segunda mitad del siglo XIX. Se fomenta entonces el mundo de las asociaciones, de los clubes políticos y, posteriormente, el de los partidos como parte fundamental del juego republicano; esto último no implica que la búsqueda de la unidad hubiera entonces quedado sepultada. Es así como aparece una vida política concebida en términos plurales, y con actores políticos bien definidos (Aljovín, 2005); sin embargo, la búsqueda de la unanimidad no desaparece. Se conjuga con cierta diversidad. Hay un punto importante que resaltar en las transformaciones semánticas de partido que no está necesariamente vinculado a la dicotomía unanimidad/pluralismo,

65 Cristóbal ALjovín de Losada que es algo difícil de percibir en una lectura rápida del uso del concepto. Es comprender el añadido al concepto de partido como un aparato/organización política, y no solamente como movimiento bajo un liderazgo y/o con un conjunto de ideas sobre el país o la política (el partido liberal, por ejemplo). Para Ulrich Mücke, a mediados de 1870, los miembros del partido civilista imaginaban su partido como una organización política más allá del líder del partido; aunque cabe mencionar que hay referencias anteriores a partidos políticos (Ulrich Mücke, por publicar). Hay una diferencia importante entre los tiempos virreinales previos a las Cortes de Cádiz y la República. En el primer caso, era claro que la defensa de la unidad implicaba no romper con lo ya constituido, ligado a la lealtad al monarca y la Iglesia. La unidad remite a la armonía de lo diverso en una sociedad estamental- jerárquica: es la lealtad al padre, el rey, y a la verdad revelada, la Iglesia. Es por ello que la unidad se debe preservar y no crear, aunque no es por ello un mundo concebido de modo estático. Se concibe que hay cambios paulatinos bajo la tradición. En tiempos republicanos, en cambio, la unidad está vinculada a las nociones de un orden y una libertad que busca establecerse. Hay que recordar que el republicanismo es una concepción de la política basada en la voluntad. No hay un pasado que sirva de amparo; hay una nación, sin embargo, que busca ser representada por los ciudadanos virtuosos, por los verdaderos patriotas, y no por falsos patriotas enemigos de la nación que actúan bajo el comportamiento egoísta de mirar solo su interés individual. Estos últimos planteamientos, como ya mencionamos, van cambiando a mediados del siglo XIX.

1. LOS DICCIONARIOS

Es significativo revisar el diccionario de la Real Academia Española de 1780. El término «partido» tiene diez entradas, cinco de las cuales son de interés para el presente trabajo: 1.- «s.m. Parcialidad, o coligacion entre los que siguen una misma opinion, ó intereses. Factio, partes»; 2.- «Amparo, favor, ó proteccion particular de muchos; y así se dice: fulano tiene partido para el logro de tal pretension. Suffragium»; 3.- «En el juego se llama al conjunto, o agregado de varios que entran en él: como compañeros, contra otros tantos. Certatores in ludo singuli in singular, socii in ludo»; 4.- «El conjunto, ó agregado de personas que siguen y defienden una misma sentencia, opinión, o dogma. Sectarii, nostrates»; 5.- «Interes, ó razon de propia conveniencia; y asi se dice: Defender su partidario. Partes suae». Las entradas de «partido» en los diccionarios de la Real Academia Española entre los años 1780 y 1884 son muy similares. No hay una nueva definición, lo que corresponde con la imagen de un término congelado en el tiempo.

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Dichos diccionarios han tenido dificultad para añadir los nuevos significados del vocabulario político. Para la segunda mitad del siglo XIX, en contra de lo que se podría esperar, la entrada «partido político» no existe. Esto resulta extraño, teniendo en cuenta la gran dinámica electoral del siglo XIX hispanoamericano (Annino, 1995). Repensando las definiciones registradas, «partido» es un término que aparece asociado de manera constante con la idea de división; aparece como un grupo humano que se vincula respecto de algo con el fin de lograrlo. Es importante subrayar que «partido» no tiene carga negativa; por el contrario, «tomar partido» se entiende como una parte de la vida. En las entradas de los diccionarios, «partido» no implica romper la unidad del sistema político; las definiciones de «partido» al menos, no parecen describirlo así. Es en el uso del concepto de partido que aparece la carga negativa, esto es, de grupos de personas que buscan romper la unidad política. El Diccionario del Pueblo (1855) de Juan Espinosa, publicado en Lima, en cambio, tiene definiciones más acordes con los tiempos. El Diccionario del Pueblo es un libro de combate político, como su propio título lo sugiere. Espinosa titulaba su obra también Diccionario Republicano por un Soldado. Es normal que un diccionario como el de Espinosa tenga entradas más «políticas» que los de la Real Academia. En el caso de Espinosa, este muestra una actitud ambivalente frente a los «partidos políticos» reflejando los cambios de la semántica política de la segunda mitad del novecientos. Los partidos son: «utilísima cosa cuando hay dos en un pueblo, que se vigilan mutuamente y que pretenden ser cada uno el único capaz de hacer la felicidad de todos los asociados». En un escenario favorable al sistema de partidos, Espinosa concibe la pugna partidaria como un debate ideológico. Los partidos buscan «cada teoría o principio profesado lo mejor que tiene respecto a otro, acábase por encontrar muchas cosas útiles a la sociedad». Espinosa en cambio considera nefastos los partidos «en que se dividen los pueblos» que «son meramente personales». Estos partidos solo producen «perjuicios… ya no se sostienen doctrinas que prometan mas o menos bienestar». Se trataría de una maquinaria de dominación a través de la «estupidez del espíritu de partido; puesto que para un partidario fervoroso, la única recomendación que vale es la de ser del partido». Están bajo el yugo del partido. Se termina en una sociedad donde «no hay leyes, ni garantías ni seguridad de ninguna especie; todo es confusión, rapiña, y violencias». Otra es la historia de «facción». Veamos las entradas del diccionario de la RAE de 1780 que nos interesan: 1.- «Acometimiento de soldados, o execucion de alguna empresa militar, para ganar gloria y honra contra los enemigos. Faccinus»; 2.- «Parcialidad de gente amotinada y rebelada. Secta, turba, tumultuaria, caterva»; 3.- «Qualquier parcialidad, o bando de personas unidas en una comunidad, Factio, partes».

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Si se revisa la entrada «faccioso»: encontramos «SA. adj. inquieto, revoltoso, perturbador de la paz y quietud pública. Factiosus». En las entradas que hemos leído, facción implica división, romper el orden establecido. Es definida muchas veces con una fuerte carga negativa. No hay neutralidad al definirla. Tiene una fuerte connotación de violencia política que busca romper con la legalidad. Es el grupo humano que busca destruir el orden e imponer el desorden. Su relación con desorden muestra una concepción peyorativa del término. Vale la pena resaltar que orden es un concepto fuertemente positivo desde cualquier perspectiva política (monárquica absolutista o constitucional, republicana entre otras). En las otras entradas de los diccionarios decimonónicos se incrementa la visión negativa de facción. Quizá sea una reacción al convulsionado siglo XIX hispanoamericano. Veamos el diccionario de la Real Academia Española de 1843: 1.- «f. Acción militar. La parcialidad de gente amotinada o rebelada, Sedidiosus coetus»; 2.- «Bando, pandilla, parcialidad o de partido en las comunidades o cuerpos. Factio, partes». «Facción» tiene en común con «partido» implicar división. En las entradas mencionadas, «facción» arrastra una fuerte carga negativa de acción militar. Facción usualmente se entiende como un grupo humano que comete actos violentos en contra de la legalidad. Como veremos, esta visión de facción se repite en los documentos. A diferencia del partido, la facción suele actuar de modo ilegítimo. Ningún grupo se tilda de facción. Son los contrincantes los que se refieren así a sus adversarios.

2. A FINES DEL VIRREINATO

Durante el Virreinato hay una clara visión de la importancia de mantener la unidad en torno a la figura del rey y la religión; en el primer caso, para conservar la relación de vasallaje, en el segundo, para ser un buen católico. De igual modo se fomenta la unidad en otras esferas. En el Mercurio Peruano hay un conjunto de artículos, por ejemplo, que alaban la unidad en el plano ideológico. En un artículo del Mercurio Peruano la “Academia de San Marcos y a los ingenios del Perú” han depuesto “todo espíritu de partido”. Es un logro alabado, según el articulista, por extranjeros. Es una virtud que los caracteriza (Mercurio Peruano, 17 de julio de 1791, tomo II: 204). En otro artículo, se fomenta una cultura crítica a través del debate. Se teme, sin embargo, que la elocuencia oculte la verdad: «La verdad no nace de los choques de la opinión: no habita entre los sofismas agudos de la controversia, del juridiscente o del metafísico; huye siempre de los partidarios, de los verbosos y aun a menudo de los eloquentes» (El Mercurio Peruano, 11 de agosto de 1791, tomo II: 266-267). En el plano político, en tiempos de paz (no de revueltas y rebeliones), no es tan fácil percibir la alabanza a la unidad. El Perú era un Virreinato y no el corazón del Imperio Español. La Monarquía Hispana, sin embargo, se sustentaba en un conjunto de sentimientos y vínculos hacia el rey que eran compartidos en el Perú.

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La imagen de la Monarquía en general en el siglo XVIII es la de una suerte de gran familia en la que la figura del monarca creaba sentimientos de filiación con los vasallos. En ese sentido, es primordial honrar al padre; es decir, al rey. En este sentido podemos citar un artículo del Mercurio Peruano; en éste se describe la diferencia entre los salvajes y los europeos. Los primeros no fomentan los vínculos filiales y viven marcados por una cultura de la facción. En cambio, los europeos son lo contrario: «el Padre Olavarrieta da a entender que los peruanos son unos salvajes recién- conquistados, y procura hacer revivir el espíritu de facción, que se halla apagado hasta el punto de que europeos y americanos nos miramos todos como hijos de un mismo padre» (El Mercurio Peruano, 17 de julio de 1791, t. II: 133). Respecto de la Monarquía y la imagen del monarca, es interesante la explicación de los seguidores del Virrey en torno a la Gran Rebelión, la liderada por Túpac Amaru II, entre 1780 y 1781. Estos explican con terror cómo un grupo de facciosos han roto los lazos de unidad con la Monarquía Hispana y el rey; por lo tanto, no cumplen sus funciones de buenos vasallos. También cometen actos sacrílegos, es decir, no hay respeto por la religión. Esta visión está graficada en la documentación del obispo del Cuzco, Juan Manuel de Moscoso y Peralta. Moscoso condena la Gran Rebelión a los pocos días del ajusticiamiento del Corregidor Antonio de Arriaga, considerado por la historiografía como el día en que estalló ese movimiento rebelde. En una carta al virrey Jáuregui del 17 de noviembre de 1780, el religioso describe el liderazgo de Túpac Amaru como el de «un indio rebelde, y enteramente abandonado a los mas execrables delitos… que sus influjos, pésimo ejemplo y perversas sugestiones, se ha engrosado la facción» (CDIP, 1971, Tomo II, Vol. 2: 285). Como eclesiástico, el obispo otorga el mayor castigo que puede imponer al cacique Túpac Amaru II y a sus seguidores: la excomunión. Las razones son terribles: «por incendiario de capillas públicas y de la iglesia de Sangarara… por rebelde traidor al Rey, Nuestro Señor» (CDIP, 1971, Cedulón de Excomunión de Túpac Amaru por Juan Manuel Moscoso, 17/11/1780 Tomo II, Vol. 2: 275). Con la excomunión, Túpac Amaru deja de pertenecer a la comunidad católica. De igual modo, ordena a los religiosos que «diesen a entender a los fieles, en púlpitos y conferencias, la obligación que tienen de mantenerse obedientes al monarca, no entrando en la criminosa facción; les hice presente sus deberes de tomar, en este caso, las armas todos los eclesiásticos para resistir al rebelde…» (CDIP, 1971, Tomo II, Vol. 2, 285).

3. LAS CORTES DE CÁDIZ

El lenguaje constitucional de las Cortes de Cádiz fue el inicio de un cambio profundo del mundo hispanoamericano, sobre todo en países como el Perú y México, con una independencia tardía en comparación a la del Río de la Plata.

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Para la voz partido-facción en España, Luis Fernández Torres tiene interesantes opiniones porque da razón de la concepción negativa de los términos y de su uso poco frecuente a inicios del novecientos. La historiografía registra tres lenguajes políticos en que se puede clasificar el discurso político de las Cortes de Cádiz: el histórico, el absolutista y el liberal o moderno. El primero apunta a regresar a un sistema, el vigente antes de la dinastía borbónica, en que las Cortes de los diferentes reinos o ciudades del Imperio recuperen sus funciones políticas. El segundo añora el gobierno de los últimos reyes borbónicos; y el tercero plantea que la soberanía reside en el pueblo. Ninguno de los tres se prestaba a una visión plural de la política. Dichos lenguajes estaban concebidos en términos de una visión unitaria de la política o bien la tradición escolástica del bonum commune que puede ser fácilmente confundido con la idea de voluntad general de Rousseau; además los hechos de la Revolución Francesa no eran un buen ejemplo. Partido se asocia, por esto último, a anarquía; aunque, en la segunda mitad de la década de 1810, un grupo de liberales exiliados utilizan partido de modo positivo (Fernández Torres, 2009). En el Perú, sobre todo durante la administración del virrey José de Abascal (1806- 1816), se tiende una política de represión frente a los rebeldes (la formación de las Juntas de gobierno en Chuquisaca, Santiago de Chile y las dos de Quito, entre otras) y, de igual modo, se busca crear una imagen de unidad, de concordia. Abascal, a quien los historiadores consideran el artífice de que el virreinato del Perú fuera el centro de la contrarrevolución en la década de 1810, funda el «Regimiento de la concordia española del Perú, para que unidos fraternalmente europeos y americanos se disipen rivalidades perjudiciales e impropias entre vasallos de un mismo soberano y que componen una misma nación con iguales intereses y obligaciones» (cf. Porras, 1974: 168); es decir que hay un fuerte discurso de unidad frente a la desunión. El discurso del elector Ángel Luque a los miembros del Cabildo explica muy bien la política del virrey Abascal: una lucha contra una cultura del partido. El regimiento de la Concordia y las elecciones de la asamblea muestran un cambio favorable en camino a la unión: «Nuestra seguridad que era pequeña ha crecido con la Concordia de esos voluntarios distinguidos que la componen, y ha desaparecido esa necia rivalidad de hijos y padres, esa rivalidad entre hermanos de una misma tribu de una misma familia. Crecerá también nuestra seguridad con la Concordia de la presente asamblea electoral. Fuera pues de nosotros esa necia rivalidad de samaritanos y judíos, como si fuésemos ese tosco pueblo: esa necia rivalidad del partido del hombre no formado, y acostumbrado a no ser más que un solo color, esa necia rivalidad de la turba del bajo pueblo que en el carácter del ciudadano, en su probidad, en sus costumbres no encuentra el mérito que encuentra la razón, la sensatez, el clamor general de la naturaleza» (Gaceta del Gobierno de Lima. 16 /XII/1812: 767-768) Veamos algunos ejemplos recopilados en torno a la Rebelión de los hermanos Angulo y del curaca Mateo Pumacahua en la ciudad del Cuzco el año 1814. Ésta se expandió militarmente en el sur andino y sus redes alcanzaron el Buenos Aires

70 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870 revolucionario. A diferencia de la Gran Rebelión de Túpac Amaru entre los años 1780-1781, la rebelión de 1814 tuvo un liderazgo multiétnico (indios, mestizos y criollos) y de diferentes categorías de personas (curacas, abogados, sacerdotes, entre otros). Los protagonistas están aprendiendo un nuevo vocabulario político originado por los debates en torno a la Corte y la Constitución y, de igual modo, del revolucionario Río de la Plata (O’Phelan, 1985); de acuerdo a los realistas, sin embargo, Pumacahua era reconocido como Inca por los indios. En un informe de la Real Audiencia del Cuzco del año 1815, se explica cómo las autoridades no actuaron con decisión en reprimir a los cabecillas en un inicio: «de modo que tuvieron tiempo y preparación para formar el plan que ejecutaron la noche del 2 al 3 de agosto, embriagando antes la tropa, e interesando en su facción a varios de los oficiales, haciendo de jefes en este infame atentado Gabriel Bejar, José Angulo y Manuel Mendoza, decapitados ya en el día todos tres; los que pusieron al principio a este público en una opresión que apenas tuvo libertad para deliberar sobre el partido que debía abrazar en esta tan inesperada como violenta crisis» (CDIP, 1971, tomo III: 117-118). Según los informes de la Real Audiencia del Cuzco, los rebeldes son descritos como una facción carente de apoyo del pueblo; es decir, no es el pueblo ni lo representa. Facción implica de modo implícito o explícito una definición de quiénes componían el pueblo. Para los documentos realistas, los rebeldes eran la chusma: «bandidos bien pagados y algunos de ellos buscados y animados por el escribano José Agustín Becerra (quién murió en un cadalso), sus hijos y secuaces, según sabíamos, para que a voces pidieran nuestras cabezas, y a esta representación cómica bautizaban con el título de aclamación» (CDIP, 1971, tomo III: 173). Se infiere de la cita una lucha de palabras para dar legitimidad a los rebeldes o quitársela. La Real Audiencia duda del carácter de la Rebelión, del apoyo del pueblo, y de la aclamación. En estas largas citas de la Real Audiencia del Cuzco se nota cómo facción tiene un carácter negativo y opuesto a «pueblo». A pesar de que sean eventos que ocurrieron con posterioridad a la Constitución de Cádiz, es difícil definir de qué tipo de pueblo se trata: si éste es soberano o no. Lo que es claro, en cambio, es que la facción no es parte de él. La facción revolucionaria, de acuerdo a la Real Audiencia, se compone de chusma, gente equivocada o mediocre. Los rebeldes eran: «ignorantes, sin la menor instrucción en ninguna materia, sin saber más que odiar a los europeos y al gobierno español; las clases de éstos eran humildes, porque Pumacahua era indio neto elevado a la clase de brigadier por los servicios que había hecho a la corona en tiempo del rebelde Tupac Amaru; los Angulo y Béjar mestizos, Hurtado de Mendoza natural de Santa Fe de Corrientes en el Virreinato de Buenos Aires, blanco pero de clase ordinaria; muy pobres todos, hasta no tener qué comer, a excepción de Pumacahua que en clase de indio le sobraba proporciones; todos muy

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cobardes, menos Hurtado que era naturalmente turbulento» (CDIP, 1971, tomo III: 262, 263). En pocas palabras, gente menospreciable. Es comprensible que se desarrolle un fuerte discurso respecto a la unidad en tiempos de rebelión; sin embargo, dicha concepción se extiende para comprender la política. Una de las experiencias nuevas vinculadas a las Cortes de Cádiz fueron las elecciones en las cuales los ciudadanos debían participar. Previamente, hubieron elecciones para la convocatoria de las Cortes que se restringía a los miembros de los cabildos. Es con las Cortes que las elecciones se vuelcan a las «calles» y comienza una dinámica electoral de captura del voto ciudadano. En este contexto se da lugar a una crítica por la participación de los malos elementos de la sociedad, que fomentan la discordia. Bajo esta lógica, las elecciones corren el peligro de elegir representantes entre los sectores menos esclarecidos de la sociedad. En el suplemento de El Investigador del 18 de diciembre de 1813 se reflexionaba del siguiente modo: «¿No estamos ya convencidos de que no hay superioridad entre el criollo y el europeo? ¿No somos todos iguales? …. ¿No hay entre ellos individuos respetables, y beneméritos por su bondad, probidad, talento y circunstancias, como los hay entre los americanos? Pero parece que la ilustración y decantada libertad civil a que hemos llegado en el día, es a la de poner delante de nuestros ojos, unos representantes arrancados de los talleres, y unos individuos, que sólo por una siniestra intención pudiera exponerlos al vituperio, y escándalo de todo los que tengan un rasgo de luz natural. Sin principios, sin educación, sin conocimientos, ellos no son más que unos instrumentos de aquél por cuya mano vienen guiados. ¿Qué ilustración, qué fomento, qué felicidad nos proporcionarán unos hombres que ignoran lo que han sido, lo que son, y lo que van a ser? Esos espíritus de partido que tan indecorosamente se manifiestan, y que con tanto deshonor nuestro fomentan la ceguedad e inercia del miserable vulgo, mejor sería que lejos de atraer a su patria, las desgracias, el desconsuelo, la indigencia, y el vilipendio, se emplease en manifestar a cada uno su verdadero interés, puesto que de otro modo, ni son ni han de ser jamás sino unos miserables que encenegados en su fanatismo, estarán siempre al sueldo de aquél cuya armonía detestan».

4. DE LA INDEPENDENCIA A 1850

El lenguaje político de la Independencia fomenta la noción de unidad. Hay una primera explicación para ello: las propias circunstancias de la guerra de emancipación (1820-1824). Esta refuerza la idea de unidad en ambos bandos, el patriota y el realista; sin embargo, la historia fáctica de la guerra de Independencia es un conjunto de traiciones y de posiciones encontradas. Hay que recordar que los cambios de bando, tanto en la oficialidad como en la tropa, constituyen pieza clave para comprender el devenir de la guerra. Es interesante notar que buena

72 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870 parte de los oficiales del ejército peruano posterior a la batalla de Ayacucho, en 1824, pertenecieron al ejército realista y su tropa estuvo compuesta de indios quechua-hablantes (Riva-Agüero, 1969: 151-162). Continuando con el tema de la unidad, por el lado realista, por ejemplo, hay un reclamo de que a «los españoles americanos les conviene unirse con la patria común, porque ésta los defiende y asegura de enemigos exteriores y consolida la paz interior». Los hombres buscan «su bienestar, su tranquilidad y la felicidad» y la forma de conseguirlo en América es en comunión con el rey. A final de cuentas, americanos y españoles «somos una misma familia, la localidad del nacimiento no debe influir en los resentimientos personales ni perjudicar la causa pública» (Observaciones sobre los perjuicios que causaría la independencia a las Américas Españolas /Fernando Cacho, n.˚ 33: 3, martes 5 de junio de 1821). El clamor por la unidad va más allá de la demanda por aunar fuerzas ante un enemigo común, entendible en circunstancias de guerra. Se trata de una concepción de la política que crea el requerimiento de extraer un consenso común, criticando en cambio la concepción de la política como un juego de intereses. El juego de intereses es considerado bajo esta perspectiva como un corruptor de la República. Este lenguaje se observa con claridad en los debates públicos en torno a la política y al régimen que se debía establecer durante el protectorado de José de San Martín (1821-1822) y en los regímenes posteriores. Para La Abeja Republicana, publicación que defendió el sistema republicano, existe el peligro de que las pasiones dominen la situación. Dichas pasiones se incrementan en momentos de luchas partidarias, pues éstas crean las condiciones para el desarrollo de la codicia de los líderes. Es peligroso cuando el pueblo, «arrastrado por los partidos opuestos, cree lanzarse hacia el objeto de sus esperanzas». Los ejemplos de la historia muestran el precio que pagan las repúblicas por la lucha entre partidos. Es el camino hacia la tiranía «bajo el estandarte de la intriga». Hay ejemplos, entre ellos «el combate ya por Pompeyo, ya por César, y jamás por sí mismo… no hace sino mudar de mano: al silencio de las tumbas, que produce el despotismo, sigue el ruido de las facciones» (La Abeja republicana, n.˚ 2, jueves 9 de agosto de 1822: 15-16). Uno de los grandes clamores del debate político era el requisito de crear un orden con libertad. Es un tema recurrente. Hay una vasta literatura que reflexiona sobre lo ocurrido en la Francia posterior a 1789, y en los países hispanoamericanos después de 1808. Ambas experiencias, la francesa y la hispanoamericana, han sido marcadas por la anarquía política y el despotismo. Es por ello que se da la búsqueda de un orden constitucional que evite el «espíritu de partido». Para un autor de un artículo de la Abeja Republicana del 7 de noviembre de 1822, «las repúblicas que no son regidas por federación» pierden «poderío y esplendor»; y, aún peor, «un ciudadano ambicioso» tiene las posibilidades de fomentar «el espíritu de partido so color de patriotismo». El artículo considera que hay algo innato que lleva al hombre a ser partícipe del «espíritu de partido». Entonces, la Constitución debe crear leyes sabias que lo obstaculicen, siendo la solución, para el autor de la carta, una república federativa (La Abeja Republicana, «Carta remitida/ Firma MN», n.˚ 28, jueves 7 de noviembre de 1822: 254-255). La

73 Cristóbal ALjovín de Losada mencionada propuesta federalista no tenía una masa crítica importante. Dicho sea de paso, el federalismo fue una posición ideológica poco aceptada en el Perú en comparación con el resto de los países hispanoamericanos (Loayza & Aljovín, 2009: 517-524). En toda la primera mitad del siglo XIX se nota una fuerte crítica a los partidos y, sobre todo, a las facciones. Para muchos, éstos crean pasiones que terminan en la anarquía, en la sinrazón del conflicto político. Los partidos/facciones eran percibidos como grupos sociales que buscaban su provecho propio y no el de la nación. Eran antipatriotas. Es interesante notar que, a inicios de la República, no había organizaciones políticas públicas como tales; es decir, con alguna formalidad. Obviamente, en momentos álgidos, como durante los golpes de Estado, los grupos políticos de algún modo se definían. Ser patriotas era lo que sobresalía cuando se definían a sí mismos; es decir, eran los representantes de la nación, del conjunto de la sociedad. Felipe Pardo y Aliaga fue un escritor muy crítico de un sistema republicano igualitario, al que acusaba de tender hacia la anarquía. Pardo se calificaba a sí mismo como defensor del orden; su propuesta era fundar una república de notables, de pocos electores, aunque no defiende, al menos públicamente, el establecimiento de una monarquía. Pardo asocia los partidos con las pasiones y la anarquía. En 1834 escribe un poema satírico titulado Las abejas y el zángano sarnoso en que define «partido» del siguiente modo: «Se entronizó la anarquía Y en laberintos eternos Los partidos, las pasiones, A la colmena pusieron» (Pardo y Aliaga, 1973: 361). En el Mercurio Peruano de la década de 1820, como en muchos periódicos de la época, hay discusiones teórico-prácticas sobre el sistema republicano. Hay un afán por definir la cuestión ideológica. El editorial del 31 de diciembre de 1827 busca «combatir los sofismas de las facciones... repeler calumnias y ultrajes de los extranjeros que pretenden dividirnos para dominarnos». Estas facciones buscan «desacreditar los patriotas esfuerzos». En cambio, los patriotas «no ha sido guiado por otro interés que el de la libertad racional de sus ciudadanos, apoyado sobre el orden, la moderación y la religiosa observación de la constitución». De un modo sugerente este editorial muestra una retórica de combate político opuesto a las facciones; argumenta que éstas destruyen los cimientos de unidad de la República. En el caso del artículo citado, a las facciones se las ubica en círculos de extranjeros con poder. Hay que mencionar que muchos de los oficiales de los ejércitos libertadores de los generales José de San Martín y Simón Bolívar fueron incorporados al ejército peruano, llegando a ocupar cargos importantes. Muchos oficiales peruanos consideraban tener derecho sobre los cargos que ellos detentaban (Aljovín, 2000, cap. 4). En este debate, se nota cómo la crítica contra un «partido» o «facción» no solo refleja una postura ideológica a favor a la unidad, sino también constituye un argumento retórico para luchas concretas. Es un concepto que se politiza rápidamente.

74 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870

En 1828, Manuel Lorenzo Vidaurre, uno de los grandes juristas de la época, polémico, egocéntrico y con una típica concepción jurídica-política social de transición, publicó un libro con un título intrigante: Efectos de las facciones en los gobiernos. En este libro se recopilan los principios fundamentales del gobierno democrático constitucional representativo. Para el tema del presente artículo, el libro de más de 200 páginas promete más de lo que aporta. En verdad, el título es intrigante y se requiere comprender qué quiere decir el autor. Esta compilación de folletos, en la mayoría escritos por Vidaurre, es una defensa de la acusación de complot político a Vidaurre en contra de José La Mar, quien termina en el exilio, según él, por tercera vez. Dice Vidaurre que sus enemigos han planteado dicha acusación por su postura de que no se ofrezca la ciudadanía a los españoles en la nueva constitución. ¿Cómo se explica el título? No hay muchas referencias a partido o facción. La clave del título está en el último panfleto: Representación al congreso constitucional en que se trata de las principales cuestiones de derecho público constitucional. En este panfleto, Vidaurre acusa a sus enemigos personales Francisco Javier Mariátegui y Francisco Xavier Luna Pizarro de ser miembros de una facción que busca su alejamiento de la política. Se describe a sí mismo como un ciudadano ilustrado, patriota, congresista y presidente de la Corte Suprema. De modo muy sutil, no expresamente, contrapone a los pertenecientes a la facción a los patriotas-ciudadanos. El fervor por la unidad no implicó una cerrazón frente al concepto de partido. Hay dos razones para ello. Una de orden fáctico: la política siempre implica la lucha de un grupo contra otro. En consonancia con esto, «partido» se comprende como el conjunto de los seguidores de un líder o un grupo de ideas. En las descripciones de pugnas políticas, se menciona cómo varios partidos participan en la política. Pongamos algunos ejemplos de la prensa: en 1843, en plena guerra civil, el oficial del ejército Manuel Guarda felicita al general Manuel Ignacio de Vivanco por ser el «señalado por el dedo de la opinión como el único digno de acaudillar un partido que anima ninguna de las miras bastardas que han animado a casi todos nuestros bandos civiles» (El Faro, «A la República», n.˚ 10, 25 de febrero de 1843). La existencia de grupos políticos, partidos definidos como grupos que siguen a algún líder, generó algo de debate. Algunas de las preguntas de orden teórico giraban en torno a cómo definir qué partido «refleja la opinión pública». Para El Observador del año 1833, la respuesta es sencilla e implica una visión excluyente en la práctica de la política: «Basta saber si representa la parte sana de la sociedad» (El Observador, «elecciones», n.˚ 7, 30 de enero de 1833). El segundo factor es de orden ideológico. El gobierno representativo implica un sistema parlamentario, debate público, posiciones encontradas. Por otra parte, la lectura política no se restringía a autores del continente europeo (franceses, italianos, alemanes y españoles) y se nota, más bien, una cierta influencia del mundo anglosajón, que acepta el rol de los intereses en el mundo político. En El Telégrafo de Lima hubo un debate en torno a las bondades de los partidos. Según este periódico, todo gobierno se enfrenta a contiendas, la política está marcada por el enfrentamiento y es un continuo movimiento de ataque y defensa. En este sentido, un gobierno nacional «debe constituirse en que este partido que haga su

75 Cristóbal ALjovín de Losada apoyo, extienda su base lo más que sea posible en la masa nacional, y profundice sus raíces en el pueblo por toda la periferia del Estado». Si el gobierno fracasa en este cometido, su caída está cerca. Siguiendo el artículo reseñado, este manifiesta que es una ley de la sociedad el que una «porción» de ésta represente la «opinión nacional». La opinión se construye de «fracciones de las cuales cada una representa una opinión, unos intereses opuestos a la opinión e interés que defienden las demás». La meta del partido del gobierno es ser «el más numeroso… cuenta hombres de todas clases y profesiones, y… superioridades sociales». Entonces «el gobierno goza de nacionalidad, en despecho de los partidos que le declaran la guerra en sostenimientos de otros intereses». El partido nacional es el que logra reunir mayor número y calidad de personas que lo apoyan; es decir, una mezcla de inclusión y exclusión social (El Telégrafo de Lima, «Variedades: Debe un partido ser gobierno», 26 de enero de 1826). El gobierno es definido, por lo tanto, como el representante de la mayoría, y no del conjunto de la sociedad. En un punto intermedio está un artículo de la Crónica política y literaria de Lima del 4 de junio de 1827. En este periódico se sostiene que el gobierno debe ser nacional y no debe estar vinculado a un partido. Reconoce sin embargo que «se formarán partidos, porque no todos los hombres convienen nunca en la misma doctrina; pero serán partidos de hombres libres, que desdeñan las tinieblas y menosprecian la seducción...»; es decir, se considera que se reconoce como parte del sistema político el debate de opiniones encontradas en un diálogo racional. Es como si los partidos formaran parte de la opinión pública y no del gobierno. Se requiere aquí de algunas precisiones. En primer lugar, la aceptación de «partido» está concebida más en el debate de opinión pública o de las personas influenciadas por el mundo intelectual anglosajón. Sin embargo, la mayoría de los textos de los periódicos tiene una aversión por el «espíritu de partido». Como planteaba El Voto Nacional, se debía buscar conformar «una asamblea nacional compuesta de ciudadanos libremente elegidos en la calma de las pasiones y extraños a los partidos» (El Voto Nacional, n.˚ 91, 28 de febrero de 1835). El Republicano clamaba que «acállense las aspiraciones mezquinas, sustitúyase al espíritu de partido, el espíritu patrio, haya primero la patria, y ella sola por sus representantes» (El Republicano, 22 de enero de 1842). Entre 1827 y 1850, el sistema político peruano está lleno de turbulencias revolucionarias e intentos de golpe de Estado. El primer gobierno de Agustín Gamarra, entre 1827 y 1833, fue una interminable seguidilla de complots e intentos de golpe de Estado. Sobrevivió a diecisiete rebeliones, ocho de las cuales se dieron en 1833, durante su último año en la presidencia (Basadre, 1983, Vol. I: 278). Gamarra terminó desconfiando de todos, inclusive de los más cercanos a él. La descripción que el cónsul francés M. Barrère hiciera del comportamiento seguido por el presidente Gamarra en 1833 es aterradora. Ante las continuas rebeliones y atentados, Gamarra había perdido la confianza en sus más cercanos allegados, por lo cual había exiliado y acusado a muchos inocentes y vivía temeroso de los atentados contra su vida, lo que le hizo reducir sus salidas de palacio de gobierno. La lealtad política no era la norma, y los cambios de bando en cambio eran algo común (Aljovín, 2000, cap. 6).

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¿Cómo se justificaban las revoluciones o los golpes de Estado? Responder esta pregunta nos puede ayudar a comprender los conceptos de «partido» y «facción». Hay un conjunto de justificaciones comunes a muchos de los intentos revolucionarios. Hay una imagen que se repite constantemente: el gobierno de turno representa un partido o una facción —es el término más común— ajeno a los intereses nacionales. Muchas de las revoluciones eran justificadas por la lucha contra el binomio partido/facción e intereses personales. Hay una relación directa entre partido/facción y la búsqueda del bienestar común; es decir, se derrocaba el gobierno de turno porque sus miembros estaban poseídos por pasiones egoístas; no estaban interesados por el bienestar nacional. No eran patriotas. El patriota estaba al servicio de la nación (Aljovín, 2000, cap. 6). Eso se nota con claridad por ejemplo en las explicaciones ofrecidas para legitimar el golpe de Estado de Agustín Gamarra y Antonio Gutiérrez de la Fuente contra José de la Mar en 1829: «La facción que ha rodeado exclusivamente a los encargados del ejercicio de Poder ejecutivo, no sólo han cometido el crimen de haber infructuosas sus rectas intenciones sino que los ha arrastrado a imprudencias y desaciertos que altamente han comprometido el honor y la seguridad de nuestra Patria» (El Republicano [Arequipa], 20 de junio de 1829). La contrapartida a la argumentación expuesta es una larga y continua reflexión sobre la cultura revolucionaria peruana. Se trata de responder a las siguientes preguntas: ¿Cómo establecer un sistema constitucional a partir de un acto de quebrantamiento de la legalidad jurídica? ¿Cómo poner fin al mundo de las revoluciones y de los caudillos, y establecer el orden y la libertad? Son preguntas presentes en todos los caudillos y políticos del Perú decimonónico. Parte de la explicación de la cultura revolucionaria reside en el dominio de las pasiones, los intereses y el «espíritu de partido» entre los revolucionarios. Un editorial del Atalaya del año de 1833 se queja de que «las pasiones son el origen de los males de la sociedad». Continúa diciendo que «Algunos peruanos enemigos de la patria» están dominados por ellas. Esta cultura marcada por la división destruye el «bien público». El editorial se pregunta: «¿Cuándo harán, sin divisiones, feliz la familia del suelo de Manco? Hay un partido de hombres temerarios que trabajan por la caída del presidente». En el artículo se nota la idea fuerza de que el espíritu de partido y, sobre todo, de facción, sustenta una cultura revolucionaria que impide la estabilidad del sistema republicano. El diagnóstico es sencillo y la cura es clara: hay un «fatal espíritu de facción y de anarquía» que requiere ser extirpado (La Miscelánea (Lima), «Encomienda la revolución», n.˚ 523, 30 de marzo de 1832).

5. DE 1850 A 1870

Las elecciones para Presidente de 1851 reformulan los discursos y prácticas políticas, en particular porque están situadas en un nuevo contexto en que los clubes electorales juegan un rol más que relevante, un fenómeno recurrente

77 Cristóbal ALjovín de Losada también en otros países de Hispanoamérica a mediados del siglo XIX. Hay un afianzamiento de las organizaciones políticas en la escena, en particular los clubes electorales, que cubren buena parte del territorio nacional, continuando a la vez con fuerza las tertulias de intelectuales, un elemento forjador de la opinión pública (Peralta, 2003: 85-87). En realidad, es un hecho decisivo para las elecciones de 1851 el que éstas se remitan a toda una cadena de clubes. En ese contexto juega un rol significativo un grupo de periódicos que harían de voceros de los clubes. Lima sería el centro de operaciones de dichas organizaciones. Destacan el diario El Progreso, por el lado de la campaña de Domingo Elías, y también El Rímac, por el de su opositor, Rufino Echenique. Mucho de lo escrito en dichos periódicos era repetido por sus similares en provincias, formándose una cadena de organización y de generación de imágenes con una estructura y, lo que es más interesante, con la figura de un discurso claro de un candidato como representante de una organización (Loayza, 2005). Con los clubes y los periódicos aparece con claridad la noción de «candidato». Acerquémonos ahora a las campañas en las que se van configurando las imágenes de los candidatos en 1851. Detengámonos en la campaña de prensa del rico hacendado e importador de chinos, Domingo Elías, candidato del Club Progresista. Elías empieza la construcción de su imagen como candidato una vez concluida la elección parroquial. Se inicia con una curiosa campaña en El Progreso. Los editoriales del diario juegan con la imagen de representar el punto de vista de hombres de ideas, de gente pensante que no se adscribe al culto de una figura providencial. La visión de programa es uno de los temas centrales de la campaña. En esto último podemos reconocer una táctica de imagen que sería común en la política de tiempos posteriores. En contraste con la campaña de Elías tenemos la del grupo de Echenique, cuyo órgano de difusión es el diario El Rímac, al que debemos sumar un grupo de periódicos satélite de provincias. Lo favorece la Sociedad de Fraternidad y Unión Electoral, que tiene vínculos en diversas ciudades del país. Los círculos opositores a la candidatura de Echenique tipifican a sus adherentes como gente «comprada», o califican a los miembros de su club como «mandingos», en clara alusión al origen africano de sus integrantes (Mc Evoy, 1997: 68-69). Los diarios del grupo de Echenique en cambio enfocan la construcción de la imagen de su candidato sobre la base de una crítica del plan de gobierno de sus rivales. El Rímac se inclina así por exaltar la experiencia del General y su obediencia a la Constitución, aunque tiene como elemento fundamental la crítica a la estrategia de imagen del Club Progresista, a cuyos miembros señala despectivamente como una partida de empresarios que representan el lucro personal y la búsqueda mezquina del interés privado (Loayza, 2005). La década de 1850 es rica en debates ideológicos. La revolución de 1854 tuvo una impronta liberal que se plasmó después en la constitución de 1856. Dicha carta da testimonio de los cambios en la percepción sobre las asociaciones en términos positivos. De acuerdo a Alex Loayza, la constitución de 1856 fue la primera en aceptar normativamente las asociaciones como parte constituyente de la sociedad (Loayza, 2009: 398). En el artículo 28 de la carta de 1856 se dice que:

78 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870

«… todos los ciudadanos tienen el derecho de asociarse pacíficamente, sea público o en privado, sin comprometer el orden público». En 1858, Francisco de Paula González Vigil, sacerdote, liberal, crítico al poder del Papa y excomulgado varias veces, escribió un conjunto de artículos en el diario El Constitucional, que los republicó posteriormente en El Pueblo en 1864 y El Correo de Perú en 1871-1872 alabando a las asociaciones, a las que define como «comunidad de intereses y mutuos oficios» (González Vigil, 1970 [1858: 27). Las asociaciones son parte de la condición humana. Estas eran parte fundamental de la sociedad civil. En un gobierno «democrático, las asociaciones políticas no deben ser percibidas como amenazas; sino como parte de la participación ciudadana y es beneficioso a la república». Para el sacerdote liberal, era un absurdo que la política fuera monopolio del gobierno (González Vigil, 1970 [1858]: 23, 29-33). En 1862, Santiago Távara publica por partes en El Comercio «La Historia de los Partidos». Este se inicia con San Martín y continúa hasta 1862. Su texto es una suerte de recuento de la historia y reflexión de la política republicana desde una óptica liberal y creyente del progreso humano. Es un progreso vinculado al gobierno democrático, civil, cristiano y con fuertes tintes igualitarios y anti-aristocráticos. Concibe la política como una lucha de partidos ideológicos sin que necesariamente los actores históricos se reconocieran a sí mismos o se les designara de tal modo (una imagen del pasado que continúa hasta nuestros días). Comparando el Perú con Europa, Távara dice: «Apenas hacen cuarenta años y ya somos muy superiores a los de la época del Rey y vamos adelante (Távara, 1951 ([1862]: 5)». Para Távara hubo dos grandes «partidos»: los liberales «que querían orden y responsabilidad, según la ley y los militares, y togados que habían crecido bajo la férula de los subalternos de Fernando VII y Carlos IV». Bartolomé Herrera formó la identidad conservadora bajo la supremacía del principio de autoridad. Mucho de los que los conservadores reclamaban era «la autoridad de Herrera disfrazada» (Távara, 1951 [1862]: 7). Los «partidos» se vinculan con corrientes ideológicas. En la década de 1860 se reconoce la existencia de un llamado partido liberal. Hay una suerte de organización alrededor de él. El 10 de julio de 1861, «el partido liberal» reunió «más de mil ciudadanos... se les había preparado un lúcido banquete en el que reinó el orden y armonía: los brindis, solo fueron por el triunfo de su candidato». En el discurso se «llamó a la unión y a la concordia a todos sus hermanos extraviados por la falacia y el engaño [...]. La causa que sostenemos, es la del pueblo, es la del Perú, es la de la patria» (EL Comercio, «Comunicados. Intereses Generales», 11 de julio de 1861). Sin embargo, los seguidores del candidato liberal, General D. Ramón López Lavalle, creían que debían «obrar en consonancia con los principios». Con «la victoria solemne de la voluntad popular y acto continuo la fusión de todos los partidos» (Comunicados. Intereses Generales, 2 de julio de 1861); es decir, los partidos deben tender a la unidad después del enfrentamiento electoral. Los cambios semánticos mencionados implicaron una nueva etapa en cuanto a las prácticas políticas con organizaciones estructuradas y con una clara plataforma

79 Cristóbal ALjovín de Losada pública. Sin embargo, ello no quiere decir que la búsqueda de la unidad y la crítica a la división no persista. El cambio no es una tabula rasa: un nuevo inicio dejando de lado antiguas concepciones. Hay una ambivalencia con el concepto partido en torno al clamor por la unidad o de la pluralidad. Era común la crítica al espíritu de partido como causa de las revoluciones. En 1860, Francisco Alvarado, Prefecto de Amazonas, declara a los pueblos bajo su mando en momentos de elecciones: ciudadanos «al tiempo de ejercer vuestra soberanía popular, no os desfraternice el espíritu de partido que tantos estragos acarrea y que ocasiona infinitos males a la patria». Se exhorta a los votantes a tener un comportamiento ejemplar pues no debe repetirse «el escándalo que en las elecciones anteriores, introduciendo cismas, forjando desavenencias y procurando divorciarse unos a otros». En pocas palabras, exige que se forje una unidad política (El Comercio, «Comunicados. Intereses Generales», 2 de enero de 1860). Valga la verdad que las elecciones parroquiales se convirtieron en un campo de batalla en la segunda mitad del siglo XIX. Con la aparición de las organizaciones políticas, las elecciones de primer grado se vuelven fundamentales. Sus electores ya no tendrán «la autonomía» de antes, pues pertenecen a algún grupo políticamente formalizado (Aljovín, 2005: 59-74). Es interesante leer los boletines revolucionarios del General Tomás Gutiérrez del año de 1872. Estos son denuncias feroces a la elección de Manuel Pardo —el primer presidente civil electo—. La candidatura de Pardo fue organizada a partir de la Sociedad Independencia Electoral Nacional. En el año de 1872, los hermanos Gutiérrez, oficiales prominentes del ejército, dan un golpe de Estado fallido para evitar que Pardo asuma la presidencia. Los tres hermanos terminan asesinados y sus cuerpos ahorcados en la catedral de Lima. En momentos en que pensaba que lograría su cometido, Gutiérrez anuncia en un comunicado a sus soldados, los «centinelas de la patria», que han salvado la república e impuesto el orden al sepultar «una facción política que había resuelto adueñarse de la república. No contaban los prosélitos del más desenfrenado absolutismo con vosotros» (El Comercio, «Boletines de los revolucionarios del día 24 de julio de 1872, 27 de julio de 1872»). Ante las acusaciones de ilegitimidad, Manuel Pardo, líder del recién fundado Partido Civil, y sus seguidores, se declaran vencedores de la justa electoral representando a la mayoría del país. Dicen que «los enemigos de la verdad y las falsificaciones de la historia electoral siguen llamando círculo al inmenso partido que elevó a la silla presidencial al actual jefe del Estado». No aceptan la victoria de Pardo, que alcanzó «dos terceras partes de la nación» (El Comercio, 17 de setiembre de 1872). De igual modo, el Partido Civil, así como otras organizaciones políticas (clubes políticos), son descritos como parte positiva del sistema republicano en la década de 1870. En un sistema parlamentario, «la existencia de los partidos organizados y disciplinados es indispensable, porque es el medio de hacer triunfar las doctrinas que profesan y los intereses a que están ligadas» (El Comercio, 17 de setiembre de 1872). Hay una clara concepción de los partidos como expresión de los intereses y de las doctrinas. Se nota que se va deslizando una idea de partido como la asociación organizada de un grupo de personas con intereses e ideología. Una

80 Entre la unidad y la pluralidad. El concepto de partido-facción en el Perú, 1770-1870 visión opuesta a la de los hermanos Gutiérrez en torno a las organizaciones que apoyaron a Manuel Pardo. En un libro en torno al Partido Civilista, Ulrich Mücke sostiene una transformación semántica del concepto de partido y de las prácticas políticas con el advenimiento del Partido Civil durante la década de 1870. Partido se utilizaba para asignar un movimiento político vinculado a una persona. A mediados de 1870, con el asesinato de Manuel Pardo, líder del Partido Civil, «Partido Civil» era una expresión con que se denominaba a un grupo de personas y no a un caudillo o a un conjunto de clubes. De algún modo, se desprende de cierta forma del líder y se asigna la denominación a un cierto aparato. De igual modo, siguiendo la idea de aparato, se nota un comportamiento partidista en el Congreso. En el análisis de la forma en que votaron los diputados en la década de 1870 se aprecia una tendencia a una uniformidad partidaria. Finalmente, hay una serie de ataques contra el Partido Civilista con la imagen de que el Congreso estaba dominado por un partido que buscaba sus propios intereses y no los de la nación. Es interesante leer una declaración de éste de 1878 que describe el juego político como de mayoría y minoría de modo positivo: «Los diversos intereses sociales y la distinta manera de realizarlos, dan lugar a la existencia de los partidos, que luchan por asumir la dirección de los negocios públicos; y en medio de esa lucha constante que es la vida de los pueblos democráticos, sólo puede imperar la voz de las mayorías. [...] La existencia de diversos partidos no es ciertamente una calamidad para el país, sino, antes bien, el síntoma de que late vigorosa en sus entrañas la vida republicana» (Diario de los debates de la Cámara de Diputados del Perú, Congreso ordinario de 1878, 1: 86 (in Mücke, por publicar). El discurso de Cesáreo Chacaltana a favor de la candidatura de Manuel Toribio Ureta del 25 de junio de 1871 nos muestra los cambios semánticos del término partido que hemos estado reseñando a partir de la década de 1850. Para Chacaltana, «la república y la democracia llaman por igual a todos sus hijos», de cualquier profesión, para acceder a la presidencia. Los partidos deben «levantar la libertad política de los pueblos sobre el ahogante yugo del despotismo». El orador define luego el rol de los candidatos. Estos «agrupan en torno suyo un sistema de ideas y de principios de gobierno, forman al contrario un núcleo de actividad incesante, único capaz de realizar la ley del progreso a que debe sujetarse toda la sociedad». Con un fuerte discurso antimilitar, sostiene que los oficiales del Ejército han tenido una exagerada presencia en la política. Sugiere que «se restablezca el equilibrio social, y en el poder se hallen representadas todas las esferas». En su defensa de la candidatura de Ureta, se afirma que éste representa «la justicia de todos los partidos, es el símbolo del principio social que todos los partidos aceptan y que es superior al principio de cada partido». De ese modo, puede lograr en un futuro gobierno «conciliar los intereses de los partidos con los intereses nacionales: el que eso hace es el que representa el partido nacional, que es el verdadero PARTIDO CIVIL». Recalca el valor de representar un liderazgo y un partido con ideas, porque

81 Cristóbal ALjovín de Losada

«sólo los hombres que llevan al poder una misión determinada tienen derecho a exigir a los partidos su apoyo… Y sólo de ese modo los partidarios podrán apartar su confianza cuando les falten a sus promesas. ¡Sólo así se comprende una soberanía racional!» (El Comercio, «Comunicados. Intereses Generales», 26 de junio de 1871). En mucho, el discurso debió buscar ocupar espacios similares a los de Manuel Pardo, futuro fundador del Partido Civil. Chacaltana, sin embargo expresa una visión que aceptaba los partidos que debían terminar fusionándose a favor de los intereses de la nación. No quisiera cerrar el artículo dejando la impresión que una concepción pluralista de partido emergió por los años de 1870, dejando de lado la noción de unidad —que en mucho tiene una mayor fuerza de convocatoria—.Nuestro propósito más bien ha sido mostrar que la tensión unidad/pluralidad es parte fundamental del lenguaje de la democracia instaurada en el siglo XVIII por las llamadas «revoluciones Atlánticas» descritas por Robert Palmer (Palmer, 1989, Tomo I, 3.24). Con mucho acierto, a su modo, François-Xavier Guerra incluyó al mundo hispanoamericano, del cual el Perú es parte, en dicho proceso histórico de cambio radical del lenguaje y de las prácticas políticas en el llamado mundo Atlántico (Guerra, 1992: 115-148). La transformación de la cultura política no implica el abandono de un concepción unitaria para una plural, sino un cambio de relaciones entre una y otra. Como bien lo escribe Pierre Rosavallon, durante los momentos de una fuerte concepción a favor de la unidad en Francia a fines del siglo XVIII e inicios del XIX, la dinámica parlamentaria, los intereses en la sociedad y su aceptación perforaban la unidad o, para utilizar el vocabulario de Juan Jacobo Rousseau, la voluntad general (Rosavallon, 1998). Del otro lado de la orilla, el surgimiento de las organziaciones políticas no borró la ansiedad por fundar un mundo basado en la unidad, dejando de lado los intereses individuales o grupales. La tensión entre unidad y pluralidad persiste hasta nuestros días y es parte constituyente de la democracia. Ejemplo claro de dicha tensión es el discurso de la antipolítica, y el movimiento antipartidario del Perú de la década de 1990 en que se describían a los políticos como representantes de sus propios intereses y no los de la nación.

Referencias citas

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84 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 85-104 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839)

Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839)

Isidro Vanegas*

Resumen

Este texto hace un seguimiento al uso del término «revolución» en la Nueva Granada durante este periodo crucial. Pero no se trata de una simple reseña de los sucesivos significados que se le otorgaron, sino de acercarnos a través de él a la naturaleza de la sociedad monárquica y de la revolución que la deshace. Busca por lo tanto aprehender el orden que la revolución neogranadina confrontó y transformó de manera sustancial así como el lugar que los hombres públicos dieron a la mutación revolucionaria, y las esperanzas que en ella depositaron.

Palabras clave: «revolución», Nueva Granada, democracia, sociedad monárquica

Révolution: le mot, l’évènement, l’évènement fondateur (Nouvelle Grenade, 1780-1839)

Résumé

Cet article présente l’historique des usages du terme «révolution» en Nouvelle Grenade durant la période cruciale des années 1780-1839. Il ne s’agit pas, cependant, de rendre compte de ses significations successives, mais de s’approcher, par le biais de ce terme, de la nature de la société monarchique et de celle de la révolution qui l’a détruite. Il s’agit également d’ appréhender l’ordre auquel la révolution néogrenadine a fait face et qu’elle a transformé de manière substantielle, et de mesurer la place que les hommes publics ont accordé à la mutation révolutionnaire, et les espoirs qu’elle a créés chez eux.

Mots clés : «révolution», Nueva Granada, démocratie, société monarchique

* Centro de Estudios en Historia. Universidad Externado de Colombia. E-mail: [email protected]

85 Isidro Vanegas

Revolution: the word, the event, the landmark founder (New Granada, 1780-1839)

Abstract

This article tracks the use of the term «revolution» in New Granada during the crucial period of 1780- 1839. This is not a simple summary of the significant events that occured, but a closer analysis of the nature of monarchical society and revolution that brought it down. The article created therefore tries to grasp the order that the revolution in New Granada confronted and changed substantially, as the place that public men a mutation that was revolutionary, and the hopes placed in it.

Key words: «revolution», Nueva Granada, democracy, monarchical society

A los hombres que vivieron la revolución neogranadina de la década de 1810 no se les escapó la notable alteración del lenguaje que se operó durante esos acontecimientos. La palabra misma «revolución» sufrió una mutación trascendental respecto al significado que los neogranadinos le habían otorgado dentro de la sociedad monárquica. Tomando como parteaguas ese momento revolucionario, este artículo hace un seguimiento al uso del término «revolución» durante tres momentos. En primer lugar durante las décadas que precedieron a la crisis monárquica, cuando el horror de los neogranadinos a la mutación revolucionaria nos pone en contacto con la solidez del orden monárquico. En segundo lugar durante el periodo revolucionario (1808-1816), donde indago cómo la noción de «revolución» es aprehendida en la revolución misma, cómo el acontecimiento revolucionario se designa a sí mismo y cómo esa designación revela ciertos temores y expectativas, buscando además asir el curso de la revolución a través de la manera como los contemporáneos la nombran. En tercer lugar, durante el periodo 1816-1839, poniendo especial atención al lugar que le fue asignado al acontecimiento revolucionario en el relato fundacional de la nación. Entre la exigencia de terminar o continuar la revolución, la persistencia de la cuestión revolucionaria en el lenguaje de las luchas políticas durante este periodo que denomino la república de los héroes, nos pone en contacto con la inevitable división de la sociedad democrática engendrada al momento de la ruptura con la monarquía hispánica. En uno u otro momento, no se trata simplemente de describir la manera como el término «revolución» fue utilizado, de mostrar sus significados, sino de acercarnos a través de ese ejercicio a la naturaleza de la mutación revolucionaria, y de la sociedad que esa revolución enfrentó y transformó de manera sustancial.

LA REVOLUCIÓN: UN «DELIRIO CRIMINAL»1

Observando ligeramente los escritos y las actitudes de algunos revolucionarios de la década de 1810, es forzoso percibir cómo ellos fueron, hasta el advenimiento

1 Un desarrollo pormenorizado de lo planteado en este apartado puede verse en Vanegas (2009).

86 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839) de la revolución, unos fieles vasallos del monarca español, que si bien pudieron conocer la literatura revolucionaria e incluso simpatizar con la República, sin embargo durante el periodo monárquico no se pensaron en absoluto como agentes de un cambio revolucionario. José María Salazar escribió en 1804 un poema de ardiente patriotismo para celebrar la llegada a Santafé del virrey Amar y Borbón. Andrés Rosillo en un sermón de 1805 manifestó que el gobierno de la monarquía española era el mejor que pudiera apetecer el hombre. En el Semanario del Nuevo Reino de Granada no solo fue vindicado en 1808 el rey como padre de su pueblo sino que fueron proyectadas unas escuelas patrióticas en las que los niños le deberían rendir homenaje. José Acevedo y Gómez, ese mismo año, redactó un regocijado informe de las festividades celebradas por Santafé para reconocerse como fieles súbditos de Fernando VII. Antonio Nariño, como nos lo cuenta el cura José Antonio Torres y Peña, se ofreció en 1808 al Virrey para hacer la jura de Fernando VII ante la falta de Alférez Real en Santafé. José Fernández Madrid deploró en 1809 la cautividad de ese soberano a quien describe como el «astro deseado» que da vida a la nación2. Aunque la pregunta sea en sí misma problemática, podríamos preguntarnos por qué, antes del acontecimiento revolucionario de la década de 1810, estos hombres no tuvieron como horizonte la revolución. ¿Por qué sucedió eso si ellos fueron en la década de 1810 adalides de los cambios revolucionarios y muchos de ellos sacrificaron su vida en esa tentativa? Para responder a esa cuestión resulta útil indagar acerca del significado del término «revolución» en la sociedad en la que ellos se formaron. Es bien sabido que la palabra «revolución» sirvió en la segunda mitad del siglo XVIII para aludir a fenómenos celestes, como nos lo informa por lo demás el diccionario de Esteban Terreros (1788), quien nos revela que dicho término es usado por astrónomos o astrólogos para aludir al ciclo de los planetas o de los hombres. Terreros nos revela igualmente que «revolución se dice también de las mudanzas, y variedades extraordinarias que suceden en el mundo, como desgracias, infelicidades, decadencias, &c.» Por último, agrega que esa palabra es asociada a «tumulto, desobediencia, sedición, rebelión», «mutación, variedad, vicisitud» (Terreros y Pando, 1788). Entre esa variedad de significados me concentraré en tratar de entender qué designa el término «revolución» en su sentido «político», y de qué ordenamiento social participa esa noción en medio de las novedades en el gobierno y las costumbres alentadas a finales del siglo XVIII por la misma Corona. Me sirvo fundamentalmente de tres fuentes: la primera, El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y en sus respectivas obligaciones, un escrito de la década

2 José María Salazar en el poema, «El placer público de Santafé», celebra el arribo del «Excelentísimo Señor don Antonio Amar y Borbón, Caballero profeso del orden de Santiago, Teniente General de los Reales Exércitos, Virrey, Gobernador y Capitán General del Nuevo Reyno de Granada, y de la Excelentísima Señora su Esposa Doña Francisca Villanova y Marco» (1804); Andrés María Rosillo (1805); «Discurso sobre la educación» (1808); José de Acevedo y Gómez (1808); José Antonio Torres y Peña (1960: 82); José Luis Fernández de Madrid (1809).

87 Isidro Vanegas de 1780 (no publicado) del sacerdote Joaquín de Finestrad (2000). La segunda, el Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1978), del cual fueron publicados 265 números entre 1791 y 1797. La tercera, el proceso seguido contra Antonio Nariño (Hérnandez de Alba, 1984), entre 1794 y 1811. Este acervo documental revela cómo, durante el tiempo en que reinan Carlos III y Carlos IV, la palabra «revolución» no porta esperanzas sino temores: es asociada a sedición, rebelión, conjuración, conmoción, sublevación, revuelta, levantamiento, insurrección; todos denotan una inmoral alteración del orden en esa sociedad que hemos definido como «sociedad monárquica» y no como «sociedad colonial», dislate este que hace evidente un sencillo ejercicio de historia conceptual. Las revoluciones políticas son para los súbditos neogranadinos algo abominable, son una perspectiva que les produce un gran temor en la medida que, al final, solo ven la violencia y la desintegración de la sociedad. Este sentido aciago del término «revolución» lo vemos expresado claramente en un acontecimiento muy importante de este periodo: la revuelta de los comuneros de 1781 iniciada en la provincia del Socorro. Revisando la amplia documentación compilada por Juan Friede encontramos que apenas en una ocasión alguien de la época describe esa movilización antifiscal como la «revolución de los comunes», siendo utilizado el término de manera generalizada para aludir más bien a la confusión y los estragos de las protestas3. El cura Finestrad, uno de los encargados de pacificar dicha provincia, describe esa protesta como «aquellos infelices tiempos de revolución y trastorno en que el espíritu de tinieblas se difundió por todos esos lugares». Y consagra todo El vasallo instruido a mostrar que los súbditos no tienen derecho a rebelarse contra su príncipe ni siquiera en la eventualidad de que este sea un déspota. El desacato a las autoridades legítimas es un acto pecaminoso, dice Finestrad, y solo a Dios le está reservado el derecho de castigar el despotismo o los abusos del monarca. Para él «revolución» no solo es un desquiciamiento del natural sosiego y quietud de los vasallos sino una injustificable alteración del buen orden que rige la sociedad, orden que tiene su fundamento en la figura del monarca (de Finestrad, 2000: 367-371; 374-375). Manuel del Socorro Rodríguez, el editor del Papel Periódico de Santafé (1978), por su parte, utilizó el término «revolución» especialmente a la luz de la revolución francesa, de la que se ocupó con asiduidad en su periódico. Para Manuel del Socorro la revolución introduce en la sociedad una violencia que llega hasta la destrucción mutua de los revolucionarios. Piensa igualmente que la revolución conlleva una inversión del orden legítimo en cuanto instaura una pretensión igualitaria que quiebra la idea jerárquica que ordena la sociedad. Un igualitarismo

3 En las capitulaciones redactadas por Berbeo no se deja de reconocer la sujeción al monarca y el legítimo derecho a cobrar tributos. En otros apartes manifiesta que en el Reino del Perú «debieran haber cesado en su revolución pues ningún monarca puede sostenerse sin algunas contribuciones de sus vasallos» (Friede, 1982; las alusiones a «revolución» en t. 1: 12, 76, 98, 144, 166, 335, 337, 356, 370, 385; t. 2: 584, 712, 747, 752, 759, 889, 1036, 1043).

88 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839) antinatural a sus ojos, y que rompe con los criterios tradicionales para definir lo que es precioso y útil, para definir quién manda y quién obedece. La revolución, piensa Manuel del Socorro, hace que nadie sepa cuál es el lugar que le corresponde en la sociedad, y que todo se torne precario y volátil. Las extravagancias de la revolución francesa se resumen, según él, en la pretensión de erigir una república en lugar de la monarquía, en la pretensión, en últimas, de instituir el «quimérico sistema de la igualdad»4. El caso de Antonio Nariño, tenido por precursor de la revolución neogranadina, es más importante aún de ser observado. Nariño fue encarcelado en 1794 por traducir e imprimir los derechos del hombre y acusado también de trabajar por un levantamiento del Reino, para, según sus propias palabras, instaurar «el sistema fanático de los franceses», una acusación que Nariño rechaza como un «delirio tan criminal, que no cabe en su pensamiento». Después de una brillante defensa que en realidad sirvió para ahondar los temores de las autoridades virreinales, Nariño fue enviado preso y en el trayecto escapó, pasando a Francia e Inglaterra donde realizó algunas gestiones en busca de apoyo para la separación del Nuevo Reino respecto a la metrópoli. Nariño regresó al Nuevo Reino y trató de sublevar algunos pueblos, pero intempestivamente se entregó a las autoridades, al no encontrar ningún apoyo para sus planes de rebelión, de los cuales ni siquiera había enterado a su familia. Ante las autoridades Nariño delató minuciosamente a todos los que lo ayudaron, a los escasísimos que simpatizaron con sus ideas y a los que simplemente lo escucharon, muchos de ellos individuos que si no fuera por su confesión nadie hubiera podido conocer. Y lo que es más importante: Nariño delató hasta sus mismos pensamientos. Su confesión está marcada por expresiones como «Asaltóme el terrible pensamiento», «el pensamiento era demasiado desesperado», «he dicho cuanto he hecho y cuanto he pensado». Nariño redactó posteriormente un proyecto de reformas para el mejor gobierno del Reino, y, como he indicado, se ofreció en 1808 para hacer la jura de Fernando VII en Santafé (Hernández de Alba, 1984, t. 1: 294; t. 2: 72, 109, 159-180). En la tentativa de rebelión de Nariño de los años 1794-1797 es posible observar una especie de profunda turbación de la voluntad ante la enormidad de la pretensión: el desafío a un orden natural, a un buen orden en el que los principios católicos y el monarca aparecen como referentes establecidos desde siempre para dar a los «inferiores» la felicidad en la obediencia. Lo angustioso de esa tentativa de Nariño de rebelar el Reino permite observar cómo el poder monárquico aparece a los ojos de sus súbditos con los atributos de algo eminente, misterioso e inmemorial, lo cual convierte en monstruosa la idea de que ese poder pueda ser impugnado, pues tal acto supone ignorar la razón, ofender las enseñanzas de la religión, transgredir la tradición. De la naturaleza del poder del monarca nos hablará Simón Bolívar mucho después, cuando aluda a la monarquía como un gobierno «cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos», lo cual significa, dice el caraqueño,

4 Véase especialmente el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, 1794a; b .

89 Isidro Vanegas que ese gobierno ofrece barreras muy fuertes a quienes pretenden sustituirlo (El Mensajero..., 1814). Que en la sociedad monárquica de la segunda mitad del siglo XVIII y primera década del XIX el término «revolución» no haya sido asociado sino a atributos nefastos permite comprender que el evento revolucionario de la década de 1810 en la Nueva Granada, y tal vez en la América hispánica, haya sido una «revolución» sin precursores5. De esto no hay que extrañarse: en las revoluciones de aquel periodo, entre ellas la revolución francesa, sucedió algo similar6. La existencia de revolucionarios consagrados a hacer una revolución es posterior a este tipo de revoluciones, y propio más bien de sucesos como la revolución bolchevique.

2. «LA FELIZ CATÁSTROFE»7

En contraste con el periodo anterior a la revolución, durante «el momento fernandino», esto es, durante el periodo en que con gran emotividad es ratificada la lealtad a la monarquía —periodo que en el Nuevo Reino va de mediados de 1808 a mediados de 1809—, vemos emerger en medio de los sucesos desgraciados de la monarquía hispánica un significado positivo para la palabra «revolución». Ese sentido venturoso de la palabra «revolución» nace en medio del alud de anatemas que vemos arrojar sobre la revolución francesa y sobre el producto de ella: Napoleón Bonaparte, el captor de la familia real y el agresor de la nación española, de quien escribieron en un periódico que «Solo la revolución de la desdichada Francia pudo abortar un malvado» como ese. Porque si la revolución francesa y Bonaparte designan toda una serie de temores (violencia, irreligiosidad, libertinaje) la vigorosa resistencia que se ve aparecer en la península a la agresión de los franceses es pensada como una serie de acontecimientos que portan la marca del designio divino, y llega incluso a ser definida como una «revolución feliz» a la manera de la que Dios había anunciado a los judíos. Se trata de un acontecimiento afortunado, dicen, no solo porque permite a los españoles reafirmar su fe católica sino porque, como escribieron a comienzos de 1809, «la Monarquía Española está en el día presentando en todos ramos la época más prodigiosa que han visto los siglos». Se dice que sin quererlo, la agresión napoleónica ha permitido a la nación española salir de su letargo y mostrar todo su vigor (Redactor Americano..., 1808; de Torres y Peña, 1809: 13; El Alternativo del..., 1809). El enriquecimiento del término «revolución» con la adición del significado de sacudimiento venturoso expresa —hay que recalcarlo— un viraje fundamental. La tensa dupla de sentidos que porta ahora el término «revolución» la muestra bien una frase del abogado cartagenero José María Castillo y Rada a mediados de

5 Precursor: «Se aplica a lo que anuncia o inicia algo que tiene su completo desarrollo posteriormente» (diccionario de María Moliner). 6 Un trabajo específico sobre la cuestión en Timothy Tackett (1997). 7 Las formulaciones hechas en este apartado se desprenden de la revisión de una base de datos que reúne 16 mil páginas de documentos fechados entre 1808 y 1816 y que, en su inmensa mayoría, fueron elaborados por neogranadinos.

90 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839)

1809, cuando afirma que «la presente revolución, tan funesta por una parte como gloriosa por otra, ha producido efectos asombrosos» (Monsalve, 1920, t. I: 292). Hay que recalcar además que los atributos inéditos que ahora pueden ser asignados al término «revolución» son una muestra de la sincronía existente entre América y la península en la manera de entender la resistencia a Napoleón y todo lo que de ello se deriva. Revolución no solo no es ya algo simplemente execrable: es por el contrario, una dinámica que las mismas autoridades supremas se encargan de alentar. Esa «revolución española», como se la designa, con la que se creen en camino de recuperar la libertad y restaurar el orden social, parece una revolución de un género distinto a todas sus antecesoras, liberada de unos desbordamientos familiares a los Antiguos y a los Modernos. Así, la Junta Suprema puede creer —lo dice en octubre de 1808— que la «revolución española» tendrá un carácter enteramente opuesto a la revolución francesa. Mientras que a esta la asocian a violencia, desunión, intrigas, choque de opiniones, a la revolución española le otorgan el carácter de algo unánime, armonioso e incruento. En la revolución española, afirman, «no hay más que una opinión, un voto general: Monarquía hereditaria, y Fernando Séptimo Rey». De esta manera la Junta Suprema pretende enunciar el único sentido posible para la «revolución española»; pretende dotar a esta revolución de un sentido compartido por la universalidad de los españoles de ambos hemisferios. Pero la Junta no se limita a postular como objetivos el rechazo de la agresión francesa y el retorno de la monarquía a su curso normal: la Junta se hace altavoz de un ideal de cambio: cree que los españoles sabrán «sin trastornar el Estado, mejorar sus instituciones y consolidar su libertad»: da impulso así a la idea de que la revolución es un objetivo que debe proseguir su curso al interior de la sociedad y ahonda de esta manera las incertidumbres en una situación de por sí plagada de incertidumbres (Gaceta de Caracas, 1809a). Exaltando la revolución se lanza la sociedad por un camino de grandes riesgos que parecen permanecer ocultos bajo las enormes ilusiones que las autoridades de la península provocan o profundizan. La Junta Central se hace adalid del ideal de «regenerar la monarquía», un ideal que quizá flota en el ambiente pero que bien puede ser considerado como una de las ideas más disolventes que pudieron abanderar las autoridades peninsulares. Nombrar el acontecimiento que están viviendo como «revolución española» es de por sí decisivo. Al dar un estatus oficial a esa designación le quitan el carácter faccioso que pudiera haber tenido y convierten la revolución en un objetivo cuyos alcances esa frágil autoridad no puede en absoluto controlar. Como partícipes tan intensos de los eventos de la nación española que se desarrollan en la península, los neogranadinos se apropian de esa ilusión de regeneración: lo podemos ver, entre otros documentos, en una conocida representación que algunos regidores del Cabildo de Santafé redactan a finales de 1809 en la que aluden al «día tan deseado de esta regeneración feliz, que ya nos anuncia V. M.» la Junta Central (Gaceta de Caracas, 1809b; Hernández de Alba, 1960: 93)8.

8 La apropiación en América del ideal de regeneración lo vemos en un texto limeño reproducido en Santafé en el que exclaman: «¡Qué idea tan lisonjera para sus colonias la regeneración de la

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Pese a participar de este ideal de regeneración de la monarquía, los neogranadinos poco recurren a la palabra «revolución» durante este periodo de afirmación lealista, sirviéndose de esa expresión sobre todo para execrar la junta de Quito en agosto de 18099.Los acontecimientos de Quito, sin embargo, contribuyen a radicalizar los cuestionamientos al poder monárquico que diversos notables neogranadinos habían comenzado a manifestar meses antes, particularmente bajo la forma de una sospecha sobre la capacidad y el interés de las autoridades virreinales para proteger el Reino de la amenaza francesa. En esta actitud no hay solo temores sino esperanzas nuevas que un tiempo tan incierto ha incrementado a gran velocidad, como lo vemos en las juntas erigidas por doquier a mediados de 1810. Con la creación de esas juntas se asiste a una agudización de la ambigüedad frente al poder monárquico, pues si por un lado las juntas se designan a sí mismas como defensoras de los derechos de Fernando VII, ellas deponen a las autoridades en la mayor parte del Nuevo Reino. De esta manera la sociedad neogranadina se ve lanzada a un torbellino. Del dramatismo del acontecimiento es testimonio no solo la súbita proliferación del término «revolución» sino la sublimación que se hace de ella: «revolución la más activa, misteriosa y feliz que se vio jamás», «maravillosa revolución», «revolución santa», «feliz revolución», «feliz catástrofe», son algunas de las maneras de nombrarla (La Constitución Feliz, 1810, t. 1: f. 599v; Diario Político de Santafé de Bogota, 1810; AGN, Fondo Justicia, t. 9: f. 143). Bien es cierto que esta manera ditirámbica de designar la creación de la junta y sus resultados no es algo uniforme en todo el Reino, pues en ciudades como Cartagena son cautos para hablar del acto de deposición del Gobernador, prefiriendo expresiones como «regeneración de esta provincia», pero en Santafé y otros lugares la palabra «revolución» no solo es recurrentemente asociada a un acontecimiento feliz, sino que se tiene conciencia de que algo extraordinario está sucediendo. José Gregorio Gutiérrez, por ejemplo, le escribe a su hermano seis días después de instalada la Junta de Santafé diciéndole: «estoy atolondrado, y todavía me parecen sueños. Los sucesos son tan memorables, que no han tenido ni tendrán iguales en la América»10.

España!», al igual que en una carta de Camilo Torres en la que este habla de los diputados a Cortes como los hombres que harán la felicidad de la nación española «y a quienes deberá su existencia futura y su regeneración». Véase «Lima 17 de Diciembre de 1808. El amigo de la razón y de la verdad en Lima» en Redactor Americano... (1809); «Cartas de Camilo Torres» en Repertorio Colombiano (1989: 83). 9 Joaquín Caicedo, por ejemplo, le escribe a Santiago Arroyo el 14 de noviembre de 1809 felicitándose del lealismo de su hermano y de su tío, el obispo de Quito, durante la «revolución más espantosa» ocurrida en aquella ciudad. Menos de un año después, Caicedo estará entre los principales líderes de la junta de Cali y escribirá con entusiasmo de los acontecimientos del mes de julio en la capital del Reino: «la revolución de Santafé hará época en la historia», dice. Véase «Para la historia. Documentos inéditos» en Popayán (1909a: 287) y «Para la historia. Documentos inéditos» también citado en Popayán (1909b, n.o XIX: 296). 10 Ver el Informe del Real Consulado de Cartagena de Indias a la Suprema Junta provincial de la misma del 11 de cctubre de 1810 en Elías Ortiz (1965: 268, 270). El apunte de José Gregorio en Casa Museo Veinte de Julio (CMVJ), t. 3223, f. 38.

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La revolución es percibida como un acto providencial en la medida que, a diferencia de otras revoluciones, no ha significado ninguna efusión de sangre. La Junta de Santafé escribe, por ejemplo: «No es esta una revolución premeditada, no es un tumulto popular en que el desorden precede a los estragos y a la carnicería: es un movimiento simultáneo pero pacífico de todos los Ciudadanos» (Archivo Histórico José Manuel Restrepo, 1810, vol. 8, fondo 1: f. 6v). Esa revolución incruenta y unánime es para los líderes revolucionarios un acontecimiento de consecuencias graves no solo porque significa, como dicen, una «entera transmutación» del gobierno sino también porque el campo en el que ven desarrollarse los acontecimientos es la América toda. Pero esta percepción es simultánea con su calificación de la revolución como algo inesperado e impreparado, una formulación que es el lógico corolario de sentir que la generosidad y la lealtad de los neogranadinos hacia Fernando VII, así como su adhesión a la nación española, han sido correspondidos por las autoridades peninsulares con el desdén o la ingratitud (Posada, 1914: 189; 319; La Constitución Feliz, 1810; Gutiérrez & Martínez, 2008: 68). En los primeros meses del brote juntista la revolución entonces es pensada como una respuesta al despotismo y la ignorancia secularmente irradiadas desde España, al igual que como una salida a lo que califican como actos arbitrarios de las autoridades virreinales. La revolución significa tanto la restauración de una libertad o de unos derechos perdidos como el escarmiento de unos funcionarios juzgados hostiles a los americanos. Pero si en el momento que sigue a la instalación de las juntas provinciales el término «revolución» remite casi exclusivamente a esperanzas, no tarda en producirse una diversificación de los sentimientos y las maneras de dar cuenta de la revolución. No se trata en absoluto, sin embargo, de que surjan grupos relevantes que nieguen la justeza del movimiento, pues vemos incluso generalizarse la idea según la cual la revolución es el resultado del despotismo de los españoles en el sentido que a estos se les asigna un carácter intrínsecamente perverso, desapareciendo prácticamente la arbitrariedad virreinal de las explicaciones del cambio de gobierno11. La revolución aparece como algo fatal aun cuando vemos también insistir en el «trastorno general que acompaña las convulsiones políticas», o en «los trastornos inevitables de la revolución». La revolución, advierten algunos, trae necesariamente aparejados ciertos males que hay que tratar de limitar, pero que para otros simplemente hacen estéril la mutación. Un cierto escepticismo respecto a la revolución —más perceptible en ciertos individuos y en ciertos momentos—

11 Una muestra de la manera de pensar respecto a los españoles: «¡La España agotada, moribunda (parece increíble tanta insensatez), la España que si acaso existe todavía es solo por el estímulo irritante de su orgullo, la España ocupada por el francés aun pretende esclavizar al nuevo mundo! […] Habitantes del nuevo Continente, generosos hijos de Colón! cuando tenemos la felicidad en nuestras propias manos, es un delirio, una quimera esperarla de nuestros tiranos, de nuestros enemigos naturales» (El Argos Americano, 1811).

93 Isidro Vanegas acompaña esa advertencia de los males que ven venir con ella (Gazeta Ministerial de la República de Antioquia, 1815; El Republicano, 1815)12. Uno de esos males es el de los fomentadores de revoluciones, de los promotores de algún tipo de alteración del orden o desafío a la autoridad. Revolución, en este sentido retoma un significado antiguo que revela una fuerte ansia de concordia y de unidad del cuerpo social. No se trata aquí de la existencia de un tipo de agitadores unánimemente repudiados sino de la necesaria división de la nueva sociedad, lo cual permite que unos y otros puedan utilizar el calificativo de «revolucionario» como anatema para indicar una intención malintencionada de impedir la consolidación de la autoridad, acusación que puede ir hasta convertir a los acusados en contrarrevolucionarios. Más específicamente, encontramos aquí dos reclamos. Uno contra quienes se acusan de buscar simplemente meter desorden, contra los alborotadores («revolucionar» es el verbo que indica esta acusación). Otro contra aquellos a quienes se acusa de pretender cambiarlo todo —al respecto se alude a «la manía de innovarlo todo» (Gazeta Ministerial de Cundinamarca, 1812; Nariño, 1812; La Bagatela, 1811; 1812; Gazeta Ministerial de la República de Antioquia, 1815)—. Otro mal que asocian a la revolución es el de los intrigantes que se aprovechan de las novedades para abrir campo a su ambición, y el de los inescrupulosos que utilizan las novedades para saciar venganzas. Violencia, egoísmo, desunión del Reino, proliferación y choque de opiniones, los males acarreados por la revolución parecen resumirse en la lucha entre provincias, que en la Nueva Granada es tan acusada y tan temprana. Es por eso que el cartagenero José Fernández Madrid llama a cesar esas disensiones que desacreditan la revolución cuando advierte que la: «masa general del pueblo, que siempre juzga por los hechos, comparando este desorden y choques con la antigua calma sepulcral en que yacía, forma el peor concepto de los autores y jefes de nuestra santa revolución, y cree que los sacrificios que se le exigen, no tienen otro fin que satisfacer a los caprichos, y particulares intereses de algunos pocos» (La Aurora de Popayán, 1814). Los males de la revolución son fuertemente asociados al predominio de las pasiones, pudiendo pensarse que estas constituyen la más socorrida explicación de las derivas de la revolución. Multitud de expresiones nos hablan de ese desborde de las pasiones. Un cura dice en 1812: «nuestra revolución no podía ser

12 José Gregorio Gutiérrez le dice a su hermano Agustín en agosto 19 de 1811: «Mi Padre me manda te diga en este correo que no le agrada nada tu comisión, lo primero porque es bastante arriesgada a pesar de lo que tú digas, y lo segundo porque dirigiéndose a trastornar las cosas, aunque sea una causa justa, las consecuencias, y resultados siempre son imputables a los autores de una revolución, de cuyo bueno, o mal manejo pende una responsabilidad, a que es muy difícil satisfacer después. Yo soy del mismo dictamen, y aunque conozco la justicia de nuestra causa, y que era ya tiempo de sacudirnos, y echar a pasear a nuestros antiguos amos, no por eso dejo de conocer también que en nuestra revolución ha influido más el espíritu de venganza que el deseo puro de nuestra libertad, y felicidad» (CMVJ, t. 3223: f. 111).

94 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839) obra de hombres, sino de la furia infernal de todas las pasiones». Simón Bolívar habla «de turbulencia, de choque y de divergencia de opiniones» en medio de las cuales «el torrente de las pasiones humanas […] agitadas por el movimiento de las revoluciones se aumentan en razón de la fuerza que las resiste». Una proclama del gobierno de la Unión indica que en «medio del fuego y trastornos de una revolución política las pasiones suelen adquirir tal grado de vehemencia y actividad que, o producen los hechos más sublimes y heroicos, o degeneran en el desenfreno y licencia más espantosa». Mientras que un individuo advierte del «precipicio a que os conducían los delirios políticos de la fiebre inevitable de una revolución», y otro más alude al «desenfreno de las pasiones que ha causado la revolución» (de Mendoza Bueno, 1814: 8; El Mensajero de Cartagena de Indias, 1814; Argos de la Nueva Granada, 1815; El Republicano, 1815; 1816). La insistencia en asociar la revolución a una hipertrofia de las pasiones va de la mano con el establecimiento desde mediados de 1810 de un vínculo entre la revolución y el desencadenamiento de un gran entusiasmo, de una activación sin precedentes de la velocidad de los sucesos. Alguien habla del «tiempo de revolución, en que casi se han borrado los caminos por donde se debe marchar, y en que se precipitan los sucesos con tanta velocidad, que apenas dan lugar a la reflexión». La revolución es un tiempo en el que nadie ha podido permanecer al margen de los acontecimientos incluso contra los deseos propios. La revolución es además un tiempo de una aguda tensión nerviosa que recorre toda la sociedad, por lo que un periódico alude a «unas revoluciones tempestuosas, en que todos miden sus operaciones con la ansiedad» (Argos de la Nueva Granada, 1815; Década Miscelánea de Cartagena, 1814). Por diversas razones esa febril revolución ve sin embargo decrecer el entusiasmo hacia las novedades introducidas luego de la expulsión de las autoridades virreinales. El Gobierno de Cartagena, por ejemplo, admite a mediados de 1814 que «la opinión de nuestros pueblos, nunca bien decidida por la naturaleza de los principios y motivos que obraron nuestra revolución, ha ido debilitándose por los sufrimientos, privaciones y sacrificios que necesariamente les ha impuesto, y las ningunas ventajas que de presente ha podido proporcionarles el nuevo orden de cosas». Mientras que Bolívar escribe en 1815 pronosticando que las provincias americanas terminarán emancipándose pero que «algunas serán tan infelices que devorarán sus elementos ya en la actual, ya en las futuras revoluciones». Se trata de un pronóstico que no pocos hacen sobre la inestabilidad y los desórdenes permanentes que le esperan a la América independiente (Posada, 1989, t. II: 5; Bolívar: 61). Pero de manera simultánea con ese declive del entusiasmo se produce una radicalización de la revolución, que se expresa en el énfasis con que se reclama el tratamiento de «ciudadano», en la liberalidad hacia los esclavos, en la exaltación del papel de la mujer en las revoluciones políticas, en la vindicación de los agitadores, en la creación de tribunales de salud pública por doquier, y finalmente en la naturalización de la otredad respecto a los españoles, rasgo este que constituye la emergencia propiamente dicha de una diferenciación definitiva respecto a la

95 Isidro Vanegas madre patria (Gazeta Ministerial de Cundinamarca, 1815; Gazeta Ministerial de la República de Antioquia, 1814a; b; «A los Enemigos de la Esclavitud. Carta al reimpresor de la Bagatela num. 23», 1814: 2; «Voto del C. Dr. José Ignacio Losada sobre la expulsión de españoles europeos en la sesión, que el Serenísimo Colegio Electoral tuvo en Santafé el día 31 de Mayo de 1815», 1815). Esa separación radical respecto a la nación española que introdujo la revolución no es contradicha por la valorización de la revolución española que vemos producirse luego del retorno de Fernando VII al trono. Si después de las juntas de 1810 se había dicho de muchas maneras que esa revolución española no había aportado sino decepciones, ahora se le apuntan algunas virtudes como haber vivificado el espíritu público o haber promulgado una constitución más o menos liberal. De manera que cuando Fernando VII acusa a los revolucionarios españoles de haber copiado «los principios revolucionarios de la Constitución francesa de 1791», en un periódico replican que el error de los españoles no radicó en haber realizado tal copia sino en haber desaprovechado la oportunidad de fijar tales principios. Esta valorización de la revolución española muestra cuánto debe la actitud separatista respecto a la metrópoli a una elaboración intelectual, esto es, que ella no consiste simplemente en la constatación de unos abusos seculares y de una otredad previa a la revolución. Pero esta valorización de la revolución peninsular es la oportunidad para indicar que esas venturosas novedades —entre ellas, las Cortes— son las que viene a derribar el Deseado, por lo que la revolución debe proseguir en América. El ocaso de la revolución española sirve pues, para renovar la separación respecto a la península (Argos de la Nueva Granda, 1815c). Para los monarquistas neogranadinos, por el contrario, el retorno de Fernando VII representa simplemente el fin de una «espantosa y fatal revolución». El cura José Antonio Torres y Peña, uno de los escasos neogranadinos que dejó testimonio de su monarquismo, explica la revolución por la actividad de perversos intrigantes que valiéndose de la situación apurada que había vivido España con la crisis monárquica habían usurpado el lugar de las autoridades legítimas. Se trata, dice Torres y Peña, de una serie de «revolucionarios» con habilidad para manejar los hilos de la trama novadora (por eso habla de «secuaces del sistema revolucionario», «autores de la revolución», «fraude de los revolucionarios», «directores de la revolución», «designios revolucionarios», etc.). Novadores que encontraron su camino expedito porque la mayoría de vasallos fieles creyeron ingenuamente en sus buenas intenciones de defender la monarquía y el orden amenazados por los franceses (Torres y Peña, 1960: 83, 84, 85, 104). Según Torres y Peña esos revolucionarios que buscaron hacer «un remedo de la revolución francesa» en el Nuevo Reino son básicamente unos enemigos del orden social. Para él la revolución significa automáticamente la licencia y la apertura a la irreligiosidad, siendo el principal designio de los revolucionarios establecer «una total independencia» y «una bárbara y absoluta libertad». Desde esta perspectiva los desastres producidos por la revolución son la confirmación del carácter aciago que es consustancial a la república o democracia con que se ha buscado sustituir el gobierno monárquico, como lo manifiesta otro cura para quien:

96 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839)

«una Poliarquía es como un volcán que siempre vomita fuegos, y estragos, y que jamás reposa aunque pasen los siglos, que es una continua insurrección del Pueblo, que en ella el mérito es más peligroso que el delito; que la violencia, y la intriga ocupan el lugar de la Justicia; que ella es el Domicilio de la ingratitud, y el capricho; el teatro de las mudanzas, y catástrofes, la palestra de los celos, y la envidia, el lugar enemigo de la seguridad, y fortuna, la Patria de la revolución, y una disposición perpetua para la más cruel tiranía» (Torres y Peña, 1960: 73, 67; de Valenzuela y Moya, 1817: 22). Para los monarquistas, por lo tanto, es preciso borrar completamente la revolución, es necesario trazar un paréntesis sobre estos años. Dentro de este estado de ánimo el cura Antonio de León concluye en 1816 un sermón pronunciando unas palabras que desea ver suscritas por todos los neogranadinos: «Oh Señor, si pecáremos en adelante, castigadnos primero con todos los rayos de vuestra Divina Justicia, antes que con otra revolución» (de León, 1816: 50). Sin embargo, un grupo importante de neogranadinos exiliados en las llanuras del Oriente y otros que esperaron la reconquista en sus hogares, están lejos de suscribir los deseos de este cura.

3. «LA REVOLUCIÓN MÁS ATROZ Y MÁS BENÉFICA»

Luego que las fuerzas patriotas de Venezuela y la Nueva Granada recuperan su capacidad de enfrentar la reconquista entramos en una etapa en la que el término «revolución», particularmente en cuanto designa el acontecimiento revolucionario en curso, tiene maneras nuevas de ser pensado, las cuales remiten a disputas importantes entre los líderes revolucionarios y al decantamiento de transformaciones sustanciales del orden político. En primer lugar hay que tener en cuenta que cualquiera que sea la denominación que se utilice para aludir a la nueva forma de la comunidad política —«república», «gobierno popular representativo», «democracia», u otros— hay consenso en que la revolución ha significado el comienzo de una nueva forma de gobierno en todo el profundo sentido que la noción de régimen político tenía en la época13. Hay la conciencia de que la revolución ha significado un cambio fundamental en el ordenamiento social, pues llegan a pensar, como lo hace José Ignacio de Márquez en el congreso constituyente de Cúcuta en 1821, que «los vínculos sociales» han quedado rotos por «la revolución y separación de la metrópoli», lo cual plantea la exigencia de refundar el pacto social. Simultáneamente se hace

13 Véase, por ejemplo, las discusiones en el Congreso Constituyente de 1821(Cúcuta) (1971: 37-38; 40-41; 44-45; 57-62; 75-77; 91; 687; 714). La importancia atribuida a la forma de gobierno puede entreverse en palabras como las de José María Salazar: «La forma de gobierno es la primera cuestión de entidad que se ofrece a un pueblo al emanciparse» (1914: 60).

97 Isidro Vanegas posible pensar que las desigualdades han quedado desnaturalizadas, aunque no ignoran que la desigualdad no ha sido suprimida. José María Salazar, por ejemplo, indica que la revolución ha nivelado las fortunas quitándole los cimientos a un régimen aristocrático, mientras que Bolívar le escribe a Santander: «Me parece una locura que en una revolución de libertad se pretenda mantener la esclavitud», y en una proclama alega: «tenemos la igualdad absoluta hasta en las costumbres domésticas» (Congreso de Cúcuta, 1971, Libro de Actas: 75; Salazar, 1914: 60; Hernández de Alba, 1988: 137; Bolívar, 1976: 72). Las alusiones a revolución subrayan también la asociación con la independencia nacional, pues los hombres públicos tienden a creer que la revolución culminará cuando sean definitivamente expulsados los soldados españoles. En este sentido se hace corriente la denominación de «sistema colonial» o «régimen colonial» para referirse al periodo anterior a la revolución, periodo que, como en la década de 1810, es asociado a oscurantismo y arbitrariedad (Congreso de Cúcuta, 1971, Libro de Actas: 718; Salazar, 1914: 69). En la medida que la independencia es convertida en un imperativo absoluto que todavía enfrenta enemigos externos poderosos, diversos líderes se preguntan si es posible conquistarla al mismo tiempo que la libertad. No pocos creen que fue el deseo simultáneo de la independencia y la libertad lo que llevó al descalabro a las primeras repúblicas, y que seguir queriendo ambas cosas en un momento en que permanece la amenaza militar española, puede dar al traste nuevamente con todos los esfuerzos emancipadores. Esa inquietud la mostraron varios diputados en el Congreso de Cúcuta, y el mismo vicepresidente Santander la expresó en 1820 cuando escribió: «Un otro error ha sido muy común en nuestra revolución. Hemos confundido la libertad y la independencia. Queríamos ser independientes del gobierno español, y queríamos al mismo tiempo gozar de los derechos de los hombres libres, como si hubiéramos quedado ya independientes. No nos contentábamos con que los españoles no fuesen nuestros amos: queríamos que la libertad estuviese tan perfectamente establecida, como la veíamos en la América del Norte al cabo de muchos años. Este error hasta ahora ha venido a disiparse, pues vemos con satisfacción que los esfuerzos de todos los pueblos se dirigen a no depender de los españoles, y esperar al tiempo que les vaya dando posesión de su libertad». Esta tensión entre independencia y libertad resulta fundamental durante este periodo: es la manifestación del deseo de modular el ritmo de la revolución, sobreponiendo la unidad patriótica a las disociadoras demandas de libertad. Pero no falta quien, como Antonio Nariño, recuerde a las autoridades que demandar el aplazamiento de la libertad choca con la naturaleza de un «gobierno libre» (Santander, 1988: 17-18)14.

14 En 1823, Nariño increpó así a un contradictor: «¿qué diablos entiende por federación, cuando hasta los toros del encierro le parecieron federados? Y, ¿por qué es este espanto en una República libre y con una constitución que garantiza la libertad de la imprenta y de las opiniones? ¿Por qué

98 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839)

Tras una crítica como esa de haber confundido la libertad y la independencia se encuentra un juicio extremadamente severo respecto a la primera etapa de la revolución. La revolución arranca en 1810, hay consenso en esto, y hay también una inclinación generalizada a ver la primera etapa de la revolución con cierta conmiseración, pues la asocian a luchas fratricidas, desunión del Reino, exaltación de las pasiones, y, en síntesis, a federalismo. Bolívar, por ejemplo, insta en 1823 a Santander a hacer publicar un artículo en la Gaceta de Bogotá contrastando lo pasado y lo presente, la vieja y la nueva Colombia, y le insiste en que no involucre a «Nariño para nada ni a ninguna persona odiosa de las patrias viejas». Mientras que un sacerdote y congresista explica en 1824 en un sermón que la reconquista española y sus violencias se habían debido a que en la primera etapa de oposición a España, en lugar de las virtudes patrióticas habían brotado «pasiones de toda especie» que ese sacerdote no duda en calificar de «culpas que nosotros debíamos expiar» (Hernández de Alba, 1988: 64; de Talavera, 1824: 5). La revolución es motivo sin embargo de otro tipo de reflexión: los relatos sistemáticos que no dudo en calificar de historiografía fundacional. Se trata de obras como la conocida Historia de la «revolución» de la República de Colombia de José Manuel Restrepo (1827) y el ignorado «Bosquejo político de la América antes española» de José María Salazar (1914). Trabajos que son parte de una estrategia diplomática de la joven nación pero que son simultáneamente una contribución al intento de fijar el curso de la revolución. En este sentido vale la pena reparar en dos vectores analíticos de esa historiografía fundacional propios de la época y olvidados por la historiografía del siglo XX. En primer lugar esos trabajos lograron dilucidar el tipo de vínculo que habían mantenido las sociedades americanas con España y de esta manera pudieron limitar analíticamente el carácter supuestamente inevitable de la revolución y de la separación. En segundo lugar esos trabajos pensaron de manera muy compleja la naturaleza del cambio operado con la revolución. Para Restrepo se trataba no solo de la independencia sino de una «transformación política» en la que el gobierno sufrió «una variación absoluta» respecto al tiempo del predominio español, operándose una «completa revolución» en las ideas del pueblo, el cual comenzó a ilustrarse y a participar en los asuntos públicos (Restrepo, 1827, t. I: 135, 182)15. Surgida en un tiempo en que se incuba una aguda confrontación entre los amigos de Bolívar y Santander, esta historiografía fundacional de mediados de la década de 1820 no está particularmente tocada por esas disputas «partidistas» que son mucho más que un lío de personalidades, y que tienen consecuencias decisivas sobre el relato de la revolución. Porque si en un primer momento —mientras

es más delito en el día la palabra federación que la de Fernando VII? ¿Dirá V. que esta palabra es destructora de la misma constitución? No, señor mío, las opiniones de Pedro, Juan, ni Diego, en un gobierno libre no destruyen las leyes, antes bien las fortifican» (Nariño, 1823). 15 El texto de Salazar, «Bosquejo político de la América antes española», apareció publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia [1913, t. II: n.o 4; 1914, t. III, n.o 1] (1914: 43-77). Es posible que Salazar hubiera redactado este texto entre 1823 y 1827 durante su estadía en Estados Unidos, donde fue enviado como diplomático por el gobierno colombiano.

99 Isidro Vanegas había existido un enemigo externo visible— los líderes independentistas habían tenido una mirada más bien uniforme sobre el acontecimiento revolucionario, con la expulsión definitiva de los españoles se abre una etapa de disputas que se convierten en dos maneras bien diferenciadas de pensar la revolución. Dos maneras de entender la revolución que podemos cobijar con las designaciones de «enfoque boliviano» y «enfoque liberal»16. Antes de bosquejar dichas interpretaciones boliviana y liberal de la revolución, vale la pena indicar que episodios como la rebelión de Páez en Venezuela en 1826 o el intento de asesinar a Bolívar dos años más tarde, actualizan la utilización del término revolución en su sentido de simple trastorno del orden. Sin embargo, estas designaciones que dan cuenta de la lucha entre los allegados a los dos líderes se abren sobre una conceptualización más general de la revolución. De hecho las diferencias de enfoque no impiden que unos y otros crean estar en una época de sacudimientos universales, que le permite escribir a Juan García del Río en 1829: «Hemos asistido en nuestros días al drama de la revolución más atroz y más benéfica a un tiempo mismo de cuantas recuerdan los anales de los pueblos» (1972 [1829]: 29). El mismo Juan García del Río es quizá el más refinado intérprete intelectual de la visión boliviana de la revolución. Según el cartagenero, en Colombia la revolución significó dar un énfasis democrático a las ideas hasta llegar a lo que él llama «el republicanismo más desenfrenado», en medio del cual se proclamó «la primera de las quimeras en lo físico y moral: la igualdad de los niveladores». Se trata de una perspectiva que enfatiza los «errores» de la revolución: la violencia y el desorden, y que enfatiza igualmente el rol de los militares y de la ciudad de Caracas en la revolución. Si la revolución está inficionada de aquel desenfreno republicano, se trata, por lo tanto, de atemperar la revolución, de darle un punto de anclaje. García del Río exhorta entonces a Bolívar de la siguiente manera: «La América y la Europa aguardan que V. E. anuncie el fin de la revolución de Colombia, contribuyendo a que se desplieguen los socorros tutelares de un poder que contenga en el estado la fiebre democrática, que cierre las heridas de la patria, y presente de nuevo en el teatro del mundo a la nación colombiana, brillante, tranquila y majestuosa, por su crédito, sus instituciones y su poderío»(García del Río, 1972 [1829]: 36, 50)17.

16 Estas designaciones no hubieran sido extrañas a los hombres de la época. En 1827 de manera reiterada Francisco Soto se define a sí mismo y define a sus amigos como «liberales». Usa también la expresión «bolivianistas» para referirse a sus contradictores. Ver Francisco Soto, «Memorias para la historia de la legislatura de Colombia en 1827» (1978: 127, 128, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 144, 147, 148, 149, 150, 153, 155, 156, 158, 160, 161, 162, 174). A los «bolivianos» también aluden en «Retratos», El Zurriago, 1828. «Liberal», sin embargo, no alude a una pertenencia partidista institucionalizada por entonces inexistente bajo esta etiqueta. 17 Un artículo afirmando la preeminencia de los militares: «Diálogo entre un Colombiano y un Europeo» sale en El Amanuense, 1828; una recusación de quienes afirman que el impulso revolucionario provino de Caracas en «Torpe calumnia» se lee en La Bandera Tricolor, 1829.

100 Revolución: la palabra, el acontecimiento, el hito fundador (Nueva Granada, 1780-1839)

La visión liberal de la revolución, por su parte, la encarna muy bien Vicente Azuero, quien escribe así en 1829 para indicar la gran ruptura operada con la revolución: «En 19 años de revolución alimentados continuamente de ideas republicanas, ellas han hecho toda la base de nuestras esperanzas, han cambiado del todo nuestros sentimientos y han formado, por decirlo así, toda nuestra vida intelectual». Si Azuero subraya que la revolución comienza en 1810 es porque desea recusar a quienes afirman que Bolívar es el origen de la libertad y de la nación, y que el impulso revolucionario provino de los militares caraqueños. Según Azuero desde 1810 se había tomado el camino irreversible de un «gobierno popular representativo» con el consiguiente repudio a la monarquía. La monarquía constitucional es por lo demás desdeñada por Azuero como «una eterna revolución», pues él piensa que la Corona, la nobleza y los comunes no pueden ser sino tres ejércitos y tres soberanos en conflicto (Azuero, 1831). Es preciso reparar en el optimismo implícito en esta visión liberal, optimismo tanto en el sentido que la sociedad va a ser regenerada por el régimen democrático, como en el sentido que Colombia constituye un puesto de vanguardia de la revolución por la libertad. De manera que si García del Río insta a Bolívar a detener la revolución, los líderes afines a Santander tienden a pensar que la revolución debe proseguir. Finalmente, deseo subrayar algo muy importante: en el siglo XIX quienes analizaron la revolución observaron con una lucidez hoy extraña a la historiografía el carácter doble de la revolución, esto es, haber tenido por consecuencia tanto la independencia como la democracia. Uno entre muchos que lo manifiestan así es José Eusebio Caro quien escribe en 1839 que «estas colonias, al independizarse adoptaron —o quisieron adoptar— las formas de gobierno democrático: no se contentaron con la independencia sino que ansiaron además por la libertad». El carácter democrático de la revolución lo ratifica por la misma época un periódico santanderista cuando dice: «Proclamados desde nuestra emancipación política los principios de nivelación social entre todas las clases del estado, nuestras instituciones los han reconocido desde aquella época, y se ha efectuado en ellas una revolución democrática» (Caro, 1839; 1838).

Referencias citadas

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101 Isidro Vanegas

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103 Isidro Vanegas

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104 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 105-166 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Excavaciones en la segunda muralla-sector Puente Lurín Correlación estratigráfica de los estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío en el santuario Pachacamac

Jesús A. Ramos Giraldo* Ponciano Paredes Botoni**

Resumen

El santuario de Pachacamac plantea la idea de un urbanismo de corte religioso en función de una urbe amurallada por sectores y conforma un eje de calles alrededor de las cuales se distribuye un conjunto de complejos arquitectónicos denominados «Pirámides con Rampa». Eso permite que el crecimiento urbano esté delimitado por anchos muros macizos que cumplirían la función de «murallas» que comienzan en el núcleo y van abarcando paulatinamente los sectores externos. En tal sentido, Ponciano Paredes estableció un ordenamiento cronológico de las murallas e identificó 3 de ellas que corresponderían a los diferentes períodos que se desarrollaron en el santuario. La segunda muralla, según Paredes, correspondería al período Intermedio Tardío, momento de gran auge de las «Pirámides con Rampa». Sin embargo las excavaciones realizadas en 1991 y el análisis de la cerámica recuperada en el sector «Segunda Muralla-Puente Lurín» permiten demostrar que esta muralla se construyó durante el Horizonte Tardío, etapa en que los incas ordenaron la traza cuatripartita y su relación con las principales calles y caminos epimurales que articulaban los diversos sectores del santuario.

Palabras claves: segunda muralla, santuario, Horizonte Tardío, Puente Lurín, cerámica, Inca

* Arqueólogo del Instituto Nacional de Cultura. Av. Javier Prado n.˚ 2465, San Borja. E-mail: pachajesus @hotmail.com ** Arqueólogo Consultor. Email: [email protected]

105 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni

Fouilles de la deuxième muraille-Pont de Lurín. Corrélation stratigraphique des styles de céramique lors de l’Horizon Récent au sanctuaire de Pachacamac

Résumé

Le sanctuaire de Pachacamac suggère l’idée d’un urbanisme à caractère religieux dans le cadre d’une ville traversée de remparts qui délimitent autant de secteurs et de rues. Alentour se trouvent des complexes architecturaux qualifiés de « Pyramides à rampe ». La croissance urbaine est donc contrainte par d’épais murs qui auraient une fonction de « remparts ». Ceux-ci commencent au centre du site et occupent progressivement les secteurs périphériques. Ponciano Paredes a établi la chronologie des murailles, rapportant trois d’entre elles aux différentes périodes que le sanctuaire a connues. Selon Parees, la deuxième muraille devrait correspondre à la période de l’Intermédiaire Récent, moment de l’apogée des « Pyramides à rampe ». Cependant les fouilles réalisées en 1991 et l’analyse des poteries récupérées dans le secteur de la Deuxième Muraille-Pont Lurin nous démontrent que ce rempart fut construit au cours de l’Horizon Récent, étape où les Incas ont mis en place le tracé quadripartite, en relation avec les principales rues et chemins entre les murs qui articulaient les différents secteurs et quartiers du Sanctuaire.

Mots clés : deuxième muraille, sanctuaire, Horizon Récent, Pont Lurin, poterie, Inca

Excavations in the Second Wall – Puente Lurin. Stratigraphic correlation of the ceramic styles during the Late Horizon in the Pachacamac santuary

Abstract

The excavations conducted in 1991 were the first to be carried out at the second wall of the Puente Lurin area – ZAM Pachacamac. Four excavations were made on both sides of the area. As a result of this, crucial information about the stratigraphic sequence of the construction and several changes that the second wall suffered in a short period of time could be found as well as the association between pottery styles whose developments dated back to the Late Horizon times in this sector of the city. The main purpose of this investigation is to identify the different pottery styles that gathered in this ceremonial center, and also determine as accurate by as possible, how contemporaneously styles are related that come from the valleys of Rimac, Chillon and some others near the site. Furthermore, the cultures that developed in those valleys shared stylistic characteristics along transverse and longitudinal routes, and of we attempt to do a revision of pottery styles that were located at the lower valleys mentioned, in order to build a framework regional knowledge.

Key words: Second wall, sanctuary, Late Horizon, Puente Lurín, ceramic, Inca

INTRODUCCIÓN

El centro ceremonial de Pachacamac se encuentra a 31 km al sur de Lima, en el distrito de Lurín. El área del presente estudio se ubica hacia el lado Este, muy cerca

106 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío de la actual población conocida como Puente Lurín o Asentamiento Humano (AAHH) Julio C. Tello (fig. 1).

Figura 1 – Ubicación de la segunda muralla-Puente Lurín

La Segunda Muralla se encuentra en la parte central de la zona monumental y estaría directamente relacionada con el sector de las «Pirámides con Rampa» y con la fase tardía de auge constructivo de las mismas hacia la periferia del centro ceremonial. Su presencia indicaría la existencia de un control en el flujo de gente que participaba en el calendario anual de peregrinaciones, romerías y servicios necrológicos (Paredes 1991a: 381). Paredes (1991b) situa cronológicamente la segunda muralla entre los años 1000-1532 d. C., pero las primeras excavaciones realizadas en 1991 nos permiten precisar que la segunda muralla se construyó en el Horizonte Tardío. De acuerdo a su trazo, la segunda muralla debería encerrar todas las «Pirámides con Rampa», pero los trabajos de campo demuestran que, fuera de esta muralla, también se han identificado dos «Pirámides» aisladas. Junto con la calle Norte-Sur, que se orienta a su vez con la Portada de la Costa insertada en la tercera muralla, la segunda muralla se convierte en el eje ordenador de la ciudad, integrando calles y caminos epimurales. En su construcción se emplearon adobes unidos con argamasa de barro y, como sobrecimiento, la mampostería de piedra pizarra que llega hasta una altura promedio de 1 m calculada a partir de la actual superficie. Según el plano elaborado por Uhle (1903), la segunda muralla era una sola construcción. En el primer tercio del siglo XX fue cortada para construir la antigua carretera panamericana sur, razón por la cual hoy en día se encuentra partida en

107 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni dos secciones: segunda muralla de la zona monumental y segunda muralla del sector Puente Lurín (fig. 2).

Figura 2 – Vista de la segunda muralla-Puente Lurín antes de iniciar los trabajos de excavación

Producida esta división, la segunda muralla del Puente Lurín alcanza 190 m de largo y 3 m de ancho y tiene una dirección este-oeste. En el paramento sur se aprecian 8 pequeños cuartos que pudieron cumplir la función de depósitos, en cuyo extremo este existe una plataforma muy destruida. A pesar de que en esta zona la segunda muralla se encuentra protegida por un muro de concreto, su estado de conservación es muy deteriorado, produciéndose desplomes en grandes tramos; además sus bases están muy erosionadas, lo cual afecta la estabilidad integral de la misma. Las excavaciones realizadas en 1991 son los primeros trabajos efectuados en la segunda muralla del Sector Puente Lurín-ZAM Pachacamac. La coordinación realizada entre el Dr. Arturo Jiménez, Director del Museo de Sitio de Pachacamac, y la dirigencia del AAHH «Julio C. Tello»-Puente Lurín, permitió que personal del Museo de Sitio de Pachacamac llevara a cabo el trabajo de monitoreo arqueológico permanente durante la ejecución de las obras de instalación de redes de servicios básicos. Para lograr eso fue necesario realizar excavaciones arqueológicas para demostrar el potencial subyacente, pues se requería dar paso a las tuberías de la red de desagüe y cortar esta muralla. Se efectuaron 4 unidades de excavación ubicadas a ambos paramentos (fig. 3) cuyos resultados proporcionaron una importante información sobre la secuencia estratigráfica de la construcción y remodelaciones que sufrió la segunda muralla en un corto período de tiempo, así como las asociaciones y contactos de los estilos alfareros que se desarrollaron durante el Horizonte Tardío en este sector de la ciudad sagrada. Por eso el tema principal de ese trabajo está centrado en la identificación

108 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío de los estilos alfareros del centro ceremonial en particular, y la determinación, con la mayor aproximación posible, de las relaciones de contemporaneidad con los valles del Rímac, Chillón y demás valles vecinos. Asimismo se trata de hacer una revisión de los estilos alfareros que florecieron para la parte baja de estos valles, de manera que se tenga un conocimiento regional, puesto que las culturas que se desarrollaron en estos valles compartieron características estilísticas en recorridos longitudinales y transversales.

Figura 3 – Ubicación de las unidades de excavación dentro de la segunda muralla- Puente Lurín

1. ANTECEDENTES

La orientación de nuestra investigación tomó en cuenta trabajos específicos de investigadores que han profundizado el tema de los estilos cerámicos desarrollados en el santuario, encontrando que la información es muy escasa, ya que siempre se trata sobre la monumentalidad del centro ceremonial, mas no sobre quiénes habitaron y construyeron esos edificios, así como su relación entre ellos y los valles vecinos. Los primeros trabajos corresponden a Max Uhle (1903) quien identifica muestras del estilo «Tiahuanaco», planteando que no fueron producidos en Pachacamac. Luego aísla un estilo que denomina «Epigonal», englobando a entierros asociados con cerámica definitivamente pre Inca y que pueden fecharse en la parte final del Horizonte Medio (900-1000 d. C.). Excavando debajo de las terrazas del Templo de Pachacamac o Pintado, pero encima del cementerio antiguo, Uhle encuentra un grupo de tumbas con cerámicas menos artísticas. Consisten principalmente en cántaros largos de cuerpo redondeado, de base plana y cuellos cilíndricos cortos; también identifica copas, platos con borde en la parte inferior a manera de una base, jarras y finalmente algunos vasos con pequeños cuellos (Uhle, 1903). Todo esto le lleva a manifestar que las formas de las vasijas son totalmente diferentes a las del período temprano. La característica principal de estas vasijas es la superficie poco pulida con colores blanquecino con rojo y figuras negras. Corresponden a los estilos que Kroeber (1926) denominó «Epigonal» y «Tricolor Geométrico de Chancay» y Strong (1925)

109 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni llamó «Ancón Tardío I», y que estarían fechados entre 900 y 1100 d. C. Además algunas vasijas son identificadas gracias a una decoración modelada, característica del estilo Chimú difundido o de influencia Chimú, que pertenecerían a la parte final del Intermedio Tardío. En un nivel superior, Uhle reportó otro lote de tumbas que incluían cerámica de los estilos Inca Imperial y costeños del Horizonte Tardío (1440-1533 d. C.). En consecuencia, los trabajos realizados por Uhle permitieron tener un conocimiento general de la cerámica, principalmente funeraria. En 1941, Strong y Corbett excavan en los basurales del Templo del Sol. Realizan una gran trinchera muy cerca de la entrada del frente este con un área de 104 m2, alcanzando una profundidad máxima de 13 m. Los estilos cerámicos recuperados son: «Interlocking» que incluyen algunos tiestos decorados denominándolos tipos «Blanco sobre Rojo», «Pachacamac Negativo», «Blanco y Negro sobre Rojo», «Inca Asociado» e «Inca» (Strong et al., 1943: 62). La ocupación Inca incluye tiestos de fino acabado y destacan los aríbalos y platos con mangos; también se presentan restos de remodelaciones arquitectónicas (enlucidos de color rojo, caña y totora), y materiales orgánicos, vegetal y animal, que formaban parte de la dieta alimenticia así como otras evidencias de la vida cotidiana. Los autores las interpretan como indicadores de un grupo de la nobleza Inca, probablemente los sacerdotes que vivían en las terrazas del Templo del Sol con sus sirvientes. Entre 1980 y 1982, Ponciano Paredes excava en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2. En su informe de campo, Paredes (1988) da un mayor énfasis al aspecto arquitectónico. Describe cada ambiente que ha excavado, y ensaya asignarle función a cada uno. Para inferir la función utiliza la ubicación y morfología de las habitaciones. Años más tarde, Franco (1993; 1998) publica los resultados de las investigaciones, donde identifica tres momentos constructivos para la «pirámide». Las excavaciones realizadas muestran que los pisos conservan las evidencias de una fuerte actividad ceremonial. Además la concentración de cientos de tiestos de vasijas quebradas sobre los diferentes niveles de pisos hasta la época incaica, confirmarían que en este sector se realizaban rituales masivos (Franco, 1998: 63-64) y que el patio era el lugar de concentración de las actividades ceremoniales y comunitarias. La secuencia alfarera que establece se basa en una tipología con registro estratigráfico recuperado en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2 y en otros sitios de Pachacamac (Franco, 1993). Al tratar de correlacionar la etapa de ocupación más temprana con la cerámica, señala que no descubrió restos de cerámica que pueden identificar a los primeros ocupantes, a excepción de un fragmento de cerámica incrustado en un adobe, pintada de color negro y rojo oscuro, que por su tratamiento correspondería al Horizonte Medio (Franco, 1993). El tipo «Inciso- Punzonado Acabado» fue encontrado en la capa más profunda del patio principal. El autor precisa que se halló asociado en la capa XV con numerosos fragmentos de cerámica de uso exclusivamente utilitario o doméstico, con pintura amarillo pálido y sin pintura, de textura tosca con decoración de figuras geométricas incisas rellenas con punzonado. Sus formas corresponden a cuellos recto-divergentes (Franco, 1993).

110 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

El segundo momento constructivo se asocia a construcciones de adobes diferentes a los anteriores. La cerámica del segundo momento está representada por cántaros cara-gollete pintados con colores marrón oscuro sobre amarillo pálido, vasijas abiertas o escudillas de paredes rojizas, pulidas, vasijas cerradas con cuerpo aquillado pintadas de color amarillo pálido o blanco en el tercio superior y rojo oscuro en el cuerpo inferior. Se suman algunos tiestos de ollas de uso doméstico trabajadas con cerámica negra y elementos decorativos en relieve de serpientes con incisos, círculos impresos y una cara-gollete alta de lados divergentes con tratamiento inciso y ojos alados. También se reconocen pequeños fragmentos pintados de color rojo, negro y blanco, donde negro y blanco aparecen unidos siempre, en líneas delgadas sobre el fondo rojo oscuro (Franco, 1993). El tercer momento estaría relacionado con la presencia Inca en Pachacamac, momento en que continúan produciéndose los mismos tipos identificados; sin embargo surgen nuevos, vinculados a la alfarería de los incas. La cerámica asociada mencionada, corresponde a los estilos Ishmay Pachacamac e Inca relacionada a basurales encontrados en los patios. Lamentablemente Franco no detalla estos contextos, dando lugar a especulaciones. Revisando los trabajos de Franco (1993; 1998) se aprecia que no mantiene una correlación entre sus datos estratigráficos y sus conclusiones. Al respecto, creemos que las 3 fases o momentos propuestos por Franco para la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2 deben ser revisados a la luz de un análisis más concienzudo del material cerámico recuperado. No se puede aceptar que se elabore una secuencia alfarera a partir de la presencia de un tiesto incrustado en un adobe, relacionado con el Horizone Medio solo por su tratamiento. También reporta 3 muestras del tipo «Inciso-Punzonado Acabado» que nosotros identificamos como «Punzonado en Zona». Franco (1998: 60) manifiesta que este tipo aparece en los niveles más tempranos de la «Pirámide» n.˚ 2 y que habría sido utilizado por sus constructores. Sin embargo, años antes, Franco (1993) señala que no ha sido posible hallar cerámica que pueda identificar a los primeros ocupantes de la «pirámide», ya que el tipo «Inciso-Punzonado Acabado» fue recuperado en un nivel de relleno constructivo. A pesar de eso, realiza toda una caracterización y comparación atribuyéndole una correspondencia cronológica a la época 3 del Horizonte Medio. Para el segundo momento, manifiesta haber recuperado tiestos con elementos decorativos en relieve de serpientes con incisos y círculos impresos. Según comparaciones la presencia del motivo de la serpiente fue introducida por los incas a su llegada a la costa central, por lo que este motivo estaría relacionado al Horizonte Tardío. Franco (1993) también identifica el tipo «Marrón Oscuro/Amarillo Pálido», como parte de la segunda fase. Refiere que su acabado es áspero al tacto, las tonalidades marrón oscuro son variados: marrón oscuro 10YR 4/3, aceituna pálido 5 y 6/3, aceituna grisáceo oscuro 5 y 3/2 y marrón oscuro bien cargado 7,5YR 5/6. El color amarillo pálido se presenta en 5 y 8/3-8/4. Algunas veces hay en el interior un engobe de color pardo 7,5YR 5/4. Otros no tienen engobe y el color de la superficie es un rojo claro 2,5 YR 6/6-6/8. Durante el Horizonte Tardío, el tipo

111 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni

«Marrón Oscuro/Amarillo Pálido» continúa presente en los niveles estratigráficos asociados con cerámica incaica (Franco, 1993); sin embargo, existen vasijas con diferencias menores en la forma. Según nuestras comparaciones, Franco (1993) considera dentro del tipo «Marrón Oscuro/Amarillo Pálido» a la cerámica Marrón sobre Crema y el estilo Puerto Viejo —tipo Negro sobre Blanco—, cuando todo pertenece al estilo Puerto Viejo y dataría del Horizonte Tardío. También describe una vasija cerrada como cara-cuello, evertida; el rostro diseñado tiene un color marrón oscuro sobre blanco 5 y 8/1. Se caracteriza también por tener el contorno del borde interior pintado entre blanco y amarillo pálido (Franco 1993). Sin embargo la considera dentro del tipo «Marrón Oscuro/Amarillo Pálido». Formaría parte del tipo Cara-Gollete del estilo Puerto Viejo. En el grupo «Inca Asociado» considera que existen muchos estilos en asociación con cerámica incaica o viceversa (Franco, 1993), pero refiere que es todavía un poco difícil establecer una clasificación por tipos, puesto que se cuenta con un reducido número de fragmentos de cada tipo. Sin embargo, Franco logra identificar tentativamente 4 tipos: entre ellos, el tipo «Negro, Amarillo Pálido» o «Blanco sobre Engobe Rojo» serían parte del tipo Cara-Gollete. La cerámica que Franco describe como tipo «Negro, Amarillo Pálido» o «Blanco sobre Engobe Rojo» está conformada por la del tipo «Cara-Cuello» larga; los rasgos de la cara están delineados con color negro, el fondo de los ojos y la boca amarillo pálido, ambos colores están sobre un fondo con engobe rojo oscuro (Franco, 1993: Figs. 68, 69). Reporta un reducido número (describe 2 fragmentos); este tipo formaría parte del estilo Puerto Viejo-«Cara-Gollete». Con lo expuesto, estamos apreciando que se tendrían que afinar las 3 fases propuestas por Franco para la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2; el material recuperado y asignado a la segunda fase formaría parte del Horizonte Tardío. Franco (1998: 47) también define al tipo «Engobe Rojizo Bruñido y Sin Bruñir». Según las comparaciones hechas, este tipo correspondería al «Marrón Micáceo», reportado en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 1 y en varias excavaciones dentro del centro ceremonial, así como en Puente Lurín y en todo el valle de Lurín; siempre está asociado a materiales del Horizonte Tardío (Feltham, 1983; Paredes & Ramos, 1994: 347; Eeckhout & Ramos, 1995; Eeckhout, 1999a: 40). El tipo «Marrón Micáceo» también ha sido reconocido en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 3. Eeckhout (1999b: 56) lo denomina «Lurín Brun Lisse». En el sitio 26, ubicado en la margen izquierda de la quebrada Cruz de Hueso —Pampa de San Bartolo—, se ha reportado la asociación del tipo «Marrón Micáceo» con cerámica Inca, pero junto a ellos se recuperaron restos de textiles de la época colonial (Ramos & Paredes, 2002: 50). El tipo «Marrón Micáceo» continuó utilizándose en los primeros años de la Conquista, las formas no cambiaron, razón por la cual es fácil identificarlo. Para 1991 Shimada realiza una revisión bibliográfica de los trabajos realizados en Pachacamac. Cuando trata de los estilos cerámicos del período Intermedio Tardío señala que aún son imprecisos. Para el valle de Lurín, manifiesta que el estilo Tri-Color Geométrico es transformado dentro del Ichimay Blanco sobre Rojo, y explica que era el estilo para el tiempo en que el Señorío de Ichimay gobernaba

112 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío el valle (Shimada, 1991: XXVII). Sin embargo, no muestra ni describe las formas propias del supuesto estilo, llegando incluso a manifestar que era contemporáneo al Negro sobre Blanco del estilo Chancay Tardío. Desde 1993 hasta 1999 Eeckhout estuvo realizando trabajos de excavación en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 3. Luego de varios años aún no han logrado resolver la problemática de la función, ni la secuencia alfarera. Eeckhout (1999a: 170) no acepta el modelo de «Embajadas religiosas» por estar directamente inspirado por las fuentes etnohistóricas. Por el contrario, propone un planteamiento muy particular y parecido al de la escuela norteamericana para . Plantea que en Pachacamac cada una de las «pirámides» se construye y se ocupa durante un período bastante corto, correspondiendo a la duración de un reino, que las «pirámides» son aparentemente sucesivas y cada una se construye una vez que la anterior es abandonada (Eeckhout, 1999a: 209). Para la clasificación de la cerámica recuperada en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 3, elabora su propia tipología y para ello utiliza la estratigrafía y las fechas absolutas. En la Unidad 1, los fechados de radiocarbono han permitido determinar que la ocupación se remonta al siglo X y continúa hasta el XV; en otros sectores de la «pirámide», los fechados corresponden a los siglos XV y XVI (Eeckhout, 1999a: 183). Utilizando la cronología empleada por Menzel para el valle de Ica, la muestra de cerámica recolectada en 1995 abarca íntegramente el período Intermedio Tardío y el Horizonte Tardío (Eeckhout, 1999a: 184). Sin embargo hasta la fecha, Eeckhout no ha descrito el material cerámico a pesar de varias temporadas de excavación realizadas. En los diversos artículos publicados solo proporciona información de la arquitectura y la religiosidad del sitio. De acuerdo a lo que hemos podido apreciar personalmente, en la colección de cerámica recuperada se distinguen los estilos Lambayeque y Chimú propio de la costa norte; también se identifican el estilo Puerto Viejo, un grupo de muestras de cerámica del tipo «Marrón Micáceo» que estamos denominando «Estilo Lurín» y otros alfares clásicos de la zona. Pero es necesario que Eeckhout presente la información estratigráfica para poder correlacionar la asociación que presenta estos materiales. Como parte de su trabajo de investigación de pre bachillerato, Rocío Aramburu y Marco Machacuay presentan una monografía «Talleres Inca de Producción no agrícola en Pachacamac», redactada en base a los trabajos de excavación realizados en los alrededores de la tercera muralla, entre los años 1994 y 1995 (Aramburu & Machacuay, 1996). La excavación en el sector II muestra dos ocupaciones. La ocupación 1, correspondería a la ocupación final Ishmay en los inicios del Horizonte Tardío. No encuentran estructuras elaboradas anteriores a la arquitectura Inca. La ocupación 2 se relaciona con la presencia Inca; las excavaciones hallan un conjunto de 4 recintos rectangulares orientados al noroeste y una zona de depósitos. Estos recintos están divididos funcionalmente (depósitos, cocinas) y tienen los accesos restringidos, presentan elementos constructivos más definidos (pisos, cimientos) y materiales imperecederos en su mayor parte (Aramburu & Machacuay, 1996: 26-27).

113 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni

Cuando realizan el análisis de la cerámica recuperada, refieren haber identificado 26 alfares. Además, basándose en la decoración, los acabados y las formas de los fragmentos, diferencian la cerámica en los siguientes grupos: «Inca Imperial», «Inca Asociado», «Ichma y Foráneos» (Aramburu & Machacuay, 1996: 47). En el grupo «Inca Asociado» identifican el subgrupo «Cara-Gollete». Describen esta cerámica como correspondiente a cántaros de mediana proporción y formas ovoides en cuyo cuello se han modelado los rasgos humanos faciales (Aramburu & Machacuay, 1996: 50). Sin embargo, estos investigadores no logran realizar una comparación con la cerámica de Puerto Viejo. Para el grupo «Foráneo», determinan la existencia de cerámica «Chancay» y «Chimú»; sin embargo no presentan los dibujos o, si los presentan, no mencionan a qué grupo pertenecen. Al parecer los autores no dan mucha importancia a la identificación de los estilo alfareros, puesto que su objetivo era identificar los talleres de trabajo en el sector de Pachacamac. El año 2000, Cornejo presenta una síntesis de su tesis doctoral donde discute cómo la administración Ishmay fue incorporada como provincia Inca en términos políticos, religiosos y sociales (Cornejo, 2000: 149). Cuando se refiere al estilo Ishmay, dice que no ha sido adecuadamente descrito. Sin embargo, propone que vendría del Horizonte Medio y quizás estaría relacionado con el estilo Pachacamac propuesto por Menzel (Cornejo, 2000: 166). Tentativamente divide el estilo en dos tipos: «cerámica decorada ceremonial» y «cerámica doméstica». Para Cornejo la cerámica ceremonial sería parte del estilo llamado Pachacamac pero no lo define; utiliza como argumento que nadie es claro en definir este tipo. En cambio, describe la cerámica doméstica como decorada con bandas anchas de color blanco, serpientes aplicadas en el cuerpo o gollete de manera opuesta y representando formas de frutos; algunas veces se encuentra asociada a cerámica ceremonial Inca provincial e Ishmay ceremonial (Cornejo, 2000: 166). Por lo descrito, Cornejo considera como estilo Ishmay varios tipos de cerámica sin considerar sus contextos de procedencia, por ejemplo: la cerámica doméstica decorada con serpientes aplicadas correspondería al tipo «Marrón Micáceo». En 2004, Feltham & Eeckhout publican un artículo sobre el estilo Ychsma Tardío en base al material recuperado en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 3. En primer lugar, sitúan el estilo Ychsma Tardío desde finales del siglo XIV hasta las primeras décadas de la Colonia. Luego de un estudio morfológico de los materiales cerámicos, identifican 6 clases: los platos, los cuencos, las jarras, los frascos y botellas, las tinajas y tinajones y las vasijas en miniatura (Feltham & Eeckhout, 2004: 658). Al describir cada clase identificada, manifiestan que no hubieron platos en el Ychsma Tardío; los cuencos fueron la forma más frecuente (Feltham & Eeckhout, 2004: 658). Los autores describen los cuencos con cuerpo carenado, engobe rojo y una capa de pintura blanca en la parte superior. Un diseño de pequeños rectángulos con un punto al interior, o de triángulos, o de peces, está pintado sobre esta capa; esta forma fue la más frecuente en el Ychsma Tardío. A partir de tiestos y ceramios enteros los autores realizan una descripción morfológica de las vasijas lo que sirve para sustentar su estilo Ychsma Tardío. Sin embargo se

114 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío olvidan de correlacionar las formas y estilos identificados en otras zonas y engloban todo el material recuperado dentro de un mismo estilo, cayendo en errores al obviar los trabajos anteriores1. Por ejemplo, la descripción y las figuras presentadas por Feltham & Eeckhout (2004: Figs. 17 y 18), que llaman cuenco del «Ychsma Tardío», corresponderían a lo que proponemos identificar como estilo Puerto Viejo —tipo Negro sobre Crema—. Además presentan muchas vasijas oriundas del valle de Lurín que llaman Ychsma Tardío, olvidándose que el supuesto señorío de Ishmay mencionado en los documentos etnohistóricos, está conformado por varios curacazgos que son independientes política y económicamente2 y que, por lo tanto, tiene una producción artesanal autónoma. A partir de sus excavaciones en el sitio arqueológico Pueblo Viejo-Pucará, Makowski & Vega Centeno (2004) realizan un estudio sobre los estilos regionales en la costa central durante el Horizonte Tardío. Makowski & Vega Centeno (2004: 687), señalan que para hacer una profunda revisión de conceptos clasificatorios y un seguimiento sistemático de la distribución de talleres con sus tradiciones tecnológicas previamente definidas, se requiere de un esfuerzo mancomunado de varios proyectos. Para eso, utilizan muy acertadamente las clasificaciones presentes en los períodos tardíos donde resalta que algunas tienen un origen local, otras son sin duda de procedencia foránea y otras parecen haberse formado gracias a la asimilación selectiva de algunos procedimientos de acabado e imitación de diseños decorativos que se originaron fuera de ambas cuencas. Utilizando este criterio, el análisis de una muestra de 3 456 fragmentos diagnósticos seleccionados les permite definir 16 alfares y varios estilos: «Ychsma» local del valle bajo, la cerámica marrón del valle alto, «Puerto Viejo» de la costa, estilo influenciado por la Costa Norte, incluyendo el «Chimú-Inca», y el «Inca Provincial». Por la descripción que hacen de la cerámica marrón, parece corresponder, por el alfar, a la tradición serrana, así como por las formas características (cántaros

1 A lo largo de los años, la cerámica del estilo Puerto Viejo recuperada en Pachacamac ha sido denominada de diferente manera. En el siguiente cuadro se realiza una comparación entre los principales investigadores del tema:

Franco (1993) Makowski & Vega Feltham & Eec- Vallejo Bueno (1982) Paredes & Franco Centeno (2004) khout (2004) (2004) (1987-1988)

Negro, Amarillo Puerto Viejo Ychsma tardío Ychsma tar- Ichima Cara Ichma Bícromo pálido o blanco dío A y B Gollete. sobre engobe Ichimay Negro rojo. sobre blanco Marrón oscuro sobre amarillo pálido

2 Los documentos etnohistóricos señalan que el valle bajo de Lurín durante la época inca estaba conformado por los curacazgos de: Ishmay, Manchay, Quilcay y Caringa que eran señoríos naturales, y que también eran políticamente autónomos con organización dual. Al existir la autonomía política, los asentamientos podían ser diferentes en el plano arquitectónico, porque cada dominio étnico tenía su propia unidad administrativa de ubicación central.

115 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni con labios reforzados interna y externamente; cántaros con cuello compuesto, ollas, pequeñas botellas, platos, etc.) y por el acabado marrón llano. Su única decoración consiste en el uso de pintura roja poscocción y en algunos casos, en las serpientes aplicadas (Makowski & Vega Centeno, 2004: 700). Este grupo de cerámica corresponde a lo que nosotros hemos identificado en Pachacamac como tipo «Marrón Micáceo» y que denominamos en este trabajo «Estilo Lurín»3. Planteamos que el alfar dominante del «Estilo Lurín» tiene su origen en uno de los dos alfares predominantes a partir del Horizonte Blanco sobre Rojo y que abundan en los complejos cerámicos de la Tablada de Lurín y de las Lomas del Valle de Lurín, en donde abundan también las serpientes aplicadas en el cuerpo de las ollas y cántaros. La cantera de donde proviene la materia prima de estos alfares es de colinas metamorfizadas del batolito de la costa. Por su lado, las canteras de arcilla se obtienen de los mantos de llapana o ihuancos que existen en las quebradas de lomas y que se ubican en las intercuencas que flanquean a los valles de la costa central. Al tomar como corpus principal los materiales recuperados en las excavaciones realizadas por el Dr. Arturo Jiménez en el sitio arqueológico de Huallamarca, valle bajo del Rímac, Guerrero trata de caracterizar los estilos cerámicos que se desarrollaron en la costa central durante los períodos tardíos (Guerrero, 2004: 157). A pesar de que aún no existe una definición consistente y consensual y tampoco se conocen los rasgos distintivos del desarrollo temporal del estilo Ishmay, acepta el término Ishmay, tal como lo definió Bazán (1990), como el nombre del estilo local del valle de Lima (Bazán, 1990: 17). Según Guerrero (2004: 164), el estilo Ishmay está surgiendo a fines de las épocas 2-3 del Horizonte Medio. Cuando realiza la descripción de la cerámica de los períodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío, no solo trata de los motivos decorativos, sino también de las formas, ya que cuenta con ceramios enteros recuperados en los entierros de los sitios arqueológicos de Huallamarca, Rinconada Alta y Armatambo. Cuando trata de identificar las vasijas propias del Intermedio Tardío, sólo describe las propias de los inicios de este período, tales como los cántaros cara-gollete con los rasgos faciales y las extremidades representadas en relieve; en algunos casos se registra decoración punteada en zona (casi siempre triángulos) delimitada

3 Los investigadores que han identificado el estilo Lurín, le asignan diferentes nombres que corresponden mayormente a la técnica de acabado; en tal sentido tendríamos lo siguiente:

Ramos & Paredes (1992) Franco (1993) Eeckhout (1999b) Makowski & Vega Centeno (2004)

Marrón Micáceo Engobe Rojizo Lurín Brun Lisse Cerámica Marrón Bruñido y Sin Bruñir

116 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío con incisiones (Guerrero, 2004: 167). Para nosotros esta vasija pertenece al tipo «Punteado en Zona» y corresponde a las épocas 2 y 3 del Intermedio Tardío. Cuando describe la cerámica del Horizonte Tardío, Guerrero (2004: 168) presenta una mayor diversificación de estilos, e identifica los estilos Chimú, Chimú-Inca, Ica, Lambayeque y Puerto Viejo. Llama la atención que, a pesar de que la cerámica procedente de Armatambo, Huallamarca y Rinconada Alta pertenece a la misma época, existen grandes diferencias que Guerrero (2004: 171) atribuye al origen Inca de los asentamientos de Armatambo y Rinconada Alta. Sin embargo, uno olvida que cada asentamiento fue independiente política y económicamente, y en tal sentido, cada uno debió tener su propia producción local de alfares en el momento de la conquista Inca. Es el caso especial de Armatambo que, junto con Pachacamac y el Bajo Lurín, conformaron un Hunu con el Señorío de Surco en el Rímac (Cornejo, 2000:150). En este sentido, una capital de Hunu debió tener una mayor presencia de grupos locales y foráneos. No está nada claro el panorama de los estilos de cerámica que se desarrollaron a extramuros de la Segunda Muralla del Santuario Arqueológico Pachacamac para los últimos 500 años previos a la llegada de los españoles. Por eso el próposito del presente trabajo es aportar evidencias e hipótesis para el mejor estudio del tema.

2. PROCEDENCIA DE LA MUESTRA

En este trabajo se ha tomado en cuenta la cerámica de la excavación IV (una de las cuatro excavaciones realizadas en la segunda muralla del Puente Lurín). Esta excavación alcanzó un área de 7,50 m², con una profundidad de 1,60 m, excavándose solo el paramento norte de la muralla (fig. 4). Durante el proceso de excavación se aplicó el decapado (fig. 5), lo que nos permitió identificar 73 niveles culturales (fig. 6) y siete bolsones con contenido cultural.

3. RESULTADO DE LOS ANÁLISIS DE LA CERÁMICA

La cerámica trabajada procede de las excavaciones sistemáticas; por eso disponemos exclusivamente de fragmentos. Este carácter de selección determina el tipo de análisis tipológico, basado ante todo en los fragmentos de los bordes y de otras partes características de las vasijas. Su análisis nos permite conocer el contexto del conjunto de vasijas utilizadas por los moradores de este componente arquitectónico investigado. La cronología relativa divide el desarrollo local en fases o períodos cortos de tiempo, y se basa en las variaciones estilísticas observadas en la cerámica que procede de las capas estratigráficas de los sitios excavados. Entonces, uno de los propósitos del análisis es definir la fase o fases representadas en los materiales acumulados en la Segunda Muralla-Puente Lurín. En la clasificación y descripción, hemos establecido una fase, a la cual corresponde determinado tipo de cerámica. Esta secuencia se basa en las excavaciones estratigráficas

117 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni Figura 4 – Corte estratigráfico de la unidad excavación IV Figura

118 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Figura 5 – Detalle del piso 4 y de la estratigrafía de la unidad de excavación 4

Figura 6 – Vista general del perfil este de la excavación IV asociado al paramento de la segunda muralla

119 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni de la Unidad IV4. En el material analizado se distinguen claramente 4 estilos: «Inca Local», «Lurín», «Puerto Viejo» e «Ishmay-Pachacamac»5. En este último estilo hemos agrupado 10 tipos de cerámica considerando el tratamiento de la superficie, decoración y forma. Al considerar que los procesos de descripción de los tipos de pasta tienen un significado muy importante para todo el análisis, se procede a continuación:

3. 1. Descripción de los tipos de pasta

En la colección de cerámica analizada se observan 7 tipos de pastas. Se distinguen especialmente los tiestos con la pasta clara de grano mediano; su temperante dominante consiste en partículas blanco lechosas y transparentes de grano grueso a mediano, de forma angulosa y distribuida en forma uniforme. Los análisis se efectuaron solo en los tiestos diagnósticos6, puesto que son los más fáciles de comparar estilísticamente.

A continuación se describe los tipos de pastas correspondientes: Pasta A Temperante: contiene partículas blancas transparentes y lechosas, además de partículas de color gris oscuro, de formas angulosas. Algunos fragmentos presentan además partículas de color marrón en poca cantidad, de forma redondeada. También se observan pocas láminas de mica. Textura: De consistencia compacta a semicompacta. Color: Desigual. Hay tiestos que presentan la pasta de color claro uniforme (5YR 5/6 rojo amarillento, 5YR 4/4 marrón rojizo, 5YR 5/6 rojo, 2,5YR 5/6 rojo), algunos presentan el núcleo y/o uno de los extremos de color gris (5YR 3/1 gris muy oscuro). Cocción: Por oxidación completa a incompleta.

4 La cerámica de esta unidad fue más numerosa pues se trabajó con 1 203 tiestos solo considerando el material diagnóstico. Es por eso que se decidió estudiar el conjunto del material. El resultado de las otras unidades será tratado en un trabajo posterior. 5 Según los documentos etnohistóricos, los valles bajos de Lurín y Rímac pertenecían al Señorío de Ishmay (Rostworowski, 1978). Es por eso que los investigadores consideran dentro del estilo Ishmay a toda la cerámica de estos valles sin identificar los estilos propios de cada curacazgo. Para fines de este trabajo, estamos considerando con el estilo Ishmay-Pachacamac a la cerámica encontrada solo en el santuario de Pachacamac. 6 El análisis de la cerámica fue realizado solo con los bordes, cuerpos decorados, asas y bases, dejando de lado los tiestos de cuerpo simple. Por problemas administrativos con el INC, no hubo tiempo para realizar tomas fotográficas de los tiestos y a la fecha es imposible retomar esta tarea por la remodelación que se viene realizando en los depósitos del Museo de Sitio de Pachacamac.

120 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Pasta B Temperante: compuesto por partículas blanco lechoso de formas angulosas e irregulares, con presencia de mica. En poca proporción se presentan partículas de color oscuro y opacas; son de formas angulosas y a veces algo redondeadas. Textura: de consistencia semicompacta. Color: desigual. Se encuentran tiestos que presentan la pasta de color claro uniforme (5YR 5/6 rojo amarillento, 5YR 4/4 marrón rojizo, 5YR 5/6 rojo, 2,5YR 5/6 rojo); algunos presentan el núcleo y/o uno de los extremos de color gris (5YR 3/1 gris muy oscuro). Cocción: por oxidación completa a incompleta.

Pasta C Temperante: se caracteriza por presentar una mayor cantidad de partículas de grano grueso de color blanco lechoso, de formas angulosas o subredondeadas, distribuidas homogéneamente; en menor proporción se encuentran inclusiones blancas transparentes, de formas angulosas. Hay presencia de escasas partículas de color gris. También se observan láminas doradas (mica) que afloran en ambas superficies. Textura: de consistencia compacta a semicompacta. Color: desigual. Constituido por tiestos con la pasta de color claro uniforme (5YR 5/6 rojo amarillento, 5YR 4/4 marrón rojizo, 5YR 5/6 rojo, 2,5YR 5/6 rojo), en poca proporción algunos fragmentos muestran el núcleo y uno de los extremos de color gris. Cocción: oxidación completa a incompleta.

Pasta D Temperante: esta pasta presenta como característica elementos líticos de color negro oscuro en proporción mayor a los de color blanco. Estos elementos negro oscuro son de tamaño mediano en general, de forma angulosa e irregular. La distribución es homogénea en toda la sección. Hay pocas partículas de mica. Textura: de grano mediano y pequeño, compacto y de fractura irregular. Color: varía entre los colores 5YR 5/6 (rojo), 2,5YR 5/6 (rojo). Algunos elementos presentan el núcleo de color gris. Cocción: en general por oxidación completa, algunos por oxidación incompleta.

Pasta E Temperante: este tipo se caracteriza por contener en la misma proporción partículas blancas transparentes y lechosas. Además existen feldespatos en poca proporción, variando su tamaño de grandes a medianos, de forma angulosa. Textura: granulosa, compacta, en algunos casos es porosa. La fractura es irregular. Las partículas están distribuidas de forma homogénea.

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Color: los tiestos presentan diversas tonalidades de grises, en algunos casos el núcleo varía entre 5YR 4/4 (marrón rojizo), 5YR 4/6 (marrón rojizo) y 5YR 5/6 (rojizo amarillento). Cocción: oxidación completa y parcial, y pocos por reducción.

Pasta F Temperante: de grano grueso, visible a simple vista. Hay abundantes granos de piedra de formas angulosas e irregulares y presencia de pocas partículas de color blanco lechoso, variando su tamaño de mediano a pequeño, de forma angulosa. Textura: granulosa, compacta, en algunos casos es porosa; se notan los desprendimientos por capas. Asimismo, en algunos tiestos se observan bolsones de aire. La fractura es irregular. Color: varía entre marrón rojizo (5YR 4/4) y rojo amarillento (5YR 4/6). Cocción: por oxidación completa e incompleta. El núcleo es gris oscuro.

3. 2. Descripción por tipos de cerámica

Para conocer el modo o forma de elaboración de la cerámica por una población, es necesario distinguir y definir un estilo, lo que permite compartir aspectos de identidad cultural en la alfarería, si se considera el acabado, la forma o la decoración, elementos que facilitan diferenciarlos unos de otros. Si alguno de estos aspectos cambia o evoluciona, se va a producir un cambio cualitativo lento o rápido en el curso del tiempo. Antes de identificar el verdadero cambio de estilo, se clasifican los materiales conforme a características de acabado de la superficie, temperantes o cocción. Para Ford (1962) un tipo de cerámica es el producto de una combinación de modos de manufactura y de decoración utilizados durante un lapso de tiempo más o menos corto. Por eso, una vez transcurrido ese tiempo, los tipos de cerámica van a desaparecer para ir apareciendo otros nuevos con antecedentes sacados del anterior. En consecuencia, el tipo puede perdurar a través del tiempo a pesar que lleguen elementos innovadores a la región. El tipo no solo se construye agrupando objetos iguales entre sí a partir de un orden derivado de la suma de sus atributos físicos (índice de popularidad de algunos rasgos, o en otros casos, estrictamente segregativos). Por el contrario, consideramos que los tipos están agrupados en relación directa con su base contextual; eso quiere decir que a mayor relación entre un tipo y las asociaciones de un contexto, es mayor la proximidad a la realidad en el pasado (Lumbreras, 1981: 69). La idea consiste entonces en agrupar objetos en base a determinados rasgos específicos por contexto, y luego ver si se repiten tales rasgos en otros contextos. La recurrencia de los rasgos específicos tipifica el tipo. Entonces, un tipo es la organización de los materiales arqueológicos mediante grupos de objetos que por ser iguales entre sí reflejan, por recurrencia, la concentración o el resultado material de una manera

122 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío de satisfacer una necesidad. Reúne objetos que cumplen una misma función, utilizan la misma técnica de fabricación y tienen además los mismos atributos de forma y acabado (Lumbreras, 1983: 3). En síntesis, no solamente estamos definiendo un tipo como una forma de organizar los materiales cerámicos, en donde no solo consideramos el acabado o tratamiento de la superficie, sino también estamos vinculando los atributos recurrentes sin que necesariamente impliquen etapas cronológicas. Al mantener este criterio, clasificamos el material cerámico, logrando conciliar tipo y función7. La muestra de cerámica de la Segunda Muralla-Puente Lurín tiene un patrón bastante regular en su elaboración, la manufactura es enrollada y modelada, con temperantes predominantes de partículas blanco lechoso con una distribución uniforme, de consistencia compacta a semicompacta; la cocción es mayormente defectuosa, el tratamiento de la superficie predominante es el alisado y existe el pulido en algunos casos. Las vasijas cerradas predominan entre las formas. La decoración es pintada antes de la cocción teniendo como colores básicos el crema, negro y rojo. Los motivos decorativos son básicamente geométricos y consisten en juego de bandas, líneas horizontales y verticales que delimitan campos; también se utilizan diseños en forma de cuadrados. A continuación presentamos la descripción tipológica de la fragmentería cerámica procedente de la Segunda Muralla-Puente Lurín.

3. 2. 1. Pachacamac-Crema sobre Rojo Lo conforman las pastas A, B, D y F. Las vasijas poseen una banda pintada en el sector superior del labio, en el exterior del cuello y en el cuerpo. Los diseños son trazados con pintura crema, con una aplicación previa de engobe rojo. Los trazos son irregulares, no solo en el espesor de la pintura y color, sino en la dirección del diseño. Las formas que predominan son las vasijas cerradas; destacan las siguientes: 1. Olla: Ollas sin cuello, de paredes curvas y bordes convergentes que presentan un reborde corto proyectado en el exterior a manera de «pestaña». El labio es redondeado y el diámetro de boca es de 18 cm (fig. 7a). Ollas con cuello corto que presentan el borde engrosado en el exterior para dar una apariencia curvo convexa. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima hasta la boca de la vasija) es de 21 mm. Los diámetros de estas vasijas varían de 8 a 10 cm (fig. 7b, 7c, 7d). Ollas de cuello compuesto y de labio redondeado. Los diámetros de estas vasijas varían de 10 a 16 cm (fig. 7e, 7f).

7 Si bien se agruparon los tiestos teniendo en cuenta sus características físicas, no hemos olvidado que como resto material producido por el hombre han sido manufacturados guardando la relación entre forma y función.

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Ollas de cuello divergente y doblado hacia el exterior en el sector del labio. La altura del cuello es de 5 cm. El grosor de los bordes alcanza 2 cm y se mantiene constante hasta la unión con el cuerpo. El diámetro del cuello mide 16 cm (fig. 7g). Ollas de cuello recto divergente hacia el exterior. Generalmente, el cuello tiene entre 30 y 40 mm de altura. Los labios son redondeados, aguzados y semiplanos con 8 a 10 mm de grosor que se incrementa hasta 12 mm en la unión con el cuerpo. El diámetro de estas vasijas alcanza entre 20 y 24 cm (fig. 8a, 8b, 8c, 8d, 8e). Ollas de cuello corto y divergente hacia el exterior. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima hasta la boca de la vasija) va de 5 a 20 mm. Los diámetros de estas vasijas varían de 14 a 26 cm. Los bordes tienen un grosor promedio de 7,5 mm y los labios son aguzados y redondeados. Las paredes del cuerpo son más delgadas conforme se distancian del cuello (fig. 9a, 9b, 9c, 9d). Ollas con un biselamiento exterior plano del borde, lo que origina un incipiente cuello con una altura de 5 mm. El diámetro de la boca es de 20 cm (fig. 9e).

Figura 8 – Ollas

Figura 7 – Ollas

Figura 9 – Ollas

124 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

2. Cántaro: Cántaros de paredes rectas que convergen a medida que se acercan al cuello. El diámetro de la boca es de 10 cm. El labio es redondeado y la pared del cuello tiene 8 mm de grosor (fig. 10a). Cántaros de lados curvo cóncavos que convergen a medida que se acercan al cuello. Tienen el labio redondeado. El diámetro de la boca es de 13 cm (fig. 10b).

Figura 10 – Cántaros y cuenco

Entre la vasija abierta, destaca un cuenco de lados curvo convexos que se inclinan hacia el interior en el borde. En esta forma no se recuperaron vasijas enteras, pero por los fragmentos podemos inferir que las bases son redondeadas y no tienen punto terminal. Las paredes tienen 10 mm de espesor y poseen un ligero engrosamiento en la sección media. El labio es aguzado. El diámetro de la boca de esta vasija es de 14 cm (fig. 10c). Las asas que se han recuperado son planas y se presentan tanto en posición horizontal como vertical. Casi siempre están ubicadas en la sección media del cuerpo. Se presentan pintadas de rojo y la unión del cuerpo con el asa es de color crema en una banda. Hay 22 fragmentos diagnósticos de ese tipo, lo que representa el 1,83 % del total de la muestra.

3. 2. 2. Pachacamac-Banda Crema Está conformado por las pastas A, B, D y F. Los tiestos presentan una capa de engobe crema sobre la superficie externa, el cuello y el labio; en algunos casos

125 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni se extiende en una banda hasta el interior. La superficie interna tiene un alisado regular tosco y la externa un alisado regular con huellas de restregado. Predominan las vasijas cerradas y destacan las siguientes formas: 1. Cántaro: por la forma de los cuellos se distinguen los siguientes grupos: Cántaros de cuello divergente inclinado hacia el exterior en el sector de la boca y de labio redondeado. El diámetro de boca de estas vasijas varía de 10 a 12 cm (fig. 11a, 11b). Cántaros de cuello divergente hacia el exterior y de labio recto. El diámetro de la boca es de 27 cm (fig. 11c). Cántaros de cuello recto o casi recto con ligera inclinación al interior en el sector del borde. El labio es recto (fig. 11d, 11f) y redondeado (fig. 11e). Los diámetros de boca varían de 15 a 19 cm. Cántaros de cuello compuesto. La altura (desde el punto de construcción máxima hasta la boca de la vasija) varía de 30 a 40 mm. El diámetro de estas vasijas es de 12 cm (fig. 11g, 11h).

Figura 11 – Cántaros

2. Botella: Destaca un fragmento de cuello recto (fig. 12a) y uno con ligera inclinación al exterior en el sector de la boca (fig. 12b). Corresponden a botellas con un gollete único. La boca de los golletes varía de 4 a 7 cm de diámetro. Presentan los labios redondeados.

126 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

3. Olla: al considerar la forma del cuello, dividimos las ollas de la siguiente manera: Ollas sin cuello de paredes curvas y bordes convergentes, que presentan un reborde proyectado al exterior a manera de «pestaña». El labio es redondeado y el diámetro de boca va de 19 a 26 cm (fig. 13). Ollas de cuello compuesto y labio redondeado y aguzado. El diámetro de boca va de 10 a 22 cm (fig. 14a, 14b, 14c, 14d). Ollas de cuello recto reforzado al exterior y labio aguzado. El diámetro de boca es de 16 cm (fig. 14e). Ollas de cuello corto divergente en el exterior. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima Figura 12 – Botellas hasta la boca de la vasija) varía entre 7 y 12 mm. Los diámetros de la vasija varían de 12 a 18 cm en la boca. Presenta labios redondeados y aguzados (fig. 15a, 15b, 15c, 15d). Ollas de cuello incipiente y labio recto. El diámetro de boca es de 18 cm (fig. 15e). Ollas de cuello recto divergente al exterior, de labio redondeado, recto y aguzado. Los diámetros de la boca varían de 12 a 28 cm (fig. 16a, 16b, 16c, 16d, 16e). Ollas de cuello recto y labio aguzado al exterior. El diámetro de boca es de 12 cm (fig. 17a). Entre las vasijas abiertas se identifica la presencia de: 4. Cuenco: Cuencos de lados curvo convexos que se inclinan hacia el interior en el borde, lo que produce una forma ligeramente cerrada. Las bases son redondeadas y no tienen punto terminal. Los labios son redondeados. Existe variación en los tamaños: los diámetros de boca pueden tener 14 cm como mínimo y 18 cm como máximo (fig. 17b, 17c). Cuencos de lados curvo convexos con la inclinación muy pronunciada hacia el interior. No hallamos cuencos completos; sin embargo, a juzgar por los fragmentos de cuerpo, las bases no están marcadas por un punto terminal abrupto, sino que son redondeadas, o quizás tienen algún aplanamiento. La boca cerrada tiene 16 cm de diámetro y el labio es aguzado (fig. 17d). Se cuentan 121 fragmentos diagnósticos de este tipo, lo que corresponde al 10,06 % del total de la muestra.

3. 2. 3 . Pachacamac-Engobe Marrón Lo conforman las pastas A, B y D. Los tiestos se caracterizan por la aplicación de una capa de engobe sobre la superficie externa del cuerpo y el labio (se extiende

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Figura 14 – Ollas

Figura 13 – Ollas con pestañas

Figura 16 – Olla

Figura 15 – Ollas

128 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

en una banda hasta el interior). La superficie interna está tratada con un alisado de regular a uniforma, la externa con una regular. Las formas que predominan son las vasijas cerradas y destacan las siguientes: 1. Cántaro: Cántaros de cuello divergente con paredes engrosadas hacia el exterior en el sector del borde. Los labios son adelgazados y redondeados. El diámetro de boca varía de 13 a 21 cm (fig. 18a, 18b, Figura 17 – Cuencos de lados curvo- 18c, 18d, 18e, 18f). convexos Cántaros de cuello expandido y labio plano. El diámetro de boca varía de 12 a 22 cm. Cántaros de cuello recto con inclinación hacia el exterior en el sector del borde. El labio plano es redondeado. Los diámetros de boca varían de 16 a 24 cm. Cántaros de cuello divergente y labio adelgazado. El diámetro de boca es de 16 cm. Cántaros de cuello curvo convexo con el borde inclinado hacia el interior. El labio es redondeado y el diámetro de boca alcanza 22 cm. Cántaros de cuello divergente con ligera inclinación hacia el exterior en el sector del borde (fig. 18g). El labio es plano y los diámetros de boca varían de 12 a 21 cm. La decoración es en bulto, mediante la técnica del aplicado. Las facciones se logran aplicando tiras para formar los ojos y la nariz. Los ojos son almendrados y la nariz respingada; la boca está en relieve con incisión (fig. 18e, 18g). 2. Botella con gollete recto y corto con representación del rostro de un personaje. Los ojos se aplican en forma de granos de café y la boca consiste en una incisión en forma de media luna. En la frente se ve una tira aplicada. El diámetro es de 6 cm en la boca (fig. 19a). 3. Olla: Ollas de cuello corto divergente hacia el exterior. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima hasta la boca de la vasija) es de 10 mm (fig. 19b, 19c). Ollas de cuello divergente con el borde que presenta un engrosamiento exterior produciendo un labio con reborde. Los cuellos varían de 24 a 34 mm de altura. Generalmente, estas ollas tienen de 7 a 9 mm de grosor en el borde; luego disminuye hasta 4 ó 6 mm cerca de la unión con el cuerpo (fig. 19d, 19e, 19f). Ollas de cuello incipiente cuya altura alcanza 5 mm. El labio es aguzado. El diámetro es de 14 cm en la boca. Ollas de cuello corto divergente y alto. El labio es redondeado. El diámetro de la boca va de 11 cm a 20 cm. La gran mayoría presenta un asa que une el cuerpo con el labio y generalmente es cintada en posición horizontal.

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Figura 19 – Botella, ollas, base pedestal y cuenco Figura 18 – Cántaros

4. Base pedestal: El exterior del pedestal es alisado con un material flexible que deja marcas finas. El interior, en cambio, se presenta áspero. El lado superior tiene restos de carbón (fig. 19g). 5. Cuerpo decorado: Consiste en una tira de aplicado. Sobre la parte superior se ven, a modo de decoración, dos círculos estampados y cercanos. Es probable que se han utilizado cañitas y dejado como huellas los círculos de 10 mm de diámetro, estampados con las mismas profundidades. 6. Cuenco: Cuencos de paredes curvo convexo que se inclinan hacia el interior por el borde, lo que produce una forma ligeramente cerrada. No hallamos cuencos completos; sin embargo, a juzgar por los fragmentos de cuerpo, las bases no están marcadas por un punto terminal abrupto, sino que son redondedas, o

130 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

quizás tienen algún aplanamiento. El labio es redondeado y el diámetro alcanza 18 cm en la boca (fig. 19h). Tenemos un total de 63 fragmentos diagnóstico, lo que corresponde al 5,24 % del total de la muestra.

3. 2. 4. Pachacamac-Crema sobre Naranja Lo conforman las pastas B y D. Exteriormente la superficie está pulida de manera uniforme y se ve cubierta por una capa de engobe naranja, sobre la cual se encuentran diseños geométricos de color crema. Interiormente la superficie está lisada toscamente con huellas aisladas de restregado. Las formas que predominan son: 1. Cántaro: Cántaros de cuello expandido de 14 a 20 cm de diámetro en la boca y con labio redondeado y plano (fig. 20a, 20b, 20c, 20d, 20e, 20f, 20g). 2. Botella de gollete recto de 6 cm de diámetro en la boca y con labio aguzado (fig. 21a). 3. Olla: Ollas de cuello divergente de 16 a 20 cm de diámetro de boca, con labio redondeado y plano (fig. 21b, 21c, 21d, 21e). Ollas de cuello corto evertido. La altura de los cuellos varía de 7 a 14 mm, con labio redondeado (fig. 21f, 21g, 21h). Tenemos un total de 16 fragmentos diagnósticos, que representa el 1,33 % del total de la muestra.

3. 2. 5. Pachacamac-Negro Pulido Lo conforman las pastas B y E. La superficie exterior es pulida uniformemente hasta alcanzar brillantez y, al parecer, se agrega una capa de engobe negro. En el interior, los fragmentos están alisados, se observan pulidos en forma aislada. Predominan formas de vasijas cerradas. Destacan las siguientes: 1. Olla: Ollas de cuellos divergentes de 16 a 22 cm de diámetro de boca. La altura de los cuellos varía de 12 a 25 mm. Presentan labio redondeado (fig. 22a, 22b, 22c, 22d, 22e). Ollas de cuello incipiente engrosado en el sector del borde. La altura del cuello varía de 6 a 9 mm. El labio es adelgazado. El diámetro de la boca varía de 18 a 24 cm (figs. 22f, 22g, 23a). Ollas de cuello corto evertido y cuerpo globular. La altura del cuello varía de 10 a 15 mm y el diámetro de 18 a 20 cm; presenta el labio redondeado (fig. 23b, 23c, 23d). Ollas de cuello divergente de 16 a 20 cm de diámetro de boca, con labio aguzado (fig. 23e, 23f).

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Figura 21 – Botella y ollas Figura 20 – Cántaros

Ollas de cuello divergente y cuerpo globular, con labio redondeado (fig. 24a). La decoración es escultórica y consiste en un sapo aplicado sobre el diámetro mayor del cuerpo, de tal forma que apoya sus extremidades anteriores sobre el labio de las ollas. La ejecución de los sapos son burdas, con rasgos pocos claros hechos con incisiones en el caso de los dedos, y orificios punzonados de las fosas nasales (figs. 22d, 23e, 23f). 2. Botella: Botellas de gollete recto doblado en el exterior en el sector del borde. El labio es redondeado y adelgazado. El diámetro de boca varía de 5 a 6 cm (fig. 24b, 24c). Botellas de gollete divergente de 4 cm de diámetro de boca con labio adelgazado (fig. 24d). 3. Cántaro: Cántaros de cuello divergente engrosado en el exterior en el sector del borde. El labio es adelgazado. El diámetro varía de 18 a 19 cm en la boca (figs. 25a, 25b, 25c). Cántaros de cuello divergente de 15 a 25 cm de diámetro de boca con labio plano (fig. 25d, 25e, 25f). Cántaros de cuello recto doblado en el exterior en el sector del borde. El labio es adelgazado y redondeado. El diámetro varía de 10 a 16 cm en la boca (fig. 25g).

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Figura 23 – Ollas Figura 22 – Ollas

4. Plato: Platos de paredes extendidas de 20 a 22 cm de diámetro de boca, con labio redondeado (fig. 26a, 26b). Platos de paredes extendidas inclinadas hacia el interior en el sector del borde. El labio es plano y el diámetro de boca mide 18 cm (fig. 26c). 5. Cuenco: Cuencos de paredes rectas, con carena en el ecuador. El labio es plano, redondeado y adelgazado. El diámetro de boca varía de 16 a 22 cm (fig. 26d, 26e). Cuencos de paredes convergentes carenadas en el ecuador. El labio es redondeado y adelgazado. El diámetro varía de 10 a 24 cm en la boca (fig. 26f, 26g). Cuenco ligeramente cerrado, de lados rectos. Se recupera un solo fragmento. Las paredes se engrosan gradualmente en el borde y el labio es plano. El Figura 24 – Olla y botellas diámetro es de 16 cm en la boca (fig. 26h).

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Figura 25 – Cántaros Figura 26 – Platos y cuencos

Cuencos de paredes marcadamente curvas con labio redondeado. El diámetro de la boca oscila entre 13 y 20 cm (fig. 27a, 27b, 27c, 27d). Cuencos de paredes curvo convexas que se inclinan hacia el interior en el sector del borde, lo que produce una forma ligeramente cerrada. Las bases son redondeadas. Por lo general, los labios son redondeados y aguzados. Existe una considerable variación en los tamaños. Los diámetros de boca oscilan entre 14 y 22 cm (fig. 27e, 27f, 27g, 27h). Cuencos poco profundos, no cerrados, con paredes curvo convexas. La base es redondeada así como los labios. El diámetro de la boca varía de 18 a 26 cm (figs. 28a, 28b). Cuencos cuyas paredes inferiores enseñan una marcada convexidad y las paredes superiores son casi verticales. Son de labio redondeado y adelgazado en el interior. Los diámetros de boca van de 18 a 24 cm (fig. 28c, 28d, 28e, 28f, 28g). Cuencos pequeños con 8 cm de diámetro de boca y labio aguzado (fig. 28h). Esta muestra cuenta con 102 fragmentos diagnósticos, lo que representa el 8,48 % del total de la muestra.

134 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Figura 27 – Cuencos Figura 28 – Cuencos

3. 2. 6. Pachacamac-Engobe Rojo Lo conforman las pastas A, B y D. Los tiestos se caracterizan por llevar una capa de engobe rojo, en particular en la superficie externa. Ambos lados de los tiestos están alisado de manera uniforme, aunque muchos presentan una apariencia irregular en la superficie interna. Se han identificado las siguientes formas: 1. Cántaro: Cántaros de cuello divergente con inclinación hacia el exterior en el sector del borde. El labio es redondeado y plano. El diámetro varía de 10 a 18 cm en la boca (fig. 29a, 29b, 29c). Cántaros con cuello corto y vertical. La altura del cuello es de 40 mm. El diámetro es de 18 cm (fig. 29d). Cántaros de cuello divergente inclinado al interior en el sector del borde. El labio es plano y redondeado. El diámetro de boca es de 12 a 22 cm (fig. 29e, 29f, 29g).

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2. Botella de 4 cm de diámetro en la boca, posee un gollete curvo cóncavo que se abocina de manera pronunciada hacia el exterior cerca del borde; el labio es redondeado. Presenta restos del asa que sale del sector medio del gollete para unirse probablemente con el cuerpo (fig. 30a). 3. Olla: Ollas de cuello divergente engrosado al exterior en el labio de 10 a 20 cm de diámetro en la boca. El labio es aguzado, plano y redondeado (fig. 30b, 30c, 30d, 30e, 30f, 30g). Ollas de cuello convergente de 7 a 12 cm de diámetro en la boca, los tiestos están reforzados al exterior en el sector de la boca (fig. 30h, 30i). Ollas de cuello corto divergente en el exterior. El cuello varía de 6 a 12 mm de altura. El labio es aguzado y redondeado. El diámetro varía de 12 a 22 cm en la boca (fig. 31a, 31b, 31c). Ollas de cuello recto doblado en el exterior en el sector del borde. Presenta el labio plano y alcanza los 20 cm de diámetro de boca (fig. 31d). Ollas sin cuello de paredes convergentes y paredes rectas que se inclinan ligeramente hacia el interior (fig. 31e). El labio es redondeado y plano. El diámetro de boca varía de 9 a 14 cm.

Figura 29 – Cántaros Figura 30 – Botella y ollas

136 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Ollas de cuello divergente en el exterior. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima hasta la boca de la vasija) varía de 18 a 39 mm. El labio es plano y redondeado. El diámetro varía de 14 a 20 cm en la boca (fig. 31f, 31g, 31h, 31i). Ollas de cuello recto de 8 a 20 cm de diámetro. El labio es plano. Ollas de cuello compuesto de 12 cm de diámetro. El labio es redondeado. Existe un fragmento de cuello donde aparece el rostro de una persona rechoncha, llamada también «mofletuda». Existen 51 fragmentos diagnósticos que representan el 4,24 % del total de la muestra.

3. 2. 7. Pachacamac-Naranja Pulido Lo conforman las pastas A, B y D. Los tiestos se caracterizan por llevar una capa de engobe naranja, en particular en la superficie externa. Ambos lados de los

Figura 31 – Ollas

137 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni tiestos están alisado de manera uniforme. De manera aislada se aprecian tiestos con pulido mate, aunque muchos están con una superficie interna de apariencia irregular. Las formas que predominan son: 1. Botella de 3 cm de diámetro que posee un gollete curvo cóncavo que se abocina de manera pronunciada hacia el exterior cerca del borde. El labio es aguzado con un contorno dentado. No se sabe si es una forma decorativa o es por desgaste (fig. 32a). 2. Cántaro: Cántaros de cuello divergente de 12 a 18 cm de diámetro de boca. El labio es aguzado y plano (figs. 32b, 32c, 32d). Cántaros de cuello cóncavo de 12 cm de diámetro con labio aguzado (fig. 32e). 3. Olla: Ollas de cuello compuesto de 14 cm de diámetro de boca. El labio es redondeado (fig. 32f, 32g). Ollas de cuello divergente de 14 a 18 cm de diámetro en la boca. El labio es redondeado y aguzado (fig. 32h, 32i). Ollas de cuello incipiente (fig. 33a, 33b) y de cuello corto divergente (fig. 33c, 33d). La altura de los cuellos varía de 5 a 11 mm. El labio es aguzado y plano. El diámetro de boca varía de 16 a 20 cm. Presentan como decoración líneas de color negro que se ubican en la cara interna de los cuellos. 4. Cuenco de paredes convergentes de 14 a 18 cm de diámetro de boca. El labio es redondeado y aguzado. Un tiesto tiene el cuerpo compuesto de donde sobresale un apéndice a manera de asa (fig. 32j, 32k).

Figura 32 – Botella, cántaro, olla y cuenco

138 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Figura 33 – Ollas de cuello incipiente

Hay 15 fragmentos diagnósticos de este tipo, lo que representa el 1,25 % del total de la muestra.

3. 2. 8. Pachacamac-Crema sobre Marrón Lo conforman las pastas A y B. Las vasijas cerradas se decoran con una banda pintada en el sector superior y exterior del cuello, en el cuerpo y asa. Los diseños son trazados con pintura crema, previamente se aplica engobe marrón. En otros casos alternan el color marrón y crema. Los trazos son bien definidos. Las formas que predominan son las vasijas cerradas, destacando: 1. Cántaro: según la orientación del cuello se ha dividido en: Cántaros de cuello convexo. El labio es redondeado. El diámetro de boca es de 10 cm (fig. 34a). Cántaros de cuello recto divergente. El labio es redondeado. El diámetro de boca varía de 7 a 16 cm (fig. 34b, 34c). 2. Olla: Ollas de cuello alto con inclinación al exterior en el sector del borde. El labio es redondeado. El diámetro de la boca varía entre 16 y 18 cm (fig. 34d, 34e, 34f). Ollas de cuello compuesto. El labio es redondeado y aguzado. Las vasijas pueden tener varios tamaños según el diámetro de la boca, que varía entre 7 y 16 cm (fig. 34g, 34h). Ollas de cuello incipiente. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima hasta la boca de la vasija) varía de 2 a 8 mm. El labio es plano y aguzado. El diámetro de la boca varía de 14 a 17 cm (fig. 35a, 35b, 35c). Ollas de cuello corto expandido. La altura del cuello varía de 5 a 10 mm. El labio es redondeado y aguzado. El diámetro de boca varía de 16 a 22 cm (figs. 35d, 35e, 35f, 35g, 37b, 37c).

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Figura 35 – Ollas

Figura 34 – Cántaros y ollas

Figura 36 – Ollas

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Ollas de cuello divergente con ligero doblado al interior en el sector del borde. El labio es redondeado y aguzado. El diámetro de boca varía de 16 a 22 cm (figs. 36a, 36b, 36c). Olla de cuello doblado al interior en el sector del borde. El labio es plano y el diámetro de la boca es de 12 cm (fig. 36d). Olla de cuello corto y de paredes engrosada. El labio es redondeado y el diámetro de la boca alcanza 14 cm (fig. 36e). Ollas de cuello recto. El labio es aguzado y el diámetro de la boca varía de 16 a 18 cm (fig. 36f, 36g). Ollas de cuello recto divergente. El labio es redondeado, aguzado y plano. El diámetro de la boca varía de 13 a 22 cm (fig. 36h, 36i, 36j, 36k). Ollas de cuello divergente engrosado hacia el exterior en el sector del borde. El labio es aguzado y el diámetro de la boca alcanza 10 cm (fig. 37a). Entre las vasijas abiertas, destacan los cuencos de paredes curvo convexas, poco profundos y que no son cerrados (fig. 37d) y los cuencos de paredes convergentes y curvatura suave (fig. 37e). A juzgar por los fragmentos de cuerpo, las bases no son marcadas por un punto terminal abrupto, sino que son redondeadas. El labio es aguzado y el diámetro de boca varía de 14 a 16 cm. Se ha trabajado con 34 fragmentos diagnósticos, lo que representa el 2,83 % del total de la muestra.

Figura 37 – Ollas y cuencos

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3. 2. 9. Pachacamac-Llano Lo conforman las pastas A, B y D. La superficie de los tiestos es tratada en ambos lados con un alisado poco logrado en la mayoría de los casos. Predominan las vasijas cerradas, y destacan las siguientes formas: 1. Cántaro: Cántaros de cuello recto divergente y labio plano. El diámetro de boca varía de 8 a 20 cm en la boca (fig. 38a, 38b). Cántaros de cuello recto con ligera inclinación al exterior en el sector del borde. El labio es redondeado y aguzado. El diámetro de boca varía de 12 a 14 cm (fig. 38c, 38d). Cántaros de cuello cóncavo y labio aguzado. El diámetro de boca varía de 8 a 20 cm (fig. 38e, 38f, 38g). 2. Botellas de gollete recto (fig. 39a), de labio redondeado y diámetro de 3 cm en la boca. Botella de gollete inclinado al exterior en el sector del borde, labio adelgazado y de 8 cm de diámetro de boca (fig. 39b). 3. Olla: Ollas de cuello divergente y reforzado al exterior en el sector del borde. El labio es aguzado. El diámetro de la boca es de 8 a 20 cm (fig. 39c, 39d, 39e, 39f, 39g, 39h, 39i, 39j, 39k). Ollas sin cuello recto divergente de 12 a 20 cm de diámetro. El labio es redondeado y aguzado (fig. 40a, 40b, 40c). Ollas de cuello compuesto de 8 a 18 cm de diámetro con labio redondeado (fig. 40d, 40e, 40f). Ollas de cuello corto y divergente. La altura de los cuellos varía de 7 a 16 mm. El labio es redondeado y aguzado. La boca de las vasijas varía de 16 a 20 cm de diámetro (fig. 40 g). Ollas de cuello incipiente. La altura de los cuellos varía de 4 a 8 mm. El labio es plano y la boca varía de 12 a 16 cm de diámetro (fig. 40h, 40i). Ollas de cuello corto reforzado al exterior y labio aguzado. El diámetro de boca varía de 10 a 18 cm. Ollas de cuello recto de 11 a 20 cm de diámetro de boca. El labio es plano y redondeado. Ollas sin cuello de paredes de curvaturas suave y convergentes de 12 a 18 cm de diámetro. El labio es redondeado y aguzado, la base redondeada y no tiene punto terminal. Generalmente las paredes de las vasijas son delgadas, a excepción Figura 38 – Cántaros

142 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

de un fragmento que tiene sus paredes engrosadas en el sector del labio. Frecuentemente presentan restos de hollín en el exterior y esto, combinado con su fuerte presencia, sugiere que servían como las vasijas estándar para cocinar. 4. Vasijas abiertas: destaca un tiesto con las paredes inferiores que presentan una marcada convexidad y las paredes superiores casi verticales. El labio se nota adelgazado y el diámetro de boca es de 20 cm (fig. 41a). Asimismo se han recuperado tiestos de cuencos de paredes curvo convexos que se inclinan al interior en el borde; la base produce una forma ligeramente cerrada. El diámetro de boca va de 14 hasta 18 cm. Por la forma de las paredes, la base tenía que ser redondeada. El labio es redondeado. El tratamiento de ambas superficies fueron pulidos (fig. 41b, 41c, 41d).

Figura 39 – Botellas y ollas Figura 40 – Ollas

Figura 41 – Cuencos y base pedestal

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Se han identificado tres tiestos que corresponden a la parte inferior de las vasijas cerradas con base pedestal. El exterior del pedestal es alisado con un material flexible que deja marcas finas; el interior del pedestal, en cambio, se presenta áspero. El lado superior del pedestal tiene restos de carbón (fig. 41e, 41f, 41g). Contamos con 120 fragmentos diagnósticos, representando el 9,97 % del total de la muestra.

3 .2. 10. Pachacamac-Estampado Lo conforman las pastas A y B. La decoración se efectúa en la unión del cuello con el cuerpo, engrosando esta sección; en los tiestos de ollas se presenta en la superficie interna de los cuellos, así como en los labios planos reforzado al exterior. Se ha identificado la siguiente forma: 1. Olla: Ollas de cuello recto divergente de 14 a 24 cm de diámetro, con el labio redondeado y plano (fig. 42a, 42b, 42c, 42d, 42e, 42f, 42g). Ollas de cuello incipiente de 14 a 22 cm de diámetro de boca y labio redondeado (fig. 43a, 43c).

Figura 42 – Ollas Figura 43 – Ollas y cuellos decorados

144 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Los diseños pertenecen a la técnica del estampado. Es probable que hayan utilizado cañitas que han dejado como huellas los círculos de 10 mm de diámetro. Estos fueron estampados teniendo las mismas profundidades, con mucho cuidado se colocaron en distancias desiguales y en dos filas distribuidas de modo más o menos regular, uno bajo otro (figs. 42d, 42e, 42f, 42g, 43d, 43e, 43f, 43g). Existen 14 fragmentos diagnósticos de este tipo, lo que representa el 1,16 % del total de la muestra.

3. 2. 11. Estilo Puerto Viejo Lo conforman las pastas A y B. Los fragmentos tienen la superficie alisada regularmente en el exterior e irregular en el interior. Los diseños son trazados sobre la superficie externa y el labio (extendiéndose en una banda hasta el interior). Se ejecutan los motivos con pintura negra, previamente se cubre con una capa de engobe crema o blanco hasta la parte media del cuerpo. En este tipo se definen el uso de tres colores: negro que varía de un color negro pálido hasta un marrón oscuro; rojo, que se presenta en variadas tonalidades, desde un rojo encendido hasta un rojo pálido; blanco, que varía desde un blanco bastante definido hasta un crema claro. Se han identificado las siguientes formas: 1. Cántaro (figs. 44, 45, 46): Los fragmentos encontrados pertenecen a secciones de cuellos de cántaros. Las paredes son compuestas y divergentes, el labio se presenta recto con un pequeño reborde al exterior o en ambos lados; existen labios subredondeados. Algunos tiestos tienen un aplicado circular ubicado casi en la unión del cuello con el cuerpo. Se trataría de las orejeras de los personajes que se presentan en las vasijas (figs. 45e, 45f, 46a). El diámetro de boca varía entre 12 a 22 cm. La decoración es pintada y se realiza utilizando los colores negro y crema sobre marrón o rojo, que sirve de fondo; el color crema se utiliza para el rostro, el fondo de los ojos y de otras figuras; el color negro para delinear los ojos y las zonas marrón/rojo y crema. Las facciones se logran mediante la técnica del moldeado y, en algunos casos, con pastillaje. 2. Cuenco: Cuencos de paredes rectas inclinadas al interior, permitiendo formar un cuerpo de forma carenada o aquillada. El labio es redondeado y adelgazado. El diámetro varía de 14 a 24 cm en la boca. Ambas superficies están alisadas de manera uniforme; la superficie externa se ha cubierto previamente con engobe crema para luego trazar los diseños; internamente la mayoría de los fragmentos están cubiertos con engobe rojo (fig. 47). Cuencos de paredes rectas inclinadas al interior y carenadas en el sector medio superior del cuerpo. El labio es redondeado. El diámetro varía de 22 a 28 cm en la boca. Los tiestos se caracterizan por la aplicación de una capa de engobe crema sobre la superficie externa del cuerpo y el labio. El acabado es alisado áspero al tacto (fig. 48).

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Figura 44 – Cántaros Figura 45 – Cántaros

Figura 46 – Fragmentos de cántaros

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Figura 48 – Cuencos

Figura 47 – Cuencos

Cuencos de paredes rectas y carenado en el sector medio superior del cuerpo. El labio es redondeado. Existe una considerable variación en los tamaños, los diámetros de boca pueden tener entre 16 y 24 cm. Los tiestos presentan engobe crema sobre la superficie externa del cuerpo y el labio (fig. 49). 3. Olla: Ollas de cuello corto que varía entre 17 y 21 mm de alto, y de cuerpo globular. El labio es redondeado y de bordes doblados hacia el exterior. Existe una considerable variación en los tamaños; los diámetros de boca pueden tener entre 16 y 24 cm. Ambas superficies están alisadas uniformemente; previamente, la externa se ha cubierto con engobe crema. Internamente el engobe es rojo. La decoración consiste en trazos lineales que ocupan la cara interna del cuello (figs. 50, 51, 54). Ollas de cuerpo carenado o aquillado en su sección media superior, de cuello corto y divergente. La altura del cuello (desde el punto de constricción máxima hasta la boca de la vasija) varía de 8 a 20 mm. El diámetro varía de 14 a 22 cm en la boca. La superficie externa está alisada hasta alcanzar uniformidad, previamente se ha colocado una capa de engobe crema. La superficie interna está alisada y áspera al tacto, algunos fragmentos poseen engobe marrón. Un fragmento presenta el asa en posición horizontal, la cual une el labio con la sección superior del cuerpo. La decoración consiste en trazos lineales que ocupan la cara interna del cuello y la superficie externa del cuerpo (fig. 52).

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Figura 49 – Cuencos verticales Figura 50 – Ollas

Figura 52 – Ollas de cuerpo Figura 51 – Ollas carenado

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3. 3. Ollas que exhiben un cuerpo compuesto y con el aquillado en la parte media. El labio es redondeado y el diámetro de boca oscila entre 20 y 24 cm. La superficie externa está alisada uniformemente pero antes se ha cubierto con engobe crema. La superficie interna está alisada áspero al tacto; pocos tiestos tienen engobe marrón (fig. 53). Decoración: La decoración de los fragmentos consiste en trazos lineales que conforman figuras geométricas: Cuadrados con punto central (figs. 51d, 52a, 52h, 53b). Motivos escalonados con puntos delimitados por líneas marrones dentro de la franja crema (fig. 51e). Motivos de peces estilizados (figs. 52e, 53a, 53d). Motivos en forma de «D» (fig. 52c, 52f). Varios: La línea de decoración está en la sección sobre el ecuador de los cuencos y ollas. La forma de las asas de algunos cuencos no se puede precisar aunque en otros casos se presenta como una cabeza de ave. En la decoración escultórica destacan unos sapos colocados en los bordes con sus extremidades delanteras extendidas. Tenemos un total de 462 fragmentos diagnósticos, lo que corresponde al 38,40 % del total de la muestra.

Figura 53 – Ollas de cuerpo compuesto con carena o aquillado Figura 54 – Ollas

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3. 2. 12. Estilo Lurín Está representado por pasta del tipo C. La arcilla presenta como temperante granos blanco lechoso de tamaño heterogéneo, además de pequeñas partículas transparentes y brillantes (al parecer cuarzo hialino). De manera aislada se observan partículas transparentes de color gris y láminas delgadas doradas. Los tiestos se caracterizan por la aplicación de una capa de engobe rojo (10 R 4/6, 2,5 YR 3/4) sobre la superficie externa del cuerpo, cuello y labio (en algunos casos se extiende en una banda hasta el interior del cuello). En su mayoría, la superficie de los fragmentos es tratada con un alisado no muy bien logrado. En pocos casos se aprecia un alisado uniforme en la superficie interna de los cuellos. Todos los tiestos presentan mica en ambas superficies, a pesar que algunos tienen engobe. Se han identificado las siguientes formas: Vasijas cerradas: 1. Olla: Ollas sin cuello de paredes curvas y bordes convergentes. Presentan un reborde proyectado al exterior a manera de «pestaña» y un labio redondeado. Existe una considerable variación en los tamaños, los diámetros de boca tienen entre 16 y 24 cm. La superficie externa presenta evidencia de hollín (fig. 55a, 55b, 55c, 55d, 55e, 55f).

Figura 55 – Ollas con «pestañas» y de cuello Figura 56 – Ollas de cuello compuesto alto

150 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Ollas de cuello alto divergente y engrosado hacia el exterior en el sector del borde. Existe una considerable variación en los tamaños, los diámetros de boca varían entre 12 y 28 cm. El labio es adelgazado y plano. La superficie externa está cubierta parcialmente con hollín (fig. 55g, 55h, 55i, 55j). Ollas de cuello compuesto reforzado al interior y exterior en el sector del borde. El diámetro varía de 16 a 34 cm en la boca (figs. 56a, 56b, 56c, 56d, 56e, 56f, 56g, 56h, 58d, 58e, 58f, 58g, 58h). Ollas de cuello compuesto inclinado al interior en el sector del borde. El diámetro de boca varía de 10 a 11 cm (fig. 57a, 57b, 57c). Ollas de cuello recto divergente. Presentan el labio plano y redondeado en las esquinas. El diámetro de boca varía de 15 a 34 cm (figs. 57d, 57e, 57f, 57g, 57h, 59a, 59b, 59c, 61b, 61c, 61d, 61e, 61f, 61g, 61h, 62d). Presentan asa cintada que une la parte superior del cuerpo con el labio.

Figura 57 – Ollas de cuello compuesto y recto divergente Figura 58 – Ollas de cuello engrosado

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Figura 59 – Ollas de cuello recto divergente y Figura 60 – Ollas con bordes engrosados cuello compuesto

Ollas de cuello divergente engrosado en el borde. Los labios son redondeados y planos. El diámetro de boca varía de 14 a 28 cm (fig. 58). Ollas de cuello recto de 10 a 28 cm de diámetro de boca. El labio se presenta adelgazado y subredondeado. Las paredes de la vasija están engrosadas en el sector del borde. Presentan restos de hollín en el exterior, lo que sugiere que servían, como las vasijas estándar, para cocinar (fig. 60). Olla de cuello recto (fig. 61a) y labio adelgazado. El diámetro de boca es de 26 cm. Ollas de cuello compuesto, labio redondeado y plano. Existe una considerable variación en los tamaños, los diámetros de boca varían entre 10 y 28 cm (fig. 62a, 62b, 62e, 62f, 62g, 62h). Olla sin cuello de paredes de curvaturas suaves y convergentes de 12 cm de diámetro. Presenta un labio redondeado, igual que la base. Las paredes de la vasija están engrosadas en el sector del labio. Presenta restos de hollín en el exterior lo que sugiere que servían, como las vasijas estándar, para cocinar (fig. 62c). Ollas de cuello divergente y labio plano engrosado hacia el exterior. El diámetro de boca va entre 14 y 28 cm.

152 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

Figura 61 – Ollas de cuello recto

Figura 62 – Ollas

Olla de cuello convergente reforzado al exterior y labio adelgazado. El diámetro de boca es de 16 cm. 2. Bases: se han identificado 2 fragmentos de base plana que corresponden a las ollas. Exteriormente está alisado y presenta engobe rojo; interiormente el fondo presenta restos carbonizados (fig. 63c). 3. Asas cinta: están cubiertas con engobe rojo. En la superficie superior del asa se ven las huellas del instrumento utilizado para bruñir, mientras que el lado inferior queda áspero, sin pulir e irregular. Por lo general, son planas en sección transversal y de lados redondeados con 10 mm de grosor; su ancho es de 40 mm. No presentan decoración y provienen de las ollas; se ubican en la sección media del cuerpo en posición horizontal (fig. 63c). 4. Cuerpos decorados: sobre la superficie externa de la vasija se ha aplicado una tira de arcilla en forma ondulante, en cuya superficie media se han aplicado los diseños que pertenecen a la técnica del estampado. Es probable que hayan utilizado cañitas que han dejado como huellas los círculos de 10 mm de diámetro. Estos fueron estampados teniendo las mismas profundidades, con mucho cuidado se colocaron en distancias desiguales y en unas filas distribuidos

153 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni

de modo más o menos regular. Esta decoración representa una serpiente (figs. 55h, 63d, 63e, 63f, 63g). Tenemos 175 fragmentos diagnósticos, lo que corresponde al 14,55 % del total de la muestra.

3. 2. 13. Estilo Inca Local Conformado por la pasta D. Con este término, se abarca toda la cerámica estilísticamente incaica o de influencia incaica, pero elaborada fuera del Cusco. 1. Aríbalo: se han agrupado aquí los fragmentos de vasijas de cuello angosto y con borde fuertemente evertido. Están divididos en dos grupos, los que están pintados (en totalidad o parte) y los que no. Aríbalo pintado: corresponde al borde pintado con engobe rojo. Presenta una franja de 10 a 20 mm en la parte interna del cuello. El espesor del borde es de 6 mm. El diámetro varía de 18 a 20 cm en la boca. El labio es semirrecto y recto (fig. 64a, 64b). Aríbalo sin pintura, conformado por dos fragmentos de bordes. El grosor de los bordes varía de 5 a 7 mm y el diámetro de 14 a 18 cm. El labio es recto (fig. 64c, 64d).

Figura 63 – Bases, asa y cuerpos decorados Figura 64 – Vasijas del estilo Inca local

154 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

2. Olla: según el ángulo del doblado, existen dos grupos. Olla con el borde ligeramente doblado hacia fuera, no muy fuerte, de forma casi redondeada. El labio es redondeado, el cuello corto y el borde evertido. La parte interna del borde, el labio y el cuerpo están pintados con color crema. El borde es engrosado en relación a las paredes del cuerpo. El diámetro de boca va de 13 a 20 cm (fig. 64f, 64h, 64i). Olla con un fuerte doblado del borde hacia fuera y en ángulo agudo. El doblado se ubica muy cerca de la boca, casi a 1 cm de ella. El borde es engrosado en relación a las paredes del cuerpo. Dos fragmentos presentan la parte interna del borde, labio y el cuerpo pintados de color rojo a rojo vino. El labio es redondeado y subredondeado y el diámetro de boca es de 16 cm (fig. 64e, 64g). De esta muestra se han agrupado un total de 08 fragmentos diagnósticos que representan el 0,66 % del total de la muestra.

3. 3. Comparaciones morfológicas y discusión

El análisis de los materiales cerámicos excavados en la segunda muralla-Puente Lurín ha permitido la identificación de una ocupación tardía definida a partir de la presencia de alfares procedentes de las capas arqueológicas intactas de la excavación IV (cuadro 1). Estos estratos se acumularon durante un período relativamente corto. Los tiestos de fácil identificación corresponden a los estilos Inca-Local y Puerto Viejo; además existe un grupo de cerámica llamado Lurín, por haber sido estudiada en este valle. Por el momento notamos la presencia del estilo Lurín en otros sitios de los mismos períodos en las partes media y baja del valle de Lurín. Por ahora ha sido reportado también en el sitio «Armatambo». Es siempre muy difícil identificar la cerámica local, pues Pachacamac y sus áreas periféricas aún carecen del estudio comparativo de colecciones alfareras provenientes de excavaciones en área. Este grupo se caracteriza por reunir 10 tipos de cerámica. Su asociación con los estilos ya descritos permitirá una mayor aproximación a la determinación de la cronología de la segunda muralla-Puente Lurín. El primer tipo identificado pertenece al Crema sobre Rojo, poco presente, puesto que representa el 1,83 % del total de la muestra. Su mayor presencia se ve en los niveles bajos y en los bolsones 2, 6 y 7. Las formas predominantes son ollas y, en menor proporción, los cántaros; asimismo entre los tiestos se identifica un borde de cuenco de 14 cm de diámetro de boca (fig. 10c). Lo primero que resalta en este tipo es una olla sin cuello, de paredes curvas y bordes convergentes que presenta un reborde corto proyectado al exterior a manera de «pestaña», recuperada en el bolsón 6. Esta forma de vasija corresponde a lo que se denomina «pepino», y hasta ahora no ha sido identificado en los diversos trabajos realizados en Pachacamac. Uhle (1903: 63, Fig. 66) reporta la presencia de la forma conocida como «pepino», asignándola al período Inca; pero el «pepino» descrito por Uhle tiene cuello recto o algo convexo y tiene el interior del borde rebajado.

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Cuadro 1 – Relación de los tipos de cerámica con los tipos de pastas

PASTA CERÁMICA A B CDEF

INCA LOCAL X

LURÍN X PUERTO VIEJO XX

ENGOBE ROJO XX X

ENGOBE MARRÓN XX X NARANJA PULIDO XX X CREMA SOBRE NARANJA X X

NEGRO PULIDO X X

CREMA SOBRE MARRÓN X

LLANO XX X ROJO SOBRE CREMA XX X X BANDA CREMA XX X X ESTAMPADO XX

Hasta ahora, los trabajos realizados en la periferia de Pachacamac tampoco han permitido identificar esta forma (Paredes & Ramos, 1994; Aramburu & Machacuay, 1996). Utilizando materiales procedentes de varios sitios arqueológicos provenientes del valle de Lurín, Feltham (1983) también identifica la variante de cuello recto del «pepino»; relata que las muestras proceden de Pachacamac, Panquilma, Molle, Anchucaya y las describe como tipo Orange Ware, Form. XVI (Feltham, 1983: 931). Al comparar con los materiales procedentes del valle del Rímac, vemos que en este valle sí se ha identificado la forma de «pepino» de paredes curvas y bordes convergentes con reborde corto. En base al material procedente de la zona Huachipa-Jicamarca, Silva (1992: 61) define los estilos alfareros del valle. Entre las formas del Horizonte Tardío identifica unas ollas con refuerzo exterior y pestaña. La Fig. 105 (Silva, 1992: 68) es similar a la figura 7a de nuestro trabajo. En el archivo del museo de sitio de Pachacamac se encuentra el diario de campo n.˚ 7, donde se describe la cerámica recuperada en Huaycán de Pariachi; lamentablemente no tiene autoría. Las diferentes formas se identifican gracias a la estratigrafía. De esta manera logran definir que un sector de Huaycán de Pariachi había estado ocupado desde el Intermedio Tardío hasta el Horizonte Tardío; precisamente al describir la cerámica que denominan «Tipo pepino

156 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío decorado», identifican dos variantes: «pepino» de cuello recto o algo convexo con el interior del borde rebajado y «pepino» sin cuello, de paredes curvas y bordes convergentes que presenta un reborde corto proyectado al exterior. Lo asignan al período Intermedio Tardío; para la última etapa del desarrollo cultural, es decir para el Horizonte Tardío, solo identifican el «pepino» de cuello recto. Hasta la fecha, los trabajos realizados en Armatambo solo han identificado los «pepinos» de cuello recto (Bazán, 1990; Hyslop & Mujica, 1992, Fig. 19; Vallejo, 2004: 636). También destacan las ollas con rebordes al exterior (fig. 7b, 7c, 7d). Esta forma ha sido recuperada igualmennte en la Plaza III de la «Pirámide con Rampa» n.˚ 3 (Feltham & Eeckhout, 2004: 663). Los autores lo llaman «la media flecha» y casi siempre está cubierta con una capa de pintura blanca sobre el interior y exterior del cuello encima de un engobe rojo; cronológicamente lo asignan al Ishmay tardío del incanato. Para la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2 y la periferia de Pachacamac, no se han reportado formas de este tipo (Franco, 1993; 1998; Paredes & Ramos, 1994; Aramburu & Machacuay, 1996). Revisando el material procedente del valle de Lurín, se aprecian las ollas con reborde al exterior identificadas desde el sitio de Panquilma hasta Chuchusurco; algunas están pintadas de rojo con bandas blancas en el exterior (Feltham, 1983). Para el valle del Rímac, Silva (1992: Fig. 92 y 118) identifica también esta forma y la describe como jarras de paredes divergentes y de paredes rectas a veces con borde reforzado en el exterior. Cronológicamente menciona que la alfarería local y foránea o Inca aparece asociada a contextos domésticos. También destacan las ollas de cuello corto (fig. 9a, 9b, 9c) que muestran semejanzas con el tipo Engobe Rojo Decorado recuperado en el Sector III del Proyecto Arqueológico Pachacamac (Aramburu & Machacuay, 1996: Fig. 46) asociados con la cerámica Inca. El tipo Banda Crema presenta un porcentaje considerable; está presente en los niveles 1, 11, 12, 16, 17, 18 19, 38, 43 y bolsones 2, 4, 6 y 7. Dicho tipo abarca los cántaros, ollas, botella y cuencos. Se observa cierta relación morfológica entre las vasijas Crema sobre Rojo y Banda Crema que se puede apreciar entre las formas 7a, 9a, 9b, 9c con las formas 13, 15 del tipo Banda Crema. La forma 3A descrita por Díaz & Vallejo (2002: 60) como botella de cuello compuesto, decorada con pintura blanco-cremosa en toda la superficie exterior, podría estar emparentada con nuestra figura 14b, pero lamentablemente solo tenemos la sección superior del cuello o gollete, lo que dificulta nuestra comparación. Los autores sugieren que la forma 3A pertenece al período Intermedio Tardío (Díaz & Vallejo, 2002: 71). Para Pachacamac, Bandelier recupera unas vasijas de cuello abombado que tiene la forma de un pequeño barril o copa colocada sobre el cuerpo de la vasija. A decir de Feltham & Eeckhout (2004: 662, Fig. 26), correspondería cronológicamente al Ishmay Medio, es decir al período Intermedio Tardío. La forma descrita por Feltham & Eeckhout estaría muy emparentada con nuestra figura 14b.

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Dentro del tipo Banda Crema existen también ollas de cuello recto divergente y cuello compuesto que presentan asas cintadas verticales ubicadas a la mitad del cuello y que terminan en el hombro superior de la vasija (figs. 11g, 16b) y ollas con asas que unen el labio mismo con la parte superior del cuerpo (fig. 16a, 16b). El tipo Engobe Marrón, ha sido identificado en poca proporción. Tiestos de este tipo han sido recuperados en los niveles 17, 18, 35, 43, 49, 54 y bolsones 6 y 7. Las vasijas se caracterizan por una aplicación de engobe de color marrón sobre la superficie exterior y el labio (que se extiende en una banda hasta el interior). Los cántaros tienen engrosado el exterior en el sector de la boca; algunos tiestos (fig. 18e, 18g) están decorados con el rostro de un personaje mediante la técnica del aplicado, los ojos son almendrados y la nariz respingada, la boca aparece en relieve con incisión. Si hacemos comparaciones con otros sectores de Pachacamac, no podemos observar algún parecido con nuestro material, los investigadores presentan las vasijas cántaro-efigie hechas en bulto presionados desde el interior (Franco, 1993; 1998; Aramburu & Machacuay, 1996; Feltham & Eeckhout, 2004). Las ollas identificadas son de cuerpo globular y tienen el exterior engrosado en el sector de la boca, de forma definida como «la media flecha». También se ha identificado un tiesto de cuello perteneciente a una botella decorada con el rostro de un personaje (fig. 19a), los ojos son aplicados en forma de granos de café y la boca consiste en una incisión en forma de media luna. El tipo Crema sobre Naranja, se recupera en los niveles 11, 20, 22, 38, 43 y en los bolsones 3, 6 y 7. Los cántaros, recuperados en los bolsones, son de cuello expandido (fig. 20) y se caracterizan por tener casi siempre un engobe de color naranja en la superficie exterior y el labio pintado de crema (extendiéndose en una banda hasta el interior y/o exterior). En otros tiestos se alternan los colores crema y naranja para darle la decoración deseada. Entre las ollas destacan 2 formas: de cuello divergente y de cuello corto. El tipo Negro Pulido constituye un segundo grupo recuperado en grandes cantidades en los niveles 7, 17, 19, 20, 32, 37, 38, 39, 40, 43, 45, 46, 51, 62 y en los bolsones 2, 6 y 7. Los tiestos han sido elaborados utilizando las pastas B y E. Sobre la superficie se ha agregado una capa de engobe de color negro, donde la superficie exterior ha sido pulida uniformemente hasta alcanzar brillantez. Las vasijas abiertas han sido pulidas internamente. Destacan las ollas de cuellos divergentes, variando en la forma del cuerpo. Están decoradas con un batracio ubicado sobre el diámetro mayor del cuerpo, de tal forma que apoya sus extremidades anteriores sobre el labio de las ollas. El batracio presente en la figura 23f está menos tratado que los de las figuras 22d y 23e. En este grupo se identifica una mayor presencia de tiestos de botellas de gollete divergente y gollete recto inclinado al exterior en el sector de la boca. Al realizar la comparación de los cántaros, se aprecia una similitud con los cántaros del tipo Engobe Marrón, sobre todo con los que se ven en la figura 18 en cuanto al engrosamiento exterior de las paredes en el sector de la boca.

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Fuera de Pachacamac, se puede apreciar que la cerámica del tipo Negro recuperado por Bazán en Armatambo, presenta también similitud con las figuras 25a, 25b y 25c de nuestro material, en lo que respecta al engrosamiento en el sector del borde (Bazán, 1990: Lám. 8a, Lám. 22). Entre las vasijas abiertas se han podido identificar platos y cuencos, siendo esta última forma la de mayor presencia. Destacan los cuencos de paredes rectas y convergentes con carena en el ecuador (fig. 26d, 26e, 26f, 26g) y que llevan como motivo decorativo la representación de un batracio (fig. 26d) y de un ave (fig. 26g). Esta forma es muy similar a los cuencos del estilo Puerto Viejo. Si se compara con la cerámica de Ica, se aprecia que la forma de la figura 26d es muy similar a los platos de Ica 9 (Menzel, 1976: Pl. 19. Fig. 226 y 227); hay similitud en las paredes rectas con la carena en el ecuador. La diferencia con nuestro material está en la base que es redondeada y más profunda. La cerámica agrupada como tipo Engobe Rojo muestra persistencia en los niveles superiores 17, 18, 21, 22, 23, 24, 25, para luego disminuir en los niveles 33, 34, 38, 40, 48 y en los bolsones 2, 3, 6 y 7. Se caracteriza por ser una cerámica con temperantes blanco lechoso predominante y pasta de color claro. Las formas con mayor presencia son ollas de cuello divergentes, paredes convergentes y cuello recto y corto cubierto por una capa de engobe rojo. Cuando llevamos a cabo comparaciones con los materiales procedentes de Pachacamac, vemos que las referencias son escasas. A pesar de que las muestras de la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2 son abundantes, no se reportan formas de este tipo (Franco, 1993; 1998). Asimismo, al realizar comparaciones con otros sitios investigados, se puede apreciar que existe la cerámica con engobe rojo pero las formas son diferentes a las que estamos presentando (Silva, 1992; Aramburu & Machacuay, 1996; Guerrero, 2004). Los lotes de muestras de cerámica asociados a los niveles 1, 13, 37, 38, 43 y a los bolsones 1, 2 y 6 han sido identificados como tipo Naranja Pulido. De acuerdo a las comparaciones hechas, la botella de la figura 33a es similar a la descrita por Feltham & Eeckhout (2004: Fig. 41), donde el labio es plano y presenta engobe naranja. Se sugiere que el tipo Naranja Pulido forma parte de la cerámica introducida por los incas en Pachacamac. Se identifica poca cerámica de estilo Inca, lo que indica la influencia de ese estilo pero es cerámica fabricada en la región y con materias primas locales, razón por la cual lo estamos denominando Inca-Local. Formas de esta cerámica son, en general, los aríbalos y ollas. Entre los aríbalos se distinguen dos grupos: pintados y sin pintar. Los pintados se caracterizan por estar engobados totalmente de rojo; tienen un acabado más esmerado y las formas presentan una mayor regularidad. Los aríbalos sin pintar tienen formas desproporcionadas, lo que a veces hace que sean semejantes a las vasijas locales. Un segundo tipo difundido en la fase Inca- Local son las llamadas ollas de probable base anular y con tapas. En este caso también se presentan ollas pintadas y sin pintar. La presencia de tiestos Inca-Local se encuentran en los niveles 2, 3, 13, 17, 18 (bolsón 1), 21, 25 (bolsón 4) y 43. Definimos como bolsones, a las roturas que

159 Jesús A. Ramos Giraldo, Ponciano Paredes Botoni fueron realizadas para colocar desechos de material cultural (cerámica, moluscos, artefactos líticos, óseos de animal, entre otros), producto de actividades dentro de Pachacamac o en el Templo, desaparecido hoy, ubicado en el PP. JJ. «Julio C. Tello», e indicado en el plano de Uhle realizado en 1896. La cerámica del estilo Puerto Viejo es la más numerosa y representa el 38,40 % del total de la muestra. Hay cántaros, cuencos y ollas. Los cántaros son vasijas que representan personajes, pero durante nuestra excavación solo se han recuperado los fragmentos de cuello con representación del rostro de los personajes, denominados, por esta razón, «Cara-Gollete». Tienen aplicaciones de negro y crema sobre marrón o rojo; el crema se utiliza para el rostro, el fondo de los ojos y de otras figuras; el negro para delinear los ojos y las zonas marrón/rojo y crema. Las facciones se logran mediante la técnica del moldeado y en algunos casos con pastillajes. Los cuencos y ollas se caracterizan por presentar la superficie alisada regular en el exterior e irregular en el interior. Los diseños están trazados sobre la superficie exterior y el labio (extendiéndose en una banda hasta el interior). Los motivos son hechos con pintura negra, previamente cubierta por una capa de engobe crema o blanco hasta la parte media del cuerpo. Se identifica el uso de tres colores: negro variando hasta un marrón oscuro; rojo (desde un encendido hasta un pálido) y blanco (desde blanco a crema claro). Durante nuestra clasificación solo identificamos como estilo Puerto Viejo a la cerámica que emplea el uso de tres colores (negro, rojo y crema). Sin embargo, después de realizar comparaciones morfológicas, consideramos que la cerámica con los colores marrón sobre crema también forma parte del estilo Puerto Viejo, aunque muchos investigadores lo identifican como propia del «estilo Ishmay». En tal sentido, los tipos Ichimay cara-gollete e Ichimay negro sobre blanco (Bueno, 1982) o Ichma Bícromo (Paredes & Franco, 1987-1988) no son parte de la cerámica local pre Tawantinsuyo, tal como lo propone Bueno (1982). Las excavaciones realizadas en las «Pirámides con Rampa», también han permitido recuperar tiestos del estilo Puerto Viejo. Lamentablemente, el poco control en el registro estratigráfico está creando más confusión que aportes. Por ejemplo el material recuperado en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 1 fue analizado y reporta un fuerte porcentaje de cerámica del estilo Puerto Viejo (Ramos & Paredes, 2002). Se identifica también el estilo «Puerto Viejo» en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 2. Franco identifica los tipos Marrón Oscuro/Amarillo Pálido y Negro, Amarillo Pálido o Blanco sobre Engobe Rojo, y los considera como parte de su segunda fase. Lo describe como cántaros cara-gollete pintados en colores marrón oscuro sobre amarillo pálido, vasijas abiertas o escudillas de paredes rojizas, pulidas, vasijas cerradas con cuerpo aquillado pintadas de color amarillo pálido o blanco en el tercio superior y rojo oscuro en el cuerpo inferior (Franco, 1993). Asociados a estos tipos, Franco también identifica fragmentos de ollas de uso doméstico trabajadas en cerámica negra con elementos decorativos en relieve de serpientes con incisos, círculos impresos y una cara-gollete alta, de lados divergentes con tratamiento inciso y ojos alados, que según el autor, tiene profunda influencia Lambayeque. En tal sentido, si se compara con la cerámica, Franco (1993; 1998) considera su segunda fase como correspondiente al período Intermedio Tardío. Sin embargo

160 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío creemos que hay que afinar esta segunda fase, toda vez que existen tiestos con elementos decorativos que nos estarían indicando todo lo contrario. Franco reporta serpientes con incisos y círculos impresos. Según comparaciones la presencia de la serpiente es introducida por los incas a su llegada a la costa central. Para la «Pirámide con Rampa» n.˚ 3, el análisis del material cerámico también nos aporta datos muy interesantes. Feltham & Eeckhout (2004), tomando solo como criterio la descripción morfológica, tratan de definir el estilo Ishmay Tardío. Manifiestan que los cuencos son bastantes frecuentes en las plazas de las «pirámides», y que la forma más frecuente durante el Ishmay Tardío son los cuencos carenados que suelen llevar un engobe rojo y luego una capa de pintura blanca en la parte superior y, sobre esta capa, un diseño de pequeños rectángulos con un punto dentro, o de triángulos, o de peces. Otra de las formas correspondería a las jarras con cara-gollete producidas antes de la llegada de los incas al Santuario. Más tarde, durante el Incanato, fabrican otras formas de cuencos además de los cuencos carenados (Feltham & Eeckhout, 2004: 657-658). Tratando de sintetizar lo expuesto, los autores citados sostienen que el Ishmay Tardío tiene dos fases antes de la llegada de los incas a fines del siglo XIV y continúan con el Incanato. Felthan & Eeckhout (2004: 656) plantean también que las raíces del Ishmay Tardío se encuentran en el Intermedio Tardío, por los diseños en blanco y negro sobre rojo. Según nuestra comparación, pensamos que los cuencos carenados y las jarras cara-gollete decorados con los colores marrón, blanco y rojo, forman parte del estilo «Puerto Viejo» y no del estilo «Ishmay Tardío». Los trabajos realizados en los alrededores de la tercera muralla reportan el subgrupo «Cara-Gollete» en el grupo Inca Asociado (Aramburu & Machacuay, 1996: 50). La cerámica «Cara-Gollete» correspondería al estilo «Puerto Viejo». Lamentablemente los autores no lo ubican en el tiempo, a pesar de que estratigráficamente identifican dos ocupaciones (Aramburu & Machacuay, 1996: 26-27). Fuera de Pachacamac, la cerámica Puerto Viejo también es identificada con un fuerte predominio en dirección al sur chico. En los valles de Chilca y Mala existen los cántaros efigies con la misma idea del rostro y el cuerpo de las vasijas; presentan las manos recogidas. Duccio Bonavia estudió un lote de cerámica recolectado en el sitio de Puerto Viejo (Bonavia, 1959:137). Él piensa que la cerámica Puerto Viejo representa un estilo local pre Inca y que muy bien puede ser definido de «estilo» (Bonavia, 1959:166). Definió los tipos «Cara-Gollete» y «Negro sobre Blanco». Existen algunas diferencias entre los cántaros efigie de Puerto Viejo y los de Pachacamac, pero no debemos olvidar que el material trabajado por Bonavia es de superficie y el tipo Cara-Gollete se define en base a 72 fragmentos; entonces, tendría que existir diferencias en los rostros. Pero un estilo no se diferencia solo por el rostro; para llegar a definir un estilo, se tiene que ver la forma de la cerámica, la decoración y la pasta. Al menos entre la cerámica «Cara-Gollete» de Puerto Viejo y las de Pachacamac existen semejanzas en la forma y la decoración, lo que nos permite afirmar que son cerámicas del mismo sitio. En el sitio «El Salitre» del valle de Mala, también se encuentran cerámicas cántaros efigie que, según Howard Goldfried (1969), no se distinguen de las de Puerto

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Viejo. Otro sitio arqueológico identificado en el valle de Mala, corresponde a «Cerro Salazar». Para el período Intermedio Tardío también se identifica el tipo Cara-Gollete. Gabe (2000: 59) manifiesta que no se conoce sus antecedentes inmediatos en el «Cerro Salazar», por lo que su presencia debe obedecer más bien a una influencia foránea del sitio arqueológico. Asimismo, Gabe (2000: 50) señala que los valles de Chilca, Mala y Asia comparten muchos rasgos culturales, registrados en la cerámica, y espera que con mayores investigaciones se pueda definir una cultura local para esta zona sureña. Además del sur chico, el estilo Puerto Viejo también se reporta en la isla San Lorenzo (Isla, 1995: 88) y otros sitios del valle del Rímac (Guerrero, 2004). Vallejo (2004) utilizando como base los materiales recuperados en Armatambo, publica un artículo donde elabora la secuencia cerámica Ychsma, definiendo las características generales para cada fase. Lamentablemente, en su afán de poner un nuevo nombre a un estilo ya identificado como Puerto Viejo, refiere que las vasijas «Cara-Gollete» corresponden a la forma más típica del estilo Ychsma (Vallejo, 2004: 619) y lo asigna a las fases Ychsma Tardío A y B del Horizonte Tardío (Vallejo, 2004: 621). Al interior del valle de Lurín, recientemente han encontrado tiestos de este estilo en el sitio Pueblo Viejo-Pucará, ubicado en las quebradas laterales que atraviesan las primeras estribaciones de los Andes en la margen izquierda del río Lurín (Makowski & Vega Centeno, 2004: 689). Con las excavaciones definen dos fases dentro del Horizonte Tardío. Lamentablemente, la cerámica es presentada en forma general, sin tratar de definir a que fase corresponde cada estilo identificado. Cuando tratan de explicar la presencia del estilo «Puerto Viejo» en el sitio, sugieren que es un tributo a la administración imperial (Makowski & Vega Centeno, 2004: 710). Por lo expuesto en el sur chico, se estima que el estilo «Puerto Viejo» está surgiendo en el período Intermedio Tardío y perdura hasta el Horizonte Tardío, ya con el amplio dominio de los incas. Para Pachacamac, las excavaciones reportan el ingreso del estilo Puerto Viejo antes de la presencia Inca, probablemente a finales del período Intermedio Tardío, por lo cual se propone que está ingresando a Pachacamac a través de intercambio de grupos culturales. Producida la conquista Inca, puede haber sido utilizado como ofrenda, toda vez que en el valle de Mala se encontraba uno de los hijos de Pachacamac (Santillán, 1968 [1563]). Sin embargo, su abundante presencia, tanto en Pachacamac como en Armatambo, nos puede indicar la existencia de mitmas trasladados por los incas desde Mala, encargados de fabricar esta cerámica ritual o de un culto relacionado con la representación de este personaje. Dentro de otro grupo de cerámica que está ingresando a Pachacamac existe uno muy peculiar, que denominamos Estilo Lurín. Hasta ahora este estilo tiene un área limitada de distribución y un carácter local desde el punto de vista morfológico y tecnológico. Considerando el hecho de su mejor reconocimiento en el Santuario de Pachacamac y en otros sitios del valle de Lurín se decide dar el nombre de Estilo Lurín a los complejos cerámicos que aquí se presentan. Como criterio decisivo se toma la producción de la cerámica en la cuenca, es decir, de las materias primas accesibles en el mismo valle bajo, tal como se ha planteado.

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Desde un punto de vista tecnológico, la arcilla de la cerámica del Estilo Lurín presenta un temperante hecho de granos blanco-lechoso de tamaño heterogéneo, además de partículas transparentes, brillantes y pequeñas (al parecer cuarzo hialino). Se observan en forma aislada partículas de color gris y láminas delgadas doradas. Los tiestos se caracterizan por la aplicación de una capa de engobe rojo (10 R 4/6, 2,5 YR 3/4) sobre la superficie externa del cuerpo, cuello y el labio (en algunos casos se extiende en una banda hasta el interior del cuello). En su mayoría, la superficie de los fragmentos es tratada con un alisado no muy bien logrado; aisladamente se aprecia un alisado uniforme en la superficie interna de los cuellos. Todos los tiestos presentan mica en ambas superficies, a pesar que algunos tienen engobe. Las ollas son vasijas características de este estilo. Se explica por la presencia, en su cuerpo, de una aplicación en forma de «S» representando una serpiente que lleva círculos estampados. Destacan también las ollas con «pestaña», las ollas de cuello compuesto doblado al exterior en el sector de la boca y las ollas de cuello compuesto reforzado al interior y exterior en el sector del labio. Formas del estilo Lurín se reportan en la «Pirámide con Rampa» n.˚ 1 y en varias excavaciones dentro de Pachacamac, así como en el perímetro del pueblo Puente Lurín y en todo el valle de Lurín, siempre asociadas con materiales del Horizonte Tardío (Feltham, 1983; Paredes & Ramos, 1994: 347; Eeckhout & Ramos, 1995; Eeckhout, 1999a: 40; Ramos, 1999). Los trabajos realizados en las «Pirámides con Rampa» n.˚ 2 y 3 permiten también su identificación bajo los nombres de Engobe Rojizo Bruñido y Sin Bruñir, Lurín Brun Lisse (Franco, 1998: 47; Eeckhout 1999b: 56). En el sitio 26 de la Pampa de San Bartolo se identifican formas de esta tradición con cerámica Inca, pero junto a ellas se recuperan restos de textiles coloniales (Ramos & Paredes, 2002: 50). Eso estaría indicando que la cerámica del estilo Lurín es utilizada hasta en los primeros años de la Conquista. Para el sitio Pucará-Pueblo Viejo, Makowski & Vega Centeno (2004) definen varios estilos: Ychsma local del valle bajo, la cerámica marrón del valle alto, Puerto Viejo de la costa, estilo influenciado por la Costa Norte, incluyendo el Chimú- Inca y el Inca Provincial. Cuando describen la cerámica marrón mencionan que por el alfar parece corresponder a la tradición serrana, así como por las formas características (cántaros con labios reforzados interna y externamente, cántaros con cuello compuesto, ollas, pequeñas botellas, platos, etc.) y el acabado marrón llano. Su única decoración es una pintura roja poscocción y en algunos casos, unas serpientes aplicadas (Makowski & Vega Centeno, 2004: 700). Este grupo de cerámica formaría parte del estilo Lurín identificado en Pachacamac. Los inicios de este estilo se identifican en el sector «Las Palmas»-Pachacamac correspondientes a las primeras fases del Intermedio Tardío; las formas identificadas son vasijas utilitarias (Ramos & Paredes, 2006: 53). En tal sentido, esta tradición alfarera debió constituir las vajillas de los peregrinos procedentes del interior del valle y que ingresaban al Santuario Pachacamac. Eso muestra, por lo tanto, una larga duración que abarca el Intermedio Tardío, el Horizonte Tardío y los primeros años de la Conquista.

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Realizando comparaciones de las ollas con «pestañas» con otros valles, se aprecia que su asociación al Horizonte Tardío es señalada por investigadores como Guffroy (1977: 56), quien menciona que es una vasija resultante de la influencia Inca en la región, de acuerdo a su material recuperado en el valle medio del Chillón. Pérez & Arce (1989: 35) denominan Inca Local (Chocas) a las vasijas de bordes con «pestañas» recuperadas en el sitio de Chocas, valle medio del Chillón. Para el Rímac, Silva (1992: 67-68) logra identificar en el sitio de Huaca Trujillo 1 y 2 ollas con «pestañas» asociadas a materiales del Horizonte Tardío. En los sitios de Armatambo y Pedreros, Bazán (1990: 183) identifica el tipo «Marrón» con formas exclusivas como ollas con pestaña prominente, ollas de cuello recto, algunas con reborde, etc.; encuentra este tipo de cerámica en estratos Inca. Inexplicablemente, refiere que este tipo tiene mucha semejanza morfológica con la cerámica rústica del litoral de Mala, poniendo como ejemplo al sitio Las Totoritas. La forma más destacada es la olla con pestaña. Bazán señala haberlo registrado en los sitios de Armatambo, Santa Catalina, Cerro Pedreros, Huaca Trujillo y Huaca Aramburu, en las secciones baja y media del valle de Lima; Pachacamac en Lurín y en el valle del Chillón, en el sitio de Chocas (Bazán, 1990: 187). Llega a manifestar que existe una gran uniformidad, un solo alfar, lo que le hace suponer la existencia de una sola cantera proveedora de arcilla. Durante nuestra investigación, hemos confrontado la información etnográfica y encontramos que la pasta presente en las vasijas modernas de Santo Domingo de los Olleros y algunas formas son similares a las del Estilo Lurín (Ramón, 1999). Todo eso se correlaciona mejor con la utilización de canteras similares de donde procede la misma materia prima de los alfares en diversos períodos, y tal como ya se ha propuesto se encuentra en afloramientos metamorfizados del batolito de la costa que afloran en todos los valles de la costa central del Perú. Pero en el caso del valle de Lurín, el Estilo Lurín del Intermedio Tardío y Horizonte Tardío y el etnográfico actual de Santo Domingo de los Olleros se ensamblan con el Estilo Lurín del horizonte blanco sobre rojo conformando en realidad una tradición alfarera de casi dos mil años de continuidad.

Referencias citadas

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164 Excavaciones en la segunda muralla-Puente Lurín: estilos cerámicos durante el Horizonte Tardío

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Redefiniendo una categoría arquitectónica inca: la kallanka

Sergio Barraza Lescano*

Resumen

El uso de términos quechuas para definir formal y funcionalmente la cultura material incaica constituye una práctica muy generalizada entre los arqueólogos andinistas. En muy pocos casos, sin embargo, la elección de estos nombres se ve respaldada por un análisis histórico o lingüístico que justifique su empleo. En el presente artículo, centraremos nuestra atención en el estudio de una categoría arquitectónica ampliamente utilizada para referirse a las alargadas salas techadas existentes en los principales asentamientos incaicos: las kallankas. A partir de la revisión de información registrada en fuentes etnohistóricas, se propone su redefinición.

Palabras clave: kallanka, galpón, arquitectura inca

Une catégorie architecturale inca à redéfinir : la kallanka

Résumé

Les archéologues andinistes utilisent couramment des termes en langue quechua afin de traduire les aspects formels et fonctionnels de la culture matérielle des Incas. Rarement, cependant, le choix de ces vocables repose sur une analyse historique ou linguistique qui justifie son emploi. Cet article souhaite attirer l’attention sur une catégorie architecturale largement utilisée pour désigner les longs bâtiments que l’on trouve sur les principaux sites incas: les kallankas. Grâce aux informations fournies par les sources etnohistoriques, une redéfinition de cette catégorie sera proposée.

Mots clés : kallanka, hangar, architecture inca

* Instituto Riva-Agüero. Programa de Estudios Andinos PUCP. E-mail: [email protected]

167 Sergio Barraza Lescano

Redefining an Inca architectural category: kallanka

Abstract

The use of quechua terms to define formally and functionally Inca material culture constitutes a generalized practice among Andean archaeologists. In very few cases, however, do the election of these terms rest on historical or linguistic analysis that justify their employment. In this article, we will focus our attention on the study of an architectural category widely used to refer to large roofed halls existing in the principal Inca establishments: kallanka. After the review of ethnohistorical information, a redefinition of this category is proposed.

Key words: kallanka, galpón,

INTRODUCCIÓN

Desde mediados del siglo XIX, los estudios sobre la sociedad Inca se han caracterizado por la aplicación de un enfoque interdisciplinario favorecido por el fluido diálogo entre arqueólogos, historiadores, antropólogos y lingüistas. Los grandes logros conseguidos a través del empleo de este enfoque, sin embargo, también se han visto acompañados por algunos desaciertos metodológicos como el uso indiscriminado de términos quechuas para definir formal y funcionalmente la cultura material incaica. Esta última práctica, si bien a primera vista puede parecer irrelevante, es particularmente importante dado que el empleo reiterado de estas voces quechua, tomadas acríticamente de los registros etnohistórico y etnográfico, les otorga la calidad de categorías clasificatorias portadoras de considerable carga semántica, convirtiéndolas así en «etiquetas» con implicancias morfofuncionales. En el caso específico de la arquitectura, es frecuente encontrar en las publicaciones arqueológicas el uso de términos como acllahuasi, colca, chulpa, kancha, kallanka, pucara, tambo y ushnu, y en menor proporción, chaucalla, huayrona y masma, para referirse a determinados tipos de estructuras y a las actividades a las que estuvieron asociadas. Sin embargo, en muy pocos casos, la elección de estos nombres es respaldada por un estudio histórico o lingüístico que justifique su empleo; la práctica más común (y más simplista) es la de repetir mecánicamente lo que otros investigadores escribieron previamente. El presente artículo aborda el análisis de la denominada kallanka, una categoría arquitectónica que, si bien ha merecido ya la atención de algunos investigadores (Meinken, 2000-2001; 2005a; Muñoz, 2007), aún no ha sido cabalmente definida. A partir de la revisión de información registrada en fuentes etnohistóricas coloniales proponemos una redefinición de la misma.

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1. LAS KALLANKAS

En las últimas décadas, se ha generalizado entre los arqueólogos andinistas el uso del término quechua kallanka para referirse a las estructuras alargadas incaicas que los cronistas de los siglos XVI y XVII llamaron galpones o salas; la gran difusión que ha tenido esta voz la ha convertido en una categoría tipológica imprescindible para caracterizar la arquitectura Inca. Sin embargo, ¿qué significaba originalmente esta palabra?, ¿cuándo y quién la introdujo en el círculo arqueológico? Son interrogantes aún sin respuesta. Resulta oportuno, entonces, tratar de precisar la acepción original del término kallanka y establecer si ha sido correctamente aplicado al interior del ámbito académico. A continuación presentamos dos definiciones tomadas de los trabajos de Graziano Gasparini & Luise Margolies (1977) y Craig Morris (1999) que resumen, en gran medida, las ideas que los arqueólogos manejamos sobre lo que es una kallanka. «Un tipo de edificio que se encuentra en Cusco y se repite desde Cajamarca hasta Inkallaqta en Bolivia, es el llamado Kallanka… Las características generales de ese edificio son similares en todos los ejemplos conocidos y sólo varían las dimensiones. Se trata de un gran galpón de planta rectangular muy alargada con techos de dos aguas sostenido por series de pilares hincados a lo largo del eje longitudinal. Uno de los lados más largos, con varios vanos de entrada, da siempre sobre la plaza principal» (Gasparini & Margolies, 1977: 204). «Una forma arquitectónica que lleva el “sello” incaico, es un edificio rectangular, no dividido e inusitadamente largo, que las fuentes españolas tempranas llaman como galpones y al cual arquitectos y arqueólogos generalmente se refieren con el nombre de kallanka. Estos edificios tienen múltiples puertas en un lado y en muchos casos, múltiples ventanas y nichos en ambos lados. Raramente una puerta puede ser ubicada al final de la estructura» (Morris, 1999: 22). A partir de las descripciones publicadas, es posible reconocer que las principales características arquitectónicas presentes en las denominadas kallankas son las siguientes: • Planta rectangular alargada. • Techo a dos aguas. • Interior usualmente sin divisiones (espacio continuo). • Presencia de postes o columnas internas para sostener el techado (en caso de tratarse de estructuras de grandes dimensiones). • Presencia de hastiales. • Varias puertas colocadas a intervalos en una de las paredes largas que da a la plaza. La homogeneidad formal que parece reflejar esta categoría arquitectónica resulta, sin embargo, aparente, ya que se han identificado como kallankas estructuras

169 Sergio Barraza Lescano rectangulares de muy variadas dimensiones, en un rango que va desde los 17 hasta los 105 m de largo1 (cuadro 1).

2. INTRODUCCIÓN DE LA CATEGORÍA KALLANKA EN LOS ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS ANDINOS

Pese al consensuado uso que actualmente se da al término kallanka en el argot arqueológico andinista, éste fue introducido por primera vez con una connotación muy distinta a la que manejamos hoy en día: Kkallancca, «sitio donde se guardan objetos circulares» (Pardo, 1957: 52). La reintroducción de este nombre para referirse a las estructuras incaicas alargadas o galpones fue obra de Craig Morris y del personal del Institute of Andean Research dirigido por John V. Murra, quienes lo emplearon para describir este tipo de construcciones en el marco de sus estudios en Huanuco Pampa iniciados en 1963. En una de las primeras publicaciones de este proyecto, Morris escribiría: «Inmediatamente al este de la estructura D (del Tampu Real de Tunsucancha) se encuentra la plaza mayor de Tunsucancha, formada por tres edificios longitudinales conocidos como kallanka. Forman los lados sur, este y oeste de la plaza» (Morris, 1966: 103). Si bien Craig Morris nunca precisó la fuente de la cual tomó el término quechua kallanka, es muy probable que lo hubiera recogido del registro etnográfico. Al respecto, es oportuno citar las siguientes palabras de Ramiro Matos (1994: 214): «… es interesante mencionar que recién después de las investigaciones llevadas a cabo en Huánuco, por el equipo de arqueólogos que dirigió John V. Murra entre 1963 y 1966, términos como usnu, kallanka, kancha, colca, etc. ingresaron o reingresaron al lenguaje moderno del poblador de la región, designando con esos nombres, estructuras similares a las que se hallaron en aquella localidad. La promoción de esta nomenclatura recuperada o creada, se debe principalmente a los profesores de colegios […]. Con el nombre de kallanka fueron bautizados los salones más grandes en los asentamientos Inka. No sabemos con precisión de cuándo data; pues no aparece en el vocabulario quechua de González Holguín. De cualquier forma, juzgamos que esta designación es mejor que las otras igualmente modernas, como galpones o barracas. Las kallankas fueron de planta rectangular, sin divisiones internas» (Matos, 1994: 214, 222). Como lo señala Matos, la nueva nomenclatura ha trascendido el ámbito académico introduciéndose en algunos diccionarios regionales, como en el de la Academia Mayor de la Lengua Quechua del Cuzco, donde aparece registrado el término kallanka con la siguiente acepción:

1 María de los Ángeles Muñoz (2007: 257) ha optado por definir la categoría arquitectónica kallanka a partir de la gran dimensión de las estructuras (un mínimo de 40 m de largo) y de su emplazamiento dentro del complejo arquitectónico mayor (con las ventanas o puertas de cara a una plaza).

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Cuadro 1 – Dimensiones de algunos galpones incaicos

Nombre del sitio Largo en m Ancho en m Fuente Pumpu (Junín) 105 9,5 Matos, 1994: 223 Templo de Raqchi 92 25,25 Sillar & Dean, 2002: 233 Inkallajta (Bolivia) 78 26 Muñoz, 2007: 257 Samaipata (Bolivia) 68 16 Muñoz, 2007: 256 Huánuco Pampa 65 12 Morris & Thompson, 1985: 89 Ccopan (Arequipa) 51,5 10 Meinken, 2005b: 65 Machupitumarca (Cusco) 49,6 9,2 Samanez & Zapata, 2001: 95 El Shincal (Argentina) 47 11 Raffino et al., 2000: 343 Pumpu (Junín) 45 6,5 Matos, 1994: 169 Huchuy Cusco (Cusco) 40 12 Bouchard, 1983: 95 Achaymarca (Arequipa) 39,3 10,6 Meinken, 2000-2001: 140 El Shincal (Argentina) 33,3 5,6 Raffino et al., 2000: 317 (Apurímac) 33 7,5 Samanéz & Zapata, 1999: 93 Tompullo 2 (Arequipa) 31,03 6,30 Meinken, 2000-2001: 137 Tambokancha (Cusco) 31 7 Farrington & Zapata, 2003: 68 La Joya (Arequipa) 30,9 11,25 Meinken, 2005b: 81 Tambokancha (Cusco) 29,8 14,2 Farrington & Zapata, 2003: 67 Maucallacta (Arequipa) 28 8 Meinken, 2000-2001: 143 Sondor (Apurímac) 27 10 Pérez et al., 2003: 371 Ccopan (Arequipa) 26,1 9,05 Meinken, 2005b: 71 Ccopan (Arequipa) 25,9 11,35 Meinken, 2005b: 65 La Joya (Arequipa) 25,63 9,54 Meinken, 2005b: 82 Maucallacta (Arequipa) 24 9 Meinken, 2000-2001: 131 Maucallacta (Arequipa) 23 10 Meinken, 2005a: 59 Ccopan (Arequipa) 21,8 11,41 Meinken, 2005b: 73 Huamanmarca (Arequipa) 21 6 Meinken, 2005a: 60 Ccopan (Arequipa) 21,1 9,84 Meinken, 2005b: 71 Ccopan (Arequipa) 20,48 8,88 Meinken, 2005b: 71 Maucallacta (Arequipa) 20 9 Meinken, 2000-2001: 127 Incarracay (Bolivia) 20 6 Caballero, 1980: 4 Ccopan (Arequipa) 19,4 9,3 Meinken, 2005b: 73 Sondor (Apurímac) 19 7 Pérez et al., 2003: 368 Sondor (Apurímac) 17 8 Pérez et al., 2003: 371

171 Sergio Barraza Lescano

«Edificio techado de grandes proporciones que servía para alojar masas humanas en las celebraciones de la época inkaica» (1995: 195).

3. FUNCIONALIDAD ATRIBUIDA A LAS DENOMINADAS KALLANKAS

Los cronistas coloniales y los investigadores modernos que han estudiado la arquitectura incaica han atribuido a los galpones incaicos las más diversas funcionalidades: • Palacios de los soberanos incas o alojamientos para individuos importantes (Calancha, 1974-1981 [1638]: 537; Muñoz, 2007: 256; Vega, 1948 [1600]: 11). • Cuarteles o barracas para los soldados del Inca (Hyslop, 1990: 18; Meinken, 2005a: 62; Morris, 1966: 103; Muñoz, 2007: 263-264). • Plazas techadas «para sus fiestas y bailes» cuando las condiciones climáticas externas no permitían reunirse al aire libre (Garcilaso, 2005 [1609]: 335; Muñoz, 2007: 256). • Talleres y/o alojamientos para los tributarios del sistema de mita (Hyslop, 1990: 18; Meinken, 2005a: 62; Zecenarro, 2000: 92) • Alojamientos colectivos temporales para transeúntes (Agurto, 1987: 49; Morris, 1972: 140), por ejemplo peregrinos rumbo a santuarios (Meinken, 2005a: 62). • Lugares de reunión pública o asamblea (Matos, 1994: 134; Morris, 1966: 103). • Templos (Muñoz, 2007: 256; Polo de Ondegardo, 1916 [1571]: 96). • Uso colectivo, propósitos múltiples (Malpass, 1993: 9), «debió adaptarse a situaciones y finalidades diferentes» (Gasparini & Margolies, 1977: 208).

4. HALLAZGOS ARQUEOLÓGICOS REALIZADOS AL INTERIOR DE LAS KALLANKAS

La escasa información publicada referente a los hallazgos efectuados al interior de las denominadas kallankas, permite reconocer que los tiestos y restos faunísticos son los materiales más recurrentemente reportados. Si bien esta situación podría inducirnos a prefigurar un carácter doméstico o habitacional para este tipo de estructuras, no podemos descartar la posibilidad de que tuvieran una naturaleza multifuncional dado que, esporádicamente, se han encontrado asociadas al descubrimiento de armas (proyectiles de boleadora) y restos humanos. • Kallanka de Maucallacta (Arequipa): tiestos, carbón vegetal y restos óseos de llama (Meinken, 2000-2001: 135). • Kallanka de de Turi (Chile): restos óseos de llama, algunos con huellas de corte (Becker, 1995).

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• Kallanka de Ccopan (Arequipa): tiestos y material óseos (Meinken, 2005b: 69, 74). • Kallanka de La Joya (Arequipa): contexto funerario de 2 infantes (fardo) con asociaciones constituidas por 1 botella Inca tipo florero o tticachurana decorada, 1 cántaro, 1 olla con pedestal Inca, 2 alfileres o tupus, 2 vasos de madera (keros), 2 vasijas de estilo local (Chuquibamba) y ovillos de lana (Meinken, 2005b: 83-88). • Kallanka de Huánuco Pampa (Huánuco): tiestos que no presentaban indicadores de uso de la estructura (Morris & Thompson, 1985: 89). • Kallanka de Samaipata (Bolivia): tiestos, pulidores de piedra y proyectiles líticos de boleadora (Muñoz, 2007: 263).

5. SIGNIFICADO DEL TÉRMINO KALLANKA EN EL REGISTRO LINGÜÍSTICO Y ETNOHISTÓRICO

A pesar de la gran difusión que ha tenido el nombre kallanka para referirse a los galpones incaicos, no han faltado justificados cuestionamientos sobre su uso a nivel científico. Al respecto podemos mencionar las observaciones expuestas por John Rowe (citado por Protzen) y John Hyslop: «En la literatura... estas salas grandes son usualmente referidas como kallanka. Rowe me indicó que los Incas del Cuzco no habrían utilizado este término para describir la forma o tamaño de una construcción» (Protzen, 1993: 70, nota 3; traducción propia). «La palabra kallanka utilizada para definir una forma de construcción es de origen reciente. Un término más apropiado podría ser buscado. Los primeros españoles en los Andes llamaron a estas salas galpones» (Hyslop, 1990: 19; traducción propia). Frente a estas observaciones, hemos considerado oportuno revisar la connotación que el término kallanka ha recibido en el registro lingüístico y etnohistórico desde tiempos coloniales. En los diccionarios quechuas modernos, la palabra kallanka es interpretada como «piedra de sillería» (Carranza, 2003: 91), mientras que sus derivados kallankarumi y kallankawasi son traducidos como «piedra labrada para construcción» y «casa de piedra labrada» respectivamente (Lara, 1978: 100). No obstante, resulta obvio que estas definiciones provienen del vocabulario quechua de Diego González Holguín impreso en 1608, en donde callancarumi y callancahuaci son interpretados, respectivamente, como «piedras grandes labradas, de sillería para cimientos y umbrales» y «casa fundada sobre ellas (callancarumi)» (González Holguín, 1989 [1608]: 44). Las definiciones presentadas por el lenguaraz jesuita no ofrecen ninguna información que permita asociar el término quechua con una forma arquitectónica particular, por ejemplo, los galpones incaicos. Existe sin embargo, otra fuente lingüística colonial, ya no del quechua sino del aimara, que brinda informaciones sobre el uso de la palabra callanca para referirse a los corrales; nos referimos al Arte de la Lengua Aymara de Ludovico Bertonio, en donde se registra «Callanca, vel Cachi. Corral» (Bertonio, 1984 [1612]: 33).

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La aparición del término en el Arte de Bertonio y como topónimo en la región de Chucuito (Puno), territorio con población aimara hablante, ha llevado a la arqueóloga alemana Anja Kathrin Meinken (2005a: 57) a plantear el origen aimara de esta categoría arquitectónica2; como veremos a continuación, algunos registros etnohistóricos respaldan esta posibilidad. Si bien es poco frecuente encontrar el uso de la palabra kallanka en las fuentes documentales de los siglos XVI y XVII, su presencia en algunas de ellas remite a la definición aimara de Bertonio, permitiendo reconocer que esta voz no se encuentra vinculada a ningún tipo de espacio arquitectónico cerrado, sino, muy por el contrario, a espacios abiertos comparables a las kanchas (patios o corrales). Asimismo, la información extraída de estas mismas fuentes sugiere que se trataba de áreas destinadas a actividades ceremoniales. Una de las referencias más claras proviene del llamado «Manuscrito de Huarochirí», redactado a inicios del siglo XVII; de este texto hemos tomado el siguiente párrafo: «Mantuvo su palabra (Pariacaca) y en la fiesta de Chaupiñamca apareció un gato montés todo él muy hermosamente pintado, sobre la pared de su cancha llamada Yauricallanca» (Taylor, 1999 [1608]: 313). En este caso, la voz callanca se encuentra asociada al patio (kancha) dedicado a la diosa huarochirana Chaupiñamca. En los documentos producidos durante las campañas de extirpación de idolatrías desarrolladas en el Arzobispado de Lima, en el siglo XVII, se menciona frecuentemente unas ofrendas de concha Spondylus molida que recibían el nombre de coricallancas; éstas solían ser colocadas en «vn corralito sercado de piedras» (Duviols, 2003: 456) que muy probablemente correspondía a una callanca similar a la mencionada en Huarochirí. En esta misma documentación, también podemos encontrar algunos topónimos que, indudablemente, remiten a estas estructuras ceremoniales. En el pueblo cajatambino de San Pedro de Acas, por ejemplo, un acusado de hechicería señala en 1657: «Y asi mesmo que este testigo adora al sol con los de su aillo ofresiendole mais blanco molido y plumas de los guachuas que son vnos pagaros de la puna a manera de gansos y esta ofrenda hasian en el sitio Callanca y alli esta vna cancha pequeña donde ponen las ofrendas…» (Duviols, 2003: 351).

2 Meinken ha señalado al respecto: «… queda la interrogante, si la palabra kallanka verdaderamente es de origen quechua… En la región de Chucuito, cerca de la ciudad de Puno, Perú, una región mayormente habitada por aimara-hablantes, existe un lote que lleva el nombre “kallanka”. En el idioma aimara, por ejemplo, en el diccionario de Ludovico Bertonio (1612) los verbos compuestos de calla- llevan el significado de plantar, o de actividades relacionadas a animales (como callacata: poner bien). Ello indica, que un lote llamado kallanka podría ser interpretado como un tipo de corral. Lamentablemente, la consulta de diccionarios aimaras tampoco genera evidencia de la palabra kallanka como término arquitectónico, pero permite llegar a la conclusión, que la palabra misma posiblemente es de origen aimara y que luego habría sido adaptada al idioma quechua» (2005a: 57).

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El carácter ceremonial de este tipo de estructuras se ve confirmado en uno de los párrafos de la Relación de ceques del Cuzco copiada por el jesuita Bernabé Cobo; al referirse a la sexta huaca del séptimo ceque del Chinchaysuyu, el cronista escribió: «La sesta (guaca) se decía, callancapuquiu, es el manatial de Ticutica [sic Ticatica], al qual ofrecian conchas porque siempre manase» (Rowe, 1981: 228). Como se puede apreciar, nuevamente está presente la asociación entre el término callanca y las ofrendas de concha (probablemente Spondylus). Las referencias etnohistóricas presentadas, si bien son escasas, permiten conceptualizar la callanca incaica como un espacio arquitectónico abierto con clara función ceremonial, muy distante de las salas o galpones a los que, no siempre, se les ha adjudicado este nombre quechua. ¿Cuál era, entonces, el nombre indígena que recibían estos últimos? Para poder responder a esta pregunta, resulta necesario focalizar nuestra atención en el carácter palaciego atribuido por algunos cronistas a los galpones del Tahuantinsuyu y en la denominación que recibieron por parte de los incas.

6. CARÁCTER PALACIEGO DE LOS GALPONES INCAICOS EN LAS FUENTES ETNOHISTÓRICAS DEL SIGLO XVII

Como ya ha sido señalado, algunos cronistas del siglo XVII atribuyeron a los galpones incaicos una función palaciega o de «casas reales». El agustino Antonio de la Calancha, por ejemplo, al hacer una precisión etimológica del nombre Rimac Tanpu señala: «quiere decir, casa, vivienda, o mesón del Dios que abla; aunque lo que se llamava Tanpu, era casa Real que cada pueblo tenía en que se aposentase el Inga; i era un Galpón» (Calancha 1974-1981 [1638]: 537). En forma similar, en su «Historia del Colegio y Universidad de San Ignacio de Loyola de la Ciudad del Cuzco» (1600), el jesuita Antonio de Vega vincula los palacios de los Incas y los galpones al aclarar que la estructura incaica ocupada por la Compañía de Jesús en la ciudad imperial, Amarocancha (casa de sierpes), debía su nombre a que: «en unas salas o palacios (que acá llamamos galpones) tenían los incas muy al vivo labradas unas grandes sierpes, o culebras de piedra...» (Vega, 1948 [1600]: 11). Finalmente, la asociación palacio inca-galpón vuelve a estar presente en el dibujo de los «palacios del Ynga y de la Coya» reproducido en la crónica del mercedario fray Martín de Murúa (2004 [1590]: fol. 65v), en donde podemos apreciar la representación de dos estructuras alargadas construidas con piedra sillar («casas de piedra parda de cantería del ynga») y techadas con paja a doble agua que recuerdan el galpón «con una entrada a la culata» descrito por Pedro Pizarro en el Cuzco (Pizarro, 1986 [1571]: 160).

175 Sergio Barraza Lescano

Al estudiar cómo el estilo y el estatuto podían verse reflejados arquitectónicamente, Susan Niles señaló ya hace algunos años la necesidad de prestar atención a la terminología empleada en las fuentes etnohistóricas para referirse a las estructuras arquitectónicas indígenas, ya que podría brindarnos información sobre las actividades realizadas en ellas. En este sentido, resulta muy sugerente que en la documentación colonial, el complejo palaciego de Huayna Cápac sea descrito como «unos tambos» (Niles, 1993: 168) pues, como veremos a continuación, fuentes coetáneas respaldan la posibilidad de que el nombre indígena utilizado para referirse a las alargadas salas techadas incaicas haya sido tambo y no kallanka. El primer cronista en darnos alguna pista sobre la estrecha relación existente entre los galpones incaicos y el término tambo fue Pedro Cieza de León, quien al describir los «tambos o palacios reales» de los incas resalta sus extensas longitudes: «… y a los chancas mandó que se hiziese una casa larga a manera de tanbo…» (Cieza de León, 1996a [1550]: 135). «En lo más principal de la prouincia (de Guamachuco) está vn campo grande: donde estavan edificados los tambos o palacios reales: entre los quales ay dos de anchor de veynte y dos pies, y de largor tienen tanto como vna carrera de cauallo...» (Cieza de León, 1996b [1550]: 236): «Delante de ella (provincia de Conchucos) cantidad de diez y seys leguas está la prouincia de Piscobamba: en la qual auía un tambo o aposento para los señores de piedra algo ancho y muy largo» (Cieza de León, 1996b [1550]: 239). La asociación galpón-tambo se hace explicita en el testimonio del jesuita Bernabé Cobo, cuando describe a los tambos incaicos con las siguientes palabras: «En lo que toca a su traza y forma, eran unas grandes casas o galpones de sola una pieza, larga de ciento hasta trescientos pies, y ancha treinta a lo menos y a lo más cincuenta, toda descombrada y escueta, sin división de aposentos, ni apartamientos, y con dos o tres puertas, todas en la una acera iguales trechos. Muchos de los tambos antiguos duran enteros y sirven todavía; y de los que se han caído, que son los más, se ven los rastros y ruinas; de los que están en pie son los mejores, más capaces y bien tratados que yo he visto el de Vilcas y el del pueblo de Moho…» (Cobo, 1964 [1653]: 240). El significado primigenio del término tambo, por consiguiente, podría haber sido el de gran sala techada, un tipo de estructura que fue identificada por los cronistas españoles como el «palacio» del Inca. Sin embargo, tanto las evidencias arqueológicas como las fuentes etnohistóricas señalan también que en la sociedad incaica las unidades residenciales básicas (incluidas las de los gobernantes cusqueños) fueron los grupos kancha o conjunto de estructuras cuadrangulares cercadas por un patio interno (Gasparini & Margolies, 1977: 186-193), las cuales solamente en algunas ocasiones se encuentran asociadas a grandes galpones. Si las residencias de los gobernantes cusqueños estuvieron constituidas por grupos

176 Redefiniendo una categoría arquitectónica Inca: la kallanka kancha, ¿cómo explicar la correspondencia palacio inca/galpón presente en varias fuentes documentales de los siglos XVI y XVII? Al respecto, consideramos que la existencia de galpones al interior de los complejos palaciegos incaicos3, junto con el limitado repertorio de categorías arquitectónicas amerindias utilizadas comparativamente por los cronistas españoles para referirse a las manifestaciones arquitectónicas andinas, habrían contribuido a consolidar la asociación palacio inca/galpón. La segunda de las explicaciones sugerida se encuentra íntimamente ligada al origen y significado que tuvo el término galpón durante los siglos XVI y XVII. Sabemos que la voz galpón no pertenece a ninguna de las lenguas indígenas habladas en el territorio andino en tiempos prehispánicos. Fue introducida por los españoles durante los primeros años de la Conquista, apareciendo registrada ya en 1534 durante la fundación de la ciudad del Cuzco (Rowe, 1990: 102-103). Pese a que el Inca Garcilaso atribuyó el origen del término galpón a las islas de Barlovento (Garcilaso, 2005 [1609]: vol. I, 6), desde hace más de una década, la Real Academia Española de la Lengua sugiere su vinculación etimológica con la voz náhuatl calpúlli, traducida como «casa grande» (Real Academia Española de la Lengua, 1992: 716). El origen del término galpón, por consiguiente, se encontraría en el dialecto náhuatl pipil, perteneciente a la familia Uto-Azteca, que se hablaba en territorio nicaragüense en tiempos prehispánicos (Tous, 1999: 62). Según lo señalara Fernández de Oviedo en el siglo XVI, la palabra galpón podía tener dos acepciones en territorio nicaragüense: se refería a los caciques menores que dependían de otro principal (teyte) y a las construcciones más importantes de los pueblos indígenas en las que se reunía el cabildo o Consejo del Monexico4. «En algunas partes hay señores ó principales de mucho estado ó gente assimesmo el cacique de Teocatega y el de Mistega, y el de Nicaragua y el de Nicoya é otros tienen vassallos principales é cavalleros (digo varones, que son cabeceras de provincias o pueblos con señoria por sí con vasallos), á los quales llaman galpones: é aquellos acompañan é guardan la persona del principe ordinariamente é son sus cortesanos é principales… [Los miembros del Consejo del Monexico se reunían en] «casas de cabildo» que… llaman galpón, pero según yo ví muchos portales en las plaças de aquella tierra, é aquellos, aunque juntos, es para tener sus divisiones, é son apartados cada uno para sí, en los cuales en cada uno hay un principal con çierto número de gente, que siempre están allí en guarda del señor prinçipal, é cada portal de aquellos llaman galpon.

3 En el caso del palacio Amarucancha, por ejemplo, durante la repartición de solares y terrenos efectuada en el Cuzco el 29 de octubre de 1534, dos de sus solares fueron entregados al teniente de gobernador Hernando de Soto, mientras que un galpón grande del mismo fue reservado para que funcionara allí la Casa de Cabildo (Rowe, 1990: 102-103). 4 En algunas ocasiones, Fernández de Oviedo (1976 [1535]: 464) utiliza otro término nicaragüense para referirse a los galpones en que vivían los guardas del cacique principal: buhío. Este uso indistinto de galpón y buhío también estará presente en los Andes cuando, por ejemplo, algunos cronistas hagan referencia al denominado «Cuarto del rescate» de Atahualpa en Cajamarca.

177 Sergio Barraza Lescano

Y en aquellos portales que están á trechos cubiertos en torno a la plaça, el qual portal se llama galpon, allí duermen los mançebos que no tienen mugeres, é porque estén allí puestos é juntos para la guerra; é haçen su vela ordenada cada noche, porque los contrarios enemigos no salten de noche» (Fernández de Oviedo, 1976 [1535]: 306-307, 343-346). Consideramos que este modelo nicaragüense, en el que las viviendas de los caciques secundarios y de la gente de guerra (galpones) se distribuían rodeando la plaza principal y adoptaban la forma de largas salas techadas, fue el que llevó a que varios cronistas identificaran a las estructuras alargadas incas (tambos) como palacios. Basta con observar el plano de uno de estos pueblos indígenas de Nicaragua, el asentamiento de Teocatega, presentado por el cronista Fernández de Oviedo (1976 (1535): 461), para verificar la gran similitud existente entre las plantas de estas construcciones y las de los edificios incaicos.

COMENTARIOS FINALES

La investigación realizada ha evidenciado la necesidad de llevar a cabo una exhaustiva revisión de la terminología quechua empleada por los arqueólogos andinistas para designar las diversas manifestaciones materiales incaicas, con el objetivo de evitar la creación de categorías tipológicas ficticias y las interpretaciones funcionales imprecisas originadas tras la confrontación de los datos arqueológicos con la información etnohistórica. En este sentido, la consulta de fuentes escritas coloniales debería implicar el manejo de ciertas categorías clasificatorias empleadas por los cronistas o amanuenses, las cuales facilitarían el entendimiento de lo que el redactor buscaba describirnos. A lo largo del presente trabajo, a partir de una revisión de fuentes lingüísticas, etnohistóricas y arqueológicas, hemos intentado reconocer el significado original de una categoría ampliamente utilizada en el ambiente académico: la kallanka. La revisión de las escasas fuentes etnohistóricas conocidas en las que se registra este vocablo nos lleva al convencimiento del uso impreciso que se viene dando al término, tomando en consideración que éste muy probablemente servía para referirse a espacios abiertos (patios o corrales) de carácter ceremonial y no a largas salas techadas o galpones. Estos últimos, según lo sugieren las fuentes documentales coloniales, habrían recibido el nombre indígena de tambo. Asimismo, en un intento por explicar la asociación existente al interior de las crónicas andinas de los siglos XVI y XVII entre los galpones y los palacios incaicos, hemos recurrido a la revisión de la situación registrada en territorio nicaragüense durante la primera mitad del siglo XVI, debido fundamentalmente a que en esta región estuvo presente una correspondencia similar que pudo haber influenciado la percepción que los primeros conquistadores y cronistas se formaron sobre la arquitectura incaica. Desde nuestro punto de vista, el hecho que las residencias reales incaicas estuvieran conformadas por «complejos palaciegos» en los que grupos kancha y tambos (galpones) se encontraban físicamente relacionados

178 Redefiniendo una categoría arquitectónica Inca: la kallanka compartiendo espacios, y la existencia de manifestaciones arquitectónicas análogas en Mesoamérica, contribuyeron a la consolidación de una percepción hispana en la que una forma arquitectónica incaica (sala techada) fue asociada a una funcionalidad preferencial (servir como palacio).

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181 Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, Tel. Sergio447 Barraza60 70 Lescano Fax: 445 76 50 - E-mail: [email protected] Web: http://www.ifeanet.org

Coedición: Institut français d’Études andines (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE) - Instituto Riva-Agüero, Pontificia Universiddad Católica del Perú Libro Itier

Libro Gros-Foyer

Coedición: Institut français d’Études andines (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE) - FLACSO Ecuador

182 Producción y congelación de los embriones del cuy (Cavia porcellus)

AvAnces de InvestIgAcIón

183 Anne Grégoire

184 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 185-188 Producción y congelación de los embriones del cuy (Cavia porcellus)

Crioconservación de los recursos genéticos del cuy (Cavia porcellus): producción y congelación de embriones

Anne Grégoire* Thierry Joly** Ethel Huamán Fuertes*** Rosa María Silva Arce*** Silvia León Trinidad***

El cuy (Cavia porcellus) es un animal emblemático de la diversidad genética de los animales domésticos de los Andes. Como tal, la conservación de la biodiversidad intraespecífica del cuy es primordial, tanto por ser una fuente de proteínas importante para los pobladores andinos como para conservar la herencia simbólica del cuy, las prácticas culturales relacionadas con su crianza, como animal de consumo y en medicina tradicional. Por otro lado, los programas de selección llevados a cabo desde los años 1970 por el Instituto Nacional de Investigación Agraria del Perú dieron lugar a una nueva diversidad genética orientada hacia la

* IFEA, casilla 18-1217, Lima 18, Perú. UPSP École Nationale Vétérinaire de Lyon/ISARA-Lyon : Unité de recherche CRYOBIO. E-mail: [email protected] ** UPSP École Nationale Vétérinaire de Lyon/ISARA-Lyon : Unité de recherche CRYOBIO. E-mail: [email protected] *** Universidad Nacional Agraria La Molina: Centro de investigación y Enseñanza en Transferencia de Embriones-CIETE (Convenio Ministerio de Agricultura-Universidad Nacional Agraria La Molina). E-mails: [email protected]; [email protected]; [email protected]

185 Anne Grégoire formación de animales más productivos. Más aún el uso del cuy como un animal de laboratorio ha sido un valioso aporte andino para la investigación biomédica, particularmente en enfermedades como la tuberculosis o como animal modelo en la investigación para el desarrollo de las técnicas de reproducción asistida en humanos. El mayor éxito para conservar una especie es a través de las formas in situ y ex situ complementarias. El objetivo de nuestro proyecto de investigación es la elaboración de protocolos de producción y de congelación de embriones que permitan lograr una conservación ex situ de los recursos genéticos de esta especie, vía el recurso hembra. Las etapas necesarias a la concretización de este proyecto son el control de la producción de embriones, gracias a tratamientos hormonales de sincronización de los ciclos estrales y de superovulación de las hembras, y la crioconservación de los embriones obtenidos. Los protocolos eficaces para el control del ciclo estral del cuy (Cavia porcellus) son escasos. La sincronización de celos de Cavia porcellus es comúnmente obtenida en laboratorio usando un implante subcutáneo de progesterona similar al que se usa en contracepción humana (tubo de silicona de 1 cm de largo) durante 4 semanas. La hembra entra en celos 5-6 días luego de remover el implante (Ueda et al., 1988). Sin embargo el uso de este método es costoso y complicado de implementar fuera de las condiciones de asepsia de un laboratorio (el implante se coloca bajo anestesia general realizando un corte en la piel); además plantea problemas de bienestar animal. En nuestro caso la producción de embriones debe realizarse en condiciones de crianza en granja.

Figura 1 – Revisión diaria de aparición de celos en las hembras Foto: Thierry Joly

186 Producción y congelación de los embriones del cuy (Cavia porcellus)

La primera etapa para la producción de embriones es la sincronización de los celos de las hembras. Para tal efecto se ha utilizado un análogo de progesterona de administración oral, el altrenogest, producto usado comúnmente en la sincronización de celo de cerdas y yeguas. En un ciclo natural, la fase lútea corresponde a la presencia de un cuerpo lúteo activo en el ovario, el cual secreta progesterona y bloquea una nueva ovulación. Cuando el cuerpo lúteo regresiona naturalmente, la secreción de progesterona cae y el retrocontrol negativo que ejerce sobre el hipotálamo desaparece. Entonces se estimula la secreción de FSH y LH por la hipófisis, lo que provoca el desarrollo de una nueva onda folicular y la ovulación. Al mantener alto el nivel de progesterona en el organismo de las hembras, se bloquean las nuevas ovulaciones consecutivas de la regresión de los cuerpos luteos, con el fin de obtener el inicio de un nuevo ciclo al retirar el tratamiento. Cavia porcellus presenta una longitud de ciclo de 16 días en promedio (con 12-13 días de fase lútea). Por ello se decidió aplicar la hormona por 20 días consecutivos para sincronizar todos los animales. Todas las hembras presentaron síntomas de celos a los 4-5 días después del retiro del tratamiento. Se comprobó la aparición de celos por observación de la apertura de la membrana vaginal así como el comportamiento de las hembras en presencia de un macho, al aceptar la monta; y, entre hembras, al presentar agresividad para acceder al macho. Los primeros resultados muestran que la simulación de una fase lútea gracias a la aplicación diaria de progesterona oral permite sincronizar los celos de las hembras, en cualquier momento del ciclo estral. Este método presenta la ventaja de poder aplicarse en condiciones de granja, siempre y cuando los animales estén acostumbrados al manejo diario de quienes los manipulan, ya que el cuy es un animal muy sensible al estrés y neófobo. El estrés provocado por una manipulación diaria inadecuada o por personas desconocidas puede estresar el animal de manera significativa (perdida de pelos, de peso) y hasta ser letal. Otra limitante de este método es la dificultad que representa aplicar un tratamiento diario a hora fija durante 20 días en otras condiciones que no sean experimentales. Con el fin de limitar tanto el estrés de los animales como la obligación de los trabajadores, se ha elaborado un nuevo tratamiento menos tedioso, el cual se basa en el uso de prostaglandinas. En un ciclo natural y en ausencia de la implantación Figura 2 – Applicación diaria de altrenogest de un embrión en el útero, la mucosa uterina por via oral secreta prostaglandinas PGF2α, que provoca la Foto: Anne Grégoire

187 Anne Grégoire lisis del cuerpo lúteo del ovario, la concentración de progesterona en la sangre disminuye provocando así la ovulación y un nuevo ciclo puede empezar. Para que el tratamiento hormonal tenga el mismo efecto que la secreción natural de hormonas, el animal tratado debe encontrarse en fase lútea y tener un cuerpo lúteo activo. Con el fin de sincronizar un grupo de animales que se encuentran en diferentes fases del ciclo, se decidió aplicar dos inyecciones intra-muscular de luprostiol (análogo sintético de prostaglandinas) con un intervalo de 10 días. En la primera inyección, los animales que se encuentran en fase lútea empiezan un nuevo ciclo y están de nuevo en fase lútea 10 días después, cuando se realiza la segunda inyección. Por otra parte, consideramos que los animales que no se encuentran en fase lútea en el momento de la primera inyección tienen que estar en fase lútea 10 días después, cuando se realiza la segunda inyección, tomando en cuenta que la fase lútea dura 12-13 días de los 16 días del ciclo. Los primero intentos realizados con nulíparas de 6 meses han mostrado que todas las hembras entraron en celos 4-5 días luego de la segunda inyección de luprostiol. Este protocolo alivia mucho el estrés en los animales (dos manipulaciones en total, contra 20 manipulaciones por el tratamiento con progesterona vía oral) y simplifica el trabajo. Los primeros resultados son satisfactorios; sin embargo la aparición de celos en los animales se escalona en 2 a 3 días. Sin embargo, se desea desarrollar un protocolo que permita agrupar mejor los celos, por lo cual se utilizará un nuevo protocolo que combina el uso de progesterona y prostaglandinas. Nuestros primeros trabajos sobre la sincronización de celos en cuyes nos permiten desarrollar técnicas eficaces y realizables en condiciones de granja. Le segunda etapa de nuestro proyecto es aumentar el número de embriones por hembra, desarrollando un tratamiento de superovulación. Nuestros primeros intentos de sincronización y superovulación con HmG (Human menauposal Gonadotrophin) nos hacen pensar que los embriones transitan más rápidamente en los oviductos de los animales tratados. Nuevos intentos deben permitirnos determinar la velocidad de tránsito de los embriones en los animales sincronizados y superovulados con el fin de colectarlos en el estado mórula compactada (32-64 células) a la altura de la unión entre el oviducto y el útero. La última etapa consistirá este año en definir un protocolo de congelación óptimo para los embriones de Cavia porcellus. Nuestro objetivo es obtener, en el mundo, los primeros cuyes resultantes de una transferencia de embriones congelados. Es primordial que el Perú controle el manejo de los recursos zoogenéticos de los animales domésticos endémicos del país, como el cuy y la alpaca. La creación de un criobanco nacional de recursos genéticos endémicos permitirá prevenirse tantos de problemas sanitarios como de pérdidas genéticas inestimables.

Referencia citada

UEDA, H., KOSAKA, T. & TAKAHASHI, K.W., 1988 – Effects of long-term progesterone treatment on synchronized ovulation in guinea pigs. Zoological Science, n.˚ 5: 139- 143.

188 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 189-194 Diversidad genética de poblaciones de los Andes y de la Amazonía

Origen y dinámica del poblamiento autóctono del Ecuador: diversidad genética de poblaciones de los Andes y de la Amazonía

Nancy Sáenz Ruales*

En los últimos 15 años, la genética ha sido una de las disciplinas determinantes en la investigación arqueológica y antropológica. Sus alcances y aportes han permitido abrir nuevas discusiones sobre el asentamiento del Hombre moderno en los distintos continentes. La genética de poblaciones humanas está ligada a varias disciplinas científicas. Ella se apoya en datos y técnicas de análisis de la biología molecular y de la bioquímica, así como también en datos históriscos para comprender el rol de la dinámica demográfica de una población al nivel de la evolución de frecuencias genéticas. Gran parte de los estudios genéticos poblacionales se basan en la molécula de ADN. El polimorfismo del ADN permite caracterizar finamente a cada uno de los seres humanos, y a su vez encontrar las diferencias y/o similitudes que puedan existir entre poblaciones y así, trazar la historia genética de las poblaciones humanas. Las hipótesis según las cuales América se pobló desde el continente asiático, a través del estrecho de Bering durante la última fase glacial, la cual bajó el nivel de los océanos y dejó esta zona libre de hielo (20 000 a 12 000 años), han sido ampliamente estudiadas y aceptadas por la comunidad científica (Bailliet et al.,1994: 27-33; Ballinger et al., 1991: 139-152; Bandelt et al., 2003: 512-524; Horai et al., 1993: 23-47; Kivisilid et al., 2002: 1737-1751; Schurr & Sherry, 2004: 420-439; Ward et al., 1993: 10663-10667). Para ese entonces, América del Norte estaba ocupada por glaciares, por lo tanto se postulan dos hipótesis de vías de migración: la una,

* Antropobiologista, investigadora independiente asociada al Equipo de Investigación del Departamento de Desarrollo Comunitario Integral (DCI), Colegio de Ciencias de la Salud, Universidad San Francisco de Quito, Campus Cumbayá, Diego de Robles y Vía Interoceánica, P.O.BOX 17-1200-841, Quito- Ecuador. Becaria del IFEA, UMIFRE 17-CNRS en 2009. E-mail: [email protected]

189 Nancy Saenz Ruales entre los glaciares (hacia el interior del continente), y la otra, litoral, por zonas que se encuentran actualmente sumergidas (lo que explicaría la presencia de sitios más antiguos en América del Sur). El norte de Asia parece ser un verdadero cruce de vías migratorias hacia América. Esta región pudo haber acogido a los migrantes venidos del oeste, así como también del sur. Si el número y las fechas de olas migratorias recientes, que dieron lugar a las poblaciones Inuitas y NaDenes son generalmente aceptados (Torroni et al., 1992: 153-162) las migraciones más antiguas son todavía muy debatidas. Entre los años 1950 y 1980, los datos biológicos recolectados en poblaciones amerindias confirman un origen asiático: Sistema HLA (Human Leucocytes Antigens) demuestra que las poblaciones amerindias más cercanas genéticamente a las poblaciones asiáticas son los esquimales; Grupo Diego se encuentra solo en América del Sur y en Asia; Sistema Gm presenta un gradiente desde el norte de América hacia el sur. El Sistema ABO es característico, ya que el tipo B, casi ausente en estas poblaciones, a excepción de los esquimales, es muy frecuente en Asia; la mayoría de poblaciones amerindias son de tipo O; el tipo A está presente en América del Norte (sobre todo al oeste); se ha evocado un proceso de selección para explicar la ausencia de tipo B en América. Hoy en día los estudios sobre los NRY del cromosoma Y y el ADN mitocondrial permiten conocer las poblaciones asiáticas más cercanas a las poblaciones amerindias. Estas son, por el cromosoma Y, aquellas originarias del valle de Yeniséi y del Altai; por el ADN mitocondrial las del Altai y la región peri-Baikal. Un microsatélite, DYS19 asociado al polimorfismo del centrómero del cromosoma Y, define el haplotipo IIA presente en el 90 % de poblaciones amerindias de la América del Sur. Esto indica que existe una homogeneidad en estas poblaciones. En América, el polimorfismo de la región hipervariable del ADN mitocondrial define 4 haplogrupos mayores A, B, C, D y un quinto, X, menos común, representado en poblaciones de la América del Norte y en poblaciones que habrían existido antiguamente en el Brasil. Cabe remarcar que el haplotipo C se encuentra también en poblaciones de Mongolia y el haplogrupo D en el Japón, Corea y en el grupo étnico de los ainus. La escasa variabilidad de estos dos marcadores sugiere un número limitado de fundadores tanto maternos como paternos. Estos datos coincidirían con los datos arqueológicos de la cultura Clovis (13 500 a. C., en América del Norte). A partir de estos datos ciertos investigadores proponen la hipótesis de una sola ola de migración poblacional limitada que habría entrado en el continente americano entre 21 000 a. C. y 12 000 a. C. Sin embargo, los datos lingüísticos (al menos 3 grandes familias lingüísticas) y morfológicos (variabilidad importante de restos óseos) tienden a favorecer la hipótesis de que existieron varias olas migratorias. Pudiendo algunas de ellas no haber dejado o haber dejado muy pocas evidencias genéticas en las poblaciones contemporáneas, lo que explicaría las controversias actuales. En el caso de la Andes septentrionales, los datos arqueológicos muestran una presencia del hombre hace unos 13 000 ó 14 000 años. Con el retiro del hielo al inicio del Holoceno (10 000 a 13 000 a. C.), se abrieron mejores rutas de comunicación hacia los Andes ecuatoriales. En la región amazónica, las evidencias arqueológicas son mal conservadas, ya que la selva no es propicia (suelos ácidos, derrumbes de tierra frecuentes, tapiz vegetal denso, relieve accidentado, etc.) para conservar y detectar las huellas de ocupación humana temprana.

190 Diversidad genética de poblaciones de los Andes y de la Amazonía

Las poblaciones de la América del Sur han sido estudiadas con los diferentes marcadores genéticos, sobre todo el ADNmt (ADN mitocondrial), cromosoma Y, STR (Short Tandem Repeat), sistema HLA (Human Leucocytes Antigens). Se observa una diferencia importante entre las frecuencias de los alelos (HLA, grupos sanguíneos) o de los haplogrupos o linajes (ADN mitocondrial, Cromosoma Y), que sería atribuida al efecto fundador o a la deriva genética, lo que explicaría la difusión y conservación de polimorfismos «privados» por ciertos marcadores genéticos (HLA, ADN mitocondrial), en ciertas poblaciones amerindias. Las regiones andinas y amazónicas representan no solo un medio ambiente excepcional al cual nuestros ancestros tuvieron que adaptarse, sino también, una barrera geográfica y sobre todo cultural entre poblaciones. En el caso de las poblaciones autóctonas ecuatorianas de los Andes y de la Amazonía, se observa un mosaico de lenguas y culturas diferentes a pesar de su situación geográfica cercana. El Ecuador y todos los países que comparten la cordillera de los Andes y la región amazónica, a lo largo de su historia, han sido ocupados por pueblos que tuvieron que afrontar diferentes factores (climáticos y geográficos) que modelaron su modo de vida. El estudio arqueológico en el sur oriente ecuatoriano ha sido tradicionalmente considerado como una actividad marginal en el quehacer investigativo de nuestra primera historia. La provincia de Zamora Chinchipe ha quedado en el olvido por diversas razones: conflicto armado con el Perú, falta de vías de comunicación y sobretodo el desinterés general de las autoridades competentes. Un equipo de investigadores del Institut de Recherche pour le Développement (Instituto de Investigación Científica para el Desarrollo, organismo gubernamental francés, cuyas siglas son I.R.D.), propuso un proyecto de reconocimiento arqueológico general de esta provincia al Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador. Se firmó un convenio de cooperación científica y asistencia técnica entre ambas instituciones. Desde septiembre de 2001 hasta el año 2009, se desarrolló un proyecto de investigación arqueológica en dicha provincia. El objetivo general del Proyecto Zamora Chinchipe, en el Ecuador, era comprender el proceso de adaptación humana al medio ambiente tropical a través del estudio del registro arqueológico que se encuentra a lo largo y ancho del territorio de la provincia. El informe final de este estudio realizado por el Dr. Francisco Valdez, presentado al Ministerio de Cultura del Ecuador, se encuentra en la web (http://www.arqueo-ecuatoriana.ec/es/informes-arqueologicos). En el marco de esta investigación se han descubierto más de 300 sitios arqueológicos precolombinos de distintas épocas. La cerámica detectada tiene por lo menos tres tipos bien diferenciados desde el punto de vista tecnológico y estilístico, que corresponden a grupos o a ocupaciones cronológicas distintas. Entre todas, la más generalizada es la que cae dentro de la tradición de la cerámica Corrugada, que por las fechas obtenidas podría bien corresponder a los grupos que los cronistas denominaron los yaguarsongos (para la región de la cuenca del Zamora) y los bracamoros (para la cuenca del Chinchipe en la zona sur de la provincia). La uniformidad de estos materiales hace suponer que los fabricantes de estos artefactos compartían un mismo universo cultural. La etnohistoriadora A. C. Taylor ha calificado a estos pueblos como pertenecientes a grupos de la familia lingüística Jíbaro y de hecho se los puede calificar como a los antecesores cronológicos del grupo Shuar (Valdez, 2009).

191 Nancy Saenz Ruales

Entre todos los sitios registrados, sobresale un yacimiento denominado Santa Ana-La Florida (situado a 1 000 msnm, en la ceja de montaña de los Andes orientales, en la confluencia de los ríos Valladolid y Palanda), ubicado en la cuenca del Chinchipe, a 4,5 km de la cabecera cantonal Palanda. La importancia cultural del sitio radica, ante todo, en su antigüedad considerable, que atestigua la presencia de una sociedad compleja (importante conjunto arquitectónico de carácter ceremonial y funerario) en la ceja de montaña amazónica desde hace más de 4 500 años. Este hecho nos permite ver que las sociedades agrícolas que se desarrollaron en las estribaciones orientales de los Andes, en un medio tropical húmedo, son más antiguas de lo que se pensaba hasta hoy, y nos hace pensar en una nueva historia del desarrollo cultural en esta zona y cuestiona las modalidades de surgimiento de las primeras grandes civilizaciones andinas. Ciertos restos óseos encontrados en la zona de Santa Ana-La Florida fueron analizados y utilizados para la extracción de ADN antiguo. Los dientes de un cráneo fueron retirados, procurando no dañar las raíces (zona en la cual el ADN antiguo esta mejor conservado) y evitando la contaminación de las muestras con ADN contemporáneo (fig. 1). Las muestras fueron enviadas en enero de 2009 al laboratorio de medicina legal en Estrasburgo, Francia. Este laboratorio está especializado en el análisis de ADN antiguo. Las primeras muestras fueron analizadas y se obtuvieron resultados negativos ya que no se pudo extraer ADN antiguo de dichas muestras. Sin embargo, se espera un segundo análisis sobre el resto de muestras enviadas. Los antecedentes anteriormente citados nos muestran dos subconjuntos genéticos diferentes, el uno andino y el otro amazónico, que describen posiblemente dos historias evolutivas diferentes.

Figura 1 – G. Juillard. Extracción de dientes de un cráneo antiguo encontrado en la zona de Santa Ana-La Florida. Durante esta extracción se tomó precauciones para evitar la contaminación de las muestras con ADN exógeno (campana de flujo laminar, guantes, máscaras, delantal de laboratorio, material esterilizado, etc.)

192 Diversidad genética de poblaciones de los Andes y de la Amazonía

Cabe remarcar que ciertas poblaciones autóctonas ecuatorianas, estudiadas anteriormente con marcadores genéticos, poseen polimorfismos «privados» que serían restringidos a dichas poblaciones (por ejemplo mutaciones específicas a nivel del ADN mitocondrial, en la población Cayapas, provincia de Esmeraldas, y que no han sido encontradas en otras poblaciones). Esto nos hace pensar en un relativo aislamiento genético de estas poblaciones. En las poblaciones aisladas geográficamente durante largo tiempo, la deriva genética y la selección natural entran en juego; estas explicarían la difusión y mantenimiento de polimorfismos «privados» por ciertos marcadores genéticos. Las fuerzas evolutivas (selección natural, deriva genética, efecto fundador) en esta parte del globo, actuaron fuertemente. En efecto, la llegada al continente americano es relativamente reciente, la adaptación al medio debió ser rápida y eficaz para la sobrevivencia de estos primeros hombres; el número de fundadores es reducido (disminución de la diversidad genética con relación a la(s) población(es) madre(s), fijación-supresión de ciertos alelos); las barreras geográficas (Estrecho de Panamá, Andes, Amazonía..) disminuyeron el flujo genético entre las poblaciones amerindias; la Conquista Europea provocó una disminución de la talla de las poblaciones (guerras, epidemias) y por ende una disminución de la diversidad genética existente. El aislamiento genético entre poblaciones no niega un contacto entre ellas. En efecto, los registros arqueológicos en el Ecuador indican intercambios económicos y socio culturales entre poblaciones separadas geográficamente. Un ejemplo claro es el del sitio de Santa Ana-La Florida en la provincia amazónica de Zamora Chinchipe, donde se encontraron fragmentos de una concha marina: Strombus sp., indicando así un contacto con poblaciones de la costa ecuatoriana. La Historia poblacional de los Andes nos indica igualmente que dichos pueblos han mantenido contactos constantes entre sí. Un reflejo de estos contactos entre poblaciones es el de la expansión del Imperio Inca, que abarcó una vasta zona geográfica (del sur de Colombia hasta el norte de Chile), que utilizaba la mudanza con fines estratégicos (culturales y/o políticos), tanto de grupos étnicos de confianza como de antiguos rebeldes (mitmas), integrando así las numerosas etnias amerindias de los Andes. Además estas poblaciones andinas, a nivel genético, presentan una relativa homogeneidad que nos indica no solo un intercambio cultural, económico y/o social, sino también genético, en esta zona. El interés de este proyecto radica en el estudio de poblaciones autóctonas andinas y amazónicas ecuatorianas, que parecen ser relativamente diferentes a nivel lingüístico, cultural, arqueológico, biológico, a pesar de su situación geográfica cercana. Según el Codenpe (Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador), 13 nacionalidades y 14 pueblos autóctonos se encuentran asentados en las tres regiones geográficas del Ecuador (Costa, Sierra y Amazonía). Este proyecto nos ha permitido entrar en contacto con investigadores ecuatorianos de renombre, que respaldan intelectual y/o económicamente este estudio. Se han encontrado varias dificultades para su realización, sobre todo a nivel del muestreo. Sin embargo, la continuación de este proyecto para los próximos años es de suma importancia ya que permitirá llenar el vacío de información a nivel genético sobre el origen y el asentamiento de las poblaciones autóctonas ecuatorianas.

193 Nancy Saenz Ruales

Referencias citadas

BAILLIET, G., ROTHHAMMER, F., CARNESE, F. R. & BRAVI, C. M., 1994 – Founder Mitochondrial Haplotypes in Amerindian Populations. American Journal Human Genetics, vol. 55: 27-33. BALLINGER, S., SCHURR, T. G., TORRONI, A., GAN, Y., HODGE, J. A., HASSAN, K., CHEN, K. H. & WALLACE, D. C., 1991 – Southeast Asian Mitochondrial DNA Analysis Reveals Genetic Continuity of Ancient Mongoloid Migrations. Genetics, vol. 130: 139-152. BANDELT, H. J., HERRNSTADT, C., YAO, Y. G., KONG, Q. P., KIVISILD, T., RENGO, C., SCOZZARI, R., RICHARDS, M., VILLEMS, R., MACAULAY, V., HOWELL, N., TORRONI, A. & ZHANG, Y. P., 2003 – Identification of Natives American Founder mtDNAs Through the Analysis of Complete mtDNA Sequences: Some Caveats. Annals of Human Genetics, vol. 67: 512-524. HORAI, S., KONDO, R., NAKAGAWA-HATTORI, Y., HAYASHI, S., SONODA, S. & TAJIMA, K., 1993 – Peopling of the Americas, Founded by Four Major Lineages of Mitochondrial DNA. Molecular Biology and Evolution, vol. 10: 23-47. KIVISILID, T., TOLK, H. V., PARIK, J., WANG, Y., PAPIHA, S. S., BANDELT, H. J. & VILLEMS, R., 2002 – The Emerging Limbs and Twigs of the East Asian mtDNA Tree. Molecular Biology and Evolution, vol. 19: 1737-1751. SCHURR, T. G., SHERRY, S., 2004 – Mitochondrial DNA and Y Chromosome Diversity and the Peopling of the Americas: Evolutionary and Demographic Evidence. American Journal of Human Biology, vol. 16: 420-439. TORRONI, A., SCHURR, T. G., YANG, C. C, SZATHMARY, E., WILLIAMS, R., SCHANFIELD, M., TROUP, G., KNOWLER, W., LAWRENCE, D., WEISS, K. & WALLACE, D.C., 1992 – Native American Mitochondrial DNA Analisys Indicates That the Amerind and the Nadene Population Were Founded by Two Independent Migrations. Genetics, vol. 130: 153-162. VALDEZ, F., 2009 – Informe final de los trabajos arqueológicos en el yacimiento Santa Ana-La Florida. Investigación y puesta en valor de los recursos patrimoniales en la Frontera Sur, Palanda, Zamora Chinchipe. Proyecto UTPLIRD/Ministerio de la Cultura. (http://www.arqueo-ecuatoriana.ec/es/informes-arqueologicos) WARD, R. H., REDD, A., VALENCIA, D., FRAZIER, B. & PÄÄBO, S., 1993 – Genetic and linguistic differentiation in the Americas. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, vol. 90: 10663-10667.

194 IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 195-205 Comptes rendus d’ouvrages

Laura Gotkowitz. A Revolution for our Rights. Indigenous Struggles for Land and Justice in Bolivia, 1880-1952. Duke University Press, Durham and London, 2007, 398 pp.

Laura Gotkowitz ha escrito un libro sumamente interesante en torno a los antecedentes de la revolución boliviana de 1952. En mucho, Gotkowitz se pregunta cómo se fue construyendo una tradición radical en Bolivia que explica la revolución de 1952 y persiste hasta nuestros días. Dicha pregunta fuerza a la autora analizar la historia boliviana de fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX desde diferentes ángulos. La autora ha reflexionado respecto de los movimientos sociales con relación a lo étnico, al Estado, a la relación entre la sociedad y las leyes, a la relación entre la ciudad y el campo y, en especial, al empoderamiento de la población indígena a través de una narrativa histórica. Quizá el mayor mérito del libro sea conectar historias cuya articulación se nos ha hecho difícil de percibir en la actualidad. Al hacer esta articulación transparente replantea una lectura acerca de la tradición radical boliviana: que está sumamente comprometida con la premisa de que los sectores menos favorecidos son actores activos (agentes) de la historia. Para la autora, hay que ir varias décadas atrás para comprender las transformaciones de la sociedad y el Estado boliviano que dieron origen a la revolución de 1952. De igual modo, A Revolution for our Rights recalca la necesidad de estudiar las diferentes formas de empoderamiento de la población indígena para entender a cabalidad el resquebrajamiento del antiguo orden. Estas diversas formas de empoderamiento tenían en común la formación de redes sociales. Los indígenas demandan por sus derechos políticos y sociales así como por la defensa de lo que consideraban que les pertenecía: la tierra. Estas demandas, sin embargo, se van transformando de acuerdo a los contextos sociales y políticos. La cronología de larga duración y el estudio del empoderamiento de la población indígena que hemos señalado son dos ejes centrales del libro. ¿Cómo se diferencia y qué comparte A Revolution for our Rights con los otros trabajos en torno al tema? Como sostiene buena parte de la historiografía boliviana (Klein, 1968), la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1936) y la actuación de los sectores urbanos son importantes para el estudio de los orígenes

195 Reseñas de la revolución. De acuerdo a la autora, sin embargo, es necesario remontarse más atrás en el tiempo, a la década de 1880, y resaltar allí la actuación de los indígenas. El corte de 1880 es clave. Es el inicio del asalto masivo de las tierras de comunidades bajo la bandera del liberalismo. Ocurrirá una segunda vez a inicios del siglo XX. Ambas situaciones generan una reacción en defensa de lo que los indígenas consideran sus derechos y se multiplica un liderazgo bajo los caciques apoderados. Estos no son los caciques al estilo colonial. A pesar de que algunos de ellos trazan genealogía de aristocracia indígena, su legitimidad y su acción son de carácter diferente. Su legitimidad nace de su acción política y su actividad es la defensa de la comunidad indígena. En su análisis de los caciques apoderados, los trabajos del Taller de Historia Oral Andina (THOA) han sido fundamentales1. El THAO ha implicado una renovación en la historiografía boliviana que ha impulsado la noción de que los indígenas han sido agentes activos de su historia. De otro lado, la cronología propuesta por la autora no implica desechar la importancia de la Guerra del Chaco. Respecto de este episodio hay un antes y un después que implica la inclusión de otras formas de empoderamiento de la población rural y su relación con el mundo urbano. Los caciques apoderados pierden presencia mientras, por otro lado, se incrementan las demandas de los campesinos de las haciendas bajo otro tipo de liderazgo. Los sindicatos rurales y las huelgas en las haciendas aumentan en intensidad, exigiendo un mejor trato (en contra de los servicios personales) y, muchas veces, también tierras. De modo paralelo, se inicia un proceso de radicalización paralela en la ciudad. De igual modo, aparecen los militares con un discurso populista y antioligárquico. Hay un énfasis de una nación mestiza. La propuesta de una lectura de larga duración en el proceso de la creación de una tradición radical y la explicación del empoderamiento de la población indígena cambia nuestra visión de la historia boliviana previa a la revolución. En las conclusiones, defendiendo su tesis, la autora sostiene que de otra manera las acciones de los indígenas de tomas de tierras y actos violentos de reivindicación durante la revolución serían incomprensibles. El MNR no era el partido con el discurso más radical en torno al problema de los indígenas; sin embargo, ante una situación de debilitamiento de las estructuras de poder, los indígenas actuaron y tomaron lo que consideraban eran sus derechos. De algún modo, la tradición radical ya había destruido el capital simbólico de las oligarquías terratenientes bolivianas. Durante la revolución, se podría decir que los indígenas cosecharon lo que habían sembrado: la desestructuración del sistema agrario oligárquico. A Revolution for our Rights busca explicar las diferentes formas de empoderamiento indígena a través del estudio de los movimientos sociales que van desde acciones de índole pacífica tales como la redacción de peticiones, elecciones de líderes, lobbys en el Congreso y en Palacio de Gobierno hasta acciones de carácter violento, como la participación en guerras civiles, revueltas y rebeliones.

1 Ver los innumerables y valiosos trabajos de Marcelo Fernández Osco, Roberto Choque Canqui, Esteban Ticona, Humberto Mamami Capchiri, entre otros.

196 Comptes rendus d’ouvrages

Hay una tesis subyacente en el libro de una cierta continuidad y formación de una tradición radical boliviana; esto implica una conexión en dichas acciones colectivas que, vistas por separado, aparentan no tener relación, pero que bajo la hipótesis subyacente conformarían una cultura política radical anti oligárquica. La obra descubriría así una tradición mapeada básicamente en el Altiplano y, sobre todo, en Cochabamba, aunque otras regiones son mencionadas tangencialmente también. Vale la pena anotar que la importancia de Santa Cruz, que actualmente es actor fundamental en la política boliviana, está más ligada a la historia de la segunda mitad del siglo XX boliviano. El contrapunto entre Cochabamba y el Altiplano es especialmente interesante. El perfil social y económico de ambas regiones es bastante diferente y, muchas veces, sus actores sociales reaccionan de modo distinto ante una misma política del gobierno. Destaca en A Revolution for our Rights una inmensa riqueza en el análisis en torno a la formación de redes sociales. Se muestra con claridad que los diversos liderazgos indígenas formaron redes poderosas desde la localidad hasta la capital, el centro del poder. Los caciques apoderados nos ofrecen el primer ejemplo de ello, y continúa luego con los ejemplos de otros líderes. Las diversas acciones colectivas de los indígenas no estaban desligadas de sus relaciones con el centro del poder. En su lucha, van formando una visión nacional de estas redes y sus objetivos, que se articulan. De algún modo, uno de los ejes del libro es el contrapunto entre lo local y lo nacional a través del estudio del entramado de los contactos entre los agentes. Uno de los últimos capítulos estudia el Congreso Nacional Indígena del año de 1945, durante el gobierno de Gualberto Villaroel. En dicho capítulo hay referencia de cómo se eligió a los representantes locales y cómo la población participó en la elección de sus representantes y en la confección de las temáticas de su preocupación. Tal vez habría sido interesante que la autora ofreciera algo más de detalle con ejemplos puntuales en este punto. El Congreso contó con la participación del Presidente y de igual modo asistieron los embajadores de México y los Estados Unidos. El primero representaba la revolución mexicana y el indigenismo apoyado desde la esfera oficial, y el segundo representaba el sueño de la ayuda americana en la transformación de Bolivia. Lo local, lo nacional y lo internacional entretejido. El trabajo de Gotkowitz considera el Estado y la cuestión pública como elementos centrales de su estudio. El libro gráfica muy bien cómo los indígenas así como también los hacendados luchan por imponer sus diversos y contradictorios puntos de vista en la política de gobierno. La lucha por cambiar y aplicar la ley es fundamental. El trabajo muestra varios ejemplos de cómo la población indígena tuvo lecturas propias de las leyes. El combate político no terminaba en la proclamación de una ley, sino que en realidad éste continuaba con su interpretación y puesta en ejecución. El trabajo dedica varias páginas al análisis de la aplicación de las leyes en contra del servicio personal y a favor de los colonos. Los servicios personales fueron fuente constante de conflicto, y muchas veces las leyes que los derogaban no

197 Reseñas podían ponerse en práctica. Poco después de la Guerra del Chaco, durante la presidencia del militar Germán Busch, hay una política favorable a los colonos. Para la década de 1930, se recalca mucho los debates constitucionales y la propia constitución de 1938. Para un período anterior, el libro estudia las demandas que exigen protección a las comunidades y garantías individuales. Trata de explicar la paradoja de un discurso basado en la diferencia insertado en un lenguaje liberal. En ambos ejemplos, se busca mostrar que el Estado y las leyes están íntimamente ligados a las relaciones del poder; estas, sin embargo, van evolucionado a favor de los indígenas con sus contramarchas. Esto ocurre, según el libro, desde dos puntos de reflexión: por un lado, que los indígenas fuerzan leyes sociales en favor de sí mismos y que, por otro lado, pueden forzar a veces la lectura de la ley de acuerdo a sus posiciones. Desde una lectura desde la historia peruana, aunque hay algunas referencias de vinculaciones de algunos caciques apoderados con el Perú, hubiera sido interesante conocer los vínculos —que deben haber existido— con la población del altiplano peruano. En el libro de José Luis Renique, La batalla por Puno (2004), se narra un esquema similar al de los caciques apoderados durante los años 1920, los del gobierno de Augusto B. Leguía. Por los mismos años del activismo político de los caciques apoderados bolivianos se había formado redes similares en el Perú. En Mirages of Transition: The Peruvian Altiplano 1780-1930 (1993), Nils Jacobsen demuestra cómo los estancieros de Puno acumularon tierras a costa de las comunidades indígenas desde mediados del siglo XIX. Para Gotkowitz, la acumulación de tierras por parte de los hacendados es un fenómeno clave para la acción política de los caciques apoderados. Sé que un libro no debe responder a todas las preguntas; sin embargo, los libros que tratan de las comunidades indígenas en el periodo postcolonial tienen que afrontar siempre un problema: ¿cómo hay que tratar a las comunidades? Es un enigma no del todo esclarecido entre la relación entre las comunidades indígenas coloniales y las de inicios del siglo XX. Han pasado más de 100 años y el mundo rural no es estático. No hay duda de que el vínculo existió; sin embargo, respecto de la historia de fines del XIX o del XX se trata de una pregunta que queda abierta. En el Perú hubo un conjunto de comunidades que se reinventaron a través de la creación de municipios. Es la misma apuesta que Antonio Annino hace para México2. Es difícil responder a la pregunta del por qué éstas fueron abolidas formalmente así como el cargo de cacique y, sin embargo, persistieron, se recrearon y, en muchos casos, se fragmentaron a lo largo del tiempo. Con respecto a las autoridades indígenas, hubo una fragmentación del liderazgo bajo el casi exclusivo de los alcaldes de indios al desvanecerse el poder de los kurakas, como lo demuestra Scarlett O´Phelan para el caso peruano (1997). Leyendo el libro y revisando las notas, la bibliografía y los agradecimientos, se nota que el trabajo de Gotkowitz ha implicado varios años de estudios en archivos,

2 Ciudadanía política, pp. 62-93.

198 Comptes rendus d’ouvrages bibliotecas y debates en talleres de investigación y diálogo con sus colegas. El libro muestra un gran manejo de fuentes históricas de diferentes tipos (peticiones, panfletos, juicios civiles y penales, debates parlamentarios, entres otros) con un análisis muy fino de interpretación. Se comprueba esto último en particular en el análisis del significado de los términos y sus múltiples usos e implicancias. La autora dedica varias páginas para explicar conceptos tales como «campesino», «cacique», «colono», «indio», entre otros. Dichos términos grafican la heterogénea y cambiante realidad rural boliviana. Muchas veces, el mismo término responde a realidades muy diferentes. «Cacique», término colonial, es un claro ejemplo de ello. El referente difiere, como ya se ha mencionado, del cacique colonial. De igual modo, el libro muestra una rica historiografía boliviana y norteamericana de los movimientos sociales de la época estudiada. Consideramos que la obra establece así un diálogo positivo con la historiografía y sabe sacar lo mejor de ella. En pocas palabras, hay un excelente contrapunto entre las fuentes, la historiografía y la propuesta de la autora. Repito lo dicho a lo largo de la presente reseña, A Revolution for our Rights nos permite pensar las formas complejas y diversas de empoderamiento de las poblaciones indígenas que, de algún modo, influenciaron en la política nacional, así como la manera en que la política nacional marcó la pauta del comportamiento de las mismas. El libro nos muestra una historia de empoderamiento de la población indígena bastante lejana de la idea común entre muchos de que los indígenas estaban desvinculados de la problemática nacional. El libro de Laura Gotkowitz no solo nos ayuda a pensar la historia boliviana sino también la historia de muchos de los países hispanoamericanos con una fuerte población indígena en que el enfrentamiento por la tierra y otros derechos han marcado nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro.

Referencias citadas

ANNINO, A., 1999 – Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orígenes de un dilema. In: Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina (H. Sábato, ed.); México: FCE-CM. JACOBSEN, N., 1993 – Mirages of Transition: The Peruvian Altiplano 1780-1930; California: University of California Press. KLEIN, H., 1968 – Orígenes de la revolución nacional boliviana: la crisis de la generación del Chaco; La paz: Librería y editorial «Juventud». O´PHELAN, S., 1997 – Kurakas sin sucesiones; Lima: CERA «Bartolomé de las Casas». RENIQUE, J. L., 2004 – La batalla por Puno. Conflicto agrario y nación en los Andes peruanos; Lima: IEP, CEPES, SUR.

Cristóbal ALJOVÍN DE LOSADA

199 Reseñas

Elizabeth del Socorro HERNÁNDEZ GARCÍA. La elite piurana y la independencia del Perú: La lucha por la continuidad en la naciente república (1750-1824). Instituto Riva Agüero-Pontificia Universidad Católica del Perú, Universidad de Piura, Lima, 2008, 476 pp.

Los estudios recientes de los procesos de independencia en América Latina vienen cuestionando la tendencia focalizada de la historiografía en indagar mayormente los centros de poder coloniales como escenarios trascendentales y tal vez únicos desde donde se podría explicar el desenlace de la ruptura con España. Es incuestionable el fundamento de esta crítica cuando en el Perú de fines de la Colonia se perciben las disparidades regionales y los intereses conflictivos de los grupos sociales por el predominio en la configuración política de sus respectivas zonas de influencia. Así, reflexionar la participación política, social y económica de los sectores sociales en los espacios regionales ha resultado algo ineludible y sumamente atrayente. En ese sentido, la propuesta argumentativa y sólidamente documentada de Elizabeth Hernández García, sobre la participación de la elite piurana en el proceso de independencia, no admite duda de la riqueza de estas investigaciones regionales relacionadas al espacio virreinal peruano. Hernández —doctora en Historia por la Universidad de Navarra en España y excelsa investigadora de la clase dirigente del norte peruano de los siglos XVIII-XIX—, parte de la tesis de que la historiografía de la Independencia ha soslayado el análisis de las historias regionales y la vinculación que en estos espacios mantuvieron los grupos sociales ante los vaivenes políticos que significaron los movimientos insurgentes en el Perú (p. 18). Así, señala que únicamente los estudios que relacionen a los grupos sociales, que permitan conocer sus identidades y que abarquen incluso la exploración de los intereses comunes o contradictorios que estos poseían, permitirá una comprensión más real de su participación y el comportamiento que asumieron en la independencia (p. 42). En esa perspectiva, la autora examina la trayectoria de la elite piurana en ese proceso sin dejar de mencionar la presencia de las clases populares. Los grupos prominentes de Piura basaron su poder en la zona estratégica de su territorio, el progreso económico local, las conexiones con otras regiones coloniales propicias para el comercio, la posesión de haciendas, el gobierno político de la región y su identificación como «vecinos nobles de la ciudad» en abierta diferenciación con el pueblo incivilizado y salvaje (cap. 1). Precisamente, esta distinción significó el carácter medular de la superioridad de la elite y, al mismo tiempo, el recelo y el temor constante que sentían por indios y negros como posibles focos potenciales de movimientos revolucionarios. Esto llevó a que los grupos de poder buscaran el control y la subordinación de la plebe y prodigaran asimismo su íntima fidelidad a la corona española (pp. 43-45).

200 Comptes rendus d’ouvrages

Como afirmamos, la elite piurana mostró su poder económico a través de la adquisición de haciendas y la participación activa en el comercio, situación que conllevó a posesionarse del gobierno político de la región. Sin embargo, esta misma elite comprendió que eso no era suficiente para destacar e influir en las esferas políticas del poder colonial en América. Por ello, precisaron la educación superior de sus hijos en las principales instituciones educativas de Lima y de otras ciudades con el objetivo de acceder a puestos políticos superiores en la capital del virreinato (cap. 4). A lo largo del período colonial la elite de Piura evidenció diversos mecanismos de supervivencia que le permitió mantenerse en la posición de privilegio en que se encontraba (cap. 3). Esos elementos —como la división social y económica de superioridad de los nobles sobre la plebe, la movilidad social principalmente por factores económicos, el título de nobleza a pesar de ser considerados una «nobleza no titulada», la ascendencia española y la limpieza de sangre, las relaciones de parentesco a través de matrimonios concertados exclusivamente con españoles, la formación superior de sus descendientes y la adjudicación de cargos burocráticos—, supusieron la reafirmación de su poder regional y la fuerte decisión, hasta el último momento de la proclamación de la independencia en Piura, de su tendencia política en clara defensa de sus intereses particulares como grupo social antes que un fervor patriota o un fidelismo declarado (pp. 109-131). Este comportamiento de la elite piurana puede apreciarse en dos coyunturas específicas de la Independencia. Durante la experiencia de la crisis hispana y las Cortes de Cádiz, la elite de Piura logró adquirir un protagonismo político sobresaliente asignándose el control absoluto del Cabildo como el medio y espacio de perpetuación del poder regional (p. 185). Es sintomático que esta institución estuviera en poder de pocas familias; esto permitió que en medio de la crisis peninsular el grupo prominente de Piura se convirtiera en el baluarte del gobierno monárquico y profesará la adhesión a la causa de Fernando VII y el mantenimiento del statu quo (pp. 193-197). Los notables estuvieron en una posición política dinámica y dominaron las elecciones para diputados a Cortes, los ayuntamientos y los cabildos constitucionales, estableciendo la continuidad de su poder tradicional en medio de la «política moderna». Así, en la composición del Cabildo «eran otros nombres pero los mismos apellidos» (pp. 226-233). No obstante, esto no significó que la elite fuera un grupo homogéneo sin discrepancias e intereses políticos y económicos. En esa coyuntura se produce el conflicto de dos facciones por el poder: unos, defendiendo los intereses de la elite tradicional y, los otros, recién llegados y buscando posicionarse de un espacio de participación política efectiva. Estos últimos incluso se atrevieron a utilizar a la plebe como un mecanismo disuasivo para que la otra parte aceptara ceder una parte de su poder (pp. 249- 250). A pesar de estos conflictos la elite de Piura mantuvo su lealtad a la Corona siempre y cuando esto suponía la seguridad de sus bienes y el reconocimiento de su poder regional (pp. 260-268). Estas conductas autónomas plagadas de intereses políticos calculados de acuerdo a los cambios coyunturales se verán con mayor claridad en el período

201 Reseñas del desenlace de la Independencia. La elite de Piura ante la amenaza de una revolución social de la plebe, el asedio de Lord Cochrane sobre el estratégico puerto de Paita y el inminente avance de los patriotas, siguió apostando a la seguridad de sus intereses primordiales vinculados al poder español (pp. 271- 286). En ese sentido, la proclamación de la independencia en Piura en enero de 1821 debe entenderse como una adhesión coyuntural e interesada de la elite que se vio presionada por la fuerza militar y política de Torre Tagle que ya había establecido la independencia en Trujillo (p. 303). Incluso, durante los años de la consolidación de la Independencia (1821-1824), la elite piurana volvió a demostrar la preponderancia de sus intereses regionales antes que la defensa del nuevo orden. Por ejemplo, ante los requerimientos económicos de San Martín y Bolívar, para solventar las guerras de independencia, esta elite piurana puso en juego diversas estrategias para desatenderse de las contribuciones forzosas a la causa patriota y más bien apostó por los empréstitos a los libertadores porque esto le suponía suculentas ganancias por los intereses que recibirían después (pp. 334-339). Además, cuando se efectivizó la política antiespañola del ministro Bernardo Monteagudo sobre la clase propietaria peninsular, tanto en Lima como en provincias, los miembros de la elite de Piura, al tener claras relaciones de parentesco e intereses económicos con los españoles, asumió la defensa soterrada de este grupo perseguido, llevando a cabo diversas estratagemas como nupcias con piuranas, la naturalización peruana, la huida por la sierra o la llegada a Paita en busca de navíos neutrales (pp. 329-333). Las mismas discrepancias entre el gobierno central de Lima y los notables del Cabildo piurano, al no aceptar injerencia política ni nombramientos de autoridades que no sean oriundos de esa zona del norte peruano, hicieron percibir la autonomía y los intereses particulares de esa elite, llegando incluso, en los caóticos años de la anarquía política que siguió a la salida de San Martín del Perú, a apoyar a Riva Agüero en contraposición a la autoridad política de Lima representado en esos momentos por Torre Tagle (pp. 322, 346-347). En estos hechos y comportamientos políticos queda claro que la lucha por el ideal libertario fue una necesidad de subsistencia y el mantenimiento del espacio de poder que esta elite de Piura poseía (pp. 352-353). Entonces, esta tesis de la férrea defensa del poder regional y autónomo arrogada por la elite piurana en todo el proceso de la independencia, apostando por la continuidad, se ejemplificó estupendamente bien en la trayectoria política, social y económica de Francisco Javier Fernández de Paredes y Noriega, el último marqués de Salinas. Hombre de su tiempo y de las circunstancias políticas, fiel defensor del Rey y la monarquía española mientras esta le brindaba la seguridad y el espacio de poder suficiente para acrecentar sus riquezas y preeminencia social. Patriota interesado y circunstancial en la búsqueda de la continuidad de su poder y la extensión de sus privilegios en la nueva república (pp. 355-375). En definitiva, Elizabeth Hernández García a través de este estudio de la elite piurana ha demostrado en muchos sentidos la existencia de esa conflictividad de intereses autónomos dentro de los grupos de poder regionales que no deben ser soslayados al momento de indagar el papel de estos grupos, relacionados también

202 Comptes rendus d’ouvrages a los sectores populares, en la configuración del proceso de la independencia peruana. Asimismo, estos argumentos de la autora permiten corroborar y ampliar, con las obvias variantes de las áreas estudiadas, las hipótesis tentativas de la nueva historia peruana de los años 1970 referente a esta etapa de análisis. Igualmente, la tesis principal de la autora se asemeja a las ideas propuestas por Sarah Chambers y Víctor Condori sobre el comportamiento político que tuvo la elite de Arequipa, con su pragmatismo y regionalismo antes que el deseo realista o patriota, en esta coyuntura de transformaciones sociales con la continuidad del poder regional. Por lo tanto, de diversas formas este libro cubre las expectativas de los lectores al señalar y aclarar sobre bases sólidas el siempre polémico y complicado proceso por el cual los peruanos llegamos a la vida republicana.

Daniel MORÁN

Marc Becker. Indians and leftists in the making of Ecuador´s Modern Indigenous Movements. Duke University Press, Durham and London, 2008, 336 pp.

Dos argumentos atraviesan el trabajo de Marc Becker. Por una parte, el autor sostiene que el vigoroso movimiento indígena que sacudió la política ecuatoriana en los años noventa no emergió del vacío sino que fue el producto de una larga historia de organización de las comunidades indígenas que comenzó a articularse hacia la década de 1920. Por otra parte, señala que la formación de estas organizaciones solo puede entenderse por el profuso y continuo diálogo entre activistas indígenas e intelectuales urbanos de izquierda. El libro, organizado cronológicamente, comienza con los primeros esfuerzos de líderes indígenas en los años de 1920 para la formación de sindicatos agrarios; continúa con las huelgas de trabajadores del campo en el Pesillo en 1930-1931 y los primeros intentos en las década de 1940 para articular una organización a nivel nacional. Describe luego, la implementación de la reforma agraria de 1964. Una agenda, agrega el autor, impuesta como parte de la política de la Alianza para el Progreso, cuyos efectos redistributivos fueron bastante limitados y que tendió más bien a eliminar la influencia de líderes y activistas de izquierda dentro de las organizaciones rurales campesinas. Culmina, finalmente, con la emergencia de lo que Becker denomina, el movimiento étnico nacionalista de finales de siglo XX. A través de esta mirada de larga duración del movimiento indígena, Becker pretende mostrar las continuidades en las demandas, en las formas de organización de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) con las organizaciones pasadas. Su propuesta apuesta a desarmar los supuestos de algunos cientistas sociales que se han empeñado en ver la emergencia

203 Reseñas de los actores indígenas en la década de los noventa como «nuevos» y —por tanto— desvinculados de organizaciones y luchas pasadas, específicamente, de los sectores urbanos de izquierda. En la misma línea con la historia social o la historia desde abajo, Becker confronta visiones tradicionales de la historiografía que veían en las poblaciones indígenas agentes pasivos, prepolíticos y parroquiales. Cita, por ejemplo, la influyente novela Huasipungo de Jorge Icaza de 1934 que retrata a los indígenas como entes casi irracionales, faltos de conciencia política, aferrados al pasado, e incapaces de asimilar la modernidad. Becker, en cambio, propone que los indígenas en el Ecuador fueron activos agentes políticos que, articulados a «masivos actos de protesta social», cuestionaron la política económica gobernante y demandaron la expansión de los derechos ciudadanos (50). Becker confronta también la noción de ventrilocuismo de Andrés Guerrero (1991). El autor señala que algunos académicos han calificado la relación de la izquierda hacia los sectores rurales como paternalista y han sostenido que la izquierda usó la pobreza de las comunidades indígenas para su propia ganancia personal en la política. En esta línea, Andrés Guerrero describió la relación de la izquierda con las poblaciones indígenas como ventrilocuismo pues la izquierda utilizó las demandas de las poblaciones indígenas como herramientas contra sus enemigos políticos más que para lograr cambios reales para los sectores indígenas. Becker critica esta perspectiva y sostiene que los trabajadores rurales y los intelectuales de izquierda trabajaron conjuntamente —como camaradas— para lograr la justicia social (10). Becker señala que una cuidadosa revisión de las fuentes demuestra que los activistas indígenas en el Ecuador, ya desde la década de 1920, se apoyaron fuertemente en líderes urbanos de izquierda para formar sus organizaciones en las que se discutían, tanto cuestiones sobre etnicidad, como cuestiones (estructurales) económicas (10). Su crítica apunta también a la falacia de pretender que los movimientos sociales se construyen ausentes de toda influencia, para así pensarlos como genuinamente autónomos. Siguiendo a Howard Zinn (1994), Becker puntualiza que de hecho pensar en los movimientos sociales, excluyendo a los agitadores sociales externos, seria como historizar a los movimientos sociales. Pero Becker avanza incluso un paso más: él no solo ataca la noción de ventrilocuismo sino que considera que la izquierda sí incluyó cuestiones de etnicidad y racismo en sus propios discursos. Las cuestiones de etnicidad no estuvieron ausentes en los debates de la izquierda. De hecho los intelectuales de izquierda veían a las cuestiones de clase y etnicidad como las dos caras de una misma moneda (15). Si bien Becker introduce una refrescante mirada, más dinámica, más fluida de la relación entre grupos urbanos de izquierda y movimientos y líderes indígenas en el siglo XX, su propuesta parece imaginar una sociedad en la que la dominación y particularmente el racismo provenían únicamente de las clases altas, del Estado, de los hacendados en lugar de pensar el racismo como un elemento que atraviesa a toda la sociedad y está presente en la cotidianeidad de las relaciones humanas. Indudablemente, fueron los sectores de izquierda que en las décadas de 1920 y 1960 los que agendaron dentro de una sociedad vertical, conservadora y patriarcal

204 Comptes rendus d’ouvrages criticas sobre la situación de opresión, pobreza y subordinación de los trabajadores urbanos y rurales. Pero es cierto también que en la agenda de la derecha y de la izquierda «el cambio» para los indígenas pasaba por su asimilación, mestizacion y civilización. Los sectores urbanos de izquierda ciertamente pugnaron por la reforma agraria, por la educación del indio pero los términos de distribución de la tierra o educación del indígena no cuestionaban los paradigmas del desarrollo occidental.

Referencias citadas

GUERRERO, A., 1991 – La semántica de la dominación: El concertaje de indios; Quito: Ediciones Libri Mundi. Primera edición. ICAZA, J., 1934 – Huasipungo; Quito: Imprenta Nacional. ZINN, H., 1994 – You Can’t Be Neutral on a Moving Train: A Personal History of Our Times; Boston: Beacon Press.

Carmen SOLIZ

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IFEA Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2010, 39 (1): 207-218 Évènements

Eventos

MESA REDONDA: «DINÁMICAS SOCIODEMOGRÁFICAS Y CAMBIOS URBANOS EN TRES METRÓPOLIS DE AMÉRICA DEL SUR: BOGOTÁ, SANTIAGO DE CHILE, SÃO PAULO» Bogotá, 24 de febrero de 2010

El 24 de febrero de 2010 los investigadores del Programa ANR-AIRD Les Suds aujourd’hui, titulado METAL —Metrópolis de América Latina en la globalización: reconfiguraciones territoriales, movilidad espacial, acción pública. Los casos de Bogotá, Santiago de Chile y São Paulo— organizaron una mesa redonda sobre «Dinámicas sociodemográficas y cambios urbanos en tres metrópolis de América del Sur: Bogotá, Santiago de Chile, São Paulo» en el CIDS (Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social) de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Externado de Colombia. La reunión contó con el patrocinio del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA-UMIFRE 17, CNRS- MAEE). Los participantes a la mesa redonda fueron: • Samuel Jaramillo, Universidad de los Andes, CEDE, Bogotá • Yasna Contreras y Oscar Figueroa, Pontificia Universidad Católica de Chile, Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos, Santiago de Chile • Renato Cymbalista, Instituto POLIS, São Paulo • Helena Menna Barreto, consultora e investigadora asociada al LAHAB, Universidade de São Paulo • Moderador : Thierry Lulle, Universidad Externado de Colombia, CIDS, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas La mesa redonda versó sobre la evolución del proceso de «metropolización» en la América Latina y el rol de las diferentes formas de movilidad (migratoria, residencial y cotidiana) en la evolución de los espacios y sociedades metropolitanos a comienzos del siglo XXI. En efecto, durante muchos años, el desarrollo de las grandes urbes latinoamericanas se ha pensado y analizado como el resultado de una crisis y como un problema

207 Eventos de emergencia, resultado de una «transición urbana» descontrolada, a raíz del proceso de transición demográfica, de una inmigración rural-urbana masiva, así como de una expansión urbana —en buena parte informal y autoconstruida—, que generó un proceso de macrosegregación urbana muy marcado. El programa METAL, dirigido por Françoise Dureau (IRD, Francia), reúne desde abril de 2008 a un equipo de treinta investigadores de Chile, el Brasil, Colombia, México y Francia (geógrafos, urbanistas, demógrafos y sociólogos). Se está comparando tres metrópolis: Bogotá, Santiago de Chile y São Paulo. El propósito del proyecto es de analizar las dinámicas actuales de la metropolización, cruzando las perspectivas (desde «arriba», a través de la observación de políticas públicas a escala metropolitana, y desde «abajo», a través de las prácticas citadinas) las fuentes (censos y encuestas secundarias, por un lado, encuestas específicas METAL, por otro lado) y las herramientas (encuestas por cuestionarios, entrevistas a profundidad, observación directa y análisis de fuentes secundarias). El enfoque privilegiado para observar las dinámicas urbanas es el estudio de las diferentes formas de movilidad dentro de la ciudad, desde las migraciones internacionales e internas, que alimentan el crecimiento urbano —aunque hoy mucho menos que ayer— y echan puentes entre las metrópolis estudiadas y sus respectivos campos migratorios; hasta las movilidades residenciales dentro del área metropolitana, que son el producto cruzado de las estrategias individuales —y familiares— y del mercado de la vivienda. Tampoco pueden obviarse las prácticas de los habitantes en materia de movilidades cotidianas, entre el domicilio y el lugar de trabajo o de estudio, pero también en todos los desplazamientos ligados a la vida cotidiana y social. En un contexto urbano latinoamericano muy marcado por un modelo de ciudad extensa, poco densa y muy segregada, la inserción de los migrantes en la ciudad, las estrategias residenciales de los citadinos y sus formas de movilidad cotidiana que se despliegan a partir del domicilio, son representativas de las condiciones de producción de una ciudad inequitativa, donde no todos pueden acceder a los mismos recursos urbanos. También son una ilustración de las estrategias individuales y familiares para mitigar los efectos de aquellas desigualdades socio residenciales. En el marco del Programa METAL, se realizó en Bogotá, del 22 al 26 de febrero, en la Universidad Externado de Colombia (que tiene lazos fuertes con el IFEA y acogió su sede en Colombia durante algunos años), el tercer Taller internacional del equipo METAL. Se aprovechó la oportunidad para organizar esta mesa redonda abierta al público, con el apoyo del IFEA. Esta mesa despertó un gran interés. Alrededor de 90 personas, con un perfil variado, acudieron al evento: académicos e investigadores, estudiantes, funcionarios del sector público, representantes de varias ONG, etc. Se presentaron, con un enfoque comparatista, las dinámicas urbanas, las distintas formas de movilidad espacial de la población y las principales políticas públicas al respecto en las metrópolis de Bogotá, Santiago de Chile y São Paulo. Se destacaron varios puntos de convergencia en la evolución de las tres metrópolis:

208 Évènements

• Una estabilidad en el crecimiento demográfico, a un nivel sostenido aunque desacelerado en relación a los años 1970 y 1980 (e importantes migraciones entrantes y salientes en valores absolutos, aunque ya no tan determinantes en el crecimiento urbano). • Una fuerte expansión física de la ciudad, con una saturación relativa de los espacios centrales (que pierden población por un cambio en la estructura de los hogares, cada vez más pequeños, y donde se agudiza la fractura entre sectores urbanos muy degradados y otros donde el mercado privado formal sigue invirtiendo) y la permanencia de un alto déficit en la oferta de vivienda. Este último genera una progresiva densificación de los espacios ya construidos y un desarrollo residencial libre hacia la periferia (sobre todo en los municipios periféricos), con una creciente polarización de las franjas suburbanas, entre sectores de vivienda popular (vivienda de interés social o construcción informal) y sectores de clase alta o media (muchas veces en conjuntos residenciales cerrados). La ampliación de la oferta de crédito para población de ingresos medios facilitó su acceso a una vivienda formal; la mayoría de las veces, en zonas antes populares. • Una creciente «policentralidad» de la ciudad, con el desarrollo de nuevos centros secundarios, cada vez más alejados al centro tradicional, polarizados en muchos casos por los centros comerciales de tipo malls, en relación con grandes infraestructuras de transporte (autopistas; estaciones de metro, de tren o de buses con carril propio; zonas aeroportuarias, etc.). • Un aumento paulatino del ingreso per cápita (muy fuerte en Chile; un poco menos en el Brasil y Colombia), pero también de las desigualdades, que afecta la demanda residencial y vehicular y provoca la reconfiguración del parque residencial y de las estrategias de desplazamiento en la ciudad. • Un aumento, por fin, de la movilidad cotidiana, con un fuerte incremento del uso del automóvil, lo que constituye un verdadero desafío en el manejo del transporte urbano. Se observa una creciente polarización social en las formas de movilidad y en el uso de los modos de transporte, siendo el automóvil particular el modo privilegiado de las clases medias y altas (y dentro de los hogares: de los padres y de las personas económicamente más «solvables»); mientras los sectores populares acuden al transporte público o a otros medios (a pie, en moto, en bicicleta), o sencillamente limitan sus desplazamientos. Se dieron, en las tres ciudades estudiadas, varias iniciativas espectaculares para modernizar y mejorar la oferta de transporte público (Transmilenio y Sistema Integrado de Transporte Público en Bogotá; autopistas con peaje, TranSantiago y consolidación del Metro en Santiago; «Billete único» y corredores exclusivos en São Paulo…) que modificaron las condiciones de transporte de las clases populares y medias, aunque con dificultades y niveles de éxito desiguales. Se subrayó, para terminar, las diferencias político administrativas de las tres ciudades:

209 Eventos

• En Santiago, una atomización comunal y un déficit de autoridad metropolitana, compensado por una concentración de la toma de iniciativa a nivel gubernamental. • En São Paulo, un dualismo entre el municipio central, que ha implementado iniciativas a veces originales (aunque limitadas a un marco territorial restringido), y los municipios periféricos, muy controlados por el Estado de São Paulo y el Estado central. • En Bogotá, un distrito capital muy fuerte y voluntarista pero que hoy carece de espacio urbanizable, y unos municipios periféricos aún poco poblados pero autónomos a nivel político administrativo y reacios al centralismo bogotano. Entonces se necesitaría, en los tres casos, un gobierno supraterritorial (y una solidaridad fiscal) para luchar contra las dificultades de administración de un espacio metropolitano muy extenso.

Vincent GOUËSET, Françoise DUREAU, Thierry LULLE

PANEL INTERNACIONAL: «HOMENAJE A FERNAND BRAUDEL, 1902-1985: LOS ESPACIO-TIEMPO DE LA HISTORIA. APORTES A LA HISTORIA Y A LAS CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS» Bogotá, 4 y 5 de marzo de 2010

Este panel internacional tuvo lugar en la Universidad Externado de Colombia y fue convocado por su Facultad de Ciencias Sociales y Humanas (Programa de Historia) y el Servicio de Cooperación y Acción Cultural de la Embajada de Francia en Colombia. Contó con el auspicio financiero y la asesoría científica del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA, UMIFRE 17, CNRS-MAEE). Coordinado por José Fernando Rubio Navarro, director del Programa de Historia en la Universidad Externado, y por Adelino Braz, Agregado de Cooperación Universitaria de la Embajada de Francia en Colombia, este evento permitió reunir a 12 conferencistas colombianos y extranjeros y a numerosos oyentes, en su mayor parte estudiantes de la Universidad Externado. El propósito fue rendir homenaje a Fernand Braudel a los 25 años de su deceso y, sobre todo, medir la vigencia, en Colombia y el mundo, de una obra que contribuyó a revolucionar el campo historiográfico. El Rector de la Universidad, Fernando Hinestrosa, inauguró el acto subrayando el innegable coraje de Fernand Braudel durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Según él, debe permanecer vigente el ejemplo de quien no dudó en luchar contra los nazis y se obstinó en redactar su tesis de doctorado siendo prisionero en un Offlag de Maguncia durante casi cinco años. Adelino Braz, insistió luego sobre la exigencia de Braudel de plantear un nuevo entendimiento histórico, más cercano al verdadero quehacer de las sociedades humanas. El director del Programa de Historia de la Universidad Externado, José Fernando Rubio Navarro, nos ofreció después una

210 Évènements atinada semblanza intelectual del magno historiador. Recalcó el impacto que tuvo una infancia en Lorena que lo puso al contacto con las realidades del campo y la frontera. Destacó luego tres episodios fundadores: el «primer deslumbramiento» («le premier enchantement») en palabras de Pierre Vilar, de nueve años en Argelia (1923-1932) al contacto del Mediterráneo y de otra sociedad de frontera; una estancia de varios años en el Brasil (1934-1937) que, en palabras del propio Braudel esta vez, «lo hizo inteligente» («c’est au Brésil que je suis devenu intelligent») y, como tercer episodio, los cinco años de cautividad que ya evocamos. José Fernando Rubio evocó luego a Lucien Febvre, el maestro que supo alentar el talento de Braudel, y siguió los pasos de la obra intelectual e institucional de este hasta su muerte el 29 de noviembre de 1985. La conferencia inaugural del evento estuvo luego a cargo del director del IFEA, y versó sobre el tema: «El surgimiento de un espacio-tiempo peculiar a la América Latina en la historiografía francesa contemporánea». Se trató primero de indagar el lugar que Fernand Braudel y Pierre Chaunu asignaron a la América Latina dentro de la civilización occidental. Se discurrió después sobre el espacio-tiempo de las Independencias a partir del modelo que elaboró Pierre Chaunu con la herramienta braudeliana. En pos de valorar ciertas intuiciones de Chaunu, se hizo énfasis sobre el modelo planteado por François-Xavier Guerra de la «Euro-América» antes de evocar la corriente actual de la «historia conectada». En resumidas cuentas, se quiso demostrar que heredamos de Braudel el proyecto de una historia global que integrara los espacios y las disciplinas. La América Latina había motivado esta intuición de juventud y Braudel, en perpetuo agradecimiento, la hizo entrar plenamente en el espacio-tiempo de la historia occidental. El primer ciclo de mesas concluyó con la ponencia de Bastien Bosa, de la Universidad del Rosario. Este antropólogo, de origen francés, planteó las paradojas a las cuales ha llevado la interdisciplinariedad promovida por Fernand Braudel. Primero descartó la oposición entre una sociología conceptualizante y una disciplina histórica que no lo fuera por su empirismo. ¿Acaso no introdujo la «historia problema» una conceptualización previa a la investigación? El expositor también descartó la idea según la cual la reflexión espacial fuera discriminante de la historia frente a las demás ciencias sociales. En suma, afirmó como innegable la paradoja de una historia braudeliana que deseó mantener a distancia a la sociología o a la antropología y quiso promover a la par mayor interdisciplinaridad. Denis Roland, de la Universidad de Estrasburgo, abrió una segunda mesa de ponencias con una reflexión sobre «Lucien Febvre, Fernand Braudel y los

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Anales, 1929-1948: una América Latina desigual». Destacó la poca importancia que ocupó la América Latina en las páginas de la revista: apenas 3 a 4 % de las contribuciones. También insistió sobre el hecho de que Fernand Braudel no conoció a los latinoamericanos sino a través de reducidas minorías selectas. Oscar Almario García, vicerrector de la Universidad Nacional de Colombia con sede en Medellín, discurrió luego sobre las «identidades en clave de larga duración». Afirmó la necesidad de dialogar con el modelo braudeliano sin erigirlo en estatua de bronce. A ojos suyos, la larga duración no basta para explicar las Independencias y cabe recurrir a una mejor percepción del espacio-tiempo tal como existía en las postrimerías del siglo XVIII. Por ende, entender el sentimiento de aceleración de los tiempos que vivieron los actores de la época y entender que el anhelo por la autonomía concebía la permanencia de un espacio identificado con el Imperio español mientras la voluntad de independencia suponía su disgregación. En resumidas cuentas, se habría impuesto en aquel entonces un nuevo espacio- tiempo para la América hispánica. Enfocando más su propósito, Miguel Borja del ESAP, mostró cómo el modelo braudeliano podía servir para establecer una geohistoria de Colombia entre 1858 y 1885 y, por tanto, entender el brote de violencia que sucedió en aquel entonces en el Valle del Cauca. Al abrir una tercera mesa de ponencias, Luís Carlos Ortiz, de la Universidad Distrital (Bogotá), insistió sobre la pertenencia de la historia al conjunto de las ciencias sociales y comentó el famoso texto de Braudel de 1958 sobre la «larga duración». Luego, Heraclio Bonilla, de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, concluyó el primer día del panel con una ponencia consagrada a «Braudel y la historiografía sobre América Latina». Destacó la importancia de Ruggiero Romano, amigo muy cercano de Braudel (Romano, 1997), y evocó varias polémicas vigentes en el marco de la historia económica. Entre otras: ¿Podemos sacar alguna enseñanza de la economía de los Andes precolombinos que, a diferencia de México, ignoraba la moneda y el trueque? ¿Cuál fue el impacto verdadero de los metales americanos sobre la Europa moderna? A pesar de ciertas discrepancias de orden metodológico, Heraclio Bonilla terminó confesando el impacto enorme que habían tenido en la América Latina la revista Annales y la obra de Fernand Braudel. Estas últimas reflexiones dieron pie al historiador peruano Javier Tantaleán Arbulú para volver a discutir la famosa polémica entre Braudel y Hamilton acerca de la revolución de los precios en España en el siglo XVI. Es bien sabida la fascinación que tuvo Braudel por la «onda inflacionaria» del siglo XVI y el surgir contemporáneo de las primeras teorías económicas liberales. Más allá del debate mismo sobre las causas del fenómeno, el afán de Braudel habrá sido, en palabras suyas, de «dramatizar lo que fue dramático». La primera mesa de este segundo día del panel prosiguió con la ponencia de Hugo Fazio, de la Universidad de los Andes (Bogotá), sobre: «Importancia de Braudel en el análisis histórico». Calificándose de entrada como «neo-braudeliano», Hugo Fazio destacó el impacto del artículo de 1958, siendo este una referencia universal que había valido al maestro ser propuesto para el Premio Nobel de Economía. Según Fazio, el genio de Braudel es de haber «espacializado el tiempo» y «temporalizado el espacio». En fin, ¡de haber demostrado que las civilizaciones sobreviven a las revoluciones! De aquí el interés de volver a Braudel

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para entender mejor la globalización actual. Empero, la clave esencial reside en que Braudel hizo siempre una «historia contemplativa»: contempló el Mediterráneo antes de hacerlo con el Mundo moderno y en fin de cuentas, con Francia. Esta manera de proceder sería la verdadera antesala de una historia global dentro de la cual el mundo se afirmaría como «categoría histórica». Hugo Fazio enfatizó luego el tema de la «inmediatez». El acontecimiento tenía valor para Braudel siempre y cuando le diese acceso a las «aguas profundas». De manera retroactiva, estas profundidades históricas informaban sobre el presente. De esta suerte el presente se hacía histórico y Braudel ¡podía comparar el Mayo del 68 con el Renacimiento, en el tercer tomo de su Civilisation matérielle! Huelga decir que la ponencia de Hugo Fazio tuvo un fuerte carácter de «ego-historia», en la cual acabó confesando que Braudel «había sido su gran maestro». Esta mesa concluyó con una ponencia de Oscar Rodríguez Salazar (Universidad Nacional de Colombia y Externado de Colombia) sobre el «planteamiento económico en Civilización material, economía y capitalismo». La tercera mesa del segundo día del panel comenzó con una ponencia de Adelino Braz, Agregado de Cooperación Universitaria de la Embajada de Francia en Colombia, sobre el tema: «Enseñar la historia: Braudel y la gramática de las civilizaciones». En otras palabras: ¿cómo hizo Braudel en 1963 para escribir un manual escolar que expresara la plena riqueza de sus investigaciones sobre las civilizaciones? Es obvio que quiso tratar de plasmar una serie de leyes aptas a la comprensión de cada área de civilización. El libro funcionó muy mal como manual y fue retirado muy pronto en 1970. Paradójicamente, a pesar de múltiples defectos, queda hoy como uno de sus libros de mayor éxito a ojos del gran público. Quizás por entregar ciertas llaves de interpretación a un mundo obsesionado de aquí en adelante por el «choque de las civilizaciones». La mesa prosiguió con la ponencia «Braudel y la formación de los nuevos historiadores. Apuntes para un debate» de Leonor Hernández, de la Universidad Externado. Esta abrió un fructífero diálogo con el joven y numeroso público asistente al evento. Una última mesa permitió expresarse al conjunto de expositores sobre la «vigencia de Braudel». Brindó la ocasión de añorar a un gran ausente: el historiador Germán

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Colmenares, único alumno directo de Fernand Braudel en Colombia (Colmenares, 1972 [tesis de doctorado bajo la dirección de Braudel]), y que desapareció demasiado temprano, en marzo de 1990, cuando estaba a punto de dar plena dimensión a una obra que había revolucionado ya el campo historiográfico en Colombia.

Georges LOMNÉ

Referencias citadas

COLMENARES, G., 1972 – Économie minière et société dans la Nouvelle-Grenade (1550- 1717), thèse de 3ème cycle, VIª sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios (EPHE), 289 pp.; París. ROMANO, R., 1997 – Braudel y nosotros. Reflexiones sobre la cultura histórica de nuestro tiempo, 177 pp.; México: Fondo de Cultura Económica.

SEMINARIO-TALLER JÓVENES INVESTIGADORES EN ADN ANTIGUO Quito, 29 de marzo-2 de abril de 2010

El Instituto Francés de Estudios Andinos, en colaboración con la Cooperación Regional Andina, el Servicio de Cooperación y Acción Cultural de la Embajada de Francia en el Ecuador y la Cruz Roja Ecuatoriana organizaron el primer seminario «Jóvenes Investigadores en ADN Antiguo» del 29 de marzo al 02 de abril de 2010 en la ciudad de Quito. Este taller internacional se propuso reunir a los jóvenes investigadores en genética humana trabajando en la América Latina, y brindar una formación teórica y práctica en cuanto a la extracción del ADN antiguo. Esta técnica interesa a los investigadores en el campo de las ciencias humanas (filogenia de las poblaciones del pasado, origen del poblamiento humano en el continente americano), pero también de la biología molecular y de las aplicaciones forenses. A lo largo de la semana, cada participante presentó un avance de investigaciones y disertó sobre la problemática de la genética humana en su país: además de los participantes del Ecuador, estuvieron presentes jóvenes investigadores de Colombia, el Perú, Bolivia y Panamá. Los cursos contaron con una parte teórica en el anfiteatro y otra, práctica, en laboratorio. El programa incluyó los temas siguientes: la Antropobiología: introducción, conceptos, histórico; la diversidad humana actual; los orígenes de la diversidad: interacción constante entre el genoma, el medio ambiente y la cultura; los marcadores comunes: el ADN (transmisión uniparental), el ADN mitocondrial (cromosomas y marcadores con transmisión biparental, al principio… antígenos de los glóbulos rojos, después… inmunoglobulinas y sistema HLA actualmente); los STR autosómicos: problemáticas médicas; los marcadores complejos: morfología, fisiología, comportamiento; una síntesis de los conocimientos actuales sobre la

214 Évènements diversidad genética y la historia de los poblamientos humanos actuales (África, Europa, Asia, Oceanía, América); el estudio del polimorfismo genético (ADN nucleares y mitocondrial), su definición (polimorfismo de longitud, polimorfismo de repetición); los marcadores genéticos (SNP, STR, MINISTR); las técnicas de estudio (RFLP, PCR, secuenciación, mini secuenciación...); las bases de datos; las aplicaciones en el campo de la medicina legal; el ADN antiguo (histórico, las dificultades de su estudio y su extracción, los límites); presentación de casos positivos; genética de poblaciones; poblaciones al equilibrio; fuerzas evolutivas, deriva de la genética; un ejemplo de estudio antropobiológico: del campo al laboratorio «caracterización genética de dos poblaciones Aymara y Quechua del altiplano boliviano. Comparación con poblaciones de la América del sur». Los cursos estaban a cargo del Dr. Christine Keyser, Directora del Laboratorio de Antropología Molecular de la Facultad de Medicina de Estrasburgo, del Pr. Bertrand Ludes, decano de la facultad de medicina, de Marie Lacan (Estrasburgo) y de Nancy Saenz (IFEA) antropólogas molecular, de Tania Delabarde (antropóloga física, IFEA), del Dr. Javier Carvajal (Director del Laboratorio de Biología de la Universidad de la Católica, Quito) y del Dr. Aníbal Gaviria (Director del Laboratorio de Genética de la Cruz Roja ecuatoriana). Al repetir el éxito de la mesa redonda organizada en 2006 por el IFEA sobre el tema del ADN Antiguo, este seminario contó con la participación de más de 100 personas durante una semana entera. Cinco becas ofrecidas por la Cooperación Regional Andina y el IFEA permitieron la participación de 5 jóvenes investigadores (2 de Colombia, uno del Perú, uno de Venezuela y otro de Bolivia). Otros participantes fueron apoyados por el laboratorio o por sus universidades (3 investigadores de Panamá, 10 estudiantes de Bahía de Caraquez y Guayaquil). Los cursos prácticos en laboratorio fueron transmitidos al mismo tiempo en la sala de conferencia a través de un sistema de videoconferencia, para que todos los participantes pudieran ver las manipulaciones en laboratorio y conocer el protocolo de extracción de ADN elaborado por el equipo del laboratorio de Estrasburgo. La sesión práctica fue exitosa porque los 12 investigadores participantes lograron extraer ADN antiguo de las muestras arqueológicas y obtener resultados interpretables. Es importante destacar que, a excepción de algunos laboratorios en Chile, Argentina y el Brasil, los métodos de extracción del ADN no son conocidos en la América del Sur a pesar del interés que deberían suscitar. Esto se explica por la falla de muchas extracciones por causas de problemas de contaminación.

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La problemática del ADN antiguo o degradado interesa diferentes especialistas en genética molecular, por ejemplo la identificación de personas desaparecidas, muestras degradadas genéticas criminales, pero también la investigación arqueológica con el origen de las poblaciones y más específicamente el origen del hombre en las Américas. Este tema fue presentado durante un café científico organizado en colaboración con el IFEA y el IRD el martes 30 de marzo con la participación de los investigadores franceses y latinoamericanos del seminario. La masiva afluencia del público demostró que la divulgación científica puede ser exitosa sobre temas como el ADN. Los objetivos de este seminario se han logrado, en primer lugar por la afluencia e interés del público, en segundo lugar por los logros de los participantes en el taller práctico y finalmente la creación de un grupo de trabajo entre los investigadores franceses y de la América Latina. Cabe destacar la cooperación, desde 2007, del decano, Bertrand Ludes, con sus homólogos del Ecuador con la finalidad de firmar un acuerdo de cooperación entre las Facultades de Medicina de la Universidad de Estrasburgo y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). El sitio web creado para la organización del Primer Taller de Jóvenes Investigadores en ADN antiguo será un lugar de intercambio entre los participantes y todos los integrantes de la comunidad científica trabajando sobre los diversos temas del ADN humano.

Tania DELABARDE

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COLOQUIO INTERNACIONAL AMAZONICAS III. ESTRUCTURA DE LAS LENGUAS AMAZÓNICAS: FONOLOGÍA Y SINTAXIS Bogotá, 19-24 de abril de 2010

La tercera edición del coloquio internacional AMAZONICAS Estructura de las lenguas amazónicas: fonología y sintaxis tuvo lugar en la Universidad Nacional de Colombia de Bogotá, del 19 al 24 de abril de 2010. Fueron co organizadores del evento: la Universidad Nacional, la Universidad Vrije de Amsterdam, el Instituto Francés de Estudios Andinos (UMIFRE 17, CNRS-MAEE)y el proyecto franco- colombiano ECOS-Nord C08H01. Contó también con el apoyo de la Embajada de Francia en Colombia. Los dos primeros encuentros fueron organizados en el Brasil: Manaus en 2007 y Recife en 2008. Con AMAZONICAS III esta serie de coloquios se abre a todos los países del área amazónica para desempeñar un papel de semillero dentro de este conjunto regional, gracias a su periodicidad bienal y su carácter itinerante. Cada país —Venezuela, Colombia, el Ecuador, el Perú, Bolivia, el Brasil, Guayana Francesa, Surinam y Guyana— hospedará una de sus ediciones sucesivas. Perú fue el país elegido por los participantes a AMAZONICAS III para organizar en abril de 2012 el coloquio, AMAZONICAS IV. El término AMAZONICAS remite a la riqueza lingüística de esta vasta región poblada por gran número de pequeñas sociedades que conservan en alto grado formas de vida tradicional. Los temas tratados en estos encuentros cubren diferentes niveles de estructuración del lenguaje, pues las lenguas amazónicas están en vías de contribuir muy significativamente a la tipología tanto fonológica como gramatical. AMAZONICAS III constó de cinco simposios. Los temas de los simposios 1 y 2 —Fonética y fonología de rasgos laríngeos y Estrategias de aumento de valencia— fueron seleccionados por los participantes de AMAZONICAS II. Los simposios 3 y 4 —Expresión de nociones espaciales y Categorización léxica— forman parte de un proyecto ECOS-Nord de tipología fonológica y gramatical adelantado por lingüistas de la Universidad de Toulouse Le Mirail y de la Universidad Nacional de Colombia. Una novedad de este encuentro de Bogotá, representada por el simposio 5 —Lenguas arawak: estrategias de aumento de valencia— que deberá ser mantenida en encuentros ulteriores, consiste en reunir

217 Eventos alrededor de un tema específico a los especialistas de una gran familia presente en el área amazónica. A pesar de importantes cambios en la programación, causados por la ausencia de varios participantes europeos bloqueados por las cenizas volcánicas islandesas, el coloquio se desarrolló en un clima de entusiasmo e interés constantes, y promete la publicación de Actas muy enriquecedoras. Gracias a esta serie de coloquios, los organizadores esperan dar, tanto a las lenguas amazónicas como a los investigadores que trabajan en la región, el puesto que les corresponde en el concierto mundial de ideas orientadas hacia una mejor comprensión de la naturaleza del lenguaje y de la diversidad de las lenguas. Mayor información sobre los simposios está aún disponible en la liga: http://www. humanas.unal.edu.co/amazonicas3/

Elsa GÓMEZ

218 Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Tarea asociación Gráfica educaTiva Pasaje María Auxiliadora 156 - Breña Correo e.: [email protected] Página web: www. tareagrafica.com Teléf. 332-3229 Fax: 424-1582 Noviembre 2010 Lima - Perú