Abuelo Píntame Un Sueño
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ABUELO, PÍNTAME UN SUEÑO Juan Manuel del Río ABUELO, PÍNTAME UN SUEÑO © Juan Manuel del Rio E-mail: [email protected] Ediciones F. A. Depósito legal M-XXX ISBN xxxxxxxxxxx Impreso en España. Printed in Spain. Imprime Ania Diseño y Produccion Gráfica, S. L. E-mail: [email protected] Ediciones F. A. AL BATIR DE LAS OLAS: Acantilado y Abuelo son ingredientes de un Todo. La metáfora es el Sueño. OLAS QUE VIENEN: Entre Niño y Abuelo la diferencia es mínima. ¿Lo demás? Un Poema varado en la Mar. OLAS QUE VAN: Hubo un Hombre. Un día de Niebla desapareció en la Mar. Quedamos tú y yo. Y la Mar, icono de Eternidad 6 7 Memorial del Acantilado MEMORIAL DEL ACANTILADO Era yo muy niño aún, en la edad y en los avatares de la vida. Por eso, esta Memoria histórica se deshilacha y enhe- bra como la Niebla que a veces envuelve el Acantilado. El Acantilado, evocador recuerdo de mis Sueños; esce- nario real de la imaginación donde transcurre y se escribe esta Historia. Historia, por lo demás, que para la puesta en escena tiene el ropaje de la ficción. Y la Ficción, para libe- rarse de la metáfora imperfecta de la Historia, se adentra en el sueño. Porque los Sueños, quede desde ya constancia en acta, no tienen fecha de caducidad. Esta es la gran verdad. Pues bien, siendo tan niño, para casi todo dependía de él. Era, eso sí, una dependencia voluntaria, agradable, fas- cinante. Para mí, no había ser más atrayente, apasionante y querido que él. Así, Él, sin Nombre. Sólo que él, equivale a decir Abuelo. Simplemente. El Abuelo, pues, es él. Y él, es el Abuelo. Todo lo demás, un Poema varado en la Mar. ¿Y la Mar...? 8 9 Abuelo, píntame un sueño Memorial del Acantilado Insisto, era el hombre que causaba en mí una gran admi- futuro. Ya ves que no. Si fuera futuro, no estaría; jamás ración. Sabio y bondadoso, de fina sensibilidad, sabía amar podrías contemplarla. Nada existe en futuro. Todo es pre- con delicadeza y ternura. Eso sí, leía mucho. Su debilidad, sente. igual que ocurre en la pasión que se vuelve fuerza domi- nadora, eran los libros. Un día le dije: Dicho lo cual, el Abuelo siguió pintándome un Sueño desde el Acantilado, lugar ideal que él escogió para poder —Abuelo, píntame un Sueño. contemplar mejor el mundo. Y el Abuelo comenzó a pintar un Sueño. Dijo: Sentado junto a él, yo también alzaba la vista por enci- ma del mar. Sentía la fascinación de la presencia de ambos. —Hijo, no importa lo que fuimos, sino lo que somos. Del mar y de él. Sin embargo, era sobre todo la palabra del Abuelo lo que me cautivaba. Recalcó el ¡Somos! Añadió: Hoy, al recordar aquellos días felices, siento que el —En presente. Porque el futuro no existe. Estamos atra- Sueño va cobrando vida en mí. Hay un mundo anclado en pados en el presente y por el presente. ¡Siempre! la memoria, y al mismo tiempo huido para siempre, pero que uno quisiera retener. Al intentarlo, advierto enseguida Enfatizó el ¡Siempre!. A mí me resultaba imposible, por que me queda entre las manos tan sólo el gesto, apenas entonces, entender el significado encerrado en aquella esbozado, de querer atrapar una realidad que se esconde frase. Aunque, a decir verdad, la palabras “pasado”, “pre- más allá del Sueño mismo. Porque el Abuelo, quede de sente”, “futuro” me eran familiares, por haber dado en la esto constancia en acta, antes que nada fue un soñador. escuela los verbos. No obstante, insistí: Tras su aspecto serenamente adusto, casi serio, se escondía una ternura colosal. Cómo, pues, no recordar y adorar a —¿Abuelo, qué es el futuro? aquel hombre del que tanto cariño recibí. —Hijo, te acabo de decir que no existe: un imposible. Por consiguiente, si no existe, no se puede definir. Tiene Terminada la pausa que siguió a su apodíctica afirma- entidad sólo en nuestra imaginación. Pero la verdad es que ción de anclaje en el presente, añadió: todo está y sucede ¡siempre! en presente. ¿Has comprendi- do? ¡En presente! Imagínate el futuro como una fuente que —Hijo, la vida misma es un Sueño. El mejor de los sue- ves brotar a borbotón en el bosque. Pensarás: el agua que ños. Por eso resulta tan maravillosa. veo manar ahora, cinco minutos antes no estaba, luego era 10 11 Abuelo, píntame un sueño Memorial del Acantilado —Abuelo, yo siempre sueño cosas bonitas. —La vida es bonita. Es bonita…, hijo. La vida es el más —¿Por ejemplo? hermoso de los sueños. —Pues..., esta noche soñé que..., que tú y yo íbamos volando; alto, muy alto. Por encima de las nubes, ¿sabes? Cierto. Y así, en el sueño que le contaba, acabábamos de —¿En avión? aterrizar. —¡Uff...! No sé. ¡Bueno, sí! —Hijo, antes de desembarcar, ten a mano los pasapor- Los veía pasar altos, por el cielo. A veces se escon- tes. No los pierdas, que nos los van a pedir. dían entre las nubes, luego reaparecían. Aún no sabía yo cómo era de cerca un avión. Pero mi imaginación de Aterrizamos en lo más alto del Acantilado. Fue un ate- niño iba todavía más alta y más lejos que los aviones y rrizaje perfecto, suave. Algunos pasajeros comenzaron a que las nubes. aplaudir. Fue, sin duda, una manera de sacudirse los ner- vios más que el reconocimiento de lo que en la rutina dia- Hoy, mirando a la distancia del tiempo mismo, desearía ria es normal para un piloto: hacer las cosas bien. que ese trozo de historia no hubiera terminado, mejor dicho, que se hubiera anclado como un barco en la playa. —¿Dónde estamos, Abuelo? El tiempo es un barco varado en la arena movediza de los —¿Dónde? ¡Cerca del cielo, hijo! recuerdos. Y los recuerdos están al vaivén de nuestra sole- —¿Del cielo? dad y de nuestras conveniencias. El Abuelo repetía: —Sí, en lo más alto del Acantilado. Cerca del cielo. —La vida es un sueño. Sin poderlo evitar, me ponía a dar saltos de contento. Nunca había estado cerca del cielo; así que, con la ligere- Razón tenía. Es el sueño lo que nos perpetúa más za de mi infantil movilidad, yo mismo me encargaba de allá y más acá del tiempo, y del espacio; hasta dejarnos tener bien informado a mi Abuelo. Con mucho cariño, le ahondar en la eternidad. Soñar es vivir. Y r e c o r d a r. Me repetía una y otra vez: veía a mí mismo jugando y correteando por toda la explanada del Acantilado. Y a él, leyendo. De vez en —¡Abuelo, que estamos cerca del cielo…! cuando levantaba la vista del libro que tuviera entre —¿Estás seguro? manos; miraba más allá de las olas y del mar. Cuando —¡Sí, Abuelo! ¿Ves?, las nubes están por debajo de yo volvía a su lado, solía repetir. nosotros. 12 13 Abuelo, píntame un sueño Memorial del Acantilado En mi fantasía, la cima del Acantilado tenía forma de —El cielo es tu fantasía. cielo; o tal vez era el cielo mismo. Las gaviotas revolotea- ban por encima de las olas. ¿Sería el cielo como una mon- H o y, me veo niño en el tiempo. Aunque no puedo taña, una montaña muy grande? ¿Tendría la forma del impedir que me envuelvan la madurez y los años. Una Acantilado? Se lo pregunté. amalgama de planos superpuestos y de situaciones cambiantes que, desde la distancia y de la profundidad —Abuelo, ¿cómo es el cielo? de la edad, siguen sorprendiéndome, hasta hacerme la —Como tu fantasía. misma pregunta: ¿Cómo mi fantasía? ¿Qué habría querido decir? Insistí: —Abuelo, ¿dónde está el cielo? —Abuelo, ¿cómo es el cielo? En el mundo onírico de mi mente resurge el niño de —Ya te lo he dicho, hijo, como tu fantasía. entonces. Aquel entonces, varado en el horizonte de lo irre- —¿Cómo mi fantasía? versible, y que se eterniza, dulcemente, en los recuerdos. —Sí, un lugar muy grande, muy grande; y donde todo es limpio y muy bonito. Hoy, el Abuelo no está. Se fue, y con él, el niño cuyo mundo inmenso, fascinante y fabuloso, era él. Queda, igual Han pasado muchos años. Una profunda emoción inva- que el faro nostálgico del Acantilado, ya casi nada más que de mi ser al recordar a aquel hombre que llenó toda mi su recuerdo. Le pregunto: niñez y parte de mi adolescencia. Mis recuerdos han que- dado varados en su vida, y su vida en mi memoria. Hoy le —Abuelo, ¿qué es el recuerdo? brindo, agradecido, esta página en la bitácora del tiempo. —Aquello que se guarda y se acaricia tan dentro del Refleja mi cariño y mi admiración. Porque, reitero, las alma como un amor secreto y no correspondido. horas más felices de mi infancia fueron las que pude pasar —¿Tú has tenido amores secretos no correspondidos? con él en el Acantilado. El Abuelo calló. Una especie de muralla invisible se Aveces, de pronto, todo lo que nos rodeaba queda como interpone entre aquel entonces y este ahora. Como si lo que equidistante entre el cielo y la tierra. está aconteciendo ahora no fuera el recuerdo, y lo aconte- cido entonces no fuera la realidad. —Abuelo, no estoy seguro de estar en el Acantilado, ni de que el Acantilado sea el cielo. 14 15 Abuelo, píntame un sueño Memorial del Acantilado —Díme, Abuelo, ¿qué es la realidad? —Abuelo, hoy los peces están pasando de largo, no me —Algo tan sutil como un copo de nieve que se diluye saludan. en la palma de la mano.