El Sindrome Del Capataz
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El síndrome del capataz Juan Urrutia Elejalde El síndrome del capataz La novela de Bilbao INFORMACIÓN GENERAL SOBRE ESTE LIBRO CRÉDITOS Y RECONOCIMIENTOS Esta novela ha sido cedido al dominio público por su autor, Juan Urrutia Elejalde, que escribió esta obra de ficción a lo largo del año 2014. QUÉ PUEDES HACER CON ESTE LIBRO Puedes, sin permiso previo de los autores y editores, copiarlo en cualquier formato o medio, reproducir parcial o totalmente sus contenidos, vender las copias, utilizar los contenidos para realizar una obra derivada y, en general, hacer todo aquello que podrías hacer con una obra de un autor que ha pasado al domi- nio público. QUÉ NO PUEDES HACER CON ESTE LIBRO El paso de una obra al dominio público supone el fin de los de- rechos económicos del autor sobre ella, pero no de los derechos morales, que son inextinguibles. No puedes atribuirte su autoría total o parcial. Si citas el libro o utilizas partes de él para realizar una nueva obra, debes citar expresamente tanto a los autores como el título y la edición. No puedes utilizar este libro o partes de él para insultar, injuriar o cometer delitos contra el honor de las personas y en general no puedes utilizarlo de manera que vulnere los derechos morales de los autores. Edición y corrección: El Arte de las Cosas Diseño de portada e ilustraciones: Beto Compagnucci. Maquetación: Rasgo Audaz, Sdad. Coop. Edita: El Arte de las Cosas S. Coop. ISBN: 978-84-939190-4-7 Depósito legal: M-36621-2015 Prólogo de la editora La Ciudad y la Ciudad Cada vez que en las Indias editamos una obra de Juan, sobre todo si no es un manual teórico, sino una obra literaria, tenemos la tentación de editarla acompañada de un libro de instruccio- nes. Es ahí cuando nos damos cuenta de cómo han cambiado las cosas. El Ulises de Joyce no llevaba libro de instrucciones y tam- poco el Rayuela de Cortázar. Es quizá nuestro sempiterno deseo de universalizar a nuestro Dogo lo que nos hace pensar por un momento en hacer algo para que todo el mundo se de cuenta de que el contenido de estas páginas es mucho más que una novela, es mucho más que unas memorias enriquecidas con toques de ficción, es mucho más que un ejercicio de introspección literaria. Este libro es una venganza. Y no una venganza personal, en el sentido de que no va dirigida contra alguien en particular, eso tampoco sería ninguna novedad, sino contra toda una clase social. Una clase social que estableció un régimen de apartheid a través de lo que nos llega más adentro como seres humanos: nuestro sentimiento de pertenencia. Es verdad que en esta novela hay detalles, matices, que solo serán captados por los bilbaínos. La ventaja es que, como todos sabemos, el bilbaíno nace donde le da la gana. De hecho, noso- tros, los indianos, nos hicimos bilbaínos en 2011. Es difícil ha- certe bilbaíno, porque al principio hay una serie de códigos que no entiendes, unas fronteras invisibles, una ciudad y otra ciudad entremezcladas que pegan saltos cada una de ellas a un lado y otro de la ría. Nos preguntábamos, por ejemplo, por qué Getxo a veces es Getxo y a veces es Bilbao; por qué en la ciudad del Guggenheim 7 no hay puentes desde el Museo Marítimo hasta el Abra, por qué el barrio de San Francisco (en pleno centro) está más lejos que Plentzia o por qué el apelativo «los de la margen izquierda» se pronuncia con temor algunas veces, y otras con compasión. Como en el libro de China Miéville, La ciudad y la ciudad, hay dos ciudades superpuestas cuyos habitantes se desven los unos a los otros. Para ambos grupos, hay fronteras que no se cruzan, lugares a los que nunca se entra, barrios prohibidos o peor aún, inexistentes, habitantes invisibles... Para nosotros, ciudadanos «transversales», todo era de lo más críptico. Entonces cayó en nuestras manos un libro de 1904, El intruso, de Vicente Blasco Ibáñez, quizá su novela más mi- litante, donde a través de la vida de un médico inspirado en el Doctor Areilza, nos cuenta como el enfrentamiento entre carlistas y liberales con la industria metalúrgica de fondo, abona el terre- no para la guerra civil y desemboca en la sociedad excluyente y dividida de la postguerra: la ciudad y la ciudad. Y es que en el continente europeo, nada tiene una raíz corta o recta. Fernando VII no pudo imaginar que el restablecimiento de la ley sucesoria de Las Partidas de Alfonso X tendría repercusio- nes tan largas, profundas y sangrientas. Tuvieron que pasar casi dos años para que llegara a las Indias la novela de Bilbao, mucho más cercana y también más profunda que El Intruso. Juan nos sorprendió una vez más, al escribir en tiempo récord su historia más íntima (más aún que Faroladas) y más emocional, y para la Ciudad —Bilbao— aún a día de hoy, también la más polémica. A pesar de un cierto tono pesimista, la idea central de esta novela es la redención y el renacimiento derivados de la paz entre los contrarios. Por eso uno de los dos personajes femeninos se llama Esperanza, porque en ella recae la única esperanza real de reconciliación. Sin ella nos falla, la única opción posible para nuestro Ulises, lo único que impedirá que la historia caiga con todo su peso sobre nuestro héroe, es la muerte. 8 El otro personaje femenino recibe el nombre de Magdalena, testigo de la resurrección de Jesús y, según los textos gnósticos coptos, una discípula más, tan cercana a Jesús como los após- toles, es decir, una mujer empoderada. Magdalena es el faro de nuestro protagonista, la que le señala la verdad sobre una exclu- sión cruel y destructora, la que le pide que arregle esa fractura y cuya presencia se mantiene durante toda la novela. Gracias a ella, que es la verdadera esperanza, sabemos que a pesar de todo la reconciliación es posible y que siempre hay algo a lo que aga- rrarse, aunque ese algo sea un barco rumbo a América. 9 Prólogo a la segunda edición Ciudadanos de Frontera Fue la modernidad la que enhebró definitivamente a la Ciudad qua ciudad en la literatura y la que la transformó en un topos lite- rario, en paisaje necesario para la construcción de la identidad y la subjetividad moderna de ciudadanos libres, dentro de una polis pretendidamente —y con seguridad utópicamente—, igualitaria y fraterna. Los ejemplos son múltiples y no viene al caso el acade- micismo de una larga cita que necesariamente alcanzaría su mo- mento de esplendor con el Berlin Alexander Platz de Alfred Döblin y con el Ulises de James Joyce, ambas publicadas en los años 20. Y si la referencia puede parecer anacrónica, su pertinencia puede iluminarnos en el momento de abordar esta obra, explícitamente subtitulada «La Novela de Bilbao», en tiempos donde la subjeti- vidad ciudadana viene siendo desterrada a favor de identidades estrictamente nacionales, étnicas o genéricas. Y si insisto en retener la referencia Joyceana es porque el Uli- ses —además de su brillantez estrictamente literaria en cuanto a su tratamiento espacial y temporal, su multiplicidad y ese lenguaje que hace estallar las consabidas formas de significación— es so- bre todo un modelo de articulación del ciudadano medio, el astuto judío Bloom, el hombre sin atributos ni lealtades, el flâneur baude- lariano o benjaminiano, en y por la Ciudad donde pasea y a cuyos estímulos responde. Y es que el Síndrome del Capataz, La novela de Bilbao, también aúna, en contexto y con formas bien distintas, es verdad, el bil- dungsroman de su héroe narrativo, su crecimiento e instalación en una madurez que pretende igualitaria, justa y fraterna a partir de una ciudad mucho más compleja que Dublín, en su configuración 11 geográfica, social y cultural. Y también aquí, al realismo y la fideli- dad a lo local, que deleitará a los bilbaínos cuando reconozcan y se reconozcan en calles, pastelerías, teatros e iglesias, hay que añadir la ciudad transformada en topos literario ineludible. Bilbao como objeto de deseo y también como tabú en cuanto que su realidad resulta irrepresentable. En el prólogo se nos dice que «esa Ciudad nuestra que tiene su clítoris en la margen derecha, entre Las Arenas y Ereaga, encima de esa piedra larga que ha ido domándose desde la erección permanente de su republicanismo juvenil. Claro que la vagina es la ría, pero la ría en realidad es sólo la margen izquierda, porque sólo ahí está la falsa creencia en una izquierda que canta al acero como si fueran labradores hollando la tierra./.../ Y la Ciudad en sí, nuestro pequeño Manhattan no es sino el cérvix, allá en el fon- do donde se confunden el dolor y el placer de la ternura material, de una vagina que pide a gritos una enorme verga fertilizadora que trabaje con calma y con fuerza hundiéndose hasta su misma base ayudada por fluidos multicolores y alcanzando el cérvix a golpes». Y no otro es el trabajo de escritura fertilizante de Juan Urrutia en esta novela o trilogía de «novellas», «El dueño de los timbales», «Remolcadores de altura», «El síndrome del capataz». Un trabajo de escritura en el que el progreso vital de Jon, el narrador, se pro- duce implacable y diálecticamente con el intento de entender y ferti- lizar a la Ciudad. He dicho antes que ésta era entre otras cosas una novela de iniciación o un bildungsroman, y lo es, aunque contraven- ga las reglas nunca estipuladas del género y se haya escrito desde la madurez.