Entrevistas con veinte escritores mexicanos nacidos en los 70: De Abenshushan a Xoconostle

0a. inicio.indd 3 7/9/12 3:38:56 PM 0a. inicio.indd 4 7/9/12 3:38:56 PM Entrevistas con veinte escritores mexicanos nacidos en los 70: De Abenshushan a Xoconostle

Emily Hind

Logo Universidad de Wayoming

0a. inicio.indd 5 7/9/12 3:38:57 PM Colección

Diseño y producción editorial: Ediciones Eón

ISBN EÓN:

Primera edición: 2012

© Ediciones y Gráficos Eón, S.A. de C.V. Av. México-Coyoacán No. 421 Col. Xoco, Deleg. Benito Juárez México, D.F., C.P. 03330 Tels.: 5604-1204 / 5688-9112 [email protected]

Impreso y hecho en México Printed and made in

0a. inicio.indd 6 7/9/12 3:38:57 PM Índice

Prólogo 11

Vivian Abenshushan 21

Orfa Alarcón 57

Vicente Alfonso 79

Liliana V. Blum 99

Luis Jorge Boone 121

Karen Chacek 143

Alberto Chimal 167

Bernardo Esquinca 205

Bernardo Fernández (Bef) 227

Iris García Cuevas 251

David Miklos 273

0a. inicio.indd 7 7/9/12 3:38:57 PM Ernesto Murguía 297

Guadalupe Nettel 321

Antonio Ortuño 345

Cristina Rascón Castro 355

Ximena Sánchez Echenique 373

Felipe Soto Viterbo 397

Socorro Venegas 429

Nadia Villafuerte 453

Ruy Xoconostle 477

0a. inicio.indd 8 7/9/12 3:38:57 PM Agradezco a Pepe Rojo por impulsar este proyecto en su inicio al ponerme en contacto con Bef. Admiro mucho Punto cero (1972, Tijuana), la excelente novela que Rojo escribió. Doy las gracias a Alejandra Silva Lomelí y Rubén Leyva por su entusiasmo respecto a la posibilidad de publicar el proyecto, y agradezco la rapidez con que me contestó Cristina Rivera Garza cuando primero busqué una editorial. La Universidad de Wyoming contribuyó a financiar la publicación del libro, y la fe y el apoyo de la adminis- tradora Nicole Ballenger resultaron imprescindibles. Brindo mis respetos al novelista y crítico José Ramón Ruisánchez Serra por seguir dirigiéndome la palabra aunque nunca encontré el momento para entrevistarme con él. Pido disculpas a toda la demás gente con quien no pude entrevistarme. Para remediar las omisiones, compilé una lista de escritores mexicanos nacidos en los setenta. Pedí unos datos del crítico y poeta Ignacio Sánchez Prado, cuyo conocimiento enciclopédico y algo sobrenatural del campo me respaldó en cuestión de . Se encuentra la lista de nombres al final del prólogo. Por último, doy las gracias a John Waldron por darme una fecha límite para el prólogo y aprovecho para declarar mi admiración de las insuperables Gabriela Cano y Patricia Vega, quienes siempre orientan mis investigaciones por puro altruismo.

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Prólogo

Aquí con el pretexto

Las personalidades sumamente agradables con quienes me entrevisté para formar el presente libro no se toman demasiado en serio como creadores, a pesar de su talento, tal vez en parte, porque los libros en México no dejan regalías muy trascendentales que digamos. Debido al agotamiento producido por la tarea de ga- narse la vida aparte de la escritura, no se sabe si todos los autores incluidos seguirán generando textos con fines artísticos. Temo que algunos coqueteen con despreciar en más de un sentido el poder “generacional”; no sólo rechazan la idea de pertenecer a un grupo, sino que a veces parecen dudar de un futuro viable como escritores individualistas. Las conversaciones que sucedieron en casa del autor, es decir, los hogares de Vivian Abenshushan, Bef, Luis Jorge Boone, Karen Chacek, Bernardo Esquinca, David Miklos, Ernesto Murguía y Guadalupe Nettel, no me dejaron con la sensación de

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haber conocido a gente identificada con ninguna estética genera- cional en particular, fuera del sentido general de austeridad. Sus residencias sencillas (y por lo general alquiladas) difícilmente se prestan a la fantasía de imaginarlos como espacios consagrados al patrimonio cultural en un futuro próximo. La modestia y el desdén hacia la posteridad llegan al grado de negarse a mantener siquiera un juego completo de publicaciones en algunos casos. En cierto sentido, esta flexibilidad da motivos de celebración. Nos permite superar la distracción de mercadotecnia generada por el escritor enfrascado en construir monumentos a su propio ingenio. Por otro lado, el gusto templado por lo propio y privado sugiere que de un día para otro, cualquiera de estos autores podría dejar de escribir sin que un grupo de compañeros se opusiera al silencio. En estos tiempos sigo el debate respecto a quién asumirá el lugar antes ocupado por Carlos Fuentes, el escritor del Boom que murió en mayo del 2012. Puede ser que el éxito arrasador de Fuentes no toque a ningún escritor nacido en los setenta. Por suerte, el gobierno hace lo que puede para mitigar la dificultad de mantenerse como creador en México y, por ejemplo, el Sistema Nacional de Creadores había becado a Miklos y Nettel durante el tiempo en que coincidimos. Aquellos dos escritores suplementaban los ingresos de la beca con tareas de índole editorial. Orfa Alarcón y Nadia Villafuerte, por nombrar dos ejemplos más, aprovechaban las becas disponibles bajo el programa, también gubernamental, Jóvenes Creadores. Afortunadamente, los subsidios abarcan cierta flexibilidad de criterio y alientan desde estilos líricos hasta estéticas pop; respecto a esta segunda moda, noto que ahora Esquinca ha ingresado al “Sistema”. Los premios literarios también posibilitan las carreras de los escritores, como se nota en las conversaciones con Vicente Alfonso, Liliana V. Blum y Miklos, quienes lograron reconocimiento tempranísimo por sus textos, casi a la edad en que aprendían a escribir. Para los escritores ya grandes, el plan optimista de competir no siempre funciona. Aunque Bef explica que escribió

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su primera novela con la expresa intención de ganar un concurso (¡y vaya que ganó!), Felipe Soto Viterbo relata un desencuentro con un premio literario que ha resultado en una novela cuya publicación se postergó hasta este año (La conspiración de las cosas, Grijalbo Mondadori, 2012). La competencia entre artistas no es novedad. Villafuerte nos recuerda que una beca apoyó a Juan Rulfo, escritor admirado casi unánimemente entre los escritores tan dados a la discrepancia. El dato del subsidio se comprueba a través de un comentario del propio Rulfo, preservado en la página oficial dedicada a él en Internet: “En 1952 obtuve una beca de la Fundación Rockefeller, establecida en México un año antes. Mediante esa beca y con el apoyo generoso de Margaret Shedd, directora del Centro Mexicano de Escritores, logré dar forma y publicar el libro de cuentos titulado El Llano en llamas”.1 Saco tres observaciones de esta cita. Uno: las obras becadas ganan un premio antes de escribirse, lo cual sugiere la precariedad del pacto. Por ese factor de la suerte arbitraria, ningún escritor perdedor debe atribuir su destino a una carencia contunden- te de talento. Dos: las becas y otras formas de subsidios provocan un espíritu de competencia y, por ende, de individualismo que tal vez ayuda a aislar a los ganadores. Seguramente conviene a la estabilidad sistémica el poner a competir a los más ambiciosos en lugar de pedirles que colaboren; es más, la colaboración jerárquica (por no decir falsa) de los talleres puede resultar en una experiencia brutal como atestigua la entrevista de Blum. Tres: sorprende que Rulfo, el escritor de lenguaje mexicano por excelencia, recibiera dinero de una institución estadounidense. Se podría concluir que el arte mexicano siempre amenaza con descubrir una conexión con el vecino del norte, perennemente visto con tanta ambivalencia. Aunque en sus entrevistas, Bef, Esquinca y Murguía se refieren de

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modo habitual a los artistas que escriben en inglés, Bef me asegura que son los autores gringos “en contra” que atraen el interés. De acuerdo: así se justifican las lecturas de Burroughs, Bukowski y Philip K. Dick, pero… ¿las de Stephen King? Estas indagaciones respecto al proceso de creación en México amenazan mi proyecto de clasificación. Por lo menos desde los tiempos de Rulfo, la pro- ducción de los escritores en México desafía categorías simplonas de lo “mexicano” y una “generación”. Sin duda, cuesta trabajo encontrar un vínculo entre los exponen- tes de la supuesta generación de los setenta. El nacionalismo, para nombrar lo más obvio, no necesariamente une a los autores. En el caso más excepcional, Miklos nació en San Antonio, Texas, y fue adoptado a los tres meses de edad por padres mexicanos. Además de la esperada relación con los vecinos gringos, varias familias mexicanas guardan una relación transatlántica: resulta que la abuela materna de Miklos sufrió la Segunda Guerra Mundial como judía en Francia y tuvo que encargar a la madre adoptiva de este autor a un orfanato francés durante un periodo. Las familias de Chacek y Antonio Ortuño también evidencian el trauma de la migración europea. Chacek relata que su abuelo paterno enloqueció por la misma violencia de la Segunda Guerra Mundial, la cual eliminó a su familia en Polonia. Ortuño menciona que su abuela hablaba de las dificultades de la Guerra Civil Española. La migración en carne propia también afecta a los escritores; por ejemplo, Nettel vivió su adolescencia en Francia; también estudió el doctorado en aquel país y residió un tiempo en España. Cristina Rascón Castro residía en China cuando la contacté, y ella más Ortuño (este tapatío) me completaron las entrevistas por correo electrónico, ya que ninguno de los dos pudo coincidir conmigo en la ciudad de México. Aunque hablé con los otros 18 escritores en el DF, varios provenían de otras tierras mexicanas y sólo se habían mudado a la capital por cuestiones de trabajo. Alarcón, Alfonso, Boone, Esquinca, Villa- fuerte y Socorro Venegas llegaron al DF para trabajar. Blum e Iris

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García Cuevas todavía resisten el imán del DF y platiqué con ellas cuando pasaban por la ciudad (Blum me concedió la entrevista en el aeropuerto Benito Juárez durante una escala). Ahora que me pongo a cuestionar la “mexicanidad” de los escritores, igual extiendo la duda respecto a la definición de “es- critor”. Si la noción de “autor” del siglo xix y xx en gran parte se basaba en una idea algo vaga de novelista o tal vez de poeta, cada vez más el grupo de los setenta se desprende de la dependencia de aquellos géneros. Chacek y Murguía, entre otros, escriben guiones para el cine, y ellos dos junto con Soto Viterbo y Ruy Xoconostle producen incontables textos para revistas. La tecnología contem- poránea también reta la noción del escritor de “libros”. El último texto que publicó Xoconostle, Hackers de arcoíris, únicamente se encuentra de forma digital. Los mismos autores difunden gratis sus palabras a través de una cuenta de Twitter o un blog. Quizá como señal de la inestabilidad del mercado literario, en algunos casos, los textos impresos en papel resultan casi tan efímeros como los archivos que de repente se evaporan del Internet. Por ejemplo, Abenshushan, Bef, Chacek y Ximena Sánchez Echenique, entre otros, escriben para un público “menor” (de niños) y esos textos tienden a esfumarse una vez que llegan a las librerías. Repaso la contradicción: la desaparición del escritor individual sucede a la vez que se siguen regalando premios al escritor individualista. Sugiere que en algunos sentidos nos gusta más la figura del escritor que su producción a la venta. Para adelantar algún resultado concreto en la búsqueda por el lazo generacional, termino por secundar la opinión de Alberto Chimal respecto a la importancia de la caída del Muro de Berlín. El suceso de 1989 quizá marca a los escritores de cierta edad en México. El desplome del Muro puede servir para destacar el mo- mento definitivo en que México vio morir la esperanza de resistir a la política capitalista de los Estados Unidos. Así se renuncia el sueño de seguir un modelo alternativo y hasta superior al capitalis-

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mo denominado “imperialista” del vecino del norte, y se confirma la desilusión con la firma del tlcan en 1992. Con ese tratado de libre comercio se culmina la transición de un México que se veía con lentes de color rosa –esa utopía de sueños “rojillos”– a un México que se asume como plenamente norteamericano y pasa a una época de humor bastante “blue”, es decir, desolado. El espectro del comunismo todavía se insinúa a través de la geografía en la escritura. Venegas ubica varios cuentos en la Cuba de Castro y en una novela Sánchez Echenique trata la Rusia decimonónica; las dos visitan las tierras de sus respectivos intereses en viajes poco comunes para los turistas gringos. El mismo Chimal cuenta acerca de una estudiante que viaja misteriosamente a la URSS después de que ésta deja de existir. La expiración del sueño del modelo económico alternativo genera otro tema en las obras, ahora sí en diálogo con el neoli- beralismo: las exigencias laborales. Ortuño detalla el ambiente oficinesco en su obra novelística, y en los ensayos Abenshushan desprecia la noción de que el trabajo lo es todo. Tarde o temprano, Abenshushan relaciona el tema con los Estados Unidos –la misma conexión que subyace en las novelas de Xoconostle, quien retrata conflictos entre colegas en un México donde se gasta en dólares. Este México abrumado por el ritmo del trabajo y el poder de los dólares sugiere que la economía global llega a las letras de estos escritores para suplantar el interés decimonónico en la ley y los abo- gados (por cierto, la economista Rascón Castro promete retratar a sus compañeros economistas en un texto por salir). Otra economía, una todavía más salvaje que la del mercado libre oficial, también aparece en la literatura: el narcotráfico. La guerra caliente que ha venido a sustituir la guerra fría comprende un efecto desafiante para novelistas. Como observa Alfonso, la inverosimilitud de la violencia en las noticias dificulta la meta de narrar un asesinato que parezca estrafalariamente ficticio. No obstante, Alarcón y García Cuevas publican ficción explícita del conflicto. Al inferir de estos

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textos pesimistas, nadie ganará; por ende, parece probable que la llamada “guerra contra las drogas” tendrá el efecto de solidificar el individualismo y el desengaño de la generación de los setenta. En fin, el escepticismo forma a los autores nacidos en esa década como una generación en negativa. Para no dejarnos sumergidos en la negativa, procuro culminar la introducción con una sugerencia por estudios futuros. Se puede complicar la idea de una generación y así retener el concepto tan útil de las genealogías si se estudian las redes de relaciones entre autores. La cadena de aprendizajes que emerge en las entrevistas descubre una gama impresionante de autores: Eusebio Ruvalcaba encabezó el taller donde se formó Soto Viterbo; Hugo Argüelles enseñó a Murguía; Mario González Suárez trabajó con Alarcón; Daniel Sada se encargó de los talleres en donde estudiaron Sánchez Echenique y Nettel, quien además estudió con Rafael Ramírez Heredia y Juan Villoro. Dentro de esas relaciones previsibles de maestro mayor y estudiante joven, se reta el orden generacional con la presencia de García Cuevas en un taller dirigido por Jaime Mesa, quien nació el mismo año que ella. A su vez, Mesa estudió con Sada. Este enjambre de contactos permite ver que junto con la negación de pertenecer a un grupo, se admite la existencia de todo un pueblo de escritores. Proseguimos a las entrevistas para seguir contemplando la comunidad de diferencias que constituyen los escritores nacidos en los setenta. Para otras exploraciones de este grupo de generación dificultada, incluyo esta lista de otros autores nacidos en los setenta:

J. O. Abblitt Fausto Alzati Fernández Marlene Acevedo Luigi Amara Sylvia Aguilar Zéleny Vizania Amezcua Alejandro Almazán Rowena Bali Mauricio Alvarado Tayde Bautista

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Alejandra Bernal Mayra Inzunza Mónica Bernal Bejarle Paulette Jonguitud Acosta Gabriel Bernal Granados Ramón Lara Gómez Marina Bespalova Juan Larrosa Geney Beltrán Félix Edson Lechuga Daniela Bojórquez Rafael Lemus Hernán Bravo Varela José Mariano Leyva Verónica Bujeiro Luis Felipe G. Lomelí Bibiana Camacho Mayra Luna Rocío Cerón Gilma Luque Celia Chávez Aguilera Humberto Macedo Norma Yamille Cuéllar Rocío Magallón Mariné Gerardo Cruz-Grunerth Alejandra Maldonado Orlando Cruz Camarillo Tryno Maldonado Omar Delgado Alain-Paul Mallard Rodrigo Díez Gargari Miriam Mabel Martínez Rubén Don Askari Mateos Daniel Espartaco Sánchez Paul Medrano Guillermo Espinosa Estrada María Antonieta Mendívil Iván Farías Carrillo Jaime Mesa Luis Felipe Fabre Eunice Mier Arturo J. Flores Emiliano Monge Elizabeth Flores Eduardo Montagner Julieta García González Antolina Ortiz Mariño González Liliana Pedroza Rogelio Guedea Hilario Peña Itzel Guevara del Ángel Julio Pesina Jorge Harmodio Gerardo Piña Iván Hernández Mónica Quijano Julián Herbert Lourdes Rangel Daniel Herrera Antonio Ramos Revillas Yuri Herrera Pablo Raphael Fran Ilich Carlos Reyes Ávila

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Edgar Reza Gonzalo Soltero María Rivera Tania Ruiz Eugenia Robleda Miguel Tapia Alcaraz Juan José Rodríguez Daniela Tarazona Will Rodríguez Everardo Torrez Pepe Rojo Estrella del Valle José Ramón Ruisánchez Serra Arturo Vallejo Novoa Fernando Fabio Sánchez Magali Velasco Vargas Mary Carmen Sánchez Ambriz Carlos Velázquez Ignacio Sánchez Prado Juan Pablo Villalobos Albaro Sandoval Federico Vite Jaime Alfonso Sandoval Elizabeth Vivero Criseida Santos Guevara Gabriel Wolfson Gerardo Sifuentes Heriberto Yépez César Silva Márquez Yassir Zárate Méndez Martín Solares Oswaldo Zavala

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Vivian Abenshushan (ciudad de México, 1972)

¿Cómo te hiciste escritora? Vengo de una familia de lectores asiduos. Mi padre es un lector voraz, lee todo lo que cae en sus manos. Su biblioteca es muy vasta no sólo en el número de libros, sino en los intereses y temas que alberga. Es un tipo de lector apasionado y desordenado. Creo que en el fondo él habría querido ser escritor y sus padres no se lo permitieron. Viene de una familia judía, no muy ortodoxa, excepto en ese sentido de la convención del hijo mayor que debe continuar con el negocio familiar. Y ése era mi padre. Su vocación verda- dera era la de escritor o tal vez la de filósofo o científico, pero en cualquier caso esa vocación quedó truncada. Sin embargo, nunca perdió la afición por los libros, que más tarde se convirtió incluso en una forma de bibliomanía. Por eso los libros fueron una presencia constante en mi infancia. Había libros en la cocina, en el baño, en las recámaras. Había más libros que muebles. Pero había libros no sólo de la biblioteca de mi padre, sino también de la de mi madre

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que es editora, una editora autodidacta, digamos. Tampoco tuvo un gran apoyo familiar para seguir su vocación, pero ella lo hizo de manera individual. Trabajó un tiempo como secretaria de Octavio Paz y luego entró al Fondo de Cultura Económica, donde aprendió el oficio editorial y donde trabajó durante 25 años, casi tres décadas conviviendo con escritores, tratando con ellos –y yo crecí en medio de ese mundo. Aunque no fui una lectora precoz ni una niña ratón de biblioteca, tuve esa cercanía inicial con los libros como objetos familiares. Nunca sentí ningún tipo de presión en casa para que yo escribiera o leyera. Los libros se convirtieron, más bien, en un espa- cio de conversación y en un vínculo afectivo. Así que era un poco ineludible el destino de la escritura. Cerca de los 15 años empecé a escribir cuentos, cuentos de aficionada en la escuela. Tenía una maestra de literatura –que es una historia frecuente para muchos escritores: encuentran alguien afín, un maestro que les descubre que pueden ser escritores– y participé en algunos concursos. No tuve muchas confusiones a la hora de decidirme por la escritura y finalmente decidí estudiar letras, aunque la carrera no me pareció estimulante y me decepcioné a tal grado de la academia, que decidí no seguir por ese camino ligado al cubículo.

¿Cómo te ganas la vida? Fundamentalmente me gano la vida dando talleres y escribiendo, también haciendo colaboraciones para revistas, pero eso último lo hago cada vez con menos frecuencia, porque la realidad cultural mexicana es deplorable. Cada vez hay menos espacios de publi- cación y en los últimos diez años han desaparecido numerosos suplementos y revistas culturales. Además, pagan muy mal y a des- tiempo. Y lo peor: en estas publicaciones hay muchas convenciones alrededor de la escritura y poco espacio para la experimentación. Entonces, colaboro en ellas sólo de vez en cuando, y evidente- mente no vivo de eso. También tengo una editorial independiente, Tumbona Ediciones, de la que no vivo, aunque recibo un pequeño

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sueldo (muy simbólico y que conseguí apenas hace un año gra- cias a que organicé el Sindicato Único de Tumbonas, el sut, un sindicato que me tiene a mí como único miembro). Fundé esta editorial en el 2005 junto con Luigi Amara que es mi esposo –es escritor– y un grupo creadores artísticos muy jóvenes. Se trata, en realidad, de una cooperativa sin fines de lucro, que ha sobrevivi- do gracias al entusiasmo y la imaginación de sus miembros, pero que económicamente no representa una ganancia. Así que, como muchos otros escritores en este país, hago malabares para ganarme el sustento. Siempre he tenido una vida muy austera. Todos mis muebles son de segunda mano aunque no lo parezca. [Se ríe] Y no he necesitado trabajar demasiado. No me gusta, como habrás notado en mi libro Escritos para desocupados. Ahí critico el uso del tiempo contemporáneo y esa compulsión neurótica de nuestra época por trabajar todo el tiempo, bajo cualquier circunstancia, en una persecución enloquecida detrás del dinero. Yo fui editora de una revista y entré en ese ritmo, ese ritmo de las revistas, que es un ritmo frenético. Al año de estar ahí entendí que no quería vivir el resto de mi vida así. Entonces decidí distanciarme y empecé a adoptar un ritmo personal, un poco a contracorriente. Trabajo las horas que yo quiero, cómo yo quiero, donde yo quiero, y eso significa tener una vida económica muy incierta, pero también muy libre. Desde entonces me juré no volver a pisar una oficina ni sucumbir al ritmo del capitalismo. ¿Pero de qué iba a vivir? Descubrí poco a poco que impartiendo talleres, es decir, compartiendo mi visión de la escritura con otros, podía tener una fuente de ingresos un poco más segura. Hay muchos escritores que viven de eso. En Estados Unidos, por ejemplo, existen las carreras o los programas de escritura creativa que permiten a muchos escritores vivir de la academia sin sacrificar necesariamente su visión creativa de la escritura. En México no hay tal cosa. Las carreras de Letras son más bien para filólogos, investigadores o críticos y la escritura queda en quinto plano. Fuera de la academia existen talleres de

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escritura un poco azarosos y a veces nefastos. Ahí a veces se re- produce una idea equívoca de la escritura, una idea domesticada, llena de fórmulas o recetas narrativas. Yo fundé un Laboratorio de Estrategias Creativas, donde busco hacer una crítica de ciertos procedimientos aprendidos, donde recupero el sentido del humor, el juego, la irreverencia, la escritura colectiva, la improvisación y el espíritu más o menos salvaje de las vanguardias (desde el dadá hasta el situacionismo francés). Es un laboratorio intinerante y multidisciplinario con el que he recorrido una buena parte del país. Este año, el laboratorio fue invitado por el Instituto Cervantes en París para formar parte de su programa de actividades. Así que el nomadismo del taller se ha extendido fuera de México, lo cual me entusiasma y alegra. Cuando estoy en el laboratorio no siento que esté trabajando, en realidad extiendo mis preocupaciones estéticas hasta ahí. Se ha convertido también en un espacio de investigación y experimentación para mí.

¿Y tus proyectos futuros? ¿En qué estás trabajando? Acabo de terminar un libro hace algunas semanas. Entonces estoy en ese momento un poco de horror vacui, de paréntesis vacío, entre el término de un libro y el inicio de otro. Pero tengo varios proyectos en mente, cuentos a la mitad y la idea de una novela que me persigue desde ya hace mucho tiempo, una novela sobre la inmovilidad. Es la historia de un grupo de personas que intentan salir de la ciudad y no lo consiguen. Son cinco intentos distintos, cinco versiones de la misma historia, por salir de esta ciudad inescapable, aunque imagino el espacio de la novela como un lugar un poco inubicable. La he querido llamar Una novela sin novela porque en realidad son cinco posibilidades del fracaso de la novela, de la imposibilidad de la aventura. Es un poco un ejercicio, un experimento narrativo. En eso estoy, pero en la parte más preliminar del ejercicio. Estoy tomando mis apuntes, tratando de ver por dónde va el lenguaje. Por otro lado, el libro que terminé es un libro de ensayos que se

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llama Escritos para desocupados. Surgió como una muestra de esa tensión que he percibido a veces entre vida y escritura. De pronto sentí la necesidad de hacer que las búsquedas que yo estaba haciendo en mi narrativa y en mis ensayos, en mi propia escritura, encontraran una correspondencia en mi relación con la vida, mi vida más cotidiana. Empecé a sentir un enorme malestar frente a un estado de cosas en el país y, al mismo tiempo, en la literatura, una literatura que tiende a domesticarse, a degradarse. Percibo una pérdida del sentido de la escritura como un fin en sí mismo. Para muchos jóvenes la aspiración de ser escritor esconde, en el fondo, la aspiración del reconocimiento mediático. Hay una ocupación del tiempo del escritor por parte de los medios, una explotación excesiva de su figura, una sobreexposición del autor, y empecé a re- flexionar alrededor de eso. Se convirtió en una especie de obsesión. Me parecía que a mí me afectaba directamente esa transformación de las últimas décadas, la relación del escritor con el público, la relación del escritor con los medios y con su propio tiempo. Sentí que empezaba a ver efectos difíciles de identificar, complejos y sutiles, pero ineludibles en la escritura de mis contemporáneos, no sólo mexicanos sino de otros países. Una escritura muy veloz, no en el sentido narrativo, sino en el de la impaciencia, con mucha prisa por ser publicada, con poca profundidad, llena de guiños compartidos, muy homogénea y propensa a seguir ciertas modas, una búsqueda desenfrenada por publicar en grandes editoriales internacionales, sobre todo españolas en el caso de los escritores mexicanos. Entiendo que un escritor busque los mejores editores para sus obras, editores que le den circulación a sus libros más allá de su país de origen. Pero no entiendo la compulsión por publicar. Eso está descuidando un poco el tiempo que necesita un libro para completarse, para concebirse, para reescribirse. Si bien me parecía que los que quisieran podían seguir ese camino, esa relación con la escritura a mí me perturbaba mucho. Yo sentía algunas presiones de mis editores, de mis editores de revistas, de mis editores de libros,

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para que sacara cosas más pronto, ¡y para que no dilatara en sacar una novela! Y me preguntaban: “¿Por qué sólo escribes fragmentos y cuentos y ensayo y no novela, que es el género prestigioso o el género que vende más?” Entonces decidí tomar una distancia, una huelga de la escritura, y esa distancia tuvo que ver también con dejar de trabajar para la cultura y el mainstream que se volvían muy demandantes. Y surgió este libro, que es una reflexión sobre –o contra, más bien– el trabajo. Es como una especie de campaña contra el evangelio del trabajo, una crítica abierta a la sociedad contemporánea que ha hecho del trabajo, él éxito y el dinero los valores supremos, una era que vive bajo el dogma de la producti- vidad. Escritos para desocupados es una defensa beligerante del ocio, una defensa de la lentitud, una defensa del tiempo propio, de una respiración más pausada, del anonimato en la escritura. Así surgió este libro de ensayos cortos, crónicas, fragmentos de diario, todas miradas distintas, digamos, sobre el mismo problema.

De El clan de los insomnes elegiste dos cuentos como tus dos textos mejores, según la introducción del editor Álvaro Uribe en Best of Contemporary Mexican Fiction. Después, él eligió “La cama de Lukin” como tu cuento representativo, que trata de la desaparición de las mujeres durante una época cada año. ¿Por qué decidiste que este texto era tu mejor cuento? Mira, es que en realidad conmigo la elección fue distinta porque Álvaro conocía todo el libro y me dijo que el que le gustaba era ése. Estaba cerrando ya la antología y de pronto Uribe sentía que faltaba alguien de la generación de los 70. Él estuvo buscándome y me convenció finalmente. Ese cuento forma parte de mi primer libro de cuentos, que son alrededor del insomnio, de la imposibilidad de dormir, pero que son también reflexiones sobre la falta de imaginación del mundo contemporáneo. Los personajes que habitan este mundo enrarecido, situado entre el sueño y la vigilia, son un poco excéntricos, enloquecidos. Son,

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a su manera, disidentes de un mundo que vive siempre de día y no les permite vivir de noche. Ellos han hecho del insomnio una forma de resistencia, una forma de no participar en el mundo diurno del capitalismo salvaje. Hay una defensa de esos personajes –otra vez “defensa”– de su tiempo. Es decir, quieren poder ocupar las horas –que los demás ocupan para dormir– para ser ellos mismos, para lanzarse a una serie de empresas un poco estrafalarias y sin sentido, como sucede precisamente en “La cama de Lukin” con ese grupo de hombres que deciden construir una especie de cama universal. Se trata de una parodia del pensamiento utópico. Y también una mirada irónica frente a la disolución contemporánea de la pareja. Está escrito en un tono muy fársico. Son un grupo de hombres que viven en un mundo en donde las mujeres se van cada cambio de estación; así como caen las hojas en otoño, las mujeres se van. Entonces ellos se quedan solos y viven la angustia de la separación permanentemente. Nunca descansan de esa angustia de la separación. Entonces uno de ellos, una especie de cabecilla o de guerrillero antimatrimonio, los convence de prescindir final- mente de las mujeres. Pero todo esto es en realidad una broma. Es un juego. Además, fracasa. Finalmente las mujeres regresan y los hombres vuelven a empezar una vida en pareja heterosexual. Aunque tuvieron el atisbo de una liberación masculina, no sucede. Yo recuerdo que el origen de ese cuento es muy remoto. Cuando yo estaba en la universidad había una epidemia –no era una moda– de jóvenes estudiantes, particularmente de hombres, que hacían cam- pañas en contra de la procreación –yo creo que llevados a esas conclusiones por el escepticismo. Había seminarios en la univer- sidad, simposios y conversaciones serias, filosóficas, en contra de la procreación y de tener hijos. Ahí se me ocurrió el cuento. ¿Qué sucede con un mundo que ya no quiere tener hijos? ¿Se trata sólo de hedonismo o de un escepticismo radical frente al futuro? Yo misma a esa edad no quería tener hijos; quería ser escritora y me parecía que la escritura era una actividad egoísta y celosa y que no

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iba a tener tiempo para criar un hijo. Creía, como Vila-Matas, que el escritor debe ser una máquina soltera. Cosa que a los 33 años se reveló contraria a mis expectativas, porque repentinamente el reloj biológico me puso en jaque y me atacó un deseo irrefrena- ble de tener un hijo. Me sucedió también que pasaba por un mo- mento de mucho entusiasmo, iba a fundar una editorial propia, estaba profundamente enamorada, había regresado de Argentina donde advertí un movimiento social anticapitalista sumamente creativo y fecundo, y pensé que no debíamos dejar que sólo los abusivos y los ambiciosos se reprodujeran, sentí que yo misma no debía dejarme vencer por la desesperanza. Y tuve un hijo hermoso, Oliverio. Pero, bueno, ésa es otra historia.

Me prestaste tus ejemplares de Best of Contemporary Mexican Fiction y El clan de los insomnes y me fijé en que habías tachado texto en varias partes y en otras cambiaste palabras. ¿Sufres de perfeccionismo? No. Fue porque me invitaron a Tucson a hacer una lectura del cuento y nos dieron un límite de tiempo. No podía ser más de 20 minutos porque tenían que leer otros –Cristina Rivera Garza y el mismo Álvaro Uribe. Tenía que hacer una selección del cuento, pero es una edición de momento nada más. Escribo cuentos muy largos, de 20 cuartillas. Entonces para las lecturas en voz alta son problemáticos.

¿Qué pasa con la estructura del cuento cuando lo escribes tan largo? En El clan de los insomnes buscaba una forma de reventar ciertas convenciones alrededor del cuento a través del exceso, la exa- cerbación de la trama. Llevar las cosas hacia un lugar donde ese gusano narrativo, elemental y molesto a veces, la trama, comen- zara a agrietarse, a desbordarse, a perder sentido, a tender hacia el absurdo. Por eso son cuentos largos, morosos, que siempre están

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a punto de caerse, de fracasar. Son cuentos interminables, como las noches de insomnio.

Inviertes la dinámica de “La cama de Lukin” con la desaparición del marido en “La esposa despierta” (por cierto, la descripción de la risa inconfundible del esposo como “delfín” me parece ingeniosa). Ese marido padece de una enfermedad que se asocia con lo femenino, la anorexia, y además trabaja como trapecista y así gana el dinero por el cuerpo exhibido públicamente. De ahí, me pregunto si de verdad los papeles se invirtieron o si sigue dominando lo masculino. Al final, él desaparece. ¿Escribes una literatura que desaparece lo femenino? No. No creo. Creo que el tema de los géneros, masculino-femenino, ya no es una discusión, al menos para mi generación. Tal vez para la generación de Cristina Rivera Garza todavía es una batalla muy presente, pero para mi generación puedes desaparecer lo femeni- no, lo masculino, lo andrógino, lo bisexual o la heterosexual sin cometer una mala jugada. Si un personaje masculino decide dejar de comer no es porque haya una consigna como la que señalas, sino necesidades narrativas. Es decir que hay más bien un juego con las voces narrativas que creo que resulta más libre. Ha tenido que pasar algún tiempo para que esta tradición de las mujeres que escriben se abriera su espacio. Pero ahora las escritoras podemos y debemos escribir en masculino o femenino o como nos venga en gana, sin ningún problema, como lo hacían antes los escritores con las mujeres o como lo hace cualquier escritor que desea es- capar a los clichés más pedestres, a los estereotipos. Los cuentos nacen con una voz narrativa y punto. En el cuento de “La esposa despierta” más bien está presente –y de manera abierta– la figura del trapecista de Kafka o el artista del hambre, que es este hombre que deja de comer por amor a su arte y que va desapareciendo de algún modo, que se está extinguiendo y no come, no desayuna, no cena por una devoción absoluta, y en el fondo autodestructiva, a

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su arte. Entonces, todo el tiempo está la figura artista del hambre en este personaje que se extingue en “La esposa despierta”. Lo que yo estaba buscando en esa narración era que el personaje central fuera precisamente el que nunca habla. Un protagonista invisible, mudo. Era también un ejercicio narrativo: ¿cómo narrar lo ausente, lo que no está, lo que se esfuma? Parece que esa voz hiperbólica, y en ciertos momentos incluso odiosa, de la esposa hiciera que se eclipsara al marido, pero ella habla, a través de su exceso, también de él, de esa ausencia, por contraste.

El tema del insomnio que domina la colección de cuentos, junto con ese miedo de lo que pasaría si los sueños no existieran, coincide con la escritura de Carmen Boullosa. De modo interesante, ella ha rechazado en varias entrevistas la idea de ser leída como escritora. ¿El insomnio y el rechazo de la femineidad en la representación del papel de intelectual tendrán que ver? Mira, no lo sé, la verdad. Me haces una pregunta interesante para mí en este momento, porque estoy en un proceso muy reciente de ser madre, un acontecimiento que cambió mis hábitos de escritura drásticamente. Más que con cierta representación del intelectual, mi relación con el insomnio tiene que ver con el tiempo de la escritura nocturna. Yo escribí el libro El clan de los insomnes de noche, de madrugada. No padezco de insomnio, pero sí soy una escritora (y una persona) nocturna, la hora en que comienzo a sentirme más lúcida, más despierta, es a medianoche. El que padece un insomnio atroz y doloroso y complejo es mi padre, que ha sido un insomne durante muchos años y que ha terminado por trastocar su relación con el mundo. Tiene una relación con la realidad extrañísima, perturbada, ansiosa, descentrada. El insomnio no es, sin lugar a duda, una enfermedad gozosa, y lo sé porque yo viví cerca de su padecimiento. Lo veía sufrir por el insomnio. Entonces, hay algo de eso, un acercamiento al padre de algún modo a través de su dolor, como si con mi escritura estuviera tratando de darle un giro irónico,

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humorístico, quizá sublimar el dolor a través de la risa o qué sé yo. Estoy interpretando de más, pero ahí es de donde salieron estos cuentos. También Una habitación desordenada lo escribí de ma- drugada. Mis últimos libros, que además han sido una producción muchísimo más lenta, los he escrito de día. Cuando nació mi hijo se volvió insostenible esa vida desordenada, disipada, caótica que solía llevar, y tuve que encontrar un tipo de disciplina distinta y escribir en los momentos en que no está mi hijo en casa. Es decir, en las mañanas. Cuando está, me gusta estar con él y además demanda atención, aunque también ya vamos encontrando nuestros espacios cada uno. Le explico que así como él no quiere que lo interrumpan cuando juega, yo no quiero que me interrumpan cuando juego con la escritura, que no es un trabajo. Es algo que gozo y disfruto y no me gustan las interrupciones. Hice una vez una entrevista a Amparo Dávila en la que confesaba con cierta resignación que ya no había vuelto a escribir por sus hijos, porque ella tenía que cuidar a un hijo con algunos problemas. Pero yo creo que eso ha cambiado. Su realidad era muy distinta a la realidad de las mujeres ahora. El equilibrio de la relación con lo doméstico es muy distinto. Mi esposo y yo nos dedicamos a las mismas cosas. Escribimos los dos. Los dos nos ocupamos de nuestro hijo al mismo tiempo. No le dedico más tiempo yo ni tengo que sacrificar mi vida de escritora de ninguna manera.

En “Homenaje al Doktor Zorasky” tienes un narrador sin imagina- ción porque no duerme, o sea porque padece de un exceso de visión. Es ingenioso poder escribir un cuento creativo desde la perspectiva de alguien sin creatividad. Él elige dar una ponencia para contar su historia. Me daría la tentación de pensar que sostienes cierto perjuicio contra los ensayos excepto que los escribes muy bien. ¿El ensayo tiene menos imaginación que la ficción? Bueno, todo lo contrario. [Se ríe] Tengo una relación con el ensayo cada vez más entusiasta. Creo que me reconozco cada vez más en

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el ensayo y hay muchos ensayos en mi narrativa, en realidad. La digresión, por ejemplo, que está prohibida en el cuento pero que es central en el ensayo, es algo que hice intervenir todo el tiempo en El clan de los insomnes. Y bueno, vivimos en un momento en el que los cruces entre los géneros permite la contaminación, la disolución de esas fronteras rígidas, y estos diálogos hacen que los géneros también se modifiquen. Los escritores que me gustan, como Enrique Vila-Matas o incluso Borges, todo el tiempo se están moviendo de la ficción al ensayo, y del ensayo personal al ensayo imaginario, el falso ensayo o ensayo de ficción. Me interesa el ensayo ficticio como un género transgresor que revienta la con- vención de objetividad reflexiva en el ensayo. Yo encuentro que hay más bien muchos prejuicios de la academia hacia el ensayo, prejuicios que lo han desfigurado y que lo han convertido en un género acartonado, que le han quitado libertad y vida por los apa- ratos teóricos, por las necesarias referencias bibliográficas. Se ha convertido en un espacio en el que es más importante el comentario del comentario que el pensamiento propio, que las ideas personales, que llegar a través de tu propio trayecto, incluso si es un trayecto equivocado –por eso es un ensayo, ensayo y error– a tus propias conclusiones en vez de repetir las conclusiones de los demás. El libro Una habitación desordenada es justamente la puesta en prác- tica de ese tipo de ensayo personal, por llamarlo de algún modo, aunque creo que ahora todas estas categorías y clasificaciones y etiquetas como nonfiction prose o personal essay hacen que todo se vuelva un tanto absurdo. [Se ríe] Y por otro lado, confunde mucho. Entonces, hay una idea de que justamente el ensayo es un género no creativo, y yo creo todo lo contrario. Creo que en el ensayo puede haber tanta imaginación verbal o tanta imaginación a secas como en un cuento; muchas de las anécdotas de mis ensayos son imaginarias, inventadas. Hay también una tendencia narrativa en el ensayo que ha sido dejada de lado por el rigor académico. Porque ahí el ensayo se piensa como un género sólo de la inteligencia,

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de la reflexión, de la argumentación, y no como un género en el que se puede especular, llegar a conclusiones imaginarias. Pienso ahora en las reseñas falsas, como las que inventaba Borges y que le permitieron finalmente dar el salto del ensayo a la ficción, jus- tamente con el “Pierre Menard”; pienso también en la estrategia de Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas, que es un ensayo disfrazado de novela donde sólo se leen las notas al pie de página. Estos cruces me fascinan. Estoy dando justo ahora un laboratorio que se llama Derivas, sobre el ensayo, en el que hacemos ensayos ficticios. Todos los alumnos se desconciertan porque hay una fuerte tradición y unas convenciones ya tan arraigadas sobre el ensayo académico que no les permiten romper con la objetividad ni experimentar dentro del género.

Acabas de decir que el rigor académico limitó la creatividad del ensayo, aunque “rigor” definitivamente es una palabra que yo aplicaría a todo lo que escribes. Sí, el rigor académico es un rigor impuesto desde afuera. Me parece que responde a protocolos, a jerarquías y, bueno, me interesa el rigor conmigo misma, con mi propio compromiso con la escritura, con el lenguaje, con mi obsesión con las palabras; sí hay un rigor ahí pero es un rigor autoimpuesto, digamos, un rigor elegido (más cercano a la pasión) y a su manera es una forma de libertad también.

En “Ningún rapto es pasajero” el narrador tal vez es también su propio compañero de cuarto, Salgado. El narrador llega a dudar de quién depende de quién. ¿Esa jerarquía que se insinúa entre personaje y autor te provoca esa cuestión de quién controla a quién o para ti simplemente era un truco literario? En la escritura siempre hay momentos un poco indefinibles. En eso, creo, radica parte de su fascinación y de su seducción –justamente cuando crees tener todo el control y rigor, pero no lo tienes. Siempre los mejores momentos creativos son los que escapan

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a este control, que están fuera de lo que esperabas. Gozan del azar o del momento de la revelación o la de intuición, que no proceden del mismo lado de la razón y la planeación. Y la escritura suele ser una mezcla de esos dos mundos. El escritor que todos los días pone como el obrero o el albañil un ladrillo sobre otro y que trabaja arduamente, también tiene que encontrar esa otra parte que es más visionaria, que se acerca más al sueño, más incontrolable y que es justamente la de la imaginación. Entonces, creo que hay una ten- sión permanente y un cruce entre ambos mundos y que la escritura que sólo busca la eficacia, la perfección, suele perder el vigor y la vitalidad. Pero también pasa a la inversa: una escritura enteramente despreocupada, que no guarda ninguna tensión con el lenguaje, se vuelve fácil, predecible, llena de primeras intenciones.

De la misma forma, en “La conjura de los peatones” sucede una confusión parecida a la de “Ningún rapto es pasajero”: resulta que Edmundo Meleabor es su nieto Lafcadio y que la narradora imagina la diferencia: ve a un viejo y lo percibe como joven. Bueno. No lo había notado con tanta claridad. Lo has señalado muy bien: la presencia de la figura del doble es permanente en los cuentos de El clan de los insomnes. Y quizá ese fenómeno de lo esquizo sea en el fondo una reflexión sobre cómo todos estamos habitados por dos o más personas a la vez. Somos seres contra- dictorios. Nos habita, como dice alguno de los cuentos, un ser que desconocemos, que nos rebasa, que va más de prisa que nosotros, que a veces nos traiciona. Esa duplicidad está presente en mí y supongo que, como yo, muchos seres humanos buscan saber quién demonios son en el fondo. Si es imposible saber quiénes somos, aun más difícil será entender quién es el otro. Entonces creo que esas dualidades que percibes en mi ficción corresponden a esas dualidades reales que nos habitan.

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Es muy interesante que no se pueda suprimir la dualidad en los personajes porque es el motor de lo que hacen. Edmundo Melea- bor no podría formar su “Museo de lo Inesperado” ni llevar a cabo su conjuro de accidentes automovilísticos si no fuera por la tecnología automovilística que detesta (110). Parece que dices que el arte depende de lo que detestamos o que, sin enemigo, no tenemos proyecto. Esto creo que me sucede con muchísima frecuencia. Justamente en el libro de Escritos para desocupados mis amigos se burlaban de mí: “¿Y por qué trabajas tanto en un ensayo en contra del trabajo? ¿No deberías dejarlo ya por la paz y terminarlo y abandonarlo?” Y bueno, claro, son esas contradicciones las que también nos habitan y que son las que le dan su carácter humano también a la escritura. Uno no puede escapar a sus propias contradicciones, aunque lo intentes a través de la escritura misma. Del mismo modo que tengo la necesidad de encontrar una forma de vida distinta, no puedo abandonar la gran ciudad, no me puedo ir al campo. Tengo una adicción a la vida trepidante, urbana, y a sus posibilidades. Hay algo fascinante y odioso al mismo tiempo en la ciudad y en la actividad misma.

Pasando a los ensayos de Una habitación desordenada, en “Ana- tomía del disperso,” “Una habitación desordenada” y “La esca- lera” desarrollas una técnica impresionante de control y juego simultáneos con el lenguaje. Fuera de la técnica, la temática es interesante porque demuestras una habilidad de desarrollar un tema donde tal vez no había. Creo que ésa es una de las cualidades que a mí me gustaría recu- perar del ensayo. Incluso en nuestra editorial hemos creado una colección que se llama Derivas, justamente para volver a publicar ensayos creativos, un adjetivo que no necesita el ensayo (porque lo encorsetaría) pero que menciono aquí porque la confusión actual le

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ha arrebatado eso: la posibilidad de especular. Yo creo que desde Montaigne, que fue el que acuñó el término, el ensayo fue concebido como un paseo, es decir, como un camino indefinido, derivante, azaroso y libre, que no sabes exactamente hacia dónde te va a llevar o dónde terminará. Entonces el ensayo es el trayecto, lo que vas descubriendo sobre la marcha, no la conclusión, no la llegada, no el destino. No la comprobación de la teoría. No la visión dogmática. El ensayo se hace al escribir, y es este proceso de conocimiento, digamos, autodidacta o autónomo el que produce esa felicidad o esa alegría del ensayista, que se pierde si tu camino está prefigurado o delimitado por este andamiaje teórico o académico. No puedes per- derte y, entonces, no puedes descubrir. Si no te pierdes no descubres nada. Entonces, mis ensayos sí proceden así, a través de preguntas que van buscando respuestas y que voy a veces descartando, dejando como la huella de ese camino de búsquedas.

Los aforismos de “Cáscaras impuras” recuerdan a la filosofía, género dominado por hombres. ¿Qué te atrae del aforismo? Mira, me atrae del aforismo el carácter fragmentario, la ruptura del discurso lineal, totalizador. Los filósofos que escribieron aforismos no fueron precisamente bien vistos dentro de la filosofía misma, como Nietzsche o Wittgenstein o Cioran, porque no es un camino sistemático el del aforismo. El aforismo va en contra de la idea de una verdad total, de una verdad única. El aforismo es un género escéptico, descentrado, que habla de la imposibilidad de llegar a una verdad final, de un todo cerrado. Entonces, tiene ese carácter de diseminación, de pérdida de centro, que corresponde al tempe- ramento moderno. Y por otro lado, cuando yo era adolescente mi padre me regaló un libro de aforismos de Cioran, a los 15 años. Yo creo que fue un regalo muy drástico para alguien tan joven, tan pequeña. Era como la pérdida de la inocencia. Antes me había prestado muchos libros suyos, para mí demasiado pesados, que no

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había disfrutado. Y ese libro fue uno de los primeros libros que leí con interés y con verdadero placer a pesar de que era brutal. En el fondo, los aforismos de Cioran no dejan tregua. No dan esperanza alguna. Me atraía mucho esa posibilidad de producir un efecto tan estremecedor en tan pocas palabras. Esa contundencia, esa relación con el lenguaje, al mismo tiempo tan precisa y tan apasionada, es decir, donde se fundían el exceso y la contención, el rigor pero también la inconformidad, me parecía que ahí encontraba yo un tono que quise emular en mis primeros escritos. Creo que durante mucho tiempo estuve explorando ese mismo registro.

Estoy de acuerdo con la palabra “contundencia”. Tal vez he leído mal los aforismos. Siento que buscan un control, una autoridad, mo- lestos. Describes el aforismo con palabras como “fragmentada” y “libertad”, y me sorprende mucho. No sé si leer tus aforismos fuera del modo que conozco o reconciliarme con el modelo original. Sí, bueno, tienes razón. Los aforismos en sí mismos, como género, suelen tener ese tono del que habla desde arriba, del que tiene razón, un tono quizá sentencioso porque los aforismos surgieron en sus orígenes más remotos –los fragmentos de Hipócrates– como diag- nósticos médicos. Luego se fueron transformando en diagnósticos de la sociedad. De algún modo, el aforismo señala lo que está mal, pone el dedo en la llaga. Es un género moralista en el sentido de que ve la podredumbre que los otros parecen no ver; el aforismo denuncia la ceguera ante una realidad atroz o una enfermedad del cuerpo social. Por eso tiene ese tono, en efecto. Pero, por cierto, ya no escribo tantos aforismos. [Se ríe] Tal vez porque suelen tener ese tono pontificador o definitivo.

Nada más un ejemplo porque no lo entendí del todo. En “Cáscaras impuras” escribes: “Hoy todos comprarían una foto de Sócrates bebiendo la cicuta con el mismo interés con el que se miraban los

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videos del presidente Clinton de los Estados Unidos pidiendo las disculpas por sus adulterios. En ella se leería la retórica del gesto, nunca la de las motivaciones” (73). ¿Cómo? Sí, lo que quiere decir es cómo vivimos en una sociedad a la que sólo le importan la gesticulación y la imagen y que no se pregunta por las motivaciones, es decir, por lo que hay detrás de los actos, lo que sucede realmente, las causas. Se trata de una sociedad que vive la superficie solamente, la superficie de la imagen y no las razones profundas, lo que lleva a alguien a cometer adulterio como Clinton o suicidarse como Sócrates. En el fondo, todo el mundo vive atrapado en la simulación en nuestra época. La imagen parece inescapable.

Pero a la hora de sacar motivaciones, que es lo que hizo Hillary cuando habló de la relación de Bill Clinton de niño con su madre, se volvieron peores las burlas. ¿Qué habría pasado si el suicidio o la condena de Sócrates hubie- ra sucedido a la vista de todos y no en solitario como él eligió? ¿Si hubiera entrado en ese mundo de la imagen permanente y del es- pectáculo del acontecimiento? Quizá tiene que ver con el espectáculo, más bien, con la transformación de la motivación en espectáculo.

Dijiste que a veces inventas cosas para el ensayo. En “Una habita- ción desordenada” mencionas a Juana. Cuando me dejó entrar tu asistenta doméstica, le pregunté si se llama Juana como la figura del ensayo. Me dijo que no. [Se ríe] Fíjate que ella sí existió y además murió muy joven. De algún modo, por eso le dediqué el ensayo.

Es siempre tan difícil hablar de la asistenta doméstica, porque se abre al juicio de que uno debe limpiar su propia casa y no apoyar al sistema clasista. Claro. Sí tengo varias amigas gringas que cuando vienen a Méxi- co se escandalizan porque tengo asistente doméstica. Y, de algún

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modo, es válida esa crítica. Por supuesto que eso no sucedería si viviéramos realmente –y no sólo en términos políticamente co- rrectos– en un mundo democrático en el que cada quien se ocupa de lo que quiere y de sus cosas. O donde se podría hacer otro tipo de intercambio –intercambios de tiempo: mientras yo escribo, tú lavas los platos, pero luego haces lo que tú quieras. Pero no vivi- mos en ese mundo realmente y para muchas mujeres en México la única posibilidad de escapar al infierno familiar y el machismo es el servicio doméstico. Para muchísimas mujeres la única forma de supervivencia, o de escapatoria, de una familia de alcohólicos en su pueblo es venirse a la ciudad a trabajar en una casa. Hay una ambigüedad evidente ahí, sin duda. Y una forma de clasismo también. Pero cuando me dicen eso mis amigas gringas no me queda más remedio que responder así: ¿acaso no son los migrantes mexicanos quienes hacen el trabajo que los norteamericanos no quieren hacer? Los mexicanos somos los empleados domésticos de los gringos.

El libro sobre Julio Ramón Ribeyro me encantó. ¿En qué público pensabas a la hora de escribir? ¿Cómo se hace para escribir crítica interesante? Bueno, éste fue un libro por encargo. Entonces, ahí ya cambia toda la relación con el libro porque viene de una propuesta de una edi- torial que está haciendo en México una colección de invitaciones a lectura para un público no especializado, no para grandes lecto- res sino para jóvenes lectores o lectores que no conocen a ciertos autores. Están haciendo esta colección que podríamos llamar de divulgación más que de crítica literaria, que son cosas diferentes en sus procedimientos y en su forma. Entonces, el tono estaba dado desde ahí. Fue muy complejo encontrar el registro del libro. Yo había leído algunos otros libros de la colección y no me habían gustado porque tenían un tono excesivamente didáctico. Pero tam- poco podía yo tener una visión demasiado personal de la obra de

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él o postular una hipótesis que profundizara en alguna idea sobre Ribeyro, porque era un libro que buscaba hablar de la totalidad de la obra, asociarla con su vida como escritor. Entonces estuve buscando cómo resolver este dilema, que ya es en sí mismo interesante. La premisa que me dieron en la editorial era que no debía autocensu- rarme, no tenía que controlar el lenguaje. Es algo que, además, yo les pedí. Es decir, uno no acepta escribir si no puede hacerlo como quiere. Tenía libertad, pero también había algunas características generales de la colección que eran ineludibles, como hablar de la vida y obra del autor, hacer una biografía literaria. Tratar de esas relaciones entre vida y obra es arriesgadísimo porque puedes hacer interpretaciones muy fáciles, creer que todo en la escritura de un autor responde a su vida. Siempre trataba de abordar algunas otras interpretaciones posibles de la obra aunque algunos cuentos, como él mismo declaró, provinieran de hechos concretos de su infancia. Es evidente que no debes agotar la interpretación de un cuento a partir de la anécdota personal de un escritor. Esa lectura biográfica está muy superada hace mucho tiempo, pero tampoco me parecía justo ignorarla del todo. Porque la biografía, los cuadernos de no- tas, los diarios, también descubren un temperamento de escritor. Entonces si Ribeyro decía, “Bueno, esto lo escribí porque habla de un ropero que en efecto pertenecía a mi familia”, lo puedes po- ner no como explicación del cuento, sino como una anécdota que acompaña su gestación. Eso y nada más. El registro seductor, de invitación a la lectura, era premeditado totalmente porque se trata de compartir la pasión, el gozo de la lectura de un autor. Si un autor te despierta un entusiasmo genuino, procuras que otros también gocen con él –y ocurre, sobre todo, con la obra de Ribeyro, que es un autor que convoca a lectores muy singulares. Es un autor un poco secreto todavía en México que merece, sin duda, tener una lectura mucho más amplia.

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¿Fumas? Fumé. Fumé mucho, muchísimos años y en muchas cantidades, además. Pero lo dejé como a los 30 años por hartazgo, porque me estaba haciendo un daño atroz, y porque un doctor me dijo que si seguía fumando iba a terminar muy mal. Y lo dejé.

Abrir el libro con la descripción de Ribeyro como fumador nos seduce, pero no veo cómo se relaciona eso con la autora que escribe aforismos. Son momentos diferentes, ¿no? De lecturas diferentes y también de momentos de escritura distintos.

¿Hay algo en la narrativa o en el acto de leer que te recuerde a las drogas? ¿Hay una relación o cierta lógica que conecta la narrativa con la nicotina? Es una pregunta muy interesante, muy compleja. Me parece que, de algún modo, si tuviéramos que extremar la metáfora, la lite- ratura sí cambia tu percepción de la realidad como lo hacen de algún modo, por otras vías y con otros efectos, las drogas. Pero sí es un cambio de visión, un cambio de percepción, un cambio de relación. También son formas de autoconocimiento, como lo son a su manera las drogas. ¿Por qué? Porque el lector tiene que participar en su lectura. Si el lector no imagina, si no completa, si no llena los silencios, no hay literatura. No sucede la literatura. Entonces, a pesar del desprestigio que tiene hoy la literatura o a pesar de los pocos lectores que convoca en términos generales (al menos pocos en relación con los que había hace cien años) los libros siguen siendo un camino del descubrimiento personal. Es probable que la literatura no cambie al mundo. Nadie después de Cervantes cree que una novela pueda cambiar la realidad, pero sí transforma a los individuos.

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Admiras la timidez y el rechazo de las entrevistas por parte de Ribeyro. Creo que para ti Ribeyro se vuelve mejor escritor porque no tuvo éxito inmediato durante su carrera. Escribes: “De alguna forma, ese anonimato, que persiguió con tanto celo, lo mantuvo lejos de la vulgaridad del éxito, pero cerca de la fidelidad de sus lectores, que se volvieron legión” (51). ¿Por qué el éxito es vulgar pero tener público no lo es? Mira, la vulgaridad del éxito radica en algo que sucede cada vez con más frecuencia y que tal vez le ha pasado notoriamente a la obra de Roberto Bolaño, y es cómo la figura del escritor sustituye a la obra, la lectura de la obra. Es decir la leyenda ocupa el lugar de la escritura. Entonces supones que ya leíste a un escritor porque lo has visto todas las semanas en la televisión y has leído todas las reseñas de su libro; ya no vas al libro directamente, sino a las refe- rencias del libro, a la representación. Has leído todo sobre el libro y no el libro, a ese fenómeno George Steiner lo llamaba la “sociedad secundaria”, que abunda en la academia pero que también ocupa ya el espacio de la lectura cotidiana, como parte de la mediatización de la literatura. Me parece que cuando hablo de público, ahí me refiero justamente a estos lectores que sí fueron seducidos por la obra de Ribeyro más que por sus fotografías, sus entrevistas en la televisión, y que llegaron directamente, sin la intermediación de la imagen, a sus cuentos. Ahí entraron en su universo, y además eso fue creando a una gran cantidad de lectores en su país, de manera sorprendente. Eso lo vi cuando fui a Lima para presentar el libro, cómo los taxistas saben quién es Ribeyro, lo han leído, te reco- miendan las calles por las que debes ir para conocer los barrios de los que escribió. Es un autor que se volvió popular a pesar de su timidez y de su impopularidad inicial. Pero tuvo un acercamiento muy genuino, me parece, en ese sentido con sus lectores.

Otra vez, pensando en ese enemigo que nos forma, tú escribes de cómo Ribeyro clasificaba a los autores por su cara. Y haces un

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poco eso con su imagen, con su foto. ¿Hay una posibilidad de leer sin buscar al autor detrás del texto? Hay muchos autores cuyos rostros no conozco. Una enorme can- tidad de autores clásicos, por ejemplo, hasta que empecé a ver las imágenes de Quevedo y Góngora por todas partes. No necesita rostro el autor. Uno busca el rostro (o la biografía) después y lo hace por afinidad, del mismo modo que uno se acerca a los diarios íntimos, porque va en busca de las manías de escritura, las posturas frente al lenguaje, las contrariedades creativas, las dudas de un escritor; de algún modo, vas en busca de ti mismo también. ¿Qué cosas tuyas descubres en el otro? O viceversa, ¿qué cosas te revela la relación del escritor con la escritura? Por eso uno indaga en la vida de un escritor, para hacerle todas esas preguntas que me has hecho hoy: cómo vive, de qué vive, si tiene tiempo para escribir? La vida práctica de un escritor le parece inmensamente atractiva y reveladora a otro escritor, pero por razones que van más allá del mero afán de chismografía, por un interés de aprender a vivir o de resolver sus propias dudas de escritura.

Hablando de esa posibilidad de ver el texto sin la chismografía, ¿te molesta si te leen como mujer? Depende. Me parece que ha habido algunos excesos en relación con este tipo de lectura o de clasificación de la “literatura femenina”, sobre todo en la academia norteamericana –lo debo decir directa- mente– que luego trasladó su epidemia a México. Y, además, yo lo padecía en la universidad. Me pareció muy odiosa, porque leer sólo como mujer a una escritora es reducir las posibilidades de su obra a una sola lectura. Entonces, detrás de todo el discurso reivin- dicador de la literatura femenina, ¿qué ocurre? Se vuelve contra sí mismo, regresa la escritura al claustro, la vuelve a encerrar. Y me parece que ese rechazo a la categoría de “literatura femenina” es cada vez más frecuente, porque lo veo con las otras escritoras con las que converso y a las que leo: cada vez nos interesa y pre-

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ocupa menos esa pregunta. No es que esté desaparecida ni es que queramos escribir como hombres. Es simplemente que nuestras preocupaciones ya están en otro lado. Quizás ésa fue una pregunta para una generación anterior a la nuestra.

No es para pelear, pero si yo no hubiera decidido de antemano que habría números iguales de hombres y mujeres con estas entrevistas, habría más hombres porque son más visibles y como grupo han escrito más. O en las antologías, los hombres dominan todavía en la literatura mexicana. Sí. Pero tal vez tampoco haya tantas escritoras que valgan la pena. Es decir, hay que preguntarse también, ¿qué tantas escritoras se atreven a publicar? Y entre las que publican, ¿quiénes valen la pena? ¿O valen la pena sólo porque son mujeres? Yo creo que no podemos caer en este juego de cuotas, publicar el libro de una escritora –aunque sea terrible y haya un consenso alrededor de eso– sólo porque es mujer. Eso es nefasto. Pasa en México todo el tiempo. Se lo oigo a muchos críticos literarios, y a muchos acadé- micos: “Aunque sea mala, hay que ponerla porque hace falta una mujer”. Entonces, eso no ayuda, todo lo contrario, va generando un rechazo y una desconfianza legítimas hacia la literatura escrita por mujeres. Y ni modo, ese espacio se tiene que encontrar por la escritura misma, no por ayudas, ni cuotas, ni ideas políticamente correctas.

Pasando a Escritos para desocupados, en “Mate a su jefe: renun- cie” dices que entrevistar a Juanes te hizo tocar fondo. ¿Cómo? [Se ríe] Obviamente estoy burlándome de mí misma y de mi vida cuando fui justamente directora de una revista que se llamaba Complot a la que yo había entrado con mucho entusiasmo porque tenía ese nombre un poco de conspiración. Me gustan mucho las conspiraciones, los clanes, los clanes de insomnes, esas cofradías secretas de personas que buscan otras formas de convivencia o de

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vida que no son las convencionales, ni las habituales. Esos seres excéntricos que van detrás de su propia figura. Y lo que encontré cuando llegué a la revista fue todo lo contrario: una revista que había perdido su viejo impulso underground que había vivido durante los años 90, muy importante en México, para que hubiera espacios de publicaciones diferentes. Se había convertido, con su nuevo dueño, en una revista de modas y de estrellas pop más comerciales, y que a mí francamente no me interesaba. Acaso puedo bailar una canción de Juanes sin vergüenza, pero tampoco me apasionaba como para ser la editora de eso. Entonces me deprimía mucho. Muchas amigas me llamaban y me decían, “Felicidades porque ya eres la directora. Te has empoderado”. Esto para mí no es un empoderamiento. Estoy renunciando a mi tiempo de escritura. Tengo que complacer los ca- prichos del editor para el que trabajo. Terminé tomando la decisión más drástica en mi vida que fue no volver a trabajar para nadie y poner mi propia editorial. Hago ahí lo que realmente me interesa, que es publicar las cosas que no encuentran o que encuentran cada vez más difícilmente un espacio de publicación en México.

Con Tumbona Ediciones publicas, de Laura Kipnis, Against Love, que es un tratado a favor de las virtudes de la infidelidad. Es una selección interesante. ¿Cómo llegaste a ese libro? Llegué a través de una revista casi desconocida que se llamaba El Polemista que hacían Julián Etienne y otro joven, Pablo Duarte, que además ahora forman parte de la editorial. Ellos dos lo tradujeron. A partir de ese ensayo surgió la idea de toda una colección que se llama Versus y que son ensayos en contra. Fue gracias a la revela- ción de Kipnis, que es un libro extraordinariamente bien escrito, muy incisivo, muy crítico, con mucho sentido del humor, aunque a veces sea un humor muy sarcástico, a veces incluso hiriente, que me pareció muy atractivo. Además, es una lectura muy inteligente. Le da la vuelta a los lugares comunes sobre la infidelidad y revela el reverso del lado moral de la infidelidad mostrando cómo es más

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inmoral condenarte a vivir una vida que no deseas, porque ya no amas a tu pareja, pero te sientes atado por la convención o la norma o la institución del matrimonio.

Volviendo a la queja central de muchos de los ensayos de Escri- tos para desocupados, la cultura pop y la cultura literaria: en la cita que leí en una pregunta anterior, dices “tocar fondo” con la entrevista a Juanes. ¿La cultura pop que rechazas y la cultura literaria que quieres cultivar no están inevitablemente vinculadas o sí sientes que puedes dividirlas y elegir? Mira, mi rechazo hacia el pop no es al pop en sí mismo. Digamos, también escucho música pop que es extraordinaria. es la mediocridad en la que se ha sumido la industria editorial en los últimos 30 años y la enorme cantidad de basura que se genera. Ése es el problema central: cómo la promesa de un éxito veloz, fugaz –es una percepción que seguramente me va a granjear muchísimas críticas de mis contemporáneos y a la que me quiero arriesgar porque creo que hay que discutirla– ha ido acabando con el talen- to de muchos escritores, muy pronto. Es decir que los ha hecho dar pasos antes de tiempo y los ha hecho caerse rotundamente y perder la posibilidad de hacer una obra importante. Entonces ésa es la crítica que hay en el fondo. Sé que existen esas presiones del mercado porque yo las vivo todo el tiempo. A mí me llaman mis editores, me corrigen mis textos en las revistas porque no pueden tener ciertas palabras porque la gente no las va a entender. Es decir, hay una serie de premisas del mercado que sí están ocupando más espacio en la creación, en la publicación. Entonces a mí me interesa oponerme de manera aguerrida a eso.

En “La Cámara de Escritores Desocupados” escribes con despre- cio del nombre de autor como marca en el brand system. Esas divisiones entre el libro mercado y el libro marginal no las he creado yo, las ha creado el mercado y existen. Al menos en

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México, sucede que los jefes de prensa de las editoriales desean que sus autores se vuelvan marcas reconocibles. En Estados Uni- dos esto fluye de manera menos problemática porque ocurre desde hace mucho tiempo. Es decir, el escritor que presenta sus libros y da cientos de entrevistas y asiste a sesiones de fotos, es algo que forma parte del sistema literario norteamericano desde hace mucho, porque ha tenido y tiene todavía un mercado importante de lectores. En México no es así: aquí no hay lectores pero sí todo un sistema de consagración del autor. No sé qué efectos haya podido tener en Estados Unidos a diferencia de México, donde hay una tendencia que hace que el lector renuncie a la lectura y opte por la figura del autor, es decir, por el entretenimiento. Ése es el problema central: alejarse de la literatura por comprar una marca. Puedo pensar en casos muy concretos. Vale más el nom- bre de Poniatowska o su figura o su rostro que su obra misma. Entonces se lee menos o se lee mal o se lee apresuradamente o importan más las declaraciones del autor que lo que escribe. Esta sustitución es algo que sucede de manera apabullante en este momento. Me parece que hay momentos en los que el escritor también reflexiona sobre lo que hace, sobre su oficio. Y ése fue mi caso. Por suerte, yo con este libro concluyo esta reflexión. No quiero dedicarme el resto de mi vida a eso. Me parecía su- mamente importante que yo me interrogara sobre una serie de incomodidades personales, de perturbaciones. Me sentía extraña en un mundo que me parecía cada vez más hostil, con una serie de exigencias nada literarias, que me alejaba de una idea personal (quizá anacrónica o romántica) de la literatura, pero en todo caso sentí la necesidad de defender mi derecho a ser anacrónica o a discutir la banalidad de mi época. ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no discutirlo frontalmente?

Claro, tienes todo el derecho de provocar una polémica. Creo que parte de lo que estás diciendo es que la crítica literaria ayuda a

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crear el libro mercado y a resaltar ciertos nombres. Me pregunto ¿cuándo no fue así? Yo creo que son panoramas distintos porque en México ya no hay crítica literaria. Ése es el gran problema. Ojalá hubiera crítica lite- raria, es decir, lectura, que es lo que hace la crítica literaria. Lo que hay es mediatización de la literatura, que no pasa por la crítica, que no pasa por la lectura. Que pasa sólo por los medios de la forma más trivial y poco inteligente, de la forma más comercial, fácil. Tú abre un suplemento en México y no hay espacios de crítica literaria. Lo que hay cada vez más son raitings, ésos sí abundan. Lo que hay son estrellitas que califican los textos como si fueran hoteles o como si fueran coches. No hay lectura. Entonces, tal vez se trata de realidades distintas. La academia en México está muy, muy lejos de crear un gusto o propiciar una idea de la literatura. No sé si es bueno o malo, pero al menos en México tiene una in- cidencia menor, realmente.

Cuando Juan José Arreola y Guadalupe Amor aparecían en la televisión mexicana hace décadas, ¿señalaban la decadencia de sus carreras, según tu perspectiva? ¿O es la manera en que los editan lo que provoca la falta de responsabilidad intelectual? Bueno, los momentos de Pita Amor y de Arreola en la televisión fueron en términos generales muy lamentables, sobre todo los de su última época. Fueron incluso patéticos. Yo recuerdo la escena de Arreola en un programa de variedad en la noche con Thalía del que lo sacaron porque ella dijo que Arreola tenía abierto el zíper del pantalón y que además era un rabo verde. Fue humillado pública- mente porque el mundo de la literatura y el de la televisión son dos mundos que no conversaban entre sí. Realmente no estaba Arreola agregando una mirada distinta frente al espectáculo, ni mirándolo desde un lugar original, ni aportando alguna idea sugerente o crítica, ni haciéndolo distinto, sino que estaba puesto ahí, como un payaso, como parte del circo. Y era muy triste. No sucede eso con todos los

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escritores. Hay escritores muy inteligentes que aparecen con fre- cuencia en la televisión –Juan Villoro podría ser uno de ellos– cuya figura todavía no se desgasta pero que podría desgastarse en cual- quier momento, muy pronto. Siguen haciendo una obra inteligente, lúcida, crítica. No han perdido –no quiero llamarlo “seriedad,” por- que no es ésa la palabra– no se han trivializado; entonces, agregan algo a la televisión. Pero cuando la televisión te usa nada más y te manipula, entonces no sirve de nada asistir a ella. Hay un ejercicio muy interesante de un académico francés, Bourdieu; escribió un largo, larguísimo ensayo, Sobre la televisión. El ejercicio consistía en que él iba a leer el ensayo en un programa de televisión. Entonces pidió que no hubiera corte a comerciales, que no lo editaran, que no se tuvieran que poner imágenes todo el tiempo. Para él, el discurso era en sí mismo importante y podía prescindir de la imagen o ¿cómo podía hacerse una crítica de la televisión desde la televisión con edición? Tal vez la única forma en que sea interesante la presencia de los escritores en la televisión es que ellos provoquen una ruptura en ese medio tan controlado, tan manipulador, tan lleno de intereses, y si no, lo único que sucede es que son usados. No es que yo esté en contra del escritor en la televisión, sino que hasta ahora no ha habido una provocación auténtica, una postura del escritor en la televisión que la vuelva intelectual y estéticamente interesante. El escritor no se ha apropiado de ese medio creativo y sólo es usado como alguien que opina sobre ciertas coyunturas para avalar ciertas posturas, para convertirse en alguien que opina aunque su opinión se olvidará al instante siguiente. La palabra en la televisión pierde todo ese carácter que tiene la escritura de durar, de crear reflexiones más perdurables, de otra índole, que realmente nos revelen algo o que transgredan el statu quo.

Tu literatura sí tiene ese carácter poco fugaz. Quién sabe. Yo creo, y lo digo en uno de los ensayos de Una habitación desordenada, que ya el escritor actual no cree en la

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posteridad, que es algo cursi hablar de la posteridad, que es algo romántico, que sólo Goethe podía pensar en cómo él superaría la muerte gracias a sus lectores futuros. Justamente hay una pér- dida del sentido de la posteridad desde las vanguardias, que era un arte efímero, del momento, que no creía en esta sacralización del escritor. Ésa fue una postura en su momento revolucionaria y movió algunos esquemas que eran insostenibles de la literatura decimonónica, pero luego se quedó el escritor con un gran vacío. Entonces, si el escritor no tiene reconocimiento de la posterioridad, lo que busca es el reconocimiento inmediato, instantáneo, es decir, el del éxito mediático.

Una última pregunta sobre Escritos para desocupados: en el ensayo “Freegans o el Walden de los suburbios” escribes con admiración de la gente que se niega a ir de compras y en lugar de eso vive de las sobras. ¿Existe cierto riesgo en despreciar lo femenino si se desprecia el comercio? Ni siquiera pensé en el lado femenino, sino en el fenómeno del exceso. Además, ¿desde cuándo el consumo es exclusivamente fe- menino? Vivimos en una sociedad que se ha definido por completo –desde sus relaciones económicas hasta sus relaciones afectivas y culturales, sus formas de trabajo y ocio– a partir del consumo. De lo que hablo en ese ensayo es de cómo las cosas han perdido su equilibrio en relación con la naturaleza y con la producción misma. Hablo de una sociedad del derroche, el desperdicio, la sobreproduc- ción, las necesidades creadas y la permanente insatisfacción. Nunca hablo de las mujeres que van de compras. No sé si ir de compras es sólo una actividad femenina porque tirar bolsas de plástico –re- cientemente legisladas en México como artículo de venta y no de cortesía– es una actividad universal y pertenece a todas las clases sociales y contamina por igual en todas partes. Cuando estaba escri- biendo el libro de los desocupados me interesaba indagar sobre la existencia de movimientos que, desde distintos lugares del mundo,

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buscan otras formas de convivencia. Quería saber si mi rechazo a la ética del trabajo era una locura solitaria, neo-jipi y ridícula, o si se trataba de un espíritu de indignación e inconformidad más generalizado. Por eso hice una investigación amplísima sobre los freegans y su movimiento de consumo cero. Yo no los conozco. No he viajado a Nueva York para entrevistarlos, pero recibí noticias de muchos amigos que sí los conocen y me enviaron una documen- tación amplísima. Es probable que desde lejos haya incurrido en una idealización de los freegans. Pero esta revisión de lo que está pasando en términos éticos, políticos, económicos, ideológicos en el mundo me descubrió un desacuerdo con la hegemonía capitalista mucho más extendido y que en estos momentos se está expresando en todas partes. Entonces, se trataba de búsquedas a lo mejor tími- das, a lo mejor fragmentarias, a lo mejor poco articuladas, sobre otras formas de vida. Pero hoy esas búsquedas han encontrado una expresión común. Lo que me interesaba entonces era señalar una forma de vida distinta, crítica al sistema, aunque podía ser tan frágil y efímera que cualquier otra. No sé qué sucederá en diez años con los freegans. Pero en ese momento despertaba mi curiosidad vital e intelectual ese grupo de personas que decidieron dejar de consumir, esos ascetas situados en los márgenes. Su espíritu se ha encontrado ahora con el hartazgo de muchas otras personas. Es decir, que la historia no ha muerto.

¿Perteneces a una generación de escritores? No, yo creo que no. La idea de generación es inoperante desde hace muchos años. Creo que cualquier escritor de “mi generación” diría que no pertenece a una generación pero, además, francamente sí me siento muy lejos de las formas, las escrituras, el realismo de la literatura mexicana, incluso de algunas preocupaciones de la lite- ratura mexicana y de mis contemporáneos. Algunos me han dicho que mi literatura parece centroeuropea o checa o polaca o que no pertenece al universo nacional. También porque la idea de nación

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está muy desfigurada en esta época; ¿quién defiende su bandera más allá de un partido internacional de fútbol? Las gestas mundialistas son el último reducto de la nacionalidad. Y en ese mismo sentido, la tradición de las literaturas nacionales también se ha desfigurado. Es decir, la literatura desde hace mucho tiempo, mucho antes de que llegara la globalización, fue una forma de viajar sin pasaporte. La imaginación no requiere visas ni etiquetas generacionales para ser. Por otro lado, creo que mis contemporáneos se encuentran todavía en proceso de configuración de su obra. Aunque ya hay autores muy arriesgados y muy interesantes, todavía no se configura una obra imprescindible. Se trata de una generación que se está moviendo, está discutiéndose. Podría parecer que hay un ánimo de escepticismo general –si tuviéramos que encontrar una atmósfera común de los nacidos en los 70. Sucede que somos escritores de una época iletrada, escribimos en un país que ya no lee o que ha dejado de ver al libro como centro de la cultura. Eso es ineludible. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha despertado de pronto un entusiasmo por nuevas formas de narrar, nuevas relaciones con los medios tecnológicos, las formas que el blog y el Internet, e incluso el Twitter, propician en términos de autopublicación y de nuevas relaciones con el lenguaje. Hay escritores que sienten que se pueden abrir ahí formas de experimentación verbal inéditas. Se trata de un momento entusiasta alrededor de esas posibilidades. Yo todavía no tengo una postura al respecto, me parece muy pronto. Estoy en proceso de indagación.

¿A quiénes lees entre los escritores mexicanos? Me interesa mucho toda esta serie de escritores que se sitúan en los márgenes más que en el canon de la literatura mexicana. Empeza- ría con Francisco Tario y con el cuento fantástico más que con la tradición realista y costumbrista en México. Serían Tario, Amparo Dávila, Augusto Monterroso, Arreola, Hugo Hiriart, Fabio Morá- bito, un escritor que admiro mucho y que pertenece justamente a

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ese tipo de escritores secretos que no han guardado una relación espectacular con su figura, con su imagen. Se trata de un escritor discreto y al mismo tiempo extraordinario en términos de la imagi- nación, de la cualidad de su lenguaje que tiene esa ambigüedad de venir de otro idioma, del italiano, y de tener una relación singular, llena de tensiones, con el español, que a lo mejor nosotros que lo hablamos solemos perder de vista. Nunca deja de estar consciente del lenguaje. El trabajo con el lenguaje es algo que la mala literatura contemporánea ha perdido por completo de vista. Se crean tramas, historias, anécdotas, eficacia narrativa, pero no hay ambigüedad, no hay contrasentidos, no hay reinvención del idioma, neologis- mos, faltas de respeto a las palabras. No hay escritura. En términos generales, es muy convencional la relación con el lenguaje y creo que tiene que ver con las presiones del mercado, para volver a mi tema de militancia. [Se ríe] Me interesan mucho los ensayistas mexicanos; suelen gustarme más que sus novelas: me sucede con Juan Villoro, con Enrique Serna, con Guillermo Fadanelli. Me gustan algunas cosas de Cristina Rivera Garza, sobre todo su relación de riesgo con la literatura. Escritores más cercanos a mí, incluso amigos míos que puedo leer con cierta objetividad y que me entusiasman: Guadalupe Nettel, Antonio Ortuño, Heriberto Yépez, Luis Ignacio Helguera, un escritor que murió prematuramente y que hace poco publicamos en la editorial Tumbona.

Muchas gracias por la entrevista. De qué. 19 de agosto, 2010

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Obras publicadas

Ensayo

Escritos para desocupados. Inédito. “Contraensayo”. Luvina 63 (2011): 8-15. “Brevario de insumisión pirata”. 20 años de ensayo Jóvenes Creadores del fonca. Selección e introducción de Armando González Torres. México: fonca, Programa Cultural Tierra , 2010, pp. 429-439. “Instituto mexicano de la frustración”. En Vivian Abenshushan (ed.). Revolución 10.10. México: Instituto Mexicano de Ci- nematografía/Random House Mondadori/conaculta, 2010, pp. 25-31. Para entender: Julio Ramón Ribeyro. México: Nostra Ediciones, 2009. “El placer de rascarse la cabeza”. En Voix du Mexique.16 écrivains contemporaines. Edición bilingüe y de descarga gratuita en internet del sitio: , 2009. Una habitación desordenada. México: Universidad Nacional Au- tónoma de México/DG Equilibrista, 2007. “Mate a su jefe: renuncie”. En Verónica Murguía y Geney Beltrán (comps.). Félix El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo xxi. México/conaculta, 2006. “Contra el ensayista sin estilo”. En Antonio Saborit y Ana María (comps.). Los mejores ensayos 2004. México: Planeta, 2005.

Cuento

“Ningún rapto es pasajero”. En Julio Ortega (ed.). Usted está aquí. México: Jorale/Orfila, 2007, pp. 21-32. El clan de los insomnes. México: Tusquets, 2004. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2002.

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“La cama de Lukin/Lukin’s bed”. Trad. de Susan Ouriou. En ´lvaro Uribe y Olivia E. Sears (eds.). Best of Contemporary Mexican Fiction. 2009, pp. 2-31. “Ningún rapto es pasajero”. En Diego Trelles Paz (comp.). El futuro no es nuestro. Narradores de América Latina nacidos entre 1970 y 1980. Consulta en línea: , 2008.

Literatura infantil

“El torturador de mapas”. En Historias para girar. Cuentos Por- tátiles. México: sm, 2004. “Salvador Novo: el presidente de la luna” y “La novedad de Novo”. En Crónicas de infancia. México: sm, 2003, pp. 13-17, 65-68.

Blog

http://desokupados.blogspot.com http://laultimalibreria.blogspot.com

Twitter

@zingarona

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Orfa Alarcón (Veracruz, 1979)

¿Cómo te hiciste escritora? Desde niña no había otro oficio en mi cabeza. Bueno, sí, en algún momento dije: “Quiero ser maestra” y “quiero ser policía” pero también la idea de escribir siempre estuvo en mi cabeza. Sí supe que cualquier cosa que hiciera en la vida siempre se iba a comple- mentar con eso. Desde niña, dice mi mamá, yo me ponía a dictarle, que decía “Mamá, a ver, escribe”, y ya le contaba cosas. Según yo, hacía cuentos. Si nadie me hacía caso en la casa, agarraba las latas y –no sabía escribir– pero me ponía a copiar: “Manteca de puerco”, o lo que fuera. Me ponía a escribir. Para cuando entré a la escuela –que no me gustaba– ya era para mí muy fácil identificar la forma de las letras. Aprendí muy rápido a leer. Como que nunca tuve otra opción.

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¿No te gustaba la escuela? ¡No! [Se ríe] No, para nada. El kínder fue una experiencia que no me gustó nunca. Las primeras semanas protesté todo lo que pude hasta que mi papá se cansó y ya no me llevó. Entonces, no sé qué es el kínder. No fui al kínder. Y la primaria, pues, eso sí era obliga- torio. Yo recuerdo que me aferraba a la pata de la mesa y lloraba. Me agarró mi papá y –obviamente– me sacaba de allí y me llevaba a la escuela, pero nunca fue una experiencia agradable para mí. A mí me gustaba aprender leyendo o escuchando o viendo la tele. Ese contacto con los libros siempre fue lo que más me gustó. O sea, mi juguete preferido era una enciclopedia, de ésas de doce tomos de Salvat, roja. Yo tenía cinco años y era lo que más me divertía, pero en la escuela no. Nunca pude con eso.

¿Fuiste a la universidad? Sí, fui a la Universidad Autónoma de Nuevo León y ahí estudié letras. Fíjate que la universidad sí me gustó. Creo que fue la única escuela que me ha gustado.

Y estudiaste letras con la idea de hacerte escritora. Sí. Sabía que no iba a vivir de eso. Pero también estudié letras para ver de qué sí podría vivir. Buscar otra cosa, para tener muchas lecturas y poder escribir después.

¿Asististe a algún taller? Asistí a algunos talleres impartidos en Monterrey, talleres locales y uno que teníamos que tomar obligatoriamente en la universidad, o a veces entre amigos nos tallereábamos los cuentos. Creo que ha sido una experiencia padre. Mucha gente desdeña eso de tomar talleres, pero yo he aprendido. Siento un cambio de punto de vista y también puedo ver otras perspectivas en mi texto. Bueno, yo me he enamorado de mis textos y creo que son lo máximo pero hay

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errores muy obvios que a veces no detecto y que otra persona sí me los puede decir. Entonces, creo que he tenido buena experiencia con los talleres.

¿Has recibido apoyo del Estado para escribir? Para escribir la novela Perra brava tuve la beca del fonca del 2007 al 2008. Es un año. Tuve esa beca que fue la del programa Jóvenes Creadores.

¿Por eso viniste al DF? No, yo ya vivía aquí. Buscando trabajo llegué al DF. Fue cuando comenzó mi experiencia editorial. He estado en varias editoriales. Y digo, después de escribir, lo que más me gusta es hacer libros. Creo que voy bien. Estoy haciendo lo que me gusta. Soy editora y además escribo.

¿Y tus futuros proyectos? ¿En qué estás trabajando? Estoy trabajando en la segunda novela que no he podido arrancar bien. Es muy difícil. Para empezar fue difícil despojarme del tono que utiliza la narradora en Perra brava. Fue muy difícil dejarlo atrás y encontrar otro tema, otro tono narrativo, otras atmósferas y otras problemáticas con otros personajes. Ese proceso ha sido muy complicado para mí. Estoy empezando algo que creo que va a ser totalmente distinto a la Perra brava pero que no va ser nada comercial. Ése es el gran conflicto porque me han pedido varios lectores, sobre todo los jóvenes, la segunda parte de la Perra brava. Después, si les entrego algo muy lírico y algo donde juego mucho con la literatura, pues se van a sentir decepcionados, sobre todo los jóvenes que esperan que yo siempre les dé grandes dosis de sangre y de sexo y de violencia. La segunda novela no va a tratar de eso.

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¿Cómo fue que publicaste con Planeta y no con Tierra Adentro, tu otra editorial estatal? Quise primero agotar las primeras opciones, las que me atraían más no en el sentido de que una editorial sea mejor que otra, sino porque las más comerciales tienen mejor distribución. Era lo que más me preocupaba, la distribución. Entonces acudí a las que consideré que estaban mejor en este tema: fui a Random, fui a Planeta, Ediciones B y Santillana. De esas cuatro opciones tuve varias respuestas pero me gustó mucho el trato de Planeta. Entonces ahí me quedé.

¿Ellos te ayudaron a editar el libro o salió tal como tú entregaste el manuscrito? Se hizo una lectura, sobre todo para ver errores de dedo o cacofonías que a veces resultaban. Pero yo supervisé los cambios. Los tuve que autorizar. Yo soy muy quisquillosa con mis textos. Entonces tuve que autorizar los cambios yo.

¿Alguien más te leyó la novela en un taller o algo? Sí, estuve en el taller de Mario González Suárez. De hecho, él fue mi tutor cuando tuve la beca del fonca. Entonces, fue muy buena experiencia y me estuvo orientando muy bien. De hecho, creo que Mario no ha leído la última versión de la Perra brava. En algún momento, cuando la llevábamos tallereando como la mitad, dije, “No, yo no puedo más. Tengo que concentrarme yo sola y escri- birla”. Y ya, la escribí.

El caló mexicano y el inglés enriquecen mucho la novela. ¿Cómo llegaste a ese lenguaje? Como hablante regiomontana creo que no fue gran problema por- que lo que hice fue representar un lenguaje que ya existe. Además, cuando estuve en la universidad haciendo mi servicio social estuve haciendo un programa que se llama El Habla de Monterrey, que

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tiene un corpus de estudio sociolingüístico de los más extensos. Tiene más de 600 horas de grabación de entrevistas a hablantes re- giomontanos nativos. Estuve trabajando con eso y me gustó mucho. El habla de Monterrey es algo que a mí me encanta, no solamente por el acento sino también por la lengua. Bueno, y aparte yo toda la vida había estado en Monterrey. Tuve mucha atracción hacia eso y lo estuve leyendo mucho, oyendo mucho. Y también contribuyó a eso El Cártel de Santa, que es un grupo de hip-hop regiomontano. Yo creo que no se le ha dado el valor que amerita. Aparte de lo buenos que son musicalmente hablando, ellos han captado muy bien esa habla de Monterrey y han logrado reproducirla. Están cumpliendo una función muy importante que es la de preservar esa lengua. Todos sabemos que el lenguaje cambia. En cualquier momento va a mutar y va a ser otro pero ellos lo preservaron. En ese sentido, fueron muy valiosos para mí.

Dices que estás reproduciendo lo que oyes pero no me parece tan sencillo. En Perra brava, se destaca lo repetitivo de ese lenguaje al analizar los múltiples significados de la palabra “pedo” (158). ¿Cómo logras coquetear con la fuerza del caló sin caer víctima de su simpleza? Trabajé mucho también con los diálogos. Yo creo que me quedé con sólo el 30 o 40 por ciento de los que había hecho originalmente porque solamente elegí los más ágiles, que aportaran algo a la his- toria y no como un diálogo que pudiera decir algo obvio; es como si yo te digo ahorita “Estamos sentadas en una mesa y hay unas sillas y nos trajeron café y té”, eso para qué lo digo si lo estamos viendo y lo sabemos. Entonces, fui muy cuidadosa con los diálogos en el sentido de no decir cosas obvias sino solamente aquellas que pudieran aportar a la anécdota o que anunciaran algo: viene algo, viene algo fuerte, que crearan allí como una tensión. Después, creo que más difícil que eso fue transmitir esa oralidad que se había manejado en los diálogos en las partes que no son diálogos, en las

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partes que son más descriptivas o introspectivas de Fernanda. Por eso batallé también. En las introspecciones traté de conservar el ritmo pero no conservar el caló, por decirlo así. Fue algo difícil. Esa parte fue más compleja todavía que reproducir el lenguaje.

Fuera del mundo de los dos narcos, por lo general en México hay una cultura fuerte de los apodos. ¿Me puedes comentar acerca de esa costumbre del apodo? Pues sí, todos tenemos apodos desde niños y no siempre es algo agresivo o para molestar sino que surgen desde la casa. Los pone la mamá: “Chiquito” o “Gordita”, no sé. Por ejemplo, para mi mamá yo soy “Negrita” de toda la vida. Y no es para mí ni ofensivo ni molesto. Al contrario, es la única persona del mundo que me dice así y yo lo valoro muchísimo. Si alguien más me dijera “Negrita” yo lo sentiría como una intromisión, como el querer suplantar la identidad de mamá y no lo perdonaría nunca. Pero sí es algo muy frecuente. Si ves a los jugadores de futbol, todos tienen su apodo. No se les dice nada más por su nombre; pasa desde la casa, desde la cuna, en la primaria y en todos lados. Los políticos también tienen su apodo.

Son como metáforas ¿no? Y también sirven para representar una actitud de quien pone el apodo hacia la otra persona. Puede ser una actitud de aprecio o de ninguneo, o de desprecio o de cercanía, de que hay alguna familiaridad. Por ejemplo, en un ambiente laboral se pone un apodo cuando, aparte de que hay una relación laboral, hay una amistad. Hay una cercanía, no nada más porque sí le vas a poner un apodo a alguien en el trabajo. Ahí sí es como más cauteloso el asunto, pero sí es muy frecuente.

En Perra brava Julio no parece tener apodo. No. Julio es Julio. No podría tener apodo por la misma cuestión del respeto que tienen sus hombres hacía él y su mujer –y también sus mujeres.

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¿Todavía no llega a ser “El Señor de los Cielos” ni nada por el estilo? No, no desde abajo hacia arriba, hacia Julio categóricamente, ha- blando de categorías, por el respeto. Y ya en jerarquías de narcos, pues, tampoco Julio es todavía tan poderoso. Es un personaje que está en ese proceso. No llega, pero va. Va ascendiendo y ascen- diendo. Si hubiera ascendido un poco más, ahí sí se hubiera ganado un apodo. “El Señor de los Cielos” sí es un apodo que no te lo dan porque sí. Se gana. Y Julio todavía no llegó a eso.

Volviendo al tema de la música del Cártel de Santa, ¿cómo es la relación de causa y efecto entre esa música y el estilo y compor- tamiento de los narcos? Yo creo que son dos cosas que van muy paralelas. Es como decir “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?” Yo creo que van juntos. Desde el Medioevo se cantan las hazañas de los héroes, ya sean héroes buenos o héroes… que afectan… no sé; por así decirlo, un héroe que puede ser bueno o malo, bueno-malo. Robin Hood, que para unos podría ser un villano y que para otros podría ser el gran benefactor del pueblo. Es muy curioso que en nuestro país el papel del narcotraficante si bien es satanizado y es criticado, hay sectores de la población que no lo ven así, que lo ven como: “Es que él vino y nos puso la escuela en el pueblo. Si el gobierno nunca se acordó de nosotros, él sí”. Y él viene y les da despensas a las mamás solteras. Y él viene y les da regalos a los niños en Navidad. Creo que también el papel del narco tiene esta doble lectura en el pueblo mexicano que puede ser el que está afectando el país y el que mata a gente en la calle y a niños inocentes que van pasando; y también el que es bueno. Me estaba acordando en la tarde de … bueno, es alguien muy famoso, no puedo decir nombres, pero es un señor al que yo estaba entrevistando, pues, porque me en- canta el tema. Le preguntaba sobre la relación de su hija con un narcotraficante y él no decía nada. Él se dedicaba a hablar de su

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hija. No podía hablar de nadie más por no comprometerse, pero cuando yo apagué la grabadora y le decía: “Bueno, ya no estamos en entrevista”. él ya era más sincero conmigo y me decía las cosas como realmente habían pasado. Se llenaba de orgullo y me decía, “Es que ese muchacho que es el novio de mi hija vino y se sentó en este sillón”. Y agarraba así el sillón como si allí se hubiera sen- tado o el Papa o la Virgen María o no sé. Yo no soy católica pero para muchas personas son figuras muy importantes, Así como si se hubiera sentado un santo, decía el señor: “Ese muchacho, mis respetos. Y vino y se sentó aquí en este sillón”. O sea, como si ese muchacho que es narcotraficante y que es un delincuente, le hubiera dado un honor a la casa, por el simple hecho de haber entrado ahí. Entonces, bueno, sí son esas dos lecturas. Para algunos puede ser el gran villano y para otros puede ser el héroe, el que los saca de la pobreza y le otorga sentido a sus vidas.

¿Por qué Babo, el cantante del Cártel de Santa, se entrega a la policía en la novela? No parece ser el ideal de las canciones. Además, Fernanda lee en el disco compacto el agradecimiento, “MC Babo agradece a Arlen por ayudarme a salir tantas veces de la cárcel” (138). Así fue en la vida real. Algunas personas opinan que como había matado a un amigo muy cercano y muy querido él se entregó en ese momento, pues, por un cargo de conciencia muy fuerte. Estu- vo aproximadamente ocho meses en la cárcel que fue cuando yo terminé la novela.

¿Por qué divides la novela entre tantos capítulos breves? Quería hacer las cosas muy ágiles y que se pudiera leer en cualquier lugar; incluso el que va en metro, que pueda ir parado y leer como un capítulo de media cuartilla y ya cerrar su libro e irse. La agilidad. Hay capítulos que por lo que cuentan no dan para más extensión. Por ejemplo, los capítulos que son como líricos y de introspección

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hubieran caído en lo soso o en lo aburrido si los hago más largos. Me gustaban breves para contar –mi intención es contar lo que se tiene que decir y ya, o sea, no estarle dando vueltas a las cosas.

Literariamente, en términos formales, ¿qué función cumple el personaje de Dante? Bueno, literariamente, fue un pretexto para reproducir un habla que es de un sector muy particular, que es el sector gay regiomontano. Eso literariamente. Y anecdóticamente era como la conciencia de Fernanda. Es decir, si no hubiera existido ese personaje, Fernanda no habría tenido todos estos matices que se presentaran la novela; por ejemplo, el de la traición hacia un gran amigo. En un momento ella dice que se va a Japón y nunca le cuenta la verdad a Dante, ni siquiera para que esté tranquilo. Prefiere quedarse así. El persona- je de Dante también sirve para hacer un poco de equilibrio entre Fernanda y el lector, y que Fernanda no se presentara de manera tan tosca y pudiera sentirse agresiva. Creo que Dante contribuye a que Fernanda sea también un personaje tierno y entrañable. Sin Dante, difícilmente yo hubiera podido mostrar las facetas dulces de Fernanda.

Sí. Entonces, ¿Fernanda tiene una conciencia –o sea Dante– con la nariz operada? Sí. [Se ríe] Sí. Y luego la pierde. Al final la pierde.

¿Por qué Dante se llama así? ¿Es simbólico? No. Me gustó el nombre. Nunca me cuestioné que se llamara de otra manera. También se podía jugar mucho con el nombre porque, por ejemplo, si se llamara, por decir, Enrique, ¿qué se le puede poner? Enriquito. Hay pocas posibilidades. Sin embargo, Dante podía ser Dantina, Dantesa, Danta, o sea, puede jugarse de muchas maneras.

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¿Por qué te interesa incorporar una figura gay? ¿Hay algún motivo más allá del lenguaje? Pues no, pero no quise presentar un mundo de machos y hembras. El mundo no es así. El mundo tiene muchos matices. Entonces si yo hubiera hecho esa novela de güeyes mamados y golpeadores y de mujeres sumisas que se dejan, pues lo hubiera sentido como poco verosímil porque ni el mundo ni la sociedad son así. Y si ves también las características de los personajes, no son blancos y negros. Tienen muchos matices.

Sí. Al usar la protagonista Fernanda como narradora, te com- plicas el proyecto porque su agresividad y narcicismo parecen evolucionar. Pero como narradora, ella no se evoluciona porque ya sabe desde el principio lo que pasa al final y hasta utiliza el pretérito para narrar. ¿Cómo logras la tensión y esa evolución si ella misma está narrando? Creo que lo dices bien. Como narradora ella no evoluciona. Habla igual, al principio y al final. Pero creo que la anécdota fue como una escalerita de la que yo me pude ir colgando para, a través de los hechos, ir marcando la transformación de Fernanda, sin que ella dijera “Primero era una buena persona y después era una mala persona”. No, eso no se puede hacer. Se tiene que evidenciar a través de los hechos y a través de las actitudes hacia las personas que la rodean. Por ejemplo, lo que sí se puede hacer es decir cuánto quiere ella a su hermana y a su sobrina, y después se enoja porque la hermana está en su casa y tiene los zapatos sucios. Eso sí se puede ir haciendo. Entonces, anecdóticamente fue como yo pude ir mostrando la evolución de Fernanda.

Es casi como si la narradora tuviera cierta ignorancia cultivada. Sí, es que de otra manera no hubiera podido darse.

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Fernanda observa hacia el principio de la novela que su relación con Julio valió la pena “a pesar de lo rasgado que me haya que- dado el corazón” (17). ¿Por qué cree que valió la pena? Pues creo que para Fernanda, Julio siempre va a ser el hombre más importante de su vida. Obviamente va a conocer a más hombres y conocía a muchos otros antes de Julio. Él va a ser como el único. Como dice ella, son muchos hombres pero es sólo un nombre que es el de Julio. Entonces creo que todas tienen un amor así en la vida, que puede haber muchos amores pero hay uno que es el más importante.

Y ahí creo que tomas un paso atrás y evitas la moraleja que podría surgir. Es como si la narradora supiera que es mentira lo que dice de Julio. Por ejemplo, en la cita a que te refieres, Fernanda admite torcer la historia: “Todas mis historias son ciertas, pero los nombres se borraron y solamente quedó uno: Julio, mi niño de prepa, […] Julio al que conocí en un antro, Julio que llega a mi vida un mes antes de mi boda y la arruina” (22). El Julio que conoció en un antro podría ser varios personajes de la novela, y el último podría ser Andrés, “El Chino”; entonces Fernanda ayuda a construir el mito del narco y es consciente de su mentira. Yo creo que eso es muy común en una mujer enamorada. Por ejemplo, le podemos decir a alguien: “¿cómo andas con él? Tú eres tan bonita, tan inteligente, y él es tan horrible y te trató mal y es un narco”. Pero entre más le digamos a una persona eso, más se encapricha y se casa con él. En eso del enamoramiento, se tienden a minimizar los defectos de una persona. Y surgen después, cuando pasa el enamoramiento. Pero mientras, no hay manera de verlos.

Sí, en ese caso es el suicidio de Julio que da pie al enamoramiento máximo. Sí. Y eso que comentas de que El Chino es el hombre que llega un mes antes de su boda y la arruina, eso no lo había pensado.

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[Se ríe] No había pensado que era El Chino. Yo pensaba que era otro. No sabía quién. Yo solamente puse cinco historias posibles con las que Fernanda conoció a Julio teniendo yo mi idea de cuál fue la verdadera.

¿La historia verdadera es que Fernanda baja a Julio de Mara, la estudiante? Yo creo que la historia verdadera es cuando va manejando Julio con sus Cabrones en un carro muy bonito y se le encuentra en una esquina y le grita, “Caminas porque quieres; con ese culito te han de sobrar los choferes”. Yo creo que ésa es la historia verdadera de cómo conoce a Julio. Es muy “Julio” la escena: el carro acá, padre, él va con otros tipos, van oyendo a Cártel de Santa.

¿Y cuál es la necesidad de Fernanda de inventar otras historias? A ella le gustan mucho las historias, supongo que como a mí. No sé. Dice que su amor hacia Julio es muy grande y creo que por ese amor ella tiene que olvidar a los otros hombres. Pero porque le gustan las historias y por esto mismo le gusta lo que ha sido su vida, dice “Okei, los conservo, pero son Julio”. Creo que es la salida para conservar esa memoria. La novela se construye en la memoria de Fernanda, que no solamente arranca en la primera escena cuando Julio la viola y la llena de sangre, sino desde antes. Ella empieza a recordar cuando era niña y cuando murió su madre; recuerda a su abuelo y a sus tías.

En otra parte Fernanda narra sobre la misoginia de las cancio- nes que le gustan a Julio; según ella la letra es “nefasta” (27). Al final de la novela Julio la acusa de lo que se podría calificar como misoginia: “Si no te importa nada, no quieres a nadie, no te quieres . No te quieres a ti, Fernanda” (202). Es decir, para la conclusión, ella parece tan misógina como cualquiera de los Cabrones. ¿Demuestra la evolución del personaje de Fernanda

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que haría esa observación sobre la misoginia al principio de la novela o es comentario editorial tuyo? No. [Se ríe] No es opinión mía. Creo que tiene mucho que ver con el personaje, para mostrarla a ella y su supuesta actitud de buena persona que ella dice que tiene hacia los demás. Y para mostrarla después en el caminito, que va golpeando o va agrediendo a muje- res. ¡Cómo no se pone con los Cabrones, la canija! Se pone con los que sabe que pueden ser más débiles que ella que está protegida. Sí, es para mostrar la evolución del personaje. Yo creo que Fernanda recuerda las cosas como las veía antes de conocer a Julio pero no es consciente. En el momento en el que ella narra una cosa, no tiene pelos en la lengua para decir “letras misóginas” porque en ese momento le parecieron misóginas. Después le gustan y no tiene reparo en decir: “Me gustan”. Creo que no tiene esa conciencia pero lo hace y le sale bien.

Es difícil comprender el desprecio del narcotraficante hacia la vida ajena, pero sí llegamos a entrever los motivos de Fernanda por querer matar. ¿Ella sirve como puente entre la mentalidad de los Cabrones y el público, o más bien ella es caso aparte? Es caso aparte porque si bien doy pequeños esbozos de la psico- logía de los Cabrones y del mismo Julio, no son la parte central de la novela. Por ejemplo, cuando hablo del Yeyo y que tiene una camioneta y que quiere solamente cosas que él sí ha comprado con su dinero para su hija, son detalles que no se relacionan con Fernanda. O El Chino, que es pura pose. Se cree intelectual y no es nada. Pero Fernanda es aparte. De hecho, la Perra brava no es una novela de una mujer en el narco. Sus móviles son distintos. A ella no le interesaba saber cómo pasar la droga o cuánto cuesta o cuánto va a ganar. No le importa. Ella tiene otras cosas en la cabeza, como su papá, como su hermana, ella misma –su egocentrismo. Es caso aparte.

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Respecto a la temática, ¿tu novela –como que había descartado esta posibilidad de interpretación pero ahora la rescato– tu novela promueve cierta lección o denuncia social? No creo. No creo. Pero nunca tuve en la mente ningún fin moral. Y si lo tuviera no habría resultado. O sea, sería algo contradictorio porque por un lado podría leerse como: “¿Ya ves cómo acaban los narcos? No te metas en eso porque te van a matar”. O podría verse también como que se está alabando el estilo de vida nar- cotraficante y tener vestidos de moda y las mejores camionetas y todo eso. Entonces podrían chocar esas dos lecciones, pues no creo que exista una lección moral en la novela y ni siquiera tuve esa intención nunca.

¿Cómo llegaste a la piscología de Fernanda? ¿Estudiaste algunos textos o te entrevistaste con gente del mundo narco o de la mujer maltratada? No. Fue muy difícil. Ya había leído sobre maltrato. Sobre rela- ciones de maltrato estuve leyendo muchos testimonios y material. Pero aún así era para mí algo muy complejo porque no le entendía a Fernanda Salas. No entendía cómo siendo una chica tan bonita y tan inteligente y con el valor de sobreponerse a tantas desgracias, cómo podía llegar a estar con ese hombre y permitir ese maltrato. Entonces fue muy difícil. Después de leer muchos testimonios, me di cuenta de que no podía seguir juzgando a Fernanda Salas porque mi propio juicio iba a impedir que ella hablara. Entonces dije: “Ya. No la voy a criticar. No me importa si ella permite que le peguen, es su problema”. Y empecé a hacer muchos ejercicios que no aparecen en la novela sino que son ejercicios que me ayudaron para dar con el tono de Fernanda. Y eran ejercicios como que me soltaba escribiendo, por ejemplo: “Yo soy Fernanda Salas. Nací en tal y tal y tal”. Como si ella en su torpeza, por no ser escritora, empezara a escribir su historia. Una historia como la de cualquier persona. Con ese tipo de ejercicios fue como pude empezar a en-

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tenderla y fue cuando di con el tono y ya arranqué con la novela. A partir de ahí fue muy fácil.

¿Recordabas la historia de Gloria Trevi? ¡Ah! [Se ríe] No. No, pero bueno, también es una historia que me ha interesado mucho y que he seguido. Pero no, no lo recordaba en ese momento.

En torno al poder soberano de Julio, leemos que “Nada me pasaría mientras estuviera con Julio. Nunca. […] Julio me cuidaría como su propiedad más importante, yo no tenía nada que temer (88). Si Sofía es “el ángel guardián” de Fernanda, ¿qué es Julio para ella? Julio es más allá. Si Sofía es un ángel, Julio es como un arcángel. Es algo más grande. Aparte, si vemos la evolución del personaje de Fernanda, en algún momento el cuidado de Sofía le parece in- suficiente y necesita más. Quiere más. Es cuando ella se da cuenta de su propio poder y sus capacidades y el papel que ha llegado a tomar entre los Cabrones sin pedírselo. Es cuando se toma atribu- ciones. Y sabe que ella ya puede lograr cosas que no necesita de Sofía. Va más allá de eso. Queda una escala de poder en la que se invierten los papeles y queda en orden Sofía y Fernanda y Julio. Va creciendo en poder.

¿Por qué se llama Julio Cortés? ¡Ah! [Se ríe] No sé. Me gusta mucho ese nombre.

Yo pensaba en la Conquista. [Se ríe] No, para nada.

¿Cómo se hace para construir personajes que no leen y no tienen re- ferencias literarias? Creo que ni siquiera se refiere a una película. Bueno, Fernanda sí lee pero poquito. O deja que Dante le cuente los libros. Pero ella no, por su propio interés no lee. Y sin embargo

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es una chica inteligente. A pesar de eso sí se entera de lo que está pasando, aunque sea Dante el que le cuente. Desafortunadamen- te, yo conozco a muchas chicas universitarias que son así y que hacen lo mínimo para pasar el semestre y sus intereses son otros, totalmente: la ropa, el dinero, los zapatos.

¿Leías narconovela para escribir Perra brava? Sí. Sí leía mucha narconovela pero después las abandoné. Me di cuenta de que la Perra brava no era novela del narco. No son las problemáticas del narco. Es la problemática sentimental de una chica que es externa a ese problema, pero que está ahí.

Supuse eso porque ella jamás menciona una novela de narcos. No. [Se ríe] No, no, no.

Sin embargo, Fernanda envidia la lectura y reacciona ante Andrés “El Chino” arrepentida de que: “no me atrevía a pedirle que se quedara toda la noche y fingiera que éramos cultos y viajábamos y hablábamos de música, de distintos tipos de café, de arquitectura y literatura” (147). Sí, lo envidia.

Tiene admiración hacia la literatura pero no quiere leerla. Pero le da flojera. Es floja. Le es más fácil y más divertido lo temporal; así, en el momento correr y comprarse un vestido que sentarse a leer un libro. Sí le queda esa cosquillita, pero se va con lo sencillo y lo de resolución fácil.

Pero le gusta contar historias, ¿no? Sí, tiene material para contar.

¿Tal vez no ha encontrado el libro adecuado que le gustaría? Tal vez. Hay que hacerle libros fáciles. [Se ríe]

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Para mí es triste saber de esta gente que no lee. Me parece que así se vive en un mundo plano, concentrado en la supervivencia y poco más. Tus personajes consumen droga y canciones de violencia y la droga como pasatiempo, y sólo sienten nostalgia hacia el pensa- miento un poco más profundo de la literatura o la arquitectura. Bueno, Fernanda ve las cosas con cierta resignación. Ella sabe que con Julio nunca se va a sentar a hablar de arquitectura. En su vida jamás va a pasar porque se ha dejado absorber por ese mundo que la rodea, el de los Cabrones, que sí tienen sus necesidades básicas –alimentarse y drogarse y coger y manejar la troca– y en cierta manera, quien vive al borde del peligro sabe que su vida va a ser breve e invierte para el momento, para la diversión de ese día. ¿Cómo agarrar un libro de 500 páginas si no sabes si vas a terminar la semana y si vas a seguir vivo cuando llegue el sábado? Fernanda busca los satisfactores inmediatos. Pasa de ser una chava universitaria a caer en ese juego.

Y de ahí siento que mi perspectiva es falsa porque vivo de una mane- ra tan distante de ese mundo de supervivencia de día a día. Tal vez criticar ese mundo de vida violenta no es la reacción adecuada. Pues sí, porque son otras cabezas y otros mundos. Otros intereses que jamás vamos a comprender porque ¿cómo va a entender uno, por ejemplo, que un sicario en Ciudad Juárez sea un muchachito? ¿Y que para ser sicario le pagan 3,500 pesos al mes, cuando en una maquiladora le pagan lo mismo y sin tantos riesgos? Pues, no sé. Tal vez es la atracción de la adrenalina y poder traer un arma y una camioneta, aunque sea una miseria lo que le están pagando por todo lo que se está exponiendo, tanto él como su familia. Son mundos que no se van a comprender nunca.

Aunque tú logras una traducción de eso a la literatura. Pues, fue difícil. Fue difícil por esto mismo de: “¿Cómo alguien puede llegar hasta ahí?” Como “el Flaquito” en la novela, que no

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tiene ni la secundaria, que tiene toda una vida por delante pero ya se metió en el delito. Cuando me di cuenta de que ya no debería juzgar a los personajes, fue cuando pude escribirla bien.

Según algunos teóricos, vivimos en una sociedad de vigilancia o de control en la que, por la tecnología, la educación y otras colaboraciones entre el Estado y las grandes empresas, siempre estamos monitoreados. ¿Los narcos se burlan de la sociedad de vigilancia o esa ilegalidad es parte de ella? Yo creo que se burlan y saben que están más allá de eso. Sabemos quiénes dirigen el país y los personajes narcos saben que están más allá de ellos. Por ejemplo, en la novela lo quise dejar ver cuando Julio llega a la casa del alcalde. Julio lo trata mal, es grosero y casi le pega, lo ningunea. Es una escena nada alejada de la realidad. Los narcos no tienen que pagar impuestos ni tienen que cumplir con las leyes. Incluso, hay ciudades donde los narcos cumplen la función del tránsito: “¡Te pasaste el alto! ¿Qué te pasa?” Y la gente se asusta –que te pare el narco y te regañe porque te pasaste el alto, pues ¡no! ¡Peor que la policía! Entonces los narcos están más allá y eso hace muy atractivo ese poder. Tal vez eso nos per- mite a entender por qué alguien trabajaría de sicario aunque nada más le pagan 3,500 pesos al mes. Adquiere un poder más allá de cualquier control.

Fernanda esconde paquetes de Splenda y mota en los retretes del aeropuerto. Ahí revela una inocencia tremenda respecto a nuestra sociedad de vigilancia. Yo creo que eso habla de su torpeza lejos de Julio. Son sus primeros inicios, cuando se empieza a despegar de Julio. Es el primer viaje. Si hubiera ido con Julio, pasa las drogas frente a policía y nadie va a decir nada. Pero son sus primeros intentos de independencia y le fallan, pero bueno, a fin de cuentas logra esconderse en Monterrey sin que nadie se dé cuenta y eso está padre.

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Sí. ¿Qué traen los paquetes de Splenda? Coca.

¿Qué dice de la ciudad que desayuna con esa imagen que están pasando en los medios de la cabeza mutilada del comandante muerto Ramiro Silva, policía que contrarió a Julio (86)? Es horrible. Es horrible que uno abra el periódico y en primera plana pueda aparecer una cabeza. Digo, no sé, yo de niña nunca lo había vivido. Y cuando empecé a ver cabezas en el periódico, así, la foto de la cabeza, yo me quedé muy asustada. Es un apunte hacia la televisión regiomontana. Las noticias del canal de Monterrey son increíbles, o sea, como si fuera un país de ficción, así son esas noticias de levantados, secuestrados, asesinados, niños que estaban en medio de la balacera y que les tocó, o un niño que agarró una granada en la calle –se lo encontró y pensó que era un juguete– y le explotó en la mano; son horribles esas noticias y están a cual- quier hora. La sociedad regiomontana ya se levanta a desayunar y ve cosas así: ve cuerpos y ve cosas muy feas. A mí las noticias locales de Monterrey me impactan mucho.

Fernanda no soporta la sangre pero aguanta la imagen de una cabeza mutilada en las noticias. Bueno, sí siente un poquito de asco, pero sabe que hay un vidrio de por medio y no le va a tocar sentir esa sangre.

¿A quién lees de la literatura mexicana? Leo mucho. Me gusta leer y releer a Rulfo. Soy muy fan de Ele- na Garro. Los recuerdos del porvenir es para mí de esas novelas maravillosas que quiero leer siempre. Me gustan las imágenes, las descripciones de un México que ya no me tocó vivir a mí, pero está tan bien recreado que puedo reproducirlo en la mente y me resulta muy claro. Me gustan los papeles femeninos de esa novela, pues no son papeles convencionales sino que son mujeres que toman

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las riendas, que hacen lo que quieren. También me gusta mucho Daniel Sada, que para mí es un maestro en esto de recrear la lengua y de construir a partir de la lengua.

¿Te gusta leer a Daniel Sada por conexiones de norteña? Yo creo que sí, por nostalgia. Todo lo que sea del norte es bienveni- do para mí, pero sobre todo porque me parece, te digo, un maestro de la oralidad que es algo que a mí me encanta: reproducir cómo ha- bla la gente. Y que no sólo lo reproduce sino que construye a partir de eso. Me gusta mucho David Toscana también. ¡Ay, otro norteño! [Se ríe] Sí, me gusta mucho, yo creo que por los paisajes que va describiendo. También pueden ser como muy norteños. También me gustan mucho sus personajes y la sorpresa que hay un capítulo tras otro. Uno no tiene manera de saber qué viene después.

¿Sientes que perteneces a una generación literaria? Creo que sería prematuro contestarlo. Apenas tengo una novela publicada. Entonces no sé si ya se me podría insertar dentro de alguna generación. Digo, me encantaría pero no sé si es muy apre- surado todavía. Habría que ver cómo es la segunda novela, qué constantes tiene con la Perra brava y qué constantes hay con los demás escritores de alguna generación y tal vez ahí sí me podría autoinsertar.

¿Lees a los mexicanos de tu edad? Poco. Realmente poco.

Gracias por la entrevista. No, gracias a ti, Emily. Muchas gracias. 23 de junio, 2010

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Obras publicadas

Novela

Mentira que la tierra no tenga orilla. Inédito. Perra brava. México: Planeta, 2010. “Perra brava”. 20 años de narrativa Jóvenes Creadores del fonca. Selección e introducción de Eduardo Antonio Parra. México: fonca, Programa Cultural Tierra Adentro, 2010, pp. 278-286.

Blog

http://orfa.blogspot.com

Twitter

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Vicente Alfonso (Torreón, Coahuila, 1977)

¿Cómo fue tu formación como escritor? Casi contra mi voluntad. Desde niño leía mucho. Mi mamá fue juez durante 11 años más o menos y mi papá era maestro en una escuela rural. La mejor forma de tenerme quieto era, por el lado de mi papá, dejar que me fuera al campo y, por el lado de mi mamá, dejar que leyera. Como la oficina de mi madre estaba en el centro de la ciudad, la única condición que me ponía era que no saliera del edificio. Por fortuna, en la planta baja había una librería. Lo único que podía hacer era irme allí y quedarme viendo los libros, o comprar alguno y ponerme a leer en las escaleras o en algún lugar donde no estorbara los trabajos del juzgado. Al contrario de lo que pudiera pensarse, entonces ni siquiera pensaba en ser escritor: la figura del escritor me resultaba muy aburrida, porque en la escuela nos encargaban de tarea biografías: de García Márquez, de Carlos Fuentes, de Vargas Llosa. Yo me imaginaba que eran señores que se la pasaban en su casa hojeando libros.

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03. vicente.indd 79 7/9/12 3:40:46 PM E n t r e v i s t a s c o n v e i n t e e s c r i t o r e s ...

A mí lo que me gustaba era estar afuera, buscando el porqué de las cosas, claro, a nivel de niño. Ni siquiera me daba cuenta de que leer y observar el mundo eran ya, para mí, actividades comple- mentarias. Salía al campo con mi papá y encontraba un montón de cosas que nadie podía explicarme: insectos raros, plantas exóticas, cosas que no entendía. A la otra semana me tocaba ir con mi mamá, buscaba en la librería las respuestas a las preguntas que había acumulado en la semana anterior. Creo que eso me hizo asumir la dinámica que aún hoy llevo: formulo las preguntas adecuadas y después busco los hilos necesarios para ir armando, al menos, expli- caciones provisionales de la realidad, porque jamás tendremos ex- plicaciones absolutas.

¿Cómo te ganas la vida? Me gano la vida como periodista. Dirijo una revista de finanzas desde 2009. Me gusta mucho reportear, hacer trabajos de investi- gación. En los últimos 15 años he trabajado en varios periódicos, en varias revistas. No acabo de encontrar la distinción entre el periodismo y la literatura. Por supuesto sé que tienen dinámicas distintas, pero creo que también la visión de periodismo, por un lado, y de la literatura, por otro, atiende a la hiperespecialización que vemos en todos los aspectos de la vida. Son dos ocupaciones de tiempo completo que realmente tienden a esta misma curiosi- dad esencial y esa necesidad de encontrar respuestas aunque sean provisionales.

¿Tienes en mente algunos proyectos futuros? Terminé el primer borrador de una novela que no es necesariamen- te histórica, sino la exploración de cómo se construye la historia. A unos cuantos metros de aquí (en el centro histórico del Distrito Federal) se está haciendo una ceremonia enorme para trasladar unos restos humanos, restos que ni siquiera sabemos si son de

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los padres de la patria. Si no tenemos la certeza de que sean los restos físicos, mucho menos podemos tenerla de que las cosas ocurrieron como las vemos en los libros. La historia es una hipóte- sis de trabajo sobre la que tenemos que ir acomodando las piezas que nos interesan. Mi novela habla de eso, de cómo a partir de un pasado en el que no estuvimos se configura nuestro presente. Hidalgo jamás tocó la campana de Dolores, y lo aprenden todos los niños en la escuela. Lo que sí hizo fue ofrecer un peso diario al que se uniera a su lucha. Pero de eso, ni los historiadores ni los libros de texto hablan una palabra.

Has tenido mucha suerte con los premios literarios y con las be- cas. Fuiste becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante dos años y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila por un año. Recibiste en 2007 el Premio Nacional de Literatura Policíaca del ipax y ganaste los premios Armando Fuentes y el Estatal de Periodismo Coahuila. ¿Cómo explicas tu éxito con la competencia literaria? La verdad no me siento tan afortunado. Creo que los apoyos uno tiene que pedirlos porque para eso están, pero nunca me he puesto la meta de hacer un proyecto para ver si me dan una beca. Casi siempre ocurre al revés. Cuando estoy por terminar un libro o por lo menos tengo el primer tratamiento, creo que es momento de convencer a alguien de apoyarlo. No sé si vaya a batallar o no para conseguir un editor para este libro que estoy armando, pero eso no es un obstáculo para construirlo. Una vez me enseñaron un proyecto que decía: “Si me dan la beca comenzaré a escribir un libro que va de esto y esto”. Yo lo veo totalmente al revés. El asunto es: uno escribe el libro porque necesita escribirlo, por la necesidad de explicar ciertas cosas. No de explicárselas a los demás sino para encontrar esas respuestas provisionales. Bueno, si a partir de ahí algo más ocurre qué bueno.

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Algunos piensan que existen “mafias” de la cultura subsidiada en provincia. Hay intereses. En México, como en todo el mundo, obviamente hay intereses personales y no siempre la gente sabe distinguir entre los intereses personales y los intereses institucionales. Han existido y existirán casos muy sonados de corrupción en la administración cultural. Pero la vida literaria no es la literatura, ni la vida cultural es la cultura. Uno puede permanecer perfectamente a un lado, al margen de sus intereses y de su política, que a veces es de lo más rudimentaria, y seguir creando o al revés. Puede estar totalmente inserto en la dinámica y puede no estar haciendo nada. También se da el caso de instituciones que sí funcionan como verdaderos detonadores de obra artística. Casos excelentes de promotores culturales muy buenos.

Hablando de políticas y corrupción, en Partitura para mujer muerta me inspiras a preguntar ¿por qué te interesa el mundo del crimen y de la policía? La etiqueta policíaca no me desagrada, aunque yo no pretendía hacer una novela de ese género: la historia agarró esa forma. Mencionaba hace rato que mi mamá era juez. Otro de mis juegos favoritos –pero ése era prohibido– era ocultarme en los archivos. Eso explica mucho la forma que tiene la novela. En algún momento aparecen los expedientes: a los ocho o nueve años me entretenía al leer una carpeta con declaraciones que contienen versiones encontradas de los hechos. Es asombroso y dice uno: “¿Qué pasó realmente?” O las cosas ocurrieron dos veces o uno entiende que no necesariamente lo que alguien dice es lo que pudo ocurrir. Verdad y realidad son hipótesis de trabajo, porque los hechos ocurren y se fugan. ¿Cómo se establece entonces lo que sucedió? Ésa es la misión de cualquier aparato de procuración de justicia. Muchos juicios se pierden o se ganan dependiendo de qué tan buenos fabuladores son los defensores o los acusados: el que da

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la explicación más convincente o el acercamiento más logrado literariamente, podemos decirlo así, es el que convence al juez. El juez entonces compra una u otra versión, pero tiene que ser alguien crítico y capaz de extraer de cada relato los elementos que pudieron ser, no que fueron. Algo similar intento en la novela: no trato de narrar lo que ocurre sino las reinterpretaciones o las reconstruccio- nes literarias de lo que ocurrió. Aquí en México los juicios suelen ser enfrentamientos de una pluma contra otra.

Iba a preguntar si el crimen y la policía en realidad forman el mismo mundo, pero ahora no sé si la pregunta debe ser si el crimen y la literatura son dos mundos o uno. Nunca me lo había plantado así. Vivimos en un mundo en el que tenemos que echar mano de esas herramientas aunque no seamos escritores. Yo he comentado en broma que nos venden la idea de que una de las innovaciones de Joyce en el Ulysses fue utilizar la lengua de otra forma: utilizar verbos en distinta conjugación, pres- cindir de los signos de puntuación, intentar sintaxis que apuntan a reconstruir el caótico interior de la mente humana. Hemos sido muy injustos porque eso que Joyce dicen que descubrió, aquí en México cualquier secretario del Ministerio Público lo ha hecho durante toda su vida. Lo digo mucho en broma, por supuesto. Los secretarios del Ministerio Público lo hacen por incompetencia, pero esa incompetencia es un asunto literario también. Uno de mis amigos es un escritor muy reconocido que compró su casa con lo que le pagaron por revisar un acuerdo internacional. El gobierno iba a firmar un acuerdo con otro país pero no estaban seguros de que el texto dijera lo que tenía que decir. Después de consultar a no sé cuántos abogados, acabaron consultando a un escritor por- que los abogados tampoco se ponían de acuerdo en lo que decía el texto. Creo que finalmente ahí se revela una de las cuestiones prácticas de la literatura. Otra es el periodismo, que también puede ser literatura. No existe esa cosa tan sonada de periodismo

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objetivo. La realidad es simultánea y uno tiene que ir narrando y echando luz sobre los aspectos de una manera secuencial. Ya ahí tiene que haber una subjetividad que ordene y que descarte lo que es importante de lo que no lo es. Vuelvo entonces a la pregunta: el crimen y la literatura no necesariamente son lo mismo pero sí coexisten. Muchas veces intentamos explicarnos una de esas áreas de la realidad a partir de las herramientas que nos da la otra. Un gran debate que se dio aquí en México fue hace unos meses a partir de una entrevista que hizo don Julio Scherer a Mayo Zambada, un narcotraficante. La entrevista es esencialmente una crónica. Si uno analiza esa entrevista bajo una lupa literaria, pues, don Julio tiene muchas herramientas para decir cosas sin la necesidad de escribir- las. Ese manejo de lo implícito se lo dan sus años y años de lector. En una realidad tan compleja como la que vivimos, la literatura puede ser una excelente herramienta para ir desentrañando, o por lo menos entendiendo, por dónde va el entramado de hechos que a veces nos abruman.

En tu novela, el oficial Jesús Gómez de la Garza abre su narrativa: “Fue en Monterrey, durante la primavera del noventa y cinco, donde hallé a la persona a quien debía matar. Me llamo Jesús Gómez” (14). ¿Qué buscabas al hablar de esa teoría? Lo dice más adelante el personaje ¿no? Todos estamos buscando a quién matar y por supuesto es una reconstrucción literaria artificio- sa, pero aplica. A niveles quizá atenuados lo vemos todos los días. Frente a una persona somos de un modo y frente a otra somos de otro. El jefe déspota de la oficina, el jefe mandón grosero, puede ser un corderito frente a su mujer. Puede estar totalmente dominado por su esposa. Pirandello dice: “Ignorar que se es un personaje no libra a nadie de serlo”. Todos nosotros somos personajes en la cabeza de las personas con quienes interactuamos, y poblamos nuestra cabeza con personajes. Otra vez la imposibilidad de aprehender la realidad. Eso llevado al extremo puede hacer que la convivencia con una

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persona en específico desemboque en el hecho de que nuestro yo necesite suprimir a otro yo. El riesgo es estar buscando nosotros a quién tenemos que eliminar y en la búsqueda encontrar a alguien que necesita eliminarnos a nosotros.

¿Es extraño que sea precisamente un policía con la teoría de la vida como proyecto de asesinato? En la realidad mexicana uno va caminando en una calle oscura, se topa con una patrulla y prefiere dar la vuelta. Para los chilenos la policía sigue siendo una entidad confiable. De hecho uno puede –y yo alguna vez lo hice– si uno está perdido o no tiene dinero para regresar a su casa, parar una patrulla y pedirle a los policías que lo lleven a su casa y lo llevan. Estamos muy lejos de ese punto.

Esa conciencia de la realidad mexicana se entiende bien en la novela y por eso me sorprende que el epígrafe de Partitura para mujer muerta sea de Edgar Allan Poe. El epígrafe de La laguna de tinta, la colección de tu periodismo cultural, es de William Faulk- ner. Los mexicanos pueden hablar tan mal de Estados Unidos y sin embargo muchos de ustedes conocen la literatura gringa mejor que los gringos. Casi se convierte en modelo. No lo veo como una contradicción. Lo que estamos haciendo realmente es tropicalizar los modelos. De los libros que leía en la librería que estaba en la planta baja del edificio donde trabajaba mi mamá, algunos venían de Editorial Novaro. Sacaba unos libros muy baratos y unos con formato de bolsillo y otros un poco más grandes, y entre lo que leí estaban los cuentos de Poe. Leía mucho a Mark Twain, El príncipe y el mendigo. Como niño, encontraba muchas cosas ahí que me siguen asombrando. Ahora por eso digo que hay que tropicalizarlo. A mí me gusta mucho leer a Patricia Highsmith. En El grito de la lechuza, ella hace una crítica severa al fenómeno de la condena mediática. Tenemos diferentes formas de castigar lo que entendemos como mal comportamiento. En esa

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novela la señora es muy hábil para manipularnos como lectores y hacernos condenar a ciertos personajes que después resultan muy entrañables y uno se siente mal de haber hecho juicios tan apresu- radamente. Eso tiene que ver con la capacidad de narradora. Me regreso a los clásicos y me puedo remontar hasta los grie- gos, por ejemplo. Todo mundo sabe que me encanta Esquilo y ahora traigo mucho a Plauto. Si algo les vuelve clásicos es que, aun cuando las sociedades y los contextos sean muy diferentes, los conflictos humanos son los mismos.

¿Qué pasa con el imaginario de la ciudad cuando se escribe de Monterrey y no del DF, por ejemplo? La Partitura está ambientada en Monterrey porque allí estudié varios semestres de una licenciatura en composición musical. Soy de Torreón, crecí allí, viví allí muchos años. Cuando yo era niño, tenía uno que ir a sacar la visa a Monterrey. Para mí el mundo de los estudiantes de música tiene que ver con Monterrey. Aproveché eso para hacer un contrapunto no nada más temporal, sino de es- pacios físicos. Todo lo que escribo de Monterrey son atmósferas muy soleadas, calurosas, muy luminosas, y lo que escribo del DF son atmósferas muy lluviosas, opresivas en otro sentido. Era también el reto de ser el contrapunto porque creo que, sobre todo en nuestra literatura, es como el centro contra todo lo que rodea al centro, los estados. No quiero usar la palabra [“provincia”] que se usa. [Se ríe] Y que todo mundo usa. Lo que traté yo de ilustrar no son dos entidades separadas sino la continua migración y la deter- minación de una de las partes por la otra. El norte se define como norte por su rivalidad, entre comillas, con el centro, pero el centro también se define como centro por esa rivalidad que establece con el norte. Pongo La región más transparente como ejemplo: no me gusta tanto que digan: “Es la novela de la ciudad”. Sí, sí es la novela de la ciudad, pero hace uno un inventario y hay un montón de migraciones. El lugar físico es la ciudad pero muchos de los

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personajes son de fuera. Eso los hace verse a sí mismos de cierto modo y actúan en consecuencia de eso. La región más transpa- rente me gusta mucho, la he leído muchas veces y me parece un modelo de novela. En Partitura traté de que se viera mucho ese flujo constante no nada más de objetos y personas, sino hasta de auras, de esferas de poder que determinan la vida de los personajes. Alguien puede actuar de una manera si está en la ciudad que asume como propia, pero actúa totalmente distinto si está en la ciudad que asume como otro territorio en el que no tiene espacio. Va a asumir así su relación con los demás como una hostilidad en la que tiene que arrebatar las cosas.

Entonces, eres músico. Escribí esa novela justo para exorcizar que no terminé la carrera de música. Uno escribe para enfrentar sus fantasmas. La novela refleja una etapa de mi vida, muy concreta. Comienza en los Con- dominios Constitución porque ahí llegué yo a vivir cuando llegué a Monterrey. La casa donde termina está en la calle de Liverpool, en el sitio donde estaba cuando terminé la novela. Los dos puntos son claves personales. Finalmente, es como narrar esa migración del adolescente que empezó a estudiar una carrera como músico a la persona que terminó de escribir una novela. Asumirme como periodista y como escritor implicó asumir que en los conciertos mi butaca estaba entre el público. Soy un espectador en cuanto a la música y me gusta serlo. En lo que escribo está mucho la música y hablo de repente en términos musicales pero trato de que la gente no salga corriendo a buscar un diccionario sino un CD. El otro día vi en YouTube –porque me enseñó un amigo– el ballet de la Consagración de la primavera y alguien puso en parte del video: “¿Alguien sabe qué parte es ésta?” y otra persona le contesta “Mira, no lo sé pero por cómo lo veo se parece mucho a la descripción que hace Vicente Alfonso en Partitura para mujer muerta. Entonces yo adivino que debe ser la Danza Sacrificial”. Me dio muchísimo

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gusto que se completara el ciclo. Hay mucha gente que me dice: “Oye, deberían de meter un disco en tu novela porque a uno le dan muchas ganas de escuchar la música”. Pues sí, me encantaría. Lo que quiero es compartir esa pasión pero de espectador, no de teórico, mucho menos de crítico. Cuando andaba reportando me tocó ser reportero policíaco. Yo era más bien reportero de guardia y me tocaba cubrir de todo. Entre las notas policiacas que tuve que hacer, recuerdo sobre todo una y la recuerdo muy bien porque iba yo en el coche oyendo las piezas de Chopin, sombrías, en el piano. Entonces la escena del accidente de coche apareció como lo que ocurre en el cine cuando nos muestran una escena brutal pero sin sonido y le ponen música contrastante. No es lo mismo llegar y ver un lugar en donde hubo un accidente automovilístico con el ruido propio de la escena que llegar y verlo musicalizado con Chopin con acordes un tanto disonantes, con la presencia de teclas muy pesadas en el piano. Nos puede cambiar la lectura de la realidad.

¿Qué significa que enPartitura para mujer muerta las dos músicos, Laura y Perla, también trabajan como acompañantes? Me interesaba mucho contextualizar en un entorno de crisis de 1994 esta novela. En el ejercicio de la Partitura para mujer muerta se hace mucho énfasis en que Stravinsky tuvo una visión y a partir de ésa escribe la Consagración de la primavera. La visión es una mujer joven que baila ante un grupo de ancianos. En un entorno hostil, de invierno, un consejo de ancianos decide que la mejor forma de propiciar la primavera y la fertilidad del entorno es el sacrificio de uno de los elementos del grupo. El elemento más propicio es una mujer joven. Entonces, la Consagración de la primavera es esto: elevar al nivel de ritual este sacrificio humano. ¿Qué ocurre en la novela? En el entorno de crisis en 1994 el país entra en ese invierno metafórico y hay que tomar decisiones fuertes, como las que se han tomado también en años recientes a raíz de la crisis internacional. ¿Qué ocurre en el microuniverso de la orquesta en la que trabaja

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Laura Suárez? Pues que termina sacrificada. Para asegurar la permanencia del grupo o de la tribu que es esa orquesta, tiene que sacrificarse a una mujer joven y ésa es Laura. No es asesinada. Es lanzada a los rincones hostiles del entorno. Hace rato hablábamos de cómo se van repitiendo las experiencias humanas y a lo mejor reconocemos en obras universales muchas de las situaciones espe- cíficas que hemos tenido que enfrentar. Muy seguido nos llega el invierno aquí en México. Tenemos muchos inviernos: un desempleo atroz, situaciones graves como el machismo, la violencia. El hecho de que Laura y Perla sean acompañantes no es hacer moraleja. No intenté levantar banderas, simplemente retratar la realidad. Una de las realidades que tenemos es que efectivamente seguimos sacrificando elementos del grupo. Muchos elementos de ese grupo son mujeres y mujeres jóvenes. Lo digo como lector y no como un estudioso. No es tan chocante que las artistas se prostituyan. ¿Cuáles son los ideales del romántico, por ejemplo? Sin darnos cuenta, ahorita la literatura de vampiros está volviendo mucho y estamos regresando al romántico. Nos venden mucho esas historias del personaje sombrío que aspira al ideal pero que al mismo tiempo se anda moviendo en el lodo.

Hablando de lo escatológico, en las letras del siglo xxi, me parece que la nueva manera de representar la rebeldía intelectualizada es escribir de la penetración anal heterosexual. ¿Por qué la fas- cinación con los anos de las mujeres? No sabría decirlo ¿eh? no quisiera interpretar a mis personajes. Puedo hablar de la parte consciente, de la parte que me tocó como autor pero afortunadamente mis personajes también se mueven solos. Estar al margen de la regla, el dar soluciones o resolver una situación por la vía informal, no ortodoxa, sí tiene que ver con el sexo anal en estas escenas. Hay otros símbolos. Por ejemplo, cuando el personaje pide eyacular las manos de la violonchelista como una

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fijación, pues, es también como ligar estas dos partes que aparecen escindidas ante nosotros. La ejecución artística es una cosa que se aplaude en público y nuestras cochinadas las hacemos en privado. Esas visiones me parecen todavía retrógradas. Si algo hemos ganado como humanos es libertad y no ataduras. Si aspiramos a que una novela sea contundente, las novelas –más que la pornografía– nos dan ese privilegio de estar en una habitación en donde una pareja está sola. No es un acto de voyeurismo, porque la pareja está sola. La magia de la literatura nos permite ver lo que hacen cuando están solos. Escenas como ésta donde el personaje pide eyacular en las manos de la ejecutante la humanizan. Es decir, “Okei. Yo soy huma- no; tengo claroscuros. Permíteme ver el claroscuro en ti también”. Es mucho más rico esto que una visión de grandes creadores y el resto del pueblo como grupos separados. Hay que bajar al artista del pedestal. Porque si no, es pretender otra vez que el arte es un regalo de Dios que insufla directamente nada más en algunos de los humanos que le sirven como títeres. Jamás podemos enorgullecernos de eso porque no depende directamente de nosotros.

Diría que al trabajar la moda del sexo anal se busca captar cier- to público comercial si no fuera por el hecho de que otro sector del público se elimine por esas escenas. Es difícil leer un libro así en clase con estudiantes. No calculo. Hay muchas exploraciones de uno mismo. Entonces, me parece muy difícil calcular el público del texto. Si el objetivo fuera comercial mejor me hubiese convertido en futbolista, porque en un país como México por mucho detalle sexual que incluyas, compites contra puestos callejeros en donde hay películas porno- gráficas piratas por diez pesos. Nadie se va a meter a leer un libro por escenas con cierto contenido sexual. El solo hecho de leer es dificultarle el acceso al consumo. Nunca tomo en cuenta si abro un público y cierro otro porque creo que, de entrada, los escritores tenemos cerrados todos los públicos en México. Lo que intento

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es eso: observar las pulsiones que van por debajo de lo que estoy narrando. Una de las cosas que Stravinsky hizo fue escandalizar a la gente –aunque luego señalan muchos críticos que no, que el escándalo del estreno de la Consagración tendía más bien a riva- lidades de los propios creadores, digamos a la política cultural en que se movían ellos. Yo sí creo que pudo haber escandalizado a la gente, pero creo que a veces está bien escandalizar así. Pretender que el arte nada más eche luz sobre las partes que consideramos loables, destacables del ser humano es limitarlo. Tienen que cubrir todo el espectro y creo que efectivamente hay un cambio en las prácticas sexuales de nuestro tiempo y se tienen que ver reflejadas en la literatura. Como que si humanizamos a los personajes, el ejercicio de leer se vuelve otro.

¿Qué representa el tatuaje que traen Perla y Laura? El tatuaje no tiene un significado concreto. A veces vamos pasan- do por la calle y vemos algo que no entendemos. Es un enigma momentáneo; nos ocupa un par de minutos cuando mucho y lo abandonamos. Si en la literatura no existe ese tipo de enigmas, es un mundo perfecto en el que todo queda perfectamente explicado, todo embona y siento que se ven mucho las manos del autor. Si no se ponen las cosas fuera de lugar y las cosas que no entendemos en la literatura, yo creo que sí se ve como una escenografía teatral. Eso se convierte en un rompecabezas demasiado calculado.

¿Qué representa la figura ausente y, sin embargo, tan odiada de la abuela del oficial Jesús Gómez? Es mi abuela. Tuve una abuela muy estricta. Es la abuela que aparece en la novela, tal cual. Es más, mi abuela era peor pero sentí que iba a resultar inverosímil. Creo que el gran descubri- miento de mi infancia que me ayudó a decantarme por eso del periodismo y de la literatura es encontrar que una persona puede decir algo totalmente distinto a lo que está pensando, que no hay

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una congruencia garantizada entre lo que la gente nos dice y lo que piensa. El personaje de la abuela aparece medio en claroscu- ro. No sabemos si atiende a su nieto o si lo está agrediendo. No sabemos si es una mujer con buenas intenciones o si realmente está haciendo la vida imposible al nieto. Me interesaba ese per- sonaje también como contrapeso, que las mujeres no quedaran nada más en un papel de víctima. En el caso de la abuela, es una mujer que ejerce la autoridad que le da la sangre. No sabemos al final si es una mujer que trata de actuar de buena intención o si es una mujer que está consciente perfectamente de que está imponiendo su voluntad a los demás y que no le importa eso. No me atrevería a juzgar si es una buena o mala mujer. No lo sé, pero tenemos muchas abuelas así en México.

¿Que nos dan de comer cucarachas? Algo así.

¿Qué crees que pasará con la novela policíaca en los años que vienen? Comí el otro día con Federico Campbell, que es un maestro a quien estimo y admiro mucho, y comentábamos lo difícil que se está volviendo fabular historias policiales en un país en que la realidad nos rebasa todos los días. Ningún editor aceptaría un personaje como El Pozolero, un tipo que disolvió a 300 personas en ácido. La categoría de verosímil cotiza todos los días y no sabemos en qué nivel anda. Lo inverosímil puede ser hoy una cosa y mañana otra. Si amanecemos con la idea de escribir algo nuevo primero hay que revisar los periódicos porque probablemente alguien ya lo hizo. No se trata de alguien que ya lo escribió sino que alguien ya cometió el crimen así. Afortunadamente, la recreación de esas pequeñas anécdotas queda trascendida por el papel de la literatura. Hice hace unos meses un ensayo que va en contra de la novedad como un dogma literario. Me llama muchísimo la atención que

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la crítica ahora nada más exalta el asunto de la novedad. Y cada novedad se convierte en una nueva gran novela. Leemos lo que se está escribiendo ahorita para ver si rebasa los límites de lo que se escribió el mes pasado o el año pasado. Es la idea de competir y rebasar. Una novela bien contada no tiene que traer más muertos que el periódico. Las novelas deben ayudarnos a leer el mundo no tan linealmente como nos sugieren las primeras impresiones. Si algo tienen las buenas novelas policíacas es que ayudan al lector a leer entre líneas. Se acostumbra a preguntar el porqué de todo. En la medida que se incorpora esta duda sistemática en la novela: “Yo no voy a creer todo lo que me dice; voy a buscar elementos para encontrar nuevas posibilidades de interpretación”, en esa medida nos ayuda la novela policíaca. El futuro de la novela policíaca y el de la novela en general es seguir fomentando una visión crítica en los lectores.

¿Cómo logras el caló tan natural y sin embargo tan poco repetitivo en la novela? Uno suelta el personaje y lo persigue. A veces es muy agotador escribir porque uno tiene la tentación de escribir lo que uno diría. A veces hasta me resulta chocante la forma de hablar de mis persona- jes pero sé que es el personaje. He tenido la suerte de convivir con esa realidad; el periodismo le permite a uno andar metiendo la nariz aquí y allá. Entonces uno puede imaginar cómo se desarrollaría un interrogatorio en México. No he tenido nunca de instrucción formal para escribir diálogos, pero recuerdo un consejo que una vez nos dio el maestro Vicente Leñero: “Si el diálogo no hace que la historia avance, quítalo”. En la literatura, si uno empieza a ser repetitivo, se estanca la cosa.

Pasando a tus cuentos, en la colección El síndrome de Esquilo, los relatos “Alquimia sin luz” y “Para soñar tu insomnio” tratan de protagonistas en un café que se enamoran de la dueña o de la me-

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sera. Parece que el café estimula a la heterosexualidad frustrada. Para ti ¿la escritura se conecta con los cafés o con el café? Tomo mucho café, pero esto tiene que ver con los inicios de cuando escribía. Una cadena de cafeterías sacó un premio de cuento. Fue el primer premio que gané yo como un cuentista. Y estaba muy chavo. Tenía unos 13, 15 años. La condición para el premio era que el café estuviera incluido en alguna forma en la historia. El premio era en especie: iba uno a una librería y se llevaba cinco mil pesos en libros. Esos dos cuentos que están ahí son los que más me gustaron de aquella experiencia. Yo hice tres o cuatro cuentos, pero finalmente mandé nada más uno, que es “Alquimia sin luz”. También me quedó un poco la fijación del tema del café como una buena experiencia. Jamás me había asumido como capaz de escribir una historia.

Los cuentos “Alquimia sin luz” y “Para soñar tu insomnio” más “Sirena del Báltico” tratan de protagonistas que se enamoran de mujeres inalcanzables. ¿Cuál es la atracción del tema de amor? “Sirena del Báltico” nace de una visión. Me ocurrió en el museo de L’Hermitage donde había una mujer que me pareció, proba- blemente, la más bonita que he visto en mi vida. Después de que estaba yo de regreso, conjunté la experiencia de ser guía en un museo en México y ver a esa mujer. Me pareció atractiva la idea de que el recuerdo de un museo no fuera ninguna de las piezas sino que lo que me traje yo del museo fue la visión de una mujer. Uno va predispuesto al museo a ver alguna pieza; dar con la pre- disposición de “lo que hay estéticamente es capaz de quedarse en mi memoria”. Pocas veces nos ponemos a ver a las personas que están en el museo porque allí el foco de la atención son los objetos. Volvemos al asunto de que ella no sabe que es un personaje pero eso no la libra de serlo. La mujer que estoy narrando en “Sirena del Báltico” ya no es la mujer que vi. En los otros cuentos tiene que ver con el deseo frustrado. Una de las cosas que hace que uno

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se vuelva escritor es esa necesidad de dialogar con la realidad y al mismo tiempo reconstruirla para que ocurran las cosas como uno hubiera querido que ocurrieran. Mis personajes tienen ese con- flicto: son hombres que ven a una mujer inalcanzable y no saben cómo acercarse. Creo que eso no tiene tanto que ver con la mujer como con las cosas que uno quiere a lo largo de la vida. Pero hay una clasificación aquí: una cosa es lo que uno quiere a lo largo de la vida y no sabe cómo la va a conseguir y otra cosa es lo que sí sabe conseguir. Estas mujeres simbolizan esa primera situación. No soy alguien que desea muchas cosas materiales –tengo lo que necesito– pero sí entiendo el desear a alguien. Y el conseguirlo, ahí hay toda una historia. Creo que por eso en mis cuentos se da esa recurrencia. Muchas veces eso me pasa: visualizo algo que quiero y no tengo la menor idea de cómo lo voy a conseguir.

A veces tus cuentos parecen ser juegos con el lenguaje más que estudios de carácter. Por ejemplo, “El síndrome de Esquilo” da la impresión de que el cuento entero sirve para los fines de un retruécano con la palabra caguama. Igual, “Túpele Patán” es un ejercicio de ritmo y rima. Tienen que ver con el paso del músico al escritor. Esencialmente éstos eran cuentos que escribí cuando era músico. Usaba el lenguaje como un instrumento. Están apoyados más en la sonoridad que en las posibilidades de evocación de la palabra. “Túpele Patán” lo escribí en Uruguay. Ahí hay unos grupos de percusión a los que les llaman cuerdas, que pueden incluir desde tres hasta cien tambores. Todos los que van tienen que llevar su tambor. Empieza como un diálogo de tambores en donde uno tiene que estar muy atento a lo que pasa. Si se le va la dinámica, pues la gente se empieza a reír de uno y uno queda como el que no entiende nada. Un percusio- nista que se llama Chichito Cabral, que fue el que me introdujo en este tipo de audiciones participativas, me decía: “siempre está pasando algo con los tambores, pero tienes que escucharlo”. En

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este cuento mi intención era que el sonido de los tambores fuera tan invasivo que uno acabara mejor escuchando los tambores, que no le importara tanto qué pasó.

¿A cuáles escritores mexicanos lees? A muchos. Comenzaría con Vicente Riva Palacio, Sor Juana Inés de la Cruz. Del siglo xx para acá, Paz. Admiro mucho la escritura de Octavio Paz. Vicente Leñero me parece un gran autor. Es un escritor muy accesible, con una obra solidísima. Es un autor que privilegia el asunto de contar historias interesantes. Hay muchos poetas importantes en México. Leer poesía se ha vuelto casi ex- clusivo a los poetas, pero yo leo la poesía. José Emilio Pacheco es muy buen poeta y narrador. Ricardo Garibay me parece muy buen cronista. Juan José Arreola y Juan Rulfo son muy buenos. Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente, El espejo enterrado, me parecen grandes libros. Sergio Pitol. Juan Villoro y a su padre, don Luis Villoro. Carlos Monsiváis como cronista y como periodista.

¿Sientes que perteneces a una generación? Pertenezco a una generación de mexicanos. Las situaciones con- cretas que enfrentamos como generación sí nos van marcando. Convivo con algunos escritores de mi edad, los leo también: creo que es importante leernos entre nosotros. No para descalificarnos, sino para enriquecer el ejercicio. Creo que es un error pensar que somos parte de un grupo. No es mi caso. Me veo más como parte de una generación de mexicanos, que como parte de una genera- ción de escritores. Si a lo que aspiramos es a poner nuestra parte en esta tarea de reconstruir el país, hay que escribir pensando en lectores y no en otros escritores. Hay que abrirnos a otras aéreas en la vida en México. Aspiraría más a ser parte de una generación de mexicanos críticos que construyen la libertad y comunidad que escribir desde la trinchera en donde estén los banqueros o abogados

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o escritores. El país cada vez más está viendo esa necesidad de debate y reformulación.

Muchas gracias, Vicente. Al contrario, gracias a ti. 15 de agosto, 2010

Obras publicadas

Periodismo cultural

La laguna de tinta. Saltillo: Universidad Autónoma de Coahuila, 2007.

Cuento

“Epidemia”. Luvina 59 (2010): 99-100. El síndrome de Esquilo. México: Ficticia/Centenario de Torreón, 2007.

Novela

Partitura para mujer muerta. México: Random House Mondadori, 2008. Premio Nacional de Literatura Policíaca.

Blog

http://elsindromedesquilo.blogspot.com/

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Liliana V. Blum (Durango, Durango, 1974)

¿Cómo fue tu formación como escritora? Empecé a escribir en preparatoria, aunque yo era gran lectora de niña. Era muy solitaria, muy tímida. Entonces, siempre leía. Hubo un concursito en la escuela y me acuerdo de que la maestra de Español nos dijo que entráramos y fue la primera vez que escribí un cuento. Gané el tercer lugar. Entonces ya comencé a tomar unos tallercitos por ahí y terminando la prepa ya había decidido que quería escribir.

David Miklos y Vicente Alfonso también hablan de haber ganado premios literarios de niños. En mi caso era obligatorio. Se tenía que escribir algo.

Siempre pensaba que la literatura era distinta a los deportes pero ahora veo que los escritores compiten también.

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Ahora los premios literarios son como las medallas de guerra. Sí hay esa cosa de acumular los premios. Bueno, las becas se entien- de más porque hay dinero durante un año, pero los premios dan mucho el prestigio.

¿Cómo te ganas la vida? Antes daba clases en el Tec de Monterrey de Literatura y Análisis Literario, pero no aguanté el ritmo de los chicos. Entonces pasé a profesional de redacción y algunas humanidades. Después tuve mi segunda hija –tengo dos hijos, niño y niña. Entonces, cuando nació la niña me separé de eso. Ahorita tengo una beca y he tenido varias. Como soy de Durango –nací allí y vivo en Tamaulipas, he tenido dos becas del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas y una del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Doy cursitos, soy jurado. No es steady, pero son ingresos por ahí.

¿Sientes que tu trayectoria profesional es distinta por ser mujer o por ser madre? Sí. Con la beca del fonca éramos dos chicas y cuatro hombres. La otra chica, como era muy citadina, estaba saliendo con el tutor del grupo. Entonces, digamos que yo era la única que contestaba… porque hacíamos taller. Dos mandamos lo que íbamos haciendo y tallereamos. Recuerdo que mi tutor era un escritor de ésos de la frontera. Se llama Luis Humberto Crosthwaite. Él maneja mucho el tema de Tijuana, los indocumentados y las drogas. Pero mis otros compañeros, uno era de aquí del DF y escribía para cine mexicano, la cosa de la violencia y las drogas. Luego otro era de Torreón y hacía esa cosa de los narcos y otro era de Chihuahua. Entonces yo… como en mis textos son mujeres que protagonizan y mis temas son bien cotidianos, eran más fuertes conmigo en las críticas. En algún momento sí mi tutor me dijo –yo aprendí muchas cosas en ese año, pero sí me dijo duramente: “Mira, yo creo que

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tú mejor te deberías dedicar a ser ama de casa”. Yo no sé por qué eligió mi proyecto. Eso fue duro.

¿Tu proyecto en ese momento era Vidas de catálogo? No, es uno que quedó ahí en el cajón. Se llamaba Guadiana Park, como el Parque Guadiana que está en Durango. En el libro de The Curse of Eve, hay algunos cuentos de ese proyecto, “Dios Bendiga Ron Jeremy” y “Zapatos Periquita”. Sí estuve desmoralizada un tiempo, pero al mismo tiempo Toshiya Kamei, que es mi traductor ,está publique y publique en muchas revistas allá en Estados Uni- dos. Dije: “A lo mejor es que ellos no eran mi público”. Pero allá como que gustaban más. Eso me ayuda a seguir.

Entonces cuando Crosthwaite te dijo eso, ¿tenías un hijo? Cuando lo de la beca, sí, tenía un niño.

De ahí la lógica de… ¿De “mejor dedícate al hogar”? Sí.

¿Pasaste los años más difíciles de tu vida en Durango, como dice en las notas de la traducción The Curse of Eve? Realmente no, porque Durango fue parte de mi niñez. Creo que los años más difíciles fueron de mi adolescencia en Querétaro. Creo que se refería al tiempo que estuve con mi familia. Yo salí de casa a los 19 a estudiar a Kansas y no volví. Creo que el comentario se refería al periodo como paterno. Estudié la licenciatura, la litera- tura comparada en la Universidad de Kansas. Yo me quería ir de casa y conseguí el tuition waiver allá y trabajé en la biblioteca. La maestría es del Tec de Monterrey, en educación.

¿Cómo lograste matricularte sin pagar en Kansas? Con un maestro que vivía allá en Querétaro, que sabía que yo quería algo relacionado con la literatura y que en Querétaro no

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había. Mi papá no quería que me fuera y me dijo: “Yo no te doy un peso. Estudia lo que quieras acá”. Mi maestro que es americano me dijo: “Mira, vete a México a la librería Franklin y ahí pide la información. Decidí que mejor me escaparía. En la mañana, en lugar de irme a la prepa tomaba el camión al DF y entonces ahí como que metí todos mis papeles. También tuve que venir al DF a tomar el toefl a escondidas y el sat. Como que de la librería Franklin mandaron mis papeles a varias universidades y entonces en algunas me aceptaban pero sin beca. En KU fue beca total. Fue horrible, pero les dije: “Ya me voy” y me fui.

Como escritora, ¿sientes que perteneces a cierta generación? Obviamente los de los setentas, pero pienso que estamos bien distintos. Y las otras mujeres que conozco como que están o más arriba o más abajo de mí. Siento que en la mía no hay tantas mu- jeres. De narradoras hay bien poquitas. Un poco antes de mí está Cristina Rivera Garza. Cristina me lleva diez años. Pienso que los compañeros que hay de mi generación son casi todos hombres. Creo que Socorro Venegas es de mi edad. Pero creo que no hay una temática en común. Este libro que compiló Tryno Maldonado de Grandes Hits [Nueva Generación de narradores mexicanos] en el cual no fui –bueno, esas cosas pasan así – yo lo vi y yo no conocía a mucha gente que estaba ahí. Y de los que conozco casi todos son hombres y muy en esta onda norteña, narco, violencia urbana. Invariablemente me preguntan: “¿Eres feminista o por qué tus personajes son mujeres?” A Elmer Mendoza no le pre- guntan por qué sus personajes son hombres. Las mujeres en las novelas de Mendoza siempre son amantes pero los protagonistas son hombres. Y yo digo: “Bueno, la mitad del mundo es mujer; entonces simplemente es casualidad que escribo de mujeres”.

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¿Sientes que estás escribiendo hacia cierta generación? Como que nunca me pongo a pensar “¿Para quién?” Creo que muchas mujeres mayores que yo son las que… por las presiones de los libros y eso… El otro día estuve en un club de lectura del Distrito Federal y en el público había una señora que me dijo: “Es que tus cuentos de los de El libro perdido…” y se soltó llorando. En las presentaciones siempre dicen: “Yo me he sentido así” o “Yo conozco a alguien que hace lo mismo” y más bien como mujeres mayores se identifican.

Muchos de tus cuentos de mujeres tratan un tema que podría venir de cualquier década del siglo xx o xxi. Hasta ese cuento, “Una nueva fe”, por hablar de una monja me parecía al principio tratar de sor Juana Inés de la Cruz y del siglo xvii. O por ejemplo, el cuento “El canario” comparte título con uno en inglés de Katherine Mansfield 1923 y la trama recuerda el cuento “A Jury of Her Peers” de Susan Glaspell de 1917. ¿Por qué crees que la temática sobre la perspectiva femenina permanece más o menos igual a través de las décadas? Ese cuento que mencionaste de “Una nueva fe” es bien antiguo. De hecho, ése lo escribí durante la carrera y en la carrera casi no escribí nada. Había leído un libro de puros minicuentos, como fantásticos, de un colombiano, y entonces las cosas que la protagonista sueña las intenté hacer como minicuentos de lo fantástico. Ése es bien retrógrado porque hoy en día ya nadie la metería en un convento por haberse embarazado, espero. Lo del canario sale en otro cuento que se llama precisamente “El canario”, de mi libro ¿En qué se fue la mañana?, pero finalmente trata de la violencia o el llegar a cierto punto de la vida en que ya no hay nada más. No hay muchas opciones. A lo mejor es triste, pero no ha cambiado tanto.

Otra manera de hablar de esa temática sería señalar tu obsesión con la esposa frustrada. Esa figura aparece en varios cuentos de ¿En qué se nos fue la mañana?: “Las horas de la mañana”,

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“Termitas”, “Cita con un cerdito espumoso en la biblioteca”, “Canción de despedida de Barney” y hasta “El canario”, aunque la protagonista de este último trabaja fuera de casa. De Vidas de catálogo abarcas a la señora infeliz en “La señorita de Avón”, “Un día perfecto para el atún de lata” y “Cuando Dios tocó a mi puerta”. ¿Qué es lo que te interesa de esa situación doméstica de frustración? ¿Del matrimonio? Probablemente sea lo que más veía de niña en mi familia y a mi alrededor. Son pequeños dramas porque no hay salida. La gente se divorcia y todo pero lo que hacen esas mujeres es escapar. O lo intentan. Por ejemplo, en “Canción de despedida de Barney”, ¿quién sabe si regresa la esposa? La idea de la huida es fuerte. Mi madre también se escapó, le tomó como treinta y algo años, pero también se escapó de mi papá. Mi vida está bien llena con todas las mujeres –las mamás de los amigos de mis hijos, las tías, obviamente las historias de las abuelas– cuyo propósito es el matrimonio. Entonces el día después de la boda es como que “¿Y ahora?” Y ya no hay nada para ellas.

Otra temática que aparece mucho es el abuso infantil que surge en los cuentos “Novia se busca” de ¿En qué se nos fue la mañana?, “Zapatos periquita” de Vidas de catálogo y “Cookie Monster”, “Un, dos, tres por mí” y “Bacon and Eggs” de The Curse of Eve and Other Stories. La primera parte de “Un, dos, tres por mí” es totalmente mía. Yo tuve una tía, la hermana de mi mamá, que era como ese personaje en el cuento, Barbie. Entonces una razón para escribir de eso es por esa experiencia personal y además porque hay tanto, sucede tanto. Lo he abordado desde la perspectiva de los perpetradores y desde la víctima. Recuerdo una vez vi en la Red que había un club de pederastas. Son las cosas que me enardecen, me preocupan, me molestan. En la familia durante los primeros años se puede arruinar la vida de las personas realmente. Bueno, al final una termina yén-

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dose y tomando otras decisiones, pero yo creo que la vulnerabilidad queda. Y a lo mejor la destrucción de esa vida doméstica y cómo repercute… como la de “Cuando Dios tocó mi puerta”. De hecho, ese cuento iba a ser bien diferente. Fue cuando salió la noticia de Andrea Yates, la mujer en Estados Unidos que ahogó a sus cinco hijos. Iba a tejerlo con algo así, que tenía depresión postparto. Pero después pensé que la mayor tragedia es cuando el hijo se muere por un descuido, como el ahogo accidental de “Cuando Dios tocó mi puerta”. Yo me acuerdo de una vez, cuando mi hijo se me cayó de una cama, la primera vez que rodó. Yo no sabía que rodaba. Sufrí por semanas la culpa. Ah bueno, la culpa es también otro leitmotiv por ahí.

¿Qué tipo de culpa? Obviamente la materna y a lo mejor la culpa de estar bien en algún momento. Cuando ya huyes y ya no estás en ese ambiente a lo mejor luego es la culpa de ya no estar ahí. La escritura es terapia.

¿En qué estás trabajando ahora? Ahorita con la beca que tengo del estado de Durango, es un pro- yecto que es el más personal que he hecho. Se llama Conjugando el pasado en perfecto y estoy abordando la relación con mi papá desde todas las cosas que no fueron. Es como una especie de cosas que la narradora se inventa. Como su papá está en el hospital, no tiene nada que decirle. A ella le cuenta cosas su papá que no su- cedieron y para relacionarse con él le cuenta las historias de otros pacientes que están ahí. Al mismo tiempo hay flashbacks a la niñez. Es complicada. Voy avanzando bien despacito. Y tengo una novela terminada pero que necesita reescribirse que se llama El demonio del pan. Es sobre una chica gordita. Es como una historia de amor gráfica de un caso de feederism. Es un pediatra que conoce a una chica que empieza a engordar y por ahí comienza.

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Esta cuestión del peso, la comida y las mujeres surge bastante en tu escritura. ¿Te parece? Es sobre todo la comida. ¿Notaste? Yo misma a veces digo: “Comí mucho”. En el mundo en el que me muevo siempre es así. Mi hija que tiene siete y no está gordita, porque le llegan las influencias de la vecina; por ejemplo, me dice: “Me tengo que poner a dieta”. Se permea por ahí. Una vez me dijeron: “En todos tus cuentos hay comida presente o están tomando algo”. Es una de mis obsesiones. Por ejemplo, si estoy viendo una película, sobre todo si es de guerra o algo así y nunca veo qué comen, me da una angustia de contar cuánto tiempo llevan sin comer. Lo peor que me puede pasar es que mis hijos no coman.

¿El chianti que toma el asesino y pintor en “Modelo para armar” imita al caníbal Hannibal Lecter? No, más bien es que al asesino le gustaba la onda de arte. No me lo imaginaba tomando cerveza.

La descripción de rebanar un ojo que el asesino atribuye a Un chien andalou de Buñuel es poderosa. ¿Qué te atrae de esa imagen? Nos pusieron de tarea, no me acuerdo en qué clase, Un perro andaluz, y fue una cosa terrible. Es una imagen que me traumó. Entonces para el cuento lo peor que se me ocurrió es que hiciera eso. Este hombre ya estaba haciendo algo atroz, pero pensé: “¿Qué más puede hacer este hombre?”

Y estás de acuerdo con el cuento donde la crítica feminista simpa- tiza con la obra de ese artista asesino en “Modelo para armar”? ¿Sientes que la crítica anda tan perdida? No. Es simplemente una ironía porque acababa de matar a una mujer. No sé mucho de la crítica. Realmente la leo bien poco. Leo a veces la crítica de las revistas Tierra Adentro o de Letras Libres, así como las pequeñas notitas. Como que finalmente es este gru-

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pito –en Estados Unidos es bien diferente porque es mucho más grande– pero aquí sabes qué escritores están con Letras Libres y entonces cuando le dan muchas flores a un libro o a otro, pienso que más bien está basada en hablar bien de los cuates y mal de los enemigos. Es que realmente no te puedes fiar. Por eso finalmente cuando te encuentras un libro que es muy, muy malo… Una vez me pasó con un libro de Ana Clavel, Cuerpo náufrago, que atrajo puras críticas buenísimas y hasta en la radio con Carmen Aristegui. Entonces, lo abrí y “Antón nace siendo Antonia y se lo pasa en mingitorios y se lo cuenta a su mejor amigo” y la novela es mala. A mí me gusta la ciencia ficción. Mi escritora favorita es Margaret Atwood. Si vas a escribir fantástico no puedes nada más llegar a echar algo así como Cuerpo náufrago. Me sentí tan robada. Tiré el libro al final. Pero había oído maravillas. Entonces desconfío mucho porque el mundo de las letras aquí en México es así. Y bien yo quisiera encontrar algo objetivo.

Hablando de las sorpresas, en el cuento “Una nueva fe” la traduc- ción cambia el libro El nombre de la rosa por el Del amor y otros demonios de Gabriel García Márquez. ¿Por qué se cambió? No sabía. Nunca leo las traducciones de mis cuentos.

Bueno. Olvidémonos de la pregunta. De Vidas de catálogo, el cuen- to “La señorita de Avón” es insólito. ¿Cómo llegaste a combinar la figura de la enana con la vendedora de Avón que se liga a los esposos de sus clientas? Había visto el Mini-Me de las películas Austin Powers y después salió un episodio del programa de televisión csi que trataba de una convención de enanos. Y me di cuenta de que había muchos tipos de enanos. Algunos están proporcionados y otros no. Entonces se me ocurrió la típica amante –no sé, la secretaria o la mujer luc- tuosa– pero pasada por alguien que no esperarías. O sea, nadie se siente amenazada por una enana. Sí la quise hacer la más bonita.

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Al revés de la fantasía de, por ejemplo, la que sale en la serie de Mad Men, en esos años que había vendedores que iban de puerta en puerta –la fantasía de ama de casa de acostarse con el vendedor que viene y se va. Entonces aquí es al revés, era la mujer que llega a la puerta en busca del hombre de la casa.

En El libro perdido de Heinrich Böll no sabes mi sorpresa al darme cuenta de que te referías a mis tierras de licenciatura, Lawrence, Kan- sas. ¿Cómo deben leer los lectores en los Estados Unidos este libro? Después termina pasando en México, pero siempre existe ese cues- tionamiento de: “¿Es mexicano porque lo escribió una mexicana? ¿O porque tiene lugar en México?” Yo me alejo de los libros que muy a fuerzas… y porque raras veces menciono nombres. Se pierde la historia cuando te enfocas demasiado en el contexto. Si la historia o las aberraciones de los personajes son importantes, bien podrían estar ubicados en otro lado. Al final, las dos chicas de los dos pri- meros cuentos que están allá en Estados Unidos tienen mucho de lo mexicano. Una es como de matrimonio mixto y la otra chica es americana pero a lo mejor está reaccionando más mexicanamente a la situación. Por ejemplo, el maestro que sale ahí retratado en el primer cuento ubicado en Lawrence, así era el maestro en mi experiencia real. Obviamente nada sucedía entre nosotros porque además él era gay. Uso cierto distanciamiento, pero al final la gente termina siendo igual. Los cambios son como cascaritas: son distintas por fuera pero si tú les rascas terminan siendo iguales. Finalmente, como viví allá y mis lecturas son… Incluso a mí se me hace que algunas de las palabras que uso están como traducidas, o sea, están como más en inglés. Pero es por las lecturas. Yo prefiero leer a autores canadienses y norteamericanos.

¿Por qué? No sé. Me acuerdo, precisamente con la carrera, de que un maestro nos puso un cuento de Margaret Atwood que se llama “Rape Fan-

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tasies”. Yo creo que fue la primera vez que me dije: “¡Qué cosas!”, porque no había estado leyendo nada parecido. Obviamente había leído a Rosario Castellanos y… Pero entonces me puse a leer to- das las novelas de Atwood. Conocí después el cuento de Barbara Gowdy de Necrophilia, “We So Seldom Look On Love”, y sus libros de cuentos. Luego estudié a Lorrie Moore, a Joyce Carol Oates. No que quiero escribir como ellas sino que aspiro a que si alguien me lee o llego a tener un público como ellas, que alguien me disfrute tanto como yo a ellas.

¿Cuál es la diferencia entre el manejo de Rosario Castellanos del tema de la esposa frustrada y cómo lo maneja Margaret Atwood? Rosario es de otro tiempo y muy metida en la provincia, ese tema de Chiapas. No me es ajena porque lo de Rosario es como muy, muy cer- cano a mí. Es como mi abuela. Pero no sé. Pienso que en la literatura de Rosario hay más juicios a la hora de escribir, o como “Voy a hacer que el hombre sea el más malo”. La novela Life Before Man de Atwood es de dos matrimonios que están bien mal. Atwood, cuando toma el personaje masculino, lo hace increíblemente bien. No sabes a cuál darle la razón en la novela porque cuando habla el hombre te das cuenta de que su posición está bien mala y cuando habla la mujer, igual. No hay víctimas ni victimarios. A mí me desespera esa posición de Rosario de enjuiciar. Por eso admiro tanto a las escritoras que no lo hacen.

En El libro perdido de Heinrich Böll ¿hay una lógica particular de comenzar en Lawrence, trasladarse a Brownsville y terminar en México? Vamos de lugares muy específicos en los Estados Unidos a un país generalizado como México. ¿Regresas a lo vago porque es el origen de la narrativa? ¿O porque se escribió desde una perspectiva agringada? Nunca lo había pensado así, pero tienes razón. Bajé a Texas y después está ubicado como en Querétaro o Tampico y luego la

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cosa del judío. Pero la cosa de los orígenes, no creo. Al menos no fue pensada.

Te interesa mucho la figura de la mexicana que limpia profesio- nalmente. En dos cuentos el personaje trabaja en los baños en México y en El libro perdido de Heinrich Böll un personaje limpia un hospital. Sí. Como que la cosa de la casa siempre me ha parecido la cosa más frustrante del mundo, que sería limpiar y que se vuelve a ensuciar. Se me hace de las cosas más pesadas. Cuando pienso en alguien que tiene que trabajar en eso, en las mujeres que hacen eso y luego llegan a casa y tienen que limpiar su casa. Como es así, lo peor de lo peor que puede haber. Por ejemplo, la señora de “El canario” trabaja como en un Sanborn’s. No sé si se ve.

Sí. Yo he visto a las señoras del Sanborn’s que trabajan en los baños y las actitudes de las otras señoras que entran. No sé, se me hace como una tortura.

Te enfocas en una persona invisible para muchos. Las clientas que usan el baño ni la ven. Por ejemplo, a mí me pasa que si están limpiando en el pasillo y te lo tienes que cruzar. A mí me da tanto coraje cuando eso pasa en casa porque ya llevas esto hecho y te vuelven a pasar. Es una de esas profesiones… Finalmente, cuando las comparas con las esposas frustradas, pues como que hay grados de… y cuando te sientes mal, pocas veces piensas que siempre puedes estar peor. O que estás en una situación de privilegio. Se te viene el mundo encima y estás en el infierno pero no te das cuenta de que hay gente abajo. Siempre hay alguien más en una situación peor.

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¿Por qué te interesa la novela The Lost Honor of Katharina Blum o el personaje Katharina Blum? También lo leí en la carrera. Más bien leímos un cuento de Heinrich Böll y me gustó, y después encontré la novela. Uno porque tenemos el mismo apellido. Es la primera razón por la que la tomé. Y la forma en que escribe Heinrich Böll, así como bien alemán, como que bien limpio, casi como periodística la escritura, y aunque a mí me fascina leer, por ejemplo, a esas escritoras que te contaba porque cuando te describen te pierdes en el texto –o bueno, yo me meto totalmente– al mismo tiempo creo que una de mis de- bilidades es que luego no sé cuándo parar las descripciones. Me engolosino y sigo y sigo y sigo. Entonces, cuando leí a Böll dije: “Yo debería aprender de él: muy al punto, oraciones cortitas, y que crea una sensación totalmente diferente”. Y luego la temática, pues por un chisme o un error terminan arruinando su vida. Y el personaje era una chica bien católica, y la acusan de un crimen que no hizo, pero al final termina cometiendo un crimen. La cosa del honor perdido se me quedó. Yo siempre decía: “Algún día voy a escribir El honor recuperado de Katharina Blum”. Era como mi proyecto al futuro. Empecé muchas veces y no. Lo que yo quería era retomar el mismo personaje de Böll, el mismo de Katharina, y escribir como la parte II. Pero nunca pude. Entonces me quedé con la cosa de la pérdida: ¿qué cosas se pueden recuperar o de plano nunca? Y luego me quedé pensando en esa cosa que siempre se le está perdiendo a alguien.

En tu novela, cada vez que un personaje firma el libro de Heinrich Böll, parece estar triste. ¿Dices que sólo se lee a la hora de sen- tirse triste, o es en esta hora cuando se escribe el nombre propio dentro del libro? Bueno, algunas sacan un poquito de esperanza. Creo que la chica Allison Moore que está haciendo la maestría, como que al menos

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se decide a cambiar. Pero las otras no. Es ese ambiente de no ver para… Sí es un poco depresivo. Esa idea del libro con firmas se inspira en KU. En la biblioteca me encontré con varios libros de Carlos Fuentes, Octavio Paz y otros escritores importantes dedi- cados a Gustavo Sainz. Yo creía que Gustavo Sainz estaba muerto hasta que lo contacté en Indiana. Y es que les vendió su librería. Me gustó. Me iba a abrir los libros y a veces llegaba a ver como notas de alguna estudiante que decía: “Ya estoy harta” o así. De ahí viene la idea de escribir en el libro.

Esta técnica de que el libro va pasando de mano en mano me hace pensar, por ejemplo, en la película El violín rojo [The Red Violin (1998), dir. François Girard]. No la vi.

Con esta técnica del objeto eternamente perdido por una lectora y recuperado por otra, te arriesgas a invitar a la crítica de que el libro es artificioso o un poco forzado. La dedicatoria de La maldición de Eva dice que eres cursi. ¿Cómo es tu estética? ¿Es femenino lo cursi? De hecho, El libro perdido de Heinrich Böll son cuentos porque como novela no quedó la historia. Yo quería una forma de unir los cuentos y a lo mejor fue un recurso muy… muy. Y sí pienso que si alguien deja un libro, alguien se lo termina llevando. Pero claro, sería mucha coincidencia que volviera a dejarse.

Otra palabra en lugar de lo cursi: ¿qué tal si decimos “sentimen- tal” y que trabajas con una temática de sentimientos que queda fuera del discurso de narcos y violencia urbana? Claro, porque realmente no hay acción. Por ejemplo, es la mujer Cande Piña que sale de su trabajo, regresa a su casa, va a las clases de inglés, pero realmente no le sucede nada. Sí, como que todo su- cede por dentro o a nivel muy… no sé. Tal vez son realmente temas

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de señora o de mujeres. Tengo un compañero de Chihuahua que me dice que estoy haciendo Chick Lit. Es como “A ver quién te lee”.

¿Y eso te ofende? Él quería decirlo como peyorativo. Vi que finalmente no hay “Dude Lit”. ¿Habría? A mí me lo han dicho de manera ofensiva. A lo me- jor finalmente es cuestión de gustos. O tal vez a muchos hombres sería más fácil atraerlos con un monito en la pantalla. Finalmente en el cine es igual. Hay ciertas películas que los hombres no ven porque se aburren. El diario de Bridget Jones, ¿no? Quizá sea una forma de ver la vida. Digo, no me gusta esquematizar. Cuando yo me junto con mis amigas hablamos de sentimientos. A veces con los hombres hablan de acción o pueden estar tomando sin siquiera hablar. Sí soy bien cursi, ¿verdad?

¿Cómo defines esa palabra: “cursi”? Yo creo que la cosa es así de negativa porque lo cursi es un ex- ceso de algo. ¿O será porque lo sentimental es dudoso, subjetivo o que demuestra debilidad? Entonces hay que hacer el exceso de sentimiento una característica negativa. En realidad, a veces digo las cosas o muy barroquitas o a veces con lugares comunes pero a veces sólo hay esa forma de decirlas.

Me sorprende que describas El libro perdido de Heinrich Böll como un libro de cuentos. ¿Te molesta si la gente clasifica el texto como novela? No. De hecho me caería muy bien. Fue como mi intento de acercar- me a la novela pero yo creo que fallé. Era mi primera aproximación. La novela ha sido así como mi… Por eso digo que la novela que tengo por ahí la tengo que reescribir. Se me ha hecho tan compli- cado. Como que con el cuento es imposible que lo puedas agrandar y en cambio la novela…

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En el epílogo de El libro perdido de Heinrich Böll el personaje Tadeo Süskind resulta ser el editor o escritor del libro. No sé si es una manera de descansar de toda esa temática femenina o ¿por qué meter un hombre al final de un libro de mujeres? Uno, fue un retito personal porque siempre me preguntan por qué la mayoría de mis personajes fuertes son mujeres. Justamente ahí había conocido a un sobreviviente del Holocausto. Fue como un intento de tomar una voz masculina y no lo he vuelto a hacer.

Y resulta ser la voz dominante, ¿no? Al final.

Interesante. ¿Tienes cierta visión de las mujeres como víctimas o como inocentes en este texto? Por ejemplo, en el caso de la violación de la señora Cande Piña por el sacerdote, sí es víctima. En algunos casos, sí, como en el de ella. En otras sí tiene que ver con las decisiones de los personajes y a veces es acomodarse.

Tienes una visión muy fuerte de las madres en el libro. La maternidad es, en mi opinión, una forma visceral de unirse al mundo. Como madre, uno es capaz de forjar vidas, arruinarlas, de hacer daño o llenar de amor. Los hijos dependen más de la madre, para bien o para mal, independientemente de la presencia o ausencia de un padre. El dolor de un hijo es peor que el propio, me consta.

¿Cuál es el punto temático sobre las situaciones de la vida que coinciden entre personas que nunca se conocen? Dos biblioteca- rios, dos madres solteras, dos padres que se mueren por adicción severa al cigarro, alumnas de literatura alemana… No los planeé. Si lo hubiera revisado bien, igual habría cambiado un poquito la cosa. Escribía estos cuentos esperando a mi hijo que

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saliera de la escuela, así por pedacitos. Y bien basados en personas que conozco. No si te fijaste en el libro chiquitito deLa maldición de Eva, como que están narrados desde muy afuera, y en éste es como muy… Ahí intenté hablar de situaciones que son reales. Por ejemplo, la chica de la maestría es mi mejor amiga y son cosas que le pasaron a ella. Están más apegados a la realidad y por eso se repiten. Siempre la relación con la madre está ahí, casi siempre para mal. En el penúltimo es una mamá que no supo hacer nada para defender al hijo homosexual. Ella no es víctima sino cómplice del marido homofóbico.

Fuera del título de inspiración de Böll, ¿por qué tienes tanta fascina- ción por los nombres completos? ¿Qué añaden a la narrativa? No sé. Bueno, por ejemplo de Helen Han fue por el contraste de las culturas mixtas. Cuando yo pienso en personas casi siempre es con el nombre y el apellido. Como que se me quedan grabados. No me había fijado en esto.

¿Sientes que usas de manera de caníbal o de modo más respetuoso la novela de Böll? Ninguno de los personajes lo termina leyendo. La primera, Allison Moore, no va a seguir en la clase. Cande Piña no sabe leer en inglés. Su hija tampoco lo va a leer. Es como el libro se usa, pero no se usa para… Yo lo veo así como un honor a un libro que a mí me gusta mucho y que además se escribió en el año en que yo nací. A mí me gustan mucho las coincidencias. Y que lleve el personaje el mismo apellido. Pero la idea de la pérdida obviamente está en el libro de Böll y en el mío. Todos pierden algo. Es un homenaje al libro que nadie lee.

Mencionas esa coincidencia autobiográfica entre tu nombre y tu año de nacimiento y el libro de Böll al principio de El libro perdido. Sí, como barroquito.

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Relacionarte de manera abiertamente personal con tu texto para mí demuestra una rebeldía contra la idea de un libro como artefacto del escritor profesional. Pues, este libro fue personal en el sentido de que los personajes yo los conozco. O quizás como una disculpa a ellos para decir: “Yo también estoy relacionada”. O “yo también estoy ahí”.

En mi experiencia, las escritoras son mucho más propensas a dis- culparse por haber escrito de una forma u otra que los escritores hombres. ¿De dónde viene esa tendencia de las escritoras de decir: “Bueno, es que no me salió bien”? Bueno, yo así soy en lo personal. Me estoy disculpando todo el tiempo. Siempre dudo de lo que hago. A veces como que me lo había pensado mucho. Como esto del primer cuento “Uno, dos, tres por mí”, tuve que decirle a mi mamá: “Perdón, pero lo tuve que escribir”. Sí hay un montón de cosas personales ahí. A lo mejor también es cultura. Si eres hombre te equivocas menos y sabes que si escribes vas a mentir. A lo mejor las mujeres…

¿A quién lees de la literatura mexicana? Leí en ciertos periodos, en la prepa y eso, leí mucho a Carlos Fuentes, a Rosario Castellanos. Tuve mi periodo así, José Agustín, Gustavo Sainz. Además, Gustavo Sainz se hizo mi amigo y me regaló todas sus novelas. La verdad no me gusta mucho cómo escribe. Entonces leí algunas y otras no. Luis Zapata, que es un escritor gay autor de El vampiro de la colonia Roma; bueno, a Zapata lo descubrí cuando tenía 19 años y fue la gran revelación. A ver, déjame decirte de mis contemporáneos: Eve Gil, Cristina Rivera Garza, aunque confieso que desde que se puso muy posmoderna, ya no. Me gusta más lo primero que había hecho. Hay partes que ya no entiendo. Pero a Cristina la leo. ¿A quién más? A Vicente Alfonso lo leo. Como que trato de leer los compañeros de mi generación, pero muchas veces por amistad. Está Ana García Bergua. No sé si ella cambió o si yo

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cambié. Hay un libro que se llama La confianza en los extraños. Me lo regaló un amigo y me gustó mucho. Leí de ella una novelita, pero recientemente leí su último libro de cuentos, Edificio. Dos de los cuentos estaban bien y los otros no me convencieron. Los per- sonajes son como muy planitos. Como que lo importante está en la anécdota. Entonces me desilusioné, pero a mí me gustaba mucho ella. Sí trato de leer más a mujeres. No leo poesía, la verdad. Me limito a la narrativa y entonces casi siempre estoy leyendo a… Leo para ver quién está haciendo qué. Leo los nuevos de la editorial Tierra Adentro. Pero realmente si hay algún contemporáneo que me gusta mucho, mucho sería Cristina.

¿Conoces a Cristina Rivera Garza? Sí, somos amigas.

Ella ha tenido un éxito tremendo. Se destaca entre su generación porque a veces se junta un grupo de hombres y ella. Ella solita, sí.

¿Crees que en su representación de papel de escritora que, por ejemplo, tiene menos tendencia a disculparse por su escritura, se comporta un poco más como hombre o de modo masculino? Sí, pero porque ha tenido mucho éxito. A lo mejor al nivel en que estoy yo, ningún hombre me toma en serio. No soy amenaza para nadie. Creo que Cristina ya entró al siguiente círculo hacia arriba donde están ya éstos que publican en Alfaguara y Tusquets y van a ferias de libro fuera del país. Cristina es la única mujer que está allí, entonces le han tocado cosas bien duras. ¿Tienes tiempo? ¿Te cuento una anécdota de machismo puro?

Claro. En un encuentro en Monterrey de escritores jóvenes, la que iba a cerrar era Cristina. Allí había un escritor de Torreón, bien bien

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misógino. Ve a través de una persona. Mientras que no es para hacer relaciones contigo, no eres nadie. Si no estás en esta mira, no estás. En los foros él cuestionaba mucho a las escritoras, pero sólo por molestar. A una chica le empieza a cuestionar y ya cuan- do ella le iba a responder, le dice, “No, no, no. Mejor hago una pregunta a él”, señalando al escritor al lado en la mesa. Yo iba al cuarto donde iba a cerrar Cristina, y estos chicos iban saliendo y se comentaban, “Ay sí, ya vamos a escuchar a la reinita”. Yo llegué a la clausura y la hizo Cristina con una norteamericana que leía la traducción al mismo tiempo que ella y después Cristina felicitó a una amiga, a Amaranta Caballero que acaba de sacar la beca y se emocionó y lloró un poquito. Terminó el encuentro. Nos fuimos a un bar que estaba por ahí cerca. Ahí estaba ese hombre, al fondo, tomando cerveza. Entonces cuando iba una amiga, Cristina y yo, y uno de Monterrey que se metió por ahí. Estamos en la mesa y de repente viene este otro, se sienta acá y dice al otro chico, “Hola, preséntame a tu tía”. Entonces el otro dice: “No, no es mi tía. Es Cristina Rivera Garza”. Y el otro dice: “Ah, pero tiene como para ser tu tía o tu mamá”. Pero bien grosero. Entonces Cristina se voltea y le dice: “Mira, te voy a dar un tiempo para que pienses en lo que dijiste y mientras tanto voy a platicar con mis amigas”. Y le dio la espalda. Entonces el tipo se sienta acá y empieza a hablar como: “No, esto no es un buen encuentro. El año pasado trajeron a Guillermo Fadanelli. Este pinche encuentro no es como el año pasado, cuando sí había escritores. Estas viejas se la pasan llorando”. Mi amiga quería que Cristina hiciera algo y Cristina no. Y justamente había un encuentro en Zacatecas, al que fueron mis amigas. Yo no fui, pero había gente de muy altos niveles y me dijo mi amiga que Cristina iba con ella, y todos se levantaban a saludar y dar las gracias a los amigos escritores y a Cristina nomás la reconocían de lejos. Entonces sí hay un celo profesional. Es la intrusa. A niveles como el mío hay muchas mujeres que escriben y conviven. Pero allá arriba no se cuela uno y Cristina lo hizo. Por

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lo mismo, ella tiene que ser más dura y olvidarse de lo sentimental. Ella es como nadie más.

Muchas gracias. De nada. 15 de agosto, 2010

Obras publicadas

Ensayo

Oleajes. Prólogo Ana Elena Díaz Alejo Tamaulipas. México: Uni- versidad del Noreste/Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, 1998.

Cuento

“Pink Lemonade”. En Eduardo Jiménez Mayo y Chris N. Brown (eds.). Three Messages and a Warning. Easthampton, Massachu- setts: Small Beer P, 2011. “Yo sé cuándo expira la leche”. Durango: Instituto Municipal de Arte y Cultura de Durango, 2011. “Tarde sin sol”. En Óyeme con los ojos. De Sor Juana al siglo xxi: 21 escritoras Mexicanas revolucionarias. Vol II. Monterrey, México: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2010, pp. 445-449. ¿En qué se nos fue la mañana? Tamaulipas: Instituto Tamaulipeco para la Cultura, 2007. “Cuando dios tocó a mi puerta”. En Sara Uribe y Liliana V. Blum (eds.). Perros de agua: Nuevas Voces desde el sur de Tamau- lipas. México: Gobierno Municipal de Tamaulipas, 2007, pp. 135-148.

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“La señorita de Avón”. En Ed. Julio Ortega, Usted está aquí. Méxi- co: Jorale/Orfila, 2007, pp. 33-39. “Maldición de Eva: Tragedia en siete actos”. En Beatriz Espejo y Vidas de Catálogo (eds.). Atrapadas en la madre. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (354), 2007. “Modelo para armar”. En ¿El crimen como una de las bellas ar- tes? Vol. 2. México: Instituto Coahuilense de Cultura, 2004, pp. 35-42. La maldición de Eva. Tampico: Voces de Barlovento, 2002. “Golondrina de madera”. En La cabalgata. México: Plaza y Valdés, 1992, pp. 16-22.

Novela

El marco de la ventana es el mundo. Inédito. El libro perdido de Heinrich Böll. México: Jus, 2008.

Traducción

The Curse of Eve and Other Stories. Trans. Toshiya Kamei. Austin, Texas: Host Publications, 2008.

Blog

http://lilianablum.wordpress.com

Twitter

@LaBlum

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Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977)

¿Cómo te hiciste escritor? Soy originario de Coahuila, un estado del norte. Viví 27 años en Monclova, una ciudad enclavada en el desierto, no muy grande. Fue lo usual: empecé leyendo, de una forma muy libre. Iba a las bibliotecas de la secundaria y la preparatoria donde estudié, y leía lo que llamara mi atención. Viendo esa época en retrospectiva, puedo decir que lo que me gustaba era esa libertad. Podía leer cuentos o poemas sin tener demasiados conocimientos teóricos que predis- pusieran mi acercamiento. Podía leer un drama de Shakespeare sin saber que se trataba de teatro. Me llamaba la atención cómo se cuenta una historia a partir de diálogos tan abigarrados y poéticos. La diferencia entre teatro y novela era secundaria: se trataba de escritura, de una mezcla de tonos y discursos que me marcó como lector. Tenía 13 o 14 años. A falta de maestros que les interesara orientar a sus alumnos en sus primeras lecturas, hice descubrimien- tos casi siempre por mí mismo: muy joven leí La divina comedia,

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mi maestra de español irresponsablemente me prestó el libro. Fue todo un acontecimiento y un trauma leer a Dante a esa edad. Adentrarme en un libro era emprender una aventura. Pero hubo una gran figura familiar que me acercó a los libros en mi niñez: mi abuela paterna, lectora empedernida de novelas policíacas. Le encantaban Rex Stout y Dashiell Hammett. Cuando falleció yo rescaté su colección de novelas de Agatha Christie. Cuando tenía cinco años y todavía no sabía leer, mi abuela empezó a regalarme cómics. El Hombre Araña y Súperman. Esas fueron mis primeras lecturas. Escribí desde niño. Perpetré textos vergonzosos que afor- tunadamente ya no existen. Pero fue a los 19 años cuando entré a un taller, por accidente. Eran otros chavos los del talento y los de la iniciativa. A mí me invitaron de rebote. Hasta el momento del taller, mi formación lectora fue totalmente autodidacta. Era el primer taller que se abría en Monclova, después de 15 años. Pese a que la promoción cultural tuvo buenas épocas, a finales de los noventa no había muchas alternativas. Tenía que ir a Monterrey o a Saltillo a comprar libros. Debía emprender viajes de al menos tres horas en autobús y por mi cuenta para conocer escritores o asistir a una presentación. El taller duró dos años. Lo coordinaba un gran narrador, un escritor saltillense, Jesús de León, quien tenía mucha tradición como maestro. Su taller solamente lo toma quien tiene mucha vocación, mucho aguante o muy poca dignidad (todavía no nos ponemos bien de acuerdo al respecto), porque es un maestro estricto y exige a sus alumnos todo el rigor del mundo. Un tipo muy inteligente, un prosista encantador que además posee un gran sentido del humor que le viene muy bien a la literatura mexicana, donde por lo general todos somos muy serios. Empezamos siendo seis integrantes, pero a las últimas dos o tres sesiones sólo asistí yo. Los demás se quedaron en el camino. Ya ninguno escribe. Ese fue mi primer gran acercamiento. Sucedió mientras estudiaba la carrera de Administración de Empresas, de la que me gradué con el primer lugar de mi generación. Hasta más o menos los veinte

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años, quería ser un gerente, trabajar en alguna empresa, pero hubo algo en ese taller que cambió mi perspectiva. Antes yo pensaba como Daniel Sada –un importante novelista mexicano cuya infan- cia transcurrió en Sacramento, un pueblo cercano a Monclova–, que todos los escritores estaban muertos. Todos los libros habían sido escritos hacía mucho tiempo. No podía existir un escritor vivo. Mi mente no podía concebirlo. Y la literatura era como una especie de pasado muy rico que había que descubrir. No era una forma de vivir en este siglo. No era una forma de expresarte, ni una búsqueda personal, ni una dinámica social, sino un pasado remoto inalcanzable. Pero cuando empecé a conocer a los escritores de mi región, mi sorpresa mayor fue encontrar que algunos incluso eran jóvenes. Pensaba que había que cumplir 50 años y después ahora sí, habiendo vivido casi todo, ponerse a escribir. Pero me di cuenta de que era posible. Porque había gozo en la escritura, había disfrute, reto y la búsqueda de uno mismo. Descubrí que quería ser escritor. Debía terminar mi carrera, trabajar, pero la verdad es que si no me podía dedicar a la escritura lo demás me daba igual. Fue un descubrimiento muy paulatino, hasta que me di cuenta de que la decisión estaba tomada. Era posible que en esta época un muchacho de una ciudad perdida en el desierto, castigada por un clima inclemente, ajena a la vida cultural de las grandes ciudades, se convirtiera en escritor. A mi papá le gustaba molestarme diciendo que ser escritor era un hobby, pero que yo debía trabajar en algo más. Fue hasta años después, cuando gané un premio literario que reconoció a la escritura como mi trabajo principal, es decir, me dio la bendición. Tenía 26 años. Pero durante mucho tiempo viví entre las dudas de quienes me rodeaban, siendo juzgado por todos. A decir verdad, los entiendo: que un muchacho lejano a todas las posibilidades que hay en la capital del país, con una vida tan arraigada en su localidad, en su estado, en su ciudad, pudiera aspirar a eso, confiara en que a probablemente había un futuro para él… era francamente difícil. Creo que fue dar pasos poco a poco

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en esa dirección, avanzar de forma más o menos inconsciente; de pronto, cuando menos te das cuenta, has alcanzado algo de lo que te proponías.

¿Y cómo te ganas la vida? Me vine a vivir al DF en 2005, con una beca de la Fundación para las Letras Mexicanas. El apoyo duró dos años. Consistía en tener una suerte de pequeño estudio compartido con otros escritores jóvenes, además del deber de asistir a una serie de cursos, talle- res, tutorías, charlas con escritores y una ministración mensual que me permitía cubrir digamos al menos el 70 u 80 por ciento de los gastos corrientes de una casa. Durante ese tiempo escribí Traducción a lengua extraña, terminé Novela, empecé otro libro de cuentos, Largas filas de gente rara, y un libro de ensayos que está próximo a publicarse, Lados B. Escribí un montón de crítica. Al mismo tiempo, empecé a colaborar con editoriales como Planeta, Mondadori, el Fondo de Cultura. Venir a esta ciudad me ayudó no sólo en la cuestión literaria sino también en la laboral. Me ofreció una nueva serie de posibilidades. En Monclova trabajaba como bibliotecario, daba clases de administración, en un departamento de comunicación; trabajaba prácticamente 12 horas en salones u oficinas. Llegaba a casa hecho pedazos. Durante ese tiempo escribí La noche caníbal. La escribí con insomnio, a medianoche, de ma- drugada. En una región donde la temperatura de verano, incluso de noche, no baja de los 35°. Era prácticamente un suplicio, pero al final encontré mucho disfrute en el proceso. Creo que fue una gran prueba. Después de trabajar, llegar y escribir en las condiciones menos indicadas para hacerlo y de todas maneras acometerlo con seriedad y sacar adelante un libro, eso al menos debe señalar hacia una vocación. Al terminar mi periodo en la Fundación para Letras Mexicanas encontré lugar en Almadía, donde soy editor desde hace dos años. Al final, mis estudios de administración de empresas han resultado ser de utilidad, no sólo en el trabajo, sino en la escritu-

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ra. Veo mis libros como un plan que hay que complementar con improvisación. Salidas y entradas. Estándares y métodos. Todo termina por contagiar la escritura.

Has tenido mucha suerte con los premios literarios y las becas. Traducción a lengua extraña ganó el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino; Novela, el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal; La noche caníbal, el Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo. ¿Cómo explicas tu éxito en la compe- tencia literaria? El año pasado, un libro nuevo, Los animales invisibles, ganó el Premio Ramón López Velarde. Son poemas muy breves, axiomas lógicos que se cuartean. Se trata de un libro que escribí sin beca y fuera de cualquier programa. Por otra parte, mi primer libro de ensayos, Lados B, ganó el Premio de Ensayo de la Bienal de Yu- catán. Reúne unos cinco años de ensayos que parten de la lectura y luego intentan hablar de un personaje, un tema, un motivo. Pero no estoy en contra ni tampoco soy fan de que cada libro se escriba con una beca, de que cada libro tiene que recibir un premio. Esas cosas son accidentales. Escribí mis primeros libros en una ciudad que es casi una civilización perdida. No sabía si me iban a leer. Quién demonios puede suponer que eso va a suceder. Escribí La noche caníbal porque se trataba de una serie de historias que me rondaban desde hacía mucho. Ahora que lo pienso, el libro es una especie de puesta al día, de montaje en el desierto de Poe y de Lovecraft y toda esa literatura fantástica que leímos en la adolescencia, donde el miedo y lo irracional expanden tu universo. Pensaba que si me leían mis amigos era suficiente. No había forma de saber que iba a pasar algo más. Siempre me ha gustado suponer que va a suceder la mejor de las posibilidades. Siempre he tenido fe. Pero antes que nada, creo que uno construye su vida. Escribí varios libros sin beca, sin premio, y se publicaron. Para mí era ya un logro tener la publi- cación. Pero después los amigos me aconsejaron concursar en un

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premio, solicitar una beca. No encuentro excusa para no pedir un apoyo para lo que de todas formas hago, o un premio para el libro que terminé hace meses. Es una forma de sobrevivir. Los premios y las becas no hacen al escritor. Ni los discursos, ni la imagen, ni las tertulias de café, ni las lecturas en público. Son los libros los que importan. Las becas, los premios te permiten hacer frente a un gasto determinado. A desechar una preocupación económica. A pensar que tienes tiempo, una tregua en las necesidades y en las exigencias del mundo.

También publicaste Legión y Galería de armas rotas. ¿Estos libros todavía te representan? Un poco, sí. Acabo de publicar una antología, Primavera un segun- do, para la que elegí las 20 páginas de cada poemario publicado que siento todavía muy mías. Lo hice el año pasado y me acaba de llegar el ejemplar no hace ni una semana. Lo editó la universidad donde me licencié. En muchos aspectos fue un retorno, una espe- cie de corte de caja. Una oportunidad para saber que hay cosas en esos libros que todavía firmaría. Además, diez o doce años no es tanto tiempo.

En su obra, a veces de manera abierta y a veces de manera más sutil, me parece encontrar una preocupación religiosa. En una ciudad pequeña es mucho más fácil arraigarse a una creencia y a una práctica; fui criado como católico. Creo que todavía mantengo ciertos rasgos de pensamiento que no sé si son formaciones o deformaciones. Independientemente de eso, sí hay una preocupación en mi escritura por preguntarme qué hay más allá. Por ejemplo, en La noche caníbal, en el segundo cuento, “El invierno en Devonshire”, hay un sacerdote que busca encon- trarse con el mal para estar seguro de que el bien existe. Dios es imposible de encontrar pero si existe el maligno, tiene que existir su contrario. Hay un equilibrio en el universo. Alguien me dijo

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que era un cuento imposible de escribir para una persona que no conociera la fe, que no se sintiera concernida por ciertas nociones religiosas. No diría que soy una persona profundamente religiosa porque creo que quien llega a la edad adulta se da cuenta de mu- chas cosas. Pero creo que la fe es parte de cualquier educación; la trascendencia, la comunicación con una fuerza más grande que nos engloba. Creo que todos los artistas son “ateos gracias a Dios”. Viven cierta ambigüedad.

Me sorprende tanto saber que toda La noche caníbal se escribió en Coahuila. El tema del invierno aparece en “El invierno en Devons- hire”, y en Novela leemos en la sección “Paisaje al vacío” sobre la nieve y el frío. Tanta preocupación con el invierno sorprende en un poeta del norte de México. He visto nevar dos veces en mi vida, en Monclova. Una vez cuando tenía ocho, nueve años. Diez o 15 centímetros de nieve. La otra fue a los 24 años. El invierno es muy duro en el desierto, muy extremo. A los 11 años leí la historia de las del diablo. Es una especie de cruza entre la leyenda, la literatura fantástica y la criptozoología. Esa historia me hechizó. De cierta forma, se trata del cuento que más he tardado en escribir, porque la historia que es el corazón del cuento la leí a los 11 años, y terminé redactando el cuento a los 24. Por otro lado, en Novela quería escribir algo que no fuera fácilmente identificable con mi persona como autor. En los poemarios anteriores el yo lírico se confunde con el autor, y quería que Novela fuera otra cosa, que ese elemento quedara oculto. En los poemarios anteriores, las historias familiares, las anécdotas personales, formaban líneas continuas. En Novela quise acercarme más al silencio, a la noción de blanco activo, escribir más desde la imaginación literaria, transformar el paisaje inmediato en un paisaje mítico, un espacio imaginario. Un cementerio de autos se convierte en una especie de metáfora de la poesía, la ausencia de un par de palabras se convierte en una metáfora de la no existencia.

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Una fábrica se convierte en una metáfora de la escritura. En los libros anteriores, no borré mis huellas para que el lector pudiera reconstruir el referente concreto. Pero quería un libro más opaco. Y además más oscuro. Creo que Novela se permite imágenes más oscuras, más violencia, desolación. Quise desprenderme de mi modo natural de abordar el hecho poético, dar un tour de force. Legión, Galería de armas rotas y Material de ciegos, que fueron previos a Novela, son más cercanos a Traducción a lengua extraña, donde el yo lírico se identifica con el yo autor. Hay una enuncia- ción muy clara, directa, narrativa incluso, no fragmentaria, donde los finales cierran, evocan. Pero llegando al cuarto dije: tengo que mudarme, hacer otra cosa.

La poesía de Traducción, como acabas de decir, es más narrativa, incluso con personajes y anécdotas, mientras la poesía de Novela es más de cuestiones abstractas y filosóficas. ¿Estos cambios re- flejan una búsqueda por tu estilo como escritor joven o consideras que dominas por igual los distintos modos de la poesía y hasta del cuento? Me gusta pensar que en la literatura todo se vale. Lo único prohibido es hacer cosas que no te interesan. Hay autores que escriben siempre una ampliación del mismo libro, como Whitman. Al final, su obra está acomodada en un solo libro, compacto, que aparenta haber sido escrito con una sola intención. Aquí en México tenemos a Jaime Sabines. Aunque tiene sus variantes y sus vertientes distintas, no me parece descabellado decir que Sabines escribió prácticamente un solo libro. Otros escritores, como Octavio Paz, buscan dar vi- rajes, desconocerse. El mono gramático no tiene nada que ver con Vuelta. Vuelta tiene muy poco que ver con Arenas movedizas. Ése es el tipo de escritor que me gustaría ser, aspirar a la diversidad, en búsqueda constante de otra cosa. Nunca me agradó la idea de la especialización literaria. Ni decir que soy únicamente poeta y lo demás no me interesa. O cuentista, o ensayista, o crítico. Me gusta

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trabajar en varias cosas al mismo tiempo. Proyectos que no tengan nada que ver entre sí. Esto te permite estar alerta, cambiando. Si encuentras tu comodidad, el espacio donde ya tienes todo perfec- tamente medido, entonces corres el peligro de aburrirte y aburrir al lector. La escritura es un juego sobre un tablero cambiante, con reglas que mutan.

Estos cambios no parecen responder a preocupaciones por la moda. Por ejemplo, desde la poesía concreta en la sección “Paisaje al vacío” de Novela, hasta lo gótico en cuentos como “El invierno en Devonshire” y “Mandrágula”, se sugiere cierta despreocupación con el estilo del momento. No sé cómo logras esa independencia. Tengo la teoría de que se trata de una deformación profesional que proviene del ambiente en que aprendí a escribir: en Monclova, ser escritor no representa una labor importante dentro de la sociedad (por decirlo de una forma amable). Allá lo que menos importa es el arte. Cuando llegué a la Ciudad de México fue un shock. Aquí hay programas, espacios, ciclos, librerías, tertulias, instituciones que apoyan y cultivan la práctica de la escritura. Invitaciones a lecturas, a dar talleres, a presentar libros. Esto fue nuevo para mí. Antes pensaba que el único destino del escritor era el aislamiento. De hecho, todavía lo creo. No vivir aislado pero sí escribir aislado. Hay modas literarias, claro. Los nazis, o el narco, por ejemplo. Una vez, en una presentación, una persona del público dijo: “me parecen muy bien sus cuentos de fantasmas, pero ¿cuándo va a madurar y nos va a presentar su novela del narco?” La verdad es que no me interesa para nada. La noche caníbal empezó como una respuesta por vía negativa a la violencia de cierta escritura que empezaba a permear demasiado por aquel entonces. El mejor cuento era aquél que detallaba cómo un asesino descuartizaba a su víctima. Quise escribir relatos en los que hubiera una gran vida interior, una bús- queda; donde la tensión proviniera de adentro de los personajes,

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de lo complejo que pudieran ser, y fueran esos conflictos los que hicieran cambiar el entorno. No es tanto que trate de desconocer las modas, sino que creo que escribir entraña una forma de crítica de ponderar asuntos distintos. Es decir, si la realidad, los medios, las editoriales u otros escritores ensordecen con una sola tonada, lo más urgente es encontrar un contrapeso natural.

¿Cómo te atreves a despreocuparte tanto por la moda al grado de construir un poema alrededor de un lugar común? Me refiero a “Ruido blanco” de Novela: “Si un árbol cae y nadie lo escucha, / realmente cae?” (37). Empezó siendo una broma, de bajo perfil, claro, pero creo que en- tonces me salían menos las bromas que ahora. Es un lugar común, todo el mundo lo ha dicho o escuchado, pero en realidad se trata de un problema lógico. Me sorprende la forma en que al tomar algo tan en serio empiezas a desconfiar del sentido común. El axioma se puede torcer hasta llegar al absurdo. Seguirle el juego a la deduc- ción para ver dónde desembocamos. En este caso, a desconfiar de las percepciones, y llegar a lo mínimo, a donde nada hay, porque nada puede sostenerse.

Ese interés en la nada aparece por ejemplo en el cuento “Obli- vion”, donde ingeniosamente desapareces la palabra “oblivion” del diccionario. ¿Qué pasa con ese interés en la nada? ¿Para eso sirve la literatura? ¿Para desaparecer?

¿O para rodear la nada? En ese cuento quería hablar de un asunto que es trágico pero al mismo tiempo resulta un consuelo: el olvido. La protagonista es una mujer joven que pierde a su marido en un accidente. Luego ella piensa que su recuerdo se va a mantener vivo todo el tiempo, pero pronto se da cuenta de que no, de que el mundo está hecho

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para seguir avanzando, de que incluso el organismo está hecho para encontrar el alivio, para no cargar con todo lo que ha pasado. El olvido es una forma de salvarse. Pero también una forma de traición: lo que antes era central, pronto comienza a desaparecer. Una contradicción que es como la literatura: nos alivia de ciertas cosas pero nos enfrenta a otras. La tensión entre recuerdo y olvido entraña esa misma ambigüedad. Ese cuento es el que juega de forma más sutil con la literatura fantástica, porque hay una especie de fantasma que es el recuerdo, un recuerdo que se va borrando. La nada que seremos. Además, a mí me pasó en una biblioteca donde trabajaba: la palabra “oblivion” no aparecía en un diccionario.

En algunos poemas de Novela, escribes de la aparición y la des- aparición como unificadas; la aparición de la poesía marca una desaparición: “ninguna palabra es la primera/ ninguna palabra es la última” (18). O escribes, “sé que todo poema/ tiene por llegada/ una desaparición” (34). Concuerda esta temática con los cuentos “Obli- vion” y “Uruborus”, donde se juega con la imposibilidad de dividir estrictamente el comienzo del final o de ubicar el olvido y la nada. ¿De dónde sacas esta temática tan filosófica? ¿Lees a filósofos? Leo poco a filósofos, pero ¿qué son los grandes libros sino las cristalizaciones de las ideas y las teorías de los pensadores? La poesía tiene mucho de filosofía. Por ejemplo, Charles Wright, posee un alto sentido filosófico, muy oriental. En la quietud del paisaje exterior se reflejan las corrientes del paisaje interior. No hay un adentro y un afuera sino una confusión de los dos. Pienso que Lovecraft es un filósofo de lo oscuro y lo maligno. Era un en- terado de diversas ciencias, con formaciones de diversos grados en astrología, astronomía, filosofía, política. Sus ideas mezclaban todo esto. La literatura es una aleación de discursos, de tonos, de temas. La literatura, con todo lo de ejemplo concreto, de encarnación en una realidad específica, aspira a contener y aclarar todas las ramas del conocimiento humano.

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El interés en la traducción es evidente desde el título del libro de poesía Traducción a lengua extraña y se repite en el cuento “Oblivion”, donde una viuda lucha con la dificultad de traducir la palabra epónima. ¿Qué te interesa del tema de la traducción? El único idioma que conozco y puedo traducir y leer es el inglés. Siempre me identifiqué con los libros de autores norteamerica- nos. Poemas de Charles Wright, novelas de Cormac McCarthy, la narrativa de Barry Gifford, Sam Shepard, William Faulkner. Ahí estaban muchos de los paisajes desérticos en los que crecí. Escriben sobre un ranchero mexicano, sobre Cuatro Ciénagas. Entre el esta- dounidense y el mexicano no encuentro una clara línea divisoria: comparten pasiones y angustias que le vienen del paisaje, del clima, del territorio. Los muros no detienen los intercambios culturales. Después empecé a traducir a John Ashbery, a Charles Wright, a Lovecraft, a Philip K. Dick, para ver cómo sonaban en español y tratar de entender de otra manera. Una cosa es leer y otra meterse en las entretelas del texto. Resolver problemas técnicos, importar y resignificar conceptos de una lengua a otra, es una especie de taller intensivo de escritura. Y más allá de que te enseña asuntos de técnica, te enseña a entender las cosas de otra manera. Decía Octavio Paz que la traducción es una transcreación, pues recreas, en otro contexto, un objeto y las reglas para que exista. Este des- lizamiento es aplicable al lenguaje o a la literatura, y además a la cultura, a la forma de vida, a la filosofía, a la forma de entender la política. El concepto de traducción entraña tender puentes sobre las diferencias. Nunca hay dos mensajes iguales. Recibimos uno y enviamos otro ligeramente distinto. Siempre estamos tratando de traducir a nuestra propia experiencia lo que entendimos o vi- vimos, lo que leímos. En el tema que nos ocupa, la poesía, el arte en general, podría ser una especie de traducción de la vida, de lo material, de lo orgánico, de lo temporal, al lenguaje lírico.

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¿Esas traducciones eran para publicarse o eran un ejercicio personal? Algunas se publicaron. Lo de Lovecraft y K. Dick se publicó. También me interesaba ver cómo funcionaba fuera, con los lecto- res. Tengo un par de libros traducidos, pero no han tenido suerte encontrando editor. Es muy difícil encontrar una editorial dispuesta a comprometerse con un proyecto así. Hacer la traducción de Wright, por ejemplo, me llevó unos cinco meses. Terminó siendo un ejercicio que me llevó a escribir “Páginas de otro libro”, un poema que aparece en Traducción a lengua extraña.

Es interesante cómo logras mantener la tensión en tus cuentos al lado de esa preocupación tan abstracta o tan académica por la traducción u otras cuestiones filosóficas, como la eternidad o lo infinito. ¿Cómo se hace? Siempre me ha gustado estar en dos o tres cosas a la vez, para no tomarme la medida. Estancarse es una forma de negarse. Enrique Vila-Matas dice que “cambiar de tema es cambiar de estilo”. Y combinar temas y preocupaciones es una forma de potenciar la escritura. Encontrar las relaciones ocultas o posibilitar las inexis- tentes entre varios discursos es labor del escritor. Los escritores aspiran a algo inalcanzable, una aspiración muy honesta: no ser un escritor sino una literatura. Que los libros formen un archipiélago por sí mismos. Ser un continente y no una ciudad.

¿Cuál es la relación del epígrafe de Inés Arredondo en La noche caníbal con los cuentos? (“Los que duermen y los que velan están en el seno de una noche distinta para cada uno que ignora todos”). Todos los personajes del libro tienen insomnio. Todos pasan la noche en vela. Los que duermen, en cambio, no tienen historia; permanecen tranquilos, en la felicidad de la suspensión o el sueño. En mi libro hay quien se da cuenta de que no puede dormir y sufre

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y hay quien no se da cuenta, y vive su vigilia. Y todo sucede en esa noche que es distinta para cada uno, puesto que proyectan sus fantasmas en el telón de la oscuridad. Un telón vacío, de quietud, de calma, de silencio. En el silencio se puede escuchar cualquier cosa. En la ausencia de todo es donde cualquier cosa se puede hacer presente. La noche distinta para cada uno pero que ignora a todos, neutra. Es un titán que está por encima del ser humano. Ahora que lo pienso, ese epígrafe también dice que son los hombres los que dan su forma a la noche.

¿El protagonista, tal vez paranoico, de “Siempre habrá alguien detrás de ti” juega con la idea de una sociedad de vigilancia? Vemos que David Honderos ve o imagina lo que el público verá en la televisión, como supuesto asesino. Fue una forma de decir que la construcción de una verdad colec- tiva no tiene nada que ver con la verdad individual y, por tanto, aquélla es cruel e impersonal. Cualquiera de nosotros podría convertirse, manipulaciones mediáticas mediante, en un crimi- nal, en un asesino declarado, con compruebas y testimonios. La sociedad puede construir alrededor de cualquiera un aparato para culpar, condenar y borrar el recuerdo de la persona que fuiste y sustituirlo por otro. Eso pasaba con El Gran Hermano de Orwell. Los medios de comunicación, los intereses gubernamentales o la justicia incluso, aparatos que se supone vigilan y cuidan al ciudadano, en realidad obligan a las personas a actuar de cierta manera. Pueden y son usados, muchas veces, no para averiguar la verdad sino para construirla. El cuento surgió de una ocasión en que vi aparecer un retrato hablado en la televisión y pensé que el tipo era idéntico a mí. Bastante en broma, imaginé que si salía a la calle alguien me echaría el guante y pediría la recompensa. Construí la historia de este tipo que está seguro de que él no es culpable pero al final la realidad supera sus percepciones y que-

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da atrapado en un laberinto de supuestos que lo señalan como culpable. Porque, ¿cómo puede reaccionar alguien si no es del mismo modo irracional que el entorno que lo ata?

¿Por qué el nombre David Honderos? Pongo una especial atención a los nombres. Tengo varias estrate- gias para titular los libros. Con La noche caníbal hice una lista de conceptos que quería relacionar, agregué y taché posibles títulos durante más de un mes, hasta que quedó sólo uno, y me gustó para quedarme ahí. Los nombres de los personajes tienen que sonar a algo, tener un efecto anímico. Pero nada muy directo. David es un nombre bíblico, un rey, una persona de bien. Honderos es un apellido que no existe pero contiene una especie de doble fondo; hay algo oculto por descubrir.

Sin que la explicación reduzca la ambigüedad de tu escritura, que es muy rica, pero ¿cuáles son los “signos” a que se refieren en “Laberintos circulares”? Cito: “Firmé mi condena al adentrarme al territorio donde los signos, los códigos que ven mis ojos, poseen mi cuerpo como los espíritus antiguos que son, como los fantasmas que representan” (51). Creo que este personaje es el único que puede dormir, pero tiene pesadillas. Los signos a los que se refiere son: la cinta Möbius, el nudo de Escher y el Uruborus, tres laberintos en sí mismos. Son perfectos porque no tienen salida. Cuando el personaje los atraviesa sucede una transformación. Lo marcan como una persona diferente. Lo que me interesaba era cómo estos símbolos de la circularidad –pero también de la modificación, la mutación de uno mismo en otro– podrían afectar, digamos, el cuerpo psíquico o el alma. En el cuento hay una relación entre los símbolos y el cuerpo que po- seemos en los sueños, es contagiado por la circularidad, al grado de atentar contra sí mismo.

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Dijiste que para ti La noche caníbal sucede en el desierto en el norte de México. Aun más: diría que sucede en Monclova. Con la excepción de dos cuentos.

Y sin embargo encontramos nombres como Nicole en “Laberintos circulares”, el pueblo Devonshire en “El invierno en Devonshire” y en “Oblivion”, lo que parece ser una referencia a la caída de las Torres Gemelas en 11 de septiembre. ¿Aspiras a ser escritor mexicano o te debemos leer de manera menos nacionalista? Hay escritores que confían en la evocación y la invención. En lo personal, yo necesito una experiencia más física, directa, para sentirme lo suficientemente preparado para llevar esa parte de la realidad a la ficción. Por ejemplo, si necesito decir que el personaje cruzó la puerta y se dirigió hacia la recámara del fondo, me interesa saber cuánto tiempo tarda todo esto en cubrirse. Escuchar los ruidos ambientales, conocer las distancias entre las habitaciones, qué tan lejos queda la ventana más próxima. La descripción de los espacios físicos es una zona que puede proveer no sólo verosimilitud, sino vivacidad. Además, conocer ayuda a imaginar, a fabular. Puedo decirte dónde acontecen los siete cuentos de La noche caníbal, elegí los siete espacios de entre los lugares que conocía. En “El invierno en Devonshire” tuve que trasladar la acción a otro país, pero no fue una traición porque nunca quise que todo el libro tratara del desierto. En “Laberintos circulares” usé el nombre de Nicole por su musicalidad, su brevedad. Nicole debe ser el nombre de una mujer bella. “Oblivion”, según mi opinión, ocurre en Monclova, pues hace un calor insoportable aun de noche, como en Monclo- va; y aparece un cementerio que está en las afueras de la ciudad. “Telarañas” ocurre en un departamento, puede ser cualquiera, pero para mí sucedía en un edificio del centro. “Mandrágula” sucede en otra época y otro país. “La noche caníbal” ocurre en un pueblo minero que se llama Esmeralda, que queda por el rumbo de Torreón.

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En la estructura del libro, me interesaba romper con las inercias, que no fuera del todo uniforme. Casi todos los protagonistas son varones, pero hay una mujer, y un caso ambiguo: el minero del último cuento. Casi todos viven en el desierto, pero hay quien no. Casi todos hablan en tiempo pasado, pero un cuento se narra en tiempo real. Las pequeñas rupturas proveen diversidad al libro. No aspiro a ser un escritor mexicano porque ésa es justamente mi circunstancia: evidenciar lo obvio no puede ser una ambición valedera. Aspiro, como todos, a trascender el mayor número de fronteras posibles.

¿San Andrés está en México? Se menciona la posibilidad de estu- diar ahí en el cuento “La noche caníbal” (91). Esa ciudad no existe. Quizá es Torreón, o San Pedro. La gente de Esmeralda viaja mucho allá. Los pueblos con nombres de santos abundan en México.

¿Por qué “Oblivion” está dedicada a David Toscana? Conocí a David Toscana cuando yo tenía 22 años. Todavía no es- cribía cuentos o los que escribía eran para darme un tiro. Lo invité a un festival literario que ayudaba a organizar en la Universidad, en Monclova. Había leído Santa María del Circo, Historias del Lontananza y Estación Tula. El ciclo se llamaba “Octubre litera- rio”. Conseguí el teléfono de Toscana, le conté el plan y aceptó enseguida. Fue uno de los primeros escritores con quienes tuve una conversación de verdad, y de que me tomaron en serio. Se dio cuenta de que era un clavado de la lectura, y que además conocía sus libros bastante bien. La amistad está ahí, aunque nos veamos, si bien nos va, una vez al año. Fue la primer persona a la que le pedí una opinión de los cuentos que estaba escribiendo. Fue generoso y honesto: me aclaró muchas cosas, me hizo ver las posibilidades que tenía no sólo con respecto a esos cuentos, sino con el oficio, me puso a pensar en lo que escribiría de ahí en adelante. El cuen-

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to que más le agradó fue “Oblivion”. Quizá porque está entre lo fantástico y lo realista.

Todos los personajes de La noche caníbal son muy pensativos, piensan de manera emocional. ¿Se relaciona con un estilo literario o es otro el interés? De hecho, creo que todos tratan de ser lógicos. Cuando entienden que están en riesgo, analizan la situación, tratan de entender, de hablar consigo mismos y decidir qué pensar y por qué. Pero luego los traicionan esas otras razones del corazón que la razón no en- tiende. Creo que ahí es donde se logra la hondura del personaje. En ese afán de controlar su mundo está la parte realista. Pero hay otro ámbito que rompe con la lógica. Lo dijo Lovecraft: el miedo es el sentimiento más poderoso de todos. Aunque hay quien está enamorado o de luto, permea en todos una preocupación de quiénes son, y una preocupación de en qué creen, un miedo a perderse en los laberintos de la percepción. Eso es lo que conduce al elemento fantástico, al elemento irracional, ambiguo, que da a la realidad otros colores totalmente distintos. Tienen arrebatos –uno se deja caer hasta el fondo de la perdición, otro es colérico– pero siempre están tratando de racionalizar, aunque a veces se pierdan en el proceso. Se trata de una pugna interna.

¿A quiénes lees entre los mexicanos? Entre los estadounidenses, además de los que ya mencioné, a Don Delillo, Paul Auster, Siri Hustvedt, Francisco Goldman, Chuck Palahniuk, Bret Easton Ellis, Richard Matheson, Clive Barker. Españoles, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ray Loriga, Luis Antonio de Villena. Otros: Salman Rushdie, Ted Hughes, Ezra Pound, T. S. Eliot, Yehuda Amijai, Junot Díaz, José Donoso, Al- berto Fuguet, Haruki Murakami, Ricardo Piglia, Gonzalo Tavares, Alessandro Baricco. En cuanto a los mexicanos contemporáneos, narradores: Daniel Sada, David Toscana, Eduardo Antonio Parra,

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Bernardo Esquinca, Martín Solares, Álvaro Enrigue. Poetas: David Huerta, Jorge Esquinca, Luis Vicente de Aguinaga, Eduardo Padilla, María Rivera. Estas listas, siempre lo he dicho, se parecen a un retrato en el que nos gustaría reconocernos, pero rara vez sucede. Una lista de afinidades electivas es una coartada.

¿Sientes que perteneces a una generación? Clasificar en generaciones puede ser una herramienta muy válida: a un académico le sirve para parcelar, dividir y luego trabajar sobre eso. A un lector, quizá para buscar afinidades entre quienes nacie- ron inmediatamente después de tal hecho histórico. Pero a la hora de escribir es necesario trabajar desde la individualidad. Soy parte de la gente que nació en los setenta, pero eso es por entero marginal. Creo que las amistades marcan más, las admiraciones incluso, que las coincidencias temporales. Yo diría que me atrae más pensar que pertenezco a los escritores que hablan del norte. Y ya entrados en gastos, del noreste.

Y mi última pregunta: ¿me puedes hablar de tus proyectos futu- ros? Tengo un libro de cuentos inédito que trata sobre escritores y la desmitificación de la figura del creador. Traté de ver otro lado, el lado bufo, lo tragicómico del asunto. Estoy escribiendo mi primera novela, Las afueras. Se desarrolla totalmente en la región centro de Coahuila, sobre todo en ciertas carreteras. Casi nada sucede dentro de las ciudades. Hay elementos fantásticos y realistas. Por otro lado, contemplo la posibilidad de reunir los textos de crítica que he publicado durante los últimos seis años. Y escribo cosas nuevas. Mucho. O no tanto. Sólo lo que me interesa.

Gracias por el tiempo. Gracias a ti. 14 de junio, 2010

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Post scriptum, correo electrónico, el 20 de agosto de 2011

Las afueras encontró su forma final y, además, editor; saldrá en algunos meses, publicada por la heroica Editorial Era. El libro de cuentos sobre escritores, Largas filas de gente rara, aparecerá en 2012 bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Hace un par de días acabo de obtener por tercera vez la beca de Jóvenes Creadores, del fonca, en el género de poesía; y pondré las manos sobre un proyecto que lleva rondándome un tiempo, un poema largo cuyo ritornello será la silueta de las montañas que atraviesan el paisaje que rodea Monclova. Traigo en la cabeza una historia que me gusta para novela, y tengo algo avanzado lo que será el primer borrador de un nuevo libro de cuentos. Hay proyectos para rato. No tengo prisa. Saldrán cuando buenamente salgan.

Obras publicadas

Ensayo

“De fantasmas e intemperie”. En Trazos en el espejo: 15 autorre- tratos fugaces. México: Era/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011, pp. 293-319. Lados B: Ensayos laterales. México: Jus, 2011. Premio Nacional de Ensayo Carlos Echánove Trujillo 2009.

Cuento

La noche caníbal. México: Fondo de Cultura Económica, 2008. Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo 2005.

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Poesía

Los animales invisibles. México: Universidad Autónoma de Zaca- tecas, 2010. Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2009. “Ataduras”. En 20 años de poesía Jóvenes Creadores del fonca. Selección e introducción de Jorge Fernández Granados. México: fonca/Programa Cultural Tierra Adentro, 2010. 243. Primavera un segundo. México: Universidad Autónoma de Coahuila, 2010. Novela. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (355), 2008. Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2007-2008. Traducción a lengua extraña. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (332), 2007. Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2007. “Material de ciegos”. En Premio Salvador Gallardo Dávalos 2004. Aguascalientes: Instituto Cultural Aguascalientes, 2005. Premio Salvador Gallardo Dávalos 2004. Galería de armas rotas. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (279), 2004. Legión. Saltillo, México: Instituto Coahuilense de Cultura, 2003.

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Karen Chacek (ciudad de México, 1972)

¿Cómo te hiciste escritora? [Se ríe] ¿Escritor oficial?

No sé. [Se ríe] ¿Hay tal cosa? La literatura es algo que me acompaña desde niña. Era una niña a la que le gustaba mucho jugar a solas y una de mis grandes diversiones era contarme historias, inventarme historias, y de repente empecé a escribirlas también. No vengo de una familia de lectores. Es una cosa curiosa. Yo me eduqué más que nada con cómics y con series televisivas. De hecho, me gustaba mucho leer, pero en mi casa no había casi qué leer. En las boletas de calificaciones de la escuela, siempre reprobaba en conducta, pero también siempre me ponían las calificaciones más altas en Lectura de comprensión. [Se ríe] A la fecha sigo siendo anarquista y autodidacta.

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¿No fuiste a la universidad? Fui a la universidad, pero ¡ay, lo de la universidad es una historia graciosa! Cuando llegó la hora de decidir ir a la universidad, yo no tenía idea de qué quería. Antes de ir a la universidad yo me había ido de la casa de mis papás, había viajado al Medio Oriente y a escondidas me había enlistado en un grupo preparatorio para entrar al ejército israelí. Desde adolescente tenía estas fantasías… no de ser princesa, sino de ser agente secreto. Entonces me inscribí en el curso del ejército porque dije, “Bueno, si esto me gusta, pues, de aquí paso directo al Mosad (el servicio de inteligencia israelí), y ya estoy”. Lo que descubrí en esa experiencia es que: si yo quiero puedo correr 12 kilómetros, pero si me levantan a las 4:30 de la mañana y me obligan a hacerlo, no me gusta. Tengo un asunto con la autoridad. Regresé muy decepcionada porque yo, hasta ese momento, estaba segura de que sería un agente secreto y viajaría por el mundo con diferentes identidades. Cuando volví, tuve que aplicar a universidades porque mi familia y esa voz colectiva que flota sobre nuestras cabezas me decían: “Eso es lo que hay que hacer”. Mis tres opciones eran: Comunicación, porque sonaba divertido; Veterinaria, por mi amor a los animales; Leyes, por mi afición, de entonces, a discutir. Y en la primera que me aceptaron fue Comunicación. Entonces entré sin saber qué diablos hacía ahí… hasta que tuve la fortuna de cursar mi primera clase de Cine 1 y dije: “¡Guau! Esto me gusta!” [Se ríe] Nos empezaron a dar ejercicios de contar historias con diapositivas y después con clips musicales. Después empezamos a hacer nuestros primeros cortometrajes en video. Había que escribir una historia y llevarla a video. Descubrí lo que era escribir de manera formal; contar una historia con un propósito y no hacerlo nada más para divertirme en casa. Me gustaba. Me gustaba muchísimo. El primer momento, creo, en que me tomé en serio esto de escribir fue cuando empecé a escribir guiones para pequeños cortometrajes. De hecho, hice mi especialidad de la carrera en Cine. Salí convencida de que me

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dedicaría de lleno al guionismo de cine. Estuve muchos años por mi cuenta, de autodidacta, trabajando guiones que rompieran con las formas tradicionales y empeñada en hacer vanguardia. Com- binaba muchos lenguajes: cine, video, literatura. Me becaron en talleres muy importantes de guión; el Sundance Film Institute me patrocinó la estancia en un par de sus talleres y muchos ahí me decían: “Lo que haces realmente es novedoso. ¡Es de vanguardia!” Pero no había quien se animara a producirlo. Era muy frustrante. Tengo un guión de cortometraje que se filmó en el 98. En el 99 entró a muchísimos circuitos. Todavía no eran tan populares los festivales de cortometraje. Se llama Wash’n Wear, Lávalo y úsalo y es la historia de un par de asesinos que coinciden una noche en una lavandería, cuando llevan a lavar las prendas que los incriminan. Tiene un humor corrosivo como el de Nina Complot pero en una historia para adultos, con tintes de género negro. Total que fueron años de tocar puertas y más puertas, sin recibir una respuesta cla- ra… frustración total. Esto me llevó a tomar por primera vez un trabajo de horarios fijos, escribiendo comunicados de prensa sobre tecnología. Y fue horroroso. Me acuerdo de que en esa época me desvelaba un montón; no me quería ir a dormir porque no me quería levantar al día de trabajo que me esperaba. Entonces vino en mi vida un momento de ruptura muy importante: renuncié a todo. Me quedé sin nada y… cuando no tienes nada, tienes todo. Lo medité y decidí abordar la escritura desde otro lado; dejar de tomarme tan en serio y empezar a jugar… Se me abrió un mundo. Descubrí la ficción y la literatura infantil.

¿Cómo te ganas la vida? Pues, me gano la vida escribiendo. Afortunadamente esto de ser inquieta y autodidacta me ha dotado de muchísimas herramientas. Lo mismo doy asesorías de guión cinematográfico, que trabajo con revistas y publico literatura infantil. Me apoyo de todas las formas en las que puedo reinventar mi acercamiento a la escritura.

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Invento muchos proyectos. Invento secciones para revistas y se las vendo.

¿Cómo qué? Por ejemplo, en la revista de una aerolínea, tuve por varios años una sección de entretenimiento para “ejercitar el cerebro” durante el vuelo. Me la inventé porque necesitaba trabajo y necesitaba dinero. No iban a llegar a tocar a mi puerta: “Oye, queremos que hagas para la revista una sección...”. Entonces me la inventé y se las vendí. Era muy divertido armarla, incluía ejercicios de pensamiento lateral en forma de pequeñas historias sin resolver para que las resuelvan los pasajeros en el avión. También para niños viajeros, cada tanto redactaba una leyenda vinculada con los destinos a los que viajaba la aerolínea y les proponía finales alternativos, a ver si el niño adivinaba cuál es el correcto.

Divertido. ¿Y tus proyectos futuros? ¿En qué estás trabajando? Mi tercer libro infantil está por salir. Y el cuarto y quinto ya se están gestando. Estoy coescribiendo un guión de cine y también trabajando una novela de ficción que es delirante. Relata el viaje de un personaje femenino en un mundo regido por los casinos, los templos religiosos, los supermercados y los gimnasios. Juega mu- cho entre realidad y sueño. El subtexto pretende ser una sacudida a los adultos, por su pérdida de visión y perspectiva con respecto a la niñez.

¿Por qué has tardado tanto en llegar a la novela? ¿Ha sido un proceso de aprendizaje? ¿O no te interesaba? La verdad es que a la novela la veía como un sueño guajiro. Sentía que por ser autodidacta, no estaba calificada, no tenía las herra- mientas para trabajarla. El guión, por ejemplo, si entiendes los tecnicismos básicos, lo demás es llevar la imaginación a últimas consecuencias. Se trata de hablar con imágenes y ése era mi juego

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favorito de la infancia, por eso siempre me sentí muy cómoda al trabajar un guión. Además, tomé cursos y… hay tantos libros que te enseñan, reenseñan, incluso reinventan el cómo escribir un guión. Pero escribir novela puede resultar intimidante, sobre todo al principio. Tu primer contacto con ese mundo involucra, por lo general, escritores arrogantes que ya tienen cierto nombre y compiten entre ellos por reconocimiento, premio a la ortografía, o mejor estilo. Yo me preguntaba ¿cómo me voy a poner a competir con eso? Hasta que descubrí que esa primera capa humana era bluff y no una condicionante; gente que habla de escribir y que casi no escribe. Cuando empecé a conocer a la gente que verdadera- mente escribe, me di cuenta de que la novela, al igual que los otros medios con los que he trabajado, tiene menos que ver con los estu- dios y mucho más que ver con tener algo que contar, y con hacerlo de una forma original. Si eres un creador honesto, la originalidad está implícita. Los tecnicismos se aprenden en el camino.

¿Por qué crees que hay tanto libro para aprender a escribir guión, pero no para escribir novela? ¿La gente quiere escribir guión pero no novela? Escribir guión de cine es más glamoroso; tiene mucha más exposi- ción (cientos de miles de espectadores en las salas) y paga mucho más en términos de dinero. Hay más aspirantes a escribir cine, que literatura. Por momentos pareciera que los guionistas son un gremio mucho más humilde a la hora de compartir sus hallazgos. A cuántos literatos no les has escuchado decir que el mejor consejo que ellos pueden dar es el no dar consejos… como si todos ellos fueran unos superdotados que nacieron sabiendo escribir novelas. El escritor de guión es muchísimo más generoso en ese sentido. Curioso ¿no crees?

Tú ves una relación entre tu manera de escribir guión y Nina Complot o Una mascota inesperada, por ejemplo?

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Sí. Totalmente. Tantos años de trabajar guión ha refinado muchísimo mi capacidad para expresarme con imágenes escritas. Si antes se trataba de expresar imágenes en palabras, ahora se trata, además, de jugar con las palabras para motivar a que el lector cree imágenes. Ambos libros son muy visuales. Con la literatura infantil, el uso de las palabras tiene que ser muy, pero muy preciso. Cuando tratas con primeros lectores es fundamental que imagen y palabra estén conectadas porque, al aprender a leer, los niños aprenden a saltar de las imágenes a los conceptos escritos. Lo que jamás imaginé fue que tantos años de trabajar guion me dotarían, entre otras recompensas, de herramientas tan fabulosas para producir literatura infantil.

¿Cómo es trabajar con un ilustrador? Me fijé en que a veces el texto depende del dibujo. En el caso de Una mascota inesperada, Manuel Monroy y yo trabajamos por separado por decisión de la editora. Yo entregué mi texto y meses después lo vi ilustrado. Ese texto lo trabajé con Daniel Goldin, a quien todavía hoy llamo mi tutor involuntario. Durante un año y meses el hombre me recibió en su oficina casi dos veces por semana para trabajar textos, sin otra motivación que la de haberme visto cara de buena semilla y él ser lo suficiente- mente generoso para irme regando. Recuerdo cuánto me insistía en que el escritor de literatura infantil, sobre todo el que trabaja con primeros lectores, tiene que ser el escritor más generoso de todos; un escritor que con las palabras evoque imágenes y dé espacio para que el ilustrador del libro juegue y aporte. Todas esas frases del texto que quedan abiertas a la imaginación, fueron concebidas desde un inicio con ese propósito. En el caso de Nina Complot, Abraham Balcázar, el ilustrador, Carlos Sánchez, el editor, y yo, trabajamos en complicidad. A la creación del texto original le siguió una ronda de sesiones en las que leímos y releímos el texto, luego hicimos lo mismo con los pliegos de ilustraciones sugeridas por Abraham. Juntos co-crea-

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mos la versión final del libro. Fue un proceso muy divertido que incluyó conversaciones larguísimas y hasta sesiones musicales; le pusimos soundtrack a la historia para mantenernos siempre todos en el mismo tono divertido y anarco-punk. De hecho, todos los pajarracos pulgosos están inspirados en algún músico de los ochentas vinculado al punk y al gótico. El pajarraco del gran copete es Klaus Nomi. Hay otro que es Shane MacGowan, un músico y poeta irlandés, famoso por su dentadura. También están, combi- nados en un solo pajarraco, Johnny Rotten y Sid Vicious de Sex Pistols. Hay una mezcla de Iggy Pop con Alice Cooper, un tributo a Toyah Willcox y otro al vocalista de los Cramps. Con La Cosa horrible se hizo algo muy parecido que con Nina Complot. Julián leyó el texto y lo platicamos un montón. Luego vinieron sesiones de café y galletas en su casa, para trabajar sobre las ilustraciones. En los tres libros he tenido la enorme fortuna de colaborar con dibujantes exquisitos, neuróticos, generosos, buenos seres humanos y con gran sentido del humor.

¿Pierden algo los textos sin ilustración? Es una pregunta que jamás me habría hecho sin haber leído tus libros. Creo que en los libros ilustrados, el dibujo tiene la gran cualidad de enriquecer, complementar y/o contar detalles de la historia que no están expresados en las palabras… El ilustrador es el primer lector del texto y lo que hace con las ilustraciones es rellenar algunos de los espacios vacíos naturales que tiene cualquier historia.

¿Crees que la historieta funciona igual? No. La historieta depende completamente de la imagen. De hecho, en la historieta los roles se invierten y son las palabras las que re- llenan los espacios vacíos naturales que dejan las ilustraciones.

Fue mi sensación con Días paralelos. Tal vez se podría haber com- binado bien con ilustraciones, pero no son necesarias. Me gustaba

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mucho que cada otra página quedara en blanco. No sé si sintieras que unos dibujos habrían venido bien a ese texto. Yo creo que sí, pero en su momento no tenía conciencia de eso; nunca había trabajado con un ilustrador. Cuando lo escribí, estaba dando ese salto del guión cinematográfico a las letras y pensando más en letras que en imágenes. Aunque, a fin de cuentas, el libro resultó un juego de palabras muy visual.

Yo no leo guión, pero habría pensado que escribirías ficción con mucho diálogo. Tus textos no emplean mucho diálogo, sin embargo. En mis guiones me distingo por emplear muy pocos diálogos. La esencia del cine es hablar con imágenes. Habrás escuchado esa expresión famosa: “Show, don’t tell”. A mí me encanta llevarla a últimas consecuencias, incluso en la literatura. Me gusta resolver una situación con acciones, en lugar de solucionarla con diálogos. Ésa es la salida más sencilla, y es muy válida, pero yo prefiero darle una vuelta de tuerca, usar poco diálogo y que el propio lector, espectador, rellene los espacios.

¿Cómo es el mercado de libros para niños en México? [Suspira y se ríe] A mi gusto está pasando por un momento muy interesante y, de cierta manera, muy bueno. ¡Las grandes y pequeñas editoriales se han dado cuenta del gran potencial de la literatura infantil como negocio! Este fenómeno lo ves no sólo en el mer- cado literario, también en el mundo de los artículos de consumo. Algo sucedió que en los últimos 15 años todos han volteado a ver al mercado infantil. En el caso de los artefactos de consumo, no me gusta ver cómo se manipula a los niños, y los padres son corresponsables de eso. Sin embargo, en el caso de la literatura infantil, considero que el niño se beneficia increíblemente con la gran oferta de libros. Lo comparo con mi propia experiencia. A mí no me tocó tal abundancia de libros para niños. En la biblioteca de

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la escuela había un anaquel y medio de libros. En casa tenía una pequeñísima colección de cómics que me compraban en la calle y eso era todo. Ahora es una maravilla entrar a una librería y ver que hay todo un pabellón de libros dedicados exclusivamente al público infantil. Es una ecuación ganar-ganar. Las editoriales están ganando porque, en efecto, el área que más vende, hoy por hoy, en México es el área de la literatura infantil. Y los niños ganan, porque los libros infantiles los dotan de herramientas para que desarrollen su imaginación: la crezcan. Un niño que sabe imaginar, sabe resolver situaciones. Y además se forman nuevos lectores. Creo que es un momento afortunado.

Me sorprende un poco tu franqueza respecto a esa pregunta del mercado porque algunos escritores quieren rehuir de ese factor comercial de la venta de literatura. Tendrán sus razones. A mi gusto no hay nada de qué avergonzarse. Al contrario.

También me sorprende esa agresividad en Nina complot. Si pensara en trama que vendiera para niños, no necesariamente incluiría detalles tal vez poco “comerciales”, como la familia disfuncional y las ancianas malvadas. Es un texto duro. Sí. El texto aborda situaciones presentes en la vida de los niños. El no hablar de ellas no las hará desaparecer, así que mejor hay que darles la vuelta; inventar alternativas para salir bien librados aun de las peores situaciones. El texto tiene como propósito jugar a ser un buen cómplice de los niños de nueve y diez años; la edad en la que se contienen mucho. Ya no son tan chicos, pero tampoco tan grandes como para gozar de autonomía. No se sienten con la libertad de jugar como cuando eran más pequeños; sin embargo, todavía los aplasta el “¡No puedes hacer esto! ¡Y no puedes hacer esto otro! Con el libro les damos una voz y una salida. A mí me pasaba a esa edad que quería gritarle a mi madre, a la vecina, y

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a mi abuela, y a todas las señoras aficionadas a las licuadoras y a las aspiradoras: “¡Apaguen eso! ¡Con tanto ruido no puedo ni jugar!” [Se ríe]

Dado el precio de los libros en comparación con el poder adquisiti- vo de las familias mexicanas, ¿para quién terminas escribiendo? El caso Nina Complot es muy afortunado. Es de los libros más económicos en el mercado ahorita. Esa fue nuestra intención desde un principio. Asumimos que íbamos a trabajar únicamente con dos tintas, verde y negro, para disminuir lo más posible los costos –por- que es un libro de 62 páginas. Queríamos hacerlo muy accesible. Llegar a la más gente posible. Aun así, cuando ves el gran espectro de la población del país, sabes que está fuera del alcance de la mayoría. Sin embargo, esta mayoría tampoco lee. Los lectores en México deambulan más que nada en las clases media baja, media, media alta y alta, que son quienes puedan pagar por los libros.

¿Por qué escribes para niños? Por fortuna. ¡Y porque es muy divertido! Te contaba de este mo- mento, a los 32 años, cuando decidí renunciar a todo y otra vez preguntarme “¿Qué quiero hacer de mi vida?” Para resolver eso, me puse a jugar y experimentar con mis textos y de pronto empezaron a brotar estos escritos que se movían en la frontera entre los libros para adultos y los libros para niños. Cuando empecé a trabajar con Daniel Goldin, descubrí la maravilla que es trabajar un texto para niños. A mí me ha dado la posibilidad de vivir una segunda infan- cia. Porque la primera… bueno, no fue una infancia color de rosa. Supongo que ninguna lo es. De niña me enojaba mucho. ¡Todo me parecía injusto! “¿Por qué a mí me tocaba vivir eso y a los demás niños vivir otra cosa?” La hora del juego era la mejor parte del día, pero después otra vez me aplastaba una horrible melancolía. Fantaseaba mucho en el cómo iba a ser cuando fuera grande y cómo habría de inventarme una vida muy distinta a ésa. Con la

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literatura infantil llegó mi gran oportunidad de experimentar una infancia más libre y hacer un montón de cosas. [Se ríe] Las hago en los textos, aunque muy seguido también me descubro jugando en casa y fuera de ella. Y, claro, esta gran fortuna se acompaña de una responsabilidad enorme: brindarle a los niños buenas herramientas de supervivencia. Se puede hacer del libro infantil una burbuja de bienestar en la que los niños se sientan acompañados y descubran que su situación la comparten con otros –que no son los únicos que pasan por momentos complicados– y que se vale jugar y divertir- se. De hecho, eso es lo que les toca hacer a los niños y ¡hay que recordárselo! [Se ríe]

Estás hablando de una literatura escapista pero sí hay una crítica en tus textos muy fuerte. Hay una crítica social muy fuerte y eso es justo lo que permite que los niños hallen esa válvula de escape que a veces necesitan. Existe la noción de que al niño hay que construirle un universo de fantasía, un mundo ideal para que vaya a jugar en él y después regrese muy contento. Eso es muy válido y funciona, pero también se vale que el niño descubra que puede hallar ese mundo lúdico en su realidad, aun en su casa todos griten. Por eso es que me gusta construir mundos muy cercanos a la realidad.

¿Sientes que tienes que censurarte a la hora de escribir para niños? Nina Complot tiene su lado macabro. Las ancianas son malvadas y el papá se muere en la mesa durante una comida familiar. ¡Y se muere de risa! No creo que haya que censurarse. Creo que hay que cuidar la manera en que se abordan los temas. Ojalá pu- diéramos hacer algo para que ningún niño experimentara la pérdida de un ser querido, pero eso es algo que sucede. En ocasiones, ni siquiera es que el papá muera, sino que está ausente. En lo que sí estoy de acuerdo es en respetar, por sobre todo, la infancia. Se les puede hablar de todo –ellos se dan cuenta de todo–, pero no se vale

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contagiarles los miedos y las preocupaciones que les competen y son responsabilidad exclusiva de los adultos.

¿Percibes diferencias en el vocabulario o la trama, la estructura cuando creas un texto para niños? En Nina Complot empleas una palabra que tuve que buscar en el diccionario: ovíparo. Al principio era muy cuidadosa en cuanto al uso de las palabras. Me daba mucho temor incluir en el texto palabras que no fueran tan cotidianas, hasta que Carlos Sánchez, el editor de Nina complot, me dijo, “Al contrario. Ponles ciertas palabras no tan comunes que los envíen a visitar el diccionario. Es parte del ejercicio de leer y de formar lectores”. De modo que ahora, cuando estoy trabajando para primeros lectores, sí busco las palabras más sencillas para ayudarles a construir el puente entre imagen y texto. Pero cuando trato con niños más grandes que ya saben leer, me doy la libertad de utilizar palabras que les cuesten algo de trabajo.

¿Pruebas el texto con un público laboratorio de niños? Empiezo por la lectora más exigente de todas: mi niña interior. Ella es la primera editora de mis textos. La que se da cuenta de qué funciona y qué no. Nuestros niños interiores nunca desaparecen. A veces nos olvidamos de ellos o los extraviamos en algún cajón del cuerpo. Nos educan para creer que al crecer hay que apagarlos o mandarlos a dormir indefinidamente, eso, se supone, es un síntoma de madurez. Nada más equivocado. En cuanto a probar los textos en un laboratorio de niños, eso lo hicimos con Nina Complot. Enviamos únicamente el texto, sin las ilustraciones, a una escuela para que lo leyeran en la clase. Lo hicimos, sobre todo, porque al principio nos costaba trabajo distinguir la edad recomendada para leer un contenido del tipo. Nos inquietaba saber si los niños comprendían algunas expresiones o si había personajes que les desagradaban o aburrían. Al final, concluimos que el libro era para niños que supieran leer. [Se ríe] Es un fenómeno muy curioso, Nina

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Complot le gusta por igual a niños de ocho años, de 11, de 14, de 35, de 47, de 59, de 70 y de 82 años.

Me fijo en que usas capítulos. EnNina complot tenemos “El Ori- gen de Nina” y “Nina Complot y las máquinas ruidosas”. En Una mascota inesperada, son cinco: “Yo soy Tab”, “La feria”, “Un deseo”, “Mayo y yo”, “Un mes después”. ¿Por qué la estructura del capítulo en libros tan breves? Estructurar en capítulos se dio de manera orgánica en ambos libros, quizás tiene que ver con mi formación de guionista de cine; en un guión pasas de una secuencia a otra secuencia y juegas con saltos de tiempo. Estructurar en capítulos me parece una herramienta maravillosa que facilita enormemente la lectura. Sobre todo en el caso de los niños más pequeños, a quienes les puede resultar muy cansado leer todo el libro de corrido.

En Días paralelos tenemos esa división en el libro entre Úrsula y Nahum. ¿Viene del cine también? En Días paralelos era lo más natural que existieran estas divisio- nes, porque el libro relata precisamente días paralelos de ambos personajes. Los relatos se pueden leer por separado o se puede alternar la lectura. Es hasta el último relato de Nahum que sus historias se juntan.

Reconocí tu voz en Días paralelos por esa perspectiva tan jugueto- na. Tus personajes parecen niños por sus pensamientos tan estra- falarios, aunque sus vidas corresponden a las responsabilidades de los adultos. Tal cual. Una cosa es tener a tu niño interior bien despierto y otra muy distinta es ser infantil. Y este rasgo, el de mantener al niño interior bien despierto, es algo que he descubierto que comparto con muchos de mis amigos escritores, tanto de ficción para adultos, como de literatura para niños.

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En “Un nuevo sillón de vida” de Días paralelos, para calmarse sus nervios Úrsula se sirve un vaso de agua. ¿Por qué agua y no alcohol? Porque me pareció más dramático que acompañara con agua ese momento calamitoso de recibir la entrega de un sillón para dos, ella que vive sola desde hace años y que no sabe qué hacer con un mueble así.

Para mí, en detalles como ése surge la combinación de mundo niño y mundo adulto. Eso que dices y también un voto a favor de recuperar la inocencia y la capacidad de sorprendernos. Ambos rasgos maravillosos de la infancia.

También hay algo de malicia en ellos. Es una combinación inte- resante. La malicia en ellos es consecuencia directa de su decisión cons- ciente de hacer frente a la vida a través del juego. Más que actuar de mala fe, lo hacen con picardía, humor y un toque sano de irre- verencia.

Hablando de la malicia, en Nina Complot se habla de un ejército de ancianas: “Hay cuarteles de octogenarias diseminados por todo el mundo. Son una estirpe de mujeres que se han entrenado desde niñas en el manejo de aspiradoras, secadoras de cabello, licua- doras, teteras que silban, lavadoras… Tras años de preparación y disciplina, se han vuelto inmunes a las toxinas resonantes, lo que les permite acoger a las máquinas en el seno de sus hogares”. Y en Días paralelos con Nahum, se repite esta idea de “la AAA (Anciana de la Aspiradora Asesina, por sus siglas en español)”. ¡Acabo de caer en cuenta de que Nina Complot y Nahum com- partían la misma circunstancia desafortunada al momento de ser concebidos! Cuando nació el personaje de Nahum, yo vivía en

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un edificio de muchos departamentos y me volvía loca el ruido que producía la aspiradora del departamento de enfrente. Un año después me mudé a un edificio con menos departamentos; sin embargo, la maldición todavía me perseguía: en el piso de arriba vivía una anciana sorda, que gustaba de mantener conversaciones larguísimas con su aspiradora, sin importar la hora del día. Fue en una tarde de tantas en las que yo batallaba inútilmente por mante- ner la concentración, cuando se me apareció el personaje de Nina Complot a decirme: “¡Haz algo con ese ruido, por favor!”

Con Úrsula en “Un nuevo sillón de vida” se ridiculiza la figura del señor mayor “a quien desde hace dos meses [Úrsula] había visto portando rodilleras y casco, en un afán por aprender a andar en patines”. ¿La estética de la juventud se refiere a una actitud o un estado físico en tu obra? Definitivamente es una cuestión de actitud. Hay adolescentes que responden como ancianos y hay personas mayores con un vigor envidiable. A mi gusto, anciano es aquel que se cansa de concebir nuevas posibilidades. La edad cronológica no tiene nada que ver y tampoco la transformación del cuerpo. Me resisto a concebir la vejez como una enfermedad. No sé qué le ha pasado al mundo que la considera de esa forma. A mí me gusta pensar que cada nueva marca en tu rostro o en tu cuerpo es la evidencia de un día más de vida que tuviste la fortuna de disfrutar… un renglón más en tu relato personal.

Y ¿los aparatos electrodomésticos? Ay, muchos de estos los detesto por el ruido que producen. Me cuesta creer que a nadie se le haya ocurrido inventar un silenciador para aspiradoras, licuadoras o secadoras de cabello… Emily, ¿qué te puedo decir? Tengo cajitas con tapones de oídos repartidas por toda la casa por si de repente se desata un ruido apocalíptico… Hay días en que escribo con tapones o duermo con tapones. En el

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cine incluso hay películas que son tan estridentes que uso tapones profesionales que disminuyen los agudos. Soy una maniática. Tengo casi oído de murciélago. Puedo escuchar conversaciones a muchos metros de distancia. [Se ríe] Es una gran fortuna, si piensas en términos de recolección de material de escritura, pero…

Me reí mucho con Nina Complot porque reconocí la vida en apar- tamento de la ciudad de México. Creo que es un texto muy urbano. La gente que no ha vivido eso no lo comprende. Claro, tiene mucho que ver con eso. Pero Nina, aun cuando se queja del ruido, lo necesita porque éste es parte de su vida. Las personas necesitamos del ruido. Aun cuando lo detestemos, el ruido nos recuerda que el mundo sigue ahí. Cuando escribes te encierras y te pasas horas en una habitación con una computadora. Un claxonazo te recuerda que hay un mundo afuera, y dices “¿Cuántas horas llevo aquí? ¡No! Con permiso”. Te pones los zapatos y sales a dar una vuelta. En mis textos hago una crítica importante al ruido, porque creo que el exceso de ruido, característico de las grandes ciudades, nos distrae. Nos distrae de nosotros mismos. Es uno de los tantos elementos que contribuyen a nuestra enajenación. La gente pierde conciencia de sí misma, del otro, del entorno… de tal suerte que termina viéndose a sí misma y al otro como meros objetos del mundo. Es algo que a veces me espanta. [Se ríe]

¿Creciste en casa o departamento? Siempre he vivido en departamento; rodeada de vecinos. Por fortuna, todavía no me acostumbro al ruido. [Se ríe]

¿Te gusta el futbol? El futbol (soccer y americano) y el box son de las pocas cosas que me ayudan a descansar la cabeza y dejar de pensar en todo eso que tengo que resolver. A veces no le puedo poner pausa a la cabeza.

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El tema aparece varias veces con Nahum en Días paralelos. Tengo un amigo que parece mi promotor dentro del mundo del espectáculo, no se cansa de asegurar que soy un Jackpot: “Mujer inteligente y con humor, a la que le gustan el futbol y el box… ¡por favor!” Me río mucho… después no tanto: ¡resulta que todos aquellos que me lo celebran son casados! ¡A los solteros les doy miedo! [Se ríe] La verdad es que veo muy poco la televisión. Me deprime. Algo me pasa que, cuando la veo, me hace sentir muy triste. La uso más que nada para ver los deportes. Y es que, cuando estoy trabajando una historia, me la llevo a la cocina, me la llevo a la regadera, me la llevo a la cama, me la llevo a los paseos, me la llevo a todas partes… Pero si me siento a ver un partido de fut- bol, empiezo a dar instrucciones técnicas a los jugadores, sugiero cambios al cuerpo técnico, replanteo la estrategia del juego… y me olvido por un instante de los pendientes.

Creo que hay cierta división entre el mundo literario y el mundo de los deportes. ¿Estás de acuerdo? Me da mucha risa ese tema porque conozco a escritores de gran trayectoria que son aficionadísimos al futbol. De hecho, cuando nos encontramos en las ferias de libros, nos da por comentar los resul- tados de los partidos y es hasta después que hablamos de libros. Algunos consideran que el futbol es algo estúpido. Si me pre- guntas, yo creo que el futbol se parece mucho a la vida cotidiana. En ocasiones uso referencias al futbol cuando intento explicarle a alguien mi momento de vida o sugerirle que cambie de estrategia para encarar algún asunto específico. Les digo cosas como: “No te quedes en la banca; salta a la cancha. Si te detienen los de la defensa contraria, regrésale el balón al portero e intenta por la otra banda”.

En una de las historias de Nahum, narras un partido. ¿Cómo lle- gas a combinar esos dos mundos? ¿Es meramente vocabulario o

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ves una estética deportiva que transformas en una narrativa que reconocemos como literatura? Mientras haya juego las posibilidades son infinitas; literatura y futbol pueden co-crear una obra original y de calidad literaria.

Entonces ¿ves la literatura como juego? Totalmente, sí.

¿Se puede ganar o perder? Sólo en un sentido estricto de marcadores oficiales desplegados en un monitor de estadio o en la página de un periódico deportivo. En esencia, cuando se está jugando se gana todo el tiempo. El juego es un estado de plenitud; produce un bienestar ilimitado. Lo que más se disfruta cuando se escribe –crear es el acto de escribir– es crear. Te sientes completa. Es una sensación maravillosa. Y eso no te lo roba ni siquiera el levantarte de malas tres días después, leer el texto y gritar un “¡¿Qué?! ¿Cómo escribí esto?, debiera borrarlo y empezarlo de nuevo”.

¿Qué son los verdes en “El regreso de los verdes” y “Charlas de futbol” en Días paralelos con Nahum? La respuesta sonaría mucho más divertida si se lo preguntaras a mi madre. Todavía hoy me reclama el que me haya pasado tantas tardes encerrada en mi cuarto hablando con los hombrecitos verdes. Creo que de verdad llegué a asustarla. Te confieso que yo no recuerdo que fueran verdes, pero mi madre asegura que sí. [Se ríe]

¿Siempre les dabas de comer brócoli? [Se ríe] Ésa fue una mera ocurrencia para nutrir el relato, aunque esta ocurrencia sí está inspirada en uno de los restaurantes favoritos de mi infancia. Un restaurante de comida cantonesa que se llama Luaú. Estaba lleno de pequeñas fuentes de los deseos. Y, claro, casi todos los platillos que ordenábamos incluían brócoli.

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¿Los días no van en orden cronológico? ¿Nahum pasa por escenas de la niñez en medio de la narrativa? Nahum de adulto es el protagonista de todos los relatos. Quizás tengas esas impresión porque el tiempo interior, en los seres hu- manos, nunca es lineal. [Se carcajea]

Las lámparas chismean a Úrsula. ¿Es otra vez pensar en un mundo de niños? De niños y de adultos que, necesitados de hablar con alguien, somos capaces de entablar una conversación con la lámpara, con la planta, o con cualquier otro ser presente en la habitación.

Úrsula se enamora de una lámpara, ¿no? ¿Por qué te extrañas? ¿Acaso nunca te ha hablado una lámpara al oído? [Se ríe] Raro que te hablara una cortina.

Explícame el relato “Intolerancia” en el que Úrsula se sorprende cuando pide el mismo plato que otra mujer, quien se levanta sin haber probado el platillo. Lo que Úrsula pretendía hacer en el restaurante era vivir por un momento la vida de esa mujer que tanto le llamaba la atención. Creyó que si ordenaba el mismo plato que ella, se conectarían. Por eso al ver a la mujer levantarse de la mesa y dejar el plato intacto le es tan decepcionante. En ocasiones idealizamos la vida de las otras personas y resulta que nada es lo que imaginamos.

¿Y por qué poner “Intolerancia” como título? Esa palabra conseguía expresar el estado de ánimo de Úrsula aquel día en el que no se sentía contenta con ser ella misma y necesitaba jugar a ser otra.

Parte del humor en Días paralelos gira alrededor de lo inesperado y, ahora que hablas del juego, aclara un poco más el sentido de la

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temática. Por ejemplo, escribes en “Sobre soluciones al insomnio, la economía y lo que una tiene que escuchar”; “Úrsula cumple la quinta vuelta olímpica al circuito de canales de televisor”. Este proyecto es muy autobiográfico. Cuando lo escribí pasaba por un momento complicado de vida. Estaba experimentando una ruptura, una crisis existencial terrible. Y yo que casi nunca veía te- levisión, de pronto me descubrí dando vueltas al circuito de canales, como si se tratara de caminar un circuito olímpico hasta agotarme y dejar de pensar en todo aquello que me abrumaba. [Se ríe]

En “AAA” escribes, musitas: “por qué al zumo de limón lo fabri- can con saborizante artificial y al polvo lavavajillas con limón natural”. Eso no fue un chascarrillo, ¡es un dato real! Me encanta explorar en mis textos ese absurdo latente y presente en la vida cotidiana. Confiamos en que nuestro actuar es sensato porque creemos que la razón construye sólo ecuaciones lógicas. Pero basta con que nos salgamos de nosotros mismos un instante para descubrir que lo absurdo es uno de los componentes que nos hacen humanos.

Sí. Nos fascinan los saborizantes artificiales. Sí.

¿Por qué no se usan números de página ni se menciona dónde se publicó el libro Días paralelos? El editor eligió no seguir con todas las formalidades de una publi- cación tradicional. Me hubiera encantado que una distribución en forma lo llenara de recompensas por todo el tiempo dedicado al proyecto, pero él prefirió escoger otra vía; repartir personalmente las cajas de libros en librerías y con conocidos, amigos y familia- res, tanto aquí, ciudad de México, como en España y Sudamérica. Algunos de los autores que forman parte de este compendio Salida de emergencia son colombianos, chilenos o argentinos.

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¿Y los números de página? ¿Que las páginas no estén numeradas? Pues, habrá sido capricho, supongo.

¿Pensabas en cierto estilo cuando escribiste el cuento “Alguien lo ha visto”? Este relato lo escribí poco después de haber asesorado un guión de terror, por lo que tenía muy frescas las reglas del género. En sí, la semilla de este relato apareció un martes en la tarde sobre la mesa de un café, mientras yo escuchaba sin parpadear la confesión de una de mis amigas de la infancia: “Ya no es como antes que Ronen y yo nos turnábamos –me decía–, ahora siempre estamos juntos; nos da miedo quedarnos a solas con la niña”.

¿De qué se trata “La hora de las luciérnagas”? Bef lo describió con tal precisión en la antología de la que forma parte el cuento, que no puedo más que citarlo: “En ‘La hora de las luciérnagas’ Chacek echa mano de sus obsesiones circulares (insectos, ciudades claustrofóbicas, distopías totalitarias, perso- najes marginales) para ofrecer al lector una sutil alegoría sobre el Holocausto, visto por los nietos de sus protagonistas”. Es el primer texto en el que me animo a tocar el tema. Este asunto todavía me quiebra. Sin embargo, como te decía cuando hablábamos de los niños, no porque dejes de hablar de un tema lo haces desaparecer.

En el cuento no se habla de la historia familiar con la protagonista, aunque ella sabe de todas maneras que algo pasó. En tu familia ¿no te hablaban del holocausto? Contaba sólo con datos aislados. Yo tuve que atar los cabos y relle- nar los espacios vacíos de mi historia familiar. Mi abuelo paterno abandonó Polonia, más por un espíritu viajero que por otra cosa. Recorrió Sudamérica y se asentó en México. Entonces fue que se

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enteró de que él era el único sobreviviente de su familia. Y en ese momento, literalmente, algo le estalló en la cabeza.

¿Sientes que perteneces a una generación de escritores o escri- toras? Siento que pertenezco a una generación de creadores autodidactas. Algo de lo mucho que comparto con mis amigos escritores, es que la mayoría ni siquiera estudiamos la licenciatura en Letras.

¿A quién lees entre los escritores mexicanos? Que ya fallecieron, se me vienen a la mente Jorge Ibargüengoi- tia y Juan José Arreola. Les tengo mucha estima porque me han regalado momentos maravillosos y un sinnúmero de carcajadas. Vivos, pienso en Bef, Bernardo Fernández. Me gustan sus historias, pero más que sus historias me gusta cómo me las cuenta. Es un gran narrador y un estupendo amigo. Incluyo en la lista a Alberto Chimal, a quien le agradezco que con sus textos me envíe lejos y me obligue a generar nuevas conexiones cerebrales para poder acceder a los mundos imaginarios que plantea. Paco (Francisco) Haghenbeck es osado y sus textos tienen una frescura deliciosa. Bernardo Esquinca es oscuro y retorcido, pero sumamente fino. Pancho [Francisco] Hinojosa es un maestro en materia de literatura infantil, y entrados en el tema de la literatura infantil y juvenil, Jaime Alfonso Sandoval tiene un humor tan inteligente y una prosa tan ligera, que es un placer leerlo. Tedi López Mills es delirante; lo que escribe es poesía con algo más. Caray, apuesto a que tan pronto demos por concluida la entrevista se me vendrá a la mente una docena de nombres.

Ahorita que me preguntaron, no pude recordar con quién me había entrevistado. [Se ríe] Exacto.

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Gracias por la entrevista. Gracias a ti. Un placer. 20 de agosto, 2010

Obras publicadas

Guión cinematográfico

Cortometrajes

Escrito y dirigido: El Payaso (1994), Iniciación (1995), Del dicho al hecho (1996), Escrito: Wash ’N Wear, Lávalo y úsalo (1998).

Largometraje

Script Doctor de diversos largometrajes: La última muerte, Sangre de familia, Lázaro, Canela, Clover Lawn, Papa San.

Cuento

“Hay una razón para todo” y “Palabras-Zumbido”. En Antología infantil. México: sm, 2012. “Alguien le ha visto”. En Antología: El abismo. México: sm, 2012. “The hour of the Fireflies”. En Eduardo Jiménes Mayo y Chris N. Brown (eds). Three Messages and a Warning: Contemporary Mexican Short Stories of the Fantastic. Easthampton, Mas- sachusetts: Small Beer Press, 2011. “La hora de las luciérnagas”. En Antología: 25 Años de Ciencia Ficción Mexicana. México: sm, 2010.

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Literatura infantil

La Cosa Horrible. Ilustraciones de Julián Cicero. México: Axial/ Colofón, 2011. Nina Complot. Ilustraciones de Abraham Balcázar. Oaxaca: Al- madía, 2009. Una mascota inesperada. Ilustraciones de Manuel Monroy. Méxi- co: Ediciones Castillo, 2007.

Novela breve

Días paralelos. Salida de Emergencia, 2006.

Novela

Violeta Nadie. Inédito.

Traducción

Nina, the Conspiracy Girl. El Paso, Texas: Cinco Puntos Press, 2012.

Twitter

@Malkatika

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Alberto Chimal (Toluca, Estado de México, 1970)

¿Cómo fue tu formación como escritor? Me hice escritor… buena pregunta. [Se ríe] No. No sé. No sé. Desde chico yo quería escribir, desde muy chico. Tenía como seis o siete años cuando leí muy extrañamente una autobiografía de Isaac Asimov, ese escritor de ciencia ficción justamente. Yo la encontré por casualidad en la casa. Él platicaba que leyendo las revistas de ciencia ficción de cuando era niño,Amazing Stories y cosas por el estilo, se encontró con que existían los escritores, que las historias no venían hechas, que alguien las tiene que hacer. Así fue que yo lo descubrí también. A mí desde siempre me gustaba eso, me gustaban los cuentos. Me gustaba todo lo que me podía encontrar de eso. Desde entonces me acuerdo cómo me parecía la gran cosa la idea de poder hacerlo uno, de poder uno inventar sus propias historias. Ya lo demás fue batallar, pues, trabajar todo el tiempo.

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¿Cómo te ganas la vida? Con cosas alrededor de la escritura. Doy clases, doy cursos, talle- res literarios. Me toca, de vez en cuando, también dar clase en las universidades. Sobre todo en la Universidad Iberoamericana estaba dando clases. Y ahora voy a editar una revista electrónica literaria. Estamos en eso. Todo eso gira, digamos, alrededor de la escritura pero no es exactamente eso. Hasta el momento –bueno, siempre es muy difícil ganarse la vida con lo que uno escribe y más, pues, en un país como éste. Pero por lo menos me mantengo cerca de la literatura, o alrededor de ella, pues.

Varios autores me han contado del desarrollo de un escritor que inicialmente estudia sistemas y de repente se da cuenta de que quiere escribir. Ahora, leyendo tu biografía, pensé que en realidad piensan en ti, ya que no estudiaste letras. Estudié letras después. Es muy curioso. Yo quería ser escritor desde antes, desde los siete años. Cuando llegó el momento de entrar a la universidad, me metí en esta carrera –estudié informática– pues, por la familia, porque ellos querían que yo tuviera un diploma que fuera respetable o algo que cuadrara más con sus ideas de lo que era un trabajo seguro. Luego que terminé no pensé jamás si ejercer o no como ingeniero de sistemas. Volví a dedicarme a lo que me interesaba. Poco tiempo después incluso me fui de mi ciudad, de Toluca, donde nací. Ya me vine para acá. Eso fue hace 15 años. Pero en realidad la ingeniería fue como una vuelta. De hecho elegí eso porque me sonaba muy a ciencia ficción. Yo decía, “Ay, ¡guau! ¡robótica! ¡Qué maravilla!” Al menos era interesante, pensé. Y no lo era. Digo, desgraciadamente no lo era. La única materia que recuerdo con afecto de eso fue “Inteligencia Artificial” que era enteramente teórica –y que no le gustaba a ninguno de mis com- pañeros porque no implicaba ponerse a hacer algo con las manos o ponerse hacer algo práctico, decían. Era más bien discusiones sobre filosofía: hermenéutica, epistemología, teoría del conocimiento. A

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causa de esa clase leí por ejemplo a Douglas Hofstadter, que es un autor que leo mucho. Resulta que las opciones laborales que había en ese entonces en la informática no eran muy halagüeñas de todas formas. De todas maneras, lo que yo quería era ser escritor.

¿Se relaciona lo que estudiaste con tu modo de escribir? Como conocimiento concreto probablemente no. Todas las cosas que aprendí están obsoletas. Ya cambiaron de procesador varias veces. ¡Caramba! Cuando yo entré, todavía no existía Windows. Empezó a difundirse cuando yo estaba en la carrera. O sea, fue hace mucho tiempo. Pero lo que sí me influyó, supongo, fue cierta manera de pensar rigurosa. Cierta idea de orden que tiene que ver con los modelos de programación, sobre todo con la elaboración matemática que viene abajo. Me interesa mucho todo este asunto de la lógica matemática de los modelos y la simulación. Creo que no se filtra o no se traspasa directamente a lo que escribo, pero sí está ahí. Está en el fondo. Ahora que lo pienso, adonde he estado apuntando, sobre todo con los libros de cuentos, es como darle mucha importancia en las narraciones a la estructura, al orden, a la relación entre las partes. Un crítico, y creo que tiene razón, decía que los índices de mis libros son una cosa muy rara porque sugieren una estructura muy complicada donde hay textos que se hablan unos a otros, que mantienen ciertas relaciones de simetría. Y pro- bablemente ahora que lo pienso tiene que ver con eso. La simetría de un lenguaje de programación que me tocó aprender entonces no es exactamente lo que se ve en los textos, porque los lenguajes de programación son alistados, como palabras con diferentes sangrías para indicar en qué parte del proceso estás. Pero de todas maneras hay como la idea de que cualquier proceso que empieza tiene que terminar en algún momento. También hay esa cosa de recursión: lo que empieza primero termina al último. A lo mejor algo análogo a eso sí se encuentra en mis índices por lo menos.

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¿Y tus proyectos futuros? Hay dos cosas que ya están en puerta. Un libro de cuentos que ya está terminado y entregado para Fondo de Cultura Económica y una novela que ya terminé pero estoy revisando. Los dos proyectos son afines. Tienen que ver con un mismo personaje, un personaje que apareció en otro libro de cuentos que tengo, Éstos son los días, que se llama Horacio Kustos, que es como una especie de explora- dor extraño. Son como sus aventuras. El libro de cuentos tiene una novela corta como al azar entre muchos cuentos. Es muy raro. Y la novela se parece a una novela de aventuras. Es una larga aventura de este personaje donde se encuentra con un montón de cosas. Todo ocurre en el interior de un edificio y la mayor parte ocurre mientras el personaje está sentado. Es como paradójico-chistoso o eso espero. Esos son los proyectos que ya están digamos muy cercanos. Los editores quieren la novela para el año próximo. Entonces estoy un poco a las carreras. Más adelante estoy trabajando otro libro de cuentos fantásticos pero más cercanos al nonsense. Son cuentos muy delirantes, muy extraños. Y una novela como en plan más realista que también sería ya para un poco más adelante, un poco alrededor del tema de la violencia. Pero no me estoy apurando mucho por- que ahorita está un poco de moda el tema y no me siento cómodo apurándome en eso. Preferiría madurarlo un poco más para que no pareciera un texto de coyuntura, como para subirse a una moda.

Hablando de Éstos son los días, el cuento “Shanté” demuestra una preocupación formidable por la mujer. Para resumir la tra- ma, Elena pierde su empleo y recibe una visita de Beatriz, quien encuentra que Elena planea hacer uso del escoto, lo cual crea un doble, Shanté. Ésta toma el lugar de Elena, dejándola inservible para la vida cotidiana. ¿Cómo se te ocurrió que el escoto funcio- naría sólo para mujeres? Pues, ay. Qué buena pregunta. No sé. Hay dos cosas que se cruzan en ese aparato mágico. Una es para mí muy obvia. El texto lo

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pensé primero como una especie de homenaje a Philip K. Dick. En un cuento muy famoso de él, “La fe de nuestros padres,” que se publicó en una antología del 67, Las visiones peligrosas edi- tada por Harlan Ellison, quien le pedía a cada autor que pusiera un pequeño epílogo a su texto. Dick pone en el epílogo de su texto que él se inspira para su propio cuento, que es muy loco, un texto extraordinario, en los textos de un místico español, Juan Escoto Erígena. Entonces el nombre del místico es el nombre del aparato. La idea era hablar de la visión mística, como de la contemplación de lo que está más allá. La idea de la mujer me viene desde el principio. Jamás hubo hombres en el texto como protagonistas, como personajes importantes. Creo que me fui por ese lado porque me parece que hay realmente muy poco, muy, muy poco, al menos en mis lecturas, en los textos que yo me he encontrado, en los que pudiera haber personajes como ésos, que pudiera haber cosas como las que piensan estos personajes. Salvo excepciones, la literatura fantástica mexicana sigue sien- do una especie de club de Toby, una cosa muy orientada hacia las aspiraciones del representante masculino hasta el hecho de que también quizá el texto está diciendo algo de alguna manera muy encubierta acerca de la situación actual de las mujeres, por lo menos en lo que me toca ver a mi alrededor. Esas razones y otras son como una especie de coctel muy extraño que fue lo que me impulsó a seguir por ahí. Además, en esos años, cuando terminé de darle forma al texto, justamente está la influencia de mi esposa. Ella en aquel tiempo era guionista de un programa de televisión llamado Diálogos en confianza, en vías del servicio público con muchas discusiones sobre perspectivas de género. Yo empecé a leer a autores y textos sobre ese tema entonces, claro, sí. Mi esposa se llama Raquel Castro. Desgraciadamente, con la llegada del régimen de derecha, una de las cosas que sucedió fue que el programa fue suprimido, censurado. La dirección del Canal Once, que es un canal público, decidió que no quería un programa

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donde se hablara del sida, en donde se hablara de la homosexua- lidad, que se deprimiera la gente con cosas sobre enfermedades, sobre cáncer de mama. Entonces suprimió el programa.

Parece que tal vez tu personaje Elena necesita de la proyección de Shanté para empezar a explorar su deseo sexual hacia Beatriz. Me pregunto por el grado de prohibición que todavía existe a la hora de expresar un deseo lésbico. En cierta manera yo a Elena la conozco. Es decir, está basada par- cialmente en personas que yo conozco y que tienen esta dificultad. En una sociedad como ésta, en muchos sentidos, se tiene todavía una homofobia muy acendrada y muy hincada, aunque las cosas están cambiando, espero. Hay una gran dificultad para asumir la propia sexualidad cuando no es la convencional. Además, vienen aparejadas muy curiosamente en estas personas que conozco varias características que tiene Elena. Me refiero a la desviación cons- tante de lo que de veras le importa al buscar otras satisfacciones paliativas que no la ayudan en el fondo pero que le permiten dis- traerse. La imagen en el texto del departamento de Beatriz, donde está todo envuelto y sin usar, ésta también es parte de la vida real. Está tomada de un departamento que yo conozco de una amiga mía. Es el mismo caso, pues. Si no es comentario por lo menos es ilustración de la vida real.

De esa misma colección salen cuentos bastante distintos entre sí, como “Conejos”, narrado por un asesino de conejos, y “Camas de Horacio Kustos” que trata de camas invisibles o camas que transportan al usuario a otro país. Recurro a tu obra para cla- sificar esta colección. “Manifiesto del cuento mutante” trae un diagrama con cuatro vertientes. Según tu esquema, entonces, creo que Éstos son los días cae entre las “Colecciones Caóticas” que son segmentos heterogéneos no entrelazados. Así te colocas con

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Poe y Borges. ¿Escribir ese ensayo fue una manera de defender tus colecciones heterogéneas de cuentos? Pues, en parte yo creo que sí, pero en parte también mi manera de organizar colecciones proviene de la manera en que otros están organizando sus textos. Me parece a mí que hay dos influencias muy cruciales en relación con eso. Una es la edición que hizo Julio Cortázar de los cuentos de Poe. Lo que hace con Poe es que en lugar de ordenarlos cronológicamente, los ordena según su apreciación tanto del logro estético como del tema. Entonces, empieza con los cuentos de horror que le parecen los mejores y va avanzando hasta llegar a los cuentos humorísticos que le parecen los peores. Enton- ces, le importa un comino el orden cronológico o las afinidades o cualquier otra circunstancia. Al final hay una larga cantidad de notas en las cuales Cortázar explica su método. Pero la idea de una secuencia de lectura continua de lo mejor a lo peor desde su punto de vista me llamó mucho la atención. Todavía hay otro punto: un texto que se llama Caza de conejos de Mario Levrero, un narrador uruguayo, donde pasa una cosa muy chistosa. Es un montón de textos breves puestos como si fueran los capítulos de una novela, pero en realidad no son una narración lineal. Después de haber establecido cierta acción en un mundo fantástico en donde salen unos cazadores a cazar conejos y hay bosques, castillos y demás, el texto, en lugar de seguir una línea, explota: ¡pum! Se va para todos lados a la vez. Cada texto es como un pequeño mundo pare- cido a los otros, pero que no es exactamente afín. No forman una continuidad, un mundo narrado coherente. En este fragmento un personaje muere así. En otro fragmento el mismo personaje muere de otro modo. En otro fragmento está vivo. En otro fragmento los cazadores nunca pueden salir a cazar conejos porque está prohi- bido. En otro fragmento el bosque se incendia. En otro fragmento el bosque está perfectamente bien. En otro fragmento todos los cazadores trasplantan el bosque al interior de sus casas con macetas

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–es una pésima idea. Es muy desconcertante y a mí me pegó como una tonelada de ladrillos. Me cayó encima tremendamente cuando lo leí siendo adolescente. Me quedé para siempre con esta idea de lo libre, lo caprichoso, lo extraño que puede ser incluso un texto que finge ser ordenado. Esta idea del ordenamiento después resultó que me la encontré en cosas afines en muchos otros lugares. De alguna manera, estas dos lecturas me dejaron muy sensible a este tipo de orden que me es muy cercano. En parte es lo que yo hago, pero lo que yo hago se debe a influencias previas. Borges también es uno de los autores que más me gustan. Yo siempre que leía sus libros me disgustaba un poco porque a medida que se acumula- ban ediciones se iban poniendo unos cuantos cuentos más a éste y unos cuantos cuentos más al otro, pero a la cola, pues. Yo decía ¿por qué no se preocupaba por la unidad del texto? Ya tenía yo esa deformación desde tiempo atrás.

Leíste el cuento “Se ha perdido una niña” para un público de la Ibero cuando yo era maestra ahí. Los estudiantes y demás públi- co nos reíamos sin parar, sobre todo con cada enunciación de la “URSS”. ¿El cuento es alegoría política? Tiene su parte de alegoría política, pero sobre todo creo que si vamos a pensar en términos de representación yo diría que es más bien sociológico, más que político. Por otro lado, la URSS para la gente de mi generación fue un símbolo todavía muy llamativo porque crecimos todavía en la Guerra Fría. Nos tocó tener pesa- dilla de misiles. Nos tocó todavía entenderle al Dr. Strangelove. Ya nadie le entiende, pues. Nos tocó a los 20 cuando tronó el bloque comunista. Cambió por completo la política. Pero todo eso tan ominoso y horrible sí lo vimos. A la gente de mi gene- ración le había tocado no sólo la Guerra Fría sino también esa visión un poco satanizada de la izquierda que tiene que ver con un montón de aspiraciones que eran parte del bagaje de la clase media mexicana. Cosas tan simples, o no tan simples, como la

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influencia de la droga, de la poesía de Mario Benedetti, como todo este caldo ideológico donde de alguna manera la postura de la izquierda como postura antiimperialista se tenía como la más apropiada para América Latina, como una forma de reivindicación de la existencia de no sé qué. El gran trauma de mi generación, estoy convencido, fue éste: el 1991. No acaba de ser asimilado todavía. Vino seguido de varias otras transformaciones fuertes como el Internet. Todo lo que yo podía ver de esa desorientación y de ese malestar de entonces está en ese cuento. Pero sobre todo el texto trata de la familia, pues, de la relación que tiene esa familia disfuncional: el tío ausente, la mamá soltera, la niña un poco al garete. La costumbre que tiene ese personaje del tío de regalar libros que le regalaron es también un punto natural. Una muchacha que supuestamente era mi novia –era uno de esos noviazgos que no van a ningún lado–, por pura obligación, desde luego, me regaló un libro rarísimo envuelto de cualquier modo en un papel que encontró. Se llamaba Los vientos de la libertad de Dean Rusk, el Secretario de Estado de Richard Nixon, y eran puros discursos anticomunistas. Se lo encontró en algún baúl en su casa, creo que fue lo primero que encontró, se lo envolvió y me lo fue a echar. Yo muy enojado lo tiré a la basura inmediatamente, pero debía de haberlo conservado para regalárselo a alguien. Por ese tipo de cosas, entre otras razones, digo yo que la literatura fantástica está perfectamente anclada en la vida real. Hace falta asumir eso. Hace falta hacerse a la idea de que uno escribe desde su propia circunstancia y aprovecharse de eso. Nadie va a conocer el mundo como yo lo conozco, o como tú lo conoces. Parte del chiste es comunicar esa visión particular y ver cómo se puede tender un puente entre eso y la visión de los demás.

En mi opinión, no se adivina de los relatos de Grey que inspiras tanta risa en los jóvenes. No sé si es problema mío. ¿Me reiría de Grey si te escuchara leerlo en voz alta?

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Yo creo que Grey es un libro chistoso. Por lo menos yo traté de hacer ese libro muy chistoso. Lo que pasa es que yo elijo los tex- tos que leo. Durante varios años fui actor aficionado en grupos de teatro de allá, de mi ciudad de Toluca. Nunca fui muy bueno pero algo se me quedó. Aprendí lo básico: cómo proyectar la voz, cómo hacer entonación, de asumir un papel y eso lo utilizo en las lecturas. Cuando leo trato de encontrar fragmentos que sean apropiados para leerse en voz alta, que no necesariamente se da en lo mejor del libro. Trato, sobre todo, de que se puedan escuchar. Sí, trato de actuar un poco los cuentos. De Grey hay varios textos que me parecen lo mejor del libro pero no los leo porque no son para leerse. Tienen cosas como trucos tipográficos, tienen una redacción más densa que no permite que se escuche, lamentablemente. Son como dos cosas distintas. La interpretación es con otro fin que el de la escritura. La novela que tengo, Los esclavos, es bastante más difícil leerla en voz alta. No sólo porque el tema es muy tremendo sino porque además el texto está redactado de modo que las partes se enlazan entre sí de maneras muy extrañas. Entonces, sacar un extracto que sea coherente, que sea inteligible, es más complicado.

Otro cuento de mucho humor de Éstos son los días llega con “Principios”, en la sección titulada “Los personajes”, en que éstos llegan a visitar al autor. Leemos de los periodos estilísticos del autor: Periodo de Narrativa Infantil Naturalista, Periodo de Obras Teatrales Sobre un Circo Siniestro, Cuarto Periodo de Plagios Desesperados, Periodo de la Monumental Saga Novelesca sobre los Grandes Hombres de Nuestra América, y muchos más. ¿Es autobiográfico? Unas partes sí lo son, otras no. Yo nunca he tenido las obligacio- nes que tiene este autor. Es mi idea un poco burlona de lo que significa ser un escritor de éxito en un país como éste. Lo que sí es más cercano a mi experiencia que el asunto de los periodos es el asunto de los personajes incompletos. Tengo megas y megas de

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personajes incompletos. Es una cosa muy triste, pero desgracia- damente es parte del proceso. Alguna que otra vez me ha tocado repasar los antiguos archivos para ver si algo se puede rescatar y a veces se puede pero casi siempre no. Se ven esbozos de accio- nes, esbozos de diálogo que no llegaron a nada. Otra cosa que es autobiográfica es la neurosis de este pobre personaje. Pobrecito. En eso sí nos parecemos bastante. Ese nerviosismo que tiene, que yo le veo, por lo menos.

Me interesó el epígrafe para el relato “Finales” de Éstos son los días porque viene de tu libro, El país de los hablistas. Citas a los personajes Rata y Pargo. ¿Por qué usaste tu propia obra para el epígrafe? Es un falso epígrafe. Ellos no dicen eso en El país de los hablistas. Cuando escribí este libro, yo quería hacer una especie de mues- trario. Quería hacer un recuento de todo lo que había hecho hasta el momento, de todas las vertientes que me habían interesado. El libro está estructurado desde “Los principios” hasta “Los finales”. Los textos de “Los principios” tienen mucho que ver con la forma en la que yo escribía de muy, muy jovencito. Y los textos de “Los finales” no tienen necesariamente que ver con cómo voy a escribir de anciano –no sé, no tengo idea. Pero sí tienen que ver con algo de lo que me parece que se va quedando de lo que escriben otras personas que me interesan. Los textos de “Los finales” tienen que ver mucho con el mundo de la fábula, la tradición oral, la fantasía como más antigua. Y El país de los hablistas también porque es un libro que está en ese mundo inventado estilo Las mil y una noches, estilo un poco Ursula Le Guin, también. Es una autora que admiro mucho. Esa última parte es un guiño a este tipo de historias. No sé si es el tipo de historias que yo voy a escribir, pero sí son mo- deladas sobre historias que me gustan, entre otras razones, porque han sobrevivido mucho tiempo. Es como mi declaración para mí, digo, no sé si para los demás. Es esta aspiración de que el texto

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puede llegar más lejos que el momento presente. Que en El país de los hablistas y en Gente del mundo es algo que estaba de una manera, parece, incluso más obvia. Son libros que le dan la espalda por completo al contexto inmediato y que se refieren a un mundo mítico. Es como entrar a lo mítico, mi guiño a lo mítico, y por eso está el epígrafe de El país de los hablistas. Es muy curioso porque todas esas referencias dependen de un contexto y el pobre libro de Los hablistas ya hace mucho tiempo que está agotado.

Eres un autor relativamente difícil de conseguir en las librerías y sin embargo muy citado por tus colegas escritores. Eso me alegra –no la parte de no poder encontrarme en las librerías sino la otra. Se me ocurre muy al vuelo que tengo un rato en esto y que los textos que he publicado, si no han sido leídos por tanta gente, sí han tenido en general bastante fortuna porque sí los cono- cen. No solamente con los colegas sino también con los lectores. Siempre hay cierto porcentaje de gente a quien no le gustó o incluso que lo critica muy visceralmente. Eso es inevitable. Y está bien. Pero a mucha gente le resultan entrañables, lo cual agradezco.

¿Sugiere tu presencia activa en un ambiente literario? Eso también, claro. Curiosamente yo me tardo mucho en escribir, pero más o menos parezco llevar un ritmo sostenido. Entonces sí publico con cierta regularidad, con cierta constancia. Incluso, mi esposa me decía el otro día que yo soy un ermitaño. Y sí lo soy. No salgo mucho. No voy a fiestas de güey con los colegas. No estoy ahí haciendo relaciones públicas con constancia. Pero sí hay cierta constancia con lo que se publica. Sí existe definitivamente una presencia. Lo único que no ha aparecido soy yo porque las circunstancias me lo impiden.

El país de los hablistas tiene cuatro epígrafes. El cuento “Shanté” de Éstos son los días tiene cinco epígrafes en tres idiomas.

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Originalmente, el cuento “Shanté” no tenía tantos epígrafes. Fue una errata. Esos epígrafes tenían que aparecer en otro lado. Eran los epígrafes del libro. El único epígrafe que tenía “Shanté” era la cita de Christina Rossetti. Los otros eran como la pista del libro. Resulta que llamaron mucho la atención sobre “Shanté,” lo cual me da gusto porque es de lo que más me gusta de ese libro. Creo que es de lo mejor que he hecho. Pero sí fue un error. [Se ríe] Los epígrafes son también, en parte, la influencia de Levrero, quien en Caza de conejos tiene cuatro epígrafes sobre conejos de diferentes lugares. Uno de un antropólogo, otro de Lewis Carroll, otro de no me acuerdo quién, pero todos sobre conejos. El último dice “Pero hacer constar que yo estoy con la teoría de que la ballena es un pez”. Es como si los cuatro hubieran estado hablando y el último fuera y metiera su cuchara, y es una tontería. Me da mucha risa. Entonces, me gusta esta idea de poner los epígrafes como si fueran diálogos.

Voy a saltar rápido a una pregunta sobre Los esclavos porque viene al caso. Citas a Rosario Castellanos en esta novela tan perversa y me parece casi una burla. A ella le habría dado horror verse en ese contexto, ya que se obsesionaba en su escritura por la decencia. Yo supongo. Pobre doña Rosario, pero a la vez ella tenía unos tex- tos de raíz más feminista y en eso yo estaba pensando. De alguna manera “la regla de oro” que aparece en el texto Los esclavos es una cosa espantosa y ella está hablando de otra cosa doméstica pero en el fondo se conectan. Esas reglas de oro son imposiciones, son normas impuestas desde fuera sin preguntar. Y en eso estaba pensando. Es muy curioso. A la hora que estaba yo rebuscando para encontrar algún epígrafe interesante con mis ediciones de Castellanos, no tenía a la mano la cita en ningún libro. Entonces me puse a buscar en Internet. Resulta que en varios lugares de Internet hay antologías más o menos completas de la poesía de Castellanos excepto sus poemas más inconformes, más feministas. Ésos los

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suprimen de plano, por indecentes. Incluso, una página dice en una lista grande de textos: “Este poema se suprime por indecente”. Entonces, decidí que a fuerza tenía que incluir a Rosario porque Los esclavos se trata de eso: de la supresión. Se trata de la imposición de un criterio desde fuera –también, incluso, en la propia difusión de su obra. Me pareció muy desagradable, pero también me pareció sumamente significativo. En “El juego más antiguo” de El país de los hablistas vemos lo que parece ser lección moral cuando dos enemigos se reconocen como iguales: “Así es: Antazil con la carne de Bondur, Bondur con la de Antazil, pero también con los pensamientos de la otra, sus recuerdos, sus motivos para la vida y el arte y el combate” (59). ¿Cómo se renueva “El juego más antiguo” en la narrativa cuando las influencias son tan antiguas? En el caso particular de este cuento, tenía una referencia cercana, que era un cómic, Sandman de Neil Gaiman. En uno de los episo- dios dos personajes juegan lo que llaman “el juego más antiguo”, (“the oldest game”). Después de que el cuento fue publicado, al- guien me recordó que también eso ocurre en una película de Disney, La espada en la piedra. Ésta del rey Arturo en su juventud. Merlín se pelea contra la bruja esa transformándose en diferentes criaturas. Resulta que es muy antigua la idea de poner una historia en la cual los personajes cambian para pelearse. Pero lo que yo tenía muy presente a la hora de escribir esta versión mía era que en aquella historia que yo recordaba de Gaiman, y ya pensándolo ahora, en todas las versiones que conozco, siempre la conclusión es la victoria de uno y el aplastar totalmente al otro por medio del ingenio. La idea de ese juego de las transformaciones siempre es acabar con el otro. Entonces yo dije: “¿Por qué?”. Se me ocurrió la idea de lo contrario, del reconocimiento del otro, de la empatía forzada en el otro. Para responder a tu pregunta de otra manera –digo, porque creo que no la respondí– todas estas ideas y todos estos proyectos vienen no de una aspiración consciente o explícita de “ahora voy a

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abordar este tema o esta historia universal”, más bien provienen de señas mucho más pequeñas que de pronto crecen y se vuelven algo que uno no esperaba o que tienen un alcance que uno no predeciría. Esto es parte del gusto de hacerlas. Últimamente, a la hora de ir realizando proyectos, me descubro pensando: “No tengo ningún cuento sobre cine”. Pero en realidad es un pensamiento ocioso que viene del hecho de que tristemente, en este momento, en mi vida empiezo a ver un poco más claramente que no voy a tener tiempo para hacer todo lo que yo quisiera. Entonces, quizá de ahí viene esa preocupación, pero escribir por programa sería terrible.

Ese tema de los dos enemigos que se reconocen se me hace algo cristiano, pero tal vez es una preocupación más ética que moralista o religiosa. Yo quisiera que fuera la ética, pero por otra parte yo crecí en una casa cristiana, católica, donde estaba muy inculcado en la idea de la culpa pero no de la devoción. Era pura culpa y nada de remedio. Ahora a mí me interesa de diferentes maneras la ética, no necesariamente para predicarla. De vez en cuando me interesa expresamente que un personaje tenga una postura o una clara falta de postura. De adolescente yo escribía muchas de estas historias como muy, muy, muy sarcásticas, muy amargas acerca de la falta de ética, la alevosía, la soberbia. Y me parece que es algo que me importa. Todavía ahora me desagrada sobremanera la alevosía, la malevolencia y yo hago lo que puedo en contra de eso. Sí me importa, aunque no es lo central. No creo ser un escritor centrado en la ética ni en la moral. En el cuento “El ejército de la Luna” de El país de los hablis- tas, resurge un estilo que me parece antiguo por las creencias, en primer lugar en el alma, y en segundo lugar en el mal absoluto (54). También en “La partida”, la cuestión del alma cierra el cuento y se supone que existe, ya que la madre logra el deseo de que su hijo muerto vuelva a la vida. ¿Sorprende que un escritor

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de obras como “Shanté” y con intereses feministas también escriba de almas y el mal, que para mí son ideas regidas por los intereses patriarcales? Es que no somos exactamente el mismo. O sea, yo. El que escribió El país de los hablistas no era exactamente el que es- cribió Éstos son los días. Muchas cosas pasaron entonces entre uno y otro. Los hablistas viene de esa raíz que, en el caso de mi formación mítica, sí tiene mucho de lo patriarcal. Ya en Éstos son los días y ahora en la novela que viene, que se llama La torre y el jardín, hay un personaje femenino que, me parece, es muy fuerte. De alguna manera, es el central aunque siempre se le ve de lado, y creo que es de lo mejor que he hecho. Entonces sí hay un cambio en la mentalidad o en ciertos aspectos del modo de pensar. Ahora, dicho lo cual, “El ejército de la Luna” es también, en cierto modo mi idea de una historia de zombis, los muertos vivientes y eso. “La partida” tiene una raíz muy extraña. Es un cuento de un autor de ciencia ficción muy poco conocido, Mack Reynolds, que era un autor comunista militante, estadounidense, que perteneció al Partido Comunista y creo que fue hasta perseguido. Escribía cosas muy en esa vena. Y tiene un cuento que yo leí en una revista cuando tenía diez u once años. Se llamaba la historia “La trampa corpórea” y se trataba de un extraterrestre incorpóreo que, buscando dónde anidarse, se anida en el cuerpo de un muchacho recién muerto, pero lo mismo, fascista horroroso. Impulsado por la energía espiritual de este extraterrestre, no sólo el cadáver se levanta sino que ade- más se convierte en una especie de Hitler: dominar a los Estados Unidos y lanzarlos a una guerra espantosa. Y en ese momento, cuando estaba haciendo su discurso inaugural ya como dictador, llegan otros personajes extraterrestres incorpóreos que nadie puede ver, y le dicen “Oye, ¿qué te pasa? ¿Qué estás haciendo ahí?” Y el otro dice: “No, pues, es que no puedo salir”. “Ah, te vamos a ayudar. Tiren: uno, dos, tres”, y el resultado es que todo el mundo ve al dictador como inmóvil y cuando se sale el extraterrestre y

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se va otra vez al espacio, el cuerpo se deshace, se desintegra por- que lo único que lo mantenía vivo era su extraterrestre. A mí me impresionó. Como podrás ver, me impresionó muchísimo. Y por una razón muy extraña o por una carambola de ideas del recuerdo de este texto viene “La partida”. Viene de la idea opuesta, de he- cho. El problema no es que el alma y el cuerpo sean ajenos o que el alma deja el cuerpo y entonces el cuerpo se destruye, sino que más bien el cuerpo no se destruye o el alma destruye el cuerpo. A mí me parecía, al menos cuando lo escribí, una idea de mucho patetismo. Tiene que ver también con la imposibilidad de aceptar la muerte, de pedir incluso un estado terrible intermedio, que no sea ni una cosa ni la otra. En el momento de escribir esos cuentos ni siquiera pensaba en la división entre alma y cuerpo porque me parecía obvia, natural. Pero ahora percibo como tales las ideas reci- bidas y me he enterado de los orígenes medievales de esa creencia de la división entre alma y cuerpo, y de las ideas alternativas a eso, y me parece que, seguramente, lo que escribo en el futuro reflejará esas lecturas.

Gente del mundo me parece todo un experimento por cuestionar esa idea recibida de lo natural. Sí, creo que lo es.

En ese libro es muy interesante el uso de las láminas. Usas pala- bras para identificar imágenes que no aparecen. ¿Era para retar la importancia de la imagen? Yo creo que sí, en parte. Había estado jugando con algunas ideas, sobre todo de meterle ilustraciones pero luego pensé que no. Que no venía en absoluto al caso y que además era mucho más intere- sante lo otro. No sólo la idea de retar al lector a que se imaginara las ilustraciones, sino además la idea de retar de algún modo también la idea de autoridad del texto. En las notas a pie hay una mescolanza terrible de referencias y contrareferencias que dejan

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muy mal parada la fidelidad del texto. No se sabe si fue así o asá o de otro modo. El texto pone un montón de ideas pero no se decide por ninguna. En algún momento, incluso, llega a decir: “De hecho, ni siquiera sabemos si es cierto el texto que compuso porque a lo mejor se lo robaron”. Es también como ese guiño, como esa idea de la autoridad que, entre paréntesis, ahora que lo pienso me parece sumamente pertinente, incluso ahora. Que aquello que vemos en la televisión existe y es clarísimo. Sí tiene mucho que ver. Por eso te lo voy a contar: En casa de mi mamá había muchos libros pero no se leía mucho. El que leía era yo. A estas alturas es muy, muy raro que ellos se asomen a lo que yo escribo. De hecho, la única vez que me han dicho algo fue cuando mi cuñado me dijo que le había gustado tal cuento. Y más o menos me toleraban el que me estuviera dedicando a esto. Pero podría yo haberme dedicado a otra cosa más productiva, pero ¡ah! ¡qué maravilla! el día que salía en televisión. Varias amigas de mamá le hablaron para decirle que: “Oye, vi a tu hijo en la televisión”. En ese momento no sabes qué maravilla. Empecé a existir. Ahí quedó como justificada mi existencia, mi trabajo, que salía en televisión. El cambio de actitud fue muy sorprendente.

A mí me cuesta entender cómo la escritura podría ser no-productiva. Es que se tiene la idea –aquí en México, sobre todo– de que el arte no da para comer. En muchos casos tienen razón, pero la idea que viene asociada a ésta es que el arte es una ocupación inútil y existe como la idea recibida de que la gente se tiene que dedicar a algo que le reporte ganancias inmediatas, tangibles y abundantes. Todo lo demás que puede venir del trabajo de la escritura o cualquier trabajo físico a muchas personas les es indiferente. Digo, uno lo defiende porque además lo puede constatar. Pero si te dedicas a escribir, la idea es que te vas a morir de hambre y que lo que haces no le interesa a nadie. Incluso, se piensa que escribir no mejora la sociedad o que no produce beneficios como los podría producir una

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carrera profesional o carrera técnica o dirigir una empresa. Es una idea que desgraciadamente está incluso más acendrada que antes. A mí me parece que el arte es productivísimo en muchas formas, y sobre todo implica mucho más de lo que simplemente ocurre alrededor del producto artístico. Me parece que aquí en México también otro prejuicio, ya no digamos de la población en general pero sí del mundo de las artes, es que lo que cuenta es el producto o el efecto. Para muchos colegas lo central es ver qué tal se vende, cómo está el estatus con la crítica, qué tanto se logra establecer una posición. Todo esto está muy bien, pero muy raramente se habla de lo que implica para el propio escritor, o para el interior del propio escritor. O de lo que podría ser no tanto las metas sino el camino. Se habla poquísimo del proceso de creación en el país. Al contrario de lo que sucede en otros países aquí tenemos poquísimos libros de creación, acerca de la creación. En Estados Unidos abundan las antologías sobre la creación: lo que dijo William Faulkner, lo que dijo Stephen King, o quien gustes y mandes, pero aquí hay pocos libros que sean como antología de lo que se piense sobre la crea- ción. Y muchos autores jamás se ocupan del tema. Es una supresión que me puede parecer bastante grave. Es una cosa tradicional. Lo que cuenta para muchas personas no es el proceso sino el resultado.

En el cuento “La Distante” de El país de los hablistas, los perso- najes se reían de la idea de “las tierras del Oeste” porque “en ese tiempo nadie creía que hubiese algo más allá del Gran Desierto” (88). Cuando comparo ese intento de borrar el Oeste con el cuento sobre Nezahualcóyotl, “El rey bajo el árbol florido”, me marea tu deseo aparente de trabajar como si el Occidente no existiera. ¿Es fantasía tuya el poder imaginar un mundo sin el occidente? No. No, realmente no. Más bien, jamás se me ha ocurrido poner una cosa junto a la otra. El texto sobre Nezahualcóyotl fue un poco como mi manera de abordar ese personaje tan raro. Yo lo conocí a partir de lo que pudiera yo aproximarme a la visión del mundo

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de los antiguos mexicanos, de los mexicanos precolombinos, que es una cosa extremadamente difícil. No hablo náhuatl ni ninguna otra lengua indígena. Me tengo que fiar de las traducciones, y el traductor inicial de Nezahualcóyotl quería más bien imitar a Juan Boscán. Escribió unos pastiches muy interesantes como de literatu- ra del siglo de oro, pero yo no sé qué tendrán que ver con los textos originales. Me parece que nada. Y el otro texto, quizá había ahí una referencia a Tolkien a quien le importa mucho el oeste, hablando de eso. Seguro que sí pensaba en “La distante” que el mundo es más amplio de lo que se creía. El oeste, pero a lo mejor podía haber escrito el norte también. En el cuento el mundo está parcialmente por descubrirse. Ahora llego a una cosa chistosa: ambas cosas me interesan mucho. Me interesa mucho la idea del descubrimiento o redescubrimiento del mundo. De eso se trata Horacio Kustos, que es en lo que estoy metido ahorita. De eso se trata: de contrarrestar la imagen popular de un mundo en el cual ya todo fue descubierto, cartografiado, reglamentado, que implica una limitación terrible, de la imaginación para empezar. Voy en contra de esa idea. Me importa proponer la idea de la apertura, de la posibilidad de descu- brimiento. Creo que esto está presente en la mayor parte de lo que he hecho, nada más que ahora ocupa el sitio central de lo que estoy haciendo. Por el otro lado, fíjate, a mí me pasa algo muy curioso. El apellido que elegí como mi pseudónimo literario es mi apellido materno, Chimal, que es de raíz náhuatl. Según la tradición familiar viene de ahí, la palabra significa el escudo redondo que tiene unas grecas en medio, que es el escudo tradicional de los guerreros az- tecas. Tradicionalmente, decían que a lo mejor la familia venía del tercer emperador azteca, Chimalpopoca, pero yo pongo un poco en duda eso porque perfectamente podría haber sido el nombre de cualquiera, la viuda de un guerrero por ejemplo. Como sea, hay como esa raíz que está presente que se quedó como parte de la forma en que se identifican los libros. Para mí es una cosa muy problemática porque no tengo ninguna conexión directa con ese

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mundo, a pesar de que tenga ahí la raíz. No hablo las lenguas, no vivo en lo que queda de ese entorno. Más todavía, por azares del destino, por complicaciones de la formación, de ninguna manera como escritor me siento cercano a eso o siento que ese precedente esté entre mis influencias centrales. La sensación que me queda es un poco de orfandad, de tener que plantearme el problema de ¿qué hago con una herencia que en realidad no me pertenece y que no me fue otorgada tampoco? Creo que es un problema que tiene más de una persona en este país. En la mayor parte de los casos simplemente se desecha. Parte del modo convencional de pensar implica un racismo terrible, raras veces explícito, pero siempre presente. A la hora de que yo me pongo a escribir, me tengo que poner en otra posición obligatoriamente. ¿Cómo le hago para seguir escribiendo cuando, por otra parte, el otro lado de la herencia es algo que no me pertenece cabalmente? Tristemente no se nece- sita para nada lo que se produzca aquí. Es una de las cosas muy desalentadoras que a mí me ha tocado descubrir. Ahora está muy de moda buscar a toda costa la publicación en el extranjero y en especial en España. Yo, por terco, sigo escribiendo lo que me place, pero lo que me place no le interesa en absoluto al mercado español. Me han rechazado muchísimas veces agentes literarios y promotores en España. Entonces, me deja con el problema. ¿Cómo le hace alguien que no es ni de un lado ni del otro? Hay un cuento de Grey que, me parece, es lo más autobiográfico de lo que he hecho, se llama “La catarata”. Es un niño que van a bautizar en la pila con mi nombre, Mauricio Alberto, que es feo. Suena como telenovela y tiene su propia dificultad dicotómica: Mauricio viene del francés y significa obscuro, moro, morisco. Alberto en cambio viene del alemán y quiere decir brillante. Entonces ahí estoy.

¿Tu familia te llama Mauricio? Sí.

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Entonces, cuando yo te llamo Alberto ¿estoy mal? No. Al contrario, ése es el que yo elegí. Mauricio Martínez es un tipo que estudió ingeniería y quién sabe dónde está. Alberto es el nombre de mi padre que no se menciona en la casa porque se separó de mi madre muy pronto. Pero Chimal es el apellido de mi mamá. Entonces lo que yo estaba haciendo era crearme, sin dejar de reconocer de dónde venía, un nombre que elegí yo.

Comentas en una nota a pie de página en la antología del cuento fantástico del siglo xix, Viajes celestes, que la literatura fantástica mexicana “progresa aun a contrapelo del analfabetismo funcional y la crisis ya permanente de las artes nacionales” (17). ¿Viene de otra etapa de tu obra este tipo de opinión negativa exenta del toque humorístico? Sí, es cierto que hay un problema. Se lee muy poco. Y se lee muy mal. Me ha tocado constatarlo en infinidad de ocasiones. Los lec- tores de esa nota sabrían a qué particularidad me estaba refiriendo y les sabría a broma. No es lo mejor de lo que he escrito. Invita a revisar esa nota porque además el pobre libro está agotadísimo ya. Dejó de existir. Fíjate que una distinción que sí tengo es que, hasta este momento, en la vida solamente he encontrado un ejemplar de un libro mío en una librería de viejo.

En esa corriente negativa, escribes en un ensayo de La cámara de maravillas, respecto a los dark: “Ciertamente, la mayoría se queda en la desobediencia inarticulada o, peor aun, en el consu- mismo falsamente marginal (el público dark es el que sostiene, por ejemplo, a Anne Rice, Poppy Z. Brite y otros miles de escritores de basura)” (30). ¿Eres escritor elitista? ¿Cómo te diré? La palabra elitismo me incomoda mucho. El eli- tismo es otra cosa. Me molesta lo que no está bien escrito. No me molesta que haya historias de lo que escribe Poppy Z. Brite o lo que escribía Anne Rice, de vampiros. Cuando escribí esto, como

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hace diez o nueve años, yo venía de un movimiento que fue muy vivo en los 90, en el cual nos inscribimos muchas personas, que se trataba de reivindicar la literatura fantástica nacional. De alguna manera, daba la impresión de que estaba próxima una apertura, ha- bía proyectos editoriales, había mucho movimiento. Fue la época en la que algunos autores de mi edad, o un poco mayores, empezaron a publicar libros que no tenían que ver con esa idea tradicional de lo que tenía que ser la literatura, orientada a lo político o lo social. Varios de ellos se hicieron famosos. Jorge Volpi se hizo famoso con una novela sobre nazis, En busca de Klingsor, por ejemplo. Tanto los que se adscribieron a la alta cultura como los que se fueron por el lado del bestseller, o los que estaban en lo clandestino, por todos lados había escritores activos. Pero a principios del siglo empezó a decaer. Y una de las razones por las que empezó a tronar ese movi- miento fue por la imposibilidad de sostener los proyectos literarios editoriales nacionales. Resultó que a la gente no le interesaban. La gente tenía perfectamente sus dosis de ciencia ficción, de terror, de lo que fuera, con las importaciones, que a pesar de que tenemos a Estados Unidos en el norte, aquí juntito, todos los libros importados vienen de España por cuestiones del arreglo geopolítico mercantil. Resulta que, tristemente, al lector mexicano no le interesaban las versiones que tuviera a la venta en su propio país de lo que escribía Anne Rice o Poppy Z. Brite o quien tú quieras. Seguimos en eso, hasta ahora. Por mi propia cuenta, y por lado de mi esposa también, nos tocó ver muchos detalles de cómo fue cambiando la escena dark en esta época. Ah, entre paréntesis, “darketo” es de estas palabras que desde fuera es insulto y desde dentro, no. Los que son darks, góticos, dicen el darketismo y no pasa nada. Es incluso una palabra de combate: “Sí, somos darketos ¿y qué?”. Perdón. A lo que iba. En algún tiempo, sobre todo en los 90, el darketismo era la única subcultura –palabra despectiva, pero bueno– era la única cultura alterna que tenía un nivel de lectura mayor al promedio. Los chavos leían a Anne Rice, Poppy Z. Brite,

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y otros igual mejores, igual peores. Pero ahora la situación es muy distinta. El darketismo actual tiene pésimos niveles de lectura y se empezó a ver desde entonces. Hace un par de años fui a un festival dark en un foro de aquí, de la ciudad, y había un chavo con sus supuestos libros, de su editorial. Y atrás, pegado en la pared, tenía un retrato de Vlad Tepes, el mero mero. Entonces llega un chavo, por supuesto, a la última moda, con su chaquetín acá, sus cadenas, su delineador, sus botas hasta acá, con un montón de hebillas, súper dark. Y le dice, “Oye, ése ¿quién es?” Y el chavo de la editorial se escandaliza, “¡¿Cómo que quién es?! ¡Es Vlad Tepes! ¿Cómo te atreves?” Y el otro dice, “¿En qué banda toca?” Para volver a esa parte de mi texto, creo que es enojo de mi parte. Los que sostienen el darketismo no están haciéndolo sino por el lado de lo más fácil, la moda y la música, cuando era originalmente algo mucho más complejo, mucho más rico. Ese texto, en el fondo, es una defensa de lo dark. En el fondo, me es muy cercano y muy entrañable. Me parece que mucho de lo que sucedió en esa época, dentro y fuera de lo dark, o sea, en la ciencia ficción, en todos esos movimientos al- ternativos, se desperdició terriblemente. Me parece una pena. Creo que es parte del trauma del fracaso generacional de esa época.

Hablemos de Los esclavos, tu novela. ¿Cómo llegas a escribir tanta perversión? De un modo muy raro. Hace 20 años, ya que publiqué un librito en Toluca con varios cuentos, uno de los cuales se llamaba “Golo”. El nombre lo tomé de alguna revista que leí entonces que tenía un artículo sobre un hijo de Thomas Mann, el escritor, que se llamaba Golo Mann. El nombre me gustó. Lo utilicé para un cuento muy extraño en que un ser atormenta a otro. Ese cuento original tenía una raíz también en Juan José Arreola, porque Arreola tiene un cuento muy pequeño, que casi nadie conoce, que se llama “Autrui”, que es acerca de un ser que persigue a otro y que lo encierra en una celda, una especie de panal gigantesco de abejas, y lo atormenta y

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todo. Entonces yo escribí ese cuento. Ahí se quedó. Muchos años después, escribí otro cuento que se llama “Mogo”, como con la misma idea de un ser extraño que es muy malo, aunque después ese cuento se fue por otra parte. Lo leyó después un amigo editor que tenía una editorial de lo más subterránea que había, que se llamaba Nula. Este amigo publicaba, sobre todo, esto que llaman realismo sucio, no tanto de la perversión como de lo sórdido. Entonces, una vez él me dijo: “Oye, leí tu cuento y me gustó. ¿Por qué no haces algo así para mi editorial?” Yo fui a la raíz del cuento “Mogo”, que era “Golo” y pensé hacer una nueva versión del texto. Tomé el nombre del personaje y lo utilicé de otra manera; no es en absoluto fantástico como salió. Curiosamente, cuando ya estaba yo muy avanzando con la historia de Golo, tenía como 50 páginas, se lo enseñé a mi amigo y me dijo: “Está muy corta. Quería algo de 50 páginas pero no de doble espacio”. Y le dije: “Tú lo que quieres es una novela de 100 páginas”. Entonces tenía yo un problema porque tenía un texto demasiado corto para lo que él quería pero demasiado hecho –inflarlo sería lo peor que podía hacer. Entonces salió la otra historia. Se me ocurrió que el modo de salir de la situación era inventar una historia pero de manera paralela, que contrapesara, como una imagen distorsionada de la primera. Hasta ese momento el proyecto se desarrollaba como un ejercicio. Yo sabía que lo iban a ver cuatro gatos y que se iba a publicar con muchas dificultades y que no se iba a distribuir bien y que se iba a caer en el olvido. Lo comencé a hacer como un ejercicio nada más. Pero a la hora en que salió la otra historia me empezó a interesar de otra manera, más profundamente. Acabé volviéndolo a escribir todo para que desde el principio se quedara como engranado de otra manera, con estructura fragmentada, con saltos hacia delante y hacia atrás. Lo malo fue cuando por fin terminé, a mi amigo se le había acabado el dinero y entonces la editorial Nula quedó anulada y yo me quedé con un libro que no sabía qué hacer con él. Empecé a buscar editor y lo encontré con Almadía. La historia fue muy accidental. La idea

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de lo perverso no era el origen del asunto. Finalmente, lo que me gustó, además de la forma del libro, era que, por lo menos para mí, el tema central no es la perversión. Es el poder, la forma en que algunos lo buscan y otros se subordinan a él. Varios comentarios que han aparecido, incluso hay alguno que es visceralmente ma- lévolo, dicen que el texto es pornográfico por sus descripciones entusiastas, pero el texto no tiene ninguna descripción.

Bernardo Fernández [Bef] me recomendó mucho esta novela por- que es pornográfica pero nunca emplea la palabra pene. ¿Qué es la pornografía para ti? Yo no creo que sea pornográfica porque lo pornográfico está pensa- do para que la gente se excite. Y está muy bien, incluso me parece que es hasta necesario, aunque sea tan fea. Entre paréntesis, ésa es la objeción que yo tengo a la pornografía: que es fea. Quizá ahí es una discusión muy remota pero, por ejemplo, me llama mucho la atención algo que hizo Alan Moore, un escritor de cómics que me gusta mucho, que tiene una novela gráfica que se llama Lost Girls, bellísima. Es una novela que se anuncia como pornográ- fica, pero que al mismo tiempo está bellísimamente hecha. No solamente el guión y el dibujo, que son acuarelas muy trabajadas, sino también la presentación de los tomos. Es un libro de arte y se trata de pornografía. Es un intento de hacer pornografía bella. Los esclavos, por lo menos desde mi punto de vista, no lo pensé como pornografía porque no estaba yo pensando en excitarme ni excitar al lector. Más bien, es una historia de horror en lo que hace al modo de contacto físico entre la gente, al modo en que se relaciona, porque todo esto es muy brutal. Además, esto de que no se menciona la palabra pene ni una vez es deliberado. Lo que yo quería era que no pareciera tener esa forma convencional de lo pornográfico. Me metí a investigar un montón sobre el asunto. Por ahí todavía debe haber en Internet las páginas underground de historias pornográficas donde me metí con seudónimo a platicar,

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de la perversión que tú quieras hay, y ya las visité. Entonces, hay ciertos rasgos formales que se repiten en la escritura pornográfica que yo quise evitar a toda costa. Uno es la descripción entusiasta del coito, por ejemplo, con todos los detalles anatómicos. No hay nada de eso en Los esclavos. Otra cosa que no hay, y que nadie ha mencionado a la hora de comentar el texto: la mayoría de los textos pornográficos, al menos los que yo encontré, acaban sien- do muy mojigatos porque implicaban o una idea de culpa o una reconciliación aparente con la sociedad. O sea, “Después de que Juanito vejaba, maltrataba, esclavizaba a Juanita, se casaba con ella. Los dos estaban muy contentos porque habían encontrado el amor. ‘Y pensar que todo empezó con esta relación sexual y ahora estamos felizmente casados’”. Entonces, yo tampoco quería hacer eso. Tristemente, hay ocasiones en la vida en que los malos se salen con la suya y en que la víctima sale perdiendo. Parte de eso es lo que ocurre en el libro Los esclavos.

Mencionas que cuando Fernando sube al coche del señor Golo, piensa que ejercitará la libertad, a pesar de la ironía para el lector de que se sabe que así entra a la esclavitud: “Entonces pensó que le daba miedo ser libre. Que tenía que ser libre. Que nunca había hecho nada a favor de sí mismo. Que alguna vez debía romper sus ataduras y afirmar su propia valía y su propia independencia” (131-132). ¿Escribes en contra del mercado de autosuperación que estimula ese tipo de independencias? Pensando en quién es este Fernando, que luego se hace llamar Mundo, es un tipo que las ideas que pudiera tener acerca de su propia identidad o de su propio conocimiento sólo pueden venir de ahí: de la autoayuda. No es un tipo que tenga otras fuentes o que busque otras fuentes. Entonces, la forma en la que tendría que articular su pensamiento al respecto sería ésa. Su oficina se parece a la oficina de Beatriz en “Shanté”. No lo dice en el texto, pero yo lo imagino así. Me lo imagino con un cubículo pequeñito de

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plástico, su computadora, la foto de su esposa y sus hijos (que es típica) y sus cositas pegadas en la pared: “No sufras”, y frases de motivación y su foto de la comida de la oficina o su credencial para ir al comedor. Su formación, su visión del mundo es sumamente convencional, estrecha. Y vuelve a eso cuando Golo lo abandona. Entre paréntesis, también está en el segmento de en medio, que es el final en términos cronológicos, cuando aparece ese hombre que hace poemas y los regala. Ese hombre también tiene un discurso poético muy mediatizado, muy enlatado.

¿Estos dos amantes en el segmento en medio “Años después”, son Mundo y Yuyis? ¿Se supone que ellos dos se juntan? Según yo, sí. Como lo dejo abierto, algunas personas me dicen que preferirían que no fueran ellos porque les parece muy convencional que se junten, aunque yo digo que no tiene nada de convencional. El pobre tipo está en el último peldaño de la escala social y esta pobre es una prostituta que quién sabe cuánto tiempo le queda de vida. La única manera que tienen de procurarse placer es por medio de este aparato en el cual los dos resultan ser pasivos. A mí me parece bastante horrible. Además, Yuyis está disparada por la vida sin rumbo, sin nada. Y el otro menso, el Mundo, Fernando, todo aquello que se proponía que iba a hacer, no lo hizo. Todo su discurso fue en vano. Cada lector tiene el derecho de decidir, pero a mí me parece un final desolador.

Es interesante que tomes un paso atrás de la alegoría para decirnos el origen de esos nombres. Mundo se llama así porque Golo le pone así por el jefe detestado de Fernando, Edmundo. La explicación de la aparente alegoría tiende un puente al público poco amigo del estilo antiguo de la alegoría y mucho más familiarizado con el realismo social. Pues sí. En parte es la exigencia que yo mismo le puse al proyecto, de ser más realista. Y por otro lado, con todo y la novela, es breve

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y quiere ser dispersa, sí hay más espacio para narrar. Lo que me gusta, digamos, de la experiencia de la novela es ir asomándose al mundo de la novela que se va creando y ver qué más hay en cuanto a capas o conexiones entre los diferentes niveles. Yo no me lo esperaba. Yo no sabía de dónde venía el nombre Mundo cuando lo inventé, pero lo descubrí y me gustó mucho. Obviamente es una metáfora.

Al principio no entendía cómo podías dar el salto a la perversión sexual desde tus otros proyectos con la alegoría, la enciclopedia antropológica o el estilo aparentemente didáctico –como en Ciuda- des imaginarias o Gente del mundo– pero ahora veo que todos estos estilos tienen en común el esfuerzo por mantener el control. A lo mejor. Si bien el tema es distinto, hay otras cosas en común. La forma, la idea de jugar con la forma. Metafóricamente hablan- do, a lo mejor es mantener el control sobre la forma. La novela Los esclavos es todo lo contrario de una narración pornográfica también en el sentido de que es lo menos cercano que pude hacer a una narración lineal. Yo lo llamo una estructura de mariposa, porque tiene dos alas y tiene un cuerpo central y está todo como amarrado. También una cosa que me importa mucho es la idea del poder, pero desde una crítica del poder. Eso está en “Shanté”, por ejemplo, está en algunos cuentos de Los hablistas, está en la idea del cuestionamiento de la autoridad en Gente del mundo –o sea, ahí todo el montón de eruditos o de reyes que patrocinan y validan el texto, son igualmente cuestionables. Y en Grey es como la autoridad eclesiástica, la idea del mando vertical, la crítica de eso está puesta sobre la mesa; sí es un quiebre raro con Los esclavos. Además, si- guiendo lo seudoterapeútico, es decir que pude escribir una novela y renunciar a algunos de los gestos más obvios que había hecho previamente y que de otra manera se convierten en signos huecos o repeticiones. Quería abordar las cosas de manera distinta.

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Marlene, la madre de Yuyis, alcanza más complejidad, que tal vez sería lo típico en tus cuentos. Descubrimos la conciencia de Mar- lene en el momento de caer ante las autoridades:“Marlene tuvo tiempo de sospechar que tal vez no era tan mala persona como siempre había creído, y esta idea la confortó” (109). ¿Por qué el cambio en estilo? Creo que se debe a la novela como género. Quizá hay asomos de eso en “Shanté”, con Beatriz y Elena. La novela permite hacer di- gresiones. Permite detener la acción y concentrarse en el personaje. Sí se debe a la extensión.

Entre los mexicanos y las mexicanas, ¿a cuáles escritores lees? ¡Uy! Es muy diversa y curiosa mi lista. Los que son como mis papás postizos mexicanos, con los cuales hay esa relación problemática: Arreola, por supuesto; Francisco Tario, Pedro Miret, Amparo Dá- vila, Guadalupe Dueñas, Juan Rulfo. Tengo la pésima costumbre de leer Pedro Páramo como si fuera una novela de fantasmas y todo el mundo se ríe de mí por eso, pero salen fantasmas. Hay un prejuicio bien acendrado en contra de la idea de lo fantástico en México, tristemente. Elena Garro, doña Rosario Castellanos; José Carlos Becerra, un poeta tabasqueño que murió en los años setenta; David Huerta, un poeta que es la persona de quien más he aprendido de la literatura y del trabajo de escribir. Ya más para acá, varios amigos entrañables que además son colegas: José Luis Zárate, Bef, Fernando de León, Verónica Murguía, Socorro Venegas, José Ramón Ruisánchez, Mario González Suárez, Pablo Soler Frost, Álvaro Uribe, Isaí Moreno, Mario Bellatín, Cristina Rivera Garza. Y hay más. Yuri Herrera, que es un descubrimiento reciente y me parece de los mejores que hay ahora. También leo a gente más mainstream: Juan Villoro, Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Carlos Fuentes. Pero siempre me acabo yendo a los que no son tan centrales. Me siento más afín con ellos.

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¿Perteneces a una generación? Tengo muchos problemas con eso. Creo que no, porque algunos amigos me lo han dicho: vivo en otro planeta. Para bien o para mal, pero más probablemente para mal, no hay muchas afinidades entre lo que yo escribo y lo que escriben las demás personas. Entonces, temáticamente no creo mucho la idea de la generación. Y además, el tema de la generación me parece que se ha usado demasiado y se ha abusado mucho de él. Un poco porque ahora, parte del proble- ma serio que veo con la gente de mi edad y menor, es que estamos en promedio demasiado preocupados con el estatus y demasiado poco interesados en el trabajo. Hay mucho más interés en ver quién se saca el premio, quién está publicando en España, quién se destaca –que quién está haciendo algo de veras interesante. Y hay un ambiente muy desagradable de puñaladas en la espalda, por decirlo, claro. El discurso generacional es: “Yo soy el único que escribe bien. Todos los demás son unos ineptos” que ha aparecido en diversas formas tanto en textos de críticos como en textos de otros narradores. Almadía publicó una antología que se llama Grandes Hits, que organizó Tryno Maldonado y la reacción fue tremenda, visceral. Y fue una pelea de parte de gente que no fue incluida: “Como yo no estoy ahí, ese libro no vale. Es malo” –suprimiendo el “como no estoy ahí”. Por esa razón, ya estoy harto de la palabra generación. Y más todavía, una queja que aparece ahí constantemente es que hay mucha desunión, la gente no jala parejo y no hay mucha homogeneidad –que me parece ridícula. No veo por qué todo el mundo tendría que escribir igual. En realidad, incluso esa queja es infundada. La mayor parte de los escritores de mi generación, sobre todo en los años noventa, sí pasó por una parte en que escribió más o menos de lo mismo, nada más que no se nota porque la mayor parte de sus textos fue olvidada. También es parte de ese cambio de siglo que nos tocó. En los años noventa se produjo una gran cantidad de textos que yo llamo “la narrativa del tiempo de la memoria”: eran todos

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acerca de la nostalgia, el desencanto, los recuerdos que se van perdiendo con el tiempo, que era muy sintomático de la época. Duró su interés lo que duró la Generación X como concepto, que hoy en día es una idea olvidada. Solamente un puñado de gente siguió trabajando ese tema; por ejemplo, Socorro Venegas o José Ramón Ruisánchez. Eso quiere decir que la generación como idea, como conjunto, como unión de intereses, se murió joven. Se murió antes de cumplir los treinta.

Gracias por la entrevista. 18 de agosto, 2010

Post scriptum, correo electrónico, el 28 de agosto, 2011

Algo que me faltó decir, porque en realidad no lo tenía muy claro entonces, es que me parece que La torre y el jardín, la novela en la que trabajo (y con la que he vivido los últimos siete años..., aunque por fin, por fin parece que estoy a punto de terminarla) de alguna manera va ser un nexo de unión entre todos los otros textos que, como me decías, se llegan a percibir como dispersos, pues en ella están todos juntos muchos temas que toco: lo fantástico, el poder, la perversión, el mito. La verdad es que mucho de lo que he escrito en la última década ha sido paralelamente a ese proyecto, así que no sería tan sorprendente (y ahora pienso que no tenía planeado quedarme tanto tiempo escribiendo un solo libro; ha sido una vuelta rara y tal vez desafortunada de la vida. Bueno, así sucede).

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Obras publicadas

Ensayo

“El señor Perdurabo”. En Trazos en el espejo: 15 autorretratos fugaces. México: Era/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011, pp. 29-56. “Poliziano: Edgar Allan Poe se asoma al escenario”. En Ana Elena González Treviño (ed.). El genio de lo perverso. Ensayos del coloquio de conmemoración del bicentenario del natalicio de Edgar Allan Poe. México: Samsara, 2011, pp. 60-69. “Manifiesto del cuento mutante”.Luvina 59 (2010), pp. 220-224. “La corona de Rayos”. En Daniel Paul Schreber. Los archivos de la locura. Eds. Alejandro Cerda, Pablo Gaytán y Marina Meyer. México: Paradiso Editores/Universidad Iberoamericana, 2010, pp. 4-19. “Sobre Amparo Dávila: la vía del oscurecimiento”. En Transgre- sión femenina. Ed. Patricia Rosas Lopategui. Mountain View: Floricanto, 2010, pp. 279-282. “Introducción”. En Viajes celestes: Cuentos fantásticos del siglo xix. México: Lectorum, 2006, pp. 7-17. La cámara de maravillas y otros ensayos y prosas. Guadalajara, México: Universidad de Guadalajara, 2003. “Estos valles de lágrimas”. Ciencia Ergo Sum (Universidad Autó- noma Estado de México, Toluca, México) 7.2 (2000): Internet.

Teatro

Canovacci. Toluca, Estado de México: Instituto Mexiquense de Cultura, 1998.

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Teatro infantil

El secreto de Gorco. México: Conaculta, 1997.

Cuento

Siete. Ed. Antonio Jiménez Morato. Madrid: Salto de Página, 2011. “Reloj”. En Amèlie Olaiz (ed.). Vampiros Transmundanos y tan urbanos. México: Skiros, 2011. 83 novelas. México: 2010. Descarga gratis en la Red. “Acerca del alma”. En La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano. Ed. Salvador Luis. Madrid: Baladí, 2010, pp. 75-87. “Historia del congreso, la desesperada y el ave fabulosa”. 20 años de narrativa Jóvenes Creadores del fonca. Selección e intro- ducción de Eduardo Antonio Parra. México: fonca, Programa Cultural Tierra Adentro, 2010, pp. 159-164. La ciudad imaginada y otras historias. México: Libros Magenta, 2009. “La venganza”. En Cuentos de humor negro. Ed. Ricardo Guzmán Wolffer. México: Lectorum, 2007, pp. 247. “Un esclavo”. En Grandes Hits. Vol. 1, Nueva generación de na- rradores mexicanos. Ed. Tryno Maldonado. Oaxaca: Almadía, 2008, pp. 20-43. Grey. México: Era, 2006. “Historia del congreso, la desesperada y el ave fabulosa”. En Fuego cruzado: Jóvenes narradores de la zona central del país. Eds. Bernardo Fernández y Beatriz Espejo. México: Fondo Regional para la Cultura y las Artes, Zona Centro, 2006, pp. 65-71. “Fragmentos de Gente del mundo”. En Microrrelatos del mundo hispanoparlante. Ed. Alba Omil. Tucumán: Ediciones del Rec- torado, 2006, pp. 117-121.

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“El día que no nos invadieron los marcianos”. En La eterna noche de los tiempos: Narradores del Estado de México. Eds. Moisés Zurita Zafra y Rolando Rosas. Toluca, Estado de México: Ins- tituto Mexiquense de Cultura, 2006, pp. 59-61. “Kink”. En Di algo para romper este silencio. Celebración por Raymond Carver. Ed. Guillermo Samperio. México: Lectorum, 2005, pp. 218-221. Éstos son los días. México: Era/Conaculta, 2004. “Mogo”. En Nuevas voces de la narrativa mexicana: Antología de cuentos. Ed. Tatiana Buch. México: Joaquín Mortiz, 2003, pp. 37-47. “La luna y 37,000,000 de libras” y “Nombres”. En Antología de cuento del Centro Toluqueño de Escritores, 1983-2000. Eds. Edith Garciamoreno Chávez y Reynaldo Fernández González. Toluca, México: Centro Toluqueño de Escritores, 2002. El país de los hablistas. México: Libros del Umbral, 2001. “Se ha perdido una niña”. En Los mejores cuentos mexicanos. Eds. Bárbara Jacobs y Alberto Arriaga. México: Joaquín Mortiz, 2001, pp. 35-53. “El último día de Baturasad”. En Los mejores cuentos mexicanos. Eds. Enrique Serna y Alberto Arriaga. México: Joaquín Mortiz, 2000, pp. 55-65. “La verdad”. En Generación del 2000: Literatura mexicana hacia el tercer milenio. Eds. Agustín Cadena, Gustavo Jiménez Aguirre y Armando Alanís. México: Conaculta, 2000, pp. 139-145. “La víctima de Aurora”. En Bestiario contemporáneo. Ed. Juan Manuel Gómez. México: ipn/uam-Azcapotzalco, 1999, pp. 38-40. Gente del mundo. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (174), 1998. El rey bajo el árbol florido. Toluca, Estado de México: Instituto Mexiquense de Cultura, 1997. Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl.

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“El reloj”. En Vampiros: Breve antología mexicana. Tlaxcala, México: Universidad Autónoma de Tlaxcala: Círculo Indepen- diente de Ficción y Fantasía, 1997, pp. 3-8. Tradiciones y leyendas. México: José Antonio Alcaraz, México, 1996. Vecinos de la tierra. Toluca, México: Centro Toluqueño de Escri- tores, 1996. YYZ. Toluca, México: La tinta del alcatraz, 1991. La luna y 37,000,000 de libras. Toluca, México: Centro Toluqueño de Escritores, 1990. Los setenta segundos. Toluca, México: Centro Toluqueño de Es- critores, 1987.

Novela

La torre y el jardín. Inédito. Los esclavos. Oaxaca: Almadía, 2009.

Minificción

El viajero en el tiempo. México: Postdata, 2011.

Entrevista

“Alberto Chimal”. Voces en espiral: Entrevistas con escritores mexicanos contemporáneos. Ed. Jorge Luis Herrera.Veracruz, Mexico: Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias- Universidad Veracruzana, 2009, pp. 181-189.

Prólogo

En Fantásmica de Carlos Bustos. México: Colofón, 2011.

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En ¿Quién soy cuando digo que soy? de Martha Q de Lahud. México: Morgana Editoras, 2005. En Temas y variaciones de Tryno Maldonado. Zacatecas: Tribunal Superior de Justicia de Zacatecas; Puebla: LunArena, 2002.

Traducción

“Variation on a Theme by Coleridge”. En Three Messages and a Warning. Eds. Chris N. Brown y Eduardo Jiménez Mayo. Easthampton, Massachusetts: Small Beer Press, 2011.

Wikipedia

http://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Chimal

Blog

www.lashistorias.com.mx

Twitter

@albertochimal

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Bernardo Esquinca (Guadalajara, Jalisco, 1972)

¿Cómo fue tu formación como escritor? Yo vengo de una familia de escritores. Mi padre, que ya falleció, era escritor aunque no se dedicaba a ello profesionalmente. Tuvo muchos trabajos pero su gran pasión era hacer sonetos. Todas las tardes, durante años, se iba religiosamente a un vips en Guada- lajara –yo soy de Guadalajara– y escribía sonetos. Se publicó él mismo algunos libros, pero nunca tuvo reconocimiento más allá de la familia y los amigos que, por supuesto, éramos muy entu- siastas con él. Mi hermano, Jorge Esquinca, es un poeta bastante famoso, premiado, reconocido. Es mi hermano más grande, me lleva 15 años. Entonces yo crecí en este ambiente de libros, acudí a las presentaciones de mi hermano. Y un día, a los ocho años, dije: “Yo también quiero escribir”. Y escribí un cuento que tenía que ver con el dios Huitzilopochtli. Ahí empecé. Obviamente, mi hermano y mi padre me apoyaron desde un inicio. Mi hermano se casó muy joven y se salió de la casa, pero con mi papá convivía

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casi todas las noches, en su cama antes de que se durmiera. Le leía mis cuentos y yo tenía un taller con él. También con mi hermano, cuando lo veía leía mis cosas y me acercaba lecturas. Yo empecé a leer por mi hermano Jorge. Empecé tarde, a los 15 años. En una comida familiar me llevó La isla del tesoro. Me dijo: “Todas las semanas te voy a preguntar en qué va. Si me lo dices, te doy dinero”. Yo empecé a leer eso; me fascinó, y ya ni tuvo que darme dinero ni nada. Yo de ahí me seguí. Mi papá me compró todo [Emilio] Salgari. Y poco después me dio una hepatitis. Estuve tumbado dos meses en la cama. Entonces, empecé a escribir cuentos muy breves. Salió de manera muy natural, como te digo, porque pertenecía a una familia de escritores. Además, mi papá tenía libros por todos lados. En mi cuarto, la cabecera tenía espacio para libros y mi papá colocó ahí libros también. Entonces yo nomás estiraba la mano y ahí encontraba algo que leer. Y así se fue dando. Lo tuve muy claro desde niño, que yo también quería escribir.

¿Estudiaste escritura? No. Yo estudié una carrera que se llama Ciencias de la Comuni- cación. Además de los “talleres” con mi padre y con hermano, de los que fui muy privilegiado por tenerlos de manera privada, acudí a talleres con Juan Villoro y María Luisa Puga. Ambos fueron al mismo tiempo, en un pueblo muy bonito de Michoacán que se llama Erongarícuaro, pero fue una semana nada más. Lo demás lo aprendí leyendo. Después, como periodista que siempre he sido en diarios y también en radio, me tocó que editara (“editar” entre comillas) textos de gente como Juan Villoro o Rodrigo Fresán, que ya nada más con leerlos aprendí muchísimas cosas, leyendo muchas veces sus textos semanalmente. Pero sería todo en realidad. Yo creo que no se estudia para ser escritor. No entiendo por qué existen escuelas para escritores. Sí creo en los talleres a los que la gente se puede acercar, pero una escuela de escritores me parece demasiado. O tienes el don, o no lo tienes, y una escuela no arregla eso.

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Y ¿cómo te ganas la vida? Durante más de veinte años estuve trabajando en oficinas, porque vivir de lo que se escribe, en general, es difícil, y más en un país como México donde –aunque hay 100 millones de personas– po- cos leen literatura. Sí se lee mucho: El libro vaquero, las revistas de chismes. Se lee muchísimo, pero no literatura. Como estudié Ciencias de la Comunicación empecé desde estudiante en la ra- dio en Guadalajara. Hice seis años radio, que me gusta mucho y de algún modo he continuado ligado a la radio. Pero es muy mal pagada. Entonces pasé después a la prensa escrita, que es mejor pagada y estuve muchos años como editor de revistas, de diarios, de secciones de cultura. Aquí, en México, trabajé en una revista que se llama Día Siete. Posteriormente, estuve en el Museo Nacional de Arte, como Coordinador Editorial. Entonces siempre he estado relacionado con la edición, con los medios de comunicación. Mis propias colaboraciones, también en revistas, en suplementos, me piden artículos o me piden un cuento. O en radio también me han invitado a colaborar. Todo eso me ha dado para comer y para las chelas. [Se ríe] Ahora, afortunadamente, tengo la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte del fonca, que me permite dedi- carme de tiempo completo a la literatura.

No quieres hablar de La mirada encendida, Fábulas oscuras ni de Carretera perdida: un paseo por las últimas fronteras de la civilización. Sí, claro.

Me dijiste que no. No son libros que yo reeditaría. Los escribí y los publiqué muy joven. Este país tiene una paradoja: en teoría, no puedes vivir de tus libros pero existe un sistema de becas que no hay en otros países, puedes vivir de ser escritor pero no de escribir. Éste es otro tema, pues. Pero a lo que me refiero es a que no puedes vivir de lo que

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escribes, pero es un país que impulsa mucho a sus jóvenes con el programa cultural Tierra Adentro, que publica a los jóvenes y ya llevan más de 500 títulos. Ahí hice mi primer libro. La revista misma de Tierra Adentro y la beca de Jóvenes Creadores te im- pulsan. Tienes muchas puertas para publicar siendo muy joven. Eso me pasó y yo creo que no era escritor realmente. Publiqué los dos primeros libros, La mirada encendida y Fábulas oscuras, y luego empecé a escribir novela. Pero había un hueco. Yo quería publicar en editoriales más comerciales porque había publicado en la unam y Tierra Adentro, que son del gobierno. Cuando quise dar ese brinco, me empezaron a rechazar. Me pasé como seis años entre rechazos y yo seguí escribiendo y haciendo novelas, y entonces fue cuando me volví escritor, cuando no me publicaban. Todas esas novelas no las publiqué porque no eran buenas, pero luego a partir de Belleza roja, por fin, creo que hice algo que valiera la pena para que me publicaran. Por eso para mí es como de ahí en adelante… Pero bueno, les tengo cariño. Es un estilo de prosa poética muy breve de la que ya me alejé. Ya no hago ningún intento de poesía. Carretera perdida son ensayos y artículos que incluso van muy en el sentido del blog que hago: temas de nota roja, temas de transgre- sión, temas de extremos. Pero ya tengo una nueva versión de ese libro con muchos artículos nuevos, que estoy viendo si se publica. Por eso ya siento que la versión anterior no me interesa.

Has dicho en otras entrevistas que los dos protagonistas de Belleza roja comparten tus apellidos. ¿Me puedes hablar de la relación entre Azcárate y Esquinca? En esa época leía mucho –y sigo leyendo– a J. G. Ballard, el escritor que más me ha impactado e influenciado. Él declaraba que muchos autores no se hacían responsables de sus personajes, y que cuando los entrevistan se lavaban las manos diciendo: “No, eso lo dice mi personaje. Yo no lo pienso”. Entonces, en ese momento, al hablar de ciertos temas incómodos o transgresores respecto al cuerpo, el

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sexo, etcétera, me pareció importante seguir esa idea de Ballard y decir: “Yo me comprometo, incluso poniendo mis apellidos a mis personajes”. Un poco romántico, quizá. Ya no lo pienso así. En todo lo que he escrito desde entonces ningún personaje se llama como yo. Pero de todas maneras la gente que me conoce y me lee, dice: “Eres tú”. Ahora, siempre es una mezcla, es decir, en lo que escribo hay mucho de lo que soy: mis temores, mis fantasías, mis deseos; cosas que he hecho o cosas que no me atrevo a hacer, cosas que me cuentan otros también. Pero sí hay mucho de mí en lo que escribo. Aunque ya no les ponga mis apellidos a mis personajes, la gente que me conoce me dice: “Eres muy transparente. Sí te ves tú en lo que escribes”. No sé si eso sea bueno o malo, pero así ocurre.

Esta técnica en Belleza roja de terminar un capítulo con el tema con que va a empezar el siguiente capítulo me lleva a preguntar por la relación entre esos dos personajes de nuevo. ¿Es la misma persona o son opuestos? ¿Esa técnica debe llevarnos a cierta temática? Al principio yo pensé que iban a ser dos historias distintas. Primero se me ocurrió la historia del cirujano, un cirujano que se enfrenta a una secta de modificación corporal. Luego, cuando la escribí, estaba pensando en otra historia, la de un fotógrafo de nota roja que modifica las escenas del crimen. Hasta que me di cuenta de que podía unirlas. Entonces, al principio quise confundir al lector y terminar un capítulo como empieza el otro. Y no sabes hasta que lees un poco más y dices: “No es el mismo personaje”. Pero después se me olvidó. Es la verdad. Hay un momento en la novela en que ya no ocurre eso. Entonces, tampoco lo quise forzar. Era como un juego. Hay cosas que uno ve como importantes en un momento y después no, como lo del apellido. La verdad, lo veo ahora y no sé por qué lo hice, pero así salió. Le da cierta atmósfera al libro. Sí confunde, aunque no lo sigo hasta el final. Pero no es el mismo personaje. Son dos caras de la misma moneda, es decir, el médico

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ve la belleza de un modo: “Hay que operar y el cuerpo es un objeto que debe ser modificado”. El fotógrafo ve la belleza como algo distinto y algo más carnal y natural.

Esquinca cree que tal vez tiene comunicación con los demás a través de los sueños. Azcárate tiene muchos sueños, pero nunca me queda claro si tiene la misma teoría. No, no tiene la misma teoría, pero sí los sueños siempre son muy importantes en lo que escribo. No es que crea que signifiquen algo en verdad, pero sí es algo que es parte de nosotros y que te mueve a otras dimensiones “paralelas”. Sobre todo a mí me interesan mucho los mundos paralelos que construimos en el sueño y en la realidad, porque también construimos una realidad. Uno toma decisiones si trabaja o no, si se casa o no. Son decisiones que uno toma. Y me he dado cuenta de que luego nos fugamos de estas decisiones. Entonces, ¿qué pasa con tus propias fantasías que llevas a cabo o no? O ¿qué pasa con los sueños que también son una manifestación inconsciente de muchos deseos? En ese sentido, en los sueños, lo he explorado, y concretamente en Belleza roja me interesaba explorarlo. El primer nombre de Belleza roja era Contrabando de oscuras fantasías, que es una frase de Ballard. Lo que pasa todo el tiempo en esta novela es un comercio subterráneo de fantasías y no importa tanto lo que hacen los otros sino lo que piensan unos de otros. El médico observa a otro médico observando a la paciente, pero los unos no saben qué piensan los otros. Un médico piensa que seguramente el otro médico es amante de la paciente, pero no sabe. Para mí es como el voyeur. Si aquí yo veo por la ventana observo algo pero no sé qué está pasando. Puedo ver a alguna persona que igual se está medio desnudando o una sombra fugaz, y yo ya me estoy imaginando algo: “Ay, claro, está con su amante porque…”. Al menos yo tengo esas tendencias de estar inventando historias todo el tiempo. Lo importante no es lo que está haciendo

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el vecino sino lo que eso desata en mi cabeza. Todo eso creo que está reflejado en Belleza roja, y está reflejado en los sueños y en las fantasías de los protagonistas. Nunca saben qué está haciendo el otro, pero todo el tiempo están fantaseando. Por eso los sueños son una parte importante de la novela.

Respecto a esas dos visiones de la belleza, yo me pregunto si la visión de la belleza operada es como la atracción a la estética generalizada, un poco como la atracción a un subgénero, mien- tras buscar la belleza natural y única es resistirse a las reglas de estética. Veo en tu escritura los coqueteos con ciertos géneros, tal vez con la novela negra o de repente con la ciencia ficción o la fantasía, pero al final haces tu propia literatura. No sé si tú sientes cierta tensión entre apegarte a una estética y resistirla. Creo que tienes toda la razón, y no es fácil describirlo porque no creo que mi literatura pertenezca a un género específico. A veces es realista, pero con coqueteos marcados a lo fantástico, y a veces es fantástica, pero tampoco aparecen naves espaciales. Hay una frontera que me interesa explorar, que es esa línea muy del- gada entre el mundo real y el mundo de las fantasías. Como decía Paul Éluard: “Hay otros mundos pero están en éste”. Ese umbral es el que me interesa explorar. No creo que pueda decir que soy escritor de lo fantástico totalmente, ni de novela negra, pero sí me interesan los subgéneros. No los grandes géneros de la literatura como el histórico o el drama, pero sí los subgéneros. Sí, hay una influencia de la novela negra, delthriller más que nada. Creo que siempre estoy narrando misterios que no se resuelven, y ésa es una influencia muy directa de David Lynch, mi cineasta favorito. La novela negra, el thriller, no la ciencia ficción pero sí lo fantástico, están ahí luchando por entrar y meterse. ¿Cuál es mi género? No lo sé. ¿El thriller? Tú tienes que definirlo, Emily.

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Trabajas el tema de la masculinidad en tus cuentos y novelas. ¿Tienes algo que decir al respecto? ¿A qué te refieres con la masculinidad?

Esa construcción de cómo se comporta el personaje como hombre contemporáneo. ¿Cuáles son las reglas del género masculino? Nunca lo había pensado. Alguna vez, con mi primer libro (La mira- da encendida), fui con unos alumnos en Guadalajara y una chica me dijo en la plática: “Tus cuentos son misóginos”. Y me desconcerté mucho, porque yo creo sinceramente no serlo en la vida real. Nunca sabes. Igual, pertenecemos a una sociedad machista y eres educado así. Tengo cuatro hermanas y las adoro. De pronto estamos en las comidas y yo me doy cuenta de que todos los hermanos y los primos hombres estamos sentados y ellas están paradas. Hay una dinámi- ca. De pronto dices: “Oye, ¿por qué no están sentadas?” Y ellos dicen, “No, no, no”. Nos sirven la comida. Es como una inercia. Más allá de eso, no creo ser misógino. No sé si lo que tú dices de la masculinidad tiene que ver con eso. Realmente es algo que nunca he pensado. No sabría qué responderte. No es algo consciente. Es como decir: “El hombre debe comportarse así”. Lo que ubico es que en mi literatura hay personajes que están siempre anhelando a una mujer que no tienen. En México existe un patrón de hombre que siempre está en las cantinas y que tiene sus amantes, pero no creo que eso aparezca en mis libros.

El anhelo a una mujer imposible sí aparece. Yo lo pensaba en términos de la soledad. Por ejemplo, en Los escritores invisibles, Jaime Puente no tiene siquiera el número de teléfono de sus her- manos. En Belleza roja, vemos que Esquinca piensa en el sexo todo el tiempo, sueña con el sexo, pero nunca tiene relaciones sexuales con nadie. De hecho, creo que en Belleza roja todo ocurre en otro plano. En Los escritores invisibles, en el terreno “real” de la novela hay sexo,

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aunque también el personaje tiene sus fantasías: quiere acostarse con la mujer embarazada. Pero en Belleza roja no están teniendo sexo más que en el terreno de la cabeza. No sabría cómo explicarlo en torno a la construcción de la masculinidad que yo he hecho. En todo caso, no sé si sea muy típica mexicana. Si tú lees a gente como [Guillermo] Fadanelli, que es de los años 60, es más como el macho que va y posee a dos mujeres al mismo tiempo, y en mi literatura es más como un macho más platónico, que yo he sido así desde niño. Me enamoraba de mis maestras de la primaria.

Respecto a Los escritores invisibles, es fascinante el uso de escrito- res como James Ellroy, J. G. Ballard, Chuck Palahniuk, Paul Auster y Bret Easton Ellis. Me interesan dos cosas: el uso de sus biografías, aunque esta crítica biográfica entre los críticos profesionales ya pasó de moda, y el uso de esa biografía como clave para sacar una lección didáctica sobre lo que la literatura puede lograr. Me gusta una fase de [Charles] Bukowski que dice que antes la vida de los escritores era más interesante que sus obras, y hoy en día ni sus obras ni sus vidas son interesantes. Yo no creo lo que mis colegas –que además todos somos muy vanidosos– ponen en sus solapas: “Viajé al Congo y fui marinero”. ¿Y eso qué? Luego termina el libro “[Concluido en] Madrid”. Eso no le importa al lec- tor. Pero somos vanidosos. Esto de las biografías lo hice porque era parte de situar el personaje de Jaime Puente. Como no tiene éxito, dice entonces: “Yo soy un hombre común y corriente. Mi papá es equis. Mi mamá es equis. Pero, en cambio, yo veo que sufrieron los escritores que admiro: James Ellroy, su mamá fue asesinada, y el papá de Barry Gifford fue gángster”. Él cree que interpretando las historias de los personajes escritores va a entender esas claves. Lo que intenté al final fue que a través de su aventura se diera cuenta de que no es un hombre tan común y corriente como él creía. Pero más que nada para mí lo importante en este libro era mezclar gé- neros. Entonces, trabajar con las pequeñas biografías, reales y las

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inventadas, era como abrir cajas chinas o muñecas rusas, historias dentro de la historia. Para mí era importante en ese tiempo leer a Enrique Vila-Matas, que también tiene estos libros en que juega con los géneros. Pero le haces la pregunta al Bernardo Esquinca de ahorita y te digo: “No, la vida del escritor es lo de menos”. Ahora, la vida de J. G. Ballard sí me parece fascinante y sí explica su obra porque estuvo en un campo de concentración. Vio un Shanghai devastado y con piscinas vacías, y eso está todo el tiempo en su obra. Pero eso es extra. Lo que importa es lo que está en la obra. Si eres muy fan, afortunadamente todos ellos tienen biografías y por eso pude acudir a ellas, como la de Auster, que ya no me parece un escritor tan interesante. Es el único de todos los que menciono allí que ya ni leo –ocho años después, porque hace ocho años que escribí Los escritores invisibles.

Entonces, ¿Rodrigo Avilés, Eutimio Cruz y Roberto Rojas no existen? No existen. Son inventados. Neeli Cherkovski sí, casi como lo cuento, es real. Me tocó conocerlo en Guadalajara. Todo mundo creía que iba a ser un borracho y ya no quería beber. Le tuve que llevar a su hotel y le pregunté por Bukowski y me dijo que sí, que Bukowski estuvo a punto de comprar una casa del clan Man- son. Esa anécdota es real pero las otras son inventadas. Y las cinco novelas eróticas al final de Los escritores invisibles obviamente no existen.

¿Ese pueblo arruinado del lago en Los escritores invisibles, don- de tenían casas Hugh Hefner y Lex Baxter, que no sé cuál sea, es real? Hugh Hefner es el dueño de Playboy. Lex Baxter fue un músico muy famoso del género lounge, de las orquestas en los años cuaren- ta y cincuenta. Ese pueblo existe y es Chapala, en Jalisco, cerquita al lago. Yo iba ahí siempre de vacaciones. Es así, decadente. Perdió

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el glamour que tenía y ahora está un poco decaído. El lago que se secó, ahora está muy bien. Está resurgiendo.

Entonces ¿la ciudad es Guadalajara? Pues sí y no. Es decir, antes me rehusaba a ponerle un nombre a las ciudades. Yo decía: “No quiero hacer un guía de turistas. Esta ciudad es cualquiera”. Pero obviamente había mucha inspiración de Guadalajara porque viví ahí, pero también había inspiración de otras ciudades en las que había estado. Pero sí es Guadalajara en Los escritores invisibles. Late una ciudad ahí que es Guadalajara y también, de algún modo, en Belleza roja, aunque después van al mar. Ahora que vivo en el DF ya es inevitable. Hay un par de cuentos en Los niños de paja que están situados acá, pero en el nuevo libro de cuentos que estoy haciendo ya todo es el DF. Intento ser muy discreto, prudente, pero sí, obviamente, es la Alameda, es la Torre Latino, es el Templo Mayor, porque está ocurriendo ahí.

Volviendo a Los escritores invisibles es interesante esa división entre los hombres famosos que escriben en inglés y las mujeres que tú inventaste que escriben en español sin publicarse. Según el protagonista, ellas están escribiendo las cosas más interesantes. ¿Por qué que colocar a la mujer como la escritora más interesante pero invisible? Hay una progresión. Los cinco primeros escritores existen. Luego se mezclan los otros tres, que son inventados, con Neeli Cherkovski que es real. Al final ya es toda ficción. Supongo que fue en ese mo- mento el camino lógico que me llevó a que este escritor encuentra supuestamente la gran revelación de la literatura en la literatura clandestina, al contrario de los que están en los reflectores y llenan- do las mesas de novedades con sus libros. Hay señales que indican que va a suceder eso. Su amigo Hugo escribe poemas raros y no tiene interés por publicarlos. Y luego Jaime se topa con el paraíso

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de eso que son las amas de casa que escriben subterráneamente y no les importa publicar. Y ahí muere su mundo. Dice: “Ya llegué al ejemplo máximo: lo que importa es escribir y publicar es lo de menos”. Hay una línea que dice: “En la pornografía está la salvación de la literatura” (73). Es una frase evidentemente para molestar. Algún escritor más serio va a decir: “¿Cómo es posible?” Yo sí creo en los subgéneros, incluyendo la pornografía, por su- puesto, como discurso subversivo. A lo mejor también es un poco romántico pensar que existe un lugar donde hay amas de casa que se dedican a escribir pornografía clandestina. Pero en este mundo creado por mí existe. Cuando me entrevistaron por este libro, un amigo escritor que ha tratado con muchos editores me dijo: “Me gustó mucho tu novela, pero es optimista porque yo nunca he visto a una editora tan guapa como Selma”. Claro. Solía decir Vila-Ma- tas: “No es necesario copiar a la realidad para empobrecerla”. Es la gran venganza de la literatura: hacer un mundo si no mejor, por lo menos más divertido. A este hombre común y corriente que es Jaime Puente le pasa de todo: conoce a una editora guapa, lo quie- ren matar, hay crímenes, se mete a detective y llega a este lugar, a esta especie de Shangri-La en decadencia donde hay unas mujeres guapas. Los escritores invisibles trata también sobre las fantasías o los deseos que se cumplen y que finalmente eso te lleva al vacío. Entonces, la gran fantasía de Jaime es publicar y acostarse con la chica guapa, pero los dos le llevan a la ruina. Cumple los dos: se encama con la chica o la mujer madura y guapa, y le publican el libro, pero al final está en cero.

En torno a la pornografía, ¿quieres definir ese género? Un eje central que siempre me ha interesado son los fenómenos extremos de las sociedades modernas. Uno de ellos es la pornogra- fía. Incluso Ballard lo decía también, que la pornografía explica, como pocas metáforas, la manera más despiadada en que nos ex- plotamos los unos a los otros. Eso ocurre en la sociedad: que nos

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usamos los unos a los otros en todos los niveles, y la pornografía es el paradigma de eso, de esa explotación que hacemos. Por eso afirmaba Ballard que la pornografía como argumento mismo para cualquier tipo de historia es válida, porque está expresando eso. Dice eso en el prólogo de Crash que es del 73, y hoy más que nunca es vigente. Me parece que la pornografía cumple una función de entrada importante en la sociedad porque sirve de válvula de escape a mucha gente que no tiene posibilidad de tener sexo –por lo que sea, porque son tímidos o porque son deformes o porque tienen traumas y no se atreven acercarse a una chica, o por lo que sea. Ellos desahogan muchas cosas por ahí con la pornografía. Pienso en Ramón Gubern, un español que tiene un libro que se llama La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, y muchos otros. No creas que esto se me ocurre sólo a mí. Muchos opinan que, lejos de lo que los censores de la pornografía dicen, es el caso contrario: si no fuera por la pornografía hay estimaciones de que ocurrían muchísimos más crímenes sexuales porque habría más gente con esas pulsiones reprimidas. Me interesa también como una cuestión transgresora en sí, como mucha gente que es pudorosa pero en el fondo le interesa. A otros realmente les interesa como manifestación erótica, artística o como sea. Me parece que se puede analizar la pornografía desde muchos puntos de vista y es muy rica. Claro que vende, y claro que es un tema morboso. A mí los temas morbosos per se me interesan. Ésos y el crimen.

¿En lo que tú escribes se diferencia un interés intelectual en la pornografía y la pornografía per se? En Los escritores invisibles das resúmenes de las novelas pornográficas en lugar de escribir una novela pornográfica. ¿Estás admitiendo que ese subgénero cae por debajo de lo que tú eres capaz de hacer estéticamente? Es muy interesante lo que dices. En verdad me encantaría escribir una novela pornográfica. A lo mejor no me siento capaz de hacerla, por eso en el blog que hago dice, y esto es muy relevador: “Porno

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culto, nota roja gourmet”. A lo mejor hay un abordaje intelectual de la pornografía de mi parte; lo hay, sin duda. Ahora, no intento ser el gran estudioso ni mucho menos, porque no lo soy, pero claro que pasa por un razonamiento intelectual y por una pluma que busca cierta metáfora. Sí, como lo hacía Ballard. De hecho, Rodrigo Fresán decía que Crash era porno culto. Crash está llena de sexo, pero de sexo con automóviles y cosas perversas. Entonces decía que es porno culto porque pasa por análisis de Ballard de la sociedad tecnificada y la destrucción de la sociedad, etcétera. Sin duda, puede haber algo de eso en Los escritores invisibles. A lo mejor todavía no me animo a dejar las cosas intelectuales y hacer una novela porno de principio a fin. He pensado hacerla, más bien, novela gráfica con algún dibujante, pero sin duda pasaría por esa camisa intelectual.

Te interesa mucho la transgresión. Veo ciertas técnicas que empleas para lograr eso, como el uso de la imagen del ano de la mujer en lugar de la vagina. Yo me pregunto si hay un límite con lo que se puede hacer con el cuerpo humano. O sea, ¿siempre va a haber un punto en donde se puede transgredir o llegaremos al grado de que nada en la literatura choque al público? Sí hay un límite y, de hecho, quizá la gran tragedia del sexo en sí mismo es que es limitado. Aunque tengas Kamasutra, se limita. En algún momento lo agotas. Entonces, por eso viene este mundo de las fantasías más radicales donde la gente necesita excitarse con una embarazada, o con el pie, o no sé, con niños en las manifesta- ciones más siniestras de eso. Pero sí es limitado y quizá también algo que me pasa ahora es que ya no me interesa tanto ese tipo de transgresión. En esa época quería ser “malo”, aunque la verdad no lo era tanto. Ahora es interesante reflexionar un poco más adulto y maduro sobre lo que hacía unos años. Claro que si mi madre –que ya no vive– hubiera leído Belleza roja y Los escritores invisibles, se volvería a morir, le daría un infarto.

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Mis alumnos se pasman. Exacto. Pero por ejemplo, Belleza roja ganó un concurso en la Feria del Libro de Guadalajara y la leyeron 4,000 alumnos de las preparatorias. Hubo un encuentro con 500 de ellos y dijeron cosas maravillosas: “Yo la leí porque me dijeron que era pornográfica y la verdad ni lo está tanto”. Ahora lo que entiendo es que, lejos de decir “Ya voy a ser realmente malo”. no pasa por ahí la transgresión, sino que va quizá por otros lados. Incluso en la pornografía para mí lo más transgresor que hay ahora es lo amateur, una pareja que no cobra por eso. Se filma y pasa torpemente entre calcetines y las ollas de la cocina y cuelgan su video en la Red, pero es auténtico. Es profundamente cachondo. He escrito sobre eso en periódicos y en mi blog. El sexo amateur para mí ha desplazado a la pornografía más transgresora en donde hay una orgía de 10 o 15 personas y por ahí aparece de pronto un perro. Hay muchos sitios en que la gente cuelga gratis sus videos amateur. Creo que la transgresión a veces está en lo más cotidiano, pero hay que verlo.

El sexo amateur se menciona en Los escritores invisibles, ¿no? Un poquito. Hay algo de eso.

En los cuentos recogidos en Los niños de paja se ve una influencia tremenda del cine. El cine es importantísimo en todo lo que yo hago. En general, yo te diría que el cine sí es muy importante en mi vida. No puedo concebir del mundo sin cine. El cine me encanta. He escrito mucho sobre cine también como crítico. Yo creo que no sólo en Los niños de paja sino también en Belleza roja y en Los escritores invisibles hay esa cosa como capítulos cortos, estos recursos que asimilé del cine, como si fueran disolvencias, y pasas de una escena a otra, o la manera de hacer los flashbacks. O la manera, también, en que haces cortes muy abruptos o que son descripciones muy visuales. Claro que sí está mucho más en Los niños de paja. Más que cualquier

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escritor, en mi manera de escribir me ha influenciado David Lynch. Hay algunas películas de él que amo, hay otras que detesto, pero la manera en que escribo tiene mucho que ver con David Lynch y con lo que él decía: “Cuando un misterio se resuelve yo me siento profundamente decepcionado”. Por eso me reclaman mucho los lectores: “¿Por qué no lo resolviste?” Creo que pertenezco a una generación que sí vivió el cine ya de una manera totalmente asi- milada. Quizá en los años 60 todavía era más romántico el cine. Había la Cineteca y la ola del cine francés y un cine mucho más revolucionario y experimental. Pero mi generación ya fue cine pop y lo teníamos hasta en los cornflakes. Cuando yo tenía seis años fui a ver Star Wars al cine. Te bombardeaban con todos los monitos. Tenía los juegos. Y de ahí para acá ha sido cine en todos los as- pectos de mi vida. Es una generación que pertenece a eso y me vi obviamente empapado por eso. Entonces, mi manera de narrar sí es muy cinematográfica. Algunos críticos me lo quieren decir como algo peyorativo. Yo lo acepto. Digo que lo vivo con orgullo. Claro que el cine –a veces más culto y a veces más comercial– está muy presente en lo que hago. Es una asimilación de cine y la televisión. Hay mucho en mí también de Twilight Zone y Alfred Hitchcock Presenta, estas series de televisión que en los años 80 yo vi y que me influyeron. El cómic y todo lo pop me marcan y lo digo sin ningún temor. Yo crecí leyendo El Hombre Araña. De niño tenía todo El Hombre Araña y sin duda algo de eso me marcó. Vi todo el cine de los años 80 de las slasher movies que sale en “Los niños de paja”: Viernes 13 y Pesadilla en la Calle del Infierno.

Creo que hay una diferencia entre los primeros cuentos en Los niños de paja y el último texto. El último me parece un poco camp de una escritura plana u orientada de modo horizontal. Algunos críticos más reconocidos aquí, que son los que marcan el canon, como Christopher Domínguez, hicieron pedazos a la

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nouvelle que cierra el libro. Curiosamente, Christopher decía, “Los primeros cuentos me gustan, algunos de ellos mucho, pero lo siguiente es una película. No me interesa como literatura”. No sé si estoy de acuerdo en que tiene menor valor literario “Los niños de paja” que lo otro, pero tienes toda la razón en que tiene más lugares comunes y más camp. Me dije: “Quiero hacer una novela que parte del máximo cliché de las películas de los ochenta”. Es decir, un grupo de amigos que toman una desviación equivocada en la carretera y llegan a un pueblito extraño en donde pasan cosas horribles. Así empiezan el 80 por ciento de las slasher movies de los ochenta. De hecho, primero quería hacer un guión y después decidí hacer una novela. Y sí, para mí era hacer una película, pero escrita. En general, esta influencia del cine en mí tiene cosas bue- nas pero también tiene cosas malas. De pronto sí hay cosas que digo: “Ay, eso es demasiado una película”. Tiene sus riesgos ese camino que yo sigo. En “Los niños de paja” sí hay momentos muy cinematográficos pero muy clichés. Sí fue premeditado, quizás se me pasó la mano. Quizá a veces lo podría matizar. Hay ciertos temas (la maldad de los niños, la amistad de ellos cuatro, cómo se traicionan, lo que se dicen por debajo) que me interesan, pero también tenía un thriller y tenía que asustar al lector. Hay lectores que me han dicho: “No pude parar de leerla”.

Mi última pregunta sobre Los niños de paja trata de “La señora Ballard es la señora Ballard”. ¿Quieres dar cierta dirección a la lectura de este cuento? Es un cuento que escribí hace tiempo, pero lo que recuerdo que pasa es que hay algo obviamente oscuro y siniestro, que ocurre en ese hotel, que nunca sabemos. El chiste es que cada quien piensa en lo que ocurre. Sí tiene que ver con el comercio de la sangre: las mucamas están involucradas, evidentemente es un lugar para gente rica que va ahí para cumplir fantasías extrañas, y el detective intenta averiguar qué está pasando. Al final se topa con esta imagen

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de la mucama dando su sangre en un recipiente y la mujer que es menopáusica está ahí como esperando ese comercio de sangre. Digamos que si lo intentamos explicar de la manera más simple, pues, es como una metáfora del vampiro. Es como una idea del vampiro en el mundo moderno. Qué va a hacer ella exactamente con la sangre, ni yo lo sé.

¿A quiénes lees de la literatura mexicana? Me gusta mucho Sergio González Rodríguez. Me parece uno de los escritores vivos mexicanos más importantes, no sólo por sus novelas (que casi nadie pela en cuanto a la crítica porque él tiene más reputación como periodista y ensayista). Sus reportajes de Ciudad Juárez han sido traducidos. Nadie ha hecho el trabajo que él ha hecho. Ha puesto en peligro su vida. En fin, sus novelas me gustan mucho. Es un buen amigo. Me considero afortunado de ser amigo de él. Y es como mi maestro más cercano. Sergio ha sido un padre literario para mí, me ha dado muchos consejos, ha apoyado siempre lo que hago. Pero no te lo digo por eso. Ésa es in- formación aparte. Me parece el escritor más importante. Me gusta mucho J. M. Servín, me parece un narrador que está haciendo una li- teratura muy importante, muy vital, ligada a los perdedores, ligada a los barrios profundos, a la violencia, a las pulsiones. Él creció en esos barrios, entonces le sale muy bien lo que narra. Servín vive aquí a la vuelta y es uno de mis mejores amigos; él sí intenta vivir de lo que escribe y batalla, no va a una oficina. Me gusta lo que está haciendo Guadalupe Nettel, que es de mi generación y que narra también cosas oscuras, cosas siniestras, más en sus cuen- tos que en su novela. Están mejor logrados sus cuentos. Me gusta lo que hace Bef [Bernarndo Fernández], por supuesto, mi tocayo. Lo que está escribiendo no lo está haciendo nadie. En Ojos de lagarto escribe sobre mamuts y dragones; yo lo leí fascinado. Pocos lo comprenden en la crítica, obviamente porque no es una

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literatura pretenciosa, pero lo prefiero mil veces a cualquier otro que quiere hacer la gran literatura y no le sale. Lo que hace Luis Jorge Boone, que también es de mi generación acercándose a temas de horror, a temas siniestros, me gusta. Héctor de Mauleón que es de los sesenta, que también hace cuento fantástico, un poco de terror, me gusta mucho. No soy un gran lector de literatura mexicana ni de cualquiera. Es decir, soy muy pragmático. Estoy en cierto tema y sé que eso me puede ayudar, y me acerco a esa literatura.

¿Sientes que perteneces a una generación de escritores? Somos un grupo de los nacidos en los setenta, pero en realidad, lo hemos hablado incluso entre nosotros, no hay algo que nos identifique. No hay una figura paternal como en su momento otras generaciones tuvieran en Octavio Paz o Alfonso Reyes. No nos tocó un gran asunto como el 68, que marcó a muchos. Somos una generación un poco huérfana, pero lo que yo sí he comentado en esas conversaciones es que, si hay algo nos une, es lo pop. Para todos es importante el cine, los cómics, la música, ahora el Internet. Quizá pertenezco a la generación en la que lo pop está ya metido de una manera muy natural y se refleja en lo que hacemos.

Y tus proyectos futuros, ¿en qué estás trabajando? Pronto aparecerá un nuevo libro de cuentos de terror, titulado De- monia. Y le doy los toques finales a la nueva novela de Casasola, el protagonista de La octava plaga. Se ha convertido en una saga, y está resultando muy estimulante escribirla.

Excelente. Gracias por la conversación. Gracias a ti. 9 de junio, 2010

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Post scriptum, correo electrónico, el 12 de octubre, 2011

Ahora que he leído La octava plaga, te pido unos comentarios más. De nuevo, en esta novela empleas la nota roja. ¿Por qué? Para mí la nota roja refleja una parte importante de la realidad. Como dice Ernesto Sábato: “Tras leer las mentiras de los políticos en los periódicos, uno se topa con la verdad en las páginas policia- les”. Es un testimonio social de vital importancia para entender la parte oscura de los seres humanos. Además, es una fuente inago- table de historias singulares.

La octava plaga brinda una lectura divertidísima. ¿Cómo van las ventas? ¿Es un libro para un público más juvenil, ya que no se encuentran tantas escenas explícitas de sexo? Aún no sé cómo van las ventas. Siempre me ha gustado narrar fluidamente, estoy contra los experimentos innecesarios. Tengo claro que lo que quiero es contar una historia y entretener al lector. No soy el salvador de la literatura, de eso ya se encargaron otros, como Cervantes o Joyce. Lo del sexo es curioso: desapareció de manera natural en esta novela porque la escribí en un momento de mi vida en que el sexo no me hacía falta. Ningún editor me ha pedido nada en ese sentido, ni creo que se lo aceptaría. ¿Es un libro juvenil? No lo sé. Siempre he pensado que escribo para los adultos, pero sorpresivamente mis libros han tenido aceptación entre los adolescentes, incluso Los niños de paja entró al programa Biblio- teca de Aula de la Secretaría de Educación Pública para alumnos de secundaria. Y en él hay mucho sexo.

¿Te gustan los cuentos de Edgar Allan Poe? La influencia de escri- tores gringos, tal vez como Poe y ciertamente como Stephen King, es fuerte en la novela. ¿Cómo explicas esa enemistad de muchos mexicanos hacia Estados Unidos que coincide con una tendencia fuerte de citar a los autores y guionistas que nacieron allí?

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Tengo mucha influencia de la literatura anglosajona. Sin duda Edgar Allan Poe, Arthur Machen, Stephen King, por supuesto (me parece absurdo que la crítica especializada se empecine en negar su evidente talento narrativo), J. G. Ballard, James Ellroy, Cormac McCarthy, por mencionar algunos. Pero sobre todo en La octava plaga está presente la influencia de John Connolly, quien hace una mezcla muy afortunada en sus novelas del género policíaco y el fantástico. Creo que la enemistad hacia Estados Unidos a la que te refieres, tiene que ver en realidad, respecto a sus políticas, con los migrantes y sus tendencias imperialistas, pero siempre ha habido una aceptación y empatía hacia sus artistas, principalmente sus literatos y cineastas, que han producido obras maravillosas. Tendría que añadir que Barton Fink, de los hermanos Coen, es mi película favorita y una gran influencia en mi trabajo narrativo.

Obras publicadas

Ensayo

Carretera perdida: un paseo por las últimas fronteras de la civi- lización. México: Nitro Press, 2001.

Cuento

Demonia. Oaxaca: Almadía, 2012. “Moscas”. 20 años de narrativa Jóvenes Creadores del fonca. Se- lección e introducción de Eduardo Antonio Parra. México: fon- ca, Programa Cultural Tierra Adentro, 2010, pp. 151-158. Los niños de paja. Oaxaca: Almadía, 2008. “La señora Ballard es la señora Ballard”. En Grandes hits. Vol. 1, Nueva generación de narradores mexicanos. Ed. Tryno Mal- donado. Oaxaca: Almadía, 2008, pp. 45-53.

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“La navaja hundida”. En Generación del 2000: Literatura mexi- cana hacia el tercer milenio. Eds. Agustín Cadena, Gustavo Jiménez Aguirre y Armando Alanís. México: Conaculta, 2000, pp. 195-197. “La estrella de Mazzy”. En Dispersión multitudinaria: Instantá- neas de la nueva narrativa mexicana en el fin de milenio. Eds. Leonardo da Jandra y Roberto Max. México: Joaquín Mortiz, 1997, pp. 92-103. La mirada encendida. México: Conaculta, 1993. Fábulas oscuras. México: unam, 1996.

Novela

La octava plaga. México: Ediciones B, 2011. Los escritores invisibles. México: fce, 2009. Belleza roja. México: fce, 2005.

Entrevista

“Bernardo Esquinca”. En Luz María Sánchez. Aproximaciones a la nueva narrativa jaliciense: Entrevistas literarias. México: Co- naculta/fonca/Universidad de Guadalajara, 2000, pp. 47-68.

Wikipedia

http://es.wikipedia.org/wiki/Bernardo_Esquinca

Blog

http://composta.net/sensacionald/ (En colaboración con José Soto).

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Bernardo Fernández Brigada “Bef” (ciudad de México, 1972)

Comencemos con los datos autobiográficos. Mencionas en varios textos algunos detalles autobiográficos: siempre te gustaba dibujar, nunca te gustaba la escuela y llevas buena relación con tus papás. Me llevo bien con los dos pero, ¿ves que todos los mexicanos tienen una fascinación con su mamá? Yo la tengo con mi papá, lo cual facilita un poco las cosas para mi mujer. Nunca fui bueno en la escuela. El sistema escolar es una mierda. Llego con mis alumnos en la Ibero [Universidad Iberoamericana] y les digo que el sistema educativo no sirve y que los han estado engañando los últimos doce años, les hago un examen de cultura general que siempre reprueban. Sí, detesto la escuela. Estudié en un colegio católico de puros hombres, la gente que se distinguió de mis generaciones era muy controversial, y gente de derecha siempre. Entonces, nunca me gustó la escuela donde estuve, ni estudiar con los hermanos maristas. No, no, no. No me gustó la escuela.

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¿Y tu papá es ingeniero? Ingeniero, sí.

¿Y cómo salió tu interés por la literatura? Por la vocación por los cómics. En mi familia todos son inge- nieros. Todos mis primos, todos mis tíos, mis dos abuelos fueron ingenieros. Me gustaba dibujar. Mi hermano es músico. Somos los únicos dos que no son ingenieros. Yo lo que quería ser era un dibujante de cómics. Pero es que pasaban dos cosas. Una es que me gustaba el dibujo caricaturero, no realista. Entonces, entre las opciones que había en este país para dibujar profesionalmente era ir a Estados Unidos y trabajar en Marvel o en DC. Y no me gusta este tipo de cómics. No me gustan los superhéroes. No me gustan los manga. El tipo de cosas que hacía no tenía lugar en ninguna de esas dos editoriales. Eso por un lado. Y por el otro hice dupla con un amigo por mucho tiempo. Como mi amigo dibujaba mucho mejor, yo escribía los guiones. Pero se tardaba mucho. Entonces decidí que mejor me iba a poner a escribirlos solo, o sea a dibujár- melos con la palabra. Siempre fui lector. Mi casa era de lectores, la casa de mis papás. Más mi papá, pero eran lectores los dos, mi papá y mi mamá, y mi hermano también. Además, lo que siempre me gustaba de niño era ir a comprar libros y cómics. Entonces, yo suponía, que me iba a dedicar a algo así. De hecho, empecé a escribir ya muy grande. La mayoría de los escritores empiezan muy jóvenes como Joserra [José Ramón Ruisánchez]. Joserra tenía publicada su primera novela a los 21, 22 años. Yo estoy seguro de que si hubiera empezado más temprano habría tenido una carrera paralela a la suya. Pero yo empecé mucho después.

¿Cuándo? Tenía como 25, 24 años cuando empecé a escribir. Es una vocación tardía. Los otros escritores lo hacen desde adolescentes y yo estaba escribiendo cómics.

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Y en la Ibero, con Joserra, tú no das clase de literatura ¿verdad? No, de hecho, de lo que yo mantengo a mi familia es de ilustrar y de dibujar. Hace mucho tiempo que no hago diseño. Ya descubrí que diseñar es lo último que quiero hacer en la vida. Pero no asistí a la carrera de ilustrador ni dibujante de cómics. Asistí a la de diseño. Por eso doy clase de diseño. El diseñador gráfico universitario tiene una cojera académica increíble. Entonces, yo no me siento calificado para poder dar una clase a alumnos de literatura, no po- dría. Yo soy escritor autodidacta. Bueno, me tranquiliza que casi todos los escritores que me gustan lo son. Yo no puedo dirigir un análisis literario en una clase. Podría dar cosas como de escritura creativa, me imagino. Además, yo nunca pensé estudiar letras, mi segunda opción era la biología. Nerd plus.

Quisiera preguntar por los juguetes que están entre los libros en sus estantes. Tengo una fascinación por los robots. Incluso, si ves atrás de ti, tengo los planos, los blueprints, de Astro Boy. Toda la ciencia fic- ción es la metáfora que más me gusta. La fascinación y el lamento de lo posthumano, de los androides, me encantan. Por eso tengo los juguetes. De todos los robots mi favorito es Astro Boy –causal- mente, porque no soy muy entusiasta de sus caricaturas, me gustan los cómics. Astro Boy me parece la puesta al día de Frankenstein, que es mi novela clásica favorita.

Tienes un mundo de ficción muy propio y las figuras se repiten entre los textos. Por ejemplo, la megacorporación HumaCorp aparece en el texto “El último de los hackers” de ¡¡Bzzzzzzt!! Ciudad Interfase, y surge en las novelas Gel azul, Ladrón de sueños y El estruendo del silencio. O, por ejemplo, la consola WaRP II figura en Soy el robot y Ladrón de sueños. En dos libros se repite una frase. En Soy el robot leemos: “Me miró por primera vez. Hubiera preferido que no lo hiciera. Sus ojos eran los de un insecto que

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no sueña” (20). Y en Ladrón de sueños vemos la misma idea que los ojos del malvado doctor Ventosa: “son como de insecto que no sueña” (70). El asunto de intertextualidad pasa mucho en las tradiciones de cien- cia ficción. Por ejemplo Lovecraft, que a mí no me gusta mucho, usa mucho la intertextualidad. Es un ejemplo muy estudiado de la literatura norteamericana. Yo tengo una vocación anglófila porque primero empecé a leer cómics y empecé a leer en inglés antes del castellano. Entonces, el 80% de los libros que leo los tengo en inglés y son subgéneros por esa articulación con los cómics. Yo diseñé muchos años una revista que se llamaba Complot, que era una revista medio de cultura y medio de moda. Ahora son muy comunes pero hace 15 años era la única que había. Y un número de Complot fue una novela de ciencia ficción colectiva. La que la dirigió fue otra colega mía que se llama Norma Lazo y a ella se le ocurrió el nombre de HumaCorp. Era para hacer una novela entre varios autores sobre esta corporación. Y bueno, yo lo seguí usando porque me gusta mucho el nombre. Me gusta porque es una corporación como Wal-Mart. Siempre que necesito una corpora- ción monstruosa uso HumaCorp. Y hace poco me escribió un fan que quiere ser escritor y me dijo: “¿Puedo hacer un cuento sobre HumaCorp?” y le dije que sí. Ahora, respecto a la intertextualidad, es que mi escritor favorito de todos los tiempos es Kurt Vonnegut. Todos sus libros están relacionados y es que eso me fascina porque puedes verlos independientemente. Y por supuesto, la continuidad de los cómics es así. Aparecen los personajes uno dentro de otro. Es una deformación profesional. Ah, y lo de los ojos que “son como insecto que no sueña” es una frase de William Burroughs. Él lo dice y a mí me mata. Siempre que puedo me robo muchas frases. Todo el tiempo estoy robando. Me da un poco de pena.

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No reconozco la cita. ¿No? Viene en Nova Express, me parece. No lo leí en inglés. No sé cómo se diría en inglés exactamente, pero me parece un haikú. Un haikú punk.

Quisiera preguntarte también por la estructura de tus novelas. Varias tienen elementos de cuento. Por ejemplo, “Paraísos arti- ficiales, S. A.” de ¡¡Bzzzzzzt!! Ciudad Interfase reaparece como el principio, de “Paraísos artificiales” de Gel azul, con el sexo del protagonista cambiado. O de El llanto de los niños, el texto “Ojos de lagarto” cuenta de un dragón y anticipa la novela Ojos de lagarto. Es que se me ocurren pocos títulos. No “Paraísos artificiales”, que independientemente es una referencia a Baudelaire y Rimbaud. Los poetas malditos decían que las drogas, el láudano y el opio eran los paraísos artificiales; me parecía muy linda metáfora para una realidad virtual. Yo no fui el primero que lo usó. Creo que Grant Morrison –él es escocés y más bien guionista de cómics– él en algún momento llamó a la realidad virtual paraísos artificiales. Me pareció muy bonita la frase.

¿Por qué te interesa, literariamente hablando, el tema de lo posthumano? La literatura se considera humanista, ¿no? ¿O lo posthumano no es necesariamente posthumanista? Fue la lectura de Naief Yehya, ensayista mexicano avecindado en Brooklyn, lo que me llamó la atención por primera vez sobre este tema. En su brillante ensayo El cuerpo transformado, Yehya dice que el ser humano es la primera especie del planeta Tierra que di- señará a su sucesor en la escala evolutiva. Esa frase, que me parece lapidaria, marcó mi fascinación por el asunto de lo posthumano, las inteligencias artificiales y los cyborgs. Ante el advenimiento de una inminente revolución biotecnológica, similar a la que tuvieron las computadoras hace treinta años, todos estos temas me parecen per-

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tinentes y de discusión urgente, pocos autores parecen interesados en ellos, especialmente desde el ámbito latinoamericano, y no me extraña, pues insisto en que la literatura fantástica, el campo natural de discusión de estos temas, es un páramo desolado en nuestras letras. Hay muy pocos fantasistas, casi siempre considerados como bichos raros, lo cual, bien visto, tampoco está tan mal.

Es interesante el tema de la droga. Aparece en muchos de tus textos. Vinculas las drogas con la realidad virtual, pero a mí me parece que la narrativa puede servir como droga. Yo no me meto nada. Tengo muy mala relación con las drogas y con el alcohol; entonces, no uso ninguno de los dos.

Pero tus personajes los usan mucho. Es que me causa una gran fascinación. Una de las razones por las que siempre tuve mucho interés por las drogas fue la lectura de William Burroughs y todos estos infiernos. ¿Para qué pasársela tan mal? Pero simplemente fue como una fascinación por lo prohibido. Sí, cualquiera pensaría que me la vivo en el ácido. Es una obse- sión el tema. Además, en este momento es una discusión central en México, se habla mucho del narcotráfico, de la violencia, del lavado de dinero, pero se habla muy poco de la adicción.

Tus ideas de la política de la droga en Gel azul se parecen mucho al pronóstico de Jorge Volpi en El insomnio de Bolívar. Nunca he leído a Jorge Volpi. No, tiene una novela que se llama La paz de los sepulcros. Ésa sí la leí y no me gustó. Pero perdón, ¿qué me ibas a decir?

¿Por qué no te gusta? Porque no resuelve el enigma. Es que no era una novela policía- ca. Quería un pretexto para hablar de temas de aquel momento; básicamente, la transición democrática de México. Él planteaba

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que la presidencia iba a recaer en un intelectual, supongo que se refería a Octavio Paz. En el momento de escribirlo, hace casi 20 años o 15, era muy pertinente pero no envejece bien. Descuida el enigma. Lo abandona.

Bueno, tú y Volpi coinciden en suponer que si se legaliza la droga en los Estados Unidos, la economía de México y otros países al sur podría caerse. En Gel azul, inventas “el famoso Cinturón Baker” de países de Sur América que no pueden pagar sus deudas externas y desaparecen (90). ¿Por qué Baker? James Baker. ¿Te acuerdas de James Baker, el secretario de Estado bajo Ronald Reagan?

¿Y? Era el republicano de chiste: racista, ultraderecha.

Pensé que también podría ser una referencia a estar “baked” como marihuanero o fumado. No, no sabía. ¿“Baked” como horneado?

Sí. Ah, es bueno saberlo. No, yo pensaba en el secretario de Estado de Ronald Reagan. Fue el asesor de Henry Kissinger. Era un cerdo, pues. Ronald Reagan decía que uno de sus mejores amigos era el presidente de México, pero toda su política fue muy hostil y durísima. Fueron unos de los peores años para México. Llegaban, se tomaban la foto y luego nos daban una patada.

Vuelvo a la pregunta de la estructura. En Ojos de lagarto tenemos una serie de capítulos que se llaman “Cuentos chinos” que son ocho en total, y “Bring ‘em back alive” que son siete. En Gel azul también son siete secciones de “Paraísos artificiales” que explican las aventuras de Gloria en el ciberespacio. ¿Por qué estructuras las novelas así?

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Pensaba en un leitmotiv que se repite rítmicamente. Te va marcando justo una cuestión de ritmo. En Gel azul es una historia paralela que aparentemente no tiene mucho que ver y que al final resuelve la novela. Yo quería que se mostrara que esas secciones no tenían importancia pero que la novela se resolviera en el último de “Pa- raísos artificiales”. Respecto a “Bring ‘em back alive”. Frank Buck realmente existió, incluso se hacían películas sobre sus aventuras protagonizadas por él mismo. Era un personaje muy peculiar. Creo que hay todavía una fundación Frank Buck en Texas. Es una estructura que no es original. Yo la leí y me fascinó en la novela Noticias del Imperio, de Fernando del Paso. Así como tienes esta onda con “The Great American Novel”, yo creo que ésta es “The Great Mexican Novel”. Me parece la más grande de todos los tiempos, la mejor de los últimos 25 años. La estructura también era así: la voz de Carlota se repite, pero él lo hace con varios personajes. Entonces dije: “yo quiero hacer eso”. Ahora, en los “Cuentos chinos” lo que yo quería –no sé si funciona, pero si los quitas puedes leer los “Cuentos chinos” de manera indepen- diente de Ojos de lagarto. Además, la expresión “cuentos chinos” significabullshit . Son mentiras. El Pi Ying es nombre de un perso- naje de un cuento de Kurt Vonnegut, “All the King’s Horses”, un cuento sobre ajedrez que viene en Welcome to the Monkey House. Pi Ying, cuando pasa al español, hace juego de palabras: pillín. Y lo sitúo como si fuera el hijo de un personaje de Julio Verne de una novela poco conocida que se llama Las tribulaciones de un chino en China. Es sobre las aventuras por toda China de un caballero chino y su tutor que es un anciano. Se acaba la novela y se casa, por supuesto. Entonces, lo que yo hago es que el producto de este matrimonio es mi chino. Y el tutor es el anciano chino que viene con él. Es un robo impresionante. Sabes, hay dos cosas que estoy seguro que te pasaron. En El estruendo del silencio nunca uso la palabra “Japón”. No aparece ni “Japón” ni “japonés”. Y eso me da mucho orgullo.

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Dices “isleñas” ¿no? Insulares. Pero nunca uso la palabra “japonés” ni “Japón”. Era un juego, pero nadie se da cuenta. Es más, yo creo que si yo pre- gunto la gente me ha de decir: “No, dice por allí. En algún lado ha de decir”. Y los dos trabajadores del ferrocarril que golpean a Pi Ying tienen los nombres del papá de Superman y el papá de Batman. Ah, bueno, el país Latveria en Tiempo de alacranes, el país de donde viene Obrad, es un país de Los cuatro fantásticos de Marvel donde vive el Doctor Doom, que es el gran villano. Es un país ficticio inventado en los cómics de Marvel. Está lleno de ese tipo de guiños.

Confieso que no vi todos los chistes. Habla muy bien de ti y habla muy mal de mí.

Iba a preguntar por los géneros literarios. Me parece que vas in- ventando un subgénero que es el western urbano en Ojos de lagarto y Tiempo de alacranes. Y también empleas la ciencia ficción enGel azul. ¿Estas tradiciones reflejan más la literatura de los Estados Unidos que de México? La historia de la ciencia ficción en México es una historia secreta paralela. Siempre ha sido una literatura de clóset. Hay una utopía escrita por un fraile franciscano de Yucatán en el siglo xviii, Sizigias y cuadraturas estelares, que habla de un viaje a la luna que es una sociedad perfecta de científicos. Y desde entonces ha sido historia underground. La ciencia ficción en México ha sido muy vinculada a cuestiones de contracultura. Ahora se llama alternativo, pero en aquel tiempo era contracultura underground. La ciencia ficción aquí fue una escena efervescente en los años noventa. Y somos varios los que salimos de ahí. Todo el proyecto de Editorial Moho de Guillermo Fadanelli es un producto de esa misma escena. Yo, vinculado con mis colegas fantasistas, tenemos esta fascinación por los subgéneros. No había pensado en términos de western. No soy

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un conocedor del western. Yo creo que fui de los últimos niños que se emocionaron con El Llanero Solitario. Fue un subgénero que se extinguió como los dinosaurios. Quiero pensar que evolucionó en otra cosa. En los años cincuenta la mitad de las películas era de vaqueros y desapareció. A mí me gustan pero no conscientemente las imito. Yo bromeaba y decía que más que novela noir, Tiempo de alacranes era un realismo mágico en drogas. “Urban fantasy” le dicen a los cuentos parecidos. Ojos de lagarto en realidad lo podrías meter en lo que llaman ahora “new weird”. Ese tipo de historias que tienen cierta vinculación con los pulps de los treinta y con la novela de aventuras pero con elementos más maliciosos. Pero no sé. Qué curioso. No había pensado en western.

¿Tiempo de alacranes podría considerarse realismo mágico mez- clado con la narconovela porque el personaje El Güero de repente tiene sentimientos? No. Es una historia real que me contaron. Es alguien que existe. Era un matón en Guadalajara. Lo mandaron a matar a alguien. Vio que era viudo y que cuidaba a los niños. Se conmovió y no lo mató. Eso es estrictamente real. Una de las tesis de la novela es que no hay monstruos, que la gente es humana puesta en situaciones extremas. Respecto al realismo mágico, hay un episodio en Tiempo de alacra- nes en el que aparece un soplón que vende información a un hacker, pero yo pensaba que era como un oráculo omnisciente. Conoce todo. Les dice su futuro a los que lo consultan, que además son futuros trágicos, y desaparece. Yo pensaba en los oráculos de la mitología clásica. Y es la única incursión de lo fantástico en la novela.

Hablando de los monstruos, me parece que existe cierta tensión en tus novelas entre los personajes que siempre rompen las leyes y su apego a las reglas del género literario. Son outlaws, criminales, pero siempre regidos por unas reglas literarias en lugar de leyes sociales.

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No es consciente. En realidad no lo había visto. Alberto Chimal me hizo notar que en todos mis libros aparecen niños raros y es que yo fui un niño muy raro. Por eso. [Se ríe] Pero no había pensado en eso que tú me dices. No es consciente. Tengo una obsesión por los outlaws, por supuesto, y por los personajes marginales. No mar- ginales socialmente, no gentes que son de calle, o yonquis, sino la gente que está como de los extremos. Porque yo no lo soy, pues.

Literatura infantil es otro género que empleas. ¿Escribir para niños implica otras reglas o da más libertad? Hay una sola diferencia. Tienes la posibilidad de tener un final feliz. Como son chiquitos tienen toda la vida por delante para so- lucionar las idioteces que hicieron. En todo lo demás me enfrento igual al texto infantil que al de adultos. No creo que debas ser concesivo cuando escribes para niños. No debes bajar el tono ni ser más ingenuo. No lo hice abiertamente, pero hay una escena en Ladrón de sueños donde la amiga saca los cigarros de la mamá y en realidad está fumando mota. Simplemente no me concentro en las partes sórdidas porque creo que cuando eres chiquito o muy joven no te interesan especialmente. Pero ésa es la única diferencia: la posibilidad de la esperanza.

Como eres autodidacta, ¿a la hora de escribir tienes ciertas reglas que inventaste para ti? Me ciño a tres o cuatro recomendaciones que encontré en el camino. ¿Leíste On Writing de Stephen King? Probablemente es el libro más hermoso que he visto sobre el oficio de escribir, pero en realidad no te da recetas. No te dice cómo escribir. Tiene dos enseñanzas. Una, que conozcas las palabras, que conozcas tus herramientas de trabajo; y la otra, que escribas sobre lo que te gusta. Me parecen reglas de oro. Vonnegut tiene también unas reglas, o si quieres unas generalidades, pero son tan obvias que no las ves. Te dice que debes construir una historia tan buena que un perfecto desconocido esté dispuesto a perder su tiempo leyéndola. Y que no hagas palabrería.

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Que cada palabra que digas sirva para que avance la historia. Y están las cinco reglas de Heinlein. Robert Heinlein era un escritor de ciencia ficción de los años cincuenta; a mí no me gusta mucho pero tenía cinco reglas para trabajar. La primera es que hay que escribir, la segunda es que hay que completar lo que empiezas a escribir; luego, que no te obsesiones con las correcciones, que mandes tu trabajo de inmediato a una editorial o a un concurso, y que no desistas hasta que se venda. Robert J. Sawyer, con quien yo las leí, agrega la sexta, que es que de inmediato empieces a trabajar en un proyecto nuevo. En realidad son reglas muy prácticas. Quizá la única regla irrompible sería identificar los requerimientos para cada historia.

En cuanto a los géneros, te interesa mucho, creo yo, la represen- tación del macho. ¿Del macho? ¿Tough guys?

Del hombre. No necesariamente rudos pero siempre estás creando personajes hombres. Pasé mis primeros dieciocho años en un mundo de hombres, en un colegio religioso de puros hombres. Entonces, lo femenino es un misterio para mí que apenas estoy descubriendo en mi vida de adulto. Y para mí es una bendición tener una hija por eso. Es un mundo que no conocía. Sólo tengo un hermano. Supongo que va por ahí.

Los hombres, por ejemplo Crajales en Tiempo de alacranes, son conscientes de su representación del papel de hombre. Por ejemplo, narras que habla “en voz alta a una cámara imaginaria, para el público inexistente de una película jamás filmada” (62). O que “Al instante se odia asimismo por caer en el lugar común” (85). ¿Hay una crítica allí de la masculinidad contemporánea?

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No lo sé. No fue deliberado. Yo creo que allí la consciencia, como toda la primera novela, era demasiado consciente de mí mismo. Te estoy diciendo “yo” como narrador. Gel azul fue la primera novela que escribí. Narras toda la primera novela muy tenso porque quieres parecer inteligente y decirlo todo, además. Yo creo que era demasiado consciente de que estaba escribiendo una primera novela. Yo no podía escribir esa novela, además. Me costó muchos años, primero acabarla y luego publicarla.

¿Cómo fue para publicarla? Escribí cuentos muchos años. Tengo por acá dos libros de cuentos, pero debo haber escrito más de 120 cuentos. Por supuesto, soy muy consciente de que la mayoría no era publicable. Era como la ruta de aprendizaje. Luego, me robaron la computadora donde estaban guardados y lo único que me quedó fueron los publicados, que no estaban tan mal. Pero era, y de hecho soy, lector de novela. Me di cuenta de que sabía escribir cuento pero no sabía estructurar una historia de largo aliento. De hecho, ahora me parece excesivamente corta la novela de Gel azul. Me gustaría que fuera de más de 100 páginas pero en aquel tiempo era muy difícil publicar novelas más extensas. Yo tenía la idea y la abandoné. La empecé a escribir hace mucho y la abandoné. Me di cuenta de que no tenía idea de cómo estructurar una novela. Tuve que crecer y envejecer un poco para entender cómo se construye una novela o tenerle menos miedo. Y hubo un concurso en los años 90 de novela de ciencia ficción y literatura fantástica. Yo me decidí: la escribí y la mandé. Fue cuando la pude acabar, muchos años después. Perdí y ganó un amigo mío. Luego lo mandé a dos o tres editoriales. Nadie la quería. Les parecía extremadamente… cuando la escribí todo ese asunto del Internet era muy nuevo. El término downloading era críptico para los lectores. Tuve que esperar a que el tema fuera más familiar. Finalmente, vi por casualidad un anuncio en un boletín: querían novelas de cien- cia ficción para una editorial española. Se las mandé, les gustó y

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se publicó primero en España. Era muy corta, y entonces, mandé la otra que había hecho, El estruendo del silencio, que además es la novela de la que estoy más orgulloso. Publicaron los dos en un solo libro junto con un cuento que, ahora que lo pienso, no viene en las ediciones mexicanas. Era un cuento sobre un migrante mexicano en Marte. Viene en el libro Grandes Hits. Lo publicaron en España y eso permitió que la publicaran aquí. A Gel azul le ha ido mu- cho mejor que a Ojos de lagarto. Y Ojos de lagarto me parece mucho mejor novela. Estoy más contento con Ojos de lagarto que con Gel azul, pero bueno, mi editorial no la promovió nada y la dejaron morir. Ojos de lagarto me parece mucho más ambiciosa, mucho más cerrada y mucho más madura.

El tema de la traición aparece en las dos novelas, ese tema de los hombres que no encuentran amistad duradera. No me duran los amigos. No sé. Pero eso lo tendría que resolver con el psicoanalista. No sé.

¿Qué opinas de los premios literarios? Tiempo de alacranes ganó el Premio Nacional de Novela “Una vuelta de tuerca” 2005, y Gel azul ganó el Premio Ignotus 2007. El premio Ignotus lo ganó Gel azul por la edición española. El premio Ignotus lo dan los lectores en distintas categorías. Ganó por novela corta en España. El premio “Vuelta de tuerca” se convocó ese año por primera vez y era un premio de novela policíaca. Yo estaba escribiendo ciencia ficción. Entonces vi y me pareció que no era descabellado escribir una novela policíaca porque los autores que han hecho una y otra, han brincado de un género al otro muchas veces. Estoy consciente de que Edgar Allan Poe es el que escribe el primer cuento de ciencia ficción en forma, el primer cuento de terror y el primer noir.

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¿Qué tienen que ver el género policíaco o el noir y la ciencia ficción? Que los hacen los mismos tipos. Pero por una estupidez, aunque eran las mismas editoriales que sacaban revistas de noir y las de ciencia ficción, las tenían separadas la una de la otra. Ray Bradbury tiene novelas y cuentos noir, por ejemplo. Y Ed McBain, que es de mis favoritos de novela policíaca, tiene una o dos novelas de ciencia ficción. Supongo que eran las mismas oficinas. Y sé, ade- más, que es muy común que los escritores de uno u otro género se lean entre sí y a veces se cruzan. Greg Bear escribe muchos años ciencia ficción, nerd plus, y ahora acaba de meterse a hacer una cosa híbrida entre noir y ciencia ficción. A mí las novelas híbridas me interesan mucho, como habrás visto; es que debes tener una mente muy racional para construir los dos géneros. El pensamiento mágico no me gusta. Además de ser educado por puros hombres y con ingenieros, tuve una educación profundamente racional, por eso no soy religioso, por ejemplo. Me interesa el pensamiento racional, las cosas por su razón. Entonces, ambos géneros son muy racionales y no me pareció descabellado escribir una novela policíaca. Y ahora acabo de escribir otra. La acabo de terminar hace dos semanas y se llama Hielo negro. Es otra policíaca con un poquito de ciencia ficción pero más que nada policíaca, sobre mujeres policías y mujeres narco. Uno de los juegos que me gusta y que me ha salido dos veces es poder robarte la voz de mujer y que no puedes saber que fue escrita por un hombre. Lo intenté en Ladrón de sueños y en este cuento, en El llanto de los niños.

¿Y escribiste Tiempo de alacranes para meter al concurso “Una vuelta de tuerca”? Ah, sí, específicamente. Yo ya sabía que no me iba a publicar nadie. Iba a tener que escribir novelas si quería que mi carrera llegara a algún lado porque el cuento tiene muy mala fortuna en todo el mundo, además. Era buen premio en dinero. Hasta calculé:

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“Tengo de tal a tal fecha. Tengo que escribir tres cuartillas diarias”. Y empecé a escribirla. El origen es un montón de historias de la familia de mi mamá. Ojos de lagarto es un montón de historias de la familia de mi papá. Entonces, yo sabía esta historia de Gua- dalajara del sicario que habían mandado a matar a alguien y que dijo que no. Yo originalmente quería escribir un guión de cine. Mi hermano estudió cine. Él y yo queríamos hacer un guión. La única escena que tenía era que llegaban a un banco y el tipo secuestrado resultaba más peligroso que los que lo secuestraron. Era lo único que sabía que quería construir. Así como los paleontólogos que encuentran un hueso y reconstruyen atrás y adelante el dinosaurio, así fue escribir Tiempo de alacranes.

Entre los escritores mexicanos, ¿a quiénes lees? Leo más en inglés. Tengo en algún altar a Jorge Ibargüengoitia porque me parece que tenía un sentido del humor negrísimo. Tan negro que se hubiera llevado bien con Kurt Vonnegut. Ellos dos son mis escritores favoritos. Soy un fetichista de Noticias del Imperio, como te había dicho. No me gusta mucho el resto de la obra de él, pero Noticias me fascina. Yo considero que el mejor escritor vivo de este país es José Luis Zárate. Estoy seguro de que no lo conoces, porque nadie lo conoce. Pero hoy te voy a prestar sus tres novelas, La ruta del hielo y la sal, Del cielo oscuro y del abismo y Xanto: Novelucha libre. Me parece un geniecito y nadie lo sabe porque ha tenido muy mala suerte editorial. Él, hace poco, escribió un libro que al parecer se va a publicar con Almadía, se llama 666 porque son 666 cuentos de 6 palabras cada uno. Es esa clase de autor. Me encanta lo que hace Alberto Chimal. Me parece el mejor cuentista de mi generación. Me gusta, además, su primera novela porque sólo Chimal, además de Nabokov, puede escribir una novela porno que nunca dice la palabra “pene”. Es la capacidad y elegancia que tiene. Me gusta mucho Toño [Antonio] Malpica, que también brinca de teatro infantil a literatura para adultos. De mis colegas policíacos,

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me gusta mucho Paco [F. G.] Haghenbeck que hace noir también. Con él siento mucha empatía. Aparte, viene del mundo de los có- mics. Había todo un grupo de gente que hacía ciencia ficción que se fue diluyendo. Me gusta mucho Pepe Rojo, quien es como mi gurú personal. Gerardo Porcayo es otro que también hacía cuento y novela. Se ha ido rezagando un poco la cosa de publicación. Tengo cierta debilidad por los primeros libros de Mario Bellatin, cuando era de un tono apocalíptico finimilinarista. Me encantaba, pero después ya no lo entendí. Me gusta mucho Nacho [Ignacio] Padilla. De hecho, Ojos de lagarto tiene una deuda impagable con La gruta de Toscano. Yo le debo mucho a este libro. Es una novela también de aventuras. Hay pocas novelas de aventuras en la literatura mexicana. No nos gusta a los mexicanos escribir de aventuras, pero a mí me encantan como lector. Acabo de descubrir a una chica que se llama Iris García Cuevas que escribe cuento policíaco durísimo, durisisísimo en Acapulco. Tengo una amiga, de hecho es mi mejor amiga, que se llama Karen Chacek que tiene publicada literatura infantil que me gusta mucho. Como somos muy amigos, nos hemos intercambiado originales muchas veces, y escribe también ciencia ficción y me gusta muchísimo. Muchisí- simo. Tiene este libro en Almadía que se llama Nina Complot que es como un libro infantil para niños punk que me gusta mucho. Bernardo Esquinca tiene este libro de Los niños de paja que me gusta. Comparto con él la fascinación por Stephen King. [Pausa] Estoy pensando, porque leo a pocos mexicanos.

Es una lista enorme. Gabriel Trujillo es un escritor de frontera en Mexicali. También hace ciencia ficción y policíaca y me gusta mucho. Me gusta mucho Yuri Herrera. Se me estaba olvidando. Hace cosas híbridas también. Tryno Maldonado que es bastante más joven me gusta. Juan José Rodríguez hace novela policíaca y me gusta, aunque venimos de tradiciones totalmente diferentes.

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Veo en esta lista que la mayoría son hombres. ¿Todavía ves una división bastante fuerte entre escritor y escritora mexicana? No, lo que pasa es que en México las mujeres escriben más poesía que narrativa. Hay novelistas muy solventes. Yo creo que la mejor novelista juvenil de México es Mónica Brozon, sin duda.

¿Mónica quién? Brozon, Mónica Brozon. Es otro ghetto. Los de ciencia ficción están en un ghetto, los de la poesía están en otro ghetto, pero el peor y el más marginado es de literatura infantil porque nadie sabe quiénes son. Incluso, los únicos que en México viven de sus regalías son los que hacen literatura infantil. Ella tiene publicados 20 libros. Y los 20 siguen in print, pero nadie sabe quién es. Fuera del círculo de la literatura infantil la conocen poco. No es misoginia. Lo que pasa es que creo que hay pocas novelistas. Ah, me gusta Cecilia Eudave. Hace literatura fantástica y me gusta mucho. Pero es un descubrimiento reciente.

Ya que muchos de los escritores mexicanos tienen sentimientos encontrados respecto a los Estados Unidos, ¿por qué ustedes citan tantos títulos de autores gringos como influencias importantes? De hecho, me parece que si no pido los títulos mexicanos cuando pregunto por la literatura que admiran, difícilmente saldría un autor mexicano entre las primeras tres o cuatro referencias. Creo que México y los Estados Unidos tienen una intensa relación de amor-odio. Sostengo que se trata de dos culturas que son inca- paces de dialogar pues, como dijera Marco A. Almazán de México y España, nos unen nuestras diferencias y nos separan nuestras similitudes. El asunto es que pertenezco a una generación educada a la sombra de los medios, cine, televisión y, en mi caso específi- co, cómics –medios, todos ellos, dominados por los anglosajones. Además, mientras crecía no había en la literatura mexicana una oferta consistente para los lectores más jóvenes. Quiero decir, la literatura de la onda –José Agustín, Parménides García Saldaña, et

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al.– había sucedido en los sesenta. Veinte años después, los escri- tores mexicanos no volteaban a ver hacia los jóvenes lectores. Lo cierto es que pertenezco a una generación que crece fascinada con el cine y llega a la literatura a través de él. Debo a él mi fascinación por los subgéneros de la ciencia ficción, el horror y el policíaco, ninguno de los cuales tenía autores representativos en México hace 25 años, con excepción de Paco Ignacio Taibo II, que comenzaba a despuntar. Además, mis primeras lecturas fueron en inglés por una circunstancia muy concreta: mi familia solía pasar los fines de se- mana en Cuernavaca, donde todos los domingos íbamos a comprar cómics a una librería en el centro de la ciudad que, imagino que por la gran cantidad de norteamericanos que vivían ahí, siempre tenía historietas en inglés. De modo que mi primer acercamiento tanto a la palabra como a la imagen fue en este idioma. Ése es el origen de mi anglofilia, aunado a la gran vocación por lo fantástico que hay en las letras anglosajonas, tan poco común en la tradición hispanoamericana. Pero siempre que nombro a mis novelistas favoritos pongo empatados en el primer lugar a un gringo y un mexicano: Jorge Ibargüengoitia y Kurt Vonnegut, Jr.

¿Perteneces a una generación? Es que yo no sé. Por supuesto, cronológicamente sí. Había un grupo de gente que hacía fantasía que se ha rezagado un poco. Con ellos sentía mucha identificación. Yo considero de mi generación a Chimal, a Pepe Rojo, a Gerardo Sifuentes, a Zárate y a Porcayo. Eran los que hacían ciencia ficción. Sifuentes era menor que yo. Los demás eran un poquito mayores. Con la excepción de Chimal, han dejado de publicar. Es muy ingrato cuando haces la literatura fantástica en México. Me llevo muy bien con ellos cuando voy a encuentros, cuando me invitan a cosas de literatura general, pero me queda claro que no comparto con la mayoría de ellos referentes, con la gente de mi edad. Hay gente muy buena, pero en general no comparto los referentes. No sólo me gusta la literatura en inglés, me gusta la literatura rara en inglés. Haghenbeck me hace mucha

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broma: “Es que eres la mascota de la literatura mexicana”. No me molesta. Soy el amigo freaky, el amigo nerd. Dentro todos esos nerds, soy de una nerdez diferente. Soy como el niño freak que pudo como trascender y vivir de las freaqueces que le gustan. Eso pienso.

Gracias. 7 de junio, 2010

Post scriptum, correo electrónico, el 17 de octubre de 2011

Respecto a Hielo negro me fascinó esa estructura de enfrentar a mujer antagonista y mujer protagonista. ¿Te inspiraste en otras películas o libros? ¿Cómo ha vendido el libro? Gracias por preguntar. Al libro le ha ido muy bien, me ha abierto muchas puertas y acercado a un público mucho más amplio. La idea de enfrentar a dos mujeres... bueno, me gustan las mujeres y quise aventar dos a pelear.

Me interesó también que el personaje de la policía se sintiera tan incómodo por su peso. ¿Te interesan los llamados “estudios de la gordura”, tan de moda hoy, o por qué incorporas la temática? No. Siendo gordo tengo mucha empatía por lo que ella dice, sólo que quise trasladarlo al ámbito femenino, donde es aún más dra- mático. Me gustan las chicas grandes, lo que en inglés llaman bbw. Quería usar una de personaje.

¿Algo más sobre los proyectos en camino? Está por publicarse La calavera de cristal, novela gráfica que escribió Juan Villoro e ilustré yo. Estoy muy contento y muy emo- cionado. Espero que la vinculación de Juan con este proyecto ayude a que los cómics tengan mejor percepción entre el público lector.

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Obras publicadas

Cuento

“Texto”. En Los viajeros: 25 años de ciencia ficción mexicana. Con Gabriel Trujillo Muñoz y Mauricio José Schwartz. México: Ediciones Sm, 2010. “Texto”. En Tijuana Express. Con José Luis Ramírez, José Luis Zárate Herrera, Carlos Toro, Miguel Ángel Fernández Delgado. México: Facultad de Humanidades, uabc. 2009. “Bajo un cielo ajeno”. En Grandes hits. Vol. 1, Nueva generación de narradores mexicanos. Ed. Tryno Maldonado. Oaxaca: Al- madía, 2008, pp. 55-70 “La virgen ahogada conoce al monstruo de Frankenstein”. En Fue- go cruzado: Jóvenes narradores de la zona central del país. Eds. Bernardo Fernández y Beatriz Espejo. México: Fondo Regional para la Cultura y las Artes, Zona Centro, 2006, pp. 19-25. “Leones”. En Nuevas voces de la narrativa mexicana: Antología de cuentos. Ed. Tatiana Buch. México: Joaquín Mortiz, 2003, pp. 49-53. El llanto de los niños muertos. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (277), 2004. ¡¡Bzzzzzzt!! Ciudad Interfase. México: Times Editorial, 1998. “Sólo salimos de noche”. En Vampiros: Breve antología mexicana. Tlaxcala, México: Universidad Autónoma de Tlaxcala: Círculo Independiente de Ficción y Fantasía, 1997.

Literatura infantil/juvenil

Señor Fritos. México: Sexto Piso, 2011. Soy el robot. Ilustraciones de Patricio Betteo. Oaxaca: Editorial Almadía, 2009.

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El ladrón de sueños. Ilustraciones de Patricio Betteo. Oaxaca: Editorial Almadía, 2008. Cuento de hadas para conejos. Ilustraciones de Israel Mejía. México: Alfaguara, 2001. Error de programación. Ilustraciones de Fabricio Vanden Broeck. México: Ediciones Corunda/Conaculta, 1998. Vacaciones en Marte. Ilustraciones Bef. México: Conaculta, 2008. Goar. Ilustraciones Bef. México: Conaculta, 2007.

Historietas/Novela gráfica

La calavera de cristal. Inédito. Ilustraciones Bef, Texto Juan Villoro. ¡Cielos, mi marido! Prólogo de Rius. México: Resistencia, 2011. Espiral. México: Alfaguara, 2010. Monorama: Historietas breves. México: Editorial Resistencia, 2007. Monorama II: Historietas breves. México: Editorial Resistencia, 2009.

Novela

Hielo negro. México: Random House Mondadori, 2011. Premio Grijalbo de Novela 2011. Ojos de lagarto. México: Planeta, 2009. Gel azul y El estruendo del silencio. 2004. México: Santillana, 2009. Premio Ignotus 2007. Tiempo de alacranes. México: Joaquín Mortiz/Conaculta, 2005. Premio Nacional de Novela “Una vuelta de tuerca” 2005.

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Traducción

Das Auge des Drachen (Ojos de lagarto). Trad. de Petra Strien- Bourmer. Berlin: Suhrkamp Verlag, 2011. “Private collection”. En Mexico City Noir. Eds. Paco Ignacio Taibo y Achy Obejas. New York: Akashic Books, 2010, pp. 36-43. Drakenogen (Ojos de lagarto). Trad. de Jacqueline Visscher. Utre- cht : Signatuur, 2010. Une saison de scorpions (Tiempo de alacranes). París: Moisson Rouge, 2008.

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Iris García Cuevas (Acapulco, Guerrero, 1977)

¿Cómo te hiciste escritora? Creo que es de esas cosas que pasan sin querer, sin planearlo. En realidad, empecé a escribir desde que estaba en la universidad, pero era esa cuestión de leer algunos textos y sentir la necesidad de contarlo de otra manera o decir algo al respecto. Sí hay un impulso o necesidad de contar lo que me está pasando, generalmente las cosas que me impactan. Por eso escribo mucho sobre la violencia, como que necesito sacarlo de alguna forma. Realmente, tomarme en serio la escritura y decir: “Soy escritora”, eso tiene quizás no sé… tres años apenas. Tenía muchos textos guardados y de repen- te dices: “Bueno, puede ser. Sí es una posibilidad. Sí me gusta”, pero digamos que no hubo un momento en la vida –no sé– desde la infancia, que dijera: “Yo quiero ser escritora”. No fue así. Fui más bien lectora. Eso fue lo que me trajo como consecuencia a la escritura.

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¿Cómo afecta tu carrera literaria la residencia en Acapulco? Aunque me acabas de decir que vives en Puebla… No. En realidad estoy desde febrero de 2010 en Acapulco. Viví hasta el 2004 en Acapulco, o sea toda la vida. Estuve seis años en Puebla solamente y regresé a Acapulco. Mira, como está organizado el país todo pasa en el centro. En realidad, en Acapulco no hay talleres, no hay escuelas de formación, no hay siquiera, apenas acaban de abrir una librería Educal. O sea, ni siquiera tienes la posibilidad de comprar libros, excepto los que están en el círculo muy comer- cial. Si quieres comprarte otra cosa tienes que venir al Distrito Federal. Entonces, en realidad creo que esto afecta, en el sentido de que no sabes cómo funciona la carrera literaria como tal. Tienes intuiciones y no sabes cómo acceder a hacerlo profesionalmente porque no tienes un parámetro. Es decir, los escritores son los que están en el centro y los ves como algo muy lejano. Es hasta que me voy a Puebla, que está muy cerca del DF, que empiezo a tomar talleres, que tengo la oportunidad de conocer escritores en persona, y me doy cuenta de que en realidad los escritores son gente como cualquier otra, sólo que eligieron dedicarse a escribir. Es hasta ese momento cuando, de alguna forma, cae para mí esa mitificación que hay del ambiente literario visto desde la periferia, que es algo ajeno y muy difícil de acceder. Yo creo que eso retrasó no sola- mente mi proceso como escritora sino que retrasa el de todos los que vivimos en zonas muy alejadas del centro.

¿Y por qué fuiste a Puebla? En realidad fue por cambiar de aires. Tenía 27 años y llevaba toda la vida en Acapulco. Había estudiado absolutamente todo incluyendo la universidad. Quise ver qué posibilidades ofrecía otro lugar. Tengo que confesarte que la decisión no fue así como muy razonada. Fue, “Ya me quiero ir de Acapulco”. Estaba con una amiga y me dice, “¿Adónde te vas a ir?” Y le dije: “No sé. Voy a esperar una señal definitiva del universo”. Estábamos entrando al cine y el primer

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anuncio en la pantalla fue: “Puebla te espera”, que era un anunciado turístico. Y dije: “Me voy a Puebla”. [Se ríe] Y me fui a Puebla. Creo que sí fue una señal de universo porque en realidad descubrí muchas cosas ahí y me fue muy bien.

¿Con quién estudiaste en los talleres en Puebla? Mi primer taller de novela fue con Jaime Mesa. Después tomé talle- res con Mónica Lavín y de dramaturgia con Estela Leñero. Ya había tomado antes de teatro con Felipe Galván y Jaime Chabaud.

¿En Acapulco? En Acapulco pero, o sea, había sido en diez años dos talleres. Era todo lo que había en la historia de Acapulco en la literatura. En Puebla, el municipio ofreció un diplomado de creación literaria y lo tomé. Ahí fue, con los comentarios positivos de algunos talleristas, cuando decidí que sí iba a mandar todo lo que tenía a concursos, que sí iba a, por lo menos, probar si realmente funcionaba.

¿Has recibido apoyo estatal? Sí. El año pasado estuve como becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Guerrero. Fue para escribir una obra de teatro. No se publica ni nada. Además, es como primer borrador porque lo haces para la beca y entregas los reportes. Es muy frío tener que entregarlos. Ahorita, ya que se cumplió el trámite, me voy a sentar y decir: “Ahora quiero que me guste” para poder soltarme.

Y has ganado premios literarios también, ¿no? Sí. Fue en 2008 que retomé todo lo que había escrito en un periodo de diez años, quizá, y me puse a corregir. Y ese año mande a todos lados y afortunadamente en el Premio Gerardo Mancebo del Cas- tillo, que es para teatro joven, me dieron una mención especial. En el Premio Nacional [Ignacio Manuel] Altamirano gané un premio para novela. Este libro de Ojos que no ven, corazón desierto lo

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mandé a un premio que se llama Alejandro Meneses y me dieron mención. Entonces dije: “Ay, algo estoy haciendo bien. Sí va por ahí el asunto”. El 2008 fue el descubrimiento de que en realidad sí podía por ese camino.

¿Cómo te ganas la vida? Como reportera. He trabajado como reportera sobre todo de la fuente cultural. También he dado clases. He sido promotora cultural. Lo último que hice en Puebla fue estar como coordina- dora del programa del fomento de la lectura de la biblioteca del Tec de Monterrey campus Puebla. En realidad me he ganado la vida de muchas cosas, pero creo que todas tienen algo que ver con la literatura y la palabra y esas cosas, pero sí hago muchas cosas, aunque digamos que en lo que he sido más constante ha sido en el periodismo. A veces hago teatro. Actúo.

¿Eres actriz? Sí. Nada más que eso es como mi hobby, pero sí llevo casi diez años haciendo teatro.

¿Sientes que hay una relación entre ser actriz y ser escritora? Sí, cuando escribo me sirve sentirme en la piel del personaje.

¿Cómo llegó Alias (ahora 36 toneladas) a la editorial? La verdad es que soy muy mala como para esta cuestión de la promoción de mis textos y de llevarlos. No me sale mucho. No sé cómo funciona, pero tengo mucha suerte. Por ejemplo, Jaime Mesa, que publicó en Alfaguara una novela que se llama Rabia. conoció la primera versión de Alias porque la hice en el taller con él, recién desempacada en Puebla…

Pero él tiene más o menos tu edad, ¿no? Sí, pero a los 27 él ya había tomado talleres con Daniel Sada. Co- nocí a Jaime y dije: “Pues, algo debe haber aprendido de ese taller

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con Sada”. Él conoce la novela desde su origen. Después gano el premio Altamirano... Este año [el 2010] Jaime me dijo: “Oye ¿qué vas a hacer con la novela?” Y le dije: “¿Qué tengo que hacer?” Y me dijo: “A ver, pásame el manuscrito y vamos a mandarla para que se dictamine”. Y ya. “Yo lo hago”, me dijo. Y en eso estába- mos cuando me contacta Geney Beltrán. La verdad es que yo no lo conocía en persona. Me dice que está buscando novelas para Ediciones B, que si tengo algo. Se lo envío y finalmente se publica en esta editorial. Lo que quiero decir es que publicar no ha sido una batalla. Más bien agradezco que me he encontrado en el camino a gente que confía en mi trabajo.

¿Cuál es la relación entre los géneros de teatro, novela y cuento como tú los escribes? Creo que se trata de contar historias. Siempre que escribo algo hay una circunstancia, sobre todo dolorosa, que es lo que me impacta de lo que veo en mi entorno. Por ejemplo, alguien está sufriendo, a alguien le sucede algo tremendo, que le saca de su vida cotidiana. Y me quedo pensando en eso, sobre todo en el personaje. Yo trabajo mucho a partir del personaje. Quiero saber quién es y qué le pasa y qué piensa y cómo se mueve y porqué hace lo que hace. Es como, de repente uno no entiende a la gente y dice: “Ay, es que el mundo es malo”. Pero no puede ser nada más así. No puede ser porque hay buenos y malos. Entonces pienso: “¿Qué lleva a una persona a hacer algo calificado como malo? ¿Es sólo porqué sí?” No lo creo. Tiene que haber razones para que la gente actúe como actúa; entonces en esta necesidad de responderme empiezo a construir la historia del personaje y a veces sale cuento y a veces sale teatro. [Se ríe] Y a veces sale novela. Bueno, nada más una vez ha salido novela. Pero depende de las cosas que se van pegando, como que se vuelve un imán el personaje al que le van sucediendo cosas y empiezo a verlos caminar. Y así, me obsesionó con ellos. Hay veces que puedo ver- los moviéndose en un espacio, que es cuando los escribo para teatro. Y hay veces que necesitan espacios más amplios, que fue lo que

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me sucedió con Alias, con la novela, que pensaba en ese personaje que de repente se levantaba en el hospital y decía: “Bueno, y yo, ¿quién soy?” Ésa fue la primera idea y a partir de ahí le empiezan a suceder cosas. Creo que lo que tienen en común mis personajes entre los varios géneros es esa búsqueda de sí mismos, que cada uno escoge diferentes caminos para encontrarse y que el entorno es hostil con ellos, no les permite llevar a cabo su búsqueda de una manera tranquila, suave y armónica.

¿Un género te enseña algo de otro género? Sí. A mí sí porque antes de escribir la novela, ya tenía unos cuentos. Desde hace como diez años había empezado a hacer teatro. Creo que el teatro es el que más me ha enseñado. Aprendes de lo que haces más, que para mí es el análisis del personaje de teatro. An- tes de meterte al escenario o aprenderte un papel tienes que saber quién eres. ¿A quién vas a encarnar? Ese proceso del teatro y de la construcción del texto dramático me ha enseñado a abordar los otros géneros. Es decir, yo no puedo empezar a contar la historia de un personaje si no lo tengo claro. Y también esta cuestión de que el teatro es acción; no puedes poner a los personajes a platicar en teatro y ya, tiene que estar sucediendo algo, aunque sea de manera interna, pero algo está pasando –algo siempre está pasando con el personaje. Entonces, cuando escribo cuento y cuando escribí la novela era esta cuestión de decir: es que algo tiene que estar pasando. Si no les está pasando algo no tiene caso que cuenten su historia.

El mundo de políticos y policías corruptos se repite entre los cuentos y la novela. ¿Cómo llegaste a ese mundo y porqué te gusta vivir en él? Yo creo que ahí llegué más bien por la lectura. Lees muchas cosas a lo largo de la vida y te gustan y tomas algo de cada texto. Por lo menos, yo sí creo que cada vez que leo un libro, me hace una persona distinta. No sé si mejor o peor, pero sí distinta. Es decir,

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hay algo que se queda en mí y que modifica mi manera de pensar respecto al mundo. Cuando yo leí, ya hace muchos años, Complot mongol de Rafael Bernal, ahí me impactó Filiberto García, en realidad me impactó. Este hombre que era malo, es decir, por este desencanto absoluto, esta aceptación sin cuestionamientos de que si andas de matón no importa. Y de repente la posibilidad del amor que se presenta en la novela y cómo todo lo que rodea al personaje destruye esta posibilidad. Dices: “Bueno, es que en realidad este personaje no es que sea malo. Es que no le han dado la oportunidad de ser bueno”. Sí me conmovió y yo creo que a partir de ahí empecé a buscar más textos relacionados con lo policíaco en esta búsqueda de descifrar el mundo del mal. Quizá porque de repente es así como “Ellos son los malos”. Entonces ya el resto de la sociedad no está dentro de ese orden de cosas. “No tenemos nada que ver y si se acabaran con los malos entonces todo sería perfecto”. Y en realidad no es cierto, en realidad esta cuestión de la maldad o del mal comportamiento en términos sociales tiene que ver con la imposibilidad del personaje de vivir de otra manera. Entonces, es como tratar de entender qué es lo que sucede en este ambiente porque al final de cuentas también todos tenemos la posibilidad de ser malos y todos tenemos la posibilidad de ser buenos. Está dentro de nosotros. Es parte de nuestra condición humana. Si no fuera así, la violencia no estaría presente en absoluto en todo lo que hacemos desde el principio de la historia de la humanidad, desde la Biblia, que Caín asesina a Abel y esas cosas. En México, la imagen de la corrupción, del mundo sórdido, tiene que ver con la policía, con los vínculos que existen entre la policía y el crimen organizado. Entonces, si hay algún sector de la sociedad donde podemos ver cómo funciona, es ése. Luego viene la preocupación por leer nota roja. Yo, en mi formación, sobre todo mi desarrollo profesional, tenía mucho que ver con las áreas culturales –era ir a las obras de teatro, como la parte más bonita y la sublimación de las emociones. Entonces me

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empezó a llamar la atención el otro lado. De repente lees cosas… desde el Marqués de Sade o cualquiera de los malditos franceses que dicen: “Para entender cabalmente la condición humana te tienes que asomar al otro lado, tienes que ver adentro de las per- sonas y darte cuenta de que ahí está el infierno. No está en ningún otro sitio”. Si algo te impacta y si sientes de repente rechazo ante eso es porque hay algo dentro de ti que te está moviendo y que te identifica con esa parte.

¿Y por qué tanto interés en la policía, la figura del judicial que no lleva uniforme, por ejemplo? Creo que en México, desafortunadamente para nosotros, identifi- camos la figura de la corrupción no tanto con el crimen como con la figura del policía. Entonces, para hablar de ese mundo nece- sariamente se inserta al policía porque es la imagen que se tiene. Sabemos que de repente se desarticulan bandas de secuestradores y ahí hay judiciales. Desarticulan bandas de extorsionadores y ahí hay federales. Entonces, están siempre presentes en este vínculo con el crimen organizado. Es como parte del imaginario nacional.

En 36 toneladas se insinúa que todos usamos nombres prestados. En un momento, el protagonista llega a pensar que la gente tocada por la violencia tiene la misma identidad: “Ahora resulta que todos son el mismo”. No hay lados claros entre una banda y otra en la novela. Creo que en general la búsqueda va por ahí. Decía [José] Revueltas que no existía tal cosa, como cuando hablan de este sector lumpen de la sociedad como depositarios del mal. En realidad no existe un sector de la sociedad que sea depositario del mal. En realidad estamos tan mezclados, pero no queremos verlo. Entonces, el asunto es cómo este sujeto de 36 toneladas que pierde la memoria tiene la posibilidad de replantearse, porque para él todo va a ser nuevo. Entonces, a veces no somos capaces de darnos cuenta de

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que estamos jugando ambos roles y de que las pequeñas cosas que hacemos en la vida cotidiana están contribuyendo a que ese sistema persista. Es como borrar todo y decir: “A partir de lo que me entero en este momento voy a decidir si realmente la vida que he tenido es lo mejor que puede ser”. Y te vas dando cuenta de que no, el malo de la película eres tú.

La mujer de Roberto Santos, Alicia, a quien el protagonista ya no reconoce –ni ella a él– dice que Santos “era cabrón, por compro- miso”. Al perder su memoria, Santos pierde ese compromiso. Es decir que al volverse fantasma en su propia vida, el protagonista descubre que los fantasmas ya no le persiguen. Es como si los fantasmas no pudieran tener a su vez fantasma. Yo creo que somos el resultado de nuestro pasado. A final de cuentas todo lo que recordamos –incluso lo que imaginamos, porque hay muchas cosas de nuestra vida, de nuestra propia vida que aunque estuvimos ahí las recordamos como queremos, no como realmente fueron– hacemos como una construcción mitológica de lo que fuimos. Entonces, ya nos construimos una imagen de quienes so- mos. Si en algún momento de la vida nos quitan eso, entonces la pregunta es ¿quiénes somos al final de cuentas? En este caso, sí es como poder ver tus fantasmas de afuera y darte cuenta de que en realidad no son tales, que a partir de ahora ya puedes decidir quién eres independientemente de tu pasado porque tu pasado sólo está en tu cabeza.

Tu mundo literario incluye un componente fuertemente masculino. ¿Cómo llegas a imaginarte ese mundo de hombres? Tal vez tiene que ver con mi historia personal. En mi familia soy la única mujer. Digo, está mi madre, pero… Tengo una relación muy fuerte con mis hermanos. Tengo dos hermanos varones. Soy la más chica. En México, la educación para hombres y mujeres es muy distinta. De repente tenemos obligaciones distintas desde “la

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casa le corresponde a la mujer y el mundo exterior al hombre”. Entonces, con dos hermanos mayores siempre fue el decir: “Bueno, si ellos pueden ¿por qué yo no?” No entendía esta diferencia de género. Mis hermanos eran mayores que yo. Si ellos ya lo habían hecho, entonces yo pensaba que también lo podía hacer en algún momento. Siempre hubo como esa búsqueda de lo masculino por no sentirme diferente a mis hermanos o en desventaja, no sé. Tiene que ver también con la gran fascinación que ejercían en mí los corridos que oía de niña. En realidad, mi mamá me cantaba corridos cuando yo estaba chica, en lugar de canciones de cuna. Era como este asunto de los pistoleros. “Simón Blanco”, que viene el corrido ahí en 36 toneladas, era uno de los corridos que me can- taba mi mamá. Es este hombre que llega a la fiesta, un pistolero al que le tienden una trampa… Creo que era Monsiváis el que decía que el corrido era otra forma de relatar la nota roja.

Era una de mis preguntas. ¿Sí?

¿Por qué elegiste ese corrido para la novela? Pues, fue buscar la relación con lo que le está ocurriendo al perso- naje. Es un corrido donde el asesino es una persona muy cercana a la víctima. Yo quería expresar eso, que en realidad era tan cercano en este caso que estaba en él mismo. O sea, él mismo era a quien estaba buscando.

Esta novela se construye a base de entrevistas. Los periódicos en la novela publican frases falsas como “‘En Guerrero no hay desaparecidos políticos,’ afirma el procurador Mendiola”. ¿Se vuelve tarea de la novela inventar noticias paradójicamente más verídicas que las noticias del periódico? Mira, ahorita lo que está pasando con los periodistas, y particular- mente en Guerrero, es que tienen mucho miedo. Allí toda la situa-

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ción política –bueno ya desde los setenta con la guerrilla, después toda la cuestión del narcotráfico, ahorita las luchas que hay entre los grupos– hace que los periodistas sean un sector muy vulnerable. Lo único con que llega un periodista es con su grabadora o con su cámara. Y sí reciben amenazas. A veces los reporteros dicen: “Bueno, prefiero esperar el comunicado oficial y decir lo que me digan que tengo decir, que ir a investigar”. No es que el periodista no quiera decir la verdad. Pero en el caso de la gente que yo co- nozco, al menos en Guerrero, sí hay mucho, mucho temor por lo que les puede pasar porque la gente ha recibido amenazas directas. Entonces, la ventaja que te da la ficción es que no estás hablando de nadie, no estás diciendo nada en particular, aunque sí te puede ayudar a entender lo que está sucediendo en tu entorno.

Un tema preocupante de hoy en los Estados Unidos es la muerte del periódico impreso en papel. Sin embargo, parece que ocurre todo lo contrario en las zonas de mucha violencia en México. Yo creo que sí porque de repente suceden cosas en los estados, en los municipios, de las que no se informan, que no salen en las televisoras. La única manera de que la gente se entere es a través de los periódicos locales. Entonces sí hay consumo de noticias en los periódicos locales por eso, porque la gente quiere saber de su entorno inmediato que es algo que no te dan en otros medios.

¿Sientes que la gente lee el periódico en clave, ya que se sabe que es muy peligroso publicar la verdad sin rodeos? Yo creo que sí. Son impresionantes de repente las cosas que se dicen en los colectivos, en los camiones. A mí me gusta mucho escuchar a la gente y sí me ha tocado –bueno, de repente así te detienen a media calle. “¿Por qué no se puede pasar?” “No, pues, es porque hubo balacera allá”. Por lo general, eso propicia una plática entre los que se quedan parados sobre lo que está sucediendo. Te das cuenta de que van sacando conclusiones. La gente sí está enterada.

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Puede tener información equivocada; puede tener información par- cial, pero sí hay una necesidad de conocimiento, sobre todo para entender qué es lo que está sucediendo y por qué se tiene que pasar dos horas parado en el tráfico porque unos tipos se están baleando. Todos necesitamos entender.

No me sorprende que te acostumbres a escuchar a la gente. Logras una verosimilitud en el diálogo a la vez que tienes mucha econo- mía de estilo y mucho cuidado con las imágenes y la sonoridad. ¿Cómo equilibras el interés por la verosimilitud en el habla y el vuelo literario? ¿Tienes reglas o modelos? Lo que hago siempre que escribo es leer los textos en voz alta. Tiene que sonar. No es sólo escribir. Si se me acaba el aire antes de terminar una frase es que está muy larga. Ésa es mi regla. Entonces, por eso voy cortando. Una persona te lo tiene que poder platicar. Si no, no funciona y busco otra palabra. Así lo trabajo. Y esta cuestión de cómo habla la gente: si yo ya elegí un personaje de determinada forma y aspecto social, siento que tengo que encontrar su manera particular de hablar, que corres- ponda a su realidad, después de eso está respetar la elección que tomaste. Si no, es como traicionar al personaje. Además, algo que haces mucho cuando entrevistas para periódicos, es que editas. Sacas, de todo lo que dicen, lo que realmente res- ponde y vas ligando las ideas usando las palabras de quien habla. Es algo parecido, dejo hablar a los personajes y luego los edito. Ya que sé lo que quiere decir el personaje y cómo lo dice, los edito respetando su vocabulario.

Otra pregunta respecto a los periódicos. Roberto Santos quiere transformarse a través de la cirugía plástica en Pablo Gálvez por- que éste quedó como héroe en la prensa. Si el público tiene tanta necesidad de héroes, ¿por qué consumimos novelas sin héroe? ¿Y por qué buscar a los héroes en el periódico?

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Creo que así funciona. De repente sí podría ser fácil decir: “Bueno, vamos a hablar de este sujeto que se supera a sí mismo y entonces va a ser una buena persona”. A mí no me gusta la idea del héroe como tal porque es una vez más a decir: “Es que hay buenos y hay gente mala y están separados”. Entonces, mi idea no es ésa. No es que crea que una persona es absolutamente buena y que si no pudo serlo en todo momento de la vida fue sólo porque las circunstancias se lo impidieron. Tiene mucho que ver con el contexto social, pero creo que al final de cuentas lo que marca la diferencia es la voluntad del sujeto. Entonces, las novelas sin héroe nos ayudan a entender que no somos perfectos como sociedad, y muy difícilmente encontraremos a alguien que pueda ser perfecto y convertirse en nuestro héroe, pero sí podemos encontrar a una persona con defectos que puede elegir, si no todas, la mayoría de las veces, hacer lo correcto.

¿Los periódicos o los medios en general ayudan a crear esos dos grupos? Sí. Yo creo que sí porque lo vemos en las noticias diarias ahora. Los del ejército siempre hacen todo bien. Hay muy poco cuestionamien- to últimamente de si los muertos civiles son necesarios si vienen por parte del ejército. En cambio, las masacres son innecesarias por parte de los sicarios. Sí es maniqueísta el asunto: éste es el lado de los buenos; éste es el lado de los malos. Y no es cierto.

En la novela, la periodista Graciela Santiago comenta: “Estaba un poco paranoica, o mejor dicho, más paranoica de lo acostum- brado”. ¿Cómo se sabe si es la paranoia o si es la salud psico- lógica en un contexto social de tanta incertidumbre, violencia y corrupción? En Guerrero, por hablar del contexto en que estoy, la semana pasada acaban de asesinar a un corresponsal, algo así ya había sucedido hace como tres años. Entonces, digamos, no es que estén matando

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periodistas diario (aunque ya uno sólo que hubiera sido sería de- masiado). Pero, de todas formas, hay esta sensación de que algo puede pasar, de que te pueden confundir, de que puede suceder cualquier cosa. Entonces la gente se pregunta: “¿Me están viendo? ¿Me tomaron fotos?” Sobre todo después de que hay un tiroteo, llegan a tomar las fotos y la gente alrededor toma fotos de los pe- riodistas tomando fotos. Entonces saben que los tienen checados. Saben que no están detrás de ellos propiamente. Sí está la certeza de que saben quiénes son y donde viven y qué hacen y cómo se mueven. Hay una vigilancia que sirve más para mantener el control a través del miedo que porque realmente los estén siguiendo. Pero sí genera un estado de psicosis.

¿Qué es un guacho en el sentido en el que se menciona en 36 toneladas? Es un soldado del ejército.

¿Es de Guerrero el término? Sí. De varios estados de México.

La mujer gángster anónima en 36 toneladas se tacha como “actriz tercermundista”. ¿Qué quiere decir eso? [Se ríe] Es como una mala actriz muy poco popular.

Para cambiar a Ojos que no ven, corazón desierto, ya mencionaste la Biblia en esta conversación, pero te pregunto directamente ¿por qué citas la Biblia, de Proverbios y Sabiduría, en los epígrafes? ¿Por qué das un trasfondo bíblico a cuentos tan contemporáneos? Porque es una manera de decir: “Esto es lo que nos está sucediendo ahora, pero en realidad la violencia es tan parte de la condición humana que desde el texto más antiguo la podemos encontrar”. Sí, los cuentos son contemporáneos, pero la intención por lo menos

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no es decir que éste sea el peor momento que estamos viviendo. Generalmente, tendemos mucho a decir: “La violencia como la vemos ahora jamás se había vivido”. En realidad, lo que es dife- rente son las armas y sí hay más tecnología. Pero el ser humano es el mismo, desafortunadamente, y sigue siendo violento desde entonces hasta ahora.

Cuentos como “Ojos que no ven”, “Buena sombra” y “Sueño de arena” narran una violencia sin sutileza, cruda. ¿Es una forma de asimilar una violencia ya presente en México o sientes que estás imaginando un mundo un poco cinematográfico? No, yo creo que es similar a lo que ya está. Ese “Ojos que no ven”. por ejemplo, hace ya ¿qué será? siete años, a mí me tocó ver un video muy parecido al que se está fabricando en el cuento. Lo vi en una computadora, ahora te diría que por YouTube, pero creo que entonces no existía. El asunto es que me mostraron este video y dices: “¿Cómo es posible?” Ya ahorita hay infinidad de videos de ese tipo. Pero en ese video ves cómo unos sicarios son aprehendidos y empiezan a confesar ciertas cosas. Tengo un amigo que se dedica a hacer arte para cine y dice: “Esto está montado porque la playera del que estaba hablando es roja”. Eso se me quedó muy grabado. Y dice: “Sí, seguramente lo hicieron” porque era de los primeros que salían. Entonces no creías que eso pudiera pasar por Internet de manera tan abierta. Estamos viendo el video y están contando, y de repente entra una mano al cuadro y dispara. Y dice mi amigo, “Eso no es efecto especial”. Y sí te impacta verlo por primera vez en medios electrónicos y dices: “¿Quién lo hizo? ¿Por qué hacen esto? ¿Cómo lo difunden de esta manera?” Entonces, creo que más bien es como sacar estas cuestiones que me llegan del mundo, que existen. Tratar de formularlas en mi cabeza y darles una salida de algún modo para no quedármelo.

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Son cuentos muy fuertes. ¿Intentas pasar cierto juicio moral o comuni- car un punto político? O ¿cuál es el efecto que quieres provocar? Justo eso. Creo que no tomo partido por ninguno de los persona- jes. Por malos que pudieran parecer, por crueles, siempre es como contar el suceso y que la gente sea capaz de sacar sus conclusiones, pero sí mostrando qué hay detrás del personaje. No digo que en la realidad funciona en la misma manera; a final de cuentas, en el libro o en el cuento, creas un universo que es independiente. Pero de ahí trazo estos personajes y quiero que la gente que los ve sea capaz de entenderlos, no de justificarlos porque, digamos, la destrucción de otro ser humano, el asesinato, no tiene justificación. Nada de eso se justifica. Pero los personajes son otra cosa. Ellos pueden sentir que está muy justificado lo que hacen.

¿Cómo te imaginas que se inserta la droga en la protagonista de “Sueño de arena”? Se lo insertan en la vagina, o sea, como el legrado al revés.

Y sólo la cortan para sacar la droga. Sí.

¿Sacaste eso de la realidad? Pues, tantas cosas que escuchas sobre la frontera y ésa fue de oí- das, de mujeres que amanecen asesinadas. Éste es un cuento muy viejo. Ya debe tener como doce años que escribí la primera versión. Después la corregí. Pero es esta duda: ¿para qué las matan? ¿Qué puede estar sucediendo que sea necesario asesinar a una mujer y dejarla allí tirada? Se me ocurrió que más allá de esas cosas que dicen primero de los crímenes pasionales, tiene que ser algo más. Así me lo imaginé.

Entonces contestas esa pregunta de motivos desde la perspectiva de la mujer. Ella tiene la culpa.

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Ahí lo que intento un poco es decir que en realidad tenemos la culpa cuando nos negamos a ver lo que está sucediendo. Hay una violencia que nos llega de afuera que se nos impone, pero hay una violencia que también creamos. Eso es algo que desafortunada- mente es muy común entre las mujeres en México todavía, esta necesidad del respaldo masculino y echarte la culpa si el amor no funciona. Así es como el maltrato intrafamiliar surge. La mujer cree que merece el castigo. El cuento es como decir: “Bueno, no es cierto”. Es ponerlo frente a la gente. Quien lea puede saber que no es cierto, aunque ella no lo acepta.

En “Buena sombra”, después de ver el asesinato de su familia, la pro- tagonista cree en la reencarnación. La solución al final de ese cuento sugiere un desenlace de más violencia: “Aprieto por instinto el bolso contra mi costado. Siento el bulto del revólver a través de la gamuza. Quizá haya una manera de cambiar el destino” (57). La intención ni siquiera es de usar la violencia para arreglar el problema de ese día sino de la vida próxima. Me pregunto si ese futurismo es la filosofía que hay que adoptar para aguantar un entorno tan violento. Hay una obra de teatro griega que se llama Las troyanas y uno de los personajes es Casandra. Este cuento está inspirado en Casandra, en esta mujer que sabía predecir el futuro, pero nadie le creía. Sólo lo traslado a la realidad mexicana. Yo me imaginé a esta mujer, ya que estaba en el rollo de la escritura del cuento, casi una reencarnación de Casandra, pensé un poco en este sentido del eterno retorno de Nietzsche, de decir, “La vida es una carta y se va repitiendo y se va repitiendo. Querrá decir que vida tras vida vas a vivir exactamente lo mismo”. Y dices: “¡Qué espanto!” Entonces, es preguntarse, “¿Tiene que ser así?” Esta mujer de los griegos sufrió violencia y fue asesinada. No hizo nada para impedirlo. Entonces, si volviera a estar en la misma circunstancia, en otro contexto pero con las mismas circunstancias de vivencia, ¿tendría que ser así?

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Es una manera sutil de tomar el contexto nacional, mexicano, y decir que en realidad podría pasar a una persona de cualquier país. No es culpa de México. Sí.

¿Comentario [sobre el papel de Estados Unidos en la violencia de México]? Creo que sí. [Se ríe]

En “Gatos pardos” describes al jefe Flores incorporándose “con la agilidad de una recién parida” (32). No entendí la imagen. Muy lentamente.

¿Por qué femenina? Porque los personajes son misóginos, entonces, todas esas expre- siones son muy misóginas. Es esta cuestión de la mujer que acaba de dar a luz y que no puede moverse, como un defecto.

En “Gatos pardos” esa homofobia del jefe podría ser la atrac- ción por trabajar como policía, en primer lugar; pero también la temática podría comentar de manera más abstracta sobre la imposibilidad de aplicar la ley a la ley, o vigilar a los vigilantes. Tiene que ver con la impunidad. Es una crítica a cómo funciona cierto entorno masculino de rechazar lo diferente, es decir, esta misoginia, esta homofobia. Al final de cuentas lo único que hacen es mostrar cómo son los personajes. Somos impunes y estamos criticando lo que hay fuera de nosotros pero en realidad el error está en nosotros mismos.

¿Hay hilos temáticos que pensabas usar para conectar los cuentos en Ojos que no ven o Corazón desierto? Mira, como fueron cuentos escritos durante mucho tiempo, en realidad cuando empecé a corregir fue que pensé en “Esto es lo que tengo. Voy a hacer un libro. ¿Cuáles escojo? ¿Cómo los vinculo?”

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Fue posterior. Entonces, lo que pensé fue algo que te mencionaba hace rato: en que hay una violencia que nos llega desde afuera, que es como la primera parte de los cuentos. Es la violencia social del entorno y cómo nos relacionamos con esa violencia. Por el otro lado, existe la violencia hacia dentro en los ámbitos familiares, esta violencia que permitimos a fin de cuentas, que es una cuestión cultural y lo que quieras pero creo que sí tendría que haber más voluntad de escapar de esos círculos. Y es mostrarlos. Entonces, fueron como estos dos puntos de vista: la violencia que se ejerce desde fuera y la violencia que se ejerce desde dentro.

En la obra de teatro Basta morir parece surgir el tema de la novela de que en realidad muchos hombres comparten la misma identidad y que no hay dos lados en el asunto del crimen. Esta temática de lo parecido entre víctima y verdugo o civil y policía se sugiere con los cambios en los que un actor sale y otro entra sin que se rompa con la continuidad. Ojeda y Fernando van cambiando de espacio en la casa de Maritza sin pausa. Sí. Está en función de lo que está sucediendo, digamos, en el tiempo real y el tiempo de recuerdo, y cómo se mezclan los personajes entre el recuerdo. Al final de cuentas, vemos que Ojeda ante Maritza está presentando su mejor cara, y ella conoció la peor parte de Fer- nando. Vemos que son las circunstancias con cada persona las que los hacen comportarse de cierta manera. Otra vez es esta cuestión de que el mal y bien son las posibilidades; hay personas que sacan lo mejor de nosotros y hay personas que sacan lo peor. Lo peor y lo mejor están dentro. Depende de cómo te relaciones con el otro para saber cuál es la parte que vas a mostrar, esta construcción de tu ser en relación con el otro.

¿A quiénes lees entre los escritores mexicanos? A Rafael Bernal. Es lectura recurrente El complot mongol. A Juan José Rodríguez. Me encanta Mi nombre es Casablanca. Sí, me en- cantó esa novela. Luego Paco Ignacio Taibo [II]. De Paco Ignacio he

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leído casi todo. Héctor Belascoarán me gusta mucho, sobre todo la trilogía original. Leo... ¿a quién más? David Toscana, Pedro Ángel Palou, Cristina Rivera Garza… Del género… pues, ahorita estoy leyendo a los recientes. Yuri Herrera, Bernardo Fernández, Bef. Leo mucho teatro, pero eso porque siempre estás seleccionando textos. Me gusta mucho Rodolfo Usigli que incluso tiene, creo, la primera novela policíaca en México: Ensayo de un crimen. Usigli tiene un teatro fuerte. Jaime Chabaud que te mencioné hace rato es un excelente dramaturgo. Sabina Berman…

¿Qué te gusta de Sabina Berman? Sus personajes. Todos son muy fuertes, muy pasionales, muy vis- cerales. Incluso, siempre están en la búsqueda de algo. Siempre hay algo que les falta y están buscando la manera de conseguirlo. Y siempre logras engancharte con ellos.

¿Hay una obra en particular de ella que te guste más que otras? ¿Cómo se llama ésta sobre los judíos? Ésa de En el nombre de Dios.

Cambió de título varias veces, creo. Era Anatema. Porque creo que cada vez que la pone cambia de nombre. Toda esa cuestión de lo religioso, la parte oculta de… esto de ser uno ante la sociedad y otro en el ambiente privado. Otra que me fascina es ésta de Feliz nuevo siglo, doktor Freud, sobre todo por la contraposición entre los personajes femeninos. De repente, a una le estás convenciendo, como Freud, de que lo que ella quiere –que es estudiar y no tener una familia– tiene que ver con traumas infantiles y que en realidad tiene odios a su padre y por eso no aceptó un esposo, y por otro lado la hija se desarrolla y llega a ser psiquiatra. Esta parcialidad de ver un mismo fenómeno con ojos distintos pero al final de cuentas es el mismo personaje, es un juego de Berman que me gusta mucho.

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¿Lees estas obras o las ves? Sí, las leo antes de verlas en escena. Sí, porque es como hacerme mi propia puesta en escena en la cabeza. Además, hago teatro. En- tonces, siempre estoy buscando esta cosa que pueda escenificar.

¿Sientes que perteneces a una generación literaria? No sé. Esta gente de los setenta que estoy conociendo, me doy cuenta de que hay cierto interés que tiene mucho que ver con el contexto que estamos viviendo de la violencia que es lo que se está escribiendo. Podría parecer que sí, pero en realidad no he to- mado los mismos talleres que ellos, no estaba con ellos, no hay un vínculo afectivo, no formamos parte de un grupo. Entonces sí hay identificación, pero creo que porque todos vivimos en el mismo contexto y nos estamos haciendo las mismas preguntas.

Gracias por la entrevista. 2 de julio, 2010

Post scriptum, correo electrónico, el 15 octubre de 2011

Ahora estoy coordinando el área de literatura del Instituto Guerre- rense de la Cultura. También estoy trabajando en el periódico El Sur como correctora de estilo.

Obras publicadas

Teatro

“Basta morir”. En Teatro de la Gruta VIII. Prólogo de Edgar Chías. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (374), 2008, pp. 65-114.

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Cuento

Ojos que no ven, corazón desierto. México: Fondo Editorial Tierra Adentro (397), 2009. Premio Estatal de Cuento María Luisa Ocampo 2008.

Novela

36 toneladas. México: Ediciones B, colección zeta, 2011. Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2008.

Blog

http://irisgarciacuevas.blogspot.com/

Twitter

@irisquimera

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David Miklos (San Antonio, Texas, 1970)

¿Cómo te hiciste escritor? ¿Cómo me hice escritor? Desde muy niño estuve expuesto a las palabras, a los libros. En casa de mis padres siempre había mu- chísimos libros, pero lo más importante es que, además de libros, había máquinas de escribir. Había una máquina de escribir que mi madre había traído de Francia, una Lettera 32 con teclado francés. Luego apareció una máquina de escribir eléctrica, una Olivetti como un pánzer que trajo mi papá de una oficina. Supongo que se cerró la oficina y entonces quedó en el inventario. Mi papá llevó la máquina de escribir a la casa y eso coincidió con que iba en una escuela activa que estaba inspirada en la escuela de [Alexander Sutherland] Neill, en Summerhill. No había un internado. Estaba mezclado el sistema tradicional a nivel burocrático de la sep [Se- cretaría de Educación Pública] con este sistema de escuela activa. Y se nos invitaba continuamente a escribir, a hacer texto libre. En un momento del día la maestra decía: “Ahora sacan su cuaderno, a

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hacer un texto libre”. Todos los factores se mezclaron y empecé a escribir como entretenimiento. Acabé un texto a los ocho años, que era un poema para mi mamá, pero lo escribí directamente en la máquina. Y me gané un premio nacional de poesía infantil. Se me quedó el mote de “nuestro hijo, el escritor”, al que yo me rebelé continuamente, hasta que por ahí de los 15 años empecé a escribir más en forma. Hacía cuentos, como breves prosas poéti- cas. Por ahí de los 19 publiqué un primer cuento en una revista independiente y el resto es historia. Seguía escribiendo, seguía escribiendo. Empecé a leer, a conocer a otros escritores y demás, hasta que hace no mucho saqué un primer libro, La piel muerta. Y ya. Fue difícil encarar la vocación –o el llamado, como queramos verlo– porque no entendía bien cómo iba a vivir de eso. Tampoco entendía cómo iba vivir de otra cosa. Nunca me dieron la beca de Jóvenes Creadores. La pedí dos o tres veces y me cayó muy gordo eso. Me decía: “¿Por qué no?” Fue toda una pelea efervescente con la escritura hasta que ganó la escritura. En el momento en que la domestiqué o gané mi voz narrativa todo fue muy fácil, como: “Ya, estoy en paz”. Desde 2004 que acabé el libro, han sido seis años de bastante tranquilidad con la escritura que iniciaron así, de manera muy casual o [se ríe] muy guiada de manera peculiar por mis padres. Nunca lo sabremos. Pero bueno, entre libros, máquinas de escribir, educación activa y el origen –supongo que eso vino después– me puse a escribir.

¿Qué hacen tus papás? Mi mamá es académica en la unam. Es francesa. Llegó a México a principios de los sesenta. De hecho, vino con mi papá. Se habían conocido en Francia, donde él hacía un doctorado. Ella viene a México a hacer su vida, que tiene un origen peculiar también. Ella se formó como bioquímica y luego hizo una maestría en medicina social. Le dio más por el lado de lo social y terminó haciendo un doctorado en educación en París. Se dedica a hacer investigación

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sobre historias de vida de académicos. Muy Bourdieu. Creo que entró en el 79 en su trabajo en la plaza que aún tiene en la unam. Y mi papá es ingeniero químico. Luego hizo un doctorado en Francia, en matemáticas y sistemas, que fue cuando conoció a mi madre. Trabaja como consultor en distintas empresas privadas hasta que se va decantando por lo público. Trabajó muchos años haciendo educación para adultos y educación a distancia. Terminó ha- ciendo prospectiva. Él es futurólogo. Investiga el futuro de manera sistemática, nada de bolas de cristal. Mi madre es institucional. Mi padre es rebelde.

Es interesante el detalle del premio para el poema que ganaste de niño. Cuando reviso los currículos de ustedes y veo los premios, las becas y que tú estás en el Sistema Nacional de Creadores… Ahora estoy en el Sistema, sí.

…pienso que la literatura es mucho más competitiva de lo que creía y que tiene más que ver con los deportes de lo que me había dado cuenta. Si ustedes no ganan un premio, desaparecen. Sí y no. Yo creo que superficialmente sí. Depende de qué quieres hacer con tu carrera como escritor. Sí hay un sector del gremio que es muy competitivo, que busca estar permanentemente ahí, con premio editorial, además. Los premios nacionales los obtienen en algún momento y después es lo que sigue. Compiten, supongo, por estas plazas que van quedando en sector público y que permiten vivir medianamente bien, pero hay muchos escritores que están al margen de esto. Me mantuve al margen de eso. Trabajé como loco antes de poder sentarme a escribir el libro ya en forma. De hecho, renuncié a un trabajo para escribir el primer libro, porque tenía otro trabajo que venía tres meses después. Fue muy tarde el momento en que terminé por integrarme al sistema, pero no al Sistema Na- cional, sino al sistema en sí. Pero desde mi sitio, a mí no me gusta la grilla. Ciertamente, hay muchos escritores que han domesticado

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ese modus vivendi y modus operandi y, pues, les va bien, pero hay muchos otros más que no. Pienso en Alberto Chimal. Alberto seguramente tuvo la beca de Jóvenes Creadores y obtuvo premios y lo que quieras, pero siento que aun así es un desmarcado, porque escribe lo que se le pega la gana, literatura casi de género. Está en el rubro de lo fantástico y ahora ha escrito un libro, Los esclavos, que no es así. Él podría quedar encasillado en este rubro del escritor competitivo y siento que no lo es. Él es un escritor convencido de lo que hace y ha logrado un grupo enorme de seguidores porque es muy activo. Tiene una plaza académica también. Entonces, les podría parecer un escritor competitivo, y no. Ha hecho lo que se le pega la gana con editoriales independientes. La editorial más visible en la que está es Almadía, que sigue siendo una editorial independiente, aunque con un esquema de mercado más agresivo. Ésa es la excepción a la aparente regla.

Y ¿cómo te ganas la vida? Desde hace seis años hago una revista de historia. Tengo una plaza en el cide [Centro de Investigación y Docencia Económicas]. Es una plaza no como investigador ni como docente. Es una plaza rarísima, administrativa, que se creó para que se hiciera la revista. Mi rubro profesional ahí es Asistente de la revista Istor, porque soy jefe de redacción de la revista. Así, me gano parte de la vida con ese sueldo, y colaborando aquí y allá. Tengo una colaboración mensual de cine en Nexos. Hago trabajos editoriales esporádicos. Dictamino manuscritos. De repente te invitan a ser jurado de algo; entonces por ahí hay otra entrada. Así se van sumando cosas. En los últimos dos años entré al Sistema Nacional de Creadores y con eso te puedes dar un respiro y dedicarte un poco más ordenadamente a escribir. Tienes que seguir con las demás cosas porque tampoco es que sea suficiente. Yo empecé una vida en familia con todo. De repente me vi viviendo con una mujer que tiene dos hijos y poco tiempo después se embarazó. Dices: “Ah, entonces esto es la otra

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vida”. Hice una revista propia, Cuaderno Salmón, durante un tiempo; no es que me ganara la vida con eso, pero también ayudó en su momento. Cada número de la revista, los que la editábamos nos pagábamos algo que era en realidad casi simbólico, más bien complementario a lo que hacíamos. Así es como se gana la vida casi cualquier escritor en México, haciendo mil cosas, trabajando en algo editorial, colaborando. He dado clases. Di clases mucho tiempo en el Tec de Monterrey hasta que me harté. Ahora en el cide donde hago la revista de historia empecé dando clases. Realmente, en la vida tienes que ir sumando pequeños sueldos.

¿Dónde trabajabas antes de ser editor con la revista del cide? Dirigí el suplemento de libros Hoja por hoja. Antes de eso, viví dos años en Londres, en donde fui asistente del agregado cultural de la Embajada de México, scout literario para Tusquets y traduc- tor de subtítulos (del inglés al español “latinoamericano”) para películas en dvd. Y antes de eso, fui coordinador editorial de la revista El Huevo y asistente editorial freelance para varios sellos. Y antes, cuando me independicé, fui maestro de computación en una preparatoria. Enseñaba Quickbasic.

De los trece autores en la antología mexicana Una ciudad mejor que ésta sólo se incluyen dos mujeres, Ana García Bergua y Adriana Díaz Enciso. ¿Qué tiene la escritura de Ana García Bergua que te atrae? Me encanta su primer libro. Me parece una de esas primeras no- velas…

¿Es Púrpura? El umbral. Aparte, es genial porque es El umbral y tiene un subtí- tulo en inglés que es Travels and Adventures y que es la historia en clave del hermano: el hermano, la literatura, el origen... [Se sonríe porque son sus temas] Como primera novela, si un autor alcanza a

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escribir eso, después puede escribir prácticamente cualquier cosa o no tener necesidad de escribir nada más. Es uno de esos libros que me encantan. Luego la conocí a ella y fue muy iluminador. Es muy curioso que mucho tiempo después Christopher Domínguez hiciera una breve reseña de La piel muerta y la mete en el mismo cajón que El umbral. Entonces dije: “Algo debo haber hecho bien”. Es curioso, es una novela tan poco leída y todavía encuentras la primera edición por ahí. Hay dos mil ejemplares impresos y es una pena. Podrían reeditarla ahorita en España o algo así para hacerla más visible y creo que funcionaría.

¿Y cómo ves la situación de las escritoras en México? Es evidente que la República de las Letras Mexicanas es mascu- lina dominante. Es una cultura muy machista. Se menosprecia a las mujeres. Yo conozco a autores que dicen: “Yo no leo mujeres. ¿Para qué?”

¿De tu generación? De mi generación, de generaciones anteriores. No tanto de gene- raciones nuevas. Yo creo que tiene que ver con asuntos de peso, tradición, de familia, que han ido desembocando en eso. Yo ahora sí veo a muchas más mujeres publicando de generaciones desde los ochenta y los setenta que antes, pero si tú piensas en las figuras lite- rarias hay una lucha evidente en sus experiencias vivenciales: Elena Garro, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Josefina Vicens, Am- paro Dávila. Es hasta los sesenta que empieza a haber existencias un poco más apacibles. Pienso en Cristina Rivera Garza, que tiene una producción amplia, que tiene una vida ya más, mucho muy distinta a la que tenían esas mujeres. Cristina es el caso curioso y atípico de una escritora clavada en la academia pero que ha sa- bido romper muchas de las fronteras de la academia y hacer una vida pública como escritora más allá de eso. Lo ha hecho bien. Es

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como un nuevo esquema. Ha habido muchas mujeres, quizá de generaciones anteriores a Cristina, que se quedan un poco en la academia y producen ahí, publican ahí que es un circuito que no sale, que no es tan evidente. Pienso en Sandra Lorenzano contenida por eso. Sandra era una académica. Por lo que es este país, decidió que quería romper con eso y renunció al sni [Sistema Nacional de Investigadores], aplica al Sistema [Nacional de Creadores], la aceptan y ahora recupera el tiempo perdido. Es una carrera de escritora por todos los medios posibles. Ella viene de otra historia que es el exilio argentino, pero es más cercana a lo que se hace ahora, al rol que tienen las mujeres en la literatura. En cuanto a la antología, me costó encontrar voces. Más bien, olvídate de las voces. Nombres, autoras. No creo en una literatura femenina, salvo que sea deliberadamente femenina. Creo que hay un flujo que es la literatura y ahí las mujeres que hacen literatura deliberadamente femenina se insertan. Tú pregúntalo en privado en familias un poco más tradicionales y verás que la actitud hacia la hija es: “¿Por qué vas a ser artista tú? ¿Por qué vas a escribir tú? Tú no”. Es más, si buscan, por ejemplo, en nuevas generaciones, los papás quieren que sus hijas estudien y se formen y ganen dinero y todo, que sean doctoras, economistas, politólogas, lo que quieras, pero no, escritoras no. “¿Por qué?” Tan- to luchar por la emancipación para hacerse escritora. Ese perjuicio daría para una mega tesis de historias de vida. Yo creo que ahora muchas mujeres se han impuesto a esto. Iris García me parece uno de esos casos. Ella es de Guerrero y sin embargo ha triunfando en un sistema editorial y educativo centralizado. Es curioso porque ahora empieza a haber literatura desde el sur. Antes todo venía más del norte o del altiplano. Sí, es otro momento. Tú lo ves en el Fondo Editorial Tierra Adentro, una de sus grandes gracias ahora es que tiene una editora que además tiene los ojos mucho más abiertos y empieza a haber más autoras. Bueno, ya me fui por las ramas.

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¿Cómo surgió Una ciudad mejor que ésta? La idea de una antología de narradores nacidos durante la década de los sesenta nace de la necesidad de ver qué es lo que están escribiendo los demás, como para entender a qué pertenezco como generación. De casualidad se me ocurre hacer la antología un día antes de tener una cita de trabajo en Planeta. Cuando voy a la cita con Planeta con la idea más clara de la antología, me dan una lista de escritores, todos nacidos en la década de los sesenta, y me dan un trabajo inacabado que era hacer todas sus fichas bibliográficas de una gran antología muy inclusiva y me veo llamándoles a todos los escritores, llenán- doles esa ficha y contándoles de mi antología. Fui muy afortunado porque hice este trabajo de la editorial que era bastante pesado y a la vez fui planeando mi libro. Me empezaron a llegar textos. A la hora de la hora, cuando el libro estaba ya bastante montado –creo que tenía 21 cuentos– Planeta no decide qué hacer con eso y me empieza a buscar Tusquets, de la nada. Yo conocí al que era asistente edito- rial en ese entonces, Martín Solares, que ahora es el director editorial de Almadía, y hubo un movimiento fuerte en Tusquets. Entró un director editorial que era algo que le había hecho falta al sello aquí en México. Aquí funcionaban más bien imprimiendo algunos libros que se publicaron en España, distribuyéndolos, y publicando muy poco. De repente, decidieron darle el giro al sello para publicar autores mexicanos desde México y después para ver qué pasaba en España. Llega un editor, Aurelio Major, que se va de México un tiempo y regresa a tomar las riendas de este proyecto. Se entera de que estoy haciendo una antología, me busca, me dice que quiere la antología. Fue muy sencillo. Él quería una antología muy depurada. No íbamos a invitar a todos los escritores del Crack y aparte apostamos muy bien porque entró Jorge Volpi (el año en el que apareció la antología, Volpi se ganó el premio Biblioteca Breve). Más que dar yo con Tusquets, Tusquets saca la antología y desde entonces la relación con ellos es muy buena. Después de hacer la antología y de meterme en el ajo y entender el funciona-

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miento de la República de las Letras me quedé un poco asqueado y me fui de México. Dije: “¿Qué es esto? No quiero ser parte de eso”, así, de manera deliberada, me fui. Había trabajado muchísimo, tenía ahorros y me fui a Inglaterra por la libre. No tenía siquiera una oferta de trabajo. Fui a Londres a ver qué. Fui consiguiendo trabajo y terminé trabajando para Tusquets Barcelona. Hice scouting lite- rario de todo lo que se publicaba en Inglaterra. Empecé a conocer agentes y subagentes. Coloqué un par de autores por ahí y después de un lapso de dos años regresé a México. Empecé a trabajar otra vez muchísimo hasta que decidí dar un respiro. Escribí La piel muerta y la primera opción fue Tusquets. Dos meses después, mi editora me dijo que lo iban a publicar y fue muy rápido. Acabé el libro en agosto de 2004 y se publicó en febrero de 2005. Y así fue con los otros dos libros, muy, muy fácil.

Para mí, La piel muerta es la novela más difícil. Hace años, cuando te invité a mi clase en México, comentaste que la editora había suprimido unos asteriscos y espacios entre los textos que guiaban la lectura. Me pregunto si estás de acuerdo con ese tra- bajo editorial. Es curioso, porque siempre he escrito muy capitularmente, con pe- queñas secciones y con un título mínimo que identifica a cada voz. Siempre me ha gustado poner el título que es o el personaje o un referente y el número de apartado, como muy bíblico, en el sentido de que tienes “Esteban, 3”, por ejemplo. Eso es lo que quitaron en Tusquets. Creo que así el libro se volvió una especie de laberinto. Como es un libro sobre el origen y todos los personajes son parte del origen, todos sus personajes comparten una voz. Cada uno con algún tic o tara o inflexión pero es la misma voz. El personaje no son ellos, es la voz. Ese flujo de tiempo y memoria que va y vuelve. Quizás, al quitarle todas esas señas de identidad, se vuelve una lec- tura más fluida. Tal vez fue un acierto editorial cuando se hizo eso: es el flujo y reflujo de la voz. Sí obliga al lector a involucrarse con

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lo que está pasando o tirarlo por la ventana. Siempre está la opción. Y con los otros libros se respetó esto un poco más. Quizás porque La piel muerta era en un libro tan breve mi editora dijo: “Quitemos eso porque si no va ser un libro de fragmentos”. Curiosamente, es lo que ahora se estila. Así escriben muchos, como bloquecitos. Pero bueno, me quitaron eso. Acepté, quizás a regañadientes. Yo me identificaba en los diálogos, no ponía los guiones y también eso me pidieron que lo hiciera. Ya fueron respetando los demás libros. Pensaba en António Lobo Antunes para la técnica del diálogo, que todo está integrado. Lobo Antunes es uno de los santos patronos de lo que hago y quería reproducir eso. Pero, bueno, era el primer libro y uno no sabe bien lidiar con el editor; y el editor tampoco. Te va conociendo. Con los libros subsiguientes se va cediendo y hasta que se encuentra un punto medio.

Las primeras secciones de cada capítulo se parecen a sueños. ¿De verdad Esteban regala las cenizas de su madre a un desconocido en la entrada del subterráneo? De hecho, son sueños, todas, pero no se dice. Es onírico y al mismo tiempo pasa de lo simbólico a lo real. O sea, se desprende de esto, de esta memoria calcinada. Sí, todas las entradas son oníricas. Eso es un hecho aunque no sea evidente.

En La piel muerta vemos la importancia de la muerte de la ma- dre. En La gente extraña es la importancia de la desaparición del padre. Como conjunto, ¿es a propósito? Sí, de hecho sí fue muy deliberado, sobre todo en los dos prime- ros. En el primero hay una madre moribunda que tiene un origen. ¿Cómo ese origen impacta al hijo? ¿De dónde viene? ¿Por qué? El origen como una ficción. El terruño como una ficción. Y la madre, como se afigura de… Freud tenía razón, ¿qué le vamos a hacer? Cuando empecé con La gente extraña sí fue deliberado y dije: “Vamos a encarar la figura del padre”. Me di cuenta de

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que para seguir con estas mitologías de Puerto Trinidad al otro lugar del padre, el de los semilleros, había que cambiar las cosas. Dije, “Claro, los padres podrán ser esas figuras errantes que van dejando su semilla por ahí y desaparecen”. La paternidad termina siendo mucho más electiva que la maternidad. Dije: “Voy a jugar con esta idea del padre y esta figura masculina que en realidad es un mero instrumento de algo más grande que él mismo, al grado que termina vaciado hasta en la memoria”. En el último apartado este personaje está en un hospital y no sabemos bien qué. Hay una enfermera ahí y era como llevarle a las últimas: la evolución total de todo, o sea, de la memoria, de la identidad, de la posibilidad de crear y procrear. Era totalmente alegórico, simbólico. Yo pensaba que allí se iba a quedar la cosa, una cosa binaria: madre, padre. La primera novela trata de mi madre; la segunda, de mi padre, y luego hice la tercera sobre la hermandad o algo así. Ahí, en La hermana falsa, hice caso a mi hermana. Pasa una cosa muy rara porque para el personaje de Lena Shul sigo a través de la imagen de la madre y la imagen femenina fortísima, y a pesar de que no tiene descenden- cia física, termina teniendo una descendencia emocional pesada. Ahora, el último libro, La vida triestina, soy yo, totalmente. Es un libro declaradamente autobiográfico y aquí sí pongo las comillas en “autobiográfico” porque sí está pasado por un procesador de ficción durísimo. Hay muchas cosas que son reales y muchas otras que son totalmente inventadas pero, pues sí, cierro una especie de tetralogía. Yo en un viaje a Trieste terminé de domesticar mi voz literaria. Trieste termina siendo mi ciudad de origen elegida. Aquí nace mi literatura. Aquí es donde me quito todos los lastres y los miedos de escribir. Fue hasta físico el asunto. No fue una cosa nada más intelectual. Curiosamente ese libro, La vida triestina, no va a salir en Tusquets. No es porque Tusquets dijera que no. Tusquets publica las novelas y éste es un libro raro porque es un libro de relatos, aunque se podría leer como una novela más rara que las anteriores, pero sí sale como desmarcado. Apenas ahora digo: “Pues

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claro, es mi libro”. Los otros son el lado B de una historia y ésta sería el lado A porque aquí se mencionan nombres: aquí se dice Londres, Trieste, Miramar, Budapest. En las otras no sabes dónde estás. Son geografías en las que el lector puede llenar el referente como le plazca.

Mencionaste el hospital en La gente extraña que también figura en La piel muerta con el nacimiento. ¿Qué te dice el espacio del hospital? Si lo piensas, todo comienza y todo suele acabar en un hospital. Aunque en La piel muerta es un poco ambiguo, no sabemos bien dónde nace el personaje que es dado en adopción y demás pero toda la imagen de la descripción de la mamá con el hijo está ba- sada en una imagen real que es mi madre trayéndome a la ciudad de México desde San Antonio después de haberme sacado de un hospital, tal cual. Y toda mi semilla de inicio de narrativa es en un hospital. Yo nazco, estoy casi tres meses en un hospital hasta que me dan en adopción. Me entero de que fui adoptado en un hospital, que es como un segundo nacimiento. Es un nacimiento racional y emocional. En La gente extraña imagino que este personaje ya está desprendido de todo menos de vida física. Termina perdiendo la memoria, la identidad, el origen y, pues, reinicia. Es un reset total. En el libro de relatos [La vida triestina] no es un hospital pero sí es un asilo. El primer relato que es como parteaguas, es de un asilo en el que hay enfermeras y asistencia médica. Es un lugar presente para mí.

¿Se relaciona el hospital con el desierto o la playa, que también figuran con frecuencia en tus novelas? Es como la contraposición entre lo aparentemente encerrado y claustrofóbico que puede ser un cuarto de hospital o de hotel –comparten raíces semánticamente– y esto que es aparentemente

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solar y abierto que es el desierto y el mar. Sin embargo, en La gente extraña hay un tipo en el desierto pero contenido por una caja móvil, que es como un Airstream chiquita y plateada. A pesar de estar en lo vasto, está encerrado en sí mismo, en la memoria. Y sea en el encierro o en lo solar desbocado los elementos ejercen el mismo efecto.

A pesar de lo abierto de esos espacios, del desierto y la playa, tengo la sensación, con las dos primeras novelas, de que tu cámara narrativa sólo alcanza a registrar lo que pasa en el escenario como si fuera una obra de teatro, pero no tanto como si grabara set de cine y fuera más móvil. Si los personajes salen del escenario, des- aparecen. Tienen que volver para que los veamos. ¿Tenías la idea de escribir teatro con las primeras dos y cine con la tercera? No, es curioso que lo digas porque en uno de los episodios oníricos en La piel muerta se llega a una especie de anfiteatro al que llega el mar. Es muy curioso porque ése es un sueño real. Y soñaba con que llegaba en tren. Llegué al teatro, estaba el mar así como telón último pero se metía. Era cuando yo vivía en Inglaterra. Conté ese sueño a una colega y me dijo: “Hay un teatro así en Cornwall” o no sé dónde. En ese tipo de teatro está este vínculo con los elementos: estás ahí, pero al aire libre y se involucra todo lo que está fuera con lo que está dentro. Sí, las primeras secciones de La piel muerta, la descripción de la fotografía, son un montaje, un still.

En el teatro sólo se puede llegar a cierto número de personajes en el escenario a la vez. Esa limitante explica por qué en Puerto Trinidad, “a cada nacimiento corresponde una muerte” (37). Es curioso porque en la novela que estoy haciendo ahora hay tres personajes. Nunca coinciden. Deja de estar uno y entra el otro. Así tengo el “disco duro” [la cabeza].

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La preocupación con el pueblo fundacional y las genealogías me hacen pensar en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. ¿En qué pensabas al comenzar el proyecto de Puerto Trinidad? Viene de la Santísima Trinidad, obviamente. Primero quise pensar en el lugar, hice incluso un mapita: “Va a haber una bahía que era del padre”, jugando. Tuve un momento de mucho involucramiento con la cultura cristiana y con la católica, leí muchísimos libros al respecto, de hecho, me hice católico en algún momento. Creo que eso me deja mucho eco. Ésa es una gran historia fundacional tam- bién. ¿Cómo trasladar algo más íntimo? Así fue una cosa de crear mi propio origen. Mi origen, si quisiéramos pensarlo de manera consanguínea ambigua, tendría que ser judío. Mis padres son judíos, pero yo no vengo de la sangre de mi madre porque soy adoptado. Entonces, ahí hay un shock cultural que me obliga a perseguir mi propia espiritualidad. Vivo en un país evidentemente católico. Crecí aquí, fui educado aquí, mis amigos viven aquí aunque muchos no son de aquí. A la hora de tener un momento de espiritualidad concentrado me decanté por el catolicismo más por conocimiento y familiaridad que por otra cosa. Creo que escribir de Puerto Trinidad fue saldar cuentas con eso. Ahorita soy un rebelde total, laico.

Con La hermana falsa es imposible no escuchar eco de la perse- cución de los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Entonces, ¿tienes dos novelas católicas y después una judía? La hermana falsa, en realidad, si le rascas es una lectura de la historia de mi abuela materna que nació en Berlín. Empieza la guerra, se van a Francia, a París. Con la ocupación se van al sur de Francia. Mi mamá nace en 1941 en plena persecución. Nace y es escondida en un granero. La hermana falsa es el homenaje a mi abuela. Después de la guerra, cuando mi abuela decide quedarse en Francia, no se podía hacer cargo de mi mamá ni de su hermana. Tiene que empezar la vida de nuevo y para hacer eso lo mejor que se le ocurre es dejar a sus hijos al cuidado de alguien, y los deja en

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un orfanato. Mi madre era muy joven y dejó de serlo. Mi abuela nunca regresó a Alemania. Se quedó y se murió de un cáncer de- vastador. Sin embargo, por su peso, mi hija se llama como ella. Es este canal donde yo digo: “Esto es mío, a pesar de que no vengo de ahí consanguíneamente. Vengo de ahí de manera mucho más pesada que la sangre”. En verdad el libro tendría que estar dedicado a mi abuela, pero de alguna manera está dedicado a ella porque lo dedico a mi hermana que, en términos de judaísmo, es en donde desemboca esa gota de sangre originaria que viene a través de mi abuela, mi madre, mi hermana y, ahora, de manera rara, mi hija.

El respeto feminista que muestra Nicolás al usar el apellido de Lena y luego ofrecerlo a su amante antes de abandonarla sorprende por el eco de los años cuarenta: “La abrazo, la abrigo, le ofrezco mi apellido, el apellido de Lena, lo único, todo lo que tengo” (41). Supongo que la que se hizo cargo de la historia en una familia era mi madre. Mi padre también tiene una historia muy interesante, pero él como que la abandona. La que refuerza el origen, la historia de “Aquí vengo. Voy a pelear para que ustedes tengan esa naciona- lidad que yo tengo y tuve por accidente”, es mi madre. Ahí te vas a las otras dos novelas: el hombre es semillero y se contenta con ser eso, lo masculino suele ser así. En la modernidad el hombre es como un flan. Me pesa. Creo que esta parte femenina está en las tres novelas: es la pulsión, es la que le da sentido a la historia, hace que permanezca todo archivado, preservado.

Los lugares estáticos que eliges en las primeras dos novelas y el tiempo estático con la hora 7:59 de la tercera novela forman un contraste con el movimiento de las generaciones que, sin embargo, contienen su lado estático por los nombres que se repiten. En La piel muerta se confunden los Bruno y los Esteban, en La gente extraña son muchas Federicas y más de una Fiona. En La hermana falsa son Lenas.

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Quise hacer un giroscopio, una cosa que gira sobre sí misma para sostenerse en pie. De hecho, en la casa había uno, esta esfera abierta. Eran nada más dos aritos interconectados y un aro pesado en medio y un hilo que le jalabas y se quedaba parado. Entonces, tú lo ves estático pero adentro está girando a una velocidad que hace que los propios colores o de lo que está hecho el círculo, hace que se quede parado, se fusionen y se pierdan. Si pones todos los colores del ar- coíris ahí adentro se fusionan hasta ponerse negro. Si te vas a poner a hablar de generaciones, pues hay un orden aparente de fulanos, así como escalera pero se mezclan. ¿Qué va haciendo él, que sigue con su historia originaria? La va regresando con el paso del tiempo y se vuelve una –sólo hasta que es deliberadamente transmisible como lo del apellido, ahí hay una especie de orden. Pero no hay cosa, más allá de los nombres, que permanezca estable.

La cronología mezclada con que escribes destruye ese orden ge- nealógico que sería estable. Es chistoso. Justo estoy armando otro proyecto autobiográfico. Es mi autobiografía antes de que yo existiera. Decidí que el título van a ser unas fechas: 1941 que es cuando nace mi mamá, y 1970 que es cuando nazco yo. Es todo lo que soy y no soy yo. Yo reinvento la historia de mi madre pero para eso reinvento la historia de mi abuela con todas las señas posibles. Va a ir por años; capítulo 41 empieza con Pearl Harbor. Mi mamá siempre nos decía eso: “Yo nací después de los japoneses y Pearl Harbor”. Ahí sí voy a esforzarme por hacer algo muy ordenado de historias y eventos narrados de manera súper fiel. Narro yo, que soy después de 1970, y platico con mi abuela, que es de antes de que naciera mi madre en 1941. En medio ¿qué queda? Lo de en medio no lo cuento; cuento todo lo que lo rodea. Vuelve esta cosa del giroscopio de mezclas genealógico-históricas.

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¿Cuál es la relación entre el incesto y de la orfandad? Se repiten esos dos temas en La piel muerta y La hermana falsa. Hay varios niveles de respuesta. El histórico, el propio es… bueno. Yo pude haber acabado en casi cualquier familia que solicitara adoptar un hijo. Sin embargo, había ahí una especie de dios pri- vado, que era el psicólogo infantil de la Texas Cradle Society, que veía los perfiles de los papás y los perfiles, supongo, de los padres biológicos, pero sobre todo del bebé. No nací prematuramente, pero sí nací muy bajo en peso. Entonces, estoy en una incubadora y paso tres meses en un hospital, sin papás, que es estar muy bre- vemente en un orfanato. Había, supongo, enfermeras, y me habrían puesto algún nombre o era simplemente “Baby Boy”. Yo qué sé qué era. Creo que tuve una nodriza. Tal vez fui amamantado, pero viví en un limbo que es este orfanato –totalmente cuidado– hasta que este señor cruza expediente y dice “La familia Miklos, este bebé”. Nací el 8 de agosto, y ya con la decisión del psicólogo em- pieza el tiempo de nuevo. Mi mamá, desde niña hasta adolescente, crece en un orfanato con el miedo de “Ya desaparece mi mamá”. Sin embargo, todos los fines de semana mi abuela la iba a visitar, pero cuando uno es niño tu referente es mamá, casa, escuela y ahí hay un referente roto. Entonces, compartimos de algún modo esta historia de orfandad. Pesa. Pesa en lo que escribo porque escucho esta historia de mamá, la interpreto a mi manera y la cruzo en mi historia, con lo que sé de mi historia. En el lado especulativo, al- guna vez quise escribir un guión con mi hermana –mi hermana es cineasta–, quería hacer un guión que se llamara Texas. Tiene que ver con esto: con el origen. Tenía esas imágenes que luego salieron en La piel muerta. La premisa es: un hombre que a los 30 años conoce a una mujer más grande que él, de 50 años, en una cosa así como La hermana falsa, en un bar en un hotel. Pasan la noche juntos. Tienen relaciones sexuales. Ellos nunca se enteran pero tú, lector, te enteras de que este tipo acaba de acostarse con su madre

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biológica. Yo venía de Inglaterra, donde ves una cantidad enorme de hombres muy jóvenes con mujeres muy grandes, y allí ingenié toda la idea. Nunca lo escribí como tal pero sí lo fui repartiendo en… hasta que en La hermana falsa se traduce en estos hermanos que terminan produciendo descendencia. Me parece que funcionaba aun mejor con los hermanos. Tú, al no conocer parte de tu historia siempre puedes acabar liándote consanguíneamente. Curiosamente el encantamiento de esto se rompe cuando yo me entero de que mi esposa está embarazada y se me prende de nuevo la chispa de la búsqueda de mi madre biológica al grado de que la encontré; y la encontré muy rápido después de que había sido un proceso muy estático. De pronto me metí en un foro de información en Internet y curioseando información di con la dirección de la madre de mi madre biológica. Mandé una carta como botella al mar y hubo respuesta. Ahora yo me comunico con ella y nos conocemos y me ha mandado fotos. Yo la veo de niña y me veo a mí y veo a mi hija y digo: “Ah, claro”. Ahí se rompió la parte posible de que suceda un incesto de ese tipo, pero literariamente se abre a todavía más opciones. Creo que por eso son los dos temas presentes. Ahí vamos de nuevo con el catolicismo, sobre todo en las dos primeras. Hay un librito de François Dolto que es El evangelio ante el psicoanálisis, que fue de las lecturas que hice cuando tenía esa frase cristiano- católica, en el que termina diciendo que Jesús de algún modo es un huérfano y es adoptado porque el papá –que es un semillero– es un semillero antitético a mis semilleros. No mete semilla alguna o eso nos dice en la Biblia, y la madre es fecundada por algo más allá. Nace éste y, el padre sabe que no es su hijo y lo termina adoptando. Es Judeocristianismo 101. Es muy fácil de entender, pero literaria- mente se puede traducir en miles de cosas.

Las novelas exploran una temática del adulto perdido; mientras más maduros los hijos, más confundidos se vuelven, y entonces los padres empiezan a morirse.

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Claro. Entonces éstos se quedan sueltos, con una historia com- pletamente inasible. Es un poco lo que pasa con la literatura. Uno tiene que meterle orden, tiene que inventar. Al planear la historia, sí puedes ordenar ciertos archivos, todas tus fuentes primarias, pero a la hora de narrar, no. Vas a incurrir en la ficción, en el lenguaje, en las palabras que eliges, en la sintaxis que le vas a dar a esas palabras. Creo que madurar supone tomar las riendas de ese caos. Además entre más tiempo pasa la memoria se vuelve más falible. Entonces tiene que asirla. Como caballos salvajes, ¿cómo los domestico? Vol- viendo a las redes que se exportan los pescadores en La piel muerta, ahora sí pueden exportar lazos. ¿Cómo agarro todo eso? ¿Cómo lo meto y cómo lo contengo? Son ejercicios de contención. Ésa sería la palabra, pues es el libro: una contención. Puede haber un caos, puede haber este giroscopio dando vuelta, pero ahí está, la cosa ordenada de la palabra. Uno a la palabra última y punto final.

Sin embargo, siempre estás tratando de abrir ese espacio, de seña- larnos ese vacío o los vacíos –la falsedad de la contención. Curiosamente, la ciudad que aparece en La hermana falsa es una mezcla rarísima entre Trieste y Tánger, y en La piel muerta era más que una ciudad como Veracruz pero mezclada con una idea que yo tenía que terminó por aparecer más allá de mi voluntad que era Montevideo. Yo no conocía Montevideo. Tengo muchos amigos uruguayos, y como que tenía esa idea. Cuando mi jefe leyó la novela, me dijo: “Esto es Montevideo”. Yo nunca había estado. Estuve después y quedé pasmado de cómo a través de las amista- des te pueden transmitir tanto de lo que es un lugar. Entonces es esta mezcla de Veracruz, Montevideo, algo de Trieste porque ya había estado entre Trieste cuando hice la redacción final del libro y encontré mi Puerto Trinidad, pero no es deliberadamente Trieste. Pero, claro, son todas esas ciudades, libres de referentes. Quito todos los nombres de las cosas; los mezclo. El lector ahí puede meter lo que se quiera.

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La palabra “overcast” se repite entre amantes y generaciones en La hermana falsa. ¿Sugiere que la palabra dura más que las personalidades? En realidad, la palabra “overcast” engloba todo lo que viví en Londres, en esos dos años que me fui de México. Además, es una palabra que se usa mucho porque todo el tiempo es overcast, las nubes. Es un estado de ánimo. Es algo que está velado y pidiendo que se vea más allá. Además, te oprime porque tú no ves y se acaba toda su posibilidad solar. Es como la contención. Es metaliteratura y es un estado de ánimo. De hecho, mi idea cuando hacía los libros, sobre todo los primeros, era eso: el personaje, además de ser esta voz, lo que hablábamos al principio –que, como todos, tiene el mismo origen, tienen la misma voz– yo quería que el personaje fuera un estado de ánimo. Pero, ¿cómo narras un estado de ánimo? O haces poesía o haces fotografía.

¿Estás narrando un ánimo un poco británico? ¿Debemos con- siderarte un escritor mexicano aunque no escribes de México, ni escribes con un lenguaje marcadamente mexicano y aunque naciste en Texas? Es curioso, porque yo traté de evitarlo. Se nota. No quise usar palabras mexicanas, salvo algunas, pero éstas las meto para rom- per. Es como ponchar un globo. Es bastante deliberado. Pienso en Bolaño, que con Los detectives salvajes nos muestra la ciudad de México y una época. Lo hace bien, a su manera, pero es otra búsqueda que la nacional. Nunca me he sentido per se mexicano. No siento que estoy siguiendo los pasos de Rulfo, como ejemplo, el insuperado.

¿Qué es guijarro? [Leyendo del diccionario] “De China, piedra pequeña redondeada por la erosión”. En todos esos episodios [de La gente extraña] esa piedra que es desplazada de una playa a otra por una ballena, ter-

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mina permaneciendo más que los seres humanos. Es una manera de mostrar que lo que va a permanecer es el mundo, no los humanos. La naturaleza va a acabar con todo. Y hay dos niveles de erosión. La erosión evidente de todo lo que está sometido a los elementos y la erosión humana, que es la memoria que se va borrando, como el Alzheimer. Entonces guijarro me parece perfecto. Es una piedra que pasa un milenio para que se erosione un poquito más. Para que esa piedra llegara a eso pasó una cantidad de años inhumanos. No podemos concebirlos.

Entonces, va más allá del lenguaje. Te refieres a algo físico. Sí, sí, sí.

Como escritor, ¿sientes que perteneces a cierta generación? De manera editorial, sí. Las editoriales siempre van a buscar enca- sillar a los autores en tal o cual generación. Cuando hice mi primera antología, era de los nacidos en los sesenta, resultó muy cómodo usar diseños para... Pero no siento que pertenezco y menos ahora. Pues hay un grupo de escritores desmarcados aquí y allá con los cuales hay muchas afinidades que van más allá de la literatura, que suelen ser más jóvenes que yo. Pero entre las editoriales me tocó estar con los que nacieron en los setenta, pero no sé. Me siento mucho más cercano a autores muy jóvenes por actitud de los que –volviendo a una de las preguntas del principio– que se han in- sertado bien en el sistema. Eso a mí me provoca sacudido, fobia. Pero creo que para hablar de generaciones habría que hacer algo mucho más aventurado, como lo que hizo Christopher Domínguez Michael con sus dos tomos de narrativa mexicana o con Tiros en el concierto, o sea es el año cinco de la literatura, como rompiendo los esquemas de diseño de siglos. Siento que las generaciones son mucho más ampliadas y luego tienen elementos arbitrarios. Están las generaciones evidentes, los del 29, los que llegaron a México en tal año; ahí es muy fácil de englobar. Siento que es muy necio

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ponerse a hablar de generaciones. ¿Por qué encasillar cuando hay autores que brincan, que son transgeneracionales, y hay otros que son metageneracionales? O yo qué sé. [Se ríe.] Luego están los que van de espaldas hacia el futuro y no pueden más que pertenecer a la tradición. Entonces, yo probé eso en la antología, o sea, tú no dirías, “Éstos son de la misma generación”. Hay de todo.

¿A quiénes lees de la literatura mexicana? Pues trato de leer a todos, hasta donde me da el tiempo. Y sobre todo, trato de leer inéditos. Busco gente que está escribiendo por- que soy muy necio y quiero armar otra antología. Leo lo que va saliendo. Me da mucha curiosidad. No creo en las voces que di- cen que ahorita se murió tal escritor grande y que nadie hace nada. Siempre hay algo. Hay voces muy interesantes. Por eso me siento más cercano a los más jóvenes que no están preocupados por eso. Están preocupados por escribir y sí, a muchos les tocó una circunstancia, una coyuntura. Entonces, temáticamente se va filtrando la violencia, el narcotráfico, los secuestros. Tienes desde Yuri Herrera hasta Iris García que están tocando los mismos temas de maneras estilísticamente diferentes. Podrías decir que Yuri es más tradicional y otros van a decir: “No, está renovando porque abreviar…”. Lo de Iris es más tradicional en términos de cuento pero temáticamente rompe porque hace como pequeñas alegorías de la violencia. De hecho, yo le habría puesto así a su libro. [Se ríe] Leo más a los jóvenes que a los consagrados. Si sale un libro de uno más consagrado me tardo más en leerlo, salvo que sea Daniel Sada. Salió su último libro y dije: “Ya, más le vale haber hecho algo bueno”. Y me gustó, afortunadamente, porque ya llevaba varias novelas malas… Y eso es de los mexicanos, porque leo muchísimo hacia afuera. Me encanta la autosuficiencia de la literatura norte- americana. Editorialmente, no necesitan a nadie. Con el territorio, Alaska, Hawai y el protectorado, ya tienen los lectores suficientes para que haya una literatura. Eso es impresionante. Me encanta ver

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cómo funciona. Me puse a leer American Pastoral porque ahora estoy obsesionado con el tema de historia y ficción y no hay nadie como Philip Roth afuera de Estados Unidos. Y sólo es concebible en Estados Unidos. No puedes pensar en un francés escribiendo la historia de Estados Unidos a través de la ficción así, haciendo una trilogía como ésa de Roth. Literatura negra es lo que más me gusta porque te escapas de todo. Desde [Henning] Mankell hasta –estoy leyendo ahora a David Peace que es un inglés que se fue a Japón. En Japón escribió cuatro libros sobre Inglaterra, una tetralogía buenísima. Se regresó de Japón y escribió una tetralogía japonesa desde Estados Unidos con una prosa entrecortada e impecable. Leo todo. Lo que se me antoja y lo que el tiempo me deja, lo leo.

Muchas gracias, David. No, a ti. 14 de agosto, 2010

Obras publicadas

Cuento

“Vida pasada”. En Breve colección de relato porno (volumen 1). Ed. Franco Félix e Iván Ballesteros Rojo. Hermosillo: Shandy/Tres Perros, 2011, pp. 51-57. Las notas perdidas: Una snobela. La Teja, Uruguay: Editorial la Propia Cartonera, 2011. “22”. En Grandes hits. Vol. 1, Nueva generación de narradores mexicanos. Ed. Tryno Maldonado. Oaxaca: Almadía, 2008, pp. 179-188.

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Novela

Brama. México: Tusquets, 2012. La hermana falsa. México: Tusquets, 2008. La gente extraña. México: Tusquets, 2006. La piel muerta. México: Tusquets, 2005.

Relatos

La vida triestina. México: Libros Magenta, 2010.

Antología editada

Estática doméstica: Tres generaciones de cuentistas peruanos (1951-1981). México: Coordinación de Difusión Cultural de Literatura, 2005. Una ciudad mejor que ésta: Antología de nuevos narradores mexi- canos. México: Tusquets, 1999.

Blog

http://saltosalmon.blogspot.com/ http://davidmiklos.tumblr.com/

Twitter

@dmiklos

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Ernesto Murguía (ciudad de México, 1972)

¿Cómo te hiciste escritor? Yo en la adolescencia era darketo. Yo vengo de una familia normal, digo, en el sentido del librero con El nuevo tesoro de la juventud y esos libros verdes –los clásicos que eran muy comunes en esa época– pero tampoco es que la lectura fuera la gran cosa en mi casa. Entonces, me metí con el rollo darketo, como es poético, maldito y demás. Por ejemplo, The Cure tiene una rola que se llama “Killing an Arab” que está basada en un libro de [Albert] Camus. Si The Cure tiene una rola basada en esa novela, es que Camus no debe ser tan pendejo, debe ser buena la novela. Entonces leí El extranjero y brincando de contraportadas, caí en Baudelaire y Rimbaud porque eran los malos. De ahí fui brincando a [Charles] Bukowski, a Raymond Carver, y entonces fue así como les caía por contraportadas. Me daba un poco de pena ir a Gandhi –mis papás vivían muy cerca de ahí– y preguntar por un texto diciendo: “Oye, no sé qué libro quiero”. Compré muchos libros por los que

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ahora escribo lo que escribo. Compraba muchos libros en la mesa de lo que ahora son los Wal-Mart pero que antes eran los Aurrerá. Las tiendas así. Ponían unas mesas enormes con saldos de libros. De todos ésos había libros en los que hay la mano en la portada saliendo de la tumba y todo eso, y dices: “¿Quién chingaos los compra?” Yo los compraba. Tengo una colección de libros de ésos, tremenda. En un arrebato la regalé y me quedé con nada más un libro, pero puedo decir que he leído cientos de libros de cuentos de miedo. Después, pasé un buen periodo con Stephen King. Sí que he leído todos los libros de Stephen King, que son como cien. Todos. Ahora que sale uno, lo compro porque ya llevo tanto que es más fácil que yo lea éste que me lo pierda. Y hombre, después leí a Cortázar y fui ampliándole. Sin eso, hubiera estado clavado en la música y con los pelos parados y los labios pintados de rojo y los ojos de negro, pues no hubiera quedado como administrador, que es lo que estudié.

¿Cuál era la atracción de ser darketo? Mira, es un poco, ¿qué puedes hacer romántico de adolescente? ¿Qué puede hacer un adolescente si no es apasionado y oscuro? Y hasta había varios… había metaleros, a los que les gustaban en ese entonces Poison y Def Leppard y Mötley Crüe. Te estoy hablando del 85. Yo estaba en la prepa en el 86. Los grupos estaban muy delineados por música. Yo estudié en Coyoacán, en la Prepa 6, y jugábamos fútbol –que tengo un cuento más o menos de eso– jugá- bamos partidos de fútbol, sólo uno, de darketos contra metaleros. Era una explanada grande. Imagínate, no lo acabamos porque ha- bía gente cheleando en las tribunas, gente con los zapatos ésos de plataforma, los otros con botas metaleras de tacón imposibles para correr. Estuvo súper bien. A los 16 o 17 años, en el 89, me gané un premio para ver a The Cure en Dallas. Te ponían cue tracks en la radio y tenías el audio de cinco segundos con cinco canciones. Tú tenías que adivinar las cinco canciones. Era un proceso largo.

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Hora y media para descifrar cuáles eran las cinco putas canciones y hablábamos a la estación y esperar para que te contestaran: “La primera estás bien, la segunda no, la tercera sí, la cuarta no y la quinta bien”. Y era otra vez a trabajar en eso. Me gané –yo y mi mejor amigo– ganamos el premio. Eran doce premios y ganamos dos. Todavía incluso, la música que oigo es de lo alternativo de hoy en día.

Tuviste la beca de Jóvenes Creadores en el 2005 y has ganado muchos premios literarios: dos veces el Premio Gilberto Owen (cuento) Sinaloa, el Premio Juan Vicente Melo (cuento) Veracruz, el Premio El Crimen como una de las Bellas Artes (cuento) Coahuila, el Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo y el Premio Ermilo Arbreu (cuento). ¿Cómo le hice para ganar tantas?

Sí. Me pongo a revisar la lista de los concursos para ver cuáles son los que dan más dinero y envío a ésos. Debería estar tomando alcohol para hablar con más franqueza. Básicamente todos te prometen la publicación. Ninguno te lo cumple –así, descontado pensar que te vayan a publicar nada. Pero no me importa. La verdad, la verdad, voy por el dinero. El Gilberto Owen da 150,000 pesos, ¿es una maravilla, no? La publicación es lo de menos. He concursado en varios pero siempre pensando en el premio. Concursar gratis, es decir, sin un premio que dé dinero, para mí… loco.

¿Tienes consejos para la gente que busca el mismo éxito? ¿Cómo hacer un buen cuentario? Tengo un montón de consejos. A ver, primero, los cuentos de una cuartilla no sirven. Están preciosos, hermoso ejercicio, guau, qué deslumbrante, súbelo al blog, pero no sirven porque nadie te va a comprar y nadie te va a editar un libro de ochenta cuentos de una cuartilla porque es un poemario.

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Y nadie te lo va a leer porque uno de los problemas que dicen los editores –habría que hacer un estudio para ver si tienen razón o no respecto al cuento– ellos creen, que la novela se vende más que el cuento y los libros de cuento, por lo general, no se venden. Si vemos los estudios de mercado probablemente tienen razón. Una de las explicaciones de por qué no se venden los libros de cuentos es que leer un cuento… la gente no quiere leer; les da güeva leer. El leer un libro de cuentos requiere un mayor esfuerzo intelectual que leer una novela porque lees un cuento y en diez cuartillas estás en las Amazonas y en las siguientes estás en la Antártida y cada vez requieres otra vez resetear: “Okei, el cuento de las Amazonas ya terminó, ahora estamos en la estación del Polo Norte”. Y la gente según esto no se clava. No sé si sea cierto o no, pero como eso delimita el criterio editorial, más allá de que si tengan razón o no, pues te jodes. Entonces, los cuentos de una cuartilla no sirven. Que me perdo- nen y que se encabronen y que me vengan a hablar de [Augusto] Monterroso, pero no sirven. Y ya quisiera ver a Monterroso, porque no lo conocí, pero yo creo que le debe dar un coraje porque Mon- terroso tiene un chingo de libros. Tiene La vaca y La oveja negra y “la madre” y todo. ¡Qué putada que todo el mundo te recuerde por un cuento de una pinche línea! Te digo que no lo conocí, pero cada que ves el pinche “Dinosaurio” te debes decir: “En mala hora lo escribí”. Piensa, a lo mejor está bien por la posteridad [que te vuelven a leer los otros libros]. Pero ya estás muerto, la posteridad te vale madres. Hombre, si escribes tanto, busca un trabajo un poco mayor ¿no? Otra cosa. Hay que saber que los jurados no leen todos los cuentos. Nadie lee todo esto. Es imposible que un jurado lea todos los cuentos. Son 60 cuentarios, diez cuentos cada uno. ¿Quién los va a leer y por la mierda que te pagan, si es que te pagan? Ni loco. Yo por eso no soy jurado, porque no soporto –me pasó una vez en un concurso, que me mandaron dos cajas enormes, eran como

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60 o 70 cuentarios, para dictaminar en una semana, los putos –ya verás si me editas el lenguaje.

No, no, no. Los cabrones del estado me mandan las cosas la última semana. A güevo. Entonces no me daba tiempo. Empecé a pensar: “Voy a leer el primero [de cada cuentario], el cuento de en medio, y el cuento final”. Pero tampoco me daba tiempo porque no es sólo leerlos. Es leerlos y contextualizarlos para saber cuál es el mejor. Al final, acabé leyendo una o dos cuartillas de cada cuentario. Es una mierda. Y yo sé lo que cuesta escribir un libro. Bueno o malo, ¿qué importa? Cuesta trabajo. Y para que un jurado esté eligiendo por una cuartilla, es una putada. Entonces me sentí fatal. Y dije: “En la vida –en la vida– me vuelvo a meter de jurado de nada”. De verdad me sentí mal porque se me hizo muy traidor para la profesión, y nunca vuelvo a pasar de jurado de ningún concurso ni revista. Pero bueno, consejos para hacer un buen libro de cuentos: mete tu mejor cuento al principio. Y si tienes dos, pon tus mejores dos al principio y otros buenos al final. Si tienes uno del que no estás seguro, lo quitas o lo metes a la mitad, donde la gente va encargada y se lo brinca. Es esencial meter el mejor cuento al principio porque probablemente es el único cuento que se lea de todo tu hermoso cuentario. Líneas de apertura contundentes y que jalen la atención. Si empiezas con una descripción ya te jodiste. Son los tiempos. Una buena técnica es comenzar escribiendo todo porque uno está descubriendo el personaje, pero después agarra tu pluma ¡swas! y le vuelas el principio. O sea, le vuelas a tu primer párrafo, segundo párrafo, tercer párrafo hasta donde empieza algo padre. Lo demás lo cortas. No pasa nada. Entonces arranca muy bien porque ya estás en el cuento muy pronto: Juan se sacó la pistola. La descripciones tampoco sirven de mucho, aunque estén hermosamente escritas y preciosas y todo, porque vivimos otro momento. Puede ser que en el

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siglo xix o principios del siglo xx –por mucho que era disfrutable la narrativa y todo– era necesario. Era necesario describir la campiña francesa porque la gente se preguntaba: “¿Cómo chingados es la puta campiña francesa?” Pero ahorita ya, güey. Si te digo “estación espacial en Saturno”, tú ya sabes. A lo mejor no pensamos en la misma estación espacial, pero ya estamos en una estación espacial de Saturno. Si digo “un iglú en Alaska”, hombre, a lo mejor me imagino un iglú redondito con pingüinitos de caricatura y tú pien- sas en el Espíritu del Ártico. Pero ya estamos en el iglú. ¿Qué más vas a decir del puto iglú? Muchísimo cuidado con la descripción porque la gente suele enamorarse de sus hermosas descripciones y sus hermosos poderes narrativos para describir, cuando es al final una chaqueta mental. Como lector te aburre. Aburre mucho. La descripción está al servicio del resto de la historia. Tiene que servir sólo cuando hay cosas que se tienen que decir porque si no, sin descripción, no se entiende. ¿Qué otro? Las líneas que tengan punch. Ah, y otra cosa ya que te estoy dejando todas mis recomendaciones… hay una cosa a la que hasta le puse nombre: el Síndrome del Segundo Párrafo. Te ríes, pero ahora que vayas, vas a ver la cantidad de libros de cuento que empiezan: Juan y María estaban sentados… tal tal tal tal. Segundo párrafo: Juan conoció a María… O sea, el segundo párrafo es un flashback. Siempre. Para mí es más importante lo que va a pasar que lo que ya pasó. Los flashbacks y recuerdos y demás deben surgir de manera natural para servir a la acción principal. Si no, vas a aventarte 20 cuartillas de magdalena. No funciona porque nada está pasando en presente y si tú lees Tiempo perdido vas a ver que ni Proust se aventó a más de tres páginas corridas de magdalena. Algo tiene que pasar en presente.

En tu novela Un dios para sí mismo, el personaje Julio –aunque luego el protagonista Erik también llega a reflejar esa filosofía– tiene tres pensamientos: “Consumir la droga; disfrutar la droga;

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consumir más droga” (80). ¿Cómo haces para contar una historia de personajes con tan sólo tres pensamientos? La droga es un problema social y todo, pero lo básico de las drogas es que es divertido tomarlas. Si no, nadie las tomaría. Después, ya deja de ser divertido. En el camino. La gente llega a un punto de cinismo. Sobre todo con la coca y el crack, la gente llega a ser súper cínica y egoísta. Con las drogas se socializa pero después, con el exceso, la gente está en su mundo. La parte de esta novela que era para mí atractiva y divertida eran las situaciones locas. No hay juicios de valor. Hay puntos de vista de los personajes, pero me cuidé al máximo de que el narrador en tercera persona no metiera su cuchara. El narrador no interviene sino que cuenta lo que está pasando. Queda muy bien si el narrador testigo está impregnado del len- guaje de los personajes. El problema llega con la gente que se sabe sólo una: su narrador clásico que es culto. Funciona bien si está en una escena en la embajada o si el personaje es un autor, pero cuenta con eso un partido de futbol y que lo lea su puta madre. Es de güeva. Leí un libro que narra partidos añejos de futbol con una voz culta y lo dejé a la mitad: “A la chingada”. Viene muy bien que el narrador mantenga una cercanía con el personaje. Entonces fluye.

“El año de Rubén Martínez” de Las puertas de la oscuridad cuenta del deporte. Mi pregunta trata de la diferencia entre la literatura y el deporte. ¿Acabas de decir que se oponen? A ver. En mi concepción de literatura, tú puedes contar la historia de quien sea mientras que la cuentes bien. Una historia deportiva puede quedar igual que cualquier otra.

Pero se cuentan poco, los relatos de deportes. Porque los escritores son pretenciosos. Dicen: “No, si yo cuento una historia no va a ser de futbol, embrutecedor de masas. Yo, el último partido que vi fue cuando Pelé metió el gol en 1970”. Si a

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alguien no le gusta el futbol, que no haga cuentos de futbol y ya. Juan Villoro sí escribe de futbol.

“El año de Rubén Martínez” en realidad trata de la adicción y la corrupción y no tanto del deporte en sí. Ah, bueno. Sí, sí, sí. Bueno, eso es parte de la historia. Era una historia de arrepentimiento y de cómo las malas decisiones te pue- den joder durante años y no te puedes reponer. De eso se trata el cuento. Pudo haber sido futbol como pudo haber sido futbol ame- ricano. Escribí futbol porque me gusta. Nada más escribo de tres o cuatro cosas: de sexo, de cosas sobrenaturales que joden a alguien y de cuentos de marginales. ¿Qué le voy a hacer? Me siento más cómodo con esos temas. Empecé a escribir relativamente grande, a los 26 años. A los 28 gané mi primer premio, el Gilberto Owen por primera vez. Lo que me sirvió tener claro, clarísimo, era lo que pudiera escribir. A lo mejor no me quedaron muy bien los primeros cuentos porque no tenía técnica y porque no tenía malicia literaria, pero siempre supe cómo tenían que ser. Eso me ayudó cañón. En ese entonces yo decía: “No, voy a ser un escritor súper duro, súper así violento, súper fuerte, que no va a tener concesiones”. Aunque nunca fui así de chavo banda ni nada, hombre, pues sí, iba a lugares como darketos… a foros y a toquines alternativos y subterráneos. Y me sabía entonces cómo hablar como chavo banda, como chavo darketo, incluso como chavo fresa. Eso me ayudaba a hacer histo- rias. Entonces, era para mí más fácil hacer historias de marginales que hacer historias de tonos que ni conocía bien. Otro tono hubiera requerido un mayor esfuerzo que en esa época no estaba dispuesto a hacer y quién sabe cómo hubiera quedado. Entonces, todos los cuentos de esos tiempos son de ese tenor.

Esa ambición a la estética dura es interesante. Quiero saber cómo puedes narrar tanto detalle grotesco sin reparos. Por ejemplo, en “Lumbrera 7” de Las pesadillas de Lumière explicas que

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“Los sacerdotes violaban a las monjas y las obligaban a abortar. Enterraban a los fetos en las catacumbas” (79). Después, el pro- tagonista dice que revivió a esos fetos. ¿Cómo llegas a escribir sin acobardarte? Lo narras tan quitado de la pena que divierte, aunque coqueteas con cliché. Como hago cuentos de ésos, hay veces que son más de fuegos arti- ficiales en el sentido que coquetean con las pelis de terror, pero yo jamás he visto fetos. Hay una serie de películas Eso o más bien It con bebés caníbales, pero no fetos que están saliendo de las tumbas que atacan a alguien. Puede ser que el pacto diabólico es un tema común, pero jamás he visto en ninguna película ni ningún cuento en donde los videos vienen embrujados, como en “Socios distin- guidos”. Lo más cercano es El aro, y El aro no se trata de lejos de eso [la pornografía clandestina]. Entonces, trato de darle la vuelta a los géneros y trato de darle la vuelta a cómo están planteadas las cosas. En ese libro, Las pesadillas de Lumière, viene un cuento que se llama “La noche del alebrije” que está totalmente inspirado en el maestro Argüelles. Yo iba como un año al taller de Hugo Ar- güelles. Era muy divertido. Contaba unas anécdotas buenísimas. Es así como un homenaje, pero como nunca les pongo dedicatoria, sólo yo lo sé y los que lo reconozcan. No es por ser payaso, pero si empiezas a poner dedicatorias, acabas dedicándolo a tu perro.

Sí. Lo dedicas a la plantita.

Ese valor de entretener, creo que lo tienes muy presente. Nunca te metes en las distracciones intelectuales –por ejemplo, faltan las dedicatorias. Creo que por ahí va la pregunta. ¿Cómo se llega ahí? Me tengo que enfrentar a la realidad de que yo hago ciertas cosas bien y ciertas cosas quizá no tan bien. Ahora sí, como lo diría Clint Eastwood: “Un hombre tiene que saber sus limitaciones”. ¿Qué tipo de cosas me siento cómodo escribiendo?

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Si yo tuviera que comprar mi propio libro, ¿lo compraría? ¿Por qué? Ciertamente no por las disertaciones morales. Además, hay un problema. Por lo menos como yo lo veo, nos gusta el detalle horripilante. José Saramago hace una historia sobre la ceguera. Lo bien que está narrado, no importa. ¿Qué es más fuerte: que un autor te explique el lado oscuro del ser humano, o que ponga a los pinches ciegos violando a las esposas de los recién invidentes? Después de leer Ensayo sobre la ceguera de Saramago dices, “Güey, ciegos o no, la condición humana es una mierda por donde sea”. El terror en la ficción me parece que es mucho más fuerte que si yo doy mi punto de vista personal en la forma de un ensayo sobre la corrup- ción. Pero si hago un cuento como esta historia de Saramago, creo que queda más claro cómo es la corrupción. O, por lo menos, ésa es mi idea. Entonces, como siempre, lo dramatizo, no hay necesidad de que yo filtre mi punto de vista como narrador. Como ya lo había dicho antes, el punto de vista de mis narradores está en función del punto de vista de mis personajes. Yo tengo muy claro que todo está en función de la historia. Entonces, lo que no sirve para la historia –la cantidad de cosas que he cortado…

¿Cómo llegaste a la imagen de la mujer crucificada en “Noche del alebrije”?: “Se trataba de un maniquí tamaño natural, atado a la cruz con alambre de púas. […] Los pechos del maniquí mostraban marcas de mordidas. Alguien le había clavado una gruesa varilla metálica en la entrepierna; el óxido escurría hasta los muslos como si fuera sangre” (30). El maniquí crucificado –realmente no se dice– pero era la mamá de la chava. No, lo cambié para el corto, pero en el cuento el per- sonaje es actor. Después escribí una versión para cine. Pero cuando hice el cuento pensé un poco en Argüelles. Nos contaba del rollo edípico. Él era gay y sí tenía una identificación con su mamá, como muchos gays. Entonces, siempre nos contaba de una mamá fuerte, que es como parte de la imagen para un chavo gay. Por

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ser la mamá de ese actor, por eso el maniquí no tiene ojos y por eso tiene una varilla clavada como de sexual: como “te quiero, pero te odio”. Por eso también en el patio hay un montón de cosas botadas; es como la inconsciente de este director de cine. Hugo es dramaturgo pero el personaje es director de cine porque si no, no quedaba en el libro, Las pesadillas de Lumière. Más allá de todo, el cuento es de homosexualidad reprimida. Al final el cuate queda ensartado como nuevo asistente –el otro se va– pero es un rollo de homosexualidad reprimida lo que está en el subtexto de todo ese cuento. Estaba pensando en la cantidad de violencia que hay en lo que escribo. Realmente, si piensas en los tres cuentos de Los ojos del jaguar, son tres violaciones. No sé si lo has pensado.

“Noche del alebrije” se presta a una lectura de homofobia. Entre otros detalles, el protagonista Julián se enfrenta con el espejo y se repite “no eres un pinche puto” (36). ¿Qué pasa con estos detalles cuando cambias de protagonista hombre a mujer para escribir el corto cinematográfico? Eso fue un problemita. Era un rollo lésbico porque pensé, “No, en el cine nadie va a querer ver cómo se fajan entre hombres”. O sea, es más visualmente atractivo para los güeyes ver a una mujer encuerada que un güey. Entonces, lo cambié a un rollo basado en lo lésbico. Después no me gustó del todo porque un güey homosexual reprimido, con todo lo que pasó, te habla más fuerte, nos llega a un instinto mexicano machista. Entonces, el cuento estaba cabrón. Y cuando lo vuelves lésbico, te prendes el Internet y hay 20 lesbia- nas fajando y cogiendo y dices: “Pues ya. Who cares?” Hice una adaptación de varios cuentos para un proyecto de cine. Al final, lo tuve que quitar por eso. Cuando son hombres es muy violento en el cuento y le pega al machismo y está bien. Cuando son mujeres, tú pones Lesbian Pleasure o Lesbian Wetdream y pones mil viejas cogiendo y ya se jode. Ni modo. Lo tuve que quitar. Pero lo intenté, por lo menos. Eso demuestra que a veces fallan las cosas.

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En “Noche del alebrije” de Las pesadillas de Lumière, y “Los ojos del jaguar disparan medianoche” y “Asuntos privados” de Los ojos del jaguar, parece que el artista –ya sea cineasta, músico o fotógrafo– se vincula con el lado monstruoso. Literariamente hablando, ¿qué te da vincular el arte y lo monstruoso? En “Noche de alebrije” el personaje tenía que ir a entrevistar a alguien interesante: de modo realista ¿a quién puede entrevistar? Pues a un director de cine. ¿Qué motivo podría orillar a alguien a hacer esa tontería de explorar un túnel en “Lumbrera 7”? Sólo un guionista puede bajar a un túnel y perderse: el puto ingeniero ya tiene el mapa y lo conoce de memoria. Es como de técnica. Necesito un personaje que baje al túnel por primera vez para que lo vaya contando y descubriendo porque es la primera vez que el lector lo ve. Siempre tuve claro que cuando escarbaron en el túnel, iban a llegar a las catacumbas donde estaban esos fetos.

¿Estás diciendo que los artistas tienen más curiosidad y siempre se meten en donde no han estado? Puede ser. Es un poco como convicción artística andar de metiche en todo. Ese cuento “Los ojos del jaguar disparan medianoche” es un poco un Yoko Ono satánica, pero en el DF, en Tasqueña. Unos amigos tenían un grupo cuyo primer nombre era “División” e íbamos a su casa ahí en Tasqueña. Al final ni tocaban. Nos emborrachábamos todos. Realmente lo que les pasa es que son los Caifanes. Tuve que inventar los detalles. Pero yo me acuerdo perfecto de toda esa época.

¿La fecha 24 de mayo de 1990 significa algo más allá del debut del grupo musical del cuento? Es un cumpleaños. De Mónica, una amiga. El año ya no se pudo cuadrar. Pero siempre uso los cumpleaños de mi familia, excepto el mío, porque ya hasta voy para sangrón.

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La relación entre el título Las pesadillas de Lumière y los cuentos de esa colección gira en torno al cine. ¿Por qué relacionas el cine con las pesadillas? Porque generalmente los libros de cuentos funcionan mejor cuando están vinculados temáticamente por algo. En este caso, son las pe- sadillas de Lumière. Me parecía padre porque yo estuve en el taller de Vicente Leñero. Conozco a muchos guionistas y yo también escribo cine. Me parecía lógico escribir algo así. Además del cine veo muchas películas de terror; mi vida está muy relacionada con el cine, cada vez más porque por el trabajo tengo que escribir mucho. Entonces me pasa que escribo para vivir, luego leo por gusto, luego escribo obra personal. A veces estoy tan hasta la madre que ya no quiero ver las putas letras. Entonces ya viene bien el cine. Eso me pasa mucho, desde hace cuatro o cinco años que vivo exclusiva- mente de escribir. Ya me harto. Ya a la hora de poder dedicarme a otra cosa, el cine me viene súper bien. Por cierto, ¿no te pasa eso a ti, Emily? ¿Tú que te dedicas a leer estudios y todo?

Por supuesto. Termino escribiendo del cine. ¿Qué le vas a hacer? No se puede zafar.

En “Socios distinguidos” el placer viene con la perfección cine- matográfica de Arma mortal 5 y Mujer bonita 2 y el horror llega con las películas pornográficas con esclavos sexuales. ¿El cuento funciona por la inversión: la pornografía de otro modo se asociaría con el placer y las secuelas de Hollywood con el horror? No. Lo importante ahí eran películas exitosas y que no tenían las secuelas que menciono. Son películas conocidas. Si les pongo El acorazado Potemkin 2, es como si hubiera sido el primero. O sea, les vale madres. Si les pongo Muerte en Venecia, el chavo que no es artista sino arquitecto va a pensar que es una nueva de Van Damme o Vin Diesel. Tenía que poner películas exitosas pero que también pudieran conectar al espectador.

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Me parece que en “Socios distinguidos” hay una propuesta de una adicción a la narrativa. ¿Cómo se relaciona la narrativa de adicción con el género de lo fantástico? Siempre me gustó esta narrativa de autodestrucción de Bukowski, [William] Burroughs y demás. Hay algo ruin en el fondo de todas las personas que tiene que ver con destruirse. Yo también, durante mucho tiempo, tomaba igual que todos. Está bien cuando eres jo- ven, pero algunos hombres siguen, tienen esposa y tienen familia y siguen tomando. Ya sé que el alcoholismo es una enfermedad, pero tiene que haber algo más. A los 40 o 50 años, las crudas son horribles. Yo tengo 38 y luego me dan crudas espantosas. Ese lado como oscuro me parece padre descubrirlo. Y además me parece que, por lo que he vivido y por lo que más o menos conozco, pue- do hacer que esa narrativa de adicción y fantasía sea verosímil. Si yo narro que salen monstruos de las paredes, nadie nunca me dice que no me cree. Me preocupaba mucho que alguien me dijera “Ay, es que eso no puede ser”. Siempre trato de que mis cuentos sean verdaderos en el sentido de cómo habla la gente y cómo se comporta y cuáles son las situaciones. En ese sentido, creo que la narrativa de adicción es lo que funciona bien para contar el relato fantástico. Siempre trato de que sean reales. Además, todos los monstruos siempre son reflejos de sexo, de todo, desdobles del inconsciente, pero suenan reales en el entorno, o por lo menos ésa es la intención.

Hablando de esas actitudes de adicción, ¿qué significa la frase de la novela epónima: “un artista debe ser un dios para si mismo”? (27). Ay, es muy divertido. Esa frase la escribí para el alucine de Roberto. Nunca releo nada de lo que publico. Normalmente, creo que nos pasa a todos, acabas sintiéndote peor que cuando lo escribiste. Vas a decir: “Ay pendejo. ¡Esta palabra! ¡Esta coma!”. Si ya te vas a poner mal por una coma mal puesta, imagínate. No releo nunca.

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Pero en este caso, este cuate alucinaba. Yo nunca trato de hacer esas frases apantalladoras a menos que quepan en la historia, y ahí cabía. “Un dios para sí mismo”, finalmente, es la droga. Al final se reduce a l Blog a droga. De esto se trata la novela. Está bien la frasecita, pero no está tan bien en la portada de la novela. Ese título lo odio. Ese título nunca me convenció. Lo que pasa es que nos sentamos yo, el editor y los tres genios de mercadotecnia a ver cómo se iba a llamar el libro. Era mi primera novela, y era Planeta, estaba muy bien. Y yo dije: “Güey, si me dicen Por tus gemidos nos cacharon, es que les digo sí”. Entonces fue que ellos propusieron Un dios para sí mismo y yo: “Sí, sí. Está padre”. Ese título no me acaba de convencer. Me pasó un poco igual con Las puertas de la oscuridad. Ese título lo pusieron en Conaculta. El cuento de origen tenía otro nombre pero me dijo el editor: “No. Mira que este cuento puede llamarse así”. Chingao. Digo, “¿Qué hago? Me lo van a publicar ¿no? Si le quieren poner Las puertas sangrientas que chorrean imparables”, se lo pongo. El título por el que me siento mucho más contento es Las pesadillas de Lumière porque sí era el título que le quería poner. Aunque ahora lo pienso y digo “Qué pretencioso soy”. Ahora me cuido más de poner los títulos. Antes creo que no entendía el impacto del título y les ponía cualquier cosa.

Tu manejo del caló mexicano en la novela y en los cuentos es muy rico. Presta energía a la narrativa porque repites el habla con un guiño hacia la creatividad. Por ejemplo, en “Los ojos del jaguar” el protagonista comenta sobre Diamanda: “Igual y sólo le gustaba que le mamaran el ombligo”. Cambia un lenguaje masculinista a uno humorístico y hasta feminista, si las mujeres también pueden recibir mamadas. ¿Cómo le haces para sacar la energía de ese caló sin abrumar al lector por lo repetitivo y crudo? Mira, ahora es que me lo barajeo más o menos. Siento que última- mente ya no tanto. Ese texto me costó más trabajo. ¿Sabes cuál es

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el problema? Que te vas quedando atrás. Yo nunca pensé que me fuera a pasar. Y nunca pensé que lo iba a reconocer, pero te vas quedando atrás porque, claro, soy mis adolescentes. Pero güey, yo era adolescente en los noventa –bueno, postadolescente. Nunca realmente superé mucho esa etapa. Yo no crecí con computadora ni con celular ni Internet. Nada. Yo tengo mi Facebook para con- tactar y todo, pero no es mi entorno. Y ya me siento un poco lejano de esos adolescentes actuales. Doy clase en la sogem y me viene muy bien porque mis alumnos son muchachos de 20, 21 y así lo voy midiendo. Yo cuando crecí por esto mismo que me gustaba la música. No son ricos mis amigos. Pertenecía a una estable clase media. Yo soy de Coyoacán que es una zona, pues fresona, digamos. Entonces, me sabía más o menos bien esas dinámicas de una zona “bien”, pero también me llevaba bien con la gente que iba a Nativitas, que está en Tlalpan, en el Eje 5. Cerraban un callejón entero y ahí bailábamos slam. Yo no mucho porque era medio güey. Golpes y todo, y oyendo los Sex Pistols y demás, entonces éramos los darketos, pero punketos. Entonces, eran unos madrizos al final de todo a todos. Iba a otro que se llamaba el Tutti Frutti, que era la Pacheca 14, es un restaurante que está o estaba por la Avenida Politécnico, que está hasta la casa de su… Yo vivía en Copilco, casi casi por la unam e iba hasta allá porque en el estacionamien- to había como una cabaña donde era bar darketo y punketo, muy alternativo. Te hablo del 86. Ahí escuchaba todo. Tenía contacto con mucha gente. Recomendación, si es que es necesaria: si eres un güey tímido y quieres escribir, un gran porcentaje de los libros te van a quedar mal. Los diálogos de la gente tímida no quedan bien porque como no habla con nadie, le cuesta trabajo ser brillante en sus conversaciones. No soy así. Me pegan muchos términos. Si pasara más tiempo hablando contigo, acabaría metiéndome dos o tres palabas de las que tú usas. Luego por eso paso en un taller mecánico dos horas a

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ver cómo componen el coche, y salgo diciendo una o dos de los de allí. Acabo platicando como los maes de acá, del taller. El diálogo es como un rollo aparte de la narrativa. Hay gente a la que le sale muy bien y otros que dialogan fatal. Yo no sé si es por falta de oído o porque son muy propios o porque son muy encorsetados, y sue- na feo el diálogo. Yo el peor diálogo que recuerdo –y me acuerdo mucho– es de una obra de teatro estudiantil de una compañera. Se acaban de coger y el güey le dice a la chava: “Sí, y recuerdo cuando me hiciste felatio”. Yo pensaba: “¿Qué cabrón en el universo le dice eso a su chava?” Ya era así como broma entre mis amigos, “Cuando me hiciste felatio…” Suena hasta difícil de pronunciar. Te das cuenta de que eso no lo diría nadie nunca. Bueno, lo dijo el actor y lo dijo el personaje en esa obra, pero te das cuenta de que no. Y alguien en el público voltea y cuchichea, “Oye, ¿qué es felatio?”

Juegas con la tipografía en varios cuentos de Los ojos del jaguar disparan medianoche y Un dios para sí mismo. ¿Cómo llegaste a esta técnica? La verdad es que yo no lo inventé ni de lejos. Si ves las cosas de Apollinaire y los demás –no es que yo descubra nada. Lo que me parece divertido– por ejemplo, en Un dios para sí mismo, hay un capítulo en que están en un salón de baile. Y me quedé ahí: todo se convierte en… y nada. ¿Todo se convierte en qué? Y estaba así hasta que pensé: “Claro, todo se convierte en una gran carita feliz musical”. Pero ¿cómo se escribe “todo se convierte en una gran carita feliz musical”? Pues, no hay manera más que poniendo la puta cara feliz musical. Creo que visualmente queda bien. En la página, aunque sea raro, brinca pero brinca para bien, según yo. Una vez que uno abre la puerta para poner jaladas de ésas, es que ya no paras nunca. Se corre el riesgo de empezar a pasarte de lanza con eso. En Un dios para sí mismo me gustó esa técnica, además, porque es una novela súper exuberante, muy excesiva. No soy escritor sutil, pero ni de broma.

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¿La tipografía y el caló se dirigen a cierto público, tal vez? No. Mira, la gente que habla caló, el mecánico del taller, no va a comprar mi libro nunca. Primero, porque ni tiene para libros, están carísimos. El precio de los libros es una cosa como para irte de espaldas y quemar las librerías de puro coraje. Yo acabo de ir –ya ves que la librería Rosario Castellanos está aquí a la vuelta– antes iba, cuando me daban más ganas –iba y me sentaba a leer. Escondía el libro y así no gasto. Y de esos libros del Fondo de Cultura, a 150 pesos. Dices: “No me chinguen”. Yo con 150 pesos como tres días o cuatro. Aquí a la vuelta de la fonda me cobran 50 pesos. Son tres comidas. No puede ser que un libro del Fondo de Cultura Econó- mica cueste 150 pesos. Si lo sacas, son 12 dólares. Y si lo compras en Amazon vale igual. Y pago el puto envío: son nueve dólares. Me sale más barato a veces comprarlo en Amazon que comprarlo aquí a la vuelta en la puta librería del Fondo Económica. No tiene lógica. Entonces, no podría ir dirigido a ese público porque ese público no los va a leer nunca. Me encantaría. Siempre he deseado ver mis libros algún día en los puestos de periódicos. Son cuentos que la gente disfrutaría mucho.

¿Vas traduciendo una cultura a otra? ya que por lo visto sólo son los ricos que te están leyendo. No. Los ricos tampoco compran libros.

¿Quién te está leyendo? Yo creo que la clase media todavía ahí se sostiene para comprar uno o dos libros. Hay un gran rango de gente a la que le gustan las historias de suspenso y terror, súper ignorada, pero existe mucha. En el cine está clarísimo. ¿Pero qué pasa con el cine? Tenemos una visión de Estado que dice: “No, nosotros tenemos cultura”. Las pinches películas que hacen con fondos estatales, que medio salen en algún festival por ahí, no las ve ni dios. Ni dios. Las esta- dísticas de taquilla del cine mexicano están en el hoyo. Yo entien-

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do que se tienen que hacer las películas artísticas. Se tienen que hacer las visiones de todos. Pero también una industria tiene que hacer películas de otro tipo; tiene que hacer de todas, porque por eso se llama “industria del cine”, no se llama “industria del cine de arte”. Creo que pasa un poco con las editoriales: una falta de visión de ¿quién va a leer? y ¿cómo le voy a dar ese producto para que lo lea? Yo a veces, y ya estamos en el colmo del cinis- mo, pienso: “Claro, yo escribo productos. Okei. Eso no implica que los escriba de mala gana. Escribo porque me gusta”. Pero me pregunto: “¿Lo compraría yo?” Si yo lo pudiera comprar, hombre, tendríamos la posibilidad de que existieran muchos más güeyes como yo que son los que compran todos los tirajes de Dean Koontz, de Stephen King, de Stephanie Meyer y probablemente a uno de rebote también. No es que estén para adolescentes, pero es lo que mejor puedo hacer para entretener al lector. Es increíble la cantidad de escritores, y me incluyo, que no pensamos bien en este tipo de cosas de mercado. Yo escribo pensando que alguien me va a leer. Tengo la idea de que conozco mi gusto. Tengo grupitos de lectores, como mi hermana, que no es especialista literaria en nada, y conozco sus gustos también. Así tengo como focus group –que suena demasiado a merca– pero sí tengo mis lectores para decirme si funciona el texto o no.

¿Ahora estás dando clase de guión cinematográfico en lasogem ? ¿Estudiaste eso? No, yo estudié Administración [de empresas]. Estudié una maestría en Comunicación Empresarial. Estudié una maestría en España. Y me retiré a los 28 años. Dije: “No, no puedo vivir con esto”. Me acuerdo de que estaba una vez con traje y todo. Trabajaba en Autofin y dije: “No, es que, ¿qué chingaos estoy haciendo?” Entonces entré a la sogem como alumno y empecé a escribir. Yo la conocía porque un amigo había hecho examen de admisión –y no lo aceptaron, por

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cierto– y bueno, a mí sí me aceptaron con mi primer cuento. Me quedé y ya. A mí me ayudó mucho que siempre tuve buena orto- grafía. Suena a una babosada. Siempre escribí bien. Hombre, pulí y cosas pero no es que escribiera la “hora” sin “h”. Eso me ahorró como dos años de estar haciendo ejercicios. Entré así porque dije: “No, es que no puedo seguir haciendo esto. Marchitado a los 35. Voy a ser un pinche alcohólico resentido”. Sigo siendo alcohólico pero ya no tanto resentido. [Se ríe]

¿De qué dabas clase en la unam cuando eras profesor de tiempo completo? Daba talleres de narrativa y una asignatura optativa de comuni- cación. Tiempos aquellos. Tenía que dar clase. Era puntual. Era funcionario, para decirlo de alguna manera. Trabajaba ahí de planta. En el 2005, cuando me fui a China, parte del convenio… como yo no tenía la definitividad con launa m o me quedaba o me iba a China. Y dije: “Me voy a China”.

¿Ahora te ganas la vida escribiendo o eres editor? No. Escribo textos para todos lados. Acabo de escribir un texto para Mi- lenio. Estoy haciendo documentales. Voy a hacer textos para la revista Club Premier, para la revista Escala… si me pide un texto una revista, lo hago. Tengo el know how de escribir textos para revistas. Les puedo hacer textos en horas. Y como los despacho rápido, de eso vivo.

¿De qué tratan? De todo. He escrito de todo. He escrito de sexo. He escrito de cine. He escrito de salud, de ciencia, de tecnología, de viajes, estilo de vida, de homosexualidad. Estoy haciendo documentales históricos: agricultura, pesca, ganadería, comunicaciones, diplomacia –su puta– todo. Todo. No soy especialista. Lo único de que no escribo es de política porque es un tema que tienes que hacer de la fuente. Pero fuera de eso, cualquier cosa de entretenimiento, lo hago.

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¿Cuál es la meta cuando escribes uno de esos textos? El dinero.

Ah, la otra meta. Para producir el artículo, ¿tienes reglas narra- tivas? Normalmente, las revistas o los medios ya tienen su estilo y su perfil de lector. Me lo fusila igual y se los hago igual. Digamos que mi corazoncito de polluelo no está puesto ahí en eso. Lo hago porque tengo que vivir y lo hago bien porque me gusta hacer las cosas bien y porque es tener más trabajo. Pero en el fondo –en el fondo– me vale madres. Si pusiera mi corazón ahí, ya estaría aplas- tado completamente. O sea, de pronto, a la mera hora de publicar tu artículo, llegan de publicidad y dicen: “Güey, no mames. Vendió otro anuncio. ¿Adónde le quitamos?” Entonces, de las tres páginas de tu artículo vuelan la página de en medio: “Ésta a la chingada, pégale ahí como se pueda y a volar”. Si pasa eso en una revista no me importa. Yo ni los leo cuando salen. Si pasara eso con un cuento, ¿sabes la emputada que me daría? Me planteo con ese güey y lo agarro a madrazos porque son cosas distintas. Los textos con los que sí estoy involucrado emocionalmente los cuido mucho.

Entre los escritores mexicanos, ¿a quiénes lees? Leo todo. Trato de leer lo que sale más o menos reciente, pero tengo una lectura desordenada. Leí Tiempo de alacranes de Bef. Súper padre. Tengo el libro Asesinato de Vicente Leñero. Tengo el libro Con la tinta de un Kahlúa de Mauricio Alvarado que es mi amigo, de mi edad. Le está yendo bastante bien. Ganó un premio en Repú- blica Dominicana. Verás que hay pocos libros aquí en mi casa, el motivo es que no caben; como me he mudado varias veces en los últimos tiempos –adoro los libros pero pesan un chingo, te dejas la espalda cargando las bolsas. Lo que he hecho es ir dejando los libros en casa de mis papás. Entonces, voy trasladando sólo los libros inmediatos que voy a leer. Los demás los regalo, la verdad.

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¿Sientes que perteneces a una generación? No me llevo con nadie. Tengo amigos y todo, pero no. Mira, no soporto los grupitos. Todo el proselitismo, todo lo que tienes que hacer a niveles personales para que te publiquen, no lo soporto. Todo este esfuerzo palero, todo ese esfuerzo de lamebotas por apadrinarse. No pertenezco. No tengo nada que ver con eso. Ahora trabajo más con el cine, con la preproducción de cine. Ha sido un proceso largo que apenas deja dinero. Vamos a ver unos frutos, espero. Pero es mucho más tardado. Hacer una película es mucho más grande en todos los sentidos. Y bueno, lo de la carencia de generación es como mi visión.

Sí, es una visión que compartes con los otros escritores que nacie- ron en la década de los setenta. Los otros insisten en que no tienen grupo. Es lo que los une ¿no? No sé. Yo me llevo bien y me puedo emborrachar con cualquiera. Y estamos bien y todo. Pero el hecho de decir: “Ay sí, ponemos el grupo tal”, de sólo pensarlo –y las obligaciones, aunque fueran pocas, que me generaría todo eso. Güey, qué güeva. ¿Por qué no podemos dejar lo de los grupitos y nos emborrachamos igual? A nosotros nos tocó crecer en la época de los setenta, una época de crisis. A todos nosotros nos tocó ser testigos de la desintegración política y económica del país. ¿Cuál es el culpable? ¿Quiénes son los culpables de esa desintegración? Toda la bola de hijos de puta del grupo. Todos esos grupos priístas que han crecido robando pre- supuesto, y claro que los odiamos porque hay unas reglas horribles, hay un compadrazgo espantoso que ha existido desde que nacimos. El dedazo de siempre. El meter al compadre, a la comadre. Eso lo hemos vivido toda nuestra vida. ¿Cómo no vamos a odiarlo? Odiamos a toda esa bola de ojetes. Finalmente, si alguien quisiera hacer todo eso, y si quisiera hacer el esfuerzo, si lo haces en una empresa de computación te va mejor. Vendes más computadoras. Te vuelves gerente. Si lo haces con los seguros, igual. El esfuerzo

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de estar de lamebotas es lo mismo para literatura que hacerlo para otra cosa. Y si lo vas a hacer, hazlo para otra cosa que valga la pena. La verdad, si tus libros están bien hechos, eventualmente alguien los editará y los venderá, que es finalmente lo que ibas a sacar por el lado proselitista. Realmente ¿cuántos libros en tu vida has comprado por una recomendación en la radio? Yo que recuerde, no he comprado ni uno en mi vida por recomendación de la radio. Cuando ya estás en la librería, se te olvidó. Además, ¿para qué te vas a meter en grupo si en el DF ni hay apoyos? En los estados hay como mafias de literatura porque el Estado les ha dado dos mil, tres mil pesos al mes a los becarios del Estado que publican en los estados –que no los lee ni dios tampoco. ¿Quién va a leer el puto libro de la Universidad Autónoma de Chiconcuac, aunque esté el libro? Y luego son remalos, pero como son dos o tres autores de los estados, los tienen que publicar para acabarse el presupuesto. Pero en mi experiencia de los últimos años es que no importa. Sólo tengo que ver con la literatura y no con los grupos.

¿Y tus proyectos futuros? Lo que verdaderamente me ilusiona es publicar una antología con todos los libros que he escrito en los últimos diez años. Si tuviera que elegir, eso es lo que verdaderamente me ilusiona. Con Cona- culta y Ficticia tengo contratos que vencen y recupero los derechos de estos libros. Los ojos de jaguar disparan medianoche sale con la editorial Jus si la Casa de Cultura de Mérida pone el dinero para la publicación por el premio Ermilo Arbreu. Si Mérida no da el dinero, no se publica. Las editoriales pequeñas viven de si la uam o la Casa de Cultura Tal les da dinero para publicar. Todas viven de eso. Si nadie les da dinero para publicar, no lo van a publicar. Y si les dan dinero para publicarlo, aunque sea una mierda, lo van a publicar. No quieren poner su dinero para ver si vende o no.

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Muchas gracias por la entrevista. No, Emily. Con mucho gusto. 1º de julio, 2010

Obras publicadas

Cuento

Los ojos del jaguar disparan medianoche. México: Jus, 2011. “Disciplina deportiva”. En 20 años de narrativa Jóvenes Creado- res del fonca. Selección e introducción de Eduardo Antonio Parra. México: fonca, Programa Cultural Tierra Adentro, 2010, pp. 244-252. Las pesadillas de Lumière. México: Ficticia, 2005. “Dominus”. En Los mejores cuentos mexicanos: Edición 2005. Eds. José Manuel Prieto González y Alberto Arriaga. México: Planeta, 2005, pp. 87-99. Las puertas de la oscuridad. México: Conaculta, 2004. “El origen del mal”. En ¿El crimen como una de las bellas ar- tes? México: Instituto Coahuilense de Cultura/Porrúa, 2002, pp. 75-80. “El umbral de las brujas”. En Los mejores cuentos mexicanos: Edición 2000. Eds. Enrique Serna y Alberto Arriaga. México: Joaquín Mortiz, 2000, pp. 153-161.

Novela

Un dios para sí mismo. México: Joaquín Mortiz, 2005.

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Guadalupe Nettel (ciudad de México, 1973)

¿Cómo te hiciste escritora? Eso lo explico un poco en un texto autobiográfico que publicó la revista Letras Libres y que puedes encontrar en Internet [y se repite en “El cuerpo en que nací”]. Explico que cuando yo era chica, me sentía introvertida y estaba en una escuela que no me sentaba muy bien. También explico un problema: yo nací con un ojo que no veía bien. Entonces me pusieron un parche en el ojo que sí veía bien para desarrollar el otro. Yo iba a la escuela y era un poco una especie de freak por esa situación. Y era un poco rara y los niños no eran muy simpáticos todo el tiempo. Entonces empecé a escribir porque muy rápidamente, bueno, me quitan el parche y yo pude empezar a leer. Para mí fue como si se abriera un mundo de posibilidades. Empecé a leer, me gustaba muchísimo desde muy chica todo lo que era historia y fantasías. Duraba poco como técnica de evasión y, muy naturalmente, después empecé a escribir cuentos. Los cuentos que escribía eran acerca de mis compañeros del salón a los que les

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pasaban miles de cosas horribles, como momias o desapariciones, excursiones a lugares selváticos donde les pasaban todo tipo de calamidades y era un poco por venganza, en realidad. Lo que estuvo un poco chistoso es que después me hicieron leerlos en público. Y yo me decía: “Aquí me van a matar”. Y a los niños les gustó mucho ser personajes de esos cuentos, de esas historias. Y fue como que de repente adquirí un lugar en la pequeña sociedad que es la escuela, que era de contar historias, de inventar historias e incluirlos. Entonces me decían: “Por favor, ponme a mí en la próxima”. Y de esa manera empecé a hacer mi lugar. Yo era la per- sona encargada de hacer eso. Como me gustaba mucho, la seguía haciendo, aunque durante la adolescencia. No escribí prácticamente nada pero siempre iba a talleres, a los 15 años, cuando regresé a México. Empecé a ir a talleres a ver cómo era realmente el oficio, a aprender a pulir un texto, y así fue como algo muy natural, como que siempre supe que eso iba a hacer.

De los 10 años a los 15 viviste en Francia. Sí.

¿Y siempre escribías en español? Sí, siempre. Ya más tarde, como a los 18, empecé a escribir en francés. Pero la mayor parte del tiempo, sí. Escribía, por ejemplo, en español y traducía. La lengua en que me venían naturalmente los textos era en español.

¿Tuviste experiencia en talleres en México, entonces? Sí. Estuve en varios. El primero aquí, en el Centro de Cultura de Coyoacán, que me preguntabas si era el barrio donde había crecido. Crecer no, pero a partir de que tuve cierta movilidad, como a los 15 años justamente, que ya podía desplazarme sola por la ciudad y eso, venía mucho a Coyoacán. Era un barrio que siempre me gustó porque además tenía mucha actividad cultural. Había talleres,

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teatro, mimos en la calle. Ahora como que el gobierno de la ciudad ha querido apagar bastante eso, pero en esa época era un barrio totalmente bohemio donde había muchísima cultura. Entonces sí iba al taller en la Casa de Cultura con un tallerista que era muy bueno que se llamaba Rafael Ramírez Heredia. Después, un poquito más tarde, a los 17 años, me dieron una beca del inba para jóvenes escritores y entonces tuve otro tallerista ahí que era Daniel Sada. Y después ya que entré a la Universidad tuve otro tallerista que era Juan Villoro. Entonces ésos fueron como mis talleristas con los que aprendí mucho. Sobre todo con Juan Villoro al final aprendí muchísimo.

Ya empezaste a responder a la pregunta, pero de todos modos te pregunto si recibiste apoyo del Estado para escribir. Sí, sí. He tenido tres becas, la del inba y después la de Jóvenes Creadores del fonca. Y ahora tengo el Sistema Nacional de Crea- dores que dura tres años. Estoy terminando el primero. Si no, me verías un poco más estresada.

¿Ahorita ganas la vida a través de esa beca o estás trabajando también? Con la Revista Número Cero al fin nos asociamos con una edito- rial y parte de mis ingresos, que no es mucho, pero es esta editorial que nos está pagando por editar la revista. Y bueno, también el primer año hice bastantes textos para revistas que se pagan, pero ahora estoy tratando de hacer menos porque quiero dedicarme más a escribir una novela que estoy haciendo. Entonces, no estoy escribiendo tanto para prensa.

¿Y cómo es esa novela que estás trabajando? Pues, estoy trabajando en dos, en realidad. Siempre pensé que era una locura escribir dos libros a la vez, pero así se dio. Estaba en la mitad de una novela y, de repente, no sé si fue por el hecho de haber

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tenido un hijo, o por que me pidieron que escribiera un texto auto- biográfico, pero empecé a tener demasiadas cosas que decir acerca de mi infancia. Entonces, empecé a tener un proyecto parásito que se iba comiendo el tiempo y que es este relato que supongo que será El cuerpo en que nací. Hace como dos años terminé un doctorado, una tesis, y entonces estoy también haciendo los últimos ajustes como libro pero es más bien un ensayo largo sobre Octavio Paz. [Se ríe] No tanto su obra –bueno sí, mucho su obra– pero también mucho su vida y su recorrido por los diferentes momentos históricos de siglo xx. Era un personaje interesantísimo.

¿Cómo fue que publicaste con Anagrama? Fue muy extraño. Cuando yo terminé El huésped se lo di primero a un agente que se lo dio a todas las editoriales mexicanas y nin- guna lo quiso. [Se ríe] Entonces pensé: “Bueno, esa novela nadie la va a aceptar”. Y le dije al agente: “¿Sabes qué? Déjalo. Mejor no”. Porque pasaron dos años sin haber conseguido ningún editor. Entonces yo dije: “Deja de trabajar con esto y ya cuando tenga otro libro a lo mejor te llamo, y yo mientras voy a moverla sola”. Un día yo fui a la editorial, o sea, siempre no me descorazoné. Seguía ahí pensando que sí se podía publicar, y dije: “Bueno lo voy a llevar yo a la editorial Anagrama” porque yo estaba viviendo en Barcelona. Fui, toqué la puerta: “¿Sí?”, dije, “Vengo a dejar mi libro”. Y nunca me contestaron. Entonces, pasó mucho, mucho tiempo, pero ésa era la editorial en la que yo pensaba publicar cuando tuviera más años, no en ese momento. Y de repente, un día recibo un email del editor diciéndome que parecía que en un futuro próximo podría estar con la editorial. Pero yo no entendía a qué se refería. O sea, pensé que había leído el libro y que le había gustado pero no me estaba diciendo: “Lo voy a publicar”. Y le escribí y le dije, “Pues ojalá”. Y me dice: “No, pero el libro lo quiero publicar”. Y después me contó que fue muy raro porque él lo había dado a un dictaminador y el dictaminador había dicho pues que “sí” pero “más o menos”.

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Y que un día el editor estaba en su casa y que el libro se le había caído de un estante. Y dijo: “Pues es lo mismo. No tengo nada que leer. Voy a leer esto a ver qué tal”. Y le había gustado. Entonces fue por decisión del editor. Y ya después con el siguiente libro también fue difícil. O sea, no creas que fue inmediatamente aceptado antes de leerlo. Y decía: “Es que cuento, no. Cuento, no sé. No vende”. Entonces al final se lo dio a su lectora más ruda y la lectura dijo que sí. Entonces, ya lo leyó y le gustó.

¿Quién era tu agente y quién era el editor? Mi agente era Antonia Kerrigan, pero nunca hizo nada. O sea, no consiguió ningún contrato. Y una cosa que tenía a favor la novela es que ya había sido aceptada en Actes Sud en Francia, que es una muy buena editorial. Entonces, cuando yo hablé con la editorial dije: “Bueno, esta novela va a salir en Francia. Qué raro que salió en francés primero que en español”. Yo supongo que eso jugó al… Y el editor se llama Jorge Herralde, que es el editor de Anagrama.

¿Tú misma tradujiste tus propias palabras? No, tuve que corregir porque la primera traducción de la novela era muy, muy, muy deficiente y de eso sí me podía dar cuenta. Enton- ces, lo entregué a una amiga que es traductora y además es de mi generación, porque se lo habían dado a una mujer ya con muchos años y ponía palabras como muy arcaicas. Era muy extraño porque casi cambiaba el texto a uno del siglo xix. Nos tardamos como un año en corregir el texto y al final, ya… Y el segundo libro que también publicó Actes Sud, ése sí lo tradujo una chava muy buena y no había que hacerle prácticamente ninguna corrección.

Es interesante que en el estilo de los dos libros no utilices mucha jerga. ¿Rechazas el caló mexicano como técnica consciente? No sé si es totalmente cierto lo que dices porque si lo lee un español me dice: “Qué bárbaro. Cuántas palabras mexicanas hay en ese

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libro”. A lo mejor es que tu español está como más familiarizado con México. El caló caló no lo utilizo casi, más que en la segunda parte de El huésped donde están en el metro y son los mendigos, etcétera. Entonces, ahí sí pongo más palabras. Pero también de- pende de los personajes. Si son mendigos o son personas que viven en el metro y que son un poco más callejeras, entonces los pongo a hablar así. Pero si no, pues no tanto, porque no creo que todo el mundo utilice el caló mexicano.

En Pétalos, los cuentos toman lugar en escenarios tan diversos como Japón y Francia, además de México. Para mí los escena- rios internacionales se llevan de la mano con un lenguaje menos regionalista. Sí, tienen que ver mucho con los lugares donde he estado y que me han marcado. Bueno, París, o sea el barrio donde toma lugar el primer cuento que se llama “Ptosis”, pues es el barrio donde yo vivía. Además, por ejemplo, existe ese estudio de fotografía. [Se ríe] La gente me dice: “¿Cómo es posible que se te haya ocurrido ése?” Y les digo: “No es que se me haya ocurrido. Existe”. Un día pasé por ahí y lo vi y dije: “Bueno, esto es un cuento. Hay que escribirlo”. Además, tiene mucho que ver con el personaje. El personaje va detectando cosas insólitas y para mí ese estudio era algo muy insólito, sobre todo en ese barrio. Era muy raro.

¿Por qué son “historias incómodas”, según el subtítulo? Tiene mucho que ver con la idea del libro: no es hablar sobre per- sonas raras tanto como sobre la belleza. La concepción del libro propone una idea distinta de la belleza. Normalmente, estamos acostumbrados a que la publicidad, la tele, el cine, la industria nos digan qué es bello y qué no. Pero nosotros tenemos una manera diferente de percibir eso. Pongo el ejemplo de las plantas, porque es más fácil. Si vemos una planta, aunque sea rara, aunque no sea toda asimétrica, perfectita, la podemos ver bella porque es frondosa o

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porque es exactamente rara y no pensamos: “Ay, esta planta debería de ser un poco más alta o debería de ser un poco más delgada”, sino que así como es, somos capaces de verla y de apreciarla. También pasa con las obras de arte. Podemos ver un cuadro, una pintura totalmente abstracta, llena de esas cosas rarísimas y sentir nada más la presencia de la pintura y sentir justamente su belleza por su presencia que no se parece a ninguna otra. Pero los seres humanos también somos así, como las plantas o como las obras de arte. Somos capaces de provocar reacciones en los demás y eso ya es belleza. Entonces, el problema es que tenemos una idea un poco distorsionada y convencional de lo que es la belleza. Lo que yo quería en este libro era a partir de personajes y un poco sui generis, a primera vista, proponer como una idea diferente de qué es una persona bella y qué no. Entonces, creo que son incómodas porque hablan justamente de esas cosas. Para mí la belleza tiene que ver con lo que nos hace únicos, así como una obra de arte o como una planta. Y muchas de las cosas que uno siempre quisiera estar mutilando o escondiendo de los demás son esas cosas que nos hacen únicos. Por ejemplo, el personaje en “Bezoar” que se arran- ca el pelo y que siempre está nervioso, lo hace porque no quiere que descubran quién es en realidad. Hasta que alguien la conozca verdaderamente como es, se puede enamorar de ella. Ella siempre evita, está tratando de ocultar su verdadera personalidad y es eso lo que hace que alguien se enamore de ella. Pero al mismo tiempo, como todos los seres humanos, como decía, tenemos ese tipo de cosas que quisiéramos ocultar de los demás, pero personas con tics o con manías o cosas raras nos reflejan nuestras propias rarezas y entonces ahí decimos: “Qué incomodidad”. [Se ríe] Y pasa a veces. O sea, estás en cualquier lugar, en la calle, y ves alguien un poco extraño y sí te sientes alterado, pero yo estoy segura de que es por eso. Nos pone nerviosos ver justamente eso que no queremos ver de nosotros en otras personas.

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Yo había pensado en una temática un poco más interna que la de la belleza. Los cuentos en Pétalos me recuerdan las películas extran- jeras sobre los monjes de religiones asiáticas donde se lucha entre el deseo y entre las disrupciones que cualquier deseo provoca. No, es interesante la lectura también. [Se ríe] No, es que sí tiene mucho que ver. Lo que estás diciendo me suena totalmente familiar. Qué extraño. Justamente entre mi historia personal es cierto que la búsqueda de la calma es algo que siempre me ha motivado. Y como obsesiva que soy, sí estoy totalmente de acuerdo con que en las obsesiones uno busca, o por lo menos yo sí he buscado como el personaje “Bezoar”, un segundo, como un milésimo de segundo de paz que te da la repetición.

¿Cómo se hace para mantener el interés del público en cuentos tan interesados en la búsqueda de la calma? Pues, no sé. Tampoco mi idea cuando los estaba escribiendo era encontrar el interés del público. [Se ríe] De hecho, la recepción que han tenido los dos libros ha sido mucho más grande de lo que yo me imaginaba. Yo pensaba que eran tres o cuatro personas quienes los iban a leer y punto. Y me doy cuenta, y creo que tiene que ver justamente con que todos tenemos este tipo de cosas. Todos tenemos este tipo de rarezas. Todos tenemos una búsqueda interna. Todos tenemos obsesiones.

Si la temática jala los libros hacia lo estático, ¿la técnica hace que se mueva la historia? Sí pasan cosas. A lo mejor la temática sí jala hacia lo estático pero es que sí hay un desarrollo, un movimiento y un periplo de los personajes, un recorrido existencial. No es como Monsieur Teste de Paul Valéry, donde hay un personaje sentado nada más pensando. No. Mis personajes se mueven, conocen gente, otros van buscando por los barrios, y no sé. La escritura lo que tiene es que es muy reflexiva respecto a los acontecimientos. Entonces pasa algo y hay

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ocho teorías respecto a lo que pasó. Y la gente –ésa también es mi idea– yo creo que sí tiende a sobreinterpretar muchas cosas. Pienso que a lo mejor el lector se puede identificar también con eso.

¿Los personajes provocan que más cosas pasen porque tienden a sobreinterpretar todo? No sé si es por eso que les pasan cosas pero creo que algunos sí, de- finitivamente. Por ejemplo, en “Pétalos” hay el que busca las huellas de las mujeres en los baños públicos. [Se ríe] Sí, sobreinterpreta. Entonces, toda su interpretación del mundo va generando cómo les ocurren cosas. Pero volviendo a eso de los monjes orientales, Buda decía que con nuestros pensamientos creamos el mundo. Todo lo que pensamos determina el color con el que vemos la vida. Enton- ces, si tú crees que los pájaros traen un mensaje particular, tú vas a salir a la calle y te van a pasar cosas en función de que veas o no pájaros aunque a cualquier otra persona caminando exactamente por el mismo lugar por donde tú vayas no le pase eso.

En ese cuento “Pétalos” el protagonista rastreador se estremece con “compasión distante” viendo la muerte de la mujer suicida a quien ha estado persiguiendo (98-99). ¿El deseo puede ser com- pasivo o se extingue en ese instante? ¿Qué se debe entender con este cuento? Muchas veces hay algo en la fragilidad de la gente de la que nos enamoramos que nos hace desearla y desear estar cerca de ella y ayudarla, porque sentimos esa fragilidad. Albert Cohen –el sui- zo– no sé si conoces a ese escritor, escribió Bella del señor. Es genial esa novela. Es una maravilla absoluta. Ahí habla del ena- moramiento de una mujer y un hombre. Entonces, el hombre está diciendo a la mujer que había conocido a muchas mujeres y sabía cómo funcionaba el deseo femenino. Él decía: “Lo que ustedes quieran es un 99% de babuino –o sea de simio súper feroz– y un 1% de huérfano. Pero sin ese 1% de huérfano no se enamora nadie”.

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[Se ríe] Se quiere como una mezcla entre alguien muy primitivo y fuerte, y al mismo tiempo muy necesitado, muy frágil. Yo creo que tiene razón.

Entonces ¿al final del cuento “Pétalos” el personaje encuentra el 1% de fragilidad? Yo creo que él ya sentía que algo le pasaba a esta chica. Ya sentía que ella estaba en peligro de algo. Y esta fragilidad era… pero en el cine también se utiliza ese arquetipo muchas veces, como de una mujer frágil que está en peligro y eso llama la atención porque a los hombres les gusta sentirse salvadores. [Se ríe]

¿Por qué tomas la perspectiva de un hombre a la hora de narrar ese cuento? A lo mejor porque muchas veces trato de ponerme en su lugar para comprenderlo. Esa especulación me lleva a escribir una historia. Pero sí, ahora tengo muchos amigos hombres y me encanta ver cómo funciona la psicología masculina. Es mucho más complicada de lo que uno cree.

Cuéntame de la revelación en “Bonsái”: “Midori estaba ahí adentro pero convertida en una enredadera, de la misma forma en que yo me había convertido en un cactus. Pero ¿acaso no lo habíamos sido siempre? ¿Cómo saberlo? Me sentía solo en el mundo, encerrado en una perspectiva de la que ya no podía salir” (57). ¿La iluminación es una maldición? [Se ríe] No, al contrario.

Porque se le estropea la vida ahí. Pues no, para nada. Para mí, no creo que ese personaje se haya iluminado ni remotamente. Pero sí empieza a ver la vida de una forma diferente. Empieza a aceptarse. Es como la aceptación de sí mismo. Para mí la historia de este personaje es que sabía fingir ser

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otra persona y empieza a ver quién es en realidad. Y ver quién es en realidad trae muchas consecuencias bastante incómodas porque a veces uno ya armó su vida en función de lo que uno cree que debería hacer. Por ejemplo, ¿cuántas historias no hay de personas que estudiaron ingeniería de sistemas y que de repente salen contra lo que ellos querían ser? En realidad eran actores de teatro o pin- tores, y que tienen que dejar todo lo que tenían. Además en este cuento, la historia responde a cuando yo estaba en un momento un poco particular. O sea, yo no estaba muy bien. Estaba como un poco deprimida. Y había leído una biografía de la generación beatnik. Me impresionó muchísimo el momento en que Allen Ginsberg está hablando con su psicoanalista y le dice: “Es que yo ya no quiero seguir con mi esposa. No quiero seguir trabajando en la publicidad. Quiero hacer poesía y quiero irme a tirar a Peter Orlovsky”, que era su amigo de quien estaba enamorado. Entonces el psicólogo le dice: “Oye, ¿por qué no lo haces?” Yo también sentía que estaba viviendo una vida que ya no quería vivir. Esta- ba como muy atrapada en muchas cosas. Ya saber qué es lo que quieres en realidad cuesta mucho, pero bueno, estás obligado. Y lo que le enseña el jardinero a este personaje es quién era él en realidad, que él estaba fingiendo a lo que no tenía nada que ver con su verdadera forma de ser.

Hace eso a través de un secreto. No cuenta a su esposa que conoció al jardinero. Sí, bueno, yo creo que eso es típico. [Se ríe] Pero no creo que haya sido lo que verdaderamente... Sí es lo que preservó su relación con el jardinero porque si lo hubiera contado probablemente la esposa habría querido conocer al jardinero. [Se ríe] Y allá habría empezado a decir: “No, no vayas con ese jardinero; es muy mala onda”. Pero él sigue esa búsqueda. O sea, el jardinero lo que le enseña es a mirar el mundo de otra manera, sobre todo a observar,

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según yo creo. Entonces él, observando las plantas, se da cuenta de cómo él había sido.

¿Y tú llegaste a estudiar ingeniería de sistemas? [Se ríe] No, pero era justamente el momento en que estaba haciendo una tesis y que empecé a no querer hacerla. No llegué a estudiar ingeniería de sistemas pero sí he tenido momentos de mi vida en que he fingido ser alguien que no era.

¿Terminaste la tesis o la dejaste? En ese momento la dejé y me fui de París. Fui a España y cambié un montón de cosas. Dejé al novio que tenía. Y ya después desde otro lugar sí pude terminar la tesis. Pero mucho tiempo después.

¿La tesis sobre Octavio Paz? Sí.

Dedicas “El otro lado del muelle” a Aimée E. Robinson. ¿Quién es? Es mi mejor amiga, a la que se le murió su mamá cuando era muy niña. Es de Estados Unidos. Es de papá mexicano y mamá de Es- tados Unidos y ella vive allá, en Seattle.

Con nombre francés. Sí, bueno, todo el mundo le dice “Amy”. Se escribe así porque la mamá le puso así, pero ella en realidad debería ser “Amy”.

No citas a muchas escritoras en los epígrafes. En Pétalos y otras historias incómodas los dos primeros epígrafes reconocen la obra de Juan Ramón Ribeyro y Mario Bellatín. También en “Bonsái” citas a Khyentsé Norbu. Es justamente un cineasta tibetano. Es cineasta y al mismo tiempo es un maestro de la meditación. Entonces, pude escuchar una charla suya en la que oí esa frase.

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Y Émile Cioran presta el epígrafe de “El otro lado del muelle”. En El huésped los epígrafes vienen de Jean Paulhan y Antonio José Ponte. ¿Cómo eliges a la persona citada? ¿Crees que sea un gesto político? [Se ríe] Pues es que hay frases que siento que condensan total- mente todo lo que quiero decir. Entonces, así es como las cito, pero me hubiera encantado citar a mujeres también. [Se ríe] Y hay escritoras maravillosas que probablemente merecerían ser citadas diez mil veces. El problema es que no coincidieron con lo que yo estaba tratando de decir. Tampoco quería forzosamente meter a una. Sí tiene que ver con mis preferencias, con la gente que me gusta mucho y que siento que me ha aportado algo como escritora o como lectora, sobre todo. No se pueden separar, la lectura de la escritura.

¿Me puedes ayudar a tejer la relación entre el epígrafe de Ponte y El huésped? Ponte escribe en Vidas paralelas: “Cumplo con luz la vida de algún desconocido. / Digo a oscuras: otro vive la que me falta” (172). Para mí, como la historia es de alguien que está perdiendo la vista y que es dos personas en realidad, es como la historia de dos siameses. O sea, La Cosa y Ana son inseparables, como si estuvieran unidas por la espina dorsal, solamente que una vive la vida con luz y lo que es el mundo de las formas en lo visible, y la otra no. Entonces, para mí el otro vive lo que le falta, es como la otra parte. Ana o La Cosa van a vivir lo que la otra no está viviendo. Es esta especie de sucesión que estaba pasando al personaje. También tenía que ver con el mundo de lo visible.

Otras escritoras han desarrollado novelas parecidas por el tema del doble, como Daniela Tarazona con El animal sobre la piedra, Ana Clavel con Los deseos y su sombra, y Patricia Laurent Kullick

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con El camino de Santiago. No sé si sientes que sea una temática específicamente femenina. Pues no específicamente femenina porque yo creo que es muy humana. Es tan antigua como la literatura misma. Si te fijas en todas esas tradiciones antiguas, por ejemplo, la germánica, está el doppelganger, que es esta especie de sombra que va detrás, o Dr. Jekyll y Mr. Hyde. O bueno, en Francia está Guy de Mau- passant –pero estoy segura de que antes que él también había alguien– que escribió Horla, que es un cuento que es exactamente igual a “Casa tomada” de Julio Cortázar. Entonces hay muchos escritores también que han usado esta temática del doble y que sí tiene que ver con nuestra parte oscura, o con aquello que no queremos ver de nosotros mismos.

En Antes Carmen Boullosa trabaja con un tema de persecución también pero en lugar de lo visual es por sonidos, lo cual me hace pensar en una cita de El huésped, donde el ruido que “no era de ningún animal” persigue a Ana (84). De nuevo, siento que es un tema vinculado a las mujeres. Pues yo creo que las mujeres tenemos una forma muy particular de percibir el mundo que se nota en la literatura. Por ejemplo, creo que las mujeres tenemos una percepción más consciente de todo lo que es sensorial, de olores, de ruidos, sabores, etcétera, y también creo que tenemos una relación particular con el lenguaje, como que le damos más vueltas.

Volviendo a Pétalos y otras historias incómodas el cuento “El otro lado del muelle” capta la dificultad de aceptar el cuerpo de mujer. La protagonista adolescente ofrece un seno a una amiga que acaba de perder a su madre y piensa: “Durante muchas horas sus lágri- mas estuvieron mojando la parte que más odiaba de mi cuerpo” (80). Ese cuerpo femenino representa el amor a los demás pero el odio para la persona que lo tiene.

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Yo creo que la adolescencia es particularmente difícil y después también creo que hay un momento en que se puede gozar muchí- simo del cuerpo y el cuerpo femenino también.

¿Pero tal vez no sea momento tan interesante para la literatura? [Se ríe]

El primer cuento “Ptosis” trata de la cirugía plástica y recuerda la novela Belleza roja de Bernardo Esquinca. Para él la cirugía estética tiene que ver con un tema posthumano, pero tú te con- centras en el lado más humanista. ¿Por qué crees que las autoras mexicanas tienden a evitar la ciencia ficción? Para escribir ciencia-ficción se necesita estar un poco enterado de la ciencia. [Se ríe] Y no sé si es un tema que interesa mucho a las mujeres que escriben. Porque muchas mujeres sí son científicas muy buenas pero a lo mejor no les interesa escribir. Es raro eso ¿verdad? A mí me interesa mucho la literatura fantástica, pero ya ciencia ficción… me encantaría pero tendría que saber un poco al respecto, para comentarla. La cirugía plástica, pues, en el caso de esa chica, era justamente quitarse lo que le hacía diferente y deseable para alguien ¿no? Es esta mutilación de la que te hablaba de querer estandarizarse. Y en Francia es algo súper fuerte. Todo mundo se viste igual, todo mundo quiere tener el mismo cuerpo exactamente. Las piernas fuertes para ellos son horribles. Tienen que ser muy delgadas y un pecho muy grande. Entonces, todo el tiempo están intentando a ser flaquísimas y operarse el pecho para que sea grande. Y es muy muy extraño ese país en cuanto a esa es- tandarización. Es algo que a mí me costaba muchísimo trabajo.

¿No ves la misma presión en México? No. En América Latina es muchísimo más. Tal vez en ciertos cír- culos, como los más ricos de y Argentina, por ejemplo, donde se hacen muchas operaciones de cirugía plástica, pero en

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la calle, o sea, donde es la gente y lo popular, se visten con unos colores que en Francia jamás se atreverían. Fluorescentes y los cuerpos son muy grandes, se desparraman. Son diferentes. Tú vas a Cuba y puedes ver a la mujer más gorda del mundo a la que igual le van a pitar en la calle. Algo bello que vieron en ella. Y creo que también pasa lo mismo en Venezuela pero en el ambiente popular, no en el ambiente con más dinero.

¿Cuál es tu meta cuando editas tus cuentos? ¿Tienes reglas esté- ticas que te guían? Pues sí, tengo como un ideal de concisión, sobre todo en el cuento. Me gusta pensar que nada de lo que está escrito ahí es innecesario. No sobran frases. También trato de que haya sonoridad y que no haya cacofonía. Que sea realmente agradable, que corra. Sobre todo ese tipo de cosas es algo que me obsesiona. Sí busco ahí donde hay rimas o donde hay repetición de palabras y eso. Es algo que adquirí en los talleres que realmente tienen que ver con ese carácter perfeccionista que tengo en ciertas cosas. Además lo disfruto. Es algo que realmente me da gusto hacer. A mí lo que me molesta en algunas novelas, muy largas sobre todo, es aburrirme. Trato de que el lector no se aburra. No me importa si el texto tiene que tener 50 páginas menos, pero no poner como relleno.

Volviendo a El huésped, La Cosa no tiene que pasar por la ado- lescencia (127). Además, habla con una voz extraña: “No era la de una niña y tampoco la de una persona adulta, podría decir que era una voz atemporal, la de un muerto quizás o la de alguien eternamente vivo, no lo sé” (44). Me sorprenden esas descrip- ciones porque parece que La Cosa no es un doble en el sentido humano. No es un doble en el sentido de que sea exactamente igual, no. Pero sí en el sentido de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Había uno que era un poco macabro y asesino, y el otro era distinto –pero eran la

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misma persona. Tal vez un complemento más que un doble. Yo creo que tiene que ver con esas pulsiones un poco oscuras que los seres humanos llevamos adentro, como parte de la sombra de todas estas… el odio, la envidia… las emociones difíciles de asumir. Entonces a veces uno quisiera ver esto como parte –como la típica frase: “No era yo misma”. [Se ríe] “No estaba dentro de mí”. Pero sí es uno mismo también. Entonces sí es su mitad. Es parte de ella. Ese tipo de cosas no tienen que ver con la edad. Uno puede odiar perfectamente tanto a los cinco años como a los 90, o tener rencor o tener envidia.

Y sin embargo, no sirve echar la culpa a La Cosa, porque La Cosa dice: “Es tu culpa […] Yo no tengo nada que ver” (44). Y otra vez, para ti no es una temática femenina. No. Yo creo que es humana. Es tan femenina como masculina, pero no particularmente, no sólo femenino.

¿Es temática mexicana de luchar con la culpa? Pues, a lo mejor es temática de donde ha habido catolicismo. No, pero creo que también los judíos tenían mucha culpa. [Se ríe] A lo mejor es una temática judeocristiana.

A lo mejor estás tocando lo universal, que no creía que existiera hasta leer tu obra. [Se ríe] Me parece que el personaje de El hués- ped piensa mucho más de lo que quiere admitir, aunque dice “no veo un carajo, mi visión disminuye cada día y en todos los sentidos. A veces actuó precipitadamente. Más que razonar, reacciono” (170). ¿Ana reacciona más de lo que razona? Yo creo que era una manera de explicarle a El Cacho que estaba La Cosa. De empezar a asumir –porque La Cosa era la que reaccionaba. Y Ana era la que reflexionaba. Entonces, era decir: “Bueno, yo no soy”. Al principio Ana dice: “Yo no soy. Es otra persona”, pero en ella, en este mismo momento, ya hay una transición. Estamos en un

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momento en el que Ana está bajando al subsuelo y está empezando a asumir su propio subsuelo como algo de ella. Y ya que hable en primera persona es para mí un signo de que está empezando a asumirse como La Cosa también.

Ésta es una pregunta vergonzosa. ¿Cuál es la palabra deletreada en braile que se encuentra en el brazo de Diego, el hermano de Ana? Es “Ana”, nada más que al revés. En Braile pones la mayúscula al principio. Entonces, es cómo mandarle su propio nombre. El pro- blema aquí es que “Ana” era un palíndromo. Quise un palíndromo porque se lee de igual manera y ella también se podía leer de aquí para acá que de acá para allá. Pero lo que estaba al revés era que la mayúscula estaba al final. Es decir, ése era el nombre de la cosa, como la firma de La Cosa. A lo mejor soy yo a la que le debería dar vergüenza porque no se entiende mucho.

¿Es cierto que hay un instituto para ciegos en la colonia Roma? Sí.

¿Fuiste ahí para hacer investigaciones? No. [Se ríe] Solamente lo vi. Sí leí bastante acerca de eso, de cómo son los institutos para ciegos. Pero no fui.

Tienes mucho cuidado para ubicar la novela en la Colonia Roma. ¿Por qué? No sé. Yo vivía ahí en ese momento y tal vez me daba la sensación de que era más asible. Pero al final, ya que ella se va con los que viven en el subterráneo, ya pasa a otros lugares, ya se abre la loca- lidad de la novela y va para Pantitlán, y otros metros muy lejanos. También era esta idea de que su vida era muy contenida al principio y, curiosamente, al contrario de lo que ella esperaba, el hecho de ir perdiendo la vista le estaba dando más libertad para moverse.

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¿Es cierto el dato de los manatíes que El Cacho reparte entre tacos a los mendigos? Es una historia real.

¿Cómo ves esa lucha entre los pobres por sobrevivir otro día y los intereses más globales de proteger el medio ambiente? [Se ríe] Creo que todos tienen razón. La verdad no creo que haya uno que tenga más razón que el otro. Pero sí es un poco chistoso cómo se da.

En la novela no hay gran reparo en distinguir las voces. Hay caló al final pero domina un estilo narrativo muy controlado. La “recuerdoteca” de Ana parece altamente visual (148). Por esos detalles, ¿te parece que en lugar de una novela sobre la ceguera, la ceguera sirve para resaltar el verdadero tema visual? Puede ser. Sí, es como… también esto explico en ese texto auto- biográfico de Letras Libres. Yo vivía en dos mundos cuando era chica. Cuando me ponían en parche en el ojo que ve bien, vivía en un mundo como de neblina, pero era también mío y también tiene mucho que ver con La Cosa que no ve y Ana que sí ve. Entonces, había una parte de mi vida, de mi día cotidiano, que yo pasaba en la niebla, que es la de la ceguera. Hay muy pocos, ciegos que ven realmente sólo oscuridad. La mayor parte del tiempo ven siluetas o color. Y la otra parte del día la vivía en lo visual. Entonces, cuando me quitaban el parche era como un deslumbramiento impresionante por todos los detalles. O sea, me acuerdo de las hojas y de todas las líneas que hay dentro de una hoja que yo podía ver en ese momento y me impresionaban muchísimo. Todas las huellas digitales, todas esas cosas que no veía cuando tenía el parche. Entonces, el hecho de no ver, o de sentir que estás perdiendo la vista, que puedes lle- gar a perderla, te hace apreciar muchísimo más lo que tienes. Pero también el hecho de no ver te abre puertas, te abre posibilidades hacia otro tipo de sentidos y otras formas de percibir.

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Dijiste “me quitaban” el parche. ¿No te lo quitabas? Es que eso fue lo extraño. Yo nunca me lo quitaba. Era como, no sé, una especie de prohibición ahí que pesaba. Hubiera sido facilísimo arrancarlo. Pero no. Creo que lo hice una o dos veces, pero no.

¿Te han comentado esta novela algunas personas invidentes? No, nunca. Me encantaría.

Ana piensa en los ciegos como posiblemente convertidos por su monstruo interior en “andrajo”. Ella dice que añora “comunicar- me con ellos desde mi andrajosidad” (167). ¿Qué tiene la ceguera con la “andrajosidad”? No sé. En este momento no le ubico el contexto. Tendría que leer un poquito más. Tal vez tiene que ver con los mendigos que andan un poco andrajosos, o sea andan en fachas y no muy limpios. Es esta parte de uno mismo que no es muy pulcra, de lo más sucio que tenemos.

¿A quién lees de la literatura mexicana? A varios pero no así… a poco es muy rigurosa mi lectura. ¿A Mario Bellatin lo consideramos mexicano?

Sí. [Se ríe] A Mario Bellatin, a Juan Villoro lo he leído mucho. He leído muchas cosas pero no significa que me gusten. Bernardo Esquinca, me parece muy interesante lo que él hace. También me gustó la novela de Daniela Tarazona. De Ana Clavel he leído algunos cuentos y también me han gustado. Ya más clásicos, más consagrados: a Juan José Arreola, a Juan Rulfo, Josefina Vicens –me encantó su novela. Elena Garro me gustó mucho. Los re- cuerdos del porvenir me encanta –el estilo, sobre todo. Me parece que está súper bien escrita. Era muy bien llevada la trama –y el suspenso. Y creo que se recrearon muy bien el universo femenino

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sus personajes. Me pareció una súper novela. Mucho mejor que Como agua para chocolate. También se me hace una novela que podría ser filmada perfectamente. Tiene su parte un poquito como del realismo mágico.

Todos ustedes mencionan a Rulfo. A mí lo que me encanta de Rulfo, sobre todo… por un lado, creo que para ser un buen escritor tienes que tener claro quién eres: cuál es tu propio universo y explotar ese universo. Entonces, él me parece único en eso. Siento que realmente tenía muy delimitado cuál era su universo interior. Y lo llevaba –lo describía perfectamente. Pero fuera de eso, es de una concisión que yo quisiera tener. No le sobra absolutamente nada. Los dos libros que publicó son joyas –y me parece, además, genial sólo haber publicado dos joyas. Es muy difícil hacer eso. Él decidió publicar nada más lo que le parecía muy bueno. El lenguaje es increíble. Es irrepetible, según yo. Y hay muchísima gente que lo ha querido repetir pero no, sin ningún éxito.

¿Asignan a Rulfo en los talleres? No, en la escuela sí te lo imponen. Pero te imponen muchísimas cosas que no forzosamente te deben de gustar. Lo que pasa es que Rulfo sí es muy impresionante. Y a mí sí, yo lo leí por primera vez en la escuela, y sí me impresionó. Además, no solamente recrea el asunto de los campesinos sino que es bastante violento lo que cuenta. No hay sangre, no hay balazos, pero sí las relaciones fa- miliares. El cuento de “Macario”, qué cosa más dura; o “Luvina” también. Hay una violencia ahí un poco soterrada que es muy fuerte, psicológica más que otra cosa.

¿Sientes que perteneces a una generación? No en el sentido de que estamos con una propuesta. Yo creo que sí existen similitudes entre las generaciones, pero que no se pueden ver inmediatamente. Tiene que pasar el tiempo para que se pue-

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dan ver con mayor perspectiva. Pero sí me siento muy identificada con varios de los escritores que nacieron en mi década, sobre todo en el continente. Somos gente que ha querido salir de su país, que ha viajado, que se ha interesado por casos sociales varias veces. Y, al mismo tiempo, está en contra de una literatura comprometida. Y, por otro lado, si tú le preguntas a cualquiera de estas personas si se sienten parte de un grupo, te van a decir que no. [Se ríe] Entonces, eso también me identifica con ellos. O sea, me da gusto que no se identifican, que no sienten parte de ningún grupo. Y yo siempre he dicho que no me siento parte de ningún grupo. Pero ahora ya lo empiezo a sentir justamente porque todos dicen que no se sienten identificados. [Se ríe.]

Te describiste como nacida en el continente. ¿Es una visión pa- namericana? Sí, bueno, sobre todo de países de habla hispana, la verdad.

Pues muchas gracias por la entrevista. Al contrario. 24 de junio, 2010

Obras publicadas

Ensayo

“El cuerpo en que nací”. En Trazos en el espejo: 15 autorretratos fugaces. México: Era/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011, pp. 155-161. “De ritos y cementerios”. En Revolución 10.10. Ed. Vivian Abens- hushan. México: Instituto Mexicano de Cinematografía, Ran- dom House Mondadori/Conaculta, 2010, pp. 47-52.

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Para entender: Julio Cortázar. México: Nostra Ediciones, 2008. Introducción. En Lo infraordinario de Georges Perec. Madrid: Impedimenta, 2008. “La baraja perdida”. Entrevista con Juan Villoro. En La alcoba dormida. Prólogo de Álvaro Enrigue. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, Coordinación de Difusión Cultural, 2000, pp. 233-257.

Cuento

“La vida en otro lugar”. En Nuevas rutas: Jóvenes escritores lati- noamericanos. Eds. Julio Serrano Echeverría et al. : Coedición Latinoamericana, 2010, pp. 124-138. “La vida en otro lugar”. En Yo es otra: Cuentos narrados desde otro sexo. Eds. Enrique Serna y Ana Clavel. México: Cal y Arena, 2010, pp. 123-140. “Pétalos”. 20 años de narrativa Jóvenes Creadores del fonca. Se- lección e introducción de Eduardo Antonio Parra. México: fon- ca, Programa Cultural Tierra Adentro, 2010, pp. 193-200. “La vida en otro lugar”. En De lengua me como un cuento: Anto- logía latinoamericana. Eds. Claudia Amengual y Javier García- Galiano. México: Axial, 2009. Pétalos y otras historias incómodas. Barcelona: Anagrama, 2008. Premio Gilberto Owen. “Reunión en la escalera”. En Grandes hits. Vol. 1, Nueva genera- ción de narradores mexicanos. Ed. Tryno Maldonado. Oaxaca: Almadía, 2008, pp. 207-212. “Bonsái”. En B39: Antología de cuento latinoamericano. Ed. Guido Tamayo. Bogotá: Ediciones B, 2007. 250-266. “Domingo”. En Día de muertos. Eds. Eduardo Antonio Parra, Jorge Volpi y Guillermo Sheridan. Barcelona: Plaza y Janés, 2010, pp. 139-143.

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“El rastro de la flor”. En Generación del 2000: Literatura mexi- cana hacia el tercer milenio. Eds. Agustín Cadena, Gustavo Jiménez Aguirre y Armando Alanís. México: Conaculta, 2000, pp. 206-215. “El rastro de la flor”. EnDispersión multitidinaria: Instantáneas de la nueva narrativa mexicana en el fin de milenio. Ed. Leonardo de Jandra y Roberto Max. México: Joaquín Mortiz, 1997, pp. 277-286. “Juegos de artificio”. Cuentario publicado con Palabras ofensivas de Luis Girarte. Toluca, Estado de México: Instituto Mexiquense de Cultura, 1993, pp. 79-122. Premio “Juegos Florales Joaquín Arcadio Pagaza 1992”.

Novela

El cuerpo en que nací. Barcelona: Anagrama, 2011. El huésped. Barcelona: Anagrama, 2006. Tercer lugar para el premio Herralde.

Traducción

De gast [El húesped]. Trad. de Arie van der Wal. Ámsterdam: Ailantus, 2010. Pétales: Et autres histoires embarrassantes. Trad. de Delphine Valentin. Arles: Actes Sud, 2009. L’hôte. Trad. de Marianne Millon. Arles, Francia: Actes Sud, 2006. Les jours fossiles. Trad. de Marianne Millon. Paris: L’Éclose, 2002.

Wikipedia

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Antonio Ortuño (Guadalajara, Jalisco, 1976)

¿Cómo te hiciste escritor? Probé con otros oficios antes: director de cine, periodista, músico. Pero todos involucraban actividades necesariamente colectivas y la escritura no, la escritura es sola. Y quiero hundirme solo o flotar solo. No quiero que un imbécil diga: “De tu película me gustó la fotografía y el vestuario”. Nunca he recibido apoyo estatal. Con- cursé dos veces para las becas de Conaculta con mis dos primeras novelas y en ambas perdí. Mi única satisfacción es que fui juzgado por incapaces y ha quedado claro.

¿Cómo te ganas la vida? He trabajado en el periodismo y la comunicación desde hace catorce años. También colaboro en diferentes publicaciones.

¿Cómo afecta tu carrera literaria la residencia en Guadalajara? ¿No te es seductora la idea de vivir en el DF?

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Creo que irme al DF sería sacrificar mi calidad de vida y la de mi familia. Muchos de mis mejores amigos viven en la capital, en condiciones que harían sonreír a las garrapatas. La vida cotidiana en el DF es desagradable, aunque me parece una ciudad ideal para vacacionar. En Guadalajara tengo dos de las que Joyce consideraba mejores armas de un escritor: exilio y rencor.

Los cuentos como “Si huele a carne es Babel”, “Amor y ensalada fresca” y “Los más bellos poemas del abogado Seltz” de El jardín japonés se ríen de los artistas como seres pomposos. ¿Cuál es el verdadero arte para ti? Temo que me ha tocado ver demasiados asnos que ambicionan el “estilo de vida” que les presuponen a los artistas sin preocuparse por el arte. El arte no se entiende mediante la sociología: no lo invocas dejándote dreadloks ni escuchando a Björk mejor que si vendes verdura. Un gran libro lo escribe lo mismo un zapatero que un almirante. Me interesa el arte, no quienes lo producen, que suelen ser personajes lamentables.

¿Cuál es proyecto literario de los cuentos de El jardín japonés? Era, en la época en que escribí esos relatos, un autor en formación. El Jardín es, pues, una colección de bocetos, tanteos, escarceos con el cuento. Son textos, sí, muy diversos, puesto que cada uno responde a momentos e intereses diferentes. Sólo una cosa los une: el placer malsano con que fueron escritos. Fueron cuentos escritos para molestar. Ésa es su misión.

¿Cuándo escribiste El buscador de cabezas? Comencé el Buscador en 1995. Lo reescribí una y otra vez, pues- to que no sabía cómo escribir una novela y aprendí con ella. El manuscrito quedó más o menos listo en 2004. Fue un tormento buscar editorial, claro. Una editora cretina me recomendó buscar

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un terapeuta para curarme de mi maldad. Finalmente, tuve un golpe de suerte: Álvaro Enrigue leyó el manuscrito de manera más o menos casual, le gustó y lo mandó a Andrés Ramírez, editor, entonces, de Joaquín Mortiz. El libro apareció meses después. Cuando Andrés se fue de la editorial y me quedé sin editor, envié mi segunda novela al premio Herralde. Quedó finalista y apareció en Anagrama. Cronológicamente, el Buscador es muy anterior a Recursos, aunque comencé Recursos cuando aún no concluía su antecesor. Pero estuvo estacionada hasta que pude darle el tiempo que requería.

¿Sientes que El buscador de cabezas sea narrativa mexicana o apuntas hacia una temática y un contexto más “universales”? No me preocupa la mexicanidad de mis textos: soy mexicano y mi visión, fatalmente, estará relacionada con mi país. Pienso que la mexicanidad exacerbada en el lenguaje es un asunto más bien sociológico: en la frontera, la identidad nacional resulta un tema candente. Yo vivo a mil kilómetros de la frontera. Por otro lado, mi familia es española. Las historias de mi abuela no eran rulfiadas, sino bombardeos de la Guerra Civil, ejecuciones y cartillas de racionamiento. Y varios de mis amigos son de origen sudameri- cano y sus familias también huyeron de dictaduras. El buscador, en cierta medida, pretende responder la pregunta de qué pasaría si en un país como México sucediera lo que sucedió en España, Argentina o Uruguay.

El narrador de esta novela es tan verosímil que has convencido a algunos escritores de que eras facha. ¿Cierto? Hay dos respuestas para esta pregunta. La primera es que soy un genio de la impostura. La segunda, que los escritores mexicanos son cándidos y literales y la ironía no se les da. Sobra decir que si fuera facha no habría escrito el Buscador.

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¿Por qué citas la Biblia (Génesis) en el epígrafe de Recursos humanos? Porque la Biblia ha cimentado el discurso con que se ha oprimido, liberado, aconsejado o justificado a todo mundo en Occidente. Porque Gabriel Lynch es un arribista que pretende justificar sus crímenes y recurre a un discurso exaltado y hermoso, como el de la Biblia, para hacerlo.

¿Parece una contradicción detestar la mediocridad de la vida de uno y a la vez compararla con literatura épica? No hay tal, puesto que la épica de Lynch, como la de los demonios de Milton en Paradise Lost, es la derrota.

¿Es tal vez extraño que un narrador con tanta familiaridad con la Biblia diría en el momento de abrazar el cadáver de su amigo recién muerto?: “Cómo no llorar a los muertos. O para qué ha- cerlo” (146)? Gabriel utiliza la Biblia como fuente de retórica, pero queda claro que no es un cristiano. Más que por esa cita, por su comportamiento: le vuela el auto a su jefe, etcétera.

¿Los cambios que realiza Gabriel al elegir el segundo nombre de sus compañeros para llamar a Lizbeth “Fernanda” y a Mario “Constantino” se suponen un elenco más propicio a la historia épica? Gabriel entiende que su retórica grandilocuente requiere enemi- gos con motes dignos. Por eso los exalta con nombres que, en su concepto, son mejores que los usuales.

Nunca se entiende del todo el propósito del trabajo de la gente de la sección de Recursos Humanos ni de la institución en ge- neral. Al principio de la novela Gabriel explica: “Superviso las impresiones” (35). Otro personaje habla de “el conglomerado de

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mierda que nos da empleo” (117). ¿Cómo ves ese conglomerado y su razón de ser? Justo uno de los propósitos del libro es mostrar lo caótico y deli- rante de muchas empresas, en donde ni los obreros ni los directivos encuentran clara cuál es su función y se dedican a todo tipo de actividades aviesas en lugar de trabajar.

¿Por qué te interesan los temas de brutalidad, como el fascismo de El buscador de cabezas y el terrorismo entre oficinistas en Recursos humanos? Porque creo que la violencia extrema es uno de los rasgos más característicos de la vida contemporánea. Porque la literatura mexicana a partir de los setenta se convirtió en un juego de salón en donde se producen textos relajados y edulcorados y me com- place arrojar a la mesa una estética un tanto más virulenta, para que se discuta.

¿Cuál es la atracción de una voz narrativa con un vocabulario refinado y un obvio aprecio por las letras que igual desprecia las leyes? Es una apuesta estética. La literatura, y en especial la narrativa, siempre ha sido una compañera, si bien díscola, de la realidad. Y muchos matices, voces, personajes, sentimientos, sensaciones que percibo en la realidad no han sido reflejados por la narrativa de quienes me antecedieron y de mis contemporáneos. Intento hacer lo que no hacen otros.

¿Tienes cierta consciencia de querer escribir un libro sobre esos temas de violencia y terrorismo sin propagarlos? ¿O cuál es la meta? Es una idea que me resulta tentadora: la inteligencia es subversiva, pero la vileza puede adoptar ropajes de inteligencia para imponerse. No olvidemos que en México, el arte “importante” ha sido, por lo

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general, bendecido por gurúes, padrinos, señores y papas del poder terreno y cultural y se ha afanado por demoler, falsear, y ocultar lo que han hecho los otros, los no-benditos. Mucha gente afuera no concibe que personajes respetables como Rivera, Paz, Frida, Fuentes, hayan sido, a su modo, caudillos. El arte acá es un asunto, también, de poder.

En ambas novelas se duda de encontrar el público adecuado o se burla de ese público que somos nosotros. Mucha narrativa juega con el hecho de que ser una impostura creada para solaz de quien la lee.

¿Es despreciable el público de estas novelas o qué? No, no es despreciable. Pero creo que no se escribe para compla- cer, sino para alterar. Y espero que, si los lectores de mis novelas terminan complacidos, lo hayan sido de un modo que no sabían que podían serlo.

Los personajes como Álex Faber y Gabriel Lynch tienen mucha consciencia de los orígenes de sus apellidos. ¿Tales meditaciones ayudan a crear verosimilitud? En ambos es un detalle de esnobismo, muy bien notado por tu parte. Aunque por diferentes razones: Álex vindica su origen ex- tranjero y, por tanto, superior, mientras que Gabriel cimienta su odio diciéndose descendiente del hombre por el que fue bautizado un método de homicidio.

Ambos protagonistas tienen un intenso interés sexual por las muje- res y sin embargo tienden a juzgarlas sin piedad. ¿Comentario? Ambos, es verdad, son misóginos, pero, quiero creer, en la misma medida que misántropos. Álex, me parece, es más un inmaduro despectivo por miedo. Gabriel es un miserable. Me parece que, más allá del discurso de los narradores, las mujeres en ambos libros son

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personajes fuertes y dignos. Sony es mi personaje favorito de El Buscador: una chica muy joven que ama a sus hijos. Verónica, en Recursos, me parece la horma del zapato de Lynch: lo usa como él trata de usar a las chicas y lo deja cuando deja de convenirle.

¿La creación de la masculinidad en estas novelas refleja la situa- ción contemporánea de los hombres? ¿Son personajes que lidian con la economía y el estatus social en una clase media en la que la hombría es cada vez más difícil de mantener? Creo que mis novelas tienen dos temas principales, que son la relación entre el individuo y el poder, y la identidad individual en pugna contra las presiones culturales, laborales, sexuales y econó- micas externas. En ese sentido, supongo que hay elementos de mi propia visión de la masculinidad contemporánea en mis personajes. Si alguien entrevista a un hombre en México –hablo de un tipo promedio–, se expresará sobre cualquier tema de controversia con mesura y corrección. Pero si lo escuchas hablar en confianza con sus pares, oirás al mismo clasista, racista y despectivo de siempre. Mis personajes hablan justo así.

Ambas novelas enfatizan la traición entre amigos. En tu manejo del tema, ¿esa traición comenta sobre cierta soledad o inestabili- dad social del siglo xxi o lo quieres utilizar como tema más bien constante a través de los siglos? Me parece algo natural entre humanos. Tendemos a la vileza.

Gabriel en Recursos humanos se describe a sí mismo: “Yo soy una puta excelente” (151). En la otra novela, Álex como periodista es “sólo un buscador de cabezas. […] El periodista es el vengador de los vulgares […]. La ignorancia es su escudo, la malicia es su espada. Bendito, bendito sea” (83). ¿Qué te da este tipo de prota- gonista hombre “puta”?

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Son los pragmáticos por desesperación, son lo contrario de los idealistas. Mis personajes están en las antípodas morales de los de Cortázar, pero también de esa suerte de idealistas del hastío que son los gringos desesperanzados, cínicos y soporíferos de Safran o Palaniuk.

Las dos novelas mantienen una consistencia impresionante en el tono de la voz narrativa. ¿Cómo construyes conscientemente las estructuras y el vocabulario? ¿Tienes reglas para escribir la novela? El lenguaje es una dama elegante a la que, en ocasiones, le viene bien decir suciedades.

¿A quiénes lees entre los mexicanos? Muertos: Ibargüengoitia, Reyes, Tablada, Elizondo, Salazar Mallén, Revueltas, Martín Luis Guzmán. Vivos: Francisco Hernández, Be- llatin, Álvaro Enrigue, Villoro, David Miklos, Guadalupe Nettel, Yuri Herrera, Emiliano Monge, Jaime Mesa, Mariño González, Brenda Lozano, un largo etcétera.

¿Sientes que perteneces a una generación? Si se entiende generación como una agrupación estética, no. Cro- nológicamente es inevitable.

1º de julio, 2010

Obras publicadas

Ensayo

Contra las buenas intenciones con Hans Ulrich Gumbrecht. Méxi- co: Tumbona, 2008.

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Cuento

“Masculinidad”. [Incluye introducción biográfica] En Hecho en México. Ed. Lolita Bosch. Barcelona: Mondadori, 2007, pp. 217-224. La Señora Rojo. Madrid: Páginas de Espuma, 2010. “Small Mouth, Thin Lips”. Granta 113 (2010): 217-232. “Pavura”. En La banda de los corazones sucios: Antología del cuento villano. Ed. Salvador Luis. Madrid: Baladí Ediciones, 2010, pp. 31-40. “Pseudoefedrina”. En El futuro no es nuestro: Nueva narrativa latinoamericana. Ed. Diego Trelles Paz. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2009, pp. 151-164. “Carne”. En Grandes Hits. Vol. 1, Nueva generación de narradores mexicanos. Ed. Tryno Maldonado. Oaxaca: Almadía, 2008, pp. 213-232. El jardín japonés. Madrid: Páginas de espuma, 2007.

Novela

El buscador de cabezas. México: Joaquín Mortiz, 2006. Recursos humanos. Barcelona: Anagrama, 2007. Finalista Premio Herralde de Novela. Ánima. México: Mondadori, 2011.

Traducción

“Marcos, Quién and Me”. Trad. de Lorna Scott Fox. En Literature and Arts of the Americas 43.1 (2010): 64-67. Le chasseur de têtes. Monaco: Éditions du Rocher, 2008.

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Wikipedia

http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Ortuño

Blog

http://elartedelaguerra.blogspot.com/ http://composta.net/ellibronegro/

Twitter

@AntonioOrtugno

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Cristina Rascón Castro (Ciudad Obregón, Sonora, 1976)

¿Cómo te hiciste escritora? Cuando era niña quería ser pianista. Mi padre tocaba todo tipo de instrumentos musicales. A los 6 años comencé mis estudios de piano. Como a los 8 años supe que no sería pianista. Recuerdo cómo pensaba: no, no seré pianista, seré escritora. Y es una lástima, porque la música la entienden todos, sin importar el idioma. Pero yo necesito escribir. A los 10 años escribí en mi diario que sería escritora, que publicaría cuentos y novelas, que viajaría por todo el mundo y que estudiaría varios idiomas. Seguí estudiando piano, me gustaba muchísimo. Pero cuando leía, sentía que el mundo, el universo, llegaba hasta mi cuarto. Y yo sabía que si un día escribía y publicaba un libro también visitaría personas un tanto solitarias, en sus habitaciones, y que nos conectaríamos, corazón a corazón. Sé que se escucha un poco cursi, pero yo era hija única. Cuando terminaba de leer una novela me sentía desesperada por continuar leyendo. Escribía para leer, para seguir leyendo. Para estar en algún

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lugar (en mi cuarto, sentía que no estaba en ningún lugar). Tenía mis propios personajes con los que hablaba e imaginaba todo tipo de situaciones. Nunca he dejado de escribir. No recuerdo mi vida sin imaginar historias. Incluso a esa edad, seis, ocho o nueve años, recuerdo mis historias y personajes. Y cómo a veces de verdad creía que mis personajes existían. Los buscaba por la ventana del coche de mis padres, mientras íbamos de un lugar a otro en la ciudad o cuando viajábamos entre Sonora, Sinaloa y Arizona, que era muy seguido. Tenía un mundo secreto, de escritora, incluso antes de escribir formalmente una historia, ya que sentía que yo era otra persona, que podría ser otra persona, que mi realidad podría ser otra, que mis personajes estaban vivos y que por eso los veía e imaginaba tan claramente... Mi imaginación era mi biblioteca personal, mi cineteca voluntaria. Sentía que veía películas en mi cabeza. Supongo que es lo que en inglés se llama daydreaming. Sigue siendo parte de mi proceso creativo.

¿Cómo te ganas la vida? Soy consultora. Como estudié economía y política pública rea- lizo proyectos de consultoría en estadística, economía y política pública. Los temas han sido energía nuclear, Latinoamérica, salud, arte y cultura, microcréditos, etcétera. Con la iaea, con Grameen, con Universidades y ongs, etc. También doy cursos y talleres de escritura creativa, literatura japonesa, haikai, de cuento, etcétera. Traducir también me ha generado ingresos, proyectos de traducción de libros con editoriales. He sido profesora uni- versitaria también.

¿Recibes apoyo del Estado para escribir o publicar? He recibido varias becas, a nivel estatal y nacional. También he recibido apoyo de Canadá y China para mis proyectos de escritura. El pasado 30 de septiembre me nombraron miembro del Sistema Nacional de Creadores en México, por lo que los siguientes tres

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años contaré con apoyo económico del gobierno mexicano para mi siguiente proyecto creativo.

¿Proyectos futuros? Estoy terminando un libro de cuentos sobre economistas… sí, los economistas y su forma de ver el mundo, sus conflictos internos, sus pasiones personales… Además, tengo dos novelas por concluir, una en relación con la percepción del tiempo: presente, pasado y su confluencia con quien se aleja de su origen y quien lo busca, esta novela sucede en Japón pero podría suceder en cualquier parte. Otra novela es sobre la percepción del espacio y su convergencia con los juegos mentales de una mujer borderline, a punto de perder lo que otros llaman la realidad. Mi siguiente proyecto es trabajar la técnica narrativa de la novela del yo, técnica japonesa, pero adaptándola en tema y forma a mi búsqueda personal del no-yo. Es un viaje budista, social, marginal y muy oscuro…

¿Qué te da la estructura del cuento? ¿Escribes cuento y relato? ¿Te importa esa terminología? Por muchos años preferí escribir cuento que relato, me dejé llevar por el estigma en Latinoamérica hacia el relato, pues se le considera un cuento “incompleto”. El relato es más relajado, más abierto, la anécdota es más importante, y el personaje es más suelto, más hu- mano incluso. En el cuento el reto es vertiginoso, queremos tensión, queremos arquitectura, un viaje hacia un precipicio ineludible y, en mi caso, la búsqueda de la poesía. Mi estructura nace de ahí, de esa búsqueda de completud en el cuento. Una búsqueda de plenitud, de no-necesitar-nada-más… Varios años busqué estructuras visuales. Las dibujaba, incluso, para saber hacia dónde iba mi escritura. En el relato siento que dejo abierta la posibilidad de algo posterior… y ahora no evado el relato, al contrario, lo busco, lo saboreo. Creo que en mi forma de escribir está evolucionando, se deja influir por varias formas y estructuras. Creo que el cuento es donde mejor me

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hallo, donde más cómoda me siento, pero estoy abriendo mis cuentos a posibilidades nuevas, la novelle, el relato, el cuento largo, donde mis personajes sean más libres y yo los siga más que ellos a mí.

Estuviste entre la primera generación del Laboratorio Fronterizo de Escritores/Writers’ Lab on the Border (Tijuana/San Diego) en el Centro Cultural Tijuana/Fondo de Cultura Económica, Estados Unidos, que ha incluido a Cristina Rivera Garza como maestra. ¿Cómo llegaste allí? ¿Te sirvió? Supe del Laboratorio y envié mis documentos y mis textos para participar. Me dio mucho gusto ser seleccionada, pues a pesar de ser de Sonora y crecer en la frontera, no había tenido oportunidad de vivir la escritura creativa en Estados Unidos. Así que tener la guía e introspección de escritores como Cristina Rivera, Reynaldo Jiménez, Ruth Behar y Jen Hofer, de México, Argentina, Cuba y Estados Unidos, me dio nuevas ideas sobre cómo dar talleres yo misma, y también sobre cómo visualizar mi propio proceso creativo. Un amigo editor leyó mis textos creados en ese laboratorio y me dijo que no haría ningún cambio, que notaba un ritmo diferente, muy claro y seguro. Sin embargo, en mis textos anteriores siempre había que trabajar la limpieza de las oraciones, para hacerlas más claras. Ése sería un cambio interesante e inconsciente de mi parte. Yo no lo noté en su momento, pero sí un amigo lector. Tal vez el leer los trabajos de los demás participantes y convivir en inglés y español con la escritura creativa me obligó a ser más clara y directa en mi forma de expresarme. No lo sé. Los escritores somos los últimos en enterarnos de cómo suceden esas cosas.

Escribes de mexicanos o extranjeros en Japón en dos colecciones de cuentos, El agua está helada y Hanami. Ahora dices que estás en China. ¿De dónde surge tu interés en Asia? Desde niña me interesaba mucho Asia. Mientras que mis amigas en la escuela soñaban con ir a Europa, Inglaterra o París, yo soñaba

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con ir a Corea, China o Japón. Cuando era niña mi padre recibía aerogramas desde Japón, de un amigo suyo con quien estudió in- glés en San Francisco. Me quedaba muy claro que Japón existía, que estaba vivo. Que una mano escribía esos caracteres y llegaban a mis manos. Y sentía que quería responder a ese llamado. Tam- bién recuerdo caminar por los barrios chinos de varias ciudades en Estados Unidos, San Francisco, por ejemplo, y escuchar otros idiomas, ver periódicos en caracteres. Y sentía que me urgía saber qué decían. Supongo que ahí comenzó todo. Después leí mucho sobre el oriente, budismo, su historia y cuando se presentó la opor- tunidad de viajar como estudiante en un intercambio académico en universidad, a los 20 años, escogí Japón. No hablaba japonés, sólo inglés. Me hicieron varios exámenes y escribí un ensayo. Al final me seleccionaron y me comprometí a aprender japonés en un año, con una beca, pues me dijeron que era la primera vez que mi universidad enviaba estudiantes a ese programa en Japón y sólo si demostraba que podíamos aprender japonés una vez estando allá, era posible iniciar el programa, ya que mi universidad en esa época, 1996, no contaba con instrucción del idioma japonés. Por supuesto, ese año en Osaka, aprendí japonés pero también el vivir ahí, el trabajar medio tiempo en varias áreas, el hacer amigos, tener novio japonés, todo ello me hizo vivir dentro de un libro inacabable. Como estar leyendo y, a la vez, de verdad viviendo lo que lees. Fue un año mágico y desde entonces supe que trabaja- ría con Japón toda mi vida, de una forma u otra. Pero tenía claro que me interesaba más trabajar con el idioma y con la literatura que con economía, que era mi licenciatura.

¿Cómo te construyes un puente entre esa experiencia en Japón y lo mexicano? Entre Japón, o Asia en general, y México, yo veo un primer puente muy claro. La similitud entre las culturas prehispánicas y las orientales. Su relación con la naturaleza, con la comunidad, con el

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lenguaje. Son muy similares y siento una profunda conexión entre ambas. Lo digo de forma empírica, por mis lecturas y vivencias. No soy historiadora, pero tanto las manifestaciones artísticas (el rostro el dragón chino, rostro que también vi en Okinawa, por ejemplo, tan parecido a la imagen de Quetzalcóatl) como el lenguaje visual, lingüístico y corporal me parecen muy similares. Y creo que para entender nuestro sincretismo mexicano deberíamos ver de cerca la cultura asiática. Me parece que México es una mezcla entre Asia y Europa. Conocer y validar ambas culturas al mismo nivel es lo que puede hacernos comprender quiénes somos, sanar nuestras heridas históricas y sociales. En México veo fragmentación y negación profunda de quiénes somos. Larga historia, pues el colonialismo nos ha inducido a valorar lo blanco sobre lo moreno, la cultura europea sobre la indígena. O voltear la balanza en un grito extremo de valorar más lo moreno que lo blanco, lo indígena que lo euro- peo. Creo que si conociéramos más el devenir asiático, podríamos comprender lo que México podría ser, lo que los mexicanos podrían ser. La mezcla en nuestro país no debería ser una lucha de poder, sino un afán de equivalencia, validación y cooperación. Pero es difícil mostrar a los mexicanos su propia fragmentación. Mi libro Puede que un sahuaro seas tú trata sobre este tema.

Esta temática internacional y de alienación me lleva a la pregunta, ¿qué escritura no es de la frontera? Vivo en fronteras desde niña, sociales, económicas, geográficas, políticas. Y no dudo que mi escritura sea fronteriza, como dicen, entre géneros. Mis cuentos, en cuanto a forma, buscan poesía, arquitectura, juegos visuales, otros idiomas. En cuanto a tema, también, migración, no-pertenencia, marginalidad. Pero, más que nada, para mí la escritura es atravesar la frontera de la comodidad. Busco retos en mi propia forma de ver el mundo, busco retos en mi forma de ser empática, busco retos en reproducir el libro de la vida en el papel. Cada vez que escribo busco nuevas formas de expre-

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sión, cruzar mi propia frontera, ser mi propia inmigrante y evocar una nueva perspectiva, que nace no sé bien de dónde, pero el reto es simplemente dejar fluir eso que brota desde muy dentro, desde regiones cada vez más alejadas –y por tanto más honestas– dentro de mí misma.

Respecto a El agua está helada, el título aparece en un cuento “La otra historia”, en donde Eiko se sumerge en agua helada para poder escribir (29). La frase reaparece en “Shirahama” con la voz narrativa que visita la playa en Japón y piensa en Los Cabos, donde está su “otra”, una mujer que no habla (69). ¿Qué significa este título, El agua está helada? Buena pregunta. No lo pensé antes de escribir los cuentos ni el libro. Lo pienso ahora, mientras te respondo. Creo que la frase “ el agua está helada” para mí significa “no me gusta el mundo que me rodea”. Por tanto, hay tres retos: sucumbir, evadirlo, o cambiarlo. Mis personajes han elegido, en ese y otros libros, los tres caminos, dependiendo del personaje y su circunstancia. Por supuesto, en mi propia vida, me he visto siguiendo algunos de esos tres caminos. Pero, de corazón, el camino que más me interesa seguir es el tercero, como escritora, como economista y como persona.

¿Qué significa la nota al final del cuento?: “En su única obra y diario personal, “Makura no sōshi”, Sei Shonagon menciona breve y esporádicamente a su sirvienta personal, de quien jamás menciona el nombre” (36). ¿Es un texto verdadero? El libro Makura no sōshi es el Libro de la Almohada, de Sei Sho- nagon. Hay varias traducciones al inglés y al español. El cuento nace mientras tomaba clases de teatro noh, poesía japonesa, y narrativa japonesa. Leí muchísimo sobre los escritores medievales japoneses y me obsesioné con la reconstrucción de la vida en esa época. Leí sobre su vestuario, sus relaciones sociales, la vida coti- diana en la corte. Durante semanas no dejé mi cuarto. Me reporté

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enferma en mi escuela y mis trabajos (daba clases de inglés, era mesera). Estaba muy resfriada, recuerdo, en el fondo no mentía. Pero estaba obsesionada con esta historia. Me sentí como cuando era niña, todo sucedía en mi mente, o dentro de mí, estaba y no estaba en mi habitación. Y lo trabajé muchos meses para lograr la poesía que buscaba. En el cuento hay muchos guiños a la literatura japonesa medieval. Incluso, reconstruyo varios vacíos del diario original de Sei, propongo historias paralelas a lo ya conocido en su diario. Un amigo historiador me dijo que casi nadie entendería esos guiños, que sólo personas que conocen bien la literatura japonesa medieval los entenderían. Ah, muy bien, le dije, cuando ese lector se tope con mi libro, ambos disfrutaremos ese viaje paralelo, un viaje hacia otra historia, la no contada. Es un experimento con la novela histórica, si gustas, ficción pero bajo una ambientación de otra época. De todas formas, mi idea era que los lectores hispanos disfrutaran de una historia completa, pero si se interesan y buscan la fuente, al leer el diario de Shonagon, disfrutarían todavía más dicho diario y mi cuento, pues verían muchos puentes, guiños y coincidencias entre ambas historias. También le respondí a mi amigo que tengo fe en que en los años futuros más y más hispanos estudien profesionalmente la literatura japonesa. Será cada vez menos desconocida, y habrá más lectores que reconozcan mis alusiones a dicha literatura clásica.

En el cuento “Isoledad”, Guil tiene el mismo nombre que un personaje de “Hanami” de la colección epónima. ¿Son el mismo personaje o es coincidencia entre los nombres? Sí, es el mismo personaje. Tengo todavía otro par de cuentos con ese personaje, inéditos.

El cuento “Isoledad” termina con una cita de la poesía de Mario Benedetti, y el cuento “Conversaciones” emplea al mismo poeta para el epígrafe. ¿Por qué te gusta la obra de Benedetti? ¿Cómo llegaste a leerlo o admirarlo?

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Me gusta su lenguaje, sencillo y directo. Me gustan mucho sus cuentos. Por azares de la vida, en Osaka tenía toda su obra en mi habitación, no recuerdo si la compré o me la regalaron o estaba en la biblioteca de mi escuela, pero me propuse leer a Benedetti en esos días y lo disfruté muchísimo.

Las pláticas entre el “yo” y los demás en “Conversaciones” me parecían a la vez interesantes y verosímiles. ¿Son reales? ¿Cómo se logra respetar la raya entre lo interesante y lo imposible de creer? Todo es ficción. Me han dicho varias veces lo mismo. Los lectores piensan que es cien por ciento real, autobiográfico. Pero no. Por supuesto, se basan en experiencias reales, mías o de otras personas. Sí, conocí alguna vez gente con esas ideas. Pero el cuento está en las imágenes poéticas que arrastro de una conversación a otra, en esas “coincidencias” que jamás existieron y que yo creo para poder hilar las conversaciones.

¿Se respetan los estereotipos a la hora de presentar una cultura ajena desde una perspectiva de extranjera? No me gustan los estereotipos. No, no creo en ellos. Por tanto, no, no los respeto.

Tarántula aparece en el cuento “Metrópolis” de Hanami, y en el cuento “Tarántula y mis ideas abandonadas” en El agua está helada. ¿Qué te brinda la tarántula como interlocutor? ¿Qué tiene que ver con Japón? Tarántula es una mascota imaginaria; no es una araña, es una bu- fanda. Su relación con Japón es la de mi soledad con ese país.

¿Cómo elegiste el título Cuentráficos? Me vino a la mente, de repente. Me encapriché con la idea. No elegí publicar el libro. Me sucedió. Son cuentos que escribí en el DF, en Monterrey, en Sonora y en Osaka entre 1998 y 2005. Me parecía

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que todos tenían una misma pulsión, un mismo cuestionamiento: la escritura misma. Publiqué mis primeros tres libros en el mismo año, 2006. Pero Cuentráficos lo escribí entre 1998 y 2005; Hanami entre 1996 y 2003, y El agua está helada entre 2000 y 2003. Mis cuentos todavía más tempranos los conservo inéditos. En los cuen- tos previos a estas publicaciones, mis propuestas con estructuras y personajes se veían más obvias, y por tanto las siento forzadas. He publicado los cuentos que me parecen listos, en cuanto a suavidad en sus formas, aunque mis procesos y juegos son parecidos, el manejo de los mismos ha evolucionado.

¿Cómo ha ido evolucionando tu escritura? Me gustaría pensar que el diseño detrás de mis estructuras, detrás de la construcción de los personajes y detrás de la conexión entre tema y forma, tienen andamiajes cada vez menos perceptibles.

Los temas metaficticios en tus cuentos, sobre todo deCuentráficos , me recuerdan bastante de la obra de Cristina Rivera Garza. ¿Es influencia verdadera o tengo paranoia? Uy, pues yo no leí a Cristina Rivera Garza sino hasta poco antes de ir al Laboratorio Fronterizo. Leí su obra en 2006 por primera vez. Para entonces ya estaban mis tres libros en proceso de edición. Mi libro del Sahuaro se publicó en 2010, pero no veo ninguna influencia, la verdad.

Tu interés en la metaliteratura demuestra una raya indecisa entre el arte/el sueño/la ficción y la realidad/el autor/el lenguaje. ¿Ob- sesión personal? Sí, totalmente. Fue una obsesión en esos años y no lo dudo que regrese, como una ola.

El cuento “Inoculado” reinventa el tema del narco al usar la con- fusión de la metaliteratura. El protagonista Evaristo hijo no sabe

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si está capturado con los narcos, quienes le están torturando o si está ya de vuelta con su esposa e hijas. La literatura protege de la tortura o devuelve a ella, no se sabe. ¿Qué te dice esa posibilidad de inoculación contra la realidad de la literatura? Interesante. Mi propuesta en inoculado es que para sobrevivir, el personaje se plantea “no sentir”. Pero, si entiendo bien, me estás proponiendo que la literatura nos inocularía contra la realidad, es decir ¿tu idea es que la literatura nos hace “no sentir” la realidad? Si es así, estoy en desacuerdo. La literatura, la buena literatura, me hace sentir la realidad todavía más fuerte. Cuando escribimos, y cuando leemos, la realidad se vuelve más intensa.

¿Qué opinas de la situación relacionada con el narcotráfico en el norte de México? No más violencia. No crueldad. No trastornar a niños y jóvenes. No asesinar. Es una situación mucho más compleja de lo que se ve. Su origen es una amalgama. La solución no puede ser una sola, ni bajo un solo esquema.

¿Esa narcocultura ha modificado el México que conocías de niña? Más bien México ha modificado la narcocultura que conocí de niña.

Fuera de la discrepancia económica, ¿cuáles otros factores dife- rencian la droga que venden los narcos y la droga que venden las escritoras que retan la realidad cruda a través de la metaliteratura y temas de desubicación en Japón? No veo la literatura como una droga. Como decía más arriba, la literatura no es evasión. La literatura es siempre un grito a ver la realidad de una forma más intensa.

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Otra aplicación de la técnica de la metaliteratura surge en “Dia- triba a mi rostro fragmentado en una bola de vidrios que estoy a punto de ahogar en la palma de mi mano”. El cuento es sobre una mujer que crece con la figura de un padre violento y al final ella misma se convierte en una esposa violenta, ya que agrede a su marido. Me gusta cómo se oye metaliteratura, pero cuando escribí y publiqué este libro esa palabra ni me pasaba por la cabeza. Así que no diría que ayuda o desayuda a los personajes y sus devenires. El género o estilo es una cosa, el personaje otra.

“La visita” incluye una defensa de la mezcla de idiomas, tal como el uso del inglés con otras lenguas (91). Es algo sorprendente el uso de inglés en tu obra, sobre todo cuando el personaje es mexicano en Japón. ¿Para quién escribes? Para mí, y para cualquier lector dispuesto a seguir leyendo mi texto. Cuando mezclo idiomas tan sólo represento la realidad que me rodea, sea porque me muevo en mundos donde la gente mezcla idiomas al comunicarse, de forma natural, o sea porque yo misma, cuando pienso, cuando siento, cuando escribo, me dejo llevar por un vaivén de idiomas (dependiendo de dónde viva y con quien conviva es el peso de la balanza en los idiomas), así que represento de forma natural mi mundo exterior y mi mundo interior. Ahora, si el personaje es alguien que habla en varios idiomas lo respeto y lo sigo porque nace de esa conjunción. Cuando se trata de un personaje, tengo que pensar muy bien si ese personaje mezclaría idiomas o no, según su pasado y su formación.

¿Qué es la literatura comercial o el mercado literario para ti? Literatura comercial, para mí, es una historia con muy buena trama, muy buena ambientación pero que no lleva al personaje a profundidades muy oscuras, no pretende hacer pensar al lector, sino entretenerlo y, por tanto, es cómoda, y es vendible. El mer- cado literario, para mí (y, debo decir, para mí, la economista, el

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término “mercado” me lleva al concepto de “oferta y demanda”), es la toma de decisiones de editores, escritores y lectores. Es un universo de apuesta y negociación. Hay dinero de por medio, sí, pero también hay estatus, hay expectativas, hay complacencias. El mercado literario puede manejar literatura comercial, autoayuda, cocina, pero también puede manejar literatura más artística, poesía, narrativa experimental. Cualquier cosa que se publique y venda, para mí, entra en el mercado literario. Incluso literatura publicada y distribuida sin costo puede entrar en el mercado literario.

¿Qué quiere decir el título Hanami y cómo se relaciona a los otros cuentos? Hanami (花見、花み) significa “ver las flores”. Se refiere a la festividad japonesa de ver deshojarse las flores de cerezo en primavera. Es un paisaje bellísimo, pétalos rosas cayendo por toda la ciudad como si fueran copos de nieve. La gente se reúne y tiene picnics en los parques, con sus amigos o familiares. El último cuento del libro se titula “Hanami”, ya que comparo dichas flores con personajes extranjeros en Japón, quienes están tomando la decisión de no volver a sus países y quedarse en un nuevo lugar, sobre todo porque vienen del Tercer Mundo y temen no tener empleo ni oportunidades al graduarse y regresar a sus hogares.

Se ve cierto didacticismo en los cuentos. Por ejemplo, en el primer cuento, “Senil casualidad”, leemos una definición de un término japonés en la primera página: “obāchan, lady en sus cincuenta” (9). ¿Escribes para instruir? No pienso en instruir cuando escribo, pero en esas frases me pareció que tenía que definir de qué estoy hablando para poner en contexto al lector. Si sólo escribo Obāchan no tiene significado la palabra para un hispano. No tengo cuento favorito. Los quiero a todos y cuando le llego a poner menos atención a alguno o considero que no es tan bueno, aparece algún lector y me dice que ese cuento, el

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que estaba yo considerando menor, es su favorito. Me ha sucedido en los cuatro libros de cuento que tengo publicados.

¿Los recortes que aparecen en otra letra en los cuentos “Al médico, “Anime animal” y “El espejo” son auténticos? En “Al médico”, sí pero parafraseada, la reescribo, tal vez algún detalle no es verídico, pero me baso en una noticia real. En “Anime Animal”, no, es totalmente inventada. En el “Espejo” no es una noticia, es un dato estadístico. La fuente incluso es de otro estilo, debido a que cito estadísticas reales del buró japonés.

En “Hanami” hay inesperada admiración hacia alguien con una tremenda apatía política. Cinco años antes, el brasileño Guilher- me hubiera inspirado antipatía en la protagonista por “su tibieza social, su desinterés, su go with the flow. Y sin embargo, ahora hay algo en su manera de torear la rotación del mundo que da frescura, paz, descanso. Es como tener vacaciones indefinidas” (67). ¿Cómo ves este tipo de desinterés político? Todo tipo de desinterés me molesta. Pero me molesta también el fanatismo. Aplaudo la reflexión auténtica, la capacidad de estar bien informado, ser analítico, tener una opinión propia. Aplaudo también a quien sabe ver los aciertos de aquellos con quienes está en desacuerdo y, a su vez, identificar las fallas de aquellos con quienes coincide.

Se lee después: “Con esta maestría voy a estar en un puesto high por allá en la onu, seis mil dólares al mes, dice con sonrisa de gato en el País de las Maravillas. Pero chido tu amiga, eso es echarle ganas”. (69) El cinismo respecto a las instituciones que deberían tener conciencia social sorprende en tu obra tan sincera respecto a otras cuestiones. Ese tipo de frases las escuché en varias ocasiones, tanto de estudian- tes como de graduados que comenzaban a laborar en sus gobiernos,

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universidades, empresas y organismos internacionales. En el fondo no, no me gusta esa actitud pero tengo que comprenderla. Mi labor como escritora es siempre comprender, no juzgar.

Hay algo autobiográfico en el cuento “De la ocasión en que el jefe de Marcia le dijo que tenía cita con un interesado”? Un día estaba sentada en un café como el que describo y llegaron una mujer y un hombre como los que describo. Las primeras dos frases que ellos dijeron son las primeras dos frases que mis per- sonajes dicen. Todo lo demás es mera ficción, cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia. Lo autobiográfico es que yo vi dos personas entablar una conversación parecida. Pero mis personajes son otra cosa, pues profundizo en sus vidas secretas, sus percepciones del mundo, su psicología. Por supuesto, todos mis personajes en algún punto se parecen a mí, pero no se puede catalogar ni este cuento ni mi obra en general como autobiográfica. Es ficción.

El cuento epónimo de la colección comienza con un epígrafe de Eminem. ¿Cómo llega hasta el texto de la frontera mexicana el rapero de Detroit? No sólo en México tuvo éxito Eminem. Me topé con que en Japón también les gustó mucho.

La música del narcocorrido se entiende en la crítica académica como fundamental al estudio del narco en la literatura mexicana. ¿Estás de acuerdo? De nuevo, ¿por qué Eminem? No me gustan los estereotipos. Un personaje en el mundo del narco con llavero de Malverde y que escucha narcocorridos me parece una caricatura. No creo que un narcotraficante escuche sola y únicamente narcocorridos. Seguramente, como cualquier persona, cada quien tendrá sus gustos muy particulares, dependiendo de la ocasión y el ánimo. Una joven que va a la universidad, escucha

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a Eminem y tiene un hermano narco, me parece una conjunción real;,la siento cercana. No me parece que el narcotráfico suceda en una región aparte, sucede en el día a día, en las personas e ins- tituciones que nos rodean.

Fuera de las libertades irracionales de la literatura, ¿sigues cierta lógica al mezclar temas del narco, de ambición social y sahuaros? Mi propuesta era posicionar los sahuaros (es decir, el desierto) en la sensibilidad de mis personajes. Ser narco o no era lo de menos. Yo sentía que una mujer de Sonora se estaba buscando a sí misma en esos cactos. Después entendí que su búsqueda personal era comprender a su familia, más tarde comprendí que su familia es- taba ligada al narcotráfico. Pero la historia es la misma si su padre, en vez de narcotraficante, hubiera sido un político corrupto. Lo importante es la sensibilidad de mi personaje frente a una familia cuya forma de vida le es difícil aceptar.

¿Qué te enseña como cuentista el traducir la poesía japonesa en ejercicios como Sin conocer el mundo? Economía de palabras, búsqueda de efecto, reto de recrear una poesía latente en arquitectura visual. Ahí las coincidencias, creo.

José Emilio Pacheco es famoso por traducir del inglés al español e insistir en que no habla inglés. ¿Cómo entiendes esa relación entre dominar un idioma y traducirlo? Para traducir de algún idioma al español primero que nada hay que saber español, sin duda. Para traducir japonés, sí, es muy importante saber japonés, pero todavía más importante ha sido el conocer su ritmo de vida, su humor, su sensibilidad, su poesía. Vivir en Japón y leer su literatura en japonés, inglés y español, me ha servido para poder reconstruir una sensibilidad que no es mía, pero con cuya búsqueda coincido, sin duda.

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¿Te consideras parte de una generación de escritores en México? Tal vez “1970”, supongo, o “escritores del Norte”. No lo sé bien.

¿A quién lees entre los escritores mexicanos? Me ha gustado leer cuento, novela y poesía mexicana pero, la ver- dad, leo mucho más autores de otros países que de México. Este año me la he pasado leyendo a Italo Calvino. Me encanta. También he estado leyendo autores chinos: Gao Xingjian, Wu Hei, Wang Anyi y Tang Ying.

Obras publicadas

Ensayo

Para entender: La economía del arte. México: Nostra Ediciones, 2009.

Cuento

Puede que un sahuaro seas tú. La Paz, México: Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, 2010. Premio Regional de Cuento Ciudad de La Paz 2008. Hanami. México: Conaculta, 2009. El agua está helada. Hermosillo: Instituto Sonorense para la Cul- tura, 2006. Premio Libro Sonorense 2005. Cuentráficos. Hermosillo: Instituto Sonorense para la Cultura, 2006.

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Traducción de obra ajena

Sin conocer el mundo. De Shuntaro Tanikawa. México: Plan C, 2007.

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Ximena Sánchez Echenique (ciudad de México, 1979)

¿Cómo te hiciste escritora? A los 13 años leí un libro de la Colección El Barco de Vapor y me di cuenta de que había escritores vivos. Antes de eso creía que los escritores eran personas muertas. Cuando leí en la solapa que la escritora estaba viva y que había estudiado literatura, me dije: “Eso es lo que yo quiero hacer”. Desde los 13 años, puse mucha atención en las clases de Redacción, Español y Literatura. Después entré a la carrera de Letras Hispánicas pensando en que quería ser escritora. En la huelga de la unam, cuando tenía 19 años, empecé a escribir mi primera novela. Durante los nueve meses que duró la huelga decidí que tenía que hacer algo productivo y me puse a escribir.

¿Y cómo te ganas la vida? Por el momento cuido a mi hija. Mi esposo es arquitecto y él es quien nos gana la vida. Estoy casada desde hace cinco años. Tengo dos hijas, una en camino.

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¿Tienes horario para escribir ya que estás cuidando de tu hija? Sí, pero ahora, como terminé la novela, estoy descansando. Cuando estoy muy metida en mis proyectos sí tengo un horario. Cuando mi hija estaba muy chiquita mi horario era de ocho de la noche a la una de la mañana. Era un horario pesado. Antes de eso mi horario era en las mañanas, como de nueve a una o de nueve a dos. Ahora ya tengo que volver a ese horario. Quién sabe si podré.

¿Y tus proyectos futuros, entonces? Dices que acabas de terminar una novela. Ahorita estoy haciendo un cuento y quiero empezar una novela pronto. Apenas estoy pensando en el tema. Sólo sé que la prota- gonista va a ser mujer.

En Sobre todas las cosas, ¿qué es la Tierra de las Cosas Triviales? Ah, es un lugar muy importante. Es una tierra donde las cosas más insignificantes tienen una importancia extraordinaria; por ejemplo, una migaja de pan o un pedrusco. Y también los actos. Por eso se llama así, porque son los objetos y los sucesos, como rascarse la oreja o meterse el dedo en la nariz, los que determinan la historia de los personajes que la habitan. Cuando empecé a conocer la Tie- rra de los Sucesos Triviales escribí una frase que la describe muy bien: “Sucede que en este sitio, lo trivial se transforma en suceso y al hacerlo, justo en ese preciso instante, deja de ser ordinario”. Dicen que hay cosas o eventos que no parecen importantes, pero de pronto esos eventos pueden ser catastróficos o catalizadores, de modo que algo que aparentemente no tiene ninguna importancia puede desencadenar una tragedia. En las otras novelas seguí desa- rrollando esta idea. Me sigue gustando mucho ese lugar.

Hablando de temas en Sobre todas las cosas, ¿Los huevos Fabergé se relacionan con lo trivial?

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Sí, claro. Los primeros huevos fueron un regalo de Alejandro III, el padre de Nicolás II, para su esposa, Alexandra Feodorevna, en el día de Pascua. En la tradición cristiana se obsequiaba un huevo cuando terminaba la Cuaresma, porque entonces la gente no podía comer huevo, como símbolo de la resurrección. Entonces, sí, claro que un huevo es una cosa trivial. Los huevos Fabergé estéticamente me parecen algo kitsch. No es que me gusten. Pero me pasaron sucesos extraños después de la novela; es decir, hubo cosas que salieron de la novela a mi realidad; por ejemplo, con el huevo Fabergé que aparece en la portada de Sobre todas las cosas ocurrió lo siguiente. Con esta novela me gané un premio. Yo pen- saba que si me lo ganaba iría a Rusia con el dinero del premio. Así que fui a Rusia. Y cuando entré al Kremlin lo primero que vi fue ese huevo que aparece en la portada del libro. Otro suceso extraño que me ocurrió es que también en la novela inventé que frente a la casa Fabergé había una panadería, y cuando fui a San Petersburgo a buscar la casa Fabergé, enfrente había una panadería. Obviamente, me metí a comer un pan, un pan muy caro pero que pude pagar. Recuerdo que la casa Fabergé está en un barrio muy elegante en la calle de Bolshkaya Morskaya.

Dario y Nina, los padres de la niña Mar, en Sobre todas las co- sas, ven los objetos de manera inversa. Según mi lectura, Dario encuentra compañía en las cosas insignificantes y Nina le teme al polvo. Creo que tiene que ver con la etapa en la que escribí esa novela. Era mi percepción de las cosas en ese momento. Creo que tenía una vi- sión muy radical y mis generalizaciones eran demasiado radicales. Nina era una mujer frívola a quien le interesaba coleccionar obras de arte, y era alérgica al polvo. Tenía esa contradicción. El polvo representa la vida, y aunque ella rechazaba la vida le encantaba rodearse de objetos costosos. Entonces, yo asociaba a Nina con el cliché de la mujer que para ser guapa tiene que ser hueca. Esa

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idea ya la estoy trabajando. Sigue pareciéndome muy interesante, algo que tiene que ver con la cultura occidental, la mujer que para parecer inteligente tiene que dejar de lado lo trivial. Ahí empezó esa idea. Creo que eso es lo que voy a trabajar en la siguiente no- vela. Es lo que estaba pensando. Por eso digo que la protagonista será una mujer.

¿Y no estás de acuerdo con esa idea? Pues, en ese momento sí estaba de acuerdo, pero ahora me parece una idea muy polémica. Es que más bien no es una idea con la que esté o no de acuerdo, sino que es una idea que se me antoja discutir. Me parece que es un diálogo que debemos retomar entre muchas personas. O sea, ¿qué es lo que se define como femenino? Y ¿por qué lo femenino tiene que asociarse con lo trivial en espe- cial? Bueno, tiene que ver con –ahora estoy recordando un libro que leí en la maestría– Kant, con cómo él en uno de sus ensayos desprecia lo cotidiano, lo trivial, lo simple y lo sencillo, y piensa que lo estético, lo moralmente correcto, debe ser lo complejo. Yo formo parte de esta tradición de pensamiento. He crecido en este ambiente. Es una idea que continúa siendo nuestro tema.

¿Por qué la protagonista se llama Mar? Creo que tengo una obsesión con el mar. Como cuando estuve embarazada, pues el mar estaba dentro de mí. El mar para mí es como el principio de la vida y me siento muy atraída hacia el mar, como muchas escritoras. Aunque creo que mi atracción es una atracción constructiva, no una atracción suicida. [Se ríe] Por eso, y también porque cuando se le agrega una “a” a la palabra mar, se forma la palabra amar. Es como si esta pequeña representara el amor dentro de la historia.

¿Y por qué Dario sin acento? Ah, porque a diario le pasa lo mismo.

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Acabas de hablar de cómo estás cuestionando ciertas herencias respecto a lo femenino, y te pregunto ¿te caen bien tus personajes en Sobre todas las cosas? Sí, aunque a Nina la maté. La maté porque en mi percepción del momento tenía que matar la frivolidad, el materialismo, el consu- mismo. Era también una visión muy idealista. Yo tenía 19 años y era como si pudiera prescindir de esas cosas, pero ahora que tengo más edad creo que no habría que matar a Nina. No sé. No puede un personaje ser tan estereotípico. No alcanza a ser una mujer de carne y hueso, que es algo que yo iba aprendiendo conforme iba escribiendo. Por eso siento que Sobre todas las cosas es como una protonovela. Es como una novela del siglo xix. No tiene una estructura ni los personajes tienen la interiorización que tienen los personajes de las novelas del siglo xx. Tiene que ver con que yo la escribí a esa edad. Entonces fue un experimento, una aventura.

Mis estudiantes a veces se quejan de los personajes tristes… Como Onetti.

…que según ellos no tienen problemas verdaderos. ¿Cómo logras interesar al lector en el personaje que arranca en Sobre todas las cosas quejándose porque no puede pintar las uñas y además por problemas sentimentales? Es algo muy importante que tiene que ver con toda esta generación de un mundo en donde lo que importa es lo que aparentemente no le importa al resto del mundo. Creo que habla de mis pro- pias vivencias, pues no he tenido las experiencias que tuvieron Dostoievksy o muchos otros escritores. Yo misma no he experi- mentado ni la muerte de mis padres. Por lo mismo, no puedo hablar de algo tan triste porque no lo he vivido. Trato de hablar de lo que vivo. Y como sí me he pintado las uñas… [Se ríe] Esa anécdota era algo que tenía a la mano, de lo cual podía hablar. Bueno, traté de que fuera interesante. No sé si lo logré. A veces lo dudo.

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La crisis de fe que sufre Fiodor Medelbek lo impulsa a pasar de novicio en un monasterio a trabajador en una panadería. Esa crisis no gira alrededor de las cosas, los objetos, tanto como cada crisis de fe de los personajes contemporáneos. ¿Ese discurso de los objetos pertenecería más bien a una novela del siglo xix? Ahora acabo de terminar de leer El museo de la inocencia de [Or- han] Pamuk y justo habla de… hay unas cosas que define muy bien en esa novela. Creo que un tema muy importante del siglo xx es el de los objetos. La crisis de fe creo que es un tema decimonónico. A mí me apasiona mucho la época que transcurre entre 1890 y 1910. Es una época que me ha llamado la atención porque, según yo, ahí es donde surge el sujeto del siglo xx. La crisis de fe más bien yo la relacionaba con lo que había leído en Los hermanos Karama- zov, con el personaje religioso, que leí cuando estaba escribiendo Sobre todas las cosas. Yo sigo siendo católica aunque ya no soy tan institucional. Cuando escribí esa novela era más católica y mi percepción era que, para integrarse a la cultura occidental y para que los intelectuales lo tomaran a uno en serio, había que renunciar a la fe. Entonces tenía que ver también con eso. Hay muchos escritores católicos, pero no me convencen. Creo que hay que ser laico en el trabajo, ya sea que te dediques a hacer sillas, a ser político o a hacer un libro. La crisis de Medelbek también tenía que ver con su percepción de los objetos como algo sagrado. Entonces no había leído a Walter Benjamin, pero ahora que he leído a Benjamin, sé que Medelbek podía ver el aura de los objetos. [Se sonríe] A él le atraían los objetos como símbolos de lo sagrado. En realidad se trataba de una búsqueda. Al final, por eso, pues, es condenado a no disfrutar de lo trivial.

¿Cuál es la relación entre la vida de Dario, Nina, Josué y Katia y la vida de los rusos? O sea, ¿políticamente qué tienen en común los dos cambios de siglo?

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Cuando estuve en Rusia, algo que me pareció muy atractivo de su cultura es que es muy reflexiva. Se ve que la gente es muy intros- pectiva y que se cuestiona la realidad. En cambio, estos mexicanos son más frívolos, como Nina y Josué, o más intelectuales, como Dario y Katia. En realidad, los cuatro personajes son estereotipos. Son dos parejas totalmente opuestas que en la sociedad mexicana son muy comunes. La sociedad está muy dividida de pronto; así como se dividió en las últimas elecciones entre panistas y perre- distas. Yo lo he vivido. En la sociedad mexicana hay ciertos grupos sociales donde si uno lee es el raro, o lo contrario. A veces llega un intelectual a una fiesta de empresarios y los desprecia porque están hablando de lo que salió en una serie de televisión. Creo que algo muy importante que debería hacer la sociedad mexicana es una integración de esas polaridades. Los rusos, según yo, sí han integrado la polaridad entre los frívolos y los intelectuales, pero no sé. Sólo es una impresión. Han tenido un desarrollo cultural tan avanzado –finalmente, en todas las ramas del arte hay rusos que destacan– que la gente va a la ópera y eso es algo natural. Eso con los mexicanos no pasa. De hecho, hay un libro de Martín Luis Guzmán en el que dice que el mexicano debería dejar atrás la casa solariega y entrar de lleno a la civilización. Es algo que el mexicano del siglo xx no hizo. Aunque estos son estereotipos, claro que tienen que ver con la realidad mexicana.

En El ombligo del dragón, tal como Mar en Sobre todas las co- sas, la protagonista es hija única. ¿Qué te atrae de esa figura en términos literarios? No sé. No lo había pensado. Yo tengo dos hermanas. Somos tres mujeres. Hacer un personaje que fuera una sola hija era como fu- sionar a las tres en una. Era una forma de abordar cada rol desde todos los ángulos. También era una forma de deshacerme de mis hermanas para hablar de mí. [Se ríe]

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Explícame el plan entre los dos hilos de los capítulos. ¿Es un libro niño por el último cromosoma de macho? Sí, es un libro niño. Así como creo que la primera novela es una protonovela, creo que este libro es un experimento –pero un expe- rimento científico– porque cada capítulo es como un cromosoma que se entrelaza con el siguiente. Cuando lo estaba escribiendo, escribí al Instituto Genético de los Estados Unidos y les dije que era maestra de Biología –dije una mentira–, y me enviaron por correo un mapa de los cromosomas de aquel momento. Ahorita ya tienen más información. Ahí fue donde vi que en el cromosoma 11 es donde está la melanina. Por eso en la novela, en el capítulo 11, hay una página en blanco. Ahí es donde se enferma el niño. Enton- ces, la novela misma es el experimento de cómo se iba a enfermar el niño y de cómo iba a curarse, si eso era posible. Así como El hombre invisible de H. G. Wells, yo quería hacer un niño albino, pero que fuera una novela.

¿Una lista de los capítulos es la trama con la protagonista y la otra lista son los detalles? Pues, es más bien el lado femenino y el masculino de la historia; o sea, como la madre y el padre de Elio. La madre es la única que tiene una continuidad, porque la novela está narrada en primera persona y desde su punto de vista. El padre es visto desde fuera, desde una tercera persona, y a veces desde un catálogo de suce- sos; como lo que hace Cortázar en Rayuela, que de pronto mete la descripción de un jardín. Uno dice: “Y bueno, ¿eso?” Eso es el experimento. Lo que aquí es la parte del padre, de Ermilo, y que consiste en introducir fragmentos que aparentemente no tienen nada que ver, lo hice para que el lector se diera cuenta de por qué están ahí. Tampoco sé si lo logré. [Se ríe] Pero bueno, me divertí.

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Comentas en una parte “Lo recesivo y lo dominante de los cuentos de vaqueros” (125). ¿Tienes algún comentario sobre el adn de una narrativa? A mí me dio mucha risa. Es como la parte inconsciente-consciente de la escritura. Hay cosas que deliberadamente tengo la intención de que se entiendan de ese modo, y en cambio hay otras que yo misma no sé por qué las escribo, pero ahí están.

A veces tus narrativas coquetean con no tener sentido. La combi- nación de lo trivial y lo extraordinario en tu obra me da una sen- sación del emperador y su desnudez a veces, como que no sabemos qué cuenta o no cuenta. Por ejemplo, la siguiente narrativa tiene sentido para mí: “Y ningún cuento chino vale más que la verdad. Igual que cualquier nación colonialista, el reino de Mickey Mao se expande. Salvo que la economía que pretende transformar a mil 200 millones de personas en mil 200 toneladas de basura amenaza con desaparecernos a todos. Tres mil años de cultura. Claro. El país más poblado del mundo bien puede devorarlo un dragón”. Pero la parte a continuación no tiene mucho sentido para mí: “Sólo que ningún gobierno que pretende implantar un sistema de aguas negras saldrá invicto. Veo un punto. Donde las letras se adhieran a las cosas, en cuanto lo dicho comienza a comprometer a quien lo pronuncia, reina un silencio incómodo” (173). Es que así soy en persona a veces. A veces parece que digo incohe- rencias, pero sí tengo la intención de decir algo. Eso sí, no quiero tomarte el pelo cuando te estoy hablando, aunque a veces mi modo de decirlo, mi modo de escribirlo es (pues tiene que ver con el humor) como que le doy un vuelco. Eso es algo inconsciente. No es que lo esté buscando, sino que es como decir una ocurrencia. Bueno sí, yo quería ser cómica de niña antes de querer ser escritora. Claro, a lo mejor eso es lo que pasa: debería causarte risa, tal vez,

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pero a lo mejor no lo logro. Es algo que se va aprendiendo con el tiempo. Es un aprendizaje de cómo comunicarse mejor con las demás personas, creo que también para eso sirve la literatura. Es un aprender a salir de lo mismo. Lo que dices sí tiene mucho sentido. Como yo me di cuenta cuando lo estaba escribiendo. Primero era un juego. Estaba jugando a decir que si todos los chinos se vuelven tan consumistas como todos los… –bueno, no quiero ser ofensiva–, pero como los estadounidenses…

No te preocupes. Tienen esa fama por una razón obvia. …si todos los chinos se vuelven así de consumistas, va a llegar un punto en el que nos rebase la basura. Un poco de eso era lo que quería decir. Y me di cuenta de que al decir eso, ya me estaba com- prometiendo. Estaba haciendo una crítica de la realidad política del mundo. Por eso digo: “reina un silencio incómodo”. Al principio, cuando empecé a escribir, mi visión de los sucesos triviales –todo eso– era como más idealista pero, al mismo tiempo, más ingenua. Conforme me voy adentrando en esas mismas obsesiones, me doy cuenta de que llega un punto en el que tengo que comprometer- me con una postura. Ahí es donde “reina un silencio incómodo” porque entonces va a haber gente que no esté de acuerdo con lo que yo piense.

Y se queda en silencio. Y se queda en silencio, sí. No hay un diálogo, en ese silencio. Y eso es lo que es muy triste. Luego ya me di cuenta, en Por cielo, mar y tierra, de que al final de todo eso, de todo ese viaje, lo que nos une las personas no son los objetos, sino el diálogo.

La temática del doble aparece en muchos textos de mujeres, como de Daniela Tarazona, Ana Clavel y Guadalupe Nettel. En El om- bligo del dragón ¿la mujer que se identifica como cocodrilo albino habla específicamente de lo femenino? Leemos: “la oscuridad me

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llevó a concebirme como el mismísimo saurio albino. Con lazos, tacones y labios pintados. Ahí estaba yo, madre de un niño huevo, enamorada del hombre encargado de colocarme el chip con el cual me volvería localizable” (184). Ahí está el lado oscuro. El doble es la sombra. Estoy hablando del inconsciente, desde el punto de vista psicológico. Son los aspectos de uno mismo que uno ve en los demás, pero que como no los reconoce en sí mismo, los rechaza. De hecho a mí, en esa novela, al final me tuvieron que operar. Tenía unos quistes en los ovarios y yo estaba muy asustada porque me decía: “Claro, estoy escribiendo de un niño que se vuelve albino y que a lo mejor ni siquiera existe por lo de la página en blanco” y entonces yo misma sentía que me tenía que curar de eso. Yo creo que nos pasa a todos los que hace- mos algo así, que te la vas creyendo, porque estás contando una historia, y al final resulta que esa historia que te cuentas es la tuya. En ese punto, mi sensación era que el cocodrilo representa todo lo que tenemos que dejar atrás: los resabios de la época jurásica. ¿Sí es Carl Sagan, en Cosmos? Habla del cerebro reptil. Es una estructura que todos tenemos debajo del encéfalo y donde está la defensa del espacio, la territorialidad, la agresividad. Entonces, lo que ahí quería decir era que en realidad yo era eso que rechazaba ser. Yo era ese ser que debería de extinguirse. Como si una parte de mí que detestaba, quisiera que se extinguiera igual que se extinguieron los dinosaurios, pero en vez de eso evolucionó y se convirtió en un cocodrilo que sigue caminando entre nosotros.

Ese doble, creo que lo estás relacionando con lo femenino. Sí, sí. Es que es lo mismo que estoy pensando justo estos días, que tiene que ver con el personaje de Nina de la primera novela. Luego es el personaje de Alejandra (aunque creo que sólo puse una vez su nombre en El ombligo del dragón) y en la tercera, Por mar, cielo y tierra, es la mujer ausente (porque en la tercera son puros hombres). Es toda una reflexión en torno a lo que implica ser

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mujer. ¿Cuáles son interiormente los aspectos que nos distinguen de los hombres? Y eso sigo pensando. Todavía no estoy segura. Creo que sí tiene que resurgir esa pregunta porque hace 30 años el papel de la mujer era rebelarse en contra del sometimiento y ser feminista –bueno, la mujer intelectual. Pienso en Rosario Caste- llanos. Pero eso, pues, ya pasó. Lo que a mí me duele un poco de esas mujeres, y de muchas que siguen vivas, es que tuvieron que masculinizarse para ser aceptadas en el círculo intelectual. O sea, pensar como hombres, vestirse como hombres e incluso volverse bisexuales como Marguerite Yourcenar; bueno, igual no tiene que ver pero lo que estoy pensando es “eso ya quedó atrás. ¿Ahora qué? ¿En qué vamos?”.

¿Es una actitud algo anticuada el pensar en la nana como en una “niña vieja” (28)? ¿O es un cariño particular, en las relaciones familiares, entre las asistentes domésticas y sus familias emplea- doras? Yo creo que las dos. A mí, la protagonista de El ombligo del dragón, había momentos en que me chocaba. Me parecía muy, muy ensi- mismada y muy egoísta. Sólo pensaba en sí misma y sólo se veía el ombligo (por eso es el título). Su visión es totalmente intimista, al punto de fastidiarme a mí como escritora y de poder fastidiar al lector. Pero, bueno, la llevé hasta el final. De lo que me di cuenta cuando terminé, fue de que esto tenía que ver con que ella era una mujer de la clase media alta. En México, a alguien de esa clase social es como si todas las demás historias no le interesaran, pues está totalmente centrado en lograr sus objetivos. Aunque el mundo se caiga, lo único que le interesa es su persona. Entonces, ahí fue cuando me dije: “Bueno, no está mal este personaje porque es algo realista. Así es este tipo de mujeres”. Por eso lo que se dice de la nana, “niña vieja”, es porque las nanas muchas veces llegan a la casa de niñas y nunca tienen una vida propia, sino que su vida siempre es el cuidar a los otros, servirles a los otros, y al final se

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transforman en viejas sin haber podido nunca ser mujeres. Y eso es muy triste.

Me pregunto si la relación con la nana cambia con la ausencia de la escritura. La madre de Elio piensa: “La historia que mi nana fue incapaz de escribir es la historia que yo soy incapaz de leer. La deforestación ha obligado a las letras a un cambio de masa. Ya mi mente en blanco ni siquiera recuerda cómo cargar una idea” (179). Una vez que desapareciera la escritura, parece que habría más respeto hacia la nana. Sí, sí. En la novela el personaje protagónico sólo puede contar la historia desde su reducido punto de vista, y ha perdido la riqueza que le da el otro, así sea su nana o su novio. Por eso dice que ya no puede cargar ninguna idea. Alguien que no sale de sí mismo se agota. Eso es algo que podemos ver en muchos libros, que les pasa a muchos escritores. En El ombligo del dragón es el lector quien se supone que está escribiendo el libro con su lectura, de modo que, en este caso, se supone que el problema entre la nana y la protagonista se resuelve una vez que el lector concluye el proceso de lectura-escritura.

La desaparición del texto me recuerda a las plagas de insomnio y de memoria en Cien años de soledad. ¿Cuáles fueron las inspira- ciones por escribir del albinismo? En principio era algo estético. Era una búsqueda formal de la mano de Flaubert. Se supone que cuando Flaubert escribió Madame Bova- ry –eso lo dijo Vargas Llosa– ya no podía existir una novela mejor escrita. Se alcanzó el punto de esteticismo total. Cuando yo empecé a escribir del albinismo, en realidad el albinismo representaba para mí la pureza, la perfección, la obra maestra, la genialidad. Era como la panacea del intelectual, incluso de las vanguardias históricas en la literatura: del surrealismo, del expresionismo. Yo hice una tesis de maestría cuando estaba escribiendo esa novela. Mi tesis en la

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maestría trataba del humor y la utopía en tres novelas de César Aira. Entonces, me refiero a esas vanguardias históricas que Aira retoma. Estuve leyendo mucho de los manifiestos del surrealismo y lo que llegué a pensar es: todos querían un arte masivo –y sí lo lograron, sí vivimos en el mundo que los vanguardistas soñaban. Efectivamente, nuestra realidad tiene mucho que ver con lo que esa gente quiso, pero al mismo tiempo hubo una desviación de los objetivos. Esa desviación también empobreció al mundo cultu- ralmente. Y tiene que ver con lo que te dije antes de lo femenino. Justo ahí: lo banal, lo trivial, lo femenino. Todo eso lo quisieron dejar de lado y decir que lo que debería tomarse en cuenta y lo que debería considerarse serio, era lo contrario. La novela en sí es una herramienta muy padre para hablar de lo banal. Incluso hubo quienes la rechazaron por considerarla un género ligero. Entonces, la novela es una forma muy interesante de investigar esa realidad. Éstas son mis inquietudes académicas. Por eso digo que soy anti- cuada, porque éstas también eran nociones como de principios del siglo xx, que es cuando las vanguardias quieren que haya un arte para todos, un arte perfecto. Entonces, el albinismo representaba para mí esa búsqueda formal. Por eso el albinismo de mi novela se transforma en una especie de pesadilla, o sea, no es algo que alguien quiera padecer. Ya en el sentido real –porque ése era el simbólico– quería hablar de la decadencia física que tienen algunas personas y que las distingue de las personas comunes y corrientes. No quería hacer ningún tipo de crítica ofensiva, ni nada, o sea, me importaba lo simbólico. Y lo de Cien años de soledad, pues no. En El ombligo del dragón yo no quería contar una historia. Yo quería escribir una novela albina. Quería que el relato fuera invisible, que no hubiera una historia. De hecho, es algo que me criticaba mucha gente cuando leía el libro y yo les decía: “Pues sí, eso era lo que yo quería”. Quería que la historia fuera invisible y que el lector, al leer la historia, añadiera su historia y se diera cuenta de que la historia importante es la suya como lector, y no la de esta mujer

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egoísta, que ni siquiera sabemos si está loca o si realmente tiene un hijo que se vuelve albino.

Está bien. Tengo que empezar por algo. ¿Has publicado crítica literaria? No, sólo he escrito dos ensayos académicos en un simposio que hubo en la Facultad de Filosofía y Letras. El título de uno era “La decadencia del hombre letrado en La región más transparente de Carlos Fuentes”, donde utilicé la teoría de Ángel Rama. Mi teoría era que todos los personajes masculinos de La región más trans- parente son personajes decadentes, y que la única salida está en los personajes femeninos. También escribí otro artículo del humor y la utopía cuando estaba escribiendo la tesis. Y bueno, tengo las dos tesis pero no se han publicado. Por cielo, mar y tierra es la única novela que no coincide con una tesis. Con la primera novela, Sobre todas las cosas, escribí también una tesis del humor, en ese caso era del humor en la poesía de Renato Leduc.

¿Concibes una relación entre “cuento chino” y la novela del medio ambiente? Sí. Sí, pues sí, ahí hay una reflexión moral. Los cuentos chinos son las mentiras, así se dice en México. Cuando alguien dice un cuento chino, dice una mentira. En El ombligo del dragón es como si al desprenderse uno de ese ego –porque al final la protagonista es un personaje con un ego muy grande– de pronto se diera cuenta de que ya no importa uno, y de que si uno sigue en esa actitud el mundo se va acabar. Esto tiene que ver con mi época, porque muchos piensan que vivimos una época apocalíptica. Y sí es apocalíptica si pensamos que el medio ambiente está sufriendo tanto por el abuso del hombre, por nuestro materialismo y nuestro consumismo.

En Por cielo, mar y tierra, ¿por qué no se nombra a Porfirio Díaz, ni la Ciudad de México, ni la nación, aunque sí se mencione el barco

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Ypiranga, las entrevistas famosas; por ejemplo, la de Creelman, y se diga “Nueva República” y “novorrepublicanos”? Parece que por los detalles tan precisos daría igual decir que se trata de Díaz y de México. Yo quería que el escritor fuera el lector, igual que en El ombligo del dragón. El lector es el que importa y su historia es la que importa, y lo que estoy contando es sólo un pretexto para que el lector se escuche a sí mismo. En Por cielo, mar y tierra quería que el lector fuera descubriendo las piezas de la Historia, de acuerdo con su bagaje cultural, que fuera como añadiendo esos datos y que para él fuera un gozo descubrir: “Ah, es Porfirio Díaz”. Yo quería que el lector tuviera ese placer, pero bueno, la editorial me lo impidió. [Se ríe] Por la portada, la solapa y todo: en todas partes dicen que es Porfirio Díaz, porque les pareció que lo tenían que decir. Y era por eso. Yo quería que el lector fuera reconociendo la Historia y, en el caso de que no tuviera esos datos, o sea, si fuera un lector escandinavo, que tampoco importara. Al final es la historia de un viejo, que además es dictador, que se tiene que ir exiliado en un barco junto con toda su familia. Por lo que sí menciono el nom- bre del Ypiranga es porque para mí es un objeto simbólico. En las tres novelas siempre hay un objeto simbólico. En la primera son las vasijas, en la segunda es el cocodrilo de marfil y en la tercera es el barco. Era mi obsesión describir ese objeto, un objeto que es un símbolo en la Historia del país. Lo que quise decir es: “¿cuán- tos de nosotros nos fuimos en ese barco y no hemos regresado?” El Ypiranga es como una pieza del rompecabezas de la Historia nacional que se quedó en el mar, y que yo quise traer de vuelta al mapa de la República Mexicana. Además, como la novela por la que yo decidí ser escritora es de la colección de El Barco de Vapor, escribir del Ypiranga fue un homenaje a esa colección infantil.

Cuando citas datos del récord histórico, como las entrevistas con Díaz y el artículo del periódico, ¿es un reclamo a la verdad o es para mostrar la falsedad de la ficción?

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Yo quería que el lector se diera cuenta de que la realidad es una ficción y de que la ficción configura la realidad. Según muchos intelectuales, algo que hizo que Canadá y Estados Unidos (en esos años que para mí fueron muy importantes, de principios del siglo xix) crecieran como naciones, es que en su literatura se generó la idea ficticia de una gran nación. Esta idea creció y creció, y luego Hollywood la alimentó, de modo que en la conciencia nacional de los que viven en esos lugares hay una idea de que viven en una gran nación. En cambio, en México ocurrió lo contrario. No es que no se generara una idea de gran nación, sino que dicha idea no fue verosímil. Fue como una ficción inverosímil, como mi protonovela Sobre todas las cosas. Pienso que hay cosas que no son verosími- les y no sé a qué se debe. Si todos pensáramos que la Historia de México es una ficción y que es una ficción que generamos cada día, cotidianamente (esto es algo que descubrí gracias a la litera- tura), todos nuestros prejuicios y las ideas preconcebidas con las que crecimos, y que tienen que ver con nuestra cultura (y que no es que eso seamos, sino que forman parte del contexto en el que vivimos) podrían ser dejadas atrás. Es decir, yo puedo moldearme a mí misma y moldear mi historia. Mi idea es que la realidad es algo que generamos juntos, no sólo porque yo escribo una novela soy la única capaz de generar una ficción verosímil, sino que todos somos dueños de esa ficción. Si las cosas en un país como éste están mal, en realidad es responsabilidad de todos. Somos malos escritores de la realidad. [Se ríe] Creo que eso es lo que a los lectores actuales les interesa, y quiero escribir para los lectores actuales.

¿Para quiénes escribías antes? Pues a lo mejor para los lectores más letrados, para los lectores de literatura. Sí existe una diferencia.Yo misma era una lectora especializada.

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¿Qué dices de la diferencia entre el final tedioso y rutinario en el barco de Díaz y el final dramático de tus otros dos protagonistas? Bueno, en una primera versión, el final no era así de dramático. Esto tuvo que ver con la editorial. La editora me dijo: “Bueno, está bien pero algo falta”. Y yo misma pensaba: “A lo mejor sí. Ya llegué hasta este punto, y de pronto es como si no hubiera pasado nada. Algo tiene que pasar, si no el lector va a llegar al final de la novela y va a decir: ‘Bueno, y aquí ¿qué? Se acabó. Adiós. No pasó nada”. Este final fue hecho para el lector que se esperaba que ocurriera algo interesante. De fondo, una explicación que encontré al hecho de que me fuera tan fácil escribir ese final –me salió en dos días y quedó bien–, es que los personajes actuales, a diferencia de Díaz, están tratando de cobrar consciencia de lo que implica ser hombres. Ser hombre implica dejar los objetos atrás. Mis personajes no alcanzan a volverse hombres. Su historia tiene que terminar así porque son personajes inconscientes, inconscientes de sí mismos. No es que yo quisiera castigarlos. Con Nina de Sobre todas las cosas sí puedo decir que yo la maté. Pero con ellos dos, Alfredo y Benigno, de Por mar, cielo y tierra, fui consecuente. En el punto en el que ellos podían haber cambiado su historia, no la cambiaron. Cedieron a los demás, a las exigencias del medio. Alfredo pensaba que tenía que irse fuera para estar bien; pues tener un título del extranjero lo haría volverse prestigioso y popular entre sus amigos. Benigno pensaba que comprando objetos estaría bien, y aunque su ambición era más realista, tampoco dejaba de ser impuesta por la sociedad. A su vez, Benigno piensa que existe una comunidad de personas que lo van a tratar como un igual. Cree que si se va del país, la gente lo va a tratar con mayor dignidad. En su propio país lo menosprecian. Yo tenía que ser consecuente con ellos dos, que son personajes que no se dan cuenta (eso tiene que ver con Sobre todas las cosas). Darse cuenta es tomar consciencia y ellos lo hacen. Entonces, les pasa lo que pasa todos los días en los periódicos mexicanos. Aunque nunca menciono la palabra “México”, su historia tiene que ver con

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la historia actual de México. ¿Por qué cada día es más común que haya gente que se muere en un asalto o que cada vez más gente se quiera ir a cruzar la frontera y muera? Su historia era también una especie de mensaje de cómic: “¡Reacciona, lector! Date cuenta de las consecuencias que tienen tus actos”. Algo más –ya nomás para terminar– es que con ninguno de los dos tenía un diálogo el narrador. En esa novela el narrador, una primera persona que sí tiene que ver conmigo abiertamente, conversa con Porfirio Díaz y hay un diálogo con el pasado. Pero no conversa con los otros dos. De modo que la relación entre Beningo, Alfredo y el narrador representa una imposibilidad de diálogo con el presente. Es como si en la realidad mexicana uno hablara y las palabras se cayeran en el vacío, y no pudiera tenerse un diálogo con el otro que permitiera reconstruir los lazos de la comunidad.

Sospecho que sé la repuesta ahora, pero te pregunto de todos mo- dos si estás de acuerdo con el individualismo de Alfredo Palacios, el Negro, el privilegiado que va becado al Viejo Mundo, o sea, a España: “Te has dado cuenta de que quienes se proponen cambiar el mundo, lo único que quieren es que los demás piensen igual que ellos, creyendo que su modo de ser es el correcto” (57). Estoy de acuerdo en que los cambios del futuro –bueno, no sé si decir “futuro” sería muy arriesgado– deben hacerse por otros me- dios. Ya no podemos usar los mismos métodos del pasado, o sea, las marchas o volverse líder sindical, porque se cae en la trampa de ser ingenuo ante alguien más poderoso. Ya no podemos dejar que alguien más lo controle a uno y actuar contra la propia consciencia o sin escuchar la voz propia. Por eso se decía que mi generación, cuando estudié en la unam –y sigue siendo así–, es muy escéptica. ¿Por qué? Porque somos conscientes de que no vamos a morirnos por ninguna bandera, porque detrás de esa bandera hay miles de intereses y las más de las veces financieros. En eso sí estoy de acuerdo con el personaje de Alfredo, pero no con su egoísmo. Creo

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que tenemos la responsabilidad de construir la realidad. Sí estoy comprometida con una nueva visión de cambio. Ojalá que sea un cambio para bien o, por lo menos, de mayor conciencia.

Entonces, ¿no estarías de acuerdo con la siguiente cita sobre Alfredo? “Estás convencido de que tus aspiraciones económicas y sociales nada tienen que ver con los agujeros en el asfalto, los apagones a medianoche, las amenazas de plagio, los asaltos a mano armada, los cerros retacados de casuchas, los millones de manos que piden que se les devuelva algo” (60-61). De hecho, es una crítica a eso. Una crítica a la gente joven de esa clase social que tendría la posibilidad de generar cambios pero se aboca a lo propio.

En una página entera en el último capítulo (9) se leen únicamente tres palabras: “El nuevo tú” (172). Me hace eco con la idea de autosuperación en donde el tú de ahora siempre debe esforzarse para ser mejor. ¿No es una idea bastante gringa? [Se ríe] Yo pensé en todo lo que estaba surgiendo de la Nueva Era. Cuando escribí esa frase, sí pensé en eso. La busqué en Internet y había miles de páginas que decían “el nuevo tú”. Pero a lo que yo me refería era a que, en ese punto de la historia, yo misma me di cuenta como escritora de que volverse hombre o volverse mujer es dejar atrás los objetos. El niño se tiene que aferrar a un oso de peluche porque ese objeto representa a su mamá ausente. Entonces, vivimos en un mundo de niños, de gente que nunca crece, y de gente que nunca es capaz de pasar a otro nivel. Y con “el nuevo tú” me refería al tú que surge cuando te das cuenta de que los lazos con las personas se generan con el diálogo y no con los objetos.

Tu escritura en general, pero sobre todo en Por cielo, mar y tierra, me hace pensar en la de Cristina Rivera Garza. El uso de documen- tos históricos se parece a lo que ella hace en Nadie me verá llorar

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y tu preocupación con las cosas me recuerda de la preocupación de Rivera Garza por el lenguaje. Yo de Cristina Rivera Garza nada más leí La cresta de Ilión y Lo anterior, y me gustó mucho su lenguaje. Incluso recuerdo que en El ombligo del dragón tomé de ella la palabra “bisbisear” porque me encantó. Eso nada más son mis referentes directos. Lo demás no tiene que ver. Lo histórico más bien tiene que ver con las van- guardias; y en Sobre todas las cosas las vanguardias tienen que ver mucho porque puse ideogramas como dibujos. Vicente Quirarte me dijo que debería dejar de hacer ideogramas porque ya estaba muy anticuado. Pero yo estaba jugando con el lenguaje.

Ya explicaste tu interés en las cosas como una etapa preliminar al interés en el diálogo, pero algunos llamarían “preciosismo” el hacer hablar un libro que observa a su dueño. ¿Cómo lo llamas tú? Te cito en Por cielo, mar y tierra: “Eres un libro. Estás abierto sobre las piernas de un apuesto joven que es tu primer lector. Tus estrellas, tus baobabs, tus rosas. Cada detalle te embellece más, incluida la dedicatoria del muchacho que te sacó de la librería donde viviste cerca de 20 años” (134). Es un protopersonaje, protohombre, protomujer. Es una persona que nunca llega a convertirse en persona. Como una persona cosi- ficada. Como el General Caramelo que se transforma en caramelo y se rompe, o sea, las personas cuando están tan apegadas a los objetos, incluso actúan como objetos, se mueven como objetos y terminan muriendo como objetos, como una lámpara que se funde y ya. Protopersonajes serían.

¿A quién lees de la literatura mexicana? Tengo mis etapas. No sé. Estudié Letras Hispánicas y luego mi maestría fue en Letras Latinoamericanas. En la carrera leí desde el siglo xix empezando por Federico Gamboa hasta llegar a Daniel Sada. Tomé un taller con Daniel Sada de novela, de hecho, aunque

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no he leído sus mejores novelas. [Se ríe] Tengo dos formas de lectura. Una que es una lectura ordenada y rigurosa, donde voy siguiendo una línea, y la otra que es totalmente placentera y des- ordenada, cuando leo del tema que me interesa. A veces alguien me recomienda un libro. He leído mucha poesía mexicana. A mi gusto, los poetas mexicanos han sido mejores que los narradores, a excepción de Juan Rulfo. Sí, México es un país de poetas. Por eso el preciosismo sí tiene que ver. Creo que sí vengo de una tradición preciosista, pero no preciosista sino poética. Ésos son mis abuelos literarios. Pienso en Alfonso Reyes y en los Contemporáneos, en Octavio Paz, y así puedo seguir hablando y hablando. Leo mucho a los poetas mexicanos. Los ensayistas también me gustan.

¿Sientes que perteneces a una generación? No, no sé. Supongo que sí pero yo no sé a cuál. No sé. Sí, seguro sí porque no estoy sola en el mundo. Bueno, los Contemporáneos se decían la generación sin generación. Creían que estaban solos en el mundo. Sólo era una forma de integrarse, porque la negación es una forma de formar un grupo. Como: “Ay, a nosotros no nos gusta tal cosa. Entonces nos asociamos y formamos una genera- ción”. Pero yo no, no he tenido eso. No estoy afiliada a ningún partido. Creo en el diálogo, y lo considero una herramienta para cambiar la realidad. Creo que un día va a existir un mundo donde no prevalezca el dinero, donde todos podremos comunicarnos y comprendernos.

¿Tienes amigos escritores? Sí, sí, aunque no hablo de mis temas con ellos. No. O sea, hablamos de libros pero no de lo que uno ha escrito.

Eres una de las pocas personas que no ha mencionado escritores gringos. ¿Es por estudiar letras en español? Sí, cuando quería ser escritora, quería estudiar letras inglesas, pero en la secundaria tuve una profesora que estudió Letras Hispánicas

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en la unam y que decía que el español era el lenguaje con el que Carlos V se comunicaba con Dios. Entonces, a mí siempre se me quedó grabado eso. Desde entonces sigo la tradición hispánica. Es de la que más me he embebido.

Muchas gracias por la entrevista. Ay, de qué.

21 de agosto, 2010

Obras publicadas

Ensayo

“La decadencia del hombre letrado en La región más transparente de Carlos Fuentes”. Ed. Carlos Huamán. En Literatura, me- moria e imaginación en América Latina. Algunos derroteros de su representación a través de la oralidad y la escritura. México/Lima: unam/Ediciones Altazor, 2006. “Humor y utopía: milagros narrativos en la novela de César Aira”. Leído en Primer Coloquio “Memoria e imaginación de Latinoamérica a través de la oralidad y la escritura”. México: unam/ccydel. 6 y 7 de septiembre de 2006. El humor en la poesía de Renato Leduc. Coord. Eugenia Revueltas, 2003. Tesis de licenciatura, Mención Honorífica. Humor y Utopía en tres novelas de César Aira. Coord. Liliana Weinberg, 2009. Tesis de maestría, Mención Honorífica.

Novela

Por cielo, mar y tierra. México: Tusquets, 2010. El ombligo del dragón. México: Tusquets, 2007.

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Sobre todas las cosas. México: Universidad Autónoma del Estado de México, 2004.

Cuento

“Juego floral para evitar el cáncer de mama”. Ed. Héctor Alva- rado. En Antología mínima del orgasmo. México: Ediciones intempestivas, 2009. “Deshielo”. En Grandes Hits. Vol. 1, Nueva generación de na- rradores mexicanos. Ed. Tryno Maldonado. Oaxaca: Almadía, 2008. 279-302.

Literatura infantil

Ave Xóchitl y la serpiente de luz. México: Fernández Editores, 2011.

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Felipe Soto Viterbo (ciudad de México, 1972)

¿Cómo fue tu formación como escritor? Aprendí a leer chico, como a los cuatro años. Cuando iba en Kínder II, aprendí a leer. Nunca se me dieron los deportes. Apenas ahora, a los 38 años, estoy haciendo algo de actividad física diaria para no morirme más pronto, pero realmente era yo el niño que caminaba en el patio de la escuela y recibía los balonazos. Yo creo que la unión de las dos cosas me llevó a escribir: no tener ninguna aptitud física, por razones que no sé, y haber aprendido a leer muy pronto. Realmente mis papás hubieran preferido que yo fuera deportista. Las lecturas de mis papás… bueno, mi mamá lee poco y mi papá pura novela de espionaje, así que tampoco fue por ese lado. Yo leía todo. Me pasé la infancia leyendo. No tenía casi amigos. De hecho, no tuve amigos hasta los 12 años, por lo mismo, porque me daba miedo salir a la calle. Eso, de alguna manera, me educó. Yo no pensaba que tuviera algún talento especial para la escritura ni me interesaba especialmente. Fue hasta la universidad, ya cuando

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tenía 22 años, que para una clase de guionismo nos pidieron que antes de escribir el guion escribiéramos el cuento –estudié cine; bueno, estudié comunicación pero mi especialización fue el cine. Escribí el cuento y me salió completo de principio a fin. Está en mi blog. Se llama “Las nalgas de Melissa”. Es un profesor que se enamora específicamente de las nalgas de una alumna. Me gustó cómo me quedó completo el cuento. Ya me había dado cuenta de que tenía facilidad para la escritura. Mis trabajos siempre habían sido puestos como ejemplo de lo que tenía que entregar el resto de los alumnos. O a veces no me creían que yo los había escrito. Pero para mí era más bien síntoma de la pobreza de mis compa- ñeros, no de que yo tuviera algún talento en especial, o de que mis compañeros tenían más vida que yo: tenían novias y cosas así. Por azares del destino supe que un profesor de ahí –Eusebio Ruvalcaba– estaba dando clases. Le enseñé mi cuento y le pre- gunté si podía entrar a su taller y me dijo que sí porque le había gustado mucho. Luego escribí un segundo relato, el de “Pueblo de niebla”. Ése ganó un premio. Entonces ya fue cuando me la creí. En ese momento me di cuenta de que hacer cine me parecía una actividad aborrecible. Es una actividad para gente de acción, al menos la parte de producción. Una persona de acción que igual amarra un cable, que se cuelga del árbol, que calcula la luz, que está en eso. Y yo nada más no podía. Entonces dije: “Ah, pues, claro. Lo mío es la escritura”. Pero ya había intentado la fotografía, la música, el dibujo, la pintura. Había intentado muchas cosas sin éxito. Entonces, me parecía que podía yo definirme de esa manera. Cuando yo tocaba en mi banda de rock, yo decía que era músico, pero no me lo creía. Realmente mis dedos no daban para más. O cuando estaba en la clase de fotos y mis fotos eran buenas, decía: “Ah, pues, voy a ser fotógrafo”. Pero tampoco. Entonces, cuando dije que iba a ser escritor, resultaba más creíble porque además ya era evidente que yo escribía mejor que todos los demás que estaban en mi carrera. Al menos, de mi generación hacia abajo.

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Hacia arriba estaba Ignacio Padilla, que escribía mejor. Terminé casi toda la carrera en el 94. Tenía 22 años. El último semestre lo estudié en el 95, tenía ya sólo tres materias en la Iberoamericana y tuve que buscar trabajo porque tenía que pagar el financiamiento de la universidad. El primer trabajo que conseguí fue una revista de espectáculos de Televisa. [Se ríe] Era un poco decepcionante por- que tenía que hablar sobre los artistas de Televisa y hablar bien de ellos. Yo, que para entonces estaba intentando adoptar mi pose de literato, lo encontraba hasta afrentoso. Pero mal que bien estar en una revista, en una redacción todos los días –era quincenal, era muy mala; creo que teníamos tres lectores– estar así te forma. Corriges muchos errores. Limpia tu estilo. Empezó esta perversión mía en las revistas de hacer buenos textos para gente que no lo merece. Hacíamos buenos textos, o yo intentaba hacer buenos textos, aunque estuviera hablando de Juan Gabriel o de Mijares, no importaba. Y luego salgo de ahí después de casi dos años y entro a trabajar al Canal 11, como creativo de los promocionales y era un trabajo ideal. Yo entraba a las siete de la mañana y salía a las tres de la tarde. De los cinco días a la semana, únicamente ocupaba dos para trabajar y los otros tres no había trabajo. Tenía que estar ahí a las siete puntual porque checaba tarjeta y tenía que irme a las tres de la tarde. Pero realmente la carga de trabajo eran dos días: los lunes y martes. Los miércoles, jueves y viernes yo estaba ahí sin nada que hacer. En aquella época no había Internet –bueno, sí había, pero era una cosa muy incipiente: estamos hablando del 96 y apenas… tenía yo que incluso irme a otras máquinas para navegar. No había esas distracciones que hay ahora si te conectas a una computadora. Entonces, ya que te cansaste de jugar solitario, ¿qué haces? Me puse a escribir. Y buena parte de la primera novela, El demonio de la simetría, fue de ahí, porque tenía demasiado tiempo libre. Luego, por las tardes. Salía a las tres de la tarde y entonces tenía toda la tarde para escribir. Hice la mayor parte de esa novela en ese lapso y luego me salí de trabajar y me fui de freelance. Escribía cuando

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quería, el tiempo que quería. De hecho, si nos ponemos a ver, mi única etapa productiva a nivel literario fue de 1996 a 2001… no, 2001 fue cuando empecé Verloso, y la terminé en el 2003. Entonces eso: de 1996 a 2003. Después de esa época he intentado escribir pero ya no me sale con esa facilidad. Escribía porque se conjugaban buenos horarios, menos responsabilidades, tiempo. Tenía tiempo para hacerlo. O todavía tenía la oportunidad para buscarme un tiempo para escribir. Ahorita no. Es muy frustrante. Sí escribo, lo que puedes ver ahí en el blog de repente. Luego, si tengo alguna mañana libre, empiezo a escribir algo. Tengo un par de novelas inconclusas, pero no las puedo ver en su totalidad porque no tengo ese poder de decir: “Estos cuatro o cinco días no voy a estar en otra cosa más que en esto”. Así fue como me hice escritor. Respuesta larga.

¿Cómo te ganas la vida? Soy editor de la revista Chilango, editor general. Es una revista importante.

Difícil de encontrar. ¿Sí?

En varios puestos de revistas me decían que ya no había. Mira. ¡Qué bueno! Creíamos que este número no se había vendido. [Se ríe] Sí, es una revista influyente de la ciudad. Es la revista de la ciudad, mitad guía, mitad… Es una revista comercial completa- mente. Queremos hacerla todavía más comercial si es posible.

¿Qué quieres decir con “comercial”? Vamos, si vemos una revista como [toma una revista cualquiera del estante cercano] Fahrenheit 451: La temperatura de la cul- tura, es una revista de nicho. Va hacia un público muy pequeño, de aficionados al arte. Seguramente se mantiene con una buena

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financiación del gobierno o con… Aquí no. Aquí es capital privado completamente. Se busca hacer un buen negocio, de gran escala. Es un presupuesto millonario para hacer Chilango. Yo nomás soy un empleado. Chilango pertenece al grupo Editorial Expansión, que pertenece a Time Inc. Es una revista mainstream, para usar un término en inglés, de circulación masiva, cuya principal finali- dad es hacer negocio y después transmitir algún mensaje. O más bien, si el negocio sale el mensaje puede o no estar. Obviamente, procuras que el contenido sea lo suficientemente bueno como para justificar que el negocio siga funcionando, pero no es como muchas revistas que son por el amor al arte o que tienen una agenda… Es una revista destinada a un gran público.

¿Qué es un texto que vende? Es un texto que logra llegar a mucha gente o que mucha gente pue- de hacerlo suyo sin problematizarse, en este sentido de la revista, pues. Ya a nivel literatura, no tengo idea.

Me parece que uno de los aspectos es la brevedad de los textos. Chilango es de las excepciones. Es decir, producimos algunos de los reportajes más largos que se publican en México.

Acabas de tomar eso como crítica negativa, que los textos sean breves. En México, suelen ser breves. Pero en Chilango, como soy el editor, me he encargado de que las cosas sean un poco diferentes. Chilan- go ha representado un parteaguas en la industria de las revistas en México. Empezamos hablando de una manera irreverente, irónica, desfachatada, cuando en México normalmente se hablaba de una forma solemne y acartonada. Se hablaba de usted al lector en casi todas las publicaciones; aquí, nosotros hablamos de tú. Usamos an- glicismos. Nos pasamos el lenguaje por el arco de triunfo. Usamos mucho el humor. Eso era poco visto hace siete años. Ahorita ya es

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más común. Casi te puedo decir que soy el primer editor de revistas en México que devuelve sistemáticamente sus textos a los escritores. Normalmente no se hacía. Normalmente el escritor llegaba con su texto; el editor lo publicaba así, tal cual. A veces se quebraba la cabeza para corregirlo. Aquí no. Aquí es: “No, ¿sabes qué? Te lo devuelvo y lo tallereamos varias veces”. Se lo devuelvo una vez y otra vez hasta que quede un texto consistente. Somos una revista que no nos importa tanto el nombre del autor como que el texto sea bueno para ser leído. Comenzamos con una filosofía distinta que venía un poco de toda mi experiencia previa en revistas. Después de Canal 11 estuve en otra revista, que se llamaba Switch donde estaba, por ejemplo, Xavier Velasco. Él y yo hacíamos… era una revista para adolescentes, imagínate. Entonces él y yo nos decíamos: “¿Cómo hacemos para que niños de 14 nos lean?” “Ah, vamos a meter albures”. Esta revista nadie la conoce mas que algunos jóvenes que en su momento les tocó, pero ya no existe. Luego estuve en Cine Premiere. Luego estuve en Expansión, la revista de negocios, y luego en Chilango, desde que empezó hace siete años. Entonces sí, se caracteriza por ser una revista que trae otra cosa y que es una revista un poco más inteligente sin tomarse en serio.

Es interesante que Chilango siempre tenga esa reflexión sobre el lenguaje. Me acuerdo de un número hace años sobre la palabra “chale” y en el número de esta semana juega con los nombres de pan en México. Éstos los escribo yo. Todos esos los hago yo, el “chale” y “chido” y todo eso. El “Chilangoñol” siempre es mío. Sólo que no lo firmo. Tam- bién la otra sección que tiene muñequitos, ésa sí la firmo. Dice “texto Felpas, monos Bef”. Felpas es como mi alter ego humorístico.

¿Bef hace los dibujos? Bef, sí, Bernardo Fernández. Seguramente te entrevistaste con él para esto.

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Sí. Pues ahí tienes. Volviendo al tema, nos enfocamos en que se venda más sin sacrificar la calidad. Pero como el principal objetivo es vender más, por eso es el rollo de texto-para-el-mercado. A dife- rencia de, por ejemplo, mis novelas, que las escribo por diversión sin pensar en si va a ser leída por poca o mucha gente o si va a ser publicada algún día o no. Como aquí nadie vive de ser escritor, al menos que el gobierno te subvencione y no es algo en lo que yo crea, o que tengas la fortuna rarísima de devolverte una superestre- lla, pero en México no ubico superestrellas de la literatura que yo respete, al menos. No sé, Gabriel García Márquez. [Se ríe] Carlos Fuentes, pero fuera de ellos, que son ya como vacas muy sagradas, seguramente no vas a encontrar a ninguno que viva de sus libros. Entonces, por otro lado, nos quita presión. Todos tenemos que trabajar en otra cosa y, pues, escribimos en nuestros ratos libres, cuando tenemos ratos libres.

¿Me puedes hablar de ese sistema controversial de estrellitas que se usa para calificar los libros reseñados en Chilango? Ay, pero ¡lo hacen todas las revistas del mundo! [Se ríe] ¡Todas!

Para las películas, tal vez, pero con los libros es muy… Y para los restaurantes. Si estás calificando los restaurantes y los discos compactos y las películas con estrellitas, no hacerlo con los libros es… ¿por qué? El criterio es evidentemente subjetivo. Verloso me lo calificaron con dos estrellas o tres.

¿Y publicaste eso? ¡Claro! [Se ríe] Pero aparte la reseña de Verloso en Chilango es así como: “Estamos publicando esto porque nuestro editor nos obligó”. [Se ríe] Me dio mucha risa y dije: “Órale pues”. Y luego el tipo que hizo la reseña me confesó: “Es que realmente no la quería ni leer”. Y dije: “Bueno, eso sí es buena crítica”. [Se ríe] Y luego la

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terminó de leer y me dice: “No, sí está mucho mejor de lo que le había calificado”. Pero para entonces ya la había publicado la reseña y dije: “Bueno, pues ya”. Me hubiera sido muy fácil hacerme la foto y la entrevista y todo en Chilango, pero no creo en eso.

En El demonio de la simetría empleas una técnica de recortar las frases y sin embargo se entienden. Por ejemplo, “yo no iba a tener ánimos de pensar en” (11). O “La explicación puesta así podría resultar muy. Impaciente” (61). O “Había sido preñado desde. Bueno, Platón hubiera argumentado que las ideas arquetípicas lo habían usado como canal para manifestarse en la Tierra. Pero. Era la idea” (64). ¿Recortas la frase para evitar el lugar común o qué es el juego ahí? En aquella época en que mi cerebro era más fresco que ahora, casi cada vez que empezaba a escribir algo, buscaba un nuevo lenguaje. “Pueblo de niebla”, por ejemplo, si no me equivoco, es una sola frase de principio a fin. Todo el cuento es una frase de ocho páginas. Otros cuentos que escribí en esa época tenían sus jueguitos. En uno, por ejemplo, está el narrador en tercera pero primera persona. A mí me gustaba hacer ese tipo de juegos. Cuan- do empecé a escribir El demonio de la simetría me salió cortar las frases porque la gente habla con las frases cortadas. En la vida real se quedan las frases a medias. Ahora, ya a la hora de estar en realidad redactándolo, me di cuenta de que no todas las frases cortadas funcionaban. Tienes que estructurarlas de manera tal que al momento de cortarlas se entendiera la palabra que no se dijo o el resto de la frase que no se alcanzó a decir. Y me gustó porque le daba ritmo, le daba personalidad a ese narrador y lo dejé. Tampoco lo pensé demasiado. [Se ríe]

¿Por qué el demonio de la simetría no es el dios de la simetría? ¿Dios sólo obra en la asimetría? No. Un texto de Borges en el Bestiario habla de un animal fan- tástico chino –cuyo nombre he olvidado, está en chino– que es

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como un perro con dos cuerpos. Cuando Borges lo explica dice: “Y el demonio de la simetría, en vez de darle dos cabezas, le dio dos cuerpos”. La frase la estoy recitando de memoria y a lo mejor no tiene nada que ver, pero menciona el demonio de la simetría. Realmente, cuando le puse El demonio de la simetría, fue porque la novela nunca tuvo título. Cuando la terminé de escribir no tenía título. Como en las primeras páginas se menciona “el demonio de la simetría”, así le puse.

¿El demonio de la simetría quiere explicar algo de manera secular que normalmente recibiría explicación religiosa? ¿Quieres volver aquí el misticismo un poco matemático? Hay que pensar que fue mi primera novela. En la primera novela uno siempre quiere decir todo, todas las ideas y teorías que había yo tenido en esa infancia encerrada en mi cuarto y juventud con la demora en empezar a tener novias y etcétera. [Se ríe] Era una per- sona muy sola hasta entonces. Recuerdo que cuando ya empezaba a creer el rollo de ser escritor, tenía yo una hoja, bueno, un docu- mento en Word realmente, donde ponía yo teorías y todas tenían el común denominador de ser ideas incomprobables, filosóficamente cuestionables, pero que funcionaban literariamente. Quería yo en un texto meter todas esas cosas. En algún momento, en Canal 11, hice el esqueleto de una novela sobre dos músicos. Hice mi es- quema así: “A ver, tema: la música. Los personajes: dos músicos componen la misma sinfonía”. Entonces, como tenía todas eso de la sincronicidad –estaba muy obsesionado con eso– fui armando en tres cuartillas el esqueleto de la novela. Desde el principio me quedó claro que iban a ser dos personajes: un músico estadounidense con todos los privilegios de haber nacido en Estados Unidos y todo ese aparato mucho más capitalizado que acá, y otro en México donde evidentemente no se puede. Entonces, trataba de comparar eso y el asunto absurdo de haber compuesto la misma obra musical al mismo tiempo. A la hora de ponerme a hacer filosofía de cómo

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puede haber sido la misma obra musical al mismo tiempo y de querer meter todo en la novela –esa obsesión– me dije: “Claro, es que la música será el arte de combinar los sonidos en el tiempo, pero ¿qué tal que una obra musical no tenga tiempo?” Todas ésas son cosas que yo ya venía pensando desde años antes, sin necesidad de quererlas poner en una novela. Realmente mezclé una serie de ideas que tenía antes. Ya se me olvidó tu pregunta.

Ah, no. Está bien. Yo preguntaba por el misticismo. [Toma una llamada de trabajo] Perdón. ¿En qué estamos?

En el misticismo de El demonio de la simetría pero pasemos a la siguiente pregunta. ¿Encontrarse varias veces con la misma per- sona “desconocida” tiene que ver con clases sociales en la novela o el destino no presta atención a similitudes económicas entre los destinados a reencontrase? Fíjate que sí y no. Remontémonos a 1994, 95, 96, y tienes a este chico que está saliendo del cascarón de haberse encerrado en su cuarto toda su vida. Empecé a tener amigos, te digo, a los 12 años. En la secundaria empecé a tener amigos, pero siempre pocos. En la prepa tuve también un grupo muy pequeño de amistades. En la universidad, apenas… mi mundo era ir de mi casa a la univer- sidad, que estaba lejísimos, y de regreso. Y nunca había tenido vida social. Terminando la carrera empecé por primera vez a tener algo parecido a la vida social y empezaba el boom de la colonia Condesa al mismo tiempo. En esa pequeña vida social que tenía con un grupo un poco más amplio de amigos, solíamos irnos a la Condesa. Entonces era más frecuente que te encontraras a otras personas que nada tenían que ver ahí, pero con las que confluía- mos. Cuando tienes veintipocos años, eso de las coincidencias te parece milagroso. Eso lo sé ahora como una idea exagerada. En su momento creía en ello. Evidentemente, con los años, me di cuenta de que tenía que ver con la pequeña burguesía, pero en el principio

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el tema en El demonio de la simetría no era ningún comentario de clases sociales. Seguramente cuando hice el esqueleto de la novela, yo creía en las coincidencias. Al momento de escribir la novela empezó a sucederse un cambio en mí. Escribir esa novela me sirvió para quitarme todas esas creencias un tanto ingenuas que tenía a los 25 años. El proceso de escribirla y terminarla a los 27 fue como un proceso de desencantamiento. Si al inicio empecé creyendo en las coincidencias porque pensaba yo que eran señal de una orden superior, conforme iba escribiendo la novela me daba cuenta de que era una estupidez y que podía yo burlarme de eso. Sí existen los encuentros fortuitos, y los encuentros fortuitos verdaderamente más extraños pueden ser dignos del significado que tú les des, pero generalmente tiene que ver con que todo es muy pequeño. Me gustaba llevarlo al extremo. Al final de El demonio de la simetría resulta que Melina se casa con el hijo de Uriel Waizick, cuyo nom- bre es una mezcla de los nombres de dos personas que existen en la vida real. Me daba risa. Era como poner a funcionar ese mundo que no existía. ¿Qué tal si efectivamente las coincidencias fueran ciertas? Pero cuando la escribía, ya no creía en las coincidencias. Ya me había desencantado de eso y creo que tiene que ver con una etapa en la vida. Normalmente, la gente de veintipocos años suele creer en las coincidencias como señales de algo más grande de uno mismo, pero no: es la pequeña burguesía.

¿Por qué meter el lugar de Colby, Kansas, en la novela? [Se carcajea]

Yo soy de Kansas y me sorprendió mucho ver ese lugar metido ahí. Es una razón muy estúpida. Era cuando empezaba el Internet, te digo. Entonces, la posibilidad de tener amigos a distancia se volvió mucho más real. Por azares del destino contacté a una chava que era de Colby, Kansas, a la que no he vuelto a ver en mi vida, pero

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me sonó a que era un pueblo en medio de la nada. No tengo idea. No lo conozco, pero me sonaba a que era un pueblo así perdido en la nada.

¿No pensabas en ninguna relación entre Estados Unidos y Méxi- co? No, pero el tema es inevitable. Somos el traspatio de Estados Unidos. También en Conspiración de las cosas y Verloso está ahí Estados Unidos metido. Primero, es el país al que más he ido, además de México. No me gustan los viajes. Si puedo quedarme a tres cuadras de mi casa el resto de mi vida, soy feliz. Pero en aquella época trabajaba en revistas de espectáculos, a cada rato me mandaban a que entrevistara grupos de rock o que asistiera a junkets de películas y así. Entonces, conocí bastante de Estados Unidos en ese raro ámbito. Es inevitable. Todo el tiempo la referencia de la clase social a la que aspiro, pero a la que no pertenezco, es así: compras en Houston, Disneylandia… Para mucha gente Estados Unidos está ahí, pues; Guatemala no existe. Es la otra frontera pero es como para allá.

Igual que en Verloso, los hombres de El demonio de la simetría se enamoran de la misma mujer. Es algo que se repite mucho en lo que escribes. Sí, me gusta enamorarme de mujeres de las cuales se enamoran muchos hombres. Creo que tiene que ver con eso. Te podría contar un montón de historias de la vida real en donde ese patrón existe [Se ríe] En aquella época estaba yo muy fascinado con figuras como Bettina Brentano von Arnim, y esas mujeres súper musas del siglo xix, como Lou Andreas-Salomé, que andaba con Nietzsche y Wagner y todos los de su época. Entonces estaba yo buscando un arquetipo de mujer. Si ves mi vida, se nota que suelo incurrir en ese error. [Se ríe] Vamos, sí, las tres novelas fueron marcadas por una mujer en específico que tenía esos atributos fascinantes y

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misteriosos. Ahorita a lo mejor los veo con distancia y no eran fas- cinantes ni misteriosos. Era yo que estaba imponiendo atributos. Es una manera de procesar lo que no podía procesar en la vida real.

Ambas novelas se dividen en tres partes. El demonio de la simetría se divide entre Estructura, Éxtasis y Estruendo. Verloso se divide entre: El arte de la mentira, El poder de la mentira y La mentira del poder. ¿Por qué dividirlas entre tres secciones? Bueno, Conspiración está en cuatro. Y Verloso estaba en cuatro originalmente, pero le moché la última parte. [Contesta una llamada del trabajo] Verloso la terminé de escribir el 28 de diciembre de 2003, que además es Día de los Inocentes. Dejé pasar los últimos días de ese año y a partir del día primero o dos de enero la empecé a leer, y dije: “Es espantosa. No tiene pies ni cabeza”. Era irresca- table. Estuve pensando los siguientes meses en cómo rescatarla. Ya estamos en 2004. La dejé ahí en la computadora. Pasó 2005, 2006, 2007. En verano del 2008, estaba yo escribiendo la siguien- te novela de un tipo que había escrito una novela que se llamaba Verloso, y entonces de repente sacaba extractos de Verloso para ponerlos acá. En uno de esos extractos, estaba como por la página 40 del manuscrito y me seguí leyendo y me seguí leyendo, y dije: “¡Claro! Esta novela empieza en la página 40”. Si la empezabas en la página 40, tenía lógica. Dediqué dos fines de semana a cortarla y eliminé la última sección, “El arte del poder”. Creo que todavía merecía otro corte más pero Andrés Ramírez decidió mandarla a imprenta así como estaba. [Se ríe] Y quedó como quedó.

¿En qué te inspiraste para escribir del 94? Yo hice mi investigación por Internet. Y luego, al empezar la novela, puse cosas inexactas. Por ejemplo, la muerte de Luis Do- naldo Colosio es el 23 y puse el 28 de marzo, 1994. No es la fecha correcta porque era por ese rollo de la mentira. Es que fue un año traumático. Eso sí fue… ahorita es más traumático. Este presente

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es más traumático, creo, pero ya estamos acostumbrados al trauma. Ese 94 veníamos de cierto periodo de estabilidad y todo se cayó. Terminó con una crisis económica.

Si el trauma sigue, es más verosímil ahora la política en México que en el 94? No. Cada vez menos. Antes todo venía de un gran mentiroso, en el 94. [Se ríe] Era un solo poder que mentía y era más fácil. Ahora tienes un montón de personas, algunos dicen la verdad, otros dicen media verdad, otros mienten claramente, y el poder se reparte entre todos éstos. Todo es confuso. Antes se podía pensar en un complot. Ahorita, la idea de un complot… hay muchos que lo manejan y dicen que el narco, pero es que ni siquiera el narco es una sola entidad. Entre ellos se están matando también. Es la confusión.

Volviéndose a la pregunta sobre el amor por la misma mujer, en Verloso todos enloquecen por Fernanda, que además es egoísta y desagradable. ¿Qué tiene que ver el amor con los problemas políticos en Verloso? En mi concepción ideal de la novela tiene que haber siempre una dama, pero porque soy heterosexual y entonces creo en esas cosas. Si fuera homosexual, otra cosa sería. Vamos, me gusta mucho Adolfo Bioy Casares y siempre en todos sus cuentos hay un momento en que aparece “la dama”. Onetti también me gusta mucho y siempre hay un momento en que aparece una chica que le vuela la cabeza al personaje. Soy muy fan de Lolita de Nabokov y Lolita, que tiene 12 años, tiene esas características. Las carolas en Verloso son de Nabokov, pero tienen como tres años más que Lolita; las de 12 años no me despiertan absolutamente nada. En mi arquitectura arquetípica de la novela, tiene que haber una mujer así, como que así me funciona escribir, estructurar las cosas. Pero por otro lado, haciendo una reflexión sobre el poder, creo que al final la acumulación del poder tiene una finalidad sexual. No

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es económica, es sexual. Es por satisfacer un instinto animal. Ésa es mi teoría. Nunca he tenido el poder suficiente para comprobarla, pero ésa es mi teoría.

¿Por qué ponerle Benito Juárez al jefe inmediato de Verloso? [Se ríe] Ésa fue una ocurrencia. Recuerdo el momento en que iba redactando y casi como está redactado en la página, fue como lo hice. Voy escribiendo al buen tuntún. En el momento de descri- bir a la persona con que Verloso se tenía que enfrentar, escribí “como Benito Juárez”. En el párrafo siguiente se presenta como “Benito Juárez”. Seguí escribiendo, me gustó el chiste y lo dejé. Fue inconsciente de mi parte pero me gustaba el efecto que daba. Benito Juárez es el gran Benemérito de las Américas, etcétera, pero además es famoso por haber sido el primer indígena que llegó al poder en México. En México existe ese clasismo, racismo soterra- do, terrible, y entonces ésta es una persona con mucho poder con rasgos indígenas que incluso cuando él cuenta su historia dice que le pusieron Benito Juárez porque lo consideraban menos, porque era un indio. Pero a pesar de que era eso, tenía poder, podía mover las cosas y era obscuro. Creo que el nombre y la figura de Benito Juárez permitían unir todas esas contradicciones del ser mexicano, toda esa basura de ser mexicano en una persona.

¿Cómo sabe Benito los pensamientos íntimos de Verloso sobre “el arte de la mentira” y la costumbre de llamar a las mujeres “carolas”? En todas mis novelas pretendo –quisiera pretender– hacer una me- táfora metafísica. Mis novelas no son realistas. Pueden ser realistas hasta cierto punto, y de repente empieza a haber un elemento de irrealidad que las vuelve fantásticas. Realmente es literatura fan- tástica. El chiste de este asunto, es decir, el elemento fantástico del asunto, es que Benito Juárez o alguien en esa corporación extraña ya había escrito la vida de Verloso. Ya había escrito sus pensamien-

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tos y había hecho que todo fuera como fue. Y que Carola fue una invención. O sea, todo ya venía escrito en el guión porque iba a hacer lo que iba a hacer. En ese mundo que requiere de escritores para inventar la realidad, pues ya tu realidad está escrita. Ésa fue la metáfora fantástica que quería meter ahí.

¿Por qué llamar a uno de los personajes “Fidel” en Verloso? ¿Se refiere a Castro? No. Los cuatro amigos de, bueno incluyendo Verloso… Es decir, Franco Verloso era un juego de palabras. En mi diccionario de si- nónimos, que es el único lugar donde he visto esa palabra, verloso es sinónimo de charlatán y de embustero. Franco, pues franqueza. Cuando estaba yo buscándole nombre al personaje, escribí varios intentos de nombre y estaban estos: Charles como charlas, Fidel como fiel a la verdad, Sarmiento… [Contesta una llamada de trabajo] Sar-miento. Y a Fidel le di características como de Fidel Castro pero borracho. [Se ríe] Era el chiste. Es izquierdoso pero borracho.

Volviendo una vez más al tema de la aspiración romántica, en La conspiración de las cosas retratas el sexo anal, de hecho con la doble penetración. El sexo anal también aparece en textos de los últimos diez años escritos por Bernardo Esquinca, Vicente Alfonso y J. M. Servín. ¿El sexo anal es la nueva manera de ser escritor atrevido? ¿Es una suerte de rebeldía que se entiende como intelectual? Fíjate que lo de la doble penetración aparece únicamente en la úl- tima edición que hice de esa novela que es de este año. ¿Por qué? Tal vez porque cuando escribí la novela la primera vez no había visto suficiente pornografía. [Se ríe] Y ahora es de lo más normal eso. Entonces en la primera novela realmente la transgresión de Valeria, pues, era nomás que un tipo se la metía por atrás y se la mamaba a otro. Pero necesitaba una transgresión fuerte. Ya cuando

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volví a leer esto, dije: “No, está muy fresa, ahora esto es común”. Entonces, por eso tuve que cambiar el asunto, porque ya cuando conoces a personas que lo han hecho… [Se ríe] Yo nunca he estado en eso, pues, pero cuando los conoces dices: “Ya no es tan fuerte”. Y necesitaba yo una gran transgresión que motivara al cuate éste para que le diera guitarrazos en la cabeza a Gerardo Paz.

Tal vez los autores realmente nunca contestan mi pregunta porque estoy comentando sobre una práctica sexual que se ha vuelto tan anticuada ya, pero pedir que mis alumnos lean eso es invitar a un escándalo. Bueno, sí. Aquí en México también. Hace unos años hubo un es- cándalo porque una maestra puso a sus alumnos a leer Aura. Esas cosas pasarán siempre. Por otro lado, hay una corriente que fue sobre todo muy fuerte en los noventa con Fadanelli y sus secuaces, pero incluso el mismo Ruvalcaba que fue el primero con quien tallereé cosas. Era un asunto un poco nerd de destaparse. Mi teoría es que en un país donde nadie leía nada, como que la salida natural de cierta generación de escritores de los noventa era el morbo. Si nadie lee nada, pero la gente sigue comprando el Alarma y sigue comprando La Prensa porque salen muertos y porque hay chicas, entonces toda una generación literaria fue a escribir cosas puercas para atraer lectores. Funcionó para algunos, como Fadanelli. Yo era muy chico. Nunca llegué a creer en eso, pero de alguna manera el hecho de que eso ya exista te pone un estándar. Si quieres que tus personajes hagan transgresiones, ya no pueden ser así como “le dio un beso”. Vamos a lo peor de lo peor. Pero fue por eso, no porque sea una obsesión mía ni nada.

En Conspiración de las cosas los problemas de Diego García Le- desma parecen formar un paralelo con la violencia de Fight Club, sólo que Diego se ve a sí mismo en lugar de un alter ego.

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No creo que haya sido por ahí. No fue Chuck Palahniuk, pero sí fue Raymond Carver. En aquella época estaba yo muy metido en Raymond Carver y me gustaba ese tono hiperrealista, esa narración donde todo importa lo mismo. Alguien me lo describió como: “Tie- ne la misma importancia la muerte de alguien como la servilleta sobre la mesa”. Quería yo hacer un texto hiperrealista. Pero no podía yo evitar la tentación de irme a la fantasía. Por ejemplo, el hecho de que él se encontrara a sí mismo… Es que la novela fue mutando. A diferencia de Verloso o El demonio, donde tenía yo un draft de tres cuartillas, o dos cuartillas, donde más o menos decía por dónde quería que fuera el texto, con Conspiración no hice tal cosa. Hice anotaciones pero como para encontrar a los personajes y dejarlos jugar a ver qué pasaba. No hubo una estructura previa. Se fue estructurando solita. La primera vez que apareció el doble de Diego, era como una manera de hablar de su doble vida porque él estaba casado con Rocío, luego estaba con Margarita la de Compras, y estaba pensando en Valeria: entonces era esa duplicación y el rollo de la doble vida. Venía también de El demonio de la simetría con ese asunto de la duplicación y la duplicidad. De alguna forma, –no sé por qué– estoy obsesionado con la duplicación de las cosas. Tiene que ver con la imposibilidad de ser original. Siempre que quieres ser original, alguien tiene la misma ocurrencia. Tú crees que eres un individuo único, pero no. Hay otro que es como tú. Fui introduciendo esa idea de la duplicación [de Diego] con este personaje que es él mismo. Al final, el doble lo suplanta.

Si Diego actúa de manera violenta hacia las mujeres, ¿por qué pasa tanto tiempo pensando en ellas y buscándolas para el sexo? Diría una persona machista: las amas o las odias. Es que es un ma- cho. Diego es un macho claramente, pero el macho no se concibe sin la hembra. El mundo de puros hombres anula lo macho. Ro- berto Bolaño lo hizo mucho mejor que yo en 2666, donde está esta

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mitificación de lo femenino que va desde las canciones rancheras hasta los asesinatos en Juárez y se representa en fenómenos muy tontos en México. Las mujeres se sienten incómodas al caminar por la calle, a diferencia de otros países incluso latinoamericanos donde hay más apertura. Vivimos una cultura muy cerrada, muy moral. Está también este rollo de la doble moralidad, en donde se idealiza lo femenino, se lo distancia y por lo mismo se le ultraja. Tiene que ver con eso, creo yo. Pero te digo, Bolaño lo hizo mejor que yo.

Otra vez pienso en Fight Club cuando pienso en los conflictos de Diego. No he leído la novela. Únicamente vi la película.

La tentación es culpar a la empresa de Diego por sus problemas con su mujer, o atribuir los problemas con su mujer al fraude que él comete contra su empresa. Sin embargo, Diego nunca busca una relación de causa y efecto. Su narrativa se rompe en fragmentos y el efecto al final es más onírico que razonable. Sí y fue deliberado. En algún manuscrito previo, a la novela la intentaba explicar. Creo que eso la hacía fallida. Preferí irme por la inexplicable. En la que tú leíste hay una intersección narrativa en que él regresa a casa de Rocío y entonces se repite la misma escena con distintas opciones: imagina regresar y perdonarle; imagina re- gresar y matarla, o algo así dice. Aparentemente nos vamos con que se va, o sea, imagina no regresar nunca e irse, pero queda ese loop ahí en que aparentemente sí regresó a matarla. Pero me gusta que sea irracional, que ni él mismo sepa qué pasó. Sí aparece la esposa muerta y dice “Estoy muerta en la alacena”, pero Diego nunca va a comprobarlo. Realmente no hay manera de saber si la mató o si la está imaginando. Pensaba en El Inquilino [Le Locataire] de Roman Polanski. Es una película maravillosa y es la subjetividad

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del tipo éste que se va alienando y se va enloqueciendo conforme va evolucionando la película. Aquí pasa lo mismo. Es una narración en tercera persona, pero desde la perspectiva completa de él y el narrador no puede evitar irse alienando, ir enloqueciendo junto con el sujeto. Irme por causa y efecto y racionalidad hubiera hecho una novela muy zonza.

El tráfico de la ciudad de México es un personaje en la novela, una serpiente que engulle al que manejaría a través de la ciudad. ¿Qué aporta a la temática personificar el tráfico? Es que siempre detrás de mi novela hay alguna teoría. Aquí el tí- tulo, Conspiración de las cosas, refleja la teoría de que no somos sino mediante las cosas. De hecho, hay un capítulo que todo está narrado en forma pasiva. El elevador empuja a Diego, las puertas lo expulsan. Él no hace nada. Las cosas son las que lo llaman a hacerlo. Él no se desplaza en su automóvil sino que el mundo se desplaza para que él llegue a su lugar. Es como a las tres cuartas partes de la novela donde viene ese capítulo narrado en voz pasiva y ese capítulo da ese sentido de la conspiración de las cosas. Las cosas tienen su propia consciencia. Hay una reflexión ahí sobre la inteligencia del mar, la inteligencia de las montañas. Es como una especie de panteísmo en donde todas las cosas tienen su propia inteligencia distinta a lo humano, y que de alguna manera somos un objeto más en un universo de objetos. En este caso el tráfico, por ejemplo, es un ser vivo en sí mismo. Es un gusano. Así como los gusanos que caminan al comprimirse y expandirse, lo mismo el tráfico. Pero, vamos, todas las demás cosas también: el mar frente a Diego, las olas cuando está recordando haber estado con Rocío en la playa –el mar tiene su propia lógica y su propia inteligencia. Es como el subtexto a través de la novela.

El cadáver de Rocío que pasa tiempo con Diego y cuenta cómo él la asesinó me hace pensar en la estética de las películas de terror

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asiáticas. También la irrealidad, gran parte de la novela, me hace pensar en el escritor japonés Haruki Murakami. No. No pensé en eso. Fue Ingmar Bergman, Gritos y susurros. Hace muchos años que la vi, pero en Gritos y susurros la muerta se levanta y está ahí, y habla y se quiere ir. Es esta lógica de los fantasmas que me impresionó mucho. Me gustó ese recurso del muerto que regresa a reclamar pero sin sorpresa. Llega y se sienta y te reclama.

Si la gente intenta analizar eso como aspecto mexicano ¿qué vas a decir? ¿Por lo mismo de la muerte y todo esto? No. [Se ríe] Es sueco.

A través de la novela, vemos la idea de gente que nace o de alguna manera vive sin cerebro. Los encabezados que lee Diego incluyen “Hombre sin cerebro” (193) y “Nacen niños sin cerebro” (20). También aparece en las noticias que él ve en la televisión (77). Un lector paranoico va a encontrar mucha resonancia entre todo eso. Es muy posible que el significado de todo esto sea irracional. Hay que ver también que una de mis grandes influencias es el cine de Buñuel. En su momento, cuando estudié cine, vi todas sus películas varias veces. El proceso, por ejemplo, para filmarUn perro andaluz era entre Dalí y Buñuel, que se juntaron un día para hacer el guión y la única condición es que pusieron puras cosas que ellos mismos no podían explicar. Entonces, esa obsesión enloquecida que tiene Un perro andaluz es que Dalí decía una cosa, Buñuel decía otra y las fueron armando como un cadáver exquisito. El chiste es que ninguno de los dos pudiera explicar de dónde había surgido esa imagen. Muy posiblemente lo de los niños sin cerebro fue una cuestión irracional que puse en un primer momento y después como un tema musical que se repite, lo voy tomando aquí y lo voy tomando allá. Porque cuando escribes una de esas cosas, o la borras

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porque no tiene ningún sentido, o la usas para desesperación de los lectores paranoicos. Aparte, una de las razones por las cuales me gusta escribir novelas y leerlas, pero más escribirlas, es ese efecto donde el autor te suelta un dato absurdo, un dato que parece que no tiene nada que ver y después cien páginas más adelante tiene un nuevo significado y te hace regresar y atribuir un nuevo significado a lo que leíste. Ese juego de poderte regresar las páginas es lo que me parece que es lo más rico de una novela, que parece que tiene hilos internos y descubres: “¡Claro! Este hilo jala lo que está en esa otra página”.

Fue interesante que la noticia de los niños sin cerebro apareciera en Reforma en la novela. Así das mucha validez al asunto. Quería que fueran cosas muy concretas. El Audi que, por ejemplo, en su momento, en el primer borrador no era un Audi, era un Honda, pero porque en ese momento tener un Honda era ¡guau!, y luego me di cuenta de que es un coche de la clase media alta y él tenía que ser un poco más arriba; entonces le puse un Audi. Los Benson & Hedges, los Marlboros, el Zippo, la chica del Chevy de al lado, ese mundo de marcas, de cosas, por eso lo puse.

Diego detesta a Rocío por su consumismo pero él mismo se fija mucho en las marcas. Diego me cae bien por incoherente. Se casa con Rocío porque está guapa. Es todo lo que puede decir de ella: “Es muy guapa. Es muy linda”. Y Valeria no era tan bella como Rocío pero no importa. Estaba clavado con Valeria. A Margarita ni siquiera la considera mujer. Margarita es como puede obtener una doble vida. Sí, pues, es una crítica del consumismo, pero quise hacer esa crítica muy por encima. Creo que hay cosas más abajo que la crítica a la sociedad del consumo. Mi interés era más hablar de una cosificación, de cómo necesitamos de las cosas para ser nosotros.

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¿Qué pasa con la publicación de Conspiración de las cosas? ¿La versión que yo leí es la mejor? Le cambié pocas cosas realmente. Fue un mero ajuste de tuercas. Cambié cosas muy específicas. La frase final es de la nueva. En la versión anterior había un párrafo que le seguía, que era pésimo. Entonces lo volé y quedó así. Y bueno, esa novela la escribí en un taller con Vicente Leñero. Estuve muchos años, como tres, con el taller de Vicente Leñero. Es cada jueves. Ahí terminé de escribir El demonio de la simetría. Escribí toda Conspiración de las cosas. Me quedé un poquito más y después ya me fui. De ahí conocí, por ejemplo, a Michael Rowe, él que ganó la Cámara de Oro en Can- nes por Año bisiesto; es vecino también de aquí. Conspiración la estuve tallereando y cuando la terminé, Leñero me dijo: “Dámela y yo la llevo a Alfaguara”, que es su casa editorial. Dijo: “Métela al premio Alfaguara”. Yo dije: “Okei”. Me llaman como a los dos meses de Alfaguara. Deciden que no va para el premio Alfaguara y la meten para otro premio más juvenil que se llama el premio La Resistencia, de El Foco-Alfaguara [ era un portal web, ahora exitinto]. El premio era mucho menor, pero cuantioso. El premio Alfaguara son 175,000 dólares y el premio La Resistencia eran 25,000 dólares. Me llaman para decirme que está entre los diez finalistas de 396 novelas que habían entrado de toda Iberoamérica. Me dijeron que me hablarían la próxima semana para ver si era la ganadora. Esa semana tuve diarrea todo el tiempo, crisis nerviosa. El mero día me llaman para decirme que está entre los cinco fina- listas. Tenía informantes ahí –gente que conocía ahí– y me decían a unas horas del dictamen: “Está entre los tres finalistas”. Y total, ganó un escritor argentino. [Se ríe] La otra novela era Pixie en los suburbios de Ruy Xoconostle. Entonces me deprimí muchísimo. Me llaman de Alfaguara para decirme que no saben qué hacer con la novela por el dictamen. La editora no debía de habérmelo dado, pero lo hizo: “Es una novela de indudable calidad literaria, pero no la recomendamos para su publicación por su contenido desespe-

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ranzador, pesimista y obsceno”. [Se ríe] Entonces, no se publicó. La mandé a otras editoriales que me la rechazaron. Finalmente, cuando llevé Verloso a Mondadori, me la aceptan por eliminación porque les había mandado las otras dos. Rechazan Conspiración y El demonio. Me dicen que están buenas pero que saben que tengo otra más y quieren ver ésa, que era Verloso. La había terminado hacía dos semanas. La había anunciado en mi blog y una chava que trabajaba en Mondadori era fan de mi blog. Ella había empujado mis novelas y les dijo: “Acaba de terminar otra. Pídansela”. Deciden publicar Verloso que es la que más les había gustado de las tres. Andrés Ramírez me dice que va a publicar Conspiración el año que entra, pero me sonó como atole con el dedo, como decimos acá. No me consta que me la vaya a publicar. Igual y sí. Tampoco me quiero hacer a la idea de que la va a publicar en el 2011.

¿Me puedes explicar el sentido de esa frase con que se concluye la tercera sección de la novela? “Para Diego, en esta ciudad mental, conspiración de las cosas, Valeria era una persona. La única persona posible” (214). Lo de la ciudad mental viene de El demonio de la simetría. El pueblito mental que era la explicación que daba el narrador para los encuentros, que es una figura que luego he usado para la revista Chilango. [Se ríe] Mi idea de la ciudad mental es que la ciudad no existe como ente sino como construcción en la mente de las personas y que los pobladores son las gentes que uno conoce y se encuentra uno a cada rato aunque no haya ningún motivo para encontrarse. Como que el espacio real no tiene nada que ver con el espacio mental. En ese espacio mental te encuentras a ciertas personas con más frecuencia que las que posiblemente hubieras encontrado en el espacio real, porque tienes esta ciudad mental. Si lees las tres novelas, las tres mujeres, Melina, Fernanda y Valeria, las tres mujeres sobreviven. Y se salen con la suya, si te fijas. Melina se queda en su mundo feliz y el otro personaje se da de topes en la

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pared. En Verloso, Fernanda se salió con la suya y se llevó todo, y quién sabe qué fue de Fernanda pero seguramente andará por allá, divirtiéndose. Y Valeria también. Como que son personajes más leves que en su levedad sobreviven. A lo mejor pasan por cosas terribles y visitan un infierno, pero como son leves, salen vivas otra vez. Siempre el narrador, el protagonista, es un personaje mucho más pesado cuyo peso le hunde. Rocío, por ejemplo, es una mujer pesada porque quedaba muy atada a sus creencias. Valeria no tiene creencias, igual que Fernanda, igual que Melina. Son como seres de pies leves que al final se van flotando.

Me haces pensar en la palabra “pesadilla” porque algunos de tus personajes están atrapados en una pesadilla y otros viven el sueño. Son felices. Nunca había hecho la relación de pesadez con pesadilla, pero sí. Yo soy una persona pesada, por ejemplo. Y siempre me fascinó la parte leve de otras personas que viven sin consecuencias pero al mismo tiempo viven. A mí me parece que la literatura es para gente pesada. La persona leve no lee. [Se ríe] No tiene por qué hacerlo. Nosotros estamos un poco condenados a ver el mundo a través de palabras, y en cambio podrías quitarte la red de palabras y ver el mundo. Pero no lo podemos ver porque tenemos palabras que nos filtran eso. Hay otra idea subyacente en Conspiración de las cosas que creo que no llega a desarrollarse bien, pero la tengo desarrollada en los apuntes que había hecho de las teorías que iban a sustentar todo eso, que son los edificios de palabras. Es otra idea que tengo por ahí. Vivimos en marcos de referencia formados por palabras y por símbolos y por ideas, y llegan a ser tan coherentes que los confundimos con la realidad misma. Alguien que vive según lo que afirma una religión, ve el mundo y lo explica de acuerdo con los preceptos de esa religión y dice: “Así es el universo”. Y se explica perfectamente. Sales de ese edificio y se derrumba todo y no hay punto de referencia. La poesía, por ejemplo, es otro edificio

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de palabras donde, claro, estás dentro del edificio de la poesía y todo está conectado y se ve maravillosamente, pero sales de ese edificio de palabras y te pierdes. Lees un libro de poesía y dices “¿qué es esto? [Se ríe] ¿Qué mente perversa ideó esto? ¿Y vive adentro de esto?”

¿Podrías relacionar esa idea de la gente que lee, como los pesados, con la idea del texto comercial? [Se ríe] Es que uno es perverso. Las revistas están pensadas para la gente que no lee. Y bueno, vivir en un mundo desnudo de palabras es imposible. Entonces, una revista da las palabras necesarias y justas para entender el mundo inmediato. Los alcances de Chilango, en su mayor parte, buscan entender el mundo inmediato. Hay una parte que no, que es la parte de los reportajes. Mi parte perversa son reportajes muy investigados de dos, tres meses de investiga- ción o a veces más –ha habido reportajes de seis o siete meses de investigación– que le aportan a la realidad su narrativa. Realmente cuando pones una narrativa a la realidad es cuando la realidad se pervierte porque la narrativa explica todo de manera tan sutil y tan maravillosa que parece que es lo real, pero es sólo la narrativa. En los reportajes de Chilango me doy vuelo con eso, perversa, mali- ciosamente. Parte de mis actividades es dar clase. No te digo que de ahí saco para vivir, pero doy un taller los sábados, doy clases en la Universidad Iberoamericana, doy clases en Expansión a los editores y reporteros. Y las doy sobre técnicas de narrativa. Enton- ces, tengo ya toda una técnica y un curso estructurado que incluye este punto: cuando conoces a alguien –puede ser un niño– que no tiene aún una narrativa para la realidad, el enfrentamiento con la vida es mucho más fuerte y mucho más iluminado. En el momento en que tienes una narrativa, la realidad se vuelve perversa. Buena parte de mi etapa creativa tenía que ver con que quería yo a fuerza dar una narrativa a la realidad. Cuando le das una narrativa a la realidad, la realidad se pervierte inmediatamente y empiezas a vivir

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cosas muy extrañas. Empiezas a concatenar causas y efectos que no necesariamente tenían que ver entre sí. Pero las vas ordenando y vas viendo historias perversas. Y cuando buscas salirte de eso, todo se cae. Por otro lado, si no hay narrativa, no hay manera de contar. Entonces, buscamos historias de la ciudad, historias que tienen que ver con la ciudad. Necesitas narrativa. Necesitas orde- nar los hechos, y darles un hilo. En mis clases mezclo técnicas de dramaturgia con técnicas guión cinematográfico con técnicas de narrativa de cuento con técnicas de narrativa de novela para un reportaje de diez páginas. Me ha dado resultados interesantes, a veces desconcertantes, porque me dicen: “¿Por qué me está con- tando esto?” [Se ríe] Pero creo que ha funcionado.

¿Cuánto cuesta un reportaje extenso? ¿De Chilango? Los pagamos muy mal y no me siento orgulloso de ello, pero no tenemos más dinero. Los pagamos en siete mil, ocho mil pesos al reportero. De entrada, les decimos que no es negocio publicar en Chilango, que lo hacen por prestigio. Si el reportero, para su investigación, tiene que ir a la Patagonia –como fue el caso de Diego Enrique Osorno– le pagamos el viaje a Pata- gonia. A él le llegamos a pagar 12 mil pesos… ¡uuuy! [Se ríe con sarcasmo] Pero sí pagamos, por ejemplo, por las guías porque son más engorrositas que el reportaje y no dan nada de prestigio. Ahí sí necesitamos pagarle más al reportero para convencerlo de que nos lo haga. Un reportero quiere una retribución en prestigio y en experiencia que la guía no tiene. Yo pagaría el doble a un reportero si de mí dependiera. Sí está subvaluado. Sí está muy mal pagado.

En conjunto, ¿tus novelas comentan sobre la masculinidad con- temporánea? ¿Qué es ser hombre en tus novelas? ¡Qué extraña lectura de mis novelas! ¿Qué es la masculinidad en mis novelas? Más bien no lo puedo evitar. Soy hombre. Más bien escribo desde la masculinidad porque quiero entender a la

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feminidad. Y la quiero entender porque no quiero entenderla. En el momento en que lo entiendas, la mujer se vuelve otro ser humano, como tu hermana. Pierde encanto. Quizá por estar buscando la feminidad reflejé la masculinidad, por eliminación. Los perso- najes femeninos me cuestan mucho trabajo; me cuesta mucho hacerlos verosímiles. En cambio lo masculino lo entiendo más, a pesar de que también los hombres tenemos nuestros recovecos. Creo también que en buena medida mis escritos están… Es que ponte a pensar. La primera novia que tuve fue hasta los 24 años, antes de eso nada, pero nada. Llegó el punto en que ya ganaba dinero pero seguía sin haber besado a una mujer. Entonces iba a los table dances que en los noventa estaban de moda, y ahí tuve cierto tipo de contacto erótico con mujeres pero no había tenido ninguna experiencia más allá de eso. Supongo que ese caldo de cultivo –incapacidad de acercarme a una mujer porque había crecido encerrado– sumado a una erotización extraña… Cuando empiezo ya a tener novia, mi acercamiento es rarísimo. Incluso mi acercamiento fue muy racional. En El demonio de la simetría está Julio explicándole al narrador su método para fabricar el amor, que fue un método que apliqué en la vida real para poder conquistar a una mujer en específico, la misma que después generó todas estas novelas. Yo no tenía ni una sola habilidad emocional. Mi inteligencia emocional era nula. Sigue siendo muy pobre. [Se ríe y toma una llamada de trabajo]

¿Perteneces a una generación de escritores? No, porque conozco pocos. A los pocos que conozco, los conozco de manera fortuita o por la revista y no los he leído. [Se ríe] Casi todos los que leo ya murieron. Digo, ya estaría el crítico para si- tuarlo a uno como pertinente a una generación, pero yo no los he leído. No podría yo decirte de eso.

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¿A quiénes lees entre los escritores mexicanos? Leí mucho a Gerardo Deniz, poeta. Muy interesante. Muy, muy interesante. Hice mi tesis sobre él. No se te ocurra buscarla. [Se ríe] Es pésima. Es la cosa más ingenua del mundo. Deniz es del exilio español. Nació en Madrid, pero a los siete años vino a México y ha vivido aquí desde entonces. Es Deniz posiblemente el único genio que yo he conocido en vida. Él se mantuvo como traductor toda su vida. Traduce de 25 idiomas distintos. Es un químico, teórico, poeta y traductor políglota, lingüista. Es un pseudónimo por Juan Almela. Me marcó Palinuro de México de Fernando del Paso. Me sigue pareciendo, quizá, la mejor novela escrita por un mexicano. Me gustaba en su momento lo primero de José Agustín pero, va- mos, dejé de leer a José Agustín hace muchos años. Juan Rulfo. Me parece interesante lo de Sergio González Rodríguez. Él además me parece una persona interesante. Es columnista de Chilango.

Ah, ya entendí. En cambio, de Xavier Velasco, que lo conozco bien, nunca he leído sus libros. Ambos presentaron mi novela Verloso. Xavier es diez años mayor que yo. Sergio también debe ser como diez años mayor que yo. Me parece bien interesante lo que está haciendo Diego Enrique Osorno. A casi todos los he terminado por conocer porque colaboraron con Chilango. Álvaro Enrigue. De él leí La muerte de un instalador, por ejemplo, y me parece un tipo brillante. Si pudiera haber una generación, me gustaría estar en su generación, ser aceptado ahí. [Se ríe] Pero no sé. También es columnista de Chilango. Al final nos hemos ido aglutinando. Comulgan con esta misma idea de que lo que importa es el texto y lo que importa es el lector, no el autor. Hay que hacer buenos textos. Alberto Chimal, que también es columnista de Chilango. Mi cultura se limita a la revista. [Se ríe] Vivo ahí, pero Alberto Chimal me parece que es interesante. Hay una generación de blogueros que estuve leyendo un rato que hacen cosas interesantes. Un Gabriel Rodríguez que me

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parece brillante. Hay otro cuate que es amigo mío, que también tiene cosas interesantes que se llama Raúl González Nava, que también ganó el premio Jorge Ibargüengoitia, años después que yo. Yo lo conozco desde hace muchos años, cuando estábamos en el taller de Eusebio Ruvalcaba. Él sigue siendo un nombre desconocido pero es un twittero famoso, bajo el mote de Don Rul. Mi círculo tiene mucho que ver con Chilango, pero no podría yo decir que es una generación, ni que es un grupo con poder, ni una capilla como podría ser Letras Libres, que sólo publican entre ellos. Admiro a Juan Villoro, sus crónicas. A él lo leo a veces, en Reforma, y sus crónicas me parecen admirables.

¿Cómo te hace sentir ese problema con la publicación de Conspi- ración de las cosas? ¿Te deprime o te satisface haber escrito una buena novela todavía inédita? Tiene que ver con que nunca me he creído escritor. Lo he hecho por- que me gusta el mecanismo y escribir me ayudó a formarme como persona. Ponerme la etiqueta de “Soy escritor” me ayudó para dejar de ser amorfo y ser algo más coherente. Pero nunca me creí escritor y menos en México, donde los escritores son una cosa horrible. La mayoría de los escritores son una cosa grillera, tienen cotos de poder. Los escritores con quienes me llevo son más o menos independientes de este tipo de grilla. Xavier Velasco ganó el premio Alfaguara pero antes de eso no era nadie. Álvaro Enrigue sí se ha movido en eso, pero todavía tiene un pie afuera. Sergio González Rodríguez igual. No me gusta ese mundo de grilla. Me siento estúpido en comparación. Son muy cultos. Manejan muchas referencias. De hecho, me cuesta trabajo ser editor en una revista así porque tengo que fingir inteligencia.

Pero los juegos con las palabras que haces para Chilango son ingeniosos. Ah, pero porque me gusta. Pero eso es artesanía, una cosa artesanal. Me gusta el relojito, pues. De hecho, hago un poco de burla de

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“escritor” con hache: hescritor. Tiene una cosa afectadísima. Luego también porque uno es el peor lector de sus novelas. Yo estuve ahí metido, la viví y todo, pero me parece mejor cualquier libro de Bolaño, por ejemplo. Tampoco me creo demasiado. Me gustaría que alguien creyera en esas novelas y que le encontraran algo.

Muchas gracias por la entrevista. Mira, espero que sea útil. 20 de agosto, 2010

Post scriptum. Correo electrónico, el 25 de agosto de 2011

A finales de octubre de 2010 salí deChilango . Ahora soy consultor editorial freelance, doy clases en la Iberoamericana, en el Claustro de Sor Juana y digamos que hago lo que puedo.

Obras publicadas

Cuento

“Pueblo de Niebla”. Diálogo (Revista de la Universidad de Mon- terrey) otoño 1994-primavera 1995, p. 56.

Novela

La conspiración de las cosas. Inédito. Verloso: Artista de la mentira. México: Mondadori, 2009. El demonio de la simetría. Guanajuato: Ediciones La Rana, 2000. II Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia, 1999.

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Trabajo publicado en revista

Revista Chilango. México: Editorial Expansión. Números 01 a 84, noviembre 2003-noviembre 2010. Secciones: Chilangoñol (seudónimo: Real Epidemia de la Lengua) y DFinitivo (seudó- nimo: Felpas).

Blog

http://pordefinir.wordpress.com

Twitter

@felpas

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Socorro Venegas (San Luis Potosí, San Luis Potosí, 1972)

¿Cómo te hiciste escritora? A mí me gusta pensar que todo esto empezó cuando yo era niña y pasaba mucho tiempo sola. Tenía hermanos pero uno de ellos se enfermó. Tenía leucemia. Entonces mis padres pasaban mucho tiempo en el hospital porque además vivimos en Cuernavaca y el hospital estaba en la ciudad de México. Ellos se ausentaban. De- jaban a mi hermano y a mí solos en la casa. Yo empecé a dibujar. Pasé a dibujar sólo algunas imágenes con muñequitos a contar historias. Pasaba una hoja y les pasaba algo diferente. Yo ahí em- pezaba a construir historias con esos personajes que dibujaba. Por todo lo que sucedió en mi familia en esa época me fui convirtien- do en una persona con un mundo interior ahí muy poblado, muy fantasioso también. Luego, pues, mi hermano enfermo llegaba a la casa por algunas temporadas, después otra vez se iba. Era una situación en la familia que… además, esos años se viven como algo normal. Nosotros comenzábamos a vivirlo como enteramente

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normal, esas ausencias largas, todo lo que iba pasando, después la muerte de mi hermano. Esas cosas fueron alimentando una vida interior paradójicamente rica comparada con lo que nos estaba pasando en otro lado. Al final yo empecé a escribir. Como a los 17 años escribí una primera novela. Más que la historia de cuándo empiezas a escribir, generalmente no me parece tan interesante que cómo te formas como lectora o cómo empiezas realmente a leer. Al leer te empiezas a involucrar en todo y toda tu vida gira alrededor de eso. Empiezas a sentirte alguien distinto de por sí, de los demás. En un país donde la lectura es algo raro, en México, pues, al me- nos en el entorno en que yo crecí, los libros no eran una presencia constante. En mi casa, por ejemplo, había sólo enciclopedias y recuerdo haber leído muchísimas veces una biografía de Abraham Lincoln. Siempre digo que me pregunten lo que quieran sobre la batalla de Potomac. Mis compañeros en la secundaria me prestaban los libros que había en sus casas. Comencé a leer y empecé a leer para contarles lo que ellos no querían leer. Leí muchas cosas y al final terminas encontrando los libros buenos. Empiezas a refinar tu gusto. Creo que la primera vez que sentí que quería escribir fue cuando leí en una revista un poema de Xavier Villaurrutia. Fue la primera vez que quise escribir.

Y ¿cómo te ganas la vida? Bueno, trabajo en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en Conaculta, en fomento a la lectura. Me siento muy afortunada. Es un trabajo que me gusta mucho y que estoy haciendo desde hace varios años. Serían 10 años desde que empecé a trabajar en una biblioteca en Cuernavaca y empezamos a alimentar una biblioteca de artes que creció muchísimo. Después comencé a trabajar en un programa que se llama Programa Alas de Lectura, que es un programa precioso que funciona con voluntarios a los que les dan libros y los capacitan y entonces ellos van promoviendo la lectura en

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sus comunidades voluntariamente. Ese trabajo que estoy haciendo acá es un poco ahora a nivel nacional.

Recuerdo los libros que seleccionó José Vasconcelos para que el pueblo leyera y me parece una lista muy ambiciosa. [Se ríe]

¿Tú eliges los títulos ahora? No. Lo de José Vasconcelos era otra época. Lo que nosotros hace- mos acá es tener un grupo de personas lectores diferentes. Te puedo decir que hay un chofer que estaba leyendo los libros, por ejem- plo, y nos estaba diciendo qué le interesa. Hay también gente con maestrías y doctorados leyendo esos mismos libros y diciéndonos qué les interesa. Gente de las Alas de Lectura, algunos niños, pues, hicimos un grupo de lectores muy variado para ver qué necesitan realmente esas salas de lectura. Me parece que así como cuando yo empecé a leer era muy importante que nadie me impusiera un libro, pues es muy importante que tampoco lo hagamos acá. Y eso es lo que ha funcionado en estos espacios, además.

Y ¿tus proyectos futuros? [Se ríe] Bueno, no he podido terminar de revisar un libro de cuentos que ya está escrito porque me divido entre eso y la escritura de una novela que ahora estoy trabajando. No he terminado por darle prioridad a una cosa sobre otra. Como estoy entre los dos, entonces no acabo ninguna de las dos cosas. Es un poco como el desorden de mi propio método de trabajo, pero sí, el libro de cuentos ya está. Tiene dos o tres años que ya está terminado, digamos, en una primera etapa, y la novela le empecé a escribir… así, como que la mitad de la novela salió en una tarde –la mitad de veras en una tarde que me quedé sin llaves afuera de mi casa. Me senté afuera y me puse a escribir. No pude parar de escribir; fue increíble cómo

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iba saliendo a borbotones toda la historia. Ya estaba ahí todo. La otra mitad es la que ha sido un poco más complicada.

Recibiste apoyo del Estado para escribir o publicar en los 90. ¿Ahora qué ha pasado con ese apoyo? Bueno, ahora trabajo en el Estado. Entonces no le puedo pedir ningún apoyo por esto. En los 90 creo que fueron las becas más importantes para lo que yo escribí o el grueso de lo que yo he escrito. Una de las becas fue maravillosa. Fue ésta del Writer’s Room de Nueva York que te dan dos meses para que escribas y sólo escribas. Esa beca fue muy importante porque a veces, aunque en México te den un apoyo así, la vida cotidiana, las cosas que tienes te impiden muchas cosas. Pero si estás en otro lugar, realmente fuera de tu entorno, de tu rutina y cada mañana la cosa más importante que tienes que decidir es si te levantas o te quedas leyendo ahí otro rato, es un tiempo excepcional. Por muchas razones, además: los museos, lo estimulante que era la vida, el movimiento, en un lugar como éste. Esa beca recuerdo que fue determinante, y para mí fue la última oportunidad de terminar también la novela que se publicó en Era, La noche será negra y blanca. Ahora, bueno, no puedo pedir este tipo de apoyo por el trabajo que estoy realizando con Conaculta. Digamos que no sería ético. Creo que también esa época de becas fue otra etapa, como para hacer las cosas de otra manera. Sobre todo para jóvenes autores estos periodos en que te dan esas oportunidades, los Jóvenes Creadores y esto, son de verdad bombas de oxígeno para que puedas crear, aunque no son tampoco indispensables. Con ellas o sin ellas lo que tengas que hacer, pues, lo harás si realmente tienes el impulso y la necesidad suficiente.

De La risa de las azucenas no entendí el marco del cuento “El globo terráqueo”. En un momento cerca al comienzo del cuento se narra: “Entré furiosa. En mis ojos habría un demonio blandiendo una espada, tuvo que ser algo terrible lo que me impidiera ver, darme

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cuenta; sin esto, no logro explicar ese instante, esa noche” (32). El cuento termina con el globo terráqueo que se cambia de manos entre la sordomuda y la narradora, quien explica: “Lo hice girar, pero antes puse mi dedo sobre sus labios. Como cuando detenía el mundo. Después, lo detuve para ella” (40). ¿Es asesinato o simplemente metáfora? Es una metáfora, nada más. [Se ríe] La idea no es mala. No la había pensado. Pero no, el mundo ya se había detenido. El padre ya esta- ba muerto cuando ella llega. Lo que está diciendo es que venía tan enojada, tan concentrada en su vida que no había reparado en que el padre ya estaba muerto. Entonces, ahí realmente el mundo ya se detuvo. El juego de hacerlo girar una última vez, con la sordomuda ahí, es justo eso. El juego que por última vez se realiza. En lugar de detenerlo con el dedo –como antes con su padre jugaba con el globo terráqueo– hace ese gesto en el rostro de la sordomuda un poco tam- bién para darnos esa idea de que algo distinto está ocurriendo, porque ya ocurrió el desenlace de la historia de lo que se está contando pero también ya hubo un desenlace ahí en la vida de ambas. Entonces, no era tan truculento el cuento en su origen. [Se ríe] Para mí la brevedad es muy importante. Creo que sigo buscando lo que me pasó cuando leí ese poema de Xavier Villaurrutia. El efecto que tiene la poesía, esa capacidad de sintetizar de esa manera una imagen, una emoción, eso me interesa mucho. También me interesa la literatura japonesa por eso mismo, esa cualidad de extraer lo esencial. Generalmente, cuando corrijo, es igual a quitar. Eso lo que hago siempre. Pienso mucho y un poco como en broma en algo que decía Jesús Gardea, un narrador mexicano muy interesante del norte, que todas sus no- velas y sus cuentos eran breves porque si rebasaban cierta cantidad de páginas para él eso ya era mentir demasiado.

¿Por qué una sordomuda? Yo tengo una tía sordomuda que me cuidó muchas veces cuando era niña, en esos momentos que te digo de extrema soledad en que

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mis padres no estaban. Pues, era una soledad todavía más compleja porque era un personaje que no te escuchaba ni te hablaba, pero ahí estaba. Era una compañía muy extraña y en la que constantemente pienso. Creo que no he escrito suficientemente de eso porque para mí es muy atractivo como era. Y todavía a veces muevo mucho las manos cuando hablo por eso, porque con mi tía, pues, hablábamos con señas, ni siquiera era el lenguaje de los sordomudos habitual. Son señas muy rudimentarias, muy primarias, entonces el mundo de ese silencio de ella y las increíbles paradojas que producía me fascinan. Además, veía ella la televisión con nosotros y me acuerdo mucho de un programa en que aparecían cantantes y sobre todo le gustaba a ella ver a una cantante que gesticulaba. No era una cantante tan famosa –no sé si la conozcas. Es muy local la refe- rencia. Se llama Amanda Miguel. Es una cantante que gritaba. No cantaba, gritaba. Entonces a mi tía le encantaba. Le encantaba ver eso y para mí lo fascinante era que no podía escucharlo pero le gustaba cómo Amanda Miguel abría la boca, cómo gesticulaba, cómo se movía en el escenario. Yo creo que habría sido feliz si hubiera visto cantantes de ópera. La fascinación que sentía mi tía por lo potente de esas voces era una cosa para mí muy extraña. No me lo explico. El misterio es interesante. Entonces ése es un personaje que ronda mis textos. El cuento “La risa de las azucenas” es de una niña sordomuda también. Esa presencia me interesó desde que era niña.

Tampoco entendía el final de “La fiesta de los pintores con sueño” cuando la narradora dice: “Antes de dormirme, Eugenio toma mi mano: no importa, de verdad […]” (72). ¿A qué se refiere? Hay otro momento en el que los personajes se hacen un cuento; él le hace un cuento y ella le hace un cuento también. Y lo que se está haciendo es repetir unas palabras que se habían mencionado para restarle importancia al dolor de la historia que él le había na- rrado como el dolor de la suya. Lo que yo buscaba, como en otros

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cuentos de ese libro, no era necesariamente un final climático. No me interesaba eso tanto en esas historias sino encontrar cómo… que llegara en las historias una especie de espejo de agua, donde de pronto todo queda claro –o no necesariamente claro pero queda como en una especie de equilibrio. Todo queda expuesto. Ahí está y ya el lector podrá hacer a la historia como mejor le parezca, como un final donde no sientes que necesariamente termina la historia sino que puedes más bien poner ahí la emoción que mejor te pa- rezca. Buscaba apelar más a las emociones ahí, en el desenlace de los cuentos, que en decir “Aquí es el final de la historia”, que se cerrara ahí el círculo.

Ese cuento, “La fiesta de los pintores con sueño”, tiene lugar en Cuba y también aparece ese mismo país en “Varadero” y “La isla negra” de Todas las islas. Curiosamente, el amante en La noche será negra y blanca también es de Cuba y la protagonista lo conoce en La Habana, durante un viaje de un mes. ¿Por qué Cuba? No pensaba yo necesariamente que en todos esos escenarios fuera evidente que era Cuba. Yo pensaba en las islas también como una metáfora de estos seres, de estos personajes de Todas las islas donde hablo de cómo cada persona, cada personaje en esta historia, de alguna manera ha construido o levantado sus murallas. Cada personaje ha puesto mucho cuidado en ir contemplando su soledad. Pero pensaba en otros espacios, en otras islas. Por ejemplo, aunque no lo expreso en tantas palabras, en algunos paisajes pensaba más en Córcega que en Cuba. Y Cuba, realmente, en este libro fue muy importante, por otro lado, porque yo estuve ahí un par de veces para unos cursos de literatura cubana que eran aburridísimos, abu- rridísimos. Eran una muerte. Recuerdo que yo me daba a la fuga con otro compañero, un amigo mío. Nos fugamos. [Se ríe] Íbamos a ver qué había, de qué se trataba la vida en la isla, como tomar el pulso a la gente. Conocimos así a un babalao y a las personas, a amigos que siguen siendo amigos. De esas tardes, de esas noches

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en La Habana, de los viajes, además, que hice adentro en la isla –viajes increíbles. Hay uno que describo en el que los personajes viajan en un cometa. Es una cosa que se parece a un avión y se levanta y parece que va a volar y nunca se levanta. Es extrañísima. Eso, por ejemplo, y la playa negra pero limpia –todas esas cosas para mí fueron fascinantes en aquel momento. Era bastante joven también. Todavía no había cumplido 20 años. Era muy mágico. El conocer al babalao, por ejemplo, ese hombre que con una sencillez y una sabiduría que eran abrumadoras, que en dos, tres frases te decía lo que de otro modo habría tardado leer en un libro de Jung, por ejemplo [se ríe] –es una manera de simplificar las cosas. Esa sabiduría cotidiana que encontraba en la calle, en las personas, pues, para mí fue de lo más nutritivo, hablando en términos literarios.

En “El futuro terminó en verano” de Todas las islas la narradora piensa en un consejo para su pareja pintor: “Quisiera decirle: vive, solamente, sin pasado, sin futuro” (78). Es un consejo que haría feliz a la mayoría de tus personajes, pero si vivieran en el presente no habría narrativa. ¿Eres escritora de la infelicidad? Yo creo que sí. La verdad no me parece descabellado. La infelicidad es un tema constante en lo que escribo. Si eso tiene que ver con un punto de vista más personal, digamos, pues, no lo sé. Vaya, no es algo que haya buscado porque conozco gente que denodadamen- te va detrás de la infelicidad. [Se ríe] No es mi caso. Pero, pues bueno, en mi autobiografía “Todos mis secretos” –nos pidieron a un grupo de escritores de esta generación que escribiéramos una autobiografía precoz [publicadas en Trazos en el espejo]– entonces ahí ya escribí de eso. Cuando lo leí dije: “¡Ay, hijo! Parece que yo quisiera expresarme por contar puras cosas infelices”. Pero así han sucedido las cosas y ni modo, pero te digo, creo que sí estoy de acuerdo con algún autor, no recuerdo quién, no sé si Monterroso, quien dijo que “La felicidad se escribe en blanco”. Sí, y sólo en algunos autores orientales he encontrado que se puede narrar con

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buenos resultados literarios la felicidad, pero en muy pocos atisbos y detrás hay mucha filosofía quizá, no mucha ficción. [Se ríe] En fin. Por otro lado, tienes el lado positivo de la infelicidad que tiene literariamente una parte muy, muy rica, literariamente hablando.

Parece toda una contradicción si el estar feliz es vivir en un mo- mento presente y la narrativa requiere un pasado. Como que ese esfuerzo del tiempo presente pertenece más bien a la poesía. No habría narrativa, exactamente. En alguna entrevista dice que yo era de las personas que les gustaba narrar muy de atrás. No sé si es que me “guste” sea la palabra. Quizá es que no lo puedo evitar, el retomar y hacer toda la reflexión sobre lo que pasó. Sí creo en este consejo clásico de Quiroga de que desde la emoción no puedes escribir. Es algo que tiene que madurar, que tiene que decantarse. Para mí, después simplemente no puedo evitar escri- bir. Entonces, la muerte de mi hermano, lo que te contaba, el que tuvo leucemia y murió por esa enfermedad, eso lo escribo en el cuento “Los niños que van a morir” de La risa de las azucenas. Hay cosas que sí pasaron tal cual, otras que no, pero en ese cuento, de verdad mis papás nos llevaron al hospital. Ir ahí era una cosa increíble de ver –no lo juzgo. Digo, ¿qué sería de mi vida de no haber podido escribir ese cuento? Y en ese momento tampoco fue un golpe. Para los niños, yo creo que muchas cosas pueden pasar con mucha mayor naturalidad que para los adultos. Entonces ese episodio donde nosotros entramos al hospital y vemos a los niños en cama con tubos –niños chiquitos, grandes, medianos, calvos por la quimioterapia– todo aquello es una experiencia increíble. Ima- gínate que no sabíamos nunca dónde estaba –era muy vaga la idea de dónde estaba mi hermano en el hospital– y de pronto estamos en el lugar en donde él vivía todos los días mientras nosotros íbamos a la escuela. Teníamos una rutina absolutamente diferente. Entrar a ese mundo radical donde el tiempo estaba suspendido, los niños no tenían obligaciones de nada más que de sobrevivir, era su tarea

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ahí; era una cosa... de veras, no fue dura, fue rica, fue increíble para nosotros haber estado allá.

Es una figura que aparece mucho en tu escritura. El hermano que se muere de niño surge con la figura de Gabriel enLa noche será negra y blanca. Además de “Los niños que van a morir”, el cuento “Cristina” de La risa de las azucenas trata del hermano que se muere; en Todas las islas aparece el tema en “El lugar del corazón” y “La casa”. Entonces ya entiendo el por qué de la repetición… Es una obsesión.

Aparte aparece la culpa de la persona que sobrevive. Claro. Sí, yo creo que en ese sentido, aunque nunca hablo de la literatura o de la escritura como una terapia, sí puede ser catártico escribir sobre eso, decirlo. Porque, además, no es la primera vez que yo he sido sobreviviente. Al no ser la primera vez, es un asunto que siempre me ha… bueno, “siempre” porque alguien querido se me murió en mi infancia y ahora en mi vida madura, pues, me intriga. No es una cosa que se pueda racionalizar fácilmente y aun cuando la racionalizas y pasas por las etapas que los psicoanalis- tas te describen como la elaboración de un duelo, no es algo que realmente comprendas. No se comprende y siempre va a estar ahí esta cosa. Pero en un nivel entre lo emocional y lo intelectual, de pronto hay un acuerdo, un pacto, tienes que seguir viviendo. Juan Villoro alguna vez citó a alguien que decía: “La vida quiso que fuera infeliz pero no me dio la gana”. [Se ríe] Eso me encanta, porque se trata de que no me dé la gana. Tienes que establecer un pacto porque si no, no se puede.

El cuento “Pertinencias” de Todas las islas se me hace… Muchas veces los críticos alaban los temas metaliterarios o los juegos lingüísticos en la ficción, pero tú estás en otro canal. Ese cuento “Pertinencias” se me hizo una experiencia de lectura que sonaba

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a algo de la vida real. Reconocía la historia del duelo como tan real y a la vez tan bien hecha en términos técnicos. ¿Fue auto- biográfico? Sí, eso fue autobiográfico también. [Se ríe] Te digo, no eliges cómo vas a vivir esas cosas. Tampoco creo que me hayan pasado más cosas de las que les han pasado a otras personas. No encuentro tampoco que sea particularmente extraordinario. Lo que creo es que sí hubo muchos momentos después de esta historia, el duelo que narro ahí en “Pertenencias”. Es muy fácil, o parecería lo más fácil enmudecer literariamente, digamos, dejar de escribir porque no se pueden narrar esas cosas. No se pueden escribir. Yo estuve mucho tiempo después de esta historia –esto sucedió hace diez años. Tenía yo 27 años y enviudé. Eso que sucedió fue todo lo que vino, lo que trastoca. El mundo queda de otra manera [después de la pérdida de pareja]. La cantidad de decisiones que debes tomar y lo imposibilitada que estaba yo para tomarlas… te rebasan to- talmente. Entonces, no se puede escribir (de nuevo, no se puede escribir desde ahí). Es tan abrumador. Tuve que dejar la escritura y también era muy difícil leer. Concentrarme en algo era imposible. Además, tampoco recurrí a los fármacos. Me fui por la parte del psicoanálisis: hablar y hablar y hablar. Entonces, estaba muy ago- tada. Realmente estas historias salen algún tiempo después –pocas, además, pocas historias. Cuentos muy cortos. Y desde esa época hasta el siguiente libro que fue La noche será negra y blanca, hubo un trecho. Entonces, de nuevo ahí también el tema es esto: la super- vivencia. Y me gusta esta historia –el cuento de “Pertinencias”– me gusta mucho porque, a diferencia de otras, creo que no queda este espejo de agua que dice: “Ahí yo tuve la intención de decir algo”. Quizá no de decir sino de decretar. hacer una resolución muy clara que tuviera que ver también con mi propia vida, un deslinde muy necesario. Así como La noche será negra y blanca es una historia que nace a partir de ese cuento “El coloso y la luna” de Todas las islas, sobre el padre alcohólico y la niña que lo sigue, esta historia

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“Pertinencias” tiene mucho que ver con una novela que ahora estoy trabajando. La anécdota, la pérdida de un ser amado, es también el principal motivo por el que nace ahora la novela.

A lo mejor te va a insultar si te digo que escribes con cierta temática de mujer porque se desprecia esa etiqueta. Pero en mi opinión, el escribir obsesivamente de los niños, de los sentimientos y auto- biográficamente, marca… Son rasgos femeninos.

Sí, marcan una escritura de mujeres –no de todas, pero de muchas. ¿Por qué crees que se valora menos ese tipo de literatura? Mira, no sé si se valora menos pero te voy a decir lo que sé, lo que me han dicho: que se valora más. “Y es que esos temas se han tratado como si no fueras mujer sino con un punto de vista o una neutralidad en la voz que parece ya masculina”. Es algo que me han dicho de las cosas que escribo y me lo han dicho como un elogio. Entonces, eso a mí me resulta... [Se ríe] “Eliges temas que son femeninos pero ¡felicidades! porque los tratas como si la voz fuera masculina”. Me lo ha dicho gente cuyo consejo o cuyo juicio yo aprecio. Entonces, no sé. Ese tema tampoco me interesa mucho, el tema de las clasificaciones. No me ofende para nada, en absoluto, pero tampoco me atrae. No me interesa particularmente. Yo voy a confesar que tampoco conozco a muchas de las autoras de mi generación. Estuve leyendo a Guadalupe Nettel. Me gusta mucho.

Otro tema que surge en tu escritura es el alcoholismo. El padre alcohólico aparece en La risa de las azucenas con los cuentos “El globo terráqueo” y “El viaje de las hormigas”, y en Todas las islas figura en “El coloso y la luna” además de presentarse en la novela La noche será negra y blanca. ¿Por qué te interesa esa figura?

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Más allá de si se trata del hombre o la mujer, lo que me interesa es el alcohol y la compasión que yo puedo sentir por estos personajes atrapados porque no es el mismo mundo de las drogas, ni es el mis- mo tipo de adicción. Es una adicción consentida, muy cobijada por la sociedad, hasta simpáticos parecen si no te hacen algo personal. [Se ríe] Pero lo que van propiciando ahí, la manera en la que se va desarrollando la posibilidad de que esta persona pueda perderse, a mí me resulta interesante. Me parece fascinante la manera en que no pueden dejar de desprenderse de ese otro ser en que se convier- ten cuando beben, ese desdoblamiento y esa autocompasión que sienten por sí mismos, que además es una manera muy egoísta de vivir. Son unos egoístas tremendos. Es como otra de las obsesiones en mi escritura. Ahora no estoy escribiendo sobre eso.

En el cuento “Varadero” leemos una personificación del alcohol por parte de la narradora: “Nos hemos convertido en dos viejos. Como si yo tuviera cien años encima y una larga barba blanca. Y como si él estuviera calvo y le sangraran las encías. El alco- hol y yo. ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo su voz roja me acari- cia?”(39). Ese libro de cuentos Todas las islas nace de… el proyecto original era hacer una serie de cuentos sobre las pinturas negras de Francisco de Goya. Entonces, la pintura Saturno devorando a sus hijos me parece una imagen perfecta para hablar de cómo el alcohol conscientemente va devorando a sus hijos, un anciano. Es algo que vuelve vieja a la gente, además. No es una sabiduría, pero les da una textura de muchos años. La vida les cae de sopetón a los alcohólicos. Ésa era la metá- fora. Viene de ahí. Más que una imagen del padre en la vida de este personaje, está haciendo una referencia a un personaje mitológico, un poco haciendo una mitología del alcohol también ahí.

La noche será negra y blanca retrata al amante que es pintor. Sí, me gustan los pintores. [Se ríe]

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En La risa de las azucenas la figura de pintor aparece en “El pe- riplo de Espartaco”, “La fiesta de los pintores con sueño” y “El futuro terminó en verano”. “Varadero”, de Todas las islas, también tiene un pintor. ¿Complementa la literatura o es una envidia esa temática del pintor? Sí, yo creo que sí hay un poco la envidia. [Se ríe] Es porque Todas las islas se inspira en las pinturas negras de Goya. “Pertinencias” y “La dama sitiada” tienen que ver con el “Perro semihundido” de Goya. Creo que el oficio de ese personaje que está en varias historias me resulta atractivo. No sabría decir muy bien por qué lo necesito tanto en esas historias. Como personaje recurrente, creo que no ha terminado de explicarse o de contarse a sí mismo. Sigue siendo un pendiente ahí. Encuentro que los escritores y los pintores comparten esta pasión creadora, también la soledad con la que se crea. Hay una pasión. Hay una soledad ahí. Son espacios de creación muy similares en este sentido. Me parece que comple- mentarios. A lo mejor tiene que ver con que el primer impulso para expresarme no fue la escritura sino el dibujo. Ahora, si me pidieras que dibujara algo, lo haría pésimo, pésimo. Tengo un hijo de seis años y cuando me pide que dibuje algo, sufro verdaderamente. [Se ríe] Lo hago muy mal. También mi marido pinta, por ejemplo.

Ah. Cuando veo su trabajo, lo admiro. No lo envidio. No encuentro tampoco algo que yo no tenga, una capacidad que yo no tenga. Me gusta ese ámbito. Creo que me habría gustado pintar si no me hubiera decidido por la escritura. Tampoco nunca intenté pintar, nunca.

Es interesante que en “El lugar del corazón” de Todas las islas la protagonista pueda articular su problema sin solucionarlo: “Fui ayer a ver un psiquiatra. […] Le dije cuál era el problema: Tengo pesadillas porque me siento culpable de que mi hermano enfermó,

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creo que yo le di esa enfermedad pues me sentía menos amada que él. Hablamos. Será un proceso largo, dijo el hombre de la ciencia. No tengo tiempo, repuse, esta noche abrimos la sala nueva y la pesadilla me secará el pecho, ¡mi corazón quedará paralizado! Bueno, pero no falte a su cita de la próxima semana” (31). ¿La li- teratura entiende algo que las ciencias sociales no comprenden? Sí, seguro. Seguro que sí. Por eso te decía que no me gusta usar la palabra “terapéutico” pero en otro plano, en un nivel donde… creo que la literatura puede funcionar para establecer este pac- to de “Vamos a bajarle tantito y vamos a seguir viviendo”. Un punto en el que te tomaría mucho tiempo –sesión tras sesión tras sesión– llegar a ese nivel de comprensión y de entendimiento de lo que te está ocurriendo. Entonces sí, me parece que puede en algún caso reemplazar a la ciencia, en este caso el psicoanálisis, como una medida para establecer –o restablecer más bien– las corrientes subterráneas que te hacen ser quien eres. Las corrientes de la normalidad o al menos de cierta normalidad. Lo que sea que te permita seguir funcionando, seguir vivo. Es la gran presión so- cial también del que sufre. Nadie puede ver a alguien sufriendo. De inmediato necesitan darle una pastillita, llevarlo a un doctor, darle un tecito. Nadie puede ver a alguien sufriendo así. Entonces hay un gran cometido de la sociedad de que a esta persona no se le puede dejar sufriendo, sola. No se le puede dejar que padezca. Es muy importante sufrir también hasta el momento en el que se pueda lidiar con el dolor. Uno siempre cree que va a ser más de lo que puede soportar y lo triste de la vida es que se puede soportar todo y seguir viviendo. [Se ríe]

En tu propuesta que cité, parece que la literatura hace innecesario el psicoanálisis. Ya se sabe exactamente cuál es el problema y se entiende que no va a haber solución. Que se puede vivir muerta, es lo que yo entendí del final de ese cuento, cuando la narradora ya no tiene pulso.

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Hay una parte en la novela que estoy escribiendo donde las amigas llegan y le dicen: “Si me hubiera pasado a mí, me habría muerto en ese mismo momento”. Pues no. La gente no se muere. Se puede seguir viviendo, como dices muy bien, muerto. Y se puede seguir caminando, mientras no exhibas ante las personas esa carne viva o ese corazón sangrando que traes. Qué imágenes. [Se carcajea] ¡Muy cursi, sólo me falta un mariachi!

En La noche será negra y blanca, ¿basaste la figura de Eugenio Millá en alguien? Es escritor, fuma, se cree seductor aun en la vejez, escucha música clásica y “se hallaba enemistado con la república de las letras. No lo ninguneaban, él los ninguneaba” (43). Pensé en varias personas de carne y hueso. Entonces, al menos está hecho de tres partecitas este personaje. En México es muy conocido Ricardo Garibay. Es alguien a quien yo conocí y un amigo muy querido, pero no fue nada más su figura que era un poco así. Además de que ése sentía seductor –y que era seductor a su edad, setenta y tantos años– no sólo eso, sino que tenía una historia detrás terrible que hacía que la gente o le temiera o lo odiara. No había puntos medios ahí. La gente lo odiaba, lo detestaba o lo amaban. Entonces ahí hay un personaje complejo, pero también tomé de algún otro escritor que conocí, que como está vivo no puedo decir quién es. [Se ríe] Y de un psicoanalista. Organicé todos esos tem- peramentos para armar ese personaje de Millá. Cuando comencé a escribir la novela, era un personaje interesante, un personaje importante. Parece que la trama ahí va a concentrarse en ése, pero no. Eran otros temas al final. Quizás si yo no hubiera publicado la novela tan pronto, a lo mejor si hubiera seguido trabajando y escribiendo, en algún momento tendría que haber prescindido de Millá. A veces pienso así.

En La noche será negra y blanca esa autoridad masculina aquí parece enseñar a Andrea a escribir. He notado un patrón en las

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novelas escritas por mexicanas mayores que tú, que retratan la musa masculina, y me fascina que siga apareciendo con el paso de los años. Quizá más que guiar la escritura, ahí lo que hizo Millá fue in- ducirla a que ella escribiera para empezar, que empezara a escribir. Entonces, muy pronto esa relación se vuelve de otro tipo sin que sea tampoco una relación amorosa. Le da una relación complica- da porque además decide ser el confidente. Ella no llega con la intención de escribir ni de convertirse en escritora; eso no era lo que estaba buscando. Ella simplemente quería una entrevista con él. Y algo ve Millá en este personaje, en ella: tiene que escribir. Primero, quizá porque –no creo que este personaje sea tan noble, no para ayudarla– sino quizá para enterarse de qué va pasando, de cómo va a pasar, más que querer que ella sea escritora. Y en segundo lugar, quizá sí para ver qué va pasando, un poco como si él estuviera experimentando, y ver cómo ella evoluciona y cómo va construyendo sus ideas mientras está escribiéndolas. La vida y la escritura ahí están muy, muy cerca. Están imbricadas. Es también un periodo excepcional en que están ellos dos hablando, donde él está casi describiéndose –constantemente él se está describiendo por su enfermedad, de la que ella al principio no está muy cons- ciente. Y no sé si ella obtuviera de él el permiso para escribir. Lo que creo es que Millá le da lo que para él ha sido lo más impor- tante. Es como un acto de generosidad. Le da un cuaderno y una pluma, y le dice: “Ahí puede encontrar un mundo. El mundo que yo encontré”. Está dejando como un legado. No creo que ella tenga esta impronta como de… sí conozco a muchas autoras y conozco a varias mujeres escritoras que han tenido esto de encontrar la venia de “Ya todo lo que yo escriba será bueno”, como pasar la prueba. Ella todavía no está en eso. Todavía no se está postulando a hacer literatura. Está teniendo que resolver su vida y aparentemente él sabe que la escritura le puede ayudar a organizar esta vida que resulta caótica. Creo que está en ese nivel. De eso quizás sí fui

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consciente cuando estaba escribiendo, de no buscar en ese autor el permiso para escribir o el permiso para escribir bien, que sería todavía peor. [Se ríe]

¿Por qué Millá al final decide que Andrea se debe llamar por su nombre? A través de casi toda la novela le llama “Lidya”. Bueno, la idea es que ella ya terminó de escribir esta historia. Es un poco el personaje ambiguo que se presentó ante él la primera vez, al que le pudiera llamar Andrea o Lidya o María o cualquier otro nombre. Era lo mismo. Entonces, la decisión de llamarla por su nombre cuando le dice: “Ahora usted ya es usted”, es un poco como que encontró un centro. Lo que a mí me gusta mucho es que encontró ese centro a través de la escritura, no la literatura. Andrea no quiere ser escritora. Ella no quiere hacer literatura. Ella no quiere publicar los libros como él, ni quiere ganar premios como él, ni quiere ser reconocida. Está sobreviviendo, digamos, lidian- do con esa vida. No sabemos qué pasó, pero quizá después hizo novela, como una cosa colateral. Y como les ha pasado a muchos autores, que empiezan tanteando en la oscuridad –eso es empezar a escribir– y eso lo lleva después a x, y, z, lo que sea. Escritores que se convierten en profesionales o los lleva a nada, tanteando en donde están.

El padre de Andrea vive en Colorado Springs y ella va a Dénver para verlo. Literariamente, ¿qué te interesa del tema de un mexi- cano viviendo en Estados Unidos? Hice un viaje a Dénver hace unos años, una visita a familiares. Y tenía una amiga que trabajaba en una escuela con niños migrantes y lo interesante, más que interesante, lo tremendo, era la manera como ella tenía que trabajar con los niños, con niños que habían sido descartados de la escuela porque los consideraban tontos. Y la razón era muy simple: era porque no hablaban inglés. Y yo preguntaba cómo no había sentido común ahí en los maestros que

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habían descartado a esos niños. Esta maestra tenía que trabajar con estos niños que no entendían –pues claro, no entendían porque la única lengua que conocen es la lengua materna, el español. Mira, yo sentía que allí había cualquier cantidad de historias. Estuve varios días acompañándola a casas de migrantes ilegales. Y vi cómo viven, lo que cuentan, la manera en que se relacionan contigo porque tú sí pudiste tomar un avión legal, llegar y bajarte del avión, salir del mismo aeropuerto. Ahí yo sentí esa envidia o ese reconocimiento de que hay otra manera de llegar al país que para ellos está abso- lutamente prohibido; es imposible. Hay una cantidad de historias ahí y sin embargo no he encontrado algo en particular que a mí me resultara factible. Originalmente, en La noche será negra y blanca ese personaje no llegaba a Estados Unidos sino que siempre se quedaba en Ciudad Juárez, siempre como la pelotita que trata de pasar en el pingpong y nunca pasa, nunca pasa, nunca pasa. En una segunda versión de la novela hice que pasara la pelotita a ver cómo y me gustó más. Me resulta más rica. Es una condición muy interesante, el mexicano allá. Está sometido y sabe las reglas pero en cuanto pueda va a ver cómo se los chinga. [Se ríe] Esa filosofía la tienen todos, en cualquier nivel, los legales y los ilegales, todos. Por eso me resultó más atractiva esa versión.

No utilizas slang. ¿Rechazas el caló mexicano como técnica cons- ciente? No es que busque ser totalmente neutral pero sí me gusta más contener las emociones, y en ese contener emociones y registros, ir dosificándolos. Quizá no me sale el caló. Pero además tengo pocos diálogos. Casi siempre está el narrador allí detrás. No sé por qué, la verdad.

¿Cómo organizas tus textos? ¿Cómo se relacionan entre sí? Lo voy a hacer cronológicamente. La risa de las azucenas, que fue mi primer libro de cuentos, trata sobre historias que son las

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obsesiones que me acompañan en la escritura siempre. Está este mundo de los niños, está este mundo del alcohólico, está el mundo de los sordomudos también. Son otros paisajes, paisajes rurales. Estarán otros países, pero son espacios fuera de las ciudades. Son espacios que tienen que ver con otro tipo de límites. Está la sole- dad. Está este sentimiento de pérdida y el temor de volver a perder, además. Hay una escritora japonesa, Banana Yoshimoto, que me gusta mucho, sobre todo su primera novela, que se llama Kitchen. Hay una parte en esa novela –que es sobre una chava que se que- da sola en el mundo porque se muere su abuela– y entonces hay una parte donde dice: “No importa cuántas cosas malas te pasen. Aunque esas cosas malas te pasen, el porcentaje de las cosas malas que todavía te pueden pasar no va a variar”. [Se ríe] Esa parte de la novela es una constante en el resto de las cosas que escribo. Ahí sigue esa posibilidad de ¿qué más se puede perder? ¿Qué más? Entre La risa de las azucenas y el siguiente libro que fue La muerte más blanca hay quizá un trabajo donde estaba experimentando más. Ya no encuentras tanto esos espacios rurales. Son otros. Son quizás espacios más interiores. No es tan importante el lugar. No es tan importante la isla negra. Y en Todas las islas, por el nombre –porque quería encontrar una unidad, no sólo temática o algún hilo conductor a las historias sino porque casi todas suceden entre Cuba y algunas otras islas– sí es importante marcar los espacios. Y en Todas las islas, todavía estoy trayendo este tema del desamor, el amor, el pintor, todas estas historias que tratan de explicar también la evolución del personaje, casi siempre es una mirada femenina tratando de explicarse las cosas, tratando de explicarse el mundo. Y después de Todas las islas, está este periodo de silencio, de re- poso, del que te hablaba, donde pasa y no pasa nada. Y la novela que estuve escribiendo hace años, la dejaba y la retomaba. En 2004 ganó un premio pero no la publiqué. Entonces, se publica prácticamente cinco años, casi seis años después de eso porque seguí escribiendo con ese ejercicio de escribir y guardar un buen

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rato, y otra vez la sacaba, hasta que… y no fui yo la que decidió publicarla. Un amigo que la leyó me dijo: “Ya, publícala”. Y yo seguí con la intención de que la trabajáramos todavía, a lo mejor para no saltar de eso a otro libro. Entonces, gracias a mi amigo llevé el libro a la editorial y se publicó. Para nada creo que estos cuentos hayan sido una preparación o un ensayo para escribir la novela. No me gusta que la cuarta de forros de La noche será negra y blanca diga que la novela cumple lo que los cuentos prometían. No estoy para nada de acuerdo y si lo hubiera leído antes, se lo habría protestado, pero no lo vi. [Se ríe] Los cuentos no fueron nunca una preparación para escribir una novela. Como género me parece que tiene sus retos muy particulares, que no son el escalón para que un día te conviertas en novelista. La novela puede ser más fácil, en muchos casos, que un cuento.

¿Te consideras parte de una generación de escritores? Me suena difícil porque no me relaciono mucho. Estoy ahora viviendo acá desde hace un año y medio en el DF y no me he re- lacionado mucho con los autores de mi generación. Naturalmente, tengo algunos amigos, por cosas en el camino, que nos hemos ido conociendo, pero no soy parte de un grupo. Los he leído a algunos pero no los conozco personalmente. Y eso creo que me falta para sentirme parte de algo. No soy una persona muy social. Soy un poquito sociópata, quizá. [Se ríe] A mi pesar. A veces me gustaría ser más sociable, de verdad. Acabo de estar en un festival en Zaca- tecas, el Hay Festival. Fue un festival de literatura muy interesante y muy padre y todo, y de verdad decía: “¡Cómo me gustaría ser más sociable!”. Pero disfruto mucho también estar escuchando. Me cuesta trabajo esta parte; sigo siendo alguien que se relaciona a través del papel. De niña hacía mis dibujos, ahora escribo mis textos y así es como me relaciono con lo de afuera. Pero siento que eso me falta para sentir que pertenezco a… entonces, es un poco extraño. Conozco, por supuesto, a los autores de esta generación,

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los autores que nacieron en los setenta. Quizá conozco lo mejor de ellos, que es su obra.

¿A quién lees entre los escritores mexicanos? Acabo de leer a Guadalupe Nettel y a Antonio Ortuño también hace poco. Leí una novela de un autor que no conocía, que es de mi generación, Juan Pablo Villalobos, que acaba de sacar una novela en Anagrama, se llama Fiesta en la madriguera. Está muy bien la novela. Me divertí muchísimo. Ahí hay un autor hablando de niños –y muy bien. [Se ríe] Antonio Ramos, Alberto Chimal, por supuesto, que es muy querido y un excelente escritor. Son los nombres que ahorita... de literatura mexicana, Rulfo por supuesto. A mí me gusta mucho Juan José Arreola. Es una imaginación po- tente, increíble. Inés Arredondo, Amparo Dávila que todavía está viva. Y los imprescindibles: Carlos Fuentes, Octavio Paz, con su poesía. Pero tampoco es lo que más leo, literatura mexicana. Me gusta mucho la literatura japonesa. Me gusta y me interesa, pero no como tema de escritura. Me gusta el tono, la textura de esa litera- tura. Creo que es algo que me enseñó Garibay, que leía muchísima literatura japonesa. Creo que de ahí lo heredé.

¿La lees en traducción? Sí. Me parece interesante, pero no sé todavía qué es lo que me gusta ahí, esta novela Tokio Blues de Haruki Murakami. Me gusta mucho otro que es Goran Petrovic, que no es japonés ni nada que lo parezca, sino húngaro o algo así. Es una imaginación también desbordante, original, riquísima. Y algunos autores norteamericanos. Me gusta mucho Philip Roth, mucho. Me gusta mucho la poesía también: [W. S.] Merwin, por ejemplo. Hace poco comencé a leerlo.

Muchas gracias por la entrevista. Al contrario. 16 de agosto, 2010

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Obras publicadas

Ensayo

“Todos mis secretos”. En Trazos en el espejo: 15 autorretratos fugaces. México: Era/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011, pp. 119-135. Cuento

“El ángel perdido de Rembrandt”. En Fuego cruzado: Jóvenes na- rradores de la zona central del país. Eds. Bernardo Fernández y Beatriz Espejo. México: Fondo Regional para la Cultura y las Artes, Zona Centro, 2006, pp. 97-106. “El coloso y la luna”. En Los mejores cuentos mexicanos: Edición 2004. Eds. Eduardo Antonio Parra y Alberto Arriaga. México: Joaquín Mortiz, 2004, pp. 173-176. “Pertinencias”. En Nuevas voces de la narrativa mexicana: Anto- logía de cuentos. Ed. Tatiana Buch. México: Joaquín Mortiz, 2003. “La muerte más blanca”. En Generación del 2000: Literatura mexicana hacia el tercer milenio. Eds. Agustín Cadena, Gus- tavo Jiménez Aguirre y Armando Alanís. México: Conaculta, 2000, pp. 198-201. Todas las islas. México: Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, 2002. VI Premio Nacional de Poesía y Cuento “Benemérito de América” 2002. La muerte más blanca. México: Amate, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos, 2000. “Mirar a Selene”. En Bestiario contemporáneo. Ed. Juan Ma- nuel Gómez. México: ipn/uam- Azcapotzalco/Crónica, 1999, p. 36. La risa de las azucenas. México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997.

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Novela

La noche será negra y blanca. México: Era/Dirección de Litera- tura-unam, 2009. Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes” 2004.

Traducción

“Johnny Depp”. En Sudden Fiction Latino: Short-short stories from the United States and Latin America. Trad. de Toshiya Kamei. Eds. Robert Shapard, James Thomas y Ray González. NuevaYork: W.W. Norton, 2010, pp. 233-236.

Wikipedia

http://es.wikipedia.org/wiki/Socorro_venegas

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Nadia Villafuerte (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1978)

¿Me puedes hablar de tu formación como escritora? Yo estudié periodismo y probablemente de ahí venga una buena parte de lo que ha significado narrar para mí. Pero, desde luego, algunas lecturas en la adolescencia fueron fundamentales. Una de ellas fue Madame Bovary, y también empecé a leer a los rusos. Creo que me afectó esa ventana, esa forma de ver, por ejemplo, en ciertas historias de mujeres que era muy diferente a lo que yo vivía en casa. Así vi una forma de pensar en que la literatura era una manera de multiplicar vidas y de conocer otros mundos. Entonces, pienso que la semilla estuvo ahí en las lecturas de la adolescencia y después en la forma en que el periodismo me acercó también a otra posibilidad en narrar. Finalmente, la idea del viaje, salir de casa para instalarme en otra ciudad, me dio también la noción de que la escritura era una manera de huir y de explorar. Debo confesar que a mí me intimida mucho el mundo real, entonces siempre estoy pensando en qué puede ser posible para llevarlo a una narración,

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a una historia, y de pronto ya hasta confundí los papeles. Ya no sé si la que estaba ahí era yo o un personaje.

¿A qué universidad asististe? Yo estudié periodismo en la Universidad de Chiapas. Estudié música también en una universidad de mi estado y después vine a la ciudad de México. Tomé unos cursos de creación literaria en sogem y aquí me quedé. En ese instituto [sogem] se dan talleres de creación literaria: poesía, dramaturgia, narrativa también. Entonces estuve dos años ahí. Tomé el diplomado y sí me ayudó para ubicar cierta vocación porque yo no estudié literatura. Mi formación era otra. Entonces, empecé a tener noción de lo que significa un taller literario para corregir textos, para aventarme incluso a otros géne- ros que no conocía, como la dramaturgia, por ejemplo. Creo que en periodismo llevaba algunas materias que por supuesto eran de mucho más interés que otras, entre ellas la literatura y los géneros –crónica, reportaje– que me ayudaron a ver que había algo ahí que quería. Quería salir pero no sabía exactamente a dónde. Empecé a trabajar en una revista y era muy curioso porque me daban a hacer entrevistas en el ámbito de política y luego las entrevistas quedaban un tanto literarias y tenían que cortarlas, tenían que editarlas. Y me decían: “Creo que tú estás más bien para el área de cultura”. Por ahí fui enfocándome también. Entonces, el periodismo me dio cierta noción de qué quería estudiar, de que me interesaba la literatura. Quizá ése fue el punto que me llevó a ingresar a sogem.

¿Esa revista es de Chiapas? Sí. Era una revista chiapaneca importante coyunturalmente porque fue decisiva, digamos, en la formación de la nueva generación de periodistas del estado que tuvieron también una influencia decisiva del movimiento del 94, del movimiento zapatista.

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Y ¿cómo te fue en esa transición de Chiapas al DF? Fue muy interesante y muy drástica también porque evidentemente Chiapas es uno de los estados más rezagados del país. Entonces, desde luego que, aunque uno tenga la formación, siempre es porosa, las influencias te llegan de muchas partes después de la influencia de la familia, las lecturas que tengas de tu casa, las lecturas que hagas en la universidad o de formación académica, pero también todo eso que se ve como una circunstancia social. Entonces, el cambio fue muy drástico porque, pues, Tuxtla es una ciudad muy pequeña. No tenía... no hay tantas librerías. No hay tantos estímu- los intelectuales, en pocas palabras. No hay mucha producción ni literaria ni en otros ámbitos. Entonces, el impacto en primera instancia fue muy fuerte y muy productivo en el sentido de que esta ciudad es muy estimulante. Hay muchísima producción cultural, producción artística, pero también es una experiencia vivencial que a uno lo transforma. La crueldad de esta ciudad te convoca todos los días y convoca tus sentidos de un modo en que tienes que estar permanentemente despierto. Creo que ésa fue otra de las influencias muy positivas que, por supuesto, creo que se ha reflejado en lo que escribo. De algún modo la experiencia de exiliarse aun cuando se está dentro del mismo país es muy interesante porque uno viene de otra formación y aquí encuentras a muchísima gente que va formando una identidad completamente distinta. Ese autoexilio también es muy importante para la escritura.

¿Viniste sola al DF? Sí.

¿Y vives con familia acá? No, vine sola. Al principio estaba en casa de una familia pero nada más rentando lugar. Después me he mudado varias veces y sola.

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No se me hace tan común tal vez, que una mujer venga sola de Chiapas a vivir a la ciudad de México. ¿Tu familia te apoyó? Al principio, nada más para los estudios de los dos primeros años, pero después te digo que fui quedándome porque era inevitable construir esas redes. Después de que salí de sogem, me gané una beca y me quedé para escribir un libro de cuentos. Después de eso empecé a trabajar de freelance y me puse a hacer dictámenes y fui quedándome. Quedarme ha sido una manera de resistir; es una forma de consolidar cierta independencia. Pero además me gusta muchísimo la ciudad.

¿Cómo te ganas la vida? Ahora trabajo como editora en un proyecto de la unam. Estoy por segunda ocasión como becaria del fonca, esta vez en el área de novela. Anteriormente a este trabajo de la unam estuve becada también. He sido muy afortunada porque he tenido por lo menos cuatro años de beca y eso ha sido muy importante. Dos años fueron para la Fundación de Letras Mexicanas. El primer año tuve una beca para escribir un libro de cuentos que se publicó en Chiapas, el de Barcos en Houston. Después vinieron los dos años de la Fundación de Letras Mexicanas y escribí la primera novela. Este año estoy escribiendo la segunda. Soy partidaria de las becas en tanto que son una manera de formar al autor, a un artista. Es muy bueno que el Estado procure… Creo que somos un país privilegiado porque al menos en Latinoamérica he conocido escritores que me dicen que en otros países no hay esos estímulos económicos para el artista. Me parece que con todo son muy polémicos siempre… Es muy polémico el tema del apoyo del Estado al artista, aunque sigue siendo una manera de fomentar la producción artística. Gracias a las becas, Pedro Páramo se escribió. Es un caso excepcional, pero sí es una prueba de que es buena la aportación que puede hacer el Estado. Y bueno, he estado becada. He trabajado de freelance, como te decía, para editoriales haciendo dictámenes. Las becas

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han sido, por supuesto, un gran apoyo para mi carrera y llevo dos años trabajando con editor en la unam y de esa manera me gano la vida.

No te escucho ningún acento fuerte chiapaneco. ¿No? ¿Sabes a qué se debe? En provincia hay tantas historias, tan- tas fabulaciones sobre la ciudad que cuando recién vine, mi mamá me decía: “Si vas a tal lado, habla como chilanga”, por el miedo a que una vez que te identifican, pueden agredirte, pueden asaltarte, etc. Entonces, creo que ha sido eso: una manera de camuflaje, una manera de defenderse. [Se ríe]

Te asimilaste. [Se ríe] Sí.

Respecto a ese apoyo estatal, ¿sientes que cierto estilo literario atrae las becas gubernamentales? No. Es muy curioso porque en el primer año de beca ahí sí creo que hubo una identificación que tuvo que ver por supuesto con la elección del tutor respecto de los proyectos. Había dos personas que estábamos trabajando el tema de fronteras, pero en general creo que la identificación se dio en el trabajo de las mujeres. Es muy curioso, porque según el tutor, en ese grupo las mujeres estábamos apostando unas… no sé en qué sentido lo decía, quizá en el de tener menos ambages a la hora de abordar el tema de la violencia, por ejemplo. Le parecíamos mucho más descarnadas y no tenía que ver precisamente con la cuota femenina sino básicamente con lo que estábamos escribiendo. Pero sentir que había identificación, desde luego, yo creo que uno de los grandes intentos que tenemos en común en esta generación es el tema de la violencia. El tema de la violencia en uno u otro escenario está presente. Es un tema ineludible, pero hoy peligrosísimo y difícil, y un reto precisamente porque es algo que no podemos soslayar en la manera en que es-

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tamos inmersos en un territorio de violencia y, al mismo tiempo, es un reto porque es un tema que puede gastarse. No hay cómo abarcarlo fácilmente e implica, de parte del escritor, una nueva manera de ver, una nueva manera de abordarlo desde la perspectiva de la literatura.

¿Tú crees que hay cierto estilo que busca apoyo, que no sea tan comercial? Es un tema difícil. Es un tema del que vale la pena hablar. Yo creo que cuando escribo, por lo menos desde mi punto de vista, yo nunca he pensado en hacer un proyecto para ganarme una beca en principio, o hacer un libro que tenga ciertas características para ganar un concurso, que creo que es un panorama muy evidente en el país. Es innegable que hay escritores que de pronto ya saben un poco de qué van los concursos o de qué van ciertas editoriales y se preocupen por buscar algún estilo que pueda encajar o con algún premio o con alguna convocatoria de beca o con alguna editorial. No es mi caso. Me pareció muy buena idea publicar ¿Te gusta el látex, cielo? con Tierra Adentro, una editorial del estado, porque en principio es la editorial de los jóvenes escritores. Muchos escri- tores que hoy ya están, digamos, reconocidos en el panorama de la literatura contemporánea mexicana, publicaron ahí. Yo tenía mu- cha ilusión de publicar con Tierra Adentro. Fue una decisión muy acertada porque el catálogo es muy diverso y da pie a propuestas distintas. Entonces, contestando la pregunta, no he buscado cierto estilo para publicar en determinado lugar. No lo he hecho.

Prefieres no hablar deBarcos en Houston. ¿Esos cuentos ya no te representan? ¿Cómo se diferencian esos cuentos sobre la migración de los cuentos de ¿Te gusta el látex, cielo? Barcos es un libro que sí es bastante específico respecto a su territo- rio. Es decir, ahí la mayoría de los relatos están enfocados al asunto fronterizo y la diferencia es que en Látex ese tema de la frontera

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es mucho más antiguo y puede abarcar otros escenarios –no sólo geográficos sino otros, como el emocional de los personajes. En Barcos en Houston hay una frontera muy delimitada de problemas muy específicos, como el de los migrantes que atraviesan el país para llegar a Estados Unidos. En Látex rescaté un texto de Barcos en Houston para incluirlo en el libro: “Frontera de sal”. Pero el tema de la frontera en Látex es mucho más ambiguo y rebasa esa editorial. Procura que el tema de la frontera sea también un tema que aborde la perspectiva emocional de los personajes. Si te das cuenta, hay mujeres que pueden estar en un mismo lugar y no necesitan el cruce pero que interiormente están permanentemente cruzando sus propias fronteras emocionales y era lo que me inte- resaba en ese libro.

¿De dónde viene tu interés en la temática de la frontera? El interés viene de mi vena periodística, yo creo. En algún momento hice un reportaje sobre el tren carguero y me impactó muchísimo. En ese momento no se conocía tanto como ahora. El tema de la frontera sur tendrá, por lo menos, una década que ha estado ahí ya latente en los estudios sociológicos, antropológicos, pero di- gamos que de unos cinco años para acá se ha destapado a nivel periodístico. Creo que desde el punto de vista estético todavía tiene muchísimo que dar. Aunque no creo en las cuotas de los temas, sí me parece que ha sido un escenario que a mí, por lo menos me interesó mucho desde la perspectiva del periodismo y que luego me sirvió como telón de fondo para otros intereses y otras intenciones que tenía en el ámbito de la literatura.

¿Me puedes platicar de tus proyectos futuros? ¿En qué estás trabajando? Pues, ahora he terminado Por el lado salvaje –es mi primera no- vela– que es muy diferente, creo, a los libros de cuentos, por los temas y la propuesta formal que ha sido un descubrimiento para

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mí. La novela siempre sigue otro camino, otro trayecto. Es una novela polifónica, está construida con varios personajes. Es como la educación sentimental de una fotógrafa manca que va atrave- sando diferentes escenarios, y también hay diferentes personajes, la mayoría también marginales.

¿Una fotógrafa manca? ¿Como Cervantes? ¿Como Cervantes? Bueno, Cervantes no era fotógrafo. Pero sí manco. [Se ríe] Estoy trabajando también con una segunda novela que es una pretensión mucho más íntima, mucho más biográfica. Quiero que sea una exploración sobre mis orígenes y sobre la tierra, sobre Chiapas, desde una perspectiva más íntima. Estaba leyendo de manera muy entusiasmada a Herta Müller, la escritora que ganó el Premio Nobel, y sentí mucho contacto, digamos, muchas cosas en común respecto a los temas. Entonces, ése va a ser un pretexto para regresar, para regresar al origen y para escribir una segunda novela.

Bien. Pareces haber vivido en el extranjero por los retratos de Estados Unidos en los cuentos “Tinta azul”, “What are you loo- king for” y “Cajita feliz”, y posiblemente “Maryen Island”, del cuento “Grillos”, aunque no sé dónde quede Maryen Island o si lo inventaste. De hecho el relato “What are you looking for” está basado en esa experiencia. Me gané una beca para estudiar en El Paso, Texas una maestría en creación literaria, pero algo sucedió que no… Estuve como dos semanas en la ciudad y no me gustó. Recuerdo que me la pasé caminando, un poco ofuscada. Quizá era el momento en que estaba emocionalmente ofuscada también y de pronto decidí que tenía que regresar. Y regresé a la ciudad de México. Pero es muy curioso que una estadía de dos semanas, una experiencia de dos semanas en una ciudad, me haya dado tanto para evocar, porque El Paso se convirtió de pronto, en por lo menos uno o dos años,

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en mi pretexto para imaginar, digamos, para construir ese imagi- nario de las fronteras, de la frontera Norte, y escribí muchísimo sobre esa experiencia ahí. Surgió ese cuento y tengo muchísimas crónicas porque escribía para un diario. Escribí mucho sobre su experiencia. Recuerdo un adagio de un amigo; me decía que a veces basta ir a un lugar por una semana para escribir de él infinidad de cuartillas y puedes estar en una ciudad durante mucho tiempo y no escribir absolutamente nada sobre ella. Entonces, creo que fue eso, la experiencia de estar dos semanas en una ciudad en la que me sentí por supuesto ajena, extraña. Me persiguió un soldado –no recuerdo– el segundo o tercer día. Entonces algo pasó y regresé a México, pero quizá me quedé allá. No sé qué pasó. Se convirtió en una ciudad imaginaria para mí.

¿La maestría en El Paso era para escribir en español o inglés? Para escribir en español. Sí.

¿Te debemos leer como escritora mexicana o te consideras una escritora más de fronteras o internacional? Como escritora.

Parece haber un fuerte interés por la justicia social en los cuentos, aunque esa conciencia no viene con la fe de que se pueda resolver las situaciones para bien. ¿La falta de justicia crea una mayor sofisticación literaria? No, no lo creo. Quizá tampoco sea una búsqueda deliberada. Es decir, probablemente el tema… yo considero que la elección del tema sí es importante a la hora de escribir pero no me parece que eso se deba a una decisión políticamente correcta, no desde mi punto de vista. La elección del tema ha tenido que ver con mis pulsiones, con aquellos problemas que me preocupan, pero estoy absolutamente segura de que la literatura no tendría por qué tener dogmas de este tipo: ni buscar soluciones ni buscar denuncia. Lo que

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he querido es simplemente mostrar, a la manera de un carnicero que expone su producto en la vitrina, algo que me atañe, algo que está en el mundo en el que vivo. No podría hablar de cosas de un mundo en el que no estoy. Éste es el territorio que tengo y por eso hablo de él sin que necesariamente esté buscando una denuncia social. Porque no creo que la literatura tenga respuestas. La litera- tura, más bien, siempre está arrojando preguntas.

Es interesante que digas eso porque en “La piscina” Karen espera aprender de la literatura. Lleva libros de Reinaldo Arenas en su viaje a Cuba “para no dejarse engañar por el paisaje” (55). Sin embargo, se deja hipnotizar y un cubano le corrige respecto a la admiración turística por la belleza de ruinas: “Si uté viviera acá no pensaría lo mismo” (59). De cualquier forma, Karen parece guardar cierta nostalgia por una literatura que sí enseña o que tiene respuestas. No creo en una literatura que tenga respuestas, pero sí en una lite- ratura que recoge los escombros, por decir algo, y que los mantiene guardados ahí para que cuando cualquier lector llegue, sepa cuál fue la circunstancia en la que se ocurrieron las cosas. Pensar en Reinaldo Arenas es una manera de leer un pensamiento, sobre todo, y entender el pensamiento de muchos personajes que están ahí pero que no están solos sino en una circunstancia y que la circunstancia, en gran medida, ha construido también ciertas emociones.

¿Cuál es la relación entre la tesis que Karen está escribiendo y la lección que aprende Karen de la muerte accidental de Manu? Lo que ocurre en el viaje es, supongo yo, una manera de o rec- tificar el carácter bastante cínico de ambos o perturbarlos en ese cinismo que parece que nada puede hollar en ellos, que nada puede alterarlos. Entonces, supongo que ese accidente es una manera de ponerlos a prueba, de poner a prueba su cinismo o su capacidad humana también.

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¿Aprende que tenía razón por ser cínica o que no tenía suficiente cinismo, que la vida es peor de lo que pensaba? Probablemente que la vida es aun peor. Quién sabe cómo termi- na el cuento porque no sabemos cómo salió de ahí. No sabemos exactamente qué hizo.

¿Por qué comienza el cuento con el marco narrativo? Es decir, “La piscina” comienza: “Esta historia sucedió en Cuba, hace seis años” (51). Porque así como ese relato, hay otros en los que no me intereso, no sé si queda claro, pero una preocupación formal que traigo es la de no elegir precisamente cuentos que tengan una estructura tradicional. Por eso me gusta utilizar el término “relatos” porque me da la sensación de libertad e hibridez en el sentido de que puede caber en un texto la apariencia de una crónica pero también un relato. El hecho de que inicien así y que a veces concluyan en el lugar que uno menos se imagina es también una posibilidad de decir que no me interesa tanto cómo lo fuera a contar sino, sobre todo, lo que ocurre. No me interesa mucho cómo contar aunque, por supuesto, es la materia del escritor, sino la construcción de un personaje que pueda en poco espacio, gracias a una acción o una anécdota, desbordarse a sí mismo, ponerse a prueba, cruzar una frontera, que pueda decirle algo al lector, en pocas palabras.

Es comprensible que los migrantes sufren, pero en “La piscina” y también en “Grillos” hasta los turistas sufren. ¿Es el viaje que provoca el problema o qué? Sí, es un libro muy pesimista. Es dolor, infamia, cinismo, pero quizá tiene que ver con el hecho de que soy una autora pesimista y quizá he sido bastante dictatorial y no he dejado que ninguno escape a esa mirada; pues sí, bastante decantada y bastante desencantada también. Me parece que la felicidad es un estado transitivo y he querido asfixiar a los personajes pero quizá porque en el fondo,

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muy en el fondo, hay también una mirada –soy muy desesperanzada pero esa desesperanza puede ser una manera, de pronto, de pensar que si uno vuelve la vista, si uno vuelve la mirada al mundo real, quizás sí halla dentro de lo cotidiano una nueva mirada que pueda sorprendernos todavía. Es decir, al ver el horror creo que uno de pronto descubre que aun en el horror mismo hay cosas que pueden sorprendernos.

Acabamos de decir que no hay elecciones en la literatura, pero el fotógrafo crece en “Frontera de sal” y cito: “¿Qué son los cientos de imágenes que llevas en los rollos fotográficos sino lo mismo: gente cotidiana que huye, que se va, que muere, que devasta sus territorios? ¿Hacía falta darte cuenta de que en el fondo lo que bus- cabas fotografiando pueblos, puertos, ciudades, era una imagen de ti mismo?” (38) ¿Cuál es la lección que aprende el fotógrafo? Creo que es un poco lo que te decía hace un momento. Es quizá darse cuenta de que detrás del horror cotidiano, detrás de todo este polvo que cae sobre las cosas de manera permanente, aquí y en cualquier parte, está la posibilidad de que uno se sorprenda y no sabes en qué momento va a ocurrir. Puede ocurrirte aquí en el lugar en donde estás pero puede ocurrirte en el lugar en que menos imaginas con la persona por la que quizás no das ni un peso o por el objeto por el que quizás no darías ni un quinto. No sabes tú en qué momento lo cotidiano puede volverse asombroso y puede enseñarte algo que creías olvidado. Creo que ésa es la capacidad que tiene, es la posibilidad que nos da la literatura. Tal vez, es una forma en la que yo podría resumir, sintetizar, lo que pienso que ocurre con la literatura, lo que a mí me revela un libro. Puedo estar sumergida en un mundo cotidiano, un mundo hostil, pero leer un libro me da la posibilidad de quitar ese polvo, de ver las cosas de otro modo.

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En “Frontera de sal”, ese descubrimiento provoca que el fotógrafo destruya sus rollos de película, su arte. ¿Ese momento de revelación en la literatura también conlleva la destrucción? Sí, por supuesto, porque aniquilas una certeza o una costumbre con la que estabas ya casado, algo que te tenía anquilosado. Por supuesto, esa revelación es muy drástica, pero muchas veces nos encontramos con ese tipo de decisiones drásticas. Yo estaba en El Paso y de repente dije: “Esto no es para mí”. Y dejé una oportuni- dad, o comoquiera que pudiera llamarse a eso: dejé la posibilidad de estar en un lugar y volví. Fue una revelación que me permitió destruir una decisión para tomar otra. Y supongo, asumo que por muy drásticas que sean o por mínimas que puedan ser, siempre son una manera de quitar ese polvo, despojarte un poco de la costumbre de algunas certezas para volver otra vez a la duda. La duda siempre te mueve y te va abriendo otros caminos que no necesariamente son mejores o peores, sino simplemente diferentes.

¿Por qué elegiste a un checo como protagonista? No sé. Tal vez otra vez animada por la circunstancia social. Además, el personaje está inspirado en un fotógrafo, Josef Koudelka. Asistí a una exposición suya y me impresionó mucho, sobre todo esta fotografía que creo que se describe ahí en “Frontera de sal”. Es el reloj del fotógrafo en el momento en el que están entrando, en que la ciudad se está ocupando militarmente. Creo que él, además, retrató a los gitanos, y la imagen de los gitanos era muy parecida a la vida de los migrantes en el país de México.

Entonces, ¿hay cierto paralelo tal vez? ¿Las fotografías de él y esa experiencia con la frontera del sur con Guatemala forman un paralelo? La frontera al norte del país ha sido mucho más indagada desde el punto de vista periodístico, pero en la frontera sur ocurren los mismos problemas e incluso más acentuados por el hecho de que es

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una frontera que no está tan vigilada, y de pronto es muy paradójico que los mexicanos nos quejemos por las vejaciones a los derechos humanos cuando en México cometemos los mismos agravios a los extranjeros. Entonces, me interesaba mucho esa paradoja, por supuesto: la paradoja de la violencia que nosotros padecemos en el norte pero que también nosotros comentemos en el sur.

¿Escribir de la pobreza presenta ciertos retos, o se puede presentar un retrato glorificado de la pobreza extrema, o uno empeorado, hasta satanizado? Al tocar ese tema, ¿cómo te orientas? Probablemente no hay mucha consciencia respecto de qué signifi- caría glorificar o envilecerla, “satanizarla” como dices. Lo que he querido es que sea un escenario ineludible porque, te digo, provengo de uno de los estados más pobres del país y no puedo hablar de un país en el que no estoy, y no por corrección política, insisto, sino simplemente porque me parece que, son escenarios muy cercanos, muy próximos. Son personajes que más allá, digamos, de ese con- texto, hablan de su condición humana también. Eso es lo que quería. Por supuesto, al utilizar la pobreza como telón de fondo quizá la lectura que se haga sea: “Bueno, aquí hay una denuncia social y se puede satanizarla o se puede vitalizar o vanagloriar la pobreza”. Pero no era ésa la intención. El telón de fondo simplemente era un contexto que para mí es ineludible porque ése es el país en el que estoy y ésos son los escenarios cercanos que también conozco.

En “Tinta azul” ¿qué simboliza la tinta que mancha al final, cuando la protagonista decide que no hablará con su pareja de la infelicidad que padece? Funciona también como una revelación porque momentos atrás, antes de que termine el cuento que es muy breve, el lapicero se rompe y halla la mancha. Esta frase de “Los objetos también tienen hemorragias”, tiene que ver con la circunstancia emocional en que el personaje se encuentra. “Los objetos también se fracturan”, es

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una imagen que tiene que ver con la fractura emocional que en ese momento ella siente. Y si ella se mancha, efectivamente es porque, bueno, si ella no le dice nada, quizá tiene que ver eso: ahí hay un simbolismo, hay un paralelismo ahí entre el hecho de que ya no dice nada y que la mancha no desaparece. La molestia, esa sensación de desasosiego y de no sentirse a gusto en el lugar en el que está, no va a desaparecer en ella tampoco. Probablemente ella, en algún momento, le diga algo y pueda huir, pero –y ésa es otra de las cosas que quizás se me había olvidado comentar– los personajes comparten esa sensación de no querer estar en el lugar en donde están. Sufren esa enfermedad endémica de no sentirse a gusto en el lugar ni con lo que tienen.

¿Los personajes en todo el libro? En general, sí.

En “Tinta azul” están en Nueva York y ella está pensando en el Valium y reflexiona: “Lo peor de los medicamentos es su dosis. Lo mejor es que la convencen: sería terrible no depender de ellos, no depender de algo” (25). ¿Tú asocias Estados Unidos con la droga, con los problemas de nervios? No, para nada. En realidad no tiene nada que ver con el contexto, al menos en ese cuento. Yo más bien creo que el asunto de la de- pendencia tiene que ver con la circunstancia histórica. La mayoría de los personajes depende de algo, y sobre todo de sí mismos, de esas decisiones erráticas, de las decisiones que puedan también salvarlos. Además, es un rasgo femenino que yo quería poner en evidencia: no mujeres políticamente correctas sino mujeres tam- bién enfermas, mujeres dependientes, mujeres quizás misóginas –un poco para escapar también, a veces, de la propia dictadura del escritor para hacerlas más libres y para hacerlas más esclavas de sí mismas.

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¿La protagonista se detesta a sí misma por ser mujer? Sí. Por ejemplo, ella es dependiente. Está en un lugar en el que quizá no quiere estar. Está con un hombre al que quizá ni siquie- ra ama, sino que está ahí por generosidad o quizá por su propia complicidad, porque ella podría irse pero no lo hace, asumiendo que no es capaz.

El titulo “What are you looking for” no lleva signo de interroga- ción. ¿No es pregunta? Sugiere cierto pesimismo desde el título. Pues, es una pregunta fuerte, aparentemente banal, y es la que recuerdo tal cual que me hicieron cuando llegué a la universidad, “¿Qué es lo que estás buscando?” Se me hizo una pregunta total, abarcadora, incontestable. Y es lo que ocurre, creo, con muchos de los de los textos, que hay preguntas, me decía un amigo, que funcionan como objetos contundentes. Me ocurre mucho. Tiene que ver, yo creo, con esta posibilidad de ver y tratar de fracturar lo cotidiano. No sé, yo estaba discutiendo con mi pareja y llegaba el mesero y me decía: “¿Todo bien?” Esa pregunta parecía, no sé, un tenedor a punto de ser ensartado en el pastel, con toda la fuerza y la agresión del mundo porque estábamos viviendo un momento violento. Hay preguntas que funcionan como objetos, como objetos que son capaces de romper el hielo, de romper algo que está ahí; objetos que pueden romper con la apariencia de la superficie para ver qué hay detrás.

En “What are you looking for” esa protagonista está convencida de que ser provinciana es una condición genética, aunque es la felici- dad de su familia lo que la sofoca: “Por eso había huido de casa: porque esa felicidad pequeña y asfixiante le deprimía” (80). En el caso de ese cuento yo pensaba un poco en “Infancia es destino” y digamos que, sin pensar en que haya una tesis en el cuento, la revelación es ésa: ella se va a otro sitio para descubrir que todo aquello que genéticamente carga es aquello que la va a

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limitar adónde quiera que vaya. Entonces, vuelve para ratificar eso: vuelve para ratificar por qué se fue y también para saber por qué no puede irse, porque aunque probablemente pueda cambiar de destino de manera geográfica, esos vínculos genéticos, esos vínculos emocionales, van a traerla, a truncarla siempre, van a estar molestándola al lugar al que vaya porque son vínculos que uno no puede cortar tan fácilmente. Curiosamente, el dolor es lo que se queda más anclado a uno. Entonces, es eso lo que ella descubre en ese periodo de ir a un lugar y de volver. Y esa feli- cidad que ve en su familia, supongo que para ella es una prueba más de la simulación, también porque ¿cómo puede ser feliz en un lugar en el que ella aprendió la desdicha? Es la desdicha que se lleva al viajar consigo y es la desdicha que trae y la que rati- fica ahí. Ella viene de un universo bastante endogámico que es, vamos, el modelo con el prototipo del mexicano y de la mexicana y eso también la limita. Ésa es una de las razones por las cuales ella regresa; se siente limitada. Y ese límite viene de este núcleo endogámico que tiene mucho que ver con el prototipo de la mujer que necesita volver a su ombligo.

El cuento “Yésira” trata de una serie de transgresiones y cruces, entre fronteras nacionales y entre la vida y la muerte. Para el pú- blico ajeno al mundo de ese cuento, ayúdanos con el vocabulario. ¿Qué es un cachuco? Cachuco es como le dicen a los guatemaltecos.

¿Catracho? Los hondureños, me parece.

Y ¿guanaco? Es similar; cachuco y guanaco es como se les denomina a los guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses.

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¿Qué se debe entender de ese personaje en “Yésira” que quiere vengar a su hermana y entonces se empeña en cruzar tal vez más de una frontera? Yo creo que, más allá de la circunstancia geográfica, implica el hecho de que primero una mujer intenta cruzar pero se queda y luego es asesinada en la frontera y después su hermano va prime- ro en busca de venganza y luego pensando en que quizá pueda salir de allí. Más que la circunstancia de atravesar un territorio está la circunstancia de la emoción. Lo que significa vengar. Lo que significa llenarse en un determinado momento de odio. Lo que significa que una mujer de pronto quiera irse y que un estado de sitio cómo el que se vive en países violentos no lo permita. Más que el contexto es la circunstancia de la emoción. Pienso que la principal frontera está ahí; que además, las emociones son como un Estado, un territorio a menudo hostil y siempre explorable. Es decir, nunca nos conocemos del todo y creo que ése es el principal viaje que hacen los personajes, no tanto el destino territorial sino del destino que están convocando siempre las emociones.

¿Y las emociones de la madre que se embarazó sin querer en “Cajita feliz”? Es una mujer que ya cruzó, que es hondureña, que de pronto tiene ganas de matar a su hija. Querría matarla porque la desesperan sus gritos y porque quizá también sería una manera de impedir que camine más allá de lo que ella había podido imaginar.

La preocupación de la madre por la higiene es interesante en “Cajita feliz”. ¿Refleja el estereotipo de Estados Unidos? Yo quizá me he inspirado en el cine o en lo que he leído de literatura norteamericana, pero sobre todo el cine. Todos esos guiños cultura- les que tienen que ver con las culturas. Me parece muy sintomático también de los mapas mentales de ambos países. Estados Unidos considera… no sé si puedo generalizar, pero es muy enfática la

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manera en que, digamos, una ciudad puede ser limpia en relación con una ciudad de un país pobre, lastimado, como México. Las diferencias visuales, en ese sentido, son muy evidentes.

Cuando te refieres al cine ¿quieres decir el cine gringo? Sí. La manera en la que veo un país, cómo uno ve un país, es desde la perspectiva de sus productos culturales. Algunos están casados con cierto prototipo del norteamericano, como esquizoide, que igual es muy neurótico con la limpieza. Pero, insisto, en este caso es nada más una manera de ver cierto guiño mental respecto de un país y otro. Incluso, desde la perspectiva de la limpieza, puede asumir estas jerarquías entre el país que recibe y el país que va a invadir.

La figura del travesti te interesa. Aparece en “¿Te gusta el látex, cielo?” y en “Roxi”. ¿Qué te atrae de esa figura? Por ejemplo, es una manera de pensar en cuerpos violentados. Me interesa mucho la figura del travesti, incluso hay un travesti que aparece en la primera novela que estaba trabajando, porque es un personaje que posee esa ambivalencia en un mismo sitio. Es decir, es hombre y es mujer. Evidentemente, es hombre porque física- mente está construido o creado así, pero su aspiración y su mapa emocional es otro. Sin embargo, nunca se da el cambio del todo. Hay como esa ambigüedad conviviendo en el mismo lugar. Me pa- rece que es una posibilidad de explorar los dos que uno siempre es. Eso por un lado. Por el otro, me parece que son seres muy teatrales por sí mismos. Por el mismo hecho de transformarse, son seres como histriónicos, teatrales; ficcionan en su mismo lugar. O sea, ficcionan trabajando en su propio cuerpo y eso también puede ser como una imagen de la literatura. Travesti es decir mentir, mentir en un mismo sitio para sacar otros trapitos al sol, para decir otras cosas. Travestirse, mentir.

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Y sin embargo en “¿Te gusta el látex, cielo?” es el travesti que traga la mentira. Sí.

No sé si eso dice algo de la literatura. También. Sí, efectivamente termina siendo el personaje cazado, el pez que muerde el anzuelo. Sí, puede ser una imagen de la litera- tura. Nunca lo había pensado así, pero me parece que también es una tesis de lo que para mí significa mentir. Uno cae. El lector cae. Incluso, el autor también cae. También se miente.

¿Cuál era el proyecto narrativo del cuento “¿Te gusta el látex, cielo?” Este cuento lo escribí por encargo. El texto de “Presidente, por favor” es el mismo texto del cuento “¿Te gusta el látex, cielo?”, que es una versión más depurada. El cuento “Presidente, por favor” es más largo; es una novela corta que se publicó en una antología de narrativa negra a la cual me invitaron a participar. A mí me gusta el género negro aunque, desde luego, el texto no responde a los cánones ni a la ley del género negro, pero me gustaba la idea de hacer, en principio, una historia por encargo. Tenía el tiempo encima para hacerlo. Nació también gracias a una nota periodística, pero con los elementos que yo iba incorporando, como el del travesti que era un personaje que me interesaba explorar. No buscaba otra cosa; al principio tenía la intención de hacer una novelita corta que estuviera dentro del canon del género negro. Después se con- virtieron en posibilidades de explorar un personaje tan rico como el travesti.

De toda la colección, ¿hay alguna temática en común entre los cuentos de ¿Te gusta el látex, cielo? Los cuentos se fueron escribiendo en diferentes periodos. Fue muy curioso. Yo no tenía la intención de publicarlo, en realidad. Un

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amigo me convenció de que los reuniera para que se presentaran a la editorial. Después de tomar todos los relatos que estaban inéditos, salvo el de “Frontera de sal” que estaba en Barcos en Houston, y el otro [“Presidente, por favor”/ “¿Te gusta el látex, cielo?”] que estaba publicado en España, fue muy curioso que al incorporarlos en el mismo sitio vi que de pronto tenían puntos en común. Uno de ellos: el territorio, la posibilidad de hablar del tema fronterizo, pero también la posibilidad de ver cómo la mayoría de los perso- najes cruzan ese territorio hostil, ese territorio desconocido que es el territorio de sus emociones.

¿A quién lees de la literatura mexicana? ¿En general? Pues, por ahí, al final de libro hay un agradecimiento a algunos escritores que han sido influencia para mí. De los mexica- nos, bueno, indudablemente Rulfo, José Revueltas también, Elena Garro, Inés Arredondo, Esther Seligson, Cristina Rivera Garza, mujeres. [Se ríe] Guillermo Fadanelli.

¿Qué es lo que admiras de una figura o dos de la lista? De Rulfo toda su capacidad poética, toda su posibilidad estilística a la hora de escribir, porque la preocupación, siento yo, de muchos escritores mexicanos está ahí en todo el trabajo estilístico que hay, en todo el trabajo del lenguaje, que es una de mis preocupaciones también. Por supuesto, me gusta narrar pero también me gusta que haya un particular énfasis en el lenguaje. De Rulfo admiro su vocación poética, la posibilidad de haber trabajado con dos grandes libros uno de los temas más difíciles que es el silencio. Y también de ser un escritor que tuvo la capacidad de ser universal sin irse tan lejos, es decir, evocando justamente lo que tiene al lado, que es su circunstancia más cercana. De Elena Garro, los personajes femeninos, tan huidizos, tan llenos de desgarramientos íntimos. Mujeres que, de algún modo, transgreden también el estereotipo femenino mexicano, y lo mismo con Cristina Rivera Garza: perso-

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najes femeninos muy fuertes que son capaces de transgredir, que son capaces de cambiar la perspectiva que uno tiene de la figura femenina mexicana.

¿Te refieres a Nadie me verá llorar? Sí. Y de Elena Garro, Los recuerdos del provenir, y los cuentos y la dramaturgia también.

¿Y de tu generación? ¿Sientes que perteneces a una generación? ¿A quiénes lees de tus contemporáneos? Yo creo que es difícil leer a los contemporáneos porque siempre se requiere de una distancia para pensar qué es exactamente de lo que estamos hablando en términos temáticos y en términos formales. Pero sí creo que ésta es una generación que tiene como tema de fondo la violencia. Me parece muy interesante porque lo estamos abordando desde diferentes aristas, desde diferentes escenarios. Algunos desde el escenario de la ciudad, otros desde las fronteras, por ejemplo, o desde la perspectiva de las mujeres o de los hombres sin que suene a que la literatura tenga que hacerlo con base en cuotas. Simplemente uno no puede deslindarse de lo que incluso es físicamente, y creo que desde ahí también se ven las propuestas. Me parece que hay trabajos muy notables. No he leído a muchos autores pero sí puedo hablar de Iris García Cuevas, cuyo libro de cuentos me parece extraordinario; de Antonio Ortu- ño, Guadalupe Nettel, Yuri Herrera, Geney Beltrán Félix, Vicente Alfonso. Hay una chica de Monterrey que es muy buena, Gabriela Torres Olivares.

Es una lista muy larga. Gracias por la entrevista. Gracias a ti. Muchísimas gracias. 21 de junio, 2010

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Obras publicadas

Cuento

“La piscina”. 20 años de narrativa Jóvenes Creadores del fonca. Selección e introducción de Eduardo Antonio Parra. México: fonca, Programa Cultural Tierra Adentro, 2010, pp. 224- 234. ¿Te gusta el látex, cielo? México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008. Barcos en Houston. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Consejo para la Cultura y las Artes de Chiapas/Gobierno del Estado de Chia- pas, 2005. “Presidente por favor”. En L’ennui. Con Milagros Frías, Goran Tocilovac y Fernando Martínez Laínez. Madrid: Edaf, 2005, pp. 121-203. “Envidia”. En Antología de seres de la noche: Cuentos. Eds. Salva- dor Luis, Carlos Bustos y Cecilia Eudave. Guadalajara, Jalisco: Letra Roja/Ediciones del Plenilunio, 2006, pp. 55-62.

Novela

Por el lado salvaje. México: Ediciones B, 2011.

Poesía

“Lejano deseo”, “Religión, “Entrega”, “Mentiras verdaderas”, “Otro hombre” y “La costa”. En Antología arbitraria de poetas jóvenes de Chiapas: Poesía. Eds. Fernando Trejo y Luis Daniel Pulido. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 2005, pp. 49-55.

Twitter @NadVillafuerte

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Ruy Xoconostle (Naucalpan, Estado de México, 1973)

Firmas los correos electrónicos “Rodrigo” pero firmas la ficción como “Ruy”. ¿Cómo te llamas? Me llamo Rodrigo. Si el copyright dice Ruy está mal el copyright. Mi nombre de pila es Rodrigo. Ése es mi nombre legal. Comencé a escribir en el 93. Empecé a escribir en el suplemento cultural del periódico Excélsior que ya no existe; se llama “El Búho”. Yo era muy joven y mandé mi primera colaboración. Fue una reseña de un disco de U2. No cabía mi nombre completo. Me habló el editor y me dijo: “¿Qué hago? ¿Cuál vuelo? ¿Vuelo tu segundo apellido?” Mi mamá es muy necia; muy, muy, muy necia. Mi mamá es un caso serio. Fue lo primero que pensé yo, así, todo Edipo [hace cara de estrangulación], lo primero que pensé fue: “se va a enojar mi mamá si saco su apellido”. Entonces dije: “No, ponme Ruy”. Así siempre me ha dicho mi papá y se quedó. Es mucho más práctico y aparte es rápido, de sólo tres letras. Ya por lo menos con un nombre más

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corto… Checa, para que me mamá no me joda, la W se quedó [en la portada de Pixie 3]. [Se ríe]

¿Por qué dice “bestseller” en la portada de Pixie 3 si es una primera edición? Es una trampa horrorosa de la editorial. Yo no tuve nada que ver. Son cosas que ellos tienen que poner.

Me costó mucho encontrar un ejemplar y me sorprendió porque acaba de salir. ¿Se vende mucho? Pues, ahorita parece que se movió bastante bien. Tengo mucha comunicación con lectores con blog, Twitter, etcétera, y sí tengo entendido que estuvieron yendo a Gandhi, al Sótano, y que sí había bastantes. El día que salió yo vi en un Péndulo 15 copias que es bastante.

Es curioso todo ese contacto con los fans que tienes en Internet. Anoche vi que casi 4,000 clics se habían hecho en YouTube en un video de ti jugando Halo 3 por primera vez. [Se ríe] Qué tontería ¿verdad? En 2007 yo trabajaba en Televisa. Yo estaba muy metido en el mundito corporativo de las revistas y lanzamos un sitio que se volvió súper popular. El sitio se llamaba Toque de queda, que así se llamaba mi columna en Conozca más, que era otra revista. Una de las revistas que también era muy po- pular que yo llevaba, era de videojuegos y es el tipo de revista que tiene un lenguaje muy torpe y un contacto muy directo con el lector. La verdad es que es un lenguaje torpe; los lectores de las revistas de videojuegos son… puta... pobres. [Se ríe] Y manejan un voca- bulario limitado. Son groseros. Son muy burdos, pero son muchos. A mí siempre me han gustado mucho los videojuegos. Entonces, yo le ponía mucha atención a esa revista porque era divertida y se hizo la conexión entre la revista y el blog. Hubo una explosión de Internet en México en los últimos cinco años. De repente, México

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anda como en 35 millones de usuarios y en el 2005 eran como 8 millones. De repente empezabas a ver cómo las cartas analógicas, el “snail mail” empezaba ya a abandonarse y todo empezaba a ser por correo electrónico. Las redes sociales medio empezaban. Todo ese contacto directo empezó a ser súper fuerte y se empezaban a crear personajes en este blog, en este sitio Toque de queda. Y yo era como el papá de todos los idiotas. [Se ríe] Éramos como una comunidad de bloggers idiotas. Y yo era como el Papá Pitufo. Pues ve, de repente subíamos una cosa de ésas [de videos] y les parecía graciosa. Y los videos que tenían muchos views, arriba de 50,000 views, ésos ya no existen porque los fuimos borrando. Los fuimos bajando de la Red. Ése que encontraste es como un recibo de alguien que lo jaló de alguien que lo jaló.

¿Cómo afecta tu literatura el integrarte a ese mundo de tecnolo- gía? En Miller y Giménez estás hablando de módems, y fax y un personaje tiene que explicar cómo se manda un mapa por correo electrónico en un archivo jpg. Hasta ahora en Pixie 3 hay todo un comentario sobre las redes sociales y cómo todo el mundo escribe mensajes en inglés. No sé si eso en diez años va a desaparecer. Eso es bien curioso. En Pixie 1, por ejemplo, hablaba de una cá- mara de 33 megapixeles o una jalada así. Fue un número que se me ocurrió en ese momento. Como que lo primero que pensé era “Vamos a subirle el número y eso le va a dar cierta vigencia”. Eso pensé. Ahora resulta, diez años después, que los megapixeles no son tan importantes para una cámara. Una buena cámara no nece- sariamente debe tener un millón de megapixeles. Ya hay otras cosas en consideración. Entonces, ahí tienes un ejemplo de algo que se quedó muy atrás. Lo que hice ahora con la versión restaurada de Pixie en los suburbios. En la versión que subí a Internet, limpié varias de esas referencias que la verdad eran ya tontas. Ahorita suenan tontas. Hay otras como el fax que es una tecnología, en ese sentido, que es más noble porque se ve pintoresco. En 20 o 30 años

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hablar de un fax puede sonar pintoresco, y puede ser tierno, incluso. Entonces, yo creo que hay cosas que dejamos en un renglón neutro, como las redes sociales, creo que en Pixie 3 no hablo de Facebook. Creo que ahí, por ejemplo, yo me cubrí. Digo, ahorita Facebook será muy hot con 500 millones de usuarios. ¿Quién sabe en diez años? Entonces creo que nada más hablo de la red social y ya. A lo mejor el término red social en diez años ya es una tontería. O es como ponerte un pequeño seguro pero sí está un poco fregado en ese sentido. [Se ríe]

¿Cómo te hiciste escritor? Pues, leyendo en mi casa. Es que yo nací así, siendo escritor. Yo empecé a escribir a los… o sea aprendí a escribir y leer a los cinco años y a los seis escribí mi cuento. Mi mamá lo tiene en su casa. Creo que me la pasé escribiendo cuentos desde los seis hasta los 14 años, más o menos, sin parar. Cuentitos muy ingenuos, muy inocentes. Y desde los 14 años ya no paré de escribir, la verdad. Paré de escribir en el 2008, cuando sí tuve un bloqueo. Eso fue una cosa que jamás me había pasado. Yo me pongo a escribir de la misma manera en la que los brasileños juegan futbol. Me pongo a escribir, escribir, escribir todo el día y todo el día tengo que estar escribiendo algo. Y por eso jamás, me interesó entrar a una carrera de letras ni tomar ningún taller ni hacerme amigo de escritores ni que alguien me pasara consejos o tips. No tengo grandes explica- ciones de cómo lo hice. Yo había oído mucho hablar del bloqueo de escritor, y cuando me dio fue muy fuerte, fue muy raro.

No publicas con las editoriales del gobierno como Tierra Adentro donde ahora los jóvenes en México muchas veces comienzan la carrera. ¿Es insólita tu trayectoria? Yo supe de la existencia del fonca y de la sogem. Son dos siglas que ahorita tengo muy presentes. Yo supe de su existencia hasta que publiqué mi primer libro. La editorial me obligó a ir a un

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encuentro de escritores en Ciudad Juárez. Conocí a gente que se presentaba al preguntar: “¿Tú eres narrador o eres poeta?”. Y yo dije: “Yo soy Rodrigo”. [Se ríe] Era una cosa muy rara. Realmente me sentí como en un territorio alienígena porque todos ellos ha- bían pasado por un proceso de becas. Nunca tuve la intención de conocer a otros escritores y además me pareció un proceso que era como ir a la escuela y pedir una beca. Ésa es otra cosa. Yo jamás he tenido la intención de volver a la escuela. Yo ya acabé con la escuela y ya estoy haciendo otras cosas con mi vida. Pensar en eso, pensar que voy a hacer un examen o que tengo que entregar un proyecto o que tengo que rendirle cuentas a alguien porque me están dando dinero de algo que estoy escribiendo, me parece una cosa muy rara. Entonces, cuando conocí a todas esas personas no hice ningún amigo en realidad ahí; o sea, no los podría criticar ni podría decir nada sobre su trabajo. La verdad, no me quedó gran cosa grabada de ese encuentro, de ese viaje. Yo ni siquiera sabía qué iba a hacer. Todo mundo llegaba preparado de las escuelas. Fuimos a escuelas y todo el mundo leía algo y yo no llevaba mi libro porque nadie me dijo nada. Entonces, yo llegaba y me ponía a hablar como tonto. Y como yo trabajaba en Televisa, pues, se tomaban dos cervezas y luego luego me empezaban a preguntar por las actrices de Televisa como si yo trabajara en las telenovelas. [Se ríe] Entonces, es un mundo que sí me resulta realmente extraño. El otro es que yo fui chico de los suburbios y me vine a vivir al DF hasta el 2005. O sea, viví 32 años en [la colonia] Satélite. En Satélite no hay museos pero hay McDonald’s y hay Oxxos. [Se ríe] No hay vida cultural. Lo más cultural es [el grupo musical] Café Tacuba, que son de allá. [Se ríe]

¿Qué estudiaste y dónde? Ciencias de la Comunicación. Estudié en la Universidad Nuevo Mundo porque mi mejor amigo entró a esta universidad y me dijo: “Ay, mira. Está padre. Las chavas son guapas”. Y dije: “Órale”.

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Además, no me aceptaron en el Tec porque tenía muy mal prome- dio. El Tec era el que me quedaba más cerca a mi casa. Entonces entré a esta universidad tan mala que… se murió el dueño. Era una universidad de una familia y los hijos empezaron a pelear por la posesión de la universidad. Terminaron jugándose, robándose el dinero, al grado de que cerró la universidad, imagínese. Después a mí la sep me regaló el título. Yo me he quedado a la mitad de la titulación y 12 años después la sep me dijo: “Bueno como ya cerró la escuela ahí está tu título”. Imagínate nomás. Eso es como –uuyyy– el gran modelo educativo sateluco. [Se ríe]

¿Estudiaste en Estados Unidos alguna vez o en algún lugar donde se habla inglés fuera de México? No.

Pero dominas el inglés, ¿no? Sí. Fue gracias a los discos de mi hermano. Queen. Oía mucho Queen y tenía las letras.

¿Y cómo te ganas la vida ahorita? Ahorita trabajo para el gobierno, curiosamente. Trabajó en la Pro- curaduría Federal del Consumidor, profeco. Soy director general de televisión, radio, publicaciones e Internet. [Se ríe] Esta protesta rara de mi currículum. Yo trabajé 11 años en Televisa. Dirigí mu- chas revistas en Televisa. Todo este medio editorial en Pixie 3 sale de mi experiencia en Televisa. De repente tienes un enemigo y de repente te dicen... Yo trabajé 11 años y de repente ¡pum! Hay una parte en Pixie 3 donde el personaje dice: “Trabajé 11 años ahí”, y son cosas tan conscientes que dije: “Lo voy a poner ahí”, seis, siete u ocho personas van a saber a qué se refiere con esos malditos 11 años. La parte en la que él se va de la oficina, es muy diferente a como sucedió en realidad, pero sí sucedió. Conocí partes muy

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desagradables de la naturaleza humana que ni son glamorosas ni transcendentales. Son cosas como envidias y mala vibra.

Las novelas y los cuentos siempre arrancan con una escenifica- ción teatral que incluye una lista de dramatis personae. La vida sin Pixie se subtitula “Una comedia”. ¿Por qué incorporas esos guiños hacia el teatro para novelas y cuentos? Es un artificio medio robado de Shakespeare. Leía mucho a Shakespeare. ¿Qué habrá sido? En mis veintitantos leí mucho a Shakespeare. Lo busqué en Sepan Cuantos y después empecé a consumirlo en inglés, con un diccionario. Es maravilloso cómo te presenta los personajes. Y no hay pierde. Es como poner las reglas del juego muy simples, ahí están a la vista de todos. Totalmente, de allí viene todo esto que digo; siempre la escena, por ejemplo, viene de ahí. Qué curioso. Nunca me habían preguntado eso.

¿Cuál es la relación entre ese interés por el teatro y todas esas referencias y hasta técnicas cinematográficas en tu narrativa? Pues te digo, es muy curioso porque en realidad el teatro no me interesa, sólo Shakespeare, y he leído a Pirandello o algo. No voy al teatro. Jamás voy al teatro aquí pero al cine sí. Consumo como… puta… me paso, muchísimo. Creo que lo que me interesa es que siempre he tenido una convicción de contar cosas, que estén pasan- do cosas, que haya acción. Creo que es una cosa muy buena también de haber leído Shakespeare. Digo, yo lo veo como una cosa buena. A lo mejor hay alguien que no lo ve como algo bueno [Se ríe] De ver cine y de leer a Shakespeare. La verdad Shakespeare es muy divertido. Si logras rebasar la barrera del lenguaje, de las palabras raras, la verdad es que siempre están pasando cosas. Siempre hay acción, acción, acción. Y eso es algo que a mí me interesa mucho, que haya acción, que los personajes se muevan. Eso, por lo general, es algo que busco en las películas también. Obviamente, con acción

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me refiero no a balazos ni explosiones sino que los personajes vayan encontrando situaciones y vayan avanzando temáticamente. Las películas donde no hay acción, justamente, me dan hueva. Y los libros donde no hay acción me dan hueva también.

En Pixie 3 Alo se clava una droga en el cuello. ¿Viene de una película esa imagen? Es una referencia a RoboCop II. Es una droga que se llama Nuc. RoboCop II es una porquería de película. Es como decir “fui a ver Piraña III”. [Se ríe] Pero esto está bueno porque también lo hace una referencia oscura. El buen nerd entenderá de dónde viene eso.

Por toda esa influencia de cine y de teatro, el género literario que escribes es sumamente social. Es decir, los cuentos y la no- vela representan una suerte de comedia o teatro de costumbres. Pero los personajes no son siempre muy sociables. A pesar de sus actitudes antisociales, se viven pensando en los demás. ¿Cómo entiendes esa tensión? Son antisociales pero, claro, siempre están con alguien. Siempre están rodeados. No buscan la soledad ni hacer meditaciones intros- pectivas sobre por qué su vida es como es. A mí me encanta, en general sobre lo que escribo, que los personajes no sepan comuni- carse. Es algo que realmente creo que disfruto a un nivel consciente. El personaje principal tiene problemas para comunicarse con… si uno ve toda su esfera: su madre, su pareja, sus amigos, la gente que le rinde cuentas es un desastre. Es algo que cuando leí Alicia en el país de las maravillas a mí me encantaba. Me encantaba que todos eran locos, todos eran tarados, no llegaban nunca a conclu- siones, no se ponían de acuerdo. El té de locos de Alicia es… me encanta leer eso. Incluso, creo que tengo un problema por ahí; de repente tengo diálogos escritos de 80 o 100 cuartillas que no llevan absolutamente a nada y después los tengo que rebajar. Son placeres

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culpables que yo tengo de volver a revisar y decir: “Es muy cagado que no hay nada. Es pura agua dándole vueltas, vueltas, vueltas”. La verdad, es algo que disfruto conscientemente.

Te interesan mucho las clasificaciones de personajes. Se lee de los “báber” o “paiki” en los tres Pixie; de gente Grupo A y Grupo B en Pixie 3; o en Pixie en los suburbios se declara, “So- mos la Generación Sobreeducada. La Generación Sobreinformada. La Generación Sobrevalorada” (191). ¿Por qué te interesan las categorías o por qué los personajes se esfuerzan por encajar en las demás en categorías? Es como un residuo de taxidermista de la escuela, completamente. Cuando iba en la escuela suburbana, en la secundaria, en la prepa, las cosas eran como muy elementales. Los hombres, las mujeres por separado. Las bromas de las mujeres eran muy diferentes y la socialización de los hombres también. Y una forma de rebajar al rival –porque en realidad todo es así: ¿quién tiene el pito más grande?– y una forma de hacer eso es categorizarlo y encasillarlo. Lo encapsulas y de ahí no lo sacas: “Tú eres el maricón de tatatá”. Agrégale seis insultos. “Y te vas a esa esquina”. Incluso ese juego verbal es mucho más fuerte que el juego de albures mexicano. El estar humillando al rival de esa manera. Te digo, yo creo que es un recibo de la escuela. Mis personajes son súper inmaduros. Yo a lo mejor podría encontrar una explicación así como: “Ay, le dan sentido a su mundo de una manera kantiana” o alguna jalada así. Pero no, la verdad es que es una expresión muy inmadura estarle poniendo etiquetitas a todo.

Siempre me preguntaba si otro motivo era el haber trabajado como editor en revistas. Ese trabajo pide cierta consciencia de las clasificaciones demográficas del público lector ¿no? Sí se hace. Sí se hace mucho en las revistas. Una revista en la que trabajé varios años fue Men’s Health. Dirigí Men’s Health como

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tres años. Y es una cosa… o sea, la comunicación es totalmente plástica; es artificial. Todo lo que lees ahí es falso. Y un muy buen amigo sigue trabajando ahí. Entonces, bueno, espero que nunca lea esto. [Se ríe] Ah, a lo mejor él sabe. Sí, tiene ese recurso porque es muy seguro para el lector. Es muy seguro poner las cosas en cajoncitos. Ahora ya no creo que me venga tanto de ahí. Yo creo que me viene más bien de la inmadurez rampante.

Háblame de la influencia del inglés sobre el lenguaje y de la in- fluencia gringa sobre la cultura que inventas. Para nombrar sólo un ejemplo, los personajes, siendo mexicanos, pagan todo en dólares. Creo que mucha culpa de eso la tiene la ciencia ficción. Consumía mucha ciencia ficción por culpa de mi papá que era el que tenía mucho interés en que yo leyera ese tipo de cosas. Entonces, la primera reacción adolescente ante la ciencia ficción (bueno, no podría generalizar) en mi caso, fue crearme utopías. Me dije: “Okei. ¿Qué pasa si voy a rebanar el país? Texas otra vez es México. Los yucatecos invaden Centroamérica”, y te vas por el lado bélico. Em- piezas a crear escenarios súper chafas cuando tienes 13 o 14 años. Yo lo llevé medio a un extremo. En Miller y Giménez sí empecé a rebanar el país. Y tengo esquemitas con mapas y todo. En el libro solamente se publicó una cosita pero yo tengo más cosas; realmente me metí al detalle de los mapas y a pensar: “Bueno, ¿qué pasa si México empieza a funcionar como Puerto Rico y entonces la moneda es el dólar, etcétera?” Viene de ahí, de hacer utopías adolescentes e irresponsables. A mis 16 años me di cuenta de que no podía ser ni Robert Heinle, ni Harlan Ellison ni Philip K. Dick. Me empiezo a aterrizar en mi realidad cotidiana. Hay cosas que se empiezan a quedar. Lo del fido, por ejemplo, es una palabra que saqué, se la robé a Philip José Farmer en una traducción gallega. Para mí es algo que me recuerda a mi hogar cuando yo era joven y me encanta. Lo de los dólares, de mis rollos adolescentes: sí, que se quede lo de los dólares. Los edificios de 200 pisos en Saltillo, todo ese rollo como

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bladerunneresco, sí vienen de ahí. Ahora bueno, la onda pocha, pocha rara, ¿a quién le podría echar la culpa? Pues, a lo mejor si yo hubiera nacido en algún barrio del DF tipo Coyoacán, más al sur, Tlalpan, algún barrio culto, probablemente yo ni siquiera hubiera tenido muchas de las referencias gringas que tuve. Mi mamá es de Saltillo, Coahuila. Mi mamá hasta que llegó al DF conoció a los Reyes Magos, por ejemplo. Para ella todo era Santa Claus cuando era niña; todos los veranos los pasaba allá, en Saltillo. Y mi papá era veracruzano. Viene completamente de otro contexto. A nosotros nos llevan a vivir a un lugar suburbano de la zona metropolitana, no teníamos mucha identidad mexicana, la verdad. Un tianguis en Satélite es diferente a un tianguis aquí, en la [colonia] Roma. Te lo juro. Hasta eso es curioso ¿no? Uno los ve de golpe y podrían pare- cerse pero no. No, no son nada nada parecidos. Y todo esto que yo te digo medio en broma de que no hay museos y hay McDonald’s, la verdad es que sí es real. Aunque mis papás eran jipis de izquierda –en algún momento lo fueron– yo, la verdad, fui muy influenciado por mi hermano. Mi hermano me lleva siete años y tuve una influen- cia bárbara de música, de cine, de cómics, de un montón de cosas. Mi hermano estaba metido en una cultura adolescente wannabe gringa. Era el lugar en donde vivíamos. No había ejes viales… es que era bien diferente. A la gente no la asaltaban ahí, en Satélite. Había callejones abiertos entre las calles. Ya después empezaban a asaltar gente y la cosa se hizo un poco más como lo que oíamos del DF. Nosotros hablábamos del DF como “México”: “Ay, vas a ir a México”. Es una expresión provinciana. La verdad es que sí, sí éramos un poco así y súper wannabes. Y te digo, jugamos futbol americano. Yo jugué futbol americano 10 años. Yo era linebacker. Yo no jugué nunca futbol soccer.

¿De dónde viene el nombre “El País de Penn” mencionado como un fantasioso norte de México en Miller y Giménez? No tengo idea.

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También mencionas esa ciudad Altoona y pensé que era una refe- rencia al estado de Pennsylvania. No.

Ah. Yo estaba segura de que habías pasado un año de la prepa o algo en Pennsylvania. No. [Se ríe]

Siempre trabajas con una consciencia fuerte de la oralidad. Se enfatiza la pronunciación a través de la puntuación y la ortografía. ¿Te lees en voz alta tus manuscritos? Cuando voy escribiendo, actúo. Muevo mucho las manos. Por suerte tengo un buen lugar para escribir. Amplio, ventilado, puedo escribir solo. Entonces puedo hacer ridiculeces y voy actuando mis palabras. Van saliendo ciertos consonantes y se van alargando o salen ciertos sonidos. Me gusta mucho marcar las pausas o que de repente se frene o que de repente se siga. Me levanto.

Entonces, ensayas primero y después escribes o ¿cómo es? No, de hecho es al mismo tiempo. Es como estar jugando con el teclado. De repente me detengo y empiezo a leer y sigo. Después me puedo parar y se me queda algo, y regreso corriendo y lo escri- bo. Le pego mucho al teclado. Le pego mucho a la “a” y a la “s”. Siempre borro ésas. Les pego y les pego y les pego. Sí, es como bailar un poquito a la hora de escribir.

Tu mundo de ficción se repite entre los textos. Desde Pixie en los suburbios y Miller y Giménez, hasta Pixie 3, ciertos vocablos y un mundo culturalmente tuyo se desarrolla. Hablaste un poco de eso con respecto a la ciencia ficción, pero ¿cómo construyes ese mundo compartido entre los textos? Sin ningún afán esotérico, te lo juro, pero hace muchos años yo soñé con lugares clave de los libros que escribo y fueron muchos

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años. Yo creo que tenía como 18 o 19 años y han de haber sido unos 12 sueños. Y se fueron repitiendo, repitiendo, repitiendo. Y de ahí fueron tan vívidos y los soñé tantas veces que se me fueron quedando grabados. Es como ponerme a explorar ese mundito. Es como una obsesión personal porque fueron sueños muy importantes para mí. Realmente fueron experiencias. Fueron como pequeños viajecitos oníricos. Ahora, por un lado práctico, son muchísimas notas. Son horas tomando notas para poder conectar todos esos puntos. En Pixie 3 se habla de un libro que escribió Cuki y en el próximo libro voy a conectarlo todo. Ya no quiero escribir nada de Pixie, pero ya está puesto ahí el lugar para escribir otra bola de lo- curas y sandeces y que se sienta que fue un libro que escribió Cuki. Pero sí son muchísimas notas. Hubiera sido padre enseñarte mis cuadernos de notas. Tengo muchísimos cuadernos de notas desde jovencillo. Escribo mucho a mano, muchísimo a mano, además.

Eso es aún más interesante porque parece como una suerte de cor- tar y pegar lo que haces con las repeticiones exactas entre libros. Hasta la definición de báber y la de paiki se repiten textualmente entre La vida sin Pixie y Pixie 3. ¿Es una suerte de reciclaje? ¿Imitas un poco la actitud anticapitalista o antitrabajadora de los personajes a la hora de negar la producción de texto nuevo? En Miller y Giménez he tomado diálogos de Matrix. Los adapté a un cuento. Tomé diálogos de Pulp Fiction y es como hacer un cóver. En Pixie 2 hay un diálogo de La fierrecilla domada que está también un poco revolcado. En la versión restaurada que hice para Internet tomé el té de locos de Alicia en el país de las mara- villas. Es que es muy divertido. Es como mezclar, hacer cut and paste. ¿Qué pasa si pongo esto aquí? Alguna vez yo le comenté a José Agustín que me hubiera gustado hacer como un cóver de La tumba. Estaba como interesado. Entonces, cuando le empecé a decir: “Bueno, igual y le pegamos algunas cosas del Perfil”, no le gustó mucho la idea. Pero es algo muy divertido. Ahora para

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los tres libros se pueden repetir ideas, frases tal cual; como autor a mí me da una gran tranquilidad sentir que hay coherencia en esos pequeños detallitos. [Se ríe] Tal vez no todos los lectores los van a cachar, no todos los van a pescar. Un lector me escribió para de- cirme que le había cagado Pixie 3 porque era igual al primero. Yo pensé que para mí no es igual. Hay varias capas de libro. Yo sé que sí me puse a tender como una cama donde las cosas efectivamen- te sí son iguales: ciertos detalles, cierto lenguaje, ciertas palabras y como ciertos signos de puntuación colocados en ciertos lugares, incluso en los capítulos descabellados (como el capítulo en el que Cuki cree que de repente ya no hay nadie en el mundo, o el capítulo en donde se sube al elevador y viaja en el futuro, etcétera). Yo sé que todas esas cosas son... Te digo, es como poner camas de los textos anteriores abajo y ya, después de esa cama, te vas poniendo otras capas de texto nuevo. A mí me da tranquilidad.

Los epígrafes de Charles Baudelaire en, por ejemplo, Pixie en los suburbios y Pixie 3 no tienen nada que ver con la temática gringa que aparece en las referencias cinematográficas y cultura pop. ¿Por qué te es importante Baudelaire? La repetición del epígrafe tiene que ver porque en la edición res- taurada de Pixie en los suburbios utilizo uno nuevo. Esa versión está en Internet. Yo, como soy un poco necio, dije: “No. El que está en Internet es el bueno”. Ésa se descarga desde mi sitio y es pdf. Entonces, tomé el epígrafe original del 2 y lo metí aquí en el 3. Además, me pareció que combinaba mejor con este libro [Pixie 3]. Es un guiño a una amiga que hace muchos años me regaló el libro de Baudelaire. Y es una amiga que me ayudó mucho cuando escribí el primer libro. Ya no la veo pero se quedaron esas citas ahí.

¿Ella es escritora? No, pero cuando yo platicaba con ella… Nos vimos muy poco. Nos vimos unas tres veces, yo creo. Pero platicábamos mucho por

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mail, ni siquiera platicábamos por chat, y ella me contaba todas sus tristes aventuras corporativas. De ahí tomé una parte para construir el personaje de Cuki.

La influencia de laBiblia en Miller y Giménez me sorprendió por el contraste con la irreverencia de los personajes y el lenguaje. ¿Por qué usaste la Biblia para estructurar las historias, desde los epí- grafes hasta las situaciones hasta los nombres de personajes? Yo era muy católico. Te vas a reír, pero yo en algún momento pensé que yo podría ser sacerdote católico. En mi casa estábamos muy metidos en esa onda. Había una comunidad católica muy fuerte donde yo vivía, en Arboledas, y ¡puta! me hice muy fan de la Biblia en esa época, también en mi adolescencia. Leía como animal la Biblia pero me encantaba. [Se ríe] Es que tiene todo lo que necesita un joven de 14 años; tiene sexo, tiene violencia, onanismo, presen- cias sobrenaturales. Realmente era muy divertido. Entonces, para ese proyecto me dije: “Quiero adaptar cuentos de la Biblia”. Esto habrá sido en 95 o 96, por ahí. Y me acuerdo de que ese proyecto lo llamé Aventuras de Pixie Pixel y Vaquero Tornatorio en el País de Dios. Hice un temario y dije: “Éstos son mis cuentos favoritos de la Biblia”. Pero me fueron comiendo otras cosas y fue hasta el 2003 cuando me rechazaron un libro y dije: “bueno, voy a retomar ése”. Y se publicó increíblemente.

¿Qué libro te rechazaron? Después de que hice Pixie 1, en la editorial Planeta me amaban. Empezó a vender bien el libro y tuvo buena prensa y blablabla. Me divorcié, empecé a andar con una chica que me voló el cerebro y empecé a escribir un libro incomprensible de 400 cuartillas que, según yo, era Pixie 2. Me lo rechazaron en la editorial pero ya tenía contrato firmado y me dijeron: “Juta, danos algo”. Entonces retomé los cuentos bíblicos. Ese Pixie 2 bastardo está encerrado en una caja fuerte. [Se ríe]

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¿Cuáles eran tus motivos para retomar la trama de la primera, Pixie en los suburbios, y corregirla en La vida sin Pixie? ¿Por qué hice eso? Esa pregunta está cabrona. ¿Por qué hice eso? Juta madre. ¡Qué difícil pregunta! ¿Por qué hice eso? Okei, creo que va por aquí. Yo quería hacer un libro en el que todo pasara en un día. Yo quería, estructuralmente hablando, una novela que tuviera una columna vertebral de un solo día, y que se fueran pe- gando, como en un arbolito de navidad las esferas, las diferentes historias. Me obsesioné mucho con la película de Paul Thomas Anderson de Magnolia. La odié la primera vez que la vi en el cine y después la empecé a ver en dvd y lloraba y lloraba y lloraba de una manera… como niñita lloraba. Y dije “A ver, vamos a hacer ese mismo experimento de cut and paste. Vamos a hacer un pro- grama de televisión”. Además, es la cosa más común en México, programitas de televisión de escándalo para idiotas. Fue un poco como un berrinche de querer contar una historia que se desarrollara en 24 horas y yo tenía esa obsesión encima. Tenía la obsesión de un videojuego también, Grand Theft Auto Vice City [ambientado en 1986], que eran los ochenta y con otro berrinche dije: “Aparte quiero todo ochentero. Mis personajes no van a usar celulares y van a tener hombreras”. Fue por berrinche. Una feliz coincidencia fue que había muchas partes sin explorar de otros personajes que me empezaron a interesar. Me enfermé ahí. Y tomé en cuenta lo que escribí en el 96 y lo metí ahí; tomé en cuenta que escribí en el 98 y lo metí ahí. La parte artesanal es agarrar todo ese revoltijo y sacar algo coherente. Y fíjate que sí ha habido gente que me ha dicho que le ha gustado es el libro, el 2. O sea que sí tiene lógica. Por lo menos, tiene sentido.

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Hablemos de los géneros de tus personajes en las novelas Pixie. ¿Por qué nombrar a las mujeres por diminutivo, como Midyet y Pixie? Claro, son chiquitas. Esa pregunta también es para mi psicoanalista [Se ríe] No lo sé. No lo sé. Y ahora es Veloe. Veloe es un poco más fuerte ¿o no? ¡No! Veloe es como una mezcla rara del Vel Rosita que es como…

¿Jabón? Un suavizante de ropa.

No es que sean personajes débiles. No, no. Te digo que el nombre Pixie originalmente salió el pro- totipo de Miller y Giménez que era Pixie Pixel. Cuando yo saqué ese nombre, mi novia era muy pequeña. Son cosas que no dejo a lo ligero porque depende mucho de las personas con quienes me estoy relacionando en ese momento. De ahí salen montones de ideas. Y sí era muy pequeña. Medía como 1.49. [Se ríe] Te lo juro.

¿Por qué te gusta tanto el apodo? ¿El apodo? Guau, eso también viene de la escuela y viene sobre todo, del futbol americano; imagínate, mi papá era militar. Mi papá era oficial de la armada y todas sus anécdotas eran de todos sus amigos que tenían apodos. Todos, todos, todos, todos, todos. Los chaparros, cuando marchaban los ponían juntos a los chaparros al marchar, y les decían el Pelotón del güevo. Y eran, puta, eran para mí historias épicas. Y el Nalgódromo. El Nalgódromo era una cosa que hacían a los novatos desnudos en los baños. Les ponían jabón y los ponían a echar carreras. Pero yo te estoy hablando de la escuela naval en Veracruz en los cincuenta. Mi papá me contaba historias y a mí me encantaba. Yo jugué futbol americano y eso es lo más

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cercano a esa vida castrense que yo podía tener. Y todo mundo en el equipo también tenía apodos. Definitivamente, de ahí viene.

¿Cómo entiendes el personaje de Madre? Fíjate que, aunque no lo creas, sí he ido al psicoanalista algunas veces en mi vida. La última vez que fui, yo estaba escribiendo Pixie 3. Este libro lo escribí primero todo a mano. Es una forma encantadora de que las cosas salgan de una manera espontánea. Acababa de escribir un capítulo en el que Alo va a ver a su hermano y le lleva las tarjetitas y el pastel de Madre. Y espontáneamente, escribí el nombre de la madre que nunca había aparecido, que es Martha, Martha Pirulazao. Lo acababa de escribir y prácticamen- te al otro día fui al psicoanalista [y] le conté esto porque Martha es el nombre de mi mamá. Y le dije: “Puta, es horrible porque puse el nombre de mi mamá espontáneamente en mi libro nuevo”. El psicoanalista (como son todos los psicoanalistas): “Ay sí. Muy bien. Piensa qué más”. Y yo, “Güey, vengo a que me ayudes. No sé qué está pasando”. Y pues es que, digo ya estoy grande como para admi- tirlo sin ningún temor: Ella ha sido una fuerza poderosísima en mi vida. En la vida de mi familia ha sido muy fuerte. Y ese personaje es mi mamá. Es el personaje más apegado a alguien real de todos mis libros. Y me da terror por obvias razones. Por otro lado, me quedo un poco tranquilo de que ella nunca lee mis libros.

Parece haber cambiado. Madre se involucraba en las vidas de sus hijos hasta Pixie 3, donde se distancia mucho. Sí. Tal cual. Estás describiendo los últimos cinco años de mi rela- ción con mi mamá. [Se ríe] Casi no hablamos.

¿Podemos hablar de la autobiografía en tus novelas? ¿Qué cosas no son ciertas? Es como una especie de filtro que tengo sobre las cosas que me pasan y la gente que conozco. Es un poco como la primera secuencia

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de Amélie. La niña toma un evento de su vida cotidiana y crea una situación fantástica. Creo que es un poco como un filtro que yo tengo instalado, preinstalado. Cuando era niño, mis papás jodían mucho con que “Ruy tiene mucha imaginación. Este niño tiene mucha imaginación. Este niño va a ser escritor”. Jodían mucho con esto. Y en realidad sí. Me es muy fácil fugarme, crear escenarios fantásticos. Pero cuando era adolescente, la cosa era más radical y era más como Star Wars, starwarsesca, mucho más fantasiosa. Ahora puedo conocer a alguien y mentalmente empezar a deformar, deformar, deformar hasta crear un personaje de ficción. A lo mejor de la persona original, de ese cien por ciento, ya quedó el dos por ciento, y estás hablando nada más de una percepción, obviamente. Es muy vergonzoso pero hay una parte en el primer libro donde el personaje dice que se mete velas por el culo. Cuando yo saqué ese libro mi hermano me preguntó. [Se ríe] Me dijo: “Oye”, así pero todo serio, “Oye, ¿tú te metes…?” “¡No güey! No me meto velas”. Es muy difícil separar todos los ingredientes. Yo le dije, “No te voy a hacer un reporte de qué hago y qué no hago y qué tiene que ver conmigo el personaje. Pero bueno, para que te quedes tranquilo, no me meto velas”. Pero estaba realmente angustiado. Y creo que es algo que provocan esos libros.

Sí, porque convencen. Pero es bueno. Creo que sí es bueno. Me da gusto.

Y mi última pregunta respecto a los géneros: ¿cómo entiendes la construcción de la masculinidad contemporánea en tus novelas? ¿Estás construyendo cierta visión de qué es ser hombre hoy día en México? De hecho, con este libro en particular, Pixie 3, me interesaba el subtema de la paternidad, que es algo que yo empecé a observar desde que fui papá. Sí está fuerte. Independientemente de la canti- dad de hormonas que tenemos los hombres que nos hacen actuar en

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la manera en la que actuamos, y parecer desapegados y fuertes en nuestro papel, a eso hay que agregarle que sí somos mexicanos y sí somos machos. Además, hay ciertas responsabilidades con la modernidad, y ya observé, muchas muchas horas en parques, a mis contemporáneos, los domingos con un disfraz de la playera casual, kakis, los tenis de onda, el hijo en el columpio y el papá en el Blackberry. Supongo que otros escritores que están más preocupados o más metidos en otro tipo de audiencia o en otros sectores de la sociedad o en otros perfiles demográficos no se fijan, pero yo siempre lo he escrito y son mis referencias: la clase media pretenciosa. Es la que siempre quiere ser clase alta y no puede, porque yo ahí estoy. Entonces, hay muchísimas conductas sobre ese tema de la paternidad que me llaman mucho la atención. Creo que es bien evidente en Pixie 3.

Macho no es la palabra que yo usaría. El papá con el niño en el columpio me parece un cambio muy grande. Pero mira. Piensa tú un segundo en un macho desposeído, o sea, al final es macho. Un pobre hombre mexicano treintañero que no pue- de ver a su hija o a su hijo y que se está enfrentando contra fuerzas que jamás había conocido su género y ahorita tienes mujeres que son igual de fuertes. Las mujeres en México no tienen todavía los mismos sueldos que los hombres. No tienen las mismas oportuni- dades, pero junta a una mujer que ya trabaja con su hermana, con la otra hermana y con la abuela, enfréntate a cuatro mujeres. Esas cuatro mujeres tienen el doble de ingresos que tú. Se organizan. Piensan juntas. Son una colmena. [Se ríe] Van sobre el objetivo y además tienen años, décadas, demostrando que pueden criar a los hijos y que son amorosas y que son humanitarias. O sea, los hombres en realidad somos una mierda en este país. La gente que se hace en este país es la mujer. Es la mujer la que se mete en doble jornada. Tienes una cantidad brutal de mujeres mexicanas que están chingándole, que están trabajando. Volviendo a mi demográfico, tú

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tienes este hombre a quien le están diciendo: “No, gracias. Vente el sábado, o vente el domingo. Tu hijo está muy bien aquí. Tu hijo está bien cuidado. Va a la escuela. Lo estamos observando. Todo está perfecto. Mira, con que tú le des cuatro horas a tu hijo el domingo, está muy bien. No te pido nada más”. Son unos güevos los que tienen las mujeres ahorita. O sea, y no me imagino que eso hubiera pasado hace cincuenta años. Entonces, yo creo que sí son machos, somos machos muy deprimidos, porque el poder se les está escapando, si no es que ya se escapó. Y a mí, en mi primer libro, me interesaban también otras cosas, la soltería y el hombre mexicano que ante la crisis perpetua se enfrenta al cambio de salirse de su casa, enamorarse, etcétera. Y aquí en Pixie 3, sí está cabrón en la madurez, la paternidad. Pues sí, es un libro para hombres en el sentido de que está escrito desde la perspectiva de un hombre.

Hablando de ese cambio en la temática de Pixie 3, ahí se reduce por mucho la crítica política de la primera novela. Pixie 3 trata de un mundo mucho más pequeño, de la familia. Tiene mucho que ver con cuáles son tus grandes temas cuando tienes 26 o 27 años. Yo ya estaba establecido en un empleo, por ejemplo, a esa edad, cuando escribí el primer libro. Ya no era el rojillo de la Universidad, irresponsable. Yo ya podía decir: “Ten- go derecho a opinar porque estoy trabajando y soy una persona productiva. Ahora sí voy a mentar madres con ganas”. Después, el macrocosmos empieza a ser un microcosmos. La cosa se hace súper angosta. De repente, te empieza a aterrar la relación con tus padres. Mi papá, por ejemplo, murió en el 2008, que fue cuando a mí me dio el bloqueo este. De repente, entré a una revolución preguntándome, “¿Estoy hablando lo suficiente con mi hermano? ¿Estoy hablando lo suficiente con mi mamá? ¿Estoy perdiendo demasiado el tiempo peleándome porque Calderón es un pendejo o Fox en ese momento era un pendejo? Y realmente, ¿qué es lo que yo tengo aquí?” Uno se va volviendo más cauteloso y empie-

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zas a voltear hacia todas esas cosas que cuando eras más joven te daban hueva. Y decías: “No, no. Yo siempre voy a ser el Che Guevara”. A mí me parece un cambio maravilloso. Yo intuía que a muchos lectores les iba a dar hueva este libro, Pixie 3, porque sigo teniendo lectores que son muy jóvenes y que aman el primer libro porque tienen esa rabia. Y en este libro el personaje está muy apagado. Por otro lado, es un güey que está muy al pendiente de los temas que en realidad son importantes.

En Pixie 3, ¿Cuki se suicida con un revólver? Sí.

¿Por qué matarlo? Puta, yo creo que para que ya no hubiera un cuarto libro. Vamos a dejarlo así.

Como escritor, ¿sientes que perteneces a una generación? Pues, seguramente, porque hay gente que ha nacido en el mismo año que yo, que ha escrito libros en el mismo tiempo que yo, pero no los conozco.

¿A quién lees de la literatura mexicana? No, a nadie. Te juro que no es pretención. Cuando yo he dado al- guna entrevista y he dicho eso o lo he dicho en mi blog, de repente se malinterpreta como una rebeldía o como una postura mamona, como una pose. Pero me he convertido en un mal lector a lo largo de esta última década, en los últimos cinco años, yo creo. Y no sé cuáles son las novedades literarias.

Otra pregunta, entonces. ¿A quién leías entre los escritores mexi- canos? Leía a José Agustín.

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¿Y él te leía a ti? Sí.

¿Fue una suerte de taller individual, entonces? No. Su hijo era editor en Planeta. Editaba ficción. Andrés. Yo le comenté que me gustaría que José escribiera algo para mi segundo libro. Él escribió la cuarta de forros de mi segundo libro. Ve, lo digo como editor de revista. En realidad es la contraportada. Y bueno, alguna vez comimos y tuvimos algunos acercamientos, pero nunca taller ni nada. Yo una vez presenté un libro de él y ya.

Te interrumpí. ¿Leías a cuáles mexicanos? Octavio Paz, la poesía de Paz. Villaurrutia. Un poco de Arreola. Bueno, Rulfo, obviamente, pero más por la escuela. Creo que nada más.

¿Temes a la contaminación si lees a mexicanos contemporáneos? ¿O escriben cosas tan distintas de tu estilo que simplemente no te interesan? Creo que se combina la desinformación con la falta de interés. Ahorita estoy leyendo sobre el budismo, por ejemplo. Yo voy a una librería y veo libros de gente que no conozco y que tampoco me conoce y después no me detengo a ver eso.

¿En qué estás trabajando o en qué piensas trabajar como proyectos futuros? Estoy trabajando en un libro sobre exiliados chilenos en México, de ficción. También es una locura; está todo mezclado. Espero que tenga sentido. Y tiene que ver, como te decía, con este libro que escribió Cuki que se menciona al final dePixie 3. Ya lo empecé, nada más necesito encontrar el momento para hallar el caminito. Desde que tuve una hija me ha costado mucho trabajo encontrar esos momentos.

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¿Cuántos años tiene tu hija? Cuatro y medio. Ya no escribo a la misma velocidad. [Se ríe]

Gracias por la entrevista. Okei. De nada. 16 de junio, 2010

Obras publicadas

Cuento

Miller y Giménez. México: Joaquín Mortiz, 2003.

Novela

Hackers de arcoíris: una novela nixtamal-western en 5 actos. Inédito. Pixie en los suburbios. México: Joaquín Mortiz, 2001. La vida sin Pixie (una comedia). México: Joaquín Mortiz, 2005. Pixie 3. México: DeBolsillo, 2010.

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20. ruy.indd 500 7/9/12 3:47:57 PM Entrevistas con veinte escritores mexicanos nacidos en los 70: De Abenshushan a Xoconostle, se terminó de imprimir en junio de 2012, en Ediciones y Gráficos Eón, S.A. de C.V., Av. México-Coyoacán núm. 421, Col. Xoco, Deleg. Benito Juárez, C.P. 03330, México, D.F., Tels.: 56 04 12 04 y 56 88 91 12 . La edición consta de 1 000 ejemplares.

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